miércoles, 30 de marzo de 2016

La polémica

Siempre he luchado por ser una persona suave que no hace daño ni ofende a nadie… soy consciente de que desde pequeña he tenido unas ideas poco comprensibles para algunos que he ido sacando poco a poco y de manera muy estudiada para evitar la ofensa. En twitter esto es tremendamente difícil y cuando he dicho algo que ha generado debate enseguida me he sentido mal. No entendía por qué, ya que no me importa que me lleven la contraria, en persona adoro los debates, son geniales para ejercitar y abrir la mente, pero cuando es “con público” la cosa cambia. Sé que al final todo se reduce al miedo, pero miedo… ¿A qué? Nadie va a venir a la puerta de mi casa con antorchas y si lo hace es sin ningún derecho. ¿Miedo a la opinión de los demás? Puede ser, pero ya expongo mi vida y mis sentimientos, quizá me quede algún miedecillo al qué dirán, pero creo que es algo con lo que hay que aprender a vivir así que, aunque también un poco sea eso, sentía que había una lucha interna conmigo misma por algo distinto. Esta Semana Santa no he publicado ninguna entrada, no creáis que ha sido por dejadez, las entradas estaban preparadas, pero era incapaz. De repente fui consciente de que se pueden malinterpretar mis palabras, que hay personas que ni siquiera quieren intentar entenderlas, que obviarán que hablo de mí y solo de mí, no para que nadie haga lo que digo. De repente me asaltó un miedo irracional. Y es que eso es lo que pasa cuando sabes que hay algún fallito en ti, como una pequeña picadura en una muela, que no haces caso porque es muy chiquitita y de repente, un día, un insoportable dolor de muelas te ataca sin venir a cuento, y te sorprendes porque creías que lo tenías controlado. Pues ese dolor me dio a mí, no he querido enfrentarme ni averiguar de dónde salía ese pequeño miedo y, un día, de repente, me ataca y me incapacita hasta el punto de no querer escribir o publicar. Pero como siempre digo la vida te da las respuestas cuando las pides de verdad, aunque sea de la forma más insospechada.



Estaba ordenando el estudio, cuando me dan “crisis” de este tipo siempre me da por ordenar, con la música a todo volumen, llorando, intentando entender por qué hay una línea que nunca me dejo sobrepasar, aún siendo consciente de que si no la paso nunca conseguiré mis objetivos. No entendía nada, no me entendía a mí misma y me angustiaba pensar que el estudio nunca iba a estar tan ordenado como yo quería porque, al igual que yo, siempre estaba lleno de chismes y papeles que no deshecho del todo. Me agobié, me agobié muchísimo, así que me senté y por inercia abrí twitter, para distraerme un poco. Uno de los tweets criticaba la entrevista de Cristina Pedroche. Yo no soy muy de ver la tele, pero la opinión que tenía de ella, de lo poco que la he visto, no era muy buena. Así que por ese instinto español de consolarnos con los males ajenos y el critiqueo, decidí meterme a leerla. Como digo, la vida a veces nos da la respuesta de la manera más insospechada. De repente vi a una chica, hablando sobre entrega, sobe entrega a otra persona, de una manera tan natural que me dejó confundida. De repente todo lo malo que pensaba de ella se esfumó y no porque me sintiese identificada o porque hablase de algo que yo siento, sino porque lo dijo sin ningún miedo. Es como si a pesar de todas las cosas que no me gustan de ella como periodista o humorista, o lo que sea que es, quedasen por debajo de una admiración a su naturalidad. No importa que dijese cosas con las que no estoy del todo de acuerdo, no importa si yo pienso que lo que dice está bien o mal, lo que me impactó fue lo sencillamente valiente que es. Y entonces lo entendí, entendí qué me admiraba de ella, por lo que entendí qué me fallaba a mí: el miedo a la polémica.
Polémica, es una palabra que he usado muy pocas veces en mi vida, como si fuese algo que no va conmigo, pero que yo lo haya ignorado no significa que no lo lleve dentro. Me da pavor ser polémica, no me importa debatir y argumentar, escuchar otras opiniones. Pero que mi mensaje se quede volando por las redes, que mi nombre se asocie a pensamientos controvertidos me asusta mucho. Me da miedo que hablen de mí sin que yo lo sepa, que mis palabras vuelen a no sé donde sin que yo pueda controlarlas, sin que me digan directamente qué no les gusta de ellas. Me da miedo que me utilicen para justificar un comportamiento, que me usen para mostrar “lo que está mal”, me aterroriza que tergiversen lo que digo por no conocer la profundidad de lo que hablo. No quiero convertirme en el “enemigo” de nadie, ni en el objetivo de las piedras de personas irrespetuosas que no entienden que cada uno hace, dice y piensa lo que le sale de las narices… tiene gracia porque conforme digo esto me doy cuenta de que cuando escribes un blog, cuando estás en las redes sociales es algo que debes asumir que puede suceder. Pero no pasa nada, esto no significa que vaya a cerrarlo todo, al revés, al fin sé qué me asustaba de todo esto, de tener lectores y seguidores, al fin sé de dónde viene esa resistencia a que mis palabras gusten o no. Ahora sólo me queda ser valiente y asumir, asumir que a veces puedo ser polémica, a veces no se me entenderá, a veces se tergiversarán mis palabras, a veces habrá personas que me critiquen y yo no me entere… no puedo evitarlo, sé que parezco tonta diciendo esto a estas alturas de la película, pero es que sí lo soy, tonta por creer que había alguna manera de evitarlo, que si “me contenía” eso no sucedería. Y lo que he hecho ha sido reprimirme para nada, primero porque nunca llueve a gusto de todos, porque siempre va a haber quién no te entienda, y segundo porque estaba yendo en mi propia contra: no quiero tener que controlarme expresando mis ideas y sentimientos porque no es algo que quiera extender por el mundo, simplemente es mi visión del mío propio. Esto es algo que el Amo siempre me ha querido transmitir, que nadie puede censurarme, ni siquiera yo misma, sólo Él puede hacerlo, al igual que sólo Él puede castigarme, porque en ambos casos yo soy más dura e injusta. Le enseñé la entrevista y me dijo: “Ves, ella puede decir lo que le dé la gana sin miedo ¿Por qué tú no vas a poder?” esas frases sencillas que me repite mil veces pero que sólo cuando estoy preparada para ello me calan.
Cristina Pedroche ha hablado de su vida, no ha insultado a nadie, no ha atacado a nadie, nos puede gustar más o menos su forma de entender las cosas, pero quien se haya ofendido es porque le ha dado la gana. No quiero que esto parezca una entrada defendiéndola, sigue sin gustarme y sigo sin encontrarle el talento, pero me ha hecho ver que no estaba siendo natural del todo, que el miedo seguía ganando mi partida, y me ha dado la fuerza que necesitaba para que eso deje de ser así. No hay que subestimar a nadie pues no sabemos si será el portador de una nueva clave para seguir avanzando.
Voy a dar pasos, pasos importantes en mi vida y he de asumir que pueden ser polémicos, pero estoy más que dispuesta a asumir el riesgo. Yo soy fuerte, no puedo actuar como si no lo fuese, y para los momentos en los que flaquee está ese apoyo que no me falla nunca, en forma de abrazo o de hostia, pero está Él.

jueves, 17 de marzo de 2016

Una adolescente de 16 años

7 years - Lukas Graham


Una adolescente de 16 años va al instituto, se cruza con un grupo de niñas, estas al pasar hacen un sonido como de sorber, no le da importancia. En el recreo se vuelve a cruzar con las mismas chicas y vuelven a hacerlo, algo empieza a mosquearle…


Una adolescente de 16 años está en un descampado con un chico, él es alto, grande y bruto, ella pequeña y cree que es débil. Él le empieza a bajar los pantalones, ella no quiere, no le apetece hacer el amor con él. Él insiste “Así no me puedes dejar, has estado tonteando conmigo, ahora tienes que cumplir” la agarra fuerte, no llega a agredirla o forzarla pero ella no se siente bien. No es por el sexo, ya ha hecho el amor varias veces, es una niña muy sexual y a solas le encanta, siempre tuvo la certeza de que follaría mucho, que haría todo lo que quisiese hacer en la cama, el sexo nunca fue algo desagradable para ella, todo lo contrario, el sexo siempre fue su compañero de juegos y fantasía. Pero ahora está allí sola con ese chico y no quiere hacer nada con él, no quiere sentir su polla de adolescente idiota dentro de ella, él no le gusta. Quizá tonteó, es cierto, pero no firmó un contrato a vida o muerte, había bebido un poco, demasiado para su poca tolerancia al alcohol… sabe que si se resiste saldrá perdiendo, quizá si se levanta el chico la deje ir, pero no es lo que la intuición le dice, no es lo que las señales que él emite le dicen, tiene miedo a que no sea así, que esos brazos la tumben sobre la tierra gris, tiene miedo a sentirse impotente y apretujada bajo aquel tontorrón enorme. Ella siempre fantaseó con ser forzada, con ser sometida incluso a la fuerza, pero una cosa son las fantasías y otra muy distinta la realidad. No quiere que ese idiota la fuerce, no quiere sentirse violada por aquel cabeza hueca que ni siquiera saborearía el placer de su sometimiento, él no la merece, no merece la maravilla de su sometimiento…
Él sigue insistiendo, ante el miedo a que él use la fuerza, ante el miedo a que ocurra algo peor le ofrece un trato, una mamada, algo más externo, algo que no le llegue a las entrañas. Él acepta. Le desabrocha el vaquero anchón, hace lo que puede pero sin ninguna gana. Al día siguiente ella está destrozada, le duele la cabeza y el alma, pero decide olvidarlo. Cuando lo vea en el instituto hará como si nada hubiese pasado…
Una adolescente de 16 años va al instituto, se cruza con un grupo de niñas, estas al pasar hacen un sonido como de chupar. Los chicos cuchichean cuando la ven pasar, hacen comentarios cuando sale a la pizarra a hacer algún ejercicio. Ella no puede hacer más que aceptar que la culpa es suya, que el sexo está mal, que hacerlo sólo trae consecuencias negativas. Se siente mal, humillada y avergonzada. Pero se refugia en escribir, en el teatro, en hacer como si no pasara nada…
Pasan los meses, cumple 17, es casi final de curso, parece que ya no son tan duros con ella, parece que ya no es diana de la maldad de esas personas, pero la fama ya la tiene, la han tildado de puta, de ninfómana… pero ella ha seguido adelante. Hay chicos que le gustan pero la tratan mal, no la valoran, ven el cartel que le han colocado en vez de lo que ella es en realidad, es valiosa pero ellos no quieren verlo. Un día cuando estaba asqueada de todo, cuando estaba harta, cuando había renunciado a tener nada con nadie, cuando simplemente hablar con un amigo le hacía daño decidió dejar de intentar hacerse valer.


Una adolescente de 17 años está sentada ante la pantalla de un ordenador, gira la cabeza y ve esa sonrisa, ve esas paletillas montadas, ve la cara de ese hombre y la vida le habla. Ese chico pertenece a otro mundo, es como un soplo de aire fresco, es como una respuesta a sus angustias, siente que es el hombre de su vida, algo le dice que con él será feliz, ese hombre le hace creer que todo lo malo que ha vivido antes no existió, solo fue un mal sueño. Pasan varias semanas, pasean juntos de la mano, todo va genial, se está tan a gusto a su lado... Un día recibe un mensaje: “Tenemos que hablar” y lo sabe, sabe que la maldad de la gente, la puta ignorancia de la gente ha llegado para estropear algo tan mágico, imagina al idiota contándole su versión de lo que pasó, diciéndole lo que todos dicen de ella, riéndose bobalicón, ignorando que lo que para él es una maliciosa gracia, puede poner en peligro las nuevas y maravillosas sensaciones que ella está descubriendo… Una adolescente de 17 años llora mientras se acerca al banco del parque donde han quedado… no sabe por dónde empezar… hablan, él pregunta, él la escucha, realmente la escucha. Un chico de 20 años le dice a un idiota que no vuelva a mencionar el nombre de su novia si no quiere tener problemas serios. El último curso nadie se mete con ella, o quizá simplemente es que ella ya sólo tiene atención para Él. Se siente segura y protegida, esos niñatos son hormiguitas desde su paraíso. La pesadilla ha terminado ¿La pesadilla ha terminado? Nadie se mete ya con ella pero está marcada, su visión del sexo ha cambiado, es malo desear, es malo hacer, se siente sucia y confundida. Aún pasarán muchos años y muchas angustias hasta conseguir aceptar quién es, lo que es, hasta sentirse limpia.


Yo sé que puedo ser inferior a un hombre, puedo someterme a él, puedo dejar que me use como un simple agujero, que me humille, que me escupa, que me mee encima, que me ceda, que me insulte… sí, puedo someterme a un hombre, pero yo decidí a quién le daba ese poder, yo decidí a quién le contaba que quería ser inferior, yo decidí quién merecía mi sumisión porque la valoraría, porque me valoraría, porque vería lo grande que soy al hacerlo.
El sexo no es malo, algunas personas sí. El sexo es increíble, son sensaciones mágicas, necesarias y nos llenan de felicidad. Las personas son las que lo estropean, siempre son las personas.


Esa adolescente de 16 años tenía unas piernas, ella decidía a quién se las abría. Daba igual si se equivocaba al hacerlo, esa adolescente quería arrepentirse de los errores que solita decidía tener, no de los que le obligaron a cometer.

lunes, 14 de marzo de 2016

Gata o perra

En mi casa siempre hemos tenido gatos y perros. Desde pequeña he estado completamente enamorada de los gatos, mi madre siempre me dijo que yo era muy gata y yo también lo sentía así. Me identificaba con la independencia felina, también siempre he sido arisca excepto cuando me apetecían mimos. Los perros nunca habían sido muy santos de mi devoción, me rechinaba esa fidelidad estúpida, ese esperar a que el dueño dé alimento y cariño.
El otro día hablando con una amiga me di cuenta de que gata o perra realmente eran dos maneras ideales de definir mi personalidad como sumisa, de definir mi antes y mi después. Antes imaginaba a mi gata como un ser extremadamente cariñoso y entregado a mí. La imagino sentándose en mi teclado mientras escribo, metiendo la cabeza bajo mi brazo entorpeciéndome por completo. Yo la quería pero me hartaba, acababa echándola de la habitación enfadada con ella. Lo que yo no entendía es que mi gata no venía a darme cariño, venía a reclamarme atención, por ella, porque ella necesitaba esas caricias en ese momento. Yo antes era así, disfrazaba el estar constantemente reclamando la atención del Amo, de sumisión. Me enfadaba cuando no obtenía el resultado que quería, cuando la orden que me daba no me gustaba. Buscaba el castigo porque prefería llorar y satisfacer esa necesidad de atención, por no decir lo mal que me sentaba que el castigo no fuese todo lo duro que yo creía que debía ser, como si eso fuese directamente proporcional a la atención que me estaba dando. Esto es algo que ahora me alivia entender. No comprendía por qué antes quería y necesitaba castigo y ahora lo odio.


Por otro lado antes tenía la sensación de que mi Amo salía con sus amigos por alejarse de mí, que cuando se iba no me ordenaba nada porque estaba harto de lo que conllevaba ser mi Amo. Yo sufría, no entendía por qué no funcionaba, podía hacerle lo que quisiera a Su mujer, yo le obedecería y serviría, creía que sería un sueño para Él y, sin embargo, lo consumía y agotaba. Ahora sé que era esa gata que se planta en el teclado llamando su atención, la que entorpece en vez de facilitar. Servía por puro egoísmo, entregaba para recibir algo a cambio, algo concreto y que si no obtenía me frustraba y me entristecía. Entonces empezaba con mis quejas, empezaba con mis maullidos que lo volvían loco porque no eran más que exigencias disfrazadas de falsa entrega. Últimamente miraba a los gatos y me resultaba curioso que ya no me identificaba con ellos, me resultaba extraño porque es de esas cosas que tienes interiorizadas, como algo que realmente forma parte de ti. Pero es que ya no soy gata, no me apetece ser rebelde ni arisca, no me apetece buscar castigos, ni siquiera caricias, por supuesto que acato con los unos y sonrío con las otras, pero ahora disfruto realmente de dar sin esperar nada a cambio. He descubierto que cuando no esperas nada a cambio obtienes las mejores sensaciones, las mejores caricias y las más bonitas palabras. Ahora me siento como una perra serena tumbada a los pies del Amo, silenciosa y tranquila, dispuesta a obedecer si Él da una orden o saboreando las caricias que Él quiera darme. Aparentemente puede parecer peor, pero ya no siento que tenga ganas de descansar de mí, ya no siento que lo agoto, ya no me echa de la habitación por pesada, ya no me dice: “Déjame un rato, por favor” agobiado. Ahora sé que las caricias que me da es porque quiere realmente dármelas. Y esa paz es lo que siempre he querido, no estoy ansiosa buscando algo, buscando mimos y azotes, simplemente vivo templada y entregada.
No me malinterpretéis, esto es solo una metáfora, sigo queriendo y cuidando a mi gata, pero cuando miro a mi perra en su cama, tumbada pero sin quitarme ojo, sonrío y me veo reflejada en ella. Sé cómo me quiere, sé que confía en mí, que me adora y adora mis caricias pero no me las exige. Sé que sabe que la cuido, que no le voy a hacer daño… al fin la entiendo, al fin entiendo esa fidelidad perruna, esa lealtad hacia quién crees que la merece, es la que yo siento hacia mi Amo.
Me hace gracia porque ahora no paro de ver paralelismos entre los perros y yo. Hace un tiempo en el programa “El encantador de perros” escuché que lo peor que se les puede hacer es tratarlos como si fuesen humanos. Se confunden, pierden su sitio y es cuando se vuelven inestables. Decían que aceptar lo que realmente eran, era la mejor manera de quererlos. Me siento muy identificada, en cuanto me trata mínimamente de igual a igual empiezan mis angustias, sale mi soberbia y mi coraje, es cuando se me agarra un nudo en estómago, pierdo mi sitio, pierdo mi norte. Pero cuando me trata como a su perra estoy completamente equilibrada y serena, me siento aceptada. El problema es que está demasiado arraigada la idea de que si consideras a alguien “por debajo” de ti, vas a aprovecharte, a tratarlo mal y esa persona sufrirá. Pero que eso ocurra no significa que ocurra siempre. Yo quiero estar aquí, debajo de Él, soy tremendamente feliz así, no me estoy convenciendo, no es una fantasía sexual, es una certeza en el pecho de que mi lugar es este, que nací para esperar silenciosa en un rincón Sus órdenes o Sus caricias, nací para hacerlo lo más feliz posible y sin esperar nada... pero es que sin esperar nada, al final sí he obtenido algo, mi felicidad.

jueves, 10 de marzo de 2016

Baby, I´m yours

Baby, I´m yours - Artic Monkeys

Escojo un bonito vestido del armario, uno ceñito a la cintura y con vuelo en la falda. Me subo lentamente las medias hasta acomodar el encaje al muslo. Me calzo unos elegantes tacones me pinto los labios rojos mirándome en el espejo del viejo tocador. Sonrío ante mi reflejo, me veo guapa y de ojos relucientes… cariño, soy Suya. Oh, mi amor, soy Suya. Mis manos, mis muslos en los que se sujetan las medias que tanto le gustan… mis labios, mis ojos y la nariz por la que respiro, son Suyos…
Me imagino bailando una canción con sabor a pasado, una canción que diga que soy Suya, que cante entre una suave melodía lo que soy, Suya. Es una escena de película americana, es una foto a la que le dibujaría corazoncitos flotando a nuestro alrededor, una estampa que me hace volver a mi adolescencia, a esa ilusión del primer amor, a ese pavo que te hace estar soltando risillas por los rincones, esa vergüencilla que me impide mirarlo a la cara… y es que así me hace sentir, revoluciona mis hormonas, despierta las mariposas de mi estómago. Pero no, estas sensaciones románticas y empalagosas no serían nada sin el miedo a la correa, sin el deber de obedecer, sin el extremo respeto que brota en mis palabras. No sería nada sin las miradas que me hacen temblar, sin mis rodillas en suelo, sin el escozor de una bofetada…
Y es que esto somos nosotros, el contraste del dulce y el amargo, el contraste entre una caricia y un golpe. Nadie me ama tanto, nadie se atreve a hacer más que Usted, y es por esto que soy Suya, es por esto que no hay nadie en el mundo que me provoque más que Usted, da igual el qué. Nadie me hace sentir más viva, más en mi sitio…
No somos nada, no tenemos nombre ni siglas, somos dos personas bailando al son que nos da la gana, poniéndole llanto a una melodía dulzona, escribiendo letras de amor al sonido de los azotes… Somos nosotros y no hay dudas, ya no, ya no nos pisamos los pies al bailar.
“Ángela ¿Qué te queda?” Su voz me saca de mis pensamientos, la ensoñación se difumina… “Nada Amo, ya estoy” me mira de arriba abajo, me levanta el vestido para mirarme la lencería que llevo, se sienta en el filo de la cama “Ven”. Me levanta el vestido de nuevo, aparta las braguitas de encaje un poquito, se agarra a mis caderas, noto Su lengua abriéndose paso hasta mi clítoris, me hace cosquillas, me dan ganas de reír…
La música de mi cabeza vuelve a aparecer, es nuestro baile…

lunes, 7 de marzo de 2016

Me aceptan pero... ¿Me comprenden?

Al principio, cuando mantenía mi condición en secreto, pensaba en el día en que al fin pudiese decir abiertamente el tipo de relación que llevábamos. Me ponía eso como meta creyendo tontamente que eso sería suficiente. Pensaba que el contarlo acabaría con la sensación de que nadie me aceptaría, que el culmen sería precisamente ese, contarlo y sentirme aceptada. Pero, como en todo, te das cuenta de que eso es solo un paso más y que, cuando lo alcanzas, una nueva meta se te plantea. Yo he sido sincera con mi familia y amigas, es algo que cada vez oculto menos y puedo decir que tengo la gran suerte de que en todos los casos me he sentido aceptada pero… ¿Es eso suficiente? No, una nueva “problemática” ha surgido: no es lo mismo que te acepten a que te comprendan. Debo decir que en mi círculo cercano me han comprendido más que personas que conocían el BDSM. Cuando hablas de BDSM enseguida las prácticas y situaciones que se dan en él aparecen, inevitablemente el sexo es el protagonista. No voy a hablar en otros casos, pero en el mío nunca ha sido una necesidad sexual, siempre ha sido una necesidad de relación. Para mí, mi sumisión, no es una sexualidad, es una forma de entender mi vida en pareja. Es como si alguien  dice que es homosexual y nos limitamos a pensar que solo necesita sexo con otra persona de su mismo sexo, obviando que lo que quiere es tener una relación, unos sentimientos, una vida como la de una pareja heterosexual… en mi caso es igual.
El sexo está presente en mi vida como en la de cualquier pareja, cómo sea ese sexo da igual, podríamos tener sexo de besos y carantoñas, podríamos no usar cuerdas, podría no haber pellizcos y lágrimas, podríamos tener el sexo más ñoño del mundo y seguir siendo lo que somos, seguir respetándolo y obedeciendo como lo hago. Independientemente del sexo es mi Amo.
A veces tengo la sensación de que como pareja no se nos da la importancia que tenemos, y eso que nosotros tenemos la suerte de estar casados, cosa que nos da más empaque de cara a la galería, pero no noto que se valore del todo nuestro tipo de relación. Me explico, es como si todos dieran por hecho que puedo elegir, que en cualquier momento puedo plantarme y desobedecer. Claro que puedo hacerlo, pero eso no ocurrirá por una norma que no me guste, o por una orden que me incomode. Tengo la posibilidad de plantarme y negarme, pero eso sólo ocurrirá por un proceso complejo interior, por una serie de sentimientos negativos o de actitudes que no me convenzan o note que me hagan daño. Hasta ahora esa necesidad no ha aparecido ni por asomo. Os pondré ejemplos: si mi Amo me dice que en una fiesta no hable a no ser que se dirijan a mí yo voy a obedecer, me da igual que sea una fiesta, que todo el mundo esté charlando, que lo normal sea relacionarse y hablar… yo voy a obedecer por mucho que cueste, por muy mal que le parezca a los demás, por muy poco sentido que tenga ir a una fiesta a estar callada. Obedeceré porque no hacerlo sería cuestionar Su autoridad, sería enfrentarme a lo que somos. Otro ejemplo que me ocurrió hace poco: mis amigas y yo habíamos quedado, se puso un día horrible y mi Amo consideró peligroso que cogiese el coche, tuve que decirles a mis amigas que no podía salir de casa. Como el plan no salía alguna dijo: “Vamos a hacer un esfuerzo por vernos, venga”. Me planteé que quizá no vieran lo firme que era mi decisión de obedecer, que quizá pensaran que en lo único en que mi matrimonio difiere de otros es que de vez en cuando me da unos azotes con la excusa de que he desobedecido, que quizá la única diferencia es que nuestro sexo es más duro… No estoy diciendo que mis amigas lo vieran así, pero esa posibilidad se me pasó por la cabeza y, las entiendo, es la imagen que se ha dado de este tipo de relaciones. Pero eso no es así, no es que no desobedezca por miedo al castigo, es que si desobedezco por ir a ver a mis amigas cuando me ha dicho que no salga de casa estoy cuestionando nuestra relación, nuestros sentimientos, nuestro acuerdo… yo no puedo llamarme Suya y saltarme Sus órdenes porque, total, “es una tontería”. Mi vida no va de obedecer en general pero si una orden no me apetece la incumplo, luego vuelvo, me da unos azotes por niña mala y todo sigue igual… no, esto va más allá. Me he comprometido, desobedecer deliberadamente en algo así sería decepcionarlo, sería admitir que mis palabras de entrega están vacías.
Entiendo que haya personas que no quieran una relación así, no todas los que deseamos entregarnos queremos hacerlo de la misma manera, pero he visto la necesidad de seguir luchando por intentar hacer que se acepten otro tipo de relaciones, que se consideren opciones válidas, opciones visibles. Sé que soy una soñadora que roza la locura pero, ojalá algún día, igual que una mujer presenta a un hombre como su marido, igual que una mujer presenta a otra como su novia o su mujer, pueda yo presentar a mi pareja como mi Amo y sean capaz de entender que es una relación, que no estoy hablando de mi sexo, no les estoy haciendo una lista de las cosas que hago en la cama. Ojalá al presentarlo como mi Amo entiendan qué significa, entiendan cómo me comportaré, entiendan mi lista de prioridades, entiendan las decisiones que tomaré, den importancia a nuestra relación.
En definitiva, ya sabemos que se puede ser hetero u homosexual, pero hay muchos más tipos de relaciones que esas, cada una con sus características específicas y todas son igual de respetables, todas tienen el mismo derecho a expresarse abiertamente, todas las relaciones son igual de valiosas e importantes para sus componentes.

jueves, 3 de marzo de 2016

Mis etapas (2ª parte)

Sé que a veces doy demasiadas vueltas hasta entender las cosas, como os conté en este post, mi primera etapa como sumisa fue una vuelta muy grande y fea. Pero Él siempre encuentra la manera, me dijo que dejara de llamarlo Amo, volvíamos a ser sólo nosotros, sin títulos. Recuerdo que le preguntaba que si Él y yo dejásemos de estar juntos buscaría estar con una sumisa, Él me decía que no lo sabía, que lo único que tenía claro es cómo quería que fuese yo con Él, que lo único que tenía claro es que quería dominarme a mí. Vuelvo al tema de la perspectiva del tiempo, ahora escribo esto y me sonrío porque en aquel momento no lo entendía. Entonces, con aquella medida que tomó, me hizo llegar a la siguiente etapa como sumisa, me simplificó la mente. En mi tercera época aprendí lo dura que es la entrega real, aprendí que entregarse es bonito a nivel profundo pero en un nivel superficial es sacrificado. Es hacer cosas que no te apetecen y dejar de hacer otras que sí. Dicho así sé que suena fatal pero no me seáis exagerados, no me violaba ni me encerraba en un dormitorio, simplemente mis caprichos y exigencias dejaron de importar. He sido hija única, mi voz siempre ha tenido demasiado peso, aceptar que te han relegado de rango es duro, ya no eres el capitán eres soldado raso. Da igual que de pequeña fantasearas con que te hiciese X ahora te están dominando de verdad, lo que significa que te van a hacer Y. Aunque el sacrificio empezó a estar muy presente, un sentimiento de plenitud empezó a invadirme. Muchos de mis vocecillas internas que toda la vida me habían torturado empezaban a callarse…
Pero siempre hay un diablillo que pica, el ego no se rinde tan fácilmente. Y entonces empecé a angustiarme ante Su cambio, empezó a darme vértigo que Él ya no fuese el novio atento que me consentía, como veis, al pobre lo volvía loco. En una de esas conversaciones en las que yo estaba angustiadísima le dije que quería acabar con todo esto de la sumisión, que quizá era algo que había idealizado desde niña, que quizá una vez cubiertas esas fantasías ya sería más feliz sin ser sumisa. “¿Me estás diciendo que quieres que nos separemos?” eso me pilló desprevenida, por supuesto que no quería eso, simplemente estaba abandonando, quería volver a nuestra relación vainilla, dejar de enfrentarme a esos sentimientos que, aunque me estaban haciendo más feliz, me incomodaban. “Ángela, ya no puedo ser de otra manera. Quiero dominarte y reprimir eso sería muy duro. No funcionaría”. Otra vez el egocentrismo me había cegado, otra vez había ignorando que Él tenía Su propio proceso, que también había descubierto Su naturaleza y yo no podía exigir que la volviera a esconder. Ese día sentí que me pedía que fuese Suya, que dejábamos atrás el origen de nuestra D/s. Lo recuerdo de pie delante de la ventana con el cielo gris de fondo, yo sentada en la cama mirándolo callada. Sentí que tenía que escoger, que tenía que decidir si me entregaba a Él de verdad, a Su manera, dejándome guiar o abandonaba y huía por comodidad. Entonces sí empezó mi auténtico cambio, entonces sí comencé a sentir lo que era la auténtica entrega, la paz empezó a llenarme, acepté Sus normas, Sus mandatos, acepté Su manera de entender el dominio, dejé de resistirme, me dejé dominar.
En esta última etapa se podría decir que estoy más cerca de la esclavitud que de la sumisión, si es que queréis usar términos BDSM, pero yo simplemente me siento entregada, me siento natural, todo fluye, no hay conflictos internos dentro de mí, al menos no sobre este tema. Es cierto que me ha costado cambiar la forma de ver las cosas, es cierto que hay cosas que aún me cuesta acatar, pero es lo normal, no estoy anulada, no es que no piense, no sienta, no tenga mis propias opiniones… simplemente es que en mi lista de prioridades Él está primero porque así me siento plena, siento que hago lo que deseo a un nivel más profundo: Entregándome a Él me priorizo yo... Es extraño, lo sé.


Haciendo una valoración general me doy cuenta de que nuestros 7 años como D/s han sido 6 de tempestad y uno de calma. Como no me canso de repetir, ha sido difícil, he llorado mucho y me he sentido muy mal en muchas ocasiones, pero ha merecido la pena, ha merecido muchísimo la pena. Ese año de calma es el resultado de Su sabiduría para guiarme y mi esfuerzo por seguirlo, estoy deseando descubrir qué cosas nos depara nuestras futuras etapas, aunque saboreo cada minuto de la que estoy viviendo.


P.D.: Recordé que en mi blog anterior escribí sobre el momento en que nos despojamos de nuestros títulos pero no lo había añadido a Azote y Café, he recuperado ese post por si alguien quiere leerlo: "El amor y el sexo, mi salvación"

martes, 1 de marzo de 2016

Mis etapas (1ªparte)

Si miro hacia atrás y analizo cómo he evolucionado como sumisa (no me gusta llamarme así pero me resulta más sencillo para explicarme) me doy cuenta de que ha ido muy ligado al proceso de Él como Amo.
Cuando le dije que quería que me dominara no utilicé las palabras Amo y sumisa, yo aún no sabía de esos títulos, yo solo quería dominación y entrega. En aquel momento era tan ilusa que creía que con reproducir los gestos con los que había fantaseado toda mi infancia sería suficiente. Había idealizado lo que es pertenecer, cada noche durante 21 años había imaginado una situación distinta en la que me sometían y que quería reproducir. Pero no fue tan fácil. Él al principio no sabía nada de lo que yo deseaba, me dijo que fuese mostrándole a qué me refería. Nuestra historia D/s comenzó de forma muy intermitente, nos tirábamos un tiempo reproduciendo esas escenas para volver a nuestra situación anterior. En esa época descubrí dos cosas: la primera es el miedo al “teatrillo” y la segunda el miedo a que Él no quisiera dominarme realmente, el miedo a que forzara una actitud por mí. Ahora veo las cosas con perspectiva y me doy cuenta de mi egocentrismo. Mi error en aquella época fue pensar que la única que necesitaba un proceso, la única que necesitaba una actitud por parte de la otra persona era yo. Yo exigía dominación natural pero no daba sumisión. En mi primera época fui una “sumiprincesa”, intenté dominar desde abajo, intenté que Él se convirtiera en mi Amo soñado, no contemplé en ningún momento que Él estuviera sacando su parte dominante y que empezara a tener claro qué quería. Cuando pasaron unos meses Él se sentía cómodo dominando, aunque sólo se materializaba en forma de pellizcos cuando decía algo que no le gustaba y azotes esporádicos. A pesar de que ahora vea mis errores, nuestra primera etapa fue bonita, digamos que fue la etapa en la que maté mis deseos infantiles, materialicé muchas de las situaciones con las que había fantaseado siempre.
Un día estaba de rodillas en la cama, no sé por qué le estaba diciendo que no tenía en cuenta qué deseaba yo, que así no había imaginado que era la sumisión… Él me dijo que Él era el Amo y que era yo la que tenía que adaptarme a Sus gustos, no al revés. La época de la sumisa que intenta transformar al hombre en su Amo soñado había terminado. Él ya aprendía solito y, debo decir, que ahí empezó lo más duro. Empezó mi segunda etapa. Esta segunda época como sumisa fue muy dura porque dos circunstancias chocaron: por un lado Él ya sabía qué quería como Amo, qué esperaba de mí, y por otro yo descubrí twitter, descubrí una comunidad con unas características. Estas dos cosas enfrentadas me causaron muchos conflictos internos. Era la lucha entre pertenecerle a Él o pertenecer a esa comunidad. A veces sentía que tenía que escoger, que empezaba a construir mi identidad como sumisa y que quizá había prácticas o situaciones que con Él no probaría nunca y yo, cómo no, tenía curiosidad… fui una niñata superficial olvidando que la base de todo era que quería pertenecer de una manera profunda y que, en ese tipo de entrega, las prácticas eran lo de menos. Han sido muchas las veces que he leído eso de que no puedes renunciar a lo que quieres como sumisa, pero mi duda siempre llegaba en el momento que pensaba: si a nivel profundo he encontrado al tipo de hombre que deseo ¿Tengo que renunciar a Él porque no me haga X o Y? Era un círculo vicioso, fue una época dura porque Él veía que no me entregaba de la manera que me pedía, que deseaba y anhelaba cosas que Él no iba a darme... A mí, eso de que supiera lo que yo deseaba y no me lo diera, me sacaba de mis casillas. Olvidé que lo primero que pedí es un Amo, un Amo de verdad. No se me olvidará que, por aquella época, tuiteé aquello de: “Ten cuidado con lo que deseas, corres el riesgo de que se cumpla”.


Continuará...