No sé cuántos nuevos comienzos ha tenido mi sumisión, lo que sí sé es que cada uno de ellos me ha hecho profundizar y madurar mucho más. Al final todo lo que vivimos permea a todo lo demás. Si yo maduro mi sumisión madura conmigo. No os engañaré, han sido tiempos muy difíciles como pareja, me he cuestionado absolutamente todos los cimientos de mi forma de ser, de mi forma de amar… Pero algo muy curioso es que, incluso en los peores momentos en los que creí que quizá tendríamos que separarnos, renunciar a nuestra vida juntos, jamás me planteé renunciar a mi sumisión. Me venía ese tuit que hace muchos años escribí, en el que decía que si Él se marchaba, se llevaría mi sumisión en la maleta. Es decir, elegir separarme de Él no podría ser nunca un “dejo a un lado mi sumisión y como “mujer normal” elijo irme”. Era más bien un desgarro, un “qué duro es irme de aquí siendo tan absolutamente Suya. Qué duro será seguir con mi vida siéndolo aún”. Aunque ese sentimiento de pertenencia traía también un, en aquel momento doloroso, rayo de esperanza, un “esto tiene que ser una pesadilla y en algún momento despertaremos”. Sé que puede parecer un rollo que os cuento, pero lo cierto es que así fue. Un día Él volvió, yo volví. No es tan sencillo, hubo que pagar precios, pero Dios sabe que no me dan miedo los precios a pagar por las cosas que de verdad son importantes para mí. Eso es la entrega al fin y al cabo. No renunciar nunca a ella, no renegar de ella, tuvo sus consecuencias, sus recompensas. Y, tras unos meses de reconstrucción, aquí estamos de nuevo, con una relación más fortalecida, madura y maravillosa que la que teníamos antes de toda esta crisis. Quería hacer este breve resumen porque siempre me ha gustado ser honesta en lo que cuento. A veces creo que peco de mostrar mi vida como si fuese de color de rosa siempre, pero lo cierto es que no es así. Siempre cuento mis procesos, en mi blog están reflejadas mis crisis, nuestras dificultades. Pero es que mi manera de ver las cosas es siempre desde el aprendizaje y desde el placer que también se puede obtener del dolor… Vaya, quizá es que sea entregada y masoquista en general. Aunque no desde una búsqueda del sufrimiento, pero sí como una gestión del dolor que me hace extraer lo mejor de lo peor. De esta crisis solo diré que doy gracias por el aprendizaje de ambos, doy gracias porque, a pesar del dolor que los dos hemos vivido, ha permanecido y ganado el amor tan real y profundo que nos tenemos.
En fin, que tras unos meses de ajustes y sanación me he
reencontrado con la sumisa. No es que en este tiempo dejase de serlo, pero
cuando las prioridades son otras es difícil profundizar en ello. En el último
mes me he enfrentado a sentimientos que no tenía en estos años. Y no estaban
ahí porque yo no estaba en el lugar interno en el que estoy. Lo peor de esos
sentimientos es que previos a ellos es como si pudiese dar un paso atrás y
elegir tenerlos o no. Y lo que vengo a analizar es el porqué los elegí. Soy una
soberbia, es una realidad. Soy una líder, inteligente a muchos niveles, una
sabionda que siempre sabe cómo deberían ser las cosas. No siempre acierto, me
equivoco mucho, pero esos errores suelen venir de la inconsciencia. Es decir
cometo errores sin darme cuenta. Pero en raras ocasiones he puesto consciencia
en algo, lo he meditado y he sacado una certeza de que algo era de una manera o
que iba a pasar tal o cuál cosa, o que se debería hacer otra… y no he acertado.
Soy muy bruja, eso es así, no puedo evitarlo. Que cada uno traduzca eso como
quiera, pero es una realidad. Eso trae consigo la soberbia y un conflicto con
mi otra naturaleza: la entrega. Y no pongo sumisión porque esta es solo una
parte de la entrega. En general en mi vida he conectado con una fuerza interior
única, ese saber que soy algo más grande que “Ángela”, pero que precisamente
por eso he de entregarme, rendirme a que “Ángela” no es la que tiene que llevar
las riendas, que tiene que darse a esa fuerza, esa energía. Mi relación de
pareja es un reflejo de esto, es un lugar tangible en el que manifestar esto.
Todo esto es muy espiritual y profundo, pero tengo un ego como todo el mundo y
a veces sale. De hecho he descubierto que siempre anda al acecho para encontrar
la oportunidad de quedar por encima. Como detecte un posible “fallo” una
ocasión de un “yo tengo razón”, salta. Y no me gusta, porque no me hace bien a
mí ni a nadie. La sumisión es para mí la forma más maravillosa de mantener el
ego a raya. Una parte de mí quiere ser la que manda, pero cuando esas ocasiones
aparecen mi sensación interna es de una profunda insatisfacción. Y me he
trabajado mucho mis carencias para saber que no es una respuesta a patrones o
heridas, esas aparecen pero las identifico enseguida y no me dejo llevar por
ellas. Esto es algo más consciente… es una certeza, una vocecita sabia que me
dice “te estás equivocando”.
Todo esto es para decir que me he dado cuenta que, inconscientemente,
he ido poniéndome de igual a igual. Al estar resolviendo y reconstruyendo
partes de nuestra relación “normal” me he subido. Y ahora que la tormenta ha
pasado quiero rendirme. Esa palabra lleva días rondándome, apareció en una
conversación que nada tenía que ver conmigo, pero generó una especie de
obsesión, como si fuese un misterio que resolver. Me cuesta rendirme, mucho. El
marido de mi tía dijo de mí que era fácil ser sumisa siendo yo, alguien que se
sabe poderosa y que en cualquier momento puede ponerse por encima. Me escoció,
pero tiene mucha verdad. (Debo aclarar que también puedo mostrarme muy muy
insegura, suele pasarme cuando me desconecto de ese poder por miedo a ser
soberbia). Mi Amo es un gran Dominante, no porque sea el más experimentado en
cuanto a prácticas, pero sí es un experto dominando para que la entrega sea
real. Algunas personas al conocernos juntos lo han infravalorado, los que han
insinuado que la que mandaba era yo… No saben lo equivocados que estaban porque,
precisamente en esa “apariencia”, está la clave. Se me percibe dominante porque
lo soy, no desde el mandato, sino desde la seguridad profunda de saberme
poderosa, sé que podría conseguir lo que quisiera de cualquiera, y no me
costaría mucho la verdad. Y si no lo consiguiera me iría sin problema. Pero Él
es mi criptonita. Con Él no funciona, siempre consigue que me doblegue, que me
rinda, disfruta de esa energía que tengo pero no deja que lo domine. Sé que
puedo parecer muy fantasiosa, pero es que la única forma que tengo de expresarlo
para que se entienda es como mi “historia” del humano que dominó a la diosa.
Admitir que soy Suya de la forma en que lo soy me hace
sentir terriblemente vulnerable, más después de los malos tiempos que hemos
pasado. Ojalá fuese mentira, ojalá pudiese decir “si la cosa se pone fea que le
den por saco, me voy a entregarme a otra parte”. Pero no puedo, puedo amar a
otros, pero no puedo entregarme a otro, al menos no de verdad. Puedo jugar a
ser sumisa y disfrutar de ello, pero la entrega para mí es otra cosa. En mi
relación es algo tan grande e intenso que solo puedo apostarla una vez y, si
pierdo, se la lleva la banca en su maleta.
Así que toca rendirse, toca dejar de tirarme faroles y mostrar
que con Él me lanzo al vacío, que soy Suya en cuerpo y alma. Me entrego a Él,
con Sus luces y sombras, con Sus aciertos y errores. Toca volver a la paz que
me da ese hogar que Él me ofrece.