viernes, 13 de diciembre de 2024

Laga





Nunca quisiste tierra.

Juguete del mar, siempre existe la  posibilidad de volver en alguna galerna, mecido por alguna corriente ... 

Hay, en la costa vizcaína, un puerto que entra y sube entre rocas gigantes. Antaño, resguardo de barcos pesqueros, con el tiempo fue cuajando en pueblo encaramado todo cuestas y escaleras, como brotado de pronto del Cantábrico. 

En él, naciste.

Tú paisaje fue la peña: Ogoño, La isla invisible: Izaro. El enjambre de casas monte arriba: Elantxobe. 

Tú destino fueron los puertos.

Elantxobe, Bermeo, San Juan de Luz, Chipre, La Guayra, Montevideo, San Antonio, San Sebastián y, luego Nueva York, Dublín, Tesalónica, San Pedro, en espíritu.

Siempre estás frente a gruas, hierros carcomidos, gaviotas desnortadas, mar que se desplaza en olas untuosas, levemente aceitosas que golpean suaves el verdín de las barcas.

No puedo recordarte con tu txapela y tu chaquetón a cuadros, sin que me llegue una vaharada de frescor marino

Te veo, lento, solo, ensimismado. Mirando a lo lejos con esa atención reconcentrada tan tuya. 

Cómo los viejos capitanes románticos de Baroja. Cómo Larrañaga caminando por los muelles de Amberes entre la bruma en "Los amores tardíos"

Pero, aunque todo puerto te evoque  es solo en una playa donde eres presencia pura. 

Laga.

Tenías que herirte las rodillas para bajar a Laga desde Elantxobe. Subir primero a Ogoño y luego dejarte deslizar entre matojos y zarzas vivas para llegar a ese paraíso de  cuando eras  ese niño arrullado por una amama que enseñaba el lenguaje de la ternura a su "Trontxontzito del medio" , comedor de arroz con leche y dueño de su regazo. Creo que también te enseñó ese extraño dulzor de la melancolía que presagia la pérdida, con sus caricias

Con la Guerra se te acabó el círculo mágico y el tiempo se te dislocó en líneas quebradas que te hirieron a partir de entoces, como nos pasa a todos.

Puedo imaginarte en el muchacho que se robó un barco en Bermeo para irse por esos mundos de Dios. Te veo llegando al puerto de San Juan de Luz para unirte a los maquis Eres guapo vestido de caqui,  respondiendo al nombre de Abraham Sommer en las máquinas del  Pan York, barco que retornaba judíos a Palestina, pero es cautivo en Chipre, donde te pareces al que quiero más.

Luego fuiste mi padre y me enseñaste que el amor es, sobre todas las cosas, una inmensa y todopoderosa ternura.

A lo largo de tantas mañanas, de tantas tardes como caminamos juntos,  acompañándonos y queriéndonos, me fuiste construyendo un mandala donde poder recuperarte siempre. A él quedaron adheridos todos tus gestos. La caricia de tu palma pesada en mi frente enfebrecida, los helados de dulce de leche, las viejas novelas de Baroja.

 Me dejaste claro que el punto de encuentro siempre sería Laga.

Por eso te entregamos al mar y acudimos todos los años cuando está a punto de comenzar el invierno.

Vamos juntas y llevamos también a nuestros muertos con nosotras, porque no puede faltar nadie a esa cita para que tú puedas volver.

El tiempo que pasamos allí se vuelve suave como la castaña que nos regalabas cada otoño y las voces se nos vuelven extrañamente íntimas mientras te esperamos. 

Entonces, te sentimos bajar.

Tu respiración ansiosa, la humedad de tu frente, la diáfana sonrisa al pisar tu alpargata  la arena, cuajan porque estamos allí.

 Tiene que ser diciembre.

Tiene que ser en Laga.




3 comentarios:

  1. Tuvimos oportunidad de estar allí, en Elantxobe y Laga ahora. Recordar los días que pasamos con tu Padre y despedirlo en una linda e íntina ceremonia. Que hermoso lugar escogió para su descanso.

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  2. El cabo se suelta del norai. Deja el agua con sal, yodo y aceite. Navega por aguas limpias, a veces planas y otras enloquecidas. Ve tú cara en la luna y nada más. No es triste. Pronto volverá a amarrar, tocará tierra y abrazará a su niña como si fuera la deseada hogaza calentita. Arrechuchos superiores al tiempo de mares. Se tirará contigo, metida en su chaquetón de cuadros, por la empinada ladera llena de pinchos hasta la playa recoleta. Volteretas, arena, carreritas como la niña de El Piano y un pedazo de la tierna hogaza. Más ternura. Vuelve y vuelve cuántas veces quieras, pero recuerda que tú Neptuno se convirtió en un lápiz de mina blanda. Te lo lanzó mientras gritaba "escribe, hija. Escribe de todo y para todos. Desde la mar se ven tus letras más grandes reflejándose en la quilla de quién navega por encima de mi"

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