Cuando tarde o temprano el mundo se convierte en planicie yerma, como en la que deambulaba solo y ciego el rey Lear purgando pesaroso su estúpida confianza en las palabras, nos morimos de sed.
Cuando nos bamboleamos en medio del sinsentido, suele ensordecernos el sonido de las frases harapientas en las que un día creímos tan fervientemente... Y sin embargo, tatuada en las entrañas, ¡ay! esa ilusión de pozo y música de roldana como una espina de ese mínimo sueño de reguero que acaso pudiera convertirse en arroyo donde abrevar hasta hartarnos si conseguimos seguir moviéndonos, nos acompaña siempre...
Conozco el orgullo y bastante la intransigencia que tantas veces me dejan convertida en piedra doliente, reivindicando con dignidad de trágica pobre el " todo o nada" que dé mínimo sentido a mis viejas convicciones tratando de que caigan al menos con estilo, con cierto toque épico... Aquellas de cuando creía en el resplandor wagneriano y convivía con héroes y horizontes perfectamente trazados. Cuando me acompañaba el paso la Sinfonía número 5 de Beethoven, tan flamígera, ella y avanzaba con el paso de una Atalanta poderosa.
Pero... a medida que va pasando el tiempo, voy constatando lo mucho que secan la vida las grandes palabras, los grandes sueños, los himnos solemnes, las epopeyas... Lo feo que caen. Nada grande sirve para vivir más allá del instante que se cree glorioso, nada que haya que defender a cualquier precio, nada que...
El sorbo mínimo que abreva suele encontrarse en el margen del trazado, en la entrelinea imprevista, en la insólita contradicción en que caemos. A veces... incluso en el cansancio que hace que bajemos por una vez la cabeza y los brazos. Lo vislumbramos en ese misterio que sostiene el Adaggieto de Mahler y entonces...avanzamos, casi convertidas en estatua de sal, avanzamos
El sorbo mínimo que abreva suele encontrarse en el margen del trazado, en la entrelinea imprevista, en la insólita contradicción en que caemos. A veces... incluso en el cansancio que hace que bajemos por una vez la cabeza y los brazos. Lo vislumbramos en ese misterio que sostiene el Adaggieto de Mahler y entonces...avanzamos, casi convertidas en estatua de sal, avanzamos
Ojalá nos sea dado un corazón zahorí. Las rutas y los itinerarios que nos obstinamos en seguir, la mayoría de las veces son solo un mapas donde todas las señales esconden silencio, harapo y piedra.