"Anoche soñé que volvía a Manderley. Me encontraba ante la verja pero no podía entrar, porque el camino estaba cerrado. Entonces, como todos los que sueñan, me encontré poseída de un poder sobrenatural y, sobrepasé como un espíritu la barrera que se alzaba ante mí". _ Prólogo de Rebecca.
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Rebecca es tan delicada como trágica. Hablamos de una historia en la que subyacen ángulos ocultos del alma humana. Estos, a su vez, conviven con la inocencia del ser que aún no ha sufrido el dolor. Pero sobre todo, Rebecca es Manderley. La mansión, que parece tener vida propia, es el nido de amor a modo de castillo-palacio que construye la historia de manera virtuosamente circular. Durante el filme, observamos como los espacios escenográficos no solo ocupan parte de la trama, sino que son los que construyen la propia narrativa desde el principio de la historia.
En la fase inicial de Rebecca vemos a un hombre avanzando hacia el suicidio desde un acantilado. Éste, es salvado por un ángel en forma femenina. Los espacios hablan por sí mismos dando paso a una historia de amor con un inocente comienzo y un incierto final. El mito de Rebecca nace desde la literatura y confluye en el cine para alumbrar una de las películas más importantes de la historia del séptimo arte. El maestro Hitchcock siembra las lineas maestras de su legado para el cine.
La película está basada en la novela homónima de Daphne du Maurier publicada en 1938. Tan solo dos años después se estrenaba en Estados Unidos la adaptación cinematográfica que fue galardonada con el Oscar a la mejor película. La historia narra el romance del aristócrata inglés Maxim de Winter con una humilde joven a la que conoce en un viaje a Montecarlo. El espectador nunca conoce el nombre de pila de la que será la segunda señora de Winter. Pronto, la nueva esposa se da cuenta de que no puede borrar en su marido el recuerdo de su difunta mujer. Todo cuanto hace hubiera sido mejorado por Rebecca e incluso el ama de llaves del nuevo hogar siente hacia la joven una abierta antipatía. Poco a poco, irá descubriendo los oscuros secretos que se ciernen sobre Manderley y el porqué del comportamiento errático de su marido. La sombra de Rebecca se percibe en cada rincón de la morada.
En Rebecca hay tantas películas en una sola que no se la podría adscribir a un solo género. De salida, Hitchcock se muestra romántico y sentimental. El cineasta utiliza una sencilla presentación de personajes que repetiría un año después en Sospecha. Además, nos hallamos ante su película más femenina impregnado por los aromas de Daphne du Maurier. Sin embargo, la cinta evoluciona poco a poco hacia un cine más negro, más gótico e incluso más siniestro. La música de Franz Waxman también evoluciona de su alegría inicial hacia un lado más oscuro que es utilizado para impregnar de suspense el mítico filme del maestro británico. La buena fotografía de George Barnes también fue premiada con el Oscar.
La ganadora del Oscar por Las tres caras de Eva, Joan Fontaine, realiza un papel majestuoso interpretando de manera precisa a la nueva señora de Winters. La sombra de Rebecca es tan alargada que no dispone de nombre propio en un hecho muy llamativo. Su personaje se emparenta con una nueva Alicia entrando en el reino de Manderley.
Las flores abundan en la mansión. Incluso en los vestidos con los que el personaje evoluciona de chica provinciana a dama de palacio. Por otro lado, e interpretando al señor de Winter, nos encontramos a un no menos majestuoso Laurence Olivier. Un personaje atormentado que encuentra en su nueva mujer una motivación por la que vivir. Y como no, mencionar a la siniestra señora Danvers interpretada por una tremenda Judith Anderson. Hablamos de un ama de llaves obsesionada con la anterior propietaria de la morada. Quizás enamorada de Rebecca, Hitchcock le quiso dar un componente lésbico que el código Hays eliminó atribuyendo al mago del suspense una perversidad moral inapropiada. Danvers, parece excitarse cuando admira la ropa interior de Rebecca o cuando se pasa por su rostro un abrigo de piel ante la mirada atónita de la nueva esposa. Ésta, aparece cada vez más aturdida ante el complejo mundo de la morada. Los fantasmas, reales o imaginados, llenan Manderley.
Y precisamente este castillo-palacio, como escribía al inicio, es el personaje más importante de la acción. Si para Orson Welles, Xanadú fue su medio escenográfico de referencia, para Hitchcock lo sería Manderley. Dos mansiones que marcaron ambas carreras de por vida. Casi podríamos hablar de un libro de estilo para su manera de entender el cine. Manderley es una mansión de soledad, donde la protagonista se siente abandonada, sola y empequeñecida ante los grandes espacios que configuran la construcción. La muerte de la morada, purificada tras el incendio, representa la entrada en un mundo nuevo. Con ello, observamos un monumento a la narrativa circular. Hitchcock, con ese final, declara formalmente su amor al cine que nace de la literatura universal.
Rebecca es en conclusión mucho más que una buena película. Hablamos de una obra donde cada elemento cinematográfico ocupa la posición adecuada. El filme está marcado por una mirada al Romanticismo pero también a la pura tragedia griega. El tormento aparece como símbolo mitológico de la visión femenina que supo interpretar como nadie Joan Fontaine. Ella, la joven sin nombre, es representada como la virgen que a su vez se purifica con el fuego de Manderley. El inicio de Rebecca es también el epílogo del filme y con ello se completa el círculo de una obra cumbre para la historia del cine.
Nacionalidad: Estados Unidos
Dirección: Alfred Hitchcock
Guion: Robert E. Sherwood,
Joan Harrison
Música: Franz Waxman
Fotografía: George Barnes (B&W)
Duración: 130 minutos
Reparto: Laurence Olivier, Joan Fontaine,
George Sanders, Judith Anderson,
Nigel Bruce, Reginald Denny,
C. Aubrey Smith, Gladys Cooper
P.D. Esta crítica participa fuera de concurso en la
XXIV Edición de El Tintero de Oro dirigido por
David Rubio Sánchez. La parte central de este texto se publicará en la revista digital del mismo nombre junto a todos los relatos y reseñas participantes en el reto.