1 TÚMERO
l~
SEPTIEMBRE
de 2007
Consejería Jurídica del Ejecutivo Estatal / Comisión de Estudios Jurídicos
Gobierno del Estado de Puebla
SUMARIO
Presentación
3
ARTÍCULOS y NOTAS
La dignidad de la persona humana como fundamento conceptual de los
derechos humanos, José Luis S oberanes Fernández
5
Cultura de la legalidad, Gerardo Laveaga
13
Tolerancia y valores, José &:tmón Fabelo Corzo
23
Limitaciones de la participación ciudadana en la actividad
gubernamental, Víctor Manuel Herrera Quijada
31
Orden jurídico poblano, René Hernándezlbarra
37
La reforma del Estado, Ricardo Velázquez Cruz
43
COMISIÓN DE ESTUDIOS JURÍDICOS DEL GOBIERNO DEL ESTADO DE PUEBLA
La Comisión de Estudios Jurídicos del Gobierno del Estado, Edgar Sánchez Faifán
46
Agenda Legislativa 2007, Claudia Rivadenryra Torija
49
Diplomados para las áreas jurídicas, Catherine Chatelet Chenegros
53
La reforma al artículo 6° constitucional, relativa al derecho de acceso a
la información, Ingried Rojas Rocha
54
Brenda Canto Reyes, In memoriam
56
RESEÑAS
Ediciones de la Consqeria Juridica del Ejecutivo Estatal
ARTE y
57
CULTURA
Notas para el estudio del rumor, Carolina Gómez Maifarland
63
Púrpura, Maria Torres Ponce
73
I<.eats: versiones, Gerardo Lino
77
Un cruce de la línea: Códices Bilaterales de José Hugo Sánchez, Amelía Domínguez
87
GoBIERNO DEL EsTADO DE PuEBLA
Lic. Mario P. Marín Torres, Gobernador Constitucional del Estado de Puebla
Dr. Ricardo Velázquez Cruz, Consfjero Jurídico del Ejecutivo Estatal
CoMisióN DE EsTUDios JuRÍDicos DEL GoBIERNO DEL EsTADo
PRESIDENTE EJECUTIVo: Dr. Ricardo Velázquez Cru~¡
vocALES: Lic. Javier Ramírez Chantrés, director de
Asuntos Jurídicos, Secretaría de Gobernación; Lic. María Esther Torreblanca Cortés,
directora de Asuntos Jurídicos, Secretaría de Finanzas y Administración; Lic. María Cristina Cruz
Fuentes, coordinadora general jurídica, Secretaría de Desarrollo Administrativo y Control de la
Administración Pública; Lic. Claudia Rivadeneyra Torija, subconsejera jurídica consultiva, Consejería
Jurídica del Ejecutivo Estatal; Lic. Guadalupe Carda Alvare~
subconsejera jurídica contenciosa, Con-
sejería Jurídica del Ejecutivo Estatal; SECRETARIO TÉCNICO Y vocAL: Lic. Edgar S ánchez Fatján, director
general de Enlace Institucional, Consejería Jurídica del Ejecutivo Estatal.
REVISTA DE
LA
CoMisióN DE EsTUDios JuRÍDicos DEL GoBIERNO DEL EsTADo
Director: Ricardo Velázquez Cruij Editor, Martín Pérez Zenteno;
Corrección: Gerardo Lino; Formación: J Carlos Jiménez.
Tolerancia y valores
JOSÉ RAMóN
F ABELO CoRZo
Vivimos una época en que la tolerancia,
más que una actitud ética opcional, se
ha convertido en una exigencia para la
convivencia de hombres y pueblos diferentes en culturas y sistemas políticos,
pero iguales en derecho; interdependientes económicamente y unidos en el
enfrentamiento de los mismos problemas globales que amenazan la supervivencia de la humanidad.
Por el contrario, la historia de la sociedad humana ha sido hasta ahora, en
lo fundamental, una historia de intolerancias. No es lo más importante preguntamos en este momento si podía
haber sido de otro modo. Lo cierto es
que, constantemente, determinados grupos, pueblos, naciones o regiones creyeron ser los depositarios de la esencia
del hombre, de la suprema cultura, de
la única religión verdadera y de los más
genuinos valores humanos; en resumen,
creyeron poseer la verdad absoluta y última sobre todos los asuntos terrenales
y celestiales. Armados de estas creencias
adoptaron una actitud de total intolerancia hacia todo lo diferente, hacia todo lo
que se alejase de los patrones propios.
Guerras, invasiones, conquistas, tuvieron en no pocas ocasiones como justificante moral la convicción en el mo-
nopolio exclusivo de la universalidad
humana. El racismo, el etnocentrismo,
la xenofobia han sido expresiones históricas de una actitud tendiente a disminuir la humanidad de otros hombres
y generadora, en consecuencia, de una
relación de intolerancia hacia ellos.
Aun cuando teóricamente muchos
de estos problemas parecen haber sido
resueltos por el pensamiento humano,
no puede afirmarse que en la práctica
de las relaciones sociales el asunto haya
sido definitivamente superado. No tendría sentido dedicar nuestra atención a
la tolerancia si sobre el tema no hubiese
ya nada que decir y, sobre t?do, hacer.
Las relaciones de desigualdad real,
fáctica, entre hombres y pueblos constituyen una fuente objetiva de permanente generación de intolerancias. Así
ha sido a través de la historia y así lo sigue siendo hoy. N o seríamos sensatos si
pensáramos que el asunto de la tolerancia puede resolverse por la vía exclusiva
de la apelación a las conciencias de los
hombres y desconociésemos la existencia real de intereses económicos y políticos que siguen hoy, como antes, distanciando a los distintos grupos humanos y
haciendo en muchos casos incompatible
la realización práctica de los fines que
23
Artículosy Notas
cias religiosas, de sus ideas políticas, de
su pertenencia a diversos sistemas culturales o sociopolíticos y de los niveles
de desarrollo económico que ostenten.
Es mucho lo que queda por andar en
esta dirección, no sólo en lo atinente a
las relaciones entre individuos, sino en
lo que es más importante aún, en las relaciones entre grupos y entre naciones.
N o debe soslayarse el hecho de que el
humanismo y la tolerancia crecen en
importancia y en efectividad real en la
medida en que su objeto se eleva del individuo y el grupo a la comunidad o a la
nación. El humanismo y la tolerancia en
las relaciones internacionales debe ser la
meta más alta a conseguir por la comunidad mundial.
Debe tomarse en consideración también que en no pocas ocasiones las diferencias en intereses, fines y valores no
significan necesariamente la incompatibilidad entre ellos. En otras palabras, que
siendo diferentes los sujetos sociales, su
convivencia puede realizarse plenamente sin que existan contradicciones insolubles. Es el caso en que las diferencias
se ciñen a tradiciones culturales, ideas
religiosas o de otra índole, cuya realización práctica no obstruye en modo
alguno las tradiciones e ideas de otros
sujetos. Aquí la tolerancia no tiene grandes limitaciones objetivas y su alcance
depende más de la comprensión mutua,
de la persuasión, de la educación, es decir, de una adecuada disposición subjetiva a aceptar, comprender y respetar al
otro con todas las diferencias que lógicamente ha de traer consigo.
De todo lo anterior se desprende el
estrecho vínculo que existe entre tolerancia y valores. Al margen del conjun-
cada uno de estos grupos se propone y
de los valores que asume. Hemos de ser
realistas. Frecuentemente es la incompatibilidad de intereses, fines y valores
la que engendra actitudes intolerantes, y
no a la inversa. Tolerar al otro significa,
en estas circunstancias, cierta renuncia a
los intereses propios, intereses que deben sus diferencias al desigual lugar que
ocupan los distintos sujetos en la compleja red de relaciones sociales. Por lo
tanto, la aspiración a obtener adecuadas
cuotas de tolerancia en las relaciones
entre los hombres se vincula indisolublemente a la lucha contra las profundas
desigualdades humanas de las que hoy
somos testigos.
Lo anterior no significa que se minimicen otras vías y procedimientos para
la obtención de relaciones tolerantes
entre los seres humanos. Aun cuando
no se puedan eliminar de inmediato
las raigales desigualdades sociales, sí es
posible desbrozar el camino hacia marcos políticos, jurídicos y espirituales que
propicien el florecimiento de la tolerancia y favorezcan, en última instancia, la
desaparición de sus trabas objetivas. Es
inestimable el papel que ya viene jugando el derecho al igualar jurídicamente,
ante la ley, a hombres y pueblos que son
aún socialmente desiguales. El camino
hacia una genuina tolerancia ha de pasar por el perfeccionamiento de este
derecho, su cumplimiento efectivo y el
fomento de una conciencia política, jurídica y cultural que tenga como centro
estratégico la práctica del más elevado
humanismo, el respeto a la dignidad humana y el reconocimiento de la igualdad
de todos los hombres con independencia de su sexo, de su raza, de sus creen-
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1
Tolerancia y valores
to de valores objetivos que caracteriza
cualquier sistema social y que responde
a las demandas de desarrollo y progreso de dicho sistema, cada sujeto social
(individual o colectivo) es portador de
un sistema propio de valores, subjetivamente incorporado, coincidente o
no con los valores objetivos de todo el
universo social, e igual o diferente al de
otros sujetos. ¿Qué papel ha de desempeñar la tolerancia ante la evidente existencia de distintos sistemas de valores
en los diferentes sujetos sociales, entre
sí, y en comparación con el sistema objetivo de valores del todo social, sistema
este último que intenta expresarse, mal
o bien, en las normas nacionales e internacionales de convivencia humana,
es decir, en el sistema instituido de valores? ¿Es razonable pensar en una relación de ilimitada tolerancia entre estos
distintos sistemas de valores?
Comencemos por esta última pregunta. Parece evidente que no puede
definirse qué es la tolerancia necesaria
si no se le reconoce sus límites, si no se
entiende como la tolerancia posible, si
no se comprende que junto a ella ha de
definirse la intolerancia necesaria. No es
posible desarrollar exitosamente la tolerancia si no se define como intolerable,
en primer término, todo lo que contra
ella atenta, todo lo que entorpece la
igualdad entre los hombres, todo lo que
implica niveles innecesarios de injusticia, todo lo que mutile el reconocimiento de la diversidad. Más tolerancia sólo
es posible, entonces, como resultado
de más intolerancia, por paradójico que
pueda parecer.
Como quiera que tolerancia posible
e intolerancia necesaria han de ir uní-
das, debe señalarse algún criterio delimitador que permita definir los marcos
en que ha de prevalecer una u otra. En
otras palabras, ¿bajo qué argumento ha
de imponerse una relación de tolerancia o de intolerancia entre los distintos
sistemas de valores? Aquí los criterios
o argumentos fundamentales han de ser
dos: el grado de compatibilidad entre
esos sistemas y el nivel jerárquico que
cada uno de ellos ostente. Tomando en
consideración esos criterios puede arribarse a la conclusión normativa siguiente: se debe reconocer, respetar y tolerar
los valores contenidos en cualquier sistema subjetivo siempre que la realización
práctica de los mismos no obstruya o
impida la realización de otros valores de
igual o mayor nivel jerárquico o, lo que
es lo mismo, siempre que los primeros
no sean incompatibles con los segundos.
Esta conclusión nos introduce en
otro problema: ¿cómo definir que un
valor de un determinado sujeto es superior o inferior a otro jerárquicamente?
Sin detenernos demasiado en esto, es necesario señalar que la jerarquía de un valor depende, cuando menos, de tres factores fundamentales: el grado de objetividad que posea, el nivel de socialidad
que alcance y el papel que desempeñe
en la dinámica social. Un valor portado
por cualquier sujeto crece en jerarquía
en la medida en que es más objetivo, es
decir, en la medida en que se acerca o
corresponde a los valores objetivos del
sistema social dado, a sus reales demandas y exigencias de progreso. También
crece la jerarquía cuando este sistema
social, con el cual el valor dado guarda
cierta relación de correspondencia, se
25
Artículosy Notas
eleva hacia un universo social más amplio, es decir, cuando el valor es compartido por un conjunto cada vez más
amplio de personas debido a su nexo
con intereses humanos de mayor nivel de generalidad. El tercer factor está
asociado a la dinámica social concreta.
Manteniendo un mismo grado de objetividad e igual nivel de socialidad, diferentes valores pueden ocupar diferentes
lugares en la escala jerárquica debido a
que las condiciones sociales hacen que
unos sean más necesarios que otros. A
su vez, el lugar que cada uno de estos
valores ocupa dentro de la escala socialmente objetiva varía con frecuencia al
cambiar las condiciones y la dinámica
de las necesidades e intereses humanos.
Como puede apreciarse, no resulta
empresa fácil la determinación de la escala jerárquica de valores. El dinamismo
que introduce el tercer factor apuntado
hace que esta escala varíe permanentemente, lo cual dificulta su aprehensión teórica. Tomar en consideración
el primer factor, vinculado al grado de
correspondencia con los valores objetivos, presupone un conocimiento de
estos últimos; y éste es otro gran problema, ya que cada sujeto que pretenda
conocer el sistema objetivo de valores
no puede prescindir para ello de su propio sistema subjetivo, hecho éste que
puede entorpecer la fidelidad de dicho
conocimiento.
Sin dejar de reconocer la posibilidad
de un conocimiento verdadero de la escala jerárquica de valores y la necesidad
de tomar en cuenta para ello la totalidad
de factores arriba mencionados, concentrémonos por ahora en el segundo
de estos factores e intentemos ver su
relación con la tolerancia.
Si tomamos como criterio de jerarquía el nivel de socialidad que aleanzan los valores, tenemos que llegar a
la conclusión de que no pueden ser
tolerables los valores individuales que
se opongan a los valores grupales, comunitarios, nacionales o universales, que
poseen, por ese orden ascendente, mayor
nivel jerárquico. El mismo procedimiento ha de aplicarse para determinar, a su
vez, los valores grupales, comunitarios
o nacionales que no son tolerables. En
otras palabras, son los valores de mayor
nivel de socialidad los que imponen determinados límites a la tolerancia con
respecto a los valores menos sociales.
Esto, entiéndase bien, no significa,
como a veces en la práctica se ha interpretado, el aplastamiento de la parte por
el todo, del individuo por la sociedad.
El individuo y el grupo han de gozar
de entera libertad para formular, desarrollar y practicar sus propios valores,
siempre que esto no implique una afectación real a los intereses y valores de
mayor nivel de generalidad. También
es importante advertir que esos intereses y valores generales no son los que
asumen como tales e imponen al resto
de la sociedad detenninados individuos
o grupos que haciendo uso del poder
político, jurídico, económico o militar
instituyen y extienden al todo lo que no
es más que una interpretación sesgada
y parcial de los valores. La determinación de esos intereses y valores generales no puede hacerse por otra vía que
no sea una democracia real y efectiva,
no constreñida al acto político de elegir
cada cierto tiempo al que ha de pensar
· y actuar por el todo social, sino como
26
Tolerancia y valores
cotidiano modus vivendi que permita un
permanente balance de los intereses y
de las interpretaciones que sobre los
valores generales poseen los individuos, grupos o sectores que componen
el universo social. Esto significa que el
desarrollo de la tolerancia ha de tener
como premisa la democratización plena
de todas las relaciones sociales.
En el caso de valores incompatibles
que se encuentran en un mismo nivel
de socialidad han de tenerse en cuenta,
por supuesto, los otros dos factores condicionantes de la jerarquía -el grado de
objetividad y el lugar de cada uno de estos valores en la dinámica social- para
determinar una posible relación de tolerancia o intolerancia hacia ellos. N o
obstante, también en este caso es posible utilizar el criterio de socialidad,
aunque de manera mediata. Cuando un
individuo, al realizar en la práctica sus
valores impide que otro pueda realizar
los suyos (debido a la incompatibilidad
inmanente entre ellos), con esto no sólo
se está produciendo el choque de dos
sistemas individuales de valores, con la
consecuente solución a favor de uno de
ellos, sino que además, de hecho, se está
limitando la igualdad real y concreta
entre los hombres, se están mutilando
principios elementales de justicia social. En otras palabras, con esta acción
se ponen en juego la igualdad y la justicia, que son valores que evidentemente
transgreden los marcos individuales y
que alcanzan, hoy por hoy, el rango de
valores universales del género humano.
En consecuencia, a menos que otro valor de mayor nivel jerárquico en las condiciones concretas dadas justifique la
acción, no puede ser tolerable la puesta
en práctica de aquellos valores que se
opongan a otros de igual grado de socialidad, por la afectación que esto representa a la igualdad y a la justicia entre
los hombres.
Hemos querido exponer así algunos
principios metodológicos que permiten
fundamentar una relación de tolerancia
o intolerancia cuando estamos ante la
presencia de valores incompatibles, en
cuyo caso se hace imprescindible apelar
a la jerarquía de valores para arribar a una
conclusión definitiva. Debemos añadir
ahora que esa conclusión es definitiva
sólo para la situación concreta dada y
no necesariamente para otros casos, por
muy semejantes que éstos sean entre sí.
El problema radica en que la jerarquía
de valores no constituye una tabla fija;
varía según las condiciones de época y
lugar; se somete a la dinámica social. La
tolerancia posible y necesaria, que en
buena medida depende de esa jerarquía,
debe tener también, por consiguiente,
un carácter histórico y concreto. Lo que
no es tolerable en un lugar puede serlo
en otro. Lo que hoy justificadamente se
considera intolerable puede llegar a ser
tolerado mañana con no menos justificación, y viceversa. En cada época y
lugar son las coyunturas sociales las que
dictan los marcos a la tolerancia.
Todo lo anterior es válido cuando
se trata del choque de valores incompatibles entre sí. La conclusión puede
apuntar en dos sentidos: hacia la intolerancia necesaria o hacia la tolerancia
posible y también necesaria. Sin embargo, cuando se trata de valores que no
guardan relación de incompatibilidad
con otros valores de igual o diferente
nivel jerárquico, entonces han de propi-
27
Artículosy Notas
nidad, para el género humano, su progreso, su supervivencia y la igualdad entre las naciones, pueblos, comunidades,
grupos e individuos que la integran no
puede ser objeto de tolerancia y exige
la lucha más resuelta por parte de la comunidad mundial.
El grado de universalización alcanzado por el proceso histórico hace que
hoy la humanidad constituya un todo
social, como lo son también, y desde
hace mucho más tiempo, las naciones,
las comunidades culturales, las clases,
etc. Ese todo social, abarcador del género humano, posee, al igual que cualquier
conglomerado de hombres de menor
rango de generalidad, su propio sistema objetivo de valores, en este caso de
valores universales. Ese sistema objetivo de valores está determinado por las
exigencias de desarrollo, progreso y autoconservación de la humanidad; por la
tendencia a su estabilización interna, a la
equiparación social de los subsistemas
y elementos que la componen, a la eliminación gradual de los conflictos que
pueden ser desgarradores para el todo
social; en resumen, esos valores expresan todo aquello que posee una significación positiva para el género humano.
Sin embargo, a pesar de la existencia objetiva del sistema de valores universales,
éste es captado de manera diferente por
los distintos sujetos sociales particulares (las naciones, las clases, los grupos,
los individuos), los cuales pueden hacer
una interpretación parcializada, prejuiciada, deformada de los mismos, al refractar esos valores a través de otros de
menor nivel de generalidad. Esto provoca distintas interpretaciones de los
valores universales entre diferentes na-
ciarse todas las condiciones para que la
tolerancia impere majestuosamente. En
tales casos no interesa de manera significativa ni la jerarquía ni las condiciones
sociales; sencillamente se debe fomentar la tolerancia hacia esos valores por
muy individuales, subjetivos o exóticos
que puedan parecer.
Ya hemos señalado que la tolerancia es tanto más importante y efectiva
en la medida en que su objeto se eleva
hacia comunidades humanas más amplias. Una actitud injustificadamente
intolerante hacia un individuo es una
actitud negativa que debe ser resueltamente combatida. Pero si el objeto de la
intolerancia indebida es toda una cultura, un pueblo o una región del planeta,
los efectos negativos de esta actitud se
multiplican inconmensurablemente. Y
mucho más en un mundo tan globalizado e interdependiente como el de hoy,
en el que no existen comunidades o culturas aisladas y en el que las relaciones
interculturales, intercomunitarias e internacionales son imprescindibles para
la convivencia y desarrollo de la casa
común planetaria.
Las reflexiones metodológicas que
aquí hemos expuesto sobre los nexos
entre tolerancia y valores son también
válidas y especialmente importantes en
las relaciones internacionales: también
aquí debe darse la unidad dialéctica entre la tolerancia posible y la intolerancia
necesaria. En este caso son los valores
universales -valores tomados en relación con toda la humanidad como sujeto más amplio posible y de más alta
jerarquía- los que imponen los límites
a la tolerancia. Todo aquello que posea
una significación negativa para la huma-
28
Tolerancia y valores
dones y el choque a nivel internacional
de las diversas escalas con la posibilidad
implícita de que se imponga por vía del
poderío político, económico y militar
una escala que no necesariamente es la
que mejor refleja el sistema objetivo de
valores universales. Como quiera que la
tolerancia va a depender en gran medida del sistema de valores universales
internacionalmente instituido y reconocido, a este sistema no puede arribarse
por vía de la fuerza, sino por medio del
balance democrático entre sus diversas
interpretaciones nacionales. Por lo tanto, también aquí, y con mucha mayor
razón, la democratización profunda, en
este caso de las relaciones internacionales, constituye una premisa para la materialización práctica de la tolerancia entre
los hombres.
Lo anterior presupone la necesidad
de que cada pueblo exprese su voz libre, su opinión propia, en el concierto
de naciones, y que esa voz y esa opinión
tengan tanto peso como la de cualquier
otra nación, por muy poderosa que sea.
Si el reconocimiento de la igualdad entre los individuos ha sido un paso de
inapreciable valor en el camino hacia
la tolerancia en las relaciones humanas,
el reconocimiento de la igualdad entre
las naciones y su plasmación efectiva en
un democratizado sistema de relaciones
internacionales es hoy una exigencia de
primer orden para continuar avanzando
y no desandar el camino ya recorrido. De
muy poco valdría estimar como iguales
a los hombres y como desiguales a los
pueblos y naciones a los que ellos pertenecen. Y eso es precisamente lo que
está ocurriendo hoy en la práctica de las
relaciones internacionales. Un ejemplo
harto elocuente de lo que decimos puede encontrarse al observar la membresía
permanente del Consejo de Seguridad de
la Organización de Naciones U nidas. Un
puñado de cinco naciones poderosas
toma decisiones en la que involucran
el destino de pueblos enteros, haciendo caso omiso, incluso, de la voz de los
propios pueblos afectados. ¿Puede haber mayor y más peligrosa intolerancia
que ésta?
Si aspiramos a una genuina tolerancia global en las relaciones humanas
tendrán que eliminarse sus principales
obstáculos internacionales. Y en este
campo, el más importante de todos, se
observan tendencias que apuntan más
bien hacia un camino regresivo. Se difunde el concepto teórico de "soberanía limitada" y se extiende una peligrosa
práctica injerencista con el pretexto de
ayuda humanitaria, rescate de la democracia o freno a la violación de los derechos humanos. Un valor de alto nivel de socialidad, como es la soberanía
nacional, es aplastado en aras de otros
valores presuntamente violados en los
marcos internos de una determinada
nación. En otras palabras, se cancelan
valores de más alta jerarquía por otros
de menor nivel jerárquico, mediando
estos últimos, además, la interpretación
que de los mismos tienen las potencias
injerencistas, interpretación que puede,
incluso, no coincidir con la percepción
que de estos mismos valores tienen el
pueblo dado y el resto de la comunidad
internacional. Por eso los asuntos internos de cada una de las naciones sólo
deben ser resueltos por sus respectivos
pueblos. De lo contrario se estará propiciando la intolerancia injustificada y
29
Artículosy Notas
democráticamente establecidos, ni con
otros valores de igual rango jerárquico
de otras culturas, regiones, naciones,
etc., han de ser objeto de la más amplia
tolerancia por parte de la comunidad
internacional, han de preservarse y desplegarse, como parte de la riqueza cultural del planeta, y han de considerarse
también valores universales, aun cuando
su portador no sea toda la humanidad.
En suma, el sistema de valores universales debe incluir los valores universales
comunes y los valores universales diversos. El reconocimiento internacional a
estos últimos debe constituirse en un
factor estimulador de la tolerancia hacia
ellos.
La tolerancia misma, reconocidos sus
necesarios límites, debe convertirse hoy
en uno de los principales valores universales que guien el actuar internacional.
No una tolerancia discriminatoria, sino
una tolerancia efectiva para todos. Si a
alguien ha de privilegiar la tolerancia en
las relaciones humanas, que sea a los que
más necesitan de ella, a las grandes masas, a los pobres, a los subdesarrollados, a
aquellos cuyos valores no se han materializado aun siendo iguales por derecho, a
los que han sido hasta ahora objeto y no
sujeto de su propia historia.
no la tolerancia necesaria.
De ahí que uno de los primeros requisitos para la tolerancia internacional
sea el respeto a la soberanía y autodeterminación de los pueblos, a su identidad cultural, al sistema de desarrollo
económico, social y político que éstos
elijan para sí mismos. Atenta contra la
tolerancia necesaria todo intento de imponer por vía de presiones económicas,
políticas o militares un modelo único y
uniforme de convivencia y desarrollo a
pueblos que son diversos entre sí, que
se encuentran en distintos niveles de desarrollo económico y social, que poseen
diferentes historias y tradiciones culturales y que se distinguen también por el
ideal social que aspiran a construir. Los
pueblos han de ser equivalentes, es cierto, pero equivalentes en sus diferencias.
Han de tener las mismas posibilidades,
los mismos derechos y, entre estos últimos, el derecho a la diferencia, a construir su propio destino y a aportar su experiencia particular al torrente histórico
de la humanidad. Globalización no significa homogeneización, mucho menos
si esta última se intenta, sea de manera
subrepticia o abiertamente forzada.
En consecuencia, todos aquellos valores particulares pertenecientes a una
determinada cultura, región, nación,
comunidad o tradición religiosa que no
sean incompatibles con los valores universales, comunes al género humano y
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La dignidad de la persona humana como fundamento
conceptual de los derechos humanos,
José Luis S oberanes Fernández
Cultura de la legalidad,
Gerardo Laveaga
Tolerancia y valores,
José Ramón Fabelo Corzo
La reforma del Estado
Ricardo T/elázquez Cruz
La Comisión de Estudios Jurídicos del Gobierno del Estado
Edgar S ánchez Farfán
Agenda legislativa 2007
Claudia Rit•adenv,ra Torija
Notas para el estudio del rumor, Carolina Gómez 1\llacfarland
Keats: versiones, Gerardo Lino
Púrpura, l\1aría Torres Ponce
Códices Bilaterales, de José Hugo Sánchez, Amelia DoJJJínguez
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