EL TÉRMINO «CRUZADA»
Y SUS USOS EN LA EDAD MEDIA
la asimilación lingüística como proceso de legitimación
Benjamin Weber
Université de Toulouse
Analizar la guerra santa en la Península Ibérica implica estudiar dos cosas
diversas aunque parecidas: la Reconquista y las cruzadas1. El vínculo entre estas
dos realidades ha sido un tema muy debatido por los historiadores desde hace
más de un siglo. Los problemas de las «proto-cuzadas» en la Península Ibérica
—o sea de la Reconquista como modelo de las cruzadas— y de la «contaminación» de las formas de la Reconquista por el ideal y las prácticas de cruzada
—o sea de las cruzadas como modelo para la Reconquista— tuvieron resonancias políticas y nacionalistas tanto como historiográicas. Más recientemente, se
plantearon cuestiones más matizadas sobre las relaciones complejas entre estas
formas de guerra santa: concurrencia, ampliicación mutua, legitimación de la
una gracias a la otra. En todos los casos, los dos fenómenos se deben estudiar
de manera paralela porque estuvieron estrechamente ligados desde el inicio del
fenómeno cruzado. La guerra santa en la segunda mitad de la Edad Media fue
un fenómeno amplio y siempre continuó extendiéndose: uno de sus aspectos
—sea en Jerusalén, en la Península Ibérica, en Occitania, en el Báltico…— no
se puede entender sin hacer referencia a los otros porque la referencia, la comparación y las cuestiones sobre sus relaciones fueron permanentes en la mente
de los contemporáneos. Para entender bien otros problemas que los puramente
factuales, como los de la representación y legitimación que están en el centro
de esta publicación, hay que adoptar un punto de vista amplio, que integre la
Península Ibérica en el contexto general del Occidente católico y de su extensión tardomedieval. Con mayor motivo, el análisis de las palabras, de las fuentes
escritas desde un punto de vista lingüístico, no se puede limitar a examinar los
documentos de una sola zona geográica porque el lenguaje circula, se reiere
1
En este texto, el término «Reconquista» es usado con su acepción clásica, aunque la palabra fue inventada en el siglo xix y corresponde solo parcialmente a la realidad compleja de las
guerras entre reinos cristianos y musulmanas en la Península Ibérica, Ríos Saloma, 2006. En
cambio, llamo «cruzadas» a las expediciones a Oriente con motivo (directo o indirecto) de la
liberación o la conservación del Santo Sepulcro. Como espero demostrar en este artículo, esta
limitación va al contrario del uso medieval —y también moderno— del término: tiene solamente
como inalidad la clariicación y no signiica que los otros frentes de cruzadas no deban ser
considerados como «verdaderas» cruzadas.
Carlos de Ayala, Patrick Henriet y J. Santiago Palacios (eds.), Orígenes y desarrollo de la guerra santa
en la Península Ibérica, Collection de la Casa de Velázquez (154), Madrid, 2016, pp. 221-234.
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a imágenes lejanas y porta connotaciones originadas en ámbitos a veces muy
diversos. El estudio de la palabra «cruzada», de sus usos y signiicaciones en los
textos medievales permite entender mejor cómo los contemporáneos percibían
las diversas formas de guerra santa y sus relaciones con las guerras en Jerusalén.
Pero se necesitaría analizar miles de documentos provenientes de fuentes muy
diversas lo que supondría un trabajo para un equipo completo de investigadores
durante años. Este trabajo, por tanto, no es sino el resultado de algunas hipótesis, basadas en investigaciones personales en los archivos papales, discusiones
con diversos historiadores de las cruzadas y conclusiones de una jornada de
estudio organizada en Toulouse en el 20122. Sí espera, sin embargo, que puedan
aportar un enfoque diverso para lograr entender viejas cuestiones, como la deinición de la cruzada o las relaciones entre las distintas formas de guerra santa en
Occidente a partir del siglo xii.
NUEVAS PROPUESTAS SOBRE UN VIEJO PROBLEMA
En los estudios sobre la cruzada, es corriente recordar que el término «cruzada» no es contemporáneo del hecho histórico que los investigadores llaman
«cruzada»3. Casi todos los historiadores coinciden hoy en que la cruzada
empezó en 1095, aunque es claramente posible encontrar varias formas de guerra santa y de peregrinaje antes de esta fecha que ya tienen mucho en común
con la cruzada. El término «cruzada», en cambio, no aparece antes del inicio del
siglo xiii en la lengua escrita. Considerando la cantidad y la variedad de fuentes
escritas que todavía quedan sobre las expediciones a Oriente del siglo xii, esta
diferencia cronológica no puede ser considerada casual o el resultado de una
pérdida de documentos: la palabra fue posterior en más de un siglo a la realidad. Los historiadores se interesaron por esta cuestión de vocabulario en un
período inluido por la lingüística estructuralista y se basaron, casi todos, en el
postulado de una concordancia entre realidad y lenguaje4. Los estudios de Jean
Flori sobre el término adouber o chevalier, por ejemplo, buscaban los índices de
una evolución social en las palabras de las fuentes y concluían que la sociedad
cambió cuando cambió el vocabulario5. Con la cruzada, este razonamiento no
funcionaba y los historiadores tuvieron que imaginar nuevas relaciones entre
2
En esta jornada participaron Philippe Josserand, Carlos de Ayala y Francisco García Fitz. La
mayor parte de mis conclusiones sobre la Península Ibérica deriva por lo tanto de sus trabajos,
y mis relexiones no podrían haber sido tan avanzadas sin ellos. Les agradezco a todos su gentileza, disponibilidad y gran saber.
3
Véase por ejemplo Riley-Smith, 1991, p. 7; Demurger, 2006, pp. 49-51; Madden, 1999, p. 1.
4
En 1998, Martin, 1998, t. I, p. 52, basaba un capítulo de su libro en el «postulado» de
G. Martoré de un «paralelismo de los hechos de vocabulario y de los hechos de sociedad». Pero
ya en esta época numerosos investigadores habían llamado la atención sobre las diicultades de
estos razonamientos, véase por ejemplo Robin, 1973, pp 35-53.
5
Flori, 1975; Id., 1976.
el término «cruzada» y sus usos en la edad media
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el lenguaje y la realidad por él designada. En el 1955, Paul Rousset notaba que
las crónicas de la primera cruzada no tenían una palabra especíica para designar la expedición y llegaba a la conclusión de que la cruzada era tan nueva
que los contemporáneos no supieron cómo llamarla6. Cuarenta años después
Christopher Tyermann llegaba a una conclusión exactamente contraria a partir de la misma constatación: la ausencia de la palabra «cruzada» es uno de sus
argumentos para airmar que la cruzada no fue percibida en el siglo xii como
una realidad nueva, sino como la continuación de un movimiento más antiguo
que no necesitaba un nuevo nombre7. Esta tesis ha sido contestada por muchos
historiadores: desde las primeras crónicas de la expedición de 1095, existen
palabras especíicas del movimiento de cruzada (crucecignatus) que indican que
los participantes en la primera expedición hacia Jerusalén ya tenían conciencia
de participar en algo especíico, diferente de las guerras santas o de los peregrinajes precedentes8. Alphonse Dupront, muy interesado por las relaciones entre
el lenguaje y los estudios históricos, veía en la palabra «cruzada» la expresión
más pura del mito de cruzada. Según él, el término se difunde cuando la realidad desaparece y funciona como medio y prueba de su supervivencia en las
mentalidades. La palabra sería un instrumento para hacer revivir la cruzada
después de su termine9. La riqueza de la teoría de A. Dupront consistía en poner
de relieve la importancia del estudio de las connotaciones, de lo que puede
suscitar en las mentes el uso de la palabra «cruzada». Pero su hipótesis de base
no era exacta. La palabra «cruzada» no nació después del movimiento cruzado. Se difunde en Occidente desde los primeros años del siglo xiii, de manera
bastante masiva en algunas regiones, en una época en la cual la «cruzada» en
Tierra Santa estaba bien viva y, por lo tanto, no puede ser relegada al nivel del
mito. Esta datación ya había sido señalada años atrás por Michel Villey. En su
tesis de 1942, el jurista estudió, en efecto, el nacimiento de términos especíicos ligados a la noción de cruz y notaba que estas palabras eran usadas para
designar varias formas de cruzada, ya sea en Oriente o en Occidente10. Pero usó
solamente este hecho para justiicar su deinición de la cruzada, para demostrar la asimilación completa de los diversos frentes de guerra por parte de los
contemporáneos. Como veremos, esta conclusión debe ser matizada por una
visión más dinámica, teniendo en cuenta la función performativa del lenguaje.
Estableció sin embargo bases de relexión muy interesantes, quizás porque la
formación del autor y el momento de redacción de la obra le permitieron interesarse en las palabras por sí mismas, en su contexto original, más que buscar
una lógica amplia derivada de teorías lingüísticas poco adaptadas a este caso
Rousset, 1955, p. 552.
Tyerman, 1995.
8
Flori, 2001b, pp. 14-15; Phillips, 2002, pp. 5-6, refuta también la tesis de C. Tyerman pero
sin interesarse por el argumento lingüístico.
9
Dupront, 1997, t. I, pp. 19-21. La tesis fue sostenida en 1956 pero publicada póstumamente
en 1997. Es, entonces, muy difícil saber cuándo fueron escritos los diferentes capítulos.
10
Villey, 1942, pp. 248-254.
6
7
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especíico. Las observaciones e ideas de M. Villey no fueron realmente retomadas después de él. Si casi todos los estudios recientes se reieren a la ausencia
de un término especíico, se contentan con usarla para explicar la diicultad de
encontrar una deinición sencilla del fenómeno cruzado, con razonamientos
derivados de los de P. Rousset o J. Flori: al inicio, la cruzada no tuvo nombre
porque era demasiado nueva para que los contemporáneos entendieran bien de
qué se trataba y le dieran un nombre11. Eso, sin embargo, no resuelve problemas
importantes. Si los hombres de siglo xi sabían que la cruzada era una realidad
per se, ¿por qué no la nombraron con un término especíico? Si fueron capaces
de imaginar una nueva palabra para una realidad tan compleja como la caballería, ¿por qué no lo fueron para la cruzada? ¿Y por qué, después de más de
un siglo sin sentir la necesidad de nombrar esta realidad, los contemporáneos
súbitamente le asignaron un apellido preciso?
Estas preguntas, bastante sencillas, no se encuentran en la historiografía
reciente sobre las cruzadas porque no tienen respuesta si no conseguimos considerar la lingüística histórica desde el mismo punto de vista. Hay que cambiar
la visión del lenguaje. Dejando aparte los lenguajes «artiiciales» (especialmente los lenguajes cientíicos), el lenguaje «natural», usado en las fuentes
históricas, no sirve para construir una descripción precisa o una imagen iel de
la realidad. Al contrario, sirve para reducir la diversidad del mundo en algunas categorías mentales y hacerla más inteligible. Cada palabra designa varias
cosas diferentes, pero está usada o bien cuando el contexto permite fácilmente
entender de lo que se habla, o bien cuando sirve a una categorización amplia
para enunciar una generalidad, aplicable a todas las realidades contenidas en
ella. Es decir que el lenguaje natural es, por deinición, polisémico. Una lengua
funciona precisamente porque la polisemia de sus componentes (las palabras)
permite la reformulación, la conceptualización, la asociación mental entre dos
cosas distintas pero ligadas. La evolución de las lenguas en el tiempo ampliica
esta propiedad. Las asociaciones mentales se multiplican, las realidades designadas se alargan y las palabras son usadas en contextos más y más diversos12.
Teniendo en la mente estas particularidades lingüísticas, las preguntas sobre el
vocabulario de cruzada adquieren un aspecto muy diverso. La ausencia de un
término especíico después de la primera expedición hacia Jerusalén se explica
fácilmente. En las fuentes del siglo xii, la cruzada fue sobre todo designada con
palabras referidas a viaje iter, expeditio, peregrinatio o passagium y a la guerra santa «opus Dei», «bellum sanctum», «milites Christi»13. Los historiadores
han mostrado que estas designaciones eran la consecuencia de la voluntad de
asimilar esta realidad nueva a otra ya conocida, el peregrinaje hacia Jerusa11
Por ejemplo Constable, 2001, p. 11; Housley, 2006, pp. 7-8, propone la idea de que la Iglesia no quería hacer visible sus relaciones con la guerra, sin explicar porque una palabra nueva
hubiera provocado este sentimiento.
12
Sobre la polisemia y su importancia como elemento constitutivo del lenguaje, véase por
ejemplo: Victorri, Fuchs, 1996; Fruyt, 2005.
13
Villey, 1942, pp. 248-249; Trotter, 1988.
el término «cruzada» y sus usos en la edad media
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lén o la guerra proclamada por los papas contra sus enemigos. En las cartas
irmadas por los primeros cruzados para inanciar su viaje, en las crónicas o
en las bulas papales, el contexto bastaba para entender de qué tipo de viaje,
peregrinaje o guerra se hablaba y el término general era útil para aprehender
mentalmente esta nueva realidad, relacionarla con otras cosas conocidas por
los monjes y los caballeros de los siglos xi y xii. Las únicas palabras especiicas
que se encuentran en el siglo xii —crucesignatus, «crucem predicare», «crucem
assumere»…— se reieren a aspectos concretos como privilegios, obligaciones
o condiciones particulares. Estas palabras pertenecían a un lenguaje exclusivo,
el del derecho canónico, que quería evitar la polisemia del lenguaje para proponer distinciones clara e inmediatamente aplicables a la realidad. Pero para la
expedición misma, mientras se limitaba a una única realidad, bastante sencilla,
un peregrinaje armado hacia Jerusalén, los contemporáneos no tuvieron necesidad de crear un término especíico: bastaba asimilarla lingüísticamente —y
entonces mentalmente— a otras realidades parecidas. ¿Qué ocurrió para que se
provocase la aparición de una palabra nueva, «cruzada»?
LOS PRIMEROS USOS:
NAVARRA Y OCCITANA, PRINCIPIO DEL SIGLO XIII
No se puede contestar a esta pregunta sin un análisis preciso de los primeros
usos de la palabra, de su signiicación —o signiicaciones—, de sus contextos de empleo y del ámbito mental en el que nació. La primera mención hasta
hoy conocida del término se encuentra en una carta de 121214. Se trata de un
acto muy banal, la donación de dos viñas por parte del Hospital de Cizur, en
Navarra, fechado:
En la era 1250 [1212 según el modo clásico de datación a partir de la
conquista de la Península por los Romanos], en el mes de Octubre, este
año en el que el rey Sancio salió contra los Sarracenos con esta cruzada
(cum illa crozada)15.
El uso de esta palabra en la data, sin explicación, la presencia del demostrativo illa y el empleo del vulgar en medio de un texto en latín, hacen pensar que
el término era bastante común. El monje que redactó la carta estaba seguro de
ser entendido por todos y podemos suponer que la palabra estaba ya difundida y que había aparecido varios años antes en la lengua oral —y quizás en
otros documentos escritos ahora perdidos o todavía por descubrir. Pocos meses
después de esta primera mención, Guillermo de Tudela usa la misma palabra
14
La Cronica de Beziers usa el término para describir los hechos del año 1211. Pero no está
claro, para nada, cuándo fue escrito exactamente este texto. «Chronique de Mercier et Régis»,
p. 85. Agradezco a M. Alvira Cabrer que me haya indicado esta fuente.
15
«Facta carta sub era Ma CCa La, mense octobris, in anno quod rex Sancius fuit super Sarracenos cum illa crozada», García Larragueta, 1957, t. II, n° 145, p. 149.
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varias veces en su Canso de la cruzada albigense. Menciona por ejemplo «aquellos de Provenza que vinieron a la cruzada (crozada)» o se reiere a la voluntad
del rey de Aragón de «ir a Tolosa para combatir la cruzada (crozea)»16. La forma
más usual para la palabra es crozada (como en la carta de 1212) aunque la canso
usa también crozeia (dos veces) o crozea (una vez).
Las similitudes entre estas dos primeras menciones de la palabra en las fuentes escritas son numerosas. Son casi contemporáneas: la canso de la cruzada
albigense fue completada entre la batalla de Las Navas de Tolosa (julio 1212) y
la batalla de Muret (septiembre 1213). Los ámbitos de redacción son muy parecidos: Navarra y el mundo occitano estaban estrechamente relacionados desde
el inicio del siglo xii, por los intereses de los reyes de Navarra en Aquitania pero
también por los vínculos familiares, feudales, económicos y, sin duda, culturales17. Numerosos fueron los caballeros, clérigos y autores que viajaron entre
ambos lados de los Pirineos, incluido el autor de la canso, Guillermo de Tudela,
cuyo nombre implica un origen (directo o no) navarro. Es entonces imposible
decir a qué lengua pertenece el término crozada: ¿navarro u occitano? En todo
caso, las variaciones de forma en la canso parecen ser el indicio de una palabra
reciente y todavía no ijada en su forma deinitiva. Pero esta palabra, usada
casi en el mismo período en dos lenguas parecidas y en dos regiones vecinas,
no tiene la misma signiicación. En la carta de 1212, sirve para referirse a la
campaña militar que concluyó con la victoria de Las Navas de Tolosa. En la
canso, se reiere a la expedición dirigida por el conde Simón de Montfort contra los herejes de los condados de Tolosa y Carcasona. En ninguno de los dos
casos sirve para designar una expedición a Oriente. Un uso tal del término no
es casual. En la primera parte de los Anales Toledanos, redactados en torno
al año 1219, se encuentra dos veces la expresión «fazer cuzada», referida a la
guerra contra los moros en el sur de la Península18. En la poesía trovadoresca
en occitano también se encuentra la palabra varias veces para aludir a la guerra
en el sur de Francia19. La palabra cruzada nació de forma contemporánea en
los primeros decenios del siglo xiii, en Navarra y en el sur de Francia, pero no
sirve para designar lo que los historiadores denominan hoy, preferentemente,
«cruzada», es decir, una expedición hacia Jerusalén.
El contexto particular de esta época y de estas regiones permite proponer
una hipótesis para explicar este fenómeno. Ya antes de 1095, existieron en la
Península Ibérica o en las islas del Mediterráneo formas de combate contra
los musulmanes bastante parecidas a la cruzada proclamada por Urbano II en
16
«Aisels que de Proensa vengro a la crozada; ir a Tolosa contrastar la crozea», Martin-Chabot
(ed), La chanson de la croisade des Albigeois, tirada 12, v. 19 y tirada 131, v. 10.
17
Estas relaciones son detalladas por Miranda García, en prensa. Agradezco al profesor
Miranda por facilitarme el acceso a este texto antes de su publicación.
18
Agradezco a Philippe Josserand que mencionó esta fuente en su comunicación en Tolosa el
12 de enero de 2012.
19
Se encuentra en un sirventés anónimo sobre el asedio de Aviñón (mencionado en Aurell,
1989, pp. 257-258) o en otro de Uc de Saint-Cirq (Uc de Saint-Cirq, Poésies, n° 22, pp. 96-99).
el término «cruzada» y sus usos en la edad media
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Clermont. Muy pronto surgió la cuestión sobre la relación entre estas distintas
formas de guerra santa, de la similitud o no entre la guerra en Jerusalén y las
guerras ya acontecidas en Occidente. Estas preguntas fueron particularmente
candentes en la Península Ibérica, considerando la importancia ya adquirida
al inal del siglo xi por el fenómeno de la Reconquista. Solamente algunos
años después de la predicación de Clermont, Urbano II escribía a los condes
de Cataluña para convencerles de que la guerra contra los inieles en su territorio era tan meritoria como la expedición a Oriente20. El sucesor de Urbano,
Pascual II, publicó también en 1100 y 1101 bulas prohibiendo a los caballeros
castellanos dejar sus propios territorios para combatir en Jerusalén21. La posición papal no cambió, ni siquiera después de la pérdida de Jerusalén en 1187:
en los últimos años del siglo xii Celestino III prohibía todavía a los caballeros
de la Península dejar su país para combatir en Asia22. Estas cartas papales eran
la respuesta a preguntas originadas en la Península sobre las diferencias entre
cruzada y Reconquista. Algunos caballeros ibéricos se hacían preguntas sobre
las expediciones proclamadas por el papa para liberar el Santo Sepulcro: ¿eran
lo mismo que la guerra que llevaban a cabo en casa, solo que contra otro enemigo? ¿O, al contrario, este cambio de objetivo inluía en la naturaleza misma
de esta guerra y la transformaba en algo diverso, espiritualmente más importante? A estos interrogantes el Papado respondió siempre de la misma manera:
la expedición contra los turcos a Jerusalén o la guerra contra los moros en la
Península eran dos realidades iguales y los caballeros españoles debían permanecer en sus tierras antes que irse a Oriente. Pero el hecho de que los papas
tuvieran que repetir esta respuesta tantísimas veces indica que no todos estaban de acuerdo. Algunos seguían pensando que cruzada y Reconquista eran
dos acontecimientos diversos, que la cruzada hacia Jerusalén era más sagrada,
tenía un mayor poder espiritual y que, por lo tanto, era mejor participar en la
guerra de Oriente que combatir en Castilla. Del otro lado de los Pirineos, la
cruzada contra los albigenses suscitó preguntas similares. El Papado no vaciló
al asimilar esta expedición guerrera en pleno Occidente a la cruzada de Ultramar23. Pero muchos contemporáneos criticaron esta guerra, se escandalizaron
de su violencia y del concepto mismo de una cruzada dentro de los límites de
la cristiandad24. La mayoría de la poesía de los trovadores ataca duramente la
expedición, sus motivos y consecuencias. Gran parte de la nobleza (ya sea la
pequeña nobleza rural como la grande, los condes de Tolosa o de Carcasona)
percibió esta expedición como una invasión de sus propios territorios por los
«franceses», caballeros del Norte. Una parte del clero se opuso a la voluntad
papal de imponer su orden gregoriano. La masacre de Béziers fue relatada de
Publicada y discutida en Flori, 2001b, pp. 290-292.
Patrologiae cursus completus, t. CLXIII, nos 25, 26, 44, col. 45, 64-65.
22
Villey, 1942, p. 200.
23
Sobre la actitud del Papado frente a la cruzada albigense véase: Smith, 2004, pp. 79-110;
Rist, 2009 (aunque algunas de sus conclusiones deben ser matizadas).
24
Siberry, 1985, pp. 158-168; Alvira Cabrer, 2006.
20
21
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manera muy negativa por numerosos cronistas o analistas, y muchos poetas
o clérigos denunciaron el desvío de los esfuerzos militares contra los musulmanes de Tierra Santa. Ante un discurso papal de asimilación entre herejes y
musulmanes, entre la guerra en Tierra Santa y en Occitania, muchas voces se
levantaron para negar a esta expedición la santidad de las guerras llevadas a
cabo para la liberación del Santo Sepulcro.
Los dos contextos de aparición de la palabra «cruzada», la Península Ibérica
y la Occitania de los primeros años del siglo xiii, eran entonces lugares con
problemas y cuestiones similares sobre la relación entre realidades parecidas:
la cruzada hacia Jerusalén, la Reconquista y la expedición contra los herejes. El
término fue un elemento de respuesta. No nació cuando apareció lo que nosotros hoy llamamos «cruzada» sino cuando se diversiicó esta realidad, cuando
se plantearon preguntas sobre las relaciones entre todas estas formas de guerra
santa. No fue usado para designar más precisamente la guerra en Oriente sino
para crear una categoría común entre realidades diversas, insistir así sobre las
similitudes entre ellas y facilitar la asimilación en las mentes. Opuesto a las
cuestiones y dudas provocadas por la diversiicación de las formas de la cruzada, el nacimiento de un nuevo modo de designación ofrecía una respuesta
sobre el estatuto de estas expediciones. Reunido lingüísticamente en una realidad única, el término nuevo favorecía su asimilación y transportaba el mismo
mensaje que las cartas papales: fuera en Oriente, en la Península Ibérica o en
Occitania, las diversas formas de la guerra contra los enemigos de la fe formaban una sola realidad, porque se usaba la misma palabra para designarlas. Era,
entonces, espiritualmente tan meritorio combatir en un frente como en el otro
y, sobre todo, era tan legítimo proclamar o dirigir una expedición u otra.
PROCESOS DE LEGITIMACIÓN
La cuestión de la legitimación está, en efecto, en el centro de los usos de
la palabra «cruzada». Se puede considerar el término como una respuesta a
algunos interrogantes suscitados por el ensanchamiento del campo de la cruzada en los primeros años del siglo xiii. Pero esta respuesta no era compartida
por todos los contemporáneos. No todos estaban de acuerdo con la asimilación
entre guerra hacia Jerusalén y luchas contra los moros, los paganos, los herejes
o también los enemigos del Papado en Occidente. Muchos caballeros y señores
hispánicos todavía tenían dudas sobre la equivalencia espiritual entre la guerra en Palestina y la sostenida contra los moros. Con mayor motivo, una gran
parte de la nobleza y del clero occitano rechazaban la equiparación entre una
guerra percibida como una invasión y las santísimas expediciones para liberar
el Santo Sepulcro. Frente a estas oposiciones, la palabra cruzada era un instrumento de legitimación porque podía acercar, en las mentes, una guerra santa
(sea cual sea) con la realidad más santa y más incontestable de la Edad Media,
la expedición a Palestina. La canso de la cruzada albigense es un ejemplo muy
claro de estas tentativas legitimadoras y de su rechazo. El texto así llamado
el término «cruzada» y sus usos en la edad media
229
está, en realidad, compuesto de dos partes muy diversas, aunque la segunda
fue concebida desde el inicio como una continuación de la primera. El autor de
la primera parte, Guillermo de Tudela, se sumó al ejército cruzado de Simón
de Montfort al principio de la guerra y lo siguió durante toda la expedición. Su
texto no es una obra de propaganda a favor de los cruzados, pero era partidario
de Montfort y del Papado. Contiene numerosas menciones de la palabra crozada y también del verbo crozar o del sustantivo crozat. La segunda parte, por
el contrario, es anónima pero su autor es quizás de Tolosa o de sus alrededores,
conoce en todo caso muy bien la topografía de la región y es muy favorable al
partido de los condes de Tolosa y por lo tanto opuesto a los cruzados. La palabra
crozada es usada solamente cinco veces en su texto, sin embargo casi siempre
es utilizada en pasajes de estilo directo, puestos en boca de clérigos o caballeros
del norte25. Estos usos diversos son la consecuencia del poder legitimador de la
palabra «cruzada» y de su toma en consideración por parte de los dos autores.
Usando el término, Guillermo de Navarra permite asociar la guerra llevada a
cabo por Simón de Montfort con las expediciones a Palestina, aprovechando
entonces su santidad. Participa así de la legitimación de la expedición. Al contrario, el autor anónimo de la segunda parte se aleja de esta asimilación con un
uso mucho más cauteloso de la palabra. «Cruzada» aparece en su texto, quizás
porque era ya muy usada en la lengua de sus contemporáneos o porque quería
imitar el estilo de la primera parte. Pero el autor mantiene sus distancias con
esta palabra considerada extranjera en su lenguaje desligándose de la ideología
que podía llevar consigo. Este uso del vocabulario no puede ser más que consciente, conforme a las posiciones políticas de cada autor. Un uso similar de la
palabra se encuentra en un sirventés (un poema de carácter satírico o político)
escrito en 1226 durante el sitio de la ciudad de Aviñón por los ejércitos del rey
de Francia. El autor anónimo quiere exhortar a los habitantes a la resistencia
y se opone, por tanto, a la expedición real. La canso se lamenta de que tantas
fuerzas sean apartadas de un objetivo más santo, la conquista de Jerusalén. La
guerra dirigida por el rey no puede entonces ser tan legítima y santa como las
expediciones a Ultramar, no es sino una «falsa croisada»26. A una crítica muy
común se suma una distancia consciente de la palabra «cruzada» y de la legitimación contenida en ella.
Desgraciadamente, la mayoría de los usos de la palabra no siguen una lógica
tan clara, no se inscriben en un proceso tan consciente de legitimación. El
monje hospitalario que empleó crozada en la carta de 1212 seguramente no
tenía motivo para participar de un discurso papal sobre la equivalencia espiritual entre cruzada y Reconquista. Se contentaba con repetir una palabra oída o
leída en otro ámbito. Pero el uso mismo de la palabra era la consecuencia de una
concepción amplia de la cruzada, equiparando los frentes orientales e ibéricos,
y participaba de la difusión de esta visión. En la Península Ibérica misma, el
25
26
Estas ocurrencias están bien analizadas por Ghil, 1989, p. 153 y Ead., 1995.
Poesía mencionada por Aurell, 1989, pp. 257-258.
230
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empleo de «cruzada» para designar a la Reconquista llegó a ser bastante común
a partir de la segunda mitad del siglo xiii. Si las grandes crónicas parecen evitar
(¿aposta?) el término, este se encuentra en la correspondencia real castellana de
los años 126027. Pero fue también usado con otra signiicación. Alrededor de los
años 1280, Alfonso X de Castilla creó un impuesto nuevo sobre las herencias
con motivo de la guerra contra los moros que fue llamado «cruzada». La retención fue sistematizada al inicio del siglo xiv y muchos testamentos mencionan
una donación —obligatoria— por la cruzada28. Doña Teresa Gil, por ejemplo,
precisó antes de morir en 1307 que
et mando a la cruzada çient maravedis […] et este e todos dineros que yo
dexo en este testamento pora dar a pobres o en logares o en perssonas
nombradas, quiero e mando que los non puedan aver nin demandarlos
los de la crusada salvo aquellos que mando espeçial a la crusada 29.
La palabra aparece tres veces para designar la institución encargada de la
colecta del impuesto «los de la crusada». Aunque se trate de una hipótesis,
es difícil no pensar que el nombre de esta tasación no fuera elegido a propósito por el rey o su administración para legitimarla. En una época donde el
papel del pueblo en la cruzada estaba siempre reducido a una participación
inanciera, no era quizás demasiado difícil persuadir de que dejar algunos
maravedís en su testamento para ayudar a la guerra contra los moros era tan
meritorio como participar en una expedición hacia Jerusalén. Pero cuando se
institucionalizó esta participación y llegó a ser obligatorio el legado, el nombre
«cruzada» fue sin duda útil para convencer a los castellanos de que esta nueva
imposición no podía ser rechazada porque era tan legítima como la Reconquista, ella misma tan santa como las cruzadas a Ultramar. Es muy conocido
cómo, a partir del inal del siglo xiv, «cruzada» se volvió sinónimo de «carta
de indulgencia» y fue usado con esta signiicación hasta el siglo xix30. En todos
estos variados usos, «cruzada» fue una categoría amplia, que nunca remitía a
una expedición a Tierra Santa aunque se refería siempre a una realidad más
o menos relacionada con estas expediciones, que suscitaba preguntas, y a
menudo contestaciones, sobre las relaciones entre estas realidades hispánicas
y la guerra en Oriente. El término era una referencia a la liberación del Santo
Sepulcro. Fuera usada conscientemente o no, la palabra «cruzada» creaba una
equiparación, aunque implícita, con la expedición hacia Jerusalén. Implicaba
una asimilación lingüística —y entonces mental— que era, per se, una forma
de legitimación.
27
Por ejemplo en una carta de Alfonso X a Jaime I de Aragón de 1260 (Bofarull y Mascaró,
Colección de documentos inéditos del Archivo de la Corona de Aragón, t. VI, n° 34, pp. 149-151)
o en un privilegio del mismo a la orden del Hospital de 1265 (Ayala Martínez [ed.], Libro de
privilegios de la orden de San Juan de Jerusalén en Castilla y León, n° 342, pp. 561-562).
28
Josserand, 2004, pp. 102-103.
29
Ibid., p. 103, n. 23.
30
Goñi Gaztambide, 1958, en particular pp. 231-233 sobre el uso de la palabra «cruzada».
el término «cruzada» y sus usos en la edad media
231
ALGUNOS INDICIOS SOBRE LOS USOS POSTERIORES
Entender mejor este fenómeno y analizarlo con precisión necesitaría estudios más profundos. El movimiento de ampliación de la cruzada, iniciado en
la Península Ibérica y proseguido en Occitania, se extendió en los siglos xiii y
xiv a muchísimos frentes: en el Báltico contra los paganos, en Italia, Germania
o Francia contra los herejes o los enemigos del Papado. Algunas investigaciones
puntuales parecen conirmar la relación entre la aparición de la nueva palabra y
la diversiicación de las formas de cruzada. La crónica de Froissart usa la palabra (en la acepción afrancesada croiserie) a propósito de los proyectos del rey
de Chipre contra Egipto o en relación a las guerras proclamadas por el papado
de Aviñón contra los routiers, aquellas tropas de mercenarios desempleados
que aterrorizaban la Francia de los años 134031. En latín, cruciata se encuentra
en la crónica del monje Henry Knighton a propósito de la empresa del obispo
de Norwich Despenser, partidario del papa Urbano VI durante el Gran Cisma,
contra la ciudad de Gante que apoyaba a Clemente VII32. En el siglo xv, Eric
Olai usa el término para describir una expedición del gobernador cristiano de
Suecia contra los paganos de Carelia en 124333. Un trabajo más amplio sobre el
empleo de cruciata en el vocabulario papal, ya mostró cómo el término, aunque
fuera conocido en la curia desde el siglo xiv, fue usado en las cartas de los papas
precisamente desde el inicio del pontiicado de Calixto III Borja, primer papa
español, en mayo de 1455, para designar muchas cosas diversas: una expedición contra los Turcos, una bula de indulgencia a favor de esta expedición, una
administración romana para gestionar los ingresos de estas indulgencias34…
Esta innovación radical en el vocabulario papal —usualmente bastante ijo—,
y esta introducción —necesariamente consciente— de una palabra polisémica,
parecen señalar una voluntad de legitimar las guerras contra los Otomanos
—y en particular las imposiciones nuevas inventadas para pagar esta guerra— equiparándolas a las expediciones hacia Jerusalén. Los únicos usos de la
palabra para designar una realidad semejante a la que los historiadores llaman
hoy cruzada fueron a propósito de la segunda expedición de san Luis de 1270
contra Túnez. Guillermo Anelier de Tolosa fue testigo de la salida del rey en
Aigues-Mortes y lo describe en su Guerra di Navarra como una crozada35. En
su Vida de San Luis, acabada en 1309, Joinville emplea sobre todo el término
pelerinage pero se reiere una vez a los numerosos muertos durante los croisement del rey y a los magros resultados de la croiserie36. Esta guerra en Túnez,
con el pretexto de liberar el Santo Sepulcro, seguramente pareció extraña a
Jean Froissart, Chroniques, pp. 269, 287.
Esta información me fue dada por Norman Housley a quien agradezco aquí.
33
Olai, Historia Suecorum Gothorumque, t. III, p. 85.
34
Weber, 2011.
35
Anelier de Tolosa, La guerra de Navarra, t. II, v. 346-347. Otro empleo de la palabra
(siempre a propósito de la expedición de 1270) se encuentra en el v. 479.
36
Joinville, Vie de saint Louis, § 69, 734.
31
32
232
benjamin weber
muchos contemporáneos, y sabemos que la expedición de 1270 recibió muchas
críticas de parte de la nobleza del reino francés. Todos estos usos de la palabra
«cruzada» pueden entonces ser considerados semejantes. Ninguno sirve para
designar una expedición hacia Jerusalén pero todos aluden a una realidad que
fue equiparada a las guerras en Tierra Santa (en los discursos o en las formas
concretas de la guerra). «Cruzada» favorecía esta equiparación y la legitimaba
en el caso que fuera contestada.
CONCLUSIONES (PROVISORIAS?)
La investigación sobre la historia de la palabra «cruzada» está todavía en
curso. Los ámbitos más conocidos —la Península Ibérica y la Occitania del
siglo xiii, el vocabulario papal del siglo xv—, pueden ser analizados, sin
embargo, a través de una hipótesis común, que no queda invalidada por los
ejemplos puntuales traídos de otras fuentes. En la Edad Media, la palabra
«cruzada» no era usada para designar una expedición a Oriente, pero estaba
íntimamente relacionada, entre los contemporáneos, a estas expediciones.
Podía entonces ser utilizada como respuesta a preguntas sobre las relaciones
entre una realidad, sea la que fuere, y las expediciones a Ultramar, insistiendo
sobre las convergencias más que sobre las diferencias. Considerando la imagen
muy positiva ligada a las guerras para la liberación del Santo Sepulcro, esta
convergencia ofrecía un color de santiicación y tenía un poder de legitimación
muy fuerte. Este fenómeno encontró evidentemente numerosas resistencias.
Todas las guerras tienen sus detractores y, con mayor motivo, los impuestos
nuevos encuentran siempre resistencias. La equivalencia, sobreentendida en
el uso de la palabra «cruzada», entre participar en una guerra en Occidente
o pagar una nueva contribución e irse a Jerusalén, no podía más que suscitar
dudas. Por eso el uso del término «cruzada» fue, en la Edad Media, bastante
limitado: los autores, fueran papas, reyes, oiciales o cronistas, sabían muy
bien que tal empleo podía ser criticado y no querían que la discusión sobre una
única palabra permitiera la contestación de una decisión. Sin embargo, estas
relexiones sobre el impacto de la palabra no fueron las más numerosas. Sin
duda «cruzada» fue usada muchas veces sin intención oicial o consciente de
legitimación. Pero participó igualmente de un acercamiento mental que favoreció la aceptación de la equivalencia y acarreó un valor positivo a la realidad
así llamada. El término se inscribió así en un proceso de legitimación extenso
que procuraba asimilar todas las guerras santas (y varias empresas ligadas a
esas guerras) a la cruzada en Oriente.
La polisemia fue entonces más que constitutiva de la palabra «cruzada» en
la Edad Media: fue la razón misma de su nacimiento y de su existencia. Como
instrumento de legitimación lingüística, sus usos fueron necesariamente criticados por los contemporáneos que denunciaron abusos. Los enfoques que
buscan en los usos medievales del término los elementos de una deinición
moderna incontestable están entonces condenados al fracaso. Hay que renun-
el término «cruzada» y sus usos en la edad media
233
ciar a buscar una signiicación universal para la palabra «cruzada» y aceptar
la necesidad de construir un sentido teniendo en cuenta el objeto estudiado
y los objetivos cientíicos de la investigación. La deinición así propuesta no
será mejor o más justa que otras, pero sí más adaptada a una demostración37.
Sobre todo, la deinición así propuesta no podría ser usada para criticar tal o
cual empleo de la palabra. Cada deinición de la cruzada es una limitación artiicial, que saca la palabra del lenguaje natural para inscribirlo en un lenguaje
cientíico. La deinición es un instrumento para una demostración, no es un
elemento de esta demostración, menos aun una prueba que daría a las conclusiones del historiador un valor universal.
37
Eso no signiica que todas las deiniciones sean equivalentes. Algunas son cientíicamente
más útiles que otras, algunas se inscriben en demostraciones más validas que otras.