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X.5 Los dones recibidos y las renuncias aceptadas en

2024, Red de Investigaciones Filosóficas José Sanmartín Esplugues

Los dones recibidos y las renuncias aceptadas en The Bells of St. Mary's (Las campanas de Santa María, 1945) de Leo McCarey La presencia del perrito en la oración de Mr. Bogardus (Henry Travers) une pudor, compasión y piedad en The Bells of St. Mary´s de Leo McCarey. Imagen 1 Resumen: En esta quinta contribución dedicada a The Bells of St. Mary´s (Las campanas de Santa María, 1945) comprobamos cómo el cine personalista tiene mucha capacidad de convocar la dimensión sentimental profunda de las personas. Leo McCarey aparece como un auténtico maestro particularmente en esta película. En el primer apartado planteamos que la obra de Vladímir Soloviov La justificación del bien. Ensayo de filosofía moral nos brinda un esquema interpretativo que ayuda a leer con penetración The Bells of St. Mary´s. Particularmente nos permite estar atentos a cuidar un nuevo sentimiento, que responde al mal con el bien y que genera en nuestro interior una corriente independiente de movimientos y acciones que crece y fortalece nuestro propio ser. A partir del segundo apartado comenzamos a delimitar, siguiendo las enseñanzas de Soloviov, recomendadas por Gabriel Marcel, los sentimientos que sustentan los principios de la moral. El primero de ellos es la vergüenza o el pudor cuya misión es elevarnos sobre la naturaleza material. Continuamos con este análisis en los dos siguientes apartados. En el tercero nos detenemos en la compasión, sobre el que Soloviov apunta que es el sentimiento que guía la relación con los otros seres vivos, y de modo particular con los otros seres humanos. Optar por la crueldad o la indiferencia nos sitúa por debajo de nuestra propia condición animal. En el cuarto abordamos en la piedad, como veneración y reverencia hacia lo superior, sentimiento que, señala Soloviov en sintonía con Charles Darwin, llegamos a compartir con los animales en la medida en que ellos, cuando son domésticos, reconocen al amo como alguien diferente de sus congéneres. En el quinto apartado entramos en otro aspecto muy relevante de la obra de Soloviov como es la cuestión económica desde el punto de vista de la moral. La pretensión de una economía cuyas leyes sean completamente independientes de la moral, no sólo es falsa, sino que con frecuencia atenta contra la compasión. Desde esta perspectiva podemos leer muy adecuadamente The Bells of St. Mary´s. En el sexto apartado retomamos el texto filosófico fílmico de la película, y comprobamos como vergüenza, compasión y piedad son los sentimientos que van a guiar la conversión de Mr. Bogardus cuando decide rectificar una vida basada en el egoísmo como la que ha vivido hasta el momento. En el séptimo apartado analizamos que McCarey brinda a continuación en la película un momento para la unión de almas mediante la música. Será como una cima de armonía natural que la propia profundización en la dimensión moral de los personajes invitará a superar. En el octavo se nos hace presente la obligación de guardar silencio sobre la enfermedad de la hermana Mary Benedict como una ocasión para purificar la armonía conseguida con las hermas y la amistad entre ellos, en la medida que pasa de la alegría funcional a la abnegación oblativa. Como breve conclusión señalamos que esta quinta contribución dedicada a The Bells of St. Mary´s nos permite poner el acento en la educación de los sentimientos que propicia el cine. Lo que se proyecta en la pantalla, desde casi el primer momento, ha ido misteriosamente al encuentro de las emociones básicas que componen el corazón humano, la radical orientación de las personas ante la vida. La armonía entre pudor, compasión y piedad genera entre las personas —como entre el espectador y la pantalla— una fuerza de comunión que acepta los retos que permiten profundizar en ella. En la siguiente contribución podremos comprobar cómo esa energía se renueva cuando no se pierde la fe en buscar el verdadero bien de las personas. Agradecer los dones recibidos y aceptar las renuncias son jalones imprescindibles que marcan la autenticidad de esa búsqueda. Palabras clave: Sentimientos pudor, compasión, piedad, economía moral, Gabriel Marcel, Vladímir Soloviov. Abstract: In this fifth contribution dedicated to The Bells of St. Mary’s (1945) we see how personalist cinema has a great capacity to summon the deep sentimental dimension of people. Leo McCarey appears as a true expert, particularly in this film. In the first section, we argued that Vladimir Solovyov’s work The Justification of the Good. An Essay in Moral Philosophy provides us with an interpretative scheme that helps us to read The Bells of St. Mary’s with penetration. In particular, it allows us to be attentive to care for a new feeling, which responds to evil with good and which generates within us an independent current of movements and actions that grows and strengthens our own being. From the second section we begin to delimit, following Solovyov’s teachings, recommended by Gabriel Marcel, the feelings that support the principles of morality. The first of these is shame or modesty, whose mission is to elevate us above our material nature. We continue this analysis in the next two sections. In the third we stop at compassion, about which Solovyov points out that it is the feeling that guides the relationship with other living beings, and in particular with other human beings. Choosing cruelty or indifference places us below our own animal condition. In the fourth we deal with piety, as veneration and reverence towards the superior, a feeling that, Soloviov points out in harmony with Charles Darwin, we come to share with animals insofar as they, when they are domesticated, recognize the master as someone different from their congeners. In the fifth section we enter into another very relevant aspect of Solovyov’s work, namely the economic question from the point of view of morality. The pretense of an economy whose laws are completely independent of morality is not only false, but often goes against compassion. From this perspective we can read The Bells of St. Mary’s very adequately . In the sixth section we return to the film’s philosophical text, and we see how shame, compassion and pity are the feelings that will guide Mr. Bogardus’ conversion when he decides to rectify a life based on selfishness like the one he has lived so far. In the seventh section we analyze that McCarey provides a moment in the film for the union of souls through music. It will be like a peak of natural harmony that the deepening of the moral dimension of the characters will invite to overcome. In the eighth, the obligation to keep silent about Sister Mary Benedict’s illness is presented to us as an occasion to purify the harmony achieved with the sisters and the friendship between them, insofar as it passes from functional joy to oblative abnegation. As a brief conclusion, we would like to point out that this fifth contribution dedicated to The Bells of St. Mary’s allows us to emphasize the education of feelings that cinema provides. What is projected on the screen, from almost the first moment, has gone mysteriously to meet the basic emotions that make up the human heart, the radical orientation of people in the face of life. The harmony between modesty, compassion and pity generates between people – as between the spectator and the screen – a force of communion that accepts the challenges that allow to deepen it. In the following contribution we will be able to see how this energy is renewed when we do not lose faith in seeking the true good of people. To be grateful for the gifts received and to accept the renunciations are essential milestones that mark the authenticity of this search. Keywords: Feelings of modesty, compassion, piety, moral economy, Gabriel Marcel, Vladimir Solovyov.

Los dones recibidos y las renuncias aceptadas en The Bells of St. Mary’s (Las campanas de Santa María, 1945) de Leo McCarey La presencia del perrito en la oración de Mr. Bogardus (Henry Travers) une pudor, compasión y piedad en The Bells of St. Mary´s de Leo McCarey. Imagen 1 Resumen: En esta quinta contribución dedicada a The Bells of St. Mary´s (Las campanas de Santa María, 1945) comprobamos cómo el cine personalista tiene mucha capacidad de convocar la dimensión sentimental profunda de las personas. Leo McCarey aparece como un auténtico maestro particularmente en esta película. En el primer apartado planteamos que la obra de Vladímir Soloviov La justificación del bien. Ensayo de filosofía moral nos brinda un esquema interpretativo que ayuda a leer con penetración The Bells of St. Mary´s. Particularmente nos permite estar atentos a cuidar un nuevo sentimiento, que responde al mal con el bien y que genera en nuestro interior una corriente independiente de movimientos y acciones que crece y fortalece nuestro propio ser. A partir del segundo apartado comenzamos a delimitar, siguiendo las enseñanzas de Soloviov, recomendadas por Gabriel Marcel, los sentimientos que sustentan los principios de la moral. El primero de ellos es la vergüenza o el pudor cuya misión es elevarnos sobre la naturaleza material. Continuamos con este análisis en los dos siguientes apartados. En el tercero nos detenemos en la compasión, sobre el que Soloviov apunta que es el sentimiento que guía la relación con los otros seres vivos, y de modo particular con los otros seres humanos. Optar por la crueldad o la indiferencia nos sitúa por debajo de nuestra propia condición animal. En el cuarto abordamos en la piedad, como veneración y reverencia hacia lo superior, sentimiento que, señala Soloviov en sintonía con Charles Darwin, llegamos a compartir con los animales en la medida en que ellos, cuando son domésticos, reconocen al amo como alguien diferente de sus congéneres. En el quinto apartado entramos en otro aspecto muy relevante de la obra de Soloviov como es la cuestión económica desde el punto de vista de la moral. La pretensión de una economía cuyas leyes sean completamente independientes de la moral, no sólo es falsa, sino que con frecuencia atenta contra la compasión. Desde esta perspectiva podemos leer muy adecuadamente The Bells of St. Mary´s. En el sexto apartado retomamos el texto filosófico fílmico de la película, y comprobamos como vergüenza, compasión y piedad son los sentimientos que van a guiar la conversión de Mr. Bogardus cuando decide rectificar una vida basada en el egoísmo como la que ha vivido hasta el momento. En el séptimo apartado analizamos que McCarey brinda a continuación en la película un momento para la unión de almas mediante la música. Será como una cima de armonía natural que la propia profundización en la dimensión moral de los personajes invitará a superar. En el octavo se nos hace presente la obligación de guardar silencio sobre la enfermedad de la hermana Mary Benedict como una ocasión para purificar la armonía conseguida con las hermas y la amistad entre ellos, en la medida que pasa de la alegría funcional a la abnegación oblativa. Como breve conclusión señalamos que esta quinta contribución dedicada a The Bells of St. Mary´s nos permite poner el acento en la educación de los sentimientos que propicia el cine. Lo que se proyecta en la pantalla, desde casi el primer momento, ha ido misteriosamente al encuentro de las emociones básicas que componen el corazón humano, la radical orientación de las personas ante la vida. La armonía entre pudor, compasión y piedad genera entre las personas —como entre el espectador y la pantalla— una fuerza de comunión que acepta los retos que permiten profundizar en ella. En la siguiente contribución podremos comprobar cómo esa energía se renueva cuando no se pierde la fe en buscar el verdadero bien de las personas. Agradecer los dones recibidos y aceptar las renuncias son jalones imprescindibles que marcan la autenticidad de esa búsqueda. Palabras clave: Sentimientos pudor, compasión, piedad, economía moral, Gabriel Marcel, Vladímir Soloviov. Abstract: In this fifth contribution dedicated to The Bells of St. Mary’s (1945) we see how personalist cinema has a great capacity to summon the deep sentimental dimension of people. Leo McCarey appears as a true expert, particularly in this film. In the first section, we argued that Vladimir Solovyov’s work The Justification of the Good. An Essay in Moral Philosophy provides us with an interpretative scheme that helps us to read The Bells of St. Mary’s with penetration. In particular, it allows us to be attentive to care for a new feeling, which responds to evil with good and which generates within us an independent current of movements and actions that grows and strengthens our own being. From the second section we begin to delimit, following Solovyov’s teachings, recommended by Gabriel Marcel, the feelings that support the principles of morality. The first of these is shame or modesty, whose mission is to elevate us above our material nature. We continue this analysis in the next two sections. In the third we stop at compassion, about which Solovyov points out that it is the feeling that guides the relationship with other living beings, and in particular with other human beings. Choosing cruelty or indifference places us below our own animal condition. In the fourth we deal with piety, as veneration and reverence towards the superior, a feeling that, Soloviov points out in harmony with Charles Darwin, we come to share with animals insofar as they, when they are domesticated, recognize the master as someone different from their congeners. In the fifth section we enter into another very relevant aspect of Solovyov’s work, namely the economic question from the point of view of morality. The pretense of an economy whose laws are completely independent of morality is not only false, but often goes against compassion. From this perspective we can read The Bells of St. Mary’s very adequately . In the sixth section we return to the film’s philosophical text, and we see how shame, compassion and pity are the feelings that will guide Mr. Bogardus’ conversion when he decides to rectify a life based on selfishness like the one he has lived so far. In the seventh section we analyze that McCarey provides a moment in the film for the union of souls through music. It will be like a peak of natural harmony that the deepening of the moral dimension of the characters will invite to overcome. In the eighth, the obligation to keep silent about Sister Mary Benedict’s illness is presented to us as an occasion to purify the harmony achieved with the sisters and the friendship between them, insofar as it passes from functional joy to oblative abnegation. As a brief conclusion, we would like to point out that this fifth contribution dedicated to The Bells of St. Mary’s allows us to emphasize the education of feelings that cinema provides. What is projected on the screen, from almost the first moment, has gone mysteriously to meet the basic emotions that make up the human heart, the radical orientation of people in the face of life. The harmony between modesty, compassion and pity generates between people – as between the spectator and the screen – a force of communion that accepts the challenges that allow to deepen it. In the following contribution we will be able to see how this energy is renewed when we do not lose faith in seeking the true good of people. To be grateful for the gifts received and to accept the renunciations are essential milestones that mark the authenticity of this search. Keywords: Feelings of modesty, compassion, piety, moral economy, Gabriel Marcel, Vladimir Solovyov. 1. LA JUSTIFICACIÓN DEL BIEN DE VLADIMIR SOLOVIOV: OTRA BUENA PERSPECTIVA PARA LEER THE BELLS OF ST. MARY´S El bien justificado, o una filosofía de la esperanza La justificación del bien, de Vladímir Soloviov, una lectura que enrique y se enriquece con The Bells of St. Mary´s. de Leo McCarey. Imagen 2 Con este título — “El bien justificado, o una filosofía de la esperanza”, a nuestro juicio tan acertado—, encabeza Francisco José López Sáez la presentación de la que puede ser considerada la obra cumbre de Vladimir Soloviov La justificación del bien. Ensayo de filosofía moral (Soloviov, 2012). Justificar el bien o desarrollar una filosofía de la esperanza son cometidos con los que fácilmente se identifica el personalismo fílmico. De una manera muy precisa, Leo McCarey circulaba a sus anchas por esos territorios. Y tanto Going My Way (1944) como The Bells of St. Mary’s (1945) suministran continuamente argumentos visuales en esta dirección. Reconocer el mal en su espesor incluso apocalíptico y, a pesar de ella, mirar el Bien, no apartar de él la vista Soloviov (1853-1900) en muchos aspectos anticipó el clima cultural que iba a encontrar la humanidad, especialmente la estadounidense, tras la Segunda Guerra Mundial, y por ende, la propuesta del cine personalista. López Sáez lo dibuja con acierto. ¿Qué hacer cuando la realidad concreta desmiente las esperanzas y parece que no quedan rincones donde el mal no se enseñoree? ¿Apagar la vigilancia en el carnaval de los sentidos? ¿Entregarse a lo inevitable congelando toda pregunta en un mundo idealizado? […] ¿Qué respuesta puede dar el filósofo lúcido ante la victoria aparente del mal? Nuestro autor realiza durante estos años —como si de un verdadero canto del cisne se tratara— su gesto ético maduro: reconocer el mal en su espesor incluso apocalíptico y, a pesar de ella, mirar el Bien, no apartar de él la vista. Esta actitud impregna el libro que presentamos y lo convierte no sólo en su opus magnum, sino en una obra perenne de importancia capital también para el presente. (López Sáez, 2012: 7). El mal que se presenta en The Bells of St. Mary´s es una opción de la libertad que arranca del corazón humano Entre los directores que consideramos personalistas este aspecto de “reconocer el mal en su espesor” para algunos resulta claro en el caso de Frank Capra o de John Ford, por ejemplo, pero no en el de Leo McCarey. Es la visión de Juan Manuel de Prada cuando señala que Las campanas de Santa María podría incluirse dentro de aquellos filmes religiosos que “son películas bonitas, pero donde la cuestión religiosa queda diluida en algo costumbrista”[1]. Sentencia allí mismo: “En un cine auténticamente católico, el mal debe resultar atractivo. Si no, es puro buenismo”. Ya en su momento señalamos nuestras discrepancias (Peris-Cancio, Marco, & Sanmartín Esplugues, 2023: 31). El mal que se presenta en The Bells of St. Mary´s es una opción de la libertad que arranca del corazón humano. La codicia de Mr. Bogardus (Henry Travers) o el egoísmo que ha separado el matrimonio Gallagher no se presentan de manera tétrica, pero no son por ello menos representativos. De igual modo la tensión que experimentan el P. O’Malley la hermana Mery Benedict no deja de ser un combate: su llevarse mal podría transformarse en un llevarse demasiado bien, algo que no sucede porque ambos se encuentran vigilantes en el mutuo respeto hacia sus personas y su respectiva vocación. Un nuevo sentimiento, que responde al mal con el bien y que genera en nuestro interior una corriente independiente de movimientos y acciones que crece y fortalece nuestro propio ser En uno de sus últimos escritos, con un carácter marcadamente autobiográfico, Soloviov personaliza como actúa esa posible seducción del mal cuando sentimos que alguien “ataca nuestra dignidad, insulta nuestro orgullo o nuestra vanidad” (Soloviov 2024: 155). Ante un insulto, uno puede dejarse llevar por la ira o, en el otro extremo, oponer “nuestra insensibilidad o apatía, tratando de mantenernos inmóviles en la corriente de causalidades materiales” (Ibidem). Y retrata una nueva posibilidad que remite al corazón humano, al estilo de los personajes de McCarey en The Bells of St. Mary´s. Queda una tercera opción, que es la respuesta perfecta: a la corriente externa que trata de arrastrar a nuestra alma opondremos no la indiferencia estoica, sino un nuevo sentimiento, que responde al mal con el bien y que genera en nuestro interior una corriente independiente de movimientos y acciones que crece y fortalece nuestro propio ser. El agua de la primera corriente, la satisfacción de las pasiones que provocan nuestras acciones externas, apaga sólo por un momento la sed de nuestra alma. El agua de la tercera corriente, la transformación de una pasión mala en un sentimiento interno de bondad, es una satisfacción inagotable y constante para nuestro espíritu, un crecimiento constante de la vida sin daño ni perjuicio. Quien bebe de esta agua no tendrá nunca sed, y esa agua se transformará en él en fuente que fluye hacia la vida eterna. (Soloviov 2024: 155-156). 2. LOS SENTIMIENTOS QUE SUSTENTAN LOS PRINCIPIOS DE LA MORAL SEGÚN VLADÍMIR SOLOVIOV (I): LA VERGÜENZA O EL PUDOR QUE NOS ELEVA SOBRE LA NATURALEZA MATERIAL Toda la demarcación se borra y el hombre abre un hueco irreparable a lo monstruoso a partir del momento en que se debilita en él esta piedad ante la vida El diálogo con Charles Darwin una constante de Vladímir Soloviov que ilumina sobre los sentimientos morales que aparecen en The Bells of St. Mary´s. Imagen 3 Esta necesidad de que los principios de la moral se encuentren sustentados por medio de una adecuada dimensión sentimental fue algo que preocupó al filósofo Gabriel Marcel, cuyas aportaciones venimos estudiando en el análisis de The Bells of St. Mary’s[2], como ya hiciéramos en el de Going My Way[3]. El filósofo francés se se vio en la necesidad de reconocer que los principios de moral necesitan apoyarse en sentimientos, a pesar de lo problemático que esto pudiera sonar. Sigamos su razonamiento. Parece evidente que una biología que pretende autoconcederse en el terreno de la vida derechos análogos a los que reivindican las ciencias físico-químicas en el seno de la naturaleza inanimada es culpable inevitablemente de las intrusiones funestas que hemos visto generalizarse en nuestro días. Además, estoy dispuesto a reconocer que es difícil y casi imposible trazar en este terreno una línea de demarcación precisa entre lo que es lícito y lo que no lo es; hay ahí, como mucho, excepciones sobre las que uno sólo puede pronunciarse con conocimiento de causa después del examen minucioso de cada situación y de los principios que se encuentran ahí encerrados. Pero lo que se puede afirmar —y es lo que importa desde el punto de vista en el que me sitúo— es que toda la demarcación se borra y el hombre abre un hueco irreparable a lo monstruoso a partir del momento en que se debilita en él esta piedad ante la vida, la única que puede orientar sus iniciativas en un orden donde el asesinato aparece tan fácil, tan indiscernible, tan tentador que ni siquiera es percibido como tal por aquél que lo consuma. (Marcel 2023e: 175). ¿No es, en cualquier caso, arruinar esta especificidad de los valores éticos que se pretendía, por el contrario, salvaguardar? Gabriel Marcel es consciente de que un planteamiento que apela “a la piedad ante la vida” puede ser problemático y suscitar objeciones, particularmente ante una mentalidad pretendidamente científica que sigue apelando a una neutralidad ante los valores. No puede dejar de presentarse al pensamiento, en el punto al que hemos llegado, una grave objeción, o al menos una cuestión delicada. Poner en la base de la ética una especie de piedad precristiana o peri-cristiana, ¿no es hacerla depender de un sentimiento irracional sobre el que no tenemos ningún poder, o bien comprometerse en la empresa paradójica o incluso desesperada que consistiría en querer resucitar la religión natural que intentó muy en vano construir la filosofía de las luces? ¿No es, en cualquier caso, arruinar esta especificidad de los valores éticos que se pretendía, por el contrario, salvaguardar? (Ibidem). Como ilustración de lo que quiero decir en este momento, se podrían evocar los bellos análisis que ha hecho, por ejemplo, Soloviov del pudor, de la piedad y de la reverencia en su Justificación del Bien Ciertamente por esas fechas otro pensador como C.S. Lewis (1994b; 2015) apelaba a la necesidad de una educación sentimental que quisiese fundamentar adecuadamente los valores morales. Pero Marcel prefiere ejemplificar lo que pretende acudiendo a la obra de Vladímir Soloviov, a la que vemos refiriéndonos. Ciertamente es difícil responder de una manera plenamente satisfactoria a esta cuestión en el marco de una breve exposición como esta. No podría hacerse, creo, más que luchando primero contra la distinción clásica y arbitraria entre sentimiento y razón. Como ilustración de lo que quiero decir en este momento, se podrían evocar los bellos análisis que ha hecho, por ejemplo, Soloviov[4] del pudor, de la piedad y de la reverencia en su Justificación del Bien. Son datos en los que toma cuerpo lo humano como tal, lo humano que mutilamos y traicionamos cuando pretendemos reducir su esencia a ser sólo una facultad de encadenamiento, de la cual los animales superiores están, además, muy lejos de encontrarse exentos. (Marcel 2023e: 175-176). La naturaleza humana existe en todo caso con sus rasgos distintivos, entre los que ocupan un lugar importantísimo los rasgos morales En el estudio aludido por Gabriel Marcel, Soloviov establece las bases de su filosofía moral en la propia naturaleza moral del hombre, un rasgos distintivo con respecto al animal, que no fue negado por el propio Charles Darwin. Comprobaremos que Soloviov centra este rasgo distintivo en los tres sentimientos que ya anticipaba Gabriel Marcel: el pudor, la compasión y la piedad. Toda teoría moral, con independencia de su fuerza de convicción interna o de su autoridad externa, será impotente y estéril si no encontrara puntos de apoyos firmes en la misma naturaleza moral del hombre. Independientemente de los más diversos niveles de desarrollo espiritual en el pasado y el presente, de toda diversidad individual y de la más amplia influencia de la raza, el clima y las condiciones históricas, pese a todo esto, existe un fundamento irreductible de la moralidad de la humanidad entera y sobre ella debe establecerse toda teoría significativa en el dominio de la ética. […] la naturaleza humana existe en todo caso con sus rasgos distintivos, entre los que ocupan un lugar importantísimo los rasgos morales. (Soloviov, 2012: 59). Soloviov argumenta que la existencia de un rasgo distintivo de la naturaleza psíquica del hombre no fue negado por Charles Darwin, y que incluso afirma que la más significativa “consiste en el sentimiento moral, que él, desde su punto vista considera no adquirido, sino connatural al hombre”. (Soloviov, 2012: 60). Existe un sentimiento que en absoluto está al servicio de ninguna utilidad social, del que carecen por completo los animales más evolucionados y que, sin embargo, se encuentra en las razas humanas más primitivas Sin embargo, a juicio de Soloviov, el error de Darwin fue atribuir “a la moralidad originaria del hombre un carácter exclusivamente social, reduciéndola así a los instintos sociales animales”. (Ibid.). En consecuencia, la moralidad personal o individual “tiene para Darwin un significado meramente derivado, como el resultado más tardío del desarrollo histórico”. Y lo rebate apoyado en un hecho, la existencia del sentido del pudor, de la vergüenza. Existe un sentimiento que en absoluto está al servicio de ninguna utilidad social, del que carecen por completo los animales más evolucionados y que, sin embargo, se encuentra en las razas humanas más primitivas. En virtud de este sentimiento el más salvaje y primitivo de los hombres se avergüenza, es decir, reconoce como indebido oculta el acto fisiológico que no sólo satisface la propia inclinación y necesidad, sino que además es útil y necesario para la conservación de la especie. En relación directa con esto se encuentra el deseo de no permanecer en la desnudez natural, que inspira la invención del vestido, incluso en aquellos pueblos primitivos en los que el clima y la simplicidad de la vida cotidiana no lo requieren en absoluto. Este hecho moral es el que de modo más agudo distingue al hombre de todos los demás animales, en los que no encontramos el más mínimo rastro que se asemeje a esto. (Soloviov, 2012: 60-61). Si me avergüenzo de mi propia naturaleza material, con ello mismo estoy mostrando que yo no soy lo mismo que ella Las expresiones del pudor pueden ser diversas, sigue explicando Soloviov, pero con ello no se niega su existencia, que resulta crucial para comprender el carácter propio del ser humano. El sentimiento del pudor no es sólo un signo distintivo que separa al hombre (por observación externa) del resto del mundo animal: aquí el hombre se separa realmente de toda la naturaleza material y no sólo de la exterior a él, sino también de la suya propia. Ya el mismo hecho de avergonzarse de sus inclinaciones naturales y de las funciones de su propio organismo el hombre muestra que no es sólo este ser material natural, sino algo distintivo y superior. […] si me avergüenzo de mi propia naturaleza material, con ello mismo estoy mostrando que yo no soy lo mismo que ella. (Soloviov, 2012: 63). Este individuo o este grupo todavía no se han elevado por encima del estado animal o que han vuelto a él Para Soloviov que haya personas o grupos enteros de ellas en los que se observa ausencia de pudor, no significa que se haya conseguido una prueba de la que no existe de modo universal. Al contrario, para el filósofo ruso explica un hecho diametralmente opuesto. La indudable impudicia de personas individuales, así como la impudicia dudosa de pueblos enteros, sólo puede significar que en estos casos particulares el principio espiritual del hombre, por el que se distingue de la naturaleza material, o bien todavía no ha salido a la luz, o ya se ha perdido; que este individuo o este grupo todavía no se han elevado por encima del estado animal o que han vuelto a él. (Soloviov, 2012: 66). Este sentimiento tienen el significado principal de que por medio de él se determina la relación ética del hombre con la naturaleza material. El sentimiento del pudor tiene un claro mensaje, que se expande de más allá de su sentido originario. … este sentimiento tienen el significado principal de que por medio de él se determina la relación ética del hombre con la naturaleza material. El hombre se avergüenza del dominio de la naturaleza sobre él […] con lo que ya de por sí reconoce su autonomía interior y su dignidad superior respecto a ella, en virtud de la cual debe dominarla y no ser dominado por ella. (Soloviov, 2012: 67). Aunque más adelante desarrollará de modo más extenso este sentimiento (pp. 77-95), bástenos aquí deja apuntado que para el filósofo ruso no es suficiente la existencia de este sentimiento para desarrollarse una conducta moral, por lo que habla del principio ascético, como el principio racional que se deriva de él. Pero lo podemos señalar por pasiva: sin el anclaje en el sentimiento moral de que estamos llamados a superar nuestra naturaleza, el principio ascético podría quedar como una abstracción contra la vida. Sin embargo es todo lo contrario: un garante de la vida humana. Con sólo plantearle lo que puede ser una vida regida por el don a los demás, comprueba lo diferente que ha sido la suya. y reacciona con vergüenza Ese sentimiento de vergüenza, en The Bells of St. Mary´s , se va a hacer patente en el personaje de Mr. Bogardus. En las escenas que vamos a analizar en el texto filosófico fílmico de esta contribución el millonario hace examen de una vida cuyo desarrollo no le satisface. No es que el millonario haya asumido acríticamente que hacer el bien le vaya a mejorar la salud de su corazón. Es algo más penetrante: con sólo plantearle lo que puede ser una vida regida por el don a los demás, comprueba lo diferente que ha sido la suya, y reacciona con vergüenza. 3. LOS SENTIMIENTOS QUE SUSTENTAN LOS PRINCIPIOS DE LA MORAL SEGÚN VLADÍMIR SOLOVIOV (II): LA COMPASIÓN QUE GUÍA LA RELACIÓN CON LOS OTROS SERES VIVOS, ESPECIALMENTE CON LOS DEMÁS SERES HUMANOS El sujeto en cuestión siente de manera correspondiente el sufrimiento o la necesidad ajenos, es decir, reacciona a estos doliéndose más o menos de ellos Vladímir Soloviov introduce a continuación el sentimiento de compasión, el que caracteriza la relación con otros seres humanos. No en vano veremos como en The Bells of St. Mary´s este es el sentimiento que va a acompañar al de vergüenza en el caso de Mr. Bogardus. Junto a este sentimiento básico [el pudor] se encuentra en la naturaleza humana otro sentimiento que forma la raíz de la relación ética, no ya con el principio inferior, material, de la vida de cada hombre, sino con los otros seres humanos y, en general, con los seres vivos semejantes a él[5]: precisamente el sentimiento de compasión[6]. Este sentimiento consiste en general en que el sujeto en cuestión siente de manera correspondiente el sufrimiento o la necesidad ajenos, es decir, reacciona a estos doliéndose más o menos de ellos, manifestando de esta forma en mayor o menor grado su solidaridad con los otros (Soloviov, 2012: 67). De este modo, si el hombre impúdico representa una vuelta al estado animal, el hombre despiadado cae a un nivel inferior a los animales De modo paralelo a como realizó Soloviov con el sentimiento del pudor, el pensador ruso busca el fundamento ontológico del sentimiento de compasión por medio de la comparación con los animales. Ya no sólo con respecto a lo descubierto por Darwin, sino también con respecto a las contribuciones, entre otros, del zoólogo alemán, Alfred Edmund Brehm (1829-1884) cuya obra, Tierleben (La vida de los animales, 1880-1883) alcanzó mucha notoriedad. El carácter originario e innato en nosotros de este sentimiento moral no lo niega ningún pensador serio ni ningún científico, por la sencilla razón de que el sentimiento de compasión o empatía —a diferencia del pudor— es propio (en grado germinal) a muchos animales y, en consecuencia, no puede considerarse bajo ningún punto de vista como un producto tardío del progreso humano. De este modo, si el hombre impúdico representa una vuelta al estado animal, el hombre despiadado cae a un nivel inferior a los animales. (Ibidem). Son bien conocidos numerosos hechos del amor más tierno de distintos animales (no sólo domésticos, sino también salvajes) hacia individuos de otros grupos zoológicos, a veces muy distantes del propio Igualmente aquí el filósofo moscovita se ve obligado a disentir de Darwin y su perjuicio de que se trata de un sentimiento sobre todo social Aquí tiene particular trascendencia con respecto a definirlo en su apertura universal y no sólo hacia los del propio grupo, cuestión ética fundamental. Si el único fundamento de la simpatía fuera la necesidad del organismo social, resultaría que cada ser podría experimentar este sentimiento solo en relación con aquellos que pertenecen junto con él a un mismo conjunto social. Aunque suele ser así, no lo es siempre ni mucho menos, al menos entre los animales superiores. Son bien conocidos numerosos hechos del amor más tierno[7] de distintos animales (no sólo domésticos, sino también salvajes) hacia individuos de otros grupos zoológicos, a veces muy distantes del propio. Por eso resulta muy extraña la gratuita afirmación de Darwin de que entre los pueblos salvajes los sentimientos de simpatía se reservarían sólo para los miembros de la propia sociedad. (Soloviov, 2012: 67). Aceptar la afirmación de Darwin como absoluta, siquiera para los pueblos salvajes, significa aceptar que para el hombre salvaje es inaccesible la altura moral que a veces alcanzan los perros, los simios e incluso los leones Lógicamente, Soloviov no niega que haya una mayor tendencia a mostrar simpatía hacia los más cercanos, pero lo que afirma es que no se produce de una manera absoluta y excluyente. La historia humana revela con nutridos ejemplos más bien todo lo contrario. Naturalmente, también entre los pueblos cultos la mayoría de la gente manifiesta simpatía principalmente a su familia y a su círculo cercano, pero el sentimiento moral individual en todos los pueblos puede superar —y de hecho supera desde tiempo inmemorial— no sólo estos límites más estrechos, sino también todo límite empírico. Aceptar la afirmación de Darwin como absoluta, siquiera para los pueblos salvajes, significa aceptar que para el hombre salvaje es inaccesible la altura moral que a veces alcanzan los perros, los simios e incluso los leones[8]. (Soloviov, 2012: 68). El sentimiento de simpatía es capaz de una ampliación y un desarrollo ilimitado, pero su principio es el mismo en todos los dominios de los seres vivos La conclusión que extrae el filósofo ruso es clara: el sentimiento de compasión tiene un fundamento ontológico, en la naturaleza humana, que comparte con el mundo animal, pero que se va extendiendo a círculos cada vez más amplios. El sentimiento de simpatía es capaz de una ampliación y un desarrollo ilimitado, pero su principio es el mismo en todos los dominios de los seres vivos. El primer escalón y forma originaria de toda solidaridad en el mundo animal es el amor de los padres (especialmente el materno) y sigue siéndolo en el mundo humano. Y es precisamente en esta simple raíz, a partir de la que crece toda la complejidad de las relaciones sociales internas y externas, en la que se descubre con claridad que la esencia individual psicológica de la relación moral no es otra que la compasión. Porque ¿en qué otro estado anímico se expresa la solidaridad originaria de la madre con sus criaturas impotentes, indefensas, dependientes de ella, en una palabra, dignas de lástima? (Soloviov, 2012: 6869). El cine es una especie de laboratorio especialmente apto para considerar lo que significa el carácter relacional del ser humano, su inclinación a la compasión Esta dimensión de la compasión resulta esencial para el desarrollo y sentido del personalismo fílmico, como hemos venido expresando (Cava & Sanmartín Esplugues, 2014). Permítasenos insistir en que el cine es una especie de laboratorio especialmente apto para considerar lo que significa el carácter relacional del ser humano, su inclinación a la compasión. Probablemente suministra aquello a lo que la palabra escrita no alcanza: la posibilidad de ponerse en situación y mirar al otro en su carácter encarnado, atendiendo a la infinidad de detalles que corresponden a la condición humana. Que el visionado repetido de una película nos suministre nuevos datos tiene una directa relación con todo ello, y avala el criterio de Stanley Cavell sobre lo inadecuado de realizar juicios sobre una película que se haya visto tan sólo una vez.[9] 4. LOS SENTIMIENTOS QUE SUSTENTAN LOS PRINCIPIOS DE LA MORAL SEGÚN VLADÍMIR SOLOVIOV (III): LA PIEDAD COMO VENERACIÓN Y REVERENCIA HACIA LO SUPERIOR Este sentimiento de veneración (piedad, pietas) o reverencia ante lo superior (reverentia) conforma en el hombre el fundamento moral de la religión y del orden religioso de la vida. Los sentimientos de pudor y de compasión, sintetiza Soloviov, caracterizan nuestra relación moral, respectivamente, con nuestra propia naturaleza material y con todos los demás seres vivos. “Puesto que el hombre siente pudor y compasión, por eso se relaciona moralmente «consigo mismo y con el prójimo» (por usar una antigua terminología); la falta de pudor y compasión, por el contrario, socava su carácter moral”. (Soloviov 2012; 69). Pero todavía falta un elemento más para que esta caracterización sea completa. Además de estos dos sentimientos básicos, existe todavía un tercero, irreductible a ellos, tan primario como ellos y que determina la relación moral del hombre, no como la parte inferior de su propia naturaleza, no con el mundo de los seres semejantes a él, sino con algo especial que el hombre reconoce como superior, de lo que no cabe avergonzarse, ni hacia lo que se puede sentir compasión, sino ante lo que el hombre ha de inclinarse. Este sentimiento de veneración (piedad, pietas) o reverencia ante lo superior (reverentia) conforma en el hombre el fundamento moral de la religión y del orden religioso de la vida; abstraído por la reflexión filosófica de sus manifestaciones históricas forma la religión natural. (Ibidem). Este sentimiento específico hacia lo superior es lo que yo llamo precisamente veneración y, al reconocerlo en el perro y en el simio, sería raro negarlo en el hombre y derivar la religión humana sólo del temor y del interés Para Soloviov se trata de un sentimiento tan innato como el de la compasión y simpatía. Se encuentra ya “en formas y niveles germinales ya en los animales” (Ibidem), algo que fuera ya reconocido por el propio Darwin. … en la relación cuasi-religiosa del perro o del simio con el (para ellos) ser superior[10], además del temor y del interés propio existe también un elemento moral, que es, por lo demás, distinto de los sentimientos simpatéticos que suscitan estos animales en relación con sus semejantes. Este sentimiento específico hacia lo superior es lo que yo llamo precisamente veneración y, al reconocerlo en el perro y en el simio, sería raro negarlo en el hombre y derivar la religión humana sólo del temor y del interés. No se puede negar la participación de estos sentimientos inferiores en la formación y el desarrollo de la religión, pero su fundamento más profundo sigue siendo, no obstante, el sentimiento distintivo de lo religioso y moral de amor piadoso del hombre hacia aquello que le supera. (Soloviov 2012: 70). Allí los perros de un mendigo con discapacidad intelectual son capaces de seguir el sentimiento religioso de su amo En la escena de la conversión de Mr. Bogardus al pudor y a la compasión, que narraremos más adelante en el texto filosófico fílmico, aparece también ese sentimiento de piedad y reverencia. El anciano millonario expone sus intenciones de rodillas al Señor en una iglesia. Y el perrito al que acaba de rescatar ayudándole a cruzar la calzada evitando que fuera atropellado sorprendentemente le acompaña, y se sienta en una banco detrás de él, profiriendo gemidos que suenan respetuosos. Ya hemos expuesto el papel de los animales en el cine de McCarey (Peris-Cancio, 2024), si bien no recogimos allí este pasaje de The Bells of St. Mary’s, que resulta muy ilustrativo. Sobre la muestra de esa religiosidad del perro a la que alude Soloviov hemos hecho reflexiones convergentes en una película poco conocida de Víctor Fleming, basada en la primera no vela de John Steinbeck, Tortilla Flat (1935), traducida al castellano como La vida es así. Allí los perros de un mendigo con discapacidad intelectual son capaces de seguir el sentimiento religioso de su amo.[11] Los sentimiento básicos de pudor, compasión y veneración agotan el ámbito de las posibles relaciones morales del hombre con lo que es inferior, igual y superior a él La conclusión que realiza Soloviov de un análisis que prolongará a lo largo de toda su obra nos permite precisar aquello a lo que aludía Gabriel Marcel como un análisis ilustrativo de la dimensión sentimental que sustenta la moral. Los sentimiento básicos de pudor, compasión y veneración agotan el ámbito de las posibles relaciones morales del hombre con lo que es inferior, igual y superior a él. El dominio sobre la sensibilidad material, la solidaridad con los seres vivos y la subordinación interior y voluntaria al principio sobre humano son los fundamentos eternos, inmutables, de la vida moral de la humanidad. El nivel de este dominio, la profundidad y la extensión de esta solidaridad, la plenitud de esta subordinación interior cambian en el proceso histórico, pasando de menor a mayor perfección, pero el principio en cada una de estas tres esferas de relación permanece idéntico. (Soloviov 2012: 70-71). 5. LA CUESTIÓN ECONÓMICA DESDE EL PUNTO DE VISTA MORAL SEGÚN SOLOVIOV Y SU REFLEJO EN THE BELLS OF ST. MARY´S El hecho mismo de la pobreza económica certifica que las relaciones económicas no están en una relación debida con el principio del bien moral, demuestra que no están organizadas moralmente La cuestión económica desde el punto de vista moral de Soloviov ilumina lo que nos presenta The Bells of St. Mary´s de Leo McCarey. Imagen 4 Para el análisis de The Bells of St. Mary’s nos resulta muy relevante también el análisis que realiza en la tercera parte de la obra[12] , en concreto en el séptimo apartado “La cuestión económica desde el punto de vista moral” (Soloviov 2012: 389-426). Se trata de una crítica, a nuestro juicio muy lúcida, de la autonomización de las leyes de la economía que a partir de Adam Smith pretendió conferir un estatuto científico riguroso a la economía. Soloviov la conecta magistralmente con el sentido de la compasión. Si el sentimiento moral elemental de compasión, que ha recibido su sanción suprema en el evangelio, exige de nosotros dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento y proporcionar calor al que tiene frío[13], esta exigencia, como es natural, no pierde su fuerza cuando estos hambrientos y desnudos se cuentan por millones y no sólo individualmente. Y si yo solo no puedo ayudar a estos millones, y en consecuencia no estoy obligado a ello, pero sí puedo y debo ayudarlos junto con otros, entonces mi deber personal se convierte en un deber colectivo, y no en un deber ajeno, sino en el mío propio, pero más amplio, como partícipe de un todo social y en una tarea colectiva. El hecho mismo de la pobreza económica certifica que las relaciones económicas no están en una relación debida con el principio del bien moral, demuestra que no están organizadas moralmente. (Soloviov 2012: 390). Considerar al hombre meramente como agente económico (productor, propietario y consumidor) significa adoptar un punto de vista falso e inmoral. Las funciones mencionadas no tienen para el hombre sentido por sí mismas, y en modo alguno expresan su ser y su dignidad No podemos reflejar toda la exposición de Soloviov, pero no queremos dejar de reflejar dos aspectos que resultan completamente relevantes para entender The Bells of St. Mary´s. Por un lado, la denuncia de la falsedad antropológica del homo economicus. Considerar al hombre meramente como agente económico (productor, propietario y consumidor) significa adoptar un punto de vista falso e inmoral. Las funciones mencionadas no tienen para el hombre sentido por sí mismas, y en modo alguno expresan su ser y su dignidad. El trabajo productivo, la posesión y el uso de sus resultados representan uno de los aspectos de la vida humana, una de las esferas de su actividad, pero lo que aquí interesa humanamente de verdad es sólo cómo y para qué actúa el hombre en este terreno concreto. […] el libre juego de las leyes y los factores económicos sólo es posible en una sociedad muerta y en descomposición, mientras que en una sociedad viva y con futuro los elementos económicos están vinculados y definidos por fines morales, y proclamar aquí el laissez faire, laissez passer significa decirle a la sociedad: ¡Muérete y púdrete! (Soloviov 2012: 391). La subordinación de los intereses y las relaciones materiales en la sociedad humana a ciertas leyes económicas especiales que actúan por sí mismas es sólo la ficción de una mala metafísica sin sombra de fundamento en la realidad Desde esta perspectiva, sacar a Mr. Bogardus de la lógica que le exigen sus bienes para dejarse llevar por la compasión no es, como señalan Richard Corliss (1944-2015) y Jeffrey Richards (n. 1945), una manipulación reprochable. Todo lo contrario. Significa devolverle a su verdadera humanidad, aquella que se echa de menos cuando un bloquea sus sentimientos de compasión[14]. El segundo aspecto, que queremos destacar y que ya anticipa la cita que acabamos de reflejar, es la falsedad de establecer la supremacía de las leyes económicas, defecto en el que coinciden tanto el conservadurismo económico como el propio socialismo. Puesto que la subordinación de los intereses y las relaciones materiales en la sociedad humana a ciertas leyes económicas especiales que actúan por sí mismas es sólo la ficción de una mala metafísica sin sombra de fundamento en la realidad, queda en pie la exigencia general de la razón y la conciencia moral de que este ámbito se subordine al principio moral superior, para que la sociedad, también en su vida económica, sea la realización organizada del bien. Ni hay ni puede haber leyes económicas autónomas, ni necesidad económica alguna, porque los fenómenos de orden económico son pensables sólo como actividad del hombre, un ser moral y capaz de someter todas sus acciones a los motivos del bien puro. Para el hombre como tal sólo existe una ley autónoma y absoluta: la ley moral, del mismo modo que la única necesidad para él es la necesidad moral. (Soloviov 2012: 395-396). «Ni hay ni puede haber leyes económicas autónomas porque los fenómenos de orden económico son pensables sólo como actividad del hombre.» En su primer encuentro con el P. O’Malley, Mr. Bogardus se sitúa como un hombre de negocios agresivo, que no duda en poner sus influencias políticas al servicio de sus beneficios, y que sabe que tiene ahogada la posición económica del colegio de St. Mary’s[15]. Las oraciones de las religiosas y la conversación del P. O´Malley con el doctor McKay (Rhys Williams) sacan al millonario de esa lógica. Parece dar cuenta, en primera persona del criterio de Soloviov que hemos citado («los fenómenos de orden económico son pensables sólo como actividad del hombre, un ser moral y capaz de someter todas sus acciones a los motivos del bien puro”). Por otro lado, lo que los mencionados críticos de este planteamiento ven como algo extraño, en realidad es, afortunadamente, cada día más común: que los empresarios dediquen cada vez más recursos al tercer sector, a la beneficencia social. 6. EL TEXTO FILOSÓFICO FÍLMICO DE THE BELLS OF ST. MARY´S (XVIII): VERGÜENZA, COMPASIÓN Y PIEDAD EN LA CONVERSIÓN DE MR. BOGARDUS (HENRY TRAVERS) Tenía la mente en otro mundo… No parece ser el mismo de siempre Vamos a asistir a la escena en la que Mr. Bogardus parece estar descendiendo a un encuentro consigo mismo, en el que se permite reconocer la vergüenza y el arrepentimiento, la piedad y la conversión. McCarey lo narra de modo convincente. Plano del empresario Bogardus (Henry Travers), con su habitual traje de chaqueta y sombrero, que camina por la acera de una calle próxima a la parroquia del P. O´Malley (Bing Crosby), transmitiendo un cierto sentido de pesadumbre. Pasa por delante de una tienda de música. Sigue avanzando, y encuentra a un mendigo ciego que pide limosna en una esquina. El plano nos muestra que el P. O’Malley va por la acerca perpendicular acercándose a Bogardus. Se cruza con él, pero el millonario no se apercibe de su presencia. Cuando ya ha dado unos pasos, el párroco le llama. POM (Elevando el tono de voz para que le oiga): “¡Mr. Bogardus! (Éste se gira y se aproxima para ver quién le llama). Soy el Padre O’Malley”. Mr. Bogardus (Saliendo de su ensimismamiento, con los dos en el plano): “Sí, no le he visto, perdóneme”. POM (Excusándole): “Venía mirando hacia el otro lado”. Mr. Bogardus (Sincerándose): “Tenía la mente en otro mundo”. POM (Con franqueza): “No parece ser el mismo de siempre”. ¿Sabe, Padre? Si tuviera que volver a vivir mi vida haría muchos cambios… Sí, un montón de cambios… ¿Sabe? Hay mucha belleza en el mundo… ¿No le parece, Padre? La expresión del sacerdote lee adecuadamente lo que está viviendo el hombre de negocios. La visita a su médico no se ha quedado en una mera cuestión de medicación. Como ya vimos en la contribución anterior[16] el P. O´Malley sugirió a al Dr. McKay que el caso de la dolencia de corazón de Bogardus podría correlacionar con un estilo de vida muy centrado en sí mismo, alejado de la preocupación por alguien más. Mr. Bogardus (En el plano): “Pues no. Vengo de ver a mi médico. (Plano del sacerdote, mientras se escucha una expresión del anciano que revela vergüenza y arrepentimiento). ¿Sabe, Padre? Si tuviera que volver a vivir mi vida haría muchos cambios”. POM (En el cambio, invitándole a continuar con su expansión): “¿Sí?”. Mr. Bogardus: “Sí, un montón de cambios. (De nuevo en el plano). ¿Sabe? Hay mucha belleza en el mundo… (Gesto de abrir las manos) pero hay que saber apreciarla. (Plano del P. O’Malley). ¿No le parece, Padre?”. POM (Asintiendo convencido): “Naturalmente”. Mr. Bogardus (En el plano, apuntan con el dedo índice. Se acerca al hombre ciego que pide limosna. Le deja un billete y coge uno de los lápices que vende) Ciego (Pietro Sosso): “Gracias”. (Mr. Bogardus piensa lo que acaba de hacer, se avergüenza del posible egoísmo de su gesto y le devuelve el lapicero)[17]. Mr. Bogardus (Contento por haber refrenado su egoísmo y haber practicado la compasión, en plano americano con el sacerdote): “Oh, sí, la vida puede ser hermosa”. Usted se ha pasado la vida haciendo cosas por las personas… Sí, es la pura verdad Mr. Bogardus, a continuación parece reproducir el argumentario que el P. O´Malley le expuso al médico, si bien no de una manera automática, sin reflexión propia. Al contrario, se nota que el anciano no está repitiendo una fórmula. Lo ha hecho suyo porque le ha revelado su propia situación vital. La realidad de su biografía. POM (Plenamente en sintonía): “Eso es cierto”. Mr. Bogardus (Con sincera admiración, al sacerdote): “Usted se ha pasado la vida haciendo cosas por las personas”. POM (Con la modestia propia de su modo de ser): “Oh, bueno…”. Mr. Bogardus (Determinado): “Sí, es la pura verdad. (De nuevo en el plano). Dígame, Padre, ¿cómo anda del corazón?”. POM (En el plano): “Muy bien”. Mr. Bogardus (Chascando la lengua y moviendo la mano al compás): “A eso me refería. ¿Estaría bien que yo fuera a la iglesia?”. POM (En el plano, contento): “Es muy bienvenido”. Este camino lo andaré una sola vez. Si puedo hacer el bien por alguien, lo haré ahora, y no lo dejaré para después, porque no volveré a andar por este camino Se van dando los pasos que anticipamos cuando comentábamos los textos de Soloviov. Se pasa de la vergüenza a la compasión por los demás, y de ahí a la piedad. El párroco refuerza este itinerario compartiendo un pensamiento con el que ya se muestra como un feligrés suyo. Con cierta conexión con uno de los pensamientos más citados de Heráclito de Éfeso (535 a. C.- 480 a. C). — «Ningún hombre se sumerge dos veces en el mismo río» (panta rei)—, el sacerdote lo lee como una invitación a hacer todo el bien que se pueda, cuando sea propicio. POM (Continuando): “Quizás esta reflexión le sirva para algo. A mí me sirvió de mucho: Este camino lo andaré una sola vez. Si puedo hacer el bien por alguien, lo haré ahora, y no lo dejaré para después, porque no volveré a andar por este camino”. Mr. Bogardus (Entusiasmado): “Gracias, Padre“. (Sigue caminando hacia el edificio parroquial, que se ve al fondo del plano). POM (Contento de verle en tan buena disposición): “Adiós”. ¡Qué lindo perrito!… Permítame, señora… ¡Qué hermoso es el mundo!… Casi lo deja De nuevo se va a activar en Mr. Bogardus el sentimiento de compasión, que como vimos con Soloviov alcanza a la actitud con todos los seres vivos, tanto a un can, como a una mujer anciana a la que se le escapa el autobús. Se ve en el plano a un perrito pequeño que intenta cruzar la calle y recibe el pitido del conductor de un automóvil. Un coche para y el can se vuelve atrás. Mr. Bogardus ve la escena y se gira, ante la mirada del sacerdote, que ahora ocupa el primer plano, mostrando que le observa atentamente. El empresario corre hacia el otro lado de la calzada, de modo que la cruza rápido, y coge al animalito en brazos. Se apaña para sostenerlo y va entre los coches haciéndoles parar para que el can llegue al otro lado con riesgo de ser atropellado. Mr. Bogardus (Levantando la mano): “¡Un momento!… ¡Espere! (Y para un autobús. Por fin llega a la otra acera, y deja al animalito en el suelo) ¡Qué lindo perrito! (A continuación levanta las manos en dirección al autobús de línea). ¡Espere, espere! (Retiene el autobús para que pueda subir una mujer de edad avanzada, que venía corriendo para que no se le escapase. Se dirige a ella). Permítame, señora”. (Le ayuda a subir al vehículo público). Señora (Conmovida): “Gracias”. Mr. Bogardus (Muy contento, se quita el sombrero): “Gracias a usted. (Sonríe y se dirige al P. O´Malley): “¡Qué hermoso es el mundo!”. POM (Con una cierto reproche de buen humor): “Casi lo deja”. (Y señala el riesgo con el que ha cruzado). Mr. Bogardus (De muy bien tono): “Casi, casi. ¡Me voy para la iglesia!”. (Camina hacia el edificio, con el P. O´Malley que le sigue con la mirada. Sacude la cabeza conmovido. Plano de la calle con la parroquia al fondo, con Bogardus caminando… mientras el perrito le sigue). La visita de Bogardus a la parroquia, acompañado del perrito Cambio de plano. Se ve el interior del edificio de la parroquia en su nave central. La cámara lo enfoca desde el final. De este modo se ven las filas de los bancos, con el altar y el retablo al fondo. Se ve a Mr. Bogardus que avanza, con el sombrero en la mano. Se escucha música de órgano. Mr. Bogardus se arrodilla en el primer banco. El perrito aparece a continuación y se sitúa en el banco de detrás, muy formal. Vemos al anciano empresario que reza de rodillas y al can a su espalda, en la segunda fila. Vuelve la cámara a enfocar desde la entrada de la iglesia. Aparece la hermanara Mary Benedict (Ingrid Bergman). La cámara se acerca a ella, que pasa delante del sagrario y hace una genuflexión. Lleva unas flores y ordena el altar para colocarlas. Plano de Mr. Bogardus que continúa rezando. Plano de la religiosa, que da media vuelta y ve al empresario en esa disposición. A continuación se ve a Mr. Bogardus y el perrito detrás. La cámara vuelve a enfocar a la hermana Mary Benedict, que le mira con cariño, y sonríe esperanzada. Se ve a continuación a Mr. Bogardus y al perrito que gime detrás. A continuación el can lanza un gran bostezo. El anciano, que sigue de rodillas abre los ojos. Le pido disculpas por esto. No me di cuenta de que me había seguido. Es un dulce pequeño amigo, ¿no? La hermana Mary Benedict aparece de nuevo en el plano muy sonriente. Mr. Bogardus levanta la mirada hacia ella. El can vuelve a bostezar de una manera ruidosa, lo que provoca un gesto de inquietud en el empresario: parpadea, no sabe hacia dónde mirar y se vuelve hacia el perro que sigue bostezando. Se gira un poco más, pone gesto de asombro y se levanta para cogerlo. La hermana Mary Benedict que baja por los escalones de delante del sagrario, se vuelve y hace una nueva genuflexión. Mr. Bogardus, reaccionando de modo implicado, se pone el sombrero para tomar al perrito que le mira. Cae en la cuenta de que está en la iglesia, y se descubre, manteniendo el sombrero en una mano, mientras toma en brazos al perrito. Camina hacia la salida. La hermana Mary Benedict le sigue, mientras se sigue escuchando la música del órgano. Plano de Mr. Bogardus en el vestíbulo de la parroquia, que baja al perrito al suelo. Vemos a la hermana que sale por una de las puertas de la iglesia. Hermana Mary Benedict (En adelante HMB, llamando al anciano): “¡Mr. Bogardus!”. Mr. Bogardus (Mientras acaricia al perro): “Le pido disculpas por esto. No me di cuenta de que me había seguido. Es un dulce pequeño amigo, ¿no?”. ¿Por qué nadie le quiere?… Bueno siempre he sido muy egoísta. Pero me he estado replanteando muchas cosas La ternura y la compasión hacia un perrito canal de entendimiento entre Mr. Bogardus (Henry Travers) y la hermana Mary Benedict (Ingrid Bergman) en The Bells of St. Mary´s de Leo McCarey. Imagen 5 La escena resulta sorprendente por lo conocido de los personajes hasta ese momento. Mr. Bogardus está dando sus primeras muestras de ternura, y la hermana Mary Benedict, que en las primeras escenas de la película[18] pudo ser asociada con la independencia y el temperamento arisco de los gatos, ahora actúa de modo sumamente afable. Mediante un plano picado vemos cómo Mr. Bogardus besa la cabeza del perrito, mientras la hermana Mary Benedict se inclina sonriendo hacia el animal y lo acaricia también. HMB (A Mr. Bogardus, para que no sienta mal): “No hay problema. Tráigalo cuando guste. (Sigue acariciando al can). No importa. Veo que los animales le quieren”. Mr. Bogardus (Levantándose, con un tono de pesar): “Sí, pero las personas, no”. HMB (Dulce). “No, no lo creo. Seguro que cuando lo conocen mejor lo quieren”. Mr. Bogardus (Agachando la cabeza): “No, no, no… ahí es cuando no me quieren. Verá…”. HMB (Cálida). “Dígame, Mr. Bogardus”. Mr. Bogardus (Revisando su propia historia y reconociendo sus errores): “No he tenido mis propios hijos. Nunca me han gustado los niños”. HMB (En el plano): “¿Por qué nadie le quiere?”. Mr. Bogardus (En primer plano): “Bueno siempre he sido muy egoísta. Pero me he estado replanteando muchas cosas”. Y me preguntaba… … si aceptaría mi edificio… Es todo suyo. Todo suyo. Iré a hablar con mi abogado para que haga ya la escritura Llegamos al punto que estaba la hermana Mary Benedict anhelando desde que comenzó a rezar por esta causa. A saber, que Bogardus entendiese que un acto de generosidad como el de donar a la escuela el nuevo edificio era algo que le podía hacer profundamente feliz a él mismo[19]. Intuye que sus reflexiones pueden estar conduciéndole hacia esa precisa dirección. HMB (En el plano, expectante): “¿Sacó alguna conclusión?”. Mr. Bogardus (Con determinación): “Sí. (Pausa). ¿A que no se lo imagina? (La hermana Mary Benedict escucha en el plano casi en vilo). Quiero agradar a la gente. (De nuevo la cámara enfoca a Mr. Bogardus). Y me preguntaba… (La hermana Mary Benedict de nuevo en el plano) … si aceptaría mi edificio. (Ella va repitiendo sus palabras, como paladeándolas, y al final une sus manos antes sus labios como si acabara de escuchar lo dicho en un sueño; comienza a reír. Mr. Bogardus de nuevo en el plano). ¿Qué le pasa? (Vemos que la hermana Mary Benedict parece que no puede dejar de reír desbordada de alegría). La he dejado perpleja”. HMB (Asintiendo): “Sí”. Mr. Bogardus (Exultante): “Es todo suyo. Todo suyo. Iré a hablar con mi abogado para que haga ya la escritura”. (Y camina hacia la puerta). HMB (Con Bogardus de espaldas): “Gracias. St. Mary´s jamás lo olvidará. (Va también hacia la puerta, lo alcanza y le abre la puerta). Se ganará a los niños”. Mr. Bogardus (Con creciente determinación): “¿Lo cree?… ahora mismo me encargaré de los papeles. (Sale y vuelve a entrar para llamar a su nuevo amigo canino). Ven perrito, ven”. (Lo toma y sale con él). Mr. Bogardus, ¿cómo se encuentra?… Estoy bien… ¿Y las piernas?… Están bien McCarey en este punto vuelve a hacer gala de su maestría para poder dosificar de un modo contenido las emociones. La escena ha sido hasta este momento de un creciente impacto para los sentimientos. Ahora nos hace un pequeño quiebro, como una pausa, o mejor, para una prueba de contraste que todavía potencia más lo que nos transmite la película. Venos que la hermana Mary Benedict cierra la puerta, radiante de dicha. La cámara capta como lo expresa en un gesto de juntar las manos, cuando oye un frenazo y gritos de la gente. HMB (Alarmada): “Oh, oh…” (Abre la puerta muy alarmada. Se ve un camión y bajo él a Mr. Bogardus y al perrito). Un peatón (Tranquilizando a los curiosos que se han acercado): “No ha sido nada, retrocedan”. (El camión lo hace, y entonces Mr. Bogardus se levanta, se sacude y hace gestos para que le dejen espacio). HMB (Sale al exterior de la parroquia y de espaldas a la cámara le pregunta): “Mr. Bogardus, ¿cómo se encuentra?”. MB (A distancia, delante del camión que le ha arrollado): “Estoy bien”. (Sube y baja los brazos). HMB (Todavía preocupada): “¿Y las piernas?”. Mr. Bogardus (Con la convicción de que la opción por hacer el bien le ha hecho poco menos que invulnerable, hace flexiones): “Están bien”. (Fundido). 7. EL TEXTO FILOSÓFICO FÍLMICO DE THE BELLS OF ST. MARY´S (XIX): UN MOMENTO PARA LA UNIÓN DE ALMAS MEDIANTE LA MÚSICA McCarey introduce una escena musical. Algo muy del estilo del director, para quien pocas cosas simbolizan en la pantalla mejor la unión de almas como la música Como una especie de prolongación de la alegría de la escena anterior, de la donación de Mr. Bogardus del edificio para la escuela, McCarey introduce una escena musical. Algo muy del estilo del director, para quien pocas cosas simbolizan en la pantalla mejor la unión de almas como la música. Se ve el portal abierto de la residencia de la comunidad de las monjas, que da al patio de la escuela. Se escucha la voz de la hermana Mary Benedict. Está cantando en lo que parece sueco en el original. Aparece el P. O’Malley y se le ve en el plano por la derecha del espectador. Va con clériman y sin sombrero. Mira hacia su derecha —izquierda del espectador— de donde procede la voz de la hermana. Se detiene y sigue escuchando la canción. Camina despacio unos pasos en esa dirección y la cámara le acompaña. Llega a donde están reunidas un grupo de religiosas en torno a la hermana Mary Benedict, quien canta mientras toca el piano. Las monjas reaccionan ante su presencia y él hace un gesto de que sigan con normalidad con su ejercicio de coro. Hermana es maravilloso. ¿Qué era?… Significa ‘Primavera’ Vårvindar friska’ de Julie Nyberg, una credencial de la libertad interior de la hermana Mary Benedict (Ingrid Bergman) en The Bells of St. Mary´s. de Leo McCarey. Imagen 6 Vemos a la hermana Mary Benedict que ejecuta la canción muy sonriente. Repite el estribillo. Cuando termina de interpretarla se ríe un poco apurada al ver a su párroco. HMB (Riéndose un poco avergonzada): “¡Padre O’Malley! (Vemos como agacha la cabeza y se levanta. A continuación sonríe, mientras aparece rodeada de un grupo de ocho religiosas, al lado de las cuales se sitúa el sacerdote). POM (Por el canto): “Hermana, es maravilloso. ¿Qué era?”. HMB (Poniéndose un poco seria): “Significa ‘Es primavera’[20]?”. (Vuelve a sonreír). POM (Valorativo): “Canten algo más”. HMB (A sus hermanas): “¿Cuál nos sabemos?”. POM (Intuyendo que lo que han cantado no es un tema religioso les propone con humor): “¿Se saben ‘Birmingham Bertha’[21]? (Todas las religiosas se ríen siguiendo la broma. Entonces comienza a hablar en serio). ¿Qué les parece la canción del colegio?[22]”. Hermana Michael (Dándose la vuelta): “Oh sí, la hermana sabe una versión de ella con nuevos efectos. Está orgullosa de ella”. POM (Muy convencido de que merece la pena les invita a hacerlo): “¡Canten!”. Oh, campanas de Santa María… Siempre te amaremos… Con tu inspiración… Nunca perderemos… Tus repiques para siempre… Traerán duces recuerdos de ti A continuación se va a realizar el primer ejercicio de comunión entre las hermanas y el sacerdote a través de la música. Hay intercambio de reconocimientos. El párroco valora la calidad musical de la ejecución de la hermana Mary Benedict y del resto del coro. Y la superiora estima también la manera de cantar del párroco, algo obvio para el espectador pues se trata de un personaje interpretado por el gran Bing Crosby. HMB (Al P. O’Malley): “¿Querrá cantar la melodía?”. POM (Alegre): “Me convenció”. (La hermana Mary Benedict se vuelve a sentar para tocar el piano. Da las primeras notas, en un plano con las monjas y el sacerdote). Monjas (A coro): “Ding-dong; ding-dong // Ding-dong, din// Ding dong ding”. POM (Mientras el coro de las monjas mantiene en ding-dong de fondo, comienza a entonar): “Oh, bells of St. Mary´s (Oh, campanas de Santa María) (Ahora en primer plano)// We always love you (Siempre te amaremos) (Con la hermana Mary Benedict en el plano mirándole)// With your inspiration (Con tu inspiración) // We nevel fail (Nunca perderemos)//(Con el P. O’Malley en el plano)// Your chimes will for ever (Tus repiques para siempre)// Bring sweet memories of you (Traerán dulces recuerdos de ti)// So proudly ring out (Suenen orgullosas). (Plano general, con las hermanas, la hermana Mary Benedict y el P.O’Malley)// “While we sing out” (Mientras cantamos)// Hail! Hail! Hail!”. (¡Salve!, ¡Salve!, ¡Salve!). Suenen orgullosas… mientras cantamos… ¡Salve!, ¡Salve!, ¡Salve! La propia evolución del canto favorece un sentido de unión de almas en el mismo propósito. Tras la crisis que podía haber llevado a la desaparición de la escuela, el milagro de Mr. Bogardus les invita a ensanchar sus corazones. Por eso el P. O’Malley les invita a resistir en el tono alto). POM: “So proudly ring out (Suenen orgullosas) // “While we sing out” (Mientras cantamos)// Hail! Hail! Haitl!”. (¡Salve!, ¡Salve!, ¡Salve!)”. Coro de monjas: “Ding-don, ding”. POM (Como celebrando que las campanas de St. Mary’s no van a cesar): “Won´t you ring them bells?. (¿No tocarás las campanas?)”. (Ríen todos muy contentos sellando el momento de comunión). POM (Feliz): “Hacía años que no tenía esta oportunidad. Tenía que hacerlo”. 8. EL TEXTO FILOSÓFICO FÍLMICO DE THE BELLS OF ST. MARY´S (XX): LA OBLIGACIÓN DE GUARDAR SILENCIO SOBRE LA ENFERMEDAD DE LA HERMANA MARY BENEDICT (INGRID BERGMAN) COMO UNA PURIFICACIÓN DE LA AMISTAD PARA EL P. O’MALLEY (BING CROSBY) En lugar de que propicien una armonía funcional —las cosas van bien, vamos a llevarnos mejor— suscita las trazas del verdadero amor —la real preocupación por el bien del otro— Tras esta escena de alegría y comunión, Leo McCarey va a introducir un nuevo cambio de ritmo. La alegría natural por la salvación de St. Mary´s al evitar su desaparición genera nuevos lazos entre el párroco y las religiosas, después de tantos descontentos. Y el director los va a tensar. En lugar de que propicien una armonía funcional —las cosas van bien, vamos a llevarnos mejor— suscita las trazas del verdadero amor —la real preocupación por el bien del otro—. El diagnóstico de tuberculosis de la hermana Mary Benedict va unido al criterio del doctor de dos duras medidas: que ella debe ser trasladada del colegio, y que además no debe saber la causa, para que su ánimo no decaiga. Esta última providencia preocupa particularmente al sacerdote porque teme que la superiora piense que él ha urdido su traslado, por las desavenencias del pasado. El. P. O’Malley tendrá que aceptar esta muerte simbólica de sí mismo por la salud de la hermana. Todos están tan contentos, que lamento traer malas noticias. Examiné a la hermana Mary Benedict. ¿Podrían enviarla a otro lado por una temporada? «Hasta aquí, Padre, hemos estado hablando de su salud, de lo que es mejor para ella. Y ahora estamos hablando de los sentimientos de usted”, una objeción clave del Doctor McKay (William Rhys) al P. O’Malley en The Bells of St. Mary’s de Leo McCarey. Imagen 7 Vemos el despacho del P. O´Malley. A la izquierda aparece el Dr. McKay (Rhys William) con Mrs. Breen (Una O’Connor), el ama de llaves del P. O’Malley. Ella avanza por la estancia del sacerdote, que aparece tras una cristalera en la terraza, sentado en una mecedora junto a una mesa, con una imagen de la Virgen Milagrosa a su lado. Mrs. Breen (Anunciando la visita): “Padre, el doctor está aquí”. POM: Ben (Y se levanta de la mecedora y se dirige hacia el despacho. Da unos pasos y desciende por unos peldaños interiores. El médico se acerca y se estrechan amistosamente las manos). POM: “¿Cómo está?”. Doctor McKay: “Hola… La hermana Mary Benedict vino a verme”. POM (Casi sin dejarle terminar, eufórico, en un plano americano con el doctor): “Está muy animada. Muy feliz. ¿No es maravillosa la fe?”. Doctor McKay (Con la cámara más cerca): “Todos están tan contentos, que lamento traer malas noticias. Examiné a la hermana Mary Benedict. (Lo dice mirando unos papeles). ¿Podrían enviarla a otro lado por una temporada?”. POM (Mientras el médico extiende unas placas): “Por qué? ¿A dónde?”. Doctor McKay (De espaldas mientras mira las placas al trasluz): “A un lugar como Arizona, por ejemplo. (Señala una zona de los pulmones que aparece en la placa). ¿Ve esta sección? (Apuntando). Es el pulmón derecho y aquí…“. (Va recorriendo la imagen con el dedo…). ¿Qué tiene doctor? ¿Tuberculosis?… Sí, en una etapa muy temprana… No es tan grave. Hemos tenido suerte de descubrirlo… Por eso sugerí un clima más seco, un sanatorio o un hogar para ancianos. Un lugar donde tenga menos exigencias. No un colegio Así como en su anterior diálogo acerca de Mr. Bogardus, el sacerdote se había atrevido a introducir aspectos motivacionales que podían ayudar más que los meramente farmacológicos, ahora se tiene que rendir antes la evidencias propias de la ciencia médica, y mostrar su incompetencia. POM (De espaldas, aunque sólo de medio lado, por la imagen de la placa): “Jamás podría sacar algo de estas cosas. (Reaccionando). ¿Qué tiene doctor? ¿Tuberculosis?”. Doctor McKay (Mirándole de medio lado): “Sí, en una etapa muy temprana. (Una música triste, que iba acompañando toda la secuencia, ahora se escucha de modo más nítido. Se ve al P. O’Malley que camina hacia la derecha del espectador con gesto consternado. (Queda en primer plano y cuando se escucha la voz del médico se gira media vuelta y se apoya en el dintel de la puerta que da al jardín). No es tan grave. Hemos tenido suerte de descubrirlo. (A pesar de estas palabras el P. O’Malley se vuelve a girar con la ventana al fondo. Muestra gesto de desolación). Por eso sugerí un clima más seco, un sanatorio o un hogar para ancianos. Un lugar donde tenga menos exigencias. No un colegio”. Es importante que no lo sepa. Su gran vitalidad y optimismo son las mejores medicinas. Si se desmoraliza su recuperación será más lenta El sacerdote no puede evitar que su atención se centre en la repercusión que esa noticia tiene para el modo de ser de la hermana Mary Benedict. No duda que hará lo que se le mande. Pero tampoco ignora el esfuerzo que se le está pidiendo. POM (Graves): “Si es lo que se tiene que hacer supongo que tendrá que hacerse. (Unos segundos de silencio). ¿No puede estar con niños?”. Doctor McKay (Firme): “No por una temporada. No hasta que se mejore“. POM (Mirando al médico): “¿Ella lo sabe?”. Doctor McKay (En el plano): “Aún no. Es importante que no lo sepa. Su gran vitalidad y optimismo son las mejores medicinas. (Con el P. O’Malley en el plano). Si se desmoraliza su recuperación será más lenta”. POM (Contrariado): “Ella tendrá que saberlo. No podemos trasladarla sin…”. Doctor McKay (Firme de nuevo). “¿Acaso ustedes no tienen que ir donde los manden sin poner peros?”. POM (Sincero): “Sí, pero debemos tener aguante para aceptarlo”. Doctor McKay (Con relación a esa virtud): “Ella tiene de sobra”. Hasta aquí, Padre, hemos estado hablando de su salud, de lo que es mejor para ella. Y ahora estamos hablando de los sentimientos de usted El P. O’Malley va a ser completamente sincero con el médico y le va a exponer de donde proceden sus reservas a no decírselo. Ahora que había conseguido con ella un mejor entendimiento, no desea echarlo a perder. POM (Mirando al médico con una sonrisa triste). “Es que usted no entiende, doctor. La hermana y yo no siempre hemos estado de acuerdo en cómo llevar el colegio. Teníamos una seria diferencia de opinión. Si se la traslada sin dar explicaciones. (Pausa)… Va a creer que…”. Doctor McKay (En el plano, cortándole): “Hasta aquí, Padre, hemos estado hablando de su salud, de lo que es mejor para ella. Y ahora estamos hablando de los sentimientos de usted”. POM (Bajo el impacto del juicio tajante del médico): “Vaya forma de decirlo”. Doctor McKay: “Yo sólo quiero que ella se ponga bien”. POM (Resoplando): “Supongo que me ocuparé de que la trasladen (Mueve la cabeza…). Pero no decirle el motivo… Despacharla sin darle una explicación. Usted lo diría así. ‘Lo que ella piense de mí o su salud’”. (Cambio de plano). Yo sólo quiero que ella se ponga bien Esta expresión resulta muy relevante, no sólo para lo que va a venir en la película, sino para que se pueda cerrar el debate sobre la posible manipulación indecente del anciano Mr. Bogardus. El doctor McKay, su deontología y su criterio médico impiden una posible interpretación de este tipo. Sabe que una tuberculosis tiene que se tratada de una manera y una cardiopatía de otra. Pero igualmente conoce el impacto que sobre las enfermedades tiene la actitud del paciente. Si es insobornable en cuanto lo que se debe hacer con la religiosa, igualmente lo ha sido con respecto al anciano. En ambos casos busca estrictamente su bien, sin otro tipo de concesiones. Acceder a una posible manipulación del anciano va en contra de su modo ético de actuar. 9. BREVE CONCLUSIÓN Esta quinta contribución dedicada a The Bells of St. Mary´s nos permite poner el acento en la educación de los sentimientos que propicia el cine. Lo que se proyecta en la pantalla, desde casi el primer momento, ha ido misteriosamente al encuentro de las emociones básicas que componen el corazón humano, la radical orientación de las personas ante la vida. La armonía entre pudor, compasión y piedad genera entre las personas —como entre el espectador y la pantalla— una fuerza de comunión que acepta los retos que permiten profundizar en ella. En la siguiente contribución podremos comprobar cómo esa energía se renueva cuando no se pierde la fe en buscar el verdadero bien de las personas. Agradecer los dones recibidos y aceptar las renuncias son jalones imprescindibles que marcan la autenticidad de esa búsqueda. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Agee, J. (2000). Agee on Film. Criticism and Comment on Movies. New York: Modern Library. Ayfre, A. (1958). Dios en el cine. (L. de los Arcos, & A. Lehman, Trads). .: Rialp. Ayfre, A. (1962). El cine y la fe cristiana. Andorra: Casal i Vall. Ballesteros, J. (2018). Derechos sociales y deuda. 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[2] Cfr. la contribución anterior “Misterio de la familia, humildad, fragilidad y perseverancia en el bien en The Bells of St. Mary’s (Las campanas de Santa María, 1945) de Leo McCarey”, https://proyectoscio.ucv.es/filosofia-y-cine/misterio-de-la-familiahumildad-fragilidad-y-perseverancia-en-el-bien-en-the-bells-of-st-marys-las-campanas- de-santa-maria-1945-de-leo-mccarey/, en el apartado 1. LA ALIANZA ENTRE HUMILDAD, FRAGILIDAD Y PERSEVERANCIA EN EL BIEN. [3] “La educación en la esperanza en Going My Way (Siguiendo mi camino, 1944) de Leo McCarey”, https://proyectoscio.ucv.es/filosofia-y-cine/la-educacion-es-la-esperanza-engoing-my-way-siguiendo-mi-camino-1944-de-l-mccarey/, apartados 1. EL ESBOZO DE UNA FENOMENOLOGÍA Y UNA METAFÍSICA DE LA ESPERANZA DE GABRIEL MARCEL; 2. ALGUNOS RASGOS FILOSÓFICOS DE LA ESPERANZA, SEGÚN GABRIEL MARCEL y 3. LA CONEXIÓN ENTRE ESPERANZA, LIBERTAD Y AMOR, EN LA CARACTERIZACIÓN ONTOLÓGICA DE LA ESPERANZA SEGÚN MARCEL. [4] Hoy en día se tiende a escribirlo con “o”, Soloviov, como venimos haciendo. Respetamos, no obstante, la grafía que se emplea por Marcel en Homo viator ya que se trata de la trascripción que él mismo usó en sus trabajos o correspondencia escritos en francés o inglés cfr. https://es.wikipedia.org/wiki/Vlad%C3%ADmir_Soloviov_(fil%C3%B3sofo). [5] Veremos en la película cómo el primer destinatario de la compasión de Mr. Bogardus será un perrito, a continuación una anciana a la que ayuda para que no pierda el autobús, y finalmente los niños de la escuela, a los que va a donar el edificio. [6] En ruso, indica el traductor de la obra, zhalost. [7] En una nota a pie de página muy lúcida explica el autor por qué emplea este término: El amor puramente psicológico (fuera de la relación material-sexual y estética) es una compasión o conmiseración (simpatía) adquirida y que se ha hecho permanente. Mucho antes que Schopenhauer, el pueblo ruso en su lenguaje ha identificado estos dos conceptos: «compadecer» y «amar» significan lo mismo. No hace falta ir tan lejos, pero que la manifestación básica subjetiva del amor, como sentimiento moral, es la compasión, no puede ponerse seriamente en duda. (Soloviov, 2012: 68 n. 11). [8] En aquellos momentos para Soloviov resultaba casi obvio que en el caso de animales salvajes esto sólo se puede observar de manera fundada cuando están en cautiverio, lo que le hace pensar que el cautiverio favorece la simpatía. Sin negarlo del todo, las observaciones actuales permiten captar gestos de esta naturaleza en el medio natural. Cfr. el video BBC Earth – Espiando en la Manada: El Langur robot, https://www.youtube.com/watch?v=77j6F02_2ls. [9] “Una obra que a uno le interesa no es tanto algo que ha leído como algo de lo que es lector; el contacto con ella se perpetúa, como con cualquier amistad por la que se siente cariño… todo en nuestra cultura cinematográfica, y no sólo en ella, ha conspirado hasta tiempos recientes para adoptar como estándar la experiencia extraída de un único visionado. Tengo la impresión de que la mayor parte de las gentes aún ven todas sus películas… sólo una vez…”. (Cavell 1981: 13 ; 1999: 23). [10] Darwin literalmente señala “hacia el amo “ (Soloviov 2012: 70). El autor ruso cita El origen del hombre, final del cap. II (Soloviov 2012: 70, n. 13). [11] Cfr. «La vida es así», y su contribución a la bioética (Peris-Cancio, 2023). [12] El Bien a través de la historia de la humanidad (Soloviov 2012: 249-542). [13] Cfr. Mt 25, 34-35. [14] Cfr. la tercera contribución dedicada al análisis de esta película, “La transformación hacia la gratuidad desde la inocencia en The Bells of St. Mary’s (Las campanas de Santa María, 1945) de Leo McCarey”, https://proyectoscio.ucv.es/filosofia-y-cine/latransformacion-hacia-la-gratuidad-desde-la-inocencia-en-the-bells-of-st-marys-lascampanas-de-santa-maria-1945-de-leo-mccarey/, especialmente en el apartado primero 1. LA SUBTRAMA DE M. BOGARDUS: LA INOCENCIA QUE TRANSFORMA. [15] Mr. Bogardus (En tono intimidatorio): “Pues le advierto que si no me la venden, será expropiada…”. POM: “¿Por quién?”. Mr. Bogardus (Sonriendo con cierto cinismo): “Por el Ayuntamiento”. POM: “¿Cómo lo sabe?”. Mr. Bogardus: “Soy concejal”. POM (Con risa irónica): “Ah, ¿lo es usted?”. Mr. Bogardus (Muy ufano): “Puede apostar que sí. (Y se ríe satisfecho). Y cuando se ordene la demolición tendrán que costeársela ustedes. (La cámara vuelve a mostrar a Mr. Bogardus de perfil y al párroco de frente). Padre, tiene usted aspecto de ser una persona realista”. POM (Con gesto contenido): “¿De verdad?”. (apartado 5. EL TEXTO FILOSÓFICO-FÍLMICO DE THE BELLS OF ST. MARY´S (IV): EL ENCUENTRO DEL P. O’MALLEY CON MR. BOGARDUS, de la primera contribución dedicada a The Bells of St. Mary´s, “The Bells of St. Mary’s (Las campanas de Santa María,1945) como secuela de Going My Way (Siguiendo mi camino, 1944), Ambas de Leo McCarey “, https://proyectoscio.ucv.es/filosofia-y-cine/the-bells-of-st-marys-lascampanas-de-santa-maria-1945-como-secuela-de-going-my-way-siguiendo-mi-camino1944-ambas-de-leo-mccarey/ [16] Cfr. “Misterio de la familia, humildad, fragilidad y perseverancia… “, cit. [17] Probablemente, al ser ciego el pobre, Bogardus está en el grado tercero de generosidad según Maimónides: [3] 9. Debajo está quien sabe a quién le está dando, mientras que la persona pobre no sabe de quién está recibiendo. Así se asemeja al grande entre los sabios, que acostumbraban a entregar dinero en secreto, introduciéndolo por debajo de la puerta del pobre. Este es un modo personal de hacerlo, y es preferible si quienes están a cargo de tzedakah no se conducen como deberían. (Steinbock 2023, 159 n. 28) Cfr. la tercera entrada dedicada a “The Bells of St. Mary´s”, “La transformación hacia la gratuidad desde la inocencia…”, cit., apartado 2. NO SE TRATA DE LA COSA OBJETO DE DON SINO DE LA RELACIÓN INTERPERSONAL: LA ILUMINACIÓN DESDE LA FENOMENOLOGÍA DE ANTHONY J. STEINBOCK PARA LEER EN PROFUNDIDAD THE BELLS OF ST. MARY´S. [18] Cfr. la primera contribución dedicada a The Bells of St. Mary´s, “The Bells of St. Mary’s (Las campanas de Santa María,1945) como secuela…”, cit., específicamente el apartado 3. EL TEXTO FILOSÓFICO-FÍLMICO DE THE BELLS OF ST. MARY´S (II): EL PRIMER ENCUENTRO DEL P. O’MALLEY CON LAS MONJAS Y LOS SUCESIVOS DESAJUSTES EN EL ENCUENTRO, PROPIOS DE LA COMEDIA DEL AVERGOZAMIENTO. [19] Cfr. el apartado 4. EL TEXTO FILOSÓFICO FÍLMICO DE THE BELLS OF ST. MARY´S (XII): LA INVITACIÓN A LA GRATUIDAD COMO RESTABLECIMIENTO DE LA VOCACIÓN ORIGINAL DE LAS PERSONAS Y LA PETICIÓN DE DONACIÓN A HORACE P. BOGARDUS (HENRY TRAVERS), en la tercera contribución dedicada al análisis de esta película, “La transformación hacia la gratuidad desde la inocencia…”, cit. [20] Se trata de ‘Vårvindar friska’ (‘Vientos primaverales»), una canción sueca cuya letra se debe a la escritora de aquel país Julia Nyberg (1784-1854). La letra expresa el temperamento libre de la hermana Mary Benedict, pues se trata de un tema de alto contenido romántico, cuyos versos ensalzan la primavera. Los transcribimos para que se pueda esto ver de manera manifiesta. Vientos primaverales de salud // juegan y susurran, Las arboledas alrededor, como amantes, // Los arroyos se precipitan, Nunca descansan // Antes de que las olas bajen a las profundidades. ¡Lamento, corazón mío, lamento! – Oh, escucha, ¡El sonido de la corneta entre las rocas muere!// El maldito toca, Las penas comparten// El reloj alrededor de la montaña y el valle. El corazón quiere estallar// Ay, cuando la última La última vez que oí la voz del amor //La agonía de la despedida, La llama de los ojos,//Boca a boca en el pecho palpitante. El valle de la montaña estaba en esplendor floreciente, El zorzal golpeaba taladro sobre taladro por su novia; El juglar tocó,//Las penas compartidas,// Suspirando, montaña y valle. La noche tan hermosa,// Brillante como un amanecer, Derramó su esplendor sobre el bosque y el arroyo.// Las alas de las hadas.//Anillos brillantes Envueltas en danza alrededor del gallo del prado. Corazones que suspiran, arboledas que suspiran, palabras acariciadoras y unión dichosa. El juglar tocó,// Las penas compartidas // El reloj alrededor de la montaña y el valle. Ay, que en el polo // El sol de verano // ¡A mil años de distancia tan felizmente! Rápido, ¿quién llama?// El pregonero de guerra grita// Desde lejos, «¡A las armas!» tan estridente. Ahora no era el momento de quedarse con la chica, La promesa que hizo de amor y fe;// El juglar tocó, Las penas compartidas,// Suspirando, colina y valle.// Rápidamente en la llanura, Con la bayoneta,// Veloz como un reno, se precipitó hacia abajo; Allí, entre los estandartes,// Cisnes voladores,// En filas relampagueantes, Recto como un pino, se levantó,// Vi su imagen en lágrimas.//La corriente jugaba, Las penas compartidas,// Suspirando, arriba y abajo.// Pronto marchará. Nunca volverá// De vuelta al hogar de la novia.// Cuando de mi valiente El lobo sangriento// Flote en las montañas enrojecidas del Oeste, ¡Lamento, corazón mío, lamento! – ¡Oh, escucha! El sonido de la corneta entre las rocas muere: El juglar toca,// Las penas dividen El reloj alrededor de la montaña y el valle. [21] Canción de Ethel Waters (1896-1977), cantante estadounidense de blues, jazz, musicales y góspel. Apareció en el musical “On With the Show”, de 1929, dirigido por Alan Crosland. [22] “The Bells of St. Mary´s”, con letra de Douglas Furber (1885-1961) y música de A. Emmet Adams (1889-1938). McCarey versiona para la película un tema anterior a su rodaje.