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La modernidad como relato

2011, Estudios Internacionales

R E V I S T A D E E S T U D I O S I N T E R N A C I O N A L E S La modernidad como relato María José Henríquez «...porque historiadores, al fin y al cabo, vivimos en la misma atmósfera de crisis que los demás hombres contemporáneos nuestros y para perseverar nos hace falta confianza en nosotros y en nuestras obras». Lucien Febvre, Combates por la historia. ¿ Qué es la modernidad? ¿Qué carga de valor y de sentido nos confiere hoy, al hacer historia, uno de los conceptos que en mayor medida ha determinado el curso del pensamiento –y en su nombre de la acción– los últimos siglos? Etimológicamente nos habla de novedad, y será precisamente esta la idea predominante en la historia del pensamiento, que concebida como una progresiva «iluminación» identificará, sempiternamente, lo nuevo con lo valioso. En este «novedoso» devenir, la herencia del pensamiento judeo-cristiano –desarrollada y elaborada en términos seculares– otorgará a la historia un fin, como meta y como sentido, abocándonos a su comprensión como unidad, como la Historia. Entender la Modernidad como un relato nos enfrenta, casi sin suerte de conti1 nuidad, a su crisis, al fin del metarrelato. Definido por Jean François Lyotard como un cuerpo consensuado de lenguaje, legitimador del saber y por tanto de una verdad: la unanimidad de la verdad científica1, el metarrelato se presenta como la característica esencial de la condición moderna. Sin embargo, al ser concebido como un relato más, desde la trinchera posmoderna no solo se cuestiona el origen de la legitimidad del saber, sino también la validez de una forma de entender el mundo, que en sus cimientos será acremente relativizada. Entonces, cabe preguntarse qué se entiende por el vértigo posmoderno. Según Lyotard, se trataría de la condición del saber en las sociedades más desarrolladas, condición que designa el estado de la cultura después de las transformaciones que Lyotard, Jean-Francois, La condición posmoderna, Madrid, Ediciones Cátedra, 1994, pp. 9-11. 83 María José Henríquez han afectado las reglas del juego de la ciencia, de la literatura y de las artes a partir del siglo XIX. No obstante, su preocupación radica en la crisis de los relatos como consecuencia de dichas transformaciones: Simplificado al máximo, se tiene por ‘posmoderna’ la incredulidad respecto a los metarrelatos. Esta es, sin duda, un efecto del progreso de las ciencias; pero ese progreso, a su vez, la presupone. Al desuso del dispositivo metanarrativo de legitimación corresponde especialmente la crisis de la filosofía metafísica, y la de la institución universitaria que dependía de ella. La función narrativa pierde sus functores, el gran héroe, los grandes peligros, los grandes periplos y el gran propósito. Se dispersa en nubes de elementos lingüísticos narrativos, etc., cada uno de ellos vinculando consigo valencias pragmáticas sui generis. (…) El saber posmoderno no es solamente el instrumento de los poderes. Hace más útil nuestra sensibilidad ante las diferencias, y fortalece nuestra capacidad de soportar lo inconmensurable. No encuentra su razón en la homología de los expertos, sino en la paralogía de los inventores2. Condición heterogénea, fragmentaria y retórica en que la historia, en definitiva, consistiría en un conjunto de interpretaciones…. ¿y nada más? En este punto, la reflexión nos lleva a dar un paso atrás y, por sus implicancias, preguntarnos en primer lugar por el fin o no de la Modernidad, y en este entendido 2 3 4 84 (en uno u otro sentido) qué sería la posmodernidad: ¿su epílogo? El concepto de disolución es clave en la lucha de la crítica posmoderna por desvincularse totalmente de lo moderno. Decir que estamos en una etapa posterior a la modernidad y asignar a este hecho un significado de algún modo decisivo presupone aceptar el punto de vista de la modernidad, la idea de progreso, el concepto de superación y la historia con corolarios3, en definitiva algo nuevo, y por tanto una etapa más del devenir moderno. ¿Una condición moderna tardía? utilizando un ambiguo concepto de Vattimo, pero en sentido inverso. Por el contrario, otra cosa es si lo posmoderno se caracteriza no solo como novedad respecto de lo moderno sino también como «disolución» de la categoría de lo nuevo, como experiencia del fin de la Historia, en lugar de presentarse como un estadio diferente de la historia misma.4 En la crítica posmoderna, en su lucha por una desvinculación absoluta con lo moderno, será –precisamente- clave el concepto de disolución. Entonces, cuál es, cómo trama su argumento dicha crítica. Ibid., pp. 10-11. Vattimo, Gianni, El fin de la Modernidad, Barcelona, Editorial Gedisa, 1994, pp. 11-12. Ibid., p. 12. La modernidad como relato LA CRÍTICA POSMODERNA Para Gianni Vattimo, lo que caracteriza el fin de la historia en la experiencia posmoderna es que mientras que en la teoría la noción de historicidad se hace cada vez más problemática, en la práctica historiográfica y en su autoconciencia metodológica, la idea de una historia como proceso unitario se disuelve y en la existencia concreta se instauran condiciones efectivas que le dan una especie de inmovilidad realmente no histórica5. La sociedad de consumo exige la renovación continua para asegurar la supervivencia del sistema. En la sociedad de consumo la renovación continua está exigida para asegurar la supervivencia del sistema. Por lo tanto, la novedad nada tiene de revolucionario, el progreso se convierte en rutina y, en consecuencia, el discurso de la posmodernidad se legitima. Por su parte, en el plano teórico la historia de las ideas habría conducido a un vaciamiento de contenido de la noción de progreso, el progreso se ve privado del «hacia donde»6. ¿Cómo se evidencia, entonces, la ruptura de la unidad, la disolución? En primer lugar, la historia de los acontecimientos políticos, o militares, o de los grandes movimientos de ideas, es solo una historia entre muchas otras. Por otra parte, el conocimiento del carácter ideológi5 6 7 co de la historia, la devela unitaria solo para los vencedores, ya que ahí es donde radica el poder para escribirla, privando a los vencidos de su propia historia. Entonces, se pregunta Vattimo, la disolución de la historia como diseminación de las «historias», no es tampoco propiamente un verdadero fin de la historia como tal7. Ahora bien, en esta época, la contemporánea, se presenta una no menor paradoja. Gracias a los medios de comunicación y a la multiplicación de los centros capaces de reunir y transmitir información, se podría realizar una «historia-realmente-universal», pero esa historia es imposible como historiografía. El uso de los mass media tiende a achatarlo todo en el plano de la contemporaneidad y de la simultaneidad, lo cual produciría una deshistorización de la experiencia, y nuevamente encontraríamos base de legitimación para las teorías posmodernas. Volveremos sobre este aspecto. En tercer lugar, y de manera más radical, la aplicación de los instrumentos del análisis de la retórica, el conocimiento de los mecanismos retóricos del texto, nos indicarían que la historia es una «historia», una narración, un relato mucho más de lo que estaríamos dispuestos a admitir. En este sentido y apelando a la más extrema y paradigmática frase «no existe nada fuera del texto», se disolvería también la dicotomía entre ficción y realidad. En este sentido, para el revisionismo de ala liberal, de la misma manera que para Foucault o Hayden White, la historia se- Ibid., p. 13. Ibid., pp. 14-15. Ibid., p. 16. 85 María José Henríquez ría un campo de competencias entre estrategias narrativas o retóricas, un discurso plural que siempre produce muchas narraciones alternativas. El resultado de este pensamiento no solo es borrar la distinción entre hecho y fábula, sino que también socavar el concepto de razón histórica como una mejor, más ilustrada o responsable versión de hechos significativos. Los eventos históricos, así como las interpretaciones históricas, surgen en respuesta a presiones o circunstancias de mediano plazo y luego desaparecen tan rápido como cambian los tiempos. En este caso los historiadores se engañarían al pensar que pueden dar sentido al pasado a partir de premisas basadas en la razón, el progreso y la crítica ilustrada. En una visión muy parecida a la posmodernista o foucaldiana, la historia sería siempre la historia del presente. Un discurso cuyos contornos son dibujados por los intereses políticos o sociales prevalecientes. La verdad, en cualquier tiempo dado, solo puede ser determinada de acuerdo con el consenso predominante8. Los teóricos son ingenuos si piensan que fomentan un argumento contrahegemónico que pueda extender su reivindicación hacia un punto de vista independiente. 8 9 10 86 Al respecto, la causa neopragmática niega que la razón crítica pueda hacer algo por cambiar los significados consensuados y las creencias incorporadas en una comunidad interpretativa dada. Stanley Fish presenta su argumento de la siguiente manera: toda interpretación, en literatura, derecho, filosofía o ciencias humanas en general, tiene lugar dentro de una empresa comunal. Esto incluye cualquier teoría que, por radical que sea, expone la crítica en términos de ese consenso y los teóricos deben, por tanto, ser ingenuos si piensan que fomentan cualquier argumento contrahegemónico, que podría de alguna manera extender su reivindicación hacia un punto de vista independiente. Para Fish, estas reivindicaciones son simplemente incoherentes para lograr cualquier aceptación (de la comunidad cultural, por ejemplo), en definitiva deben interpretarse en términos de un pre-dado consenso cultural9. La verdad histórica sería entonces solo una quimera. Y la historia solo una (o muchas) ficción (es). Jean Baudrillard, por su parte, elabora tres hipótesis en relación con el «desvanecimiento» de la historia a partir de, curiosamente, una «analogía» con la física10. En primer lugar, por el efecto de la aceleración habría dejado de ser real. La aceleración de la modernidad, la técnica, la mediática, la aceleración de todos los intercambios nos ha conducido a una velocidad de liberación tal que nos hemos Norris, Christopher, «Post modernizing history: right-wing revisionism and the uses of theory», en Keith Jenkins (ed.), The Posmodern History Reader, Londres, Nueva York, Routledge, 1997, pp. 100-101. Ibid., p. 94. Baudrillard, Jean, La ilusión del fin o la huelga de los acontecimientos, Barcelona, Anagrama, 1993, pp. 9-22. La modernidad como relato salido de la esfera referencial de lo real y de la historia. Liberados, abandonamos un espacio-tiempo determinado, en el que lo real era posible gracias a una fuerte gravitación, que permitía que las cosas se reflejaran y, por tanto, tenían alguna duración y alguna coherencia. El acelerador de partículas quiebra la órbita referencial de las cosas y no se da un despliegue congruente de las causas y efectos, a lo que llamamos lo real. La segunda hipótesis dice relación, por el contrario, con la disminución de la velocidad; en este sentido –al igual que con Vattimo– se pierde el propósito, la finalidad. En tanto que a mayor densidad, menor velocidad, la materia inerte de lo social resulta de la proliferación y de la saturación de los intercambios, los acontecimientos se van produciendo uno tras otro y aniquilando en la indiferencia. La historia se acaba no por falta de actores, ni por falta de violencia, ni por falta de acontecimientos, sino que por la disminución de la velocidad, indiferencia y pasmo. La historia ya no llega a sobrepasarse a sí misma, ni a contemplar su propia finalidad, ni a soñar su propio fin. En un sentido similar pero agregando un ¿nuevo? aspecto, el efecto estereofónico, es decir la hiperrealidad, pondrá fin a la linealidad del tiempo. La proximidad excesiva con la realidad produciría una interferencia desastrosa entre un acontecimiento y su difusión, entre la causa y el efecto, entre el objeto y sujeto, el tiempo lineal que es el del fin, se convierte en un 11 12 suspenso ilimitado del fin. La hiperrealidad pone término al propio aplazamiento del Juicio Final, o del Apocalipsis o de la Revolución. «Si queremos el goce inmediato del acontecimiento, si queremos vivirlo en el mismo instante, como si estuviéramos ahí es que no tenemos ninguna confianza en el sentido o en la finalidad del acontecimiento»11. La historia se acaba no por falta de actores sino por la disminución de la velocidad, indiferencia y pasmo. Por último, Robert Young, tomando algunos aspectos de la crítica ya vistos en Vattimo, e inspirado en la corriente poscolonialista, desarrolla la idea de la disolución de la Historia como una expresión de las premisas eurocéntricas del conocimiento occidental. «…Puede afirmarse que el posmodernismo en si mismo implica no sólo los efectos culturales de una nueva fase del capitalismo ‘tardio’, sino también un sentimiento de pérdida de la historia y la cultura europea como Historia y Cultura, pérdida de su lugar incuestionable en el centro del mundo. Podríamos decir que –de acuerdo con Foucault–, si la centralidad del ‘Hombre’ se disolvió a finales del siglo XIX y el ‘Orden Clásico’ cedió paso a la Historia, hoy en día, a finales del siglo XX, la Historia ha dado lugar a lo ‘Posmoderno’ por lo que estamos presenciando la Disolución de ‘Occidente’»12. Ibid., p. 21. Young, Robert, «White mythologies: writing History and the West», en Keith Jenkins (ed.), The Posmodern History Reader, Londres, Nueva York, Routledge, 1997, p. 76. 87 María José Henríquez El paso definitivo a la condición posmoderna se verifica principalmente en la disolución de la dicotomía realidad/ficción. Recapitulando, podríamos decir que la «disolución», y por tanto el paso definitivo a la condición posmoderna, no se verifica solamente en la unidad de la historia como proceso, o en el centro occidental desde el cual se la escribía, sino que –y principalmente– en la disolución de la dicotomía realidad-ficción. Así, la idea fundamental consistiría en negar que la historiografía haga referencia a la realidad y, como derivada, no existiría ningún criterio históricoracional de la verdad, ya que todo intento por obtener una visión coherente e integral de un período dado estaría determinado por apreciaciones no científicas. CRÍTICA A LA CRÍTICA: REALIDAD, VERDAD E HISTORIA Evidentemente, estas teorías han provocado múltiples respuestas, que reconociendo las transformaciones de nuestras sociedades y sus consecuencias, en cuanto a la teoría y práctica histórica, rechazan –en último término– el fin de la racionalidad histórica como medio para aproximarse a la verdad y, por tanto, a la realidad como objetivo (ideal) último. Cuestionando el argumento de Young, 13 14 88 desde el marxismo, Bryan D. Palmer, lo considera atractivo para aquellos que desean corregir los errores de una historiografía arraigada en el racismo, pero, en su opinión, este desafío ahoga el proyecto de emancipación, convirtiéndolo en una ideología de la ilusión. «Occidente» no está en sentido alguno en vías de disolución, la «Historia» no ha quedado desplazada. «Pocos meses después de la publicación de las palabras de Young, la carnicería de la Guerra del Golfo mostró el talón de Aquiles de los trompetazos ideológicos de este tipo de soplidos inequívoca y tecnológicamente superiores de un ‘Occidente’ tan belicoso y militarista como otras formaciones sociales capitalistas que están ostensiblemente muertas»13. Son las consecuencias teóricas, prácticas y también políticas de la teoría posmoderna las que preocupan a Palmer y, en este sentido, las palabras de Ellen Meiksins Wood grafican su inquietud: Justo en el momento en el que el mundo cae progresivamente dentro de la lógica totalizadora del capitalismo y sus impulsos homogeneizadores, justo en el momento en el que más sentimos la necesidad de encontrar herramientas conceptuales para comprender esa totalidad global» (..) «ciertas corrientes intelectuales de moda –desde el ‘revisionismo’ histórico al ‘posmodernismo’ cultural– están dividiendo al mundo en fragmentos de la ‘diferencia’ 14. La defensa desde el marxismo, no implica ignorar el grado en el que el pen- Palmer, Bryan D., «La teoría critica, el materialismo histórico y el supuesto fin del marxismo: retorno a la miseria de la teoría», Historia Social, N° 18. Invierno 1994. p. 132 Ibid. La modernidad como relato samiento posestructuralista se ha preocupado de temas poco atendidos por las múltiples corrientes de la tradición marxista. La preocupación radica en el grado en el que la acrítica adopción de la teoría crítica ha dado lugar al rechazo absoluto de los supuestos y las explicaciones del materialismo histórico, al detrimento de la sensibilidad histórica y a la negación de la existencia real de hombres, mujeres y niños situados históricamente. El rechazo expuesto por Palmer puede, en su opinión, favorecer al marxismo y al materialismo histórico, en la asimilación del valor de la teoría crítica como elemento enriquecedor de la investigación y la interpretación histórica, pero «solo si el antimarxismo arrogante e insensato y patentemente ideológico se reconoce y rechaza por lo que es: oportunismo y apostasía de un clima político particular».15 Lo que podríamos considerar «similar» al revisionismo de ala liberal, pero en sentido inverso. La lectura marxista del posmodernismo no rechaza que se trate de una condición de la vida cultural contemporánea, rebate lo que considera un proyecto ideológico de racionalización y legitimación de este orden posmoderno como algo que está por encima y más allá de las relaciones sociales de una economía política capitalista. La posmodernidad, para el marxismo, constituye una época del capitalismo, básicamente continua con la explotación y la acumulación de los primeros tiempos, pero discontinua en las formas de expresión de sus representaciones. Esta posmodernidad como condición 15 16 capitalista se produce no al margen de la historia, sino en el marco de sus relaciones de poder y desafío, de lucha y subordinación. Si esto es así, ¿correspondería aquí preguntarnos por la legitimidad del saber? ¿En dónde residiría?, ¿en la verdad científica o en –la búsqueda– de la justicia social?... En la moral, la ética o la estética. La lectura marxista del posmodernismo rebate lo que considera un proyecto ideológico de racionalización y legitimación del orden posmoderno. Ahora bien, como constructo que se sabe como tal, que es consciente de su condición, el posmodernismo sí que podría tratarse de un proyecto con una intencionalidad, ciertamente más manifiesta que cualquier otro relato, ya sea moderno o incluso premoderno, pues al saberse no natural siempre podrá corregir sus debilidades y potenciar sus fortalezas. La premisa fundamental en la posición adoptada por Palmer es que el posestructuralismo constituye la ideología de una época histórica particular, hoy asociada a la posmodernidad.16 Desde este punto de vista, es decir como ideología de una época histórica particular, se lo podría entonces considerar como un eslabón más en el devenir «novedoso» moderno y, por lo tanto, no como la disolución de la categoría de lo nuevo. Ibid., p. 126. Ibid., p. 127. 89 María José Henríquez Podría considerarse que el posestructuralismo es un eslabón más en el devenir «novedoso» moderno. Ahora bien, en opinión de Palmer, en su crítica a la historiográfica marxista el posestructuralismo no ha sido especialmente destructivo, ya que ocasionalmente trata con textos históricos reales. La desestabilización, más bien, ha provenido de quienes desde el marxismo han oscilado hacia las determinaciones del discurso y la representación, asestando en este proceso golpes específicos a la historiografía marxista. Al respecto, la relativización del concepto de clase ha sido paradigmática, siendo sus más insignes representantes Gareth Stedman Jones, Patrick Joyce y Joan W. Scott. Palmer no niega los descubrimientos de aquellos en relación con los lenguajes de clase y sus limitaciones… «pero se requiere el duro empeño de la teoría y la investigación empírica del materialismo histórico para explicar por qué la conciencia de clase fue capaz de traspasar los muros reales del pensamiento político, el dialecto, las relaciones comerciales locales y los diálogos de las baladas de los teatros de variedades y los romances populares. Las respuestas a los dilemas de clase como un proceso de la conciencia no se encuentran separando el lugar material del trabajo de su concepción, como Stedman Jones y Joyce se inclinan a hacer, sino explorando mejor esa estructura del ser para comprender y materializar la estructura del sentimiento que en 17 90 Ibid., p. 143. algunas ocasiones lo acompaña y, en otras, está claramente alejado de él»17. En un sentido similar, pero más cercano a la escuela de Annales, Elizabeth Fox –Genovese articula su defensa. La Historia, en su opinión, no puede simplemente ser reducida –o elevada– a una colección de textos, a la teoría y la práctica de la lectura de los mismos. Según ella, el texto existe para los historiadores como una función o articulación del contexto. Ellos trabajan sobre el dilema que plantea la simbiosis entre el texto y el contexto, entendiendo por contexto el significado de las condiciones reales de la producción y diseminación textual. A su juicio, muchos representantes de la crítica literaria también parecen trabajar sobre este dilema, y sus mejores trabajos han abierto promisorias oportunidades. No obstante, en la mayoría de los casos han preferido implícitamente absorber la historia dentro del texto o discurso sin (re) considerar las características específicas de la historia. Para ella, la historia es ineludiblemente estructural, es decir, debe revelar y reconstruir las condiciones de conciencia y acción, entendiendo por condiciones sistemas de relaciones sociales: incluyendo mujeres y hombres, ricos y pobres, poderosos y débiles, entre todas las distintas creencias, razas y clases. En cualquier momento dado los sistemas de relaciones operan de acuerdo con una tendencia dominante (por ejemplo, lo que los marxistas llaman modo de producción) que los dota de estructura. El pasado y la interpretación del pasado histórico han segui- La modernidad como relato do un patrón o estructura, de acuerdo con los cuales algunos sistemas de relaciones o algunos eventos poseen más significado que otros. La estructura en este sentido gobierna la escritura y lectura de los textos. No obstante, la estructura ha caducado –en buena medida– por nuestro reconocimiento de los múltiples lazos que ligan todas las formas de la actividad humana, incluyendo el pensamiento y la producción textual. En otras palabras, la preocupación por la estructura ha cedido paso a la preocupación por el sistema. La real noción de textualidad, en sentido amplio, encarna la insistencia sobre el sistema, interconexión y lleva a la totalización. Ahora bien, el concepto de estructura, no distinto al del discurso, representa un compromiso con el dibujo, al menos provisional, de los límites. En este sentido, la estructura, como el discurso, intentan dar cuenta de la política presente y pasada. No obstante, los críticos contemporáneos implícita, cuando no explícitamente, conceden al texto un estatus sui generis, como si este de alguna manera definiera las leyes del tiempo, moralidad, historia y política. Bajo aquella superficie descansa una hostilidad implacable hacia la historia como estructura y hacia la política como la lucha para dominar a otros y así formar estructuras de relaciones sociales. De esta forma, la historia se reduce a un accidente (en sentido aristotélico) del texto antes que a su esencia y, así, implícitamente la política se reduce a su encarnación textual. 18 El concepto de estructura representa un compromiso con el dibujo al menos provisional de los límites. Para Fox-Genovese «La crisis epistemológica de nuestro tiempo refleja la crisis de la sociedad burguesa, como una crisis de conocimiento, certeza, jerarquía y relaciones sociales basadas materialmente. No estoy sugiriendo que debiéramos volver, si en efecto pudiéramos, a un marxismo intransformado o a la interpretación liberal. El desarrollo reciente de la historia y los estudios literarios han expuesto la bancarrota del sujeto autoritario (hombre y blanco) y dado paso a las demandas de la mujer, la gente trabajadora y los pueblos de razas de color y las culturas no occidentales. Sugiero que la historia estructuralmente informada ofrece nuestra mejor alternativa a los modelos literarios. Para la atención seria de las reivindicaciones de la historia, fuerza el reconocimiento del texto como una manifestación de anteriores sociedades humanas. El problema del conocimiento histórico persiste. Permaneceremos rehenes no simplemente de la imperfección, sino de la imposibilidad de precisión al recobrar el pasado y, en este sentido, continuaremos ligados al enigma hermenéutico. Pero aquellas coacciones no justifican el abandono de la lucha, ni nuestra ciega adhesión a la negación de la historia.»18 Por último, Christopher Norris dará, Fox-Genovese, «Literary Criticism and the Politics of the New Historicism», En H.A. Veeser (ed.), The New Historicism, Londres, Routeledge, reproducido en K. Jenkins (ed.), The Postmodern Reader. Londres, Nueva York. Routledge, 1997, p. 88. 91 María José Henríquez precisamente, fundamental importancia al problema planteado en torno al conocimiento histórico. Esta vez la defensa se encaminará a denunciar el abandono de la crítica por la teoría crítica. Se fomenta la nivelación de una visión consensuada del lenguaje, privando a la teoría de su fuerza crítica. Para él, existen ciertos peligros en el movimiento por colonizar otras disciplinas en nombre de una abarcadora teoría literaria. Uno de ellos es la tendencia a reducir esas disciplinas al nivel de una generalizada ‘intertextualidad’, sin tomar en cuenta sus problemas específicos, su prehistoria conceptual y sus característicos modos de argumentación. El resultado es fomentar la nivelación de una visión consensuada del lenguaje, verdad y razón, privando a la teoría de su fuerza crítica. No se trata de realizar exposiciones positivistas, y no niega que la lectura de Foucault, Hayden White u otros «teóricos del relativismo» (las comillas son mías), pueda ayudar a agudizar la conciencia de los estudiantes sobre los debates que siempre se dan en la interpretación de los textos históricos. No obstante, existe una gran diferencia entre este tipo de lección en la lectura crítica de la evidencia y otra escéptica que niega su utilidad. En su opinión, «no es un buen tiempo para decir a los estudiantes que la historia solo da cuen19 92 ta de alguna presente visión consensuada, y finalmente se reduce a una lucha por el poder entre varias, más o menos plausibles, ficciones narrativas.»19 Evidentemente su preocupación apunta a las consecuencias políticas. Su argumento consiste en que ideas de la teoría literaria entregan un engañoso modelo de conducta de otras disciplinas. Prestan apoyo a una tendencia relativista de moda que socava la razón crítica, que trata la historia como una simple colección de narrativas o ficciones y renuncia a cualquier exigencia por distinguir entre la verdad y varias aparentes creencias ideológicas. Esto es así, en parte por una estrecha concepción de la ‘teoría crítica’, una que deriva casi enteramente de las fuentes posestructuralistas francesas y muestra un pequeño interés en la tradición poskantiana de pensamiento, tomada por filósofos como Adorno y Habermas, en la cual, en su opinión, la reivindicación de la razón crítica recibe su más persistente y vigorosa defensa, de cara a las creencias irracionales o relativistas. Estos rechazan la idea de la verdad solo como materia de valores consensuados, o good in the way of belief, ya que es posible que el pensamiento sea incapaz de lograr cualquier clase de perspectiva crítica, cualquier punto de vista cuestionado admite ideas en nombre de un mejor y más adecuado entendimiento. La teoría crítica, en la actual moda posestructuralista, no puede aquilatar es- Norris, Cristopher, «Posmodernising History:Right Wing Revisionism and the Uses of Theory», Southern Review,1988, reproducido en K. Jenkins (ed.), The Postmodern Reader. Londres, Nueva York. Routledge. 1997, p. 95. La modernidad como relato tudios en los que se tergiversen hechos en nombre de una política determinada, como en su opinión hace Jonathan Clark, al renunciar a cualquier reivindicación por distinguir entre razón y retórica, conocimiento y poder, debate racional y juicios, resistiendo el prejuicio, el dogma o el ejercicio de la autoridad. A su juicio, es necesario abrirse a otras clases de teorías, entre las que se incluye la tradición de Frankfurt. «La verdad no es producto de creencias consensuadas, sino el resultado de un permanente debate racional, donde los valores consensuados siempre son sujeto de cuestionamiento»20. ¿EPÍLOGO O DISOLUCIÓN? Entonces, estamos en presencia del fin de la modernidad, y consecuentemente de la historia, y en último término de la realidad. La respuesta posiblemente ya indica una tendencia: depende. Evidentemente, la Historia unitaria, y en consecuencia el metarrelato moderno, se ha transformado en múltiples historias y en este sentido «ha llegado a su fin el consenso de que existe una historia y que esta desemboca en el moderno mundo occidental, el consenso, por tanto, que, muy contadas excepciones aparte, ha dominado el pensamiento del siglo XX».21 Pero esto no significa que la historia haya terminado. 20 21 22 23 Posiblemente uno de los aportes más significativos de la teoría posmoderna es que nos ha hecho más conscientes –u obligado a tomar conciencia– de la complejidad intrínseca de múltiples aspectos relacionados con el quehacer historiográfico. En este sentido, la puerta abierta por la posmodernidad se presentaría, en mi opinión, como el «campo de posibilidades» al que se refiere Vattimo.22 La teoría posmoderna nos ha hecho más conscientes de la complejidad intrínseca de aspectos relacionados con el quehacer historiográfico. Según Georg Iggers «somos hoy conscientes de lo condicionado que está, por la época y por la cultura, nuestro concepto de un tiempo lineal y progresivo, el cual une el pasado, el presente y el futuro, es decir, el concepto del tiempo que, por así decirlo, constituía el hilo conductor para la historiografía moderna. Existen muchos tiempos, el tiempo de la iglesia y el tiempo del comerciante en la Edad Media, la longue durée de las estructuras sociales y culturales y el tiempo rápido de los acontecimientos; todas ellas concepciones del tiempo, que son condicionadas, al menos en parte, por los planteamientos del historiador y por el objeto de sus planteamientos».23 En este sentido, lo mismo es válido respecto de la objetividad y la búsqueda Ibid., p. 102. Iggers, Georg G., La ciencia histórica en el siglo XX, Barcelona, Idea Books, 1998, p. 106. Vattimo, Gianni, op. cit., p. 19. Iggers, Georg G., op. cit., p. 107. 93 María José Henríquez de la verdad. Toda historiografía nace de una perspectiva ligada a una persona, a una época y a una cultura. Lo que en estricto rigor no tiene nada de nuevo. Ya en Combates por la historia Lucien Fevbre enfatizaba que «es en función de la vida cómo la historia interroga a la muerte».24 La clave del consenso en la comunidad científica es la reproductividad. Ahora bien, es evidente que la relación del historiador con el objeto de su investigación se ha vuelto mucho más complicada, ya que la problematización radical del pensamiento científico ha llevado a poner en duda la aprehensión y comprensión de dicho objeto en, valga la redundancia, su objetividad. Sin embargo, en palabras de Iggers, «esta nueva conciencia ha llevado, en la práctica, no a una disolución (la cursiva es mía), sino a una ampliación del quehacer científico sobre la historia».25 Ahondemos en este aspecto, el quehacer científico, que es sin duda uno de los más discutidos. En las lecciones que E. H. Carr impartió en la cátedra Trevelyan de Cambridge, en 1961, comentaba lo siguiente: «Cuando era joven me impresionó, como correspondía, enterarme de que a pesar de las apariencias la ballena no es un pez. Hoy en día, estas cuestiones de clasifica24 25 26 27 28 94 ción me interesan menos y no me preocupo demasiado cuando se me asegura que la historia no es una ciencia».26 Entonces, ¿es todavía posible utilizar la palabra ciencia o razón al hablar de historia? En ciencia la clave del consenso en la comunidad científica es la reproductividad, es decir, la verificación se produce por repetición de procesos reales. En este entendido, obviamente, la historia no es ciencia. Pero no todas las ciencias operan de la misma manera. Siguiendo la argumentación de John Lewis Gaddis, los paleontólogos nunca han visto realmente un dinosaurio, pero reconstruyen su vida y muerte de manera que convencen a sus colegas que saben lo que dicen. Lo mismo se aplica a los astrónomos, ninguno ha trascendido la órbita terrestre, y sin embargo, logran dibujar el mapa del universo. Ciertamente en las disciplinas mencionadas se combina lógica e imaginación, sin embargo, «en la historia, como en la ciencia, la imaginación debe estar limitada y disciplinada por las fuentes, y esto es precisamente lo que la diferencia de las artes y todos los otros métodos de representación de la realidad»27 (…) «Lo mismo que con la reconstrucción de los dinosaurios y la construcción (la cursiva es mía) de la historia, una vez más nos encontramos con la realidad que hay que representar, la representación misma y su recepción por parte de quienes la utilizan.»28. La recep- Febvre, Lucien, Combates por la historia, Barcelona, Ariel, 1970, p. 245. Iggers,Georg G., op. cit., p. 109. Citado en Gaddis, John L., El paisaje de la historia, Barcelona, Anagrama, 2004, p. 60. Ibid., p. 68. Ibid., p. 72. La modernidad como relato ción, por tanto, podría motivar una reconsideración de los puntos de vista, haciendo surgir una nueva base para el juicio crítico e incluso una nueva visión de la realidad. En un sentido muy parecido al expuesto por Norris. La historia no es literatura porque, conocedora de los límites de la modernidad, es también su deudora. La historia no es literatura, ni se disuelve en metáforas, porque conocedora de los límites de la modernidad (o la ilustración) es también su deudora. La historiografía actual no ha renunciado a la búsqueda del conocimiento. Y es precisamente esta búsqueda, por mediatizada que sea, la que impide desistir en su derecho a afirmar que reconstruye la vida real que, en ultimo término, en palabras del historiador Joaquín Fermandois, da vida a la muerte. Ciertamente la historia no ha llegado a su fin. Utilizando una analogía similar a la de Baudrillard, la primera ley de la termodinámica indica que nada se pierde, todo se transforma. Así, podríamos decir que «la Historia» ha perdido su monopolio, pero no ha terminado y tampoco se ha disuelto. En sociedades traumatizadas, como lo ha sido la española y ciertamente lo es la chilena, o como lo es en menor o mayor medida cualquier sociedad, el sentido de la historia libera al pasado de ser olvidado y permite una reconciliación con este, con el trauma; eso es emancipación. 29 De la misma manera, las discusiones en torno a las diversas interpretaciones lo liberan de una única explicación válida posible. «Lo que queremos es mostrar que el sentido de la historia no queda fijado una vez producida la historia, y ni siquiera cuando se termina de escribirla. Esto también es liberación».29 Lo que ciertamente no libera es el argumento posmoderno llevado a su extremo. Si todos los relatos son verdades igualmente válidas, llegaríamos a un relativismo tal que en poco o nada nos diferenciaríamos del mundo graficado por George Orwell en su novela 1984, y las directrices del Ministerio de la Verdad, o los hombres alfa, beta y gama de Un Mundo Feliz, de Huxley. Puede parecer exagerado, pero no del todo si reflexionamos, por ejemplo, en torno al último libro de Francis Fukuyama, La construcción del Estado. Considerado por Tom Wolfe como «Una fascinante propuesta histórica y filosófica para el siglo XXI» – así las cosas, evidentemente ambas disciplinas están de baja–, en La construcción del Estado, Fukuyama equipara ataque preventivo e intervención humanitaria. Hay personas a las que les gusta distinguir claramente entre las intervenciones realizadas para fomentar los derechos humanos en un país y las que se llevan a cabo para evitar las amenazas a la seguridad de otros países. Afirman que sólo las primeras constituyen un motivo legítimo para la violación de la soberanía. Esta distinción es discutible, ya que presupone que la autodefensa es, de alguna forma, Ibid., p. 183. 95 María José Henríquez menos legítima que la defensa de otros. De todos modos, estos asuntos a menudo se solapan en la práctica porque los gobiernos que vulneran los derechos humanos son, con frecuencia, los mismos que amenazan a sus vecinos o que son demasiado débiles para impedir que surjan las amenazas y las conculcaciones de derechos. Este punto no debería considerarse como una justificación de la guerra de la administración Bush contra Irak. En este caso, los pro y los contra son muy complejos. Las posibilidades de detener una auténtica amenaza para la seguridad procedente de Bagdad no se estudiaron de forma adecuada, y la manera en que la administración fusionó la amenaza que suponía Irak con la amenaza terrorista nos reflejaba con exactitud la divergencia de intereses de estas dos partes. La cuestión radica más bien en que la existencia de ADM (armas de destrucción masiva) en manos de actores no estatales comporta un problema de seguridad nuevo y de extrema gravedad, que justificaría, casi con plena certeza, una intervención por parte del país que se viera amenazado de este modo. La disuasión, por una parte, no funciona en un lugar donde las probabilidades de que se haga uso de ADM son elevadas; el principio de soberanía, por otra parte, no bastaría nunca por sí solo para proteger a un país que estaba dando cobijo a este tipo de amenaza. Por tanto, la solución a este problema nos lleva exactamente a la misma conclusión que la intervención humanitaria: es necesario entrar en dichos países y asumir su gobernanza a fin de eliminar tales amenazas y evitar que surjan de nuevo en el futuro.30 (…) 30 31 96 Las grandes discusiones no giran en torno al principio de soberanía en sí, que muy pocos están dispuestos a seguir defendiendo de forma rigurosa. No hay duda de que todas las soberanías nacen iguales, ni de que la mala gobernanza contribuye directamente a reducir el respeto que la comunidad internacional tiene hacia la soberanía de un país. Este giro, insisto una vez más, no se produjo tras el 11-S, sino que se engendró durante las intervenciones humanitarias de la década de los noventa31. En estricto rigor tendría razón, pero ¿es este relato igualmente válido –como verdad–, al que indica, por ejemplo, que una guerra llevada a cabo de forma unilateral y sin que nadie dé una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, es cuando menos ilegal?, ¿es lo mismo que una intervención humanitaria?, ¿buscan realmente lo mismo? Me parece que no y el peligro no solo es su idéntica validez como relatos, sino también que intencionalmente resignificados ambos términos (ataque preventivo e intervención humanitaria) podrían, en ultima instancia, significar lo mismo. Será necesario estar alerta y, como dice Lucien Febvre, en el texto (y con texto solo quiero indicar palabras) que inicia esta reflexión, confiar un poco más en nosotros mismos como historiadores y en nuestro trabajo, relativizando la relatividad posmoderna como condición paralizante, disolutiva e igualadora. La posibilidad que abre muestra límites, pero no borra el hon- Fukuyama, Francis, La construcción del Estado. Hacia un nuevo orden mundial en el siglo XXI, Barcelona, Ediciones B, 2004, pp. 146-147. Ibid., p. 155. La modernidad como relato rado propósito de buscar la realidad de un periodo dado y la verdad como vara de medir, como ideal por alcanzar… ¿Dónde radicaría la legitimación del saber? …posiblemente en la propia práctica, en la búsqueda del conocimiento. 5. 6. 7. BIBLIOGRAFÍA 1. Baudrillard, Jean, La ilusión del fin o la huelga de los acontecimientos, Barcelona, Anagrama, 1993. 2. Febvre, Lucien, Combates por la historia, Barcelona, Ariel, 1970. 3. Fox-Genovese, «Literary Criticism and the Politics of the New Historicism», en H.A. Veeser (ed.), The New Historicism, Londres, Routledge, reproducido en K. Jemkins (ed.), The Postmodern Reader, Londres, Nueva York. Routledge, 1997. 4. Fukuyama, Francis, La construcción del Esta- 8. 9. 10. 11. do. Hacia un nuevo orden mundial en el siglo XXI. Barcelona. Ediciones B, 2004. Gaddis, John L., El paisaje de la historia Cómo los historiadores representan el pasado, Barcelona, Anagrama, 2004. Iggers, Georg G., La ciencia histórica en el siglo XX. Las tendencias actuales, Barcelona, Idea Books, 1998. Lyotard, Jean-Francois, La condición posmo-derna. Informe sobre el saber, Madrid. Cátedra, 1986. Norris, Christopher, «Posmodernising History: Right Wing Revisionism and the Uses of Theory», Southern Review,1988, reproducido en K. Jenkins (ed.), The Postmodern Reader. Londres, Nueva York. Routledge. 1997 Palmer, Bryan, «La teoría critica, el materialismo histórico y el supuesto fin del marxismo: retorno a La miseria de la teoría», Historia Social, N°18, 1994. Vattima, Gianni, El fin de la Modernidad. Gedisa, 1994. Young, Robert, «White mythologies: writing History and the West», en K. Jenkins (ed.), The Postmodern Reader, Londres, Nueva York. Routledge, 1997. 97