aunque tú no
voy por delante de ti
yo sí me quiero.
31/3/09
24/3/09
19/3/09
Es estúpido. Hoy sentí simplemente ganas de llorar, sin pensar en ningún motivo. Estoy cansada. Estoy muy cansada de esperar. Me siento como un animal herido. Estoy vacía. Vivir a medias es un esfuerzo continuo. No pensar es una guerra sostenida que se decide en las pesadillas nocturnas, donde todas las ideas salen a buscarme portando antorchas para acabar con mi respiración. "Ya está mejor". "Ya ha pasado lo peor". "Ahora estás bien". Dicen.
15/3/09
En esta casa, que hicimos nuestra, en horas frente al televisor o tumbados en mi cama, me es más difícil mantener la calma. Siento, en el pecho, un dolor físico que agradezco al atravesar las habitaciones, al andar por las calles que tantas veces nos han visto de la mano. De alguna manera experimentar de forma palpable esta herida que me atruena los oídos me hace sentir humana. Pero es más difícil vivir aquí con tu abandono, que allí con tu ausencia. Tengo ganas de volver a la casa que me conoció siempre mutilada.
11/3/09
10/3/09
-¡Oh, no, Peter! ¿Otra vez? –me asusté al abrir la ventana y verlo tembloroso, sujetándose con las dos manos su pierna delgada cruzada por una nueva herida.
Ni siquiera me respondió a la pregunta, se dejó caer en el alfeizar y apretó los labios para contener las lágrimas. Momentáneamente me hizo olvidarme de todo lo demás y corrí a por mi costurero temerosa de encontrar dedales cargados de malos recuerdos. Peter tenía su mirada clavada en el papel de la pared y sus ojos brillantes lo traicionaban. Me arrodillé junto a él y observé la herida con cuidado. Era una brecha corta, pero profunda, típica de un puñal afilado. Mi corazón se encogió al imaginarlo luchando de nuevo contra Garfio.
-¿Qué ha pasado? –inquirí sin mirarlo para no hacerlo sentir incómodo. Desgraciadamente mi voz sonó demasiado maternal y Peter clavó sus ojos en mí como dos ascuas encendidas.
-Nada –rugió apretando los puños y descargándolos contra la madera donde se sentaba-. No tienes que preocuparte porque haya pateado el culo de ese maldito Garfio. He estado rondando su barco pero él no tiene nada que ver –terminó con un gemido sordo, obligándome a resistir la tentación de acunarlo para que se calmase-. Ha sido Tootles –confesó el niño a media voz-. Quería irse para siempre… -murmuró en un quejido-, como tú…
Las lágrimas de Peter cayeron sobre mí mudas y acompasadas. Pobre niño perdido, pensé agarrándome las faldas y tragándome el nudo en el estómago. Pobre Wendy. Suspiré profundamente. Volví a concentrarme en su herida y comencé a coserla mientras aguantábamos la respiración sin darnos cuenta.
Así que el pequeño y bueno de Tootles había deseado abandonar Nunca Jamás para emprender nuevas aventuras. Yo sabía lo que Peter quería a cada uno de los niños perdidos, aunque no se lo dijese nunca, aunque jugase con ellos a la guerra, aunque los cambiase a los indios por un buen baile junto a la hoguera. Continué en silencio, consciente de que cualquier cosa que dijese nos traería de nuevo los motivos de mi marcha, los motivos de la marcha de Tootles.
-Es un cobarde –rugió Peter y para mi sorpresa terminó su enfado con una gran carcajada triunfal-. Por eso ha decidido quedarse –exclamó con alegría-. Luchamos, gané y tiene que obedecer mis órdenes.
-Te hirió –señalé devolviendo la aguja al costurero y relajando mi posición hasta sentarme en el suelo. Me tranquilizaba ver que su fortaleza seguía intacta, pronto juraría no haber llorado nunca.
-Tú también –susurró entre dientes.
Un frío helado se extendió por la habitación conquistando todos los rincones. Las llamas hacía mucho que no calentaban en la chimenea y las sombras de las lámparas se hicieron más largas y afiladas. Clavé mis ojos en el hueco de la ventana, observando las estrellas infinitas y tuve miedo de que él pudiese ver a través de mí.
-¿Por qué estás tan gris, Wendy? –inquirió mientras volaba para posarse a mi lado y entrelazar sus manos con las mías-. Estás helada… -señaló sorprendido-. ¡Oh, Wendy! No tengas miedo, no ha sido nada, ¿ves? Es sólo una herida más.
-¡Es lo que tienen las batallas! –sonreí atormentada por mis propias ideas, tratando de desviar el tema de conversación.
-¡Y yo soy un gran guerrero! –cacareó Peter elevando el vuelo en una órbita perfecta hasta adoptar una posición gallarda cerca del techo.
-Y siempre lucharás.
-Siempre lucharé –prometió.
Apreté el bajo de mi falda con manos temblorosas y devolví la mirada a la ventana.
-Oye, Wendy, se te ha quedado un beso fuera –indicó Peter con alegría y devolví desgarrada el antiguo dedal a mi viejo y gastado costurero.
9/3/09
6/3/09
En paz, en tregua, en calma que precede a la tormenta, preparada para el grito, asustada frente al marco de la imaginación apagada por supervivencia ciega. Latidos, respiración, herida, todo en su sitio. Paseo, río, miento y digo. Los niños se tropiezan conmigo y les hablo de Valle-Inclán y del dolor de Mari Gaila con textos que me traen recuerdos azules. Relleno un informe, hago la compra y la comida, paso la aspiradora y cierro las persianas. En paz, en tregua, en calma que precede a la tormenta. Mi esteticién lo arregla todo con espuma para el pelo: en las piernas, en las manos, en el arco de una ceja despistada. Veo la televisión, no escucho música, puedo andar más rápido, pero no decírmelo. Duermo, velo, leo La bodega y me hago promesas para un futuro de abandono. Testimonio que sigo viva o eso creo -en paz, en tregua, en calma que precede a la tormenta-.
4/3/09
Trato de automatizarlo todo. Robotizarme el corazón. No sentir nada, ni bueno, ni malo. Concentrada sólo en respirar y en responder a los demás lo que esperan que responda. Si cuentan un chiste suelto una carcajada oportuna, si hablan de política pretendo que me interesa. Sólo tengo que esforzarme en no mirar a los ojos a nadie, sólo tengo que mantener el rostro tranquilo, evitar traicionarme a mí misma con un gesto de dolor, con un vacío silencioso cuando alguien me pregunta algo y no estaba escuchando nada. Necesito insensibilizarme.
3/3/09
2/3/09
Tratas de andar despacio, dar pasos cortos. Sientes que tienes un castillo de copas de cristal en el estómago y que si te mueves demasiado rápido todas se destrozarán dentro de ti. Eres capaz de escuchar el vacío que llevas dentro con tanta claridad que no sabes si es mejor taparse o no los oídos. Intentas mantener tu cabeza en silencio, dormir tu cuerpo, dormir tus ideas. Como si todo fuese una habitación blanca en la que esperas delante de la puerta cerrada. Sabes que detrás de esa puerta hay gritos y llanto. No la quieres abrir. A veces escuchas una voz que se escapa y te atraviesa, pero rápido cierras los ojos con fuerza y te convences de que no es verdad, de que no estás allí. Aunque sí estás.
Todo se resume a esperar a que te den la señal, a que suene la alarma que indique que tienes que atravesar esa puerta, porque sólo detrás de ella está la verdadera salida. Sólo esperas que él vuelva y te mire, y te diga si le mereces la pena.
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