Mi primera visita al dentista fue a los 14, me costó
mi primera muela y un dolor para no olvidar, en aquellos años las anestesias
dejaban mucho que desear, tampoco era muy común intentar salvar las piezas.
La segunda visita fue pocos años mas tarde, tenía un dolor agudo en una muela, recuerdo que era un día de agosto de esos de 40º a la sombra.
Caminé por una calle céntrica, leyendo las placas de
los portales, hasta que tropecé con la primera que ponía “odontólogo”, de
vacaciones, así ocurrió con otros dos, por fin encontré uno trabajando, subí los tres pisos sin ascensor y llame al timbre,
me pasaron a una sala de espera donde había nueve penitentes delante de mi, que fueron
pasando por riguroso turno, los fui viendo salir a todos, algunos iban con la
cara desencajada.
Hora y cuarto
después, cuando ya me estaba
arrepintiendo, me pasaron a la sala de torturas. y mi segunda muela a hacer
puñetas, 4000 pelas del ala, a la talega del galeno, ni factura ni recibo, negocio
redondo, (mi sueldo eran once mil pesetas al mes), mientras bajaba las
escaleras se me ocurrió hacer la multiplicación 4000x10 = 40.000 pesetas, en
solo hora y media de trabajo, seguramente de ahí proviene el dicho “hacer el
agosto” .
Según pasaban los años perdí algunas muelas mas, como no eran alarmantes para la estética, lo dejé estar. Pero cumplidos los sesenta, me di cuenta que mi boca pedía a gritos una gran inversión, por lo que decidí acudir a una clínica dental, era una de las muchas que habían abierto en los últimos tiempos. El licenciado según me reconocía, movía la cabeza de lado a lado, yo ya me temía lo peor, al fin dijo: -esto está muy mal-
El mal eran unos 18.000 €, preocupado llegue a casa donde hice algunos números, pero con una pensión modesta y quinientos de alquiler, no había nada que rascar, pensé pedir un crédito, pero si pagaba el préstamo, no tendría para comprar comida, para que quería entonces los piños.
Según pasaban los años perdí algunas muelas mas, como no eran alarmantes para la estética, lo dejé estar. Pero cumplidos los sesenta, me di cuenta que mi boca pedía a gritos una gran inversión, por lo que decidí acudir a una clínica dental, era una de las muchas que habían abierto en los últimos tiempos. El licenciado según me reconocía, movía la cabeza de lado a lado, yo ya me temía lo peor, al fin dijo: -esto está muy mal-
El mal eran unos 18.000 €, preocupado llegue a casa donde hice algunos números, pero con una pensión modesta y quinientos de alquiler, no había nada que rascar, pensé pedir un crédito, pero si pagaba el préstamo, no tendría para comprar comida, para que quería entonces los piños.
Tras una caja de antibióticos, fui nuevamente a la clínica para hacerme varias extracciones, dos muelas se resistían, con ellas se ganó bien el jornal, diez minutos tirando a lo bestia, mientras yo me iba acordando de buena parte de su familia.
Nada mas llegar a casa me mire en el espejo, tenia la boca peor que el desdentao de cornilandia. aquella misma tarde me acerqué a una gran superficie y me compré una batidora de tres velocidades.
Los purés están buenos pero son un poco cansinos, pero estoy contento, como no puedo comer carnes puedo ahorrar un poco, así dentro de unos diez años tendré mis piños nuevos, el problema es que tendré mas de 70 y quizás ya no tenga apetito.