Ha sido el primer día que piso la calle desde que comenzó el confinamiento, por supuesto con mi mascarilla reglamentaria, al principio vas caminando con una sensación sublime después de cinco semanas contando los pocos metros del salón de la casa.
Mi
salida ha sido a la oficina bancaria,
cuando llegué me situaron en el interior junto a la puerta de entrada, solamente
había un cliente sentado frente a la única
empleada de la oficina, a la que este hombre le estaba dando una charla
sobre no se que comisión.
Después
de quince minutos de dimes y diretes, aquel hombre seguía en sus trece
levantando la voz y haciendo aspavientos. Al fin salió de su habitáculo el director de la oficina indicándole que guardara la compostura, palabras que aplacaron momentáneamente al
individuo, siguiendo este con la misma cantinela de la susodicha comisión, en
este caso dirigíendose al director.
En tono amenazante el cliente espetó al director que
si no le devolvían automáticamente la
comisión cerraría la cuenta y se iría a otro banco, en ese momento el director
dirigiéndose a la empleada le indicó que le devolviera la comisión y que le cancelara la cuenta, al momento el
cliente a voz en grito espetó: “oiga que yo no quiero cancelar la cuenta”,
tengo aquí domiciliados todos los recibos, el director con voz sosegada le
dijo: si no quiere cancelar la cuenta no
hay devolución, esa comisión es totalmente legal.
El individuo levantándose de la silla le contesto: me
voy pero daré una queja a la central del banco,
el director le dijo que hiciera lo que creyera oportuno mientras se dirigía a su despacho.
Por fin después de treinta minutos fui atendido, lo
cierto es que no tenía ninguna prisa,
además la espera no fue aburrida.