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  1. Con este magnífico video celebramos los 10 años de Razón Atea. 

    Por Fernando G. Toledo

    Un hombre adulto vive días aciagos. Ha sufrido un grave accidente en bicicleta del que con dificultad se ha recuperado. Está casi sordo. Está atravesando una depresión. El hombre, semianalfabeto, habla poco y en esos instantes dice para sí lo poco que sabe: una oración. De pronto, ve ante él a una imagen de la Virgen María (a quien estaba rezando en ese momento). Su sordera le impide oír otra cosa que voces interiores que le dejan mensajes. Ese es el germen del culto a la Rosa Mística, que atraerá devotos en la Mendoza natal del hombre, una provincia de Argentina, un país que, como el resto de la porción del continente que integra, está dominada por el cristianismo.
    Mucho antes, algo similar le sucedió a Bernadette Soubirous, una adolescente francesa, analfabeta, quien dijo haber visto casi una veintena de veces la imagen de la santa (santísima) Virgen María.
    En otro lugar del mundo, el piadoso musulmán Keyhand Mohman ve una foto satelital del continente africano y se estremece: Alá («el único Dios») ha estampado su firma en el planeta que ha creado. Así lo prueba lo que ve: su nombre, formado por los colores de los árboles, en un sector del África.
    Como vemos, cada cual ve lo que quiere, o lo que su religión le permite. Difícil será encontrar a un budista que vea una zarza ardiendo que diga «yo Soy el que Soy», o un Testigo de Jehová a quien la Virgen le esparza aromas de rosa en su habitación. Cada milagro parece, curiosamente, tallado a imagen y semejanza de la fe de cada uno. Algo extraño: si los milagros fueran manifestaciones de cualquiera de los dioses reales, ¿por qué habrían de expresarse justamente ante los que ya creen en ellos?
    El argumento es sencillo y contundente. La web Business Insider (cuyo nombre puede ser traducido como «Dentro del Negocio»), ha puesto el foco en un negocio de larga data: el de las religiones. Y lo ha hecho a través de un mapa animado que muestra cómo se expandieron y cómo dominan actualmente los diversos territorios del planeta.
    A 10 años de la creación de este blog, nos parece una buena manera para seguir reflexionando sobre cómo las religiones siguen vigentes. Y, por supuesto, también su crítica. Que es lo que se propone desde este espacio.


  2. 20 años de condena

    sábado, febrero 14, 2009


    Se cumplen 20 años de la fatwa de Jomeini contra el escritor Salman Rushdie


    Londres, 14 feb (EFE).- La fatwa con la que el ayatolá Jomeini condenó a muerte al escritor anglo-indio Salman Rushdie tras la publicación de Los Versos Satánicos cumple hoy 20 años, un periodo en el que el autor ha tenido que vivir escondido y protegido.
    La fatua (pronunciamiento legal en el Islam emitido por un especialista en ley religiosa sobre una cuestión específica) sigue vigente, según afirmó esta semana el Gobierno de Irán, aunque desde 1998 excluye oficialmente que se persiga la muerte de Rushdie.
    No obstante, el escritor (Bombay, 1947) sigue viviendo puertas adentro por miedo a sufrir represalias de quienes consideran que el libro es blasfemo y, aunque su aislamiento no es tan severo como hace unos años, afirmó recientemente que percibe este asunto de la fatwa como «si tuviera un albatros enganchado al cuello».
    El libro fue publicado en el Reino Unido en septiembre de 1988 y fue inmediatamente prohibido en India, su país de origen.
    A eso le siguieron numerosas manifestaciones de musulmanes en todo el mundo, con la quema de ejemplares de su libro, hasta que la máxima autoridad de la Revolución Islámica le condenó a muerte.
    Rushdie nunca sufrió un ataque, pero sí fueron víctima de agresiones personas relacionadas con su traducción o publicación.
    El año pasado afirmó a cadena pública BBC que ha pensado en varias ocasiones escribir un libro sobre lo que ha supuesto vivir permanentemente escondido.
    Más recientemente, en otra entrevista con el diario The Times, reconocía que la fatwa le convirtió en uno de los autores más conocidos del mundo, pero le obligó a vivir apartado del mundo.
    El escritor afirmaba que aquella condena del ayatolá Jomeini hace dos décadas fue sólo «el prólogo» de lo que iba a ocurrir después con el fundamentalismo musulmán.
    «Todo el mundo tendió a creer que era un incidente aislado, más que una indicación de algo más grande; se tendió a creer que era mi culpa», decía Rushdie, que lamentaba que las ciudades de su vida -Nueva York, Londres y Bombay- hayan sufrido tres de los atentados terroristas más sangrientos de los últimos años.
    «Es extraño que las tres ciudades que he querido en mi vida hayan sufrido ataques terroristas en los últimos 10 años», señalaba.
    Rushdie criticaba a los países occidentales de falta de contundencia contra los fundamentalistas islámicos.
    En el caso del Reino Unido, aseguraba, estos extremistas se han instalado con la complacencia de los sucesivos Gobiernos, tanto los conservadores como los laboristas, hasta el punto de que se hable de la capital británica como «Londonistán».
    «Este país se convirtió en refugio seguro para todos los grupos extremistas de este mundo. Es de idiotas, de idiotas», decía.
    La cuestión de la fatwa se recuerda hoy con motivo del aniversario, pero el escritor aparece con más frecuencia en los medios británicos por su vida personal que por sus problemas políticos o incluso que por su trayectoria literaria.
    En la citada entrevista con The Times, el autor de los Versos satánicos explicaba que le cansa haberse convertido en un protagonista de la prensa del corazón por su inestable vida sentimental y sus salidas nocturnas, y lamentaba que los tabloides británicos le retraten como un juerguista mujeriego.
    «Todo el mundo va a fiestas. La diferencia es que cuando yo voy a fiestas sale en la prensa», decía Rushdie, de 61 años, que se ha divorciado en cuatro ocasiones y tiene dos hijos.

  3. ¿El regreso de las religiones?

    viernes, enero 23, 2009

    El sociólogo se ocupa de un tema crucial en los últimos tiempos, actualizado de manera dramática a partir del conficto en la Franja de Gaza: la tensa relación entre religión y política. Las conversaciones entre el filósofo ateo Jürgen Habermas y Joseph Ratzinger, poco antes de ser consagrado Papa, incitan a una reflexión sobre las posibilidades de la democracia de integrar a las creencias religiosas, y sobre todo, acerca de la aceptación de las iglesias para vivir en un mundo moderno y racional. Para eso también es necesario que las teocracias de Oriente Medio acepten esos cambios.

    © Juan José Sebreli
    Publicado en Perfil

    El resurgimiento del fundamentalismo islámico en el Medio Oriente y en países asiáticos con teocracias capaces de movilizar a amplios sectores populares, actualizó el tema del fin del «desencantamiento del mundo» y del regreso de las religiones.
    Sin embargo, en occidente estos sucesos adquieren un carácter contradictorio, si bien se observa desde finales del siglo pasado y comienzos del actual una revalorización de la religión tan devaluada en tiempos anteriores, a la vez, se notan signos opuestos de debilitamiento. En el catolicismo, las vocaciones sacerdotales son cada día más escasas, disminuyen la asistencia a misa y los matrimonios por Iglesia, y casi ha desaparecido la confesión. Los dogmas contra la disolución del matrimonio, la anticoncepción, el aborto, la libertad sexual no son acatados ni siquiera por los mismos creyentes; nunca la religión incidió menos en la vida cotidiana del hombre común.
    Las exequias del Papa Wojtyla fueron un suceso mediático multitudinario pero no menos al fin que las de Lady D. Como decía César Magris la Iglesia puede colmar las plazas pero no llenar los templos. Los medios de comunicación masiva han transformado la religión en un espectáculo, a su vez algunos grupos políticos la usan a favor de sus propios intereses y ciertos intelectuales versátiles que, hasta hace poco la desdeñaban, ahora la alaban,
    Uno de los últimos debates que agitaron los círculos de la intelectualidad europea fue el sostenido entre Jürgen Habermas y el filósofo italiano Paolo Flores d’Arcais. Esta polémica fue precedida por otra más curiosa entre Flores d’Arcais y el entonces todavía cardenal y prefecto de la Inquisición, Joseph Ratzinger moderados por un judio (¿Dios existe? Diálogo sobre la fe, el saber y el ateismo). A este debate debe agregarse la obra teórica y la militancia del teólogo y filósofo católico Hans Kung que, desde hace años, viene bregando por una profunda reforma modernizadora de la Iglesia.
    No siempre el debate religioso se da en ese nivel, algunos académicos caen en posiciones tan artificiosas como la de Gianni Vattimo al intentar la amalgama de Nietzsche y el cristianismo, otros más frívolos adecuan el espiritualismo oriental al gusto californiano.
    Es curioso asimismo que un pensador como Carl Schmitt que reivindicaba las más retrógradas tradiciones del catolicismo contrareformista –Donoso Cortés– es hoy rescatado igualmente por el conservadurismo y por el progresismo neopopulista.
    Más significativo aún es la influencia del fundamentalismo evangélico en la derecha del partido republicano estadounidense. Es sabido que buena parte de los electores de George W. Busch lo fueron por sus posiciones religiosas opuestas al aborto y a la homosexualidad. Esta incidencia de la fe en la política no forma, sin embargo, parte de la tradición estadounidense. A diferencia de los países hispanoamericanos de origen católico, la religión se mantuvo separada del Estado desde el orígen mismo de su constitución como nación tal como lo muestra la Declaración de derechos de 1776, donde por primera vez en la historia se garantizaba «el respeto recíproco de la libertad religiosa de los demás». Los protestantes evolucionaron antes que los católicos porque en la Reforma, con la libertad de interpretación de La Biblia, estaba el gérmen mismo de la secularización.
    En la actualidad, en el corazón de occidente han surgido no sólo movimientos religiosos, sino también filosóficos y hasta estéticos contrarios a la racionalidad, la modernidad, el progreso científico y la democracia que constituyeron su paradigma desde la Ilustración. Samuel Huntington se equivocaba cuando hablaba de «choque de civilizaciones» porque el conflicto no se da tan sólo entre occidente y oriente, sino en el mismo occidente.
    Habermas, en el debate al que nos referimos habla del surgimiento de un «pensamiento posmetafísico» como fundamento de una «sociedad posecular» que no implica un retorno a una sociedad presecular y premoderna sino la neutralidad y abstención del Estado democrático con respecto a las visiones del mundo, filosóficas o religiosas. Esta posición fue la defendida, contra la presión de las religiones, en la redacción de la Constitución de la Unión Europea que decidió abstenerse de mencionar a Dios, pues eso hubiera sido excluir a agnósticos y ateos.
    El regreso de las religiones en el mundo occidental se diferencia todavía del fundamentalismo musulmán. Salvo las extravagancias academicistas y las minorías de integristas católicos, fundamentalistas evangélicos o de ortodoxos judíos, las religiones antiguas han aceptado vivir en sociedades seculares. Las últimas expresiones de «naciones católicas» terminaron con el fin de las dictaduras española y portuguesa en Europa y las dictaduras militares en América latina. Tardíamente, la Iglesia Católica con el Concilio Vaticano II en 1965, aceptó la democracia y el liberalismo, satanizados hasta entonces. Luego de siglos de luchar vanamente contra el avance de la modernidad, el Vaticano –aunque todavía tiene pendiente la firma de la declaración de ls derechos humanos del Consejo de Europa– ha tenido la inteligencia de adecuar sus doctrinas de origen premoderno a los descubrimientos de las ciencias, a convivir con otras religiones y con los no creyentes y respetar la secularización del Estado de derecho y la Sociedad civil para poder sobrevivir en el mundo moderno. El hecho de que Ratzinger, que luego fuera un Papa tan conservador como Benedicto XVI aceptara un debate público con un filósofo ateo, con la moderación de un judío, muestra que la Iglesia se ha resignado, aunque a disgusto, a vivir en una sociedad secularizada. No nos imaginamos, en cambio, un diálogo similar entre un ayhatolah y Salman Rushdie discutiendo sobre la existencia de Alá; la conversación se redujo allí a una orden de asesinato. El Islam, salvo algunos pocos países y aun en estos no en su totalidad, está lejos de esa transformación secularizadora y modernizadora que con vacilaciones, emprendieron las otras dos religiones antiguas, monoteístas y de igual origen abrahámico.
    Sólo un Estado democrático es capaz de reconocer el conflicto inconciliable entre creyentes y no creyentes y entre creyentes de distintas religiones y, a la vez, impedir que ese conflicto devenga guerra ideológica. La modernización y la democracia dejarán de ser para los orientales, una intromisión imperialista de occidente, sólo cuando se decidan emprender por sí mismos, el proceso de secularización, y transformen la teocracia en un estado laico.
    Esas transformaciones no serán fáciles de lograr cuando algunos sectores de la intelectualidad occidental, los posmodernos, pretenden relativizar la tradición universalista de los valores democráticos reduciéndolos a mera particularidad occidental y justifiquen, sin quererlo, en nombre del multiculturalismo, desigualdades y opresiones que no aceptarían en su propio país, por el mero hecho de constituir parte del ritual religioso y la identidad cultural de otros pueblos.

  4. El Islam es un conjunto de plagios

    lunes, diciembre 01, 2008

    © Christopher Hitchens
    Extracto de God is not Great

    Traducción de Ismael Valladolid Torres
    Publicado en La media hostia


    Es posible llegar a dudar sobre si el Islam es en absoluto una religión separada. Inicialmente dejó satisfecha la necesidad de los árabes de un credo especial, y para siempre estará identificado con su lengua y con sus posteriores grandes conquistas, puede que no tan abrumadoras como las del joven Alejandro de Macedonia, pero suficientes para sugerir la idea de estar respaldados por una divinidad, al menos hasta que se internaron en los límites de los Balcanes y la región mediterránea cercana. Pero cuando se examina de cerca el Islam no es mucho más que un conjunto de plagios obvios y organizados de forma enfermiza, apoyándose en el contenido de viejos libros y tradiciones según lo requiere la ocasión. Así, lejos de resultar «nacido de la primera luz de la historia» como generosamente lo definía Ernest Renan, el Islam es en su origen tan sombrío aproximadamente como los orígenes del material que toma prestado. Hace inmensas reclamaciones sobre sí mismo, reclama la sumisión o la rendición de sus adherentes, y demanda deferencia y respeto por parte de los no adherentes. No hay nada, absolutamente nada en sus enseñanzas que justifique siquiera mínimamente tal nivel de presunción y arrogancia.
    El profeta murió aproximadamente en el año 632 según nuestro calendario. Las primeras noticias de su vida fueron redactadas ciento veinte años después por Ibn Ishaq. Sin embargo el original se perdió y sólo puede ser consultado en su forma revocada por Ibn Hisham quien murió en 834. Añádase a toda esta oscuridad y todo este boca a boca la ausencia de registros sobre cómo los seguidores del profeta ensamblaron el Corán o cómo sus dichos, la mayor parte de ellos anotados por secretarios, fueron codificados. Este problema familiar se ve más complicado —incluso más que en el caso cristiano— por la cuestión de la sucesión. Contra lo que habría sucedido con Jesús, quien se las apaño para volver al mundo realmente pronto y quien —toma absurdo, Dan Brown— no dejó descendientes conocidos, Mahoma fue general y político y un padre prolífico —en esto no se pareció a Alejandro de Macedonia— pero no dejó instrucciones sobre quién debía sucederle. Las disputas sobre el liderazgo comenzaron casi tan pronto como murió, y el Islam tuvo su primer gran cisma —entre suníes y chiítas— incluso antes de establecerse como sistema. No vamos a tomar partido en el cisma, excepto para apuntar la obviedad de que al menos una de las dos grandes escuelas de interpretación del Islam debe estar bastante equivocada. La identificación temprana del Islam con un califato en la tierra, y las disputas entre contendientes al legado del profeta, lo marcan claramente como un asunto puramente humano.
    Se dice por parte de autoridades musulmanas que durante el primer califato de Abu Bakr, inmediatamente después de la muerte de Mahoma, surgieron las dudas sobre si sus palabras serían olvidadas pronto. Tantos soldados musulmanes habían muerto en batalla que el número de los que tenían un ejemplar del Corán guardado seguramente en su equipaje era alarmantemente pequeño. Se decidió entonces juntar cualquier testigo viviente, junto con «trozos de papel, piedras, hojas de palma, pedazos de cuero» en los que hubieran sido escritos refranes del profeta, y dárselos a Zaid ibn Thabit, uno de sus primeros secretarios, para una recopilación autorizada. Hecho esto, los creyentes ya tuvieron algo parecido a una versión oficial.
    Si esto es cierto, podríamos datar el Corán en una fecha realmente cercana a la muerte del propio Mahoma. Pero resulta no haber ni certidumbre ni acuerdo sobre la verdad de la historia. Hay quien dice que fue Ali, el cuarto y no el primer califa, y el fundador de la secta chií, quien tuvo la idea. Muchos otros, como la mayoría suní, afirman que fue el califa Uthman, quien reinó entre 644 y 656 quien tomó la decisión última. Tan pronto uno de sus generales le dijo que soldados de diferentes provincias luchaban por sus interpretaciones discrepantes del Corán, Uthman ordenó a Zaid ibn Thabit que juntara todos los textos, los unificara, y los transcribiera en uno. Cuando la tarea hubo sido completa, Uthman ordenó que se enviaran copias a Kufa, Basra, Damasco, y otros lugares, con la copia maestra retenida en Medina. Uthman interpretó así el papel canónico que al estandarizar, purgar y censurar la Biblia cristiana, llevaron a cabo San Ireneo y el obispo Atanasio de Alejandría. La recopilación fue declarada sagrada, y el resto de textos no incluidos declarados apócrifos. Mejorando a Atanasio, Uthman ordenó que cualquier edición rival más temprana fuese destruida.
    Aún suponiendo que esta versión de los hechos sea la correcta, lo que significaría que nunca ha existido oportunidad de que los estudiosos determinen o disputen lo que realmente ocurrió durante la vida de Mahoma, el intento de Uthman de abolir las discrepancias fue vano. El idioma árabe escrito tiene dos características que hacen que sea difícil de aprender por un extranjero. Utiliza puntos para distinguir consonantes como b y t, y en su forma original no tenía signo para las vocales cortas, las cuales se representaban con guiones o marcas con forma de coma. Esto permite lecturas muy diferentes incluso de la versión de Uthman. La escritura arábiga no fue mínimamente estandarizada hasta finales del siglo noveno, y entretanto un Corán sin puntos y extravagantemente vocalizado genera interpretaciones radicalmente diferentes de sí mismo, algo que sigue haciendo. Esto podría no ser importante si hablamos de la Iliada, pero recuérdese que se supone que hablamos de la palabra final e inalterable de Dios. Hay una conexión obvia entre la flagrante debilidad de esta reclamación y la supuesta certidumbre expresada de la forma tan fanática con la que se nos presenta. Por poner un ejemplo que no puede ser ignorado; las palabras en árabe escritas en el exterior del Domo de la Roca en Jerusalén dicen algo distinto a lo que en distintas partes del Corán dice que dicen.
    La situación se muestra aún más deplorable cuando llegamos al hadith, literatura oral secundaria que supuestamente nos cuenta dichos y acciones de Mahoma, cómo se compiló el Corán y los refranes de los acompañantes del profeta. Cada hadith, para poder ser considerado auténtico, debe haber sido reconocido por una cadena o isnad de testigos supuestamente fiables. Muchos musulmanes permiten que estas anécdotas guíen su vida diaria. No limpian a sus perros, por ejemplo, basándose en que se dice que Mahoma lo hubo ordenado.
    Tal y como cabría esperar, las seis colecciones de hadith autorizadas que acumulan el boca a boca de tantas generaciones —A le dijo a B, quien se enteró por C que lo aprendió de D— fueron recopiladas siglos después de los eventos que pretenden describir. Uno de los más famosos de los seis compiladores, Bukhari, murió 238 años tras la muerte de Mahoma. A Bukhari los musulmanes le reconocen inhabitualmente fiable y honesto, y parece haberse labrado esta reputación en que de los trescientos mil dichos que acumuló durante una vida enteramente dedicada al proyecto, averiguó que doscientos mil de ellos no tenían valor y debían ser descartados. Posteriores exclusiones de tradiciones cuestionables y dudosas redujeron el total a diez mil hadith. Eres libre de realmente creer, si así lo eliges, que de toda esa informe masa de sabiduría iletrada y recopilada de testigos dudosos, el pío Bukhari, más de doscientos años después, se las apañó para elegir sólo los dichos más puros y capaces de soportar un examen riguroso.
    La posibilidad de que toda esta retórica humana esté libre de errores y pueda ser considerada como final queda definitivamente descartada no sólo por sus innumerables contradicciones e incoherencias sino también por por el famoso episodio del Corán llamado «versos satánicos» a partir del que Salman Rushdie más tarde creó su proyecto literario. En esta ocasión, Mahoma andaba detrás de conciliar a algunos influyentes politeístas de La Meca, y en esas que experimentó una «revelación» que le permitió afirmar como compatible la existencia de otras viejas deidades locales. Más tarde se dio cuenta de que hubiera podido no hacer lo correcto, posiblemente poseído por algún tipo de diablo que por algún motivo habría elegido relajar brevemente su hábito de combatir otros monoteísmos en su propio terreno. Mahoma creía devotamente no sólo en el diablo como tal sino también en pequeños diablos del desierto, llamados djinns. Incluso las esposas de Mahoma notaban en ocasiones que el profeta tenía oportunas «revelaciones» que solían adaptarse a la perfección a sus necesidades a corto plazo, y en ocasiones se burlaban de él por ello. Se nos ha contado —por parte de autoridades a las que no es necesario en absoluto creer— que cuando Mahoma experimentaba estas revelaciones en público, a veces le poseía el dolor y sentía un insoportable ruido en sus oídos. Mares de sudor surgían de su cuerpo, incluso en los días más templados. Algunos críticos cristianos sin corazón han sugerido que Mahoma era epiléptico —omítase el hecho de que los mismos síntomas los hubiera experimentado Pablo en su camino a Damasco—. No sentimos la necesidad de especular al respecto. Es suficiente con parafrasear la inevitable pregunta de David Hume. ¿Qué es más probable, que un hombre sea utilizado por Dios para revelarnos algo, o que ese hombre haya partido de revelaciones existentes y se crea o reclame que mostrárnoslas le haya sido ordenado por Dios? En cuanto al dolor y a los ruidos en la cabeza, uno sólo puede suponer que una comunicación directa con Dios no tiene que ser precisamente una experiencia calmada, bella y lúcida.