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Jon Nelson
En sus intentos de satanizar el ateísmo, muchos líderes eclesiásticos actuales insisten en equiparar el ateísmo con el comunismo. Esta táctica, que se originó durante la histeria anticomunista del senador Joseph McCarthy, es tan carente de base en los hechos hoy como lo fue entonces. Del solo hecho de que uno sea ateo no se sigue que uno sea comunista. Mark Twain, Thomas Edison, Luther Burbank, Katherine Hepburn y muchos otros son conocidos ateos, y sin embargo nadie los llamaría comunistas.
De hecho, ha habido muchos países comunistas en Europa y otros lugares que también eran cristianos, incluyendo las católicas romanas Italia, Hungría y Polonia y la Alemania luterana.
La calumniosa campaña contra los ateos es un intento de ligar a éstos con los crímenes de varias dictaduras comunistas. Pocos negarían que la Unión Soviética de José Stalin era una dictadura totalitaria, o que concentró mucha de su hostilidad contra la Iglesia. Sin embargo, debemos considerar dos factores importantes: 1) si cometió sus crímenes en el nombre del ateísmo, y 2) cuáles fueron sus motivaciones.
A lo largo de su historia, el pueblo de Rusia siempre ha tenido fuertes inclinaciones místicas. Sus tradiciones místicas se extienden muy atrás en la historia, hasta los tiempos de los primeros establecimientos eslavos hace más de mil años. En el año 988, debido a la conversión de Vladimir I, Rusia se convirtió oficialmente al cristianismo. El pueblo ruso vivía y respiraba religión, y ésta jugó un papel central en sus vidas hasta el tiempo de la Revolución Bolchevique de 1917.
Stalin (1879-1953) se formó en un seminario, y aprendió bien sus lecciones de manipulación y control mental. Sabía que la mejor forma de sofocar la disidencia y de quebrar la voluntad del pueblo era privarlo de aquello que valoraba más. La religión, por ser tan importante en la vida del pueblo ruso, era el blanco perfecto. Al privar a la gente de la muleta de la religión, él sabía que podía aplastar su espíritu.
No hay elementos de libre pensamiento (el fundamento del ateísmo) en la filosofía soviética. Stalin con toda seguridad no estaba familiarizado con las bases humanistas del ateísmo; su meta era la creación de un estado totalitario en el que él sería el nuevo dios, cuyos dictados no debían cuestionarse. Los derechos individuales, tan esenciales al libre pensamiento, eran desconocidos en la Rusia soviética.
Las masacres que tuvieron lugar durante el reinado de Stalin se cometieron en el nombre del estatismo, no del ateísmo, y el estatismo es un subproducto del modo de pensar fundamentalista religioso.
Toda religión, desde tiempo inmemorial, ha reconocido el papel que juega la religión en sofocar el desacuerdo y en tener quieta y sumisa a la gente. Carlos I de Inglaterra, por ejemplo, dijo una vez que "la religión es el único fundamento firme del poder".
Stalin no quería compartir ese poder con nadie. Reconociendo que la Iglesia era el único rival significativo para su supremacía, él la atacó. Sus ataques no tenían nada que ver con diferencias ideológicas; era meramente cuestión de erradicar lo que él percibía como una amenaza.
La prueba definitiva de que Stalin no actuaba en base a principios ateos pudo verse cuando sonaron los primeros disparos de la Operación Barbarroja (*) en la Segunda Guerra Mundial. Las cosas no iban bien para los ejércitos rusos por ese entonces, y Stalin, previendo una posible revolución en el frente doméstico, buscó formas de amasar una amplia base de apoyo para el esfuerzo bélico. Para lograrlo, reinstituyó la jerarquía de la Iglesia Ortodoxa para servir a la "Madre Rusia". Esto muestra que Stalin de ningún modo era reacio a promover la religión si hacerlo servía a sus propósitos.
Evidentemente, la tiranía de Stalin se basaba en las premisas totalitarias que aprendió de la religión: obediencia ciega, reverencia a una figura divina (en forma humana), así como una visión utópica de castillos en el aire. Su gobierno nunca toleró la libertad de pensamiento. Las políticas de Stalin fueron la antítesis de la filosofía atea.
De hecho, uno puede formar un argumento histórico mucho más convincente al igualar el cristianismo con el fascismo que al ateísmo con el comunismo. El cristianismo ha mostrado sus rasgos totalitarios en incontables ocasiones a través de la historia. Cada vez que un país ha basado su gobierno en principios fundamentalistas cristianos, ese país se ha convertido en una dictadura. Tales gobiernos jamás han tolerado la disidencia ni los puntos de vista opuestos, y nunca han dudado en usar la violencia para imponer su voluntad. Esta actitud puede rastrearse hasta la más temprana historia de la Iglesia y hasta la Biblia misma. Las doctrinas bíblicas que los déspotas han encontrado ser invaluables para ellos incluyen la obediencia a la autoridad, el menoscabo de la razón humana, la visión de la humanidad como intrínsecamente mala, y la creencia de que esta vida es de importancia secundaria respecto de una vida posterior imaginaria. Doctrinas como ésta tienden a debilitar las resistencias y a hacer a la gente más susceptible a la influencia política. Habría que tener esto en mente al escuchar los puntos de vista de los dirigentes religiosos y políticos actuales. Para estar seguros, ellos frecuentemente hablan de moralidad, amor y compasión, pero subsiste el hecho de que el amor cristiano históricamente siempre ha sido un amor condicionado, aplicable sólo a los cristianos del mismo bando; los que no se convertían eran sometidos a cruzadas, inquisiciones, quemas, torturas y muerte. En tiempos más ilustrados, gracias a la influencia de los principios humanistas de la Ilustración, estas prácticas han sido eliminadas en su mayoría, pero el ostracismo social sigue siendo una poderosa arma contra el disenso.
Los horrores forjados por el cristianismo no pueden ser dejados de lado como si fueran historia antigua sin importancia. En el siglo XX fue el Vaticano quien primero apoyó y reconoció al fascismo, considerándolo un arma poderosa contra el "comunismo ateo". El Vaticano apoyó a los distintos vástagos del gobierno fascista en el período de entreguerras, dando reconocimiento diplomático a Mussolini en 1929 y jugando un papel instrumental en la formación del gobierno de la Francia de Vichy, la España de Franco, y el gobierno Ustacha de Croacia.
El caso de Croacia es particularmente interesante. Durante la Segunda Guerra Mundial, la población de Croacia sufrió, en proporción al tamaño del país, mayor pérdida de vidas que cualquier otro país durante la guerra. Muchos de los campos de concentración eran dirigidos por sacerdotes católicos, entre ellos el legendario campo Jasenovac, conocido como "el pozo de la muerte", que fue dirigido por el padre Miroslav Filipovic.
El apoyo del Vaticano a Hitler es también materia de registros históricos. El Vaticano firmó un tratado con la Alemania Nazi el 20 de julio de 1933. Hitler se refirió varias veces a sí mismo como cristiano tanto en sus discursos como en sus escritos, y nunca fue excomulgado por la Iglesia Católica. A todo soldado nazi se le exigía llevar una cinta con la inscripción "Got mit uns", que significa "Dios con nosotros".
Hubo numerosos seguidores nazis también en los Estados Unidos. Dos de los más rabiosos antisemitas de esta época fueron pastores eclesiásticos, el Reverendo Gerald L.K. Smith (1898-1976) y el padre Charles Coughlin (1891-1979), el que dijo que "La guerra de Alemania es una batalla por el cristianismo".
Son notables las semejanzas ideológicas entre el fascismo nazi, el comunismo soviético y el cristianismo. El racismo es un componente medular y esencial de todos ellos; los cristianos y los nazis persiguieron a judíos y no creyentes, y los soviéticos, debido a sus orígenes eslavos, veían a todos los demás como intrínsecamente inferiores. Podemos seguir el rastro de esa ideología hasta los tiempos de los antiguos hebreos, quienes se veían a sí mismos como "el pueblo elegido". Justo allí se encuentra la receta para una ideología etnocéntrica y racista.
Hay otras semejanzas ideológicas más. Todas tienden a ser etnocéntricas, a considerar el mundo a su alrededor como esencialmente malo, y todas tienden a verlo todo en términos simplistas, dualistas: Nosotros contra Ellos, el Bien contra el Mal, etc. Éste es un hecho muy importante que debe recordarse cuando los fanáticos religiosos actuales insistan en que todos sigan los absolutos de su religión.
El ateísmo se basa en los principios de la razón, la libertad y los derechos individuales. Se opone a todas las formas de ideología totalitaria. Sí, es cierto que hay individuos ateos que son también comunistas. Sin embargo, el intento de ligar a todos los ateos y a todos los comunistas bajo las mismas banderas ideológicas es insostenible cuando se revelan los hechos. Pero entonces, ¿qué tiene que ver la fe con los hechos?
* Operación Barbarroja: nombre clave del plan nazi para la invasión de la Unión Soviética por la Alemania hitleriana, que comenzó el 22 de junio de 1941 (N. del T.).
Publicado en www.atheistsunited.orgEn la foto: Pio XII y Hitler.