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  1. Cadáver

    domingo, agosto 28, 2005

    © Fernando G. Toledo

    Si despertaras ahora
    Sería de noche y sentirías un poco de frío
    Podrías comprobar tu fetidez avanzada
    Y oirías una música como un sonoro misterio

    Si despertaras ahora
    Con tus ojos amarillos
    Podrías sentir la angustia del universo irrefrenado
    La pesadez de tu camisa
    La fláccida ruina en los pulmones
    Y la permanencia de las leyes de Newton

    Si despertaras ahora cabrías
    En un diluido recuerdo
    Saludarías con tu mirada la última imagen de las cosas
    Elegirías obviar las preguntas
    Las excusas y tu conocida carne corrupta
    No espiarías la habitación de ella
    No indagarías si despertaras ahora
    En el cuerpo del delito
    De tu propia muerte

    Si despertaras ahora quizás
    Simplemente volverías a tu sueño
    Ignorando si de todos modos
    Fue hermoso creer como ellos
    Que habría una razón al final del camino.



    De la serie Menú: cadáveres (inédito)

  2. Ante Lázaro muerto

    sábado, agosto 27, 2005

    «Jesús le dijo, Tu hermano resucitará, y Marta respondió, Sé que resucitará en la resurrección del último día. Jesús se levantó, sintió que una fuerza infinita arrebataba su espíritu, podía, en esta hora suprema, obrarlo todo, conseguirlo todo, expulsar a la muerte de este cuerpo, hacer regresar a él la existencia plena y el ser pleno, la palabra, el gesto, la risa, la lágrima también, pero no de dolor, podía decir, Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí, aunque esté muerto, vivirá, y preguntaría a María, Crees tú en esto, y ella respondería, Sí, creo que eres el hijo de Dios que había de venir al mundo, ahora bien, siendo así, estando dispuestas y ordenadas todas las cosas necesarias, la fuerza y el poder, y la voluntad de usarlos, sólo falta que Jesús, mirando aquel cuerpo abandonado por el alma, tienda hacia él los brazos como el camino por donde ella ha de regresar, y diga, Lázaro, levántate, y Lázaro se levantará porque Dios lo ha querido, pero es en este instante, en verdad último y final, cuando María de Magdala pone una mano en el hombro de Jesús y dice, Nadie en la vida tuvo tantos pecados que merezca morir dos veces, entonces Jesús dejó caer los brazos y salió para llorar».


    José Saramago
    Escritor portugués, premio Nobel de Literatura 1998
    En El evangelio según Jesucristo (1991)


  3. © Jon Nelson

    En sus intentos de satanizar el ateísmo, muchos líderes eclesiásticos actuales insisten en equiparar el ateísmo con el comunismo. Esta táctica, que se originó durante la histeria anticomunista del senador Joseph McCarthy, es tan carente de base en los hechos hoy como lo fue entonces. Del solo hecho de que uno sea ateo no se sigue que uno sea comunista. Mark Twain, Thomas Edison, Luther Burbank, Katherine Hepburn y muchos otros son conocidos ateos, y sin embargo nadie los llamaría comunistas.
    De hecho, ha habido muchos países comunistas en Europa y otros lugares que también eran cristianos, incluyendo las católicas romanas Italia, Hungría y Polonia y la Alemania luterana.
    La calumniosa campaña contra los ateos es un intento de ligar a éstos con los crímenes de varias dictaduras comunistas. Pocos negarían que la Unión Soviética de José Stalin era una dictadura totalitaria, o que concentró mucha de su hostilidad contra la Iglesia. Sin embargo, debemos considerar dos factores importantes: 1) si cometió sus crímenes en el nombre del ateísmo, y 2) cuáles fueron sus motivaciones.
    A lo largo de su historia, el pueblo de Rusia siempre ha tenido fuertes inclinaciones místicas. Sus tradiciones místicas se extienden muy atrás en la historia, hasta los tiempos de los primeros establecimientos eslavos hace más de mil años. En el año 988, debido a la conversión de Vladimir I, Rusia se convirtió oficialmente al cristianismo. El pueblo ruso vivía y respiraba religión, y ésta jugó un papel central en sus vidas hasta el tiempo de la Revolución Bolchevique de 1917.
    Stalin (1879-1953) se formó en un seminario, y aprendió bien sus lecciones de manipulación y control mental. Sabía que la mejor forma de sofocar la disidencia y de quebrar la voluntad del pueblo era privarlo de aquello que valoraba más. La religión, por ser tan importante en la vida del pueblo ruso, era el blanco perfecto. Al privar a la gente de la muleta de la religión, él sabía que podía aplastar su espíritu.
    No hay elementos de libre pensamiento (el fundamento del ateísmo) en la filosofía soviética. Stalin con toda seguridad no estaba familiarizado con las bases humanistas del ateísmo; su meta era la creación de un estado totalitario en el que él sería el nuevo dios, cuyos dictados no debían cuestionarse. Los derechos individuales, tan esenciales al libre pensamiento, eran desconocidos en la Rusia soviética.
    Las masacres que tuvieron lugar durante el reinado de Stalin se cometieron en el nombre del estatismo, no del ateísmo, y el estatismo es un subproducto del modo de pensar fundamentalista religioso.
    Toda religión, desde tiempo inmemorial, ha reconocido el papel que juega la religión en sofocar el desacuerdo y en tener quieta y sumisa a la gente. Carlos I de Inglaterra, por ejemplo, dijo una vez que "la religión es el único fundamento firme del poder".
    Stalin no quería compartir ese poder con nadie. Reconociendo que la Iglesia era el único rival significativo para su supremacía, él la atacó. Sus ataques no tenían nada que ver con diferencias ideológicas; era meramente cuestión de erradicar lo que él percibía como una amenaza.
    La prueba definitiva de que Stalin no actuaba en base a principios ateos pudo verse cuando sonaron los primeros disparos de la Operación Barbarroja (*) en la Segunda Guerra Mundial. Las cosas no iban bien para los ejércitos rusos por ese entonces, y Stalin, previendo una posible revolución en el frente doméstico, buscó formas de amasar una amplia base de apoyo para el esfuerzo bélico. Para lograrlo, reinstituyó la jerarquía de la Iglesia Ortodoxa para servir a la "Madre Rusia". Esto muestra que Stalin de ningún modo era reacio a promover la religión si hacerlo servía a sus propósitos.
    Evidentemente, la tiranía de Stalin se basaba en las premisas totalitarias que aprendió de la religión: obediencia ciega, reverencia a una figura divina (en forma humana), así como una visión utópica de castillos en el aire. Su gobierno nunca toleró la libertad de pensamiento. Las políticas de Stalin fueron la antítesis de la filosofía atea.
    De hecho, uno puede formar un argumento histórico mucho más convincente al igualar el cristianismo con el fascismo que al ateísmo con el comunismo. El cristianismo ha mostrado sus rasgos totalitarios en incontables ocasiones a través de la historia. Cada vez que un país ha basado su gobierno en principios fundamentalistas cristianos, ese país se ha convertido en una dictadura. Tales gobiernos jamás han tolerado la disidencia ni los puntos de vista opuestos, y nunca han dudado en usar la violencia para imponer su voluntad. Esta actitud puede rastrearse hasta la más temprana historia de la Iglesia y hasta la Biblia misma. Las doctrinas bíblicas que los déspotas han encontrado ser invaluables para ellos incluyen la obediencia a la autoridad, el menoscabo de la razón humana, la visión de la humanidad como intrínsecamente mala, y la creencia de que esta vida es de importancia secundaria respecto de una vida posterior imaginaria. Doctrinas como ésta tienden a debilitar las resistencias y a hacer a la gente más susceptible a la influencia política. Habría que tener esto en mente al escuchar los puntos de vista de los dirigentes religiosos y políticos actuales. Para estar seguros, ellos frecuentemente hablan de moralidad, amor y compasión, pero subsiste el hecho de que el amor cristiano históricamente siempre ha sido un amor condicionado, aplicable sólo a los cristianos del mismo bando; los que no se convertían eran sometidos a cruzadas, inquisiciones, quemas, torturas y muerte. En tiempos más ilustrados, gracias a la influencia de los principios humanistas de la Ilustración, estas prácticas han sido eliminadas en su mayoría, pero el ostracismo social sigue siendo una poderosa arma contra el disenso.
    Los horrores forjados por el cristianismo no pueden ser dejados de lado como si fueran historia antigua sin importancia. En el siglo XX fue el Vaticano quien primero apoyó y reconoció al fascismo, considerándolo un arma poderosa contra el "comunismo ateo". El Vaticano apoyó a los distintos vástagos del gobierno fascista en el período de entreguerras, dando reconocimiento diplomático a Mussolini en 1929 y jugando un papel instrumental en la formación del gobierno de la Francia de Vichy, la España de Franco, y el gobierno Ustacha de Croacia.
    El caso de Croacia es particularmente interesante. Durante la Segunda Guerra Mundial, la población de Croacia sufrió, en proporción al tamaño del país, mayor pérdida de vidas que cualquier otro país durante la guerra. Muchos de los campos de concentración eran dirigidos por sacerdotes católicos, entre ellos el legendario campo Jasenovac, conocido como "el pozo de la muerte", que fue dirigido por el padre Miroslav Filipovic.
    El apoyo del Vaticano a Hitler es también materia de registros históricos. El Vaticano firmó un tratado con la Alemania Nazi el 20 de julio de 1933. Hitler se refirió varias veces a sí mismo como cristiano tanto en sus discursos como en sus escritos, y nunca fue excomulgado por la Iglesia Católica. A todo soldado nazi se le exigía llevar una cinta con la inscripción "Got mit uns", que significa "Dios con nosotros".
    Hubo numerosos seguidores nazis también en los Estados Unidos. Dos de los más rabiosos antisemitas de esta época fueron pastores eclesiásticos, el Reverendo Gerald L.K. Smith (1898-1976) y el padre Charles Coughlin (1891-1979), el que dijo que "La guerra de Alemania es una batalla por el cristianismo".
    Son notables las semejanzas ideológicas entre el fascismo nazi, el comunismo soviético y el cristianismo. El racismo es un componente medular y esencial de todos ellos; los cristianos y los nazis persiguieron a judíos y no creyentes, y los soviéticos, debido a sus orígenes eslavos, veían a todos los demás como intrínsecamente inferiores. Podemos seguir el rastro de esa ideología hasta los tiempos de los antiguos hebreos, quienes se veían a sí mismos como "el pueblo elegido". Justo allí se encuentra la receta para una ideología etnocéntrica y racista.
    Hay otras semejanzas ideológicas más. Todas tienden a ser etnocéntricas, a considerar el mundo a su alrededor como esencialmente malo, y todas tienden a verlo todo en términos simplistas, dualistas: Nosotros contra Ellos, el Bien contra el Mal, etc. Éste es un hecho muy importante que debe recordarse cuando los fanáticos religiosos actuales insistan en que todos sigan los absolutos de su religión.
    El ateísmo se basa en los principios de la razón, la libertad y los derechos individuales. Se opone a todas las formas de ideología totalitaria. Sí, es cierto que hay individuos ateos que son también comunistas. Sin embargo, el intento de ligar a todos los ateos y a todos los comunistas bajo las mismas banderas ideológicas es insostenible cuando se revelan los hechos. Pero entonces, ¿qué tiene que ver la fe con los hechos?

    * Operación Barbarroja: nombre clave del plan nazi para la invasión de la Unión Soviética por la Alemania hitleriana, que comenzó el 22 de junio de 1941 (N. del T.).

    Publicado en www.atheistsunited.org
    En la foto: Pio XII y Hitler.

  4. Adiós a las almas

    sábado, agosto 13, 2005

    © Fernando G. Toledo

    Hay algo que cualquiera puede predecir sin temor a equivocarse: todos los que estamos vivos hoy (entre ellos todos los que están naciendo en el momento preciso que termina de escribirse o leerse esta frase), todos, vamos a morir. La vida, o mejor dicho, los seres vivos, son fugaces. A pesar de que esto es una certeza, a la humanidad le ha costado, y mucho, aceptarla así como así. La clave de ello radica en el temor: es la vida un bien frágil y costoso, es lo que incluye todo lo posible para nosotros. Pero lamentablemente, no dura para siempre. Por eso, las religiones del mundo han buscado un consuelo para tamaña verdad y han imaginado que algo más allá nos está esperando después de este “chispazo de luz entre dos abismos de oscuridad” (Nabokov dixit).
    Vamos rápido al meollo del asunto: no hay “vida después de la muerte”. Cuando la muerte llega, lo hace para quedarse. Si bien cada culto puede ofrecer su propia versión del problema, una de las tradiciones más difundidas asevera que aunque hoy estamos vivos en un cuerpo biológico que tiene fecha de vencimiento, ese cuerpo alberga sin embargo un alma que no tiene tiempo y, por ende, trascenderá la muerte. Porque es “imperecedera”.

    Ni materia ni energía
    No parece necesario acudir a complejas teorías psicológicas para advertir que el miedo a la muerte es lo que ha hecho parir estas ocurrencias. La del alma trascendente es acaso una hermosa metáfora, aunque para muchos excede su carácter de “concepto”: es una “realidad”. La noción del alma aparece no ya sólo en la literatura universal, sacra o secular, sino en la convicción de la mayor parte de los humanos que hoy viven y, sin embargo –se dijo– tarde o temprano morirán. Ya va siendo hora de que la dejemos de lado.
    El alma es para los diccionarios (reino de imprecisiones notables, si los hay) un “elemento inmaterial que, junto con el cuerpo material, constituye al ser humano individual”, además de “fuente de todas las funciones físicas y en concreto de las actividades mentales”.
    Es importante recordar que, si bien el concepto de alma ha aparecido en todas las culturas, nadie ha podido dar prueba de su existencia. Si es “inmaterial”, dirán algunos, claro que no puede haber evidencia de ella, y sin embargo esto es errado. La energía también es inmaterial, pero podemos dar prueba de que existe.
    La comparación no es caprichosa. La energía es tan poco tangible como el alma, y sin embargo, la observación del comportamiento de la materia ante ella, nos permite apreciarla. Nada de eso ocurre con el alma: no es ni materia ni energía. No constituye, entonces, el cuerpo humano como dicen los diccionarios, puesto que el cuerpo humano sí es sólo materia biológica y, de a ratos, transmisor o poseedor de energía.

    Psicoelemento
    Claro que, si se quiere ver al cuerpo como otra cosa que un manojo de órganos, de sangre y de huesos, podemos conceder que “posee” algo más: ideas. Las ideas anidan, sí, en un cuerpo tangible, y se producen merced al trabajo hacendoso y puntillosamente químico de las neuronas, en una fábrica majestuosa como es el cerebro y con el alimento vigoroso de la sangre. Las ideas son intangibles, inmateriales, y tienen un correlato material o energético sólo en la medida que llevan a, por ejemplo, modificar la materia o manipular la energía: si decido quebrar un leño o si decido encenderlo. Pero no se parecen a un tronco o a una fogata.
    Si analizamos bien el asunto, el alma no pasa de ser una idea. A las ideas solemos dotarlas de vida propia, incluso fuera de nosotros: creemos que es el amor el que une al mundo y el odio el que lo divide, pensamos que la suerte nos ha puesto al lado a la dama más hermosa, y que la mala fortuna nos hace que tengamos los bolsillos livianos. Pero nada de eso existe como tal: son ideas, lo que se llama “ente de razón”, porque sólo pueden existir en el pensamiento. Si, a diferencia de otras ideas, el alma es una idea trascendente, no es que se eleve por nuestra capacidad de observación. Lo que sucede es que la trascendencia es una idea más, igual de simple e intangible y fuera de lo real, como el alma. O sea que, al contrario de lo que reza el diccionario, el alma no es fuente de la actividad mental, sino un producto de ese mismo trabajo.

    En cuerpo y alma
    Es curiosa la supervivencia del alma como algo más que una idea en personas razonables. Se parece mucho al caso de la idea de Dios. Y ya que mencionamos esta otra creación humana, pongámosla una junto a la otra y analicemos su relación: Dios, dicen la tradición judeo-cristiana y el islam, nos espera después de muertos para acoger nuestras almas si hemos cumplido sus preceptos. Ahora bien, ¿para qué nos va a dar Dios previamente un cuerpo si lo único que valen son las almas? ¿Para qué crear pues un mundo (eso para qué), donde tenga incidencia la carne, la materia? Y hablando de todo un poco, si se dice que Jesús aún está vivo en cuerpo y alma, ¿es porque a Dios sí le importa el cuerpo, a fin de cuentas?Sin alma resultan fútiles los inventos tales como el infierno o el paraíso, hospedajes definitivos, según la leyenda, para este elemento tan inasible. Sin alma, la muerte es lo que es, al fin: la interrupción de la vida. De otro modo, diría Borges, si hay un Dios y nos da en el alma la vida después de la muerte, ¿qué es la muerte entonces? ¿Una broma de mal gusto?


  5. © F.G.T.

    Sinónimos
    Cierto es que, más allá de referirnos a un “espíritu” (cuando hemos hablado de alma, hemos hablado de espíritu), la palabra “alma” nos sirve para muchas otras cosas. Llegamos al alma de un libro cuando descubrimos su sentido, hay delincuentes “desalmados” (carecen de un sentido ético que les haga cuestionar sus acciones), y escarbamos en el alma de un problema cuando descubrimos su esencia, lo más importante. Es válido usar su significado para estos menesteres. Fuera de ello, el alma no constituye nada más que una tradición: es un inmemorial invento que ha servido para las más variadas disquisiciones filosóficas y también los más abominables mecanismos de manipulación religiosa (las almas se salvan si obedecen los dictados de un dios, y si no, vagan por el averno).

    Antiguas definiciones de lo indefinido
    Alma: esencia espiritual o soplo de vida del ser humano. Los hebreos le llamaban nephesh, los griegos psyche. En latín se le llama anima.
    Metempsicosis: traspaso del alma de un cuerpo a otro (de la misma o distina especie), después de la muerte.
    Alma orgánica: la que es principio de la vida.
    Alma pensante: centro de los pensamientos y sentimientos.
    Kama Manas (teología): alma humana. Kama: alma animal.
    Alma (dualismo): alma y cuerpo son entidades separadas, a lo sumo simples paralelos.
    Alma (fenomenismo): cuerpo y alma son la misma cosa.
    Alma (materialismo): lo que se llama “espiritual” no es más que producto de fenómenos fisiológicos y físicos.


    Sin alma también vale
    Dudo acerca de la afirmación que sostiene que creer en el alma o en una vida inmortal es una necesidad humana. Al parecer fue Pitágoras el primero que habló del alma. Pero aunque en todas las culturas y casi desde el principio de los tiempos humanos estos pensamientos han sido constantes, nada hace pensar que ellos sean ciertamente necesarios como sí lo es el alimentarse. Por caso, ya desde la Antigüedad, algunos de los más notables pensadores de la Historia (Epicuro, el de la foto, por ejemplo) construyeron su pensamiento y vida sin suponer una trascendencia de este tipo. Y eso que no estamos mencionando al budismo, que considera al alma una mera fantasía. Ni el alma ni el consuelo de una vida más allá de la vida son indispensables. El dato de que haya tantos ateos en el mundo también es un indicio de que no hay tal necesidad. Hay que aceptarlo: aunque genere temor, la muerte no es algo que no te deje vivir.


    Preguntas para alma-cenar
    ¿En qué parte del cuerpo se ubica el alma? ¿Hace falta un cuerpo para tener un alma? ¿Existe el alma de los muertos? ¿Si existe, entonces, para qué hace falta el cuerpo? ¿Por qué no ha sido comprobada la existencia del alma? ¿Se vuelca el alma si nos cortan una parte del cuerpo? Si sólo se “libera” cuando morimos, ¿es que está ubicada en el corazón o el cerebro? ¿Cuándo adquirimos el alma? Si clonamos a un humano, ¿tiene alma este clon? ¿Y qué pasa con los gemelos, que son a ciencia cierta “clones”? ¿Sólo tienen alma los humanos? ¿Cuándo el hombre empezó a tener alma? ¿Así que “psicología” significa “estudio del alma”? ¿Será que lo que antes se llamaba “alma” ahora, lo hemos descubierto, es tan sólo el pensamiento?
    A riesgo de dejar volar la fantasía de los teístas, dejo una pregunta más: ¿será que el alma es la materia oscura que los científicos aún no pueden descifrar y constituye el universo? Contesto, por las dudas, con otras preguntas alrededor de esta fantasía: antes de advertir que había algo llamado gravedad, ¿no podría haberse atribuido al alma o a Dios esa fuerza de atracción? ¿Resulta que, no hay caso, y Dios es simplemente el nombre de todo lo que ignoramos?

  6. Ir a misa es perjudicial para la salud

    miércoles, agosto 10, 2005

    Mujer muere durante una misa aplastada por un crucifijo de hierro

    Roma, 10 ago (EFE).- Una mujer de 41 años murió hoy al caerle encima un enorme crucifijo de hierro durante una misa en una iglesia de la localidad de Oristano, en el norte de Italia, informaron medios locales.
    La víctima, Paoletta Urru, participaba en la misa por el día de San Lorenzo en una iglesia abarrotada cuando un pesado crucifijo de cerca de un metro de altura colocado en la entrada se desprendió de su soporte y le cayó encima.
    La italiana, que se encontraba en compañía de su esposo, falleció casi de inmediato a causa del trauma craneal. La cruz estaba colocada a seis metros de altura y también golpeó levemente a un hombre de 38 años, al que causó heridas leves en un tobillo.


  7. © Javier Sampedro (*)

    Porque la naturaleza humana no es cosa de genes, responderá el místico. Porque nuestros genes parecen los mismos pero no lo son, protestará el técnico. Porque no somos más que ratones, sonreirá el cínico. Expresadas con más solemnidad, y sobre todo con muchas más palabras, éstas vienen a ser las tres reacciones generales a la más chocante paradoja que la moderna genómica nos ha arrojado a la cara: que sólo tenemos 25.000 genes, pocos más que un gusano y muchos menos que una cebolla, y que encima los compartimos con el ratón. El místico, el técnico y el cínico tienen una brizna de razón, no digo que no, pero les voy a proponer otra respuesta mucho mejor.
    Un siglo de neurología ha demostrado por encima de toda duda razonable que el córtex cerebral, sede de la mente humana, está hecho de módulos especializados. Una lesión localizada puede eliminar las inflexiones gramaticales, las operaciones aritméticas, el tacto social o la capacidad para tomar decisiones, y las modernas técnicas de imagen confirman cada día la naturaleza modular de nuestra mente. Pese a todo ello, hace casi 30 años que el neurólogo norteamericano Vernon Mountcastle se convenció de que el córtex es casi uniforme por cualquier criterio que se considere -el mismo aspecto, la misma organización en seis capas, los mismos tipos de neuronas en cada capa, la misma arquitectura de circuitos- y, en un brillante salto conceptual, propuso que todas las áreas del córtex, los célebres módulos especializados, ejecutan la misma operación. No precisó cuál.
    Pero no importa, porque si su hipótesis es correcta, los estudios de decenas de laboratorios sobre cada área concreta del córtex ya nos han dado casi todas las pistas. Tomen, por ejemplo, las áreas visuales del córtex. Forman una "cadena humana", excepto que el cubo mejora en cada relevo. La primera área recibe de la retina un vulgar informe de luces y sombras, pero entrega un mapa de fronteras entre luz y sombra, clasificadas por su orientación precisa. La siguiente recibe esas líneas y entrega polígonos, que la otra convierte en formas tridimensionales. Y ahora vean lo que hace la siguiente: recibe formas concretas (un cubo visto en cierta orientación) y entrega formas abstractas (un cubo visto en cualquier orientación). Más arriba en esa jerarquía hay pequeños grupos de neuronas que significan "Bill Clinton" o "Halle Berry", por citar dos ejemplos reales descubiertos por Christof Koch, de Caltech.
    Ya lo ven. Si Mouncastle está en lo cierto, ya sabemos el secreto de la mente humana, porque todo el córtex debe funcionar como el córtex visual: aprendiendo qué elementos tienden a darse juntos en el input, poniendo un nombre a ese conjunto y pasando el nombre a la siguiente área del córtex para que le aplique el mismo procedimiento. Ésta es la esencia de la teoría de Jeff Hawkins, ingeniero informático de Sillicon Valley y director del Instituto Redwood de Neurociencias. Léanla en su libro Sobre la inteligencia (Espasa, 2005).
    ¿Ven ahora por qué tenemos los mismos genes que un ratón? Porque lo único importante que nos distingue de un ratón es que nuestro córtex es más grande y, por tanto, puede dar más pasos de abstracción. Para agrandar el córtex no hacen falta miles de nuevos genes. Lo más probable es que no haga falta ni uno solo, y que baste con tocar un poco los niveles de actividad de unos pocos genes maestros: los que diseñan las unidades básicas del córtex, que por supuesto son los mismos en un ratón y en una persona.
    Esas unidades se llaman columnas. Cada una ocupa medio milímetro en la superficie del córtex y tiene unas 10.000 neuronas distribuidas en seis capas apiladas, con una arquitectura típica de conexiones. Los detalles de su estructura y la lógica genética de su construcción se conocerán pronto. Si son la clave de todo el córtex, el enigma de la mente humana está por fin al alcance.

    (*) Publicado en El País de Madrid (6-08-2005)

  8. Ventana

    sábado, agosto 06, 2005

    © Fernando G. Toledo


    Frota el viento a la Tierra
    Como a la lámpara de Aladino

    Todo es en vano:
    Arriba está el cielo
    Abajo no hay un mísero deseo cumplido.



    Publicado en Hotel Alejamiento (1998)


  9. Astrónomo jesuita critica a cardenal en relación con evolución

    Londres, 5 ago (EFE).- Un jesuita y astrónomo del Vaticano critica hoy al cardenal austríaco y arzobispo de Viena, Christoph Schoenborn, por un reciente artículo en el que éste defendía la incompatibilidad entre el azar en la evolución y la existencia de un Dios creador del mundo. En un artículo de respuesta que publica a su vez en el último número del semanario católico The Tablet y que cita el diario The Independent, el jesuita George Coyne, de 72 años, director del Observatorio del Vaticano desde 1978, acusa a Schoenborn de enturbiar las relaciones entre la Iglesia y la ciencia. Según Coyne, que alterna su puesto en el Vaticano con el de profesor de Astronomía en la Universidad de Arizona, en Tucson (EE.UU.), incluso un mundo en el que la vida "ha evolucionado a través de un proceso de mutaciones genéticas producidas al azar" es compatible con "el dominio divino". El cardenal Schoenborn, considerado próximo al actual Papa, Benedicto XVI, publicó el pasado 7 de julio un comentario en el diario The New York Times en el que negaba la compatibilidad entre el "dogma neo-darwinista" y la fe cristiana. "La evolución, en el sentido de unos antepasados comunes, podría ser verdad, pero no lo es en el sentido neodarwinista de un proceso sin guía ni planificación consistente en variaciones producidas al azar y de selección natural", escribía el cardenal. El artículo del arzobispo de Viena ha suscitado alarma entre muchos científicos y católicos de todo el mundo, que creían que su Iglesia había aceptado finalmente la teoría de la evolución y temen ahora ver cómo resurge también en el seno del catolicismo el "creacionismo", hasta ahora limitado a los protestantes integristas estadounidenses. Esta misma semana, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, afirmó que, junto a la evolución, debería enseñarse en las escuelas norteamericanas la teoría del "diseño inteligente": versión del "creacionismo", que niega que la selección natural pueda por sí sola explicar la complejidad de la vida. El anterior Papa, Juan Pablo II, declaró en 1996 en la Academia Pontificia de las Ciencias que la evolución había dejado de ser "una mera hipótesis", pero el cardenal Schoenborn relativizó esa declaración y señaló que más importantes fueron ciertos comentarios sobre el papel de Dios creador que hizo el Papa polaco en 1985 durante una audiencia. En su artículo en The Tablet, el jesuita estadounidense considera, por el contrario, que la declaración que hizo Juan Pablo II en 1996 "marcó época" y se pregunta por qué parece que la Iglesia siempre desiste de los intentos de "establecer un diálogo con la comunidad científica".

  10. © Fernando G. Toledo (*)

    Esta es la situación: dos hombres jóvenes, quizá de la misma edad, son compañeros de viaje en el tren, el ómnibus, o el metro que los lleva diariamente hacia sus obligaciones laborales. Las de ambos parecen vidas paralelas: tienen la misma edad, casi la misma altura. Ambos están casados, ambos son padres.
    Son hombres simples e inteligentes. El trato entre ambos es cordial, casi amistoso. Tienen un desarrollado sentido crítico y eso hace posible el respeto mutuo. Reunidos allí, durante una hora diaria, entablan conversaciones diversas, algunas frívolas, otras solemnes. Comentan las noticias del mundo, se lamentan por las injusticias, ponderan logros de la modernidad. A veces, no sin orgullo, rememoran su infancia o intercambian anécdotas de su vida cotidiana, de las travesuras de sus hijos, de su alegría.
    Los dos han tenido una educación similar: miembros de la clase media, nunca asistieron a la obtención de bienes más que por el trabajo, y quizá hayan aprendido una lección común: que es poco lo que se gana sin esfuerzo. Pero el esfuerzo vale la pena.
    Cada cual parece un espejo del otro, menos en un aspecto: en sus creencias religiosas. El uno es un creyente, un católico sino fervoroso, sí firmemente convencido, más integrista que la media quizás. El otro, es ateo y defiende su postura con pasión. La disidencia alimenta discusiones entre ambos, aunque nunca mina el aprecio del uno por el otro.
    Pero en general, ésa es la situación: ambos son buenas personas, y ello acaso los haga un poco más especiales, si es que es cierto que escasean las buenas personas.
    ¿De qué modo entonces Dios es importante para ellos? Si quitamos el día domingo, por ejemplo, en el que uno asiste a misa y el otro se queda en casa leyendo o mirando televisión, no parece que Dios tuviera incidencia real. Es cierto: para el primero, tal vez su felicidad proviene de Dios. Para el segundo, él mismo ha debido forjarse su propia felicidad, ya que este bien no es provisto gratuitamente.
    Más allá de las anécdotas en sí, habría que preguntarse qué valor tienen éstas como evidencia: ¿que ambos sean buenos hombres es producto de la fe en Dios, como dice el primero? ¿O ser honestos y felices, amables y amados, resultó de una decisión personal y humana, ajena a lo divino? No parece relevante que uno de los hombres asevere que el “camino” de la felicidad está trazado por Dios, si es que el otro puede ser feliz y tener su propio sistema de valores sin ningún Dios en el horizonte.
    ¿Dios, la religión, la fe, son necesarios para la bondad? Sería absurdo atribuir a Dios los “buenos” actos del segundo, que descree de Dios, por el mero hecho de que sean “buenos”. Es un argumento ciertamente forzado suponer que la bondad sólo proviene de Dios. Ante una aseveración de tal naturaleza, uno podría cuestionar: ¿por qué sólo la bondad y no también la maldad? ¿Por qué no sería el hombre el verdadero dueño de su bondad, si es él realmente quien la cultiva o la desprecia, si en cada oportunidad de todas las que se le presentan tiene la libertad de ser realmente “bueno” o “malo”?
    Si la bondad y lo que se llama felicidad (en realidad, las cosas buenas y los momentos felices) son posibles en los dos hombres, aun cuando el primero “tenga” a Dios y el otro no, un buen experimento sería proponerle al primero que deseche a su Dios. Posiblemente así descubramos si estas virtudes tan humanas son posibles o imposibles sin religión, sin Dios, sin fe. Al no tener Dios, ¿dejará ese joven de ser un buen hombre? Quizá el descubrimiento resulte en aquello que tan bien expresó Steven Weinberg, premio Nobel de Física en 1979: “Con o sin religión, habría buena gente haciendo cosas buenas, y gente malvada haciendo cosas malas. Pero para que la buena gente haga cosas malas hace falta religión”.

    (*) Poeta, periodista, editor y docente. Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Juan A. Maza (Mendoza, Argentina). Por obligaciones laborales, viaja diariamente en ómnibus y aprovecha el trayecto para dialogar.


    A gran escala

    Quizá el “experimento” haya sido realizado ya a gran escala, pero de una manera cruel e injusta. Por ejemplo, con los regímenes comunistas (soviético, chino, cubano), que casi prohibieron las religiones en sus países e “instaron” a los habitantes a que fueran ateos. Es sensato pensar en que resulta imposible obligar a una persona a que crea o deje de creer, pero también lo es que del mismo modo que las costumbres (geográficas, sociales, culturales) conforman la religión de las personas, también pueden forjar la falta de religión en la gente. Pensemos entonces en todo ese pueblo soviético, ateo en su mayoría: ¿no había entre ellos personas sensatas, buenas, amables, preocupadas por su bien y el de los demás, respetuosas de la justicia, asidas a una ética surgida de su propia valoración de la vida en sociedad? ¿La mayoría de la gente no era acaso así? Recordemos, por último, una reciente noticia que divulgaron las agencias de noticias [ver archivo de Razón Atea de julio de 2005]. Según una encuesta, la mitad del pueblo alemán no cree en Dios actualmente. ¿Hay hoy menos personas buenas en ese país que, por caso, en el año ’40, en el apogeo del nazismo, un partido de ligazón y prédica encendidamente católicas?



  11. “Aunque me acerco al momento de la muerte, no me asusta morir e irme al infierno, o (lo cual sería mucho peor) ir a la versión popularizada del cielo. Espero que la muerte sea una nada, y por quitarme todo tipo de miedo hacia a la muerte estoy agradecido al ateísmo”.
    Isaac Asimov
    En Sobre la religiosidad