Rss Feed
    Mostrando las entradas con la etiqueta Cristianismo. Mostrar todas las entradas
    Mostrando las entradas con la etiqueta Cristianismo. Mostrar todas las entradas
  1. Cristina Pérez junto a la obra de su autoría que fue vandalizada.


      

    El reciente escándalo en la Universidad Nacional de Cuyo por una muestra de arte devela una vieja tensión entre el arte y lo sagrado, donde aparece el concepto de blasfemia. Sólo que veces, parece haber cierta selectividad para blasfemar contra unos, pero no contra otros.





    n 2004, un cardenal argentino repudiaba con estas palabras —dirigidas a sacerdotes, pero abierta a toda la comunidad— una muestra de arte que consideraba blasfema: «Desde hace algún tiempo se vienen dando (...) algunas expresiones públicas de burla y ofensas a las personas de nuestro Señor Jesucristo y de la Santísima Virgen María; así como también a diversas manifestaciones contra los valores religiosos y morales que profesamos. Hoy me dirijo a ustedes muy dolido por la blasfemia que es perpetrada (...) con motivo de una exposición plástica. También me apena que este evento sea realizado en un centro cultural que se sostiene con el dinero que el pueblo cristiano y personas de buena voluntad aportan con sus impuestos. Frente a esta blasfemia (...) todos unidos hagamos un acto de reparación y petición de perdón (...)».

    La muestra de la polémica era nada menos que de León Ferrari (1920-2013), considerado en su momento por el New York Times como uno de los artistas plásticos más provocativos del mundo. Y quien firmaba la carta de repudio era nada menos que Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, quien nueve años más tarde iba a ser ungido como papa Francisco, máxima autoridad mundial de los católicos.

    Arte y religión: vieja relación

    La tensión entre el arte y lo «sagrado», como está visto, ni es nueva ni es inédita en la Argentina. Por eso el escándalo suscitado en la UNCuyo por la muestra de arte a propósito del «8M» no resulta una extravagancia. En su momento, con piezas aun más sutiles y refinadas, Ferrari provocó las quejas de la Iglesia y sufrió el ataque de grupos radicalizados. Aquí se vio un eco de aquello, con obras pictóricas o escultóricas que representaban, por ejemplo, una versión femenina y con cabeza de vaca del Cristo crucificado o una vagina que transmutaba en la imagen popular de la Virgen María. Y se vio la queja de la Iglesia local por lo que consideraban una ofensa, de parte de una universidad pública que debería velar por el respeto general. Y se vio luego lo peor de todo: el ataque vandálico de los fundamentalistas, con acciones que fueron rechazadas hasta por el propio arzobispado.

    Lo que prueba esta clase de hechos es algo que sorprende a quienes podrían pensar que el arte está exento de otro contenido que su propia estética (el arte por el arte). Entender que esto no es así permite, a la vez, descubrir algo más: que el afán blasfemo del arte en nuestro ámbito tiende a ser selectivo.
    En nuestra cultura (en la que el catolicismo es parte basal de una estructura social, cultural, legal, etc.), las bellas artes no han sido solamente una expresión plástica, sino que han servido de exaltación, prédica y representación de contenidos religiosos, especialmente católicos. Algunas de las obras maestras de la pintura universal han tenido este fin: desde los manuscritos iluminados y Giotto a las obras finales de Dalí, pasando por El Bosco, Leonardo, Miguel Ángel, Velázquez o El Greco. Si se quiere, esa práctica llega hasta nuestros días y nuestra región, ya que, por ejemplo, la obra de un pintor como Sergio Roggerone puede encuadrarse en esta línea.

    Blasfemias «selectivas»

    Ahora bien, en cuanto a la blasfemia, hay que decir que este es un concepto complejo: la blasfemia puede tener un aspecto, digamos, «subjetivo» (lo que le parece blasfemo a uno puede no parecerle a otro) y otro «objetivo» (se practica con el conocimiento de que lo que se produce subvierte un sentido conocido y sabe de su repercusión).

    Lo que se observa aquí es una blasfemia selectiva: se practica con la iconografía de una religión particular, pero se evita con sugestivo cuidado hacerlo con otras. Así, una muestra catalogada como «feminista» apunta su blasfemia, subjetiva u objetiva, más usualmente contra el catolicismo, pero no contra el judaísmo o el Islam. ¿Qué sucedería si se utilizara el arte con afán blasfemo —algunos con eufemismo lo llamarán «crítico»— contra la simbología o el credo judíos? ¿No se lo calificaría de antisemita? O, para ir más allá: ¿por qué no se blasfema artísticamente contra algunas leyes de la sharía, que prohíben a las mujeres mostrarse si su cuerpo no está tapado por el burka?

    En este último sentido, es llamativa la selectividad, dado que los países en los que las democracias han florecido (y en los que la idea de libertad de expresión más se ha difundido) son mayormente aquellos en los que ha predominado el cristianismo. Y esto puede o debería verlo un ateo —como quien firma—, un agnóstico, un deísta o un creyente. Todo el mundo, en suma. Si la blasfemia, o la «crítica», se emprende con selectividad contra el cristianismo, tal vez (sólo tal vez) ello sea producto de una miopía ideológica traducida en arte.

    El papel de la universidad

    Por último, hay que preguntarse por el papel jugado aquí por la institución que avaló la muestra. En 2018, y con el fin de asegurar la «laicidad» de la institución, la UNCuyo decidió retirar todos los símbolos religiosos (algunos, en sí mismos, también obras de arte) de sus edificios. A pesar de ello, ahora propició una muestra plagada de imágenes religiosas, aunque fueran blasfemas.

    Algunos querrán exorcizar o eximir a estas imágenes de la muestra «8M - Manifiestos visuales» de todo contenido religioso con el «agua bendita» del arte y la libertad de expresión. Sin embargo, ¿acaso esas obras artísticas exhibidas tendrían el mismo valor si no hicieran uso de la simbología religiosa? Si la respuesta no es afirmativa, ¿por qué entonces se exhiben en un lugar donde la simbología religiosa fue excluida?

    También aquí, al parecer, hay selectividad, y unas simbologías son más simbólicas que otras.



  2. Un guardia suizo custodia en el Vaticano el cadáver de Benedicto XVI. Foto: AP.




    a muerte de Joseph Ratzinger, papa Benedicto XVI para la Iglesia Católica, ha permitido ver unas exequias inéditas en el Vaticano, la santa sede de esta religión, la mayoritaria en el planeta y basal para nuestra cultura.

    Las claves que hacen tan especial el funeral de este papa católico tienen que ver con la excepcionalidad de su figura, al tratarse de un papa emérito, algo pocas veces visto en la historia. En particular, porque Benedicto XVI llegó a ese puesto tras una renuncia en 2013 a su cargo, al que había llegado para ocupar el puesto que dejó Juan Pablo II (Karol Wojtila) con su muerte, en abril de 2005.

    El pontífice alemán termina sus días con una historia particular: llevó el hábito de papa emérito durante más años que el de papa efectivo, dejó lugar a la primera designación de un papa americano (el argentino Francisco I) y dejó una estela de misterio alrededor de las razones de su abdicación.

    Por un lado, el fallecimiento provocará, entonces, algunos hechos nunca vistos en la historia de la Iglesia Católica.

    Por ejemplo, el funeral a un papa estará encabezado por un papa. La muerte no llevará a la elección de otro. Y, finalmente, será destruido el anillo del pescador, emblema que lucen los papas en el anular de su mano derecha. Este anillo es legado de un papa a otro, pero en el caso de Benedicto XVI se construyó uno para que él siguiera luciendo el suyo y Francisco tuviera el propio.

    Entre los pocos antecedentes a la renuncia del papado aparecen la de Celestino V (1294), quien al parecer no estaba en sus cabales. La última había sido la de Gregorio XII, quien dejó el cargo en 1415 como “sacrificio” personal para solucionar una serie de conflictos eclesiásticos que dio en llamarse “Cisma de Occidente”.

    ¿Por qué renunció el papa Benedicto XVI?

    Ahora bien, ¿cuál fue la razón para que el 28 de febrero de 2013, Benedicto XVI acabara renunciando? Las excusas oficiales no tienen por qué ser rechazadas de antemano y hablaban de una debilidad de salud que le impedían a Ratzinger entregarse a pleno a su papado. Según el propio obispo: “Llegué a la certeza de que mis fuerzas, debido a una edad avanzada, ya no son aptas para un adecuado ejercicio del ministerio petrino”. Otras voces, sin embargo, han hablado de un debilitamiento en otro sentido: el que sintió el Santo Padre de los católicos por diversos escándalos y también por una intención de miembros de la iglesia que habrían propugnado un aire más progresista en la Iglesia. El alemán cargaba con una fama de conservador, a veces poco justificada si se tienen en cuenta cuestiones como que fue el primer papa en hablar del uso del preservativo como un “acto de responsabilidad” en casos puntuales.

    Sin embargo, otra de las hipótesis que se manejan resulta, para muchos, más inquietante. Y tiene que ver con la aparición de una “noche oscura del alma”, que se extendió hasta el fin de sus días. Con ese término se alude al célebre poema de San Juan de la Cruz, poeta y místico español, que pone en palabras un momento de duda ante la fe religiosa.

    En el caso de Ratzinger estamos no sólo ante un papa y nada más, sino a un teólogo y filósofo de gran magnitud, autor de textos notables, además de sus encíclicas y conferencias. Entre estas últimas, hay una que destaca sobremanera: el “Discurso de Ratisbona”, cuyo título original era “Fe, razón y la universidad: recuerdos y reflexiones”, y fue pronunciado el 12 de septiembre de 2006. Allí, reflexionaba sobre el entrelazamiento de fe y razón y tuvo un capítulo polémico por una dura referencia al Islam.

    Esas reflexiones de Ratzinger sobre la fe dieron origen luego a un libro, editado en español bajo el título Dios salve la razón. En él, como cuenta la presentación del volumen, “diversos intelectuales de primera línea, provenientes de diferentes países, tradiciones religiosas y posiciones culturales, se dan cita en este libro para recoger el desafío planteado por Benedicto XVI en su célebre lección magistral en la Universidad de Ratisbona en septiembre de 2006: ampliar la razón. Desde diferentes perspectivas, coinciden en proponer un nuevo humanismo que integre de manera nueva la relación entre fe y razón”.

    El texto más notable de ese volumen no era el del propio Benedicto XVI, sino el de un filósofo que escribía en castellano: el español Gustavo Bueno, un “ateo católico”, autor de un sistema materialista y probablemente el más notable filósofo de habla hispana de todos los tiempos. Su artículo, tan brillante y contundente, fue leído por el propio Ratzinger y, se dice, lo llevó a largas reflexiones. En él, Bueno decía que el Dios de las grandes religiones no es en sí racional, sino que ha sido la Iglesia la que ha “salvado la razón” para la tradición histórica, y ha permitido el desarrollo de imperios y culturas que hoy destacan en el mundo.

    Consultado el propio Gustavo Bueno sobre si su texto habría dinamitado la fe del pontífice, este respondió: “Me han dicho algo así. No tengo ninguna razón para creerlo o para dejarlo de creer. Parece ser que lo leyó. (...) No creo que mi artículo de 2008 le haya planteado dudas de fe al papa, en todo caso habría ahondado en un proceso que vendría de más lejos”.

    En esa posibilidad ahonda el profesor de filosofía Yago de la Cierva, quien trabajó en oficinas del Vaticano y para el Opus Dei. Para él, estuvo muy claro el porqué de la renuncia: “el único modo en que se consigue entrever qué puede pasar por la mente y el corazón del Papa es una crisis espiritual”. Podríamos agregar: el único modo de entender el sintagma “crisis espiritual” es pensar en una pérdida de la fe.

    Un último dato anecdótico podría terminar de confirmarlo. En mayo de 2006, Benedicto XVI se detuvo a orar ante el “muro de la muerte” de lo que fuera el campo de concentración de Auschwitz, levantado por los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Allí fueron torturadas y asesinadas, según algunos cálculos, más de un millón de personas. Conmovido, Ratzinger exclamó en italiano: “Sólo se puede guardar silencio, un silencio que es un grito hacia a Dios: ¿Por qué, Señor, permaneciste callado? ¿Cómo pudiste tolerar todo esto?”.

    Esas palabras de reproche a la divinidad, venidas de parte nada menos que de la máxima autoridad católica en el planeta (un apóstol de Cristo, según la creencia) no pueden ser ignoradas.

    Tal vez ese brillante teólogo que fue Joseph Ratzinger tuvo su noche oscura, sólo que el azar le llevó a sufrirla siendo nada menos que Papa. Su inédito retiro, que lo recluyó hasta el fin de sus días, permitió tal vez una paradoja: que un papa no creyente fuera el que acaba de morir.


  3. Reflexiones para Semana Santa

    viernes, abril 14, 2017

    Celebración de Semana Santa en Toledo (España).


    Por Manuel Millán (*)

    En los maravillosos años de las tertulias que tenían lugar en RAZÓN ATEA –el blog del filósofo, escritor y periodista mendocino Fernando G. Toledo— pude aprender y enriquecerme con los participantes en los mismos.
    El materialismo filosófico lo encarnaba el propietario de la página. Fernando Cuartero y Atilio desarrollaban sus argumentos como escépticos formidables y siempre con una base científica que hacían inquebrantables sus conclusiones. Recuerdo –le he perdido la pista— al teísta católico que se hacía llamar Dark Packer. Había muchos más, iconoclastas la mayoría, sabios todos, poseedores de una oratoria y sintaxis dignas de los mejores alumnos, los «cerebritos», los que sufrían bullying porque los mediocres no soportaban su superior intelecto. En mi corazón hay un sitio especial por ese mexicano esteta y amante de toda manifestación cultural, religiosa o no, que murió trágicamente hace ya tres años: Enrique Arias, «Ariastóteles». De él aprendí el valor supremo de la belleza como motor de la vida, así como el ensimismamiento ante la brutal maravilla que nos rodea, creada por el hombre o la naturaleza.
    Con las redes me he encontrado con antiguos amigos y he hecho amistades cibernéticas nuevas. Sacerdotes, músicos, políticos de todas las ideologías, profesores, artistas, creadores, obreros, empresarios, etc. La variedad de la sociedad es infinita y los posicionamientos ante la vida van a la par.
    Por consiguiente, todos los años se han generado debates  antes de comenzar las festividades religiosas cristianas. Me gusta que existan, pero creo que me tengo que definir de forma radical. Soy escéptico, laicista y creo firmemente que por el bien de mi patria y de las religiones, el estado laico (o aconfesional, que es lo mismo pero «no e iguá», que diría Martes y 13) es el único aceptable.
    Asimismo, en todo estado laico deben existir convenios con las religiones y con otras asociaciones para celebrar actos públicos que se consideren de interés cultural, antropológico y económico para todos.



    Aquí es cuando empiezo a chocar con el resto de laicistas. Creo firmemente que las administraciones públicas deben ser partícipes activas en las procesiones de Semana Santa, al igual que en los desfiles de Carnaval o en las celebraciones de conmemoraciones de éxitos sociales conseguidos en el pasado, como son el 1 de mayo o el día del orgullo gay.
    El Estado debe apoyar la riqueza de la nación y las manifestaciones que suceden estos días lo son de forma incuestionable. Son bellas y muy especiales. En muchos lugares de España salen a la calle obras maestras de la escultura barroca, la puesta en escena es variopinta e intensa. Siempre me planteo que si la seriedad con la que millones de españoles organizan los actos de estos días se extrapolara al resto de las funciones, seríamos la primera potencia mundial.
    Por último y no menos importante: la Semana Santa es una gran fuente de ingreso económico. Una ciudad pequeña como la mía [Cuenca] multiplica por tres su población en Jueves y Viernes Santo. No hay ideología, por muy racional que pretenda ser, que justifique la pobreza o la eliminación de un negocio sostenible, no contaminante y que provoca todo tipo de sentimientos.
    Como conclusión: quiero un estado laico, que sea neutro ante las religiones pero que las admita en el ámbito público cuando el beneficio es para todos. Quiero el sonido del almuecín en la mezquita, las campanas de los templos católicos y sobre todo, quiero escuchar nuevamente las dos Pasiones de Bach y seguir conmoviéndome. Quiero que mis entrañas se retuerzan a pesar de que la neurociencia logre entender el porqué de todo ello.

    (*) Publicado originalmente en el blog Entre fusas anda el juego.



  4. Con este magnífico video celebramos los 10 años de Razón Atea. 

    Por Fernando G. Toledo

    Un hombre adulto vive días aciagos. Ha sufrido un grave accidente en bicicleta del que con dificultad se ha recuperado. Está casi sordo. Está atravesando una depresión. El hombre, semianalfabeto, habla poco y en esos instantes dice para sí lo poco que sabe: una oración. De pronto, ve ante él a una imagen de la Virgen María (a quien estaba rezando en ese momento). Su sordera le impide oír otra cosa que voces interiores que le dejan mensajes. Ese es el germen del culto a la Rosa Mística, que atraerá devotos en la Mendoza natal del hombre, una provincia de Argentina, un país que, como el resto de la porción del continente que integra, está dominada por el cristianismo.
    Mucho antes, algo similar le sucedió a Bernadette Soubirous, una adolescente francesa, analfabeta, quien dijo haber visto casi una veintena de veces la imagen de la santa (santísima) Virgen María.
    En otro lugar del mundo, el piadoso musulmán Keyhand Mohman ve una foto satelital del continente africano y se estremece: Alá («el único Dios») ha estampado su firma en el planeta que ha creado. Así lo prueba lo que ve: su nombre, formado por los colores de los árboles, en un sector del África.
    Como vemos, cada cual ve lo que quiere, o lo que su religión le permite. Difícil será encontrar a un budista que vea una zarza ardiendo que diga «yo Soy el que Soy», o un Testigo de Jehová a quien la Virgen le esparza aromas de rosa en su habitación. Cada milagro parece, curiosamente, tallado a imagen y semejanza de la fe de cada uno. Algo extraño: si los milagros fueran manifestaciones de cualquiera de los dioses reales, ¿por qué habrían de expresarse justamente ante los que ya creen en ellos?
    El argumento es sencillo y contundente. La web Business Insider (cuyo nombre puede ser traducido como «Dentro del Negocio»), ha puesto el foco en un negocio de larga data: el de las religiones. Y lo ha hecho a través de un mapa animado que muestra cómo se expandieron y cómo dominan actualmente los diversos territorios del planeta.
    A 10 años de la creación de este blog, nos parece una buena manera para seguir reflexionando sobre cómo las religiones siguen vigentes. Y, por supuesto, también su crítica. Que es lo que se propone desde este espacio.


  5. El catolicismo, en crisis

    martes, febrero 26, 2013

    Vacío, por Matteo Bertelli (en DeviantArt)
     
     
    Por Santiago Armesilla
    Publicado en su página web.
     
    El retomar la redacción de mi tesis doctoral hace que no actualice la web con comentarios más a menudo estos días. Sin embargo, ahora que tengo algo de tiempecito puedo comentar sin duda la noticia del mes, la cual afecta a los más de 1.100 millones de católicos (esto es, de bautizados) que en el Mundo existen.


    Unos 1.100 millones de bautizados por el Santo Sacramento, de los cuales desconozco el número real de practicantes fieles (de esos que realizan ceremonias católicas todos los días de su vida o de vez en cuando), desconociendo por igual, aunque intuyendo que son bastantes, el número de ateos católicos (categoría filosófica y sociológica rechazada por el propio catolicismo, por motivos obvios) y agnósticos católicos, los cuales niegan la existencia y/o la esencia de Dios (e incluso su idea), pero son, lo afirmen o lo nieguen, personas cuya forma de ver el mundo está totalmente influida y conformada por una cultura católica. En España hay mucho ateo católico, y también mucho agnóstico católico (podría haber más categorías, como "new age católico", como el magufo JJ Benitez), cuya «fe en la Razón frente a la superstición» se nota en su anticlericalismo: el peso mayoritario y casi único de sus críticas a la religión se la lleva la Iglesia Católica Apostólica y Romana, costándoles mucho trabajo, bien por pereza intelectual, bien por buenismo políticamente correcto (buenismo de bueno, no de Bueno) y relativismo o pluralismo cultural, la crítica a otras religiones con igual vehemencia, como el mahometanismo o el protestantismo, todo ello debido en buena medida a que son ateos y agnósticos católicos también muy influidos por las ideologías dominantes de las democracias de mercado pletórico: el liberalismo y la socialdemocracia.

    Lo cierto es que el catolicismo está en crisis. La renuncia de Benedicto XVI (no se producía una renuncia papal desde 1455) ha sido todo un terremoto. Las especulaciones están a la orden del día, y no dejarán de estarlo jamás, pues la especulación ideológica es algo que siempre ha rodeado a la Iglesia Católica, como a toda institución importante a nivel cultural y político, y más del calado de esta, con una vida de más de 2000 años (recordemos la cita bíblica -Mateo 16:13-18-: «Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, que significa piedra, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella»). Esta cita bíblica es el fundamento divino de la santidad cristiana de la Iglesia Católica, por mucho que les pese a los protestantes, que afirman erróneamente que el catolicismo pasa de la Biblia. No pasa, sencillamente tan importante es la Biblia como la tradición (las cosas que se hacen en torno a la Biblia, en torno a la figura de Jesucristo) tanto antes de su existencia como después. Y en el después, la tradición es eminentemente la desarrollada, a través de diversas obras, de diversas instituciones, por la Iglesia Católica Apostólica y Romana.

    Dicho esto, y volviendo a la renuncia de Joseph Ratzinguer, los motivos de su renuncia son, a mi juicio, obvios: su estado de salud cada vez más precario, precarizado por disgustos como los del caso «Vatileaks» o por los bochornosos y criminales casos de pederastia masiva ocultados durante décadas por la curia católica. Casos de abominación sexual que ni el polémico Compendio Moral Salmaticense Según la Mente del Angélico Doctor, de Marcos de Santa Teresa, ha podido, con todo su poder moral (sic) evitar o suprimir. Un compendio moral que condena la homosexualidad como «pecado contra natura» (la sodomía en general), pero no explícitamente la pedofilia y la pederastia. Pues se condena el estupro pero no la pedofilia o la pederastia, hablando de un genérico y abstracto "modus innaturalis concubandi", en el que se incluyen y se explican como pecados las poluciones (las pajas), la sodomía o la bestialidad (la llamada zoofilia). Este solo hecho, esta falla en este tratado moral, por mucho que pueda fastidiar a sus defensores más acérrimos, muestra las fallas grandes, que explican muchas cosas –muchas aberraciones éticas, morales y políticas en el seno del «pueblo de Dios»–, acerca de la moral sexual de la Iglesia Católica, una moral sexual que le está costando la pérdida de credibilidad y de fieles evidente que todos, incluidos los ateos católicos, deben reconocer. Una moral sexual que, como muestra este Compendio Moral..., es, como ya dijo el materialista Alfonso Fernández Tresguerres, «un error desde el punto de vista biológico y una irresponsabilidad desde el punto de vista moral».
    Dicho esto, creo que, por el bien de la Iglesia Católica en particular, e incluso por el bien de la racionalidad en general, esta institución de más de 2.000 años necesita renovarse, en un proceso cuyas influencias no solo tienen que venir desde dentro de ella, sino también desde fuera. El nuevo Papa que venga, y los que le sucedan, si no quieren que el catolicismo sufra aún más un proceso de descomposición y degeneración análogo al que sufrió en su momento el comunismo (cuya Roma fue Moscú), deben renovar completamente el catolicismo, dándole la "vuelta del revés" sin abandonar sus dogmas básicos que son perfectamente defendibles y fundamentales para su recurrencia histórica institucional. Renovación que incluya, también y necesariamente, la revisión de tratados morales como el del Angélico Doctor que actuales ateos católicos, antiguos progresistas anticlericales malconvertidos al catolicismo sociológico, jalean como si fuesen fans de Justin Bieber.
    En definitiva: fuera de la Iglesia Católica no hay salvación, pero la salvación de la Iglesia Católica depende tanto de dentro como de fuera de ella.

  6. 1.100 millones de «descreídos»

    domingo, enero 20, 2013

    http://ep00.epimg.net/sociedad/imagenes/2013/01/13/actualidad/1358104128_555157_1358105839_sumario_grande.png



    © María Antonia Sánhez-Vallejo
    Publicado en El País de Madrid

    Algo más de 16 de cada 100 habitantes del mundo, exactamente 16,3, no se identifican con ninguna de las religiones existentes. Son el tercer grupo de población en el paisaje religioso global que ha diseñado el think tank estadounidense Pew Center. Se trata de un mapamundi con el tamaño y la distribución de decenas de confesiones que van desde el cristianismo o el islam —las dos principales, en ese orden— hasta los zoroástricos (o parsis), los jainistas y los seguidores de Tenrikyo, la secta más influyente de Japón, pasando por yazidíes, rastafaris o cienciólogos: en el informe Pew hay sitio para todos.

    Los 1.100 millones de descreídos que hay en el mundo, casi tantos como católicos, no son necesariamente ateos, subraya el estudio, sino simplemente individuos que pueden albergar sentimientos espirituales o de trascendencia pero no se identifican con ninguno de los sistemas existentes. «Los límites entre creyentes, personas que se adhieren a los dogmas, los aceptan, y religiosos, gente con sentimientos espirituales o una cierta dimensión de profundidad, son difusos», señala el teólogo y filósofo Manuel Fraijó, que imparte Historia de las Religiones en la UNED. Abunda en la idea Juan José Tamayo, teólogo y profesor de la Universidad Carlos III de Madrid: «Se trata de una desafección institucional; no supone una renuncia a las creencias, la experiencia religiosa personal o las opciones éticas. Ese 16% de desafectos institucionales pueden experimentar sentido de la trascendencia, espiritualidad, actitudes religiosas y valores éticos de manera espontánea y gratuita, es decir, al margen de las instituciones, que son el fracaso de la religión porque dogmatizan mensajes éticos y los mercantilizan».

    El estudio del Pew Forum on Religion & Public Life, que refleja el estado de la cuestión en 2010 y se basa en el análisis de más de 2.500 censos, investigaciones y registros de población, arroja los siguientes datos: los cristianos son mayoría en el mundo, el 31,5% de la población (2.200 millones, la mitad de ellos católicos), seguidos de cerca por los musulmanes (23,2%, 1.600 millones). Tras lo que el informe denomina «no afiliados» aparecen los siguientes grupos: hindúes (15% de la población mundial, o 1.000 millones); budistas (7,1%, 500 millones); seguidores de religiones populares (africanas o de tribus chinas, indios americanos y aborígenes australianos), el 5,9%, o 400 millones; otras religiones (taoísmo, sintoísmo, parsis, sijs, bahai’s, jainistas, seguidores de Tenrikyo, etcétera), el 0,8% (58 millones), y, finalmente, judíos, que solo suponen el 0,2% de la población mundial (14 millones, repartidos casi a partes iguales entre EE UU y Oriente Medio, es decir, Israel).

    Aunque el informe Pew no precisa si los «no adscritos» son desencantados de alguna fe o si esta es su primera opción, Fraijó aventura la procedencia de parte de ellos: «Del islam no se sale nadie, porque es una forma de vida; salirse implica abandonar la sociedad. Pero del cristianismo sí se van muchos, hay una secularización muy fuerte. La religión donde más movimiento hay en Europa es el cristianismo». Un ejemplo: del 18% de españoles sin adscripción religiosa, según un estudio de 2008 de la Fundación Bertelsmann, «el 87% de ellos habían tenido una educación católica», subraya Fraijó. «Independientemente de lo que diga el informe, yo creo que el mayor grado de desafección se produce en Occidente y, más concretamente, en el catolicismo, una religión con una estructura jerárquica patriarcal inamovible», coincide Tamayo.

    Sin embargo, la distribución geográfica del grupo de no religiosos —son mayoría en China, República Checa, Estonia, Hong Kong, Japón y Corea del Norte, países en apariencia inconexos y ajenos a la tradición cristiana— no parece corroborar la desviación de la que hablan ambos expertos. «En China ha habido un abandono masivo del confucionismo, que es visto como la religión de los funcionarios, los políticos y las ciudades, más que del taoísmo, la religión del campo», explica Fraijó, en alusión a la vertiginosa transformación socioeconómica del gigante asiático en los últimos lustros. «Japón, por su parte, es muy refractario a las conversiones: pese a la importante presencia de los jesuitas en el país desde hace siglos, sólo un 1% de la población se ha convertido al cristianismo», puntualiza.

    Del mapamundi de Pew puede inferirse que la región de Asia-Pacífico es la reserva espiritual del planeta: varios grupos tienen allí una poderosa presencia, incluida la aplastante mayoría de hindúes y budistas, con una población cercana al 90% del total. Paradójicamente, tres cuartas partes de los «no afiliados» (76%) también se concentran en esa región, y sólo en China son 700 millones (dos veces la población de EE UU).

    Aunque la cristiana es la comunidad más dispersa geográficamente —está presente en todos los continentes—, el estudio de Pew señala que tres cuartas partes de la población mundial —el 73%— viven en países donde su confesión es mayoritaria, en especial hindúes y cristianos; estos últimos se concentran además en los 157 estados donde son mayoría. Un nada desdeñable 27% de los seres humanos pertenecen a minorías religiosas en los países donde viven, como los cristianos de Oriente Medio o los musulmanes en Europa, lo que a menudo es fuente de fricciones sectarias-políticas con la comunidad dominante, como demuestra el caso de Egipto o Siria.

    Por tramos de edad, la religión con mayor número de seguidores jóvenes es el islam (23 años de media), frente a los judíos, que con 36 años son los mayores de los ocho grandes grupos estudiados. El informe no precisa la edad media del creyente católico, sólo la del cristiano: 30 años, un promedio que la pujanza de las confesiones evangélicas en América Latina, África y, en menor medida, en el Este de Europa rebaja al catolicismo tradicional en el Viejo Continente.



    «Las religiones ganan por goleada a Dios»

    «Hay unas 10.000 religiones en el mundo. Podríamos decir que las religiones están ganando por goleada a Dios», explica gráficamente Manuel Fraijó, catedrático de Filosofía Moral y Política de la UNED. La frase tal vez ayude a explicar por qué en el estudio de Pew figuran, junto a confesiones milenarias como el sintoísmo o el sijismo, o la amenazada comunidad parsi —cuyos ritos funerarios corren peligro por la contaminación y la disminución del número de buitres—, creencias tan curiosas y bisoñas como la wicca, una religión neopagana fundada en la primera mitad del siglo XX y que muchos relacionan con la brujería, o la discutida Cienciología. O infinidad de religiones tradicionales y paganas (animistas, totémicas, etcétera), que conforman nada menos que el 6% mundial (las profesan 400 millones de personas). El País contactó por correo electrónico con Pew para preguntar la inclusión de creencias como la wicca o los rastafaris, pero no recibió respuesta.

    «En muchas zonas, las religiones se identifican con los sistemas filosóficos tradicionales que permean la civilización correspondiente; de ese sustrato tan enraizado también es difícil salirse. Pero el abandono de la religión ha perdido dramatismo. Se pasa de la creencia a la increencia sin traumas, ya no hay una guerra fría entre teísmo y ateísmo», explica Fraijó. Decía Hegel que lo importante no es ser creyente o no serlo, sino tener lucidez al respecto, pero si la claridad del razonamiento lleva a querer romper oficialmente el vínculo con la comunidad, el deseo se convierte a veces en pesadilla: la apostasía es una tarea ardua en España. Sin embargo, más de 100.000 católicos apostataron en Austria y Alemania en 2010 tras los escándalos de los abusos a menores por representantes de la Iglesia.

    La diferencia generacional tiene su traslación en las creencias. Mientras los no creyentes tienen una edad media de 32 años en el mundo, entre los españoles, los jóvenes en torno a 20 años casi triplican a los mayores de 60: un 24% frente al 9%, según el estudio Bertelsmann. «En el grupo de no adscritos crece proporcionalmente el porcentaje de gente joven», subraya Fraijó.

  7. Más fe que historia

    domingo, diciembre 09, 2012

    La adoración de los magos, por El Bosco.

    Juan G. Bedoya
    Publicado en El País

    Benedicto XVI sostiene que se saben «pocas cosas» sobre Jesús, pero lo enlaza con el emperador Augusto como “una conexión interplanetaria” y lo emparenta con el rey David

    «Cualquiera es libre de contradecirme». Esta advertencia de Benedicto XVI figura en el prólogo del segundo tomo de su jaleada biografía sobre Jesús. Conviene no olvidarla para entender el tercero y último, que acaba de publicarse con el título La infancia de Jesús. «No he intentado escribir una cristología», confiesa el Papa, como justificándose.

    Efectivamente, el libro no es una biografía al uso, ni de lejos, sino una exhibición de elaboraciones teológicas, «una cristología desde arriba», por citar el precedente famoso de El Señor, de Romano Guardini, tan admirado por el Papa.

    El lanzamiento del libro ha contado con una polémica en torno a la presencia, o no, de un buey y un asno en el establo donde nació el fundador cristiano. También se ha discutido la insistencia del Papa en que todo empezó en un pesebre de Belén, adonde el matrimonio José y María habría acudido para cumplir con un censo decretado por Roma. Historiadores antiguos y modernos desmienten esa tesis con toda certeza. En realidad, al Papa le importa poco el debate sobre los hechos. Partiendo de su idea de que se saben pocas cosas sobre Jesús, a Benedicto XVI le motiva más el que los hechos coincidan con profecías de la Biblia. Si no coinciden, peor para los hechos.

    Benedicto XVI conoce el terreno que pisa. Por ejemplo, descarta a Nazaret como el lugar del pesebre porque le venía mal a profecías que va a manejar. Si Jesús hubiera nacido en Nazaret, una pequeña ciudad de Galilea antes de él sin ninguna celebridad, ¿cómo casar el que descendiese de la casa de David? También se derrumbaría con estrépito la larga genealogía de José, el padre legal de Jesús, que remonta hasta Adán pasando por David y Salomón. El fundador del cristianismo, qué menos que emparentarse con reyes y compararse con el emperador Augusto. Los Evangelios —del griego, buena noticia— son relatos para endiosar a un fundador, como habían hecho antes —y hacen después— los escribas de otras tradiciones.



    El Papa intenta mantenerse «al margen de las controversias»

    Ha pensado Ratzinger en esa circunstancia cuando escribe (página 11) que «Nazaret no era un lugar que hubiera recibido promesa alguna». Recuerda, por eso, la respuesta que un futuro discípulo de Jesús, Felipe, ha dado a su compañero Natanael cuando este le comunica que «aquel de quien escribieron los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret». La respuesta de Felipe es conocida, y al Papa le gusta subrayarla: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?».

    Como si hubieran leído esta frase del libro, dos tuiteros reflexionaban graciosamente estos días, en medio del belén que se ha armado con las dudas sobre si había, o no, bueyes y burros en el dichoso establo. «¿Para qué nacer en Lepe, pudiendo ser de Bilbao?», decía uno. Contestaba otro: «Seamos universales: ¿para qué ser de Idaho pudiendo nacer en California?». Un tercero pregunta: «¿Y dónde aparcó su mula José? ¿O es que la virgen María, a punto de parir, tuvo que viajar a patita de Nazaret a Belén?».

    Benedicto XVI, de civil Joseph Ratzinger, de 85 años, empezó a escribir esta obra antes de encumbrarse en el pontificado romano, en 2005. Eso quiere decir que el primer tomo, y probablemente el segundo, son obra del teólogo Ratzinger, a la sazón gran inquisidor romano. Fueron obras sólidas, de peso, incluso físicamente (447 páginas el primer tomo; 396, el segundo). El que ahora se presenta (apenas 137 páginas, editadas por Planeta), lo ha escrito como Papa, en medio de las imponentes parafernalias del cargo. El autor parece reconocerlo en el prólogo: «Espero que, a pesar de sus límites, este pequeño libro pueda ayudar a muchas personas en su camino hacia Jesús y con él». Lo firma el 15 de agosto pasado, festividad de la Asunción de María al cielo, en su palacio de veraneo, Castel Gandolfo, a orillas del lago Albano.

    La advertencia no ha espantado la polémica. Poner en duda la presencia de un burro en la cuadra donde nació el fundador de su religión hubiera sido apenas noticia si saliese de la pluma de un teólogo, por famoso que fuese. Dicho por el Papa ha suscitado mil controversias. Por eso la noticia ha armado el belén. En España existe esta expresión —¡Y se armó el belén!— para definir una escandalera de este tipo, que ha desatado en las redes sociales execraciones o bromas sin cuento.

    ¿Qué ha escrito, realmente, Benedicto XVI? Parece obligado empezar por la noche en que la Virgen dio a luz y «envolvió al niño en pañales» sobre un pesebre. «Podemos imaginar sin sensiblería con cuánto amor preparaba el nacimiento», escribe. Apenas dos párrafos después aborda la escena completa. ¿Quién más había en el establo? Este es el texto: «Como se ha dicho, el pesebre hace pensar en los animales, pues es allí donde comen. En el Evangelio de Lucas no se habla en este caso de animales. Pero la meditación guiada por la fe, leyendo el Antiguo y el Nuevo Testamento relacionados entre sí, ha colmado muy pronto esta laguna, remitiéndose a Isaías 1, 3: ‘El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende».

    Sitúa el nacimiento de Jesús en Belén, y no en Nazaret, por una profecía

    San Francisco de Asís toma esa profecía para construir en la Navidad de 1223, por primera vez en la historia de la cristiandad, una casita de paja a modo de portal y explicar a sus fieles el misterio del nacimiento de un Jesús pobre entre los pobres. Ahí empezó la tradición del belén, no antes. La imponente autoridad moral del franciscano, patrono de los animales y que da nombre a la gran ciudad de California, extendió pronto el mito por Europa y América. El Vaticano está construyendo el suyo estos días, impresionante, como cada año en la plaza de San Pedro. Por cierto, el Evangelio lucano no habla de animales en el establo, pero tampoco dice nada de la (se supone que indiscutible) presencia de José, el padre legal del recién nacido.

    Más metáforas. Dedica el Papa cuatro páginas a subrayar cómo Jesús, «el realmente Poderoso» (la mayúscula es suya) nace «en un pesebre, en un ambiente poco acogedor, incluso indigno», pero, inmediatamente, hace una pirueta que deja al lector descolocado. «En realidad, el pesebre es una especie de altar y se convierte en una referencia a la mesa de Dios». Naciendo entre pastores (si aquello era un establo, «habría pastores y animales», remacha), podrá remontarse a David, pastor de ovejas antes que rey, y a la profecía de Miqueas, según la cual de un pesebre de Belén “había de salir el que un día apacentaría al pueblo de Israel”. Resumen papal: «Jesús es el Gran Pastor de los hombres».

    Después de esa que el Papa llama «pequeña divagación», el libro vuelve al texto del Evangelio de Lucas, donde se lee: «María dio a luz a su hijo primogénito», y entra en el debate sobre si la Virgen fue madre de otros hijos (y también hijas), y si san Pablo entró al trapo cuando llama a Jesús «el primogénito de muchos hermanos». Conclusión del teólogo Ratzinger, esforzado a demostrar la virginidad de la madre: «El primogénito no es necesariamente el primero de una descendencia sucesiva. La palabra “primogénito” no se refiere a una numeración sucesiva, sino que indica una cualidad teológica». Conclusión: «En el humilde pesebre está ya este esplendor cósmico: ha venido entre nosotros el verdadero Primogénito del Universo». Vaya por Dios.

    Hay cientos de miles de libros sobre Cristo y 10.000 biografías serias

    Sobre Jesús hay cientos de miles de libros y en torno a 10.000 biografías consideradas serias. Es lógico si se tiene en cuenta que su nacimiento, pese a tener fecha dudosa, parte en dos la historia de una porción del mundo desde que el monje Dionisio el Exiguo propuso en el siglo VI —y el Papa impuso— reemplazar la cronología romana, que contaba los días a partir de la fundación de Roma, por una cronología cristiana. Desde entonces, se cuentan los años por un antes y después de Cristo. Ratzinger entra en el asunto para anotar lo que está sobradamente constatado: la insólita circunstancia de que Jesús nació antes de la era cristiana. «Evidentemente», escribe, «Dionysius Exiguus se equivocó algunos años en sus cálculos».

    En este punto, hace afirmaciones que los historiadores niegan. Dice, por ejemplo, que Jesús «nació en Belén» porque sus padres habían viajado hasta allí para cumplir «con un censo ordenado por los romanos». Frente a la tesis de que para ese censo, de haber existido, no habría sido necesario un viaje de cada cual a su ciudad, el Papa replica, apelando a «diversas fuentes», que los interesados «debían presentarse allí donde poseyeran tierras». Según el Papa, José, de la casa de David, disponía de una propiedad en la comarca de Belén. El terrateniente, no hace falta decirlo, es carpintero en Nazaret y marido de María, virgen y la madre de Jesús.

    No es verdad que hubiera revisión catastral alguna en ese tiempo. El Papa parece aceptarlo cuando empieza el párrafo siguiente afirmando que «siempre se podrá discutir sobre muchos detalles porque sigue siendo difícil escudriñar en la vida cotidiana de un organismo tan complejo y lejos de nosotros como el del Imperio romano».

    La afirmación es temeraria. La Roma de Augusto ha sido estudiada con detalle por los mejores historiadores romanos, relativamente contemporáneos de Jesús, como Tácito (año 50 a 120), Suetonio (hacia el 120) y Plinio el Joven (61-120), y en la modernidad por todo tipo de especialistas, entre otros el gran Ernest Renan y ahora Jesús Pagola, que vivieron en Israel antes de ponerse a escribir. Está demostrado que no hubo censo ni catastro alguno en aquel tiempo, y que cuando el fundador cristiano nació, el rey Herodes llevaba muerto más o menos dos años, lo que derrota el bulo cristiano de que el monarca judío, cuando se enteró por los Reyes Magos del nacimiento de Cristo, «mandó matar a todos los niños de Belén y su comarca de dos años para abajo».

    ¿Por qué el Papa se aferra a la idea de que el conocido como Jesús el nazareno nació en Belén? Lo explica como teólogo, es decir, trazando «un cuadro teológico» (sic). Un supuesto (pero irreal) decreto de Augusto para registrar fiscalmente a todos sus ciudadanos habría cumplido la profecía de Miqueas, según la cual «el Pastor de Israel habría de nacer en aquella ciudad». Y había que dar cumplimiento a otra promesa: la de que «la historia del Imperio Romano y la historia de la salvación, iniciadas por Dios en Israel, se compenetran recíprocamente». Así alcanza a emparejar la grandeza de Augusto y la grandeza de Jesús, «una conexión interplanetaria», dice el Papa. Lo escribe en un espectacular palacio levantado en el corazón de aquel Imperio, hoy centro neurálgico del imperio cristiano, que lo sustituyó.

    La mayoría de las biografías de Jesús han sido escritas por historiadores, pero abundan las firmadas por teólogos (en griego, personas que dicen «palabras sobre Dios»), o estudiosos de los incontables textos conocidos como Evangelios. Son decenas, pero la Iglesia romana, cuando se asentó en el poder imperial y pudo podar a placer lo que no convenía a sus intereses, incluso con violencia, los redujo a cuatro verdaderos. Como la gente seguía interpretando, llegó el tiempo en que la autoridad eclesiástica prohibió leer la Biblia, salvo la podada por Roma. Así siguen sus fieles, ahora por mala costumbre.

    Benedicto XVI, que antes de ser papa ejerció de inquisidor, advierte ahora, generoso, que su vida de Jesús «no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de búsqueda personal del rostro del Señor». Se le puede contradecir, asume. «No he intentado escribir una cristología». El teólogo anuncia una vida de Jesús, pero la escribe más desde la fe que desde la razón. Lo llama «toques de fe». Todo ello pese a escribir también que «no se pueden atribuir a Dios cosas absurdas o insensatas o en contraste con su creación».

    Tampoco san Pablo se cayó del caballo

    Escribió Renan que el teólogo tiene como principal interés el dogma. “Un teólogo liberal es un pájaro al que se le han cortado algunas plumas de las alas. Lo creéis dueño de sí mismo, hasta el momento en que trata de emprender el vuelo. Entonces veréis que no es completamente hijo del aire”. Pongan aquí el nombre de Joseph Ratzinger.

    Veamos el caso de san Pablo, antiguo fabricante de tiendas en Tarso y Apóstol de los Gentiles (como gustaba llamarse). Fue el auténtico secretario de organización del primer cristianismo. Sin él, que mandó hacer la romería —¡A Roma, a Roma, el corazón del mundo!—, la Iglesia que conocemos, segunda en número de fieles tras el islam, no habría dejado de ser una secta judía y contracultural. El mito dice que Pablo se cayó del caballo, deslumbrado por el mismísimo Jesús resucitado, cuando corría a Damasco a aporrear cristianos. La verdad la cuenta él mismo. Sencillamente, se convirtió por la entereza con que vio morir al primer mártir cristiano, san Esteban.

    Preguntaba el otro día Juan José Millás en la cadena SER, a propósito del último libro de Benedicto XVI, cuáles serían las mejores biografías de Jesús. Si hay una clásica es la Vida de Jesús, de Ernest Renan, de 1863. Es una referencia obligada (en España, la última edición es de 1995, de Edaf). Pese a que retrata al fundador cristiano como un ser excepcional (por encima de los Evangelios), su publicación causó escándalo descomunal por la reacción del papa Pío IX, que para entonces ya se comportaba como un psicópata. Después de Lutero y Voltaire, ningún hombre ha desencadenado cóleras más furibundas entre eclesiásticos.

    Roma creyó que Renan fue el responsable del deterioro de la fe cristiana en Europa, como si la jerarquía de esa religión no hubiera tenido nada que ver en aquel derrumbe. De la obra incendiaria de Pío IX (Syllabus Errorum, Índice de libros prohibidos, Concilio Vaticano I…), no quedan ni cenizas.

    Al Vaticano siempre le ha molestado que la gente de ciencias o de letras, y también los historiadores sin sotana, meta las narices en la vida de su mesías. El cristianismo romano es, en sus raíces, un culto a la personalidad de Jesús, hijo de Dios, el segundo componente de ese ser único que existe simultáneamente como tres personas distintas (la Santísima Trinidad, gran misterio).

    Jesús no escribió una línea y sus evangelistas (portadores de buenas noticias) no llegaron a conocerlo. Tampoco escribió Sócrates, pero el ateniense tuvo como biógrafos a Jenofonte y a Platón. Así que lo que se sabe de Jesús cabe en unas líneas. Existió. Era de Nazaret. Fue un predicador incendiario. Suscitó el odio de los jefes judíos, que lograron que el gobernador de Judea, el romano Poncio Pilato, lo condenara a muerte. Fue crucificado a las afueras de Jerusalén. Se dijo después que había resucitado.

    Esto es lo que se sabe con certeza, incluso si no existieran los Evangelios. El resto es leyenda, mito, teología. Pongamos los Reyes Magos, de los que se ocupa con simpatía Benedicto XVI en su último libro. Ni siquiera se sabe cuántos fueron. El Evangelio de Mateo dice que tres; en la Iglesia siria tuvieron una docena (reflejo de los 12 apóstoles y las 12 tribus de Israel), y en la copta contaron hasta 60. Según el escritor Jesús Bastante, en los dos primeros siglos solo fueron magos. Cuando la práctica de la magia le pareció pecaminosa a la jerarquía del cristianismo romano —¡la de brujas que mandó quemar!—, pasaron a ser reyes, los Reyes Magos. Tres. Por cierto, no hubo mago negro hasta el siglo XVI, inicio de las veleidades ecuménicas de Roma.

  8. «Analíticos» o «intuitivos»

    miércoles, mayo 16, 2012




    © A. Gómez
    Publicado en Expansión.com 

    Creer o no en la existencia de un Dios depende de factores culturales, pero también del tipo de pensamiento que predomine en la persona: analítico o intuitivo.
    El 2% de la población mundial, aproximadamente, no cree en la existencia de Dios. La cifra es aún mayor en Europa donde, según el Eurobarómetro, hasta 18% de los ciudadanos se declara no creyente. La proporción de ateos es mayor entre los que poseen estudios (el 45%) y superior entre los científicos(más del 60%).
    Los investigadores William Gervais y Ara Norenzayan, de la University of British Columbia en Vancuver (Canadá), se propusieron averiguar las bases científicas de esta cuestión y para ello sometieron a una serie de pruebas psicológicas a un grupo de estudiantes canadienses. Los resultados revelaron que cuando predominaba el pensamiento analítico, los niveles de creencia disminuían mientras que aumentaban si dominaba el pensamiento intuitivo, según publica la revista Science.
    Existe en psicología una teoría que apunta a que las personas podrían tener sistemas cognitivos distintos que hacen que procesen la información de formas diferentes. Así, unas ofrecen respuestas rápidas, motivadas por procesos intuitivos que requieren un mínimo esfuerzo, mientras que otras procesan la información analíticamente. Ambos procesos pueden funcionar juntos, aunque en algunas circunstancias uno se puede imponer al otro.

    Estímulos del pensamiento
    Gervais y Norenzayan diseñaron cinco experimentos para verificar si el pensamiento analítico puede conducir a la incredulidad religiosa. En la primera prueba, los estudiantes universitarios respondieron a una serie de cuestiones dirigidas a evaluar su pensamiento analítico y después completaron otras tres encuestas orientadas a medir su creencia religiosa.
    Los resultados confirmaron la hipótesis: a mayor pensamiento analítico, menos religiosidad. Los siguientes experimentos se plantearon con la intención de determinar si la forma de pensar era la causa del ateísmo o sólo una correlación. Los investigadores comprobaron que el pensamiento analítico aumentaba con hechos tan simples como observar una foto de alguien que está pensando (como la escultura de El pensador, de Rodin); jugando al Scrabble con palabras como «piensa», «considera» o «racional», o leyendo palabras escritas en una tipología compleja. En estos casos, los participantes confesaron su escasa religiosidad.
    Los autores subrayan que el pensamiento analítico es sólo un factor que impulsa a la gente hacia el ateísmo y que en esta condición tienen que influir otras cuestiones, como las culturales.


  9. José Manuel Rodríguez Pardo explica que «el conflicto entre Religión y Ciencia es en realidad una disputa al nivel de las concepciones que sobre la ciencia mantienen distintos grupos, no sobre las verdades científicas, que serían ‘comunes a todos los pueblos’».


  10. William Hamilton.

    Replanteó una pregunta que arranca de la filosofía epicúrea

    >>Juan G. Bedoya
    Publicado en El País


    Entre los filósofos que han puesto el énfasis en la muerte de Dios suele citarse, sobre todo, a Nietzsche, y también a Hegel. No tuvieron una idea original. Estaba ya en la lógica de la tradición luterana, así como en la de san Agustín y san Pablo. Junto a Hegel, fue este último quien subrayó, sin embargo, que la muerte de Dios en Jesús era un aspecto insoslayable de la humanidad de Dios. Respaldó su afirmación apelando al grito de «Dios mismo ha muerto», procedente de un himno luterano, tan clásico que J. S. Bach lo armonizó y Brahms lo convirtió en tema de un preludio para órgano: O Traurigkeit, O Herzeleid (¡Oh tristeza! ¡Oh pena del corazón!). Nietzsche, sencillamente, invirtió la lógica de la tradición paulina porque consideraba que, con la peripecia de Cristo en el calvario, Dios no solo estaba en el banquillo, sino que había sido condenado y ejecutado.




    Esto, entre filósofos. Para los teólogos, la cuestión es más dramática. La teología es un lenguaje sobre Dios (un logos sobre theos), así que no hay nada más raro que ver a un teólogo decir que Dios ha muerto, que nunca ha existido, o que él no lo halla. Naturalmente, si el teólogo está comprometido con el ser humano en este mundo, el problema es de fondo también para los creyentes. Se trata del debate sobre la incompatibilidad de dos atributos de Dios, de su dios: el de la bondad y el de la omnipotencia. Lo planteó el primero Epicuro, en una formulación que angustia siempre a los estudiantes de la disciplina que Leibniz bautizara como teodicea: Dios, frente al mal, o quiere eliminarlo pero no puede; o no quiere; o no puede y no quiere, o puede y también quiere. En el primer caso, Dios no sería omnipotente, en el segundo no sería bondadoso o moralmente perfecto, en el tercero no sería ni omnipotente ni bondadoso o moralmente perfecto, y en el cuarto Epicuro plantea la pregunta acerca de cuál es el origen de los males y por qué Dios no los elimina. Voltaire se preguntó lo mismo tras el terremoto que destruyó Lisboa en 1755, y desde entonces no paramos de preguntárselo a los teólogos ante tanta tragedia.
    William Hamilton (Evanston, Illinois, 1924) fue uno de los teólogos con respuestas contundentes, desde el polémico movimiento de la teología de la muerte de Dios, del que fue un representante destacado (junto a Thomas Altizer, Paul van Buren y Gabriel Vahanian). Con el primero firmó un libro de éxito: Teología radical y la muerte de Dios, en 1966. Cuatro años antes había publicado en solitario La nueva esencia del cristianismo, obra también traducida tempranamente al castellano, primera de una decena de obras filosóficas o teológicas. Hamilton falleció el pasado día 13 en Portland (Oregón). Tenía 87 años.
    De la difusión de este movimiento da idea un sonado artículo de portada en Time Magazine, hace más de cuatro décadas. Contó Hamilton que se había hecho la pregunta de Epicuro cuando dos amigos suyos –un episcopaliano y un católico– murieron por la explosión de una bomba, en tanto que un tercero –que era ateo– resultó ileso. Se preguntó por qué sufren los inocentes y si Dios interviene en las vidas de las personas. Respondía: «Decir que Dios ha muerto es decir que ha dejado de existir como ser trascendental y se ha vuelto inmanente al mundo. Las explicaciones no teístas han sustituido a las teístas. Es una tendencia irreversible; hay que hacerse a la idea del deceso histórico-cultural de Dios. Hay que aceptar que Dios se ha ido y considerar el mundo secular como normativo intelectualmente y bueno éticamente».


  11. El ateísmo, en la mira del Vaticano

    martes, noviembre 22, 2011

    Sede Central de la Santa Sede.




    Por Elisabetta Piqué 
    Publicado en La Nación

    El cardenal Gianfranco Ravasi, advierte sobre los peligros de una sociedad secular

    ROMA– Escribió –a mano– 150 libros, es un eximio comunicador, tuitea a diario frases de la Biblia y es el hombre que Benedicto XVI eligió hace cuatro años como Ministro de Cultura del Vaticano. Considerado «papable» y caracterizado como el «cardenal de los ateos» por participar de exitosísimos debates públicos junto a pensadores no creyentes del planeta, el cardenal Gianfranco Ravasi, de 69 años, organizó el Encuentro Interreligioso de Asís, que Benedicto XVI presidió el pasado 26 de octubre, en el aniversario número 25 del que lideró Juan Pablo II en 1986.
    «Benedicto XVI demuestra gran consideración por una antigua enseñanza de la teología cristiana: el hombre está constituido de naturaleza y de una parte sobrenatural. Esto no quita o destruye la naturaleza, sino que la perfecciona. El Papa, al invitar al evento a cuatro ateos, hace un intento por reiterar la importancia de la relación entre fe y razón», indicó.
    Presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, para Ravasi la frase del filósofo Søren Kierkegaard en el 800 es la que mejor retrata el momento actual: «La nave está en manos del cocinero de a bordo y lo que transmite el micrófono del comandante no es más la ruta, sino lo que comeremos mañana».
    Para él, lo más preocupante del secularismo que caracteriza a la sociedad es que no solo es un fenómeno estrictamente religioso, sino cultural. «Con la secularización se ha llevado a no considerar las grandes cuestiones, sino más bien a permanecer en un nivel superficial, la moda, los modos, las derivas consumistas y las preguntas menos inquietantes», lamentó Ravasi, que destacó que el secularismo, como el ateísmo, tiene dos rostros fundamentales. «El primero es el que para mí es más peligroso. El segundo, el más agresivo: es el que dice que hay que eliminar cualquier símbolo religioso, como, por ejemplo, el crucifijo... En ese sentido, creo que está mal ver el problema solamente en el ámbito religioso, porque es más bien de tipo cultural. T.S. Eliot tenía razón cuando decía que si cancelamos todos los símbolos religiosos, toda la herencia religiosa, no podemos entender nada ni de Voltaire ni de Nietzsche. Por eso, Europa es tan débil frente al Islam: al final, si se saca el crucifijo y las festividades, se introduce lo gris. Para mí, es ese el secularismo más peligroso, porque es inconsistente y es por negación, por sustracción. Por ser politically correct... Sí, pero al final este ser correcto se basa solamente en lo negativo: para no ofender, mejor nada. El otro ateísmo es la secularización agresiva, la que combate explícitamente. Yo prefiero confrontarme con alguien que niega, afirma y declara, con motivos: esto es lo que hace falta hoy. Es decir, hay un ateísmo que no es el de Marx ni el de Nietzsche, que era una visión de conjunto de la realidad, alternativa. Hay un ateísmo de sustracción o indiferencia a nivel popular, no uno que no es coherente o lógico. Diría que la Iglesia se enfrenta a esto».
    Gianfranco Ravasi

    –Como Ministro de Cultura del Vaticano, ¿cómo evalúa la cultura actual? 
    –La cultura actual no corresponde más al concepto de la palabra cultura, que nació en el 700 en Alemania como Kultur, que era la alta cultura, las artes, las ciencias, la filosofía... Ahora el concepto de cultura es antropológico, es transversal. Es el artesano, el folclor, la cultura industrial, la economía, es todo, la actividad humana autoconsciente... Entonces, volvería al punto de partida: para los hombres de Iglesia y para los hombres de cultura, el gran problema es la indiferencia, religiosa y moral.

    –¿Esta indiferencia, cómo se refleja en lo cultural? 
    –Desde el punto de vista cultural, es esta actitud de lo efímero, que también se refleja en el arte. Habrá oído hablar del videoartista Bill Viola. La primera vez que hablé con él, me dijo que el arte contemporáneo intenta evitar dos cosas: primero, el mensaje; segundo, la belleza. ¡Esto es paradójico! ¡La belleza y el mensaje, dos cosas que no deben aparecer! Otro ejemplo: una de las expresiones artísticas más significativas es la performance. Miguel Ángel sabía que su obra era para los siglos venideros, pero la característica ahora es que debe morir... A lo sumo, quedará de ella una foto o una filmación, pero nada más.

    –Muchos católicos lamentan que la Iglesia no oye sus pedidos de modernización y apertura... 
    –Sí. De un lado están los principios. Es indispensable afirmarlos con fuerza, sobre todo en una sociedad como la actual, que es líquida, fluida. Aquí no hay consistencia y, al final, hasta aquellos que son totalmente indiferentes, ante los grandes interrogantes humanos reclaman los principios. Cuando una madre tiene un niño con un cáncer fulminante y no hay nada que hacerle. En esos momentos fundamentales, uno los necesita. Quizás al final uno llega a la blasfemia, pero, en ese caso, siempre habrá afirmado un principio o enunciado una pregunta esencial. Y esto vale para la Iglesia también en lo positivo.

    –¿Por ejemplo en qué? 
    –Cuando uno vive una fuerte experiencia estética, un enamoramiento auténtico, en ese momento, elige un camino de principios. Lamentablemente, la ruina de la sociedad actual boicotea esto. Reduce esta experiencia a una mera cuestión de piel, a pura sexualidad. El eros no es solo belleza, sino también el sentimiento, la ternura, la pasión. Entiendo que lo concreto de la experiencia pastoral exige que hay que tener en cuenta las situaciones, porque el cristianismo también conoce de perdón, misericordia, compasión y comprensión. Pero no se puede reclamar a las grandes instituciones religiosas -y hablo de la manera más genérica posible, no solo del cristianismo- por afirmar los principios. Si no, esa comprensión en la cotidianidad no tiene sentido.

    –¿Pero cómo se explica entonces que la Iglesia pierda fieles, y, en América Latina, las sectas tengan tanto éxito? 
    –Esto es un fenómeno típico si uno va hacia lo mínimo. ¿Sabe cuál es en Suecia el porcentaje de la presencia al culto dominical? Es del 1,5 por ciento, es decir, ya no va nadie. En Dinamarca, el 3 por ciento, y así en toda esa zona de Europa, donde concedieron todo en las cuestiones sexuales. En América Latina, en cambio, hay un fenómeno que indica que no es cierto que se esté totalmente secularizado y que ahora hay una inversión de la tendencia. Esos movimientos que te enredan y te dan experiencias místicas, que te dicen que si te sientes bien es una señal de que Dios te bendice... Claro, esto ciertamente pone también en problemas a la Iglesia. Pero digo que es mejor elegir la vía de los grandes interrogantes. No hay que ponerse a ese nivel. La Iglesia no debe renunciar a su función, ni a sus principios, ni a sus dimensión social.

    Cuatro ateos en Asís

    La psicoanalista y filósofa francesa Julia Kristeva, el profesor de Filosofía en la UCLA de Los Ángeles Remo Bodei, el economista austríaco y miembro del Partido Comunista de ese país Walter Baier y el mexicano Guillermo Hurtado, miembro de la revista de historia y filosofía Dianoia, fueron los elegidos para asistir al Encuentro Interreligioso que se celebró en Asís (Italia) el pasado 26 de octubre. Los cuatro participaron en una mesa redonda en el Aula Magna del rectorado de la Universidad Roma 3. Allí, junto con otros 300 líderes de distintas religiones procedentes de 50 países, rezaron por la paz y la justicia en el mundo. Y el Papa afirmó en su discurso final que el evento demostró que la dimensión espiritual es un elemento clave en la construcción de la paz. «A través de esta peregrinación, hemos sido capaces de comprometernos en el diálogo fraterno, a profundizar nuestra amistad, a venir en silencio y oración».