“Estoy acá tratando de pensar y sentir lo que
sentirían ellos en ese momento. Claramente deberían tener angustia de tomar la
decisión, querido Rey, de separarse de España.” Esto dijo en Tucumán el
presidente neoliberal de la Argentina ante el rey emérito Juan Carlos de Borbón,
con motivo del bicentenario de la Declaración de la Independencia en 2016. Sin
palabras, diría uno, si no fuera de que se dijo semejante barbaridad. Tenemos
realmente una derecha bruta, hasta en eso se nota el subdesarrollo.
Heridas nacionalistas aparte, el contexto de la
declaración de la Independencia es interesante como para darle una revisada en
serio…
Por un lado tenemos un gobierno central que
acumulaba más de un fracaso en el proceso de creación de un Estado (ni hablar
de que ese Estado pudiera caracterizase como “nacional”). Las Provincias Unidas
del Río de la Plata, por decir un algo, era un espacio asediado por el imperio
Español y, dicho así, suena como fácil de entender. Las cosas nunca son
fáciles, vea don, así que mejor sería decir que ese asedio era una guerra civil
entre “españoles americanos”, criollos americanos que estaban en ambos bandos,
del lado de la Patria (aún no erigida del todo), y también como “maturrangos”.
Ecos de otra guerra allá en la península, entre liberales (esos de antes que
eran progresistas) y absolutistas monárquicos; y deje que esto último lo
conversemos otro día, que nos vamos por las ramas…
El general Belgrano (el querido Tío de la
Patria) combatió contra generales americanos al servicio de España en su
extraordinario periplo norteño, con éxodo y todo. Bien brava la cosa, porque
parece que no todos los americanos querían sentir esa “angustia” y se ponían
firmes al lado del Rey (como ahora algunos se ponen al lado del Imperio contemporáneo).
Belgrano no, está claro. El abogado devenido en jefe militar (de puro patriota,
que de eso se trata) le proponía al Congreso reunido en Tucumán adoptar como
forma de gobierno una monarquía constitucional encabezada por un descendiente
de los Incas. Eso es sabido y queda fantástico ahora que a los indios les
decimos “pueblos originarios”, pero la cosa iba más allá de una reivindicación
(muy justa). Se trataba de centralizar el poder en una realeza indígena sí,
pero basado en un contrato social (que eso es una Constitución). En el
imaginario de los pueblos reunidos en las Provincias Unidas (y quién sabe si no
se pensaba en reunificar parte del antiguo virreinato…), la idea generaba lazos
invisibles que podían ser poderosos y movilizadores, oponiendo a la monarquía
despótica del Imperio una propia consensuada. No era una mala idea, pero a los
comerciantes de Buenos Aires y algunas élites del Interior les pareció una
locura. No se trató y se miró (esa gente miró) con desconfianza a ese
convencido enarbolador de bandera sin permiso, que moriría cuatro años más
tarde solo, invisibilizado y derrotado dejándonos el tremendo “Ay, Patria mía”.
El general San Martín, ese si un milico con
toda la academia encima, lo tenía claro porque estaba con las bolas infladas de
gente como Macri, es decir, con la casta miserable de comerciantes de Buenos
Aires, de Rivadavia y Cía (que aún no endeudaban al país naciente, pero lo
harían). Exigía –usté sabe cómo son los milicos y más cuando milagrosamente
llevan pueblo en la sangre- declarar la Independencia sin perder ni un minuto
más porque sabía que se venía la noche. Se venía el poder colonial español a
derribar el bastión rebelde que aún quedaba, es decir, este grito de mayo de
1810 que sinuosamente seguía vivo. Nos iban rodeando por el Norte, por
Montevideo, por Chile. San Martín mientras formaba a fulanos como Güemes,
Quiroga, jefes gauchos de todo el interior que lo seguirían a la locura de los Andes,
pero necesitaba tiempo, un gobierno sólido en BA y un país alistado, una
economía de guerra para combatir. Porque era la hora de combatir no de pedir
disculpas, mucho menos escupideras.
1815, un año antes, había sido trágico. Se
habían caído todos los gobiernos rebeldes americanos, menos éste. La derrota
convencía a los que tenían guita que perder y se pensaba en pactar con el
Imperio… con los imperios. Hasta tipos como Alvear, antiguo compañero de logia
de don José pero distanciado por desacuerdos políticos insalvables, enviaban en
secreto misivas tentando a la Carlota, de la línea imperial portuguesa en el
Brasil. Pensaba el general de la avenida paqueta que antes de caer, era mejor
ser tutelados por otros, de última ingleses (y ahí la embocó, aunque no fue el
responsable de esa nuestra dependencia). San Martín que no, que se vayan todos
a la puta… Independencia o morir con las botas puestas, con los pies descalzos,
con chuzas y montoneras al lado de los ejércitos de la Patria (qué envidia), o
como dijo, pelear “en bolas, como nuestros hermanos los indios”. Qué tipos…
Y de Tucumán sale el Acta famosa, usté ve la
mesa, lo ve a Laprida, todos con los sombreros en alto posando para Billiken
(dato revelador de la edad avanzada del autor de esta nota). Sale, y también un
conjunto de documentos importantes que nadie recuerda. Sale un gobierno que se
afirmará como pueda (ese Pueyrredón…) y le garantizará al Gran Capitán el plan
urdido en Cuyo en un gobierno popular del que poco sabe la gente. Mal que mal,
salen las cosas. Y no dio para más el Congreso; la organización nacional para
otro día.
Mire lo que faltaba todavía… Las guerras de la
Independencia, contando con las batallas que por arriba del mapa iba dando
Bolívar, hasta expulsar al invasor peninsular y desactivar en gran parte a sus
columnas americanas (aunque no a sus quintas columnas). Iba a quedar una
América dividida en demasiados proyectos de países, el sueño de una Patria
Grande (y pueblos felices) como mandato, como utopía. Como una promesa secreta
y silenciada por tanto tiempo…
A nosotros nos faltaba aún la construcción de un
poder estatal y un espacio nacional, nos faltaba un partido popular que
heredara a Moreno, a Belgrano, a French & Beruti, a Larrea, a tantos, nos
faltaba un jefe como Dorrego y un miserable sable sin cabeza como Lavalle. Nos
faltaba un Rosas para armar poder haciendo la alquimia de la colonia, la
guerra, la independencia y manteniendo a raya a los traidores. Nos faltaban los
conservadores de la patria de las vacas y la entrega al Imperio Inglés, los
gobiernos de una derecha “culta” asesina de indios y gauchos, el fraude
patriótico. Seguiría en la desgracia argentina el dominio infame de la
Oligarquía. Faltaba un Yrigoyen con todo lo suyo y faltaba mucho para Perón, el
de la declaración de la Independencia Económica de 1947 y la fabulosa
Constitución del 49. Faltaba también la luminosa estrella del Che. Y faltaba
mucha, pero muchísima infamia.
Los sueños de los Héroes (esos patriotas
dendeveras) siempre se cuelan en las madrugadas de los pueblos,
imperceptiblemente, y echan raíces, aunque en algunos tiempos –como estos que
vivimos- no se nota mucho. La historia no se repite pero da revancha,
compañero.
Una parte de ese sueño se firmó un 9 de julio
en Tucumán, en esa Acta que le decía. Sin angustia, sin pedir permiso, sin
vergüenza. Y de tanto en tanto, alguien la levanta y la lleva como bandera a la
victoria.
Viva la Patria. Venceremos. Grítelo fuerte, con
la mirada en alto (siempre).
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