viernes, 17 de noviembre de 2017

LUCHE Y VUELVE

"(...)Ya van a ser casi treinta años que me encuentro empeñado en alcanzar tales soluciones y anhelo, si ello es posible, prestar quizá mi último servicio a la Patria y a mis conciudadanos. Por eso a pesar de mis años, un mandato interior de mi conciencia me impulsa a tomar la decisión de volver, con la más buena voluntad, sin rencores - que en mí no han sido nunca habituales- y con la firme decisión de servir. Si ello es posible.

Por todo ello, pido a mis compañeros que, interpretando mi regreso dentro de tales sentimientos y designios, colaboren y cooperen para que mi misión pueda ser cumplida en las mejores condiciones, en una atmósfera de paz y tranquilidad, indispensables para todo lo que deseamos constructivo. Espero que nuestros adversarios lo entiendan de la misma manera si es que, como nosotros, anhelan terminar con los odios inexplicables y las violencias inconcebibles.

Espero, Dios mediante, estar con ustedes el día 17 de noviembre próximo.

Hasta entonces un gran abrazo sobre mi corazón."*

"A Perón no le da el cuero", había dicho el dictador (presidente) Lanusse cuando ensayaba una de las últimas chicanas para evitar que el viejo líder fuera candidato a presidente en las elecciones de 1973. Los últimos exponentes de la Libertadora necesitaban un Perón que calmara las aguas que ellos habían convertido en un tsunami. El país real estallaba por todos lados, no servía una dictadura y tampoco las democracias débiles y vigiladas establecidas sobre la proscripción del peronismo.

Un vertiginoso movimiento se había levantado sobre lo que fue aquel peronismo inaugural de mediados de los 40. Había sido templado en una larga y terrible lucha desde que los verdaderos salvajes bombardearon la plaza de Mayo y huyeron para volver por el poder en setiembre del '55. Prohibiciones como el decreto 4161 que penaba nombrar a Perón, Evita, los símbolos y todo lo que se relacionara con el peronismo; pero también las manifestaciones de odio derribando estatuas, quemando cuadros y libros, destrozando la vajilla y la ropa para los humildes de la Fundación Eva Perón. Todo había sido arrasado, también la soberanía del país que entró a jugar de lleno en el concierto "americano", como el patio trasero que nunca había sido. Habían doblegado a un pueblo, lo habían baleado, robado, injuriado, echado. Ese pueblo contaba sus mártires desde los basurales de José León Suárez y la Penitenciería de Las Heras desde donde Valle ascendió al cielo. Y otros, muchos otros.

La Resistencia los había endurecido, y el Lisandro de la Torre se convirtió en la catedral de un movimiento obrero derrotado, pero invencible. Con carbón y tiza en las paredes, con caños en las calles, con miles y miles de movilizaciones y escaramuzas; de una manera tan desigual se combatió la vergüenza y se pasó de una generación a otra. Y también la violencia de arriba engendró la violencia de abajo. Surgieron las "formaciones especiales" y se potenció la marea que iba, iba e iba.

El 17 de noviembre llovía. Miles de efectivos cortaron calles y caminos, levantaron puentes, apostaron tanquetas. Trataron de detener lo que era indetenible, como el cruce del Matanza en hileras interminables y la marcha de fondo. Aislar el Aeropuerto, que nadie llegue hasta Perón. Detener a Perón. Demostrar que no iba a ser gratis, nunca.

Muchos marchaban por Perón, porque lo conocían de antes, otros marchaban porque nunca lo habían visto. Para algunos bastaba que Perón volviera y pusiera las cosas en orden para ser felices. Otros, sentían que comenzaba otra época cuyo cimiento era Perón.

Todos teníamos un Perón guardado en algún lado, confundido entre cosas queridas y cosas soñadas. Perón se había transformado en un país al que había que llegar. Y ese 17, como aquel, era el día.

Algunos sueños se transforman en pesadillas, es cierto. Otros, nos guían para siempre... y cuando pensamos que estamos llegando, se van más allá, como si alguien se hubiera puesto el horizonte al hombro en el medio  de un pique feróz. Cosas que pasan con los pueblos, cosas que nos andan pasando. No sé cuál Perón se nos quedó inconcluso de toda esa época. La verdad es que si uno hojea números se da cuenta que ese tercer Perón cumplió, otra vez.

Algunos envejecimos un tanto desde aquello. Aún queda el sabor de que todo estaba por ocurrir, y que todo podía ocurrir. El tiempo se lleva esos pálpitos y los esconde en algún rincón cuando el país vuelve a ser esa casa vacía. Pero siguen allí, aguardando otros vientos, otra gente que cruce el Matanza. Porque Perón volvió, de verdad volvió.

Y aunque siempre haya que empezar de nuevo y ver qué significa en cada momento, en aquellos días tuvimos la certeza que

Luche y Vuelve.

Luche y Vuelve.

Viva Perón.


*Solicitada "A los compañeros peronistas" del 07-11-1972 Fuente: Juan Domingo Perón, Documentos del retorno, Instituto Nacional “Juan Domingo Perón” de Estudios e Investigaciones Históricas, Sociales y Políticas, Buenos Aires, 2006.

(https://www.elhistoriador.com.ar/documentos/vuelta_de_peron/documentos_del_retorno_de_peron.php)

viernes, 10 de noviembre de 2017

CIEN AÑOS (y un sueño eterno)

"(...)La revolución que acaba de comenzar es evidencia de esto. Poseemos la fuerza de las masas organizadas capaces de superar todos los obstáculos y de conducir al proletariado a la revolución mundial.
Ahora hay que construir un estado del proletariado en Rusia.
¡Larga vida a la revolución socialista del mundo!"
Discurso de Lenin al pisar suelo ruso; 15-04-1917; http://leninrevolucionario.blogspot.com.ar/2007/06/discursos_6904.html

Una estrella fugaz que no termina de pasar. Noche tras noche.

Fue una llamarada en un mundo que no era éste. La promesa que comenzaba a cumplirse en manos de soldados, obreros y campesinos -que era decir lo mismo- en una tierra devastada por la guerra y por la servidumbre de siglos, sin que pudiera saberse cuál de las dos era la mayor calamidad. El poder lo tomó a mal, no tanto por la caída de la autocracia zarista que era una empedernida apuesta de un absolutismo trasnochado sin ton ni son; multitud de parásitos principescos que usufructuaban a más no poder el alma de la Madre Rusia. Y junto a ellos la Iglesia Ortodoxa, guardiana fiel de los valores rusos y de la explotación rusa al pueblo ruso.

Ojos al cielo. De los establos a las ciudades para entrar en  el siglo finalmente; ingenuos, poco sabidos. Millones vagando por un país enorme y vacío, por donde se colaba el frío siempre. Y ahora... comer, terminar la  guerra, comenzar otra vida. Paz, pan y tierra. Comer era todo un tema y los que se llamaron "rusos blancos" lo sabían. Comenzaron otra guerra pero esta vez abiertamente contra el pueblo que era, al fin y al cabo, su enemigo; eso lo tenían claro. Como aquel soldado de "Cien días que conmovieron al mundo" al que Reed le hace decir "puede que usted tenga razón camarada, pero lo cierto es que hay dos clases..." La clase capitalista, la burguesía -que en la Rusia tradicional venía con el regalito de la nobleza- y su antagónica, el proletariado liderado por la clase obrera industrial -en Rusia era minoritaria y estaba en Kiev, Moscú y San Petersburgo- y conformada también por el campesinado sin tierra. La sociedad era más compleja (siempre lo es), pero en el fondo, había dos clases.

Muchas cosas quedaron para después, porque el ahora del primer Estado Obrero del mundo fue la guerra civil o, lo que es decir que los que mandaban no podían soportar no mandar, perder un mundo dorado que duraría por otros mil años, ser reemplazados por la chusma plebeya y encima, roja. Ataques armados, atentados, venganzas, intervención de potencias extranjeras, desabastecimiento, hambruna. Y en el medio de todo el desorden, el “construyamos el Socialismo” como decía Lenin. Muchas cosas quedaron para después pero ese entusiasmo, mezcla de patriotismo y revolución, logró más en pocos años que en toda una larga historia. Una vanguardia aguerrida y convencida lideró pueblos de los que occidente sabía poco y nada. Esos eran los comunistas, y el resto rusos, humilde y orgullosamente rusos. Fue su causa nacional, por más internacionalismo proletario que alguno le quiera poner.

Seguramente las revoluciones lo son primero para sus protagonistas, y después como guía para otros. La Rusia soviética fue un faro de enorme luminosidad para todos los que luchaban por un mundo mejor, y lo fue por muchos años, aún más allá de las alternativas rusas. Sucede. En tren de buscar repercusiones, acá tenemos la Semana Trágica en la que ya algunos rancios señoritos de la política, rancios militarotes celosos de la soberanía (para el caso, se llama también xenofobia), y rancios radicales antiyrigoyenistas, encontraron que en Buenos Aires se había instalado ya un “soviet”. Lo usaron para denigrar a los huelguistas de los Talleres Vasena y a los trabajadores que se solidarizaban con ellos; lo usaron para ir contra judíos en Villa Crespo cuando la cacería se extendió; y lo siguieron usando contra los marítimos de la FOM (Federación Obrera Marítima) cuando se les ocurrió liderar y diseñar un poderoso movimiento obrero. “Soviets” eran los consejos y asambleas de obreros, campesinos y soldados que se fueron formando en la Rusia Zarista desde el alzamiento de 1905, y que terminaron dirigiendo los bolcheviques. La consigna de Lenin de “todo el poder a los soviets” lanzaba la más grande revolución proletaria de la historia. Entonces, el miedo es exagerado, pero no es tonto.

Después viene toda la disquisición sobre qué cosa fue la Revolución de Octubre… y ya que estamos, digamos que si cayó el 7 de noviembre ¿cómo fue lo del nombre consagrado?, ya que ocurrió también el 25 de octubre. Cosas de la pelea de calendarios juliano (vigente con los zares) y el gregoriano de occidente, nada de qué preocuparse… De si se trató del acto final del ciclo iniciado por la gran revolución burguesa en Francia en 1789, pasando por las revoluciones europeas de 1830 y sobre todo la de 1848. O si, por su carácter de emancipación proletaria, debemos hablar de un acontecimiento nuevo, al amparo ideológico de un Marx que recorrió Europa (como el fantasma del Manifiesto).

Puede ser, o no. Lo que importa es que al amparo de esa Revolución, y sobre todo de la idea de la revolución, los pueblos del llamado Tercer Mundo se animaron a caminar medio solos cuando avanzó el siglo XX. Para algunos la URSS fue el hermano mayor, para otros el Gran Hermano, y para otros, un imperialismo “bueno” que les permitía equilibrar el poder hegemónico del gran capital norteamericano. Y así fueron los movimientos de liberación nacionales y los procesos populares que, aprovechando las crisis abiertas o latentes al interior de la hegemonía burguesa, hasta dieron cosas memorables como nuestra revolución Justicialista.

En fin. Las revoluciones reales son de los pueblos que las hacen, y sólo ellos pueden dar cuenta de los caminos emprendidos. Los de afuera somos de palos; son los rusos los que harán el balance en este caso. Mientras, nos queda por decir que hace cien años un grupo de dirigentes bolcheviques pudo organizar en soviets a una masa de soldados derrotados de una guerra pavorosa, a obreros nuevos y campesinos pobrísimos en un país gigantesco e hicieron una gran Revolución Socialista, y que nada fue lo mismo desde entonces.

Como esa estrella fugaz que no termina nunca de pasar.