Echegaray
volvió y habló.
Convengamos
que no es dueño de la exquisita fraseología hueca de un Santiago Kovadloff. Ni
de las ironías sutiles de un Jorge Luis Borges. Ni del lenguaje tan poco
convincente, básico, infantil (si uno no adivinara las intenciones mortíferas
que encierra) de un procesado Mauricio Macri, una Laura Alonso o cualquiera de
los empresarios del Pro que se le ocurra agregar, como el procesado Federico
Sturzenegger. Ni de los tropos seudometafísicos de una Elisa Carrió.
Pero
Echegaray articula las frases casi tan bien como un Eduardo Aliverti aunque
carece de esa modulación de bajo operístico, la principal cualidad del
comparado.
Es sólo
un recaudador de impuestos. Y de un recaudador de impuestos uno espera… que
recaude bien esos impuestos.
No
pueden pedirse peras al olmo. A esta altura de la vida he conocido suficientes
contadores (los afectos a la microeconomía) como para no hacerme ilusiones
sobre el uso exquisito del rico idioma castellano, algo menos práctico o
utilitario que el inglés. Por otra parte, hay varios relatos literarios sobre
recaudadores de impuestos de otra época como para que las ilusiones caigan un
poco más abajo todavía. En la Edad Media, y todavía en la Modernidad, solían
recurrir a toda clase de barbaridades para cumplir sus objetivos frente a
contribuyentes reacios. Y es lógico que los contribuyentes sean reacios a pagar
a un Estado que no reconocen como tal.
El
propio Grupo Clarín tardó cuatro años en reconocer esta potestad estatal, la de
situarse o intentar situarse por encima de los intereses particulares. Y lo
hizo (y lo hace) a regañadientes: todavía no adecua la grilla de canales a lo dispuesto
por el Afsca ni cobra lo estipulado por la ley.
Entre
otras cuestiones, la Modernidad alumbró la supremacía de los Estados laicos frente a
los intereses particulares.
Por
demás, cuando el juglar Julio Bazán, en su pregunta cargada de intencionalidad,
asoció a Echegaray con los años de espanto, algunos recordamos la imagen de una
Ernestina Herrera de Noble brindando sonriente con un Videla igualmente
sonriente luego de que las torturas a los Papaleo funcionaran como eficaz
sistema de transferencia involuntaria de una empresa propiedad del Grupo
Graiver. Debió callarse el cantor.
Y la “feroz
golpiza” fue repetida por TN y canal 13 no menos de mil quinientas veces, como
si hubieran existido mil quinientas golpizas, lo que contrasta brutamente con
las imágenes de un Mauricio Macri esquiando en Aspen o Cortina D’Ampezzo
mientras la ciudad ardía por una razón u otra, imágenes que no tuvimos la dicha
de ver mil quinientas veces. Ni una.
Se
tiende a creer que los amigos de Echegaray todavía le están pegando a los
noteros de TN.
Lo
extraño es que no haya imágenes de esas golpizas, cuando todos sabemos que los
fotógrafos y camarógrafos, con sus artefactos siempre listos, no suelen manejar
con soltura el lenguaje escrito y creen que una imagen vale siempre más que mil
palabras. Y más en una ocasión como esa, donde el objetivo era Echegaray, y el
objetivo estaba presente en el lugar, de lo que cabe concluir que los
fotógrafos y camarógrafos entraron a él con sus dispositivos encendidos.
Una
cámara brutamente desenfocada, o grabando el piso del restaurante con un fondo
de gritos e insultos, hubiera bastado para convencernos un poco más de la “feroz
golpiza”. Aunque la grabación se falsificara (si uno es malpensado) en un
restaurante con manteles de papel en San Telmo.
Por
demás, si mi compañera o pareja expresa su deseo de conocer Tandil, Jujuy,
Salta, cataratas… o Río, estaremos siempre listos para cumplir el tal deseo o
capricho, y que los vuelos de Aerolíneas Argentinas estén agotados no será
obstáculo suficiente como para disuadirnos. Y si sólo quedan asientos en clase
business de una aerolínea más cara, tampoco.
Es que se tiende a
creer que los empresarios argentinos suelen ser atildados caballeros británicos
o se comportan como tales ante los micrófonos y las cámaras: sólo basta
escuchar a Eduardo Buzzi o a De Ángeli para avivarse del error. Es que no se
entiende bien qué separa a un empresario de un mafioso, o al menos, si no lo
es, que tiene comportamientos mafiosos. ¿Usted qué diría, por ejemplo, de un
Cristiano Ratazzi? Con los empresarios que tenemos, no son eficaces recaudadores
de impuestos con el perfil de Juana de Arco, en el supuesto que la Juana de
Arco real se parezca a la de las películas.