sábado, 27 de noviembre de 2010

EL INCÓMODO RECUERDO DE ROSAS (Teodoro Boot)

La conmemoración del combate de Vuelta de Obligado (que no fue una batalla, como se dice por ahi) generó distintas polémicas. 
Coincidiendo con el lanzamiento de su último best seller, el ubicuo Pacho O'Donnell estuvo presente en el palco y entregó a la Presidente un prendedor: la estrella federal.
Suscribo en un 100% el discurso de Cristina. 
Símbolo no menos ubicuo que el historiador-psicoanalista y ex-funcionario menemista, esa estrella federal: así como lo lucen compañeros, nos hemos topado -hoy y ayer- con muchas en el pecho de muy siniestros personajes de esta Argentina.
Luego escuchamos a Galasso desplegar la diferencia entre NACIONALISMO y NACIONAL en la historia de nuestro país. En épocas pasadas, muy notables nacionalistas denostaban a Gran Bretaña (ocultando que eran pro-norteamericanos) o a EEUU (ocultando que eran fervientes pro-británicos). Eran machomenos nacionalistas. Ma non troppo. Mezzo mezzo. En realidad, eran los peores de los cipayos.
Y leímos a Horacio González abordando el tema. Se me ocurre que González retoma ciertas ideas de Ibarguren y los Irazusta, pero desde la vereda opuesta.
El conocimiento de la historia es esencial para quienes quieren militar en el campo nacional y popular. Agrego abajo una nota excepcional del amigo Teodoro Boot, a quien -me dicen- la Oesterheld acaba de entregar una distinción. Los subrayados me pertenecen, y el autor sabrá disculpar que ellos pongan en primer plano acaso lo que él no quiso destacar.  



El incómodo recuerdo de Rosas
Por Teodoro Boot

A raíz de un nuevo aniversario de la batalla de Vuelta de Obligado y su conmemoración por parte del gobierno nacional, Juan Manuel de Rosas ha vuelto a colarse en los debates contemporáneos. Bienvenido sea: resulta muy auspicioso que al menos se debata algo en este erial de pavadas en que se ha convertido nuestra vida política. Aunque vale recordar que Rosas es una figura del pasado que de ninguna manera puede analizarse pero nunca juzgarse, porque ¿qué es eso de “juzgar” a un tipo que actuó hace más de 150 años con las categorías y conflictos que no fueron los de su tiempo, ni aislado de sus circunstancias históricas?
La historia no está cerrada –y nunca lo están las interpretaciones del pasado–, pero en nuestro caso no lo está en la medida en que lo que se entiende comúnmente por Historia Argentina es apenas un gran relato propagandístico cuyo propósito fue instalar en nuestro inconsciente lo que la Constitución de 1853-60 sancionó en las leyes: el pliego de condiciones que los vencedores de la guerra civil impusieron a los vencidos. En este sentido, bien puede decirse que ese relato no es de ningún modo un relato histórico, y mucho menos  una historia. Y siendo mera propaganda, fue lógico contraponerle una propaganda igual, aunque de significado diferente y hasta opuesto. “Emparejemos y largamos”, exigió Jauretche en tiempos en que se pedía mayor ecuanimidad a los historiadores revisionistas o a sus difusores.
Pasó bastante de eso y como (en parte) bien dice Horacio González en un desconcertante trabajo publicado en Página 12 bajo el título “La Vuelta de Obligado”, “el revisionismo es un movimiento publicístico ampliamente vigente en la conciencia pública y en los medios de comunicación.  De ser la segunda voz, nunca endeble, de las interpretaciones historiográficas, ha pasado a ser ya la primera”.
Bien dice, en parte, y si por revisionismo se entiende cualquier interpretación no mitrista de la historia, si bien, profundamente instalados en los cacúmenes de “docentes y educandos”, así como en el de los cualesquiera que anden por las calles, refulgen, turgentes e intocables, las enormes tetas de Mitre y sus epígonos, continuadores y mejoradores, cuya dulce sabiduría hemos libado desde la más tierna infancia de los pechos más magros o modestos de nuestras madres, maestras y directoras. ¿De dónde, sino, tanta gente grande, cuerda y a primera vista competente, podría exigir, en voz airada, hoy, ya trascurrida la décima parte de un siglo que estará signado más que ningún otro por la sofisticación tecnológica, la virtualidad y la instantaneidad, que nuestro país vuelva a cumplir su destino de “granero del mundo”, que nunca debiera haber abandonado en pos de quimeras industriales y tecnológicas?

Liviandades desconcertantes

De todos modos, hay que darle –siempre en parte– razón a González, al menos en lo que atañe a la falta de rivales que den la talla de los historiadores y difusores revisionistas. Si bien ciertos publicistas, en tren de lo política o históricamente correcto, se han vuelto más livianos que limonada con edulcorante y arman un rejunte de próceres presentables, decentes y eternamente del lado del bien, la justicia y la patria, que más parecen extraídos de Marvel Comics que de una existencia de barro y sangre. Porque los publicistas y divulgadores históricos de la actualidad deben atravesar todavía un abismo para acercarse a Jorge Abelardo Ramos, Rodolfo Puiggros o José María Rosa.
Desconcertante, dijimos de la nota de Horacio González, y tal vez lo que desconcierta lo hace por inesperado y acaso por extemporáneo, ya que en el referido trabajo nuestro sociólogo predilecto se cree en la obligación de ajustar supuestas cuentas con Rosas o al menos no darle  nada gratis, lo que lo arrastra a asombrosas desmesuras. Aunque no lo quiera, Horacio termina “juzgando” a Rosas, e inadvertidamente acaba tratando al personaje con bastante “forzamiento y reduccionismo”, porque, ¿qué importancia tienen tanto la opinión de Rosas como la de San Martín sobre las revoluciones europeas de 1848 o aun la de Rosas sobre la Comuna de París? ¿O acaso esas opiniones han tenido alguna influencia en nuestra historia?
Un viejo amigo radicado en Tarragona se ha vuelto súbitamente kirchnerista desde que recuerda haberse cruzado con Néstor Kirchner en las calles de Barcelona y encontrarlo “muy campechano” (sic), detalle que lo sorprendió muy agradablemente. Es una razón tan buena o tan mala como cualquier otra para oponerse o adherir a un dirigente político, pero carece del menor fundamento y seriedad cuando se trata de evaluar o analizar la actuación y propuestas de ese  político.  De igual manera, hay quienes adoran –o detestan– a Rosas ya por su temperamento ascético, o por su manía por el orden, su autoritarismo, su socarronería, su habilidad diplomática, su picardía, o su carácter taimado y ladino. Allá ellos, porque no se trata de adorar o detestar –y menos, muchísimo menos cien o ciento cincuenta años después– sino de analizar y situar históricamente.

Autoritarios y libertarios

No es en este reduccionismo en particular en el que cae González, pero lo hace en otros parecidos, como puntualizar la “formación absolutista” de Rosas y sus lecturas del teórico monárquico Gaspard Réal de Curban. Hasta aquí seguimos en el campo de la tontería, pero el dislate ya se vuelve espeso cuando afirma que “la razón absolutista de Rosas no significa lo mismo que la imaginación libre del vasto Bolívar”, sin haber explicado en qué se manifestó “la razón absolutista” de Rosas más allá de en algunos intrascendentes escritos, que en un hombre de hechos y no de libros tienen relativa significación, y, en el mismo tren prejuicioso, cómo la “imaginación libre del vasto Bolívar” pudo seguir siendo tan libre y Bolívar tan vasto luego de la constatación de que el único modo en que su proyecto político se volviera medianamente viable fuera mediante una férrea dictadura militar.
Desde luego, es tan injusto como tonto “culpar” a Bolívar por los límites de su proyecto político así como por los alcances relativos de su concepción político ideológica, pero es necesario reconocer esos límites, pues de otro modo resulta imposible comprender el por qué de su fracaso. Así como el de San Martín, cuyo proyecto era similar, si bien en lugar de la dictadura militar para San Martín era preferible una igualmente improbable monarquía constitucional… que habría de regir los destinos americanos con mano de hierro, porque sino, no. Porque ¿qué clase de monarquía o dictadura que se precien pueden soportar las rebeldías y veleidades separatistas de las oligarquías portuarias o mineras? ¿Y cómo sujetar a esas oligarquías excéntricas, evitando la balcanización continental? No con cartas de persuasión, precisamente.
Nada de esto –ni el carácter odioso que para nuestra mirada pudieran eventualmente adquirir algunos aspectos de los proyectos de los libertadores, ni su fracaso– quita mérito a quienes lucharon por un ideal que compartimos y por una necesidad que sigue tan vigente como entonces. Pero de igual manera, ni su concepción ideológica ni los alcances relativos de su proyecto político, quitan el menor mérito a Juan Manuel de Rosas. Ni siquiera se lo quita su postrer fracaso que, según se lo mire, es menor que el de los libertadores: Como Bolívar, Rosas pudo haber dicho: “He arado en el mar”, sin embargo, el país que mal o bien consiguió conformarse treinta años después de su expulsión, lo hizo en base a las líneas esenciales del “sistema rosista”, que era finalmente insoslayable por basarse en un reconocimiento objetivo de la realidad.
Pero Horacio no se detiene ahí, y arremete: “La batalla de Obligado hay que verla eminentemente ‘desde el sable de San Martín’ (…) Pero no puede ser vista desde las propias opiniones de Rosas y su mundo cultural de terrateniente exuberante, con su gauchocracia aúlica y ritualista”.
¿Cómo? ¿Y por qué?¿Quién estaba ahí, comandando la defensa de la soberanía de la Confederación (que el propio San Martín calificó de tan importante como la independencia de España)? ¿ San Martín, su sable y sus granaderos? No. Estaba Rosas. Estaban Rosas y su “mundo cultural de terrateniente exuberante, con su gauchocracia aúlica y ritualista” defendiendo la soberanía. No San Martín, exiliado en Europa luego de que ese sable, bajo el que González pretende que deba ser vista la Batalla de Obligado hubiera sido derrotado en su patria veinte años antes.
No es desdoro para San Martín haberse apartado de las luchas políticas, pero sí es mérito de Rosas haber estado ahí, en el momento de la decisión, donde había que estar y en el momento en que había que estar.
Evidentemente, a González no le gusta Rosas. Y está en su derecho, pero eso no lo autoriza a absurdos como el del párrafo anterior ni arbitrariedades del estilo: “Por eso (Rosas) libra batallas de autonomía territorial pero sin concepción antiimperialista o libertaria, sino más bien autocrática”, como si fuera González o cualquiera de nosotros los autorizados a dispensar carnés de antiimperialista o libertario.
¡Y libertario, nada menos!

Algarabiados y genocidas

Pero por sobre todo, el querido González debería detenerse un minuto a reflexionar antes de prorrumpir en esta clase de barbaridad:  “(Rosas) Había escrito un diccionario de lenguas pampas porque el mundo del orden, que era el suyo, implicaba saber el idioma en que se debía garantizar la sumisión de los vencidos”.
Se trata de una afirmación de la que lo menos que puede decirse es que es aventurada y, en cierto aspecto, completamente disparatada: los genéricamente llamados pampas no habían sido vencidos por nadie, y mucho menos por Rosas, excepto en un algunas refriegas y un par de intrascendentes combates. En efecto, en 1833 Rosas había dirigido una de las tres columnas que marcharon hacia el sur a fin de apaciguar a las tribus ranqueles y mapuches. El propósito final era incorporar tierras productivas a la esfera de las provincias de Buenos Aires, Mendoza y San Luis, siendo la única que pudo cumplir los objetivos la dirigida por Rosas, que llegó hasta Choele Choel y firmó varios tratados con numerosas tribus “enemigas” o, mejor dicho, beligerantes.
La clave de la campaña no fueron las batallas sino los tratados, ya que la política rosista respecto a las tribus indígenas era antagónica con la propuesta en el Facundo, que acabará llevando a cabo Julio A. Roca. Sería una enormidad decir que Rosas es el anti-Sarmiento debido a la diferente envergadura política de los aludidos, de manera que al dividir la sociedad en tres clases, la de los civilizados, la de los bárbaros que debían ser civilizados y la de los salvajes a los que era necesario exterminar, lo que hizo Sarmiento fue erigirse en anti Rosas. De hecho, es el propio Sarmiento, en persona y ya presidente, quien desautoriza el tratado con los ranqueles firmado por Mansilla, en lo que puede calificarse como el último intento de integración “rosista” de las tribus, antes de la “solución final” de inspiración sarmientina ejecutada por Roca.
Una política de negociación, pactos e integración requiere de la comprensión del habla de los involucrados. Para el exterminio alcanzan las balas. Pero uno de los mejores rasgos de la política rosista –la paciencia, la diplomacia y la negociación como forma preferencial de resolución de conflictos intestinos–, el que mejores luces podría haber proyectado al porvenir ya que habría evitado no sólo el genocidio indígena, sino también el de los gauchos y el de los afroargentinos, queda caprichosamente convertido por Horacio González apenas en un rasgo más de su autoritarismo: Rosas no hace un diccionario de lenguas pampas ni por curiosidad intelectual ni para entenderse con los vecinos, sino apenas para imponer condiciones a los vencidos.
Convengamos en que se tomaba demasiado trabajo el hombre para algo tan sencillo, para lo que no es necesario hablar el mismo idioma sino apenas tener en la mano el palo más grande.

La dispersión

No se entiende bien la pretensión de González de poner en su sitio  a Rosas, o, más exactamente, a su evocación. Pareciera ser que teme la posibilidad de cierto revival “rosista”, eufemísticamente de nacionalismo derechista, ultracatólico y ultramontano. Efectivamente, además del anacronismo, la evocación histórica del rosismo tuvo esas características, lo que no autoriza a ninguna persona de la habitual inteligencia y lucidez de Horacio González a desbarrancar en anacronismos opuestos.
Rosas debe ser visto en su tiempo, que es el inmediatamente posterior al del fracaso de los proyectos independentistas de aspiración continental, y su lugar, una provincia de Buenos Aires en la que la burguesía comercial controlada por los británicos se había impuesto definitivamente sobre una plebe levantisca y de inspiración artiguista, que primero había resistido la invasión inglesa, luego hecho la revolución y finalmente había tenido en Dorrego a su último caudillo. La burguesía comercial rivadariana, que había desencadenado y promovido la dispersión nacional, deseaba organizar lo que pudiera del país para acoplarlo como un gran mercado interior de las manufacturas británicas, para lo que era necesario aniquilar las resistencias del interior, alzado en armas contra esa autoridad “central” que se proponía fundir las industrias artesanales y domésticas, como condición necesaria para vender el poncho tejido en Glasgow o el vino elaborado en Francia.
Un segundo sector económico de la provincia, que había desertado de los asuntos públicos o descansado para ello en los afanes liberales de la facción rivadariana, era el de los ganaderos bonaerenses, que con los saladeros se disponían a conquistar su propio mercado: no era el del interior sino el de Brasil, las Antillas y Estados Unidos. Los ganaderos bonaerenses no tenían ningún interés ni en organizar ni en dejar de organizar el interior, en imponer una constitución centralista o federalista ni abrir –ni cerrar– los mercados a la industria europea.  Lo que no existía en el país –y si se nos permite, jamás pudo existir– era una fuerza económica que produjera y vendiese en el propio territorio argentino. No podían serlo las industrias artesanales, en palabras de Jorge Abelardo Ramos “demasiado inconexas como para decidir la política económica nacional y como por otra parte, el núcleo de poder estaba en Buenos Aires, eran incapaces por sí mismas de subordinar al interés argentino los recursos cuantiosos de la gran ciudad. Sin un elemento de centralización económica y sin un ejército nacional, las provincias aisladas sólo atinaban a rebeliones episódicas.”
Esas rebeliones, desencadenadas principalmente por las pretensiones hegemónicas del sector rivadaviano, eran suficientes como para poner en riesgo la actividad ganadera bonaerense y la pacífica marcha de sus negocios. Advirtiendo esta circunstancia, Rosas entiende que la única salida para la prosperidad de su provincia era una transacción con las provincias mediterráneas en base a la protección de sus industrias y una eterna e inestable negociación con las provincias del litoral, como Buenos Aires, eminentemente ganaderas, pero subordinadas y tributarias del puerto bonaerense. Para esto era imprescindible cesar toda intervención armada en las provincias, dejar que cada caudillo resolviera los conflictos de su lugar y garantizar el dominio de Buenos Aires por medio del manejo del puerto, la aduana y los ingresos que de ellos derivaban, confiando, siempre, en la sutil diplomacia de Rosas, que por sus dotes acabó volviéndose –tal vez hasta a su pesar–el artífice irreemplazable de ese complicado e inestable equilibrio.

Más allá de su clase

Pero este jefe político de los ganaderos bonaerenses acabó siendo mucho más que la expresión de un sector económico, tal vez por sus propios talentos, capaz que por veleidades y ambiciones, y seguramente también por aquello de que el personaje acaba comiéndose al actor. Es verdad, como también dice Ramos, que mucho habíamos retrocedido desde los momentos de la independencia, que habíamos ido de “Artigas, que sólo ansiaba organizar una patria grande, a Rosas, que ni siquiera quería organizar una nación pequeña”. Pero el retroceso no se había producido sólo ahí, en lo que va de las cuchillas litoraleñas a las llanuras bonaerenses: el proyecto subcontinental sanmartiniano había corrido la misma suerte que el bolivariano, estallando ambos en tantos pedazos como elites portuarias se encontraban activas. Artigas había sido traicionado por su segundo, al parecer en consonancia con los intereses porteños, y su provincia invadida por tropas del imperio del Brasil, “invitadas” por Buenos Aires para así librarse del jefe popular más prestigioso. Una vez independizado del Brasil, el Estado Oriental ya no fue parte de un mismo proyecto nacional sino apenas una ficha más de la diplomacia británica. Y no obstante el entusiasmo del joven Sucre, no fue sino a disgusto que Bolivar aceptó la secesión de las provincias altoperuanas, pergeñada de consuno entre la oligarquía comercial porteña y la elite minera de La Paz, que acabó traicionando al Libertador. El Paraguay se debatía entre el aislacionismo, la incorporación a las luchas civiles argentinas o una “independencia” prohijada por Gran Bretaña y el Imperio. Sólo gracias a la protección de noveles jefes populares –Estanislao López, Bustos, Quiroga–, San Martín había podido atravesar como un prófugo, en la clandestinidad, el territorio nacional para conseguir finalmente embarcarse rumbo al exilio a fin de salvar la vida. Los granaderos, que liberaran “medio continente”, regresaron derrotados, dispersos, en calidad de vergonzantes zaparrastrosos, tan en silencio, en el oprobio y en la noche como los soldados de Malvinas. La decadencia, el retroceso, no era únicamente el que va de Artigas a Rosas: era más vasto y más terminante.
Es en esa dispersión, en ese retroceso, en ese vacío es que Rosas da un golpe de timón a la política porteña, desplazando del poder a la facción  rivadariana. Y factor determinante del  frágil equilibrio en que se sostiene la unidad, Rosas se ve obligado a defender al conjunto de la Confederación frente a las amenazas y bloqueos de las potencias colonialistas, siempre coaligadas con la facción unitaria. Y habrá sido nomás que el personaje se comió al actor o que el tipo era mucho más que lo que dicen, porque en esa defensa de la integridad territorial de la Confederación, Rosas se enfrentó violentamente con su clase  de origen, de la que era jefe político.  Así, el bloqueo francés de 1838 significó la interrupción  del comercio exterior de la Provincia de Buenos Aires, impidiendo las exportaciones ganaderas y provocando una abrupta caída de los precios. El bloqueo desencadenó una violenta ofensiva unitaria, que entre otras hazañas desplazó de la presidencia oriental a Manuel Oribe colocando en su lugar al impresentable Fructuoso Rivera, entregó a Francia la isla Martín García, propició la invasión de Lavalle y, más peligrosamente, una sublevación de estancieros “rosistas” del sur bonaerense que pretendían acabar con Rosas y el bloqueo de manera de proseguir pacíficamente con sus negocios. Como le era proverbial, Rosas no dudó al momento de aplastar este movimiento, no obstante estar encabezado por prominentes estancieros como Pedro Castelli o Ramón Maza, hijo de Manuel Vicente Maza, presidente de la legislatura bonaerense y abogado y amigo personal de Rosas.
La justificación del bloqueo fue la negativa del gobierno de Rosas a asegurar a Francia el tratamiento de Nación más favorecida por parte de la Confederación, a aceptar la exigencia de exceptuar a los súbditos franceses de las obligaciones del  servicio militar y a dar satisfacciones por supuestas ofensas a ciudadanos franceses. 
Para los unitarios, una arrogancia imperdonable propia de un bárbaro ignorante. Para los estancieros, un disparate que por un asunto intrascendente ponía en juego sus negocios y la prosperidad de la provincia.

Conclusión

A no ser que entremos en el terreno de la parapsicología, es imposible discernir si la airada respuesta de Rosas a estas descabelladas pretensiones colonialistas fue inducida por su “espíritu autocrático” o “su vocación antiimperialista”. Lo que es seguro es que en esa oportunidad no actuó como jefe político de un sector económico bonaerense sino como el máximo dirigente de la Confederación, más allá de su sempiterna negativa a convocar a un congreso constituyente o de entregar la aduana al manejo del conjunto de las provincias.
Las razones de Rosas para esta negativa son curiosamente similares a las de Rivadavia: que primero las provincias se organizaran para recién después entregarles la aduana. La trampa de la argumentación era que el manejo de las rentas de aduana bien podía ser visto como una condición necesaria para lograr la unidad de las provincias.
Pero ahí estaba Rosas, con sus más y sus menos; no Rivadavia, ni Lavalle, ni tampoco Jefferson.
Son demasiados los ejemplos de esta clase como para tan siquiera enumerarlos, pero estos pocos tal vez alcancen para dar a Rosas una dimensión mayor, o al menos más ajustada, de la que le dan los desconcertantes juicios de González.

Recuadro
Un pueblo irrespetuoso y soez
Si el poder rosista se edificó en base al poderío de la clase ganadera, su base política debió haber sido la de los peones rurales de la llanura bonaerense. Esto dice la lógica, aunque a veces hay que desconfiarle a la lógica. Por ejemplo, para Vicente Fidel López, la base política –y en consecuencia también social– de Rosas es la misma que la de Dorrego: la temible plebe porteña, gestora de la única de las revoluciones independentistas que resistió a la contraofensiva española. Es hablando de esa plebe que López dice que “Dorrego fue su Graco y Rosas su César”, interesante observación que tiñe al personaje y a la época de peculiaridades que no debieran pasar inadvertidas.
Al parecer, para López, el pueblo –la plebe– de Buenos Aires sería esencialmente la misma durante Rosas, cuando Dorrego y, consecuentemente, la de la revolución. Difícilmente fuera así: el pueblo de la revolución es el del regimiento de Patricios, son los quinteros y labriegos de las orillas de la ciudad que se manifiestan, primero armados ante el cabildo y un año más tarde en una silenciosa movilización que desde las orillas invade la ciudad reclamando la constitución de una junta de gobierno que integre a los representantes provinciales.

Negros, indios, pícaros y abyectos

La plebe del rosismo ya no parece la misma: la ciudad ha cambiado y han cambiado las gentes. Por ejemplo, las naciones negras han adquirido ciudadanía y conforman uno de los más firmes sustentos populares del régimen rosista. Y hay indios ahora, ausentes de la vida porteña durante la colonia, por no mencionar a un ejército reclutado no ya entre la plebe de la ciudad sino entre la masa de la campaña. “Estaban allí –dice José Mármol en Amalia–, reunidos y mezclados, el negro y el mulato, el indio y el blanco, la clase abyecta y la clase media, el pícaro y el bueno, revueltos también entre pasiones, hábitos, preocupaciones y esperanzas diferentes (…) Desenfrenadas las pasiones innobles en el corazón de una plebe ignorante, al soplo instigador del tirano; subvertida la moral; perdido el equilibrio de las clases; rotos los diques, en fin, al desborde de los malos instintos de una multitud sin creencias". En la novela, Mármol se espanta al evocar el temible sonido de los tamboriles provenientes de los barrios bajos y no puede con el susto cuando se topa con los integrantes de la Sociedad Popular Restauradora: “las caras de aquellos hombres parecían uniformadas: bigote espeso, patilla abierta por debajo de la barba. Fisonomía de esas que sólo se encuentran en los tiempos aciagos de las revoluciones populares, y que la memoria no recuerda haberlas encontrado antes en ninguna parte de la tierra".
Una persona más seria, como José María Ramos Mejía, apunta en Cultura Argentina que "...tanto para el negro como para el mulato y el indio, la tiranía fue una liberación relativa. La repugnancia que inspiraron a la sociedad colonial (…) cesó de pronto por causa de aquel orden de cosas, y puede decirse que fueron impuestos, sino a la consideración, a la tolerancia forzosa de esta sociedad; y el mulato más que el negro, entraron a ocupar un lugar desconocido hasta entonces, abalanzándose con la ferocidad que le sugerían sus hambrunas democráticas comprimidas, sobre todos los cargos y empleos que la brindara la dictadura. El mulato más que el negro llevaba vivo el escozor de aquellas leyes sociales que (…) lo rechazaban con cierto horror justificado: de manera que cuando Rosas los llamó fraternalmente a compartir la resistencia los encontró entusiastas y decididos a todas las violencias que necesitara"

Democracia y aristocracia

Se entiende: el padre putativo de todos estos intelectuales, Esteban Echeverría, en su sobrevalorado Dogma Socialista sostiene que “la razón colectiva sólo es soberana, no la voluntad colectiva. La voluntad es ciega, caprichosa, irracional; la voluntad quiere, la razón examina, pesa y se decide. De aquí resulta que la soberanía del pueblo sólo puede residir en la razón del pueblo, y que sólo es llamada a ejercerla la parte sensata y racional en la comunidad social.  La parte ignorante queda bajo la tutela y salvaguardia de la ley dictada por el consentimiento uniforme del pueblo nacional”.
Y a los que ingenuamente creíamos que democracia significaba gobierno del pueblo, nos da una aleccionadora interpretación de su significado “La democracia, pues, no es el despotismo absoluto de las masas, ni de las mayorías; es el régimen de la razón”.
Pero es Vicente Fidel López quien mejor pinta el momento y desnuda su alma “Entre las clases bajas –dice– donde Rosas era un Mahoma, es digna de atención la de los negros, que hoy ha desaparecido por completo del aspecto de la capital. Había entonces en Buenos Aires no menos de doce mil africanos, según unos; quince mil o más, según otros (…). Bajo la forma de tute­la que la Ley había dado a esta perniciosa inmigración de bár­baros, se les entregaban a los particulares, como pupilos libertos, por plazo definido para que los utilizasen en sus quin­tas, chacras, estancias o familias (…) Al poco tiempo fue imposible persistir en este plan. Los patrones preferían desprenderse de esta chusma; y los negros buscaron las agrupaciones de los suyos, colo­cándose por grupos en los eriales del ejido inculto y amplio que rodeaba la ciudad, donde hoy hay palacios y adoquina­dos de madera. Allí formaron un conjunto de colonias li­bres con el nombre de Tambos, circunvalando la ciudad de norte a sur. Se dieron organización según sus hábitos y re­yes según sus usos y jerarquías que probablemente traían des­de sus tierras africanas. Los domingos y días de fiesta, ejecutaban sus bailes salvajes, cantando sus refranes en sus propias lenguas al compás de tamboriles y bombos grotescos. La salvaje algazara que se levantaba al aire, de aquella circunvalación exterior, la oía­mos (hablo como testigo) como un rumor siniestro y omi­noso desde las calles del centro, semejante al de una amenazante invasión de tribus africanas, negras y desnudas. Desde que subió al gobierno, Rosas se hizo asistente asiduo de los Tambos. Cada domingo se presentaba en ellos con las insig­nias del mando y con los relumbrones de su uniforme de brigadier general, con su señora, con su hija y con los adulones y paniaguados de su casa. Se sentaba con aire solemne y serio al lado del Rey del Tambo Congo, del Tambo Mina, del Tambo Angola, etc. En el resto de la semana, su familia recibía a los reyes y favoritos del Tambo como súbditos que­ridos de su imperio, pero los iba enrolando como amigos fieles en los diversos cuerpos que seguía formando. Había uno de éstos llamado el Cuarto Batallón que tenía 800 pla­zas y cuyos oficiales eran todos negros con excepción del coronel. Aunque soldados, tenían la puerta franca del cuar­tel para asistir a sus Tambos, mientras las negras y las mula­tas, idólatras como sus congéneres varones, juraban por el héroe con el orgullo de la barbarie armada y eran vehículos de toda clase de chismes y delaciones, llevados a la casa de Ro­sas contra las familias del vecindario”.
Las represalias que con facilidad pueden imaginarse, tal vez expliquen de alguna manera la súbita desaparición de los afroargentinos del “aspecto de la ciudad”. Y el tono general de la descripción evoca muy evidentemente el tono general de ¿Qué es esto? , la  repugnante “catilinaria” de Ezequiel Martínez Estrada del que –vale decirlo– hemos extraído aqeulla cita de López y ésta del radiógrafo: “El pueblo miserable de descamisados y grasitas –dice Martínez Estrada refiriéndose a Juan Perón– tendrá por el ídolo el mismo acrecentado fervor que tuvo por Rosas, porque ese desdichado pueblo ha perdido el respeto y, si no lo tuvo nunca, la superstición por los valores de una auténtica cultura y de una auténtica civilización"
El pueblo del 17 de octubre “Era la Mazorca, pues salió de los frigoríficos como la otra salió de los saladeros. Eran las misma huestes de Rosas, ahora enroladas en la bandera de Perón, a su vez sucesor de aquel tirano”
Qué familiares resuenan estas voces, qué familiares estas injurias…
 En vano se alarma González ante un hipotético revival de un hipotético rosismo. Son otros, son los Mármol, los López o los Martínez Estrada de ayer y de hoy los que vuelven rosistas –y hasta peronistas– a los injuriados de ayer, de hoy y de siempre.
Seguramente en vez de enredarnos en calificaciones y descalificaciones a Rosas y a su módica torcida contemporánea, nos convenga más recordar que la primera condición de existencia nacional es la soberanía. Y tan importante como eso, no olvidar nunca, ni dormidos, que lo realmente opuesto a la democracia no es la dictadura sino la aristocracia.

viernes, 26 de noviembre de 2010

LUJO SUSTENTABLE, OTRA GUEVADA MAYOR

Nadie puede decir que el diario La Nación sea ostentoso. Y lo corroboramos. Cuando no quedaba casi nada para inventar, ahora apareció un Centro de Estudios para el Lujo Sustentable, con su correspondiente traducción al inglés. Leemos aquíEn rojo y entre paréntesis, nuestros comentarios, que no pecan de objetividad




La ostentación como valor en el mercado del lujo fue quedando atrás en la última década. Eso, por la maldita inseguridad: ahora conviene pasar inadvertido. Eso les sucede, por ejemplo, a los israelies que pasean por la Franja de Gaza en tren turístico. O a las clases opulentas encerradas en countries del GBA, como Horacio García Belsunce, que diariamente se disfraza de linyera y así vestido se va a tomar un pernod al barcito de la estación Celaya.  Mientras que hace diez años los consumos de este segmento se motivaban exclusivamente por el placer de comprar, ahora se busca cada vez más que las marcas reflejen preocupaciones por los problemas sociales y medioambientales. El aborto es un problema social. Valeria Mazza luce una remerita con la leyenda Let it be. Martínez de Hoz (cuando le daban las piernas) y Alberto Kohan (idem) cazaban tigres en Sudáfrica, portando cargadores con balas ecológicas, esos proyectiles bieintencionados que matan dulcemente volatilizando el cerebro de los felinos.

Leemos también en La Nación, en el mismo chivo:
La legendaria joyería Tiffany ya hace un tiempo que dejó de hacer productos con coral para contribuir a su conservación. En la misma línea, la mayoría de los diseñadores internacionales dejaron de lado el uso de pieles naturales para sus aclamadas colecciones. Ahora se hacen de plástico imitación coral, por millones, en China. Las joyas Tiffany se fabrican en la coqueta (para los incomprensibles criterios chinos) localidad de Kon Fu Cio, sobre el Mar Amarillo. El efecto es tan real, que los collares parecen de coral imitación plástico, o de plástico imitación plástico. Pero todo es sustentable, palabra de moda que atraviesa los nuevos paradigmas culturales. Hoy nadie entiende si uno dice tirifilo, chichipio, pero si le dicen sustentable, ahi sí. Por ejemplo, Botnia es sustentable. El arsénico en las industrias del GBA, también. El ídem en la minería cordillerana, no. ¿Qué significa sustentable? Nunca lo supìmos con certeza, pero si uno busca en internet enseguida encuentra 50 definiciones, todas prolijamente copiadas de la Wiki. ¿Lo que se sostiene es lo que da ganancia? ¿Lo que no poluciona el aire, o el agua? ¿Entonces, es conveniente que volvamos al estado natural y a la biodiversidad? ¿Un corpiño es sustentable? Se me responderá: a veces sí, a veces no.
Según la coordinadora del Centro de Estudios para el Lujo Sustentable, los productos o servicios de más alta calidad en el futuro serán aquellos que generen mayores beneficios a quienes estén involucrados en la cadena de valor. Ahhh, ahora sí.

La atención al cliente y la personalización son valores más recientes que incorporaron las marcas premium , que antes se enfocaban exclusivamente en ventas. Louis Vuitton, por ejemplo, modifica el tamaño del logo de sus emblemáticas carteras a gusto del consumidor. Pero mire usté!  Si el logo es más chico, se paga un adicional. Y sin logo? En la misma línea, Apple graba las computadoras y otros aparatos con las iniciales de su propietario.
Para el futuro, Sierra cree que habrá una revalorización del arte como origen de los objetos y marcas de lujo. "Luego de una etapa de industrialización, el lujo va a volver a defender nuevas formas artesanales de hacer las cosas. La escasez es un valor importante", señala. O sea: el nuevo lujo consiste en parecer pobre, abominable, excluido, negro, desdentado, carcomido por parasitosis varias, hipoalimentado, rodeado de moscas, etc., y todo eso, muy bien pagado para volver voluntariamente a la realidad real, en cuanto todas esas virtudes artesanales se hagan insoportables. Mire cómo la Chacha hace las empanadas con el palote, sobre una mesa sucia, pero es preferible el delivery.
Este post no es sustentable y se autodestruirá en 5 segundos.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

LA NACIÓN TITULÓ: MARTÍN GARCÍA, EL FANÁTICO

GARCIA:"TELAM ES MUCHO MAS SERIO Y MAS CONFIABLE QUE LOS
MEDIOS DEL OLIGOPOLIO"
   
    Buenos Aires, 24 de noviembre (Télam).-El presidente de la
Agencia de Noticias Télam Martín García dijo hoy que "Télam es
mucho más serio y más confiable que los medios del oligopolio" y
rechazó por "ridícula" la frase que le atribuye el diario La Nación
de que prefiere un militante a un periodista.
    Con respecto a las declaraciones publicadas en ese diario el
último domingo García dijo que "ese reportaje es un cachivache" y
agregó que "ellos (por La Nación) vienen con mala intención a
escrachar otro funcionario".
    Recordó que "ya lo hicieron con (Amado) Boudou, con (Jorge)
Coscia y con (Hugo) Moyano. Es una linea editorial".
    En tanto y al referirse a la frase que se le atribuye sobre
preferir un militante a un periodista, García dijo que "es una
frase ridícula. Nunca lo dije, ni lo pensé, ni lo pensaría.Que yo
haya tenido y tenga una trayectoria en la comunicación como
militante peronista no quiere decir que confunda los roles".
    Agregó que "soy un hombre serio y se diferenciar una cosa de
la otra" al tiempo que subrayó que "en Télam es como una religión
nunca publicar algo que no tenga una fuente fidedigna".
    "En ese sentido Télam es mucho más serio y confiable que los
medios del oligopolio. Es un orgullo trabajar en una agencia tan
calificada", indicó García.
    Finalmente y respecto a los dichos del periodista Robert Cox
quien señaló en el diario Clarín que García "tiene que renunciar" a
su cargo, el presidente de Télam respondió que "el señor Robert
Cox, un periodista valiente y respetado por todos, es evidente que,
en esta ocasión, no está bien informado". (Télam).

Perfil subió ésto:

La carta que el director de Télam distribuyó a sus periodistas

Tras declarar que prefiere que sean "militantes", Martín García le envió un memo a sus empleados.

 

23.11.2010 | 20:31

foto perfil.com

A la izquierda, Martín García, el nuevo director de la agencia de noticias estatal. | Foto: Telam

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"Los profesionales son como las prostitutas, escriben mentiras en defensa de los intereses de los que les pagan. Los militantes, en cambio, escribimos la verdad al servicio del pueblo. Soy primero militante, después periodista".
 
Así comenzaba la declaración que el nuevo director de la agencia de noticias estatal, Télam, Martín García, le realizaba al suplemento Enfoques del diario La Nación. Sus palabras tuvieron una fuerte repercusión (Perfil.com reprodujo sus dichos) y el titular de Télam, quien afirmó que "descree totalmente de la objetividad y de la neutralidad de los periodistas", hizo circular una carta interna en la agencia que distribuyó entre algunos de sus empleados.
 
En el memo García arranca diciendo: "Uno ya sabe que darle una nota a La Nacion es darle un martillo para que te pegue, aun así, entendí que debía dársela, ya que traían varias declaraciones mías dichas con anterioridad a mi asunción en Telam y me pareció mejor definirme yo -en algunos temas- antes que me definiera el enemigo".
 
Posteriormente reconoce que en líneas generales la nota dice cosas que él ha formulado pero también afirma que hay cosas que no las dijo y a continuación las puntualiza: "En primer lugar, jamas dije esa boludez de que prefiero militantes a periodistas. Sin embargo es una frase que les cierra a ellos que quieren demostrar que utilizaremos a la Agencia para hacer propaganda partidaria. Yo no dije tal boludez y tampoco lo pienso. De hecho no lo hemos hecho en todo este tiempo y tampoco lo haremos. En líneas generales todas las incorporaciones han sido para apuntalar el nivel profesional. Respecto  de "las prostitutas" vino a cuento porque ellos querían demostrar que yo era -primero- un militante (cosa que yo he dicho infinitas veces en mis charlas) y por esa razón yo "utilizaría" la agencia para "propaganda" y "mentiría" por la causa, "manipulando" la información. Lo que no es cierto". Entonces lo que hice fue cuestionar "duramente" el concepto de "periodista profesional" que utilizan ellos para hacerle creer a la gente que -esos periodistas- se comunican directo con Dios, tienen la versión de la biblia sobre los hechos y son impolutos, es decir Intocables. Y yo los toqué. Porque los conozco".
 
Pero García va mucho más allá: "Conozco esta canalla que militaba en el Partido Comunista o militaban en el ERP o en Montoneros y hoy -sin ponerse colorada- trabaja para los grupos del oligopolio mediático. Grupos que acompañaron la tortura y muerte de nuestros compañeros por dinero y por poder. Conozco a estos "periodistas" que tuvieron merito y talento y hoy lo ponen al servicio de los poderosos. Y a muchos servicios del Proceso y otras revoluciones oligárquicas y pro yanquis. A los conocidos nombres de la tele que han ido incrementando sus haberes a medida que han ido posicionandose contra el campo nacional y popular..."
 
Sobre el final, puntualiza: "Muchos de todos éstos "periodistas profesionales" - como dije - "me hacen acordar a las prostitutas que hacen el amor por dinero (si querer ofender a estas ya que al menos, por dinero, hacen el amor y no el odio). Los periodistas que yo conozco, que conocemos, que han compartido nuestras mesas u otras, son trabajadores y mas allá de lo que piense cada uno, merecen todo mi respeto, como tales. Sin dudas. Estas cuestiones se dirimen en la realidad".

Cristina y el vino, bebida nacional



Carta a Perdiguero

Don César, viera el otoño
Cómo ha puesto a Mendiolaza
Desnuda de sombra está
La arboleda de la casa.

El sol en las altas moras
Desnuda su tibio alarde
Y horneritos de papel
Pintan la paz de la tarde

Estribillo

Cuando quiera estar de vuelta,
Ni me avise, no hace falta,
Si se acuerda, traigasé
Ese vinito de Salta
Un abrazo, acuerdesé
de ese vinito de Salta.

La tarde es de cobre antiguo,
Cuando el sol anda en los cerros.
Después, hasta el aire es gris
Triste y gris como el destierro.

Ni la acequia canta ahora
La vidala de su arrullo.
Y está más seco el cardón
Que traje de Chañar Muyo.

Estribillo

Cuando quiera estar de vuelta
Ni me avise, no hace falta,
Si se acuerda, traigasé
Ese vinito de Salta
Un abrazo, acuerdesé
de ese vinito de Salta.

Canto a Perdiguero: Albérico Mansilla y Dino Saluzzi.
César Perdiguero fue autor de otros hermoso temas con Manuel J. Castilla:

Zamba de Anta

Ay Anta mi tierra arisca,
sombra de los tigres, flor del yuchán
si braman los guardamontes
una vidala se va.

Volteando sin asco el monte
el ojo del hacha quiere llorar,
cuando muere una corzuela
la arena se vuelve sal

Esta es la zamba del monte
flor de laurel,
arriba quema la luna
abajo la caja dele padecer.

2ª parte
Caliente rastro en la noche
que el aire del Chaco no borrará
al sueño de los cuatreros
nadie lo puede enlazar.

Ya estás viniendo en los toros
por los guayacanes regresarás,
ay Anta te vuelves vino
cuando te quiero cantar

Esta es la zamba del monte
flor de laurel.
Arriba quema la luna
abajo la caja dele padecer.

lunes, 22 de noviembre de 2010

UN DAÑO COLATERAL

El 20 de noviembre (que José María Rosa contri buyó a consagrar primero en la contracultura del revisionismo histórico y en 1974 por la Ley Nº 20.770 que instituyó el "Día de la Soberanía Nacional") se conmemora la batalla de Vuelta de Obligado, por décadas sólo evocada en artículos y ensayos de circulación marginal, aún con su correlato ritual, pues para la fecha acudían a San Pedro reducidos números de activistas nacionalistas y peronistas que contribuían a desmalezar el abandonado paraje mediante el sencillo procedimiento de agarrarse a trompadas.



La batalla de Obligado era, para la mayoría de los ciudadanos, un hecho remoto y prácticamente desconocido, y su evocación litúrgica por parte de belicosas minorías, a los ojos actuales podría sonar equivalente a una gresca en Villa Celina entre nostálgicos de Sumo y parciales de Sui Generis.

Nada más, hasta que el entonces joven y talentoso poeta y luego anciano sibarita “y siempre talentoso” Miguel Brascó escribió los versos de “La Vuelta de Obligado”, para los que Alberto Merlo compuso música en aire de triunfo, detalle que luego llevaría a numerosas confusiones.

Poco después, al ser interpretado por Alfredo Zitarrosa, el tema alcanzó gran popularidad entre las nuevas generaciones, inmersas en un acelerado proceso de politización y nacionalización.

Fue así que en peñas y reuniones juveniles, el tema era coreado con particular enjundia y cierto revisionismo del revisionismo como “El triunfo de Obligado”.

Oscar Wilde debía tener razón nomás, porque al ser popularizado el conocimiento del hecho histórico a través de la evocación artística, sugirió, a más de cuatro módicos iconoclastas que nunca faltan, la posibilidad de que alguien alguna vez hubiera considerado un triunfo a la modesta batalla que enfrentó “téngase presente” a la provincia de Buenos Aires (asistida por Entre Ríos y Santa Fe) con la flota conjunta de las dos mayores potencias navales de la época.

La provincia de Buenos Aires actuaba en representación de la Confederación, pero sin contar con algo parecido a un ejército nacional sino apenas con milicias asistidas por algunas caballerías entrerrianas y santafesinas, de las mejores del mundo. Claro que la caballería no resulta el arma más adecuada para una batalla naval, aunque apenas se tratase de bloquear el remonte del río.

Debemos situarnos en 1845, cuando nuestro país no era nuestro país sino un inestable rejunte de algunos de los fragmentos remanentes del fracaso de los proyectos independentistas de proyección continental. La larga guerra civil desatada en 1813 con el desconocimiento y prisión de los delegados artiguistas al congreso constituyente por los núcleos porteños ligados al comercio exterior (básicamente, con Inglaterra), dio paso a una suerte de Pax Romana impuesta por Rosas, que, con sus errores y omisiones, tuvo el enorme mérito de utilizar el poder que el puerto y la aduana daban a Buenos Aires, no para escindir del conjunto a la provincia favorecida, sino para evitar la dispersión de las existentes y crear las condiciones para el regreso de las secesionadas.


A este pr oyecto, qu e Rosas llevaba a la práctica diaria, sistemática y minuciosamente, lo llamó “Sistema Americano” y tenía como propósito ulterior sentar algunas bases para la conformación de una confederación sudamericana que incluiría a Brasil, una vez librado del régimen imperial y el sistema esclavista (al respecto, resulta recomendable la lectura de La caída de Rosas, extraordinario trabajo de José María Rosa que luego de muchos años de ausencia de las librerías, fue recientemente reeditado por una editorial cooperativa, Punto de Encuentro).

El Alto Perú se había separado de las Provincias Unidas con la proclamación de la independencia de Bolivia en 1825. La Banda Oriental, que junto a las provincias de Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, Córdoba y las Misiones había declarado la independencia en 1815, un año antes que el resto de las provincias argentinas, fue luego invadida por Portugal. En 1825, Juan Antonio Lavalleja consigue derrotar a los invasores y declara la independencia del entonces Imperio de Brasil, hecho que desencadena una guerra entre el Imperio y la Confederación. En las confusas negociaciones de paz, la diplomacia inglesa consigue imponer su criterio y la liberación de la Banda Oriental del dominio imperial queda convertida en la Independencia del Uruguay en 1828, sancionada por el congreso reunido el 18 de Julio de 1830.

Respecto a Paraguay, conviene demorarnos un poco más, habida cuenta que, aparentemente, era el único damnificado por el principio de soberanía sobre los ríos interiores que sostenía la Confederación (además, claro, de los intereses comerciales briánicos).

La historia es peculiar, pues comienza con una secesión realista: a raíz de la Revolución de Mayo, el 24 de junio de 1810 el gobernador español Velazco separa al Paraguay del Virreinato del Río de La Plata. Pero un año después estalla una revolución y la junta gubernativa presidida por Fulgencio Yedros estableció un proyecto de confederación con las Provincias Unidas del Río de la Plata, convocando además a la unión latinoamericana. El proyecto no consiguió ponerse en ejecución, por las mismas razones que la Junta de Mayo, crecientemente hegemonizada por la burguesía mercantil porteña, acabó enfrentándose a la mayoría de las provincias, enfrentamiento que en este caso se vio incentivado por la diplomacia portuguesa.

Sin embargo, en octubre de 1811 la Junta Gubernativa de Paraguay firma un tratado de amistad, auxilio y comercio, ya no con la Junta, sino con el Primer Triunvirato, representado por Manuel Belgrano. Un congreso reunido en 1813, impone al Paraguay el nombre de república y establece el sistema de gobierno del consulado. Poco después, el cónsul Gaspar Rodríguez de Francia declara su oposición a la idea confederar el Paraguay con las Provincias Unidas debido a la creciente hegemonía unitaria.

Pero el status de la relación no cambia y queda regida, básicamente por el tratado de 1811 y un posterior acuerdo no escrito de respeto mutuo entre Gaspar Francia y Rosas. En los hechos, para Rosas, la “república” paraguaya segu ía sien do “provincia”, con lo cual gozaba de los mismos beneficios aduaneros de los demás miembros de la Confederación.

Francia fue sucedido a su muerte por su sobrino Carlos López, quien llevó una política menos rigurosa y aislacionista que la de su tío, interviniendo en forma activa en la vida política de la Confederación, donde eligió el bando de los antirrosistas, tal vez por consonancia de intereses antiporteños con las provincias del litoral, que acabaron llevándolas a un ultrafederalismo muy oportuno para los unitarios afincados en Montevideo, quienes habían hecho de la caída de Rosas el leit motiv de sus existencias.

Bajo el gobierno de López y la influencia del imperio de Brasil, Paraguay proclamó la Independencia en 1842, Independencia que jamás fue reconocida por Rosas, que en consecuencia mantuvo la autorización a comerciar sin derechos aduaneros y bajo pabellón argentino a todas las provincias, incluido el Paraguay. Rosas consideraba a la independencia paraguaya como una veleidad de López, de escala y trascendencia comparable a la independencia de Corrientes, y sumamente perjudicial para el presente y futuro paraguayo, vaticinio en el que lamentablemente no se equivocaría.

Pueden discutirse, particularmente en Paraguay, las razones de Rosas, pero desde su punto de vista era inadmisible que las naves y los productos extranjeros transitasen libremente por un río interior de la Confederación.

El principio de la libre navegación de los ríos, fomentado por Francia y Gran Bretaña y defendido por compatriotas que no se sabe si tenían más de tontos que de canallas, es un absurdo que no resiste el menor análisis y que consiste en el derecho que pueda asistir a cualquier potencia extranjera a introducirse en un país o a comerciar con los naturales sin el consentimiento de las autoridades.

La negativa de Rosas a permitir la libre navegación del Paraná a las potencias extranjeras llevó a Gran Bretaña, empeñada en derramar sobre el Paraguay las mieles del librecambio, a poner en práctica por segunda vez lo que luego sería conocido como “diplomacia de las cañoneras”. No debe olvidarse que poco antes, en 1842, había concluido la agresión inglesa a China, que comenzó en 1839 cuando el gobierno chino decidió prohibir el opio, que, cultivado en la India, era introducido en el país por las compañías británicas, que pagaban con él las compras de sedas y porcelanas.

Ante la perspectiva de tener que pagar en metálico, las compañías británicas recurrieron a su gobierno, que envió a la flota. Las tropas chinas se rindieron ante el poderío inglés y el gobierno chino cedió, firmando el tratado de Nankín, que abrió el comercio de opio, sancionó la libre navegación del Yang Tsé y demás ríos chinos y obligó a China a ceder el territorio de Hong Kong.

Aquello fue el inicio de una violación en serie, que siguió con la firma de tratados igualmente leoninos que llevaron a la entrega de Macao a Portugal, a Rusia del margen izquierdo del río Amur, así como el área costera no congelable del Océano Pacífico, donde poco después fue fundada Vladivostok, más una fuerte compensación de dos millones de teals de plata a los comerciantes británicos, otra de 8 millones de teals al Reino Unido y Francia, la apertura de Tianjin como un puerto comercial y la legalización del comercio de opio.

En cambio, mientras sus asuntos exteriores fueron gobernados por Rosas, la Confederación Argentina se mantuvo firme y la derrota de Vuelta de Obligado (que fue seguida del constante hostigamiento de Mansilla y Santa Coloma a la flota anglofrancesa que en varios combates y escaramuzas a lo largo del Paraná “como los de San Lorenzo, Paso del Tonelero o Angostura del Quebracho” le ocasionó graves pérdidas) constituyó un magro botín para los invasores y a la postre la peor de sus derrotas diplomáticas: en noviembre de 1849 mediante el tratado Southern-Arana, Inglaterra se obligó a levantar el bloqueo establecido dos años antes, a evacuar la isla Martín García, devolver los buques de guerra argentinos capturados en el mismo estado en que fueron tomados, y a saludar al pabell n argentino con veintiún tiros de cañón.

De igual manera, el gobierno inglés reconoció que la navegación del río Paraná era “una navegación interior de la Confederación Argentina y sujeta solamente a sus leyes y reglamentos; lo mismo que la del río Uruguay, común con el Estado Oriental”.

Los mismos términos fueron aceptados por Lepredour y convalidados por la Asamblea francesa, aunque éste tratado no llegó a ser aprobado en nuestro país: para cuando arribó a Buenos Aires el enviado francés, Rosas ya no estaba en Palermo y la soberanía nacional empezaba a ser el sonsonete vacuo que para tantos parece seguir siendo hoy en día.

No en vano el Libertador legó su sable a Juan Manuel de Rosas “como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tentaban de humillarla".

Los módicos iconoclastas de barrio reaparecieron en estos días, en que por primera vez se conmemorará oficialmente el combate y la fecha quedó establecida como feriado. ¿Por qué? ¿Por la batalla? ¿Por el feriado? ¿Por qué se conmemora una derrota? ¿O porque creen que los demás creen que fue un triunfo? ¿Por celebrar la soberanía nacional? Cabe sospechar que se trata de algo mucho menor, de la clase de “polémicas” que despertaron los planes de conmemoración del bicentenario, el censo 2010 y seguramente despertará el año próximo la reposición de los feriados de carnaval. Algo malo y avieso habrá en esa restauración, seguramente.

No es prudente ni sensato oponerse a todo cuanto provenga de un gobierno por el sólo hecho de ser opositor a algunas de sus políticas ya que la consecuencia bien puede ser comparable a la de promover y aliarse a una eventual intervención anglofrancesa que acabe con el gobernante de turno. Que de paso acabe con el país y su soberanía, sería apenas un daño colateral.

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