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miércoles, 24 de octubre de 2012

Libera al fin la noche






Cuando el silencio se hace amigo
es porque nos está abrazando el alma.
Trae consigo
la oquedad de la ausencia,
o la llave oxidada de algún secreto.

Cuanto camino por delante,
y yo aquí,
atascado en esta piedra.
He andado y desandado
y vuelvo siempre
al mismo lugar.

El ocaso duerme su mansedumbre
bajo el cobijo del horizonte,
y el recuerdo,
sigue siendo la única moneda
habitante de mis bolsillos.

Encuentro el sol ardiendo en mi espalda,
buscando una gota de ti que lo apague.
Parece un milenio,
en que fue noche.
Pareciera que la eternidad
se apoderó del día.

Necesito de la noche
para evaporar los deseos.
Necesito de las sombras
para  callar el silencio.

Es que solo en la luna
bailo contigo
el dueto que esconde
en su lado oscuro.

¡ Horizonte ardido. . . !
Abre esa tangente,
y que la opacidad se derroche.
¡ Libera al fin la noche.  .  . !
Para soñar en su umbría.


jueves, 11 de octubre de 2012

A escondidas








El atardecer cae herido,
y el sol casi fenecido
araña la última sombra,
resistiéndose a la muerte.

El polvo seco
se humedece en rocío,
y la flor nocturna
expande sus pétalos,
para que la fecunde de luz
un rayo de estrella.

Los habitantes de la noche
despiertan del letargo,
y los sueños sin dueños
se montan a la brisa,
para acariciar
el rostro oculto de la luna.

Emerge entonces tu figura
de aquél espejo de mar,
y yo podré acariciar
por ese instante, tus huellas.

Efímero y perecedero tu andar,
 colma mis playas de espera.
Te engalanas de estrella fugaz
trocándome el sueño en quimera.

La noche cae herida,
y la luna casi fenecida
araña el último rayo,
resistiéndose a la muerte.

Esperará mi deseo un tiempo más
hasta que fallezca de nuevo el día.
Aunque sea tus huellas tocar
por un instante.  .  .
en un efímero roce a escondidas.


jueves, 4 de octubre de 2012

Noche de locura




 La noche teje sus eslabones,
he hilvana estrellas cómplices
de la locura.

Plasmados los espectros,
vigilan silentes, como dos lunas,
se roban algunas sombras
dejando solo harapos de luz.

Y en esas penumbras,
tus ojos duermen.
Y en ese silencio elocuente,
tu respiración se calla.

Recojo en mis yemas,
el sudor crudo de tu espalda.
Y en mi boca yacen,
todos los límites
de tu cuerpo que descansa.

Flagrantes tus poros,
denuncian la impasible ambrosía.


Disfrazados de basalto negro,
tus ojos me claman,
pero el tiempo se hace arena en mis manos.

El sol en tu frente,
anuncia mi partida.

La noche desteje sus eslabones,
y deshilvana las estrellas cómplices
de la locura.

Y te abrazas a mí,
junto al olor de tantos sueños.
Y la distancia aparece.
Y el día dice adiós,
cimbreando
en mis manos apetecidas.