Ahora ya estoy aquí para contaros mis aventuras por la tierrina. El Costillo quería tenerme de vuelta en Holanda para pasar juntos el día de la reina, y aunque en lo que a nosotros se refiere todo estuvo perfecto, ya sabeis qué triste fue al final. Así que, al grano!! Como sucede desde algún tiempo, mi viaje a España empezó en casa de los PapásCostillos. Allí disfruté una vez más de las perras y los gatos, de las
ovejas
(que aunque no son suyas forman ya parte de la familia), de las cigüeñas
(que por segundo año consecutivo han vuelto a poner huevos allí... veremos cuántos hijitos traen esta vez). Me llevé la tremenda sorpresa de despertar a las cinco de la mañana con una naricita mimosa pegada a mi mano, exigiendo caricias! Acostumbrada como estoy a despertarme a esas horas no me resultó nada traumático hacerlo una vez más, pero la cara de poema que se me quedó al ver que era Soly el que reclamaba mi atención debió ser impresionante. Y es que este hijo de Satán, que los PapásCostillo se trajeron de España, era salvaje cuando lo recogieron y así sigue, el muy mamón. Y no hay forma humana ni divina de ponerle la mano encima. Lo máximo que había conseguido hasta la fecha había sido acariciarle la punta del rabo (no me sean mal pensados, please!), estirándome hasta el infinito mientras él huye como alma que lleva el
diablo. Pues bien, esa noche decidió que ya que estaba usando una de “sus” camas, bien podría pagarle en mimos. Y así estuvimos hasta pasadas las siete de la mañana, que el jodío no se cansaba de que le acariciase una y otra vez y si paraba, me pedía más y más. Eso sí, cuando bajé para desayunar y nuestras miradas se cruzaron me insinuó (por decirlo suavemente) que donde dije digo digo Diego y que si te he visto no me acuerdo y que ni se te ocurra ponerme la mano encima, que te crujo. Mensaje captado, ahora acariciaré a Jamaica, que es más melosa y menos arisca que tú, cacho guarro!
El viaje fue pesado, de un lado por el largo tiempo que llevaba durmiendo mal (en España recuperé para una buena temporada) y por las ganas tremendas que tenía de achuchar y ser achuchada. Como nada dura para siempre, el viaje llegó a su fin y allí estaba mi Hermanísimo, esperando para llevarme a casa. Con él, mi Sobrinísima, que también se venía a la tierruca a pasar unos días. Llegados a casa, por fin pude abrazar a mis SuperPapis, crujirlos a besos e ir poniéndome al día. Les encontré guapetones (yo es que cada vez les veo más guapos) y, sin tirar cohetes, bastante bien de salud. Esperemos que eso continúe así. No pido más.
El tiempo no acompañó nada (apenas cuatro días despejados), y la verdad es que el ansia pura que llevaba de sol y calle han vuelto intactas. Pasé muchísimo tiempo en casina, eso sí, en la mejor compañía. Claro que también hubo visitas tremendamente agradables. Y es que aquí no echo de menos sólo a la Familia, sino también a esas pedazo vecinas y amigas que dejé en mi país, que me colman de mimos, que me hacen tartas (Mary eres un tesoro!!), que me dan lo que más me gusta: conversación, y que se alegran de verme y, lo que es más chungo, de oírme, que no se cansan, pobres. Me reencontré con amigos e hijos de amigos, que crecen como si les echasen plantavit, que es una cosa bárbara esto de los niños, que ya tiemblo pensando que dentro de nada saldrán por ahí de fiesta... y ahí estaremos los de siempre, botella en mano, bien pegadines a la barra, y me harán sentir tatarabuela o algo peor. Vaya usted a saber!
También, claro está, hubo tiempo para el fiestorro, y lo mismo nos liamos a matar judíos que a beber rebujitos por litros, y es que la que vale, vale para todo! Cuando regreso a Holanda y vuelvo a pasarme a la ley seca esas fotos me recuerdan las cosechas que hemos recogido juntos y a veces me río sola y otras se me salta la lagrimilla de tener lejos a mi Ido, a Keko, a Mario, a Diego... hasta hubo cenas de parejas con parejas cambiadas. Como el Costillo no fue, me agencié otro “maridito”, prestado y sin derecho a roce, eso sí!
Me puse morada a comer, comí casi todas las cosas que echo en falta cuando estoy aquí, cociné mucho con Mamá, para ver si se me pegan sus dotes culinarias. Hicimos bollos y torrijas, empanadas y mil cosas más que comí como si fuera gloria bendita. Amén.
Paseé e hice mil fotos de flores (que irán en post aparte, porque me estoy dando cuenta que, una vez más, me paso dándole al click), porque la primavera ya había explosionado, a pesar del frío, de la cansina lluvia y de los mil pesares, allí estaban las florecillas luchando por salir, ganando la batalla a un invierno que dura demasiado. Morí de envidia al ver que la hoya carnosa de mis Papis estaba hermosísima y a rebosar de flores y con un aroma que clama al cielo. Y la mía todavía nada, porque la he cambiado a un tiesto más grande y la lié parda y no sé yo si este año me alegrará las mañanas con flores.
Hubo comilonas familiares en casa y en las casas de amigos, paseos por el monte y descubrí una vez más la belleza infinita de la tierra que me vio nacer, y babeé y casi lloré al sentirme parte de ella (pena que no se me haya pegado nada de tanta hermosura. Ains). El último fin de semana nos fuimos a un pueblo de montaña, a casa de mi primo. Hicimos pan, empanadas como para una boda, bollos preñaos de diferentes rellenos, tartas y mil cosas más, comimos como cerdines, me enamoré de los hijos de Luna y Lupita y me quedé con ganas (como siempre) de traerme alguno de ellos para casa. Lo mío con los gatos no es cosa fácil. La que trepa como poseída es Lupita, que es hija de Luna. Puestos a marujear os confieso que Luna es una madre pésima, que a Lupita la trae a malvivir y que se va de ronda y deja a los peques solos. Eso sí, con los humanos es melosa como si fuera gallega, cariñosona como ella sola. Lupita, que es mejor madre, con los humanos es bastante arisca y pasa bastante de que andes sobándola. No sabe bien lo que se pierde.
Hasta hicimos un “safari” montaña arriba en busca del oso, al que no vimos, pero sí que nos encontramos rebecos, ciervos, corzos, cabras montesas y la de dios de imágenes que quedarán para siempre clavadas en mi retina. Cuando alcanzamos la cumbre empezó a nevar que daba gloria verlo. En abril. Con dos cojones!
Lo de hacer pan (que probablemente también vaya en post aparte, ya veremos), que yo imaginaba así como relajado, resultó ser un trabajo agotador... y eso que yo apenas la marqué. Como iba de fotógrafa “oficial” apenas hice nada, pero terminé con harina hasta en el carnet de conducir (que aproveché para renovar, que una se organiza mal pero es muy "aseá").
A pesar de pasarme en España casi todo el mes de abril, desconectada de internet y casi del mundo, la verdad es que me supo (como siempre) a poco. Además, odio las despedidas, cada día más. Lo único bueno que les veo es que son el preámbulo de un nuevo reencuentro. Aún así, esto de vivir con un pie en cada país, con el corazón repartido, tiene sus peros y es que nunca puedes tener todo lo que quieres al mismo tiempo. Y eso que yo pido bien poco, pero, como decía Cervantes “pues aún lo imposible pido, lo imposible aún no me dan”. Eso sí, volveré!