Si algún día pasáis por la playa de las catedrales, dejaos llevar por el sonido que sale de una de sus bóvedas y que se mezcla con el rumor de las olas.
Entrad en un mundo de oscuridad habitado por un druida con largos pelos y poblada barba, que lleva sobre sus hombros un instrumento diabólico que embruja y cautiva a quién lo escucha.
No le deis mucho "palique" pues si lo hacéis dejará de soplar y de deslizar sus mágicos dedos por los agujeros que emiten tan dulces notas.
Antes de alejarse con pesar, dejad unas monedas en el hoyo de arena que de eso vive el gaitero que toca en una catedral natural, que tantas veces sin conseguirlo, el hombre quiso imitar.