En dicho contexto, Maria transmite a la Iglesia esta
característica de peregrinar en la fe, que es esencial. «Pero en la Iglesia de
entonces y de siempre Maria ha sido y es sobre todo” la que es feliz porque ha
creído”: ha sido la primera en creer (RM, 26)» «Las
palabras de Isabel “feliz porque ha creído” siguen acompañando a Maria incluso
en Pentecostés, la siguen a través de las generaciones, allí donde se extiende,
por medio del testimonio apostólico y del servicio de la Iglesia, el conocimiento
del misterio salvífico de Cristo»(RM 27) El creyente tiene, pues, el derecho de
buscar e la fe de Maria el apoyo a la propia fe, y de alzar los ojos a Aquella
que continua presente con su fe en la vida de la Iglesia y en la vida de todos
los cristianos.
Este saludable influjo
de Maria, que forma parte de la única mediación de Cristo, posee un
carácter específicamente materno porque deriva de su divina
maternidad. Sin duda alguna, Maria, en la economía de la redención,
«es para nosotros madre en el orden de la gracia» LG, 61) y «esta función
constituye una dimensión real de su presencia en le misterio salvador de Cristo
y de la Iglesia» RM, 38)
Maria experimento los
efectos de esta sobrenatural mediación de Cristo y en modo particular permanece
Madre de la Iglesia naciente : su maternidad, intercediendo por todos sus
hijos, coopera a la obra salvadora de su Hijo. Se realiza aquí la dimensión
universal de la mediación materna de Maria, que revela su plena eficacia
precisamente en Su carácter de “intercesión”.
Esto se reveló por
primera vez en Caná de Galilea, y continúa aun cuando expuestos a las fatigas y
peligros como “peregrinos de la fe”, tenemos necesidad de ayuda y de mediación.
Maria como “Asunta al
cielo”, con este particular modo de maternidad intercede por la Iglesia
peregrina en la tierra, en la realidad escatológica de la “comunión de los
santos”. Esta es su principal tarea: siendo mediadora de gracia, puesto que
está unida a Cristo en su primera venida, puede interceder gracias a la
continua colaboración con el hijo para que quienes han recibido la palabra de
Dios con fe a través del anuncio del Evangelio y del bautismo, nazcan a la vida
nueva e inmortal y para que Dios pueda formarse en ellos con
plenitud.
Se puede, pues, decir
que Maria conserva la fe de los hombres que le han sido confiados porque sabe
cómo hacerla perseverar en el corazón, como realizar las promesas, como
profundizar en el tesoro de la sabiduría y también como dar un autentico
testimonio. No sorprende que Maria sea modelo para que quienes quieran
parecerse a Ella conserven virginalmente la fe integra, la esperanza solida, la
sincera caridad (RM, 44)
Maria, sin embargo, no
es sólo un simple modelo y una simple figura de la Iglesia, es mucho mas¨«con
materno amor coopera a la generación y educación de los hijos e hijas de la
madre Iglesia» (RM 44). Esto significa que la Iglesia recibe abundantemente de
esta “cooperación” de Maria cuando implora, en el orden de la gracia, para sus
hijos redimidos por el sacrificio de Cristo, la especial fuerza de la
perseverancia y de los dones visibles del Espíritu Santo. Descubre en ello el
pleno valor de las palabras pronunciadas por Cristo a la Madre en la hora de la
Cruz: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» y al discípulo: «Hijo, ahí tienes
a tu Madre». (Jn 19, 26-27): esta es en efecto, “la hora”, cuando fue
determinado el lugar especial de Maria en la vida de los discípulos de Cristo
(RM, 44).
La dimensión mariana en
la vida cristiana fue revelada durante el Concilio Vaticano II, y en modo
particular durante la solemne proclamación de Maria como Madre de la Iglesia,
es decir “Madre de todo le pueblo cristiano tanto de fieles como de pastores”.
Este hecho fue subrayado por Pablo VI en la Profesión de fe de 1968, más
conocida con el nombre de Credo populi Dei: «Creemos que la Santísima Madre de
Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa ne le cielo su misión maternal
para con los miembros de Cristo cooperando al nacimiento y al
desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos. » (AAS
60/1968, 438)
Juan Pablo II evidencia
esta verdad sobre la Virgen Santísima Madre de Cristo y Madre de la
Iglesia, dando al mismo tiempo un firme mensaje a todos los cristianos de que
la unidad entre ellos será restablecida sólo cuando se apoyara sobre la fuerza
de la fe. Resuena aquí una profunda convicción del Papa sobre la deseada unidad
de todos los cristianos, quesera posible solo cuando juntos podrán avanzar en
la “peregrinación de la fe”, de la que Maria es modelo.
Por esto, el Santo Padre
expresa la esperanza de que los fieles, mirando a Maria como a Madre común que
reza por la unidad de toda la familia humana y que precede en este camino a los
testigos de la fe en Cristo, podrán alcanzar lo que el Señor desea: «que todos
sean uno» (Jn, 17,21)
Juan Pablo II, con el
anuncio del año mariano (desde la solemnidad de la Anunciación del Señor 1987
hasta la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen al Cielo 1988) y la
publicación de la encíclica Redemptoris Mater, puso de relieve ante todos la
figura de Maria, ese «signo grandioso del Cielo» (Ap 12,1), para
encontrar en él, el «signo de esperanza cierta y de consuelo para el Pueblo
peregrinante de Dios» (RM 50) Maria, Madre del Redentor, como un dia en Cana de
Galilea, sostenga también hoy a todos los que buscan su protección y su ayuda.
Redemptoris Mater: con Maria en la peregrinación de la fe de Mirosłav Mróz, publicado en
Totus Tuus, Nr 5 oct/nov 2010