Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

martes, 31 de mayo de 2022

Redemptoris Mater: con Maria en la peregrinación de la fe – Miroslaw Mróz (3 de 3)

 


En dicho contexto, Maria transmite a la Iglesia esta característica de peregrinar en la fe, que es esencial. «Pero en la Iglesia de entonces y de siempre Maria ha sido y es sobre todo” la que es feliz porque ha creído”: ha sido la primera en creer (RM, 26)»  «Las palabras de Isabel “feliz porque ha creído” siguen acompañando a Maria incluso en Pentecostés, la siguen a través de las generaciones, allí donde se extiende, por medio del testimonio apostólico y del servicio de la Iglesia, el conocimiento del misterio salvífico de Cristo»(RM 27) El creyente tiene, pues, el derecho de buscar e la fe de Maria el apoyo a la propia fe, y de alzar los ojos a Aquella que continua presente con su fe en la vida de la Iglesia y en la vida de todos los cristianos.

 Este saludable influjo de Maria, que forma parte de la  única mediación de Cristo, posee un carácter específicamente materno porque deriva de su divina maternidad.  Sin duda alguna, Maria, en la economía de la redención, «es para nosotros madre en el orden de la gracia» LG, 61) y «esta función constituye una dimensión real de su presencia en le misterio salvador de Cristo y de la Iglesia» RM, 38)

 Maria experimento los efectos de esta sobrenatural mediación de Cristo y en modo particular permanece Madre de la Iglesia naciente : su maternidad, intercediendo por todos sus hijos, coopera a la obra salvadora de su Hijo. Se realiza aquí la dimensión universal de la mediación materna de Maria, que revela su plena eficacia precisamente en Su carácter de “intercesión”.

Esto se reveló por primera vez en Caná de Galilea, y continúa aun cuando expuestos a las fatigas y peligros como “peregrinos de la fe”, tenemos necesidad de ayuda y de mediación.

 Maria como “Asunta al cielo”, con este particular modo de maternidad intercede por la Iglesia peregrina en la tierra, en la realidad escatológica de la “comunión de los santos”. Esta es su principal tarea: siendo mediadora de gracia, puesto que está unida a Cristo en su primera venida, puede interceder gracias a la continua colaboración con el hijo para que quienes han recibido la palabra de Dios con fe a través del anuncio del Evangelio y del bautismo, nazcan a la vida nueva e inmortal y para que Dios pueda formarse en ellos con plenitud.  

Se puede, pues, decir que Maria conserva la fe de los hombres que le han sido confiados porque sabe cómo hacerla perseverar en el corazón, como realizar las promesas, como profundizar en el tesoro de la sabiduría y también como dar un autentico testimonio. No sorprende que Maria sea modelo para que quienes quieran parecerse a Ella conserven virginalmente la fe integra, la esperanza solida, la sincera caridad (RM, 44)

Maria, sin embargo, no es sólo un simple modelo y una simple figura de la Iglesia, es mucho mas¨«con materno amor coopera a la generación y educación de los hijos e hijas de la madre Iglesia» (RM 44). Esto significa que la Iglesia recibe abundantemente de esta “cooperación” de Maria cuando implora, en el orden de la gracia, para sus hijos redimidos por el sacrificio de Cristo, la especial fuerza de la perseverancia y de los dones visibles del Espíritu Santo. Descubre en ello el pleno valor de las palabras pronunciadas por Cristo a la Madre en la hora de la Cruz: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» y al discípulo:  «Hijo, ahí tienes a tu Madre». (Jn 19, 26-27): esta es en efecto, “la hora”, cuando fue determinado el lugar especial de Maria en la vida de los discípulos de Cristo (RM, 44).

La dimensión mariana en la vida cristiana fue revelada durante el Concilio Vaticano II, y en modo particular durante la solemne proclamación de Maria como Madre de la Iglesia, es decir “Madre de todo le pueblo cristiano tanto de fieles como de pastores”. Este hecho fue subrayado por Pablo VI en la Profesión de fe de 1968, más conocida con el nombre de Credo populi Dei: «Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa ne le cielo su misión maternal para con los miembros de Cristo cooperando al nacimiento  y al desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos. »   (AAS 60/1968, 438)

Juan Pablo II evidencia esta verdad sobre la Virgen Santísima  Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, dando al mismo tiempo un firme mensaje a todos los cristianos de que la unidad entre ellos será restablecida sólo cuando se apoyara sobre la fuerza de la fe. Resuena aquí una profunda convicción del Papa sobre la deseada unidad de todos los cristianos, quesera posible solo cuando juntos podrán avanzar en la “peregrinación de la fe”, de la que Maria es modelo.

Por esto, el Santo Padre expresa la esperanza de que los fieles, mirando a Maria como a Madre común que reza por la unidad de toda la familia humana y que precede en este camino a los testigos de la fe en Cristo, podrán alcanzar lo que el Señor desea: «que todos sean uno» (Jn, 17,21)

Juan Pablo II, con el anuncio del año mariano (desde la solemnidad de la Anunciación del Señor 1987 hasta la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen al Cielo 1988) y la publicación de la encíclica Redemptoris Mater, puso de relieve ante todos la figura de Maria, ese «signo grandioso del Cielo»  (Ap 12,1), para encontrar en él, el «signo de esperanza cierta y de consuelo para el Pueblo peregrinante de Dios» (RM 50) Maria, Madre del Redentor, como un dia en Cana de Galilea, sostenga también hoy a todos los que buscan su protección y su ayuda.

 Redemptoris Mater: con Maria en la peregrinación de la fe de  Mirosłav Mróz, publicado en  Totus Tuus, Nr 5 oct/nov 2010

Redemptoris Mater: con Maria en la peregrinación de la fe – Miroslaw Mróz (2 de 3)

 


Para el Concilio como para Juan Pablo II, Maria es “figura de la Iglesia” en el orden de la fe, y este ejemplar modo de “preceder” de Maria se refiere también a la Iglesia (RM, 5). Todo ello se realiza en un gran proceso histórico o en un camino o “itinerario de fe”, que el Papa define “historia de las almas”.

Precisamente aquí se abre un vasto  campo de referencia  Maria, que constituye también el cumplimento escatológico de la Iglesia. El Papa se concentra, sin embargo, en sus reflexiones sobre todo en la fase actual que de por si no es aun historia, y sin embargo la plasma sin cesar, incluso en el sentido de historia de la salvación.  Su excepcional peregrinación de la fe representa  un punto de referencia constante para la Iglesia, y, en cierto modo, para toda la humanidad. De veras es difícil abarcar y medir su radio de acción. Maria, para la Iglesia que sigue sus huellas es “Estrella del mar”, Maris Stella, porque hacia Ella deberían alzarse los ojos de todo aquellos que se insertan en la Iglesia a través del bautismo y se convierten en su cuerpo místico.  

De Maria es necesario aprender el testimonio de fe y la perfecta unión con Cristo, punto de referencia para quienes dentro de la Iglesia miran al cumplimiento de la esperanza de la propia vida en Dios. En Maria, en efecto, se puede encontrar el propio horizonte de vida y santidad.

 La encíclica esta dividida en tres partes: Maria en el misterio de CristoLa Madre de Dios en el centro de la Iglesia peregrinaMediación materna. En ella se encuentran numerosas meditaciones bíblicas sobre escenas de la vida de la Madre de Dios, que permiten referirse a cuestiones atuales que conciernen a la Mariología, al culto mariano pero también al problema del ecumenismo.

En la primera parte, el Papa subraya el camino de “obediencia de fe” de Maria, que Ella recorre desde Nazareth hasta los pies de la cruz. Maria participa a traves de la fe, en este desconcertante misterio de anonadamiento de Cristo, que «se humillo a si mismo haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de  cruz» (Flp 2,8).   Contrariamente a los discípulos de Cristo que huyeron, la Madre participa mediante la fe en la muerte redentora del Hijo. Actúa, pues según la perspectiva de la bendición de la fe, que constituye oposición a la desobediencia y a la falta de fe de los primeros hombres.

Juan Pablo II, citando a San Ireneo, dirá: «El nudo de la desobediencia de Eva se ha desatado con la obediencia de Maria» (Adversu Haereses III, 22,4) A la luz de esta comparación se mira concretamente a Maria com persona, cuya presencia en le misterio de la salvación  se ilumina gracias a Su fe. De este modo, resulta claro que el saludo de Isabel a Maria: «Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45)  se convierte para Juan Pablo  II en la clave de interpretación de la fe de Maria y de su presencia en el plano de la salvación (Rm 19). Maria, en efecto, «entra en contacto con la verdad de su Hijo sólo en la fe y mediante la fe y asi lleva en si la radical “novedad” de la fe : el inicio de la Nueva Alianza» (RM, 19)

Se revela aqi con toda claridad un esencial contenido mariológico, es decir «la verdad sobre Maria» (RM 12). Ella, llena de gracia, promesa eterna en el misterio de su Hijo, avanzando en su peregrinación de la fe, hace presentes a todo el eterno designio de salvación del hombre en Cristo.  «Entre todos los creyentes es como un “espejo”, donde  se reflejan del modo más profundo y claro “las maravillas de Dios”» (RM, 25). Su total entrega al Señor, e incluso el modo de ver los eventos salvadores según el plan de Dios, tiene sorprendentes analogías con la fe de Abraham. Así como la fe de Abraham constituye el inicio de la antigua Alianza, asi la fe  de Maria da comienzo a la  Nueva Alianza.   

 Redemptoris Mater: con Maria en la peregrinación de la fe de  Mirosłav Mróz, publicado en  Totus Tuus, Nr 5 oct/nov 2010.

Redemptoris Mater: con Maria en la peregrinación de la fe – Miroslaw Mróz (1 de 3)



 

La encíclica Redemptoris Mater de Juan Pablo II, publicada el 25 de marzo de 1984, solemnidad de la Anunciación del Señor, es un texto que está profundamente enraizado en la realidad de la preparación de la Iglesia al año 2000,Jubileo bimelenario del nacimiento de Jesus.

El Papa decidió proclamar el año 1987-1988 año de Maria para resaltara asi el papel de Maria en el misterio de la Encarnación y para, junto a Ella, exponer la verdad sobre Jesucristo y la Iglesia (RM 3), aria, en efecto, precede al nacimiento de Jesucristo en la historia de la  humanidad, y siendo Madre del Redentor, se convierte en el fundamento de fe de la Iglesia peregrina a lo largo de los siglos.

Juan Pablo II, revelando a Maria en el misterio de Cristo, encuentra el modo para poder profundizar en le conocimiento del misterio de la Iglesia. Maria, en cuanto Madre de Cristo, está unida, en efecto de  modo particular a la Iglesia. El hijo de Dios «por obra del Espíritu Santo nace de la Virgen Maria»; la Iglesia, sin embargo – según la enseñanza de las Cartas paulinas -, es constituida como su cuerpo: la realidad de la Encarnación encuentra así su prolongación en el misterio de la Iglesia.

No sorprende pues el hecho que el Papa contemple la realidad de la encarnación y se refiera a Maria, Madre de la Palabra Encarnada, sino también al misterio de la Iglesia, que se explica en la fe de Maria (RM, 5) Este “doble vinculo” que une la Madre de Dios a Cristo y a la Iglesia adquiere un significado histórico y teológico. «No se trata aquí solo de la historia de la Virgen Maria, de su personal camino de fe y de la “parte mejor” que ella tiene en el misterio de la salvación, sino además de la historia de todo el Pueblo de Dios, de todos los que toman parte en la misma peregrinación de la fe»  (RM,5)

Las palabras a las que se refiere Juan Pablo II en su encíclica están tomadas de la Constitución dogmatica del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia, según las cuales la Iglesia sigue las huellas de Maria: Ella «avanzaba en peregrinación de la fe manteniendo fielmente su unión con el Hijo» (LG,58)”

(del texto Redemptoris Mater: con Maria en la peregrinación de la fe” de Miroslaw Mróz, publicado en Totus Tuus Nr. 5 Oct7Nov 2010)


lunes, 30 de mayo de 2022

Benedicto XVI sobre la Enciclica “Veritatis splendor” de Juan Pablo II

 


La encíclica sobre los problemas morales, la "Veritatis splendor", ha necesitado muchos años de maduración y su actualidad sigue siendo inmutable.

La constitución del Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, frente a la orientación prevalentemente iusnaturalista de la teología moral de la época, quería que la doctrina moral católica sobre la figura de Jesús y su mensaje tuviera un fundamento bíblico.

Esto se intentó mediante alusiones solo durante un breve periodo. Después se fue afirmando la opinión de que la Biblia no tenía ninguna moral propia que anunciar, sino que reenviaba a los modelos morales periódicamente válidos. La moral es cuestión de razón, se decía, no de fe.

Desapareció así, por una parte, la moral entendida en sentido iusnaturalista, pero en su lugar no se afirmó ninguna concepción cristiana. Y puesto que no se podía reconocer ni un fundamento metafísico ni uno cristológico de la moral, se recurrió a soluciones pragmáticas: a una moral fundada sobre el principio del equilibrio de bienes, en el que ya no existía lo que es verdaderamente mal y lo que es verdaderamente bien, sino solo lo que, desde el punto de vista de la eficacia, es mejor o peor.


La gran tarea que Juan Pablo II hizo en esa encíclica fue la de encontrar nuevamente un fundamento metafísico en la antropología, como también una concreción cristiana en la nueva imagen de hombre de la Sagrada Escritura.

Estudiar y asimilar esta encíclica sigue siendo una obligación de grandísima importancia.

(del libro "Accanto a Giovanni Paolo II. Gli amici e i collaboratori raccontano", con una contribución exclusiva del Papa emérito Benedicto XVI, editado por Wlodzimierz Redzioch, Ediciones Ares, Milán, 2014, pp. 236)


miércoles, 25 de mayo de 2022

Juan Pablo II Consagración de la Argentina a la Virgen de Lujan

 


Un nuevo Día de la Patria celebramos hoy 25 de Mayo. Siempre me gusta recordar la oraciónde San Juan Pablo II con ocasión de la Consagración de la Argentina a la Virgende Lujan,   con su mirada especial puesta sobre los jóvenes argentinos y los del mundo entero, en su visita a la Argentina en 1987, cuando se celebro aquí aquella tan inolvidable Jornada Mundial de la Juventud.

 Hoy necesitamos seguir rogando por una patria en paz, sin rencores ni odio para marchar juntos en justicia y libertad para el bien de todos los habitantes de este bendito suelo.  En aquel viaje el Santo Padre no visito Lujan, pero al estar regresando desde Rosario el Santo Padre expreso su deseo de ver Lujan y previa autorización de vuelo se descendió para sobrevolar la Basílica. Mientras sobrevolaban la Basílica recordamos también aquellas palabras al  Comandante de la Aeronave, Comodoro Alberto Vianna  "La salvación del mundo partirá de la Argentina". 

 

¡Dios te salve, María, llena de gracia,

Madre del Redentor!

Ante tu imagen de la Pura y Limpia Concepción,

Virgen de Luján, Patrona de Argentina,

me postro en este día aquí, en Buenos Aires,

con todos los hijos de esta patria querida,

cuyas miradas y cuyos corazones convergen hacia Ti;

con todos los jóvenes de Latinoamérica

que agradecen tus desvelos maternales,

prodigados sin cesar en la evangelización del continente

en su pasado, presente y futuro;

con todos los jóvenes del mundo,

congregados espiritualmente aquí,

por un compromiso de fe y de amor;

para ser testigos de Cristo tu Hijo

en el tercer milenio de la historia cristiana,

iluminados por tu ejemplo, joven Virgen de Nazaret,

que abriste las puertas de la historia al Redentor del hombre,

con tu fe en la Palabra, con tu cooperación maternal.

2. ¡Dichosa tú porque has creído!

En el día del triunfo de Jesús,

que hace su entrada en Jerusalén manso y humilde,

aclamado como Rey por los sencillos,

te aclamamos también a Ti,

que sobresales entre los humildes y pobres del Señor;

son éstos los que confían contigo en sus promesas,

y esperan de E1 la salvación.

Te invocamos como Virgen fiel y Madre amorosa,

Virgen del Calvario y de la Pascua,

modelo de la fe y de la caridad de la Iglesia,

unida siempre, como Tú,

en la cruz y en la gloria, a su Señor.

3. ¡Madre de Cristo y Madre de la Iglesia!

Te acogemos en nuestro corazón,

como herencia preciosa que Jesús nos confió desde la cruz.

Y en cuanto discípulos de tu Hijo,

nos confiamos sin reservas a tu solicitud

porque eres la Madre del Redentor y Madre de los redimidos.

Te encomiendo y te consagro, Virgen de Luján,

la patria argentina, pacificada y reconciliada,

las esperanzas y anhelos de este pueblo,

la Iglesia con sus Pastores y sus fieles,

las familias para que crezcan en santidad,

los jóvenes para que encuentren la plenitud de su vocación,

humana y cristiana,

en una sociedad que cultive sin desfallecimiento

los valores del espíritu.

Te encomiendo a todos los que sufren,

a los pobres, a los enfermos, a los marginados;

a los que la violencia separó para siempre de nuestra compañía,

pero permanecen presentes ante el Señor de la historia

y son hijos tuyos, Virgen de Luján, Madre de la Vida.

Haz que Argentina entera sea fiel al Evangelio,

y abra de par en par su corazón

a Cristo, el Redentor del hombre,

la Esperanza de la humanidad.

4. ¡Dios te salve, Virgen de la Esperanza!

Te encomiendo a todos los jóvenes del mundo,

esperanza de la Iglesia y de sus Pastores;

evangelizadores del tercer milenio,

testigos de la fe y del amor de Cristo

en nuestra sociedad y entre la juventud.

Haz que, con la ayuda de la gracia,

sean capaces de responder, como Tú,

a las promesas de Cristo,

con una entrega generosa y una colaboración fiel.

Haz que, como Tú, sepan interpretar los anhelos de la humanidad;

para que sean presencia saladora en nuestro mundo

Aquel que, por tu amor de Madre, es para siempre

el Emmanuel, el Dios con nosotros,

y por la victoria de su cruz y de su resurrección

está ya para siempre con nosotros,

hasta el final de los tiempos.

Amén.

(Consagración de Argentina a la Virgen de Luján Oración de Juan Pablo IIdurante su visita de 1987)

martes, 24 de mayo de 2022

Marija Pomagaj, (Maria Auxiliadora) en el corazón de los eslovenos

 Con ocasión de esta solemnidad  le rindo nuevamente homenaje a la Marija Pomagaj de aquella modesta capilla del campo de refugiados de Spittal, Austria, que en la foto se ve preciosa para los medios entonces disponibles, adornada,  para la solemnidad,  con guirnaldas tejidas por manos hacendosas. 


Eran las postrimerías de la II Guerra Mundial y en Spittal u/Drau se ubicaba uno de los tantos campos de refugiados por donde pasaron cientos y cientos de eslovenos que habían huido de su patria amenazados algunos, otros por temor…algunos porque se iban los otros….vecinos o familiares.  En Spittal el campo estaba bien organizado, con su propia escuela primaria  y secundaria, sus oficinas, su imprenta, sus autoridades…montado todo con ayuda económica de variadas procedencias.

 Pero la milagrosa imagen de Marija Pomagaj en la renovada capilla era el corazón del campo. Acompañaba a los refugiados en su Calvario y sufría con sus hijos que lo habían perdido todo: patria,   seres queridos, familiares, vecinos,  amigos,  todos sus bienes. Cuantos ruegos habrá escuchado  la Madre amorosa,  que derramó bondades por doquier  respondiendo generosamente a  la inmensa y profunda necesidad de amor y de consuelo, volcando gracias en devolución por tantos ruegos y oraciones recibidas. Imagen milagrosa si lo era…cuantos testimonios habrá escuchado,  testigo mudo pero bondadoso en respuestas presurosas a tantas penas y sufrimientos. Jóvenes madres con niños pequeños que nada sabían de sus esposos, hombres que habían huido confiando reencontrarse con sus familias, jóvenes novios separados que jamás volverían a verse, tantas vidas truncadas que acudían a Maria, su Auxiliadora.

 

Asi como la imagen de Marija Pomagaj era el corazón de la capilla, otras imágenes más sencillas,  expresiones de la consagración de familias enteras a Marija Pomagaj, eran el corazón de  humildes habitáculos de las familias que vivían en barracas -  algunas antiguas viviendas de soldados y otras, más modestas, construidas para los refugiados.   Esta imagen corresponde a nuestra familia.



 Tiempos de temores y pesares, de luchas entre hermanos, de odios y enfrentamientos heredados en una patria que aun  no ha sabido perdonar y pedir perdón, que parcializa la historia y prefiere ignorar parte de ella añorando tiempos que llevaron al desencuentro y a la lucha fratricida. 


Marija Pomagaj,  Madre nuestra ayer, hoy y de por vida,  siempre en nuestro corazón y recuerdos,  ilumina a tu pueblo, suplica a tu Hijo que lo fortalezca en su fe y le conceda el don del reencuentro y cúbrenos a todos con tu Santo Manto protector. 


sábado, 21 de mayo de 2022

La presencia de Maria

 


La Iglesia de todos los tiempos, comenzando por el Cenáculo en Pentecostés, rodea siempre a María de una veneración particular y se dirige a Ella con una peculiar confianza.

La Iglesia de nuestro tiempo, mediante el Concilio Vaticano II, ha hecho una síntesis de todo lo que se había desarrollado durante las generaciones. El capítulo VIII de la Constitución dogmática Lumen gentium es, en cierto sentido, una “carta magna” de la mariología para nuestra época: María presente de modo particular en el misterio de Cristo y en el misterio de la Iglesia, María, “Madre de la Iglesia”, como comenzó a llamarla Pablo VI (en el Credo del Pueblo de Dios), dedicándole después un documento aparte (Marialis cultus).

Esta presencia de María en el misterio de la Iglesia, esto es, al mismo tiempo en la vida cotidiana del Pueblo de Dios en todo el mundo, es sobre todo una presencia materna. María, por así decirlo, da a la obra salvífica del Hijo y a la misión de la Iglesia una forma singular: la forma materna. Todo lo que se puede proponer en el lenguaje humano sobre el tema de la “índole” propia de la mujer-madre —la índole del corazón—, todo esto se refiere a Ella.

María es siempre el cumplimiento más pleno del misterio salvífico —desde la Inmaculada Concepción hasta la Asunción— y es continuamente un preanuncio más eficaz de este misterio. Ella revela la salvación, acerca la gracia incluso a quienes parecen los más indiferentes y alejados. En el mundo, que junto al progreso manifiesta su “corrupción” y su “envejecimiento”, Ella no cesa de ser “el comienzo del mundo mejor” (origo mundi melioris), como se expresó Pablo VI: “Al hombre contemporáneo la Virgen María... ofrece una visión serena y una palabra tranquilizadora: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad,/ de la paz sobre la turbación,/ de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la náusea.../ de la vida sobre la muerte” (Pablo VI, Exhortación Apostólica “Para la recta ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen María”, 57; AAS 66, 1974. 166).

A María, que es la Madre de la divina gracia, confío las vocaciones sacerdotales y religiosas…La nueva primavera de las vocaciones, su nuevo aumento en toda la Iglesia, se convierta en una prueba particular de su presencia materna en el misterio de Cristo, en nuestros tiempos, y en el misterio de su Iglesia sobre toda la tierra. María sola es una viva encarnación de la entrega total y completa a Dios, a Cristo, a su acción salvífica, que debe encontrar su expresión adecuada en cada una de las vocaciones sacerdotales y religiosas. María es la expresión más plena de la fidelidad perfecta al Espíritu Santo y a su acción en el alma, es la expresión de la fidelidad que significa una cooperación perseverante a la gracia de la vocación.

 

(San Juan Pablo II de la Audiencia General 2 de  mayo de 1979)

viernes, 20 de mayo de 2022

Llamados a redescubrir la esperanza

 


(…) los creyentes serán llamados a redescubrir la virtud teologal de la esperanza, acerca de la cual « fuisteis ya instruidos por la Palabra de la verdad, el Evangelio » (Col 1, 5). La actitud fundamental de la esperanza, de una parte, mueve al cristiano a no perder de vista la meta final que da sentido y valor a su entera existencia y, de otra, le ofrece motivaciones sólidas y profundas para el esfuerzo cotidiano en la transformación de la realidad para hacerla conforme al proyecto de Dios.

Como recuerda el apóstol Pablo: « Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es en esperanza » (Rm 8, 22-24). Los cristianos están llamados a prepararse al Gran Jubileo del inicio del tercer milenio renovando su esperanza en el venida definitiva del Reino de Dios, preparándolo día a día en su corazón, en la comunidad cristiana a la que pertenecen, en el contexto social donde viven y también en la historia del mundo.

Es necesario además que se estimen y profundicen los signos de esperanza presentes en este último fin de siglo, a pesar de las sombras que con frecuencia los esconden a nuestros ojos: en el campo civil, los progresos realizados por la ciencia, por la técnica y sobre todo por la medicina al servicio de la vida humana, un sentido más vivo de responsabilidad en relación al ambiente, los esfuerzos por restablecer la paz y la justicia allí donde hayan sido violadas, la voluntad de reconciliación y de solidaridad entre los diversos pueblos, en particular en la compleja relación entre el Norte y el Sur del mundo...; en el campo eclesial, una más atenta escucha de la voz del Espíritu a través de la acogida de los carismas y la promoción del laicado, la intensa dedicación a la causa de la unidad de todos los cristianos, el espacio abierto al diálogo con las religiones y con la cultura contemporánea...

Juan Pablo II Tertiomilenio adveniente, 46 

 

jueves, 19 de mayo de 2022

Benedicto XVI la libertad humana y la esperanza cristiana

 


Es verdad que las nuevas generaciones pueden construir a partir de los conocimientos y experiencias de quienes les han precedido, así como aprovecharse del tesoro moral de toda la humanidad. Pero también pueden rechazarlo, ya que éste no puede tener la misma evidencia que los inventos materiales. El tesoro moral de la humanidad no está disponible como lo están en cambio los instrumentos que se usan; existe como invitación a la libertad y como posibilidad para ella. Pero esto significa que:

a) El recto estado de las cosas humanas, el bienestar moral del mundo, nunca puede garantizarse solamente a través de estructuras, por muy válidas que éstas sean. Dichas estructuras no sólo son importantes, sino necesarias; sin embargo, no pueden ni deben dejar al margen la libertad del hombre. Incluso las mejores estructuras funcionan únicamente cuando en una comunidad existen unas convicciones vivas capaces de motivar a los hombres para una adhesión libre al ordenamiento comunitario. La libertad necesita una convicción; una convicción no existe por sí misma, sino que ha de ser conquistada comunitariamente siempre de nuevo.

b) Puesto que el hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana. La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez. La libre adhesión al bien nunca existe simplemente por sí misma. Si hubiera estructuras que establecieran de manera definitiva una determinada –buena– condición del mundo, se negaría la libertad del hombre, y por eso, a fin de cuentas, en modo alguno serían estructuras buenas. (Spe Salvi, 24)

Una consecuencia de lo dicho es que la búsqueda, siempre nueva y fatigosa, de rectos ordenamientos para las realidades humanas es una tarea de cada generación; nunca es una tarea que se pueda dar simplemente por concluida. No obstante, cada generación tiene que ofrecer también su propia aportación para establecer ordenamientos convincentes de libertad y de bien, que ayuden a la generación sucesiva, como orientación al recto uso de la libertad humana y den también así, siempre dentro de los límites humanos, una cierta garantía también para el futuro. Con otras palabras: las buenas estructuras ayudan, pero por sí solas no bastan. El hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior. Francis Bacon y los seguidores de la corriente de pensamiento de la edad moderna inspirada en él, se equivocaban al considerar que el hombre sería redimido por medio de la ciencia. Con semejante expectativa se pide demasiado a la ciencia; esta especie de esperanza es falaz. La ciencia puede contribuir mucho a la humanización del mundo y de la humanidad. Pero también puede destruir al hombre y al mundo si no está orientada por fuerzas externas a ella misma. Por otra parte, debemos constatar también que el cristianismo moderno, ante los éxitos de la ciencia en la progresiva estructuración del mundo, se ha concentrado en gran parte sólo sobre el individuo y su salvación. Con esto ha reducido el horizonte de su esperanza y no ha reconocido tampoco suficientemente la grandeza de su cometido, si bien es importante lo que ha seguido haciendo para la formación del hombre y la atención de los débiles y de los que sufren.(Spe Salvi, 25)

 No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de « redención » que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto se da cuenta también de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: « Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro » (Rm 8,38-39). Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta, entonces –sólo entonces– el hombre es « redimido », suceda lo que suceda en su caso particular. Esto es lo que se ha de entender cuando decimos que Jesucristo nos ha « redimido ». Por medio de Él estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana « causa primera » del mundo, porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: « Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí » (Ga 2,20). (Spe Salvi,26)

 

(Benedicto XVI de la Carta Enciclica sobre la esperanza cristiana) 

 

miércoles, 18 de mayo de 2022

La mañana del 18 de mayo de 1996 en el patio interior del Palacio Arquidiocesano de Ljubljana, era todo alboroto…

 


En Eslovenia recuerdan hoy aquella memorable primer visita del Papa Juan Pablo II en momentos muy especiales. Durante su estadía celebro su cumpleaños en Ljubljana. Aquella mañana del 18 de mayo de 1996 en el patio interior del Palacio Arquidiocesano de Ljubljana era todo alboroto ....

 San Juan Pablo II ruega por nosotros, por la paz en Argentina, Ucrania, Eslovenia y en todo el mundo!!

martes, 17 de mayo de 2022

Juan Pablo II recordaba su primer viaje a Eslovenia

 


El Santo Padre Juan Pablo II dedicó su Audiencia General del Miércoles 22 de mayo de 1996 enteramente a la visita realizada a Eslovenia unos días antes: 17-19 de mayo de 1996.

 una “visita muy esperada, la primera en la historia de Eslovenia”. Después de expresar su gratitud a todas las autoridades que habían hecho posible esta visita Juan Pablo II recordaba el “tañido ininterrumpido de las campanas de todo el país que puso de relieve el significado singular de este acontecimiento para la historia de la nación entera: una nación, encrucijada entre la martirizada región balcánica y el resto de Europa, a la que he querido animar en el camino de la plena libertad y de la paz” para luego comentar brevemente la historia del cristianismo del pueblo esloveno que “cuenta ya con 1.250 años. Su actual configuración de Estado se remonta a hace cinco años. Después de un período de formación estatal propia, Karantania, los eslovenos formaban parte de otras entidades estatales y en particular de la monarquía de los Habsburgo de Austria-Hungría. Al término de la primera guerra mundial se constituyó el Estado de los Eslavos del sur. Los eslovenos entraron en él, juntamente con los croatas, los serbios, los montenegrinos y Bosnia-Herzegovina, entre otros. También ellos experimentaron los sufrimientos de la segunda guerra mundial y, después del conflicto, quedaron incluidos junto con los demás pueblos en la Federación Yugoslava, sometidos al poder del sistema comunista. Sólo en la década de 1990 se rompió ese vínculo federativo, pero al precio de una guerra civil, que ha causado numerosas víctimas, aunque afortunadamente en tierra eslovena duró menos que en otros lugares.

Estos son los acontecimientos políticos más recientes, pero la historia del pueblo esloveno, surgido en los territorios que antes pertenecían al Imperio romano, es mucho más larga. Gracias al cristianismo, Eslovenia se forjó en su típica identidad cultural como, por lo demás, aconteció con numerosas naciones de Europa y del mundo. La Iglesia en Eslovenia recuerda aún los nombres de los que le llevaron la fe desde los centros vecinos de Salzburgo, Aquilea y Panonia: son los santos obispos Virgilio, Modesto, Paulino, y los santos Cirilo y Metodio. Se puede muy bien decir que el desarrollo de la cultura eslovena ha mantenido un estrecho vínculo con el cristianismo, comenzando precisamente por la lengua presente en documentos escritos del siglo X, que incluyen textos catequéticos y homiléticos. El cristianismo llegó a Eslovenia desde Roma y en la cultura eslovena los elementos occidentales prevalecen sobre los orientales. Lo subrayan los fuertes vínculos existentes, ya desde el inicio del proceso de formación de la vida eclesial y cultural, con los citados centros de Aquilea y Salzburgo. En el transcurso de mi visita destaqué todo esto, especialmente durante el encuentro con el mundo de la cultura y de la ciencia, en Maribor. La cultura eslovena es antigua, y tanto en el campo de las ciencias como en el de las tradiciones populares reviste un carácter occidental. Este carácter se manifestó claramente en las celebraciones litúrgicas; y cobró gran relieve en el inolvidable encuentro con la juventud, en Postojna. Los jóvenes, herederos de esta cultura, están llamados a transmitirla a las generaciones del tercer milenio.

Con respecto a la estructura eclesial el Papa comento que “el territorio de Eslovenia abarca una sede metropolitana, la de Liubliana, y dos diócesis sufragáneas: Maribor y Koper o Capodistria. La Conferencia episcopal cuenta actualmente con siete obispos. Es metropolita de Liubliana el arzobispo Alojzij Sustar, a quien una vez más saludo con afecto, al igual que a los demás prelados, a los presbíteros y a todos sus colaboradores. Los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los seminaristas eslovenos viven aún con el recuerdo y bajo el influjo espiritual del gran obispo de Maribor Antón Martín Slomsek que, en el siglo XIX, marcó profundamente no sólo la vida de la Iglesia y la evangelización, sino toda la cultura eslovena. Felizmente, ya está llegando a su conclusión el proceso de beatificación de este gran apóstol y, recientemente, se ha confirmado la heroicidad de sus virtudes. He querido señalar su ejemplo, junto con el de otros pastores y heroicos testigos de la fe, como el siervo de Dios Lojze Gozde, a toda la comunidad cristiana de Eslovenia, comprometida en la urgente tarea de la nueva evangelización.”

A continuación expresó que “La fe el pueblo esloveno, duramente probada a lo largo de este siglo, ha permanecido firme y por ello damos gracias a Dios. Ahora se siente la necesidad de un renovado impulso misionero, para el que hace falta apoyo espiritual, atenta vigilancia y discernimiento profético de los signos de los tiempos, especialmente por parte de las personas que están llamadas a consagrar toda su vida al Evangelio. En esta perspectiva, durante la solemne celebración vespertina del viernes 17 de mayo en Liubliana, quise alentar a los presbíteros a sentir cada vez más profundamente la alegría y la responsabilidad de su misión de comunión y de servicio; a los religiosos a abrazar sin titubeos las exigencias de una existencia transfigurada según el ideal evangélico; y a todos los creyentes a vivir con generosidad el compromiso de la nueva evangelización, encomendándose a María, Auxilio de los cristianos.”

Recordó también que la visita se realizaba en periodo pascual – había comenzado el viernes después de la Ascensión y concluyó el domingo por la tarde, días que la “Iglesia recuerda a los Apóstoles reunidos en el cenáculo en oración con María, después de la Ascensión de Cristo, mientras esperan la venida del Consolador, el Espíritu de la verdad. La Iglesia entera vive así anualmente la gran novena en honor del Espíritu Santo como preparación para el día de Pentecostés. Doy gracias a Dios porque, este año, he tenido la alegría de pasar al menos algunos días de esta novena en el cenáculo de la Iglesia que está en Eslovenia.”

“Mientras conservo aún en mi mente el recuerdo de las sugestivas y a veces conmovedoras imágenes de ese hermoso país y de su pueblo” expresaba el Papa “deseo nuevamente encomendar sus esperanzas y las expectativas a María santísima, para que, por la acción del Espíritu Santo, camine con generosidad hacia el tercer milenio, convirtiéndose cada vez más en tierra de fe, de santidad y de paz.”.


San Leopoldo Mandic «el confesor»

 


El 12 de mayo pasado, un día antes del día de Nuestra Señora de Fátima, celebramos la memoria litúrgica de San Leopoldo Mandic, aquel “fenómeno de una transparencia encantadora…pobre, pequeño capuchino… que se santificó principalmente en el ejercicio del sacramento de la reconciliación. siervo de Dios… el padre Leopoldo de Castelnovo, que, antes de hacerse fraile se llamaba Adeodato Mandic; un dálmata, como san Jerónimo, que debía tener, ciertamente, en el temperamento y en la memoria la dulzura de la encantadora tierra adriática, y en el corazón, y en la educación doméstica, la bondad, honesta y piadosa, de la valiente población véneto-balcánica. Nació el 12 de mayo de 1866, y murió en Padua, donde se hizo capuchino y donde vivió la mayor parte de su vida terrena, terminada a los setenta y seis años, el 30 de julio de 1942” (Papa Pablo VI en la homilía de la beatificación)  

“San Leopoldo no dejó obras teológicas o literarias, no deslumbró por su cultura ni fundó obras sociales. Para cuantos lo conocieron, fue únicamente un pobre fraile, pequeño y enfermizo. Su grandeza consistió en otra cosa, en inmolarse y entregarse día a día a lo largo de su vida sacerdotal, es decir, 52 años, en el silencio, intimidad y humildad de una celdilla-confesonario: «El buen pastor da la vida por las ovejas». Fray Leopoldo estaba siempre allí a disposición, y sonriente, prudente y modesto, confidente discreto y padre fiel de las almas, maestro respetuoso y consejero espiritual, comprensivo y paciente.

Si lo queremos definir con una palabra, como solían hacerlo en vida sus penitentes y hermanos, entonces es «el confesor»; sólo sabía «confesar». Y justamente en esto reside su grandeza. En saber desaparecer para ceder el puesto al verdadero Pastor de las almas. Solía definir su misión así: «Ocultemos todo, aun lo que puede parecer don de Dios; no sea que se manipule. ¡Sólo a Dios honor y gloria! Si posible fuera, deberíamos pasar por la tierra como sombra que no deja rastro de sí». Y a alguien que le preguntaba cómo resistía una vida tal, respondió: «¡Es mi vida!»…. San Leopoldo hundía su ministerio en la oración y contemplación. Fue un confesor de continua oración, un confesor que vivía habitualmente absorto en Dios, en atmósfera sobrenatural..” (San Juan Pablo II en la homilía de la canonización) 

“Desde el 25 de abril de 1909 hasta el 30 de julio de 1942 acudían a Padua muchísimos fieles con el afán de encontrar el convento de capuchinos (Plaza S. Croce) para ver la celdita-confesonario y en ella al confesor llamado padre Leopoldo de Castelnovo. Con un estilo completamente personal, muy suyo, escuchó las historias humillantes del pecado. Muere el padre Leopoldo el penúltimo día de julio de 1942 y aquella celdita-confesonario es, después del arca del Santo, la segunda etapa del que peregrina a Padua. Con estos dos hijos de san Francisco la ciudad veneciana atrae a gente de todas partes del mundo.

El padre Leopoldo se creyó y fue considerado y era pura sangre dálmata. Nació el 12 de mayo de 1866 en Herzeg Novi («Castelnovo» en italiano), pueblo situado en el entrante de las Bocas de Cátaro, que se reflejan en el Adriático, en la diócesis de Cátaro en Dalmacia. Fue bautizado el 13 de junio con el nombre de Bogdan (Adeodato) Juan. Seguramente se le impuso el nombre de Adeodato, sin explicarlo más, debido al hecho de haber nacido el último de doce hijos.

Desde el 25 de abril de 1909, ejerce el ministerio de confesor en Padua hasta su muerte, a excepción de dos paréntesis: el de internado por razones políticas (30 julio 1917 - mayo 1918), en cuyo tiempo, al no tener la nacionalidad italiana, vivió como desterrado voluntario en Italia sur -Tora (Caserta), Nola (Nápoles), Arienzo (Caserta)- durante la primera guerra mundial; el otro paréntesis, a causa del traslado provisional a Fiume d'Istria, del 16 de octubre al 11 de noviembre de 1923.Confesor muy solicitado a pesar de su duro carácter…Los paduanos mostraron sincero afecto al padre Leopoldo, como lo expresan las líneas de un periódico y la carta de un obispo. «La Libertad», diario de Padua, informaba el 31 de julio de 1917 sobre «la marcha de un capuchino benemérito» y preguntaba: «¿Quién no conoce en Padua al padre Leopoldo, el buen hermano capuchino? Apenas si salía del convento, no era orador, ni tenía pretensiones de ocupar un puesto para figurar... Solamente atender con asiduidad al confesonario. Perfecto asceta, buscaba la sombra. Y, sin embargo, todos corrían a él en busca de consejo o de fortaleza. Todos los días y a todas horas había siempre en la iglesia de los capuchinos alguien que preguntaba por el padre Leopoldo: ricos, gente del pueblo, sacerdotes, profesores, profesionales, obreros. Venían incluso de fuera de la ciudad, de lejos».( Fernando de Riese Pío X, o.f.m.cap)

 

Invito leer completo el artículo de Fernando de Riese Pío X, o.f.m.cap.

viernes, 13 de mayo de 2022

«Hoy he visto a la Virgen»

 


«Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol», dice el vidente de Patmos en el Apocalipsis (12,1), señalando además que ella estaba a punto de dar a luz a un hijo. Después, en el Evangelio, hemos escuchado cómo Jesús le dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,27). Tenemos una Madre, una «Señora muy bella», comentaban entre ellos los videntes de Fátima mientras regresaban a casa, en aquel bendito 13 de mayo de hace cien años. Y, por la noche, Jacinta no pudo contenerse y reveló el secreto a su madre: «Hoy he visto a la Virgen». Habían visto a la Madre del cielo. En la estela de luz que seguían con sus ojos, se posaron los ojos de muchos, pero…estos no la vieron. La Virgen Madre no vino aquí para que nosotros la viéramos: para esto tendremos toda la eternidad, a condición de que vayamos al cielo, por supuesto.

 Pero ella, previendo y advirtiéndonos sobre el peligro del infierno al que nos lleva una vida ―a menudo propuesta e impuesta― sin Dios y que profana a Dios en sus criaturas, vino a recordarnos la Luz de Dios que mora en nosotros y nos cubre, porque, como hemos escuchado en la primera lectura, «fue arrebatado su hijo junto a Dios» (Ap 12,5). Y, según las palabras de Lucía, los tres privilegiados se encontraban dentro de la Luz de Dios que la Virgen irradiaba. Ella los rodeaba con el manto de Luz que Dios le había dado. Según el creer y el sentir de muchos peregrinos —por no decir de todos—, Fátima es sobre todo este manto de Luz que nos cubre, tanto aquí como en cualquier otra parte de la tierra, cuando nos refugiamos bajo la protección de la Virgen Madre para pedirle, como enseña la Salve Regina, «muéstranos a Jesús».

Queridos Peregrinos, tenemos una Madre, tenemos una Madre! Aferrándonos a ella como hijos, vivamos de la esperanza que se apoya en Jesús, porque, como hemos escuchado en la segunda lectura, «los que reciben a raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo» (Rm 5,17). Cuando Jesús subió al cielo, llevó junto al Padre celeste a la humanidad ―nuestra humanidad― que había asumido en el seno de la Virgen Madre, y que nunca dejará. Como un ancla, fijemos nuestra esperanza en esa humanidad colocada en el cielo a la derecha del Padre (cf. Ef 2,6). Que esta esperanza sea el impulso de nuestra vida. Una esperanza que nos sostenga siempre, hasta el último suspiro.

Con esta esperanza, nos hemos reunido aquí para dar gracias por las innumerables bendiciones que el Cielo ha derramado en estos cien años, y que han transcurrido bajo el manto de Luz que la Virgen, desde este Portugal rico en esperanza, ha extendido hasta los cuatro ángulos de la tierra. Como un ejemplo para nosotros, tenemos ante los ojos a san Francisco Marto y a santa Jacinta, a quienes la Virgen María introdujo en el mar inmenso de la Luz de Dios, para que lo adoraran. De ahí recibían ellos la fuerza para superar las contrariedades y los sufrimientos. La presencia divina se fue haciendo cada vez más constante en sus vidas, como se manifiesta claramente en la insistente oración por los pecadores y en el deseo permanente de estar junto a «Jesús oculto» en el Sagrario.

En sus Memorias (III, n.6), sor Lucía da la palabra a Jacinta, que había recibido una visión: «¿No ves muchas carreteras, muchos caminos y campos llenos de gente que lloran de hambre por no tener nada para comer? ¿Y el Santo Padre en una iglesia, rezando delante del Inmaculado Corazón de María? ¿Y tanta gente rezando con él?». Gracias por haberme acompañado. No podía dejar de venir aquí para venerar a la Virgen Madre, y para confiarle a sus hijos e hijas. Bajo su manto, no se pierden; de sus brazos vendrá la esperanza y la paz que necesitan y que yo suplico para todos mis hermanos en el bautismo y en la humanidad, en particular para los enfermos y los discapacitados, los encarcelados y los desocupados, los pobres y los abandonados. Queridos hermanos: pidamos a Dios, con la esperanza de que nos escuchen los hombres, y dirijámonos a los hombres, con la certeza de que Dios nos ayuda.

En efecto, él nos ha creado como una esperanza para los demás, una esperanza real y realizable en el estado de vida de cada uno. Al «pedir» y «exigir» de cada uno de nosotros el cumplimiento de los compromisos del propio estado (Carta de sor Lucía, 28 de febrero de 1943), el cielo activa aquí una auténtica y precisa movilización general contra esa indiferencia que nos enfría el corazón y agrava nuestra miopía. No queremos ser una esperanza abortada. La vida sólo puede sobrevivir gracias a la generosidad de otra vida. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24): lo ha dicho y lo ha hecho el Señor, que siempre nos precede. Cuando pasamos por alguna cruz, él ya ha pasado antes. De este modo, no subimos a la cruz para encontrar a Jesús, sino que ha sido él el que se ha humillado y ha bajado hasta la cruz para encontrarnos a nosotros y, en nosotros, vencer las tinieblas del mal y llevarnos a la luz.

Que, con la protección de María, seamos en el mundo centinelas que sepan contemplar el verdadero rostro de Jesús Salvador, que brilla en la Pascua, y descubramos de nuevo el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es misionera, acogedora, libre, fiel, pobre de medios y rica de amor.

(Homilia del PapaFrancisco en la Santa Misa con el rito de canonización de los beatos FranciscoMarto y Jacinta Marto)

(PEREGRINACIÓN DEL PAPA FRANCISCO
AL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA

con ocasión del centenario de las apariciones de la Virgen María en la Cova da Iria
(12-13 de mayo de 2017)