(…) los creyentes serán
llamados a redescubrir la virtud teologal de la esperanza, acerca
de la cual « fuisteis ya instruidos por la Palabra de la verdad, el Evangelio »
(Col 1, 5). La actitud fundamental de la esperanza, de una parte,
mueve al cristiano a no perder de vista la meta final que da sentido y valor a
su entera existencia y, de otra, le ofrece motivaciones sólidas y profundas
para el esfuerzo cotidiano en la transformación de la realidad para hacerla
conforme al proyecto de Dios.
Como recuerda el apóstol Pablo: « Pues sabemos
que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no
sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros
mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo.
Porque nuestra salvación es en esperanza » (Rm 8, 22-24). Los
cristianos están llamados a prepararse al Gran Jubileo del inicio del tercer
milenio renovando su esperanza en el venida definitiva del Reino de
Dios, preparándolo día a día en su corazón, en la comunidad cristiana
a la que pertenecen, en el contexto social donde viven y también en la historia
del mundo.
Es necesario además que se estimen y
profundicen los signos de esperanza presentes en este último fin de
siglo, a pesar de las sombras que con frecuencia los esconden a
nuestros ojos: en el campo civil, los progresos realizados por
la ciencia, por la técnica y sobre todo por la medicina al servicio de la vida
humana, un sentido más vivo de responsabilidad en relación al ambiente, los
esfuerzos por restablecer la paz y la justicia allí donde hayan sido violadas,
la voluntad de reconciliación y de solidaridad entre los diversos pueblos, en
particular en la compleja relación entre el Norte y el Sur del mundo...; en
el campo eclesial, una más atenta escucha de la voz del Espíritu a
través de la acogida de los carismas y la promoción del laicado, la intensa
dedicación a la causa de la unidad de todos los cristianos, el espacio abierto
al diálogo con las religiones y con la cultura contemporánea...
Juan Pablo II Tertiomilenio adveniente, 46