Se cumplen 40 años desde aquel viaje tan deseado por el
propio Papa y tan esperado por sus compatriotas. El 2 de junio de 1979 llegaba a su tierra
natal un Papa polaco.
Karol Wojtyla fue recibido en el aeropuerto de Varsovia
por el jefe de Estado polaco, Henryk
Jablonski, el cardenal primado de Polonia su amigo, maestro y consejero (por más que muchos dijeran lo contrario) Stefan
Wysznski y los obispos de las diócesis de Polonia. Cuando descendió del avión todas
las campanas de las iglesias de Varsovia comenzaron a repicar al mismo
tiempo. Si bien todos los movimientos se
llevaron a cabo en perfecto orden y el
Papa le dijera al número uno del régimen comunista polaco, Edward Gierek que la
visita debía servir para la paz y el conocimiento entre los pueblos, flotaba una creciente tensión, entusiasmo y ansias de liberación entre la
multitud. A lo largo del recorrido millares de personas vitoreaban al Papa tirándole
pétalos de flores.
El cardenal Stanislaw Dziwisz, su fiel secretario,
comentaba recientemente que aquel viaje fue como una inspiración para la liberación
de toda la región de Europa central y Oriental. Su elección había sido un shock
para el mundo y más aun para toda la parte que estaba bajo el dominio del
sistema comunista.
El arzobispo Mokrzycki comenta acerca de sus viajes que el no lo demostraba,
pero regresaba a casa….eran contactos con la tierra, los amigos y lugares de su
juventud que había tenido que dejar años atrás. Y después del primero cada viaje se hacía más
sereno y gozoso. Estaba entre su gente…
Y los encuentros en la calle Franciszkanska en Cracovia
hicieron historia como las visitas más cordiales y espontaneas. Mantenía
charlas vespertinas con quienes después ni lo dejaban dormir. …cantaban,
rezaban y seguían esperando. Nunca los defraudo. Aparecía, hacia bromas y también
el cantaba.
Encendiendo la chispa de una revolución moral entre el
2 y el 10 de junio de 1979 Juan Pablo II entrego en manos de su pueblo la llave
de su propia liberación; la clave del despertar de las conciencias. Y lo pudo
hacer porque logró captar la esencia del drama moderno polaco, que conocía
desde adentro. En su homilía en la Plaza de la Victoria recordó a
sus compatriotas el heroísmo épico y la fe inquebrantable sustentada durante la
insurrección de Varsovia en 1944 cuando Polonia fue abandonada por sus aliados
occidentales y el ejército rojo se instalo a orillas del rio sin actuar. Y sin
embargo, no obstante la destrucción de Varsovia después del alzamiento los
polacos encontraron la figura de Cristo cargando la cruz, hallada en la
destruida iglesia de la Santa Cruz. Y esa figura recordaba a Polonia lo
que Juan Pablo II llamo “un solo criterio” – Jesucristo, la verdadera medida
del hombre, de la libertad, de la historia.
En uno de los comentarios personales más emocionantes,
mas sentidos y mas realistas Gian Franco Svidercoschi, amigo y admirador del
Papa lo recuerda asi en su libro Un Papa
que no mere, la herencia de Juan Pablo II (Ediciones San Pablo, 2011)
“Principios de junio de 1979. El primer regreso de Juan Pablo II a su
patria. Un papa, es más, un papa polaco, entraba por primera vez en el corazón
del imperio soviético. La Misa, justo después de su llegada, en la plaza de la
Victoria, donde tenían lugar las grandiosas manifestaciones del régimen. Y una
homilía llena de «palabras» que esa gente no oía públicamente desde
hacía años. «Sin Cristo no es posible entender la historia de Polonia».
Los aplausos duraron más de diez minutos, una eternidad. Y también los
dirigentes comunistas los habían oído en la televisión, incrédulos, atónitos
El día después, por la mañana temprano, tuvo lugar el encuentro con los
universitarios. A esa hora Varsovia era de una belleza impresionante,
fantástica. Por una parte, la iglesia de Santa Ana, una de las más activas en
el apoyo a las familias de los perseguidos; y por otra parte, el sol que estaba
saliendo sobre el Vístula. Todos tenían un nudo en la garganta: el Papa y los
jóvenes. Y al final, como si hubiera estado preparado, aunque en absoluto fue
así, los jóvenes todos juntos levantaron hacia el Papa las pequeñas cruces de
madera que llevaban en la mano
Desde entonces esa imagen se me quedó grabada en la memora, en el
corazón. Cuando unos meses después tuve ocasión de hablar con Juan Pablo II y
él me preguntó qué era lo que más me había impresionado de ese viaje, respondí
enseguida: «¿El encuentro con los universitarios!». Me miró
sorprendido: «Y no la Misa en la plaza de la Victoria? ¿El discurso de
Gniezno? ¿Czestochowa? ¿Y la visita a Oswiecim, al campo de Auschwitz, o al
menos a Cracovia?» Y yo cada vez respondía: «No!, los universitarios». «Pero
porqué?» «Yo estaba en medio de los jóvenes, vi cómo lloraban. Vi con qué
ímpetu, un ímpetu que venía de dentro, levantaron sus pequeñas cruces hacia
usted». El Papa sonrió. Quizás no estaba de acuerdo, pero había entendido mi
punto de vista.
Realmente del encuentro con los universitarios me quedé con la que
podían ser, por así decir, sus implicaciones políticas. Ese día intuí como las
nuevas generaciones polacas estaban ya completamente vacunadas del comunismo,
de sus seducciones propagandísticas, y consecuentemente, que era previsible que
en Polonia en algún momento ocurriría algo.
Me había quedado en la superficie. No había comprendido que la respuesta
de esos jóvenes no sólo iba dirigida a un Papa hijo de su misma tierra que,
volviendo allí para encontrarse con ellos, para animarlos, los habría sostenido
así en sus batallas futuras por la libertad, por la democracia. Por el
contrario, esa respuesta era ante todo de agradecimiento a quien, probablemente
por primera vez en su vida, les había hablado de Dios, más aun, les había
revelado el rostro de Dios Padre. Un Dios misericordioso, compasivo,
humilde, un Dios que está siempre dispuesto a abrir los brazos del perdón, un
Dios que es portador de esperanza, de alegría. Y de la verdadera libertad. Entonces
en ese mar de las cruces de los universitarios en Varsovia, había signos de
un «misterio» que descubriría veintisiete años después, en el momento
de la muerte de Juan Pablo II. Porque creo que en esa increíble multitud que
había llegado a la plaza de San Pedro se podía finalmente captar el significado
real, profundo, del «misterio Wojtyla»: un Papa que, por su fe, por cómo
había llevado a cabo su misión, por sus dotes humanas, por su carisma, fue
intérprete e instrumento de la paternidad divina, y supo así mostrar al hombre
de hoy el rostro de Dios, el rostro humano de Dios.
En realidad, el clima del país había cambiado raedicalmente. Ya nada volvaria
a ser como había sido…(Norman Davies)
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