El arrepentimiento

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El arrepentimiento - Marcos 1:14-15

(Mr 1:14-15) "Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea
predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha
cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el
evangelio."

En nuestros estudios anteriores hemos tratado acerca del "evangelio del


reino de Dios" que el Señor Jesucristo predicaba, y que había sido
ampliamente anunciado a lo largo de todo el Antiguo Testamento.

Como ya sabemos, el término "evangelio" significa "buenas noticias", y aquí


se relaciona con "el Reino de Dios". Para el ser humano no puede haber
una mejor noticia que saber que Dios todavía quiere que los hombres
rebeldes y pecadores formen parte de su glorioso reino. Después de todo
el desprecio que este mundo manifiesta activamente contra Dios, sería
razonable que él nos destruyera sin dejar rastro de la humanidad, pero el
anuncio con el que el Señor Jesús comenzó su ministerio nos llena de
esperanza. Dios sigue extendiendo su misericordia sobre los pecadores, y
los busca en su amor para invitarlos a su Reino.

En este estudio vamos a comenzar a considerar los requisitos que el Señor


Jesucristo estableció para que los hombres pecadores puedan entrar en su
reino, y pronto veremos que no se trata de alguna cosa imposible de
cumplir, sino que por el contrario, son condiciones que están al alcance de
todos los hombres. Básicamente se resumen en dos: "arrepentimiento y
fe".

No sería coherente pensar que la relación perdida entre el hombre y Dios


se restableciera sin la participación activa del hombre. Es necesario que
cada persona en particular dé un paso para volverse a Dios. Así que,
vamos a comenzar tratando el primero de los dos requisitos que el Señor
ha establecido en su soberanía: el arrepentimiento.

El arrepentimiento es un mandamiento de Dios

Empecemos por notar que el Señor no sólo predicaba el arrepentimiento,


sino que lo hacía como si estuviera dando un mandamiento: "arrepentíos".
Y así lo entendieron y lo predicaron también sus apóstoles:

(Hch 17:30) "Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta
ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se
arrepientan."
Cuando el Señor se expresaba de esta manera, estaba dejando claro que
él es el Rey, y por lo tanto, tiene el derecho legítimo de exigir el
arrepentimiento. Esto es sencillo de entender. En el ámbito terrenal,
cuando un emperador romano era coronado como rey, no invitaba a los
súbditos de su reino a que aceptaran su autoridad si les apetecía, sino que
exigía de todos ellos su sumisión y lealtad. Y si las demandas de un
emperador romano eran absolutas, ¡cuánto más las del mismo Rey del
cielo!

Así pues, si vamos a predicar el evangelio como lo hizo Cristo, tenemos


que hacerlo transmitiendo fielmente este mandato de Dios a las personas
para que se arrepientan. No es algo opcional que el hombre pueda aceptar
o rechazar a su gusto: "Dios manda a todos los hombres en todo lugar, que
se arrepientan" (Hch 17:30).

Y puesto que el arrepentimiento es un mandato de Dios, desobedecerlo


tendrá graves consecuencias. Las palabras del Señor son claras al
respecto:

(Lc 13:3) "... Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente."

Dios anuncia en su Palabra un juicio universal en el que cada pecador


tendrá que dar cuentas. Llegar a ese momento sin habernos arrepentido,
nos cerrará todas las puertas del reino de Dios, y lo único que nos quedará
será una terrible condenación que durará toda la eternidad.

¿Por qué debemos arrepentirnos de nuestros pecados?

Porque el pecado es la clave de todos nuestros problemas. Es verdad que


en nuestra cultura contemporánea cada vez es más raro usar la palabra
"pecado". Esto no se debe a que haya sido sustituida por otra que sea más
apropiada, sino porque la idea misma se ha perdido. Vivimos entre
personas que son incapaces de hacer juicio moral sobre nada. Sugerirles
que algo es pecado, o enseñar que los hombres son pecadores, es
considerado como una idea rancia de épocas pasadas, y también como
una grave ofensa contra la dignidad de la persona.

Pero cuando examinamos los evangelios, encontramos que el Señor


Jesucristo hizo una gran cantidad de referencias al pecado; tanto a su
origen como a sus consecuencias. Él no dudó en denunciar a personas
concretas como pecadores, y la razón por la que lo hizo fue porque él sabía
que el pecado es la clave de nuestros problemas.
Pero, ¿por qué el pecado es tan grave?

1. El pecado es una declaración de guerra contra el Soberano Rey del cielo

Cuando Adán y Eva pecaron en el huerto del Edén, no sólo estaban


rechazando la autoridad de Dios sobre sus vidas, sino que estaban
expresando su intención de ocupar el lugar de Dios. Lo que el diablo les
garantizó es que si desobedecían a Dios, lograrían ser como él. Esto es lo
que les dijo: "Sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos
vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal" (Gn 3:5).

En ese contexto, el pecado fue una clara declaración de guerra contra el


bendito y Soberano Rey de reyes y Señor de señores. La criatura se
levantaba contra el Creador en un acto de rebelión. Rechazaba la voluntad
de su Hacedor para imponer la suya propia; ignoraba lo que Dios había
dicho con la intención de hacer prevalecer sus propias ideas; se atrevía a
proclamar su propia autonomía e independencia eliminando a Dios de su
vida. Podemos decir, por lo tanto, que el pecado es un desafío arrogante
del hombre en su deseo de ser igual a Dios.

Y desde ese momento, todos los hombres hemos caminado por la misma
senda que Adán y Eva nos abrieron. En todos nosotros está arraigada esa
misma rebeldía contra Dios. Cada vez que Dios nos manda hacer algo o
nos prohíbe alguna cosa, inmediatamente surge en nosotros el deseo de
hacer todo lo contrario.

Esto se aprecia con mucha claridad en las sociedades modernas, que


manifiestan su rebeldía contra Dios estableciendo leyes y modelos de
conducta que se oponen a los principios de su ley. No cabe duda de que el
hombre está en guerra con Dios, y siempre que tiene ocasión, manifiesta
su rechazo y rebeldía contra él.

El profeta Isaías describió con mucha exactitud lo que es la conducta


habitual del mundo de nuestros días:

(Is 5:20) "¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que
hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por
dulce, y lo dulce por amargo!"

2. El pecado nos enemista con Dios


Para Dios el pecado no es una travesura inocente, sino un acto de
enemistad, de aborrecimiento y de desprecio contra su persona.

Puede que en muchas ocasiones esa enemistad no se exprese como una


hostilidad abierta hacia Dios, sino que tome la forma más habitual de la
indiferencia. Pero cuando una persona dice que no le interesa Dios o lo que
él ha dicho, estamos ante una tragedia suprema. Si a alguno de nosotros
no nos interesa la música o el fútbol, no pasa absolutamente nada, al fin y
al cabo, es simplemente una cuestión de gustos. Pero si una mujer dice
que no le interesa su marido, está manifestando un grave problema, porque
da a entender que se ha terminado el amor entre ellos, y pronto llegará la
ruptura y la enemistad. Y en mayor medida, si alguien dice que no le
interesa Dios, aquel a quien le debemos nuestra existencia, es algo
realmente muy grave. Lo que finalmente revela esta indiferencia es la
profunda enemistad del hombre pecador contra Dios.

En un asunto de tanta importancia no se puede tomar una posición neutral.


¡Es imposible! No existen personas que ni aman ni odian a Dios. No amarle
implica necesariamente odiarle. El Señor Jesucristo hizo una afirmación
muy seria al respecto:

(Mt 12:30) "El que no es conmigo, contra mí es"

Pero en otras ocasiones, esta enemistad no se manifiesta simplemente


como indiferencia hacia su persona, sino que toma la forma de una
hostilidad abierta. Esto se aprecia constantemente en muchos de los
comentarios que escuchamos a nuestro alrededor cuando la gente habla
de Dios. Algunos le acusan con ira por cada una de las tragedias que
ocurren en este mundo. Otros escriben artículos o libros, y salen en los
medios de comunicación para ridiculizar la Biblia y atacar todos los
principios cristianos. Y lo hacen con orgullo, sin disimular el odio que
sienten hacia un Dios, del que por otro lado, en muchos casos, niegan su
existencia. Tal es el grado de enemistad que sienten hacia él, que lo han
eliminado de sus vidas, y ahora hacen todo lo posible para que
desaparezca también de la sociedad y de las instituciones. En algunos
países de Europa, es un hecho que cada vez que se habla de Dios o del
cristianismo en la televisión o en la radio es para ridiculizarlo. Y en muchos
otros países, está hostilidad contra Dios se expresa por medio de la
violencia física contra los cristianos y también contra la Biblia. La historia
está llena de ejemplos de esto último.

Pero cuando comparamos el amor que Dios tiene por el hombre, con la
apatía y hostilidad que sus criaturas le demuestran a él, es entones cuando
apreciamos con total claridad la enemistad del hombre hacia Dios. Esto
queda de manifiesto en las palabras del evangelio de Juan:

(Jn 3:16-20) "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al
mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es
condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha
creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación:
que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la
luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo,
aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean
reprendidas."

3. El pecado atenta contra la justicia de Dios

Dios es justo, ama la justicia y aborrece la injusticia. Por lo tanto, puesto


que el pecado es una transgresión de la ley de Dios, él lo aborrece.

(1 Jn 3:4) "Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el
pecado es infracción de la ley."

(Hab 1:13) "Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el
agravio"

Dios no puede ser moralmente neutral o indiferente hacia el pecado. Su


propio carácter justo le lleva a juzgarlo con firmeza.

(Sal 7:11) "Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los
días."

Por lo tanto, el pecado crea una barrera entre Dios y las personas.

(Is 59:2) "Vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro
Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no
oír."

Por otro lado, el pecado rompe el orden moral que Dios ha establecido
desde la fundación del mundo, y conduce a la catástrofe moral y espiritual.
Por esa razón, el pecador será excluido del reino de Dios si antes no es
perdonado y limpiado. De otro modo, si el pecado entrara en el cielo,
automáticamente dejaría de ser un reino de justicia. El libro de Apocalipsis,
hablando de la nueva Jerusalén, confirma esto:
(Ap 21:27) "No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace
abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de
la vida del Cordero."

¿Qué es el arrepentimiento?

El arrepentimiento implica abandonar nuestra independencia de Dios,


nuestra enemistad y rebelión contra él, para volvernos a su justicia. Esto
nos llevará a aborrecer el pecado, pero también a un deseo positivo de
hacer la voluntad de Dios. Se trata de una decisión firme y consecuente de
cambiar de bando. Implica pasar del reino de las tinieblas al reino de
Jesucristo. El apóstol Pablo explicó lo que esto implicaba en los siguientes
términos:

(Col 1:13-14) "Dios nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y


trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su
sangre, el perdón de pecados."

Por lo tanto, el arrepentimiento nos lleva a asumir una nueva mentalidad,


nuevos deseos y una nueva voluntad de agradar a nuestro nuevo Rey. No
se trata únicamente de corregir algunos defectos de nuestra personalidad,
o de adquirir alguna nueva rutina religiosa, es algo infinitamente más
radical. Tiene que ver con permitir que Dios asuma realmente todo el
control de nuestra vida, lo que se traducirá necesariamente en un cambio
total con respecto a Dios, a nosotros mismos, al pecado y a la justicia.
Nuestra vida tendrá una nueva dirección, una nueva perspectiva, nuevas
expectativas y compromisos.

El verdadero arrepentimiento abarca el intelecto, las emociones y la


voluntad, en las que Dios llega a tener la absoluta supremacía.

1. Un cambio en la forma de pensar

El arrepentimiento implica un cambio radical en el modo de entender la


gravedad que el pecado tiene como una afrenta contra el Dios santo y que
por lo tanto merece la ira y el castigo divinos. Supone también el
reconocimiento de nuestra propia responsabilidad y la aceptación de
nuestro estado de completa bancarrota espiritual ante Dios. Todo esto nos
debe llevar a clamar como el publicano de la parábola que contó el Señor
Jesucristo:
(Lc 18:13) "Dios, sé propicio a mí, pecador."

El arrepentimiento que lleva a la salvación debe incluir también un cambio


de pensamiento respecto a quién es Jesús y el lugar que debe ocupar en
nuestra vida. Básicamente podemos resumirlo diciendo que él es el "Señor"
y que tiene todo el derecho a gobernar nuestras vidas. Esto supone un
cambio radical con nuestra actitud rebelde anterior, cuando pensábamos
que nosotros teníamos la última palabra en lo que decidíamos y hacíamos.
El verdadero arrepentimiento nos debe llevar a un reconocimiento del
Señorío de Cristo, tal como Pablo explicó en su carta a los Romanos:

(Ro 10:8-9) "Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares


con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le
levantó de los muertos, serás salvo."

2. Un cambio en la manera de sentir

Desde el punto de vista emocional, el auténtico arrepentimiento va


acompañado de un sentimiento de pesar y tristeza al descubrir la suciedad
y gravedad del pecado. En el Antiguo Testamento era frecuente que la
persona arrepentida vistiera cilicio y se cubriera de cenizas como símbolos
de luto y dolor (Job 42:6) (Jon 3:5-6).

En nuestros días es triste ver cómo el hombre moderno ya casi no siente


vergüenza por casi nada. No es difícil escuchar a personas que después de
tener una vida llena de fracasos personales, sin embargo afirman con
orgullo que ellos no se arrepienten de nada. Pero esta reafirmación en el
pecado sólo les puede conducir a nuevos fracasos.

En cualquier caso, es cierto también que se puede llegar a estar


apesadumbrado o avergonzado por algún pecado concreto y sin embargo
no llegar a la salvación. Por ejemplo, el joven rico que se acercó a Jesús se
fue afligido y triste por lo que el Señor le dijo (Mr 10:22), pero no cambió de
actitud. Judas, después de entregar a Jesús, sintió un fuerte remordimiento
por lo que había hecho, aunque seguramente, lo que más lamentó es que
las cosas no habían salido como él había planeado (Mt 27:3).

Es difícil imaginar un verdadero arrepentimiento que no incluya cierto


elemento de vergüenza, pero hay que aclarar que eso no garantiza que sea
genuino. A veces, esa vergüenza es motivada simplemente por el temor a
quedar en ridículo cuando otros se enteren de alguno de nuestros fracasos
o pecados, pero no porque sintamos la gravedad de nuestras ofensas ante
Dios. En esos casos, pasado un tiempo, cuando todo se olvide, la vida
continuará sin grandes cambios.
3. Un cambio en la manera de vivir

En tercer lugar, el arrepentimiento incluye también un cambio en la


voluntad de la persona. Hay una firme determinación de abandonar la vieja
forma de vida para cambiarla por una nueva, radicalmente distinta. Implica
el abandono de la desobediencia obstinada a Dios para rendir nuestra
voluntad a Cristo. Es un llamamiento a deponer las armas, a dejar de
luchar contra Dios y a rendirnos a su voluntad.

Un ejemplo bíblico: la parábola del hijo pródigo

Podemos encontrar una buen ejemplo de los principios expuestos


anteriormente en la conocida parábola del hijo pródigo (Lc 15:11-24).

El Señor comenzó su relato presentándonos a un hijo rebelde que no


quería sujetarse al orden familiar establecido por el padre. Éste decidió
irse, pero no sin antes recibir la parte de la herencia que le correspondía.
Esto era sin duda una tremenda ofensa contra su padre. Lo lógico habría
sido que el hijo recibiera su herencia una vez que el padre hubiera muerto,
pero para ese joven, era tal el desprecio que sentía por su progenitor que
era como si ya estuviera muerto, así que no dudó en exigir su parte de la
herencia cuando el padre todavía estaba vivo. Todo esto nos recuerda la
actitud de Adán y Eva en el huerto del Edén cuando también decidieron
abandonar a Dios y ocupar su propio lugar.

Una vez que el hijo recibió su herencia la gastó desenfrenadamente en


todo tipo de vicios y pecados, llegando pronto a estar en una situación
lamentable. Mientras tuvo dinero no le faltaron los amigos, pero cuando
éste se terminó, no le quedó más remedio que irse a cuidar cerdos. Tan
triste era su situación que llegó a tener envidia porque los cerdos comían
mejor que él.

Y estando en esa situación dio el primer paso en el camino del


arrepentimiento. Empezó a reflexionar sobre su estado: "volviendo en sí,
dijo: ¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen abundancia de pan,
y yo aquí perezco de hambre" (Lc 15:17). Y entonces es cuando por
primera vez estuvo dispuesto a reconocer su pecado. Empezó a pensar en
volver a su padre y pedirle perdón. Esto era lo que planeaba decirle:
"Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser
llamado tu hijo" (Lc 15:18-19). Notemos que había llegado a entender
perfectamente que el pecado no había sido únicamente contra su padre,
sino que en primer lugar había sido cometido "contra el cielo", lo que para
un judío equivalía a decir "contra Dios".
Aunque en la parábola no se explica cómo el hijo llegó a experimentar este
cambio en su forma de pensar que le llevó a tener tal convicción de
pecado, sabemos por otras partes de las Escrituras que esto viene
normalmente por el conocimiento de la ley (Ro 3:20).

En segundo lugar, el joven empezó a sentir vergüenza y dolor por su


pecado, por eso, cuando se acercó al padre, rápidamente le dijo que no se
sentía "digno de ser llamado su hijo" (Lc 15:21). Por supuesto, no regresó
alegremente como si nada hubiera ocurrido, sino que lo hizo con una
genuina actitud de humillación.

Y en tercer lugar, tomó la decisión de volverse de su vida pecaminosa a la


casa del padre, donde sabía que su forma de conducta tendría que ser
radicalmente diferente a la que había llevado mientras estaba fuera. Ya no
podría vivir sin normas, haciendo lo que le diera la gana, sino en sujeción a
su padre.

Es probable que el hijo tuviera la duda de si su padre estaría dispuesto a


recibirle después de la forma en la que le había ofendido al irse, pero para
su sorpresa, descubrió que según se acercaba a la casa, su padre le
estaba esperando con los brazos abiertos. Y en el momento en que el hijo
expresó su arrepentimiento, inmediatamente fue aceptado nuevamente en
la familia del padre. Pero no sólo eso, su recibimiento fue con gran gozo y
estuvo lleno de bendiciones que de ninguna manera él habría podido
imaginar. Fue entonces cuando llegó para el hijo pródigo el anillo, el vestido
nuevo, el beso, el gozo y la fiesta (Lc 15:22-24).

Como ya sabemos, el padre representa a Dios, y toda la parábola sirve


cómo una hermosa ilustración de lo que significa el evangelio, las buenas
noticias de Dios. El hijo no merecía nada, sino el castigo más severo por su
ofensa. Recordemos que la ley de Moisés establecía la pena de muerte
para casos como este (Dt 21:18-21). Los oyentes de Jesús sabían esto, así
que tuvo que impresionarles mucho la forma en la que el Señor terminó su
relato. Pero esto es el evangelio: Dios no nos da el castigo que
merecemos, sino que nos abre las puertas de su Reino. Aunque es
imprescindible que no olvidemos que para disfrutar de sus bendiciones, es
necesario que antes haya en nosotros un genuino arrepentimiento.

Preguntas

1. ¿Qué opinión le merece el hecho de que Dios todavía siga buscando a


los pecadores para invitarles a formar parte de su reino? ¿Cuáles son los
requisitos que el hombre debe cumplir para entrar en el reino de Dios? ¿Le
parecen coherentes? Razone su respuesta.
2. ¿Qué es el pecado? ¿Por qué Dios no puede permitirlo?

3. ¿Cómo afecta el pecado a nuestra relación con Dios? Justifique su


respuesta bíblicamente.

4. ¿Qué es el arrepentimiento? ¿Qué debe incluir? ¿Cuáles son las


evidencias de un verdadero arrepentimiento?

5. ¿Cómo ilustra la parábola del hijo pródigo lo que hemos aprendido en


esta lección acerca del arrepentimiento?

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