Nutrición, Embarazo y Lactancia

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República Bolivariana de Venezuela

Ministerio del Poder Popular para la Educación Universitaria

Universidad Nacional Experimental Rómulo Gallegos

Maturín – Edo. Monagas

Núcleo “Doctor José Gregorio Hernández”

Aspectos Nutricionales:

Embarazo Y Lactancia

Facilitadora: Bachiller :

Silva Marielis Fragoza Diana V-29.974.589 # 09

Sección Nº2
Maturín, Octubre 2024

1
INDICE

INTRODUCCION.............................................................................................................. 03

La alimentación de la gestante en relación a la salud de la madre y del niño................... 04

Requerimientos nutricionales durante el embarazo........................................................... 05

Incremento ponderal durante el embarazo........................................................................ 14

Alimentación de la mujer lactante...................................................................................... 18

Bases fisiológicas de la lactancia materna....................................................................... 21

Calostro y su importancia en la nutrición del neonato....................................................... 23

CONCLUSION................................................................................................................... 26

BIBLIOGRAFIAS.............................................................................................................. 28

2
INTRODUCCIÓN

El embarazo normal representa una gran cantidad de cambios físicos y psicológicos para la
mujer, todos estos cambios están enfocados en ajustarse y adaptarse a las exigencias que el
desarrollo de un nuevo ser humano en el interior del cuerpo de la madre representa, dichos
cambios ocurren de manera gradual, pero continua, a lo largo de todo el embarazo y desde luego
están influenciados por múltiples factores como la edad de la mujer, los embarazos previos, su
estado físico, nutricional, etc. El crecimiento fetal es un fenómeno multifactorial complejo que
depende de factores genéticos, ambientales, maternos, placentarios y fetales el cual se relaciona
con el crecimiento y estado funcional adecuado de la placenta y requiere el aporte continuo de
nutrientes, adecuado a cada período del embarazo; de lo que se desprende la idea de que el
estado nutricional materno resulta fundamental.

La nutrición consiste en consumir una dieta saludable y equilibrada para que su cuerpo
obtenga los nutrientes que necesita. Los nutrientes son sustancias en los alimentos que el cuerpo
necesita para poder funcionar y crecer. Estos incluyen proteínas, carbohidratos, grasas, vitaminas,
minerales y el agua.

Durante el embarazo, la nutrición es de suma importancia para garantizar la salud del feto.
Por otro lado, las necesidades nutricionales del recién nacido son más altas que en cualquier otra
etapa de su desarrollo, y existe evidencia de que la composición de la leche se modifica a lo
largo del tiempo según las necesidades cambiantes del niño. La leche materna debe garantizar la
adecuada nutrición del lactante como continuación de la nutrición intrauterina, y tanto el estado
nutritivo materno como su alimentación pueden influir en la composición de la leche y, por lo
tanto, en el aporte de nutrientes al lactante.

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LA ALIMENTACIÓN DE LA GESTANTE EN RELACIÓN A LA SALUD DE LA MADRE Y
DEL NIÑO

Los nueve meses del embarazo representan el periodo más intenso de crecimiento y
desarrollo humanos. La forma en que se presentan estos procesos depende de muchos factores,
que en su mayor parte es posible modificar. Entre los factores que afectan el crecimiento y
desarrollo fetales y que se encuentran destaca el estado nutricional. En ningún otro momento de
la vida los beneficios de un estado nutricional óptimo son más obvios que durante el embarazo.

El estado nutricional materno determina las condiciones de salud y nutricionales del recién
nacido, así como las complicaciones durante el embarazo y el parto. Durante el embarazo, la
nutrición es más importante que nunca, las mujeres presentan necesidades nutricionales
específicas en cada etapa de su vida, pero sobre todo durante el embarazo y la lactancia, que es
cuando son más vulnerables desde el punto de vista nutricional. Asegurar que tengan una dieta
nutritiva y dispongan de servicios y cuidados adecuados es fundamental para la supervivencia y
el bienestar de la madre y el bebé.

Antes del embarazo, las mujeres necesitan una alimentación nutritiva y saludable a fin de
acumular las reservas suficientes para la gestación. En esa etapa aumentan los requerimientos de
calorías y nutrientes, y es fundamental satisfacerlos para proteger la salud de la madre y del bebé,
durante su gestación y a lo largo de la primera infancia. Una dieta adecuada durante el embarazo
ayuda a la madre a ganar peso adicional que es fisiológicamente deseable y a garantizar el peso
normal del bebé al nacer.

El periodo de gestación es un proceso fisiológico normal que permite la supervivencia de la


especie y a su vez presenta también una trascendencia nutricional, porque para la formación del
nuevo ser, es preciso un aporte de alimentos que deben ser adecuados en cantidad, calidad y
suministrados a lo largo del embarazo para que el niño nazca con peso normal. Una nutrición
adecuada agiliza la recuperación de la madre después del parto. Las complicaciones del
embarazo como la toxemia (eclampsia y pre eclampsia), el parto prematuro y la anemia, pueden
originarse de una dieta insuficiente o inadecuada.

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REQUERIMIENTOS NUTRICIONALES DURANTE EL EMBARAZO

Durante el embarazo es indispensable que la mujer reciba una dieta que asegure la
preservación de la salud del binomio madre-feto, así como el óptimo crecimiento y desarrollo
fetal, ya que es claro que, para algunos nutrientes, el estado es mantenido exclusivamente por el
aporte proveniente de la madre; pero, además, debe garantizar la acumulación de las reservas
necesarias para responder al inicio y continuación de la lactancia.
Se ha descubierto que cuando durante el embarazo se realizan aportaciones excesivas de energía,
se origina una acumulación importante de grasa corporal, y cuando estos aportes son inferiores a
los requerimientos obligan a que la mujer gestante movilice sus reservas de grasa corporal. Por
esta razón, las necesidades durante el embarazo se deben calcular tomando como base las
demandas nutricionales de la mujer aparentemente sana no gestante y añadiendo la cantidad de
nutrientes impuestos por el embarazo y el estado nutricional previo a la gestación.

Energía

Las estimaciones de las necesidades de energía durante el embarazo consideran los


equivalentes energéticos de los aumentos de proteínas y grasa en los compartimentos fetales y
maternos, así como el incremento en el gasto energético de estos tejidos. La energía acumulada
durante un embarazo a término es de alrededor de 68.000 kcal, y esta cifra se incrementa en un
10% debido a la conversión de la energía derivada de los alimentos a energía metabolizable, todo
lo cual representa aproximadamente 75.000 kcal. Este valor se traduce en una ingesta estimada
de energía de 300 kcal/día para el primer trimestre de gestación, 340 para el segundo y 452 para
el tercero.
Las discrepancias en las estimaciones de las necesidades energéticas durante el embarazo
proceden fundamentalmente de la infra o sobrevaloración de los depósitos maternos de grasa en
este periodo, del grado de actividad -que usualmente desciende durante esta etapa y de la
eficiencia de utilización de la energía. Se ha propuesto un método detallado para el cálculo de los
requerimientos energéticos de la mujer gestante basados en su tipo constitucional, estado
nutricional, peso ideal, consumo energético en reposo y consumo de energía secundario al
ejercicio físico. Básicamente, las mujeres que tienen un peso previo al embarazo inferior al 90%

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del ideal deben recibir, además de los requerimientos para su edad y sexo, un suplemento de 350-
450 kcal/día; las mujeres con peso previo entre el 90 y el 120% del ideal, un suplemento de 200
kcal/día; y las mujeres con un peso previo superior al 120% del ideal, un suplemento de 100
kcal/día. Las mujeres muy delgadas (menos del 80% del peso ideal) y las obesas (más del 135%)
pueden requerir un estudio detallado de sus necesidades, que deben valorarse de forma continua.

Debido a los problemas que sobre la motilidad intestinal supone el periodo de la gestación,
es conveniente que la futura madre incremente la cantidad de hidratos de carbono no digeribles
(fibra total) a 28 g/día, en vez de los 25 que se sugiere sean consumidos por la mujer no gestante,
lo que representa un aumento del 12 al 15%. Es necesario señalar que los requerimientos de fibra
funcional no han sido aún determinados, por lo que las recomendaciones que se hacen toman
como base la fibra total.

Proteínas

Durante el embarazo es preciso ingerir cantidades suplementarias de proteína para cubrir las
necesidades derivadas del crecimiento del feto, de la placenta y de los tejidos maternos, dado que
se estima que las proteínas depositadas en estos tejidos alcanzan la cifra de 925 g. Si se tiene en
cuenta que la utilización de la proteína de la dieta para la conversión en proteína tisular es del
70%, la mujer gestante necesita una ingesta adicional de 11 g de proteína/día. Una ingesta diaria
de 70 a 71 g de proteínas, como la consumida por la mayoría de las mujeres gestantes sin
restricción de dieta, es suficiente para satisfacer los requerimientos proteicos, siempre y cuando
se asegure que la calidad de la proteína sea la adecuada.

Grasas

Aunque la dosis adecuada de grasa total que debe ingerir una mujer sana durante el
embarazo no ha sido determinada, sí existen recomendaciones en cuanto a los ácidos grasos
esenciales y poliinsaturados de cadena larga. Por otra parte, se ha comprobado que, al ser
sintetizados por el organismo, no es necesario aconsejar el suplemento de los ácidos grasos
saturados, los monoinsaturados y el colesterol durante el embarazo o la lactancia.
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 Ácidos grasos esenciales y poliinsaturados: Los (AGE), (LA) y (LNA), y sus derivados de
cadena más larga, especialmente los ácidos grasos araquidónico (AA), eicosapentaenoico
(EPA) y (DHA), forman parte de las membranas de todos los tejidos, y algunos de ellos son
los precursores de prostaglandinas, tromboxanos, leucotrienos y otros eicosanoides que
desempeñan misiones fisiológicas de elevada importancia, tales como el control de la
coagulación sanguínea, la respuesta inmune y los procesos inflamatorios.
El aporte de ácidos grasos esenciales en la dieta en cantidades adecuadas es fundamental para
el desarrollo de la placenta, del feto y para el resultado final de la gestación. Un suministro
mínimo del 3% de la energía como ácidos linoleico y de un 0,5% como α-linolénico asegura
un desarrollo adecuado de los tejidos maternos y del feto durante la gestación.
A lo largo del embarazo disminuyen progresivamente en el plasma materno tanto las
concentraciones de ácidos grasos esenciales como de poliinsaturados. Además, se ha
encontrado que los niveles de docosahexaenoico son inferiores en las multíparas en
comparación con las primigestas, hecho que sugiere que la gestación puede agotar los
depósitos maternos de este ácido graso; y como el feto capta entre 50 y 60 mg/día de ácidos
grasos n-3 durante el último trimestre, es muy probable que el suministro de n-3 sea
inadecuado en mujeres que tienen embarazos seguidos con periodos cortos entre ellos. El
Instituto de Medicina de EE UU recomienda como ingesta adecuada 1,4 g/día de ácidos
grasos poliinsaturados n-3 y 13 g/día de n-6.

Minerales

La determinación del estado vitamínico y mineral en la mujer gestante es difícil, ya que a


menudo las concentraciones plasmáticas de muchas vitaminas y minerales muestran un descenso
sostenido con el avance de la gestación, probablemente debido a la hemodilución. Sin embargo,
las concentraciones de algunas vitaminas y minerales no se ven afectadas o incluso se encuentran
aumentadas por elevación específica en sus proteínas transportadoras.
La mayor parte del conocimiento de la ingesta adecuada de estos nutrientes en la mujer gestante
deriva de estudios de intervención nutricional en los que el consumo alto o bajo de una vitamina
o mineral particular se asocia con la presencia de efectos favorables o no deseables durante el

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embarazo. Estudios realizados en animales de experimentación indican claramente que las
deficiencias maternas de minerales y de vitaminas causan retraso del crecimiento intrauterino y
anomalías congénitas.

 Calcio y fósforo: El metabolismo del calcio se altera profundamente durante la gestación


debido a una serie de cambios hormonales que dan lugar a un aumento en la absorción y
retención del mineral y de elevadas concentraciones plasmáticas de 1,25
dihidroxicolecalciferol, el metabolito activo de la vitamina D.
El calcio total circulante desciende durante el embarazo progresivamente hasta un 5% por
debajo de los valores de las mujeres normales, y asciende de nuevo cerca del parto. El calcio
se transporta a través de la placenta por un mecanismo dependiente de energía y por una
proteína específica capaz de ligar calcio. Así, el feto acumula 330 g de calcio a una velocidad
de 7 mg/día en el primer trimestre, 110 mg/día en el segundo y 350 mg/día en el tercero. La
ingesta recomendada de calcio para las mujeres gestantes es de 1.200 mg/día, lo cual
representa un incremento de 400 mg sobre el consumo normal de una mujer mayor de 25
años. Hay que resaltar que la ingesta de calcio en las mujeres embarazadas que no reciben
suplementos está usualmente por debajo de lo aconsejado. En aquellas mujeres cuya dieta es
relativamente pobre en calcio se recomienda la ingesta de un suplemento de 600 mg/día. Por
otra parte, parece que un consumo bajo durante el embarazo conduce a una disminución de
los depósitos de este mineral en la madre y puede aumentar el riesgo de osteoporosis en años
posteriores.
La cantidad de fósforo requerido por la mujer gestante es la misma que para aquélla que no
se encuentra en la etapa reproductiva.

 Magnesio: El organismo adulto contiene unos 350 mg de magnesio por kilogramo de peso
corporal. El 60% está depositado en el esqueleto; el 20%, en el músculo esquelético; y el
20%, en otros tejidos. La homeostasis del magnesio está relacionada con la del calcio,
aunque los mecanismos involucrados no se hallan bien definidos. Varios estudios han
señalado que mujeres jóvenes que consumen dietas habituales tienen balances negativos de
magnesio, y recientemente se ha observado que el déficit de magnesio puede desencadenar
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hipertensión y un mayor riesgo de preeclampsia en las mujeres gestantes. Por ello, es
aconsejable que durante el embarazo se asegure una ingesta de magnesio como mínimo igual
a la recomendada por los organismos internacionales (350 mg/día).

 Hierro: El hierro es un elemento mineral esencial para la vida, ya que se trata de un


componente funcional de la hemoglobina circulante y de la mioglobina presente en el
músculo, así como de otras proteínas tisulares de gran importancia fisiológica para la
respiración celular. El organismo contiene depósitos de hierro en forma de ferritina y de
hemosiderina en el hígado, el bazo y la médula ósea. Sin embargo, cuando las necesidades
fisiológicas de este mineral son elevadas, como en los niños pequeños y en las mujeres
gestantes, los depósitos de hierro resultan a menudo nulos o escasos.
Es importante señalar que cuando se producen estados carenciales de hierro es porque los
depósitos están completamente agotados.
Las mujeres tienen unas necesidades de hierro superiores a las de los hombres debido a las
pérdidas periódicas en la menstruación, y dichas pérdidas pueden incrementarse cuando se
utilizan dispositivos intrauterinos como anticonceptivos. El caso de las mujeres gestantes
representa una situación especial, ya que precisan hierro para reponer las pérdidas basales,
para la expansión de la masa de los glóbulos rojos y para cubrir las necesidades del feto y de
la placenta. Esta demanda de hierro no se distribuye de manera uniforme a lo largo de toda la
gestación, sino que aumenta desde 0,8 mg/día en el primer trimestre hasta 6,3 mg/día en el
tercero, por lo que dichas necesidades no pueden cubrirse con el hierro aportado por la dieta
durante el segundo y tercer trimestre, incluso si su biodisponibilidad es alta.
Se calcula que el costo que sobre el hierro corporal impone el embarazo es de
aproximadamente 1.040 mg, de los que sólo se retienen 200 mg cuando el volumen
sanguíneo disminuye. Por ello, el déficit real de hierro para el organismo de la mujer es de
840 mg, los cuales son transferidos al feto (≃300 mg), a la formación de la placenta (75 mg),
a la expansión del volumen de eritrocitos (≃ 200 mg) y a la sangre que se pierde durante el
parto (≃ 200 mg). A menos que se considere que la mujer posee unas reservas corporales de
hierro elevadas, del orden de 500 mg, conviene suministrar suplementos de hierro o
alimentos enriquecidos en hierro a las gestantes para que alcancen el incremento previsto de

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la masa de hemoglobina de la madre.
La literatura científica disponible y los datos del estudio de la ciudad de Camden, New
Jersey, este último realizado en mujeres gestantes adolescentes y en mujeres de edad
avanzada, indican que la anemia materna, especialmente en los dos primeros trimestres del
embarazo, se asocia a un aumento en la incidencia de aborto espontáneo, prematuridad, bajo
peso al nacer y muerte perinatal. Como la anemia puede deberse a una dieta pobre, se estima
que el consumo de otros nutrientes importantes, como proteínas, zinc, etc., puede ser
insuficiente, por lo que se recomienda que las gestantes mejoren su dieta general, además de
ingerir suplementos de hierro.
Los niños de bajo peso, procedentes de mujeres anémicas, tienen depósitos limitados de
hierro, por lo que su dieta debe ser suplementada con 2 mg/kg/día.
Para la prevención de la deficiencia de hierro durante la gestación se recomienda su
administración sistemática diaria, preferentemente en forma ferrosa, comenzando en la
semana 12 de gestación, además de una dieta equilibrada que contenga factores que
favorezcan la absorción de este mineral, tales como vitamina C y carne. No obstante, se debe
evitar el suplemento excesivo de hierro, ya que genera problemas intestinales y macrocitosis
materna, además de interferir con la absorción de otros elementos minerales, como el zinc y
el cobre, que también son esenciales para el desarrollo fetal. En todo caso, si se utilizan
alimentos enriquecidos, éstos deben contener hierro en una forma de elevada
biodisponibilidad y no ingerirse con líquidos que puedan obstaculizar la absorción, como
café o té.

 Zinc: El zinc es un elemento esencial para la vida por ser cofactor de numerosas enzimas,
algunas implicadas en la replicación de los ácidos nucleicos, el material de la herencia.
Dietas deficientes en zinc dan lugar a crecimiento intrauterino retardado, parto pretérmino,
atonía uterina posparto y alteraciones de la conducta y de la capacidad de aprendizaje de la
descendencia.
El zinc plasmático comienza a descender al principio de la gestación y continúa
disminuyendo hasta el parto, alcanzando una concentración un 35% más baja que la de las
mujeres no gestantes. La proporción de zinc fetal-zinc materno es de 1,5, lo que sugiere que

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hay un transporte activo desde la placenta hasta el feto. El transporte placentario de zinc se
altera por la ingesta crónica de alcohol, una de las muchas razones por las que debe evitarse
su consumo durante el embarazo.
Se recomienda que la ingesta de zinc durante la gestación sea de 15 mg/día, 3 mg más que en
situación de normalidad, con objeto de compensar las necesidades fetales. Este valor está
basado en que la biodisponibilidad del zinc dietético es relativamente baja (20%). La ingesta
usual de las mujeres gestantes oscila entre 9 y 11 mg/día, y en las mujeres vegetarianas es
mucho menor, por lo que se aconseja complementar la dieta hasta alcanzar la cifra de 15 mg,
especialmente en aquéllas con alto riesgo debido a que consumen una dieta inadecuada,
tienen un embarazo múltiple o fuman. Asimismo, también se aconseja esta ingesta de zinc en
las mujeres que están siendo tratadas con hierro, ya que dosis de hierro superiores a 30
mg/día pueden interferir con la absorción de zinc.

 Cobre: En modelos experimentales, el déficit de cobre materno causa infertilidad, aborto y


muerte fetal. No obstante, no se ha demostrado que en la gestación humana exista deficiencia
de este metal. Por ello, en las gestantes no se recomienda una ingesta de cobre superior a la
de los adultos normales. De todos modos, cuando se administran suplementos de zinc se
aconseja un complemento diario de 2 mg de cobre para compensar su relativamente pobre
absorción.

 Yodo, selenio y flúor: La deficiencia de yodo durante el embarazo causa hipotiroidismo


fetal y, como consecuencia, un número de alteraciones profundas tales como cretinismo,
aborto, anomalías fetales, sordera profunda y muerte fetal. Las hormonas tiroideas son
críticas para el desarrollo normal del cerebro y para su maduración. Así, las manifestaciones
de cretinismo tales como pequeña estatura y rigidez dependen del estadio de la gestación en
que aparece el hipotiroidismo. Esta enfermedad se puede prevenir corrigiendo la deficiencia
de yodo antes o durante los tres primeros meses de gestación.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que alrededor de 20 millones de
personas en el mundo tienen daños cerebrales debidos a la deficiencia de yodo materno y que
tal situación puede prevenirse mediante suplementos de este elemento.

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La ingesta recomendada de yodo para las mujeres gestantes es de 220 μg/día; la de selenio,
de 60 μg/día; y la de flúor, de 3 mg/día (Tabla 3).

Vitaminas

 Vitamina A: Durante el periodo perinatal, la vitamina A es importante para el crecimiento


fetal y existe un transporte placentario elevado de esta vitamina hacia el feto. En situaciones
de desnutrición crónica, la deficiencia de vitamina A se asocia a retraso del crecimiento
intrauterino y prematuridad.
En los países desarrollados, la insuficiencia de vitamina A es muy rara. Por el contrario,
pueden existir problemas derivados del consumo excesivo de suplementos de vitamina A o
de isotretinoína, un compuesto utilizado para el tratamiento del acné quístico. Grandes dosis
de vitamina A (20.000-50.000 UI) pueden ocasionar anomalías del sistema nervioso central y
del sistema cardiovascular, así como anomalías . Las recomendaciones de ingesta de
vitamina A para la mujer en periodo de gestación son de 770 equivalentes de retinol.

 Vitamina D: Todas las formas de la vitamina D son transportadas activamente desde la


placenta hasta el feto. La forma biológicamente activa de la vitamina D, el 1,25
dihidroxicolecalciferol, circula durante la gestación en concentraciones elevadas en el plasma
sanguíneo, tanto en forma libre como ligada. La insuficiencia de vitamina D durante el
embarazo se asocia con varias alteraciones en el metabolismo del calcio, tanto en la madre
como en el feto, tales como hipocalcemia neonatal y tetania, hipoplasia infantil del esmalte
dental y osteomalacia materna. El suplemento de 10 μg (400 UI)/día en mujeres afectadas
reduce la incidencia de hipocalcemia neonatal, y dosis algo más elevadas (25 μg) aumentan
la ganancia de estatura y peso de los niños durante la vida posnatal.
Durante el invierno es preciso asegurar la ingesta de vitamina D a través de la dieta; la leche
y los productos lácteos fortificados representan la fuente alimentaria más adecuada para
cubrir las necesidades de esta vitamina. La suplementación con vitamina D es, en todo caso,

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necesaria para las personas con hábitos vegetarianos y para quienes tienen un consumo
escaso de productos lácteos.

 Vitamina B6: Las concentraciones plasmáticas de piridoxal fosfato (PLP), el metabolito


activo de la vitamina B6, son más bajas en las mujeres gestantes que en las no gestantes. Por
el contrario, el feto mantiene niveles plasmáticos muy altos. Se necesitan ingestas elevadas
(> 10 mg/día) para prevenir el descenso plasmático durante la gestación. Sin embargo, esta
dosis no es posible alcanzarla con una dieta habitual. Actualmente se recomienda una toma
adicional de 0,6 mg de vitamina B6 hasta lograr una ingesta de 1,9 mg/día, ya que un mayor
consumo no se correlaciona con beneficios específicos para la madre o el feto, y se considera
que la disminución de PLP es fisiológica durante el embarazo. El Instituto de Medicina de
EE UU aconseja incrementar la ingestión de vitamina B6 en un 46% durante la gestación.
A pesar del uso habitual de dosis elevadas de vitamina B6 (75 mg) para evitar las náuseas
durante la gestación, su efectividad es muy limitada. Por otra parte, la relación entre el déficit
de vitamina B6 y la hipertensión inducida por el embarazo (HIE) es objeto de controversia.
El suplemento de 10 mg/día a mujeres con HIE parece reducir la incidencia de esta anomalía,
aunque otros estudios no han podido confirmar esta hipótesis.

 Vitamina C: Varios estudios epidemiológicos indican que la insuficiencia de vitamina C


puede ser teratogénica, y otros trabajos sugieren que el déficit de esta vitamina puede
ocasionar rotura prematura de las membranas amnióticas e HIE. Sin embargo, el consumo de
megadosis de vitamina C puede ser causa de escorbuto en el lactante, al inducir una
dependencia fetal intrauterina del ácido ascórbico. Las personas usuarias de anticonceptivos
orales durante largos periodos, las consumidoras de salicilatos, las fumadoras y las
consumidoras de alcohol y otras drogas, así como las mujeres con gestación múltiple, tienen
necesidades más elevadas de vitamina C, por lo que han de recibir un suplemento de 50
mg/día, y se recomienda que incrementen el consumo de frutas y verduras. En cualquier caso,
los requerimientos de ingesta de la mujer gestante son de 85 mg/día, superiores en 10 mg a
los de mujeres normales sin embarazo, debido fundamentalmente a las mayores necesidades
fetales.

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 Ácido fólico: En 1964 se sugirió por primera vez que una cantidad orgánica inadecuada de
folatos en la mujer podría ser la causa de la elevada incidencia de defectos del tubo neural. El
folato o ácido fólico es una vitamina hidrosoluble que participa en la transferencia de
unidades monocarbonadas en el metabolismo, especialmente en la síntesis de ácidos
nucleicos, responsables del mantenimiento del material genético y de la expresión génica).
Por tanto, es una vitamina esencial para la proliferación celular y el crecimiento. La
expresión “defectos del tubo neural” (DTN) es un concepto genérico usado para describir una
malformación de la médula espinal durante la fase embrionaria o fetal. Los defectos del tubo
neural incluyen la espina bífida, la anencefalia y el encefalocele. La espina bífida está
provocada por un fallo en la porción inferior del tubo neural que impide su cierre natural en
el 28 día posterior a la fecundación, lo que da lugar a una serie de incapacidades que incluyen
la parálisis de los miembros inferiores e hidrocefalia. La anencefalia es una situación
incompatible con la vida, debido a la falta de desarrollo de la cavidad craneana. Y el
encefalocele es un defecto craneal que causa la protrusión del cerebro hacia el exterior de la
cavidad.
Durante las décadas siguientes a aquella en que se sugirió esta asociación, numerosas
investigaciones han examinado la función del ácido fólico y de la suplementación de esta
vitamina a la dieta de las mujeres embarazadas durante el periodo de gestación y algunos
meses anteriores a la fecundación.
Un estudio multicéntrico llevado a cabo por el Medical Research Council del Reino Unido en
siete países, con 1.817 mujeres de alto riesgo durante el embarazo para desarrollar algún
DTN en el feto, ha demostrado que la complementación con 4 mg/día de ácido fólico, al
menos durante un mes antes de la concepción y durante las primeras 12 semanas de gestación,
previene la formación de tales defectos.
El complemento preciso para mantener niveles normales de folato en los eritrocitos en casi
todas las mujeres gestantes es como mínimo de 100 μg/día, pero se recomienda que, para
cubrir las necesidades totales, el suplemento sea del orden de 200-300 μg diarios, de manera
que la ingesta total alcance por lo menos los 600 μg de equivalentes dietéticos de folato.

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INCREMENTO PONDERAL DURANTE EL EMBARAZO

El peso materno pregestacional, el índice de masa corporal (IMC), el patrón de ganancia de


peso gestacional y la ganancia total de peso gestacional son factores determinantes del peso al
nacer del recién nacido, de su talla y de su adiposidad. Tanto el peso al nacer como la adiposidad
son importantes ya que tienen gran impacto en la morbilidad y mortalidad neonatal, y además
afectan al peso en edad adulta y a la salud a largo plazo.

Así, por ejemplo, un bajo o alto peso al nacer puede afectar riesgos futuros de este recién
nacido para desarrollar diabetes, hipertensión y enfermedad cardiovascular. La ganancia de peso
gestacional también impacta en la madre, de manera que un incremento excesivo de peso
gestacional incrementa el riesgo de retención de peso posparto, que a su vez incrementa el riesgo
de convertirse en obesa o empeorar su grado de obesidad.

Se debe determinar el IMC preconcepcional y el IMC en la primera visita prenatal. El peso


materno ideal es aquel que oscila entre un IMC de 18,5-24,9%. Un IMC entre 24,9%-29,9% será
considerado como sobre peso y un IMC superior o igual a 30, se considerará obesidad.

Las mujeres deben automonitorizarse la ganancia de peso, asimismo se debe realizar la


monitorización de peso en la consulta, de manera que un peso inadecuado o excesivo pueda
identificarse precozmente y establecer intervenciones que puedan mejorar ese peso. Estas
medidas podrían incluir el acceso a comida más saludable, el cambio de dieta y el incremento de
la actividad física e incluso visitas frecuentes a enfermería especializada a nutricionistas.

A pesar de saberse que el incremento de peso durante el embarazo depende en gran medida
de la constitución corporal de la mujer, existe consenso de que la gestante delgada debe adicionar
más kilogramos en este período que la de peso promedio alto, pero dicha ganancia no tiene lugar
de modo regular durante el embarazo fisiológico cualquiera haya sido el estado nutricional
inicial de la futura mamá.

La ganancia de peso, en sentido general, es progresiva, y expresada en una gráfica adopta


una curva lineal con inclinación ascendente desde la semana 13 con tendencia a estabilizarse en
las últimas 2 a 3 semanas del embarazo; no obstante, diferentes autores expresan discrepancias

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acerca de los incrementos de peso deseados durante el segundo y tercer trimestre del embarazo,
según se aprecia a continuación.

En una mujer de estatura media, con una evaluación ponderal dentro de límites adecuados, la
gravidez normal tiene un aumento de peso apenas evidente en el primer trimestre, e incluso, es
natural alguna pérdida de este. En el trimestre subsiguiente es frecuente un incremento semanal
que oscila entre 250 a 400 g (aproximadamente de 8 a 13 onzas). En cambio, en el tercer tercio
de la gestación es habitual una ganancia de 400 a 500 g por semana (aproximadamente de 13 a
17 onzas), excepto las últimas una o dos semanas antes del parto a término, en las cuales casi no
se identifica aumento alguno. Al final de la gestación la mujer corriente suele pesar, como
promedio, unos 11 kg más que antes de su inicio.

La ganancia total de peso entre el comienzo y el final del embarazo deberá ser superior al
10 % de su peso inicial.

Mujer con normopeso pregestacional

En 2015, la prevalencia en Estados Unidos de peso normal pregestacional fue del 45%. Una
mujer con IMC en rango normal debe ser educada acerca de la nutrición, el ejercicio físico y la
ganancia apropiada de peso durante el embarazo. La ganancia de peso mensual en el primer
trimestre debe ser mínima (0,5-1,5 kg). Por último, en la segunda etapa del embarazo, las
mujeres deben saber que la ingesta calórica se incrementa, pero solamente 300 calorías al día
para conseguir una ganancia de 0,5 kg a la semana.

En la etapa postparto, se debe aconsejar a las pacientes con normopeso durante la gestación,
que mantengan el peso normal posparto, ya que el incremento excesivo de peso entre el primer y
segundo hijo aumenta el riesgo de eventos adversos durante la siguiente gestación.

Mujer con sobrepeso u obesidad

En EEUU, un 50% de las mujeres tienen sobrepeso o están obesas antes de la gestación.
Datos de la encuesta de National Health and Nutrition Examination Survey (NHANES) realizada
en EEUU en 2009-2010, muestran que el 31,9% de las mujeres en edad reproductiva (20-39 años)
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son obesas (IMC > 30); con una prevalencia mayor en las mujeres negras no hispanas (56,2%).
Entre las complicaciones obstétricas se incluyen las siguientes:

a) Maternas (complicaciones médicas: diabetes gestacional, hipertensión inducida por el


embarazo, tromboembolismo, aumento de tasa de cesáreas, complicaciones quirúrgicas-
anestésicas).

b) Fetales (malformaciones fetales y/o mayor dificultad para el diagnóstico de las mismas, fetos
grandes para edad gestacional, macrosomía, traumatismo obstétrico, obesidad infantil-adult).

La dieta y el ejercicio ayudan a prevenir la ganancia excesiva de peso. Diferentes revisiones


sistemáticas y meta-análisis han analizado el efecto de una intervención antenatal (consejo sobre
dieta, actividad física, y óptima ganancia de peso) para la prevención de la misma. Aunque
algunos de estos estudios han encontrado que estas intervenciones disminuyen significativamente
la ganancia de peso, no se ha podido demostrar una reducción en las complicaciones maternas o
fetales, probablemente debido al tamaño muestral y diseño de algunos de ellos.

En el caso de que la ganancia de peso sea inferior a la recomendada, si el crecimiento fetal


es adecuado, no se debe corregir, ya que la ganancia de peso óptima es controvertida y algunos
estudios han mostrado resultados maternos y fetales similares con ganancia de peso considerado
óptimos e incluso subóptimos. De hecho, la ganancia de peso por debajo de las recomendaciones
se asocia a una reducción de macrosomía, de hipertensión gestacional y de intervenciones
obstétricas . Sin embargo, si el crecimiento fetal se ve afectado, debe potenciarse la ganancia de
peso recomendada para el embarazo.

Mujeres con bajo peso

Un 4% de las mujeres en EEUU están en un peso inferior al recomendado antes de la


concepción. Se debe promover la ganancia de peso hasta un IMC normal antes de la gestación,
evitando así el riesgo de parto pretérmino espontáneo y recién nacido de bajo peso que ocasiona
este peso infranormal en la gestación. En estas pacientes se deben evaluar los hábitos
nutricionales y cribar posibles desórdenes alimentarios. La prevalencia de bajo peso antes del
embarazo es más alta entre las mujeres menores de 20 años.

17
Hay evidencia de que el peso o mejor el Índice de Masa Corporal (IMC) materno, el aumento
de peso ganado durante el embarazo y la forma de adquirir ese peso durante la misma, son
factores importantes que determinan el peso y la talla al nacer del recién nacido (RN).

La ganancia de peso durante el embarazo afecta a la salud de la embarazada y del bebé,


durante y después del embarazo. Se ha relacionado una ganancia ponderal excesiva y un peso
fetal alto en el momento del parto, a lo largo de la infancia e incluso en la adolescencia. También
se ha relacionado una ganancia insuficiente de peso durante el embarazo por parte de la gestante
y el nacimiento de bebés con bajo peso.

El peso del RN tiene gran impacto en la morbillidad y mortalidad y también afecta a la salud
futura a largo plazo del niño-adulto. Como ejemplo, el bajo peso y probablemente el peso
elevado al nacimiento, influye sobre el riesgo futuro de ese bebé para desarrollar diabetes,
hipertensión arterial y enfermedades cardiovasculares.

A lo largo del embarazo se produce normalmente una elevación en el peso corporal; la


media de este aumento, en mujeres que tienen su primer embarazo y que ingieren una dieta sin
restricciones, oscila entre 11 y 12,5 kg. Este peso representa a dos componentes principales:

1. Los productos de la concepción (feto, fluido amniótico y placenta).

2. El crecimiento de los tejidos maternos (expansión del volumen sanguíneo e incremento del
tamaño del útero, de las glándulas mamarias y del tejido adiposo).

Sin embargo, cuando se analiza de forma indvidual el incremento del peso se observan
variaciones importantes entre un mes y otro, las cuales son debidas, fundamentalmente, al
aumento del líquido intersticial y a la acumulación o consumo de los depósitos de grasa corporal.

Durante la gestación se produce, como promedio, un incremento de 1.200 g de líquido


intersticial y de 1.000 a 3.000 g de grasa, por lo que se considera que un aumento de peso menor
de 7 kg indica un consumo de reservas grasas, en tanto que una elevación mayor de 13 kg apunta
a una acumulación excesiva del tejido graso de reserva.

18
ALIMENTACIÓN DE LA MUJER LACTANTE

La leche materna debe garantizar la adecuada nutrición del lactante como continuación de la
nutrición intrauterina, y tanto el estado nutritivo materno como su alimentación pueden influir en
la composición de la leche y, por lo tanto, en el aporte de nutrientes al lactante.

Las necesidades nutricionales del recién nacido son más altas que en cualquier otra etapa de
su desarrollo, y existe evidencia de que la composición de la leche se modifica a lo largo del
tiempo según las necesidades cambiantes del niño.

Las necesidades nutricionales de la mujer aumentan durante el embarazo y la lactancia.


Durante la lactancia las glándulas mamarias tienen una cierta autonomía metabólica que
garantiza la adecuada composición de la leche. Todas las madres, a no ser que se encuentren
extremadamente desnutridas, son capaces de producir leche en cantidad y calidad adecuadas.

Las variaciones de la dieta de la madre pueden cambiar el perfil de los ácidos grasos y
algunos micronutrientes, pero no se relacionan con la cantidad de leche ni con su calidad. La
leche de toda madre, a pesar de que esta presente una malnutrición, posee un excelente valor
nutricional e inmunológico. El cuerpo de la madre siempre prioriza las necesidades del bebé y,
por ello, la mayoría de los nutrientes, como el hierro, el cinc, el folato, el calcio y el cobre se
siguen excretando en la leche en un nivel adecuado y estable, a expensas de los depósitos
maternos. En los casos de hambrunas y catástrofes, y cuando existe riesgo de desnutrición
infantil, la medida recomendada por la OMS es promocionar y apoyar la lactancia materna, que
garantiza el correcto desarrollo del bebé, y fortificar la dieta de la madre.

La energía, las proteínas y todos los nutrientes de la leche provienen tanto de la dieta como
de las propias reservas maternas. Las mujeres que no obtienen suficientes nutrientes a través de
su alimentación pueden estar en riesgo de deficiencia de algunos minerales y vitaminas que
cumplen funciones importantes. Estas deficiencias se pueden evitar si la madre mejora su dieta o
toma suplementos nutricionales.

La edad, el peso previo, el nivel de actividad y el metabolismo individual influyen en la


cantidad de alimento que cada mujer necesitará para lograr un estado de nutrición óptimo y una
adecuada producción de leche. La duración y la intensidad de la lactancia influyen también
19
significativamente en las necesidades nutricionales de la madre, aunque rara vez se tienen en
cuenta.

La prevalencia de las deficiencias nutricionales varía según la región, la cultura, los hábitos
de alimentación y el nivel socioeconómico. En nuestro medio son más frecuentes las deficiencias
de micronutrientes que los déficits calórico o proteico. La composición de algunos nutrientes en
la leche depende de la dieta materna, sobre todo si la madre tiene una dieta carencial, y en la
mayoría de los casos estos déficits se corrigen con la administración de suplementos.

La concentración de vitaminas hidrosolubles en la leche materna depende mucho de su


ingesta. Las vitaminas liposolubles dependen fundamentalmente de las reservas maternas,
aunque también pueden aumentar con el aporte exógeno.

Se ha comprobado que las necesidades maternas pueden variar a lo largo de la lactancia. La


ingesta adecuada de energía y una dieta equilibrada que incluya frutas, verduras y productos de
origen animal ayudan a garantizar que las mujeres afronten el embarazo y la lactancia sin
deficiencias. Los requerimientos de algunos nutrientes, especialmente hierro, yodo, ácido fólico
y vitamina A, son más difíciles de alcanzar a través de la ingesta, y por esta razón puede ser
necesario administrar suplementos o tomar alimentos naturales fortificados con estos nutrientes.

Los efectos de la mala alimentación durante la lactancia se reflejan principalmente en la


cantidad de leche producida por la madre, lo que repercute sobre el niño y las reservas maternas,
que pueden verse disminuidas de forma importante para mantener una composición adecuada de
la leche que produce.

Las recomendaciones de ingesta de nutrientes durante la lactancia se calculan de la siguiente


manera: primero se estima la cantidad de energía requerida para la síntesis láctea por una mujer
que produce una cantidad adecuada de leche, después se le suma a esto la cantidad de energía
contenida en la leche, y por último se le resta la energía que aportan las reservas grasas de la
madre, evaluadas por el descenso de peso que tiene la madre durante la lactancia; el resultado
representa la cantidad extra de energía que se precisa para una lactancia adecuada.
Por esta razón, las demandas de nutrientes durante la lactancia son considerablemente más
elevadas que durante el embarazo, ya que la mayoría de las necesidades extra de energía son
20
debidas al volumen y al contenido energético de la leche producida. En los primeros 4-6 meses
tras el parto, el lactante dobla su peso, y la leche segregada en los cuatro primeros meses es de
unos 750 ml/día, lo que representa una cantidad de energía de aproximadamente 525 kcal/día.
Aun cuando una buena fracción de esta energía proviene de los depósitos de grasa acumulados
durante el embarazo, parte de ella ha de ser proporcionada por la dieta ingerida.

La composición de la leche puede verse afectada por la nutrición materna, aunque no todos
los nutrientes cambian con igual intensidad. Incluso si la ingesta de un macronutriente está por
debajo de lo recomendado, la composición de la leche no varía. El contenido de algunos
nutrientes en la leche puede mantenerse en un nivel satisfactorio a expensas de los depósitos de
la madre. No obstante, si hay un estado de desnutrición materna, el volumen de leche segregado
disminuye. Entre los nutrientes cuya composición se modifica por la dieta de la madre están los
ácidos grasos, el yodo, el selenio y la mayoría de las vitaminas.

Las recomendaciones de ingestión de energía y nutrientes durante la lactación han sido


revisadas recientemente. La mayoría de ellas se basan en el conocimiento de la cantidad y
calidad de la leche producida durante la lactación (50 ml en el primer día, 500 ml en el quinto día,
650 ml en el primer mes y 750 ml en el tercer mes de lactación).

Así, se aconseja que la ingesta media de energía sea de 2.730 kcal durante los primeros seis
meses de la lactancia y de 2.800 kcal para los siguientes seis, y la de proteínas de 71 g/día, lo que
supone un 23 y un 30% más que en el caso de una mujer no lactante. La energía necesaria para
mantener la lactancia es proporcional a la cantidad de leche producida, y se estima que es preciso
ingerir 85 kcal por cada 100 ml de leche producida.

BASES FISIOLÓGICAS DE LA LACTANCIA MATERNA

Las etapas del desarrollo mamario van desde la vida embrionaria hasta el retorno a la
glándula no secretora tras el amamantamiento. Algunos autores incluyen la embriogénesis como
primera etapa, otros las clasifican en mamogénesis, lactogénesis I, lactogénesis II, lactogénesis
III o galactopoyesis e involución.

21
Mamogénesis

Con la reactivación del eje hipotálamo-hipófisis-ovario en la pubertad aumenta la secreción


de estrógenos y hormona del crecimiento en las mujeres. Esto produce el crecimiento de los
brotes epiteliales anteriormente formados y la maduración de la glándula, es lo que llamamos la
telarquia. La progesterona, la prolactina (PRL), la adrenocorticotropina (ACTH) o la hormona
estimulante del tiroides (TSH) también favorecen el crecimiento mamario.

Con cada ciclo menstrual se producen pequeños cambios en la mama que favorecen su
ramificación y desarrollo.

Lactogénesis I

Consiste en la producción de leche durante el embarazo. La hormona gonadotropina


coriónica (HCG) y la prolactina (PRL) son responsables del crecimiento y diferenciación de la
mama al inicio del embarazo. El inicio de la producción láctea requiere también del efecto de la
insulina y el cortisol. La prolactina secretada por la hipófisis es regulada por el factor inhibidor
de la prolactina (PIF) secretado por el hipotálamo. La progesterona regula también
negativamente la producción de leche en el embarazo.

A partir de las dieciséis semanas de gestación existe calostro en la mama. En la etapa final
de la gestación ocurren cambios hormonales que preparan al pecho. Se da un importante
descenso de estrógenos, progesterona y lactógeno placentario tras el alumbramiento. Este hecho
junto con la secreción de prolactina, insulina e hidrocortisona son fundamentales para el inicio de
la lactancia.

Lactogénesis II

La lactogénesis II es la conocida “subida de la leche”. Precisa del aumento de flujo


sanguíneo y de oxígeno, así como del consumo de glucosa. Se suele dar alrededor del segundo o
tercer día POSPARTO. Si se demora más allá del quinto al séptimo día hablaríamos de un
retraso en la lactogénesis II. La prolactina (PRL) es la principal encargada de producir la leche y
está influida por numerosas hormonas tales como estrógenos, progesterona, glucocorticoides,
insulina, oxitocina, hormona tiroidea y paratiroidea. El factor inhibidor de la prolactina (PIF) está

22
controlado por las catecolaminas. La dopamina también puede disminuir la secreción de PRL por
su efecto directo en la hipófisis.

La regulación de la producción de leche por la prolactina se basa principalmente en la


succión del recién nacido. Ésta estimula su síntesis y secreción. La secreción de prolactina es
mayor durante las horas nocturnas. La secreción de oxitocina, encargada de la salida de la leche
hacia el exterior, se estimula por el tacto, el olfato y la vista del recién nacido.

Lactogénesis III o galactopoyesis.

La integridad del eje hipotálamo-hipofisario regulando la secreción de prolactina y oxitocina


es esencial para el inicio y mantenimiento de la lactancia. La estimulación del pezón es
fundamental tras el parto, es el mecanismo principal de secreción de prolactina. A mayor y más
temprana estimulación inicial, mayor número de receptores de prolactina y mayor éxito de la
lactancia. Los niveles de prolactina aumentan después de la toma (secreción pulsátil),
produciendo leche para las siguientes.

Cuando hay succión se libera oxitocina, y su acción sobre los receptores de la misma
hormona en las células mioepiteliales produce la eyección de leche desde los alveolos hasta los
conductos lactíferos y al exterior. La secreción de oxitocina es más continua. Posee acción
relajante y sedante y favorece el establecimiento del vínculo entre madre y criatura.

A nivel local la producción de leche está regulada por el aumento de la presión intraalveolar
y el factor inhibidor de la lactogénesis. Cuando la leche no es removida aumenta la presión en la
mama y disminuye el flujo sanguíneo, comprometiendo la llegada hormonal e incluso
provocando la involución de la glándula. El factor inhibidor de la lactogénesis es una proteína
que actúa a nivel de las células disminuyendo la producción de leche y la sensibilidad a la
prolactina cuando no hay un vaciado frecuente.

Involución

Se trata del cese del amamantamiento. Los cambios en la mama son progresivos y puede
permanecer leche hasta varias semanas tras el destete. Se produce la apoptosis celular del tejido

23
que había crecido para producir la leche. Se da también una remodelación del tejido hasta quedar
similar al estado anterior a la gestación.

CALOSTRO Y SU IMPORTANCIA EN LA NUTRICIÓN DEL NEONATO

El calostro es un líquido muy denso, de color amarillento, cuyo volumen, en esos primeros
días, es de 2-20 ml por toma. Esta cantidad es la idónea para satisfacer las necesidades del recién
nacido, cuyo estómago tiene una capacidad comparable a la de una canica (unos 5-7 ml).
Las propiedades y el ritmo de producción de leche calostral responden a necesidades del neonato
que no son cubiertas cuando se administran sucedáneos:

 El escaso volumen del calostro facilita que el bebé aprenda a coordinar succión,
deglución y respiración y disminuye el riesgo de sofocación.
 El pequeño volumen y la baja osmolaridad del calostro aseguran el buen funcionamiento
de los riñones inmaduros del bebé, que no están preparados para manejar grandes
cantidades de líquido ni sobrecargas osmolares.
 El calostro es fácilmente digerible y la presencia de oligosacáridos en él, le confieren
propiedades laxantes que estimulan la expulsión del meconio.
 Alimentar al recién nacido con el calostro de la madre de forma precoz y a demanda
previene la hipoglucemia en el bebé nacido a término sano. Según la Asociación
Española de Pediatría, “los niños a término sanos no desarrollan una hipoglucemia
sintomática sólo como resultado de una ingesta insuficiente. La mayoría de los recién
nacidos no requiere alimentación suplementaria.”

El calostro tiene una alta densidad de sodio, que le confiere un sabor salado muy semejante
al del líquido amniótico. Esto favorece que el recién nacido, que ya se acostumbró en su etapa
fetal a ese sabor, se sienta seguro al percibir que existe una continuidad entre su vida dentro del
útero y fuera de él.

En comparación con la leche madura, el calostro tiene menos cantidades de lactosa, grasa y
vitaminas, pero mayor cantidad de proteínas, vitaminas liposolubles (E, A, K), carotenos y

24
minerales como sodio, zinc, hierro, azufre, manganeso, selenio y potasio. Aporta de media 67
Kcal/100 ml.

Además el calostro contiene: factores de crecimiento que contribuyen a la maduración del


sistema digestivo e inmune, un elevado contenido de IgA secretora y lactoferrina, linfocitos y
macrófagos (100.000 mm3) que evitan la penetración por la vía intestinal de sustancias y
microorganismos nocivos que podrían poner en riesgo la salud del bebé. Además recientemente,
se ha identificado una importante riqueza bacteriana en el calostro, determinante para el
desarrollo adecuado de la flora bacteriana del recién nacido. Los lactantes alimentados con
fórmula presentan una flora bacteriana intestinal muy diferente. Un solo biberón puede inducir
cambios de flora que siguen presentes un mes después. El establecimiento de flora bifidógena en
el intestino del recién nacido amamantado le protege de múltiples enfermedades posteriores.

Si bien es cierto que son los cambios hormonales que se producen tras el parto los que
desencadenan la subida de leche (ésta se da también en las mujeres que deciden no amamantar),
la succión y el vaciado frecuentes en los primeros días son necesarios para asegurar una buena
instauración de la lactancia. El funcionamiento óptimo de la mama viene dado no sólo por la
acción hormonal, sino también por el vaciado de la misma. Por lo tanto, según recomienda la
OMS, las madres deberían comenzar a “amamantar a sus hijos en su primera hora de vida, lo que
se conoce como inicio temprano de la lactancia materna”.
No se han demostrado efectos perjudiciales para el recién nacido cuya madre amamanta durante
el embarazo a un hijo mayor y tras el parto amamanta en tandem. Poco antes y tras el nacimiento
del nuevo bebé, la leche materna pasa por una etapa calostral. Especialmente en los primeros
días, es importante que la madre de preferencia al amamantamiento del recién nacido.

Aunque la mujer decida no alimentar a su hijo al pecho, es recomendable que, al menos,


diera a su bebé su calostro. La protección que confiere a nivel inmune y sus características
nutricionales lo convierten en insustituible para el mejor comienzo de vida de cualquier ser
humano.

25
CONCLUSIÓN

El estado nutricional de la madre es el resultado del balance entre las necesidades y el gasto
de energía alimentaria y el resultado de una gran cantidad de determinantes representado por
factores; las alteraciones en la nutrición materna se reflejan frecuentemente en el retardo del
crecimiento fetal. Una ingestión insuficiente o excesiva de nutrientes, impide la utilización
óptima de los alimentos ingeridos. Las causas básicas de los problemas nutricionales son:
(desnutrición proteico - energética, carencias de micronutrientes y enfermedades no
transmisibles relacionadas con la alimentación. Durante la gestación se incrementan las
necesidades de energía en 300-452 kcal/día, las de proteínas en un 54%, al tiempo que se elevan
los requerimientos de vitaminas, principalmente los folatos, y de minerales, sobre todo hierro,
zinc, magnesio, selenio y yodo.

La nutrición materna antes del embarazo es reconocida como un factor importante del
resultado del nacimiento. Existe una relación directa entre la masa corporal de la madre y el
desarrollo de la masa corporal del producto. Mujeres con bajo peso para su talla, presentan una
serie de peligros para su producto, entre los que se cuentan la desnutrición fetal y el bajo peso al
nacer, lo que aumenta varias veces el riesgo de morbilidad neonatal e infantil, causa trastornos
familiares y sobrecarga los presupuestos de los servicios de cuidados intensivos y neonatales.
Estos efectos se incrementan si además, la gestante experimenta poca ganancia de peso durante
el embarazo y muestra bajos valores hemoglóbicos.

Hay evidencia de que el peso o mejor el Índice de Masa Corporal (IMC) materno, el
aumento de peso ganado durante el embarazo y la forma de adquirir ese peso durante la misma,
son factores importantes que determinan el peso y la talla al nacer del recién nacido (RN).
También se ha descrito que el incremento excesivo o insuficiente de peso durante la gestación
puede asociarse a problemas de peso en el feto (peso alto o bajo) y alteraciones en el momento
del parto (problemas para el nacimiento o asfixia perinatal). Por esta razón, es necesario que la
mujer gestante ingiera una cantidad adecuada de nutrientes durante el embarazo, y para ello los
organismos internacionales han establecido tablas de ingestas dietéticas de referencia.

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Durante la lactancia se produce una caída rápida de los estrógenos y la progesterona, así
como un aumento importante de la prolactina, todo lo cual permite el inicio de la secreción láctea.
La leche humana es un fluido biológico vivo cuya composición va variando a lo largo del tiempo,
y es capaz de adaptarse a los requerimientos nutricionales e inmunológicos del niño a medida
que éste se va desarrollando.

Se distinguen varias etapas en la producción de leche. Ya durante el embarazo, se puede


observar precalostro y, tras el postparto, en los siguientes 3-4 días la mama produce calostro

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BIBLIOGRAFIAS

Gil Hernández A. Camarero González E. Culebras Fernandez J. Gonzalez Gallego J. León Sanz
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Brown J (2014) Nutrición en las diferentes etapas de la vida. 5ta edición

Bejarano Roncancio J. Ladino Hernandez L. (Febrero2015) NUTRICION CLINICA EN


PEDIATRIA. Avances y prácticas

Delgado Martin J. Fernandez Miranda M. Suy Franch A. (Mayo 2018) NUTRICION Y


EMBARAZO. Programa de salud de la madre y el feto.

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