El Precio Del Progreso: Cultura vs. Codicia en San Jacinto
El Precio Del Progreso: Cultura vs. Codicia en San Jacinto
El Precio Del Progreso: Cultura vs. Codicia en San Jacinto
Los microbuseros y los dueños de las combis estaban divididos sobre las noticias del
hallazgo arqueológico. Para algunos, no importaba mucho si la gente venía para rezar a
San Jasho, o a mirar los restos de “un fulano equis que había muerto hace siglos”. Para
otros, la cosa no era tan sencilla.
––Miren, compañeros, con San Jasho tenemos bastante chamba todos los días, pero
¿ustedes creen que tanta gente va a venir a ver al tipo enterrado en el cerro?
––Vendrán los gringos, los turistas extranjeros, y traerán mucha más plata que nuestra
pobre gente con sus velitas y sus manojos de flores.
––Puede ser, en Dios sabe cuántos años… Para poder excavar y descubrir todo lo que
hay en la huaca, tendrán que tumbar la capilla. Entonces, adiós chamba.
––Y si vienen los gringos, no van a usar nuestros carros. Son las agencias extranjeras de
turismo, las que sacarán la tajada, como sucede actualmente en el Cusco. Por mí, que se
quede nuestro Jasho; más vale pájaro en mano que ciento volando. (Garnett, 2012, p.
117)
El diálogo anterior contrasta dos visiones claramente diferenciadas. Por un lado, quienes
perciben el hallazgo arqueológico como una oportunidad económica invaluable, confiando en
que el turismo revitalizará sus negocios. Por otro lado, quienes lo ven como una amenaza directa
a su estabilidad laboral, preocupados de que los proyectos de excavación puedan comprometer
sus medios de subsistencia. Esta tensión entre la seguridad económica inmediata y la promesa
incierta de un futuro próspero revela cómo los intereses individuales pueden fragmentar la
opinión colectiva en torno a las transformaciones sociales y económicas.
En nuestra opinión, Garnett plantea una dicotomía entre conservar lo conocido y seguro
o arriesgarlo todo por la posibilidad de obtener mayores beneficios económicos. Este dilema
económico y cultural es recurrente en muchas comunidades que hoy enfrentan el auge del
turismo en zonas de valor arqueológico o religioso. En tales contextos, los intereses locales
suelen verse relegados frente a las prioridades de corporaciones o gobiernos que buscan
explotar el potencial turístico, dejando a los pequeños empresarios en situación de
vulnerabilidad. Un claro ejemplo de esta dinámica se observa en Cusco, donde a pesar de sus
ingresos significativos provenientes del turismo, la distribución económica sigue siendo
desigual, y el patrimonio cultural enfrenta un deterioro constante.
––Éste es el meollo del problema, hermanos ―insistió Pablo Machuca a los integrantes
de la Hermandad―. Si destruyen la capilla, no va a haber ni negocio ni chamba para
nadie aquí.
––Los del Consorcio Minero dicen que no sólo van a sacar el caolín, sino también,
pondrán una fábrica de porcelana fina aquí.
––¿Y tú les crees? Eso dicen para que les demos nuestro apoyo. Luego, a la hora de la
hora, traerán a gente de afuera, so pretexto de que somos ignorantes y no sabemos
producir lo que ellos quieren.
––Y no será para años. ¿Qué vamos a hacer si destruyen la capilla dentro de unos meses
hasta que pongan una fábrica, en no sé cuántos años?
––Tienes razón. Se va la capilla y se va la chamba al toque.
––No sólo de pan vive el hombre ―insistió Pablo Machuca―. ¿De qué sirven las ofertas
de trabajo de parte del Consorcio si, al mismo tiempo, nos quitan el acceso a la salud
que nos brinda nuestro Jasho?
––¿Cómo podemos impedir que vengan a destruir la capilla? Meterán maquinaria bajo
la protección de un pelotón de cachacos y ¡zas! En un dos por tres, no habrá ni recuerdo
del santuario.
––El obispo no quiere saber nada de nosotros; ni el párroco tampoco. Ambos quieren
que desaparezca el santuario.
––También los arqueólogos han dicho que quieren tumbar la capilla para poder excavar.
––Estamos jodidos.
––Como siempre, compadre; pero tenemos que luchar para que no destruyan todo.
(Garnett, 2012, p. 127)
––Eres demasiado ligero en tus actuaciones. Tienes una obligación moral de hacer todo
lo posible para el bienestar de los fieles; no sólo en lo espiritual, que es lo primordial
para un sacerdote, por supuesto, sino también, en lo material. Los arqueólogos no te van
a dar nada, ni para restaurar la iglesia, ni tampoco para ayudar atender a los pobres de
la parroquia. Pero, podrías sacar una buena tajada del Consorcio Minero.
––Sí, monseñor; pero usted sabe que la minería es una actividad cuestionable, desde el
punto de vista moral.
––Nada de eso se puede hacer en el vacío, monseñor, y la misma Palabra de Dios nos
instiga a cuestionar toda actividad humana, sea política, o sea económica. Así, también
enseña la doctrina social de la Iglesia.
––Padre, lamento tu tono ligero y poco serio. Tengo mucho que hacer, y quisiera que
reflexiones bien sobre tu deber para con los fieles de San Jacinto.
“Hasta el mismo obispo se ha dejado atrapar por ese Satanás de Jacinto Rojas y llama
al pueblo San Jacinto”, musitó el párroco. Luego, como buen soldado, regresó a las
trincheras para obedecer las órdenes de su general. (Garnett, 2012, p. 132)
Los escándalos en la Iglesia, como el del Banco del Vaticano en los años ochenta,
vinculado con el crimen organizado y el blanqueo de dinero, sirven como ejemplos de cómo
los intereses financieros pueden comprometer su integridad institucional. Este trozo en Don
Jasho evoca esta lucha entre la pureza del mensaje religioso y las concesiones que, en nombre
de la estabilidad material, abren las puertas a una corrupción latente dentro de la estructura
eclesiástica. ¿Puede una organización religiosa justificar la pérdida de principios morales a
cambio de beneficios económicos, o debería asumir un papel activo en la defensa de la justicia
social y la protección del medio ambiente?
Reflexionemos finalmente sobre la colisión entre la ambición empresarial y el respeto
por el patrimonio cultural y religioso de la comunidad con el siguiente segmento.
––Por mala suerte, nuestras investigaciones demuestran que no hay caolín de mejor
calidad en todo el país. Con lo que hay allí, en Santa María, podríamos crear la porcelana
más fina del mundo. Tú piensas que sólo cuento soles o dólares. No es así, cuñado. Yo
también tengo un sueño, y me fascina la posibilidad de crear algo mejor que lo se
producen en las fábricas de Dresde o de Meissen, mejor que los ingleses, mejor aún que
los mismos chinos. Yo no puedo permitir que los huesos de un borracho, y un fulano
equis que murió hace siglos, impidan este sueño.
––Los pobladores están dispuestos a lanzar una batalla para defender su santuario y los
arqueólogos están logrando el apoyo extranjero.
––Los pobladores correrán ante unas cuantas bombas lacrimógenas. ¿Qué paso cuando
los talibanes en Afganistán decidieron destruir unas estatuas del Buda? Todo el mundo
piteó. Los talibanes les mostraron el dedo medio y demolieron las estatuas. ¡Punto,
amén! Eso es lo que tenemos que hacer. De nada me sirve tener sueños, si no tengo
cojones.
––¿Otro trago?
––¿Qué?
––Voy a demostrarle a la gente de aquí, que no somos bárbaros, sino que apoyamos la
cultura.
––¿Cómo?
––Sí, siempre hay jóvenes que quieren publicar sus poesías o sus cuentos.
El empresario obsesionado con producir la porcelana más fina del mundo, en la plática
anterior, resalta el costo humano y espiritual de una mentalidad pragmática que ignora la
importancia de la historia y las creencias colectivas. Los restos arqueológicos y los milagros
atribuidos a Don Jacinto aparecen aquí como meros obstáculos para un proyecto industrial que
no considera el impacto sobre la comunidad. Esta tensión entre el progreso económico y la
preservación de las tradiciones se acentúa con la referencia a la destrucción de las estatuas de
Buda por los talibanes, una imagen que remarca la indiferencia hacia el pasado. Asimismo, la
supuesta disposición de los empresarios a "apoyar la cultura" se perfila como una táctica cínica,
orientada más a justificar sus acciones que a promover un verdadero compromiso con el
bienestar colectivo.
Recapitulando, Don Jasho de Miguel Garnett examina con agudeza el conflicto entre el
progreso económico y la preservación del patrimonio cultural y espiritual de las comunidades
andinas. Muestra cómo el autodenominado progreso económico tiende a acentuar las
desigualdades, favoreciendo a grandes corporaciones y relegando a los pequeños empresarios
a la vulnerabilidad. Expone la compleja tensión entre modernización y conservación, un tema
recurrente en las comunidades rurales que sufren la intervención de intereses económicos
externos. Captura de manera magistral cómo las instituciones religiosas, en ocasiones,
comprometen sus principios éticos para obtener beneficios materiales, una temática que resuena
con la realidad histórica de la corrupción en la Iglesia. Y revela cómo las iniciativas económicas
suelen disfrazarse de apoyo cultural para ocultar el daño irreversible a la comunidad. ¿Estamos
ante un paralelismo de la colonización disfrazada de modernidad?
REFERENCIAS
Garnett, M. (2012). Don Jasho (3.a ed.). Petroglifo.
Ramos, S., & Medina, L. (2024). Conflictos sociales en Perú: Desafíos y reflexiones sobre
tierras indígenas, extractivismo y el modelo neoliberal. Revista revoluciones, 6(15),
Article 15. https://doi.org/10.35622/j.rr.2024.015.004