La Huelga Más Larga
La Huelga Más Larga
La Huelga Más Larga
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Índice
5 Presentación. Enrique García y Manolo Sáez de las gentes
de Zambra y Baladre.
63 Capítulo 3. La huelga.
159 Agradecimientos
Presentación
De yeseros, asambleas, )
trastiendas y
rentas básicas
5
dísimas, donde nos mete a todas en esa Extremadura que lucha por el
acceso a la Tierra para todas, a la posibilidad real de articular la vida
digna para todas las personas. Aquel libro lo presentamos en pueblos
y plazas de Extremadura durante los años 2005 y 2006 y eso nos
hizo poder compartir muchísimas horas y momentos diferentes con
Manolo Cañada Porras, una excelente persona, exigente para consigo
como pocas, amante de la justicia, luchadora por los derechos para
todas las personas, y de su mano fuimos conociendo a las personas
que son protagonistas de la historia que se relata en este libro.
Una gente especial ésta de los Yeseros de Badajoz y de Extrema-
dura. Los fuimos conociendo en Marchas contra el Paro (entendido
como situación en la que una carece como persona de los recursos
básicos suficientes para poder satisfacer todas las necesidades de ma-
nera individual), en concentraciones por los DD.SS., o en las que se
realizaron contra La Europa del Capital en Mérida, hace dos años.
Había escuchado partes y generalidades de esta importantísima lu-
cha de los Yeseros del 88 (de agosto a enero del año siguiente), pero
nunca llegaba a tener una visión completa de lo que fue y significó
aquella lucha, sus antecedentes del 78, los acompañamientos pri-
meros de CC.OO., que se convirtieron en puro espejismo al poco
tiempo, sacando la verdadera naturaleza de un sindicalismo de pacto
y contención,de servicios dentro del capitalismo humanista, perdón,
social, como les gusta decir. Pero el conocimiento de las diferentes
historias vividas por el colectivo, de la película y de sus consecuen-
cias, nunca la tuve hasta que llegó a mis manos este libro.
Ahora entiendo en toda su dimensión la de veces que Patric, de la
editorial Virus, insistía en que escribiésemos sobre la experiencia de la
Asamblea de Paradas de Gasteiz y sobre Los treinta años de la Coor-
dinación Baladre. Por fin comprendo que la memoria es el motor del
presente, que es lo que nos posibilita aprender de esas prácticas para
reintentarlas (o reinventarlas) con otras gentes, en otro lugar y de otra
manera, y sobre todo para cargarnos de razones, para sentirnos parte
de una historia muy larga de luchas y búsquedas, para sentir que ese
sentimiento nos alimenta y nos refuerza, nos da fuerza. Unas letras de
este libro lo expresan mejor: “Rescatar huelgas como la de los yeseros
no sólo es un acto de memoria y justicia. Es un aprovisionamiento
de municiones para los tiempos convulsos que vienen. Mirarse en las
luchas que han ido y van en serio. No en las representaciones teatrales
1. “Ya no nos alimentan las migas,/ ya queremos el pan entero,/ vuestra razón se va
perdiendo / la nuestra crece cada vez más.”
6
del conflicto, no en el medio desacuerdo que espera recompensa. No
nos sirve “la rabia tan sumisa, el furor tan prudente, el grito tan exacto,
si el tiempo lo permite” Sí nos sirven aquellos días de coraje insumiso,
de esperanza brava, de mirada generosa y firme”.
Esta recuperación de la Memoria histórica reciente, nos situa a
muchas de nosotras en nuestras experiencias por contar, por analizar,
para transmitir las enormes posibilidades que se abren, hoy más que
nunca, ante un capitalismo fracasado que pretende imponer su lógi-
ca actual: la dictadura del Mercado. Como gustaba decir a Ramón,
nuestro amado ramoncito, “estamos delante de una gran oportuni-
dad, para ello hemos de poner nuestros cuerpos, sacar lo mejor de
nosotras, construir fuera del capitalismo viviendo dentro del mismo,
parir matándolo.”
La lucha de los yeseros es memoria reciente y luz que ayuda a com-
prender el papel del sindicalismo del mercado y sus direcciones mer-
cantiles. Es la opción por la lucha social, por la tranformación profun-
da de la sociedad, por la justicia universal, por enterrar el capitalismo
y parir otro mundo. Además de los pasos que les llevan a abrazar el
sindicalismo de lucha entrando en 1985 a formar parte de la CGT.
En los ultimos cuatro años, hemos coincidido con los yeseros y con
Manolo en algunos proyectos, como por ejemplo en contra la Europa
del Capital, en el que recorrimos calles de Mérida y de Extremadura,
reconociéndonos juntas en una reflexión profunda de este capitalismo
salvaje y sus mediaciones; con la Trastienda en marcha (Espacio de
acción social y politica de Mérida), vivimos la experiencia de las úl-
timas Asambleas de personas en paro de Extremadura; compartimos
jornadas de lucha por los DD.SS. (Derechos Sociales) descentraliza-
das; para ahora andar planteando, entre otras cosas, la implantación
en Extremadura de la Renta Básica de las Iguales (en una primera fase,
para todas aquellas que están sin ingresos y seguir avanzando en esta
conquista por la RBis). Atras quedan Conciertos contra el Paro y la Po-
breza en Ribera del Fresno, hasta coincidir un verano de hace tres años
en el Tinto de Verano. Los Yeseros y sus luchas de los ochenta conec-
tan, con la Transtienda, con los múltiples enredos en que participan y
con la actual pelea entre muchas propuestas de la RBis.
Desde las gentes de Baladre sólo nos queda agradecer a los yeseros
de Badajoz y Extremadura este regalito, que junto a Manolo vivieron
en aquella experiencia que los mantiene unidos para seguir buscan-
do. Nos consta, y en el libro se recoje que Manolo estuvo allí (Yo
tambien estuve alli. Vi aquellos días en los que brilló una luz distinta.
Días que me orientaron, compañeros que me forjaron como mili-
tante y como persona). Gracias a quienes nos pedísteis que sacase-
7
mos este libros como medio/herramienta para recuperar la memoria
y situarnos mejor ante este presente de terror y de posibilidades, por
nosotras (las gentes de Baladre) no va a quedar. Ojalá que muchas
hagan lo mismo, presentándolo en decenas de lugares y generando
debates, reflexiones, dudas y por supuesto, propuestas y proyectos.
8
Capítulo 1
Las esquinas con sus
nombres: ni reyes,
ni roques, ni santos,
ni frailes
9
alcanza nuestro conocimiento, la más larga de la historia de Extre-
madura. Y, sin embargo, ni una palabra en los anuarios o crónicas
del periodismo y del sindicalismo oficial: habían borrado cuidado-
samente cualquier rastro de la huelga, sepultada como tantos otros
acontecimientos anómalos, bajo toneladas de información rutinaria y
de cargante incienso ofrecido al poder y sus delegados.
La letra sabia de Francisco Moreno Galván vuelve ahora bregando
en el recuerdo de Joaquín. Las esquinas con sus nombres: ni reyes, ni
roques, ni santos, ni frailes…Toda una filosofía de la historia, apren-
dida en la calle y en las obras, se resume en esas palabras-relámpago.
La Historia como una pertenencia más del poder, grabada a fuego en
las esquinas de las calles, montada a caballo en las avenidas y parques,
adornando con modernas cartulinas de colores las paredes escolares.
Por todos lados, reyes, príncipes e infantas, generales y validos, de-
lincuentes con corbata y notables hombres de cultura, ilustrando y,
al mismo tiempo, advirtiendo a los tentados de rebelión, sobre las
jerarquías de este mundo.
Este libro es también, como ese cante con el que se dolía Joaquín,
un hacha de guerra. Un hacha de guerra contra la historia dominan-
te, contra el olvido, contra el poder. Un libro de historia obrera, de
memoria y de lucha.
Carlos Espada, siendo concejal del ayuntamiento de Badajoz, en
1984, propuso que una de las calles de la ciudad se llamara “María
Chocho Loco”, en homenaje a María Agudo, una famosa prostituta
de la Plaza Alta, argumentando que había iniciado en los secretos
de la sexualidad y sofocado los ardores más íntimos a centenares de
pacenses. Las gentes de orden se alborotaron ante aquella iniciativa
irónica que escarnecía la mentirosa solemnidad contenida en la his-
toria oficial de las grandes batallas y de los hombres insignes. Con
sorna, aquel edil aventurero apuntaba a la suplantación sistemática,
a la apropiación indebida del patrimonio común por parte de los
amos de siempre.
Los triunfadores rotulan el callejero y escriben la historia misma
como si ambos fuesen “una propiedad privada más, cuyos dueños son
los dueños de todas las otras cosas”1. Donde la gente dice plaza nueva
o calle cantarranas ellos graban el nombre de santos, conquistadores
y hombres de empresa. Arrogantes, expulsan de la Historia la vida
cotidiana, las costumbres y el lenguaje de los comunes. Soberbios, ni
siquiera advierten que, como recordaba Lucien Febvre, “la aparición en
los hogares de la luz eléctrica fue un acontecimiento histórico mucho más
importante que tal congreso diplomático de soluciones efímeras”. Frente a
la lógica comunitaria y a la humildad de los de abajo, los vencedores
10
oponen su sueño oligárquico, el de “cristalizar la historia, detener el
tiempo y convertir el pasado en perspectiva”2.
“Los hechos hablan por sí solos”, nos dicen continuamente sus cro-
nistas oficiales, los funcionarios de la Historia. Pero, “es falso, por
supuesto. Los hechos sólo hablan cuando el historiador apela a ellos: él
decide a qué hechos se da paso, y en qué orden y contexto hacerlo”3. Han
levantado la noción de objetividad como una empalizada insalvable,
como el resguardo de esa historia de parte. “El ideal de objetividad fue
la roca sobre la que se edificó la profesión de los historiadores, su continua
razón de ser”4, afirman. La fidelidad a la objetividad histórica es la
patraña a la que se acogen los vencedores de todas las épocas. La idea
de una Historia omnisciente y ecuánime es una ilusión que oculta la
narración de clase, la legitimación de los poderes presentes.
Y de la mano de la épica servil llega y se asienta el corporativismo
de la casta histórica. “No conozco nada que me cause más náusea que
una de esas “poltronas objetivas”, que uno de esos perfumados gozadores
de la historia, medio curas medio sátiros (…) No soporto a todas esas
chinches coquetas, cuya ambición es insaciable en punto a oler a infi-
nito, hasta que por fin lo infinito acaba por oler a chinches; no soporto
los sepulcros blanqueados que parodian la vida; no soporto a los fatiga-
dos y acabados que se envuelven en sabiduría y miran “objetivamente”.
Chinches coquetas pontificando desde sus poltronas objetivas, intentando
borrar las huellas del lugar desde el que miran, del momento en el que
están, del partido que toman.”5
La exactitud de los hechos, el pasado inamovible, la consistencia
inapelable de los archivos oficiales, la jerarquía de las fuentes histó-
ricas, “los venenos de la rutina erudita y del empirismo disfrazado de
sentido común”, constituyen el entramado ideológico y corporativo
dirigido a blindar “el principio regulador de la objetividad”6. Toda una
1. Rodolfo Walsh: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los traba-
jadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada
lucha debe empezar de nuevo, separada de los hechos anteriores: la experiencia co-
lectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad
privada, cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.”
2. En la película “La hora de los hornos”, de Fernando Pino Solanas. La frase la pro-
nuncia una voz en off mientras las imágenes nos muestran el cementerio de los ricos,
el de La Recoleta.
3. Lucien Febvre (1983): Combates por la historia. Barcelona: Editorial Ariel.
4. Peter Novick, citado por Julián Casanova en “Ficción, verdad, historia”, número 53
de Historia Social.
5. Nieztsche citado por Michel Foucault (2004): Nietzsche, la genealogía, la historia.
Valencia: Editorial Pretextos.
11
tramoya destinada a enmascarar la genealogía de la intriga, esa rapiña
del pasado que conocemos con el nombre de Historia.
De ese modo, frente a la imposible “Calle de María Chocho Loco”,
se alza el gigantesco burdel del historicismo, el proxeneta embauca-
dor del “hubo una vez”. “¿Con quién empatiza el historiador historicis-
ta?”, se preguntaba Walter Benjamin. “La respuesta resulta inevitable:
con el vencedor. Y quienes dominan en cada caso son los herederos de
todos aquellos que vencieron alguna vez”7.
Bastaría con ojear el callejero o mirar las estatuas que pueblan Ba-
dajoz o Mérida para comprobar las sólidas raíces del dominio. Ni ras-
tro de los esclavos que hicieron el puente romano pero, eso sí, por
todos lados las ofrendas a los emperadores Octavio Augusto, Trajano...
Ninguna huella de la Germinal Obrera, de los anarquistas fundadores
de las luchas proletarias a principios del novecientos en la ciudad y
pueblos de Badajoz; ninguna señal de que fue por estas tierras extre-
meñas donde se produjo la mayor insurrección jornalera del siglo XX,
la ocupación masiva de tierras del 25 de marzo de 1936; por ningún
sitio el reconocimiento a los republicanos asesinados en la plaza de
Toros de Badajoz durante la espeluznante matanza, aquel infame 14
de agosto, pero, cómo no, todo un parque para honrar a la Legión, el
cuerpo militar que ahogó en sangre la esperanza obrera y campesina.
Ninguna pista en las calles o estatuas de Mérida que evoque las huel-
gas clandestinas de los años 60 y 70 en la Corchera o Carcesa pero, eso
sí, una de las principales avenidas de la población para homenajear a
José Fernández López, empresario favorito del régimen franquista y, a
la sazón, el dueño de las principales industrias locales.
Entre los emblemas más representativos de doblez histórico po-
dría figurar, sin duda, el monumento a la Guardia Civil en Mérida.
Dos números del Cuerpo trasladan, en sus brazos entrelazados, a
una abuelita, al modo de la infantil silla de la reina. Conmovedora
estampa que, al parecer, trata de enfatizar “la misión humanitaria y
protectora” de la Benemérita. Será difícil encontrar en Extremadura
alguna anciana que haya sido socorrida o transportada de modo tan
tierno por los agentes armados, pero, por el contrario, sería muy
sencillo dar con decenas de ancianos receptores de soberanas palizas
12
por coger taramas del campo o aceitunas de rebusco por los suelos…
¿Quién contará la historia de la represión sufrida por los jornaleros
y campesinos de Extremadura o Andalucía a cargo de los servidores
del Duque de Ahumada? ¿Qué cuentan los historiadores extremeños
de ahora? Como diría Alberti respecto de los poetas ensimismados,
“miran y cuando miran, parece que están solos”. Solos o con la única y
perenne compañía del Poder y de la Academia.
La historia dominante acaba formando parte del paisaje. Donde
ayer se decía Campo del Presidio o Parque de los Patos, ahora se
dice, maquinalmente, Parque Castelar. Donde una vez se escribió
valientemente Calle Francisco Ferrer i Guardia, hoy se lee Calle Hé-
roes del Gurugú. La restauración del poder, mil veces repetida, se
constituye en panorama. Juan Andrade, uno de los historiadores ex-
tremeños que no están encerrados en el oscuro subsuelo corporativo,
nos advierte de que las ideologías hegemónicas “se diseminan por el
entramado de la vida social, naturalizándose como hábito, costumbre o
práctica espontánea”8. Nos vamos impregnando del hábito del olvido,
de la rutina del sometimiento. Nos van convirtiendo en “borricos de
noria”, como decía el cante de Joaquín. Borriquitos ciegos que, a pe-
sar de dar vueltas y más vueltas, no dejan la orilla del río revuelto…
Ante nuestros ojos, el poder fabrica y moldea un pasado idóneo a
los dogales del presente. “Aquí, hasta el pasado es impredecible”, decían
con sorna los rusos que observaban cómo se recortaba y suprimía de
las fotografías de la revolución soviética incluso a Trotski. Pero no
sólo en Rusia el pasado era o es impredecible. La manipulación del
pasado es una función cotidiana de los poderes; y ello es así, justa-
mente, por imperativo del presente. El pasado contribuye a cambiar
y a ajustar el presente. Por eso, Mar Bloch decía que la historia, como
“ciencia de los hombres en el tiempo” tenía la “necesidad de unir el estu-
dio de los muertos con el de los vivos”.
De eso se trata aquí. De “comprender el presente por el pasado”9
o, mejor aún, dicho con las palabras proféticas de W. Benjamin, de
“encender en el pasado la chispa de la esperanza”. Del mismo modo que
ellos, los que mandan, abrochan su dominio en la ahorma sistemáti-
ca del pasado, presentando como historia universal lo que no es sino
su santoral de clase, nosotros, al redimir del olvido la huelga de los
yeseros, hacemos retornar su memoria como voluntad de lucha.
8. Tesis doctoral de Juan Andrade Blanco: «El PCE y el PSOE en (la) transición. Cambio
político y evolución ideológica». Próxima publicación en 2012.
9. Josep Fontana (2005). La historia de los hombres. Barcelona: Editorial Crítica.
13
EL HILO DE LA MEMORIA SE OVILLA EN EL CORAZÓN
10. Mario Benedetti (1995). El olvido está lleno de memoria. Madrid: Editorial Visor.
14
una huelga iniciada por reivindicaciones salariales y que, tras un lar-
go conflicto, terminaba con la toma y autogestión de la factoría. A
lomos de la rebeldía fueron creciendo propósitos tales como la elimi-
nación de categorías, la supresión de la división del trabajo manual
e intelectual… La rebelión de los trabajadores de Sintel, ya en la dé-
cada del 2000, es otro buen ejemplo de esta capacidad para saltar las
bardas de la rutina reivindicativa, que desata un colectivo pequeño
en número pero capaz de fundir unidad y arrojo. Los trabajadores de
esta filial de Telefónica se enfrentaban a la lógica de la catarata, a la
trama de precarización y subcontratación del capitalismo globaliza-
do. Y también a la burocracia sindical, convertida en un perro mastín
más de los amos.
Numax, Sintel o la lucha de los yeseros de Badajoz, son sólo al-
gunas muestras de que el desafío es posible. Cuando los trabajadores
toman conciencia de su fuerza empiezan a saltar los postigos intoca-
bles, las verdades inamovibles. Las categorías que blindaban la divi-
sión entre los trabajadores estallan, el enredo de las subcontratas se
obtura, la dictadura del tú sí, tú no, se termina. Cuando se combinan
la rebeldía obstinada y la inteligencia táctica, la voluntad irreductible
y la sabiduría militante, entonces, se resquebraja el orden inmutable
del capital, el “esto es lo que hay” del poder. Y se pone al descubierto
que el capital es parasitario, que es el trabajo vivo la fuente creadora
del valor, y que, como repetía una y otra vez Marcelino Camacho,
“los trabajadores manuales e intelectuales son los que crean todo lo bello
y útil que existe, sin lo cual la sociedad moriría”11. Sí, cada segundo es
la pequeña puerta por donde puede colarse el tiempo mesiánico, la
promesa de liberación...
Lo decisivo de la huelga y de la lucha de los yeseros no es, por
tanto, la pelea por determinado porcentaje de incremento salarial.
Ni, con ser importante, son tampoco los cinco meses tenaces lo que
convierte a esta resistencia obrera en acontecimiento; es, además, su
facultad para desafiar los preceptos del orden instituido, es “la insu-
rrección de la mercancía”, la audacia de despojar a los patronos del
control del mercado de trabajo, uno de los instrumentos donde se
origina el dominio y la acumulación del capital. Joaquín lo explica-
ba con orgullo: “Conseguimos el sueño de muchos viejos trabajadores,
controlar las contrataciones; que no venga el patrón a decirme a mí si
tengo que trabajar por bueno o por malo. Si no le gusta mi cara, pues
que no me mire. Y si no me quiere hablar, que no me hable. Es lo que yo
11. Asamblea General de CCOO. Barcelona 1976. Laia. Colección Primero de Mayo.
15
le decía a los compañeros: a nosotros nos da igual trabajar con el Pelón,
con Antonio o con Juan, pero siempre garantizando el derecho a trabajar
todos”. Los yeseros crearon una isla de autogestión obrera. Por eso, su
ejemplo tenía y tiene que ser derrotado.
Pero, al fondo, mientras se escucha esta narración, seguro que
alguno de los cachorros de la clase media repara, sabidillo, “sí, vale
esto es muy bonito, pero son historias del abuelo cebolleta, del tiempo de
Maricastaña”. Historias trasnochadas de una clase que ya no existe,
de un mundo ya desaparecido. En el universo de ordenadores, in-
ternet y teléfonos móviles, estos relatos de obreros rebeldes suenan a
arqueología, a antiguallas ideológicas. “Esta dictadura de los tiempos
breves impone el régimen de un presente eterno hecho de instantes efí-
meros que espejean del prestigio de una novedad ilusoria y sólo están
sustituyendo, siempre con más velocidad, lo mismo con lo mismo”12. El
presente perpetuo convierte en antediluviano lo que ocurrió hace
apenas un cuarto de siglo. Elogio de la incandescencia, alabanza de
lo espasmódico, dictadura de lo efímero, son los signos y ritmos de
nuestro tiempo. Deprisa, deprisa, nos dicen, y mientras tanto, la no-
vedad apedrea a la originalidad y la actualidad a la memoria. “La
actualidad te hace perder la memoria. Nunca sabes lo que pasó ayer. No
sabes lo que pasó ayer, no entiendes lo que está pasando hoy”13.
Sin embargo, no pensemos que el juicio descalificador sería pri-
vativo de gentes ignorantes o fascinadas por las modernidades. No
faltarían eminentes profesores universitarios a la hora de ayudar ge-
nerosamente en el traslado de la memoria obrera al baúl de la histo-
ria: “La clase obrera y el movimiento obrero ya son historia. Una historia
de aproximadamente sesenta o setenta años, entre el final de la segunda
década y los años ochenta del siglo XX. Una historia de la formación
y transformación de una identidad colectiva que fue la clase”14. De la
historia obrera a la historia social y de la historia social a la historia
de siempre. Se montaron en el fabuloso globo del historiador inglés
Edward P. Thompson y aterrizaron en la fábula del social-liberalis-
mo. Se sirvieron de la crítica al doctrinarismo que hizo Thompson y
acabaron recalando en un nuevo doctrinarismo: “el fin de los grandes
12. Jerôme Baschet (2003): La historia frente al presente perpetuo. Algunas observa-
ciones sobre la relación pasado/futuro. México: Revista Relaciones, número 93.
13. Manuel Blanco Chivite (2005): De bar en bar hasta llegar al mar. Madrid: Edicio-
nes Vosa.
14. Rafael Cruz (2005): El órgano de la clase obrera: los significados del movimiento
obrero en la España del siglo XX. Artículo publicado en el número 53 de Revista
Social.
16
relatos”, la muerte del sujeto, la disolución de la clase obrera… Pero
tras “el fin de los grandes relatos” vino la dictadura del spot publicita-
rio, la tiranía del instante. Y resplandeció la gran narración implícita,
el capitalismo naturalizado, ascendido de producto histórico a reali-
dad consustancial a la condición humana.
Se cierra el círculo. Por un lado, la milonga de lo efímero, el no
hay historia, el camelo del nada es verdad o mentira-todo depende
del cristal con que se mira. Por el otro, la historia aseada del poder.
En los televisores y pantallas de internet, el presente perpetuo y la
historia líquida. En las aulas escolares y los claustros universitarios,
las efemérides de los vencedores, con los ajustes y barnices “progre-
sistas” que requiera la coyuntura. Marc Bloch lo entrevió allá por
los años 30 del siglo XX, cuando aún estaba en mantillas la división
académica del trabajo en el tratamiento y la fragmentación del tiem-
po histórico: “Encontramos por una parte un puñado de anticuarios
ocupados por una dilección macabra en desfajar a los dioses muertos;
y por otra a los sociólogos, a los economistas, a los publicistas: los úni-
cos exploradores de lo viviente…”15. La historia necrófila a un lado,
los rastreadores de la economía libidinal, al otro. Desde entonces,
la distribución estratégica de funciones no ha hecho más que crecer,
poniendo en pie nuevas profesiones y corporaciones, garantes del
extrañamiento mutuo entre el pasado y el presente. En nuestros días,
una inesperada pero sólida alianza entre posmodernismo y nuevo
historicismo se convierte en ideología dominante. La experiencia y la
espera se borran en beneficio del capitalismo como última y gloriosa
estación de la Historia...
Pero volvamos de los circunloquios históricos a nuestros yeseros.
Principios de enero de 2011, Oficina de empleo de San Roque, en
Badajoz. Arrecia la crisis y un grupo de yeseros desempleados está re-
partiendo octavillas entre los desocupados que van congregándose, lla-
mando a crear una asamblea de parados. “Ahí tenemos a los monos”, dice
un compañero al lado, señalando el furgón. Son las ocho y cuarto de
la mañana y la oficina aún no ha abierto sus puertas, pero la lechera de
la policía ya vigila al grupo, como si se tratara de una peligrosa banda
de delincuentes. “Joder, no podemos hacer nada. En cuanto nos movemos,
en las obras o fuera de las obras, la policía nos pisa los talones”. Dicen que
la clase obrera ha muerto pero, por si acaso, mandan a algunos de sus
centinelas a certificar la defunción, no vaya a ser que al muerto le dé
por resucitar. Los yeseros, a estas alturas, han perdido una parte sustan-
17
cial de lo arrancado en la huelga del 88, y fuera del gremio, también
van cayendo una a una las conquistas obreras, el paro ronda las casas
humildes y el capital se pavonea encima del cuadrilátero desierto, sin
adversario alguno a la vista. Pero al fondo brillan los rescoldos de una
candela antigua, una huelga larguísima que pasó ya hace muchos años,
pero, aún susurra, en su débil eco, “nada de lo que una vez haya aconte-
cido ha de darse por perdido para la historia”…
Walter Benjamin escribió que para explicar históricamente el pa-
sado había que “apoderarse de un recuerdo, tal como éste relumbra en un
instante de peligro”16. Los vencedores no han cesado de vencer. Una pa-
vorosa regresión va abatiendo los derechos del trabajo, como la avanza-
dilla de una crisis social y ecológica de calado histórico. Los vástagos de
las generaciones que hicieron temblar el capitalismo y arrancaron las
mejoras elementales, van sufriendo en carne propia las nuevas heridas
inolvidables. La joven que salió tarifando del instituto y ahora trabaja
en el McDonalds siente en el cogote el pinganillo y la voz apremiante
de la encargada, el calor asfixiante de la cadena de comida rápida, el
ritmo infernal y el salario de risa; el trabajador de hostelería con 20
años de antigüedad en la empresa al que el patrón le propone un apaño
bajo cuerda, “tú te vas sin indemnización y yo me comprometo por escrito
a contratarte dentro de seis meses”; o los interinos, miembros del preca-
riado global, condenados a buscar por todo el mundo un comprador
al que interese arrendar su cualificada fuerza de trabajo, sus esmerados
diplomas, sus títulos innumerables. Quizás, aquella huelga intempes-
tiva tiene más actualidad de la que creían el joven de clase media y el
historiador de la academia. Un recuerdo que brilla en un instante de
peligro. Un susurro apenas audible: “Existe una cita secreta entre las
generaciones que fueron y la nuestra”.
Una crisis histórica que hace caer los escaparates de cartón piedra
que ocultaban el saqueo. “No es crisis, es una estafa”, gritan los jóvenes
en la calle. El capital pistolero hunde países y vidas para recomponer
su tasa de ganancias. Al tiempo, el huevo de la serpiente vuelve a latir,
presagiando fascismos y xenofobias de nuevo tipo, con rostros has-
ta ahora desconocidos. De la fortaleza de aquel movimiento obrero
que soñaba con asaltar los cielos, apenas queda hoy la silueta, eso sí,
mastodóntica, del sindicalismo oficial, apesebrado en el pacto social
permanente. Y los usufructuarios de las instituciones obreras parece
que quisieran entregar el pasado de luchas para construir con ellas los
nuevos panteones, ahora en forma de fundaciones y archivos histó-
18
ricos. Pero el recuerdo de las resistencias brilla, sacudiéndose el peso
de la resignación, del acomodo y del olvido.
Nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido
para la historia. Las verdades de poca apariencia van desgranando
sus secretos innumerables. Brilla el recuerdo de acontecimientos pe-
queños, 6 meses de conflicto, 5 meses de huelga, 23 años de pul-
so sostenido, contra tirios y troyanos. “El verdadero protagonista de
la historia es una muchedumbre de secundarios y, detrás o a través de
ellos, la multitud anónima e hirviente de sucesos, destinos, movimientos
y vicisitudes”17. Muchedumbre de secundarios del extrarradio, de las
Ochocientas, del Gurugú, de Suerte de Saavedra, del Cerro de Reyes.
Gentes corrientes sembrando luchas que nos sirven ahora para defen-
dernos del individualismo ambiente, del corporativismo paisaje, del
consumismo naturaleza.
“En los andamios, por las rampas de tablones, suben hombres las
piedras suspendidas del yugo que les asientan sobre la nuca y los
hombros, sea por siempre alabado quien inventó la almohadilla
de apoyo, fue sin duda alguien a quién le dolía. Son trabajos
ya dichos, fáciles de referenciar por ser de fuerza bruta, pero la
causa de su reiteración es evitar que olvidemos lo que, por ser tan
común y de tan mínima arte, se suele mirar sin más consideración
que aquella con la que distraídamente vemos nuestros propios
dedos escribiendo, de modo que queda fácilmente oculto el que
hace bajo lo que se hace”.
Los que hacen, ocultos bajo lo que se hace. Los anónimos, los
nadie, los que no valen ni la mirada que los ignora. Y de entre los in-
visibles, la gente de obra. El obrero de la construcción como resumen
de la invisibilidad del trabajo manual, como prototipo del mundo
turbio, de la fuerza bruta. Mano de obra. Simple mano. Irrepresen-
table de otro modo que no sea la sordidez o el costumbrismo. O la
lucha por la supervivencia entre las razas del trabajo primario o la
bonhomía chaplinesca de Manolo y Benito.
El trabajo manual, dice Zizek, es la pornografía contemporánea, lo
prohibido, lo que no se ve o no puede verse en las películas y televi-
siones de nuestros días. El taller clandestino de los chinos, la obra de
turnos interminables que hacen rumanos, marroquís o senegaleses.
17. Wu Ming (2002): Esta revolución no tiene rostro. Introducción de Amador Fernán-
dez Savater. Madrid: Editorial Acuarela.
19
Encarnado en los yeseros, este libro quiere ser, también, un ho-
menaje a todos los obreros de la construcción. A sus luchas y a su
verdad. Manuel Blanco Chivite enuncia ese sentido de lo que no
engaña.
Sombra.
Patata.
Herramienta.
El árbol da sombra.
Me como la patata.
La herramienta no miente.
Sombra
Patata
Herramienta.
20
donde era más impensable que quebrara, en el mecanismo perverso
del destajo. Casi siempre, la singularidad del acontecimiento se gene-
ra donde menos se espera, fuera de toda inercia monótona.
Mercancía que se niega a serlo. Mano de obra que se niega a ser
reducida a mano. El mundo se aprende y se explica luchando. Del
yeso a la construcción, de la construcción, a la clase obrera. De las
heridas inocultables a la comprensión del mundo. Este libro habla de
viejas palabras arrumbadas, escondidas, temerosas de ser convocadas:
lucha de clases.
Memoria de la lucha de clases. Pero decir memoria es ponerle
nombre a las emociones. “El hilo de la memoria, aquel con que cosemos
las historias de ayer con las de hoy y las propias con las ajenas, se ovilla
en el corazón”20. La memoria, ovillada en el corazón, brotando en los
subterráneos del olvido, abriéndose paso entre pretenciosas primicias
de periódico, rompiendo el ostracismo de los aparatos. La experien-
cia de las luchas se encoge, parece que va a desaparecer y luego re-
surge de las cenizas, se reagrupan sus puntos dispersos de resistencia,
plantan cara. Viene la memoria y sopla los rescoldos ateridos. Obre-
ros desgarrando el telón tramposo de los que mandan, días que nos
orientaron, luz para romper los cercos de hoy. De eso se habla aquí:
de fundir memoria y rebeldía, de encender en las luchas del pasado
las chispas que romperán los cercos del presente.
21
Capítulo 2
Semillas y raíces de
la huelga. Todo empezó
en el embarcadero
22
del gremio medieval reproduciendo una y otra vez su inercia de
cuarteamiento, desplazando la explotación en la cadena del esfuer-
zo. “Toda la historia de los gremios está hecha de luchas entre maestros
y obreros”2, afirma el historiador francés Jean Jacques. Y también de
luchas y conflictos moleculares entre oficiales y peones, se olvidó
de decir el voluntarioso cronista. La tradición laboral de las gene-
raciones muertas oprimiendo como una pesadilla los remozados
afanes de los vivos.
“No estabas dado de alta, te trataban malamente y encima te paga-
ban poco. De esos había una gran mayoría. Había unos cuantos buenos
oficiales pero con otros sufrías también los abusos y los malos tratos”.
El banco y la gran empresa arriba, más abajo la empresa principal
o la Unión Temporal de Empresas, como se estila ahora, más abajo
todavía, la subcontrata, y luego la subcontrata de la subcontrata, y
después el pistolero, y más abajo aun en la pirámide del sudor, en la
auténtica madriguera de la producción, el oficial y el peón. A esta
arquitectura de la explotación le llaman hoy, en la eufemística jerga
tecnocrática, “descentralización productiva”.
En la construcción, como en los otros sectores de la economía,
este laberinto de intermediaciones y sociedades empresariales ocul-
tas, perseguía y persigue una “limpia” reproducción y acumulación
de la tasa de ganancia. Pero el tinglado no siempre funciona, y a veces
el embrollo se obtura donde menos lo esperan, en el último eslabón
de la cadena. Joaquín recuerda las pugnas del inicio: “Nosotros hemos
tenido tres tentativas de huelga antes de esta huelga final. Y las dos pri-
meras se las ganamos a la patronal, pero esa victoria duró muy poco. Una
de ellas duró una noche: me acuerdo que en esa ocasión se desconvocó la
huelga en el embarcadero, en Guadiana, eso serían las 7 o las 8 de la
tarde, y a las 11 de la noche estábamos en San Roque en un bar exigién-
dole a un jefe que rompiera los finiquitos que habían tenido que firmar
algunos compañeros si querían trabajar”.
La huelga del embarcadero. Guadiana es para los yeseros la plaza de
la contratación y de la conspiración. Allí se bebe y se besa, pero tam-
bién se fundan huelgas. “El agua se va pa los ríos y el río se va pa la mar.
Y el pobre corazón mío detrás del tuyo se va“. Guadiana abajo van los
fandangos del Porrina, prometiendo lealtades nuevas. Donde no llegan
1. En “Erase una vez Extremadura”, de Víctor Chamorro, uno de los más auténticos
historiadores de Extremadura. Pisoteado por el poder político y social de Extremadura
incluyendo en él la corporación histórica. Autoedición de 2003.
2. Jean Jacques (1972): Las luchas sociales de los gremios. Madrid: Editor Miguel
Castellote.
23
las palabras, viene en auxilio la música. “A la orilla de un río, yo me voy
solo, y yo me pongo a coger varetas”, resuena Camarón, extraviado en
su orfandad... En los cuerpos cansados, en la experiencia del padecer
diario, se juntan las soledades y germina la esperanza. “Entre varetas y
cañas nacen rosales bravíos”. Allí en Guadiana está a punto de brotar un
hermoso rosal bravío, la huelga de los yeseros, la huelga más larga.
Sin embargo, en la rememoración colectiva, también asoma otro
hecho decisivo en el origen de la protesta: “La cosa empezó con la
carta del Carlos. Sí, estábamos muy hartos de las condiciones de trabajo,
tan penosas, pero entonces fue cuando surgió la carta del compañero
Carlos Sánchez Quintana. Él contaba cómo nos hacían trabajar los em-
presarios. Yo la leí y lo que allí estaba escrito era una realidad, pero al
principio me reí, por la forma que tenía él de explicarlo”. Es Fermín
quien habla y trae en su recuerdo a Carlos, un yesero ya fallecido, el
más veterano entonces. “Era el abuelo”, dice sonriendo, con palabras
que suenan a mili y a cuadrilla que se ha curtido en decenas de obras.
Carlos tiene un gran ascendiente en el grupo, es bromista y generoso.
“Fíjate como era el Carlos. En la huelga, un día estábamos en Zafra,
compró una tarra de manteca y una botella de vino. Y nos lo comimos
entre todos, y eso que íbamos unos 20 en el piquete”.
La carta de Carlos no se conserva. La gente obrera no guarda
los papeles escritos, a no ser que se trate de multas o recibos de la
luz, “más que nada por si quieren volver a cobrártelo”. Los de aba-
jo siempre han profesado una sólida desconfianza por la palabra
escrita: “la buena letra es el disfraz de las mentiras”3. Sus dos hijos
han seguido la estela del yeso. Uno de ellos, que se llama como su
progenitor, Carlos, recuerda que su padre no sabía escribir y que
se la dictó a él. “Cuando la leímos fue en el Bar Pope, que ya ha
cambiado de dueño. Estaba en Suerte de Saavedra”. Nadie recuerda
con exactitud lo que decía aquel escrito. Sólo que la carta hablaba
de atropellos y fatigas, de empresarios pícaros y desalmados, de los
años consumidos entre el miedo al paro y el miedo al despido. Y
sobre todo de rabia, de la rabia que da que te roben la vida, la vida
que es tan amable…
La huelga del embarcadero y la carta de Carlos son dos episo-
dios que están en la memoria oral de los yeseros. “Mientras haya un
solo mendigo, seguirá habiendo mitos”4, escribió Walter Benjamin.
En todas las luchas de liberación social aparecen los mitos fun-
24
dacionales, los momentos de ruptura que presagian la fuerza del
acontecimiento. Frente a la Soberbia de la Historia, propia de los
poderosos, la evocación de las revueltas populares, susurrada boca
a boca. “El mito es la verdad rumorosa de los jodidos, los vencedores
tienen la televisión”5 El mito nombra las zonas de penumbra de la
historia, expresa la fuerza potencial de una comunidad, devuelve la
confianza en las propias posibilidades. Y lo hace hablando el len-
guaje del entusiasmo.
Pero empecemos por el principio, antes de la huelga del embar-
cadero.
SANGRE REHUSADA
5. Paco Ignacio Taibo, citado en “Esta revolución no tiene rostro”, de Wu Ming, libro
ya citado.
6. Antonio Gamoneda (2004). Poema “Después de veinte años”, incluido en la anto-
logía Esta luz. Madrid: Círculo de Lectores.
25
nernos ‘fridiños con gusanos. En el yeso entré a los 17 años, mi hermano
aprendió primero y después entré yo. Claro, ya había trabajado en el
campo; en los bancales de algodón que había por la zona en la que ahora
está el tanatorio, y también en el maíz, zachando, entresacando…”.
Niños yunteros, niños yeseros, el mismo vivir ceniciento, el mismo
pan reñido desde la infancia.
Los sabañones del frío y el abuso de los pistoleros son los gran-
des maestros en economía política de los yesaires, como en la vida
de de tantos otros trabajadores. Atados a la talocha desde pequeños
no necesitan grandes lecciones teóricas para entender la importancia
crucial de tener o no tener trabajo. Ahí, en la amenaza del paro o
en la arbitrariedad del despido, las historias se adensan de dolor:
“A mí me tuvo El Pelón más de un mes yendo al bar La Esquina. Y le
decía, ‘a ver hoy’, ‘pues mira, hoy no porque no hemos puesto las cajas,
vente mañana’. Y estuve así un mes, y cuando llegó el mes, ¿sabes lo que
me dijo?, ‘no, ya he cogido a otro, así que ahora no tengo trabajo’. Y así
nos pasó muchas veces, tenías que ir al bar La Esquina, tenías que ir a
Alange, tenías que ir a muchos sitios y cogían a quienes ellos querían. Tú
le pedías cualquier cosa y ya no trabajabas. Siempre querían a los cuatro
chivatillos. Se quedaban todos los pluses y no te los pagaban. Tú eras de
segunda mano, siempre tenían a los suyos metidos, y eso pasó hasta que
empezamos esto”. Así lo recuerda Manolo y aunque ha pasado mucho
tiempo, contarlo aún le produce daño.
Ser de segunda mano, repasado, usado y tirado. Hay un autoco-
nocimiento puramente intuitivo del obrero como mercancía, basado
en la experiencia personal que le desgarra. Lukács lo describió con
precisión: “El proletariado aparece por de pronto como puro y mero ob-
jeto del acaecer social. En todos los momentos de la vida cotidiana en los
cuales el trabajador individual cree verse como sujeto de su propia vida,
la inmediatez de su existencia le destroza su ilusión”7.
El obrero, que ha creído la milonga del trabajo libre que se di-
funde a todas horas desde las pantallas, despachos y tribunas, com-
prueba en carne propia que es mera ilusión. Carlos lo cuenta así:
“Yo soy uno de los afectados de esa forma tan corrupta que tenían ellos
de decidir quién trabajaba y quién no. Estando con uno de los pisto-
leros, un día terminamos la obra y él llevaba los caciquillos alrededor.
Me fui de puente y cuando llegué hizo el grupo y me dejó fuera. Lo
canallas que han sido…Y si ahora no lo son es porque los tenemos
controlados”.
26
“Se reúnen los hombres que han entrado hoy, duermen donde
pueden, mañana los escogerán. Como los ladrillos. Los que no
sirven, si fue de ladrillos la carga, quedan por ahí, y acabarán por
servir en obras de menos fuste, no faltará quien los aproveche,
pero, si fueron hombres, los largan, en buena o mala hora. No
sirves, vuélvete a tu tierra, y ellos se van, por caminos que no co-
nocen, se pierden, vagabundean, mueren en los caminos, a veces
roban, a veces matan, a veces llegan”.
(Memorial del convento, de José Saramago)
27
extraordinaria, el plus de asistencia, el plus de transporte... Las liquida-
ciones y las vacaciones, eso eran cosas que nosotros sabíamos que existían,
como el jamón del chiste, pero que no las probábamos. Hasta la ayuda
que daba el gobierno por los niños se las quedaban los empresarios porque
decían que les ayudaba a pagar el seguro. E incluso te obligaban a repar-
tirte el paro con ellos. ‘Si quieres trabajar con el paro, te doy trabajo, pero
ya sabes, como yo me arriesgo a que me coja la inspección, la mitad del
paro para mí’. Y si no, que se lo pregunten a Joaquín Palomo o al pobre
del Paco si estuviera vivo”.
Tole recuerda con precisión esa apropiación de la ayuda fami-
liar y otros abusos relativos a “los derechos”: “Fui a pedirle trabajo
a Mariano. Me dice que a tanto el metro –entonces no cobrábamos
derechos– pero que no me paga los puntos de los niños, que es como se
llamaba a la ayuda familiar. ‘Y entonces quieres decir que ese dinero
que te lo dan a ti para que me lo pagues a mí, me lo vas a robar’. Eran
250 pesetas por niño y yo tenía dos por entonces. 500 pesetas asquerosas
al mes se quería quedar y le dije que en esas condiciones no trabajaba,
bastante desgracia era que no me pagaba los derechos. Y recuerdo que
me fui a trabajar a Cáceres. Y todas estas cosas influyeron mucho para
la huelga”.
Al escritor portugués José Saramago le gustaba contar una her-
mosa historia ocurrida en una aldea de los alrededores de Floren-
cia, allá por el siglo XVI. De forma repentina, la campana de la
iglesia empezó a tocar a muerto, para sorpresa general de toda la
población pues no se sabía de nadie que hubiese fallecido. Todas
las comadres, los chiquillos, los hombres que habían dejado sus se-
menteras, se reunieron en el atrio para saber la triste nueva. Para el
asombro de todos los congregados, cuando calló la campana, “a la
puerta de la iglesia aparece el labrantín que había estado haciendo
de campanero. Dobla el asombro como había doblado la campana
y, a las preguntas, responde el campesino: “He doblado a muerte por
el Derecho, porque el Derecho ha muerto”9. Al parecer, aquel campe-
sino veía cómo el señor del lugar le iba arrebatando palmo a palmo
su huerto y quiso anunciar a todo el mundo que el Derecho había
muerto.
Sí, el Derecho ha muerto si “los derechos” de los obreros no se
pagan, si les roban la ayuda familiar, si les hacen firmar los finiqui-
tos en blanco, si las liquidaciones, los pluses, las pagas, las vacacio-
28
nes, si, en definitiva, el rastro de todo lo luchado para dignificar el
trabajo desaparece y queda la explotación desnuda, el despojado
salario del “ahí va todo incluido”, el sometimiento privado del más
mínimo abrigo.
“Cuando los trabajadores hacen huelga no es porque no quieran tra-
bajar, es porque lo quieren hacer en mejores condiciones”. Frases como
ésta, de apariencia tan inofensiva, le costaron la vida a Francesc La-
yret, abogado laboralista asesinado por los pistoleros de la patronal
catalana en 1920. El capital siempre ha sido y sigue siendo muy es-
pecial en esto del Derecho.
“Las condiciones laborales han sido infrahumanas. Aquello era tra-
bajar de sol a sol. Tú no tenías derecho nada más que a trabajar, y a
trabajar mucho. Porque si trabajabas poco, y había un compañero que
les rendía más que tú, te echaban para meterlo a él. Pegando yeso no es
lo mismo un tío de 60 años que uno de 24… Muchas veces, ni siquiera
te daban de alta en la Seguridad Social. O te daban de alta una semana
y cuando ibas a darte cuenta te habían dado de baja, aunque siguieses
trabajando”.
El poder determina el derecho efectivo. La relación de fuerzas en-
tre las clases dicta la aplicación real de los derechos. “Una densa tela
de araña jurídico-policial, legislativo-judicial, administrativo-policial,
se reteje constantemente, organizando la violencia mítica alrededor de
la eliminación de la justicia”10, dice José María Ripalda, apuntando a
las trampas del Derecho. El Derecho y su aplicación, suplantando y
abatiendo a la más elemental justicia.
“Eran condiciones de trabajo asquerosas. Te sentías mal, te sentías
avasallado constantemente por el pie del tío... Cuando entrabas en la
obra era como en la mili. En la mili te decían los capitanes y los jefes
‘aquí los huevos los dejas en el cuerpo de guardia’; pues allí, los huevos te
los tenías que dejar abajo en la obra, que arriba mandaban ellos. Y no
había más autoridad que esa. Eso es lo que hemos tenido que aguantar
durante muchísimos años, hasta que la gente se dio cuenta de que no se
puede vivir de esa forma”.
Un zurcido de normas y servidores –políticos, directores técnicos
de obra, inspectores…– que, salvo excepciones, trabajan para blindar
los beneficios empresariales y la lógica del capitalismo. Les parece
que todo lo tienen atado y bien atado. Pero su error es que se olvi-
daron de prever el excedente de indignación, el ansia de justicia, el
secreto girasol de la lucha de clases.
29
30
PISTOLEROS CON Y SIN PISTOLA
31
algún sindicato estabas ya proscrito”. La empresa principal evita tener
plantilla propia a la que de ningún modo podría exprimir de la mis-
ma forma que el pistolero, reduce sus costes de personal y aumenta el
rendimiento que proviene de la economía sumergida y de los ritmos
de producción propios del destajo. La jugada perfecta.
“Detrás de la fortuna, el crimen”, escribió Balzac. Detrás del mila-
gro económico español, la explotación laboral, y en ella, jugando un
papel crucial, la subcontratación, o con los nombres edulcorantes
que recibe hoy, la externalización, la descentralización productiva. El
rastro del pistolerismo en la construcción se puede seguir en las últi-
mas décadas. Escojamos sólo dos muestras:
- 1973. En un reportaje para la revista Triunfo titulado “Los even-
tuales de la construcción”, firmado por José María Puig de la Bellacasa,
se incluye una entrevista a un grupo de trabajadores de la construc-
ción. Veamos lo que dice uno de ellos: “Todo este asunto de la con-
tratación de eventuales, va ligado con el prestamismo. Ahora le llaman
‘subcontratistas’. Además, los prestamistas hacen firmar el finiquito antes
de entrar a trabajar, a la misma entrada. Te lo presentan muy astuta-
mente, de modo que no se vea, con un papel encima de otro”12.
- 2010. Pistoleros en el bar Yakarta, a la busca de sin papeles.
Estamos en la Plaza Elíptica en Madrid. El periodista lo cuenta así.
“Ocho de la mañana. El sol se asoma y la esquina del Yakarta se llena
poco a poco. Ningún pistolero a la vista. Es lunes, el mejor día para
conseguir trabajo. Ayer, bajo un frío inusual, esperaban unos 60 hom-
bres. Con la mochila a la espalda y la tartera en la mano. Colocados en
grupos por nacionalidades, pasan la espera con charla y vasos de plástico
con café. Dos tercios tienen los documentos en regla, lo que les permite
cobrar en torno a 50 euros por jornada de trabajo. El otro tercio carece
de papeles y cobra unos 35 por el mismo trabajo”13.
Ha pasado casi cuarenta años entre ambas instantáneas. La zo-
rra cambia de pelo pero no de mañas. El pistolero ha cambiado el
puro por la cocaína y, quizás, a Julio Iglesias por Ricky Martin, pero
su función y su ausencia de escrúpulos permanecen invariables. Ha
aprendido que el helio del globo que llamamos capitalismo es la ex-
plotación de esa especialísima mercancía denominada mano de obra.
Ha aprendido que la especulación inmobiliaria y la fiebre del ladrillo
32
le necesitan, que es el parásito imprescindible de esta selva, la podre-
dumbre indispensable para el negocio de los de arriba.
Rafael Chirbes, en su extraordinaria novela Crematorio, pone en
boca del cínico y lúcido constructor Bertomeu estas palabras: “Tam-
bién el capitalismo exige su ración de héroes, de mártires, a los que, ade-
más, condena al silencio. Al contrario de lo que ocurre en el ritual cris-
tiano, los mártires del capitalismo son el ejemplo que no hay que imitar.
Los fracasados, los que quiebran, dejan acreedores, impagados, deudas.
El capitalismo convierte a sus mártires en proscritos”. Los mártires del
capitalismo, el lumpen-empresariado, los fundadores de la explota-
ción original, los padres no reconocidos de la acumulación primitiva
de capital. Aquellos a los que, después, cuando llegue la época del
dinero limpio, los grandes capitalistas miraran con desprecio negan-
do su vinculación a aquella escoria ambiciosa. “Se acabó la época de lo
sucio, ahora es la hora de lo limpio, lo saludable, que dicen por la tele.
Lo healthy, lo clean, lo correcto, nada por aquí, nada por allá. Estamos
en la vieja Europa y la vieja Europa es limpia por principio”14.
Chirbes habla del momento caníbal del capitalismo, “ese momento
en el que las sociedades necesitan devorarlo todo”. Luego, “vendrá la eta-
pa de la moral pública. Si al principio hay que comérselo todo, deprisa,
y en tres o cuatro bocados, para que no te lo quiten del plato, luego, a
medida que uno se civiliza, hay que aprender otras cosas, hay que apren-
der a servir el banquete, a elegir las mantelerías y vajillas, a poner orden
en la mesa, a saber dónde se sienta cada cual, el nombre del cocinero que
prepara el menú, el orden en que tienen que ir apareciendo los platos,
las etiquetas de los vinos, la calidad de las añadas”. Pero más que
dos tiempos del capitalismo, el depredador y el señorial, existen dos
espacios. El Estado también se defiende en las alcantarillas, dijeron
los políticos del GAL. Cabría decir, parafraseándolo, que el Capital
también tiene sus propias alcantarillas para defenderse; sí, tiene su sa-
lón de columnas nobles, su Bolsa y su Casino, pero también necesita
sus salas de despiece, sus aliviaderos.
Del prestamismo y la cesión de mano de obra, los términos que
se utilizaban en el momento de fortaleza del movimiento obrero,
se ha pasado a dulcificar y justificar, incluso por los sindicatos ma-
yoritarios. Los términos en los que se refieren hoy a este fenómeno
son “subcontratación en cadena, típica de la actividad productiva en la
construcción”, argumentando que “la lógica productiva del sector prima
el aumento de los ritmos de trabajo, las prolongaciones de jornada” y “se
33
manifiesta en la necesidad de la subcontratación para flexibilizar las
plantillas y, sobre todo, afrontar picos de productividad”15.
No sólo no han desaparecido, sino que el prestamismo laboral se
ha extendido a otros sectores a través de múltiples fórmulas (empre-
sas de trabajo temporal, agencias privadas de contratación, asisten-
cias técnicas...). Lejos de desvanecerse, la figura del pistolero, senci-
llamente, se ha reconvertido.
34
antros sencillos, se ha forjado el coraje y han encontrado refugio las
amarguras del trabajo.
La caseta de Horacio, en el embarcadero, era uno de los bares donde
paraba un gran número de yeseros, entre ellos quienes constituyeron el
núcleo promotor de la huelga. Por esas fechas, Horacio tenía algo más
de 30 años. Ya entonces, su cuerpo estaba renegrido de ferias y curros
agotadores. “Los bares a los que iban los obreros de la descarga en Bada-
joz, hasta los años 80, eran el Bar Faro y el Bar Guadiana. Iban, casi todos
los días, unos cuarenta o cincuenta. A la descarga del abono, del chocolate,
del papel higiénico o de la sal. Yo también estuve dedicado unos años a
la descarga”. En la otra punta de Badajoz, en San Roque, dos bares
ejercían como espacios de contratación, el Bar Tabare y el Bar Sevilla.
“Allí, los pistoleros o los empresarios buscaban obreros para la descarga de
los camiones de bovedillas o cemento”, cuenta Agustín Cienfuegos, que
ha pasado casi toda su vida en el barrio de los machas…
La fraternidad entre el trabajo manual y el alcohol viene de an-
tiguo. Sólo quien no conoce las fatigas de la obra, del campo o de
la fábrica, puede ignorar las sutilezas y los poderes analgésicos de la
embriaguez. Sólo quien no ha sentido la extenuación del esfuerzo
físico se burlará cruelmente de la borrachera sin tasa del jornalero o
del destajista… Jack London, que fue estibador antes que escritor, lo
contaba de forma precisa: “Vio que se estaba convirtiendo en bestia: no
por el alcohol, sino por el trabajo. La bebida era un efecto, no una causa;
seguía tan inevitablemente al trabajo como a la noche sigue el día”18.
El trabajo duro no hace buenas migas con la lírica ni con la filoso-
fía. La escritora Simone Weil, también conoció, como obrera en una
fábrica, la devastación que produce la explotación laboral: “El agota-
miento acaba por hacerme olvidar las verdaderas razones de mi estancia
en la fábrica, y me hace casi invencible la tentación más fuerte de todas
las que comporta esta vida: la de no pensar como único y exclusivo medio
de no sufrir”19. Mente que no piensa, corazón que no siente. Pero el
cuerpo, entumido de cansancio, busca salidas, atajos que permitan
soportar la intuición o la conciencia de vida despojada. El calor de la
faena se agolpa en los músculos y ordena una tregua al pensamiento:
“la esperanza es el próximo trago”.
La caseta de Horacio estaba entre el Puente Viejo y el de las Tres
cabezas; lo abrían sólo en temporada de verano, tenía la estructura de
17. Charles Baudelaire (2004): Las flores del mal. Madrid: Cátedra.
18. Jack London (2003): Martin Eden. Madrid: Akal.
19. Simone Weill (1962): Ensayos sobre la condición obrera. Barcelona: Nova Terra.
35
una barraca de feria y lo atendía la familia. Su ubicación habitual era
muy cerca de donde se alquilaban las barcas. El río era por entonces
el corazón de Badajoz: “Tu piel de barca y alga consumida/por uñas
de lágrima de laca, /tu piel de sexo nieve diluido/ en meses de corti-
nas enfangadas”20. Ir a Guadiana, bañarse en Guadiana, conspirar en
Guadiana. Los pacenses de los barrios dicen Guadiana, a secas, sin el
artículo previo. El río Guadiana, pronunciado así, sin muletas mor-
fológicas, adquiere todavía más el aire de personaje vivo e insomne
que gobierna la ciudad.
El embarcadero, durante décadas, fue uno de los centros de fiesta
de la ciudad. Horacio cuenta que en esa zona, coincidiendo con el
Trofeo Ibérico y con los toros de San Juan se congregaban alrededor
de 2000 portugueses. “Todo lo que es la ronda desde San Roque hasta
el Puente Nuevo se llenaba de autobuses. Los sinvergüenzas de Puerta
Palma cerraban los servicios y los portugueses tenían que hacer sus nece-
sidades en el campo. La Feria, por entonces, se componía de 10 días. Te
hablo de los años 70-72. También el emigrante de fuera, de Alemania,
paraba en el embarcadero de Guadiana. Venían vacilando de coche. Y
Manuel Pacheco, el poeta, bajaba por allí mucho…”.
“Las caderas del río/tienen faldas de rana” y en ellas se guarece y va
creciendo la conjura de los yeseros. “Por aquellos años, mucha gente lo
único que tenía era una camisita y mucha hambre”, recuerda Horacio.
“Los yeseros iban mucho a la caseta, porque allí no les molestaba nadie.
Iban a espaciarse y a la vez a hacer sus cosas”, dice aludiendo a la pre-
paración de la huelga. “Un río no es un río, / es una ceja de agua/que
llena de estrellas el suspiro”.
En la primera huelga del gremio, los yeseros permanecían muchas
horas en la caseta del embarcadero. “Pasaron mucha necesidad todos.
Entonces no había seguro de desempleo y los patrones sólo daban trabajo a
los cuatro caciques”. La taberna y el bar han sido los espacios de la socia-
bilidad obrera por excelencia y, por eso, “el orden establecido siempre ha
desconfiado y controlado ese lugar”21. Vestido de esmero higienista o de
campaña contra la blasfemia, el poder ha tratado de manejar aquello
que íntimamente le aterraba: la autonomía obrera, la existencia de un
territorio “en el que era singularmente difícil intervenir para mediatizarlo
o coartarlo de algún modo”. Algunos pistoleros y patronos de la cons-
20. Manuel Pacheco (1999): Canto a Guadiana y otros poemas. Poesía completa.
Mérida: Editora Regional.
21. Jorge Uría (1994): Ocio, espacios de sociabilidad y estrategias de control social: la
Taberna en Asturias en el primer tercio del siglo XX. Incluido en Sindicalismo y movi-
mientos sociales. Madrid: UGT, Centro de Estudios.
36
trucción se permitían el lujo de pagar los salarios en los bares. “Ángel
Cruz pagaba en el Bar Fernando, de la carretera de La Corte, el mismo
sitio donde jugaba a las cartas”. Ni que decir tiene que tras el disfraz de
campechanería se esconde la vigilancia recelosa del terreno enemigo.
Lo que realmente preocupa al poder no es “la llaga fétida y repug-
nante del alcoholismo”, sino las múltiples y sinuosas formas cotidianas
de resistencia que nacen del simple trato.
22. José Ignacio Homobono Martínez (2009): De la taberna al pub: espacios y expre-
siones de sociabilidad. Revista La Ortiga, número 87-89.
37
turno, sino también cualquier acontecimiento venturoso –el día de paga,
el encuentro con un amigo, etc…”.
El lenguaje popular da cuenta de esa omnipresencia de la bebida en
el antes y después del trabajo. Por ejemplo, existen multitud de deno-
minaciones para nombrar el trago reparador “que hace olvidar por un
instante las miserias cotidianas, la propia fatiga o el desgaste del cuerpo”: el
jicarazo, el latigazo, el lingotazo, el tentempié, la consoladora…
Tanto los valedores del orden social como el movimiento obrero
organizado han rechazado tradicionalmente las tabernas, haciendo
hincapié en los aspectos más sórdidos ligados al alcoholismo. De ta-
bernas pasaron a cantinas o bares, pero mantuvieron la capacidad de
aquellas para “aglutinar una notable polifuncionalidad social”. Estos
locales son, durante mucho tiempo “el único lugar permitido de re-
unión o de discusión; espacio lúdico de diversión, de cantos o de difusión
de la literatura popular; refugio de las frustraciones familiares locali-
zadas en una vivienda hostil; punto de parada en un breve intermedio
del trabajo o en el camino hacia el taller o de vuelta a casa. El lugar de
confluencia del rumor o donde se centralizaban las noticias de un nuevo
trabajo”23. Kiko y Joaquín, dos de los hijos de Joaquín Vega, recuer-
dan que a su padre le gustaba repetir que “el trabajo está en el bar, no
te lo van a traer a casa. De los trabajos te enteras en los bares, no en
la esquina del barrio”. El trabajo, la casa y el bar, son los tres lugares
en los que se anuda la vida del obrero.
El ser eje de sociabilidad y esparcimiento, al tiempo que forjador
del sentimiento de pertenencia grupal, convierte al bar obrero o de
barrio en una red social de comunicación, muy distinta a otros es-
tablecimientos que también venden bebidas alcohólicas. Como ha
señalado Jorge Uría, la propia existencia del mostrador “marca una
diferencia esencial con el café burgués; en el caso de la taberna la cliente-
la obrera tiene que adaptarse a la disponibilidad de un ocio casi furtivo,
escaso y disperso, lo que podía hacer inútil el gesto de sentarse a una mesa
(…)sin embargo, la burguesía sentada en el café vivía en circunstan-
cias muy distintas”. Y además de la organización del espacio, también
cambia sustancialmente el modo de estar en él. “Lo importante no es
de qué se discute, o quién lo hace, sino respetar siempre la Regla: no se
habla en voz baja, quien tenga que cuchichear en un rincón mejor que
vaya a confesarse al cura, aquí no venga que no interesa a nadie”24. Los
jóvenes italianos que escriben con el nombre colectivo de Wu Ming
describen una taberna italiana situada alrededor de 1960, pero la
23. Idem.
38
sensación de tumulto armónico, de pacífica pendencia permanente
nos es muy común.
La algarabía del bar nos conduce a otra característica sobre la que
ha llamado la atención el antropólogo Homobono: el bar es “un espacio
bisagra entre la intimidad doméstica y el espacio público, un lugar donde
se puede reposar cada día, antes de reasumir las tensiones de ambos mun-
dos. Del hogar ofrece el calor, la afabilidad, una personalización del deco-
rado ausente en otros establecimientos (…) Con el espacio público, el bar
comparte la apertura al mundo, en su concreción local, el estilo cultural de
los comportamientos, la naturaleza de los asuntos tratados”25.
El bar, a medio camino entre la casa y la calle. La cuadrilla y la
embriaguez contra la soledad y contra la desgracia. El compañero
que dice al lado, sin solemnidad alguna, al desgaire: “la mancha de la
mora, con otra verde se quita”, y si no alcanza con los auxilios de la pa-
labra, siempre queda el recurso del vino: “A problemas sin remedio, litro
y medio“. Fraternidad y caricatura de la fraternidad. El vino, “mos-
trando el fondo del alma desnuda” y desatando “los lazos del disimu-
lo”. Javier Krahe capta esa alternancia de la alegría y la búsqueda de
sentido, desprovista de toda solemnidad: “En la taberna /las sombras
pagan, venga, otra ronda, / ronda de chistes, ronda de quejas, / ronda
de sombras, sed, sed y más sed. / Sed de aventura/y sed de piel, / sed de
sentido, sed de todo, / sed de existencia y sed de eternidad”26.
Volvemos a la caseta del embarcadero, torbellino de los obreros
jóvenes y levantiscos, punto de confluencia del trabajo y la fiesta.
Horacio nos recuerda que “mucha gente hacía allí su pachanguita,
organizando distintos equipos antes de la comida”. Y muchas noches, El
Porrina y su hijo, Juan, bajaban a cantar allí. “Cuando venían de Ma-
drid o de alguna gala. Era cuando estaba en su apogeo, tiraba de billetes,
bajaba la prima, bajaba el otro…” “También iba el Niño de Badajoz, el
Moro, echaba su ratito, no bajaban a actuar, sino a su fiesta”.
24. Wu Ming (2003): 54. La Aurora es la taberna italiana de 54. Barcelona: Editorial
Mondadori.
25. José Ignacio Homobono, obra ya citada.
26. Javier Krahe: Canción La taberna de Platón.
39
“A Joaquín le gustaba mucho el cante jondo y la armonía. Cuando
se encontraba a gusto no había horas”, recuerda Horacio. José Antonio
de la Flor relata cómo se alternaban cantando en la obra: “Estábamos
cada uno en una habitación pegando yeso. Tírate un cante tú”. Acababa
yo y luego cantaba él. “Y ese qué ¿a que no tienes tú huevos a cantarlo?,
me decía”.
Por aquellas fechas, en las obras, como en los mercadillos, tam-
bién resuena Bambino... “Esta maldita pared ya la voy a romper cual-
quier día…”
40
tengas que ir arrastrándote para cobrar el dinero que has sudado. “Mira
te voy a contar un ejemplo. El Lagarto, que era el nombre de guerra que
tenía, el ‘muchacho’ no quería pagar y se iba todas las tardes al bingo y se
gastaba lo que le daba la gana. Nos enteramos y le fuimos a cobrar allí. Y
mira tú qué casualidad que, cuando llegamos, había cantado bingo y tenía
las perras encima de la mesa. José Antonio y yo le quitamos las perras y nos
las trajimos. Se montó un escándalo, pero al final nos pagó”. José Antonio
y Joaquín, alanceando molinos y bingos, negándose a vivir de rodillas,
abriendo insospechados caminos a la dignidad.
“Me acuerdo de un altercado con otro empresario, que no nos quería
pagar. Nos pasó a mí y al Pichurri, el pobrecito que en paz descanse.
El hombre estaba en la cárcel, aunque le dejaban salir por el día. No
nos pagaban y él me decía: ‘Joaquín, métele, dale’. Claro, él no podía,
porque le quitaban el permiso que tenía durante el día. Me acuerdo que
entré a la oficina y decía el tío que no había dinero para nosotros. El
pistolero tenía un cordón de oro muy grande, estaba sentado, le metí un
tirón al cordón y el Pichurri, desde fuera, me decía ‘métele, métele por
mi’. Me pagó a mí, le pagó a este compañero, pero al resto no les pagó”.
La oficina es territorio enemigo. Joaquín sabe que allí la incursión
debe ser como la de un guerrillero, rápida y concluyente. No hay
apenas tiempo para reparar en cortesías ni matices. En el mundo de
la explotación desnuda sobran casi todas las palabras.
Joaquín no era un botarate ni le tenía afición a la bronca. No
adolecía de capacidad para dialogar o negociar, como demostró in-
contables veces. Pero sabía que, en la lucha, la mejor propaganda
son los hechos. No lo había aprendido en libros de teoría anarquis-
ta, sino en las obras, en las pequeñas derrotas y victorias cotidianas.
José Antonio recuerda ahora a Joaquín, su valentía, su estilo directo,
su sentido del humor, corrosivo y vitalista. “Trabajando en Canarias
había un empresario que no nos quería pagar. El tío estaba escayolado y
Joaquín le decía: ¿Cómo que no nos vas a pagar? José Antonio, tírale de
la pata”. Nos debía medio kilo el cabrón. Llegabas el día de pagar y
tenías que esperarte 7 o 8 días más. “Te voy a meter en la pastera y voy
a empezar a gastar de la pastera, le decía Joaquín”.
Joaquín Vega fue un militante excepcional, pero historias como
las narradas en modo alguno son extrañas en el mundo de la cons-
trucción. La vida de muchos obreros está impregnada de pequeñas
y grandes resistencias, de gestos alzados del suelo. Y no faltan inclu-
so las historias trágicas, torcidas ya por la esquizofrenia, bañadas en
sangre:
Olot, municipio en la provincia de Girona, diciembre de 2010.
Un albañil de 57 años mata a dos constructores y dos empleados de
41
banca. Su piso hipotecado iba a ser embargado. No cobraba desde el
mes de mayo y le habían comunicado que iba a ser despedido próxi-
mamente. La empresa, para la que trabajaba desde hacía 20 años, le
pagó el último salario con un cheque sin fondos. Terror y crimen.
Distintas formas de violencia. Bertold Brecht, ya nos advirtió al res-
pecto: “Hay muchas maneras de matar. Se le puede clavar a alguien
un puñal en la barriga, quitarle el pan, no curarlo de una enfermedad,
recluirlo en un tugurio, hacerlo trabajar hasta que reviente, empujarlo
al suicidio, llevarlo a la guerra, etc. Sólo unas pocas están prohibidas en
nuestro Estado”27.
Pero volvamos del crimen de Olot al atropello nuestro de cada
día, retornemos de la violencia visible a la violencia sistémica. Y vol-
vamos también a las múltiples formas cotidianas de resistencia, des-
preciadas por la historiografía dominante. “La reintegración de las
clases inferiores en la historia sólo es posible bajo el epígrafe ‘del número
y del anonimato’, a través de la demografía y la sociología, ‘del estudio
cuantitativo de la sociedad del pasado”28, afirman los popes de la Cor-
poración Clío. Número y anonimato: sólo de ese modo, afirman,
puede tener voz histórica la clase obrera. En coherencia, ahora, para
explicar la huelga de los yeseros y contextualizarla conforme al canon
académico, tocaría decir, por ejemplo, que en el año 1987 fueron
2300 trabajadores los que participaron en huelgas en Extremadura y
que la subida salarial media de los convenios se situó en ese año en el
6’41%, ligeramente por debajo de la media estatal que lo hizo en un
6’55%; todo ello, según los datos oficiales que constan en el Anuario
Estadístico de la Junta de Extremadura del año 1988…
Pero esos dígitos, siendo ciertos, a duras penas son capaces de
transmitir una pequeñísima parte de verdad. Las matemáticas no
pueden atrapar la lucha de clases. “La voz plebeya habla en las for-
mas cotidianas de resistencia, muchas veces disfrazada y de noche”29.
La estadística no da cuenta del micro-forcejeo en las obras y centros
de trabajo, no registra las rebeldías disfrazadas e implícitas. Como
señala James C. Scott, “la lógica de la infrapolítica consiste en dejar
apenas rastro a su paso”. Y es justamente en esas resistencias capilares,
27. Bertold Brecht (1991): Me-Ti, Libro de los cambios. Narrativa completa, 3. Madrid:
Alianza Editorial.
28. F. Furet, citado por Carlo Ginzburg (2010) en El queso y los gusanos. Barcelona:
Ediciones Península.
29. James Scott (2000): Los dominados y el arte de la resistencia. México: Ediciones
Era.
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casi inaudibles, donde germinará el “desafío abierto y decisivo”, donde
prenderá la huelga de los yeseros, la huelga más larga.
Joaquín lo recuerda así: “En el periodo de los 70 y principios de los
80 hay también momentos de lucha y conflicto. Hay pequeñas luchas,
más bien por obra, por patrono. Sobre todo la protesta tenía que ver con
el rendimiento: dependiendo de cómo se nos trataba a nosotros, a ese pa-
trón le hacíamos más o menos”. Tole cuenta uno de esos episodios de
lucha callada: “Sería en el año 74 o 75. Era por la feria de San Juan. El
empresario Antonio Gamero nos ofreció una cantidad baja y sin derechos
(sólo los rincones). No nos podíamos negar porque varios estábamos co-
brando el paro, entre ellos Fermín y yo. Y entonces le hicimos un plante.
Sacó a 36 y nos quedamos cuatro, Fermín, el Wenda, Pablo y yo. En vez
de trabajar a destajo, nos pusimos a trabajar a jornal. Estuvimos 10 días
con él. Le dijimos también que tenía que ponernos un peón por cuadri-
lla. Eran los tiempos del sindicato vertical, todavía. Hablamos con un
inspector y le contamos lo que había: jornal base, peón por cuadrilla…
‘Le decís que vosotros no sois burros de carga’, nos aconsejó el inspector
que le dijéramos al patrono. Fue una manera de presionar. El empresa-
rio tuvo que pagarnos la indemnización, incluidos los derechos –que no
son suyos, que han costado mucha sangre. En 10 días, entre los cuatro
hicimos una habitación”.
Boicot, sabotaje y traición al poder, el grado cero de la políti-
ca revolucionaria, dice José María Ripalda. También el grado cero
de la lucha obrera. Preferiría no hacerlo. La negativa, sosegada pero
contumaz; el plante, la huelga de brazos caídos, la resistencia pasiva
frente al abuso ordinario. Escaramuzas, exploración constante de los
límites, indagaciones del equilibrio real de fuerzas. “Es en esa tierra de
nadie, con sus falsos movimientos, sus pequeños ataques, sus tanteos para
encontrar debilidades, y no en el terreno de los choques frontales, donde
suceden las batallas cotidianas”30.
Los lances que van midiendo la capacidad para rebatir el poder
patronal no cesan. Tole relata otro caso significativo de esa pugna:
“Recuerdo que el empresario, que era el sobrino del Pelón, metió en la
obra a seis, y sólo dos de ellos estaban de alta, porque los otros cuatro es-
taban cobrando el paro. Fuimos a la obra y le dijimos: mira, estos cuatro
aquí no pueden trabajar o te plantamos una denuncia a la inspección.
Al día siguiente nos llamó el empresario y nos dio de alta en la Seguridad
Social, pero sin pagarnos los derechos. Y entonces tuvimos la trifulca.
Decía que era karateka y Manolo le respondió: ‘Tú serás karateka, pero
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a ti te pego yo una patada en los huevos’, y yo le añadí, de mi cosecha,
‘Pues yo te doy con un ladrillo en la frente que te cagas’. Al final, el tío
nos admitió y por lo menos, conseguimos trabajo para una temporadita”.
De forma intuitiva, Manolo y Tole ponían de manifiesto algo que
suelen olvidar incluso muchos sindicalistas: la naturaleza de clase que
tiene la economía sumergida. La economía sumergida, ayer y hoy, no
es “un beneficio para ambas partes”, como suele enfocarlo el pensa-
miento cínico dominante a derecha e izquierda, sino un instrumento
de división obrera, de desvalorización de la fuerza de trabajo y de
recreación de las condiciones globales de explotación.
Joaquín refiere otro curioso incidente con un pistolero al que le
llamaban el Cordobés. “Se conoce que vino aquí a Extremadura a des-
cubrir las Américas y mira por dónde nos tocó a nosotros trabajar con
él. Y no nos pagaba. Él tenía un bar en los Alféreces Provisionales. Con
otros compañeros fuimos allí: ‘Éste no nos va a pagar, pero le va a salir
caro’. Nos hinchamos de comer y beber y nos gastamos más de lo que
teníamos que cobrar”. Como se ve, no fueron los parados de Jussieu
los que inventaron las requisiciones y auto-invitaciones colectivas a
restaurantes para cobrarse las deudas de forma organizada.
Las tres refriegas referidas constituyen un botón de muestra de esa
lucha latente, espontánea, pre-sindical que caracterizó el tiempo an-
terior a la huelga. El plante de bajo rendimiento, la acción concerta-
da para exigir trabajo y el auto-cobro de deudas salariales son algunas
expresiones de esa capacidad de resistencia, más acá de las respuestas
instituidas en el sindicalismo. Mejor dicho, precisamente el sindica-
lismo nace ahí, hunde sus orígenes en la recreación permanente de
formas espontáneas de desobediencia. “La protesta y la movilización
dependen, no de las ideas de los individuos sino de las oportunidades que
tienen para estructurarla y darle forma”31. Los yeseros, como los obre-
ros y los dominados en general hacen de manera habitual, sopesaban
entonces los límites de lo posible y el modo de rebasarlos.
“Pero además de esas luchas puntuales en cada obra hubo tres huelgas
de todo el gremio. La primera de ellas sería a mediados de los años 70, la
del embarcadero en el 85 y la de UGT en torno a 1987”. Es de nuevo
Joaquín, quien va desbrozando maleza e hitos, veredas y mojones,
explicando cómo van aunándose la lucha espontánea y la lucha orga-
nizada, los testimonios individuales y la conciencia colectiva. “En la
primera de las huelgas me tocó discutir con mi padre, que era uno de los
31. Ángeles Barrio (20009: Historia obrera en los noventa: tradición y modernidad.
Recogido en el número 37 de la revista Historia social.
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contratistas. Me supuso estar después dos años sin hablar con él. Él nos
prometió no 100 sino 115 pesetas el metro y todos los derechos y cuando
llegó el mes y nos tenía que pagar, le dije a mi padre que dónde estaban
los derechos; mi padre decía que los derechos estaban en los rincones.
Los rincones quiere decir en el trabajo. Como tú comprenderás, le dije,
yo no puedo consentir que tú me hagas eso a mí y a los compañeros que
estamos aquí; y más cuando estamos en huelga”. Muchos años después,
Joaquín me diría una de esas frases que te acompañan durante toda
la vida: “Manolo, el principal enemigo de un comunista es la familia”.
La familia y su red de claudicaciones. La familia como primera y
última trinchera reproductora de la propiedad privada, disfrazada de
sentimientos filiales. En esa batalla, la más amarga de todas, se curtió
Joaquín, haciéndole huelga a su padre, enfrentándose a su condición
de patrón, sabedor de que, al dar ese paso irrevocable, quemaba todas
las naves.
“Antes de la huelga del 88 nos reuníamos en Guadiana. Acordába-
mos con ellos; nos decían ‘vamos a pagarlo a 20 duros’, pero luego se lo
pagaban a ese precio sólo a los que ellos querían. Y había gente a la que
se lo pagaban a cuatro perras”. Ahora es Fermín el que tira de recuer-
dos y nos lleva otra vez al mítico embarcadero. Pero Tole y Horacio
no se acuerdan del mismo modo y asignan otro origen a las primeras
huelgas. “La primera fue ‘la huelga del olivar’, en la barriada de la Paz.
Tendría yo 8 ó 10 años. La policía breó a palos a la gente. Fue por el 68
ó 70”. Horacio habla de una huelga de la construcción e insiste en
que no se trata de la huelga del 78, donde la policía también molió
a golpes a los huelguistas en varias ocasiones. Tole lo evoca así: “Los
primeros movimientos de trabajadores, antes de la huelga, fueron en La
Estación, en los prefabricados, porque allí era donde estaba uno de los
maestros y había más problemas. Allí nos reuníamos y estuvimos varios
días protestando. Ni siquiera se pedían los derechos, lo que reclamába-
mos es que nos lo pagaban muy barato”.
Vuelve la neblina sobre los orígenes de la huelga, pero estos yese-
ros nuestros no tienen escribas oficiales, ni cronistas del gremio, ni
académicos de la historia a su servicio. Tendremos que conformarnos
con la silueta de sus recuerdos, con el excedente de amargura de las
represalias y con el poso de alegría de las primeras victorias. Tole por-
fía, defendiendo la tesis de una primera huelga en La Estación: “Yo
tengo grandes recuerdos del día en el que Paco se asomó por la ventana
y nos echó unos cubos de agua, y nosotros cagándonos allí en todo lo que
verdegueaba, creyendo que era una vecina y era Paco el Cabezón, el de
siempre... Aunque en esa huelga no participó ningún sindicato, estába-
mos bastante organizados entre nosotros y conseguimos que nos pagaran
45
los derechos. Pero duró escasamente dos meses. Al final se rompió y volvi-
mos al precio que nos pagaban los maestros”.
Sin embargo, todos los yeseros veteranos coinciden en que la pri-
mera huelga generalizada fue la del embarcadero. “La huelga duró un
par de semanas. En aquellos momentos reivindicábamos 20 duros el me-
tro con todos los derechos. A nosotros, como íbamos a destajo, los derechos
no nos los pagaban”. El destajo, la gran trampa que se lo traga todo,
el cubilete del patrón trilero, el truco que hace desaparecer el salario
indirecto de los trabajadores. “Al principio lo que queríamos era cobrar
más dinero y no atendíamos a otras reivindicaciones. En esa huelga se
llegó a un acuerdo con los pistoleros a las 7 de la tarde y a las 11 de la
noche ya se había roto. Varios compañeros, entre ellos algunos que ya
están muertos, como Joaquín Soriano y Félix, tuvimos que ir a la casa de
los empresarios para que rompieran los finiquitos que ya les habían hecho
firmar”. Cada plante una toma de la bastilla, cada huelga un palacio
de invierno que hay que defender escalera por escalera, habitación
por habitación. Junto a la embriaguez que produce el primer fruto de
la unidad, la amarga enseñanza de la reacción patronal, el monopolio
empresarial de la letra pequeña.
Así se va haciendo la clase obrera, alternando derrotas y victorias,
amasando experiencia y conciencia, como dijera el gran historiador
inglés Edward Thompson. La clase obrera no es una estructura eco-
nómica que se deduce automáticamente de la relación salarial, es
un sujeto vivo, una construcción social y cultural, producida en el
conflicto, en la creación de modos de comportamiento y vínculos de
identidad propios frente a las clases dominantes.
Joaquín analiza ese período de transición desde la lucha espon-
tánea al movimiento organizado: “Es decir, éramos valientes, bata-
llábamos en un momento dado, ganábamos la pelea, conseguíamos los
objetivos, pero al no estar organizados cada uno se iba por su lado. El
más fuerte era capaz de aguantar más, pero el más débil al otro día
estaba en las mismas condiciones que antes de la huelga. Lo que con-
seguíamos era sólo en pesetas; un duro, dos duros más, pero ya está, ni
mejores condiciones de trabajo, ni de salud, ni de nada. Y todo eso era
el resultado de no estar organizados”. Joaquín no aprendió leyendo a
Gramsci la relación entre distintos niveles de lucha, pero él mismo
fue la inmejorable demostración, junto a otros intuitivos militantes
obreros, de que “en todo movimiento espontáneo hay un elemento
primitivo de dirección consciente, de disciplina”32 y de que una lucha
46
tenaz produce sus propios intelectuales, aunque estos apenas hayan
pisado la escuela.
En las luchas cotidianas se va forjando un sentido común de cla-
se. Multitud de episodios ponen a prueban la confianza mutua y la
entereza, la posibilidad misma de la unidad. “Me acuerdo que en una
de las huelgas estábamos trabajando Paco el Camarón, Teodoro y yo, los
tres. Todo lo que ganábamos lo repartíamos a partes iguales. Paco, la
huelga no la tenía muy clara. Entonces estábamos haciendo un local en
la barriada de la estación. Cuando se acabó la concentración de ese día
me fui a casa, y cuando paso por la chapuza escucho al padre trabajan-
do y al Camarón. ‘A ti no te da vergüenza’, le decía yo y me respondía
‘que yo no puedo’, ‘cómo que no puedes, si es un día de huelga todas las
semanas’. Y a la siguiente semana pararon. Te cuento esto para que veas
cómo cambian las cosas. Porque fíjate luego si el Camarón fue activo.
Y eso es porque él vio y se convenció... Porque él, como todos nosotros,
había visto muchas escaramuzas en las obras y siempre el que daba la
cara o lo machacaban o lo compraban; se llevaba la mejor parte y a los
otros los quedaba atrás. Había visto, por ejemplo, la mala experiencia
de las comisiones de parados: le daban trabajo al cabecilla y a tomar por
culo la comisión”. Amargo magisterio de la represión, una meticulosa
máquina de división y miedo. Represión con mil caras y formas. La
fraternidad colapsada por la sospecha y la incredulidad. Y la lista ne-
gra de todos los días, la ley no escrita del capitalismo. “La experiencia
de la represión en las obras está muy presente en todos los trabajadores.
En algunos casos alguna gente se tenía que hacer autónomo porque no les
daban trabajo. A José Antonio de la Flor, a Fermín, al Tole, a Isidoro, a
Manolo Cabezón, a toda esa gente, que se había destacado mucho en la
huelga no les daban trabajo”.
A pesar de todo, la escisión obrera está en marcha. El cordón um-
bilical con patronos y pistoleros está roto. La esperanza y la necesi-
dad, aliadas, van venciendo al miedo. De la lucha espontánea, “ca-
racterística de la historia de las clases subalternas”, se va pasando a una
lucha más consciente, más duradera en el tiempo y más sólida en los
propósitos.
La siguiente tentativa se dio al amparo de la Unión General de
Trabajadores. “Claro, teníamos que irnos a un sindicato. Primero fui-
mos a la UGT y allí estuvimos apenas un mes”. Ahora es Fermín el que
recuerda este nuevo intento fracasado. “Estuvimos malamente, enga-
ñados por los dirigentes, que nos decían que nosotros no podíamos entrar
en el convenio porque había concurrencia con derivados del cemento. No
sé, todavía nadie nos lo ha explicado, me parece que yo todavía no lo he
entendido, a ver por qué la concurrencia esa”, dice con ironía. La selva
47
de las palabras jurídicas, siempre enredando a los mismos, siempre
sirviendo de burladero al poder. “La UGT firmó un acuerdo con los
subcontratistas pero que no llegó a ser reconocido ni por la patronal ni
por la Delegación de Trabajo”. Joaquín explica el misterio de la santa
concurrencia que atribulaba a Fermín y abunda en la desconfianza
hacia los líderes sindicales: “Allí nos fue mal, sus dirigentes nos decían
que ellos no se metían en una batalla que estaba perdida, porque el
convenio se había firmado unos meses antes y por tanto no correspondía
renegociarlo otra vez”.
Pero esta generación de yeseros ha ido aprendiendo en centenares
de escaramuzas y disputas la relación entre ley y fuerza. Sabe que
no hay leyes obreras sin fuerza obrera. Y está empezando a “educar y
orientar la espontaneidad”, convirtiendo los arrebatos individuales de
indignación en estrategia colectiva de lucha, buscando cauces para
esa lenta acumulación de experiencia y conciencia. “Un día, Joaquín,
nos dijo que nos fuéramos a CCOO. Desde el primer momento tuvimos
el apoyo del sindicato”. Allí comenzará la huelga.
48
la conciencia política, y la de vecino de la de productor. Barrizales
en el barrio y capataces de revuelta entraña en la empresa. Las moti-
vaciones del barrio se van anudando con las razones de la obra. Los
malestares se hibridan, la conciencia va tejiendo su tapiz artesano.
“Toda gran ciudad tiene uno o más ‘barrios feos’, en los cuales se
amontona la clase trabajadora. A menudo, a decir verdad, la miseria
habita en callejuelas escondidas, junto a los palacios de los ricos; pero,
en general, tiene su barrio aparte, donde, desterrada de los ojos de la
gente feliz, tiene que arreglárselas como pueda”35. La segregación que
retratara Engels se ha repetido, contumaz, a lo largo de dos siglos, y
a pesar de la fábula de universalidad de la clase media, tiende hoy a
reproducir su arcaica cantinela. La gente del abismo del East End, los
barrios peligrosos, urgidos de regeneración higienista. El extrarradio
de la morralla, la gente de la mala vida, los barrios estigmatizados
por el poder como patológicos. La vieja molienda de la marginación
haciendo girar su rueda inapelable. Antonio Fernández Alba pergeña
así el relato de las ciudades heridas en la España franquista de los
años 60 y 70: “Pronto, en los arrabales de las ciudades florecieron los ba-
rrios obreros, las ciudades satélite, los suburbios-habitación, la periferia,
ese territorio de conquista y asentamiento de los nómadas industriales,
legitimaba así, en su atrofiada metamorfosis, la nueva geografía de la
ciudad”36.
Aunque Badajoz sea una ciudad pequeña, también arrastra sus
tarascadas y llagas, sus barrios aparte, su secuencia de marginales y
populosas áreas pobladas. Las Moreras, los barracones del Nevero, las
Casas Baratas, los Colorines, la Luneta, las cicatrices de la exclusión,
la larga estela del chabolismo. De la infravivienda, como le gusta de-
cir ahora a la pulcra y tecnocrática clase política. “El núcleo humano
de Las Moreras estaba compuesto por la gran emigración que se dio del
campo a la ciudad en los principios de siglo; se establecían en esta margen
porque podían construir sus ‘chabolas’ a base de tapiales y de carbonilla
y el techo formado con juncos del río; todas estas chabolas tenían un pe-
queño huerto donde cultivaban toda clase de verduras y criaban vacas y
ovejas”37. Lo mismo ocurrirá en el Cerro de Reyes, donde, años más
tarde, una riada acabará con la vida de 25 vecinos. Los pobres, siem-
49
pre arrebatándole unos metros a la ribera unos metros, aún libres de
dueño privado, sabedores del riesgo de inundación, pero aún más
temerosos del aluvión de la miseria. Más cornadas dan el hambre y
el frío, murmuran.
Los yeseros que protagonizan la lucha viven en distintos barrios
de Badajoz, pero de entre ellos podríamos destacar por su número los
de la barriada de las Ochocientas, Suerte de Saavedra o Cerro de Re-
yes. Las Ochocientas o la UVA, como también se conoce la barriada,
es una de las Unidades Vecinales de Absorción del franquismo, una
respuesta a la aglomeración obrera en las ciudades y a la denuncia
del chabolismo. Fermín, Tole, Felipe Romero, Miguel Campanario,
Agustín Monje, Francisco Generelo, José Antonio de la Flor, Joaquín
Rosado, Hilario Monje, Pedro Bautista... son algunos de los yeseros
que residen allí. Unos fueron realojados desde Las Moreras y otros,
como José Antonio, cuando tiraron las casas de La Picuriña.
Las primeras casas de Santa Engracia, que también así se llama el
barrio de la UVA, fueron entregadas en 1964. “Las familias beneficia-
das fueron, en primer lugar, todas las de Las Moreras, alrededor de unas
250 familias que vivían en zona inundable. Se completó la ocupación
con familias de otras zonas ‘chabolísticas’ de la ciudad como Rivilla,
Calamón, Cerro de Reyes…”38. La UVA está compuesta de albergues
concebidos como provisionales que, con el paso de los años, se han
convertido en la vivienda definitiva para muchos de sus ocupantes.
La mayoría de las casas son, al día de hoy, propiedad de aquellos mo-
radores temporales. Las viviendas fueron entregadas con techos de
uralita. “En ellos, a media tarde se podían asar pájaros”, dice Fermín.
Con el tiempo, muchos de los habitantes le han ido poniendo doble
techo, para aliviar el calor. Son casas con tres habitaciones muy pe-
queñas y un patio grande. Lola, la mujer de Fermín, dice que el patio
es lo que más le gusta de la casa. La gente obrera haciendo habitable
lo inhóspito, embelleciendo lo minúsculo, transformando las barra-
cas en vergeles.
Si uno recorre la historia de estos barrios ve la pústula, los signos
de la marginación. En 1904, en el periódico Adelante, se describe así
la Barriada de la estación: “Más de 800 personas viven en la barriada
de la Estación y están en continuo sobresalto, pues no tienen ni Médico,
ni Botica, ni Iglesia, ni agua, ni luz, ni ordenación urbanística, ni hi-
37. Diego Barrena Gómez (2000): Barriada de la estación, 1860-2000: desde la Parro-
quia de San Fernando y Santa Isabel. Badajoz: Caja Rural de Extremadura.
38. Idem, obra citada.
50
giene en general”. En continuo sobresalto: naturaleza del barrio, flor
de arrabal, extramuros de la ciudad. En 1907 el Obispo Ramírez
visita por primera vez la barriada; como consecuencia de esa visita
pastoral, se adoptan una serie de disposiciones y entre ellas figura
la de crear “una Biblioteca parroquial para contrarrestar el efecto de
las malas lecturas y periódicos”. En 1957, con motivo de la primera
Asamblea Parroquial, a la que asiste el Obispo José María Alcaraz y
Alenda, entre otras conclusiones se acuerda “Abrir un cine parroquial,
para intentar la moralización de este medio audiovisual”. Ya sea de las
malas lecturas y periódicos o de películas inmorales, a la Iglesia se le
pasa la vida defendiendo a los desvalidos habitantes de estos barrios
de la influencia de las ideas subversivas o de las disolventes imágenes.
Fermín era uno de los corderos descarriados del barrio: “De pequeños
íbamos mucho al cine. Aquí, al lado de la estación, estaba el ‘Cine Ideal,
Empresa parroquial’, que así lo anunciaban. Pero luego había otros cines
en Badajoz como el Cine Jardín, en San Roque o el Cine Autopista. Veías
2 películas por una peseta y media”.
En Suerte de Saavedra viven Tomás Cantero, Antonio Mora, Juan
Estévez, Julio Cantero, Félix El Chovo, Joaquín Corbacho, Loreto El
Chupado o anotnio Valiente y otros muchos yeseros. Ahora quizás
sea ya el barrio en el que vive un número mayor de ellos. Suerte de
Saavedra es una barriada que data del año 1984. Situado en la parte
más oriental de Badajoz, cuenta con unos 10.000 habitantes aproxi-
madamente. En sus inicios estaba formada por viviendas sociales,
todas en régimen de alquiler, aunque en estos momentos se hallan
también pisos y promociones privadas. El problema fundamental del
barrio es su casi inexistente infraestructura social, consecuencia de
haber sido concebido sólo como una solución a problemas de aloja-
miento.
Allí vivían los yeseros y allí siguen viviendo. Los barrios pelean
por no ser condenados al gueto, se resisten a las dinámicas de arrin-
conamiento, pero los poderes necesitan periferias. “Este barrio está
‘imaginao’, hay un abandono total”, dice uno de los compañeros de
Suerte Saavedra. No habla de hace veinte años, habla de ahora, fina-
les de 2011. “Hay mucha gente pasándolo muy mal. Para muchos cha-
vales, su cena es un perrito caliente: los venden por 0´60 euros ahí en la
tienda de más abajo”. Malvinas, Alcatraces, Vietnam. París, Londres,
Badajoz. La banlieu en marcha, barrios ‘imaginaos’, planetas miseria,
esquirlas de la guerra social, anticipos del estallido que viene.
“Aquí ahora hay mucha juncia, mucho mangante que ni siquiera tira
la basura en los contenedores”. Los compañeros hablan del deterioro
progresivo de los barrios. “La gente no tiene trabajo, circula la droga”.
51
Por la avenida una prostituta-yonqui va chupando una piruleta junto
al chulo, un joven de ojos temerosos y extraviados; al rato, más abajo,
se han colocado cada uno a un lado de la carretera. Ella te sonríe y
te convoca.
Retorna el recuerdo del barrio al tiempo de la huelga. “Las mujeres
se quedaban con miedo. Los que iban dando la cara se creaban enemigos
y ellas lo sabían de sobra. A muchos, son las mujeres las que le han qui-
tado los revesinos”, dice Fermín. Antes de meterse, hay que pensarlo
dos veces.
52
sector generalmente ocupado por gente joven e integrada en empresas
subcontratistas. Dificultad de integración con el colectivo general de al-
bañiles”39. Suenan en la cavilación militante los ecos del gremio, las
peculiares características de los trabajadores de artes y oficios. Ma-
nuel Delgado recuerda que la palabra gremio procede del latín –gre-
mium–, que significa seno, regazo, protección. “Estas asociaciones son
fundamentales para conocer el mundo medieval y su vitalidad urbana.
Sus funciones fueron dos básicamente. Por un lado, reglamentaban el
trabajo y, por otro, lo monopolizaban, fijando la capacidad de produc-
ción, limitando la competencia y obstruyendo la introducción de nuevos
productos y modos de producción...”40. Como suele ocurrir y a pesar
de la apariencia, la inercia de la tradición laboral mantiene aún una
influencia notable en el presente de muchas de las corporaciones del
mundo de la construcción.
Pero la precariedad y la subcontratación son comunes a todo el
sector de la construcción y a la mayor parte del mundo del trabajo.
La temporalidad y la subcontratación en cadena no han hecho más
que profundizarse desde la fecha en la que aquellos militantes levan-
taran acta de la organización del sector. Los años 80 y 90 se carac-
terizan por “un crecimiento espectacular del empleo temporal, así como
por la sustitución neta del empleo fijo por el empleo temporal”41. Albert
Recio avanza un dato muy revelador, representativo del proceso de
39. Rafael Morales Ruíz (1999): Transición política y conflicto social. La huelga de la
construcción de Córdoba en 1976. Córdoba: Ediciones de la Posada. Ayuntamiento
de Córdoba.
40. Manuel del Álamo (2008): Historias de albañiles y carpinteros. Valencia: Tirant lo
Blanch.
41. Albert Recio (1994). Flexibilidad laboral y desempleo en España. Madrid: Universi-
dad Complutense. Cuadernos de Relaciones Laborales, número 5.
53
Los porcentajes de empleo temporal pasan de 15’8% en 1987 al
32’6% en1993.
Estos datos de precarización de las condiciones de trabajo no
pueden entenderse al margen del proceso de acumulación capitalista
que ha primado en las últimas décadas y, en particular en los últi-
mos años, con el modelo vinculado a la especulación urbanística y
financiera. Contratos basura e hipotecas basura van de la mano. Lo
que hoy designamos con términos como burbuja inmobiliaria, to-
cho-dependencia o cultura del ladrillo es la aceleración del modelo de
crecimiento que se impuso en los años sesenta.”Puede observarse una
línea de continuidad entre el urbanismo especulativo de los años sesenta
y la fase actual. Una línea en la que a veces han cambiado las formas y
los mecanismos pero donde se ha mantenido una continua presión por
favorecer por diversos medios el despegue del sector de la construcción:
urbanismo permisivo, promoción fiscal, grandes planes de infraestruc-
tura…”42.
No obstante, cuando el tsunami urbanizador, como denomina
Ramón Fernández Durán al proceso, va a adquirir proporciones fa-
raónicas va a ser a partir de la década de los 80 y aún más de los 90.
“A principios de los años ochenta, se crean las condiciones que permiten
a la banca meterse en el mercado inmobiliario”, creando las condicio-
nes para convertir la vivienda en un lugar preferente de la inversión
privada. Ese Prestige de cemento alcanza unas dimensiones de las
que puede ser un indicador representativo el número de 800000 vi-
viendas iniciadas durante el año 2005, cifra que supera el número de
viviendas construidas en Francia, Alemania y Reino Unido juntos,
que disponen de una población cuatro veces mayor.
En el momento de la huelga de los yeseros, se puede decir que esta-
mos al inicio del boom de la construcción, en los inicios de la burbuja
inmobiliaria. Veamos qué ocurría en Badajoz: “En el terreno urbanístico
la expansión de la ciudad ha alcanzado un desarrollo asombroso, supe-
rando ampliamente todas las previsiones de crecimiento, incluso las que
parecían más inalcanzables. De tal modo, las áreas de ensanche estimadas
por la reforma del Plan General de Ordenación Urbana de 1989, hoy han
sido superadas por todos lados (…) Baste decir que la superficie de Bada-
joz, que al terminar la guerra se limitaba a los poco más de 120 hectáreas
del casco intramuros, y otro tanto entre los dos núcleos de San Fernando
42. Ramón Fernández Durán (2006): El tsunami urbanizador español y mundial. Bar-
celona: Virus Editorial.
43. Alberto González Rodríguez (1999): Historia de Badajoz. Badajoz: Universitas.
54
y San Roque, son hoy casi 3000. Lo que significa que en medio siglo la
extensión de la ciudad se ha multiplicado por más de diez”43.
Otro dato que nos da cuenta del crecimiento del sector de la
construcción ya en estos años. En 1987, los trabajadores activos del
sector de la construcción en la provincia de Badajoz son 48100; sólo
dos años más tarde esa cifra ya habrá ascendido a 55600.
Para discernir cómo se ha hinchado la gigantesca burbuja inmo-
biliaria de los últimos años hay que remitirse forzosamente a la co-
lusión entre poder político y poder económico. El gran partido in-
mobiliario, integrado por empresarios y políticos, se ha constituido
en el promotor y garante de la burbuja, que ha supuesto hipotecas
y precariedad para unos y rápido enriquecimiento para otros. “En la
cúspide del sector están las grandes constructoras, verdaderas máquinas
de absorber recursos públicos de mil y una forma y con conexiones esta-
bles con el poder político. Por poner sólo dos ejemplos, ACS, la empresa
de ‘Florentino’, tiene como socio principal al grupo March cuya historia
de amor con el franquismo es proverbial; Ferrovial, se creó en los años
sesenta para ejecutar obra pública, justo cuando el Opus Dei accedía al
poder y su propietario, Rafael del Pino, tenía a su primo López de Letona
en el Gobierno”44.
Para llegar a Paco el Pocero, hay que mirar en los despachos del
BBVA, del Santander Central Hispano y también en los escaños
parlamentarios. Habría que leer los discursos a favor de “la liberali-
zación del suelo” de ese pedazo de socialista llamado Miguel Ángel
Fernández Ordóñez, hoy Gobernador del Banco de España; ten-
dríamos que seguir la senda de las fusiones de constructoras y sus
afeites jurídicos, de la OCISA del maletín de los 22 millones de pe-
setas en el caso Ollero, a OCP y de ahí a ACS; o podríamos seguirle
la pista a la Ley de Campos de Golf de Extremadura (denomina-
da vergonzantemente Ley de Oferta Turística Complementaria) y
echar sólo un vistazo al este de Badajoz. O podríamos investigar la
entronización de Inmobiliaria Osuna, de sus noventa mil viviendas
y su diversificación posterior, convertida hoy en aceitunera altiva,
una de las primeras perceptoras de las subvenciones agrícolas co-
munitarias en Extremadura. Grandes pelotazos, corrupción institu-
cional e institucionalizada, vestida de liberalismo, empleo, turismo
o desarrollo sostenible, que tanto da.
55
quen la volumetría en la zona; obtener la licencia, la cédula de
habitabilidad; negociar el tendido con hidroeléctrica, el cableado
con telefónica, arrastrarte, pedir favores; aunque la batalla más
despiadada es la que se lleva en los despachos, la guerra de los
despachos, se dice así, ¿no?, la más cruenta, esa por la cual, si
compras tú, has comprado un terreno no edificable, una parcela
rústica, una parcela de uso social, de uso terciario, lo que sea; y si
compro yo, mañana por la mañana tengo el permiso firmado por
el arquitecto municipal, siete u ocho plantas, un ático ilegal, pero
sobre el que el ayuntamiento hace la vista gorda, garajes, locales
comerciales”.
“Es cuestión de tacto, tienes que aprenderlo: aquí, entre grúas que
tocan el cielo, plumas, contenedores, camiones-bañera y ruidosas
retroexcavadoras, hace falta sigilo; se necesitan ceremoniales, ritos,
saber cuándo hay que levantar la voz y cuándo tienes que hablar
entre susurros; cuando tienes que seducir, acariciarle la nuca a
alguien, hablarle suavemente al oído (…); y tienes que darte cuenta
de cuándo toca dejar caer una frase que se le ajusta al otro entre
dos miedos y trabaja como una palanca, como el hielo se mete
entre las grietas del granito y acaba haciendo estallar las rocas”.
Año 2004.
Trabajadores muertos en accidentes de trabajo: 946
Empresarios, banqueros y diputados muertos en
accidente de trabajo: 0
Nueva y espectacular victoria de la clase obrera.
56
de manos como dócil de palabra, muy distinto de esa pandilla de
boyeros, turbulentos muchas veces, oliendo a estiércol y con la
suciedad que del estiércol viene, en vez de esta blancura del polvo
de mármol que cubre los pelos de las manos y de la barba y se
agarra a la ropa para toda la vida. Así ocurrirá con Álvaro Diego,
precisamente para toda la vida, aunque corta, que pronto caerá
de una pared a la que no tenía que subir, que no se lo exigía ya
el oficio, fue allá para ajustar una piedra mal tallada. Casi treinta
metros de caída, y de ella morirá, y está Inés Antonia, tan orgu-
llosa ahora del favor de que su hombre goza, se convertirá en
una viuda triste, ansiosa por si cae ahora el hijo, no se acaban las
tribulaciones de la pobre”.
57
EL SINDICALISMO, SALIENDO DE LA TRANSICIÓN
58
La verdad está en el asesino
59
Gobierno en las vísperas de la convocatoria, ha perdido clamorosa-
mente en las principales empresas como Renfe, Telefónica, Hunosa,
Iberia, Banca, etc. En CCOO se rompe con la rémora de los pactos
de la Moncloa, que habían generado una enorme tensión en el sin-
dicato: “Los Pactos de la Moncloa entran decididamente en la categoría
del Plan de Austeridad, con los que los distintos países capitalistas han
intentado atajar la crisis, con el objetivo de restablecer la tasa media de
ganancia al nivel anterior de la crisis”46.
Agustín Moreno escribe esto en octubre de 1988 y denuncia allí
“los objetivos reales de los Pactos de la Moncloa”: la remisión forzosa de
los salarios reales para lograr una distribución de la renta en beneficio
del excedente empresarial; disciplinar a la clase obrera a nivel laboral
y dividirla a nivel sindical y a nivel político. Se trata de impedir las
movilizaciones y de formar un proletariado no combativo, pero sí
organizado, que desvíe su combatividad a la participación pasiva en
elecciones generales, etc.; alcanzar una paz social pactada que signifi-
que un freno al proceso de politización y toma de conciencia de clase
iniciado con las luchas de 1961 y que convirtió a la clase trabajadora
de España en una de las más combativas de Europa. Y concluye el
dirigente sindical: “los acuerdos de la Moncloa son un acontecimiento
político que sacrifica los intereses representados por los sindicatos a los
intereses de los partidos políticos, determinando, entre otras muchas con-
secuencias de mayor alcance, un duro golpe para la iniciación de una
auténtica estrategia negociadora”47.
Parece que aún pervive una cultura de movimiento, que enfatiza
la autonomía obrera en CCOO. El tiempo se encargará de demostrar
que es un espejismo, que esas posiciones se encuentran en minoría en
un sindicato cada vez más cooptado por el poder y atravesado por los
fetiches de competitividad y consumismo, centrales en la ideología
capitalista. Por un momento parece que vuelve el mejor espíritu de
CCOO, el nacimiento de las comisiones de base y la Asamblea de
Barcelona de 1976. Marcelino Camacho decía por entonces: “Los
trabajadores, aun viviendo en una sociedad enferma, infectada de fas-
cismo, como cuerpo vivo en la sociedad (…) crearon su antivirus, su
anticuerpo: las Comisiones Obreras” “Los trabajadores no tenían otra
alternativa que generar sus propias formas de autodefensa primero, y de
ofensiva después, o perecer como clase consciente, capaz no sólo de estar,
sino de ser en la sociedad”48.
46. Agustín Moreno (1989): De los Pactos de la Moncloa al AES. Madrid: CCOO.
47. Agustín Moreno, idem, obra citada.
60
LA LENTA EXTINCIÓN DEL SUEÑO JORNALERO
“¿Manuel, con el cacique qué vas a hacer? Pues le vamos a dar con el
tran tracatrán pico pala chimpón y a currelar”. Eso decía La murga
de los currelantes de Carlos Cano, cantada una y mil veces en las
marchas jornaleras, junto a las sevillanas de Gente del Pueblo. Pero
los caciques no han olido el pico ni han llegado a conocer el trato
áspero de la pala. Azarías, el de los Santos Inocentes, se pudre en el
manicomio de Mérida y, mientras los terratenientes se embuchan las
subvenciones europeas, los jornaleros tienen que andar defendiéndo-
se del estigma de las peonadas falsas y del baldón ignominioso de la
pereza.
En la fotografía aparecen el Cano, Boza y Candelo, entre otros.
Pero podrían haber estado en ella Eduardo Amador, Ricardo Flores,
Pepe el Negro, Antonio Caparrata o decenas de militantes de Talave-
ra, luchadores comprometidos durante décadas. O Isidoro o El Dani,
de Arroyo de San Serván, recientemente fallecidos. O Paco Farina, o
José Bélmez o centenares de jornaleros de los que plantaron cara de
verdad, de los que ganaron para todos nosotros los escasos derechos
que aún nos quedan.
El sueño jornalero da sus últimas boqueadas. El subsidio agrario
del 84 ha sido la puntilla. Los temporeros han pasado de gritar “la
61
tierra para el que la trabaja” a esperar que les ingresen en la cartilla
las cuatro gordas del PER. Al poder le sale barato el entierro de la
Reforma Agraria. Una silenciosa reconversión en el campo va cam-
biando las formas del expolio. Ahora, el señorito se hace pasar por
ecologista, cobra por las grullas o por hacer como que siembra lino o
girasol. Y la tierra ha acabado siendo para el especulador de suelo ur-
bano, para el traficante de acciones en la bolsa. Pronto, llegarán otros
nuevos jornaleros de Marruecos, Senegal o Rumanía, ignorantes de
que por estos cortijos, durante muchos años, la revolución jornalera
hizo temblar la tierra.
Pero donde hubo candela, rescoldo queda. Y humo saldrá.
62
Capítulo 3
La huelga
63
de la selva” en la construcción y recuerda que el convenio específico
también se ha firmado en provincias como Cáceres, Sevilla, Jaén,
Guadalajara, Valencia o Girona.
La plataforma reivindicativa recoge, entre otros puntos, los si-
guientes:
- Un salario mínimo de 78000 pesetas mensuales.
- La fijación de un tope máximo de 600 metros cuadrados al mes,
para limitar y controlar el destajo. Los metros se contabilizarán a
buena vista y a cinta corrida.
- Un peón para dos/tres oficiales.
- Los días que se pierdan por falta de materiales o por preparación
de andamios, así como los días de fiesta, no serán recuperados en
metros cuadrados.
Entre las demandas obreras más habituales se cuela una nueva
musiquilla, aunque todavía suene muy tímida. Junto a las razones de
siempre, aparece la propuesta de “limitar y controlar el destajo”. Hasta
ahora las proclamas sindicales enfatizaban la negativa al destajo, pero
a sabiendas de que constituía una reclamación puramente retórica, al
margen de la realidad cotidiana en las obras e incluso del orden propio
de prioridades. Una reivindicación ceremonial que se convertía en la
primera bandera arriada, apenas se conformaba la mesa de negociación
del convenio. Aún es pronto para saber que esa aparentemente inocua
coletilla supondrá el centro de una huelga de cinco meses y el foco del
pulso que se prolongará durante más de dos décadas.
El aire de la huelga está cargado de nubarrones y negros presagios.
La convocatoria está rodeada, ya desde su inicio, de claros peligros,
obstáculos y adversarios. Para empezar, la Dirección Provincial de
Trabajo se ha pronunciado a favor de la patronal al sostener que la
regulación específica para el colectivo de yeseros comportaría una
situación de concurrencia con el convenio provincial de la construc-
ción. Concurrencia de convenios, dice la patronal; concurrencia de
convenios, dice la administración laboral, es decir, el poder político.
Concurrencia de argumentos de patronos y políticos. El poder, siem-
pre blindado y calentito, tras “la costra opaca de los considerandos”...
Pero esa es, también, la objeción que sostiene la UGT para no
secundar la huelga. El convenio provincial de la construcción se ha
firmado hace muy poco tiempo. CCOO sabe que éste es otro flanco
débil y por eso afirma, cautelosa, que espera “una próxima incorpora-
ción de UGT a la huelga en aras de la unidad sindical para mejorar las
condiciones del sector”.
El tercer inconveniente es la dureza de la patronal, que se niega
incluso a reunirse y manifiesta que “es un problema que deben solucionar
64
los subcontratistas y los trabajadores”. Su estrategia está bien definida
desde el principio: poli bueno y poli malo no sólo en las obras, tam-
bién en las mesas de negociación. Se apunta así, ya desde el principio,
a uno de los nudos gordianos con el que habrá de enfrentarse la huelga:
“los subcontratistas hacen el trabajo sucio a la patronal pero ésta no quiere
reconocer esa situación de la que obtiene notables beneficios”.
La huelga empieza, pues, con serias dificultades. Falta de unidad
sindical, apoyo de la administración laboral a la patronal, reparto
de papeles entre la patronal y las subcontratas, y el peligro de que la
lucha sea percibida como corporativa, riesgo del que son muy cons-
cientes los convocantes: “no se trata de desmembrar la negociación co-
lectiva separando gremios de trabajadores, ya que la tendencia de los
sindicatos debe ser la contraria”.
Y luego, está el principal obstáculo, intangible pero empapando
todo con su memoria: el largo espectro de la huelga del 78. Nadie se
refiere expresamente a él, pero está grabado a fuego en el recuerdo de
todos, trabajadores y empresarios, sindicatos y patronal. Si exceptua-
mos la importante lucha en la construcción de la central nuclear de
Valdecaballeros y los paros aislados por retraso o impago de salarios,
se puede afirmar que la palabra huelga ha desaparecido en las obras
de la provincia de Badajoz desde aquella fecha. En cualquier tajo,
cuando se insinúa la palabra huelga, surge como una ballesta la con-
testación de marras: “Sí, para que nos pase lo mismo que en la huelga
del 78”. La memoria amarga de la derrota y el escarmiento de las
huelgas indefinidas, centinelas de la resignación. El miedo guardan-
do la viña del capital. Creímos asaltar los cielos y lo que pasó es que
fueron ellos quienes en verdad asaltaron nuestros salarios y nos qui-
taron la antigüedad. La tradición de todas las generaciones muertas
oprimiendo como una pesadilla el cerebro de los vivos; el recuerdo
de los fracasos atenazando las luchas del presente…
La huelga de la construcción de Badajoz en 1978 fue una gran
lucha, pero terminó como el rosario de la aurora. Tras 52 días y pese
a la combatividad extraordinaria mostrada por la clase obrera, la
huelga se cerró con una dolorosa e innegable derrota. Sólo en la me-
moria de los militantes más curtidos o formados se retuvo como una
lucha valiosa. En el olvido quedaron las colectas de solidaridad por
las barriadas, las fantásticas huelgas de apoyo de otros gremios y de la
población en general, las asambleas en los campos de fútbol, la fuerza
obrera insinuando otro tiempo posible. En el recuerdo permanecie-
ron nada más que la represión reiterada y brutal de la policía, la divi-
sión sindical, el retorno al trabajo en fechas distintas en Badajoz o en
Mérida, sin antigüedad, de 15 en 15, previa firma del finiquito.
65
“Ya en los últimos momentos de la reunión las centrales sindicales
de la Comisión Negociadora sólo pedían que la patronal hiciese a la
agrupación empresarial una ‘recomendación’ de admisión de todos los
trabajadores sin pérdida de antigüedad”, escribía el periodista del Dia-
rio Hoy, en la crónica del día 1 de junio de 1978. El mismo periódico
recogía, al término de la huelga, unas declaraciones del Jefe de la Ins-
pección de la Delegación Provincial de Trabajo, Ángel Vicente, que,
bajo la aparente neutralidad y equidistancia, resumen el resultado
y las consecuencias del pulso: “Las partes se darán cuenta de que no
se pueden hacer huelgas sin saber antes hasta dónde se puede llegar. En
una provincia como la nuestra esto servirá de experiencia para que no
se repitan situaciones iguales en el futuro, porque huelgas como ésta no
benefician a nadie”1. Experiencia para que no se repitan situaciones
iguales en el futuro. Cautivo y desarmado el gremio de la construc-
ción para décadas…
La huelga, que supuso importantes subidas salariales y mejoras,
terminó como un fracaso rotundo para los trabajadores. El capital
demostró una vez más que no le importa pagar un poco más si, a
cambio, mantiene o perfecciona su dominio. La tasa de ganancia se
sostiene sobre la tasa de división de la clase obrera, sobre la subjeti-
vidad de la derrota, sobre la subordinación como único horizonte
reconocible.
“Hay que saber terminar la huelga y tener en cuenta que, a veces, es
mejor retirarse a tiempo en orden, y con las fuerzas intactas para poder
volver a la carga más adelante, que empecinarse en la acción cuando
no hay condiciones, fracasar y desorganizar el movimiento durante un
período más o menos largo”2. Así rezaba uno de los documentos del
primer Congreso de CCOO en 1978. Con esta reflexión, supuesta-
mente timorata, el sindicato levantaba acta de algunas de las huelgas
descalabradas en esos años, y advertía sobre “los sentimientos de frus-
tración, fracaso y desbandada que producen las derrotas”.
La huelga de los yeseros, vista desde fuera, parece que nace dé-
bil. Demasiados enemigos declarados y demasiado presentes los
fantasmas de la memoria. Pero, a veces, irrumpe lo imprevisto, se
quiebra el guión de lo posible y aparece, como una combinación de
la rabia y de la creatividad obrera, el acontecimiento, emergiendo
66
como “una relación de fuerza que se invierte, un poder que se confisca,
un vocabulario recuperado y vuelto contra los que lo utilizan”3.
67
la rutina, el sentimiento de fuerza colectiva que da la unidad. “Las
primeras horas, y durante muchos días, la huelga es considerada por los
trabajadores de la base como una distensión. Significa no trabajar donde
ordinariamente se está atado a la tarea; escapar a la vez a la alienación
de la máquina, a la alienación de la jerarquía social y a la alienación
del sistema económico”4. En los primeros días, hay alegría en las casas y
fraternidad en las asambleas. Eisenstein captó extraordinariamente la
euforia inicial de la huelga, característica de la provisional vida ociosa
de los trabajadores. En su película La Huelga, cuando la fábrica se
para, quienes ocupan la escena son los cachorros de animales y los
niños. “Levántate, hay que ir a trabajar”, le dice el niño juguetón al
padre, que remolonea en la cama. En las huelgas veraces palpita el
presentimiento y la promesa de otro mundo posible.
68
¡Qué enfermo parece todo lo que nace!
69
LA HUELGA SE EXTIENDE Y CONSOLIDA
70
Mariano Poves, los echó a la calle sin ningún tipo de preaviso. Fi-
niquito en blanco. Firmad aquí vuestra renuncia, abandonad toda
esperanza…
Manuel Martín Gutiérrez es conocido por todos como el Tole; le
llaman así porque nació en Toledo. Lleva trabajando en el yeso desde
que tenía 17 años y, desde entonces, ha tenido que recorrerse media
España para llevar el salario a casa. Es el presidente del comité de
Huelga y como tal también denuncia las jubilaciones forzosas y pre-
maturas en el gremio de yeseros, a una edad más temprana incluso
que el resto de los obreros de la construcción. “A partir de los 45 años,
dejan de contratarte, y te quedas sin trabajo, sin paro y sin Seguridad So-
cial”. Esa fábula de que la palabra jubilación proviene de júbilo será
en otras profesiones. Porque en ésta, si llegas a los 65 años pegando
yeso ya estás para el arrastre. “A los 65 has cascado ya el poleo”, dice,
expresivo, Fermín.
Sin embargo, mientras los obreros van señalando los verdugones
y magulladuras, tantos años ignorados, la patronal guarda silencio,
ningunea la huelga y se plantea una estrategia de largo plazo. Ya le
dio un excelente resultado en el 78. Los principales dirigentes de
la patronal se curtieron en aquel gran pulso y aprendieron allí las
artes de la dilación, de la trapacería y del engaño. No han tenido
que esperar a que irrumpa en las librerías y las aulas universitarias
Daniel Goleman, el príncipe de la inteligencia emocional. Estos
empresarios de la construcción conocen la psicología obrera, saben
que “sus emociones son rápidas y toscas”, que lo fían todo a la razón
y a la esperanza, olvidándose de que ellos no son otra cosa que
fuerza prescindible de trabajo. La patronal se dispone a gestionar
el desánimo, a tocar con sabiduría el acordeón de las ilusiones y las
desilusiones, a combinar la multitud de instrumentos que tiene a su
disposición: pistoleros, administración laboral, inspectores, políti-
cos, policía, justicia… Va desplegando su táctica con destreza, con
inteligencia asertiva. Te envuelve con su tono suave y sus palabras
tecnocráticas, concurrencia de convenios, legalidad laboral, incre-
mento de la productividad, paz social, pero sus dentelladas son las
de experimentadas hienas, diestras en derrotar huelgas y defraudar
promesas.
Los militantes temen esa estrategia de dureza pero intuyen que
es el escenario que se avecina. “Caso de que la patronal no se siente a
negociar, las medidas se endurecerán paulatinamente”, salmodian los
sindicalistas, economizando las palabras gruesas y, sobre todo, pa-
sando de puntillas por encima del gran sintagma prohibido: huelga
indefinida...
71
UNA PATRONAL AVEZADA. LA ESTRATEGIA DEL DESÁNIMO
72
del país. Junto a Vaysaca, Gridilla, Moleón, Construcciones Badajoz
o Inmobiliaria Osuna, se encuentran los grandes dinosaurios, Draga-
dos, Entrecanales, Colomina, Ferrovial, o Construcciones y Contra-
tas… El presidente de la patronal, José Antonio Calvo Delgado, se
ufana de que la organización agrupa al 80 por ciento de las empresas
de la construcción de Badajoz, pero a pesar de ello, se afinca en la
negativa a negociar.
Joaquín recuerda así la conformación de la organización empre-
sarial: “Se trataba de una patronal muy dura y que además presumía
de serlo, muy acostumbrada a restallar el látigo y que todo el mundo
dijera amén. No estaban dispuestos a perder su hegemonía y, al fin
y al cabo, la huelga de los yeseros se presentaba para ellos como un
desafío”. Los duros de los páramos extremeños y los duros del solar
patrio. Una patronal representativa de la burguesía que asentó sus
fortunas en el franquismo y pilotó luego la transición a lo Gatopar-
do.
El Presidente de la patronal de la construcción de Badajoz, José
Antonio Calvo, representa extraordinariamente ese progresivo “ag-
giornamiento” de la burguesía del franquismo, posteriormente re-
mozada y homologada como demócrata. “El presidente de la patronal
merecería un capítulo aparte. Él era uno de los máximos valedores de la
posición más dura. Era el representante de la patronal que había ganado
la huelga del 78, y desde aquella fecha, en el sector había reinado la ‘paz
social’ a costa de la indefensión de los trabajadores. Calvo era partidario
de echar un pulso todo lo duro que fuese necesario”, evoca Joaquín. La
evolución política y empresarial del jefe de la patronal puede ayu-
darnos a entender la aspereza del conflicto, pero también la espe-
cialísima articulación de poder político y económico que subyace
en la milonga de la transición española como dechado de virtudes
democráticas. En junio de 1981, Calvo desempeñaba el cargo de
delegado provincial de Fuerza Nueva en Badajoz. Como tal, vive los
violentos sucesos acaecidos en el campamento que esta organización
de extrema derecha instala en la finca de Los Pinos, en Mérida. En
las elecciones generales de 1982, José Antonio Calvo es el candidato
número 2 en las elecciones generales por Fuerza Nueva en la circuns-
cripción de Badajoz. Al día de hoy, sigue siendo el presidente de la
patronal de la Construcción APDECOBA y, ostenta asimismo, el
cargo de Presidente del Imperio de Mérida, Club de Fútbol.
No es un caso especial ni aislado. Es, más bien, la metáfora del
transformismo de la clase dominante, protegido por la amnesia y por
el discurso fabricado desde el poder. Podría decirse que, para otros,
la transición política fue aún un negocio más rentable, y las fortunas
73
amasadas en la dictadura dispararon sus cotizaciones en la bolsa. Los
cachorros del régimen, los José Entrecanales, Rafael del Pino, José
Junquera Blanco, Alfonso Sánchez del Río… se transformaron en
demócratas de toda la vida, aprendieron la gramática de las fusiones
empresariales y los pelotazos inmobiliario-financieros, internaciona-
lizaron sus negocios, encabezaron el boom de la construcción.
Retornemos a nuestro relato. La huelga sigue los miércoles y jue-
ves alternos, y los militantes persisten alzando las palabras hasta aho-
ra impronunciables. “Los pistoleros y empresarios nos amenazan con
listas negras de los cabecillas”, acusan en la prensa. “Hay un reguero
de muertos en la construcción; en el año 1987 fallecieron cuatro tra-
bajadores en accidente laboral en Badajoz, y en los ocho primeros meses
de 1988, ya son siete los obreros que han perdido la vida”, señalan,
apuntando al mismo tiempo, contra la codicia del patrón y contra
la desidia de la inspección de trabajo. Listas negras, muertos en las
obras, nombres perecederos ahogados hasta ahora por el silencio o
el miedo. “En las obras del nuevo Puente de la Autonomía, los obreros
están siendo contratados por fases que se corresponden con los tramos del
puente”. Trabajadores madelman con contratos de juguete, trabajo
desmigajado en porciones precarias. Balbuciendo sobre esas “cosas
fugaces, bajo marchitables nombres”, se va abriendo camino el secreto
de los yeseros y fortaleciendo el ánimo para una huelga que ya todo
el mundo vislumbra larga e inclemente.
Para octubre, se anuncia una huelga de la construcción en todo el
país, contra la precariedad y siniestralidad en el sector. Antonio Ló-
pez, dirigente de la Federación Estatal de la Construcción de CCOO
(FECOMA) acude a manifestar su apoyo a los yeseros el 7 de sep-
tiembre e informa de la convocatoria estatal. Al menos, nuestros ga-
los del yeso podrán impulsarse en el viento general de la protesta,
sumar sus relámpagos al de otros levantiscos del país.
74
lo evoca así: “Ahora me río mucho, pero si me tocara hoy quizás no
me subiera. Entonces sí, me subí a la grúa y me habría subido a 40
grúas. Lo habíamos hablado por la noche. El compañero Joaquín
me decía: “Tole, a mí las alturas no me gustan”, “Venga, que eso no
pasa nada, cogemos por la mañana tempranito, nos preparamos nues-
tra tabla para sentarnos allí arriba, nuestros bocatas y como no hace
mucho frío, nos subimos”. Desde muy temprano se encaramaron a la
máquina de elevación y estuvieron hasta después de las 12; la grúa
y, prácticamente toda la obra, estuvo parada a lo largo de la maña-
na. “A las 7, cuando el guarda se fue para la otra punta de la obra, nos
colamos dentro de la grúa. Empezamos a escalar, madre mía, esto no
llega nunca al final, cansaítos, por que la grúa era de siete pisos, no me
extraña que los mecánicos se mareen aquí arriba; subimos, nos acomo-
damos, y más tarde nos enteramos de que el gruísta estuvo a punto de
darle marcha a la botonera con nosotros dos allí arriba, menos mal que
enseguida llegó el encargado y le avisó: Oye, que hay dos tíos ahí en lo
alto de la grúa”. Dos locos en lo alto del ingenio de hierro y otros
muchos locos abajo, advirtiendo de que la batalla no está resuelta,
ni mucho menos. “Esto es un aviso a la patronal de que entramos en
una segunda fase de movilizaciones, y si no hay respuesta, endurecere-
mos la lucha”, manifiestan los sindicalistas.
75
“Al principio iba a subir a por nosotros la policía, pero uno de los
mandos les dijo que no era posible hacerlo porque estábamos en la plu-
ma, no en la grúa. Luego hablaron de traer a los bomberos. Y después ya
decidieron dejarnos allí. A las 11 de la mañana se levantó un aire con-
siderable y la grúa empezó a cimbrearse un poquito. Sí, la verdad es que
este tipo de protesta tiene bastante riesgo. A las 12, decidimos bajarnos”.
La acción es la respuesta a la estrategia dilatoria de la patronal, que
ha intentado sembrar el desaliento, y además es una confirmación de
la vitalidad y decisión del movimiento huelguístico. El campanazo
de la grúa no estaba en el repertorio previsto y amortizado por la pa-
tronal y la administración laboral. “Los repertorios de acción colectiva
son creaciones culturales aprendidas, pero no descienden de la filosofía
abstracta ni toman forma como resultado de la propaganda política, sino
que surgen de la lucha. Es en la protesta donde la gente aprende”5. Los
yeseros han transformado un típico acto de desesperación individual
en respuesta colectiva. Como la huelga, también esta clase de mo-
vilizaciones interrumpe el curso maquinal de las cosas e introduce
“frente a la brutal coacción de lo inmediato, la articulada delicadeza
de las mediaciones”6. Ahora resulta que los tarugos de la construcción
son capaces de hilar huelgas y piquetes, con sentadas, ocupaciones
de edificios empresariales y gubernamentales o tomas de grúas, com-
binando lo viejo y lo nuevo, acoplando las resistencias clásicas y las
desobediencias modernas.
El movimiento de los yeseros demuestra, por la vía de los hechos,
que sabe trajinar dentro y fuera de la obra, en el terreno de la con-
frontación con la patronal pero también en el tablado de la legiti-
mación social. Es capaz de innovar, adaptar y compaginar distintas
formas de lucha, afirmando su fuerza en las “tres características poten-
ciales de donde procede el poder de la acción colectiva: desafío, incerti-
dumbre y solidaridad”7. Los yeseros han desafiado el bastión patronal,
fortificado e intocable desde la huelga del 78, pero al mismo tiempo
han desoído los consejos paternales de la administración laboral y
de la UGT, y por último han cuestionado incluso el recién firmado
convenio de la construcción. Han metido el miedo en el cuerpo a la
patronal que, a pesar de su exhibición de soberbia, teme la extensión
del conflicto a otros sectores. Y por último, está generando los meca-
76
nismos de solidaridad y resistencia para afrontar el más que posible
encallecimiento de la huelga.
Al mismo tiempo, la acción de la grúa es un tanteo más que apun-
ta a la reorganización de la estrategia obrera. Se realiza cuando ya
es indudable que el conflicto entra en otra fase. Ha pasado un mes
de huelga con paros intermitentes de dos días a la semana, pero la
patronal no ha pestañeado siquiera. Los trabajadores son conscientes
de que, además, la modalidad de huelga intermitente es escasamente
efectiva en un sector que trabaja a destajo. A pesar de que está rigien-
do una estricta autodisciplina, los yeseros y escayolistas tienden a
recuperar en los tres días de faena una parte del trabajo atrasado. La
huelga se encuentra en la encrucijada: no se puede ir para atrás, pero
la simple posibilidad de una huelga indefinida aún produce vértigo.
77
enteramos de la huelga. Pasaban por la obra muchos compañeros, entre
ellos Joaquín, Oreja y el Pititi: ‘Únete a la huelga, campeón’. Nos uni-
mos al grupo y ya fuimos haciendo fuerza”. Quien habla ahora es José
María Aparicio que, desde aquel momento, se convertirá en uno de
los militantes más constantes y combativos, en uno de los puntales
de la resistencia obrera.
El 22 de septiembre, el Director de Trabajo, Luís Revello, se ofre-
ce como árbitro de la situación. Pero aunque cabría pensar que se
abre la puerta a la negociación, el conflicto se agrava. Esta patronal
sabe en carne propia que una huelga es una gran montaña rusa, re-
pleta de emociones, de subidas y bajadas de ánimo, de alternancia
brutal de promesas y angustias. En su memoria, indelebles, como he-
rencia de los dueños, los ecos de la doma del orgullo obrero: “Ahora,
comed república –les decían a los vencidos, al terminar la guerra civil–,
ahora comed CNT”. O reforma agraria, o comunismo, o revolución.
Zaherida cualquier palabra o herramienta que resumiera o evocara la
esperanza de los de abajo.
Y mucho más cerca, el recuerdo del 78. Aguantar el arrebato
inicial, parar, templar y mandar. Torear es desengañar al toro, ha-
cerle perder la fe. La patronal, primero dice que no es a ella a quien
le corresponde negociar, sino a los subcontratistas y que además el
convenio ya se ha firmado; después, que en una de sus reuniones or-
dinarias incluirá en el orden del día el asunto y “lo estudiará”; a conti-
nuación, retrasa la fecha prevista para la reunión ordinaria y cuando
ésta se celebra concluye acordando que “no hay nada que negociar”.
Ahora, una semana después, tras el previsible descorazonamiento de
los huelguistas, llega la oferta de mediación del Director de Trabajo.
La llamada de Revello se produce cuando la confrontación va en
ascenso y el conflicto se expresa ya en la calle además de en las obras.
La última manifestación ha sido una caravana de coches que ha re-
corrido haciendo sonar las bocinas por las calles de Badajoz. La pa-
tronal vuelve a negarse a negociar y, como respuesta a la intercesión
del Director de Trabajo, se compromete únicamente a una nueva
reunión de su directiva en la que se vuelva a estudiar las peticiones
de los trabajadores.
El 29 de septiembre se produce una manifestación en la que se
termina arrojando yeso y cascotes en las inmediaciones de la sede de
la patronal. Se suceden las acciones en la calle, pero los trabajadores
saben que están abocados a pronunciar las palabras vedadas. “Si los
empresarios deciden continuar sin negociar, que no piensen que una se-
mana más de huelga nos va a quemar: volveremos con la misma energía
a presionar, incluso con huelga indefinida”. Pero el tiempo de los ver-
78
bos y adverbios condicionales se ha terminado. La huelga indefinida
se impone como única perspectiva posible.
“No se atreverán, no tienen fuerza, es un teatrillo más”, se escucha
de nuevo en los despachos de la patronal. Pero una huelga siempre
es más que un teatrillo organizado. Una huelga es un río que no se
sabe si respetará o no los cauces. Siempre hay un excedente de rabia
no controlado, un excedente de coraje y de insumisión, imprevisible
hasta para los más expertos parrilleros del mundo empresarial.
La nueva negativa de la patronal a la negociación es respondida
por parte de los trabajadores con el anuncio de la huelga indefinida a
partir del 4 de octubre. Joaquín lo recuerda así: “Se votó en la asam-
blea la huelga indefinida, por todo el mundo. Los trabajadores dijeron
que palante, que no retrocedían. La huelga intermitente tenía una serie
de inconvenientes muy grandes. En un sector que se trabaja a destajo, en
los días de trabajo se recuperaba una parte importante y además había
mucha gente que estaba parada. También la gente se cabreaba: si estás de
huelga, trabaja sólo los tres días, aguanta la meá...Pero cuando se tiene
hambre o necesidades la solidaridad se va a tomar por culo. Por eso deci-
dimos al final que era mejor huelga indefinida. Aquí no trabaja nadie,
ni los que están parados ni nadie. Y los trabajadores dijeron que a por
todas, que ya no se conformaban con medias tintas, que todo o nada”.
El sindicato le teme al famoso y prestigioso todo o nada, más que
a una vara verde. El todo o nada, para las películas, dicen sus dirigen-
tes. Miden las palabras, temerosos de los callejones sin salida. “Desde
el 20 de julio en que se inició el conflicto ha pasado un plazo prudencial
para que los empresarios aceptaran el inicio de los contactos. Por ello
creemos que la última toma de postura de la patronal reafirmándose en
la negativa a negociar es una provocación que los trabajadores no pode-
mos tolerar. Somos conscientes de las dificultades de todo tipo que nos
plantea el iniciar un paro de varias semanas, pero los trabajadores están
plenamente de acuerdo con ello: la convocatoria de huelga ha contado
con el apoyo unánime de la asamblea”. Un paro de varias semanas,
huelga continua, huelga total: los sindicalistas hacen malabares para
eludir los vocablos huelga indefinida, que trae amargas resonancias.
Evitan pronunciarse sobre la duración previsible de la huelga, aun-
que indican que “un mes, al menos, seguro”.
La tendencia en el sindicalismo contemporáneo es a economizar
la huelga. “Se utiliza la huelga como advertencia de que la paciencia
obrera se acaba. Después de unos días de huelga, los poderes públicos
intervienen. Conversación a tres. Se podrá recaer en la huelga. Pero se
inicia un proceso del que finalmente surgirá la solución”8. Ese es el es-
quema dominante en la inmensa mayoría de las huelgas en España y
79
Europa en las últimas décadas. Mas el guión no funciona en el caso
de la huelga de los yeseros. Una anomalía se produce en el dispositi-
vo, una desviación en el protocolo de los conflictos.
“El instrumento de la huelga hay que utilizarle cuando sea necesario,
con energía pero también con inteligencia. No nos cansaremos de repetir
que una huelga bien llevada y concluida construye un sindicato, le da
prestigio, aumenta la conciencia, la confianza y la organización de la
clase; una huelga mal conducida y torpemente terminada puede destruir
un sindicato y desprestigiarlo, desmoraliza a los trabajadores y los des-
organiza. Es la huelga, pues, un arma delicada que hay que saber uti-
lizar”9. Escaldado de las huelgas de finales de los 70, CCOO incluía
este cauteloso párrafo entre los textos de su primer congreso confe-
deral, en 1978. Y concluía: “Hay que rechazar la idea de las huelgas
indefinidas”. Y, por esas mismas fechas, afirmaba en un documento
de formación interna, de manera aún más terminante: “Las huelgas,
que son la forma más elevada de lucha obrera, no deben ser indefinidas,
especialmente en nuestra coyuntura actual, sino de una duración fijada
antes de su inicio” “Hay que desterrar la idea de que las huelgas indefi-
nidas son válidas para conseguir victorias”10.
Contra viento y marea, contra el fantasma del 78 y contra los
resquemores sindicales, empieza la huelga indefinida. “La huelga va a
durar el tiempo que haga falta, lo tenemos muy clarito”, dicen los diri-
gentes sindicales al tiempo que anuncian su apertura a la idea adelan-
tada por el Director de Trabajo de que el convenio específico de los
yeseros pueda ser un anexo al convenio provincial de la construcción.
Llegan a manifestar su apoyo tanto Román Martín, de FECOMA-
CCOO, como representantes de la federación andaluza de CCOO,
que explican cómo en Sevilla se mantuvo durante nueve meses un
conflicto similar al planteado en Badajoz. Román Martín contextua-
liza la huelga de los yeseros de Badajoz dentro del deterioro laboral
creciente en la construcción, que ha vivido huelgas recientemente en
Cádiz, Jaén, Sevilla y Valencia. Una de las razones fundamentales es
que no existe una patronal homogénea con la que discutir; “el sector
está dominado por ‘los pistolas’, que imponen una contratación anárqui-
ca y explotadora”, afirma.
8. Idem.
9. Documentos del Primer Congreso de la Confederación Sindical de Comisiones
Obreras, celebrado en 1978.
10. Formación Sindical CCOO (1980): Curso nivel básico. Cuadernillo número 3: Ne-
gociación Colectiva.
80
A la experimentada patronal no acaban de salirse las cuentas. Es-
peraba que cundiera el desánimo y que a los dirigentes sindicales les
entrase el vértigo de la huelga indefinida. Pero le funciona bien la
memoria del 78. Ya vivió una experiencia similar y sabe que, en una
lucha de estas características, gana el que resiste. La patronal se deci-
de a sostener el pulso, con la conciencia creciente de que se encuentra
ante un reto que puede influir en el resto del sector de la construc-
ción. Pone en marcha el plan B, que combina el cuerpo a cuerpo de
la provocación en las obras, las amenazas de represión tras la huelga
a los obreros implicados y los palillos institucionales.
El 14 de octubre, la patronal celebra una reunión en la que ana-
liza “la situación jurídica de la huelga”. Aunque no le queda más re-
medio que admitir “los perjuicios ocasionados al existir obras con pro-
blemas para cumplir sus plazos de ejecución y entrega”, sin embargo,
mantiene su posición inamovible y “se ratifica por unanimidad en el
acuerdo que adoptó en su reunión del 20 de septiembre, en el sentido
de no acceder a las pretensiones de los trabajadores y de CCOO”. El
argumento de la patronal es el siguiente: los trabajadores y CCOO
“luchan por el incumplimiento de la legalidad” puesto que el conve-
nio se firmó el día 25 de julio. “Si CCOO se ha arrepentido de sus
actos, no es culpa de los empresarios”. Dice que negociar un convenio
o anexo específico para los yeseros “supondría una situación de agra-
vio comparativo con el resto de los colectivos que integran el sector”.
Es la historia de siempre: el poder abusivo, que encima se viste de
igualitario. No negociamos con los yeseros porque sería discrimi-
natorio para con los alicatadores, pintores o albañiles. La milonga
de los amos, siempre buscando que florezca la envidia, siempre in-
trigando para que la costumbre del servilismo aplaste a la dignidad
del insumiso.
Al mismo tiempo, la patronal denuncia el clima de violencia así
como “las presiones mediante piquetes que han irrumpido violentamen-
te en las obras y, en ocasiones, derribando andamiajes y profiriendo ame-
nazas”.
Unos días más tarde, el 19 de octubre, la patronal da una nueva
vuelta de tuerca a su estrategia de doblegamiento. En un alarde de
bravuconería, anuncia que solicitará de todas las administraciones la
concesión de prórrogas de los plazos totales y parciales de ejecución
de las obras, por considerar que la huelga de yeseros que entró en una
fase indefinida el 5 de octubre es una situación de fuerza mayor. La
estrategia de la parrilla. Vuelta y vuelta. Vamos a darle la vuelta que
por este lado ya parece que está hecho. Por un lado se niega a nego-
ciar y por otro, acostumbrada a moverse en los despachos oficiales
81
como Pedro por su casa, presiona a la administración para prolongar
los plazos de entrega de las obras.
Es una exhibición de fuerza que conoce las dificultades de los yese-
ros para aguantar el pulso y que pretende que el desánimo se apodere
de ellos. Los trabajadores están empezando a pasar aprietos considera-
bles. Joaquín rememora así aquellos días: “En casa, ninguno estábamos
bien; todos estábamos pasando más fatigas que un caracol en la vela de
un barco. Durante la huelga hubo gente que se fue, que tuvo que irse. A
Barcelona, a Málaga, a Sevilla, a Canarias. Iban, venían, trabajaban un
mes, venían, ‘aguantaban aquí la meá’, se iban otros quince o veinte y así
aguantamos pues seis meses. Hicimos una rifa para auxiliar a los compañe-
ros que tenían más problemas y sufragar los gastos que se generaban, sobre
todo el gasto de los coches para ir a los pueblos”. Y José Antonio de la Flor
habla de su propia experiencia: “Nos fuimos a Canarias 12 ó 14, juntos.
Y cuando volvimos otra vez, aún seguía la huelga. Yo me fui para Canarias
porque no tenía ya pá comer. Yo y todos los que nos fuimos”. A lo mejor, la
patronal, sin saberlo, está echando gasolina en el conflicto.
EL PIQUETE EN LA PICOTA
82
“Los compañeros indecisos los esperan como una garantía de socorro,
como otro gobierno que dicta las leyes durante algunas horas”11. El pi-
quete como emblema de otro gobierno y otras leyes, por temporales
que sean. Un nuevo gobierno del trabajo se insinúa en cada huelga,
que apunta a la existencia parásita del capital. Ellos no pueden vivir
sin nosotros, sin nuestro trabajo, pero nosotros podríamos vivir sin
ellos. Somos nosotros los que creamos puestos de empresario. El pi-
quete es la latencia de esa secesión en marcha. Un órgano de poder,
aunque sea informal. El poder de los otros, de los obreros refractarios
al régimen del capital.
Pero volvamos a nuestra huelga. Es ya el mes de noviembre. Los
ánimos están caldeados. La patronal persiste en su estrategia de or-
questar desánimo y reventar la resistencia obrera, con todos los ins-
trumentos posibles. Uno de los mandamases de la patronal se ha vis-
to afectado por la paralización de una obra grande en pleno centro de
Badajoz a 200 metros de donde se realizan las asambleas de la huelga.
Llega a la asamblea la noticia de que han mandado a los albañiles a
poner escayola y lucir las paredes de cemento. Como no encuentran
esquiroles quieren convertir a los albañiles en esquiroles. Y además
en nuestras propias narices.
Son poco más de las cuatro de la tarde. Por la mañana, Fermín, ha
insistido con tono muy serio en que todo el mundo esté puntual en
la asamblea, aunque no ha aclarado porqué. A las cuatro se aclara el
misterio del semblante de Fermín. Están boicoteando la huelga aquí
al lado, quieren rompernos, echarnos un pulso, minarnos aquí a 200
metros. De la asamblea parte un piquete de entre 60 y 70 yeseros. La
obra está cerca del Bar Golf, en la Plaza Minayo, en un edificio lujoso
de cuatro plantas. Gente y promotora de pasta. Uno de los gerifaltes
de la patronal.
Joaquín va delante, ligero y muy tieso. Y a su altura el Oreja,
Tole, Fermín, Carlos. Va también José Antonio, y Antonio Jaime, y
el Gori, y Tomás, y Mora, y José María, y Martín Aparicio, y Ma-
nolo, y Pedro Sánchez y tantos otros. Hay que entrar y salir rápido
de la obra. Es el cogollo de Badajoz y la policía tardará diez, quince
minutos a lo sumo en llegar allí, para guardarle las espaldas y la
cartera a los dueños, como siempre. El ratón tiene que ser astuto o
el gato se lo comerá otra vez.
11. Paolo Virno (2006): El piquete revisado. Texto dentro de La horda de oro. La gran
ola creativa y existencial, política y revolucionaria (1968-1977). Madrid: Traficantes
de sueños.
83
El piquete entra en la obra. En la puerta se han quedado cua-
tro o cinco compañeros, pendientes de avisar en cuanto se divise
a la policía. “¿Qué pasa, tú tampoco te has enterado de que estamos
en huelga, verdad?” Un compañero coge una pala y otro una regla
maestra y otro un rastrillo y el de más allá un tablón mediano. Cada
uno, lo que puede, que no sabemos con lo que nos vamos a encon-
trar. “A ver, no os da vergüenza de que tengamos que venir a la obra,
a pararla”. Al tumulto, sale el encargado, muy farruco, a hacerse el
gallo. No tenéis permiso para estar en la obra, dice. Un compañero
le coge por la pechera. “Anda, no nos toques los cojones más, super-
man, que el amo ya te quiere mucho”. Unos cuantos se quedan abajo,
en la bronca y el resto del piquete sube a las otras plantas. Nada de
montacargas, todos por las escaleras, deprisa compañeros, deprisa.
Va escuchándose como caen tablones, ladrillos, martillos, pique-
tas, molduras, sacos de cemento y de yeso, borriquetas, puntales,
azulejos… Va cayendo afuera, a los patios interiores, haciendo un
estruendo brutal. También caerá alguna pastera y los de abajo, si no
se rompe en la caída, ya se encargarán de dar cuenta de ella. Ostias,
alguien ha tirado una hormigonera que estaba en la primera planta.
Uno de los grupos llega a la segunda, donde los albañiles estaban
luciendo las paredes de cemento. Un compañero coge una pala y
el Oreja un rastrillo; ni cortos ni perezosos, arremeten contra todo
el lucido.
En otra habitación siete u ocho compañeros tiran abajo la escayo-
la que han puesto esquiroleando. Los albañiles que estaban poniendo
la escayola se apartan, callados, con la cabeza gacha. Farfullan las ex-
cusas de siempre, a mí me lo han mandado, yo soy músico, mientras
se quitan de en medio hacia territorios más tranquilos…“¿Qué pasa,
que si te mandan que te tires a un pozo también te tiras?”, reniega uno
de los compañeros. Y otras palabras van estallando también, esqui-
roles, calzonazos, perrutracos, lameculos, al tiempo que caen los an-
damios del interior y que artilugios de toda clase vuelan por el hueco
de las escaleras. “¿No te da vergüenza, hacer de perrito faldriquero con
lo mayorcito que eres?” Uno de los compañeros se encara con los alba-
ñiles que están en retirada, pero los demás tiran de él y la cosa no va
a mayores. “Este cabrón se cree encima que es el único que tiene hijos”
“Venga, déjalos, que no hay tiempo”. Siguen cayendo utensilios de la
obra por las ventanas, y caen sacos de yeso desde la cuarta planta. De
la tercera han tirado un maquinillo, qué bárbaro. Los tabiques de
yeso que les han mandado hacer a los albañiles también van al suelo.
Dos compañeros, con las reglas largas, le están tomando la medida
a todos los tabiques y otros dos van repasando el alicatado con las
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macetas. Venga, aviva el paso, que ya mismo está aquí la bofia. Hay
una polvareda infernal en toda la obra y los miembros del piquete
van abandonándola, diseminados en pequeños grupos, veloces y si-
mulando serenidad.
Cuando llega la lechera de la policía, la presa ha desaparecido.
Se han ido por la calle Mayor abajo, a la sede de CCOO, les dice el
encargado, mientras la barahúnda y el polvo de yeso se van aplacan-
do y los albañiles comentan los destrozos. El piquete ha sido mano
de santo. A pesar de lo escandaloso, los daños no son muchos. Ha-
brá denuncias contra algunos compañeros y la patronal derramará
lágrimas de cocodrilo en la prensa. Pero en esa empresa en ningún
momento volverán a intentar sabotear la huelga.
Esto ocurrió en la Calle Mayor, pero también en el Teatro Ló-
pez de Ayala, que se estaba realizando por entonces, y en muchas
otras obras de la provincia. “Los piquetes tuvieron que intervenir
en numerosas ocasiones, porque la patronal buscaba una y otra vez
romper la huelga”, recuerda Joaquín. El piquete, desprestigiado en
nuestros días, ha sido elevado al patíbulo como uno de los princi-
pales acusados en estos tiempos de hegemonía material e ideológica
del capitalismo. “Ya no se le considerará nunca más como la punta
del iceberg de una comunidad obrera, de la red de relaciones políticas
en la que está entretejida, sino como una banda de forajidos. No hay
empleado de carrera o dirigente abatido que no tenga una historia
que contar: me han escupido en la cara, me han rasgado la chaqueta,
me han humillado envolviéndome con una bandera roja, había un
paleto que se inclinaba, mirándome como diciéndome ‘cuidado con
tus rodillas’…”12. Es Paolo Virno quien reflexiona así, revisando las
revueltas de los años 60 y 70, constatando el arrinconamiento de
los instrumentos de autodefensa obrera y el predominio absoluto
del revisionismo histórico.
Pero el relato mojigato de los chaqueteros no puede borrar el ver-
dadero sentido de los piquetes.”Los trabajadores aprendíamos en esta
lucha que el éxito de la huelga dependía de la acción colectiva, pero
también del compromiso de cada uno de nosotros”. Como apunta Joa-
quín, el piquete es una de las máximas expresiones de la autonomía
y unidad de clase, donde se funda la responsabilidad individual y la
actuación colectiva. Exponerse a las denuncias policiales y a las repre-
salias empresariales. Arriesgarse a ser marcado como cabecilla, liante,
enterado, revuelvecharcos, buscalíos…
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86
“El piquete informativo no es otra cosa que un instrumento de los
trabajadores cuyo fin es la extensión de la huelga”. Y, en el despliegue
de esa función, el piquete de la construcción tiene sus características
y su historia específica. Se emparenta con “la culebra” de la fábrica,
pero adaptándose a las condiciones específicos del gremio. En el libro
“El movimiento obrero en Vizcaya”, de Pedro Ibarra, un obrero recuer-
da así la creación de “la culebra” en la huelga de su empresa, allá por
los años 60: “Fue un medio extraordinario para que todos participaran
en la huelga y perdieran el miedo, evitando así los traidores que muchas
veces lo son más por falta de valor que por traidores. Ciertamente, dos
mil hombres en movimiento, haciendo el paseo por la factoría, invitando
a sumarse hasta el último gato, es algo que impresiona y emociona a la
vez, esto no se sabe hasta que se vive”13. Del mismo modo, “el piquete
informativo se convierte en una culebra que serpentea de obra en obra
recogiendo a su paso a un creciente número de trabajadores”14. Dos años
más tarde, en 1990, cuando la semilla de los yeseros haya germinado
en todo el sector de la construcción y se produzca la huelga general,
Joaquín evocará esa capacidad del piquete para sumar y arrastrar al
conjunto de los trabajadores, obra a obra: “En junio del 90 se hizo la
huelga general de la construcción. Recuerdo que un periodista, pasando
el Puente Nuevo, me pregunta ¿cuántos vais? Mira, hoy te dejo que los
cuentes tú. Voy a poner 2000, me dijo el periodista. Es decir, que sólo en
este piquete íbamos alrededor de 2000 trabajadores de la construcción.
Eso te indica las proporciones de la huelga”.
Manuel Delgado, que ha estudiado a fondo el sindicalismo en la
construcción, recuerda la creación de los piquetes en el sector como
una demostración de la flexibilidad “de la estrategia sindical de CCOO
para hacer frente a las condiciones del régimen franquista (…) la emer-
gencia de nuevos métodos de lucha peculiarmente adaptados al sector de
la construcción es otra característica en el ramo en estos años. Entre ellos
destacaría la invención del piquete informativo como principal instru-
mento organizativo de las luchas de los obreros de la construcción, (…)
una marcha de huelguistas que visitaban otros tajos de la misma zona
para intentar que pararan sus trabajadores”15. Delgado llama la aten-
ción sobre el carácter más abierto de esta forma de protesta, puesto
13. Pedro Ibarra (1987): El movimiento obrero en Vizcaya, 1967-1977. Vizcaya: Edi-
torial Universidad del País Vasco.
14. Manuel del Álamo (2008): Historias de albañiles y carpinteros. Valencia: Tirant lo
Blanch.
15. Idem.
87
que además de tomar las calles para dar a conocer su situación, mu-
chos tajos estaban situados en las áreas residenciales y comerciales.
Esta creación clandestina de los obreros de la construcción se con-
solidó en la transición y es un recurso fundamental en las huelgas del
sector. En la huelga y la resistencia posterior de los yeseros el piquete
es una seña de identidad constituyente. Y los relatos sobre los con-
flictos de los piquetes se ramifican, tejiendo la conciencia colectiva, el
imaginario social de los yeseros. “La actuación de los piquetes era dura,
porque no podía ser de otra manera. En San Vicente de Alcántara salió
uno que estaba borracho, que le llamaban Quijote con una escopeta de
cartuchos detrás del que se había chivao. Decía que lo iba a matar por
haberse chivao”. Las historias se suceden, adquiriendo por momentos
ribetes cómicos: “En el Cuartel de Botoa, que se estaba haciendo por
entonces, estaba de pistolero un tal Écija, de Calamonte que los tenía
trabajando, contra su voluntad. Entramos casi 30 compañeros, y dieron
la voz de alarma y se presentó el refuerzo de los soldados con las armas en
la mano, apuntando. Nos encontramos allí, rodeado por los soldados y se
montó una pajarraca regularcita. Era escandaloso, parecía que venían a
matarnos, pobres ignorantes”.
Y la represión, puntual como un reloj, sistemática como una má-
quina. Sobre los yeseros caen un gran número de denuncias. Fermín
cuenta alguna de sus heridas de guerra: “En relación a un piquete que
entró en una obra de Gévora me denunciaron porque un compañero dijo
que había estado Fermín el Chato. Me mandaron citación unas 12 ó 14
veces, me hicieron una rueda de reconocimiento, como esto que ponen a
los delincuentes que matan para ver si es él o no es él. En este caso, sali-
mos perdedores, aunque Fermín Gaitán, que fue el abogado, nos defendió
perfectamente”. Las denuncias y el acoso policial y judicial han seguido
hasta nuestros días y siempre se le han hecho frente con colectas entre
todos los compañeros. Olivenza, Montijo, Talavera, última obra de
Oramba… la relación de choques en los que ha habido que defender
el terreno ganado con la huelga del 88 es muy extensa.
Pero, con todo, en nuestros días, el piquete se encuentra en la
picota. El derecho de huelga se cuestiona en nombre del derecho de
los usuarios como ocurrió sin ir más lejos en la ejemplar huelga de
la limpieza del metro de Madrid. Y si el descrédito interesado de la
figura del piquete avanza es porque la fuerza de los trabajadores está
en mínimos históricos. Los ataques contra el sentido del piquete de
huelga son la mejor expresión de esa correlación de fuerzas. Casos
como el de Autores en Badajoz, los juicios por la huelga general del
20 de junio de 2002, o la sistemática represión contra la Confedera-
ción General del Trabajo (Atento y otros), el SAT en Andalucía o la
88
Corriente Sindical de Izquierdas, revelan esa sistemática represión del
sindicalismo de lucha. Significativo resulta también un caso como el
de Extruperfil en Sevilla, donde se pedían tres años y medio de cárcel
para once militantes de CCOO, por integrar un piquete.
Antonio Baylos calcula que, “desde el año 2002 es una constante
reiterada, posiblemente se cuenten por un centenar los sindicalistas proce-
sados y condenados desde esta fecha”. Al capital le estorba la organización
de los trabajadores y aún mucho más la combatividad de ellos, que
expresa la huelga y el piquete. Como dice José Luís López Bulla, “la
nueva acumulación capitalista debe hacerse naturaliter sin las interferen-
cias (aunque sean constitucionales) del sujeto social. Ahí es dónde deben
buscarse las razones del actual ataque contra el instituto de la huelga”16.
Si ayer la legitimidad del piquete era reconocida incluso por la
prensa y el poder político y económico, hoy se hace pasar por cosa
de alborotadores, por empeño de radicales a sueldo. “Que la historia
es un botín a conquistar, siempre objeto de razias y violaciones, es una
verdad especialmente aplicable a las luchas de fábrica. Lo que el sentido
común entiende como razonable mientras las huelgas están en la cresta
de la ola, se considera un delirio y una bajeza apenas los índices de pro-
ductividad vuelven a galopar de nuevo”17.
El piquete se presenta como una conjura de violencia gratuita,
ocultando su vinculación indesligable a la violencia de unas relaciones
laborales de dominio. Trabajo mercancía, paro, despido, impago de
salarios, finiquitos en blanco, violencia sistémica, violencia sistemática.
La violencia invisible, en definitiva: “La violencia objetiva es invisible
puesto que sostiene la normalidad de nivel cero contra lo que percibimos
como subjetivamente violento”. Paolo Virno pone de relieve el papel de
tornasol del piquete, a cuento de las luchas del mayo italiano. “En
el 69, el piquete no fue una cena de gala, ni siquiera un aperitivo en
McDonald´s. Su violencia obvia era directamente proporcional a la pre-
sión chantajista que la empresa ejercía sobre cada uno de los trabajadores,
el constante mix de amenazas e incentivos. Se trataba de poner sobre la
mesa una autoridad paritaria y antagónica a la autoridad atávica e in-
troyectada del jefe de sector. Que el piquete ‘sólo’ se hiciese para convencer y
repartir panfletos es una solemne falsedad: una fábula inmoral de los arre-
pentidos. (…) Sin duda, los sagrados derechos de la persona son dañados
de alguna manera: aunque poca cosa en comparación con los que les ocurre
a los obreros en una hora cualquiera de la jornada laboral”18.
89
Reflexiones sobre la violencia
90
91
DETENIDOS. LOS SANTOS DE MAIMONA Y DON BENITO
92
Los trabajadores no cuentan sólo con su propia unidad y el apoyo
de sus familias. CCOO se ha implicado en la huelga con todas las
consecuencias. “El apoyo de CCOO en aquel momento fue sin reservas”,
señalan los yeseros. Secciones sindicales como las de Galerías Preciados
o el Ayuntamiento de Badajoz, los sindicatos del campo, comercio,
telefónica o enseñanza, muchos de los organismos de CCOO, reali-
zan aportaciones económicas y actos de solidaridad con la huelga de
los yeseros. Dirigentes y militantes de CCOO como Martín Alfonso
Polo, Candelo, Justo Vila, Agustín Toribio, José María Tejeda, José
Benítez, Pablo Muñoz, Antonio Silvestre, Salustiano, los Fariñas, José
María Arenas, Antonio Tejada, Aida Goenaga, Manolo Farulla o los
Rejas de Villanueva, entre otros, se implicaron bastante en el apoyo
a la huelga. Y otro tanto puede decirse de Manuel Parejo, Yolanda
Hernández o Baldomero Espinosa, algunas de las personas que, por
entonces, dirigían el PCE en Extremadura. Joaquín recuerda el apoyo
de la federación de construcción de CCOO: “Entonces nos apoyó mucho
Román, Antonio López, Víctor, Catalino e incluso tuvimos ayuda externa
de otras provincias. Por ejemplo vino Paco Cali, que era de Córdoba y de
la ejecutiva de la federación de la construcción”. Tole también testimonia
ese papel activo del conjunto del sindicato: “la huelga fue en la época
que CCOO volvió a resurgir y tuvo unos añitos de lucha. Hay que reco-
nocer que entonces pusieron los cojones encima de la mesa. A nosotros no
nos defendió porque fuésemos afiliados, porque prácticamente no lo éramos
ninguno. Y eso hay que reconocérselo a los dirigentes de CCOO”.
Al tiempo, en el nivel confederal de CCOO, parece que se está
rompiendo con las ataduras de la transición, con el corsé de la llamada
política de concertación que se ha instituido en los últimos años. Esta-
mos en la antesala de la huelga general del 14 de diciembre. Por en-
tonces, Agustín Moreno, secretario de Acción Sindical, expresa así ese
distanciamiento creciente de CCOO del pacto político y social: “Desde
el punto de vista sindical, la política de pactos ha fracasado en sus resulta-
dos”20. Los resultados no son otros que el crecimiento del paro, que se
ha multiplicado por 6 entre 1973 y 1987, la facilitación del despido
y los expedientes de regulación de empleo, la política de reconversión
industrial, la contención del coste salarial, el estancamiento de la pro-
tección social… Y afirma, rotundo: “La concertación ha coincidido
con el debilitamiento del modelo sindical histórico (de clase y partici-
pativo), producto de la crisis económica y de la falta de unidad: crisis
de afiliación, división, centralización de la negociación colectiva. En el
20. Agustín Moreno (1989): De los Pactos de la Moncloa al AES. Madrid: CCOO.
93
período 1980-1986 se producen los principales retrocesos de la clase
trabajadora”. Al tiempo, el sindicato enjuicia la política del gobierno
del PSOE como una agresión a los trabajadores: “El PSOE concluye las
líneas de política económica de los gobiernos de UCD y va más lejos en
su carácter antisocial, dividiendo y enfrentando al movimiento sindical
y haciendo el trabajo sucio que no podían hacer los gobiernos de centro-
derecha” (…) “Estamos ante una política de corte neoliberal que busca un
efecto fundamental: el desmantelamiento del marco laboral existente”21.
94
Los yeseros en huelga indefinida serán los primeros activistas con
los que contará el sindicato para informar y promover la huelga ge-
neral del 14 de diciembre.
La lucha de los yeseros participa y se impulsa en la dinámica gene-
ral de movilización que ha creado la convocatoria de huelga general
para el 14 de diciembre, pero sin perder su especificidad y dureza
propias. El 22 de noviembre dos yeseros de Los Santos de Maimona,
Lorenzo Lemus Mancera y José Antonio Álvarez Santiago, son dete-
nidos por la Guardia Civil de Zafra, acusados de ser los autores de los
daños ocasionados en unas viviendas en construcción. La denuncia
ha sido presentada por el constructor Emilio Sánchez Ramos, que
les acusa de haber derribado tabiques y ocasionar daños por valor de
cien mil pesetas.
“El piquete de Badajoz había intervenido en varias obras de Zafra.
En una de ellas, recuerdo que tiramos decenas de sacos de yeso por el hue-
co de la escalera y según íbamos bajando subía la polvareda y se formó en
la obra un espectáculo enorme. La policía nos buscaba, pero conseguimos
despistarla y meternos en una venta. Al final, como represalia, detuvie-
ron a los compañeros de Los Santos y les echaron la culpa de los daños”,
atestigua uno de los integrantes del piquete. Los dos trabajadores
durmieron esa noche en el calabozo municipal, a pesar de que nin-
guno de los dos participó en los hechos e incluso Lorenzo ni siquiera
estuvo ese día en Zafra. La Guardia Civil detuvo a los dos trabajado-
res, aunque lo negó oficialmente. Fernando León, el periodista del
diario Extremadura, que daba la noticia, afirmaba valientemente que
“del resultado de la actuación de la Guardia Civil y del juez, parece
desprenderse que la detención podría ser ilegal”.
Pero, como suele ocurrir, nadie del poder político o policial paga
por estas menudencias. “Durmieron en los calabozos del Ayuntamiento
a pesar de las gestiones que hicimos con el abogado Fermín Gaitán. Nos
presentamos con él a las once de la noche, pero no quisieron soltarlos. Al
día siguiente hicimos una manifestación en Los Santos y les dieron lar-
ga”, rememora Fermín. A la mañana siguiente, los dos son puestos en
libertad sin cargos por el juez instructor, tras tomarles declaración.
El objetivo de las detenciones está claro: amedrentar a los huel-
guistas. “Un policía bien informado nos dijo que la orden de las deten-
ciones y la retención en los calabozo se había dado directamente desde la
Delegación del Gobierno”, recuerda Joaquín. El recibimiento del resto
de los compañeros, en la puerta de los juzgados, es memorable. Una
95
explosión de camaradería y unidad que echa por tierra el propósito
que perseguían la Guardia Civil y sus jefes.
Artículo diario Extremadura, 23 de noviembre. Dos yeseros dete-
nidos en Zafra. La Guardia Civil oculta la detención
Los periódicos de esos días dan cuenta de la confrontación a cara
de perro entre patronal y trabajadores. El 25 de noviembre se produ-
ce una ocupación de la sede de la patronal en Badajoz durante dos
horas. Hay un fuerte dispositivo policial que custodia el local de los
empresarios, pero al final el encierro no va a mayores.
96
El 1 de diciembre, el diario Hoy recoge en su portada un titular de
última hora que dice: Detenidos 24 yeseros en Don Benito. Un pique-
te se ha personado en una obra para explicar la situación del colectivo
y para apoyar la huelga general del 14 de diciembre. A pesar de que no
ha habido daños, una dotación policial se lleva detenidos a comisaría a
24 trabajadores. Carlos lo recuerda así: “Llegaron a detenernos los secre-
tas a la propia obra. Fuimos a parar a dos o tres que estaban trabajando,
a decirles que estuvieran como estábamos todos los demás. Tuvimos una
pequeña tangana, no pasó nada, pero el mismo empresario nos denunció
y llegaron otro montón de policías, que nos bajaron del andamio por la
fuerza y nos llevaron a comisaría. No nos dejaban hablar con nadie, nos
tuvieron allí como delincuentes comunes. Nos daban un papel: ‘a ti no te
suena esto’, ‘y esto qué quiere decir’. Antes y después hubo detenciones, por
defender el pan de nuestros hijos”. A pesar de que los daños materiales
han sido prácticamente insignificantes, como los mismos patronos y
policías reconocen, alguien ha decidido persistir en la estrategia inti-
midatoria de las detenciones. Pero otra vez fracasa en su propósito. El
empresario retira la denuncia en la misma comisaría y los trabajadores
son puestos en libertad a las 11 de la noche.
Uno tras otro, cada envite, cada lucha, va fortaleciendo el arrojo y
la autoridad moral de los huelguistas. En esto consiste lo que Walter
Benjamin llamó el secreto heliotropismo de la lucha de clases: “la lucha
por las cosas finas y espirituales está viva en la lucha de clases como con-
fianza, como coraje, como humor, como astucia, como denuedo y actúan
retrospectivamente en la lejanía de los tiempos. Acaban por poner en
cuestión toda nueva victoria que logren los que dominan”22. La confian-
za de los pateados, el coraje de los desposeídos, la astucia de los ge-
nerosos. Joaquín, evoca así aquellos días, compuestos a partes iguales
de zozobra y orgullo. “Los últimos meses, noviembre y diciembre, fueron
muy penosos. Sin entrar un duro en casa y con las necesidades creciendo.
Pero también la respuesta de la gente se fue haciendo más dura. Ya lo
teníamos perdido todo, y estábamos dispuestos a ganar la huelga por lo
civil o por lo militar, como suele decirse”. Sin un duro, con la congo-
ja rondando las casas, 200 yeseros alzados contra la patronal más
poderosa. Algo grande está en juego cuando la patronal se resiste a
negociar, desoyendo incluso las peticiones de algunos de los dirigen-
tes empresariales, como el dueño de Construcciones Badajoz. No se
habla aquí de diez duros más por metro, sino de algo más definitorio
y de lo que ya todos son conscientes. Hay que echarle un suelo firme
97
al edificio que saldrá de la huelga, un territorio seguro para muchos
años, murmuran los trabajadores.
Pero todavía habrá que pasar por alguna fundamental prueba de
fuego.
98
la convocatoria. Conocemos bien todas las orillas del río. A los más
tibios les están calentando la oreja con que ya está bien, con que son
4 meses de huelga, que la gente está teniendo que emigrar, que todos
no se pueden ir a Málaga o a Canarias, que la patronal ya ha entrado
por el aro, joder que ofrecen treinta duros por metro, ya es cabezonería
de los cuatro dirigentes, que seguro que viven o piensan vivir de eso…
El trabajito de persuasión lo hacen, sobre todo, los del medio pelo, los
medio maestros-medio trabajadores, los que unas veces son autóno-
mos y otras veces asalariados, los lanudos y lanudetes… Hay mucha
gente que las está pasando putas. Y la familia cada vez pone peor cara
cuando le pides dinero y los hermanos, los cuñados, los padres, te
miran como preguntando “¿Y esto cuándo va a acabar?”. Y luego están
los que vivieron la huelga del 78, joder, a ver si otra vez vamos a tener
zorra con dos rabos, mira lo que pasó en la otra. Y, encima, el remate:
algunos de los que tuvieron que irse a Canarias porque ya no podían
aguantar más, cuando han regresado y han visto que la huelga seguía
sin visos de solución, nos han mirado como extraterrestres….
Todos intuimos la tensión. Eso que suele decirse de que la tensión
se palpa, que está en el ambiente. Sí, es cierto, la angustia está en
los alientos, en los vapores de la mañana, y en los silencios, y en las
manos metidas en la chupa, que acarician la maceta. Sabemos que
lo más probable es que haya ostias. Y además, muchas. Ya estaremos
unos 90 y han empezado a llegar coches de Don Benito, de Zafra, de
Mérida, de los pueblos. Hay gente que se ha metido en la sala donde
han convocado como si fuesen ardillas, veloces, como queriendo que
no los veamos. En la puerta hay un grupo de compañeros, con el en-
cargo de ir parando a los que llegan y hablando por las buenas, con-
venciendo, dando esperanza, contando que hay patronos enviando
mensajes de negociación, que tal empresa de Badajoz dice que la cul-
pa es de Vaysaca, que otros empresarios están dispuestos a hablar…
Aunque hemos llegado bastante antes de la hora de la reunión,
algunos de los pistoleros y maestros ya estaban arriba, en la primera
planta. Han elegido Almendralejo porque allí está el eslabón débil,
no hay en este momento obras grandes, hay mucho falso autónomo
y más división entre los trabajadores. Varios compañeros han subido
y comprobado que en las oficinas de arriba hay unos diez.
Nos hemos distribuido sobre la marcha, sin acordarlo apenas.
Unos en la puerta de la calle, otros en el pasillo de la entrada, delante
del salón de actos, otro grupo dentro de la sala de la reunión y por
último otros 25 ó 30, en las escaleras, pequeñas, de poco más de un
metro, estamos esperando a los pistoleros que están reunidos arriba.
Ahí está Joaquín y el Oreja, y Tole y Fermín y el Gori y Carlos y
99
muchos más. También ha venido algún compañero del sindicato. Ya
estaremos unos 150 ó 160. Afuera, en los grupos que van llegando
hay de todo, de los nuestros, de los de ellos y de los que nadie ha
visto nunca. “Ojo con aquel, sólo le falta ladrar”. Hay miradas tirantes
y pocas palabras, las precisas para saber a qué lado se cantea cada
cual. Hace un frío del copón, pero apenas si se repara en ello. En las
chupas y los abrigos, algunos llevan una maceta, un martillo grande
por si las moscas. El eterno retorno del martillo.
Son las diez y cuarto. El grupo de empresarios y pistoleros que
han promovido la reunión sale de la madriguera donde estaba me-
tido y quiere empezar a bajar la escalera. Hay uno que parece que es
el aguililla: “Bueno, vamos a empezar la reunión”. Así, más fresco que
una lechuga. El tío lo dice con alegría, como si todos los que estamos
allí estuviésemos de verbena o fuésemos gilipollas. Joaquín, con la se-
renidad que puede reunir, les dice: “Mirar, queréis reventar la huelga,
pero no os va a salir”. “Nosotros no queremos reventar nada, lo único que
queremos es trabajar”. Ha empezado un guirigay de la ostia. Al lado de
cada esquirol se va arrimando uno de los nuestros. Hay un gallifante
que no sabe decir más que “Nosotros somos autónomos”. Antonio el Ore-
ja le contesta “¿Autónomos de quién, eres tú?” Y, a cascaporrillo, le van
cayendo palabras de los compañeros y la promesa fundada de alguna
ostia. “Lo que tú eres es un pringao, un comemierda”. Hay agarrones,
empujones, forcejeo. La escalera es por momentos un baile de 50 ó
60 personas que tan pronto sube como baja. Hay uno que dice que
es periodista y nos enseña el magnetófono. Es mentira, ese tío no es
periodista ni leches, dice atrás un compañero de Almendralejo. Se ha
traído el cacharro porque cree que con él nos va a intimidar pero ya se
encarga el Oreja de darle una lección elemental de ética profesional.
Le pega un guantazo en la mano y el artefacto va al suelo. Una selva
de pies patea el trasto, que se rompe en trozos pequeños. El tío se aco-
jona, ahora resulta que el presunto periodista es un impostor, medio
periodista medio autónomo de la construcción, dice, el familiar de no
sé quien, un enterado de Madrid que venía a ver si nos acojonaba con
la grabadora.
No, Stajanov no siempre sale ileso. El aguililla de los pistoleros es
listo, dice que lo único que ellos quieren es hablar, dialogar. Ha visto
que aquí no funciona la envidia viperina de los esquiroles, afilada
por tertulianos a sueldo, cebada por los dueños, doctorada en fin-
tas de adulación y favoritismo. Hay un montón de compañeros que
quieren subir por la escalera a saludar al intrépido reportero y darle
el recado que se merece. Y si todavía no lo ha recibido es porque el
Oreja le sujeta por el brazo y detiene a otros compañeros. Los esqui-
100
roles han cambiado el discurso, ahora resulta que lo quieren es una
asamblea deliberante. Vale, vale, vamos a hablar. Es Joaquín, quien
abre camino en la escalera, llevando del brazo al aguililla, diciendo
irónicamente, Venga, compañeros que lo único que se quiere por lo
visto es hablar. Parece que los samuráis del patrón no son más que
sacrificados huelguistas amantes del buen coloquio.
Todos los que están en el pasillo, y en la puerta de la entrada, que
han percibido los ecos de la bronca, esperan a que vayan bajando y
entrando en el salón de actos el mogollón de tíos de la escalera. El
local está a reventar, pero se invita a todos los compañeros a entrar.
Que entre todo el mundo, que nadie se quede fuera, insiste Fermín.
Hay mucha gente de pie, en los pasillos. Se cierran las puertas de la
sala y en cada una de ellas se ponen cinco compañeros. Ahora ya no
se sabe quién es el promotor de la reunión, ni quién se ha gastado
los cuartos en los anuncios del periódico, ni nada. Nadie sabe nada.
Hasta el aguililla y el semi-periodista dicen que ellos han venido sólo
porque habían visto un anuncio de la reunión, vaya por Dios. Ha-
blan los del sindicato, contando y recapitulando, así están las cosas,
la patronal ya está dividida, y nos han querido reventar la huelga
esta mañana. Y después de los discursos sindicales más formales, un
compañero se sube encima de la mesa del estrado y dice: “¿Estamos
de huelga o no estamos de huelga? El que no esté de acuerdo en respetar
la huelga que se levante que le voy a partir la boca”. Lo dice bien en
serio, con una voz casi quebrada por la emoción y la rabia. “No, no, si
aquí estamos todos de acuerdo con la huelga”, dice el aguililla, “Ea, pues
entonces, todo el mundo a los coches”. Y entonces fue lo nunca visto,
dan ganas de llorar solo al recordarlo, todo el mundo, incluido ellos
cogió los coches y nos pusimos a dar vueltas por el pueblo y cortamos
las calles, nos bajamos y se paralizó Almendralejo un buen rato. Todo
dios se abrazaba, había una alegría que parecía locura, que nacía del
miedo vencido pero también de la certidumbre de que la huelga se
iba a ganar. Habían pretendido rompernos, pero la determinación
y la unidad de los trabajadores no sólo lo había impedido, sino que
además salíamos de allí con más ganas de lucha.
-“Padre terminó de romper las cajas. Se acercó a Tom.
- Casy… era un buen hombre. ¿Para qué se metió en esos líos?
Tom dijo en tono apagado:
- Vinieron a trabajar por cinco centavos por caja.
- Eso es lo que nos pagan.
- Sí. Lo que estamos haciendo es romper la huelga. A ellos les
ofrecieron dos y medio.
101
- Con eso no se puede comer.
- Lo sé- dijo Tom cansadamente-. Por eso se pusieron en huelga.
Bueno, creo que anoche reventaron esa huelga. Tal vez hoy nos
paguen dos y medio…
- Hijos de puta…”
(Las uvas de la ira, de John Steinbeck)
102
mujeres le llevábamos comida”, dice Paca, la mujer de Joaquín. Paca
cuenta cómo uno de los pistoleros de la construcción le dijo en el
Gurugú: “Si tu marido se asociara conmigo, no le faltaría el trabajo. Y
claro, viene a decírmelo a mí, que sabe que estamos pasando fatigas”. Ni
Paca ni Joaquín están en venta, nunca lo estuvieron. Ni los intentos
de comprar a los dirigentes de la huelga han cuajado ni las penurias
han debilitado la combatividad, sino que por el contrario la han es-
poleado. Es justamente en esta fase de la huelga cuando aparecen las
acciones más duras, más de combate, de guerrilla.
En ese período, la huelga reviste una virulencia especial. Todavía
no se sabe quién pinchó las ruedas del coche de Tole, uno de los diri-
gentes obreros. Y, al tiempo, se multiplican, de forma autónoma, todo
tipo de acciones de sabotaje para impedir que los empresarios burlen
la lucha de los trabajadores. Los depósitos de muchas hormigoneras
quedan inutilizados por la arena; las botoneras de las grúas terminan
en el Guadiana, como las pasteras que utilizaban los esquiroles; los
motores se llenan de agua, las lunas de oficinas y de coches pasan a for-
mar parte del conflicto. “El guerrillero crece en la noche y el enemigo ve
crecer su miedo en la oscuridad”23. Hasta el extremo de que a los yeseros
ya se les echa la culpa de todas las cosas que pasan en la construcción;
muchas de ellas, sin comerlo ni beberlo. “De todas las ventanas que se
rompían, los ordenadores que se estropeaban o las botoneras de las grúas
que desaparecían por la noche nos echaban la culpa a nosotros sistemática-
mente”. Joaquín lo rememora así: “La huelga fue muy dura. Muchos días
salíamos a las 7 de la mañana y llegábamos a casa a las 11 de la noche.
Y hubo compañeros que lo pasaron bastante mal. Íbamos por ahí y nos
veíamos negros para tomarnos un café. Aquí no había nadie que pudiera
aguantar fácilmente una huelga de seis meses”.
Pero estas acciones no son lo fundamental. La acción colectiva se
fortalece. La sede de la patronal se convierte en un espacio ocupado
en muchas ocasiones y en una ocasión el despacho de Luis Revello,
el director provincial de trabajo. “Se generó mucha simpatía con la
huelga. Recuerdo que la gente de las viviendas cercanas a la sede de la
patronal nos daba ánimos y nos aplaudían. Hicimos la huelga cuidando
su repercusión entre la gente común. Procuramos que no hubiese ningún
tipo de daño a nadie ajeno al conflicto ni se molestara a nadie”. Arrojo e
inteligencia, de la mano, con la constancia y la fe de los guerrilleros.
“No mojar las balas, repasarlas siempre, contarlas una a una para que
no se pierdan, es la consigna”24.
103
La patronal, pasa de la exhibición de fuerza a ir preparando una
salida honrosa a la huelga. “Al final llegamos al hecho insólito de ver
a la patronal manifestarse por las calles de Badajoz. Una ridícula pro-
cesión de 40 o 50 empresarios de los más fuertes se dirigió a la Delega-
ción del Gobierno para exigir mayor contundencia en la represión de los
piquetes y para decir que nos detuvieran”. Dando y recibiendo fuerza
de la movilización general previa al 14D, los yeseros van abriendo
camino a un propósito insólito, aparentemente alocado, incluir en el
acuerdo la contratación de los trabajadores mediante oferta genérica.
El mundo se aprende y se explica luchando. Los trabajadores han
aprendido en su propia lucha y en la resistencia patronal que el pro-
blema no es el precio del metro, ni siquiera el impago de los derechos.
El problema es el destajo, el quid está en que el trabajador a destajo
es una mercancía aún más vulnerable en la sociedad capitalista, la
clave es cortocircuitar el mecanismo de la “libre elección en el mercado
de trabajo”. Poner una pica en Flandes, meter una cuña anticapitalis-
ta en el armazón impenetrable del sistema.
La preparación de la huelga general del 14 de diciembre cataliza
todas las energías obreras al tiempo que ofrece un campo de aprendi-
24. Idem.
104
zaje y alianzas a estos obreros de la construcción que ya van camino
de su quinto mes consecutivo en huelga. Los yeseros forman parte
activa de los piquetes de la huelga del 14D, van a todas las obras
llevando no sólo la explicación de su lucha sino la necesidad de mo-
vilización general contra la precariedad.
En Mérida, a las 10 de la noche, un piquete se concentra en el
Polígono Industrial, frente al pabellón de los camiones de la basura.
Allí están muchos de los militantes obreros más combativos de la
ciudad, sosteniendo el primer pulso de la huelga. Allí están Martín
Alfonso Polo, Sebastián Solís, Pepe el panadero, Luís Méndez, Vi-
cente Ramírez, Andrés el de las magdalenas, Juan Luís Izquierdo,
María Luisa Prudencio, Pepo, Carmeta, el Nones, Manolo Pineda,
Elías Muñoz… Allí están los hermanos Galán, y Manolo Molina
y Paco Llanos, de la Corchera, y Rufo y los compañeros de Cala-
monte, y Paco y los demás militantes de Renfe, y también están
algunos yeseros, Pepe el gaditano, Manolo, el Quini, Porrones, y
está Vicente Alcantud y Zambrano, y el comité de Carcesa y Vicen-
te de Forte, y Diego Castillo, y Chencha, y Pozo, y los despedidos
de Las Lomas, y jóvenes militantes como César que pasarán toda
la noche en la sede de CCOO velando la huelga y las cerraduras de
la ciudad.
Hay tensión. La propia de una huelga incierta y la adicional de que
han intentado engañarnos, dando la orden de que algunos camiones
de la basura salgan antes de su hora habitual. Un grupo de militantes
se distribuye por la ciudad y se sitúa delante de los camiones que han
mandado a jugar al ratón y al gato. “Para, para allí delante”. El Nones,
Pepo, Sebastián y otros compañeros se bajan de los coches. Empieza
el estruendo de contenedores, cayendo en mitad de la calzada, delante
de los camiones. Si queréis trabajar no os va a faltar la tarea. El enredo
dura escasamente media hora y la armada esquirol vuelve avergonzada
al parque de camiones donde les espera la mofa de los compañeros. En
el primer asalto, el fanfarrón prueba la lona.
Luego, llega el recorrido llamando a sumarse. El bingo, los bares,
las fábricas de pan, y a las 12 de la noche, la imagen de la televisión se
apaga. Los más serviles se lo piensan en casa. Con lo a gustito que se
está en la cama y tener que aguantar mañana la bronca de los pique-
tes y que me llamen lo de siempre, arrastrado, vendido, lameculos…
Durante toda la noche, en la calle San Salvador hay un hervidero de
militantes. Café, silicona, distribución para el turno de las 6 de la
mañana. Martín Alfonso Polo: “que no se te olvide nunca. Hoy verás lo
que quizás no veas muchas veces en tu vida. Hoy los que gobiernan son
los trabajadores”.
105
“A las 7 de la mañana, todo el mundo que pueda en la cochera de los
autobuses”. Allí hay todavía más gente que en el piquete de la basura.
Somos unos 250 y, a pesar de las llamadas y presiones de los gerifaltes
del ayuntamiento, a nadie se le pasa por la cabeza desafiar al grupo
que bloquea la salida. Se negocia allí, en las cocheras, con la asamblea
velando en la puerta. Como servicios mínimos saldrá sólo un autobús.
Un compañero le firma al conductor el permiso para circular por la
ciudad, para que no tenga problemas y porque, además, él, insiste, está
de acuerdo con la huelga. “En nombre del comité de huelga, autorizo
a que este autobús, con matrícula cual, pueda circular por la ciudad de
Mérida…”. Tenía razón Martín. Por un día gobiernan los trabajadores,
los salvoconductos no necesitan sellos ni jefes de negociado, todo es
más sencillo, más humano, los capitalistas se esconden en su castillo de
codicias y los burócratas abandonan las ventanillas-burladeros.
A las 10 de la mañana, un coche con megafonía recorre la barria-
da del Polígono. Hay un silencio de domingo y las palabras salen
nítidas y fuertes de los altavoces. Es la voz de María Luisa Prudencio.
Dice con emoción que la huelga ha triunfado, Han parado hasta los
relojes, No queremos contratos basura ni para los jóvenes ni para na-
die, Los parados tienen derecho a cobrar un subsidio y los jubilados
a una pensión digna. La gente se asoma a los balcones, hay alegría,
signos de apoyo, los niños se asoman a las ventanas, María Luisa si-
gue con energía, Este gobierno está al servicio de los banqueros y los
grandes capitalistas, Todo el mundo a la plaza a la concentración de
las 12 de la mañana.
En Mérida, la huelga ha sido total. Sólo ha abierto el Torero y ha
tenido que cerrar, después de que la gente del piquete se haya toma-
do un desayuno gratuito. En Extremadura y en todo el país, la tónica
ha sido la misma. España se ha paralizado pacífica y serenamente. La
Huelga General del 14 de Diciembre contra la política económica y
social del gobierno del PSOE “ha sido la mayor movilización sindical
de la historia de este país, en amplitud”. Los datos sindicales no dejan
lugar a dudas: Extremadura. Población asalariada: 171.000. Trabaja-
dores en huelga: 154.530 (90%). Y a nivel estatal, el dato es aún más
apabullante: 94’86%.
El análisis de la huelga que realiza Agustín Moreno por esos días,
revela el optimismo sindical: “los trabajadores, como clase, se convier-
ten en el motor de una movilización que trasciende las reivindicaciones
sindicales concretas, logrando aglutinar a muchos otros colectivos sociales
en una acción cívica y de reafirmación democrática”. En opinión de
Agustín, el 14D “entierra lo que se venía entendiendo como política de
concertación”25.
106
La belleza de la huelga general
107
la onda solitaria? Homogeneidad de la negociación colectiva, pero
armonización. Convenio estatal pero armonizando la diversidad.
Los pequeños y rezagados, a priori, no pueden perder. Más vale un
acuerdo conocido que dos o tres huelgas intempestivas de estas,
piensa la patronal. Los dos últimos acontecimientos parece que re-
man más a favor del punto de vista obrero.
108
4 DE ENERO DE 1989. SE CIERRA EL ACUERDO
109
Capítulo 4
Quien destaja no baraja.
Un párrafo de cinco meses
112
dicen a los patronos que ellos no podrán contratar al trabajador que
quieran, sino a quien les toque por riguroso orden de lista.
La obstinación de la patronal obedecía a que era muy consciente
del calado estratégico de la huelga. No sólo porque abría la posibili-
dad de extensión a otros gremios de la construcción, sino porque una
de las demandas, la del control obrero de la contratación, representa-
ba una brecha de alcance imprevisible.
Joaquín lo analiza con rigor y matices: “La idea fuerza de la huelga
fue la lista, el control de la contratación. La propuesta que se hacía insis-
tentemente en la huelga era que las contrataciones se hicieran mediante
oferta genérica. Ellos nos proponían más dinero por metro, pero nosotros
habíamos aprendido a base de derrotas que eso era pan para hoy y ham-
bre para mañana. Y que la clave estaba en la contratación. La lista era
la única forma de mantener lo que se consiguiera en la huelga. Sabíamos
que si después de seis meses de huelga, no salíamos con una organización
que garantizase los acuerdos, lo logrado habría durado lo que una pompa
de jabón, nada. Pero la gente tomó conciencia de que la era la organi-
zación lo que permitía mantener la lista, los precios y las condiciones de
trabajo. Se asumió y hoy forma parte de la conciencia del sector”.
Pero para valorar en su justo término la insistencia en esta pro-
puesta y la lucha excepcional que conllevó es preciso entender cómo
funciona el destajo y cuáles son los mecanismos de competencia y
división que introduce entre los trabajadores. El diccionario define
el destajo como “la forma de remuneración del trabajo, que consiste en
pagar al obrero una cantidad determinada, no en proporción del tiempo
que trabaje, sino de la cantidad de obra que debe entregar efectuada.
También recibe el nombre de trabajo a tanto alzado o por piezas”. Es
ésta una forma de organización del trabajo muy frecuente en el sector
de la construcción. De este modo lo recoge el Convenio General del
Sector de la Construcción en vigor:
“Trabajo por tarea, a destajo o por unidad de obra, con primas a
la producción o con incentivo. Se caracterizan estos sistemas por poner
en relación directa la retribución con la producción del trabajo, con
independencia, en principio, del tiempo invertido en su realización y
por tener como objetivo la consecución de un rendimiento superior al
normal (…) En los trabajos a destajo o por unidad de obra, y a efectos
de su retribución, sólo se atiende a la cantidad y calidad de la obra o
trabajo realizado, pagándose por piezas, medidas, trozos, conjuntos o
unidades determinadas, independientemente del tiempo invertido en su
realización, si bien puede estipularse un plazo para su terminación, en
cuyo caso, deberá terminarse dentro de él, pero sin que pueda exigirse, en
este caso, un rendimiento superior al normal”1.
113
El destajo, como pusiera de manifiesto Marx en El Capital, es “la
forma de salario que mejor cuadra al modo de producción capitalista”2.
Para empezar, el salario a destajo produce la ilusión de que esa forma
de retribución es “trabajo objetivado ya en el producto”, cuando no es
más que una forma modificada del salario por tiempo. De ese modo,
el salario a destajo disimula en mayor medida que el salario por tiem-
po la explotación de los obreros. No es nada casual que este sistema
de trabajo reciba en Inglaterra el nombre de sweating-system (siste-
ma del sudor). El destajo no es otra cosa que un sistema “científico”
cuyo fin es exprimir el rendimiento obrero.
Una publicación tan poco sospechosa de anticapitalismo como
el Diccionario Espasa se refería al destajo en estos términos allá por
1915: “Los economistas señalan las ventajas de pagar el salario por trabajo
efectivo, crear para el obrero una parte de responsabilidad, estimular su
interés, elevar su condición aproximándola a la del patrono, moralizarle,
inspirarle la idea del ahorro y poner en juego sus facultades físicas y mo-
rales” (…) Pero lo que se dice del trabajo directo no es aplicable al destajo
indirecto, que es aquel en que existe un intermediario o subempresario
que contrata directamente con los obreros para vender luego el trabajo al
verdadero empresario. A esta forma de trabajo a destajo es aplicable lo que
Carlos Marx dijo exageradamente de todo destajo: que el obrero quedaba
expuesto a tener que abusar de sus fuerzas o a dar productos medianos, y
constituye una competencia deplorable para los demás obreros. (…) Un
decreto del 2 de marzo de 1848, prohibió en Francia el subarriendo del
destajo porque suponía ‘explotación del obrero’3.
El capitalista establece, en forma de destajo, la parte variable del
salario que es indispensable para vivir. Y al mismo tiempo, eleva el
grado normal de intensidad del trabajador y consigue que éste co-
labore en su propia explotación. Pero además, consigue algo fun-
damental, introduce la fantasía empresarial y la cizaña permanente
entre los trabajadores. Marx lo expresaba con precisión: “Por un lado,
tiende a desarrollar la individualidad y con ella el sentimiento de liber-
tad, la independencia y el autocontrol de los obreros, y, por otro lado, la
competencia de unos con otros y contra otros”4.
La competencia y división entre los trabajadores es una condición
esencial para la existencia y reproducción del capitalismo, y el destajo
114
es una de sus expresiones más acabadas. Ford recubría esa necesidad
inmanente del capital con una barniz de productivismo: “Es excelente
tener obreros que se entiendan bien, pero no hace falta que se entiendan
demasiado, porque ello hace disminuir el espíritu de competencia y de
emulación que es indispensable para la producción”.
El destajo divide a los trabajadores en función de su destreza, edad
y sumisión. Joaquín lo explicaba así: “Ahí viene el problema de los más
hábiles y los menos hábiles, de los más viejos y de los menos viejos. Por
eso nuestro afán ha sido siempre controlar la contratación, para que no
se contratara solamente a los ‘más largos’, o solamente a los más sumisos.
Que se contratara también a los malos, que los malos también comen.
Por eso nuestro afán era controlar la contratación, que por otro lado yo
creo que es el sueño de todos los trabajadores, el decir al empresario quién
tiene que trabajar y por qué tiene que trabajar”. Fermín, por su parte,
habla de la situación de los más veteranos: “A una persona mayor ya no
lo quiere nadie, ningún empresario. Un hombre con 55 o 60 años no va
hacer los mismos metros que un hombre con 30 años, en este oficio. Aquí
se mueven muchos kilos y se hace trabajo duro: tabicones, pegar yeso....
Al cabo del día son muchos kilos”. Los menos diestros, los más mayores
y los más reivindicativos sufren la discriminación especialmente, ga-
rantizando de ese modo para los empresarios, una fuente permanente
de rivalidad y conflicto entre los propios trabajadores.
En el gremio de los yeseros, esa situación se ve condicionada ade-
más por las propias condiciones de la tarea. “El destajo, en gran me-
dida, lo impone el material con el que trabajamos. Las masas tienen
un tiempo de tirar y de pegar yeso hasta que se ponga duro; vayamos a
destajo o a jornal el esfuerzo es el mismo. Porque la masa tarda en tirar
lo mismo a destajo que a jornal, y a la hora de pegarla se va el yeso duro,
al mismo tiempo si vas a destajo o si vas a jornal. Si tú echas cuatro cubos
de agua y dos sacos de yeso te va a tardar lo mismo yendo a jornal que
yendo a metro. Por eso nosotros decimos que ya que lo tenemos que hacer
lo hacemos a metros porque siempre ganas más dinero. Nosotros siempre
hemos querido trabajar a destajo porque las condiciones de trabajo te
lo exigían”. Pero ahí surge un problema añadido, el de la “agonía de
hacer metros”, haces todos los metros hoy y mañana no haces nada.
A ello también intentó dar respuesta la huelga y la organización pos-
terior.
Para evitar la división entre los obreros que produce el destajo y,
al mismo tiempo, repartir el trabajo, los yeseros acaban creando dos
mecanismos. Se trata del control de la contratación y del tope de me-
tros. Joaquín y Fermín lo explican con detalle: “Al final conseguimos
que en el acuerdo figurase que al menos el 50 % de la contratación debe-
115
ría hacerse a través del INEM, por orden de antigüedad en la demanda
de empleo. Pero el INEM tardó muy poco tiempo en desentenderse por
completo de esa obligación, a pesar de estar refrendado solemnemente en
un acuerdo. La conclusión para los trabajadores estaba clara, después de
aguantar seis meses de huelga y con la unidad que se había forjado en
ese tiempo: si vosotros no garantizáis la contratación conforme a lo acor-
dado, lo haremos nosotros. Si no tenemos un INEM que nos proteja, nos
tendremos que proteger nosotros mismos. El INEM decía que pasaban
de esa historia, ya que además de suponerles un trabajo, implicaba un
control del INEM por parte de los trabajadores. Y eso, tanto los empre-
sarios como los políticos, ni lo querían ni lo quieren de ninguna de las
maneras”.
El otro mecanismo para controlar el destajo era el tope de metros.
“Antes de la huelga había compañeros que hacían el doble que hace un
trabajador. Desde la huelga se estableció que un trabajador tuviese un
tope máximo de 700 metros, del cual no podía pasarse. Lo que se consi-
gue es repartir el trabajo. No es lo mismo que hagan una obra entre dos
personas a 1400 metros cada uno, que lo hagan 4 personas haciendo 700
metros cada uno. Nosotros hicimos una regulación de los metros, porque
entendemos, además, que 33 metros diarios, en el yeso, ya son metros. El
yeso no es andar con un ordenador”.
Al final, la racanería patronal y la complicidad de la administra-
ción laboral conducen a que los trabajadores se dotan de un meca-
nismo de cumplimiento del acuerdo firmado. Es lo que se conoce
desde entonces como la lista, un sistema para evitar el fraude y la
discriminación empresarial, al tiempo que garantiza que los dere-
chos laborales de los trabajadores. “Es un sistema buenísimo: que el
trabajo se reparta equitativamente y no siempre los mismos. Que se
trabaje por orden de antigüedad en el paro. Y si a eso se le llaman ser
mafioso, pues nos alegramos de ser mafiosos. Yo quiero que trabaje un
hombre que lleva tres meses parados antes que uno que lleva un mes
parado. De esta manera se evita que el empresario divida a los traba-
jadores”.
Con asombro, patronos y políticos observan cómo, a pesar de sus
múltiples mecanismos de coerción y penalización, los trabajadores
han constituido, tras cinco meses de huelga, un grado de unidad y
organización muy difícil de asaltar. Es como si, a partir de determina-
do punto, cada día de huelga hubiera supuesto un plus de conciencia
social y político, ahora inexpugnable. “Una huelga que empieza por
causas determinadas, cambia de naturaleza en su decurso por múltiples
factores: la represión, la comprobación de la realidad de las fuerzas y
capacidades concurrentes en él, la evolución de los actores...”5.
116
Como explicara Karl Polanyi, el capitalismo se fundamenta en
burdas ficciones como la de reducir el trabajo o la tierra a mercancías.
“El trabajo es sólo otro nombre para una actividad humana que va uni-
da a la vida misma, la que a su vez no se produce para la venta sino por
razones enteramente diferentes; ni puede separarse esa actividad del resto
de la vida, almacenarse o movilizarse”6. Los yeseros han trazado una
barrera de protección contra los excesos del molino satánico, contra
la mercantilización absoluta de su capacidad de trabajo.
La mercancía trabajador se ha insubordinado, ha resuelto que ya
no dependerá de los patronos decidir, caprichosamente, quién traba-
ja y quién no trabaja, quien emigra y quien no emigra. “Las empresas
siempre dicen lo mismo: ¿Por qué tenéis que decir vosotros quién va a
trabajar? Porque todo el mundo tiene derecho al trabajo, le contestamos.
Pero tienen que respetarlo”, cuenta Fermín. Y es, paradójicamente, allí
donde han sembrado más competencia, en un sector que trabaja a
destajo, donde se rompe la baraja. El principio intocable, la contra-
tación libre de la mano de obra, la ley de la oferta y la demanda en
el mercado de trabajo se ve impugnada por la lucha y la conquista de
los yeseros. La huelga de los yeseros funde de ese modo tradición y
vanguardia sindical, abriendo un campo de posibilidades para otros
sectores y gremios laborales.
Como en otras ocasiones históricas, las gentes establecen límites
al capitalismo salvaje y a instituciones tales como “el mercado de tra-
bajo”. En la Segunda República, por ejemplo, en el marco de la lucha
por la reforma agraria, el gobierno tuvo que regular la asignación de
un número determinado de jornaleros a las grandes fincas. Los terra-
tenientes eran obligados a contratar un número de trabajadores en
función de las dimensiones de sus latifundios. El concepto de “econo-
mía moral” que utilizara Edward P. Thompson puede sernos útil para
explicar estas luchas y reivindicaciones singulares. Tomando como
objeto de análisis los motines, el historiador inglés afirmaba que “no
hay una respuesta sencilla, única, ‘animal’ al hambre (…) Desde luego,
los amotinados a causa del hambre estaban hambrientos, pero el hambre
no dicta que deban amotinarse ni determina las formas del motín”7.
Frente a esa tesis, él alzaba la idea de “la economía moral de los pobres”,
como fuente de las rebeliones y propuestas populares. “Los hombres
y las mujeres que constituían la multitud creían estar defendiendo dere-
117
chos o costumbres tradicionales; y, en general, que estaban apoyados por
el amplio consenso de la comunidad (…) Un atropello a estos supuestos
morales, tanto como la privación en sí, constituía la ocasión habitual
para la acción directa”. La acción directa de los yeseros y su original
forma de controlar la contratación hunde sus raíces en ideas con
amplio consenso en la comunidad como el derecho de todos al tra-
bajo, la crítica de la discriminación laboral, el rechazo a los abusos…
Thompson concluye que “la economía moral se regenera continuamen-
te como crítica anticapitalista, como movimiento de resistencia”8.
Esta lucha ha constituido y constituye un motivo de orgullo para
los yeseros. En ningún sitio del mundo está el yeso como está aquí.
“Lo he comentado en Santander, en Madrid, y no se lo creían. Yo les de-
cía: si allí en Badajoz hubiera trabajo yo estaría allí encantado, porque a
la larga sales mucho mejor incluso de salario, con los derechos”. El pulso
se mantendrá durante 23 años, contra viento y marea.
8. Idem.
118
Capítulo 5
Un pulso de 23 años
119
si, por el contrario, la amenaza de la huelga o un movimiento de corta
duración basta para asegurar la victoria obrera, es que su resistencia no
era más que fachada: podía satisfacer las demandas”2. Como se ha vis-
to, en nuestro caso, al menos en el corto plazo, la variable económica
no es la fundamental, la que determina la duración de la huelga. Es
una huelga con objetivos que rebasan lo monetario y amenaza con
trascender el ámbito del gremio de los yeseros. Los empresarios son
muy conscientes de esa situación. La patronal sabe que se encuentra
en un ciclo económico muy favorable y podría atender las demandas,
pero no desconoce que la batalla tiene un sentido estratégico. Por
eso, ha preferido medir las fuerzas.
La huelga de los yeseros ha cumplido también su papel de sondeo
de la realidad económica, obrera y sindical. Ha puesto de relieve que
la situación financiera de las empresas podría satisfacer, sin grandes
trabas, las reivindicaciones salariales; ha demostrado el alto grado de
combatividad de los trabajadores, y por último, ha servido también
para renovar y dotar de militantes y dirigentes al sindicato de la cons-
trucción de CCOO.
De una huelga nace un sindicato. Así es normalmente y no al
revés. “La huelga sigue siendo un elemento de espontaneidad, traduce la
rebeldía del hombre contra los esquemas y alienaciones de toda especie”3.
La huelga es el movimiento y el sindicato, la institucionalización del
movimiento. Sin lucha social no hay ni fuerza obrera ni organiza-
ción emancipatoria que merezca tal nombre. Gramsci advertía sobre
las relaciones complejas, de permanente y mutua influencia, que se
establecen entre espontaneidad y organización: “Para la concepción
histórico-política escolástica y académica, sólo es real y digno aquel mo-
vimiento absolutamente consciente, determinado incluso por un plan
minuciosamente trazado anteriormente y correspondiente con la teoría
abstracta. Pero la realidad es rica en las combinaciones más extrañas”4.
En los meandros insospechados de la lucha social nacen y se fortale-
cen las organizaciones más creativas, más alérgicas o irreductibles a
la inercia burocrática.
Siempre hay un excedente subjetivo en los grupos dominados.
No habría bastado con la acumulación de experiencias, de derrotas
y victorias que habían conocido los yeseros. No habría alcanzado
120
tampoco con el discernimiento sobre la época de vacas gordas que se
iniciaba en la construcción. No habría sido suficiente con el quiebro
de CCOO respecto de las inhibiciones y ataduras de la transición.
Ha sido la propia patronal quien ha echado la gasolina equivocada,
quien ha despreciado la capacidad de lucha y respuesta de los traba-
jadores, quien ha despertando la osadía de los huelguistas. No basta
con la explotación para que estallen los oprimidos. Una huelga in-
tempestiva nace también en la subjetividad, en el telar silencioso de
las revueltas, en el remanente de dignidad obrera. Eterno retorno de
la desesperación y de la rebeldía. Todo o nada. La conciencia, forta-
lecida en el abuso de la patronal. “De repente las masas en las fábricas
descubrieron que el sufrimiento laboral no tenía que ver con su trabajo
real o la producción, sino con las disciplinas que imponían gerentes y
capataces”5. No es sólo el ritmo de trabajo, es la certeza de cómo y
porqué funciona así el destajo, el trabajo asalariado, la explotación
capitalista, la cárcel del dinero…
Pero la organización es más que secretariados y politburós. “La
organización es la fuerza de la clase obrera. Sin la organización de las
masas, el proletariado es anulado. La organización es la unidad de ac-
ción, la unidad de intervención práctica”6. Con ese rótulo empieza “La
huelga”, de Eisenstein. La organización como lucha, no como cubil
del burócrata, no como enredo al servicio de la auto-reproducción
del aparato.
El ambiente de euforia se palpa en la primera Asamblea Provincial
de Yeseros y Escayolistas, posterior a la huelga. Los periódicos regio-
nales del 5 de marzo dan cuenta de la reunión: “Antes la situación era
de esclavos y precaria. Trabajábamos hasta 12 y 14 horas por la mitad
del salario que hemos conseguido”, afirma Joaquín. Según sus datos,
en ese momento, el 90% de los 220 yeseros de Badajoz ciudad está
afiliado a CCOO. La afiliación masiva a CCOO, la institucionaliza-
ción de la caldereta o el equipo de fútbol “Construcciones Obreras”,
que se constituirá algunos años después, revelan la fortaleza organi-
zativa resultante de la huelga, pero también son muy ilustrativos los
datos sobre el avance salarial de los yeseros. “Me acuerdo que el precio
de salida cuando se acabó la huelga era 152 pesetas el metro, subimos 10
duros de una tacada más todos los derechos, que eran cuarenta duros. El
121
precio de antes de la huelga eran 100 pesetas, y así estuvo mucho tiempo,
con la pérdida de poder adquisitivo acumulado de esos años. Al mes,
los mismos pistoleros ofrecían 200 pesetas, pero con la idea de volver a
la situación anterior y desmantelar los derechos a medio plazo. Pero lo
que ellos no valoraron es que ya estábamos organizados. Le cogimos la
palabra y después, por nuestra cuenta, le subimos a 300 pesetas. Nosotros
siempre aspiramos a que lo que ganamos figure en el convenio, pero eso
se da de bruces con la política de los sindicatos que vienen firmando,
casi como norma general una subida del 2% desde hace ya 7 o 8 años”.
Frente a la subida salarial del 6´6 % que se ha firmado en el Acuerdo
Estatal para el año 1989, los yeseros han establecido un incremento
que multiplica ese incremento en 7 o 8 veces.
La huelga ha roto los topes salariales pero sobre todo se ha car-
gado el bunker de impotencia que había construido durante años la
patronal. Por eso, tras la guerra de movimientos viene una meticu-
losa guerra de posiciones. Un nuevo pulso se inicia. Tras la agitación
de los piquetes, la refriega de los despachos. La patronal quiere hacer
como que no se entera y utiliza las mismas artes que ya empleó en el
78. Dilación, desánimo, donde dije digo digo diego, presiones a los
militantes más destacados en las obras, trajines institucionales, reca-
ditos al sindicato... Algunos indicios de esa presión sostenida desde
el inicio, podemos encontrarlas en el Boletín información de la pa-
tronal APDECOBA. En el número 1 del año 1989, figuran como
actividades de la Asociación las siguientes gestiones:
- Día 26 de enero: Los empresarios específicos del Subsector Yeso y
Escayola analizan con el Gerente los incidentes surgidos una vez firmado
el Anexo al Convenio de la Construcción.
- Día 30 de enero: Se exponen al Director Provincial de Trabajo y
Seguridad Social los incidentes del Subsector Yeso y Escayola.
- Día 16 de febrero: El Director Provincial de Trabajo y Seguridad
Social convoca a una representación de los empresarios del Subsector Yeso,
al Gerente de la Asociación y a los dirigentes de CCOO para deliberar
sobre los incidentes que en su día le denunciamos.
122
Y entonces empezó lo que estamos haciendo todavía hoy. Porque de esa
manera se evita la discriminación de los obreros”. La patronal no está
dispuesta a cumplir lo que ha firmado solemnemente después de cin-
co meses de huelga. Y el entramado político-administrativo ni quita
ni pone rey, pero ayuda a su señor. Los trabajadores no van a dejarse
desplumar fácilmente:”Desde el principio, se dio la pelea del control de
la contratación. Tuvimos muchas conversaciones con Luis Revello, que
era entonces el Director Provincial de Trabajo. Pero si ellos no estaban
dispuestos a garantizar que se cumplía lo pactado como consecuencia de
la huelga, nosotros no nos íbamos a arrugar por las acusaciones de los
culpables y los cómplices de la selva del destajo en la construcción”. Así,
nace la lista, para garantizar que se cumple lo establecido en el acuer-
do. Si la Administración, que ha estado sentada en la mesa de nego-
ciación como mediadora, no quiere o no puede cumplir el acuerdo,
los trabajadores lo harán respetar.
Desde entonces, se abre una nueva pugna permanente entre pa-
tronal y trabajadores. El boletín de la patronal APDECOBA testimo-
nia la porfía, la sinuosa tarea de horadación que los empresarios van
a realizar durante muchos años:
Actividades de la Asociación. Día 29 de marzo de 1989: El Gerente
visita al Director Provincial de Trabajo y Seguridad Social para pre-
sentarle el Texto Articulado por el que pretende regularse la Asamblea
de Yesistas y Escayolistas, con el objeto de que se dé traslado de dicho
texto al Jefe de la Inspección, al Director Provincial del INEM y demás
autoridades laborales competentes en la materia para que intervengan
eficazmente en la erradicación de este tipo de actuación”
El desafío llega hasta nuestros días. La patronal va a necesitar 23
años para cuestionar el poder obrero acumulado en la huelga. Otra
vez Gramsci, llega en nuestro auxilio, iluminando las zonas grises del
conflicto de clases: “Los grupos subalternos sufren siempre la iniciativa
de los grupos dominantes, incluso cuando se rebelan y sublevan. En rea-
lidad, aun cuando parecen triunfar, los grupos subalternos sólo están en
estado de defensa alarmada”7. No basta con vencer en la batalla, luego
hay que defender el terreno conquistado monte a monte, casamata
a casamata. El poder, que es la combinación de fuerza y persuasión,
se revalida todos los días. Si la fuerza obrera no teje nuevas alianzas,
si no sale de sus feudos, si no disputa la legitimidad del poder en
otros espacios distintos al propio, entonces se estanca y, a la larga, es
derrotada.
123
EL FIN DEL CICLO DE LA DERROTA.
DE LA DERROTA DEL 1978 A LA HUELGA DE 1990
LA HUELGA DEL 78
En las últimas décadas, hay muy pocas luchas en las que los traba-
jadores extremeños hayan demostrado tanta combatividad y tanto
coraje como en la huelga de la construcción de 1978. De ese modo
ha quedado grabada en la memoria de miles de obreros y ciudadanos
extremeños. Fue una gran huelga pero con un final desastroso. Una
huelga de 52 días consecutivos, con episodios extraordinarios de so-
lidaridad. Pero saldada con una amarga sensación de derrota.
De la enorme fuerza de la huelga y de la brutalidad no menos des-
mesurada del Gobierno Civil y la Policía da cuenta el comunicado de
la Delegación del Gobierno del 3 de mayo. Han pasado dos días desde
la celebración del 1 de mayo. La gran manifestación ha contado con
miles de obreros de la construcción y la huelga ha centrado los discur-
sos y la solidaridad. En la manifestación se ha realizado una colecta
entre todo el personal asistente para ayudar a las familias de los trabaja-
dores de la construcción del Pumar. Y el 2 de mayo se ha realizado una
huelga de solidaridad de una hora en las principales poblaciones de la
provincia, con cierre de comercios incluido. El comunicado del Go-
bierno Civil no sólo promete la ensalada de palos correspondiente, en
nombre del Código Penal, sino que se ve obligada a advertir que “carece
de fundamento cualquier rumor sobre la interrupción de determinados
servicios esenciales para la vida ciudadana”. La Delegación del Gobierno
extiende un cortafuego de pelotas de goma y gases lacrimógenos para
evitar que la huelga siga prendiendo entre el resto de trabajadores.
124
La huelga ha sido capaz de suscitar el apoyo de amplios sectores
de la población, pero el pulso al final lo ganarán los empresarios. La
dura represión, el agotamiento de miles de trabajadores sin ningún
tipo de ingreso y la división sindical fueron factores decisivos. Como
botón de muestra de la confrontación entre las organizaciones sindi-
cales, el hecho de que la patronal, en dos comunicados distintos, a lo
largo de la huelga, mencione, con el propósito evidente de hurgar en
la herida, el hecho de que se reúnan con los sindicatos por separado,
a petición de ellos mismos, y a espaldas de las otras organizaciones.
125
Los síntomas de la derrota de la huelga son numerosos. Mencio-
nemos sólo el hecho de que la vuelta al trabajo se produjera el 2 de
junio en Badajoz y el 5 de junio en Mérida, las disensiones y broncas
en las asambleas últimas, hasta el extremo de que los dirigentes sin-
dicales eran abucheados, o la petición de mediación por parte de los
dirigentes sindicales desde mediados de mayo, a los alcaldes, a los
partidos para que se reúnen con la patronal… Para colmo, la huelga
estaba mal planteada en cuanto a sus formalidades legales de convo-
catoria y ello facilitó el que fuesen despedidos más de 3000 trabaja-
dores en la provincia, según el Sindicato Unitario, y que muchos de
ellos perdieran la antigüedad.
Las penosas declaraciones de uno de los representantes sindica-
les, recogidas, en el Diario Hoy del 2 de junio, atestiguan el final
desastrado de la huelga: “Los trabajadores somos honrados y seremos los
primeros en reconocer cuando tenemos fuerza y cuando no la tenemos”.
A pesar de todo, los militantes obreros recuerdan sobre todo la
lucha ejemplar, más que los resultados. Joaquín la evoca así: “Yo ten-
go un recuerdo bastante bueno. A pesar de que muchos compañeros la
recuerdan como una derrota de los trabajadores, a mí me parece que no:
por lo menos conseguimos que hubiera un convenio de la construcción,
que hasta entonces no había. Hasta aquel momento era la ley de la sel-
va, cada empresario te contrataba de la manera que le daba la gana. Y
a partir de ahí se consiguió que la gente tomara conciencia de que era
posible, que haciendo cosas era posible. A pesar de todo, mucha gente se
sintió derrotada, porque perdieron la antigüedad en las empresas; pero
eso lo dicen de una forma egoísta. Se tenían que dar cuenta de que había
nacido un convenio que no existía. Yo creo que esa huelga fue un éxito,
entre comillas; a partir de ahí quedaba claro que había una herramienta
de trabajo para pelear con la patronal”.
Miguel Cansado, albañil de Almendralejo y veterano militante
del movimiento obrero, también enfatiza los aspectos positivos de
la huelga: “La huelga general de la construcción del 78 fue la primera
huelga que tuvo que romper con el antiguo régimen que habíamos tenido
y combatido. Y además con lo que en aquellos momentos debía ser una
verdadera democracia: decíamos que si en Badajoz no hay un convenio
colectivo de la construcción pactado entre trabajadores y empresarios,
no hay una verdadera democracia”. Miguel nos recuerda algo difícil
de entender desde ahora, desde el triste papel corporativo o insti-
tucionalizado que representa el sindicalismo mayoritario de hoy: el
sindicalismo de los años 70 suponía una amenaza tanto para el orden
económico, como para el orden político. Cuestionaba el régimen del
beneficio capitalista, pero también la democracia orgánica. Cansado,
126
que participó activamente en la organización de la huelga, evoca el
ambiente de aquellos años: “Todavía había muchos resquicios del fran-
quismo. En Almendralejo, sin ir más lejos, el teniente de la guardia civil
y un capitán de la guardia civil, al mando de otros agentes, nos pegaron
una paliza a otro compañero y a mí, a plena luz del sol”. Miguel piensa
que esa huelga será pionera, la lucha que realmente abrirá la negocia-
ción colectiva en la provincia de Badajoz.
Sin embargo, un rescoldo de amargura pervivirá durante mucho
tiempo, atizado por la patronal, día a día. Un foco constante sobre
los aspectos más vulnerables de la huelga del 78 con el que intentará
recrear la impotencia obrera. Mientras la izquierda y el movimiento
obrero abandonan la memoria de la lucha, la patronal alimenta ince-
santemente el recuerdo de la derrota.
CICLO DE LUCHAS
La huelga de los yeseros acaba con el edén patronal. Han sido diez
añitos de paz social, idóneos para ganar dinero y prestigio social,
para sentar las bases del pelotazo urbanístico y para hacerse el lifting
político. Pero ahora, durante al menos unos años, tendrán que hacer
frente a la acometida obrera.
El 15 de abril comienza la huelga de Derivados del Cemento de
la provincia de Badajoz. Es un sector con una excelente organización
sindical que procede de los años 70, integrada por arrojados militan-
tes como Luís Méndez o Vicente. La huelga es también enconada y
la patronal vuelve con sus ardides de granuja. Por un lado, expone
al Vicesecretario del Excelentísimo Señor Gobernador Civil “la im-
periosa necesidad de garantizar el derecho al trabajo de los trabajadores
que no secunden la huelga”, y cuando se llega al acuerdo, se desdice de
lo acordado. Su viejo manual anti-huelgas, cada vez más desvelado y
desacreditado. La huelga termina el 3 de mayo con la consecución de
la mayor parte de las reivindicaciones planteadas.
El 5 de septiembre salta la huelga de alicatadores y soladores. El
conflicto duró muchos meses, con huelga intermitente los martes y
jueves, que se prolongó hasta la firma del convenio en julio del año
siguiente. Los trabajadores alcanzan una sonada victoria. Joaquín lo
rememora así: “Aquella huelga se ganó por goleada. Fue una huelga
durísima; los piquetes eran muy temidos, porque producían muchísimos
daños, yo no sé cuántos litros de mercromina llegarían a esparcir por los
terrazos… Pero a los alicatadores les pasó lo que nos había ocurrido a
nosotros al principio, que no se querían organizar. Hablábamos de mu-
127
cho dinero, de 400.000 o 500.000 pesetas al mes. De cobrar el metro a
poco más de 200 pesetas, sin peón, se pasó a 500 pesetas con peón. Eso era
doblar el salario”. El desenlace está cantado: una huelga ganada en el
corto plazo, pero sin que se sienten las bases para el futuro. El ham-
bre de billetes desguaza la unidad y la huelga. Fermín lo enjuicia de
esa forma crítica: “Ahí tienes a los alicatadores que, al final, no se comie-
ron nada. Sacaron igual que nosotros, pero empezaron a discutir entre
ellos y al final rompieron. No tenían una cabeza principal, empezaron
a discutir y al final fueron todos a hacer leche, y ahí los tienes cobrando
cada uno al precio que puede. Y nosotros no, porque cogimos un camino
derecho. Y ellos se fueron a un local y al final salieron con el rabo entre
las patas”. A la falta de unidad y organización obrera, hay que añadir
las dificultades específicas del gremio de alicatadores: “El alicatador y
el solador no son igual que los yesistas, porque el albañil pone azulejos,
pone suelos y el yesista sólo pega yeso. Los mismos albañiles de empresa
alicatan y ponen suelo”.
La lucha de los alicatadores no se consolida y, tras un breve pe-
riodo de bonanza, retorna a las condiciones generales del sector de
la construcción. Pero la huelga de los alicatadores demuestra que
ha prendido el ejemplo de los yeseros, generando una gran simpatía
y expectativa en otros gremios y, al mismo tiempo, evidencia que
podría generalizarse a más sectores. Fermín lo enfoca así: “La cons-
trucción se basa en gremios. Y podrían funcionar igual que los yeseros.
Sería sencillo tanto en alicatadores, pintores, ferrallas o encofradores, y
en general en todos los sectores que trabajan a destajo”.
La patronal de la construcción sabe que ha terminado el período
de la negociación de los convenios como ceremonia desprovista de
sustancia real, como puro trámite. Ya no se atreve a firmar a solas con
UGT, conocedora de la nueva correlación de fuerzas en el campo
sindical. En las elecciones sindicales del año 1990, CCOO pasa del
14% a más del 50 % en el sector de la construcción. La huelga de los
yeseros acaba traduciéndose también en representatividad sindical.
En junio de 1990, la huelga general de la construcción en la pro-
vincia de Badajoz, culmina el proceso de fortalecimiento obrero. Los
titulares de los periódicos regionales del 27 de junio no dejan dudas:
“La práctica totalidad de los trabajadores de la construcción paró el pri-
mer día de huelga”, “El 90 por ciento de los trabajadores apoya la huelga
de la construcción”. La totalidad de los trabajadores de Badajoz, Za-
fra, Almendralejo, y sólo entre el 95 y el 98 por ciento en Mérida, se
afirma en la noticia. Un piquete de 400 obreros salió a las siete de
la mañana de la sede de Comisiones Obreras, dirigiéndose hacia las
obras que se realizan en la urbanización de la carretera de Portugal y
128
desde allí, se ha ido incrementando hasta sumar más de 2000 com-
pañeros, que han recorrido toda la ciudad. Los dos días de huelga, 26
y 27, son un completo éxito. La patronal recurre al cierre patronal al
día siguiente, el 28 de junio, con el peregrino argumento de que los
piquetes han impedido la faena a los obreros y han ocupado los cen-
tros de trabajo. Pero ahora, hasta la Dirección Provincial de Trabajo
tiene que afear una práctica que los sindicatos denominan terrorismo
patronal. La patronal se abraza a la mediación del Director Provin-
cial de Trabajo, Luís Revello, aunque tiene que acabar pagando a los
trabajadores el salario correspondiente al día de cierre patronal. El 5
de julio se firma el convenio que incorpora una subida salarial signi-
ficativa y algunas medidas contra la precariedad.
La patronal ha buscado un acuerdo rápido, aún a riesgo de perder
un día de salario, pero escarmentada por la huelga de los yeseros y el
largo conflicto posterior de alicatadores y soladores. Ha pasado de la
balsa de aceite al tumulto, de vivir de las rentas de la huelga del 78
a la incertidumbre que le produce este nuevo sindicalismo nacido
en gremios a destajo, pero que amenaza con extenderse al conjunto
de la construcción. Con todo, ha conseguido que la confrontación
se reduzca, en gran medida, a reivindicaciones salariales, asumibles
en un momento de expansión del sector. Los próximos años, estarán
marcados no ya por la conflictividad, sino por ese despliegue del
mercado inmobiliario y las grandes infraestructuras.
129
territorio de influencia o se volverá a la situación inicial, el cerco. Esa
será la dinámica de los próximos años, marcada por el acoso patronal
a las conquistas de la huelga, la inercia a recluirse en el “territorio
liberado” y las puntuales iniciativas encaminadas a rebasar el cerco.
Fermín analiza el nuevo papel que juegan en los yeseros en el
sector. “Sí, se puede decir que la patronal nos cogió miedo. Las empresas
siempre decían lo mismo: ¿Por qué tenéis que decidir vosotros quién va a
trabajar? Porque todo el mundo tiene derecho al trabajo, le contestába-
mos. Pero lo respetaban, por miedo o por lo que fuera. Se mejoró en todo,
no sólo en dinero. Cuando llegabas a la obra ya tenías todo en planta, tu
juego de madera, los bidones, las reglas. No tenías que llevar nada más
que la herramienta de mano. Te respetaban la herramienta. Causábamos
mucho respeto. No sólo a la patronal, también a los compañeros, a los
albañiles y a todos en general”. La organización obrera, cuando es au-
ténticamente autónoma, expresa en potencia unas relaciones sociales
alternativas, la anticipación de otra forma de entender el trabajo y la
vida misma. “Con el aumento del número de afiliados y de la organiza-
ción, los burgueses dejaron de lado sus cuchufletas para tenernos miedo”9,
decía un panfleto de la Germinal Obrera de Badajoz a principios del
siglo XX. Siempre la misma reacción, el miedo y la inquina. La auto-
nomía obrera, que, sin proponérselo siquiera, interpela a la burguesía
sobre el carácter excedentario de su propia existencia.
Pero las zancadillas no van a parar hasta que consigan desbara-
tar la organización de los yeseros. Antonio Mora cuenta una de las
primeras tentativas: “Hicieron una reunión de maestros que querían
romper la lista. Eso fue después de la huelga, tratando de engatusarnos
diciendo que querían hacer una cooperativa. Yo me enfrenté a ellos Si
estos señores invitan a todo el mundo a la reunión, ¿por qué ustedes no
los invitan? No invitan más que a fulanito, menganito y menganito,
a los cuatro que estáis, a los sobrinos, a los primos y a los maestros”. El
segundo movimiento de la larga partida es Mérida. En esa ciudad,
tras la huelga, hay más dificultades para mantener la cohesión del
colectivo. “Se trataba de yeseros muy mayores en aquel momento. Era
un núcleo de yeseros que tenía muchos tiros pegados, que siempre había
ido a su aire y se había buscado la vida por su cuenta. No entendían la
necesidad de organizarse o de repartir el trabajo. La lista posterior a la
130
huelga se la cargaron ellos mismos. Durante una temporada funcionó
una lista intercalada entre Badajoz y Mérida; se iban los de Badajoz
a trabajar a Mérida y viceversa. Pero pasando el tiempo fue imposible,
entre ellos mismos se jorobaban. Tenían esa querella de que toda la vida
habían trabajado a estilo me la cargué. Ellos sabían que lo que estába-
mos reivindicando era justo; lo que no entendían era la organización, la
necesidad de estar organizados”.
Por otro lado, la patronal no va a cesar en su intento de anular el
control obrero de la contratación. El 14 de septiembre de 1989 acusa
a CCOO de ser una oficina de empleo. Los alicatadores y soladores,
siguiendo el ejemplo de los yeseros, han redactado unas normas de
funcionamiento de las listas de contratación. Los yeseros, y ahora los
alicatadores y soladores, han llegado a la conclusión de que “sin lista,
trabaja el que quiere el patrón. Ya sea por amistad o por ser los más sumi-
sos. La lista es la única garantía de mantener los precios y las condiciones
de trabajo aquí en Badajoz”. Los alicatadores han llegado a incluir en
sus normas de funcionamiento lo siguiente:
Artículo 8: “Si la empresa contratante no está de acuerdo con el tra-
bajo que está realizando el contratado, se personará en la obra alguien
de la comisión, para comprobar el trabajo. En caso de que lleve razón
la empresa, ésta prescindirá de los servicios de dicho trabajador. En caso
contrario, el trabajador seguirá en su puesto de trabajo, con el apoyo de
los compañeros de obra y de la asamblea general”.
Los yeseros han abierto la tarra de las esencias. Y ahora, la inven-
tiva se desborda. Parece que cada gremio va a inventar su particular
jarabe anti-pistoleros. Lo que el pistolero necesita, es una aumentada
dosis del jarabe yesero, parece que dicen los alicatadores.
Otro de los flancos de la lista, que tratan de estimular los empre-
sarios es el bulo de que en Badajoz no dejan trabajar a nadie de fuera.
“Eso es mentira. Aquí puede trabajar todo el mundo, pero eso sí respetan-
do las condiciones de trabajo que existen aquí. En Badajoz ha trabajado
y trabaja no sólo gente de otras poblaciones de Extremadura, sino de
otras provincias, como Sevilla o Málaga. Hemos llegado a tener cuarenta
de los pueblos. Pero claro, trabajan cuando les toca por lista”. A partir
del 98, cuando se consume la ruptura con la dirección de CCOO,
será un argumento recurrente contra los yeseros. Asombrosamente,
el sindicato se pasa al bando de los que están más preocupados por la
libertad de mercado que por las necesidades de los trabajadores.
El 30 de noviembre de 1992 se produce una denuncia de 30 cons-
tructoras contra lo que ellos llaman las listas de empleo de CCOO y
empiezan a manosear el sonsonete de la mafia para referirse al con-
trol obrero de la contratación. Curiosamente se quejan de que el
131
sindicato “se ha convertido en una oficina de contratación suplantando
al INEM”, pero ni el INEM ni la patronal quieren poner en marcha
lo que dispone el convenio en lo relativo a la contratación genérica.
Cada cierto tiempo sale en la prensa una denuncia de estas caracte-
rísticas. En enero de 1998, es con motivo de un piquete de trabajadores
que exigen el cumplimiento del convenio en Uniproviex. Y en febrero
de 2002, otra información sensacionalista denuncia a toda página que
“Yesistas y escayolistas impiden a otros obreros de la construcción trabajar
en Badajoz”. El propio Consejero de Obras Públicas de la Junta de
Extremadura, Javier Corominas, uno de los cancerberos del gran par-
tido inmobiliario, enriquecido en los últimos años con la complicidad
institucional, interpelado por la subcontratación abusiva e ilegal, sale
por peteneras y se queja amargamente en la Asamblea de Extremadura
de que “es el gremio de yesistas el que dirige desde el principio hasta el final
cuántos yesistas permiten en cada uno de los tajos, y hay que negociar con
el sindicato para ver cuántos te quiere dejar en cada obra”10.
A pesar de todo y de todos, hoy contra la patronal y mañana
también contra los sindicatos oficiales que se prestan al juego, se
mantiene la organización de los trabajadores. Mencionaremos sólo
tres ejemplos de la vitalidad de la asamblea de yeseros y escayolistas,
durante los años noventa. El primero es la constitución de un equi-
po de fútbol, denominado Construcciones Obreras. Fermín lo relata
así: “Estábamos tan unidos que hasta teníamos un equipo de fútbol:
se llamaba Construcciones Obreras. Vestíamos de rojo. Me parece que
no llegamos a ganar ni un partido. Una vez nos ganaron 18 a 0, eran
los de Pueblo Nuevo. Íbamos por echar el rato, luego nos hinchábamos
de cerveza. El ‘Mister’ era el Oreja. Yo, desde lo del equipo de fútbol le
llamaba siempre así”.
Una segunda muestra es la actividad de defensa de lo conquistado
realizada por la propia Asamblea. La sentencia número 50/97, del
Juzgado de Instrucción Número Tres de Badajoz, que reproducimos
es una muestra más de las consecuencias que tanto Fermín como
otros compañeros han tenido que arrostrar durante este tiempo por
defender lo conseguido. “La libertad, como el pan, como el trabajo,
como el futuro, no se regalan, se conquistan”, dijo miles de veces Mar-
celino Camacho. Los que han conocido el trabajo duro, el frío y los
capataces malasangre, saben que no es retórica ni pose revoluciona-
ria. Lo que no se defiende, se pierde.
132
133
El tercer indicador del vigor de la organización de los yeseros es
la implicación de muchos de ellos en las asambleas de parados. El
colectivo de yeseros ha sido, desde la huelga, un núcleo muy activo
en las luchas sociales en Extremadura, tanto dentro como fuera del
sector de la construcción. En el año 1998, constituyen en Badajoz el
principal motor del movimiento de parados, que se expande por el
país, estimulados por la experiencia francesa. Los yeseros participan
en las marchas contra el paro, en encierros en el INEM, o directa-
mente en la organización de las asambleas de parados. Una de las
tareas que ponen en marcha junto a otros trabajadores de la cons-
trucción y otros parados de Badajoz son los piquetes de los sábados.
Ese día, todas las semanas, un piquete de entre 40 y 60 compañeros
recorre las obras, llamando al cumplimiento del convenio, a que no
se haga ninguna hora extraordinaria y a que ese tiempo de trabajo se
traduzca en creación de empleo.
Fermín, Joaquín y otros yeseros desempeñan en esta tarea un pa-
pel de vanguardia. Lo narra Kiko, el hijo de Joaquín, que también
participaba en aquellos piquetes: “Íbamos unos cuarenta. En el piquete
había un poco de todo, albañiles, yeseros, gente joven de taller… Estu-
vimos yendo algo más de un mes. En las últimas ocasiones ya no había
gente trabajando en las obras. Y si había alguno, dejaba de trabajar
de inmediato. Tuvimos varios agarrones. En una obra, al decirles que
bajasen, uno de los que estaba trabajando va y dice ¿Qué, traéis coche?
Os le vamos a meter fuego. Fue en la barriada de Campomayor. Ahí fue
donde saltó el compañero de San Roque, un albañil de unos 40 años. Les
dijimos que si no sabían que no se podía trabajar los sábados y entonces
uno dijo que es que tenían hijos. Entonces saltó el albañil, que era muy
callado: ‘Me cago en tu puta madre, yo también tengo que dar de comer
a mis hijos y si tú no trabajases los sábados, seguramente tendrían que
meter a uno o dos más, y uno de ellos podría ser yo’. Este nunca hablaba,
saltó porque le dolió…
Pero el más gordo de todos los entalles que tuvimos fue en la obra del
campo de fútbol. Preguntamos por el encargado, estaban echando cemen-
to en la base, uno allí dijo que él era el encargado, que luego por lo visto
era el tesorero y no el encargado, el que llevaba lo de las perras, vamos, y
se puso gallito. Le dijimos que si no sabía que el convenio decía que no se
podía trabajar los sábados por la mañana y nos dijo que él se pasaba el
convenio por los huevos. Se puso borde y le dijo a mi padre que él se ponía
muy valiente porque traía cuarenta tíos a la espalda. Mi padre le dijo:
pues vamos a hablar tú y yo solos, y le dio un par de cachetes para que se
diera cuenta de que no le hacía falta venir con cuarenta, que tenía hue-
vos pa eso y pa más. El tío no se atrevió ni a chistar y entonces empezó a
134
decir que él no era el encargado, sino el tesorero. Pues estoy preguntando
por el encargado, a mí el tesorero me suda los cojones. Y se llevó las ostias
por decir que era el encargado.
Esta es la movilización más grande que yo estuve con mi padre. Fue
el año que se sacaron 4500 puestos de trabajo. Se hizo mucha fuerza. Y
cuando se sacaron mi padre me dijo que no me hiciera ilusiones que yo
no iba a coger ningún puesto de trabajo, que estaría muy mal que siendo
yo su hijo fuera para mí uno de aquellos empleos. Yo me enfadé, porque
yo por lo menos me mojé. Pienso que el que lucha, debe tener una re-
compensa, si no para qué vas a luchar. Y como vi que no podía trabajar
aquí, me fui a Lanzarote. Por lo menos ése es hoy mi punto de vista, más
adelante no sé pensaré igual”.
135
“Algunos años después ha surgido el problema de que las empresas
querían introducir las máquinas. Eso ha sido más reciente. Ahora las
máquinas, en el sector del yeso, se están extendiendo mucho. La mitad de
las obras se hacen con máquina, porque es más rentable para el empresa-
rio aunque la calidad es inferior, la terminación es peor, pero el trabajo
se hace antes. Nosotros en Badajoz decidimos que las máquinas que vi-
niesen irían a parar con la pastera del Mariano al puente. Nosotros no
vamos en contra del progreso. Pero decimos que el progreso técnico debe
servir para mejorar las condiciones de vida de la gente, no para dejar a
gente en el paro. Porque si una máquina hace el trabajo de cuatro per-
sonas, ¿qué hacemos los de Badajoz? ¿Vemos cómo trabaja un tío con la
máquina y los demás aplaudimos al maquinista?”.
“Ojalá cada yesero manejara una máquina, claro ¡para que trabaje
la máquina!, entonces entenderíamos que eso es progreso, porque nos está
ahorrando esfuerzos la máquina y es ella la que trabaja por mí. Ahora
bien, lo que no puede es trabajar la máquina por mí y por tres más, por-
136
que entonces qué hacemos los demás. Entonces, eso no es progreso, sino ir
para atrás y como no queremos ir para atrás, no queremos máquinas. Y
si hay alguna máquina, se estropea”.
137
la organización de las máquinas en la producción, todas estas
condiciones, que son de hecho condiciones plenamente sociales,
se contraponen a los obreros, dominan a los obreros, de un modo
extraño y objetivo, como funciones del capital y por ende del
capitalista.
(Mario Tronti en Obreros y Capital)
Fermín: “Han dado toda una batalla, intentando meter las má-
quinas. Ahora mismo estamos rodeados de máquina. Hemos hecho un
esfuerzo, pero nos tienen copados por las máquinas en los pueblos”.
138
La horda de los descontentos, que se creía invenciblemente
atrincherada tras las viejas líneas de la división del trabajo, se vio
atacada por el flanco, con sus defensas destruidas por la táctica
mecánica moderna.
(Andrew Ure, “juglar” de la industria capitalista citado por Marx
en El Capital)
Compañeros, no es esto
No es esto, compañeros, no es esto
por lo que murieron tantas flores,
por lo que lloramos tantos anhelos.
Quizás debamos ser valientes de nuevo
y decir que no, amigos, no es esto.
(Companys, no és això, de Lluís Llach)
139
que querían es que se sentara en una puta silla, pillara un sueldo y se
callara la boca”. El aparato sindical se acomoda a los nuevos tiempos,
llama al sosiego. Los modernos dirigentes, con el mentado Antonio
Gutiérrez a la cabeza, mascan chicle mientras destituyen a Marcelino
Camacho como presidente de honor del sindicato. En el intermedio
entre esa bochornosa afrenta a la historia de Comisiones Obreras y el
garrotazo a Fidalgo por parte de un trabajador despedido de Sintel,
se completa la desnaturalización de CCOO.
140
lo que no era suyo y te hacían trabajar en condiciones infrahumanas, y
encima te amenazaban con que si reclamabas te ibas a la calle. Eso es
una mafia. Nosotros lo que hemos hecho es obligar a los empresarios a
que contraten a todos los trabajadores en las mismas condiciones, sin
darle más beneficio a unos que a otros, independientemente de la edad
o de la habilidad que tenga, de si es bueno o malo, de si es del PCE, del
PSOE o del PP”.
“Parece que les duele que muchos yeseros y trabajadores de la construc-
ción de otras provincias conozcan que en Badajoz funcionan las cosas de
otra manera, que los yeseros tienen derechos y que trabaja todo el mundo
y no sólo los que quieren los empresarios”. Ahí es donde se funden las
razones específicas y las generales. En la aceptación de la ficción del
trabajo libre se anudan y condensan las razones de la ruptura. Para los
dirigentes del sindicato, el control obrero de la contratación no sólo no
es algo extraordinario o positivo, sino todo lo contrario, una alteración
de las sagradas leyes de la economía de mercado. “Sospecho que a me-
nudo la ‘economía de mercado’ es una metáfora o una máscara del proceso
capitalista”, decía Thompson. El mercado aparece como “una entidad
supuestamente neutral pero (por casualidad) beneficiosa”, que, además
“ha producido la riqueza de la nación: ¿será que “el mercado” cultivó todos
aquellos cereales?”11, se preguntaba, irónico, el historiador inglés. El sin-
dicalismo oficial no sólo no cuestiona el capitalismo, sino que forma
parte del coro que acompaña sus melodías más queridas.
Al final, llega la fractura. “Los dirigentes andaluces aquí se tiraron
el moco con nosotros, pero en Madrid ya no estaban de acuerdo con las
listas. Muchos dirigentes estaban de acuerdo pero no se atrevían a decirlo
en las reuniones confederales del sindicato. Empezó a entrar mucho di-
nero a través de la Fundación Laboral de la Construcción”. La mayoría
de los yeseros forman parte del sector crítico de CCOO y vienen las
presiones para excluirlos: “llegaron a echarnos de la sede porque éramos
muchos, dábamos muchas voces según ellos... ¿Dónde va a ir los trabaja-
dores? ¿Preferís que vayan al bar? Las voces eran la disculpa”. A partir de
ahora, los yeseros tendrán que continuar al margen de CCOO.
141
bonanza en el sector de la construcción allanan el mantenimiento
del poder contractual de los trabajadores. Pero se es muy consciente
del crecimiento aislamiento y de que, poco a poco, la patronal va
recuperando terreno.
En 2005, la mayoría de los yeseros y escayolistas de Badajoz ingre-
san en la Confederación General del Trabajo. En la decisión influye la
propia reflexión sobre la necesidad de un sindicalismo de lucha pero
también la conciencia del peligro corporativo. En los últimos años
se ha vivido el proceso contrario al período inmediatamente poste-
rior a la huelga. “No han sido capaces de derrotarnos, pero nos tienen
rodeados en Badajoz. Tenemos que romper el cerco y ganar posiciones en
otros sectores, más allá del yeso. Tenemos defendida nuestra Galia, pero
llegará el momento en el que nos echarán veneno. Si nos tienen arrinco-
nados, al final perdemos. En la medida en la que la organización obrera
sea más fuerte en el sector de la construcción, nosotros también seremos
más fuertes”. Uno de los compañeros lo plantea en la Asamblea de
CGT en 2005. No basta con el orgullo de haber mantenido unido al
gremio de los yeseros. Hay que insertarse en el sindicalismo de clase
más afín. El carácter asambleario y autogestionario del movimiento
facilita la aproximación a la CGT. Los más jóvenes se incorporan al
sindicato y se insinúa un nuevo periodo de agitación en las obras.
“No nos querían dejar repartir las octavillas y se montó el revuelo en la
obra. De las alambradas no nos querían dejar pasar”, relata Luís, dan-
do cuenta de una de las últimas escaramuzas.
La proliferación de falsos autónomos, la extensión de la subcon-
tratación y la explotación de los inmigrantes caracterizan esos años.
“Entre 1996 y 2000 los inmigrantes sólo absorbieron el 14 por 100 de
los nuevos empleos creados en el sector, pero desde esa fecha hasta 2006, el
67 por ciento de los nuevos puestos de trabajo creados en la construcción
son ocupados por mano de obra inmigrante”12. En 2006 se calcula que,
en España, hay 400000 trabajadores inmigrantes sin papeles en el
sector de la construcción. Las consecuencias de esta explotación se
pagan en inseguridad y siniestralidad. Joaquín refiere un ejemplo: “El
otro día estaba en Blanes trabajando y le dije al marroquí “Muchacho,
cómo te puedes subir ahí, ¿tú no ves que os vais a matar?”. Un andamio
para ponerte los pelos de punta. Estaba en un andamio monocapa,
en una fachada de cuatro pisos de altura, con el andamio puesto en
una bovedilla. Un andamio que pesa cientos de kilos, y encima tres
12. En defensa del empleo y condiciones dignas de trabajo. Documento del núcleo de
la construcción de Corriente Roja
142
trabajadores marroquís..., pero claro, como eran marroquís, como
hay muchos, pues si se caen no pasa nada. Y los chavales me decían:
Sí, pero es que no hay más. Ya lo sabe el encargado y me ha dicho
“esto es lo que hay”.
Por esas fechas, la precariedad laboral es ya la norma en el sector
de la construcción. Hay muchos signos de esa situación. “Hay obras
ahora en Badajoz que están haciendo una hora para la empresa. Si haces
dos horas extras, le pagan una”, dice Fermín en 2005. Los despidos
antes de navidad para ahorrarse el pago de los días festivos empie-
zan a convertirse en una costumbre. La extensión del pago mediante
salario hora es otro síntoma más del ratoneo empresarial y de la des-
protección creciente.
Acompañando el milagro económico de las grandes sociedades
constructoras-bancos, la mano amiga de los diversos gobiernos. “La
Inspección de Trabajo es nula. Cuando aparece de lo único que se pre-
ocupa es del casco. Y antes de llegar el inspector ya lo saben. Es una poca
vergüenza. No hacen respetar los convenios ni las leyes. Miles de policías
y guardias civiles y sin embargo quién se mete con todos los delincuentes
empresarios que tenemos. Ahí tienes Graexsa: el empresario se fue a Mur-
cia y dejó a los obreros sin cobrar. Y el capitán de la Guardia Civil nos
visitaba a nosotros cada dos horas”.
Pero a partir de 2007 empiezan a cambiar los aires en la construc-
ción. La burbuja inmobiliaria se deshace. El lobby de la construcción
conocido como G-14, anuncia en julio de ese año que se perderá
medio millón de puestos de trabajo en la construcción. Unos meses
antes, Joaquín escribe estas notas sobre la explotación e inseguridad
en las obras:
143
sin embargo, hay peones que tienen que trabajar por 43 euros al
día y por una jornada de doce horas, es decir, a menos de 4 euros la
hora, sin derecho a vacaciones, ni pagas, ni fiestas. 43 euros por día
que efectivamente trabaje. De la seguridad ni hablamos, porque no
existe, salvo en contadas ocasiones, y siempre con empresas donde
hay representación sindical o que, por su volumen, no tenga más
remedio que aplicarlas.
Permitirme hacer un inciso aquí. El delegado de seguridad, desde
su misma creación, no es más que una figura coactiva contra los tra-
bajadores. Alguien se debería ocupar de evitar la cantidad de acciden-
tes que cada día sufrimos los trabajadores de la construcción. Y digo
esto por propia experiencia. Contaré la última, trabajando en una
obra en San Cugat, Barcelona. Me queje al delegado de seguridad de
que había unos cables por donde yo tenía que enyesar que estaban
en mal estado, le dije que mientras yo hacía otra cosa el mandara a
alguien a reparar aquello, lo avise tres o cuatro veces, pero ni caso,
llego el momento de tener que hacer esa parte y claro yo le dije al
encargado de la obra que me negaba a realizar ese trabajo por consi-
derarlo peligroso, y además exigía al de seguridad que tomara nota
de aquello. El muchachito no solo no tomó nota de nada, sino que
incluso me tacho de delicado, y que eso parecía más una cabezonería
mía–días antes había levantado un acta a un compañero por no tener
el casco puesto cuando estaba luciendo un cuarto de baño. Total que
la cosa acabó como acaban estas cosas, que si tu padre que si el mío,
y a eso de las nueve de la mañana dejé de ser el delicado cabezón en
esta empresa y pase a ser un delicado cabezón en las listas del paro.
Otras de las misiones que realizan estos muchachitos en la obra es
la de informarte de cómo no tienes que matarte; y claro una vez que
te han explicado como tienes que observar las medidas de seguridad
que él te ha enseñado, si después sufres un accidente, poco más o
menos que la culpa es tuya por no haber cumplido con las normas de
seguridad… Un trabajador que trabajaba en una obra en Badajoz se
cayó de un quinto piso manipulando un maquinillo de montacarga,
fui a la obra en cuestión a interesarme por lo sucedido y el encargado
con toda la caradura me dijo que para él que se había tirado por que
estaba borracho. Ese día no había un solo cinturón de seguridad en
toda la obra, dos días más tarde volví y ya había cinturones de segu-
ridad.
Esta seguridad que tantas vidas nos está costando a los trabajado-
res y tanto dinero, sólo sirve para limpiar la conciencia de aquellos
que deberían vigilar más de cerca la prevención de accidentes, llá-
mense mutuas, centrales sindicales, gobierno, etcétera.
144
El jueves 19 de octubre del 2006, salió publicada en el BOE, la
LEY 32/2006, DE 18 de Octubre, reguladora de la subcontratación
en el sector de la construcción. Su entrada en vigor, sería 6 meses
después de su aprobación; a fecha de hoy ha surtido el mismo efecto
que una pompa de jabón. Hoy sigue habiendo las mismas subcon-
tratas de siempre, no ha cambiado absolutamente nada –un ejemplo,
en la última obra que estuve trabajando había más jefes que indios–,
es decir que la tan cacareada ley por parte de los agentes sociales, que
iba a acabar con la precariedad, el abuso y los accidentes en el sector
es una patraña.
145
Capítulo 6
Candelas de ayer,
rescoldos de hoy,
hogueras de mañana
147
régimen de dominio. Los necesitados de preces son la inmensa mayo-
ría, la precariedad trasciende los centros de trabajo y se cuela también
en las casas, en las relaciones comunitarias, en los afectos y cuidados.
El capitalismo tiende a mercantilizar y precarizar todos los ámbitos
de la vida. El campo de batalla se llena de víctimas: cinco millones
de parados, 150 desahucios de vivienda al día, anuncios de supresión
del salario mínimo para los jóvenes, de copago sanitario, de recortes
y privatización en la educación o los servicios sociales… Europa es-
talla y el castillo de naipes de las clases medias se derrumba. Quizás,
en ese horizonte, la huelga de los yeseros puede aportarnos más luz
de la que nos imaginábamos en una mirada superficial. Aquella lucha
estalló donde mejor se anudaban la precariedad y la competencia, en
el trabajo a destajo. Y demostró que incluso ahí, en el páramo de la
sistemática rivalidad entre los trabajadores, puede nacer la unidad, la
república de los iguales.
La huelga y la resistencia de los yeseros nos muestran una forma
nada usual de enfrentarse a la precariedad. Otro tipo de sindicalismo
al que estamos acostumbrados. Un sindicalismo en el que la palabra
asamblea o autogestión no es un prurito formal o una técnica partici-
pativa, sino la práctica cotidiana, la fuente y sustancia de la democracia
de los trabajadores. Un sindicalismo de lucha, sin despachos ni buro-
cracias, atento a las escaramuzas y luchas espontáneas. Por decirlo de
un modo gráfico, a riesgo de ser simplista o polémico, un sindicalismo
más pendiente de lo pre-sindical que del sindicato como organización.
El sindicalismo precede al sindicato, el movimiento de los trabajadores
precede a las instituciones, y no al revés. Los sindicatos oficiales de hoy
son “un colchón entre los intocables y la inmensa mayoría de la población,
cuya verdadera misión es convencernos a los de las esferas inferiores de que
no se puede ir más lejos de lo que ellos propugnan”2. Pero el sindicalismo
alternativo, el que tenemos que construir, no puede dejarse imantar
por los fetiches organizativos de las grandes maquinarias sindicales.
Como señala Carlos Taibo, a pesar de constituir una de las escasas
herramientas y esperanzas, en “ese sindicalismo resistente, que tiene una
condición minoritaria, no falta, con todo, cierto conservadurismo encami-
nado a preservar los logros orgánicos alcanzados y remiso a grandes aven-
1. Reyes Mate (2008): Para una filosofía de la memoria. Entrevista al profesor Reyes
Mate. Fedicaria: http://www.fedicaria.org/concSocial/entrevistas/C12_Reyes_Mate.pdf
2. César Reyes, Laurentino González y Josep Bel (2006): La formación del precariado.
Artículo recogido en Miradas sobre la precariedad. Barcelona: El Viejo Topo
3. Carlos Taibo (20119: Sindicalismo y el 15M. http://www.rebelion.org/noticia.
php?id=137349
148
turas que puedan poner aquéllos en peligro”3. Un sindicalismo capaz de
pensar la globalidad, de sacudirse los corporativismos, de pensar simul-
táneamente la clase y la especie, de cuestionar no sólo cómo se produce
sino, además, qué se produce; capaz de impugnar el consumismo, la
obsolescencia programada y la dictadura de las mercancías.
Pero, además, un sindicalismo sin miedo a transgredir los límites
del posibilismo, sin miedo a salirse del tiesto establecido. Esa es la
gran lección de la experiencia de los yeseros de Badajoz. “No hay cielo
de las verdades. Lo que hace posible el proceso de verdad –el aconteci-
miento– no está en los usos de la situación, ni se deja pensar por los sa-
beres establecidos”4. No todas las huelgas son algo vivo, cambiante, un
momento de transformación de la conciencia obrera. Pero ésta sí lo
fue. ¿Cómo se explica esa combinación de lo que, a simple vista, pa-
rece gremialismo extemporáneo con las posiciones anticapitalistas más
avanzadas que representa el control obrero de la contratación? “Un
proceso de verdad es una grieta de los saberes establecidos”5. La huelga de
los yeseros es una anomalía, un desvío inesperado e imprevisible que
se sale del guión, abriendo un nuevo campo de alianzas y de posibles
insospechados. “Sólo de Hades escape no conseguirá, mas de dolencias
irremediables, escapatorias ha discurrido”, dice el coro de Antígona,
ponderando las capacidades del ser humano. Discurrir escapatorias
del dogal capitalista, demostrar que las anomalías o desvíos son po-
sibles a cada minuto. “No todo es posible, pero existe una pluralidad de
posibilidades reales, entre las cuales la lucha decide (…) En realidad,
no hay un instante que no traiga consigo su oportunidad revolucionaria
–sólo que esta tiene que ser definida en su singularidad específica, esto
es, como la oportunidad de una solución completamente nueva ante una
tarea completamente nueva”6.
El poder recela siempre de la concupiscencia entre las luchas del
pasado y las del presente. “A partir de 1830 ya no hay historia. Hay
política”7. Marc Bloch recuerda cómo uno de sus profesores prevenía
de ese modo a los alumnos de Historia sobre los peligros profesio-
nales de descarrío. Pero, como nos advirtiera Gramsci, “la historia es
siempre historia contemporánea, es decir, política”8. Los que mandan,
registran con meticulosidad cada modificación de las relaciones de
149
fuerza materiales, revisan la historia a cada momento, acicalando el
pasado a su medida.
Rescatar huelgas como la de los yeseros no sólo es un acto de
memoria y justicia. Es un aprovisionamiento de municiones para los
tiempos convulsos que vienen. Mirarse en las luchas que han ido y
que van en serio. No en las representaciones teatrales del conflicto,
no en el medido desacuerdo que espera recompensa. No nos sirve “la
rabia tan sumisa, el furor tan prudente, el grito tan exacto, si el tiempo
lo permite”9. Sí nos sirven aquellos días de coraje insumiso, de espe-
ranza brava, de mirada generosa y firme.
Retorna el recuerdo de Joaquín, cantando la hermosa mariana de
Menese. Los ojos cerrados, los puños apretados, la cara contraída de
puro esfuerzo, va trenzando, sutil, dolor y alegría, daño y esperanza.
Yo también estuve allí. Vi aquellos días en los que brilló una luz
distinta. Días que me orientaron, compañeros que me forjaron como
militante y como persona.
150
Capítulo 7
Participantes en la huelga
152
Antonio Martín Peanilla
Antonio Martínez Lozano
Antonio Milán Navarrete
Antonio Mora Bejarano
Antonio Paniagua (Fallecido)
Antonio Sánchez Quintana
Antonio Toscano Domínguez
Antonio Sayago Martínez
Antonio Valenzuela Sierra (Fallecido)
Antonio Vila Pozo
Antonio Jesús González Veja
Agustín Monge Caro
Agustín Camacho Lozano
Benedicto García Montero
Benito López Asensio
Blas Barrera Román
Carlos González Suárez
Carlos Sánchez Estévez
Carlos Sánchez Quintana (Fallecido)
Carlos Sánchez Murillo
Carmelo Santos Murillo
Celedonio
David Ríos
Diego Álvaro Mera
Diego Marín Reyes
Domingo Lagar
Domingo Rebollo
Eloy Agudo Rodríguez
Eloy Rodríguez López
Eusebio Gutiérrez
Félix Fornier
Fermín Gutiérrez Santos
Félix Pereira Rajado
Felipe Romero de la Piedad
Federico Arce Aguado
Federico Arce Sosa
Fernando Argüello
Fernando Ballester Carrera
Fernando Estévez Márquez
Fernando Fuentes Guerrero
Fernando Rueda Güera
Francisco Arce Aguado
153
Francisco Arce Sosa
Francisco Ballester Lira (Fallecido)
Francisco A. Coronado
Francisco Fernández Ruíz
Francisco Galea Díaz
Francisco Generelo Delgado
Francisco Luis Gil Delgado
Francisco González García
Francisco González Suárez (Fallecido)
Francisco Macho Pardo
Francisco Macías Pérez
Francisco Martín López
Francisco Mateo Cano
Francisco Mendiano Mendiano
Francisco Navias Vargas
Francisco Nogales Macarro
Francisco Prada Martínez (Fallecido)
Francisco Sánchez Estévez
Gregorio Castaño Ferrera, (Fallecido)
Gregorio Muñoz Pulido
Hilario Monge Caro (Fallecido)
Isidoro Lara Martínez
Luís Palomo Silva
Luís Gimeno Zahino
Luís González Suárez
Lorenzo Navarro Martín
Loreto Rodríguez Álvarez (Fallecido)
Javier Cayetano
Javier Hernández
Javier Hernández Fructuoso
Jerónimo Flecha García
Jesús Correa Vadillo
Joaquín Corbacho Palma
Joaquín Cruz Hernández
Joaquín Hernández Pintado
Joaquín Rodríguez Rivero
Joaquín Rosado Palomo
Joaquín Soriano Hernández (Fallecido)
Joaquín Vega Romero (Fallecido)
José Cantero Rosa
José Cruz Cuesta
José Del Cacho
154
José Díaz Núñez
José Díaz Romero
José Fernández Ruíz
José Fuentes Guerrero
José Galea
José García Aguilar
José Guerrero
José Gutiérrez Santos
José Peanilla García
José Rodríguez Rivero
José Ramos López
José Ríos Quesada
José Núñez Pozo
José Palo Martín
José Alberto Jimeno
José Antonio de la Flor Castellano
José Luís Alba
José Luís Antonio Flores
José Manuel Serrano
José María Arguello Grajera
José María Aparicio Ramos
José María Benítez Rodríguez
José María Cano
José María Gómez Tejeda
José María Hinchado Marín
José María Navia Cano
José María Pérez García
José Miguel Fernández Muñoz
José Vicente de la Rosa
Juan Bas
Juan Fernández Vázquez
Juan Estévez Gallego
Juan Holguera Holgado
Juan Muñoz Pulido
Juan Rodríguez
Juan Rueda Güera
Juan Antonio Aliseda Rubio
Juan Antonio Flores González
Juan Antonio Mirón Méndez
Juan Antonio Rico Santos
Juan Antonio Sánchez Estévez
Juan Francisco Cerro
155
Juan Francisco Canito Prada
Juan Ignacio Sánchez Estévez
Juan José Ortiz Exojo
Juan José Traves Murillo
Juan Luís García Mendiano
Juan Pedro Cotilla González
Juan Pedro Mateo Cano
Julio Agudo Sánchez
Julio Cantero Benítez
Lorenzo Navarro Marín
Loreto Rodríguez Álvarez (Fallecido)
Luciano González
Luís Custodio
Luís Gimeno Zahiño
Luís González Suárez
Luís Palomo Silva
Manuel Aparicio Ramos
Manuel Barroso González
Manuel Benítez Rodríguez
Manuel Cantero Rosa
Manuel Carballo Higuero
Manuel Colía Campini
Manuel Corbacho Palma
Manuel Cuenda Gómez
Manuel De la Flor (Fallecido)
Manuel Félix Pardo
Manuel Flecha García
Manuel Gutiérrez Marín (Fallecido)
Manuel Grajo Lozano
Manuel Jaime Pérez
Manuel Martín Gutiérrez
Manuel Morales Cordero
Manuel Ortiz Exojo
Manuel Parra Cáceres
Manuel Parra Montaño
Manuel Ribero Juez
Manuel Ramón Correa
Manuel Sánchez Alba
Manuel Sánchez Godoy
Manuel Suárez Alba
Manuel Zamora Durán
Manuel Luís Félix González
156
Máximo Torrado Granado
Miguel Agúndez Canuto
Miguel García Aguilar
Miguel González Blázquez
Miguel Núñez Doncel
Miguel Ángel Matamoros
Miguel Ángel Guerrero Cano
Nicasio Palo Martín
Nicomedes Martínez González
Pablo Antonio Flores
Pablo González Piñero
Pedro Grajo Lozano
Pedro Martínez Pintado
Pedro Sánchez Durán (Fallecido)
Rafael Chisco Chavero
Rafael Cornejo Rodríguez
Rafael Risco
Ramón Correa Hellín (Fallecido)
Ricardo Antonio García González
Román Micharet
Santiago Morán Blanco
Teófilo Estévez Márquez
Tomás Cantero Rosa
Venancio Torrado (Fallecido)
Vicente Agudo Sánchez
Vicente Álvaro Mena
Vicente Carrasco Acosta
Vicente Hernández Fernández
Victoriano Lago Pérez
157
Agradecimientos
A los trabajadores y trabajadoras de la Biblioteca Regional de Extre-
madura, de la Biblioteca Pública del Estado en Mérida Jesús Delgado
Valhondo y de la Biblioteca Municipal de Mérida Juan Pablo Forner,
con especial mención a Justo Vila Izquierdo, José Ignacio Rodríguez
Hermosell y Cecilio Antonio Castro Jacinto, por su colaboración y
ayuda
A la Biblioteca Regional de Extremadura por la cesión del mate-
rial gráfico, procedente de la donación de los fotógrafos del periódico
Extremadura.
A Miguel Cansado, militante obrero de Almendralejo. A Agustín
Cienfuegos, militante de la CGT en Badajoz.
A Manuela Martín y Fernando León, periodistas del diario Hoy y
del periódico Extremadura, respectivamente.
A José Carracedo, Pepe, el cura de Suerte de Saavedra, por su
apoyo a los yeseros del barrio y de fuera del barrio.
A todas las personas que han apoyado, colaborado o participado
de alguna manera junto al colectivo de yeseros y escayolistas en sus
luchas.
159