Kenneth Solá - Dios Me Ama

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DIOS ME AMA (Kenneth Solá Jordan – Derechos de autor reservados)

Introducción

Este libro nace de una de las enseñanzas que pude compartir en nuestra congregación
hace poco, una enseñanza que está dentro de una serie llamada: “Crecer en la Gracia.”
Considero que el tema es tan importante que me ha parecido bien poder plasmarlo en
papel y que de esa manera quizá pueda llegar a más gente, y también tiene mucho que
ver que Keyla, mi amada esposa, me insistió bastante para que escribiera un libro
basado en aquella enseñanza.

Este libro tiene el propósito de ayudarte a crecer en el conocimiento del amor


incondicional de Dios hacia tu vida. No hay nada que podamos hacer, o que podamos
dejar de hacer, para que Dios nos ame más, o menos, de lo que ya nos ama.

Como he hecho anteriormente en los libros que Dios me ha permitido escribir, te pido
que leas este libro hasta el final, o que no solo lo leas, sino que lo estudies, que pongas
toda tu atención mientras lees, porque de esa manera podrás sacarle todo el jugo a lo
que Dios quiere enseñarte.

Bueno, pues comencemos.

Capítulo 1

El enfoque correcto

“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu
corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.” (Deuteronomio 6:4-5)

“Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro
Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu
alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.”
(Marcos 12:29-30)

Por la Gracia de Dios llevo ya algunos años siendo cristiano, y no sé tu experiencia pero
en mi caso en muchas ocasiones me han hablado acerca de la importancia de amar a
Dios. De amar a Dios por encima de todo lo demás, y te reconozco que ese tipo de
mensajes o enseñanzas levantaban un sentimiento de culpabilidad y de condenación en
mi vida. ¿Por qué? Porque me daba cuenta que a veces no amaba a Dios por encima de
todas las demás cosas o, como acabamos de leer, no amaba a Dios con todo mi corazón,
con toda mi mente, con todas mis fuerzas, etc… Sé que esto que te estoy contando no
me deja muy bien, es decir, me deja fuera de lo que se supone que es un “buen
cristiano”, pero deja que me siga explicando, por favor. Gracias.

Vemos que tanto en Deuteronomio, como Jesús en el verso que he citado del evangelio
de Marcos, nos hablan de amar a Dios en un nivel muy, muy alto. Específicamente nos
dicen que amemos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente y con todas
nuestras fuerzas. Ahora viene la pregunta: ¿Quién puede cumplirlo? Pues la respuesta es
sencilla y nada rebuscada: Nadie. Ni tú, ni yo, ni nadie en este mundo puede cumplir
con esa manera de amar a Dios, y es precisamente por eso que los mensajes que ponen
el enfoque en cómo debemos amar a Dios suelen producir condenación y desesperación
en nuestras vidas. Por eso, y gracias a Dios, he llegado a la conclusión que el enfoque lo
estamos poniendo en el lugar incorrecto. De ahí que este libro trate de una forma clara y
sencilla del amor incondicional de Dios por nosotros y no de cuanto nosotros podemos
amar a Dios.

Si te fijas estos dos versos están todavía en la época de la ley, tanto el de Deuteronomio
como las palabras de Jesús.

“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y
nacido bajo la ley.” (Gálatas 4:4)

Este verso nos deja bien claro que Jesús nació bajo la ley, eso es algo que algunos
ignoran o simplemente lo olvidan. Pero las palabras de Jesús las debemos saber
interpretar desde el pacto en el que hablaba, el pacto de la ley dada a Moisés. El nuevo
pacto no dio comienzo hasta que Jesús murió, resucitó y ascendió a la diestra del Padre.
Entendiendo esto, vemos los versos de Deuteronomio y de Marcos como parte de la ley,
y la ley era tan alta que nadie podía cumplirla. El propósito clave de la ley era hacernos
ver que nadie puede salvarse a sí mismo y por eso todos necesitamos un Salvador,
Jesucristo.

Si somos honestos con nosotros mismos, veremos que no estamos amando a Dios con
toda nuestra mente durante las 24 horas al día, repito, porque nadie puede hacerlo. Por
eso, entendamos bien estos versos y dejemos de condenarnos por algo que Dios no
espera que hagamos. Sí, has leído bien, nadie puede amar a Dios con todo su corazón,
toda su mente y todas sus fuerzas. Pero, ¿sabes la buena noticia? Dios no espera que lo
hagamos, porque sabe no podemos hacerlo. No estoy diciendo que Dios no quiere que
le amemos, pero no quiere que lo hagamos por obligación, por miedo a alguna
represalia de Su parte, y tampoco quiere que lo hagamos a ese nivel, porque no lo
podemos alcanzar. Más adelante veremos la base de nuestro amor por Dios, aunque ya
te lo debes estar imaginando. Pero una vez más te digo que nuestro enfoque debe estar
en el amor incondicional de Dios hacia nosotros.

Si te fijas, siempre que hablo del amor de Dios hablo de un amor incondicional, porque
esto es algo que quiero que todos tengamos claro. El amor de Dios hacia nosotros
totalmente incondicional, Dios no nos ha pedido nada y aún así nos ha amado. De
hecho, Dios nos amó antes que existiéramos, y Dios nos ama hoy igual, incluso a pesar
de nosotros mismos. ¿Por qué digo esto? Porque a veces somos los que más motivos le
damos a Dios para que deje de amarnos, y Dios decide no hacer caso a ninguno de esos
motivos y mantiene Su amor incondicional por nosotros totalmente intacto.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16)
Cuando hablo del amor incondicional de Dios debe quedar bien claro que es hacia toda
la humanidad, en todos los tiempos. No sé qué imagen puedes tener de Dios.
Lamentablemente las religiones han hecho que muchas personas tengan una imagen de
Dios distorsionada. Quizá ven a Dios como alguien enfadado y preparado para castigar
a todo aquel que se porte mal. O ven a Dios como un hombre mayor con barba que ha
quedado anticuado y no se entera de cómo estamos viviendo hoy. Quizá ven a Dios
como alguien ajeno al sufrimiento del ser humano, que ha perdido el control del mundo
y que no sabe cómo recuperarlo. Algunos incluso al leer la Biblia desde un
desconocimiento de la globalidad de la misma, pueden cometer el error de formarse una
imagen incorrecta de Dios en sus vidas.

“Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es
amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.” (1ª Juan 4:16)

Dios no es así. Lo que la Biblia nos enseña es que Dios es amor. Ni siquiera nos dice
que Dios contiene algo de amor, sino que Él es amor. Su esencia, Su persona, Su
carácter es amor. No importa lo que la religión diga, ni cómo nos han enseñado, y lo
digo con todo respeto a las personas que se esforzaron por enseñarnos de la mejor
manera que sabían, pero si lo que nos han enseñado es contrario a lo que la Palabra de
Dios nos dice, yo prefiero quedarme con lo que la Palabra de Dios me dice. Yo creo que
Dios es amor. No es un justiciero ni un castigador, sino que es alguien que está amando
de forma totalmente incondicional al ser humano. Aunque el ser humano se dedique a ir
en contra de Dios, aunque el ser humano gaste su vida ofendiendo a Dios, aunque el ser
humano incluso no crea en Dios, Dios nos sigue amando de forma incondicional,
porque Su amor no está condicionado a nuestro comportamiento sino a Su persona.

“Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace
acepción de personas.” (Hechos 10:34)

“Porque no hay acepción de personas para con Dios.” (Romanos 2:11)

Estos versos también nos enseñan que Dios, aparte de amarnos incondicionalmente,
ama a todos los seres humanos por igual. Dios no tiene favoritos, o mejor dicho, todos
somos los favoritos de Dios, porque nos ama a todos por igual. A Dios no le importa la
raza, el color de piel, el lugar en el que ha nacido, tampoco le importa si tiene muchos
estudios o ninguno, ni si tiene mucho dinero o nada, ni tampoco el sexo de la persona,
ni siquiera si creen en Él o no. Dios ama al ser humano sin distinción porque somos Su
obra más preciada. Somos el propósito por el cual existe toda la creación, la guinda del
pastel. En los primeros capítulos del libro de Génesis puedes ver que Dios se aseguró de
dejar toda la creación bien preparada, sin que faltara un solo detalle, para recibir al
hombre y a la mujer. Desde el principio Dios siempre nos ha estado amando y siempre
ha querido lo mejor para nosotros, nunca ha deseado el sufrimiento del ser humano.

Si por el motivo que sea no tenías tu enfoque puesto en al amor incondicional de Dios
hacia tu vida, espero que este capítulo te haya ayudado y cambiar tu enfoque y colocarlo
en el lugar correcto. Pero este vuelo no ha hecho más que empezar, así que acomódate,
abróchate el cinturón y sigamos.

Capítulo 2

El Evangelio de Cristo

“Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” (Marcos
16:15)

“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo
aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego.” (Romanos 1:16)

En este capítulo me gustaría hablarte acerca del evangelio, del único evangelio que
existe, el evangelio de Cristo. Quizá puedes preguntarte qué tiene que ver el evangelio
con el amor incondicional de Dios. Y es precisamente eso lo que te quiero explicar.

La palabra “evangelio” suele traducirse como “buenas noticias” pero a mí


personalmente me gusta más una definición un poquito más amplia y es la siguiente:
“Las muy buenas noticias de la Gracia de Dios hacia el ser humano.” De hecho, en la
época del apóstol Pablo se definía el evangelio como unas noticias tan, tan buenas que
incluso son difíciles de creer que sean verdad. Sea como fuere, el evangelio son buenas
noticias, y lo son porque están basadas en el amor incondicional de Dios hacia nosotros.

Cuando hablamos del evangelio vemos en la Biblia que nos habla del evangelio de
Cristo, y en algún pasaje el evangelio de la Gracia.

“Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el


evangelio de Jesús.” (Hechos 8:35)

“Cuando llegué a Troas para predicar el evangelio de Cristo, aunque se me abrió puerta
en el Señor.” (2ª Coritnios 2:12)

“Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que
acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar
testimonio del evangelio de la gracia de Dios.” (Hechos 20:24)

La definición más conocida de la Gracia de Dios es favor no merecido. Esto me llama la


atención porque al evangelio de Cristo se le llama también el evangelio de la Gracia y la
Gracia la entendemos como el favor no merecido, un regalo no merecido, y Jesucristo,
Dios hecho hombre, es el regalo que Dios mismo decidió dar al ser humano sin que lo
mereciéramos.

Este regalo no merecido, como ya hemos visto antes, está basado en el hecho que Dios
es amor y que nos ama de forma incondicional. Así que al hablar del evangelio debemos
relacionarlo totalmente con la realidad del amor de Dios. No existiría el evangelio sin
Jesús, son Dios hecho hombre, por lo tanto sin el amor de Dios no existirían estas
buenas noticias.
A mí me gusta mucho aprender y crecer en el conocimiento de la Gracia de Dios, y de
hecho disfruto a la hora de poder predicarlo, pero no existiría esa Gracia maravillosa si
Dios no fuera amor, y si Dios no nos hubiera amado como lo ha hecho.

Al empezar este capítulo he compartido un verso del evangelio según Marcos y para
ahora es cuando quiero retomarlo. En ese verso Jesús nos dice que vayamos y que
prediquemos el evangelio a toda criatura. Ese es el mensaje de la iglesia, el mensaje que
la iglesia debe compartir con todo el mundo, es el mensaje del amor de Dios. Nuestro
mensaje no es de juicio ni de condenación, sino que está basado en el amor
incondicional de Dios hacia todo ser humano.

Vayamos, salgamos a las calles, hablemos con nuestros familiares, amigos, compañeros
de estudios o de trabajo, prediquemos a todo nuestro entorno del cómo Dios les ama sin
condición, tal y como son y allí donde están.

Capítulo 3

Dios me ama incondicionalmente

Hemos leído en el primer capítulo que Dios amó al mundo y por eso envió a Su Hijo
unigénito para salvarnos. Y como ya te he dicho, Dios ama a todos sin distinción. Pero
en este capítulo quiero que avancemos un poquito más y que sepas que el amor de Dios
es personal, es decir, Dios te ama a ti de forma individual. Fíjate que no he hablado de
sentir el amor de Dios, sino de saber, de conocer.

Gracias a Dios por las emociones o sentimientos que tenemos, pero cuando se trata de
las cosas espirituales es importantísimo que entendamos que hablamos de creencias, de
conocimiento y no de sentimientos.

“Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el
conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también
yo me olvidaré de tus hijos.” (Oseas 4:6)

En este verso del antiguo testamento vemos claramente que una de las consecuencias de
la falta de conocimiento fue la destrucción del pueblo de Dios. Esto nos lleva a entender
que cuando nos falta conocimiento, sufrimos. Esta es una realidad que nadie puede
negar.

También el apóstol Pablo habló en diferentes ocasiones de la importancia de saber o de


conocer.

“Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de


sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro
entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las
riquezas de la gloria de su herencia en los santos.” (Efesios 1:17-18)

Cuando nosotros ignoramos acerca del amor incondicional hacia nuestras vidas, eso
produce un estrés como cristianos porque pensamos que tenemos que ganarnos la
aprobación de Dios continuamente. Y de ahí que cuando fallamos, o pecamos, venga la
condenación porque no hemos cumplido con las expectativas que Dios tiene de
nosotros.

Por la Gracia de Dios, en el momento de escribir este libro, llevo casi 19 años casado
con Keyla, la mujer más maravillosa y preciosa de este mundo. Aquellos que estéis
leyendo este libro y estéis casado o de novios, creo que vais a entender perfectamente el
ejemplo que voy a poner. Imagina que un día le pregunto a Keyla: “¿Me amas?”
obviamente esperando un rotundo y rápido “sí”. Pero ella, en vez de darme la respuesta
que espero, me mira con cara de duda y me dice: “Bueno, creo que sí. Supongo que te
amo.” ¿Cómo piensas que me quedaría yo? ¿Crees que esa respuesta me dejaría
tranquilo? Puedo asegurarte que no. Así que a partir de ese momento yo empezaría a
buscar maneras de hacer que Keyla esté bien segura de su amor por mí. Trataría de
esforzarme al máximo, pero siempre en mi interior seguiría esa duda, y no podría
dormir tranquilo por causa de esa inquietud. Obviamente viviría estresado porque a
pesar de todos mis esfuerzos, siempre seguiría preguntándome: “¿Qué más puedo hacer
para ganarme el amor de Keyla?” Fíjate que esta situación de estrés viene porque no
estoy seguro del amor de mi esposa por mí, no de mi amor por ella. Yo estoy seguro que
amo a Keyla, pero su respuesta ha hecho que yo no esté seguro de su amor por mí.
Muchos cristianos pueden estar seguros, o creen, que aman a Dios, pero no están
seguros que cuánto Dios les ama a ellos.

Sin embargo, la historia cambia completamente cuando yo le pregunto a Keyla: “¿Me


amas?” Y ella, incluso antes que yo acabe la pregunta ya me está diciendo: “Por
supuesto que te amo.” Esto no produciría ningún estrés en mi vida. Hace que yo viva
tranquilo y confiado porque sé que mi esposa me ama sin ningún tipo de duda. De
hecho, doy gracias a Dios porque ni Keyla ni yo necesitamos preguntarnos esto, ya que
continuamente nos estamos declarando nuestro amor mutuo. Pero, ¿puedes ver lo que te
estoy queriendo mostrar?

Abro otro breve paréntesis para dejar algo claro. ¿Significa esto que como sé con
seguridad que mi esposa me ama ya no tengo que esforzarme en hacer todo lo que a ella
le gusta? No, yo no he dicho eso. Porque ahora todo lo que hago, y no quiero
adelantarme demasiado, no quiero hacerte un “spoiler”, pero todo lo que hago es
simplemente mi respuesta al amor de Keyla hacía mi vida. Pero todo lo que hago, sea lo
que sea, salir a pasear con ella, invitarla a cenar, regalarle sus flores favoritas, etc… lo
hago sin ningún estrés, simplemente es algo que fluye de mi amor por ella.

Espero que este ejemplo haya sido claro y de fácil comprensión respecto a lo que te
quiero mostrar.

Sigamos ahora con el tema del libro, y déjame decirte sin ningún miedo a equivocarme,
y con una absoluta seguridad: Dios te ama incondicionalmente. Sí, Dios te ama a ti que
estás leyendo este libro. A lo mejor piensas: “Kenneth, no me conoces de nada para
poder afirmar algo así. No sabes todo lo que he hecho. Ni si quiera sabes si creo en Dios
o no.” Y tienes razón, a muchos de los que leéis este libro no os conozco personalmente,
habrá otros muchos a los que sí conozco. Pero, por la Gracia de Dios, voy conociendo a
Dios, y cada día quiero conocerle más. Y como voy conociendo a Dios, no necesito
conocerte a ti, ni saber todo lo que has hecho bien o mal, para afirmar que Dios te ama
de forma totalmente incondicional.

Dios me ha movido a escribir este libro para poder decirte a ti que Dios te ama
incondicionalmente. Repito, no importa lo que has hecho o dejado de hacer. Dios te
ama. ¿Te animas a decirlo en voz alta? “Dios me ama de forma incondicional. Dios me
ama siempre igual. El amor de Dios hacia mi vida nunca cambia.”

¡Wow, qué maravillosa verdad! Y qué importante que lo tengamos bien claro en
nuestras vidas. Dios me ama sin importar cómo me haya comportado, Su amor por mí
es totalmente incondicional y basado en Quién es Él.

Como te decía al principio, por la Gracia de Dios ya llevo algunos años de cristiano, de
hecho son poco más de 28 años. Y al principio yo no sabía estas cosas. De hecho,
siempre escuchaba mensajes, sobre todo a los jóvenes y adolescentes se nos insistía
mucho, que nos empujaban a amar a Dios por encima de todo, y que si no lo estábamos
haciendo, no éramos realmente buenos cristianos. Debes entender que yo era un
adolescente y no hace falta que te diga que es cierto que a veces no vivía mi vida
cristiana de forma “perfecta”, según la perfección de la congregación a la que yo asistía
en aquel entonces. Una congregación en la que las mujeres debían llevar siempre faldas
largas hasta los tobillos, el cine era pecado, la playa era pecado y otras cosas más que no
es necesario comentar. En ese entorno yo no siempre lo hacía todo bien. Yo como
adolescente pecaba. A veces llegué a fumar, a veces me dejaba llevar por los amigos y
veíamos pornografía, u otras cosas que como adolescentes o jóvenes hacemos. Una vez
me pillaron robando en unos grandes almacenes un videojuego de Terminator 2, por
cierto, qué gran película. Y al no saber que Dios me amaba siempre igual, sin importar
mi comportamiento, hubo épocas en las que lo pasé bastante mal porque creía que Dios
ya no me amaba y que por eso ya no escuchaba mis oraciones, ni me perdonaba cuando
Le pedía perdón porque ya se había cansado de mí.

Sinceramente no lo pasé muy bien, pero agradezco que la Gracia de Dios me sostuviera
hasta el día de hoy, y me sigue sosteniendo. Pero estar congregándote, vivir como
cristiano, pensando que Dios ya no te perdona, no es nada agradable. Por eso estoy tan,
tan agradecido que Dios nos esté enseñando esta verdad, agradecido de poder conocerla,
pero también de poder predicarla o escribirla y compartirla contigo.

Capítulo 4

El discípulo amado

Quiero que veamos algo interesante del apóstol Juan y podamos aprender de él. Para
ello vamos a ir al evangelio escribió y vamos a ver cómo se describe el propio Juan a sí
mismo en algunas ocasiones:
“Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús.” (Juan
13:23)

“Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo
a su madre: Mujer, he ahí tu hijo.” (Juan 19:26)

“El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al
sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al
otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al
Señor, y no sabemos dónde le han puesto.” (Juan 20:1-2)

“Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Simón Pedro,
cuando oyó que era el Señor, se ciñó la ropa (porque se había despojado de ella), y se
echó al mar.” (Juan 21:7)

“Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discípulo a quien amaba Jesús, el mismo que
en la cena se había recostado al lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te
ha de entregar?” (Juan 21:20)

¿Por qué he querido compartir contigo todos estos versos? Porque en todos ellos nos
habla de un discípulo a quien Jesús amaba. Fíjate que no nos habla de un discípulo que
amaba a Jesús, sino que era amado por Jesús. ¿Y quién es ese discípulo amado? Juan.
¿No es esto interesante? ¿Incluso gracioso? Porque es Juan el que está escribiendo y se
describe a sí mismo como el discípulo amado de Jesús. ¿Jesús sólo amaba a Juan? No,
Jesús amaba a todos. Jesús es Dios, por lo tanto ya sabes que Dios no hace distinción
entre las personas. Jesús amó incluso a Judas, aún sabiendo que le iba a traicionar. Por
lo tanto, Jesús amaba a todos. Pero Juan tenía una imagen de sí mismo como el
discípulo amada. Es lo que hemos hablado antes, claro que Dios ama al mundo entero,
pero necesito saber que Dios me ama a mí. Pues eso es lo que pasaba con Juan, claro
que Jesús ama a todos, pero yo necesito saber que Jesús me ama a mí.

Es cierto que en ninguna parte nos dice que sea Juan, pero hay algún detalle que
debemos tener en cuenta. Por ejemplo que la relación entre el discípulo amado con
Pedro era muy buena (Juan 13:23). Y después de Pentecostés vemos que Pedro y Juan
solían moverse juntos, al menos durante un tiempo. (Hechos 3:1/Hechos 4:13/Hechos
8:14-15).

Por otro lado, cuando Jesús fue al monte a orar y acaba transfigurándose, solamente se
lleva con Él a tres discípulos. ¿Sabes quién era uno de ellos? Efectivamente era Juan, el
discípulo amado.

“Aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a
Jacobo, y subió al monte a orar.” (Lucas 9:28)

Y también, antes de ser transfigurado, cuando Jesús fue con Jairo para resucitar a su
hija, solo permitió que le acompañaran Pedro, Jacobo, Juan, el padre y la madre de la
niña.
“Entrando en la casa, no dejó entrar a nadie consigo, sino a Pedro, a Jacobo, a Juan, y al
padre y a la madre de la niña.” (Lucas 8:51)

¿Qué quiero que aprendamos de Juan? A vernos como aquellos a los que Dios ama.
Juan, a pesar de no ser el único discípulo. A pesar de sus errores y defectos. Él quiso
verse como el discípulo amado de Jesús. ¿Sabes por qué? Porque esa perspectiva lo
cambia todo.

Observemos ahora otro ejemplo que nos puede ayudar. ¿Has oído hablar de Lázaro?
¿Aquel que estuvo muerto durante 4 días y Jesús le resucitó? Por supuesto que sí.
Quiero que veamos un detalle en el relato de tan maravilloso milagro.

“Estaba entonces enfermo uno llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta
su hermana. (María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, fue la que ungió al Señor
con perfume, y le enjugó los pies con sus cabellos.) Enviaron, pues, las hermanas para
decir a Jesús: Señor, he aquí el que amas está enfermo. Oyéndolo Jesús, dijo: Esta
enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea
glorificado por ella. Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro.” (Juan 11:1-5)

Dos frases que quiero resaltar de este pasaje que acabamos de leer, supongo que ya te
imaginas cuáles son: “Señor, he aquí el que amas” y “Y amaba Jesús a Marta, a su
hermana, y a Lázaro.” Vuelvo a repetirme, sin ánimo de ser pesado, que por supuesto
Jesús amaba a todos por igual. Pero la diferencia no solamente la marca el hecho de
Dios amándonos, ni por supuesto nuestro amor por Dios. La diferencia la marca el
hecho de saber que Dios me ama a mí.

Fíjate cómo vienen a hablarle a Jesús acerca de la enfermedad de Lázaro. No le dicen:


“Jesús, aquel que te ama con todo su corazón. Aquel que te ha servido. Aquel que ha
contribuido mucho para tu ministerio. Aquel que…” No, le dicen: “Aquel al que Tú
amas.” Ellos prefirieron apelar al amor de Jesús por Lázaro, antes que apelar al amor de
Lázaro por Jesús. Y antes ya te he dicho cómo acaba la historia, Lázaro siendo
resucitado por Aquel que le amaba.

Capítulo 5

Consciente de Su amor

La pregunta, después de todo lo que he compartido contigo, es evidente: ¿Soy más


consciente de mi amor por Dios? O, ¿soy más consciente del amor incondicional de
Dios hacia mi vida? Porque lo que cambia todo no es cuánto amo a Dios, sino el saber
cuánto Dios me ama a mí y de forma incondicional. Dios me ama incondicionalmente.

Cuando nos enfocamos en nuestro amor por Dios, nos estamos enfocando en nuestro
comportamiento, y siempre nos faltará algo, nunca será suficiente. Pero cuando nos
enfocamos en el amor incondicional de Dios por nosotros, nuestro enfoque será en Jesús
y en Su comportamiento y perfecta obediencia hasta el final.
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en
forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se
despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta
la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:5-8)

La obediencia de Jesús supera cualquier desobediencia nuestra. La perfección de Jesús


supera cualquier imperfección nuestra. Por eso nuestro enfoque está en Cristo y en lo
que Cristo logró por nosotros.

Si nos enfocamos en nuestro amor por Dios, y por consiguiente en nuestro


comportamiento, cometeremos el error de creer que algo de lo que Dios nos ha dado es
por mérito nuestro. Y esto no es así. Nada de lo que Dios nos ha dado es por nuestro
mérito. No hay ningún mérito en nosotros. Todo ha sido por causa de la maravillosa
Gracia de Dios y Su amor incondicional por nosotros. Por lo tanto, todo el mérito será
siempre de Dios.

“¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no
escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará
también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que
justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también
resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o
hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos
muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas
estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual
estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni
lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos
podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 8:31-
39)

No hay nada que pueda separarnos, nada que pueda separarte de tremendo amor de
Dios. Te invito a que no solamente puedas leer varias veces este libro, sino que puedas
leer una y otra vez los pasajes bíblicos que comparto, ya que harán que crezca en ti la
seguridad que produce el saber que Dios te ama incondicionalmente, incluso a pesar de
ti, a pesar de mí.

“Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien
toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las
riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu;
para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y
cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál
sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo,
que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.”
(Efesios 3:14-19)
Maravilloso amor, un amor que debemos conocer, como nos dice el apóstol Pablo en
estos versos de la carta a los efesios. Un amor que excede todo conocimiento. Un amor
que lo cambia absolutamente todo.

Capítulo 6

Beneficios

En este capítulo vamos a ver algún beneficio de conocer el amor incondicional de Dios
hacia nuestras vidas. Para empezar, uno de los grandes beneficios que produce el
conocimiento del amor incondicional de Dios hacia nuestras vidas es la libertad del
temor. Viendo mi propia experiencia, podemos vivir la vida cristiana siendo movidos
por el temor o siendo movidos por el amor de Dios.

“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el
temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.”
(1ª Juan 4:18)

Si hablamos de perfecto amor estamos hablando del amor de Dios. No existe un amor
más perfecto que el de Dios, porque Dios es amor. Este amor perfecto es el que hecha
fuera todo temor. Una de las cosas, por nombrar una pero hay muchísimas, que he
entendido por causa del mensaje de Cristo, de la Gracia, es que bajo la Gracia haremos
lo correcto pero siendo movidos siempre por lo correcto, el amor de Dios.

Cuando empecé a escuchar el mensaje de la Gracia, me comencé a preguntar: ¿Por qué


hago lo que hago? ¿Por qué me congrego? ¿Por qué sirvo a Dios? ¿Por qué oro? ¿Por
qué camino en generosidad? ¿Te has hecho estas preguntas alguna vez? No desde el
lado de la condenación, sino simplemente para darme cuenta que hubo una época en la
que lo que hacía para Dios lo hacía basado en el temor, en el miedo. Por ejemplo, como
adolescente o joven quería hacer lo que me decían, y quería vivir en la “santidad” que
algunos me exigían, pero lo hacía por miedo al infierno, o por miedo a que si Jesús
venía, yo me quedaba en la tierra a pasar la gran tribulación con gran sufrimiento por no
haber sido un “buen cristiano”. Estos miedos venían producidos por predicaciones, y
películas supuestamente cristianas, de las que ya hablaré en otra ocasión.

¿Puedes verlo? Podía hacer cosas correctas, pero con la motivación totalmente
incorrecta. Y a Dios le interesa, y mucho, la motivación con la que hacemos las cosas.

“Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi
cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.” (1ª Corintios 3:13)

Sin embargo, el conocimiento del amor incondicional de Dios hacia mi vida, produjo
que yo siguiera haciendo lo correcto pero además siendo movido por lo correcto. Y eso
es lo que quiero que pase en tu vida, que siempre, en todo lo que hagas, puedas ser
movido por el amor perfecto e incondicional de Dios hacia tu vida.
Otro maravilloso beneficio que produce en nosotros el conocimiento del amor de Dios
es la no condenación. La condenación es un arma que el diablo utiliza para mantenernos
lejos de poder disfrutar todo lo que Dios ya nos ha dado en Cristo. La condenación, que
viene acompañada de la vergüenza, es la hace que algunos tengan miedo de acercarse a
Dios, de hablar con Él. Pero mira lo que nos dice la Biblia:

“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.” (Romanos
8:1)

Este verso dice claramente que ya no tenemos ninguna condenación sobre nosotros por
causa de Cristo. Porque todo el castigo que nosotros merecíamos fue puesto sobre Jesús.
Es cierto que el pecado debe ser castigado, por supuesto que sí, yo no niego eso. La
buenísima noticia es que el castigo lo recibió Jesús por ti y por mí, y por eso nosotros ya
no tenemos que recibir el castigo del pecado. ¡Gloria a Dios! Y por eso ya no hay
condenación sobre nosotros, porque si nuestros pecados ya fueron perdonados y
castigados en Cristo, ya no tenemos que volver a ser castigados nosotros. Si fuera así,
Dios tendría que disculparse con Cristo por haberle hecho sufrir en vano.

Toda nuestra vida cambia cuando caminamos libres del temor, de la condenación y de la
vergüenza. Permíteme mostrarte dos ejemplos que son bastante conocidos:

“Y Jesús se fue al monte de los Olivos. Y por la mañana volvió al templo, y todo el
pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba. Entonces los escribas y los fariseos le
trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó
Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para
poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y
como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin
pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el
suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia,
salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo
Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a
la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella
dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.”
(Juan 8:1-11)

En ningún momento Jesús condenó a esta mujer. Ella se sentía avergonzada, que quede
claro que tenía motivos para ello. Obviamente sabía que ese era su último día de vida,
porque la iban a apedrear. Pero la llevaron a Cristo, y Cristo lo cambió todo. Igual que
pasó con nosotros cuando Cristo apareció. Así que ella vivió y lo pudo hacer sabiendo
que ya no había condenación sobre ella, y si no hay porqué condenarla, tampoco puede
haber el castigo. Muchos cuando hablan de esta historia hablan de la mujer sorprendida
en adulterio, pero a mí personalmente me gusta llamarla la historia de la mujer que no
fue condenada por Jesús.

Veamos ahora el otro ejemplo que quería mostrarte:


“También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre,
dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos
días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí
desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino
una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de
los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase
cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie
le daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen
abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le
diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo;
hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún
estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su
cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no
soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor
vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el
becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era,
y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.” (Lucas
15:11-24)

Por supuesto llegamos a la famosa parábola del hijo pródigo, o como prefiero llamarla
(que manía tengo de cambiar los nombre de las historias), la parábola del padre
amoroso. Y en esta parábola nos encontramos con un muchacho que decide pedirle la
herencia que le corresponde a su padre, lo cual era algo terrible en aquella época y en el
entorno judío porque significaba que este muchacho le estaba diciendo a su padre
literalmente: “Para mí es como si hubieras muerto.” Se va, se gasta lo que tiene, lo
empieza a pasar mal y decide volver porque el hambre empieza a apretar, y pasar
hambre es muy malo. Ensaya el discurso que le va a decir a su padre y emprende el
camino de regreso. Debes saber que según la ley judía, el padre podía mandar apedrear
a su hijo después de lo que hizo, de la vergüenza que le hizo pasar. Pero resulta que
cuando el muchacho está cerca de casa, su padre le ve a lo lejos y decide correr hacia él
para abrazarle, besarle y darle la bienvenida. ¿Sabes qué significa eso? Que el padre ya
le había perdonado. Que para el padre era más importante el regreso de su hijo que
cualquier ley. Antes que el hijo pudiera soltar su discurso, ya había sido perdonado y
aceptado como hijo. Después del beso del padre, el hijo dice que no merece ser hijo,
pero el padre le ignora y ordena que le vistan con lo mejor y le vuelvan a poner el sello
identificativo de la familia y que preparen la mejor fiesta de celebración. Este muchacho
también tenía motivos para estar avergonzado, pero el amor manifiesto de su padre
anuló toda vergüenza y condenación. ¡Qué impresionante historia!

Y en la Biblia podemos encontrar más historias de gente que tenían motivos para estar
avergonzados, pero que el amor incondicional de Dios hizo que pudieran disfrutar de su
nueva vida en Cristo. Por ejemplo, el apóstol Pablo. Podía vivir avergonzado de su vida
como Saulo, pero la revelación del amor de Dios que tuvo y de su justificación en
Cristo, le permitió disfrutar su vida cristiana.
¿Están la condenación y la vergüenza impidiendo que disfrutes tu vida cristiana? Es
tiempo de ver el amor de Dios incondicional y perfecto hacia tu vida para que ese amor
eche fuera el temor, la culpa y la vergüenza.

Como resultado de caminar libres de la culpa, la condenación y la vergüenza se


desarrolla en nosotros seguridad y confianza. Es triste ver como hay cristianos que
siguen caminando inseguros y con poca confianza. No están seguros de su salvación en
Cristo. No están seguros de su posición en Cristo. No están seguros que Dios pueda
estar escuchando sus oraciones. Y esa inseguridad produce desconfianza, no hay
confianza a la hora de orar, de alabar a Dios o de congregarse. Pero la Biblia nos enseña
a vivir confiados.

“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y


hallar gracia para el oportuno socorro.” (Hebreos 4:16)

“Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su
voluntad, él nos oye.” (1ª Juan 5:14)

Nuevamente la falta de confianza y la inseguridad es un producto de estar enfocados en


nosotros mismos y no en Dios. Por eso, cuando nos enfocamos en lo correcto, en el
amor perfecto e incondicional de Dios, en el comportamiento y la obediencia perfecta
de Cristo, crecemos en seguridad y en confianza en nuestra vida cristiana, porque
nuestra mirada ya no está puesta en nosotros ni en nuestros errores.

Pongamos nuestra mirada en Cristo y en todo lo que hizo por amor a nosotros. (Hebreos
12:2)

Capítulo 7

El resultado

Bueno, pues ya hemos llegado al capítulo final de este libro. Oro para que todo lo que
has ido leyendo esté siendo de gran beneficio para tu vida. Te aseguro que cuando yo
entendí estas cosas, mi vida cambió para siempre. Y gracias a Dios que puedo seguir
creciendo en el conocimiento del amor incondicional de Dios hacia mi vida.

Y ahora sí que voy a hablar acerca de nuestro amor por Dios. Después de hablar tanto
del amor de Dios, ¿dónde queda mi amor por Dios? Nuestro amor por Dios
simplemente es una respuesta evidente al amor de Dios hacia nosotros. Es decir, como
ya hemos visto, no hay mérito en el hecho que nosotros amemos a Dios, porque Dios es
fácil de amar. Si con todo lo que ha hecho por nosotros no Le amamos es que tenemos
un problema muy serio. Por eso, el mérito está en el amor de Dios hacia nosotros,
porque nosotros no merecíamos ser amados. Dios nos amó en nuestro peor momento.
Cuando estábamos más sucios, estábamos muertos y malolientes, ahí nos amó Dios.

“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en


los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al
príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de
desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los
deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y
éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en
misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en
pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con
él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús,
para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad
para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y
esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.”
(Efesios 2:1-9)

Sinceramente creo que después de leer este pasaje de efesios tengo poco que añadir.
Dios nos amó, Dios se hizo hombre y vino a sufrir y a morir por toda una humanidad
que no lo merecía. Nadie, por muy buena persona que se considere, merecía que Dios
hiciera eso por él o por ella. Repito, Dios nos amó incondicionalmente cuando
estábamos en nuestro peor momento. Dios lo hizo sabiendo que muchos le rechazarían,
se burlarían de Él, sabiendo que muchos cometerían actos atroces, y aún así nos amó,
nos ama y nos seguirá amando a todos, a todas.

“Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos
dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al
mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la
palabra de la reconciliación.” (2ª Corintios 5:18-19)

Esto es lo que Dios decidió, amarte y no tomar en cuenta ninguno de tus pecados,
ninguno de mis pecados. De ahí que yo te diga que no tenemos mérito por amar a Dios,
el mérito está en Dios y por eso la gloria siempre será solamente para Dios.

Y si Dios nos amó así antes de ser alcanzados por Su Gracia, ahora que estamos en
Cristo ¿Su amor ya no es igual? ¿Su amor deja de ser incondicional? ¿Deja de ser
perfecto? No, por supuesto que no. Esto me hace pensar que Dios nos amó en nuestro
peor momento, cuando estábamos sin Cristo, y por eso ahora que estamos en Cristo,
nunca, nunca volveremos a estar en nuestro peor momento. No importa lo que podamos
atravesar, en Cristo siempre estaremos mejor.

Entonces, al saber cuánto Dios nos ama y de qué manera lo hace, somos movidos a vivir
para Dios como no podríamos hacerlo de otra manera. Claro que amamos a Dios. Claro
que queremos vivir para Dios, dedicados a Dios y disfrutando de nuestra vida en Cristo,
una vida que hace que ya estemos muertos al pecado. Por lo tanto, el pecado ya no tiene
nada que ver con nosotros, ya no tiene ningún tipo de dominio sobre nosotros, porque
ahora vivimos en Cristo y para Cristo.

“Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la
gracia.” (Romanos 6:14)
No dejamos de pecar por obligación. Ni servimos a Dios, o nos congregamos, o
decidimos ser generosos por obligación. Sino que lo hacemos porque se nos ha revelado
el amor perfecto e incondicional de Dios hacia nuestras vidas, y se nos ha revelado
nuestra nueva naturaleza en Cristo.

Claro que nosotros amamos a Dios, pero porque Dios nos amo primero.

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él
nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” (1ª Juan
4:10)

“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” (1ª Juan 4:19)

Conclusión

Pues ahora sí que ya estamos en el final. Quiero agradecerte el hecho que me hayas
acompañado en este breve pero tremendamente beneficioso viaje. Un viaje que te ha
llevado, y creo que te ha ayudado, a poner el enfoque en el lugar correcto. Hay muchas
predicaciones, incluso canciones, que hablan de cuánto amamos a Dios, pero ahora ya
sabes que el enfoque correcto está en saber, en conocer, el perfecto amor incondicional
de Dios hacia tu vida.

Por favor, recuerda: Dios te ama a ti y lo hace de forma perfecta y totalmente


incondicional. El amor de Dios no está basado en cómo te comportas, sino en Su
persona, porque Dios es amor.

Por cierto, te invito a leer este libro las veces que sea necesario para que cada vez
puedas tener una mayor conocimiento del amor de Dios para contigo. Yo tengo libros
que los he leído decenas de veces y eso me ha ayudado a poder ver cosas diferentes
cada vez los leía.

Un fuerte abrazo y nos encontramos en el próximo libro, cuando quieras puedes


contactar conmigo.

Kenneth Solá

Si nunca antes habías escuchado, o en este caso, leído acerca del maravilloso amor de
Dios hacia tu vida y quieres responder a ese amor y reconocer a Jesús como el Señor de
tu vida, es muy sencillo de hacer. Simplemente te pido que repitas esta breve oración:

“Dios, me he dado cuenta de cuánto me amas y estoy sumamente agradecido por ello.
Por eso, en este día me arrepiento de mi vida sin Cristo y reconozco a Jesús como el
Señor de mi vida. Creo que Tú le resucitaste por amor a mí, y te doy gracias por ello.
Gracias por aceptarme como tu hijo/a en esta hora. Amén.”

¡Qué bueno! Bienvenido a la familia de Dios. Déjame darte tres sencillos consejos, por
favor:
Primero, habla con Dios, con tu Padre bueno cada día. Es sencillo, debes tener
confianza, Dios te ama y se interesa por ti.

Segundo, busca una Biblia y empieza a leerla. Si no tienes una, puedes contactar
conmigo y con mucho gusto te envío una.

Tercero, busca una buena iglesia donde te prediquen del amor de Dios, el evangelio de
Jesucristo. Si no sabes cómo encontrar una, de nuevo, puedes contactar conmigo.

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