Reino de Dios - Gerardo Cárdenas - Clase 4

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RD 104.

Reino de Dios i
REMA University

Asignatura

RD 104. Reino de Dios

Módulo II

Unidad de aprendizaje I. ¿Qué es el reino de Dios?

Clase 4

Catedrático

Dr. Gerardo Cárdenas

Houston, Texas (EE. UU.), 24 de agosto de 2020


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Introducción

Un reino es un sistema de gobierno que ejerce su jurisdicción sobre los que están en su

territorio, el lugar o grupo de personas regidas por una autoridad. Por ejemplo, Estados Unidos

tiene autoridad sobre toda persona que pisa el territorio. Sin embargo, una vez que cruzamos el

río Bravo, ya no estamos bajo la jurisdicción de ese país. Así, al estar en la mitad del río, las

leyes y las garantías individuales que teníamos ya no las tenemos. Por tanto, en el momento en

que cruzamos este territorio o reino, nos pertenecemos a otra jurisdicción.

En consonancia con lo anterior, el reino de Dios es el grupo de personas o el lugar donde

Dios tiene jurisdicción, autoridad y gobierno y donde se guarda el orden de su ley. En este

sentido, debemos entender que este reino, aunque es eterno y lo abarca todo, no todos lo pueden

ver ni entrar ni heredarlo.

Por lo tanto, el reino de Dios no es una realidad existencial para muchos. Esto se equipara

con lo que ocurre con Dios, quien, aunque es real y eterno, muchos no lo tienen en su vida, pero

eso no significa que no exista. Y es que, así como existen muchas personas que no han visto,

entrado ni heredado el reino de Dios, eso no quiere decir que no esté presente. Las Escrituras

resaltan este hecho en Efesios 2:12, así: «recuerden que en ese tiempo estaban separados de

Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel, extraños a los pactos de la promesa, sin tener

esperanza y sin Dios en el mundo» (Nueva Biblia de las Américas [NBLA], 2005).
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El reino de Dios y el reino de los cielos

No hay diferencia entre el reino de Dios y el reino de los cielos. Sin embargo, muchos

dispensacionalistas, con el fin de que encaje su escatología con lo que enseña la palabra acerca

del reino, argumentan que el reino de los cielos es el ámbito de cielo o de la eternidad, donde los

creyentes estarán presentes en espíritu cuando mueran, mientras que el reino de Dios es la

expresión de su reino de manera física. No obstante, el reino de Dios es independiente del

concepto escatológico que cada persona tenga.

Para no dilatarnos, no mencionaremos muchos pasajes en los que quisiéramos enfatizar,

pero cabe mencionar que en muchos versos de las Escrituras podremos ver que lo mismo que se

declara del reino de Dios se dice de igual manera del reino de los cielos. Para ser más

específicos, la expresión «reino de Dios» se menciona decenas de veces en diez diferentes libros

del Nuevo Testamento, mientras que «el reino de los cielos» aparece 32 veces, solamente en el

evangelio de Mateo. Marcos, por ejemplo, nunca usa la expresión «reino de los cielos», pero tres

versículos de este libro se traducen de esa manera de modo incorrecto.

Por otro lado, basándonos en el uso exclusivo de esta expresión en Mateo y en la

naturaleza judía de su evangelio, algunos intérpretes han concluido que él escribía acerca del

reino milenial, mientras que otros autores del Nuevo Testamento se referían al reino universal.

Sin embargo, un estudio más detallado del uso de la frase revela que esta interpretación es

equivocada. Por ejemplo, cuando habló al joven rico, Jesús usó «el reino de los cielos» y «el

reino de Dios» sin distinción.

Veamos la siguiente cita: Mateo 19:23 dice: «Entonces Jesús dijo a sus discípulos: De

cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos» (Reina Valera [RVR],
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1960). En el siguiente versículo, Jesús proclamó: «Otra vez os digo, que es más fácil pasar un

camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios» (RVR, 1960, Mateo

19:24). En efecto, Jesús no hizo distinción entre los dos términos.

El reino como herencia

El reino de Dios no es la salvación ni el estado eterno de los creyentes, puesto que esa

salvación que nos ha sido dada es eterna y depende únicamente de la obra de Cristo en la cruz

hace dos mil años. A través de esa obra él pagó nuestros pecados y por esa cruz se convirtió en

nuestro abogado defensor. Desde que creímos en él, no solo es nuestro abogado ante cualquier

acusación en nuestra vida pasada, presente o futura, sino que también presenta la prueba de

nuestra justificación por su sangre.

En este orden de ideas, Cristo no solo es nuestro abogado, sino también intercesor ante el

Padre, que lo envió no para condenar al mundo, sino para que sea salvo por él, porque por un

solo sacrificio Dios se reconcilió con el mundo. Por tanto, el Padre ya no toma en cuenta los

pecados del hombre y el Hijo está para argumentar a favor de este, con lo cual nosotros no

tenemos que hablar, sino que él lo hace por nosotros. De igual modo, no solo es nuestro abogado

e intercesor, sino también quien destruyó toda evidencia de nuestra culpa. Lo único que nos

podría culpar es la ley y él la clavó en la cruz.

Por todo esto, Cristo lo hizo con el fin de hacernos herederos del reino. Sin embargo,

Pablo dijo que mientras el heredero es niño en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo,

y dijo también que Dios nos tiene que abrir los ojos para que sepamos cuál es nuestra herencia,

que no es otra cosa que Cristo y el reino. A pesar de esto, hay muchos salvos por gracia que
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nunca perderán su estado de salvación, porque los alcanzó la gracia de Dios, pero que tampoco

han heredado el reino, que fue la razón por la cual él nos dio su gracia.

Lo que nos impide heredar el reino

¿Qué es lo que se interpone para que el reino sea nuestra herencia? Esta una buena

pregunta que nos la responde Pablo en Efesios 5:3-5:

Pero que la inmoralidad, y toda impureza o avaricia, ni siquiera se mencionen entre

ustedes, como corresponde a los santos. Tampoco haya obscenidades, ni necedades, ni

groserías, que no son apropiadas, sino más bien acciones de gracias. Porque con certeza

ustedes saben esto: que ningún inmoral, impuro o avaro, que es idólatra, tiene herencia en

el reino de Cristo y de Dios (NBLA, 2005).

Tendemos a pensar que lo anterior se refiere a la salvación, es decir, que esta se pierde si

alguien practica estas cosas. Sin embargo, en este pasaje no dice algo al respecto de perder la

salvación.

Todos estaríamos de acuerdo en que un idólatra no entra a la vida eterna. Pero ¿qué de

alguien que es avaro? ¿Qué de alguien que dice groserías? No se dice que pierde la vida eterna,

pero sí que deja de heredar el reino, porque el reino es un orden divino, una estructura

establecida que produce una manera de vivir.


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Por lo tanto, si somos avaros, no heredaremos el reino en el área de la generosidad y de la

benevolencia, que son características del carácter de Cristo que debe formarse en mí. Al

respecto, 1 Corintios 6:9-10 dice:

¿O no saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se dejen engañar: ni

los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni

los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores

heredarán el reino de Dios (NBLA, 2005).

Por otro lado, los difamadores proclaman la fama de otros, pero no la buena, sino la mala.

Por lo general, son cosas que oyeron y que no les consta. Son personas a quienes les gusta el

chisme, causan daños muy graves con su lengua, tienen problemas de personalidad y no dicen

nunca las cosas a las personas que deben decírselo, sino a los demás. Su único propósito es

causar daño por la fama que proclaman de la persona y nunca su propósito es reparar o ayudar,

sino dañar. La difamación es muy parecida a la palabra «calumniador» (diablo).

Asimismo, en 1 Timoteo 3:11 dice: «De igual manera, las mujeres deben ser dignas, no

calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo» (NBLA, 2005), mientras que en Tito 2:3 dice:

«Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta, no calumniadoras ni esclavas de

mucho vino. Que enseñen lo bueno (…)» (NBLA, 2005).

De manera que el diablo es todo aquel que nos acusa con calumnias, sea nuestra mente,

emociones o espíritu, sea hombre, servidor, nuestra suegra o el pastor. Si le hacemos caso,

perdemos la paz y el gozo. Aprende a reír de las acusaciones. Así que nuestro diablo puede ser o

nuestro aguijón o nuestro bufón.


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Dicho lo anterior, Gálatas 5:19-21 dice:

Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales son: inmoralidad, impureza,

sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades,

disensiones, herejías, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes, contra las cuales

les advierto, como ya se lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán

el reino de Dios (NBLA, 2005).

En el contexto anterior, Pablo habla de la libertad en Cristo y que la circuncisión no

aprovecha, que no pueden justificarse por tratar de cumplir la ley y que, aunque son libres, no

pueden usar la libertad como pretexto para vivir en las obras de la carne, porque eso impide

heredar el reino o verlo manifestado.

De igual manera, en Gálatas Pablo menciona que son las obras de la carne las que

impiden heredar la herencia. ¿Qué nos impide más heredar la herencia, la hechicería o los celos?

Por ejemplo, si somos celosos con nuestro esposo o esposa, no experimentaremos el reino de

Dios en nuestra relación matrimonial, no lo heredamos; por lo tanto, tendremos consecuencias y

viviremos en tinieblas en esa área. Cuando esto cambia nuestra vida, es decir, lo que nos impedía

vivir en plenitud de Dios en el matrimonio, entonces todo cambia y recibimos la herencia del

reino en ese ámbito.

Si tenemos una familia con la que vivimos en la dimensión del reino, pero en nuestra vida

la relación con las personas en el trabajo es un historial de pleitos, entonces en nuestra vida

laboral no heredamos el reino, vivimos en continuos conflictos y en una serie de situaciones que
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son consecuencias de nuestra necedad y que nos impiden vivir lo que Dios desea en esa área, que

es su reino.

Del mismo modo, hay obras de la carne pasionales, espirituales y relacionales que nos

impiden heredar el reino de Dios, así:

• Pasionales o sensuales: inmoralidad, impureza, sensualidad, orgías, borracheras. Todo lo

que controla nuestros actos y que tiene que ver con un impulso hormonal, psicológico o

carnal.

• Espirituales: a la carne le gusta ser espiritual a su propio modo:

a) Idolatría: (1) falso concepto y (2) no dar a Dios el primer lugar.

b) Hechicería: querer controlar las cosas por algo externo.

c) Herejías.

• Relacionales: enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, envidias y

cosas semejantes.

En definitiva, hay muchas cosas que son obras de la carne. Todas son fruto de Adán,

destructivas, producen daño y afectan la justicia, la paz y el gozo en el espíritu.

Por otra parte, el reino debe ser heredado en todas las esferas, así como Israel tomó

posesión de la tierra (herencia) de forma gradual. Ellos estaban en la tierra desde el primer día,

pero no toda la tierra era de ellos. Asimismo, nosotros ya estamos en Cristo, pero él debe estar en

nosotros en todo ámbito. Es muy fácil decir que Cristo está en nuestro corazón, pero no podemos

decir que él reina en nosotros hasta que se manifiesta su reino en toda esfera de nuestra vida. Así

que él debe reinar en toda esfera, ser la máxima autoridad en toda área y todo en todos.
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La instauración del reino de Dios

Juan el Bautista tenía una cosmovisión del reino de Dios muy diferente a la realidad, en

la cual se entendía que el Mesías liberaría a la nación de Israel de la tiranía de Roma, tendría

liderazgo político y económico y gobernaría sobre un reino natural en la ciudad de Jerusalén.

Hoy en día, muchos esperan un reino de Dios natural, político, económico y por

imposición casi militar, pero les sucede lo mismo que les pasó a los religiosos de la época de

Jesús, que buscaban un reino de acuerdo con su teología, pero cuando vino y no encajó, nunca lo

vieron. Precisamente, Lucas 17:20-21 dice:

Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo:

El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he

aquí el reino de Dios está entre vosotros [ustedes] (RVR, 1960).

Finalmente, esta misma pregunta es la que se hacen muchos teólogos: ¿cuándo vendrá el

reino de Dios? La respuesta es clara:

• No vendrá con advertencia. En griego, parateresis, que significa ‘observación’,

‘evidencia ocular’. Esto es, que los ojos naturales no lo pueden percibir, porque no es del

ámbito físico. No es por algo material que lo evidencia, no es algo que podamos percibir

con los ojos. El significado, según el original, es que el reino de Dios no lo pueden

percibir con los sentidos naturales ni podrán tener una evidencia física de su existencia.
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No se puede mostrar de una manera palpable a lo natural, pero ya está presente, existente

y activo entre nosotros.

• No dirán «helo aquí o allí». En griego, idou, que significa ‘vean aquí’, ‘he aquí’ o ‘aquí

está’. No hay manera de que nadie pueda decir por algo físico «ahora sí estamos en el

reino» o «llegó el reino».

• Está entre ustedes: (1) está ya presente. No es algo futuro, no es algo que no exista

todavía, sino que es ya una realidad. (2) Entre ustedes. No está en algo material ni en un

lugar geográfico; no es un sistema político ni un trono físico ni está en una ciudad, sino

entre ustedes. Es de orden interno y es presente. Ya está entre los hombres.

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