03 - Vas A Ser Suya - Anny Peterson
03 - Vas A Ser Suya - Anny Peterson
03 - Vas A Ser Suya - Anny Peterson
Pablo Neruda.
Este libro no podrá ser reproducido, distribuido o realizar
cualquier transformación de la obra ni total ni parcialmente,
sin el previo aviso del autor. Todos los derechos reservados.
Los nombres, personajes, lugares y sucesos que aparecen
son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera
coincidencia. Los fragmentos de canción que aparecen se
han utilizado para darle más realismo a la historia, sin
intención alguna de plagio.
MIS LIBROS
SOBRE EL AUTOR
1
VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA
“Mi corazón es el único que late en este mundo
despoblado”
Julio Verne
M
« antén la calma, Carlo», pienso cuando los veo aparecer
en el pub.
Lo confieso: estoy histérica. Necesito que alguien me
explique en qué consiste exactamente el paripé que vamos
a montar para que se crean que Lenny y yo tenemos algo.
¿No irá a besarme o algo así…? Porque creo que me
desmayaría de la impresión… Estoy muy oxidada en cuanto
a relaciones. Y desde luego, no estoy preparada para capear
a un toro bravo.
Les he mandado una lista de los artículos que necesito
para empezar a trabajar, pero no sé si les habrá dado
tiempo a conseguirlo todo. ¿Cómo será el laboratorio? ¿Me
van a tener encadenada a su sótano?
Necesito alguna prueba de vida por si terminan
secuestrándome.
Cojo mi móvil y les saco una foto a Los Morgan de
extranjis; medidas desesperadas. Mis amigas tienen que
saber con quién estoy por si desaparezco.
Tecleo rápido:
«Si no me encontráis, me tienen ellos. Son Los Morgan».
Vuelvo a guardarme el teléfono en el pantalón y sonrío
pensando en las posibles respuestas a ese mensaje. Ayyy, si
no fuera por estas cosas, ¿qué sentido tendría vivir?
Es noche de viernes y transcurre con relativa normalidad,
al menos hasta que Aitor me hace un gesto para que vaya a
su mesa. ¡Pero si están con más gente! Tom y Jerry se
sientan con ellos. Podéis reíros, yo también lo hice cuando
me enteré de cómo se llamaban. Tom Willis y Jerry Brown.
Cuando están todos juntos, los llamo la pandilla Goofy.
Yo no suelo salir de la barra. Preparo los pedidos junto con
otros camareros y Kitty y Mandy se encargan de llevarlos a
las mesas y de atenderlas, pero si estoy parada, puedo salir
a recoger vasos y a limpiar. Y en cuanto tengo oportunidad,
me escapo para ir a su mesa.
¿Tenéis idea de la cantidad de veces que he fantaseado
con acercarme a ellos así? Solo por curiosidad. Solo para
que me miraran una vez y sentir que existo por un
momento.
—Hola, guapa —me saluda Aitor.
—Hola, guapo.
Sonríe. No falla. Miro a Morgan y después a Lenny; este
último levanta la mano a modo de saludo con más
amabilidad de lo habitual.
—Hola… —musito cohibida.
Nos mantenemos la mirada y Tom y Jerry flipan en 4D.
Bienvenidos a mi vida…
Lenny pide que me acerque a él y obedezco temblando,
parece que quiere mostrarme algo en la pantalla de su
móvil.
«Sonríe y asiente», leo. Y obedezco como una idiota.
Él hace lo mismo y vuelve a escribir.
«Dime que Vale».
—Vale —pronuncio con falsedad. Y él hace el símbolo de
«Ok» juntando dos dedos, como si estuviésemos debajo del
agua. Viene muy a cuento porque siento que me estoy
ahogando.
Vuelve a escribir en su móvil a la velocidad de la luz y lo
leo aunque las letras me bailen un poco de los nervios.
«Despídete de mí, y antes de meterte en la barra, vuelve
a mirarme».
—De acuerdo, hasta luego…
Empiezo a andar y casi puedo sentir su mirada clavada en
mi culo. Como me ha dicho, en el último momento me
vuelvo para mirarle y encuentro sus ojos taladrándome con
una expresión que me deja sin aliento. ¿Cómo puede fingir
tan bien que desea hacerme un montón de guarrerías? Para
rematar, me guiña un ojo y no me desmayo de milagro.
¿Por qué se me acelera el pulso sabiendo que es todo
mentira?
Porque es un Morgan. Y porque tiene un morbazo que no
puede con él. Es un tío peligroso que me hace casito. Blanco
y en botella.
Deben de pensar que soy una actriz de la leche, porque lo
de mirar al suelo acalorada me ha quedado supernatural.
¡Qué subidón! ¡Así que esto es lo que se siente cuando un
Morgan te pretende!
—¡Charlotte! —me asaltan Kitty y Mandy entusiasmadas
desde fuera de la barra—. ¡¿Qué hacías en la mesa de Los
Morgan?! ¡¿Qué te ha dicho Lenny?!
La que pregunta es Mandy. Dato curioso: el año pasado se
dio el filetazo con él y no entiende la lógica aplastante de la
comparación entre nosotras.
—Solo me estaba enseñando un trabajo con el que le he
ayudado en la universidad —me invento.
—¿Hay algo entre vosotros? ¡He visto que te guiñaba un
ojo!
—De momento, somos solo amigos…
—¡¿Como que de momento?! —gritan excitadas—.
¡Cuéntanos!
Me encojo de hombros, haciéndome la interesante, y me
tiro a la piscina con un salto mortal. Está visto que no sé
gestionar un poquito de atención. Me convierto en una
kamikaze.
—La verdad es que creo que siente algo por mí… —digo
coqueta.
—¡¡UH!! —chillan a la vez—. ¡¿Cómo lo sabes?!
—No sé, pero me ha invitado luego a su casa para
enseñarme más trabajos suyos…
—¡No seas ingenua, Char! ¡Ese se te quiere trabajar a ti!
—ríe Kitty.
¿Ahora soy “Char”? Mi flow ha subido misteriosamente.
—Disfruta del momento —me felicita Mandy recelosa—.
Ese tío es un portento en la cama, pero no te hagas
ilusiones, no suele repetir.
—A no ser que se enamore —contraataco ufana.
—¡Los tíos como él no se enamoran! Y menos de alguien
como tú…
Esa frase me hace girar la cabeza cual niña del exorcista.
¡Hija de perra! Por primera vez en mi vida siento deseos
de venganza. Por todas las veces que me han pisado y los
años que me han ninguneado. Por las Mandys del mundo
que se mofan de las Charlotte con inquina. Los Morgan, al
fin y al cabo, se estaban aprovechando de mí, y yo también
puedo sacar algo a cambio: ¡callar a estas cabronas!
—Espera y verás… —digo dejándolas con la palabra en la
boca.
Una garra desconocida me posee y le mando un mensaje
a Aitor.
«Hay que hacer más paripé. Dile a Lenny que venga a la
barra y deje claro que está muy interesado en mí».
¡Se van a cagar!
No quiero ni mirarle. Confío en él.
Cuando a los cinco minutos, veo que se levanta y se
acerca, el corazón se me desboca. ¿Qué leches va a hacer?
Llega a la barra y me señala uno de los granizados. El de
mojito. Cuando se lo pongo, me enseña el móvil.
«Acércate, voy a decirte algo al oído».
La sorpresa me atraviesa entera. ¿Va a… hablar? Se toma
su tiempo en beber un sorbo del líquido helado
Y se abalanza sobre la barra para reunirse conmigo en el
medio. Al juntar nuestras cabezas, lo bien que huele me
deja noqueada, pero estoy mucho más pendiente de tener
el privilegio de escuchar algo de sus labios por primera vez.
Lo que sea… Con que la gente piense que lo ha hecho, ya
será para flipar.
Sus labios se acercan a mi oreja y se los tapa con una
mano para que nadie vea cómo me cuenta el secreto mejor
guardado de Byron. Casi puedo sentir cómo la gente guarda
silencio para poder escucharlo también. Su otra mano
sujeta mi barbilla para sentir mi escalofrío cuando… lame el
lóbulo de mi oreja.
¡POR DIOS!
El contacto de su lengua en esa zona tan sensible me deja
loca, y para rematar su dedo roza mi labio inferior
trasladando la sensación a mi boca. Como si estuviera
marcando el próximo destino de su lengua.
¡MAMÁÁÁ!
Su sonrisa de macarra no se hace esperar ante mis ojos
abiertos y mi rubor desmedido. Después se aleja indolente
con una promesa en la mirada. ¡Creo que me está entrando
fiebre!
Intento guardar la compostura al escuchar la ola de
habladurías y cuchicheos que se levanta. Kitty y Mandy, que
no han perdido detalle de la erótica escena dada su
cercanía, me miran con la bocaza bien abierta.
Juro que no me he sentido más poderosa en toda mi vida.
Mi ranking social acaba de dispararse hasta el cielo. Solo
por eso, ya ha merecido la pena conocer a Los Morgan.
Porque hoy…
Hoy no te escaparás.
Cuenta con que es posible que no puedas volver a
andar…
He esperado toda la semana,
Pa' verte desnuda dentro de mi cama
Y hoy, hoy no te escaparás.
P
¿ or qué ha elegido justo esta canción? ¿Pretende
matarme?
Quizá lo que ha pasado esta mañana haya tenido algo que
ver…
Como he dicho, cada sábado vamos a comer a casa de
mis padres y alguna vez me he cruzado con Freya, pero
nunca hablamos. JAMÁS.
Cada vez que mis ojos se encuentran con los suyos,
procuro no mirarla más de medio segundo. Es como un
mecanismo de defensa. Pero hoy ha sido distinto. Hoy,
cuando estábamos cruzando el jardín, Freya ha salido
corriendo de su casa, supongo que para ver si todavía podía
alcanzar a su padre, y ha frenado en seco al ver que ya se
había marchado.
Entonces nos ha visto en el jardín de al lado, a escasos
metros, y algo ha pasado.
Aitor y Lenny ni se han inmutado al verla y han seguido su
camino, pero yo le he mantenido la mirada durante tres
segundos enteros y luego he soltado un temeroso e
impulsivo «Hola».
Al oírme, Lenny y Aitor se han detenido extrañados. Ella
ha flipado a todo color. Y yo todavía más. Pero ha
conseguido responderme otro débil «hola».
He mirado a unos y a otros porque he sentido que mis
piernas no tenían intención de ir a ninguna parte y he dicho:
—Chicos, id entrando, ahora voy…
Se han mirado perplejos y han puesto pies en polvorosa al
captar que quería que desaparecieran ipso facto.
Se me ha hecho un mundo volver a mirarla y admitir que
aquello estaba pasando.
—Solo quería… darte las gracias.
—¿A mí? ¿Por qué? —ha balbuceado.
—Por lo de la semana pasada. La pelea en el bar… Por
intervenir cuando llegó la policía.
—Ah… ya. No fue nada.
—¿Por qué lo hiciste?
Es una duda que me ha carcomido durante días. En
realidad, desde que hace meses la droga me hizo revivir
algunos detalles de nuestro pasado, no he dejado de pensar
en ella. Y ahora todo es distinto. Todo vuelve a importarme.
Y no podía dejar pasar ese gesto sin decirle nada. Quería
saber por qué. Como si en sus motivos pudiera encontrar
una explicación a lo que me estaba pasando.
—Vi que la cosa podía complicarse y decidí intervenir —
explica.
—Pues… gracias. De verdad. Lenny estaba fuera de sí
aquel día.
—¿Ya está bien?
—Todo lo bien que puede estar —he dicho echando
balones fuera.
—¿Y tú, cómo estás?
Seguramente ha sido pura cortesía, pero me ha chocado
la pregunta. ¿Desde cuándo le importa a ella cómo estoy?
—Estoy… —Me he quedado en blanco. Y cuando eso me
pasa, suelo optar por la verdad—. Tengo algunos problemas
ahora mismo…
—¡Freya! —Han gritado desde su casa.
—Pues espero que se solucionen pronto —ha dicho
caminando hacia atrás—. Tengo que irme.
—Sí, yo también…
Nos hemos mirado como si no quisiéramos despedirnos.
—Gracias otra vez —he dicho.
—Por nada…
No han sido sus palabras, sino su mirada lo que ha
encendido algo dentro de mí. Una querencia nueva. O
antigua. No lo sé.
Parecía estar preguntándose a qué venía mi cambio de
actitud, pero ni yo mismo lo sé. Solo sé que no quiero que
siga siendo una desconocida para mí.
Cuando he entrado en casa, he escuchado la clásica
algarabía de una comida familiar de Los Morgan. Sobre todo
desde que mi tío Mak se mudó a Australia. Menos mal que lo
hizo, si no, las cosas hubieran ido a peor.
Se trasladaron un año después del ataque en casa de mi
tío Luk. Mi tía Mei traspasó su restaurante La Ola Dorada y
se mudaron aquí para ayudar a los padres de Lenny a
superar el percance.
—¿Dónde está el maestro de las olas?
Mi tío Mak me ha espachurrado contra su pecho de acero.
Odio que haga eso. Creo que sigue pensando que tengo
doce años.
—Bien… —He luchado por librarme de su amarre. Es un
enfermo de las pesas y sigue estando fuerte a su edad.
Tengo muy claro que podría tumbarme si quisiera. Fue GEO
en su juventud, igual que mi tío Luk. A veces me pregunto
cómo consiguió pasar las entrevistas personales con su
vena de payaso incurable.
—Te veo serio —ha dicho guasón—. ¿Las chicas no te
tratan bien?
—La verdad es que no —he bromeado con la verdad—.
Son un jodido quebradero de cabeza.
—Uy, eso solo puede significar una cosa, que es la
adecuada —Me ha guiñado un ojo—. Para mí no fue un
problema hasta que conocí a tu tía Mei. Por lo demás, ¿qué
tal? ¿Cómo vas con… tus cosas?
He levantado una ceja ante esa pausa.
—¿Te envía mi padre a preguntarlo?
—Eh, conmigo no te pongas a la defensiva, chaval… Solo
me preocupo por ti.
—Te has delatado. Esa es su frase más manida —Le he
esquivado.
—¡No le digas que lo he admitido!
—¡Cariñooo! —Me he cruzado con mi madre en el salón y
me ha abrazado después de dejar unos platos de comida
sobre la mesa. Ella es lo único que echo de menos de esta
casa. Su sonrisa eterna rosa-neón-torrijas-Singapur—. Estás
muy delgado. ¿Es que no comes bien?
—Como bien, mamá.
—Entonces es que no eres feliz. ¡¿Por qué no eres feliz?!
¿A quién tengo que matar?
Sonrío indulgente por sus buenas intenciones asesinas.
—Soy feliz —He mentido.
—Qué suerte —He oído una voz detrás de mí. Me he
girado y he visto a mi tío Luk. Que me ha mirado
escaneándome—. Lástima que tus ojos digan lo contrario. —
Y se ha ido.
Con razón no quiero ir a esa casa de locos los sábados.
Demasiadas dagas por el aire en todas direcciones. ¡Qué
cansinos!
Me he acercado al sofá donde estaban Cora, Luz y Lenny.
Aitor debía andar en el piso de arriba, en su antigua
habitación, como Lía, que siempre baja en el último
momento porque no le gusta socializar. En eso nos
parecemos. Pero a quien más me parezco de la familia es a
mi primo Marco, aunque no tengamos sangre en común. Lo
echo tanto de menos… Su abandono fue un duro golpe. Y
como la culpable de que no esté aquí es mi prima Luz,
admito que le tengo un poco de manía.
—¿Qué tal, Lucas? —me pregunta la susodicha,
acercándose a darme un beso.
—Bien… —murmuro poniendo la cara sin devolvérselo—.
¿Y tú?
—Harta de viajar de aquí para allá. Quiero buscar algo
más permanente…
—¿Vas a comprarte un piso en Nueva York o en Londres?
—No. Me quedaré en Madrid. He conocido a alguien allí…
Levanto las cejas incrédulo. ¿Quién puede haber mejor
que Marco?
—Voy a casarme —dice de pronto—. Lo anunciaré en la
comida.
El impacto es demencial. La sustancia también removió
viejos recuerdos y sentimientos de cuando expulsaron a
Marco de la familia. Es como si lo tuviera reciente aunque
hayan pasado años.
—¿No la felicitas? —dice Cora maliciosa. Porque sabe que
no puedo celebrar ese hecho. No sabiendo lo que sufrió
Marco por enamorarse de su hermanastra y pagar las
consecuencias.
—Sí, perdona… Felicidades.
—Gracias…
—¡Cuéntame más cosas sobre él! —exclama Cora—. ¿Es
alto? ¿Es guapo?
—¿Tú qué crees? —Sonríe Luz presuntuosa. Eso se da por
hecho, claro, porque ella es modelo. Y de las importantes.
Ha trabajado para firmas de ropa famosas y salido en la
portada de varias revistas de prestigio. La última vez que
ojeé su Instagram tenía más de un millón de seguidores y
no creo que tarden mucho en promocionarla como actriz
para alguna serie de moda que la mande al estrellato. Dicen
que el mundo necesita una nueva Megan Fox.
Su belleza es espectacular, pero para mí es como una
hermana. Bueno, es mi prima. «Aunque eso en esta familia
no significa mucho», pienso viendo cómo Cora le acaricia el
pelo a Lenny cariñosa. Me choca que siempre haya estado
colada por él y que no lo esconda. Cora tiene su propio
mundo interior. Le importa un carajo que sean primos
carnales. Él es su titular. Los demás tíos son solo suplentes.
Y Lenny se culpa por ello.
Cuando sucedió el ataque, con diez años, comenzó a
obsesionarse con proteger a Cora. Supongo que porque no
pudo proteger a su madre y el parecido era aplastante. Y
Cora…, empezó a desarrollar sentimientos amparados en su
irracional proteccionismo. Lo malo es que cualquiera le quita
la idea a la niña más terca del mundo…
Cuando mi padre ha aparecido en el salón me ha mirado
fijamente. Solo a mí. Como si tuviera la culpa de todos los
males del mundo.
Mi reacción ha sido ponerme de pie para que no pareciera
que me amedrentaba ante él. Aunque lo haga. Y mucho. Soy
como Simba en presencia de Mufasa.
—Buenas… —Ha dicho intentando sonar cercano y
natural. Pero nuestro feeling es inexistente. Todavía no he
olvidado nuestra última discusión sobre mi futuro. Al
parecer es un delito que todavía esté decidiendo qué hacer.
Cree que soy un «nini» que cualquier día tomará el camino
fácil de la delincuencia. Pero es solo que no quiero
dedicarme a algo que no me llene. No quiero ser un
empleado más. Quiero emprender. Ser mi propio jefe.
Convertirme en el dueño de una jodida multinacional, pero
estoy en ello. Empezar está siendo duro.
—¿Participarás en el Campeonato de Surf de Rip Curl Pro
la semana que viene?
—Sí… —«Pero no vengas a verlo, por favor, me pones
nervioso».
Es un acontecimiento muy prestigioso que forma parte del
circuito mundial de la World Surf League. Me clasifiqué de
milagro y probaré suerte.
—Al menos, haces algo de deporte —ha apostillado mi
padre.
«Al menos». Ya… Primer cuchillo en la espalda. Don’t
worry. Tenía hueco para más. He suspirado cansado.
—¿Va todo bien? —ha preguntado enigmático.
No sé quiénes son sus fuentes, pero sé que las tiene. Mi
padre no da puntada sin hilo. El problema es que no sabía a
cuál de todos los siniestros de mi vida se refería así que
contesté:
—Sí, todo bien.
—¿Qué tal con esa chica? La de la tienda de tatuajes.
Yo no le he hablado de ella, ¿y tú? Pero el reino es suyo
hasta donde baña la luz.
—Bien…
—Podrías traerla algún día. Si estáis juntos, es bienvenida.
—Tampoco es nada serio.
—Ya, bueno… ¿Qué lo es en tu vida, no?
Segunda banderilla. Ha sido soportable. Todo en orden.
—Voy a por algo de beber —he mascullado.
—Si bebierais menos, no os buscaríais tantos problemas…
Ahí estaba.
Os juro que no se puede tener una conversación normal
con él. Son todo ataques o advertencias para que te
arrepientas de cada segundo de tu jodida vida, pero en ese
momento no estaba por la labor de explicarle que nuestras
peleas no son porque vayamos ciegos, sino porque hay
mucho gilipollas suelto… Además, acababa de hablar con
Freya por primera vez en AÑOS y había sido increíble.
Bonito. Milagroso. Correcto. ¿Por qué no lo habría intentado
antes?
La respuesta es sencilla y complicada a la vez. Lo que
sucedió entre nosotros fue horrible. Y no hablo de que su
primer amor fuera otro y compartiera con él momentos que
ya nunca recuperaríamos, hablo de cómo dejé que el tiempo
pasara sin pedirle disculpas por una frase que le dije en un
mal momento de mi vida. Hablo de lo que ocurrió un año
después en la fiesta de fin de curso del instituto…
Freya no tenía novio. La perseguían muchos, pero decía
que quería centrarse en sus estudios. Yo saltaba de una
chica a otra, y empezaba a pensar seriamente que sería un
buen sexólogo. Había empezado a fumar de todo y tenía
prisa por enfrascarme en la vida universitaria, pero la fiesta
de fin de curso prometía y estaba eufórico. No la que se hizo
en el gimnasio a puertas abiertas, donde estuvimos más
tiempo fuera fumando que dentro, tirando de petaca, sino a
la que acudimos después en una propiedad privada de lujo.
Un grupo selecto del curso recibió una invitación secreta,
y el resto, se enteró y se coló, convirtiéndolo en un
auténtico fiestón.
Mirases a donde mirases la gente estaba desmadrada.
Creo que tuvo mucho que ver que fuéramos todos medio
desnudos, porque el dress code obligatorio era ir de
hawaiano.
Recuerdo que ese día Freya estaba para comérsela. Hacía
calor y llevaba una falda de paja, un bikini y una flor blanca
en la cabeza. Nos habíamos mirado un par de veces más de
la cuenta y me estaba poniendo como loco. A mitad de la
noche, Aitor me convenció para participar en el juego más
morboso del momento.
No recuerdo las normas, pero si perdías, te obligaban a
estar cinco minutos encerrado con alguien en un armario
minúsculo lleno de cachivaches.
Podía ser muy agobiante, sobre todo si te tocaba con
alguien al que preferirías tener lejos, de lo contrario… podía
ser muy sexi.
Los chismosos procuraron que Freya y yo termináramos
en ese armario juntos.
Al principio lo celebré, no podía creer mi suerte, pero el
subidón se desinfló un poco al notar su actitud fría, como si
tuviera las cosas muy claras respecto a nosotros.
No es que yo tuviera esperanzas de nada, pero al menos
era una buena oportunidad para hablar de una vez por
todas.
El portazo sonó fuerte al encerrarnos y nos quedamos en
silencio y a oscuras. No veía absolutamente nada, pero la
escuchaba respirar.
Estábamos a unos dos palmos, unos cuarenta
centímetros, y con cada segundo que pasaba privado de
mis sentidos captaba mejor cada ligero movimiento,
palpitación, respiración y parpadeo de ella.
Lo pensé mucho y decidí que sería mejor dejarle empezar
a ella. Seguramente me echaría la bronca por ser un
descarriado, me preguntaría por mis notas o si iba en serio
con alguna chica. Incluso podría preguntarme por mis
hermanas o Luz, pero no dijo nada y yo tampoco. Solo intuí
cómo se cruzaba de brazos en un símbolo claro de cerrarse
en banda y apoyaba el hombro en un lateral. Yo también me
apoyé atrás, derrumbado por el clamor de su mutismo.
Hay silencios que dicen mucho más que las palabras.
Hay silencios que envían mensajes más atronadores que
un grito y a mí el suyo me llegó alto y claro. No tenía nada
que decirme, ya no le importaba. Los suspiros pesarosos lo
confirmaron por nosotros. Fue tan violento y tenso. Pero
sobre todo, fue triste. Estuve a punto de pronunciar un «Lo
siento». Por todo. Por haber llegado a una situación así
cuando habíamos compartido tantos días soleados, risas y
caricias desde niños. Fue un episodio horrible. Peor que un
simple adiós. Fue como no decir adiós y largarte
igualmente. Dramático.
En ese momento entendí mejor a Lenny. Era increíble que
el dolor más intenso pudiera ocultarse tras el silencio más
profundo. Pero era muy real.
Cuando nos abrieron la puerta salimos de allí sin mirarnos
y todo el mundo preguntó si nos habíamos enrollado o qué
había ocurrido. Por mi parte, me bebí un litro de lo primero
que pillé, prácticamente de un trago, antes de buscar algo
más fuerte que me hiciera olvidarla para siempre, como era
su deseo. Pero no sería tan fácil. Así que simplemente la
bloqueé. La enterré. Eche tierra, mujeres, alcohol y
experiencias encima de nuestra relación y aquella fue la
última vez que «hablamos». No hemos vuelto a hacerlo
hasta esta mañana cuando le he dado las gracias, aunque
hubiese sido mejor el «Lo siento» que todavía tenía clavado
en alguna parte de mí.
Lo único que hemos hecho estos años es mirarnos
mientras ella canta. Y no solo porque cante de la hostia,
sino porque me gustaba pensar que elegía las canciones
para mandarme mensajes y decirme lo que nunca pudo en
ese armario. Eso es algo que nos pasa a todos, pensar que
las canciones hablan de nosotros, de nuestras vidas. Pero la
de hoy me ha matado lentamente.
M
« e cago en mi puta vida…», pienso sentado en el
porche.
Se lo advertí. Y el que avisa no es traidor. Vi que la
decepcionaría desde el principio de los tiempos, joder.
Desde que la conocimos y leí en sus ojos qué tipo de
persona era…
Una de esas a las que les sorprende la amabilidad de los
demás como si no la mereciera. De esas que se disculpan
continuamente aunque no hayan hecho nada mal. Una que
no sabe recibir cumplidos sin sentirse incómoda. De las que
nunca piden ayuda, pero se desviven por ayudar a los
demás…
Una buena persona que no encaja en un mundo tan cruel.
Y mucho menos, conmigo.
Carlota es una chica frágil, tierna y encantadora que no se
merece que se aprovechen de ella, por mucho que la desee.
Veo llegar un coche. Es Lucas. De puta madre…
No quiero que me pregunte ni que lea en mi cara que
estoy fatal, pero no tengo fuerza para levantarme. Estoy
hundido. Y ahora mismo debería estar hundiéndome en ella
aceptando que tengo el infierno ganado. Pero no he podido
hacerlo. ¡No podía!
Lucas entrecierra ligeramente los ojos al verme.
—Hola… —dice extrañado.
Muevo la cabeza a modo de saludo.
—¿Qué haces aquí fuera?
Me encojo de hombros resignado.
—¿Charlotte ya se ha ido?
Asiento, procurando no hacer ningún gesto que delate mi
disgusto, pero es en vano.
—¿Va todo bien?
Él inspecciona mi cara con dudas y vuelvo a asentir, pero
no me cree. Es demasiado listo. Y me tiene tan estudiado
que lo que a otro se le pasaría, a él no.
—¿Qué ha pasado? —pregunta dándolo por hecho.
Niego con la cabeza derrotado.
—Voy a enterarme de todas formas, Lenny. Cuéntamelo.
¿Ha podido sintetizar más mezcla?
Asiento.
—¿Y después…? ¿La has llevado a casa?
No me queda más remedio que teclear en el teléfono.
«Después se ha ido. Para no volver...».
Lucas me mira preocupado. Apenas puedo mantenerle la
mirada. Ha sido muy doloroso verla sufrir. Pero después
hubiera sido peor. Cuando se hubiera hecho ilusiones de
verdad conmigo por haber sido «el primero». Eso nunca se
olvida. Ahora solo seré el gilipollas que no la merecía. Y ella
tendrá una historia normal y feliz con algún iluminado que
vea en ella lo mismo que yo.
—¿Estás bien? —se preocupa Lucas.
Mi respuesta es apoyar la frente en mis antebrazos. No
quiero que sea testigo de cómo mis ojos se humedecen.
Estoy desolado. ¡¿Por qué me tiene que salir todo mal
siempre?!
—Eh… —se preocupa, sentándose a mi lado. Noto que me
pone una mano en el hombro y me lo acaricia—. Cuéntame
qué ha pasado. ¿Por qué dices que no va a volver?
No quiero hablar con él ahora. Ni con nadie. Por eso me
quedo quieto y callado, como hago desde que tenía diez
años ante una situación que me supera. Sé que no va a
forzarme.
Lucas siempre ha sido respetuoso con mi sufrimiento.
Sabe cuándo dejarme tranquilo y no presionarme. Por eso
siempre me he sentido seguro a su lado. Es mi ejemplo a
seguir, pero me falta su templanza.
—Quiero ayudarte —oigo entonces. Y eso todavía me da
más ganas de llorar. Él fue el único que me ayudó cuando
sucedió todo… Nadie más se preocupó por mi mutismo, por
eso siempre estaré en deuda con él. Es ese tipo de persona
a la que sientes que le debes algo solo por quererte.
Me doy tiempo para serenarme y él no insiste. Pero me
acompaña.
Cuando puedo, cojo el teléfono y le cuento, a grandes
rasgos, sin mencionar cuál ha sido el verdadero motivo para
detener lo que hubiera resultado una catástrofe épica.
—Y se ha enfadado —termina por mí.
Asiento.
«Haga lo que haga, todas terminan enfadándose»,
escribo.
—¿Y por qué no has podido hacerlo? —pregunta perdido.
No soy un chismoso, pero me gustaría gritarle: ¡Porque
era virgen! ¡Virgen! ¡VIRGEN, JODER!
De pronto, siento la necesidad de contárselo y que me
entienda. Que me diga que he hecho lo correcto. Lo más
honorable. Solo así tendré esperanzas de salvar mi amistad
con ella, porque la necesito más que nunca. Ella es la clave
para salvar a mis padres. Se supone que hemos quedado
para comer esta semana… La luz que Charlotte ha
encendido entre ellos no puede apagarse con la noticia de
que hemos «cortado».
Mierda ya… ¿Por qué no se la he metido hasta el fondo y
punto?
Respiro hondo y confieso, por el bien de mi cordura.
«Era virgen, tío… Y no podía hacerle eso. No se lo
merece».
Cuando Lucas lo lee abre los ojos sorprendido, pero le
dura poco.
«¡Dime que lo entiendes!», le ruego con la mirada.
La suya se desvía asumiendo lo que significa. Pensando
en su primera vez. En la mía. En lo poco trascendentales
que fueron esas chicas en concreto, pero lo importante que
fue el hecho para nosotros.
El miedo atenaza mi garganta al intuir su opinión. ¿La he
cagado?
Lo miro con temor a lo siguiente que dirá, porque puede
hundirme todavía más en la oscuridad.
—¿Y qué si era virgen?
En cuanto lo pronuncia, cierro los ojos con fuerza. ¡Era lo
peor que podía decirme!
Lo dicho… Me cago en mi puta vida.
—¿Cuál es el problema? —insiste—. No se me ocurre nadie
mejor que tú para que la pierda. Le gustas mucho. Y sería
algo especial…
Me levanto y entro en casa. Soy incapaz de soportar la
verdad.
Soy incapaz de admitir que no ha sido por ella, sino por
mí. No estaba listo para compartir un momento tan íntimo.
Hubiera sido como dejar que se marcara a fuego en mi piel
para siempre. ¡¿Estamos locos o qué?!
No habría sido especial, habría sido demasiado especial.
Mi jodida primera vez sintiendo algo real por alguien… Y me
he acojonado vivo.
No quiero sufrir.
No quiero volver a sufrir por nada ni por nadie.
No puedo permitírmelo…
Me tumbo en la cama con el teléfono en la mano y tecleo
algo sin poder evitarlo. Soy tan imbécil que apenas me
soporto.
«¿Has llegado bien a casa?», envío.
«Por favor, contéstame. Lo siento mucho».
Pasan dos minutos eternos y compruebo que no lo lee.
¡No lo lee!
«Si no me contestas, tendré que ir a comprobarlo en
persona». No es una amenaza, pero todo en mi boca suena
a una. Por eso no hablo.
Se acabó…
Me visto y bajo las escaleras con intención de coger una
de las motos y plantarme en su casa. Solo quiero comprobar
que no se ha estampado contra alguna palmera.
—¿A dónde vas? —me intercepta Lucas. Quiero contestar
que a donde me da la puta gana, pero me controlo y le
enseño cinco dedos.
«Vuelvo en cinco».
—¿Vas a ver a Charlotte?
Asiento y él me mira como si no le pareciese buena idea.
No me jodas… Escribo rápido.
«Ha vuelto a tomar Moonbow accidentalmente y quiero
comprobar que ha llegado bien a casa».
—¡¿Qué?! ¿Otra vez?
Asiento. Su torpeza es parte intrínseca de su encanto.
—Joder… Pues no te preocupes, está bien. Acaba de
escribirme…
Lo miro con dolor y le pregunto con los ojos qué le ha
puesto.
—Me ha dicho que ha podido sintetizar lo necesario para
hacer mil moras más y que solo faltaría rellenarlas mañana
para que estén listas.
Le hago un gesto con las manos de «¿Algo más?», y veo
que traga saliva como hace cuando no quiere darme malas
noticias.
—Me ha dicho que se despide. Y que no quiere que le
paguemos nada… ni con dinero ni con carne. ¡¿Qué coño le
has dicho exactamente, Lenny?!
Cierro los ojos afligido. Escribo con dificultad.
«La verdad. Que no se merecía perder su virginidad con
alguien que solo se estaba acostando con ella por tenerla
contenta…».
—¡Joder! —exclama Lucas contrariado. Y me sorprende
porque no suele perder los nervios. Debe estar realmente
enfadado—. Vas a arreglar esto, Lenny, aunque sea lo
último que hagas…
«¡Tú me pediste que la tuviera contenta! Pero no iba a
follármela tratándose de su primera vez. ¡Ni siquiera yo soy
tan cabrón!».
—¡Lo que eres es un imbécil! ¡Solo te dije eso para darte
una excusa! ¡Porque sabía que lo estabas deseando y no te
lo permitías!
Mis ojos se abren como platos.
¿Yo, deseándolo? No sabe lo que dice… ¡También me
gustaría saber qué se siente al tirarte de un doceavo piso,
pero no lo hago! No quiero diñarla. Y nada me da más
pánico que Charlotte escarbe en mi alma en busca de
sonrisas. O en busca de cariño. O peor aún, ¡de amor! No
quiero que nadie espere nada de mí porque todo lo que toco
lo jodo.
Me doy la vuelta y huyo escaleras arriba.
—¡¡Lenny!! —grita Lucas airado.
Me giro hacia él, sorprendido. Sus ojos desprenden
decepción. A lo largo de estos años siempre me ha tratado
bien. Solo me ha hablado mal cuando sufría episodios de
autodestrucción. Ni siquiera me echó la bronca por el
altercado del pub cuando nos metimos en el lío de la deuda.
—Ya no puedo callarme… —empieza harto—. Sabía que
algún día llegaría este momento. Que alguien te haría sentir
algo nuevo que clasificarías como peligroso e intentarías
evitarlo a toda costa, pero no voy a dejar que lo sabotees…
Resoplo inquieto. «Que te den por culo».
—Deja de negarlo. Quedas como un gilipollas. ¿Sabes por
qué tus padres volvieron a hablarse? No fue por ella, sino
por ti. Por cómo te vieron interactuar con Charlotte. Esa
chica es especial. Con ella eres tú mismo. Te persuade,
aunque no quieras. Y no voy a dejar que lo jodas por
miedo…
Me muerdo los labios con fuerza. ¡No es miedo, es…!
Escribo sintiendo calor en mis ojos. La ira surca mis venas
dispuesta a hacerme sobrevivir a esta sensación de
inseguridad y pánico.
«No estoy bien, ya lo sabes. Y si me dejo llevar, la joderé a
ella».
Lo lee y me mira enfadado.
—Ya la has jodido, Lenny. A veces no se puede evitar
hacer daño y la solución no es que desaparezcas o te calles.
A veces la única salida es pedir perdón…
Tecleo con la mirada borrosa.
«Hay cosas imperdonables».
—Te equivocas. El perdón es el arma más poderosa del ser
humano. Y si algún día quieres volver a ser feliz, tendrás
que perdonarte a ti mismo.
Niego con la cabeza. Y él me agarra de la nuca para
hablarme cerca.
—Quién es incapaz de perdonar, es incapaz de amar,
Lenny… Y no amar nada, es como estar muerto.
Se va dejándome con la palabra en la boca. Bueno, con mi
silencio.
Me vuelvo a la cama, irritado, y dejo mi móvil en la mesilla
después de mirarlo un buen rato deseando que me
conteste. No sucede.
Cuando por fin apago la luz después de un jodido día
eterno, ella vuelve a mi mente. Su coño perfecto, sus
gemidos celestiales, todas las sensaciones que he
experimentado besándola de nuevo…
He sabido que su boca estaría en la mía desde que la he
visto llegar con ese horrible vestido a la playa. Porque, a
pesar de él, la deseaba con una fuerza sobrehumana. Y
cuando las gaviotas la han atacado, la he deseado más
todavía. Me la hubiera comido entera, con arena incluida,
solo por hacerme sonreír de esa forma. No hay nadie igual
que ella. NADIE.
Empezó siendo un maldito medio para un fin: fabricar la
droga. De hecho, tardé en preguntarme si tenía tetas.
Le pedí el teléfono para poder comunicarme con ella si
hacía falta, y que se sonrojara me pareció de lo más
predecible. Todas las buenas chicas sueñan con que un
chico malo las empotre contra algo. Es una fantasía
recurrente. Y cuanto más loco esté el tío, mejor. Por eso
nunca me han faltado candidatas a pesar de mi historial, al
revés, era gracias a él; yo no soy ningún adonis como mis
primos.
La primera vez que la traje a casa y me pidió una
naranjada, me dieron ganas de echarme a reír. Cuando
empezó la fiesta, emigré a mi habitación para que la gente
pensara que estábamos juntos mientras ella trabajaba en el
laboratorio y aproveché para buscar información sobre su
vida. Lo que encontré fue todavía más predecible. Pero de
pronto, Lucas me escribió para que bajara porque Charlotte
se había drogado y… a partir de ahí, todo cambió.
¡Estaba como una puta cabra!
Y no lo digo por su instinto de zorra incurable, sino porque
se atrevió a preguntar por qué no hablaba como si nada. O
más bien, como si le importase…
«Si lo supiera, quizá podría ayudarle», pronunció. Y no
entendí por qué. ¿Era un reto personal de sabelotodo o…?
¡O nada! Cuando adivinó que tenía que ver con mi madre,
escapé de allí. ¡Maldita friki!
Pero aparece en mi habitación y me enseña esas tetas en
las que no había pensado nunca y me pilla stalkeando su
vida en internet. Luego se duerme en mi cama ¡y me pillan
empalmado! El principio del fin…
Llevaba una camiseta de licra y se arrimó a mí. Yo no hice
nada. Solo mirar hacia abajo y ver un profundo canalillo de
lo más jugoso. Además olía genial. ¡Pero eso fue todo! Yo no
tuve la culpa de que, al acompañarla a casa, atrapara mi
boca con la suya. ¡Pero qué cojones…!
Ahí deduje que estaba pirada de verdad…. Y también que
sabía muy bien. Solo eso. Hay gente que sabe mal, y era un
plus si alguna vez se diera el caso de que tuviera que
besarla. Si se diera…
La cosa es que se dio. Pfff…
Hasta que nos cruzamos con el cabrón de Kingsley en el
AIMS, me había conformado con besar su cuello en el
Capitán Nemo, constatando que olía tan bien como
recordaba. Era lo máximo que iba a permitirme después de
que los mamones de mis primos se cachondearan de mí por
empalmarme con ella. Foto incluida.
Les dije que les follasen y ellos señalaron, muertos de risa,
que eso era justo lo que quería mi polla. JA. JA. Me mondo…
No fantaseaba con follármela. De verdad que no. No me la
imaginaba agarrándola por detrás mientras absorbía mis
implacables embestidas. Esas estaban destinadas a chicas
con mucha experiencia que buscaban explorar su placer.
Carlota nunca me montaría a lo bestia mientras yo
manoseaba sus curvas. A ella le pegaban más los
misioneros con te quieros, un clásico de las películas
románticas más empalagosas. Yo no era su hombre. Punto.
Admito que mientras me enseñaba las instalaciones del
AIMS con un orgullo encantador estaba preciosa y deseé
saborear su lengua para asegurarme de que sabía tan bien
como olía. Pero me corté. Entonces el cabrón de Kingsley
entró en escena y quise vengarme. Lucas me había contado
la versión de Carlota de su affaire y me pareció un tipo
odioso.
Ese morreo fue por un bien común. Primero, para
convencer a Dani de que había ido allí como excusa para
verla; y segundo, para darle una lección a ese degenerado.
Pero la lección me la llevé yo cuando me costó un esfuerzo
bestial apartar mi boca de la suya. Me hubiera quedado
horas jugueteando con su lengua. Saboreando ese aroma de
chica lista y jodidamente salida. Buf… No esperaba que
estuviera tan receptiva a mis lametazos. Que el beso fuera
tan libidinoso. Había chicas que eran como besar un cartón
de leche, pero Charlotte tenía una carga sexual alta y
nuestra química hizo reacción al instante.
Intenté alejarme rápido de ella. La atracción que sentía
era demasiado potente y ya no había excusa. Bueno…, no
hubo excusa hasta que la hubo. La cámara de vigilancia del
exterior…
Me lancé a por ella para volver a degustar su sabor como
si fuera un maldito vampiro. Que me sujetara para que no
huyera, me volvió todavía más loco, pero por suerte, me fui
antes de hacer algo de lo que me arrepintiera. ¡Nos estaban
grabando!
Esos días intenté alejarme de ella todo lo que pude. Le
dije a Morgan que no la llevaría al trabajo más y lo presioné
para que pagara el arreglo de su coche lo antes posible. Les
dije que no quería tener que volver a besarla por nada del
mundo, pero no contaba con que el mamón de Aitor me
jodería la vida, dejando que Cora y Lía la vistieran para el
festival…
Me cago en todo. ¡Por poco me desmayo al verla!
Encima, con su numerito de seducción, volvió a
ponérmela dura. Estaba desesperado. Para colmo, Carlota
no dejó de beber y de bromear con todo el mundo, menos
conmigo. No estábamos defendiendo bien el papel de
parejita. Intenté razonar con ella, pero estaba picada por
haberla ignorado después de besarla en el AIMS.
¿Qué esperaba? ¿Perdernos en una espiral de lujuria
cuando Morgan me había advertido que ni se nos ocurriese
putearla? Debía ir con pies de plomo. Aquello no podía
acabar bien de ninguna manera.
Charlotte parecía haber hecho muy buenas migas con
Aitor y Lucas, pero a mí no se me daba bien ser amigo de
nadie. De mí solo podía tener una cosa y me la habían
prohibido explícitamente. No sabía cómo acercarme más a
ella sin usar el filtro sexual.
Pero entonces me salvó de la cansina de Pam. Llegó, me
metió la lengua hasta la campanilla y el alcohol hizo el
resto. Llevaba toda la noche huyendo de lo inevitable, pero
todo el mundo tiene un límite….
Besarla y estamparla contra la valla fue la mejor
recompensa después de días estando a dieta de ella.
La voz de Lucas en mi cabeza diciéndome que Moonbow
se estaba vendiendo bien y que si Charlotte producía más,
podríamos conseguir pagar la deuda a tiempo, me hizo
frenar. Pero juro que es lo más duro que he tenido que hacer
desde hacía mucho tiempo.
Quise creer que lo hacía por su bien, pero…
Después, mi primo, me pidió que la complaciera
sexualmente, y todavía me acojoné más. ¿Y si probaba sus
mieles y luego no podía parar?
Al día siguiente fue el Campeonato de Surf de Rip Curl Pro
y ya he dicho que fue una tortura verla en la playa con ese
ridículo vestido. Pero lo fue todavía más cerciorarme de que
adoraba cada una de sus ridiculeces…
Lo que logró con mis padres fueron palabras mayores.
Claro que iba a follármela para compensárselo. ¡Para
compensarle TODA SU JODIDA EXISTENCIA! Nos había
ayudado tanto con el Moonbow y tenía tantas ganas de
quitarme el jodido calentón que llevábamos días
arrastrando que me lancé. Pero al confesarme que era
virgen, me he sentido un cabrón interesado y egoísta. Un
desgraciado sin escrúpulos que no miraba por ella, sino por
mi hambre de ella.
No se merecía un polvo cerdo en un sofá como primera
vez. Ni hablar. Pero ignoraba que fuera a enfadarse tanto.
Que hubiera tenido cuatro intentos fallidos y que la hubiera
hecho sentir despreciada.
Ahora no sé qué hacer. Cada vez me siento peor.
Porque necesito que me perdone y que venga a comer
con mis padres para que avancen hacia una solución.
Podría rogárselo… Pero pensará que eso es lo único que
me importa.
Podría sobornarla. Pero ya ha dicho que no quiere el
dinero.
¡Maldita sea! ¿Qué hago? ¡Hacerme el pasmarote no va a
funcionar!
Me remuevo inquieto y pienso en pedir ayuda. Quizá Aitor
sepa cómo convencerla. Es con el único que no está
enfadada.
Me adentro en el mar.
No sé cómo he llegado a las Semifinales del campeonato,
pero aquí estoy. Supongo que no tener a Christopher cerca,
tocándome los huevos, ha ayudado.
Para ser sincero creo que mi suerte cambió el día que
volví a hablar con Freya en el jardín de su casa. No quiero
ponerme místico, pero a partir de ese momento todo me
empezó a salir extrañamente bien.
Hablar con ella en el Pink Flamingo fue mucho más
propicio de lo que esperaba. Y esa misma noche le escribí
un mensaje. No podía creer que nuestro chat estuviera tan
vacío. Lo último que había en él eran un par de
condolencias por el ataque de mis tíos y otra por lo ocurrido
con Marco un par de años después. En ambas me
preguntaba si podía hacer algo por mí y obtuvo mi silencio
por respuesta. ¿Cómo había podido ser tan gilipollas?
«No recordaba lo fácil que es hablar contigo. Buenas
noches», tecleé.
«Yo no lo había olvidado. Gracias por la sinceridad. Buenas
noches».
Cada frase que decía se me clavaba como una aguja de
acupuntura para arreglar una parte concreta de mi alma.
Su cara de felicidad cuando le dio sus datos al publicista
de Rip Curl fue de las mejores casualidades que me habían
pasado en años. Fue el puto destino. La demostración de
que, cuando algo es bueno, florece contra viento y marea. Y
nosotros, juntos, levantábamos una onda beneficiosa para
el universo que podía notar vibrando en mis venas. Por eso,
a pesar de que Christopher se estaba poniendo cada vez
más nervioso, no podía dejar de interactuar con ella cuando
la veía.
Y si la veía vestida de vaquera sexi, mucho menos… Pfff.
Me dirigí a la barra en la que estaba subida como si fuera
una rata y ella el jodido flautista de Hamelin con unas
piernas primorosas. Que me sonriera mientras se
contoneaba fue un chute de adrenalina sin precedentes. Ni
siquiera me preocupé por dónde estaba Chris, mirar es
gratis, y muchos tíos, además de mí, estaban disfrutando de
su esplendor.
Milagrosamente, cuando bajó, pude hablar con ella unos
instantes antes de que estallara una pelea cerca.
—¡Hola!
—¡Hola! —exclamó sonriente.
—Necesito pedirte un favor…
—Verás… —contestó divertida.
—Que vengas mañana a verme surfear otra vez. ¡Es que
hoy me has dado mucha suerte!
—¿Ahora soy tu amuleto? —dijo con guasa.
—Justo. Eres como ese calcetín sucio que no quiero
quitarme por si pierdo.
Ella se rio de forma exagerada. Llevábamos horas
bebiendo y se notaba. Compartir esa dinámica estaba
siendo lo mejor de mi día, pero duró muy poco. Se desató la
pelea y pudimos apartarnos de milagro. Freya trastabilló y la
cogí al vuelo.
—¡¿Estás bien?!
El toque duró solo unos segundos, pero fue suficiente para
sentir cómo nuestros cuerpos reaccionaban al contacto del
otro. Fuimos dos imanes que ya no querían separarse
atraídos por un campo magnético desconocido. Mejor que
una descarga con desfibrilador. Pura vida.
Por eso fue tan duro ver a Lenny bloqueando a Chris y
entender que tenía que soltarla ipso facto.
Se la llevó de allí casi a rastras con una brusquedad que
no me gustó un pelo.
No era broma lo que le dije en el Flamingo. Quería
liberarla de ese gilipollas porque rayaba en lo tóxico y
seguro que no era el único que veía esas banderas rojas.
Odiaría que le pasara algo. Suficientes disgustos le habían
dado ya los hombres en su vida.
Me dolían las manos por escribirle otro mensaje. Por
preguntarle si estaba bien o necesitaba algo. Pero no lo hice
porque, tal y como estaba Chris, podía buscarle más
problemas. El tío no había dejado de mirarme buscando
camorra desde que pisó el Capitán Nemo. Y lo último que
quería era deberle otros setenta mil al capitán por daños y
perjuicios. La última vez que pasó también era jueves. Día
de recogida de cargamento.
Recé para que el viernes Freya apareciera en la playa por
la tarde. Se esperaba mar de fondo con olas ordenadas que
romperían con fuerza en un periodo alto. Los períodos altos
conseguían unas olas de mayor tamaño del esperado. Era
todo un espectáculo. Poca gente sabe que las olas nacen en
mar abierto, a una distancia considerable de donde rompen,
a raíz de una borrasca o una tormenta. Después atraviesan
el océano para terminar chocando contra tu tabla y darte un
viaje inolvidable. Nuevamente, el destino.
No localizar a Freya entre la gente me dejó un poco
desalentado. Yo había acudido solo. Lenny no pudo porque
tenía la comida con sus padres y Charlotte, y Aitor estaba
ocupado encargándose de la fiesta de cumpleaños que le
íbamos a montar a Lenny el sábado. Su idea de neones y luz
negra molaba mucho, pero requería cierta logística.
No obstante, al ser viernes, había mucho más público que
otros días y me convencí de que Freya estaba allí, aunque
no la hubiera visto.
Los que sí estaban eran mi padre y mis tíos. Y los
cabrones no me habían dicho nada. Si salía mal, juzgarían
mi fracaso en primera línea, pero no quería contarles que en
ese campeonato ya había ganado al conseguir varios
contratos comerciales y un par de contactos cruciales. Se lo
contaría cuando mi triunfo fuera una realidad. No quería que
se metieran por medio ni que hablasen con nadie para
ayudarme.
Tanto me concentré para dar lo mejor de mí que me colé
en Semifinales.
Al ver el marcador final, muchos aldeanos locales me
ovacionaron. Y el trío calavera saltó a la arena para
felicitarme.
—¡Bien hecho, campeón! —gritó Mak abrazándome con
fuerza.
—Eres un crack —certificó Luk, mesándome el hombro.
Miré a mi padre, esperando sus palabras de aliento, y
como siempre, se dio importancia antes de concederme un
«Has estado bien».
—Gracias…
—Pero mañana tienes que estar mejor.
Por supuesto… para él nunca nada de lo que hacía era
suficiente. ¿Qué esperaba, que brincara de emoción por
algo menos que la excelencia? Y una vez conseguida, me
metería más presión para mantenerla.
—Tampoco me va la vida en ello —expuse.
—Quizá ese sea el problema… —murmuró él.
—¡Morgan, estás que te sales! —me gritaron unos
chavales más jóvenes al pasar por mi lado. Les sonreí. Al
final había sido un gran día y no quería que mi padre me lo
estropeara con su perorata de «yo tuve que sacar a mi
familia adelante. Tú lo tienes todo y no lo aprovechas». Pero
tenerlo todo no vale cuando te hacen sentir constantemente
que debes algo a cambio.
—Si no te gusta lo que ves, no vengas más, papá… Estoy
harto de ser una decepción para ti.
—Yo también.
—Pues vale… —Me iba a ir cuando mi tío Luk me hizo una
señal extraña con los ojos. Seguí la dirección y vi a Freya,
esperando a un lado para hablar conmigo.
El suelo desapareció bajo mis pies. ¡Había venido!
—Esfumaos —susurré a mi tío Mak al pasar por su lado en
dirección a ella.
—Eh… Has venido —dije sorprendido.
—¿Por qué te crees que te has clasificado? —Sonrió con
picardía.
—Gracias… De verdad…
—Y mañana tendré que volver si quieres tener alguna
oportunidad de llegar a la final —bromeó resignada.
Me mordí los labios con una mezcla de ilusión y nervios.
—¿Estás sola? —Sonó desesperado, pero, si lo estaba, se
me ocurrían un par de locuras… Como volver a tocarnos,
por ejemplo.
—No. Chris y unos amigos me están esperando fuera…
—Ah, ¿y te ha dejado venir a hablar conmigo? —dije
sarcástico—. Porque ayer reaccionó fatal cuando impedí que
te golpearan…
—Anoche estaba borracho y con el alcohol su
temperamento empeora, pero no es tan malo, de verdad.
¿Que no es tan malo? Me equivocaba. Estaba en un 110%
de ceguera, y seguro que anoche se la había metido hasta
la médula a lo bestia y por eso hoy estaba más calmadito…
Tragué saliva para deshacerme de esa imagen. No quería
acusarla de ser una víctima de violencia de género, pero
hablaba como una al excusar esos comportamientos
inaceptables. Por asumirlos y someterse.
—¿Dónde están Aitor y Lenny? —preguntó extrañada. Le
informé de sus paraderos y salió a colación el tema de la
fiesta—. Sería genial que vinieras… Tus amigas vendrán, y
Cora y Lía… Si no es tan malo, podrías proponerle que te
pasarás un rato. Si te da permiso —la piqué.
—No tengo que pedirle permiso para nada. Él no me
manda.
En ese momento quise preguntarle si de verdad ella
quería irse anoche del Capitán Nemo o se vio brutalmente
arrastrada por él. Hay una delgada línea entre elegir lo que
queremos y hacer lo que a tu pareja le gustaría.
—Pues propónselo —la reté—. Va a ser un fiestón y me
encantaría que vinieras…
—¿Livy no va a ir? —preguntó de pronto.
Que pronunciara esas palabras me dejó en shock. ¿Qué le
importaba a ella si Livy venía o no? Ahí estaba la cosa, ¡le
importaba!
El corazón empezó a bombearme con fuerza en el pecho.
—Todavía no lo sé… Depende…
—¿De qué?
—De ti.
HOS-TIAS…. Eso sí era meterse en aguas profundas.
Nuestra amistad tenía pinta de ser muy corta si los astros se
alineaban para juntarnos en una fiesta con luz negra. La
oscuridad nos debía una…
Nos mantuvimos la mirada durante unos segundos.
—Ya te diré algo —formuló, huyendo de una anticipación
aplastante. Por la noche tuve que tomarme un relajante
muscular para poder pegar ojo. Y esta mañana, como buen
felino agazapado en la sabana, he esperado a que saliera de
casa para abordarla.
—¡Freya! —La he llamado para que no se fuera. No es mi
estilo perseguir a la gente, pero con ella hago una
excepción. Le debo años de ignorarla a propósito.
—Hola —ha saludado cohibida. Sus ojos han viajado por
mi ropa y los míos por la suya. Los dos íbamos vestidos de
domingo, aunque sea sábado. Yo con camisa blanca de lino
y pantalón beis y ella con un vestido ibicenco que no me
importaría arrancarle a bocados.
—¿Cómo estás?
—Bien… Voy a comer con mis padres y luego al
campeonato.
—Genial… ¿Y esta noche?
Su incomodidad ha sido patente. Algo ha pasado.
—Chris tiene una fiesta a la que no puede faltar en la otra
punta de la ciudad y… tengo que ir con él.
—Ah… —he dicho desilusionado. El precioso día soleado
que estaba haciendo se ha nublado de repente.
—Pero si quiere irse pronto a casa, yo acudiré a vuestra
fiesta… Sea la hora que sea.
Su mirada me ha atravesado como si al otro lado de esa
posibilidad estuviera el Nirvana. O la Libertad.
—Te mueres por verme con transparencias, ¿no? —He
bromeado.
Ella se ha reído con soltura.
—En realidad me muero por contarte la oferta de trabajo
que me ha llegado de Rip Curl… —ha dicho enigmática
caminando hacia atrás con una sonrisa.
—¡¿Qué?! ¡Cuéntamelo ahora!
—No puedo, tengo que irme o llegaré tarde.
—Pues llega tarde, pero llega… —Le he devuelto una
mirada intensa—. Me refiero a esta noche. Te estaré
esperando…
—Vale…
El agua salada me salpica en la cara y empiezo a remar
para situarme en una buena zona para deslizarme por la
cresta de la ola. Hoy hay swells poderosos, eso son
ondulaciones grandes y definidas de mar de fondo en los
que la ola se dobla y crea tubos preciosos. Es mi
oportunidad para meterme en la final.
Veo la ocasión y la cojo. Como voy a hacer con Freya. Hay
cosas que solo pasan una vez en la vida y me da igual que
tenga novio.
Al final no he avisado a Livy para vernos esta noche. De
hecho, llevo días sin llamarla y no se ha parado el mundo.
Sin embargo, no he conseguido ver a Freya entre tanta
gente en la playa y me está costando hasta respirar.
Aunque sepa que está y que me está mirando.
Me pongo de pie en la tabla e intento lucirme como si de
esto dependiera que esta noche su boca termine en la mía.
Y siendo así, intento ejecutar un Aéreo deslizándome por
la pared de la ola y saltando por encima de su cresta. A la
vez hago un Kick Flip, que consiste en girar la tabla de
forma lateral en el aire. Es una maniobra que requiere
mucha destreza, pero la clavo. Ni yo mismo me lo creo…
Me animo a dar un buen espectáculo a riesgo de caerme y
quedarme fuera de la final, pero es ahora o nunca.
A pesar de estar cogiendo demasiada velocidad, me saco
de la manga un Cut back, que no es otra cosa que un
quiebro de 180 grados en el que debes volver atrás por un
momento, para luego escapar rápido de la rompiente de la
ola. Yyyy… ¡Lo consigo!
Me emociono tanto que hago un Reentry, es decir, misma
maniobra, pero desde la cima de la ola, para después bajar
a la base y continuar surfeando hasta coger la posición
adecuada para efectuar uno de los movimientos más
atractivos y apreciados por los fotógrafos por su gran
impacto visual. Surfear el Tubo dentro de la propia ola.
Si intentara repetir todo esto no me saldría igual en la
vida…
Finalizo con un Layback, que no hace falta ni que os
cuente lo que es, pero queda de 10, y así lo marca mi
puntuación. Que no es un diez, porque nunca lo conceden,
pero es la más alta de todo el campeonato hasta la fecha.
9.2.
Si me lo juran, no me lo creo.
Salgo del agua con una plaza asegurada para la final y
hay tanta gente felicitándome que no veo a casi nadie
conocido. Varios medios me abordan para entrevistarme y
los atiendo con humildad, señalando que ha sido un golpe
de suerte. Pero esa explicación no les convence.
—¡¿Cómo lo has hecho?!
—¡¿Dónde entrenas?!
—¡¿De dónde has sacado esa nueva energía?!
—No sé… Será que estoy enamorado —digo vacilón.
Se oyen gritos femeninos y me echan muchas fotos.
Demasiadas. Y veo muy claro que no estoy hecho para esto.
Cuando por fin me reúno con la familia, todos me felicitan,
incluido mi padre.
—Sabía que podías —susurra al abrazarme. Hoy sí me lo
merezco. Esta es su normalidad. Hacer algo extraordinario
que jamás se repetirá.
—Ha sido suerte.
—La suerte no existe, hijo.
—Si tú lo dices…
Lenny y Aitor me felicitan a su manera, con puñetazos y
pequeñas torturas. Cuando llega el turno de Charlotte, me
da un abrazo inmenso.
—Ha sido una pasada —musita emocionada.
—Lo que ha sido es un milagro… —Me separo comedido.
—Da igual, ¡esto va a abrirte muchas puertas para tu
empresa!
Mi padre gira la cabeza al oírlo y noto que estaba
poniendo la oreja.
—Guárdame el secreto… —susurro en voz baja a
Charlotte.
—Descuida. Yo me voy a ir a trabajar ya, pero cuando
salga a las tres, iré a la fiesta y querré brindar contigo por
un futuro prometedor.
De pronto, sonrío malicioso y busco a alguien entre la
gente.
—¡Lía, Cora, venid! —las llamo.
Se presentan raudas.
—¿Sí, mi amo? —contesta Cora con humor.
—¿Puede Charlotte unirse a vuestra PRE de esta noche?
—¡Pues claro! —aplaude Lía.
—Si no hay más remedio… —murmura Cora.
—¿Qué dices, Mor? ¡No puedo! ¡Yo trabajo!
—Llama a tu madre. Creo que ha hablado con el capitán.
Ayer fue tu último día en el pub.
—¡¿Perdón…?!
—Le ha explicado que quiere que estés concentrada para
los exámenes finales y que en tres meses te espera un
trabajo en el AIMS.
—¡Pero…! ¡Necesito el dinero!
—No lo necesitas, porque acabas de cobrar el apoyo
estudiantil que le prestaste a Lenny durante el semestre
pasado para mejorar sus notas. ¿Pensabas que no íbamos a
pagarte porque al final os habéis hecho novios? Es lo justo,
Charlotte. Y no admito discusión.
Me mira anonadada y yo sonrío displicente. Seguramente
esté acordándose de todos mis antepasados, pero se
merece hasta el último centavo.
—Pero Lucas… —balbucea incrédula—. ¡¿Cómo se te
ocurre?!
—¿Me has llamado Lucas? —digo siniestro. Y ella se tapa
la boca.
—¡Perdón!
—¡No te disculpes! —la riñe Lía—. Yo lo llamo pedo.
Suelto una carcajada.
—Tranquilo, esta noche se viene a la PRE —decide Cora—.
Me conviene que esté increíble para que esa pareja esté tan
abierta que nunca vuelvan a juntarse.
—Perfecto —Sonrío manipulador.
—¡Se te va la olla! —jura Charlotte.
Me despido con una sonrisa traviesa para ir a saludar a
mis vecinos Dani, Iker, Jon, Emma, que andan por aquí.
Incluso están Guille y Laura, la hermana de Dani. A ellos los
vemos poco porque están medio año de gira promocionando
los libros de ella por todo el mundo, y a sus hijos, Hugo y
Enzo, menos; nos han prohibido volver a molestarlos desde
que Aitor tuvo aquella movida con ellos. Son gemelos y
son… En fin, da igual. Lo único que lamento es que Freya no
esté aquí con ellos. ¿Dónde se habrá metido?
La que de repente aparece de la nada es Livy. Dios…
La saludo con amabilidad, pero algo distante. No quiero
darle falsas esperanzas. No tenemos ningún compromiso.
Nos llamamos cuando nos apetece estar juntos, pero
todavía no ha llegado el momento en que uno de los dos
decline las invitaciones esporádicas.
—Hola. ¿Puedo preguntarte algo…?
—Claro.
—He oído lo que has dicho sobre… que estás enamorado
—dice con cautela, pero con una expresión que denota
miedo o preocupación, y un «no me rompas el corazón, por
favor».
Mierda…
—Ah, ¡eso! Lo he dicho en broma…
—Eso me ha parecido, sí…
—Tranquila, no planeo pedirte matrimonio —bromeo con
la verdad.
—Y… ¿tienes planes para esta noche?
La pregunta me transfigura la cara.
—Eh… Sí, bueno, tengo un compromiso familiar.
—La fiesta de Lenny —menciona directa.
—Sí… Es su cumpleaños, así que…
—Así que ya tienes a otra en mente —deduce apocada.
—Liv… Dijimos que sin condiciones. Solo diversión,
¿recuerdas?
—Lo sé, y… no te estoy echando nada en cara, de verdad,
es solo que… es difícil liarse contigo y no empezar a sentir
algo por ti. Tenlo en cuenta para tus futuras conquistas. O
para la chica con la que te estés liando ahora.
—No estoy con nadie.
—Todavía —adivina—. Pero hay un proyecto. Y es
importante —dice pensativa—. Puede que sí estés
enamorado después de todo…
—No. Solo… Me gusta. Hay una gran diferencia.
—Lo sé. La cosa es, ¿la sabes tú? Porque la mayoría de la
gente las confunde.
El dolor de sus ojos rebota en mi cara ante el silencio.
—Liv, eres una chica genial, en serio, pero…
—No hagas eso —me corta—. No lo empeores. Por lo
menos déjame odiarte. —Y se va con la mirada húmeda.
Me paso una mano por el pelo. ¡Qué mal se me da esto!
Claro que sé la diferencia entre que te guste alguien y
estar enamorado. No es una cuestión solo de intensidad,
porque eso puede ser variable según muchos factores, yo
hablo de detalles concretos como el nivel de compromiso o
el grado de atracción física.
Para empezar, cuando te gusta alguien no conoces sus
defectos, más bien tiendes a idealizarlo y, lo poco que ves,
ya te fascina. Pero cuando te enamoras, lo haces hasta de
los defectos, o incluso de ellos.
Si te gusta alguien, la atracción física te domina de una
forma superficial e irracional, pero si te enamoras, te
subyuga a un deseo más profundo y genuino de
simplemente querer estar cerca de esa persona, en roce
constante, aunque sea sin hacer nada muy erótico.
Un «me gustas» es inofensivo. No hace daño y facilita la
conexión que acompaña al flirteo, pero un «te quiero»
moviliza emociones mucho más trascendentes y lacerantes.
Un «te quiero» es mucho más serio y peligroso. Porque
entran en juego valores intelectuales y emocionales que,
cuando fallan, sufres a una escala mucho mayor.
Cuando quieres a alguien lo quieres sabiendo que no es
perfecto. Y yo sé que Freya no lo es. Si no, estaría aquí en
vez de darle el gusto a su novio de no venir a felicitarme en
persona. ¿Habrán discutido por la fiesta de Lenny?
No puedo evitar preocuparme por ella.
No puedo evitar quererla, joder.
A
—¿ dónde vamos? —pregunta Aitor al salir del parking.
—A casa de Freya.
—Dicen que no quiere hablar con nadie.
—Conmigo querrá.
—Me fascina tu seguridad en ti mismo —replica burlón—.
Acabas de llegar. No tienes ni puta idea del percal que se
traen entre ellos, pero das por hecho que a ti te escuchará…
Acojonante.
—Freya es otra víctima de esta situación. Y las víctimas
quieren hablar aunque digan que no. Es lo que más desean.
Y yo sé cómo hacerlas hablar.
—Claro que lo sabes, joder. Tú siempre sabes qué decir y
también cuándo callarte. No como yo. Por cierto…, ¿hacía
cuánto que no veías a Mak?
—¿Por qué preguntas, si ya lo sabes...?
—¡Es que no puedo creer que no os hayáis dicho nada!
¡Es tu padre!
—No es mi padre.
—Que tengáis sangre en común, o no, es lo de menos.
—Ese fue justo el problema. Gracias por recordármelo.
—Nooo… —susurra compungido—. Lo siento... Yo…
—No quiero hablar de ello —digo indolente—. Olvídalo. Yo
lo he hecho.
¿A que me sale de puta madre decirlo? Lo repito: «Lo he
olvidado». Y estoy muy orgulloso de mí. ¡Estoy curado!
Curado de cómo he gestionado el espanto que supuso todo
aquello. Soy un jodido muro impenetrable, ver a Mak no me
ha afectado en absoluto. Aunque estaba mayor, más de lo
que recordaba… Supongo que los disgustos envejecen
bastante. Y yo le di el peor de su vida.
—Perdona, soy un bocazas —murmura Aitor—. Lo mío es
diarrea verbal, en serio, ¡le he acabado diciendo a Enzo que
me pone que me escupan! Soy un desastre… —Se tapa la
cara.
—Tiene que haber de todo en el mundo…
Me mira tan indignado que no me queda más remedio que
sonreír de medio lado. Aitor siempre ha tenido el
superpoder de divertirme. Y eso no es fácil en mí. Ya no.
—¡Una sonrisa! ¡Marco is back! —exclama triunfante. Será
un bocazas, pero creo que es muy consciente de lo que
provoca en mí. Y también en los demás. Hay personas que
te hace creer que todo es posible.
—Háblame de Christopher —me reconduzco—. Hazme un
resumen.
Me preparo para uno de sus soliloquios brutales. Iba en
serio. Si no hubiera habido un Aitor en el mundo, habrían
tenido que inventarlo.
Carraspea y se prepara para decir:
—Imagínate a Satán reencarnado en el cuerpo de Ken,
¿vale? Siendo el líder de una banda de anormales, siendo el
novio perfectamente celoso y tóxico de Freya, y un capullo
integral de marca registrada. Todo legal.
Lucho por no volver a sonreír.
—¿A qué se dedicaba?
—Trabajaba con su padre en su funeraria.
—¿No jodas?
—Sí, y en sus ratos libres, distribuía sustancias ilegales, al
parecer...
—¿Quiénes eran sus amigos?
—Uno de los mejores era Kali, el hijo de Dani e Iker.
—No me digas más… —digo chasqueando la lengua.
—Dios los cría y ellos se juntan.
—Joder… ¿Freya está ciega? La tenía por una chica lista…
—Chris era bastante listo; la tenía bien engañada. En el
fondo creo que estaba muy enamorado de ella, porque
cuando Lucas y Freya empezaron a ser amigos, comenzó a
loquear y a ponerse muy celoso.
—Y no iba desencaminado… Anoche Lucas y Freya
follaron.
Veo que Aitor deja de prestar atención a la carretera más
tiempo del recomendable.
—¡¿PERDONA…?!
—Nos vamos a matar —Señalo tranquilamente la calzada.
Da un volantazo y corrige el rumbo.
—¿Pero qué me estás contando…?
—Lo que oyes. Pero no quiere que se sepa, así que no
digas nada. Por ella, pero sobre todo por él. Me ha dicho que
después discutieron y se fue de su casa. Debe de estar muy
asustada.
—¡JO-DER! —exclama Tor anonadado—. ¡¿No te parece
fortísimo?!
—Fortísimo es que sigas vivo con lo mal que conduces…
—¡Lo digo en serio! ¡Tienen una historia muy jodida!
—Pues acaban de batir su propio récord… Esta tarde
iremos al Capitán Nemo. ¿Está abierto los lunes?
—Abre todos los días y cierra cuando quiere.
—Como buena tapadera para blanquear dinero. Si le meto
una auditoría, ya es nuestro. Seguro que sus cifras están
infladísimas.
Aitor detiene el coche delante de la casa de Kai y me
recorre un escalofrío al verla. Una cosa es construir un muro
a diez mil kilómetros para no sentir nada y otra volver al
lugar de los hechos. Los malos recuerdos me queman en la
boca del estómago como si fueran ácido sulfúrico.
Nos desviamos hacia el porche de la casa de al lado y
llamamos al timbre. Emma, la madre de Freya, nos abre la
puerta. Siempre he adorado a esa mujer. Abogada. Irónica y
un pelo precioso.
—Hola, Aitor… ¡Y Marco! —exclama reconociéndome.
—Hola. Cuánto tiempo, Emma… No te pregunto cómo
estás porque me lo imagino. He venido para ayudar en el
caso de Christopher…
—¡Pasad, pasad! Estamos muy impactados… Freya está
fatal.
—Ya sé que no quiere hablar con nadie, pero necesito
verla.
—A nosotros no nos dice nada y declina ver a casi todo el
mundo.
—Dile que ha venido a hablar con ella un policía.
—¿Cómo está Lucas? —pregunta de pronto Emma
preocupada. Es la empatía personificada.
—Asustado —contesto con tiento.
—Avisaré a las chicas de que estáis aquí.
¿Las chicas?
Emma se ausenta durante un minuto y vuelve
acompañada por…
«Me cago en la puta…».
Veo a Luz y el corazón se me para al momento. Ninguno
de mis músculos coopera para huir, aun sintiendo que su
sola presencia puede matarme.
Ella me mira boquiabierta.
—¿Marco…?
Intento que mi cuerpo vuelva a respirar por sí mismo,
pero me manda a la mierda. Quiero recordarle que solo es
mi hermana, pero no cuela. Si lo fuera, mi vida no habría
sido un jodido infierno…
Cuando ella nació, yo tenía cinco años y fue el mejor
regalo que pudieron hacerme mis padres. Bueno, mis
padres adoptivos, Mak y Mei. Ellos estaban preocupados por
cómo aceptaría a un nuevo miembro en la familia, siendo
además, consanguíneo, pero en cuanto la vi, tan pequeña y
bonita, me robó el corazón.
Parecía tan frágil e indefensa, que estuve bien atento a
cada centímetro que creció desde que nació. Me dejaron
darle de comer sentado en un sofá. Jugar con ella tirado en
el suelo cuando todavía ni siquiera gateaba y dejaba que
me tirase del pelo todo lo que quisiera a pesar de no
controlar su fuerza ultrasónica de bebé. Me tenía a sus pies.
A sus putos pies, joder…
A los tres, a los cuatro, a sus cinco años… Era mi alegría
de vivir.
Se convirtió en una niña preciosa y buena, como mi
madre Mei. Eran clavaditas. Pelo negro y ojos azules… pero
su piel era algo más morena, como la de mi padre.
Imaginaos… La perfecta unificación de mis dos personas
favoritas en el mundo se fraguó en ella. Era para morirse.
Jamás tuvimos una sola pelea mientras fue una niña. Su
dulzura y su belleza me derretían a la mínima. A veces la
reñía cuando hacía una trastada, pero con una sonrisa que
evidenciaba que siempre se saldría con la suya conmigo.
Los hermanos de sangre suelen pelearse violentamente a
todas horas, sean del sexo que sean, pero nosotros no, eso
debería haberme dado una pista de lo que más tarde
sucedería.
No era una niña difícil, solía atender a razones cuando se
las dabas, pero todo cambió cuando entró en la pubertad y
empezó a cambiar.
La primera vez que vi algo extraño en su forma de
mirarme tenía solo once años. Yo vivía con normalidad mis
dieciséis y me encontraba hablando cariñosamente con una
chica a la salida de nuestro colegio.
De pronto, apareció ella y se nos quedó mirando con una
expresión rara en la cara.
—¡Bicho, te estaba esperando! —exclamé al verla—.
Vámonos ya.
Pero mi amiga no me dejó marcharme sin cogerme de la
camiseta y acercarme a sus labios. Le di un beso corto y
discreto, porque sabía que mi hermana nos estaba mirando,
y susurré un «luego te llamo» muy prometedor a la vez que
le guiñaba un ojo.
Lu, como más tarde se hizo llamar, se pasó todo el camino
contestándome con monosílabos a preguntas normales de
cada día. «¿Qué tal en clase? ¿Qué has comido? ¿Alguna
novedad?»
Hasta que me cansé de sus respuestas rancias y
pregunté: ¿te pasa algo?
—¿Quién era esa? —contestó a mi cuestión deteniendo
sus pasos.
—¿Quién?
—Esa chica que te ha besado en la boca.
—Ah, es María, una amiga…
—¿Sois novios? —preguntó con el ceño fruncido. Su
aversión me pilló tan desprevenido que no supe reaccionar.
—¡Nooo!, solo somos amigos… —Con derechos.
—¿Debería besar en la boca a todos mis amigos?
—No —contesté tajante. Demasiado tajante me temo—.
Todavía eres joven. Eso se hace de mayor, y solo con los
amigos especiales.
—Hay chicas de mi clase que ya tienen novio y sé lo que
hacen…
—Pobrecillas… —dije con verdadera lástima. Quería
alargar lo máximo posible su entrada en la madurez, y me
marqué un farol.
—¿Por qué? —preguntó confusa.
—Porque cuando tienes novio, tienes que salir con él
todos los fines de semana, en vez de quedarte en casa con
tu familia y tus amigas haciendo cosas mucho más
divertidas. Por eso no quiero ser novio de María, ¡porque me
perdería un montón de cosas chulas!
—Estar en casa es aburrido… —formuló ella pasota.
—No cuando han venido los primos de Australia…
—¡¿Qué?! —Sus ojos se llenaron de felicidad.
—¡Como lo oyes! ¡Están esperándonos! ¡Y se quedan toda
la semana!
—¡Yupiii! —Me abrazó. Y volvió a ser la de siempre.
Pero los años fueron pasando y mi niña empezó a mutar a
“Lu”.
Si a los dieciocho no me hubiera ido a estudiar fuera, creo
que podríamos haber encarrilado nuestra relación, pero de
sus trece a sus diecisiete nos vimos muy poco —algún fin de
semana cuando yo volvía a casa y en fiestas de guardar—,
por eso nuestro vínculo fraternal se fue enfriando
lentamente. Transformándose. Igual que ella… No fui
consciente de que la pequeñaja era una crisálida esperando
su gran momento para salir al mundo y deslumbrarnos a
todos.
Lo último que recuerdo de la niña que fue es que me reía
a carcajadas cuando la pillaba bailando sexi mientras se
miraba al espejo y cantaba; me hacía mucha gracia que se
moviera tan sensualmente cuando ni siquiera sabía lo que
significaba. Pero, poco a poco, se volvió más recelosa de su
intimidad, más intrigante, más interesante, y aunque
coincidiéramos, apenas interactuábamos más allá de un
saludo y preguntar un «qué tal» vacío.
Dejé de conocerla, así de claro. Y perdí su confianza.
Nos dábamos un abrazo de despedida los domingos y
hasta la próxima. Pero cuando regresé a casa al terminar la
universidad, me encontré a una mujer que había crecido
diez centímetros y adelgazado siete kilos. Era un bellezón
de casi, CASI, dieciocho años muy consciente de que
torturaba a los pobres imbéciles de su curso que deberían
estar concentrados en los estudios en vez de en sus
vertiginosas curvas.
Había florecido y de qué manera. Ya no me salía llamarla
«bicho» ni tomarle el pelo. Era una jodida mariposa
monarca y ella lo sabía.
Empezó a comportarse de otra forma al darse cuenta del
efecto que producía en todo el mundo, algo lógico y normal
después de que dos agencias de modelos le hubiesen
ofrecido ficharla prometiéndole que podría ser la nueva
Adriana Lima.
Todos sus movimientos se volvieron estudiados y
provocativos. O era la sensación que me daba a mis
efervescentes veintidós…
Cada vez que me miraba con esos ojazos azules, me ardía
el pecho y se me endurecían los huevos contra mi voluntad.
Lo odiaba. Me sentía un depravado, pero juro que se me
insinuaba. No eran imaginaciones.
Haceos cargo de cómo me sentía, ¡yo tiraba sus pañales
llenos de caca a la basura, por el amor de Dios! Y no quería
pensar en ella de esa forma. ¡Era mi hermana! Salvo que…
no lo era. Y lo peor de todo es que notaba que ella no quería
serlo. Había renunciado a eso desde muy pequeña, ¿cómo
no me di cuenta cuando me pedía que jugáramos a
casarnos? ¡Qué imbécil había sido!
—¿Me pones crema? —me pedía sin pestañear a los pies
de la piscina de nuestro jardín.
Yo apretaba los dientes y cedía porque… ¿qué iba a
decirle? «No, gracias, no me quiero empalmar». Tampoco
me daba opciones. Antes de contestar, ya se había
desabrochado el biquini y girado de espaldas.
—Dame un poco de masaje, de paso… —sugería cuando
empezaba a extendérsela deseando usar solo los codos.
Y la muy sádica, se ponía a gemir bajito y a
contorsionarse.
—Deja de hacer eso… —le advertí una vez.
—Es que me encanta que me toques…
Y así empezó todo. Su burda seducción conmigo cada día
iba un paso más lejos.
Su punto fuerte era su mirada. Me lo decía todo con los
ojos. Me morreaba, me empujaba contra una pared, se
quitaba la ropa y me ofrecía su cuerpo en llamas, todo
mientras masticaba los cereales del desayuno delante de
mí.
Antes de salir de fiesta, siempre venía a despedirse de mí,
estuviera donde estuviera, con un «¿estoy guapa?», a lo
que yo contestaba: «más que ninguna». Después me dejaba
impresos sus labios, generalmente de rojo Ferrari o fucsia
Hot passion, cerca de la comisura de la boca y el miedo me
atenazaba la garganta. Sobre todo, por lo reacio que era a
limpiarme su huella.
Su olor era otro de los grandes problemas con los que
lidiaba a diario. Era jodidamente adictivo. Olía a cóctel
tropical. Cada vez que pasaba por mi lado, mi boca
generaba saliva a mansalva recordándome que quería
comérmela. Y tenía que vivir con eso.
Pasaron seis meses en los que me pajeé más que en toda
mi vida. Ya casi me había acostumbrado a la sensación
cuando, un día, nuestros padres salieron a cenar y la pillé
morreándose con un tío en el sofá del salón. Esa imagen me
quemó las retinas.
Su forma de agarrarle del cuello, de meterle la lengua, su
escote generoso e hinchado aplastado contra su esternón…
No pude soportarlo. No quería sentir eso, pero ya no lo
controlaba en absoluto.
Me puse como loco al imaginarlos llegando más lejos. A él
introduciendo un dedo en su interior, cerrando sus labios
sobre sus pezones y escuchando sus gemidos, y se me
cortocircuitó el cerebro. Creo que hasta le rompí la camiseta
al chaval cuando lo agarré para echarlo de nuestra casa.
Huelga decir que ella se enfadó bastante.
—¡¿Te crees mi padre?! ¡Pasa de mí! —chilló furiosa.
—¡Ese tío quería aprovecharse de ti!
—¡No es cierto, yo quería que me hiciera de todo!
—¿Y tenía que ser en el sofá donde yo me tumbo todas las
noches? ¡Ten un poco de respeto!
—¡Tenlo tú! ¡Me has estropeado mi cita del viernes!
¡Cómprate una vida!
—Esto es increíble…
—¿Sabes lo que te pasa? ¡Que estás celoso! —
contraatacó.
Escuchar la verdad me dolió, pero jamás lo admitiría.
—¿De qué vas? —repliqué agresivo—. ¿Te crees una de
esas tías que pone cachondo a todo el mundo o qué?
—No, Marco, la que está cachonda soy yo. ¡Y ahora tengo
que solucionarlo sola! ¡Muchísimas gracias!
Se encerró en el baño dando un portazo.
¿Había dicho «cachonda»?
Empecé a sudar y me enclaustré en mi habitación
sobrepasado. Si hubiera tenido cadenas, las habría cruzado
sobre la puerta. Eso habría impedido que ella viniera más
tarde y se tumbara en mi cama en plena oscuridad.
—Lo siento… —susurró arrepentida—. Es que…
—No pasa nada…
Pero sí que pasaba. Era verano y hacía calor. Mi ventana
estaba abierta de par en par y yo no llevaba camiseta. Ella
se había enfundado un pantalón corto y un top de licra con
el que enseñaba su ombligo perfecto… Por suerte, tenía su
precioso y abundante pelo oscuro recogido en un moño, ¿lo
malo? Que eso le dejaba el cuello despejado, exhibiendo sus
sensuales hombros y sus increíbles clavículas… ¿He dicho
ya que hacía calor?
—¿Por qué no sales un viernes? —me preguntó de pronto.
—Siento haberte estropeado el plan… —contesté—. No
salgo porque necesito ahorrar. Y pensar.
—¿En qué?
—En lo que voy a hacer con el resto de mi vida. No hay
trabajo de lo mío y no puedo seguir aquí, chupando del
bote… Me siento mal.
—Es tu casa.
—El año que viene tú te irás a la universidad y Mak y Mei
se merecen quedarse solos y no preocuparse por nadie
más… Tengo que comprarme una vida —Sonreí
parafraseándola—. Quizá irme al extranjero… Aún no lo sé.
—¡Yo no quiero que te vayas! —exclamó pegándose a mi
cuerpo y escondiéndose en mi pecho. Sus dedos empezaron
a deslizarse por mis pectorales con suavidad.
«Ignóralos… No están ahí», me dije, aguantando la
respiración.
—¿Has pensado ya en lo que quieres estudiar? —la
interrogué.
—Cualquier cosa… Solo voy a ir a la universidad por las
fiestas —rio maliciosa—. Y para cazar a un marido rico que
me mantenga.
—Eso no lo digas ni en broma —la reñí clavándole los
dedos en el costado para que se doblara de risa. Sabía que
estaba de broma, pero...
Ella se incorporó y me miró coqueta sacando pecho. Era
deliciosa.
—¿No crees que soy lo suficientemente guapa para
conseguir a uno de esos que me pague todos mis
caprichos? —dijo soltándose el pelo, haciendo que bañara
su cara, su piel y todo lo que abarcó su extrema longitud.
Me quedé sin aliento de lo apetecible que estaba. En ese
momento me pregunté si todo el mundo sería tan
consciente de su belleza como yo. O si lo era ella. A raíz de
su comentario supuse que sí, por eso quise dejarle clara una
cosa.
—Luz, lo mejor de ti está aquí —le toqué la frente.
—¿No me ves guapa? —dijo deprimida bajando la cabeza.
—Eh, mírame —Le subí la barbilla con un dedo—, eres la
chica más preciosa que existe, siempre te lo he dicho.
Nos mantuvimos la mirada. Quería que me creyera y que
nunca dudara de eso, aunque puede que tanto énfasis la
confundiera…
—¿Y por qué nunca intentas nada conmigo? —musitó con
valentía.
Mi cara se descompuso y sentí un dolor agudo en el
estómago. No entendía por qué no explotó el mundo cuando
se atrevió a decir eso.
—Eres mi hermana… —musité anonadado.
—No es cierto… Nos hemos criado juntos, pero yo siempre
te he querido, Marco.
—Yo también, pero…
—Me refería a que siempre te he deseado —corrigió,
esperando escuchar lo mismo de mí.
Abrí la boca para increparla, pero no salió ningún sonido,
ese era el nivel de bochorno. La verdad me estaba
ahogando. Porque yo nunca había pensado en ella de esa
manera, pero últimamente no podía controlarme.
—Oye…, ni siquiera deberíamos estar teniendo esta
conversación.
—Ya no soy una niña —me recordó con osadía. Y de
repente, se quitó el top con un movimiento rápido.
Aviso: no llevaba sujetador… Su pecho perfecto y terso
sobresalía de su cuerpo como la jodida cúpula del Taj Mahal,
presumiendo de una redondez sobrecogedora.
No pude reaccionar a esa visión, me quedé catatónico,
esperando a estallar en mil pedazos, pero ella avanzó hacia
mí y, cuando me eché hacia atrás para evitarlo, terminó
tumbada sobre mi cuerpo.
Cuando sus pezones rozaron los míos, creí desmayarme.
Ella aprovechó el momento para cogerme del cuello y
vencerme a peso dejándose caer a mi lado en el colchón,
mientras acercaba su boca a la mía.
Su lengua arrasó mis principios y juro que no pude
apartarme porque todo mi cuerpo sufrió una tremenda
descarga eléctrica cuando nuestras lenguas se tocaron.
Su sabor lo poseyó todo. Me despojó del control por
completo. Mis labios iban por su cuenta. Mi polla, tres
cuartos de lo mismo.
—Esto ya está mejor… —musitó palpando mi dureza por
encima del pantalón de mi pijama. Acto seguido la agarró
con fuerza.
—¡Joder…! —jadeé desde un lugar muy lejano, a muchas
capas de profundidad, con mi testosterona bailando el
Flying Free de Pont Aeri.
Me calló con su boca para que no pudiera replicar nada y
cogió mi mano para introducirla en su pantalón corto.
Debería haberla detenido. Ojalá lo hubiera hecho, porque
ella misma deslizó mis dedos en su resbaladiza humedad y
otra descarga eléctrica apagó la luz de mi raciocinio.
Su lengua, su humedad y la presión de su mano firme
debilitó con rapidez mi fuerza de voluntad. Y cuando
comenzó a bombear mi polla a un ritmo sensual, entré en
éxtasis sin poder articular palabra. Hacía demasiado que
nadie me tocaba así… Tuvo que ser eso. Porque si no, no me
explico que mi cuerpo reaccionara cogiendo el relevo para
arrancarle gemidos guturales que se me grabaron a fuego
en el hipotálamo hasta que se deshizo en mi mano entre
alaridos de placer.
No me juzguéis, fue como tratar de detener una ola a
punto de romperte encima. Solo puedes dejar que te arrase
e intentar buscar de nuevo la superficie sin saber dónde
está la tierra o el cielo.
No volví a tener un orgasmo tan intenso como ese ni a
sentir tanto desprecio por mí mismo jamás.
Cuando todo acabó, la vi sonreír ilusionada y se me partió
el alma.
—Ha sido genial… —murmuró vergonzosa.
—Ha sido un error —la corregí, abrumado—. Esto no
debería haber pasado, Luz…
Su cara se bañó en una gélida seriedad.
—¡Si lo estabas deseando! —me acusó, herida—. ¡Di la
verdad!
Quizá una parte de mí, una que tenía enterrada viva en
alguna parte, se hubiera atrevido a fantasear con ello, pero
YO no. La persona que era y la que quería ser, jamás se
hubiesen permitido hacer algo así.
—Mierda… —mascullé con un hilo de voz, levantándome
de la cama—. Será mejor que lo olvidemos todo…
Cuando se movió ni se molestó en ponerse el top, parecía
muy cómoda con su cuerpo desnudo delante de mí. Se
levantó del colchón muy enfadada y justo antes de
abandonar la habitación, dijo:
—No te equivoques, esto no vas a olvidarlo en tu puta
vida, chaval.
Y qué razón tenía.
Diez días fueron los que aguanté en esa casa antes de
intentar hacerme el harakiri. Busqué un piso compartido y
me puse a trabajar de lo primero que encontré. A mis
padres les pareció una idea genial. Era como si asumiesen
que un día yo volaría del nido y no volvería. Como si no les
debiera un mínimo de apego y, ahogado en culpabilidad, me
fui con la horrible sensación de haber sido excluido de sus
vidas.
Puede que gracias a mi marcha, Mak y Mei decidieran
traspasar por fin el negocio, pedir la jubilación anticipada y
mudarse a Byron Bay, junto a toda la familia.
Eso me vino bien porque yo me quedé en España. No volví
a ver a Luz hasta que llegó el frío, meses después, en
Navidad. Mis padres me rogaron que cruzara el mundo y me
reuniera con ellos. Solíamos ir siempre en esas fechas para
ver a mis tíos, ya que allí era pleno verano y lo pasábamos
siempre genial.
No pude negarme. Los echaba mucho de menos y me
apetecía ver a mis primos, Aitor, Lucas y Lenny.
Pero ese viaje fue una jodida mala idea… fue el que puso
el punto y final a mi vida con Los Morgan.
32
EL ARTE DE ENGAÑAR AL KARMA
“Cualquier querer, por breve que sea, es querer. Y vale la
pena”
Elisabeth Benavent
J
— oder… ¿esa es la novia de Lenny? —pregunto impactado.
—Era… —contesta Aitor.
—Menudas hostias pega, ¿no?
—Es española.
—Ah, ya decía yo…
—Voy a ir a buscar a Lenny. Es un maldito escapista…
—No vayas. No le hacéis ningún favor yendo detrás de él
cuando se larga así. Está muy acostumbrado a que lo
tengáis en palmitas. Dale tiempo, volverá él solo.
—Necesita apoyo cuando tiene una de sus crisis.
—No podéis protegerle del mundo eternamente. No le
dejáis madurar. Para él sois mamá y papá y se lo permitís
todo.
Aitor me mira con la boca abierta.
—¿Te das cuenta del daño que nos hiciste yéndote de
nuestras vidas? —me acusa entonces. Pensaba que tardaría
más en sacar el maldito tema—. ¡Te necesitábamos más que
nunca, Marco! Y seguimos necesitándote. Contigo aquí todo
es más fácil…
—¿Tengo cara de niñera?
—No quería decírtelo, pero sí. De una muy sexi.
—Lenny solo tiene veinte años y su situación tiene un
pase, pero tú con veinticuatro y Lucas con veinticinco, ya
podríais haber aprendido, y sin embargo, mira la que habéis
liado…
—Se podía haber liado mucho más si no hubiésemos sido
mamá y papá con Lenny, porque fue una de sus constantes
peleas con Kali lo que nos metió en este follón. Si no
llegamos a pararlo, aparte de la nariz, le hubiera roto la
columna vertebral, y ahora mismo estaría con una camisa
de fuerza en un frenopático.
—¿Por qué se pelearon exactamente?
—Yo qué sé… Ese día le dijo algo que lo cabreó un
montón. Pero te puedo asegurar que si te hubieses quedado
con nosotros, ahora serías poli aquí y nadie nos tosería…
ergo, todo es culpa tuya.
Por supuesto… Eso siempre. Dos no se enrollan si uno no
quiere, y encontrarme con Luz en casa de Freya ha sido
superior a mis fuerzas.
—¿Dónde se ha metido el capitán? —digo cambiando de
tema.
No he venido a remover el pasado ni a que me echen la
bronca. Cuando tuve que acoger a Aitor en mi casa hace
dos años, también le faltó tiempo para echarme la culpa de
lo que le había pasado.
—¡¿Yo te dije que te casaras con la novia del tío que te
gustaba?!
—¡Si no te hubieras ido, me habrías quitado la idea de la
cabeza!
—¡Pues haberme llamado! ¡Siempre lo hacéis cuando ya
estáis de mierda hasta el cuello! ¿Por qué se hacen cosas
incluso sabiendo que están mal? Me lo pregunto a diario…
Y sí, me refería a Luz. Les perdonaba todas sus cafradas
porque yo hice la más imperdonable de todas… y cuando
Mak se enteró… No quiero ni recordarlo.
¿Luz pensaba que sería vernos y ponernos a charlar como
si nada?
—No sé dónde está el capitán —responde Aitor—. Creo
que todavía no ha llegado. Pero vendrá. ¿Qué vas a decirle?
—Nada. Solo quiero ver qué te dice él a ti sobre Lucas.
—Muy listo…
—Pregúntale si le vio la noche del asesinato y qué hizo él
después.
—No sé si me lo dirá.
—Ahí está la cosa. Si no quiere que lo sepas, te mandará a
la mierda, pero si ha pensado en una coartada te la dirá
encantado.
—Das asco… —dice con media sonrisa. A la que yo me
uno.
—Cuando venga, vas directo a hablar con él. Yo me
quedaré cerca, no se acordará de mí. Métele caña, Tor…,
como tú sabes hacerlo.
Media hora después, el capitán aparece por estribor y lo
abordamos.
—Capitán… —lo intercepta Aitor.
—Ah, hola… ¿Cómo vas, chaval? ¿Cómo está tu hermano?
—Cabreado. Dice que él no ha sido. Estoy intentando
clarificar qué ocurrió esa noche. ¿Tú viste si se peleó con
Chris en aquella fiesta?
—No. Allí no pasó nada. Les vi de refilón hablando… Lo
único que sé es que al final Lucas se fue con Freya y
Christopher se quedó.
—¿No volviste a ver a mi hermano en toda la noche? ¿Tú
te fuiste pronto?
—¡No, yo me quedé en la fiesta hasta tarde! Me fui de los
últimos, cuando ya casi había amanecido. Y al volver a casa,
me encontré con los coches patrulla en la playa, habían
encontrado el cuerpo.
—¿Estuviste todo el tiempo en la fiesta?
—Así es, un par de chicas pueden certificarlo, tú ya me
entiendes…
El capitán sonríe y Aitor asiente.
—Os tengo aprecio, chicos, por eso creo que lo mejor que
podría hacer tu hermano es reconocer que los celos le
cegaron y se le fue la mano. Con buena conducta, en pocos
años, será libre.
Aitor contiene el impulso de atizarle como un campeón.
—Él dice que lo encontró muerto…
—Eso no se puede demostrar, y tarde o temprano,
encontrarán el arma del crimen.
—Si la encuentran, mejor, porque con la tecnología de hoy
en día verán que las huellas no coinciden con las de Lucas.
Puede que incluso el propio Chris lo hiciera para incriminarle
y lanzara el cuchillo al mar antes de desangrarse.
—¡Eso es una locura! —exclama horrorizado.
—Sea como sea, le tendieron una trampa y, tarde o
temprano —lo imita—, la verdad saldrá a la luz.
—Ojalá… —contesta contrito—. Os deseo mucha suerte.
—Yo a ti también, comercializando Moonbow. Lucas no
quería seguir, pero yo sí. ¿Habrá stock este fin de semana?
Me muero por más.
—No sé, porque están teniendo problemas para
sintetizarlo… Oye, ¿tú no sabrás a qué químico contrató tu
hermano?
—Ni idea… Creo que era un tío de Golden Coast. Un
cerebrito…
—¿Sabes su nombre completo? Solo sabemos que
empieza por C.
—Para nosotros también era solo C…
—Vale. Por cierto, si te interesa, puedo meterte como
distribuidor. Ahora que Chris no está, me sobra un hueco…
Aitor guarda silencio, reprimiendo su mala leche.
—Me tienta…, pero no quiero acabar como él.
—Ha muerto por amor —sentencia—. El amor es lo más
peligroso que hay. Hasta luego, chaval…
Espero un rato para girarme, pero no hace falta. Aitor se
coloca a mi lado con disimulo y pregunta:
—¿Qué te ha parecido?
—Un puto gilipollas —contesto raudo—. Tengo ganas de
echarle el negocio abajo.
—¿Y por qué no lo haces ya?
—Porque puede sernos útil.
—Das mucho asco…
De pronto, Aitor recibe un mensaje.
—Es Lenny, dice que se va a casa a seguir intentando
hackear el móvil de Christopher.
—Bien. Nosotros iremos a buscar a Kali. ¿Dónde puede
estar?
—Ni idea. Su mejor amigo ha muerto.
—Vamos a su casa.
—No creo que esté allí.
—¿Por qué?
—Porque no se lleva muy allá con sus padres. Son igual de
agobiantes que los míos.
—¿Por qué aquí todo el mundo tiene una movida
disfuncional con sus viejos?
—A mí no me mires. Yo no la tengo.
—Me pregunto por qué. Eres un puto desastre. Pero te
dejan tranquilo. ¿Cómo lo haces?
—Se llama tener mano izquierda.
—Se llama ser el niño bonito. Vámonos, anda. Hay que
encontrar a Kali…
—¿Y cómo vamos a hacerlo, Sherlock?
—A ver… ¿tiene alguna chica por ahí?
—No quieras saberlo…
—¿Es Lía?
—¡¿Qué?! ¿Cómo que Lía? ¡Es Cora!
—¿Cora?
—Sí. Están todo el día como conejos…
—Como tú, entonces.
—Sí, pero ellos se usan mutuamente de pelota
antiestrés…
—Escribe a tu hermana. Pregúntale dónde está.
Lo hace y Cora contesta enseguida.
—Está a punto de entrar en su clase de baile. No están
juntos.
Chasqueo la lengua.
—Escribe a Lía. Pregúntale si hoy ha visto a Kali.
Aitor resopla, pero obedece. Tomo un trago de la cerveza
que me queda.
—No me lo puedo creer… —musita Aitor mirando su
teléfono.
—¿Qué?
—El año pasado, en la universidad, Lía fomentó una
iniciativa parecida al Teléfono de la Esperanza en España, es
decir, asistencia psicológica urgente a través del teléfono
las 24 horas para emergencias de salud mental para
jóvenes. Lo llamó Green phone. Es anónimo y gratuito, y
dice que Kali acaba de llamarle desde el mirador donde
encontraron a Christopher muerto y dice que amenaza con
tirarse. Ella está yendo hacia allí. ¡Me ha dicho que
vayamos!
—Vamos.
Me bebo el último trago y lo empujo hacia la salida.
—Joder… —Camina perplejo—. ¿Cómo coño lo has sabido?
—Pongo los ojos en blanco—. ¡Dime cómo lo has sabido!
Estos críos van a acabar conmigo…
En los diez minutos hasta la maldita playa The Pass no ha
dejado de preguntarme por qué he sabido que encontraría a
Kali con Lía. Pero no tengo una explicación fácil. Son
corazonadas que me vienen. Gestos. Miradas. E igual que
sabía que algún día Lucas y Freya acabarían follando,
siempre supe que Kali, a pesar de tontear con todas, la que
más le perturbaba era precisamente la que pasaba de él.
Yo lo llamo «complejo de Dios».
Que el poder corrompe al más beato es un hecho, y un
niño que pasó de no tener nada a tenerlo todo, incluido un
padre futbolista estrella del deporte, perdió muy pronto la
perspectiva de la realidad.
Su excesiva confianza en sí mismo siempre llamó mi
atención. Era como si no entendiera que no pudiera gustarle
a alguien. Y menos, a alguien como Lía, a la cual veía en
inferioridad física. Pero el pobre no contaba con lo excitante
que puede ser la inteligencia, el sarcasmo, y el eterno cliché
de enemies to lovers.
La muerte de su amigo, el cual, según Aitor, era el otro
rey del mambo del lugar, le ha dado un baño de humildad
que le ha dejado con una hipotermia alucinante. Y el único
calor real que el conoce es…
—¡Ahí está Lía!
Va caminando por la arena, unos ochocientos metros por
delante de nosotros, en dirección al mirador. Intenta correr,
pero no está en forma. Parece agotada.
—¡Vamos! —Echo a correr.
—¡Espera a que me descalce, no quiero joder mis
zapatillas nuevas!
No le espero. No son las zapatillas, sino las ganas que
tiene de ver muerto al hijo de los vecinos. Aunque seguro
que no más que yo…
Puede que yo apretara el botón rojo que hizo que mi vida
saltara por los aires, pero Kali me lo colocó delante con
intención y alevosía.
Cuando llego a la roca que sostiene el mirador, subo las
escaleras de dos en dos. Otra cosa no, pero deporte hago, y
me acaba de sentar de maravilla la carrera; tenía el culo
plano después de tanto avión.
La situación que me encuentro no es buena. Kali está
subido a la barandilla del mirador, si se cae desde ahí, no lo
cuenta. Y decido dejar que Lía haga su trabajo antes de
intervenir en escena, quedándome detrás de una roca
cercana. Yo no soy un buen negociador. No tengo empatía,
paciencia ni compasión por nadie. Ni siquiera conmigo
mismo.
—¡Kali, por favor…! ¡Bájate de ahí y hablemos!
—¡¿Qué cojones haces tú aquí?! ¡VETE AHORA MISMO!
—Era yo… La del Green Phone era yo. Me has llamado.
—Me cago en todo… ¡Vaya suerte la mía!
—¡Te vas a matar! ¡BÁJATE!
—¡Igual es lo que quiero, jodida inútil! ¡¿No lo has
pensado?! ¡Lárgate y olvida todo lo que te he dicho!
—No voy a olvidarlo y tú tampoco deberías.
Se quedan en silencio. El momento es crítico. ¿En qué
estará pensando ese chaval?
—Kali, por favor… —farfulla Lía.
—¡¿Por qué sigues aquí?! ¡Te he dicho que te vayas, zorra!
¡Gorda de mierda! ¡Olvídame!
No doy crédito a los insultos que le lanza. Y aún menos,
que ella ni se inmute, como si estuviera acostumbrada a
que la trate así. Pero lo más sorprendente es que tras
decirlos, él rompa a llorar de tal forma, que se agache y se
sujete a la barandilla con las dos manos.
Lía no se mueve ante su llanto. Se nota que quiere ir hacia
él y aprovechar esa postura vulnerable, pero se contiene y
lo deja desahogarse, sabiendo que está seguro mientras se
siga agarrando así.
—Siento mucho lo de Chris… —murmura ella.
—No hables de él. A ti no te importaba una mierda.
—Es verdad. Pero tú sí me importas, Kali.
—Que te jodan…
—Ojalá, pero nadie quiere joder conmigo… Nadie que me
guste, al menos, y no me verás tirándome de un mirador.
Tienes muchas cosas por las que vivir. Y Chris no era una de
ellas.
—Te equivocas. Era el único que me entendía… —solloza.
—No es cierto. Te decía lo que querías oír, como a todos.
—Chris era un buen tío…
—Todos lo somos en algunos momentos. Hasta tú.
—Él era el mejor…
—Pues entonces, hónrale. Ve a su entierro. No le robes
protagonismo con tu muerte. Siempre podrás venir otro día
y tirarte, pero le debes al menos ir a su funeral. Él querría
que fueras.
—No puedo más, llevo dos días sin dormir…
—Lo sé. Me lo has dicho por teléfono… Por eso no piensas
con claridad. Yo puedo ayudarte.
—No voy tomar ninguna pastilla…
—Olvida eso. Es mucho mejor una botella de anís enterita.
Sé que te encanta, y en un par de horas, dormirás como un
lirón.
Se acerca lentamente a él para enseñarle una cosa.
—Toma —le ofrece un billete de veinte—. Invito yo. Puedes
ir a comprarla ahora mismo. Mañana lo verás todo de otra
forma. Baja, por favor…
Alarga su otra mano en el aire para que la coja y él la
mira…
Trago saliva, porque parece pensárselo. ¡Venga, tío!
—Por favor… —repite ella.
Al final, agarra su mano y lo ayuda a bajarse. Le deja un
momento para que asimile lo que podía haber pasado. Ella
se queda bloqueando la barandilla; habría sido una gran
poli.
—Dame la pasta —le dice él entonces. Se la da y caminan
hacia mí.
—Joder… —Se escucha a Aitor llegando, y justo nos
encontramos los cuatro—. ¿No decían que el sexo es
deporte? Pues no funciona… ¡No estoy nada en forma! —
gime Aitor.
—¿Qué hacéis vosotros aquí? —pregunta Kali.
—Eso —dice Lía haciéndonos una señal con los ojos.
—Acabo de llegar y quería ver el mirador. He venido a
ayudar a mi primo Lucas, le han acusado de un asesinato
que no ha cometido.
—Es cierto, no ha sido él —dice de pronto Kali.
Aitor, Lía y yo nos miramos pasmados ante la importancia
de esa declaración.
—¿Tú sabes quién ha sido?
—No voy a decir nada, no quiero manchar su nombre.
—Nosotros creemos que fueron los tíos para los que
trabajaba —digo para que hable—. Sabemos que era
camello.
—No digáis nada —dice feroz—. Nadie en su vida sabía
que distribuía, ni sus padres, ni su novia, ni sus amigos de
bien… solo yo. Solía fingir que se la pillaba a su chico de
confianza cuando alguien le pedía, pero era él mismo. Sé
que vosotros estáis detrás de Moonbow, así que tenéis
mucho que callar.
—¿¡CÓMO!? —dice Lía asombrada.
—Gracias, tío… —murmura Aitor—. Mi hermana no lo
sabía.
—Papá os va a matar.
—No, porque vas a mantener la boca cerrada.
—Estás loco si crees que no va a enterarse… —dice Lía—.
Lo sabe todo. ¡Todo!
—¡¿Qué dices?! ¡Si está medio chocho! —replica Aitor.
—Contádselo por las buenas, antes de que se entere por
las malas.
—Creo que ya son malas.
—Pueden ser peores… —contesto yo.
—Ahora todo tiene sentido para mí —dice Lía pensativa—.
Y papá no tardará en adivinarlo. Solo hay que observar a
Charlotte y Lenny para darse cuenta de que son un fake
date de manual. ¡Están fingiendo! Nos contó que era
química y esa misma noche apareció una droga nueva…
—¡¿Es Charlotte quién os lo ha estado fabricando?! —dice
Kali anonadado—. ¡Si es la pupila de mi padre! No deja de
hablar de ella. La quiere más que a mí…
—¡Mierda, Lía! —exclama Aitor alarmado. Y le planta cara
a Kali—. Te juro que como se lo cuentes a alguien, te mataré
con mis propias manos.
—Wow, amenazas veladas —dice él burlón.
—¡Hablo en serio! ¡Para qué le has salvado, Lía! ¡¡Joder!!
¡Charlotte no puede salir perjudicada! Prácticamente la
obligamos a hacerlo amenazándola con quitarle la Beca
Williams. ¡No te atrevas a joderla!
—La jodería encantado, está bien buena…
—Dios santo… —Se coge la nariz Aitor—. Marco, lo mejor
será arrojarlo ahora mismo por el puto mirador.
—Ya no me apetece morir, gracias. Esto se ha vuelto
interesante…
—¡Yo lo mato! —grita Aitor. Y me interpongo entre él y
Kali. Hasta que lo empujo con fuerza y le digo que pare.
—Kali…, necesitamos que nos ayudes a una cosa…
—¿Yo? A mí dejadme en paz. Suficiente tengo con lo mío.
Emprende camino y lo freno empujándolo suavemente del
pecho.
—Lía acaba de salvarte la vida… Le debes una.
—No me debe nada —repone ella.
—Solo quiero saber una cosa… —expongo. Y me quedo
callado.
—¿El qué? —pregunta intrigado. No falla.
—¿Alguna vez, Christopher o el capitán, te han pedido que
hagas algo extraño?
—¿Cómo qué?
—Me refiero a un favor. Como… provocar una pelea.
La cara que pone ya me da muchas pistas de la
respuesta. Y que no lo niegue, también. Las personas como
él no acostumbran a mentir, más bien son de las que usan
la verdad como arma arrojadiza.
—¿Fue esa noche? ¿La que te rompió la nariz?
—¿Cómo lo sabes? —pregunta perplejo.
—No te molestes, no te lo va a decir —contesta Aitor
desabrido—. ¿Por qué le dirían que la provocase?
—Porque querían culparos de haber tenido que
deshacerse del alijo de coca, pero no era cierto. Se lo
inventaron todo… Solo querían sacaros pasta.
Aitor mira a Kali con los ojos muy abiertos.
—¡¿Es eso cierto?!
—¡Yo no sé nada…! —Se remueve Kali, intentando huir.
—¡Serás cabrón! —Lo coge de la camiseta—. ¡Tú lo sabías!
—¡Yo no sabía nada! ¡Solo me dijeron que provocara la
pelea! ¡Yo no me meto en sus tejemanejes de drogas!
Los separo cada uno a su rincón.
—¿Y por qué piensas que a Chris lo han matado los tíos
para los que trabajaba?
Eso hace que se calle y lo recuerde todo, pero es reticente
a hablar.
—Díselo, Kali —interviene Lía—. ¿No quieres que paguen
por ello?
—La última semana Christopher estaba más nervioso de
lo habitual. A raíz de lo del Moonbow, sus jefes le estaban
presionando para que le sonsacara a Lucas de dónde la
sacaba, ya que él no quería seguir vendiéndola. Pero les dijo
que se llevaban a matar por culpa de su novia y que no
tenía forma de saberlo. Al final, le hicieron una encerrona en
la fiesta.
—¿Cómo sabes lo de la encerrona?
—Porque yo quería salir con Chris, pero me dijo que tenía
algo que hacer. Me ofreció ir con él y le dije que no. Me
cuido mucho de mezclarme con ese tipo de gente. No soy
estúpido…
—Lucas finalmente les dijo de dónde sacaba el Moonbow
—dice Aitor—. ¿Si ya tenían lo que querían, por qué mataron
a Christopher?
Todos nos quedamos en silencio y me miran.
—No tengo ni idea… —respondo—. Pero lo averiguaremos.
—Yo me piro —se despide Kali. Nadie hace nada por
impedírselo.
—Kali… —Lo llamo, preocupado. Tarda en girarse y lo hace
de mala gana—. Esos hombres han matado a Christopher. Si
te vas de la lengua con lo de Charlotte, la estarás
sentenciando a muerte. Piénsate muy bien si quieres vivir
con eso…
Se gira y se va sin decir nada.
—No le contéis a Lenny que Kali sabe lo de Charlotte —
dice Aitor—. Se volverá loco. ¿Has oído, Lía?
—Yo no voy a decir nada.
Me giro hacia ella y la observo con admiración.
—Lo has hecho francamente bien con Kali. Estoy
impresionado…
—Gracias. Es lo único que se me da bien. Para el resto de
las cosas soy basura blanca…
Que use ese término tan despectivo y concreto llama mi
atención. Se empezó a usar en Estados Unidos para
denominar a las personas que, a pesar de haber nacido en
un país rico lleno de posibilidades y de «ser blancos» (dato
importante), eran marginadas socialmente debido a su bajo
nivel cultural y económico. ¿Por qué lo habrá dicho? ¿Tendrá
algo que ver con que Kali sea negro? ¿Por qué deja que le
hable así?
—Ni siquiera te ha dado las gracias… —Niego con la
cabeza.
—Kali no da las gracias desde que tenía siete años.
—Pues yo creo que tiene mucho que agradecer. Es un tío
con suerte.
—Él no cree en la suerte —replica Lía.
—Se nota que lo conoces bien…
Mi comentario la incomoda notablemente.
—Bueno, yo me voy —Se despide ella.
—¿A dónde vamos ahora nosotros? —pregunta Aitor
agotado.
—A tu casa. A ver cómo va Lenny con ese hackeo.
Necesitamos saber qué hizo exactamente Christopher el
resto de la noche en que lo mataron.
34
EL CÓDIGO DA VINCI
“El hombre llega mucho más lejos para evitar lo que
teme, que para alcanzar lo que desea.”
Dan Brown
C
— uando muera, quiero que me entierren aquí —le digo a
Aitor.
—¿Quieres joderme el día? —contesta desajustándose el
cuello de su camisa. Eso le pasa por no asumir su talla y
creerse modelo.
Va muy elegante. Demasiado. Aquí la gente no se arregla
tanto para estas cosas, precisamente por el paraje. Las
lápidas están en pequeños senderos naturales de césped
que se abren en medio del bosque. En este lugar se respira
verdadera paz.
Pero yo no quiero paz, quiero guerra. Desde que salí y
pude tomar conciencia de todo lo acontecido, lleva
fraguándose dentro de mí un deseo de venganza que se
hace más grande a cada minuto que pasa.
Chris está muerto. Igual que lo mío con Freya. Y solo sé
que alguien va a pagar por ello.
A pesar de haber sido declarado inocente, mucha gente
me mira como si no debiera estar ahí. Éramos enemigos.
Pero en el último momento, intentó impedir que me
mataran. Y eso le honra.
Aitor piensa que fue para salvar su propio culo, pero bien
podría haber accedido sin más. Si hubiera sabido lo que
acababa de hacer con su novia, seguro que lo habría hecho
sin pestañear…
Es un entierro multitudinario. No solo por la popularidad
de Chris, sino porque sus padres conocen a muchísima
gente a raíz del negocio familiar. Prácticamente tienen el
monopolio del condado en lo que a funerarias se refiere. Y
hoy no han reparado en gastos.
Mi familia se queda en un lateral, dejando paso a los más
allegados en las primeras filas.
Que se respete ese orden de estatus y cercanía, me
permite localizar fácilmente a Freya. Está en segunda línea,
con toda su familia, apoyada en un conmocionado Kali.
Trago saliva impresionado al ver su demacrada cara. Se
nota que no ha dejado de llorar en tres días, y no creo que
fuera por mí y lo mal que me he sentido en la cárcel. Ha
sido como una tortura, pero sé que no tengo derecho a
quejarme mientras el féretro de Chris se abre camino entre
la gente a la porte de cinco hombres.
Me invade una náusea al pensar que este podría ser mi
entierro y que Freya no estaría llorando de ese modo ni
tampoco en segunda fila. Quizá ni siquiera hubiera asistido
si el capitán no hubiera ordenado provocar esa pelea con
Kali…
—Queridos hermanos, estamos hoy aquí reunidos para
darle el último adiós a Christopher Hewitt…
Miro alrededor y veo que mi padre me está mirando con la
misma cara que si estuviera oyendo que el adiós era para
Lucas Morgan.
Vuelvo a tragar saliva. Me estoy sintiendo peor por
momentos…
Paseo la vista en busca de más distracciones y veo que
Lenny tampoco está atento al falso discurso del cura, que
asegura que Chris era un buen chico y un ejemplo a seguir.
Espero que nadie diga eso de mí. Es más, les obligaré a
escribir un panegírico con mis peores defectos y la parte
positiva de que yo ya no esté presente. Eso estaría bien…
Siempre he sido de pensar que no hay mal que por bien
no venga. Y no lo digo por Chris en concreto, ni por ninguna
muerte inocente de gente buena, sino porque me consuela
creer que cuando se cierra una puerta de un buen portazo,
se abre una triste ventana de rendijas. Que el karma y no
Dios aprieta, pero no ahoga. Que la vida compensa los
momentos malos con otros extraordinarios… Por eso me da
pánico pensar en la que me espera para compensar lo que
sentí al acostarme con Freya la otra noche…
Creo que no compensaré esa sensación ni en siete vidas.
Fue como volver a nacer. Como resetear mi cerebro de
pensamientos mezquinos, de miedos y de inseguridades.
Fue como empezar a creer que todo es posible. Recuperar
esa ilusión, ese empuje… para después quitármelo de un
puñetazo al terminar. O más bien, de una paliza, cuando me
quitaron el móvil y me invitaron a subirme amablemente en
la parte de atrás de un coche patrulla.
Veo que Lenny busca a alguien entre la gente; supongo
que será a Charlotte. Le ayudo a buscarla al pensar que no
estará en una fila privilegiada, pero no la veo por ninguna
parte. A quien sí localizo es a su madre, en la otra punta del
sendero. Y se la señalo a Lenny para que la vea.
Él frunce el ceño y escribe en su teléfono.
«Necesito verla», leo.
Seguimos buscándola sin éxito y deduzco que quizá no
haya venido. Puede que esté asustada u odie los entierros.
Eso le pega mucho.
Cuando termina la ceremonia, le pido a Lía que intercepte
a la madre de Charlotte y le pregunte por ella. Nosotros
tenemos demasiadas miradas encima…
Intentamos hacer tiempo hasta que Lía regrese con la
información y siento que mis padres no dejan de mirarme.
Cada vez queda menos gente en la explanada y empieza a
volverme loco el ruido que hacen los operarios al empezar a
echar tierra sobre el ataúd de Christopher. ¿Dónde leches se
ha metido Lía...?
Nuestros vecinos deciden abandonar el lugar porque
seguro que Freya y Kali tampoco soportan ese maldito
sonido. Es jodidamente grotesco. Demasiado real y duro.
Hace que me recorran escalofríos.
Dani se para a saludar a mi padre, mientras Kali sigue
caminando cobijado bajo el brazo de su otro padre, Iker.
En ese momento, Lía aparece con la madre de Charlotte.
Su rostro muestra preocupación.
—¿Charlotte no está con vosotros? —pregunta mirándonos
a Lenny y a mí.
—No…
—¡¿Y dónde está?! —exclama extrañada—. Daba por
hecho que os habíais reconciliado porque no ha venido a
dormir.
Se crea un silencio inquietante. Mi padre y Dani se callan
para prestar atención a nuestra conversación.
—Quizá se fue a casa de su amiga, esa con la que estuvo
en el bar ayer —sugiere Aitor.
—¿Ha ido a trabajar esta mañana? —le pregunto a Dani.
—No —contesta—. Pero no me ha extrañado porque ayer
la vi muy mal y le dije que se fuera a casa si estaba
indispuesta…
—¡Charlotte no faltaría al trabajo ni aunque se estuviera
muriendo! —clama su madre asustada—. Y menos, sin
avisar.
Un nerviosismo extraño colapsa el ambiente.
—¡¿La has llamado al móvil?! —pregunto con pánico en la
voz. Un pánico que viaja hasta Freya y sus padres, e Iker y
Kali, y hace que al oírme detengan sus pasos un poco más
allá y se giren.
—¡Claro que la he llamado! ¡Varias veces! ¡Pero me sale
apagado!
—Dios mío… —musita Aitor en voz baja. Al oírle tengo un
mal presentimiento. Uno fatal.
—¿Dios mío qué? —exijo severo—. ¡Aitor, habla!
Mi tono exacerbado lo paraliza. Mira hacia los lados,
sintiéndose observado por todo el mundo y su vista registra
a un Lenny que no se atreve ni a respirar. Cuando vuelve a
mí, veo terror en su mirada.
—¡¿Qué pasa, Aitor?! —lo presiono.
—Hay algo que no os he contado… —dice por fin—. Le dije
a Marco que no os lo dijera porque… no quería preocuparos.
—¿Qué es? —pregunto acojonado. Todos lo miramos
expectante.
Él se moja los labios, atolondrado.
—Quizá no sea nada, pero Kali sabía lo de Charlotte —
musita acusador—. Lo que la unía a nosotros...
—¿Qué...? ¡¿Cómo lo sabía?!
—Nos oyó decirlo. Y ahora Charlotte ha desaparecido… ¿Y
si se la han llevado, Lucas?
La sola idea cae sobre nosotros como una avalancha de
nieve virgen. Al menos sobre todos los que comprenden de
qué hablamos.
De pronto, Lenny sale disparado. No nos da tiempo a
reaccionar cuando vemos que va directo hacia Kali. Ni
siquiera su padre es capaz de impedir que el huracán Lenny
le arranque a su hijo de las manos, lo tire al suelo y caiga
sobre él, comenzando a presionarle el cuello con fuerza.
Mi tío Luk y yo somos los primeros en reaccionar para ir a
separarlos, pero a pocos metros algo nos paraliza como si
acabaran de inyectarnos un dardo tranquilizante.
Es la voz de Lenny, gritando:
—¡¡¿DÓNDEEE ESTÁÁÁ?!!
El sonido viaja a cámara lenta por nuestros tímpanos
haciéndonos caer en una secuencia irreal. ¡Es imposible…!
Iker y Jon agarran a Lenny con fuerza de los brazos para
que suelte el cuello de Kali. Mi padre y Dani llegan para
ayudarlos, porque Lenny sigue luchando como un pez fuera
del agua.
—¡¿DÓNDE ESTÁ?! ¡¿DÓNDE ESTÁÁÁ?! —repite como un
loco.
Kali comienza a toser, dolorido, y a decir que está bien.
Me abro paso entre los aspavientos de Lenny para cogerle
la cara:
—¡Para de una vez! ¡Lenny! ¡Lenny…! ¡Vamos a
encontrarla! ¡Te juro que vamos a encontrarla!
Mi primo se queda inmóvil, resoplando como un animal al
que están torturando. Aflojo el amarre, pero no le suelto.
Todavía no me creo que haya hablado. Su voz no es para
nada como la recordaba. Es mucho más ronca y varonil.
—Has hablado… —murmullo con orgullo olvidando el
drama por un momento.
Él reacciona como si no se hubiera dado cuenta. Mi tío Luk
sigue en el suelo, conmocionado y con los ojos llenos de
lágrimas. No es para menos. Diez años sin oír a su hijo,
creyendo que su pasado lo había mutilado de por vida.
Puto Marco… Es una pena que no esté aquí para
presenciar lo que ayer activó y hoy ha detonado. Es un
maldito genio. Decido que no podemos dejar que se vaya.
Su lugar está aquí, con nosotros. Ahora más que nunca.
—¡¿Dónde está mi hija?! —pregunta la madre de Charlotte
a Kali.
—No lo sé… —contesta dolorido.
—¡Eres el único, aparte de nosotros, que lo sabía! —lo
acusa Aitor.
—¡Yo no he dicho nada a nadie!
—Quizá ella se lo haya dicho a alguien —sale Lía en su
defensa—. Puede que alguien haya atado cabos…
—¿Cabos de qué? ¡¿Quiénes?! —pregunta Dani confuso—.
¿Alguien va a contarme de qué va todo esto?
Nadie contesta.
—No abras la boca, Kali. Recuerda las palabras de Marco
—advierte Aitor intimidante. Cuando quiere es un buen
matón.
—Tenemos que irnos... —musita mi padre activándose—.
¿Mak…?
Con solo pronunciar su nombre, lo tiene al lado al
instante. Increíble… Con un gesto le indica que tienen que
recoger a Luk del suelo y largarse cuanto antes.
—¡Kai, ¿qué está pasando?! —pregunta Dani mientras se
marchan, sosteniendo a Luk como si fuera un herido de
guerra.
—¡Nada! ¡Cosas de familia! ¡Ya sabes...!
—¡¿Y por qué tu sobrino casi ahoga a mi hijo?!
—¡No sé, pero seguramente se lo mereciera!
—También es verdad… ¿Qué has hecho esta vez, Kali? —le
pregunta aburrido.
La mueca de Kali me recuerda mucho a una mía. ¡¿Es que
todos los padres son iguales?! Pero algo en sus ojos me dice
que no miente. Al parecer, la muerte de Christofer ha
fundido sus fusibles malignos.
—Yo no he sido —certifica como si pudiera leerme la
mente.
—¿Aitor…? —pronuncio. Y en nada lo tengo al lado. Señalo
a Lenny y me ayuda a desincrustarlo del amarre de Iker y
Jon.
—Vamos, Lenny… La encontraremos —lo insto a andar.
Al pasar por el lado de Freya y su madre, nuestros ojos
coinciden por un momento. Parece sobrecogida por la
escena que acaba de presenciar. O por volver a toparse
conmigo después de pensar que era un asesino…
Quiero decirle algo, un «lo siento» aunque sea, pero la
idea de que hayan secuestrado a Charlotte por mi culpa
atenaza mi garganta haciendo que las palabras de mi padre
cobren más sentido que nunca.
«Si te importa, déjala en paz».
Desvío la mirada al suelo y paso de largo. Me convenzo de
que es mejor así… Mejor para ella y para todos, porque
todavía me duelen sus dudas después de compartir lo que
para mí fue lo mejor que me ha pasado en la vida. Pero a la
vez tengo la desagradable sensación de que me arrepentiré.
De que mi silencio frío ahora pondrá el último clavo en el
ataúd de nuestro amor.
Descanse en paz, como Chris.
Al llegar al aparcamiento, nos miramos entre todos.
Ani abraza a su hijo con fuerza, acariciándole la cara como
si fuera un milagro andante. El médico les dijo que si alguna
vez hablaba, no le presionaran e hicieran como si nada para
no volver a abrumarlo, pero es difícil no reaccionar.
Mi padre lleva a un aparte a mi madre y hablan muy
cerca, entre murmullos. Los veo besarse con un pico sentido
y creo que él le dice algo como «Confía en mí». ¿Porqué no
alejó a mi madre y yo tengo que alejar a Freya? Es injusto.
Mi madre nos besa a Aitor y a mí, y sorprendentemente,
me dice en un arrullo «Confío en ti». Valga la redundancia...
Después, las mujeres se van y siento que tengo que decir
algo. Porque creo que es hora de agachar la cabeza. No por
mí. Sino por Lenny y por Charlotte.
—Papá…
—¿Sí?
—Por favor… Tenéis que ayudarnos a encontrar a
Charlotte.
Lenny lo mira suplicante.
—Si a mi hijo le importa tanto esa chica como para hablar,
hay que rescatarla… —subraya Luk.
—Por supuesto —tercia Mak.
—Tenemos que organizarnos —sentencia mi padre—. Nos
reuniremos en vuestra casa en veinte minutos. Trazaremos
un radio de acción aproximado. No han podido ir muy lejos
si la sustancia está en Byron. Aitor, localiza a su amiga y
pregúntale a qué hora se separaron y dónde.
—Sé dónde encontrarla. Es Ava, la de la tienda de
golosinas.
—Bien. Tenemos que rastrear el teléfono de Charlotte.
—Si saben lo que se hacen, se habrán deshecho de él —
apunta Mak.
—Sí, pero quiero saber dónde se perdió la señal. Tenemos
acceso a las cámaras de tráfico y de la calle principal del
pueblo. En cuanto tengamos la matrícula del vehículo que
se la llevó, todo será más fácil.
Me cuesta disimular que no estoy impresionado. Me siento
como un crío asustando cuando me alivia horrores que
hayan tomado el control de la situación.
Me reconforta ver que Lenny y Aitor están igual de
pasmados que yo. Estos sí parecen los tíos de los que nos
hablaron ayer…
—Como le pase algo a Charlotte… —balbucea Aitor
aterrado. La cara de Lenny preescribe lo mismo.
—Tranquilos, la necesitan viva hasta que les enseñe cómo
confeccionar el Moonbow… —dice Luk—. ¿Cuánto tardaba
Charlotte en fabricarlo más o menos?
—Unas catorce horas —respondo—. Pero seguramente
pueda alargarlo un poco más haciéndolo despacio…
Mi padre consulta la hora.
—Bien. Tenemos unas siete horas para localizarla.
—Buah, eso está chupao —vacila Mak.
—A mí me sobra la mitad del tiempo —replica Luk chulito.
—Te apuesto lo que quieras a que la encuentro antes que
tú —lo pica Mak divertido.
—Acepto... Estás tan oxidado que igual te encuentra ella a
ti antes.
Mak se carcajea y ninguno de los tres podemos creer lo
que vemos. ¡¿Están bromeando?! ¡¿En serio?! Que mi padre
sonría como si fuese su pan de cada día me alucina aún
más. ¡¿Quiénes son estos tíos?!
—¿Y qué pasará una vez la encontremos? —pregunto
yendo un paso más allá. Porque todo lo que han dicho me
parece viable, pero después…, ¿qué pasará?
—Que lamentarán habérsela llevado —sentencia mi padre
inflexible—. Nos vemos en quince minutos en la base.
—¡¿Qué base?!
—Vuestra casa.
—¿A dónde vais ahora? —pregunta Aitor desamparado.
—A por armas —contesta mi padre como si nada.
Los tres nos quedamos boquiabiertos. ¿Ha dicho…
«armas»?
¡¿Qué coño está pasando?!
—Id rastreando su teléfono… —se despiden—. Lenny,
¿podrás hacerlo desde tu ordenador?
Mi primo asiente, pero mi padre se lo pierde porque justo
no lo mira y se marcha hacia su coche.
—No te he oído, chico… —dice girando la cabeza.
—Sí… —se esfuerza en decir Lenny.
Los tres reyes se detienen abruptamente y se giran a la
vez.
Mak y mi padre con dos sonrisas brutales, y Luk con una
mano en el pecho y la mirada desencajada.
Aitor y yo también lo miramos asombrados.
—Bienvenido, campeón… —murmura mi padre encantado.
—Disimula, tío… —cuchichea Mak empujando a Luk.
—Pero… ¡¿lo has oído?!
—Sí… Haz como si nada… —dice con secretismo—. No
montes un show o podría perder la voz de nuevo. Ten
paciencia…
Pero lo siento, yo no tengo de eso. Miro a Lenny, que al
parecer está alucinando consigo mismo, y lo abrazo con
fuerza, agradecido por devolverme la fe en esa maldita
rendija que siempre se abre en los peores momentos.
Lo que no esperaba es que al otro lado estuvieran mi
padre y mis tíos dispuestos a volarles la cabeza a cualquiera
que quiera jodernos. ¡Están más locos que nosotros!
Mi corazón crepita.
Me siento raro, porque, aun con todo, tengo ganas de
llorar, pero de alegría. Y es una sensación que no puedo
explicar.
Quizá sea que, por primera vez en mi vida, empiezo a
entender lo que significa ser un Morgan.
Pero algo me dice que todavía nos queda mucho por
aprender y que esto no ha hecho más que empezar.
CONTINUARÁ...
AGRADECIMIENTOS