03 - Vas A Ser Suya - Anny Peterson

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 485

Árbol genealógico

“No es quien te roba el corazón,

sino quien te hace sentir que lo tienes de vuelta”.

Pablo Neruda.
Este libro no podrá ser reproducido, distribuido o realizar
cualquier transformación de la obra ni total ni parcialmente,
sin el previo aviso del autor. Todos los derechos reservados.
Los nombres, personajes, lugares y sucesos que aparecen
son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera
coincidencia. Los fragmentos de canción que aparecen se
han utilizado para darle más realismo a la historia, sin
intención alguna de plagio.

Titulo original: Vas a ser Suya

Copyright ©Anny Peterson, mayo 2024

Diseño de la portada: @Lady_fucsia

Ilustración de portada: Adela Aragón @adela_argn_art


ÍNDICE

1. VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA


2. EL QUIJOTE
3. 20.000 LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO
4. EL ALQUIMISTA
5. EL PADRINO
6. LA DIVINA COMEDIA
7. LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ
8. ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS
9. ALGUIEN QUE NO SOY
10. UN MUNDO FELIZ
11. LA HIPÓTESIS DEL AMOR
12. EL MAGO DE OZ
13. CREPÚSCULO
14. UN CUENTO PERFECTO
15. EL PERFUME
16. LA SOMBRA DEL VIENTO
17. ROMEO Y JULIETA
18. LOLITA
19. LA TELARAÑA DE CARLOTA
20. EL GRAN GATSBY
21. UGLY LOVE
22. EL RETRATO DE DORIAN GRAY
23. VAS A SER MÍA
24. EL VIEJO Y EL MAR
25. EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO
26. PÍDEME LO QUE QUIERAS
27. ODISEA
28. A TRES METROS SOBRE EL CIELO
29. CRIMEN Y CASTIGO
30. EL PRINCIPITO
31. CIEN AÑOS DE SOLEDAD
32. EL ARTE DE ENGAÑAR AL KARMA
33. VERITY
34. EL CÓDIGO DA VINCI
35. TODA LA VERDAD DE MIS MENTIRAS
36. LOS RENGLONES TORCIDOS DE DIOS

MIS LIBROS
SOBRE EL AUTOR
1
VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA
“Mi corazón es el único que late en este mundo
despoblado”
Julio Verne

Hola, me llamo Carlota, pero deberían llamarme Murphy


porque ese patrón de pesimismo universal que reza que «si
algo puede salir mal, saldrá mal», me representa
totalmente.
Haga lo que haga, todo acaba torciéndose en mi vida. Y
no es una cuestión de suerte, sino de probabilidad. ¡Estoy
gafada!
Lo digo a nivel general, aunque la parte amorosa se lleva
la palma. Tengo el gusto atrofiado para los hombres, solo
me gustan los complicados, a poder ser, con problemitas. La
gente demasiado feliz me da mala espina. No me la creo.
Porque al final del día todos luchamos contra nuestros
demonios. Y si no los tienes, es que eres tú.
Ahora bien, hay quien se busca problemas, como una
servidora…
Seguramente me merezca todo lo que me pasa por ser
una de esas almas ingenuas que confía demasiado en la
bondad de los demás, sobre todo si el sujeto es guapísimo.
Esos son mi debilidad.
Mi tendencia a complacer a todo el mundo tampoco
ayuda, a menudo tengo la horrible sensación de que la
gente se aprovecha de mí, pero hace poco tomé una
decisión vital, de esas de la hostia, y me prometí a mí
misma que iba a empezar a vivir de verdad. Me dije que ya
era hora de embarcarme en una auténtica aventura más
allá de las páginas de las novelas románticas en las que me
gusta evadirme. ¡Se está tan bien entre crushes y finales
felices…!
Pero esto es el mundo real y aquí nadie te regala nada, en
todo caso, hace «colaboraciones». Y en eso el universo es tu
mejor aliado.
En estos tiempos, si crees en el destino estás perdido, no
obstante debes estar atento a las señales. Que las hay.
Porque si no captas que tu vida está a punto de dar el
vuelco más emocionante, brutal y aterrador que podrías
desear cuando, al salir del trabajo, tres maromos, a cuál
más atractivo, están esperándote apoyados en tu Hyundai
de tercera mano, es que estás ciega.
¿Qué quieren de mí? No tengo ni idea. Pero aquí están. La
santísima trinidad de la universidad de Brisbane. Los Peaky
Blinders del condado. Los Lanister, si esto fuese Juego de
Tronos. Perdonad mi «serieadicción», prometo mantenerla a
raya.
En realidad, a ellos los llaman Los Morgan. Todos lo son,
uno hasta intercambió los apellidos de sus padres para
serlo, y jamás pensé que pudieran necesitar algo de una
simple mortal como yo. Pero lejos de sentir un saludable
miedo, me puede la curiosidad. Así de aburrida estoy.
¿Cómo no?
Desde que llegué a Byron Bay me he sentido INVISIBLE.
En Madrid tenía a mi grupo de amigas inseparables desde
los seis años, todas superfans de los dibujos chibi. Nos
hacíamos llamar Las Unimals, mitad unicornias mitad
animales. Mi mejor amiga Claudia y yo ya apuntábamos
maneras al elegir ser la «zorrita» y la «conejita», aunque
Valeria e Iris no se quedaron atrás apostando por definirse
como una perra y una gata en celo. Estudiábamos en un
colegio público de los suburbios de la gran ciudad y os
aseguro que era completamente feliz en mi miseria.
Tenía planeado el resto de mi vida sin necesidad de
grandes lujos, me bastaba con encontrar el amor. Para mí,
lo más valioso del mundo.
Empezaría compartiendo piso con mis amigas mientras
estudiaba un módulo de formación profesional de auxiliar de
laboratorio. La química era mi mundo. Me encantaba
mezclar sustancias y analizar sus reacciones. Mi padre me
inculcó ese gusanillo compartiendo conmigo su pasión por
la cocina; porque el arte de guisar es pura química. La serie
Cocina con Química lo confirma. ¿La habéis visto? Sorry, me
centro.
Su maestría con los fogones hizo que terminara
trabajando en uno de los mejores hoteles del centro, y un
buen día, un huésped preguntó personalmente por el
artífice del mejor bacalao al pil pil que había probado en su
vida.
Esa misma noche, mi padre llegó a casa con una oferta de
trabajo irrechazable bajo el brazo y mi llorera descomunal
no se hizo esperar.
—¡No quiero mudarme a la otra punta del mundo!
—Es una gran oportunidad, Carlota…
—¡Pues id vosotros! ¡Yo tengo mi vida aquí! ¡Ya soy casi
mayor de edad y quiero quedarme con mis amigas!
Trabajaré y estudiaré a la vez. ¡Ese siempre ha sido mi plan!
—El señor Ferguson me ha ofrecido pagarte los estudios
en la universidad de Brisbane. ¡Es una gran oportunidad
para ti!
—¡Por mí puede metérsela por el…!
—¡Carlota…!
—¡Quiero quedarme aquí!
—Hija… —intervino mi madre—. Harás nuevas amistades
en Australia, ¡y a tus amigas no vas a perderlas! Al final,
cada una hará su vida. La etapa colegial ha terminado y
todo va a cambiar.
—¡Pero no puedo alejarme tanto de ellas! —exclamé
angustiada.
—Y nosotros no podemos vivir tan lejos de ti —replicó con
tristeza—. Vas a venir. La decisión está tomada. Todavía
eres menor.
¡Maldita fuera por haber nacido a final de año!
El berrinche me duró semanas. Hasta se me pasó por la
cabeza escaparme de casa, pero siempre había sido una
buena chica y no tuve el valor de darle ese disgusto a mis
padres. Soy una blanda Estoy en ello…
Al parecer, el nuevo jefe de mi padre era un ricachón
australiano que buscaba un chef español para que le
cocinase tanto en su mansión como en su yate de recreo.
Pagaba muy bien, pero vivir en un pueblo tan turístico y
lleno de famosos como Byron Bay era más caro de lo
esperado. Lo que compensaba la oferta, además de un
entorno que parecía el paraíso, era que iba a pagarme los
estudios en una prestigiosa institución que me abriría
muchas puertas el día de mañana, y más con una media de
sobresaliente como la mía.
Nunca le di mucha importancia a mis buenas notas
porque tenía facilidad para el estudio, con leerlo una vez, ya
retenía hasta el último detalle. No tardé en llamar la
atención de los profesores. Esa faceta ayudó a magnificar
mi tara social por ser la nueva, la lista, la española y la
diferente… Y sin verlo venir, me colgaron la etiqueta de
empollona aburrida y pedante.
Intenté acercarme a un par de grupos de chicas, ¡juro que
lo intenté!, pero no salió bien. Yo me mostraba simpática,
pero allí todo el mundo parecía tener un flow lugareño del
que yo carecía. Era como vivir en el mundo de Barbie y ser
la rara con el pelo cortado a jirones y la cara pintarrajeada
de boli.
Hice amigos, no penséis mal, pero eran alumnos que
dedicaban mucho tiempo a estudiar para alcanzar sus
brillantes resultados, y cuando descansaban, se ponían a
jugar al Minecraft en línea con gente de otros rincones del
planeta.
Lo tenía crudo para echarme novio. Los Kens no me
querían, y mi cabeza no era lo suficientemente cuadrada
como para interesar a los gamers. El único al que llamé la
atención fue a un profesor que me doblaba la edad y con el
que flipé cuando vi que enrollaba uno de mis mechones de
pelo en su dedo mientras observaba mi boca con deseo.
Todo mi cuerpo se electrificó al darme cuenta de lo que
pretendía. Era un hombre bastante atractivo al que
idolatraba, y cuando atrapó mis labios, le continué el beso
sin pensar. Por poco exploto allí mismo. Después de ese
arrebato, tan inevitable como inocente, se me cortaba la
respiración cada vez que me miraba en clase explicando la
lección. Y probablemente la cosa hubiera ido a más si no
llego a enterarme de que estaba casado y esperando su
segundo hijo. Murphy no falla… El cabrón me puso un ocho
con cinco en el examen final con la única intención de que
fuera a su despacho a reclamar la nota. Estaba claro que
quería volver a estar a solas conmigo, pero no acudí. Lo dejé
pasar y me olvidé de él. Ya encontraría otra distracción
masculina menos inmoral.
En casa seguíamos necesitando dinero. Mi madre tenía
experiencia como dependienta en España, pero no entendía
ni papa de inglés, lo cual era un hándicap para conseguir
empleo en aquel lugar. También lo era su edad; las agencias
demandaban a chicas cada vez más jóvenes para cubrir
servicios y la aportación económica de mi madre se redujo a
plantar un tenderete improvisado en la entrada de la playa
para vender collares artesanales a los turistas. Siempre se
le dieron bien las manualidades.
Por mi parte, servir bebidas en el pub más cool del pueblo
era mi único aliciente social, pero con Kitty y Mandy detrás
de la barra, yo era, como he dicho, prácticamente invisible.
No podía competir con unas gemelas de pelo rubio
platino, cuerpo escultural y las tetas más grandes que sus
cerebros. A su lado, las mías, que no son pequeñas,
parecían desinfladas. O quizá solo estaban deprimidas por
que nadie las tocase…
La hostelería me volvió más irónica de lo habitual,
mientras que ellas desprendían tan buen rollo que parecía
que iban todo el día colocadas.
Recuerda: desconfía de esa gente. No hay un yin sin un
yang. Si te pasas de listo, tarde o temprano, una turbulencia
kármica te pone en tu lugar. Y la mía son LOS MORGAN
apoyados en mi coche. ¡Al fin el universo me recompensa!
—¿Eres Charlotte? —me pregunta el líder.
Ah, que no lo he dicho. En Australia soy Charlotte, no
Carlota. Me lo cambié por si era un problema de
pronunciación. Pero no. Me ignoran igual.
Su inglés es perfecto. Pero les he oído hablar español
entre ellos y lo prefiero.
—Podéis llamarme Carlota. Soy española.
Disfruto de su cara de estupefacción en contrapunto con
la cara que han traído de pagados de sí mismos. Pero
tampoco me sorprende, en la universidad los perseguían
como si fueran Beatles. No había chica que no quisiera
trepar por ese árbol genealógico… Los tres están
rematadamente buenos y son ricos, pero la cosa no termina
en una belleza clásica y coches caros, está conjugada con
una actitud arrolladora que denota que pueden conseguir
cualquier cosa que deseen. Lo que sea… Sobre todo él,
Lucas Morgan.
Nadie osa llamarle por su nombre real, todo el mundo
recurre a su apellido para referirse a él, Morgan, como si
fuera un estandarte. Uno al que no te conviene cabrear si
no quieres ser víctima de un desequilibrio cósmico la mar de
espeluznante.
No sé cómo explicar lo poderosos que son. Cuando llegan
a un bar, si su mesa habitual está ocupada, la gente se
levanta para cedérsela. Nadie quiere problemas con ellos.
Y no es que sean tipos peligrosos, es que no puedes dejar
de mirarlos como si fueran un accidente de la naturaleza.
Antes de continuar hablando, me pregunto si lamentaré
haberlos conocido. Temo que supongan una debacle en mi
vida que ni la Ley de Murphy sea capaz de soportar, pero
algo me dice que no voy a poder resistirme a lo que quieren
de mí por muy loco, sucio o peligroso que sea.
—¿En qué puedo ayudaros?
2
EL QUIJOTE
“La virtud es más perseguida por los malos que amada
por los buenos.”
Miguel de Cervantes

Los tres me clavan la mirada y no me cago encima de


milagro. No estoy preparada para tanta atención masculina
de golpe.
—Un pajarito nos ha chivado que eres la alumna de
química más brillante que ha pisado la universidad de
Brisbane.
Habla Morgan. Su tono mafioso me hace tragar saliva.
Que lleva la voz cantante no es ningún secreto. Es el
mayor de los tres y el que tiene la mirada más sabia y
perspicaz. Súmale un tupé de anuncio que no le despeinan
ni las olas y una mandíbula marcada y simétrica que te hace
babear, pero sin duda, lo más interesante de su cara son
sus cejas, que prometen graves represalias si no satisfaces
todos sus oscuros deseos.
¡Uf! Su aura de malote atormentado es absolutamente
irresistible.
Su hermano Aitor, el rubio de su derecha, tiene una
expresión más dulce. Me recuerda a Jude Law de jovencito;
misma mirada traviesa con una desbordante carga sexual.
Es el relaciones púbicas, ¡digo! públicas del grupo. En
principio, el más accesible y sonriente de los tres. Pero
también es el más esnob. Le gusta vestir bien y beber en
recipientes de cristal. O en su defecto, sobre superficies
carnales…
Y luego está Lenny, el primo callado y serio. Creo que
jamás le he visto sonreír. Y mira que los he observado horas
desde detrás de la barra en El Capitán Nemo, el bar donde
trabajo.
Lenny es «el sicario» del grupo; un tipo con malas pulgas.
Con su más de metro noventa resulta una fuerza imparable
cuando se enfada, que es a menudo. Y en esos casos, no
suele hacer rehenes.
He oído historias sobre él que no me he creído porque no
pueden ser ciertas. Ni hablar. Su mirada es la más fiera y
aterradora de todas. Pero su boca, esa que dicen que no usa
desde hace años, al menos para hablar, es la más
expresiva. Parece la de un perro a punto de morderte.
Sonrío con nerviosismo para aligerar el ambiente. Ahora
mismo no sé a cuál de los tres mataría, me follaría o me
casaría con él, pero estoy más tensa que el Quijote en un
parque eólico.
Quizá tenga algo que ver que «el sicario» esté dándole un
detallado repaso a mi anatomía como si escuchar que soy
una sabionda le pusiera a tono.
—Han exagerado. No soy para tanto —digo echando
balones fuera.
—Necesitamos al mejor químico de por aquí y nos han
dicho que eres tú —insiste Morgan.
—¿Quién os ha dicho eso? Todavía no tengo el título. Solo
soy una novata…
—Una novata que está a punto de ganar la Beca Williams.
¿Cómo sabe eso? Aún no se ha hecho público el fallo del
tribunal, aunque a mí ya me han avisado de extranjis. Estar
haciendo las prácticas de laboratorio en el AIMS (Australian
Institute for Marine Science) tiene sus ventajas. El edificio
que tengo a mi espalda es una auténtica pasada desde un
punto de vista tecnológico y ofrece un programa de estudios
carísimo muy interesante. Por suerte, algunos másteres
están becados.
—¿Para qué necesitáis un químico? —pregunto suspicaz.
—Para un experimento un poco delicado… Pero te
pagaremos bien.
Qué mal ha sonado eso. Siempre he pensado que detrás
de toda fortuna se esconde un delito y aquí está la
confirmación.
—¿En qué consiste ese experimento?
—En sintetizar una sustancia natural que hemos
descubierto.
—¿Qué sustancia?
—No podemos darte más información hasta que no
accedas a ser parte del equipo y firmes un contrato de
confidencialidad.
—¿Con qué fin queréis sintetizarla?
—Eso no es de tu incumbencia…
«Respuesta incorrecta, matón de pacotilla», pienso
molesta, pero me muerdo la lengua.
—Lo siento, pero no quiero meterme en líos —murmuro
apocada.
—Oh, pero ya estás en uno —replica Morgan.
El silencio que le sigue no me gusta nada, y menos
cuando Lenny se cruza de brazos como si no pensara
levantar el culo de mi Hyundai hasta que no acepte el
encargo.
—Chicos, chicos… —intercede Aitor, conciliador—. Carlota,
querida, ¡tú eres científica! Debería ilusionarte participar en
un proyecto de este calibre. ¡Se trata de un descubrimiento
único!
—Gracias, pero no quiero formar parte de nada ilegal.
—¡No lo es! —replica ultrajado—. Al menos, no todavía…
Solo queremos que lo analices en el laboratorio para saber
su composición. Lucas, deberíamos contarle la verdad —
dice girándose hacia su hermano—. Tiene razón en que,
dicho así, suena todo muy turbio.
«¡Por fin alguien con un poco de sentido común!», aunque
espero que no piense que me he creído que quieren
limitarse solo a saber eso.
Morgan me mira y yo a él. Ambos somos conscientes de
que me late el corazón a mil por hora y de que si pudiera,
ahora mismo echaría a correr.
—Está bien, cuéntaselo —accede aburrido, cruzándose de
brazos y recostándose en mi coche, imitando a Lenny.
Viéndolos así, es evidente que son familia. ¡Una familia de
mafiosos!
—Verás… —comienza Aitor afable—. Una tarde, haciendo
surf…
Desconecto por un momento al recordar que también son
los reyes de la playa. ¡Cómo no! Vivir en Byron Bay y no
hacer surf es como subsistir en el planeta tierra sin respirar
oxígeno. Hasta yo tengo una tabla que ha tocado tres veces
el agua. Si no la tienes, lo huelen y te echan un maleficio.
El trío calavera suele competir en todos los campeonatos
de la isla. Las malas lenguas dicen que Morgan rechazó un
contrato profesional porque no le era rentable. Al parecer,
aspira a hacerse más rico que su papaíto. Se rumorea que
media comarca es suya en la sombra.
—… y entonces lo encontramos en una roca.
—¿Qué encontrasteis? —pregunto volviendo a la
conversación.
—No fue así, joder. ¡Eso fue después! —se queja Morgan.
Entonces Lenny le toca el brazo para llamar su atención y
junta los dedos de las manos haciendo un círculo.
—Exacto, fue la noche de la superluna —recuerda Morgan
—. Había una claridad excepcional y se nos ocurrió ir a
surfear.
—¿Fuisteis a surfear de noche? —pregunto atónita.
—Sí, ¿por qué?
—¡A esa hora desayunan los tiburones!
—Había buenas olas —dice encogiéndose de hombros—.
La cosa es que de pronto apareció un arcoíris lunar. Nunca
había visto ninguno y quería echarle una foto. Pero cuando
fui a por mi móvil, que estaba en una mochila que había
dejado en las rocas, me resbalé…
—Se metió una hostia de cuidado —esclarece Aitor con
saña.
—La piedra resbalaba más que el puto jabón —masculla
Morgan—. Y me hice un rasguño en la rodilla.
—A los diez minutos empezó a decir cosas raras —repone
Aitor—. Tuvimos que sacarlo del agua porque no coordinaba
y no dejaba de decir gilipolleces sin sentido sobre una chica
a la que…
—Tor… —Lo frena Morgan con una mirada amenazante. El
aludido pone los ojos en blanco—. Había algo resbaladizo en
la roca, pero pensaba que era aceite o petróleo porque tenía
esa misma refracción de colores. Al principio no le di
importancia, pero al limpiarme la herida debió de colarse en
mi torrente sanguíneo y… Creemos que podría ser un
alucinógeno natural.
—¿Creéis? Puede que fuera algo que comiste ese día o
alguna medicación.
—No. Porque volví otro día para confirmarlo…
—¿Volviste? —pregunta Aitor extrañado—. ¿Por qué te lo
callaste?
Morgan guarda silencio y me mira para que siga hablando
yo.
—Y queréis que lo analice para ver si se puede
comercializar, ¿no?
Lo veo sonreír como si le divirtiera mi astucia.
—Chica lista. Pero primero queremos saber qué es
exactamente.
—Pueden ser residuos de algas tóxicas que trae la marea.
—O quizá hemos descubierto una forma inocua de
colocarse gratis —bromea Aitor—. Piénsalo, podríamos estar
salvando al mundo de las drogas malas.
—De las drogas solo se salva quien decide no probarlas. Y
las más mortíferas son el alcohol y el tabaco —rezongo
cruzándome de brazos.
—Admite que te intriga un poco todo esto —me provoca
Aitor.
¡Pues claro que me intriga!, pero prefiero hacerme el
harakiri que meterme en algo así con ellos.
—Sigo pensando que yo no soy la persona adecuada para
ayudaros.
—Eres la persona perfecta —replica Morgan—. Nadie
sospechará de ti. Y ya es tarde para echarte atrás, sabes
demasiado. Solo te queda decidir si quieres hacer esto por
las buenas o por las malas.
Mis ojos saltones proclaman que me asusta verme
acorralada por la dislexia moral de Los Morgan. Siendo
camarera, escucho un montón de cosas sobre ellos. Que
dejaron a un tío solo con seis dientes, que quemaron el
coche de un profesor, que a un chaval le metieron una
armónica por el culo… Esa es la que no me creí. ¿Acaso es
posible? ¿Cómo lo hicieron?, y por otro lado, ¿quién se
inventaría algo así?
Sea como sea, los he visto envueltos en bastantes peleas,
sin ir más lejos, la semana pasada protagonizaron una
trifulca en la que vino hasta la policía. Aun así, me intriga
pensar que sus vidas son un completo misterio para mí. Lo
único que sé es que cuanto más te juntas con ellos, más
difícil es regresar después a una vida tranquila.
—No podéis obligarme —digo amparándome en el sentido
común—. Dejad de actuar como si esto fuese una película
de gánsteres…
De repente, se echan a reír a coro y me enfado. ¡Son
odiosos!
Sobre todo porque da gusto verles tan jocosos. Su sonrisa
hace que quieras caerles bien. Menudo superpoder es ese…
—No te preocupes —dice Morgan burlón—. Nadie va a
ponerte una pistola en la cabeza si eso es lo que te
preocupa, pero si no cooperas, puedes ir olvidándote de la
Beca Williams…
Frunzo el ceño. ¿Qué poder tiene él para quitármela?
—¿Acaso estás en disposición de decidir a quién se la
dan?
—Los hermanos Williams son íntimos amigos de mis
padres, y a mí, en concreto, me adoran. Puedo convencerles
de que no te la den citando cierto affaire con cierto
profesor…
Abro los ojos como platos. ¡¿Cómo puede saberlo?!
—¡No hubo ningún affaire! —exclamo acorralada. Y acto
seguido me arrepiento de haberle gritado.
Morgan chasquea la lengua.
—Te recomiendo que no me pongas a prueba, no me
gustaría que te quedaras sin tu beca. Solo tienes que
analizar esta muestra. —Se saca algo del bolsillo y me lo
enseña. Parece un frasco cilíndrico de cristal con un poco de
musgo—. Lo que hagamos después con ella es asunto
nuestro…
—¿Puedo pensármelo? —digo ignorando su ofrecimiento.
Aunque me muera por arrancársela de la mano.
—En realidad, no.
—Por supuesto que sí —Le lleva la contraria Aitor. Sin
duda es el poli bueno y se nota que le encanta desafiar al
dragón malo—. Apúntate mi teléfono y me escribes cuando
tengas una respuesta.
—Tienes 24 horas —advierte Morgan seco.
Aprieto los dientes mientras anoto el móvil de Aitor con
desgana. Lucas Morgan está a punto de pasar a formar
parte de mi lista negra de niñatos engreídos. Si no lo ha
hecho ya es porque creo que su bordería es solo una pose y
que hay una razón oculta para todo esto. Algunos lo temen,
otros le envidian, pero muchos lo veneran, y no es por ser
precisamente un capullo. Tiene fama de ser un chico
juicioso.
—Vámonos —barrunta abatido comenzando a andar hacia
su Toyota. Es evidente que algo le carcome y eso eleva su
atractivo sexual a la décima potencia.
«Keep Calm y respira hondo, pequeña». Prueba superada.
Apenas…
Los veo subirse a una pickup roja de cuatro puertas con
un gran cajón hueco atrás para trasladar mercancías. Es
gigantesca, mega alta y tiene tracción a las cuatro ruedas;
no pueden llamar más la atención. Es como llevar una
maldita diana en la espalda… Una con la que nadie se
atreve a jugar.
De pronto, Lenny, me echa una última mirada antes de
subirse. No habla, pero no veas cómo mira… Casi puedo
sentir cómo me atraviesa físicamente, y de pronto, medio
sonríe.
WHAT?!
¡¿De qué se ríe?! Esa sonrisa torcida es capaz de matarte
de anticipación, de intriga ¡y de hype!, porque, o bien se
está riendo de mí o es que le chiflo. No hay más. Y eso me
pone nerviosa.
«Razona, bonita, no te dejes llevar por tus hormonas».
Quizá le ha hecho gracia mi look de científica loca. Mi pelo
color paja está recogido hacia atrás en una coleta baja.
Llevo unas gafas de pasta lilas y un jersey de punto fino gris
con el cuello redondo. No soy precisamente su tipo. He visto
a las chicas con las que se enrolla y no tienen pinta de
empollonas. Al contrario. Tienen pinta de saltarse las clases
para meterle la lengua hasta donde sea necesario…
El acelerón que pega el coche hace que me retumbe el
esternón.
Sé que muchas matarían por acercarse a Los Morgan con
cualquier pretexto, pero ahora mismo, a mí solo me interesa
que no destrocen lo único que tengo, mi prestigio
académico. Y quizá también necesite saciar un poco ¡mi
complejo de Panoramix!
¿Recordáis al druida de los cómics de Astérix y Obélix?
¿Ese que se pasaba el día preparando pócimas en su
marmita? ¡Esa soy yo soy! Para eso he nacido. Experimentar
con sustancias desconocidas es mi mayor obsesión. Y tener
la oportunidad de analizar una, me motiva muchísimo.
Tampoco es que tenga alternativa; necesito esa maldita
beca. Pero sobre todo, necesito que nadie sepa lo que
ocurrió entre el profesor Kingsley y yo. ¿Qué pensaría mi
jefe Dani de mí? Siempre he pensado que conseguí este
trabajo como si fuera un maldito pago por ese beso robado
a traición.
¡Malditos Morgan! ¿Cómo lo han sabido? ¿Lo sabrá más
gente? Hashtag memuero.
Me subo al coche con un cabreo del quince y arranco con
rapidez. Tengo que descansar un poco antes de ir esta
noche a trabajar al bar. Porque lo que hago en el AIMS son
prácticas no remuneradas y necesito la pasta.
Trece minutos después, estoy tumbada en mi cama, pero
soy incapaz de dormir. No me quito de la cabeza a los
dichosos Morgan.
En el fondo, algo me dice que no es buena idea
mezclarme con ellos. Yo soy una ciudadana ejemplar que no
hace locuras y busco un amor para toda la vida, no como
ellos, que cada noche están con una distinta y están como
chotas.
Me meto en la conversación con Aitor para cotillear su
foto de perfil y me encuentro una estampa mortal. Sale
apoyado de lado sobre una cama esponjosa, con sus
incitantes ojos azules, su dorado pelo de león y un jersey
atado al cuello como si fuera un santo. Todo en él es grácil y
elegante. Parece inofensivo. Y ahí está precisamente el
peligro. Por algo lo llaman «Desvirgator».
La primera vez que lo oí solté tal carcajada que la gente
que lo dijo en la barra se me quedó mirando mosqueada.
Pedí perdón y me fui con la sonrisa en la boca. Me lo
imaginaba diciendo «¡Volveré…!» y me partía de risa. Esa
misma noche soñé que follaba con él y me desperté
sofocada. Ahí ya no me hizo tanta gracia. Hablo en serio al
decir que tengo muy mala suerte con los hombres. Debería
hacérmelo mirar…
He estado a punto de perder la virginidad varias veces,
pero a mis veintidós ya me he dado por vencida. Según la
sociedad, voy tarde, pero decidí enterrar el tema como si no
existiera, amparándome en que algo no tiene importancia si
no se la das, pero… la verdad es que estoy cansada de mi
vida tal y como es. Llevo demasiado tiempo esperando ese
cambio a mejor. Procurando no meter la pata y hacer
siempre lo correcto. Pero si sigo así, moriré de aburrimiento.
«Contad conmigo», le escribo a Aitor dentro de su
conversación.
No tarda nada en ponerse en línea y contestar.
«¡Genial! Esta noche te llevaremos la muestra al Capitán
Nemo».
Automáticamente la adrenalina atraviesa mi pecho como
si acabara de lanzarme desde un avión. ¡Esto mola!
Me he lanzado sin la certeza de si se abrirá o no el
paracaídas en el último momento. O quizá me esté tirando
sin él.
3
20.000 LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO
“Las grandes aventuras comienzan con un pequeño paso
fuera de la zona de confort.”
Julio Verne

Cuando entro al pub, todavía no hay nadie. Me gusta llegar


pronto.
—¡Charlotte! —me saluda el capitán sonriente—. Ven
rápido. Hay que descargar los sacos de hielo picado para la
noche del granizado y meterlo en las máquinas.
En realidad, se llama George, pero todo el mundo lo llama
capitán, aunque tenga menos de lobo de mar que yo. Nada
como ponerle un nombre pegadizo a tu bar. El Capitán
Nemo es el antagonista en la novela de Julio Verne 20.000
Leguas de viaje submarino, un personaje desgraciado y
obsesionado con hundir buques ingleses. Ya ves tú…
—Voy.
Paso por su lado y, tras esquivar con acierto un pequeño
banco de metal que es el culpable de la mitad de mis
moratones, llego a mi taquilla. La combinación es 1618. El
número áureo (1,618), también llamado número de Dios.
Suelo usarlo para todas mis contraseñas. Es una proporción
numérica que se repite en muchas figuras geométricas de la
naturaleza, desde pétalos de flores al caparazón de los
caracoles. No quiero aburriros con esto, pero estas mierdas
me fascinan. Resulta que esta proporción concreta se repite
sin cesar a lo largo y ancho del planeta. ¡Es como si el
mismísimo universo te estuviera mandando una señal
gigantesca! Una combinación secreta que todavía no
sabemos qué abre… Por lo pronto, mi taquilla.
Me enfundo la camiseta oficial del pub. Es negra y de
tirantes anchos, con el logo en amarillo fosforito. Me queda
enorme porque me dieron la talla M de hombre, así que
tengo que llevar otra debajo de licra para que no se me
vean las lorzas. De mujer solo les quedaba la talla XS con
ombligo al aire, y que yo sepa, todavía no soy una morcilla.
Dejo mi bolso dentro y me reúno con el equipo en la parte
de atrás.
Hoy es uno de esos días en los que terminaré con
agujetas fijo. El local va a llenarse hasta la bandera. En
estas noches temáticas ya es tradición que la gente acabe a
cuatro patas y el suelo del bar lleno de serrín. Bar de día,
zoológico de noche.
Sobre las nueve, levanto la mirada y veo que Los Morgan
están acomodados en su mesa habitual. Está situada al
fondo del local, en el punto más alejado de la salida.
Siempre he pensado que si hubiera un incendio, no saldrían
vivos. Menuda pérdida…
Han venido acompañados por varios amigos y un par de
chicas que no conozco. Como ya se han tirado a todas las
que les gustan de aquí, las traen de fuera.
En el intervalo de un minuto los tres han detectado mi
posición. Podría acostumbrarme a esta sensación… Pero es
Aitor el que, finalmente, se acerca a la barra para hablar
conmigo.
—Hola, preciosa —me saluda truhan.
—Hola, precioso.
Se le escapa una risa. Me da envidia la gente a la que
todo le hace gracia. Gracia espontánea, no ese histrionismo
impuesto que fingen algunos.
—¿Qué granizado dirías que me pega más? —pregunta
juguetón.
Hay cinco tipos y sé perfectamente cuál prefiere él.
—¿Esto es un examen? —lo vacilo sin dejar de trabajar.
—Sí. A ver si lo adivinas…
Su cara transmite diversión a raudales. ¡Qué envidia, de
verdad! Ser el típico que siempre ve el vaso medio lleno, el
que le saca el lado bueno a cualquier situación horrible.
Pero no es oro todo lo que reluce en Aitor Morgan. A simple
vista, parece más insumergible que el Titanic, pero todos
sabemos cómo terminó ese famoso barco.
—Siempre pides el Sex on the beach, pero tú eres más de
Pink Lady: ginebra con sandía.
Pone una cara extraña pero divertida.
—¿Por qué piensas eso?
—Porque el vodka es demasiado áspero para tu paladar
sibarita… Eres dulce por fuera, pero amargo por dentro. La
ginebra te pega más.
La sonrisa que me dedica me incinera las bragas. De
pronto, me ofrece la mano, como si quisiera que se la
agarrara, y me quedo cortada. Al menos una docena de ojos
nos miran y sé que después me harán preguntas al
respecto.
Cuando se la estrecho, besa mis nudillos, galán, y me
pongo roja como un tomate. ¡Acaba de recordarme a
DiCaprio justo antes de volver a tercera clase! Y al igual que
él, siento que aprovecha para pasarme algo, afianzándolo
en mi mano y que lo retenga.
—No te arrepentirás… —dice sin más—. Analízala y
mañana nos vemos en el mismo sitio a la misma hora.
Se va sin dejar que responda y me guardo el tubo con
disimulo. ¡Esta gente vive en una eterna película de Martin
Scorsese!
No me ha dado tiempo de advertirle que sería mejor
analizar una muestra fresca, no una que lleva más de 24
horas fuera de su hábitat y le esperan otras cuatro horas en
mi bolsillo pegado al calor de mi piel.
Me excuso para ir al servicio y mandarle un mensaje a
Aitor.
Sin esperar respuesta, vuelvo a salir a la barra antes de
que el capitán me eche la bronca por desaparecer estando a
tope.
Mis amigas Ava y Madison, me saludan desde lejos porque
saben que en días así es mejor no venir a distraerme. Las
tres compartimos un grupo de mensajes llamado Frikitas.
Porque nos hicimos amigas a raíz de compartir muchos
frikismos televisivos, el más hardcore por la serie Crónicas
Vampíricas. Y no la superamos. Pero también por otras
muchas series actuales y libros de moda. Nos gusta
fangirlear a tope sobre cualquier cosa.
Me sorprende que hayan traído a sus maridos; casi nunca
se dejan caer por aquí. Pero hoy es un Nemo’s day; un
acontecimiento que ocurre los jueves, cuando el capitán
ofrece un producto exclusivo fuera de carta. La idea de los
granizados tiene mucho tirón.
Ha venido hasta la reina de Saba, alias Freya. La chica
más guapa y especial del pueblo, esa no tiene flow tiene
ultraflow, que es otro nivel. Sale con el que fue el
quarterback más cañón de la universidad de Melbourne, un
tío que es, además de buen estudiante, un sujeto que
todavía va a la iglesia con sus padres los domingos. Ya
sabéis lo que opino de quien ofrece ese tipo de estampita
perfecta…, luego es gente que está demasiado cómoda con
un hacha cerca.
Ella es la clásica chica encantadora a la que resulta
imposible odiar. Es respetuosa, humilde, preciosa… en fin,
que me la tiraba hasta yo. Cualquier hetero en un radio de
veinte metros no puede disimular que se siente atraído por
ella. Todos menos uno… Lucas Morgan. ¡Tachán!
No es que yo ande buscando chismes, lo juro, es que
desde mi privilegiada posición oigo y veo muchas cosas, y
sé de buena tinta que Morgan la ignora con dolor. De hecho,
me he fijado en que hace verdaderos esfuerzos por no
mirarla. Excepto cuando canta, ahí tiene permiso y se pone
las botas. Todavía no os he hablado del Nemo’s day
Karaoke, pero todo llegará. La cosa es que siempre me he
preguntado qué habría ocurrido entre ellos en el pasado
para mantener esa dinámica tan esquiva, pero por mucho
que he indagado, nadie parece saberlo.
En todos estos años, nunca los he visto interactuar, y
estoy segura de que mucha gente pagaría por verlo. Son
tan… ¡contradictoriamente afines! Ella es la niña buena y él,
el chico malo. ¡BUAAAH! Vale, ya paro. Demasiadas novelas
románticas de enemies… Pero ¿lo son o no? Lo único que
tengo claro es que pasó algo muy chungo entre ellos.
Una hora después, Lenny y Morgan se marchan sin ni
siquiera mirarme. El único que se queda es Aitor, sorbiendo
su granizado de Pink Lady, que sí me mira fijamente.
Consulto el teléfono por intuición y descubro un mensaje
suyo.
Vuelvo al aseo para leerlo en condiciones. ¿Mi vida va a
ser así a partir de ahora? Es decir, ¿van a volverme loca?
Porque no sé si esto está pagado… ¡Por cierto! ¡Ni siquiera
me han dicho cuánto van a pagarme! ¡Soy imbécil…! Y
totalmente transparente, porque ese es el mayor indicativo
de que haría esto gratis. Admito que no puede interesarme
más realizar este experimento. ¡Me explota la cabeza! Es
como estar viviendo la vida de otra persona. Una molona y
peligrosa.
Leo el mensaje:
«Han ido a por una muestra fresca. Te la darán al final de
tu turno».
¡¿Han ido ahora a por ella?! ¿Y cómo piensan recogerla?
Escribo con celeridad.
«Que la recojan con guantes y una espátula de plástico
estéril y lo metan en un frasco también estéril de boca
ancha con tapón de rosca. Pueden comprarlo en una
farmacia».
Me tildarán de peñazo, pero ya que lo hacen, que lo hagan
bien.
Al salir de nuevo a la barra lo acoso a miradas hasta que
me mira y le señalo el móvil. Cuando lo revisa, hace una
llamada y respiro tranquila. Qué estrés de vida, ¿no? Pfff…
Lo siento por ellos, pero salgo más tarde que nunca y
apestando a desinfectante. Me despido de mis compañeros
y localizo la pickup roja al final de la calle, cerca de mi
coche. Me asomo a la ventanilla del conductor, esperando
encontrarme con los tres Morgan comprimidos dentro, y la
garganta se me cierra al comprobar que solo está Lenny.
¡Co-ño…!
No sé ni cómo consigo soltar un «Hola» desconcertado.
Por supuesto, él no contesta. Solo alarga la mano y me
tiende un recipiente de plástico parecido al de las muestras
de orina.
—Vale. Gracias…
Nos mantenemos la mirada sin saber qué más decir. Los
segundos caen a plomo y me siento tonta. Él tiene ese gran
toque problemático lleno de misterio, pero yo parezco una
gilipollas expectante.
—Bueno, hasta mañana —me despido sin esperar
respuesta.
Entonces chasquea los dedos para captar mi atención y
coge su móvil para ofrecérmelo. No entiendo nada… ¿Me lo
está regalando? Quizá sea un adelanto… es un iPhone muy
chupi.
La pantalla muestra el teclado numérico de marcación de
llamada y lo miro confusa. Él alza las cejas. ¿A quién diablos
quiere que llame?
Entonces me señala y vuelve a señalar la pantalla, e
hiperventilo al entender que… ¡quiere mi móvil!
Es triste que lo diga, pero puede que esto sea lo más
romántico que he vivido en mucho tiempo.
—¿Quieres que anote mi número? —pregunto derretida.
Él asiente y obedezco intentando disimular que me siento
halagada. Podía habérselo pedido a Aitor, pero hoy en día
dar tu número es algo muy personal. Un gran paso.
Contactas por redes sociales en todo caso.
—Listo…
Nada más devolvérselo, tira el móvil encima del asiento
del copiloto y arranca el coche largándose sin despedirse.
¡Maldita sea! ¡Ni me ha mirado! Qué romántico todo…
Vuelvo a mi coche arrastrando los pies y me marcho.
Estoy molida.
Llego a casa pensando que Lenny no me ha hecho
ninguna perdida. Por lo tanto, él tiene mi teléfono, pero yo
el suyo no. ¿Para qué lo querrá?
Al revisar mis mensajes veo que tengo un par nuevos. Uno
es del capitán y otro de Frikitas, el grupo que tengo con Ava
y Madi.
Primero consulto el wasap de mi jefe.
«Hola, Charlotte, te escribo porque he visto que Aitor
Morgan se acercaba a la barra a tontear contigo y después
que alguien te esperaba a la salida. ¿Va todo bien? Solo
quería asegurarme. Ya sabes que si tienes algún problema,
puedes contar conmigo».
Sonrío y pongo los ojos en blanco. Extiende su vena
paternalista a todos los trabajadores porque nos saca veinte
años, pero he percibido un ramalazo de celos. No sé qué me
ven los millennials cuarentones… Debería haber nacido en
esa generación, porque en la Z soy una inadaptada.
Que conste que el capitán nunca ha intentado nada
conmigo, pero capto que tiene cierta debilidad por mí. Esas
cosas se notan. La mayoría de los hombres mandan señales
cuando les gusta una chica. Sus pupilas se dilatan, se les
bloquea el cerebro por momentos y no aguantan la mirada
demasiado tiempo, pero la prueba definitiva es que se
ablandan. Y con él lo he sentido en muchísimas ocasiones.
Por suerte, en tres años, hemos mantenido las distancias
sin mayor problema. Ya sabéis, donde tengas la olla, que no
te metan la… No quiero quedarme sin trabajo. Ni sin poder
venir a este bar, que es el centro neurálgico de la juventud
del pueblo.
«No te preocupes, todo está bien», contesto con un
emoticono feliz.
Procedo a leer el chat de mis amigas Frikitas.
«¿Por qué te ha besado la mano Aitor Morgan? ¡Ya estás
contándonoslo, perra!».
«¡Eso! ¿Qué te ha dicho? Y no te laves esa mano nunca
más. Úsala bien sabiendo que sus labios han estado ahí».
Suelto una risotada. ¡Son más bobas!
¿Qué puedo decir? Mi madre tenía razón en una cosa,
haría amigas nuevas, pero no en la universidad, sino fuera
de ella. Como he dicho, no sé por qué encajo mejor con la
gente mayor que yo, y no es que Madi y Ava sean muy
maduras, entre las dos no llegan a quince años, pero
oficialmente están en la treintena y casadas.
Las conocí porque da la casualidad de que Ava trabaja en
la tienda de golosinas del pueblo y yo soy su mejor clienta.
Justificaba mis atracones de chuches con los maratones de
la serie Crónicas Vampíricas que me pegaba los fines de
semana, y al final, empezó a verla conmigo. Por otro lado,
Madison trabaja en mi escuela de buceo favorita. Aquí el
buceo es como una religión. Y aunque era un poco escéptica
al principio, cuando lo probé me maravilló. Y de tanto
volver, nos hicimos amigas.
Contesto en el chat.
«No hay nada que contar. Solo me estaba vacilando. No
soy su tipo».
Ni el suyo ni el de ninguno de Los Morgan. No hay más
que ver a las chicas con las que se relacionan. Esas también
son otro nivel. Yo ni siquiera estoy en el ranking.
Pero cada loco con su tema… Yo me entretengo pensando
en qué tipo de alga me encontraré al analizarlo mañana,
porque no creo que sea nueva. ¿O sí? ¡Igual le ponen mi
nombre a una toxina mortal! ¡Qué ilu! Aunque sería más
apropiado llamarla Morgan. Porque ellos sí que son
mortales…
Dijeron que solo querían saber lo que era, pero una vez lo
sepan, querrán más. No creo que pueda pegar ojo esta
noche sin saber cuál será el siguiente paso.
4
EL ALQUIMISTA

“La posibilidad de hacer realidad un sueño es justamente


lo que vuelve la vida interesante”
Paulo Coelho

Cuando salgo del AIMS, compruebo que Los Morgan son


más puntuales que un reloj suizo. Los encuentro apoyados
en mi coche, está claro que se han propuesto joderme el
chasis…
—¿Os podéis levantar de ahí, por favor? No sois peso
pluma.
Me atrevo a decirlo porque ahora mismo son como perros.
Tengo algo que ellos quieren y permanecen atentos a todos
mis movimientos. Porque sí, he tenido éxito analizando la
sustancia y sin duda han olido que traigo información
golosa.
Sonrío cuando obedecen con rapidez y me miran
fijamente.
«Buenos chicos…».
Mola sentir que ahora mismo harían cualquier cosa que
les pidiera y disfruto por un instante de mi momento de
gloria.
—¿Qué has averiguado? —pregunta Morgan ansioso.
—Es un hongo.
—¿Un hongo?
—Un microhongo alucinógeno.
—¡Mola! —celebra Aitor feliz—. ¿Hay setas alucinógenas
en el mar? Pensaba que solo estaban en los bosques…
—Los hongos marinos viven en diversos ambientes del
océano y se distribuyen desde la costa hasta las grandes
profundidades. Se cree que el 98% de ellos permanecen sin
identificar. No hay nada sobre esta especie en concreto.
—¿Dices que no está registrado en ninguna parte? —
pregunta Morgan con interés.
—Que yo sepa no.
—¡Toma! —vuelve a gritar Aitor eufórico.
—No es tan extraño. Todos los días se descubren nuevas
especies marinas. El 95% de los océanos permanecen sin
explorar.
—Suenas como la Wikipedia, ¿sabes? —ríe Aitor, pero no
suena a burla, sino a cumplido.
De pronto, Lenny fija toda su atención en mí y me pongo
nerviosa. Aunque no diga nada, algo me hace estar atenta a
todos sus gestos. Hashtag AtracciónFatal.
Será que no me fío de él. ¿Vosotros le quitaríais los ojos de
encima a un tiburón mientras os estáis bañando? El tío
incluso lleva una camiseta blanca con un triángulo amarillo
en el que pone Warning. Si eso no es sinceridad, no sé lo
que es…
Cuando nuestros ojos coinciden, aparto la mirada con
rapidez y me llamo al orden para continuar con mi perorata
científica.
—Se dice que el reciente aumento de la temperatura de
los océanos está provocando la proliferación de algas y
hongos venenosos para el ser humano. En los últimos años
se ha multiplicado la población de diatomeas, cuyos
mucílagos hacen crecer estos hongos en las piedras.
—Me suena todo a chino —dice Morgan—. Ve al grano,
¿qué sustancia química contienen?
—Un compuesto parecido a la psilocibina.
—¿Qué es eso? Y lo más importante, ¿es potencialmente
mortal?
—Es una sustancia presente en hongos que suelen estar a
más de mil metros de altura sobre el nivel de mar, por eso
es sorprendente. Podría ser una mutación acuática o una
nueva especie…
—¿Y cómo es de nociva para el ser humano?
—Posee unas bacterias que pueden alterar el sistema
nervioso. Experimentación de imágenes y sonidos
distorsionados o perder el sentido del tiempo y el espacio.
Las personas que están en contacto con la sustancia
pueden sufrir episodios emocionales intensos que van
desde la felicidad al terror, pasando por la frustración, la
tristeza…
—Es justo lo que me pasó a mí. Fue una flipada.
—Y las flipadas pueden ser peligrosas, respondiendo a tu
pregunta.
—¿Y no podría regularse la dosis para evitar esto?
—Quizá… La cantidad ingerida tiene un papel
fundamental en el nivel de intoxicación, así como la
concentración de la misma, la edad del sujeto, la biología, el
sexo, la personalidad, el entorno…
—Como todas las drogas —señala Aitor—. ¿Pero podría ser
mortal en dosis descontroladas? Ya sabes, por sobredosis,
por ejemplo.
—No sé… Necesitaría hacer más pruebas. La manera más
sencilla y rápida de comprobarlo es probándolo en
animales. Una vivisección.
Se crea un silencio. Parecen algo chafados. Igual son
animalistas…
—En todo caso —continúo—, se parece mucho
químicamente a la estructura molecular de la psilocibina y
esa sustancia está en boga en la medicina últimamente. Se
dice que le está ganando la partida a los antidepresivos.
—¿Qué significa eso? —pregunta Aitor confundido.
—Que, igual que las setas alucinógenas, es capaz de
provocar cambios en la forma en la que una persona percibe
la realidad. Por eso se está haciendo fuerte en el campo de
la salud mental. Se sabe que la psilocibina tiene un bajo
nivel de toxicidad y bajo potencial para causar incidentes
mortales en sí misma. Sin embargo, tomarla sin supervisión
tiene sus riesgos…
—¿Como cuáles?
—Psicosis, ansiedad, pánico y paranoia extremas… Puede
que incluso tendencias suicidas por culpa de alucinaciones.
Ha habido casos…
—¿Y regulando la dosis podrían minimizarse esos riesgos?
—Podría intentarlo, pero es muy subjetivo. A cada persona
le afecta de una manera distinta.
—Y… ¿es de las que crea mucha dependencia? —pregunta
Morgan. Su tono ha variado a uno más amable. Ya no va de
malote conmigo.
—Las investigaciones realizadas hasta la fecha sobre la
psilocibina sugieren que no suele inducir a la adicción, pero
sabré más cuando haga ensayos con ella.
—No sé si os estáis dando cuenta de lo que tenemos entre
manos —opina Aitor alucinado—. Esto ya no trata solo de
pagar una deuda, sino de comercializar una medicina que
cure enfermedades mentales a nivel mundial.
—Mis jefes se dedican a eso —señalo—. A sintetizar
medicamentos y vender las patentes a grandes
farmacéuticas para que los desarrollen. La última que
vendieron fue por más de 500 millones de dólares…
Los tres me miran con la cara desencajada.
Además de Murphy, también podéis llamarme «Bocazas».
Aunque no soy la única, Aitor ha mencionado algo de una
deuda. ¿Ese es el motivo por el que quieren hacer esto?
—Gracias por la información —dice Morgan—. Pero seguro
que eso de las patentes lleva mucho tiempo y nosotros no lo
tenemos.
—Por la deuda —digo sin temor a equivocarme.
Morgan mira fatal a Aitor por irse de la lengua. Este baja
la cabeza.
—Eso no te incumbe… —responde mirando al suelo. Es
obvio que no quiere ser brusco conmigo porque me
necesitan. Y eso me da permiso para serlo a mí.
—Si necesitáis que os sintetice la sustancia, me incumbe.
Quiero saber dónde me estoy metiendo…
Morgan me clava la mirada enfurruñado y se la mantengo
con firmeza. Solo espero que no note que me están
temblando las rodillas. Tiene unos ojos tan penetrantes…
Todo él tiene pinta de serlo. Hashtag PenetranteAtope.
—Le debemos dinero a tu jefe —revela de pronto—. Si
quieres saber por qué, pregúntaselo a él, aunque yo no te lo
aconsejo…
Quiero insistir en ello, pero la sorpresa me ha dejado
paralizada. Y muy preocupada. ¿El capitán? No lo entiendo.
¿Por qué se lo deben?
—¿Qué necesitarías para hacer los ensayos? —pregunta
Morgan con más suavidad—. Si haces una lista, lo tendrás
todo dispuesto para esta misma noche.
—Esta noche trabajo —le recuerdo con aspereza. A ver si
ahora se cree que mi vida va a detenerse por ellos…
—¿Después del trabajo?
—¿Y cuándo descanso? Entre semana estoy aquí y por las
tardes ayudo a mi madre. Los fines de semana curro en el
pub por las noches.
—Ayer fue jueves —inquiere Aitor.
—También trabajo los Nemo’s days.
—La noche es joven, sales a las 3, ¿no? —dice Morgan.
Abro la boca para quejarme, pero sigue hablando—. Vamos
a contrarreloj. ¿No quieres ganarte un dinerillo extra?
—¡Si no tenéis dinero! —exclamo sin pensar. ¡Ay, Dios…!
—. Quiero decir… Lo debéis… —y de pronto caigo—. ¿Es
mucho?
Morgan y Aitor no saben dónde meterse, el único de los
tres que mantiene la calma es Lenny, que me mira
torciendo la cabeza curioso. Cumple todos los cánones de
asesino en serie.
—Tú eres una inversión, Charlotte. Te pagaremos seis mil
dólares funcione o no. Solo por tu tiempo y tu silencio. Pero
si se te ocurre decírselo a alguien…
—Joder —Me sujeto la cabeza. Sus amenazas denotan lo
mucho que hay en juego para ellos y siento que están
depositando demasiada fe en mí. La verdad es que deberle
dinero al capitán no suena nada bien. Es padre de todos,
pero su verdadero hijo es su empresa. Y por su empresa MA-
TA.
A la mierda… ¡Ahora tengo que ayudarles me guste o no!
—Has dicho de empezar esta noche, ¿dónde lo haríamos?
Morgan me mira agradecido y se moja los labios para
contener la emoción ante mi luz verde. Es increíble captar
su interés así. Satisfacerle te hace sentir importante.
—No tenéis que pagarme por ahora —digo de pronto—.
No diré nada. Y si lo consigo, ya hablaremos de mi
porcentaje…
Los tres se quedan en silencio sin saber qué decir.
Seguramente no recuerden ni cómo se dan las gracias.
—El plan es montar un mini laboratorio en el sótano de
nuestra casa —explica Morgan.
—Como en la serie Breaking Bad —añade Aitor divertido.
—¿Sabéis cómo acaba esa serie? —digo con ironía.
—Esto es diferente —defiende Morgan—. En cuanto
saldemos la deuda, dejaremos de hacerlo. Y pondremos la
sustancia en manos de tus jefes. ¿Te parece bien?
Levanto una ceja. ¿Desde cuándo la avaricia no rompe el
saco?
—¿Por qué me miras así? —pregunta extrañado.
—Porque nadie en su sano juicio renunciaría a ganar
dinero fácil.
—No es mi idea de futuro prometedor montarme un
negocio ilegal —replica Morgan—. Pero esto es una
emergencia. Y todo el mundo se salta ciertos límites cuando
la cosa se pone fea.
«¿Fea?», repetiría perpleja, pero me quedo muda. Como
Lenny.
¿Qué le dejó a él sin palabras? Me lo pregunté la primera
vez que supe que no era de nacimiento. Me pone muy
nerviosa que no hable. Porque sí mira y juzga. Y me intriga
saber lo que piensa. Pero algo me dice que es mejor que no
indague en sus vidas ni en lo que se traen entre manos.
La cuestión es… ¿estoy segura de querer meterme en
esto? ¡Estamos hablando de diseñar y distribuir una droga!
Pero a la vez me pica mucho la curiosidad por investigar la
sustancia. Podría ser algo innovador a nivel químico, y como
he dicho, tampoco tengo mucha alternativa. Lo harán
conmigo o sin mí. Pueden joderme la vida si no colaboro.
Tomo una decisión. Pero hay que atar los cabos sueltos.
—Ayer dijiste que soy perfecta porque pasaría
desapercibida, pero te equivocas. El capitán ya me ha
preguntado qué lío me traigo con vosotros, mis amigas
también, y si voy a entrar y a salir de vuestra casa varias
veces voy a necesitar una explicación plausible.
—Es verdad —coincide Aitor—. La gente vive muy
pendiente de nosotros porque les aburre su vida. Ayer, por
besarte la mano, un puñado de personas me preguntaron si
hemos follado. Lo siento, pero no se me ocurrió otra forma
de pasarte la muestra.
—Es buena idea… —dice Morgan pensativo, como si
estuviera manteniendo una conversación paralela consigo
mismo—. ¿Y si dices que vienes a nuestra casa a follar?
Abro mucho los ojos.
—¡¿PERDÓN…?!
—¿Qué hay más creíble que eso?
Los miro de hito en hito, sin saber si sentirme ultrajada o
halagada. ¡Esto es muy fuerte! ¿Habla en serio?
—¿Bromeas…? ¡Nadie se lo va a creer! —chillo, para mi
desgracia.
—¿Por qué no?
Morgan arruga el ceño y juro por Dios que me dan ganas
de abrazarlo. ¡¿Dónde coño está la cámara oculta?!
Hablando de cámaras, en este edificio tan cool hay unas
cuantas por aquí fuera. Y aquí trabaja gente muy avispada…
Algunos hasta leen la mente, como «Mobydick». Es como
llaman a mi jefe, Dani, una de las personas más especiales
que he conocido. El día que vino a buscarme personalmente
a la universidad me replanteé mi vida entera.
—Charlotte tiene razón… —concuerda Aitor—. A la gente
le extrañará que una chica tan lista se nos acerque.
Soy incapaz de retener una carcajada. ¡Esto es
demasiado!
Que los tres me miren confusos todavía me provoca más
risas.
—¡Madre mía! ¡¿Sois tontos o qué?! —sonrío desquiciada
—. ¡Nunca me acercaría porque soy fea y vosotros guapos!
¡Yo soy rara y vosotros guays! ¡Por eso nadie se lo creerá!
¡Porque yo soy una marginada y vosotros los puñeteros
reyes del baile, joder!
Se hace un silencio tenso.
—¿Lo somos? —pregunta Morgan por lo bajo a Aitor.
—Que yo sepa no.
—¿Tú qué piensas? —consulta a Lenny. Y resopla un «Ni de
coña».
Después me miran como si fuera extraterrestre.
Son lerdos, de verdad. ¡Lo digo de corazón! Muy guapos
pero lerdos.
—¡Tengo una idea! —exclama Morgan con renovada
esperanza. Pero ahora mismo no doy un duro por su materia
gris—. ¿Sabéis con quién encajaría de puta madre «C»?
¡Con Lenny!
Mi cerebro es incapaz de asimilar esas palabras. Ninguna
de ellas.
Primero por lo de «C». ¿Va por mí? ¿Esa C es de Carlota?
Porque solo con eso ya podría desmayarme. ¡Ha sonado a
que ya soy parte de la banda! Pero luego ha soltado lo de
Lenny, y ya, colapso total…
¿Yo con Lenny? ¡Por Dios!
Mis ojos vuelan hacia los del susodicho y caen presa de su
oscura mirada. Siento que me arde hasta la orina. ¡¿Cómo
puede ser tan…?! Pff.
—Pensadlo bien —continúa Morgan—. Si decimos que
Charlotte está saliendo con Lenny, nadie se atreverá a
cuestionarlo. ¡Y puede colar porque los dos son unos
empollones!
¡¿Lenny es un empollón?! ¿Desde cuándo? Sé que está en
mi curso, pero sus notas no destacan. Nunca le he visto en
la biblioteca. ¡Si fuera uno de nosotros, lo sabría!
—Podría funcionar… —opina Aitor—. Los cerebritos se
entienden.
—¿Lenny es un cerebrito? —pregunto desconcertada.
—Se saltó dos cursos en el colegio. Empezó la universidad
con dieciséis… Tiene dos años menos que tú, C.
Mi boca se abre sola. ¡¡No es posible…!! Lo miro
alucinada. No parece más joven que yo. Lo que parece es
que puede mandarme de un puñetazo a la semana que
viene.
—¿Y por qué no saca mejores notas? —discurro. Lenny me
clava una mirada intimidante. Le he ofendido. Genial…
—Le bajan la nota porque no va a clase ni hace los
trabajos. Trabaja de cortafuegos para Google y no tiene
tiempo para nada más.
¿Es informático? No tiene pinta… Más bien tiene pinta de
venir de darle una paliza a alguien en un sótano.
—Cuadra perfecto —decide Aitor—. ¿Por qué no ibais a
congeniar?
«¡¿Porque no estoy buena?!», me gustaría haber gritado.
Pero un ser superior me ha agarrado la lengua. Creo que lo
llaman Ego.
—¿Tú qué dices, Lenny? —Le pregunta Morgan a su primo.
La respiración se me corta de golpe cuando me observa
fijamente. «Chaval, sería un muy mal momento para volver
a hablar y decir que no». Sin embargo, se encoge de
hombros y resopla con suavidad.
—Eso es un sí —traduce Aitor.
—¡Listo! —Da una palmada Morgan—. Esta noche Lenny
te recogerá al terminar tu turno y te traerá a casa como si
fueras su ligue.
—¿Y mi opinión no cuenta para nada? —digo indignada.
Los tres me miran sin comprender. ¡Y eso es justo lo que
me molesta! ¿Cómo voy a explicar yo que estoy saliendo
con Lenny?
—¿Te parece mal? —pregunta Morgan—. El tío es un genio
y es guapete —Le coge el mentón como si fuera un caballo
de subasta. Lenny hace un gesto brusco para que deje de
tocarle.
¡A eso me refiero! ¡Gracias! ¿No se dan cuenta de que es
un ser indomable y de que yo no soy precisamente una
amazona?
Los tres me miran esperando una respuesta. Creo que
acabo de meterme en un buen lío.
5
EL PADRINO
“Le haré una oferta que no podrá rechazar”
Mario Puzo

La chica se muerde los labios.


—¿Cuál es el problema? —pregunto. Aunque ya sé la
respuesta.
Ella tenía una vida tranquila, y ahora nos ha conocido y se
la vamos a joder. Solo espero poder recompensárselo en el
futuro.
El día que llegó a mis oídos que era un genio, empecé a
observarla. Sabía que servía copas en el Capitán Nemo y
me di cuenta, por cómo trataba a los demás, de que era una
de esas personas bondadosas que haría cualquier cosa que
le pidieras. La mayoría de la gente va a su rollo, paga sus
problemas con los demás y huye de complicarse la vida,
pero ella no; Charlotte es una luz en la oscuridad. Por eso
Dani la fichó.
Dani es una de las personas que más admiro en el mundo.
Es uno de los mejores amigos de mi padre y el jefe de
Charlotte en el AIMS. Yo no diría que es superdotado, más
bien, divergente…
Su hipersensibilidad con el entorno natural lo convierte en
un ser evolucionado según Darwin. Lo de estar mimetizado
con cada átomo, lo hace muy especial.
Pero a lo que iba… Lo último que deseo es apagar la luz
de Charlotte, porque la gente como ella es la esperanza del
mundo, lo que sobran son tíasbuenas frívolas que solo les
importa su aspecto y lo fuerte que les folles para
incrementar su amor propio. Sin embargo, C es un alma
pura. Una que no sabe cómo expresar con tacto que alguien
como Lenny jamás podría enamorarla.
—Es que… —empieza renqueante—. Mis amigas me
conocen bastante bien y no creo que se crean… Mmm…
—¿…lo que has visto en él? —la ayuda a terminar la frase
Aitor. Otro buen samaritano. Uno muy cabrón—. ¿Acaso no
te parece guapo?
¿Veis?
—¡No es eso! —exclama ella agobiada con la cara roja.
Omito una sonrisa.
—Entonces, ¿qué pasa?
Charlotte y Lenny se miran de nuevo y siento que la
tensión está provocando daños irreversibles en nuestros
órganos internos.
—¡Es que no pegamos ni con cola! Él es… y yo….
—Puede que no peguéis —le concedo—. Pero vuestros
cerebros sí, y eso es algo que la gente puede entender. El
amor es ciego y la belleza está en el interior. ¿Es así? —
cuchicheo con Aitor.
—Sí.
—Pues eso. Los genios os comprendéis entre vosotros. No
hay nada más atractivo que la inteligencia, ¿verdad, Lenny?
Vuelven a mirarse con tanta intensidad que casi se me
pone dura.
¿Cómo sería un polvo entre la Bella sabelotodo y el muy
Bestia…?
«No vayas por ahí», o empezaré a verlo todo rojo-Japón-
sake-wasabi.
—Ayudaría que esta noche te pusieras algo de escote —
sugiere Aitor. No es un cabrón… ¡Es un cabronazo!
—¡No pienso hacerlo! —exclama ella enfadada—. ¿No se
supone que se ha enamorado de mi inteligencia?
—Sí, claro, pero las manos siempre van al pan…
—Aitor… —lo corrijo, aunque por dentro me esté partiendo
de risa—. No le hagas caso, C, el escote no es necesario. La
historia de los empollones se vende sola —zanjo.
—O puedes contarle a tus amigas que le mide veinticinco
centímetros —insiste mi hermano—. Ya verás como no les
extraña…
Ella abre mucho los ojos y empieza a hiperventilar. Me
divierte verla mirar a todas partes en busca de oxígeno,
pero pongo fin a su agonía diciendo:
—Manda una lista con todo lo que necesites a Aitor. Esta
noche haremos el paripé para que quede creíble que te
vienes a nuestra casa después del trabajo y así podrás
empezar con los ensayos.
—¿Hasta qué hora tendré que estar allí?
—¿Qué te parece hasta las seis de la mañana? Más o
menos será cuando termine la fiesta…
—¡¿Qué fiesta?!
—La que vamos a montar en casa. La tenemos
programada desde hace semanas y ahora no podemos
anularla, pero tranquila, no te molestaremos. Nos vemos
esta noche. ¡Vámonos, chicos!
—Pero… —La oigo protestar.
Ya no me vuelvo. Si lo hiciera, se cabrearía fijo al ver mi
sonrisa, y suficiente movida voy a tener ahora con Lenny en
el coche…
Hace años que dejó de hablar de la noche a la mañana;
ahora solo gruñe, y ha desarrollado un nuevo lenguaje de
bufidos que he logrado catalogar en «Que te den por culo»,
«Ni de coña» y «Solo por ser tú». Antes era un tipo
simpático. Me refiero a antes de toparse con un tío en plena
noche en el interior de su casa, apuntando a sus padres con
una Glock 45. Los psicólogos no dieron con la solución a su
mutismo, pero yo confío en que algún día volverá a hablar.
De momento, se hace entender con miradas asesinas.
Me subo al vehículo y arranco en cuanto los demás están
a bordo.
Percibo la mirada de mi primo, sentado a mi lado, clavada
en mi cara.
—No me mires así —murmuro culpable—. Era la mejor
solución.
Resoplido de «Que te den por culo».
—Funcionará. Aitor es un bocazas y todo el mundo sabe
que yo ahora estoy con Livy.
Oigo un golpe en el salpicadero. No me hace falta mirarle
para saber lo que quiere decir. Lo oigo como si lo dijese.
Ese golpe significa «¡¿Y yo qué?! También estoy con Pam».
—Lo de Pam no es nada serio —alego—. De hecho, se
sorprendería si volvieras a llamarla. Empezar algo serio con
Charlotte tiene mucho más sentido para ti.
Resopla un «Ni de coña».
Me muerdo una sonrisa en los labios por su mutua
tozudez. Me corto. Si me la ve, es capaz de darme un
puñetazo mortal.
Lo veo escribir en su teléfono. Solo lo hace cuando no le
queda más remedio. No creáis que mantiene largas
conversaciones con nosotros vía WhatsApp. Es más, cuando
lo usa, suele poner solo una palabra.
Miro a Aitor por el retrovisor y lo veo consultando su
móvil.
—«Paripé» —me traslada.
—¿Que qué paripé tendrás que hacer esta noche en el
bar?
Lenny asiente.
—El justo y necesario.
—Sí, tío, no te extralimites con la pobre Charlotte, a ver si
se va a enamorar de ti de verdad…
Esas palabras me dan una idea.
—Escuchadme bien los dos. Ahora C es una de nosotros.
Lo que la hace intocable. Os prohibo que intentéis nada con
ella. ¿Me habéis entendido?
—Eso, tú conviértela en algo prohibido…
—Si me entero de que os la estáis beneficiando, os la
corto, lo digo en serio.
—Uh… ¿detecto cierto interés en ella, L? ¿La quieres para
ti?
—No. Es que nos va a ayudar y lo último que quiero es
joderla. Así que no lo hagáis vosotros…
—No joder con ella. Lo anoto por si se me olvida.
—Que no se te olvide, hermanito. Además, se supone que
está con Lenny.
—¿Y eso no debería darle derecho a…?
—No acabes esa frase —lo corto raudo—. Dejadla en paz.
Tiene trabajo.
Lenny agarra su teléfono y escribe de nuevo. Se me
queda mirando y espero a que Aitor me lo diga.
—«¿No voy a poder follar con nadie?» —verbaliza la queja
—. ¡Guau, una frase muy larga para ser tú! Por sexo tenía
que ser.
—Con nadie —contesto a su pregunta. Lenny suelta el
bufido de que me den por culo—. Por si no te acuerdas,
estamos metidos en esto por ti, así que tienes que
apechugar con esto…
—No se lo restriegues al pobre —dice Aitor.
—No era mi intención…
—¡Me refiero a que en mucho tiempo no va a catar ni
muslo ni pechuga! ¡¡Au!! —grita cuando Lenny echa el
brazo hacia atrás y deja caer un puño sobre su rodilla con
fuerza—. ¡Mamón, va a salirme un moratón de la hostia! —
Se frota con ganas—. ¡Y la semana que viene pensaba
estrenar mis bermudas burdeos!
—Así irás a juego —me burlo. Lenny sonríe, pero sigue
enfurruñado.
—Será por poco tiempo… Y merecerá la pena, ya verás.
Resoplido de «Por ser tú».
Pero todo esto no es por mí, sino por él, como he dicho.
La semana pasada el angelito la lio parda en el local del
capitán.
Hace años que sospecho que el propietario utiliza su
negocio como tapadera para blanquear el dinero que gana
distribuyendo droga; para mí, salta a la vista que vive muy
por encima de sus posibilidades.
En realidad, es un mero intermediario entre los que la
venden y los que la compran, y, por si no lo sabíais, el
distribuidor es quién más dinero se lleva en cualquier
negocio.
Esa fatídica noche, Kali y sus amigos nos buscaron las
cosquillas.
Qué mal me ha caído siempre ese chico… Precisamente
es el hijo de Dani. Su otro padre es un famoso ex jugador de
futbol. ¿Cómo puede ser Kali tan gilipollas teniendo los
padres más guays del mundo?
Dani tiene más tatuajes y piercings que nadie que haya
visto en mi vida y es un tipo profundo e inteligente. Al
contrario que su hijo, que no puede ser más Negro-Mordor-
cianuro-chapapote. Lo adoptaron en Etiopía en unas
condiciones de pobreza extremas y lejos de sentirse
«diferente», aquí se creyó el puto Baltasar…
Nunca lo hemos tragado. De pequeños, compartimos
infinidad de comidas, quedadas y cumpleaños, hasta que
nuestros padres se dieron cuenta de que siempre
terminábamos peleándonos.
Pero lo peor llegó en la pubertad con tanta hormona
desatada y tantas miraditas hacia mis hermanas y a mi
prima Luz. Queríamos partirle la sonrisa de imbécil que
ponía cada vez que les guiñaba un ojo y ellas suspiraban.
—Seguro que la tiene enorme siendo negro —apostaba
Luz.
—Tiene un cuerpazo de infarto… Pura potencia —
fantaseaba Cora.
—Todo lo que tiene de fuerte, lo tiene de idiota —
renegaba Lía.
Su animadversión por él no pasó desapercibida para Kali y
su pasatiempo favorito era hundir su autoestima mientras
intentaba ligarse a Cora y a Luz. Así, de paso, nos
molestaba a todos.
Ya os contaré, pero fue el culpable directo o indirecto de
destrozar a mi familia. Es cierto que las cosas ya estaban
tensas y extrañas, pero la intervención de Kali terminó de
joderlo todo. Y según mi padre, me correspondía a mí
haberlo evitado. ¡A mí! No pude flipar más… Siempre me
hacía responsable de todo por ser el mayor. Pero mejor voy
a dejar este tema para más adelante…
Os contaba que la semana pasada, el imbécil de Kali
originó una pelea con Lenny en el Capitán Nemo. Sabe muy
bien cómo provocarle.
—Los Morgan han llegado, el nivel de glamour acaba de
caer considerablemente —le oímos decir cuando entramos
por la puerta.
Su grupo siempre se sienta en la mesa más cercana a la
salida.
Lenny se paró y se le quedó mirando con desprecio.
—¿Tienes algo que decir? ¿El gato que se comió tu lengua
te la ha devuelto? —se burló Kali.
Lenny se acercó a él, y Kali, prácticamente del mismo
tamaño, se le encaró encantado. Era el único que se atrevía
a hacerlo. Su superioridad física lo avalaba. Y su locura
también. Eran dos bombas de relojería…
—¿Has pensado en comprarte una sonrisa? Igual te
arreglaría esa cara de amargado que tienes siempre… —
formuló Kali.
—Lenny, déjalo… —Le dije largándome y confiando en que
siguiera mi ejemplo. Era la única baza que tenía. No darle
importancia a su numerito.
—Ignóralo —musitó Aitor—. Es justo lo que quiere, tu
atención —Lo instó a seguir, pero Lenny no tenía intención
de marcharse sin más.
Alzó la mano y volcó la jarra de cerveza que estaba
bebiendo Kali, el cual se apartó de golpe para no
mancharse.
—¡¿Tú eres tonto o qué te pasa?! —protestó enfadado.
—¡Uy, qué torpe eres, Lenny! —clamó Aitor teatral—.
¡Kitty, cielo, ¿puedes venir a limpiar esto, preciosa?! —llamó
a una camarera.
Para entonces, entre la nariz de Kali y la de Lenny solo
había tres centímetros.
—Chicos, parad —Vi que intervenía Freya entonces.
Freya. Freya. Freya… No había querido ni mirarla al pasar.
Había captado su presencia de lejos, tan perfecta y
angelical como siempre, al lado del anormal de su novio
Christopher.
Los padres de Kali, después de lo que ocurrió en la
Navidad de mis diecisiete y sabiendo que yo iría a la
Universidad de Brisbane, decidieron mandar a Kali a la
Universidad de Melbourne, para no toparnos en el Campus.
Allí Kali entró en el equipo de fútbol australiano, que es una
mezcla entre el fútbol español y el rugby, y conoció a
Christopher Hewitt. Digamos que se juntaron el hambre con
las ganas de comer… Kali era un lobo, pero Chris era mucho
más peligroso. Porque lucía una espléndida piel de cordero.
—Se merece que le rompas el puto vaso en la cabeza —
masculló el figura. Él nunca hacía nada, pero dirigía a sus
esbirros.
Kali fue a coger el vaso para cumplir sus órdenes, y por
suerte, se le resbaló de la mano y cayó al suelo
rompiéndose en mil pedazos.
—Trae también el recogedor, Kitty —dijo Aitor aliviado—,
tenemos a otro torpe por aquí… —La gente se rio y la furia
en la mirada de Kali aumentó.
No tardó en coger un cristal puntiagudo y amenazar a
Lenny.
—Si quieres te hago la sonrisa del Joker, así sonreirías
siempre…
En ese momento, llegaron Cora y Lía, y Kali soltó el cristal
al momento, como si se hubiera desconectado de una
maldad a control remoto con la que hubiera perdido la
conexión al instante.
—¡Hola! —saludó mi hermana sonriente—. Uy, ¿qué ha
pasado aquí? —dijo observando el suelo asqueada.
—Se ha caído una copa —contestó Kali sumiso y luego la
besó recreándose un poco en ello. La camarera apareció con
la fregona.
—Vaya… Gracias, Kitty. —Le dejó espacio Cora.
Aitor aprovechó para empujar a Lenny lejos de ellos y
salvar la situación, pero las miradas de rencor no pararon de
sucederse en toda la noche anunciando que aquello no
había terminado. De alguna forma, todos sabíamos que las
caricias femeninas de última hora quedarían relegadas por
puñetazos masculinos.
Kali estaba especialmente cariñoso con Cora, como si lo
que fuera a ocurrir pudiera apartarlo de ella y estuviera
aprovechando hasta el último minuto. Yo me puse de
espaldas para no ver cómo le metía la lengua hasta la
campanilla, pero Lenny no perdió detalle y fue tragándose
todas las miradas lascivas y fanfarronas de su adversario.
Mi primo siempre había sido muy protector con Cora
porque era la pequeña de la familia y porque se parecía
mucho a su madre de niña.
Cuando Lenny se levantó en busca de Pam, se encontró
con Kali a solas en medio del local. Fue una de esas
coincidencias cósmicas que no deberían pasar nunca, pero
así fue.
—¿De caza, mudito? —provocó Kali—. Si no te conociera,
diría que verme devorar a tu prima, te ha dado hambre. No
te culpo. Está casi tan buena como tu madre…
Lenny achicó los ojos. No había vuelta atrás.
—No me mires así, tío, sabes tan bien como yo que mis
primeras pajas fueron pensando en tu vieja. Y Cora es su
viva imagen…
Primer empujón. Violento. Agresivo. Inhumano.
—No me toques, joder. No quiero que se me pegue tu
trastorno del habla.
Me levanté porque vi que el enfrentamiento era
inminente.
—De momento, me conformo con Cora, pero algún día tu
madre se subirá a esta —susurró agarrándose la polla—. Y
disfrutará como nunca lo hizo con tu padre. Será algo
prodigioso. Además, desde que está soltera es presa fácil…
Seguro que está cachonda.
Estaba a punto de llegar a ellos cuando Lenny le dio tal
cabezazo a Kali que pensaba que lo había matado allí
mismo. Cayó al suelo, llevándose las manos a la cara. En
cinco segundos, todo estaba lleno de sangre y la gente se
apelotonó horrorizada.
—¡Hijo de puta…!
Le había roto la nariz y no era capaz de levantarse del
suelo. Quise ayudarlo, pero era más importante retener a
Lenny que ya volvía a por él. Lo agarré, y Kali aprovechó
para ponerse de pie y volver a encararlo.
—¡Puto loco! ¡¿No sabes entender una broma o qué!?
Se agarraron de nuevo.
—¡¡LENNY, QUIETO!! ¡Suéltalo! —grité.
Al ver que no podía con él, algunos amigos me ayudaron,
agarrándolo de los brazos para reducirlo.
Entonces, Kali rompió una botella de cristal contra una
mesa para defenderse.
—Te voy a hacer sangrar, cabrón… ¡Alguien tiene que
enseñarte que no puedes ir por ahí abusando de la fuerza
bruta!
Lenny estaba indefenso porque lo teníamos sujeto y no
me quedó más remedio que interponerme. ¿Y si no llego a
hacerlo? ¿Quién era el loco allí?
Agarré la muñeca de Kali para impedir el desastre.
—¿Qué coño crees que estás haciendo? —mascullé
alucinado.
—Ojo por ojo… —musitó Kali.
Retorcí con fuerza su antebrazo hasta que soltó el cristal y
gruñó.
—¡No te metas, Morgan! ¡Esto no va contigo!
—Claro que va conmigo. Es mi primo.
—Ese salvaje no es humano. Acabará en la cárcel y tú con
él.
—Y tú acabarás muerto —Me salió del alma decir.
El problema es que mucha gente lo escuchó. Pero no era
una amenaza, solo algo que creía firmemente porque los
bocazas como él, tarde o temprano, acaban así cuando se
cruzan con quien no deben.
—Suéltalo, Morgan —dijo una voz autoritaria. Era
Christopher, alias el diablo con voz de profeta—. Quítale las
manos de encima…
Le empujé para alejarlo de mí y sentí a Lenny dispuesto a
mi espalda.
—Hay que ver cómo os gusta ser el centro de atención…
—Si le pusieras bozal a tu perro, esto no pasaría —
contesté locuaz.
Chris sonrió con inquina.
—Me tienes un poquito harto, Morgan…
—Yo, sin embargo, nunca pienso en ti.
—Lo dudo mucho. Voy por delante de ti en la mayoría de
las clasificaciones de surf…
—No en todas. Y tampoco me quita el sueño. No quiero
dedicarme a eso profesionalmente.
—¿Y por qué compites conmigo por el patrocinio de Rip
Curl?
—Ventajas sociales… ¿Has visto a las chicas de Rip Curl?
—No. Yo ya tengo a la mejor chica del mundo —se
pavoneó.
—Mejor. Más para mí…
Su sonrisa denotó que quería chulearse de que su harén
no se limitaba solo a Freya, pero se calló. Ese tío era
escoria. No la merecía. Pero ella ya no era asunto mío.
La cosa podía haberse complicado por las ganas que nos
teníamos desde hacía demasiado tiempo, pero Freya, Cora y
todas sus amigas no tardaron en aparecer en escena.
—¡¿Qué te ha pasado?! —gritó Cora al ver a Kali
ensangrentado.
Se preocupó por su cara y volvió a mirarme con odio.
—¡Basta, Lucas! ¡Dejadlos en paz de una vez!
—Marchaos los dos ahora mismo —apareció el capitán
señalando a Kali y a Lenny—. Y no volváis a pisar mi local
hasta la semana que viene, a ver si se os deshinchan un
poco los huevos. ¡Largo!
En ese momento, la policía entró en el bar y ordenó a todo
el mundo que nadie se moviese. El capitán desobedeció
desapareciendo con sigilo.
—¿Qué está pasando aquí? —bramó un agente—. Nos han
llamado.
—¡Que este puto engendro me ha atacado! —explicó Kali
furioso—. Debería estar en un centro. ¡Es un peligro para la
sociedad! —Lenny se lanzó a por él empeorando las cosas.
—¡Ponedle una camisa de fuerza ya! —remató Kali—.
Pronto empezará a salirle espuma por la boca…
Lenny se enfureció entre mis brazos, dándole la razón. La
cosa pintaba mal. Caqui-Albuquerque-mierda-
—¿Quieres calmarte de una jodida vez? —musité en su
oído ejerciendo fuerza mientras el policía nos miraba
mosqueado.
—Suéltalo, chico —me ordenó para ponerle a prueba. Si
atacaba, lo detendría en el acto. Y si le hacían pruebas
psicológicas en comisaría y no las pasaba, quizá ya no
volvería a casa.
—Por favor, Lenny, voy a soltarte —murmuré acojonado.
Pero no quería porque notaba que seguía haciendo fuerza
contra mí para liberarse. No sabía qué coño le habría dicho
Kali, pero nunca lo había visto así.
—Bob… —intervino Freya de pronto, llamando al policía
por su nombre de pila. Su padre tenía muy buena relación
con las fuerzas de seguridad del pueblo. Y todos sabían que
ella era la niña de sus ojos—. Yo lo he visto todo, en
realidad, no ha pasado nada. Al principio de la tarde han
tirado un vaso sin querer y se han ido calentando durante el
resto de la noche, pero George acaba de echarlos del local y
ya se iban.
Ella me miró señalando que nos fuéramos rápido y me
llevé a Lenny de allí casi a rastras. No tuve oportunidad de
darle las gracias, pero ese gesto no dejó de dar vueltas en
mi cabeza durante toda la madrugada. Freya me había
mirado. Me había hablado sin palabras.
Horas después, logramos sonsacarle a Lenny que Kali se
había metido con su madre. Kali sabía muy bien que ese era
un tema tabú para él. Mis tíos Luk y Ani se divorciaron a raíz
de un ataque a mano armada que sucedió en su casa
cuando Lenny tenía diez años. Y no me extrañó, porque lo
que ocurrió fue muy grave y nunca se perdonaron que
Lenny no hubiera vuelto a hablar desde entonces.
La misma noche de la pelea llamaron a la puerta de
nuestra casa a las tres y media de la mañana y nos
sorprendió ver que era el capitán.
Le dejamos pasar y nos contó una historia que nos dejó
helados.
—Tengo un problema, chicos. Y si yo tengo un problema,
vosotros también, porque esto ha sido culpa vuestra. Suya,
de hecho —Señaló a Lenny—. Habéis atraído a la policía al
pub el peor día posible… Teníamos un cargamento recién
llegado de cuatro kilos de cocaína que debíamos distribuir
mañana y hemos tenido que tirarlos por el retrete para no
terminar todos en prisión. Me debéis setenta mil dólares.
—¡¿QUÉ?! ¿Pero por qué la has tirado? ¡No han registrado
el local!
—No podía arriesgarme, muchas veces lo hacen. Y si tu
primo no se hubiera puesto tan violento, nadie habría
llamado a la policía. La responsabilidad es vuestra. He
convencido a Kali para que no presente cargos. Lo ha
dejado hecho un cuadro…
Aitor y yo nos miramos asustados. Ni me molesté en
buscar la de Lenny, porque su mirada ya andaría perdida
intentando gestionar la que acababa de caernos encima por
su pronto asesino.
—No tenemos el dinero —admití.
—Pues pedídselo a vuestros padres o pedid un crédito, no
es mi problema. Yo tengo que pagar a gente muy chunga a
final de mes si no quiero que me maten y si les cuento lo
que ha pasado, se nos cepillarán a todos.
—Págales tú y te juro que te lo devolveremos poco a poco
—sugerí.
—Ni hablar. Pero hay otra posible salida…
—¿Cuál? —pregunté con avidez.
—Denunciar a Lenny por romperme algo del bar y que me
lo pague el seguro. Pero el chaval tendría que responder
ante los loqueros y algo me dice que no saldría bien
parado…
—Esa no es una opción —contesté enseguida.
—Bien, pues necesito la pasta en un mes, que es cuando
se supone que vendrán a por ella tras venderlo todo. Si se
enteran de lo que ha pasado, estamos bien jodidos.
No dormí en toda la noche pensando en una posible
solución, pero todos los caminos conducían a que
necesitábamos más droga para reponer la perdida. Y si no
había, ¡tendríamos que inventárnosla! Entonces recordé lo
ocurrido la noche de la superluna.
La idea había vuelto a mi mente en varias ocasiones. No
pensando en hacer negocio, sino en volver a experimentar
lo que sentí, de ahí mi reincidencia. Fue un viaje muy
catártico para mí. Un antes y un después.
Según la película Del Revés, nuestra mente es un gran
archivador lleno de bolas de colores en las que guardamos
los recuerdos. Con el tiempo, muchos van perdiendo nitidez
y color hasta que se apagan y caen en el olvido
definitivamente. Y los míos con Freya eran una mancha
borrosa enterrada en el fondo de mi alma, pero esa
sustancia me sumió en un estado onírico que me hizo
rememorar escenas y sentimientos con una nitidez
sorprendente.
Freya y yo de la mano.
Freya y yo juntando nuestros labios.
Freya y yo encerrados en un armario a oscuras.
Sintiendo algo que no quería seguir ignorando por más
tiempo.
6
LA DIVINA COMEDIA
“Debes aquí dejar todo recelo,
debes dar muerte aquí a tu cobardía"
Dante Alighierie

M
« antén la calma, Carlo», pienso cuando los veo aparecer
en el pub.
Lo confieso: estoy histérica. Necesito que alguien me
explique en qué consiste exactamente el paripé que vamos
a montar para que se crean que Lenny y yo tenemos algo.
¿No irá a besarme o algo así…? Porque creo que me
desmayaría de la impresión… Estoy muy oxidada en cuanto
a relaciones. Y desde luego, no estoy preparada para capear
a un toro bravo.
Les he mandado una lista de los artículos que necesito
para empezar a trabajar, pero no sé si les habrá dado
tiempo a conseguirlo todo. ¿Cómo será el laboratorio? ¿Me
van a tener encadenada a su sótano?
Necesito alguna prueba de vida por si terminan
secuestrándome.
Cojo mi móvil y les saco una foto a Los Morgan de
extranjis; medidas desesperadas. Mis amigas tienen que
saber con quién estoy por si desaparezco.
Tecleo rápido:
«Si no me encontráis, me tienen ellos. Son Los Morgan».
Vuelvo a guardarme el teléfono en el pantalón y sonrío
pensando en las posibles respuestas a ese mensaje. Ayyy, si
no fuera por estas cosas, ¿qué sentido tendría vivir?
Es noche de viernes y transcurre con relativa normalidad,
al menos hasta que Aitor me hace un gesto para que vaya a
su mesa. ¡Pero si están con más gente! Tom y Jerry se
sientan con ellos. Podéis reíros, yo también lo hice cuando
me enteré de cómo se llamaban. Tom Willis y Jerry Brown.
Cuando están todos juntos, los llamo la pandilla Goofy.
Yo no suelo salir de la barra. Preparo los pedidos junto con
otros camareros y Kitty y Mandy se encargan de llevarlos a
las mesas y de atenderlas, pero si estoy parada, puedo salir
a recoger vasos y a limpiar. Y en cuanto tengo oportunidad,
me escapo para ir a su mesa.
¿Tenéis idea de la cantidad de veces que he fantaseado
con acercarme a ellos así? Solo por curiosidad. Solo para
que me miraran una vez y sentir que existo por un
momento.
—Hola, guapa —me saluda Aitor.
—Hola, guapo.
Sonríe. No falla. Miro a Morgan y después a Lenny; este
último levanta la mano a modo de saludo con más
amabilidad de lo habitual.
—Hola… —musito cohibida.
Nos mantenemos la mirada y Tom y Jerry flipan en 4D.
Bienvenidos a mi vida…
Lenny pide que me acerque a él y obedezco temblando,
parece que quiere mostrarme algo en la pantalla de su
móvil.
«Sonríe y asiente», leo. Y obedezco como una idiota.
Él hace lo mismo y vuelve a escribir.
«Dime que Vale».
—Vale —pronuncio con falsedad. Y él hace el símbolo de
«Ok» juntando dos dedos, como si estuviésemos debajo del
agua. Viene muy a cuento porque siento que me estoy
ahogando.
Vuelve a escribir en su móvil a la velocidad de la luz y lo
leo aunque las letras me bailen un poco de los nervios.
«Despídete de mí, y antes de meterte en la barra, vuelve
a mirarme».
—De acuerdo, hasta luego…
Empiezo a andar y casi puedo sentir su mirada clavada en
mi culo. Como me ha dicho, en el último momento me
vuelvo para mirarle y encuentro sus ojos taladrándome con
una expresión que me deja sin aliento. ¿Cómo puede fingir
tan bien que desea hacerme un montón de guarrerías? Para
rematar, me guiña un ojo y no me desmayo de milagro.
¿Por qué se me acelera el pulso sabiendo que es todo
mentira?
Porque es un Morgan. Y porque tiene un morbazo que no
puede con él. Es un tío peligroso que me hace casito. Blanco
y en botella.
Deben de pensar que soy una actriz de la leche, porque lo
de mirar al suelo acalorada me ha quedado supernatural.
¡Qué subidón! ¡Así que esto es lo que se siente cuando un
Morgan te pretende!
—¡Charlotte! —me asaltan Kitty y Mandy entusiasmadas
desde fuera de la barra—. ¡¿Qué hacías en la mesa de Los
Morgan?! ¡¿Qué te ha dicho Lenny?!
La que pregunta es Mandy. Dato curioso: el año pasado se
dio el filetazo con él y no entiende la lógica aplastante de la
comparación entre nosotras.
—Solo me estaba enseñando un trabajo con el que le he
ayudado en la universidad —me invento.
—¿Hay algo entre vosotros? ¡He visto que te guiñaba un
ojo!
—De momento, somos solo amigos…
—¡¿Como que de momento?! —gritan excitadas—.
¡Cuéntanos!
Me encojo de hombros, haciéndome la interesante, y me
tiro a la piscina con un salto mortal. Está visto que no sé
gestionar un poquito de atención. Me convierto en una
kamikaze.
—La verdad es que creo que siente algo por mí… —digo
coqueta.
—¡¡UH!! —chillan a la vez—. ¡¿Cómo lo sabes?!
—No sé, pero me ha invitado luego a su casa para
enseñarme más trabajos suyos…
—¡No seas ingenua, Char! ¡Ese se te quiere trabajar a ti!
—ríe Kitty.
¿Ahora soy “Char”? Mi flow ha subido misteriosamente.
—Disfruta del momento —me felicita Mandy recelosa—.
Ese tío es un portento en la cama, pero no te hagas
ilusiones, no suele repetir.
—A no ser que se enamore —contraataco ufana.
—¡Los tíos como él no se enamoran! Y menos de alguien
como tú…
Esa frase me hace girar la cabeza cual niña del exorcista.
¡Hija de perra! Por primera vez en mi vida siento deseos
de venganza. Por todas las veces que me han pisado y los
años que me han ninguneado. Por las Mandys del mundo
que se mofan de las Charlotte con inquina. Los Morgan, al
fin y al cabo, se estaban aprovechando de mí, y yo también
puedo sacar algo a cambio: ¡callar a estas cabronas!
—Espera y verás… —digo dejándolas con la palabra en la
boca.
Una garra desconocida me posee y le mando un mensaje
a Aitor.
«Hay que hacer más paripé. Dile a Lenny que venga a la
barra y deje claro que está muy interesado en mí».
¡Se van a cagar!
No quiero ni mirarle. Confío en él.
Cuando a los cinco minutos, veo que se levanta y se
acerca, el corazón se me desboca. ¿Qué leches va a hacer?
Llega a la barra y me señala uno de los granizados. El de
mojito. Cuando se lo pongo, me enseña el móvil.
«Acércate, voy a decirte algo al oído».
La sorpresa me atraviesa entera. ¿Va a… hablar? Se toma
su tiempo en beber un sorbo del líquido helado
Y se abalanza sobre la barra para reunirse conmigo en el
medio. Al juntar nuestras cabezas, lo bien que huele me
deja noqueada, pero estoy mucho más pendiente de tener
el privilegio de escuchar algo de sus labios por primera vez.
Lo que sea… Con que la gente piense que lo ha hecho, ya
será para flipar.
Sus labios se acercan a mi oreja y se los tapa con una
mano para que nadie vea cómo me cuenta el secreto mejor
guardado de Byron. Casi puedo sentir cómo la gente guarda
silencio para poder escucharlo también. Su otra mano
sujeta mi barbilla para sentir mi escalofrío cuando… lame el
lóbulo de mi oreja.
¡POR DIOS!
El contacto de su lengua en esa zona tan sensible me deja
loca, y para rematar su dedo roza mi labio inferior
trasladando la sensación a mi boca. Como si estuviera
marcando el próximo destino de su lengua.
¡MAMÁÁÁ!
Su sonrisa de macarra no se hace esperar ante mis ojos
abiertos y mi rubor desmedido. Después se aleja indolente
con una promesa en la mirada. ¡Creo que me está entrando
fiebre!
Intento guardar la compostura al escuchar la ola de
habladurías y cuchicheos que se levanta. Kitty y Mandy, que
no han perdido detalle de la erótica escena dada su
cercanía, me miran con la bocaza bien abierta.
Juro que no me he sentido más poderosa en toda mi vida.
Mi ranking social acaba de dispararse hasta el cielo. Solo
por eso, ya ha merecido la pena conocer a Los Morgan.

Se me hace eterno hasta la hora del cierre. Ha sido una de


esas noches en las que mucha gente ha aguantado hasta
que los hemos echado del local para limpiar. ¿De qué van?
Es como si todo el mundo estuviera a la expectativa de…
¡de mí y de Lenny! Casi me he arrepentido de no haberme
puesto escote…
Es broma. Odiaría que pensasen que le intereso por ese
motivo. Lo único divertido de todo esto es que la gente se
rompa la cabeza intentando averiguar qué ha visto él en mí.
¡Ja! De hecho, mañana, igual ni me ducho.
Cuando por fin salgo a la calle, encuentro a más gente
que nunca. Es cierto que hace buena temperatura, pero la
intuición me dice que esto es por el paripé de la barra y
siento una presión inusual en el estómago.
Antes de abandonar el local, Lenny me ha dicho adiós con
la mano y me ha enseñado el teléfono para avisar de que
me había escrito. Estoy segura de que todo el mundo lo ha
visto.
Localizo a Los Morgan en un lateral con sus amigos y leo
el móvil.
«Al salir, ven a buscarme y déjate llevar», pone
simplemente. Lo grabo en mis contactos. Por fin se ha
dignado a darme su teléfono. Seguro que chuparme la oreja
le ha parecido lo suficientemente personal para dar ese
paso.
El cuerpo empieza a temblarme de puro nerviosismo.
¿Qué tiene pensado hacer? ¡Si me dejo llevar termino
embarazada!
Avanzo hacia Lenny con dudas. Estar apoyado en la pared
le hace parecer menos alto e intimidante que nunca. Y que
sonría de medio lado cuando me ve, ya ni os cuento.
Se queda quieto, como si deseara que me acerque a él. Lo
hago con violentas palpitaciones rebotando en mi esternón
y pidiendo perdón bajito para atravesar la barrera humana
que nos separa.
—Hola… —digo cortada cuando llego hasta él.
Su expresión de suficiencia me desarma por completo y
alucino cuando me agarra y me empotra contra su cuerpo
para observarme más de cerca.
¡Está a punto de darme un puñetero infarto!
El corazón me retumba con tanta fuerza que soy incapaz
de oír nada. O quizá es que el gentío se ha callado de golpe
porque está tan alucinado como yo. Sus ojos me acarician
con una dulzura inusitada y bajan hasta mi boca anhelantes.
Jadeo ligeramente cuando veo que se humedece los labios.
¡¿LO VA A HACER?!
Ni siquiera respiro. Mis ojos caen hasta su boca esperando
el atrevimiento y cuando parece que nos estamos juntando,
se incorpora y se despide de sus amigos con un silbido
típico en él. Es como un siseo suave.
El resto de la gente disimula cuando se adueña de mi
mano y me veo arrastrada hacia el Toyota rojo. Caminaría
con más dignidad, pero tengo que cargar con la certeza de
que en breves momentos voy a estar a solas con él.
Abre el coche y me ofrece la mano para ayudarme a subir
a ese mastodonte con ruedas.
—Gracias… —musito.
Se sube él también y echa mano de su teléfono para
escribir.
«¿Ha sido suficiente?».
—Sí… Creo que sí —¿Bromea? ¡Ha sido lo más heavy que
ha pasado por aquí en años!
«Parecías tensa», escribe.
¡Ja! ¡Estaba más tensa que el monitor de natación de Los
Gremlins!
«¿Pensabas que iba a besarte?», leo a continuación.
El corazón se me obtura. ¿Qué he hecho yo para merecer
esto?
—Bueno… —carraspeo—. No sabía muy bien lo que ibas a
hacer…
Vuelve a señalar el móvil. Misma pregunta. ¡Maldito sea!
—Por un momento lo he creído, pero esperaba que no lo
hicieras…
Me mira inquisitivo como si supiera que estoy mintiendo.
¡Qué harta estoy de los detectores de mentiras humanos!
¿Cómo lo hacen?
Lo veo escribir de nuevo y me lo muestra.
«¿Me hubieras continuado el beso?».
¡Por el amor de Dios!
Menos mal que no habla, porque no sé ni qué contestarle.
¿Qué hago, Súper? ¡¿Me mato?!
—Supongo que sí —admito—. Por no echar a perder la
tapadera…
Teclea despacio esta vez.
«Gracias por tu ayuda».
Le mantengo la mirada y el ambiente se vuelve
irrespirable cuando pienso «Podrías agradecérmelo con un
beso». Ese pensamiento hace que deje de mirarle y me
acomode en mi asiento.
—De nada…
Morgan me impone, pero lo de Lenny es otro nivel.
«Cuidado con lo que deseas, pequeña Carlota…». Si me
besara, creo que me moriría.
Arranca el coche y abandonamos el lugar. Durante el
trayecto, reviso mi móvil y veo que tengo un mensaje de
Aitor informándome de que enseguida vendrán. También
hay algo en el chat de las Unimals.
«¡Madre mía, nena, vaya tres ejemplares! ¡Dales mi
número! ¡Yo quiero que me secuestren también!», pone
Valeria.
«¡¿Pero a dónde vas tú con esos especímenes? Si me
dices que a montarte un cuarteto, me muero de envidia»,
advierte Claudia.
Suelto una risita y Lenny me mira extrañado. Jamás verá
esto.
«¿Quién es el alto? Tiene cara de cabrón», quiere saber
Iris.
«Se llama Lenny y no habla desde hace años».
«¡Joder, el hombre perfecto!», contesta, y vuelvo a reírme
bajito.
Pero me surge una duda, ¿Lenny no puede hablar o no
quiere?
Escribo que las echo de menos y que se diviertan y
guardo el móvil.
Poco después, llegamos a la casa y no creáis que me la
enseña o tiene en cuenta que es la primera vez que la veo;
me deja tirada en el recibidor con la boca abierta sin poder
creer lo que estoy viendo.
Toda la propiedad es espectacular. Es una casa unifamiliar
con jardín hecha de materiales de primera calidad, con
amplios espacios y decorada con muy buen gusto. No
parece una casa de estudiantes, no hasta que Lenny
enciende la música y unas luces de colores en el salón. Me
fijo en que tienen instalada una pequeña barra con un grifo
de cerveza. Vaya nivel…
Reconozco los primeros acordes de la canción de
TRUSTFALL de Pink y me sorprende porque es una de mis
cantantes favoritas. Hay varios sofás y una improvisada
pista de baile donde normalmente iría una mesa con sillas.
Lenny se mueve rápido para prepararlo todo. Parece que
ha acondicionado una fiesta en tiempo récord mil veces.
Me llama con un chasquido de dedos para que me
acerque a la barra y saca un par de vasos con hielos. Me
señala.
—No quiero beber nada.
Vuelve a señalarme, insistente.
—¿Tenéis naranjada?
No contesta, solo rebusca en el cajón frigorífico y cuando
la encuentra, le quita la chapa y me la sirve. Pink hace
preguntas:

¿Se nos acaba el tiempo?


¿Nos estamos escondiendo de la luz?
¿Estamos demasiado asustados para luchar
por lo que queremos esta noche?

«Quizá por eso no habla. Porque está demasiado


asustado», pienso mientras bebo del vaso que me ofrece.
Cuando lo apoyo, él lo coge y me indica que le siga hasta
una puerta oculta bajo las escaleras. Al abrirla, veo que hay
más escaleras que probablemente se dirijan hacia una
muerte segura, pero me lanzo tras él sin pensar.
Al llegar, me quedo boquiabierta. Es un espacio bastante
grande donde han montado una especie de carpa de
plástico cuadrada transparente con su propia extracción de
aire. ¡Han pensando en todo! Es un auténtico laboratorio
ambulante.
—¡Qué maravilla! —exclamo al ver que dentro hay más
artilugios de los que pedí.
Lenny llama mi atención sobre una especie de nevera
negra.
—¡Anda! —digo con sorpresa al ver que hay un buen
montón de sustancia con la que trabajar mantenida en unas
condiciones de humedad óptimas. Al parecer han hecho los
deberes.
Lenny me enseña su móvil. «Revísalo. ¿Falta algo?».
Lo estudio detenidamente, pero como he dicho, hay
incluso más cosas de las necesarias para hacer una primera
incursión. ¡Me han traído hasta una bata blanca! Qué
graciosos.
—Está bien —Sonrío. Porque ahora mismo me siento como
en casa.
Lenny teclea «Te dejo a tu rollo. Lucas bajará luego».
—De acuerdo. Y gracias por…
«¿Lamerme la oreja? ¿Hacerle pensar a todo el mundo
que me has dicho algo? ¿La cara que han puesto Kitty,
Mandy y y todo el mundo fuera?»
—Por la naranjada…
Él asiente y se va. Y yo me recreo en cómo lo hace. Bonita
percha…
Cuando desaparece puedo respirar hondo por fin.
Son las tres y pico de la mañana, pero estoy más
despejada que si fueran las siete de la tarde, será porque
estoy a punto de hacer lo que más me gusta en el mundo:
mezclar, separar, añadir, neutralizar y crear un nuevo
compuesto que podría hacer historia en la medicina y
cambiar mi suerte, por fin.
Lo que no calculo es que quizá sea a peor.
7
LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ
“Algún día la besaré y a usted le agradará. Pero ahora no.
Le ruego que no sea tan impaciente.”
Margaret Mitchell

Bajo del coche incluso antes de que Jerry haya parado.


La idea de que Lenny y Charlotte estén solos no me gusta
nada. Lo he visto muy metido en el papel y no quiero que la
asuste. Mi primo no es precisamente Míster Delicado.
Accedo al jardín delantero y escucho la música desde
fuera. ¿La habrá acorralado ya contra algún mueble? Al
entrar me encuentro a Lenny en la cocina cortando limones.
—¿Dónde está? —pregunto con el corazón en un puño—.
¿Se ha marchado?
Él niega con la cabeza y señala hacia el suelo.
—¿La has enterrado?
Sonríe ante mi broma y respiro aliviado. Está en el sótano.
—Espero que la hayas tratado bien. No podemos perderla.
Se señala a sí mismo y hace el símbolo de Ok, pero no me
creo ni una palabra, o sea, gesto. Me he fijado en cómo la
mira y según su historial de búsquedas porno las
empollonas le ponen más de lo que le gustaría admitir.
No me juzguéis. Lo revisé para ver si había estado
buscado información sobre el suicidio o cómo llevarlo a
cabo. Lenny me preocupa desde hace un tiempo. Es una de
esas personas que viven pensando que no merecen respirar.
Todavía no ha superado lo que pasó…
—Voy a verla —me despido, poniendo rumbo a las
escaleras—. No dejéis entrar a más de treinta personas. Y
Lenny…, avisa de que nadie suba a la parte de arriba de la
casa.
Asiente y me voy. Necesito que este descabellado plan
funcione antes de que mi mundo se venga abajo. O el de
Lenny. Él es mi excusa. Mi buena razón. La verdadera es que
estoy evitando tomar las riendas de mi patética vida desde
hace tiempo.
—Eh, hola —saludo a C—. ¿Cómo vas?
—Acabo de empezar —contesta totalmente equipada con
guantes, gafas transparentes y la bata, como si la sustancia
fuera letal.
—¿Cuál es el plan? ¿Qué vas a hacer?
—Sinceramente, experimentar un poco con ella. Voy a
probar de todo. Intentaré hacer té como si fuera una planta.
Intentaré secarla para triturarla hasta hacerla polvo. La
meteré en gasolina y luego en ácido sulfúrico para reducirla
a lo más esencial y volveré a mezclarlo con agua para
separar las partículas. Probatinas de químico loco…
—¿Y cuándo crees que sabrás algo? —pregunto ansioso.
Me mira con fastidio.
—Estas cosas necesitan su tiempo. No es un proceso
instantáneo. Dejaré varias mezclas preparadas esta noche y
mañana podré analizarlas.
—Vale…
No quiero presionarla, pero no olvido que el capitán me ha
mirado en el bar y se ha tocado el reloj recordándome que
el tiempo corre.
—¿Por qué le debéis dinero al capitán? —me pregunta de
pronto.
—Es mejor que no lo sepas…
—¿Por qué?
—Porque cuanto menos sepas, más a salvo estarás…
—Ya estoy metida de lleno, ¿no te parece? Tengo la
sensación de que de mí depende algo muy gordo y me
inquieta no saber lo que es. La información es poder, y sin
ella, estoy desprotegida.
Suspiro con pesar porque razón no le falta.
—¿Recuerdas la pelea de la semana pasada, cuando vino
la policía al pub?
—Claro, Kali sigue teniendo la cara morada.
—Pues el capitán tenía un alijo de coca en el almacén y se
deshicieron de él por si había una redada. Y ahora se lo
debemos.
Su desconcierto me dice que no estaba al tanto de las
actividades ilegales de su jefe. Me sorprende que no lo
supiera trabajando allí.
—¿Y os culpa a vosotros?
—A Lenny. Y si no le pagamos, puede meterse en
problemas serios.
—¿Por qué no le pedís el dinero a vuestros padres? Son
ricos…
—Nuestra relación con ellos es un poco complicada —Por
decirlo suavemente…
No sé cuántas veces me habrá repetido mi padre eso de
que soy el mayor y debo dar ejemplo. No llevó demasiado
bien mi fase de delincuente juvenil: apuestas deportivas,
tráfico de exámenes, carnets de conducir falsos… Todo
antes de los dieciséis. Se le caía la cara de vergüenza cada
vez que aparecía con la policía en casa.
—¡¿Por qué eres así?! ¡¿Acaso te he criado para que lo
seas?! —me gritaba desquiciado. Después se pasaba las
manos por el pelo como si sufriese por algo que yo
desconocía. Me parecía un exagerado. ¡Solo me estaba
divirtiendo! Saltarme la ley era un reto para mí.
—Se le pasará, está en la época rebelde… —le decía mi
madre para calmarlo cuando los espiaba después.
Lo admito, me gusta espiar. Si pudiera tener un poder no
sería volar o convertir objetos en oro, sería leer la mente,
porque, como bien ha dicho C, la información es poder.
—Puede que se le pase o puede que vaya a más.
Admítelo, Mía, nuestro hijo no tiene el perfil de un chico
tranquilo con un trabajo normal que no se mete en
problemas. ¡Él es el problema!
—No puedes culparle, tu sangre corre por sus venas…
—No digas eso.
—Me refiero a que está condenado a ser especial, como
tú.
—Ese ha sido siempre mi mayor temor. Sentir que yo lo he
condenado a esto… Que es así por mí…
—¡No digas eso! Tiene toda la vida por delante para
corregirse.
—Yo a su edad no era así, Mía. No hacía esas cosas.
¡Cumplía las normas! Solo las rompí cuando me vi obligado.
¡Me vi obligado!
—No te tortures. Quizá haya nacido para cambiar las
normas…
—Ya es tarde para eso. El mundo se va a la mierda sin
remisión, y con esa actitud pendenciera, a nuestro hijo lo
masticará y nos escupirá sus restos a la cara. Eso pasará. Ya
lo verás…
—Kai… —Le acarició la nuca y se apoyó en su hombro—.
Yo confío en él porque es un pedacito de ti y de mí juntos. Y
eso no puede ser malo…
—Pues hasta ahora no lo ha demostrado —dijo desabrido.
Tras escuchar eso, estaba decidido a superar todas sus
expectativas. Mi padre, para mí, era como un dios. Es más,
hasta que empezaron a gustarme las chicas, lo consideraba
mi alma gemela. Uno de los mejores recuerdos de mi niñez
era dar largos paseos por la playa con él hasta los seis o
siente años. Mis hermanas todavía eran muy pequeñas y
Aitor un vago, y conseguía esos pequeños momentos de
intimidad con él donde me contaba todo tipo de historias
increíbles que yo absorbía sin pestañear. Me hablaba de tú a
tú. De lo que le gustaba. De lo que le dolía. Era mi mejor
amigo… Me hizo sentir que me quería más que a nadie en el
mundo. Y le creí.
Con el tiempo me tocó compartirlo más, pero no le guardé
rencor. Era quien más tiempo había disfrutado a solas con él
y teníamos una conexión especial. Pero todo acaba… No
recuerdo él día exacto en que dejó de mirarme con orgullo,
supongo que fue poco a poco, trastada a trastada. Pero sí
recuerdo el día que él me decepcionó a mí por completo.
Fue el 27 de mayo. Lo tengo grabado en la memoria.
A raíz del ataque en casa de mi tío Luk, el ambiente en la
familia Morgan se desestabilizó. Mi tía Ani estuvo en el
hospital. Lenny dejó de ser Lenny, y algunos indeseables
empezaron a tocarle los cojones… No pude callarme. Debía
hacernos respetar. Y cuando el director llamó a mi padre
para contarle lo ocurrido, me cayó una bronca de espanto.
Me esperaba un «Bien hecho, hijo, así me gusta,
defendiendo a la familia», no oír que le había decepcionado
cuando más me necesitaba. Ese día desmitifiqué a mi padre
y mi dolor desembocó en un cúmulo de decepciones extra
para él. A partir de ahí, todo fue cuesta abajo entre
nosotros.
El tiempo pasó. Y aunque mi periplo universitario nos
mantuvo a distancia y más a raya nuestros roces, desde que
terminé la carrera de Dirección de Empresas hace dos años,
me recrimina no estar haciendo nada con mi vida.
Pero nada más lejos, solo estoy tejiendo mi estrategia en
la sombra hasta que Lenny mejore. Todavía me necesita. Si
no fuera por Aitor y por mí, probablemente, ya estaría
muerto.
—Bueno, me subo a la fiesta —informo a Charlotte
volviendo al presente—. Cuando termines de hacer las
mezclas, puedes irte.
—Gracias, amo.
Su sarcasmo me hace sonreír. Y veo que ella también lo
hace. Se ha adaptado tan fácilmente a pesar de todo que
me sorprende.
—Charlotte…
—Qué —contesta sin mirarme.
—Gracias por hacer esto por nosotros.
—No me las des. Me has amenazado con quitarme la
beca, ¿recuerdas?
—Me vi obligado —digo con culpabilidad—. Sabía que no
saltarías de alegría por ayudarnos.
—Y estabas en lo cierto. Pero me gustaría saber una cosa
—me mira preocupada—. ¿Cómo supiste lo de mi supuesto
affaire? Porque es mentira. No hubo nada entre nosotros.
¿Quién te lo contó?
—Lo escuché por casualidad.
—¿Dónde?
—En una conversación privada. No debes preocuparte por
eso…
—¡Claro que me preocupa! ¿Quién más lo sabe, Morgan?
—Nadie más, confía en mí. Ni siquiera yo lo sabía a
ciencia cierta, solo lo sospechaba. Escuché al profesor
Kingsley hablar de ti con Dani en la puerta de su casa; es mi
vecino. Te puso por las nubes y juró que si tuvieras unos
años más…, bueno, ya sabes…
Charlotte me mira alucinada.
—¡¿Me lo lanzaste a la cara sin saber si era cierto o no?!
—Me arriesgué por pura intuición.
—Madre mía… —farfulla avergonzada. Y por momentos,
enfadada.
—Tranquila, no voy a decir nada.
—¡Es que no pasó nada! —exclama cabreada.
—No creo que estés así por «nada»… —señalo.
—Solo me besó una vez… —confiesa—. Y a las horas
descubrí que estaba casado y a punto de ser padre. Nunca
volví a estar a solas con él. ¡Lo juro!
—Y te creo. Pero si esto saliese a la luz, sería tu palabra
contra la suya…
Me mira horrorizada. Siempre es duro darse cuenta de
que la vida es injusta. Pero cuanto antes lo sepa, mejor.
—¡Serás…! —evita insultarme con un bufido—. Tienes
suerte de que todo esto suponga un reto profesional para
mí, ¡porque si no, te dejaba tirado ahora mismo!
—Y también vamos a pagarte, no lo olvides —Señalé
temeroso.
—Esto es increíble… —murmura irritada.
—Te pido disculpas por amenazarte con ese tema…,
porque ahora que te conozco mejor, sé que harías cualquier
cosa por ayudar a alguien que te necesita. Tengo claro que
eres una buena chica, C.
Me mira como si acabara de quedarse desnuda delante de
mí.
¿Va a llorar? Dios…, ¡qué mal se me dan estas cosas!
—Bueno… —me despido atribulado—. Te dejo seguir con
lo tuyo. Y lo dicho: cuando quieras, Lenny te llevará a por tu
coche. Aunque no estaría mal que antes te dejaras ver un
poco en la fiesta con él…
—¡¿Algo más?! —replica cabreada.
Trago saliva y me voy antes de que se largue de verdad.
Si supiera lo agradecido que le estoy, no se enfadaría tanto.
Lo fuerte es que creo que lee en mis ojos que le daría hasta
mi alma a cambio de que esto salga bien.
Subo y rezo para que Livy haya llegado ya, necesito dejar
la mente en blanco y relajarme un poco. La casa se ha
llenado de gente en cero coma y todos me saludan al pasar
por su lado. La busco en la lejanía y, como si lo hubiera
invocado, veo a Livy esperándome en un lateral.
Verla siempre me pone de buen humor. Es una jodida obra
de arte andante, y no lo digo solo por sus curvas
perfectamente acentuadas en mis zonas favoritas, sino
porque su piel está cubierta de ilustraciones guapísimas. Es
tatuadora.
Tiene el pelo rojizo y largo y lo lleva rizado en una coleta
alta con varios mechones rozándole la cara. Es una tía
espectacular.
Cuando me ve, su mirada se torna seductora cuando lee
en la mía que la necesito a muerte.
Al llegar a su lado, invado su espacio vital, acercándola a
mi cuerpo y le hablo a cinco centímetros de la boca, sin
llegar a besarla.
—Hola…
—Hola…
Me gusta retrasar la gratificación y surfear en el preludio
amoroso.
—¿Qué tal el día? —me pregunta coqueta.
—Regular, pero la noche acaba de mejorar bastante…
Sonríe arqueándose contra mí y aprovecho para oler y
besar su delicioso cuello.
Se echa hacia atrás para mirarme a los ojos y leo en los
suyos que ya siente algo especial por mí. Suele disimularlo
bien y controlarse, pero hacerte la dura, no significa que lo
seas. Los ojos son el espejo del alma.
—¿Quieres tomar algo antes de ir a…?
Su respuesta es besarme con un ímpetu desconocido. Le
continúo el morreo porque mi cuerpo está a favor.
—Imagino que eso es un no —musito lascivo en su boca.
Es tarde, ¿por qué posponer lo inevitable?
He dicho que nadie subiera, pero nosotros sí vamos a
hacerlo.
Localizo a Aitor hablando con un grupo de gente, pero no
veo a Lenny por ninguna parte. ¿Dónde se habrá metido?
Espero que no esté haciendo de las suyas… porque se
supone que acaba de iniciar una relación con C.
Mientras subo las escaleras con Livy de la mano, le envío
un mensaje con la otra.
«¿Dónde estás? No pueden verte con ninguna que no sea
Charlotte, y cuando quiera irse a casa, llévala a por su
coche».
Llego a mi habitación y me olvido de ellos. Toca centrarme
un poco en mí. Y como mucho, en Livy. Freya sobra. Pero los
flashes de su recuerdo siguen bombardeando mi cerebro a
diario. Son como un cáncer que va destruyendo células
sanas cada día, y yo no quiero enfermar, aunque resulta tan
inevitable como lo que está a punto de suceder en mi cama.
Livy deja caer su vestido al suelo y se tumba sobre el
colchón para recibirme. En un segundo estoy avanzando
hacia ella sin camiseta y con los vaqueros a medio
desabrochar. Su mirada recorriendo mi cuerpo me pone a
tono. No tiene nada que ver con cómo me miraba Freya de
niña, pero es justo lo que busco. Señalar esa diferencia.
Tengo una foto grabada en mi mente, de los dos sobre
una hamaca a la tierna edad de dos años, y ambos llevamos
un chupete en la boca.
Aitor y yo jugábamos mucho con ella cuando solo
existíamos los tres; ella es hija única.
Me tiendo sobre Livy y el contacto de nuestra piel es
opuesto a cuando todavía tocaba cualquier parte de Freya
sin ningún tipo de pudor, a los seis o siete años. Cuando se
me sentaba encima y ninguna parte de mí reaccionaba a la
suavidad de su piel o a su olor.
Beso a Livy a conciencia suplicándole a un poder superior
que aparte a Freya de mi mente. Pero no puedo. La droga
también me hizo recordar sus labios. Sus «muak» sonoros e
infantiles lanzados al aire al despedirse o sus picos de un
nanosegundo para que nuestros padres se rieran y dijeran
que éramos supermonos. Hay varias fotos que lo avalan.
Hay bodas falsas grabadas en vídeo. Hay… tardes en la
playa con diez años, bañándonos durante horas mecidos por
las olas con nuestras tablas de goma. Hay bocadillos
gigantes devorados por el hambre después y risas
quitándole migas de la comisura de la boca.
El gemido de Livy me trae de vuelta a la realidad. Menos
mal… Y me sorprendo con los dedos ya dentro de ella, por
eso gime tanto.
Su incursión a mi ropa interior no se hace esperar y me
dejo llevar por el placer que me proporcionan sus caricias.
Freya y yo nunca llegamos tan lejos.
En la preadolescencia todo empezó a darnos vergüenza.
Nos sentíamos muy observados por amigos, adultos, por
nuestros hermanos, primos y la jodida playa entera…
Seguíamos haciendo muchas cosas juntos, pero empezamos
a ser más discretos y distantes. En mi cabeza éramos
novios, aunque no hiciéramos nada que lo avalara
físicamente, excepto un par de besos rápidos cuando
coincidíamos a solas jugando al escondite por las noches o
intercambiando cartas por San Valentín, pero poco a poco
dejamos de hacerlo. Y no fue por ningún motivo en
concreto, fue la vida. Cuanto más mayores éramos, más
obligaciones y actividades extraescolares teníamos y ya
apenas nos veíamos. Los fines de semana empezamos a
quedar cada uno con su grupo de amigos y los cambios
físicos de la pubertad nos convirtieron en otras personas.
Dejamos de ser unos niños y el permiso para tocarnos
caducó, pero nos seguíamos saludando y sonriendo al
vernos.
Desabrocho el sujetador de Livy con ansiedad. Tiene
cierre delantero, lo que facilita las cosas para atacar sus
pechos en cuanto quedan expuestos a mi boca.
Joder, sus pechos… Los de Freya, digo. ¿Dónde habían
estado toda mi vida? La curiosidad de cómo serían al
desnudo casi me vuelve loco a los quince. Intentaba no
mirarla directamente por si me dejaba ciego, porque con lo
ocre-soleado-bombón-Maldivas que estaba, parecía posible.
Desde los catorce habían sido habituales los comentarios
tipo: «Qué guapa está Freya, ¿no?». «¿Vas a pedirle salir?
¡Seguro que te dice que sí!». Pero… ¿y si decía que no?
Estaba convencido de que me moriría si me rechazaba y
prefería limitar los riesgos.
Entonces alguien se me adelantó… Un gilipollas de otra
clase le pidió salir y ella contestó que sí. Fue como una
patada en las pelotas con una fuerza ultrasónica.
Cuando escuché el rumor de que se habían enrollado en
una fiesta, me hice el duro, pero por dentro me enfadé.
Deseaba demostrarle que yo era mejor elección. Que era
más guay. Y las acepciones de «guay» a esas edades son
realmente peligrosas… Así empecé a darle disgustos a mi
padre.
El problema fue que Freya no hizo caso a mis alardes de
rebeldía, pero mi popularidad entre las chicas se hizo viral
enseguida.
No conocía la fiebre que puede provocar un bad boy y me
dediqué a bordar el papel a la perfección. ¿Ella tenía novio?
Pues yo tendría mil amigas con derecho a roce. Y de tanto
roce, la herida dejó de escocer. Aunque nunca del todo.
Además, empecé a cogerle gusto a eso de llevarles la
contraria a nuestros padres cuando les oía decir «¡qué pena,
si parecían el uno para el otro!». No, gracias. No me gustaba
ser un pronóstico cantado.
Dio la casualidad de que, por aquella época, tuvo lugar el
ataque en casa de Lenny y se me juntó todo.
Fue un golpe tremendo para toda la familia. En ese
momento no supe medir la magnitud de lo sucedido, pero
sentía que ocurría algo muy grave. Nunca había visto a mis
padres y a mis tíos tan nerviosos y cabreados. Y no lo
disimulaban. Era como si hubiesen olvidado que estábamos
delante…
Fue la primera vez que tuve que ser un hombre y
encargarme de los más pequeños. Mi madre me lo pidió
encarecidamente entre lágrimas. Estaba tan acojonado que
no hice preguntas, pero la incertidumbre me comía.
Lenny, con diez años, se había quedado traumatizado y
nadie parecía preocuparse por él. Al parecer, había cosas
más urgentes que atender. Lía tenía doce y estaba muy
asustada. Y Aitor, con catorce, me ayudó muchísimo a
mantener la normalidad con sus bromas y juegos, mientras
les hacíamos el desayuno y los llevábamos al colegio.
Tuvimos que seguir con nuestras vidas solos porque mi
padre y mi tío desaparecieron del mapa durante semanas.
Se esfumaron. Y mi madre no daba abasto con mi tía Ani en
el hospital y los negocios. No podía creerlo. ¿A dónde coño
habían ido los hombres?
Mi vida quedó en un segundo plano durante un tiempo. Y
de pronto, me enteré de que «el gilipollas» había dejado a
Freya tras conseguir que se acostara con él.
Juro que se me cruzaron los cables.
Ni siquiera lo pensé. Lo busqué por todo el pueblo, y
cuando lo tuve delante, le di una paliza brutal. Nunca había
golpeado a nadie con tanta saña. Mis amigos y los suyos
tuvieron que separarme de él.
Dejé que todo el mundo pensara que era por celos, pero
lo cierto es que fue rabia pura. Hacia mi padre, por dejarnos
tirados. Hacia mi tío, por abandonar a su hijo trastornado y
a su mujer en el hospital. Hacia los asaltantes por entrar a
robar al azar en esa casa en concreto. O eso creía yo… que
había sido mala suerte. La cosa es que el gilipollas pagó por
todo ello y jamás me arrepentí. Lo de Freya había sido la
gota que había colmado el vaso del fin de la vida perfecta
que podía haber tenido y acababan de arrebatarme. Mi
madre tuvo que lidiar con la denuncia que me cayó. Aunque
al final, desapareció de forma mágica.
Freya también vino a buscarme y se enfrentó a mí en
público.
—¡¿QUÉ HAS HECHO, LUCAS?! —exclamó indignada. No
entendía su enfado, si la había defendido.
—Era un gilipollas.
—¡Eso no te da derecho a golpearle así! ¡Eres un animal!
¡Cuando veo en lo que te has convertido me avergüenzo de
haberte querido alguna vez!
—Por suerte ya no lo haces —mascullé dolido.
—Por Dios… ¡¿Pensabas que esto serviría de algo?! Por
favor, dime que no lo has hecho por mí. No me cargues con
esa responsabilidad. ¡Porque yo no te he pedido que me
salves de nada!
Me quedé callado, aceptando el dolor de lo inaceptable
que le parecía que siguiera sintiendo algo por ella después
de tanto tiempo.
—¡Contesta! —exigió decepcionada.
—No lo he hecho por ti, ¿vale? No quiero nada contigo. Y
menos ahora que ya no…
Vi perfectamente cómo el dolor atravesó su cara sin
piedad y cómo juró que nunca me perdonaría haber dicho
eso. Se había entregado a otro cuando era mía. Y por eso lo
hice. Fue mi forma de autocastigarme, y de cerrar, de una
vez por todas y para siempre, un ciclo fallido en mi vida.
Cuesta creerlo, pero lejos de sentirme mal, me sentí
liberado. Supongo que porque en ese momento tenía
muchos problemas familiares y no podía cargar también con
los sentimentales. Fue mi forma de perder lastre. De
centrarme en mis hermanos y en Lenny y olvidarme de mí
mismo. Por eso ahora no sé ni quién cojones soy.
Un par de semanas después, mi padre y mi tío Luk
volvieron a casa. Y por supuesto, los espié a destajo para
enterarme de lo que había sucedido. Pero lo que descubrí
fue más de lo que pude soportar…
—Tengo miedo, Kai… —musitó mi madre.
—No lo tengas. Te juro que ya está todo solucionado.
—¿Seguro que nadie te ha visto? ¡Se supone que estás
muerto…!
—Nadie. De verdad.
—Dejé atrás a mi familia para vivir tranquilos aquí, y
ahora pasa esto…
—Mía, te juro que no hemos dejado ningún cabo suelto
esta vez…
—¡¿De verdad, papá?! —irrumpí furioso en la habitación—.
¿Qué coño significa eso? ¡¿Qué habéis estado haciendo
tanto tiempo fuera?!
—Lucas…
—¡Toda la vida acusándome de que soy un delincuente…
¿y resulta que tú la liaste tan parda que tuviste que fingir tu
propia muerte?! —Le di una patada a la puerta y me fui
rabioso.
—¡Lucas, espera! ¡Puedo explicártelo!
Me alcanzaron en el pasillo.
—¡No quiero oír nada! ¡Me basta con saber que el ataque
a la casa del tío Luk ha sido una venganza por una vida
anterior de chanchullos!
—¡Baja la voz! —rogó mi madre—. ¡Piensa en tus
hermanos!
Me serené, pero me encaré con mi padre para hablarle
despacio y susurrante, dotando mi discurso de más crudeza
y dolor si cabía.
—Eres un hipócrita… Me hiciste sentir mal por
protagonizar delitos de poca monta y resulta que tú estás
hasta el cuello.
—¡Precisamente! ¡No quería que te pasase lo mismo que
a mí! —exclamó mi padre afectado. Pero vio en mi mirada
que había perdido mi respeto y que ya nunca lo vería de la
misma forma.
—Cuándo te darás cuenta, papá… ¡Yo no soy como tú! Yo
nunca dejaría tirada a mi familia en el peor momento de sus
vidas…
Me fui de su vista y esa noche me dormí llorando. Sentía
que toda mi existencia, mi familia, y mis mejores recuerdos
habían sido una mentira. Y no quería saber la verdad porque
solo me haría más daño.
Seguí con mi vida, renegando de mi padre, y haciendo de
las mías. Pero al año siguiente, a mis diecisiete, estalló una
bomba nuclear en las entrañas de Los Morgan cuando
echaron a mi primo Marco de la familia. Él era el único pilar
masculino que me quedaba en pie. Me había apoyado
mucho en él en el último año y perderlo fue un palo.
Estaba furioso. Tan furioso que convencí a mi madre para
emanciparme en cuanto cumplí los dieciocho.
Mi padre no puso pegas porque la situación en casa era
insostenible; la hostilidad que se respiraba no era la mejor
para mis hermanas. Aitor no tardó en venirse a vivir
conmigo un año después, cuando él empezó la universidad.
Y creo que Lenny utilizó su potencial de altas capacidades
para unirse a nosotros al tercer año.
Nuestros padres agradecían que estuviéramos los tres
juntos y cerca de ellos, porque bien podríamos habernos
fugado y no vuelto a vernos el pelo en su jodida vida.
—¡Joder, me corro! —grita Livy excitada. Y la creo, porque
he debido de darle bastante fuerte recordando toda esa
rabia. De hecho, estoy a punto de explotar yo también y lo
hago confiando en que me he puesto un condón porque ha
sido un polvo de lo más automático. Tampoco creo que Livy
me hubiera permitido hacerlo sin. No es tonta.
Gruño alto cuando el placer me sostiene durante unos
segundos en otro plano vital y mi mente se queda en blanco
por fin.

Me gustan los sábados. Siento que el sol brilla con más


fuerza.
En la pickup se escucha un silencio cómodo en el que los
tres estamos perdidos en nuestros pensamientos. Será que
hay mucho que rememorar de la fiesta de anoche, después
de la aparición estelar de Charlotte en el salón
completamente colocada… ¡Qué tía!
Sonrío sin poder evitarlo.
Es de lo que no hay… Nos ha conquistado a todos en
tiempo récord.
Ahora mismo nos dirigimos a la comida familiar semanal
que entraba dentro del trato por emanciparnos a gastos
pagados, mientras estudiábamos: alquiler, comida, coches,
una pagüita aparte para el vicio… Pero yo mismo cerré el
grifo ante el primer comentario sarcástico de mi padre sobre
si pensaba vivir de gorra para siempre al terminar la
carrera. Sé que lo dijo para motivarme y que me lanzara de
cabeza al mundo laboral, pero no pensaba darle esa
satisfacción… No necesitaba su ayuda ni su aprobación.
Haría lo que yo quisiera, cuando quisiera.
Hace años que trasladamos estas comidas al sábado
porque los domingos no había dios que se levantara de la
cama. Y lo digo también por los mayores y las juergas que
se corren a sus cincuenta y tantos.
Aparco en la verja de la entrada y en ese momento sale
de su casa el padre de Freya. Cuando nos ve, sube la
cabeza a modo de saludo y se monta en su coche.
Siempre me ha parecido un tipo legal… Y más cuando,
semanas después de la paliza al gilipollas, nos cruzamos un
día como hoy, donde yo entraba y él salía, y, en vez de
subirse a su vehículo, me llamó:
—Lucas…
No contesté nada. Solo lo miré sorprendido de que me
hablara.
—Solo quería darte las gracias… —dijo simplemente.
—¿Por qué? —pregunté perdido.
—Tú sabes por qué.
Después, se subió al coche y se fue sin decir ni adiós.
Yo no me moví del sitio hasta que entendí a qué se refería.
Por hacer justicia con quién había mancillado a su hijita…
De pronto entendí que fue él, con sus contactos en la
policía, el que consiguió que retiraran la denuncia.
—De nada… —murmuré agradecido..
Ese comentario fue la único conmiseración que tuve por
todo lo que había acontecido en mi vida. Y me bastó. A
veces un pequeño triunfo lo compensa todo. Y más viniendo
de un tío que una vez me pilló en una situación más que
comprometida con su hija… Ejem, desnudos.
Respiro hondo y me centro en el maldito y complicado
presente.
Ha llegado la hora de enfrentarme a mi infierno semanal.
Una comida con Los Morgan…
8
ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS
“Creo que estás completamente loco.
Pero te diré un secreto: las mejores personas lo están”
Lewis Carroll

Me despierto y me alegro de no estar en casa de los p*tos


Morgan.
De hecho, necesito alejarme de ellos todo lo que pueda
después de lo que pasó ayer… ¡Qué horror! Podría haber
muerto de vergüenza.
Andaba yo recogiendo mis pociones mágicas en el
laboratorio para volver a casita, cuando mi torpeza innata
me llevó a romper un carísimo tubo de ensayo con tan mala
pata que laceró mi piel y empecé a sangrar.
La retarder que hay en mí se llevó el dedo a la boca sin
pensar y al notar un sabor extraño, retuve la saliva
conmocionada.
—¡¡Mmm!!
Además de la sangre, saboreé la sustancia alucinógena
con la que había estado trabajando toda la noche y quise
morirme. ¡Era mi fin!
Tenía prisa por escupirla y lo hice en el suelo. Tarde pero
efectivo. Me limité a limpiarlo con papel mientras el miedo
se apoderaba de mí.
«¿Y si la sustancia ya había afectado a mi organismo?».
Era una posibilidad. No conocía su radio de acción. Ni la
cantidad ingerida.
«¿Y si empiezo a flipar bajo el techo de Los Morgan y la
monto?»
Pero si me iba, podía estrellarme con el coche de camino
a casa. Fue como tener que decidir entre cortarte un brazo o
una pierna, ¡ninguna me convencía, la verdad!
Consulté el reloj. Eran las cuatro de la mañana y había
calibrado que el efecto podía durar entre seis y ocho horas.
Debía salir pitando para llegar a mi casa cuanto antes.
Quién sabía cómo reaccionaría a esa maldita toxina…
Tenía algo de tiempo hasta que empezara a hacerme
efecto, según explicó Morgan cuando él la consumió
accidentalmente en la playa.
Saqué mi móvil y escribí en el chat de mis amigas
españolas.
«¡Me he drogado sin querer en casa de los maromos y
creo que esto no va a acabar bien! MAÑANA OS CUENTO».
Subí las escaleras a toda prisa en busca de Lenny.
Necesitaba que me llevase a por mi coche urgentemente y
sin preguntas.
Me interné en la fiesta donde la música sonaba a todo
volumen y lo busqué por todas partes, pero aquello era
Sodoma y Gomorra.
Había gente bailando a lo Dirty Dancing. Me los quedé
mirando en plan Hashtag TrajeUnaSandía.
Había gente bebiendo por un embudo boca abajo y otros
animando, me lo ofrecieron y negué vehemente con la
cabeza.
Había peña en la piscina exterior a un paso de practicar
aquasex…
Y había un Aitor devorando a alguien contra una pared. ¡A
un tío! Había escuchado que Aitor era bisexual, pero yo solo
lo había visto con chicas. A pesar de mi mente abierta, me
chocó observarlo. Me dio tanto morbo que fui incapaz de
apartar la vista. ¡Por el amor de Dios!
—Charlotte —me llamó alguien desde unos sofás
superpoblados.
Seguí la voz y me llevó hasta Morgan. Al parecer presidía
una especie de convención de guapos o algo así, porque
vaya espectáculo.
—Lenny bajará enseguida —me informó—. Hacedle sitio,
chicos. Estos son mi amigos del surf. Chicos, ella es
Charlotte, la chica de Lenny.
Saludaron y me dejaron un hueco para sentarme, pero yo
lo único que quería era largarme. Lo vi mandar un mensaje
y volvió a mirarme.
—¿Quieres beber algo?
—No, no. Yo… tengo que irme ya.
Morgan se levantó y me llevó hasta la barra.
—Ya he avisado a Lenny. ¿Seguro que no quieres tomar
nada? ¿Cómo te ha ido con eso?
—Bien, pero ahora tengo prisa, yo… —No quería decírselo,
pero…
—¿Qué te pasa? —preguntó preocupado.
—Me he cortado —confesé—. Mientras manipulaba la
sustancia…
—¿CÓMO…?
—Y la he tenido en la boca. No sé cuánta. Pero creo que
voy a empezar a flipar en breve y estoy muy asustada.
—¡Charlotte! ¡¿Te unes a nosotros?! —gritó Aitor llegando
a mi lado. Al parecer, él también había tomado algo y
estaba falsamente feliz.
—Tú tranquila —me consoló Morgan. Pero sonaba
preocupado.
—¿En cuánto tiempo te hizo efecto a ti?
—En poco. Muy poco… No puedes irte ahora, sería
arriesgado.
Algo me acarició la espalda y Lenny apareció a mi lado
como por arte de magia. Sabía que debíamos fingir estar
juntos, pero a mí solo me salía gritarle que nos fuéramos lo
antes posible. ¡No tenía tiempo de paripés!
Sin esperarlo, una ola de su olor corporal invadió mis
fosas nasales. ¡Joder…! Había percibido lo bien que olía en
las distancias cortas fuera del pub. Era una esencia increíble
que solo notabas muy de cerca.
De pronto, me sorprendí olfateando su cuello. Juro que no
pude evitarlo. Él me aferró de la cintura pensando que le
estaba siguiendo el juego y al sentirlo me eché tan rápido
hacia atrás que si no llega a cogerme, me hubiera caído.
¡¿Qué leches estaba haciendo?! ¡¿Le había olido?!
Sí, baby, y me empezaba a parecer genial.
Poco a poco dejé de oírme chillar barbaridades para
imbuirme en un estado de completo relax. De hecho, me
agarré más a él y le sonreí feliciana.
—¿Por qué eres tan guapo? —solté a bocajarro—. Mírate…
Presioné su mejilla con un dedo, flipadísima, demostrando
mi imperiosa necesidad de ahondar en ese hoyuelo desde
que lo conocí.
Lenny evitó mi toque y me rodeó para quedarse abrazado
a mi espalda. Parecía un gesto cariñoso, pero sabía que
intentaba retenerme en la camisa de fuerza imaginaria que
eran sus brazos y me entró la risa.
Me quedé sin fuerzas y resbalé hacia abajo como si mis
piernas se estuvieran derritiendo. «¡Qué divertido!». Lenny
me sujetó para impedir que terminara espachurrada en el
suelo.
Debí empezar a preocuparme cuando vi que Aitor y
Morgan me miraban con una cara extraña, pero qué va,
estaba la mar de feliz sintiéndome así de desinhibida.
Giré la cabeza hacia Lenny y le dije en tono meloso:
—Me debes un beso, malo. Estás hecho un calienta-
bragas, ¿lo sabías? Mira que lamerme la oreja…
Su cara de pasmo fue tan graciosa que volví a explotar de
risa. ¿De verdad acababa de decirle eso? Que se joda. Era la
verdad. Era malo.
De pronto, sentí que volaba y fue genial. Al parecer, me
estaban trasladando a algún lugar por el aire. Me acomodé,
rodeándole la cintura con las piernas y me quedé agarrada
a su cuello como un koala.
—¡Madre mía, qué bien hueles! —exclamé alucinada—.
¿Te lo han dicho alguna vez? Seguro que alguna Mandy de la
vida a las que te tiras te lo habrá dicho. ¡Es increíble…!
¿Qué colonia usas? —Aspiré su aroma como una puta loca y
sentí que todo mi cuerpo rebotaba en algo blando. El sofá.
—Charlotte, ¿estás bien? —preguntó Morgan inquieto
tocándome la frente.
—No tan bien como tú, chato… —dije palmeándole la cara
—. No se puede ser tan guapo, coño —Le empujé la barbilla.
—¿Qué has tomado, Char? —preguntó Aitor divertido.
—¡¿No es evidente?! ¡Es la sustancia nueva!
—Me he cortado —Les enseñé el dedo, consternada.
—Mierda, Charlotte… —lamentó Morgan.
Lo miré con ternura. ¿Se estaba preocupando por mí?
¡Qué cosa más mona, por favor!
—¿Qué hacemos con ella? —inquirió Aitor—. No podemos
llevarla a su casa en este estado…
—Claro que no. Tiene que quedarse aquí.
—¿La llevamos a la cama?
—¡Sí, Aitor! ¡Hazme tuya! —grité abriendo las piernas de
golpe.
Lo vi reírse y Morgan se pasó una mano por la cara antes
de cerrármelas de nuevo.
Lenny llamó la atención de sus primos y se señaló a sí
mismo. ¿Iba a encargarse de mí? ¡Oy, oy, oy, oy! No sabía si
aplaudir o esconderme.
Señaló hacia la parte de arriba de la casa.
—Está en pleno subidón, no aguantará ni un minuto ahí
arriba —opinó Aitor—. Lo mejor para paliar los efectos de la
droga es que beba.
—Hay que mantenerla vigilada en todo momento —señaló
Morgan.
—¿A quién? —pregunté con secretismo.
Aitor volvió a reírse.
—¿Qué quieres beber, Char? —me preguntó risueño.
—Nada. Yo no bebo.
—¿Nunca?
—Casi nunca. No me gusta el alcohol. Está asqueroso.
—¿Y si te preparo algo sin alcohol?
—¡Vale!
Aitor se fue a la barra y yo insistí en que quería escuchar
más canciones de Pink.
—¡La de Fucking perfect! ¡Esa me encanta!
Lenny la puso para mí y empezó a sonar.
Me puse de pie de un salto y me subí a una mesita baja.
Dios… Ojalá no lo hubiera hecho, porque creo que empecé a
cantar con una mano en el pecho como si fuera el maldito
himno nacional.
Decidido… Nunca más saldré de mi casa.

Tomé el camino equivocado una o dos veces


Cavé mi salida con sangre y fuego
Malas decisiones, todo bien,
Bienvenidos a mi estúpida vida

—Es tal cuál mi vida —farfullé sincera.


—¿Por qué lo dices? —preguntó Morgan con interés.
—Me arrancaron de los brazos de mis amigas, que eran
como mis hermanas, y me trajeron a Byron Bay a la fuerza.
Yo no quería. Cuando llegué aquí me sentí un bicho raro. No
tenía amigos ni novio ¡ni nada! Y por mucho que lo intenté,
no encontré a un maldito ser humano decente en este
paraje tropical…
Aitor llegó con una copa de color rosa y se la arranqué de
la mano para darle varios tragos seguidos.
—¡Está delicioso! ¿Seguro que no lleva alcohol?
—Qué va… —Sonrió malicioso.
Solo paré de beber para cantar el estribillo a pleno
pulmón:

¡Hermosa, hermosa, por favor!


Nunca, nunca te sientas menos que jodidamente perfecta

¡Hermosa, hermosa, por favor!


Si alguna vez sientes que no eres nadie
Tú eres jodidamente perfecta para mí

Los tres me miraron ojipláticos. Y también unas cuatro o


cinco personas que lo presenciaron todo. Menos mal que
nadie lo grabó.
De pronto, Aitor se puso de pie y empezó a cantar
conmigo para compartir el ridículo y me pareció un gesto
superbonito. Fue como si entendiera que sentía cada
palabra de lo que estaba cantando. Se definía a sí mismo
como un chico superficial, pero era altamente empático.
Captó perfectamente que me había sentido menos que
nada muchas veces durante los últimos cuatro años. No
podía creer que lo estuviera confesando de una forma tan
abierta delante de ellos.
Me terminé la copa rápido y le pedí otra.
—Esta mierda entra bien. ¿Qué lleva? —pregunté a Aitor.
Al hacerlo vi sonreír a Morgan.
—¿De qué te ríes? —le pregunté divertida.
—De que creo que no eres tan buena chica como yo
pensaba…
—Igual es que me he cansado de serlo —dije chulita.
—No te lances. Seguro que mañana lo ves todo de otra
forma.
Por supuesto que lo veía de otra forma. ¡LO VEÍA MUY
NEGRO!
Qué puñetera vergüenza, de verdad. Lo peor estaba por
llegar…
—Lleva vodka, zumo de naranja y granadina —contestó
Aitor.
—¡¿Vodka?!
—Tú eres de vodka, pequeña. Eres una chica dura donde
las haya.
—¿Yo? ¡Si soy el puñetero Stitch!
—Eres más dura de lo que crees —replicó con una sonrisa.
—Estoy con Aitor —secundó Morgan—. Tienes que serlo
para haberte juntado con nosotros…
—No es para tanto. Os juntáis con chicas todo el tiempo.
Por cierto, ¿dónde están vuestras pibitas?
—La mía se ha ido a casa. Mañana trabajaba temprano en
su local de tatuajes.
—¡Ay! ¡Quiero un tatuaje!
—Mejor consúltalo con la almohada…
—¿Y tu cita, Aitor? —pregunté a traición. Ese chico tan
mono no dejaba de mirarle mendigando atención—. Creo
que te está esperando…
—Que espere, ahora mismo te prefiero a ti —contestó
seductor.
—¡Ay! ¡Calla, que me enamoro! —exclamé emocionada. Y
solo con el tono cómico demostré que para mí Aitor ya era
casa. Lugar seguro. Sin complicaciones amorosas.
Morgan y él se habían relajado conmigo, pero Lenny
permanecía serio y no me quitaba la vista de encima.
—Responded a una cosa, ¿por qué Lenny no habla? —dije
de pronto. Ahí me di cuenta de lo peligrosa que era esa
sustancia en realidad. Porque en circunstancias normales
jamás hubiera preguntado algo así. El ambiente se tornó
serio al momento.
—Nunca hablamos de ello —contestó Morgan—. Hicimos
el pacto de no contárselo a nadie.
—¡Venga ya! ¡Aitor, dímelo! —le rogué mimosa—. ¡Si lo
supiera, quizá podría ayudarlo! ¿No os gustaría que volviera
a hablar?
—No insistas —zanjó Aitor circunspecto.
—¿Y si lo adivino? —dije con guasa.
Los tres se miraron entre sí.
—Es imposible —apostó Morgan.
—Olvidáis que soy megalista —musité con retintín y me
erguí, sentándome sobre mis talones—. Veamos… Tiene que
ser algo con lo que se sintiera más desprotegido que nunca,
y solo hay una cosa capaz de hacerte sentir así cuando eres
un niño: que le pase algo a tu madre.
La cara que pusieron no dejó lugar a dudas. Había
acertado. Y que Lenny se levantara y se fuera molesto, me
lo confirmó.
—¡No te vayas! ¡Lo siento mucho! —aullé. Pero no volvió
—. Decidme que no está muerta…
—No está muerta —aclaró Aitor—. Pero no vuelvas a
mencionar el tema, por favor.
—Es la droga la que habla —lo justificó Morgan.
—Lo siento, es que… ¿Cómo podéis soportar que no
hable? ¡Lleva demasiado tiempo así! ¿No lo ha visto ningún
psicólogo?
—Muchos, pero no sirvió de nada. Lenny es muy cabezota.
—¿Adónde ha ido?
—Creo que a su habitación.
—¡Oh! ¡Yo quiero ver vuestras habitaciones! —grité,
abandonando el sofá de un salto. A los hermanos Morgan no
les quedó más remedio que seguirme escaleras arriba
mientras yo seguía bebiendo de mi copa.
Era como si no tuviera obstáculos ni sentido común. Solo
deseos que cumplir. Y en ese momento quería ver el interior
de sus aposentos.
Entré en el primero y entendí al momento que era la
habitación de un tipo duro. Era oscura y enigmática, con
pinceladas de madera noble y cuero. Tenía una enorme
cama en el centro con un espejo en el techo.
Lo señalé muerta de risa.
—¡¿Por qué no me sorprende que tengas eso ahí,
Morgan?! ¿Es para saciar tu alma voyeur o lo usas para
masturbarte con tu reflejo? Porque tampoco me extrañaría
nada…
No vi la cara que puso, menos mal. Me estaba fijando en
las paredes e intentando extraer algo de información sobre
él, pero era como un jodido búnker. Estaba todo oculto. ¿Por
qué? Aquel era su espacio más personal y no había pistas
sobre su persona. Solo había un póster colonizando la pared
con un surfista cogiendo una ola. Entonces me fijé mejor y…
¡el surfista era él!
—¡Caray! ¡¿Eres tú, Mor?!
«Sí, joder, creo que dije Mor». Pfff…
—El mismo.
—Vaya… —Era lo único enmarcado en toda la maldita
habitación. Y algo me decía que tenía un significado oculto.
No tenía pinta de ser un narcisista. Aún así dije—: ¿Te
gustaría ser modelo de marcas de surf?
—Qué va.
—¿Y tampoco surfista profesional?
—No…
—Entonces, ¿qué quieres hacer con tu vida?
—Empiezas a sonar como mi padre… —masculló.
—Lo siento. Es chocante que alguien como tú no tenga
claro que quiera dominar el mundo —dije sin dejar de
husmear cada rincón. Nada. No había ni una hoja de papel
borrador, ropa sucia o cualquier cosa que hubiera tenido
entre manos hacía poco. Solo ese maldito póster. Era
desesperante.
—¿A qué te refieres con «alguien como yo»?
—Ya sabes… Tan perfecto.
Soltó una risita como si hubiese contado un chiste malo.
—Estoy muy lejos de ser perfecto, créeme…
—Mejor. Porque lo perfecto aburre. Los defectos son lo que
más mola de una persona. Y dicho esto, me piro a otra
habitación más humana y expresiva. Aquí todo está
escondido. ¡Deja de esconderte!
Me escabullí y entré en la siguiente puerta. Aquel espacio
era mucho más luminoso, desinhibido y lleno de color.
Incluso había flores combinadas a juego con las cortinas.
¡No podía ser de otro que de Aitor!
Vi que una sombra me seguía y estaba segura de que era
él.
—¡Qué bonita! ¡Parece un spa!
—Gracias. Estoy pensando en colocar una fuente tibetana
en la entrada.
Me doblé de risa y él conmigo. Tenía la sensación de que
Aitor había consumido lo mismo que yo, pero creo que lo
suyo era genético.
En contrapunto a la habitación de Morgan, esta no
escondía nada. Al revés. Lo tenía todo a la vista. La ropa
que se había probado antes de salir sobre una silla, miles de
notas recordatorias, una colonia sin el tapón y un espejo
gigante en la pared. La cama no tenía nada que envidiarle a
la de su hermano, y estaba perfectamente hecha, como si
esperara un huésped.
—¿Qué conclusiones extraes de mi habitación? —me
preguntó con pitorreo—. Sé buena. A Lucas le has hecho
polvo…
—Que eres un fashion victim.
—¡Culpable! —Sonrió con orgullo.
—Y que no eres el típico hombre…
—¿Y cómo son los hombres típicos, según tu opinión de
experta?
Sonreí a su burla. ¿Tan evidente era que no me comía un
rosco?
—¿Quieres la verdad? —dije juguetona—. Quizá duela…
—Por favor —suplicó como lo haría un amante de los
latigazos.
—Este espacio es precioso, pero no es original. Es decir,
¡no eres tú! Dentro de ti hay mucha más complejidad y
potencial, pero lo ocultas. Estás tan escondido como Morgan
bajo todo lo que te gustaría ser y todavía no eres…
Su sonrisa se esfumó, igual que yo, porque estaba
decidida a encontrar la habitación que más intrigada me
tenía. La de Lenny.
Me vi entrando a un tercer dormitorio sola. Ni Aitor ni
Lucas me seguían ya. Dentro encontré a Lenny tumbado en
la cama con la espalda en la pared.
En su cuarto no había ningún espejo. Sobre su inmensa
cama de 2x2 metros se alzaba un estantería tan plagada de
libros que apenas se veía de qué color estaba pintada la
pared. En la de enfrente había un armario empotrado y un
televisor de plasma; y al fondo, descansaba un escritorio
contra la ventana con un ordenador de mesa enorme y una
silla ergonómica como la de los gamers.
Lenny me miró como si no entendiera mi presencia allí.
—Perdón… Venía a pedirte disculpas por lo de tu madre.
No dejé que contestara nada y exclamé:
—¡Hala, cuántos libros! ¿Los has leído todos? —Asintió—.
Va a ser verdad eso de que eres un cerebrito…
Se encogió de hombros y de pronto vi que sus ojos se
perdían en mi camiseta como si se estuviera preguntando
cómo serían mis tetas.
—Son normales, no te pierdes nada —dije levantándome
un segundo la prenda y dejando que viera mi 95B. Caminé
hasta su ordenador, y al tocar el ratón, la pantalla se
encendió automáticamente mostrando una página abierta
en la que había mucha información sobre mí. ¡Sobre mí!
Incluso estaban mis calificaciones escolares. ¿Cómo las
había conseguido?
Un segundo después, tenía a Lenny al lado. Había
brincado desde la cama para apagar la pantalla con la
mano, pero ya era demasiado tarde. Lo había visto todo.
—¿Me has buscado en internet? —pregunté asombrada.
No contestó. Solo empezó a empujarme hacia la salida.
—Espera, ¡no he terminado de investigar tu habitación! —
Forcejeé.
Me bloqueó el paso y me hizo un gesto con la cabeza que
significaba que me largara.
—¡Soy tu chica, no puedes echarme! —Le esquivé y me
lancé sobre la cama—. ¡Wow! ¡Qué cómoda es! ¿Qué marca
de colchón usas? —cuestioné asombrada recostándome
mejor sobre la almohada.
En ese momento, Aitor y Morgan entraron en la
habitación.
—¿Cómo haces para que caigan en tu cama a los dos
segundos, tío? —bromeó Aitor con guasa.
—Está claro que las droga —señaló Morgan. Pero yo ya no
oía ni veía nada. Había cerrado los ojos y no era capaz de
volver a despegarlos. No sé si fue la esponjosa almohada, la
firmeza del colchón o el narcótico olor de las sábanas, pero
me quedé dormida.
Cuando desperté lo hice de golpe. Había tenido unos
sueños muy extraños donde me convertía en vampiro. Noté
que el colchón se hundía porque alguien acababa de
levantarse de mi lado.
Lenny se plantó frente a mí, pero mi vista fue a parar a un
bulto enorme marcándose en su pantalón de chandal.
Hablamos de un tamaño olímpico… Cuando pude desviar la
vista de semejante Bratwurst, capté un Ok a modo de
pregunta en sus dedos.
—Estoy bien —contesté aturdida y me incorporé para
comprobarlo. Tenía un horrible dolor de cabeza. Anoté
mentalmente reducir los efectos secundarios no deseados
de la sustancia, como la cefalea.
Vi en su despertador que eran las siete de la mañana,
pero él no tenía cara de sueño. ¿Habría estado despierto
todo ese tiempo? Me fijé en que había un libro en su mesilla
con un marcapáginas embebido.
Volvió a mostrarme su teléfono.
«Te llevaré a casa».
—Sí, por favor.
Me sentí tonta al darme cuenta de que no había sido una
pregunta. Quería que me fuera. No le pregunté, pero seguro
que Aitor y Morgan ya estaban dormidos y él no podía
hacerlo conmigo estorbando en su cama. Ni con esa
salchicha entre sus piernas…
Va a quedar fatal que cuente esto, pero tengo una
pequeña fijación con las… con los… ¡con eso! El atributo
masculino me crea mucha expectación porque mis amigas
siempre hablaban de tamaños, grosores, sabores, y un
sinfín de características más, y yo nunca podía opinar
porque…, aunque las había manoseado, nunca había visto
una bien de cerca. Ni me la había metido en la boca. ¡Ya
está! ¡Lo he dicho!
Sé que no debería lloriquear por eso, pero yo lo comparo a
comer picante o a tocar el fuego. Algo, que, tras hacerlo me
horrorizará, pero ahora mismo me pueden más las ganas de
experimentarlo que las consecuencias. Supongo que ansío
sentir el poder de tener lo más valioso para un hombre a
merced de mis fauces.
Y ahora, corramos un tupido velo con unicornios, por
favor.
Busqué mi bolso por toda la casa y vi que lo había dejado
abandonado en la barra de bar del salón. ¡Había estado allí
solo todo aquel tiempo! ¡Qué locura! Pero no creo que
nadie se atreviera a robar nada en esa casa.
Salimos del chalet en silencio. No quedaba un alma en la
fiesta.
—¿Puedes dejarme en el Capitán Nemo? Mi coche está
allí.
Lenny escribió un mensaje de texto.
«¿Estás bien para conducir?».
—Creo que sí…
Frunció los labios y volvió a teclear.
«Morgan me ha dicho que te lleve a casa. Mejor no
arriesgarnos».
—Pero mañana no tendré coche para ir a trabajar…
Se señaló el pecho y luego su móvil. Es decir, que le
avisara y él vendría a recogerme para llevarme.
—De acuerdo —contesté rendida. No quería discutir. Y
quizá no estaba tan bien como creía. Todavía tenía flashes
extraños de lo que había soñado. Además de los vampiros,
aparecían mis padres discutiendo por vivir en Byron. Yo
llorando por sentirme sola y actos eróticos no deseados con
cierto profesor.
Lenny arrancó el coche y viajamos bajo la preciosa luz del
alba en un silencio muy agradable. Sentí que me miraba
varias veces, como si estuviera preocupado por mí. Añadí
otra nota mental sobre la extraña melancolía que sentía.
Debía preguntar a Morgan si era cosa mía o él también la
había experimentado, porque de ser así, lo anotaría como
posible efecto secundario.
Cuando llegamos a mi casa, Lenny esperó a que me
apeara del coche, pero las piernas no me respondían. Era
como si me pesaran una tonelada y me temblaran. Abrí la
puerta y las apoyé en el suelo. Traté de ponerme de pie,
pero me hormigueaban, tenía sudores fríos y estaba
mareada. Inspiré hondo para no vomitar ni desmayarme.
Cuando lo escuché bajar del coche, cerré los ojos
avergonzada. Segundos después, chasqueó los dedos
delante de mí para que le mirara.
—Estoy un poco mareada —confesé.
Sentir sus manos sobre mi cuerpo sirvió para activarme
de golpe. Me puso de pie cargando mi peso sobre él y me
alejó de la puerta para cerrarla. Era tan alto que tenía que
agacharse bastante para alcanzar mi estatura de hobbit.
En la entrada de mi casa, le di las gracias y busqué las
llaves en mi bolso. Quería que se fuera ya, pero cuando la
abrí, entró conmigo y no dije nada, solo le indiqué dónde
estaba mi habitación.
Jamás hubiese imaginado que habría un Morgan bajo mi
techo. Quería quedármelo como si fuera un gnomo de
jardín. Pronto pudo comprobar que mi casa no tenía tanto
glamour como su chalet de lujo.
Le señalé la puerta del fondo y nos internamos en mi
cuarto.
—Gracias… —musité cuando me dejó sobre la cama.
Lejos de mirarme o contestar, se tomó su tiempo para
observar mi estantería llena de libros, mi corcho lleno de
recuerdos y fotos de mis amigas españolas, mi colección de
peluches, mis Funkos, mis tropecientos objetos de Stitch y
mi escritorio coronado con un puzzle de la tabla periódica.
Sus ojos volvieron a mí con más interés. Era como si no
quisiera irse, o como si esperara algo a cambio de haberme
traído. ¿Qué sería?
—Gracias por traerme —vocalicé. Él asintió levemente y
se quedó quieto en vez de decirme adiós con la mano y
desaparecer.
¿Quería un striptease o qué?
Bueno, otro, porque acababa de recordar que le había
enseñado fugazmente mi delantera. También le había
llamado calienta-bragas y había insinuado que estaba
traumatizado por su madre. Pfff…
Quizá lo que esperaba era una disculpa.
—Siento mucho todo lo que he dicho y hecho esta
noche… Te juro que no era yo misma. Estoy muy
avergonzada…
Para mi sorpresa, se sentó a mi lado en la cama y sacó su
teléfono.
«No hablo porque no puedo», leí acongojada. ¿Qué…? ¿No
podía?
Siguió escribiendo despacio, no con su velocidad habitual.
«Si lo intentara, no podría… Solo me saldría gritar».
Una fuerza invisible me comprimió el corazón. ¿Por eso no
hablaba? ¿Porque se pondría a gritar como un energúmeno?
De pronto, le entendí muy bien, porque sumida en la
tristeza que arrastraba, no fui capaz de contestarle nada. Si
lo hubiera hecho, me hubiera puesto a llorar. Y me pareció
tan triste…
Qué curiosas son las reacciones del cuerpo, porque quise
decirle que lo sentía, quise abrazarle, quise darle las gracias
por contármelo y consolarle, pero solo me salió agarrarle del
cuello y besarle.
Tardó segundo y medio en apartar la boca.
Eso es un segundo más de lo que se tarda en huir
instintivamente de algo que repudias. Y ese jodido segundo
entre la sorpresa inicial y el efecto de separarse de mí lo
cambió todo entre nosotros. Ese segundo de duda. De
amnistía. De absolución…
Se levantó atribulado y se fue sin mirarme y sin decir
nada. Yo sí murmuré un «lo siento» en nombre de todas mis
cagadas estelares hasta la fecha. ¡Rip, Rip, hurra! Porque
acababa de enterrarme a mí misma con ese beso. No tenía
intención de volver a verlos jamás.
Mis ganas locas… Cuando dan las cinco de la tarde, mi pie
no deja de golpear contra el suelo porque entro a trabajar a
las siete y no tengo coche. ¡Maldita sea! ¡Soy una
desgraciada!
Además, estaría bien poder ir a revisar las mezclas al
laboratorio Morgan y hacer otras nuevas para ver su
evolución de madrugada.
Me lo pienso, y al final, escribo a Lenny con toda la
vergüenza que es capaz de soportar un ser vivo. No doy un
duro por que venga a por mí después de mi paso en falso.
¿Por qué coño lo hice?
9
ALGUIEN QUE NO SOY
“Eres joven para quedarte esperando a que la vida
suceda”
Elisabeth Benavent

Espero a mi chofer fuera de casa, no quiero que mi madre


lo vea.
Mi padre trabaja en el yate todo el fin de semana y me
apena dejar sola a mi madre cuando él no está, pero lo
entiende. Necesitamos el dinero que consigo en el pub para
suplir el que ella no aporta. Es una realidad. Y hasta que
deje de estar de prácticas en el AIMS con Dani, no podré
dejar de ser camarera y tener los fines de semana libres.
La pickup roja aparece por mi calle y mi corazón se salta
un latido.
Keep calm… Nada de lo que hice ayer cuenta, ¡estaba
colocada!
Pero lo hice, joder. Rocé sus labios con los míos, y por
suerte, dejé la lengua quieta, pero me lancé a la boca de
alguien que acababa de confesarme algo muy íntimo,
mostrándose vulnerable.
¡¿Qué clase de salida soy?! Una virgen de veintidós años,
supongo.
Antes de salir me he dado ánimos en el espejo. «¡Vamos,
Carlo! ¡Tú puedes con esto!». Dicen que lo que no te mata,
te hace más fuerte. Si es cierto, estoy a tres problemas de
convertirme en Hércules.
El vehículo se detiene y lo rodeo para subirme. Siento sus
ojos abrasadores sobre mí, pero me esfuerzo por mantener
una respiración pausada. No hay dolor.
Me subo con una amplia zancada y cierro la puerta de
golpe.
—Hola… —musito sin mirarle.
Sé que él me observa, pero no sé a dónde mira
exactamente, si a mis labios infractores, a mis tetas sin
push up o a mis ojos esquivos.
De pronto, siento que me toca el muslo y doy un brinco
ridículo. Al mirarle, el símbolo de Ok me está esperando a
modo de pregunta.
—Sí, sí, todo bien… —balbuceo nerviosa—. Quiero… Me
gustaría pasar un momento por el laboratorio para
comprobar un par de cosas antes de ir al pub. Tengo que ver
cómo van las muestras que dejé ayer.
Arranca sin decir nada; el chico es obediencia pura.
Superamos los primeros minutos en un silencio extraño
hasta que para en un semáforo y vuelve a mirarme.
Yo no muevo ni un músculo, como si fuera un tiranosaurio
rex y no pudiera verme si me mantengo estática. Fijo la
vista al frente.
Oigo un chasquido de dedos y lo miro con miedo.
¿Miedo de qué? No lo sé. De que se ría de mí por haberle
besado o de que quiera repetir por despertar a una bestia
dormida. ¡Boom!
«¿Seguro que estás bien?», evoca de nuevo el Ok con los
dedos.
—Solo un poco avergonzada —respondo con sinceridad—.
Ayer hice y dije cosas que no quería… Por eso necesito
dosificar bien la sustancia, para que la gente que la tome no
se arrepienta tanto a la mañana siguiente…
Lo veo escribir en su móvil.
«Ayer yo también hice cosas que no debía». Al leerlo mi
cara se congestiona como si fuese a explotar. ¿Se refiere al
beso? Está claro que no deseaba juntar nuestras mucosas.
¿O se refiere a algo que me hizo mientras estaba dormida
en su cama? ¡Ay, mi madre!
«Mis primos dicen que estuviste muy graciosa», teclea
veloz.
Sus primos, ya…
—¿Y tú qué piensas? —Me atrevo a preguntar.
Desde que conozco a estos chicos he perdido tres kilos
solo de los nervios. Y las conversaciones a solas con Lenny
son de las que más queman.
Se toma su tiempo para escribir la respuesta y me siento
como si fuera a ponerme nota. ¿Por qué me importa tanto lo
que piense este…? No sé ni cómo denominarlo. Pero es
nadie para mí.
«Yo opino que eres MUY PELIGROSA», gira la pantalla,
burlón.
—¡¿Yo?! ¡¿Por qué?! —Y no puedo evitar sonreír.
Si él supiera lo inofensiva que soy… Le besé porque no me
atrevía a abrazarlo, no porque quisiera comerle la polla.
—Lo peligroso es esa sustancia —subrayo—. Provoca
cambios emocionales intensos, además de estupor y sueños
extraños mezclados con recuerdos. Debo equilibrarla para
que eso no suceda.
Asiente y no decimos nada más hasta llegar a su casa.
Una vez en el recibidor, Lenny silba de esa forma especial
para avisar a sus primos y Morgan no tarda en aparecer por
la barandilla del piso superior sin camiseta y con una cinta
en la cabeza.
—¿Charlotte? ¿Qué haces aquí?
—He venido a ver cómo va la sustancia… —digo sin
pensar.
—¿Así llamas a Lenny ahora? —inquiere otra voz vacilona
por detrás de Morgan. Es Aitor—. Mi primo nos ha contado lo
de anoche…
Me quedo muerta. ¡¿Se lo ha contado?! Lenny chasquea la
lengua al ver mi expresión descolocada.
—¿No lo recuerda? —pregunta Aitor.
¡Muy buena idea, colega! No. No me acuerdo de nada. ¡Es
perfecto!
—¿A qué te refieres? —Me hago la tonta.
«¡Bien salvado, nena!», dirían mis amigas.
Lenny chasquea los dedos con enfado para decirle a Aitor
que corte el rollo y señala la puerta de acceso al laboratorio
y luego su reloj.
El aludido pone los ojos en blanco y Morgan baja las
escaleras con lo que parece un pantalón de capoeira negro
y… nada más. Esa imagen hace que se me trabe la lengua.
—¿Cómo te encuentras? ¿Estás bien? —me pregunta
atento.
—Sí, bueno… —jadeo—. Tengo dolor de cabeza y flojera
muscular. Una cosa, ¿cómo te sentiste tú cuando pasaron
los efectos de la sustancia? ¿Estabas anímicamente mal?
—Sí, tuve un pequeño bajón.
—Que todavía le dura —comenta Aitor—. Aunque ese es
su estado natural… Tiene como un millón de problemas, el
pobrecillo.
—Sí, y tú eres uno de ellos —replica mordaz.
—¡Anda ya! —ríe Aitor—. ¡Si yo soy tu mejor escudo para
tu problema número uno: papá!
—Cierra la bocaza. Vamos, Char… Bajemos. Quiero saber
cuál es el siguiente paso. Me interesa mucho.
Veo que Lenny se marcha a la cocina y Aitor le sigue. Yo
me quedo con las ganas de preguntarle qué les ha contado
Lenny exactamente, porque no creo que Morgan saque el
tema. Ayer en su habitación descubrí que es la discreción
personificada.
—Siento que anoche te intoxicaras… —murmura Morgan.
—Yo más. No me hago responsable de lo que dije o hice,
va en serio.
—Tranquila. Solo dijiste la verdad. En realidad, estabas
más lúcida que nunca…
—Lo del bajón anímico me preocupa. Podría tener
repercusiones psicológicas extremas para quien esté ya un
poco deprimido de por sí.
—¿Podría revertirse ese efecto disminuyendo la dosis?
—Más bien añadiendo algo para contrarrestarlo —rumio—.
Porque la sustancia no es alucinógena, es decir, lo que
evoca no es imaginario, sino algo muy real que está en el
subconsciente…
Nos miramos sabiendo que ambos guardamos secretos
que nos remueven. ¿Cuáles serán los suyos?
—Por eso quería venir —continuo—. Necesito hacer
nuevas mezclas y añadidos, y se tarda horas en comprobar
las reacciones. Viniendo ahora, voy a ahorrar tiempo para
esta noche.
—Me alegro de que todavía no nos hayas mandado a la
mierda…
Me giro sorprendida.
—¿Cómo iba a hacerlo? No tengo escapatoria…
—¿De verdad crees que te hubiera jodido la beca?
—Tu fama te precede, Morgan. No eres precisamente un
santo…
—Yo no hago daño a quien no se lo merece —sentencia
locuaz.
—Entonces, ¿te consideras el antihéroe que ayuda a otros
haciendo el mal?
—No. Supongo que solo soy un camorrista rebelde…
«Uno muy guapo», quiero añadir. Y más con su aura
depresiva bien latente. Me gustaría animarle y no sé cómo.
Por norma general, no me gusta ver sufrir a nadie. Pero a
ellos, menos. Y no sé por qué.
—Estamos haciendo esto por Lenny —le recuerdo.
—¿Crees que funcionará? Es decir, ¿crees que podrás
producir una sustancia que guste a la gente y no sea
demasiado dañina?
—Buena no va a ser…
—Lo sé, pero hay un montón de cosas insalubres por ahí,
como los ganchitos y las chucherías. Eso es veneno puro
para el organismo.
Abro la boca ultrajada.
—¡No te atrevas a meterte con mis drogas!
Morgan sonríe de medio lado. Mi reputación también me
precede.
—Ya te he visto atracando media tienda alguna vez…
Tranquila, de algo hay que morir, ¿no?
—¡Cállate! ¡No son veneno! —Me río.
Él hace lo mismo y suspira. Me pregunto con qué pesar
carga su pobre corazón, porque es evidente que le preocupa
algo. O alguien.
—Gracias por tu ayuda, C. Por venir ahora a revisarlo y
por…
—Deja de darme las gracias —le ordeno prestando
atención a los compuestos que dejé reposando ayer—. Si no
quisiera, no lo haría. ¿Entendido?
—Vale… Pero quiero protegerte. —Se saca un móvil del
bolsillo y me lo tiende—. A partir de ahora, no uses tu
teléfono habitual para comunicarte con nosotros. Usa este.
Si nos pillan, no quiero que te salpique.
Es un iPhone nuevo último modelo. ¡UN PUÑETERO
IPHONE!
—Te dejo trabajar —Se despide.
Lo enciendo alucinada y veo sus tres números registrados
con sus iniciales M, A y L. Sabía yo que eran el MAL… Pero
sonrío enternecida. Ahora sí que somos el equipo Tulipán.
Mi mente huye de los guapísimos y enigmáticos Morgan y
me centro en «mi criatura», que me resulta igual de
fascinante.
Más de una hora después, suena mi alarma. ¡Argh! ¡Tengo
que irme a trabajar! Lo recojo todo y subo, mientras
consulto mi teléfono. Mi madre me ha llamado tres veces y
luego me ha escrito un mensaje.
«¡Adivina! ¡Tengo una entrevista de trabajo! No entiendo
cómo ni por qué, ¡pero me da igual! Es en la tienda de
fotografía del pueblo. He quedado en un rato. Iré dando un
paseo. ¡Aún no me lo creo! ¡Deséame suerte!».
Sonrio automáticamente. Ojalá le salga bien, aunque es
probable que la hayan confundido conmigo si han tirado de
currículums de hace años, porque yo lo eché en todas
partes.
Los busco por la casa y no los encuentro. Se escucha
música arriba.
—¿Hola? Tengo que irme…
Pero es obvio que no me oyen. Me resisto a subir al piso
superior, es su área privada, pero, ¿qué más da? Ya lo hice
ayer.
Subo por las escaleras y escucho la música cada vez más
alta. Suena la mítica canción de Hombres G, No te
escaparás.
Avanzo despacio en busca de vida humana y los
encuentro a los tres en el baño frente al espejo gigante.
Cada uno haciendo una cosa distinta. Morgan peinándose,
Aitor echándose desodorante y Lenny afeitándose. Los tres
sin camiseta. ¡¡¡MIS OJOS!!!
Pero no puedo apartar la vista. Mi boca se abre sola al ser
testigo de cómo siguen el ritmo de la música y tararean.

Porque hoy…
Hoy no te escaparás.
Cuenta con que es posible que no puedas volver a
andar…
He esperado toda la semana,
Pa' verte desnuda dentro de mi cama
Y hoy, hoy no te escaparás.

La escena me golpea el cerebelo de tal forma que sé que


nunca conoceré a nadie que pueda igualarlos. ¡Me han
dejado traumatizada de por vida! Hay cosas que los ojos de
una mujer jamás deberían ver, ¡y esta es una de ellas! La
parte más humana, impresionante e increíblemente
inolvidable de Los Morgan.
De pronto, los tres giran la cabeza y mis ovarios explotan.
—Entro a las siete —balbuceo todavía en shock.
Lenny se señala y vuelvo a recordar mis labios sobre los
suyos. ¡Qué cagada!
¿En qué leches estaba pensando? ¡Es el puñetero Lenny
Morgan!
Pasa por mi lado en busca de una camiseta y miro al
suelo.
Aguanto el bochorno de que me lleve hasta el trabajo sin
decir nada por el camino. Si lo hiciera, le preguntaría por
qué coño ha contado que le besé. ¡Si fue sin querer y bajo
los efectos de una droga!
Lo dejamos en una mirada, un alzamiento de cejas y un
adiós por mi parte. Nunca había tenido tanta prisa por
entrar a trabajar.

Sobre las nueve y media Los Morgan se acomodan en su


rincón. Vienen acompañados por Tom y Jerry, y quince
minutos después aparecen sus hermanas. No me pilla por
sorpresa; nunca faltan a la noche de Karaoke mensual y
suelen sentarse con ellos.
En un momento dado, Morgan me hace un gesto para que
vaya. ¡Tengo complejo de chucho! Solo me falta acudir
meneando la cola.
Me persono renuente porque Cora, la reina de las
animadoras, siempre me ha dado mal rollo; siento que
somos de especies distintas. Y Lía Morgan siempre me ha
dado miedito; tiene fama de ser brusca. En eso se parece a
Lenny… En ellos florece la mala leche de la familia.
—Hola —murmuro cortada. Todos me miran. Yupiii…
—Chicos, esta es Charlotte, la chica de Lenny —dice
Morgan.
—No me creo nada —contesta Lía mirándome de arriba
abajo con sospecha. Tiene el pelo oscuro. No se parece en
nada a sus hermanos rubios—. Cielo, parpadea dos veces si
estás aquí en contra de tu voluntad…
Mi reacción es sonreír y parpadear dos veces de forma
exagerada.
—¡Lo sabía! —celebra. Cuando está de humor no da tanto
mal rollo.
Miro a Lenny sin saber qué hacer y lo pillo mirándome
fijamente. Es increíble lo bien que finge que le gusto delante
de los demás.
Me llama con la mano para que me acerque a él y me
hace un hueco a su lado sugiriendo que me siente. En teoría
no puedo, pero me entra curiosidad por saber qué va a
hacer…
Sin perder tiempo, se sumerge en mi pelo y me planta un
beso en el cuello. ¡POR FAVOR…!
Al menos no me ha lamido esta vez.
Intento disimular mi turbación, pero creo que todo el
mundo se ha dado cuenta de cómo se me ha disparado el
corazón.
Sonrío apocada, asimilando que el simple roce de sus
labios me ha puesto a cien. ¿Soy yo o esto se está
complicando por momentos?
Una cosa es que me aproveche de su popularidad para
escalar en el ranking social y otra cosa es que empiece a
pillarme como una imbécil.
—Pero… ¿estáis saliendo? —pregunta Cora molesta—. No
lo pillo. Tú solo estás con chicas de una noche…
Observo a la pequeña de Los Morgan y juraría que he
percibido celos en su voz.
—¡Pero ahora se ha enamorado! —dice Lía por él—. Es
normal que no entiendas el concepto, hermana. Para ti los
hombres son de usar y tirar, pero un día respetarás a uno lo
suficiente para llamarlo novio.
—No creo que ninguno esté jamás a la altura —responde
cortante.
—Y mientras, pierdes el tiempo con el más gilipollas en
siete pueblos a la redonda.
—Kali no es gilipollas.
—Discrepo —carraspea Morgan incisivo.
—A ti todos los que me meten la polla te lo parecen,
Lucas.
—¿Cuántas veces tenemos que decirte que no uses ese
termino en nuestra presencia? —la riñe Aitor. Y me
sorprende. No le pega nada esa pose de hermano mayor—.
Preferimos pensar que no sabes ni lo que son.
—Polla, polla, polla —repite ella solo por joder—. Y la de
Kali es la hostia, por cierto.
—¡Vale ya! ¡Aj! ¡Cállate! —gritan todos Los Morgan a la
vez entremezclados.
Cora sonríe y yo hago lo mismo. Me ha recordado un poco
a mi amiga Iris. Pero cuando nuestras miradas se cruzan,
sus ojos se entrecierran con rencor. Es oficial. No le caigo
bien. Tampoco sé de qué me sorprendo, suelo repeler a las
divas.
Me levanto, disculpándome.
—Debo volver al trabajo antes de que el capitán me diga
algo.
Miro a Lenny y él a mí. Latido, stop, latido. Y me voy.
—¡Guau, Lenny, parece que le gustas mucho! —oigo decir
a Lía.
—No te pega nada —opina Cora.
—Déjala en paz, es una buena chica —sale en mi defensa
Morgan.
—¡Por eso mismo! ¿Qué pinta con él? ¡Y ni siquiera es
guapa!
Me giro sin poder evitarlo y veo que Lenny le hace un
gesto con las manos. Cruza dos dedos el uno sobre el otro y
la señala.
—Más que tú —traduce Aitor.
Cora se levanta enfadada y apoya las manos en la mesa.
—Para mentir, mejor que no hables —masculla irritada. Y
se va en busca de Kali.
Lenny aprieta la mandíbula al verla alejarse y después me
mira. Yo aparto la mirada rápido y sigo andando. ¿Qué
mosca les ha picado? Para empezar, yo no soy más guapa
que Cora. Nadie lo es. Puede que Freya, a la que abraza en
este mismo momento, se le acerque. Acto seguido, cae
sobre el regazo de su no-novio y empieza a darle un morreo
de la leche. Kali nunca me ha despertado simpatía. Hashtag
Chuloredomado.
Toda la mesa de los Goofys observa a Cora, que parece
actuar como una actriz porno porque sabe que tiene su
público. Cada uno de ellos la mira con una expresión
diferente:
Morgan con ganas de que vuelva a tener seis años.
Lía con asco y… algo más.
Lenny con arrepentimiento y miedo.
Aitor enfadado.
—Charlotte… —dice una voz a mi lado. Es el capitán.
¡Pillada!
—¿Sí?
—Te he visto sentada en la mesa de Los Morgan…
Uf… ¿es que no me quita la vista de encima ni un
segundo?
—Y se rumorea que ayer te fuiste a casa con Lenny… ¿Es
verdad?
¿Desde cuándo hay que dar explicaciones a tu jefe de con
quién te vas o te dejas de ir a casa, fuera del horario
laboral? Pero no puedo contestarle una bordería, necesito el
empleo.
—Sí. Tuvimos que hacer juntos un trabajo en la
universidad y… bueno, a raíz de eso, nos gustamos. Es muy
listo.
—Y peligroso —repone él preocupado.
—¿Por qué lo dices?
—Ese chico tiene graves problemas de autocontrol… Me
da miedo que te haga daño.
—Con las chicas no es así. Pregúntaselo a Mandy, ha
estado con él.
—Bueno, si necesitas cualquier cosa…
—Te lo diré, sí. Muchas gracias.
—Ten mucho cuidado, Charlotte. No me gusta…
—Lo tendré. Tranquilo.
—Y no te sientes con ellos en tus horas de trabajo.
—Solo ha sido un momento. No volverá a suceder.
—Bien…
O eso espero, porque no respondo de mí si vuelve a
besarme el cuello.
Sirvo las últimas copas mientras hacen las pruebas de
sonido y de luces de última hora. El ambiente crepita de
expectación por la primera actuación de la noche de
karaoke.
Hay varios instrumentos y algunas personas se prestan a
tocar. Lenny suele ofrecerse con la guitarra y todas las
féminas del local suspiran por él al ver cómo se entrega a la
música. Es cierto eso de que amansa a las fieras, porque
toca de una forma que no deja indiferente a nadie. ¿Cómo
puede alguien tan bruto tener tanta destreza? Es un
misterio. Uno muy morboso que te incita a preguntarte si lo
tocará todo igual de bien…
Me rayo pensando en detalles tontos como:
¿Qué ha querido decir Lenny cuando ha escrito que
«anoche él también hizo cosas que no debía»? ¿Hablaba del
beso o de otra cosa?
Cuando las luces se apagan, saco mi móvil del bolsillo y
escribo a Aitor sin poder refrenarme.
«¿Qué os ha contado Lenny de anoche exactamente?»,
tecleo deprisa y vuelvo a guardarlo. Soy incapaz de ver si lo
está leyendo o no. Durante las actuaciones el bar se queda
en penumbra y solo se ilumina el escenario que tenemos en
uno de los laterales del local.
La guitarra eléctrica empieza a sonar y levanto la cabeza
de golpe. Ver a Lenny sobre el escenario rasgando las
cuerdas nunca me había impactado tanto. De pronto, tengo
la necesidad de que me arranque a mí melodías que jamás
soñé con entonar.
Mi móvil vibra en mi culo haciéndome cosquillas. ¡Todavía
no puedo creer que tenga un iPhone acariciando mis
posaderas!
«Cuando te quedaste dormida, volvimos a la fiesta, pero
Lenny se quedó contigo, leyendo. Más tarde pasamos a
veros y te encontramos amarrada a su pecho. Nos reímos
mucho de él».
¿Amarrada a dónde…? ¡TIERRA, TRÁGAME!
«¿Por qué os reísteis?».
«Por su flamante tienda de campaña, claro…».
¿Su qué…? DIOS SANTO.
La voz de Freya parte el aire y me salva de desmayarme.
«¡Ni lo pienses!», me digo a mí misma. Ese manubrio no
se alzó en mi honor. ¡A Lenny le pongo -3! Pero supongo que
si una chica se arrima a él en la cama, pasa lo que pasa.
¿Verdad? ¡¿VERDAD…?!
Esto de sentir que necesito alcohol para soportar mi
existencia es totalmente nuevo para mí.
Freya canta Payphone de Maroon 5 mientras Lenny sigue
acariciando la guitarra con maestría. Su forma de seguir los
acordes con la cabeza hace que se me llene la boca de
saliva. ¡La leche…! ¡Es urgente que me centre y deje de ver
unicornios donde no los hay!
Busco a Aitor con la mirada en la mesa de Los Morgan
porque, conociéndole, seguramente solo me esté tomando
el pelo con lo de la tienda de campaña, pero a quien me
encuentro sin poder apartar la vista del escenario es a
Lucas. Digo, a Morgan, joder. Yo no tengo derecho a llamarle
así, pero como no paro de oírlo, al final, se me pega.
Ya he mencionado con anterioridad su obsesión por
observar a Freya mientras canta, pero esta vez hay algo
distinto en su mirada; parece preocupado. Culpable.
Ansioso. ¿Qué le ocurre?
Analizo la letra de lo que está diciendo Freya, que también
lo mira con cierta intensidad, y alucino con el mensaje
subliminal escondido en la canción.
¿Dónde están los viejos tiempos, cariño?
¿Dónde están los planes que hicimos para los dos?
Sí, sé que es difícil recordar las personas que solíamos ser
Y es todavía más difícil asimilar que ya no estás a mi lado.

Veo que Morgan baja la cabeza, sobrepasado.


¡¿Qué diablos pasó entre ellos?! Tengo que averiguarlo.
10
UN MUNDO FELIZ
“Las palabras pueden ser como rayos x,
si las usas correctamente: atraviesan cualquier cosa”
Aldous Huxley

P
¿ or qué ha elegido justo esta canción? ¿Pretende
matarme?
Quizá lo que ha pasado esta mañana haya tenido algo que
ver…
Como he dicho, cada sábado vamos a comer a casa de
mis padres y alguna vez me he cruzado con Freya, pero
nunca hablamos. JAMÁS.
Cada vez que mis ojos se encuentran con los suyos,
procuro no mirarla más de medio segundo. Es como un
mecanismo de defensa. Pero hoy ha sido distinto. Hoy,
cuando estábamos cruzando el jardín, Freya ha salido
corriendo de su casa, supongo que para ver si todavía podía
alcanzar a su padre, y ha frenado en seco al ver que ya se
había marchado.
Entonces nos ha visto en el jardín de al lado, a escasos
metros, y algo ha pasado.
Aitor y Lenny ni se han inmutado al verla y han seguido su
camino, pero yo le he mantenido la mirada durante tres
segundos enteros y luego he soltado un temeroso e
impulsivo «Hola».
Al oírme, Lenny y Aitor se han detenido extrañados. Ella
ha flipado a todo color. Y yo todavía más. Pero ha
conseguido responderme otro débil «hola».
He mirado a unos y a otros porque he sentido que mis
piernas no tenían intención de ir a ninguna parte y he dicho:
—Chicos, id entrando, ahora voy…
Se han mirado perplejos y han puesto pies en polvorosa al
captar que quería que desaparecieran ipso facto.
Se me ha hecho un mundo volver a mirarla y admitir que
aquello estaba pasando.
—Solo quería… darte las gracias.
—¿A mí? ¿Por qué? —ha balbuceado.
—Por lo de la semana pasada. La pelea en el bar… Por
intervenir cuando llegó la policía.
—Ah… ya. No fue nada.
—¿Por qué lo hiciste?
Es una duda que me ha carcomido durante días. En
realidad, desde que hace meses la droga me hizo revivir
algunos detalles de nuestro pasado, no he dejado de pensar
en ella. Y ahora todo es distinto. Todo vuelve a importarme.
Y no podía dejar pasar ese gesto sin decirle nada. Quería
saber por qué. Como si en sus motivos pudiera encontrar
una explicación a lo que me estaba pasando.
—Vi que la cosa podía complicarse y decidí intervenir —
explica.
—Pues… gracias. De verdad. Lenny estaba fuera de sí
aquel día.
—¿Ya está bien?
—Todo lo bien que puede estar —he dicho echando
balones fuera.
—¿Y tú, cómo estás?
Seguramente ha sido pura cortesía, pero me ha chocado
la pregunta. ¿Desde cuándo le importa a ella cómo estoy?
—Estoy… —Me he quedado en blanco. Y cuando eso me
pasa, suelo optar por la verdad—. Tengo algunos problemas
ahora mismo…
—¡Freya! —Han gritado desde su casa.
—Pues espero que se solucionen pronto —ha dicho
caminando hacia atrás—. Tengo que irme.
—Sí, yo también…
Nos hemos mirado como si no quisiéramos despedirnos.
—Gracias otra vez —he dicho.
—Por nada…
No han sido sus palabras, sino su mirada lo que ha
encendido algo dentro de mí. Una querencia nueva. O
antigua. No lo sé.
Parecía estar preguntándose a qué venía mi cambio de
actitud, pero ni yo mismo lo sé. Solo sé que no quiero que
siga siendo una desconocida para mí.
Cuando he entrado en casa, he escuchado la clásica
algarabía de una comida familiar de Los Morgan. Sobre todo
desde que mi tío Mak se mudó a Australia. Menos mal que lo
hizo, si no, las cosas hubieran ido a peor.
Se trasladaron un año después del ataque en casa de mi
tío Luk. Mi tía Mei traspasó su restaurante La Ola Dorada y
se mudaron aquí para ayudar a los padres de Lenny a
superar el percance.
—¿Dónde está el maestro de las olas?
Mi tío Mak me ha espachurrado contra su pecho de acero.
Odio que haga eso. Creo que sigue pensando que tengo
doce años.
—Bien… —He luchado por librarme de su amarre. Es un
enfermo de las pesas y sigue estando fuerte a su edad.
Tengo muy claro que podría tumbarme si quisiera. Fue GEO
en su juventud, igual que mi tío Luk. A veces me pregunto
cómo consiguió pasar las entrevistas personales con su
vena de payaso incurable.
—Te veo serio —ha dicho guasón—. ¿Las chicas no te
tratan bien?
—La verdad es que no —he bromeado con la verdad—.
Son un jodido quebradero de cabeza.
—Uy, eso solo puede significar una cosa, que es la
adecuada —Me ha guiñado un ojo—. Para mí no fue un
problema hasta que conocí a tu tía Mei. Por lo demás, ¿qué
tal? ¿Cómo vas con… tus cosas?
He levantado una ceja ante esa pausa.
—¿Te envía mi padre a preguntarlo?
—Eh, conmigo no te pongas a la defensiva, chaval… Solo
me preocupo por ti.
—Te has delatado. Esa es su frase más manida —Le he
esquivado.
—¡No le digas que lo he admitido!
—¡Cariñooo! —Me he cruzado con mi madre en el salón y
me ha abrazado después de dejar unos platos de comida
sobre la mesa. Ella es lo único que echo de menos de esta
casa. Su sonrisa eterna rosa-neón-torrijas-Singapur—. Estás
muy delgado. ¿Es que no comes bien?
—Como bien, mamá.
—Entonces es que no eres feliz. ¡¿Por qué no eres feliz?!
¿A quién tengo que matar?
Sonrío indulgente por sus buenas intenciones asesinas.
—Soy feliz —He mentido.
—Qué suerte —He oído una voz detrás de mí. Me he
girado y he visto a mi tío Luk. Que me ha mirado
escaneándome—. Lástima que tus ojos digan lo contrario. —
Y se ha ido.
Con razón no quiero ir a esa casa de locos los sábados.
Demasiadas dagas por el aire en todas direcciones. ¡Qué
cansinos!
Me he acercado al sofá donde estaban Cora, Luz y Lenny.
Aitor debía andar en el piso de arriba, en su antigua
habitación, como Lía, que siempre baja en el último
momento porque no le gusta socializar. En eso nos
parecemos. Pero a quien más me parezco de la familia es a
mi primo Marco, aunque no tengamos sangre en común. Lo
echo tanto de menos… Su abandono fue un duro golpe. Y
como la culpable de que no esté aquí es mi prima Luz,
admito que le tengo un poco de manía.
—¿Qué tal, Lucas? —me pregunta la susodicha,
acercándose a darme un beso.
—Bien… —murmuro poniendo la cara sin devolvérselo—.
¿Y tú?
—Harta de viajar de aquí para allá. Quiero buscar algo
más permanente…
—¿Vas a comprarte un piso en Nueva York o en Londres?
—No. Me quedaré en Madrid. He conocido a alguien allí…
Levanto las cejas incrédulo. ¿Quién puede haber mejor
que Marco?
—Voy a casarme —dice de pronto—. Lo anunciaré en la
comida.
El impacto es demencial. La sustancia también removió
viejos recuerdos y sentimientos de cuando expulsaron a
Marco de la familia. Es como si lo tuviera reciente aunque
hayan pasado años.
—¿No la felicitas? —dice Cora maliciosa. Porque sabe que
no puedo celebrar ese hecho. No sabiendo lo que sufrió
Marco por enamorarse de su hermanastra y pagar las
consecuencias.
—Sí, perdona… Felicidades.
—Gracias…
—¡Cuéntame más cosas sobre él! —exclama Cora—. ¿Es
alto? ¿Es guapo?
—¿Tú qué crees? —Sonríe Luz presuntuosa. Eso se da por
hecho, claro, porque ella es modelo. Y de las importantes.
Ha trabajado para firmas de ropa famosas y salido en la
portada de varias revistas de prestigio. La última vez que
ojeé su Instagram tenía más de un millón de seguidores y
no creo que tarden mucho en promocionarla como actriz
para alguna serie de moda que la mande al estrellato. Dicen
que el mundo necesita una nueva Megan Fox.
Su belleza es espectacular, pero para mí es como una
hermana. Bueno, es mi prima. «Aunque eso en esta familia
no significa mucho», pienso viendo cómo Cora le acaricia el
pelo a Lenny cariñosa. Me choca que siempre haya estado
colada por él y que no lo esconda. Cora tiene su propio
mundo interior. Le importa un carajo que sean primos
carnales. Él es su titular. Los demás tíos son solo suplentes.
Y Lenny se culpa por ello.
Cuando sucedió el ataque, con diez años, comenzó a
obsesionarse con proteger a Cora. Supongo que porque no
pudo proteger a su madre y el parecido era aplastante. Y
Cora…, empezó a desarrollar sentimientos amparados en su
irracional proteccionismo. Lo malo es que cualquiera le quita
la idea a la niña más terca del mundo…
Cuando mi padre ha aparecido en el salón me ha mirado
fijamente. Solo a mí. Como si tuviera la culpa de todos los
males del mundo.
Mi reacción ha sido ponerme de pie para que no pareciera
que me amedrentaba ante él. Aunque lo haga. Y mucho. Soy
como Simba en presencia de Mufasa.
—Buenas… —Ha dicho intentando sonar cercano y
natural. Pero nuestro feeling es inexistente. Todavía no he
olvidado nuestra última discusión sobre mi futuro. Al
parecer es un delito que todavía esté decidiendo qué hacer.
Cree que soy un «nini» que cualquier día tomará el camino
fácil de la delincuencia. Pero es solo que no quiero
dedicarme a algo que no me llene. No quiero ser un
empleado más. Quiero emprender. Ser mi propio jefe.
Convertirme en el dueño de una jodida multinacional, pero
estoy en ello. Empezar está siendo duro.
—¿Participarás en el Campeonato de Surf de Rip Curl Pro
la semana que viene?
—Sí… —«Pero no vengas a verlo, por favor, me pones
nervioso».
Es un acontecimiento muy prestigioso que forma parte del
circuito mundial de la World Surf League. Me clasifiqué de
milagro y probaré suerte.
—Al menos, haces algo de deporte —ha apostillado mi
padre.
«Al menos». Ya… Primer cuchillo en la espalda. Don’t
worry. Tenía hueco para más. He suspirado cansado.
—¿Va todo bien? —ha preguntado enigmático.
No sé quiénes son sus fuentes, pero sé que las tiene. Mi
padre no da puntada sin hilo. El problema es que no sabía a
cuál de todos los siniestros de mi vida se refería así que
contesté:
—Sí, todo bien.
—¿Qué tal con esa chica? La de la tienda de tatuajes.
Yo no le he hablado de ella, ¿y tú? Pero el reino es suyo
hasta donde baña la luz.
—Bien…
—Podrías traerla algún día. Si estáis juntos, es bienvenida.
—Tampoco es nada serio.
—Ya, bueno… ¿Qué lo es en tu vida, no?
Segunda banderilla. Ha sido soportable. Todo en orden.
—Voy a por algo de beber —he mascullado.
—Si bebierais menos, no os buscaríais tantos problemas…
Ahí estaba.
Os juro que no se puede tener una conversación normal
con él. Son todo ataques o advertencias para que te
arrepientas de cada segundo de tu jodida vida, pero en ese
momento no estaba por la labor de explicarle que nuestras
peleas no son porque vayamos ciegos, sino porque hay
mucho gilipollas suelto… Además, acababa de hablar con
Freya por primera vez en AÑOS y había sido increíble.
Bonito. Milagroso. Correcto. ¿Por qué no lo habría intentado
antes?
La respuesta es sencilla y complicada a la vez. Lo que
sucedió entre nosotros fue horrible. Y no hablo de que su
primer amor fuera otro y compartiera con él momentos que
ya nunca recuperaríamos, hablo de cómo dejé que el tiempo
pasara sin pedirle disculpas por una frase que le dije en un
mal momento de mi vida. Hablo de lo que ocurrió un año
después en la fiesta de fin de curso del instituto…
Freya no tenía novio. La perseguían muchos, pero decía
que quería centrarse en sus estudios. Yo saltaba de una
chica a otra, y empezaba a pensar seriamente que sería un
buen sexólogo. Había empezado a fumar de todo y tenía
prisa por enfrascarme en la vida universitaria, pero la fiesta
de fin de curso prometía y estaba eufórico. No la que se hizo
en el gimnasio a puertas abiertas, donde estuvimos más
tiempo fuera fumando que dentro, tirando de petaca, sino a
la que acudimos después en una propiedad privada de lujo.
Un grupo selecto del curso recibió una invitación secreta,
y el resto, se enteró y se coló, convirtiéndolo en un
auténtico fiestón.
Mirases a donde mirases la gente estaba desmadrada.
Creo que tuvo mucho que ver que fuéramos todos medio
desnudos, porque el dress code obligatorio era ir de
hawaiano.
Recuerdo que ese día Freya estaba para comérsela. Hacía
calor y llevaba una falda de paja, un bikini y una flor blanca
en la cabeza. Nos habíamos mirado un par de veces más de
la cuenta y me estaba poniendo como loco. A mitad de la
noche, Aitor me convenció para participar en el juego más
morboso del momento.
No recuerdo las normas, pero si perdías, te obligaban a
estar cinco minutos encerrado con alguien en un armario
minúsculo lleno de cachivaches.
Podía ser muy agobiante, sobre todo si te tocaba con
alguien al que preferirías tener lejos, de lo contrario… podía
ser muy sexi.
Los chismosos procuraron que Freya y yo termináramos
en ese armario juntos.
Al principio lo celebré, no podía creer mi suerte, pero el
subidón se desinfló un poco al notar su actitud fría, como si
tuviera las cosas muy claras respecto a nosotros.
No es que yo tuviera esperanzas de nada, pero al menos
era una buena oportunidad para hablar de una vez por
todas.
El portazo sonó fuerte al encerrarnos y nos quedamos en
silencio y a oscuras. No veía absolutamente nada, pero la
escuchaba respirar.
Estábamos a unos dos palmos, unos cuarenta
centímetros, y con cada segundo que pasaba privado de
mis sentidos captaba mejor cada ligero movimiento,
palpitación, respiración y parpadeo de ella.
Lo pensé mucho y decidí que sería mejor dejarle empezar
a ella. Seguramente me echaría la bronca por ser un
descarriado, me preguntaría por mis notas o si iba en serio
con alguna chica. Incluso podría preguntarme por mis
hermanas o Luz, pero no dijo nada y yo tampoco. Solo intuí
cómo se cruzaba de brazos en un símbolo claro de cerrarse
en banda y apoyaba el hombro en un lateral. Yo también me
apoyé atrás, derrumbado por el clamor de su mutismo.
Hay silencios que dicen mucho más que las palabras.
Hay silencios que envían mensajes más atronadores que
un grito y a mí el suyo me llegó alto y claro. No tenía nada
que decirme, ya no le importaba. Los suspiros pesarosos lo
confirmaron por nosotros. Fue tan violento y tenso. Pero
sobre todo, fue triste. Estuve a punto de pronunciar un «Lo
siento». Por todo. Por haber llegado a una situación así
cuando habíamos compartido tantos días soleados, risas y
caricias desde niños. Fue un episodio horrible. Peor que un
simple adiós. Fue como no decir adiós y largarte
igualmente. Dramático.
En ese momento entendí mejor a Lenny. Era increíble que
el dolor más intenso pudiera ocultarse tras el silencio más
profundo. Pero era muy real.
Cuando nos abrieron la puerta salimos de allí sin mirarnos
y todo el mundo preguntó si nos habíamos enrollado o qué
había ocurrido. Por mi parte, me bebí un litro de lo primero
que pillé, prácticamente de un trago, antes de buscar algo
más fuerte que me hiciera olvidarla para siempre, como era
su deseo. Pero no sería tan fácil. Así que simplemente la
bloqueé. La enterré. Eche tierra, mujeres, alcohol y
experiencias encima de nuestra relación y aquella fue la
última vez que «hablamos». No hemos vuelto a hacerlo
hasta esta mañana cuando le he dado las gracias, aunque
hubiese sido mejor el «Lo siento» que todavía tenía clavado
en alguna parte de mí.
Lo único que hemos hecho estos años es mirarnos
mientras ella canta. Y no solo porque cante de la hostia,
sino porque me gustaba pensar que elegía las canciones
para mandarme mensajes y decirme lo que nunca pudo en
ese armario. Eso es algo que nos pasa a todos, pensar que
las canciones hablan de nosotros, de nuestras vidas. Pero la
de hoy me ha matado lentamente.

¿Dónde están los viejos tiempos?


¿Dónde están los planes que hicimos para los dos?
Es difícil recordar las personas que solíamos ser…

Cuando termina la canción todo el mundo aplaude con


fuerza; no es para menos, es realmente buena. Pero yo
prefiero beber porque estoy a punto de hacer una locura.
Me levanto cuando encienden las luces y aprovecho que
la multitud se desplaza al baño, a la barra o a fumar fuera
para cruzarme en la trayectoria del camino de Freya
volviendo del escenario a su mesa.
Cuando se topa conmigo y ve que pretendo abordarla se
sorprende. Ya somos dos.
—Hola… Has… Has estado bestial ahí arriba —digo con
cautela.
—Gracias —responde asustada. Y mira alrededor como si
temiera que un meteorito fuera a impactar contra la tierra
de un momento a otro. ¿Por qué iba a hablarle sino?
—Tengo curiosidad… ¿te has presentado alguna vez a
algún casting para uno de esos programas de la tele? La voz
o alguno parecido…
Su sonrisa me golpea como si fuera la onda expansiva de
una detonación. Llevo tanto tiempo privándome de ella que
no recordaba que fuera tan brutal. Se me corta hasta la
respiración.
—¡No!, nunca lo he hecho. Esto es solo un hobby…
—Pues podrías probar…
Se encoge de hombros, encantada con la idea de que lo
vea loable. Que nos estemos sonriendo es un espectáculo
en sí mismo, o eso debe de pensar la gente que está
cuchicheando asombrada al verlo.
—Bueno, voy a beber algo… —dice avistando su mesa,
donde el ceño fruncido de su novio ya la espera.
—Sí, yo también iba a pedir —Señalo la barra.
—Adiós…
—Adiós.
Me apoyo en la tarima disimulando que me muero por ver
cómo se va y decido concedérmelo porque me he prometido
no volver a pasar de ella nunca más. La visión de su culo
asesina a varias de mis neuronas. Hasta nunca…
Su encuentro con Christopher no es agradable. La está
esperando de pie, como un jodido acosador, para pedirle
explicaciones de por qué habla conmigo. Ella le quita
importancia mientras alcanza su bebida.
Joder, qué sonrisa me ha lanzado… Y él va y se la borra.
—¿Te estás ocupando del asunto, Morgan? —me dice una
voz desde el otro lado de la barra. Es el capitán. Y sé a qué
asunto se refiere.
—Sí. Estoy en ello…
—Bien, porque el tiempo apremia y te veo un poco
distraído.
Achico los ojos.
—¿Por qué lo dices?
El capitán resopla.
—Por nada… Pero antes de meterte en más líos, soluciona
los viejos, por favor. —Mira hacia Freya y comprendo la
indirecta. Más que nada porque Christopher sigue
mirándome enfurruñado. ¿Qué clase de problema tiene ese
tío en la cabeza? No he conocido a nadie más competitivo
en mi vida, y voy a tener que aguantarlo también en el
campeonato de surf de la semana que viene. Su sola
presencia sería un buen motivo para no ir.
—No te preocupes. Voy a conseguirlo —lo tranquilizo.
—¿Cómo, Morgan? Cuéntame cuál es tu plan. Porque esto
nos concierne a todos y hace días que no duermo por las
noches.
—Me he informado para mover por aquí una nueva droga
asiática. Quiero darla a conocer en el Festival de primavera
del jueves que viene. Si todo va bien, cubriré la deuda en
poco tiempo.
—¿Y si va mal? —pregunta temeroso.
Lo miro con fijeza.
—Irá bien.
—Tienes mucha confianza en ti mismo.
—Es lo único que tengo.
En ese momento, aparece Charlotte, como si fuera mi
salvadora.
—¿Te pongo algo de beber?
—Sí, por favor. Una cerveza.
—Marchando —Me sonríe.
Miro al capitán y veo que duda en si decirme algo o no.
—Dile a tu primo que cuidadito con Charlotte, es una
buena chica.
—Creo que es ella la que debería tener cuidado con mi
primo. Al parecer «esa buena chica» va rompiendo
corazones de todas las edades, ¿no es así? Que tengas una
buena noche —Le digo cuando veo que C trae mi cerveza.
La cojo y me marcho.
Vuelvo a mirar a Freya sin poder evitarlo. Se ha convertido
en algo jodidamente adictivo. Pero lo que veo me disgusta.
Christopher la está besando como si no hubiera un mañana
y ella parece algo forzada a ello.
Empino la botella y bebo varios tragos. Sigue siendo un
gran día.

Esperamos a que C salga del trabajo para irnos juntos a


casa. Freya y su novio se han ido hace una hora; no quiero
saber a dónde ni en qué postura terminarán, pero aquí la
gente sigue muy interesada en saber si Lenny repetirá con
Charlotte por segunda noche consecutiva.
Al cabrón se le da muy bien disimular sus sentimientos,
pero creo que Charlotte le gusta de verdad. Lo de pillarlo
ayer empalmado fue graciosísimo, sobre todo cuando nos
hizo el gesto de que iba a cortarnos el cuello mientras Aitor
y yo nos moríamos de risa en silencio por sacarle una foto.
Lenny tiene mucha experiencia en terreno sexual, y de
normal, no se empalmaría por el hecho de que una chica
corriente, totalmente vestida, lo abrace por encima de la
ropa, pero le debe de gustar mucho porque sus fantasías le
jugaron una mala pasada.
Charlotte sale y nos busca como ayer.
Hemos decidido que ellos dos se vayan en el coche de
ella, y Aitor y yo en el Toyota, pero de pronto nos llaman
para decirnos que el coche de C no arranca y terminan
subiéndose al nuestro en la parte de atrás.
—¡Lo que faltaba! —berrea ella—. Quedarme sin coche
ahora…
—No te preocupes, mientras trabajes para nosotros,
tendrás a tu chofer particular —comento arrancando y
señalando a mi primo.
—No puedo depender de Lenny para todo, tendré que
arreglarlo. Pero a ver cómo lo pago…
—Te lo pagaremos nosotros.
—Ni hablar…
—No seas cabezota, Char. Tú procura tener la droga lista
para el jueves que viene. Habrá veinte mil personas en el
Blues Fest. Si pudiésemos moverla por ahí, sería perfecto.
—Nunca he ido. ¿Tenéis entradas? Son carísimas…
—Las conseguiremos. ¿Cuatro años viviendo aquí y nunca
has ido?
—¿Con quién? ¿Sola? La gente que conozco nunca va a
nada…
—Pues este año vas a ir —sentencio.
—No, gracias. Paso de acabar como ayer…
—¿Cómo acabaste ayer? —se burla Aitor—. ¿Pegada a
Lenny?
—Ayer hice el ridículo —dice abochornada.
—¡Si estuviste genial! —exclama Aitor—. Tú te vienes.
Ahora eres la novia de Lenny, no puedes faltar. Y mis
hermanas también vendrán.
Veo que va a protestar y me adelanto.
—¿No quieres ver cómo triunfa tu creación? —La provoco.
—Sí, claro… Y por cierto, habrá que ponerle un nombre,
¿no?
—Pensemos algo rápido ahora —propongo.
—A mí solo se me ocurren cosas malas… —dice la pobre
Charlotte.
—Tiene que ser algo guay —comenta Aitor—. Original.
Seductor…
—¿Qué tal «vergüenza ajena»? —propone C, chistosa.
—Remember… —La llamaría yo.
—La gente se droga para olvidar, no para recordar —
apunta Aitor—. Pero me gusta lo de que sea solo una
palabra.
—Insisto con «suicidio social» —musita C. Y hasta Lenny
lucha por no sonreír. Esa chica le mola. Nunca le hace gracia
ninguna.
De pronto, escribe algo en su móvil y le indica a Charlotte
que lo mire. Flipo con que se lo envíe a ella y no a Aitor.
Aquí hay tomatazo…
Charlotte consulta la pantalla y todos permanecemos
expectantes.
—Moonbow —formula con afecto—. ¿El arcoíris lunar?
Lenny asiente y a ella le titilan los ojos.
—Me encanta… —digo arrastrando la voz.
—Suena bien —opina Aitor.
—¿Tú qué dices, Char? ¿Lo tenemos?
Permanecemos atentos a su veredicto mientras mira a
Lenny de una forma especial.
—Me gusta mucho… —confiesa. Y todos sabemos que no
se refiere al nombre.
11
LA HIPÓTESIS DEL AMOR
“Cualquier rumor sobre mi vida amorosa se difundirá a
una velocidad directamente proporcional a mi deseo de
mantener dicho rumor en secreto.”
Ali Hazelwood

Como aborrezco la falsa sensación de que algo va a mejor


cuando está a punto de empeorar. ¡Es odiosa!
El sábado logré extraer un modelo preliminar de la
sustancia y brindamos por ello a falta de algunas
matizaciones. Lenny bajó al laboratorio, alegando que le
interesaba observar el proceso, y al terminar, me acompañó
a casa y no hubo beso dramático de despedida. Tampoco
mensajes. Solo un «Nos vemos» random que sonó muy
bien.
El domingo me lo pasé tirada en la cama; necesitaba
reponer fuerzas por tantas emociones. Mis amigas
españolas me torpedearon a mensajes y no se creyeron ni la
mitad de lo que les conté. Lógico. Lo del viernes fue
demasiado bochornoso para ser real. Pero hoy lunes, nada
más pisar el AIMS, he tenido una epifanía.
Ni siquiera había entrado por la puerta, seguía en el patio,
mirando una de las cámaras del recinto que enfocaba hacia
el lugar donde Los Morgan y yo habíamos estado hablando
el primer día, y he tenido un mal presagio.
He recordado que el mes pasado, cuando faltó material
del almacén, revisaron las grabaciones para averiguar quién
lo había sacado del edificio y cuándo. Y este pueblo es
demasiado pequeño —y Los Morgan demasiado famosos—
como para dejar al azar una grabación en la que salimos
hablando cuando yo todavía no era novia de Lenny.
¡Debíamos borrar esos vídeos!
He vuelto a mi coche para mandarle un audio de auxilio a
Aitor desde mi nuevo móvil espía, quizá solo buscaba una
excusa para estrenarlo, y después se lo he reenviado a
Lenny porque él es el informático experto en burlar sistemas
de seguridad y bases de datos.
«No puedo acceder. Necesito hacerlo desde dentro», ha
contestado.
«Pues ven a verme y te hago una visita privada a las
instalaciones».
Juro que ha sonado mucho menos porno en mi cabeza.
«Voy».
Ojo, que su respuesta también puede malinterpretarse
como un «¡Voy corriendo! ¡Me muero por verte, Charlotte!».
¿O no?
Me he puesto a trabajar para no estar pendiente de su
llegada y Lenny ha aparecido convenientemente a la hora
del almuerzo.
Acudo a recepción para recogerle y me recibe con media
sonrisa entre un «me alegro de verte» y «eres una
neurótica» que hacen que me tiemble todo.
Le hago una escueta ruta por las diferentes zonas del
lugar y él lo observa todo como si le interesase de verdad,
sobre todo la zona del estanque donde tenemos las
muestras vivas que vamos recogiendo del océano. Este
chico podría haber sido actor porque disimula la mar de
bien que no está haciendo todo esto por compromiso. Nadie
nos está observando, no debería mirarme como si se
muriera por lamerme el labio inferior.
«Cambia de mirada o cambia de ojos, porque me estás
poniendo nerviosa…», intento transmitirle. Sin embargo,
digo:
—Espero que no haya interrumpido tu trabajo al llamarte.
Niega con la cabeza, quitándole importancia, y está tan
guapo con el reflejo azulado del agua que ofrece esta zona
recóndita del acuario que no puedo dejar de mirarle. Lleva
una de sus sudaderas de capucha, a pesar de que empieza
a hacer calor, y me dan ganas de arrancársela y ver qué
esconde debajo. ¿Qué me pasa?
Pues que esa maldita sustancia ha desatado mi libido.
Llevo días inquiera. Es como si hubiera despertado una
sensación que creía dormida y ahora mi cuerpo actúa como
si tuviera fiebre. Sobre todo cuando él está cerca y me mira
de esa forma tan…PENEtrante.
Señala los tanques y me enseña dos Ok con las manos.
—¿Te gusta?—deduzco.
Él asiente embelesado, como si no se refiriera a los
depósitos. O quizá es mi mente calenturienta. Necesito
desarrollar un antídoto contra esa cosa… Necesito volver a
la normalidad de mis bragas secas.
Vuelve a mirarme más segundos de la cuenta y empiezo a
ponerme nerviosa de verdad cuando se humedece el labio
inferior. Si fuera una chica normal de las que se merecen
cosas buenas en la vida, se cumpliría mi deseo de que me
aprisionara contra una de las paredes del tanque y me
besara arrebatado. ¡La situación lo pide a gritos! Nuestras
miradas ardientes, nuestras bocas salivando… la naturaleza
manda. Pero siendo mi suerte la que es, solo me enseña su
móvil.
«Llévame a la sala de seguridad».
—Suele haber un guardia vigilando. ¿Qué vas a hacer?
Vuelve a enseñarme el móvil. Mismo mensaje. Esta vez
con una expresión más confiada que transmite que no le
haga perder el tiempo con mi ignorancia de muggle.
Le muestro el camino, y cuando estamos a punto de
llegar, Dani nos sorprende, arruinando nuestros planes. Y
para mi sorpresa, viene acompañado de… ¡el profesor
Kingsley!
—Buenos días, Carlota.
Él siempre me llama por mi nombre español. Le gusta
más.
—Hola —respondo cortada.
—Estaba enseñándole un nuevo proyecto al profesor
Kingsley.
Intento sonreír para ocultar mi incomodidad ante su
mirada hambrienta. Lenny, sin embargo, no intenta ocultar
que le cae mal con una mueca despectiva. Nunca había
agradecido tanto que no hablara.
—Mi amigo ha venido a recopilar información para un
trabajo… —Señalo a Lenny.
—¿Un trabajo sobre qué? —quiere saber el profesor.
Supongo que para burlarse de él porque le está mirando
fatal.
—Será sobre seguridad informática, ¿no, Lenny? —se
adelanta Dani. ¡Claro, joder! No había caído en que se
conocen…
Mi chico ficticio asiente.
—Este chico es un lince en lo suyo —Le explica al profesor
—. Y es el archienemigo de mi hijo. La semana pasada le
rompió la nariz…
A pesar de estar acostumbrada al poco filtro de Dani, abro
mucho los ojos. ¡Lo sabe! Por supuesto. Dani parece saberlo
todo siempre, lo que es increíble es que, siendo así, se
mantenga en ese estado zen.
—¿La nariz? —repite el profesor.
—Cosas de críos —murmura Dani—. Beben demasiado,
hay chicas de por medio, y ya sabes… Nos ha pasado a
todos.
—Entiendo… por eso las mujeres listas prefieren a los
hombres más maduros —dice con una sonrisa arrogante. Y
al hacerlo repara en mi boca, como si se estuviera jactando
de que un día la colonizó.
La incomodidad me come y Lenny se remueve con ganas
de atizarle. Lo cojo del brazo.
—Bueno…, nosotros nos vamos, luego nos vemos.
—Estaremos en la cafetería al terminar la visita, por si
queréis seguir charlando y contarnos qué está comprobando
Lenny con más detalle —dice Dani perspicaz.
Cuando desaparecen, resoplo nerviosa.
—Mierda, joder… —mascullo—. No quería que Dani te
viera aquí. ¡Es demasiado listo! Seguro que sabe que no
necesitas hacer ningún trabajo. ¡Pensará que tramamos
algo, seguro!
Lenny chasquea los dedos para que le mire y se señala a
sí mismo.
—¿Te encargas tú? Lo siento, pero está en juego mi puesto
aquí y conociéndole va a querer analizar el motivo de tu
visita. Ya lo has oído, eres el ARCHIENEMIGO de su hijo… ¡de
su hijo!
Siento que me coge la mano y me la acaricia para
tranquilizarme.
Mis terminaciones nerviosas se ponen de pie cuando lo
veo escribir en su móvil sin soltármela.
«Tengo un plan. ¿Confías en mí? Es listo, sí, pero yo lo soy
más».
Subo las cejas, incrédula, y se me bajan las bragas,
derretida.
Mi Aladdín particular vuelve a teclear.
«¿Hay algún plano del centro en alguna parte?».
Lo arrastro hasta un punto de información cercano que
muestra un panel con las plantas del edificio y dónde estás
exactamente.
Lenny estudia el camino desde la sala de seguridad a la
cafetería. ¿Qué pretende?
Sin perder un momento, tira de mí y me lleva frente a la
puerta de la sala de seguridad y me indica que quiere
entrar. Antes me muestra el móvil.
«Dile lo mismo que a Dani, que vengo a ver cómo es la
instalación del sistema de seguridad y qué programa usan».
Cuando nos adentramos en la estancia, ocurre algo
rarísimo.
—Hola, Cliff —lo saludo. Es un hombre serio y grande que
odia que lo molesten.
—Charlotte. Buenos días.
—Vengo con un alumno de la universidad de Brisbane que
estudia sistemas de seguridad. Está haciendo un trabajo y
quiere saber qué tipo de protecciones se usan en un sitio
como este.
Lo mira extrañado de que no diga ni una palabra.
—Es mudo —explico con naturalidad.
—Ah… Pues… que eche un vistazo, a ver si se entera de
algo. La empresa encargada lo maneja on line y lo
manipulan a distancia. Yo solo vigilo las cámaras in situ por
si salta alguna alarma.
Lenny se acerca y le enseña el pulgar arriba. Husmea por
su cuenta los monitores y teclea un par de códigos que le
ofrecen información cifrada que ninguno entendemos. Cliff
pone cara de que no se fía mucho de lo que está haciendo y
yo sonrío para disimular.
—¿Dani o John saben que estáis aquí? —pregunta
extrañado.
—¡Sí, claro! Dani nos ha dado permiso —medio miento.
—Ah… Bien —respira aliviado.
Lenny no tarda en comprobar un par de cosas más y me
indica que ha terminado.
«¿De verdad? ¡Si no has borrado nada!», intento decirle
con los ojos.
Junta las manos para darle las gracias a Cliff y nos
despedimos de él.
Cuando salimos, no me da tiempo a preguntarle nada, me
coge de la mano y me arrastra rápido, dando una vuelta de
lo más extraña, hacia la puerta de la cafetería.
—¡¿Qué ocurre?! ¡¿A dónde me llevas?!
Me presiona la mano en respuesta para repetirme que
confíe en él. Me impresiona lo bien que se hace entender sin
decir nada.
Llegamos a la puerta acristalada del bar para el staff y las
visitas y busca a alguien dentro. La comprobación termina
rápido.
Mira hacia el pasillo, después la hora y luego a mí.
—¿Qué está pasando? —pregunto confundida.
Lo noto nervioso, como si acabara de activar una bomba.
Y con él todo es posible… ¿Vamos a saltar por los aires?
Me dice que espere con la mano y me mira fijamente.
Tiene los ojos más expresivos que he visto en mi vida.
Nunca lo había mirado tan taxativamente y me transmite
una intencionalidad apabullante de que tengo que cooperar
con él. Que un tío así te pida ayuda hace que todos tus
poros comiencen a gritar como si necesitases darle lo que
quiere, aunque te dé miedo.
Su vista resbala por mi ropa como si me sobrase. Llevo
unos vaqueros claros y una camiseta de algodón rosa con el
cuello redondo. Mi maquillaje es apenas perceptible y llevo
el pelo atado con mi clásica coleta baja, pero no puedo
evitar sentir que me está imaginando desnuda.
De repente, se acerca más a mí y trago saliva. Que pose
la vista en mis labios y se humedezca los suyos, me corta la
respiración.
¿Qué coño…?
En un segundo, estoy acorralada contra la pared y no
entiendo nada, pero su vehemente mirada me atrapa de tal
manera que no reacciono, bastante tengo con seguir
respirando.
Alza la mano para devolver un mechón de pelo que tenía
fuera de sitio y aprovecha para acariciarme el cuello con los
dedos y agarrarme del cuello. ¡Me estoy muriendo!
Dudo que mi corazón aguante esta tensión mucho más
tiempo. Su pulgar acaricia mi barbilla, como si estuviera
estudiando cómo encajar nuestras bocas, pero no lo hace.
¡¿A qué leches espera?!
Me mira a los ojos de nuevo y, por primera vez, le hablo
sin hablar.
«Hazlo».
Su respuesta es dejar caer sus labios sobre los míos con
una suavidad tan exquisita que no puedo hacer otra cosa
que acogerlos.
El roce casual de nuestras lenguas calientes envía un
impulso eléctrico a todas mis terminaciones nerviosas.
¿Cómo puede besar tan bien alguien tan bruto? Su reacción
ante mi sabor es incrustarse más en mi boca y en mi
cuerpo, aumentando el ímpetu de sus movimientos. ¡Dios
santo…!, empiezo a entender muchas cosas de su
reputación sexual.
Ahonda su lengua en mi boca con una avaricia que me
deja loca. Su forma de avasallar mi mandíbula me hace
levitar. Yo ni siquiera puedo tocarle. Soy toda suya. Como un
juguete roto con el que una fiera se entretiene con total
tranquilidad.
—Y por fin, la cafetería… —oigo decir a Dani, saliendo de
la conexión con el pasillo—. ¡Oh, vaya…! —carraspea
apocado.
Lenny detiene el beso y se aparta de mí, medio mareado.
Yo me bloqueo al instante. Entre el subidón del beso y la
vergüenza suprema que estoy sintiendo, me quedo inmóvil.
Y más con los suspicaces ojos del profesor Kingsley sacando
conclusiones precipitadas.
Quiero decir algo, pero no me salen las palabras. Solo
queda aguantar el chaparrón de mi jefe por mi impúdico
comportamiento. Sin embargo, Dani sonríe de medio lado y
murmura un «hasta luego, parejita», mientras le aguanta la
puerta al profesor para que entre en la cafetería. Este
último parece pasmado. Su cara es la de un niño al que le
han quitado su juguete preferido.
Que se joda. Se lo tiene merecido.
Cuando nos dejan solos, Lenny comienza a andar hacia la
salida sin esperarme. ¡La madre que lo parió! ¡Tiene la
inteligencia emocional de un zapato!
Acelero el paso hasta alcanzarle.
—¿Lo has hecho a propósito?
Me siento estúpida nada más preguntarlo. ¡¿Por qué coño
iba a besarte si no, lerdi?! ¡¿Porque le gustas?! ¡No seas
boba!
Él escribe en su teléfono sin dejar de caminar. Parece algo
alterado. No me mira y casi mejor, porque soy transparente
y, aunque ya debe estar acostumbrado a lo que provocan
sus besos, se nota que estoy más cachonda que Bella en
Eclipse, disputándose el amor de un hombre lobo y un
vampiro cañón. Mi cuerpo no sabe esconder mi atracción:
palpitaciones, rubor, salivación excesiva por todas partes…
Lenny me muestra el teléfono de nuevo.
«Dani ya tiene sus respuestas. No husmeará más».
Muy listo. Ahora resulta que Lenny no ha venido a borrar
vídeos, sino a morrearme.
—¿Qué hay de los vídeos? ¿Los has borrado?
No contesta. Solo se detiene frente a la sala de seguridad,
saca su teléfono y entra en una aplicación que detecta las IP
más cercanas.
Cuando la tiene, hace el símbolo de Ok, como si con eso
fuera suficiente, y después, pone rumbo a la salida. ¡¿En
serio?!
¿Así de fácil? ¿No va a decirme nada sobre lo que acaba
de pasar? ¡Menuda máquina sin sentimientos! Yo todavía
me estoy recuperando de esa debacle salivar.
Ha sido…
¡HA SIDO…!
Una mentira. Una basada en hechos reales.
Me gusta Lenny. Se siente. Es lo que hay. Me pone. Me
intriga. Y me vuelve loca. No es que lo ame con todo mi ser,
¡so caballo!, pero no cabe duda de que podría llevarme a la
locura sexual si quisiera con esa pedazo de anaconda que
he sentido bajo sus pantalones.
Y quizá todo esto forma parte del maléfico plan para
comercializar Moonbow, pero… ¡¿tiene que ser tan intensito
conmigo?! ¡Buf!
Lo sigo hasta el exterior porque no se detiene ni a
decirme adiós en la recepción.
Solo cuando empieza a bajar los escalones, se gira,
cayendo en la cuenta de que tiene que despedirse de mí.
¿Hola? Si cuando digo que soy invisible…
Me mira serio. Ya no hay sonrisas para mí.
—Adiós… —digo sintiéndome menos que nada por pi
elevado a la enésima vez en mi vida.
Soy incapaz de descifrar su mirada, pero hay aprensión en
ella. Parece resentido, como si mirase algo precioso que
jamás podrá tener. Y de pronto, su vista sube hasta localizar
la cámara que nos está enfocando desde el lateral del
edificio. Casi puedo ver cómo su mente se salta todas las
restricciones que le estaban frenando y…
Se acerca en un arrebato violento y vuelve a besarme con
pasión.
Mis neuronas explotan al sentir de nuevo su sabor en mi
boca. Lo agarro instintivamente de la ropa para evitar que
se aleje de mí de nuevo y él me agarra la cabeza.
Sus labios arrasan los míos dos o tres veces antes de
separarse lentamente, como si le costara un mundo dejar
de besarme.
No sé por qué me siento incapaz de soltarle. Él apoya su
frente en la mía y me obliga a liberarle de mi amarre.
Lo veo irse mirando al suelo y sin mirar a atrás. No me
desmayo, porque me están grabando. ¿Qué coño acaba de
pasar?
Creo que tenemos que «hablar» y no era un chiste fácil.
Sea lo que sea «esto», no entraba en los planes.

—¡¿Cómo que te ha besado?! —pregunta Claudia en la


llamada a cuatro que efectúo en mi hora de la siesta.
—Dos veces. Y sin avisar. ¡Y luego actúa como si yo
tuviera la culpa!
—¿No te ha vuelto a escribir en todo el día? —indaga Val.
—No.
—Qué cabrón… —declara Iris—. Apunta. Es de los que tira
la piedra y esconde la mano.
—¡Ya te digo! Está muy tranquilo con el pretexto de que lo
ha hecho como tapadera, pero… joder, ¡vaya besos!
—No se lo cree ni él —opina Clau—. No se hubiera
entregado tanto.
—A ver, que igual yo me he flipado un poco y para él,
besarme, ha sido como bajar a que el perro eche una
meada, pero…
—¿Te has hecho pis encima, perri?
—¡Pues casi!
Nos carcajeamos. Y las echo tanto de menos que me
duele.
—Con esta clase de tíos solo se puede hacer una cosa —
dice Val.
—¿A qué clase de tíos te refieres?
—A los que no admiten que les gusta alguien. A los que se
enfadan cuando sienten algo.
—Es él. Ahora mismo creo que me odia…
—Ni de coña. En todo caso odia que seas su debilidad.
Debes ser fuerte y pagarle con su misma moneda, Carlo.
—¿Y cuándo se cobra? ¡Porque a mí no me ha dado lo
mío…!
Volvemos a reírnos.
—Ponle tan cachondo que no pueda soportarlo —aconseja
Iris.
Sí, claro… ¡Qué fácil!, con mi superatractivo de stitch.
—¡Yo no sé hacer eso! Lo máximo que voy a conseguir es
que un perro se me enganche en la pierna y lloriquee.
—Has dicho que en el estanque te echaba miraditas, ¿no?
—Val.
—Sí, sin duda. Es tan cabrón que me dan ganas de
cogerlo y…
—Pues hazlo, tía —sentencia Claudia—. Cógelo. Donde las
dan, las toman, y lo tienes a huevo si estáis fingiendo ser
pareja. Haz como él. Sóbale todo lo que quieras con la
excusa de que estás disimulando. Se va a cagar…
—Joder, ¡me parece increíble que me esté planteando
hacer eso! ¡Es Lenny Morgan! Es como el Aníbal Lecter de
aquí…
Todas se ríen.
—¡No seas exagerada!
—Os juro que tiene pinta de desayunarse los sesos de la
gente.
—Pero te gusta —me acusa Claudia.
—Sí… Es como mi fantasía de gustarle a un ser
paranormal peligroso, borde y letal, que siente una extraña
debilidad por mí.
—Es tu momento, Carlo. Imagínate lo que sería follarte a
tío así…
—Buf… —Me abanico nerviosa—. Podría ser lo más. Y
tendríais que ver lo listo que es… ¡Su cerebro es como un
ordenador de la NASA! Me observa como si apreciara mis
habilidades, y a veces sonríe contra su voluntad cuando
digo una Carlotada…
—Tú no te encariñes demasiado con nada de minga para
arriba —aconseja Val—. Todos los halagos que sean de
minga para abajo, ¿ok? Un tío como él, destrozará todo lo
que pille, hasta tu alma, si le dejas.
—Voy a morirme —auguro tapándome la cara—. Es un
demonio que besa como un dios…
—Pues se va a enterar… Mantennos informadas.
—Lo haré… Os quiero. Adiós.
Estoy a punto de escribir un mensaje al innombrable para
que venga a buscarme, cuando veo que un número nuevo
me ha escrito a mi móvil espía.
«Soy Lucas. Iré a buscarte sobre las seis, ¿te parece bien?
Hay mucho que hacer antes del jueves».
Primer punto del día: ¡¿cómo que Lucas?! ¿Me deja
llamarlo así? ¡Eso es como un ascenso! La verdad es que no
me imagino llamándolo así. Sería demasiado para mi body.
Segundo punto: ¿va a venir él? ¿Qué pasa, que mi chofer
no quiere verme más de lo estrictamente necesario?
Anotado…
Y tercero… No hay tercero. ¡¿Por qué no quiere verme,
joder?!
Ayer me besó en plan Romeo hashtag «¿Pecado de mis
labios? Devuélveme mi pecado». ¿Y ahora deja de ser mi
chofer porque se siente incómodo? ¡No es justo!
«Vale. A las seis», tecleo frustrada.
Todo esto es culpa suya. No debería haberme besado así…
Va a ser una semana muy larga y muy dura. Más o menos
como su tienda de campaña cuando me arrimé a dormir en
su pecho. ¡Maldito Lenny!
12
EL MAGO DE OZ
“La mejor manera de lograr lo imposible es creer que es
posible”
L. Frank Baum

El día ha llegado y nos lo jugamos todo al negro, nunca


mejor dicho.
Han sido tres días muy intensos de trabajo y creo que a
Lenny y a Charlotte les han venido bien para olvidar lo que
ocurrió en el instituto marítimo. Bueno, lo que Lenny nos
contó que ocurrió, según su versión de humano sin corazón,
que en realidad siente demasiado.
Apareció en casa muy alterado y, siendo de tan pocas
palabras, no entendimos nada de nada, pero estaba
afectado.
La distancia que ha marcado estos días con C ha sido de
gran ayuda para él, pero sobre todo para ella, porque
permitió que su sangre volviera a fluir por sus venas con
normalidad, en vez de tenerla toda apelotonada en un
punto femenino muy concreto de su anatomía.
Como decía, que se hayan tomado un respiro el uno del
otro ha funcionado, porque Charlotte ha tenido unas ideas
muy top que pueden ser clave para que el Moonbow se
venda bien en el festival.
Por ejemplo, el color.
Ha conseguido producir un líquido negro en el que brillan
los colores del arcoíris. ¡Es bestial! Parece petróleo con su
típica capa iridiscente, donde la diferente densidad de las
capas provoca que cada longitud de onda (o color) sufra una
ligera variación y se vea esa dispersión óptica tan chula. El
nombre le va que ni pintado. Es el arcoíris en la noche.
Después, el sabor, le ha añadido aroma concentrado de
cola y fresa. ¡Y ahora sabe al mítico helado de Drácula que
comía cuando era niño!
Y lo mejor es que se le ocurrió meter el líquido en una de
sus golosinas favoritas. Dijo que necesitaba un
compartimento seco y estanco en el que la sustancia
mantuviera sus propiedades naturales, y según ella, dentro
de una mora de colorines resultaba perfecto. Aitor se ofreció
a probarlo como conejillo de indias.
—Debería probarlo yo —me anticipé—. Para ver la
diferencia con la anterior.
—Tú no, hermano. Una dosis más y empezarás a oler los
colores…
«CABRÓN». Siempre se metía con mi melancolía. ¡Pero
era genética!
—¿A qué viene eso?
—Desde que la probaste, estás haciendo cosas muy
raras…
—No sé a qué te refieres…
—¿No lo sabes? Has vuelto a hablar con Freya, por
ejemplo…
—¿Y?
—¿A santo de qué?
—De que nos salvó el culo el día del incidente con la poli,
¿te parece poco?
—Pues sí… Creo que hay otro motivo oculto.
—No empieces.
—¡Chicos, basta! —nos cortó Charlotte—. También podría
probarlo yo, para ver la diferencia con la primera vez…
Lenny negó con un dedo, veloz. Como si tuviera derecho a
decidir por ella porque fuera de su propiedad. Estaba visto
que no sabía disimular más allá de cierto punto. Esa chica le
importaba mucho.
—¿Quieres hacerlo tú? —propuso Aitor a Lenny.
—¡No! —exclamamos Charlotte y yo a la vez. Lo cual
quedó raro—. Eso no tendría sentido… —intenté subsanar.
Lenny debía permanecer alejado de cualquier droga dura
por su bien y el de los demás…
—Conseguidme una cobaya y lo probaré en ella —dijo C.
—¿Y qué coño te va a contar un conejo de su experiencia?
—Aitor.
—¡Mucho! Leeré sus constantes, le haré análisis de
sangre… No soy tonta. Puedo sacar mucha información sin
que el sujeto diga una sola palabra…
Al decirlo, Lenny y ella se miraron, como si estuviera
hablando de su mutismo. Las indirectas que producía su
ingenio eran latigazos.
—Lo probaré yo y punto —zanjé nervioso—. Es lo más
rápido.
—¡Yo también quiero probarlo! —se quejó Aitor.
—¡Tú eres un vicioso! —lo acusó ella, divertida.
—Eso siempre… —Ni que lo jure…
Para llevar a cabo el experimento elegimos un bar de la
playa. Pensamos que estar encerrados en casa, sin
estímulos reales, no sería efectivo, y entre semana solía
haber happy hour en algunos garitos durante la puesta de
sol. Queríamos comprobar si nos daba por hacer locuras o
conservábamos un mínimo de sentido común. Si pasaba
algo, Lenny tendría radio de acción para frenarnos.
—No noto nada —susurró Aitor diez minutos después—.
Pero la mora estaba buena.
—Espera un poco. Ya no es tan inmediato. Sigue bebiendo
—dijo C.
Pasamos otros diez minutos en silencio donde ella trataba
de esquivar las fulminantes miradas de Lenny. ¿No podía
disimular un poco su fascinación?
No, no podía. Porque esa tarde a Charlotte le había dado
por iniciar una estrategia de seducción con él vistiendo algo
más insinuante como sugirió Aitor en su día. Nada
exagerado. Llevaba un vestido blanco de tirantes con el
escote en forma de pico. Iba con su clásica coleta y los
labios pintados de rojo. Estaba guapa. Daban ganas de
borrárselo para dejar rastro del delito.
—¿Tú cómo vas, Morgan? —me preguntó impaciente.
—No siento nada… —respondí sincero.
—¿En serio? —Se vino abajo—. Igual me he pasado con la
cantidad de escopolamina. Mierda…
—No. Digo que no siento nada literamente… No me siento
el cuerpo ni las manos ni la cabeza… Estoy como flotando.
—¡¿Qué?!
—Es la hostia… Me siento como un fantasma.
No me había dado cuenta hasta ese momento de que no
me sentía. Igual que cuando no eres consciente de que tu
vida va genial.
Lenny y ella se miraron alarmados por primera vez sin
indirectas de por medio. Solo les había costado treinta y una
horas…
Lenny le escribió algo en su móvil y ella lo trasladó entre
risas.
—Eso no cuenta, Morgan, ¡tú siempre has sido un poco
fantasma!
Empecé a reírme más de lo normal. Comprobado, estaba
colocado. ¡Funcionaba! Una ola de alegría arrasó mi torrente
sanguíneo y todavía me alegré más. Necesitaba que el
Moonbow fuera un éxito.
—C, llevo queriendo decirte una cosa desde el otro día —
empecé.
—¡Ah, no! ¡Ni se te ocurra! ¡Te lo prohibo! —gritó ella
divertida.
Sabía que le preocupaba que esa sustancia fuese el
maldito suero de la verdad. Te deshinibía hasta un punto
preocupante donde te atrevías a hacer y decir cosas que
jamás te plantearías por… el qué dirán, una
malinterpretación o simple educación. ¡Pero eso podía ser
para bien!
—Dijiste que eras fea y rara, pero no es cierto. Eres la
puta bomba —Le cogí la mano y se la besé. Luego empecé a
observar sus dedos con interés. Salían chispas de color lila
de ellos. Era bonito.
—Añadiré ceguera transitoria como efecto secundario… —
bromeó.
—Tiene razón, Char. Yo te follaba —añadió Aitor lascivo.
—¡Os queréis callar! —gritó sonrojada. Pero al ver que
Lenny sonreía ufano me tranquilicé, porque bien podía
haberle soltado una hostia como un piano. En vez de eso,
volvió a enseñarle su teléfono.
—¡¿QUÉ?! —se carcajeó ella abriendo mucho los ojos.
—¡Dice que no cuenta viniendo de alguien que se folla a
la fruta!
Esa frase hizo que Lenny y yo empezáramos a
troncharnos de risa como nunca, y más cuando Aitor afirmó
que era mucho mejor que hacerlo con algunos humanos.
—¡Probadlo si no me creéis…!
—¡Pero con quién has follado tú! —grité al borde del
ataque.
Charlotte no estaba drogada, pero se lo estaba pasando
igual de bien oyendo anécdotas y compartiendo el grado de
confianza que nos unía. No solíamos dejar que nadie lo
presenciara nunca. La gente nos miraba extrañada, pero me
daba igual. Fue divertido hasta que Aitor preguntó con
malicia:
—¿Tú no crees que Charlotte sea guapa, Lenny?
El aludido asintió despacio, como si temiera lo próximo
que fuese a decir el loco de la colina.
—¿No te la follarías? Con lo que te gustó besarla…
La frase me paró el corazón. La reacción del aludido podía
ser nefasta. La de Charlotte fue quedarse blanca.
Lenny miraba a Aitor con una templanza pasivo agresiva
brutal. Conocía esa expresión en su cara. Era la calma antes
de la tormenta.
—Aquí nadie va a follarse a nadie —corté la tensión.
—Te equivocas, yo voy a mojar hoy —dijo Aitor
levantándose con una mirada hambrienta—. Y que conste
que lo hago solo como documentación del efecto de la
droga al practicar el sexo. —Oteó el bar y fichó a alguien a
lo lejos—. Ahí está Pam… ¿No te importa, verdad, Lenny? Tú
ahora estás con Marilyn Monroe… —Señaló a C.
La vergüenza la comió viva y Lenny apretó los dientes por
ello. No tardó en teclear un mensaje con odio para Aitor.
Este consultó su teléfono y sonrió perverso.
—Vas a meterme tal hostia que igual hasta ganas un
peluche —leyó divertido—. Perfecto, así se lo regalas a
Charlotte. Yo me piro, chicos.
—No te vayas, Tor —supliqué—. Esto es importante…
—Ya ha pasado una hora, este es el cuelgue máximo que
va a alcanzar el Moonbow y mi veredicto es que mola,
doctora —miró a Charlotte—. Te pone de buen humor, te da
confianza, es analgésico… Me recuerda a estar borracho,
pero sin el horrible hándicap de la pérdida de equilibrio y el
arrastrar las palabras al hablar. Lo que no sé es si estar
cachondo es otro síntoma o lo provoca la tensión sexual que
se respira en esta mesa…
No podía creer que hubiera dicho eso y se hubiera
largado. ¡La pobre Charlotte no sabía dónde meterse! Lenny
apretó los puños.
—Lo que queda claro es que tomándola, se pierde la
vergüenza de decir cualquier cosa sin fundamento —
comentó ella abochornada.
—Sé por dónde vas, pero perder la vergüenza no es
ponerte en peligro —expuse—. Estamos bien. No estoy
intentando desafiar los límites del universo ni tengo
distorsiones visuales chungas como la última vez. La has
mejorado mucho.
—He intentado calibrar la dosis para que eso no suceda,
pero Aitor ha sido bastante temerario tocándole las narices
a Lenny…
—Aitor es así de normal. Está medio loco… Y sabe que
Lenny nunca le haría nada.
Justo cuando mi hermano cruzaba la puerta, Freya entró
en el bar acompañada de unas cuantas amigas, entre ellas,
mi hermana Cora. Sabía que iban juntas a baile moderno.
Montaban coreografías y las invitaban a exhibiciones
estatales. Todas las integrantes eran guapas, delgadas y
con estilo. Me chocaba que no hubiera nadie que rompiera
la estética. ¿Es que no había chicas normales que quisieran
apuntarse? Quizá las había y no lo hacían por el complejo
que les creaban. Esas cosas no me gustaban. A mi hermana
Lía también le gustaba bailar y ni se planteaba meterse ahí.
—¿Por qué no? —le pregunté un día confundido—. Te
encantaría.
—Es normal que no lo entiendas. Tú vives al otro lado del
paredón.
—Pues salta el puto muro y listo…
—Me fusilarían igualmente. La sociedad no quiere ver
cuerpos no normativos exhibiéndose.
—La sociedad me la pela.
—Nadie quiere verme bailar, Lucas…
—Yo sí. Y muchos otros también.
—Sí, para reírse de mí.
—Te equivocas, joder.
—Lo que tú digas, bonito…
Mi hermana Lía es así. Su inseguridad por no haber sido
bendecida con lo que ella llama los genes Morgan siempre
la ha amargado. Es morena, de complexión grande y reina
en un país llamado Pasivo Agresivo. No le basta con que mi
padre la adore por recordarle a su abuela materna; siempre
está de malhumor. Una vez traté de explicarle que una gran
personalidad puede eclipsar cualquier medida y su
contestación me dejó temblando.
—Claro, hermanito… Por eso te gusta tanto Freya, ¿no?,
por su increíble personalidad…
No creo que supiera cuánto me perturbó semejante
acusación.
—A mí no me gusta Freya —contesté obstinado. Y ella
sonrió de forma despectiva, como si todo el mundo supiera
algo que yo no.
Por eso cuando vi que un Aitor, hasta el culo de Moonbow,
la saludaba jovial al verla, quise morirme.
Freya pareció sorprendida por el recibimiento, pero le
correspondió sonriendo afectuosa. El muy chiflado le dijo
algo al oído y ella se giró hacia donde estábamos nosotros
para encontrarse con tres miradas desorbitadas. Aparté la
vista deseando fundirme con la mesa.
«Lo mato…».
Lo siguiente que sentí fue a Lenny pellizcándome la pierna
y oí que Charlotte mascullaba: «¡Que viene, que viene, que
viene…!». Mi cara de estupefacción cuando la vi viniendo
hacia donde estábamos no tuvo precio.
Contuve un grito y me prohibí ponerme de pie de forma
acelerada.
—Hola… —saludó ella amable y algo cortada.
—Hola —jadeé mirándola como si fuera una puñetera
aparición. Llevaba uno de esos conjuntos supersexis de top
corto y malla a juego.
—Aitor me ha dicho que quieres decirme algo…
—¡¿Yo?! ¿El qué?
—No lo sé… —Sonrió divertida—. ¿Tienes algo que
decirme?
Se hizo un silencio en el que todo el planeta contuvo la
respiración. Si buscábamos una prueba de si la droga era
peligrosa, aquí estaba la respuesta. Sentí que todo dependía
de cómo contestara a esa pregunta, pero juro que era
incapaz de mentirle. ¡No quería! Me sentía tan bien.
—Yo… Bueno… quizá…
«¡Respuesta incorrecta, idiota!».
Lenny golpeó la mesa para llamar la atención de Freya.
Primero negó con la cabeza y luego intentó explicar con
gestos que Aitor estaba loco y que yo no tenía nada que
decirle. Después miró a Charlotte en busca de ayuda.
—Ha sido un malentendido —explico ella—. Aitor está
borracho…
—En realidad, sí quiero decirle algo —salté en un estado
de ensoñación en el que me imaginaba quitándole ese
increíble top que le hacía unas tetas alucinantes.
Charlotte sonrió con nerviosismo y Lenny me transmitió
con la mirada que estaba a punto de cagarla a lo grande.
Pero no podían culparme. La franja de piel existente entre el
top y las mallas ajustadas se estaba llevando todo mi
raciocinio. Tan atlética. Tan suave. Tan…
—¡Primero una pregunta! —exclamó Charlotte intentando
retrasar el apocalipsis—. ¿A qué te dedicas, Freya? ¿Eres
cantante profesional?
Ella se echó a reír de una forma encantadora. Quería esa
risa en mi boca en cuanto fuera posible, gracias.
—¡No! —contestó vergonzosa—. Cantar no me da de
comer. En realidad, soy publicista. Me dedico al marketing.
—¿En serio? —musité alucinado—. Pues menuda cantante
se está perdiendo el mundo.
—No te creas… Soy mejor publicista.
—Entonces serás buenísima…
Nos mantuvimos la mirada y temí decir algo inapropiado.
Era tan…
—Y dime, Freya, ¿te interesaría un contrato para cantar
una noche a la semana en el Capitán Nemo? —Se inventó C.
Ya empezaba a conocer un poco sus tonos—. George me
dijo que te lo preguntase. Podrías cantar varias canciones
en un pase privado, no solo una.
La sorpresa barrió su preciosa cara, pero al final, negó
pudorosa.
—No soy tan buena como para que me paguen por ello.
¡Solo es un hobby! Me conformo con cantar las noches de
micro abierto en el capitán y en las localidades vecinas,
pero gracias por la oferta.
De repente, Cora apareció a su lado con mala cara.
Observó la situación y se quedó mirando a Lenny que le
hizo un gesto con los ojos que ella cazó al vuelo. Venía a
decir que se la llevase de allí ipso facto. Buena idea, aunque
yo no quería que se fuera.
—Vamos, Frey, deja de perder el tiempo con estos
idiotas…
—Idiota, tú —repliqué.
—Morgan… —advirtió Charlotte.
—Morgan, ella.
—¿Ves como es idiota? —declaró Cora.
Freya sonrió azorada.
—Bueno… Que lo paséis bien —Y al decirlo me miró con
una caída de pestañas que me conquistó por completo.
Joder…
¡Prueba superada! A duras penas…
Cuando se fue, perdí la mirada en su culo perfecto y
Lenny me puso una mano en los ojos para que saliera de
ese trance mortal.
Me hizo un gesto indicando que debíamos irnos de allí.
—Si me levanto ahora, todo el mundo flipará con el
bazuca que tengo entre las piernas… —avisé sincero.
—¡Por Dios, Morgan! —exclamó Charlotte escandalizada—.
¿Eres consciente de que no podemos comercializar esto?
—¿Por qué no?
—¡Porque has estado a punto de meter la pata con Freya!
¡El Moonbow hace que se pierdan todos los filtros!
—Mejor. Aunque no se pierden del todo, te lo aseguro, me
he callado muchísimas cosas…
«¿Como qué?», me preguntó Lenny con un gesto de
cabeza. Me pareció que quería aprovechar para sacarme
información sobre Freya porque este era un tema del que
nunca quería hablar.
—Quería preguntarle si se había hecho daño…
—¿Daño, cuándo? —cuestionó C.
—Al caer del puto cielo… Porque es un jodido ángel.
Lenny y Charlotte se miraron y empezaron a reírse. Me
gustó verles en ese plan. Tenían más en común de lo que
pensaban. El humor, por ejemplo, pero Lenny lo había
desterrado de su vida. Nunca le había visto esa complicidad
con nadie que no fuésemos Aitor o yo. Char había
conseguido burlar sus barreras de una forma inexplicable.
—Va en serio, chicos, no podemos comercializar esto —
formuló preocupada.
Lenny le preguntó un por qué con un leve movimiento de
cabeza.
—¡Porque le arruinaríamos la vida a la gente! Tanta
sinceridad no es buena…
Lenny escribió en su teléfono y ella lo miró de hito en hito.
—Claro que estoy harta de tanta hipocresía… ¡Sobre todo
de la tuya!
Subí las cejas alucinado. ¿A qué había venido eso? Pero a
Lenny no pareció extrañarle su reacción. Imaginé que
hablaban del beso que se dieron en el AIMS y que fue un
antes y un después en su dinámica.
—Esto es demasiado peligroso, Morgan… ¡Imagínate a
todo el mundo en este plan! ¡Sería el caos!
—Es embarazoso —le concedí—. Pero ¿peligroso? No
distorsionas la realidad y te pones a saltar desde balcones.
Al revés, lo ves todo más claro que nunca ¡y mola!
No parecía convencida. Supongo que no quería ser la
responsable de destrozar tantas vidas por hablar de más.
Lenny volvió a escribir en su teléfono y se lo mostró. ¡No
podía resistirse!
Charlotte lo leyó y lo miró extrañada.
—¿Cómo lo sabes?
Él la señaló y ella puso cara de querer matarlo.
Ese era mi primo, un derroche de virtudes y cariño.
La miró muy seguro de sí mismo dándole un minucioso
repaso a su modelito sugerente como si fuese la «prueba A»
en un juicio de seducción contra él.
Creo que acababa de insinuarle que estaba loquita por sus
huesos.
—¿Qué te ha escrito? —pregunté temeroso ante su
silencio atroz.
—Gilipolleces —contestó ella picada. Lenny sonrió
presuntuoso.
La cara de Charlotte puso a Dios por testigo de que tarde
o temprano se arrepentiría de sus palabras. Y sentí hasta
pena por él, porque ese numerito para reafirmarse, solo
porque Aitor le había ridiculizado ante ella, iba a salirle caro.
—Vámonos ya —dijo Charlotte enfadada—. Hay que
empezar a inyectar el Moonbow en las malditas moras.
—¿Has cambiado de opinión? —le pregunté—. ¿Ya lo ves
claro?
—Depende de ti —Plantó los brazos en jarras—. ¿Qué
leches le hubieras dicho a Freya si no te hubiésemos
parado? Dime la verdad.
Me lo pensé durante un instante. No era fácil contestar a
eso sin preocuparla más.
—Nada, no iba a decirle nada.
—Pero has dicho que…
—He dicho que quería, no que fuera a hacerlo —
puntualicé.
—¡¿Pero qué le hubieras dicho?! —me presionó. Y Lenny
permaneció atento como si quisiera saberlo más que nadie.
—Le hubiera dicho que todavía no estaba lista para oírlo…
—me sinceré.
—¡Por Dios! —Se tapó la cara espantada—. Vámonos ya,
anda. Y por tu bien, no vuelvas a tomar Moonbow o te
arrepentirás, Mor…
Me gustó que me llamara así. Nadie lo hacía. Y algo me
decía que ella nunca se sentiría cómoda llamándome Lucas,
pero no quería renunciar a su confianza conmigo.
Y con respecto a lo de arrepentirme…, estaba harto de
engañarme. El Moonbow no era mortal, solo decía la verdad.
Y la verdad te hará libre, ¿no? Lo que no te cuentan es que
antes te hará miserable… Porque la verdad duele. Pero
duele una vez. La mentira duele siempre.
Al día siguiente, tuvimos una resaca bastante decente.
Lo más significativo fue que Aitor estuvo especialmente
amable con Lenny, porque lamentaba haberse ido de la
lengua con Charlotte.
A mí todavía me duraba el shock de que Freya se hubiera
acercado a hablar con nosotros y también culpaba a Aitor
de ello.
—¡Te juro que yo no le dije que tenías algo que decirle!
—¡Pues es lo que dijo!
—¡Me entendería mal! ¡Solo le dije dónde estabas!
—¡¿Y por qué coño hiciste eso?!
—¡Para que estuviera informada!
—¡Joder, Aitor…!
—No le busquéis tres pies al gato —se metió Char—. El
Moonbow no concede deseos, te hace hacer cosas
aleatorias e inexplicables.
Al decirlo miró a Lenny con un «¿Te queda claro?». Pero él
bostezó.
—Morgan, una pregunta, ¿a cuánto vamos a vender las
moras? —quiso saber Charlotte.
—A veinte dólares cada una.
—¿Y cuántas moras vamos a darle al capitán mañana?
—Dos mil. A ver qué tal funcionan… Si se venden bien,
habrá que fabricar más, porque tendremos que darle un
15% de las ganancias al capitán solo por distribuirla…
—¿Un 15%? —se quejó Aitor—. ¡Eso es muchísimo!
—Necesitamos sus canales de distribución. Los
consumidores ya saben a quién pedirle el vicio y les
ofrecerán probar Moonbow por el precio de lanzamiento.
Esperemos que se corra la voz y después quieran más.
—Dos mil son muchas —opinó Charlotte asustada.
—En el Blues Festival habrá mucha gente. De hecho, ojalá
pudiéramos producir más, pero no nos da tiempo. Solo
somos cuatro inyectando el líquido en las moras. No
podemos confiar en nadie más para esto.
—Vale… —Se mordió los labios.
Creo que en ese instante se hizo cargo de la aplastante
confianza que estábamos depositando en ella. Podía
jodernos la vida si quería. Por eso miré a Lenny avisándolo
de que por favor domara sus bajos instintos con Charlotte,
porque podían salirnos muy caros.
«No puede pasar nada entre vosotros», le transmití.
«Lo tengo controlado», me contestó con los ojos. Pero por
su forma de mirarla, lo tenía tan controlado como Superman
a ese mineral precioso y magnético capaz de debilitar sus
indestructibles poderes.
13
CREPÚSCULO
“Y así el león se enamoró de la oveja”
Seanan McGuire

Es jueves y llevo todo el día histérica.


Ni siquiera he sido capaz de echarme mi habitual siesta
reparadora.
Los Morgan no me han escrito para decirme a qué hora
me recogerán para ir al recinto donde se celebra el dichoso
Blues Festival.
Puede que se hayan olvidado de mí, ahora que ya no me
necesitan.
Por mi parte, llevo todo el día temblando; me siento una
criminal. No quiero saber cómo ni cuándo le han hecho
llegar las moras al capitán, pero supongo que ya estarán en
manos de sus distribuidores.
«Olvida la logística», me riño. No es cosa mía y es mejor
no saberlo. Solo rezo para que al final de la noche no me
sienta mal conmigo misma… O al menos, peor de lo que ya
me siento, porque la situación con Lenny se ha enrarecido
aún más en las últimas 24 horas por culpa de los
embarazosos comentarios de Aitor. Alguien debería graparle
la boca a ese chico.
¿Le dijo Lenny que le gustó besarme o era una apreciación
suya?
De pronto, me llama un número de teléfono que no tengo
registrado y dudo entre si cogerlo o no. Desde que me he
vuelto narco, soy una paranoica.
—¿Sí?
—¿Charlotte?
—Sí…
—Mi hermano me ha dado tu número. Soy Lía. Lía Morgan.
Abro los ojos espantada. ¡La borde morena! ¿Qué
hermano habrá sido el sádico de darle mi teléfono? Y lo más
importante, ¡¿para qué?!
—Aitor me ha dicho que no sueles ir a las fiestas de la
universidad.
—Ah, no… No suelo. —«De hecho, no he ido a ninguna».
—Creo que ha pensado que necesitarías ayuda para
vestirte.
—¿Vestirme?
—Sí. Por si no lo sabes, un festival es una jungla del Prêt-
à-porter. El año pasado fue peor que Coachella y no creo
que quieras desentonar…
No entendí la frase con tanto nombre. ¿Desentonar con
qué?
—He pensado que podrías venir a mi casa a la PRE.
—¿La PRE? ¿Qué es eso?
—La PREfiesta. Mis amigas y yo nos vestimos y
arreglamos juntas mientras bebemos. Es como un ritual.
Me quedo en blanco. ¿Con «mis amigas» se refiere a
Cora? Uf…
—Esto… No hace falta, en serio. Me pondré cualquier
cosa…
—Aitor dice que te debe una. Y yo se la debo a él. Así que
ven, por favor.
¿Cómo que me debe una? ¡¿Por qué?!
—Además eres la novia de Lenny. ¡Ya eres como de la
familia!
—Es que creo que a Cora no le caigo demasiado bien —
me sincero.
—¡Claro que no! ¡Está colada por Lenny desde que era
una cría!
—Mmm… ¿No son primos?
—Sí, sabe que no pueden estar juntos y todo el rollo, pero
dice que no puede evitarlo. Lo suyo es obsesión.
—Pero si está con Kali…
—Mi hermana está cada día con uno diferente y sufre en
silencio porque su corazón está ocupado. Y como Lenny
tampoco se centraba en nadie, ella mantenía la esperanza.
Pero creo que tu existencia puede ayudarla a asimilar que
debe quitarse a Lenny de la cabeza ya. Creo que hacéis
muy buena pareja, en serio…
JODER…
Siento unas ganas irresistibles de decirle que nuestra
relación es más falsa que un euro de madera, pero, por
suerte, puedo contenerme. Ventajas de no haber tomado
Moonbow.
—Vale… Iré. ¿Le digo a Morgan que voy a tu casa,
entonces?
—No, ya aviso yo a mi hermano. Ven a las seis y media.
—¿Y la entrada? Yo no tengo.
—Yo me encargo de todo. Tú trae pantalones cortos
blancos y unos botines. ¡Hasta luego!
Me quedo con el teléfono en la oreja aunque ya me haya
colgado.
¿Dónde me estoy metiendo?
A las seis y media estoy llamando al timbre de la mansión
de Los Morgan, porque eso no es una casa cualquiera, es
como un palacete.
Me abre la puerta Kai Morgan, el padre y tío de todos esos
dioses a los que estoy ayudando, creo que voy a apodarle
Odín. Verle con sus hijos deja claro de dónde han salido los
genes de los tíos más buenos que he visto en mi vida. Es el
típico madurito potente que sabes que tuvo una juventud
salvaje, y cuando ves a su mujer, terminas de entender que
fue el rey del baile de su promoción.
—Hola… Charlotte, ¿verdad?
—Sí.
—Pasa y sube, las chicas te están esperando…
—Gracias.
Me parece increíble que me cause la misma sensación
que su hijo. Su mirada es astuta y que se interese por ti lo
más mínimo te hace sentir importante. Puedo leer que
guarda un montón de secretos en sus ojos, y que es un tipo
legal.
—Dani me ha hablado muy bien de ti. Dice que eres una
chica fascinante. A ver si se les pega algo de ti a mi hijos…
Me quedo como si acabaran de darme un premio que no
esperaba. No sé ni qué decir.
—Es usted muy amable…
—No me trates de usted, por favor. Todavía no asimilo que
mis hijos tengan veintitantos… Yo sigo sintiéndome igual de
joven.
Sonrío ante su sinceridad. Tiene una sonrisa juguetona
bajo todo ese palpable sufrimiento vital.
—Me encanta trabajar con Dani —suscribo—. ¿Sois
amigos?
—Sí. Y me contó que Lenny estuvo el otro día en el AIMS…
Su mirada se vuelve pícara. ¡Por el amor de Dios! ¡Seguro
que le contó lo del beso! Su mueca de diversión lo deja muy
claro.
—Ah, ¿sí? Qué bien…
—Lo dicho. Creo que vas a ser una buena influencia para
ellos…
—Gracias, Señor Morgan. —Si él supiera…
—Llámame Kai.
—De acuerdo… Voy a subir.
—Pasadlo bien esta noche. Id con cuidado.
—Sí, señor. ¡Kai…! ¡Adiós!
Subo las escaleras sin saber a dónde ir. ¡Esto es más
grande que el palacio de Buckingham! Hay muchas puertas
para elegir. Ni que fuera el ministerio del tiempo…
Al final sigo la música de Dua Lipa que sale de una de
ellas y llamo.
Lía me abre la puerta con una gran sonrisa. No sabía que
tuviera tantos dientes… Como siempre la veo enfadada.
—¡Por fin! ¡Pasa!
Dentro hay al menos cinco chicas. ¿Qué tipo de aquelarre
es este?
Entre la música, el olor a maquillaje y perfume, los muffins
de colores y las botellas de champán rosado, parece una
despedida de soltera.
—Estas son Freya, Megan y Amber. A Cora ya la conoces,
y ya sabes que yo soy Lía. Chicas, ¡esta es Charlotte!
—Hola —saludan algunas. Yo respondo de la misma forma.
—Ya la conocen, Li —dice Cora—. Lleva años sirviéndonos
copas en el Capitán Nemo.
¿Me conocen? Primera noticia…
—Ya, pero esto era una presentación oficial. Hacedle sitio,
chicas.
Me siento con un nudo en el estómago esperando que
alguien haga la pregunta más obvia. «¿Por qué has
venido?». «¿Qué pintas aquí?». Y yo soy la primera
interesada en la respuesta, en serio.
—Estábamos decidiendo si repetir de vaqueras, de
ibicencas, de hippies o marcarnos un trendy con joyas XXL y
calcetines largos —explica Lía.
No tengo otra opción que reírme como si acabara de
contar un chiste, pero todas me miran serias. Vaya… ¡a mí
me lo ha parecido!
Eso hace que las cinco al completo estudien mi look.
¡Mierda!
Vaqueros cortos con una camiseta blanca sin mangas,
pelo suelto y unos botines negros que no me había vuelto a
poner desde los quince.
—No sé qué ha visto Lenny en ti… —masculla Cora
hiriente.
—Cooora, no empieces, por favor —Lía.
—¿Cómo os conocisteis Lenny y tú? —pregunta Megan. Es
una chica que siempre veo con el grupo de Christopher y
Kali.
—¿Te pidió salir? —Quiere saber Amber.
Trago saliva. No sabía que esto se convertiría en un
interrogatorio sobre Lenny…
—Somos compañeros de clase en la universidad —digo sin
más.
—Él no va a clase —replica Cora extrañada.
—Me pidió ayuda para hacer un trabajo.
—Él no necesita ayuda de nadie. Es muy listo.
—Pero yo lo soy más —sentencio con una chulería que no
sé de dónde sale. La adrenalina chisporrotea en mis venas,
pero parece que a Cora le vale.
—Centrémonos en la moda —interrumpe Freya. Y la miro
dándole las gracias—. Ir de blanco siempre es buena opción.
O de vaquero.
—¡O de negro! —sugiere Lía.
—Voto combinar los tres colores —propone Amber. Y me
siento aliviada, porque son justo los que llevo. Uno de cada.
¡Salvada!
—Mejor ir cada una de un color. Unas de blanco, otras de
negro, otras de vaquero… ¡y todas con sombreros de
cowboy! —propone Cora—. ¡Yo me pido de vaquero! Me he
comprado un corpiño precioso para la ocasión.
—Pues yo de blanco —dice Freya—. Me apetece outfit
ibicenco.
—Y yo de negro —deduce Lía—. Es mi color.
—Yo de blanco contigo, Freya —se anima Megan.
—Yo de vaquera —se suma Amber—. Ya me había hecho a
la idea.
Todas me miran para ver qué digo justo cuando estoy
bebiendo de mi copa. Lo alargo un poco más por si el
alcohol me da lucidez, pero no funciona, así que digo:
—Si esperáis que participe en una conversación sobre
ropa, lo lleváis claro… Lo mío son las bacterias y los
protozoos. Os puedo decir cuál me parece más mono.
Todas se echan a reír y yo con ellas.
—¡Me meo contigo! —dice Amber.
—¡Hablo en serio! Si queréis hablar de enlaces covalentes,
soy vuestra chica, para todo lo demás, ¡mastercard! —
Continúo la broma. Y todavía se ríen más alto.
—¡Ahora entiendo lo que ha visto en ti! —exclama Lía—.
¡Eres muy graciosa!
Volvemos a reírnos y Freya me mira como si entendiera
que yo me río por no llorar. Está bien no sentirse una
incomprendida para variar.
—Tranquila, Charlotte, tú irás de negro conmigo —me
rescata Lía.
—Pero no he traído nada negro…
—Podemos prestarte ropa —dice de pronto Cora. Y me
sorprende el ofrecimiento. La veo abrir el armario y sacar
unas cuantas prendas negras—. Pruébatelas.
—Gracias… —farfullo conmocionada. ¿Ahora es maja?
Una vez vestidas, se dedican bastante rato a elegir
complementos, algo que yo no habría adivinado en la vida.
Termino con cinco collares encima, cuatro pulseras y un
cinturón de tachuelas. ¡¿Quién diablos soy?! Pero me gusta.
Es una de esas veces que descubres que necesitabas algo
que no sabías que existía.
¿Es posible que con todo esto encima me sienta distinta y
a la vez más yo misma que nunca?
Cora me ha dejado unos pantalones cortos negros de
cintura alta con hilos colgando que jamás habría mirado dos
veces en cualquier tienda. La camiseta a juego es sencilla,
negra, de tirantes finos y sin nada de escote, cosa que me
alivia. Simplemente es muy corta y muestra parte de mi
estómago sin llegar a insinuar ni ombligo ni canalillo.
¡Perfecto! Me siento cómoda y sexi.
La fase final es el maquillaje. Freya y yo coincidimos en el
espejo.
—Tú primero —le concedo.
—Gracias —Sonríe. Y me dan ganas de preguntarle sobre
Morgan, pero sé que no debo hacerlo. Tengo un plan mejor…
—¿Cuánto llevas saliendo con Christopher? —la interrogo.
—Dos años o así.
—Ah, vaya… Es bastante.
—Sí, lo conocí el verano que terminamos la universidad.
Kali me invitó al partido final del campeonato de fútbol y me
lo presentó.
—Qué bien… ¿Y ya vivís juntos?
—No. Él tiene su propia casa, pero yo voy y vengo de la
suya a la de mis padres. Todavía no tengo un trabajo
estable. De momento, soy freelance.
—Poco a poco…
—Sí. Sé que tú trabajas con mi tío Dani —dice
impresionada.
—Es el mejor.
—Y van a darte una beca para un máster, ¿no?
Felicidades.
—Gracias —digo vergonzosa. ¿Dani se dedica a hablar de
mí en sus ratos libres o qué?
—Qué envidia sana. En un par de años estarás superbién
colocada.
—Y tú en un par de años podrías estar triunfando en
televisión, según Morgan.
Ella se echa a reír. Cebo echado.
—No le hagas caso, siempre ha sido un idealista…
—Creía que no os conocíais mucho —comento—. Nunca os
he visto hablar —Ella me mira contrita—. Lo siento, ¿he
dicho algo que no debía? Vine a vivir aquí hace cuatro años
y no sé nada de nadie.
Ella lo da por bueno y se relaja.
—Antes éramos buenos amigos… cuando éramos niños.
—¿Y ahora ya no?
—Ahora… no lo sé. Pero hemos estado muchos años sin
hablarnos.
Un POR QUÉ gigante se me dibuja en la cara, pero opto
por callar. He sido hábil para llevarla al punto donde quería,
y una vez aquí, me rajo. ¡Soy penosa!
—Y ahora, de repente, os volvéis a hablar… ¿cómo es
eso?
—Si te digo la verdad no tengo ni idea —dice aplicándose
colorete.
—¿A ti te gustaría recuperar su amistad? —pregunto como
quien no quiere la cosa.
No responde con la excusa de estar pintándose los labios.
Pero sé que he cruzado la línea.
—Ya estoy —murmura mirándose una última vez—. Te
toca.
Nos cambiamos de sitio y creo que se acabó la
conversación, pero se queda a mi lado e intento disimular
mi alegría echándome rímel.
—La verdad es que no sé si podemos ser amigos dado
nuestro historial… —confiesa de pronto. ¡TOMA YA!
Procuro no mostrar sorpresa ni parecer ansiosa por saber
qué historial es ese. Sé que soy una privilegiada solo por
estar manteniendo esta conversación. ¡Esto es el Santo
Grial de las conversaciones de Byron Bay!
—¿Por qué lo dices? ¿Habéis salido juntos?
—No —contesta atribulada—. Pero hubo una época en la
que todo el mundo esperaba que lo hiciéramos… Pero no
sucedió y el momento pasó, ¿sabes?
—Ajá… —Hago un esfuerzo por mantener mis ojos a un
tamaño normal. Si los tuviera tan abiertos como deseo, se
cerraría en banda.
—Después, todo se complicó, y ahora… ahora llevamos
años en tierra de nadie.
—¿Y eso te preocupa? —me atrevo a preguntar.
Ella me mira como si acabara de corroborar lo lista que
soy. Porque esa es la pregunta del millón.
—No me preocupa, es solo que… quiero saber por qué
ahora.
—Igual es mejor que no lo sepas —digo enigmática. Ella
me mira confundida—. Puede que no estés preparada para
saberlo…
Siento que las palabras de Morgan impactan en ella como
un meteorito y me propongo pintarme los labios de rojo
diablesa. Pero justo cuando voy a hacerlo, ella detiene mi
mano.
—Prueba con este mejor… —Me da uno suyo de otro color.
—Oh. Gracias. —Lo aplico.
—Y si quieres, te hago una raya del ojo que te quedará
genial.
—Soy toda tuya —Sonrío agradecida.
El resultado es tan espectacular que no puedo dejar de
mirarme al espejo. ¡Es un genio! En el último momento se
pegan perlas de colores adhesivas en la cara y admito que
quedan de maravilla para la ocasión.
—No estás mal… —dice Cora cuando me ve al ir a salir de
casa. Y se posiciona como el mejor cumplido que me han
echado en toda mi vida, viniendo de una enemiga mortal.
Le gusta Lenny… ¿quién puede culparla?
Lía se pone al volante de un coche de siete plazas, y
cuando vamos a arrancar, llega su madre con otro utilitario.
—¡Hola, chicas! ¿Os vais al festival? —pregunta alegre—.
¡Oh, Dios mío! ¡Estáis todas guapísimas!
—Ya lo sabemos, mamá, tenemos espejos —dice Cora
irónica.
—¡Pasadlo muy bien! ¡Y no os quedéis solas! Hay mucho
baboso suelto por ahí. Y si tenéis algún problema, ¡un
rodillazo en los huevos siempre es muy efectivo! —grita
animada.
—Vale, mamá… Tranquila. Hasta mañana.
Arrancamos y Lía pone la canción de Pa’ tipos como tú a
tope y todas se ponen a cantar sin pudor. Yo solo sonrío.
Hacía tanto que no vivía un momento así que ya casi había
olvidado lo que se siente. La melancolía se me agarra al
pecho y soy incapaz de cantar. Solo sé que ahora mismo
podría llorar y que tengo que darle las gracias a Aitor.
Cuando llegamos a la explanada del concierto, la cantidad
de coches que hay en los alrededores ya nos da una pista
de lo que nos espera.
Ver la multitud de gente que tendríamos que atravesar
hasta llegar al escenario hace que las dos mil moras de
colores que hemos preparado me parezcan una cantidad
irrisoria para las almas aquí presentes que aman sentir la
música techno mientras cualquier tipo de sustancia ilegal
fluye por sus venas.
Lía me coloca una pulsera en la mano cuando vamos a
pasar los controles y no me rayo preguntándome de dónde
ha salido y quién la ha pagado. Ventajas del champán.
Al entrar, el ambiente, la música, la gente, se te agarra a
las tripas y te eleva a un estado del que no quieres regresar.
Es como estar en otro mundo siendo otra persona.
Acudimos a una carpa donde Christopher y sus amigos
nos esperan.
—¡Guau! ¡Han llegado las chicas más guapas de Byron
Bay! —exclama haciendo que Freya aterrice en sus brazos
para besarse.
Aparto la vista porque hay algo que me escama en ese
chico. No me gusta su forma de tocarla. Apesta a
territorialidad en vez de a veneración, y ella parece no
darse cuenta de nada.
Me fijo en que Kali y Cora no se besan de entrada, solo se
saludan. Ahora entiendo que en su pacto no está implícito y
que solo sucede cuando ella quiere. De momento le hará
sufrir. Es su juego, dada la mirada desesperada de él.
—Eres Afrodita —expone babeando a mares. Pero pronto
pasea la mirada también por las demás—. Cuanto guapo
subido por aquí… —dice en general. Él tampoco está mal
con una camiseta negra sin mangas, aunque todavía tiene
marcas de guerra en la cara de su fractura de nariz.
De pronto tropieza con Lía.
—Mira por dónde vas —le dice ella.
—O igual eres tú, que estás todo el tiempo en todas
partes a la vez.
—Eso es el título de una película —intercedo yo, antes de
que se pongan a discutir. Entre ellos siempre saltan chispas.
—¿Por qué habéis traído a la camarera? —dice con
desprecio.
—Ahora es de la familia, es la novia de Lenny.
Su mirada cambia al escuchar ese nombre.
—No puedo decir que sea un placer conocerte…
—No le hagas caso —dice Lía asqueada.
—Alguna tara debes de tener para estar con un tío como
ese…
—¡Tara la tuya! —espeta ella.
—¡¿Qué he hecho ahora?!
—¿Existir?
Se miran como si tuvieran ganas de enzarzarse. ¿Les va la
marcha?
—¿Por qué no vamos a buscar a tus hermanos? —le digo a
Lía.
—Sí, mejor… ¿Amber, te vienes con nosotras?
—Voy.
No entiendo por qué, pero me parece genial.
—Bueno, hasta otra —digo en general. Freya me dice
adiós con la mano y una sonrisa cómplice. Es realmente
especial. Como una flor en una pradera llena de cactus.
—¿Dónde están Los Morgan? —pregunto a Lía—. Digo, los
chicos.
—Al otro lado. ¿Estás nerviosa por ver a Lenny? —Me
pregunta con retintín.
—¿Por qué? —digo temerosa.
—Porque cuando te vea así vestida se va a volver loco.
Ahora eres como una Cora que sí puede comerse…
Esa frase hace que me rechinen los dientes. ¿Qué está
insinuando?
—¿Crees que a Lenny le gusta Cora? —pregunto sin dejar
de andar.
—Solo digo que Cora no se ha sacado de la manga esa
fijación que tiene por él. ¡La sacó de su obsesión por ella!
Siempre la ha tratado de un modo especial, y a veces me
pregunto si tiene problemas de intimidad por el mismo
motivo que ella… Pero ahora que está contigo estoy
empezando a creer que la ha superado.
No sé cómo tomármelo. Solo puedo pensar en que sus
besos del otro día no pueden estar vacíos de sentimiento.
¿O sí? ¿Y si lleva días evitándome para evitar que me
enamore de él? ¡Necesito respuestas!
Cuando por fin los diviso a lo lejos, me sube un ardor por
el pecho que no es ni medio normal. ¡Por el amor de…!
Son una estampa excepcional que afectaría por igual a
fans y a enemigos. La dimensión de su grandeza es
inabarcable viéndolos vestidos en plan grunge. Se nota que
han venido a por todas.
Morgan lleva una camiseta con estampado de camuflaje
militar en distintos tonos de azules que le queda brutal. Es
de tirantes anchos, holgada, y la combina con un pantalón
negro con un millón de rotos. Pero lo que hace que no
puedas con tu vida es un pañuelo azul con estampado
paisley que lleva atado al cuello. Ese hombre no es un ser
terrenal…
Aitor viste un pantalón negro tobillero gracias al cual luce
unas converse negras con calaveras blancas. Su camiseta,
blanca con estrellas negras pintadas a brochazos, no deja
lugar a dudas de que él tiene una desde que nació. El
complemento que aplasta tus neuronas son unas gafas de
sol de aviador con las que sería imposible decirle que no si
te pidiera las bragas.
Y por último, Lenny…
No estaba preparada para verlo así. Desde luego, parece
que ha puesto toda la carne en el asador con el modelito. Y
menuda carne… Lleva una camisa blanca, totalmente
abierta, con tres o cuatro cadenas colgadas del cuello a
distintas alturas. Sus pectorales te trasladan directamente a
vivir la sensación del segundo día de dieta extrema…
Unos vaqueros deslavados y el flequillo hacia arriba a lo
Edward Cullen terminan de matarme. El aguijón letal es que
me mire como el vampiro mira a la chica la primera vez que
entra en clase…, como si le doliese verme y no poder saltar
sobre mí para devorarme. ¡Guau!
—Hola, chicos —saluda Lía tan campante. Yo no puedo.
Sus looks me han dejado sin palabras.
—¡Eh, por fin! —exclama Morgan al vernos—. ¿Qué tal ha
ido?
—Muy bien. Aquí la traigo, sana y salva —Me señala.
Los tres Morgan me miran a discreción. «Sé fuerte, nena»,
oigo en estéreo a mis amiguis españolas. «Es la hora.
Demuestra lo que vales».
Dicen que no hay mayor aprendizaje que el ejemplo, y yo
acabo de tener varios sobre cómo es el reencuentro de una
chica con su novio en una fiesta cuando acaba de ponerse
guapa para él.
Me acerco a Lenny con expresión coqueta y mis manos
sortean su camisa abierta adentrándome por los laterales
para acariciar la piel de su cintura. Su cuerpo reacciona a mi
toque con un espasmo y bordeo la cinturilla de su pantalón
hasta agarrar la zona delantera.
Lo acerco a mí para obligarlo a bajar su boca hasta la mía,
y en el último momento, la esquivo y le dejo un beso
húmedo en el cuello.
—Hola, cariño —murmuro en su trapecio.
Al olerle, no me desmayo de milagro. Su esencia es más
fuerte que nunca con tanta piel al descubierto. La boca se
me hace agua y trago saliva antes de girarme hacia el resto,
quedándome embebida en sus brazos.
—Hola a todos —saludo pizpireta.
Las caras de Morgan y Aitor son indescifrables.
A Lenny no me hace falta vérsela, me basta con oírle
jadear a mi espalda, intentando no rozar su erección contra
mi culo en pompa. Pero es tarde, ya la he notado. Y me froto
contra ella para que lo sepa.
¡BOOM!
Al momento lleva una de sus enormes manos hasta la piel
desnuda de mi tripa y me retiene contra él, depositando un
beso en mi hombro.
Por suerte, Amber saluda a Tommy con un beso
apoteósico demostrando que es lo normal cuando saludas a
tu ligue. De ahí la explicación de que haya venido con
nosotras.
—Qué asco dais… —suelta Lía aburrida—. Bueno, yo me
voy.
—Quédate un rato —le ofrece Morgan.
—No. Tengo que volver con Cora. Tiene el día muy putón…
—Tienes que dejar de vivir a su sombra —advierte Aitor.
—Y tú tienes que dejar de ser un puto bocazas. Luego nos
vemos… Adiós, Charlotte. Si te cansas de estos imbéciles,
ya sabes donde estamos.
—Muchas gracias —Sonrío ufana—. Por todo. De verdad..
—De algo —dice mirando a Aitor subiendo las cejas.
En cuanto da media vuelta, me despego de Lenny al
momento y voy en busca de Aitor, que ya viene a darme
explicaciones.
—¿Vas a contarme a qué ha venido la encerrona de la
PRE?
—¡Ostras, Charlotte…, estás impresionante! —dice sin
embargo.
—Contesta a la pregunta. ¿Por qué dice Lía que me debes
una?
—Luego hablamos —murmura con disimulo.
—¡No! ¡Quiero saberlo ahora! ¿Sabes que hasta las cinco
de la tarde pensaba que os habíais olvidado de mí?
Morgan y Aitor me miran culpables.
—¿Cómo vamos a olvidarnos de ti si eres la artífice de
todo esto? —expone Morgan incrédulo—. Queríamos… darte
una sorpresa.
—¿Qué sorpresa?
Me giro hacia Lenny y sus ojos me taladran con un deseo
oscuro.
—Cuando te drogaste accidentalmente dijiste que
echabas de menos a tus amigas y te hemos conseguido
unas nuevas —dice Aitor.
—¡Ah, qué fácil! —Me cruzo de brazos, enfadada.
—¿Es que no lo has pasado bien?
El silencio otorga, pero…
—Ha sido bastante violento colarme en su fiesta…
—Pues ha merecido la pena —silba echándome un vistazo
—. Estás buenísima…
—Freya también estaba —digo mirando a Morgan. Y veo
cómo se le dilatan las pupilas—. Hemos estado hablando de
ti, que lo sepas.
—¿De mí?
—Sí. —Me hago la interesante—. Y también he conocido a
vuestro padre, es muy agradable.
—Será contigo… —murmura Morgan.
—Es igual de metomentodo que tú —alego.
—Char… solo queríamos ayudarte, en serio.
—¿Acaso os he pedido ayuda? —digo a la defensiva.
—¿Le dieron a tu madre el trabajo en la tienda de
fotografía? —pregunta Morgan.
Y de repente caigo.
—¿¡Eso también habéis sido vosotros!?
Los veo encogerse de hombros cohibidos.
—Mencionaste algo cuando ibas colocada… —explica
Aitor.
—Madre mía… —Me sujeto la cabeza.
De pronto, Lenny aparece a mi lado y me pone su móvil
delante.
«No te estamos pagando y queríamos recompensarte de
alguna forma todo lo que has hecho con Moonbow. Te
estamos muy agradecidos».
Al leerlo me cuesta mantener mi pose colérica.
—Bueno, venga, vamos a brindar… Pero no volváis a
pasar así de mí. Pensaba que ya era historia…
—Estás loca si crees que vas a librarte de nosotros —
Sonríe Morgan.
—¿Qué quieres beber? —pregunta Aitor servicial.
—Algo que esté bueno, como lo del otro día.
Desaparece en busca de bebida y Morgan me mira con
cariño.
—Lo siento si hemos metido la pata. Somos muy malos
dando sorpresas… Espero que la venta de hoy vaya bien y
podamos pagarte.
—No hay prisa por eso. Y… me lo he pasado bien con las
chicas —admito—. Gracias. Y gracias por lo de mi madre.
Significa mucho para mí…
—Se lo merece por haberte parido.
Nos sonreímos y me dan ganas de abrazarlo, pero mis
ojos se van hacia Lenny y parte del enfado vuelve. ¿Por qué
leches está tan bueno? Me gustaría abofetearlo por
atraerme tanto. Él sí me ha estado evitando a propósito
después de besarme como lo hizo.
Respiro hondo para tolerar su presencia sin camiseta.
—Ahora vuelvo —dice Morgan como si Lenny le hubiese
pedido que se fuera por detrás de mí.
Lo ignoro mientras escribe en su teléfono algo para mí.
Desde que le he olido, varios flashbacks del beso han vuelto
en tropel a mi mente para follarme el cerebro. Esos labios.
Su lengua. La despedida en el AIMS y su dolorosa ausencia
al día siguiente…
Me pasa el teléfono para que lo lea.
«Esa ropa es de Cora, ¿no? ¿Se ha portado bien contigo?».
Lo miro a los ojos, rabiosa. Así que se ha dado cuenta…
—Genial… Solo me ha dicho que no entiende qué ves en
mí.
Vuelve a escribir.
«Lo siento».
¿Siente lo que me ha dicho o siente no ver nada en mí?
¡ARGH!
Vuelve a teclear.
«Esta farsa acabará pronto».
¿FARSA?
Juro que voy a hacer que se arrepienta de esas palabras…
14
UN CUENTO PERFECTO
“ Tú ya me quieres, pero aún no te has dado cuenta”
Elisabeth Benavent

Me voy a la barra en busca de Aitor. Me apetece beber algo


de un trago. Nada va a joderme la noche. Estoy
deslumbrante.
—¿Qué me has pedido? —le pregunto a su espalda.
—Lo mismo del otro día. Toma, pequeña, disfruta —Me
acerca un vaso de medio litro y me sabe a gloria cuando lo
pruebo.
—¿Por qué me debías un favor? Habla —digo insistente.
Aitor resopla.
—Por lo de Lenny…
—¿Qué de Lenny? —Arrugo las cejas, interesada.
—Cuando nos contó lo que había pasado en el AIMS le
estuve vacilando con que le gustabas mucho y eso provocó
que pasase de ti todos estos días —dice culpable.
—¿Por qué le vacilaste? ¿Qué os dijo?
—Estaba muy cabreado. Dijo que no quería volver a
besarte…
Esa información me arranca el corazón de cuajo.
—Pero es mentira, Char… Lo conozco muy bien. No quería
volver a hacerlo porque le gustas demasiado.
Mis ojos empiezan a humedecerse contra mi voluntad. No
puedo evitar sentirme mal, pero me prohibo llorar por lo
más sagrado.
—Yo no le gusto, le gusta Cora…
—¡¿Qué?! ¡A Lenny no le gusta Cora!
—Lía me lo ha contado todo —Bebo de nuevo para evitar
el llanto.
—Lía no tiene ni puta idea… —dice enfadado—. No
entiende nada. Era demasiado pequeña para darse cuenta
de lo que pasó…
Nos miramos a los ojos y puede leer en los míos la
pregunta, pero se la hago igualmente.
—¿Qué leches pasó?
—No puedo contártelo, en serio…
Y al decirlo parece lamentarlo de verás.
—¿Te das cuenta de que Lenny nunca podrá tener una
relación verdaderamente íntima con nadie que no sepa lo
que le ocurrió? ¡Ese secreto lo mantiene exiliado del mundo!
En su mirada se posa la culpabilidad, pero niega con la
cabeza.
—Lo único que puedo decirte es que Lía se equivoca y que
a Lenny le gustas de verdad. Tú verás lo que haces con esa
información. Pero hay otras formas de llegar a él que no son
conociendo su historia.
—¿Como cuál?
—Con sexo —dice tranquilamente.
Aprovecha mi estupefacción para controlar si Lenny nos
mira. Y… ¡bingo! Nos tiene localizados; debemos disimular y
rápido. Pero esa última frase me ha dejado fuera de juego.
¿Cómo que con sexo?
No sé qué significa, pero me giro con la copa en la mano y
le doy la espalda a Aitor. Siento que se pega a mí para
susurrar algo más:
—Lenny inhibe severamente todo tipo de emociones…,
así mantiene a raya sus reacciones desmedidas. Lo único
que deja pasar con más fluidez es la atracción sexual. Para
él el sexo es un desahogo, pero siempre sin sentimientos.
Contigo sería distinto y creo que podrías abrir un grieta en
su automatismo impenetrable. Si a ti también te gusta, no
pierdes nada por intentarlo. Por cierto, le gustan las tías que
se depilan enteras…
Tras soltar esa perla, bueno ESAS PERLAS, pasa de largo
dejándome con un palmo de narices y le ofrece una de las
copas a Lenny. ¡Será posible…! ¡Pues yo soy el puñetero
Amazonas, sorry, baby!
Pero lo que ha dicho antes de eso, me ha dejado de
piedra. Su jerga filosófica me ha hecho pensar que no sé
nada de él. ¿Ese discurso tan profundo ha salido de Aitor?
¿Qué ha estudiado exactamente? ¡Tengo que averiguarlo!
Me centro en pasarlo bien y en no terminar esta noche
llorando. Para ello me pido dos o tres vasos más de vodka
con naranja bien cargado de granadina. No sé cómo he
podido vivir tanto tiempo sin ese líquido rojizo.
Cuando cae la noche se junta más gente a nosotros. El
ambiente festivo ayuda. Hay ratos en que me lo paso
genial, pero a cierta hora la gente se pone retozona y
ejem… Morgan se enrolla con una tal Livy, la chica más
tatuada del mundo, y me cae bien al momento porque me
recuerda a Dani, pero a la vez me acuerdo de Freya y quiero
gritarle «¡Flush, bicho!».
Se me hace cuesta arriba que Lenny y yo estemos tan
alejados. Sus ojos me descubren mirándole cada dos por
tres. ¿O soy yo la que le pillo a él buscándome? Sea como
sea, esta guerra de miradas resulta insoportable con las
palabras de Aitor dando vueltas en mi cabeza.
«Lía no sabe lo que pasó». ¿Pero qué coño pasó? ¿Por qué
Lenny es tan hermético? ¿Por qué le sale gritar en vez de
hablar? ¿Por qué me obsesiona tanto con la cantidad de tíos
random que tengo alrededor?
En un momento dado de la noche, Morgan se me acerca.
—Me acaba de llegar información fresca de Moonbow —
susurra eufórico—. El capitán dice que se está vendiendo
bien. ¡Algunos de sus camellos ya se han quedado sin
existencias!
—¡¿En serio?!
—Sí. A la gente le gusta probar cosas nuevas, la pregunta
es si querrán repetir…
—Yo, desde luego, no —digo divertida.
—En realidad estamos traficando con algo muy potente,
C: con la verdad. Y todo el mundo quiere saber la verdad…
—Pero no todos están preparados para oírla, según tú.
—Cierto.
—Yo quiero oír la verdad sobre Lenny —me atrevo a decir
—. Igual le inyecto un poco de Moonbow para que la suelte.
¿Qué crees que pasaría?
—Nada bueno —dice preocupado.
—¿Por qué?
—No creo que le sentara bien hacer una profunda
introspección de los recuerdos del pasado y sus emociones
reprimidas…
—¡O puede que sí!
—No, Charlotte, lo que le pasó fue horrible. Debería
olvidarlo…
—¿Crees que algún día lo olvidará?
—No. Nunca —sentencia.
—Entonces debería enfrentarse a ello y resolverlo, ¿no
crees?
—No se puede. Es muy complicado. Él cree que mató a su
hermano y nunca se lo perdonará.
—¡¿CÓMO?! —exclamo anonadada.
Ni en un millón de años hubiera esperado que fuera algo
así.
—Joder… —Cierra los ojos con fuerza—. No le digas que te
lo he dicho, por favor. Me mataría.
—Por Dios, Lucas…
—Olvídalo, por favor —me suplica—. Fue hace muchísimo
tiempo. Hay algunas verdades que es mejor no mencionar.
Haz un esfuerzo por olvidarlo. Vamos a disfrutar de esta
noche, ¿vale?
Le hago caso e intento distraerme, pero necesito beber
más. Y necesito reírme o me pondré triste. ¿Su hermano
murió?
Busco a Aitor por la fiesta y me lo encuentro tan
perjudicado como yo.
—¡Char…! —Me abraza ensalzando nuestra amistad.
—Tengo una pregunta para ti.
—Solo espero que no sea sobre Lenny…
—No. Es una pregunta sobre sexo.
—¡Dispara!
—Dijiste que tienes experiencia con fruta… —Me mira
alucinado—. Y yo también. Yo una vez le hice una mamada a
un plátano…
Empieza a descojonarse vivo y yo me uno a él.
—¡No te rías! ¡Estaba ensayando para ver hasta dónde me
cabía algo!
—¡No sigas! —Se troncha de risa—. ¡Que me vas a
matarrrr!
—Ahora en serio. Quiero saber cómo se hace. Quiero
impresionar.
—¿A quién? —Se mofa. Y después me acaricia la cara—.
Escúchame atentamente, pequeña…
Se me pasa el tiempo volando hablando con él y
riéndonos juntos. Después se une Jerry y comenzamos a
hablar sobre la universidad. Me divierto burlándonos de
profesores y exagero un poco la gracia que me hace porque
Lenny no nos quita ojo de encima. ¿Está celoso?
Coqueteo con Jerry cuando comenta que estoy muy
cambiada.
—De veras, no tienes nada que ver con la chica que creía
que eras.
—¿Y cómo creías que era? —pregunto juguetona.
—Pues… aburrida, sosa, pedante, frígida…
—¡Jerry, que te embalas! —me río, apoyándome en su
hombro.
De pronto, Lenny aparece a nuestro lado y Jerry se queda
tieso.
—Buenas.… —lo saluda apocado.
—Hola, cielo, ¿te diviertes? —Le pregunto feliciana.
Lenny me mira como si estuviera rasgando la palabra
«cielo» con los dientes. Yo sonrío. Estoy bolinga y eso ayuda
a que me dé igual.
Me hace una señal para que «hablemos» en privado y le
sigo.
Un segundo después, me está mostrando su teléfono y le
cojo la mano para que todo deje de dar vueltas.
«¿Puedes dejar de tontear con todo el mundo? No me
apetece dejar sin dientes a alguien esta noche».
Nada más leerlo, me entra un ataque de risa.
—¡Solo me estoy divirtiendo! ¿Te suena lo que es? Cuando
tus labios hacen así —intento dibujarle una sonrisa.
Aparta la cara y vuelve a escribir.
«Deberías estar conmigo». ¡Uh…! Alzo las cejas.
Él rectifica el texto.
«Se supone que estás conmigo». Ah… Las bajo
desilusionada.
—Contigo me aburro. ¡No podemos hablar…!
«Hablemos así. ¿De qué hablabas con Jer que fuera tan
gracioso?».
—De la universidad. De los profesores. ¿Tú tuviste al señor
Wilson?
Asiente.
—¡Menudo personaje! —exclamo recordándolo—. ¡Un día
vino con una gallina a clase y nos dijo que era su cena, pero
que le había empezado a caer bien y no quería comérsela!
—Yo me parto y él ofrece media sonrisa. Algo es algo.
Teclea. Teclea. Teclea. ¡Tarda más que nunca!
«El profesor Kingsley, sin embargo, es un gilipollas
engreído. Por eso te besé en el AIMS, aparte de lo de Dani.
Quería joderle después de su comentario de mierda que iba
claramente dirigido hacia ti».
Tras leerlo lo miro con fijeza.
—Ay, gracias…. —empiezo a decir—. Gracias por hacer el
tremendo esfuerzo de besarme para joderle. Te lo agradezco
mucho. Debió de ser horrible para ti…
Me mira contrariado al notar mi sarcasmo.
«Se lo merecía», escribe.
—Oh, gracias, mi salvador —sigo con el teatro. Él se pone
serio.
«No deberías haberle besado de entrada. Era tu profesor»,
escribe con inquina.
—No debería besar a mucha gente, pero lo hago —digo
enfadada recordando que no quiere volver a besarme—. Voy
a por más bebida.
De pronto, me detiene. Señala el vaso y niega con el
dedo.
Lo traduzco como un «No deberías beber más».
—Que yo sepa no eres mi padre. ¡Y estamos de
celebración!
Me marcho y no miro atrás. No aguanto su vena celosa y
tampoco la protectora. ¿Por qué no me deja en paz si no le
intereso?
En la barra me encuentro con Livy y Morgan como si
fueran dos babosas en primavera. Quiero que dejen de
besarse porque están a un paso del «Vámonos a un sitio
más privado».
De pronto, veo que Freya los está observando. Ella y su
grupo están pidiendo bebida en la barra de al lado y
carraspeo para cortar el beso.
—Holiii. Quiero bebida —susurro en la oreja de Morgan
como una pequeña tocapelotas.
Antes me ha dicho que no pagara ni una copa en toda la
noche, que se las pidiera a cualquiera de los tres y me
invitarían a todo.
—Voy al baño —le dice Livy—. Y luego, ¿nos vamos…?
Él asiente, todavía obnubilado, y centra la vista en mí.
—¿No había otro Morgan más cercano para pagártela? —
barrunta.
—Quiero saber una cosa: ¿a ti te gusta mucho Livy?
Porque la estabas besando con mucha emoción y… o sea,
¿sientes cosas guays por ella o puedes besar así a
cualquiera sin sentir nada?
La duda es legítima. Es para una amiga…
—No sé. Será que estoy contento. Se ha vendido todo el
Moonbow y me han dicho que quieren más…
—¡¿De verdad?! —exclamo emocionada—. ¡Qué alegría!
Lo abrazo en plena exaltación de la amistad.
¡Yo, abrazando a Lucas Morgan! ¡Quién me ha visto y
quién me ve!
—Siento haberte cortado el rollo, es que… Freya te estaba
mirando y…
Lo veo sufrir un cortocircuito y reiniciar su cabeza.
—¿Dónde está? —pregunta interesado con disimulo.
—A tus nueve menos cuarto.
Gira la cabeza discreto y al verla tan cerca maldice en voz
baja. Cómo le entiendo. Está guapísima de vaquera, y
cuando sus miradas se encuentran, un hada revive en
alguna parte.
—Acompáñame… —Me coge de la mano y se acerca a
ella.
—¡Hola!
—¡Hola! —responde Freya con una sonrisa magnificada.
Otra que ha bebido bastante—. ¡¿Qué tal lo estáis
pasando?! —dice mirándome un segundo a mí y tres a él.
¡Nunca antes me habían usado de carabina!
—¡Bien! ¡¿Tú qué tal vas?!
—¡Genial!
Hablamos casi gritando porque aquí hay mucho ruido.
—¡¿Te gusta esta música?! —Quiere saber Morgan.
—¡No mucho! ¡Pero el ambiente es bueno!
—Tú sí que estás buena…
—¡¿Qué?!
—¡Que sí que es bueno, sí!
—¡Ah! Ya… ¡¿Vais a volver mañana o pasado?!
Él se acerca más a su oreja para decirle:
—No creo. El sábado por la mañana empieza el
campeonato de surf y no quiero ir con resaca.
—Ah, sí. Chris también está convocado.
—Mi amor… —Aparece su novio de pronto, y le lanza una
mirada a Morgan que no se la desearía a nadie—. ¿Te está
molestando?
—¡No! Le estaba diciendo que competirás en Gold Coast
el sábado.
—¿Y tenías que decírselo desde tan cerca? —Sonríe
molesto—. Perdona, es que desde mi perspectiva parecía
otra cosa…
—Aquí hay mucho ruido —se excusa ella.
—Es que este no es sitio para hablar, ¿verdad, Morgan?
Aquí todas las conversaciones acaban en lo mismo… Si no,
mira a tu hermana…
Señala a Cora, colgada del cuello de Kali, rendida a su
lengua.
Busco a Lía con la mirada y veo que está en nuestro lado
hablando con Amber.
—Chris, déjalo. No pasa nada —dice Freya subrayando mi
presencia.
El aludido repara en mí.
—¿Y tú, dónde has dejado a tu novio? —Lo busca entre la
gente—. ¡Ah! Veo que también está “hablando” con
alguien… —Hace las comillas en el aire—. Yo me daría prisa
en volver, Pam no es de las que pierde el tiempo…
Me giro y veo a Lenny con una chica amarrada a su cuello.
¿Excuse me? ¿Esa no se ha enterado de que tiene novia
nueva?
Él parece rehuirla, y mi cabreo aumenta por segundos
ante su insistencia. «No es no» para todos.
—Perdonad… —digo alejándome de ellos.
—¡Charlotte, espera! —grita Morgan y siento que me
persigue, lo que se traduce en que todas las miradas del
universo deben estar puestas sobre nosotros, por lo que me
giro de golpe.
—Vuelve a la barra o Livy no te encontrará. Pero Morgan…
No sé qué haces con ella si en realidad te gusta otra —Le
lanzo la indirecta—. Y por lo que me ha dicho, creo que
tienes posibilidades con ella.
—Es más complicado de lo que parece…
—Siempre lo es —Miro a Lenny achicando los ojos—. Me
voy.
—¿Qué vas a hacer? —pregunta preocupado por mi
avanzado estado de ebriedad.
—Lo que debo. Y por cierto, mañana hay que fabricar más
Moonbow para traerlo el sábado.
—Sería lo ideal, pero ¿cuándo lo harás? Mañana por la
mañana trabajas en el AIMS y por la tarde en el pub.
Además, tendrás una resaca horrible y…
—Chorradas. Hay que hacer más como sea. Puedo decir
que estoy enferma y no acudir al AIMS. Puedo dormir en
vuestra casa hoy y empezar mañana temprano a producir.
Me mira como si no supiera lo que ha hecho para
merecerme.
—Bien… Vale. Pero deja ya de beber o mañana no podrás
ni con tu alma —dice preocupado.
Lo abrazo por ser como es y le digo al oído que todo va a
salir bien.
Pongo rumbo a Lenny y lo que veo me deja petrificada. Él
sostiene las manos de ella, muerta de risa, intentando
tocarle el paquete.
Intento imaginar la situación a la inversa y me da mucho
coraje.
¡Para que luego digan que no existe el acoso en sentido
contrario! Se acerca a él prometiendo que le hará disfrutar
mucho si se deja y no me queda más remedio que intervenir
sin ningún tipo de educación.
Llego a su lado y se quedan quietos cuando me ven muy
sonriente.
¿Habéis oído eso de «Perro ladrador, poco mordedor»?
Significa que si quieres acojonar a alguien de verdad, deja
el enfado al margen y hazlo con una sonrisa. Siempre
funciona.
Como era de esperar, Pam retrocede ante mi
comportamiento anormal sin tener que usar los gritos ni la
violencia con su pelo…
—Mi amor —digo acariciando los hombros de Lenny—.
¿Dónde estabas? Te había perdido.
Él me acoge en sus brazos al momento y lo agarro de la
camisa para que baje sus labios hasta los míos.
Esta vez abro la boca para recibir su lengua que no duda
en enroscarse con la mía con virulencia.
Tuerzo la cabeza profundizando el beso y mis manos
suben hasta su nuca para agarrarlo con más énfasis. Un
gemido furtivo escapa de su boca y pienso que si es lista, ya
se habrá marchado.
De pronto, el deseo toma el control dejando atrás la
puesta en escena. Lenny estrecha su abrazo y no deja de
besarme entregado a la causa. ¡Me cago en todo! ¡¿Dónde
aprendió a besar así?! ¡Es adictivo!
Agarro su cara con fuerza y él la mía como si
estuviésemos buscando una explicación a lo bien que nos
saben nuestros labios. No podemos parar. Estamos
enloquecidos.
Y entonces me acuerdo. Oh, sí… La venganza es toda mía.
Me aparto de su boca, pero sigue reteniéndome contra él
como si no admitiera que tiene que dejarme ir.
—De nada… —susurro ufana—. Ahora yo soy tu salvadora.
Consigo separarme un poco, pero no somos capaces de
mantener la compostura. Sigue agarrándome para no
perder el contacto conmigo.
Por un momento lo veo mover los labios y pienso que va a
decir algo. Pero se calla y la presión en mi brazo incrementa
por segundos.
—Me estás haciendo daño… —lo aviso. Y me suelta de
golpe, asustado, para luego marcharse sobrepasado en
dirección contraria.
¿Qué le ocurre?
Me preocupo y le sigo. En su estado podría pelearse con
cualquiera a quien empujara accidentalmente al pasar.
—¡Lenny, para! —le grito, pero no parece oírme y sigue
andando.
Antes de que llegue a las vallas del recinto, corro para
plantarme delante de él y se detiene en seco. Eso me hace
sentir que jamás me haría daño conscientemente.
—¿Qué te pasa?
Aparta la mirada para que no lea nada en ella. Su camisa
sigue abierta, mostrando su torso desnudo y sus músculos
marcados bajo una extraña tensión.
—Dime qué te pasa… —insisto cuando intenta volver a
irse.
¿Y si Aitor tiene razón? ¿Y si no quiere sentir nada y por
eso huye?
Se mueve de nuevo y lo agarro de la camisa.
—¡Para, por favor! ¡Dime algo!
Bufa enfadado y entonces le abrazo con fuerza.
—No huyas… —digo contra su pecho.
Pego la oreja a su piel y siento el retumbar de su corazón
acelerado. Lo miro, pero él no lo hace. No quiere sentir que
me importa.
—Mírame —Le pido, teniéndolo totalmente agarrado. No
obedece—. Mírame, por favor… —suplico sollozante.
Resopla hastiado y obedece como si no pudiera
negármelo otra vez.
Con mi cara mirando hacia arriba y la suya hacia abajo,
me doy cuenta de que no soporto que quiera alejarse de mí.
—Bésame —musito codiciando sus labios.
Él me mira serio, pero no se mueve. Ya no huye.
—Hazlo —exijo—. Hazlo si es lo que deseas. No te resistas
más.
Un segundo después, su boca está sobre la mía,
besándome a un ritmo más lento y profundo que antes. Es
la primera vez que nos saboreamos de verdad. Solo por
nosotros y por nadie más. Sin testigos.
No me creo que esté pasando esto, pero no quiero que se
detenga por nada del mundo.
¿Cómo se ha colado en mi corazón sin decir una sola
palabra? Se trata de un sentimiento invisible e insonoro
patente en su forma de besarme que expresa mucho más
de lo que puedo asimilar.
Me lleva contra la valla y me clava todo su cuerpo,
aprisionándome. Su respiración entrecortada me pone a
cien cuando deja de besarme para mirar hacia abajo. Mete
una de sus grandes manos por debajo de mi top con una
determinación pasmosa y cuando roza mi pezón con fruición
entiendo que ha conseguido deslizarse también por debajo
del sujetador.
La expresión de su boca entreabierta al acariciarlo es
irresistible; puedo notar que mi entrepierna se inunda
rápidamente de excitación. Lo amarro de la cinturilla del
pantalón para incrustarlo justo donde necesito. Él gruñe
enardecido y lleva su mano hasta el vértice de mis piernas
para presionar en la diana incluso por encima de la ropa.
Esto es demencial y quiero que lo sea también para él.
Sumerjo la mano en sus pantalones para alcanzar su
erección y su gemido me advierte que se necesita una
licencia especial para manejar ese tipo de explosivos. Si
toda esa TNT detona dentro de ti, te destroza viva.
Vuelve a besarme con ímpetu, desquitándose contra la
sensación de habérselo negado a sí mismo durante varios
días. Sentir su deseo es lo más embriagador que he sentido,
por no decir la hostia.
Nunca había experimentado una felicidad tan pura y
virgen. Sin defectos. Por un mísero instante todo es
perfecto. Nuestras lenguas trenzadas. La calidez de
nuestros cuerpos unidos. Los sonidos que emergen de su
boca. Absolutamente todo.
La sensación muere cuando se detiene, apoyando su
frente en la mía y jadeando en mi boca.
De pronto, lo veo negar con la cabeza y me suelta para
pasarse las dos manos por el pelo.
—¿No, qué? —pregunto narcotizada. Yo sigo flotando. Pero
me imagino lo peor cuando lo veo cerrar los ojos con fuerza
y frotarse la cara.
Después, saca su teléfono y escribe.
«No podemos hacer esto», leo.
—¿Por qué no? —Tarde, chaval, ¡ya está hecho! No hay
vuelta atrás.
«Es una mala idea», teclea.
—Yo no lo creo —digo acercándome de nuevo a él y
acariciando su nariz con la mía. Necesito volver a sentir su
ansia. Su anhelo. A él.
Pero se aparta de mí y vuelve a escribir.
«Morgan dijo que eras intocable», leo. Y frunzo el ceño.
—¿Acaso es tu dueño?
Chasquea la lengua y me coge de la mano para volver a la
carpa, pero freno mis pasos.
—¿Lo dices en serio? ¡¿Vas a dejarme con este calentón?!
Él suspira y se recoloca el paquete. Al menos no estoy
sola en esto.
—No lo entiendo… —digo decepcionada—. Está claro que
te gusto. Y tú a mí, ¿por qué soy intocable?
«Porque no terminaría bien», me muestra con tristeza en
sus ojos.
—¡¿Por qué?!
Se encoge de hombros y el mundo se desestabiliza bajo
mis pies.
—Dime por qué —exijo seria. Lo veo teclear.
«Porque soy peligroso», leo en su pantalla.
No puedo creer que haya escrito eso. Estoy tan impactada
que no puedo moverme cuando veo que él empieza a
caminar hacia la carpa.
Me siento fatal por pensar que él se ve así.
«Mató a su hermano y no se perdonará jamás», ha dicho
Morgan. Pero Aitor tenía razón, por un momento me he
colado por una rendija sexual, y no pienso darme por
vencida con él. No por mi calentón o por lo que empiezo a
sentir, sino porque Lenny se merece redención. Lleva mucho
tiempo sufriendo en silencio, nunca mejor dicho.
Cuando entro en la carpa, Aitor me sale al paso.
—¿Estás bien? —pregunta preocupado.
—Sí. ¿Dónde está Lenny?
—Se ha ido al coche. Me ha dicho que no le sigas. ¿Qué ha
pasado?
—Dice que no puede liarse conmigo porque es peligroso.
Nada más decirlo, me desmorono. Retengo las ganas de
llorar, pero mi mirada se llena de agua y Aitor me consuela
en un abrazo.
—Tranquila. Dale tiempo. Debes tener paciencia… Lenny
no es una persona normal.
—¡¿Y quién coño es normal?! —exclamo—. ¿Tú? ¿Yo?
¿Morgan? ¡A mí me gusta como es! ¡Todo él! Pero no quiere
abrirse conmigo.
—Lenny es la persona más cabezota que he conocido. Ni
siquiera los psicólogos pudieron con él. Siempre he pensado
que necesita algo más fuerte para hacer «clic».
—¿Algo como qué?
—Como el amor —dice con certeza—. Nada es más
potente que el amor. Ni las drogas, ni la verdad, ni las
tragedias. Ten paciencia, ¿vale?
Inspiro hondo para recomponerme. La paciencia nunca ha
sido mi fuerte.
—Morgan ya se ha ido y me ha dicho que duermes en
nuestra casa.
—Sí…
—Lenny ha dicho que esperará en el coche hasta que
queramos marcharnos, pero yo creo que es mejor que nos
vayamos ya si mañana queremos trabajar con el Moonbow.
—Sí.
—Vale, pero primero tranquilízate y vamos a por una
botella de agua.
—Me gusta tu yo mandón y serio —murmuro abatida. Él
sonríe.
—A mí me gusta tu personalidad juerguista de zorra
pendenciera. No sabía que la tuvieras.
—Yo tampoco.
15
EL PERFUME
“El perfume era lo que impulsaba a los cuerpos a correr
en círculos, a procrear y a montarse unos sobre otros”
Patrick Süskind

Anoche, cuando Aitor, Lenny y Charlotte llegaron a casa


noté en la mirada transparente de mi hermano que había
sucedido algo raro.
Que Lenny huyese como un rayo escaleras arriba también
me dio una pista. Y la cara de desolación de Charlotte
terminó de confirmarlo.
«Dios…». Qué amarillo-GatoNegro-mollejas-Rusia lo vi
todo.
Pero no todo había ido mal ese jueves. El polvo con Livy
fue de los mejores que recuerdo hasta la fecha. Captar de
nuevo el olor de Freya a una distancia tan íntima me
provocó la mejor erección de mi vida. Había desterrado de
mi sistema esa fragancia y volver a evocarla me trasladó a
un tiempo en el que todavía veneraba a mi padre y me
enorgullecía de ser su hijo. Un estado de felicidad
impagable del que gozaba antes de que todo se fuera a la
mierda. Fue tan revigorizante recordarlo, que…
Otra cosa buena de la noche había sido el SOLD OUT de
Moonbow.
El capitán estaba contento y eso era bueno para todos.
Había hecho sus cuentas y, después de cobrarme el 15%
por la distribución, me había hecho saber que treinta y
cuatro mil dólares de la deuda habían sido amortizados
adecuadamente. Era su forma de señalar que no íbamos a
ver ni un duro de los cuarenta mil dólares íntegros
obtenidos esa noche gracias a Moonbow. No me dio opción
a pagarle veinticuatro y quedarnos con diez mil. Daba igual
si los necesitábamos para cubrir gastos o para pagar a
Charlotte. Estábamos jodidos…
Lo bueno es que ella misma me había insistido para
fabricar más. Y si repetíamos el éxito de la noche anterior,
la totalidad de la deuda sería saldada en tiempo récord.
—¿Qué ha pasado, C? ¿Por qué tienes esa cara? —le
pregunté cuando se quedó de pie en el recibidor.
Ella negó con la cabeza reticente a decírmelo. Supongo
que Lenny había sacado mi nombre a colación y no quería
que me enterara.
Fui hacia ella, y cuando vi el miedo a que insistiera en su
mirada, no lo hice.
—Te daré un ibuprofeno para la resaca. Ven, te indico
dónde está la habitación de invitados…
—Gracias —musitó.
—No. Gracias a ti —dije apretándole la mano con afecto—.
Si la noche del sábado vendemos lo mismo que hoy, todo
habrá terminado.
—Vale… —dijo con voz temblorosa. Como si eso supusiera
algo horrible, como alejarse de Lenny para siempre.
Quise decirle algo más, pero prefería hablar con mi primo
primero.
Cuando fui a verle pasado un rato, lo encontré en la cama
con la cabeza bajo la almohada. Cuando hacía eso era mala
señal. Simbolizaba que quería desaparecer del mundo y me
aterraban esos sentimientos tan negativos.
Si Lenny probara Moonbow, o cualquier otra droga dura,
sería fatal. Su mente y su voz se bloquearon por un motivo
y desbloquearlos sin cuidado podía ser peligroso. El
problema es que el amor es la droga más dura de todas…,
por eso no quería que pasase nada entre ellos. Pero fue
inevitable.
Cogí lo necesario y salí de casa en busca de más
sustancia fresca extraída de las rocas. Me daba miedo que
desapareciese de la noche a la mañana.

Durante el viernes, Charlotte trabaja a destajo en el


laboratorio. Quiero ayudarla, pero dice que en esta fase no
puedo y que prefiere estar sola y no tener público.
Ninguno…
Lenny no sale de su cuarto en todo el día, y cuando se
acerca la hora de llevar a Charlotte al Capitán Nemo, me
digo que ya basta y entro a ponerle las pilas.
—Lenny, Charlotte tiene que irse al pub. ¿La puedes llevar
tú?
Me mira adivinando mis intenciones como si las tuviera
escritas en la cara.
Niega con un dedo.
—¿Por qué no?
Se lleva un dedo a la sien y se da unos golpecitos que
significan «piénsalo un poco» o quizá «ya lo sabes».
—¿Me vas a contar qué pasó ayer? —digo harto.
Separa las manos en el aire para comunicar que «Nada».
—Nada, mis cojones. No soy tonto. Sé que os liasteis…
Ignora mis palabras sin confirmarlas ni desmentirlas.
—Te dije que no la disgustaras, Lenny… La necesitamos.
Se besa dos dedos y los lleva hasta su corazón jurando
que no volverá a tocarla nunca más.
—¿No vas a volver a tocarla?
Asiente convencido.
—¿Y si necesito que lo hagas? —digo de pronto—. ¿Y si
quiero que la toques como ella quiera…?
Su cara empieza a agrietarse y niega despacio con la
cabeza.
—Esto es serio, Lenny, no hay lugar para niñerías de
colegio. El capitán se ha quedado toda la pasta de la
primera tirada y no tenemos dinero para pagar a Charlotte
todavía. Las amenazas ya no sirven y no podemos permitir
que nos abandone, debemos tenerla contenta… Quiero que
le des lo que quiera. ¿Podrás hacerlo?
Él parece pensárselo.
—Si no sientes nada por ella, no te será difícil —lo pincho.
Por fin, asiente como diciendo «Vale, lo haré».
—¿Lo harás?
Vuelve a asentir despacio.
—Bien. ¿Puedes llevarla, por favor?
Lenny se obliga a moverse, y de pronto, cambia de
opinión y escribe en su teléfono durante un rato. Me parece
extraño que lo haga, conmigo casi nunca lo necesita. Nos
entendemos muy bien.
«¿Por qué no le dices a Charlotte que no vaya a trabajar
hoy? No habrá casi nadie. Ya ha dicho en el trabajo que está
enferma, que lo mantenga ahora. Así podemos fabricar más
Moonbow para vender mañana».
—Buena idea… —Su coeficiente no está de adorno bajo
ese pelo tan bonito—. Voy a decírselo. Pero esta noche, a la
hora que ella quiera, la llevarás a casa. ¿Estamos?
Asiente con obediencia y respiro tranquilo.
Parezco su jefe, lo sé, pero no puedo dejar que se le vaya
la olla. Ni permitir que huya de lo que le está cambiando
tanto. Hacía mucho que no veíamos avances tan
significativos en su conducta y no quiero que se rinda ahora.
Lo hablo con Aitor y piensa lo mismo.
—¿Te has dado cuenta del cambio que ha pegado Lenny?
—Sí… —contesta serio—. Se ha puto pillado por Charlotte.
—Necesito que les salga bien. Le dije que era intocable
para que se soltase más con ella, y ahora acabo de decirle
lo contrario porque a veces es demasiado literal. Pero no sé
si la estoy cagando…
—No le confundas, eso es peor. Hay que dejar que tome
sus propias decisiones. Lenny no se fía de sus sentimientos,
son demasiado confusos y grandilocuentes, y no sabe
manejarlos.
—¡Por eso quiero ayudarle!
—No te metas, Lucas. No hace falta. El amor lo conquista
todo, aunque no queramos.
A las doce de la noche obligo a Charlotte a irse a su casa,
no quiero que sus padres denuncien su desaparición. Hemos
hecho lo que hemos podido; otras mil quinientas moras.
Ahora necesito prepararme para mañana, porque va a ser
un día importante. Y no me refiero a la competición de surf.
Nadie me cree cuando digo que no busco ser profesional,
pero sí me interesa el negocio. En Australia mueve mucho
dinero, y desde que el surf es deporte olímpico, le veo
futuro empresarial.
Me gustaría crear una marca nueva que se posicione
como un referente en el mercado, con su pertinente
equipamiento deportivo, línea de ropa e incluso su propia
bebida isotónica. Podríamos celebrar campeonatos que
sirvieran de filtro previo a las olimpiadas, como hace Rip
Curl. Y para eso necesitaba estar metido en el mundillo,
conocer las olas, conocer a gente influyente en los medios y
meter una buena inyección de dinero caído del cielo. O del
mar…

Ya es sábado, y Aitor, Lenny y yo llegamos a la playa


temprano para ayudar con la organización; así es como
surgen los contactos y te ven.
Nos posicionamos en un lugar privilegiado y observo el
mar. Me preocupaba un poco el viento porque normalmente
este evento se realiza en Bells Beach, pero este año lo
celebran en Gold Coast por problemas de residuos plásticos
de un cargamento que cayó al mar la semana pasada;
todavía lo están limpiando. Comento esto porque Bells
Beach está a diecisiete horas en coche de Byron Bay y Gold
Coast a una… y me aterra que toda mi maldita familia se
presente aquí y me gafe.
Poco a poco empiezan a llegar competidores y la playa se
llena de amigos y parientes interesados. Incluidos los míos…
Chasqueo la lengua y sigo socializando con diversos
patrocinadores. Me gusta ver cómo se organizan y tomar
nota de lo que considero útil.
Al rato, me citan en la carpa de Rip Curl, la más grande de
todas, y cuando entro veo que Christopher ya está allí.
Su físico de capitán América le precede, es alto y le debe
toda su musculatura al fútbol. Yo estoy tonificado, pero no
tengo pinta de cagar cadenas.
—Lucas, Christopher, acercaos, quería hablar con vosotros
—nos dice el representante de marketing de la empresa.
Mantengo la respiración. Me gustaría formar parte de su
promoción.
—Nos interesáis los dos, pero ahora mismo solo tenemos
espacio para uno en nuestra próxima campaña. Intentar
luciros hoy para obtener buenas fotos, las mejores serán las
que usemos. No quiero que haya mal rollo. Juego limpio y a
disfrutar, ¿vale? Os diremos algo a lo largo de la semana.
—De acuerdo —contestamos a la par.
Cuando salimos de la carpa me espero un comentario
impertinente por su parte. Sé que no puede resistirse.
—¿Listo para que te machaque?
Ahí está. Es tan predecible, el pobre.
—No me preocupa ganar, ya te lo he dicho mil veces.
—Es verdad, ¿tú vienes por las chicas, no?
—Entre otras cosas…
—Pues ten cuidado y no te distraigas, hoy hace mucho
viento.
—Descuida. Lo tendré.
—Y si no te importa, céntrate en las solteras y deja de
perseguir a mi novia.
Subo las cejas.
—No la estoy persiguiendo.
—Ah, ¿no?
—No. Solo somos amigos.
—Me da igual. Aléjate de ella.
—¿No puede tener amigos? ¿Todo bien por el país de la
inseguridad?
—Te la estás jugando, Morgan… Y no merece la pena.
—¿No la merece? —me encaro con él.
—Ya tiene muchos amigos, no necesita más.
—Tú llevas en su vida dos años, yo la conozco desde que
nació. Y si ahora hemos reconectado, te aguantas.
Lo veo sonreír como si le hicieran gracia mis esperanzas
frente a él en cualquier ámbito.
—Ándate con ojo, Morgan. Te estoy vigilando.
—Y yo a ti —le digo mientras se va.
—Eh, ¿qué ha sido eso? —me pregunta Aitor llegando a mi
lado.
—Un festival de masculinidad tóxica. ¿Qué pasa?
—Mamá y papá me han pedido que te busque. Quieren
saludarte.
Resoplo y nos acercamos a la carpa de la escuela de
buceo Blue Days. Si no lo hago ahora, luego será más difícil
y tengo que cumplir con ellos. Solo de pensar en la de veces
que tendré que dar las gracias, me horroriza. Esa palabra y
yo no nos llevamos bien… No me gusta deberle nada a
nadie.
De camino por la arena, localizo a Freya y a sus amigas a
un lado. Nuestras miradas se cruzan y le hago un gesto con
la mano a modo de saludo. Ella me lo devuelve.
Seguramente no signifique nada, pero para mí es la leche,
porque hasta hace nada algo así era impensable, y que ella
esté tan receptiva, de algún modo, hace que vuelva a tener
fe en cualquier cosa. Y me parece una sensación única.
—¡Hola, cariño! —exclama mi madre y me besa,
achuchándome.
Mi padre me acaricia con los ojos, sin llegar a tocarme.
Solo dice:
—¿Todo bien? ¿Te sientes preparado? —«¿Preparado para
qué?», me gustaría contestar, pero respondo
afirmativamente con convicción.
Saludo a mis tíos Mei, Mak y Luk, abrazándolos a la vez.
—¡Vas a arrasar! —me anima Mak.
—Deja el listón de la familia bien alto —dice Luk.
¿No se dan cuenta de que ese tipo de comentarios me
inducen un miedo a decepcionar apabullante? Compito
constantemente con un listón que para mí está por los
suelos y para ellos en el cielo. ¿Quién lo puso ahí? ¿Qué han
hecho para merecerlo?
—Lo intentaré…
—Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes —oigo que dice
una voz.
Me giro y veo a Dani, acompañado de su marido Iker.
—¡Hola! —Lo abrazo con fuerza. Tenemos muy buena
relación desde siempre, y más desde que me enseñó a
bucear. A Aitor nunca le ha gustado el mar y mis hermanas
eran demasiado pequeñas para aprender, pero yo le cogí el
gusto rápido y terminó llevándome con él en salidas fuera
del centro de buceo. Eran salidas laborales donde recogía
muestras para su trabajo en el AIMS.
Con el paso de los años, le he acompañado en
expediciones marinas más profundas de nivel experto,
hasta llegar a ser uno de sus buceadores en nómina.
—Mucha suerte, chaval. A por todas.
—Gracias… —contesto de corazón.
—Lo vas a petar —añade su marido. Como deportista de
élite que fue, sé que es decepcionante que Kali no muestre
interés por los deportes. Ni siquiera por el fútbol. Sin
embargo, Lenny, Aitor y yo participábamos en todos los
torneos de playa que organizaba y su hijo empezó a
cogernos manía al ver lo bien que nos llevábamos. Por eso
pude pedirle el favor a Iker de que empleara a la madre de
Charlotte en su tienda. Harían cualquier cosa por mí.
—¡Buenos días! —Aparece la susodicha de pronto—. ¡Ya
estoy aquí!
Nunca he hablado con la madre de Charlotte, pero la
conozco de verla en la playa vendiendo bisutería. Esto es un
pueblo pequeño. Y ellas son como dos gotas de agua,
mismo pelo rubio y ojos verdes.
—¡Llegas en el mejor momento, Susan! —la saluda Iker
efusivo—. ¿Has traído la réflex?
—¡Sí! Y voy a intentar dar lo mejor de mí. Lo prometo.
—Recuerda todo lo que te he enseñado.
—¡Sí, sí! ¡He estado practicando! Gracias por la
oportunidad.
Iker y yo nos miramos cómplices y veo a Charlotte detrás
de ella.
—Mamá, este es Lucas Morgan. Lucas, esta es mi madre.
—¡Encantada! Me llamo Susana, pero aquí todos me
llaman Susan. Uh, ¿participas en el campeonato? —dice al
verme con el neopreno.
—Sí.
—¡Pues que vaya muy bien!
—Muchas gracias —Sonrío. Está tan loca como su hija.
—¿Qué tal la resaca? —cuchicheo con C—. ¿Has podido
descansar?
—Sí… —contesta tocándome la espalda agradecida.
—Entonces, ¿vosotros dos estáis saliendo? —pregunta Iker
perdido.
—No —le aclara Dani—. Charlotte sale con Lenny.
—¡Sabía que ayer no estabas en casa de ninguna amiga!
—exclama su madre de repente, acusándola con el dedo.
Charlotte abre mucho los ojos y se pone roja.
—¿Por qué me mientes? Ya tienes una edad, Carlota. ¡Si
duermes en casa de un chico, puedes decírmelo!
—¡Mamá…! —masculla avergonzada—. Delante de la
gente, no.
—¿Quién es ese tal Lenny?
—Está allí —Lo señala Dani divertido. Está hablando con
su madre en un lugar más apartado.
Desde que mi tía Ani y mi tío Luk se separaron mantienen
las distancias cuando la familia se reúne. Me da mucha
lástima que sea así, pero es lo que hay.
—¡Preséntamelo! —pide Susan pegándole en el brazo a su
hija. Comprobado. Son igual de cómicas.
—Ahora no, mamá…
—¿Por qué no? —digo yo canalla—. Ven conmigo, Susan…
Oigo que Charlotte nos sigue, maldiciendo en voz baja,
cuando la arrastro hasta Lenny, al cual le cambia la cara
cuando une los puntos y empieza a comprender la que se
avecina. Soy incapaz de ocultar mi diversión. Estas cosas
molan.
—Tía Ani, te presento a Susan, la madre de la novia de
Lenny.
Mi tía abre los ojos de par en par. No es la típica adulta
que sepa guardar las apariencias. Es muy Cora. O Cora muy
ella. No saben fingir corrección y siempre van directas al
grano con todo.
—¿Tienes novia? —pregunta a su hijo antes de nada.
Lenny y Charlotte se miran apurados y después a mí con
sus peores deseos. Al final, él asiente renqueante.
—¡Encantada! —grita la madre de Char, plantándole dos
besos a Lenny y después a mi tía, que sigue sin reaccionar.
Creo que no termina de creérselo.
—Mamá, relaja… —murmura C—. Hola. Soy Charlotte.
Encantada.
Hay un impasse maligno y Lenny no tiene más remedio
que ponerle el brazo por encima para que mi tía se lo crea y
reaccione.
—Hola… —dice pasmada. Vuelve a mirarlos y después a
mí—. Lo siento, no sabía nada… Me ha pillado por sorpresa.
—A mí también —se suma Susan—. Lo estaban ocultando
y no sé por qué, ¡hacéis muy buena pareja!
Los aludidos muestran una incomodidad encantadora.
—No lo ocultábamos, es que llevamos poco… —explica
Charlotte—. En fin, ha sido un placer. Luego nos vemos —se
despide de su novio, llevándose a su madre casi a rastras.
Lenny no tarda ni dos segundos en darme un puñetazo en
el hombro a modo de castigo. Eso sí ha merecido la pena…
—¿Quién es esa chica? —pregunta mi tía.
—Es muy maja —contesto yo por él—. Y muy lista. Trabaja
con Dani en el AIMS. Es química.
—¿Ah, sí?
—Sí y es encantadora. Está ablandando a este cafre de
aquí, ¿verdad, primo?
Lenny me mira con odio. En el fondo, me quiere.
—Me alegro de que tengas a alguien —musita su madre. Y
la tristeza que desprende su voz por su situación
sentimental destroza a Lenny. Siempre se ha sentido
culpable de que sus padres se separasen.
—¡Chicos, venid…! —nos llama Charlotte desde lejos. Y
vemos que se están juntando para que su madre tome una
fotografía grupal con la cámara profesional de Iker. Freya
también ha acudido. E incluso veo a Kali, rechistando al lado
de sus padres.
Nos acercamos despacio. ¿Qué pretenden? Debe ser cosa
de Iker…
—Tú ponte con tus padres —me ordena Charlotte. Y me
suena a venganza—. Vosotros dos ahí —Le señala a Lenny
un hueco al lado de su padre. Mi tía Ani no avanza cuando
mi tío Luk engancha su mirada llena de ansiedad—. ¡Venga,
vamos! ¡Esta luz es perfecta para la foto! —les mete prisa
Susan.
Nos colocamos mirando al frente y Char se une a Lenny y
a sus padres en el último momento, terminando de meter a
mi tía Ani en su lugar, al lado de su ex.
—¡SONREÍD A LA DE TRES! —grita Susan—. ¡Una!, ¡dos! y
¡tres!
La foto captura el instante y el grupo se deshace rápido.
Justo en ese momento, se levanta una ráfaga de aire fuerte
y la gente chilla porque algunas prendas salen volando,
entre ellas, la pashmina de mi tía Ani que Luk atrapa con
destreza antes de que se la lleve el viento.
—Gracias… —musita ella al entregársela.
—De nada. ¿Te has enterado de eso? —Luk señala a Lenny
y a Charlotte que están luchando con su vestido para que
deje de atacarla. Ella blasfema histérica y él la ayuda con
una sonrisa en la boca.
—Sí y me parece increíble —responde Ani.
—Hacía mucho que no lo veía sonreír así…
—Lo sé…
Tanto mis padres, como mis vecinos, como cualquier
viandante de la zona se hace eco de que lo verdaderamente
increíble es que ellos dos estén hablando. Y no podía ser de
otra cosa que del hijo de ambos.
—Kai dice que es una buena chica… —comenta Luk.
—Sí. Espero que les vaya muy bien.
—Y yo… —musita pensativo.
Es una situación extraña porque ninguno de los dos ha
vuelto a rehacer su vida con otra persona. Lo sabríamos. En
el pueblo cualquier escarceo sale a la luz a la mínima. Pero
a la vez, tampoco están juntos.
Lenny los mira impactado, rezando para que nadie ose
interrumpir esa conversación.
—Bueno, tengo que irme… —digo al viento—. Va a
empezar ya.
—¡Mucha suerte, cariño! —exclama mi madre.
—¡Tú puedes! ¡Vamos! —gritan varios.
—Gracias —Por sexta vez.
—Te estaremos observando —advierte mi padre.
—Eso suena amenazante, pero vale… —le vacilo.
—Hazlo lo mejor que puedas —repone.
—Siempre lo hago.
—¿De veras? —contesta con inquina.
Pongo los ojos en blanco y me voy. Espera mucho de mí,
pero yo no espero nada de él. Solo reproches.
Al pasar por el lado de Freya, nos miramos y articula un
«Suerte» que escucho débilmente. Susurro un «Gracias» sin
llegar a pararme y soy consciente de que todo el mundo,
everybody, ha sido testigo de esa breve interacción. He oído
la exclamación sorda de mi madre en estéreo y sé que no
tardará nada en abordar a Emma para cotillear.
La competición comienza y todo el público está atento a
los primeros pases. Hay buenas olas y me apetece mucho
surfearlas. Lo que me sobra es hacerlo delante de tanta
gente.
¿Os he dicho ya que no me gusta que me presionen?
Pero es mi momento. Es ahora o nunca. Se clasificarán los
cuatro primeros puestos. Los tres primeros suelen ser para
gente que se dedica a esto exclusivamente, pero que un
amateur se coloque en cuarta o quinta posición es una
promesa… y Christopher y yo rivalizamos por esas
posiciones.
Aitor pasa del surf y Lenny tiene prohibido participar en
cualquier deporte competitivo por sus ataques de ira. Lo
que le viene bien es la música. Se defiende con muchos
instrumentos. Y antes de que le dejasen venir a vivir con
nosotros, me acompañaba a la playa a diario cuando yo
venía a practicar porque decía que me echaba de menos.
Él se quedaba sentado en la arena oyendo música o
tocando la armónica, su instrumento de viento favorito, y un
día, unos chavales de otro pueblo, empezaron a meterse
con él.
Vi de lejos que lo estaban molestando y empecé a remar
hacia tierra para volver, pero llegué tarde. Al parecer Lenny
les había avisado de que le dejasen en paz. Incluso les
escribió un mensaje advirtiendo que si no paraban, iba a
meterles la armónica por el culo y… al mostrarles la
pantalla, cometieron el terrible error de quitarle el móvil y
comenzar a pasárselo entre ellos.
Voy a ahorraros los detalles por el bien de los aprensivos,
pero la broma se tradujo en once centímetros de acero
inoxidable alojados en el orificio rectal de un tío entonando
el Do Mayor…
Por suerte, Lenny todavía tenía diecisiete y, a pesar de su
cuadro clínico, todo quedó en un «accidente doméstico»
muy escatológico.
En ese momento me di cuenta de que Lenny no
controlaba en absoluto sus reacciones desmedidas. Y que
algún día podrían traernos un disgusto. No podía separarme
de él para nada.
Me concentro y entro en el mar, es el turno de mi grupo.
Dejan para el final de la mañana a los que solemos hacer
las mejores marcas.
El agua está buena y me siento distinto que otra veces.
Más yo. Más en equilibrio con el universo. Dicen que si lo
estás en tu interior, logras estarlo también con la
naturaleza.
Comienzo a remar para coger la ola y me pongo de pie en
la tabla con habilidad. Voy más rápido de lo normal porque
la ola se levanta de golpe en una sección perfecta, creando
una pendiente óptima para disfrutarla.
Me agacho para mantener la estabilidad y rozo la pared
con la mano. Ni soñando podía haber deseando una ola tan
buena. Va rompiendo justo a mi lado creando un arco
precioso y perfecto por encima de mí.
Salgo de la ola con una sonrisa y oigo la ovación del
público enardecido. Ha sido increíble y mi puntuación es
más alta que nunca.
El siguiente en hacerlo es Christopher que también hace
un buen ejercicio, pero el mío ha obtenido mejor
puntuación. Y al verlo, permanece crispado, esperando la
segunda ola del pase.
En un momento dado, se coloca a mi lado.
—Lo has hecho muy bien, Morgan —dice amigable.
—Gracias… —respondo seco. No me fío de él. Es un
capullo integral y siempre lo será.
—Pero por muy bien que lo hagas, yo siempre voy a ir por
delante…
Me quedo callado. No voy a entrar en su juego. Estoy muy
zen y sé que solo pretende desestabilizarme.
—Como cuando me follé a la tía con la que estabas el otro
día, ¿Livy? Sí, ese era su nombre. Hace unos tres años me la
cepillé con ganas. Es la fantasía malota de cualquier tío. Ese
pendiente en el clítoris… Uf.
Trago saliva al entender que es cierto. No pasa nada. Yo
no la conocía y el mundo es un pañuelo.
—Recuerda, todo lo que desees, yo lo habré tenido antes
y mejor.
Me arde el pecho al deducir que ahora habla de Freya.
Maldito sea… Que me toque ya, joder…
Una frase me quema en la lengua. Si ella supiera lo
imbécil que es…
«Cállate, Lucas», me ruego. Pero su sonrisa lasciva me
hace perder los papeles.
—Antes de que acabe el mes, Freya habrá cortado
contigo. Recuerda mis palabras…
Remo para intentar coger una ola y perderle de vista. Pero
me sigue. Seguramente quiera hacerme perder puntuación,
le gusta hacerlo.
En este tipo de competiciones no hay turnos predefinidos
y no se establece un límite claro entre prioridad y
preferencia. Por eso las interferencias están a la orden del
día.
Las normas dicen que un surfista tendrá preferencia sobre
el resto cuando se encuentre en posición interior de la ola,
con una salvedad, que otro surfista se ponga de pie antes
desde el line up y le gane la posición. En caso de no ceder la
ola y reducir el potencial de su ejercicio, será penalizado en
su puntuación final.
Christopher se coloca en una posición óptima para
fastidiarme cualquier ola buena que yo quiera coger, pero
opto por engañarle con una para que se deslice primero y
salirme a tiempo de ella.
Es arriesgado, porque si te arrastra, cuenta como caída.
Pero lo hago y me sale bien. Cuando se da cuenta de mi
jugada, lo oigo gritar.
De pronto, viene una preciosidad por el horizonte e
intento cogerla con serias esperanzas de colarme entre los
tres primeros puestos si es tan buena como preveo.
Me deslizo por ella haciendo cabriolas y quiebros
perfectos con la tabla. Al ser una ola menos brusca que la
anterior, permite lucirse un poco más y siento que estoy
dando un espectáculo único, pero de pronto encuentro un
surfista parado en mitad de la manga al que fácilmente
podría degollar. ¡Es Christopher!
En momentos así, el ego, el odio y la toxicidad abandonan
mi cuerpo y procedo a bajar hasta la base de la ola para
evitar un accidente.
Acaba de arrebatarme la oportunidad de mi vida.
16
LA SOMBRA DEL VIENTO
“Si nadie se acuerda de ti, no existes”
Carlos Ruíz Zafón

Oigo que el público abuchea y me preocupo.


Creo que van a penalizar a Christopher por no haberse
apartado con rapidez al caerse de la ola para dejarle un
recorrido limpio al siguiente, que ha resultado ser Morgan.
Sigo sin acostumbrarme a llamarlo así, pero hace mucho
que me prohibí a mí misma volver a pensar en él como
Lucas. Ese era otro.
Siento una impotencia terrible cuando aparece una baja
puntuación en la pantalla por no haber podido terminar el
resto de la manga. Lo más probable es que le dejen repetir
si ha habido una infracción, pero es difícil que vuelva a
salirle tan bien como esta.
Nunca había surfeado así; llevo muchos años
observándole. Yo nunca he dejado de mirarle. Él a mí sí…
Me acerco a la orilla cuando los dos salen del agua porque
me temo lo peor.
—¡¿Qué cojones hacías, Chris?! ¡¿Quieres morir?! —espeta
Aitor apareciendo de la nada.
—¡No he podido evitarlo!
—¡Y una mierda! —grita enfadado. Permanece al lado de
Morgan, que tiene la cabeza gacha y no mira a nadie.
Siempre me ha fascinado su pundonor. Sin duda, Aitor
dice todo lo que él está pensando, pero él opta por el
decoro. Esa templanza es algo que siempre he admirado de
él.
—¡Lo has hecho a propósito!
—Déjalo, Aitor… —murmura Morgan.
—¡No quiero dejarlo! ¡Acaba de joderte la clasificación!
—Da igual.
—¡No puede darte igual, joder! Papá tiene razón, ¡no
luchas por nada! ¡No te esfuerzas!
La mirada que le lanza hace que Aitor se calle de golpe y
se le bajen los humos. Luego mira a Christopher y también
se achanta.
—Lo siento, no pensé que la trayectoria de la ola me
cogería…
—A ver qué dicen los jueces… Yo no puedo saberlo.
—Dirán que lo repitas. Otra cosa es que seas capaz… —
masculla.
—¡Yo lo mato! —clama Aitor, abalanzándose sobre él, pero
Morgan lo retiene con un solo brazo y le dice que se calme.
Pronto aparece uno de los jueces y Christopher pone
empeño en defender que no ha sido culpa suya. A Morgan le
ofrecen repetir la ola.
—La sanción debería ser mayor —intercede Aitor—. ¡Lo ha
hecho a posta! Es un comportamiento totalmente
antideportivo. ¡Expúlsenlo!
—¡Eso no es cierto! —grita Christopher.
—Si no destapa este juego sucio, me encargaré
personalmente de hacer ruido en su nombre —amenaza
Aitor—. Hay testigos. Todo el mundo lo ha visto, y perderá
credibilidad como juez frente a muchos.
El hombre parece pensárselo por un instante.
—No ha nadado hacia ninguna parte para quitarse de en
medio —insiste Aitor—. ¡Le estaba esperando!
—¡Después de la caída estaba aturdido! —explica Chris,
pero ha sonado muy falso. Tiene muy mal perder. Suele
pasarle a quien ha sido una estrella en otros tiempos, pero
soy consciente de que intenta lidiar con ello día a día.
—Vamos a hacer una cosa —propone el juez—. Un juicio
justo instantáneo. Preguntaré a tres espectadores al azar
qué opinan y esto se zanjará aquí y ahora. ¿Entendido?
Aitor asiente y el juez señala al chico de salvamento que,
sin duda, tenía una buena panorámica desde su posición.
—¿Qué opinas tú?
—Está claro que lo ha hecho a propósito —dice
indiferente.
Un bullicio asegura que no todo el mundo está de acuerdo
con eso.
—¿Y tú? —Señala a otro.
—¡Ha sido muy rápido! ¡No le ha dado tiempo de
apartarse!
Con esa opinión hay todavía más abucheos. Pero no es un
buen testigo porque es uno de los mejores amigos de Chris.
—¿Qué piensas tú? —me pregunta directamente.
Se hace un silencio y todo el mundo me mira. En las caras
de algunos noto que no cuentan con que apoye la causa al
ser la novia de quien soy. Descubro la impotencia en la cara
de Aitor, que está a punto de señalar que no es justo porque
soy su chica, pero que opte por callar como si tuviera
esperanza en mi integridad, me gusta mucho.
Miro a Morgan. Me sostiene una desgarradora mirada
durante unos segundos y la aparta enseguida con
resignación.
Abro la boca para responder y lo dilato en el tiempo
cuando veo la súplica en los ojos de Chris. Esta claro que no
confía en mi apoyo porque sabe que suelo estar a favor de
la verdad.
—El reglamento dice que hay que nadar hacia la orilla en
dirección perpendicular en cuanto te caes, por tu seguridad
y la de los demás, y Christopher no lo ha hecho…
Una exclamación de sorpresa recorre el ambiente. Se
escuchan toda clase de susurros. Christopher no disimula su
profunda decepción y Morgan… Morgan levanta la vista
lleno de incredulidad y profundo agradecimiento.
—Queda claro. Así pues, Christopher Hewitt queda
expulsado de la competición. Lucas Morgan repetirá su
segunda ola. ¡Dispérsense!
Se arma un buen revuelo, pero la gente obedece.
Chris viene hacia mí, pero pasa de largo, rozándome el
brazo, en dirección a los vestuarios. Le sigo porque no
quiero que pague con otro su enfado conmigo. Quiero
calmarle y hacerle entrar en razón como otras veces.
Me interno en el vestuario y veo que estamos solos.
Se sienta en el banquillo, humillado, y mira hacia abajo.
—Lo siento… —formulo cohibida. Porque es la verdad.
—Tranquila… Tenías razón. No sé qué mosca me ha picado
en el mar… Bueno sí, que Morgan me saca de quicio y me
ha provocado para llevar nuestra rivalidad hasta un
territorio sagrado para mí, el deporte.
—¿Qué te ha dicho? —pregunto interesada. Me siento a su
lado y le acaricio la espalda.
—Cosas horribles… sobre ti.
—¿Sobre mí?
—Sí. Desde esa maldita pelea en el pub donde expulsaron
a Kali y a Lenny, me la tiene jurada. Y está claro que va a
por lo que más daño puede hacerme: alejarte de mí.
—¿Por qué dices eso?
—Su plan ya está en marcha. Ha vuelto a hablar contigo
por un motivo muy concreto, y justo antes de que me
lanzara a coger mi ola, se ha puesto a mi lado, flotando en
su tabla, y me ha dicho que antes de que termine el mes te
habrá follado en todas las posturas que se le ocurran…
Me quedo boquiabierta.
No me imagino a Morgan diciendo algo así, aunque ha
cambiado mucho y sé que puede ser letal. Me lo imagino
follando en plan castigador y sudoroso y la visión hace que
se me ericen las entrañas.
—Entonces he cogido la ola, y solo de imaginarlo, me he
caído. Él sí que lo ha hecho a propósito. Y se merecía que le
jodiera la carrera…
—No puedes dejar que nadie te provoque con eso. Porque
no depende de él, sino de mí.
—He visto cómo le miras… —dice dolido.
—No le miro de ninguna forma. Morgan y yo nos
conocemos desde niños y tenemos nuestra historia. Pero
fue hace mucho tiempo, y ya no somos esas personas.
—No quiero perderte, Freya. Eres lo más especial que
tengo en mi vida…
Me junto a él y le acaricio. Él también es importante para
mí, me rescató de un letargo que duró años. Me sacó del
estado lúgubre en el que me imbuyó Lucas. Bueno, y
Steve… mi primer novio.
Cuando digo que Morgan y yo antes éramos otros es
totalmente cierto. A los diez años nos consideraban unos
torbellinos. No me extrañaba que nuestros padres se
hicieran ilusiones. Vivíamos el uno para el otro.
Lucas era demasiado infantil emocionalmente para darse
cuenta, pero yo veía claro que había algo especial entre
nosotros. Nuestra relación todavía no estaba sexualizada,
mantenía la esencia pura del amor. Esa sensación de querer
estar juntos sin saber por qué.
Pero un día, el sueño terminó. Morgan era muy popular y
conocía a mucha gente; le surgían planes continuamente
con otras personas.
Quizá para él la separación fue paulatina, pero yo sentía
que me lo arrancaban de las manos cada vez que me
sustituía por otro plan.
Cuanto más se alejaba de mí, más soñaba yo con que
volviera, y pronto la pubertad se nos echó encima. Él era el
protagonista de todos mis pensamientos sobre amor y
futuro. Cuando mis amigas hablaban de chicos y las más
lanzadas cuchicheaban sobre cómo sería perder la
virginidad, yo no podía pensar en nadie que no fuera él.
Siempre deseé que fuésemos la primera vez del otro. ¿Es
que él no lo había pensado nunca? Mis primos Kali, Enzo y
Hugo chuleaban de que ya se hacían pajas y Morgan era
mayor que ellos. Pensé que quizá a los chicos de su edad les
gustaran las mujeres más mayores, las que veían en el
porno, porque las de mi edad éramos inaccesibles.
¿Qué otra explicación podía haber para pasar así de mí?
A los quince me cansé de esperar y quise tomar cartas en
el asunto.
Había un chico en mi cole que decía estar loco por mí, y
cuando eres una mendiga del amor, cualquier cosa te sube
la moral.
Me pidió salir y contesté que sí con la secreta intención de
que Morgan reaccionara al ver que iba a perderme
definitivamente. Quise darle celos para que viniera a
reclamar lo que era suyo, pero en vez de eso, empezó a
liarse con mil chicas. Decir que me hundí en la miseria sería
quedarme muy corta. Steve se encargó de lamerme las
heridas y más cosas…
No entendí qué hice mal ni por qué dejó de quererme,
pero con el tiempo, me convencí de que nunca lo hizo. No
como yo a él.
Intenté olvidarlo, pasar página y seguir con mi vida, y me
lo puso fácil porque en esa época Lucas desapareció de la
vida pública.
Mis padres me contaron que había ocurrido una desgracia
en su familia. Que por culpa de un robo, habían disparado a
su tía Ani. Y fue cuando entendí de golpe que yo ya no era
nadie para él. Que ya no se colaría por mi ventana como
hacía cuando éramos pequeños cuando tenía algún
problema o estaba triste. Ya no contaba conmigo.
Esa primavera decidí cerrar mi ciclo vital con él. Y no
había mejor forma que conseguirlo que acostándome con
Steve, que llevaba meses insistiendo, limitándonos al
petting. Quería dejar atrás ese estúpido sueño infantil de
que Lucas fuera el primero para mí.
Y lo hice. Me despedí de mi niñez con dolor y sangre. Con
lo que no contaba es con que Steve me dejara una semana
después y Morgan reaccionara dándole una paliza de
muerte.
Todo el mundo empezó a decir que eran celos porque
Lucas todavía me quería y esa idea me cabreó mucho.
Entonces, ¿por qué me había ninguneado todo aquel tiempo
llevándome a tomar esa mala decisión?
Había pagado caro su descuido.
Para colmo, cuando fui a pedirle explicaciones, me
aseguró que no lo había hecho porque sintiera nada por mí,
al revés, me despreciaba.
Que Steve y Lucas me rechazaran fue un punto de
inflexión en mi vida. Me culpé. Empecé a dejar de quererme
y a sentir que nunca sería suficiente para nadie, e intenté
ser la chica perfecta por miedo a que los chicos acabaran
cansándose de mí con el tiempo. Y por el camino, renuncié
a mí misma.
Me metí en el coro del instituto y me refugié en la música.
Retomé los estudios en serio, que los había dejado de lado,
y logré terminar el instituto con unas notabas increíbles.
Cosa que pareció tranquilizar a mis padres. Y poco a poco,
se consolidó la «Freya perfecta», siempre agradable y
acatando normas. Pero en la fiesta de fin de curso me vi
encerrada en un armario oscuro con el nuevo Morgan y por
poco vomito de puros nervios. Lo que ocurrió, o más bien, lo
que no ocurrió, me confirmó que nunca sería suficiente para
él.
Esperaba que me pidiera perdón. Que se sincerase. Que
se rebajara a admitir que me había echado mucho de
menos y me abrazase. Que me contara todo lo que había
sufrido con su familia, porque hacía poco que habían tenido
otro problema grave con su primo Marco, un chico muy
majo, cinco años mayor que nosotros, al que sus tíos Mak y
Mei adoptaron cuando solo tenía cuatro años. Luego
tuvieron a Luz, que era de mi edad. Y cada vez que
visitaban Australia, me lo pasaba pipa con ellos, pero
viviendo en España nuestra relación era muy intermitente.
Cuando Luz se mudó a Byron a los dieciséis, no coincidimos
mucho en el instituto porque ella no quiso estudiar más allá
de la enseñanza obligatoria. Pronto comenzó a viajar por
todo el mundo para ser modelo y no llegamos a consolidar
nuestra amistad, pero todavía tenemos buena relación.
Volviendo a ese maldito armario, esperé, esperé y esperé,
pero cuando vi que Lucas no tenía intención de usar la
lengua para nada —y menos para hacer lo que todo el
mundo hacía allí dentro— fue una hecatombe emocional de
proporciones épicas.
Su cercanía y su olor me afectaron a niveles
preocupantes, tanto física como mentalmente. Fueron cinco
minutos frenéticos. Mi cuerpo burbujeaba ansiando su toque
de cualquier forma, y en cuanto se cumplió el tiempo, salí
disparada sin mirar atrás.
—¿Estás bien? —me preguntó una amiga cuando logré
recuperarme.
—Sí… —contesté. Pero no lo estaba.
El reglamento de la fiesta era acudir con ropa de baño y
yo no podía dejar de pensar en la última vez que lo vi así en
una de nuestras travesuras. Debíamos de tener diez años,
ni siquiera los once.
—Tenemos que quedar esta noche —le propuse con
secretismo.
—¿Dónde? —preguntó él con ganas de acatar mis deseos.
—En mi piscina. He visto a mis padres bañarse por la
noche y dicen que es una sensación indescriptible. ¿Te
apuntas?
—¡Claro que me apunto!
—Pero creo que el truco está en que se bañan desnudos…
—Me reí.
—¡¿Desnudos?!
—Sí. ¿Te atreves o te da vergüenza? Yo voy a hacerlo
igualmente.
Él se lo pensó manteniéndome la mirada con confianza.
—Yo me atrevo si tú te atreves.
—Hecho. Quedamos a las doce.
Como siempre, Lucas saltó la valla de nuestro jardín con
agilidad y me encontró esperándole sentada en una
hamaca.
Estaba nerviosa. Más por la adrenalina de que nos pillasen
que por otra cosa. Al final, confiaba en que el agua y la
noche tapasen mis vergüenzas. Y pensándolo en frío, no
tenía especial interés por su pito ni problema en que él se
fijara en mi inexistente pecho, era la emoción de hacer algo
prohibido y la ilusión de que se arriesgase conmigo.
Nos metimos en el agua intentando no hacer ruido, pero
no dejábamos de reírnos bajito. Una vez dentro, me quité el
bañador y lo dejé en el bordillo lejos de él. Él hizo lo mismo
y empezamos a nadar.
—¡Mola mucho! —opiné alucinada como si fuera la gran
cosa.
—¡Es increíble! —dijo él disfrutando de no sentir la
engorrosa tela pegada a su piel.
—Esto es genial —musité acercándome a él.
—Tus ideas siempre son geniales. Tú eres genial…
—Gracias por venir. Pensaba que no te atreverías.
—¿Por qué?
Me encogí de hombros.
—Porque es una locura. Pero las cosas que nunca olvidas
siempre lo son. Y yo jamás olvidaré esto.
—Yo tampoco…
En medio de esa mirada nos pillaron. Mis padres nos
sorprendieron y sus caras al ver que estábamos desnudos
fueron un poema.
—¡¿Qué estabais haciendo?! —preguntó mi padre
alucinado.
—¡Nada! ¡Solo queríamos ver cómo era bañarse de noche
sin bañador! Cuando mamá y tú lo hacéis, soléis gritar de
gusto.
Mis padres se miraron aterrados. Hasta años después no
entendí el verdadero significado de por qué les gustaba
tanto…
—¡Emma, trae unas toallas!
Mi madre fue a por ellas y nos envolvieron al salir del
agua.
—Lo siento, Jon. Ha sido culpa mía —dijo Lucas.
—No vuelvas a colarte así en nuestra casa. ¡A las casas se
entra por la puerta!
—Sí, señor…
Siempre me he preguntado si ese fue el punto de no
retorno para nuestro distanciamiento. Por eso intenté
reprimir mis ideas locas y convertirme en una chica de bien.
Siendo yo misma había salido escaldada, y con el tiempo,
sentí que mi reputación iba cambiando.
Y entonces apareció Christopher. Él era un modelo
ejemplar: buen estudiante, gran deportista y encima estaba
buenísimo. Fue muy fácil enamorarse de él. Bueno… no sé
si estoy enamorada. Creo que nunca más volveré a estarlo
de nadie. En ese sentido, estoy estropeada. Pero me daba
tanta seguridad estar con él… Sentía que ser su novia me
sumaba los puntos necesarios para ser aceptada. La vida
con él era más fácil. Me dejaba llevar y no tenía que luchar
por demostrar nada, el mundo entero me quería sin
esfuerzo y estar con él tenía mucho que ver.
Chris busca mis labios y los besa suavemente.
—Me voy a ir. No estoy de humor para quedarme.
¿Vendrás esta noche a casa? —dice suplicante.
—Iba a quedarme en Gold Coast con unas amigas. Hoy es
noche de micro abierto en el Pink Flamingo, ¿recuerdas?
—Es verdad. No me acordaba…
—Si estás cansado, no hace falta que vengas.
—Pero quería estar contigo. Hoy me haces falta…
—Puedo ir cuando termine. A última hora.
—Vale, entra con tu llave y me despiertas.
—Odio despertarte cuando duermes —Sonrío.
—Pues te esperaré despierto.
—No. Tú descansa. Me meteré en tu cama y te abrazaré.
—Bien. Ahí es donde te quiero, pegada a mí. —Vuelve a
rozarme los labios y me dice que se va a la ducha. Sé que
va a tardar, porque ahí es donde lucha contra sus demonios
y hoy le llevará un buen rato ahogarlos a todos.
Salgo del vestuario para seguir viendo el campeonato.
Observo en las puntuaciones que Morgan ha conseguido
buena puntuación en su nueva ola, pero es una pena,
porque la de antes tenía un potencial que podía haberle
puesto por delante en el podio.
Como con mis amigas en los puestos de la playa mientras
la competición continúa. Termina bastante tarde y, aunque
quiero felicitar a Lucas por conseguir el tercer puesto de
hoy, veo que está liado hablando con el patrocinador de Rip
Curl para una colaboración. Me alegro por él.
Me despido de mi familia y me cambio de ropa en los
vestuarios para ir a cenar algo con Megan antes de ir al
Flamingo a las once. Es una discoteca muy exclusiva en la
que suele haber gente a partir de la una de la madrugada,
pero a veces, cuando hay un evento importante en la
ciudad, hacen este tipo de cosas un par de horas antes para
amenizar las horas en las que está más vacío.
Llegamos pronto y conseguimos un buen sitio cerca del
escenario; apenas hay gente. Mejor. En realidad solo canto
para oírme de vez en cuando a mí misma. Es donde me
permito expresar mis emociones con la excusa de estar
interpretando la canción. Y me ayuda mucho.
Me da tiempo de tomarme un mojito antes de salir a
cantar. Hay un par de actuaciones flojas al principio, así que
salgo con menos miedo a no dar la talla. Como poco los
igualaré. Y de repente lo veo…
Mi corazón da un vuelco dentro de mi caja torácica. ¡Es
Lucas…!, digo, Morgan, sentado en una mesa solo,
mirándome fijamente.
Carraspeo y cojo el micro. ¿Qué diablos hace aquí?
Los primeros acordes de I won’t give up de Jason Mraz
empiezan a sonar. He elegido esta canción porque llevo días
acordándome de ella y al empezar a cantarla me doy
cuenta de que tiene todo que ver con él.
No puedo creer que esté aquí…

Cuando te miro a los ojos es como ver el cielo estrellado


Sostienen tantas cosas…
Y al igual que las viejas estrellas
Veo que has llegado muy lejos para estar justo donde
estás.
¿Qué edad tiene tu alma ahora?
No me rendiré con nosotros, incluso si los cielos se tornan
tormentosos.
Te estoy dando todo mi amor, todavía estoy mirando hacia
arriba.

Como no puedo dejar de mirarle, Megan se gira para


comprobar si me he quedado bizca o hay alguien. Su cara
de asombro es catastrófica.
Cuando termino de cantar, aplauden hasta los camareros.
Bajo arrastrando mi habitual sonrojo y voy directa a por
mi copa.
—Ahora vengo… —le digo a Megan. No quiero dejarla sola
mucho rato, pero tengo que acercarme a Morgan.
Cuando llego a su mesa, me sonríe de medio lado,
travieso, y no me sorprende, porque su presencia aquí
implica muchas cosas de dudosa honorabilidad. La primera
es que quizá Christopher tenga razón…
No puedo evitar sentir un calor indescriptible en mi
vientre.
17
ROMEO Y JULIETA
“Aún no han bebido cien palabras tuyas mis oídos y ya te
reconozco”
William Shakespeare

Mezclo los últimos componentes del Moonbow y resoplo


cansada.
Son las once de la noche y ha sido un día de playa
agotador.
Nota mental: no juntar a mi madre con Los Morgan nunca
más.
Me hubiera gustado irme a casa y morirme en mi cama,
pero no caería esa breva. Ayer, el idiota de Morgan, fue en
busca de más sustancia y recogió muchísima. Demasiada.
Creo que le daba miedo que se acabase o desapareciera. Y
si no la sintetizaba hoy, se iba a estropear, y no podía
permitirlo.
Me ha dicho que no me moleste, pero al final le he
convencido.
—Char, ya conseguiremos más… Necesitas descansar.
—¡No podemos desperdiciarla! —he susurrado—. No me
cuesta nada ir después del trabajo a tu casa y dejar las
mezclas preparadas.
—Es que no sé si voy a estar… —ha confesado por fin—.
Tengo planes. Y creo que Aitor también va a salir esta
noche.
—¿Y Lenny?
—No lo sé, pero no creo que salga por ahí sin mí…
—Pues le diré que iré al terminar mi turno en el Capitán
Nemo.
—Charlotte… —lamenta—. No es justo que tú estés
trabajando mientras nosotros estamos de fiesta. Y yo tengo
un compromiso ineludible…
Lo he mirado suspicaz. ¿Qué sería eso tan importante? Ha
sonado a que hay una chica de por medio, pero hay cosas
más imperantes.
—Mañana es el último día del festival y todavía le debes
dinero al capitán. Esto no ha terminado.
Morgan ha asentido, atendiendo a razones.
—¿Cuánto le debes?
—Eso no…
—¡¿Cuánto, Morgan?!
—Le debíamos setenta mil. Pero por distribuirla nos cobra
un 15%. Si hoy se vende bien, con veinte mil más
cubriríamos gastos, la deuda y tu parte.
Hago el cálculo mental.
—O sea, que tengo que hacer mil moras más por lo
menos.
—Exacto —ha dicho con dolor—. Pero no tiene por qué ser
hoy. Todavía tengo que quedarme un rato por aquí y luego
tengo que ir a un sitio… Tú ve a descansar. No puedo
pedirte que lo hagas…
—No me lo estás pidiendo.
Me ha mirado como si no supiera qué hacer conmigo y he
sonreído. Es lo mejor en estos casos.
—Ya no sé cómo darte las gracias… —ha dicho derrotado.
—Pues no lo hagas. Le has conseguido un trabajo a mi
madre y está encantada con sus jefes, estamos en paz.
—Me ha parecido encantadora.
—Tu familia también es genial… Incluso tu padre.
Ha puesto los ojos en blanco.
—¿Por qué os lleváis mal? No lo entiendo.
—Es largo de contar…
—Pues abrevia.
—Digamos que tiene unas expectativas irreales conmigo.
Siempre me está presionando para que haga algo
importante con mi vida.
—¿Y tú prefieres ser uno más? Porque eso no te pega
nada.
—No, pero cuando lo haga, lo haré a mi manera y en el
momento adecuado —ha dicho enigmático.
—Sabía que tenías algo en mente. ¿Qué es?
—¿Lo sabías? Apenas me conoces…
—No, pero lo veo en tu esencia. Eres un líder y un
emprendedor nato, fíjate en Moonbow…
—Mi padre me mataría si supiera lo de Moonbow… No es
algo de lo que me sienta orgulloso. Tengo otros planes.
—¿Cuáles?
Se ha pensado si decírmelo o no. Y la simple duda ya ha
sido un abrazo. He entendido que era algo muy importante
para él. Algo que no está a simple vista en su vida o en su
habitación. ¿O sí…?
—Tiene que ver con el surf, ¿verdad? —He probado
suerte.
La sonrisa que se le ha dibujado ha sido una caricia en sí
misma.
—¿Nadie te ha dicho que ser tan lista puede causarte
problemas?
—Nop. —He vuelto a sonreír. Y él se ha contagiado de mí.
—Lo que quiero hacer es complicado. Lleva su tiempo y se
necesita una gran inversión, pero sobre todo, muchos
contactos en el mundo del surf. Me gustaría crear una
marca nueva que fuera un futuro estandarte, como lo es Rip
Curl o QuickSilver ahora mismo…
—¿Y por qué no le pides ayuda a tu padre si tantas ganas
tiene de que hagas algo con tu vida?
—Porque quiero conseguirlo por mí mismo… Él no cree en
mí y… quiero demostrarle que puedo hacerlo sin él.
—Eso es muy respetable —he dicho con admiración.
Y no puedo explicarlo, pero he sido testigo de cómo algo
dentro de él hacía clic al sentir mi apoyo incondicional.
—Sería muy fácil fabricar más Moonbow y sacar algo de
dinero —ha musitado cohibido—, pero sé que a la larga me
arrepentiría. No quiero construir así mi vida. Quiero
conseguirlo legalmente, si no jamás me sentiré orgulloso de
mí mismo… Haz mil moras más para pagar la deuda y se
acabó.
Mi sonrisa le ha indicado que estaba de acuerdo con él.
—Cuenta con ello —Le he apretado la mano—. Y para que
lo sepas, a día de hoy, ya puedes sentirte muy orgulloso de
ti mismo.
Se le ha nublado la vista y ha consultado la hora para
disimularlo, pero no ha servido de nada. Sé que Lenny
también ha captado su emoción, porque lleva todo el día
muy pendiente de mí.
No es que esté loco de amor, es que he sido la
responsable de echar una cuerda al pozo oscuro sin fondo
en el que parecía estar la relación de sus padres. Parecían
fascinados de que su hijo estuviera enamorado y querían
conocerme mejor.
—¿Por qué no quedamos los cuatro a comer algún día de
la semana que viene? —He propuesto en nuestra segunda
conversación. Las caras de los tres han sido de órdago.
Admito que me he divertido—. Así me conocéis mejor…
—Por mí, sí —Ha contestado Luk en una tensión
controlada.
Lenny le ha acariciado la mano a su madre, ansioso, para
que acepte.
—Bueno, vale… —ha cedido ella por fin. ¡Ha sido un
momentazo! Todo el mundo parecía estar pendiente y
después todas las miradas han ido a parar a mí con
agradecimiento infinito.
Mola sentir que haces algo bien por una vez.
—Te escribiré cuando termine esta noche —le he dicho a
Morgan—. Tú escríbeme para informarme de cómo van las
ventas de hoy.
—Hecho. Y tú prométeme que mañana domingo estarás
todo el día tirada en la cama.
Me ve como a su mascota, pero es jodidamente adorable
que quiera cuidar de mí.
—Te lo prometo —He sonreído—. Dile a Lenny que me
abra la puerta de casa cuando vaya a las tres de la mañana.
¡Adiós!
He buscado a mi madre, le he arrancado la réflex de las
manos, y hemos vuelto a Byron pisando el acelerador a
tope.
A las siete entraba en el pub, arrastrando los pies y mi
alma.
Por suerte, no había casi nadie. Todo el mundo se había
acercado a ver el campeonato a Gold Coast y muchos
aprovecharían para salir por allí después. Había ambientazo.
El capitán ha estado muy atento conmigo, preocupándose
por mi salud, pero yo ya no lo veo de la misma forma. Y no
es que esté haciendo nada distinto que no hagan Los
Morgan, como es vender sustancias ilegales, la diferencia
radica en que él se está lucrando de ello y Los Morgan no.
He hecho mis cuentas mientras conducía, mi mente es
así, y con las cifras que me ha dado, mis jefecillos no se han
embolsado ni un duro en sus arcas. No solo es que Morgan
no quiera sacar más dinero para financiar su querida marca
de surf, es que ni siquiera está haciendo esto por él, sino
por su primo.
—Charlotte, ¿seguro que ya estás del todo curada? —me
ha preguntado el capitán.
—Más o menos…
—No tienes muy buena cara.
—Estoy cansada —admito—. He tenido que acompañar a
mi madre a Gold Coast porque tenía que hacer un reportaje
fotográfico del campeonato, pero en cuanto descanse un
poco, estaré bien.
—Dime una cosa, ¿sigues saliendo con Lenny Morgan?
¿Por qué tiene tanto interés en mi vida personal?
—Sí…
—¿Y dónde está ahora?
—Ocupado… Tampoco es que nos veamos todos los días.
—Entonces, ¿esta noche estás libre?
¡¿Pero adónde iba tan lanzado?! Basta con que a una
chica la codicien Los Morgan, para que todo el mundo se
interese por ella…
—No. Iré a su casa cuando salga de aquí.
—Mmh…
—¿Qué? —he preguntado al ver su mueca crítica.
—Que yo no me quedaría en casa descansando mientras
mi chica, medio enferma, está haciendo de tripas corazón
aquí. Y menos si esa chica fueses tú, Charlotte…
No correspondo a su mirada seductora y le quito
importancia.
—El Blue Fest lo dejó agotado —lo justifico.
—Ya… —«O es que ya pasa de ti», he oído en su silencio.
Pero yo sí que he pasado del capitán y me he puesto a
trabajar.
Si él supiera la movida que hay entre nosotros… Aunque
he notado que hoy Lenny ha vuelto a ablandarse por el
tema de sus padres y también gracias a mis magníficas
gafadas…
La primera, cuando el vestido se me ha volado y todo el
mundo me ha visto las bragas. Él ha intentado ayudarme,
pero ha sido aún peor, porque me ha toqueteado mucho los
muslos y… solo recordar lo que sentí en el festival con sus
manos sobre mí, me he puesto enferma.
A partir de ahí, he intentado ignorarle durante toda la
jornada. He estado bastante rato con Lía y hasta Kai Morgan
me ha secuestrado un rato para charlar.
La verdad es que me ha servido de mucha ayuda, porque
mis verdaderos interrogantes del día han sido los padres de
Lenny. Creía firmemente que en su extraña dinámica se
escondía parte de los problemas de mi novio ficticio, y/o,
amante a tiempo parcial.
—Hola, Charlotte —me ha abordado Kai.
—Hola, Señor Morgan…
—Te dije que me llamaras Kai.
—Perdón. Kai.
—Hola —Ha sonreído satisfecho. Tiene la misma sonrisa
enigmática que Lucas. Ha sido un dejà vu total—. Oye,
¿puedes decirle a tu madre que me guarde una de las fotos
generales que ha echado? Ha sido una fantasía. No contaba
con tener una fotografía en la que estuviéramos toda la
familia nunca más…
Sus melancólicas palabras han llamado mi atención.
—Y menos con Ani y Luk el uno al lado del otro, gracias
por obligarlos.
—Son los padres de Lenny, tenían que ponerse así…
—Ya… tenían que «muchas cosas», pero con ellos todo es
difícil. Bueno, mi hermana es difícil; Luk ya lo sabía cuando
se casó con ella. Te cuento todo esto porque Lenny es igual
que ella y espero que tengas paciencia con él. En el fondo,
es un gran chico…
—¿Por qué dices que Ani es difícil?
—Siempre ha tenido problemas para gestionar sus
emociones… Cuando mis padres murieron en un accidente,
ella tenía dieciséis años y tuvo un bloqueo emocional de
nivel dos. No dejó de hablar, pero se sumió en una especie
de hibernación extraña durante años. Los médicos dijeron
que era un mecanismo de defensa frente a una situación
que la desbordó.
—¿Y cómo superó ese bloqueo? —he preguntado
interesada. Quizá eso le sirviera a Lenny también.
—Luk la ayudó a desbloquearse. Se enamoraron y… lo
superó. Por eso me comporto como un psicópata contigo,
porque tengo la esperanza de que a Lenny le pase algo
parecido.
Bingo. Ahí me ha demostrado que es un tipo listo. Y
brutalmente sincero. Ya sé de dónde lo ha sacado Aitor.
—Lenny nunca se había interesado así por una chica. Le
he observado y creo que le gustas mucho…
«¡Si yo te contase, pájaro!, he sonreído taimada.
«Le gusto hasta que tu hijo le ordena que no le guste»,
me he callado. Ese es el punto. Vamos, una barbaridad…
Hashtag IronicMod.
Yo no puedo salvar a nadie, y menos, sin saber qué le ha
pasado. No puedo llegar a él sin esa información y el sexo
no es el camino. Cada vez que nos besamos se aleja más y
más de mí. Quizá la solución sea ser solo amigos.
—Yo también he visto cómo se miran los padres de Lenny
y no entiendo cómo han podido distanciarse tanto…
—Porque les duele estar juntos —ha confesado—.
Perdieron un bebé que estaban esperando y eso hizo mella.
No hay dolor más grande que perder a un hijo…
Y lo ha dicho de una forma tan sentida que he tenido que
cambiar de tema. Pero he podido sacar conclusiones. Ese
era el hermano que murió. ¡Ni siquiera había nacido! ¿Por
qué Lenny creía que él lo había matado?

Estaba tan sumida en mis pensamientos que no he visto


entrar a Lenny en el pub hasta que lo he tenido delante.
—¿Qué haces aquí? —he dicho abriendo mucho los ojos.
Me ha enseñado la pantalla de su teléfono directamente.
Y lo primero que he visto es que eran las diez de la noche.
Todavía…
«Finge que estás mala y nos vamos». Ni hola ni pollas.
Nunca mejor dicho…
—Tengo que trabajar.
Sus dedos han tecleado rápidos. «Apenas hay trabajo y
estás muerta».
—No necesito que vengas a rescatarme. Iré luego, ¿de
acuerdo?
Ha exhalado un suspiro y me ha señalado el grifo de
cerveza, a la vez que levantaba un dedo. Quería una.
Se la he servido y ha tomado asiento en la barra. Parecía
agotado.
He torcido la cabeza con pena. ¿Por qué se quedaba aquí?
—¿Por qué no te vas?
Se ha puesto a teclear con pereza.
«Me estaba quedando dormido en casa. Y no puedo estar
durmiendo mientras tú estás aquí, sufriendo cada minuto».
—No estoy sufriendo cada minuto.
«Pues tienes una cara…».
—Gracias, majete…
Se ha puesto a teclear de nuevo con media sonrisa.
Esperaba que me dijera que aún con pinta de zombi me
follaba, pero no caería esa breva. No me folló el otro día
vestida de Cora, me va a follar ahora en plan The Walking
Dead…
«Quiero que finjas encontrarte mal. Irnos a casa para que
hagas lo que tengas que hacer con la sustancia y nos
podamos ir a la cama».
He parpadeado payasa.
—¿Ahora quieres irte a la cama conmigo? Decídete de una
vez…
Ha cerrado los ojos, hastiado. No estaba de humor ni para
bromear.
El capitán no ha tardado en acercarse a nosotros.
—¡Caramba! Al final Romeo ha venido —se ha mofado—.
Has hecho bien, Lenny, esta chica lo vale.
Cuando lo he visto tecleando algo me ha dado pánico.
Poco después, se lo ha enseñado y el capitán me ha mirado
extrañado.
—¿No me has dicho que te encontrabas bien?
He mirado a Lenny y la súplica en sus ojos me ha
persuadido.
—Sí, bueno… Puedo aguantar, pero estoy regular.
Supongo que no estoy recuperada del todo.
Lenny le ha vuelto a mostrar el teléfono, insistente.
—Marchaos —ha resuelto el capitán entonces.
—¿Cómo…? Pero si…
—Esto está muerto, Charlotte. Si a las doce sigue así,
cerraré por hoy. Está claro que todo el mundo se ha
quedado en Gold Coast. Descansa y termina de curarte.
—¡Gracias! —he dicho agradecida.
Nos hemos desplazado a casa de Los Morgan en coches
distintos, porque el plan era hacer las mezclas y marcharme
a la mía rapidito.
En cuanto hemos llegado, me ha preguntado si quería
cenar algo y le he dicho que no, aunque tenía un poco de
hambre. Pero más prisa.
«¿Has cenado algo en el bar?», me ha escrito.
—No, pero no quiero nada. Solo hacer las mezclas e
irme…
Me he bajado al laboratorio y aquí estoy, a punto de
terminar.
¿Me estoy muriendo? Sí.
¿Estoy contenta? También.
Porque he podido salvar la sustancia, Lenny está
misteriosamente «majo», y en media hora estaré soñando
con los angelitos en mi cama, en vez de estar en el pub
aguantando borrachos y limpiando.
Mientras recojo todo con cuidado mi tripa ruge
desesperada. Tengo gusa, pero he conseguido sintetizar
Moonbow para inyectar en las mil moras para mañana.
Algunas se me han caído al suelo porque no doy más de mí,
pero las he apartado, no iba a ser tan ruin de vender algo
que está sucio, pero tengo tanta hambre que soplo un poco
y me meto una en la boca. ¡Me encantan estas moras!
Saben a…
¡COLA CON FRESA!
¡¿Cuándo?! ¡¿Cómo?! ¡¿Dónde?¡ ¡¿Por qué?!
¿Cómo es posible? ¡Si estas no llevaban Moonbow!
Entonces recuerdo que en la tanda de ayer había un par
que parecían estar pinchadas porque goteaban y también
las retiré… ¡Y las he debido de mezclar con las normales
que se han caído al suelo ahora! ¡NOOOOO…!
Las tiro todas a la basura y me largo. ¡Esto me pasa por
cerdícola!
Subo a toda prisa las escaleras y el aroma a pizza me
paraliza por un momento. Oh, my god…!
Keep Calm! Tengo tiempo. El efecto ya no es tan
inmediato como antaño. Y además es mucho más suave que
la otra vez. ¡Disimula, joder…!
Avanzo hacia el salón con toda la solemnidad que puedo y
encuentro a Lenny en el sofá con dos pizzas enormes frente
a él. Menuda imagen… Mi cuerpo empieza a generar babas
por todas partes.
Él me mira sorprendido y empieza a hacer gestos. Se
señala a él, las escaleras abajo, luego a mí. A las pizzas… Y
después hace el gesto de comer.
Intento traducirlo:
—¿Ibas a ir a buscarme por si quería comer algo?
Asiente complacido de que lo haya descifrado.
«Qué detalle… pero tengo que irme con urgencia porque
me he tragado una mora maldita», pienso sonriendo
falsamente.
—No me apetece, gracias. Me voy. Estoy cansada. ¡Adiós!
Lo digo todo de carrerilla y me doy la vuelta, pero no he
dado ni tres pasos cuando escucho unas palmadas en el
aire.
Me giro y Lenny me mira con cara de perrito abandonado.
¡No vale!
Mi tripa vuelve a tronar y él lee el apuro en mi mirada. Al
momento entiende que tengo hambre, pero que quiero
irme.
Me dice que espere. Señala la pizza, luego a mí y la
levanta insinuando que me la lleve.
—No la quiero, de verdad…
Resopla enfadado y saca su móvil. Tras escribir, lo
sostiene en alto para que lea algo en él. Me acerco
resignada.
«La he pedido para ti. Llévatela. Entiendo que no quieras
quedarte conmigo».
¡Me cago en todo!
—No es que no quiera quedarme, y sí que tengo hambre,
pero me he comido una mora con Moonbow ¡y necesito irme
de aquí antes de que me haga efecto!
Él abre mucho los ojos y me pregunta a su manera cómo
es posible.
—¡Ha sido sin querer! Pero tengo tiempo. Tardará en hacer
efecto.
Lenny se pone de pie y me bloquea el paso negando con
la cabeza.
¿Me está secuestrando? ¡Porque ese es mi argumento
favorito en las novelas de Dark Romance!
—Estoy bien —lo tranquilizo—. Si me voy ya, no habrá
problema.
Vuelve a negar. Y se queda inmóvil. Ay mi madre…
Escribe en su teléfono.
«Tienes dos opciones: 1)Quedarte a dormir en la
habitación de invitados, cosa que ni a tu madre le
sorprendería, o 2)Dejar que te lleve yo».
—Vale, llévame tú.
Le da vueltas a su dedo. Señala la pizza. Y muestra un
pulgar abajo.
«Lo haré en cuanto me coma la pizza. Si no, se va a
estropear».
—¡Pero no tengo tiempo de esperar!
Él asiente y marca un diez con los dedos.
«Tardo diez minutos», traduzco. Y con la mandíbula que se
gasta no me extraña un pelo. Si come igual que besa,
tardará siete…
El olor que desprende la comida por el ambiente lleva rato
volviéndome loca. ¿Tengo diez minutos? Puede que sí…
—Está bien. Date prisa. Y dame mi maldita pizza…
Lenny sonríe y comemos como si nunca lo hubiéramos
hecho. Solo son de jamón y queso, ¡pero me sabe a gloria!
En un momento dado, se levanta a por bebida y me trae
una naranjada sin preguntar nada. Lo recuerda.
—Gracias…
«Gracias a ti por lo de mis padres», escribe. «Llevaban
años sin hablarse así y gracias a ti han vuelto a hacerlo».
—¿Años? ¿Cómo es posible? ¿No se hablaban?
«Apenas un hola y un adiós. Mantenían las distancias,
pero tú las has acortado de nuevo. Y lo de quedar a comer
ha sido magistral… Te lo agradezco. Cuando los he visto
hablar casi me muero. Y todo ha sido gracias a ti».
—El viento también ha cooperado —digo divertida.
Asiente. Y escribe.
«Al viento también le estoy agradecido. Sobre todo
porque me ha dejado verte las bragas… Eran muy bonitas. Y
muy amarillas».
Me echo a reír y me sonrojo entera.
—Dios…, ¿llevaba las amarillas? Vale. Con razón me han
perseguido esas gaviotas… ¡Llamo a la mala suerte!
Él sonríe al recordar el episodio. Ha sido mortal. Uno de
tantos lances humillantes que me pasan a diario. Lo mío es
un suma y sigue. Después de comer un bocadillo de uno de
los chiringuitos de la playa, me apetecía un gofre del puesto
del paseo de postre. Les he pedido extra de chocolate,
ejem… Y cuando he vuelto a las carpas, unas hijas de perra
con alas que no dejaban de decir «Mío, mío, mío»,
refiriéndose a mi gofre, me han atacado en una secuencia
digna de Los Pájaros de Hitchcock.
Me he caído al suelo y he empezado a pelearme con ellas
para defender mi tesoro, pero al final me lo han robado
entre tres. Lo peor es que he terminado de arena y
chocolate hasta las cejas. Lo mejor, que Lenny me ha
ayudado a ponerme de pie y a limpiarme, todo con una
sonrisa preciosa. Y lo más hardcore ha sido cuando me ha
quitado un poco de chocolate de la comisura de la boca y se
lo ha comido.
He creído morir. He creído derretirme. De hecho, he tenido
que ir a darme una ducha fría y ya no he vuelto a acercarme
a él en todo el día.
Tiene toda la razón: Lenny es peligroso. Te hace odiarlo y
desearlo con la misma fuerza y eso no puede ser bueno
para mi cortisol, la hormona del estrés.
Ahora mismo me mira como si me debiera la misma vida.
«No atraes a la mala suerte. Nosotros tenemos suerte de
tenerte».
Tras leerlo, me mantiene la mirada. No sé qué le pasa,
¡pero está demasiado majo! Y no sé si podemos permitirnos
esta dinámica. Porque si seguimos tirando de esa cuerda, al
final, se romperá. Y en ese momento, nuestros labios
estarán unidos de nuevo. Es pura física. Y también química.
Y yo sé un rato de química… Aquí y ahora prácticamente se
mastica.
Vuelve a escribir.
«Quería pedirte perdón por lo que pasó en el festival…
Había bebido mucho y se me fue de las manos».
Alucino pepinillos de que saque el tema y de que le eche
la culpa al alcohol porque en el AIMS no estaba borracho y
también hubo fuegos artificiales.
—¿Así que solo te gusto cuando vas borracho? —lo pico.
Niega con la cabeza y se afana en escribir.
«Me gustas todo el tiempo. Y cada vez más…».
¡Pum! Si has oído ese ruido, es porque la situación ha
dado un vuelco. Hasta aquí he llegado… ¡Adiós, mundo!
Porque siento que va a pasar… Estoy a punto de acostarme
con Lenny Morgan.
18
LOLITA
“Nos enamoramos simultáneamente, de una manera
frenética, impúdica, agonizante”
Vladimir Nabokov

Su confesión me deja muda. ¿Que le gusto cada vez


más? My god…
Nos miramos sintiendo que estamos demasiado lejos para
gustarnos tanto. Lo veo tragar saliva y vuelve a escribir en
su teléfono.
«Pero… aunque me gustes, da igual. Para nosotros has
sido una bendición y no quiero estropear las cosas contigo»,
leo alelada.
No reacciono. A mí ya me da igual si es invierno, verano,
si nieva o hace sol. Le gusto a Lenny Morgan, punto pelota.
Al maldito Lenny Morgan… Y eso es algo que me llevaré a la
tumba.
Vuelvo a releer el mensaje para centrarme.
—¿Por qué iban a estropearse las cosas? —pregunto
confusa.
Quiero llegar al quid de la cuestión. Me mola lo maduros y
sinceros que estamos siendo. Esto no tiene nada que ver
con no dirigirme la palabra durante todo el viernes. Algo ha
cambiado y me muero por saber qué es.
«Pueden estropearse porque yo no soy muy normal».
Cierto. Normal no es. ¡Es único en su especie! Una en
extinción.
«Y tú eres demasiado buena chica», añade.
—¿Demasiado? —repito dolida—. Entiendo… Solo te
ponen las malas pécoras, ¿no?
Sonríe y teclea de nuevo.
«No. Tú me pones muchísimo más que cualquiera».
¡Dios bendito! ¡Ahí está otra vez! Esto de que vaya «a
saco, Paco» es nuevo.
La mirada que nos echamos hace que me arda el culo
como a una perra en celo. ¿O es el maldito Moonbow? ¡Ay,
Señor! ¿Él lo habrá tomado? Porque vamos, se está
luciendo…
«No quiero que te enfades conmigo y que te perdamos
por mi culpa», me enseña.
Esa frase me empaña el corazón. ¿No quiere perderme?
Ois…
—No vais a perderme ni voy a enfadarme —digo calmada
—. ¿Por qué piensas eso?
«Muchas chicas se enfadan conmigo».
—¿Por qué?
«Porque estoy mal hecho».
—¿La tienes torcida?
Su carcajada no se hace esperar. El precioso soniquete
que lanza me hace alucinar en colores. Ha sido tan…
¡normal! Hasta él parece sorprendido de ello.
Vuelve a teclear con media sonrisa. Pero a medida que
escribe se va evaporando de su boca.
«Yo no soy como los demás. Suelo bloquear mis
sentimientos. Solo quiero follar y ya está. Sin
complicaciones», me mira culpable.
—Eso he oído, que follas de lujo. Y llega la pobre Carlota
dispuesta a catar tus dotes y me quedo sin saber si es
verdad porque soy «demasiado» buena chica. ¿No es
irónico? He intentado ser mala, pero se me da de pena…
Sonríe de nuevo y automáticamente babeo. Me gusta
verle sonreír. Cuando está tan accesible como ahora, todos
mis orificios lo lloran desesperados. Y mataría, MATARÍA, por
volver a escuchar como se troncha de risa contra el eco de
este salón.
—Es mi destino. ¡Qué le voy a hacer! Tengo muy mala
suerte con los hombres —expongo cómica—. Una vez mi
perro mordió en el culo a un tío que estaba encima de mí
porque confundió mis gemidos con gritos de ayuda. Nunca
volvió…
Lenny suelta otra risita musical. ¡Conseguido!
—A otro le quité los calzoncillos con tanta pasión que su
piercing se quedó enganchado a la tela y… bueno, necesitó
cirugía y nunca me enseñó cómo le quedó.
Lo veo taparse la cara con un cojín para que no le vea
reírse.
—Y otro… —continúo, porque tengo para dar y regalar. Mis
amigas lo llaman «Problemas del directo», yo lo llamo
«Murphy ataca de nuevo»—. Estaba yo, supercachonda,
deseando que me la metiera hasta el fondo, y de repente,
me pidió si podía observar la foto de su difunta abuela
mientras empujaba —digo asqueada—. Y una tiene sus
límites… El mío son las fantasías con la tercera edad.
Lo escucho mondarse de risa, y al mirarme, descubro que
tiene los ojos vidriosos. ¿Va a llorar? Así que no siente como
los demás… Ajá.
—Yo sí que no soy normal —alego—. A mí me gustaría ser
como todas esas tías a las que quieren devorar sin importar
si son sensibles o no. Pero supongo que no soy tan
deseable…
De pronto, se levanta y se sienta a mi lado.
El mero hecho de que invada mi espacio vital me invita a
humedecerme los labios. Todos ellos. Él registra el gesto y
escribe en su teléfono prácticamente sin dejar de mirarme.
«Tú eres mucho mejor que todas esas chicas. Nunca lo
dudes».
Al leerlo se me empañan los ojos sin poder evitarlo. ¡Putos
traumas de mierda! Seguro que ellas no se ponen a llorar a
la mínima…
¡Qué mal!
Lenny me mira como si quisiera aliviar mi aflicción y no
pudiera.
No necesito palmaditas en la espalda. Llega un momento
en el que deja de ser verdad eso de que te espera algo
mejor.
—Tranquilo, estoy bien… —Intento sonreír—. ¿Podemos
irnos ya? —Me levanto rauda. Lo último que quiero es que
me bese por pena.
Me dirijo a la salida y noto que me sigue veloz. Cuando
estoy abriendo la puerta, sus manos caen sobre la hoja con
fuerza, cerrándola de golpe, dejándolas apoyadas a ambos
lados de mi cabeza.
Sentirlo pegado a mi espalda hace que me recorra un
escalofrío. Sumerge su nariz en mi pelo como lo haría un
depredador en busca de algo muy concreto de su víctima:
su punto débil. Ese que hará que se me doblen las rodillas y
no pueda huir de él.
De pronto, sus labios absorben el lóbulo de mi oreja
haciendo que me dé un espasmo brutal. Y ya soy SUYA.

Solo cuando el oxígeno se cuela de nuevo en mis


pulmones puedo volver a pensar. Me besa el cuello con afán
y sus grandes manos empiezan a magrear mi cuerpo con
intención de demostrarme algo. Que me desea. Igual que a
todas esas chicas, o puede que incluso más.
Exhalo al sentir que las yemas de sus dedos burlan la tela
de mi camiseta para acariciar la piel de mi tripa y dejo de
ser yo para convertirme en una sustancia que se derrite en
sus manos.
No tarda nada en girarme para besarme en la boca. Subo
las manos hasta su pelo para profundizar en ella y no tarda
en aplastarme contra la puerta con su portentoso cuerpo
hasta sostenerme casi en el aire.
A ver quién nos despega ahora de aquí… Solo quiero que
me desnude y me folle sin preámbulos, joder… ¡Eso me
encantaría!
Tampoco me importaría que rompiera mi ropa y se
introdujera entre mis piernas sin preguntar. Sin permiso. Por
pura necesidad. 100% deseo, cero instrospección. Como a él
le gusta. Y sería la leche porque sabría que está haciendo
justo lo que quiere. Lo que necesita. Lo que dejamos a
medias la otra noche…
Sigue besándome a medida que se incrusta más en mi
cuerpo. Mi entrepierna va a morir quemada. O ahogada. Las
dos peores muertes a la vez, pero hoy sí NECESITO una
petite mort. O una grande, mejor.
Como si no pesara nada, me traslada hasta el sofá de un
bandazo. Caemos juntos contra lo blando y sigue
besándome con afición.
Su lengua es todo lo que una vez soñé: ser devorada por
un tío al que jamás imaginé que podría gustarle.
Sus habilidosas manos no te dejan más opciones que
entregarte. Que dejarte hacer. Que desconectar y disfrutar.
¡Oh, dios…!
¿Y su verga…? Madre mía. Es algo omnipresente cuando
te besa, porque te la clava y necesito vérsela con urgencia
de cerca. Tanto que igual me la trago…
Su mano resbala por mi vientre hasta sumergirse en mi
ropa interior. Su sorpresa es mayúscula cuando nota una
suavidad inequívoca… Me he depilado entera.
Me mira alucinado. Sobrepasado. Fracturado…
«Sí, nene, soy un puto delfín».
Su cara sufre una transformación muy sensual. Sus ojos
se oscurecen y me mira como si su venganza fuese a caer
sobre mí por ser tan sexi. ¡Quiero gritar!
Sus dedos se hunden en mi coño con fuerza,
provocándome un gemido gutural. Gimo sobrecogida y
vuelve a besarme lascivo, pero con mis necesarios jadeos se
vuelve misión imposible. Me observa mientras me toca con
más diligencia, y me excita mucho ver cómo se relaja la
expresión de su rictus cuando resbala por mi abundante
humedad. Me muero al verlo trabajar sobre mí como lo hace
con su guitarra, exigiendo más y más de mi cuerpo, a
medida que sube de tono.
Nunca me habían masturbado así. La mayoría jugueteaba
con mi botoncillo superficialmente, pero Lenny me maneja
como si supiera exactamente qué hacer para que la
sensación se agudice más con cada roce. ¡Me voy a morir!
De repente, arrastra mis pantalones hacia abajo con tanta
fuerza que se lleva por delante todo lo necesario para
dejarme desnuda y enterrar su boca en mi…. ¡¡DIOSSSS!!
Mi cuerpo convulsiona ante su brutal ataque. Siento tanta
presión en ese punto que la sensación de estar a punto de
correrme se mantiene en cada segundo, con cada
lengüetazo que siento.
Ya no me importa nada ni nadie, solo quiero llegar a la
tierra prometida y le agarro del pelo para que lo sepa.
Sin esperarlo, sube su mano por mi vientre y consigue
colarse por debajo de mi sujetador para arrasar mis
principios y mis pezones. Siempre los he tenido sensibles, y
en el momento en que su otra mano se suicida por mi
monte de Venus para encontrarse con su lengua e
introducirse profundamente dentro de mí, me sobreviene un
orgasmo como no lo he sentido en mi vida.
—¡Ah! ¡Jooo-deeeer!
Todo mi cuerpo convulsiona bajo su toque y me evado del
mundo por unos instantes.
No puedo imaginarme nada mejor que esto.
Ha sido tan él…
Ha sido… tan «justo lo que me hace sentir» que lo flipo
durante unos segundos más.
—Madre mía... —jadeo desmadejada en el sofá
semidesnuda, mientras él se aleja de mí. Ya no me mira.
¡Ah, no! EL señor esquivo no va a volver. No antes de que
cumpla con mi destino.
Me incorporo para impedirle que se levante del sofá y
obligo a su culo a que tome asiento mientras yo me pongo
de rodillas en el suelo.
Me mira preguntándose qué pretendo hacer.
—Me toca a mí —digo abriéndole las piernas.
Me impone mucho la forma en que me mira cuando le
desabrocho el pantalón, es como si esperase que lo hiciera
mal porque pensase que tengo poca experiencia. Lo que no
sabe es que no tengo ninguna y eso es lo que lo hace
especial, según Aitor.
Le abro la bragueta y me encuentro con un calzoncillo
elástico negro. Milagrosamente no siento vergüenza, ni
pudor, ni filtros… Sin duda, esto es obra del Moonbow. Ni
corta ni perezosa, me inclino para besar su bajo vientre,
justo en la línea donde la goma de su ropa interior termina.
Él se estremece de gusto.
Escucho que su respiración se acelera cuando voy
dejando pequeños besos por el lugar donde voy retirando la
goma de sus calzoncillos, pero sin llegar a bajárselos
todavía.
Sus músculos soportan una tensión sin precedentes. Está
durísimo.
Acaricio su erección por encima de la tela y un espasmo
no tarda en atravesarle. ¡Le gusta! Ha llegado el momento…
Libero su miembro y lo observo con la boca abierta. Creo
que es lo más increíble que he visto en mi vida. Lo miro a
los ojos mientras me acerco a él y, sin apartar la mirada, le
doy un lametazo en la punta.
Lo escucho gemir aturdido y sonrío al recordar los trucos
que me dio Aitor. «Deja que se acumule un poco de saliva
en tu boca y flipará cuando la acojas en ella».
Cuando me siento lista, escondo los dientes y trato de
guarecerla en mi cavidad. Jamás pensé que esto podría
excitarme tanto.
Su bramido de rendición al degustarlo no podría sonar
mejor. Es un sufrimiento lleno de placer que nunca había
escuchado antes. Tan distinto al femenino. Tan personal de
Lenny…
La satisfacción por cumplir un deseo se refleja en mi
dedicación y provoca que se vuelva loco. Su mano me
acaricia el pelo como si estuviera comprobando si esto es
real, y solo por fastidiar, incremento el ritmo y la
profundidad de mis acometidas.
Lo oigo resollar con algo parecido a la desesperación. Por
fin he aprendido a ser mala y lo tengo donde quiero. Es un
ejemplar tan perfecto que necesito alojarlo en mi interior
con urgencia para que me arranque todo el placer que
pueda.
Como si me leyese la mente, me frena para evitar que la
fiesta termine aquí, y en dos maniobras, terminamos
tumbados en el sofá, besándonos, con nuestras manos
haciendo estragos en los atributos del otro. Esto es el
paraíso. Nos aceleramos rápidamente y entiendo que, si
seguimos así, vamos a durar menos que un caramelo en la
puerta de un colegio.
—Métemela —suplico soez—. Hazlo ya…
Mi forma de decirlo, clara y exigente, hace que no se lo
piense mucho. Ninguno lo hacemos, pasamos hasta del
condón, necesitamos tanto esa conexión que lo demás no
importa. Se coloca encima de mí, dispuesto a embestirme, y
cuando siento su punta roma rozando mi entrada, no puedo
creerlo.
—¡Por fin! —Lloriqueo—. Voy a perderla de una vez…
Espero ansiosa que su barra de acero me abrase al
atravesarme entera, pero no llega. Lenny permanece
inmóvil sobre mí con la cara desencajada.
Le doy unos segundos más, ¿a qué coño espera? Abro los
ojos.
—¿Qué pasa? —pregunto extrañada.
Lo veo mirar hacia los lados buscando algo. ¿No estará
buscando motivos para no hacerlo? ¡Porque me muero!
Al final, retrocede lentamente y se la guarda de nuevo.
—¡¿Qué haces?! ¡Vuelve!
Se queda a un metro de mí y me hace señas, nervioso.
«Tú… no… ¿círculo y dedo dentro? ¿Follar?».
—¡Sí, sí que quiero! —le grito creyendo que es un
malentendido.
Él niega con la cabeza enérgico. Parece realmente
angustiado. Pero sigue empalmado y con la respiración
acelerada. Gesticula de nuevo.
«¿Yo… no… circulo y dedo?». Es una pregunta.
No repito sus palabras en voz alta. No quiero. Acabo de
descifrarlo.
Él se desespera y alcanza su teléfono, que está en sus
pantalones en el suelo.
«¿Eres virgen?», teclea.
Lo miro entre enfadada y dolida.
—¿Y qué pasa si lo soy?
Él se tapa los ojos con la mano como si fuera una tragedia
griega.
Después resopla y empieza a vestirse.
—¡¿QUÉ HACES?! —me quejo.
Niega con la cabeza despacio, como si lo sintiera en el
alma.
Algo pesado me arrastra hasta lo que me parece el fondo
del mar. Es mi corazón llenándose de plomo y hundiéndome
sin remedio.
—No, por favor… —suplico llorosa—. Otra vez no…
Él vuelve a escribir desolado.
«¿Y todas esas veces graciosas que me has contado
antes? ¿Eran mentira?».
—¡No! ¡Esos fueron mis intentos fallidos! ¡Y este es el
cuarto…! No me lo puedo creer… —Me llevo las manos a la
cara desolada. Sigo desnuda, pero me da igual. Lo pienso en
serio, ¡estoy gafada! Nunca pasará. ¡NUNCA! Ahora lo veo
claro… Será que no me lo merezco. Que no soy digna.
«No puedes perder tu virginidad conmigo», leo en la
pantalla que me pone debajo.
—¡Ni contigo ni con nadie…! —clamo enfadada.
Comienza a escribir de nuevo y se lo arrebato de la mano.
—¡Deja ya el puto móvil! —Lo lanzo lejos y me voy a
medio vestir.
Estoy harta. ¡Para un tío que me gustaba…! ¡Y no es más
que otro gilipollas! Él me sigue y se planta delante de mí.
—¡QUÍTATE DE EN MEDIO! —exclamo cabreada—. ¡Quiero
irme de aquí y no volver nunca más!
Él intenta pararme sin hacerme daño. Empiezo a flaquear
al notar su agobio. ¿Por qué quiere que me quede? ¿No me
ha humillado ya lo suficiente?
—¡Suéltame! ¡Lo has estropeado todo! —sollozo—. ¡Nunca
me habían hecho sentir tan poca cosa! ¡¡QUITA!!
Lo empujo con fuerza y me deja salir de la casa. Digo me
deja, porque con su fuerza y su altura, podría habérmelo
impedido. Lo oigo gruñir y emprenderla contra la verja a
patadas.
El sonido de su furia me pone los pelos de punta, pero mi
pecho se resiente dolorido y salto por encima del miedo. La
cólera me domina.
Saco las llaves del coche y me subo. No siento los efectos
de la droga. Veo bien. De hecho, veo perfectamente cómo
se planta delante de mi coche para no dejar que arranque.
Mi respuesta es encender el motor y hacerlo rugir. ¿Tan
loco está?
Se pone a teclear en su teléfono, pero no estoy dispuesta
a esperar.
Doy marcha atrás para esquivarle y se pega de nuevo a
mi morro. Da un golpe en el capó y gesticula que espere y
que lea el mensaje.
Termina y lo leo a través de la ventana.
«Esta no podía ser tu primera vez».
—¡¿Por qué no?!
«Morgan me pidió que te tuviera contenta hasta que te
pagásemos».
Meto marcha atrás y doy un acelerón. Giro el volante 360
grados y me largo en dirección contraria. La calle tiene dos
salidas, y nuestra relación solo una: directa a la mierda.
¿Cómo se atreve a desdecirse así de sus sentimientos?
Pensaba que había admitido que le gustaba y ahora resulta
que ¿solo era una compensación por los servicios
prestados?
Que le den. Si pretende romper mi amor propio no lo va a
conseguir. Mi dignidad es como Fluber. Una cosa verde
viscosa que se recompone en cada golpe, sobre todo si
viene por parte de un hipócrita redomado.
Llego a casa sin problemas y dos minutos después estoy
encerrada en mi habitación, abrazada a mi almohada y
llorando desconsolada.
Es lo que ocurre cuando te haces ilusiones y se te rompen.
Cuando te engañan. Cuando abusan de tus emociones.
No sé si es por la droga, que lo magnifica todo, pero
siento un dolor desconocido arañándome el corazón.
No es como cuando te lo rompen y sabes que se
recuperará con un mes de escayola, es como si le hubiese
prendido fuego y no fuera a dejar de doler hasta que todo
se reduzca a cenizas y se las lleve el viento.
Jamás había odiado a nadie hasta ahora. Pero los odio.
¡Odio a Los Morgan!
19
LA TELARAÑA DE CARLOTA
“La madurez es saber que en algún momento la vida te
romperá el corazón y aprender a vivir con la cicatriz”
Elwyn Brooks White

M
« e cago en mi puta vida…», pienso sentado en el
porche.
Se lo advertí. Y el que avisa no es traidor. Vi que la
decepcionaría desde el principio de los tiempos, joder.
Desde que la conocimos y leí en sus ojos qué tipo de
persona era…
Una de esas a las que les sorprende la amabilidad de los
demás como si no la mereciera. De esas que se disculpan
continuamente aunque no hayan hecho nada mal. Una que
no sabe recibir cumplidos sin sentirse incómoda. De las que
nunca piden ayuda, pero se desviven por ayudar a los
demás…
Una buena persona que no encaja en un mundo tan cruel.
Y mucho menos, conmigo.
Carlota es una chica frágil, tierna y encantadora que no se
merece que se aprovechen de ella, por mucho que la desee.
Veo llegar un coche. Es Lucas. De puta madre…
No quiero que me pregunte ni que lea en mi cara que
estoy fatal, pero no tengo fuerza para levantarme. Estoy
hundido. Y ahora mismo debería estar hundiéndome en ella
aceptando que tengo el infierno ganado. Pero no he podido
hacerlo. ¡No podía!
Lucas entrecierra ligeramente los ojos al verme.
—Hola… —dice extrañado.
Muevo la cabeza a modo de saludo.
—¿Qué haces aquí fuera?
Me encojo de hombros resignado.
—¿Charlotte ya se ha ido?
Asiento, procurando no hacer ningún gesto que delate mi
disgusto, pero es en vano.
—¿Va todo bien?
Él inspecciona mi cara con dudas y vuelvo a asentir, pero
no me cree. Es demasiado listo. Y me tiene tan estudiado
que lo que a otro se le pasaría, a él no.
—¿Qué ha pasado? —pregunta dándolo por hecho.
Niego con la cabeza derrotado.
—Voy a enterarme de todas formas, Lenny. Cuéntamelo.
¿Ha podido sintetizar más mezcla?
Asiento.
—¿Y después…? ¿La has llevado a casa?
No me queda más remedio que teclear en el teléfono.
«Después se ha ido. Para no volver...».
Lucas me mira preocupado. Apenas puedo mantenerle la
mirada. Ha sido muy doloroso verla sufrir. Pero después
hubiera sido peor. Cuando se hubiera hecho ilusiones de
verdad conmigo por haber sido «el primero». Eso nunca se
olvida. Ahora solo seré el gilipollas que no la merecía. Y ella
tendrá una historia normal y feliz con algún iluminado que
vea en ella lo mismo que yo.
—¿Estás bien? —se preocupa Lucas.
Mi respuesta es apoyar la frente en mis antebrazos. No
quiero que sea testigo de cómo mis ojos se humedecen.
Estoy desolado. ¡¿Por qué me tiene que salir todo mal
siempre?!
—Eh… —se preocupa, sentándose a mi lado. Noto que me
pone una mano en el hombro y me lo acaricia—. Cuéntame
qué ha pasado. ¿Por qué dices que no va a volver?
No quiero hablar con él ahora. Ni con nadie. Por eso me
quedo quieto y callado, como hago desde que tenía diez
años ante una situación que me supera. Sé que no va a
forzarme.
Lucas siempre ha sido respetuoso con mi sufrimiento.
Sabe cuándo dejarme tranquilo y no presionarme. Por eso
siempre me he sentido seguro a su lado. Es mi ejemplo a
seguir, pero me falta su templanza.
—Quiero ayudarte —oigo entonces. Y eso todavía me da
más ganas de llorar. Él fue el único que me ayudó cuando
sucedió todo… Nadie más se preocupó por mi mutismo, por
eso siempre estaré en deuda con él. Es ese tipo de persona
a la que sientes que le debes algo solo por quererte.
Me doy tiempo para serenarme y él no insiste. Pero me
acompaña.
Cuando puedo, cojo el teléfono y le cuento, a grandes
rasgos, sin mencionar cuál ha sido el verdadero motivo para
detener lo que hubiera resultado una catástrofe épica.
—Y se ha enfadado —termina por mí.
Asiento.
«Haga lo que haga, todas terminan enfadándose»,
escribo.
—¿Y por qué no has podido hacerlo? —pregunta perdido.
No soy un chismoso, pero me gustaría gritarle: ¡Porque
era virgen! ¡Virgen! ¡VIRGEN, JODER!
De pronto, siento la necesidad de contárselo y que me
entienda. Que me diga que he hecho lo correcto. Lo más
honorable. Solo así tendré esperanzas de salvar mi amistad
con ella, porque la necesito más que nunca. Ella es la clave
para salvar a mis padres. Se supone que hemos quedado
para comer esta semana… La luz que Charlotte ha
encendido entre ellos no puede apagarse con la noticia de
que hemos «cortado».
Mierda ya… ¿Por qué no se la he metido hasta el fondo y
punto?
Respiro hondo y confieso, por el bien de mi cordura.
«Era virgen, tío… Y no podía hacerle eso. No se lo
merece».
Cuando Lucas lo lee abre los ojos sorprendido, pero le
dura poco.
«¡Dime que lo entiendes!», le ruego con la mirada.
La suya se desvía asumiendo lo que significa. Pensando
en su primera vez. En la mía. En lo poco trascendentales
que fueron esas chicas en concreto, pero lo importante que
fue el hecho para nosotros.
El miedo atenaza mi garganta al intuir su opinión. ¿La he
cagado?
Lo miro con temor a lo siguiente que dirá, porque puede
hundirme todavía más en la oscuridad.
—¿Y qué si era virgen?
En cuanto lo pronuncia, cierro los ojos con fuerza. ¡Era lo
peor que podía decirme!
Lo dicho… Me cago en mi puta vida.
—¿Cuál es el problema? —insiste—. No se me ocurre nadie
mejor que tú para que la pierda. Le gustas mucho. Y sería
algo especial…
Me levanto y entro en casa. Soy incapaz de soportar la
verdad.
Soy incapaz de admitir que no ha sido por ella, sino por
mí. No estaba listo para compartir un momento tan íntimo.
Hubiera sido como dejar que se marcara a fuego en mi piel
para siempre. ¡¿Estamos locos o qué?!
No habría sido especial, habría sido demasiado especial.
Mi jodida primera vez sintiendo algo real por alguien… Y me
he acojonado vivo.
No quiero sufrir.
No quiero volver a sufrir por nada ni por nadie.
No puedo permitírmelo…
Me tumbo en la cama con el teléfono en la mano y tecleo
algo sin poder evitarlo. Soy tan imbécil que apenas me
soporto.
«¿Has llegado bien a casa?», envío.
«Por favor, contéstame. Lo siento mucho».
Pasan dos minutos eternos y compruebo que no lo lee.
¡No lo lee!
«Si no me contestas, tendré que ir a comprobarlo en
persona». No es una amenaza, pero todo en mi boca suena
a una. Por eso no hablo.
Se acabó…
Me visto y bajo las escaleras con intención de coger una
de las motos y plantarme en su casa. Solo quiero comprobar
que no se ha estampado contra alguna palmera.
—¿A dónde vas? —me intercepta Lucas. Quiero contestar
que a donde me da la puta gana, pero me controlo y le
enseño cinco dedos.
«Vuelvo en cinco».
—¿Vas a ver a Charlotte?
Asiento y él me mira como si no le pareciese buena idea.
No me jodas… Escribo rápido.
«Ha vuelto a tomar Moonbow accidentalmente y quiero
comprobar que ha llegado bien a casa».
—¡¿Qué?! ¿Otra vez?
Asiento. Su torpeza es parte intrínseca de su encanto.
—Joder… Pues no te preocupes, está bien. Acaba de
escribirme…
Lo miro con dolor y le pregunto con los ojos qué le ha
puesto.
—Me ha dicho que ha podido sintetizar lo necesario para
hacer mil moras más y que solo faltaría rellenarlas mañana
para que estén listas.
Le hago un gesto con las manos de «¿Algo más?», y veo
que traga saliva como hace cuando no quiere darme malas
noticias.
—Me ha dicho que se despide. Y que no quiere que le
paguemos nada… ni con dinero ni con carne. ¡¿Qué coño le
has dicho exactamente, Lenny?!
Cierro los ojos afligido. Escribo con dificultad.
«La verdad. Que no se merecía perder su virginidad con
alguien que solo se estaba acostando con ella por tenerla
contenta…».
—¡Joder! —exclama Lucas contrariado. Y me sorprende
porque no suele perder los nervios. Debe estar realmente
enfadado—. Vas a arreglar esto, Lenny, aunque sea lo
último que hagas…
«¡Tú me pediste que la tuviera contenta! Pero no iba a
follármela tratándose de su primera vez. ¡Ni siquiera yo soy
tan cabrón!».
—¡Lo que eres es un imbécil! ¡Solo te dije eso para darte
una excusa! ¡Porque sabía que lo estabas deseando y no te
lo permitías!
Mis ojos se abren como platos.
¿Yo, deseándolo? No sabe lo que dice… ¡También me
gustaría saber qué se siente al tirarte de un doceavo piso,
pero no lo hago! No quiero diñarla. Y nada me da más
pánico que Charlotte escarbe en mi alma en busca de
sonrisas. O en busca de cariño. O peor aún, ¡de amor! No
quiero que nadie espere nada de mí porque todo lo que toco
lo jodo.
Me doy la vuelta y huyo escaleras arriba.
—¡¡Lenny!! —grita Lucas airado.
Me giro hacia él, sorprendido. Sus ojos desprenden
decepción. A lo largo de estos años siempre me ha tratado
bien. Solo me ha hablado mal cuando sufría episodios de
autodestrucción. Ni siquiera me echó la bronca por el
altercado del pub cuando nos metimos en el lío de la deuda.
—Ya no puedo callarme… —empieza harto—. Sabía que
algún día llegaría este momento. Que alguien te haría sentir
algo nuevo que clasificarías como peligroso e intentarías
evitarlo a toda costa, pero no voy a dejar que lo sabotees…
Resoplo inquieto. «Que te den por culo».
—Deja de negarlo. Quedas como un gilipollas. ¿Sabes por
qué tus padres volvieron a hablarse? No fue por ella, sino
por ti. Por cómo te vieron interactuar con Charlotte. Esa
chica es especial. Con ella eres tú mismo. Te persuade,
aunque no quieras. Y no voy a dejar que lo jodas por
miedo…
Me muerdo los labios con fuerza. ¡No es miedo, es…!
Escribo sintiendo calor en mis ojos. La ira surca mis venas
dispuesta a hacerme sobrevivir a esta sensación de
inseguridad y pánico.
«No estoy bien, ya lo sabes. Y si me dejo llevar, la joderé a
ella».
Lo lee y me mira enfadado.
—Ya la has jodido, Lenny. A veces no se puede evitar
hacer daño y la solución no es que desaparezcas o te calles.
A veces la única salida es pedir perdón…
Tecleo con la mirada borrosa.
«Hay cosas imperdonables».
—Te equivocas. El perdón es el arma más poderosa del ser
humano. Y si algún día quieres volver a ser feliz, tendrás
que perdonarte a ti mismo.
Niego con la cabeza. Y él me agarra de la nuca para
hablarme cerca.
—Quién es incapaz de perdonar, es incapaz de amar,
Lenny… Y no amar nada, es como estar muerto.
Se va dejándome con la palabra en la boca. Bueno, con mi
silencio.
Me vuelvo a la cama, irritado, y dejo mi móvil en la mesilla
después de mirarlo un buen rato deseando que me
conteste. No sucede.
Cuando por fin apago la luz después de un jodido día
eterno, ella vuelve a mi mente. Su coño perfecto, sus
gemidos celestiales, todas las sensaciones que he
experimentado besándola de nuevo…
He sabido que su boca estaría en la mía desde que la he
visto llegar con ese horrible vestido a la playa. Porque, a
pesar de él, la deseaba con una fuerza sobrehumana. Y
cuando las gaviotas la han atacado, la he deseado más
todavía. Me la hubiera comido entera, con arena incluida,
solo por hacerme sonreír de esa forma. No hay nadie igual
que ella. NADIE.
Empezó siendo un maldito medio para un fin: fabricar la
droga. De hecho, tardé en preguntarme si tenía tetas.
Le pedí el teléfono para poder comunicarme con ella si
hacía falta, y que se sonrojara me pareció de lo más
predecible. Todas las buenas chicas sueñan con que un
chico malo las empotre contra algo. Es una fantasía
recurrente. Y cuanto más loco esté el tío, mejor. Por eso
nunca me han faltado candidatas a pesar de mi historial, al
revés, era gracias a él; yo no soy ningún adonis como mis
primos.
La primera vez que la traje a casa y me pidió una
naranjada, me dieron ganas de echarme a reír. Cuando
empezó la fiesta, emigré a mi habitación para que la gente
pensara que estábamos juntos mientras ella trabajaba en el
laboratorio y aproveché para buscar información sobre su
vida. Lo que encontré fue todavía más predecible. Pero de
pronto, Lucas me escribió para que bajara porque Charlotte
se había drogado y… a partir de ahí, todo cambió.
¡Estaba como una puta cabra!
Y no lo digo por su instinto de zorra incurable, sino porque
se atrevió a preguntar por qué no hablaba como si nada. O
más bien, como si le importase…
«Si lo supiera, quizá podría ayudarle», pronunció. Y no
entendí por qué. ¿Era un reto personal de sabelotodo o…?
¡O nada! Cuando adivinó que tenía que ver con mi madre,
escapé de allí. ¡Maldita friki!
Pero aparece en mi habitación y me enseña esas tetas en
las que no había pensado nunca y me pilla stalkeando su
vida en internet. Luego se duerme en mi cama ¡y me pillan
empalmado! El principio del fin…
Llevaba una camiseta de licra y se arrimó a mí. Yo no hice
nada. Solo mirar hacia abajo y ver un profundo canalillo de
lo más jugoso. Además olía genial. ¡Pero eso fue todo! Yo no
tuve la culpa de que, al acompañarla a casa, atrapara mi
boca con la suya. ¡Pero qué cojones…!
Ahí deduje que estaba pirada de verdad…. Y también que
sabía muy bien. Solo eso. Hay gente que sabe mal, y era un
plus si alguna vez se diera el caso de que tuviera que
besarla. Si se diera…
La cosa es que se dio. Pfff…
Hasta que nos cruzamos con el cabrón de Kingsley en el
AIMS, me había conformado con besar su cuello en el
Capitán Nemo, constatando que olía tan bien como
recordaba. Era lo máximo que iba a permitirme después de
que los mamones de mis primos se cachondearan de mí por
empalmarme con ella. Foto incluida.
Les dije que les follasen y ellos señalaron, muertos de risa,
que eso era justo lo que quería mi polla. JA. JA. Me mondo…
No fantaseaba con follármela. De verdad que no. No me la
imaginaba agarrándola por detrás mientras absorbía mis
implacables embestidas. Esas estaban destinadas a chicas
con mucha experiencia que buscaban explorar su placer.
Carlota nunca me montaría a lo bestia mientras yo
manoseaba sus curvas. A ella le pegaban más los
misioneros con te quieros, un clásico de las películas
románticas más empalagosas. Yo no era su hombre. Punto.
Admito que mientras me enseñaba las instalaciones del
AIMS con un orgullo encantador estaba preciosa y deseé
saborear su lengua para asegurarme de que sabía tan bien
como olía. Pero me corté. Entonces el cabrón de Kingsley
entró en escena y quise vengarme. Lucas me había contado
la versión de Carlota de su affaire y me pareció un tipo
odioso.
Ese morreo fue por un bien común. Primero, para
convencer a Dani de que había ido allí como excusa para
verla; y segundo, para darle una lección a ese degenerado.
Pero la lección me la llevé yo cuando me costó un esfuerzo
bestial apartar mi boca de la suya. Me hubiera quedado
horas jugueteando con su lengua. Saboreando ese aroma de
chica lista y jodidamente salida. Buf… No esperaba que
estuviera tan receptiva a mis lametazos. Que el beso fuera
tan libidinoso. Había chicas que eran como besar un cartón
de leche, pero Charlotte tenía una carga sexual alta y
nuestra química hizo reacción al instante.
Intenté alejarme rápido de ella. La atracción que sentía
era demasiado potente y ya no había excusa. Bueno…, no
hubo excusa hasta que la hubo. La cámara de vigilancia del
exterior…
Me lancé a por ella para volver a degustar su sabor como
si fuera un maldito vampiro. Que me sujetara para que no
huyera, me volvió todavía más loco, pero por suerte, me fui
antes de hacer algo de lo que me arrepintiera. ¡Nos estaban
grabando!
Esos días intenté alejarme de ella todo lo que pude. Le
dije a Morgan que no la llevaría al trabajo más y lo presioné
para que pagara el arreglo de su coche lo antes posible. Les
dije que no quería tener que volver a besarla por nada del
mundo, pero no contaba con que el mamón de Aitor me
jodería la vida, dejando que Cora y Lía la vistieran para el
festival…
Me cago en todo. ¡Por poco me desmayo al verla!
Encima, con su numerito de seducción, volvió a
ponérmela dura. Estaba desesperado. Para colmo, Carlota
no dejó de beber y de bromear con todo el mundo, menos
conmigo. No estábamos defendiendo bien el papel de
parejita. Intenté razonar con ella, pero estaba picada por
haberla ignorado después de besarla en el AIMS.
¿Qué esperaba? ¿Perdernos en una espiral de lujuria
cuando Morgan me había advertido que ni se nos ocurriese
putearla? Debía ir con pies de plomo. Aquello no podía
acabar bien de ninguna manera.
Charlotte parecía haber hecho muy buenas migas con
Aitor y Lucas, pero a mí no se me daba bien ser amigo de
nadie. De mí solo podía tener una cosa y me la habían
prohibido explícitamente. No sabía cómo acercarme más a
ella sin usar el filtro sexual.
Pero entonces me salvó de la cansina de Pam. Llegó, me
metió la lengua hasta la campanilla y el alcohol hizo el
resto. Llevaba toda la noche huyendo de lo inevitable, pero
todo el mundo tiene un límite….
Besarla y estamparla contra la valla fue la mejor
recompensa después de días estando a dieta de ella.
La voz de Lucas en mi cabeza diciéndome que Moonbow
se estaba vendiendo bien y que si Charlotte producía más,
podríamos conseguir pagar la deuda a tiempo, me hizo
frenar. Pero juro que es lo más duro que he tenido que hacer
desde hacía mucho tiempo.
Quise creer que lo hacía por su bien, pero…
Después, mi primo, me pidió que la complaciera
sexualmente, y todavía me acojoné más. ¿Y si probaba sus
mieles y luego no podía parar?
Al día siguiente fue el Campeonato de Surf de Rip Curl Pro
y ya he dicho que fue una tortura verla en la playa con ese
ridículo vestido. Pero lo fue todavía más cerciorarme de que
adoraba cada una de sus ridiculeces…
Lo que logró con mis padres fueron palabras mayores.
Claro que iba a follármela para compensárselo. ¡Para
compensarle TODA SU JODIDA EXISTENCIA! Nos había
ayudado tanto con el Moonbow y tenía tantas ganas de
quitarme el jodido calentón que llevábamos días
arrastrando que me lancé. Pero al confesarme que era
virgen, me he sentido un cabrón interesado y egoísta. Un
desgraciado sin escrúpulos que no miraba por ella, sino por
mi hambre de ella.
No se merecía un polvo cerdo en un sofá como primera
vez. Ni hablar. Pero ignoraba que fuera a enfadarse tanto.
Que hubiera tenido cuatro intentos fallidos y que la hubiera
hecho sentir despreciada.
Ahora no sé qué hacer. Cada vez me siento peor.
Porque necesito que me perdone y que venga a comer
con mis padres para que avancen hacia una solución.
Podría rogárselo… Pero pensará que eso es lo único que
me importa.
Podría sobornarla. Pero ya ha dicho que no quiere el
dinero.
¡Maldita sea! ¿Qué hago? ¡Hacerme el pasmarote no va a
funcionar!
Me remuevo inquieto y pienso en pedir ayuda. Quizá Aitor
sepa cómo convencerla. Es con el único que no está
enfadada.

A la mañana siguiente, no amanecemos hasta las tres de


la tarde. Han sido días muy intensos a todos los niveles.
Me paseo por la cocina y veo que alguien ha metido una
lasaña enorme en el horno. Nos las dan nuestras madres
para que congelemos. Son las mejores… No como ellos, que
no hacen nada para merecer nuestro respeto.
Salgo al jardín y encuentro a Aitor tumbado en una
colchoneta en la piscina con unas gafas de sol y los pies en
el agua. Está inmóvil. Parece dormido.
—Hombre… el destructor de mundos —dice de pronto.
Levanto una ceja. ¿Qué tiene que ver Oppenheimer con
todo esto?
Me señalo a modo de pregunta.
—Sí, tú. Me he enterado de que has alejado a Charlotte de
nuestras vidas para siempre. Tu polla es como la bomba
atómica, campeón…
Le enseño el dedo corazón y sonríe.
—¿Quieres que te enseñe cómo usarlo para complacer a
una chica?
Me doy por vencido y huyo. Hablaré con él cuando vuelva
arrastrándose por ser tan capullo. Cualquiera diría que está
estudiando un máster para ser un puto mediador social.
Lo escucho zambullirse y aparece en la cocina a los diez
minutos cuando Lucas y yo nos disponemos a comer. Lleva
el pelo mojado y su mirada sigue siendo la de un canalla al
que no le importa nada. Así está de feliz.
—¡¿Qué tal, chicos?! —saluda sonriente.
—No tan bien como tú —contesta Lucas. Yo ni le miro.
—¿Queréis saber en quién me metí anoche? —dice con
picardía, subiendo las cejas. Desde que ha vuelto a
Australia, está sexualmente imparable. Me pregunto si no
será su propia terapia para no recordar por qué se fue.
—No quiero saberlo —dice Lucas y yo niego efusivo con la
cabeza.
—¡Qué sosos sois! ¡Comentar la jugada al día siguiente es
lo mejor de salir de fiesta! ¿Estáis listos? Estuve con…
HUGO.
Lucas y yo nos miramos anonadados. Será una puta
broma…
—¿Hugo… Hugo?
—Hugo. Hugo —confirma con tranquilidad. Lucas respira
hastiado.
—Creía que ibas a dejar en paz a esa familia…
—Fue él quien me buscó. Supongo que necesitaba
reconquistar mi culo… Ya sabéis la extraña rivalidad que
existe entre los gemelos.
Me mojo los labios alucinado. ¡Y lo cuenta tan campante!
—Los tíos Luk y Mak te dejaron bien claro que no volvieras
a acercarte a ellos —dice Lucas serio.
—Y no lo he hecho. Me lo encontré por casualidad en una
de esas fiestas a oscuras. Nos vimos al entrar y el tío me
buscó para coincidir. Fue la hostia… Está como un toro
porque quiere ser bombero, y al parecer, seguía un poco
enfadado conmigo. No veáis qué polvazo…
—No vuelvas a meterte en eso, Aitor —advierte su
hermano—. No quiero que vuelvas a desaparecer otra vez…
—Hugo no es un problema. Nunca hubo nada real entre
nosotros.
—Eso decía Lenny y ahora hemos perdido a Charlotte.
Alzo las cejas hacia «Judas». ¡¿Y ese ataque gratuito?!
Aitor me mira feliz de que la pelota haya caído en mi tejado.
—¿Has pensado qué vas a hacer para solucionarlo? —
increpa Lucas.
Me encojo de hombros y señalo a Aitor.
—¿Yo qué? —Sonríe con guasa—. ¿Crees que te voy a
solucionar la papeleta, colega? No cuentes con ello. Es tu
chorbita, no la mía.
Cojo mi móvil y escribo.
«Si voy yo, no va a querer hablar conmigo».
—Al menos deberías intentarlo —replica al leerlo. Y Lucas
me gira la mano para leerlo él también.
—Tenéis que volver a hablar y pronto. ¿Y la comida con
tus padres?
Tecleo con rapidez.
«Si le saco ese tema, todavía se cabreará más. Pensará
que soy un interesado de mierda». Ambos lo leen.
—La verdad es que lo tienes fatal —opina Aitor indolente
—. Eres único haciendo desprecios sexuales, primo…
«No la desprecié, la respeté», le planto la pantalla en la
cara con agresividad.
—¡Oye, relaja! Menos mal que no te gusta, ¿eh? Qué valor
tienes…
Fantaseo con asfixiarlo lentamente.
—No le menciones lo de tus padres —aconseja Lucas—.
Intenta empezar algo con ella. Esta vez de verdad.
«Yo no quiero salir con ella», escribo.
Los hermanos se miran. ¿Por qué se miran así?
—¿Por qué no? —pregunta Aitor verbalizando lo que Lucas
piensa.
Les hago un gesto de extrañeza para tratarlos de locos.
—Entonces, ¿no te importará que yo salga con ella? —
vacila Aitor—. Ya sabes cuánto me gustan las vírgenes… y te
prometo que le daré una primera vez memorable y perfecta.
Como tú quieres que tenga.
Intento controlar mi mirada de odio porque sé que es un
truco.
Lucas me mira con atención para intervenir si le suelto la
hostia que me muero por darle, pero respiro profundamente
y me contengo.
Al final, no digo nada y me voy a mi habitación. Huyo de
la confrontación. Pero espero que fuera eso, una puñetera
broma, porque si me entero de que Aitor la toca, no podrá
comer sólido en un mes.
20
EL GRAN GATSBY
“No hay fuego ni frío que pueda desafiar a lo que un
hombre guarda entre los fantasmas de su corazón”
F. Scott Fitzgerald

El jueves por la noche, cuando entro en el Capitán Nemo


con Aitor y Lenny, vamos directos a saludar a Charlotte en
la barra.
La tensión puede cortarse con un cuchillo después de una
semana muy entretenida de telenovela rosa. O más bien
fucsia-tequila-ostras-París.
Finalmente, convencí a Lenny para que fuera a ver a
Charlotte esa misma tarde de domingo. Le recomendé que
fuera sincero con ella, que pidiese perdón de parte de
todos, y que, personalmente, le confesara que tenía mil
mierdas en la cabeza que le impedían tener una relación
seria con ella e intentaba ahorrarle el disgusto.
No sirvió de nada porque no le concedió audiencia.
Había dejado dicho a su madre que, si aparecía alguien
con el apellido Morgan, le mandara de vuelta por donde
había venido.
Muy hábil lo de vetarnos a todos a la vez.
Pero Lenny no se dio por vencido.
El lunes apareció a mediodía a la salida de su trabajo y
por cómo nos transcribió el encuentro, debió de ser más o
menos así:
Ella, al verlo, lo ignoró. Pasó de largo hasta su coche y él
le impidió abrir la puerta hasta que le escuchase, lo que la
hizo resoplar hastiada.
—Esto es acoso —soltó. No sin razón.
Él le plantó el móvil delante de la cara para que lo leyera.
«Solo quiero pedirte perdón».
—Perdonado. Ahora deja que me vaya, por favor.
Lo hizo sin poner resistencia. Cosa que a ella le pareció
extraña.
Al día siguiente, volvió a hacer lo mismo. La esperó, y al
verle, puso mala cara. Esa vez, pasó de largo, se subió al
coche sin problema y lo dejó allí tirado sin decirle nada. Era
un puto genio porque, cuando repitió la jugada el tercer día,
ella estaba mucho más apaciguada. Y también algo
halagada. El que la sigue, la consigue, dicen.
Esa vez la esperó al lado de su coche, con el móvil en alto
para que lo leyera si quería. Charlotte estaba decidida a
pasar de largo, pero, en el último momento, en vez de abrir
la puerta del coche, volvió sobre sus pasos y lo leyó.
«Por favor, perdóname. Fui un imbécil».
—Sí que lo fuiste —replicó ella desabrida—. Te perdono,
¿vale? Olvídalo ya. No vuelvas por aquí, por favor… —dijo
con un deje triste.
Él la frenó con delicadeza y volvió a señalar el móvil.
Misma frase.
Ella lo miró con intensidad.
—Me hiciste daño, ¿sabes?
Él se presionó el corazón para decir «Lo siento» y tecleó.
«Te dije que no era normal».
—¿Sabes? Eres más normal de lo que crees —dijo ella con
inquina—. Yo pensaba que eras especial, pero eres igual que
todos los demás.
Él negó lentamente con la cabeza.
—Sí, ya lo sé… Sé que te pasó algo muy fuerte de
pequeño, pero no te engañes, sientes igual que todos los
demás. Puede que incluso más. Pareces muy duro por fuera,
pero seguramente solo tengas miedo de que alguien te
rompa por dentro porque, en lo que a emociones se refiere,
eres terriblemente frágil.
Su cara debió de ser un cuadro.
—Yo, sin embargo, parezco frágil, pero soy más dura de lo
que crees. Con cada vergüenza, humillación y desprecio me
hago más fuerte, y algún día conseguiré ser feliz. Así que te
perdono, Lenny. Olvidémoslo todo. Solo quiero seguir con mi
vida…
Él la miró conmocionado y empezó a escribir algo en su
teléfono. Iba a apelar a su bondad explicándole que con su
ayuda quizá podría salvar el matrimonio de sus padres, pero
al final, se echó atrás y se despidió de ella con un gesto
mustio.
La cara de Charlotte debió de ser otro cuadro.
Y hoy es jueves…
Sabíamos que Charlotte vendría a trabajar porque es un
Nemo’s day. Es noche temática de Bar Coyote. Las chicas
se visten de vaqueras sexis y cada media hora bailan una
canción sobre la barra. Char está muy guapa con un
sombrero blanco, una camisa de cuadros rosa, atada en la
cintura, un pantalón corto deshilachado y unas botas de
ante marrón.
Si Lenny no deja de mirarla pronto como si se estuviera
muriendo, todo el mundo se dará cuenta de que han
cortado, y hemos venido para convencerla de que siga con
la mentira un día más, porque Lenny ha quedado mañana
con sus padres para comer como si no hubiera pasado nada
entre ellos. Menudo marrón…
Por mi parte, he seguido yendo todos los días al
campeonato y no se me está dando mal del todo. Lo más
interesante es que he conseguido el patrocinio de Rip Curl y
es una experiencia muy enriquecedora de cara a ser yo el
que lo haga el día de mañana con otros chavales.
El capitán se nos acerca con cara de ansiedad. Es una
mueca muy distinta a la del lunes, cuando nos recibió con
una sonrisa de oreja a oreja y nos dijo que la deuda había
sido saldada, además de hacerle ganar unos cuantos miles
de regalo extra.
—¡Mis queridos Morgan, estáis invitados a un trago! —nos
saludó—. El negocio ha sido un éxito. De hecho, tengo algo
para vosotros…
Fue a buscar un sobre y me lo entregó. Ponía «6000» en
boli. Qué cutre. Era lo que sobró tras saldarlo todo. Justo la
parte de Charlotte.
—Bueno, ¿podrás traerme otras cuatro mil moras para el
jueves que viene?
—¿Qué? —Me quedé perplejo—. No… no pensaba pedir
más… La deuda está saldada. El festival ha terminado.
—¡Pero está el campeonato de surf! Hay mucha afluencia
de gente en Gold Coast, y créeme, este finde querrán más
Moonbow. ¡Esta es tu oportunidad, Morgan! Pide más y
haced algo de dinero para vosotros.
—Tengo que hablar con mis socios… —carraspeé.
—¿Quiénes son? —preguntó con avidez.
—No puedo decírtelo. Están de paso en el país. Me lo
ofrecieron como algo puntual. No sé si les interesará…
—¡Seguro que sí! Consúltalo y rápido.
—Está bien… —contesté. Pero tenía muy claro que no
íbamos a continuar con aquello. Pagaría a Charlotte y se
acabó.
Al día siguiente, el capitán se presentó en nuestra casa a
las diez de la noche. Al parecer había venido por la tarde y
no nos había encontrado.
—¿Os lo habéis pensado ya?
Su insistencia me alarmó.
—Sí, y no vamos a hacerlo, George.
—¡¿Cómo que no?! ¡¿Pero estáis locos?! ¿Sabéis la de
pasta que podríais ganar?
—No nos interesa —zanjé con dureza. Consideraba que no
tenía que darle más explicaciones que esa.
—Pero… ¿Habéis hablado con el proveedor? Porque si
vosotros no queréis, podéis pasarme su contacto y hablar yo
con él. Comprendo que os queráis mantener al margen,
pero…
—Nos dijo que no le pasásemos su contacto a nadie —me
inventé.
—¿Y cómo lo conseguiste tú?
—Vino una vez de vacaciones aquí y coincidimos. Son
asiáticos…
Él nos miró como si algo no le encajase.
—Vuelve a pensártelo, Morgan. En un fin de semana,
podríais conseguir un buen pellizco y luego dejarlo.
Su cara de desquiciado me hizo sentir incómodo.
—Me lo voy a pensar… —dije para darme tiempo.
—Hazlo, por Dios… Sería una locura no aprovechar este
tirón, aunque solo sea una semana más.
Nos costó echarlo. Y cuando por fin cerré la puerta, Aitor
preguntó:
—¿Vamos a hacerlo?
—No —respondí con seguridad.
—¿Estás seguro?
—Sí. Ese mundo es venenoso, Tor. Lo hemos hecho por un
motivo muy concreto y ya está muerto y enterrado. ¿Es que
no recordáis todo lo que nos contó Marco cuando lo echaron
de la familia? Estos temas son peliagudos. Hemos jugado
con fuego y no nos hemos quemado. Dejémoslo así…
—Está bien.
Lenny también asintió, e hizo una C con la mano y luego
negó.
—Exacto. También debemos proteger a Charlotte. Ella es
la que sabe cómo fabricar el Moonbow, y si continuamos
con esto, el capitán u otra persona podría querer dar con
ella. Esto ha sido algo temporal. ¿Estamos todos de
acuerdo?
Ambos asintieron. Y ahora que el capitán nos mira con
una cara de ansiedad que me da yuyu, sé que hemos hecho
lo correcto.
—Hola, chicos… Charlotte, vete a atender a esos de ahí —
Señala otra zona de la barra, con intención de mandarla
lejos para hablar.
Ella se va encantada de perdernos de vista, no sin antes
mirarme de forma penetrante.
«Sí, pequeña, tenemos que hablar», le transmito con la
mirada.
En cuanto desaparece, el capitán nos mira esperanzado.
—Decidme que habéis cambiado de opinión…
—No, lo siento. Mis proveedores me han dicho que no
quieren tratar con nadie más. Les he dado tu nombre y tu
teléfono. Te llamarán si cambian de opinión.
—Mierda… —masculla preocupado—. Esto se va a poner
feo…
—¿Por qué? —pregunto inquieto.
—Yo no soy el único interesado en comercializar Moonbow.
Unos tipos chungos me han pedido nombres y no quiero
tener que dar los vuestros, preferiría manteneros al
margen… —dice como si fuésemos estúpidos y no
pilláramos una amenaza encubierta—. Pero si no podéis
darme ningún contacto, terminarán presionándome para
que hable…
Intento disimular mi alucine al percibir su coacción.
Veo que Lenny cierra los puños y Aitor aprieta la
mandíbula. Menos mal que les he dicho que mantuvieran la
boca cerrada durante esta conversación.
Respiro profundamente y hago como que me lo pienso.
—Te diré un nombre, pero no ha salido de nosotros. ¿De
acuerdo?
—¡Hecho! —exclama contento.
—Lo llaman Micho… Es el enlace directo con el que toma
las decisiones de distribución. El tío es griego.
—¿Griego?
—Sí, pero se defiende con el inglés.
—De acuerdo. ¡Gracias!
Nos vamos a nuestra mesa habitual con tranquilidad.
—¿Micho? ¿En serio? —susurra Aitor.
—Calla… —mascullo.
—¿No había otro nombre?
—Que te calles.
—¿Por qué no has usado Señor Smith? Ese nunca falla…
Me paso una mano por el pelo. A veces desearía que
volviera a irse con Marco a España y que lo aguantara él un
ratito.
De pronto, Christopher y sus amigos entran en el pub. Los
que faltaban…
Cualquier excusa es buena para joderme el campeonato,
y cuando se enteró de que el sábado había ido a ver a Freya
cantar al Flamingo le faltó tiempo para venir a cantarme las
cuarenta en las olas del domingo por la tarde.
—Morgan —me llamó a lo lejos.
Venía un ejército de tíos detrás, más cuadrados que los
actores de Pressing Catch, como si fueran a darme de
puñetazos uno detrás de otro. Pero estábamos en mitad de
la playa, con público, jueces, periodistas, publicistas, gente
influyente… no podían hacerme nada. Solo intimidarme. Y ni
eso se les dio bien.
—Hola, Chris —saludé tranquilo—. ¿No te habían
expulsado?
—No vengo por el campeonato, sino a pedirte
explicaciones.
—¿De qué? —me hice el tonto. Pero su vena hinchada del
cuello tenía nombre propio. Freya.
—Te dije que dejaras en paz a mi novia…
Arrugué el ceño.
—No te sigo…
—Ayer te vieron en el Pink Flamingo con ella.
—Fui por mi cuenta y dio la casualidad de que ella estaba
allí.
—¿Por qué hablaste con ella? —dijo amenazante cerca de
mi cara.
—Yo hablo con quien me da la gana —Mantuve mi
posición.
—Te dije lo que ocurriría si no la dejabas en paz…
—No te consideraba un celoso patológico, Chris. ¿Sabe
Freya que estás aquí amenazando a un tío solo por saludarla
en un bar?
—No fue solo eso. ¡La cogiste de la mano! —se encabronó
—. Aléjate de ella, Morgan, si no…
—¿Si no, qué? —pregunté desafiante. No creí que se
atreviera a amenazarme en público.
—Si no, tú y yo, tendremos más que palabras…
—¿Tanto miedo tienes de que te la robe?
—Con tus malas artes, sí.
—Mis artes son espectaculares… —Sonreí lobuno—. Quizá
por eso estás tan acojonado.
—Tú sigue así, Morgan… Luego no te sorprendas si te
metes en problemas —Se fue antes de que los de
salvamento vinieran a echarlo.
—¡El problema lo tienes tú, Chris, y un día te explotará en
la cara!
Cuando dije eso, vi a mi tío Mak entre la gente de brazos
cruzados.
Su gesto serio me asustó. Mak siempre estaba de
cachondeo, pero en ese momento parecía una roca sin
sentimientos analizando la situación fríamente.
No se acercó a mí, pero sabía que en algún momento me
sacaría el tema. ¿Qué quería que hiciera, que me quedara
callado y acobardado?
Era libre de hablar con Freya y me daba igual a quién
pusiera nervioso, ¡solo estábamos hablando! ¿Acaso no
podíamos? ¿Por qué?
Joder… lo que seguía a ese «Porque» me gustaba
demasiado…
Ir a verla fue una decisión de última hora. Escuché por
casualidad a su padre despidiéndose de Dani y diciéndole
que Freya se quedaba en Golden Coast porque cantaba a las
23h en el Pink Flamingo.
La bombilla se me encendió al instante. Tenía que ir.
Christopher ya había vuelto a Byron y seguramente estaría
sola. Era mi oportunidad. Solo por ver la cara que puso
cuando me vio desde el escenario, mereció la pena.
Oírla cantar fue mejor que una mamada. Sobre todo esa
canción en la que entonó que «no se rendiría con nosotros»
mirándome a los ojos. Fue como una señal, porque yo
tampoco pensaba renunciar a ella.
Al terminar, la poca gente que había, aplaudió con ahínco.
¿Por qué no se daba cuenta de lo buena que era?
Se acercó a su amiga para decirle algo y beber un poco de
su copa, y cuando vi que venía hacia mí, empezó a
palpitarme rápido el corazón. No tuve más remedio que
sonreír cuando me miró como si estar allí fuese una
travesura de las nuestras.
—¿Qué diablos haces aquí?
—¡Anda, Freya! ¡Qué casualidad! —contesté con guasa.
—Sí, ya… —Sonrió un poco.
—He escuchado a tu padre decirle a Dani que vendrías
aquí.
—¿Y por qué has venido?
—Para oírte cantar.
—Eso es de locos… —masculló.
—No creo que a nadie se lo parezca. Tienes una voz
increíble.
—Gracias —contestó contrita—. Estoy con Megan —La
señaló.
—Me alegro por ella —pestañeé despacio.
—¿Puedes dejar de hablar como un vampiro?
—¿Qué? —Me reí.
—¡Sí! ¡Estás hablando como Brad Pitt en Entrevista con el
vampiro!
—No la he visto.
—¿No? Es un peliculón. Mi madre la ve una vez al año y yo
me la trago con ella.
—¿Te acuerdas de cuando veíamos películas juntos? —dije
melancólico.
—Sí, tu madre nos hacía palomitas con polvos de queso.
—Los buenos tiempos…
—¿A qué viene todo esto? —preguntó perdiendo la
paciencia.
—¿A qué te refieres?
—¡A esto! —Nos señaló—. A hablarme ahora de repente
después de tantos años… A seguirme hasta aquí. ¿Formo
parte de alguna especie de vendetta contra Christopher?
¿Es eso?
Me dolió que dijera eso. Como si no encontrara otro
motivo. ¿Tan poco se valoraba?
—Chris no tiene nada que ver —remarqué—. ¿Por qué lo
piensas?
—Porque me ha dicho que le has amenazado con…
Arrugué el ceño.
—¿Con qué?
—Con follarme —soltó con valentía. Y juro que ese verbo
en su boca, lejos de enfadarme por la acusación, me excitó.
En mi mente Freya seguía siendo una niña. Alguien que
perdió la virginidad con la vista fija en el techo, aguantando
estoicamente cinco o seis embestidas de un imbécil antes
de que se corriera. Nunca la imaginé siendo sucia en el
sexo… Pero si lo pensaba bien, era la misma niña que una
vez quiso bañarse conmigo desnuda en su piscina.
Tragué saliva al imaginarla desatada. De pronto, ardía en
deseo.
—Yo no he dicho eso —pude formular—. Le he dicho que si
no dejaba de ser tan capullo, te perdería pronto.
—¿Qué te importa a ti si me pierde o no?
—Puede que me importe… —me sinceré.
—¿Por qué? —preguntó casi con miedo.
Nos mantuvimos la mirada durante escasos segundos. Me
sorprendía que hubiéramos llegado tan rápido a ese punto
clave. Pero esto no iba de mí, sino de ella.
—Porque la verdad es que no te merece, Freya.
Ella tragó saliva, afectada por mis palabras.
—Lo que me merezco es poder elegir con quién quiero
estar. No soy una pelota que os podáis pasar entre vosotros,
¿sabes?
—¡Claro que no! —dije avergonzado—. Solo quiero
demostrarte que es un capullo integral, luego ya, tú
decides. ¿Estás muy enamorada de él?
—Esa pregunta es muy personal —susurró abochornada.
—Necesito saber qué nivel de ceguera tienes con él.
Eso la hizo reír. Y me sonó tan bien… A verde-
NuevaZelanda-hielo-menta.
—Chris es un encanto conmigo —dijo ella—. Siempre lo ha
sido. Y es un chico centrado y responsable. Trabaja mucho.
—Vale. Más o menos estás en un 80%. Trabajaremos en
ello…
—¡Lucas! —me riñó como lo hacía antes. Mismo tono. Mi
sonrisa se amplificó al evocarlo—. Deja de bromear, que al
final me buscas un problema…
—¿Soy un problema para ti? —pregunté perspicaz.
Fue una pregunta muy sugerente. Nuestros ojos
aprovecharon para acariciarse durante unos segundos
eternos. Hacía tanto que no nos lo permitíamos que ese
simple hecho ya fue una infidelidad.
Ella apartó la vista, atormentada, como si hubiera llegado
a la misma conclusión que yo.
—Ahora mismo solo eres un recuerdo del pasado… —
musitó.
—No quiero ser solo un recuerdo. Quiero que seamos
amigos.
Nada más decirlo, sentí el vértigo. Ese mismo vértigo que
llevaba acechándome toda la vida con ella. ¿Y si respondía
que no?
—Amigos… —repitió pensativa. Era consciente de que
había muchos troncos mojados sobre nuestra amistad, y eso
no prende por mucho fuego que sientas.
—Pero antes de nada, me gustaría pedirte perdón —
empecé.
—¿Perdón por qué?
—Por el pasado. Por… alejarme de ti. Por obviarte. Por
perderte…
Entonces hizo algo que me sorprendió. Se sentó a mi
mesa, muy cerca de mí y me miró fijamente. Sus ojos tenían
un brillo especial mientras reunía fuerzas para decir:
—¿Por qué lo hiciste?
El dolor que se filtró en su voz me abrumó.
—Bueno, espera… He esperado muchos años para
hacerte esta pregunta. Más bien sería: ¿Por qué dejé de
importarte? Quiero saberlo.
La magnitud de su dolor al decir eso me golpeó como una
bola de demolición. ¿Tanto daño le había hecho? Ella nunca
dejó de importarme, aunque admito que lo intenté con
todas mis fuerzas…
Ser consciente de lo que supuso para ella me hizo posar
una mano sobre la suya.
—No tengo una respuesta fácil —dije con sinceridad—.
Solo puedo decirte que nunca quise hacerte daño… pero ya
veo que te lo hice.
—Lo que más me dolía era pensar que no me echabas de
menos.
Intenté rebuscar en mi interior las respuestas que quería,
pero estaban enterradas muy abajo. En una quietud aislada
que no debía ser perturbada. En el cementerio de la
culpabilidad. Pero no las encontré porque las razones ya no
estaban ahí, solo sus tumbas.
Mi mano abandonó la suya. Sentía que no tenía derecho a
tocarla.
—A cierta edad empecé a sentirme presionado por lo
nuestro —rescaté de mi subconsciente—. Era más fácil para
mí evitarte que enfrentarlo. A los quince, comenzaron mis
problemas familiares, y no podía cargar con ninguno más. Y
tú eras uno de ellos…
—¿Por qué yo era un problema para ti?
—Tenía miedo de que me rechazaras si te pedía salir.
—¿Por qué pensaste que lo haría?
—No lo sé… Era un chaval al que reñían constantemente
por meterme en líos y supongo que no me creía suficiente
para ti.
—Pues te equivocabas… —contestó temblorosa.
Nos miramos de nuevo. No podía creer que nos
hubiéramos confesado todo eso en menos de diez minutos
de conversación a solas.
—¿Por qué no me dijiste nada en aquel armario oscuro? —
lamentó.
—Estaba esperando a que me increparas por mi
comportamiento…
—Y yo esperaba una disculpa por lo que me dijiste cuando
pegaste a Steve…
Cerré los ojos arrepentido.
—Sé que ha pasado mucho tiempo, pero te la ofrezco
ahora —dije mirándola con el corazón en la mano—. Ese
comentario fue imperdonable por mi parte. Lo siento
mucho.
—Acepto tus disculpas… —respondió cohibida—. Bueno…
tengo que irme ya —farfulló nerviosa, poniéndose de pie. No
la culpaba, el rumbo de la conversación se había vuelto
doloroso y peligroso.
—¿Vas a pensarte lo de ser amigos? —pregunté antes de
que se fuera.
Ella titubeó.
—Sí, lo pensaré…
—No sé cómo andas de trabajo, pero estaré toda la
semana por aquí en el campeonato de surf. Si somos
amigos, podrías venir a verme algún día… —lancé el
órdago.
—Lo tendré en cuenta. —Tragó saliva.
Pero al día siguiente, el que apareció por la playa fue su
novio, para montarme el pollo que os he contado antes.
La cosa pintaba mal. Por suerte, esta mañana de jueves,
Freya ha aparecido en Gold Coast. Sola.
Cuando la he visto, me he quedado embobado mirándola.
Juro que la he visto venir a cámara lenta hacia mí. Estaba
tan guapa que dolía mirarla.
—Hola… —ha dicho apocada.
—Eh… ¡Has venido! ¿Estás sola?
—Sí. Te deseo mucha suerte hoy… El mar está un poco
revuelto.
—Gracias…
Ha sido una conversación de mierda, pero la que han
mantenido nuestras miradas ha sido mucho más
interesante. ¡Ha venido!
¿Significaba eso que quería ser mi amiga?
Y ahora lo peliagudo… ¿de verdad podríamos serlo?
Porque me ha visto mirarle los labios y ha tenido que ver
que me moría por besarla.
—Morgan, ¿puedes venir un momento para ver qué
maqueta te gusta más? —Me ha llamado uno de los
publicistas.
—Sí, claro —He mirado a Freya. No quería separarme de
ella—. ¿Te vienes? Me encantaría saber tu opinión
profesional…
—Vale —Ha sonreído.
Nos han hecho pasar donde tenían los equipos
fotográficos y nos han enseñado unas cuantas instantáneas.
—¿Qué te parecen?
—Son geniales… —he musitado al verme en las olas.
—Esta está muy bien —ha dicho Freya señalando una—.
La marca se lee bien, se pueden poner letras arriba y abajo,
y la luz es buena.
—Es en la que estábamos pensando —confiesa el
publicista.
—Pues concuerdo.
—¿Te gusta alguna más? —ha preguntado curioso.
Ella ha observado varias imágenes tan detenidamente
que me he sentido desnudo.
—Esta tiene potencial —ha opinado—. Cambiándole el
color del bañador, y saturando el color del mar en azul
claro, podría valer…
El chico ha sonreído complacido.
—Tienes buen ojo.
—Trabaja en marketing —he señalado—. Por eso la he
traído.
—¿Para quién trabajas? —ha preguntado el chico
interesado.
—Eh, bueno… para varias empresas. Soy freelance.
—¿Estás en LinkedIn? Quizá nos interese tu perfil.
—¡Sí! Puedo pasarte mi currículo si me das un email…
—Claro. A este mismo —Le ha dado una tarjeta personal.
En un evento como este hay que tenerlas a mano. Anotado.
Freya me ha mirado alucinada y después hemos salido de
la carpa.
—¡No me lo puedo creer! —ha gritado exaltada—.
¡Gracias!
Iba a abrazarme, pero se ha frenado. Todavía no
estábamos listos para traspasar la barrera de lo físico. Sería
un shock.
—Me alegro de que hayan visto tu potencial. Por eso te he
dicho que vinieras…
—¡Si no sabías cómo se me daba la publicidad! —Se ha
carcajeado.
—No me hace falta. Es evidente que lo haces todo bien.
—Eso no es verdad. También meto la pata, como todo el
mundo.
—Para mí eres perfecta…
¡Menudo patinazo! Se ha mordido los labios, incómoda.
—Solo tienes una pequeña tara —me he burlado para
quitarle hierro. Y me ha mirado intrigada—. No sabes
reconocer a un amigo cuando lo tienes delante…
Y llamadme loco, pero su forma de sonreír ha denotado
que jamás podremos ser solo amigos.
21
UGLY LOVE
“El amor es una mentira. Te promete el mundo y luego te
destroza el corazón”
Colleen Hoover

—Deja de mirarla, tío —me avisa Aitor.


Pero no puedo. Las vaqueras son mi perdición. Y ese
pantalón corto le queda demasiado bien… por no hablar del
sombrero cowboy y las botas altas. Le haría de todo solo
con esas dos cosas puestas.
Desvío la vista de Charlotte y me centro en Lucas. Está
pendiente de que Christopher y sus amigos acaban de
entrar. Odio el revuelo que arman siempre con las chicas,
más que nada porque Cora suele estar implicada. Y también
Freya.
Las aguas están caldeadas entre Chris y Morgan, y parece
que se chulean a propósito para que les partamos la cara.
Ganas no me faltan. Me apetece una sesión de calabozo…
—Tranquilito… —me advierte Lucas—. Hoy tienes una
misión.
Sí, convencer a Charlotte de que salve el matrimonio de
mis padres.
¡Qué fácil, ¿verdad?!
Sobre todo porque no pienso pedírselo. Me niego.
Suficiente ha hecho ya por nosotros. Y ella ha cobrado solo
desprecio por mi parte.
—Iré a hablar con Charlotte dentro de un rato —informa
Morgan—. Quiero que coja el dinero.
Asiento. Yo NECESITO que coja ese dinero. Se lo debemos.
Es otro de los motivos por los que no puedo pedirle nada
más.
De pronto, suben el volumen de la música y algunas
chicas se suben a la barra. Me fijo en que Charlotte lo hace,
obligada por el capitán, y me dan ganas de ahorcarlo
cuando la mira con lujuria al empezar a moverse un poco.
Me mira cohibida y la indefensión que veo en sus ojos me
pone enfermo, así que aparto la mirada para que no se
sienta aún más observada.
—Qué buena está Charlotte así vestida —barrunta Aitor.
En ese momento, uno de los camareros nos sirve las
bebidas y se la quito de la mano para empezar a beber y no
asesinarlo por decir eso.
—Uy, cuánta sed tienes, primo… —se mofa Aitor.
—Para ya —lo riñe Lucas—. ¿Podrás controlarte mientras
yo voy a hablar con C? Lo último que necesitamos es otra
pelea aquí…
—Seré bueno, papi —dice el diablo en persona.
Aitor siempre ha tenido dos caras, la insufrible y la
inteligente. Y cuando se juntan ambas es realmente
demoledor.
—Ahora vuelvo —Se levanta Lucas. Y rezo. Rezo todo lo
que sé para que haga su magia y la convenza.
Espera a que las chicas terminen su baile y aborda a
Charlotte. Habla con ella durante unos minutos y vuelve con
nosotros.
El cabrón se toma su tiempo para beber antes de
contarnos el veredicto.
—Lo hará —anuncia sin más.
—¡Si es que es un sol! —certifica Aitor embelesado.
Chasqueo los dedos para saber qué han hablado
exactamente.
—Me ha dicho que estará en el restaurante a las dos.
Solo eso. Puta discreción. ¡Empiezo a pensar que le gusta
hacerme sufrir! Saco mi teléfono y escribo un mensaje.
«¿Qué le has dicho exactamente y qué más te ha dicho
ella?».
—Nada. Le he explicado que esto era importante para
nuestra familia en general y que tú no querías pedírselo.
Me muerdo los labios.
«¿Algo más?».
—No. Bueno… Le he dicho que el sábado era tu
cumpleaños, y que daremos una fiesta especial en casa a la
que mucha gente asistirá.
«¿Va a venir?», pregunto esperanzado.
—No cuentes con ello —murmura Aitor como si fuera una
maldita bola del 8.
Miro a Lucas para que me saque de dudas.
—Ha declinado la invitación —musita atribulado—. Lo
siento. Pero todavía puede cambiar de opinión. A ver cómo
va la comida… Igual si la invitas tú directamente, viene.
No vendrá. Va a la comida porque a saber qué carta ha
jugado Lucas, pero a mí no quiere ni verme.
Escribo en el móvil.
«¿Ha aceptado el dinero?».
—Tampoco… Es muy cabezota. No sé a quién me
recuerda…
Palmeo la mesa enfadado y la miro. Vale…, justo me está
mirando.
Carlota sigue a lo suyo y no le quito la vista de encima
para comprobar si me mira unos segundos después. ¡Bingo!
Joder… Dice muy poco de mí que ahora mismo me muera
por acercarme a ella y besarla, ¿verdad?
Es lo único que podría hacer, porque no tengo nada que
decirle. Ya le dije que lo sentía, pero no se me va esta
maldita sensación del pecho.
—Olvídala, primo —aconseja Aitor—. Deberías
emborracharte…
—No, mejor que no beba. No quiero salir de aquí
esposados.
—Qué poca fe…
—Ninguna —repone Lucas.
Pronto llegan nuestros amigos para animar el ambiente. Al
final se unen Cora, Lía y Amber. Esta última se lio con Tom
después de que yo la rechazara varias veces, pero sigue
mirándome como si fuera comestible.
Cora se sienta a mi lado.
—¿Cómo estás? —pregunta apoyando la barbilla en mi
hombro.
Le enseño el pulgar arriba y me lo agarra juguetona con
sus manitas.
Poco a poco ha aprendido a no sobarme tanto. Hubo una
época en la que tenía que frenarla, pero siempre con cariño.
En realidad, me gusta sentirla cerca para poder protegerla
de todo.
Lucas me dijo una vez que mi fijación causaba un efecto
incestuoso en ella y me pidió que la ignorara, pero no puedo
hacerlo. Algo dentro de mí me obliga a querer mantenerla a
salvo a toda costa.
—¿Seguro que estás bien? Pareces inquieto por algo.
Niego con la cabeza. No quiero que piense que estoy
celoso por el numerito porno que acaba de montar con Kali.
Ese tío es escoria. Y no por magrearla de ese modo en
público, sino porque es una mala persona que no tiene
compasión. Y me mata que Carlota pueda pensar lo mismo
de mí.
Bebo, bebo y vuelvo a beber como los putos peces en el
río.
Las chicas vuelven a bailar, cada vez son más las que se
animan víctimas de la inhibición del alcohol. Incluso Freya
sube arrastrada por sus amigas y nadie quiere perderse sus
sensuales movimientos. Pero yo me los pierdo, porque no
puedo apartar la vista de otra persona… Del sinuoso
balanceo de sus caderas y de sus hombros. De su sonrisa
tímida y tentadora.
Por Dios… ¡Creo que alguien ahí arriba quiere acabar
conmigo!
Nuestros ojos coinciden por un momento y esta vez, lejos
de renegar de mí, parecen decir «no sabes lo que te has
perdido, chaval».
El ambiente se va animando cada vez más al ritmo de una
conocida canción country que todas bailan a la vez. Mucha
gente se acerca a la barra para corearlas y bailar también.
Aitor es uno de ellos. Una vez le dije que no me gustaba
Beyoncé y estuvo sin hablarme una semana.
Lucas se acerca a la barra atraído por el show, y sobre
todo, por la luz que desprende Freya, en lo que bautizo
como un extraño ritual de apareamiento especialmente
escenificado para él. Ya no se molesta en disimular su
atracción.
Me pego a él para cubrirle las espaldas porque no me
gusta cómo lo mira Christopher desde que ha llegado.
La canción termina por todo lo alto y la gente vitorea. Las
bailarinas bajan de la tarima y no puedo evitar seguir a
Carlota con la mirada. Está punto de meterse en la barra,
donde Lía está apoyada, y algo parece detenerla en seco.
Algo no, alguien… Kali.
Cruzan un par de frases, y de pronto, ocurre algo muy
extraño. Charlotte coge la bebida de Lía y se la echa a la
cara a Kali con fuerza.
Dejo a Lucas desprotegido y me acerco rápido a donde
está Carlota porque no me fío de la reacción del
energúmeno de Kali, y efectivamente, se lanza contra mi
chica con rabia. Pero antes de que pueda alcanzarla, Lía lo
manda lejos de ella de un empujón. ¡Menos mal!
—¡No me toques, puta gorda! —oigo que clama Kali
enfadado—. ¡Esta chiflada me ha puesto perdido!
Cuando llego a su lado, me interpongo entre ellos justo a
tiempo.
—El que faltaba… —sonríe Kali con falsedad—. Los locos
se juntan, ya lo pillo. Menudo desperdicio, guapa…
—¡¿Cómo puedes ser tan gilipollas?! —grita Charlotte.
—De gili, nada, de polla, un metro. Cuando quieras te la
meto.
Le empujo sin contemplaciones.
—¡Lenny, no! —Me agarra Carlota.
—Uy, que se pone celosón… —Vuelve a mofarse Kali. Está
más borracho que otras veces y veo que no sería una pelea
justa.
—Le diré al capitán que lo eche.
—Que echen a Godzilla, mejor —alega Kali señalando a
Lía.
—¡Eres odioso! —grita mi chica escandalizada. Disfruto de
encerrarla entre mis brazos cuando quiere volver a atacar a
Kali.
—¡¿Qué coño pasa ahora?! —aparece Christopher—. ¿No
puedes dejar de liarla ni un solo día, Lenny?
—¡Ha sido Kali! —lo acusa Lía.
—Qué raro, tú siempre cerca… Kal, deberías dejar que te
la chupe de una vez, para acabar con su agonía —masculla
malicioso.
Los ojos de Charlotte casi se salen de sus órbitas. Al
parecer no conocía la cara B de Christopher, el cabrón sabe
esconderla muy bien, sobre todo delante de Freya. Pero
cuando no está, es otra persona.
Lía, sin embargo, está acostumbra a estos imbéciles
superficiales. La mayor parte del tiempo no le hace falta
oírles para saber con exactitud lo que piensan de ella.
Se escucha el familiar bullicio de otra pelea en la parte
opuesta del local; consecuencias habituales de que las
chicas se disfracen de vaqueras sexis.
Localizo a Lucas y a Aitor cerca del tumulto. Me fijo en que
Lucas desplaza a Freya cuando están a punto de golpearla.
«¿Estás bien?», leo en sus labios al sujetarla.
Su cara de susto y la forma en la que se agarra a Lucas
manifiestan que no ha estado mejor en su puta vida.
—¡¡FREYA!! —ruge Christopher al verlos juntos, y
emprende una carrera hacia ellos bordeando la barra, como
si fuese a descuartizar a Lucas solo por tocarla.
El tío derriba a cualquiera que se interponga en su camino
como si estuviera jugando a los bolos; si no lo detengo, será
un choque de trenes.
Charlotte me mira asustada previendo lo mismo que yo.
Me adentro en la barra, para cruzar en diagonal, y saltar
por encima de ella justo a tiempo para placar a Christopher
antes de que llegue a Lucas. Ni siquiera le ha dado tiempo
de ver quién le ha golpeado. Hay demasiada gente
alrededor.
Lucas lo ve todo y se separa de Freya al instante.
—¡Freya! —brama Christopher levantándose como un
resorte—. ¡¿Estás bien, cariño?!
—¡Sí, tranquilo!
Chris mira a Lucas con odio.
—Vámonos de aquí antes de que venga la policía —dice
acuciante y se la lleva de forma brusca «por su seguridad».
Nótese la ironía.
Ella se ve arrastrada de malas maneras y se gira para
mirar a Lucas.
—Gracias… —parece vocalizar.
Se quedan mirándose como dos cachorros a los que
acaban de separar de su madre y desaparece. ¿Qué hostias
pasa entre estos dos?
—Vámonos nosotros también —me suplica Lucas. Pero me
da miedo dejar a Carlota sola con el loco de Kali en esas
condiciones.
Escribo en mi teléfono.
«Mándale un mensaje a Dani y que vengan a por Kali», le
imploro.
No entiende por qué lo digo, pero lo hace sin preguntar al
ver mi mirada de preocupación.
Al llegar a casa, no estoy tranquilo. Es la una, a Carlota
todavía le quedan un par de horas para salir. Tengo fuertes
tentaciones de volver al pub, pero sé que Lucas no lo
aprobaría…
Cuando mi mente me lleva por derroteros peligrosos,
siempre me ayuda pensar qué haría él. Así es como sé lo
mal que estoy en realidad. Mi «Simon dice» particular suele
llevarle a menudo la contraria a mi instinto kamikaze.
Cojo el teléfono y escribo a C con la esperanza de que me
conteste.
«¿Todo bien por ahí? ¿Kali ya se ha ido?».
Tarda diez minutos en verlo y contestar.
«Sí. Tranquilo, estoy con Aitor».
¿AITOR? ¿El mismo que ha dejado caer que Charlotte
estaba buenísima esta noche? ¿El mismo que se ofreció a
darle una primera vez memorable? Estrujo el teléfono y lo
lanzo contra la pared sin pensar.
¡¡Crash!!
Mierda, ya me he cargado otro…
Como se le ocurra ligársela, no respondo de mí.

Llevo desde las dos menos diez en la puerta de mi


restaurante favorito. Hacía tiempo que no estaba tan
nervioso. No solo por Carlota, sino por estar con mis padres.
Encima, los tres juntos.
Suelo esquivarlos, esa es la verdad. Sus vanos intentos
por curarme siempre me han hecho sufrir. Tengo la creencia
de que no son capaces de encontrarse el uno al otro debido
a la culpabilidad que sienten por mí, y si, por un momento,
se permitieran pensar que estoy mejorando, quizá ellos
también lo harían. Juntos.
Cuando veo llegar a Carlota con su coche y aparcar, se
me acelera el corazón. ¿Cómo puede llevar tantos años
cerca de mí y no haberme fijado antes en ella?
Lleva una falda larga de flores blancas y negras con una
camiseta sin mangas negra. El pelo recogido y gafas de sol.
Está impresionante. Parece una estrella de cine con resaca.
—Hola —saluda con cierta indiferencia, subiéndose las
gafas al pelo.
Su expresión no es la de siempre, es más dura, dejando
claro que la Charlotte amigable, solo reservada para gente
que le cae bien, se ha quedado en casa.
Alzo la mano y luego las junto para darle las gracias por
venir.
—Lo hago por tus padres —expone ella.
Vuelvo a repetir el gesto y ella evita mi mirada
arrepentida.
«Están a punto de llegar», escribo en mi teléfono.
—Bien…
Mi necesidad por tocarla es tan grande que me lanzo a la
piscina.
«Estaría bien que nos encontraran acaramelados»,
sugiero. Ella me mira extrañada y destapa mi farol.
—¿Desde cuándo tú eres así?
Muy cierto. Y me gustaría contestarle: «desde que siento
que esta es la última vez que podré sentirte cerca». Sin
embargo, escribo:
«De eso se trata, de hacerles pensar que tú me has
cambiado».
—El amor no cambia a las personas, solo los devuelve a
su ser original. Las mentiras que se cuenta la gente para
ocultar la verdad, eso es lo que hay que cambiar.
Tiene tanta razón que mando a mis mentiras lejos y a mis
ganas de ella más cerca, arrimándola a mí sin
contemplaciones.
Ella se sobresalta al encontrarse de pronto a cinco
centímetros de mi cara.
—¿Ya están aquí? ¿Los ves? —susurra con disimulo.
Sonrío porque no tengo ni idea de si andan cerca o no,
pero asiento para que se relaje.
Sondeo sus ojos y me deja ver de nuevo a su verdadero
yo. Echaba tanto de menos esa vulnerabilidad que acaricio
su mejilla y le abro lentamente la boca con el pulgar para
rozar la silueta de sus labios. Carlota nunca lo admitiría,
pero en mis manos se vuelve una marioneta con las
terminaciones nerviosas a flor de piel.
No puedo más y encajo nuestras bocas como un auténtico
lunático. Seguro que a Lucas le parecería un egoísta
manipulador, pero él no tiene mi necesidad acuciante por
saborearla.
Sentir que se derrite en mis labios es la mejor sensación
del mundo.
Poco después, alguien carraspea y maldigo mentalmente.
Giro la cabeza y veo a mi padre. Está solo.
Carlota sale del trance como puede y reacciona.
—¡Hola! —exclama algo avergonzada. Y puede que un
poco enfadada por ceder a mis caprichos. Yo no puedo estar
más contento.
—Hola… —contesta mi padre mirándonos enigmático.
Odio que haga eso. Es analítico de nacimiento. Siempre
tratando de leer algo en mis ojos, en mis gestos, o en la
ropa que he elegido. No sabe dejarse al geo que lleva
dentro en casa. Su mente es incansable. Solo se pone en
blanco cuando… —Mi padre desvía la vista hacia la lejanía y
se le dilatan las pupilas al máximo— cuando ve a mi madre.
A veces me sorprende cuánto se parece a Cora; en una
versión adulta y algo más melancólica.
La abrazo con cuidado cuando llega, como suelo hacer
desde que casi la pierdo. Ella me sonríe con dulzura y se le
corta un poco la respiración cuando ve a mi padre. ¿Por qué
no están juntos si se provocan esto?
Tras los saludos iniciales, entramos en el restaurante.
Observo a Carlota embelesado mientras parlotea con mis
padres sobre su trabajo en el AIMS, la universidad, su vida
en España y sobre todo, cuando admite que ya me había
echado el ojo desde detrás de la barra del Capitán Nemo.
¿Será cierto?
Aprovecho para sacar un tema nostálgico.
«¿Sabías que ese pub lo construyeron mis padres?», le
muestro.
—¡¿No me digas?! ¡Si todavía lo tuvierais, trabajaría para
vosotros! ¿Por qué lo traspasasteis?
Ambos desvían la mirada. Pero es mi padre quien
contesta:
—Después del allanamiento no teníamos la cabeza para
nada…
El ambiente se tensa a pasos agigantados. ¡Mierda! ¡No
quería sacar ese tema por nada del mundo! Solo pensarlo
me pone enfermo.
De pronto, se escucha el sonido de una explosión y me
pongo de pie de un salto. A la vez, mi padre se abalanza
sobre mi madre, con una mano en su tripa y Carlota nos
mira alucinada cuando nos damos cuenta de que solo ha
sido el tapón de una botella de champán.
La vergüenza me aprisiona y necesito desaparecer.
—Perdona… —musita mi padre abochornado por el gesto
protector hacia mi madre. Al dejar de tocarla, ella le mira
con un cariño especial.
—No pasa nada… —susurra agradecida.
Al menos ha salido algo bueno de mi principio de infarto.
Gesticulo para informar de que voy al baño. No puedo ni
mirar a la cara a Charlotte. Es demasiado lista.
Ahora sabe que fue un allanamiento.
Sabe que mi madre salió herida. En su tripa
concretamente…
Y ha visto que a mí me asustan las explosiones.
No tardará ni medio segundo en sumar dos y dos. Y
cuando lo haga… tendré que confesarle que soy un asesino.
22
EL RETRATO DE DORIAN GRAY
“Es la confesión, no el sacerdote, quien da la absolución”
Oscar Wilde

Me mojo la cara y me miro al espejo. Mi corazón sigue


desbocado por un puto tapón de corcho.
Es lo que pasa cuando con diez años empuñas un arma y
disparas, que no te esperas el estallido, el retroceso, el
sonido atroz que atraviesa tus tímpanos dejándote sordo. Y
mucho menos, te esperas ver sangre. Mucha sangre. Y a tu
madre en el suelo junto a su agresor.
—¡¡ANIII!! —gritó mi padre. Pero lo oí más bajo de lo
normal.
La separó de su asaltante y presionó la herida.
—¡No, no, no…! —maldijo en voz baja.
Cuando me miró, con la cara desencajada, el miedo que vi
en sus ojos hizo que la pistola se me cayera de la mano.
—¡Lenny, ve a por mi móvil! ¡DATE PRISA! ¡Llama al tío
Mak!
Me costó moverme. No quería dejar de oír lo que le decía
mi madre.
—Vamos, pequeña, aguanta… Todo va a ir bien. Eres
fuerte…
—El bebé… —la escuché balbucear.
—No hables. Tranquila. Respira, por favor… Sigue
respirando…
Encontré el teléfono en la mesilla de noche y seleccioné a
Mak en Favoritos.
Me lo puse en la oreja, pero no oía nada.
—¿Luk…? ¿Luk? —escuché muy bajito—. ¿Ocurre algo…?
No fui capaz de contestar. No quería contarle lo que había
hecho.
Volví al salón y vi que mi padre vociferaba algo. En ese
momento todavía tenía la esperanza de que todo fuese una
maldita pesadilla.
Fue una de esas noches en las que llevaba un rato
intentando dormirme en diferentes posturas, y entonces
escuché unas voces.
—¡Por favor, espera! ¡Hablemos! —oí que decía mi padre
nervioso.
—Aquí las órdenes las doy yo —contestó otra voz
masculina—. Levantaos y caminad hasta el salón. Ni se te
ocurra hacer nada extraño, listillo, o disparo a bocajarro.
Los escuché andar por el pasillo y también a mi madre
llorando bajito.
—¿Pensabas que podías salirte con la tuya, madero de
mierda? —dijo el hombre desabrido—. ¿Que podías jubilarte
anticipadamente en un paraje tropical con un pibonazo,
después del destrozo que dejaste?
—Lleguemos a un acuerdo. Dime qué quieres y te lo daré.
—¡Me debes una vida…! Y creo que voy a empezar a
disfrutar de la tuya en este mismo momento…
Mi madre chilló cuando la cogió por el pelo y la dobló con
violencia sobre la isla de la cocina. Solo llevaba una
camiseta grande y ancha de mi padre que le quedaba larga,
y al someterla, su tanga quedó al descubierto.
Ella se resistió y él quiso impedirlo, pero aquel hombre
empuñó su pistola a un palmo de la cara de mi padre.
—No des un paso más o aprieto el gatillo —amenazó—. Y
tú, putita, abre las piernas si no quieres que lo salpique todo
con sus sesos y después te mate a ti.
Al escuchar eso, pensé en la pistola que guardaba mi
padre en su lugar secreto. Si la tuviera, quizá podría
amenazar al hombre malo con ella.
Fui a cogerla, sigiloso, y la cargué, igual que hacía en el
juego de Call of Duty.
—¡Luk, no! —oí gritar a mi madre. Mi padre rugió. Parecía
a punto de hacer una locura y saltar sobre el malo.
—¡Retrocede, cabrón! —le espetó—. O perderás la vida y
se la meteré igualmente contigo muerto en el suelo.
Se había desabrochado el pantalón y las bragas de mi
madre habían desaparecido. Estaba seguro de que mi padre
no podría controlarse mucho más y temí que en cualquier
momento le disparara.
—Tranquilo, Ayala… Con lo buena que está, será muy
rápido, lo prometo, y luego hablaremos de
compensaciones…
Vi a aquel hombre pegarse más a la espalda de mi madre
y supe que mi padre no iba a permitir que la violara, así que
alcé la pistola y disparé.
Hay que ver cómo puede cambiar la vida en un segundo…
A partir del estruendo, todo ocurrió a cámara lenta. Mi
padre saltó sobre el asaltante sin pensar y le arrebató el
arma, después le dio un golpe en la cara que lo dejó
inconsciente, todo en un silencio inusitado porque yo había
dejado de oír. Solo escuchaba un pitido molesto en el oído
izquierdo. Arrastré lesiones auditivas durante mucho
tiempo. No dejé de oír del todo, pero lo escuchaba muy
bajo, no obstante, leí los labios de mi padre al decir «¡Busca
mi móvil!», y logré llevarle el terminal.
—¡Mak, nos han atacado! ¡Ani está herida! ¡Llama a una
ambulancia y ven rápido, por favor! —barbotó acelerado.
Cuando me arrodillé junto a mi madre, me asusté mucho
al verla cubierta de sangre. No entendía nada. ¡Yo había
disparado al malo!, que yacía en el suelo inmóvil, como
dormido.
Mi madre me miró con lágrimas en los ojos. Estaba rígida
y temblaba de frío. Recuerdo verla perder el conocimiento y
pensar que acababa de morirse.
Quise gritar, como lo estaba haciendo mi padre. Pero yo
no podía.
—¡Ani! ¡Despierta, despierta…! ¡No te vayas!
El sufrimiento de mi padre me impactó muchísimo,
siempre lo había visto como alguien fuerte y confiado, y me
sentí más desprotegido que en toda mi vida. Estaba seguro
de que iban a castigarme por coger el arma y disparar a mi
madre. Pero hicieron algo peor. Dejaron de quererme. Y de
quererse entre ellos.
Pasaba el tiempo con Lía y Cora, sumido en mi
arrepentimiento. Esta última dormía abrazada a mí porque
su madre le había dicho que me cuidara.
Me preguntaban sin cesar qué había ocurrido
exactamente y si estaba bien. La policía me obligó a recrear
mis pasos. Un montón de médicos hablaron conmigo y se
dieron cuenta de mi traumatismo acústico. Eso provocó que
me aislara del mundo. Y cuando recuperé el oído, fingí que
no lo había hecho. Estaba cómodo en esa paz. Las veces
que estuve a punto de hablar también estuve a punto de
perder los nervios. Tendía a llorar, a golpearme la cabeza
contra el suelo o a pelearme con alguien porque la culpa de
lo que había hecho me quemaba.
Mi madre sobrevivió; mi hermano no nato no tuvo tanta
suerte… Acababan de decirnos el sexo la semana anterior y
me habían dejado elegir el nombre. Neo, como el de Matrix.
Pero él no pudo esquivar esa bala como hacía el
protagonista de la película…

Me seco la cara y resoplo angustiado.


Vuelvo a la mesa y el panorama que me encuentro es
muy distinto al que había cuando me he ido.
—¡Entonces sostuvo el conejo en alto y dijo: ¿Cuándo nos
lo comemos?! —Mi padre rompe a reír y mi madre lo
acompaña. Carlota me mira sibilina con un «De nada» en la
mirada.
«Gracias, joder…», intento transmitirle. Parece haber
nacido para hacer que se nos olviden las cosas malas.
Hago un gesto para preguntar de qué hablan.
—De tu octavo cumpleaños, cuando te regalamos a
Chispita y te lo querías comer al ajillo a la primera de
cambio.
Vuelven a reírse y yo sonrío de medio lado.
«Me encanta el conejo», escribo para que lo lean todos.
«Ya lo sabes…», añado solo para Carlota.
Su sonrojo sí que me divierte.
—Hijo —empieza mi madre—. Sé que por la noche vais a
hacer una gran fiesta por tu cumpleaños, pero ¿por qué no
has invitado a Charlotte a la comida familiar?
Nos miramos cohibidos. ¿De qué van? Vale que estamos
fingiendo, pero si esto fuera real sería un poco pronto para
meterla en casa.
Escribo en mi móvil.
«Llevamos por tiempo, no la agobiéis», lee mi padre.
—Que lo decida ella. ¿Charlotte, quieres venir a mediodía
a la comida familiar? Después iremos todos juntos a ver el
campeonato.
—¿Dónde es? —pregunta ella.
—En casa de Kai —aclara mi padre—. En las nuestras no
cabemos todos. La casa de Kai y Mía es como nuestro
centro neurálgico. A mí me encantaría que vinieras, la
verdad —Y su tono suplicante se capta.
Miro a Carlota transmitiéndole que no está obligada y ella
se lo piensa.
—De acuerdo. Iré…
—¡Bien! —exclaman mis padres y se miran risueños. Y no
puedo explicar cómo me siento. Es como llorar por dentro.
Pero de alegría.
No puedo evitar acariciar la mano que Carlota tiene
encima de la mesa, como agradecimiento, y entrelazar mis
dedos con los suyos. Puedo sentir la emoción que nos
recorre al imaginar lo que sentirían nuestros cuerpos al
mezclarse de la misma forma desnudos.
—Me alegra veros tan bien… —comenta mi madre
ilusionada.
Pero yo sí que me alegro de verla así a ella y me pregunto
si Lucas no tiene razón al decir que podría intentarlo en
serio con Charlotte. En momentos así lo creo de verdad,
pero duran muy poco. Tarde o temprano, todos mis
problemas mentales salen a relucir.
Al finalizar, pedimos la cuenta y salimos del restaurante.
—Bueno… —empieza mi madre. Nos besa a Charlotte y a
mí, y cuando llega a mi padre y hace el amago de querer
despedirse de él sin saber cómo, el corazón me da un
vuelco. Y creo que a mi padre otro, porque se sorprende y
se deja besar en la mejilla, extasiado.
—Hasta mañana… —musita aturdido.
Mi madre huye ruborizada con un movimiento patentado
que yo he heredado y no podemos evitar mirar al alelado de
mi padre con picardía.
—¡Qué! —se queja azorado.
—Nada, nada… —sonríe Carlota—. Ha sido una comida
estupenda.
—Tú sí que eres estupenda —Le besa la mano—. Divertíos,
chicos. Nos vemos mañana. Yo tengo cosas que hacer… —
Se va veloz, hacia el mismo lugar por donde ha
desaparecido mi madre, imagino que para alcanzarla.
¡Guau!
Charlotte y yo nos miramos con una sonrisa. Le hago el
signo de darle las gracias.
—No ha sido nada… —dice enternecida—. Lo siento, no he
podido declinar la invitación de la comida de cumpleaños,
estaban tan felices. Pero la semana que viene tendrás que
decirles que hemos roto.
No asiento porque no pienso cortar con ella. Así que la
miro fijamente y escribo.
«Confío en que la reconciliación sea este fin de semana».
—Ojalá —musita soñadora. Luego mira alrededor con
ansiedad—. Bueno, yo me marcho…
La cojo de la mano para que espere un momento y me
mira con esos ojazos verdes que ahora mismo podrían
ponerme de rodillas. Al principio pensaba que eran color
miel, pero dependiendo de la luz son claramente verdes.
Quiero decirle un montón de cosas, pero no me apetece
escribirlas, y creo que pueden resumirse muy bien con un
abrazo.
La estrecho con fuerza y ella se queda muy quieta, como
ha hecho mi padre con mi madre. Es lo que ocurre cuando
una persona tan arisca y complicada como nosotros
demuestra cariño, que el gesto vale por tres.
Cuando por fin posa sus manos sobre mí, deseo que no
me suelte nunca. Ya no puedo controlar mis sentimientos.
¡Quiero estar con ella!
No sé cómo transmitirle lo que significa para mí, hace
mucho que perdí las palabras, pero cuando intenta
separarse de mi amarre, la retengo contra mi cuerpo. Quizá
no pueda hablar, pero sigo teniendo boca.
Acuno su cara con delicadeza y provoco que nuestros
labios se encuentren. La beso despacio, con toda la ternura
de la que soy capaz, y puedo sentir cómo la adrenalina
surca nuestras venas al unísono. Es un subidón sin igual.
Pero de pronto me frena y deja de besarme.
—Lenny… —susurra incómoda.
No, por favor, Dios… no me quites las cosas bonitas que
tengo.
Vuelvo a besarla con desesperación y ella me corresponde
de forma magistral, demostrando que también siente algo
importante por mí.
—Lenny… —se detiene de nuevo—. Tenemos que hablar.
Yo no…
Me rindo y la llevo hasta un banco en el que podré usar el
móvil.
«Yo no quiero cortar», escribo sin más. Y parece alucinada
al leerlo.
—Si es por tus padres, tranquilo, haré lo que haga falta
para…
Cierro los ojos, torturado. Piensa que lo digo para que me
ayude.
Vuelvo a escribir. Tampoco es que sea un puto
Shakespeare…
«Me he portado muy mal contigo y sé que te va a costar
creerme, pero me gustas de verdad».
—No ha cambiado nada desde el fin de semana pasado…
—musita.
«Estaba hecho un lío y no quería admitir lo que siento por
ti. Pero quiero estar contigo».
Nos miramos y percibo que la tengo casi convencida.
Acaricio su mano y su mirada se ablanda. Cuando veo que
se humedece los labios, me lo tomo como una invitación
perfecta para encajar nuestras bocas.
Este es mi idioma. Hablar no tiene sentido, rozar nuestras
lenguas dice muchísimo más. ¿Qué significa que quiera
hacerlo durante horas?
—Para, por favor… —gime excitada—. No quiero que me
nubles el juicio con sexo. Tenías razón… Yo necesito más. Al
principio era solo atracción física. Si me hubieras follado
contra esa valla en el festival, hubiera podido soportar tu
abandono, pero cada día vas calando más hondo en mí y…
La señalo y luego a mi pecho. Todo sin soltar su mano. «Y
tú a mí».
—Ya no me basta con tener tu cuerpo, también quiero tu
corazón.
Levanto un ceja. ¿Ese vertedero?
«¿Qué quieres exactamente de mí?», escribo.
—Tu confianza. Solo así podré alcanzarte cuando huyas en
dirección contraria. Porque sé que lo harás…
Me gustaría decirle que yo suelo huir de conversaciones
como esta, pero parece una condición indispensable para
estar con ella y me quedo.
«Yo confío en ti», tecleo.
—Entonces cuéntame lo que ocurrió la noche del
allanamiento —me pide solemne.
Uf. Eso no… ¡Lo que quieras, menos eso!
Niego con la cabeza. No quiero que piense lo peor de mí.
Que me vea como yo me veo…
—Tus padres han dado por hecho que lo sabía… —señala
—. Y cuando te has ido al baño…
Me levanto de golpe. No quiero oírlo.
No quiero saber qué le han dicho o lo que sabe.
—¡Lenny! —me sigue—. No soy tonta, puedo
imaginármelo, pero quiero que me lo cuentes tú. Quiero
saber por qué te culpas…
Huyo de esa pregunta. Y cada paso que doy lejos de su
boca es una puñalada en mi corazón.
Ella me alcanza para frenarme.
—Toda la gente que te quiere sabe lo que pasó. Si quieres
que me crea que sientes algo especial por mí, si quieres
estar conmigo, necesito que me lo cuentes…
Vuelvo a negar con la cabeza y los ojos se me
humedecen. ¿Por qué me hace esto? ¿No se da cuenta de
que roto no sirvo para nada?
Ver cómo su mirada va perdiendo la esperanza es
desolador.
—¡Más o menos ya lo sé! —solloza—. Confía en mí, por
favor…
Vuelvo a negar. Si Charlotte descubre lo peor de mi vida,
la luz con la que me mira se apagará para siempre. Será
como perderla.
Tecleo en el móvil.
«Lo siento. No puedo».
Sus ojos amenazan llanto.
—Yo también lo siento… Lo nuestro podría haber sido muy
especial.
Intento besarla para demostrarle que ya lo es, pero se
aparta.
—No voy a conformarme con ser una más de tus
conquistas… Ya no.
23
VAS A SER MÍA
“Si un ser vivo no valora su existencia,
está abocado al fracaso”
Anny Peterson

Suena el despertador y maldigo que se avecine otro


sábado matador. Tenía que haber cogido el maldito dinero
del Moonbow para dejar de trabajar en el Capitán Nemo.
Aun sin él, mi madre me lo sugirió ayer.
—¡Así podrás concentrarte en los exámenes finales! Luego
te tomas el verano libre y en septiembre empiezas a
trabajar en nómina en el AIMS. Dani está deseando hacerte
un contrato en condiciones.
—Lo pensaré —respondí.
Pero ayer era ayer y hoy es hoy.
Ayer Lenny me besó como si fuera lo único que le
importara en la vida y hoy mi mundo apesta porque volvió a
demostrarme que no soy lo suficientemente buena para
dejarme entrar en su interior.
Me rindo. Ya está… Estoy harta de que me haga sentir
mal.
Deseo que le vaya bien y todo eso. Algún día hará muy
feliz a una chica… después de hacer muy rico a algún
psicólogo.
Debería aceptar la oferta de Aitor. Y no me refiero a la de
poner celoso a Lenny haciéndole pensar que voy a perder
mi virginidad con él, sino a hacerlo de verdad. ¿Por qué no?
Lo adoro. Y adoro nuestras conversaciones picantes.
—¿Harías eso por mí? —Sonreí cuando Lenny y Morgan se
fueron del bar Coyote tras la pelea. Aitor se quedó conmigo.
No sé si para vigilarme o porque es el ser más morboso de
la tierra. Puede que las dos cosas, porque su dualidad con la
responsabilidad me tiene muy sorprendida.
—¿Poner celoso a Lenny? ¡Pues claro que lo haría! Por ti
aguantaría todos los puñetazos que quisiera darme, sobre
todo si lo compensas con caricias…
—Dime una cosa, ¿alguna vez hablas en serio?
—Alguna que otra. —Sonrió enigmático.
—Aitor…
—¡Ahora hablo en serio! Te debemos mucho, Char, pero
también lo haría por él. Desde que volví a Australia no he
hecho otra cosa que intentar que Lenny espabile… Me
gustaría centrarme en mis cosas, pero siento que él no
avanza y me preocupa. Está a punto de terminar la
universidad y no podemos seguir siendo sus niñeras.
—¿Y tu plan es que lo sea yo?
Hizo una mueca chistosa.
—Pretendo que sea feliz. ¡Que se lo permita! Porque hace
mucho que no lo es. Por no permitirse, no se permite ni
hablar… Estoy harto de eso.
—Yo creo que algún día hablará —me aventuré.
—Sí, cuando no le quede más remedio… Pero igual hay
que ayudarle un poco. Ya no sé que pensar… —El Aitor serio
y confidente me gustaba tanto o más que el fiestero y
socarrón.
—Has dicho que has vuelto a Australia, ¿dónde estabas?
—Estudiando en Oxford.
—¡Caramba!
—No alucines. En realidad, fue un castigo. La lie un poco
parda en mi segundo año de carrera aquí y mis padres me
mandaron fuera…
—¿Parda, cuánto?
—Tanto como casarme por despecho…
Mis ojos se abrieron como platos y él movió la mano
quitándole importancia.
—Olvídalo. El caso está cerrado. No me apetece revivirlo.
—¿Quién era ella? Bueno… ¿fue con una chica?
—Buena pregunta. —Subió las cejas vacilón.
—Odio que siempre me dejes a medias.
—Solo en las conversaciones, nena… —Me guiñó un ojo.
Nos reímos y le serví otra copa para que olvidase lo que
fuera que hubiera recordado, porque se le había cambiado
la cara. ¿Ponía divorciado en su estado civil?
—¿Qué estudiaste?
—Ciencias Sociales y Humanidades.
Eso tenía mucho sentido con su forma de hablar y de
sentir. Con la seria, al menos. Escondía un fondo muy
interesante debajo de todo ese cachondeo y brilli brilli.
Empezaba a vislumbrarlo.
—Lenny me ha escrito —le comuniqué al consultar mi
móvil—. Está preocupado por mí.
—Dile que no lo haga, que estás con Desvirgator —sonrió
tunante.
Qué tío… Sólo él era capaz de protegerme y ponerle
celoso a la vez.
Era un buen plan el de los celos, pero hoy lo veo todo de
otra forma.
Quizá Lenny quiera follarme, pero no quiere que sea su
novia. Una de verdad. Parte de su vida. Él tenía razón desde
el principio. Me follará, me enamoraré de él y luego me
dejará y me enfadaré. Así que mejor ni me planteo meterme
en ese berenjenal.
Lo de tener que ir a su cumpleaños me toca bastante la
moral, pero lo haré por Luk y Ani. Se merecen ser felices
después de tanto tiempo.
Me estiro. Es tarde. He dormido un montón. Pero me da
tiempo a ducharme tranquilamente y a lavarme el pelo
antes de dirigirme a la mansión Morgan. Tampoco voy a ir
superarreglada… Pantalón blanco, blusa de rayas azules y
blancas y zapatos rojos con bolso a juego que pretendo
robarle a mi madre porque soy un desastre.
En lo único que me tomo mi tiempo es en el pelo. Lo
llevaré suelto.
Vuelvo a rasurarme contra mi voluntad; nadie te advierte
de lo que pica en cuanto empieza a crecer y paso de tener
la necesidad de rascarme en un día como hoy. Con la suerte
que tengo, me pillarán: Lenny, sus padres y hasta el cura
del pueblo.
Me doy el último toque mágico antes de salir de casa
aplicándome un pintalabios rojo permanente que me
regalaron mis amigas que nunca he usado. Iba a escribirles
el otro día para decirles que CASI pierdo la virginidad por
cuarta vez, pero no quería escuchar sus carcajadas desde
aquí. Pronto les escribiré, y será para contarles que la
maldición se ha roto junto con mi himen.
No usaré a Aitor porque echaría de menos su nariz
perfecta. Pero lo haré con cualquiera que se me ponga a tiro
esta noche en la fiesta. Se acabó el problema.
Salgo a la calle y reviso el móvil para ver si Lenny me ha
escrito algo más, aparte de su último mensaje «Te recojo a
la 13.30h».
Antes de eso me preguntó: «¿Vas a venir al
cumpleaños?». Me di un par de horas para contestarle.
Ahora soy malota. Pero al final, tras mucho pensarlo, le puse
que sí. Soy una blanda, pero mucha gente dice que ese es
precisamente mi punto fuerte.
Y Lenny, otra cosa no, pero puntual es un rato, y lo
certifico cuando la pickup roja aparece por mi calle.
Estoy orgullosa de mí porque ya no tengo escalofríos al
verla. Los Morgan me han hecho más dura. En algo se tiene
que notar que he sido narco.
Se detiene frente a mí y me monto sin inspirar hondo. ¡Ole
yo!
—Hola —formulo sin apenas mirarle. Es lo mejor. Por que
lo poco que he visto me ha producido una descarga en la
entrepierna. Pantalón corto blanco y camisa remangada a
rayas blancas y azules. Genial…, parecemos siameses. Lo
que me ha perturbado es que lleva hasta tres botones
desabrochados y pueden verse un par de cadenas largas
colgadas de su cuello. Deberían prohibírselas a los
cabrones…
Pasamos diez minutos en silencio. ¿Así de aburrido es ser
él? Enciendo la radio y siento que me mira. En un semáforo
coge el móvil y escribe. Pero no hago ademán de mirarlo. Él
tampoco insiste.
Cuando llegamos a la casa, mi propio mutismo me asfixia.
¿Cómo puede vivir tan pendiente de estar callado todo el
tiempo? Es agotador.
Al apearnos del vehículo delante de la casa, veo que Freya
está cruzando el jardín de al lado. Parece que va arreglada
para ir a algún sitio a comer.
—¡Hola! —la saludo jovial.
—Hola —Sonríe—. Feliz cumpleaños, Lenny.
Él hace un gesto con la cabeza.
—¿Te vas a comer por ahí? —cotilleo.
—Sí. Como con mi familia en Golden Coast. Por la tarde
quieren ver la semifinal del campeonato de surf.
—¡Pues no vemos allí!
De pronto, Lenny le enseña el móvil y ella hace un gesto
agridulce.
—Me encantaría, pero no puedo ir a tu fiesta. Christopher
tiene una en otro sitio y voy a acompañarle.
—Qué pena —opino de corazón—. La de Lenny va a estar
bien, ¡es de neón y transparencias!
—Qué guay. Seguro que lo pasáis genial… Bueno, tengo
que irme.
—Nos vemos.
Antes de que podamos llamar al timbre, la puerta de la
casa se abre y aparece Morgan con prisa.
—¡Freya! —la llama como si estuviera esperando a que
saliera de su casa para abordarla. Pasa por nuestro lado y
va a su encuentro.
Optamos por no quedarnos mirando y nos adentramos en
la casa.
—Bienvenidos —saluda Kai al vernos. Y no pierde detalle
de que su hijo está hablando con Freya al entornar la puerta
—. Feliz cumpleaños, chaval… —Espachurra a Lenny con un
brazo—. Pasad, ¿qué quieres beber?
Qué buena idea, joder.
—¿Qué hay que lleve alcohol? —pregunto ansiosa. Lenny
me mira extrañado, pero Kai sonríe.
—Me gusta cómo piensas. ¡Tenemos de todo!
—Algo dulce.
—¿Un tinto de verano?
—¡Me vale!
—Seguidme —ordena yendo hacia el jardín.
Nunca había visto esta zona y me parece espectacular.
Enorme, lujosa, con una piscina y varios sofás donde
aguardan el resto de los invitados. Uf…
—¡Familia, mirad quién ha llegado, el cumpleañero y su
novia!
—¡HOLA! —gritan todos a la vez—. ¡Felicidades! ¡Feliz
cumpleaños!
Nos quedamos pasmados cuando vienen todos a
abrazarnos como si fuera la hora del abrazo de los Trolls.
Miro a Lenny al borde del colapso, transmitiéndole que esto
se nos ha ido de las manos y que más vale que vayamos
preparando el terreno para cortar ya. Porque el próximo
sábado son capaces de esperarnos con un caminito de
pétalos para realizar una ceremonia civil en el jardín.
—Luz, esta es Charlotte —nos presenta Lía—. La que el
otro día le echó la bebida por encima a Kali cuando se metió
conmigo.
—¿Eres tú? Ya me caes bien.
—Eh… Bueno, yo… —balbuceo mirando a sus padres. Dos
morenazos guapísimos, los artífices de haber fabricado
semejante afrodita. Porque madre mía… ¡Qué guapa es!
—Luz es modelo —explica Lía—. No vayas a pensar que es
una persona normal, de las que sudan y se tiran pedos.
—¡Sí que me tiro pedos! —Se ríe—. El próximo lo capturo
en un bote y te lo regalo para tu cumpleaños.
Las dos se parten de risa y yo con ellas. ¡Son la caña! Me
recuerdan a mis amigas de Madrid.
—Esta es de las nuestras —Me constriñe con un brazo Lía
—. Te lo digo yo. La puta ama…
—Para aguantar a Lenny tiene que serlo —barrunta Aitor,
acercándose a mí. Me da un abrazo estratosférico, que dura
demasiado, y prefiero no verle la cara a Lenny cuando me
suelta—. Es la mejor. De hecho, estoy pensando en
robársela a mi primo…
Me guiña un ojo de follador implacable y se aleja. Sonrío
avergonzada. Los padres de Lenny también me abrazan con
cariño y empiezo a sentirme mal de verdad. ¡Por favor, que
se líen pronto!
Dos personas que se hacen el mismo tatuaje en el
antebrazo deben terminar juntas. Por favor y Gracias.
Nos dejan un hueco en el sofá para que nos sentemos y
siguen charlando como si nada.
Morgan aparece y se une a las risas. Quitando el roce
entre su padre y él, son una familia muy bien avenida. Me
parto de risa con Mak, ¡es un cachondo!, y obliga al resto a
mimetizarse con sus bromas. Desde luego, conmigo
funciona.
—Cuéntanos, Charlotte, ¿Lenny es capaz de ponerse
romántico o es tan duro como parece? —bromea Mak.
—Lenny está duro todo el tiempo… —contesto sincera. Y
todos explotan de risa. Entonces me doy cuenta de lo que
he dicho y me muero de vergüenza. ¡Me refería a su
carácter, no a su…!
—¡Damos fe! —ríe Aitor. Morgan se descojona de risa.
El único que no se ríe ya sabéis quién es. Y yo me pongo
roja. El martirio solo acaba de empezar.
—¡Cuéntanos más, Charlotte! —increpa Aitor.
—Tú cállate, no vaya a empezar yo a hablar de ti… —
mascullo.
—¿Qué chismes sabes sobre Aitor? —pregunta Mak
divertido.
—Nada, nada…
—¡Yo quiero saberlo! ¡Y yo! —Se escuchan opiniones.
—¡Vamos, habla! —me instiga Mak.
—Si te refieres a mis aventuras amorosas con la fruta, lo
sabe todo el mundo —dice Aitor tan pacho.
—De hecho, nos obligó a dejar de comer fruta en esta
casa —añade su madre asqueada. Y todos se mueren de
risa y hacen bromas.
Aitor se acerca a Lenny y susurra:
—A Charlotte también le pone la fruta, ¿sabes?
¡Que alguien le grape la boca a ese Morgan! Le lanzo una
mirada asesina y Lenny me mira subiendo las cejas.
Disimulo como puedo.
A la hora de comer, ocupamos la mesa alargada que hay
dentro de la casa. Está perfectamente montada con tres
copas y seis cubiertos para cada comensal. Espero que no
haya caracoles de comer. Nadie habla, solo confirman lo
bueno que está todo con onomatopeyas.
En un momento dado, se forman los típicos grupitos para
hablar con el de enfrente y el de al lado, por suerte para mí
son Luz, Lía y Cora.
—¿Qué vais a hacer esta noche? —pregunta Luz.
—Ir a la fiesta de Lenny —responde Cora—. Y buscar a un
tío cañón que me quite las telarañas.
—¡Si tú no tienes telarañas! —replica Lía.
—¿Sigues liándote con el estúpido de Kali? —cuestiona
Luz.
—¿Quién…? ¡Ah!, yo le llamo 23 centímetros —Sonríe
canalla.
—Lo que quieras, pero no deja de ser un niñato —opina
Luz—. Deberíais salir por Gold Coast, allí seguro que hay
hombres de verdad.
—¿Te refieres a viejos de treinta y muchos? —se burla
Cora.
—Me refiero a hombres centrados en la vida y con más
experiencia que te llevan a cenar a sitios con clase —replica
Luz.
—¿Esos que te invitan para obtener algo a cambio? —la
pica Lía.
—No, a los que valoran lo que tienen al lado… —repone
Luz.
—Prima, sabemos que todos los hombres besan el suelo
que pisas, pero las simples mortales como yo preferimos ir a
fiestas de neón, para ver si con la luz negra esa engaño a
alguien para que se lo monte conmigo.
Me carcajeo.
—¡Yo me sumo a tu plan! —digo sin pensar. Y las cinco me
miran extrañadas. Digo, las tres… ¡Puto vino!
—¿Qué pasa, que Lenny no te deja satisfecha? —dice Cora
maliciosa.
¡Pillada! ¿Qué lleva este tinto de verano, Moonbow?
Pienso algo rápido para salirme por la tangente.
—A ver…, 20 centímetros tiene sus más y sus menos —
respondo en bajito. Lía y Luz se echan a reír.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta Cora a la
defensiva.
—Pues que a Lenny no siempre le apetece… Por eso
tenemos pareja abierta.
—¡¿CÓMO?! —exclama Lía alucinada—. ¡¿Lenny, pareja
abierta?!
—Qué modernos… —opina Luz subiendo las cejas.
Juro que sonaba mejor en mi cabeza…
—¿De qué habláis? —aparece Mak, alcahuete. Con la
excusa de ir a por más vino, se ha acercado por detrás
como un tiburón oliendo algo jugoso. Su vena juguetona me
recuerda a Aitor.
—No digas nada, tío Mak —empieza Cora con secretismo
—, pero Lenny y Charlotte tienen pareja abierta porque al
parecer él no cubre toda su demanda sexual.
«¡La madre que la parió…!», me atraganto.
Me tapo la boca. Voy a ir al infierno por… ¡decir la verdad!
Mak me mira consternado, y me veo en la obligación de
aclarar:
—Era una broma… Lenny satisface totalmente mi… mi…
eso.
El bochorno me incinera cuando pone cara de captar que
hay algo de verdad en lo que digo. ¡¿Por qué sonríe pillo?!
Mierda…
—Bueno, cielo, el sexo es muy mental… A veces, si no
tienes un buen día, puede repercutir y tener problemas de…
ya sabes…
«¡No, no quiero saberlo!», lloriqueo por dentro.
—No se lo tengas en cuenta —añade—. Ya te lo
compensará otro día.
—¡Que no tenemos ningún problema! —mascullo por lo
bajo, roja como un tomate. Y Lía y Cora se parten de risa
por todo lo alto.
—¿Qué es eso tan gracioso? —pregunta Ani desde lejos.
—No quieras saberlo, tía Ani —vocifera Cora divertida—.
¡Están hablando de la eficiencia sexual de tu hijo!
—Mientras sea para bien…
¿Alguien ha muerto de vergüenza? Porque igual soy la
primera…
Tengo dos opciones, hacerme la zarigüeya muerta o la
sorda. Y para lo primero ya es tarde, así que me concentro
en hacer como que pasaba por aquí y coger un hermoso
espárrago de una de las fuentes. Hago malabarismos para
llevarlo hasta mi plato con dos cubiertos y la mala suerte
quiere que se me doble y la punta choque contra la
porcelana, haciendo que se deconstruya un poco. Lo levanto
en el aire para atraparlo con la boca y de pronto, capto un
silencio extraño.
Miro a los lados y descubro que todos me están mirando.
Suelto el espárrago despacio para decir:
—A todo el mundo se le cae alguna vez…
La carcajada es tan monumental que me sorprendo. ¡¿Qué
he dicho?!
Las risotadas se suceden, e incluso Ani y Luk comparten
risitas.
El único que se sostiene la nariz con la cara arrugada es
Lenny.
Dios… ¡debería dejar de ser yo misma!, y aprender a ser
una mala pécora de esas guays.
—Te juro que no entiendo qué ve en ella —le dice Cora a
Luz.
—¡Que es supergraciosa! —contesta Lía—. Y muy lista. Yo
la quiero en mi equipo cuando juguemos.
¿Jugar a qué?
Antes lo pregunto, antes montan una partida del nuevo
Trivial. A Lenny y a mí nos meten en equipos opuestos y los
quesitos se suceden incapaces de desempatar. La rivalidad
crece cada minuto que pasa.
—¿Por qué no hacemos una ronda de cinco preguntas solo
para ellos dos? Si no, el juego se va a eternizar…
—Que gane quien más coeficiente intelectual tenga y se
acabó.
—¿Cuánto tenéis? —pregunta Aitor.
Los dos guardamos silencio.
—¡Lenny se saltó dos cursos!, por algo será —lo defiende
Cora.
—Charlotte saca mejores notas —revela Aitor.
—¡Lenny trabaja para Google! O sea, ¡Google vino a
buscarlo!
—Y a Charlotte fue a buscarla el mismísimo Dani antes de
que terminara la carrera —repone Morgan.
—Ahí es nada… —murmura Kai.
No sé por qué este tema me hace sentir incómoda y
Lenny me lo nota en la cara. Es como si fuera a demostrar
quién de los dos tiene razón en no dar su brazo a torcer en
nuestra relación.
Miro a Morgan suplicando que lo deje.
—Podríais hacer un test de internet ahora —propone Kai.
—Imposible —Me niego—. Esos test no son fiables, los
buenos son multidisciplinarios y llevan horas.
—Me encanta cuando empieza a hablar como la Wikipedia
—ríe Aitor.
—Pues haced unas tarjetas del trivial —propone Luk—. El
que primero falle, gana el otro equipo.
Lenny resopla disgustado y me mira como si no pudiera
negarse.
—¡De alguna forma hay que terminar el juego! —Se queja
Mak.
—Lo importante es participar —dice Mei.
—¡Los huevos!
—Mía, cariño, pásame el taco de preguntas —dice Kai—. Y
ven a recitarlas subida a mis rodillas.
—¿No os llega con cuatro hijos? —dice Ani—. ¿Queréis
tener otro?
Los mayores se parten de risa. Y los anfitriones no tardan
en estar el uno sobre el otro. Qué envidia dan.
—¿Y qué gana el que gane? —pregunta Mía expectante.
—Yo me conformaría con un beso tuyo —susurra Kai en su
oído.
—Pues yo prefiero un Vale que ponga «Yo tenía razón y tú
no» —sonríe ella.
Kai la besa embelesado, como si estuviera acostumbrado
a sus ideas locas.
Lo preparan todo para la ronda final. Y me concentro
como nunca para ganar ese Vale imaginario. No lo hagáis en
casa. Las rivalidades solo llevan a… ¡que gane el mejor!
Al final Lenny falla y me siento hasta mal cuando todo el
mundo aplaude y lo celebra. Sobre todo cuando Lenny se
levanta de la mesa con intención de marcharse. ¿A dónde
va?
Todo el mundo se pone serio. No sé si tiene mal perder o
le pasa algo. Me siento idiota al darme cuenta de que no le
conozco en absoluto y no hay nada peor que estar en la
misma habitación con alguien que lo es todo para ti y sentir
que un océano os separa.
Aunque parece ser la tónica general de la mesa.
Antes de marcharse, Lenny señala el móvil de Aitor. Este
lo coge para trasladar lo que quiere decir y me veo
aguantando la respiración.
«Que quede claro que yo soy mucho más listo que
Carlota… Al fin y al cabo, conseguí que saliera conmigo,
¿no?», lee Aitor.
Sin verlo venir, Lenny me besa la mano y se marcha bajo
dos o tres suspiros femeninos.
No sé por qué me afecta tanto ese gesto si no estamos
saliendo de verdad. Creo que me ha dejado loca escuchar
ese «Carlota». Ha sido tan personal… Como si fuera el único
que realmente ve cómo soy.
Cuando tarda en volver, decido escribirle un mensaje y
me encuentro con uno suyo sin leer de la 13:40. Es el que
me ha escrito en el coche viniendo hacia aquí.
Cuando lo leo, se me cae el alma a los pies.
«Eres la mejor novia ficticia que alguien podría desear».
Empiezo a encontrarme mal de verdad por tratarlo así el
día de su cumpleaños y por haberle condenado a ser el
blanco de todas las burlas sexuales durante la comida.
Me levanto y todos me miran.
—Iré a ver si Lenny necesita algo…
Cuando llego a la cocina me lo encuentro haciéndose otro
café.
—¿Estás bien?
Él asiente débilmente.
—Oye, lo siento mucho…
Me mira y me pregunta el qué.
—Todo el día de hoy. Las risas a tu costa… Te juro que no
lo he hecho a propósito.
Él le quita importancia con un gesto. Pero ahora veo que
la tiene. Es su día y yo no he hecho otra cosa que
ridiculizarle.
—No soy la mejor novia ficticia que alguien podría desear
—le muestro el teléfono—. ¡Soy un desastre…!
Que no lo rebata me hace pupita. Pero, al final, escribe en
su móvil.
«Con lo de la pareja abierta, te has pasado. Yo nunca haría
eso…».
—¡Lo he dicho en broma!
«Y lo del espárrago como alegoría de mi polla ha sido
mortal».
—¡No lo he planeado! —digo culpable—. ¡Lo siento!
«Da igual. Pero que sepas que van a estar años riéndose
de mí».
—No lo permitiré. ¡Puedo solucionarlo!
Él niega con la cabeza, rogándome que no haga nada
más. Pero lo ignoro y empiezo mi show.
Hago ruido de cacharros y digo con voz sensual:
—No, Lenny, aquí no… Mmmh…
Lo veo abrir mucho los ojos y empiezo a abrazarme a mí
misma y acariciarme mientras empiezo a rebotar contra los
armarios yo sola.
—¡No seas bobo! ¡Lo he dicho en broma! ¡Oh…, cariño!
Él viene hacia mí disparado para frenarme y hacerme
callar, lo cual hace que rebotemos más contra unos platos y
gima contra su mano.
Consigo librarme de ella y suelto:
—¡Oh, Dios, sí…!
Vuelve a taparme la boca y siento que está tentado de
hablar para decirme que me calle y que pare.
Yo vuelvo a gemir de gusto teatralizando aún más mis
movimientos para crear un movimiento rítmico sospechoso.
De pronto, caigo en que debería ponerle un poco de
carmín en la boca. Si te besas con fuerza, por muy
permanente que sea, se nota.
Me acerco sensual a su labios para distraerle y noto que
su amarre desfallece por la esperanza de que me entregue.
Le beso con fuerza y sin lengua, sujetando su cabeza, y
alucina a todo color.
—¡Madre mía…! —exclamo agotada—. ¡Ha sido increíble,
cariño!
Aprovecho su desconcierto para revolverle el pelo y
desabrocharle un par de botones. Después lo empujo fuera
de la cocina y espero.
Salgo veinte segundos después, toda despeluchada. Todos
me miran como si no dieran crédito. Sobre todo sus padres
y Cora. Si fuera realmente su novia, jamás hubiera hecho
algo así. Pero esta familia es extraña y la mayoría no puede
ocultar su diversión. Se ha notado mucho que era todo
mentira y que lo he hecho para salvar su hombría.
—¿Alguien quiere café? A Lenny le sale como a nadie —
digo con segundas. Y las risas están servidas.
Miró a Mak y le saco la lengua con la intención de que se
tronche. Pero lejos de tomárselo a guasa, asiente encantado
de ver cómo Lenny se rinde a la evidencia y termina
riéndose también.
La sensación se contagia en todos Los Morgan y me
alegro de que este maldito despropósito haya servido para
algo.
24
EL VIEJO Y EL MAR
“Nadie, jamás, está solo en el mar”
Ernest Hemingway

Me adentro en el mar.
No sé cómo he llegado a las Semifinales del campeonato,
pero aquí estoy. Supongo que no tener a Christopher cerca,
tocándome los huevos, ha ayudado.
Para ser sincero creo que mi suerte cambió el día que
volví a hablar con Freya en el jardín de su casa. No quiero
ponerme místico, pero a partir de ese momento todo me
empezó a salir extrañamente bien.
Hablar con ella en el Pink Flamingo fue mucho más
propicio de lo que esperaba. Y esa misma noche le escribí
un mensaje. No podía creer que nuestro chat estuviera tan
vacío. Lo último que había en él eran un par de
condolencias por el ataque de mis tíos y otra por lo ocurrido
con Marco un par de años después. En ambas me
preguntaba si podía hacer algo por mí y obtuvo mi silencio
por respuesta. ¿Cómo había podido ser tan gilipollas?
«No recordaba lo fácil que es hablar contigo. Buenas
noches», tecleé.
«Yo no lo había olvidado. Gracias por la sinceridad. Buenas
noches».
Cada frase que decía se me clavaba como una aguja de
acupuntura para arreglar una parte concreta de mi alma.
Su cara de felicidad cuando le dio sus datos al publicista
de Rip Curl fue de las mejores casualidades que me habían
pasado en años. Fue el puto destino. La demostración de
que, cuando algo es bueno, florece contra viento y marea. Y
nosotros, juntos, levantábamos una onda beneficiosa para
el universo que podía notar vibrando en mis venas. Por eso,
a pesar de que Christopher se estaba poniendo cada vez
más nervioso, no podía dejar de interactuar con ella cuando
la veía.
Y si la veía vestida de vaquera sexi, mucho menos… Pfff.
Me dirigí a la barra en la que estaba subida como si fuera
una rata y ella el jodido flautista de Hamelin con unas
piernas primorosas. Que me sonriera mientras se
contoneaba fue un chute de adrenalina sin precedentes. Ni
siquiera me preocupé por dónde estaba Chris, mirar es
gratis, y muchos tíos, además de mí, estaban disfrutando de
su esplendor.
Milagrosamente, cuando bajó, pude hablar con ella unos
instantes antes de que estallara una pelea cerca.
—¡Hola!
—¡Hola! —exclamó sonriente.
—Necesito pedirte un favor…
—Verás… —contestó divertida.
—Que vengas mañana a verme surfear otra vez. ¡Es que
hoy me has dado mucha suerte!
—¿Ahora soy tu amuleto? —dijo con guasa.
—Justo. Eres como ese calcetín sucio que no quiero
quitarme por si pierdo.
Ella se rio de forma exagerada. Llevábamos horas
bebiendo y se notaba. Compartir esa dinámica estaba
siendo lo mejor de mi día, pero duró muy poco. Se desató la
pelea y pudimos apartarnos de milagro. Freya trastabilló y la
cogí al vuelo.
—¡¿Estás bien?!
El toque duró solo unos segundos, pero fue suficiente para
sentir cómo nuestros cuerpos reaccionaban al contacto del
otro. Fuimos dos imanes que ya no querían separarse
atraídos por un campo magnético desconocido. Mejor que
una descarga con desfibrilador. Pura vida.
Por eso fue tan duro ver a Lenny bloqueando a Chris y
entender que tenía que soltarla ipso facto.
Se la llevó de allí casi a rastras con una brusquedad que
no me gustó un pelo.
No era broma lo que le dije en el Flamingo. Quería
liberarla de ese gilipollas porque rayaba en lo tóxico y
seguro que no era el único que veía esas banderas rojas.
Odiaría que le pasara algo. Suficientes disgustos le habían
dado ya los hombres en su vida.
Me dolían las manos por escribirle otro mensaje. Por
preguntarle si estaba bien o necesitaba algo. Pero no lo hice
porque, tal y como estaba Chris, podía buscarle más
problemas. El tío no había dejado de mirarme buscando
camorra desde que pisó el Capitán Nemo. Y lo último que
quería era deberle otros setenta mil al capitán por daños y
perjuicios. La última vez que pasó también era jueves. Día
de recogida de cargamento.
Recé para que el viernes Freya apareciera en la playa por
la tarde. Se esperaba mar de fondo con olas ordenadas que
romperían con fuerza en un periodo alto. Los períodos altos
conseguían unas olas de mayor tamaño del esperado. Era
todo un espectáculo. Poca gente sabe que las olas nacen en
mar abierto, a una distancia considerable de donde rompen,
a raíz de una borrasca o una tormenta. Después atraviesan
el océano para terminar chocando contra tu tabla y darte un
viaje inolvidable. Nuevamente, el destino.
No localizar a Freya entre la gente me dejó un poco
desalentado. Yo había acudido solo. Lenny no pudo porque
tenía la comida con sus padres y Charlotte, y Aitor estaba
ocupado encargándose de la fiesta de cumpleaños que le
íbamos a montar a Lenny el sábado. Su idea de neones y luz
negra molaba mucho, pero requería cierta logística.
No obstante, al ser viernes, había mucho más público que
otros días y me convencí de que Freya estaba allí, aunque
no la hubiera visto.
Los que sí estaban eran mi padre y mis tíos. Y los
cabrones no me habían dicho nada. Si salía mal, juzgarían
mi fracaso en primera línea, pero no quería contarles que en
ese campeonato ya había ganado al conseguir varios
contratos comerciales y un par de contactos cruciales. Se lo
contaría cuando mi triunfo fuera una realidad. No quería que
se metieran por medio ni que hablasen con nadie para
ayudarme.
Tanto me concentré para dar lo mejor de mí que me colé
en Semifinales.
Al ver el marcador final, muchos aldeanos locales me
ovacionaron. Y el trío calavera saltó a la arena para
felicitarme.
—¡Bien hecho, campeón! —gritó Mak abrazándome con
fuerza.
—Eres un crack —certificó Luk, mesándome el hombro.
Miré a mi padre, esperando sus palabras de aliento, y
como siempre, se dio importancia antes de concederme un
«Has estado bien».
—Gracias…
—Pero mañana tienes que estar mejor.
Por supuesto… para él nunca nada de lo que hacía era
suficiente. ¿Qué esperaba, que brincara de emoción por
algo menos que la excelencia? Y una vez conseguida, me
metería más presión para mantenerla.
—Tampoco me va la vida en ello —expuse.
—Quizá ese sea el problema… —murmuró él.
—¡Morgan, estás que te sales! —me gritaron unos
chavales más jóvenes al pasar por mi lado. Les sonreí. Al
final había sido un gran día y no quería que mi padre me lo
estropeara con su perorata de «yo tuve que sacar a mi
familia adelante. Tú lo tienes todo y no lo aprovechas». Pero
tenerlo todo no vale cuando te hacen sentir constantemente
que debes algo a cambio.
—Si no te gusta lo que ves, no vengas más, papá… Estoy
harto de ser una decepción para ti.
—Yo también.
—Pues vale… —Me iba a ir cuando mi tío Luk me hizo una
señal extraña con los ojos. Seguí la dirección y vi a Freya,
esperando a un lado para hablar conmigo.
El suelo desapareció bajo mis pies. ¡Había venido!
—Esfumaos —susurré a mi tío Mak al pasar por su lado en
dirección a ella.
—Eh… Has venido —dije sorprendido.
—¿Por qué te crees que te has clasificado? —Sonrió con
picardía.
—Gracias… De verdad…
—Y mañana tendré que volver si quieres tener alguna
oportunidad de llegar a la final —bromeó resignada.
Me mordí los labios con una mezcla de ilusión y nervios.
—¿Estás sola? —Sonó desesperado, pero, si lo estaba, se
me ocurrían un par de locuras… Como volver a tocarnos,
por ejemplo.
—No. Chris y unos amigos me están esperando fuera…
—Ah, ¿y te ha dejado venir a hablar conmigo? —dije
sarcástico—. Porque ayer reaccionó fatal cuando impedí que
te golpearan…
—Anoche estaba borracho y con el alcohol su
temperamento empeora, pero no es tan malo, de verdad.
¿Que no es tan malo? Me equivocaba. Estaba en un 110%
de ceguera, y seguro que anoche se la había metido hasta
la médula a lo bestia y por eso hoy estaba más calmadito…
Tragué saliva para deshacerme de esa imagen. No quería
acusarla de ser una víctima de violencia de género, pero
hablaba como una al excusar esos comportamientos
inaceptables. Por asumirlos y someterse.
—¿Dónde están Aitor y Lenny? —preguntó extrañada. Le
informé de sus paraderos y salió a colación el tema de la
fiesta—. Sería genial que vinieras… Tus amigas vendrán, y
Cora y Lía… Si no es tan malo, podrías proponerle que te
pasarás un rato. Si te da permiso —la piqué.
—No tengo que pedirle permiso para nada. Él no me
manda.
En ese momento quise preguntarle si de verdad ella
quería irse anoche del Capitán Nemo o se vio brutalmente
arrastrada por él. Hay una delgada línea entre elegir lo que
queremos y hacer lo que a tu pareja le gustaría.
—Pues propónselo —la reté—. Va a ser un fiestón y me
encantaría que vinieras…
—¿Livy no va a ir? —preguntó de pronto.
Que pronunciara esas palabras me dejó en shock. ¿Qué le
importaba a ella si Livy venía o no? Ahí estaba la cosa, ¡le
importaba!
El corazón empezó a bombearme con fuerza en el pecho.
—Todavía no lo sé… Depende…
—¿De qué?
—De ti.
HOS-TIAS…. Eso sí era meterse en aguas profundas.
Nuestra amistad tenía pinta de ser muy corta si los astros se
alineaban para juntarnos en una fiesta con luz negra. La
oscuridad nos debía una…
Nos mantuvimos la mirada durante unos segundos.
—Ya te diré algo —formuló, huyendo de una anticipación
aplastante. Por la noche tuve que tomarme un relajante
muscular para poder pegar ojo. Y esta mañana, como buen
felino agazapado en la sabana, he esperado a que saliera de
casa para abordarla.
—¡Freya! —La he llamado para que no se fuera. No es mi
estilo perseguir a la gente, pero con ella hago una
excepción. Le debo años de ignorarla a propósito.
—Hola —ha saludado cohibida. Sus ojos han viajado por
mi ropa y los míos por la suya. Los dos íbamos vestidos de
domingo, aunque sea sábado. Yo con camisa blanca de lino
y pantalón beis y ella con un vestido ibicenco que no me
importaría arrancarle a bocados.
—¿Cómo estás?
—Bien… Voy a comer con mis padres y luego al
campeonato.
—Genial… ¿Y esta noche?
Su incomodidad ha sido patente. Algo ha pasado.
—Chris tiene una fiesta a la que no puede faltar en la otra
punta de la ciudad y… tengo que ir con él.
—Ah… —he dicho desilusionado. El precioso día soleado
que estaba haciendo se ha nublado de repente.
—Pero si quiere irse pronto a casa, yo acudiré a vuestra
fiesta… Sea la hora que sea.
Su mirada me ha atravesado como si al otro lado de esa
posibilidad estuviera el Nirvana. O la Libertad.
—Te mueres por verme con transparencias, ¿no? —He
bromeado.
Ella se ha reído con soltura.
—En realidad me muero por contarte la oferta de trabajo
que me ha llegado de Rip Curl… —ha dicho enigmática
caminando hacia atrás con una sonrisa.
—¡¿Qué?! ¡Cuéntamelo ahora!
—No puedo, tengo que irme o llegaré tarde.
—Pues llega tarde, pero llega… —Le he devuelto una
mirada intensa—. Me refiero a esta noche. Te estaré
esperando…
—Vale…
El agua salada me salpica en la cara y empiezo a remar
para situarme en una buena zona para deslizarme por la
cresta de la ola. Hoy hay swells poderosos, eso son
ondulaciones grandes y definidas de mar de fondo en los
que la ola se dobla y crea tubos preciosos. Es mi
oportunidad para meterme en la final.
Veo la ocasión y la cojo. Como voy a hacer con Freya. Hay
cosas que solo pasan una vez en la vida y me da igual que
tenga novio.
Al final no he avisado a Livy para vernos esta noche. De
hecho, llevo días sin llamarla y no se ha parado el mundo.
Sin embargo, no he conseguido ver a Freya entre tanta
gente en la playa y me está costando hasta respirar.
Aunque sepa que está y que me está mirando.
Me pongo de pie en la tabla e intento lucirme como si de
esto dependiera que esta noche su boca termine en la mía.
Y siendo así, intento ejecutar un Aéreo deslizándome por
la pared de la ola y saltando por encima de su cresta. A la
vez hago un Kick Flip, que consiste en girar la tabla de
forma lateral en el aire. Es una maniobra que requiere
mucha destreza, pero la clavo. Ni yo mismo me lo creo…
Me animo a dar un buen espectáculo a riesgo de caerme y
quedarme fuera de la final, pero es ahora o nunca.
A pesar de estar cogiendo demasiada velocidad, me saco
de la manga un Cut back, que no es otra cosa que un
quiebro de 180 grados en el que debes volver atrás por un
momento, para luego escapar rápido de la rompiente de la
ola. Yyyy… ¡Lo consigo!
Me emociono tanto que hago un Reentry, es decir, misma
maniobra, pero desde la cima de la ola, para después bajar
a la base y continuar surfeando hasta coger la posición
adecuada para efectuar uno de los movimientos más
atractivos y apreciados por los fotógrafos por su gran
impacto visual. Surfear el Tubo dentro de la propia ola.
Si intentara repetir todo esto no me saldría igual en la
vida…
Finalizo con un Layback, que no hace falta ni que os
cuente lo que es, pero queda de 10, y así lo marca mi
puntuación. Que no es un diez, porque nunca lo conceden,
pero es la más alta de todo el campeonato hasta la fecha.
9.2.
Si me lo juran, no me lo creo.
Salgo del agua con una plaza asegurada para la final y
hay tanta gente felicitándome que no veo a casi nadie
conocido. Varios medios me abordan para entrevistarme y
los atiendo con humildad, señalando que ha sido un golpe
de suerte. Pero esa explicación no les convence.
—¡¿Cómo lo has hecho?!
—¡¿Dónde entrenas?!
—¡¿De dónde has sacado esa nueva energía?!
—No sé… Será que estoy enamorado —digo vacilón.
Se oyen gritos femeninos y me echan muchas fotos.
Demasiadas. Y veo muy claro que no estoy hecho para esto.
Cuando por fin me reúno con la familia, todos me felicitan,
incluido mi padre.
—Sabía que podías —susurra al abrazarme. Hoy sí me lo
merezco. Esta es su normalidad. Hacer algo extraordinario
que jamás se repetirá.
—Ha sido suerte.
—La suerte no existe, hijo.
—Si tú lo dices…
Lenny y Aitor me felicitan a su manera, con puñetazos y
pequeñas torturas. Cuando llega el turno de Charlotte, me
da un abrazo inmenso.
—Ha sido una pasada —musita emocionada.
—Lo que ha sido es un milagro… —Me separo comedido.
—Da igual, ¡esto va a abrirte muchas puertas para tu
empresa!
Mi padre gira la cabeza al oírlo y noto que estaba
poniendo la oreja.
—Guárdame el secreto… —susurro en voz baja a
Charlotte.
—Descuida. Yo me voy a ir a trabajar ya, pero cuando
salga a las tres, iré a la fiesta y querré brindar contigo por
un futuro prometedor.
De pronto, sonrío malicioso y busco a alguien entre la
gente.
—¡Lía, Cora, venid! —las llamo.
Se presentan raudas.
—¿Sí, mi amo? —contesta Cora con humor.
—¿Puede Charlotte unirse a vuestra PRE de esta noche?
—¡Pues claro! —aplaude Lía.
—Si no hay más remedio… —murmura Cora.
—¿Qué dices, Mor? ¡No puedo! ¡Yo trabajo!
—Llama a tu madre. Creo que ha hablado con el capitán.
Ayer fue tu último día en el pub.
—¡¿Perdón…?!
—Le ha explicado que quiere que estés concentrada para
los exámenes finales y que en tres meses te espera un
trabajo en el AIMS.
—¡Pero…! ¡Necesito el dinero!
—No lo necesitas, porque acabas de cobrar el apoyo
estudiantil que le prestaste a Lenny durante el semestre
pasado para mejorar sus notas. ¿Pensabas que no íbamos a
pagarte porque al final os habéis hecho novios? Es lo justo,
Charlotte. Y no admito discusión.
Me mira anonadada y yo sonrío displicente. Seguramente
esté acordándose de todos mis antepasados, pero se
merece hasta el último centavo.
—Pero Lucas… —balbucea incrédula—. ¡¿Cómo se te
ocurre?!
—¿Me has llamado Lucas? —digo siniestro. Y ella se tapa
la boca.
—¡Perdón!
—¡No te disculpes! —la riñe Lía—. Yo lo llamo pedo.
Suelto una carcajada.
—Tranquilo, esta noche se viene a la PRE —decide Cora—.
Me conviene que esté increíble para que esa pareja esté tan
abierta que nunca vuelvan a juntarse.
—Perfecto —Sonrío manipulador.
—¡Se te va la olla! —jura Charlotte.
Me despido con una sonrisa traviesa para ir a saludar a
mis vecinos Dani, Iker, Jon, Emma, que andan por aquí.
Incluso están Guille y Laura, la hermana de Dani. A ellos los
vemos poco porque están medio año de gira promocionando
los libros de ella por todo el mundo, y a sus hijos, Hugo y
Enzo, menos; nos han prohibido volver a molestarlos desde
que Aitor tuvo aquella movida con ellos. Son gemelos y
son… En fin, da igual. Lo único que lamento es que Freya no
esté aquí con ellos. ¿Dónde se habrá metido?
La que de repente aparece de la nada es Livy. Dios…
La saludo con amabilidad, pero algo distante. No quiero
darle falsas esperanzas. No tenemos ningún compromiso.
Nos llamamos cuando nos apetece estar juntos, pero
todavía no ha llegado el momento en que uno de los dos
decline las invitaciones esporádicas.
—Hola. ¿Puedo preguntarte algo…?
—Claro.
—He oído lo que has dicho sobre… que estás enamorado
—dice con cautela, pero con una expresión que denota
miedo o preocupación, y un «no me rompas el corazón, por
favor».
Mierda…
—Ah, ¡eso! Lo he dicho en broma…
—Eso me ha parecido, sí…
—Tranquila, no planeo pedirte matrimonio —bromeo con
la verdad.
—Y… ¿tienes planes para esta noche?
La pregunta me transfigura la cara.
—Eh… Sí, bueno, tengo un compromiso familiar.
—La fiesta de Lenny —menciona directa.
—Sí… Es su cumpleaños, así que…
—Así que ya tienes a otra en mente —deduce apocada.
—Liv… Dijimos que sin condiciones. Solo diversión,
¿recuerdas?
—Lo sé, y… no te estoy echando nada en cara, de verdad,
es solo que… es difícil liarse contigo y no empezar a sentir
algo por ti. Tenlo en cuenta para tus futuras conquistas. O
para la chica con la que te estés liando ahora.
—No estoy con nadie.
—Todavía —adivina—. Pero hay un proyecto. Y es
importante —dice pensativa—. Puede que sí estés
enamorado después de todo…
—No. Solo… Me gusta. Hay una gran diferencia.
—Lo sé. La cosa es, ¿la sabes tú? Porque la mayoría de la
gente las confunde.
El dolor de sus ojos rebota en mi cara ante el silencio.
—Liv, eres una chica genial, en serio, pero…
—No hagas eso —me corta—. No lo empeores. Por lo
menos déjame odiarte. —Y se va con la mirada húmeda.
Me paso una mano por el pelo. ¡Qué mal se me da esto!
Claro que sé la diferencia entre que te guste alguien y
estar enamorado. No es una cuestión solo de intensidad,
porque eso puede ser variable según muchos factores, yo
hablo de detalles concretos como el nivel de compromiso o
el grado de atracción física.
Para empezar, cuando te gusta alguien no conoces sus
defectos, más bien tiendes a idealizarlo y, lo poco que ves,
ya te fascina. Pero cuando te enamoras, lo haces hasta de
los defectos, o incluso de ellos.
Si te gusta alguien, la atracción física te domina de una
forma superficial e irracional, pero si te enamoras, te
subyuga a un deseo más profundo y genuino de
simplemente querer estar cerca de esa persona, en roce
constante, aunque sea sin hacer nada muy erótico.
Un «me gustas» es inofensivo. No hace daño y facilita la
conexión que acompaña al flirteo, pero un «te quiero»
moviliza emociones mucho más trascendentes y lacerantes.
Un «te quiero» es mucho más serio y peligroso. Porque
entran en juego valores intelectuales y emocionales que,
cuando fallan, sufres a una escala mucho mayor.
Cuando quieres a alguien lo quieres sabiendo que no es
perfecto. Y yo sé que Freya no lo es. Si no, estaría aquí en
vez de darle el gusto a su novio de no venir a felicitarme en
persona. ¿Habrán discutido por la fiesta de Lenny?
No puedo evitar preocuparme por ella.
No puedo evitar quererla, joder.

A las dos de la mañana, me vibra el culo. Es un mensaje,


no es que esté disfrutando de uno de esos vibradores anales
que tanto le gustan a la gente.
Apenas veo nada en la penumbra lila que provoca la luz
negra de la fiesta. Me veo las manos porque las llevo
pintadas de color verde neón. Igual que mis pectorales
amarillos, que se distinguen a través de mi camiseta negra
de rejilla sin mangas.
Flipo cuando veo que el mensaje es de Freya.
«Chris se va a casa. ¿Puedes venir a buscarme? Estoy en
Holly, 41».
25
EL GUARDIAN ENTRE EL CENTENO
“No sé qué quiero hacer exactamente con mi vida,
excepto que quiero hacer algo grande.”
Connie Willis

Aireo el Macallan en mi vaso. Humphrey Bogart tenía


razón, el whisky nunca te falla.
Bebo un sorbo y saboreo el mejor líquido dorado del
mundo.
—¿En qué piensas? —quiere saber Mak.
Su mente sigue tan inquieta como siempre. O quizá es
que quiere mantenerse distraído para no pensar en su
propia vida.
—En Lucas…
—El monotema —replica Luk desabrido—. ¿Por qué no te
prohibí llamar a tu primogénito como yo? Estoy todo el puto
día confundiéndome. ¿Estabas pensando en mí o en él?
—En ti, cabrón, y en lo que estabas haciendo anoche con
mi hermana en The Mez Club…
—¿Cómo te has enterado? —Sonríe perverso.
—La duda ofende. Yo me entero de todo.
—Solo la invité a un cóctel, puto entrometido.
—¿Y a unas ostras? —Lo vacila Mak.
—La duda ofende…
Los tres sonreímos porque sabemos lo que eso significa.
Es como cuando una mujer acude depilada a un cita. Nadie
come ostras sin aprovecharse después de su empuje
afrodisíaco.
Tomo aire, aliviado. Al menos algo está saliendo bien. Y
todo es gracias a esa chica, Charlotte. Si Dani la quiere a su
lado es por algo.
—¿Y hoy no vais a quedar? —cotilleo.
—Hemos estado casi todo el día juntos… Y no quiero
presionarla. Mejor afianzar los avances. Solo espero que me
esté echando de menos la mitad de lo que yo a ella.
Además, quería celebrar los veintiuno de mi hijo justo así —
Levanta su copa—. Rodeado de gente que es aún peor
padre que yo. Os doy las gracias, chicos.
—Qué subnormal… —Mak le lanza la caja de tabaco y Luk
se ríe.
Y hacía tanto que no veía esa sonrisa que me reconforta.
Nuestros hijos son otro tema…
—Lenny se ha buscado a una chica diez —opino.
—¡Ya lo creo! —secunda Mak—. ¡Esa Charlotte es un
fichaje de primera! Hoy en la comida no me he podido reír
más con ella…
—Es una fuera de serie —tercia Luk—. Y a Lenny le gusta
mucho. Es como un milagro…
—¿A qué te refieres? Porque Lenny se tira todo lo que
pilla… —dice Mak—. Es tan insaciable como lo eras tú a su
edad.
—Pero está distinto. Es como si de pronto le importara
algo o alguien que no sea él mismo o su polla. Y eso es
nuevo. Podría mejorar…
—Y eso hace que Ani y tú volváis a estar cachondos —
deduce Mak.
—Al final te voy a tirar al agua —Señala la piscina.
—Mejor te tiro yo a ti y lo convertimos en un jacuzzi,
porque estás que ardes, chaval…
Los dos se parten, y cuando ven que no me río, se ponen
serios.
—¿Qué estabas pensando sobre Lucas? —pregunta su
tocayo.
—En que se ha metido en La Final. Y eso es algo bueno…
—Él no parecía muy entusiasmado —opina Mak—. No es
como cuando ha visto a Freya, por ejemplo…
—Si le interesase algo la mitad que ella, podría llegar a
Presidente… —mascullo—. Ese tema también me
preocupa…
—Cada semana te preocupa una cosa distinta con él —
señala Luk—. ¿Por qué no te relajas un poco?
—Porque tengo un mal presentimiento.
—No empieces… —se queja Mak—. Cada vez que dices
eso, pasa algo malo. Deberías poner un negocio on line de
cartas del tarot…
—Tú mismo lo dijiste. Ese tal Chris lo tiene entre ceja y
ceja por lo de Freya, y me preocupa que en cualquier
momento pase algo que le joda la vida, como me pasó a
mí…
—Estás traumatizado con eso —chasquea la lengua Mak
—. ¡Los chicos están bien! Más que bien. Tienen los
problemas normales de críos que se han criado entre
algodones, pero no andan con malas compañías, no se
chutan drogas duras ni han dejado embarazada a ninguna
chica, cosa que me extraña, porque están más tiempo sin
pantalones que con ellos…
—¡Déjalos disfrutar! —sonríe Luk—. Todavía les queda
media vida para alcanzar tus andanzas sexuales.
—Calla, joder, tengo suerte si mojo una vez a la semana…
—¿Quieres que te cuente cuánto llevaba yo sin mojar
desde ayer?
—No, gracias. No tenía planeado llorar esta noche…
Ambos se sonríen nostálgicos. Sé que están pensando en
los miles de polvos que han echado juntos, pero no
revueltos. Todavía no he olvidado que la última chica que
compartieron fue… No. En realidad, no lo hicieron. Creo que
esa fue la primera vez que se dieron cuenta de que habían
perdido «su conexión» por el verdadero amor de su vida.
Yo sigo dándole vueltas a mi mal augurio.
Lo único que siempre he querido es que nuestros hijos
tengan una vida tranquila, como la que yo no pude tener. Y
me he esforzado mucho por que así sea. Todavía recuerdo
mis primeros años en la universidad, cuando mis padres aún
vivían y todo era fácil y perfecto. Pero mi hijo no tiene cara
de sentirse así y eso me inquieta. Es como si hubiera
heredado mi maldita melancolía y tuviese que cargar con
una enfermedad mortal para la que no tengo cura.
Cora y Lía tienen el coraje de mis hermanas. Y Aitor,
aunque ha tenido lo suyo, tiene el humor de su madre, pero
Lucas… Lucas es como yo. Mente rápida pero con
templanza. Un proteccionismo innato y también un corazón
capaz de sentirlo todo a niveles supersónicos. Tanto lo
bueno, como lo malo…
Mi única finalidad en la vida es que sea feliz, pero no sé
qué quiere ni cómo conectar con él. Estoy perdido. Por eso
soy tan duro, solo intento aplicar lo único que funcionó
conmigo…
Un día cualquiera, estando más perdido que él si cabe, un
cura macarra vino a visitarme a la cárcel y me hizo
reaccionar a base de desprecios. Nada motiva más que
luchar por algo que te dicen que no eres capaz de
conseguir, pero con Lucas no funciona. Provocarle lo aleja
cada vez más de mí y de todo lo que le importa.
¿Es culpa mía? ¿Le he protegido demasiado? ¿Me he
pasado de controlador y ahora la inseguridad le impide
tomar las riendas de su vida? ¿O vive tan cómodo que no
tiene necesidades ni motivaciones?
¡Con su edad yo acababa de montar La Marca de Caín, por
el amor de Dios! Pero lo hice porque la vida me iba en ello…
A veces me pregunto dónde estaría si hubiera seguido
viviendo tranquilamente con todo tipo de lujos como él…
¿Dónde hubiera terminado? ¿Sería feliz teniendo tanto
tiempo que perder?
Que la respuesta sea «No» me perturba mucho. Porque
significa que él no será feliz ni encontrará su camino hasta
que se meta en un buen lío. Uno que inconscientemente su
alma, su sangre y su legado anda buscando sin descanso.
Me recorre un escalofrío.
Luk me llama entrometido, pero no lo soy. Solo soy un
padre muerto de miedo, esperando a que mi hijo meta la
pata hasta el fondo y no sea demasiado tarde para salvarle.
26
PÍDEME LO QUE QUIERAS
“Él siempre encuentra la manera de cruzar su mirada con
la mía”
Megan Maxwell

—No sé por qué he venido —mascullo. ¡Maldita fiesta!


—Porque tenías que venir —contesta Lía—. Es el cumple
de tu novio ficticio…
Resoplo ante su sarcasmo. Sí. Lo sabe…
Me han obligado a confesarlo cuando he ido a esa trampa
mortal llamada PRE-fiesta, donde te atiborran de un
champán peleón más barato y eficaz que el mismo
Moonbow. ¿Por qué soy tan débil?
Cuando Morgan me ha comunicado en el campeonato que
ayer fue mi último día de trabajo en el Capitán Nemo he
querido matarlo. Estaba muy cabreada. Y a la vez
conmovida, con un agradecimiento infinito hacia él por
darme el empujón que necesitaba. ¿Por qué es así?
Uf, no estoy para preguntas inexplicables del universo. Me
basta con mi duda existencial de «¿Por qué me enamoro de
tíos raritos?» O peor, ¿por qué le quiero por todo lo que
debería odiarle?
En casa de las Morgan, han puesto música, han sacado
canapés para cenar y han corrido ríos de alcohol dulce. Se
parecía mucho al paraíso.
Estaban todas menos Freya, pero no he querido preguntar
por su ausencia, porque algo me decía que sería remover
malos rollos.
Nos hemos muerto de risa recordando momentos
estelares de la comida familiar.
—¿Cómo se os ocurre poneros a follar en la cocina? ¡Se
oía todo!
—¿De veras? —he dicho taimada—. ¿Qué puedo decir? ¡Es
un machote…!
—Alucino —ha opinado Amber—. Qué envidia…
—Y tanto —ha murmurado Cora—. Venga, ¿cómo vestimos
a Charlotte para que se lo monte esta noche con otro tío
que no sea Lenny, él se enfade y corten por fin? —Ha
planteado cómica.
No he tenido más remedio que echarme a reír. Pero en
realidad me ha dado un poco de pena. Tiene tan asumida la
imposibilidad de su amor, y aún así, ahí sigue. ¿Por qué?
—No te preocupes, Cora. En realidad ya hemos cortado —
He revelado. Y todas me han mirado sorprendidas.
—La semana pasada —He aclarado—. Pero hemos
decidido continuar la farsa porque sus padres han
empezado a hablar y habíamos quedado a comer. Ojalá
solucionen sus problemas…
Las chicas me han mirado sorprendidas.
—Y tú… ¿has seguido fingiendo por él? —ha preguntado
Cora fascinada.
—Sí, bueno… Por sus padres. Y por toda la familia… Lo de
la cocina ha sido mentira. Solo quería salvar su hombría
después de tantas bromas sexuales en la comida…
¿Siempre sois así?
—Sí —contestan al unísono las Morgan. Y yo sonrío. La
verdad es que me he divertido un montón, pero…
—Se lo debía —añado—. ¡Y teníais que haber visto su cara
mientras lo escenificaba, parecía que iba a desmayarse!
Las risas han sido descomunales.
—Así que es cierto que quiero liarme con otro; él no quiere
estar conmigo… No en serio. Ayer me lo dejó muy claro…
Las Morgan se miran entre ellas captando mi amargura.
—Eso ya lo veremos… —masculla Cora decidida—.
Cuando te vea esta noche, deseará no haber nacido —dice
vengativa.
¿Os he hablado de lo que pienso de Cora? Es jodidamente
sorprendente… Su bipolaridad empática me tiene alucinada.
Tan pronto te desprecia como se preocupa por ti. Su
sinceridad aplastante, lejos de rozar la mala educación, me
parece valerosa. ¡Es como si estuviera todo el día colocada
de Moonbow! Debe ser alucinante decir lo que piensas
siempre, no tener secretos, pero… ¿seguro que no tiene
ninguno?
No queráis saber cómo me visten… Parezco Lady Gaga
con una crisis de ansiedad por no ser original. Como no
encuentran nada muy sexi y transparente, que se dice
pronto, deciden ponerme una falda negra y pintarme —
PINTARME— una camiseta rosa neón en la piel y ponerme
dos cruces de cinta aislante negra en los pezones. ¿Hola?
No sé cómo me he dejado convencer…
—Llegarás con chaqueta, y una vez dentro de la casa, ¡la
camiseta brillará un montón!, irás más tapada que nadie.
He accedido porque solo pensaba en llegar a la fiesta y
beber. Y eso me ha preocupado. ¿Desde cuándo uso el
alcohol para afrontar los problemas de mi vida? Es casi
como automedicarse para relajar los nervios y cambiar de
estado de ánimo.
Me da miedo pensar lo fácil que es caer en la dependencia
de algo disfrazado como terapia para la ansiedad y el estrés
y me acojona que se convierta en una necesidad. Me
pregunto si mucha gente no es justo eso lo que teme del
amor: sentirse dependiente. Como Lenny, sin ir más lejos.
Su fragilidad emocional es tal que no quiere aventurarse a
meterse en algo que podría terminar necesitando como una
medicina. ¡Es muy fuerte! Pero el amor es pura química al
principio. Una que difícilmente puedes controlar en tu
organismo porque modifica la composición química de tu
cerebro.
—Tómate otro —me ofrece Cora. Cojo el chupito, porque a
veces, solo a veces, hay que hacer lo que quieres y no lo
que debes.
—Eres una tía cojonuda —le digo—. Un poco intrusiva.
Pero molas.
—Nunca me habían llamado eso.
—Pues lo eres. Para bien y para mal.
—Otra que habla en clave… Encajarás bien en esta
familia.
Me da otro y me lo bebo de un trago. Un extraño sabor
tropical estalla en mi boca.
—Hay que encontrar a Aitor para que nos ayude —me
dice.
¿Ayudar a qué? No hay nada que pueda hacer para que
olvide la mirada que me ha echado Lenny al verme llegar.
Me ha rajado con ella, de arriba abajo, con un descaro
abismal, sin disimular cuánto le gustaba lo que veía.
No he podido hacer otra cosa que sonrojarme. Y pensar en
un plan maestro para volar su resistencia y recordarle que
no va a tocarme hasta que se abra a mí. ¿Cómo? Con celos.
Y como no quería poner en peligro de muerte a ningún
chaval inocente, han pensado en Aitor.
—Seguro que a mi hermano no le importa —dice Cora.
—¡Si ya me lo ofreció! Aitor sabe que estamos fingiendo.
—Perfecto.
Cuando el susodicho ha aparecido de a «saber dónde y
con quién», nos ha saludado animado.
—¡¿Qué pasa, bellas?!
—Pasa que tienes que empezar a tontear con Charlotte ya
mismo —le dice Lía—. Hablad de cosas divertidas y poneros
un poco sobones. Nunca falla. Nosotras nos vamos.
—No voy a tener que fingir mucho, estás espectacular…
—dice sensual.
Lo miro con una sonrisa pícara torciendo la cabeza.
—Aitor, sé realista. Tú y yo no tenemos química sexual.
—Perdona, pero yo tengo química sexual hasta con un
calabacín. SOBRE TODO, con un calabacín… —dice subiendo
las cejas lascivo.
—¡Cállate! —Nos reímos.
—¿Por qué necesitas mi ayuda? ¿No os lo habéis montado
antes en la cocina?
—No. Solo era un truco…
—Pues yo me he puesto cachondo.
—A ti te ponen cachondo hasta los peluches.
—Solo los ultrasuaves…
Vuelvo a reír. Sé que está de broma. Pero también sé que
si el sexo fuera comida, Aitor sería obeso.
Lo importante es que Lenny no nos quita ojo de encima.
Todavía no tiene intención de abandonar su grupo para
venir a reclamarme, pero ya nos controla cual ave de
rapiña.
—Eres tan especial, Char… —musita Aitor acariciando mi
cara y cerniéndonos contra la pared que está a mi espalda.
Me quedo sin respiración al verme acorralada por sus ojos
felinos. ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Y cómo puede ser
tan endiabladamente encantador?
—Eso es justo lo que Lenny teme de ti… Lo especial que
eres.
¿Me teme? ¡Si soy un Stitch de la vida!
—No entiendo por qué eso es malo.
—Porque podrías volverle más loco de lo que ya está… —
al decir eso me mira los labios y se crea un momento tenso.
Parece tan real que necesito que alguien me confirme que
todo esto es un montaje.
Lleva una camiseta de manga corta de malla fina con un
precioso reflejo iridiscente morado y un pantalón corto
dorado. Este tío es lo más.
De pronto, su lengua roza mínimamente mi labio superior,
dejando suspendida una invitación en el aire.
Mi corazón se para. Directamente. Acaba de dejar en mis
manos la decisión de continuar… Pero ahora mismo temo
por su vida. Y por la mía. Me gustaría poder romper con
todo. Demostrarle a Lenny que retirándose no se consiguen
las cosas, sino luchando por ellas. Yo no puedo hacer más.
De pronto, una presencia nos amenaza. Es una sombra. La
última que ves antes de morir. Lenny.
Sostiene su móvil a nuestro lado con un «Tenemos que
hablar», en pantalla.
Aitor sonríe satisfecho al leerlo y retira su asedio. Lenny le
ignora; sus ojos suplicantes están fijos en los míos
esperando una respuesta.
—Vale… —musito cohibida.
Lenny agarra mi mano y tira de mí hasta la zona de la
entrada. ¿A que me echa de su fiesta? Su mano arde al
hacer contacto con la piel de mi muñeca. En el último
momento, gira para subir las escaleras conmigo y mi
corazón palpita frenético cuando veo que me lleva a su
habitación.
Un vez dentro, enciende unas luces tenues secundarias y
se queda apoyado en la puerta mirándome con una
expresión en la cara de lo más aterradora. Es como si no
pensara dejarme salir de aquí nunca más.
—¿Qué quieres? —pregunto nerviosa.
Su pecho sube y baja del esfuerzo por contener «lo que
quiere».
Me quedo quieta cuando lo veo venir hacia mí para
reclamar mi boca con el movimiento más lascivo que he
visto jamás. ¡Por Dios…! No puedo hacer otra cosa que dejar
que me devore unos instantes, como a un cervatillo que
asume su final ante una pantera.
Me absorbe de una forma que no puedo rechazar. Siempre
he deseado que me besen así, como si la vida le fuera en
ello.
Espero a que suelte mi boca, porque sabe que necesito
respirar, y cuando se sumerge en mi cuello, hablo.
—Lenny… —jadeo sobrepasada. Pero vuelve a mi boca
con vehemencia para no dejarme hablar. La alternativa de
dejarme llevar es muy tentadora, pero lo primero es lo
primero. Esta era justo la reacción que estaba buscando, y
tengo más claro que nunca que no me basta.
—Has dicho que querías hablar —lo freno, apartándome
de él, y huyo hasta el escritorio del fondo porque no me fío
de sus fauces.
Él observa mi cuerpo con voracidad hasta llegar a mis
ojos.
—Escribe —le ordeno—. ¿Qué querías decirme?
Él obedece y me lo enseña.
«No puedes estar con Aitor. Ni con nadie. Solo conmigo».
Alzo las cejas, alucinada. Mal empezamos… Dando
órdenes.
«O me moriré», añade afligido. Genial… ¿Amenazas de
suicidio?
Mi instinto me clava esas banderas rojas como si fuesen
banderillas.
—Podías haber sido tú —digo enfadada—, pero no te
importo lo suficiente como para dejarme conocerte, así que
no me vengas con que vas a morirte ni mierdas parecidas…
Y mucho menos me digas lo que puedo hacer y lo que no.
Soy libre.
Lenny se acerca a mí despacio, con arrepentimiento. Sus
ojos traslucen rendición, así como la convicción de que no
merece nada bueno que le pase.
A esta distancia, soy consciente de cómo traga saliva
afligido y no me aparto cuando junta su frente con la mía y
cierra los ojos. Me da miedo que se esté despidiendo de mí.
Siempre espero que, en momentos tan tensos e íntimos
como este, de pronto diga algo y me demuestre que soy
especial para él. Es como si quisiera hacerlo. Pero nunca
sucede. Siempre termina tecleando en su móvil.
«No quería contártelo porque no quería que pensaras mal
de mí», leo, «Soy un asesino, Carlota…».
—No. No lo eres —protesto veloz.
«Le disparé al hombre que entró en nuestra casa. Cogí el
arma de mi padre y le disparé por la espalda. Casi mato a
mi madre porque la bala la atravesó a ella también».
—¡Fue en defensa propia! —señalo al entender lo que
ocurrió.
«Mi madre estaba embarazada de tres meses y medio.
Perdió a mi hermano».
—Fue un accidente… —sollozo acariciándole la cara. Pero
él se aleja de mi toque como si no mereciera ninguna
compasión.
Continua escribiendo.
«Eso dicen los psicólogos. Pero LO HICE. No existe por mi
culpa».
—Quizá tus padres tampoco estuvieran aquí, ni tú mismo,
si no llegas a intervenir. Hiciste lo que creíste mejor…
«Mis padres me odian desde ese mismo momento».
—Eso no es cierto —digo rotunda. Intento volver a
consolarle, pero no hay suerte. Se desplaza para sentarse
en la cama, mirando al frente y yo lo hago a su lado, girada
hacia él.
Aitor tenía razón, solo está cómodo con el contacto
cuando hay algo sexual implícito en el toque.
«Les jodí la vida», teclea apesadumbrado.
Desde esta posición leo bien la pantalla y él sigue
escribiendo.
«Mi madre no pudo tener más hijos, y el que tenían, ya no
era un niño normal. El suceso me dejó mudo. Mi padre se
culpó tanto que desapareció durante un tiempo, y ya nunca
volvieron a ser los mismos. Tengo derecho a odiarme a mí
mismo», me muestra bajando la cabeza.
Lo acaricio con sensualidad para que no huya de mí.
—Puedes odiarte, si quieres, pero no decidir que los
demás lo hagamos también —musito en su cuello. Después
se lo beso, rozando su nuca con lascivia. De eso no se
aparta. ¡Este es el camino!—. Toda tu familia estaba
sentenciada, Lenny… —susurro acariciándole la tripa y subo
por su barbilla con un reguero de pequeños besos que
buscan su boca—. Para mí fuiste un héroe.
Él se funde con mis labios en un beso lento y decadente.
—Seas lo que seas, te deseo —hablo sobre su boca—.
¿Puedes entender eso?
Su respiración cambia cuando siente que he posado mi
mano en el bulto de sus pantalones. Me mira como si ya no
pudiera resistirse más y se lo pongo fácil.
—Quería acostarme contigo antes de saber todo esto,
pero ahora quiero hacerlo más todavía. Ya hemos sufrido
bastante, ¿no te parece?
Su respuesta es besarme con un hambre y unas ganas
desmesuradas. Su mano va a parar a mi muslo y empieza a
subir, a medida que nosotros empezamos a descender
hacia su colchón. Es maravilloso.
Me agarra por el cuello con un gesto brusco de
sometimiento que me vuelve loca, haciéndome entender
que va a tocar todo lo que es suyo.
Mi coño se licúa al momento. Y cuando introduce los
dedos me encuentra encharcada por él. Por su forma de
tocarme, como si ya nadie pudiera impedir que me folle
como siempre ha querido, ni siquiera yo. Su actitud es clara.
De aquí ya no salgo hasta que me haga SUYA. Y eso no
puede ponerme más a cien.
Mi humedad es exagerada ahora y su respiración cambia
al entender el baño que le espera a su polla.
Mi traviesa mano palpa su extrema dureza sintiendo que
está a punto de explotar. Parece tan afectado como yo de
saber que por fin va a pasar.
No puedo creerlo…
Acabo de contárselo ¡y aún así quiere estar conmigo!
¿Qué problema tiene en la cabeza? ¿Y cómo que «más
todavía»? ¿Le ponen los psicópatas o qué?
Hace ademán de querer que me quite el pantalón y le
facilito la maniobra. No estoy en disposición de negarle
nada. Yo le desabrocho la falda y hago que desaparezca. Su
cuerpo me resulta tan apetecible que salivo. Desde que la
he visto llegar, he empezado a pensar barbaridades. Me
daba puto igual todo. Iba a meterme en su cuerpo aunque
fuera lo último que hiciera.
Su cuerpo hipersensible absorbe mis caricias con una
receptividad devastadora. Podría correrme solo de verla
arquearse ante mi toque.
—Quiero que nos desnudemos por completo —me pide.
Dicho y hecho, sus deseos son órdenes para mí, pero en
cuanto la tenga desnuda en mi cama, ya no habrá vuelta
atrás. La combinación de sentimientos, deseo y piel será
demasiado para mí e igual tengo una crisis, pero me
arriesgaré.
Mis dedos se internan en ella con la misma desesperación
que arrastran todos los apéndices de mi cuerpo, que gima
de esa forma tan sensual y natural me hace soltar un taco
en forma de resoplido.
Está tan preparada para mí que estoy a punto de perder
la razón. Necesito perderme en su cuerpo definitivamente.
La beso con los labios entreabiertos disfrutando de su
jugosidad y se me termina de derretir el cerebro. No puedo
más. Mis dedos la sumen en un incontrolable frenesí y hago
que se retuerza de placer.
—Oh, Dios… —gime alucinada. Quiero que se corra ahora,
porque después le tocará sufrir… Y eso me mata.
Este era otro de los motivos por el que me eché atrás el
otro día. Ya he causado suficiente daño a los demás como
para seguir infligiéndolo gratuitamente. Pero al parecer
privarle de ello fue aún más doloroso.
La oigo gritar surcando un orgasmo olímpico y no me
sorprende. Es lo que tienen tantos días de caricias y besos
preliminares. Me da pánico enfrentarme a lo que sentiré
cuando me corra dentro de ella, porque me he estado
reservando y la deseo como nunca he deseado a nadie. Con
todas mis fuerzas. Y son muchas.
Sigo acariciándola despacio mientras vuelve a la realidad.
Cuando lo consigue, me mira embelesada con una confianza
ciega.
—Ven conmigo… —me pide llevándome hasta la
almohada. En esta posición cabemos mejor.
Me agarra del cuello para atraerme hacia su boca y
disfruto como un loco de sentirla tan entregada. Nos
besamos durante varios minutos disfrutando el uno del otro.
Me quedaría horas así, no tengo ninguna prisa por hacerlo.
Y me parece la prueba definitiva de que ella no es una más.
Tira de mi cuerpo para que me coloque sobre ella, pero se
lo impido. Quiero hacer esto bien, no que sea un trámite
para terminar lo antes posible. Cojo mi móvil, aunque quede
fatal, y lo dejo cerca por si necesito decirle algo más tarde…
que seguro.
Lo guardo en mi mano y me tumbo a su lado, haciendo
que nuestros cuerpos desnudos se entrelacen. Joder…
¿Quién iba a imaginar que no habría nada mejor que su
sedosa piel envolviendo la mía? En el sexo que yo practico
me centro en conectar puntos muy concretos de sendas
anatomías, pero ahora mismo necesito sentir y conocer
cada maldito centímetro cuadrado de su piel.
Ella se estremece al sentir mi ruda erección contra su
vientre. Si supiera cuánto ardo por sumergirme en ella, no
volvería a dudar de su atractivo. Eso no quita para que siga
pensando que se merece algo mejor que yo. Ese
pensamiento me hace mirarla a los ojos con dudas, pero en
los suyos descubro una inocencia tan dulce que me deja sin
palabras ni voluntad para volver a frenarlo. Ella quiere que
sea yo. Y yo ya no puedo negarle nada.
Me tiene completa y absolutamente roto después del
numerito que ha montado en casa de mi tío Kai. No la
conozco muy bien, pero sé que nunca he conocido a nadie
como ella, ¡es un cúmulo de contradicciones! Su apasionada
ingenuidad, su osada mojigatería, su incontrolable
curiosidad… Me tiene tan fascinado que me asusta. Y a mi
familia todavía más. Es tope tenebroso todo…
Y por casualidades del destino, parece que yo también le
gusto. O eso declara la leve sonrisa que desborda ahora
mismo por sus ojos.
Vuelvo a besarla, incapaz de rechazar la dulzura que me
ofrece y la oigo suspirar en mi boca cuando la venero con
mis labios.
—Hazme el amor… —me implora—. Enséñame cómo
puede ser…
Sus palabras me atraviesan como una lanza, porque yo no
sé hacer el amor, yo soy un jodido Sex-machine, frío como
el acero, y esto me supera por momentos. Siento que la voy
a cagar. Siempre lo hago.
La situación me obliga a acomodarme entre sus piernas
como requiere la ocasión. Yo jamás hago el misionero, y
menos, para empezar. Pero nunca he estado con una virgen
y quizá sea lo idóneo. Me preocupa decepcionarla y que
luego se arrepienta… Me preocupa mi reacción. Me
preocupa no controlar en absoluto la grandiosidad de lo que
estoy sintiendo.
Las cimas de sus turgentes pechos rozan mis pectorales
poniéndome la piel de gallina y siento la necesidad de
besárselos y acunarlos con mis manos y mi boca.
Gime cuando atrapo su duro pezón mientras le apreto el
pecho con todo el cuidado que puedo, pero estoy al límite, y
a duras penas controlo la presión. Charlotte agoniza ante la
placentera fricción que le ofrezco. Estoy tan emocionado
que la punta roma de mi polla encuentra sin proponérselo el
vértice de sus piernas y lo roza a modo de tentativa. Ella se
arquea ofreciéndome su busto para degustarlo mejor. Y yo
agonizo porque sus tetas no son de este mundo… Podría
correrme solo con esta imagen, y de repente, me acuerdo
del condón. ¡¿A dónde ibas sin él, loco?!
Me aparto de ella para coger uno de mi mesilla y me lo
pongo de rodillas. Cuando veo todo el calor y la humedad
que me espera cuando veo sus piernas abiertas, me pongo
nervioso y no atino con el puto profiláctico. ¡Me va a dar
algo…!
—Te deseo tanto… —la oigo decir y mi raciocinio se
apaga.
Solo puedo acomodarme en su suavidad de nuevo y
encajar nuestros sexos como si fuera un jodido mandato de
la naturaleza.
Me cuesta un mundo no hundirme hasta el fondo en ella y
penetrar solo unos centímetros, sobre todo cuando ella
eleva sus caderas facilitándome el camino, pero me retiro a
tiempo.
—Sh… —la apaciguo. Si lo hacemos bruscamente verá las
estrellas.
Ella alucina ante mi onomatopeya; es el primer sonido
real que me arranca, además de mi abrupta carcajada del
otro día.
La beso en los labios y me obligo a escribir en el teléfono.
«Con cuidado. Te va a doler».
—No te preocupes por eso…
Su mirada capta que no me convence.
—Te necesito ya… —confiesa—. Siento un horrible vacío
dentro de mí. Y quiero que tú lo llenes. Solo tú…
Que se remueva hace que mi miembro entre un poco más
en ella, hasta el límite de la famosa barrera. Jadeamos
abrumados ante la intimidad suprema del momento.
—Te juro que no me importa el dolor… Hazlo ya…
Pero a mí sí me importa y la beso lentamente, pidiéndole
perdón.
—Por favor… —musita con sus ojos dilatados de deseo.
La crudeza con la que me lo suplica me deja mudo. Mucho
más de lo que estoy. Esto no es ningún favor, y si lo fuera,
yo sería quien tendría que darle las gracias a ella. Porque es
una diosa.
De repente, veo claro lo que tengo que hacer. Voy a
hacerle daño, pero intentaré compensárselo con creces
después.
Me zambullo en su interior, apretando los dientes ante el
sublime placer que experimento y me adentro centímetro a
centímetro dentro de su perfecto cuerpo. Sentir que se
queda sin respiración me tortura, pero me quedo quieto,
dándole tiempo a que se acostumbre a mi tamaño.
Quiero preguntarle si está bien, pero estoy encajado en su
cuello y la rigidez de mi cuerpo me impide mirarla. O quizá
sea mi mirada húmeda incapaz de esconder mis emociones.
Vuelvo a moverme con cuidado e intentamos acomodar
nuestros cuerpos a la nueva normalidad. Es un jodido baile
desacompasado en el que me siento un primerizo inexperto.
De pronto, gime bajito, dando a entender que el roce
empieza a gustarle y me lo confirma que intente acudir al
empuje de mi cuerpo con el suyo.
Esa luz verde me da confianza para hacer lo que estaba
deseando hacer, inmovilizar sus caderas con mano firme y
enseñarle cómo puede ser el sexo cuando alguien te quiere
follar a conciencia con todo su ser.
La embisto rítmicamente con profundos envites para
empezar, incrementando la presión de las penetraciones
poco a poco. Sus gemidos se convierten en un lamento
placentero que me lleva al límite por la autenticidad y la
honestidad que destilan. Pensar en que otro pudiera estar
disfrutando de esto, me da un coraje que se transmite en la
brusquedad de mis movimientos.
—¡Oh, Dios…! —gimotea meciéndose en la cresta de la
ola.
Y la entiendo muy bien. La sensación es demasiado
increíble. Vamos directos a estrellarnos contra el paroxismo
del placer y la liberación promete ser épica.
Que me clave las uñas en los hombros hace que empiece
a bombear con más fuerza y rapidez. Si no me conociera,
diría que estoy a punto de perder el control.
Nuestra unión es tan perfecta que el placer me ciega y
rezo para que esté disfrutando al menos la mitad de lo que
lo estoy haciendo yo.
De pronto, la escucho gritar y siento que el estrecho
cuerpo de Carlota se contrae alrededor de mi miembro,
apresándolo en un férreo amarre y exprimiéndolo de una
forma magistral.
Bautizo ese orgasmo como el mejor de mi existencia y me
derrumbo sobre ella totalmente arrollado por mis
sentimientos.
Permanecemos un tiempo callados, bueno, yo llevo diez
años así, pero nuestras respiraciones aceleradas son lo
único que se escucha.
Me encantaría decirle que no había experimentado nada
igual en mi puñetera vida. Ha sido muy diferente… La
sinceridad a la hora de dar y recibir el placer lo ha cambiado
todo. Lo que hemos hecho no tiene nada que ver con el
sexo que yo conozco. Ha sido muchísimo mejor. Algo épico.
Me hago a un lado para dejar de aplastarla y nuestras
miradas coinciden jadeantes sobre el colchón.
—Gracias… —formula ella con la sonrisa más preciosa del
mundo.
Niego con el dedo. Me señalo y luego a ella. «No, yo te las
doy a ti».
La veo estirarse de pura satisfacción y me doy cuenta de
que me ha conquistado a todos los niveles, porque en lo
único que puedo pensar ahora mismo es en repetir y
después dormirme enredado en su cuerpo. Y yo nunca,
NUNCA, quiero repetir con nadie. Mucho menos, dormir.
Ese pensamiento me aterra.
Y me aterra aún más pensar que con ella repetiría durante
el resto de mi vida.
27
ODISEA
“Los dioses protegen a aquellos que son valientes y
justos”
Homero

Llego a la dirección que Freya me ha dado y me doy cuenta


de que es uno de los chalets más exclusivos de la zona sur
de Byron. Aparco fuera, en la calle, y escribo a Freya para
que salga.
«Entra a buscarme, por favor», contesta al momento. Y
me resulta extraño. Se supone que es mejor que no me
vean. ¿Por qué no sale ella?
No sé si es que he visto demasiadas series, pero todo esto
me huele a trampa. Una broma de Christopher y sus amigos
para vacilarme quizá, pero si lo es, vale la pena que pique y
asuman las consecuencias… La primera, que Freya vea lo
imbécil que es su novio.
Me miro la ropa y resoplo. No voy muy elegante, parece
que me he escapado del circo. Llevo rayas de neón pintadas
en la cara y en el cuerpo, pero decido adentrarme en la
propiedad. Me sorprende que la verja está
sospechosamente abierta.
Al acercarme a la casa, oír la música y ver a más gente
me tranquilizo un poco. Hay testigos. Pero el tipo de gente
que me encuentro no es la que esperaba. La mayoría son
empresarios de más de cuarenta años y las chicas que veo
parecen elegidas por catálogo.
—Morgan… —me saluda Christopher con cara seria.
Si la cosa pintaba mal, ahora peor. Porque no parece
sorprendido de verme. Y ni rastro de Freya.
—Te estaba esperando.
—¿Dónde está Freya? —pregunto preocupado.
—En el salón de arriba, ven conmigo.
No entiendo nada, pero prefiero no hacer preguntas y
seguirle. Tengo la sensación de que voy a tener respuestas
muy pronto.
Arriba no nos espera Freya, sino tres tipos con trajes
oscuros y cara seria, además del capitán, que me mira con
cierta culpabilidad.
¿Qué coño está pasando?
—¿Qué es esto, George? —pregunto extrañado.
—Buenas noches, señor Morgan —dice el mayor de todos.
Un tío con fuertes reminiscencias al padrino, el capo por
definición. Pero venido a menos y entrado en años—. Soy el
señor Smith…
Levanto una ceja. ¿Es una puñetera broma?
—¿Qué quieren? —pregunto confundido.
—Queremos que nos digas quién fabrica Moonbow. Lo
hemos analizado y no sabemos qué es exactamente —
explica el señor Smith.
—Ya le dije al capitán que no estoy autorizado para dar
esa información —contesto tranquilo.
—Ya, pero si no nos lo dices, Freya morirá.
—¿Cómo?
Miro a Christopher, parece impasible ante la información.
—¿Dónde está Freya? —pregunto inquieto.
—En el cuarto de al lado, durmiendo. Al parecer ha
consumido más Moonbow del recomendable y, a no se que
sepamos lo que lleva, no podremos salvarla.
¿Pero esta gente piensa que soy gilipollas o qué? El
Moonbow tiene caducidad. Y no queda. Aunque quedara, ya
no haría efecto.
—¿Se trata de una broma, Chris?
—Te aseguro que no —Sonríe el hombre mayor sin ganas.
Es el único que habla, los otros deben de ser sus
guardaespaldas. O sicarios. O las dos cosas.
—La semana pasada me hiciste perder mucho dinero,
chico. Todo el mundo prefería probar Moonbow que
consumir mi coca. Además, se vendió más cantidad si cabe,
y en este negocio, tienes que adaptarte o morir, ¿lo pillas?
Morir…
¿Me está amenazando o se hace gracia a sí mismo? O las
dos cosas.
Es tan surrealista que esbozo una ligera sonrisa, pero se
me borra cuando uno de los sicarios se retira la chaqueta y
me enseña su arma metida en una guantera bajo la axila.
—Yo no sé quién fabrica Moonbow —aclaro—. ¡Yo no sé
nada!
—Entonces tu amiguita morirá.
Al escuchar eso, miro a Chris.
—Diles lo que sabes, Morgan —me ordena—. ¿A quién
llamarías para preguntar qué hacer con una sobredosis?
—¿Cuántas moras se ha comido? —pregunto.
—Un montón. Y si la llevamos al hospital no sabrán qué ha
tomado.
—Con un lavado de estómago bastará —digo—. O que le
inyecten naloxona para bloquear los efectos del opioide.
—El chico nos ha salido listo —murmura molesto el
supuesto señor Smith—. Me estás haciendo perder un
tiempo valioso, ¿sabes? O nos dices ahora mismo la
composición o matamos a la chica.
—¿Por qué no deja de decir eso? —protesta Christopher
molesto.
—Max, pégale un tiro a esa zorra —ordena al tío de la
pistola.
Veo que se levanta, y antes de que yo intervenga, lo hace
George.
—Esperad, joder… —Se pone de pie—. No lo compliquéis.
Por favor, Morgan, hijo, diles lo que quieren saber y ya
está…
Un poco sobreactuado lo del papel de poli bueno. Pero no
me engaña. Quiere saberlo tanto como ellos. Estoy aquí por
su culpa.
—¡Yo no sé nada! —digo enfadado—. Ellos son los que
contactan conmigo a través de un número desconocido.
—¿Y quién te suministra la droga a ti para dársela al
capitán? —pregunta el mandamás—. ¡¿Por qué usarte a ti
de intermediario?
—Precisamente para evitar esta situación —digo mordaz
—. Ellos no quieren que nadie como usted los localice.
Conmigo muere el rastro. Me da igual con qué me
amenacéis, si hablo, ellos me matarán igualmente.
El ambiente se tensa al entender que voy a cooperar.
—Última oportunidad, o nos lo dices, o la chica morirá.
El capitán me mira preocupado. La situación se torna
crítica.
—Pues que muera —digo tranquilo.
En cuanto lo oye, Christopher estalla.
—¡¿Qué dices, gilipollas?! ¡Esta gente va en serio,
Morgan! ¡Guárdate tus bravuconadas, joder!
—¿No decías que le importaba la chica? —masculla el
señor Smith.
—¡Sí, pero ya veo que no! —clama Chris malhumorado.
—Ella no es asunto mío —replico quitándola del foco de
interés—. Pero si Freya aparece muerta, la policía se lo
tomará como algo personal. Todos los polis del condado le
deben favores a su padre…
—Eso es cierto —avala Christopher con esperanza. Noto
su miedo.
—Apúntale a él —dice entonces el Señor Smith
señalándome.
Su perro guardián obedece.
Jamás me habían apuntado con un arma y no es
agradable.
—Si me disparáis, perderéis todo contacto con los
asiáticos —digo con una templanza que no siento. Pienso en
lo doloroso que debe de ser recibir un disparo y me acuerdo
de mi tía Ani… Y de mi tío Luk. Ambos lo han sufrido y los
dejó en cama durante un tiempo.
—¡Déjate de hostias ya, Morgan! —grita el capitán—.
¡Esos asiáticos no existen!
Un escalofrío me recorre la espalda. Mi cara de «¿Cómo
puede saberlo?» me delata. Pero espero a que se explique.
—¿Si hablas, te matarán? —se burla—. ¿Y cómo es que no
te matan por no querer continuar con un negocio que es un
filón? ¡Eso no tiene sentido! ¿Y por qué el primer día,
cuando se vendió todo, te sorprendió y dijiste que podríais
fabricar más para el día siguiente? ¿Cómo contactaste con
ellos esa vez, si tú no puedes llamarles? ¿Sabes lo que creo,
Lucas? ¡Que mientes! Que sabes muy bien de dónde sale la
droga y cómo conseguir más rápidamente.
Me quedo bloqueado sin poder defenderme de esas
acusaciones. He cometido varios errores y no sé cómo salir
de esta.
—Mata a la chica —dice el viejo obstinado. ¡Parece el puto
vecino raro de la serie Friends! Ese que estaba obsesionado
con los gatos. En este caso, con Freya.
—Un momento… —irrumpe Christopher—. ¿Me dejáis
hablar con él a solas, por favor? Sé que puedo convencerle.
—Id ahí detrás —le ordena el capitán.
Christopher me escolta hasta el final de la sala. Está muy
preocupado.
—Morgan, joder, ¡esto es muy serio! —susurra enérgico.
—¿Se puede saber qué coño pintas tú aquí con esta
gente, Chris? ¿Cómo se te ocurre traer a Freya a un lugar
como este?
—¡Eso no importa ahora!
—¡Pues yo creo que es lo único importante!
—No he tenido elección, ¿vale? —dice sincero—. Trabajo
para el capitán desde hace años, como distribuidor, ¡¿cómo
crees que he podido pagar mi casa?! —susurra.
—Joder… —Me pellizco la nariz.
—Morgan, esta gente es peligrosa. George sabe que
tienes debilidad por Freya y me obligó a traerla para
presionarte. No sé qué tienes que ver con el Moonbow, pero
por favor…
—No quiero tener nada que ver con eso nunca más.
—¡Pues diles lo que sabes y desaparece! ¡A ellos no les
interesas tú, ni Freya! Si a ti no te interesa, traspasa la
información y te dejarán en paz.
Me lo pienso un momento. Lo que dice tiene lógica. Mi
deuda está saldada, no le debo nada a nadie. Quería llevar
la sustancia al AIMS para que la estudiaran. Pero si quieren
seguir traficando con ella, que lo hagan. Solo les pido que
no cuenten conmigo.
—De acuerdo —accedo—. Les diré lo que sé.
—Bien. Y Morgan… Si te dejan irte, insiste en llevarte a
Freya de aquí, por favor —dice preocupado.
Frunzo el ceño. ¿Cómo que «si me dejan irme»?
—Vale —digo extrañado. Sus palabras me hacen pensar
que Chris está acojonado de verdad. Me pregunto qué habrá
visto ya…
Volvemos con los demás y el hombre mayor me mira
cansado.
—Yo fabriqué el Moonbow —confieso de pronto—.
Contraté a un químico que sintetizó la sustancia, pero les
diré de dónde saqué la materia prima.
—Ahora empezamos a entendernos —Sonríe el anciano.
—Si se lo digo, se olvidarán de mí y yo de ustedes. No
quiero tener nada que ver con esto.
—¿Por qué no lo has dicho desde el principio? —rezonga el
capitán.
—Porque no quería tener esta puta conversación ni que
nadie lo supiera. Solo quería olvidarlo.
—Dínoslo y podrás olvidarlo todo… —me asegura el señor
Smith. Pero algo en su tono hace que no le crea.
—Aquí yo pongo las condiciones —me planto.
—¿Cuánto quieres?
—No quiero dinero, solo vuestra palabra de honor de que
me dejaréis en paz, y a Freya también.
—La tienes. Danos la información ya.
—Primero quiero ver a Freya. ¿Dónde está?
—Max, llévalo a verla —accede el hombre.
Efectivamente, está dormida en la habitación de al lado.
Lleva una falda blanca bastante corta y un top transparente
negro, con los hombros al descubierto, donde se oscurece
una banda negra alrededor del pecho. No sé qué le habrán
dado, pero no es Moonbow.
—Christopher —lo llamo—. Cógela en brazos.
Ninguno de los mafiosos se atreve a llevarme la contraria.
—Sígueme cuando me vaya y la metes en mi coche.
Él me mira, agradecido, y asiente con su novia en brazos.
—Habla ya, chaval… —me mete prisa el viejo.
—Os diré dónde encontrar la sustancia alucinógena, y
justo después, haré un directo desde mi cuenta de
Instagram enfocándome la cara y con el localizador
activado, por si se os ocurre jugármela… Nuestra relación
con este tema termina aquí —digo mirando al capitán—.
¿Trato hecho?
—Hecho —contesta el señor Smith.
—¿Conocéis la playa de los surfistas, Tallow Beach?
—Sí.
—En el lado sur de Cape Byron se extienden unas rocas
hacia el mar. A veces las cubre la marea, allí es dónde la
recojo. En el musgo de esas rocas está la sustancia. Un día
me apoyé en ellas, me corté y tuve alucinaciones. Así la
descubrí.
—Increíble… —susurra el capitán.
—Ya estoy en directo —les enseño el móvil—. Adiós,
señores… Chris, vámonos.
Abandonamos la casa con una rigidez extraña y lo guío
hasta mi coche para que deposite a Freya en la parte de
atrás.
—Cuida de ella —me pide—. Acompáñala a casa cuando
despierte.
—¿Por qué no vienes con nosotros? —le ofrezco.
—No puedo. Tengo que volver… Estaré bien. Ella no
recordará nada. Yo no le contaré nada de ti ni tú de mí. Los
dos tenemos demasiado que perder. ¿De acuerdo?
—De acuerdo…
No decimos nada más. No somos amigos. Pero esta noche
hemos tenido que cooperar para salir ilesos de una
situación chunga.
No la llevo a su casa, primero tengo que asegurarme de
que está bien. La llevo a la mía. La fiesta neón continúa y
quiero que Charlotte me ayude.
Al aparcar frente a mi casa, me quito la camiseta y la
cubro un poco con ella. No quiero que nadie la reconozca.
Consigo burlar a los curiosos y subo a mi habitación con
ella en brazos para dejarla sobre la cama. Parece
profundamente dormida.
Intento colocarle mejor la ropa; ese conjunto no fue
diseñado para estar tumbada y que no se te vea nada…
Recupero mi camiseta, si es que puede llamarse así, y me
fijo en que la habitación de Lenny está cerrada a cal y
canto. ¿Estará dentro? Escribo a Charlotte, esperando que
no se haya marchado todavía.
«¿Sigues en la fiesta? Te necesito. ¿Puedes venir a mi
habitación?».
Me quedo en el umbral de la puerta, custodiando a mi
prisionera, y un minuto después, la puerta de Lenny se abre
y aparece Charlotte con mi primo detrás, con una cara de
haber echado el mejor polvo de todos los tiempos. Siempre
he tenido un don para saber cuándo alguien ha practicado
sexo. Lo bueno, que nadie podrá nunca ponerme los
cuernos. Lo malo, que lo detecto hasta en mis padres.
—Hola… —saluda Charlotte cortada.
Mi vista va del uno al otro. No hay duda. Han follado. ¡Por
fin!
—Hola parejita… —digo sin temor a equivocarme.
—Me has escrito —señala Char.
—Sí, venid, por favor.
Los hago entrar a mi habitación y les cuento todo lo
acontecido con detalle.
—No me lo puedo creer… —musita ella con la boca
abierta—. ¡Menos mal que he dejado de trabajar para el
capitán!
Lenny acaricia su espalda con un gesto íntimo tan poco
habitual en él que me quedo maravillado.
—No sé qué ha tomado —digo preocupado—. ¿Puedes
traer algo del laboratorio para despertarla? ¿Como unas
sales o algo así?
—¡Buena idea! Tengo amoniaco abajo. ¡Ahora vuelvo!
Se ausenta con rapidez y Lenny sigue su estela hasta que
desaparece. Cuando vuelve a mirarme yo estoy sonriendo
con guasa.
—Vaya, vaya… alguien ya no es viiirgeeen —me aventuro.
Su respuesta es enseñarme el dedo corazón y después
pasar de mí.
—Me alegro por vosotros… No la pierdas. Esa chica es
increíble.
Lenny suspira en plan «Por ser tú». Después señala la
cama donde está Freya y me encojo de hombros. No sé qué
le diré cuando despierte. Seguramente ni siquiera fuera ella
quien me envió el mensaje desde la fiesta. Habrá sido Chris
y después lo habrá borrado. Como si lo viera… Soy carnaza
de series, ya lo he dicho.
Veo que Lenny está escribiendo algo en su teléfono.
«No me fío de Christopher», me enseña.
—Yo tampoco. Pero tiene mucho por lo que callar… Han
dicho que me dejarían en paz. Ya tienen lo que quieren.
«Sí, pero ahora nuestra identidad se ha desvelado. Somos
vulnerables. Pueden chantajearnos con eso».
—Lo sé… Pero no podía hacer otra cosa. Y si Freya se
entera, la perderé.
Charlotte aparece con «la cura» en la mano y una sonrisa.
Es de esas personas que cuando está, todo es menos malo.
De alguna forma, da seguridad. Por eso es perfecta para
Lenny. Es justo lo que necesita.
Me aparto y rezo para que funcione la mezcla que trae.
Al inhalarlo, Freya tiene un espasmo y abre los ojos con
dificultad sin reconocer dónde está. Nos mira confusa, con
la cara arrugada.
—¿Qué hacéis vosotros aquí? —pregunta medio grogui.
—Estás en mi casa.
—¿Qué…?
Observa alrededor, asustada, y de pronto, es consciente
de que la falda se le ha subido mucho y su tripa está al
descubierto.
—¿Dónde está Chris? —pregunta desamparada.
—Se ha quedado en la otra fiesta… Me ha dicho que cuide
de ti y que te lleve a casa.
—¿Qué me ha pasado?
—¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien?
—Tengo dolor de cabeza. Y hambre. Mucha hambre.
—¿Qué te apetece comer?
Me mira con sospecha. Es obvio que está incómoda.
—Nada. ¿Puedes llevarme a casa?
—Claro… En cuanto te encuentres mejor. Chris me ha
contado que habías ingerido algo por accidente y te habías
quedado dormida.
—¿Por accidente?
—En esas fiestas hay mucho cafre… —apostilla Charlotte
—. Si te han visto sola en algún momento, han podido
metértelo en la bebida.
—¿Y Chris se ha quedado en la fiesta? ¿Por qué te ha
llamado a ti?
Los tres guardamos silencio incapaces de contestar esas
preguntas.
—Dijo que tenía que quedarse por trabajo, por eso me ha
llamado. Me ha dicho que te trajera con tus amigas y te
llevara a casa cuando quisieras. Y eso estoy haciendo…
—¿Te apetece una pizza? —propone Charlotte sentándose
a su lado—. Yo también tengo mucha hambre, la verdad…
No sé por qué…
Hay un cruce de miradas sugerente entre Lenny y ella.
¡Uno que ojalá no hubiera entendido!
—Cualquier cosa estará bien —responde Freya —. Voy a
escribir a Chris...
Charlotte coge el relevo de asistente de Freya y se ofrece
para acompañarla al baño. Me quedo sin saber si Chris le
contesta.
De pronto, aparece Aitor.
—¿Qué hacéis aquí? ¡La fiesta está que arde! —Mira a
Lenny—. ¿Y tú qué? ¿Ya has apagado tu fuego? —se mofa de
él—. ¿Le ha gustado a Charlotte tu manguera?
Lenny pone los ojos en blanco y cierra los puños para no
atacarlo.
—Uy, qué dócil estás, primito… —Sonríe lascivo—. Eso es
un sí.
—«Cualquier día te dejo sin dientes» —dice Aitor leyendo
la pantalla de Lenny. Y se carcajea.
—¡Ni de coña! ¡Si me adoras!
«Ahora mismo me caes muy mal».
—¡Pero si gracias a mí has movido el culo!
«Mantén tu lengua alejada de Charlotte», lee Aitor
risueño.
—No prometo nada… Disfruta de tu momento, seguro que
acabas pifiándola con ella —dice vacilón.
Charlotte y Freya vuelven del baño, y Aitor, que a saber lo
que habrá tomado por ahí, destensa el ambiente con su
alegría. También es una de esas personas vitamina que te
hacen sentir que todo va a salir bien, aunque no diga más
que sandeces. En el fondo ha demostrado ser muy
inteligente y nunca va desencaminado en sus locas cábalas.
—¡¿Vamos a permitir que algo así nos joda la noche?! ¡No!
—exclama animado—. Mis hermanas están abajo. Y
Charlotte ya ha terminado de montárselo con Eduardo
Manostijeras. ¡Ahora toca diversión!
Hasta a mí se me escapa la risa. A todos, menos a Lenny,
claro.
Aitor siempre está intentando que deje atrás su pose de
«No encajo en el mundo, mis manos son armas, y mi pelo,
demasiado alborotado».
Dicen que el humor lo cura todo. O al menos, lo alivia.
Después de llevarla a la cocina para comer algo,
convencemos a Freya de que se quede un rato con sus
amigas, pero a pesar de todo, todavía hay cierto
nerviosismo en su mirada.
—Cuando quieras irte, te acompañaré —le digo con
amabilidad—. ¿Seguro que te encuentras bien?
—Sí, sí… Solo estoy un poco plof. No es así cómo
imaginaba que acabaría la noche.
Me mira con pena y siento que lo dice por… nosotros.
—Yo tampoco —digo trascendental. Si hubiera venido a la
fiesta de Lenny desde el principio, nada de esto hubiera
pasado. Y seguramente ahora mismo estaríamos…
Me lo quito de la cabeza. Las cosas se han complicado
mucho desde hace un par de horas. Tengo las manos atadas
ahora mismo… y los labios también.
Le aconsejo que no beba mucho y yo tampoco lo hago. Me
dedico a estar con mis amigos y a vigilar a Freya desde la
distancia. Sus ojos también me controlan. Aitor ha vuelto a
desaparecer. Lo único bueno de la noche es la increíble
complicidad entre Lenny y Charlotte.
Se lanzan miraditas constantes mientras habla con mis
hermanas que parecen avasallarle a preguntas. Mola que
sea todo tan real. En un momento dado, Lenny se acerca a
ellas y le da un beso en el cuello a su chica, para arrastrarla
hasta uno de los sofás. La obliga a sentarse sobre su muslo
y empiezan a darse el lotazo a lo grande. Qué puta envidia.
Ojalá pudiera hacer lo mismo con alguien por quien siento
algo parecido…
Menos de una hora después, Freya me hace una señal a lo
lejos y me falta tiempo para acudir a su llamada.
—Creo que me voy a ir… —me informa.
—Vale. Lo que quieras. Te llevo.
Mientras se despide de sus amigas, me doy cuenta de que
Lenny y Charlotte ya no están en el sofá, seguro que
vuelven a estar arriba. Y tampoco localizo a Aitor. Es decir,
que vamos a dejar la casa sin anfitrión, porque yo me tengo
que ir sí o sí. Llevo deseando estar a solas con ella desde
que me he levantado esta mañana de la cama.
La ayudo a subir a la pickup roja, labor complicada con
esa minifalda, y emprendemos camino.
—¿Estás bien?
—Sí… —responde contrita.
Vuelvo a mirarla porque no lo parece. Algo le pasa. Se lo
noto.
—¿Tú estás bien? —pregunta enigmática.
Me callo porque no puedo ser sincero y decirle lo mucho
que me jode que esta noche haya terminado con este
ambiente fúnebre.
—Sí —Uno igual de falso que el suyo. Triste. Apagado. Sin
vida.
—Sigo sin entender por qué te ha llamado a ti… —
barrunta—. Ni siquiera me ha dejado ir a felicitarte esta
tarde por conseguir colarte en la final de mañana… y me
pasa algo y te llama. No tiene sentido.
—¿No te ha dejado? —repito, señalando la injusticia.
—No, ayer discutimos cuando le dije que quería acudir a
la fiesta de Lenny.
—¿Discutisteis…? —murmuro para que siga hablando.
—Sí… Últimamente está muy nervioso y preocupado.
—¿Por qué?
—Porque piensa que me estoy enamorando de ti.
28
A TRES METROS SOBRE EL CIELO
“Nadie puede amar como amamos nosotros, nadie sufre
como sufrimos nosotros”
Federico Moccia

Tenía que decirlo. No pienso pegarme otros diez años


silenciando mis sentimientos. Tenemos un problema entre
manos e ignorarlo no va a hacer que desaparezca. Los
fantasmas solo se van cuando les plantas cara y averiguas
sus asuntos sin resolver.
Morgan guarda silencio. Pero sé que no tardará mucho en
decir:
—¿Es cierto?
La pelota está en mi tejado. Pero no es tan sencillo
porque:
—No. No lo estoy.
Noto cómo traga saliva ante mi respuesta. ¿Qué
esperaba? El enamoramiento es otra cosa. ¡Esto es más
bien una puñetera tortura!
Llegamos a nuestro barrio y aparca frente a mi casa, me
pongo nerviosa cuando apaga el motor y no nos movemos.
Mientras permanezcamos en el coche, seremos invisibles,
pero este espacio es demasiado pequeño para que me mire
como lo está haciendo. Y lo grave es que llevo años
deseando que me mire así.
—Quiero ser sincero contigo… —empieza a decir sin
mirarme—. Yo… sí siento algo por ti.
Mi boca se abre sola. ¡Esto no está pasando!
—Pero tú ya lo sabías —continúa—. Las chicas sabéis esas
cosas. Incluso Livy lo ha intuido sin tener ni idea de quién
eras.
La tensión del momento me deja sin palabras. Una cosa
es desear que sienta algo y otra muy distinta oírselo decir.
Lo veía tan imposible que no me he planteado qué querría
yo, si llegara el momento.
—Y Chris también lo sabe, por eso está como está, pero
yo no puedo evitar sentirme así…
Estoy tan en shock que no sé ni qué decir. Mi mente no
deja de hacer preguntas sin respuesta. ¿Por qué ahora?
¡¿Por qué no antes?! ¿Qué hago si me besa? Mi corazón se
queja, ríe, llora de alegría y de tristeza y patalea con una
actitud totalmente infantil. Menos mal que no está al mando
aquí… Todavía.
—¿Por qué ahora? —acierto a decir—. ¿Sabes cuánto
tiempo he esperado a que te dieses cuenta de lo que podría
haber entre nosotros?
—Sí… y lo siento —dice atormentado—. No sé explicarte
por qué.
—No es verdad —digo enfadada—. ¡Tienes que saberlo!
Que os salvara aquel día de la policía no es suficiente. Sé
que hay más. Y esa ocultación, unida a tu rivalidad con
Chris, me hacen desconfiar de ti.
—Puedes confiar en mí. Yo nunca te haría daño.
—¡Ya me lo estás haciendo! —digo sulfurada—. ¿Que Chris
te ha llamado? ¡Siento que me estáis tomando el pelo…!
¿Qué me ocultáis?
—¡Nada!
—Muy bien. —Me bajo del coche cabreada—. Gracias por
traerme, ya nos veremos.
—¡Freya, espera…! —Se baja él del coche también y me
sigue. Pero yo no me detengo.
—¡De acuerdo! ¡Te diré qué ha cambiado…!
Esas palabras consiguen que frene en seco y me gire justo
antes de entrar en mi jardín.
La ansiedad con la que me mira hace que me hierva la
sangre.
—A ver… —dice reorganizando sus ideas—. Nunca me han
gustado las drogas; no me sientan bien, soy demasiado
neurótico para disfrutarlas. Pero hace meses consumí una
sustancia alucinógena por accidente que me desordenó la
cabeza por completo. Comenzó a abrir cajones de recuerdos
que tenía enterrados y me hizo recordar muchas cosas… A
ti, entre ellas.
—¡Vaya, que suerte he tenido! —digo con sarcasmo.
—No es tan sencillo… La droga viajó por mi subconsciente
haciéndome entender que llevaba mucho tiempo mal. Me
sentía vacío. Y tu espacio es el único que encontró lleno de
todo lo que me faltaba.
Nunca me habían dicho nada tan bonito.
—Reviví muchas escenas juntos, de críos, y me vi a mí
mismo siendo como quiero ser, no como soy.
¡¿Y espera que no le bese después de decir eso?! Al
momento recuerdo a Chris y me duele el estómago. ¿Qué
voy a hacer?
—Algo dentro de mí me empujó a hablar contigo de
nuevo, y desde que lo hice… —Se queda callado.
—Sigue… —suplico—. Desde que lo hiciste ¿qué?
—Mi vida ha mejorado ostensiblemente —musita
melancólico—. Incluso teniendo novio, incluso sin poder
tocarte en absoluto… El mero hecho de que me sonrías ya
me hace sentir mejor conmigo mismo.
Los ojos se me empañan. Porque yo he sentido
exactamente lo mismo desde que volvió a hablarme. Es una
sensación completamente nueva. O vieja, empolvada y
rajada, pero viva, que ha hecho que ponga en perspectiva
todo lo demás.
—Mi intención era que fuésemos amigos… —dice
entonces.
—Pero no podemos —termino por él.
Si vamos a ser sinceros, mejor cuanto antes.
Los segundos se suceden en silencio porque no hay
palabras para rebatir esa verdad, ni instrucciones para
solucionarla.
—¡Es una mierda! —exclamo enfadada—. Es injusto…
—Deberíamos poder —señala él—. Somos adultos, ¿no?
—¡E inteligentes!
—En teoría… —bromea—. Pero en la práctica fallamos.
—Bueno, todavía no hemos hecho nada —digo
temblorosa.
—Habla por ti. Yo estoy haciendo grandes esfuerzos por
no besarte.
El corazón comienza a palpitarme frenético, y la mirada
que me echa no ayuda a calmarlo. ¿Si ahora mismo pusiera
una mano en su pecho sentiría los atronadores latidos de su
corazón?
Necesito respuestas. Necesito saber si esto es verdad o…
Me acerco a él y cuelo, con total desfachatez, mi mano
por el lateral de la seudocamiseta agujereada que lleva.
La palma de mi mano, tan inofensiva y pequeña sobre sus
definidos pectorales de Superman, parece afectarle como si
fuera de Kryptonita. Su torso retumba más de lo que cabría
esperar y mi respiración se acelera cuando coloca su mano
sobre la mía y la aplasta un poco más para que lo sienta
bien.
Nuestros ojos se engarzan sabiendo que la verdad está
ahí.
De pronto, se lleva mi mano con él, entrando en mi
propiedad, y se dirige a un lateral de la casa. Justo hacia el
pasillo de tres metros que se crea entre mi casa y la suya. A
estas horas está bañada en una penumbra espesa donde
apenas se diferencia el blanco de los ojos.
—¿Qué haces…?
—Demostrar una teoría —contesta con determinación.
Me empuja suavemente hasta que apoyo la espalda en la
fachada y se coloca frente a mí a unos veinte centímetros
de distancia. En nuestras miradas hay unas veinte mil dudas
y anhelos sin resolver.
—¿Era esta la distancia a la que estábamos en ese
armario aquella vez? —pregunta concentrado.
—Creo que sí, pero ¿qué tiene eso que ver con…?
—Dani me preguntó una vez sobre nosotros… —empieza
—. Fue poco después de lo del armario. Esa Navidad sucedió
todo el follón de Marco y yo me apoyé mucho en él porque
estaba perdido en cuanto a referentes masculinos…
—¿Y te preguntó por nosotros?
—Sí…
—¿Qué te dijo exactamente?
—Ya sabes cómo es… Sus conversaciones te arrancan el
corazón con pura retórica biológica.
—Lo sé muy bien —Sonrío.
—Me dijo que tú estabas soltera, que yo también y que no
entendía por qué no estábamos juntos…
—Joder… Tan sutil como él solo. ¿Y qué le dijiste? —
pregunto con el corazón en un puño. Dani siempre haciendo
las preguntas más obvias que nadie se atreve a formular.
—Lo vacilé, claro —escucho una sonrisa en su voz, porque
apenas puedo verla—. Le dije que había cosas que
escapaban a su mente privilegiada y me replicó que
siempre había visto señales que indicaban que éramos el
uno para el otro…
¡LA MADRE QUE LO PARIÓ! Gracias, tío Dani…
—¿Señales?, repetí, ¿quieres señales? Porque yo tengo
muchas que te cerrarían la boca de un plumazo, señor «la
naturaleza es sabia». ¿Como cuál?, me preguntó él. Y le
conté que habíamos estado en un armario a oscuras
durante cinco minutos a menos de veinte centímetros y ni el
universo, la química o la naturaleza nos habían empujado a
hacer nada…
—¿Y qué contestó a eso?
—El tío estuvo como un minuto mirándome en silencio. Y
Dios sabe que lo adoro por tomarse su tiempo y estudiar mi
caso concreto, pero al final, lo único que dijo fue: «No he
dicho nada», e hizo el gesto de cerrarse la boca con llave.
Esta vez soy yo la que se queda callada. Y triste.
—Ese silencio me dejó claras muchas cosas, Freya… —
musita dolido. Y de pronto, siento su voz tan cercana que
me asusto.
Me asusta lo mucho que me atrae su presencia. Ya no su
cara, sus bíceps, su mirada, sus labios… ¡ÉL! Saber que es
él y que podría tenerle de un momento a otro sobre mí,
anula por completo mi fuerza de voluntad.
—Voy a darnos otros cinco minutos… —murmura con la
voz ronca.
El corazón comienza a palpitarme por todas partes,
incluso entre las piernas. ¿Acaso tiene idea de la cantidad
de sueños húmedos que he tenido imaginando
continuaciones alternativas en ese armario? Para mí,
hubiera sido una primera vez perfecta. Con él, a los
diecisiete. Empotrándome con toda su fuerza contra uno de
los laterales, sostenida en el aire con sus manos en mis
nalgas, clavándose en mí con una desesperación
enfermiza…
—Yo no voy a hacer nada —promete, pero en realidad está
cada vez más pegado a mí. Ya estamos a diez centímetros,
no a veinte.
Mi respiración se acelera al percibir la suya sobre mí.
Estoy a un paso de empezar a jadear como un perro.
—Me refiero a que no voy a besarte, pero sí… quiero
tocarte. —Sus palabras me excitan como nunca. ¿Dónde va
a tocarme?—. Como se tocan los amigos… Tenemos que
poder soportar eso al menos, si no…
Me agarra de los brazos y desliza sus manos hacia abajo
con una suave caricia, dejando una estela de deseo que no
soy capaz de gestionar. El roce no termina ahí, sino que
continúa hasta mis manos y las acuna con una delicadeza
que me obliga a respirar por la boca en vez de por la nariz.
Sus dedos arrullan los míos, encandilándolos para que se
separen y poder entrecruzarlos con los suyos. La sensación
es tan demoledora que me escucho gemir.
Para colmo, alza una de mis manos hasta su boca y la
besa con languidez.
Mi sorpresa no le detiene. Besa la otra, con un leve roce
de sus labios contra mis nudillos que me hace fantasear a
tope con delinearlos con mi lengua. ¡Esto es inhumano!
Cierro los ojos para soportar lo que me provoca, pero soy
incapaz de frenarlo. Devuelve la mano a su sitio, solo para
acercarse a mi cuerpo y rozar su mejilla con la mía.
—Este es un saludo habitual entre amigos en España… —
Cambia de mejilla y se queda inmóvil. El estremecimiento al
sentir su piel es tan brutal que apoyo las manos en sus
hombros para que no vuelva a separarse de mí. De pronto
me abraza la cintura, como si fuésemos a bailar.
Mala idea… El baile conduce al sexo. Al sexo sucio. Dirty
Dancing.
—¿Soy yo o esto no está funcionando? —musita
aprovechando para adaptarse más a mi cuerpo.
La imagen de nosotros teniendo sexo me tritura el cerebro
y siento que no puedo seguir existiendo si no le beso. Esa
Freya a la que se le daba bien negarse lo que siempre ha
deseado ha desaparecido. Desde que volvió a hablarme, soy
otra persona.
Solo tengo que girar la cara para encontrarme sus labios y
perderme para siempre, pero él nota que no me atrevo. A
esta distancia se nota todo. Hasta mis poros chillando de
frustración y de deseo.
Se desencaja de mí para mirarme, y se queda a dos
centímetros de mis labios, haciendo que tiemble de
anticipación.
—Malas noticias… Creo que no voy a poder mantener mi
promesa.
Los mira como si fueran el cadalso y un segundo
después, cierra la distancia entre ellos.
La suavidad con la que se apodera de mi boca hace que
me derrita al instante. Su lengua caliente encuentra la mía y
me consumo viva. Me olvido de todo y decido disfrutar de
ese primer beso que siempre nos debimos. La ejecución es
tan perfecta, jugosa y caliente que me abruma.
Me aferro a su pelo, haciendo que mi dedos se sumerjan
entre sus dorados mechones y profundizamos los
lametazos.
Su reacción es emitir un sonido ronco que eleva el beso a
un nivel más lascivo, aprisionándome contra la pared con su
cuerpo y provocando que nuestros pechos se toquen.
Nunca había besado a alguien con tanta intensidad, pero
llevo toda la vida esperando este momento. Lo amarro con
más ímpetu, temerosa de perderlo de nuevo y de olvidar lo
que se siente estando en los brazos del primer chico al que
quise y siempre querré. Pase lo que pase.
Esa realidad me aplasta el corazón y mis manos surcan la
piel desnuda de sus flancos en busca del botón de su
pantalón.
Al sentirlo, deja de besarme, alucinado, sin dar crédito a lo
que pretendo hacer. Pero no he tenido nada más claro en mi
vida. Hay trenes que solo pasan una vez, y si por
circunstancias de la vida pasan una segunda, no puedes
dejarlos escapar.
De un tirón le desabrocho los tres botones que conforman
su bragueta y veo en el brillo de su mirada que está
tomando una decisión vital. Sentirlo tan quieto me llena de
adrenalina, porque sé que solo es la calma que precede a la
tormenta. Que él no tenía pensado llegar tan lejos, pero que
la inmortalidad nos espera al otro lado de este instante.
Cae sobre mí, volviéndose loco al comprender dónde
acabamos de meternos… o más bien dónde se va a meter
él. Me besa sobrepasado y su mano viaja abrasando el
interior de mi pierna hasta llegar a su destino: Aqualandia.
Gime al descubrir lo lista que estoy ya para él.
¿Le sorprende?, llevo años esperando este momento. Y
sentir que su lado más primitivo se muere por poseerme me
pone como loca.
Cuelo la mano en su ropa interior y comprimo su erección
con fuerza.
—Joder… —gruñe excitado.
Él también esta listo. Más que listo. Su envergadura hace
que mi entrepierna chille por tenerlo dentro llenándome una
y otra vez. Su dureza y su humedad me chivan que lo está
deseando tanto como yo.
Me penetra profundamente con un dedo fantaseando con
cómo será cuando lo haga él. Su otra mano presiona mi
cintura, midiendo la manejabilidad de mi pequeño y flexible
cuerpo.
—Hazlo ya —le ordeno excitada.
Me mira como si no me reconociera, y a la vez, como si
siempre hubiera deseado que fuese así en estos
menesteres.
Me sube la falda y me arranca las bragas de un zarpazo.
Ahora nos vamos entendiendo…
Me alza una rodilla bien arriba, abriéndome para él, y se
pega a mí, jadeando en mi boca, dispuesto a entrar en mi
cuerpo echando la puerta abajo.
Nos besamos extasiados mientras libera su miembro y se
agacha para conseguir abrirse paso en mi carne de un
empellón.
Ahogo un grito al sentirme atravesada por él. El placer
que siento es indescriptible. No puedo imaginar nada mejor.
Lucas me eleva en el aire, colocando los brazos por
debajo de mis rodillas, y apoyándolos en la pared, mientras
se sumerge varias veces en mí, soportando el mayor deleite
de nuestras vidas. Esto es demasiado. Tan abierta, tan
profundo… No soy capaz de manejar tanto placer.
Es todo tan porno que no puedo ni pensar. Descubrir esta
faceta de él es excitante. Nunca me había sentido tan
compenetrada con nadie. De algún modo, sabía que su
forma de hacer el amor sería alucinante, sublime, ¡única!
Porque así es él. Su entrega me hace sentir importante,
deseada, especial.
—Eres tan preciosa —gime en mi oído—. Me vuelves
loco…
Si él supiera lo que siento cuando dilata mi carne con
tanto sentimiento, le daría miedo. A mí me lo da.
Como si me hubiera escuchado, empieza a embestir con
más brío y no puedo evitar precipitarme por el barranco de
un orgasmo enloquecedor. Las violentas oleadas de placer
me despojan del control de mi cuerpo, espoleándome sin
compasión.
—¡Lucaaas…! —imploro. Pero él no ceja en su empeño por
llevarme a un lugar en el que nunca he estado. Uno en el
que podría llorar de felicidad por sentir esto con ÉL.
Sus músculos se tensan, listo para dejarse llevar o para
apartarse de mí y terminar fuera, y digo:
—Córrete dentro. Tomo la píldora.
La confesión le arranca un gemido que culmina con un
extraordinario grito sordo de lo más erótico.
El final es tan memorable que no tengo palabras. El
silencio y la calma nos envuelven y odio pensar que
nuestros cuerpos van a desconectarse. No quiero.
Me besa el hombro con suavidad, reacio a abandonar mi
contacto, y antes de hacerlo, me mira y volvemos a
besarnos despacio, como si no fuera a hacerlo nunca más.
La separación es como despertar de un sueño fantástico.
El mundo real me golpea con toda la fuerza de su verdad.
«Tienes novio, Freya… ¿cómo has podido?».
—Ha superado totalmente mis expectativas… —musita él.
—Para mí también… —confieso. Pero eso no quita que
esté mal.
Me despego de él y empezamos a vestirnos. Bueno, yo
estoy vestida, pero recupero mis bragas rotas del suelo
mientras él se coloca la ropa.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —pregunta confuso.
—¿A qué te refieres?
—A Christopher… ¿hablarás con él mañana?
La sola idea de que se entere me provoca náuseas.
—¿Mañana? No sé… Ya veré.
—¿Vas a esperar? Es decir, ¿vas a seguir besándolo en la
boca como si nada después de lo que hemos hecho…?
—Es una situación delicada… Tengo que encontrar el
momento.
—Pero será pronto, ¿no?
—Sí… No sé cuándo, pero se lo contaré. Eso seguro.
—Pero vas a… ¿romper con él, no?
—¡No lo sé! —exclamo nerviosa—. No me presiones, por
favor…
—Joder… Dime que no acabas de… —Se calla y se frota la
cara.
—¿De qué?
—De saciar una fantasía, tacharla de tu lista y seguir con
tu vida.
—¿Tengo que decidirlo ahora?
—Dios mío… —musita desolado. Y se larga, saliendo de la
oscuridad para cruzar mi jardín.
—¡Lucas, espera! —exclamo bajito.
¡Mierda, joder! ¿Qué acaba de pasar? ¡Yo no quería
esto…!
¿De verdad cree que todo es tan fácil? ¿Tan blanco o
negro? Me parece una actitud muy inmadura. Podría
ponerse en mi lugar.
¿Debo dejar todo mi mundo y la seguridad que tengo con
Chris, por él? Un tío que, igual que acaba de largarse ahora
mismo sin decir nada, se largó de mi vida sin mirar atrás?
¡¿Qué clase de estúpida sería?!
—Lucas, por favor… —Lo agarro de la camiseta y él se
detiene, negándose a mirarme
—Acabo de correrme dentro de ti, Freya… —sentencia
dolido—. Sin protección. Porque voy a muerte contigo. ¿Y tú
te lo tienes que pensar?
Me quedo sin palabras.
—¡Solo quiero hacer las cosas bien! —digo asustada.
—Ya es un poco tarde para eso, ¿no crees? Pero no te
preocupes, te guardaré el secreto. Espero que seas muy
feliz…
Lo veo marcharse con el corazón roto.
Yo solo quería… no ser egoísta con nadie. Pero acabo de
darme cuenta de una cosa: la justicia no existe. Siempre,
siempre, hay alguien que pierde o sufre. En última instancia,
tú, para que no lo hagan los demás.
Intento respirar hondo.
Esta situación me viene muy grande, pero no me
arrepiento de nada. Quería hacerlo, eso es un hecho, y Chris
lo sabía. Negarlo o esconderse no sirve de nada. ¿Lo
correcto hubiera sido cortar con él antes de dar rienda
suelta a la pasión? Claro. Pero la gente comete errores todos
los días. Tomamos atajos a diario para suavizar las
represalias de lo que deseamos. Para mí una infidelidad es
mantener una mentira en el tiempo y hacer como si nada,
es decir, engañar al otro haciéndole pensar que todo va
bien. Tener sexo un minuto antes o después de cortar con tu
pareja, me parece irrelevante. Sé que para otros no. Que
algunos imaginan un tratado real del siglo cuarto en su
corazón, firmado con tinta imborrable, y hasta que no se
rompe, cualquier escarceo es un atentado contra su honor.
Pero seamos realistas, el respeto se pierde mucho antes de
traspasar la línea de lo físico.
El problema real —y por desgracia, humano— llega
cuando no tienes claro a quién prefieres o qué es lo que
más te conviene.
Christofer está mucho más centrado. Tiene un trabajo
estable y es más maduro. Lucas no tiene una proyección
laboral clara, solo va de fiesta en fiesta y de chica en chica.
Y su tendencia a huir de mí es legendaria…
Tengo miedo. Miedo de apostar por algo, terminar
sufriendo muchísimo más, y al final, quedarme sin nada.
Dicen que madurar es elegir. Y elegir es renunciar a algo
que quieres por algo que necesitas o te conviene más.
Madurar es pensar primero en tu seguridad. Y Lucas me da
muchas cosas, pero ahora mismo, seguridad no.

Entro en casa y después de una visita al baño, me meto


en la cama.
Una vez a oscuras, escribo a Lucas.
«No te enfades, por favor. Dame tiempo. Eres muy
importante para mí».
Y también escribo a Chris.
«Ya estoy en la cama. ¿Dónde estás tú?».
Se pone en línea y me contesta.
«Volviendo a casa. Mañana te llamo. Te quiero»
Le contesto con otro «Te quiero», porque sé que si no, se
rayará. Además ponerlo no es mentir. Yo quiero a
Christopher, pero lo que siento por Lucas es muy especial…
Y mucho más después de esta noche.
Compartir ese momento con él ha sido lo más increíble
que me ha pasado nunca. Nos lo debíamos, sea lo que sea
lo que pase después, estaba escrito en las estrellas. Y me
entristece que considere que tachar algo de una lista vital
sea malo, porque es superimportante.
Chris no estaba en mi maldita lista. No es algo que
lamentaría si nunca hacía. Entiendo el dilema de
responsabilidad afectiva que hay detrás de todo esto, pero
yo les quiero. ¡Les quiero a los dos! Y les quiero bien, no
pretendo reírme de nadie.
Quiero pensar que tarde o temprano, las cosas se
solucionarán solas. Y si la solución pasa por arriesgarme a
no estar con ninguno de ellos hasta que me aclare, así será.
Me duermo pensando en eso y hecha un mar de dudas.
Toc, toc, toc.
La puerta de mi cuarto se abre y mi madre aparece con
un semblante extraño. Debe acercarse el fin del mundo, si
osa importunarme un domingo. Sabe que soy un lirón. Y
cuando me acuesto tarde, mucho más. Y si encima he
practicado sexo, ya ni te cuento… Aunque eso ella no lo
sabe.
—¿Freya…?
—Qué… —contesto escondiéndome bajo la almohada.
—Levántate hija. Ha ocurrido algo…
—¿El qué?
—Vístete y sal al salón. La policía está aquí.
Al escuchar eso, la miro extrañada. ¿La policía?
Su cara es un compendio de emociones. Todas malas.
—¿Qué ha pasado, mamá?
—Ellos te lo dirán. Vístete y sal, ¿vale?
—¡Pero mamá…! —Se va sin que pueda sonsacarle nada.
Hago lo que me ha pedido y me peino un poco en el
espejo de mi armario. ¿Qué diablos habrá pasado?
Cuando salgo y veo a seis policías, me asusto. ¿Por qué
hay tantos?
—Freya, ven, siéntate, hija… —dice mi madre
consternada.
—¿Qué ha ocurrido? —pregunto mirando a todo el mundo.
A muchos los conozco de toda la vida. Lo que más mala
espina me da es la cara de mi padre. No está serio o
enfadado, como casi siempre, es peor, está preocupado y
eso me asusta.
—¿Qué pasa?
Cuando me siento, mi padre se acerca y se agacha a mi
lado.
—Cariño… —empieza sentido—. Han encontrado el cuerpo
sin vida de Christopher esta mañana en la playa…
—¿QUÉ…?
—Lucas Morgan está detenido.
29
CRIMEN Y CASTIGO
“No hay camino hacia el bien que no esté lleno de caídas”
F.M. Dostoyevski

Estar detenido no es plato de buen gusto.


La presunción de inocencia es un mito, en cuanto te
esposan, eres culpable hasta que se demuestre lo contrario.
—Señor Morgan, tiene derecho a hacer una llamada.
Solo un número. Sesenta segundos. Al menos, si no quiero
que la rastreen.
¿A quién llamo? Esto es serio, me acusan de asesinato.
Cualquiera en mi situación llamaría a sus padres, pero la
relación con los míos es complicada y la consabida mirada
de decepción de mi padre me calará hasta los huesos en
cuanto se entere de todo. Por otra parte, esta llamada
podría salvar una vida. Todavía no es demasiado tarde para
C…
Levanto un dedo para marcar. Apenas me sé un puñado
de números de memoria, pero el de ella es uno de ellos, no
me preguntéis por qué. Supongo que sabía que algún día lo
necesitaría.
Espero los tonos con verdadero pánico. Como no
conteste…
—¿Sí?
—Escúchame atentamente… —digo con intensidad.
—¿Morgan, eres tú?
—Sí. Tengo poco tiempo. Estoy en comisaría. Me han
detenido.
—¡¿QUÉ?! ¡¿POR QUÉ?!
—No importa. Corres peligro… Aléjate de nosotros o irán a
por ti. ¿Me has entendido?
—¡¿A por mí?! ¡¿Quién?!
—No hay tiempo para explicaciones. Solo sé que yo no
soy el verdadero objetivo, lo eres tú. Rompe con todo y
sigue con tu vida hasta que neutralicemos la amenaza.
—¡¿Qué amenaza?!
—Tengo que colgar. Júrame que me harás caso, por favor.
Recuerda mis palabras exactas.
—¡Pero Morgan…!
—Destruye ESE teléfono ahora mismo y desaparece. Pero
antes, desmantela todo… Todo rastro tuyo de mi casa.
¿Entiendes lo que digo?
—¡Me estás asustando! ¡¿Qué ha pasado?! ¡¿De qué se te
acusa?!
—¡Maldita sea! ¡¿Quieres morir?! —Hay un silencio en la
línea—. ¡Pues obedece! —Cuelgo antes de rebasar el límite
de tiempo y me froto la cara, alterado.
Ni yo mismo me lo creo, pero, por una vez en mi vida, he
hecho lo correcto. Yo ya estoy perdido, pero no quiero
involucrar a nadie más. Toca aguantar las represalias. Lidiar
con esto no va a ser fácil.
¿Qué pensará Freya cuando se entere? No quiero ni
pensarlo. Todo cuadra perfectamente y la policía ya me
trata como a un asesino.
—¿Qué hacía junto al cadáver de Christopher Hewitt?
—¡Se lo he dicho siete veces! Me mandó un mensaje para
que acudiera a la playa y cuando llegué, lo encontré
muerto. ¡Me han tendido una trampa!
—¿Quién?
—Los tipos para los que trabajaba.
—¿Y por qué querrían hacer eso?
Ese era el quid de la cuestión. ¿Por qué encajarme un
muerto si ya les había dicho todo lo que querían saber? ¿Por
qué no matarme a mí directamente?, es en lo único que he
pensado en las últimas horas y he llegado a la conclusión de
que me quieren vivo.
Hasta que no logren comercializar el Moonbow, no se
desharán de mí. Porque sé demasiado y me quieren
controlado.
Cuando Chris me escribió el mensaje para quedar estaba
en el coche, volviendo a casa, con la cabeza hecha un lío y
el corazón destrozado. Estar con Freya fue como subir a la
luna y luego caer en picado hacia la Tierra. Un hostión
tremendo. Sus dudas se me clavaron en el corazón como
una jodida estaca afilada. Y cuando leí el mensaje de Chris,
no me lo pensé y acudí a esa maldita playa.
«Tenemos que hablar de Freya. Quiero zanjarlo de una vez
por todas. Estoy en el mirador de Pass».
¿Por qué coño iría a ese recóndito lugar en plena noche?
¿Por qué no pensé que podía ser una trampa?
¿Por qué no lo grabé todo desde el instante en el que me
mandó el mensaje hasta que llegué allí?
Porque no somos máquinas, joder. Somos personas con
sentimientos y los míos estaban muy heridos.
—Lo harían para cargarme el muerto a mí. Saben que
Chris y yo no nos llevamos muy bien…
Hay un móvil amoroso, todo les cuadra. ¡Pero yo no he
sido, joder!
—¿Sabes qué creo yo? Que quedasteis, la conversación se
complicó, lo rajaste, escondiste el cuchillo y llamaste a la
policía como si te lo hubieses encontrado muerto.
—¡NO! —grito enfadado—. ¡No fue así!
—Esos ataques de ira son la prueba A. Lo estamos
grabando todo.
—¡Esto no es un ataque de ira, es una injusticia!
—Ya están registrando los alrededores con un detector de
metales para encontrar el cuchillo o la navaja que usaste.
No creo que te diera tiempo a esconderlo muy lejos.
—¡Yo no hice nada!
—Será mejor que no sigas hablando, chico, necesitas un
abogado.
—¡¿Por qué no trabajáis en la posibilidad de que diga la
verdad y buscáis al verdadero culpable?! ¡Hay un asesino
suelto por ahí!
—Te fuiste de casa de Freya muy enfadado, ¿no? O eso
pone ella en su mensaje.
—Christopher me dijo que la llevase a casa. ¡Ya se lo he
contado todo! Estábamos los tres en el chalet que les he
indicado y Chris se quedó allí con gente que tenía muy mala
pinta. Al vernos discutir por ella se darían cuenta de que
podían cargarme con su muerte a mí. ¡¿No lo ven?!
—Lo investigaremos, chico. No te preocupes.
—¿Cómo no voy a preocuparme? —digo sosteniéndome la
cabeza—. Imagínese que está en mi situación y es inocente.
¿Cómo estaría?
—Llorando. Estaría llorando y rezando.
Sus palabras me dan escalofríos. ¿Tan mal lo ve?
Me dejan encerrado en una habitación de interrogatorios
totalmente blanca durante un tiempo indefinido. Me gusta el
thriller. Sé que lo hacen para volverme loco, preguntándome
una y otra vez lo mismo de formas distintas, por si cambio
de versión. Es lo típico. Con lo que no contaba es con el
estado de nervios, incomprensión y desesperación en el que
te sumergen. Estoy tan cansado que podría desmayarme.
No he dormido en toda la noche.
—Tus padres están aquí. Han venido con tu abogado.
¿Quién los ha avisado? Me trasladan hasta otra habitación
más civilizada, con una ventana y distintos colores, donde
me esperan mis progenitores con un hombre que no
conozco.
—¡Hijo! —exclama mi madre al verme. Odio oírla tan
preocupada. Ella suele ser un duende feliz del bosque, y
ahora mismo, su lenguaje corporal me dice que está
sufriendo porque quiere abrazarme y no nos dejan—. ¡No te
preocupes, cariño, todo se va a solucionar!
Tomo asiento y el abogado empieza a hablar para
presentarse. Pero yo solo puedo mirar a mi padre.
Enfrentarme a lo inevitable, aunque apenas me queden
fuerzas para soportar a otra persona que no me cree. Pero
en su mirada hay una expresión desconocida. Está serio y
comedido como de costumbre, pero sus ojos me dicen que
tiene un plan.
Me escucha atentamente, sin interrumpirme en ningún
momento cuando el abogado me pide que le cuente CON
TODO LUJO DE DETALLES lo que hice desde que terminó el
campeonato el día anterior.
Lo hago, aunque saltándome algunas partes,
obviamente… Y al hacerlo, es como si mi padre, estuviera
rellenando los huecos con tanta facilidad como si lo hubiera
vivido él mismo.
Su habitual cara de desconfianza hace mella en mi ánimo
en los momentos clave, pero me mira como si fuera a matar
a alguien cuando digo:
—Yo no lo hice. LO JURO POR DIOS…
Mi voz tiembla en la última sílaba y mi cara se
congestiona. Es como si acabara de darme cuenta de que
Christopher ha muerto. HA MUERTO. Ya no está. Su vida ha
acabado. Y la mía también.
Mis ojos abnegados en lágrimas me traicionan y trato de
respirar hondo para frenarlas.
—Lo solucionaremos —dice entonces mi padre con una
convicción que me sorprende. ¿Cómo coño va a
solucionarlo?
—Decidle a Aitor que llame a Marco —les pido.
—¿A Marco?
—Sí, lo quiero aquí. Confío en él. Es un policía en activo
que trabaja en estupefacientes.
—No creo que venga…
—Decídselo a Aitor. A él le hará caso. Y necesito ver a
Lenny cuanto antes.
—¿Para qué? —indaga mi padre. Sabe que hay muchas
cosas que no les estoy contando.
—Quiero hablar con él.
—No es momento para tener secretos, hijo —advierte mi
padre.
—Toda la información puede ser crucial —presiona el
abogado.
—¡Solo quiero verle! Estaba haciendo muchos progresos y
sé que todo esto va a afectarle mucho. Que venga cuanto
antes.
—Están a punto de cumplirse las ocho horas de detención
—alega el abogado—. Hay que tomar una decisión. El juez
ha impuesto una fianza de un millón a espera de juicio
rápido.
—La pagaremos —dice mi padre sin pestañear.
—Ni de coña —me opongo.
—¿Cómo que no?
—No la paguéis.
—¡No vamos a dejarte aquí! —exclama mi padre
sulfurado. Su mirada está inyectada en sangre—. Un hijo
mío no va a pasar la noche en la cárcel…
Mi madre posa las manos sobre él con una dulzura
extraña y susurra un «Tranquilo…», apenas audible.
—No me llevarán a la cárcel, me dejarán aquí, al menos,
tres días.
—Voy a pagarlo —sentencia endiablado—. ¡¿Para qué
coño está el dinero si no?! O dejas tu orgullo fuera de esto o
lo pagarás caro… —susurra afectado—. Sé de lo que hablo…
Por favor… Te ruego que…
—Papá… —lo freno calmado. Él me mira con ansiedad,
como si estar encerrado fuera lo peor que pudiera pasarme
—. Quiero quedarme.
—¡¿Por qué?!
—Porque ahora mismo estoy más seguro dentro que
fuera…
Los tres me miran anonadados.
Mi padre se lleva las manos a la cara para cubrirse la nariz
y la boca con ellas. Se levanta y da vueltas por la habitación
como un tigre enjaulado, pensando en mil cosas a la vez. Ni
siquiera mi madre quiere interrumpirle.
—Entonces, ¿rechazamos la fianza? —pregunta el
abogado.
—Sí —zanjo con rapidez—. Además, es una barbaridad de
dinero.
—Es alta, sí. No esperan que la paguéis. Necesitan tiempo
para recabar datos y pruebas.
Mi padre se queda apoyado en la ventana, sombrío y
hundido, como si acabara de recibir la peor noticia del
mundo.
Mi madre se acerca a él por detrás y lo abraza con
cuidado, como si entendiera su dolor a la perfección.
—No va a pasarle nada… —susurra en voz baja.
¿Por qué actúa como si esto le estuviera pasando a él en
vez de a mí?
Mi padres se marchan y tardan un rato en bajarme a los
calabozos. No dejo de pensar en Aitor y en Lenny, en su
seguridad porque, de alguna forma, están implicados en
todo esto conmigo. Pero ellos no han visto a esos hombres.
No podrían identificarlos. Yo sí.
También temo por Charlotte. No quiero que descubran que
ella es la química que ha confeccionado Moonbow. Necesito
decirle a Lenny que monten uno de sus paripés públicos en
los que corten con una gran discusión y ella se aleje de
nosotros hasta que pase la tormenta.
También pienso en Freya. Supongo que la han interrogado.
¿Habrá contado lo que ocurrió entre nosotros cuando la
llevé a casa? Porque yo no lo he hecho. Y no solo porque ese
acto me incrimina todavía más, sino porque ella cargaría
con la infidelidad a un muerto de por vida. Esto es un
pueblo pequeño. No quiero que le salpiquen nuestros
asuntos turbios.
Sea como sea, tras los recientes acontecimientos, lo
nuestro está sentenciado. No querrá ni verme, devorada por
la culpabilidad de estar llegando al orgasmo a la vez que
Chris exhalaba su último aliento. Eso sin contar que, como
suele ocurrir, su subconsciente busque un culpable para
soportar mejor su dolor y piense que soy un asesino tan
obsesionado con ella que he eliminado a mi rival de un
navajazo en el cuello.
Había tanta sangre cuando llegué junto a Chris… Estaba
pálido, con los ojos cerrados y la boca abierta. No lo toqué,
hasta ahí me dio el cerebro, pero era muy reciente. Todavía
no mostraba rigor mortis o rigidez cadavérica.
En ese momento, no pude pensar racionalmente. Solo
quería huir, como cualquier animal ante un peligro. Pero me
acordé de su mensaje y supe que podrían comprobar el GPS
de mi coche y del suyo. Todo eso sumado a nuestra
conocida rivalidad me hicieron pensar que lo mejor sería
actuar como la persona inocente que era y llamar a la
policía. Cualquier otra cosa, complicaría mi defensa.
Cuando llegó la patrulla, les expliqué que me había citado
aquí con él y que lo había encontrado muerto.
Evidentemente, me hicieron acompañarles a comisaría
«para declarar». Y ahora soy alguien cuya libertad vale un
millón de dólares.

Me meten en una celda y apenas duermo a intervalos.


Intento forzarme a ello porque estoy muy cansado, pero es
difícil sabiendo que esto no ha hecho más que empezar.
Me parece que pasa una eternidad hasta que, al día
siguiente, creo, me hacen pasar a una habitación en la que
Lenny me espera.
Su expresión compungida no dista mucho a la que ha
tenido los últimos diez años, pero su preocupación por mí es
mucho más patente.
Levanta la mano para saludarme.
—Hola… —Tomo asiento frente a él. Veo que hay papel y
lápiz encima de la mesa. Le habrán quitado el móvil al
pasar, y como no habla, le han dado medios para que
podamos comunicarnos. Es perfecto.
«¿Estás bien?», me dice por gestos.
—Sí. No te preocupes. Quería verte para tranquilizarte —le
digo mirándole fijamente para que entienda que no es eso
lo que quiero. Y veo que lo capta a la perfección—. ¿Dónde
estabas cuando me detuvieron? —le pregunto enigmático.
Él escribe en el papel.
«Estaba delante cuando llamaste a C. Hicimos todo lo que
dijiste. La poli vino a registrar la casa. C se lo llevó todo en
su coche antes».
—Bien —formulo satisfecho—. Todo va bien, sí… Seguro
que encuentran al verdadero culpable… Ya verás. Tú no te
preocupes…
Cojo la hoja y escribo lo más rápido que puedo y en clave,
mientras le digo que tiene que estar tranquilo hasta que
todo se solucione. No dejo de escribir a toda velocidad, con
mala letra, mientras dejo que lo lea sobre la marcha antes
de que alguien entre a detenernos.
«Cortad en público HOY. Hackea nube móvil Chris. Dile a
Freya que yo no he sido. Comete este papel AHORA».
Lenny arranca lo que hemos escrito y se lo mete en la
boca sin pensar.
Un policía entra en la sala y me encojo de hombros con
inocencia.
—A veces hace estas cosas… —explico—. ¿Ha oído hablar
del trastorno de la pica? También le gusta comer tierra.
Lenny mira al agente con un rictus imperturbable
mientras mastica. A veces no sé si es buen actor o es que
está completamente loco.
—Mejor me lo llevo, a ver si se va a atragantar y me meto
en un lío.
Va a coger el resto del papel y Lenny lo atrapa con sus
dedos. Hay un forcejeo y el agente se pone nervioso.
—Yo que usted, no le quitaría su comida… —murmuro.
Lenny le mantiene la mirada como un auténtico asesino
en serie. Es un cabrón. No estoy para risas, pero las ganas
de sonreír viajan por mi cara sin poder evitarlo. Finalmente
el agente se rinde.
Y deja que Lenny escriba algo.
«Todo va a salir bien», leo. Su mirada desprende un apoyo
incondicional y las ganas de llorar aparecen de nuevo en
mis ojos.
—Sí… —musito.
«Marco está en camino».
—Bien. Contádselo todo.
«¿Todo?».
—Sí —digo sin dudar.
Si hay alguien en el que confíe en este mundo es en él.
Me refiero a que pondría mi vida en sus manos sin pensarlo
un instante. Hace un año que no nos vemos, desde que lo
visité en España cuando Aitor todavía vivía allí. Pero con él
no hay protocolos. Podría llamarle ahora mismo y no decirle
ni hola y vendría en el primer vuelo. Es de esas personas
que sabes que nunca te fallarán. Y esas se cuentan con los
dedos de una mano.
—¿Cómo está Freya? —pregunto afligido.
Lenny escribe atribulado.
«No sale de su casa. Está muy afectada».
—Ve a verla, por favor. O que vaya Aitor. Dile que lo
encontré muerto. Cuéntale lo que os conté a vosotros la
noche de la fiesta…
«Ok. Pero creo que no quiere ver a nadie».
La culpabilidad atraviesa mi cara y Lenny la capta al
vuelo. Creo que capta que la jodimos a lo grande cuando la
acompañé a casa… tanto en sentido figurado como en el
literal.
Si está tan mal, seguramente termine contando nuestro
escarceo o el secreto terminará asfixiándola. Y terminará
enterándose everybody.
Suspiro con esfuerzo.
—Ojalá Marco venga pronto… Averigua quién lleva la
investigación y que contacte con él. Llevadle al Capitán
Nemo a tomar algo, le gustará el antro… —digo levantando
las cejas para enfatizar que es clave que investigue al
capitán. Estoy seguro de que él sabe algo, pero
mencionárselo a la policía solo le haría cubrirse las espaldas
y huir.
Esos hijos de puta confían en mi silencio, porque si caen
ellos, caemos todos. Además no puedo mencionarles sin
hablar de Moonbow.
Y lo último que quiero es que mis padres se enteren de
eso.
Nunca se recuperarían de una decepción así. Ellos son
antidroga.
30
EL PRINCIPITO
“Al primer amor se le quiere más, al resto, se le quiere
mejor”
Antoine de Saint-Exupéry

Consulto la hora malhumorado. Odio esperar.


Y menos en el único lugar del mundo en el que es
imposible ligar: la terminal de Llegadas del aeropuerto de
Brisbane.
Debe de triangularse con los monolitos de la Isla de
Pascua y las Fosas Marianas porque la frecuencia de mi
atractivo sexual aquí se pierde. O quizá es que, desde que
mi hermano está detenido, mi flow social ha caído en
picado.
No estoy preocupado, Lucas es inocente. Mucho postureo
de malote, pero luego es más bueno que Lassie. Tarde o
temprano, lo soltarán, no existe el crimen perfecto desde
que vivimos en un jodido Gran Hermano mundial gracias a
los móviles. Pero necesito que Marco lo solucione antes de
que se me gangrene la polla por no usarla… Hace tanto, que
ya se me ha olvidado cómo se hace una paja.
Empieza a salir la gente proveniente del vuelo y Marco
aparece de los últimos con su habitual porte policial. No sé
cómo lo hace, pero se le nota en la cara que va armado. Por
eso le sugerí que se tatuara un «¡Cuidadito, con lo que
haces!», en el dedo del gatillo. Le quedaría genial…
Su forma de vestir mejoró un poco cuando estuve
viviendo con él, básicamente por no oírme, pero se nota a la
legua que es el típico hetero extremo que solo conoce la
existencia de los tres colores básicos y sus mezclas hasta
siete.
Si le mencionas el verde menta, el añil o el lila, te mira
como si tuvieras una enfermedad contagiosa.
—Aitor… —dice como si acabara de llegar al frente de una
batalla.
—¡Dame un abrazo, hombre! —Lo estrecho fuerte
sonriente. Disfruto de los dos segundos que dura hasta que
me aleja de él.
—Ya veo que no has perdido tu buen humor a pesar de
que tu hermano esté imputado de asesinato…
—Pues no. Confío en tu coco. Vámonos de este lugar
maldito… —susurro buscando señales de vudú por el suelo.
Nos subimos en el Toyota y no espera ni un minuto a
interrogarme. Lo lleva en la sangre.
—Cuéntamelo todo —dice sacando un bloc de notas.
—¿Qué coño es esa cosa?
—Mi libreta.
—¡¿Tu qué?! ¿No usas el bloc de notas del móvil?
—Prefiero escribirlo. Los móviles son para llamar.
—Cuando todo esto termine, te ayudaré a construir una
máquina del tiempo para volver a tu época, bonito…
—Esto es serio, Aitor. Por favor, dime todo lo que sepas.
—Antes cuéntame un poco qué tal estás tú —digo
renqueante.
Levanta una ceja perspicaz.
—O sea que os habéis metido en un buen lío, ¿no?
Por eso le hemos llamado. ¡Es más listo que el hambre!
Siempre va un paso por delante con sus deducciones
legendarias.
—No diré nada sin mi abogado delante —bromeo—. Con lo
estricto que eres, me enchironas tú mismo…
—Yo también cometo errores… —Y sé que habla del
motivo por el que tiene cara de culo desde que ha pisado
territorio australiano. Le trae malos recuerdos. Echo mucho
de menos al Marco bromista. Ese se parecía más a mí y a
Mak. Pero desde que sucedió aquello es un torturado de la
vida más, como Lenny, Lucas, mi tío Kai y mi tío Luk. Y
como mi tío Mak y Marco se encuentren, seré minoría
absoluta.
Lo que nadie sabe es que Marco hubiese terminado
huyendo igualmente, pero le echaron antes.
—Me acojona contártelo —admito—. Deja que lleguemos a
Byron para que Lenny esté delante y toda la bronca no
recaiga sobre mí…
—Déjate de gilipolleces. Tenemos hora y media por
delante y vamos contrarreloj. Podrían procesarle en
cualquier momento y luego nos costará mucho más sacarlo.
Tenemos 72 horas para aportar pruebas de que no fue él.
Habla YA.
—De acuerdo. Pero me obligarás a contarte un bombazo
sobre Luz para que todo lo demás no te parezca tan malo…
—¿Que se casa? Ya lo sé…
—¿¡Por qué lo sabes todo siempre!? Maldito Sherlock
Holmes… ¿Cómo te has enterado?
—Por amigos comunes.
—¿Y el tío sigue vivo? Me sorprende…
—Olvida a Luz y habla de una vez.
Se lo cuento lo mejor que puedo, intercalando frases
cortas entre sus imprecaciones y resoplidos.
—Caso resuelto, ¡SOIS IDIOTAS! Esto es lo que llaman
Selección Natural… —Se coge el puente de la nariz.
—No teníamos alternativa.
—¡Y un huevo! ¡Claro que la teníais! Podíais haberme
llamado antes de hacer nada.
—Nos lo hubieras impedido.
—¡Pues claro que sí! ¡Os hubiera dado el dinero yo mismo!
Después habría venido de vacaciones aquí y hubiera
empapelado a ese gilipollas del Capitán Nemo.
—Eso hubiera estado mejor, sí…

—Los mayores siempre temieron que repitierais sus


pasos… —murmura—. Y por fin ha llegado el día…
—¿Qué pasos? ¿De qué hablas? ¡El único que has seguido
sus pasos eres tú, que te has hecho poli como ellos…!
Chasquea la lengua.
—Eso es simplificar muchísimo las cosas…
—Sabemos que eran geos, que participaron en
operaciones de crimen organizado, y que por eso asaltaron
la casa del tío Luk hace años…
—Eso solo es la punta del iceberg. Pero bueno, el caso es
que habéis llamado la atención de los narcos y no va a ser
fácil que se olviden de vosotros…
—Ya les hemos dado el Moonbow. ¿Qué más quieren?
Se queda callado. Y me entra el canguelo.
—Dime las fechas exactas. ¿Cuándo fue la pelea en el pub
con Kali? ¿Quiénes participaron? ¿Cuándo empezasteis a
comercializar la droga?
Tras responder a un sinfín de preguntas, llegamos a
comisaría. No tenemos mucha fe en que nos dejen ver a
Lucas sin cita previa, pero Marco quiere averiguar quién
lleva el caso para saber a quién informar si descubre algo
por su cuenta. Con sus credenciales por delante, claro.
—Enseguida aviso a quien lo lleva —me dice un agente.
—Gracias —Sonrío encantado. Adoro a los tíos de
uniforme.
Aprovecho para deleitarme la vista cuando, de pronto,
aparece…
¿De todas las comisarías que hay en el estado de Nueva
Gales del Sur Enzo tenía que trabajar en esta? Puta
casualidad…
Al verme, pone la clásica cara de fastidio. Está guapísimo,
el cabrón.
Me quedo parado sin mover ni un músculo. Marco lo
reconoce y arruga las cejas. Y cuando mira hacia mí, me
descubre disecado y decide reaccionar.
—¡Enzo…! ¡No sabía que trabajabas aquí! —Queda claro
que yo tampoco—. Al final conseguiste ser poli, ¿eh?
¡Felicidades!
—Gracias —responde indolente—. ¿Qué haces tú aquí?
¿Has vuelto?
Y no me extraña que le sorprenda. Él fue testigo de la que
se lio en nuestra casa esa nochevieja… Fue una fiesta
conjunta con nuestros vecinos. La última en común, de
hecho. Puto Kali…
—No, no, solo estoy de paso. He venido por lo de Lucas…
Quería hablar con el inspector que está llevando la
investigación.
—Es mi jefe, Jeremy Hanks. Yo soy su adjunto…
—Ah, fantástico. Voy a estar unos días por aquí, echando
un vistazo, si averiguo algo que sea interesante, sabré a
quién decírselo.
—De acuerdo —contesta sin desviar los ojos de él.
—Oye… ¿podemos verle? A Lucas…
—Si no estáis en la lista…
—Por favor… Acabo de aterrizar. Llevo veinticuatro horas
metido en un avión solo para verle.
Lo vemos dudar y de pronto, me mira. Uf. Mejor no. Está
claro que me odia…
—Si lo consigo, solo podría pasar uno —advierte.
—Pasaré yo —se adelanta Marco—. Por favor, haz lo que
puedas.
—Lo intentaré…
Se va, y Marco se gira hacia mí.
—¿No sabías que trabajaba aquí?
—¿Te parece esta la cara de alguien que lo sabía? —Me
señalo.
—Joder… ¿Qué coño has hecho desde que has vuelto?
—Follar, ir de fiesta, traficar, un poco de todo…
Marco mira hacia arriba y sisea que estamos en una
comisaría.
—Si me deja entrar, compórtate —me advierte.
—¿Qué significa eso?
—Que no hables con nadie. Márcate un Lenny. ¿De
acuerdo?
—Uy, yo no sé hacer eso. Si me quedara callado, me
saldrían subtítulos.
—No la líes —masculla cuando vemos volver a Enzo. Hacía
casi tres años que no lo veía y el tiempo le ha tratado muy
bien. Está aún más cañón, si eso es posible. Su hermano
Hugo está muy cachas, pero Enzo está hecho de otra
pasta… Lo sé muy bien. Los he degustado a los dos…
—Puedes verle, pero solo cinco minutos —le dice a Marco.
—¡Genial! Mil gracias.
—Ve por aquel pasillo. Y entra en la sala dos. Enseguida lo
subirán.
—¡Gracias, de verdad!
Marco se marcha y Enzo me mira, pero me ignora rápido.
Todavía no me creo cómo llena esa camisa azul de manga
corta de oficial, con ribetes, escudos cosidos y unos
tentadores botones minúsculos que me gustaría arrancarle
con los dientes.
Seguro que entrena con su hermano. Menudo sandwich
haría con ellos…
—Te veo bien, Zo…
—Ni se te ocurra llamarme así. Si pudiera, te echaría de
aquí —masculla—. Y si me entero de que vuelves a hablar
con mi hermano…
—No es que habláramos mucho, ya sabes, solo jadeamos.
Cierra los ojos, asqueado.
—¿No nos has jodido ya suficiente?
—Al parecer Hugo no tuvo suficiente. Cuando quise darme
cuenta, me la estaba comiendo. Cosas que pasan… —Me
encojo de hombros. Lo pienso de verdad. No todo en esta
vida es premeditado. Esta conversación es un ejemplo. Yo
estaba intentando no meterme en líos, ¡en serio!, me ha
hablado él. ¡Anda, vuelvo a ser irresistible! ¡Yuju!
—No te acerques a mi familia —sentencia.
—¡Yo no hago nada! Sois como polillas atraídas por mi luz.
—Más bien como moscas atraídas por la mierda.
—¿Por fin admites que te atraigo? Felicidades, solo te ha
costado tres años.
—Tuve mi fase heterocuriosa, nada más… Ahora estoy
felizmente casado.
—¡¿Perdona?! ¿A quién has engañado para formar una
familia mientras flirteas con todo rabo viviente?
—Yo no flirteo con nadie.
—Eso decías siempre… Hasta que me comiste la boca. Un
pelín agresivo, pero brutal. De los mejores polvos que he
echado…
—Eso forma parte del pasado. Ahora soy otro.
—Un hombre casado, sí. ¿Te dan una chapita cuando
pasas a formar parte de ese club? Porque a mí no me la
dieron…
—Lo tuyo fue una pantomima. Lo anularon todo.
—Y lo tuyo lo anularán si no te la follas pronto. Tápale los
ojos e imagíname a mí, terminarás en un pis pas…
Sus puños se cierran como si quisiera partirme la cara. O
el culo. ¡Ay, por Dios, no me hagas ilusiones…!
—Sal y espera fuera, hazme el favor —masculla molesto.
—Tu autocontrol brilla por su ausencia. ¿Cómo pasaste el
examen psicológico para ser poli?
—Será que no estabas en el continente cuando lo hice.
¡Largo!
—No puedes echarme, soy un civil. Uno muy guapo.
—Vete o les diré que me has escupido y te pasarás el día
detenido.
—Uh, ¿no te gusta que te escupan? A mí sí —digo lascivo.
—Estás fatal… —musita y desaparece.
—¡Sí, lo estoy! —admito. No sé callarme. Nunca he sabido.
Espero unos minutos y Marco sale a mi encuentro con
mala cara.
—¿Cómo ha ido?
—¿Tú qué crees? Está desmoralizado y le he cantado las
cuarenta. Hay que darse prisa. Me ha dicho que Lenny ha
venido esta mañana y le ha dado instrucciones.
—¿Qué tipo de instrucciones?
—Vámonos, hablamos por el camino.
Al salir de la comisaría nos encontramos de frente con mi
padre y mis tíos. Cuando Marco y Mak se ven, la tierra deja
de girar. Los demás ponemos cara de que nuestro avión se
va a estrellar.
MAY DAY! MAY DAY!
Mi primo aparta la mirada incapaz de mantenérsela
después de ocho años sin verle.
—Marco… —susurra Mak sobrepasado.
El aludido no dice nada, solo pivota incómodo.
—Te espero en el coche —susurra, echando a andar.
—Espera, Marco… —suplica Mak apesadumbrado.
—MARCO —pronuncia mi padre. Y detiene sus pasos por
arte de magia.
Bueno, no es magia, es que nos han criado para entender
que cuando el patriarca de la familia modula ese tono, todo
el mundo debe ponerse firme, y Marco no es inmune a ello.
El único inmune al Alfa es mi hermano Lucas... Al parecer,
entre Alfas, el rollo no funciona.
Marco gira sobre sí mismo con lentitud y mira a mi padre.
—Gracias por venir… Lucas insistió mucho en ello.
—Lo que sea por él.
Mi tío Luk se acerca a Marco y lo abraza sin poder evitarlo.
Y creo que lo hace por Mak, para transmitírselo de su parte.
A veces no sabemos dónde empieza uno y termina el otro.
Es un momento muy incómodo porque Marco no coopera
mucho. Mi tío Mak se agarra los brazos con nerviosismo,
como si fuera él.
—Estás hecho un hombre… —le dice Luk—. Me dicen que
te va muy bien en el cuerpo.
—No me quejo.
—Lucas está en un buen lío —expone mi padre—. Me
refiero a… más allá de la imputación de asesinato.
—Lo sé…
—¿Qué te han contado? Necesito saberlo, Marco.
—No necesitas saberlo.
—Es mi hijo —repone atormentado—. Por favor, Marco,
esto no es un puto juego...
—Lo sé. Dame un día de margen para hacer mis
comprobaciones. Cuando sepa algo más, te lo diré. Ellos me
han contado lo que creen saber, pero la realidad puede ser
bien distinta…
Y con ese alegato, se mete a los mayores en el bolsillo y
se va.
Mak se mesa el pelo reprimiendo las ganas de correr hacia
él y tocarlo. Finalmente, se frota la cara y Luk va a
consolarlo. Pero antes de que pueda hacerlo, huye hacia la
puerta de la comisaría y casi se pega con ella para entrar.
Siempre me ha puesto los pelos de punta verlo así. Sin
bromear. Dominado por sus demonios y haciendo honor a su
nombre, «Mako». Dicen que también era de gatillo rápido
cuando era geo, igual que su vástago.
Mi tío Álvaro, alias Mak, no es el padre de Marco, lo
adoptó a los cuatro años. Siempre se han adorado
mutuamente. Según mi primo, era el mejor padre del
mundo, hasta que dejó de serlo… De la noche a la mañana
no quiso volver a verlo nunca más. Traición, lo llamó… Un
par de años después, Mak intentó solucionar las cosas
instigado por mi tía Mei, pero Marco no quiso saber nada de
nadie. Hablaba por teléfono de vez en cuando con mi tía Mei
para contarle cómo le iba y poco más. Del resto, los únicos
que manteníamos contacto con él éramos Lucas y yo.
—¿Cuánto vas a quedarte? —pregunta mi tío Luk a Marco.
—Lo que sea necesario.
—Gracias… —musita Kai agracecido. Y le ofrece la mano.
Él la mira, pero no se la coge.
—De nada —dice simplemente—. Vámonos, Tor.
A ninguno nos sorprende su gesto. Para Marco fue Kai el
que, en última instancia, destrozó su vida, tal y como la
conocía. Fue sin querer, pero lo hizo. Y no estaba listo para
perdonarle.
—Oye, tío Luk —pregunto curioso—. Tú seguro que lo
sabes, ¿con quién está casado Enzo, el hijo de Guille y
Laura?
Me mira extrañado.
—¿No lo sabes?
—No…
—No se lo digas —barrunta mi padre azorado.
—¿Por qué? ¡¿Quién es?! ¡Ahora necesito saberlo!
—Con Ruby —contesta mi tío—. Se casó con Ruby.
—¿CÓMO…? —Me quedo clavado.
—No tengo todo el día… —me dice Marco desde el coche.
—Mantente alejado de ellos, Aitor —advierte mi padre.
Me muevo para subirme a la pickup todavía anonadado.
¿Con Ruby? ¿En serio? No puede ser…
—¿Qué te pasa? —me pregunta Marco cuando me ve
idiotizado.
—Acabo de enterarme de que Enzo está casado con Ruby.
—¡No jodas…!
—Ya ves…
—¿Esa no es la tía con la que te casaste tú?
—La misma.
Pone los ojos en blanco.
—Ni en Juego de Tronos se ve lo que pasa aquí…
31
CIEN AÑOS DE SOLEDAD
“Tenía la rara virtud de no existir por completo, sino en el
momento oportuno”
Grabriel García Márquez

A
—¿ dónde vamos? —pregunta Aitor al salir del parking.
—A casa de Freya.
—Dicen que no quiere hablar con nadie.
—Conmigo querrá.
—Me fascina tu seguridad en ti mismo —replica burlón—.
Acabas de llegar. No tienes ni puta idea del percal que se
traen entre ellos, pero das por hecho que a ti te escuchará…
Acojonante.
—Freya es otra víctima de esta situación. Y las víctimas
quieren hablar aunque digan que no. Es lo que más desean.
Y yo sé cómo hacerlas hablar.
—Claro que lo sabes, joder. Tú siempre sabes qué decir y
también cuándo callarte. No como yo. Por cierto…, ¿hacía
cuánto que no veías a Mak?
—¿Por qué preguntas, si ya lo sabes...?
—¡Es que no puedo creer que no os hayáis dicho nada!
¡Es tu padre!
—No es mi padre.
—Que tengáis sangre en común, o no, es lo de menos.
—Ese fue justo el problema. Gracias por recordármelo.
—Nooo… —susurra compungido—. Lo siento... Yo…
—No quiero hablar de ello —digo indolente—. Olvídalo. Yo
lo he hecho.
¿A que me sale de puta madre decirlo? Lo repito: «Lo he
olvidado». Y estoy muy orgulloso de mí. ¡Estoy curado!
Curado de cómo he gestionado el espanto que supuso todo
aquello. Soy un jodido muro impenetrable, ver a Mak no me
ha afectado en absoluto. Aunque estaba mayor, más de lo
que recordaba… Supongo que los disgustos envejecen
bastante. Y yo le di el peor de su vida.
—Perdona, soy un bocazas —murmura Aitor—. Lo mío es
diarrea verbal, en serio, ¡le he acabado diciendo a Enzo que
me pone que me escupan! Soy un desastre… —Se tapa la
cara.
—Tiene que haber de todo en el mundo…
Me mira tan indignado que no me queda más remedio que
sonreír de medio lado. Aitor siempre ha tenido el
superpoder de divertirme. Y eso no es fácil en mí. Ya no.
—¡Una sonrisa! ¡Marco is back! —exclama triunfante. Será
un bocazas, pero creo que es muy consciente de lo que
provoca en mí. Y también en los demás. Hay personas que
te hace creer que todo es posible.
—Háblame de Christopher —me reconduzco—. Hazme un
resumen.
Me preparo para uno de sus soliloquios brutales. Iba en
serio. Si no hubiera habido un Aitor en el mundo, habrían
tenido que inventarlo.
Carraspea y se prepara para decir:
—Imagínate a Satán reencarnado en el cuerpo de Ken,
¿vale? Siendo el líder de una banda de anormales, siendo el
novio perfectamente celoso y tóxico de Freya, y un capullo
integral de marca registrada. Todo legal.
Lucho por no volver a sonreír.
—¿A qué se dedicaba?
—Trabajaba con su padre en su funeraria.
—¿No jodas?
—Sí, y en sus ratos libres, distribuía sustancias ilegales, al
parecer...
—¿Quiénes eran sus amigos?
—Uno de los mejores era Kali, el hijo de Dani e Iker.
—No me digas más… —digo chasqueando la lengua.
—Dios los cría y ellos se juntan.
—Joder… ¿Freya está ciega? La tenía por una chica lista…
—Chris era bastante listo; la tenía bien engañada. En el
fondo creo que estaba muy enamorado de ella, porque
cuando Lucas y Freya empezaron a ser amigos, comenzó a
loquear y a ponerse muy celoso.
—Y no iba desencaminado… Anoche Lucas y Freya
follaron.
Veo que Aitor deja de prestar atención a la carretera más
tiempo del recomendable.
—¡¿PERDONA…?!
—Nos vamos a matar —Señalo tranquilamente la calzada.
Da un volantazo y corrige el rumbo.
—¿Pero qué me estás contando…?
—Lo que oyes. Pero no quiere que se sepa, así que no
digas nada. Por ella, pero sobre todo por él. Me ha dicho que
después discutieron y se fue de su casa. Debe de estar muy
asustada.
—¡JO-DER! —exclama Tor anonadado—. ¡¿No te parece
fortísimo?!
—Fortísimo es que sigas vivo con lo mal que conduces…
—¡Lo digo en serio! ¡Tienen una historia muy jodida!
—Pues acaban de batir su propio récord… Esta tarde
iremos al Capitán Nemo. ¿Está abierto los lunes?
—Abre todos los días y cierra cuando quiere.
—Como buena tapadera para blanquear dinero. Si le meto
una auditoría, ya es nuestro. Seguro que sus cifras están
infladísimas.
Aitor detiene el coche delante de la casa de Kai y me
recorre un escalofrío al verla. Una cosa es construir un muro
a diez mil kilómetros para no sentir nada y otra volver al
lugar de los hechos. Los malos recuerdos me queman en la
boca del estómago como si fueran ácido sulfúrico.
Nos desviamos hacia el porche de la casa de al lado y
llamamos al timbre. Emma, la madre de Freya, nos abre la
puerta. Siempre he adorado a esa mujer. Abogada. Irónica y
un pelo precioso.
—Hola, Aitor… ¡Y Marco! —exclama reconociéndome.
—Hola. Cuánto tiempo, Emma… No te pregunto cómo
estás porque me lo imagino. He venido para ayudar en el
caso de Christopher…
—¡Pasad, pasad! Estamos muy impactados… Freya está
fatal.
—Ya sé que no quiere hablar con nadie, pero necesito
verla.
—A nosotros no nos dice nada y declina ver a casi todo el
mundo.
—Dile que ha venido a hablar con ella un policía.
—¿Cómo está Lucas? —pregunta de pronto Emma
preocupada. Es la empatía personificada.
—Asustado —contesto con tiento.
—Avisaré a las chicas de que estáis aquí.
¿Las chicas?
Emma se ausenta durante un minuto y vuelve
acompañada por…
«Me cago en la puta…».
Veo a Luz y el corazón se me para al momento. Ninguno
de mis músculos coopera para huir, aun sintiendo que su
sola presencia puede matarme.
Ella me mira boquiabierta.
—¿Marco…?
Intento que mi cuerpo vuelva a respirar por sí mismo,
pero me manda a la mierda. Quiero recordarle que solo es
mi hermana, pero no cuela. Si lo fuera, mi vida no habría
sido un jodido infierno…
Cuando ella nació, yo tenía cinco años y fue el mejor
regalo que pudieron hacerme mis padres. Bueno, mis
padres adoptivos, Mak y Mei. Ellos estaban preocupados por
cómo aceptaría a un nuevo miembro en la familia, siendo
además, consanguíneo, pero en cuanto la vi, tan pequeña y
bonita, me robó el corazón.
Parecía tan frágil e indefensa, que estuve bien atento a
cada centímetro que creció desde que nació. Me dejaron
darle de comer sentado en un sofá. Jugar con ella tirado en
el suelo cuando todavía ni siquiera gateaba y dejaba que
me tirase del pelo todo lo que quisiera a pesar de no
controlar su fuerza ultrasónica de bebé. Me tenía a sus pies.
A sus putos pies, joder…
A los tres, a los cuatro, a sus cinco años… Era mi alegría
de vivir.
Se convirtió en una niña preciosa y buena, como mi
madre Mei. Eran clavaditas. Pelo negro y ojos azules… pero
su piel era algo más morena, como la de mi padre.
Imaginaos… La perfecta unificación de mis dos personas
favoritas en el mundo se fraguó en ella. Era para morirse.
Jamás tuvimos una sola pelea mientras fue una niña. Su
dulzura y su belleza me derretían a la mínima. A veces la
reñía cuando hacía una trastada, pero con una sonrisa que
evidenciaba que siempre se saldría con la suya conmigo.
Los hermanos de sangre suelen pelearse violentamente a
todas horas, sean del sexo que sean, pero nosotros no, eso
debería haberme dado una pista de lo que más tarde
sucedería.
No era una niña difícil, solía atender a razones cuando se
las dabas, pero todo cambió cuando entró en la pubertad y
empezó a cambiar.
La primera vez que vi algo extraño en su forma de
mirarme tenía solo once años. Yo vivía con normalidad mis
dieciséis y me encontraba hablando cariñosamente con una
chica a la salida de nuestro colegio.
De pronto, apareció ella y se nos quedó mirando con una
expresión rara en la cara.
—¡Bicho, te estaba esperando! —exclamé al verla—.
Vámonos ya.
Pero mi amiga no me dejó marcharme sin cogerme de la
camiseta y acercarme a sus labios. Le di un beso corto y
discreto, porque sabía que mi hermana nos estaba mirando,
y susurré un «luego te llamo» muy prometedor a la vez que
le guiñaba un ojo.
Lu, como más tarde se hizo llamar, se pasó todo el camino
contestándome con monosílabos a preguntas normales de
cada día. «¿Qué tal en clase? ¿Qué has comido? ¿Alguna
novedad?»
Hasta que me cansé de sus respuestas rancias y
pregunté: ¿te pasa algo?
—¿Quién era esa? —contestó a mi cuestión deteniendo
sus pasos.
—¿Quién?
—Esa chica que te ha besado en la boca.
—Ah, es María, una amiga…
—¿Sois novios? —preguntó con el ceño fruncido. Su
aversión me pilló tan desprevenido que no supe reaccionar.
—¡Nooo!, solo somos amigos… —Con derechos.
—¿Debería besar en la boca a todos mis amigos?
—No —contesté tajante. Demasiado tajante me temo—.
Todavía eres joven. Eso se hace de mayor, y solo con los
amigos especiales.
—Hay chicas de mi clase que ya tienen novio y sé lo que
hacen…
—Pobrecillas… —dije con verdadera lástima. Quería
alargar lo máximo posible su entrada en la madurez, y me
marqué un farol.
—¿Por qué? —preguntó confusa.
—Porque cuando tienes novio, tienes que salir con él
todos los fines de semana, en vez de quedarte en casa con
tu familia y tus amigas haciendo cosas mucho más
divertidas. Por eso no quiero ser novio de María, ¡porque me
perdería un montón de cosas chulas!
—Estar en casa es aburrido… —formuló ella pasota.
—No cuando han venido los primos de Australia…
—¡¿Qué?! —Sus ojos se llenaron de felicidad.
—¡Como lo oyes! ¡Están esperándonos! ¡Y se quedan toda
la semana!
—¡Yupiii! —Me abrazó. Y volvió a ser la de siempre.
Pero los años fueron pasando y mi niña empezó a mutar a
“Lu”.
Si a los dieciocho no me hubiera ido a estudiar fuera, creo
que podríamos haber encarrilado nuestra relación, pero de
sus trece a sus diecisiete nos vimos muy poco —algún fin de
semana cuando yo volvía a casa y en fiestas de guardar—,
por eso nuestro vínculo fraternal se fue enfriando
lentamente. Transformándose. Igual que ella… No fui
consciente de que la pequeñaja era una crisálida esperando
su gran momento para salir al mundo y deslumbrarnos a
todos.
Lo último que recuerdo de la niña que fue es que me reía
a carcajadas cuando la pillaba bailando sexi mientras se
miraba al espejo y cantaba; me hacía mucha gracia que se
moviera tan sensualmente cuando ni siquiera sabía lo que
significaba. Pero, poco a poco, se volvió más recelosa de su
intimidad, más intrigante, más interesante, y aunque
coincidiéramos, apenas interactuábamos más allá de un
saludo y preguntar un «qué tal» vacío.
Dejé de conocerla, así de claro. Y perdí su confianza.
Nos dábamos un abrazo de despedida los domingos y
hasta la próxima. Pero cuando regresé a casa al terminar la
universidad, me encontré a una mujer que había crecido
diez centímetros y adelgazado siete kilos. Era un bellezón
de casi, CASI, dieciocho años muy consciente de que
torturaba a los pobres imbéciles de su curso que deberían
estar concentrados en los estudios en vez de en sus
vertiginosas curvas.
Había florecido y de qué manera. Ya no me salía llamarla
«bicho» ni tomarle el pelo. Era una jodida mariposa
monarca y ella lo sabía.
Empezó a comportarse de otra forma al darse cuenta del
efecto que producía en todo el mundo, algo lógico y normal
después de que dos agencias de modelos le hubiesen
ofrecido ficharla prometiéndole que podría ser la nueva
Adriana Lima.
Todos sus movimientos se volvieron estudiados y
provocativos. O era la sensación que me daba a mis
efervescentes veintidós…
Cada vez que me miraba con esos ojazos azules, me ardía
el pecho y se me endurecían los huevos contra mi voluntad.
Lo odiaba. Me sentía un depravado, pero juro que se me
insinuaba. No eran imaginaciones.
Haceos cargo de cómo me sentía, ¡yo tiraba sus pañales
llenos de caca a la basura, por el amor de Dios! Y no quería
pensar en ella de esa forma. ¡Era mi hermana! Salvo que…
no lo era. Y lo peor de todo es que notaba que ella no quería
serlo. Había renunciado a eso desde muy pequeña, ¿cómo
no me di cuenta cuando me pedía que jugáramos a
casarnos? ¡Qué imbécil había sido!
—¿Me pones crema? —me pedía sin pestañear a los pies
de la piscina de nuestro jardín.
Yo apretaba los dientes y cedía porque… ¿qué iba a
decirle? «No, gracias, no me quiero empalmar». Tampoco
me daba opciones. Antes de contestar, ya se había
desabrochado el biquini y girado de espaldas.
—Dame un poco de masaje, de paso… —sugería cuando
empezaba a extendérsela deseando usar solo los codos.
Y la muy sádica, se ponía a gemir bajito y a
contorsionarse.
—Deja de hacer eso… —le advertí una vez.
—Es que me encanta que me toques…
Y así empezó todo. Su burda seducción conmigo cada día
iba un paso más lejos.
Su punto fuerte era su mirada. Me lo decía todo con los
ojos. Me morreaba, me empujaba contra una pared, se
quitaba la ropa y me ofrecía su cuerpo en llamas, todo
mientras masticaba los cereales del desayuno delante de
mí.
Antes de salir de fiesta, siempre venía a despedirse de mí,
estuviera donde estuviera, con un «¿estoy guapa?», a lo
que yo contestaba: «más que ninguna». Después me dejaba
impresos sus labios, generalmente de rojo Ferrari o fucsia
Hot passion, cerca de la comisura de la boca y el miedo me
atenazaba la garganta. Sobre todo, por lo reacio que era a
limpiarme su huella.
Su olor era otro de los grandes problemas con los que
lidiaba a diario. Era jodidamente adictivo. Olía a cóctel
tropical. Cada vez que pasaba por mi lado, mi boca
generaba saliva a mansalva recordándome que quería
comérmela. Y tenía que vivir con eso.
Pasaron seis meses en los que me pajeé más que en toda
mi vida. Ya casi me había acostumbrado a la sensación
cuando, un día, nuestros padres salieron a cenar y la pillé
morreándose con un tío en el sofá del salón. Esa imagen me
quemó las retinas.
Su forma de agarrarle del cuello, de meterle la lengua, su
escote generoso e hinchado aplastado contra su esternón…
No pude soportarlo. No quería sentir eso, pero ya no lo
controlaba en absoluto.
Me puse como loco al imaginarlos llegando más lejos. A él
introduciendo un dedo en su interior, cerrando sus labios
sobre sus pezones y escuchando sus gemidos, y se me
cortocircuitó el cerebro. Creo que hasta le rompí la camiseta
al chaval cuando lo agarré para echarlo de nuestra casa.
Huelga decir que ella se enfadó bastante.
—¡¿Te crees mi padre?! ¡Pasa de mí! —chilló furiosa.
—¡Ese tío quería aprovecharse de ti!
—¡No es cierto, yo quería que me hiciera de todo!
—¿Y tenía que ser en el sofá donde yo me tumbo todas las
noches? ¡Ten un poco de respeto!
—¡Tenlo tú! ¡Me has estropeado mi cita del viernes!
¡Cómprate una vida!
—Esto es increíble…
—¿Sabes lo que te pasa? ¡Que estás celoso! —
contraatacó.
Escuchar la verdad me dolió, pero jamás lo admitiría.
—¿De qué vas? —repliqué agresivo—. ¿Te crees una de
esas tías que pone cachondo a todo el mundo o qué?
—No, Marco, la que está cachonda soy yo. ¡Y ahora tengo
que solucionarlo sola! ¡Muchísimas gracias!
Se encerró en el baño dando un portazo.
¿Había dicho «cachonda»?
Empecé a sudar y me enclaustré en mi habitación
sobrepasado. Si hubiera tenido cadenas, las habría cruzado
sobre la puerta. Eso habría impedido que ella viniera más
tarde y se tumbara en mi cama en plena oscuridad.
—Lo siento… —susurró arrepentida—. Es que…
—No pasa nada…
Pero sí que pasaba. Era verano y hacía calor. Mi ventana
estaba abierta de par en par y yo no llevaba camiseta. Ella
se había enfundado un pantalón corto y un top de licra con
el que enseñaba su ombligo perfecto… Por suerte, tenía su
precioso y abundante pelo oscuro recogido en un moño, ¿lo
malo? Que eso le dejaba el cuello despejado, exhibiendo sus
sensuales hombros y sus increíbles clavículas… ¿He dicho
ya que hacía calor?
—¿Por qué no sales un viernes? —me preguntó de pronto.
—Siento haberte estropeado el plan… —contesté—. No
salgo porque necesito ahorrar. Y pensar.
—¿En qué?
—En lo que voy a hacer con el resto de mi vida. No hay
trabajo de lo mío y no puedo seguir aquí, chupando del
bote… Me siento mal.
—Es tu casa.
—El año que viene tú te irás a la universidad y Mak y Mei
se merecen quedarse solos y no preocuparse por nadie
más… Tengo que comprarme una vida —Sonreí
parafraseándola—. Quizá irme al extranjero… Aún no lo sé.
—¡Yo no quiero que te vayas! —exclamó pegándose a mi
cuerpo y escondiéndose en mi pecho. Sus dedos empezaron
a deslizarse por mis pectorales con suavidad.
«Ignóralos… No están ahí», me dije, aguantando la
respiración.
—¿Has pensado ya en lo que quieres estudiar? —la
interrogué.
—Cualquier cosa… Solo voy a ir a la universidad por las
fiestas —rio maliciosa—. Y para cazar a un marido rico que
me mantenga.
—Eso no lo digas ni en broma —la reñí clavándole los
dedos en el costado para que se doblara de risa. Sabía que
estaba de broma, pero...
Ella se incorporó y me miró coqueta sacando pecho. Era
deliciosa.
—¿No crees que soy lo suficientemente guapa para
conseguir a uno de esos que me pague todos mis
caprichos? —dijo soltándose el pelo, haciendo que bañara
su cara, su piel y todo lo que abarcó su extrema longitud.
Me quedé sin aliento de lo apetecible que estaba. En ese
momento me pregunté si todo el mundo sería tan
consciente de su belleza como yo. O si lo era ella. A raíz de
su comentario supuse que sí, por eso quise dejarle clara una
cosa.
—Luz, lo mejor de ti está aquí —le toqué la frente.
—¿No me ves guapa? —dijo deprimida bajando la cabeza.
—Eh, mírame —Le subí la barbilla con un dedo—, eres la
chica más preciosa que existe, siempre te lo he dicho.
Nos mantuvimos la mirada. Quería que me creyera y que
nunca dudara de eso, aunque puede que tanto énfasis la
confundiera…
—¿Y por qué nunca intentas nada conmigo? —musitó con
valentía.
Mi cara se descompuso y sentí un dolor agudo en el
estómago. No entendía por qué no explotó el mundo cuando
se atrevió a decir eso.
—Eres mi hermana… —musité anonadado.
—No es cierto… Nos hemos criado juntos, pero yo siempre
te he querido, Marco.
—Yo también, pero…
—Me refería a que siempre te he deseado —corrigió,
esperando escuchar lo mismo de mí.
Abrí la boca para increparla, pero no salió ningún sonido,
ese era el nivel de bochorno. La verdad me estaba
ahogando. Porque yo nunca había pensado en ella de esa
manera, pero últimamente no podía controlarme.
—Oye…, ni siquiera deberíamos estar teniendo esta
conversación.
—Ya no soy una niña —me recordó con osadía. Y de
repente, se quitó el top con un movimiento rápido.
Aviso: no llevaba sujetador… Su pecho perfecto y terso
sobresalía de su cuerpo como la jodida cúpula del Taj Mahal,
presumiendo de una redondez sobrecogedora.
No pude reaccionar a esa visión, me quedé catatónico,
esperando a estallar en mil pedazos, pero ella avanzó hacia
mí y, cuando me eché hacia atrás para evitarlo, terminó
tumbada sobre mi cuerpo.
Cuando sus pezones rozaron los míos, creí desmayarme.
Ella aprovechó el momento para cogerme del cuello y
vencerme a peso dejándose caer a mi lado en el colchón,
mientras acercaba su boca a la mía.
Su lengua arrasó mis principios y juro que no pude
apartarme porque todo mi cuerpo sufrió una tremenda
descarga eléctrica cuando nuestras lenguas se tocaron.
Su sabor lo poseyó todo. Me despojó del control por
completo. Mis labios iban por su cuenta. Mi polla, tres
cuartos de lo mismo.
—Esto ya está mejor… —musitó palpando mi dureza por
encima del pantalón de mi pijama. Acto seguido la agarró
con fuerza.
—¡Joder…! —jadeé desde un lugar muy lejano, a muchas
capas de profundidad, con mi testosterona bailando el
Flying Free de Pont Aeri.
Me calló con su boca para que no pudiera replicar nada y
cogió mi mano para introducirla en su pantalón corto.
Debería haberla detenido. Ojalá lo hubiera hecho, porque
ella misma deslizó mis dedos en su resbaladiza humedad y
otra descarga eléctrica apagó la luz de mi raciocinio.
Su lengua, su humedad y la presión de su mano firme
debilitó con rapidez mi fuerza de voluntad. Y cuando
comenzó a bombear mi polla a un ritmo sensual, entré en
éxtasis sin poder articular palabra. Hacía demasiado que
nadie me tocaba así… Tuvo que ser eso. Porque si no, no me
explico que mi cuerpo reaccionara cogiendo el relevo para
arrancarle gemidos guturales que se me grabaron a fuego
en el hipotálamo hasta que se deshizo en mi mano entre
alaridos de placer.
No me juzguéis, fue como tratar de detener una ola a
punto de romperte encima. Solo puedes dejar que te arrase
e intentar buscar de nuevo la superficie sin saber dónde
está la tierra o el cielo.
No volví a tener un orgasmo tan intenso como ese ni a
sentir tanto desprecio por mí mismo jamás.
Cuando todo acabó, la vi sonreír ilusionada y se me partió
el alma.
—Ha sido genial… —murmuró vergonzosa.
—Ha sido un error —la corregí, abrumado—. Esto no
debería haber pasado, Luz…
Su cara se bañó en una gélida seriedad.
—¡Si lo estabas deseando! —me acusó, herida—. ¡Di la
verdad!
Quizá una parte de mí, una que tenía enterrada viva en
alguna parte, se hubiera atrevido a fantasear con ello, pero
YO no. La persona que era y la que quería ser, jamás se
hubiesen permitido hacer algo así.
—Mierda… —mascullé con un hilo de voz, levantándome
de la cama—. Será mejor que lo olvidemos todo…
Cuando se movió ni se molestó en ponerse el top, parecía
muy cómoda con su cuerpo desnudo delante de mí. Se
levantó del colchón muy enfadada y justo antes de
abandonar la habitación, dijo:
—No te equivoques, esto no vas a olvidarlo en tu puta
vida, chaval.
Y qué razón tenía.
Diez días fueron los que aguanté en esa casa antes de
intentar hacerme el harakiri. Busqué un piso compartido y
me puse a trabajar de lo primero que encontré. A mis
padres les pareció una idea genial. Era como si asumiesen
que un día yo volaría del nido y no volvería. Como si no les
debiera un mínimo de apego y, ahogado en culpabilidad, me
fui con la horrible sensación de haber sido excluido de sus
vidas.
Puede que gracias a mi marcha, Mak y Mei decidieran
traspasar por fin el negocio, pedir la jubilación anticipada y
mudarse a Byron Bay, junto a toda la familia.
Eso me vino bien porque yo me quedé en España. No volví
a ver a Luz hasta que llegó el frío, meses después, en
Navidad. Mis padres me rogaron que cruzara el mundo y me
reuniera con ellos. Solíamos ir siempre en esas fechas para
ver a mis tíos, ya que allí era pleno verano y lo pasábamos
siempre genial.
No pude negarme. Los echaba mucho de menos y me
apetecía ver a mis primos, Aitor, Lucas y Lenny.
Pero ese viaje fue una jodida mala idea… fue el que puso
el punto y final a mi vida con Los Morgan.
32
EL ARTE DE ENGAÑAR AL KARMA
“Cualquier querer, por breve que sea, es querer. Y vale la
pena”
Elisabeth Benavent

Soy de esas personas que tienen que pagar cada gramo de


suerte con cinco de penurias. Mi Karma está estropeado.
¿Cómo si no, podía explicarse que me hubiera dejado
disfrutar solo seis horas de felicidad? ¡Las tengo contadas!
Desde que Lenny me dijo «Tenemos que hablar» hasta que
sonó la llamada que me hizo Morgan desde la cárcel.
Esa llamada me dejó fatal. ¡¿Cómo se atrevía a colgarme
así?!
Miré el teléfono alucinada, sin terminar de creer lo que
había escuchado, y acto seguido lo lancé contra el suelo con
tanta fuerza que estalló en mil pedazos.
—¡NO! —lamenté al instante, agachándome a llorarlo.
Cualquiera lo haría al ver morir a su iPhone. ¡Nuestra
conexión 5G era amor verdadero!
Desde que conocí a Los Morgan no hacía más que tomar
malas decisiones.
«Van a por ti», recordé. Y lo dijo con tanta convicción que
me acojoné viva. Morgan no suele equivocarse en estas
cosas, muy a mi pesar…
Me moví rápido analizando los 360º que me rodeaban y vi
a Lenny con cara de estupefacción.
«¡Charlotte, piensa!», pero al momento me convertí en
una crisis nerviosa con piernas. Lenny intentó calmarme,
pero quería saber todo lo que me había dicho Morgan.
Cuando se lo conté, me dolió el corazón al ver la cara que
puso.
«¿De qué se le acusa?», escribió inquieto.
—No lo sé, pero si está detenido, la policía no tardará en
venir. ¡Hay que recogerlo todo! ¡Si encuentran el laboratorio
estamos vendidos! ¡Por eso me ha llamado a mí!
Nos pusimos en marcha. Lo único que podía hacer sin
echarme a temblar era seguir las órdenes de Lucas.
Nos vestimos. Porque estábamos desnudos; ni un jodido
beso de buenos días me llevé de recuerdo. Y bajamos al
laboratorio a toda prisa.
Por suerte, había recogido y empaquetado todo la semana
anterior, pero teníamos que sacarlo todo de allí en tiempo
récord.
Me subí al coche a toda prisa y me hizo una señal para
que me fuera.
Obedecí sin pensar.
No hubo tiempo ni para un último beso. Y yo lo necesitaba
tanto...
«Aléjate de nosotros hasta que pase el peligro», había
dicho Morgan.
Acabábamos de empezar a disfrutar, ¿y ya teníamos que
alejarnos?
Un segundo después de tener ese pensamiento me puse a
llorar mientras conducía. No lo recomiendo. No se ve nada.
Me aparté las lágrimas a manotazos mientras pensaba
adónde dirigirme para deshacerme de las pruebas. No podía
llevarlo a mi casa, no debía encontrarlo nadie.
Conduje hasta el pueblo de al lado y lo tiré todo en un
contenedor. Incluso el precioso iPhone de reserva que Lenny
había pateado para rematarlo. Después me fui a casa a
seguir llorando. No podía creer que Lucas estuviera
detenido; pensaba que solo era cuestión de tiempo que el
resto acabáramos entre rejas.
Al entrar en casa, me topé con mi madre.
—Oh, cariño… Veo que ya te has enterado…
—¿De qué? —pregunté perdida.
—Del chico que han encontrado muerto en la playa. ¿Lo
conocías?
—¿Muerto? ¿Qué dices? —balbuceé ojiplática.
—Un tal Christopher.
Nada más oírlo, me quedé en shock. «Morgan
detenido…».
—Si no es por eso, ¿por qué lloras?
—Porque… he discutido con Lenny… —dije deprisa.
—Ay, lo siento mucho… No te preocupes, ya os
arreglaréis.
—No sé, mamá… —farfullé colapsada. El llanto volvía.
¿Habían detenido a Morgan por la muerte de Christopher?
—¿Quieres que te prepare una infusión?
—No, no quiero nada —sollocé—. Solo quiero estar sola.
Me encerré en mi habitación y así es como me sentí, más
sola que nunca. No podía hablar con nadie de aquello. De
mis sentimientos. Estaba enamorada hasta las trancas y
muerta de miedo por lo que se nos venía encima. Morgan
me había dicho que tenía que alejarme de ellos, de Lenny…,
y hacer mi vida como si nada, para que los tipos de anoche
no fueran también a por mí. ¡Pero yo lo único que quería era
estar con ellos! Porque ya eran parte de mi vida. La más
importante. Se habían colado en ese ranking por la puerta
grande.
No quería preocupar a mis amigas ni involucrarlas en ese
lío. Estaba sola.
No salí de mi cuarto en todo el domingo. Y hoy por la
mañana, lunes, he ido a trabajar al AIMS con una cara
terrible. Dani me ha visto y me ha parado.
—¿Va todo bien, Charlotte?
—Sí, sí…
—Uy, repetición de síes... Mala señal. ¿Seguro que estás
bien?
—Lenny y yo hemos discutido…, las aguas están revueltas
en casa de Los Morgan con todo lo que ha pasado.
—Me he enterado. Si quieres vete a casa…
—Prefiero estar aquí —he farfullado con los ojos brillantes.
Él me ha mirado compasivo y me ha dicho que me fuera
cuando quisiera, pero menos mal que no lo he hecho,
porque a media mañana, me han avisado de que tenía una
llamada. Alguien preguntaba por mí.
Al principio me he acojonado. «¡¿Y si los malos me han
localizado?!». Pero entonces he caído en la cuenta de que
sería alguien que sabía que no podía usar mi móvil. ¡Lenny!
He corrido hasta recepción y lo he cogido.
—¿Sí?
—Char…
—¡Aitor…!
—Hola. Te estoy llamando desde una cabina. ¿Cómo
estás?
—Fatal —he declarado. Para qué mentir.
—Me lo imagino… Esto es una locura, pero vamos a
solucionarlo, tranquila. Mi primo Marco está a punto de
llegar. Voy a ir a recogerlo al aeropuerto ahora. Él nos
ayudará.
—¿Y yo qué hago? —he preguntado afligida.
—Morgan ha dicho que tienes que cortar con Lenny
públicamente. Solo así dejarán de vincularte con nosotros.
—Le he dicho a mi madre que ayer discutimos.
—Bien. Pero hay que hacerlo público. Que lo vea todo el
mundo. Y con «todo el mundo» me refiero al capitán.
—¿Cómo y cuándo?
—Esta tarde iremos al pub. Puedes aparecer por allí. Le
das una bofetada a Lenny, le gritas que es un cerdo y te
vas. Con eso, bastará.
—¿A qué hora?
—Sobre las ocho. Y Charlotte… Confía en mí, todo se va a
solucionar, ¿vale?
—Vale… —he gemido sin convicción.
—Yo estoy muy tranquilo, de verdad, es solo cuestión de
tiempo.
—Está bien…
—Nos vemos a las ocho.
Y llevo todo el día esperando, o más bien, desesperando,
para que dé esa hora, acudir al Capitán Nemo y volver a
verlos.
Cuando entro, los localizo en su mesa habitual. Ver que
Lenny está bien me calma al momento. También localizo a
Ava: la he persuadido para quedar conmigo mediante varios
gifs sobre «muriciones», un botón de drama on, y el clásico
«No puerro más», con una carita triste dibujada en un
simpático puerro. Cuando veo una bolsa de golosinas
gigante sobre la mesa, la miro con veneración y la abrazo
sentida.
—¿Te han dicho alguna vez que eres la mejor?
—A todas horas —contesta con guasa—. ¿Cómo estás?
—Destrozada —confieso con crudeza. Porque una cosa es
que te deje tu novio, pero querer estar juntos y no poder, es
muchísimo peor.
—Cuéntamelo todo. ¿Quieres que le dé dos hostias a ese
gilipollas?
—Tranquila, voy a dárselas yo…
—Tienes todo mi apoyo.
—Vale, pero primero voy al baño, ¿vale?
—Te espero.
Respiro hondo y comienzo mi paripé. Me propongo pasar
cerca de la mesa de Los Morgan. Sé que ellos esperan que
acuda allí y monte un numerito horrible, pero ¿cómo voy a
hacerlo si cuando los ojos de Lenny y los míos coinciden se
besan descontroladamente? Me resulta imposible tratarlo
mal ahora mismo, ¡nos debemos mucho amor todavía!, y se
me ocurre un plan mejor...
Espero que mirarle con suspicacia le haya entregado el
mensaje claro de «Sígueme». Y si no, confío en su
capacidad para leer mentes.
Le espero, nerviosa, en el cruce de los baños y el
almacén, y al poco rato, lo veo aparecer. ¡Menos mal! Si la
ansiedad fuera sólida, nos habría aplastado a los dos.
Lo agarro y lo conduzco al vestuario de las taquillas con
rapidez.
Antes de que cierre la puerta, nuestras bocas se juntan
como dos imanes en un arrebato tan fiero que hace que nos
golpeemos contra todo lo que hay en esa minúscula
habitación. Hoy me dan igual los moratones. Besarle es
como sumergirme en aguas termales en medio de un paraje
helado.
Su sabor, sus sonidos… Nuestras lenguas devorándose sin
control es lo más maravilloso que he sentido.
En esta fase, el amor es como una droga dura; te lo dice
un químico. Nuestro cerebro nos inunda de dopamina con
cada roce que nos prodigamos. La sensación es tan bestia
que me pregunto cómo he podido vivir sin besarle hasta
ahora. O cómo sobreviviré el día que no pueda hacerlo más.
—No sabes lo mal que he estado en las últimas 24 horas…
—musito en su boca, manteniéndolo cerca de mí—.
Necesitaba estar contigo.
Él vuelve a invadir mi boca con una necesidad demencial
queriendo demostrarme que siente lo mismo. ¡Para qué va a
hablar si no le hace falta!
—No quiero pegarte, ¡solo quiero besarte…! —declaro
apasionada.
Volvemos a degustarnos con ganas y se frena para
cogerme la cara y apoyar su frente sobre la mía. Finalmente
se separa y escribe en su teléfono.
«Es necesario. Ya casi lo tenemos».
—¿Qué tenéis?
«La prueba de que Morgan no lo hizo».
—¿En serio? —celebro.
«Pero tú sigues sin estar a salvo. Tienes que desvincularte
de nosotros. Que todos nos vean cortar».
—¿Durante cuánto tiempo? —pregunto pesarosa.
«Hasta que Marco los atrape y ya no sean una amenaza».
—¡Eso puede llevarle meses!
Lenny niega con la cabeza y me frota los brazos. Mi
Aladdín quiere que confíe en él.
Vuelve a acariciarme la cara y a besarme con una dulzura
que me desarma por completo. Los besos se vuelven más
ardientes, y en un momento dado, me muerde el labio
inferior y lo arrastra lentamente con sensualidad
evidenciando que recuerda lo que sentimos juntos.
¡Me dan ganas de tirármelo aquí mismo!
La adrenalina, el peligro y el miedo se arremolinan dentro
de mí. ¿Y si algo sale mal…? ¿Y si nos meten en la cárcel…?
¿Y si…?
Empiezo a besarle desaforadamente y lo empujo contra la
banqueta de metal hasta que lo siento en ella. Él me agarra,
obligándome a caer sobre él y encajándome a horcajadas
sobre su cuerpo.
No dejamos de besarnos en ningún momento, cegados
por la pasión. Nuestras respiraciones aceleradas hablan por
nosotros; jamás pensé que podría sonar tan lasciva, pero
con él lo hago.
—Pase lo que pase ahí fuera —jadeo—. Quiero que sepas
que te quiero…
Me mira, pausado, como si creyera que no entiendo la
verdadera importancia de esas palabras. Como si lo hubiera
dicho a la ligera, casi como una frase hecha.
—¡Lo digo en serio! Sé que no es racional, que apenas nos
conocemos, pero me obsesiona tu forma de ser. Cada gesto
que haces, cada palabra que escribes, tu forma de
mirarme… no sé explicarlo mejor.
Me mira como si quisiera creerme, pero sigo sin
convencerle.
—Necesito estar cerca de ti de forma enfermiza… —
musito sincera—. Te necesito… Te elijo. Te quiero...
Su expresión se suaviza y vuelve a juntar su frente con la
mía. Entonces abre la boca, como si quisiera decir algo. Se
la humedece, preparándose para ello y lo intenta de nuevo.
La tensión en el ambiente crece cuando siento que intenta
decirme que él también me quiere, y me da lástima cuando
lo veo luchar contra lo que sea que retiene su voz dentro de
él.
Al final, resopla frustrado y me abraza con fuerza, como si
quisiera que entendiera lo mucho que significo para él,
aunque no pueda escucharlo.
No nos merecemos esto, joder… ¡Nada de esto!
Volvemos a besarnos, conmocionados, y nos perdemos el
uno en el otro de forma irremediable. No sé cómo aparta
sus pantalones, pero sí soy consciente de cómo aparta mis
braguitas para introducirse en mí. Gimo cuando su dureza
me empala por completo.
—Dios…
Jadeo en su boca sin dejar de movernos. Ambos queremos
grabar este momento a fuego para no olvidarlo nunca. Yo no
lo haré, porque nunca he sido más feliz sabiendo que estoy
todo lo cerca que puedo de él. Lo tengo jodidamente dentro.
De mi alma y de mi cuerpo.
Nos movemos a un ritmo sensual y profundo, sin prisa,
pero sin pausa, como si no quisiéramos que terminara
nunca. Aun así lo veo hacer esfuerzos para soportar lo que
está sintiendo. Yo tampoco soy capaz de manejar la tensión
que se arremolina en mi entrepierna. Soy como una cuerda
a punto de partirse al descubrir que la segunda vez es mil
veces mejor que la primera. Lo siento tan enterrado en mí
que no podría parar ni aunque el capitán abriera la puerta y
nos pillara de lleno. Ni hablar.
Me acelero, perdida en el éxtasis, y él gruñe opinando que
estoy loca. Y puede que lo esté, porque noto que quiere
apartarme al llegar a su límite y se lo impido ejerciendo más
presión y velocidad sobre su miembro hasta que lo arrastro
conmigo para explotar juntos en un orgasmo que pasará a
la historia como algo único e inigualable.
No puedo evitar sentirme triste al terminar.
—Y ahora tenemos que cortar —digo con sarcasmo,
levantándome.
Curiosamente no comenta nada por lo que acabamos de
hacer, pero parece pensativo. Conociéndole, estará
calculando el día de mi ovulación basándose en mi
temperatura corporal.
—Mejor sal tú primero —le digo.
Él me mira por última vez, diciéndome un montón de
cosas con los ojos, pero ninguna es «te quiero», «ha sido
bestial» o «me vuelves loco». Algo le pasa…
Me mira los labios y creo que va a besarme para decirme
adiós, pero se va antes de que pueda facilitárselo.
Me da miedo pensar que ningún tío me hará sentir lo
mismo que él. Una mezcla de pasión, aventura y peligro que
te consume viva.
Espero un poco para salir y entro en el baño para lavarme
las manos.
Cojo fuerzas y me dirijo a su mesa. Hay un chico con ellos
que no conozco, parece algo mayor, tendrá unos treinta,
ese debe de ser el famoso Marco.
—Sabía que no podía confiar en ti… ¡Eres un cerdo! —Le
cruzo la cara con toda la rabia que siento ante la situación
que estamos viviendo.
Todo el mundo se queda alucinado ante semejante
guantazo. Incluidos nosotros. Alucino al pensar que no he
medido la fuerza y recordar que Lenny no responde bien a
la violencia.
Se respira miedo en el silencio que precede a lo que
Lenny tarda en volver a colocar su cara recta y mirarme
fijamente.
Su expresión es inhumana y me asusto cuando se pone de
pie y resopla furioso.
Aitor se levanta preocupado para pararlo. Sabe que no
puede tocarle en estos momentos, pero intenta bloquear su
ira.
—Lenny, quieto… ¿qué haces? —masculla.
Todo el bar está en vilo mientras coge su copa y bebe lo
que le queda para después tirarla al suelo con un gran
estruendo.
Si alguien no estaba mirando, acaba de hacerlo.
El gesto es un mensaje claro de probLennys y el vaso es
una alegoría de nuestra relación. Por último, me mira con
desprecio, cruza los brazos con el símbolo universal de «que
te den por culo» y se marcha del local airado.
Aitor me mira desconcertado y yo intento recuperar la
respiración. ¡Y el óscar es para….! ¿O iba en serio? ¿Por qué
he tenido que pegarle tan fuerte?
Vuelvo a la mesa de Ava, que me espera igual de
sorprendida que todos y me siento.
—¡Joder, tía…! ¡Vaya hostia! Pensaba que te mataba aquí
mismo...
—Le he dado demasiado fuerte… —digo culpable.
—¡Qué va! Para él tus manitas de gnomo son como un
pellizco. ¡No siente nada!
Pero sí que siente. Lo siente todo. Y me doy cuenta de que
no sabe manejarlo, como me dijo Aitor.
No creo que tenga aptitudes ocultas como actor, su
reacción ha sido demasiado real y obedece por completo a
un episodio de meltdown del espectro autista. He estado
leyendo sobre ello desde que Aitor lo mencionó.
Una sobreestimulación sensorial previa unida a la
frustración que arrastra estos días pueden derivar en una
pérdida de control temporal y en ataques de ira con
agresión. Él no lo controla. Y sin duda, ese bofetón ha sido
el detonante.
La mitad de los presentes estaba esperando que se
convirtiera en hombre lobo, pero solo necesita ayuda y
cariño para domar su trastorno. Aunque para ello se tiene
que dejar ayudar.
—Deberías olvidarle. Seguro que el sexo es fantástico con
esa potencia sin control, pero un chico así no te conviene…
¿Sabes lo que creo que te hace falta?
—¿Qué?
—¡La temporada tres de las Chicas Gilmore!
Y puede que sea lo mejor… Sumergirme en mis queridas
series unos días y dejar de pensar en él. Todo va a ir bien…
No ha logrado murmurar que me quería, pero lo ha
intentado, estoy segura.
Ya llegará nuestro momento.
33
VERITY
“Gracias por aceptar la oscuridad en las personas de la
misma manera que aceptas su luz”
Colleen Hoover

J
— oder… ¿esa es la novia de Lenny? —pregunto impactado.
—Era… —contesta Aitor.
—Menudas hostias pega, ¿no?
—Es española.
—Ah, ya decía yo…
—Voy a ir a buscar a Lenny. Es un maldito escapista…
—No vayas. No le hacéis ningún favor yendo detrás de él
cuando se larga así. Está muy acostumbrado a que lo
tengáis en palmitas. Dale tiempo, volverá él solo.
—Necesita apoyo cuando tiene una de sus crisis.
—No podéis protegerle del mundo eternamente. No le
dejáis madurar. Para él sois mamá y papá y se lo permitís
todo.
Aitor me mira con la boca abierta.
—¿Te das cuenta del daño que nos hiciste yéndote de
nuestras vidas? —me acusa entonces. Pensaba que tardaría
más en sacar el maldito tema—. ¡Te necesitábamos más que
nunca, Marco! Y seguimos necesitándote. Contigo aquí todo
es más fácil…
—¿Tengo cara de niñera?
—No quería decírtelo, pero sí. De una muy sexi.
—Lenny solo tiene veinte años y su situación tiene un
pase, pero tú con veinticuatro y Lucas con veinticinco, ya
podríais haber aprendido, y sin embargo, mira la que habéis
liado…
—Se podía haber liado mucho más si no hubiésemos sido
mamá y papá con Lenny, porque fue una de sus constantes
peleas con Kali lo que nos metió en este follón. Si no
llegamos a pararlo, aparte de la nariz, le hubiera roto la
columna vertebral, y ahora mismo estaría con una camisa
de fuerza en un frenopático.
—¿Por qué se pelearon exactamente?
—Yo qué sé… Ese día le dijo algo que lo cabreó un
montón. Pero te puedo asegurar que si te hubieses quedado
con nosotros, ahora serías poli aquí y nadie nos tosería…
ergo, todo es culpa tuya.
Por supuesto… Eso siempre. Dos no se enrollan si uno no
quiere, y encontrarme con Luz en casa de Freya ha sido
superior a mis fuerzas.
—¿Dónde se ha metido el capitán? —digo cambiando de
tema.
No he venido a remover el pasado ni a que me echen la
bronca. Cuando tuve que acoger a Aitor en mi casa hace
dos años, también le faltó tiempo para echarme la culpa de
lo que le había pasado.
—¡¿Yo te dije que te casaras con la novia del tío que te
gustaba?!
—¡Si no te hubieras ido, me habrías quitado la idea de la
cabeza!
—¡Pues haberme llamado! ¡Siempre lo hacéis cuando ya
estáis de mierda hasta el cuello! ¿Por qué se hacen cosas
incluso sabiendo que están mal? Me lo pregunto a diario…
Y sí, me refería a Luz. Les perdonaba todas sus cafradas
porque yo hice la más imperdonable de todas… y cuando
Mak se enteró… No quiero ni recordarlo.
¿Luz pensaba que sería vernos y ponernos a charlar como
si nada?
—No sé dónde está el capitán —responde Aitor—. Creo
que todavía no ha llegado. Pero vendrá. ¿Qué vas a decirle?
—Nada. Solo quiero ver qué te dice él a ti sobre Lucas.
—Muy listo…
—Pregúntale si le vio la noche del asesinato y qué hizo él
después.
—No sé si me lo dirá.
—Ahí está la cosa. Si no quiere que lo sepas, te mandará a
la mierda, pero si ha pensado en una coartada te la dirá
encantado.
—Das asco… —dice con media sonrisa. A la que yo me
uno.
—Cuando venga, vas directo a hablar con él. Yo me
quedaré cerca, no se acordará de mí. Métele caña, Tor…,
como tú sabes hacerlo.
Media hora después, el capitán aparece por estribor y lo
abordamos.
—Capitán… —lo intercepta Aitor.
—Ah, hola… ¿Cómo vas, chaval? ¿Cómo está tu hermano?
—Cabreado. Dice que él no ha sido. Estoy intentando
clarificar qué ocurrió esa noche. ¿Tú viste si se peleó con
Chris en aquella fiesta?
—No. Allí no pasó nada. Les vi de refilón hablando… Lo
único que sé es que al final Lucas se fue con Freya y
Christopher se quedó.
—¿No volviste a ver a mi hermano en toda la noche? ¿Tú
te fuiste pronto?
—¡No, yo me quedé en la fiesta hasta tarde! Me fui de los
últimos, cuando ya casi había amanecido. Y al volver a casa,
me encontré con los coches patrulla en la playa, habían
encontrado el cuerpo.
—¿Estuviste todo el tiempo en la fiesta?
—Así es, un par de chicas pueden certificarlo, tú ya me
entiendes…
El capitán sonríe y Aitor asiente.
—Os tengo aprecio, chicos, por eso creo que lo mejor que
podría hacer tu hermano es reconocer que los celos le
cegaron y se le fue la mano. Con buena conducta, en pocos
años, será libre.
Aitor contiene el impulso de atizarle como un campeón.
—Él dice que lo encontró muerto…
—Eso no se puede demostrar, y tarde o temprano,
encontrarán el arma del crimen.
—Si la encuentran, mejor, porque con la tecnología de hoy
en día verán que las huellas no coinciden con las de Lucas.
Puede que incluso el propio Chris lo hiciera para incriminarle
y lanzara el cuchillo al mar antes de desangrarse.
—¡Eso es una locura! —exclama horrorizado.
—Sea como sea, le tendieron una trampa y, tarde o
temprano —lo imita—, la verdad saldrá a la luz.
—Ojalá… —contesta contrito—. Os deseo mucha suerte.
—Yo a ti también, comercializando Moonbow. Lucas no
quería seguir, pero yo sí. ¿Habrá stock este fin de semana?
Me muero por más.
—No sé, porque están teniendo problemas para
sintetizarlo… Oye, ¿tú no sabrás a qué químico contrató tu
hermano?
—Ni idea… Creo que era un tío de Golden Coast. Un
cerebrito…
—¿Sabes su nombre completo? Solo sabemos que
empieza por C.
—Para nosotros también era solo C…
—Vale. Por cierto, si te interesa, puedo meterte como
distribuidor. Ahora que Chris no está, me sobra un hueco…
Aitor guarda silencio, reprimiendo su mala leche.
—Me tienta…, pero no quiero acabar como él.
—Ha muerto por amor —sentencia—. El amor es lo más
peligroso que hay. Hasta luego, chaval…
Espero un rato para girarme, pero no hace falta. Aitor se
coloca a mi lado con disimulo y pregunta:
—¿Qué te ha parecido?
—Un puto gilipollas —contesto raudo—. Tengo ganas de
echarle el negocio abajo.
—¿Y por qué no lo haces ya?
—Porque puede sernos útil.
—Das mucho asco…
De pronto, Aitor recibe un mensaje.
—Es Lenny, dice que se va a casa a seguir intentando
hackear el móvil de Christopher.
—Bien. Nosotros iremos a buscar a Kali. ¿Dónde puede
estar?
—Ni idea. Su mejor amigo ha muerto.
—Vamos a su casa.
—No creo que esté allí.
—¿Por qué?
—Porque no se lleva muy allá con sus padres. Son igual de
agobiantes que los míos.
—¿Por qué aquí todo el mundo tiene una movida
disfuncional con sus viejos?
—A mí no me mires. Yo no la tengo.
—Me pregunto por qué. Eres un puto desastre. Pero te
dejan tranquilo. ¿Cómo lo haces?
—Se llama tener mano izquierda.
—Se llama ser el niño bonito. Vámonos, anda. Hay que
encontrar a Kali…
—¿Y cómo vamos a hacerlo, Sherlock?
—A ver… ¿tiene alguna chica por ahí?
—No quieras saberlo…
—¿Es Lía?
—¡¿Qué?! ¿Cómo que Lía? ¡Es Cora!
—¿Cora?
—Sí. Están todo el día como conejos…
—Como tú, entonces.
—Sí, pero ellos se usan mutuamente de pelota
antiestrés…
—Escribe a tu hermana. Pregúntale dónde está.
Lo hace y Cora contesta enseguida.
—Está a punto de entrar en su clase de baile. No están
juntos.
Chasqueo la lengua.
—Escribe a Lía. Pregúntale si hoy ha visto a Kali.
Aitor resopla, pero obedece. Tomo un trago de la cerveza
que me queda.
—No me lo puedo creer… —musita Aitor mirando su
teléfono.
—¿Qué?
—El año pasado, en la universidad, Lía fomentó una
iniciativa parecida al Teléfono de la Esperanza en España, es
decir, asistencia psicológica urgente a través del teléfono
las 24 horas para emergencias de salud mental para
jóvenes. Lo llamó Green phone. Es anónimo y gratuito, y
dice que Kali acaba de llamarle desde el mirador donde
encontraron a Christopher muerto y dice que amenaza con
tirarse. Ella está yendo hacia allí. ¡Me ha dicho que
vayamos!
—Vamos.
Me bebo el último trago y lo empujo hacia la salida.
—Joder… —Camina perplejo—. ¿Cómo coño lo has sabido?
—Pongo los ojos en blanco—. ¡Dime cómo lo has sabido!
Estos críos van a acabar conmigo…
En los diez minutos hasta la maldita playa The Pass no ha
dejado de preguntarme por qué he sabido que encontraría a
Kali con Lía. Pero no tengo una explicación fácil. Son
corazonadas que me vienen. Gestos. Miradas. E igual que
sabía que algún día Lucas y Freya acabarían follando,
siempre supe que Kali, a pesar de tontear con todas, la que
más le perturbaba era precisamente la que pasaba de él.
Yo lo llamo «complejo de Dios».
Que el poder corrompe al más beato es un hecho, y un
niño que pasó de no tener nada a tenerlo todo, incluido un
padre futbolista estrella del deporte, perdió muy pronto la
perspectiva de la realidad.
Su excesiva confianza en sí mismo siempre llamó mi
atención. Era como si no entendiera que no pudiera gustarle
a alguien. Y menos, a alguien como Lía, a la cual veía en
inferioridad física. Pero el pobre no contaba con lo excitante
que puede ser la inteligencia, el sarcasmo, y el eterno cliché
de enemies to lovers.
La muerte de su amigo, el cual, según Aitor, era el otro
rey del mambo del lugar, le ha dado un baño de humildad
que le ha dejado con una hipotermia alucinante. Y el único
calor real que el conoce es…
—¡Ahí está Lía!
Va caminando por la arena, unos ochocientos metros por
delante de nosotros, en dirección al mirador. Intenta correr,
pero no está en forma. Parece agotada.
—¡Vamos! —Echo a correr.
—¡Espera a que me descalce, no quiero joder mis
zapatillas nuevas!
No le espero. No son las zapatillas, sino las ganas que
tiene de ver muerto al hijo de los vecinos. Aunque seguro
que no más que yo…
Puede que yo apretara el botón rojo que hizo que mi vida
saltara por los aires, pero Kali me lo colocó delante con
intención y alevosía.
Cuando llego a la roca que sostiene el mirador, subo las
escaleras de dos en dos. Otra cosa no, pero deporte hago, y
me acaba de sentar de maravilla la carrera; tenía el culo
plano después de tanto avión.
La situación que me encuentro no es buena. Kali está
subido a la barandilla del mirador, si se cae desde ahí, no lo
cuenta. Y decido dejar que Lía haga su trabajo antes de
intervenir en escena, quedándome detrás de una roca
cercana. Yo no soy un buen negociador. No tengo empatía,
paciencia ni compasión por nadie. Ni siquiera conmigo
mismo.
—¡Kali, por favor…! ¡Bájate de ahí y hablemos!
—¡¿Qué cojones haces tú aquí?! ¡VETE AHORA MISMO!
—Era yo… La del Green Phone era yo. Me has llamado.
—Me cago en todo… ¡Vaya suerte la mía!
—¡Te vas a matar! ¡BÁJATE!
—¡Igual es lo que quiero, jodida inútil! ¡¿No lo has
pensado?! ¡Lárgate y olvida todo lo que te he dicho!
—No voy a olvidarlo y tú tampoco deberías.
Se quedan en silencio. El momento es crítico. ¿En qué
estará pensando ese chaval?
—Kali, por favor… —farfulla Lía.
—¡¿Por qué sigues aquí?! ¡Te he dicho que te vayas, zorra!
¡Gorda de mierda! ¡Olvídame!
No doy crédito a los insultos que le lanza. Y aún menos,
que ella ni se inmute, como si estuviera acostumbrada a
que la trate así. Pero lo más sorprendente es que tras
decirlos, él rompa a llorar de tal forma, que se agache y se
sujete a la barandilla con las dos manos.
Lía no se mueve ante su llanto. Se nota que quiere ir hacia
él y aprovechar esa postura vulnerable, pero se contiene y
lo deja desahogarse, sabiendo que está seguro mientras se
siga agarrando así.
—Siento mucho lo de Chris… —murmura ella.
—No hables de él. A ti no te importaba una mierda.
—Es verdad. Pero tú sí me importas, Kali.
—Que te jodan…
—Ojalá, pero nadie quiere joder conmigo… Nadie que me
guste, al menos, y no me verás tirándome de un mirador.
Tienes muchas cosas por las que vivir. Y Chris no era una de
ellas.
—Te equivocas. Era el único que me entendía… —solloza.
—No es cierto. Te decía lo que querías oír, como a todos.
—Chris era un buen tío…
—Todos lo somos en algunos momentos. Hasta tú.
—Él era el mejor…
—Pues entonces, hónrale. Ve a su entierro. No le robes
protagonismo con tu muerte. Siempre podrás venir otro día
y tirarte, pero le debes al menos ir a su funeral. Él querría
que fueras.
—No puedo más, llevo dos días sin dormir…
—Lo sé. Me lo has dicho por teléfono… Por eso no piensas
con claridad. Yo puedo ayudarte.
—No voy tomar ninguna pastilla…
—Olvida eso. Es mucho mejor una botella de anís enterita.
Sé que te encanta, y en un par de horas, dormirás como un
lirón.
Se acerca lentamente a él para enseñarle una cosa.
—Toma —le ofrece un billete de veinte—. Invito yo. Puedes
ir a comprarla ahora mismo. Mañana lo verás todo de otra
forma. Baja, por favor…
Alarga su otra mano en el aire para que la coja y él la
mira…
Trago saliva, porque parece pensárselo. ¡Venga, tío!
—Por favor… —repite ella.
Al final, agarra su mano y lo ayuda a bajarse. Le deja un
momento para que asimile lo que podía haber pasado. Ella
se queda bloqueando la barandilla; habría sido una gran
poli.
—Dame la pasta —le dice él entonces. Se la da y caminan
hacia mí.
—Joder… —Se escucha a Aitor llegando, y justo nos
encontramos los cuatro—. ¿No decían que el sexo es
deporte? Pues no funciona… ¡No estoy nada en forma! —
gime Aitor.
—¿Qué hacéis vosotros aquí? —pregunta Kali.
—Eso —dice Lía haciéndonos una señal con los ojos.
—Acabo de llegar y quería ver el mirador. He venido a
ayudar a mi primo Lucas, le han acusado de un asesinato
que no ha cometido.
—Es cierto, no ha sido él —dice de pronto Kali.
Aitor, Lía y yo nos miramos pasmados ante la importancia
de esa declaración.
—¿Tú sabes quién ha sido?
—No voy a decir nada, no quiero manchar su nombre.
—Nosotros creemos que fueron los tíos para los que
trabajaba —digo para que hable—. Sabemos que era
camello.
—No digáis nada —dice feroz—. Nadie en su vida sabía
que distribuía, ni sus padres, ni su novia, ni sus amigos de
bien… solo yo. Solía fingir que se la pillaba a su chico de
confianza cuando alguien le pedía, pero era él mismo. Sé
que vosotros estáis detrás de Moonbow, así que tenéis
mucho que callar.
—¿¡CÓMO!? —dice Lía asombrada.
—Gracias, tío… —murmura Aitor—. Mi hermana no lo
sabía.
—Papá os va a matar.
—No, porque vas a mantener la boca cerrada.
—Estás loco si crees que no va a enterarse… —dice Lía—.
Lo sabe todo. ¡Todo!
—¡¿Qué dices?! ¡Si está medio chocho! —replica Aitor.
—Contádselo por las buenas, antes de que se entere por
las malas.
—Creo que ya son malas.
—Pueden ser peores… —contesto yo.
—Ahora todo tiene sentido para mí —dice Lía pensativa—.
Y papá no tardará en adivinarlo. Solo hay que observar a
Charlotte y Lenny para darse cuenta de que son un fake
date de manual. ¡Están fingiendo! Nos contó que era
química y esa misma noche apareció una droga nueva…
—¡¿Es Charlotte quién os lo ha estado fabricando?! —dice
Kali anonadado—. ¡Si es la pupila de mi padre! No deja de
hablar de ella. La quiere más que a mí…
—¡Mierda, Lía! —exclama Aitor alarmado. Y le planta cara
a Kali—. Te juro que como se lo cuentes a alguien, te mataré
con mis propias manos.
—Wow, amenazas veladas —dice él burlón.
—¡Hablo en serio! ¡Para qué le has salvado, Lía! ¡¡Joder!!
¡Charlotte no puede salir perjudicada! Prácticamente la
obligamos a hacerlo amenazándola con quitarle la Beca
Williams. ¡No te atrevas a joderla!
—La jodería encantado, está bien buena…
—Dios santo… —Se coge la nariz Aitor—. Marco, lo mejor
será arrojarlo ahora mismo por el puto mirador.
—Ya no me apetece morir, gracias. Esto se ha vuelto
interesante…
—¡Yo lo mato! —grita Aitor. Y me interpongo entre él y
Kali. Hasta que lo empujo con fuerza y le digo que pare.
—Kali…, necesitamos que nos ayudes a una cosa…
—¿Yo? A mí dejadme en paz. Suficiente tengo con lo mío.
Emprende camino y lo freno empujándolo suavemente del
pecho.
—Lía acaba de salvarte la vida… Le debes una.
—No me debe nada —repone ella.
—Solo quiero saber una cosa… —expongo. Y me quedo
callado.
—¿El qué? —pregunta intrigado. No falla.
—¿Alguna vez, Christopher o el capitán, te han pedido que
hagas algo extraño?
—¿Cómo qué?
—Me refiero a un favor. Como… provocar una pelea.
La cara que pone ya me da muchas pistas de la
respuesta. Y que no lo niegue, también. Las personas como
él no acostumbran a mentir, más bien son de las que usan
la verdad como arma arrojadiza.
—¿Fue esa noche? ¿La que te rompió la nariz?
—¿Cómo lo sabes? —pregunta perplejo.
—No te molestes, no te lo va a decir —contesta Aitor
desabrido—. ¿Por qué le dirían que la provocase?
—Porque querían culparos de haber tenido que
deshacerse del alijo de coca, pero no era cierto. Se lo
inventaron todo… Solo querían sacaros pasta.
Aitor mira a Kali con los ojos muy abiertos.
—¡¿Es eso cierto?!
—¡Yo no sé nada…! —Se remueve Kali, intentando huir.
—¡Serás cabrón! —Lo coge de la camiseta—. ¡Tú lo sabías!
—¡Yo no sabía nada! ¡Solo me dijeron que provocara la
pelea! ¡Yo no me meto en sus tejemanejes de drogas!
Los separo cada uno a su rincón.
—¿Y por qué piensas que a Chris lo han matado los tíos
para los que trabajaba?
Eso hace que se calle y lo recuerde todo, pero es reticente
a hablar.
—Díselo, Kali —interviene Lía—. ¿No quieres que paguen
por ello?
—La última semana Christopher estaba más nervioso de
lo habitual. A raíz de lo del Moonbow, sus jefes le estaban
presionando para que le sonsacara a Lucas de dónde la
sacaba, ya que él no quería seguir vendiéndola. Pero les dijo
que se llevaban a matar por culpa de su novia y que no
tenía forma de saberlo. Al final, le hicieron una encerrona en
la fiesta.
—¿Cómo sabes lo de la encerrona?
—Porque yo quería salir con Chris, pero me dijo que tenía
algo que hacer. Me ofreció ir con él y le dije que no. Me
cuido mucho de mezclarme con ese tipo de gente. No soy
estúpido…
—Lucas finalmente les dijo de dónde sacaba el Moonbow
—dice Aitor—. ¿Si ya tenían lo que querían, por qué mataron
a Christopher?
Todos nos quedamos en silencio y me miran.
—No tengo ni idea… —respondo—. Pero lo averiguaremos.
—Yo me piro —se despide Kali. Nadie hace nada por
impedírselo.
—Kali… —Lo llamo, preocupado. Tarda en girarse y lo hace
de mala gana—. Esos hombres han matado a Christopher. Si
te vas de la lengua con lo de Charlotte, la estarás
sentenciando a muerte. Piénsate muy bien si quieres vivir
con eso…
Se gira y se va sin decir nada.
—No le contéis a Lenny que Kali sabe lo de Charlotte —
dice Aitor—. Se volverá loco. ¿Has oído, Lía?
—Yo no voy a decir nada.
Me giro hacia ella y la observo con admiración.
—Lo has hecho francamente bien con Kali. Estoy
impresionado…
—Gracias. Es lo único que se me da bien. Para el resto de
las cosas soy basura blanca…
Que use ese término tan despectivo y concreto llama mi
atención. Se empezó a usar en Estados Unidos para
denominar a las personas que, a pesar de haber nacido en
un país rico lleno de posibilidades y de «ser blancos» (dato
importante), eran marginadas socialmente debido a su bajo
nivel cultural y económico. ¿Por qué lo habrá dicho? ¿Tendrá
algo que ver con que Kali sea negro? ¿Por qué deja que le
hable así?
—Ni siquiera te ha dado las gracias… —Niego con la
cabeza.
—Kali no da las gracias desde que tenía siete años.
—Pues yo creo que tiene mucho que agradecer. Es un tío
con suerte.
—Él no cree en la suerte —replica Lía.
—Se nota que lo conoces bien…
Mi comentario la incomoda notablemente.
—Bueno, yo me voy —Se despide ella.
—¿A dónde vamos ahora nosotros? —pregunta Aitor
agotado.
—A tu casa. A ver cómo va Lenny con ese hackeo.
Necesitamos saber qué hizo exactamente Christopher el
resto de la noche en que lo mataron.
34
EL CÓDIGO DA VINCI
“El hombre llega mucho más lejos para evitar lo que
teme, que para alcanzar lo que desea.”
Dan Brown

Oigo que Aitor y Marco entran en casa y preguntan por mí,


¡como si fuera a contestarles!
¿Cómo esperan que hable, cuando ni siquiera he podido
decirle a Charlotte que yo también la quiero? Soy patético.
Todavía no me creo lo que ha sucedido en ese vestuario…
Ha sido como un milagro. La respuesta a todas mis
plegarias. Una tanda de besos hambrientos, volver a
sentirla, y prácticamente obligarme a correrme dentro sin
condón. Sentir que se volvía completamente loca me ha
gustado mucho. ¿Será verdad que me quiere?
Ni siquiera le he dado un beso de despedida…
Juro que estaba esperando el momento en que te
despiertas de golpe y entiendes que todo ha sido un sueño.
Un puto sueño… Porque eso es lo que ha sido. Hasta que la
hostia que me ha dado me ha traído de vuelta a la realidad
de golpe y porrazo. Y la realidad era que estábamos
cortando. ¿Era para cabrearse o no?
—Hola, ¿cómo vas? —pregunta Marco entrando en mi
habitación.
Le enseño el pulgar arriba.
«¿Habéis descubierto algo?», les escribo en mi móvil.
—Vas a flipar… —contesta Aitor al leerlo. Y empiezan a
contarme desde la conversación con el capitán hasta el
encuentro con Kali.
Saber que provocó la pelea a propósito me pone muy
furioso, pero procuro respirar hondo.
—¿Y tú cómo vas? ¿Hay avances?
Les señalo la pantalla y pueden ver como una app intenta
descifrar la contraseña para conseguir entrar en su cuenta
de iCloud. Le queda un 20%.
Me la han pasado unos hackers obsesionados con
encontrar sutiles fallos de software en las diferentes marcas
de teléfono, lo que permite introducirse en él y acceder a
todos los datos del dispositivo.
Pronto me dejará extraer fotos, últimas ubicaciones GPS,
mensajes de señal y todo lo que había en el teléfono hasta
que se apagó. Basta con conocer el modelo exacto de
terminal, y todo el mundo estaba al tanto de que
Christopher estrenaba el nuevo iPhone cada año; el antiguo
lo regalaba creyéndose Robin Hood.
De pronto, Marco ojea su móvil, pero pasa de él. Seguimos
hablando, y poco después, empieza a sonar el de Aitor.
—Es mi madre. Dime mamá —contesta al momento.
—¿Estás con Marco? —Lo tiene tan alto que se escucha
todo.
—¿Tú qué crees?
—¡A mí no me respondas con evasivas! Utiliza el Sí y el
No.
—Seee, mamá…
—¡¿Y por qué no le coge el teléfono a Mei?!
Aitor se separa el teléfono del oído por los gritos.
—Estoy trabajando —murmura Marco en respuesta.
—Dice que está trabajando —traslada Aitor.
El pobre se pasa la vida trasladando frases de los demás.
Menos mal que le gusta hablar más que a un taxista.
—¡Dile que se ponga ahora mismo!
—Toma, tío… Toda tuya.
Marco coge el teléfono de mala gana.
—¿Sí?
—Que sea la última vez que vienes a Byron y no me
avisas de que estás aquí —dice Mei con seriedad.
—Lo siento, pensaba llamarte… Pero llevo todo el día
centrado en el tema de Lucas, vamos a contrarreloj.
—¡Todo verdad! —grita Aitor por detrás.
—Ven esta noche a casa, te haré algo de cenar y
charlaremos…
—Mejor quedamos a cenar por ahí, tú y yo…
—¡Yo también quiero verte! —grita Mía por detrás y le
coge el móvil a Mei—. Estoy muy preocupada por Lucas. Por
favor, Marco, ¡necesitamos saber qué has averiguado! ¿Por
qué no os venís los tres a cenar a casa? ¡Aitor, convénceles,
cariño! No habrá padres ni hermanas, ¡solo madres!
—Yo estoy convencido, mami —musita Aitor—. Pero estos
dos no.
—No admito un no por respuesta, Lenny —añade mi
madre por detrás—. Quiero saber qué ha pasado con
Charlotte esta tarde. Me han llegado rumores horribles…
Marco tapa el auricular y dice: Yo paso de ir. Yo también
niego.
—¿Por qué? —pregunta Aitor irritado.
—Porque seguro que es una trampa y luego aparecen
todos. Id vosotros… —dice Marco.
Ambos me miran y señalo el ordenador. «Yo me quedo
hasta que esto esté listo», significa mi gesto.
Aitor le coge el teléfono a Marco.
—Mamá, hoy es mal día, pero iremos mañana, ¿de
acuerdo?
—¡Yo no quiero esperar! —se oye a Mei—. ¡¿Sabes hace
cuánto que no veo a Marco?! ¡Y Mak y Luz ya le han visto!
¡Soy una pringada! ¡La única que no tiene culpa de nada se
queda sin verle!
Miro a Marco perplejo. «¿Has visto a Luz? ¡¿Cuándo?!». Él
hace como que no ha leído eso en mis ojos.
—¡Si no venís, iremos nosotras con la cena! —amenaza mi
madre.
—¡Eso! —añade mi tía Mía.
—Os llamo en diez minutos —Cuelga Aitor.

Yo muestro mi teléfono a Marco porque ya he escrito un


«¿Cuándo has visto a Luz?».
—En casa de Freya —contesta renqueante—. Estaba allí
cuando hemos ido a verla…
Abro las manos preguntando cómo ha ido.
—Ha sido horrible —dice Aitor por él—. Más inesperado
que contar hasta diez y que te suelten una hostia en el
ocho.
Vuelvo a abrir las manos insistiendo en que quiero más
detalles.
—No ha pasado nada —rezonga Marco—. Ha dicho «¡Oh,
¿eres tú?», y yo, «sí». «¿Qué haces aquí?». «He venido a
ayudar a Lucas». Y fin.
—La pobre se pensaba que venía a verla a ella —aventura
Aitor.
—No pensaba eso… —Pero la contundencia de Marco le
delata.
Muevo la mano para obtener más información.
—¡Nada más!
—Se ha colado en la habitación de Freya y Luz ha
esperado hasta que ha salido —añade Aitor.
Trisco los dedos un par de veces y Marco resopla.
—Al salir, ella ha dicho «¿Podemos hablar?», y le he dicho
que no. Fin de la conversación.
Levanto las cejas alucinado y miro a Aitor.
—En realidad, ha dicho «Mejor no», y ella no ha insistido.
Marco ya estaba fuera de la casa cuando Luz se ha tenido
que sentar en el sofá y Emma le ha dado agua. Esa mujer es
un encanto…
Escribo en mi teléfono.
«¿Por qué no has querido hablar con ella?», lee irritado en
voz alta.
—Por el mismo motivo por el que tú no hablas, ¿te vale?
¿Podemos dejar ya el temita, por favor? Queda solo un ocho
por ciento —Señala el monitor.
Aitor me mira apesadumbrado y niega con la cabeza.
No creo que el motivo de mi mutismo sea el mismo… ¿o
sí?
Lo mío es un miedo desconocido que me paraliza las
cuerdas vocales. Cuando tenía diez años tomé una decisión:
coger un arma. Y luego otra: disparar. Y se me quitaron las
ganas de volver a decidir nada en mi puta vida…
Opté por callar cuando todo el mundo me hacía preguntas
a las que no sabía contestar. Y otras veces, aunque quería,
no podía. Como me ha pasado hoy con Charlotte. Un pánico
extraño me gana la batalla y algo dentro de mí me dice lo
mismo que Marco: «Mejor no».
Observo la pantalla y veo que solo queda un uno por
ciento.
Chasqueo los dedos para llamar la atención de los demás
y esperamos atentamente a que se abra la carpeta y nos
deje navegar por el dispositivo de Christopher.
Diez segundos después, nos deja acceder y doy una
palmada en el aire de puro júbilo.
—Ostras… —murmura Aitor—. ¡Eres un genio, primo!
—Busca el recorrido GPS. ¿A dónde fue? —dice Marco con
avidez.
Entro en el sistema y nos lleva un rato comprobar que
estuvo casi toda la noche en la fiesta del chalet al que fue
Lucas a por Freya.
—Aquí está —señala Marco—. A las cuatro y veinte
cambiaron las coordenadas. Iría de la casa al lugar de la
muerte. Llegó a las cuatro treinta y dos. Ve a mensajes y
comprueba a qué hora le mandó el mensaje a Lucas para
que acudiera allí.
Lo señalo cuando lo encuentro.
—¡A las cuatro y cincuenta! ¿Qué hizo tanto rato en el
mirador? Me apuesto el cuello a que no estaba solo.
—¿Por qué no? Yo me pego horas solo con el móvil.
—¿Christopher no tendría un Apple Watch, no? —dice de
pronto.
—Con lo pijo que era, seguro. Pero quizá no lo llevase
puesto.
—Búscalo. Si lo llevaba, nos dará el momento exacto de la
muerte. Esos relojes miden la frecuencia cardíaca de quien
lo lleva.
Nos miramos entre todos y lo intento. Pero el sistema
pone pegas.
—Busca las últimas fotos —sugiere Marco.
Entro y vemos que lo último que hay es un video de las
cuatro y media de la mañana. Está oscuro.
Le doy al play y se abre una ventana en la que se percibe
el movimiento de alguien subiendo unas escaleras…
¡Parecen las del mirador! Después vuelve a verse negro,
pero se sigue escuchando algo.
—Esto no me parece buena idea —se oye decir a Chris.
—Es la única forma de demostrarnos tu fidelidad. Mándale
un mensaje a Morgan, y cuando venga, te deshaces de él…
—¡No es necesario matar a nadie! —exclama nervioso—.
¡Yo no voy a decir nada y él tampoco!
—No podemos arriesgarnos. Sabéis demasiado.
—Te dije que no lo haría, Clif —masculla alguien—.
Pasemos al plan B…
—¿Qué plan B? —pregunta Christopher con desconfianza
en la voz.
—¡Este…!
Se escucha un sonido extraño. Como un gorgoteo.
—Apartaos. No le toquéis —murmura alguien.
A continuación, se escucha un golpetazo. Seguramente
contra el suelo. Se oye un roce más fuerte y poco después,
la imagen se corta. Como si lo último que hubiera hecho
Chris fuera…
—¡Apagó el teléfono! —dilucida Marco alucinado.
Lo señalo para decir que es justo lo que estaba pensando
yo. Muy listo… Así no podrían borrar el vídeo. Lo pondría a
grabar porque no se fiaba de ellos.
Escribo este último pensamiento en el teléfono para que
lo lean.
—Claro —confirma Aitor—. No creo que pensase que lo
fueran a matar, pero lo grabó para poder alegar que le
habían obligado a asesinar a Lucas. Hacer que intentaran
cambiar de opinión le costó la vida…
—No lo tengo tan claro —rumia Marco—. Quién haya sido
tenía planeado matar a Chris en el mirador desde el
principio…
No sé cómo lo hace, pero siempre ve más allá de lo que
parece.
—¿Por qué piensas eso?
—Porque están teniendo problemas para sintetizar el
Moonbow y seguirán buscando al químico como locos. Les
interesa que Lucas esté vivo hasta que den con la fórmula
correcta.
—¡Tenemos que ir con esto a la policía! —exclama Aitor—.
¡Este vídeo exculpa a Lucas por completo!
—No podemos —lo frena Marco—. Tenemos que esperar a
que ellos lo descubran por sí mismos. Si saben que hemos
accedido al teléfono de Chris podrían invalidar el vídeo
como prueba.
—Al menos tengo que decírselo a mis padres —suplica
Aitor—. ¡Están muy preocupados!
—Y a Freya… —añade Marco—. Creo que piensa que lo
hizo él.
Arrugo el ceño y escribo en mi teléfono.
«¿Eso te dijo cuando fuiste a verla?», le pregunto por
texto.
—Tenía dudas.
Meneo la cabeza extrañado. Imposible…
—Es que te has perdido un pequeño gran detalle —
comenta Aitor—. La noche del asesinato… —Hace el gesto
de meter el dedo en el círculo.
—¡Te dije que no dijeras nada! —Le abronca Marco.
—¡Y no lo he dicho! ¡¿Me has oído decirlo?!
Marco se coge el puente de la nariz como si no supiera
qué hacer con él, pero yo no puedo ni parpadear. ¡Freya y
Lucas…! No. Puedo. Creerlo…
—¡Gracias! —Me señala Aitor—. ¡Esa es la expresión que
buscaba! No estoy loco, ese polvo tiene más importancia
que la caída del muro de Berlín…
Me froto la cara y Marco nos mira como si no lo
comprendiera.
«Si hubieras estado aquí los últimos siete años, lo
entenderías», le escribo.
—No empieces tú también… —Se levanta Marco.
—Quiero enseñarle esto a mi padre —expone Aitor—.
Tiene que saberlo. ¿Por qué no vamos a cenar allí y lo
hablamos todo en familia?
Marco pone mala cara.
—Id vosotros y contádselo, pero que no hagan nada al
respecto.
—¿Vas a dejarnos tirados otra vez?
Marco y Aitor se miran con fijeza.
—Ignora a Mak, si quieres. Pero el resto no tenemos la
culpa de nada. ¿No quieres ver a tu madre?
—No es mi madre…
—¡Lo era, joder! ¡A todos los efectos, hasta que
renunciaste a ella!
—¡¡Pues ya no quiero que lo sea!! —grita Marco con dolor.
—¿Por qué no?
Lo veo apoyarse en la jamba de la puerta y tarda en
contestar.
—Porque entonces Luz también es mi hermana a todos los
efectos —Nos quedamos helados—. Y no quiero ser ESE
TÍO… No quise serlo más. Ni vuestro primo. Ni nada de
nada. Porque eso me convertiría en un puto monstruo…
—¡Nadie piensa eso!
—Mak, sí.
—¡Pero ya no! —declara Aitor—. Luz se ha convertido en
una mujer preciosa y viajada que ha estado con muchos
tíos, ya no es una menor virgen…
Marco cierra los ojos recordando lo que fue.
—Luz nunca fue tu hermana —subraya Aitor—. Estabas
imprimado con ella, como en la peli de Crepúsculo. ¿La has
visto?
—No…
—Esa donde un licántropo no puede evitar enamorarse de
un bebé que justo iban a matar porque es medio vampiro…
Le hago a Aitor el gesto de que corte el rollo, haciendo
que me corto el cuello. Se calla de golpe.
—Eso suena fatal… —opina Marco.
—Olvídalo —musita Aitor—. ¡Céntrate en el resto de la
familia! ¡Llevas aquí menos de un día y Lucas ya tiene
medio culo fuera de la cárcel! Ese es el nivel… Y los demás
también nos merecemos un poco de tu atención, no solo él.
Marco intenta mostrarse impasible, pero sé que por
dentro está librando una dura batalla. La de saberse querido
y no creer que lo merezca. Conozco esa sensación.
Cojo mi teléfono y tecleo algo para él.
«Ya te has castigado suficiente».
Sus ojos centellean al mirarme y me observa reflexivo.
—¿Y tú no? —replica pertinaz.
Sus palabras burbujean en mis recuerdos.
¿Culparme? Sí. ¿Castigarme? No creo…
Niego con la cabeza y escribo. «Yo no me castigo».
—El silencio es una forma de violencia, Lenny —dice
Marco taxativo—. Dejar de hablar a alguien se considera
una agresión emocional. Y tú te lo impusiste con diez años
como castigo por lo que hiciste, porque no tenías otros
recursos psicológicos para hacer frente a la situación.
Trago saliva incómodo. Siento fuertes deseos de
levantarme e irme, pero me quedo. Quiero escuchar lo que
piensa Marco. Tiene pinta de controlar del tema.
—Lo creáis o no, llevo seis meses yendo a terapia —
admite.
—No sabes cómo me alegro… —musita Aitor con orgullo.
—Lo necesitaba, ya no me soportaba… Allí me hicieron
entender que me estaba maltratando a mí mismo. Y tu caso
no difiere mucho del mío. El silencio fue tu forma de negarte
a ser víctima, te considerabas verdugo. Fue tu forma de
demostrar que no merecías respeto ni afecto. El silencio es
un comportamiento pasivo-agresivo que solo busca humillar
al culpable… No es que no quisieras hablar, es que no
querías que los demás te hablasen ni te mirasen ni te
quisieran. Sé de lo que hablo… Yo me sentí igual.
Me llevo las manos a la cara. No quiero seguir hablando
de esto… Pero me quedo. Me callo. Y escucho.
—Si algo he aprendido de todas esas sesiones es que el
silencio no ayuda a hacer desaparecer los problemas, al
contrario, los fortalece. La mejor manera de atajarlos es
hablar de ellos, aunque cueste. Tu silencio es una barrera
emocional, Lenny, y si no haces un esfuerzo por quitarla,
acabarás dudando de tu validez como persona, de tu
realidad e incluso de tu identidad, y terminarás sumido en
una confusión emocional que derivará en… —No llega a
pronunciarlo. Esa idea que tantas veces ha pasado por mi
mente como remedio para dejar de sufrir—. Lo mejor es que
elijas a alguien, aunque sea una sola persona en el
universo, y vuelques en ella todo tu dolor. Y esa rubia
cabreada de mano suelta me parece una buena opción…
—Si pega así, imagínate cómo debe cascarla… —dice
Aitor soñador.
Y contra todo pronóstico, suelto una carcajada que les
contagia.
—¡Lo digo en serio! —se desternilla Aitor.
Más que las virtudes de Carlota y su mano, creo que
estamos todos muy aliviados por lo que hemos descubierto
esta tarde.
—Lo dicho, Marco —sentencia Aitor—. Quédate un mes y
haznos un favor a todos, anda… Voy a llamar a mi madre
para decirles que vamos para allá con noticias frescas. Me
muero por contárselo todo. Además, paso de que vengan
aquí, no hay un solo mueble en el que no haya practicado el
sexo.
—Yo voy a ducharme —comenta Marco—. Apesto a
cuatrocientos pasajeros respirando a la vez en una cabina
presurizada.
Yo tardo unos diez minutos en poder moverme. No dejo de
pensar en todo lo que ha dicho Marco. Y en Charlotte, mi
rubia de mano larga.
Quiero escribirle un mensaje, pero sé que no puedo. Una
forma segura de comunicarnos con ella es llamar desde una
cabina a su trabajo, pero qué le diría, si no puedo hablar.
Me tapo la cara con la almohada. No soporto estar
incomunicado con ella. Necesito encontrar una solución.

Poco menos de una hora después, partimos hacia la casa


de mis tíos Kai y Mía. Marco no está muy convencido. Y ha
subrayado tres veces que le recuerde a Mei, que sobre todo,
no quiere ver a Luz. Lógico…
Cuando entramos en la casa gracias a las llaves de Aitor,
Marco lo hace en último lugar, sin saber muy bien a qué
atenerse. Desde luego, no se espera que la loca de mi tía
Mía salga de la nada, dándonos un susto de muerte.
—¡¿Qué buenas nos traéis?! —pregunta ansiosa.
—¿Crees que somos los Reyes Magos? —responde Aitor.
—¡No estoy para bromas!
—Son buenas noticias, mamá.
—¡Gracias a Dios…! ¡KAI! —Lo llama histérica. Y se va
corriendo.
—Veo que tu madre no ha cambiado mucho —masculla
Marco.
—Nada de nada.
Nos adentramos en la terraza y encontramos a Los Tres
Reyes allí. Es como llaman a veces nuestras madres a
nuestros padres. Menuda encerrona… Marco tenía razón,
para variar. ¿La tendrá también conmigo? ¿Me estoy
maltratando? Me cuesta verlo de ese modo porque a mí el
silencio siempre me ha tranquilizado. Lo utilizo como una
advertencia conmigo mismo, en plan: «La próxima vez te lo
pensarás dos veces antes de cagarla». ¿Eso está mal? ¿Está
mal que le tenga pánico a volver a hacerle daño a alguien?
La noche que le rompí la nariz a Kali me asusté
muchísimo. Me dejé llevar por la ira y debería haber
terminado esposado. Eso hubiese sido lo justo. En su lugar,
me sentí fatal por cargarnos con una deuda que Lucas tuvo
que capear. ¿Cómo no iba a odiarme a mí mismo, si jodía a
todo el que se preocupaba por mí? Pero esta tarde me he
enterado de que fue todo un montaje y me siento… raro.
Distinto. Por primera vez, entre que Charlotte ha dejado,
con total confianza, que termine dentro de ella sin
protección, y Marco me ha dicho que llevo años
maltratándome a base de silencio, no pienso tan mal de mí.
Kai se pone de pie al vernos. Parece ansioso.
—Gracias por venir… —saluda a Marco, cogiéndole la
mano y apretándosela con las dos suyas.
El aludido se deja y toma asiento donde le indica, mirando
a todas partes menos a Mak, que lo mira como mirarías una
tanda de penaltis.
Se nota que a los dos los han apaciguado para que toleren
la presencia del otro sin saltar en esta situación especial.
Algo es algo.
—Contadnos. ¿Qué habéis encontrado? —pregunta Kai
directo. Su mujer se apoya en él con nerviosismo.
—Tenemos la prueba definitiva para sacar a Lucas de la
cárcel —dice Marco distante.
Todos lo miran atónitos manteniendo la respiración.
—¿Lo dices en serio? —balbucea Kai.
—Os lo dije —sonríe mi padre satisfecho—. Es tan bueno
como lo era Mako… mismo olfato implacable.
Marco y su padre comparten una mirada sin poder
evitarlo. Marco la desvía con rapidez y se muerde los labios.
—¿Qué habéis tenido que hacer? —pregunta Mak—.
Porque sé que cumpliendo la ley no se puede llegar muy
lejos, y menos, tan pronto.
Les contamos nuestro día, esquivando algunos pelos y
señales, como polvos fortuitos, intentos de suicidio y la
existencia de Moonbow. Y todos flipan cuando les
enseñamos el vídeo de Chris.
Nunca había visto a Kai tan aliviado. Ni tan preocupado…
En sus ojos se refleja una certeza. La de que sabe que hay
más, mucho más que no les estamos contando. Pero
supongo que antes de someternos a un tercer grado, quiere
sacar a Lucas de la cárcel.
Después, su ira caerá sobre nosotros. Lo presiento.
35
TODA LA VERDAD DE MIS MENTIRAS
“No hay vergüenza en retirase de una guerra en la que,
batalla tras batalla, siempre empatas”
Elisabet Benavent

Apesar de que Lucas tenga que dormir otra noche en el


calabozo, hacía tiempo que no me sentía tan feliz. No
confundir «ser feliz» con «estar feliz», lo primero es un mito.
Creo que si alguien fuera absolutamente feliz, sería un
desgraciado.
Creo que tener sueños sin cumplir nos da un propósito.
Que nos gusta vanagloriarnos de nuestra capacidad para
afrontar problemas. Y creo que estar flotando en una roca
en mitad del espacio ya es como para estar contento…
Pero si te dan un bonus extra, la partida es más
emocionante.
Y eso es Marco para mí. No bromeo cuando digo que el
hecho de que esté aquí marca la diferencia. Si pude volver a
Australia tan pronto después de mi «tropiezo» fue, en parte,
gracias a él. Porque me ayudó a superarlo de una manera
brillante.
Se le da bien ver la paja en el ojo ajeno con el fin de
solucionar problemas. Y lo hace aunque esté desfallecido,
como ahora mismo. Lo he calculado y lleva 36 horas sin
dormir.
Después del atracón que se ha metido por la comida que
han traído mi tía Ani y mi tía Mei, es totalmente
comprensible. Siempre me ha gustado cómo los mayores
cuidan los unos de los otros, porque saben que si no llegan
a montar esta reunión, mis padres no habrían ni cenado. Se
habrían dedicado a abrazarse en el sofá, muertos de
preocupación, esperando noticias de Lucas. Pero para esto
sirve la familia, para paliar los momentos duros y recordarte
que no estás solo.
Marco y Mei han tenido un reencuentro muy emotivo. Mi
tío Mak ha tenido que ausentarse justo después, porque al
parecer, se le había metido todo el océano en el ojo.
Supongo que se siente culpable por loquear cuando Marco
le robó la virginidad a su hijita cual vikingo sanguinario. En
esta misma casa, además…
Y hablando de la reina de Roma, Luz aparece en el jardín
sobre las diez de la noche.
Todo el mundo se queda en silencio porque no la
esperábamos. De hecho, le he recalcado a mi madre que su
ausencia era un requisito indispensable para que Marco
cruzara el atrio de esta casa.
—Hola… Vaya, ¿qué me he perdido? —dice extrañada
cuando ve a tanta gente, comida y bebida. La respuesta se
hace evidente cuando localiza a Marco—. Me ha parecido
raro que no estuvierais en casa y he venido por si había
noticias nuevas del caso —explica a la multitud.
—Bueno, yo… tengo que irme —dice Marco poniéndose de
pie.
—¡Por favor, quédate un poco más! —suplica mi madre—.
¡Aún no he sacado todos los postres!
—Estoy llenísimo, en serio, no me cabe nada más.
—Pero…
—Mamá, ¿no ves que está a punto de desmayarse? —le
digo con cariño para suavizar la situación.
Todos miran a Marco preocupados, incluidos Mak y Luz.
—Estoy bien… —aclara abochornado.
—No lo está —revoco—. Contacté con él el domingo a la
una de la madrugada, hora española. Cogió un avión a las
seis y tardó veintiuna horas en llegar aquí. Desde que le he
recogido en el aeropuerto esta mañana, no hemos parado, y
ahora que le habéis cebado de comida deliciosa, se
desmayará si no se va ya.
—¡Ve a descansar! ¡Sube a la cama! ¡Ven a casa! —Todos
los adultos hablan a la vez, menos Mak, que pone cara de
que la culpabilidad está adentrándose en su culo. Me río de
él.
—Sois muy amables, pero será mejor que me vaya… —
dice Marco.
Lenny levanta su uno noventa del sofá y chasquea los
dedos, indicando que él mismo lo llevará a casa. Su forma
de voltear las llaves del coche en su dedo denota que está
nervioso. ¿Qué le pasa? Hace eso cuando está ansioso por
algo. Algo rubio y patoso de ojos verdes…
—Mañana iré a hablar con los padres de Christopher —
informa Kai—. Y después iremos a comisaría a sacar a
Lucas.
—Llamadnos cuando os digan algo —contesto uniéndome
a la estampida de Lenny y Marco—. Acudiremos allí.
—¿Estás seguro de que eso es lo mejor? —le pregunta
Marco, que insistía en dejar que la policía lo descubriera por
sí misma.
—Será lo más rápido. Les diré a sus padres que accedan
desde su ordenador para comprobarlo y retirarán los cargos
enseguida.
—De acuerdo. Hasta mañana. —Marco pasa raudo al lado
de Luz, sin mirarla, buscando la salida como si no pudiera
seguir respirando el mismo aire que ella por más tiempo.
Seguimos a Marco. Pero Luz también. Y nos adelanta.
—Marco, espera… —Lo alcanza en la entrada.
Marco abre la puerta de la casa igualmente.
—Por favor… escucha…
Él se detiene y mira al suelo.
—¿Qué quieres?
—Quiero que puedas mirarme a la cara y decirme hola.
Solo eso.
Lenny y yo permanecemos inmóviles. Ya es tarde para
huir y dejarles solos. Marco levanta la vista y la observa con
toda la templanza que puede. Los segundos caen a plomo y
tenemos que acordarnos de respirar y de pensar que el cielo
no se está cayendo.
—Hola… —formula por fin.
—Hola… —responde ella satisfecha. Es como si pensara
que con solo mirarla ya le tendría de nuevo donde quiere.
—¿Quieres algo más? —dice él con dureza.
—No. Con eso me basta. Por ahora…
Marco sale por la puerta sin un adiós, perdiéndose en la
oscuridad.
Le seguimos y nos subimos en la pickup en silencio. No
nos atrevemos a decir nada, pero no hace falta. Habla él.
—Sabía que esto pasaría… ¡Por eso no quería venir! En
cuanto mañana saquen a Lucas de la cárcel, volveré a
España.
—¡No puedes! ¡Todavía tienes que enchironar al capitán y
hacer que detengan a los que mataron a Christopher!
—Vuestros padres se encargarán de eso. Mañana tenéis
que contarles todo lo del Moonbow. Necesitan saberlo.
—Lucas no querrá. Antes muerto que admitir ante mi
padre lo que ha hecho… Su obsesión con el tráfico de
drogas es legendario.
—Pues se lo diré yo —amenaza.
Lenny y yo nos miramos asustados. Veo a mi primo negar
con el dedo, supongo que pensando en preservar la
inocencia de Charlotte.
—Si alguien se entera de que Charlotte nos ha ayudado
en esto… Si llega a oídos de Dani, por ejemplo…
—Eso tendríais que haberlo pensado antes de pedírselo —
dice irritado recostándose contra la ventana—. Ahora corre
peligro. Y todos vosotros. No solo Lucas. Vuestros padres
tienen que estar prevenidos. Ellos sabrán exactamente qué
hacer…
No entendemos por qué lo dice, pero se nota que se está
quedando traspuesto por momentos y lo dejo pasar. No
podemos pedirle más por hoy. Y sé que yo no voy a
convencerlo porque ahora mismo está en modo «soy una
roca». Pero confío en que Lucas le haga entrar en razón.

A la mañana siguiente, todo sucede como predijo mi


padre. Tras un acalorado diálogo con los padres de
Christopher, los convence para acceder a su nube y
demostrar que Lucas no ha sido.
Como señaló Marco, el Apple Watch registró una bajada
del ritmo cardíaco a una hora en la que Lucas todavía no
había podido llegar al lugar del crimen, según el mensaje. Ni
siquiera les hace falta ver el vídeo. Y mejor que no lo hayan
visto…
Aún teniendo la prueba en la mano, tramitar la absolución
de Lucas es costoso y lento. Nos pasamos el día en
comisaría. Marco se queda en casa a la espera de noticias,
pero la desesperación empieza a hacer mella en mi padre
por la tarde.
—¿A qué coño esperan para sacarlo? —vocea.
De pronto, veo a Enzo cruzar el vestíbulo de la entrada y
algo dentro de mí me impulsa a interceptarle.
—¡Enzo…, espera!
Cuando me ve, pone los ojos en blanco y me evita.
—Acosar a un policía es un delito grave.
—No quiero molestarte, yo… Estamos pendientes de sacar
a Lucas. ¿Puedes averiguar cómo va la cosa? Llevamos aquí
todo el día…
—No estás en disposición de pedir favores, ¿no crees?
—Te lo suplico… —digo serio, mirándolo a los ojos. Y en
los suyos descubro una debilidad extraña al verme tan
vulnerable.
Tarda un poco en poner orden entre sus ganas de
estrangularme y su juramento ante la ley de ayudar a los
demás.
—Veré qué puedo hacer…
—Gracias. Muchas gracias…
—Solo estoy haciendo mi trabajo —murmura al irse.
Pero no es cierto. No quiere admitir que va a hacer algo
por mí. Supongo que no me lo merezco después de todo,
pero… no «todo» fue malo. Hubo partes buenas. Algunas
geniales. Y otras, las más brutales y morbosas de mi vida…
Es el resultado de que te asolen sentimientos que sabes que
no te convienen, y aun así, sigas adelante, disfrutando
como un loco de cada caricia prohibida. ¿Heterocurioso? Y
un huevo…
¿Qué vida le espera si le da la espalda a lo que es? ¿Y a
Ruby? ¿Es justo para ella descubrir dentro de quince años
que su relación es una farsa?
Enzo tarda quince minutos en volver y va directo a mi
padre para trasladarle sus averiguaciones. Muy bonito… Ya
es marca registrada de la casa lo de esquivarme.
Me acerco a ellos para escuchar.
—Ya están con ello. En media hora o así, lo sacarán.
—Muchas gracias, Enzo —responde como si fuera el
Mesías. Luk y Mak también le dan la mano y lo agarran del
hombro. Le preguntan por su trayectoria en el cuerpo y le
felicitan por sus méritos.
Al despedirse, me ven esperándole y todos me gritan con
los ojos que no le diga nada inapropiado. Cómo me jode
tener que callarme.
Cuando Enzo se gira y me ve, decide no decir nada y
pasar de largo.
—Gracias… —murmuro solamente. Y sé que me ha oído.
Miro a mis tíos y a mi padre que siguen mirándome.
—Déjalo tranquilo —me advierte Mak por los tres.
Levanto las manos con inocencia y vuelvo a observar a
Enzo. Menudo culo tiene… Y menuda espalda. Y brazos.
Cuando un tío así, tan hetero, te aprisiona para devorarte
contra su voluntad de hierro es una sensación única. Joder…
ahí sí que te sientes vivo. Y correcto. Y… Vale, decidido:
necesito que me haga suyo otra vez.
Cuando Lucas aparece, se viven momentos emocionantes.
Los mayores lo achuchan diciéndole que ya pasó. Y las
madres se vuelcan con él, haciendo que se muestre algo
más cariñoso, pero solo se relaja de verdad cuando nos
abraza a Lenny y a mí a la vez. Solo entonces lo escucho
respirar profundamente y soltar el aire. Cuando se recobra
para hablar dice:
—¿Dónde está Marco?
—En casa, esperándote.
—Vámonos de aquí…
Mi padre y mis tíos nos escoltan con su coche hasta
nuestro chalet como si nos fuera a pasar algo por el camino.
Las madres se ausentan sospechosamente y me huele a
que ha sido a petición de Kai Alfa.
Aprovechamos el trayecto a casa para contarle a Lucas
que Kali nos aseguró que lo de la deuda fue un montaje. La
información lo deja sin palabras… y con más venganza en
los ojos de la que le he visto nunca. Y eso es mucho decir.
Lucas no es follonero, pero sí justiciero. Que se lo digan al
ex de Freya. Marvel se ha perdido a un gran Vengador con
él.
Los tres reyes se cuelan en nuestro territorio sin ser
invitados, y no les echamos, pero flota en el ambiente el
recordatorio de que tienen la entrada vetada desde
siempre.
Presencian cómo Lucas y Marco se abrazan al verse. Es un
momento extraño y algo triste ver cómo mi hermano se
queda abrazado a él con fuerza como no lo ha hecho con mi
padre.
Le da las gracias, sentido, y anuncia que necesita
ducharse y comer algo antes de nada.
No sé muy bien lo que significa ese «nada», pero me da
vértigo.
Lenny se centra en prepararle algo suculento de comer y
Marco se ausenta del salón para no quedarse a solas con los
mayores. O con Mak, que no deja de mirarle dándole opción
a entablar una conversación que Marco se niega a tener. El
ambiente está enrarecido. Se acerca el momento de la
verdad.
Cuando Lucas aparece, le hacen sitio en el sofá y
comienza a degustar los tentempiés que hay sobre la mesa
baja. Yo me quedo de pie porque estoy demasiado nervioso.
No me gusta sentirme acorralado.
—No quiero ser borde, pero… —empieza Lucas—. ¿Por qué
seguís aquí? Estoy bien. Todo está resuelto…
—No todo está resuelto —contesta nuestro padre—. Dijiste
que estabas más seguro dentro que fuera. ¿Por qué? Hemos
visto el vídeo, ¿por qué esos tíos te querían muerto, hijo?
—No lo querían muerto —aclara Marco—. Arrastraron a
Chris hasta la marisma con esa excusa, pero a ellos no les
conviene que Lucas muera hasta que no tengan el
Moonbow…
Se hace un silencio horrible y preocupante. Lucas cierra
los ojos como si le acabara de dar una dolorosa puñalada en
la espalda. A mí se me para el corazón.
—¿Qué es eso de Moonbow? —pregunta mi padre
interesado.
—La droga experimental que tus hijos han
comercializado…
Mi padre nos mira prometiendo que nos matará él mismo.
—¡No fue así! ¡No lo cuentes así, joder! —exclamo en mi
defensa.
—¡Pues cuéntalo tú! —vocea Marco.
—¿Cómo se te ocurre decírselo? —musita Lucas,
decepcionado.
—Porque tienen que saber dónde os habéis metido.
—No les incumbe.
—¡Necesitáis ayuda! ¡Esto os viene muy grande!
—¡Por eso te hemos llamado a ti! ¡No queríamos meterles
a ellos!—dice agarrándose el puente de la nariz.
—Nadie mejor que ellos para ayudaros —sentencia Marco
—. Nos dan mil vueltas en estos temas… No sabéis de lo
que son capaces…
Lenny, Lucas y yo nos miramos sin entender nada. ¡¿Por
qué no entiende que no queremos la ayuda de nuestros
papaítos?!
—¿Qué cojones es el Moonbow? —exige mi padre
cabreado. Y se me pone la carne de gallina.
—Una noche, por casualidad, descubrimos una sustancia
en la playa… —comienza Lucas. Lo cuenta todo, incluido lo
de la pelea y el alijo de coca. La deuda del capitán…
—Y ayer supimos por Kali que todo era mentira. Solo
querían sacarnos dinero…
Mi padre y mis tíos se miran entre ellos y oigo que se
crujen los nudillos. Esto no me gusta…
—Solo fue una solución temporal para un problema
puntual —expone Lucas—, pero no sacamos ningún
beneficio de ello —remarca—. Solo cobraron ellos y el
químico que nos ayudó a sintetizarla…
—Dios… —musita Kai, mareado—. Decidme que ese
químico no es Charlotte…
El silencio otorga su acertado razonamiento y se sujeta la
frente, desolado. El corazón me late a mil por hora.
—¿Sabéis lo que habéis hecho? —dice desabrido—.
¡Acabáis de joderle la vida…!
Lenny da un golpe sobre la mesa a modo de queja y mi
padre lo mira disgustado.
—¿Nunca habéis sido pareja?
Mi tío Luk mira a Lenny con atención. Él se apresura a
escribir en su teléfono y Mak lo lee. «La quiero. Es real»,
verbaliza. Y su mirada es fiera denotando cuánto le importa
esa chica y lo mucho que le revienta pensar que han podido
ponerla en peligro.
Lucas toma la palabra.
—Charlotte está a salvo. Ayer usé la llamada desde la
cárcel para advertirle que cortara toda comunicación con
nosotros porque podrían buscarla. Por la tarde fingieron que
rompían delante de todo el mundo.
Mi padre se levanta, furioso, y empieza a dar vueltas,
como siempre hace para evitar explotar. Aun así…
—¡¿Os dais cuenta del peligro que habéis corrido todos?!
—nos grita—. ¡¿Y si llegan a estar esperándote en el
mirador, Lucas?! —Se agarra la cabeza imaginando lo peor.
Mak coge el relevo.
—Tranquilízate, Kai. Tu hijo está bien.
—Descubriremos quiénes son esos tíos —murmura Luk
calculador.
—El capitán puede llevarnos hasta ellos —remata Marco.
—¿Para qué? —pregunto asustado—. ¿Qué vais a hacer?
Se miran entre ellos y ponen cara de circunstancia. ¿Soy
el único que no entiende nada? Lenny se une a mi causa,
pero mi hermano pone cara de imaginárselo.
—Hora de confesar —dice Marco indolente mirando a los
adultos—. Aquí, o nos mojamos todos, o no funciona.
Chicos, ¿recordáis el ataque en casa de Luk y Ani? ¿Cómo
olvidarlo, verdad, Lenny? ¿Y recordáis que se ausentaron
durante semanas después? Pues se fueron a resolver el
problema a su manera…
—Marco… —advierte mi padre.
—Tienen que saberlo. Contadles a cuánta gente os habéis
cargado a lo largo de vuestra vida…
Los miro alucinado. ¿Se refiere a… matar a sangre fría?
Busco una cara amiga que flipe conmigo, pero Lenny baja
la cabeza como si pensara que él también es un asesino y
Lucas pone cara de que ya lo sabía. Mi padre lo mira como
si ya supiera que él lo sabía, ergo, ¡soy el colgao de la
familia!
—¿De qué coño estáis hablando? —verbalizo cabreado.
—¡No lo cuentes así, joder! —se queja mi padre esta vez.
—¡Pues cuéntalo tú! —repite Marco—. Pero cuéntaselo
todo de una vez por todas. Que traficaste a los veinte con
coca, que estuviste en la cárcel cuatro años, que fue Mak
quien te encerró…
—¡¡¿QUÉ?!! ¡¿Cómo que estuviste en la cárcel?! ¡¿Tú
traficabas?!
El caos de frases se expande por el salón como si fuera
pólvora. Los ojos desorbitados de Lucas me dicen que
volvemos a estar en igualdad de condiciones. No tenía ni
puta idea de nada. Lenny mira a Mak sin dar crédito por lo
que acaba de oír. ¿Él detuvo a mi padre?
—¡CALLAOS YA! —grita el Alfa. Y se hace el silencio—. Os
lo contaremos todo desde el principio. Pero eso es el
pasado, y a mí me interesa mucho más el presente…
—¡Pues a mí no! —exclama Lucas enfadado—. Todo este
tiempo dándotelas de ser perfecto… —dice conmocionado.
Mi padre se acerca a él y se agacha a su lado.
—Lucas, mírame… ¡Mírame! —Él obedece—. Cuando mis
padres murieron en un accidente descubrí que tenían
deudas. ¡Necesitaba el dinero! Era el mayor de cuatro
hermanos y no sabía qué hacer. Mak me siguió el rastro y
terminé en la cárcel.
—¡¿Cómo pudiste?! —exclama mirando a Mak.
—No nos conocíamos —explica mi padre—. Pero prefiero
haber estado todos esos años encerrado que no haberle
conocido nunca…
Esas palabras hacen que las piezas del puzzle empiecen a
encajar. Esa amistad. Esa confianza. Nunca me han parecido
normales entre dos cuñados corrientes.
—En la cárcel hice un trato con un capo muy importante
que tenía mucha información y al salir me embarqué en una
operación policial que duró años… Debía infiltrarme como
uno de los mayores narcos del Campo de Gibraltar. Era muy
peligroso y le pedí a vuestros padres que dejaran el geo y
fueran mis guardaespaldas… —dice mirando a Lenny y a
Marco.
Mak y Marco se miran soportando la dolorosa sensación
de que hace mucho que no son padre e hijo.
—Fueron muchos años —señala Marco—. Y para sobrevivir
tuvieron que mimetizarse mucho con ese papel. Eran
criminales. Y dueños de La marca de Caín, un club de
alterne superelitista, lleno de prostitutas de lujo y salas
swinger, que vosotros siempre habéis conocido como… el
restaurante de La Ola Dorada.
—¡No te creo! —exclamo alucinado—. ¡Si son unos
puretas!
—¿Nos ha llamado puretas? —pregunta Mak a Luk.
—Eso creo.
—De puretas nada, Aitor —dice mi padre—. Antes de
conocer a mis hermanas, Luk y Mak siempre compartían a
sus chicas… Es decir, en la misma cama, a la vez.
—¡¡ANDA YA!! ¡¿QUÉ?!—gritamos Lucas y yo. Lenny no
parpadea.
—Tío… —se queja Luk a Kai.
—Si estamos contando todo, se cuenta todo —replica mi
padre con media sonrisa.
—Estoy flipando… —musito perplejo—. ¿Y tú qué hacías,
papá?
—No quieras saberlo… —masculla Mak divertido—. Tenía
una sala dorada con una K enorme en la pared. Su top tres
eran los columpios, los pianos y atar a chicas a cruces de
San Andrés…
—¡MAK!
—¿No íbamos a contarlo todo?
Miro a mi padre extasiado. ¡Por fin una explicación a mi
ninfomanía!
De pronto, Lenny enseña su teléfono y leo lo que pone.
—«¿De verdad habéis matado a gente?».
—A gente peligrosa —contesta su padre serio—. Mak y yo
fuimos adiestrados para eso en el GEO. Y Kai…, antes de
entrar en la cárcel era un niño mimado y popular como
vosotros, pero salió de allí siendo alguien mucho más duro…
Mi padre pierde la vista como si estuviera recordando
atrocidades. Todo el mundo dice que me parezco mucho a él
cuando era joven, y solo de imaginar lo que me pasaría a mí
si entrase en la cárcel ahora, con mi edad y con mi físico, se
me encoge el estómago… Trago saliva al entender el
alcance de lo que vivió allí.
—No necesitamos vuestra ayuda —dice mi hermano terco.
—Si pensáis por un momento que vamos a dejaros solos
en esto, estáis muy equivocados… No dejaremos que nadie
más salga herido —contesta Luk mirando a Lenny.
Ambos comparten una mirada recordando a Neo. «Nadie
más».
—Exacto. Terminaremos con el problema antes de que os
alcance, chavales —simplifica Mak.
—¿Qué vais a hacer? —pregunto asustado.
—Algo que hasta un niño de diez años es capaz de
entender —dice mi padre—: defendernos. Hiciste lo correcto
la noche del asalto, Lenny —dice mirándole fijamente—. No
dejes que nadie te diga lo contrario nunca. No todo el
mundo tiene el valor de hacer lo que hay que hacer.
Lenny baja la mirada recordando las consecuencias y al
momento se pone de pie dispuesto a abandonar el salón,
pero Marco lo agarra con fuerza para impedírselo.
—¡No te vayas! ¡Enfréntate a la verdad, joder! ¡Ya es
hora…!
Todos alucinan por el forcejeo. Luk está a punto de
intervenir al ver que Lenny no quiere quedarse.
—¡Basta! —Lo frena Marco—. ¡Parad ya de darle la puta
razón! ¡No te contengas, Lenny! ¡Dinos cómo te sentiste!
¡Grítalo si hace falta, pero no te lo calles más!
Mi primo lucha por deshacerse de él para huir. Marco es
algo más bajo que él, pero además de su experiencia como
policía, le saca diez años de complexión atlética. Lenny da
bandazos al sentirse aprisionado y empieza a gruñir como
un animal.
Los mayores se ponen de pie, alertados. Solo Lucas
permanece sentado, como si supiera que Marco se propone
algo con esto.
—¡Grita, Lenny! ¡Grita lo que sientes! ¡¿Qué piensas de
que tu padre tuviera enemigos y tú pagaras las
consecuencias?! ¡Y tu madre! ¡Y tu hermano!
Lenny profiere un grito inhumano que nos deja a todos
petrificados. La situación es espantosa y cada vez más
brusca. Mis tíos temen que se hagan daño y se acercan a
ellos para custodiarlos, pero sin impedir que Lenny siga
expresándose.
—¡¿Cómo te sienta no poder ver a tu novia y oír que le
has jodido la vida?! —insiste Marco—. No eres mejor que tu
padre, ¿sabes? ¿Qué harás si le pegan un tiro?
Lenny estalla con un grito dantesco y consigue librarse de
Marco. Escapa deprisa hacia su habitación y Marco jadea
por el esfuerzo. Todos le miran como si estuviera loco.
—Bueno, yo ya he terminado aquí —resuella—. Voy a
cerrar el billete de vuelta a España…
Nadie lo frena cuando desaparece. Yo quiero que se
quede, pero ahora mismo no encuentro palabras para
convencerle. Estamos a años luz de ser gente normal, con
una vida normal, que la valora y la disfruta.
Lucas parece ensimismado. Necesita asimilar todo lo que
ha ocurrido y pensar sin reproches ni acusaciones. Solo así
podrá volver a ser el líder que necesitamos. Pero nuestro
padre no parece dispuesto a dejarnos tranquilos y se sienta
a su lado en el sofá.
—Lo único que quiero es que estéis fuera de peligro —le
dice.
—Estaremos bien, ¿vale? Iros ya…
—Sabía que solo era cuestión de tiempo hasta que todo se
complicara con Freya…
—¿Qué pasa con ella? —dice Lucas haciéndose el loco.
—Yo no sé qué pasa con ella…, pero si te importa lo más
mínimo, tienes que dejarla en paz. Al menos hasta que todo
esto termine…
—Y si la quieres de verdad, la dejarás para siempre —
añade Luk angustiado—. O terminarán usándola en tu
contra y pagando ella y tus hijos por tus mierdas. Os espero
fuera…
Lo vemos abandonar la casa alicaído. El histerismo de
Lenny lo ha sumido de nuevo en un pozo de culpabilidad.
Está claro que el punto débil de un narco es su familia. Lo
de «dejarla para siempre» es porque cree que solo así la
protegerá de posibles represalias en el futuro. Quizá cuando
ambos tengan un hijo de diez años al que traumaticen sin
remisión.
—Ya veré lo que hago, papá. Pero no quiero que vosotros
hagáis nada —musita Lucas.
—Haremos lo que tengamos que hacer —sentencia Mak
serio—. Te garantizo que el capitán no va a irse de rositas
por inventarse esa deuda… Vámonos, Kai.
—De momento, no salgais de casa, Lucas…
—Y vosotros no hagáis nada —le repite—. No necesito tu
ayuda…
—Deberías habérmela pedido desde el principio, joder.
—A ti nadie te ayudó, ¿no?
—Y así me fue… Ojalá alguien lo hubiera hecho. Tienes
que dejar el orgullo atrás, hijo. Estamos aquí para que os
apoyéis en nosotros.
—Lo tengo todo controlado…
—Si sigues apartándome, la vida te atropellará y no podré
hacer nada por impedirlo.
—He conseguido salir de la cárcel sin ti, ¿no? Estoy bien…
—¿Y dónde estabas el día de la Final del campeonato de
surf? Porque se disputó sin ti. El mundo no se detuvo…
—¡Me importa una mierda ese puto campeonato!
—Y Freya, ¿tampoco te importa?
—Vete de una vez —musita dolido—. No quiero que te
metas en mi vida. Ya soy adulto.
Mi padre se mueve, decidido a marcharse, pero antes me
mira y veo exactamente cómo se siente: yo no le preocupo.
Ni Lía ni Cora… Porque el día que necesitemos ayuda,
acudiremos a Lucas. Pero si él no está para atendernos, nos
quedaremos desamparados. Lo sé porque es justo como me
siento ahora mismo al verlo tan hecho polvo en este sofá.
Cuando nos quedamos solos, me siento con él.
—¿Te puedes creer lo que nos han contado los mayores?
¡Papá estuvo en la cárcel y regentó un club swinger!
—Me cuesta mucho creerlo… Y tampoco puedo
imaginarlos matando a nadie. Pero, sea como sea, ya no
son esos tíos…
—Desde luego, el tío Luk y Mak ya no se montan tríos —
me mofo.
—¡Eso casi ha sido lo más fuerte…! —ríe Lucas entre
dientes—. El año pasado les oí decir que el sexo en los
cincuenta es mucho más excitante… porque nunca sabían si
iban a tener un orgasmo, un infarto o un calambre.
Sonreímos. Pero nos dura poco.
—Me preocupa Lenny… —comento en voz alta—. No
poder ver a Charlotte le está afectando mucho.
—Encontraremos una solución —dice convencido. Y esa
simple frase, en ese tono, ya me tranquiliza más de lo que
puedo abarcar.
—Me alegro de que hayas vuelto… ¿Tú estás bien?
—Sí, solo cansado.
—Pues ve a descansar. Mañana nos espera un día duro.
—¿Por qué?
—Por el entierro de Christopher… Todo el pueblo irá al
cementerio.
—¿Crees que debo ir? Después de todo lo que ha
pasado…
—A estas horas ya se habrá corrido la voz de que eres
inocente. Si vamos, se reforzará mejor la idea. Tu fuiste la
persona que le encontró, no puedes desentenderte ahora…
—Vale, vale.
—Pero entiendo que sea duro. Por lo que ocurrió con Freya
esa misma noche… ¿Quieres hablarlo?
—No. Ella no estaba convencida de dejarle… Lo nuestro
solo fue…
—¿Eso te dijo?
—Tenía dudas. Discutimos y después Chris murió.
Imagínate cómo estará…
—Tienes que hablar con ella.
—No querrá ni verme. Y ya has oído lo que acaban de
decirme papá y Luk…
—No les hagas caso. Freya y tú teníais una historia mucho
antes de que apareciera Christopher. No es culpa vuestra
que haya muerto…
—No estoy tan seguro de eso…
—Él sabía dónde se metía —digo con frialdad. Aunque no
deje de parecerme injusto y horroroso lo que le ha pasado.
—Se metió en lo mismo que nosotros, Aitor.
—Pero nosotros quisimos dejarlo.
—Quizá él también quería. Lo vi muy asustado aquella
noche. Le dije que se viniera con nosotros en coche… ¿Por
qué no lo hizo? Tuvo la oportunidad de escapar. Igual tuvo
miedo…
—Yo tengo miedo ahora —confieso.
Lucas agarra mi mano.
—No te preocupes. No dejaré que os pase nada a ninguno.
Que hagan lo que quieran conmigo, pero a vosotros no van
a tocaros.
¿Esa es su solución? ¿Sacrificarse él llegado el caso? ¿Y
todo por no pedirle ayuda al narco de nuestro padre?
Ahora, más que nunca, creo que necesita que lo salven.
36
LOS RENGLONES TORCIDOS DE DIOS
“La voz que sonó una vez no se pierde para siempre”
Torcuato Luca de Tena

C
— uando muera, quiero que me entierren aquí —le digo a
Aitor.
—¿Quieres joderme el día? —contesta desajustándose el
cuello de su camisa. Eso le pasa por no asumir su talla y
creerse modelo.
Va muy elegante. Demasiado. Aquí la gente no se arregla
tanto para estas cosas, precisamente por el paraje. Las
lápidas están en pequeños senderos naturales de césped
que se abren en medio del bosque. En este lugar se respira
verdadera paz.
Pero yo no quiero paz, quiero guerra. Desde que salí y
pude tomar conciencia de todo lo acontecido, lleva
fraguándose dentro de mí un deseo de venganza que se
hace más grande a cada minuto que pasa.
Chris está muerto. Igual que lo mío con Freya. Y solo sé
que alguien va a pagar por ello.
A pesar de haber sido declarado inocente, mucha gente
me mira como si no debiera estar ahí. Éramos enemigos.
Pero en el último momento, intentó impedir que me
mataran. Y eso le honra.
Aitor piensa que fue para salvar su propio culo, pero bien
podría haber accedido sin más. Si hubiera sabido lo que
acababa de hacer con su novia, seguro que lo habría hecho
sin pestañear…
Es un entierro multitudinario. No solo por la popularidad
de Chris, sino porque sus padres conocen a muchísima
gente a raíz del negocio familiar. Prácticamente tienen el
monopolio del condado en lo que a funerarias se refiere. Y
hoy no han reparado en gastos.
Mi familia se queda en un lateral, dejando paso a los más
allegados en las primeras filas.
Que se respete ese orden de estatus y cercanía, me
permite localizar fácilmente a Freya. Está en segunda línea,
con toda su familia, apoyada en un conmocionado Kali.
Trago saliva impresionado al ver su demacrada cara. Se
nota que no ha dejado de llorar en tres días, y no creo que
fuera por mí y lo mal que me he sentido en la cárcel. Ha
sido como una tortura, pero sé que no tengo derecho a
quejarme mientras el féretro de Chris se abre camino entre
la gente a la porte de cinco hombres.
Me invade una náusea al pensar que este podría ser mi
entierro y que Freya no estaría llorando de ese modo ni
tampoco en segunda fila. Quizá ni siquiera hubiera asistido
si el capitán no hubiera ordenado provocar esa pelea con
Kali…
—Queridos hermanos, estamos hoy aquí reunidos para
darle el último adiós a Christopher Hewitt…
Miro alrededor y veo que mi padre me está mirando con la
misma cara que si estuviera oyendo que el adiós era para
Lucas Morgan.
Vuelvo a tragar saliva. Me estoy sintiendo peor por
momentos…
Paseo la vista en busca de más distracciones y veo que
Lenny tampoco está atento al falso discurso del cura, que
asegura que Chris era un buen chico y un ejemplo a seguir.
Espero que nadie diga eso de mí. Es más, les obligaré a
escribir un panegírico con mis peores defectos y la parte
positiva de que yo ya no esté presente. Eso estaría bien…
Siempre he sido de pensar que no hay mal que por bien
no venga. Y no lo digo por Chris en concreto, ni por ninguna
muerte inocente de gente buena, sino porque me consuela
creer que cuando se cierra una puerta de un buen portazo,
se abre una triste ventana de rendijas. Que el karma y no
Dios aprieta, pero no ahoga. Que la vida compensa los
momentos malos con otros extraordinarios… Por eso me da
pánico pensar en la que me espera para compensar lo que
sentí al acostarme con Freya la otra noche…
Creo que no compensaré esa sensación ni en siete vidas.
Fue como volver a nacer. Como resetear mi cerebro de
pensamientos mezquinos, de miedos y de inseguridades.
Fue como empezar a creer que todo es posible. Recuperar
esa ilusión, ese empuje… para después quitármelo de un
puñetazo al terminar. O más bien, de una paliza, cuando me
quitaron el móvil y me invitaron a subirme amablemente en
la parte de atrás de un coche patrulla.
Veo que Lenny busca a alguien entre la gente; supongo
que será a Charlotte. Le ayudo a buscarla al pensar que no
estará en una fila privilegiada, pero no la veo por ninguna
parte. A quien sí localizo es a su madre, en la otra punta del
sendero. Y se la señalo a Lenny para que la vea.
Él frunce el ceño y escribe en su teléfono.
«Necesito verla», leo.
Seguimos buscándola sin éxito y deduzco que quizá no
haya venido. Puede que esté asustada u odie los entierros.
Eso le pega mucho.
Cuando termina la ceremonia, le pido a Lía que intercepte
a la madre de Charlotte y le pregunte por ella. Nosotros
tenemos demasiadas miradas encima…
Intentamos hacer tiempo hasta que Lía regrese con la
información y siento que mis padres no dejan de mirarme.
Cada vez queda menos gente en la explanada y empieza a
volverme loco el ruido que hacen los operarios al empezar a
echar tierra sobre el ataúd de Christopher. ¿Dónde leches se
ha metido Lía...?
Nuestros vecinos deciden abandonar el lugar porque
seguro que Freya y Kali tampoco soportan ese maldito
sonido. Es jodidamente grotesco. Demasiado real y duro.
Hace que me recorran escalofríos.
Dani se para a saludar a mi padre, mientras Kali sigue
caminando cobijado bajo el brazo de su otro padre, Iker.
En ese momento, Lía aparece con la madre de Charlotte.
Su rostro muestra preocupación.
—¿Charlotte no está con vosotros? —pregunta mirándonos
a Lenny y a mí.
—No…
—¡¿Y dónde está?! —exclama extrañada—. Daba por
hecho que os habíais reconciliado porque no ha venido a
dormir.
Se crea un silencio inquietante. Mi padre y Dani se callan
para prestar atención a nuestra conversación.
—Quizá se fue a casa de su amiga, esa con la que estuvo
en el bar ayer —sugiere Aitor.
—¿Ha ido a trabajar esta mañana? —le pregunto a Dani.
—No —contesta—. Pero no me ha extrañado porque ayer
la vi muy mal y le dije que se fuera a casa si estaba
indispuesta…
—¡Charlotte no faltaría al trabajo ni aunque se estuviera
muriendo! —clama su madre asustada—. Y menos, sin
avisar.
Un nerviosismo extraño colapsa el ambiente.
—¡¿La has llamado al móvil?! —pregunto con pánico en la
voz. Un pánico que viaja hasta Freya y sus padres, e Iker y
Kali, y hace que al oírme detengan sus pasos un poco más
allá y se giren.
—¡Claro que la he llamado! ¡Varias veces! ¡Pero me sale
apagado!
—Dios mío… —musita Aitor en voz baja. Al oírle tengo un
mal presentimiento. Uno fatal.
—¿Dios mío qué? —exijo severo—. ¡Aitor, habla!
Mi tono exacerbado lo paraliza. Mira hacia los lados,
sintiéndose observado por todo el mundo y su vista registra
a un Lenny que no se atreve ni a respirar. Cuando vuelve a
mí, veo terror en su mirada.
—¡¿Qué pasa, Aitor?! —lo presiono.
—Hay algo que no os he contado… —dice por fin—. Le dije
a Marco que no os lo dijera porque… no quería preocuparos.
—¿Qué es? —pregunto acojonado. Todos lo miramos
expectante.
Él se moja los labios, atolondrado.
—Quizá no sea nada, pero Kali sabía lo de Charlotte —
musita acusador—. Lo que la unía a nosotros...
—¿Qué...? ¡¿Cómo lo sabía?!
—Nos oyó decirlo. Y ahora Charlotte ha desaparecido… ¿Y
si se la han llevado, Lucas?
La sola idea cae sobre nosotros como una avalancha de
nieve virgen. Al menos sobre todos los que comprenden de
qué hablamos.
De pronto, Lenny sale disparado. No nos da tiempo a
reaccionar cuando vemos que va directo hacia Kali. Ni
siquiera su padre es capaz de impedir que el huracán Lenny
le arranque a su hijo de las manos, lo tire al suelo y caiga
sobre él, comenzando a presionarle el cuello con fuerza.
Mi tío Luk y yo somos los primeros en reaccionar para ir a
separarlos, pero a pocos metros algo nos paraliza como si
acabaran de inyectarnos un dardo tranquilizante.
Es la voz de Lenny, gritando:
—¡¡¿DÓNDEEE ESTÁÁÁ?!!
El sonido viaja a cámara lenta por nuestros tímpanos
haciéndonos caer en una secuencia irreal. ¡Es imposible…!
Iker y Jon agarran a Lenny con fuerza de los brazos para
que suelte el cuello de Kali. Mi padre y Dani llegan para
ayudarlos, porque Lenny sigue luchando como un pez fuera
del agua.
—¡¿DÓNDE ESTÁ?! ¡¿DÓNDE ESTÁÁÁ?! —repite como un
loco.
Kali comienza a toser, dolorido, y a decir que está bien.
Me abro paso entre los aspavientos de Lenny para cogerle
la cara:
—¡Para de una vez! ¡Lenny! ¡Lenny…! ¡Vamos a
encontrarla! ¡Te juro que vamos a encontrarla!
Mi primo se queda inmóvil, resoplando como un animal al
que están torturando. Aflojo el amarre, pero no le suelto.
Todavía no me creo que haya hablado. Su voz no es para
nada como la recordaba. Es mucho más ronca y varonil.
—Has hablado… —murmullo con orgullo olvidando el
drama por un momento.
Él reacciona como si no se hubiera dado cuenta. Mi tío Luk
sigue en el suelo, conmocionado y con los ojos llenos de
lágrimas. No es para menos. Diez años sin oír a su hijo,
creyendo que su pasado lo había mutilado de por vida.
Puto Marco… Es una pena que no esté aquí para
presenciar lo que ayer activó y hoy ha detonado. Es un
maldito genio. Decido que no podemos dejar que se vaya.
Su lugar está aquí, con nosotros. Ahora más que nunca.
—¡¿Dónde está mi hija?! —pregunta la madre de Charlotte
a Kali.
—No lo sé… —contesta dolorido.
—¡Eres el único, aparte de nosotros, que lo sabía! —lo
acusa Aitor.
—¡Yo no he dicho nada a nadie!
—Quizá ella se lo haya dicho a alguien —sale Lía en su
defensa—. Puede que alguien haya atado cabos…
—¿Cabos de qué? ¡¿Quiénes?! —pregunta Dani confuso—.
¿Alguien va a contarme de qué va todo esto?
Nadie contesta.
—No abras la boca, Kali. Recuerda las palabras de Marco
—advierte Aitor intimidante. Cuando quiere es un buen
matón.
—Tenemos que irnos... —musita mi padre activándose—.
¿Mak…?
Con solo pronunciar su nombre, lo tiene al lado al
instante. Increíble… Con un gesto le indica que tienen que
recoger a Luk del suelo y largarse cuanto antes.
—¡Kai, ¿qué está pasando?! —pregunta Dani mientras se
marchan, sosteniendo a Luk como si fuera un herido de
guerra.
—¡Nada! ¡Cosas de familia! ¡Ya sabes...!
—¡¿Y por qué tu sobrino casi ahoga a mi hijo?!
—¡No sé, pero seguramente se lo mereciera!
—También es verdad… ¿Qué has hecho esta vez, Kali? —le
pregunta aburrido.
La mueca de Kali me recuerda mucho a una mía. ¡¿Es que
todos los padres son iguales?! Pero algo en sus ojos me dice
que no miente. Al parecer, la muerte de Christofer ha
fundido sus fusibles malignos.
—Yo no he sido —certifica como si pudiera leerme la
mente.
—¿Aitor…? —pronuncio. Y en nada lo tengo al lado. Señalo
a Lenny y me ayuda a desincrustarlo del amarre de Iker y
Jon.
—Vamos, Lenny… La encontraremos —lo insto a andar.
Al pasar por el lado de Freya y su madre, nuestros ojos
coinciden por un momento. Parece sobrecogida por la
escena que acaba de presenciar. O por volver a toparse
conmigo después de pensar que era un asesino…
Quiero decirle algo, un «lo siento» aunque sea, pero la
idea de que hayan secuestrado a Charlotte por mi culpa
atenaza mi garganta haciendo que las palabras de mi padre
cobren más sentido que nunca.
«Si te importa, déjala en paz».
Desvío la mirada al suelo y paso de largo. Me convenzo de
que es mejor así… Mejor para ella y para todos, porque
todavía me duelen sus dudas después de compartir lo que
para mí fue lo mejor que me ha pasado en la vida. Pero a la
vez tengo la desagradable sensación de que me arrepentiré.
De que mi silencio frío ahora pondrá el último clavo en el
ataúd de nuestro amor.
Descanse en paz, como Chris.
Al llegar al aparcamiento, nos miramos entre todos.
Ani abraza a su hijo con fuerza, acariciándole la cara como
si fuera un milagro andante. El médico les dijo que si alguna
vez hablaba, no le presionaran e hicieran como si nada para
no volver a abrumarlo, pero es difícil no reaccionar.
Mi padre lleva a un aparte a mi madre y hablan muy
cerca, entre murmullos. Los veo besarse con un pico sentido
y creo que él le dice algo como «Confía en mí». ¿Porqué no
alejó a mi madre y yo tengo que alejar a Freya? Es injusto.
Mi madre nos besa a Aitor y a mí, y sorprendentemente,
me dice en un arrullo «Confío en ti». Valga la redundancia...
Después, las mujeres se van y siento que tengo que decir
algo. Porque creo que es hora de agachar la cabeza. No por
mí. Sino por Lenny y por Charlotte.
—Papá…
—¿Sí?
—Por favor… Tenéis que ayudarnos a encontrar a
Charlotte.
Lenny lo mira suplicante.
—Si a mi hijo le importa tanto esa chica como para hablar,
hay que rescatarla… —subraya Luk.
—Por supuesto —tercia Mak.
—Tenemos que organizarnos —sentencia mi padre—. Nos
reuniremos en vuestra casa en veinte minutos. Trazaremos
un radio de acción aproximado. No han podido ir muy lejos
si la sustancia está en Byron. Aitor, localiza a su amiga y
pregúntale a qué hora se separaron y dónde.
—Sé dónde encontrarla. Es Ava, la de la tienda de
golosinas.
—Bien. Tenemos que rastrear el teléfono de Charlotte.
—Si saben lo que se hacen, se habrán deshecho de él —
apunta Mak.
—Sí, pero quiero saber dónde se perdió la señal. Tenemos
acceso a las cámaras de tráfico y de la calle principal del
pueblo. En cuanto tengamos la matrícula del vehículo que
se la llevó, todo será más fácil.
Me cuesta disimular que no estoy impresionado. Me siento
como un crío asustando cuando me alivia horrores que
hayan tomado el control de la situación.
Me reconforta ver que Lenny y Aitor están igual de
pasmados que yo. Estos sí parecen los tíos de los que nos
hablaron ayer…
—Como le pase algo a Charlotte… —balbucea Aitor
aterrado. La cara de Lenny preescribe lo mismo.
—Tranquilos, la necesitan viva hasta que les enseñe cómo
confeccionar el Moonbow… —dice Luk—. ¿Cuánto tardaba
Charlotte en fabricarlo más o menos?
—Unas catorce horas —respondo—. Pero seguramente
pueda alargarlo un poco más haciéndolo despacio…
Mi padre consulta la hora.
—Bien. Tenemos unas siete horas para localizarla.
—Buah, eso está chupao —vacila Mak.
—A mí me sobra la mitad del tiempo —replica Luk chulito.
—Te apuesto lo que quieras a que la encuentro antes que
tú —lo pica Mak divertido.
—Acepto... Estás tan oxidado que igual te encuentra ella a
ti antes.
Mak se carcajea y ninguno de los tres podemos creer lo
que vemos. ¡¿Están bromeando?! ¡¿En serio?! Que mi padre
sonría como si fuese su pan de cada día me alucina aún
más. ¡¿Quiénes son estos tíos?!
—¿Y qué pasará una vez la encontremos? —pregunto
yendo un paso más allá. Porque todo lo que han dicho me
parece viable, pero después…, ¿qué pasará?
—Que lamentarán habérsela llevado —sentencia mi padre
inflexible—. Nos vemos en quince minutos en la base.
—¡¿Qué base?!
—Vuestra casa.
—¿A dónde vais ahora? —pregunta Aitor desamparado.
—A por armas —contesta mi padre como si nada.
Los tres nos quedamos boquiabiertos. ¿Ha dicho…
«armas»?
¡¿Qué coño está pasando?!
—Id rastreando su teléfono… —se despiden—. Lenny,
¿podrás hacerlo desde tu ordenador?
Mi primo asiente, pero mi padre se lo pierde porque justo
no lo mira y se marcha hacia su coche.
—No te he oído, chico… —dice girando la cabeza.
—Sí… —se esfuerza en decir Lenny.
Los tres reyes se detienen abruptamente y se giran a la
vez.
Mak y mi padre con dos sonrisas brutales, y Luk con una
mano en el pecho y la mirada desencajada.
Aitor y yo también lo miramos asombrados.
—Bienvenido, campeón… —murmura mi padre encantado.
—Disimula, tío… —cuchichea Mak empujando a Luk.
—Pero… ¡¿lo has oído?!
—Sí… Haz como si nada… —dice con secretismo—. No
montes un show o podría perder la voz de nuevo. Ten
paciencia…
Pero lo siento, yo no tengo de eso. Miro a Lenny, que al
parecer está alucinando consigo mismo, y lo abrazo con
fuerza, agradecido por devolverme la fe en esa maldita
rendija que siempre se abre en los peores momentos.
Lo que no esperaba es que al otro lado estuvieran mi
padre y mis tíos dispuestos a volarles la cabeza a cualquiera
que quiera jodernos. ¡Están más locos que nosotros!
Mi corazón crepita.
Me siento raro, porque, aun con todo, tengo ganas de
llorar, pero de alegría. Y es una sensación que no puedo
explicar.
Quizá sea que, por primera vez en mi vida, empiezo a
entender lo que significa ser un Morgan.
Pero algo me dice que todavía nos queda mucho por
aprender y que esto no ha hecho más que empezar.

CONTINUARÁ...
AGRADECIMIENTOS

Por motivos técnicos tengo poco espacio para los


agradecimientos así que voy a ir muy al grano esta vez.
GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS INFINITAS.
Por leer mis libros, por disfrutarlos, por entusiasmaros
conmigo, por el apoyo, por los «aisss», por la ilusión que me
hacéis sentir cada día, por hacerme vivir esta historia de
una forma tan especial.
Por las ganas, por los ánimos, por vuestro cariño. Sois
geniales.
No puedo explicar con palabras lo que ha supuesto para
mí este libro, hay que sentirlo. Y yo lo he sentido como un
principio de algo épico. Como la transformación de una
crisálida que aguardaba en su funda de seda y que está a
punto de echar a volar y enseñar de lo que es capaz al
mundo. ¡AYYY!

Voy a mencionar muy rápido a la gente que ha hecho


posible esta aventura:

Irene, @ladyromantikbook, en menudos embolados te


meto, amiga. Y qué paciencia tienes… Gracias por
soportarme, así de claro. Gracias por tu bondad, por tus
ideas estelares y por hacer que se me ocurran a mí
mientras hablamos. Si un día no hablo contigo, me faltas.
Así es cómo te quiero.

Bego Pérez, de mi vida y de mi corazón. Siempre grito a


los cuatro vientos todo lo que me aportas siempre, pero con
este libro me he dado cuenta de que me he quedado muy
corta todas las veces. No sé de dónde has sacado tu don
para rescatar el alma de los libros, pero no me faltes nunca.
Mil gracias por seguir a mi lado. Por las risas, y por
permitirme crear algo extraordinario de la nada.

También quiero dar las gracias a Eli de @Elipr y no solo


por leerte el libro con tus ojillos de águila, sino por la
motivación que me das cada día con tu acoso y derribo a
imágenes de los musos jaja Gracia por vivirlo tanto y
compartir este disfrute conmigo.

Y como siempre mi primita Ana Galarraga, eres una


máquina y no tengo más que decir. Te has ganado, mínimo,
una sesión de botox.

Y no puedo olvidarme de Alma S.C., lo pongo así para


que nadie me la quite. Tienes un don increíble. Sé que
salvas vidas a diario, pero quiero darte las gracias por
salvármela a mí de nuevo.

Y ahora, vosotrxs, mis Fuxias, mi familia cibernética que


me fabrica sonrisas a diario. Gracias por ser la gasolina que
necesito para continuar en marcha. Mil gracias a:

@yaii_books25, @gabrente, @laurelleeyescribe,


@africa_cantero @la.peluteca, @read_j.t.mary,
@pilarsanabria_, @sanemade, @beatriz_jipu, @viki.hdez,
@leerconthea, @minedreadings, @irisrodriguezmieres,
@pa.ro.dri, @annadrielbooks @vrgarey, @vanessa_me18,
@inmabl, @lauramendolazaro, @missattard,
@lola_pascualcuadra, Nuria Daza de @nuriela25,
@gloryhelen_, @la_mala_malisima, @mis_lekturas,
@mirinda01, @gema.ddc, @gemmapastormateo,
@patricleta, @yessicm32, @caty19709,
@lectoradesuenos8, @elenaruizmontesinos,
@creando_frikadas, @cristina_segarra_escritora,@kilimz82,
@lectoraenverso_26, @isabellabaricot, @pilar_vima,
@fanyavenalbe, @damajurado1999, @sultanitabella
@bookstagramer_1, @siil_lule, @mayralazo08, @noefru,
@mariabeatobe, @lucymoon2015, @alasblancas83,
@j.m.fresquet @bgomezmartin, @lumae_lu, @lozamor67,
@krmenplata, @ilunanoa, @romanticaadicta, @gandiapilar,
@laurensofiy_, @lissbert, @monchavez15,
@lecturas_felices, @mlectoraa, @vero_malaga,
@pmlapizypapel, @isabelhg_love, @gafiis, @mire_1010,
@locasdelmundo4, @nita_fdez, @karilamala,
@andreuenca79, @_martinez_javi, @montse_g_m_,
@ariadna.dx, @laura_villanustre, @itsedelweiss,
@luciaanddogs, @lilith_lectora, @locasdelmundo4,
@silpavila, @lectoras_con_clase, @crisfillolacas,
Raquel Morantes de @raquel_morante_morales, Nieves
López de @nilosa0508, @srtahelenstealer,
@sweet.readings, Arancha Eseverri de @lectoranovturna,
@pilarmolinercarb, @por_puro_vicio, @noelia.g.m89,
@yaizaa.mendez, @mireiapg29, @nataliaperez128,
@readlikeapleasure_, @noeloafrutos_autora, @_cristiane_,
@passion_between_letters, @princesbooks,
@elbauldemislibros, @bookslovershouse,
@cynthia.cerveaux14, Amparo Pastor de
@amparopastorvieracaracoliu,@romanticamore,
@snopeugi, @celia_vc, @sandradt2505, @unlibroparaella,
@naomihdezz_, @heiwabooksquotes, @ana_jimenez29,
@libroypalomitas, @dejamequetelea, @ohana_reader,
@yoleoromantica, @tfc_lectura, @viskict, @leer_esincreible,
@Carmen39_fdez, @raquel.22, @vanesha_salas,
@meymay6, @el.rincón.de.sita, @mery_g_books
@saradominguez23, @mlcg1986cins, @rafi_lechuga, Ivelise
Rodriguez, @emilia_erin, Evelyn limpa, @miriam_chantes53,
@piuli22, @estherestetic, @kristibell73, @Nielsennila,
@marta.landrau, @diarii_books, @ana.martinhdez,
@evicanaria, @carol_lopez3112, @jennifeer92,
@mesumerjoentrelibros, @miriam.villalobos.m, @susyyflo,
María José Claus Molina, @Monsy80, @sacriespada, @mery
y sus lecturas, Nuria Daza, @ameelia15, África Cantero,
@marimarpintor, Lourdes Romero, Paloma Osorio Millan,
@jessi.5113, @maricarmenmuoz, @creando_frikadas, Silvia
Paredes, Vero de @librosigualamagia, Claudia de
@booksbyclau, Maca de @macaoremor, @glory1818,
@gloria_hega, @teresilla87, @jennibooks87, Barbara Torres
López, @yessicm32, @books_nerea, Ascension Sanchez
Pelegrin, Kristina Kko, Mariu Barberá, @helenescritora,
Salud Lpz, Inés Ruiz, Anna Driel books, Mónica de
@moniquitamaca_mislecturas, Gemma Pastor Mateo,
Mónica Tort, Maria Jose Valiente, Anna Fernandez, Mariu
Barberá, María Fátima González, Kuki Pontis Sarmiento,
Beatriz Duran Hernandez, Normma Aliciya, Loli Zamora,
Mari Cruz Sánchez Esteban, Mar López, Isabel Gómez, Elena
Martínez, Laura Ortíz Ramos, Yeni Anguiano Mata, Rose
gate, de @rosegatebooks, Marisa Gallén Guerrero de
@lecturasmapita, Anabel Jimenez, Yolanda García, María
Ferrer, Judith Galán, Elisa Mayo, Ana Arely, Ulises Novo,
Laura Duque, María Camús, Pilar Sanabria, Silvia Martinez
Hernández, Elena Martínez, Saray Carbonell Del Río.
@cruzuleyaiza, @sunriseadn, @irenita19mm, @nereamellis,
@lecturasdefaty, @la_biblioteca_de_pat, @maiko_pink,,
@pilardans, @librosdehoney, @tengoganasdeleer,
@amantelectora, @el_rincon_de_palmerita, @_cristiane_,
@adrianaalba_autora, @the_reading_books_in_family,
@mividaentrepasiones, @lecturasdeamorsonia,
@hrhartwell, @amamosleer_uy, @mire_1010,
@leeconmigo_, @musa_entre_libros, @crusisanchez,
@raquel.blancoluque
@mariainspace_,@lamagiadeloslibros3.0,
@miquenaadiccion, @arisleyda_5, @hoy_esta_leyendo,
@ariidaz, @literaliabooks,
@helens_books,@meugeniaramirezlopez, @lionela23,
@adoroloslibros_17, @olatzpitu, @ecaangelica,
@andy_caro13, @librosdeirene, @valkiriaread,
@salseo_de_libros, @siempreleyendoydesconectando,
@nita_fdez1, @mayblacksmith, @everlasting_reader,
@garbival, @vivir.leyendo, @ariasu_7, @estefaniagea,
@sandragvillar,@beatrizdh, @lecturas_milly, @piluchii85,
@bookqueen22, @mmfn._, @librosviajerosylibres,
@ascensionsanchezpelegrin, @eli.p.r, @monika.galan.16,
@rupilo_18, @lectoraenverso_26, @nataliia981015,
@rm.nkt.4.7, @jazbabook, @pilarcabrerat,
@m.i.epalzaramos,, @elisabet.2573, @nago24,
@laurabooksblogger, @anais.1203, @nereaaraujoautora,
@vilmont_books, @morenomarimiza, @begikat2,
@__vanenunez__ @@lady_creative_doll, @inesruiz78,
@elenamartinez6098, @mamual90, @etalenika (Eva
Tasende), Rocío Escobar, @meymay6, @bookssyass,
@lauraviajaentrelibros, @anapasionlectora, @owiksa,
@carmen39_fdez_,
@evelimpa_leeresmipasion,@stefamy_sandoval,
@merypoppins750, @_curls.and.books, @lilyfreitasm,
@chikiya85, @_monica._8, @marimarmiravalles,
@conunlibrosoy, @nazaretpv, @nereida.c.a, @turka120,
@angela_fp16, Maggie Mon Chávez, Vero y Estefanía de
@leerconvernia, Arantxa de @lecturanocturna, Esti de
@boiet2, @vaclepri_79, @carichun, @dulce.ando, Eva M.
Pinto, @libros_y_tortugas, @mariadolores84, @eli_car_bar,
@ladycuqui, @lecturas_mily, @juanidiazdiaz17,
@un_libro_en_mi_mesita, @akanechan1986,
@lourdes.andresgarcia, @lectoahastaaltashoras,
@dove.mmartin,@lectoranocturna, @natti_ruano,
@angiegarfer, Melani de @melmely19, @marihoyoslopez,
Lourdes Romero, @seguradoalcaide, Reyes de
@reyesbecerra82, @cynthiag25, @tere_lafuente,
@arima.s.c.11, @lecturasdenira, @maryambergirl,
@tamaraciscar, @elenanp73, @quemaravillaleohoy,
@merypero, @manuelamolinaleon, @marijopove,
@buidseachlatelier, @ju.kaery.
Y si me dejo a alguien, perdonadme, por favor. Me hace
mucha ilusión que estéis aquí. Un fuerte abrazo, Anny.
¡NO TE PIERDAS EL RESTO DE MIS
LIBROS!
UNIVERSO 1

BILOGÍA LA DROGA + DURA BILOGÍA LA MAFIA + LETAL


UNIVERSO 2

BILOGÍA EN EL FONDO BILOGÍA VAS A SER MÍA

YO, SUPERYO Y ELLE BILOGÍA LOCOS & SEXIS

BILOGÍA CONSIGUE AL 27 ALL STARS

TRILOGÍA KAISSA (EDITORIAL GRIJALBO - PENGUIN)


Sobre el autor

Anny Peterson nació en Barcelona en 1983. Estudió


Arquitectura e hizo un Master en Marketing, Publicidad y
Diseño Gráfico. Actualmente, vive con sus hijas y su pareja
en Zaragoza.
Lectora acérrima del género romántico. Adicta a series y
películas. Adicta a la salsa boloñesa y a la CocaCola Zero.

Encuentra todos mis libros en Amazon:

La Droga + dura I: Atrévete a probarla.


La Droga + dura II: Intenta dejarla.
La Mafia que nos une (Mafia 1)
El Poder de la Mafia (Mafia 2)
En el fondo, me tienes.
En el fondo, me quieres.
Vas a ser Mía.
Vas a ser Mío.
Voy a ser Tuyo.
Vas a ser Suya.
Yo, Superyó y Elle.
Loco, Sexi & Millonetis.
Loca, Sexi & Mentirosa.
ConsigueAlTío.com
ConsigueAlPadre.com
27AllStar.
Jaque al duque (Trilogía Kaissa I) - Editorial
Grijalbo.
Dama Negra (Trilogía Kaissa II) - Editorial Grijalbo.
Jugada Maestra (Trilogía Kaissa III) - Editorial
Grijalbo.

También podría gustarte