Pasión Sobre El Hielo Nina Norris
Pasión Sobre El Hielo Nina Norris
Pasión Sobre El Hielo Nina Norris
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Contenido sensible
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo
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Créditos
NINA NORRIS
Pasión sobre el hielo
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Edición en español: junio 2024
Advertencia de contenido sensible
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A la mañana siguiente, abro los ojos con cautela para ver qué hora es.
Demasiado temprano. En fin, tengo mucho que hacer hoy y tampoco me
voy a quedar aquí contando los minutos… No quiero llegar tarde.
Voy arrastrando los pies hacia el baño, con la esperanza de que una
ducha me ayude a despertarme del todo. De camino, refunfuño.
El agua caliente me sienta bien en los hombros y el cuello. No me había
dado cuenta de lo tensa que estaba. Mi subconsciente debe de estar
abrumado por todos los retos que se me presentan este año.
Quizá debería empezar el día con un poco de yoga… Al fin y al cabo,
relaja el cuerpo y la mente. Pero antes de imaginarme haciendo la postura
del perro o el saludo al sol, me convenzo de que no es buena idea. Mejor
dejarle esas cosas a los que sean así de flexibles. A mí, fijo que me daría un
tirón.
Cuando salgo del baño, Cassy ya se está tomando el café. Sin mediar
palabra —parece que cada vez respeta más los silencios matutinos que tanto
aprecio— me pasa uno recién hecho.
—¿Te encuentras mejor ya? —me pregunta mirando por encima del
borde de la taza.
Doy un gran sorbo antes de contestar.
—Sí, pero debe ser por la cafeína que corre por mis venas…
Las dos nos reímos.
—¿Quieres hacer un poco de deporte conmigo esta mañana? —pregunta
Cassy.
La miro dubitativa.
Bueno, nadie se ha muerto nunca por hacer ejercicio, ¿verdad?
—¿Por qué no? ¡Venga, vale!
—¡Namasté! —dice, mientras me tiende la taza de café para brindar.
Abro y cierro la boca varias veces. Y yo que pensaba que simplemente
iríamos a correr…
¡Noooo! ¡Socorro! ¿En qué me he metido?
Terminamos el café y nos preparamos.
Cassy lleva el look completo de una auténtica yogui1, mientras que yo…
Bueno, me he puesto lo primero que he visto. Llevo un par de leggings
negros y una camiseta holgada.
Espero evitar que se me rasguen los pantalones por la costura…
El estudio de yoga del campus está todavía bastante vacío al comienzo
de la mañana. La primera clase con Lara, la profe, empieza a las 07:30. Se
supone que ayuda a los alumnos a empezar el día de forma positiva y con
energía, pero parece que Cassy y yo somos las únicas yoguis hoy. Estamos
frescas y listas para abrir nuestros chakras.
Lara entra en la sala con una cálida sonrisa y nos saluda con un
amistoso «namasté». Empezamos la clase con ejercicios de respiración, con
música suave y relajante de fondo. No puedo evitar pensar en Maddie y en
lo tonto que le parecería esto, y acabo sonriendo como una bobalicona. Por
suerte, hacemos algunas posturas de yoga bastante sencillas y terminamos
con más ejercicios de respiración.
Cuando se acaba la clase, miro a Cassy por el rabillo del ojo. Parece
estar en un profundo trance. Está sentada con cierta elegancia, en posición
de loto y tiene los ojos cerrados. Al oír el gong, los abre lentamente y me
mira asombrada.
—¿Qué? —pregunta carraspeando.
Me echo a reír.
—¡Nunca te había visto así de tranquila y calladita!
—Ah, bueno; te sorprenderías… ¡Hay muchas versiones de Cassy que
aún no conoces! —responde encogiéndose de hombros.
Disimulo una sonrisa y, una vez guardadas las esterillas, le damos las
gracias a Lara antes de salir del estudio.
—Solo te pido un café, por favor… A ser posible, por vía intravenosa…
—gimo.
Me siento mucho más flexible que cuando me desperté, pero aún no
estoy del todo despierta. En verdad, con la tranquilidad con la que hemos
empezado el día, casi me han entrado ganas de dormir otra vez.
Cassy se ríe y me pasa el brazo por los hombros.
—Yo creo que nos merecemos una recompensa… ¿Qué tal un gofre? —
responde.
—¡Es la mejor idea que has tenido en toda la mañana!
Vamos a la cafetería del campus y nos pedimos algo de desayunar.
Detrás del mostrador, el camarero —bastante guapo, por cierto— se dirige a
mí.
—Emily, ¿verdad?
—Esto… Sí —respondo, sorprendida de que este chico sepa cómo me
llamo.
—Me llamo Chase. Juego en el equipo de hockey con Liam Scott —me
explica mientras prepara nuestro pedido.
—Encantado de conocerte, Chase. Esta es mi compañera de habitación,
Cassy —continúo, mientras Cassy me pega un codazo en las costillas y se
aclara la garganta.
—Hola… —dice con confianza.
¿Estoy flipando o le está haciendo ojitos?
—¿Eso es todo? —pregunta Chase.
Nos pasa nuestros capuchinos a duras penas. Se ha quedado un tanto
embobado mirando a Cassy.
—No. Ponnos también dos gofres, porfa —digo, para romper el
contacto visual entre ellos.
—Sí, claro, voy… —dice Chase, poniéndose manos a la obra.
Conque juega en el mismo equipo que el señor capitán arrogante, ¿eh?
Cómo no… Pero como cuando me paso por el pabellón siempre llevan los
cascos puestos, es difícil reconocerlos fuera de la pista.
Chase nos da los gofres aún calientes y pagamos.
—Gracias de nuevo por el artículo, Emily. Al equipo le encantó. A Liam
sobre todo; créeme.
Se me ponen las mejillas rojas.
¡Pero bueno! ¿Por qué no consigo mantenerme serena cuando me
hablan de ese chico? ¿Y a mí qué más me da si le gustó mi artículo? ¡No lo
escribí para él!
—Bueno, no lo escribí para él. Es mi trabajo… —digo para calmar mis
hormonas y parecer distante.
Con los cafés y los gofres en mano, volvemos a la habitación. Por el
camino, Cassy me pone la cabeza como un bombo hablando de lo
maravilloso que le ha parecido Chase. Describe cada detalle de su cara
como si estuviera recitando un poema. Me río de sus comentarios.
En nuestra minúscula casita para dos, nos tomamos el desayuno y luego
me cambio rápidamente. Hoy quiero ir a la biblioteca a estudiar. Estoy
segura de que en un ambiente tranquilo y en el que todo el mundo está
concentrado rendiré más que en la cafetería, o que aquí, con Cassy.
Necesito alejarme un poco del parloteo de mi encantadora compi de piso.
Tengo que repasar un par de temas y ponerme al día con el tema del hockey.
El camino que lleva a la biblioteca está bordeado de árboles y banquitos
al sol. Casi me dan ganas de pararme aquí mismo, pero intento no sucumbir
a la tentación. Me convenzo de que estaré más cómoda sentada en una
mesa. También podría dormirme y despertarme tres horas más tarde…
Cuando llego al edificio en cuestión, busco una mesa apartada y me
pongo manos a la obra. El Derecho en los medios de comunicación no es lo
mío, pero es una asignatura esencial para comprender los aspectos legales y
éticos de mi futura profesión.
Afortunadamente, la biblioteca está bastante vacía. No me gusta trabajar
rodeada de mucha gente; de hecho, me siento incómoda. Aunque bueno,
que haya un par de personas cuchicheando tampoco viene mal… De todos
modos, aquí estoy a gusto: me concentro y puedo amontonar toda la
documentación que quiera delante de mí. Porque, bueno, cuando se trata de
investigar, soy de la vieja escuela: me gusta ir directamente a los libros a
buscar información. No me fío de internet.
Tras una hora en la que nada perturba mi concentración, justo cuando
estoy tapándome la boca para ocultar un bostezo, me fijo en el abrir y cerrar
de la puerta automática. Se me acelera el corazón de inmediato al ver entrar
a Liam Scott.
¿Qué leches hace él aquí?
Nuestras miradas se cruzan brevemente y luego aparto la vista para
volver a sumergirme en mi libro. En el fondo, tengo la esperanza de que me
ignore, como ha hecho hasta ahora. Mantengo la cabeza gacha, pero él se
sigue acercando.
Para mi sorpresa, una sombra se cierne sobre mí y deduzco que es él,
que se ha detenido justo delante de mi mesa.
—Hola, Emily… —susurra.
El sonido de mi nombre saliendo de su boca se siente como una caricia
en mi piel. Odio esa sensación.
Me aclaro la garganta y por fin levanto la vista. Me mira intensamente
con esos ojos azules e intuyo que está buscando las palabras para decirme
algo, pero no parece saber por dónde empezar.
—Hola —respondo simplemente, tratando de mantener un tono de voz
uniforme, aunque el corazón se me acelera.
¿Por qué mi cuerpo reacciona ante él de una forma tan extrema?
—Lo siento… —dice frotándose la cara.
Me confunden sus palabras, pero lo miro y finjo que no me ha pillado
desprevenida.
—¿Por qué?
De repente se instaura un extraño silencio entre nosotros. Siento que se
me forma un nudo en la garganta y que empiezan a sudarme las manos.
—Por ignorarte —dice por fin.
Casi abro la boca de golpe, pero me repongo rápidamente.
—Ah… No me había dado cuenta de que lo habías hecho —digo lo más
despreocupada posible, pero mi voz me delata.
Me mira extrañado y da media vuelta sin decir nada más. Y me deja ahí,
mirándole la espalda como una idiota mientras se aleja. Cuando veo que
está lo suficientemente lejos, dejo caer la cabeza sobre la mesa.
Pero ¿qué acaba de pasar?
Intento concentrarme de nuevo, pero ya es imposible. Frustrada, recojo
mis cosas y me dirijo a mi habitación.
Liam Scott se ha disculpado. ¿A santo de qué? ¿Acaso busca que
escriba un artículo sensacionalista sobre él? Puede que el entrenador le haya
echado la bronca o que se sienta mal porque le lancé flores con lo que
escribí y él ha estado ignorándome desde entonces… ¡Vete tú a saber!
Puf. ¡Qué situación más ridi2! Aunque para ridi, él…
No dejo de repetir el numerito absurdo de la biblioteca en mi cabeza.
Nunca nadie había causado semejante efecto en mí. Hasta ahora, esperaba
que solo fuera porque me sentía herida en mi orgullo. Al fin y al cabo,
pasaba de mi cara. Pero ahora me resulta difícil negarlo: todo mi cuerpo
parece reaccionar cuando me cruzo con Liam.
Joder…
No puedo dejar que me desequilibre de esta manera. He trabajado duro
para estar aquí y necesito concentrarme plenamente en la carrera. Comerme
la cabeza por un tío no me va a servir de nada. Por no hablar de que seguro
que se habrá tirado ya a media universidad…
El tono de llamada de mi móvil me saca de mis pensamientos.
—Hola, Maddie —digo, después de cogerle la llamada.
Intento aparentar normalidad.
—Hola, guapi. ¿Cómo vas? ¿Te he pillado estudiando? —pregunta
misteriosamente.
—Todo bien, amiga. Estoy volviendo a la habitación. En nada llego,
¿por?
—Oh, perfe, ¡porque estoy delante de tu puerta!
Apenas unos segundos después, llego a la planta y la veo al otro lado
del pasillo. Me dice hola con la mano y colgamos. Luego me saluda con un
besazo en la mejilla.
—Bueno, ya va siendo hora de descubrirte la vida nocturna de Nueva
York. Esta noche se sale, y no te atrevas a decir que no —Maddie me
empuja hacia la puerta de mi habitación.
—Pero… Maddie, tía… ¡No, es que tengo que…! —farfullo.
—¡Chiss, a callar! Esta noche no hay reglas. Si te la vas a gozar,
venga…
¡Ah, pues! Lo dice tan en serio que me entra el pánico.
¿A dónde piensa llevarme esta chica? ¿Cómo que no hay reglas? Suena
a que me va a colar en uno de estos antros en los que se hace intercambio
de parejas…
—¡Eres demasiado recta, chiqui! Te lo dice alguien que lleva un añito
ya por aquí. Siempre hay que dejar tiempo para divertirse. Si no, se te
acabará yendo la pinza, ¿sabes?
La miro, un poco inquieta.
—Relájateeee, Emily… No te voy a llevar a un tugurio punk. Es que un
amigo mío, Tyler, da una fiesta. Habrá un par de chicos y seguro que nos lo
pasamos genial. Calma, tía… —explica mi mejor amiga, subiendo y
bajando las cejas con complicidad.
Entrecierro los ojos y la observo. No es la primera vez que me vende
este tipo de fiestas y, sin excepción, nunca han ido como las pintaba ella.
Respiro hondo.
Aunque, bueno, necesito distraerme después de ese encuentro tan
surrealista con Liam…
—Venga, vaaale… —finalmente suelto un soplido, que Maddie se toma
como un sí.
Mi amiga salta de alegría. Ahora ya no hay vuelta atrás: si a Maddie se
le ha metido en la cabeza que vamos a salir, entonces vamos a salir.
Después de todo, lleva un año esperando que llegue, así que tendré que
hacerme a la idea…
***
***
Sí, sé que estoy jugando con fuego. Nuestras caras estaban tan cerca que
me habría bastado un pequeño empujoncito para besarla. Sin embargo, he
tenido que ubicarme un poco y recordar dónde estábamos, además de quién
es ella: la periodista con la que colaboro para darme a conocer. Emily tiene
que conducirme hasta el estrellato; nada más. Y, sin embargo, no puedo
ignorar que cada vez me cuesta más no pensar en ella.
Me mira con esos ojos enormes y del color de una laguna cristalina. Su
pelo rubio enmarca su precioso rostro y sus labios…
Joder. ¡Deja de pensar en ella o te vas a empalmar!
Me alejo de Emily y me dirijo a los vestuarios. Cada músculo de mi
cuerpo protesta. Esta chica desata en mí un deseo que jamás había sentido.
Quizá sea porque está fuera de mi alcance. Aunque en realidad, el único
obstáculo soy yo mismo. Puede que me guste pensar que Emily es la fruta
prohibida. ¿Significa eso que me pone cortarme cuando estoy con ella?
Mierda. Debería mirármelo… Eso ya es perversión.
Sin embargo, no puedo ignorar que el entrenador no se alegraría
precisamente si pasara algo entre nosotros. Y tiene razón: necesito
concentrarme en el deporte. No dejo de pensar que esta chica no es un rollo
de una noche; de hecho, lo tengo clarísimo. Si pierdo el norte, si derrapo, lo
nuestro no será un lío breve ni mucho menos. Parece el tipo de chica que te
hace querer volver a por más. Cuanto más me acerco a ella, más me
convenzo de ello. Además, me gusta el efecto que tengo en ella, porque
bueno, ciego no estoy, y aunque ella rechiste y quiera alejarse de mí, sé que
no es totalmente inmune a mis encantos.
¿Eso te hace sentir mejor, pedazo de imbécil?
Sí, tengo que admitir que es como un chute de alegría directo a mi
virilidad… Pero hay cierta parte de mi cuerpo que se queda con ganas de
más cuando la ve.
Soy todo un poeta, ¿eh?
***
A la mañana siguiente, me sobresalto al oír un fuerte golpe. Me
incorporo de repente e inmediatamente vuelvo a caer sobre la almohada.
Me pitan los oídos. Ayer me bebí unas cuantas cervezas… Creo que me
pasé con lo de celebrar la victoria, aunque quizá me pusiera ciego para
olvidarme de mis fantasmas…
Cuando llaman a la puerta, me levanto con desgana. Espero que no sea
importante.
Sin embargo, Chase se cuela en mi habitación cuando apenas he girado
el pomo.
—Buenos días a ti también, Chase. Adelante, pasa y ponte cómodo —
gruño.
Se ríe.
—Tío, son las nueve. Estaba seguro de que habías pasado del
despertador. ¡De nada! Ya tendrías que estar en segunda. ¡A clase, venga!
Además, vaya jeta de mierda me llevas…
Frunzo el ceño.
—Que te jodan —le digo, todavía gruñendo.
—Parece que alguien tiene resaca… —bromea Chase.
Pongo los ojos en blanco.
—Deja que me dé una ducha rápida y me inyecte algo de cafeína en el
torrente sanguíneo. Luego podemos irnos. ¡Y sí, me daré prisa! —grito
mientras entro corriendo en el baño.
Chase se tira en el sofá y se pone a teclear en el móvil mientras yo me
arreglo. Después de una ducha y un vaso gigante de cocacola, me siento un
poco mejor. Ya podemos irnos.
Un día de clases en la uni debería distraerme. No dejo de pensar en
Emily y eso me tiene desquiciado. Aunque me he propuesto concentrarme
en el hockey sobre hielo, no consigo sacármela de la cabeza. Y para qué
mentir, no me ayuda mucho que ella también tenga cierto interés en mí.
Cuando termino las clases, estoy un poco deprimido. Una de las
asignaturas gordas del curso es difícil de entender y me cuesta seguir las
explicaciones del profesor.
De camino a casa, paso por la cafetería con la esperanza de que Chase
esté allí currando y me anime un poco, pero parece que no es el caso. De
todos modos, aprovecho; pido un café y un sándwich y me siento en un
rincón de la cafe. No suelo fijarme mucho en quién anda por aquí, pero esta
vez no puedo ignorar lo que me rodea: Emily está sentada en una mesa
cercana, absorta en su cuaderno.
Mis pies parecen tener vida propia y me dirijo hacia ella. Cuando se da
cuenta de mi presencia, levanta la vista y, por un momento, su rostro se
cubre de una expresión de sorpresa mezclada con inquietud. Luego lo
oculta todo con una sonrisa tensa.
—Hola, Liam —dice mientras cierra el cuaderno.
Me siento a su lado sin preguntar. Para ser un chaval que se había
propuesto ignorarla, lo estoy haciendo de puta madre, ¿no?
—¿Cómo estás? —le pregunto, en un intento torpe de entablar una
conversación.
—Pues bien… —responde, sobria, removiendo el té—. Acabo de
terminar la primera versión de vuestro artículo para el periódico y me
estaba preparando el próximo tema.
Probablemente debería leer entre líneas y dejarla en paz: es evidente que
tiene mucho que hacer. Sin embargo, mi cuerpo se niega a obedecerme.
—Ah, qué guay… —suelto, sin saber qué más decir.
No quiero irme y dejarla aquí sentada. Además, cuando habla de su
trabajo, le cambia el color de la cara y se vuelve aún más sexy. ¿Cómo voy
a evitarla, si me atrae como si fuera imán andante? Sé que quería
distanciarme, pero ahora que estoy aquí, a su vera, tendrían que sacarme a
rastras, porque no la dejaría sola ni muerto.
—Bueno, la verdad es que es un placer escribir sobre vuestro equipo.
Hasta ahora estáis jugando con una profesionalidad admirable —continúa
—. Bueno, sobre todo tú. Eres muy bueno.
Emily sonríe, atrevida.
Este cumplido tan inesperado me enternece y siento que la temperatura
corporal me aumenta un par de grados. Aunque me cuesta, me obligo a
ocultar lo que siento.
—Gracias, Emily. Tú también haces un gran trabajo con tus artículos. A
los lectores les encantan y es evidente que en el último partido había más
público que nunca. Es increíble ver cómo nos anima la afición mientras
jugamos.
Sonríe agradecida, pero noto que sigue incómoda. Me muero por
derribar ese muro que nos separa, pero tengo miedo de lo que pueda pasar si
me acerco demasiado a ella. Es como si ambos participáramos en una farsa
y evitáramos mostrar el efecto que sentimos por el otro.
¿Qué hago aquí? Esto no tiene sentido.
Me levanto bruscamente.
—Bueno, pues que te vaya bien…
Parece un poco confusa, así que se limita a asentir.
Vuelvo a mi mesa y el camarero me trae el sándwich que había pedido.
Mientras doy el primer bocado, observo a Emily, sentada de espaldas a mí.
Bueno, está claro que, por mucho que intente negarlo, hay algo entre
nosotros. Pero he de tener cuidado: me la estoy jugando. Mi sueño es entrar
en la NHL. ¡No puedo distraerme!
El entrenador Franklyn nos ha hablado muchas veces de antiguos
miembros del equipo que podrían haber tenido un futuro prometedor, pero
se desviaron del camino por amor. Bueno, esas son sus palabras, no las
mías. Liam Scott nunca ha estado enamorado, ¡así que esta no va a ser la
primera vez!
¿Todo bien, colega? Estás hablando de ti mismo en tercera persona…
Hasta ahora, siempre me he limitado a echar un par de polvos —bueno,
a veces muchos más— con mis ligues, pero ahí se ha quedado todo. Ni
selfis de los dos, ni desayunos románticos, ni viajes juntos, ni
presentaciones a los padres, ni siquiera a mis colegas. Nada de nada. Solo
sesiones de folleteo y líos bien cuadrados con mi horario, para que los días
y las noches se me hicieran más cortos. Además, los sentimientos son una
mierda. Te vuelven débil y si los dejas entrar en tu vida una vez, ¡estás
acabado! Todas las tías con las que he estado de rollo parecían estar de
acuerdo, o eso me dejaron ver. Si no lo estaban, ninguna me lo dijo a la
cara…
Sin embargo, cuando miro a Emily, me pregunto cuánto tiempo podré
ignorar la atracción que siento por ella. Me merezco un sermón. Tengo que
controlarme y establecer mis prioridades.
De repente, siento que me cuesta respirar. Abandono mi sándwich a
medio comer y salgo corriendo como un loco de la cafetería. Necesito un
poco de aire fresco.
Hay demasiada gente en el campus y todo me da vueltas. No puedo
pensar con claridad, así que corro hasta la resi y una vez en mi habitación,
cierro la puerta. Me apoyo en ella e inspiro y espiro profundamente un par
de veces.
¿Qué coño me pasa?
Entro en el cuarto de baño y me lavo la cara con agua fría sin
pensármelo dos veces. Me ayuda a calmar los nervios. Al cabo de unos
minutos, mi respiración vuelve a ser regular.
Ahora que estoy más tranquilo, me doy cuenta de que llego tarde al
entrenamiento. A Franklyn no le gustará que me presente allí cuando todos
los demás ya han calentado.
Cojo la bolsa de deporte y salgo corriendo, pero aunque voy a toda
prisa, llego diez minutos tarde. Como era de esperar, el entrenador me
dirige una mirada severa.
—Lo siento, estaba estudiando y se me ha pasado la hora —miento.
—Más te vale que no se convierta en una costumbre. ¡Al hielo! —me
dice con frialdad.
Me concentro y eso me ayuda a olvidar mi pequeño ataque de pánico.
Cuando me subo a los patines, es como si entrara en otra dimensión.
Después del entrenamiento, Franklyn me dice que le acompañe a su
despacho.
—Bueno, ¿entonces estás listo para el examen de mañana? —me
pregunta, un tanto preocupado.
¡Mierda, no! Me había olvidado por completo de ese examen…
—Eh… Sí, claro… —digo, inseguro.
Respira aliviado. Parece que se lo ha creído.
—Me alegra oírlo. Buena suerte, Liam —añade y luego me deja
marchar.
Una vez más, salgo corriendo hacia casa. Lanzo la bolsa a la otra punta
de la habitación y me siento inmediatamente en el escritorio. Rebusco
frenéticamente entre mis apuntes hasta encontrar el tema con el que me van
a torturar mañana. Por desgracia, no entiendo nada de lo que leo. Aun así,
intento concentrarme y aprendérmelo todo de memoria.
Cuando me empiezan a arder los ojos, dejo la pila de papeles sobre la
mesa, resignado, y me voy a dormir.
¿Por qué me cuesta tanto estudiar y sacar buenas notas? Esto con el
deporte no me pasa… En fin, tan tonto no seré, ¿no? ¡Es que no hay
manera!
Mientras los pensamientos intrusivos me martillean el cerebro, me
quedo dormido. Mañana será otro día.
***
***
***
***
***
* Hola, Emily. Soy Liam. ¿Te hace que quedemos mañana por la
mañana a estudiar?
Y ya está. Ni «hola» ni «¿qué tal?», ni leches. Una tiene que ser fuerte.
Orgullosa de mí misma, dejo el teléfono antes de que vuelva a contestar.
* Gracias.
***
***
Tal y como acordamos, al día siguiente quedamos en la biblioteca a la
misma hora y seguimos haciéndolo día tras día.
Nuestras sesiones de estudio continúan en la misma línea que la
primera. Nos concentramos, cada uno en lo suyo, pero me doy cuenta de
que cada día tengo más ganas de pasar más tiempo con él. No se trata solo
de estudiar juntos: nos reímos de nuestros errores, decimos lo que pensamos
sobre ciertos temas y acabamos charlando sobre la vida en general. Poco a
poco, tengo la impresión de que se está formando entre nosotros un vínculo
que va más allá de sentarnos uno al lado del otro y repasar con los apuntes
en la mano.
Estoy descubriendo a una persona más madura de lo que me imaginaba.
Liam tiene opiniones bastante interesantes sobre muchas cosas; no solo
habla de deporte y, además, tiene un sentido del humor increíble. Y sí,
confirmamos lo que ya se sabía: es sexy a más no poder. Pero bueno,
digamos que eso no es lo principal.
¡Que no…!
Hoy hemos terminado una buena sesión de estudio. Liam me mira
fijamente durante unos segundos, como buscando las palabras. Yo finjo no
haberme dado cuenta y mantengo los ojos pegados a mi manual de Derecho
de los medios de comunicación, aunque soy incapaz de leer ni una sola
línea.
—Oye, Emily… —dice por fin en voz baja.
—¿Sí? —respondo lo más estoicamente que puedo, mirándole.
El corazón me late con fuerza en el pecho y no consigo calmarlo. Basta
con que sus ojos azules e insistentes se pose en mí para que mi mundo se
venga abajo. Esta sensación incontrolable me irrita y me aterroriza a partes
iguales.
En el fondo, sé que algún día se me acabará el chollo: dejaremos de
estudiar juntos y volveré a ser tan solo una periodista que escribe artículos
sobre él y su equipo, una chica que le ayudó a sacar buena nota en un
examen y nada más. No sé qué otra cosa podría ser para un tío como él…
—Gracias —continúa—. No solo por la ayuda, sino también porque me
gusta mucho hablar contigo. Siento que me entiendes…
Sus palabras me pillan desprevenida. Abro la boca contra mi voluntad y
la vuelvo a cerrar de inmediato. Me emociona lo que me ha dicho; puede
que demasiado.
—No hace falta que me des las gracias. Me alegra haberte ayudado. Ah,
y a mí también me gusta hablar contigo.
Intento dedicarle una sonrisa sincera. No es que no quiera, pero ahora
mismo tengo unas ganas irresistibles de abalanzarme sobre él, pasarle la
mano por el pelo y hacerle cosas que no se suelen ver en una biblioteca…
Bueno, normalmente, ¡porque estoy bastante segura de que Maddie se ha
tirado a alguien aquí!
Trago saliva por mi mente perversa y calenturienta y me estremezco al
pensar que quizá sea capaz de leerme. Parece que es el caso, porque Liam
sonríe de oreja a oreja y le brillan los ojos.
Mierda… Por la expresión de su cara, cualquiera diría que se lo estoy
pidiendo a gritos…
Estoy cagada y me muero de ganas al mismo tiempo. ¿Le gustaré
aunque sea un poquito? ¡Me conformaría con una décima parte de lo que él
me hace sentir!
—¡Buena suerte en tu examen de mañana! —le digo finalmente para
aliviar la tensión.
De repente, se le ensombrecen los ojos.
—Gracias… —murmura.
Recojo mis cosas y levanto.
—¡Ya me cuentas qué tal! En todo caso, nos vemos el sábado en el
partido.
—Sí… Hasta luego —murmura Liam.
Me doy media vuelta y salgo a paso ligero, casi corriendo.
***
Veo que está escribiendo una respuesta y espero, pero no llega nada.
Suspiro y estoy a punto de mandar el móvil a tomar viento, pero entonces
aparece un mensaje en la pantalla.
***
El día del partido del equipo de hockey, llego puntual al pabellón. Los
chicos todavía están calentando en el hielo y, como era de esperar, la
asistencia es inmejorable: las gradas están abarrotadas de espectadores. El
entrenador Franklyn me saluda y se apresura a disculparse por haberme
gritado en el último entrenamiento.
Me siento en el banquillo y desenfundo la cámara para sacar unas
cuantas fotos con las que rematar el artículo. Cuando enfoco hacia Liam,
me guiña un ojo. Inmediatamente me viene a la mente lo que pasó en la
fiesta la otra noche. No me extraña que tantas chicas hayan caído rendidas a
sus pies. Lo suyo no tiene nombre.
¡Está tan bueno…!
Avergonzada y confusa, dejo mi equipo a un lado y saco el cuaderno.
Comienza el partido y me toca ponerme seria.
El equipo parece haber recuperado la confianza, sobre todo si
comparamos el porte actual de los jugadores con el caos del entrenamiento
del otro día. Supongo que se debe a que el entrenador se pasa la vida
echándoles la bronca. Hoy Liam está jugando como un verdadero
profesional. Esta vez todos sus tiros van a puerta.
El partido transcurre sin ningún problema y cuando suena el silbato que
anuncia la victoria del equipo de nuestra uni, la afición enloquece. ¡Otra
más! Hasta yo me dejo contagiar por el entusiasmo de los asistentes y me
levanto a aplaudir. En el hielo, los jugadores celebran el triunfo y aprovecho
para hacerles algunas fotos.
Antes de irme, le hago un par de preguntas al entrenador Franklyn. Así,
me ahorro entrevistar a Liam en persona. Muy inteligente por mi parte lo de
adelantarme a los acontecimientos…
Recojo rápidamente mis cosas y vuelvo a la resi para ponerme a trabajar
antes de que el capitán —que es demasiado sexy— vaya a buscarme.
Llevo un rato en la habitación y justo cuando empiezo a escribir el
artículo, la vibración del móvil me desconcentra.
Vaya, pero si es Liam…
* Pensaba que tú y yo éramos un equipo al final de los partidos… Me
han dicho que has estado haciéndole preguntas al entrenador y me he
quedado chafado. Si cambias de opinión y se te pasa lo de ignorarme,
estamos de fiesta. Puedes venirte…
Sus labios son míos, al fin. Ha sido ella quien ha dado el primer paso y
aún me cuesta creerlo.
Se me acelera el corazón: me siento como si me hubiera alcanzado un
rayo. Llevo tanto tiempo soñando con este momento que es como si
trascendiera. Un cosquilleo me recorre el cuerpo, y a este lo sigue un
escalofrío indescriptible. Su beso sabe a miel; es dulce, como la tentación a
la que hemos sucumbido. ¿Es esto lo que sintió Eva cuando mordió la
manzana en el jardín del Edén?
¡Di que sí, ponte a pensar en esto justo ahora!
De repente, justo cuando mis manos la agarran con firmeza, cuando
nuestras lenguas se encuentran y nuestro abrazo se vuelve más intenso,
siento que el calor de mi rostro se disipa. Emily acaba de dar un paso atrás.
Ya no se aferra a mi cuerpo con los dedos, y es como si me hubiera privado
con violencia de su sabor acaramelado.
—Buenas noches, Liam… —murmura, antes de abrir la maldita puerta
y desaparecer en la residencia.
Me quedo allí unos minutos, desconcertado. En mis vaqueros, ahora
demasiado ajustados, asoma una erección. Me siento como si fuera a
explotar. Entonces me doy cuenta de lo evidente: se ha ido y me ha dejado
allí, como un animal moribundo.
De vuelta a la pizzería, no puedo evitar darle la vuelta a la situación.
Contra todo pronóstico, sonrío como un idiota. Se me dibuja una de esas
sonrisas tontorronas que siempre me han hecho odiar a la gente enamorada.
¿Ahora piensas que es amor? ¡Relaja, crack!
Sin embargo, soy consciente de que lo que acaba de pasar ha sido un
error. Un gran error. Llevaba semanas muriéndome de ganas de tener este
desliz. Cada vez que quedábamos a estudiar, me derretía con tan solo verla.
Estoy enganchado, atrapado, soy un adicto a sus ojos azules, que son todo
un vicio, y aun así, ella no se ha dado cuenta de nada. Hasta ahora, claro.
Quizá sea eso lo que me gusta de ella, que no es consciente de su innegable
encanto.
A decir verdad, me gusta todo de Emily. Adoro cómo mordisquea la
tapa del boli, cómo se coloca los mechones rubios detrás de la oreja, la
forma en que se concentra, su buen humor repentino, su pasión por el
periodismo, y bueno, para qué mentir, su culo. En fin, esa chica es una
pasada.
Suspiro. Estoy en la mierda, pero aun así, quiero más. Ese beso que nos
hemos dado hace unos minutos no ha hecho sino avivar mi deseo por ella.
Me atormenta que me intente alejar de ella, pero en el fondo, que sea
esquiva lo hace aún mejor.
Joder, cómo me gusta que me tiente…
La última vez que quedamos a estudiar, me cabreé con ella. Me dio a
entender que había hecho su trabajo y que yo no era más que su alumno.
Me sentí como un idiota, porque me tenía a sus pies. Por eso tardé tanto en
decirle que me había salido más o menos bien el examen. Quería ver si le
importaba.
Estaba que me subía por las paredes, pero cuando recibí su mensaje,
salté de la emoción. Pese a todo, me hice el gilipollas y le respondí de una
forma bastante escueta. Y cuando la vi después en esa fiesta, tan sexy, tan
apetecible, y estoy bastante seguro de que sofocada por mi presencia,
recobré la esperanza. Como había bebido bastante, no pude aguantarme y
fui a provocarla. Tenía que estar seguro de que ella sentía lo mismo, y mira
por dónde, acerté.
A partir de ese momento, sentí que me crecían las alas. Y ahora que por
fin he despegado, Em me hace caer en picado. Por eso mismo, sé que es
peligroso intentar recuperar el impulso. Muy peligroso.
¿Hay sitio en mi vida para Emily Hansen? Yo, que juré centrarme en el
hockey y nada más que en el hockey, no sé qué hacer…
Cuando vuelvo a nuestra mesa, los chicos aún están hablando del
partido. Me uno a ellos y finjo que no ha pasado nada, pero me cuesta
seguir la conversación. No dejo de recordar el beso.
Aún noto el sabor a miel, a tentación, y el regusto a un sinfín de dudas.
***
* Sí. ¿Dónde?
Incluyo tres emoticonos del pulgar hacia arriba, que deberían bastar
para expresar mi entusiasmo.
A las doce del mediodía, estoy de vuelta en la biblioteca, puntual como
un reloj. Si algo he aprendido de Emily es que hay que llegar siempre a la
hora.
Al entrar en el edificio, casi nos chocamos y sonrío. La saludo y ella se
adelanta. Mientras se dirige a nuestra mesa de siempre, no puedo evitar
mirarle el culo. Es tan perfecto y lo tiene tan bien puesto… De repente, me
invaden los recuerdos de la noche que pasamos juntos y me pongo calentito.
Tío, cálmate o se te va a poner dura…
Respiro hondo e intento relajarme un poco antes de sentarme a su lado.
—Bueno, ¿empezamos o qué? —pregunta, mientras abre uno de sus
libros.
Me acaricio la barba y asiento. Al parecer, la imagen de su culo me ha
distraído más de la cuenta, porque no he escuchado lo que me ha dicho
antes de eso. Ser solo amigos no es tan sencillo como pensaba. No con ella.
***
Cuando piso la pista, la dureza del hielo bajo mis patines hace que se
me tensen las piernas. El ruido sordo de la multitud resuena en mis oídos.
Me ajusto el casco y dejo que mi mirada vague hacia el banquillo. Entonces
la veo y el corazón empieza a latirme con fuerza.
Los focos brillan sin piedad sobre el hielo, que resplandece en tonos
azules y blancos. La energía y la emoción de la afición me envuelven.
Siento el torrente de la adrenalina fluyendo por mis venas.
Como de costumbre, Emily está de pie y con su cuaderno en la mano,
justo al lado del entrenador Franklyn. La saludo con la mano y luego me
coloco en mi posición.
Cuando suena el silbato que da inicio al partido, despejo la mente de
todo pensamiento y me concentro únicamente en el disco. Mis ojos se
cruzan con los del capitán del equipo contrario, Lucas Stern, y siento que se
genera una tensión eléctrica entre nosotros.
Lucas y yo somos rivales desde hace mucho tiempo. El partido de hoy
no es uno cualquiera, es toda una competición para ganarse el favor de uno
de los representantes de la NHL, que está sentado entre el público. Los
artículos de Emily han causado furor y hemos conseguido llamar la
atención de al menos uno de ellos. Ni qué decir tiene, el ganador tiene más
posibilidades de conseguir una entrevista con ellos.
Me pongo en marcha y mis patines rasgan el hielo, punzantes, mientras
impulso el disco delante de mí con el palo. El sonido de las cuchillas sobre
la pista y los gritos de los demás jugadores forman un canto caótico a mi
alrededor. La velocidad me levanta el pelo y patino cada vez más deprisa,
para demostrar el control y los reflejos de los que soy capaz sobre el hielo.
Los espectadores pasan a un segundo plano: se funden en una
muchedumbre fantasmal y yo me concentro en mis compañeros para
pasarles el disco. Sin embargo, hay poco espacio a mi alrededor. Mis rivales
me presionan a ambos lados y trato de frustrar la ofensiva del equipo
contrario.
De repente, veo una fisura en la formación que intenta impedir nuestro
avance y le paso el disco a Chase a una velocidad de vértigo. Me libro de
mis contrincantes y mi mejor amigo se acerca a mí de nuevo. Controla sin
problemas el disco, nuestro tesoro más preciado. Se me tensan los músculos
a medida que me dirijo hacia la portería, acelerado.
El portero me espera alerta, tenso, con las rodillas flexionadas, y Chase
me hace un pase decisivo para que ejecute un tiro a puerta. Por el rabillo del
ojo, veo que Emily se lleva la mano a la boca. Levanto el palo para coger
impulso y lo bajo con fuerza. Cuando impulso el disco hacia delante, noto
cierta resistencia y poco después, veo que el portero lo para antes de que
entre en la red.
¡Me cago en la puta!
No he marcado por un par de centímetros. Normalmente, nunca fallo
este tipo de tiros y siento que la rabia me retuerce las tripas. Chase me mira,
extrañado, pero yo me limito a sacudir la cabeza e intento ponerme a la
altura de las circunstancias.
El disco vuela de un lado al otro de la pista, mis compañeros de equipo
cargan contra nuestros contrincantes y luchamos para ganar terreno en el
hielo. Cada movimiento es crucial.
Un rato después, suena el pitido del descanso y volvemos a los
vestuarios sin haber marcado ni un solo gol.
Aprovecho el descanso para recuperar la concentración y sopesar qué ha
podido pasar. Emily me ha distraído del partido y me achaco el despiste
momentáneo. No es culpa suya, eso está claro, pero es evidente que esto es
por ella. Si no la hubiera mirado, podría haber aprovechado la ocasión
manifiesta de gol1.
No puedo dejar que se repita. El partido de hoy es demasiado
importante para cerrarme puertas.
Chase se acerca a mí y me da una palmadita en el hombro.
—Tío, no dejes que te pueda la presión. Eres un jugador de la hostia.
¿Qué más da que haya un representante entre el público? Además, no me
jodas, Liam… ¡No podemos dejar que gane Lucas!
Se ríe con ganas y me ayuda a ponerme en pie.
—¡Venga, bro, nosotros podemos! —insiste.
Ahora me siento un poco más relajado.
Salgo a la pista e intento sumergirme en la segunda parte del juego. Las
gotas de sudor me caen por la frente. Mientras nos disputamos el podio
sobre el hielo, parece que el tiempo se detiene a nuestro alrededor. Este
deporte es una mezcla de fuerza bruta, destreza y estrategia; el control
corporal es esencial. Cada vez que tiramos a puerta, se respira la tensión.
A medida que se acerca el final del partido, noto el cansancio en los
músculos. Sin embargo, hay algo que me mantiene en pie: ansío la victoria.
Cuando me dirijo de nuevo hacia la portería, el público enloquece. Ahora
solo estamos la red y yo, y esta vez, ignoro todo lo demás. Vuelvo a lanzar
el disco, y en tan solo unos segundos, veo cómo se desliza por el hielo y se
cuela entre las piernas del portero2.
Unos instantes después, suena el pitido con el que concluye el partido y
me invade la alegría y el alivio. Hemos ganado. Por los pelos, sí, pero
hemos ganado.
Los vítores del público y los abrazos de mis compañeros me llenan el
corazón. Nos hemos dejado la piel y lo hemos conseguido juntos, como un
equipo, y eso me llena de orgullo. Cada segundo que hemos pasado
matándonos en los entrenamientos ha merecido la pena.
Mientras nos alejamos del hielo, no puedo evitar pensar que el hockey
es algo más que un deporte. Es la combinación perfecta de trabajo en
equipo, determinación y perseverancia. Podemos demostrar nuestra valía y
superarnos en cada partido.
Me quito el casco y me seco el sudor de la frente. Haría cualquier cosa
por vivir eternamente en estos momentos, por sentir la victoria con
vehemencia. Lo daría todo para hacer de mi vida una carrera colmada de
éxitos.
Todo, ¿eh…? ¿También renunciarías a Emily?
1
N. de la T. Así es como se denomina en español al breakaway, esto es, una situación en la que el
gol está prácticamente asegurado.
2
N. de la T. En la NHL, el momento en que el disco pasa entre las piernas de uno de los
jugadores del equipo contrario se conoce como tally.
9
Emily
Siento que he sido un poco dura con él, más que nada porque no sé
cómo habría acabado mi encontronazo con ese otro cabrón si él no hubiera
intervenido. Aun así, no quiero darle la satisfacción de creerse el héroe de la
historia.
Me responde en cuestión de segundos.
***
Al día siguiente, por la noche, cedo. Llevo todo el día dándole vueltas al
temita y se me está empezando a calentar la cabeza. Lo mejor será que
hablemos como adultos responsables.
Después de enviarle un mensaje a Liam, me dirijo a su resi y, unos
minutos más tarde, un poco nerviosa, llamo a su puerta. Los recuerdos de
cuando nos acostamos en esta misma habitación inundan mis pensamientos
y se me aceleran los latidos del corazón.
Sacudo la cabeza. Ahora mismo no necesito esto.
Liam abre la puerta y me deja entrar después de que ambos nos
saludemos con bastante recato. Miro el sofá y las imágenes aparecen en mi
mente como flashes.
Contrólate, Emily…
Liam se sienta a mi lado y me pasa un vaso de agua.
—¿Por qué tuviste que involucrarte? —intervengo al fin—. Lucas se
pasó de insistente, sí, pero eso no es motivo para romperle la nariz. Además,
lo tenía todo bajo control…
Liam suspira. No sé si tendrá cargo de conciencia, pero lo parece.
—No pude evitarlo. Cuando te vi con él, pensé que te apetecía tontear
un rato, porque después de todo, ya dejamos claro lo que éramos tú y yo.
Pero luego noté que insistía y que tú intentabas alejarte de él. Encima
empezó a toquetearte y, bueno, ahí perdí los papeles… —explica.
Respiro hondo. Estoy hecha un lío y tengo sentimientos encontrados.
—¡Pero podías haberte quedado ahí! Solo bastaba con separarme de él.
Lo que hiciera o dejara de hacer no te da derecho a comportarte como un
pirado y a aprovechar para saldar cuentas pendientes con él por tus
problemitas de ego…
Frunce el ceño.
—¿Qué quieres decir con mis «problemitas de ego»? ¿De verdad crees
que lo único que me importaba en aquel momento era chaparle la boca
porque somos rivales en el hielo? No has entendido nada, Emily…
Ahora soy yo quien frunce el ceño.
—Ese tío es un gilipollas; no hay más. Sé que me pasé y que la
violencia no es la solución, pero había cruzado ciertos límites. ¡Joder, le
dijiste que no y aun así, él siguió insistiendo! No es la primera vez que lo
hace. No le venía mal una hostia bien dada —continúa.
Hay un momento de silencio entre nosotros y noto que mi rabia se va
calmando poco a poco.
—Vale, lo entiendo…
Levanto la vista y le miro a los ojos. Parece que echa humo.
—Sinceramente, ¿qué coño sería yo si no hubiera intervenido? Ya sé
que podrías haberte defendido sola y que eres independiente en ese sentido,
pero ¿qué especie de cabrón insensible habría sido yo si ese chaval te
hubiera arrastrado a alguna parte a hacerte daño y yo me hubiera quedado
de brazos cruzados, aun sabiéndolo?
Parece realmente disgustado y me conmueve verlo así.
—Liam, yo… —digo, intentando arrancar.
Pero él me interrumpe.
—Me preocupo por ti, Em. Te lo digo de verdad. No hay más. Si tuviera
que volver a meterme donde no me llaman, lo haría otra vez. Bueno, quizá
esta vez no le rompería la nariz…
—¿Te la vas a cargar por esto? —le pregunto, preocupada de forma
repentina.
Se encoge de hombros. Durante unos instantes, no decimos nada.
Empiezo a darme cuenta de que nuestra relación es mucho más compleja
que una simple amistad.
En medio del silencio, asiento. Podría decirse que nos hemos
reconciliado.
***
Sé que Chase jamás le tiraría la caña a Emily, porque sospecha que hay
algo entre nosotros. Además, el muy cabrón sigue intentando sonsacármelo,
¡pero yo me mantengo firme! Mi colega se hace el inocente, pero es muy
bueno con sus preguntitas. Pero cuando los veo a los dos riendo,
pasándoselo tan bien y, sobre todo, con cierta complicidad, se me hiela la
sangre. Siento que estoy perdiendo a Emily poco a poco y quiero ser yo con
quien haga todo eso.
Así que, una vez estamos los dos a solas, no puedo contenerme y,
cuando la beso, todo cobra sentido. Sus labios son increíblemente suaves y
cálidos. Es como si el mundo a nuestro alrededor se detuviera. No es solo
deseo, pasión, anhelo… Es mucho más. Ahora lo sé.
Tomo su cara entre mis manos, y pasados unos segundos, me alejo
lentamente. Me mira con sus grandes ojos azules llenos de asombro y de
otras emociones que no soy capaz de discernir.
—Liam…—susurra—. Pero tú… No podemos…
Me trago mi propia confusión.
—Lo siento, yo… —murmuro, y sin decir nada más, salgo corriendo.
De repente, me siento vulnerable y lo único que quiero es volver a la
resi.
***
***
Al día siguiente, hemos quedado para la sesión de estudio de rigor, pero
nuestro beso y mi huida repentina han caldeado el ambiente. Ni siquiera me
atrevo a mirar a Emily a los ojos. Sin embargo, no es por nada, pero pese a
todo, ha aparecido.
No dejo de pensar en que puede que ella también quiera tener algo más
conmigo. ¿Me estoy engañando a mí mismo al pensar que tenemos alguna
posibilidad?
Mientras mi cabeza no deja de rondar ese escenario ficticio, Emily
intenta explicarme unos resúmenes de una asignatura, pero es inútil: no hay
manera de que me entere. Al cabo de media hora, pese a que sigue
repitiendo la explicación con una paciencia admirable, la interrumpo.
—Lo siento, Em, no puedo concentrarme. No le veo ni pies ni cabeza a
todo esto. ¿Podemos dejarlo por hoy?
Me mira con sus ojos azules.
—Bueno, si quieres… Me parece bien; de hecho, tengo cosas que
hacer…
Emily tarda un par de segundos en recoger sus cosas, como si fuera un
pedazo de oportunidad para largarse de aquí y huir de mí. Me lo merezco,
después de todo.
—Hasta mañana, Liam…
La veo salir de la biblioteca y apoyo la cabeza en la mesa que tengo
delante. No puedo seguir así. Tal vez podría hablar con Chase después del
entrenamiento… Después de todo, él me conoce mejor que nadie y fijo que
me aconseja.
***
***
***
Me muerdo el labio inferior. Estoy nerviosísimo. En unos minutos,
Emily estará frente a mi puerta.
El sol está a punto de ponerse e intento desesperadamente mantener la
calma. Cuando llama a la puerta, casi se me sale el corazón del pecho.
Ya está aquí.
Nos saludamos y pasa por mi lado. En el aire flota ese perfume que
tanto me gusta. Huele a fruta, a primavera, a sol… La invito a sentarse y yo
me pongo a su vera. De repente, me siento como si hubiéramos rebobinado
y estuviéramos repitiendo lo que pasó la última vez.
Joder, se la ve muy entera…
La tensión crece inmediatamente entre nosotros. La miro brevemente
antes de sentarme a su lado. Respiro hondo, hago acopio de mis fuerzas y
empiezo a hablar.
—He estado pensando mucho últimamente. He tenido unos días malos
en el entrenamiento y no he rendido como tocaba. Me he dado cuenta de
que tenía que tomar una decisión.
Emily me mira con curiosidad y apuro, pero me deja continuar.
—Em, significas mucho para mí. El tiempo que pasamos juntos, las
sesiones de estudio, todas las veces que nos hemos visto, los… —Me
abstengo de decir «besos»—. En fin, me he dado cuenta de que cada vez
ocupas más espacio en mi mente.
Respiro hondo. Me gustaría que las siguientes palabras no salieran de
mi boca con una voz tan ronca, pero qué se le va a hacer.
—Sé que dijimos que seríamos amigos, pero no puedo hacerlo. No
puedo dejar de pensar en ti.
Tremenda bomba le he soltado. Creo que no lo he dicho de la mejor
forma posible, pero tenía que sacarlo. Aun así, Em abre los ojos a más no
poder, asombrada, y curva las comisuras de los labios en una preciosa
sonrisa.
—Quería decírtelo porque creo que debo ser sincero y hacerte saber por
qué soy tan esquivo contigo. No quiero reírme de ti, sino todo lo contrario.
Es que me gustas y, a pesar de los límites que has fijado, quiero más…
Tras mis palabras, se hace un momento de silencio y veo que se le
iluminan los ojos. De repente, me lleno de esperanza. ¿Significa eso que
siente lo mismo por mí?
¡Lo que siento es mutuo! ¿Debo deducir que sus famosos límites eran
un farol?
Ella traga saliva antes de responder:
—¡Vaya forma de declararte!
Miro hacia abajo y se me encoge el corazón. No sé qué esperar. Solo
quiero ver qué dice. Me encantaría que me confesara lo que siente por mí,
pero… ¿Y si solo me considera su amigo? Sería duro oírlo, pero al menos,
podría pasar página.
Contra todo pronóstico, posa la mano suavemente sobre la mía y
levanto los ojos para mirarla.
—Liam, yo tampoco puedo hacerme a la idea de que solo seamos
amigos. No me entra en la cabeza…
—Entonces… ¿Quieres que dejemos de vernos? —le digo, achantado.
—¡No, idiota! ¡Quiero más, mucho más!
Se sonroja. Al verla así, ruborizada, me entran ganas de comérmela. La
cojo de la mano y el calor que me envuelve hace que me estremezca.
—Emily, creo que estoy enamorado de ti. Nunca he tenido una relación
estable; me he pasado la vida huyendo de todo eso, pero tú… Tú has podido
conmigo.
Se me forma un nudo de emoción en la garganta.
¿Esto es el amor? ¡Joder!
—Creo que yo también me he enamorado de ti. Pensaba que me costaría
mucho lidiar con mis sentimientos, por eso te pedí que solo fuéramos
amigos, pero… No soy capaz de seguir así. Quise decírtelo una tarde,
después del entrenamiento, pero te oí hablar con el entrenador. Te estaba
echando la bronca y te dijo que nada debía interponerse en tu camino.
—¡Pero tú no eres un obstáculo, tonta! Es más, no consigo
concentrarme sin ti…
Emily sonríe y posa los labios sobre los míos. Nos besamos
suavemente, despacio, con dulzura, como si fuera la primera vez. La chispa
se enciende entre nosotros y nuestros cuerpos se acercan instintivamente. Es
como si por fin pudiéramos dejarnos llevar por un sentimiento real e
implacable.
Desliza las manos sobre mi cuerpo y me las baja por la camiseta, ávidas
y curiosas, y yo hago lo mismo. Le quito el top y lo lanzo por los aires. Ella
mete la mano en la cajita donde guardo los condones para sacar uno, lo que
me hace sonreír. Se acuerda de mi escondite. Esta vez nos levantamos
juntos y nos vamos a la cama, donde estamos dispuestos a disfrutar de un
momento de éxtasis en los brazos del otro.
Sin ropa, la miro, con la polla erecta por el calentón. Está preciosa: sus
muslos abiertos, sus pechos turgentes, su cuerpo esbelto, su intimidad
esperándome… Esta vez no hay preliminares: estamos tan ansiosos por
probar el cuerpo del otro que, una vez puesto el condón, le doy un par de
toquecitos con la polla y me deslizo dentro de ella con facilidad. Oigo cómo
me gime en el oído: me pide más.
El vapor de su respiración húmeda en mi oreja me hace perder la cabeza
y la penetro cada vez más deprisa. Me rodea las caderas con las piernas y
empuja su pelvis hacia mí. Me busca, anhelante, y ambos acompasamos el
ritmo. Follamos con fuerza, con intensidad, y nuestras pieles se recubren de
gotitas brillantes de sudor.
Joder, sí… La necesitaba…
Se la meto y se la saco, sin tregua, y ella acaba mordiendo un cojín para
no asustar a mis vecinos con sus gemidos. Sus pezones apuntan en mi
dirección, excitados. La embisto con brío, y siento cómo me aprisionan las
paredes de su sexo. Nuestras partes húmedas encajan a la perfección: es
como si estuviéramos hechos el uno para el otro.
Nos pasamos así unos minutos, desbocados, deseosos y sin apartar los
ojos del otro. De repente, siento que se inclina hacia mí. Emily jadea con
más fuerza, me clava los dedos en los hombros y eso me excita aún más. Mi
placer aumenta y nos corremos prácticamente al unísono, mientras nos
restregamos piel con piel. Extasiados, nos apoyamos en el otro.
Quiero esto todos los días…
11
Emily
Cuando mis labios se encuentran con los de Liam, casi siento la tierra
girar bajo mis pies. Su beso me llena el alma.
Después de habernos corrido, recuperamos lentamente el aliento y nos
miramos. Se me escapa una risita y a él, también.
¡Qué bien sienta estar juntos de nuevo, tener esta complicidad!
Poco después, nos acurrucamos el uno contra el otro y parece que el
cansancio se encarga del resto. La presión cede, al fin; el miedo desaparece,
las dudas se disipan y caigo rendida en brazos del hombre del que estoy
enamorada.
***
***
* Hola, guapo. Lo siento, pero vamos a tener que posponer nuestra cita.
Luego te cuento.
***
***
***
El día del partido, siento que estoy en una montaña rusa. El popurrí de
emociones me tiene de los nervios y en el vestuario se respira una mezcla
de estrés y expectación mientras nos preparamos para la batalla. El
entrenador Franklyn dice unas palabras para motivarnos y, poco después,
salimos al hielo.
Empieza el juego.
El corazón me late con fuerza en la pista, junto a mis compañeros, y
siento la energía, la vivacidad que me rodea. Es como si el aire estuviera
cargado de una tensión eléctrica. Las gradas están abarrotadas. La afición
tiene los ojos puestos en nosotros y respiro hondo para calmarme.
El representante de la NHL estará pendiente de todos nuestros
movimientos y estoy dispuesto a demostrarle de lo que soy capaz. Emily
también me mira y asiente para darme ánimos. Saber que está ahí y que me
apoya me hace sentir un poco mejor.
El partido resulta ser bastante intenso. La acción sobre el hielo es una
mezcla explosiva de jugadas a toda velocidad y estrategia. Cada tiro, cada
decisión, cada pase… Todo cuenta. Mi equipo y yo vamos con todo, y yo
demuestro mi pasión por el hockey sobre hielo con cada respiro.
Los minutos pasan como segundos y pronto llegamos al momento final
del partido.
Mi respiración se vuelve pesada y me pongo en posición para el saque
final. Queda poco tiempo de juego y estamos empatados. Me tiemblan las
manos por la tensión. En algún lugar, en lo alto de las gradas, ese
representante de la liga profesional está sentado, observando nuestras
jugadas, por irrelevantes que puedan parecer…
Todo sucede ante mí a cámara lenta.
El juez de línea lanza el disco. Me hago con él en un abrir y cerrar de
ojos y me dirijo hacia mi objetivo. Los defensas intentan pararme, pero los
esquivo y finjo un pase. Utilizo las pocas fuerzas que me quedan para
lanzar el disco hacia la portería contraria y contemplo, fascinado, lo que
sucede ante mis ojos.
El disco pasa por encima del portero y se cuela en la red. Levanto los
brazos: la euforia corre por mis venas.
¡Hemos ganado! ¡He marcado el gol de ventaja1!
Unos segundos después, suena el pitido final y se acaba el partido.
Puede que mi sueño esté más cerca de cumplirse de lo que me esperaba…
El corazón me late con fuerza en el pecho, me quito el casco y miro
hacia las gradas, donde el público enloquece. Emily sonríe de oreja a oreja
y el entrenador Franklyn levanta los pulgares, eufórico. Ahora solo me
queda esperar. ¿Habré demostrado lo que puedo hacer? Ojalá al
representante le haya gustado lo que ha visto…
Salimos de la pista y, en el vestuario, me encuentro con un batiburrillo
de emociones a flor de piel. La alegría de la victoria, el cansancio, la
emoción, la esperanza… Todo se refleja en las caras de mis compañeros.
Estoy orgulloso de lo que hemos conseguido juntos, pero al mismo
tiempo, me siento aturdido por la inquietud. ¿Habremos hecho lo suficiente
para impresionar al representante?
—¡Buen partido, chicos! ¡Estoy orgulloso de vosotros! —digo en voz
alta y les doy unos golpecitos en la espalda a cada uno.
Mientras nos calmamos un poquito y me visto para volver a la resi, no
dejo de pensar en Emily. Hemos quedado en vernos en mi habitación esta
noche y he tenido que inventarme una excusa para soltársela a los chicos,
que querían que saliera de fiesta con ellos.
¿Liam Scott diciendo que no una fiesta? ¡Eso es nuevo!
Lo siento, pero he echado demasiado de menos a mi preciosa rubia estos
últimos días y estoy deseando verla.
Sé que mi decisión de concentrarme en el entrenamiento ha sido la
correcta, pero tengo que admitir que no ver a Emily ni hablar con ella
durante cuarenta y ocho horas se me ha hecho difícil. Mi mente me
traiciona y solo quiero pensar en lo feliz que soy con ella.
Me siento arrastrado en dos direcciones distintas: por un lado, está mi
pasión por el deporte, y por el otro, el amor que siento por Emily. Es un
equilibrio complejo.
De repente, la veo. Me está esperando en la puerta de la resi, con un lote
de seis cervezas en la mano.
Esta chica es un tesoro…
—Capitán… —dice, alzando la voz, mientras hace una reverencia.
Cuando me acerco a ella, riendo, me aplaude. Niego con la cabeza. Me
encanta esta faceta suya, tan despreocupada y feliz, risueña y adorable.
Inmediatamente, me vienen a la cabeza imágenes del polvo en el baño
de la cafetería. La abrazo fuerte y, de forma instintiva, me rodea con las
piernas. Me la subo a la habitación. Mientras abro la puerta, se ríe a
carcajadas y me besa el cuello.
Me aprietan los pantalones en la zona de la entrepierna y la dejo caer
sobre la cama sin previo aviso, antes de abalanzarme sobre de ella, sin
miramientos. La beso apasionadamente mientras intento desnudarla.
Aunque quiero ir despacio, mi cuerpo tiene otros planes: la necesito aquí y
ahora.
La ayudo a bajarse los vaqueros ajustados, me quito la ropa y subo por
sus piernas, besándola. Su piel es tan suave y está tan buena… Emily se
retuerce al tacto de mis besos y gime con fuerza cuando me detengo entre
sus muslos. Se lo como, se lo relamo, la devoro.
Me encanta su sabor.
—Liam… —susurra, y el sonido de su voz ligeramente grave me excita
aún más.
Bajo la mano para tocarme mientras se lo sigo comiendo y la miro a los
ojos. Ella me aparta los mechones que se me caen en la cara y luego me
agarra del pelo para apretarme más contra su sexo húmedo.
Se muerde el labio y siento que está a punto de correrse en mi boca,
pero necesito follármela antes. Sin perder el tiempo, cojo un condón y se la
meto con urgencia. Ambos jadeamos con fuerza.
Estar aquí, dentro de ella, es como transportarme a otro mundo. La
sujeto por el cuello con la mano derecha y le meto el pulgar en la boca. Ella
lo chupa y lo mordisquea con deseo. La tengo sujeta por las caderas y mis
movimientos son firmes e implacables. Tras unas cuantas embestidas, tengo
que parar para no correrme ahí mismo.
La beso, hambriento, antes de tumbarla boca abajo y penetrarla de
nuevo. Emily mueve las caderas en círculos hacia delante y hacia atrás y
muerde la almohada.
Esta chica me va a hacer perder la cabeza…
Le clavo los dedos en la piel mientras la sujeto por los hombros y me
impulso para hacérselo con una fuerza salvaje. Me chorrea el sudor por la
frente y no puedo contenerme más. Necesito hacerla mía. Con unos cuantos
golpes secos y poco indulgentes, nos llevo a los dos al orgasmo.
Sin aliento y con una sonrisa de satisfacción, me aparto de ella y me
tumbo a su lado. Emily se vuelve hacia mí.
Tiene el pelo alborotado y las mejillas sonrosadas, con un brillo especial
que la caracteriza justo después de correrse. Me mira con los ojos llenos de
amor. Durante un buen rato, nos quedamos mirándonos. Hay algo íntimo y
natural en este silencio cómplice.
No creo que quiera perderme esto nunca más…
***
Sus palabras me hacen sonreír. Aunque no pueda estar allí, sé que está
orgullosa de mí y eso me enternece el corazón. Vuelvo a bloquear el
teléfono y Chase brinda conmigo. Promete ser una noche inolvidable y
estoy decidido a disfrutar de cada minuto. Creo que me merezco un respiro
antes de volver a la carga, aunque sea solo por una vez…
El tiempo vuela y, antes de que me dé cuenta, es medianoche. El bar
sigue lleno, la música suena a todo volumen y parece que el buenrollismo2
ha alcanzado su punto álgido. Al cabo de un rato, noto que algunas chicas
nos están echando miraditas. Es evidente que están intentando acercarse a
nosotros. Se huele su interés a kilómetros a la redonda. Sin embargo, a
pesar de la magia del entorno, no dejo de pensar en Emily. Rechazo con
educación sus insinuaciones y sigo bebiéndome la cerveza.
Chase me mira y se ríe.
—Joder, bro, ¿y tú quién eres?
Sonrío.
—¿Que quién soy? ¿Qué pasa, que no puedo tener la fiesta en paz, solo
con mi mejor amigo?
Chase asiente y me devuelve la sonrisa.
—¡Obvio, tío! —responde.
Una hora más tarde, volvemos al campus. Las luces de la ciudad nos
envuelven con un suave resplandor. La noche aún es nuestra. Vamos
haciendo eses y repitiendo las mismas historias de siempre, entre risas.
—¿Recuerdas cuando la señora Marshall nos obligó a limpiar las hojas
muertas de su jardín?
—¡Claro que me acuerdo! ¡Uf! Decidiste que era buena idea jugar con
el soplador de hojas de tu padre, ¡y las esparciste por medio barrio!
—No, no, no, colega. ¡Me convenciste de que lo hiciera! Yo soy…
De repente, de entre las sombras, surge una silueta que se interpone en
nuestro camino y le bloquea el paso a Chase.
—Pero ¿qué…?
La adrenalina corre por mis venas al percibir el brillo de un
destornillador en la mano del tipo que nos está plantando cara.
—¡Dadme la pasta que llevéis encima! ¡Venga, joder! —gruñe.
Chase y yo intercambiamos una breve mirada. Estamos de acuerdo en
algo: ¡Ni de coña se lo vamos a poner fácil! ¡Habrá que echarle huevos! Las
hemos pasado canutas antes, así que no vamos a dejarnos intimidar por un
atracador, y menos ahora, que estamos de fiesta. Además, le superamos en
número, somos bastante fuertes y más jóvenes que él.
Por desgracia, olvidamos el factor borrachera. La verdad es que vamos
como una cuba…
Sin dudarlo, nos lanzamos sobre él y le intentamos quitar el
destornillador de las manos, pero él se resiste más de la cuenta y acabamos
pegándonos de una forma bastante caótica.
El dolor se apodera de mí cuando siento un pinchazo en el estómago,
pero sigo decidido a luchar. Chase le atiza como puede y, entre ambos,
intentamos plantar cara a nuestro atacante. Se nota que no es la primera vez
del atracador, y en un milisegundo, aprovechando que estamos aturdidos,
esquiva nuestros golpes y nos tumba de un puñetazo a cada uno. Me doy
con la cabeza contra el asfalto y lucho por no perder la consciencia.
El ladrón rebusca en los bolsillos de nuestras chaquetas y se hace con
nuestras carteras, antes de salir corriendo.
¿Qué coño ha pasado?
Me pongo de pie a cámara lenta, tambaleándome y observo con rabia su
sombra a lo lejos, al girar la esquina. Mientras busco a tientas en mi
chaqueta lo que sé que ya no está, siento que algo líquido me calienta el
estómago. Mi ira se convierte en horror al darme cuenta de que estoy
sangrando Ha debido clavarme el destornillador tanto en el brazo como en
el estómago, pero creo que me ha desgarrado un poco la tripa y tengo una
herida muy fea que me llega hasta la cadera. También me sangra la frente,
pero creo que eso es por darme de lleno contra el asfalto. El dolor empeora
por momentos y trago saliva.
—¡Eso, huye, cerdo cabrón! ¿Chase? Chase, ¿estás bien?
Me giro hacia mi mejor amigo, que sigue tirado en el suelo. Respira con
dificultad y su camiseta se está volviendo de un tono granate oscuro en la
zona en la que le ha agredido.
—¡Mierda, joder! ¡Chase!
Me tiro de rodillas a su lado y me sonríe con dificultad.
—Somos un poco mantas en esto del cuerpo a cuerpo, ¿eh? —dice—. Si
contamos esta historia, tendremos que adornarla un poco a nuestro favor…
—¿Estás bien, tío? —le pregunto, preocupado, al verlo tan pálido.
—Bueno, he estado mejor, la verdad… Pero no creo que sea tan grave.
En fin, dolerme, me duele bastante, vaya…
Intenta incorporarse y yo le empujo hacia atrás para que no lo haga. El
corazón me late con fuerza. Cojo el móvil y marco el número de
emergencias. Por suerte, lo llevaba en el bolsillo de los vaqueros, así que el
atracador no me lo ha quitado.
En cuanto descuelgan, explico la situación a toda prisa, nervioso. Poco
después, llega la ambulancia, seguida de un coche de policía, y la tensión se
sustituye por una sensación de alivio.
Mientras nos toman declaración sobre el incidente, disocio. Me duele
todo el cuerpo, tengo frío y se me está pasando la mona. De repente, el
mundo me parece un lugar peligroso. La realidad me ha pegado una
bofetada en plena cara…
Los polis charlan entre sí mientras nos suben a una ambulancia que nos
lleva al hospital más cercano, con luces intermitentes y sirenas a todo
volumen.
El dolor de las heridas del destornillador me escuece. La litera se
zarandea en el vehículo, pero me niego a tomar nada para aliviar el dolor,
por miedo a que deje rastro en mis próximos análisis de sangre. No quiero
que me descalifiquen por una pelea tan estúpida. Prefiero esperar a que me
conteste el entrenador. Le he escrito para preguntarle. ¡No me importa que
me duela mientras tanto!
Miro a Chase, que está tumbado a mi lado, con la tez pálida.
No tardamos en llegar al servicio de urgencias y el personal de
enfermería nos rodea. Por suerte, las heridas causadas por el destornillador
no son profundas, pero el dolor es intenso. El corazón me late por todo el
cuerpo, incluso en las sienes.
Los minutos se alargan hasta convertirse en horas, y la presencia de los
médicos y las enfermeras nos tranquiliza. Por fin, el entrenador Franklyn
me dice, en pocas palabras, que me deje de gilipolleces y que me tome algo
para aliviar el dolor. La verdad es que lo agradezco.
Chase y yo estamos en observación, él porque tiene un buen boquete en
el pecho y yo, un golpe en la cabeza. Quieren asegurarse de que no tengo
una conmoción cerebral. El monitor que muestra el ritmo de mis latidos
emite sonidos agudos y eso no me calma mucho, para qué mentir.
No puedo dejar de pensar en la rapidez con la que todo puede irse al
traste. El camino por el que nos hemos metido ahora está lleno de
incertidumbre, y empiezo a pensar que todo esto podría repercutir de forma
negativa en los futuros entrenamientos, en los resultados de los partidos y,
por ende, en nuestras carreras.
¡Me cago en todo!
Y aquí sigo, tumbado y dándole vueltas a lo que ha pasado en las
últimas horas. De repente, unos pasos apresurados resuenan en el pasillo y
oigo el susurro de unas voces un tanto apuradas. La puerta de mi habitación
se abre y aparece Emily, seguida del entrenador Franklyn.
Se me aceleran los latidos del corazón cuando la veo y todo el dolor
parece desvanecerse por un instante. Me mira preocupada, pero también
decidida a animarme. Su presencia es como un halo de luz en la oscuridad.
Tenerla aquí me da esperanzas.
—¡Em! —exclamo con la voz ronca.
Corre hacia mí sin dudarlo. Tiene los ojos vidriosos. Me abraza con
tanto cariño que, por un momento, olvido dónde estoy y lo que ha pasado.
Es tan reconfortante… Como si el mundo que nos rodea desapareciera y
solo existiéramos nosotros dos.
—He venido lo más rápido que he podido, nada más leer tu mensaje.
¡Estaba muerta de miedo por ti! —murmura, todavía entre mis brazos.
La estrecho aún más para calmarla.
—Estoy bien. Los dos estamos bien…
El entrenador está de pie junto a nosotros. No deja de mirarnos a Chase
y a mí.
—Sois un par de idiotas —dice sacudiendo la cabeza—, pero me alegro
de que estéis sanos y salvos.
Chase, que sigue tumbado en la camilla, sonríe y suelta por esa bocaza:
—¡Pero lo que cuenta es que nos hemos defendido, entrenador!
Emily se separa de mí y se acerca a él. Le pone una mano en el hombro
y le dedica una sonrisa alentadora.
—Y mira cómo habéis acabado por cabezotas… —dice, entre suspiros.
Ya que han venido a vernos, les contamos brevemente lo sucedido y la
tensión se disipa ligeramente.
Emily vuelve hacia mí y se sienta en el borde de la camilla. Me busca la
mano y su calor se extiende por todo mi cuerpo. De no ser por ella, no sé
cómo tendría los ánimos ahora mismo…
—Casi se me para el corazón cuando leí tu mensaje —dice en voz baja,
con los ojos fijos en los míos.
—Estoy bien, Emily… —repito—. Las heridas no son profundas, solo
nos tienen en observación. Pero aun así, me alegro de que estés aquí.
Le beso la mano y ella sonríe suavemente.
De repente, Chase carraspea y nos devuelve a la realidad. Atónitos,
levantamos la vista y nos turnamos para observar a los testigos de lo que no
podría ser más evidente.
Parece que, al estar absortos en la alegría de nuestro reencuentro, nos
hemos olvidado de que Chase y el entrenador Franklyn estaban justo
enfrente.
Mierda… Creo que nos han pillado con las manos en la masa…
1
N. de la T. Es el gol que pone a un equipo por delante de otro cuando ambos van empatados. En
este caso, además, se trata del gol de la victoria.
2
N. de la T. Neologismo del español actual, formado a partir de «buen rollo». Se refiere a la
alegría generalizada.
13
Emily
***
***
***
* Necesito tiempo.
***
***
Basta ya.
Una mañana, decido que no puedo quedarme de brazos cruzados. Liam
y yo hemos tenido algo; es inútil negarlo, y esos sentimientos no
desaparecen de la noche a la mañana. Fui una imbécil al hacer caso de las
palabras de Sara. No soy tonta, sabía que no era verdad, pero me hizo daño.
En el fondo, me destrozó que insinuara que lo que Liam tenía conmigo era
una ilusión, que lo había hecho con todas. Se atrevió a soltarme a la cara
que era una ingenua por creer que estábamos viviendo nuestros primeros
pasos en el amor.
Dejemos las cosas claras: yo no era virgen antes de conocerlo. Claro
que he tenido rollos de una sola noche y también he salido con otros chicos.
Aun así, me gustaba pensar que lo nuestro era mucho más real, que
estábamos descubriendo el mundo juntos, y por eso me dolió que me
recordaran que no era verdad.
Pobre tonta... Y mira dónde estamos, bonita: tu ego sacó a relucir la
mejor parte de ti e hiciste lo que nunca habías hecho. ¿Y qué te toca
ahora? Pagar las consecuencias de tus actos.
Total, que me he armado de valor y he decidido ir al último partido de
hockey de la temporada, que es hoy. Es un momento crucial para el futuro
de Liam y Chase. Si ganan, ¡tendrán una oportunidad real en el draft!
¿Cómo me lo voy a perder? Es más, van a estar presentes los cazatalentos
de todo el país y este es el momento de lucirse. Para eso llevan entrenando
semanas como jabatos, ¿no?
Esta vez, ni cuaderno ni cámara. ¡No quiero saber nada del tema! Le
han encargado a otro periodista de la uni que cubra el evento, y la verdad,
me alivia que David no me haya obligado a hacerlo.
Encuentro un asiento libre en las gradas. Llevo una gorra cubriéndome
la cabeza. Parezco tonta, aquí, dentro del pabellón, pero prefiero ir de
incógnito a que me echen otra vez. Además, paso de sentir las miradas de
los estudiantes juzgándome o, peor aún, hacer que Liam se desconcentre en
un momento tan importante para él.
A mi alrededor, saltan chispas. Los hinchas están emocionados y llenos
de esperanza y se notan los ánimos de la afición. Liam y Chase se juegan
hoy su futuro, más allá de la victoria o la derrota. Deben estar hechos un
manojo de nervios…
Afortunadamente, el artículo no parece haber hecho mella en las
sesiones de entrenamiento de Liam, así que flipo con su fuerza de voluntad.
En cuanto el árbitro hace sonar su silbato, comienza el combate. Sus
adversarios son duros de pelar y nunca pierden la oportunidad de
provocarles. Pero ni Liam ni Chase se dejan intimidar: se esfuerzan al
máximo y demuestran por qué serían los fichajes perfectos para la NHL.
Cada tiro a puerta, cada parada, cada jugada que ejecutan sobre el hielo
puede determinar su futuro. El partido me tiene absorta y no dejo de
llevarme las manos a la cara.
¡Estoy tan tensa…!
Cuando se acercan los últimos minutos del partido, me fijo en el
marcador y veo que el equipo de la uni tiene las de ganar. Liam agudiza sus
sentidos y sigue jugando con una precisión milimétrica. Es como si
estuviera decidido a no rendirse jamás. Se hace con el disco que controlaba
el equipo contrario y se cuela entre los jugadores para dirigirse con Chase
hacia la portería. La jugada es de lo más inesperada y los espectadores
contienen la respiración, expectantes. Liam efectúa un pase en dirección a
Chase en el último momento. Este se prepara, golpea el disco y lo mete en
la portería con un ímpetu nunca visto.
El público aclama a los ganadores desde las gradas del pabellón y no
puedo evitar sumarme a su entusiasmo.
¡Han ganado la temporada! ¡Qué maravilla!
Varias personas se acercan corriendo a la pista para felicitarles por la
victoria. Entre ellos, está el entrenador Franklyn, que luce una sonrisa
triunfante, y también el señor Turner y varios periodistas de fuera. ¡Aquí no
faltan medios! Me alegro mucho por ellos.
Sin más preámbulos, me dirijo hacia la pista de hielo, esperando a que
se pase un poco la emoción del momento antes de acercarme a mi jugador
favorito.
Al cabo de un rato, Liam se fija en mí. Se le dibuja una expresión de
sorpresa en la carita, seguida de una tímida sonrisa que hace que me lata
con fuerza el corazón. Le devuelvo la sonrisa y él me guiña el ojo. Este
gesto, por ínfimo que sea, me calma y siento que me tiembla el cuerpo
entero.
¿Significa eso que ya no está enfadado conmigo? ¿O es la euforia del
momento lo que le hace actuar así?
Pero antes de que pueda acercarme más, sus compañeros lo abrazan y lo
pierdo de vista por unos instantes. Estoy a punto de dar media vuelta y
volverme a la resi. A ver, en realidad, se merece celebrarlo con tranquilidad,
antes de que yo le dé la tabarra por enésima vez. Sin embargo, de repente
oigo cómo gritan mi nombre a mis espaldas.
Esa voz... La reconocería en otra vida.
—¿Ya te vas?
Me giro y le veo, con los rizos castaños cayéndole sobre esa carita de
ángel. Es tan guapo… Está apoyado en el muro de la pista. Parece que ha
conseguido escaquearse de la euforia colectiva y me doy cuenta de que lo
ha hecho por mí.
¡Pero si es su momento!
—Perdona, no quería molestarte… ¡Enhorabuena! El partido ha sido
una pasada.
Sonríe ampliamente.
—¿Quieres celebrarlo conmigo?
Le miro dubitativa, sin saber qué contestar. No sé ni por dónde empezar.
—La verdad es que, sin ti, nada tiene sentido… —añade.
Así cualquiera dice que no…
—En eso estamos de acuerdo…
Siento que el corazón me da un vuelco, pero a pesar de todo, no creo
que me haya perdonado tan rápido. Aún tenemos una conversación
pendiente y pienso abordar el tema antes de que acabe la noche.
—Vale, te envío la dirección de la fiesta. Nos vemos allí.
Se despide de mí con la mano y vuelve con su equipo. Yo salgo
corriendo en dirección a la resi para ponerme guapa y deshacerme de esta
maldita gorra.
***
***