Pasión Sobre El Hielo Nina Norris

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Anteportada
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Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo
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Créditos
NINA NORRIS
Pasión sobre el hielo

Traducido del francés por Paloma Vega Centeno

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© 2024, Cherry Publishing
Todos los derechos reservados.
Edición en español: junio 2024
Advertencia de contenido sensible

Algunos capítulos de este libro contienen descripciones que pueden causar


cierta incomodidad a las lectoras. Los hechos representados son ficticios y
en ningún momento pretenden justificar la violencia o el abuso verbal.
1
Emily

—¡Joooder…! —exclamo al ver una notificación el móvil‍—‍. ¡Mamááá,


me acaban de cancelar el vuelo!
Mientras busco como una pirada en la aplicación de United Airlines
para descubrir qué leches ha pasado, se me acelera el corazón.
Mi vuelo salía dentro de cuatro horas y estaba lista para poner rumbo al
aeropuerto.
—¿Qué? —Oigo la voz de mi madre desde el pasillo, así como unos
pasitos apresurados en mi dirección.
—He leído que hay problemas con los vuelos regulares…
—Mierda… —dice, exhalando un suspiro.
Mi madre coge el portátil y se une a mi intento de averiguar qué
debemos hacer ahora, pero la conexión a Internet se niega a cooperar y el
chatbot de la app solo me insta a hablar con el personal del aeropuerto.
—Me da que vamos a tener que ir… —dice mi madre, encogiéndose de
hombros.
—Sí, creo que tienes razón…
Cierro la cremallera de la maleta, que está a rebosar, y cojo el equipaje
de mano y el bolso para dejarlos junto a la puerta. Luego me pongo la
chaqueta y los zapatos.
Mi padre viene corriendo a despedirse. Lleva varios días haciendo
pucheros porque su niñita del alma se va a la universidad. No puedo evitar
sonreír para mis adentros al ver que tiene el ceño fruncido. Aun así, me pilla
por banda y me espachurra entre sus brazos.
—¡Papá! No puedo respirar… —digo con voz entrecortada.
De mala gana, me suelta y coge mi equipaje para llevarlo al coche.
He hecho bien en despedirme de mis hermanas este mediodía. No se me
da nada bien decir adiós, así que es mejor que nos ahorremos las lagrimillas
dadas las circunstancias. Resulta que ahora vamos con prisa…
Mi padre me acompaña hasta el coche, donde me espera mi madre. El
pobre me mira tristón, como lleva haciendo todos estos días, y le doy un
besazo en la mejilla.
—Te quiero, papá…
Él dice lo mismo, renegón, y vuelve arrastrando los pies al porche. Una
vez allí, se detiene y nos mira, melancólico. Mi madre está sentada en el
asiento del conductor y no tarda en arrancar el coche. Me subo a su lado y
miro por la ventanilla para echar un último vistazo a nuestra casa. Me
invade una mezcla de miedo, emoción y nervios anticipados. Me encanta
Texas y siempre será mi hogar, pero ya va siendo hora de empezar un nuevo
capítulo en mi vida.
Agito la mano para despedirme de mi padre, y mientras nos alejamos,
los sentimientos de hace tan solo unos segundos desaparecen y abren paso a
una curiosidad abrumadora.
Por fin voy a estudiar periodismo en la universidad, ¡y encima en la
Gran Manzana! Me pregunto si será como en las pelis universitarias: sexo,
alcohol y fiesta…
Sacudo la cabeza. Mejor no pensemos en ello. No es que tenga nada en
contra de salir de fiesta o pillarme un pedo, pero no es mi principal
objetivo. Quiero concentrarme en los estudios y sacar buenas notas, no
meterme en plan zombi alcoholizado en la cama de un tío cuyo nombre no
recuerdo.
Me imagino caminando por el campus. Mis compis me saludan al pasar
y yo sonrío… Como estaré a tope con las clases, fijo que caigo rendida en
la cama por las noches. Inevitablemente, se me levantan las comisuras de
los labios. ¡Tengo unas ganas locas de empezar!
Cuando por fin llegamos al aeropuerto, aparece un mensaje en mi móvil
en el que se me informa de que me han cambiado el vuelo: sale mañana por
la tarde y hace dos horas de escala en Washington.
Genial…
Nos dirigimos al mostrador de la aerolínea. En las pantallas parpadean
varias luces que señalan los vuelos cancelados.
Bueno, parece que no soy la única en esta situación…
Antes de que pueda abrir la boca, mi madre coge la delantera. Parece
que, para ella, siempre seré su niñita. Con paciencia, me aparto y la dejo
hacer lo suyo.
—Buenas tardes. Verá, han cancelado el vuelo de mi hija.
Supuestamente sale otro mañana por la tarde. ¿Tienen ustedes habitaciones
de hotel previstas para estos casos? Y si es así, ¿las paga la aerolínea o…?
—le pregunta ligeramente estresada a la chica del mostrador.
—Sí. No se preocupe, señora: está todo en orden. Su hija puede
quedarse en este hotel.
La joven empleada de la aerolínea nos entrega un documento en el que
figura un alojamiento no muy lejos del aeropuerto, donde puedo pasar la
noche. En él aparecen, además, otros detalles importantes.
Me vuelvo hacia mi madre, cuyos ojos brillan de una forma bastante
sospechosa. Ahora ya no hay vuelta atrás: va a tener que dejarme y yo tengo
que seguir sola. Nos abrazamos y ambas luchamos contra las lágrimas.
—Cuídate, cariño… —susurra, secándose la cara a toda prisa—‍. Venos
contando qué tal va todo y mándanos un mensaje cuando estés en el avión.
Con cabeza, ¿vale?
Asiento y sonrío lo más ampliamente que puedo para tragarme el nudo
que tengo en la garganta. Le cojo el bolso y me dirijo a los buses lanzadera
que van al hotel. Voy tirando de la maleta, decidida. Como me dé la vuelta
una vez más, seguro que rompo a llorar.
Una vez allí, me pongo a la cola que hay en recepción. Muchos de los
pasajeros que hoy no han podido subirse a un avión van a pasar la noche en
ese hotel, al igual que yo.
Sonrío. Hay tanta gente… Seguro que todos tienen mil historias
distintas que contar. A veces me gustaría poder entrevistarlos y escribir
sobre ellos, porque estoy segura de que más de alguno habrá vivido algo
que merece la pena compartir con el mundo. Me apasiona el periodismo, así
que no es la primera vez que me dejo llevar por una fantasía similar.
Pasado un rato, entro en mi habitación. Saco el móvil y escribo un
mensaje antes de mandárselo a mi mejor amiga.
Maddie lleva un año en la universidad de Nueva York y está tan
emocionada de que por fin volvamos a estar juntas que lleva semanas
compartiéndome una cuenta atrás por las mañanas. Estoy segura de que se
decepcionará en cuanto se entere de que voy a llegar un pelín más tarde.
Le cuento mis últimas aventuras, y a los pocos segundos, ya me está
contestando:

* ¡Ay, tía, no me creo que ya estés de camino!


¡Qué ilu, joder! Pero ¿a qué viene lo de retrasarte el vuelo? ¡Cómo se
pasan! Ya verás, en cuanto llegues, cuidaré de ti como mamá pato cuida
de sus polluelos.

Se me escapa una carcajada. Maddie siempre consigue arrancarme una


sonrisa. La conozco desde lo que parece ya una eternidad y también fuimos
juntas al insti. Estoy deseando volver a verla.

***

Al día siguiente, cuando por fin estoy sentada en el avión, se me dibuja


una sonrisa de satisfacción en la cara. Qué poco falta… ¡Dentro de unas
horas, llegaré a mi destino!
El vuelo aterriza sin incidentes. Por suerte, en cuanto toco tierra, no
tengo que esperar mucho para coger la maleta. La saco de la cinta
transportadora y me apresuro hacia la salida. Nada más atravesar las puertas
automáticas, la veo: ahí está mi Maddie, radiante. Lleva un enorme cartel en
el que se lee mi nombre, escrito con un montón de lentejuelas.
Normalmente me incomoda ser el centro de atención, pero esta vez no me
importa; solo quiero abrazar a mi mejor amiga. Corro hacia ella y la
achucho tan fuerte que casi nos caemos.
—Te has hecho de rogar, ¿eh, guapi? Qué bien que estés aquí ya… —
Maddie se ríe y me da un beso en la mejilla.
—¡Vaya odisea! —murmuro mientras caminamos cogidas del brazo
hacia la salida.
Charlamos y reímos todo el camino hasta la residencia. Me alegro
mucho de volver a tenerla cerca. Somos uña y carne; inseparables, como
una tostada y la mermelada. Hasta tenemos una frasecita: «Emily y Maddie:
dos bomboncitos independientes, que cuando se juntan, ¡se vuelven
invencibles!».
Un rato después, mi amiga aparca el coche y atravesamos el campus de
punta a punta. ¡Qué aprensión! Me están entrando náuseas y todo… ¡Estoy
aquí de verdad, en la universidad de Nueva York! Miro a mi alrededor,
cohibida: este sitio me infunde respeto.
¿Podría alguien…?
Maddie me pellizca la cadera y chillo.
—Pero ¿qué haces, chiqui?
Se ríe como si me hubiera leído el pensamiento.
—Te he visto tan empanada con lo que te rodea que he pensado en
traerte de vuelta a la realidad.
No puedo evitar reírme. Lo nuestro siempre ha sido así: parece que
Maddie y yo estamos conectadas. Casi da miedo.
Seguimos caminando y pasamos junto a un árbol majestuoso que parece
mágico a la luz de las farolas. Poco después, llegamos a la puerta de la
residencia. No es el edificio más moderno del mundo, pero algo es algo.
Después de todo, a lo mejor la fachada engaña…
Maddie tiene su propia habitación, pero yo solo podía permitirme una
compartida. Además, por razones administrativas que se me escapan, era
imposible que nos cogiéramos una a pachas.
Espero llevarme bien con mi compi de piso…
Nos dirigimos a la entrada y Maddie me ayuda con el equipaje. Mi
habitación está en el segundo piso. Por suerte, hay ascensor y parece
bastante moderno. Habría sido un horror subir dos tramos de escaleras con
esta maleta, que pesa un quintal.
La campanita del ascensor suena y busco directamente el número de mi
habitación. Es la 220. Cómo no, está al final del pasillo…
Se me acelera el corazón al llamar a la puerta. Me pregunto qué me
esperará al otro lado, o mejor dicho, quién me esperará allí dentro.
—Adelante… —dice una voz demasiado aguda.
Maddie y yo nos miramos brevemente antes de abrir la puerta.
Cuando entro en la habitación, me quedo sin habla. Está decorada con
mucho gusto. En el centro hay una mesita de madera con dos sillas, y a
ambos lados están las camas: una para mi compañera y otra para mí. En un
rincón de la habitación hay un minisofá que parece bastante cómodo y una
tele enana. La cocina está en el lado contrario. En la ventana, veo a una
chica morena, alta y delgada corriendo hábilmente la cortina.
—Hola, soy Emily, tu nueva compañera de piso —le digo con una
sonrisa.
Se gira con descaro y me mira de arriba abajo.
—Vamos a tener que mejorar tu gusto para los zapatos… —‍responde.
—Esto, yo… —farfullo, desconcertada.
De repente, mi compañera de piso se echa a reír, se acerca a mí y me da
un fuerte abrazo.
—¡Es coña! Soy Cassy, ¡encantada de conocerte!
Me suelta y mira a Maddie con curiosidad.
—Esta es Maddie, mi mejor amiga. También estudia aquí —‍digo, para
presentarla.
Cassy también le da un abrazo a mi amiga.
Uf, ¡qué suerte he tenido!
No tardo nada en sentirme a gusto con mi compi. Parece de lo más
agradable y tiene unos ojitos adorables y, según he visto, bastante sentido
del humor.
—Pasad, pasad, ¡sentaos! ¿Queréis algo de beber? ¿Un café? ¿Un té?
¿Qué tal el viaje? ¿De dónde vienes?
Bueno, la verdad es que esta chica habla por los codos. Voy a tener que
acostumbrarme…
Pasamos un ratillo charlando y comentando los típicos detalles en estos
casos. Ella es de California y estudia diseño de moda, algo que no me
sorprende si tenemos en cuenta su gusto para la decoración, y también es
nueva aquí, en la uni. Luego me enseña mi parte de la habitación. Es
bastante pequeña, pero está muy bien decorada.
Maddie me ayuda a deshacer las maletas.
—Oye, ¿qué tal si nos tomamos algo en el bar de abajo? Así, en plan
bienvenida… —‍dice mi mejor amiga, moviendo las cejas.
Estoy hecha polvo, pero también demasiado emocionada para meterme
en la cama, así que acepto. Le preguntamos a Cassy si quiere venir con
nosotras.
—¡Solo si te pones otro par de zapatos! —grita desde la cama.
Las tres nos reímos y me calzo unas botas.
—¿Qué te parecen estas?
Cassy se fija en las botas y luego me mira a mí; y así, un par de veces.
Después de pensárselo un momento, finalmente dice:
—Bueno, aceptable…
—Me alegra oírlo… —digo, divertida, y luego nos echamos a reír.
No sé qué me esperaba de un bar en pleno campus, pero desde luego, no
esta locura. Me recuerda a un local clandestino de los años veinte. La
decoración, el ambiente, la música… ¡No le falta nada! Me siento más a
gusto que un arbusto. Es verdad que no está muy lleno, pero probablemente
sea porque es entre semana.
Nada más sentarnos en una mesa, una camarera nos saluda con una
energía envidiable. Tiene el pelo corto y rubio, lleva algunos piercings en la
cara y tatuajes en los brazos.
—¡Pero bueno, si es mi Maddie…!
Mi mejor amiga la saluda con una sonrisa.
—¡Os presento a Ella! Ella, esta es mi mejor amiga, Emily, recién
llegadita de Texas, y su compañera de piso, Cassy.
—Encantada de conoceros, chicas. A la primera ronda de bienvenida
invita la casa. Míralas, vaya trío… Parecéis las tres Gracias… ¿Qué os
apetece?
Maddie pide dos zumos de fruta recién exprimidos para nosotras y se
vuelve hacia Cassy, curiosa.
Ella nos mira como si fuéramos parte de un complot.
—Esta noche, me desato. Un té verde, por favor.
Las tres soltamos una risita y la camarera vuelve a la barra.
Recorro el bar con la mirada y me fijo en un grupo de chicos. Tienen un
aspecto bastante atlético, con esos aires de deportistas, y por la forma en
que se comportan entre ellos, parecen más una panda de adolescentes que
de universitarios.
¿Puede que sean del equipo de fútbol?
Esperemos que no. Sé que me va a tocar entrevistar a uno de ellos para
una de mis asignaturas de la carrera, y también porque voy a trabajar para el
periódico de la universidad, ¡y no me apetece nada acercarme a esa panda
de gorilas!
Justo entonces, uno de ellos, que está buenísimo, todo sea dicho, me
hace ojitos y me manda un beso al aire. Arrugo la nariz y miro hacia otro
lado. Me he sonrojado y no quiero que me vea.
¿Por qué no pueden comportarse como personas normales?
—No dejes que el team1 mazado te maree. La mayoría de esos tíos está
buscando líos de una noche e intentan seducir a todas las novatas… —dice
Maddie.
Cassy también sacude la cabeza, irritada.
—Bueno, da igual, ¡hoy celebramos que por fin estás aquí! ¡A la mierda
todo lo demás!
La camarera vuelve con nuestras bebidas y brindamos.
—¡Por un año emocionante! —dice Cassy en tono solemne.
El cosquilleo de mi barriga promete. Le doy el primer sorbo a mi zumo
y sonrío. Estoy impaciente por saber lo que me depara el futuro.

***

Es mi primer día oficial en la uni y me levanto temprano. Son las 06:30


h, pero la emoción de conocer a la plantilla del periódico estudiantil y la
larga lista de tareas que tengo pendientes han conseguido sacarme de la
cama.
Me pongo la bata y me levanto para meterme un café en vena. El
agradable olor del desayuno me acaricia la naricilla. Cassy está sentada en
la mesita del centro de la habitación comiéndose unos gofres.
—Buenos días, solete. ¿Tú también eres madrugadora? —‍pregunta
alegremente.
—Buenos días, Cassy. Intento serlo, pero en verdad necesito un…
Antes de que pueda terminar la frase, mi compi se levanta y se dirige a
la cafetera para explicarme cómo funciona y enseñarme dónde está lo que
necesito.
En cuanto tengo la taza humeante en la mano, ambas nos sentamos.
—Antes de ir al periódico, quizá deberías darte una duchita y arreglarte
el pelo… —dice Cassy, mirándome atentamente.
—Oh, ¡gracias por el consejo! Por poco me presento allí en bata…
—‍respondo irónica.
Ella suelta una risita, se levanta y se pone la chaqueta.
—Menos mal que me tienes… En fin, tengo que irme. ¡Luego nos
vemos!
Se despide agitando la mano y cierra la puerta. Saboreo el resto de mi
café y, sobre todo, la calma. A estas horas de la mañana, ¡lo de hablar me
cuesta bastante!
Maddie dijo que pasaría a por mí a las 07:30 h, así que será mejor que
me meta en la ducha. Ayer no me fijé mucho en cómo era el baño. Es
pequeño, pero servirá. Sencillito y moderno. Es evidente que Cassy aún no
lo ha decorado, pero estoy segura de que no tardará mucho en hacerlo.
Mientras me pongo la máscara de pestañas, llaman a la puerta.
¿Maddie llegando a la hora que toca? Eso es nuevo…
La saludo con entusiasmo. Aún no me puedo creer que mi mejor amiga
esté aquí, conmigo. La he echado tanto de menos…
—¿Estás lista o qué?
—No tenemos tiempo para tomarnos un cafetito o algo, ¿no?
—‍pregunto, horrorizada.
—Bueno, si quieres llegar tarde en tu primer día… Además, ya te has
tomado uno. Creía que querías cortarte un poco con lo de tu adicción a la
cafeína… —Maddie señala la taza vacía sobre la mesa y sonríe.
Al ver mi mueca de hastío, añade:
—Veeeenga, vaaaale… Podemos tomarnos uno por el camino.
—¡Aleluya! —grito, satisfecha, y justo después, salimos pitando de la
resi.
Hay unos veinte minutos de camino hasta las oficinas del periódico
estudiantil. Aprovecho este momento de relax para observar el ajetreo que
nos rodea y descubrir el campus. Todavía no he asimilado que ahora vivo
aquí.
Poco después, entramos en un edificio moderno en el que se imparten
las clases de periodismo y donde está también el periódico. La verdad es
que impone bastante. Me siento un pelín intimidada.
Una vez allí, Maddie, que también está en la redacción, me presenta a
todo el mundo, incluido el editor jefe, David, con quien ya había hablado un
par de veces por teléfono. Después de una breve conversación con este
último, mi amiga me enseña mi escritorio. Aquí cada uno tiene su
rinconcito propio, y aparte, hay una sala de reuniones. Los equipos
informáticos son de última generación; no parece que nos falte de nada.
—Vas a trabajar en la sección de deportes del periódico. Lo primero que
tienes que hacer es entrevistar al capitán del equipo de hockey2 sobre hielo.
Puede ser un poco… especialito, pero no te preocupes, lo harás bien —me
explica Maddie.
Frunzo el ceño, desconcertada. Ni siquiera sabía que la universidad
tenía un equipo de hockey sobre hielo, y además, no tengo ni idea de ese
deporte. En el insti me especialicé en baloncesto. Por no hablar de que el
capitán parecer ser un especialito. Por eso me envían al frente, ¿no? Me da
a mí que nadie más quiere hablar con él… Tal vez sea algún tipo de prueba,
o mejor dicho, una novatada. Casi parece que quieren que les demuestre mi
valía. En fin, pase lo que pase, podré con ello. Soy nueva aquí y tengo que
demostrar aquello de lo que soy capaz.
No me hace falta mucho para empezar a pensar en la información que
necesito para escribir un buen artículo. Según parece, por aquí se suelen
entregar las cosas los miércoles como muy tarde, así que tengo cinco días
para aprender todo lo que pueda sobre ese deporte y, sobre todo, para
convencer al capitán del equipo de que me conceda una entrevista. Maddie
me ha dicho que ya sabe que voy a ir a buscarle, pero no ha mencionado si
estará abierto al típico jueguecito de pregunta-respuesta…
En fin, ¡a trabajar!
1
N. de la T. En inglés, equipo.
2
N. de la T. En español existe la palabra «jóquey», que es la adaptación del anglicismo hockey.
Sin embargo, dada la tendencia extranjerizante de este libro, se ha preferido utilizar la forma inglesa,
que además se mantiene en redonda, pese a que debería resaltarse en cursiva, para evitar la
contaminación excesiva del texto a efectos estilísticos.
2
Liam

Acabamos de terminar el entrenamiento y estoy sentado, aún sudoroso,


frente al despacho del entrenador Franklyn. Me ha pedido que le espere
aquí y, como es quien es, pues me toca obedecer y no hacer preguntas.
Probablemente quiera hablarme del partido de la semana que viene y
repasar la estrategia.
—Has jugado muy bien hoy —me dice, nada más entrar en el despacho.
—Gracias, entrenador. Se lo debo al equipo. Creo que podemos ganar el
próximo partido sin problemas, sobre todo si seguimos…
—Me alegra oírlo, pero no estás aquí por eso —‍me interrumpe—. Me
he enterado por los altos cargos de la universidad de que este año el
periódico estudiantil va a centrarse más en el hockey sobre hielo. Así
atraeremos a los patrocinadores y habrá más espectadores en los partidos.
Puede que esto ayude a que algún representante se entere de quién eres, lo
cual no nos viene mal, ¿no?
Cuando oigo la palabra «representante» se me iluminan los ojos. Mi
sueño es convertirme en jugador en la liga profesional. Haría cualquier cosa
para que un agente deportivo viniera a vernos y me dejara demostrarle mi
valía. Bueno, y la del equipo, en general. Esos artículos en el periódico
estudiantil podrían ayudar, si se publican con cierta regularidad, claro.
Aunque para qué mentir, la mayoría de los periodistas del campus van
buscando gresca o te vienen con un rumor absurdo en mente que quieren
confirmar a base de preguntas concretas. Y no hay nada que me toque más
la moral.
A ver, es cierto que nunca he sido muy amable con ellos y, por eso
mismo, el periódico de la uni casi nunca se hace eco de nuestros partidos.
La mayoría de las veces solo nos dan un encarte en el que anuncian cómo
hemos quedado. Pero si publicaran más artículos con ciertos detalles,
llamaríamos más la atención, y también podríamos fichar a nuevos
jugadores. Necesitamos sangre fresca.
Asiento y dejo que el entrenador continúe.
—Uno de los periodistas estará en el partido del lunes y te hará unas
preguntas cuando acabe. ¿Te parece bien?
Tendré que ser obediente…
—No hay problema, entrenador. Yo me encargo.
—Liam, por favor, compórtate… Necesitamos el favor del periódico. Y
no olvides que, ahora que empieza la temporada, vas a tener que reducir las
fiestecitas y las historias que te traigas con chicas. ¿Crees que serás capaz
de evitar ligarte a media universidad? Será solo un tiempo…
Me río a carcajadas.
—No se preocupe, entrenador, ¡sacaré a relucir la mejor versión de mí
mismo!
Le dedico mi mejor sonrisa, pero no causa ningún efecto en él. El
entrenador Franklyn me mira serio.
—Eso es exactamente lo que me preocupa, Liam…
Levanto ambas manos y pongo cara de inocente, pero el entrenador ni
se inmuta.
—Está bien, está bien… Me comportaré; lo prometo.
Cuando salgo del despacho y la puerta se cierra detrás de mí, oigo que
el entrenador suspira y no puedo evitar sonreír.
Una entrevista con un periodista esnob, ¿eh…? Puede que me divierta,
después de todo…

Paso el resto de la tarde con mis amigos. Hemos organizado una


barbacoa y aquí estamos, bebiendo cerveza y hablando de hockey.
Debería estar estudiando para los exámenes, pero antes de los partidos,
me gusta desconectar un poco con mis colegas. El hockey sobre hielo es mi
vida. ¿Quién necesita una carrera en Administración de empresas? No hay
nada como mis patines para olvidarme de todas mis preocupaciones y
concentrarme en el juego. Con ellos, estoy en mi elemento.
A veces me imagino a mi padre entre el público, animándome,
orgulloso, mientras meto un disco1 tras otro en la portería contraria. Pero el
muy cabrón se fue cuando yo tenía 4 años. Dejó a su mujer y a sus tres hijos
por su secretaria.
Maldito pedazo de mierda…
Me quito esa idea de la cabeza, me bebo la cerveza de un trago y voy en
busca de una distracción agradable. Sentada en una esquina, una preciosa
pelirroja me sonríe.
Justo lo que necesito…
Me acerco a ella. Charlamos un rato y cada vez es más evidente que le
pongo. No me extraña: es imposible resistirse al capitán del equipo de
hockey. Y bueno, no es por presumir, pero la genética no se quedó corta
conmigo…
Cuando le pregunto si le gustaría venirse a mi habitación, como si
apenas le hubiera dejado caer que quiero acostarme con ella, asiente
entusiasmada. A veces es tan fácil que aburre, pero esta noche no me
apetece dormir solo.

***

Suena el pitido final y todo el pabellón grita en fervor. ¡Vaya partidazo!


Acabamos de ganar el primer partido de la temporada y no puedo estar más
orgulloso. Si seguimos así, tendremos un buen puesto en la clasificación.
Estoy en la pista de hielo con mis compañeros de equipo. Nos
abrazamos y gritamos de alegría. Al final, los días de entreno intenso han
dado sus frutos. De repente, me fijo en que hay una rubia muy guapa justo
al lado de la grada, con un cuaderno y un boli en la mano.
¿Qué hace ahí? ¿Y por qué nos mira como si estuviera esperando algo?
Entonces caigo en la cuenta: ¡Es verdad! ¡Alguien del periódico
estudiantil venía a entrevistarme hoy! Me esperaba a un tipo corpulento con
gafapastas y no a una chica tan atractiva… Pues nada, las ideas
preconcebidas que tenía sobre esa profesión se acaban de ir a tomar viento.
Intrigado, me acerco a ella. Los espectadores abandonan poco a poco el
pabellón y el entusiasmo generalizado de mi equipo se va apagando.
La saludo. Me sonríe con amabilidad y simpatía.
—Hola, soy Emily, periodista deportiva del periódico de la universidad
—me dice tendiéndome la mano.
Qué formalidad… Me gusta. Y no hablemos de su cuerpo…
—Soy Liam Scott —respondo, estrechándole también la mano, que es
sorprendentemente suave y cálida—. Has venido a entrevistar al capitán del
equipo, ¿verdad?
Sonrío y señalo la c mayúscula que llevo en la camiseta. Ella asiente.
—Sí, así es. Habéis jugado muy bien hoy. Me gustaría hacerte unas
preguntas, si te viene bien.
A pesar de que intento contenerme, frunzo el ceño.
¿Se habrá estado pensando ya la bomba que va a clavar en primera
plana en su periodicucho de mierda? Aceptémoslo, el periódico de la
universidad da pena. Es como si quisieran hacerse virales, llamar la
atención a toda costa. Tío, que somos estudiantes… ¿Qué esperan?
¿Descubrir una estafa piramidal en el campus y ganar un premio Pulitzer?
En fin, de todos modos, el entrenador me dijo que me esforzara un poquito,
y si así conseguimos que se fijen en nosotros, habrá que ir a por todas.
—Hombre, tengo todo el tiempo del mundo para una periodista
deportiva tan guapa como tú… —suelto.
Ella pone los ojos en blanco y retrocede para sentarse. No puedo evitar
sonreír mientras la sigo.
Bueno, bueno, bueno… Me da que esto va a ser divertido…
Según avanza la entrevista, me doy cuenta de que domina bastante bien
el tema. Para empezar, utiliza el vocabulario adecuado, lo que no es habitual
cuando nos preguntan por nuestras jugadas, y parece tener una visión
bastante profesional del juego.
—¿Cómo consigues compaginar el deporte de alto nivel con los
estudios?
Frunzo el ceño.
Y ahí está. La preguntita del millón. No falla.
—Pues me organizo y ya está. Es decir, el entrenamiento lleva su
tiempo, pero eso no significa que haya renunciado a mis estudios. Para mí
son muy importantes —miento.
Noto que frunce ligeramente el ceño, lo que le da un toque extra de
encanto a su carita de concentración.
¡Tú sí que deberías concentrarte, Liam!
—Pues según parece, no sueles frecuentar las aulas…
—¿Es una entrevista para el periódico deportivo o un informe para la
oficina del estudiante? —contesto, repentinamente molesto.
—Ay… Perdona, perdona. No quería ofenderte con la pregunta.
La chica se rasca la frente, nerviosa y repasa lo que ha anotado en el
cuaderno.
—Como capitán, ¿qué mensaje te gustaría hacerles llegar a tus
compañeros y a la afición después del partido?
—Estoy muy orgulloso del rendimiento del equipo. Lo hemos dado todo
en la pista. Si seguimos así, nos clasificaremos. En cuanto a la afición, su
apoyo incondicional es inestimable. Son sus ánimos los que nos motivan a
superarnos cada día —respondo con calma, un poco más cohibido que al
principio de la entrevista.
Ella parece darse cuenta de que mi tono es más neutro, y escribe a toda
prisa un par de palabras más antes de mirarme otra vez. Sus ojos son de un
azul cristalino y perfecto, como el agua de un lago, y por un momento, me
pierdo en ellos.
—¿Sería posible que siguiéramos viéndonos como ahora, después de
cada partido? —sugiere, un poco avergonzada por proponérmelo.
Soy consciente de que no le han dado opción. Además, a mí tampoco
me queda otra…
—¿Me estás pidiendo una cita, Emily? —sugiero para aligerar el
ambiente y también porque no puedo evitarlo.
De repente, sus mejillas adquieren un precioso tono rojo y noto que se
le tensa el cuerpo.
—Esto… No. O sea, yo me refería… Es para el periódico…
—‍balbucea.
—Era broma —le digo, intentando desestabilizarla.
—Ah, vale, vale. Bueno, ¿entonces, qué?
—Sí, claro que sí. Quedamos al final de los partidos, ¿te parece?
Emily asiente, satisfecha, con la cara ligeramente teñida de rosa. El pelo
rubio le cae sobre los hombros y yo la miro, aunque intento resistirme, y me
la como con los ojos.
¿Qué pasa, Liam? ¿Significa esto que empieza la caza?
—Bueno, pues gracias por estar disponible, Liam…
—Gracias a ti por tu profesionalidad, Emily.
Le dirijo mi sonrisa más encantadora y ella se despide con una sonrisita
cortada. La observo un momento, como si quisiera registrar en mi mente el
movimiento sinuoso de sus curvas. Poco después, sale de mi campo de
visión. Las palabras del entrenador Franklyn resuenan en mi cabeza. Me va
a ser bastante difícil no tirarle la caña, pero podría decirse que hoy me he
comportado, ¿no?
En cualquier caso, esa chica ha mostrado bastante interés, como si le
importara de verdad quién soy, no solo en el mundo del hockey sobre hielo.
En cierto modo, es agradable hablar con alguien que no solo me ve como el
capitán del equipo o el chaval que se las liga a todas en el campus. No
recuerdo la última vez que alguien me escuchó de verdad.
Además, parece inteligente y se comporta como si le apasionara lo que
hace, lo cual es todo un cambio con respecto a las chicas que me rodean la
mayor parte del tiempo.
Sacudo la cabeza.
Es mi último año en la universidad y quiero que algún representante se
fije en mí para tener más posibilidades en el draft2, así que debo fijarme en
su profesionalidad, ¡y no en su labia o en su culo! Aunque vaya culo, por
cierto…
—¿Qué tal la entrevista?
La voz del entrenador Franklyn me saca de mis pensamientos.
—Se ha rendido a mis encantos. ¿Qué esperaba? —respondo con una
gran sonrisa.
Él frunce el ceño, taciturno.
—No tiene gracia, Liam… ¿Puedes tomártelo en serio por una vez?
Pongo los ojos en blanco.
—Ha ido bien, entrenador. Le prometí que me comportaría y eso he
hecho. Me ha preguntado un par de cosas bastante interesantes. Hemos
quedado en vernos después de los próximos partidos para que tenga
material con el que escribir sus artículos.
—¡Es estupendo que haya aceptado volver! Supongo que has cumplido
tu palabra. Eso me deja más tranquilo. En fin, ¡el partido de hoy ha sido
espectacular! Veo que estás en plena forma. Estoy orgulloso de ti, hijo —
dice, dándome una palmadita en el hombro.
—Gracias, entrenador… —le respondo mientras me dirijo a los
vestuarios.
Me urge quitarme la ropa sudada. Necesito ducharme.
El entrenador va justo detrás de mí. Ya presiento lo que se viene: el
discurso interminable de las responsabilidades y el esfuerzo que vamos a
tener que hacer…
Bla, bla, bla.
—¡Muchachos! ¡Buen partido! —grita cuando estamos en los
vestuarios.
El equipo responde con vítores y aplausos desde todos los lados. El
ambiente es bastante festivo; todos quieren expresar la emoción que sienten.
—Si seguís así, ¡seremos el mejor equipo de la temporada! Sé que
tenéis ganas de fiesta, de beber y de ligaros a alguna chica, pero por favor,
no olvidéis que tenéis clase mañana. Debéis centraros en estudiar y luciros
con las notas si queréis sacaros la carrera. Ningún representante os querrá si
vuestra media no está a la altura.
Lo dice en general, pero me mira especialmente a mí. Los chicos se
quejan en voz alta y prácticamente le suplican al entrenador que al menos
venga a tomarse una cerveza con nosotros.
—Bueno, está bien… —El entrenador cede, aunque no está para tirar
cohetes.
Aun así, mis colegas gritan de la emoción.
Para cuando llegamos al sports bar3, duchados y un poco más frescos,
el ambiente está de lo más animado. La afición nos aplaude con una pasión
atronadora y un sinfín de personas me felicitan y me dan golpecitos en el
hombro.
Aprovecho la atención para fijar la vista en una estudiante bastante
atractiva que me mira de lejos. Un poco después, se me acerca y enseguida
le veo en los ojos lo que quiere: a mí. En estos casos, es mejor ahorrarse las
palabras, ¿no? Normalmente no diría que no: me divertiría un poco y luego
seguiría con lo mío. Sin estrés, sin ataduras. Pero esta noche solo quiero
disfrutar de la fiesta con mis colegas y celebrar el comienzo de la
temporada. A menos que me ofrezca el polvo del siglo en los aseos del bar,
no va a probarme. Esta noche no me meto en la cama de nadie; lo tengo
clarísimo.

***

Suena el despertador y me siento como si me hubiera atropellado un


camión. Ya es hora de ir a clase.
Mierda… ¿De verdad se darán cuenta si no voy?
De todos modos, estoy demasiado cansado como para salir de aquí.
Además, tengo resaca. Quiero decir, había que celebrar nuestra victoria
como es debido, ¿no? Ya me he saltado las clases un montón de veces, así
que por una más… Yo creo que pasará desapercibido y todo.
Me pongo de lado y cierro los ojos.
Cuando me despierto, ya es mediodía y me ruge el estómago. Por
desgracia, no tengo nada de comida en mi guarida de estudiante. Estoy bajo
mínimos y los armarios están vacíos, así que no me queda más remedio que
bajar a la cafetería del campus, donde espero que me den algo de comer.
Bostezo de forma exagerada y me levanto de la cama. Me visto bastante
rápido y enseguida estoy listo para enfrentarme al sol y a la multitud de
estudiantes que habrá allí. Se me ha pasado el dolor de cabeza y me siento
mucho mejor que cuando sonó el despertador hace un par de horas.
Abro la puerta, pero antes de salir, me intento arreglar el pelo frente al
espejo. Cuando miro hacia el pasillo, el corazón me da un vuelco: el
entrenador Franklyn está de pie frente a mí, mirándome con su habitual
expresión seria.
¡Joder! ¿Qué quiere, que me dé un infarto?
Me encojo de hombros inmediatamente. Creo que me espera buena
bronca…
—¡Liam! Me alegro de que estés despierto. Hoy no has ido a clase, así
que he pensado en venir a verte yo mismo.
Es imposible ignorar el sarcasmo de sus palabras.
—Lo siento, entrenador, es que… Creo que me intoxiqué con la cena de
ayer y…
Sí, me he quedado sin excusas. Tremenda mierda. El entrenador
Franklyn parece decepcionado y la verdad es que me merezco que me mire
así.
—Por Dios, Liam… ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? ¡Menos
fiesta y más estudio! ¡Si no tienes un expediente impecable, puedes
despedirte de la NHL! No es obligatorio que te saques la carrera, ya lo
sabes, pero no está de más que lo hagas para asegurarte un futuro. ¡No
sabemos lo que te espera! Tienes la suerte de poder estudiar, así que no lo
eches todo a perder…
Suspiro.
—Sí, ya lo sé… Lo siento, entrenador. Haré un esfuerzo; lo prometo.
—Es lo menos que puedes hacer. Hoy no te presentes en el entreno.
Recupera las clases que te has saltado. Nos vemos mañana.
Le miro con incredulidad. Cuando estoy a punto de rechistar, me corta
de raíz:
—No me cuestiones, Liam.
Levanto las manos, resignado, y asiento.
Sin decir una palabra más, se marcha. El entrenador me ha dejado
inquieto y con un cargo de conciencia brutal. Respiro hondo con dificultad
y me dirijo a la cafetería del campus. Aun así, tendré que comer, ¿no?
Al acercarme a la entrada, veo a Emily sentada junto a una de las
ventanas. Está con otra chica del campus y parece que se lo está pasando
bien, a juzgar por la forma en que se ríe y se echa hacia atrás su larga
melena rubia. Hacía mucho tiempo que no oía una risa tan dulce y sincera.
Se la ve despreocupada y feliz.
Parece que Emily es de esas tías buenas que, de primeras, pasan
desapercibidas. Seguro que también tiene mal genio. Sería un buen reto
intentar que se enamorara de mí…
Liam, cabrón… Mejor déjalo estar.
Está claro que eso sería una distracción, justo lo que no necesito.
Además, el entrenador Franklyn me cortaría las pelotas si se diera cuenta de
lo que tramo, ¡sobre todo porque es nuestra colaboradora habitual!
Sacudo la cabeza y paso de largo sin mirarla.
Una vez en el mostrador, saludo a mi mejor amigo con una gran sonrisa.
Chase curra aquí a tiempo parcial y se ve que hoy le toca. Está tonteando —
para variar— con una estudiante. Típico de él. No puede evitarlo.
—¡Chase! ¿Seguimos intentando ligar con la clientela? ¿Cuándo les
hablas de tus gustos un tanto especiales en la cama? ¿Es en la primera cita o
te esperas un poco más?
Mi colega abre los ojos como platos, ofendido, y su víctima del
momento aprovecha para salirse por la tangente. Suelto una carcajada y él
gruñe.
—¿Un café, supongo? —pregunta.
—Pues sí, estaría bien. Muy amable por tu parte…
—Parece que has tenido un mal despertar…
Hago un pequeño mohín, como diciendo «Tal vez…».
—Déjame adivinar: ¿el entrenador te ha pillado mientras dormías la
mona y te ha soltado un sermón de los gordos?
Pero ¿qué pasa? ¿No hay secretos en este campus o qué?
Al igual que él hace unos instantes, frunzo el ceño. Me giro hacia las
mesas y me encuentro con los ojos de Emily, que parece observarme con
curiosidad. Intento ignorarla y miro hacia otro lado, consciente de que no
me hago ningún favor con esta actitud de gilipollas. En realidad, nada me
gustaría más que comérmela con los ojos.
—Sí… Me ha dado una buena turra y me ha prohibido ir a entrenar esta
tarde. Me temo que hoy te toca ser el capitán del equipo… —respondo,
alzando las cejas.
—Sabes que tiene razón, Liam…
Me lamento en voz alta.
—¡No empieces tú también! ¡Se supone que somos colegas, tío!
Chase sonríe.
—Si quieres sacarte la carrera, deberías ir priorizando lo de sacar
buenas notas. Este año tenemos todas las papeletas de clasificarnos y seguro
que algún representante se pasará por aquí antes del draft de la NHL. Pero
crack, nuestro futuro no está asegurado. ¿Qué vas a hacer si no te ficha
ningún equipo? Eres bueno. Joder si lo eres… Pero tampoco vas a ser
jugador profesional de hockey toda la vida, ¿no?
Sé que lo dice por mi bien, como nuestro entrenador, pero ahora mismo
no me apetece escucharlo.
—Que sí, Chase… ¿Podemos cambiar de tema ya?
Mi amigo levanta las manos en señal de rendición y me sirve algo para
llenarme el estómago.
Hablamos un rato y luego me voy a tomarme lo que para mí es el
desayuno. Una vez tengo el plato vacío, me pongo en pie para marcharme.
Sin embargo, cuando levanto la vista, me doy cuenta de que Emily ya no
está donde debería.
La decepción se adueña de mi pecho. ¡Qué sensación más molesta!
Tengo mejores cosas que hacer que pensar en esa chica, que ni siquiera es
mi tipo…
Antes de que pueda irme, Chase me detiene y me da un montón de
papeles.
—Son mis apuntes de las clases de hoy. Como no tienes planes para esta
tarde, puedes ponerte al día con las asignaturas que te has pelado. Ya me los
devuelves esta noche —me dice guiñándome un ojo.
—¡Qué detalle, Chase! No tenías por qué… —respondo, sarcástico, y
luego lo dejo a solas con sus clientes.
De vuelta en mi habitación, lanzo los papeles sin entusiasmo encima la
mesa. Ya sé que debería echarles un vistazo y prepararme para el próximo
examen, pero me parece mucho más entretenido salir a correr por el
campus.
Casi por instinto, me calzo las zapatillas de correr y salgo por la puerta.
El estudio puede esperar.
El sonido constante de mis pasos sobre el asfalto tiene un efecto
tranquilizador y noto la mente cada vez más despejada. Sin embargo, no
consigo sacarme la carita de Emily de la cabeza. La veo allí, junto a la
ventana, riéndose con su amiga. Los ojos azules le brillan; no exagero. Su
pelo rubio casi me suplica que lo acaricie con la mano y esos labios tan
apetecibles me piden que los bese…
Joder, se me está yendo la olla. Se me está poniendo dura solo de
pensar en esa periodista…
Intento quitármela de la cabeza, pero como no lo consigo, aumento la
velocidad de mi carrera, y finalmente, logro deshacerme de unas fantasías
poco decentes.
En cuanto llego a la residencia, me doy cuenta de lo muerto que estoy.
Me falta el aliento, pero me siento liberado. Ahora tan solo necesito darme
una ducha caliente y así podré ponerme con los apuntes que me ha dado
Chase.

Sentado en mi escritorio, miro fijamente la pila de papeles. No entiendo


ni papa. Joder, pues sí que la hemos liado… Quizá si copio algún que otro
párrafo, se me quedará algo…
Cojo un boli y miro el reloj. El entrenamiento ha empezado hace un rato
y estoy disociando aquí, sentado en la mesa. Cuando no hago lo que me
gusta, me siento vacío, fuera de lugar.
Molesto, me dirijo a la nevera y cojo una cerveza. Ni siquiera puedo
llamar a uno de mis colegas, porque todos están en la pista de hielo.
Resignado, saco el móvil y llamo a mi madre. Puede que no tengamos la
mejor relación del mundo, pero de una forma u otra, siempre está cuando la
necesito.
—Hola, Liam, ¿no deberías estar entrenando? —me pregunta
inmediatamente, suspirando.
—Hola, mamá… Estoy bien, gracias por preguntar. ¿Cómo estáis mis
maravillosas hermanas y tú? —respondo con una inocencia absoluta.
—¿Qué has hecho ahora?
—No he hecho nada, mamá. El entrenador solo quería darme un
descanso hoy para que pudiera concentrarme en mis estudios, porque tengo
exámenes dentro de nada.
Una mentirijilla piadosa.
Se hace un breve silencio.
—Bueno, ya me dejas más tranquila. Creía que había pasado algo…
Hablamos un rato y noto que me siento un poco mejor. Mi madre
siempre consigue provocar en mí una sensación de bienestar. Cuando hablo
con ella, desaparecen los nubarrones. Solo hay un tema con el que nunca
nos mojamos: mi futuro profesional. Digamos que no le encanta que quiera
consagrar mi vida al hockey sobre hielo. Y como siempre que hablamos del
asunto acabamos discutiendo, lo evitamos a toda costa.
De repente, llaman a mi puerta. Me despido de mi madre y me levanto
para abrir. Delante de mí está Chase con un ojo morado. Me echo a reír y le
dejo pasar.
—No te atrevas a decir nada… —suelta.
Se acerca a mi neverita y saca una bolsa de guisantes congelados.
Clásica jugada de deportista: hay tener una siempre por si acaso.
Mi colega se tira en el sofá. Sonrío y le paso una cerveza. Luego me
siento a su lado y brindo con él.
Tras un momento de silencio, por fin habla.
—¡Entrenar sin ti es una mierda!
Suelto una risa sincera y luego contesto:
—Lo siento, tío… No volverá a ocurrir.
Nos quedamos así un rato, disfrutando de un silencio cómplice.
Chase y yo llevamos siendo amigos desde la guardería. Es como un
hermano para mí. Hemos pasado por muchas cosas juntos y confiamos el
uno en el otro al cien por cien. No es fácil ser bisexual en un mundo tan
arquetípico como el del deporte, pero le apoyo y le partiría las piernas a
cualquiera que se metiera con él porque le gusten tanto los hombres como
las mujeres. A estas alturas, debería estar más que normalizado. ¿Por qué la
gente se empeña en juzgar a los demás, en vez de preocuparse por lo que
quieren ellos mismos? Yo movería montañas por mi colega y sé que él haría
lo mismo por mí.
—En el entreno había una rubia muy guapa buscándote. ¿Ya estás otra
vez rompiendo corazones? —pregunta de repente, moviendo las cejas.
El corazón me late un poco más deprisa, pero intento disimular para que
no se dé cuenta.
—¿Qué talla de sujetador tenía? —le pregunto, con una actitud relajada
y bastante fingida.
Chase pone los ojos en blanco.
—No seas rancio. Era una chica rubia. Tenía los ojos azules y una
sonrisa preciosa. Ah, y un cuerpazo… ¿Te haces una idea ya?
Finjo pensar, aunque antes de que hablara ya sabía a quién se refería. En
el fondo, no puedo evitar alegrarme de que me haya estado buscando.
—Ah, sí, Emily… Es del periódico estudiantil. Va a escribir varios
artículos sobre nosotros esta temporada.
Chase asiente y me mira con escepticismo. Sé que, por mucho que me
esfuerce, no voy a conseguir engañarle. Después de tantos años de amistad,
soy un libro abierto para él.
—Ay, amigo… ¡A ti te interesa esa chica…!
—¿Que me interesa, dices? ¡Qué va! Ni siquiera es mi tipo. Para
empezar, luce timidilla… Bueno, ¿qué te dijo?
Me hago el distante. Chase se ríe y me da una palmadita en el hombro.
—¡Liam, que te conozco! ¡Te has fijado en esa chica! Dime la verdad:
¿cuándo fue la última vez que echaste un polvo que mereciera la pena?
—El finde pasado. Muchas gracias por preocuparte por mi vida sexual
—respondo, molesto.
Chase levanta las manos, a la defensiva.
—Bueno, pero hay algo más… No parece el tipo de chica con la que
solo te gustaría tener un rollo de una noche —añade—. Y sí, el entrenador
tenía razón: hay que cortarse un poco con los excesos.
—Bueno, tú tampoco estás para hablar, crack…
—No, la verdad es que no. Pero voy a clase, así que Franklyn me deja
un poco a mi bola. Deberías probarlo —contesta.
Touché.
Poco después, Chase se levanta, me da las gracias por la cerveza y
aprovecho para devolverle los apuntes antes de que se marche.
—Habré entendido un tercio de lo que ponía, pero gracias de todos
modos —‍le digo con una sonrisa imperturbable.
Mi colega asiente y no dice nada. Se limita a lanzarme el paquete de
guisantes que tenía en el ojo y se pira.
Y aquí estoy, una vez más, solo. Enciendo la tele y cambio de canal
hasta que veo una peli de acción bastante antigua. Me pongo cómodo y me
sumerjo en ese mundo ficticio.
En algún punto de la noche, me despierto sobresaltado. Me ha entrado
frío y afuera está oscuro como boca de lobo. Bostezo y me desperezo antes
de tumbarme en la cama. Qué fácil es sobarse con una distracción de fondo
y no tener que esperar a quedarse dormido mientras le das vueltas a algo
absurdo que hiciste cinco años atrás.

***

—¡Qué alegría verte despierto tan temprano…! —‍exclama Chase


cuando me pilla a mitad de camino en dirección al edificio de conferencias
de la uni.
Después de una ducha refrescante, un café y una magdalena, me siento
con fuerzas para ir a clase. Si soy sincero, la riña de Franklyn y el hecho de
que ayer no pude entrenar han sido más que suficientes para motivarme.
Incluso podría decirse que estoy disfrutando del sol de la mañana y del aire
fresco, algo que hacía tiempo que no tenía la oportunidad de hacer.
—Tío, ¿me estás escoltando o qué? ¿Tienes miedo de que me raje a
última hora? —le pregunto a mi mejor amigo con escepticismo.
—¡Hay gente que mataría por tener a un guardaespaldas así! —‍contesta
alegremente.
En clase, los monólogos de los profesores —porque no se pueden
llamar de otra forma— se me hacen eternos. No dejo de pensar en salir
pitando e irme a la pista de hielo.
El profesor me saca de mi ensoñación con una pregunta para la que no
tengo respuesta. Unos cuantos alumnos se ríen, pero Chase me salva y me
susurra lo que tengo que decir. Asiento ligeramente para darle las gracias.
La verdad es que jamás seré un estudiante modelo. Me reservo mi
talento para el hielo. Si no necesitara este maldito título para asegurarme un
futuro y evitar que me prohíban ir a los entrenamientos, me iría de cabeza a
cualquier otro sitio. De eso no hay duda.
Una eternidad después, la tortura llega a su fin. Chase y yo hemos
quedado con el resto del equipo en la cafe de la uni antes del entrenamiento.
Charlamos animadamente y pasamos el rato bromeando.
Me encantan estas comidas que hacemos una vez a la semana, todos
juntos. Es como una reunión deportiva informal. Me hace mucho bien estar
de tranquis, del colegueo. Supongo que todos pensarán lo mismo. Al fin y al
cabo, estamos lejos de nuestros seres queridos la mayor parte del tiempo.
Nos hemos convertido en una familia a nuestra manera. Aunque bueno,
somos un poco bestias, tenemos un sentido del humor bastante dudoso y me
da que nos pasamos un pelín con el alcohol.
Cuando por fin me subo a los patines, vuelvo a sentirme completo.
Inhalo el aire frío de la pista y saboreo la sensación de mis pies
deslizándose sin dificultad, sin freno. Inmediatamente, y aunque es algo
paradójico, dado que la atmósfera del lugar es más bien gélida, siento que
se despierta en mí un fuego interior.
En pleno entrenamiento, justo cuando estoy a punto de interceptar un
disco de uno de mis compañeros, una melena rubia me llama la atención.
Inevitablemente, levanto la cabeza y busco la figura que acabo de
vislumbrar. Y así es como pierdo la oportunidad de efectuar un pase que
casi me habían servido en bandeja.
—¡Joder, Liam! ¿Qué coño haces?
Hago una mueca.
—¡Que la cagas, capi! —añade uno de los chicos.
—¡Que sí, que ya os he oído! Lo siento, chicos… —‍respondo, más
enfadado por mi actitud que por sus comentarios.
En el fondo, me los merezco.
Miro a Chase, que se limita a observarme, enarcando las cejas. Me giro
y compruebo, decepcionado, que ni siquiera es Emily la que está ahí de pie,
junto a las gradas, mirándonos.
Joder, esa chica me hace perder los papeles…
Recupero la compostura y me concentro en el partido. Meto un gol tras
otro para compensar mi despiste. Cuando termina el entrenamiento, Chase
se me acerca, sonriente.
—Conque esa periodista no es tu tipo, ¿eh?
—¿Qué tal si chapas la boca? —digo secamente y me dirijo a los
vestuarios.
Como de costumbre, el entrenador Franklyn se acerca para darnos el
discursito de siempre.
—No ha estado mal, chicos, pero podéis hacerlo mejor. Liam, sea lo que
sea lo que te preocupa, por favor, para el próximo entrenamiento, será mejor
que lo dejes en casa. En el hielo no hay lugar para distracciones.
—Sí, entrenador. No volverá a ocurrir… —gruño antes de dirigirme a la
ducha.
El agua caliente me ayuda a calmarme un poco, pero cuando me visto
para volver a la resi, sigo enfadado conmigo mismo.
Tengo que encontrar la forma de olvidarme de Emily. Aunque quizá la
solución sea acostarme con ella… Se me dibuja una sonrisa de satisfacción
en los labios.
Liam, eres un idiota…

***

Cuando suena el despertador a primera hora de la mañana, aún estoy


agotado, pero me obligo a levantarme y afrontar el día.
En cierto sentido, el entrenador Franklyn y Chase tienen razón: tengo
que sacar mejores notas en la facultad, sobre todo si con ello voy a
conseguir mejorar el expediente y demostrar a los cazatalentos que soy
alguien responsable.
¿Hay alguien más prometedor que un jugador que sabe compaginar el
deporte con sus estudios?
En realidad, lo que pasa es que ayer estuve mirando las titulaciones de
los jugadores de la NHL y ninguno se queda corto. Estos tíos tienen
bastante cerebro, además de ser buenísimos sobre el hielo. John Hayden, mi
ídolo, se graduó en Ciencias Políticas, nada más y nada menos que por la
Universidad de Yale.
No te duermas en los laureles, crack. ¡Puedes hacerlo!
De camino a la cafetería del campus para tomarme el café y la
magdalena de rigor, me choco con alguien rubio y bajito. Siendo justos, ha
sido más bien mi culpa, y resulta que he embestido a una personita a la que
le saco un par de cabezas.
—Oh, perdón… —me dice una voz tímida.
—No pasa nada —respondo, bajando la vista.
El resto de mi respuesta se me atasca en la garganta: Emily está de pie
frente a mí, con las mejillas sonrosadas. Le brillan los ojos.
—Esto… Tranquila, todo bien… —añado en voz baja y luego me aparto
enseguida.
Salgo huyendo de allí, antes de que sus ojos azules me hechicen y me
caiga en ellos, como le pasó a Alicia con la madriguera del Conejo Blanco
en el País de las Maravillas. Necesito una enorme fuerza de voluntad para
no darme la vuelta.
Esto no pinta bien…
Cuando llego al anfiteatro, donde se imparte una de las clases que tengo
por la mañana, me doy cuenta de que muchos de mis compañeros tienen
periódicos en la mano. Algunos me lanzan miradas discretas y me saludan
con la barbilla, bastante cordiales.
Supongo que por fin han publicado el artículo sobre nuestro partido y,
dada la forma en la que está actuando todo el mundo, debe ser bastante
positivo. Tengo curiosidad por saber qué ha escrito Emily sobre nosotros,
así que le pido un periódico a una chica bastante agradable que los está
repartiendo. Luego entro en el aula, me siento y busco la sección de
deportes.
Cuando encuentro la página en cuestión, se me acelera el corazón.
Empiezo a leer y me descubro devorando las palabras del tirón. ¡Está
increíblemente bien escrito! Emily ha captado a la perfección la esencia de
nuestro deporte y el espíritu del equipo. Estoy tan cautivado por sus
palabras que ni siquiera me entero de que el profesor ha empezado ya la
clase.
Pues vaya, sí que tiene talento…
Y por una vez, no hay cotilleos absurdos en el periódico. Si no me
gustara el hockey, creo que estaría tentado de ir a ver un partido, ¡y eso es
muy buena señal!
Me cuesta seguir el resto de la clase. Leo y releo el artículo y me dejo
llevar por la pluma de Emily. Eso demuestra que no solo es preciosa y tiene
un cuerpo increíble, sino que también sabe escribir.
Vaya, Liam, tú sí que sabes piropear como un cavernícola…
Cuando vuelvo al pabellón, el ambiente es alegre y relajado. Todos los
chicos me tocan el hombro en señal de agradecimiento.
—No sé qué le dijiste a esa chica la última vez, ¡pero su artículo es la
hostia! —dice Tyler, uno de nuestros defensas4.
—Si las gradas no están llenas en el próximo partido, ¡me doy con el
palo en los dientes! —exclama Eliot, el portero5.
—Nadie puede resistirse a mis encantos, chavales… —‍bromeo.
Justo en ese momento, el entrenador Franklyn entra en el vestuario y
nos manda a todos al hielo.
—¡Basta de cháchara! Vuestra labor en el mundo habrá concluido
cuando estéis empapados en sudor, ¡no antes! ¡Vamos, vamos, vamos!
Tenemos trabajo que hacer…
Escudriño el pasillo antes de meterme en la pista, quizá esperando
encontrar allí a mi querida periodista. Al fin y al cabo, la última vez vino a
buscarme, pero desde entonces, no ha vuelto. Puede que ya haya encontrado
una respuesta para todas sus preguntas…
Qué tonto soy, tío, debería haberle dado mi número. O podría haberle
cotilleado el insta6… Habría sido una buena excusa para volver a hablar con
ella. Podría decirle algo como: «¡Hola, Emily! Me han dicho que me
estabas buscando. Si te apetece charlar y tomarte un batido de fresa
conmigo, aquí me tienes…».
¡Joder, ya estoy divagando otra vez!
Ella ha hecho un trabajo muy profesional y ahora me toca a mí hacer el
mío. Ha conseguido poner el foco sobre nosotros, ¿no? Pues tenemos que
ganarnos la atención, ahora más que nunca.
Chase aparece detrás de mí y me da una palmadita en la espalda.
—No está aquí, bro7… ¡Deja de buscarla como si fueras un perrillo fiel!
Gruño y le pego otra palmadita en el hombro. ¡Cómo me jode que
siempre me pille así!
Una hora más tarde, un silbido estridente hace eco en la pista y pone fin
al calentamiento. Jadeante, me deslizo sobre el hielo. Mientras avanzo a
buen ritmo, las cuchillas de los patines van levantando una capa de hielo a
mi paso.
El entrenador nos da instrucciones a viva voz y nos dividimos en dos
equipos. Miro a mis compañeros con orgullo: son buenísimos. Y como
capitán, yo tengo que ser aún mejor.
Me olvido del sudor y el cansancio en cuanto el disco toca el hielo.
Concentrado y sereno, me coloco en mi posición, con la mirada fija en la
portería contraria. La adrenalina fluye por mis venas. Una vez más, suena el
silbato y entonces, entramos en trance.
Voy patinando con la ligereza de una pluma. Debo hacerme con el disco
a la velocidad del rayo. Lo único que importa es conseguir que atraviese el
travesaño8, pero mis adversarios no me lo ponen fácil. Tras unos cuantos
pases, encuentro el punto débil de su jugada y me cuelo entre los defensas.
Cuando el disco se mete en la portería, mis colegas gritan con furor: he
anotado el primer punto de mi equipo.
Sonrío a mis compañeros y choco mi palo con el de Chase. Es nuestra
forma de celebrar los goles. Sin embargo, el partido aún no ha acabado.
Vuelvo rápidamente a mi posición, listo para la siguiente ofensiva.
Cuando suena el pitido final y me quito el casco, estoy chorreando
sudor. Mis rizos castaños ya no son rizos ni son nada. Me aparto los
mechones húmedos de los ojos antes de ver a Emily junto al entrenador
Franklyn. Parecen estar inmersos en una conversación, pero cuando me
acerco, ambos me ignoran. Poco después, Emily le da las gracias al
entrenador y sale del pabellón sin mirarme.
Mentiría si dijera que no me ha dejado chafado. ¡Por los suelos, de
hecho! Giro la cabeza para seguirla con la mirada, perplejo, y ella se va
alejando poco a poco. En ningún momento se da la vuelta.
Frunzo el ceño.
Es la primera vez que una chica me hace ghosting. Bueno, en realidad,
más bien ha pasado de mi jeta. Pero, a decir verdad, me lo merezco. Si sigo
ignorándola cada vez que me cruzo con ella, no me extraña que quiera
devolvérmela…
¿Y si me lo tomo como un jueguecito de seducción? Venga, si no le hará
daño a nadie… Después de todo, si consigo ligarme a la chica que me
impide conciliar el sueño noche tras noche, ¡quizá por fin logre sacármela
de la cabeza!
1
N. de la T. En hockey sobre hielo, el disco, también llamado «pastilla» o «puck» es el elemento
fundamental y se golpea con el palo con el objetivo de introducirlo en la portería contraria.
2
N. de la T. Así se denomina a la fase de selección de los jugadores que pretenden dedicarse de
manera profesional a ciertos deportes, como en fútbol americano (en la NFL) o, en este caso, en la
Liga Nacional de Hockey o NHL (National Hockey League).
3
N. de la T. Bar en el que se pueden ver deportes en directo o en el que se reúne la afición para
celebrar las victorias de su equipo.
4
N. de la T. En hockey sobre hielo, a los defensas también se les conoce como D-Men o
blueliners. Esta última denominación se refiere a la línea azul en la pista, que representa el límite de
la zona ofensiva, donde estos se sitúan para mantener el disco en la zona.
5
N. de la T. En inglés, goalie. En ocasiones, también se le denomina «arquero» o «guardameta».
6
N. de la T. Se refiere al perfil de Instagram.
7
N. de la T. Forma abreviada de brother, que en inglés, significa «hermano» y que los jóvenes
usan como apelativo para sus amigos.
8
N. de la T. Se refiere al larguero horizontal de la portería.
3
Emily

Llevo un rato ya charlando con el entrenador Franklyn. Entre pregunta y


pregunta, ha hecho sonar el silbato para poner fin al entrenamiento del
equipo de hockey. No les ha quitado el ojo de encima a los jugadores
mientras me hablaba de los partidos de la temporada. Al parecer, mi artículo
ha tenido buena acogida, así que estoy encantada.
En la redacción me han llovido las buenas críticas y me han pedido que
sea yo quien cubra las noticias del equipo. ¡Me he asegurado un asiento en
la grada para toda la temporada! En fin… Es un mal menor, ¡lo importante
es que todas las horas que me he pasado investigando han dado sus frutos!
No está mal para alguien que no tenía ni idea de este deporte hace quince
días…
Cuando Liam se acerca a nosotros, sudoroso y sobre todo, terriblemente
sexy, me da un vuelco el corazón.
Es el típico cliché andante del deportista del campus, para qué mentir.
Maddie y Cassy tenían razón cuando me advirtieron que tuviera cuidado
con esos especímenes. Pero ¡por Dios, es tan guapo…! Debería ser ilegal. Y
apuesto a que debajo de esa camiseta del equipo de hockey solo hay
músculo…
Dicho esto, en las raras ocasiones en que nos hemos cruzado, ha pasado
de mi cara como si no me conociera de nada. Es casi como si soplara una
corriente gélida a mi vera cada vez que nos vemos, como si jamás me
hubiera concedido esa entrevista.
Pero no estoy loca: ¡ese chaval se me insinuó! Aunque bueno, para él,
ligar debe de ser como un segundo deporte. Le saldrá solo. Puede que solo
sacara a relucir esa fachada suya para que lo pintase bien en el artículo. De
todas formas, no será la primera vez que me dejo engañar por un tío…
¡Espabila un poco, Emily!
Decido evitarlo y ni siquiera le miro. Ahora ya no hay vuelta atrás. No
queremos que el chaval se motive… Es obvio que solo quiere venderme el
equipo como si fuera una maravilla. Es más, probablemente sea el pedazo
de gilipollas que me han descrito en más de una ocasión. En cualquier caso,
en el campus no es ningún secreto que él jamás deja que se le escapen los
pececillos cuando caen en su red… ¡Pues a mí que no me maree!
En fin, será mejor evitar encuentros innecesarios siempre que sea
posible. No quiero ser una de esas chicas que van lamiéndole el culo, y
además, tampoco es que me interesen los tíos arrogantes como él… Lo
nuestro se limita a colaborar para los artículos semanales que tengo que
escribir acerca del equipo de hockey sobre hielo.
Al salir del pabellón, me dirijo directamente a mi habitación, que Cassy
está redecorando una vez más. Por la forma en la que cierro la puerta tras de
mí antes de tumbarme en nuestro microsofá, mi compi percibe que algo no
va bien. Ladea la cabeza y me observa con curiosidad.
—¿Quieres hablar del tema?
—No —respondo, resignada.
—Vale, tranqui…
Se encoge de hombros y sigue decorando. Al cabo de un rato, me trae
una taza de té. Es exactamente lo que necesito, así que se lo agradezco con
una sonrisilla. Me da un poco de vergu haberle contestado así.
Se sienta a mi lado sin decir nada, algo poco habitual en ella. A ver, no
es que sea tan parlanchina, pero… Bueno, sí, ¡Cassy no se calla ni debajo
del agua! Es divertida y me hace sentir muy a gusto, pero a veces me agota.
Tras un breve silencio, finalmente habla, como si el silencio de la
habitación fuera demasiado para ella.
—Sea lo que sea lo que te preocupa, se pasará. No estás sola; lo sabes,
¿no?
Asiento y bebo un gran sorbo de mi taza. El té está rico y la miel lo
endulza a la perfección.
Siento que se me pasa un poco el cabreo.
—Sé lo que necesitas… —dice Cassy con entusiasmo.
La miro extrañada.
—Una tarde de compras. Este finde van a abrir en la ciudad una nueva
tienda vintage. ¿Por qué no os venís Maddie y tú?
Mira que hay mil cosas que me animarían, pero irme arrastrando de
tienda en tienda no es una de ellas. Sin embargo, su entusiasmo es casi
contagioso, y tengo que admitir que desde que vivo con ella, Cassy y yo nos
hemos hecho muy buenas amigas. Siempre está contenta y, aunque habla
mucho, es una chica bastante interesante.
Pero este fin de semana hay un partido de hockey muy importante y
tengo que escribir sobre él. Eso significa que me toca ver jugar a Liam Scott
durante varias horas, y luego entrevistarlo en su elemento.
Él: tan guapo, relajado, atlético, sexy… ¡Menudo bombón!
En resumen: se viene tortura.
Inhalo y exhalo profundamente.
Por otro lado, el plan que me ha propuesto Cassy podría venirme bien y
distraerme, además de sacarme del campus. De momento, no he tenido
ocasión de ir a ver qué se cuece fuera de la facultad y del periódico de la
uni. Bueno, más allá de la pista de hielo, claro. Vamos, que la oportunidad
me parece perfecta. Tendré que aceptar…
¿Qué puede salir mal?
A lo mejor hasta encuentro algún conjuntito con el que renovar mi
fondo de armario, que Cassy juzga demasiado conservador para su gusto.
Mi compañera de piso apenas puede contener la alegría y me besa en la
mejilla antes de ponerse en pie de golpe e ir dando saltitos por la habitación.
—¡Por fin vamos a poder comprarte ropa decente! —‍dice con una
sonrisa de oreja a oreja.
—No te pases. Mi ropa no está mal. No quiero parecer una…
Cassy levanta una ceja, esperando a que continúe. Me detengo
inmediatamente. No quiero ofenderla.
—¿Una qué…?
—La ropa vintage no le sienta bien a todo el mundo… —‍digo, evasiva.
—Ay, cariño… No tengo nada en contra de tu ropa, es solo que no te
hace lucir ese cuerpecito que tienes…
Hago una mueca y me concentro en mi taza de té.

***

A la mañana siguiente, abro los ojos con cautela para ver qué hora es.
Demasiado temprano. En fin, tengo mucho que hacer hoy y tampoco me
voy a quedar aquí contando los minutos… No quiero llegar tarde.
Voy arrastrando los pies hacia el baño, con la esperanza de que una
ducha me ayude a despertarme del todo. De camino, refunfuño.
El agua caliente me sienta bien en los hombros y el cuello. No me había
dado cuenta de lo tensa que estaba. Mi subconsciente debe de estar
abrumado por todos los retos que se me presentan este año.
Quizá debería empezar el día con un poco de yoga… Al fin y al cabo,
relaja el cuerpo y la mente. Pero antes de imaginarme haciendo la postura
del perro o el saludo al sol, me convenzo de que no es buena idea. Mejor
dejarle esas cosas a los que sean así de flexibles. A mí, fijo que me daría un
tirón.
Cuando salgo del baño, Cassy ya se está tomando el café. Sin mediar
palabra —parece que cada vez respeta más los silencios matutinos que tanto
aprecio— me pasa uno recién hecho.
—¿Te encuentras mejor ya? —me pregunta mirando por encima del
borde de la taza.
Doy un gran sorbo antes de contestar.
—Sí, pero debe ser por la cafeína que corre por mis venas…
Las dos nos reímos.
—¿Quieres hacer un poco de deporte conmigo esta mañana? —‍pregunta
Cassy.
La miro dubitativa.
Bueno, nadie se ha muerto nunca por hacer ejercicio, ¿verdad?
—¿Por qué no? ¡Venga, vale!
—¡Namasté! —dice, mientras me tiende la taza de café para brindar.
Abro y cierro la boca varias veces. Y yo que pensaba que simplemente
iríamos a correr…
¡Noooo! ¡Socorro! ¿En qué me he metido?
Terminamos el café y nos preparamos.
Cassy lleva el look completo de una auténtica yogui1, mientras que yo…
Bueno, me he puesto lo primero que he visto. Llevo un par de leggings
negros y una camiseta holgada.
Espero evitar que se me rasguen los pantalones por la costura…
El estudio de yoga del campus está todavía bastante vacío al comienzo
de la mañana. La primera clase con Lara, la profe, empieza a las 07:30. Se
supone que ayuda a los alumnos a empezar el día de forma positiva y con
energía, pero parece que Cassy y yo somos las únicas yoguis hoy. Estamos
frescas y listas para abrir nuestros chakras.
Lara entra en la sala con una cálida sonrisa y nos saluda con un
amistoso «namasté». Empezamos la clase con ejercicios de respiración, con
música suave y relajante de fondo. No puedo evitar pensar en Maddie y en
lo tonto que le parecería esto, y acabo sonriendo como una bobalicona. Por
suerte, hacemos algunas posturas de yoga bastante sencillas y terminamos
con más ejercicios de respiración.
Cuando se acaba la clase, miro a Cassy por el rabillo del ojo. Parece
estar en un profundo trance. Está sentada con cierta elegancia, en posición
de loto y tiene los ojos cerrados. Al oír el gong, los abre lentamente y me
mira asombrada.
—¿Qué? —pregunta carraspeando.
Me echo a reír.
—¡Nunca te había visto así de tranquila y calladita!
—Ah, bueno; te sorprenderías… ¡Hay muchas versiones de Cassy que
aún no conoces! —responde encogiéndose de hombros.
Disimulo una sonrisa y, una vez guardadas las esterillas, le damos las
gracias a Lara antes de salir del estudio.
—Solo te pido un café, por favor… A ser posible, por vía intravenosa…
—gimo.
Me siento mucho más flexible que cuando me desperté, pero aún no
estoy del todo despierta. En verdad, con la tranquilidad con la que hemos
empezado el día, casi me han entrado ganas de dormir otra vez.
Cassy se ríe y me pasa el brazo por los hombros.
—Yo creo que nos merecemos una recompensa… ¿Qué tal un gofre? —
responde.
—¡Es la mejor idea que has tenido en toda la mañana!
Vamos a la cafetería del campus y nos pedimos algo de desayunar.
Detrás del mostrador, el camarero —bastante guapo, por cierto— se dirige a
mí.
—Emily, ¿verdad?
—Esto… Sí —respondo, sorprendida de que este chico sepa cómo me
llamo.
—Me llamo Chase. Juego en el equipo de hockey con Liam Scott —me
explica mientras prepara nuestro pedido.
—Encantado de conocerte, Chase. Esta es mi compañera de habitación,
Cassy —continúo, mientras Cassy me pega un codazo en las costillas y se
aclara la garganta.
—Hola… —dice con confianza.
¿Estoy flipando o le está haciendo ojitos?
—¿Eso es todo? —pregunta Chase.
Nos pasa nuestros capuchinos a duras penas. Se ha quedado un tanto
embobado mirando a Cassy.
—No. Ponnos también dos gofres, porfa —digo, para romper el
contacto visual entre ellos.
—Sí, claro, voy… —dice Chase, poniéndose manos a la obra.
Conque juega en el mismo equipo que el señor capitán arrogante, ¿eh?
Cómo no… Pero como cuando me paso por el pabellón siempre llevan los
cascos puestos, es difícil reconocerlos fuera de la pista.
Chase nos da los gofres aún calientes y pagamos.
—Gracias de nuevo por el artículo, Emily. Al equipo le encantó. A Liam
sobre todo; créeme.
Se me ponen las mejillas rojas.
¡Pero bueno! ¿Por qué no consigo mantenerme serena cuando me
hablan de ese chico? ¿Y a mí qué más me da si le gustó mi artículo? ¡No lo
escribí para él!
—Bueno, no lo escribí para él. Es mi trabajo… —‍digo para calmar mis
hormonas y parecer distante.
Con los cafés y los gofres en mano, volvemos a la habitación. Por el
camino, Cassy me pone la cabeza como un bombo hablando de lo
maravilloso que le ha parecido Chase. Describe cada detalle de su cara
como si estuviera recitando un poema. Me río de sus comentarios.
En nuestra minúscula casita para dos, nos tomamos el desayuno y luego
me cambio rápidamente. Hoy quiero ir a la biblioteca a estudiar. Estoy
segura de que en un ambiente tranquilo y en el que todo el mundo está
concentrado rendiré más que en la cafetería, o que aquí, con Cassy.
Necesito alejarme un poco del parloteo de mi encantadora compi de piso.
Tengo que repasar un par de temas y ponerme al día con el tema del hockey.
El camino que lleva a la biblioteca está bordeado de árboles y banquitos
al sol. Casi me dan ganas de pararme aquí mismo, pero intento no sucumbir
a la tentación. Me convenzo de que estaré más cómoda sentada en una
mesa. También podría dormirme y despertarme tres horas más tarde…
Cuando llego al edificio en cuestión, busco una mesa apartada y me
pongo manos a la obra. El Derecho en los medios de comunicación no es lo
mío, pero es una asignatura esencial para comprender los aspectos legales y
éticos de mi futura profesión.
Afortunadamente, la biblioteca está bastante vacía. No me gusta trabajar
rodeada de mucha gente; de hecho, me siento incómoda. Aunque bueno,
que haya un par de personas cuchicheando tampoco viene mal… De todos
modos, aquí estoy a gusto: me concentro y puedo amontonar toda la
documentación que quiera delante de mí. Porque, bueno, cuando se trata de
investigar, soy de la vieja escuela: me gusta ir directamente a los libros a
buscar información. No me fío de internet.
Tras una hora en la que nada perturba mi concentración, justo cuando
estoy tapándome la boca para ocultar un bostezo, me fijo en el abrir y cerrar
de la puerta automática. Se me acelera el corazón de inmediato al ver entrar
a Liam Scott.
¿Qué leches hace él aquí?
Nuestras miradas se cruzan brevemente y luego aparto la vista para
volver a sumergirme en mi libro. En el fondo, tengo la esperanza de que me
ignore, como ha hecho hasta ahora. Mantengo la cabeza gacha, pero él se
sigue acercando.
Para mi sorpresa, una sombra se cierne sobre mí y deduzco que es él,
que se ha detenido justo delante de mi mesa.
—Hola, Emily… —susurra.
El sonido de mi nombre saliendo de su boca se siente como una caricia
en mi piel. Odio esa sensación.
Me aclaro la garganta y por fin levanto la vista. Me mira intensamente
con esos ojos azules e intuyo que está buscando las palabras para decirme
algo, pero no parece saber por dónde empezar.
—Hola —respondo simplemente, tratando de mantener un tono de voz
uniforme, aunque el corazón se me acelera.
¿Por qué mi cuerpo reacciona ante él de una forma tan extrema?
—Lo siento… —dice frotándose la cara.
Me confunden sus palabras, pero lo miro y finjo que no me ha pillado
desprevenida.
—¿Por qué?
De repente se instaura un extraño silencio entre nosotros. Siento que se
me forma un nudo en la garganta y que empiezan a sudarme las manos.
—Por ignorarte —dice por fin.
Casi abro la boca de golpe, pero me repongo rápidamente.
—Ah… No me había dado cuenta de que lo habías hecho —‍digo lo más
despreocupada posible, pero mi voz me delata.
Me mira extrañado y da media vuelta sin decir nada más. Y me deja ahí,
mirándole la espalda como una idiota mientras se aleja. Cuando veo que
está lo suficientemente lejos, dejo caer la cabeza sobre la mesa.
Pero ¿qué acaba de pasar?
Intento concentrarme de nuevo, pero ya es imposible. Frustrada, recojo
mis cosas y me dirijo a mi habitación.
Liam Scott se ha disculpado. ¿A santo de qué? ¿Acaso busca que
escriba un artículo sensacionalista sobre él? Puede que el entrenador le haya
echado la bronca o que se sienta mal porque le lancé flores con lo que
escribí y él ha estado ignorándome desde entonces… ¡Vete tú a saber!
Puf. ¡Qué situación más ridi2! Aunque para ridi, él…
No dejo de repetir el numerito absurdo de la biblioteca en mi cabeza.
Nunca nadie había causado semejante efecto en mí. Hasta ahora, esperaba
que solo fuera porque me sentía herida en mi orgullo. Al fin y al cabo,
pasaba de mi cara. Pero ahora me resulta difícil negarlo: todo mi cuerpo
parece reaccionar cuando me cruzo con Liam.
Joder…
No puedo dejar que me desequilibre de esta manera. He trabajado duro
para estar aquí y necesito concentrarme plenamente en la carrera. Comerme
la cabeza por un tío no me va a servir de nada. Por no hablar de que seguro
que se habrá tirado ya a media universidad…
El tono de llamada de mi móvil me saca de mis pensamientos.
—Hola, Maddie —digo, después de cogerle la llamada.
Intento aparentar normalidad.
—Hola, guapi. ¿Cómo vas? ¿Te he pillado estudiando? —‍pregunta
misteriosamente.
—Todo bien, amiga. Estoy volviendo a la habitación. En nada llego,
¿por?
—Oh, perfe, ¡porque estoy delante de tu puerta!
Apenas unos segundos después, llego a la planta y la veo al otro lado
del pasillo. Me dice hola con la mano y colgamos. Luego me saluda con un
besazo en la mejilla.
—Bueno, ya va siendo hora de descubrirte la vida nocturna de Nueva
York. Esta noche se sale, y no te atrevas a decir que no —‍Maddie me
empuja hacia la puerta de mi habitación.
—Pero… Maddie, tía… ¡No, es que tengo que…! —‍farfullo.
—¡Chiss, a callar! Esta noche no hay reglas. Si te la vas a gozar,
venga…
¡Ah, pues! Lo dice tan en serio que me entra el pánico.
¿A dónde piensa llevarme esta chica? ¿Cómo que no hay reglas? Suena
a que me va a colar en uno de estos antros en los que se hace intercambio
de parejas…
—¡Eres demasiado recta, chiqui! Te lo dice alguien que lleva un añito
ya por aquí. Siempre hay que dejar tiempo para divertirse. Si no, se te
acabará yendo la pinza, ¿sabes?
La miro, un poco inquieta.
—Relájateeee, Emily… No te voy a llevar a un tugurio punk. Es que un
amigo mío, Tyler, da una fiesta. Habrá un par de chicos y seguro que nos lo
pasamos genial. Calma, tía… —explica mi mejor amiga, subiendo y
bajando las cejas con complicidad.
Entrecierro los ojos y la observo. No es la primera vez que me vende
este tipo de fiestas y, sin excepción, nunca han ido como las pintaba ella.
Respiro hondo.
Aunque, bueno, necesito distraerme después de ese encuentro tan
surrealista con Liam…
—Venga, vaaale… —finalmente suelto un soplido, que Maddie se toma
como un sí.
Mi amiga salta de alegría. Ahora ya no hay vuelta atrás: si a Maddie se
le ha metido en la cabeza que vamos a salir, entonces vamos a salir.
Después de todo, lleva un año esperando que llegue, así que tendré que
hacerme a la idea…

***

Al final del día, me miro al espejo. Ya estoy lista. Cassy también se ha


apuntado a nuestra pequeña aventura, lo cual me tranquiliza un poco, pero
solo un poco, porque ella está que tira cohetes, como si esta fiesta fuera el
acontecimiento del siglo.
Aquí, frente al espejo, me siento un poco cohibida. Hay que decir que,
con el vestido ajustado —y muy corto— que me han forzado a ponerme
Cassy y Maddie, parece que voy a una fiesta de disfraces. Pero bueno, ¿qué
más da? Vivo en Nueva York, la ciudad que nunca duerme y que, por cierto,
¡es toda una fantasía! Es como si empezara una nueva vida en la que puedo
reinventarme.
Salimos cogidas del brazo hacia el Uber que nos espera. Poco después,
vemos a lo lejos una hermandad situada fuera del campus, donde vive el
famoso Tyler. Él y sus «hermanos», según parece. Un poco sectario, la
verdad…
El coche se detiene delante de una casa bastante grande y moderna,
abarrotada de gente. Abro los ojos de par en par y miro a mi alrededor.
Dios… ¡Esta es mi primera fiesta como universitaria!
Emocionada, salgo del coche y sigo a mis amigas hasta la entrada,
donde ya hay un par de grupitos. Maddie los saluda como si los conociera
de toda la vida y me hace señas para que me acerque.
—¡Ojo, chicos! Esta es… —Maddie finge hacer un redoble de tambor
— mi mejor amiga, Emily. Es nueva en la universidad y se merece una
bienvenida especialmente calurosa esta noche, ¿eh o qué?
Bueno, obviamente los conoce a todos. ¡Vaya! En solo un año, parece
que Maddie se ha hecho amiga de todo el mundo. La verdad es que es una
chica increíble y mucho más sociable que yo.
Levanto la mano torpemente para saludarlos antes de entrar corriendo
en casa. En cuanto pasamos por la puerta principal, oigo la música y tardo
dos segundos en intuir que va a ser una noche emocionante.
Hay mucha gente, así que nos cuesta avanzar. La casa está guay y no es
demasiado lujosa, pero en este momento parece más bien un bar gigante.
Los sofás están todos ocupados con gente charlando, liándose o metiéndose
mano.
Había oído que las fiestas universitarias eran un poco salvajes, pero
vivirlas en primera persona es algo totalmente distinto. Dejo vagar mi
mirada por la sala y…
¡Esto no puede estar pasando! ¿Liam? ¿Este chaval está en todas
partes o qué?
Me da un vuelco el corazón e instintivamente me doy la vuelta, con la
esperanza de que no me haya visto. Tiro nerviosamente de mi vestido para
tratar de taparme los muslos. De repente, me siento bastante expuesta.
Maddie me acerca una cocacola y bebo un sorbo, ansiosa.
—Parece que has visto un fantasma… —‍dice, mirándome preocupada.
—No, es solo el idiota de ese jugador de hockey… Pero todo bien,
tranqui —le respondo.
Eso parece satisfacerla. Después de todo, no tiene ni idea del rollo tan
raro que nos traemos Liam y yo. No he tenido tiempo de explicárselo, y la
verdad es que lo prefiero. Seguro que, si no, me habría llevado a rastras
hasta él para intentar aclarar las cosas.
Cassy se coloca frente a mí, refresco en mano. Brindamos y Maddie nos
lleva a las dos a la pista de baile. Inconscientemente, miro a mi alrededor
para buscar a Liam, pero no lo veo. No es que no quiera divertirme esta
noche, pero me incomoda saber que podría estar observándome desde algún
rincón del salón. No me apetece exponerme delante de ese chaval. Intento
ignorar su presencia espectral y relajarme un poco.
Después de unas cuantas canciones, nos entra sed y nos dirigimos a la
cocina, donde hay un montón de refrescos. Antes de que tengamos tiempo
de servirnos, se nos acercan tres chicos y nos dan unas cuantas botellas de
cerveza.
—Venga, chicas, tomaos un trago con nosotros, ¡hay mucho que
celebrar! —grita uno de ellos para ver si conseguimos escucharle con la
música.
Maddie es la primera en reaccionar. Acepta las botellas y les da las
gracias, se queda mirándolas durante una fracción de segundo y, una vez
satisfecha, las abre con confianza.
—Regla número 1 —me dice mi mejor amiga al oído—: nunca aceptes
botellas o vasos sin tapa de desconocidos. ¡Nunca se sabe lo que te pueden
haber echado!
Razón no le falta…
—¿Y qué celebramos exactamente? —pregunta justo después.
Los chicos nos miran de arriba abajo antes de que uno de ellos
responda:
—¡Vuestra belleza!
¡Por supuesto…!
Sonreímos por educación (porque ganas de contestarle no me faltan) y
brindamos. Maddie me guiña un ojo y señala discretamente al rubio que
tengo delante. Luego me mete un codazo. Pongo los ojos en blanco y
sacudo la cabeza con disimulo. Ella se ríe a carcajadas y junta las manos en
señal de disculpa.
Mi amiga, la más discreta…
Tras una breve conversación con esos tres tiracañas de manual, que
distan mucho de ser interesantes, Maddie nos arrastra de nuevo a la pista de
baile y, como siempre, no admite un no por respuesta. Pero no me quejo,
¡porque al menos nos ha sacado de la cocina!
De repente siento una mano en la parte baja de mi espalda. Se me tensa
el cuerpo al oír que alguien me susurra al oído lo mucho que le gustaría
ayudarme a quitarme el vestido.
No me lo puedo creer. Al sentir su aliento en mi nuca, me entran
escalofríos y trato de liberarme de su agarre. Cassy se queda mirando la
escena un par de segundos antes de interponerse entre ese chaval borracho y
yo.
—Pierdes el tiempo… Es mía —dice cogiéndome para apartarme de él.
—Gracias… —murmuro.
Pero el muy plasta no parece querer moverse de su sitio. Poco después,
pasa por al lado de Maddie, me agarra del brazo y me acerca a él. Es en ese
preciso momento cuando Liam reaparece en mi campo de visión.
Entrecierra los ojos al verme y luego fija la vista en la mano del chico que
me tiene agarrada del brazo, con bastante fuerza, por cierto. Debo tener cara
de una chica que claramente no le ha dado su consentimiento al borracho de
turno, porque enseguida se acerca a nosotras y tira de la camisa del imbécil
que no deja de insistirme.
—¡Aparta, Josh! Vienen conmigo.
—¡Lo siento, tío! Pensaba que…
—¿Qué ladras? Pírate de una vez —gruñe, apretando lo dientes.
El tal Josh se rasca la mejilla y se marcha con el rabo entre las piernas.
Liam me mira de arriba abajo y sus rasgos se vuelven herméticos.
—Es un imbécil. ¿Estás bien? Por cierto, vas preciosa con ese vestido…
Abro la boca para contestar, pero antes de que diga nada, él ya se ha
dado la vuelta.
Pero ¿¡será descarado!?
Bueno, en verdad debería darle las gracias. Al menos me ha quitado de
encima a ese baboso… Aunque sigue siendo un cabrón.
—¿Qué acaba de pasar? —pregunta Cassy, que no acaba de comprender
la situación.
Maddie se encoge de hombros y yo niego con la cabeza.
—Nada…
Miro a mi alrededor en busca de Liam, pero no lo veo.
—¿Va todo bien? —insiste mi compañera de piso.
—Es que… Ese cerdo estaba insistiendo demasiado y Liam Scott se ha
acercado y lo ha mandado a la mierda —‍le contesto.
—Joder, es que algunos tíos parecen cortitos. No entienden que no es
no. Al parecer, tampoco son capaces de ver cuándo no quieres que se te
acerquen… —responde.
Suspira y pone los ojos en blanco.
—En fin, vamos a tomar algo… —dice Maddie.
Cuando me doy la vuelta para salir de la pista, veo a Liam con una rubia
muy guapa, que lo mira como si estuviera a punto de devorarlo. Pero… ¡si
es Lara, la profesora de yoga!
¿Toda esa meditación, todo ese autocontrol, solo para caer en los
brazos del capitán del equipo de hockey, que tiene fama de ser el que se las
lleva a todas? ¡Qué decepción!
Me da un pinchazo de lo más desagradable en el estómago, pero lo
ignoro. Probablemente sea la primera vez que lo veo en su hábitat natural:
un cazador acechando a su presa. Una presa bastante dispuesta a dejarse
cazar, todo sea dicho. En fin, no tengo ganas de quedarme a verlo.
Después de servirnos otra copa, Cassy y yo bailamos un poco más,
mientras Maddie se divierte con un chico al que ha pillado por banda. ¡Mi
mejor amiga no tiene problemas para conocer gente!
Al cabo de un rato, como no dejo de mirar hacia Liam y Lara, lo cual
me resulta bastante molesto, empiezo a encadenar bostezos. No estoy
acostumbrada a salir hasta tan tarde. Estoy cansada, así que le doy un
golpecito en el hombro a Maddie y le digo que quiero irme.
—¡Anda, marchaos si queréis! Yo me quedo en buenas manos…
—‍contesta, pasándole los brazos por el cuello al chaval con el que está
bailando.
No puedo evitar sonreír. Maddie siempre ha tenido muy claro lo que
quiere y también cómo conseguirlo.
Cassy me hace un gesto con la cabeza y juntas nos dirigimos hacia la
salida. Nos ponemos las chaquetas y pedimos un Uber. Mientras echo un
último vistazo a mi alrededor, veo a Liam y a la profesora de yoga subiendo
por las escaleras, cogidos del brazo.
Sacudo la cabeza. Es obvio que ese chaval es justo lo que van contando
por ahí.

***

A la mañana siguiente, Cassy me pone una taza de café delante de las


narices. Gimoteo y bostezo.
—¡Buenos días, solete! —exclama, excesivamente alto para mi gusto.
Demasiado alegre está para las horas que son. Aun así, le agradezco que
me dé la taza y cojo el móvil.
—Son las once, por si te lo preguntabas —dice Cassy—. Es la hora
perfecta para ir a la nueva tienda vintage.
Pongo el café en la mesilla y me dejo caer sobre la almohada.
—¡Por favor, dame una media horita de tregua…! —suplico, y luego me
estiro durante unos segundos.
Justo entonces llaman a la puerta de la habitación.
—Hola, Maddie… —canturrea Cassy, y justo después, mi mejor amiga
salta a mi cama.
Lleva la misma ropa que anoche y apesta a humo y alcohol. Está claro
que aún no se ha ido a dormir.
—¡Maddie! —chillo.
Mi amiga se ríe con ganas y me hace cosquillas hasta que me incorporo
definitivamente.
—Has dormido demasiado… —dice con severidad, mientras me lanza
un cojín.
—¡Estoy de acuerdo con ella! —Oigo exclamar a Cassy desde nuestra
minúscula cocina.
—Tío, sois lo peor…
Echo a correr hacia el baño, refunfuñona.
—¡Y tú no eres muy madrugadora…! —grita Maddie detrás de mí antes
de que vuelen más cojines en mi dirección.
Cuando salgo del baño, ambas están sentadas en la mesa y Maddie le
está contando a mi compi su noche loca. Con demasiados detalles, por
cierto. De repente, me miran y las dos exclaman al unísono:
—¡Por fin!
Qué exageradas…
—De verdad que necesitas ropa nueva, ¿eh? —repite Cassy por enésima
vez.
Me miro en el espejo y suspiro, resignada.
—Bueno, pues vamos a ello…
Cassy aplaude; parece emocionada. Tengo que conseguir librarme de
esa costumbre suya tan escandalosa…
La idea de ir solo a una tienda pronto se convierte en un desfase
absoluto. Entramos a cuarenta sitios distintos y no llegamos a la resi hasta
la noche. Por suerte, es justo a tiempo para irme al partido de hockey. En
realidad, estoy agotada y me encantaría irme a la cama.
Dejo las bolsas sobre la cama y doy media vuelta para irme, pero
entonces Cassy me detiene.
—Tía, te has comprado una ropa chulísima, ¿no quieres arreglarte un
poco? —Mi compañera hace un gesto desafiante con las cejas.
Me gusta la ropa que me ha ayudado a elegir hoy y me siento muy
cómoda con ella, pero tampoco es plan de llegar tarde al partido. Miro las
bolsas, luego el reloj y decido cambiarme a toda prisa. Unos vaqueros
ajustados, unas botas y un jersey muy escotado bastan para satisfacer a
Cassy y hacerme lucir presentable, según ella.

El pabellón está abarrotado para el partido de hoy. El entrenador


Franklyn está en el banquillo, como siempre, con una mirada experta sobre
sus jugadores. Me uno a él y saco un cuaderno en el que tomar notas. Me
saluda con la cabeza y veo que los equipos se reúnen sobre la pista de hielo.
Miro a Liam a los ojos y el muy idiota aún se atreve a guiñarme el ojo.
Ignoro los latidos acelerados de mi corazón y miro rápidamente mi
cuaderno.
¡Será mejor que se concentre en sus contrincantes!
Con el pitido inicial, los jugadores se precipitan sobre el hielo. Tengo
que reconocer que el capitán sigue en plena forma: su técnica es impecable.
Controla el disco con el palo y regatea hábilmente a los defensas. Sus
compañeros se colocan en posición de apoyo, listos para tomar el relevo si
es necesario, pero Liam solo tiene ojos para la portería contraria. Se desliza
ágilmente sobre sus patines, esquiva al portero y en un abrir y cerrar de
ojos, el disco sale disparado en dirección a la red.
A nuestro alrededor solo se oye el clamor de la multitud. El estadio
estalla en vítores, pero intento no perder de vista al equipo. Para ellos, no
hay pausa, y apenas tienen tiempo para celebrar el punto que han anotado.
Deben seguir moviéndose por la pista.
Aun así, me doy cuenta de que a Liam se le ha iluminado el rostro. Le
brillan los ojos de satisfacción. Se lo puede permitir: es un jugador
excepcional. Lo digo de verdad: hasta yo, que acabo de meterme en este
mundillo, tengo que reconocerlo. No sería de extrañar que los
representantes de la NHL se pegaran por ficharlo en su equipo él en el
próximo draft…
Cuando suena el pitido que marca el final del partido, el equipo de la
uni se corona por una victoria aplastante. Los jugadores están eufóricos y
chocan los palos entre sí para celebrarlo. El entrenador también parece
rebosar alegría. Y el público, bueno… Solo hay que oír los gritos.
Al cabo de un rato, Liam se acerca a mí y me dedica una cálida sonrisa.
Odio sentir un cosquilleo en el cuerpo por el simple hecho de que le haya
dado por curvar los labios solo para mí. Pero necesito otra entrevista para
mi nuevo artículo, así que dejo a un lado mi confusión para levantarme y
acercarme a él.
—Buen partido… —digo con aire despreocupado—. ¿Puedo hacerte
unas cuantas preguntas más para el periódico?
—¡Pues claro! En eso habíamos quedado, ¿no?
Sí, bueno, la verdad es que sí…
Hago un pequeño mohín y él se dirige hacia la puerta por la que los
jugadores salen de la pista de hielo. Avanza con facilidad sobre sus patines
y se acerca al banquillo para sentarse. Intento mantener una distancia
razonable con él, pero estoy lo bastante cerca como para ver las gotas de
sudor que le caen del pelo mientras se quita el casco.
Madre mía, qué bueno está… ¡Emily, concéntrate!
Mientras le hago un par de preguntas y apunto sus respuestas, no deja
de mirarme. No me siento cómoda con sus ojos azules clavados en mí, así
que me entra un ligero tembleque. De vez en cuando, levanto la vista y me
encuentro con su mirada. Entonces me sonrojo y me maldigo por ser tan
débil.
Su nariz ligeramente curvada, sus labios carnosos… ¡Me están
llamando! No puedo esconder lo mucho que me excita. Cuanto más
consciente soy de ello, más nerviosa me pongo. Hago todo lo posible por
concentrarme en su rendimiento en el partido de hoy, pero muy a mi pesar,
me descubro fijándome en cada detalle de su cara: sus ligeras pecas, la
cicatriz irregular de su barbilla, los rizos castaños que le cubren la frente…
Sus músculos definidos encajan bastante bien con el resto, la verdad.
¡Qué profesional eres, Emily!
De repente me doy cuenta de que no he escuchado lo último que me ha
dicho y me aclaro la garganta. ¿Sabrá el efecto que tiene en las mujeres? ¿Y
el que tiene en mí? Aparto rápidamente la mirada y finjo echarles un vistazo
a mis notas.
—Quizá deberíamos continuar esta conversación tomando una copa…
—sugiere—. No es que me apetezca, ni mucho menos, pero necesito
ducharme antes de seguir.
De repente, recapacito. Aunque cada vez me cuesta más resistirme a su
encanto, sonrío, tensa a más no poder.
—Gracias, pero ya tengo todo lo que necesito —respondo, a la
defensiva.
Él sonríe y se encoge de hombros.
Nos levantamos a la vez y casi me choco con él, pero me sujeta por el
brazo antes de que nos estampemos. Su agarre es firme y su dulce aroma
me pone la piel de gallina. ¿Cómo es posible, si lleva horas sudando? Huele
a una mezcla de madera de cedro y especias.
Se me está yendo la pinza. Tengo que salir de aquí…
—Esto… Perdona.
—No pasa nada.
Liam me suelta y recupero la compostura, y de paso, la dignidad.
—Bueno, hasta la próxima… —me susurra demasiado cerca de la oreja
y se me eriza el vello de todo el cuerpo.
Nos miramos brevemente a los ojos. Su cara está tan cerca de la mía que
siento que me flaquean las rodillas. Bueno, pues ya está. No puedo negarlo:
decir que este chico me atrae sería quedarme corta.
Mierda, no…
No quiero ser una chica más de su lista. Y menos teniendo en cuenta
que, por lo que vi en la última fiesta, a Liam le gusta tantear el terreno antes
de marcar el gol.
1
N. de la T. Nombre con el que se conoce a los aficionados al yoga. En ocasiones, en femenino
se usa la palabra yoguini.
2
N. de la T. Forma abreviada de «ridículo».
4
Liam

Sí, sé que estoy jugando con fuego. Nuestras caras estaban tan cerca que
me habría bastado un pequeño empujoncito para besarla. Sin embargo, he
tenido que ubicarme un poco y recordar dónde estábamos, además de quién
es ella: la periodista con la que colaboro para darme a conocer. Emily tiene
que conducirme hasta el estrellato; nada más. Y, sin embargo, no puedo
ignorar que cada vez me cuesta más no pensar en ella.
Me mira con esos ojos enormes y del color de una laguna cristalina. Su
pelo rubio enmarca su precioso rostro y sus labios…
Joder. ¡Deja de pensar en ella o te vas a empalmar!
Me alejo de Emily y me dirijo a los vestuarios. Cada músculo de mi
cuerpo protesta. Esta chica desata en mí un deseo que jamás había sentido.
Quizá sea porque está fuera de mi alcance. Aunque en realidad, el único
obstáculo soy yo mismo. Puede que me guste pensar que Emily es la fruta
prohibida. ¿Significa eso que me pone cortarme cuando estoy con ella?
Mierda. Debería mirármelo… Eso ya es perversión.
Sin embargo, no puedo ignorar que el entrenador no se alegraría
precisamente si pasara algo entre nosotros. Y tiene razón: necesito
concentrarme en el deporte. No dejo de pensar que esta chica no es un rollo
de una noche; de hecho, lo tengo clarísimo. Si pierdo el norte, si derrapo, lo
nuestro no será un lío breve ni mucho menos. Parece el tipo de chica que te
hace querer volver a por más. Cuanto más me acerco a ella, más me
convenzo de ello. Además, me gusta el efecto que tengo en ella, porque
bueno, ciego no estoy, y aunque ella rechiste y quiera alejarse de mí, sé que
no es totalmente inmune a mis encantos.
¿Eso te hace sentir mejor, pedazo de imbécil?
Sí, tengo que admitir que es como un chute de alegría directo a mi
virilidad… Pero hay cierta parte de mi cuerpo que se queda con ganas de
más cuando la ve.
Soy todo un poeta, ¿eh?

***
A la mañana siguiente, me sobresalto al oír un fuerte golpe. Me
incorporo de repente e inmediatamente vuelvo a caer sobre la almohada.
Me pitan los oídos. Ayer me bebí unas cuantas cervezas… Creo que me
pasé con lo de celebrar la victoria, aunque quizá me pusiera ciego para
olvidarme de mis fantasmas…
Cuando llaman a la puerta, me levanto con desgana. Espero que no sea
importante.
Sin embargo, Chase se cuela en mi habitación cuando apenas he girado
el pomo.
—Buenos días a ti también, Chase. Adelante, pasa y ponte cómodo —
gruño.
Se ríe.
—Tío, son las nueve. Estaba seguro de que habías pasado del
despertador. ¡De nada! Ya tendrías que estar en segunda. ¡A clase, venga!
Además, vaya jeta de mierda me llevas…
Frunzo el ceño.
—Que te jodan —le digo, todavía gruñendo.
—Parece que alguien tiene resaca… —bromea Chase.
Pongo los ojos en blanco.
—Deja que me dé una ducha rápida y me inyecte algo de cafeína en el
torrente sanguíneo. Luego podemos irnos. ¡Y sí, me daré prisa! —‍grito
mientras entro corriendo en el baño.
Chase se tira en el sofá y se pone a teclear en el móvil mientras yo me
arreglo. Después de una ducha y un vaso gigante de cocacola, me siento un
poco mejor. Ya podemos irnos.
Un día de clases en la uni debería distraerme. No dejo de pensar en
Emily y eso me tiene desquiciado. Aunque me he propuesto concentrarme
en el hockey sobre hielo, no consigo sacármela de la cabeza. Y para qué
mentir, no me ayuda mucho que ella también tenga cierto interés en mí.
Cuando termino las clases, estoy un poco deprimido. Una de las
asignaturas gordas del curso es difícil de entender y me cuesta seguir las
explicaciones del profesor.
De camino a casa, paso por la cafetería con la esperanza de que Chase
esté allí currando y me anime un poco, pero parece que no es el caso. De
todos modos, aprovecho; pido un café y un sándwich y me siento en un
rincón de la cafe. No suelo fijarme mucho en quién anda por aquí, pero esta
vez no puedo ignorar lo que me rodea: Emily está sentada en una mesa
cercana, absorta en su cuaderno.
Mis pies parecen tener vida propia y me dirijo hacia ella. Cuando se da
cuenta de mi presencia, levanta la vista y, por un momento, su rostro se
cubre de una expresión de sorpresa mezclada con inquietud. Luego lo
oculta todo con una sonrisa tensa.
—Hola, Liam —dice mientras cierra el cuaderno.
Me siento a su lado sin preguntar. Para ser un chaval que se había
propuesto ignorarla, lo estoy haciendo de puta madre, ¿no?
—¿Cómo estás? —le pregunto, en un intento torpe de entablar una
conversación.
—Pues bien… —responde, sobria, removiendo el té—. Acabo de
terminar la primera versión de vuestro artículo para el periódico y me
estaba preparando el próximo tema.
Probablemente debería leer entre líneas y dejarla en paz: es evidente que
tiene mucho que hacer. Sin embargo, mi cuerpo se niega a obedecerme.
—Ah, qué guay… —suelto, sin saber qué más decir.
No quiero irme y dejarla aquí sentada. Además, cuando habla de su
trabajo, le cambia el color de la cara y se vuelve aún más sexy. ¿Cómo voy
a evitarla, si me atrae como si fuera imán andante? Sé que quería
distanciarme, pero ahora que estoy aquí, a su vera, tendrían que sacarme a
rastras, porque no la dejaría sola ni muerto.
—Bueno, la verdad es que es un placer escribir sobre vuestro equipo.
Hasta ahora estáis jugando con una profesionalidad admirable —continúa
—. Bueno, sobre todo tú. Eres muy bueno.
Emily sonríe, atrevida.
Este cumplido tan inesperado me enternece y siento que la temperatura
corporal me aumenta un par de grados. Aunque me cuesta, me obligo a
ocultar lo que siento.
—Gracias, Emily. Tú también haces un gran trabajo con tus artículos. A
los lectores les encantan y es evidente que en el último partido había más
público que nunca. Es increíble ver cómo nos anima la afición mientras
jugamos.
Sonríe agradecida, pero noto que sigue incómoda. Me muero por
derribar ese muro que nos separa, pero tengo miedo de lo que pueda pasar si
me acerco demasiado a ella. Es como si ambos participáramos en una farsa
y evitáramos mostrar el efecto que sentimos por el otro.
¿Qué hago aquí? Esto no tiene sentido.
Me levanto bruscamente.
—Bueno, pues que te vaya bien…
Parece un poco confusa, así que se limita a asentir.
Vuelvo a mi mesa y el camarero me trae el sándwich que había pedido.
Mientras doy el primer bocado, observo a Emily, sentada de espaldas a mí.
Bueno, está claro que, por mucho que intente negarlo, hay algo entre
nosotros. Pero he de tener cuidado: me la estoy jugando. Mi sueño es entrar
en la NHL. ¡No puedo distraerme!
El entrenador Franklyn nos ha hablado muchas veces de antiguos
miembros del equipo que podrían haber tenido un futuro prometedor, pero
se desviaron del camino por amor. Bueno, esas son sus palabras, no las
mías. Liam Scott nunca ha estado enamorado, ¡así que esta no va a ser la
primera vez!
¿Todo bien, colega? Estás hablando de ti mismo en tercera persona…
Hasta ahora, siempre me he limitado a echar un par de polvos —bueno,
a veces muchos más— con mis ligues, pero ahí se ha quedado todo. Ni
selfis de los dos, ni desayunos románticos, ni viajes juntos, ni
presentaciones a los padres, ni siquiera a mis colegas. Nada de nada. Solo
sesiones de folleteo y líos bien cuadrados con mi horario, para que los días
y las noches se me hicieran más cortos. Además, los sentimientos son una
mierda. Te vuelven débil y si los dejas entrar en tu vida una vez, ¡estás
acabado! Todas las tías con las que he estado de rollo parecían estar de
acuerdo, o eso me dejaron ver. Si no lo estaban, ninguna me lo dijo a la
cara…
Sin embargo, cuando miro a Emily, me pregunto cuánto tiempo podré
ignorar la atracción que siento por ella. Me merezco un sermón. Tengo que
controlarme y establecer mis prioridades.
De repente, siento que me cuesta respirar. Abandono mi sándwich a
medio comer y salgo corriendo como un loco de la cafetería. Necesito un
poco de aire fresco.
Hay demasiada gente en el campus y todo me da vueltas. No puedo
pensar con claridad, así que corro hasta la resi y una vez en mi habitación,
cierro la puerta. Me apoyo en ella e inspiro y espiro profundamente un par
de veces.
¿Qué coño me pasa?
Entro en el cuarto de baño y me lavo la cara con agua fría sin
pensármelo dos veces. Me ayuda a calmar los nervios. Al cabo de unos
minutos, mi respiración vuelve a ser regular.
Ahora que estoy más tranquilo, me doy cuenta de que llego tarde al
entrenamiento. A Franklyn no le gustará que me presente allí cuando todos
los demás ya han calentado.
Cojo la bolsa de deporte y salgo corriendo, pero aunque voy a toda
prisa, llego diez minutos tarde. Como era de esperar, el entrenador me
dirige una mirada severa.
—Lo siento, estaba estudiando y se me ha pasado la hora —‍miento.
—Más te vale que no se convierta en una costumbre. ¡Al hielo! —me
dice con frialdad.
Me concentro y eso me ayuda a olvidar mi pequeño ataque de pánico.
Cuando me subo a los patines, es como si entrara en otra dimensión.
Después del entrenamiento, Franklyn me dice que le acompañe a su
despacho.
—Bueno, ¿entonces estás listo para el examen de mañana? —‍me
pregunta, un tanto preocupado.
¡Mierda, no! Me había olvidado por completo de ese examen…
—Eh… Sí, claro… —digo, inseguro.
Respira aliviado. Parece que se lo ha creído.
—Me alegra oírlo. Buena suerte, Liam —añade y luego me deja
marchar.
Una vez más, salgo corriendo hacia casa. Lanzo la bolsa a la otra punta
de la habitación y me siento inmediatamente en el escritorio. Rebusco
frenéticamente entre mis apuntes hasta encontrar el tema con el que me van
a torturar mañana. Por desgracia, no entiendo nada de lo que leo. Aun así,
intento concentrarme y aprendérmelo todo de memoria.
Cuando me empiezan a arder los ojos, dejo la pila de papeles sobre la
mesa, resignado, y me voy a dormir.
¿Por qué me cuesta tanto estudiar y sacar buenas notas? Esto con el
deporte no me pasa… En fin, tan tonto no seré, ¿no? ¡Es que no hay
manera!
Mientras los pensamientos intrusivos me martillean el cerebro, me
quedo dormido. Mañana será otro día.

***

Nervioso a la par que cansado, me siento en el aula del examen y lucho


por mantener la pierna quieta. Uno de mis compañeros se vuelve hacia mí y
me fulmina con la mirada para que me deje de tembleques. Algunas
preguntas no son tan difíciles y consigo responderlas, pero las demás… No
hay nada que pueda hacer.
No tardo en mucho en levantarme de la silla y, en cuanto le entrego mi
examen al profesor, me dirijo al parque del campus, frustrado. El mundo de
los negocios no es lo mío. Para el caso, mi futuro jefe se encargará de todo
por mí…
Suspiro.
A pesar de todo, tengo que sacarme la carrera y con buenas notas.
¡Puedo hacerlo, joder! Tengo motivos suficientes para conseguirlo, así que
he de seguir intentándolo.

***

En los días siguientes, intento compaginar los entrenamientos con mis


obligaciones en la uni. Me quedo despierto hasta medianoche para
estudiarme los apuntes y repasar para los exámenes, pero poco a poco, el
cansancio empieza a repercutir en mi rendimiento deportivo.
Una tarde, el entrenador Franklyn me pide que me pase por su
despacho. Ya casi parece una costumbre…
—Pareces cansado, Liam. ¿Va todo bien?
—Sí, todo genial, entrenador. Es solo que he estado estudiando hasta
tarde… —le contesto con sinceridad.
—Si necesitas tiempo para estudiar, puedes saltarte algunos
entrenamientos… —sugiere.
—Ni de coña, entrenador. Con todos los respetos, si no entreno, corro el
riesgo de que no me seleccionen —replico.
—Tienes que encontrar el equilibrio, Liam. No puedes seguir así.
Intenta buscar la manera de organizarte, por favor. Algo que funcione y con
lo que no acabes quemado, a ser posible. ¿Has pensado en buscar a alguien
que te ayude con los estudios? En fin, dale un par de vueltas y ya me
dices…
Suspiro y salgo de su despacho. Siento que me hundo en un abismo y no
sé cómo voy a salir de él. Empiezo a sentir la carga mental de ser el capitán
del equipo y tener que sacarme la carrera al mismo tiempo.
Cuando llego a mi habitación, me siento frente al portátil y me conecto
al portal en el que cuelgan las notas de la evaluación. Hoy publican los
resultados del examen del otro día. Respiro hondo y cierro los ojos antes de
volver a abrirlos y hacer clic para ver qué tal lo hice.
He suspendido el examen. ¡Cómo no…!
No me sorprende, pero eso no quita que esté disgustado. Me vuelve a
costar respirar y necesito urgentemente salir de aquí, moverme. Solo quiero
patinar, deslizarme sobre el hielo y no pensar en nada.
Ya vale de estrés por hoy… —pienso para mis adentros, mientras recojo
mis cosas.
Por suerte, la pista está vacía. Justo lo que necesito. Cojo unos cuantos
discos y me pongo a practicar el tiro a puerta. Absorto en mi frustración, ni
siquiera me entero de que Chase ha entrado en la pista. Cuando me doy la
vuelta, lo veo patinando hacia mí.
—Hola, tío… —dice.
—Hola —respondo, sin más.
—¿Estás estresado? —pregunta.
—¿Te parece que estoy estresado? —digo en un tono más alto del que
me gustaría.
Se me queda mirando. Chase me conoce demasiado bien. Sabe cuándo
no tengo ganas de hablar. Alineamos un par de discos más y él se pone en la
portería.
—A ver cuántos goles eres capaz de colarme. Te lo advierto: soy un
crack en la portería… —dice con descaro.
Acepto el reto. Lanzo un disco tras otro en dirección a la red y nos
pasamos así un buen rato: yo decidido a marcar y él intentando salvar1 los
tiros.
Dios, estoy agotado…
Cuando considero que ya he descargado mi frustración, nos sentamos y
mi mejor amigo me apoya el brazo en el hombro.
—Todo va a salir bien, bro.
Inspiro y espiro con dificultad.
—He suspendido otro examen, tío… —digo abatido, mientras sacudo la
cabeza.
—Bueno, no es para tanto… Aún puedes recuperarlo —‍responde para
intentar animarme.
—Es que no consigo entender esa mierda… Como siga así, voy a
cagarla pero bien.
Chase me mira serio.
—¿Por qué no te buscas un tutor?
—Nadie me tomará en serio como capitán si necesito un tutor que me
ayude a estudiar. No puedo arriesgarme, Chase. Mi reputación está en
juego; ya lo sabes —respondo, molesto.
—Tío, es solo una sugerencia… Intento ayudarte.
—Lo sé, lo siento. Es que estoy de los nervios…
Me frota el hombro para tranquilizarme.
—Buscar ayuda no es de débiles, Liam. Piénsatelo.
Nos sentamos en silencio durante un rato y luego empiezan a llegar los
chicos del equipo para el entreno de hoy.
—Qué pronto habéis llegado, ¿no? —exclama Tyler, desconcentrado.
El entrenador Franklyn también se sorprende de que ya estemos en la
pista, pero aun así, nos hace un gesto con la cabeza antes de dar un par de
palmadas.
—¡Bueno, chavales, al lío!
Un par de segundos después, el equipo entero está sobre el hielo. De
repente, por el rabillo del ojo, veo a Emily de pie, junto al banquillo. Una
vez más, me quedo prendado de ella. Hoy lleva la melena rubia recogida en
una trenza, así que se le ve más la cara. Levanto la mano para saludarla y
ella sonríe.
Antes de que mi cuerpo vuelva a reaccionar de una forma inapropiada,
me doy la vuelta y me concentro en el entrenamiento. Más me vale
mantener las distancias…
Una vez duchado, salgo pitando hacia la resi para evitar cualquier
distracción.
Joder. ¡Esto no puede durar mucho más!
Antes de dormirme, me pongo a pensar en mi situación largo y tendido.
¿Y si Chase tiene razón? ¿Y si necesito un puto tutor?
Frustrado, me paso las manos por la cara. No, ¡tiene que haber otra
forma! Me las apañaré, sea como sea.
1
N. de la T. Cuando un portero efectúa una parada, esto es, intercepta el disco antes de que entre
en la red, se le acredita una salvada; de ahí lo de «salvar los tiros».
5
Liam

Me despierto full1 motivado antes de que suene el despertador. Estoy


decidido a sacar mejores notas y no suspender ni un solo examen más, así
que me voy a la biblioteca. Todo el mundo sabe que allí se estudia mejor.
Bueno, al menos eso dicen…
Busco una mesa alejada de los demás y saco de la mochila los apuntes y
los libros. Quizá debería pensar en enfrentarme a ello de manera estratégica,
pero es que me agobio con tan solo ver la cantidad de información que hay
en la mesa.
¿Cómo voy a asimilar todo esto?
Las dudas empieza a martirizarme y mi motivación se esfuma de
repente. Respiro hondo y cojo uno de los libros. ¿Qué coño? No puede ser
tan difícil…
Abro el libro de Economía y negocios y empiezo a hacer un resumen de
uno de los temas. De repente, alguien me toca en el hombro. Estoy tan
absorto en el estudio que me pilla desprevenido y doy un respingo.
¿Emily?
El corazón me late aún más deprisa.
—Hola —digo por fin.
—¿Estás estudiando para un examen? —me pregunta después de
devolverme el saludo.
—Sí, bueno, algo parecido… —respondo, sin poder apartar la mirada de
esa carita.
Sus ojos me atraen como un imán.
—Bueno, pues no te molesto…
Se despide con la mano y luego desaparece por un pasillo. Ahora que la
he visto, la concentración que había conseguido hace un par de minutos
desaparece. Me recuesto en la silla y la veo sacar un libro de la estantería
antes de sentarse en una de las mesas que hay justo al lado.
Intento apartar la mirada y centrarme una vez más. De repente, la pila
de libros que tengo enfrente se ha hecho más grande. Me acaricio la barba
de tres días y sigo estudiando. Esta vez consigo ponerme del tirón y, cuando
levanto la vista, Emily ya se ha marchado. Dejo vagar la mirada y el reloj
que hay justo encima de la puerta me indica que ya es hora de ir a clase.
Tengo que admitir que estoy un poco orgulloso de mí mismo. No ha
estado mal para empezar. Motivado, recojo las cosas y me pongo en
marcha. Si soy capaz de seguir así, estoy seguro de que mi rendimiento
mejorará.

***

Durante los días siguientes, intento hacerme a la nueva rutina: atender


en clase, estudiar, entrenar, hacer los deberes… Me paso los findes
preparándome para los exámenes y apenas salgo de la habitación.
Cuanto más tiempo paso así, más seguro me siento de mis capacidades.
Pero no consigo quitarme la sensación de que me falta algo. Con todo el
tiempo que le dedico a los estudios, me queda poco para los amigos y la
diversión.
Me siento a hacer los deberes y entonces me suena el móvil.
—¿Qué pasa, bro? —digo cogiendo el teléfono.
—Tío, ¿sigues vivo? ¡Salvo en el hielo, apenas te vemos! —‍exclama
Chase.
—Intento ser un estudiante modelo. Debería intentarlo…
Mi comentario no sirve de mucho.
—Ven a tomarte unas cerves conmigo, anda… —dice, para tentarme.
—Chase, de verdad que tengo que estudiar para los próximos
exámenes… ¡Es una putada, pero así estamos! —contesto.
Justo entonces oigo que llaman a la puerta. Con el teléfono en la mano,
me levanto y voy a abrir. Chase está enfrente de mí, sonriendo.
—No acepto un no por respuesta —dice mientras cuelga.
Pongo los ojos en blanco.
—No puedes estudiar todo el tiempo, Liam —añade—, también tienes
que divertirte un poco. Si no, te va a petar el cerebro. ¿No ves que no estás
acostumbrado a tanta paliza? Venga, tómate aunque sea una cervecita con tu
mejor amigo…
Suspiro. Al final, cedo.
—Está bien, vaaaale… Dame un minuto: voy a vestirme.
Después de todo, una cerveza no me hará daño…
—Ahora que estás en plan ermitaño, ¿has tenido la oportunidad de
volver a ver a tu querida periodista? —pregunta Chase mientras nos
sentamos en el sports bar del campus.
Levanto una ceja.
—No… ¿Por qué iba a querer volver a verla?
—No me digas que te la suda esa chica, porque en el equipo hay más de
uno que se ha fijado en el culazo que tiene…
Curiosamente, este comentario me pone de los nervios. Me molesta,
vaya. ¿Entonces le han echado el ojo a Emily?
—Me cae bien, eso es todo. Cuando nos vemos, es solo para ayudarla
con los artículos que tiene que escribir. ¿De verdad no tenéis nada mejor
que hacer que desnudar con la mirada a todo lo que se menea?
—¡Venga ya! ¡Como si tú no lo hubieras hecho…! —‍exclama Chase,
riendo.
—¿Me has arrastrado hasta aquí para hablar de ella?
No me gusta nada el giro que está dando esta conversación, y menos
aún ahora que Chase me han dicho que todos van detrás de ella. ¡Vaya
panda de cerdos!
Ah, espera, ¿ahora no eres uno de ellos? Mira a este: te pones a
estudiar después de años de no hacer ni el huevo y, de repente, eres mejor
que los demás…
—Relax, tío. Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿no? —suelta
Chase, intentando tantear el terreno.
¡Me cago en todo! ¿Por qué ni siquiera puedo confiar en mi mejor
amigo? Aunque bueno, me cuesta mucho admitir que me gusta esta chica,
así que ¿cómo se lo voy a decir a mi colega?
—A ver, es interesante, sí… Pero ¿de qué me sirve? Tengo que
concentrarme en la temporada. El equipo cuenta conmigo. Además,
necesito subir la media como sea. El entrenador Franklyn está en plan mano
dura conmigo, y tiene razón: necesito asegurarme un futuro por si no sale
bien lo del deporte. ¡Joder, es que sé que puedo hacerlo!
Chase asiente.
—Lo entiendo, pero no creo que nadie te lo vaya a reprochar si te das
una alegría de vez en cuando…
—Ya, tío… Gracias. Bueno, ¿podemos cambiar de tema, por favor?
Ahora mismo no tengo tiempo para esto. Primero tengo que poner mi vida
en orden. Ahora que por fin le he cogido el tranquillo a lo de estudiar, no
quiero que nada se interponga en mi camino.
Chase sonríe y bebe un sorbo de cerveza.
—Como quieras, Romeo. Además, ya ni siquiera me acuerdo de lo que
estábamos hablando…
Me río y apuro el último trago de cerveza.
Seguimos hablando un buen rato de coña, lo que me sienta muy bien.
Chase siempre sabe cómo distraerme. Hasta parece que se me ha subido un
poco el alcohol y, de repente, me olvido de todas mis preocupaciones.
Dejo vagar mi mirada por el bar y me detengo en un par de ojos que me
observan con interés. Hay una chica muy atractiva que me está enviando
señales claras. Probablemente me vendría bien una distracción rápida como
esa. Sin embargo, no me comporto como siempre. Es como si mi cuerpo no
quisiera moverse: se queda ahí, pegado a la silla. Ni siquiera siento un
cosquilleo en la polla, ¡y eso es raro! Entonces la risa de Emily irrumpe en
mi mente. Sacudo la cabeza para deshacerme de unos pensamientos
bastante indecentes y me concentro en mi mejor amigo.
Chase levanta su cerveza para brindar, imitando al entrenador. Me echo
a reír. Si no fuera por él, no sé cómo aguantaría esta mierda.
Pasado un rato, mi amigo y yo nos levantamos para marcharnos y él
sale del bar tropezándose con medio mundo. Ya está otra vez haciéndome
reír. Cuando nos despedimos y vuelvo a la resi, me siento relajado y mucho
más feliz.
Por primera vez en semanas, me duermo con una sonrisa en la cara.

***

A la mañana siguiente, se me revuelve el estómago cuando el profesor


reparte un examen sorpresa. Suspiro. Ligeramente resacoso y cansado, no
estoy en condiciones de lidiar con esto, pero hago lo que puedo.
Al final, creo que el maratón de estudio ha servido de algo y salgo del
examen con la sensación de que he respondido bastante bien a las
preguntas. Pero cuando publican las notas del examen, no me lo puedo
creer: otro puto suspenso.
Salgo del aula cabreado y avanzo por el pasillo de la uni tan rápido que
me estampo con alguien.
¿Emily otra vez? Pero ¿qué broma absurda es esta?
—¡A ver si miramos por dónde vamos…! —digo entre dientes y me
dispongo a seguir con mi enérgica caminata de pirado.
—¿Estás bien, Liam? —me pregunta a mis espaldas.
La preocupación en su voz me hace detenerme.
—No, no estoy bien. ¡Últimamente nada va bien! —‍suelto entre
suspiros.
—¿Quieres hablar de ello?
—La verdad es que no.
Parece pensárselo un momento y se le sonrojan las mejillas, como si le
supusiera un esfuerzo sobrehumano decirme:
—Venga, te invito a un café.
La amabilidad de sus palabras hace que me sienta culpable por haberle
contestado tan borde. Me paso una mano por los rizos.
Joder… ¡Esto sí que es enfrentarme cara a cara con la tentación!
Aun así, no consigo decirle que no. Cuando estoy con ella, es como si
me quitaran un enorme peso de encima.
Entramos en la cafetería donde trabaja Chase y nos sentamos en una
mesa en la esquina del local. Emily pide un café para los dos. Nos
quedamos allí sentados, en silencio, durante un rato. No consigo apartar los
ojos de la taza, pero sé que en algún momento tendré que decir algo.
—Gracias, Emily. Creo que es lo que necesitaba para no pegarle un
puñetazo a la pared…
La miro y sonrío para animar el ambiente. De repente, veo que se relaja
y me dedica una sonrisa dulce y sincera.
—¿Por qué estás así? —se atreve a preguntarme, dadas las señales
contradictorias que sigo enviándole.
—Es complicado… He suspendido un par de exámenes este curso.
Como siga así, no me voy a graduar. Es que, por mucho que estudie, no
consigo entender esta mierda…
Emily abre la boca ligeramente, asombrada.
—Sí, anda, ríete: a Liam Scott le está costando la vida y media sacarse
la carrera. Sería un titular perfecto para tu periódico, ¿verdad?
—Me parece admirable que te esfuerces tanto por compaginar el
deporte, que ya te ocupa tantísimo tiempo, con los estudios. Muchos
deportistas se conforman con lucirse en lo suyo y dejan de lado la carrera.
¿Por qué quieres sacártela? —pregunta tímidamente.
Suspiro y la miro con franqueza.
—El deporte es mi vida: lo único que tengo. Es mi mundo, y espero que
mi futuro. Pero nada es seguro. No creo que sea más tonto que los demás, ni
tampoco que mis compas de equipo, a los que admiro y que siempre sacan
notazas, pero… El entrenador también me ha dejado caer que tengo que
meterles caña a los estudios. Si saco buenas notas durante la temporada de
hockey, hay más probabilidades de que los cazatalentos se fijen en mí. No
solo cuenta mi rendimiento en la pista. Vamos, que podría aprovechar la uni
para salir de aquí con algo que merezca la pena. Me refiero a algo más que
un contrato con la liga profesional.
Sonrío.
Me sorprende lo fácil que me resulta hablar con ella. Me ayuda a
verbalizar lo que siento y también a ver las cosas con más claridad, a
recuperar la confianza y la motivación. Bueno, y no hablemos de la
miradita que me está echando ahora mismo…
Joder, es preciosa…
No parece decepcionada ni tampoco se burla de mí. Me escucha con
atención y se interesa por lo que le estoy contando. El corazón me da un
vuelco cuando me doy cuenta de que esta chica me gusta de verdad. Joder si
me gusta… Me muero por ella.
—Bueno, yo… Puedo ayudarte, si quieres —‍dice‍—. Podemos estudiar
juntos, si te apetece. Creo que es más fácil si somos dos. Aunque bueno,
nuestras asignaturas no son las mismas, así que…
Justo después de proponérmelo, se pone roja como un tomate. Me
quedo de piedra, como si me faltara un hervor y la miro, atónito. Mi primer
instinto es rechazar su oferta y salir de allí tan rápido como pueda, pero sus
ojos me tienen preso. No puedo moverme y tampoco quiero hacerlo.
Ya va siendo hora de tragarse el orgullo.
Además, ¡es una forma de pasar más tiempo con ella, espabilado!
Mando callar a mi subconsciente y asiento.
—Eres muy amable por ofrecerte. Creo que me vendría genial un poco
de ayuda, porque ahora mismo no sé por dónde empezar con todas las
asignaturas que tengo pendientes.
Y así, en un abrir y cerrar de ojos, se me pasa el cabreo. Siento un
calorcito de lo más agradable que se despierta en la boca de mi estómago.
¡Vamos, hombre, que solo te va a ayudar a estudiar! Cálmate un poco.
1
N. de la T. Una forma argótica de adolescentes y veinteañeros de decir «muy»: full motivado,
full cabreado… También existe la variante a full. Viene del inglés, fully, que significa
«completamente».
6
Emily

Acabo de ofrecerle mi ayuda a Liam Scott. Yo, Emily Hansen, me he


atrevido a proponerle al capitán del equipo de hockey de la uni, el
bomboncito del campus, que estudie conmigo. Y no olvidemos que estamos
hablando del que se las lleva a todas… Me he metido de lleno en la boca
del lobo. Pero creo que no me vendría mal que me echara las garras
encima…
Trago saliva cuando acepta. Me cuesta creerlo.
¡Ha dicho que sí!
Aparto los ojos de los suyos, con los que no deja de observarme. Parece
que quiere recorrerme por dentro y por fuera. Me aclaro la garganta e
intento ignorar el enjambre de mariposas que tengo en el estómago.
—¡Genial! —exclamo, con la voz casi ronca.
—¿Cómo quieres que lo hagamos?
—Pues dame tu número y así concretamos un día para quedar. Bueno,
para estudiar, claro…
No estás tú muy fina, ¿eh…?
Vuelvo a sonrojarme.
Liam asiente despacio. Probablemente, pedir ayuda no sea uno de sus
puntos fuertes. Solo hace falta verle la cara. Todo esto se está volviendo
cada vez más real.
Aun así, me pasa su móvil y le guardo mi número.
—Por cierto, si te da palo que se sepa, tranqui. Será nuestro secreto. No
se lo diré a nadie; te lo prometo.
—Gracias, Emily. No es que quiera que sea un secreto, pero como soy
el capitán del equipo… En fin, sería raro que la gente se enterara de que
necesito que me echen una mano —responde cuando le devuelvo el
teléfono.
Y más teniendo en cuenta que estoy en primero y no soy superpopular,
ni tampoco la más guay del campus. Lo entiendo, la verdad.
Liam se levanta y se rasca la barbilla.
—Bueno, ya nos veremos… Gracias por el café, por cierto. Esto…
No sabe muy bien qué decir.
—En fin, hasta luego —añade justo después, antes de salir corriendo.
Este chico es un poco raro… ¿Le da vergüenza que le vean conmigo
más de una hora? Y bueno, tampoco es que pueda ignorar que me ha tirado
la caña. También parece que intenta alejarse de mí a toda costa, como si le
molestara. Ni siquiera sé por qué me ignora. Creo que he sido demasiado
amable con él al ofrecerle ayuda.
Hago un mohín, decepcionada.
Mientras le veo marcharse, empiezan a asaltarme las dudas: ¿Y si he
cometido un error? Debería concentrarme en mis estudios, no en hacer de
tutora. Además, tengo un montón de trabajo pendiente… Por no mencionar
el hecho de que estamos estudiando carreras completamente distintas. Pero
Liam está en ADE1, y como mi padre es un hombre de negocios bastante
exitoso, sé bastante del tema…
Suspiro.
Pase lo que pase, no debo perder la concentración. Necesito meterme en
un periódico importante. Tengo que establecer algunas reglas antes de
empezar a estudiar con él, para que todo se quede en algo serio y práctico
para los dos. ¡Sí, suena bien!
De camino a casa, pienso en la mejor manera de organizarnos. A ver, lo
más importante es que aprenda a controlarme un poquito. Liam es
increíblemente atractivo y lo sabe de sobra. No sé a qué juega conmigo, con
este bucle infinito de una de cal y otra de arena, pero no debo dejarme
engañar. A las chicas como yo no les gustan los chicos como él, y viceversa.
Ante todo, no debo desviarme del camino.
Ya me lo dijo en una entrevista: para él, el deporte es lo primero.

***

Estoy sentada en mi clase de Gestión de los medios de comunicación,


tomando apuntes como una alumna aplicada. La asignatura no es tan difícil
como pensaba al principio. He conseguido retener lo más importante y, en
líneas generales, la entiendo. ¡Eso es buena señal!
Por enésima vez, miro el móvil. Me odio por hacerlo, pero todavía no
tengo noticias de Liam y estoy un poco chafada. Seguro que ha cambiado
de opinión sobre las tardes de estudio juntos… ¡Bueno, pues yo tampoco
puedo obligarle! Que decida él.
En cualquier caso, es probable que hoy lo vea, porque tengo que
pasarme por el entrenamiento de hockey. En la redacción me han pedido
que cubra la preparación física de los jugadores antes de los partidos. Este
finde juegan uno muy importante. El entrenador Franklyn tiene la esperanza
de que mis artículos llamen la atención de los representantes de la NHL.
Sea como sea, los lectores parecen disfrutar con mi trabajo, y en los
partidos cada vez hay más asistentes. Maddie y mi editor jefe también están
muy contentos con mis resultados. Su aprobación me motiva mucho. Me
viene bien saber que voy por el buen camino.
Cuando llego al pabellón, me siento en el banquillo de suplentes, como
de costumbre. Aún me quedan diez minutos antes de que los chicos salgan
de los vestuarios, así que tomo algunas notas que me ayudarán a estructurar
mi futuro artículo.
Por fin, los oigo llegar. Liam parece cansado y me siento culpable por
haber pensado que no me ha hablado porque, en el fondo, le doy igual.
Supongo que él también lleva una vida bastante ajetreada. Y ahora que el
partido está al caer, debe de estar entrenando duro.
Cuando me ve desde la pista, levanta ligeramente la cabeza para
saludarme. Este jueguecito de fingir que no existo me está empezando a
poner de los nervios. Me pierdo en mis pensamientos y el silbato del
entrenador me devuelve a la realidad.
Mierda.
Liam se está convirtiendo en una distracción. En lugar de prestar
atención al entrenamiento y analizar lo que sucede, estoy ocupada pensando
en él. Dispuesta a no dejarme llevar, sacudo la cabeza, me concentro en mi
cuaderno y apunto mis impresiones sobre el entreno.
Hoy, la actitud del capitán es mucho más pausada que de costumbre.
Está apático. Teniendo en cuenta su entusiasmo habitual, me parece
extraño. Su desgana parece estar contagiándose al resto del equipo. A todos
les falta el ímpetu y la garra que normalmente les caracterizan. Es
interesante ver hasta qué punto el rendimiento sobre el hielo depende del
capitán. Ahora entiendo por qué Liam se siente presionado…
Los pases no están bien ejecutados y los jugadores apenas interceptan el
disco, o bien porque se les escapa, o porque se chocan entre ellos con
torpeza. Parece como si jugaran a cámara lenta, y si yo he sido capaz de
verlo, eso significa que el entrenador Franklyn, también. El pobre hombre
se pone más tenso por momentos.
—¡Maldita sea! ¿Qué diablos hacéis? ¡Liam, muévete! ¡Eliot, a ver si
aprendemos a patinar! ¡Por el amor de Dios, Chase…! ¿Te traigo un café o
algo? ¿Qué os pasa hoy? —grita finalmente.
Da una patada a la valla que rodea la pista y sigue echándole la bronca
al equipo. Les está cayendo una buena y yo me cohíbo en el banquillo
mientras escucho la ristra de insultos que les dirige. De repente, como si
recordara que estoy allí, se vuelve hacia mí. Me señala con el dedo índice y
deduzco que ahora me toca a mí participar en su arrebato de ira.
—Y en cuanto a ti, ¡ni una sola palabra sobre esto en el periódico!
Como te dé por escribir sobre este desastre, tendrás algún que otro
problemita…
Trago saliva, asiento y recojo rápidamente mis cosas. Prefiero no seguir
presenciando la debacle y acabar cobrando, como si el entrenador fuera mi
jefe.
Una vez en mi habitación, sentada en el sofá, suspiro. ¡Ha sido horrible!
Releo mis notas, pero no soy capaz de encontrar palabras positivas para
reflejar el entrenamiento tan caótico al que acabo de asistir. Quiero ser
amable, pero todo tiene sus límites. El entrenador tiene razón: será mejor
que no escriba nada.
¡Qué pena! En fin, me concentraré en el partido…
De repente, me vibra el móvil. Me ha llegado un mensaje. No tengo el
número guardado, así que desbloqueo la pantalla con el ceño fruncido.

* Hola, Emily. Soy Liam. ¿Te hace que quedemos mañana por la
mañana a estudiar?

Pongo los ojos en blanco y tiro el móvil a un lado, frustrada.


¡Pero será jeta!
Si cree que le voy a contestar enseguida al mensaje, teniendo en cuenta
la forma tan cutre en la que me ha saludado antes, se equivoca. Lleva días
torturándome con su silencio telefónico, ¡así que se merece que lo tenga en
ascuas un poco! ¡Que sufra!
Enciendo el portátil y me pongo una peli. Me vendrá bien sumergirme
un rato en otro mundo. Al cabo de media hora, ya me siento más tranquila.
Cojo el móvil y escribo una respuesta a ese maldito capitán buenorro.

* Ok. En la biblioteca, mañana al mediodía.

Y ya está. Ni «hola» ni «¿qué tal?», ni leches. Una tiene que ser fuerte.
Orgullosa de mí misma, dejo el teléfono antes de que vuelva a contestar.

* Gracias.

No sé qué me espera mañana, pero en el fondo, estoy nerviosita, y eso


me hace pensar que lo de estudiar con Liam Scott me importa más de la
cuenta.

***

Las puertas de la biblioteca se cierran tras de mí. No tardo en ver a


Liam sentado en una de las mesas, con los ojos pegados a los apuntes.
Cuando me acerco a él, parece ensimismado en ellos.
—Hola —le digo mientras me siento a su lado.
Alguien me manda callar desde la otra punta de la biblioteca y me llevo
la mano a la boca.
Uy…
Liam me mira con ojos cansados y me dedica una sonrisilla.
—Hola… —dice en voz baja, rascándose la barbilla.
Parece que no puede más y me siento culpable por haber pensado que
estaba pasando de mi cara. Evidentemente, no es eso; parece estar lidiando
con un montón de problemas.
—No tienes buen aspecto… —digo tímidamente.
—Tengo que espabilar si quiero aprobar el próximo examen. Como el
próximo partido está al caer, me está costando ponerme al día con la
materia. De ahí que… —Parece dudar un momento, como si le diera
vergüenza decirlo—. De ahí el mensaje. No estoy acostumbrado a pedir
ayuda, pero ahora mismo no lo estoy pasando muy bien…
Me conmueve que se sincere así conmigo y asiento.
—Vale, lo entiendo. ¿Por dónde quieres empezar? ¿Cuál es tu
metodología de estudio?
Abre los ojos como platos y me mira fijamente, como si acabara de
decir algo horrible o le hubiera hablado en otro idioma.
—Esto, yo… Bueno, mi metodología es…
Empuja hacia mí un cuaderno lleno de notas apelotonadas, con
montones de garabatos y números.
—Ya veo. Vale, pues… Creo que vamos a empezar por repasar los
conceptos básicos para que puedas organizarte mejor. ¿Te parece bien?
Le sonrío para calmar el ambiente y él me dedica una sonrisa sincera
que vuelve loca. Me siento como si un torbellino me recorriera de la cabeza
a los pies.
Joder, ¡qué guapo es!
—¡Me parece perfecto! Oye, Emily… Gracias. Lo digo en serio.
Le digo que no es nada con un gesto de la mano y ambos nos
recostamos hacia sus apuntes. Juntamos las cabezas de una forma
sospechosa. Su olor varonil se cuela en mis fosas nasales y despierta a las
mariposas de mi estómago.
No, no… ¡Ahora no! ¡Concéntrate, chiqui!
Nos alejamos un poco de su forma de trabajo y le enseño la mía.
Reconoce que soy mucho más organizada y eso me hace reír. Para la carrera
no me ha quedado otra que aprender a ser metódica en todo lo que hago.
Por ejemplo, un artículo tiene una cabecera, un titular, una entradilla, un
cuerpo y una conclusión, ¿no? Pues todo eso se puede extrapolar a la vida
cotidiana.
A Liam parece gustarle mi manera de hacer las cosas, y juntos
conseguimos hacer un par de resúmenes. Aprende rápido y es bastante
aplicado. Eso me tranquiliza. ¡Menos mal que no tengo que ponerme firme!
Hace las preguntas adecuadas, toma notas y se esfuerza de verdad. Me
gusta su actitud.
Se rasca la barba de tres días y un par de rizos castaños le caen por la
frente.
—¡Vaya, ahora sí que sí! ¡Lo tuyo es de locos, Emily! —‍susurra, para
no molestar a los demás alumnos.
—Lo estás haciendo muy bien —respondo.
—¡Eso es gracias a ti! ¡Seré idiota…! Debería haberte pedido ayuda
mucho antes.
La felicidad de sus ojos me llena el corazón. Me alegra saber que le
estoy ayudando. A estas alturas, me da igual lo que hizo en el último
entreno, o la forma absurda en la que se comportó conmigo antes. Ya no
estoy mosca con él. Nos entendemos mucho mejor y ha dejado de tontear
conmigo. Se acabaron los silencios incómodos y gélidos. Me encanta estar
con él. Siento que estoy descubriendo cómo es de verdad y eso me gusta.
¡Relájate un poquito, Emily!
Mientras guardamos nuestras cosas, Liam me pregunta:
—¿Te parece bien que quedemos mañana a la misma hora? ¿Estás libre
o…?
Le miro, intentando ocultar mi sorpresa, y sonrío.
—Sí, vale.
—¿Estás segura? No te retrasaré con lo tuyo ni nada, ¿no?
—No, no te preocupes. Con el tiempo, te irás adaptando al método y yo
podré estudiar mis asignaturas y tú las tuyas, sin que eso nos frene.
Sonríe ampliamente, como aliviado.
—¡Genial, entonces!
Cuando nos despedimos, parece dudar. Levanta el brazo, se acerca a mí
y finalmente me toca el hombro como si fuera uno de sus colegas. El
corazón se me encoge por la decepción e intento recomponerme cuanto
antes para esbozar una sonrisa.
¿En serio, Emily? Liam Scott no iba a darte un abrazo porque hayáis
estudiado durante más de una hora… Que pareces nueva, hija…
—Adiós, Liam —murmuro mientras me doy la vuelta para marcharme.
Perdida en mis pensamientos, me equivoco de camino para volver a la
habitación y me paso un rato deambulando por el campus. Después de un
rato, vuelvo en mí y ando en dirección a la resi. Espero que Cassy no haya
vuelto todavía… Seguro que se da cuenta de que algo me preocupa y no
estoy preparada para confesarle que me he pillado por el tío más bueno del
campus. ¡Ya es bastante difícil para mí asimilar lo que está pasando!

***
Tal y como acordamos, al día siguiente quedamos en la biblioteca a la
misma hora y seguimos haciéndolo día tras día.
Nuestras sesiones de estudio continúan en la misma línea que la
primera. Nos concentramos, cada uno en lo suyo, pero me doy cuenta de
que cada día tengo más ganas de pasar más tiempo con él. No se trata solo
de estudiar juntos: nos reímos de nuestros errores, decimos lo que pensamos
sobre ciertos temas y acabamos charlando sobre la vida en general. Poco a
poco, tengo la impresión de que se está formando entre nosotros un vínculo
que va más allá de sentarnos uno al lado del otro y repasar con los apuntes
en la mano.
Estoy descubriendo a una persona más madura de lo que me imaginaba.
Liam tiene opiniones bastante interesantes sobre muchas cosas; no solo
habla de deporte y, además, tiene un sentido del humor increíble. Y sí,
confirmamos lo que ya se sabía: es sexy a más no poder. Pero bueno,
digamos que eso no es lo principal.
¡Que no…!
Hoy hemos terminado una buena sesión de estudio. Liam me mira
fijamente durante unos segundos, como buscando las palabras. Yo finjo no
haberme dado cuenta y mantengo los ojos pegados a mi manual de Derecho
de los medios de comunicación, aunque soy incapaz de leer ni una sola
línea.
—Oye, Emily… —dice por fin en voz baja.
—¿Sí? —respondo lo más estoicamente que puedo, mirándole.
El corazón me late con fuerza en el pecho y no consigo calmarlo. Basta
con que sus ojos azules e insistentes se pose en mí para que mi mundo se
venga abajo. Esta sensación incontrolable me irrita y me aterroriza a partes
iguales.
En el fondo, sé que algún día se me acabará el chollo: dejaremos de
estudiar juntos y volveré a ser tan solo una periodista que escribe artículos
sobre él y su equipo, una chica que le ayudó a sacar buena nota en un
examen y nada más. No sé qué otra cosa podría ser para un tío como él…
—Gracias —continúa—. No solo por la ayuda, sino también porque me
gusta mucho hablar contigo. Siento que me entiendes…
Sus palabras me pillan desprevenida. Abro la boca contra mi voluntad y
la vuelvo a cerrar de inmediato. Me emociona lo que me ha dicho; puede
que demasiado.
—No hace falta que me des las gracias. Me alegra haberte ayudado. Ah,
y a mí también me gusta hablar contigo.
Intento dedicarle una sonrisa sincera. No es que no quiera, pero ahora
mismo tengo unas ganas irresistibles de abalanzarme sobre él, pasarle la
mano por el pelo y hacerle cosas que no se suelen ver en una biblioteca…
Bueno, normalmente, ¡porque estoy bastante segura de que Maddie se ha
tirado a alguien aquí!
Trago saliva por mi mente perversa y calenturienta y me estremezco al
pensar que quizá sea capaz de leerme. Parece que es el caso, porque Liam
sonríe de oreja a oreja y le brillan los ojos.
Mierda… Por la expresión de su cara, cualquiera diría que se lo estoy
pidiendo a gritos…
Estoy cagada y me muero de ganas al mismo tiempo. ¿Le gustaré
aunque sea un poquito? ¡Me conformaría con una décima parte de lo que él
me hace sentir!
—¡Buena suerte en tu examen de mañana! —le digo finalmente para
aliviar la tensión.
De repente, se le ensombrecen los ojos.
—Gracias… —murmura.
Recojo mis cosas y levanto.
—¡Ya me cuentas qué tal! En todo caso, nos vemos el sábado en el
partido.
—Sí… Hasta luego —murmura Liam.
Me doy media vuelta y salgo a paso ligero, casi corriendo.

***

Me cuesta concentrarme en clase. No dejo de pensar en Liam y en su


examen. Espero que nuestras sesiones de estudio hayan valido la pena.
Inconscientemente, miro el móvil cada pocos minutos, con la esperanza
de que me envíe un mensaje cuando haya terminado. Pero el día transcurre
y no me dice ni media palabra. Estoy bastante hecha polvo y me cuesta
poner buena cara.
¿Por qué tiene este efecto en mí el muy inútil?
Me maldigo por reaccionar así, pero no puedo evitar seguir dándole
vueltas al asunto. El corazón me late a mil por hora.
Cuando llega la noche, decido enviarle un mensaje. ¡Tengo que
asegurarme de que todo ha ido bien! Además, así, de paso, retomamos el
contacto…

* Hola, Liam. ¿Qué tal el examen?

Veo que está escribiendo una respuesta y espero, pero no llega nada.
Suspiro y estoy a punto de mandar el móvil a tomar viento, pero entonces
aparece un mensaje en la pantalla.

* Nada mal, la verdad

Sin punto ni nada. Ni siquiera un signo de exclamación. Impresionante.


«Nada mal, la verdad». Al menos podría haber escrito un «hola» ¿no? No sé
lo que me esperaba, pero esta respuesta me cabrea.
Vuelve a sonarme el teléfono y me da un vuelco el corazón, pero resulta
que es un mensaje de Maddie. Quiere que vaya esta noche a una fiesta en
casa de uno de sus amigos de la uni. Cassy dice que se apunta, pero irá
directa a la hermandad.
Una noche de chicas, aunque sea en una fiestón universitario, me parece
un planazo para sacarme a Liam de la cabeza. Le digo que cuenten conmigo
y no pierdo ni un segundo más. ¡Voy a arreglarme!
Media hora más tarde llaman a la puerta. A medio vestir, me levanto de
un salto para abrirle a Maddie, que me da un abrazo, eufórica.
—¿Aún estás así? —pregunta, dándome un repaso con los ojos.
Rechisto.
—¡Tía, dame cinco minutos más y estoy!
Me cuesta decidir qué ponerme, pero al final saco de mi armario un top
escotado, me calzo unos botines de tacón y me giro hacia mi mejor amiga.
Maddie me mira y silba para darme el visto bueno.
—¿Demasiado escotado? —pregunto, insegura.
—¡Qué va! Es perfecto, reina. ¡Mi mejor amiga está buenísima!
Me río. Cogidas del brazo, nos ponemos en marcha.
Una vez llegamos a la hermandad que organizaba la fiesta de esta
noche, Cassy sale a nuestro encuentro, gritando alegremente. Enseguida nos
abraza.
—¡Qué guay veros! ¡Vaya conjuntito, Emily…! ¡Estás preciosa!
Me mira de arriba abajo, complacida, y no puedo evitar reírme.
La hermandad está sorprendentemente llena y enseguida me percato de
que el equipo de hockey también anda por aquí. Hago una mueca de apuro
y observo a la multitud hasta que mis ojos se cruzan con los de Liam.
Se me queda mirando unos segundos, luego me dedica una sonrisa
encantadora y me guiña el ojo. Respondo de manera sobria, agachando la
cabeza. Aun así, no puedo evitar que un calorcito traicionero se extienda
por mí y le aparto la mirada para que no vea que me he puesto roja por su
culpa.
—¡Tengo que ir al baño! —les suelto a mis amigas.
—¿Qué? ¿Tan pronto? —exclama Maddie.
—¡Vengo enseguida!
Salgo de allí para no permanecer en el campo visual del capitán
buenorro. Es como si aún pudiera notar sus ojos clavados en mí y siento que
me estoy derritiendo por momentos.
¡Esto tiene que acabar!
Pese a que acabo de hacerme a la idea de huir de él, alguien me roza por
detrás en ese salón abarrotado. Levanto la vista y me encuentro con la
mirada azul celeste de Liam, que me electriza aún más ahora que lo tengo
tan cerca. Mi cuerpo envía señales, chispas al lugar del que me tiene cogida,
pero yo sigo avanzando antes de que pueda decir nada.
Por fin a solas, con la puerta del baño cerrada tras de mí, respiro hondo.
Me inclino sobre el lavabo y me lavo las mejillas teñidas de rojo con agua
fría.
No es para tanto. ¡No pasa nada! Puedo pasármelo bien con mis
amigas de todas formas. Por mucho que esté aquí, aún puedo disfrutar de
la noche…
Después de unas cuantas respiraciones profundas, estoy un poco más
calmada y me siento preparada para salir de nuevo.
Cuando abro la puerta, Liam está de pie frente a ella. Tiene el ceño
fruncido y parece estar sumido en sus pensamientos. Finalmente levanta la
vista y me mira de arriba abajo.
—Hola, Emily…
Con la punta de los dedos, se aparta un mechón de pelo castaño de la
frente y se acerca lentamente a mí. Yo retrocedo y me choco con la puerta
que tengo justo detrás. Me mira a la cara y se humedece los labios.
¿Qué está mirando? ¿Se me habrá corrido el maquillaje por lavarme la
cara?
Lentamente, coloca la mano izquierda a mi lado y me bloquea el paso
hacia el pasillo. Poco después, hace lo mismo con el brazo derecho. Ahora
sí que no hay salida.
Se me acelera el corazón. Nunca habíamos estado tan cerca a propósito.
No entiendo a qué juega. Bueno, en realidad me temo que sí lo entiendo. Se
me tensa el cuerpo y un calor intenso se desata entre mis muslos.
Entonces se inclina hacia mí y se detiene a unos centímetros de mi boca.
Trago saliva, con los ojos fijos en los suyos. No debo ceder, no puedo
permitir que lo haga…
Pero lo deseo tanto…
Justo cuando estoy a punto de rendirme, baja la cabeza y se queda ahí,
casi rozándome los labios. Su aliento huele ligeramente a alcohol y fruta.
Me dejo envolver por su aroma. Su cuerpo emana un calor fascinante.
Siento la presión de su torso firme contra mi pecho y algo se despierta en
mi bajo vientre.
—Esta noche estás muy sexy, Emily… —susurra.
Me recorren escalofríos y por un momento, siento que me van a fallar
las rodillas. Estoy excitada a más no poder. Este tío es el mismísimo diablo,
pero un diablo tan atractivo…
Antes de que pueda decir nada, una voz le llama desde el otro extremo
del pasillo.
—¿Liam? ¿Dónde estás, colega?
Me guiña un ojo y se echa para atrás. Se va andando tranquilamente por
el pasillo y desaparece entre la multitud, mientras que yo me quedo allí,
petrificada.
¿Qué acaba de pasar?
Se suponía que lo nuestro se limitaba a los estudios. A ver, obviamente,
yo quiero más; no puedo negarlo. Pero de repente nos hemos saltado un par
de pasitos, ¿no? ¡No me he flipado: está intentando tentarme! ¿Estará
borracho? O drogado, quizá… No, lo dudo mucho. El entrenador lo mataría
si se enterase y él se desvive por su carrera deportiva…
Madre mía, ¡menuda fantasía!
Ahora ya no me calmo ni aunque me tiren un cubo de agua fría encima.
¡Respirar hondo no me servirá de nada! No me funcionan las piernas y me
cuesta pensar con claridad. Apoyo la cabeza en la puerta y espero a que mi
cuerpo se recupere.
—Ajá, ¡ahí estás! —exclama Maddie, acercándose a mí‍—‍. ¿Qué te
pasa? Vaya cara me llevas, amiga…
—Esto… Sí. Me duele un poco la cabeza, pero ya se me pasará
—‍miento.
Maddie me echa una miradita escrutadora y finalmente asiente. Me
siento culpable por mentirle a mi mejor amiga, pero no estoy preparada para
contárselo todo aquí y ahora.
Juntas nos apresuramos hacia la barra. Me pide un vaso grande de agua
y se saca una aspirina del bolso. Le doy las gracias y acepto ambas cosas.
Luego me bebo el agua fría con ansia. Me refresca un poco y me ayuda a
volver a la realidad.
En la otra punta de barra, Liam, rodeado de sus compañeros de equipo,
me mira con una sonrisa, satisfecho. Le ignoro y me concentro en mis
amigas. Cassy y Maddie charlan alegremente y yo finjo escucharlas.
Aunque intento evitarlo a toda costa, cada cierto tiempo desvío la mirada
hacia Liam y siempre lo pillo mirándome; no falla. Cuanto más tiempo
pasa, más alterada estoy.
—¡Tierra llamando a Emily! —dice Cassy, dándome una palmadita en
el hombro.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —respondo.
Mi amiga se ríe.
—¿Nos estás escuchando?
—Lo siento, chicas. Creo que será mejor que me vaya a casa. No se me
quita el dolor de cabeza…
Parecen decepcionadas, pero no dicen nada. Se ofrecen a llevarme a
casa y les digo que no. Antes de marcharme, las abrazo a las dos.
El aire fresco me hace mucho bien. Mientras camino de vuelta a la resi,
el momento lapsus en la puerta del baño se repite una y otra vez en mi
cabeza.
¿Cómo voy a estudiar ahora con Liam, después de lo que ha pasado?
Pues nada, ya va siendo hora de que se las apañe solo. Pero ¿qué pasa
con las entrevistas en los partidos? ¿Cómo voy a estar relajada delante de él
y fingir que no ha pasado nada?

***

El día del partido del equipo de hockey, llego puntual al pabellón. Los
chicos todavía están calentando en el hielo y, como era de esperar, la
asistencia es inmejorable: las gradas están abarrotadas de espectadores. El
entrenador Franklyn me saluda y se apresura a disculparse por haberme
gritado en el último entrenamiento.
Me siento en el banquillo y desenfundo la cámara para sacar unas
cuantas fotos con las que rematar el artículo. Cuando enfoco hacia Liam,
me guiña un ojo. Inmediatamente me viene a la mente lo que pasó en la
fiesta la otra noche. No me extraña que tantas chicas hayan caído rendidas a
sus pies. Lo suyo no tiene nombre.
¡Está tan bueno…!
Avergonzada y confusa, dejo mi equipo a un lado y saco el cuaderno.
Comienza el partido y me toca ponerme seria.
El equipo parece haber recuperado la confianza, sobre todo si
comparamos el porte actual de los jugadores con el caos del entrenamiento
del otro día. Supongo que se debe a que el entrenador se pasa la vida
echándoles la bronca. Hoy Liam está jugando como un verdadero
profesional. Esta vez todos sus tiros van a puerta.
El partido transcurre sin ningún problema y cuando suena el silbato que
anuncia la victoria del equipo de nuestra uni, la afición enloquece. ¡Otra
más! Hasta yo me dejo contagiar por el entusiasmo de los asistentes y me
levanto a aplaudir. En el hielo, los jugadores celebran el triunfo y aprovecho
para hacerles algunas fotos.
Antes de irme, le hago un par de preguntas al entrenador Franklyn. Así,
me ahorro entrevistar a Liam en persona. Muy inteligente por mi parte lo de
adelantarme a los acontecimientos…
Recojo rápidamente mis cosas y vuelvo a la resi para ponerme a trabajar
antes de que el capitán —que es demasiado sexy— vaya a buscarme.
Llevo un rato en la habitación y justo cuando empiezo a escribir el
artículo, la vibración del móvil me desconcentra.
Vaya, pero si es Liam…
* Pensaba que tú y yo éramos un equipo al final de los partidos… Me
han dicho que has estado haciéndole preguntas al entrenador y me he
quedado chafado. Si cambias de opinión y se te pasa lo de ignorarme,
estamos de fiesta. Puedes venirte…

Al leer su mensaje, me mosqueo un pelín, pero no puedo mentir: me


uniría de cabeza a uno de sus planes. Mi cuerpo reacciona de inmediato y
me cuesta mucho reprimir las ganas que tengo de volver a ver a Liam. El
chaval le echa huevos al asunto…

* Esta noche no puedo; estoy liada.

Un mensaje claro y conciso. Estoy orgullosísima de mí misma. Acto


seguido, el teléfono vuelve a vibrar.

* ¡Venga, Em, solo una horita…!

Pues sí que insiste… ¿Querrá verme de verdad o será otro de sus


jueguecitos para que vaya detrás de él? Pero ¿a qué viene lo de ronearme?
Espero que no haya hecho una apuesta con sus colegas…
Pienso en las veces que quedamos en la biblioteca, en el Liam tan
distinto al que vi la otra noche… Confirmamos que se esconde detrás de esa
fachada de playboy2 del campus la mayor parte del tiempo.
Lo que quiere, lo consigue, ¿no?
Ojalá tuviera la suficiente confianza en sí mismo para mostrarse tal y
como es de verdad. Bueno, no nos engañemos: ¡creo que me gustan todas
sus facetas! Pues estoy jodida…
Suspiro. No puedo negar que me sube la moral que me tire la caña
semejante bombón, lo que me lleva a… Aún puedo trabajar en el artículo
mañana, ¿no?
Cojo el teléfono y escribo:

* Venga, va, una horita sí que me paso. ¿Por dónde andáis?


La pizzería donde hemos quedado está al lado del campus. Está petada
de gente y dentro hay un vocerío nunca visto.
¿Por qué habré cedido?
De repente siento una presencia cálida en la espalda y un aliento en la
nuca que reconocería entre miles. Solo hay alguien que tiene ese efecto en
mí.
—Me alegro de verte… —me susurra Liam al oído.
Me gira hacia él y me mira con sus ojos brillantes. El enjambre de
mariposas que tengo en la tripa revolotea como loco y el corazón me late
desbocado. Liam apoya las manos en mis hombros y sonríe con un carisma
que roza la indecencia. Es como si disfrutara torturándome.
Me trago el nudo que tengo en la garganta y balbuceo un «hola» muy
poco sugerente.
—¿Tienes hambre? —me pregunta y luego me suelta.
Siento un cosquilleo en los hombros, donde antes estaban sus manos.
—Esto, sí… —Me cuesta articular palabra.
Liam desaparece por un instante y vuelve con un plato que contiene
varios trozos de pizza. Cuando me lo da, nuestros dedos se rozan y me
siento como si me atravesara un rayo. Estoy a punto de tirarlo al suelo, pero
consigo cogerlo antes de que se me escape.
—¿Qué tal? ¿Has disfrutado del partido? —me pregunta
despreocupado.
Me mira a los labios y luego a los ojos, de forma alterna. Es como si
intentara entablar conversación, aunque en realidad, es lo último que le
apetece hacer ahora mismo.
Asiento y no digo nada.
—Ven, anda. Pasa y siéntate conmigo.
Mientras miro a mi alrededor en busca de un asiento vacío, noto de
repente la mano de Liam en la parte baja de la espalda. Me empuja a través
de la multitud hasta una mesita en un rincón del local. Pongo el plato
delante de mí y me siento en el banco. Para mi sorpresa, Liam se sienta a mi
lado, no enfrente de mí. Nuestras piernas se tocan ligeramente y me pongo
roja.
Para mantener las manos ocupadas, cojo un trozo de pizza.
—Has jugado genial, la verdad —le digo para llenar el silencio.
Él se ríe.
—Bueno, seguro que mejor que en el entrenamiento al que viniste el
otro día…
—No me atrevía a decírtelo, pero… sí.
—Te lo permito. Aquel día no estaba muy centrado —Se rasca la nuca,
como si le costara admitirlo—. Tenía muchas cosas en la cabeza, incluidos
mis problemas con los estudios. En fin, gracias a ti, ahora veo las cosas con
más claridad.
De repente levanta la vista hacia mí y me siento al borde del abismo.
Trago el bocado con cierta dificultad. Liam me pasa el brazo por detrás y lo
apoya en el respaldo del asiento con una naturalidad sorprendente y se gira
ligeramente hacia mí. Volvemos a mirarnos a los ojos.
El alboroto que nos rodea hace eco en mis oídos, como si los tuviera
taponados. No puedo pensar en nada más que en las ganas de sentir sus
labios sobre los míos.
—¿Qué pasa? ¿No te gusta la pizza? —pregunta, juguetón.
Aparto la mirada y le doy un mordisco a la margarita a toda prisa. Él
coge otro trozo y se lo lleva a la boca. Desvío la vista hacia sus labios.
Lo hace a propósito; estoy segura. Está jugando con mis nervios.
Es raro, pero ahora que estamos sentados el uno al lado del otro, aunque
solo sea comiendo, me siento un poco mejor y relajo el cuerpo. Aunque
estemos callados, no me siento extraña.
Cuando los dos hemos terminado, Liam sonríe satisfecho y se inclina un
poco más hacia mí. Me mira intensamente a los ojos y siento que me ahogo
en el océano de sus iris azules.
—¡Bueno, tengo que ponerme con el artículo! —‍exclamo de repente.
—Deja que te acompañe a casa… —me ofrece.
—¿No quieres pasar la noche celebrando la victoria del equipo?
—No. Mañana me toca seguir estudiando. Ahora que tengo una tutora
de diez, no puedo desaprovechar la oportunidad —‍responde con una sonrisa
despreocupada.
Le miro pensativa durante un momento y finalmente asiento de una
forma un tanto forzada. Nos levantamos y me vuelve a poner la mano en la
espalda antes de que nos abramos paso entre la multitud.
Apenas hablamos en todo el camino. En realidad, son solo diez minutos
a pie, pero con él, me siento como si volara.
Cuando llegamos frente a la resi, rebusco las llaves en el bolso.
—Gracias, Liam. Buenas noches… —le digo, antes de girarme hacia la
puerta.
Creo que así le dejo muy pocas opciones de seguir con lo que
pretendiera hacer esta noche.
—Buenas noches, Emily.
El sonido de mi nombre saliendo de sus labios me electriza. Intento
meter la llave en la cerradura para no derretirme, pero a mis espaldas, no lo
oigo alejarse, no. Liam se acerca a mí y, una vez más, el calor de su
presencia hace que todo me dé vueltas.
Entonces mi cuerpo toma el control de mi mente. Cuando me doy la
vuelta, lo tengo muy, muy cerca. No puedo soportarlo más, así que lo agarro
de la chaqueta y tiro de él para apretarlo contra mí. Me pongo de puntillas y
busco sus labios.
1
N. de la T. Administración y Dirección de Empresas.
2
N. de la T. Ligón, tiracañas, donjuán.
7
Liam

Sus labios son míos, al fin. Ha sido ella quien ha dado el primer paso y
aún me cuesta creerlo.
Se me acelera el corazón: me siento como si me hubiera alcanzado un
rayo. Llevo tanto tiempo soñando con este momento que es como si
trascendiera. Un cosquilleo me recorre el cuerpo, y a este lo sigue un
escalofrío indescriptible. Su beso sabe a miel; es dulce, como la tentación a
la que hemos sucumbido. ¿Es esto lo que sintió Eva cuando mordió la
manzana en el jardín del Edén?
¡Di que sí, ponte a pensar en esto justo ahora!
De repente, justo cuando mis manos la agarran con firmeza, cuando
nuestras lenguas se encuentran y nuestro abrazo se vuelve más intenso,
siento que el calor de mi rostro se disipa. Emily acaba de dar un paso atrás.
Ya no se aferra a mi cuerpo con los dedos, y es como si me hubiera privado
con violencia de su sabor acaramelado.
—Buenas noches, Liam… —murmura, antes de abrir la maldita puerta
y desaparecer en la residencia.
Me quedo allí unos minutos, desconcertado. En mis vaqueros, ahora
demasiado ajustados, asoma una erección. Me siento como si fuera a
explotar. Entonces me doy cuenta de lo evidente: se ha ido y me ha dejado
allí, como un animal moribundo.
De vuelta a la pizzería, no puedo evitar darle la vuelta a la situación.
Contra todo pronóstico, sonrío como un idiota. Se me dibuja una de esas
sonrisas tontorronas que siempre me han hecho odiar a la gente enamorada.
¿Ahora piensas que es amor? ¡Relaja, crack!
Sin embargo, soy consciente de que lo que acaba de pasar ha sido un
error. Un gran error. Llevaba semanas muriéndome de ganas de tener este
desliz. Cada vez que quedábamos a estudiar, me derretía con tan solo verla.
Estoy enganchado, atrapado, soy un adicto a sus ojos azules, que son todo
un vicio, y aun así, ella no se ha dado cuenta de nada. Hasta ahora, claro.
Quizá sea eso lo que me gusta de ella, que no es consciente de su innegable
encanto.
A decir verdad, me gusta todo de Emily. Adoro cómo mordisquea la
tapa del boli, cómo se coloca los mechones rubios detrás de la oreja, la
forma en que se concentra, su buen humor repentino, su pasión por el
periodismo, y bueno, para qué mentir, su culo. En fin, esa chica es una
pasada.
Suspiro. Estoy en la mierda, pero aun así, quiero más. Ese beso que nos
hemos dado hace unos minutos no ha hecho sino avivar mi deseo por ella.
Me atormenta que me intente alejar de ella, pero en el fondo, que sea
esquiva lo hace aún mejor.
Joder, cómo me gusta que me tiente…
La última vez que quedamos a estudiar, me cabreé con ella. Me dio a
entender que había hecho su trabajo y que yo no era más que su alumno.
Me sentí como un idiota, porque me tenía a sus pies. Por eso tardé tanto en
decirle que me había salido más o menos bien el examen. Quería ver si le
importaba.
Estaba que me subía por las paredes, pero cuando recibí su mensaje,
salté de la emoción. Pese a todo, me hice el gilipollas y le respondí de una
forma bastante escueta. Y cuando la vi después en esa fiesta, tan sexy, tan
apetecible, y estoy bastante seguro de que sofocada por mi presencia,
recobré la esperanza. Como había bebido bastante, no pude aguantarme y
fui a provocarla. Tenía que estar seguro de que ella sentía lo mismo, y mira
por dónde, acerté.
A partir de ese momento, sentí que me crecían las alas. Y ahora que por
fin he despegado, Em me hace caer en picado. Por eso mismo, sé que es
peligroso intentar recuperar el impulso. Muy peligroso.
¿Hay sitio en mi vida para Emily Hansen? Yo, que juré centrarme en el
hockey y nada más que en el hockey, no sé qué hacer…
Cuando vuelvo a nuestra mesa, los chicos aún están hablando del
partido. Me uno a ellos y finjo que no ha pasado nada, pero me cuesta
seguir la conversación. No dejo de recordar el beso.
Aún noto el sabor a miel, a tentación, y el regusto a un sinfín de dudas.

***

Estoy sentado en una de las aulas de la facultad, intentando


concentrarme en lo que dice el profesor.
Desde que nos besamos el sábado por la noche, no he hablado con
Emily. Tampoco la he visto. Quería escribirle, pero no sé por dónde
empezar. Además, ¿de verdad tengo que hacerlo? O mejor dicho, ¿cuán
bien está que siga tonteando con ella, aun a sabiendas de que no podemos
tener una relación? Necesito concentrarme en mi futuro, en el deporte.
Aunque… ¿Tan difícil sería conciliarlo todo?
Tío, si ya te cuesta seguir adelante con las clases y los entrenos, ¡no
quieras añadir una relación al cóctel!
Exhalo un largo suspiro y apoyo la cabeza en la mesa.
Estoy hasta donde yo te diga de la vida adulta…
Finalmente, decido enviarle un mensaje sobrio que no admita un no por
respuesta. Si la veo, aunque sea una vez más, quizá pueda aclarar las cosas
y saber cómo actuar.

* Hola, Emily. Nos vemos en la biblio al mediodía.


¡Hasta luego!

No me contesta, pero estoy dispuesto a ir con todo, así que me presento


a la hora que toca en el lugar acordado. Mientras me monto el chiringuito,
como si la biblioteca entera fuera mía, sigo absorto en mis pensamientos.
El poco tiempo que he pasado con Emily hasta ahora es único. No hay
nadie con quien haya vivido algo semejante. Me siento a gusto con ella y
mucho más tranquilo, porque sé que me apoya. Pero una chica como Emily
se merece a alguien que se rinda ante ella y la cubra de flores, y yo no estoy
en condiciones de hacerlo en este momento. Para mí, lo primero es el
hockey sobre hielo.
Como siempre, Emily llega puntual. Cuando se acerca un poco a mí,
veo que parece nerviosa.
—Hola —dice tímidamente mientras toma asiento en la mesa.
—Hola, ¿estás bien? —le pregunto, un tanto confuso de repente.
—Sí… ¿Qué quieres estudiar hoy?
Emily rebusca entre los libros que tiene delante.
Ah, ¿conque esas tenemos? ¿Va a fingir que no pasó nada la otra
noche? No me lo está poniendo fácil…
Y así, sin más, nos ponemos a repasar. De vez en cuando, le rozo el
brazo con el mío y siento que saltan chispas entre nosotros. Cuando pasa las
páginas del libro con el que está estudiando, le tiemblan las manos. La
observo sigilosamente y me pregunto si seré capaz de echarle huevos en
algún momento y hablar con ella.
Al cabo de un rato, me armo de valor. Creo que estoy dispuesto a abrir
la veda. Sin embargo, aunque separo los labios, no soy capaz de emitir
ningún sonido. No sale ni media palabra de mi boca.
Pues nada, se ha intentado…
El resto de la hora transcurre en silencio, y ninguno de los dos parece
querer hablar de nuestro beso. Al final nos despedimos y me voy a comer
con el equipo, resignado.
Más tarde, en los vestuarios del pabellón, no puedo quitarme a Em de la
cabeza. Tengo que actuar.
¡Vamos, hostia!
Saco el móvil de la bolsa y le envío un mensaje.

* ¿Estás libre esta noche? ¿Podemos vernos después del


entrenamiento?

Dejo el móvil y me pongo los patines. Justo cuando voy a levantarme,


me responde.

* Sí. ¿Dónde?

Cuando quiere, se le da muy bien lo de responder con pocas palabras…


¿Se estará vengando? Puede… Justo después, le envío la dirección de mi
resi y le digo la hora a la que me viene bien que se pase.
Como sé que voy a hablar las cosas con ella más tarde, me cuesta menos
concentrarme. Entreno a tope y me siento un poco más tranquilo.
Después de sudar y darlo todo, me doy una ducha rápida y salgo pitando
hacia la resi. Debería hacer arreglar la leonera antes de que venga Emily.
Tampoco es que dé pena, pero me gustaría causarle buena impresión.
Eso es nuevo, chaval…
Nervioso como nunca, a las siete en punto de la tarde oigo que llaman a
la puerta. De repente, el corazón me late con fuerza y levanto la mano para
saludarla, aunque me tiembla.
—Gracias por venir.
—Tranqui, no es nada…
—Pasa.
Me quito de en medio y la dejo pasar a mi habitación. Ella avanza con
cautela y mira a su alrededor, como si esperara ver a todo el equipo de
hockey escondido en un rincón.
—¿Te apetece algo de beber?
Emily duda por un instante y luego asiente. Saco dos cervezas de mi
neverita, las abro y le paso una. La invito a sentarse en el sofá y ella sigue
observando mi guarida.
Me siento un poco intimidado por haberla traído a un lugar tan íntimo
como mi habitación. Aunque me he acostado con montones de chicas del
campus, siempre me he asegurado de que no acaben aquí. No sé, es que…
No me gusta la idea de que se metan en mi espacio personal. Eso sería
invitarlas a una parte de mi vida y no estoy preparado para hacerlo. Pero
bueno, soy yo el que le ha dicho a Em de pasarse por la resi, así que aquí
estamos…
—Liam, ¿por qué me has pedido que venga? —pregunta finalmente,
mirándome fijamente con sus grandes ojos azules.
Doy un trago largo a la cerveza y me siento a su lado.
—Esto, yo… Pues…
Su mirada me descoloca; no sé ni por dónde empezar. Y eso que he
ensayado el discursito cientos de veces antes de que viniera… Dejo la
cerveza sobre la mesa y ella me imita, por lo que nuestras manos se rozan.
Esa mera caricia despierta en mí sensaciones incontrolables. Se me
tensan los pantalones, dejo de pensar y no puedo evitar lanzarme y apretar
mi boca contra la suya. Inmediatamente, sus labios me reciben con la
misma oleada de deseo y mi lengua se deleita al saborear la suya. La agarro
con fuerza de las caderas y la atraigo hacia mí con un ímpetu casi
desesperado. Ella no se resiste y siento su cuerpecito presionando contra el
mío. Definitivamente, tengo la entrepierna en llamas.
Le acaricio la espalda con los dedos y luego recorro la curva de sus
nalgas. Ella gime contra mi boca y se pierde en nuestro beso, que jamás
cesa. Me va a volver loco. Entonces le levanto la camiseta y exploro su piel
suave hasta llegar al cierre del sujetador. Ella ondea la pelvis para
provocarme y yo la miro para confirmar que quiere que siga.
Me centro en desabrocharle la lencería y ella aprieta los pechos aún más
contra mi torso. Me agarra del pelo con las manos y siento que me arde la
boca.
Joder, qué delicia…
De repente, hace un calor tórrido. Respiro con dificultad y el corazón
casi se me sale del pecho. Nunca me había sentido tan atraído por alguien.
Sus labios avanzan hasta mi cuello y Emily se detiene allí para
mordisquearme la piel.
Le respondo con un gemido y sigo avanzando, subiéndole por el
costado para tocarle los pechos. Noto cómo se le endurecen los pezones en
contacto con mis manos. Mi erección se vuelve cada vez más dolorosa.
Necesito verlos, saborearlos, hacerlos míos…
Acabo con nuestra cercanía efímera para levantarle la blusa y lanzarla a
la otra punta de la habitación. Le quito el sujetador y libero sus preciosos
pechos.
Allí, ante mí, medio desnuda, la admiro y la veo sonrojarse ligeramente.
—Eres preciosa —le digo.
Se inclina para besarme con avidez. La envuelvo con los brazos y la
tumbo en el sofá con facilidad. Me enderezo un poco y me quito la
camiseta, antes de darle un beso piel con piel que me colma de impaciencia.
Emily gime levemente ante mi procesión de besos. Le lamo el cuello, la
clavícula y luego voy bajando lentamente hasta sus pechos, que lengüeteo
con avidez. Saben a primavera y a fruta. Le paso la lengua por los pezones
y luego jugueteo con ellos, se los recorro en círculos y oigo que su voz se
vuelve cada vez más ronca.
Finalmente, la libero de mi tormento y bajo hacia su ombligo. Por el
camino, le doy unos cuantos besos. No tardo mucho en desabrocharle el
botón de los vaqueros. Puedo ver la cinturilla de sus bragas y eso me pone
duro como una piedra. Como siga así, me voy a correr en los calzoncillos
como un preadolescente…
El encaje morado de su lencería me llama y voy bajándole los
pantalones para quitárselos. Dejo al descubierto sus muslos definidos. No
puedo aguantar más, así que apoyo la boca en su intimidad por encima de la
fina tela, mientras palpo la entrada de su sexo con las yemas de los dedos.
Por encima de mi cabeza oigo un canto coral de placer, y eso me anima a
seguir.
Con una delicadeza extrema, pero deseoso de que se ponga tensa para
mí, le aparto las bragas para lamerle el sexo. Mientras se retuerce, le meto
el dedo índice. Está tan mojada que no puedo contener un gemido de
satisfacción. Su excitación parece igualarse a la mía, y acabo quitándole lo
que le queda de ropa, con una brusquedad sin precedentes. Me da igual
rasgársela: Emily no se queja y me deja que la agarre de los muslos para
separárselos. Me hunde la mano en el pelo y me agarra con fuerza.
Me deleito en su placer, como un catador disfruta de un buen vino. Su
sexo me sabe a gloria; es como si estuviera en el cielo.
A medida que mi lengua se acelera, los gemidos de Emily van en
aumento. Le succiono el clítoris, sin dejar de estimularla con los dedos, y
poco después, se tensa, grita, y yo me bebo su jugo, complacido.
El néctar de los dioses…
Su orgasmo es el sonido más hermoso que jamás he oído. Con una
mano, me desabrocho los vaqueros y me bajo los calzoncillos. Así, doy vía
libre a mi polla, que parece liberada de sus grilletes. Suspiro, satisfecho: no
soportaba más tenerla tan prieta.
Emily se apoya en los codos y me observa, mientras se relame con
avidez. Parece disfrutar de lo que ve y avanza a cuatro patas por el sofá para
agarrármela. Con la mano firme, me masturba y comparte conmigo el sabor
de sus besos. Luego, lentamente y con los ojos aún prendidos por la lujuria,
se agacha para colocarse entre mis piernas y chupármela.
Abro la boca y ahogo un suspiro al sentir que sus labios me envuelven
la polla. La agarro de las nalgas desnudas mientras que se mete y se saca mi
miembro de la boca.
Luego subo las manos para cogerla del pelo y no puedo evitar imitar sus
movimientos, como en los sueños eróticos que he tenido con ella, los
sueños en los que solo estábamos nosotros dos.
Si sigue así, me voy a correr…
Finalmente, se separa de mí, vuelve a chuparme el glande, que ahora
brilla por su saliva y se me sienta a horcajadas sobre los muslos. Luego me
mordisquea la oreja antes de susurrar:
—¿Tienes un condón?
¡Tener, tengo a montones! Aun así, me abstengo de confesarle que me
sobran, porque no es el momento. Me acerco a la mesa auxiliar que hay
detrás del sofá, abro una caja que tengo allí y me hago con un condón. Con
seguridad, rasgo el envoltorio y me enfundo la polla erecta.
Emily se aferra entonces a mi nuca y se la mete de una. La sensación es
indescriptible.
—Sí, joder… —gimo mientras ella empieza a mover la pelvis.
No es que pensara que era una inexperta en el sexo, pero la seguridad
con la que me folla me deja sin palabras. La dejo hacer y pronto
encontramos el ritmo; nos entregamos por completo el uno al otro.
Nos devoramos como dos animales hambrientos y chocamos cuerpo con
cuerpo, buscando el placer. Ambos estamos a punto de llegar al clímax y
nos damos besos llenos de deseo y lujuria ciega. Emily gime cada vez más
fuerte y a mí me cuesta contenerme. Hace movimientos circulares con las
caderas y después de un par de embestidas salvajes, ambos llegamos al
orgasmo.
Sudorosa y sin aliento, se separa de mí y se sienta a mi izquierda. Me
apoya la cabeza en el hombro y nos quedamos un buen rato en silencio,
recobrando el sentido. Me pregunto qué se le estará pasando por la cabeza.
No había planeado esto; de verdad lo digo. Estaba decidido a
distanciarme de ella, a decirle que teníamos que mantener una relación
estrictamente profesional, que solo seríamos compis de estudio y ella podría
seguir colaborando con el equipo.
¡Pues lo has hecho genial, Liam!
Me vuelvo hacia ella y la miro. Ha sido un polvazo increíble. ¡Emily
está preciosa! Tiene los ojos cerrados y parece que está en otra dimensión.
—¿Estás bien? —me atrevo a preguntar, incapaz de soportar por más
tiempo el silencio.
—Mejor que bien, la verdad… —dice levantando la vista hacia mí.
—¿Quieres beber algo?
Me levanto y cojo los calzoncillos antes de deshacerme del condón. Ella
asiente y sonríe.
—Sí, podríamos terminarnos las cervezas… —dice, divertida.
Voy un momento al baño y cuando vuelvo, ya está vestida. No puedo
contener mi decepción al ver su precioso cuerpo de nuevo bajo la ropa.
Se muerde el labio. Quiere decirme algo. Parece pensativa y de repente,
veo la incertidumbre reflejada en sus ojos.
—¿Pasa algo? —le pregunto con el ceño fruncido.
—Ha sido increíble, Liam…
Sonrío ampliamente.
—¡No podría estar más de acuerdo!
—Pero…
¿Pero? ¿Cómo que «pero»? ¿Está fijando límites antes que yo? A lo
mejor es que no le gusto tanto…
—Esto no puede volver a pasar —dice por fin.
Sorprendido, la miro, pero no digo nada. Me limito a dejarla continuar.
—Los dos nos hemos fijado unos objetivos muy concretos para nuestro
futuro y… Bueno, no debemos perderlos de vista.
¡Ojo!
Está claro que he juzgado mal a Emily. Parece que tenemos más en
común de lo que pensaba. Aun así, me duele escucharlo de ella. Tal vez sea
porque tiene el coraje que a mí me falta. Sé que tiene razón, más que nada
porque yo quiero lo mismo. Pero creo que me he encariñado con ella más
de la cuenta…
Miro al suelo y sacudo la cabeza.
—Sí, lo entiendo. Debemos priorizar nuestras metas; no hay que
distraerse.
—Exacto. En fin, será mejor que sigamos siendo amigos, si te parece
bien.
Traga saliva y veo que se le tensa el cuerpo.
—Sí, bueno, supongo… —finalmente, cedo.
—No quiero una relación que ponga en peligro mis estudios. Aunque,
bueno, no quiero que nos distanciemos. Me… me gusta pasar tiempo
contigo, Liam…
Se me dibuja una sonrisa en el rostro.
—¡Pues menos mal, Em, porque a mí también! —La miro—‍. Bueno,
¿somos amigos, entonces?
Emily se lo piensa un momento y luego asiente.
Me siento a la vez aliviado y completamente desorientado.
Normalmente soy yo quien suelta este discursito. Tenía muchas ganas de
dejárselo claro, pero ahora que lo pienso, me duele bastante pensar que solo
soy su amigo.
Una sonrisa aparece en el rostro de Emily y enseguida noto cómo se
alivia la tensión entre nosotros.
—Gracias por ser tan sincero, Liam… —dice y luego suspira, más
tranquila.
—Soy yo el que debería darte las gracias.
La miro a los ojos, luego a los labios y finalmente busco de nuevo sus
iris azules.
Lo de seguir siendo amigos parece la decisión correcta. No será fácil
después de haber echado semejante polvazo, pero es lo mejor para los dos.
Te estás haciendo a la idea… Bien por ti, máquina.
—Bueno, me alegro de que seamos capaces de dejar esto a un lado. Por
cierto, ¿por qué me pediste que viniera a verte esta noche? —me pregunta
mirándome fijamente.
—Oh, pues… Porque he aprobado el examen y quería celebrarlo
contigo —digo torpemente y fuerzo una sonrisa.
—¡Qué bien, Liam! ¡Vaya notición!
Emocionada, aplaude y me abraza. Le devuelvo el abrazo y cierro los
ojos unos segundos para aspirar su dulce aroma. Ella se separa lentamente
de mí y se ajusta la camiseta.
—Bueno… será mejor que me vaya —dice.
La acompaño hasta la puerta, le doy las gracias, y luego, las buenas
noches. Cierro la puerta y sacudo la cabeza.
Joder, pero ¿qué coño ha sido eso?
Después de una larga ducha, me meto en la cama. No puedo dormir: sus
besos, sus labios, las yemas de sus dedos sobre mi piel, su pasión, sus
orgasmos… lo tengo todo grabado en la memoria. No consigo sacarme las
imágenes de la cabeza.
Además, no dejo de preguntarme por qué le ha sido tan fácil a Emily
proponer que sigamos siendo amigos, como si lo que hemos hecho no fuera
para tanto.
¿Habré hecho algo mal? Parecía satisfecha, pero… ¿y si lo ha fingido?
A lo mejor no ha sido como se lo esperaba, o bueno, simplemente no le
apetecía tanto como yo me creía.
Me froto la cara con las manos.
Cálmate, Liam. Al final tienes lo que querías, ¿no? Solo amigos: ni
ataduras, ni tentaciones, ni amor…
8
Liam

Al día siguiente, quedamos como siempre en la biblioteca. Emily ya


está sentada en la mesa y parece tener la mente en otro planeta. Cuando me
ve, me sonríe y me saluda con la mano. Me siento frente a ella para guardar
las distancias. No me fío de mí mismo en su presencia.
Mientras estudiamos juntos, me distraigo un poco, porque estoy todo el
rato intentando no tocarla. A Emily también se la ve cortada. Probablemente
sea normal: todavía tenemos fresquito el polvo de anoche. Con el tiempo,
seguro que encontraremos el equilibrio, aunque de momento parezca
complicado.
Pero joder… ¡Es que es tan difícil! En cuanto estoy cerca de ella, se me
ocurren… cositas. Las destierro a los recovecos de mi mente e intento
concentrarme en lo que debo hacer, lo cual me está costando todo un
mundo.
Después de nuestra sesión de estudio, cada uno se va por su lado a
seguir con su rutina.
Los días siguientes, la historia se repite. No hablamos de nuestro
calentón nocturno ni de nada personal. Solo estudiamos y nos apoyamos
mutuamente.
Por un lado, es exactamente lo que ambos queríamos, pero por otro,
nada me gustaría más que volver a tenerla entre mis brazos.
Cuando entro en el aula después de nuestro encuentro en la biblio, todo
el mundo está hablando del nuevo número del periódico del campus.
En cuanto me siento, le pregunto al chico que tengo al lado si puedo
echarle un vistazo. El chaval me pasa el ejemplar con los ojos abiertos
como platos. De primeras, no entiendo muy bien a qué viene lo de mirarme
como si fuera un marciano, pero entonces me doy cuenta de que en primera
plana hay una foto mía que ocupa casi todo el espacio.
Ah, ahora me acuerdo… Emily nos hizo unas cuantas fotos la semana
pasada. Y cuando le guiñé el ojo, captó el momento a la perfección. Paso las
páginas para leer su artículo y flipo con su talento como periodista. Ha
vuelto a sorprenderme. Sabe cómo escoger las palabras y emocionar al
lector. Es única.
Le devuelvo el periódico al chico que me lo ha dejado y miro hacia
abajo, intentando ignorar a mis compañeros, que me miran de una forma
bastante poco disimulada. Parece que no soy el único al que le gusta la
foto…
Sacudo la cabeza, saco el móvil y envío un mensaje a Emily antes de
que empiece la clase.

* ¡Joder, Em, vaya fotón! ¡El artículo también es una pasada!

Incluyo tres emoticonos del pulgar hacia arriba, que deberían bastar
para expresar mi entusiasmo.
A las doce del mediodía, estoy de vuelta en la biblioteca, puntual como
un reloj. Si algo he aprendido de Emily es que hay que llegar siempre a la
hora.
Al entrar en el edificio, casi nos chocamos y sonrío. La saludo y ella se
adelanta. Mientras se dirige a nuestra mesa de siempre, no puedo evitar
mirarle el culo. Es tan perfecto y lo tiene tan bien puesto… De repente, me
invaden los recuerdos de la noche que pasamos juntos y me pongo calentito.
Tío, cálmate o se te va a poner dura…
Respiro hondo e intento relajarme un poco antes de sentarme a su lado.
—Bueno, ¿empezamos o qué? —pregunta, mientras abre uno de sus
libros.
Me acaricio la barba y asiento. Al parecer, la imagen de su culo me ha
distraído más de la cuenta, porque no he escuchado lo que me ha dicho
antes de eso. Ser solo amigos no es tan sencillo como pensaba. No con ella.

***

Cuando piso la pista, la dureza del hielo bajo mis patines hace que se
me tensen las piernas. El ruido sordo de la multitud resuena en mis oídos.
Me ajusto el casco y dejo que mi mirada vague hacia el banquillo. Entonces
la veo y el corazón empieza a latirme con fuerza.
Los focos brillan sin piedad sobre el hielo, que resplandece en tonos
azules y blancos. La energía y la emoción de la afición me envuelven.
Siento el torrente de la adrenalina fluyendo por mis venas.
Como de costumbre, Emily está de pie y con su cuaderno en la mano,
justo al lado del entrenador Franklyn. La saludo con la mano y luego me
coloco en mi posición.
Cuando suena el silbato que da inicio al partido, despejo la mente de
todo pensamiento y me concentro únicamente en el disco. Mis ojos se
cruzan con los del capitán del equipo contrario, Lucas Stern, y siento que se
genera una tensión eléctrica entre nosotros.
Lucas y yo somos rivales desde hace mucho tiempo. El partido de hoy
no es uno cualquiera, es toda una competición para ganarse el favor de uno
de los representantes de la NHL, que está sentado entre el público. Los
artículos de Emily han causado furor y hemos conseguido llamar la
atención de al menos uno de ellos. Ni qué decir tiene, el ganador tiene más
posibilidades de conseguir una entrevista con ellos.
Me pongo en marcha y mis patines rasgan el hielo, punzantes, mientras
impulso el disco delante de mí con el palo. El sonido de las cuchillas sobre
la pista y los gritos de los demás jugadores forman un canto caótico a mi
alrededor. La velocidad me levanta el pelo y patino cada vez más deprisa,
para demostrar el control y los reflejos de los que soy capaz sobre el hielo.
Los espectadores pasan a un segundo plano: se funden en una
muchedumbre fantasmal y yo me concentro en mis compañeros para
pasarles el disco. Sin embargo, hay poco espacio a mi alrededor. Mis rivales
me presionan a ambos lados y trato de frustrar la ofensiva del equipo
contrario.
De repente, veo una fisura en la formación que intenta impedir nuestro
avance y le paso el disco a Chase a una velocidad de vértigo. Me libro de
mis contrincantes y mi mejor amigo se acerca a mí de nuevo. Controla sin
problemas el disco, nuestro tesoro más preciado. Se me tensan los músculos
a medida que me dirijo hacia la portería, acelerado.
El portero me espera alerta, tenso, con las rodillas flexionadas, y Chase
me hace un pase decisivo para que ejecute un tiro a puerta. Por el rabillo del
ojo, veo que Emily se lleva la mano a la boca. Levanto el palo para coger
impulso y lo bajo con fuerza. Cuando impulso el disco hacia delante, noto
cierta resistencia y poco después, veo que el portero lo para antes de que
entre en la red.
¡Me cago en la puta!
No he marcado por un par de centímetros. Normalmente, nunca fallo
este tipo de tiros y siento que la rabia me retuerce las tripas. Chase me mira,
extrañado, pero yo me limito a sacudir la cabeza e intento ponerme a la
altura de las circunstancias.
El disco vuela de un lado al otro de la pista, mis compañeros de equipo
cargan contra nuestros contrincantes y luchamos para ganar terreno en el
hielo. Cada movimiento es crucial.
Un rato después, suena el pitido del descanso y volvemos a los
vestuarios sin haber marcado ni un solo gol.
Aprovecho el descanso para recuperar la concentración y sopesar qué ha
podido pasar. Emily me ha distraído del partido y me achaco el despiste
momentáneo. No es culpa suya, eso está claro, pero es evidente que esto es
por ella. Si no la hubiera mirado, podría haber aprovechado la ocasión
manifiesta de gol1.
No puedo dejar que se repita. El partido de hoy es demasiado
importante para cerrarme puertas.
Chase se acerca a mí y me da una palmadita en el hombro.
—Tío, no dejes que te pueda la presión. Eres un jugador de la hostia.
¿Qué más da que haya un representante entre el público? Además, no me
jodas, Liam… ¡No podemos dejar que gane Lucas!
Se ríe con ganas y me ayuda a ponerme en pie.
—¡Venga, bro, nosotros podemos! —insiste.
Ahora me siento un poco más relajado.
Salgo a la pista e intento sumergirme en la segunda parte del juego. Las
gotas de sudor me caen por la frente. Mientras nos disputamos el podio
sobre el hielo, parece que el tiempo se detiene a nuestro alrededor. Este
deporte es una mezcla de fuerza bruta, destreza y estrategia; el control
corporal es esencial. Cada vez que tiramos a puerta, se respira la tensión.
A medida que se acerca el final del partido, noto el cansancio en los
músculos. Sin embargo, hay algo que me mantiene en pie: ansío la victoria.
Cuando me dirijo de nuevo hacia la portería, el público enloquece. Ahora
solo estamos la red y yo, y esta vez, ignoro todo lo demás. Vuelvo a lanzar
el disco, y en tan solo unos segundos, veo cómo se desliza por el hielo y se
cuela entre las piernas del portero2.
Unos instantes después, suena el pitido con el que concluye el partido y
me invade la alegría y el alivio. Hemos ganado. Por los pelos, sí, pero
hemos ganado.
Los vítores del público y los abrazos de mis compañeros me llenan el
corazón. Nos hemos dejado la piel y lo hemos conseguido juntos, como un
equipo, y eso me llena de orgullo. Cada segundo que hemos pasado
matándonos en los entrenamientos ha merecido la pena.
Mientras nos alejamos del hielo, no puedo evitar pensar que el hockey
es algo más que un deporte. Es la combinación perfecta de trabajo en
equipo, determinación y perseverancia. Podemos demostrar nuestra valía y
superarnos en cada partido.
Me quito el casco y me seco el sudor de la frente. Haría cualquier cosa
por vivir eternamente en estos momentos, por sentir la victoria con
vehemencia. Lo daría todo para hacer de mi vida una carrera colmada de
éxitos.
Todo, ¿eh…? ¿También renunciarías a Emily?
1
N. de la T. Así es como se denomina en español al breakaway, esto es, una situación en la que el
gol está prácticamente asegurado.
2
N. de la T. En la NHL, el momento en que el disco pasa entre las piernas de uno de los
jugadores del equipo contrario se conoce como tally.
9
Emily

Ponemos la música a todo volumen y los graves retumban en nuestra


habitación. Mis amigas y yo nos estamos arreglando. Nos espera una noche
muy emocionante.
Maddie y Cassy charlan alegremente entre ellas mientras me maquillan.
La buena vibra de la habitación es contagiosa y estoy nerviosita, pero en
plan guay.
Hoy hay una fiesta en el campus con música en directo. Es una noche
muy especial, así que les he confiado mi look a Maddie y Cassy. ¡Estoy en
sus manos! Mis chicas no andan cortas de conocimientos sobre estilismo,
sobre todo Cassy, quien, por cierto, se está tomando muy en serio su labor.
Me apetecía salir de mi zona de confort, para qué mentir, ¡así que vamos
allá!
Maddie rebusca entre mi ropa y la de Cassy para ver si encuentra el
conjunto ideal. Mis amigas se ponen de acuerdo a mis espaldas y me pasan
un par de vaqueros campana de color negro, un crop top de lentejuelas rojas
y unos botines de cuero de lo más roqueros. Me lo pienso un segundo: me
pregunto si será demasiado, pero luego le doy el visto bueno. Hoy quiero
verme sexy.
—Emily, ¡lo vas a petar! —dice Maddie, sonriéndome en el espejo.
Las dos aplauden, satisfechas con su trabajo.
—Gracias, chicas. ¡Vosotras también estáis guapísimas!
Maddie lleva una blusa con los primeros botones desabrochados, con la
que luce su escote como nunca, y unos pantalones ajustados. Cassy ha
optado por un vestido corto a conjunto con unas botas. La verdad es que
tiene unas piernas de diosa.
Cuando por fin nos ponemos en marcha, estoy impaciente y nerviosa a
partes iguales. Las noches en el campus tienen una magia especial: son una
forma de escapar de la rutina no muy lejos de nuestro hábitat natural, pero
al mismo tiempo, tienen el factor sorpresa, que te permite vivir una
aventura increíble cada vez.
En secreto, espero que esta noche me ayude a asumir de una vez por
todas que Liam y yo somos amigos, porque hasta ahora, estoy luchando por
esconder lo que siento.
Después de nuestro beso, así como del calentón que tuvimos la otra
noche y de lo que acordamos, pensé en ir a verlo. Quería decirle que no
estaba segura de poder ver esto como una simple amistad y que todo este
asunto me incomodaba. Pensaba contarle cómo me sentía, sincerarme y,
sobre todo, librarme de esta tortura que me impide dormir por las noches.
Pero mira por dónde, me pasé por el pabellón, y mientras caminaba
hacia los vestuarios, donde sabía que podría encontrarlo, escuché una
conversación entre el entrenador Franklyn y él… El entrenador le dijo que
no debía distraerse, que no le toleraría más su dinámica de fiestas, chicas y
trastadas nocturnas. También insistió en que los próximos partidos serían
decisivos para su carrera. Inmediatamente me di la vuelta y volví a mi
habitación, con el corazón latiéndome en el pecho más rápido de lo que me
hubiera gustado.
Ese día juré no decir ni una palabra sobre lo que sentía de verdad. En
fin, lo que necesito es salir con mis amigas; con las de verdad, digo.

De camino a la fiesta, no puedo evitar sonreír. Mi amistad con Maddie y


Cassy es tan especial… Nos mantenemos unidas tanto en las buenas como
en las malas, y cada minuto que pasamos juntas es único. Cuando llegué a
la uni me lo pusieron todo tan fácil que apenas tuve tiempo de sentirme sola
y perdida, y por eso les estoy infinitamente agradecida.
Los focos que han puesto por todo el campus centellean y las tres
caminamos hacia el escenario. Cuanto más nos acercamos, más nos
dejamos llevar por la energía palpitante de la música. Me siento más viva
que nunca mientras nos sumergimos en la marea de estudiantes que han
asistido a la fiesta. Luces de colores acarician la tez de los presentes y la
alegría del ambiente nos posee. Me libero al ritmo de la música: muevo el
cuerpo al compás y me siento al fin sin ataduras.
Después de unas cuantas canciones, hago señas a Maddie y Cassy:
necesito una copa. Nos abrimos paso entre los grupitos hasta la barra
provisional que han instalado en una esquina de la explanada. Me dirijo
lentamente hacia allí y espero a que sirvan a la gente que tengo delante. En
la cola, estoy junto a un chico extremadamente buenorro. Me mira de arriba
abajo y no disimula que le gusta lo que ve. Luego mira a mis amigas y
vuelve a sonreír.
—Hola. ¿Queréis que os invite a una copa?
Decidida a olvidarme de lo que siento por Liam, asiento de buena gana.
Maddie y Cassy parecen desconcertadas, pero acaban asintiendo. El chaval
sin nombre pide por nosotras y nos ponemos en formación para hacernos
con los vasos.
—Soy Lucas, ¡encantado! —dice, pasándonos las bebidas.
—Estas son Maddie y Cassy, y yo soy Emily —‍respondo, mientras nos
señalo por turnos.
Me echa una miradita que habla por sí sola y, después de lo que parece
una eternidad, se vuelve también hacia Maddie y Cassy.
—¿Las tres estudiáis aquí?
—Sí. ¿Tú no? —pregunto con curiosidad.
—No, solo estoy… de paso, nada más. Me habían hablado de esta
fiesta, así que he decidido pasarme por aquí.
Se le estiran los labios en una sonrisa encantadora.
—En fin, me mola el ambiente de vuestro campus… —‍añade, sin dejar
de devorarme con la mirada.
—Bueno, no es que haya fiestas así todo el rato… Es más bien algo
excepcional, pero la organización se ha lucido, sí —contesto, un poco
incómoda por su interés bastante evidente.
Maddie se termina la copa y me mira de reojo.
Que sí, que lo pillo, la señorita se aburre…
—¿Quieres venirte a bailar con nosotras? —sugiero, más por educación
que porque me apetezca estar con él.
—Sí, claro, ¡de una! —responde Lucas, decidido a acoplarse.
Volvemos a hacernos hueco entre la gente. Maddie y Cassy han hecho
tanta piñita que no tengo más remedio que bailar con Lucas. Nos movemos
juntos al ritmo de la música y cuanto más bailamos, más tensión siento
entre nosotros. Al final, tener a Lucas tan cerquita no es tan malo y acabo
relajándome. Además, sobra decir que está buenísimo…
—Eres tan guapa, Emily… —dice mientras se me arrima con cierta
lascivia.
Le brillan los ojos con un deseo bastante explícito.
—Gra… gracias… —farfullo, con las mejillas sonrosadas.
Se acerca más a mí y me posa una de sus cálidas manos en la parte baja
de la espalda. No me molesta este roce algo atrevido, así que me dejo hacer.
Se inclina más hacia mí y siento su aliento en la mejilla.
—Tú y yo… Quizá podríamos ir a divertirnos a otro sitio, ¿qué me
dices?
Me quedo muerta. Lo de bailar juntitos, tener un acercamiento así,
tontorrón, y acariciarnos un poco, pues ni tan mal, pero sugerir que nos
vayamos a echar un polvo detrás de un árbol… Lo siento, pero no.
La pista de baile parece estrecharse de repente y siento la necesidad de
salir de aquí cuanto antes.
—Mira, lo siento, pero he venido para pasármelo bien con mis amigas
—‍respondo, con voz firme.
Él se ríe, un sonido que me produce una serie de escalofríos bastante
desagradables.
—Bueno, conmigo seguro que disfrutas más…
Mi malestar va en aumento. Se está pasando de insistente con sus
insinuaciones y no quiero meterme en una situación que luego no pueda
controlar. Aún lo tengo bastante arrimado y no soporto que se me pegue así.
—No, creo que paso —digo, intentando liberarme de su agarre.
Pero Lucas me aprieta más. Giro la cabeza hacia mis amigas,
desesperada y, al verme hacerlo, me suelta de mala gana. El muy imbécil
aún me mira con insistencia.
—Bueno, yo de ti me lo pensaría… Estoy seguro de que nos lo
pasaríamos bien juntos…
Asiento a duras penas y finalmente me alejo de él para volver con
Maddie y Cassy. La música y las luces que me rodean de repente me
parecen menos agradables y no puedo quitarme de la cabeza la forma en
que se ha excedido el tal Lucas.
Mis amigas me miran preocupadas.
—¿Estás bien, cielo?
—Sí, sí, ¡claro que lo estoy!
Les enseño una sonrisa a medio esbozar. Ya estoy fuera de peligro; no
nos alarmemos.
Me pongo un pelín de puntillas para ver si Lucas sigue allí, pero parece
que se ha marchado. Me fuerzo a bailar, pero mis pensamientos no me dan
tregua. Las palabras de Lucas me han desestabilizado y me siento incómoda
y vulnerable. La noche, que antes pintaba tan bien, ahora se ha vuelto un
poco agobiante.
—Voy a salir un ratito a que me dé el aire.
—¿Quieres que te acompañemos?
—No, no, ¡disfrutad! ¡Ahora vengo!
Necesito alejarme del gentío, respirar hondo y recuperar la compostura.
Los organizadores de la fiesta han colocado mesas y sillas no muy lejos
de la barra. Allí se está más tranquilo, hay menos gente y el volumen de la
música es más bajo. Me siento para tomarme un descansito. Un vaso de
agua me vendrá bien, porque sigo un poco mareada.
De repente, siento que alguien se me sienta al lado. Se me acelera el
corazón cuando veo que es Lucas. Me sonríe con cierta seguridad y se
apoya en la mesa para mirarme con atención.
—Hola… —dice, con una voz más grave que antes, y yo trago saliva‍—.
Te he visto aquí sola y he pensado que te vendría bien un poquito de
compañía. Es una pena que una chica tan guapa como tú no tenga a nadie a
su lado…
El recuerdo de la conversación que hemos tenido hace un rato me
produce escalofríos.
—Lucas, ya te he dicho que he venido a divertirme con mis amigas.
Sonríe con descaro.
—Venga, Emily. Tú y yo… conociéndonos un poquito mejor…
Piénsalo. Seguro que, en el fondo, no eres tan tímida. Además, le tengo
echado el ojo a un sitio en el que podríamos disfrutar como nunca…
Cada vez que abre la boca el tonto este, me cabreo más.
—¡Creía que te lo había dejado claro: que no me interesas, joder!
—‍grito, más alto de lo que me habría gustado.
Entonces me apoya la mano en la rodilla y empieza a acariciarme la
pierna, subiendo por el muslo. Me quedo paralizada.
—¿Qué tal si aprendes a aceptar el no de una mujer? —gruñe de pronto
una voz que conozco demasiado bien desde el otro lado de la mesa.
En un pispás, siento que me levantan del asiento y lo siguiente que veo
con claridad es a Liam haciendo de escudo entre Lucas y yo.
—¡Ey, ey! ¡Tranquilito, máquina! Emily y yo estamos charlando con la
calma. Aquí no pintas una mierda, capitán Scott —‍replica Lucas, molesto.
—¿Qué pasa, que como has perdido el partido crees que puedes
comportarte como un imbécil?
—¿Y tú, qué? ¿Has ganado el partido y, de repente, tienes pelotas?
Suspiro y me doy la vuelta para marcharme. No llevo yo la noche como
para tragarme una discusión entre machos alfa.
Mientras me alejo, los oigo gritar detrás de mí y un ruido repentino me
sobresalta. Cuando me doy la vuelta para ver qué ha sido ese golpe seco,
descubro que Lucas está en el suelo y le sangra la nariz.
Estupendo…
—Pero ¿tú qué te has fumado? ¡Serás cabrón…! —‍exclama, mientras se
levanta y se lleva una mano a la cara.
Dos guardias de seguridad se acercan corriendo e impiden a duras penas
que Liam vuelva a pegarle un puñetazo a Lucas.
Doy un paso atrás. Lo estoy flipando.
¿Y a este qué le pasa? Se le está yendo ya…
Liam y Lucas se retuercen en brazos de los guardias, que intentan
retenerlos, y siguen gritándose como dos perros rabiosos.
En fin. Emily, hija, ese era Lucas Stern…
¡Seré idiota! ¡Es el capitán del equipo contrario, el que perdió el partido
de hockey…!
Suspiro.
Pues nada. A ver, es verdad que Liam ha ido a defenderme, pero
también le ha metido una buena leche a uno de sus adversarios. ¿Y todo por
qué? ¿Porque solo consiguió marcarles un mísero gol? ¿Porque falló un tiro
a puerta decisivo?
Hombres…
La verdad es que no lo entiendo. No sé ni por qué me importa su
repentina actitud heroica y protectora. De hecho, es demasiado para mí. Me
voy, porque para qué más…
Mientras vuelvo a la resi con el corazón palpitante, les mando un
mensaje a Maddie y Cassy para que no se preocupen. Les digo que me ha
bajado la regla de improvisto y que ya no me apetece bailar. Cassy responde
que probablemente se quede a dormir en la habitación de Maddie para
dejarme descansar y no molestarme a las tantas.
Cuando llego a la habitación, sola por una vez, le doy vueltas y vueltas
a lo sucedido, luchando por conciliar el sueño. Y finalmente, caigo rendida.
***

Cuando me despierto, sigo enfadada.


¿En qué estaba pensando Liam al pegar a Lucas?
Bueno, merecerse, se lo merecía. Si no hubiera intervenido, no sé cómo
habría acabado el asunto… Pero solo tenía que quedarse quietecito después
de librarme de él. ¿Qué sentido tenía romperle la nariz?
Y hablando del rey de Roma… Miro el móvil para comprobar la hora y
veo dos llamadas perdidas y un mensaje suyo.

* ¿Cómo estás, Em? ¿Podemos hablar?

Arrugo la nariz. Es demasiado pronto para esto, así que vuelvo a


esconderme bajo la colcha.
Después de unos minutos mirando al frente y frustrada a más no poder,
oigo la llave en la cerradura y las voces de Maddie y Cassy de fondo.
Suspiro en silencio y me deshago de la colcha, con la que me he envuelto
como si fuera mi segunda piel.
Cuando me ven, me saludan a coro.
—¡Holiii!
—Hola —respondo, refunfuñona.
—Oh, alguien está de mal humor… —dice Maddie, sonriente, y Cassy
también se ríe a carcajadas.
Sin mediar palabra, me arrastro hasta la cocina y me preparo un café.
—¿Estás pachucha por la regla? —pregunta Cassy con simpatía.
Me siento culpable por mi mentira y suspiro.
—Chicas, ayer os mentí… Estoy bien. No me tiene que bajar hasta
dentro de un tiempo.
Maddie y Cassy me miran extrañadas. Ponen cara de curiosidad y de
preocupación.
—Mientras bailábamos, Lucas se puso en plan acosador. Cuando fui a
que me diera el aire, me siguió, pese a que yo insistí en que me dejara en
paz. Estaba cagada. Por suerte, Liam intervino, pero al final, acabó armando
un pollo —continúo.
—Espera… ¿Liam? ¿En plan, Liam Scott, el tío bueno y capitán del
equipo de hockey hielo? —pregunta Cassy, alzando las cejas.
Asiento.
—Bueno, es que no solo intervino… Le pegó un puñetazo a Lucas.
—Perdona, ¿¡qué!? —exclama Maddie, con los ojos muy abiertos.
—Tuvieron que separarlos unos guardias de seguridad. Acabé hasta
donde yo os diga, así que decidí irme a casa —añado, esperando que no me
hagan más preguntas.
—Dos tiarrones se pelean por ti, ¿y nos lo sueltas ahora? ¡Ni que nos
estuvieras contando lo que has hecho en la biblio! Bueno, en realidad,
Lucas es un cerdo y un gilipollas, así que… —‍precisa Cassy.
—Os lo estabais pasando bien y no quería estropearos la noche —digo,
dándole un sorbo al café.
Maddie me mira con escepticismo.
—¿Y a qué viene lo de que Liam te protegiera?
—Bueno… Últimamente nos vemos mucho, por los artículos que tengo
que escribir, y nos llevamos bastante bien. Supongo que se sintió obligado a
hacerlo. Y Lucas es el capitán del equipo contrario, al que ganaron en el
último partido. Imagino que eso lo explica todo —digo, a medio camino
entre la verdad y la mentira.
Bueno, maticemos: no les estoy mintiendo, más bien evito ciertos
detalles bastante reales.
Maddie y Cassy intercambian una miradita y yo me encojo de hombros.
Para cambiar de tema, pregunto qué tal les fue la noche. Cassy se pasa un
buen rato hablando, pero cuando menciona a Chase, me giro para mirarla.
Eso dos ya habían tonteado en la cafetería… Sin embargo, a diferencia de lo
que suele hacer, no le da mucha importancia al tema y continúa con su
monólogo. Al menos parece que mis chicas se lo han pasado bien…
Me vibra el teléfono. Otro mensaje de Liam.

* Em, ¿podemos hablar? Por favor…

Pongo los ojos en blanco. Casi me había olvidado de él. Decido


responderle antes de que siga dándome la tabarra.
* Le pegaste un puñetazo a Lucas y te metiste donde no te llamaban. No
tengo nada que decirte.

Siento que he sido un poco dura con él, más que nada porque no sé
cómo habría acabado mi encontronazo con ese otro cabrón si él no hubiera
intervenido. Aun así, no quiero darle la satisfacción de creerse el héroe de la
historia.
Me responde en cuestión de segundos.

* Lo sé… Lo siento. No debería haberlo hecho. ¿Podemos vernos, por


favor?

Cierro los ojos y respiro hondo. Ahora mismo no me apetece nada.

* Mañana, quizá. Ya te voy diciendo…

Después de enviar el mensaje, apago el teléfono. Sí, se ha disculpado,


pero yo sigo mosqueada.

***

Al día siguiente, por la noche, cedo. Llevo todo el día dándole vueltas al
temita y se me está empezando a calentar la cabeza. Lo mejor será que
hablemos como adultos responsables.
Después de enviarle un mensaje a Liam, me dirijo a su resi y, unos
minutos más tarde, un poco nerviosa, llamo a su puerta. Los recuerdos de
cuando nos acostamos en esta misma habitación inundan mis pensamientos
y se me aceleran los latidos del corazón.
Sacudo la cabeza. Ahora mismo no necesito esto.
Liam abre la puerta y me deja entrar después de que ambos nos
saludemos con bastante recato. Miro el sofá y las imágenes aparecen en mi
mente como flashes.
Contrólate, Emily…
Liam se sienta a mi lado y me pasa un vaso de agua.
—¿Por qué tuviste que involucrarte? —intervengo al fin‍—. Lucas se
pasó de insistente, sí, pero eso no es motivo para romperle la nariz. Además,
lo tenía todo bajo control…
Liam suspira. No sé si tendrá cargo de conciencia, pero lo parece.
—No pude evitarlo. Cuando te vi con él, pensé que te apetecía tontear
un rato, porque después de todo, ya dejamos claro lo que éramos tú y yo.
Pero luego noté que insistía y que tú intentabas alejarte de él. Encima
empezó a toquetearte y, bueno, ahí perdí los papeles… —‍explica.
Respiro hondo. Estoy hecha un lío y tengo sentimientos encontrados.
—¡Pero podías haberte quedado ahí! Solo bastaba con separarme de él.
Lo que hiciera o dejara de hacer no te da derecho a comportarte como un
pirado y a aprovechar para saldar cuentas pendientes con él por tus
problemitas de ego…
Frunce el ceño.
—¿Qué quieres decir con mis «problemitas de ego»? ¿De verdad crees
que lo único que me importaba en aquel momento era chaparle la boca
porque somos rivales en el hielo? No has entendido nada, Emily…
Ahora soy yo quien frunce el ceño.
—Ese tío es un gilipollas; no hay más. Sé que me pasé y que la
violencia no es la solución, pero había cruzado ciertos límites. ¡Joder, le
dijiste que no y aun así, él siguió insistiendo! No es la primera vez que lo
hace. No le venía mal una hostia bien dada —‍continúa.
Hay un momento de silencio entre nosotros y noto que mi rabia se va
calmando poco a poco.
—Vale, lo entiendo…
Levanto la vista y le miro a los ojos. Parece que echa humo.
—Sinceramente, ¿qué coño sería yo si no hubiera intervenido? Ya sé
que podrías haberte defendido sola y que eres independiente en ese sentido,
pero ¿qué especie de cabrón insensible habría sido yo si ese chaval te
hubiera arrastrado a alguna parte a hacerte daño y yo me hubiera quedado
de brazos cruzados, aun sabiéndolo?
Parece realmente disgustado y me conmueve verlo así.
—Liam, yo… —digo, intentando arrancar.
Pero él me interrumpe.
—Me preocupo por ti, Em. Te lo digo de verdad. No hay más. Si tuviera
que volver a meterme donde no me llaman, lo haría otra vez. Bueno, quizá
esta vez no le rompería la nariz…
—¿Te la vas a cargar por esto? —le pregunto, preocupada de forma
repentina.
Se encoge de hombros. Durante unos instantes, no decimos nada.
Empiezo a darme cuenta de que nuestra relación es mucho más compleja
que una simple amistad.
En medio del silencio, asiento. Podría decirse que nos hemos
reconciliado.

***

El olor a café recién hecho flota en el aire cuando Cassy y yo entramos


en la cafetería del campus.
Liam está sentado en una mesa de la esquina con una chica rubia a su
lado. Es evidente que se están divirtiendo juntitos y charlan animadamente.
Pero yo, bueno… Tardo un par de segundos en ponerme de mala uva. Odio
tener tan poco control sobre mí misma. Cassy se da cuenta de que estoy
algo distraída y me sigue la mirada para ver qué me tiene tan crispada.
—¿Estás mirando a tu caballero de brillante armadura?
Me fuerzo a sonreír.
—¡Qué va! No seas tonta… Solo estaba pensando en mis cosas.
En realidad, se está despertando en mí un sentimiento que apenas
conozco: una ansiedad desproporcionada.
¿Serán celos?
La forma en que Liam se ríe y habla con esa chica hace que se me
revuelva la tripa. Se me encoge el corazón.
Mierda… Jamás había sentido celos.
Me parece un sentimiento terriblemente inútil.
Cassy se acerca a mí y me pregunta:
—¿Te apetece un expreso largo?
Doy un respingo.
—Sí, ¡genial! Gracias, Cassy.
Su pregunta me ha distraído un poco de Liam y su amiga. Sin embargo,
sigo mirando por encima del hombro y lo veo abrazando a esa chica tan
guapa. ¡Más motivos por los que estar celosa, di que sí!
¡Joder! ¡Qué sensación más horrible! ¡Quita, quita!
Después de pasarnos un rato charlando y tomando un café y un par de
pastelitos, Cassy se despide de mí y se va a clase. Yo me voy a la biblioteca.
Tengo que escribir un artículo sobre el último partido y no quiero perder
más tiempo.
Hoy está relativamente vacía. Es una pena: el suave murmullo de la
gente a mi alrededor a veces me ayuda a concentrarme mientras trabajo. Me
siento en la mesa de siempre con mi pila de papeles y el portátil delante,
dispuesta a darle caña al artículo.
Pero por mucha fuerza de voluntad que tenga, no consigo concentrarme.
La imagen de Liam y esa chica se repite una y otra vez en mi cabeza.
Parecían tan íntimos el uno con el otro, como si hubiera algo entre ellos…
¡Serás lerda! ¡Pues claro que tendrán algo esos dos! Ya conoces la
reputación de Liam… ¿Qué esperabas? No eres más que otro número en su
lista…
Suspiro, frustrada, me reclino y cierro los ojos por un instante.
Después de todo, fui yo quien le dijo de ser amigos. Y es obvio que él
tampoco quiere una relación en este momento, o al menos no puede
permitírselo. Pero no nos olvidemos de que también me defendió frente al
inútil de Lucas y dijo que se preocupaba por mí, ¿no?
Joder… Así no avanzamos…
Esperaba que trabajar en la biblioteca me ayudara a organizar mis
pensamientos. Necesitaba distraerme de mis sentimientos, pero parece que
está ocurriendo todo lo contrario. Cada vez que intento empezar a redactar
mi artículo, me quedo en blanco. Siento la espinita de los celos clavada en
el corazón, así como las preguntas incómodas flotando a mi alrededor, y
odio lo mucho que me afectan.
De repente, alguien me pone la mano en el hombro. Doy un respingo, y
cuando levanto la vista, Maddie está a mi lado.
—Ey, ¿estás bien, amorcín? —me pregunta con dulzura.
Vuelvo a suspirar y niego con la cabeza.
—La verdad es que no. No consigo concentrarme en mi artículo.
Maddie se sienta a mi lado y me sonríe, alentadora.
—A veces es difícil despejarse, sobre todo cuando estás luchando con
todo tipo de pensamientos intrusivos.
Asiento.
—Ya, bueno… Pensé que la biblioteca me ayudaría.
Pero me recuerda aún más a Liam…
Me apoya la mano en el brazo para reconfortarme.
—¿Qué te preocupa, cielo? Dímelo, anda…
Dudo un momento antes de contárselo todo: mis encuentros con Liam,
las quedadas para estudiar, la noche en que nos acostamos, el acuerdo al que
llegamos, la maraña de sentimientos que tengo en el corazón y,
aparentemente, los celos que se han despertado en mí.
Maddie abre los ojos como platos mientras me escucha, y a veces se le
escapa un hipo de sorpresa, pero me deja seguir. Cuando termino, la miro,
avergonzada. Es mi mejor amiga, y aun así, le he ocultado todo esto.
—¡Hala, hala…! Dios, Emily… En fin, ¡vaya! —‍exclama, como
sorprendida.
—Lo siento. Debería habértelo dicho…
—¡Pero no te disculpes, mujer! Tienes derecho a tus secretitos. Además,
le prometiste no ir divulgando por ahí que estudiabais juntos. Bueno, la
verdad es que no me esperaba que me contases que te habías tirado a Liam
Scott. Además, ¡pinta que echasteis un polvazo!
Me sonrojo, muy a mi pesar.
—En fin, no te preocupes, de verdad: me alegro de que hayas decidido
contármelo. Tengo la impresión de que el tema te tiene estresadita…
—‍añade.
Me da unas palmaditas en el brazo y suspiro.
—Odio sentirme así…
—Es normal sentir celos, Emily. Es importante reconocerlos y saber de
dónde vienen. Y sobre todo, entender por qué los tienes.
Me masajeo la frente.
—Pero no quiero que los celos rijan la forma en la que pienso y me
comporto… —le digo.
Ella deja ver una dulce sonrisa.
—En lugar de reprimirlos, intenta entenderlos. ¿Por qué sientes celos?
Me quedo un rato callada, pensativa, y al final, admito:
—Quiero saber si significó algo para él que nos acostáramos.
Maddie toma mi mano entre las suyas.
—Es normal que quieras saberlo, pero también deberías darte cuenta de
que eres preciosa y única. Y fuiste tú quien le pidió que fuerais amigos. Si
eso no es lo que quieres, tienes que decírselo, pero si crees que es lo mejor
para los dos, os va a tocar ser amigos de verdad.
No le he contado a Maddie la conversación que escuché entre Liam y el
entrenador Franklyn, ni que cuando llegué, le estaba echando una buena
bronca. Es más, tampoco, le he mencionado por qué había ido a buscarlo de
primeras. Cada cosa a su debido tiempo. Para el caso, ya le he contado el
cotilleo del siglo…
—Gracias, Maddie. Tienes razón, no debería perder la cabeza así por un
chico…
—¡Recuerda: eres una mujer fuerte e independiente! —‍me dice para
animarme—. Y si necesitas hablar, ya sabes que estoy aquí.
Abrazo a mi amiga. Ahora me siento más segura de mí misma.
Es hora de serenarme un poquito: no puedo dejar que me dominen las
emociones. Nunca llegaré lejos en la vida si tengo una crisis existencial
después de cada rollo de una noche.
Maddie es increíble; siempre sabe qué decir. A veces siento que me
conoce mejor que yo misma.
Cuando se va, decido ir a darme un paseo por el campus. Me vendrá
bien distraerme un poquito. ¿Quién sabe? Quizá así encuentre las palabras
para escribir mi artículo…
Cámara en mano, me doy una vuelta la zona. Le hago una foto a todo lo
que me llama la atención. Me gusta captar las escenas cotidianas y los
pequeños detalles de la vida. Me ayuda a cambiar el enfoque de las cosas
cuando me siento prisionera de mis pensamientos.
Me agacho frente a un árbol y ajusto los parámetros del objetivo, y
entonces veo a Chase a lo lejos, haciendo unos estiramientos, apoyado en
un banco.
Me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa. Me acerco a él y charlamos un
rato. Es un chico muy majo. Cassy tiene buen ojo. ¡Con razón se ha fijado
en él! Es extrovertido, amable y, admitámoslo, ¡está buenísimo!
De repente, siento que una sombra se cierne sobre mí y, al levantar la
vista, veo a Liam de pie junto a nosotros. Me cuesta interpretar la expresión
de su cara.
—Emily, ¿podemos hablar un segundo? —me pregunta con voz seria.
Me muerdo el labio y, de repente, me siento incómoda.
—Sí, claro… —respondo, fingiendo estar distante.
Me despido de Chase y, sin mediar palabra, me alejo hacia un lugar más
tranquilo. Cuando nos quedamos quietos, noto que se respira tensión en el
aire.
—¿Qué pasa? —pregunto finalmente, con la voz temblorosa, pese a mis
intentos de relajarme.
Nos quedamos mirándonos unos instantes. Liam parece absorto en sus
pensamientos. Veo que su mirada se desvía de mis ojos a mi boca y, de
repente, se acerca para posar los labios sobre los míos.
Me ha pillado desprevenida: no soy capaz de apartarlo y me rindo ante
el beso que llevo días esperando con todo mi corazón.
¡Alerta roja! ¡Alerta roja!
10
Liam

Sé que Chase jamás le tiraría la caña a Emily, porque sospecha que hay
algo entre nosotros. Además, el muy cabrón sigue intentando sonsacármelo,
¡pero yo me mantengo firme! Mi colega se hace el inocente, pero es muy
bueno con sus preguntitas. Pero cuando los veo a los dos riendo,
pasándoselo tan bien y, sobre todo, con cierta complicidad, se me hiela la
sangre. Siento que estoy perdiendo a Emily poco a poco y quiero ser yo con
quien haga todo eso.
Así que, una vez estamos los dos a solas, no puedo contenerme y,
cuando la beso, todo cobra sentido. Sus labios son increíblemente suaves y
cálidos. Es como si el mundo a nuestro alrededor se detuviera. No es solo
deseo, pasión, anhelo… Es mucho más. Ahora lo sé.
Tomo su cara entre mis manos, y pasados unos segundos, me alejo
lentamente. Me mira con sus grandes ojos azules llenos de asombro y de
otras emociones que no soy capaz de discernir.
—Liam…—susurra—. Pero tú… No podemos…
Me trago mi propia confusión.
—Lo siento, yo… —murmuro, y sin decir nada más, salgo corriendo.
De repente, me siento vulnerable y lo único que quiero es volver a la
resi.

***

Una vez en mi habitación, la oscuridad me envuelve. Estoy tumbado en


la cama y mis pensamientos se arremolinan con la fuerza de un tornado.
Con todo lo que ha pasado en los últimos días, me siento arrastrado por un
tsunami de emociones y no consigo hallar la paz en mi propia cabeza.
Emily…
Su nombre resuena en mi interior. Pienso en sus ojos, sus labios, su
forma de reír… Pero entre todos estos recuerdos, asoma una realidad que no
puedo seguir ignorando. Me empeño en luchar contra mí mismo; estoy
atrapado entre el deseo de estar con ella y la ambición sin límites que me
motiva para mi carrera deportiva.
Ese último beso me ha dejado confundido a rabiar. Emily me trastoca de
una forma que no me esperaba. ¿Qué me pasa? Encima decidimos que no
íbamos a ser más que amigos. Bueno, en realidad fue ella… ¡Pero tenía
razón! Y sin embargo, aquí estoy, confuso, disgustado y cachondo.
Suspiro y miro al techo.
¿Emily o mi carrera?
Me siento como si tuviera que escoger entre un brazo y una pierna: elija
lo que elija, habrá consecuencias. Intento imaginar cómo sería alejarme de
Emily, evitarla, ignorarla, apartarla de mi vida. Solo de pensarlo me entra el
pavor, como si tuviera que renunciar a una parte esencial en mi vida.
¿Puedo permitirme tener una relación mientras progreso en el mundo
del deporte? ¿Y conciliar ambas cosas sin que se convierta en un
problema? ¿De verdad el amor es un obstáculo para los deportistas
profesionales? Hay gente que lo habrá conseguido de todos modos, ¿no?
Intento pensar en todos los jugadores profesionales que conozco y que
están felizmente casados.
Tío, ¿pero tú qué te crees, que estás hojeando una revista de cotilleos?
Estamos hablando de echarte novia, no de casarte… ¡Espabila!
Em sabe cómo animarme y saca lo mejor de mí. Además, ¡ahora es toda
una entendida en el mundo del hockey! ¿Qué más se puede pedir?
¿Debería sincerarme con ella?
Me froto la frente. Emily tiene sus propios sueños y metas; me lo ha
dejado claro en más de una ocasión, así que no quiero limitarla de ninguna
manera.
Joder…
Nada de lo que pienso tiene sentido. ¡Ha sido ella la que ha puesto
ciertos límites entre nosotros! Cierro los ojos e intento calmarme un poco.
Quizá solo necesite un poco de tiempo para pensar y decidir qué quiero
exactamente… Lo que no tiene sentido es comerle la boca y luego salir
huyendo.
¡Seré imbécil…!

***
Al día siguiente, hemos quedado para la sesión de estudio de rigor, pero
nuestro beso y mi huida repentina han caldeado el ambiente. Ni siquiera me
atrevo a mirar a Emily a los ojos. Sin embargo, no es por nada, pero pese a
todo, ha aparecido.
No dejo de pensar en que puede que ella también quiera tener algo más
conmigo. ¿Me estoy engañando a mí mismo al pensar que tenemos alguna
posibilidad?
Mientras mi cabeza no deja de rondar ese escenario ficticio, Emily
intenta explicarme unos resúmenes de una asignatura, pero es inútil: no hay
manera de que me entere. Al cabo de media hora, pese a que sigue
repitiendo la explicación con una paciencia admirable, la interrumpo.
—Lo siento, Em, no puedo concentrarme. No le veo ni pies ni cabeza a
todo esto. ¿Podemos dejarlo por hoy?
Me mira con sus ojos azules.
—Bueno, si quieres… Me parece bien; de hecho, tengo cosas que
hacer…
Emily tarda un par de segundos en recoger sus cosas, como si fuera un
pedazo de oportunidad para largarse de aquí y huir de mí. Me lo merezco,
después de todo.
—Hasta mañana, Liam…
La veo salir de la biblioteca y apoyo la cabeza en la mesa que tengo
delante. No puedo seguir así. Tal vez podría hablar con Chase después del
entrenamiento… Después de todo, él me conoce mejor que nadie y fijo que
me aconseja.

***

Es agradable sentir el hielo bajo mis patines. El sonido de las cuchillas


arañando la pista reverbera en mis oídos. Sin embargo, no estoy rindiendo
al máximo y noto que mis compañeros se ponen tensos a mi alrededor.
Mis tiros son dignos de un enclenque; mis pases, inseguros y estoy
cometiendo errores que no cometía ni cuando estaba empezando. Voy de
capa caída.
—¡Concéntrate, Liam! —me grita el entrenador Franklyn, con la voz
llena de urgencia.
Pese a sus berridos, nada parece atravesar la espesa niebla de mi cabeza.
Como capitán y jugador en el que todos pueden confiar, siento una presión
enorme. Hoy, simplemente no estoy a la altura.
Para variar…
Brad, uno de los defensas, se me acerca con una expresión sarcástica en
la cara.
—¿Te has puesto nerviosito porque le partiste la nariz a Lucas? Fijo que
sangró un huevo…
Se me encienden las mejillas y siento que se despierta una ira sin
precedentes en mí.
—Cállate, Brad.
—¿O qué? ¿Te me vas a tirar al cuello, capitán?
Se ríe, satisfecho con su bromita, y siento que voy a perder los papeles.
Chase interviene justo a tiempo y me empuja hacia un lado de la pista.
—Tranquilo, Liam. Solo te está buscando…
El entrenador Franklyn nos está mirando, así que prefiero quitarme los
patines antes que seguir entrenando y arriesgarme a partirle la cara a
alguien.
—Por Dios, Liam, ¿qué te pasa? Primero el altercado con Stern, ¿y
ahora esto?
Se rasca la nuca, molesto.
—Lo siento, entrenador. Voy a tomar el aire y mañana estaré fresco
como una lechuga. Se lo prometo.
—Ya sabes que invertí en mi tiempo en asegurarme de que no recibieras
una llamadita de la oficina del estudiante. Stern se merecía una paliza, eso
lo tengo claro, porque es un niñato y un capullo, pero aun así… Piensa en tu
expediente.
Sí, lo sé, y en mi futuro…
—Lo sé, entrenador…
No tengo nada más que añadir, así que prefiero retirarme.

***

En el parque se ha levantado un aire fresco y las farolas llevan ya un


rato encendidas. Chase se me acerca con una sonrisa.
Espero que pueda darme algún consejo. Mi colega sabe mucho de
mujeres. Bueno, y de hombres también, pero seguro que tiene una
perspectiva mucho más abierta que yo sobre mi situación.
Mi mejor amigo saca a relucir su sonrisa más alentadora mientras se
sienta a mi lado.
—¿Te encuentras mejor? ¿Se te ha pasado el cabreo?
Tumbado en el césped, me incorporo y me apoyo sobre los codos antes
de hacer una mueca.
—Gracias por lo de antes. Brad me ha tocado la fibra sensible…
—Me da la impresión de que últimamente estás un poco tenso…
—Tengo muchas cosas en la cabeza, así que ya se me empieza a notar,
sí…
Chase frunce el ceño.
—¿Tiene algo que ver con Emily?
Asiento.
—Es tan complicado… —Dudo un momento, porque no sé cómo
verbalizarlo, y menos en voz alta—. Creo que me gusta de verdad.
—No me digas…
Chase suelta una carcajada y yo lo miro, sorprendido.
—¿¡Tan obvio es!? —exclamo, un poco ofendido.
—Chaval, que te conozco… Tranqui, los demás solo piensan que estás
de mala hostia; eso es todo.
Suspiro.
—No sé cómo afrontarlo. Por un lado, quiero acercarme a Emily, pero
por otro, me da miedo cagarla con el hockey. El entrenador no deja de
taladrarme el coco con eso…
Chase asiente lentamente.
—No es una decisión fácil, pero creo que es importante que seas sincero
contigo mismo. Si no, no averiguarás lo que realmente quieres. Es decisión
tuya, tanto si haces caso a Franklyn como si no.
Miro fijamente al cielo oscuro. Los pensamientos intrusivos siguen
haciendo de las suyas en mi cabeza.
—Me siento como si estuviera entre dos mundos: Emily y el hockey. Y
pensar que antes mi problema era conciliar los estudios con el deporte…
¡Pues ahora también tengo que lidiar con los sentimientos! ¡Es como una
lucha épica entre el fuego y el hielo! —‍exclamo.
Chase se rodea las rodillas con los brazos antes de hablar.
—¿Por qué te empeñas en que esas dos vertientes de tu vida que tanto
adoras sean incompatibles? ¿Por qué no dejas que convivan en tu mundo?
Pienso un momento antes de contestar.
—La verdad es que quiero tener algo con Emily y seguir esforzándome
en mi carrera profesional.
Chase sonríe con dulzura.
—Bueno, crack, ¡eso ya es un paso! Puede que no sea fácil, pero si estás
dispuesto a invertir tiempo y esfuerzo en ambos planos de tu vida, puede
que encuentres la forma de conciliarlos. Además, Emily también te está
ayudando con las clases, así que no va a ser ella quien se interponga en tu
camino. De hecho, desde que quedas con ella, estás sacando buenas notas,
¿no?
—Pero ¿cómo puedo estar seguro de que mis decisiones no me llevarán
a arrepentirme más tarde?
Chase levanta una ceja y se ríe.
—Tío, si encuentras la respuesta a esa pregunta, ¡te convertirás en el
gurú de la toma de decisiones! La mayoría de las veces, eso es lo que
dificulta elegir entre dos caminos. Pero es lo que hay: a veces, toca
arriesgarse. En fin, creo que deberías hablar con Emily de lo que sientes.
Dile que te da miedo liarla y que tienes ciertos objetivos. Quizá juntos
podáis encontrar un camino que funcione para los dos.
—Bueno, eso será si quiere hablar conmigo del tema… No deja de
insistir en que seamos amigos.
—Bueno, no es por nada, pero tu actitud no ayuda…
—Pues también es verdad…
Chase sonríe y me da un puñetazo flojito en el hombro.
—Todo va a salir bien, bro… Ya lo verás.
Nos quedamos allí, charlando un rato y, poco a poco, se me despeja la
mente. Sigo sin saber exactamente qué debo hacer, pero al menos estoy un
poco más preparado para afrontar los retos que me esperan. Una cosa es
segura: tengo que hablar con Emily.

***
Me muerdo el labio inferior. Estoy nerviosísimo. En unos minutos,
Emily estará frente a mi puerta.
El sol está a punto de ponerse e intento desesperadamente mantener la
calma. Cuando llama a la puerta, casi se me sale el corazón del pecho.
Ya está aquí.
Nos saludamos y pasa por mi lado. En el aire flota ese perfume que
tanto me gusta. Huele a fruta, a primavera, a sol… La invito a sentarse y yo
me pongo a su vera. De repente, me siento como si hubiéramos rebobinado
y estuviéramos repitiendo lo que pasó la última vez.
Joder, se la ve muy entera…
La tensión crece inmediatamente entre nosotros. La miro brevemente
antes de sentarme a su lado. Respiro hondo, hago acopio de mis fuerzas y
empiezo a hablar.
—He estado pensando mucho últimamente. He tenido unos días malos
en el entrenamiento y no he rendido como tocaba. Me he dado cuenta de
que tenía que tomar una decisión.
Emily me mira con curiosidad y apuro, pero me deja continuar.
—Em, significas mucho para mí. El tiempo que pasamos juntos, las
sesiones de estudio, todas las veces que nos hemos visto, los… ‍—‍Me
abstengo de decir «besos»—. En fin, me he dado cuenta de que cada vez
ocupas más espacio en mi mente.
Respiro hondo. Me gustaría que las siguientes palabras no salieran de
mi boca con una voz tan ronca, pero qué se le va a hacer.
—Sé que dijimos que seríamos amigos, pero no puedo hacerlo. No
puedo dejar de pensar en ti.
Tremenda bomba le he soltado. Creo que no lo he dicho de la mejor
forma posible, pero tenía que sacarlo. Aun así, Em abre los ojos a más no
poder, asombrada, y curva las comisuras de los labios en una preciosa
sonrisa.
—Quería decírtelo porque creo que debo ser sincero y hacerte saber por
qué soy tan esquivo contigo. No quiero reírme de ti, sino todo lo contrario.
Es que me gustas y, a pesar de los límites que has fijado, quiero más…
Tras mis palabras, se hace un momento de silencio y veo que se le
iluminan los ojos. De repente, me lleno de esperanza. ¿Significa eso que
siente lo mismo por mí?
¡Lo que siento es mutuo! ¿Debo deducir que sus famosos límites eran
un farol?
Ella traga saliva antes de responder:
—¡Vaya forma de declararte!
Miro hacia abajo y se me encoge el corazón. No sé qué esperar. Solo
quiero ver qué dice. Me encantaría que me confesara lo que siente por mí,
pero… ¿Y si solo me considera su amigo? Sería duro oírlo, pero al menos,
podría pasar página.
Contra todo pronóstico, posa la mano suavemente sobre la mía y
levanto los ojos para mirarla.
—Liam, yo tampoco puedo hacerme a la idea de que solo seamos
amigos. No me entra en la cabeza…
—Entonces… ¿Quieres que dejemos de vernos? —‍le digo, achantado.
—¡No, idiota! ¡Quiero más, mucho más!
Se sonroja. Al verla así, ruborizada, me entran ganas de comérmela. La
cojo de la mano y el calor que me envuelve hace que me estremezca.
—Emily, creo que estoy enamorado de ti. Nunca he tenido una relación
estable; me he pasado la vida huyendo de todo eso, pero tú… Tú has podido
conmigo.
Se me forma un nudo de emoción en la garganta.
¿Esto es el amor? ¡Joder!
—Creo que yo también me he enamorado de ti. Pensaba que me costaría
mucho lidiar con mis sentimientos, por eso te pedí que solo fuéramos
amigos, pero… No soy capaz de seguir así. Quise decírtelo una tarde,
después del entrenamiento, pero te oí hablar con el entrenador. Te estaba
echando la bronca y te dijo que nada debía interponerse en tu camino.
—¡Pero tú no eres un obstáculo, tonta! Es más, no consigo
concentrarme sin ti…
Emily sonríe y posa los labios sobre los míos. Nos besamos
suavemente, despacio, con dulzura, como si fuera la primera vez. La chispa
se enciende entre nosotros y nuestros cuerpos se acercan instintivamente. Es
como si por fin pudiéramos dejarnos llevar por un sentimiento real e
implacable.
Desliza las manos sobre mi cuerpo y me las baja por la camiseta, ávidas
y curiosas, y yo hago lo mismo. Le quito el top y lo lanzo por los aires. Ella
mete la mano en la cajita donde guardo los condones para sacar uno, lo que
me hace sonreír. Se acuerda de mi escondite. Esta vez nos levantamos
juntos y nos vamos a la cama, donde estamos dispuestos a disfrutar de un
momento de éxtasis en los brazos del otro.
Sin ropa, la miro, con la polla erecta por el calentón. Está preciosa: sus
muslos abiertos, sus pechos turgentes, su cuerpo esbelto, su intimidad
esperándome… Esta vez no hay preliminares: estamos tan ansiosos por
probar el cuerpo del otro que, una vez puesto el condón, le doy un par de
toquecitos con la polla y me deslizo dentro de ella con facilidad. Oigo cómo
me gime en el oído: me pide más.
El vapor de su respiración húmeda en mi oreja me hace perder la cabeza
y la penetro cada vez más deprisa. Me rodea las caderas con las piernas y
empuja su pelvis hacia mí. Me busca, anhelante, y ambos acompasamos el
ritmo. Follamos con fuerza, con intensidad, y nuestras pieles se recubren de
gotitas brillantes de sudor.
Joder, sí… La necesitaba…
Se la meto y se la saco, sin tregua, y ella acaba mordiendo un cojín para
no asustar a mis vecinos con sus gemidos. Sus pezones apuntan en mi
dirección, excitados. La embisto con brío, y siento cómo me aprisionan las
paredes de su sexo. Nuestras partes húmedas encajan a la perfección: es
como si estuviéramos hechos el uno para el otro.
Nos pasamos así unos minutos, desbocados, deseosos y sin apartar los
ojos del otro. De repente, siento que se inclina hacia mí. Emily jadea con
más fuerza, me clava los dedos en los hombros y eso me excita aún más. Mi
placer aumenta y nos corremos prácticamente al unísono, mientras nos
restregamos piel con piel. Extasiados, nos apoyamos en el otro.
Quiero esto todos los días…
11
Emily

Cuando mis labios se encuentran con los de Liam, casi siento la tierra
girar bajo mis pies. Su beso me llena el alma.
Después de habernos corrido, recuperamos lentamente el aliento y nos
miramos. Se me escapa una risita y a él, también.
¡Qué bien sienta estar juntos de nuevo, tener esta complicidad!
Poco después, nos acurrucamos el uno contra el otro y parece que el
cansancio se encarga del resto. La presión cede, al fin; el miedo desaparece,
las dudas se disipan y caigo rendida en brazos del hombre del que estoy
enamorada.

***

A la mañana siguiente, me despierto tranquilamente y me desperezo


antes de recordar dónde estoy. Por un momento, me quedo mirándolo
mientras duerme: su pecho sube y baja con una respiración apacible.
—Me siento observado, Em… —murmura.
Liam sonríe, y esa sonrisa brillante me transporta a otra dimensión.
De improvisto, me agarra y me atrae hacia él. Noto que se le marca la
erección a través de la sábana. El corazón me da un vuelco y se me pone la
piel de gallina. Con una sonrisilla traviesa, me acerco a él y aparto la tela
que nos separa y nos impide rozarnos.
—Buenos días… —murmura mientras me estrecha contra él.
Miro a mi alrededor en busca de los condones. Este chico es muy
organizado cuando se trata de sexo, así que seguro que tiene una caja junto
a la cama.
—Están en la mesilla de noche —dice, riéndose, como si me leyera el
pensamiento.
Abro el cajón y saco una tira de condones, intentando no pensar en que
este kit implica que suele llevar una vida sexual muy activa, y cojo uno.
Con cuidado, le enfundo el miembro, que cada vez está más erecto, y él
se deja, mientras me mira con una expresión bastante sugerente y me
estimula. Una vez le he puesto el condón, me agarra por las caderas y me la
mete. La pasión se apodera de mí. Mientras disfruto de sus idas y venidas,
le muerdo en el hombro, para no gemir demasiado fuerte. El sexo con él es
una maravilla. Le agarro de la media melena y le despejo el cuello para
poder acercarle la boca y morderlo suavemente. Sabe tan bien…
—Estás tan sexy recién despierta… —me susurra al oído.
Sus palabras hacen que me estremezca.
—Y veo que tú sabes qué me gusta hacer de buena mañana…
Se ríe y yo muevo las caderas, despacio. Esta vez no tengo prisa, quiero
gozar de su calor, sentirlo dentro de mí y explorar su cuerpo. Su sexo rígido
me acaricia con un vaivén delicioso y yo me dejo llevar. Le recorro los
brazos musculosos y el torso bien definido con las manos y mientras ondeo
el cuerpo sobre su miembro, le beso apasionadamente. Nuestras lenguas se
entrelazan y casi desearía estar cubierta de su saliva todo el tiempo.
Cuando el orgasmo se empieza a gestar, Liam me levanta y me separa
de su miembro caliente para tumbarme boca abajo en el colchón. Allí, de
espaldas, siento la presencia abrasadora de su cuerpo. Se me acerca a la
nuca y se me corta la respiración. De repente, me penetra. Está decidido a
follarme a cuatro y por un momento, en su habitación solo se escucha el
contacto de nuestros cuerpos.
Este ángulo le permite alcanzar un punto de placer en mi interior y
siento que voy a explotar. Me agarro a las sábanas e impulso mis nalgas
hacia él para que siga haciéndomelo con fuerza. Es como si supiera
exactamente lo que me gusta, lo que tanto necesito. Tras varios minutos de
fogosidad sin límites, siento un cosquilleo en mi bajo vientre que se
extiende hasta mis pezones en punta. Gimo y libero mi placer unos
segundos antes de que Liam se corra. Nos precipitamos juntos al abismo y
contraigo mi sexo para sentirlo dentro de mí aunque sea unos segundos
más.
La pasión desenfrenada de este momento tan visceral nos ha agotado a
los dos. Nos tumbamos uno al lado del otro en la cama, y poco a poco,
nuestras respiraciones vuelven a la normalidad. Al cabo de un minuto, ya no
hay espasmos, solo calma.
La mirada de Liam está fija en mí y en sus ojos revolotean todo tipo de
emociones intensas: amor, deseo y una profunda conexión; esa que solo
tenemos él y yo. Me acaricia suavemente la piel y se le dibuja una sonrisa
en los labios.
—Oye, Emily… —murmura con la voz aún más ronca que antes.
Giro la cabeza hacia él y le dedico una sonrisa.
—¿Sí?
Duda un momento antes de hablar.
—Me estoy muriendo de hambre. ¿Pedimos algo de comer?
Me río y asiento. Liam coge el móvil, sonriente y pide comida china
para los dos.
Mientras esperamos a que nos la traigan, charlamos de todo y de nada al
mismo tiempo. La conversación fluye sin forzarla, como si nunca nos
hubiéramos distanciado. Hablamos de nuestros sueños y nos contamos
anécdotas absurdas.
Las horas pasan como segundos y, de repente, se hace de noche.
Creo que acabo de pasar un día entero desnuda, haciendo el amor con
Liam Scott.
—¡No me puedo creer la hora que es! —digo, bostezando.
Liam se ríe suavemente.
—¡Cuando estás bien acompañado, el tiempo vuela!
Sonrío y me acurruco contra él.
La oscuridad que nos rodea crea una especie de burbuja íntima, que
protege lo que tenemos como si de un tesoro se tratara. Sonríe con cariño y
me estrecha dulcemente la mano.
—Quédate conmigo esta noche, Em…
Me late el corazón como loco de felicidad y me invade una sensación de
lo más agradable.
—Me encantaría quedarme contigo, pero si paso una noche más aquí,
Maddie y Cassy llamarán al FBI y harán que emitan una orden de
búsqueda.
Los dos nos reímos y él me acerca para besarme en la frente. Siento la
calidez de nuestros cuerpos y suspiro, satisfecha.
—Bueeeno, vaaaale… —dice por fin, haciendo una pequeña mueca de
resignación.
Aunque me encantaría quedarme, tengo que irme a la resi. Tampoco nos
vendrá mal dejarlo macerar: separarnos un poco, ducharnos, ponernos algo
de ropa y ver cómo conciliamos nuestra relación con las pasiones de cada
uno.
Y las obligaciones, porque de esas hay una larga lista…
Liam me mira y me acaricia la mejilla con dulzura.
—¿En qué piensas?
Dudo un momento antes de responder.
—En nosotros. Creo que es mejor no hacerlo oficial todavía. No quiero
que me conozcan como la novia del capitán de hockey sobre hielo, o la
chica que está con el chaval más sexy del campus. Antes quiero hacerme
oír, tener cierto renombre como periodista deportiva. Y tampoco me apetece
que nadie piense que he hablado bien de ti en mis artículos para meterme en
tu cama. Quiero mantener cierta integridad. Además, también será mejor
para ti… ¿No crees?
Una no se olvida tan fácilmente de la conversación de Liam con el
entrenador Franklyn…
Me muerdo el labio. Temo haberme pasado un poco de la raya al pedirle
algo así, pero es importante que seamos sinceros si queremos que esto
funcione.
Liam se pone serio y toma mi mano entre las suyas.
—Estoy de acuerdo. Los rumores podrían perjudicarnos a los dos. Y
ahora mismo, quiero disfrutar de lo que tenemos sin preocuparnos de lo que
piensen los demás. No quiero esconder lo que tenemos, Em, para nada,
pero…
Le entiendo.
—Yo tampoco quiero que nos escondamos, pero es lo más prudente.
Bueno, creo que debería irme a casa… —‍digo, decidida, al cabo de unos
segundos.
Liam me coge de la barbilla y me obliga a mirarlo. Mis ojos se pierden
en los suyos.
—Pase lo que pase, recuerda que quiero estar contigo.
El corazón me late más rápido y lo beso, rebosante de alegría. Nuestras
lenguas se buscan con avidez y el beso se vuelve rápidamente apasionado.
Pero antes de que volvamos a desnudarnos el uno al otro, aparto a Liam y
me río.
Se me da muy mal ocultar las cosas, pero no me queda otra. Espero
poder guardar las distancias, por el bien de los dos.
***

Cuando abro la puerta de mi habitación, un olor familiar me da la


bienvenida. Huele a canela y especias. Aspiro el aroma, feliz. En esta
habitación no podría sentirme más segura.
Cassy está volviendo a colocar unos jarrones, un par de arreglos florales
y unas velitas sobre un aparador. Inclina la cabeza hacia un lado para
examinar el resultado.
—¡Pero bueno, si es mi amiga, la desertora…! ¿Te quedaste anoche en
casa de Maddie? ¿Os lo pasasteis bien? —‍pregunta, casi con indiferencia.
Siento que el corazón me late más deprisa.
Normalmente, no me costaría nada responder a esa pregunta, pero tengo
un secreto que guardar, algo que aún no puedo contarle a Cassy. No creo
que sea capaz de guardárselo, así que mejor no me arriesgo.
—Pues…
¡No dejes que vea que dudas, Emily!
Cassy se vuelve hacia mí y frunce el ceño, esperando a que continúe.
—¡Me quedé dormida en la redacción del periódico! ¿Te lo puedes
creer? —exclamo finalmente, para no poner a Maddie en un aprieto.
Cassy entrecierra los ojos. Mi amiga tiene olfato para estas cosas y
tampoco nació ayer.
—¡Ah, por eso parece que te ha pasado por encima un tráiler…! —‍dice
con su tacto habitual.
Respiro aliviada.
—Sí, tenía un montón de artículos pendientes. Cuando me he
despertado esta mañana, aún me tocaba investigar de lo lindo… En fin, al
final, se me ha pasado el día volando y aquí me tienes, muerta en vida.
Sigue mirándome fijamente y casi veo el humo que le sale de la cabeza.
Debe estar procesando la información. Odio mentirle, pero no me queda
más remedio.
—¡Tía, trabajas demasiado! —responde finalmente, aunque luce tan
escéptica como siempre.
—Ya lo sé, ya… ¡Pero deja de preocuparte por mí, que no pasa nada!
Mi amiga asiente. Parece que se lo ha creído. Aliviada de que no le dé
por insistir, respiro. Aun así, me siento mal por no poder decirle la verdad.
Mientras me ducho y me preparo para ir a la cama, se me hace un nudo
en el estómago. No soy de las que mienten por costumbre y me pregunto
cuánto tiempo tendremos que guardarnos Liam y yo nuestra felicidad para
nosotros mismos.

***

El ambiente en la redacción del periódico del campus siempre es de lo


más animado: el tecleo de los ordenadores, el bisbiseo de mis compañeros,
el son rutinario del papel al pasar las páginas… Todo se orquesta en una
melodía a la que, al final, una se acostumbra.
Estoy sentada en mi escritorio, absorta en mis pensamientos.
La relación que tengo con Liam es perfecta: incipiente, pero
maravillosa. Seguimos quedando todos los días a la hora de comer para
estudiar juntos, y a menudo nos escondemos entre las estanterías de la
biblio para darnos un repaso, nunca mejor dicho.
A este paso, yo también acabaré echando un polvo en esa biblioteca…
Por las tardes, después de su entrenamiento, seguimos estudiando
juntos. Bueno, y si no nos absorben los libros, nos perdemos en el cuerpo
del otro. Pero aun así, conseguimos encontrar el equilibrio en las vidas tan
ajetreadas que llevamos. Nuestros sentimientos no anulan nuestras
responsabilidades y objetivos, y eso es lo que me gusta de nosotros. Somos
conscientes de las expectativas del otro y tenemos la ambición presente en
todo momento. Hasta ahora, todo va bien. ¡De hecho, Liam está sacando
notazas!
Maddie y Cassy se han dado cuenta de que no ando muy disponible
últimamente, pero lo achacan a mi tendencia a estudiar como una loca.
Si ellas supieran…
La verdad es que me siento culpable por dejar que piensen eso, porque,
en realidad, me lo estoy pasando como nunca.
De repente, suena el teléfono fijo que tengo al lado y me llevo la mano
al corazón. ¡Vaya susto me ha pegado! Aquí nunca me llama nadie. Miro la
pantalla y reconozco el prefijo de Nueva York.
Curiosa, descuelgo el teléfono.
—¿Diga?
—Hola, ¿hablo con Emily Hansen?
La voz femenina al otro lado de la línea rebosa entereza.
—Sí, soy yo —respondo.
—Estupendo. Soy Laura Johnson, del New York Post. Hemos leído tus
artículos sobre el equipo de hockey sobre hielo de la universidad y estamos
impresionados con tu trabajo. Nos gustaría ofrecerte unas prácticas con
nosotros.
Apenas puedo creer lo que oigo. ¿El New York Post, uno de los
periódicos más prestigiosos de la ciudad, quiere ofrecerme unas prácticas?
¡No me lo creo! ¡Estoy flipando!
—¿Cómo es posible? ¡Muchísimas gracias! —exclamo sin poder
contener mi entusiasmo—. Quiero decir, me gustaría agradecerles que me
hayan considerado para el puesto…
Intento sonar un poco más profesional.
—Estamos convencidos de que no nos equivocamos contigo —
responde la señora Johnson—. ¿Puedes venir a nuestra oficina este
mediodía para una entrevista? Siento avisarte con tan poca antelación, pero
nos gustaría confirmar lo antes posible que encajas con lo que buscamos.
Trago saliva, se me acelera el corazón y se me humedecen las manos.
Había quedado a comer con Liam…
Me muerdo el labio y mis pensamientos se aceleran. La oportunidad de
hacer unas prácticas en el New York Post es demasiado tentadora como para
dejarla pasar. Estoy segura de que lo entenderá.
—Sí, no hay problema —digo finalmente.
—Perfecto. Entonces nos vemos a mediodía en nuestras oficinas.
La señora Johnson cuelga y me quedo un momento en silencio.
¡Esto es una locura!
Cojo el móvil y escribo un mensaje rápido a Liam para avisarle.

* Hola, guapo. Lo siento, pero vamos a tener que posponer nuestra cita.
Luego te cuento.

No le doy más detalles aposta, para no gafarme. Necesito meter cabeza


en ese periódico como sea. Espero que no se ofenda por haberle cancelado
el plan a última hora y que se alegre por mí cuando se lo cuente todo.
Tengo el tiempo justo para ir a la resi a cambiarme y presentarme en la
redacción. No dejo de pensar en el pedazo de oportunidad profesional que
supone esto, pero al mismo tiempo, me preocupa cómo puede afectar a mi
rutina.
¿Tendré tiempo suficiente para mi vida privada?
Mientras me pongo una americana y unos pantalones de vestir a juego,
apenas puedo ocultar la emoción. Cassy anda por aquí ayudándome, porque
les envié un mensaje a las chicas para darles el notición. Me tiende una taza
de café y me sonríe, animada.
—Te preocupas por nada, Emily. Va a ir genial, ya lo verás.
Suspiro.
—Es que… Es una gran oportunidad y quiero causar una buena
impresión.
Ella asiente y me mira.
—¡Pues con ese conjunto, vas perfecta!
Es la primera vez que aprueba el conjunto que he escogido yo.
¿Significa esto que se han alineado los astros?
Sonrío agradecida.
—Y lo vas a petar en la entrevista… —me dice, guiñándome un ojo.

El trayecto hasta el New York Post parece interminable y a cada paso


que doy, estoy más y más nerviosa. Miles de personas se chocan entre sí en
las calles y el bullicio de la Gran Manzana resuena en mi interior. Cuando
por fin llego a la entrada del edificio, respiro hondo.
Firmo en la recepción y aprovecho para echar un vistazo a mi alrededor.
El ambiente es hipnótico y huele a papel de periódico en el pasillo.
Cuando me piden que suba al despacho en el que me esperan, siento que
me voy a desmayar, pero sorprendentemente, la entrevista se desarrolla sin
problemas. Los periodistas son profesionales y amables, y según les hablo
de mi experiencia y mi pasión por la investigación, se me pasan los nervios.
—Te confieso que nos han impresionado tus artículos, Emily —‍dice
uno de los periodistas frente a mí—. Solemos leer los periódicos
estudiantiles para encontrar joyas como tú. Escasean, ¿sabes? Tenemos la
costumbre buscar nosotros mismos a nuestros becarios, por eso nos pusimos
en contacto contigo. Creemos que serías una excelente incorporación a
nuestro equipo.
Sus palabras hacen eco en mis oídos y me late el corazón de la emoción.
No me lo esperaba.
—Vaya… Muchas gracias —respondo, con la voz ligeramente
temblorosa.
En cuanto cumplimos con las formalidades de rigor, salgo del despacho
con una sonrisa en la cara. Respiro hondo y observo por un momento la
ciudad, rebosante de vida. De repente, las calles de Nueva York parecen
más brillantes, llenas de posibilidades y de sueños por cumplir. Y estoy
dispuesta a aprovechar esta sorpresa del destino.
Una vez de vuelta en el campus, cojo inmediatamente el móvil y le
envío un mensaje a Maddie para decirle que me han dado las prácticas.
También le escribo a Liam para explicarle con más detalle por qué no podía
comer con él. Su respuesta me alegra el corazón y me siento aliviada de que
se lo tome a buenas.

*¡Esa es mi Em! ¡Me alegro mucho por ti!


¿Cómo se van a resistir a tu talento? <3

Sin embargo, de repente caigo en la cuenta de que aceptar las prácticas


significa que tengo que dedicar aún más tiempo a mi carrera profesional. He
tomado esta decisión sin pensarlo demasiado. ¡Pero es que era una
oportunidad demasiado buena para rechazarla! Aun así, no puedo evitar
preguntarme cómo afectará este giro de los acontecimientos a mi relación
con Liam. Acabamos de empezar y espero no haberme lanzado a los
tiburones por no pensar bien las cosas.
Me gustaría tener tiempo para todo.

***

Al día siguiente voy al pabellón, emocionada. Tengo que escribir otro


artículo sobre el equipo para el periódico de la uni y quiero asegurarme de
recabar la información suficiente como para que deje huella. Sin embargo,
mientras observo cómo entrenan, no puedo dejar de pensar en Liam.
Qué bueno está… Míralo, ahí, esforzándose al máximo, cubierto de
sudor…
Inmediatamente, me imagino un par de cosas que me apetecería hacerle
y me aferro al cuaderno para disimular.
Pero es que la forma en que Liam patina sobre el hielo, esa pasión y
energía inigualables que demuestra en cada movimiento… ¡Me pone a mil!
Me cuesta no correr hacia él y empotrarlo contra las gradas, pero tengo que
quitarme eso de la cabeza, porque nuestra relación sigue siendo un secreto
que pretendo guardar.
El tiempo vuela y para cuando los jugadores abandonan el hielo, estoy
segura de que tengo material suficiente con el que redactar un buen artículo.
Liam aprovecha que sus compañeros están en los vestuarios para
acercarse a mí. La luz del sol se cuela por una de las ventanas superiores y
se le refleja en la frente, que le brilla por el sudor.
—Hola, preciosa… —me dice con una sonrisa.
—Hola —le respondo, coqueta.
Se me acelera el corazón cuando se acerca.
—¿Qué opinas de los entrenamientos del equipo? ¿Te gusta lo que ves?
—me pregunta con una sonrisa pícara.
Me sonrojo.
—Eso siempre. Pero ya sabes, me limito a observar el partido de
forma… profesional.
Sacudo el cuaderno, riendo, y él ensancha la sonrisa.
—Ah, ¿sí? En ese caso, estoy deseando leer tu nuevo artículo…
Las mariposas de mi estómago emprenden el vuelo y se arremolinan en
mi bajo vientre. ¡Qué difícil es no tirarlo al suelo y comérmelo a besos!
Espero a que termine de ducharse y juntos salimos del pabellón para
comer algo.
Mientras charlamos en una cafetería cercana al campus, pienso en lo
fácil y cómodo que me resulta estar con Liam. Me siento tan a gusto… Me
pesa mucho haber aceptado las prácticas en el New York Post. De repente,
se me hace un nudo en la garganta.
Liam se da cuenta de que me he quedado callada sin previo aviso.
—¿Estás bien, Em?
Me fuerzo a sonreír.
—Sí, estoy bien —Mi novio consigue ver a través de mí y acabo
soltando lo que pienso—. Me da miedo que no tengamos tiempo para
vernos y que nos distanciemos cuando empiece con las prácticas…
Liam pone su mano sobre la mía y me obliga a mirarle.
—Oye, todo va a salir bien, ¿vale? No te preocupes. Encontraremos la
manera de vernos. Tú y yo somos fuertes. Además, nuestros sueños también
son importantes, ¿recuerdas?
Sus palabras me calman un poco, lo que me permite levantar la vista de
nuevo y apreciar su sonrisita de playboy. Debería ser ilegal que una persona
tenga tanto sex appeal1. Me tiemblan las rodillas cuando me acaricia la
mano. Su tacto me provoca un cosquilleo que se esparce por todo mi
cuerpo.
Esos ojos. Esos labios… ¡Joder!
Noto que se me seca la garganta y por un momento creo que me va a
explotar el corazón. Como ya no aguanto más la tensión sexual, finjo que
necesito ir al baño a tomar el aire.
—¡Contrólate, Emily! ¡Hace mucho tiempo que dejaste de ser una
adolescente! —me digo mirándome al espejo.
De repente, la puerta se abre detrás de mí. Liam entra al baño de
mujeres.
—¿Liam, qué…?
No me da tiempo a terminar la frase antes de que cierre la puerta y
apoye los brazos en ella, de frente a mí. Tiene los ojos nublados por el
deseo y los labios ligeramente entreabiertos. Verlo así hace que me moje
aún más. Me empotra contra la pared y me besa el cuello. Siento pequeñas
descargas eléctricas en la piel y mi cuerpo arde en llamas.
Con aire decidido, Liam nos guía hacia uno de los cubículos del aseo.
Sin perder tiempo, me mete la mano bajo el vestido, encuentra mis bragas y
me las quita.
Menos mal que ya hace calor y no llevo medias…
Liam se baja al pilón y me lame los labios, húmedos, dilatados, que ya
sobresalen entre mis muslos. Me recorre con la lengua, me succiona el
clítoris y me besa la cara interna de las piernas hasta que se le humedece la
barba con mi placer. Luego sube de nuevo hacia mi boca y se baja los
pantalones. Una vez que se ha puesto el condón, me penetra sin pensárselo
dos veces.
—Sí… —gimo.
Me siento como si algo estuviera a punto de estallar en mi interior.
Me penetra con fuerza y rapidez, con una urgencia que me pilla
totalmente desprevenida. En poco tiempo, llego al orgasmo. Liam me mira
a los ojos para preguntar si puede seguir hasta correrse, y mientras me folla,
le lamo las comisuras de los labios. Sus manos apresan mis pechos por
encima del vestido. Me embiste con su miembro erecto, tenso, ávido, y
cuando al fin se corre y me lo saca, me siento vacía. Quiero más: más de su
sexo, más de su piel, más de él…
Sin decir una palabra, me guiña el ojo, quita el pestillo de la puerta y
sale del cubículo. El muy perverso se lleva consigo mi ropa interior. Abre la
puerta del aseo y se gira por última vez, buscando mis pupilas dilatadas por
el clímax.
—Me las llevo de recuerdo… —dice con picardía, sacudiéndome las
bragas en mis propios ojos.
¿Pero qué…?
Y allí me quedo, de pie, frente al lavabo, con las piernas temblorosas y
sin aliento. Todavía me pregunto qué acaba de pasar.
Qué calor hace, ¿no?
Cuando por fin salgo, Liam está sentado en nuestra mesa, dando sorbos
a su cerveza como si no acabara de follarme salvajemente en un baño
público.
Intento calmarme y me siento frente a él. La sensación de no llevar ropa
interior me excita más de lo que me gustaría admitir, pero pese a todo,
consigo entrar en razón.
Durante el resto de la cena, conversamos tranquilamente e intento dejar
a un lado mis pensamientos sobre el futuro. Lo que siento por Liam es muy
especial y estoy segura de que encontraremos la manera de seguir juntos
pese a todo.
Mientras salimos de la cafetería y nos dirigimos hacia la resi de Liam,
no puedo evitar cogerle de la mano varias veces, pero en cuanto vemos a
alguien, se la suelto. Quiero comerle la boca aquí mismo, en medio del
campus… No puedo soportarlo más, así que lo empujo un poco hacia una
zona menos concurrida y le doy un beso guarro a escondidas.
Es evidente que estamos locos el uno por el otro y nos besamos con
pasión y ternura. No estoy dispuesta a renunciar a algo así, por muy
complicado que sea el futuro.
Volvemos a la calle transitada y, de repente, vemos de lejos al
entrenador Franklyn. Instintivamente, nos alejamos un par de pasos del
otro.
—¡Liam! Y Emily…
Nos mira con escepticismo, pero no dice nada.
Miro a mi novio y al entrenador varias veces, antes de despedirme y
salir de allí a toda prisa.
Espero que no haya visto nada…
1
N. de la T. Atractivo sexual.
12
Liam

El rapidín en el cubículo del baño ha sido una pasada. Ya tengo ganas de


volver a tentar a Emily para hacérselo en mi cama. Hay tantas cosas que
quiero probar con ella…
Pero justo cuando estamos llegando a la resi, después de prometer que
vamos a hartarnos del cuerpo del otro esta noche, y de apresar su boca
deliciosa con la mía, nos cruzamos con el entrenador.
Mierda, joder…
Emily sale huyendo, claramente incómoda, y el entrenador me mira con
unos ojos que lo dicen todo.
Mis planes para esta noche se acaban de ir al traste.
—Entrenador, ¿qué se le ha perdido por aquí?
Franklyn dirige entonces su atención a Emily, que se aleja a grandes
zancadas, antes de mirarme de nuevo. Me entra la ansiedad y, de repente,
me pongo nervioso.
—Espero no haber estropeado tus planes para esta noche… —‍me dice.
—¿Qué? No, claro que no… —respondo rápidamente‍—‍. Venimos de
estudiar juntos. La estaba acompañando a su resi.
—Ah, ¿sí? ¿No es la tuya la que está por aquí…? —Hace un pequeño
mohín que no augura nada bueno—. En fin, he venido a verte por lo del
próximo partido. He intentado llamarte, pero no contestabas, y la situación
es bastante urgente.
¡Mierda, es verdad! He puesto el teléfono en silencio y como estaba con
ella, ni siquiera me he preocupado de mirarlo de vez en cuando…
Asiento y espero a que continúe.
—Logan se ha lesionado. Después del entrenamiento, dijo que le dolía
la pierna derecha y resulta que tiene la rodilla hecha polvo. El próximo
sábado no va a poder calzarse los patines.
Silbo entre dientes.
Pues vamos listos…
Logan es delantero, y de los buenos. Es uno de los jugadores en los que
suelo confiar a la hora de marcar goles. No sé qué haré sin su asistencia.
—¡Mierda, no! —digo, resoplando.
—Por otra parte, he oído que habrá un representante de la liga en el
partido de pasado mañana. Creo que es una excelente oportunidad para
demostrar lo que sabes hacer. Aun así, como no estará Logan, todo se
complica. Eres el capitán, hijo, así que tú dirás: ¿en quién confías para que
le sustituya?
Se me encoge el corazón por un instante, pero a la vez, me anima
escuchar las palabras del entrenador.
Un representante de la NHL… Eso significa que mi rendimiento en este
partido puede determinar mi futuro. La emoción se mezcla con la presión
que de repente siento en el pecho.
—Creo que Marc será la mejor opción. Nos entendemos muy bien en el
hielo. Es rápido y siempre está atento a lo que sucede en la pista. No se
preocupe, entrenador: lo daré todo. Se lo prometo.
El entrenador Franklyn asiente, satisfecho.
—No esperaba menos de ti, Liam. El partido es dentro de dos días.
Asegúrate de prepararte como toca. Puede que tengamos que añadir una
sesión de entrenamiento extra con Marc… Habrá que ver cómo os
coordináis —Piensa en voz alta.
—Me aseguraré de que estemos en la misma onda en la pista.
El entrenador asiente una vez más, complacido.
—Así me gusta. Vas a tener que esforzarte al máximo, Liam, ¿eres
consciente de ello?
—Al máximo se queda corto, entrenador —respondo con
determinación.
—Espero que no dejes que ninguna chica te distraiga… Este partido
podría ser decisivo para tu carrera —dice antes de marcharse.
Franklyn me deja allí, solo con mis miedos.

***

El tiempo se me pasa volando. Estoy concentrado en el entreno. Ahora


mismo solo importa el partido que nos espera. Desde la preparación física
hasta las prácticas de tiro a puerta, pasando por los ejercicios de patinaje…
Dedicamos cada hueco que tenemos a reforzar el entrenamiento: hay que
asegurarse de que Marc y yo estamos listos para la que se nos viene encima.
Por desgracia, esta preparación intensiva también significa que no tengo
mucho tiempo para nada más. No dejo de sacar móvil para decirle a mi
novia que pienso constantemente en ella, pero cada vez que miro la
pantalla, recuerdo que no tengo tiempo para distraerme. Estoy centrado en
el partido, en mi carrera, y tengo que asegurarme de que no se me vaya la
cabeza. Es la única forma de cumplir con mis objetivos. Emily lo entenderá.

***

El día del partido, siento que estoy en una montaña rusa. El popurrí de
emociones me tiene de los nervios y en el vestuario se respira una mezcla
de estrés y expectación mientras nos preparamos para la batalla. El
entrenador Franklyn dice unas palabras para motivarnos y, poco después,
salimos al hielo.
Empieza el juego.
El corazón me late con fuerza en la pista, junto a mis compañeros, y
siento la energía, la vivacidad que me rodea. Es como si el aire estuviera
cargado de una tensión eléctrica. Las gradas están abarrotadas. La afición
tiene los ojos puestos en nosotros y respiro hondo para calmarme.
El representante de la NHL estará pendiente de todos nuestros
movimientos y estoy dispuesto a demostrarle de lo que soy capaz. Emily
también me mira y asiente para darme ánimos. Saber que está ahí y que me
apoya me hace sentir un poco mejor.
El partido resulta ser bastante intenso. La acción sobre el hielo es una
mezcla explosiva de jugadas a toda velocidad y estrategia. Cada tiro, cada
decisión, cada pase… Todo cuenta. Mi equipo y yo vamos con todo, y yo
demuestro mi pasión por el hockey sobre hielo con cada respiro.
Los minutos pasan como segundos y pronto llegamos al momento final
del partido.
Mi respiración se vuelve pesada y me pongo en posición para el saque
final. Queda poco tiempo de juego y estamos empatados. Me tiemblan las
manos por la tensión. En algún lugar, en lo alto de las gradas, ese
representante de la liga profesional está sentado, observando nuestras
jugadas, por irrelevantes que puedan parecer…
Todo sucede ante mí a cámara lenta.
El juez de línea lanza el disco. Me hago con él en un abrir y cerrar de
ojos y me dirijo hacia mi objetivo. Los defensas intentan pararme, pero los
esquivo y finjo un pase. Utilizo las pocas fuerzas que me quedan para
lanzar el disco hacia la portería contraria y contemplo, fascinado, lo que
sucede ante mis ojos.
El disco pasa por encima del portero y se cuela en la red. Levanto los
brazos: la euforia corre por mis venas.
¡Hemos ganado! ¡He marcado el gol de ventaja1!
Unos segundos después, suena el pitido final y se acaba el partido.
Puede que mi sueño esté más cerca de cumplirse de lo que me esperaba…
El corazón me late con fuerza en el pecho, me quito el casco y miro
hacia las gradas, donde el público enloquece. Emily sonríe de oreja a oreja
y el entrenador Franklyn levanta los pulgares, eufórico. Ahora solo me
queda esperar. ¿Habré demostrado lo que puedo hacer? Ojalá al
representante le haya gustado lo que ha visto…
Salimos de la pista y, en el vestuario, me encuentro con un batiburrillo
de emociones a flor de piel. La alegría de la victoria, el cansancio, la
emoción, la esperanza… Todo se refleja en las caras de mis compañeros.
Estoy orgulloso de lo que hemos conseguido juntos, pero al mismo
tiempo, me siento aturdido por la inquietud. ¿Habremos hecho lo suficiente
para impresionar al representante?
—¡Buen partido, chicos! ¡Estoy orgulloso de vosotros! —‍digo en voz
alta y les doy unos golpecitos en la espalda a cada uno.
Mientras nos calmamos un poquito y me visto para volver a la resi, no
dejo de pensar en Emily. Hemos quedado en vernos en mi habitación esta
noche y he tenido que inventarme una excusa para soltársela a los chicos,
que querían que saliera de fiesta con ellos.
¿Liam Scott diciendo que no una fiesta? ¡Eso es nuevo!
Lo siento, pero he echado demasiado de menos a mi preciosa rubia estos
últimos días y estoy deseando verla.
Sé que mi decisión de concentrarme en el entrenamiento ha sido la
correcta, pero tengo que admitir que no ver a Emily ni hablar con ella
durante cuarenta y ocho horas se me ha hecho difícil. Mi mente me
traiciona y solo quiero pensar en lo feliz que soy con ella.
Me siento arrastrado en dos direcciones distintas: por un lado, está mi
pasión por el deporte, y por el otro, el amor que siento por Emily. Es un
equilibrio complejo.
De repente, la veo. Me está esperando en la puerta de la resi, con un lote
de seis cervezas en la mano.
Esta chica es un tesoro…
—Capitán… —dice, alzando la voz, mientras hace una reverencia.
Cuando me acerco a ella, riendo, me aplaude. Niego con la cabeza. Me
encanta esta faceta suya, tan despreocupada y feliz, risueña y adorable.
Inmediatamente, me vienen a la cabeza imágenes del polvo en el baño
de la cafetería. La abrazo fuerte y, de forma instintiva, me rodea con las
piernas. Me la subo a la habitación. Mientras abro la puerta, se ríe a
carcajadas y me besa el cuello.
Me aprietan los pantalones en la zona de la entrepierna y la dejo caer
sobre la cama sin previo aviso, antes de abalanzarme sobre de ella, sin
miramientos. La beso apasionadamente mientras intento desnudarla.
Aunque quiero ir despacio, mi cuerpo tiene otros planes: la necesito aquí y
ahora.
La ayudo a bajarse los vaqueros ajustados, me quito la ropa y subo por
sus piernas, besándola. Su piel es tan suave y está tan buena… Emily se
retuerce al tacto de mis besos y gime con fuerza cuando me detengo entre
sus muslos. Se lo como, se lo relamo, la devoro.
Me encanta su sabor.
—Liam… —susurra, y el sonido de su voz ligeramente grave me excita
aún más.
Bajo la mano para tocarme mientras se lo sigo comiendo y la miro a los
ojos. Ella me aparta los mechones que se me caen en la cara y luego me
agarra del pelo para apretarme más contra su sexo húmedo.
Se muerde el labio y siento que está a punto de correrse en mi boca,
pero necesito follármela antes. Sin perder el tiempo, cojo un condón y se la
meto con urgencia. Ambos jadeamos con fuerza.
Estar aquí, dentro de ella, es como transportarme a otro mundo. La
sujeto por el cuello con la mano derecha y le meto el pulgar en la boca. Ella
lo chupa y lo mordisquea con deseo. La tengo sujeta por las caderas y mis
movimientos son firmes e implacables. Tras unas cuantas embestidas, tengo
que parar para no correrme ahí mismo.
La beso, hambriento, antes de tumbarla boca abajo y penetrarla de
nuevo. Emily mueve las caderas en círculos hacia delante y hacia atrás y
muerde la almohada.
Esta chica me va a hacer perder la cabeza…
Le clavo los dedos en la piel mientras la sujeto por los hombros y me
impulso para hacérselo con una fuerza salvaje. Me chorrea el sudor por la
frente y no puedo contenerme más. Necesito hacerla mía. Con unos cuantos
golpes secos y poco indulgentes, nos llevo a los dos al orgasmo.
Sin aliento y con una sonrisa de satisfacción, me aparto de ella y me
tumbo a su lado. Emily se vuelve hacia mí.
Tiene el pelo alborotado y las mejillas sonrosadas, con un brillo especial
que la caracteriza justo después de correrse. Me mira con los ojos llenos de
amor. Durante un buen rato, nos quedamos mirándonos. Hay algo íntimo y
natural en este silencio cómplice.
No creo que quiera perderme esto nunca más…

***

Me froto los ojos y me estiro despacio. Emily sigue tumbada a mi lado.


Su sueño apacible es como un precioso momento de calma después de la
tempestad que he vivido en los últimos días.
Respira con tranquilidad y no puedo evitar mirarla un momento,
fascinado por la belleza que desprende. Me separo de su piel desnuda y me
levanto lo más silenciosamente posible.
El perfume de nuestra pasión sigue flotando en el aire, prueba del amor
y el deseo que ambos compartimos. Cuando me miro en el espejo del baño,
sonrío; no puedo evitarlo. Tengo el pelo revuelto y un chupetón en el pecho.
Después de una buena ducha, me pongo ropa limpia y me dirijo a la
cocina. El olor a café no tarda en invadir la habitación.
Con la taza humeante en la mano, vuelvo a mirar a Emily, que sigue
dormida. Sus ojos, su sonrisa, su presencia… Todo eso significa mucho más
para mí de lo que podría expresar con palabras.
Le sirvo una taza del líquido negro ardiente que llevo en la mano y la
dejo en la mesilla de noche. Con cuidado, me inclino sobre ella y la beso en
la frente.
—Emily… Es hora de despertarse, preciosa —susurro.
Parpadea con agitación y por fin abre sus preciosos ojos. Dibuja en sus
labios una sonrisa soñolienta y no puedo evitar devolvérsela.
—Buenos días, dormilona… —le digo en voz baja.
—Buenos días —murmura mientras se despereza en la cama‍—‍. Vaya
nochecita, ¿no?
—Sí, la verdad…
Le doy la taza de café y la acepta agradecida.
—Eres el mejor —dice, dando un sorbo.
Sonrío y me siento en el borde de la cama. Me siento tan cómodo, tan
contento de estar con ella… Hasta valoro estos pequeños instantes. Aun así,
es la hora de afrontar los retos del día: yo tengo una formación y Emily
empieza sus prácticas en el New York Post.
Mientras se viste, solo puedo mirarla, fascinado.
Es tan guapa…
—Estás increíble —le susurro.
Ella sonríe y me guiña un ojo.
—¡Tú tampoco estás mal! —contesta, de repente.
Me dan ganas de desnudarla a toda prisa y pasar el resto del día en la
cama con ella, pero me obligo a pasarle el bolso.
Em me da un beso tierno antes de darse la vuelta y marcharse.
Pues nada, me espera un día lleno de retos y posibilidades, pero tengo la
sensación de que, con Emily a mi lado, puedo superarlo todo.

La pista me recibe con sus sonidos de siempre: la fricción de los patines


y el choque de los palos sobre el hielo. Pero después del entrenamiento, hay
una novedad.
Chase y yo estamos aún en el hielo, como todo el equipo, pero
esperando al entrenador Franklyn. Nos ha dicho que quiere hablar con
nosotros un momento, y no puedo evitar estresarme.
Por suerte, no tarda en aparecer y nos lleva a los dos a su despacho.
Sonríe, así que espero que tenga buenas noticias. A cada paso que damos,
siento cómo aumenta mi emoción.
—Sentaos, chicos —dice, señalando las sillas frente a su escritorio.
Tomamos asiento y él se inclina hacia delante para mirarnos seriamente.
—Quería deciros personalmente que el representante del último partido
quedó muy impresionado con vuestro rendimiento en la pista.
El pulso me late con fuerza en los oídos mientras intento concentrarme
en sus palabras. Siento que hemos ganado este asalto. Chase y yo nos
miramos, sonriendo de oreja a oreja.
El entrenador Franklyn también sonríe.
—De hecho, no solo quedó impresionado por vuestra destreza
deportiva, sino también por vuestros expedientes académicos. Liam, ¡has
hecho bien en ponerte las pilas! Cree que ambos tenéis un gran potencial.
Está convencido que tenéis lo que hace falta para llegar lejos en la NHL.
Las palabras del entrenador se quedan suspendidas en el aire y apenas
puedo creer mi suerte. La NHL es el sueño de todo jugador de hockey sobre
hielo. Al menos, lleva siendo el mío desde que era un niño. Chase también
parece necesitar asimilar lo que le acaba de decir Franklyn, porque no
reacciona.
—Ya se ha puesto en contacto con varios equipos que están dispuestos a
venir a veros en los próximos partidos, por lo que es posible que os fichen
en el futuro.
Apenas podemos contener la alegría. Me invade un sentimiento de
gratitud y orgullo y no puedo evitar pegar un salto.
—¿En serio? ¡Qué locura! —exclamo.
Chase está tan emocionado como yo.
—¡Lo hemos conseguido, tío!
El entrenador Franklyn asiente, pero mantiene la cara seria.
—Bueno, no os emocionéis, chicos. Tenéis el talento y la determinación
para llegar lejos, pero ahora os toca trabajar duro y aprovechar esta
oportunidad. El mundo del hockey profesional es todo un reto, pero si
hacéis el esfuerzo necesario, lo conseguiréis.
Las palabras del entrenador me calan hondo. Esta oportunidad es un
regalo caído del cielo y estoy dispuesto a darlo todo para no quedarme
atrás.
Chase y yo nos miramos y veo que está igual de decidido a ir a por
todas.
—No la cagaremos, entrenador —le digo, seguro de mí mismo.
Él sonríe con orgullo.
—Sé que no lo haréis. Os lo habéis ganado.
Nos explica los detalles para lo que se avecina y poco después, salimos
juntos de su despacho con una sensación de euforia que jamás
conseguiríamos expresar con palabras.
De camino a los vestuarios, sigo sin creerme mi suerte. ¡Es como si
estuviera a punto de cumplir mi sueño! Si doy un último empujón, si
demuestro la pasta de la que estoy hecho en los entrenos y en los partidos,
tengo posibilidades de que me seleccionen. ¡Y Chase está en las mismas!
Y mientras me quito la equipación, siento que la disciplina que me he
impuesto, lo mucho que he trabajado y los sacrificios que he hecho han
merecido la pena.
Chase y yo nos miramos y no nos hace falta hablar para saber lo que
piensa el otro. Se nos han abierto las puertas del éxito y estamos dispuestos
a pasar por ellas sin pensárnoslo dos veces. Somos todo nervio y alegría, así
que decidimos ir a celebrarlo a un bar que nos gusta, fuera del campus.
La idea de que esta sea la primera etapa de un viaje apasionante confiere
cierta magia al local. El bar está a rebosar y parece que todos están de
fiesta. La gente ríe, charla y disfruta del momento. Chase y yo buscamos
una mesa y nos pedimos un par de cervezas.
Cada sorbo que damos es como un brindis por el futuro brillante que
nos espera. Hoy no hay nada que nos pueda quitar la sonrisa. La euforia
dura un rato, hasta que recuerdo que aún no se lo he dicho a Emily. Con la
alegría del momento, se me ha pasado…
¡Seré inútil!
Saco rápidamente el móvil del bolsillo y le envío un mensaje. Mientras
espero su respuesta, el bar se va llenando cada vez más. El ambientazo solo
hace que mejorar por momentos.
Unos minutos después, se enciende la pantalla del móvil y en ella leo:

* ¡Qué ilu, Liam! ¡Estoy contentísima por ti y por Chase!


Perdona, ya tengo planes para esta noche con las chicas y no podré
pasarme a celebrarlo, pero brindaré por vosotros, aunque sea con una
taza de café :)

Sus palabras me hacen sonreír. Aunque no pueda estar allí, sé que está
orgullosa de mí y eso me enternece el corazón. Vuelvo a bloquear el
teléfono y Chase brinda conmigo. Promete ser una noche inolvidable y
estoy decidido a disfrutar de cada minuto. Creo que me merezco un respiro
antes de volver a la carga, aunque sea solo por una vez…
El tiempo vuela y, antes de que me dé cuenta, es medianoche. El bar
sigue lleno, la música suena a todo volumen y parece que el buenrollismo2
ha alcanzado su punto álgido. Al cabo de un rato, noto que algunas chicas
nos están echando miraditas. Es evidente que están intentando acercarse a
nosotros. Se huele su interés a kilómetros a la redonda. Sin embargo, a
pesar de la magia del entorno, no dejo de pensar en Emily. Rechazo con
educación sus insinuaciones y sigo bebiéndome la cerveza.
Chase me mira y se ríe.
—Joder, bro, ¿y tú quién eres?
Sonrío.
—¿Que quién soy? ¿Qué pasa, que no puedo tener la fiesta en paz, solo
con mi mejor amigo?
Chase asiente y me devuelve la sonrisa.
—¡Obvio, tío! —responde.
Una hora más tarde, volvemos al campus. Las luces de la ciudad nos
envuelven con un suave resplandor. La noche aún es nuestra. Vamos
haciendo eses y repitiendo las mismas historias de siempre, entre risas.
—¿Recuerdas cuando la señora Marshall nos obligó a limpiar las hojas
muertas de su jardín?
—¡Claro que me acuerdo! ¡Uf! Decidiste que era buena idea jugar con
el soplador de hojas de tu padre, ¡y las esparciste por medio barrio!
—No, no, no, colega. ¡Me convenciste de que lo hiciera! Yo soy…
De repente, de entre las sombras, surge una silueta que se interpone en
nuestro camino y le bloquea el paso a Chase.
—Pero ¿qué…?
La adrenalina corre por mis venas al percibir el brillo de un
destornillador en la mano del tipo que nos está plantando cara.
—¡Dadme la pasta que llevéis encima! ¡Venga, joder! —‍gruñe.
Chase y yo intercambiamos una breve mirada. Estamos de acuerdo en
algo: ¡Ni de coña se lo vamos a poner fácil! ¡Habrá que echarle huevos! Las
hemos pasado canutas antes, así que no vamos a dejarnos intimidar por un
atracador, y menos ahora, que estamos de fiesta. Además, le superamos en
número, somos bastante fuertes y más jóvenes que él.
Por desgracia, olvidamos el factor borrachera. La verdad es que vamos
como una cuba…
Sin dudarlo, nos lanzamos sobre él y le intentamos quitar el
destornillador de las manos, pero él se resiste más de la cuenta y acabamos
pegándonos de una forma bastante caótica.
El dolor se apodera de mí cuando siento un pinchazo en el estómago,
pero sigo decidido a luchar. Chase le atiza como puede y, entre ambos,
intentamos plantar cara a nuestro atacante. Se nota que no es la primera vez
del atracador, y en un milisegundo, aprovechando que estamos aturdidos,
esquiva nuestros golpes y nos tumba de un puñetazo a cada uno. Me doy
con la cabeza contra el asfalto y lucho por no perder la consciencia.
El ladrón rebusca en los bolsillos de nuestras chaquetas y se hace con
nuestras carteras, antes de salir corriendo.
¿Qué coño ha pasado?
Me pongo de pie a cámara lenta, tambaleándome y observo con rabia su
sombra a lo lejos, al girar la esquina. Mientras busco a tientas en mi
chaqueta lo que sé que ya no está, siento que algo líquido me calienta el
estómago. Mi ira se convierte en horror al darme cuenta de que estoy
sangrando Ha debido clavarme el destornillador tanto en el brazo como en
el estómago, pero creo que me ha desgarrado un poco la tripa y tengo una
herida muy fea que me llega hasta la cadera. También me sangra la frente,
pero creo que eso es por darme de lleno contra el asfalto. El dolor empeora
por momentos y trago saliva.
—¡Eso, huye, cerdo cabrón! ¿Chase? Chase, ¿estás bien?
Me giro hacia mi mejor amigo, que sigue tirado en el suelo. Respira con
dificultad y su camiseta se está volviendo de un tono granate oscuro en la
zona en la que le ha agredido.
—¡Mierda, joder! ¡Chase!
Me tiro de rodillas a su lado y me sonríe con dificultad.
—Somos un poco mantas en esto del cuerpo a cuerpo, ¿eh? —‍dice—. Si
contamos esta historia, tendremos que adornarla un poco a nuestro favor…
—¿Estás bien, tío? —le pregunto, preocupado, al verlo tan pálido.
—Bueno, he estado mejor, la verdad… Pero no creo que sea tan grave.
En fin, dolerme, me duele bastante, vaya…
Intenta incorporarse y yo le empujo hacia atrás para que no lo haga. El
corazón me late con fuerza. Cojo el móvil y marco el número de
emergencias. Por suerte, lo llevaba en el bolsillo de los vaqueros, así que el
atracador no me lo ha quitado.
En cuanto descuelgan, explico la situación a toda prisa, nervioso. Poco
después, llega la ambulancia, seguida de un coche de policía, y la tensión se
sustituye por una sensación de alivio.
Mientras nos toman declaración sobre el incidente, disocio. Me duele
todo el cuerpo, tengo frío y se me está pasando la mona. De repente, el
mundo me parece un lugar peligroso. La realidad me ha pegado una
bofetada en plena cara…
Los polis charlan entre sí mientras nos suben a una ambulancia que nos
lleva al hospital más cercano, con luces intermitentes y sirenas a todo
volumen.
El dolor de las heridas del destornillador me escuece. La litera se
zarandea en el vehículo, pero me niego a tomar nada para aliviar el dolor,
por miedo a que deje rastro en mis próximos análisis de sangre. No quiero
que me descalifiquen por una pelea tan estúpida. Prefiero esperar a que me
conteste el entrenador. Le he escrito para preguntarle. ¡No me importa que
me duela mientras tanto!
Miro a Chase, que está tumbado a mi lado, con la tez pálida.
No tardamos en llegar al servicio de urgencias y el personal de
enfermería nos rodea. Por suerte, las heridas causadas por el destornillador
no son profundas, pero el dolor es intenso. El corazón me late por todo el
cuerpo, incluso en las sienes.
Los minutos se alargan hasta convertirse en horas, y la presencia de los
médicos y las enfermeras nos tranquiliza. Por fin, el entrenador Franklyn
me dice, en pocas palabras, que me deje de gilipolleces y que me tome algo
para aliviar el dolor. La verdad es que lo agradezco.
Chase y yo estamos en observación, él porque tiene un buen boquete en
el pecho y yo, un golpe en la cabeza. Quieren asegurarse de que no tengo
una conmoción cerebral. El monitor que muestra el ritmo de mis latidos
emite sonidos agudos y eso no me calma mucho, para qué mentir.
No puedo dejar de pensar en la rapidez con la que todo puede irse al
traste. El camino por el que nos hemos metido ahora está lleno de
incertidumbre, y empiezo a pensar que todo esto podría repercutir de forma
negativa en los futuros entrenamientos, en los resultados de los partidos y,
por ende, en nuestras carreras.
¡Me cago en todo!
Y aquí sigo, tumbado y dándole vueltas a lo que ha pasado en las
últimas horas. De repente, unos pasos apresurados resuenan en el pasillo y
oigo el susurro de unas voces un tanto apuradas. La puerta de mi habitación
se abre y aparece Emily, seguida del entrenador Franklyn.
Se me aceleran los latidos del corazón cuando la veo y todo el dolor
parece desvanecerse por un instante. Me mira preocupada, pero también
decidida a animarme. Su presencia es como un halo de luz en la oscuridad.
Tenerla aquí me da esperanzas.
—¡Em! —exclamo con la voz ronca.
Corre hacia mí sin dudarlo. Tiene los ojos vidriosos. Me abraza con
tanto cariño que, por un momento, olvido dónde estoy y lo que ha pasado.
Es tan reconfortante… Como si el mundo que nos rodea desapareciera y
solo existiéramos nosotros dos.
—He venido lo más rápido que he podido, nada más leer tu mensaje.
¡Estaba muerta de miedo por ti! —murmura, todavía entre mis brazos.
La estrecho aún más para calmarla.
—Estoy bien. Los dos estamos bien…
El entrenador está de pie junto a nosotros. No deja de mirarnos a Chase
y a mí.
—Sois un par de idiotas —dice sacudiendo la cabeza—, pero me alegro
de que estéis sanos y salvos.
Chase, que sigue tumbado en la camilla, sonríe y suelta por esa bocaza:
—¡Pero lo que cuenta es que nos hemos defendido, entrenador!
Emily se separa de mí y se acerca a él. Le pone una mano en el hombro
y le dedica una sonrisa alentadora.
—Y mira cómo habéis acabado por cabezotas… —‍dice, entre suspiros.
Ya que han venido a vernos, les contamos brevemente lo sucedido y la
tensión se disipa ligeramente.
Emily vuelve hacia mí y se sienta en el borde de la camilla. Me busca la
mano y su calor se extiende por todo mi cuerpo. De no ser por ella, no sé
cómo tendría los ánimos ahora mismo…
—Casi se me para el corazón cuando leí tu mensaje —‍dice en voz baja,
con los ojos fijos en los míos.
—Estoy bien, Emily… —repito—. Las heridas no son profundas, solo
nos tienen en observación. Pero aun así, me alegro de que estés aquí.
Le beso la mano y ella sonríe suavemente.
De repente, Chase carraspea y nos devuelve a la realidad. Atónitos,
levantamos la vista y nos turnamos para observar a los testigos de lo que no
podría ser más evidente.
Parece que, al estar absortos en la alegría de nuestro reencuentro, nos
hemos olvidado de que Chase y el entrenador Franklyn estaban justo
enfrente.
Mierda… Creo que nos han pillado con las manos en la masa…
1
N. de la T. Es el gol que pone a un equipo por delante de otro cuando ambos van empatados. En
este caso, además, se trata del gol de la victoria.
2
N. de la T. Neologismo del español actual, formado a partir de «buen rollo». Se refiere a la
alegría generalizada.
13
Emily

Miro a Chase y cuando nuestras miradas se cruzan, vuelvo a la realidad


con una brusquedad nunca vista.
Mierda, ¡me había olvidado de que esos dos seguían aquí!
Tensa, miro al entrenador, que no se inmuta y se limita a mirarnos con
los brazos cruzados. Chase nos sonríe y nos pone ojitos pillines.
Me entran los calores y me sonrojo. Me vuelvo hacia Liam, que se
aclara la garganta y busca las palabras adecuadas.
—Sí, bueno… Esto… —empieza a justificarse.
Chase levanta una mano para interrumpirlo.
—Tranqui, bro. Lo sé desde hace tiempo y me alegro por los dos.
Sonríe con afecto.
Respiro un poco más tranquila. Significa mucho para mí que Chase
reaccione así. Sé que es una persona muy importante para Liam, así que
necesitaba que se lo tomara a buenas.
—Eso explica muchas cosas… —La voz del entrenador Franklyn suena
desde la esquina de la habitación.
El aire se carga de tensión de nuevo y Liam me agarra de la mano con
fuerzas.
—Liam, ya te he dicho en más de una ocasión que este tipo de líos te
distraen de lo importante… —Mira fijamente a Liam antes de continuar—.
Pero me parece que esto es algo más que una distracción, ¿verdad?
Una leve sonrisa aparece en su rostro.
—Vosotros, par de descerebrados, me habéis dado un susto enorme y…
me alegro de que tengas a alguien que se preocupe tanto por ti, Liam. Es
precioso —dice, con la voz rota.
No puedo creer lo que estoy oyendo. Miro al entrenador Franklyn con
asombro.
¿Se acaba de emocionar?
Una enfermera elige este preciso momento para entrar en la habitación y
eso nos permite pasar a otra cosa. Comprueba los monitores y se vuelve
hacia nosotros antes de decir:
—Perdonen, pero el horario de visitas ha terminado. Sintiéndolo mucho,
tienen que irse ya.
Me despido de los chicos con cierta reticencia. Me gustaría pasar la
noche aquí, con Liam. Mi chico sonríe sin fuerzas y veo lo cansado y tristón
que está.
Tomo su mano entre las mías y la estrecho suavemente.
—Volveré mañana, en cuanto pueda. Te lo prometo.
Sonríe cansado y me aprieta la mano con brío.
—Gracias, Em. Siento haberte asustado…
Antes de irme, me inclino hacia él una vez más y lo beso con ternura.
Ahora que Chase y el entrenador lo saben, ¡no pienso cortarme!
—Hasta mañana. ¡Descansad, chicos! —les ordeno a ambos, mientras le
sacudo la mano a mi novio.
En el camino de vuelta al campus, me siento un poco vacía. Aunque sé
que Liam está en buenas manos y fuera de peligro, no puedo evitar
preocuparme. No consigo librarme de la sensación de que podría haberlo
perdido esta noche, allí mismo, en tan solo un abrir y cerrar de ojos. Ese
miedo se ha instalado en mi interior y ahora me doy cuenta de que ha
pasado a ocupar un lugar muy importante en mi vida.
Me froto las manos, nerviosa.
Lo bueno de todo esto es que tanto Chase como el entrenador saben que
estamos juntos, lo que le quita cierto peso a nuestro secretito. Es más, ¡han
reaccionado bien! Sé que para Liam era importante no decepcionar al
entrenador, y me alegro de que no nos haya gritado a la cara que es un error.
Llego a la puerta de mi habitación, saco el móvil y marco el número de
Maddie. Necesito a alguien a quien contarle todo esto. Cuando descuelga,
las palabras me salen solas y le explico entre lágrimas toda la situación: mi
relación con Liam, el atraco, sus heridas, el miedo que siento… Todo.
Maddie me responde con voz tranquilizadora.
—Ay, cariño… Menos mal que los chicos están bien. ¿Estás mejor?
¿Quieres que vaya?
—Sí, tranquila, mucho mejor, pero es que estaba tan asustada…
—‍respondo.
—Ya me lo imagino. Bueno, gracias por contarme lo de vuestra
relación. Te ha costado un poco, pero me alegro de que lo hayas hecho al
fin.
Abro la boca y la vuelvo a cerrar. Recupero la compostura y le
pregunto:
—¿Lo sabías?
Ella se ríe.
—Me lo olía, sí. Teniendo en cuenta lo que me contaste la última vez
sobre vosotros dos, sobre lo que sentías por él, y después de todas esas
noches en las que, supuestamente, te habías quedado frita en la redacción…
¡Chiqui, que soy la última en echar la llave siempre! Y eso de que «te
surgían planes» que te impedían quedar con Cassy y conmigo… ¿Cómo no
voy a sospechar, amorcín?
Me sonrojo.
—Lo siento… No debería habértelo ocultado.
—Calla, anda… Emily, ya te lo he dicho mil veces: que seamos mejores
amigas no significa que tengas que contármelo todo. Necesitabas tiempo,
así que no me importa. Además, imagino que no querías que nadie lo
supiera.
—Pues no… Gracias Maddie… De verdad.
Siento que se me llenan los ojos de lágrimas.
Agradecida y mucho más tranquila, cuelgo y me dejo caer sobre la
cama.

***

Al día siguiente, emprendo el camino al hospital con una mezcla de


nerviosismo y expectación. Quiero asegurarme de que están mejor y
decirles que no duden en avisarme si necesitan algo.
Cuando llamo a la puerta de la habitación del hospital y entro, me recibe
un impresionante escaparate de flores, peluches y regalos. La habitación
rebosa color y alegría, y no puedo evitar reírme. Al parecer, mucha gente se
ha enterado del incidente y quiere animar un poquito a esos dos.
Echo un vistazo a una de las tarjetas, que está atada a un osito de
peluche que sostiene un corazón entre sus patas, y chasqueo la lengua
cuando leo que es de una de las admiradoras de Liam.
Bueno... ¡Tampoco es que me sorprenda!
Hay un hombre que no conozco sentado entre ambas camas, charlando
con Liam y Chase. Supura autoridad por los poros.
Cuando entro, pone fin a la conversación y se vuelve hacia mí.
—Volveré a veros en el próximo partido —dice, antes de levantarse y
despedirse de mí con la cabeza.
¿Será este el representante del que me habló Liam?
Sonrío tímidamente y doy un paso atrás para no interponerme en su
camino hacia la puerta. Una vez que ha salido, me acerco a los dos
convalecientes. Saludo a Chase y beso a Liam, que me dedica una preciosa
sonrisa.
—¿Cómo vais hoy?
—Ahora que estás aquí, ¡mucho mejor! —responde Liam, riendo.
Chase asiente.
—Bueno, yo no me alegro de verte por las mismas razones, pero gracias
por venir, Emily. ¡Esto es un coñazo!
—Bueno, no será porque no tenéis cartas para leer… —‍digo con
picardía.
Liam y Chase se ríen.
—Es de locos… Nunca pensé que recibiríamos tantas. Pronto nos darán
el alta, pero al parecer, la peña del campus debe pensar que estamos
muertos… —suelta Chase.
Liam me agarra con fuerza la mano. Le brillan los ojos.
—Por cierto, ese que acaba de salir es el representante del que te hablé,
el señor Turner.
Miro hacia la puerta.
—Pues sí que le habéis impresionado… Ha venido aquí mismito, en
persona.
Chase sonríe antes de decir:
—Bueno, según él, pinta que tendremos un buen futuro, lo cual me
tranquiliza, y más teniendo en cuenta que no vamos a estar muy finos en los
próximos entrenos… En fin, pronto nos recuperaremos.
Liam asiente. Se le ve decidido a superarse. El sueño que persiguen es
cada vez más tangible, y estoy seguro de que harán todo lo posible para
hacerlo realidad.
Se me pasa el tiempo volando con ellos, y de repente, me doy cuenta de
que va siendo hora de que me vaya. Tengo que volver al New York Post: no
puedo permitirme llegar tarde.
Siento un cosquilleo en la tripa. Llevo un horario bastante exigente:
entre las clases, el trabajo en el periódico, las prácticas y mi relación con
Liam… No hay tregua. Aun así, no lo cambiaría por nada. Es más, desde el
minuto uno, en las prácticas me han dado temas interesantes sobre los que
escribir artículos cortos. Hasta ahora, los comentarios sobre mi trabajo han
sido positivos. Aun así, es cierto que me cuesta adaptarme al ritmo de
escritura. Me siento como si trabajara constantemente a contrarreloj, porque
allí los plazos para dejarlo todo a punto todo son bastante ajustados.
Me despido, le doy un beso a mi novio, que pese a todo, está tan sexy
como siempre, y recojo mis cosas a toda prisa.
Al salir del hospital y dirigirme al New York Post, me meto en el papel
de Emily, la periodista, y alejo de mí el dolor que me encoge el corazoncito
por dejar allí a Liam.
Llego al periódico justo a tiempo y mi supervisor se me acerca a paso
ligero.
—¿Lista para otro duro día de trabajo, Emily? —‍me pregunta con cara
seria.
Trago saliva.
—Sí, señor Roberts, estoy más que preparada.
—Tengo un trabajo de investigación para ti.
Bueno, así me distraigo un poco…
Mi jefe me entrega enseguida un montón de documentos.
—Hay un evento importante la semana que viene y quiero que
investigues de forma exhaustiva al ponente invitado. Necesito un informe
detallado al final del día.
Asiento y cojo los documentos.
Me siento en mi escritorio y mis pensamientos se alejan poco a poco de
lo que ha sucedido en las últimas veinticuatro horas. La investigación que
me ha pedido mi supervisor requiere toda mi concentración y no hay lugar
para errores.
Según va pasando el día, reúno material suficiente para redactar mi
informe. Me siento frente al ordenador y escojo la información relevante.
Mientras escribo, me siento realizada. El trabajo me tranquiliza y me ayuda
a organizar mis pensamientos. Es como si hubiera encontrado un remanso
de paz en medio de la tormenta. Una vez termino el informe, se lo entrego a
mi supervisor y recojo mis cosas para volver a casa.
De camino, hago balance de mi día. No es fácil compaginar el ámbito
de lo personal con el profesional. Y además de todos estos retos, también
tengo que prestar atención a mis necesidades y a las de la gente que me
rodea.
Suspiro.
Conque esto es ser adulta, ¿eh?
El cansancio acumulado de los últimos días aparece de repente cuando
entro en mi habitación. Aprovechando que no está Cassy, me dejo caer en el
sofá y cierro los ojos unos segundos.
Después de permanecer así unos minutos, me incorporo y saco el móvil.
Le envío un mensaje a Liam para decirle que mañana no podré ir al
hospital. Me cuesta ceder, pero necesito tiempo para concentrarme en mis
deberes de la universidad, con los que ya voy atrasada por las prácticas. Ir y
venir del campus al hospital lleva tiempo y lo último que necesito es tener
más distracciones… Además, tengo que admitir que estoy agotada.
Espero que lo entienda, aunque nada me gustaría más que volver a
verlo…
14
Emily

Entro en la facultad con un regustillo amargo. Me he pasado


prácticamente toda la noche poniéndome al día con los deberes y
estudiando para un examen. Vamos, que estoy hecha polvo y, encima, de
mala uva.
Al cruzar el pasillo, me llama la atención un gran cartel en la pared.
Parece que el baile del fin de la primavera es dentro de quince días. Se me
ha pasado el semestre volando…
La idea de una noche de diversión y desfase me parece tan sugerente
como remota en este momento. Aun así, me siento tentada de ir.
Me apoyo en la pared y contemplo la imagen y sus colores. De
momento, los bailes universitarios son eventos que he conseguido evitar.
No me apetecía ir con Cassy y Maddie. Son más bien noches de pareja y
estaba segura de que acabaría haciendo de sujetavelas, pero esta vez me
siento diferente. Estoy en una relación que, aunque aún es secreta, es muy
importante para mí. Hay una parte de mí que desea presumir delante del
campus de lo feliz que soy. Puede que ya vaya siendo hora de que Liam y
yo lo hagamos oficial… Además, le echo de menos y como no he podido ir
a verle, estoy depre.
Cuando entro en el aula, me invade un popurrí de agobio y curiosidad.
Un mensaje de Liam me saca de mis pensamientos y me hace sonreír por
primera vez en el día.

* Hola, guapa. Adivina: hoy me dan el alta. ¿Podemos vernos esta


tarde-noche? ¡Tengo que contarte una cosilla!

Me alivia saber que está mejor. Tengo muchísimas ganas de verle y me


muero de curiosidad por eso que quiere contarme, pero aún me queda
trabajo por hacer. Le digo que me pasaré a verlo tirando a tarde, pero que
estoy deseando comerle la carita, y vuelvo a concentrarme en la clase.
Más tarde, cuando voy al periódico del campus a recoger la lista de
artículos que tengo que escribir, el editor jefe me pilla por banda, como si
estuviera esperándome.
—¡Hola, Emily!
—Hola, David —le saludo, sorprendida de que haya venido a hablar
conmigo, ya que normalmente está hasta arriba de trabajo y presta poca
atención a sus subordinados.
¡Al fin y al cabo, sigo siendo una novata!
—¿Cómo van tus prácticas en el New York Post?
—Eh… Muy bien, gracias.
—Es todo un logro que te hayan ofrecido unas allí, sobre todo siendo
una novata de primer curso. ¡Espero que te des cuenta de la suerte que
tienes! —exclama, con la boca fruncida, como si estuviera molesto y
quisiera que lo contrataran a él en mi lugar.
Chaval, no es culpa mía que les haya gustado…
—He visto que han publicado la lista de jugadores que van a fichar
probablemente en la NHL… —añade.
El corazón me da un vuelco.
He estado tan ocupada que ni siquiera he echado un vistazo al número
de hoy, ¡y no sabía que la lista salía ya mismo! Estoy impaciente por saber
si figura quien yo me sé… De repente, se me forma un nudo en el estómago
por la aprensión, como si fuera mi futuro el que dependiera de ello.
—¿Ah, sí? —Finjo, ya que no podría haberme pillado más
desprevenida.
—Sí y, al parecer, dos miembros de nuestro equipo universitario
parecen estar en una buena posición. Es maravilloso, ¿no?
Se me seca la boca.
—Me gustaría que escribieras un artículo sobre ellos.
—¿Y quiénes son? —le digo, a fin de acabar con este suspense
insoportable.
—Chase Carter y Liam Scott. Ambos tienen un talento prometedor y
tengo claro que a nuestros lectores les interesaría saber más sobre ellos. Los
conocen, porque si no me equivoco, han jugado en todos los partidos de
hockey desde el comienzo de la temporada.
Se me acelera el corazón y asiento, intentando disimular la emoción.
—¡Vale, me parece muy buena idea!
—Bueno, no hace falta decir que me gustaría que indagaras un poquito
más de la cuenta…
Frunzo el ceño.
—¿A qué te refieres con «indagar más de la cuenta»?
—Bueno, ya sabes… Encuentra algo que llame la atención, que
sorprenda y cautive.
Ante mi silencio y la forma en que me niego a entender lo que dice,
David añade con un suspiro:
—¡Algo con morbo, Emily!
Me quedo a cuadros. La idea de escarbar en las vidas de Liam y Chase
en busca de escándalos me parece repugnante. Ya sé que soy periodista y
que mi trabajo consiste en contarle al mundo lo que todos desconocen, pero
también me rijo por ciertos principios. ¡Las historias interesantes no tienen
por qué ser salseos!
—Entiendo que busques una historia apasionante —‍respondo, algo
reacia—, pero no creo que ponernos sensacionalistas le venga muy bien al
periódico. Deberíamos comentar que son excelentes jugadores y que rinden
como nadie, y no dejarnos llevar por el cotilleo.
David suspira, molesto.
—Emily, tú quieres ser periodista, ¿verdad? Pues para eso, hay que
ensuciarse un poco las manos. No creas que los galardonados de los Pulitzer
se han pasado la vida tirándoles flores a los demás. Un poco de controversia
hará que el periódico sea más atractivo.
Que sí, crack, que lo he pillado. Así, de paso, te lloverán alabanzas de
tus colegas de profesión…
Entiendo lo que busca, pero de ahí a traicionar mis principios…
—Bueno, si no, siempre puedo poner a otra persona. Eso sí, ya sabes lo
que pasará si los del New York Post se enteran de que te estás poniendo
especialita con los temas que cubres para nuestro periódico…
El muy imbécil dibuja una sonrisa cómplice.
¡Será gilipollas…!
Mi trabajo en la redacción se refleja en mi expediente académico, y si
me pone mala nota, ¡adiós a las prácticas!
De repente, me siento entre la espada y la pared y me cuesta pensar con
claridad. No puedo ponerme a difundir rumores absurdos sobre Liam y
Chase. ¡Eso sería horrible! Por otro lado, siempre he soñado con ser
periodista y el periódico del campus es un paso importante, además de
obligatorio, en mi carrera.
Cierro los ojos y respiro hondo. Asiento a regañadientes y salgo de la
redacción con sentimientos encontrados.
Sé de sobra que los periodistas tienen la responsabilidad de garantizar
que se cubra la actualidad con cierto rigor y dentro de los límites de la ética
profesional. Hasta ahora, siempre he respetado este principio, pero ahora…
Mientras vuelvo a la resi, reflexiono sobre el equilibrio entre la moral y
lo que me exigen en el periódico. En general, la línea que separa un
reportaje interesante del periodismo sensacionalista es bastante difusa.
Esperaba no encontrarme nunca en una situación así y tener que
replantearme mis principios. Además, se trata del hombre del que estoy
enamorada y de su mejor amigo, lo que complica aún más la situación.
Al final, todo gira en torno a la supuesta noción de imparcialidad. ¿Qué
pensarán los demás cuando descubran que me acuesto con Liam Scott? ¡A
tomar viento la integridad periodística!
Me siento en mi escritorio y miro fijamente la pantalla del portátil.
Tiene que haber alguna forma de cumplir con lo que me ha pedido David
sin poner en peligro mis amistades, mi relación o mi carrera.
Quizá debería empezar por Chase. Es la parte más fácil. Nos llevamos
bien, pero tampoco somos amigos de toda la vida. Lo de Liam es más
difícil. Además, puede que, por mucho que escarbe, no encuentre nada.
Suspiro.
Aunque me ponga a buscar en Internet, no bastará, así que voy a
empezar por las redes sociales. Ahí hay de todo. Me sorprende la facilidad
de algunas personas para compartir su vida con el mundo entero. Cuando
acabe, me pasaré a entrevistar a algunos miembros del equipo.
Se me pasa la tarde en un pispás y de repente me doy cuenta de la hora
que es. Recojo mis cosas a toda prisa y salgo pitando. Le prometí a Liam
que iría a verle al final del día. Se me había olvidado que estaba en la lista
de fichajes de la NHL y supongo que querrá hablarme de ello esta noche.
Cuando llego a la puerta de su habitación, llamo y él me abre a la
velocidad del rayo. Liam está frente a mí, sonriendo de oreja a oreja.
—¡Em! —exclama emocionado y me da un fuerte abrazo.
Ahora, en sus brazos, donde me siento tan feliz, me doy cuenta de lo
mucho que lo he echado de menos. Inspiro su aroma. Esta noche, hay algo
distinto en Liam: la emoción baila en sus ojos.
—Tengo que decirte una cosa… —dice, eufórico, incapaz de ocultar la
emoción.
Sonrío para mis adentros.
Está tan mono así de feliz…
Imita un redoble de tambor antes de continuar.
—¡Lo he conseguido! ¡Estoy en la lista del draft! ¡Y Chase también!
¡Es una locura!
Se me dibuja una sonrisa en la cara. Intento parecer sorprendida. No
quiero chafarle y decirle que ya lo sabía.
—¡Qué pasada, Liam! ¡Enhorabuena!
Le doy un fuerte abrazo y lo beso con ganas. Se le ilumina la carita de
orgullo y le brillan los ojos.
—Casi no me lo creo. Bueno, ¡todavía no lo he conseguido! Los
próximos partidos serán cruciales para la clasificación, pero el señor Turner
nos ha asegurado que él se encargará de traer a los cazatalentos que puedan
estar interesados en ficharnos. Que nos vean jugar es una gran oportunidad
y significa que aún tenemos muchas posibilidades de llegar a la liga
profesional.
Le pongo las manos en las mejillas para que me mire.
—Estoy muy orgullosa de ti. Has trabajado mucho y te lo has ganado.
Liam sonríe y me abraza una vez más. Hablamos un rato sobre sus
planes de futuro y los próximos partidos. Entonces decido desviar la
conversación hacia otro tema.
—Por cierto, he visto que pronto se celebra el baile del fin de la
primavera… —digo inocentemente.
—Sí, algo me han dicho… ¿Quieres ir? —‍me pregunta, con una
naturalidad desconcertante.
Asiento lentamente y pienso en la mejor manera de formular la
siguiente pregunta.
—Sí, pero bueno… ¿Te apetecería que fuéramos juntos? Como pareja,
quiero decir…
Entrecierra los ojos ligeramente.
—Bueno, es un gran paso…
Noto cierta reticencia en mi novio.
—A ver, entiendo que estés preocupado, pero creo que podría ser una
noche muy especial. Así nos libraríamos de la tensión de tener que ocultarle
nuestra relación a todo el mundo…
Le miro a los ojos.
—Además, el entrenador Franklyn ya lo sabe y él es quien más te
preocupaba, ¿no?
Suspira y se acaricia la barba de varios días.
—Sí, es verdad. Es solo que… hay tantos factores de por medio… Mi
carrera, la forma en que reaccionará la afición…
Pongo la mano sobre la suya.
—No necesito que me des una respuesta de inmediato. Piénsatelo con
calma.
Esboza una sonrisilla y me estrecha la mano.
—Eres la mejor, Em…
Lo atraigo hacia mí y lo rodeo con los brazos, antes de apoyarle la
cabeza en el cuello. De repente, siento que respira hondo.
—Vayamos juntos al baile —‍dice con voz grave‍—. Si tú estás
preparada, yo también.

***

Por fin ha llegado el finde y me siento aliviada. Ya puedo


desentenderme un poco del curro. Es hora de prepararse para el baile. Llevo
días deseando que llegue este momento.
Maddie y Cassy también vienen y hemos quedado en ir de compras a
última hora, ya que ellas no estaban seguras de qué ponerse y yo aún no he
tenido tiempo de buscarme un conjuntito. Hasta ahora, he estado hasta
arriba.
En nuestra odisea de tienda en tienda, me siento abrumada por la
cantidad de opciones que se me presentan. Hay trajes de noche brillantes,
vestidos de gala de lo más elegantes y otros muchos atuendos de los que te
dejan sin palabras. Ahí están, colgaditos en perchas, y casi parecen competir
entre sí. Pasamos horas probándonos ropa, charlando y juzgando el look de
las otras.
Cassy me observa: le he echado el ojo un vestido especialmente
llamativo.
—Emily, tía, tiene que ser este…
Me río y niego con la cabeza.
—Demasiado sexy para mi gusto…
Maddie se acerca a mí y mira el vestido con ojo crítico.
—Tienes razón, con él estarías demasiado buenorra…
Me guiña un ojo y mueve las cejas con complicidad.
Pues es verdad. El vestido es atrevido, pero me quedaría genial. Y al fin
y al cabo, un baile es la mejor ocasión para lucir algo fuera de lo común,
¿no?

De vuelta en nuestra resi, me siento en la cama y reflexiono.


Hasta ahora, no he sacado nada en claro de mis investigaciones sobre
Liam y Chase. Nada que satisfaga a David, mejor dicho. Ni siquiera he
conseguido algo de chicha al entrevistar a los otros miembros del equipo.
Nadie tiene nada negativo que decir sobre ellos.
¡Joder! Tengo que encontrar una solución si no quiero que ese imbécil
me cante las cuarenta…
Me sacaría de quicio que todo esto repercutiera de algún modo en mis
prácticas. Por otra parte, si se enteraran de lo que ocurre, podría explicarle
mi versión de los hechos a la plantilla del New York Post, pero pensarían
que soy un grano en el culo y, cuando acabara las prácticas, me borrarían de
su lista de vacantes. Sé muy bien cómo funciona este negocio, y cuando te
consideran demasiado exigente, priorizan y acaban rechazando tu
candidatura.
Sacudo la cabeza.
No debería preocuparme por eso ahora, porque esta noche, toca
disfrutar. Y con Liam, además. Probablemente toda la universidad se nos
quede mirando. David lo va a flipar…
No sé si hago bien en atreverme, pero tal vez me ayude a salir de este
atolladero. A lo mejor así el muy imbécil me pide que deje de indagar, por si
se lo cuento a Liam…
Cassy me saca de mis pensamientos y me regaña para que me arregle.
Maddie llega un pelín después y nos ayudamos mutuamente a ultimar
nuestros conjuntos.
Cuando me miro en el espejo, tengo que admitir que estoy bastante
orgullosa de mi look. Llevo un vestido rojo hasta el suelo que se amolda
perfectamente a mi cuerpo, con una abertura lateral con la que puedo
presumir de piernas. Me he pintado los labios de rojo y me he recogido el
pelo en una trenza alta con un lazo del mismo color.
Si tuviera los pechos más grandes, ¡parecería Jessica Rabbit1!
Mis amigas están guapísimas. Con su vestidito corto de lentejuelas,
Cassy está tan alegre y radiante como de costumbre. Maddie lleva un look
clásico: un vestido negro corto, unos taconazos y el pelo suelto. Las miro,
orgullosa y feliz de tener semejantes mujerones como amigas.
¡Esta noche va a ser memorable!
Poco después, pasan a recogerlas sus respectivos acompañantes, y yo
me quedo en la habitación, esperando a Liam. Miro nerviosa el reloj y me
dirijo al baño por cuarta vez para comprobar el delineado que me he hecho
en los ojos. Llega tarde y empiezo a preguntarme si habrá cambiado de
opinión.
Tal vez no haya sido tan buena idea sugerir que lo hiciéramos público.
¿Y si…?
Llaman a la puerta y aparto esos oscuros pensamientos de mi mente.
Aliviada y emocionada a partes iguales, corro hacia la puerta. Liam está
al otro lado y viste un traje impresionante. Le brillan los ojos y los rizos
castaños le caen sobre esa carita de seductor indomable. Silba en señal de
aprobación cuando me ve y me da un beso en la mejilla para no
estropearme el pintalabios.
—Em, estás… preciosa.
—Anda que tú…
Lo único que quiero hacer ahora mismo es quitarle la ropa y descubrir
lo que hay debajo, pero vamos a ser sensatas y a contener los impulsitos que
tengo. Sin embargo, pese a que me dispongo a salir de la habitación, Liam
me coge de la mano y me empotra contra la puerta.
Lentamente, siento su cálida mano subir por la raja de mi vestido y
colarse entre mis muslos, que tanto se alegran de verle.
—¿A dónde vas? No tenemos ninguna prisa, nena… —‍murmura contra
mi boca, con cuidado para no fastidiarme el maquillaje.
Siento que me arde el cuerpo y pronto uno de sus dedos se desliza por la
cinturilla de mis bragas para excitarme.
—Mmm… —gimo y arqueo las caderas hacia él para incitarlo a que me
toque.
—Estás ardiendo, Em…
Con la otra mano, Liam me guía hacia el bulto de sus pantalones. Como
siga así, mis partes íntimas van a prenderse fuego…
Liam dibuja circulitos en mi sexo hinchado y empiezo a jadear.
Lentamente, se abre paso en mi interior, como si quisiera probar cuantísimo
lo deseo.
—Estás tan mojada…
Su voz ronca me transporta a otro mundo y le ruego que continúe.
Entonces baña el dedo en mi jugo y yo abro ligeramente las piernas,
deseosa de que siga masturbándome. Siento una presión incomparable entre
los muslos, un hambre voraz de más.
Liam no puede evitarlo y me mete un segundo dedo para estimularme,
para llevarme a las nubes. Me acaricia el clítoris y luego me los mete otra
vez, insistiendo contra mi pared y acariciando mi punto de placer. Me
muerdo el labio, le miro a los ojos y le lamo la boca, como si con esa caricia
malsana pudieran unirse nuestros cuerpos.
La carne húmeda de mi sexo ansía su lengua; me muero por tenerle ahí
abajo. Pero Liam sigue insistiendo con los dedos y unos segundos después,
me corro con fuerza apoyada en la puerta, y no puedo evitar soltar un grito.
Satisfecho, Liam se retira y se lame los dedos como si estuviera
sediento. Sus ojos incandescentes me miran con lujuria, y de repente, me da
la vuelta.
Oigo cómo se desabrocha los pantalones y coge un condón. Me sube el
vestido por encima de las nalgas y me baja las bragas. Con las manos
apoyadas en la puerta de madera, empujo mis caderas hacia él, impaciente.
Pronto, siento su miembro caliente en la entrada de mi sexo. Se frota contra
mí y se lubrica con mi placer antes de penetrarme con fuerza. Me folla sin
previo aviso y gasta todas sus fuerzas en llevarme al paraíso. Me coge de la
barbilla para girarme la cara; quiere que le mire a los ojos. Su respiración en
mi cuello me pone la piel de gallina y al cabo de unos minutos, su sexo
golpea el fondo de mi ser con tanto vigor que ambos llegamos al clímax a la
vez.
—Joder, me has puesto tan cachondo… —‍dice, casi en tono de
disculpa‍—. Perdona, nena, ¡no quería despeinarte ni cargarme tu
maquillaje!
Nos reímos y nos recolocamos la ropa, con las mejillas sonrojadas por
el placer que acabamos de compartir. Finalmente, nos ponemos en marcha,
más unidos que nunca, después de un momento tan íntimo y sensual.
Cada paso que damos hacia el baile me pone un poco más nerviosa. Me
pregunto cómo reaccionarán todos cuando sepan que somos pareja…
—¿Estás lista? —pregunta Liam antes de que entremos en la sala,
acariciándome la espalda.
Asiento, nerviosa, y juntos, empujamos las pesadas puertas.
1
N. de la T. Personaje ficticio de la película ¿Quién engañó a Roger Rabbit?
15
Liam

El salón donde se celebra el baile se abre ante nosotros. La música está


a todo volumen cuando Emily y yo entramos cogidos del brazo. Es una
maravilla no tener que ocultar lo que siento por ella. Después de nuestro
lapsus de pasión, me siento en las nubes; ahora mismo me comería el
mundo.
Las luces parpadeantes y el alegre runrún de los asistentes conforman
un ambiente muy agradable: el evento es elegante, pero no hay mucho
pijerío. La música retumba en los altavoces sin llegar a ensordecernos.
Cruzamos el salón para reunirnos con nuestros amigos, que hemos
localizado cerca de la barra, y a nuestras espaldas, algunos ya van girando
cabezas. Aun así, no tiene nada que ver con el revuelo que creíamos que
íbamos a causar al aparecer juntos…
¡Menos mal!
Mientras pido las bebidas, veo por el rabillo del ojo una melena
pelirroja y rizada que me resulta demasiado familiar… ¡Maldita sea! Uno
de mis muchos rollos del pasado nos echa una miradita sombría y se me
acelera el corazón, pero decido ignorarla.
Nos apoyamos en la barra para disfrutar del ambiente y nos bebemos las
copas, despacio. Nuestros amigos, que parecen gustarse mutuamente, están
en la pista de baile y han sacado los pasos prohibidos.
Tengo que decirle a Chase que bailar no es lo suyo…
No puedo evitar reírme al verle moverse de una forma tan
descoordinada, pero pese a todo, Emily no tarda en unirse.
De repente, noto una presencia a mi lado y me disculpo, antes de mover
ligeramente el taburete en el que estoy sentado para dejar sitio. Entonces
oigo un carraspeo y me giro hacia la persona que quiere llamarme la
atención. Cuando nuestras miradas se cruzan, me entra la ansiedad.
Otra vez mi ex, si es que se la puede llamar así…
La expresión de su rostro es difícil de interpretar: es una mezcla de
sorpresa, y quizá, rechazo. Mentiría si dijera que lo nuestro acabó bien. Sin
embargo, ha llovido mucho desde entonces y espero que me deje en paz.
Esta noche no, por favor. Solo quiero disfrutar con Emily y mis amigos.
—Hola, Liam… —dice, sonriendo falsamente.
Cómo no…
—Sara… —respondo con sobriedad.
—Me han dicho que es muy probable que te incluyan en la lista del
draft… Qué guay, ¿no? —continúa.
Asiento y hablamos unos minutos más de nimiedades, antes de que
sienta que ya va siendo hora de dejarlo estar. No es plan de darle palique a
uno de mis antiguos rollos cuando tengo la primera cita oficial con mi
novia. Además, todo sea dicho, Sara nunca ha sido muy buena chavala y no
me apetece que me vean con ella. En este campus, la peña tiene una
obsesión con el cotilleo, y aunque lo de Emily ya ha despertado miradas
curiosas, me gustaría evitar que se nos fuera de las manos. No es momento
de lidiar con un escándalo, en plan «Liam Scott tontea con su ex en el baile
de fin de la primavera, justo delante de su nueva novia».
—Bueno, te dejo. Me voy a bailar con mis amigos…
No me atrevo ni a decirle que me alegro de verla, aunque sea mentira.
Sara asiente antes de dirigir la mirada hacia el grupo.
—Por supuesto… Pásatelo bien, Liam.
Me despido de forma educada y me dirijo hacia Emily.
Mientras bailamos, reímos y disfrutamos de la velada, siento una
presencia a mis espaldas. Y cada vez que giro la cabeza en dirección a la
barra, veo a mi ex mirándonos con amargura.
Dios, no se cansa, ¿eh?
En su momento, Sara no llevó muy bien lo de que dejáramos de quedar.
Pero yo no podía más con sus problemitas con las drogas, que no me
ayudaban en absoluto. Soñaba con convertirme en deportista profesional y
ella, bueno, se metía en cuanto tenía la ocasión. Intenté sacarla de esa
mierda y fui varias veces a recogerla cuando estaba doblada, pero un día
llegué a mi tope. En fin, eso es el pasado, pero no me esperaba verla tan
enfadada el día que nos volviéramos a encontrar.
Cuando Emily y yo volvemos a la barra para darnos un descansito del
baile, Sara se acerca a nosotros con paso decidido.
¿Qué coño pretende?
—Conque eres la chica nueva, ¿eh? —pregunta, haciendo comillas con
los dedos para marcar sus palabras.
Emily se queda de piedra y me mira un segundo antes de volverse hacia
Sara.
—¿La nueva… qué? —dice, como si intentara entender a qué se refiere
mi ex.
—¿Qué te dijo para echarte el anzuelo? ¿Que eras importante? ¿Que te
quería en su vida? Seguro que te folló duro, ¿a que sí? Con él siempre hay
polvazos, eso no se puede negar…
Emily abre la boca sorprendida e intento interponerme entre ellas. Sara
parece haberse emocionado con los cubatas mientras yo bailaba, porque le
apesta el aliento a alcohol.
Bueno, eso sin contar con la raya que debe haberse hecho en el baño…
—Cállate un rato, Sara. Bebe agüita, ¿vale? No estás en condiciones de
hablar… —gruño, con tono amenazante.
—¿O si no, qué? A lo mejor quiero que la gente se entere de que te he
visto drogarte un par de veces en mi presencia…
Abro los ojos de par en par.
¿Qué dice? ¡Yo no tocaría esa mierda ni con un palo!
A nuestro alrededor, la gente empieza a agolparse para descubrir qué
está pasando. No hay forma de evitar a los buitres en este tipo de
situaciones.
—Bueno, ¿y entonces? ¿Atacó antes o después de decirte que te quería?
En mi caso, fue antes. A Liam no se le conoce precisamente por mantener la
polla guardadita en los pantalones…
Me pongo pálido. ¡No podría ir peor el puto baile!
—Además, en cuanto me dejó, se tiró a una de las animadoras en los
vestuarios del pabellón… Quién sabe, ¡a lo mejor se acostaba ya con ella
cuando teníamos algo! Es uno de esos tíos que… no sabe aguantarse.
¡Necesita follar a todas horas! De hecho, no sé cuánto tiempo lleváis juntos,
pero no hace mucho se tiraba a la profesora de yoga del campus…
Ah, pues nada, sí que podía…
De repente, Chase irrumpe entre nosotros y agarra a Sara del brazo, para
llevársela de aquí.
—Piérdete, Sara… —le suelta, alzando las cejas y dirigiéndole una
mirada que convencería a cualquiera con dos dedos de frente.
—Pues ya estamos todos… ¡Ojo, que vienen refuerzos! ¡Veo que sigues
usando a tu amiguito el bisexual de escudo!
Mi mejor amigo no afloja el agarre y se lleva a Sara a rastras, que sigue
gritando mierdas bifóbicas y farfullando sin sentido.
Los presentes no se han perdido ni un segundo de la discusión y veo que
algunos han querido grabar la escenita para la posteridad.
Me entra asco y me vuelvo hacia Emily, que está blanca como la leche y
no se ha movido ni un milímetro.
—Em, yo…
—Déjalo, Liam. No añadas más tela al asunto… —‍me dice con voz
temblorosa.
Se alisa el vestido con la palma de la mano y sale del baile sin decir una
palabra más. La sigo con ojos desconcertados y me pregunto si debo correr
tras ella o dejar que digiera lo que acaba de pasar.
La ira bulle en mi interior. Estoy cabreado con mi ex y también
conmigo mismo. Debería haberme imaginado que esto podía pasar. Sara
siempre ha sido de las que buscan guerra y ha tenido su momento de gloria
para vengarse por lo que le hice.
Unos segundos después, Chase vuelve, me pone la mano en el hombro y
me saca de mis oscuros pensamientos.
—¿Estás bien, tío?
—Eso debería preguntártelo yo. Siento que la haya tomado contigo,
bro…
—No te preocupes, tío, no es ningún secreto que soy bi y no me importa
que esa imbécil me haya sacado del armario a la fuerza delante de peña que
ni me conoce… —‍responde con una sonrisa‍—‍. Bueno, contigo no se ha
quedado corta tampoco… ¿Dónde está Emily?
Mira a su alrededor, desconcertado.
—Se ha ido…
—Joder, mierda… ¿Se ha picado?
—Sí, supongo que sí. Cuando un fantasmita del pasado de tu novio se te
aparece en plena cara y abre el cajón de mierda, tienes derecho a picarte. O
al menos, a estar dolida…
Suspiro.
—Pronto se dará cuenta de que solo son gilipolleces. Ella te conoce,
Liam, y te quiere.
—Eso está por ver. Todavía no nos lo hemos dicho…
—¿Que os queréis? —pregunta, sorprendido, mi mejor amigo.
—No… A la cara, no —le explico, rascándome la nuca.
—¿Y a qué coño esperas, tío? ¿A que otra Sara te dé la chapa en
público? Sabes que tienes un futuro brillante por delante. Vas a toparte con
montones de tías como ella, que vendrán y querrán joder tu vida de pareja,
solo por diversión, porque para entonces, serás famoso y te tendrán envidia.
Tenéis que superar este bache…
Asiento. Tiene razón. Como siempre, vaya.
Ahora mismo, lo único que quiero es salir de aquí: dejar atrás a toda
esta gente y encontrar un pelín de paz mental. Hablaré con Emily, sí, pero
primero tengo que dejar que asimile todo esto. Sé que, de todas formas, no
contestará a mis mensajes y no tiene sentido presentarme en su habitación.
Cassy y Maddie tampoco están por aquí, así que supongo que habrán ido a
consolarla.
Ira, preocupación, confusión… ¡Menuda lucha interna con mis
sentimientos! Me esperan unas semanas agotadoras y no me hacía falta más
drama. A partir de ya, se me encadenan los entrenamientos y no tendré
mucho tiempo para ver a Emily, y menos aún si se niega a dirigirme la
palabra.
¡Qué frustración!
Suspiro y me froto la cara.
Espero que podamos solucionar todo esto rápidamente. Odio los
malentendidos, dejar las cosas así…
Además, estoy loco por esa chica.

***

A la mañana siguiente, me levanto temprano. Chase y yo tenemos hoy


una sesión intensiva de entrenamiento para prepararnos para los próximos
partidos. Los cazatalentos vendrán pronto a observarnos y tenemos que
estar a tope.
Cuando estamos sobre el hielo, me concentro en el juego y mis
problemas pasan a un segundo plano. El frío de la pista bajo mis patines, el
sonido del aire silbando en mis oídos por la velocidad, el choque del disco
con el palo… Todo está en su lugar, como de costumbre.
Nuestros movimientos se sincronizan, nuestros pases son precisos y
nuestros tiros, potentes. Sigue siendo una sensación indescriptible. La
tensión de las semanas anteriores se disipa por un momento. Me resbala el
sudor por la frente. Se me resienten los músculos por el esfuerzo y eso me
causa cierta satisfacción.
Después del entrenamiento, estoy reventado, pero en el buen sentido.
Decido escribirle a Emily para ver si está bien, porque me está destrozando
no hablar con ella. Sin embargo, el tiempo pasa y mi novia no responde.
Estoy a punto de perder la esperanza, pero de repente, me llega una
respuesta, clara y concisa:

* Necesito tiempo.

* Deja al menos que te lo explique, Em…


¡No sabes mi versión de la historia!

* Ahora no, Liam.

* No te creas las palabras de esa chica.


¡Te soltó una mentira tras otra!

* ¿Sí? Pues yo creo que algo sería verdad y eso duele.


Era obvio que habías estado con otras antes de mí, pero oírlo de boca
de alguien a quien dejaste tan jodida… No es plato de buen gusto. Por
no hablar de las otras cosas que soltó… En fin. Dame un poco de
tiempo.

Exhalo profundamente. Entiendo que necesite pensar en todo esto, pero


me parece bastante injusto que no quiera oír mi versión de los hechos. Me
gustaría poder tranquilizarla, abrazarla y decirle que la quiero, así de
sencillo.

***

Me siento frente al ordenador, tenso a más no poder, para mirar los


resultados de los últimos exámenes. Me tiemblan ligeramente los dedos.
Manda huevos, con lo poco que me importaban los estudios antes…
Sí, joder… ¡He aprobado!
Tengo prácticamente las mismas notas en todo y estoy contentísimo. Por
lo menos hay algo en mi vida que no va tan mal…
Pero todo esto es gracias a las horas que pasé con Emily en la
biblioteca, cuando tuvo la santa paciencia de explicarme cómo apoyarme en
los libros de texto para estudiar. Y ahora veo los frutos de todos sus
esfuerzos.
Dibujo una sonrisa amarga en el rostro y respiro hondo.
Vas por buen camino, Liam…
Con cada reto que supero en los entrenos y cada examen que apruebo,
siento que crezco, como jugador de hockey y como persona, pero ojalá
pudiera compartirlo con ella…
Espero que Emily se dé cuenta de lo mucho que estoy trabajando en mí
mismo, no solo en mi carrera o en mis estudios, sino también en nuestra
relación. Quiero demostrarle que soy un buen chico y que me preocupo por
ella. Ahora solo falta que ella acepte quedar para hablar…
Miro el móvil. Me muero de ganas de enviarle un mensaje a Emily, pero
entonces recibo varias notificaciones que echan a perder mi buen humor.
¿Qué coño pasa?
Varios estudiantes me han etiquetado en un artículo del periódico del
campus. Mi corazón empieza a latir más deprisa cuando leo la joyita en
cuestión.
De primeras, el titular ya me deja rayado.

«UN CAMINO PEDREGOSO HACIA LA NHL: EL OSCURO PASADO


DE LIAM SCOTT AL DESCUBIERTO»

No me lo puedo creer. El artículo no solo contiene detalles de mi


infancia que nunca había hecho públicos, sino que también difunde
supuestos secretos de mi pasado, en particular, sobre mi relación con Sara.
En él se sugiere que me codeaba con adictos, que yo mismo me metía o
incluso que trapicheaba con drogas.
Pero ¿qué es esta mierda?
Estoy hecho una furia. ¿Cómo puede alguien difundir semejantes
mentiras y quedarse tan ancho? ¿Cómo pueden manipular mi pasado y
calumniarme de tal manera? Me siento traicionado, como si me hubieran
robado mi verdad y hubieran tergiversado la historia.
Entonces veo el nombre del autor y todo se detiene. Siento que la bilis
me sube por la garganta. Quiero vomitar.
Emily Hansen.
No puedo creer que ella haya publicado semejante basura en ese
periodicucho. ¡No puede ser! Debe haber alguna explicación para todo esto.
No puede estar tan enfadada conmigo por haberme acostado con otras
chicas antes de ella, ni tampoco por lo que dijo Sara. ¡Esa chavala estaba
ida! No puede culparme por el numerito que montó, joder… Y menos de
esta forma. ¡Está poniendo en peligro mi futuro! Y además, Sara solo soltó
gilipolleces y Em jamás me ha dado la oportunidad de explicarme, de
decirle qué coño pasó en realidad…
Ella, que yo creía honesta e íntegra, ha escrito un artículo de mierda en
el que suelta barbaridades sin filtro. ¿Qué locura es esta?
Cuando termino de leer lo que ha escrito, aprieto los puños. Las
palabras se me graban a fuego en el cerebro y me siento impotente y dolido.
¿Por qué me ha hecho esto? ¿No confiaba lo suficiente en mí y en
nuestra relación? ¿Quería vengarse? Esto no es propio de ella…
Necesito un poco de aire fresco. Tengo que acallar mis emociones. En
mi cabeza, está todo revuelto.
Me dirijo hacia el bar del campus, donde trabaja Chase, en piloto
automático. Siento que todas las miradas se dirigen hacia mí, pero esta vez,
no están cargadas de admiración, porque este último artículo no ensalza
precisamente mis virtudes.
Chase me saluda con una sonrisa, pero la borra rápidamente al verme la
cara.
—¿Qué pasa, tío? ¿Has visto un fantasma o qué?
Le paso el móvil para que pueda leer el artículo. Se queda flipando. Veo
cómo sus ojos se mueven de izquierda a derecha y van bajando, hasta que
se le pasa por la cabeza lo mismo que a mí.
—Joder, Liam… Pero ¿qué puta mierda es esta? Me cago en… No te
mereces esto.
Me limito a asentir en silencio, incapaz de encontrar las palabras para
expresar lo que siento por dentro.
—Vale, pero vamos a ver… ¿Emily? Ella no te haría esto… ¿Lo habéis
hablado?
Sacudo la cabeza negativamente.
—Tengo que calmarme un poco antes —digo.
Chase asiente en señal de comprensión.
—Vale, lo entiendo. ¿Quieres beber algo?
—No, es un poco pronto para eso, y luego tenemos entreno, así que
gracias, bro, pero paso. Me voy a la resi a descansar un rato. Necesito
pensar.
—Cuídate y si te enteras de algo, me cuentas.
Me despido de mi mejor amigo y vuelvo a mi habitación con el corazón
encogido.
Necesito estar solo para poner un poco de orden en mi cabeza, averiguar
cómo afrontar todo esto y, sobre todo, asumir las consecuencias que este
incidente puede tener en mi carrera.
El entrenador Franklyn seguro que está que echa humo…
Finalmente, cojo el móvil y marco el número del señor Turner. Tiene
años de experiencia en el mundo del hockey sobre hielo profesional y,
desde luego, no es el primer escándalo absurdo con el que tiene que lidiar.
Necesito su consejo y creo que puedo confiar en él.
Cuando coge la llamada, intento mantener la calma y guardar las
formas, aunque el cerebro me va a mil por hora.
—¡Liam! ¿Cómo vas? ¿Qué tal los entrenamientos? —‍me pregunta
nada más descolgar.
—Bien, bien, todo eso va bien, pero le llamaba por otra cosa…
Le suelto la bomba y me escucha atentamente.
—Liam, entiendo que estés preocupado, pero debes saber que, por
desgracia, este tipo de artículos forman parte de tu nueva realidad. Sobre
todo si llegas a la NHL. Los periodistas, hasta los universitarios, siempre
buscan historias que den morbo, y a veces se pasan cuatro pueblos. No
puedes dejar que eso te desanime.
Sus palabras me tranquilizan un poco, pero sigo de los nervios.
—¡Pero ese artículo es una sarta de mentiras!
Suspira.
—Por desgracia, estas cosas pasan más a menudo de lo que uno cree. Al
lector promedio le pirran los escándalos y algunos periodistas hacen
cualquier cosa para hacerse notar. Tienes que aprender a lidiar con ello y
concentrarte en lo importante: tu rendimiento sobre el hielo. Lo mejor es no
leer ese tipo de basura.
Me froto la cara. Estoy agotado.
—¿Cree que este artículo podría afectar a mi futuro? Quiero decir, ¿hay
aún probabilidades de que me seleccionen para el draft?
—Liam, tranquilo. Lo que se valora es tu rendimiento sobre el hielo, no
lo que haces con tu vida privada, sea verdad o no. Los equipos se interesan
por tu destreza como jugador y tu profesionalidad en la pista. No dejes que
estas cosas te afecten —‍responde con voz firme.
Respiro hondo. Sus palabras calan en mí poco a poco.
—Gracias, señor Turner.
—De nada, Liam. Si tienes alguna pregunta o necesitas ánimos,
llámame. Ya sabes que estoy aquí. Sigue haciendo lo que mejor sabes hacer:
jugar. Nada más importa.
Después de colgar, me siento un poco más aliviado. Sus palabras me
reconfortan y me ayudan a ver que, pese a todo, hay luz al final del túnel.
Venga, tío, ¡aguanta!

Cuando llega la hora de entrenar, me siento un poco mejor. Sobre el


hielo, puedo despejarme un poco y concentrarme en lo que me apasiona: el
deporte. El alivio es momentáneo, pero menos es nada.
Me meto en la pista y me fijo inmediatamente en una melena rubia y
brillante. Hay una chica sentada en las gradas.
Emily…
Me da un pinchazo el corazón.
Chase nota que algo me ha llamado la atención, así que me sigue la
mirada y, antes de que pueda detenerlo, se acerca a ella. Mi amigo no duda
ni por un segundo y observo impotente cómo se dirige a mi novia.
¿Y ahora qué piensa decirle?
Unos minutos después, que se me hacen eternos, por cierto, recoge sus
cosas y se marcha sin mirarme siquiera. La poca esperanza que tenía de
hablar con ella desaparece, y cada vez me cuesta más creer que no haya
escrito el artículo.
Cuando Chase se acerca a mí, el nudo que tengo en la garganta ha
alcanzado el tamaño de un balón de fútbol. Necesito saber qué ha pasado.
—¿Qué le has dicho? —le pregunto sin rodeos.
Suspira y se reclina contra el muro de protección de la pista.
—Pues que, de momento, no es bienvenida aquí. Parecía muy incómoda
y ha intentado explicarse varias veces, pero tío, ahora toca entrenar y
tenemos que concentrarnos. Si necesitas hablar, queda con ella, pero no os
pongáis intensos en pleno entrenamiento, y menos en la grada. Si te
enfadas, le contagiarás la mala vibra a todo el equipo. Lo sabes de sobra.
Miro hacia el hielo.
—Tienes razón, bro. Parecemos un par de críos. Ahora resulta que ya no
se esfuerza en evitarme, o al menos, no le apetece hacerlo. Pero a pesar de
todo, no ha intentado llamarme ni enviarme ningún mensaje.
—Pues ya sabes lo que tienes que hacer en cuanto salgas de aquí —
responde Chase.
Le doy las gracias por cuidarme siempre y tranquilizarme cuando más
lo necesito. El señor Turner me dijo lo mismo: nada debe interferir en mis
objetivos cuando estoy en la pista. Y Emily, por desgracia, es una
distracción con mayúsculas.
Me pone una mano en el hombro para reconfortarme.
—No va a ser fácil, pero tenéis que hablar largo y tendido, ¿vale? No os
calléis nada que pueda haceros daño en el futuro —‍añade en un tono menos
tajante—. Y ahora, ¡a concentrarse!
Salimos juntos a la pista. Noto cómo la energía y la concentración
vuelven poco a poco a mí mientras patinamos. Los demás miembros del
equipo se unen a nosotros y todos tienen la decencia de no mencionar el
famoso artículo. Supongo que Chase les habrá dicho que se estén calladitos,
porque ni siquiera los más bocazas se han ido de la lengua. Es un alivio y,
gracias a mi colega, lo doy todo sobre el hielo. Un agradable calor se
extiende por mis músculos y me concentro en cada paso, en cada
movimiento.
El entrenamiento dura dos horas y la intensidad no decae ni por un
segundo. Cuando terminamos, estoy muerto. Nos hemos esforzado, le
hemos metido caña y eso refuerza nuestro espíritu de equipo.
Así, sí.
Salgo de la pista e, inmediatamente, noto el cansancio en las
extremidades, pero a la vez, confío más en mi resistencia. Hacía mucho que
no me sentía así de seguro de mis capacidades.
Giro la esquina que lleva a mi resi y busco las llaves en el bolsillo de la
bolsa de deporte. Cuando levanto la vista, se me hiela el corazón.
Emily está de pie en la puerta, con la vista perdida en el cielo. Me
detengo de repente, sin saber qué hacer. Me la quedo mirando unos
instantes y recuerdo las buenas vibras que me ha provocado el entreno.
Respiro hondo, pongo la espalda recta y me acerco.
Es hora de enfrentarme a ella.
16
Emily

Después de que Chase me invitara abiertamente a abandonar la pista de


hielo, me di un paseo por el campus. Pasado un rato, mis pies me
condujeron hasta aquí y llevo esperando en la puerta de la resi de Liam una
media hora. He tenido que hacer acopio de todo mi valor para echarle cara y
quedarme aquí, dispuesta a hablar las cosas. Pero ahora que lo veo
acercarse, cada vez estoy más nerviosa.
Justo cuando me ve, se frena en seco. Lo he pillado por sorpresa.
Nuestras miradas se cruzan y noto la incertidumbre en sus ojos. En tan solo
unos segundos, lo tengo al lado. Respiro hondo.
¿Mejor?
La verdad es que siento que hay una barrera invisible entre nosotros y
las palabras se me quedan atascadas en la garganta.
—Liam, escucha… —arranco, vacilante—. Puedo explicártelo todo…
Me mira. En sus ojos veo que hay una lucha librándose en su interior.
Es como si se debatiera entre escucharme y seguir molesto por el artículo.
Finalmente, niega con la cabeza.
—Esta vez soy yo el que necesita tiempo, Emily. Tengo que
concentrarme en mi entrenamiento y en el próximo partido.
Se me encoge el corazón al oír sus palabras e intento contener las
lágrimas. Tengo los ojos vidriosos. Esperaba que me diera la oportunidad de
decirle que nunca quise hacerle daño.
—¡Liam, espera! Solo quiero que entiendas lo que pasó de verdad… —
le suplico.
Me avergüenzo de mí misma. Estoy suplicándole atención, justo lo que
no quería hacer después del altercado con su ex. Pero era de esperar: él
quiso explicarse en su momento y yo pasé de escucharle, así que podría
decirse que es cosa del karma…
Todo lo que va, vuelve…
Sacude la cabeza de nuevo y da un paso atrás, como para protegerse de
mí, y me quedo quieta, tragándome la decepción.
—Vale… —murmuro—. Cuando estés listo, avísame.
Liam asiente débilmente, abre la puerta y desaparece de mi vista. Me
deja sola y me siento tan impotente… Tenía la esperanza de resolver este
malentendido aquí y ahora, pero en lugar de eso, el abismo que nos separa
parece haberse agrandado aún más.
Me dirijo a mi habitación con el corazón roto en mil pedazos.

***

Durante los días siguientes, paso mucho tiempo pensando en cómo


hemos llegado hasta aquí.
David, el editor jefe del periódico del campus, ha burlado los límites
que puede sobrepasar libremente y ha acabado con mi integridad al meter
mano en el artículo sobre Liam, como si fuera una nadería. ¡Se atrevió a
firmar con mi nombre esa porquería! Le guardo un rencor incomparable,
pero por el momento, sé que es intocable. Si me da por ir a por el editor, me
dispararán a quemarropa, porque ese imbécil es quien mueve los hilos. ¡Y
además de reírse en mi cara, va y se sale con la suya! Ahora ya tiene lo que
quería: un escándalo, y lleva días regodeándose en el éxito del artículo.
¿Y eso dónde me deja a mí? Todos deben pensar que soy la chica que
destruyó la reputación de su novio, solo para conseguir una primicia…
Estoy atrapada en un torrente de vergüenza e impotencia que me impide
subir a la orilla. Apenas puedo concentrarme en mis clases, Cassy y Maddie
no consiguen sacarme de casa y siento que todos me miran y que piensan
que soy una persona horrible, así que prefiero encerrarme y no ver la luz del
sol.
Esto es muy duro. No sé cómo seguir adelante.

Basta ya.
Una mañana, decido que no puedo quedarme de brazos cruzados. Liam
y yo hemos tenido algo; es inútil negarlo, y esos sentimientos no
desaparecen de la noche a la mañana. Fui una imbécil al hacer caso de las
palabras de Sara. No soy tonta, sabía que no era verdad, pero me hizo daño.
En el fondo, me destrozó que insinuara que lo que Liam tenía conmigo era
una ilusión, que lo había hecho con todas. Se atrevió a soltarme a la cara
que era una ingenua por creer que estábamos viviendo nuestros primeros
pasos en el amor.
Dejemos las cosas claras: yo no era virgen antes de conocerlo. Claro
que he tenido rollos de una sola noche y también he salido con otros chicos.
Aun así, me gustaba pensar que lo nuestro era mucho más real, que
estábamos descubriendo el mundo juntos, y por eso me dolió que me
recordaran que no era verdad.
Pobre tonta... Y mira dónde estamos, bonita: tu ego sacó a relucir la
mejor parte de ti e hiciste lo que nunca habías hecho. ¿Y qué te toca
ahora? Pagar las consecuencias de tus actos.
Total, que me he armado de valor y he decidido ir al último partido de
hockey de la temporada, que es hoy. Es un momento crucial para el futuro
de Liam y Chase. Si ganan, ¡tendrán una oportunidad real en el draft!
¿Cómo me lo voy a perder? Es más, van a estar presentes los cazatalentos
de todo el país y este es el momento de lucirse. Para eso llevan entrenando
semanas como jabatos, ¿no?
Esta vez, ni cuaderno ni cámara. ¡No quiero saber nada del tema! Le
han encargado a otro periodista de la uni que cubra el evento, y la verdad,
me alivia que David no me haya obligado a hacerlo.
Encuentro un asiento libre en las gradas. Llevo una gorra cubriéndome
la cabeza. Parezco tonta, aquí, dentro del pabellón, pero prefiero ir de
incógnito a que me echen otra vez. Además, paso de sentir las miradas de
los estudiantes juzgándome o, peor aún, hacer que Liam se desconcentre en
un momento tan importante para él.
A mi alrededor, saltan chispas. Los hinchas están emocionados y llenos
de esperanza y se notan los ánimos de la afición. Liam y Chase se juegan
hoy su futuro, más allá de la victoria o la derrota. Deben estar hechos un
manojo de nervios…
Afortunadamente, el artículo no parece haber hecho mella en las
sesiones de entrenamiento de Liam, así que flipo con su fuerza de voluntad.
En cuanto el árbitro hace sonar su silbato, comienza el combate. Sus
adversarios son duros de pelar y nunca pierden la oportunidad de
provocarles. Pero ni Liam ni Chase se dejan intimidar: se esfuerzan al
máximo y demuestran por qué serían los fichajes perfectos para la NHL.
Cada tiro a puerta, cada parada, cada jugada que ejecutan sobre el hielo
puede determinar su futuro. El partido me tiene absorta y no dejo de
llevarme las manos a la cara.
¡Estoy tan tensa…!
Cuando se acercan los últimos minutos del partido, me fijo en el
marcador y veo que el equipo de la uni tiene las de ganar. Liam agudiza sus
sentidos y sigue jugando con una precisión milimétrica. Es como si
estuviera decidido a no rendirse jamás. Se hace con el disco que controlaba
el equipo contrario y se cuela entre los jugadores para dirigirse con Chase
hacia la portería. La jugada es de lo más inesperada y los espectadores
contienen la respiración, expectantes. Liam efectúa un pase en dirección a
Chase en el último momento. Este se prepara, golpea el disco y lo mete en
la portería con un ímpetu nunca visto.
El público aclama a los ganadores desde las gradas del pabellón y no
puedo evitar sumarme a su entusiasmo.
¡Han ganado la temporada! ¡Qué maravilla!
Varias personas se acercan corriendo a la pista para felicitarles por la
victoria. Entre ellos, está el entrenador Franklyn, que luce una sonrisa
triunfante, y también el señor Turner y varios periodistas de fuera. ¡Aquí no
faltan medios! Me alegro mucho por ellos.
Sin más preámbulos, me dirijo hacia la pista de hielo, esperando a que
se pase un poco la emoción del momento antes de acercarme a mi jugador
favorito.
Al cabo de un rato, Liam se fija en mí. Se le dibuja una expresión de
sorpresa en la carita, seguida de una tímida sonrisa que hace que me lata
con fuerza el corazón. Le devuelvo la sonrisa y él me guiña el ojo. Este
gesto, por ínfimo que sea, me calma y siento que me tiembla el cuerpo
entero.
¿Significa eso que ya no está enfadado conmigo? ¿O es la euforia del
momento lo que le hace actuar así?
Pero antes de que pueda acercarme más, sus compañeros lo abrazan y lo
pierdo de vista por unos instantes. Estoy a punto de dar media vuelta y
volverme a la resi. A ver, en realidad, se merece celebrarlo con tranquilidad,
antes de que yo le dé la tabarra por enésima vez. Sin embargo, de repente
oigo cómo gritan mi nombre a mis espaldas.
Esa voz... La reconocería en otra vida.
—¿Ya te vas?
Me giro y le veo, con los rizos castaños cayéndole sobre esa carita de
ángel. Es tan guapo… Está apoyado en el muro de la pista. Parece que ha
conseguido escaquearse de la euforia colectiva y me doy cuenta de que lo
ha hecho por mí.
¡Pero si es su momento!
—Perdona, no quería molestarte… ¡Enhorabuena! El partido ha sido
una pasada.
Sonríe ampliamente.
—¿Quieres celebrarlo conmigo?
Le miro dubitativa, sin saber qué contestar. No sé ni por dónde empezar.
—La verdad es que, sin ti, nada tiene sentido… —‍añade.
Así cualquiera dice que no…
—En eso estamos de acuerdo…
Siento que el corazón me da un vuelco, pero a pesar de todo, no creo
que me haya perdonado tan rápido. Aún tenemos una conversación
pendiente y pienso abordar el tema antes de que acabe la noche.
—Vale, te envío la dirección de la fiesta. Nos vemos allí.
Se despide de mí con la mano y vuelve con su equipo. Yo salgo
corriendo en dirección a la resi para ponerme guapa y deshacerme de esta
maldita gorra.

Una vez allí, me sorprende la cantidad de gente que hay. La hermandad


que ha organizado la fiesta no ha escatimado en alcohol, pero tampoco en la
decoración. Es como si estuvieran seguros de que nuestro equipo ganaría.
Con una minifalda, unas botas hasta la rodilla y un top ajustado, espero
estar lo suficientemente sexy como para llamar la atención de Liam. Hay
mucha gente por aquí y sospecho que estará muy ocupado, pero bueno, no
importa, voy a por él. Esta noche, según parece, he renunciado al
feminismo.
Cuando le veo, me doy cuenta de lo aliviado que está de que se haya
acabado la presión de los partidos. Está disfrutando y me alegra mucho
verle así. Al menos ha superado el golpe de ese artículo horrible…
Me cuesta acercarme a él, pero al final, me ve y no tarda en ir a mi
encuentro.
—Me alegro de que estés aquí —dice, casi avergonzado.
Nos miramos fijamente un momento y entonces abre la boca para volver
a hablar, pero la música está muy alta y apenas distingo lo que dice.
—¿Qué? —grito por encima del ruido.
—Digo que he estado pensando y que…
De repente, alguien le posa la mano en el hombro y nos interrumpe. Es
uno de sus colegas, que le trae una cerveza y se pone a comentar el partido
con él.
Me da a mí que esto va a ser más difícil de lo que pensaba…
Pasan las horas y aún no hemos encontrado el momento para hablar. A
decir verdad, no creo que vaya a surgir. Tendré que mentalizarme del
asunto…
Estoy a punto de irme, pero entonces siento una presencia justo detrás
de mí. Me doy la vuelta y le miro. De repente, me flaquean las rodillas.
—¿Te acompaño a la resi? —me pregunta Liam.
La pregunta me sorprende, pero en sus ojos veo que lo desea con todas
sus fuerzas. Asiento sin decir palabra. Me estresa lo que está por venir.
De camino a casa, estamos bastante callados. No parece que quiera
separarse de mí en la puerta, así que, muerta de miedo, le dejo entrar.
Afortunadamente, Cassy se ha ido a pasar unos días con su familia, así que
tenemos la habitación para nosotros solos.
Cuando la puerta se cierra, el ambiente se vuelve un poco más tenso.
—Liam, yo…
—No, espera un momento. Déjame hablar primero.
Asiento.
—Siento que mi ex soltara esas cosas horribles en el baile de fin de la
primavera. Estaba equivocada en todo, porque contigo, es diferente: muy
diferente. No soy el mismo chaval que ella conoció. Y no, te lo digo a la
cara: a pesar de lo que escribiste, nunca me he metido en asuntos de drogas.
Ese era su problema, su adicción, y en parte, el motivo por el que lo
dejamos. Y también porque, en ese momento, no me planteaba tener una
relación seria.
Trago saliva, para digerir toda esa información.
—Yo no escribí ese artículo.
Separa los labios y abre los ojos de par en par, sorprendido.
—¡Lo sabía! —exclama.
—Pues has puesto una cara… Parece que te acabo de confesar que soy
la reina de Inglaterra de incógnito.
—¿Qué? ¡Em, no es eso! Es solo que, en el fondo, no podía creer que
hubieses escrito esa mierda. Es un alivio confirmarlo.
—¿Cómo pudiste pensar que yo escribiría algo así sobre ti?
Me ofende un poco que me lo diga abiertamente.
—¡Pero entiéndeme, Em! Por fin decido abrirme a lo de echarme novia,
a tener una relación seria y a quererte como te quiero, y entonces vas y me
traicionas.
Ahora me toca a mí separar los labios y abrir los ojos como platos.
—Además, estabas tan cabreada después de lo de Sara… Se te veía tan
decepcionada… —Al ver que sigo sin decir nada, continúa‍—‍. ¿Qué te
pasa? ¿Por qué pones esa cara? Parece que te he dicho que me voy a hacer
cura o algo…
—Es que acabas de decirme que me quieres…
—Ah, eso…
Me acerco a él. No quiero volver a tenerlo lejos. Poso las manos en sus
antebrazos y vuelvo a sentir la chispa, las llamas…
Cómo lo he echado de menos… Por mucho que me cueste admitirlo…
—Pues sí, te quiero, Emily. No puedo controlar lo que siento y me
aterra, pero es tan bonito, a la vez… Me miras y me matas, y cuando
sonríes, me devuelves a la vida. Tus besos me consumen y… Bueno, ¿por
qué estás tan guapa esta noche? Con esa ropa, siempre lo estás…
Sonríe, y deduzco que se habrá acordado de cuando hicimos el amor
antes del baile. Suelto una risilla.
—Te quiero, Liam. Lo que siento por ti es igual de incontrolable y
también me asusta, pero estos últimos días me han demostrado que soy
incapaz de vivir sin ti.
Siento su aliento jadeante contra mi boca y se me acelera el corazón.
—Y lo del artículo… Lo siento, fue David, el editor, que se tomó la
libertad de darle su toque personal a mis espaldas antes de publicarlo. Yo no
escribí esas cosas. Me pidió que le diera un escándalo, y sé que debería
habértelo dicho antes, pero pensé que podría hacer caso omiso de sus
órdenes y seguir adelante. Pero entonces me amenazó con dejarles caer a
los editores del New York Post que era una exquisita y yo…
—¿¡Será gilipollas!?
—En fin, cuando leí lo que había publicado, quise ir al periódico a
montar un pollo. Maddie me disuadió, a pesar de que ese tío le da tanto asco
como a mí, pero al fin y al cabo, el muy imbécil tiene su telaraña extendida
por todo el campus. Si dijera algo, aunque solo fuera para recuperar mi
reputación, me mandaría a tomar viento con un chasquido de dedos y se
correría la voz. En este negocio, todo se sabe, y además, ese cerdo estaría
dispuesto a hacer cualquier cosa para protegerse a sí mismo.
—Lo entiendo… Tu carrera también está en juego.
—Quería decírtelo, pero...
—Pero yo no te di la oportunidad.
—Bueno, tenías que concentrarte en tu entrenamiento, ¡y tenías razón!
Ha valido la pena. Estoy muy orgullosa de ti.
Liam sonríe.
¿Se ha sonrojado?
—Los dos elegimos concentrarnos en nuestras pasiones, a riesgo de
poner en peligro lo que tenemos.
—¿Qué te parece si prometemos no volver a hacerlo?
Asiente y se inclina hacia mí, para rozarme los labios con los suyos.
—Emily, te juro que a partir de ahora, lo hablaremos todo. Nada se
interpondrá en nuestro camino.
—Yo solo quiero estar contigo, Liam… Nada podrá con nosotros; te lo
prometo.
Dicho esto, me besa y es como si el suelo se abriera bajo mis pies. Me
abraza con fuerza y gime de placer cuando nuestras lenguas se retuercen en
un baile apasionado. A trompicones, nos dirigimos a la cama, donde nos
quitamos la ropa frenéticamente.
Necesito sentirlo contra mí. Su piel, su aliento, sus besos…
Liam me besa apasionadamente y siento que me entra un calor tórrido.
Le rodeo con las piernas y dejo que mis manos le recorran la espalda de
arriba abajo.
—Te he echado tanto de menos, nena… —susurra entre besos.
Liam me deposita una hilera de besos húmedos por todo el cuerpo y va
bajando. Cuando se cuela entre mis piernas, suelto un gritito de placer. Me
estimula lentamente con la lengua y los dedos. Si sigue comiéndomelo así,
voy a perder la cabeza. Acerco las manos a su sexo duro y lo masturbo con
cariño. Poco a poco, me olvido de la delicadeza y subo y bajo la mano con
fuerza. Liam aprovecha para meterme la lengua en la hendidura y
descubrirme un nuevo nicho de placer.
La avidez con la que me recorre su lengua me deja sin aliento. Los
gemidos roncos se aceleran y le suelto el miembro para agarrarme a sus
rizos. De vez en cuando, me mira a los ojos y siento que voy a perder el
conocimiento. Necesito su lengua entera dentro de mí, como sea.
De repente, me da la vuelta. Me recorre la espalda con las yemas de los
dedos y me muerde suavemente la nuca. Sus caricias son electrizantes.
Necesito más que esto, lo necesito a él… dentro de mí.
Una vez a cuatro, mis caderas cobran vida propia y se tensan hacia él.
Cuando por fin me penetra, se me escapa un jadeo visceral. No creo que
haya nada mejor que sentirme una con él. Me empuja hacia el éxtasis a un
ritmo constante y, con su vaivén implacable, hace que me corra por primera
vez. Se me seca la boca de gemir y cuando ve que me he recuperado de la
oleada de placer, me da la vuelta de nuevo y me sube a su regazo. Me
acerco a él para besarle, y dejo que mi boca se desplace desde sus labios
hasta su cuello y su torso, mientras mis caderas ondean despacio sobre su
miembro.
Liam fija las manos en mis nalgas y gime suavemente a la altura de mis
pechos. Al poco tiempo, me invade una segunda oleada de placer. Me
tiemblan las piernas. Liam sonríe, satisfecho, y me mira con cariño antes de
ponerme boca arriba. Después de unas cuantas embestidas rápidas, él
también se deja llevar por el éxtasis y se desploma encima de mí. Los dos
respiramos con dificultad mientras nuestros cuerpos se recuperan.
Finalmente, Liam se tumba en la cama y me atrae hacia él. Me abraza
con fuerza y poco después, nos quedamos dormidos.

***

Los rayos de sol me hacen cosquillas en la nariz y me despierto con la


calma. Al recordar nuestro momento de reconciliación, sonrío como una
idiota y me estiro, con cuidado de no despertar a mi bello durmiente.
Me levanto para preparar café y algo para desayunar, pero de repente, se
abre la puerta.
Cassy está de pie en el marco, y abre mucho los ojos al ver quién está
tumbado en mi cama.
—¿Una noche salvaje? —me pregunta, risueña.
Me pongo roja como un tomate e intento taparle la vista.
—Me alegro de que hayáis podido arreglarlo, reina… —‍me dice,
dándome un abrazo.
—Oye, Liam aún está dormido, así que ¿podrías…?
En mi cama, las sábanas se agitan de repente.
—Oh. Hola, Cassy...
—Hola, Liam.
No parece avergonzarse lo más mínimo. Poco después, mi novio se da
la vuelta con los calzoncillos puestos y termina de preparar el desayuno que
he dejado a medio hacer. Luego aprovecha para ponerse unos pantalones y
una camiseta y se acerca a darme un beso dulce.
—Buenos días —dice con serenidad, pasándose una mano por el pelo.
Cassy esconde la sonrisa detrás de su taza de café y yo le doy un
codazo. Como era de esperar, se ríe aún más.
Desayunamos sin hablar, pero ese silencio que nos envuelve a los tres es
de lo más agradable.

Más tarde, Liam y yo damos un paseo por el parque del campus. Me


habla de los entrenamientos y de cómo se está preparando para el draft.
Tiene una ambición incomparable y pienso apoyarle contra viento y marea.
Luego hablamos de mi carrera como periodista y de cómo conciliar mejor
nuestras pasiones con nuestra relación.
—¿Has pensado alguna vez en especializarte en periodismo deportivo,
nena?
—Bueno, la verdad es que no…
Pero no es mala idea…
—Se te da genial captar el ambiente de un partido y ahora eres toda una
experta, al menos en hockey.
—Tienes razón. Podría estar bien…
—Así te ahorrarías tener que escribir artículos sobre el cotilleo del
momento, algo que, si no recuerdo mal, no te encanta…
Se ríe de la última frase y yo me ruborizo.
—Sí, ¡la verdad es que me salvaría! Odio ese tipo de periodismo… En
fin, me lo pensaré.
Me sonríe y me coge suavemente la mano antes de besármela.
El periodismo sensacionalista nunca ha sido lo mío y quizá, si me
especializara, acotaría más mi camino.
Cuando llegamos a la resi, los dos sentimos que este es el comienzo de
una nueva etapa. Las circunstancias no son ideales, pero estamos dispuestos
a salir de esta más fuertes que nunca y superar juntos los obstáculos.
Además, yo también estoy decidida a cambiar en el plano profesional.
Ya tengo experiencia en periodismo deportivo y es hora de que me plantee
cuál es mi meta a largo plazo.
17
Emily

Se veía venir: la decisión de especializarme en periodismo deportivo


conllevó nuevos retos profesionales. Mi supervisor en el New York Post
accedió a mi propuesta, pero aún estoy en proceso de demostrarle mi valía.
Los becarios no tienen derecho a elegir libremente y tuve que explicarle mis
metas y motivaciones con pelos y señales para conseguir convencerle.
Ahora me toca demostrarle que hizo bien en confiar en mí.
Las primeras semanas no fueron fáciles. A menudo, los redactores de la
sección de deportes me miraban con aires altivos y escépticos, pero no dejé
que eso me desanimara y me esforcé al máximo para dejar huella. Con el
tiempo, algunas personas dejaron de ser reacias: reconocen que soy más que
capaz y poco a poco me estoy ganando su respeto.
Mientras tanto, Liam sigue labrándose un lugar en el mundillo del
hockey y yo lo apoyo. No deja de entrenar y estoy orgullosísima de su
tenacidad.
Nuestra relación ha evolucionado y ahora tenemos un vínculo muy
fuerte, aunque pasemos poco tiempo juntos. Hay formas de hacerlo:
llamarse por Facetime, tener una cita rápida para tomarnos un café, colarnos
cartitas de amor por debajo de las puertas… En fin, vamos por buen
camino.

En la redacción, tecleo frenéticamente en mi portátil. A lo lejos, veo al


señor Roberts, mi supervisor, que se acerca a paso ligero.
—Emily, te necesito hoy en el Madison Square Garden. El periodista
que debía cubrir el partido se ha puesto enfermo y te toca sustituirlo —me
dice apresuradamente.
El pulso se me acelera al instante.
—¿El partido de los New York Rangers? ¿Quiere que lo cubra? —
pregunto, incrédula.
Él asiente.
—Sabes mucho de hockey sobre hielo y no tenemos a mano ningún otro
profesional al que podamos educar a toda prisa sobre ese deporte. ¡No hay
tiempo! Date prisa, por favor, el partido empieza dentro de dos horas…
La adrenalina corre por mis venas y asiento con impaciencia.
—¡Ahora mismo voy, señor!
Es una gran oportunidad para mí. Con las manos temblorosas, recojo mi
pase de prensa, el portátil y la grabadora. ¡Es hora de hacer un reportaje
memorable!
Salgo corriendo, feliz, dispuesta a asumir mi primer encargo como
periodista deportiva y, encima, en un partido tan importante.
Se me revuelve el estómago de la emoción.
Liam siempre ha soñado con jugar en los Rangers y, gracias al trabajo
del señor Turner, el representante que se ocupa de la carrera de Chase y de
él, la NHL parece estar cada vez más a su alcance.
¡Qué pasada! No solo voy a presenciar cómo Liam cumple sus sueños,
sino que yo misma estoy dando un paso brutal hacia la profesión que me
llenaría durante toda una vida.
Cuando entro en el enorme estadio, la tensión se palpa en el aire. Veo
una multitud de hinchas emocionados, vestidos con camisetas y bufandas de
los Rangers y que cantan al unísono para animar al equipo.
Ocupo mi sitio con la tensión por las nubes. Es la primera vez que me
siento en un palco de prensa oficial, rodeada de otros periodistas. El
ambiente aquí no se puede describir con palabras. No me creo que esté con
todos estos profesionales del periodismo deportivo. ¡No falta ni uno de los
más famosos! Tengo que inmortalizar este momento. Me hago un selfi y se
lo envío a las chicas y a Liam.
La afición arma jarana cuando los dos equipos salen a la pista, y con
razón. Anuncian la alineación por megafonía y entonces suena el silbido
inicial.
Comienza el partido.
Los Rangers empiezan con buen pie e inmediatamente ejercen presión
en dirección a la portería contraria. El partido está muy reñido y sus
adversarios no se dejan intimidar a la primera de cambio.
A mediados del primer periodo1, uno de los defensas de los Rangers
consigue hacerse con el control del disco y efectuar un pase a su compañero
de la línea ofensiva, que marca el primer gol del partido. Ha sido una
jugada limpia y precisa. El estadio estalla en vítores; los hinchas no podrían
estar más contentos.
El partido tiene giros inesperados y ambos equipos se lucen en
ocasiones manifiestas de gol. La tensión va en aumento a medida que nos
adentramos en los minutos finales. Los Rangers consiguen una ligera
ventaja y cuando suena el silbato que pone fin al partido, no doy crédito a lo
que ven mis ojos.
¡Victoria para los Rangers!
Me levanto de un salto y grito a viva voz. El resto de periodistas me
miran extrañados. Supuestamente debería ser imparcial…
Apenas puedo contener mi entusiasmo mientras tomo notas para el
reportaje. Este partido ha tenido todo lo que un aficionado al hockey sobre
hielo puede desear: tensión, drama y vidilla. El nivel está muy por encima
del que se ve en la universidad, ¡eso está claro!
Espero poder plasmar todas mis emociones en el papel y redactar un
artículo apasionante.
Emily, ¡haz lo tuyo!

***

El corazón me late con fuerza y me tiembla todo en el asiento. Por fin


ha llegado el gran día.
¡Qué nervios!
Hoy se celebra el draft anual de la NHL y hemos viajado a Nashville
para la ocasión. El Bridgestone Arena tiene unas dimensiones imponentes y
la asistencia al evento es asombrosa. El público está expectante y animado y
hay varios equipos de televisión presentes, para retransmitir la selección de
los equipos en los canales de deportes. Levanto el cuello para localizar a
varios periodistas a los que admiro.
Liam está igual de nervioso a mi lado. Lleva un traje azul, una camisa
blanca y una corbata celeste que resalta sus ojos brillantes.
Le coloco suavemente la mano sobre la suya y sonrío.
—Todo va a salir bien, amor.
Sonríe agradecido, pero no veo que se relaje mucho.
Recorro los alrededores con la mirada. Muchos jugadores potenciales de
la NHL están sentados en esta parte del estadio. La mayoría de ellos están
bien acompañados: sus familiares y amigos han venido a apoyarlos.
Suspiro para mis adentros. Por desgracia, la familia de Liam no ha
podido venir, pero Chase y yo estamos aquí para darle todo el amor y los
ánimos que se merece.
Bueno, para ser justos, Chase está igual de emocionado que él o más.
Los dos se miran entre sí con los ojillos exorbitados a cada rato.
Por favor, que los fichen…
Justo en ese momento, el anfitrión de la velada entra en escena y el
murmullo a nuestro alrededor cesa.
—Damas y caballeros, ¡bienvenidos al sexagésimo primer draft de la
historia de la NHL! Me alegro de que estén todos aquí para animar a
nuestros jóvenes talentos y a nuestros equipos. El draft es una ocasión muy
especial: es el comienzo de un futuro brillante que puede cambiar las vidas
de los presentes.
El organizador hace un barrido con la mirada por todo el estadio y me
entran escalofríos. ¡Hay tanta gente que se ha dejado la piel para llegar
hasta este punto…!
—¡Ahora, sin más dilación, les cedo la palabra a los Chicago
Blackhawks! —anuncia.
Un hombre fornido vestido de negro sube al escenario y se aclara la
garganta. Pronuncia un breve discurso, da las gracias al equipo y a los
patrocinadores y luego mira al público durante unos segundos. En su rostro
se dibuja una sonrisa pícara.
—Estoy seguro de que todos queréis conocer la elección de nuestro
equipo para esta primera ronda. Siento haceros esperar así, pero es un
placer generar esta tensión año tras año…
El estadio se ríe a carcajadas.
—Los Chicago Blackhawks eligen este año a… ¡Chase Carter!
Liam y yo nos levantamos de un salto. Chase también se levanta, con la
boca abierta, y se pasa las manos por el pelo. Fijo que está disociando.
—¡Ese es mi bro! ¡Vaya máquina! ¡Enhorabuena, tío! —‍exclama Liam,
dándole una palmada en el hombro.
Se dan un abrazo a toda prisa y Chase se dirige hacia el escenario.
Después de unas emotivas palabras de agradecimiento, se pone la camiseta
de su equipo y mira en nuestra dirección.
—Liam, bro, ya sabes que, si no fuera por ti, no estaría aquí. Gracias
por todo.
Liam tiene los ojos vidriosos y le brillan por la emoción. Se deja las
manos aplaudiendo a su mejor amigo.
Yo también me alegro mucho por él. Los Chicago Blackhawks estaban
en una posición bastante alta en su lista de equipos soñados. Es más, ¡ha
sido el primer fichaje de la primera ronda! Se acabó la tensión para él.
Liam sonríe y se vuelve a sentar, pero su carita lo dice todo. Sigue
nervioso, así que le acaricio la mano con dulzura.
Las rondas se suceden y los equipos van fichando a los jóvenes talentos
de la temporada. Poco a poco, los mejores candidatos para Liam gastan sus
elecciones y se producen los primeros intercambios en entre equipos. El
ambiente está cada vez más tenso y todavía no han seleccionado a Liam.
Me da un vuelvo el corazón cuando el portero de los New York Rangers
se acerca al micrófono. Emocionada, me froto las manos y miro de reojo a
mi novio. Mi pobre chico está petrificado.
¡Venga, que esta es la buena!
La voz de ese señor de hombros anchos resuena por los altavoces:
—Buenas noches, señoras y señores. Como ya estamos en la penúltima
ronda, seré breve, porque sé que algunos esperáis con ansia nuestra
elección. Los New York Rangers fichan esta temporada a… ¡Adam
Peterson!
El estadio se vuelve loco, pero siento que todo mi mundo se desmorona.
Liam no se mueve, pero sé que está en shock por la decepción. Me duele en
el alma. Las opciones están empezando a reducirse, y no quedan muchas
elecciones…
De repente, el portero de los Rangers se acerca al micro de nuevo y
dice:
—Como hemos hecho un intercambio por uno de nuestros fichajes en la
ronda anterior, todavía nos queda una elección. Para ser exactos, se la
tenemos reservada a alguien a quien nos encantaría tener en el equipo…
El portero carraspea; tiene la voz ronca. Liam me aprieta la mano con
tanta fuerza que me va a hacer añicos los dedos como siga así.
—Liam Scott, ¿te gustaría unirte a los Rangers?
Liam se gira y me mira. Las lágrimas le nublan los ojos.
—Mi amor, ¿has oído eso? ¡Lo he conseguido! ¡Me quieren a mí!
Emocionada, le cojo de la mano y le miro a los ojos con intensidad.
—No me extraña lo más mínimo… —susurro, mientras le beso.
Nos levantamos a la vez y lo abrazo.
En ese momento, es como si se parara el tiempo. Rodeados de aplausos,
nos quedamos allí, hundidos en los brazos del otro. Llevamos mucho
tiempo esperando algo así y, sin embargo, no puedo creerlo. Liam va a jugar
con los New York Rangers. ¡Ahora sí que empieza una nueva etapa! Y no
podría estar más orgullosa de él.
Mi novio sube al escenario, radiante, con la camiseta de los Rangers en
la mano.
—Estoy increíblemente agradecido por esta oportunidad y me gustaría
darle las gracias a una personita muy especial. ¡Emily, nena, te quiero! Y
Chase, ¡me muero de ganas de que nos enfrentemos en el hielo!
Sonríe y el estadio aplaude de forma ensordecedora.
En mi corazón solo hay amor y orgullo. Este es el comienzo de algo
grande para nosotros y no podría estar más feliz.
1
N. de la T. Un partido de hockey sobre hielo se divide en tres períodos de veinte minutos, con
un descanso de quince minutos entre partes, sin contar con las posibles prórrogas o desempates.
Epílogo
Liam
Tres años más tarde.

Jamás me imaginé el salto que pegaría mi carrera al firmar un contrato


con los Rangers, pero ahora que miro el pisazo alucinante en el corazón del
Upper East Side donde vivo con Emily, me siento abrumado. Hemos
recorrido un largo camino. Hemos hecho sacrificios y concesiones, pero por
suerte, la vida nos sonríe, así que ahora tenemos un lugar al que llamar
hogar.
La ciudad que nunca duerme parece el lugar ideal en el que vivir
nuestro amor: la Gran Manzana siempre será excitante, vivaz y
sorprendente.
Mi carrera en el hockey va viento en popa. Sigo jugando para los New
York Rangers y ahora todos me conocen en la liga. He mejorado mucho en
el hielo y la experiencia que he adquirido no tiene precio. Al fin estoy
viviendo mi sueño.
Emily tampoco se queda corta. Está acabando la carrera y le va genial
como periodista deportiva. Cada vez más gente lee sus artículos y está
metiendo la cabecita en el sector. Admiro su ambición y estoy tan feliz de
tenerla a mi lado…
Miro por el gran ventanal con vistas a la ciudad. Se acerca la Navidad y
las calles de Nueva York se engalanan con adornos festivos. El ambiente es
de lo más singular.
Hemos invitado a nuestros familiares y amigos para pasar juntos la
víspera de las fiestas y han venido todos. La enorme mesa de comedor de
nuestro piso está hasta arriba de comida. Cada plato tiene mejor pinta que el
anterior. Las risas y el parloteo de nuestros seres queridos llenan la estancia.
—Liam, hijo, ¡da gusto verte jugar! ¡Lo hiciste genial en el último
partido! —exclama mi madre, orgullosa.
Le costó un poco, pero al fin entendió que podía ganarme la vida con el
hockey y que no había nada que me hiciera más feliz. Vamos, que cambió
de opinión sobre mi carrera y hoy me apoya todo lo que puede. Nuestra
relación se ha vuelto mucho más estable y agradezco que ahora estemos
más unidos que nunca.
Un poco más allá, en la mesa, Chase y Cassy charlan con la madre de
Emily, mientras su padre permanece estoico, sentado a su lado. Sonrío. Ese
hombre es de lo que no hay. Aunque rara vez expresa sus sentimientos, está
claro que adora a su familia. Por otra parte, Maddie parece estar hablando
de un tema fascinante con el entrenador Franklyn y el señor Turner.
Después de que me ficharan, me prometí que mantendría el contacto
con ellos. Estoy aquí gracias a esos dos. Está claro que fueron los que me
impulsaron hacia el éxito y por ello, les estaré eternamente agradecido.
En el salón, veo reír a mis hermanas y a las de Emily. Cuando quedan
todas y soy el único tío, me corto un poco, ¡pero qué remedio! Seguro que
aprendo algo de las chicas… Además, se llevan genial entre ellas.
Aprieto con fuerza la mano de Emily y miro a mi preciosa novia.
Hemos crecido y ahora sé que nuestros seres queridos lo darían todo por
nosotros. Por otra parte, cuanto más pasan los años, más amor nos tenemos.
Nos espera un futuro emocionante y satisfactorio. Juntos hemos superado
obstáculos, cumplido sueños y fortalecido lo que tenemos.

Nuestros invitados vuelven a casa. Cerramos la puerta tras despedirnos


del padre de Emily y ella me rodea el cuello con los brazos.
—¿Qué te parece si empezamos nuestra propia tradición navideña?
¿Unas vacaciones juntos, o algo así?
Sonrío.
—Es una idea estupenda, nena. ¿Tienes algo en mente?
Nos sentamos cómodamente en el sofá e intercambiamos ideas.
Finalmente, se nos ocurre hacer un viaje por carretera hacia Vermont.
Paisajes nevados, una casa de campo acogedora y un ambiente romántico…
¿Qué más se puede pedir? Aunque solo sea unos días. Yo solo quiero
sentarme frente a una chimenea con Emily, mientras fuera nieva… No me
imagino mejor plan.
Sin dudarlo ni un segundo, nos ponemos manos a la obra: ¡A buscar
alojamiento! Rastreamos las ofertas y nos decantamos por un hotel con
encanto a las afueras de un pueblecito de montaña. Tiene una pinta bastante
acogedora. Las vistas son espectaculares y parece el lugar perfecto para
pasar el resto de las vacaciones.
Emily me mira con una sonrisita traviesa.
—¿Por qué no nos vamos ahora mismo? ¡No pienses, actúa!
Levanto las cejas y me quedo sin habla durante unos segundos.
Eso, ¿por qué no?
No tenemos obligaciones en este momento, así que podemos darnos un
caprichito los dos solos. La atraigo contra mí y la beso apasionadamente.
Supongo que eso sirve como respuesta. Me encanta que sea tan espontánea.
Cada día con ella es una aventura y me siento increíblemente feliz de que
los obstáculos del pasado se hayan quedado atrás.
Después de meter algo de ropa en una maleta, nos sentamos en el coche
y nos ponemos en marcha. Poco a poco, dejamos atrás la ciudad. Las
carreteras están cubiertas de una gruesa capa de nieve y el paisaje invernal
que nos rodea nos deja sin palabras. Miro a Emily por el rabillo del ojo y no
puedo evitar sonreír.
Llegamos al hotel casi al alba. Nuestra habitación está decorada con
adornos navideños y en la chimenea crepita un fuego que nos hace entrar en
calor. Aquí nos sentimos como en casa.
Emily está radiante.
—Esto es precioso, cariño…
Me explota el corazón de verla así.
Descansamos un poco y no tardamos en explorar los alrededores:
pasamos por pueblecitos pintorescos, vamos a un mercadillo navideño y
probamos las especialidades de la región. Paseamos por el paisaje nevado y
disfrutamos del silencio de la época. Es como si este lugar estuviera hecho
por y para celebrar el amor.
Pasamos el día de Navidad frente a la chimenea, intercambiando
regalos. Y mientras ella contempla con ojos brillantes la cámara que le he
comprado, yo rebusco en el bolsillo del pantalón.
Se me acelera el corazón. Me aclaro la garganta y Emily me mira
extrañada.
—Sé que no te gusta que te cubra de regalos, pero tengo algo más para
ti… —le digo.
Ella frunce el ceño.
—Pero ¿qué es esta intriga? ¡Venga, suéltalo! —‍bromea entre risitas.
Sonrío, nervioso, y busco las palabras adecuadas.
—Joder, esto… ¡Vaya! En las pelis parece tan fácil…
Emily se queda boquiabierta y me mira incrédula. Justo entonces, abro
un estuchito en el que hay un anillo. Lo sostengo entre las manos y se lo
acerco.
—Amor mío, eres la mujer de mis sueños. Te quiero más que a nada y
pienso demostrártelo día tras día. Emily Hansen, ¿querrías hacerme feliz el
resto de mi vida? ¿Me escogerías… para siempre?
Se me empaña la vista y no veo bien. Me paso la mano por la cara,
nervioso, y miro a Emily, expectante. Creo que se ha quedado de piedra.
—¡Eeeeeooo…! ¡Tierra llamando a Emily! Una respuesta me vendría
bien para calmar los nervios…
Sale de su estupor y se me sube al regazo.
—Perdona, cariño, ¡sí, sí y mil veces sí, Liam! Para siempre, ¡solos tú y
yo!
Le coloco el anillo en el dedo y sonrío. Me posa suavemente los labios
en los míos y nos damos un beso largo y dulce. De repente, me separo de
ella para buscar su mirada. Es un momento muy especial y quiero recordar
para siempre la expresión de sus ojitos. Me vuelve loco con esas perlas
hechizantes, que ahora resplandecen con un brillo especial.
Busco de nuevo su boca y nos besamos apasionadamente. Tumbo a
Emily en la alfombra, frente a la chimenea.
—No creo que haya palabras que hagan justicia a este momento, pero…
te quiero, Liam. Te quiero con toda el alma.
—Y yo a ti, futura señora Scott… —‍le respondo, y nos sonreímos con
cariño.
Esta noche promete… Y nuestra vida juntos, también.
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Responsable editorial: Paloma Vega Centeno
Traducción al español: Paloma Vega Centeno
Corrección y edición: Cherry Publishing
Composición y maquetación: Cherry Publishing
Diseño de la cubierta: Keti Matakov

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