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Bulletin de l’Institut français d’études andines

49 (1) | 2020
Etnografía alfarera y arqueología andina
Catherine Lara y Gabriel Ramón (dir.)

Edición electrónica
URL: https://journals.openedition.org/bifea/11479
DOI: 10.4000/bifea.11479
ISSN: 2076-5827

Editor
Institut Français d'Études Andines

Edición impresa
Fecha de publicación: 1 de abril de 2020
ISSN: 0303-7495

Referencia electrónica
Catherine Lara y Gabriel Ramón (dir.), Bulletin de l'Institut français d'études andines, 49 (1) | 2020,
«Etnografía alfarera y arqueología andina» [En línea], Publicado el 08 abril 2020, consultado el 17 enero
2024. URL: https://journals.openedition.org/bifea/11479; DOI: https://doi.org/10.4000/bifea.11479

Únicamente el texto se puede utilizar bajo licencia CC BY-NC-ND 4.0. Salvo indicación contraria, los
demás elementos (ilustraciones, archivos adicionales importados) son "Todos los derechos
reservados".
2020
TOME 49
NO 1

COLOMBIE
ÉQUATEUR
PÉROU
BOLIVIE

Etnografía alfarera y arqueología andina


Editado por Catherine Lara & Gabriel Ramón
ISSN 0303 - 7495 BULLETIN DE L’INSTITUT
Hecho el Depósito Legal n.° 2006-7434 FRANÇAIS D’ÉTUDES ANDINES
Ley 26905-Biblioteca Nacional del Perú

2020, Tome 49, n.° 1

Directrice : Aliocha Maldavsky Responsable de l’édition : Anne-Marie BROUGÈRE

Comité Éditorial :
Aïcha BACHIR-BACHA LLANOS (archéologue) Javier HERRERA (économiste) IRD (France)
EHESS (France) Nicolas GOEPFERT (archéologue) CNRS (France)
Alice BEUF (géographe) Ana María GROOT SAENZ (archéologue)
Universidad Nacional de Colombia (Colombie) Universidad Nacional de Colombia (Colombie)
Richard BURGER (archéologue) César ITIER (linguiste) INALCO (France)
Université de Yale (États-Unis) Luis Carlos JIMÉNEZ (géographe)
Robin CAVAGNOUD (sociologue) Universidad Nacional de Colombia (Colombie)
Pontificia Universidad Católica del Perú (Pérou) Virginie LAURENT (sciences politiques)
Laurence CHARLIER (ethnologue) Universidad de los Andes (Colombie)
Université de Toulouse Jean Jaures (France) Clara LÓPEZ BELTRÁN (historienne)
Jean-Pierre CHAUMEIL (ethnologue) CNRS (France) Universidad Católica Boliviana (Bolivie)
Florent DEMORAES (géographe) Christian de MUIZON (paléontologue) CNRS
Université Rennes 2 (France) (France)
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York University (Canada) Franck POUPEAU (sociologue) CNRS (France)
Juan Carlos ESTENSSORO (historien) Valérie ROBIN AZEVEDO (ethnologue)
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Universidad de Barcelona (Espagne) Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Pérou)
Efraín GONZÁLES DE OLARTE (économiste) Alexandre SURRALLÉS (ethnologue) CNRS (France)
Pontificia Universidad Católica del Perú (Pérou) Clément THIBAUD (historienne) EHESS (France)

Revue soutenue par l’Institut des Sciences Humaines et Sociales du CNRS.

Numérisée sur OpenEdition Journals (https://journals.openedition.org/bifea/).


Indexée auprès de la Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y
Portugal-REDALYC (depuis 1997), Latindex (depuis 2011), Hispanic American Periodi-
cals Index-HAPI (depuis 2017).

Toute correspondance concernant la revue doit être adressée à :


Institut Français d’Études Andines (UMIFRE 17 MEAE / CNRS USR 3337 Amérique latine)
Éditions
Casilla 18-1217 - Lima 18 - Pérou
Tél : 51-1 447 60 70
Courrier Électronique : [email protected]
Site Web : http://www.ifea.org.pe

Composition : Impression :
Vanessa PONCE DE LEÓN TAREA Asociación Gráfica Educativa
Anne-Marie BROUGÈRE Pasaje María Auxiliadora 156 - Breña
Lima - Pérou
Publicado en julio de 2021
Légende de la couverture / Leyenda de la carátula:
Cuisson avant la fête patronnale. Potière Alejandra Martinez. Communauté de
Chipihuayco. Province Modesto Omiste. Département de Potosi. Bolivie. / Quema
previa a la festividad patronal. Alfarera Alejandra Martínez. Comunidad de Chipihuayco.
Provincia de Modesto Omiste. Departamento de Potosí. Bolivia. ©️ Florencia Ávila (2015)

©️ Institut Français d’Études Andines, UMIFRE 17 MEAE / CNRS USR 3337 Amérique
latine
BULLETIN
de l’Institut Français
d’Études Andines

2020
Tome 49
Nº 1
COLOMBIE
ÉQUATEUR
PÉROU
BOLIVIE
Número temático

ETNOGRAFÍA ALFARERA Y
ARQUEOLOGÍA ANDINA

Editado por
Catherine Lara & Gabriel Ramón
Sommaire
Gabriel Ramón, Catherine Lara
Dialogar con los alfareros e interpretar la cerámica precolonial
andina 1
Angela María Cadena Muñoz
Saber hacer y tradición en La Chamba, Colombia:
un estudio etnográfico de la selección de arcillas 19
Daniela Castellanos
Caminar desechos. Reflexiones desde las superficies de
Aguabuena 41
Sthefano Serrano Ayala
Técnicas de producción cerámica de Imbabura: una reflexión
arqueológica y de saberes locales en la Sierra Norte del Ecuador 63
Mario Brazzero
La técnica del golpeado, etnografía comparada de procesos de
elaboración cerámica en dos comunidades alfareras del austro
ecuatoriano: Jatumpamba y Las Nieves 85
Catherine Lara
Enfoque tecnológico, cerámica y supervivencia de prácticas
precolombinas: el ejemplo cañari, Ecuador 107
Gabriel Ramón Joffré
Producción alfarera itinerante en los Andes: evidencia
etnográfica, modelos interpretativos y narración arqueológica
precolonial 129
Florencia Ávila
Etnografía, Arqueología y recursividad en la comunidad alfarera
de Chipihuayco (Modesto Omiste, Bolivia) 153
Juan Villanueva Criales
Un modelo etnográfico para interpretar el estilo técnico cerámico
del Intermedio tardío (ap. 1100-1450 d. C.) en el altiplano de
Carangas, Bolivia 171

Guillermo A. De la Fuente, Sergio D. Vera, Marina Martínez


Carricondo, Domingo C. Nazar
Tradición alfarera y chaîne opératoire de la cerámica Aguada
Portezuelo, período Agroalfarero medio, provincia de Catamarca,
Argentina: aportes al entendimiento de la especialización artesanal 195

Avances de investigación
Iván Leibowicz, Cristian Jacob
Análisis composicional de metales de tiempos inkas en la Huerta,
Quebrada de Humahuaca, Jujuy, Argentina 223

Reseñas 231
Contents
Gabriel Ramón, Catherine Lara
Dialoguing with potters and interpreting precolonial Andean pottery 1
Angela María Cadena Muñoz
Savoir faire and tradition in La Chamba, Colombia: an
ethnographic study of the selection of clays 19
Daniela Castellanos
Walking waste. Some lessons from the surfaces of Aguabuena 41
Sthefano Serrano Ayala
Ceramic production techniques in Imbabura: archaeological reflection
and local knowledge in the northern highlands of Ecuador 63
Mario Brazzero
The beating technique: comparative ethnography of ceramic
manufacturing processes in two potter communities of Southern
Ecuador: Jatumpamba and Las Nieves 85
Catherine Lara
Ceramic technology and persistance of prehispanic practices:
the Cañari example (Ecuador) 107
Gabriel Ramón Joffré
Itinerant pottery production in the Andes: ethnographic evidence,
interpretative models, and precolonial archaeological narrative 129
Florencia Ávila
Ethnography, Archaeology and Recursiveness in the pottery
community of Chipihuayco (Modesto Omiste, Bolivia) 153
Juan Villanueva Criales
An ethnographic model for interpreting the Late intermediate Period
(ca. 1100-1450 A. D.) technical style of pottery in the Carangas
altiplano, Bolivia 171

Guillermo A. De la Fuente, Sergio D. Vera, Marina Martínez


Carricondo, Domingo C. Nazar
Pottery tradition and chaîne opératoire of Aguada Portezuelo
pottery, Middle Period (ca. AD 600-AD 900), Province of Catamarca,
Argentina: contributions to the understanding of craft specialization 195

Avances de investigación 221


Iván Leibowicz, Cristian Jacob
Compositional analysis of metals from Inka times in La Huerta,
Quebrada de Humahuaca, Jujuy, Argentina 223

Books Review 231


Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2020, 49 (1): 1-18
Dialogar con los alfareros e interpretar la cerámica precolonial andina
IFEA

Dialogar con los alfareros e interpretar la


cerámica precolonial andina*

Gabriel Ramón**
Catherine Lara***

Introducción

Los estudios reunidos en este volumen temático comparten un objetivo: discutir


los usos de la etnografía alfarera en la interpretación del testimonio alfarero
precolonial andino. Si bien se podría considerar una meta bastante específica,
implica a la arqueología andina en conjunto. En primer lugar, sabemos que la
cerámica es la evidencia más empleada en arqueología andina para narrar el
pasado precolonial; por tanto, cualquier debate sobre interpretación alfarera
repercutirá en la discusión sobre otros materiales (i.e. cestería, mates pirograbados,
textiles…). En segundo lugar, se trata de un campo interdisciplinario que convoca
permanentemente a la Etnografía y a la Arqueología, y permite cuestionar las
relaciones entre ambas; es un campo que ha recibido múltiples denominaciones
y ha permitido sofisticar las interpretaciones sobre la alfarería precolonial1.
Para discutir este tema, es preciso contar con plataformas académicas, sin
embargo, por diversas razones, en Sudamérica hay pocos eventos que permitan

* Asumimos como «colonial» al período entre la invasión europea y el inicio de la época republicana.
** Profesor asociado, Departamento de Humanidades, Pontificia Universidad Católica del Perú
(PUCP), Lima. E-mail: [email protected]
*** Investigadora principal, Instituto Francés de Estudios Andinos - IFEA (UMIFRE 17 MEAE / CNRS USR

3337 América Latina). E-mail: [email protected]


1 Hay mucho debate sobre los distintos nombres de esta zona disciplinar. Algunos prefieren llamarla

etnografía, otros etnoarqueología, otros arqueología a secas (dos referencias indispensables para

1
Gabriel Ramón, Catherine Lara

intercambios entre arqueólogos de países andinos. Si bien desde hace algún


tiempo varios de los autores del presente volumen nos conocíamos personal,
virtual y/o bibliográficamente, desde 2016 aumentó el interés por formalizar esa
interacción esporádica. El esperado diálogo se materializó en la IX Reunión de
Teoría Arqueológica de América del Sur (TAAS, Ibarra, Ecuador, 2018), donde
los editores organizamos una mesa de discusión sobre etnografía alfarera y
Arqueología que contó con la participación de colegas de Argentina, Colombia,
Ecuador y Perú. Debido al éxito de esta reunión, se organizó una segunda mesa en
el marco del XVII Congreso de Antropología en Colombia (Cali, 2019) con colegas
de los mismos países. Finalmente, pudimos incluir a un colega de Bolivia. Esta
publicación es el fruto de todos esos diálogos previos que han permitido consolidar
nuestro grupo de trabajo. No es casual que esta propuesta se haya materializado
en el Boletín del Instituto Francés de Estudios Andinos, una institución dedicada a
la integración de colegas de los países andinos.
El segundo objetivo de este número temático es contribuir a superar un problema
de comunicación entre quienes trabajan en el campo de la etnografía alfarera
orientada a la arqueología precolonial andina. Este aislamiento ha provocado que
los autores andinistas, incluso de países vecinos, se ignoren entre ellos. Por otro
lado, la ausencia de plataformas de discusión resulta en que los mencionados
autores raramente citen fuentes no andinistas consideradas como referencias
en la materia, especialmente aquellas no anglófonas. Consideramos que, como
resultado de esta falta de interacción, la academia andinista prácticamente
no tiene voz en el escenario mundial de la etnografía alfarera orientada a la
Arqueología. Un ilustrativo ejemplo es Contesting Ethnoarchaeologies: Traditions,
Theories, Prospects (Marciniak & Yalman, 2013), que busca iluminar la producción
no anglófona en este campo, y que, sin embargo, no incluye ningún autor de
América Latina. En este contexto, el diálogo académico desde el sur, desde los
Andes, se hace aún más necesario.
En el territorio andino (desde Argentina y Chile hasta Colombia), si bien la etnografía
alfarera y la Arqueología pueden ser consideradas actividades independientes, hay
un concepto que las ha asociado históricamente: la analogía etnográfica (Gándara,
1990; Perelman, 1997:153-166; Politis, 2015: 60; Williams, 2019: 45-48; Wylie,
1985). Más precisamente, se trata de lo que podríamos denominar el «pacto
analógico andino». La analogía etnográfica puede definirse como la transmisión
de información de un foro (presente etnográfico) a un tema (pasado precolonial),
pero el «pacto analógico andino» implica algo más. Si, tomando en cuenta los
límites de nuestra compilación, nos concentramos en la etnografía alfarera, el
«pacto analógico andino» está claramente planteado en una observación de Rowe:
The more information we have on the modern pottery techniques in Peru, the
better will we be able to interpret ancient ceramics (en O’Neale,1976: 41).

esta controversia son Gosselain, 2016 y Politis, 2015: 43). Este debate está lejos de culminar pero
es dificil pensar que el camino sea cambiar una etiqueta y continuar con las mismas prácticas. El
lector podrá notar que en este volumen temático cada autor tiene una perspectiva distinta respecto
al término, diferencia que los editores hemos optado por mantener.

2
Dialogar con los alfareros e interpretar la cerámica precolonial andina

Esta certera afirmación, en la que se podría reemplazar «Perú» por «Andes»,


contiene un principio base adoptado tácitamente por muchos investigadores: si
el tema es precolonial andino, lo ideal es que el foro sea del presente etnográfico
andino2. En eso consiste el «pacto analógico andino», que además abre toda una
serie de posibilidades de discusión sobre la localización de foro y tema: ¿deben
ser siempre de la misma región?, ¿es preferible que lo sean? ¿en qué criterios
basarnos para responder a ello?3
¿Todos los arqueólogos andinistas usan la analogía etnográfica? La respuesta
seguramente dividiría a los académicos, pero nosotros consideramos que incluso
quienes no la reconocen como elemento fundamental de la interpretación
arqueológica la emplean implícitamente. Esto remite al complejo tema de la
relación histórica y conceptual entre Arqueología y Etnografía. Los andinistas
normalmente emplean dos tipos de analogías etnográficas, la formal y la
institucional (Ramón, 2008: 2-37). Aunque sus fronteras son difusas, la primera
se vincula principalmente a la discusión de la función/uso de los objetos, y la
segunda, a las formas de organización social. Así, por ejemplo, la primera discutiría
si un artefacto encontrado en contexto precolonial sirvió para tejer o para hacer
cerámica, asimismo se podría usar para reconstruir el proceso productivo a través
de sus huellas. Mientras tanto la analogía institucional permitiría decidir si estamos
ante la presencia de un taller alfarero organizado por grupos de familiares o no.
La analogía formal es aplicada casi automáticamente y existe una metodología
de trabajo clara; en el caso de la institucional, hay mayor debate respecto a los
procedimientos analíticos (ver los diversos trabajos de este volumen).
Planteadas las líneas básicas de nuestra propuesta, conviene ahora explorar las
relaciones entre etnografía alfarera y Arqueología desde una perspectiva histórica.
Presentamos luego las tendencias y temas analíticos más recientes, para finalmente
abordar el debate actual sobre la incorporación de las voces de los alfareros en la
investigación.

1. TENDENCIAS DIACRÓNICAS: ENTRE CASOS CONCRETOS Y


GENERALIZACIÓN

Al menos en Ecuador y Perú (países andinos donde, junto con Bolivia, se


concentra la mayor cantidad de pueblos con alfareros rurales en actividad), las
primeras etnografías alfareras se vinculan a la Arqueología, o son realizadas por
personas interesadas por las «antigüedades»4. Podríamos dividir la producción

2 El «pacto analógico andino» no es direct historical approach; en todo caso es un requisito del mismo.
3 El caso de la arqueología caribeña o algunas tendencias ontológicas actuales, en las que muchas veces
para buscar el foro etnográfico se acude a la experiencia continental sudamericana (amazónica),
muestra que no siempre las regiones de foro y tema deben coincidir (ver adelante).
4 «Pueblos con alfareros rurales» alude sobre todo a los alfareros que trabajan en contextos rurales,
con arcilla recogida en canteras no industriales y recurriendo a técnicas transmitidas por varias
generaciones.

3
Gabriel Ramón, Catherine Lara

posterior en dos grupos (no excluyentes, más bien en diálogo constante): las
etnografías llevadas a cabo desde inquietudes antropológicas o sociológicas (es
decir, esencialmente contemporáneas, ligadas muchas veces al significado actual
de prácticas consideradas ancestrales), y aquellas realizadas por arqueólogos en
el marco de problemáticas estrictamente precoloniales. Centrándonos en los
casos de Ecuador y Perú, pero con una perspectiva andina global, evaluemos
históricamente esa actividad interdisciplinaria5.

1. 1. De la exploración a las primeras síntesis

En Perú, el primer reporte sobre alfareros de la costa o sierra es de Brüning (1898).


Realizado en 1889, está dedicado a un alfarero itinerante que producía sus vasijas
con la técnica del paleteado en la región de Olmos, al extremo sur del desierto de
Sechura, en el departamento de Lambayeque. Entre 1908 y 1909, Barrett (1925:
173-181) realiza trabajo de campo con los cayapas (estribaciones occidentales
del norte del Ecuador), e incluye una detallada descripción ilustrada de la cadena
operativa alfarera. Esta investigación surge a raíz de una pregunta analógica en
torno a los descubrimientos arqueológicos de Saville en el sitio de La Tolita (costa
norte, relativamente cercano al territorio cayapa). De esta época datan los trabajos
de Boman (1908: 478) sobre Argentina. Volviendo a Perú, en 1915, un ingeniero
de minas suizo hizo un detallado registro de los alfareros pastores de Huayllay,
departamento de Cerro de Pasco (Godet, 1918).
Luego de estos trabajos fundacionales, durante la primera mitad del siglo veinte,
hubo dos grandes tendencias: los estudios sobre pueblos alfareros específicos y
las generalizaciones. La primera consiste en reportes sobre pueblos con alfareros
que aparecen en los más diversos formatos y detallan distintos aspectos de la
actividad alfarera, principalmente manufactura y ocasionalmente distribución y
uso. Por ejemplo, en Perú, la nota periodística de Espejo (1951) sobre Mangallpa,
Cajamarca, o artículos como el de Tschopik (1950) sobre Chucuito, Puno,
Christensen (1955) y Respaldiza (1953) sobre Simbilá, Piura, Collier (1959) sobre
Mórrope, Lambayeque. En Colombia, Reichel-Dolmatoff (1945) sobre los Chamí
y en Argentina Carman (1963) sobre Mina Clavero, Córdoba. Asimismo, las
monografías que incluyen una sección sobre alfarería como la de Parsons sobre
Otavalo, Ecuador (1945: 24, 25, láminas VIII, IX, X) y la de Stein sobre Hualcán,
Ancash, Perú (1961: 91-95). Esta segunda etapa podría cerrarse con el valioso
artículo de la arqueóloga Lavallée (1967) sobre Aco, Junín, Perú.
Paralelamente, desde muy temprano, también hubo un impulso generalizador.
En este sentido, destaca el trabajo sobre las comunidades indígenas del sociólogo
piurano Castro Pozo (1924), con información dispersa sobre 44 pueblos con

5 Nuestra discusión se limita al territorio andino, es decir las regiones conocidas como costa y sierra,
excluyendo la Amazonía. Respecto a la bibliografía, por razones de espacio, solo escogemos algunos
ejemplos que consideramos representativos. Para un panorama complementario, ver Sillar & Ramón
(2016).

4
Dialogar con los alfareros e interpretar la cerámica precolonial andina

alfareros. Si bien no plantea una propuesta de conjunto ni aborda las técnicas de


manufactura, deja en claro que la actividad alfarera está íntimamente vinculada con
las comunidades andinas. El libro del arqueólogo sueco Linné (1925) es la primera
síntesis específicamente dedicada a alfarería sudamericana, compilando todo lo
conocido sobre etnografía alfarera para afinar la interpretación de la cerámica
precolonial. No se trataba de un interés aislado: Linné (1925: 81) menciona un
mapa de técnicas alfareras previamente elaborado por Uhle, el iniciador de la
arqueología estratigráfica en los Andes.
Por la misma senda va el trabajo de Tello (1938), quien, tras comparar las
técnicas de tres pueblos con alfareros (de Ancash, Cuzco y Lima), sostiene
haber identificado la «técnica andina» que le permitirá interpretar la cerámica
moche. Si bien posteriores investigaciones han mostrado que Tello ignoró la
variabilidad técnica intra-andina (y simplificó la evidencia etnográfica), el objetivo
de sistematizar la información para hacer analogías con material precolonial ha
perdurado. Estas dos tempranas generalizaciones etnográficas elaboradas por
arqueólogos confirman el estrecho vínculo entre ambas disciplinas, y el afán
de construir un marco de referencia para las interpretaciones sobre cerámica
precolonial. Finalmente, a medio camino entre las generalizaciones previas y la
etapa siguiente, el antropólogo y novelista Arguedas (1989 [1940]) ensayó una
rápida generalización sobre «cerámica popular andina».

1. 2. Folklorismo, indigenismo y cultura popular

A partir de la década de 1960, los movimientos indigenistas/folkloristas y su


institucionalización fomentaron la multiplicación de las etnografías alfareras
en Ecuador y Perú. En Ecuador, el movimiento del folklorismo conoce su auge
en esa década, en torno a la figura del antropólogo brasileño Carvalho Neto
y de personalidades del mundo de las artes y letras como Carrión, Adoum,
Guayasamín, entre otros. Este movimiento apuntaba al «conocimiento de nuestras
raíces profundas, del trasfondo no explorado de la vida y conducta del hombre
ecuatoriano» (Carrión, 1964: 23), cuyas costumbres y tradiciones heredadas a
la vez de lo precolonial y de lo hispano se va a buscar documentar de forma
sistemática y metódica (Carvalho Neto, ed., 1964: 68). Paralelamente, según
las propias palabras de Carvalho Neto (ed., 1964: 66), se pretende denunciar la
«explotación» del «indio oprimido». Se trata del auge del indigenismo; las leyes de
reforma agraria verán la luz en 1964 y 1973 (García, 2011: 62). Tres etnografías
alfareras aparecen en este contexto, sobre la Sierra Centro-norte del Ecuador
(Tejada, 1966: 102) y la Sierra sur (Malo de Ramírez, 1975a; 1975b).
En Perú, la reforma agraria se realizó en la primera fase del Gobierno Revolucionario
de las Fuerzas Armadas (GRFA) de Velasco (1968-1975). Si bien los reportes del
Instituto Indigenista Peruano ya incluían información sobre alfarería (Arquinio
et al., 1966; Fonseca et al., 1967), los estudios en este ámbito se multiplicaron
durante el GRFA, que impulsó la documentación de la artesanía y la exhibición
de cultura popular en los museos nacionales. Es así como, entre 1973 y 1974,

5
Gabriel Ramón, Catherine Lara

el Museo de Arte e Historia de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos


auspició a Celia Bustamante y su equipo para estudiar alfareros en Cajamarca y
Puno. Esta coyuntura favoreció asimismo las investigaciones de figuras significativas
de la etnografía alfarera, quienes desarrollaron la dimensión regional de este tipo
de estudio. La primera es Sabogal quien, junto a su equipo, produjo un extenso
reporte sobre artesanía para el gobierno (Sabogal et al., 1974-1975), así como
múltiples estudios regionales y una temprana tipología sobre la organización de la
producción alfarera y los modos de distribución (Sabogal, 1978; 1982). Sabogal
avanzó en ambas direcciones, tanto en el estudio de determinados pueblos con
alfareros, como en la generalización sistemática. Aunque con un trabajo más
discreto, cabe mencionar al etnógrafo suizo Spahni (1966), quien registró técnicas
en pueblos con alfareros en diversas regiones de Perú (Ayacucho, Loreto, Piura,
Puno). Otra figura emblemática de esta coyuntura es el arqueólogo Ravines, quien
además de hacer etnografías alfareras específicas (1963-1964; 1966), elaboró un
cuadro con 60 pueblos con alfareros de los Andes peruanos, prestando atención
a variables como el género y las técnicas de manufactura (1971). Estas y otras
temáticas serían retomadas por el arqueólogo estadounidense Kolb (1984) para
discutir la vinculación entre producción alfarera y organización socioeconómica.
El GRFA coincidió asimismo con la llegada de investigadores polacos que
produjeron una detallada etnografía de Caulimalca, sierra de La Libertad
(Krzanowska & Krzanowski, 1976). En paralelo, Krzanowska (1983) publicó el
trabajo etnográfico comparativo más completo hasta entonces sobre alfarería en
los Andes peruanos, que incluía un mapa y un detallado cuadro comparativo con
63 pueblos con alfareros. En la década de 1980 aparecerán estudios monográficos
más detallados sobre pueblos con alfareros como el de Quiroz (1981) sobre Santo
Domingo de los Olleros, Huarochirí, Camino (1982) sobre Simbilá, Piura, y Mohr
(1984) sobre Raqchi, Cuzco.
En Ecuador, la producción científica de etnografías alfareras entre 1970 y 2000
fue principalmente promocionada por una institución creada por la Organización
de Estados Americanos en 1975: el Centro Interamericano de Artesanías y Artes
Populares (CIDAP). El objetivo inicial de esta iniciativa era capacitar artesanos, pero
también documentar, estudiar y difundir sus conocimientos (Chamorro, 2006:
148-149). Las investigaciones del CIDAP introducen un cambio de enfoque, con
el paso de la noción de folklore (centrada en el componente étnico), a aquella de
cultura popular, es decir, a «un todo estructurado, con un corpus que nos permite
hablar de cultura bajo los lineamientos antropológicos del término» (Naranjo,
1996: 15-16). La antropóloga sueca Sjöman es una figura central de las etnografías
alfareras producidas por el CIDAP.
Si bien sus publicaciones se enfocan esencialmente en la Sierra sur del Ecuador
(por ejemplo, Sjöman, 1989), Sjöman recorrió el país durante tres años (1987-
1990), visitando 30 pueblos con alfareros y elaborando un inventario nacional de
las técnicas alfareras. El resultado fue Vasijas de barro, la cerámica popular en el
Ecuador (Sjöman, 1992). Considerando su detalle y amplitud, el enfoque regional
de este proyecto supera largamente los de Krzanowska (1983), Ravines (1971) y

6
Dialogar con los alfareros e interpretar la cerámica precolonial andina

Sabogal (1978; 1982) en el Perú. La obra de Sjöman (1992: 11) busca destacar
la voz del alfarero: originalmente, su libro iba a llamarse Voces de la tierra. Este
objetivo lo encontramos también en otra etnografía del CIDAP realizada por
Álvarez & Domínguez (1987) en las comunidades de Río Verde y Buena Fe (actual
provincia de Santa Elena, costa sur del Ecuador). Posteriormente, apareció el
inventario alfarero sobre Bolivia que incluye 28 pueblos con alfareros (Sapiencia
de Zapata et al., 1997).
El proyecto de investigación y publicación Tomos de cultura popular del Ecuador
es otro aporte emblemático del CIDAP (Naranjo, 1966). Se trató de realizar
un inventario de la cultura popular del país mediante un protocolo sistemático
implementado por un equipo de investigadores generalmente dirigido por el
antropólogo Naranjo. Estas investigaciones resultaron en 16 tomos publicados
entre 1989 y 2010. Entre ellos, once incluyen recuentos sobre técnicas alfareras
locales. Al margen del CIDAP, citaremos finalmente las etnografías alfareras
realizadas por Lamas (1985: 80) en la Sierra norte del Ecuador, y Kennedy (1988)
en la Sierra sur.

2. ETNOGRAFÍA ALFARERA Y ARQUEOLOGÍA: TENDENCIAS


METODOLÓGICAS Y TEMÁTICAS RECIENTES

Como hemos podido observar, los arqueólogos en los Andes nunca han dejado de
hacer etnografías alfareras o de emplearlas (Ramón & Bell, 2013; Sillar & Ramón,
2016). Sin embargo, desde los años 1980, es posible identificar una presencia
sistemática de arqueólogos en esta actividad. Estos estudios se pueden vincular
parcialmente al impacto de los estudios etnográficos llevados a cabo por la New
Archaeology y las arqueologías posprocesuales (para un recuento del desarrollo de
la etnoarqueología, ver Politis, 2015: 46-53; Williams, 2019: 59-84). La revisión
panorámica de los trabajos correspondientes muestra que hay diferentes modos
de combinar etnografía y arqueología. Existe asimismo una gran diversidad en las
temáticas abordadas mediante este ejercicio. Si bien la frontera entre métodos
y temáticas puede parecer tenue en ocasiones (los primeros estando a veces
condicionados por las segundas), el presente apartado propone un recuento
de las principales herramientas metodológicas y de las temáticas recientes más
recurrentes en el uso arqueológico de la etnografía alfarera en los Andes.
Respecto a las herramientas metodológicas, cabe recordar que el trabajo
etnográfico alfarero se apoya principalmente en tres tipos básicos de información
interrelacionados: la materialidad (herramientas, materias primas, etc.), los gestos
de los alfareros (acciones y posición del cuerpo mientras producen sus vasijas)
y la oralidad (las explicaciones de los alfareros). Aquí nos enfocaremos en los
métodos desarrollados en torno al estudio de la materialidad. Los dos últimos
ámbitos (vinculados de forma más amplia a aquel del discurso), serán tratados en
el apartado siguiente.

7
Gabriel Ramón, Catherine Lara

2. 1. Tendencias

De manera general, las etnografías interesadas en aspectos materiales buscan


definir los indicadores empíricos característicos de fenómenos específicos. Por
analogía, la presencia de los mismos indicadores en cultura material precolonial
debe permitir sustentar su vinculación con el fenómeno en cuestión. Un ejemplo
es la interpretación de Tschauner (2009: 269, 276) de los talleres cerámicos chimú
de Pampa de Burros a partir de las inferencias etnográficas propuestas por Arnold
(1999) en torno a técnicas y espacios físicos considerados como propios de una
producción estandarizada. Más allá de la identificación general de objetos dentro
de contextos espaciales específicos, los estudios sobre materialidad también
pueden acudir a la arqueometría o conjunto de herramientas tomadas de las
ciencias naturales para caracterizar materiales arqueológicos a nivel cualitativo
y cuantitativo. Estos correlatos materiales son generalmente definidos según dos
perspectivas distintas (no necesariamente excluyentes): 1) profundizando por
igual cada una de las etapas del proceso de fabricación y uso de la cerámica, o
2) centrándose principalmente en las materias primas. Veamos a continuación en
qué consisten estas dos perspectivas y cuáles son sus orígenes.

2. 1. 1. Estudios enfocados en la totalidad del proceso productivo y de uso


Las principales referencias citadas en este ámbito por los arqueólogos andinistas
son los manuales anglófonos de Shepard (1956), Rye (1981), Rice (2015, última
reedición), y los de Balfet et al. (1992) y, en menor medida, Roux (2019) en el lado
francófono. El trabajo de los españoles García Rosselló & Calvo Trías (2013) es otro
aporte significativo. El denominador común de estos manuales es la propuesta
de protocolos de rastreo de técnicas y herramientas a partir de las huellas visibles
en material arqueológico, definidos con base en análisis de laboratorio, estudios
etnográficos y también experimentales.
Los manuales anglófonos mencionados no reivindican explícitamente alguna
vinculación a una escuela de pensamiento en particular. Sus autores más bien
subrayan su intención de basarse en evidencia estrictamente empírica. Quizás
exista un vínculo entre el desarrollo de este interés por el conjunto de técnicas
involucradas en la producción cerámica y una constatación que comienza a
difundirse al menos desde principios del siglo XX, según la cual las formas y los
diseños ya no son suficientes para definir asociaciones culturales (ver Brazzero,
este volumen; Reichel Dolmatoff, 1945: 430; Holm, 1961: 153-154). A su vez,
los manuales francófonos citados provienen de otro contexto, directamente
ligado al concepto de «cadena operativa», originalmente discutido en los trabajos
etnológicos de Mauss (1947) sobre la dimensión social de los hechos técnicos.
Leroi-Gourhan (1964) propone luego una de las primeras definiciones de
«cadena operativa», la cual será posteriormente desarrollada y diversificada por
el movimiento Techniques et Culture. Este último inspiró asimismo en parte el
manual de García Rosselló & Calvo Trías (2013: 5).

8
Dialogar con los alfareros e interpretar la cerámica precolonial andina

Estos manuales (en especial anglófonos) y la noción de «cadena operativa»


recibieron una amplia acogida en la arqueología andina. No obstante, la aplicación
completa de sus protocolos de reconocimiento de huellas a estudios conjuntos de
material arqueológico y etnográfico es aún escasa en la región (Carmichael, 1986;
Cleland & Shimada, 1998; Gabelmann, 2014; Lara, 2017).

2. 1. 2. Estudios enfocados en materias primas y quema


Este tipo de trabajo profundiza esencialmente los aspectos de la cadena
operativa ligados a la procedencia y preparación de las materias primas (arcillas,
desgrasantes y demás materiales usados en los tratamientos de superficie), y
eventualmente la quema (Wagner et al., 1994). De manera general, estos estudios
se apoyan principalmente en análisis físico-químicos, mineralógicos, petrográficos
y composicionales (ver de la Fuente et al., este volumen). En Ecuador y Perú, los
análisis petrográficos y químicos de las arcillas usadas en la fabricación de alfarería
precolonial comenzaron a desarrollarse a partir de los años 1960 y 1970 (Ghezzi,
2011: 3, ver también Pereyra & Puente, 2018: 6 para los casos de Argentina y
Chile). Los trabajos de Arnold (1985) o Druc (por ejemplo Druc & Velde, 2021)
son actualmente considerados como referencias obligadas en este ámbito. Arnold
asocia su propuesta a la ecología cultural, lo cual explicaría este interés marcado
hacia las materias primas. Una de sus inferencias etnográficas más citadas por los
arqueólogos es aquella del «umbral», o distancia promedio que suele observarse
entre las fuentes de arcilla y los lugares de producción (Arnold, 1985: 35-57).
La popularización de este método dio pie al desarrollo de estudios etnográficos
de talleres alfareros (en ocasiones ubicados cerca de sitios arqueológicos), para
mejorar la lectura e interpretación de pastas precoloniales, y eventualmente
ubicar posibles canteras de uso precolonial (Cadena, en este volumen; Cremonte,
1989; Druc et al., 2013; Minc et al., 2016; Serrano, en este volumen). Este tipo
de referencias etnográficas es asimismo comúnmente citado en las investigaciones
estrictamente basadas en análisis de laboratorio (Carosio et al., 2019: 358;
Villanueva, en este volumen).

2. 2. Temáticas

La arqueología andina suele acudir a la etnografía alfarera para esclarecer aspectos


empíricos muy puntuales y concretos ligados a la cultura material, pero también
para lidiar con ámbitos mucho más abstractos, como la organización del proceso
productivo, la identidad (en un sentido amplio, es decir social, étnica, de género,
generación, etc.) o las percepciones de los artesanos. Explorando este abanico de
temáticas desde lo material hacia lo inmaterial, identificamos un primer grupo de
trabajos enfocados en elementos muy concretos del proceso productivo. Aquí se
encuentran por ejemplo las investigaciones sobre el papel desempeñado por los
factores naturales (estacionalidad, altitud, entre otros) en las diferentes etapas de la
fabricación de cerámica (Arnold, 1985; Cremonte, 1989: 119; Druc, 2001: 171).

9
Gabriel Ramón, Catherine Lara

Otro ámbito donde la arqueología examina muy de cerca el dato etnográfico es


el de la estructuración espacial y física de los talleres alfareros, potencialmente
útil para la detección de espacios de producción precolonial (Llinás et al.,
2019; Shimada, 1994: 295; Vargas, Ms, 2018: 1). Los aspectos tafonómicos, o
relacionados con la función de las vasijas (García, 1988; Hayashida, 2009; Sillar,
2000), son asimismo recurrentes en la exploración etnográfica de los arqueólogos.
Siguiendo con campos más complejos e inmateriales del proceso productivo, están
los estudios sobre organización y distribución de la producción, potencialmente
reveladores de la estructura sociopolítica de los colectivos. Temáticas sobresalientes
en este ámbito son aquellas de la organización doméstica y la división del trabajo
(Cremonte, 1984; 1989; López, 2014; Sillar, 2000). En el ámbito de la variabilidad
de modalidades de producción, la producción itinerante ha recibido mayor
atención recientemente (Ramón, en este volumen). La especialización es asimismo
un aspecto que ha interesado particularmente a los arqueólogos desde un punto
de vista etnográfico (Valdez, 1997; De la Fuente et al., en este volumen), también
en el marco del debate sobre la relación entre especialización y «complejidad
social». La exploración de estos aspectos ha evidenciado la necesidad de adoptar
perspectivas más amplias, como lo muestran las investigaciones centradas en
la relación entre producción, distribución y demanda (Cremonte, 1984; 1989;
López, 2014; Ramón & Bell, 2013; Sillar, 2000). En este sentido, destacan los
estudios del vínculo entre alfarería y otras actividades productivas (Cleland &
Shimada, 1998; Valdez ,1997).
El tema de la relación entre tecnología cerámica e identidad es otro campo
dominante en el uso arqueológico de etnografías alfareras (Castro et al., 2017:
323; Gabelmann, 2014: 44; Mohr, 1984: 162; Monzón, 1991; Pozzi-Escot et al.,
1993: 484; Ramón, 2008; Russell et al., 1994). Una problemática que sobresale
en ese sentido es la ruptura o continuidad entre prácticas precoloniales y actuales
(ver los estudios de Brazzero y Lara, en este volumen). También se ha trabajado
sobre los préstamos técnicos, potencialmente útiles en la comprensión de los
cambios visibles en el registro arqueológico (Roux & Lara, 2016; Sillar, 1997).

3. LAS VOCES DE LOS ALFAREROS: (DE)ONTOLOGÍAS Y OTRAS


AGENDAS PENDIENTES

Junto con la sofisticación técnica de los estudios alfareros tratada en la sección


previa, hay otro asunto que va cobrando mayor importancia: la incorporación
de las voces de los alfareros. Claramente impactados por el enorme prestigio
del perspectivismo amazónico en la academia europea, ahora los arqueólogos
andinistas no solo quieren registrar los datos sobre el «otro» sino también tomar
en serio su perspectiva. No se trata de un ejercicio sencillo, ya que puede llegar
a cuestionar el conjunto de la disciplina. En este sentido, la arqueología andina
todavía está en una etapa de experimentación y desconcierto6. El debate sobre

6 Sobre el desconcierto, ver el informativo lapsus doble en el artículo introductorio del Boletín de
Arqueología PUCP 24:12 (2018). Donde debían ir las referencias bibliográficas a la «arqueología

10
Dialogar con los alfareros e interpretar la cerámica precolonial andina

el «giro ontológico» ha abierto una serie de posibilidades interpretativas en


arqueología, directamente vinculadas con las discusiones de este volumen (ver
los estudios de Ávila y Castellanos). Como bien indica Alberti (2016:175), en
Arqueología, el reto es «trabajar con nuestro material de modo que maximice el
potencial para que aparezca la diferencia ontológica».
Este reto provoca, al menos, tres cuestionamientos. Primero, la localización de
las ontologías: ¿por qué el modelo animista o perspectivista amazónicos sería
aplicable a la evidencia precolonial andina? ¿No sería más adecuado generar y
aplicar modelos ontológicos locales? (ver las críticas de Bartolomé, 2015; Ramos,
2012). Segundo, la variabilidad intraandina: ¿hasta qué punto se puede aplicar
conceptos identificados para Cuzco al resto de los Andes? Una manera de avanzar
en este punto sería tomar en serio la literatura gris sobre los Andes, generalmente
publicada en castellano. Tercero, ¿cómo medir la diferencia ontológica en el
registro arqueológico? ¿Con los métodos occidentales, o debemos también
introducir un giro ontológico en nuestra disciplina, más allá de incorporar algunos
términos en aimara o quechua? Son temas puestos en agenda gracias a la saludable
irrupción perspectivista, pero poco discutidos a nivel metodológico y material
entre arqueólogos7.
Desde Brüning y Barrett, los investigadores han interactuado con los alfareros,
aunque de forma distinta. Si revisamos los trabajos de los autores registrados en
nuestro recorrido histórico, podemos observar una tendencia (con excepciones):
mientras los antropólogos que hacían etnografía citan las voces de los alfareros,
estas difícilmente aparecen en los trabajos arqueológicos (compárense Respaldiza,
1953; Camino, 1982 y Sjöman, 1992 con Arnold, 1985; Lavallée, 1967; Shimada,
1994). Los etnógrafos que consiguieron replantear su disciplina lo hicieron
conversando con la gente y rescatando sus voces. En tal sentido, la etnografía
alfarera ha sido siempre una plataforma ideal para percibir la diferencia ontológica
(para ejemplos extraandinos ver Gallay, 1970; Gosselain, 1999). Esto nos conduce
a una pregunta crucial: si los arqueólogos soslayamos las voces de los alfareros en
etnografía, ¿podemos soñar con ontologías basadas en la cerámica precolonial? En
un contexto donde las identidades de los emisores del discurso toman un papel
crucial, es evidente que el «pacto analógico andino» debe incorporar el diálogo.
Reconocida la necesidad de incorporar las voces de los alfareros, surgen
interrogantes sobre cómo hacerlo o incluso de la legitimidad de quienes pueden
hacerlo. Aquí nos enfrentamos a un complejo dilema: en ciertos espacios
académicos, es complicado divulgar los nombres de los alfareros con quienes se
trabaja. Sin embargo, ¿se puede rescatar la voz del alfarero en textos que modifican
el nombre del pueblo estudiado (Hosler, 1996), o en textos donde los alfareros

perspectivista» solo dice: «Referencia a la arqueología perspectivista». Lo mismo sucede con


la «Referencia a la arqueología indígena/decolonial» [http://revistas.pucp.edu.pe/index.php/
boletindearqueologia/article/view/20751/20518, consultado 26.11.2020].
7 La introducción a la compilación de Lozada & Tantaleán (2019) acierta en reconocer la potencial
pluralidad de ontologías andinas, pero evita cualquier polémica, incluyendo los tres cuestionamientos
indicados.

11
Gabriel Ramón, Catherine Lara

son básicamente anónimos (Arnold, 1985)? Afortunadamente, los arqueólogos


que hacen etnografía alfarera están cambiando sus estrategias e incorporando
testimonios de sus entrevistados para cuestionar sus propias perspectivas. Sin
embargo, no se trata de crear paraísos artificiales, la etnografía alfarera afronta
retos deontológicos permanentes como el planteado por Matayoshi en su artículo
sobre el pueblo con alfareros de Aco, Junín. Al concluir su texto, uno de sus
entrevistados le increpa (nos increpa):
Usted te irás, pues. A tu casa te irás y te olvidarás de nosotros. Así estarás
visitando todos los pueblos, para que te cuenten cómo vive el campesino
y después se olvidará de nuestra pobreza. Así ha sido siempre, pero un
día de estos, diferentes van a ser las cosas. Nosotros iremos a las ciudades,
como perros andaremos olisqueando, entonces les haremos preguntas y
apuntaremos en nuestros cuadernos. Así haremos, nos iremos a nuestras
chacras y de ahí, leeremos lo que hemos escrito y nos olvidaremos de
ustedes (Matayoshi, 1988:13).
Este incómodo discurso (entre ficcional y real) no le sonará ajeno a cualquiera que
haya hecho trabajo de campo en los Andes como arqueólogo o etnógrafo. Hay un
desafío político latente en nuestra disciplina (Ramón, 2013: 38-39).
Situados en este complicado escenario, es preciso considerar algunas interrogantes
finales: ¿cuáles son los límites de pretender rescatar la voz del alfarero?, ¿cómo se
vincula nuestro ejercicio etnográfico con el punto de vista indígena/local?, ¿qué
cambia en nuestra interpretación?, ¿incorporamos realmente la voz del otro, o
al final nos expresamos a través del otro? ¿cómo devolvemos el conocimiento
recibido? Estas dudas deben ser parte explícita de las discusiones y servir para
cuestionar los límites de nuestra disciplina (sin obviar las certeras críticas de
Gosselain, 2016).

4. CIERRE

En teoría, si bien los modelos sobre alfareros precoloniales pueden producirse


a partir de fuentes históricas, arqueológicas y/o etnográficas, en la práctica, este
último tipo de evidencia ha sido el que ha guiado la lectura de los otros tipos
de fuentes. La etnografía provee «visibilidad» tanto a la evidencia histórica como
arqueológica. Como lo vimos al discutir las técnicas analíticas, y se podría afirmar
también para los enfoques ontológicos, las preguntas y nuevos planteamientos
que han sacudido buena parte de los lugares comunes en los que se apoyaban los
estudios de laboratorio han surgido desde la etnografía. Aunque sea de manera
indirecta y/o inconsciente, prácticamente todo arqueólogo recurre a la experiencia
etnográfica. En ese sentido, lejos de ser un añadido o una «disciplina auxiliar»,
la etnografía alfarera ha sido históricamente constitutiva de la arqueología (cf.
Gándara, 1990: 45-46, 76). Más allá de reconocer este vínculo, nuestra propuesta
es ponerlo en práctica explícitamente en los siguientes artículos.

12
Dialogar con los alfareros e interpretar la cerámica precolonial andina

Agradecimientos
GR. A María Patricia Ordoñez, la causante. A José Luis Pino y Jan Szemiński por compartir su
saber. A Lupe Camino por guiar mi curiosidad. A la memoria de Irmild Wüst y su recordado
curso en el MAE, USP. A todos los colegas y amigos que participaron en ambos eventos. A
Alina Wong, que hubiera estado feliz con este volumen.

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Saber hacer y tradición en La Chamba, Colombia: un estudio etnográfico de la selección de arcillas

Saber hacer y tradición en La Chamba,


Colombia: un estudio etnográfico de la
selección de arcillas

Angela María Cadena Muñoz*

Resumen
La selección de materias primas para la elaboración de artefactos cerámicos es relevante para
comprender la relación entre alfareros/as y arcilla a través de sus representaciones sociales y para
evitar sesgos interpretativos en los análisis arqueológicos sobre los factores que influyen en la decisión
de su adquisición. A través de un estudio etnográfico que involucra un análisis de las narrativas y la
cultura material, se describen las decisiones técnicas tomadas por cinco alfareros/as de La Chamba
(suroccidente de Colombia) para la extracción de arcilla. Este estudio muestra que, más que por
factores ambientales, las decisiones de la selección de la materia prima están mediadas por el saber
hacer y la tradición.

Palabras clave: La Chamba, cerámica, selección de arcilla, tecnología

Savoir-faire et tradition à La Chamba (Colombie) : étude


ethnographique du choix des argiles

Résumé
Le choix des matières premières pour la fabrication d’objets en céramique est pertinent afin de
comprendre la relation entre potiers et argile par le biais des représentations sociales, et afin d’éviter
les biais interprétatifs des analyses archéologiques concernant les facteurs qui influencent les choix
d’acquisition de l’argile. Par le biais d’une étude ethnographique impliquant une analyse des discours
et de la culture matérielle, nous décrivons les choix techniques opérés par cinq potiers et potières
de La Chamba (sud-ouest colombien) pour extraire l’argile. Cette étude montre que le savoir-faire
et la tradition jouent un rôle plus important dans le choix des matières premières que les facteurs
environnementaux.

Mots-clés : La Chamba, céramique, sélection d’argile, technologie

* Antropóloga/docente, Universidad de Caldas, Colombia. E-mail: [email protected].

19
Angela María Cadena Muñoz

Savoir faire and tradition in La Chamba, Colombia: an ethnographic


study of the selection of clays

Abstract
The selection of raw materials for the elaboration of ceramic artifacts is relevant to understand the
relationship between potters and clay through their social representations and to avoid interpretative
biases in archaeological analyses of the factors that influence the decision of potters in the acquisition
of clay. Through an ethnographic study involving an analysis of narratives and material culture, the
technical decisions for clay extraction made by five potters from La Chamba (Southwestern Colombia)
are described. This study shows that rather than environmental factors, raw material, selection
decisions are mediated by savoir faire and tradition.

Keywords: La Chamba, ceramics, clay selection, technology

INTRODUCCIÓN

La tecnología es una producción social que abarca las elecciones arbitrarias de


técnicas, acciones físicas, materiales y demás, que son componentes integrales
de un sistema simbólico mayor que define la manera en que los individuos
perciben y modelan el mundo (Lemonnier, 1992: 2). Es precisamente, bajo esta
premisa, que se propone el análisis de los componentes que definen la tradición
cerámica de la comunidad de La Chamba (Guamo-Tolima), acentuando las
acciones técnicas relacionadas con la selección de la materia prima, puesto que
esta corresponde a la primera fase de la cadena operativa de fabricación. Este
análisis pertenece a un avance investigativo que se ha realizado con la intención
de efectuar aportes a la interpretación arqueológica de la producción cerámica a
partir de la constatación etnográfica, teniendo en cuenta el sesgo interpretativo
que han tenido algunos estudios cerámicos en Colombia. Estos últimos han
producido, principalmente, tipologías morfoestilísticas y descripciones de piezas
que pormenorizan la complejidad y variabilidad de las relaciones entre los
materiales y los seres humanos.
La Chamba es una vereda (mínima división territorial de Colombia) del municipio
de El Guamo, en el departamento del Tolima (centro-oeste de Colombia) (fig. 1).
El área municipal es de 523 km2. Limita por el norte con el municipio El Espinal;
por el este, con los municipios de Suárez y Purificación; por el sur, con Saldaña; y,
por el oeste, con San Luis. Su altitud es cercana a los 320 m s. n. m., lo que hace
que tenga un piso térmico templado, una temperatura promedio de 34 °C y un
sistema biótico natural con formación de bosque seco tropical (Bs-T) (Corporación
Autónoma Regional del Tolima [Cortolima], 2009: 16).

20
Saber hacer y tradición en La Chamba, Colombia: un estudio etnográfico de la selección de arcillas

Figura 1 – Mapa de ubicación geográfica de La Chamba


Fuente: Elaboración propia

El río Magdalena recorre el valle aluvial que define la zona; por lo tanto, esta
se caracteriza por un paisaje plano con segmentos ondulados. Geológicamente,
el valle está formado por los yacimientos de arcillas usados por alfareros/as, que
contienen abundantes elementos volcánicos generados por las formaciones
Gualanday, Honda y Mesa; existen también arcillas residuales provenientes
de cuerpos ígneos intrusivos y extrusivos. Este material arcilloso fue trasladado
aluvialmente hasta el valle y es característico de la baja planicie del Tolima en los
abanicos de El Espinal, donde predominan materiales volcánicos procedentes de
erupciones de la Cordillera Central (Cifuentes Toro, 1994; Pulido González, 2019).
La Chamba es considerada como uno de los principales centros alfareros del
país. Allí habitan alrededor de 339 familias, de las cuales más del 85 % participa
directamente en el proceso de manufactura de artefactos cerámicos domésticos y
utilitarios, siendo el trabajo artesanal su principal sustento económico (Ministerio
de Cultura, 2014: 2).

21
Angela María Cadena Muñoz

Los implementos que se fabrican, como platos, ollas, múcuras (recipientes de


boca angosta y cuerpo globular que sirven para almacenar y transportar líquidos),
bandejas, pocillos, entre otros, conservan técnicas de elaboración tradicionales
que la comunidad asocia a los grupos prehispánicos que se asentaron allí, pues en
este territorio se hallaron distintos objetos de cerámica que permiten pensar en
un quehacer ancestral.
La secuencia de ocupaciones prehispánicas en el valle del Magdalena tolimense
está conformada por dos periodos, el Temprano y el Tardío. En el Periodo Temprano
se evidencian dos complejos cerámicos, Montalvo (1000 a. C.-1 a. C.) y Guamo
Ondulado (1 a. C.-700 d. C.) (Salgado López et al., 2007). Al primero se le asignan
características como finas copas, botellones, vasijas globulares (en ocasiones con
soportes), cuencos y platos con decoración esgrafiada y pintura negra aplicada (en
diversos diseños geométricos) sobre baños y engobes rojos, cafés de diferentes
tonalidades y negros (Salgado López et al., 2007). Al segundo, se le relaciona
con cuencos de boca ancha, de borde reforzado y decorados con impresiones
dactilares, vasijas subglobulares de borde reforzado con acanaladuras, cuencos y
copas (Cifuentes Toro, 1996: 23).
El complejo Magdalena Inciso es característico del Periodo Tardío. Según los
datos registrados por Salgado López et al. (2007), tienen una temporalidad que se
extiende desde el primer milenio a. C. hasta los siglos XVI-XVII de nuestra era. Sus
materiales se caracterizan por la presencia de vasijas sencillas de mediano y gran
tamaño, acompañadas por otras que pueden hacer las veces de tapas. También
son comunes los recipientes globulares con asas, cuencos, platos, figurinas
sólidas y volantes de huso con motivos incisos; la decoración más frecuente es
la incisión en diversos diseños geométricos, el pastillaje con diferentes trazos
incisos presionados, muescas y baños de tonalidades rojas y cafés. Este complejo
tiene como expresión más representativa el horizonte de urnas de la cuenca del
río Magdalena, también llamado «horizonte cerámico del Magdalena Medio»
(Salgado López et al., 2007: 271).
Al respecto, Cifuentes Toro (1994: 24) indica que la cerámica de La Chamba tiene
cerca de 400 años de antigüedad (ca. 1620 d. C. 330+/-60 ap. Beta 92198).
En conjunto con el análisis de datos etnohistóricos, sugiere que grupos étnicos
prehispánicos, como los pijao y coyaimas, elaboraron piezas cerámicas con
superficies rojas, cafés y negras, las cuales denominó tipológicamente como
Chamba Baño Rojo Pulido (dentro de esta cabe el subgrupo Chamba Negro
Pulido) y Chamba Café Presionado.
El tipo Chamba Baño Rojo Pulido se asemeja a los materiales elaborados en la
actualidad por la comunidad de La Chamba, puesto que los fragmentos hallados
en contextos arqueológicos tienen baño rojo y el acabado de ambas superficies
es pulido; además, las formas se asocian a cuencos (10-12 cm de diámetro), ollas
globulares, tinajas (8-26 cm de diámetro) y cazuelas.
El subgrupo Chamba Negro Pulido se encuentra asociado a la cerámica Baño Rojo
Pulido, pues cuenta con el mismo tipo de baño y acabado de las superficies. Sin
embargo, su color negro supone un procesamiento diferente que se puede asociar

22
Saber hacer y tradición en La Chamba, Colombia: un estudio etnográfico de la selección de arcillas

al proceso de reducción intencional (ahumado) aún utilizado por la comunidad


(Cifuentes Toro, 1994: 15). Este procedimiento consiste en depositar las piezas rojas
en recipientes metálicos o cerámicos (moyas) para su cocción. Después de asadas,
aún calientes, se añade bosta a los objetos y se tapa durante aproximadamente
quince minutos. En este proceso, la circulación del aire se reduce y el hidrógeno y
carbono presentes en la atmósfera transforman el color rojo en negro.
El tipo Chamba Café Presionado está formado por vasijas globulares, subglobulares
y cuencos, con diámetros entre 6 y 24 cm, además de bases de copas, múcuras y
platos. Las decoraciones corresponden a presionados triangulados que se localizan
sobre el hombro de las piezas y el labio; algunas presentan también incisiones en
el cuello y la mitad del cuerpo (Cifuentes Toro, 1994: 16).
En la actualidad, los objetos cerámicos son elaborados con técnicas tradicionales.
El modelado por rollos es característico, así como el uso de moldes para definir las
bases. Cuando la forma de la pieza está establecida, se agrega engobe rojo a las
superficies, para luego hacerlas brillar. La cocción, en la mayoría de los casos, se
realiza en hornos tipo iglú, hechos con arcilla y guadua. Estos incluyen recipientes
metálicos (canecas) para disponer los objetos y también ahumarlos, y así generar
el color negro característico de las piezas cerámicas que realiza esta población.
Artesanos/as catalogan los artefactos según sus características físicas (color y brillo)
y por su dedicación en la manufactura, clasificándolos como cerámica negra
(brillante), de combate (recipientes de elaboración rápida con poco detalle,
cuidado y escaso brillo) y roja. Las formas más comunes de estos elementos son
cazuelas, platos, ajiceras, ollas y pocillos que tienen como fin el uso doméstico y
utilitario (fig. 2).

Figura 2 – Cerámica de La Chamba


© Andrés Uribe Naranjo

23
Angela María Cadena Muñoz

Ahora bien, esta comunidad ha dado forma a una serie de estrategias que
conforman su organización tecnológica, debido a lo cual las técnicas cerámicas y
los procesos manuales de elaboración, como son la manufactura, el engobe y el
bruñido, son realizadas en primacía por las mujeres; los hombres aportan con su
trabajo en labores asociadas a la captación de arcilla y la quema y reducción de
las piezas.
En este sentido, es importante comprender que un proceso tecnológico no solo
da cuenta de una secuencia de acciones o de pasos a seguir para moldear un
artefacto, sino que también evidencia esquemas sociales que se han establecido
y arraigado a través del tiempo, por medio de la enseñanza y el saber hacer
compartido generacionalmente. Estos gestan el conocimiento técnico del grupo y
forjan una tradición (Calvo Trías & García Roselló, 2014: 8).

1. ANTECEDENTES TEÓRICOS

La perspectiva etnoarqueológica ha estado sujeta a muchas críticas en las que


se ha cuestionado no solo la utilidad de sus ideas en la práctica contemporánea,
sino también la ética del investigador (Lyons & Casey, 2016). Recientemente,
Oliver Gosselain (2016) ha expuesto una fuerte crítica a este método, en la que,
nuevamente, trae a colación la discusión centrada en el uso de las analogías,
exhibiendo la circularidad inmersa en ellas a causa de la creencia de la
continuidad histórica entre los contextos prehistóricos, históricos y etnográficos.
Adicionalmente, considera que no hay discusión sobre las prácticas de campo
ni comentarios sobre la recopilación de datos o la naturaleza de los datos
recopilados. Gosselain también resalta que el fin de la etnoarqueología se deriva
de cuestiones teóricas y conceptuales generadas fuera de esa subdisciplina; en ese
sentido, propone que se realice una reformulación completa de los objetivos, los
métodos y la filosofía de la misma.
Por su parte, investigadores como Politis (2002; 2014; 2015), Lyons & Casey
(2016) y González-Ruibal (2017) destacan la relevancia de la etnoarqueología,
justificando que tales críticas provienen de la falta de precisión en torno al concepto
de analogía. De esta manera, exponen que la etnoarqueología ya no consiste
en estudios breves de estrategias de subsistencia, sino en estudios a largo plazo
que buscan específicamente comprender lo material dentro de lo social (Lyons &
Casey, 2016: 612). Asimismo, indican que es esencial que la etnoarqueología sea
reconocida como un método, ya que proporciona fuentes de información que
ayudan a los arqueólogos a pensar en las relaciones humano-materiales fuera de
su propia experiencia y a evaluar teorías en contextos de la vida real (Lyons &
Casey, 2016: 622).
La posición de este estudio asume los puntos de vista de investigadores como
Politis, Lyon & Casey y González-Ruibal, en el sentido en que los resultados
etnoarqueológicos no pretenden ser fórmulas para interpretar el registro
arqueológico, sino que, a través del análisis etnográfico, se propone información

24
Saber hacer y tradición en La Chamba, Colombia: un estudio etnográfico de la selección de arcillas

y se generan interrogantes con el fin de dar forma al análisis y a las preguntas


arqueológicas. En consecuencia, García Roselló (2008: 20) indica que el objetivo
de la disciplina es la correspondencia entre las sociedades vivas y la cultura
material, con la intención de conocer las relaciones de esta con otros aspectos de
la cultura y la sociedad.
El análisis tecnológico demuestra la existencia de una infinidad de maneras de
resolver los mismos problemas técnicos y gran cantidad de prácticas diferentes
se utilizan para alcanzar los mismos objetivos. La suma de estas decisiones es
compartida y transmitida por el grupo
a través del saber hacer (Pelegrin,
1985 citado en Vidal & García Roselló,
2010). A estas se les puede ver como
estrategias de producción, es decir,
como la posibilidad de seleccionar
una o varias acciones técnicas entre
muchas más elecciones a utilizar
(opción tecnológica). Por lo tanto, se
considera que la tradición alfarera se
halla inmersa entre la materialidad
dispuesta en las cadenas de
producción, las acciones tecnológicas
y el saber hacer que pueden llegar
a constituir la memoria de una
comunidad (fig. 3). Así, es posible
definir la manera en que los agentes,
consciente e inconscientemente,
tomarán decisiones limitadas en torno
a las posibilidades relacionadas con la
manufactura de un producto, puesto
que dicha información se encuentra
ligada a tradiciones que han sido Figura 3 – Modelado de arcilla
incorporadas en un sentido práctico. © Andrés Uribe Naranjo

En el estudio realizado por Gosselain & Livingstone Smith (2005) en el área del sub-
Sahara en África, se encuentran ejemplos de ello, en donde los investigadores dan
cuenta de la complejidad y la variabilidad de los comportamientos relacionados
con la selección y el procesamiento de la arcilla. Estos exploran los mecanismos
subyacentes a las variaciones espaciales y temporales de las tradiciones asociadas
con esta acción técnica e infiriendo que las elecciones específicas de los/as
alfareros/as corresponden a una combinación inextricable de hábitos heredados,
limitaciones técnicas y funcionales, representaciones personales, herramientas y
posturas utilizadas en otras actividades y recetas simbólicas.
En el área andina, Druc (2009) realiza una investigación sobre las tradiciones
contemporáneas del distrito de Conchucos, ubicado al norte del departamento de
Áncash (margen oriental de la cordillera Blanca, noroccidente de Perú). Definió

25
Angela María Cadena Muñoz

dos tradiciones alfareras, una femenina, que utiliza el enrollado como única
técnica de elaboración en la parte sur de Conchucos (Huari), y otra masculina,
caracterizada por el uso del paleteado como técnica secundaria de elaboración, en
el centro de Conchucos (cuenca sur del río Yanamayo). Las tradiciones cerámicas
en cada zona muestran diferencias importantes en su tecnología y manera de
producción, sugiriendo una evolución cerámica distinta dentro de comunidades
diferentes, pero que se hallan en contextos espaciales cercanos.
Ramón Joffré (2011) brinda otros datos relevantes al respecto cuando expone
los resultados de trabajos etnoarqueológicos con alfareros rurales de los Andes
peruanos (alfareros golondrinos), quienes dejan sus comunidades domésticas
para elaborar piezas cerámicas en otros lugares, es decir, que tienen migraciones
relacionadas con el ciclo agrícola, desplazándose a otras aldeas en donde elaboran
productos de acuerdo a las preferencias del cliente y/o disposición de materiales
en cada lugar. De esta forma, los alfareros itinerantes dejan su huella tecnológica;
así, tipos de materias primas, formas, decoraciones, entre otras, marcarán las
decisiones de producción de una comunidad.
En Colombia, Daniela Castellanos ha centrado su interés en la comunidad alfarera
de Aguabuena, en Ráquira-Boyacá, con la intención de definir un marco simbólico
e ideológico que determina las relaciones entre la cultura material y la gente.
Indica que en los talleres es posible identificar los procesos naturales de formación
del registro arqueológico y procesos culturales relacionados con el complejo
ciclo de vida que cumple la cultura material antes de ser descartada, los cuales
determinan la visibilidad arqueológica de las distintas actividades involucradas en
la producción alfarera. Allí, los objetos, sus significados y sus relaciones participan
de imponderables que median tanto su vida social como su registro arqueológico
(Castellanos, 2007: 7).
Además, reconoce las pautas de comportamiento de los habitantes de Aguabuena
en relación con las vasijas que producen, como es el caso de las manifestaciones
de la envidia en el mundo material.
Puesto que la envidia sale del cuerpo, se encarna en el cuerpo, se lanza
hacia otro cuerpo que así lo siente y necesita del cuerpo (humanos o no:
nótese que las vasijas también tienen una anatomía que implica un cuerpo)
(Castellanos, 2019: 54).
También realiza un análisis sobre los fragmentos, en donde indaga, entre otras
cosas, sobre la restauración de los caminos.
Uno de los usos más comunes es el empleo de fragmentos de vasijas rotas, o
tiestos, como los llaman los alfareros, para rellenar los huecos de la carretera sin
pavimentar que cruza el cerro donde se encuentra Aguabuena y que es el principal
medio de acceso al lugar. Desde la construcción de esta vía, en la segunda mitad
del siglo XX, los alfareros la han mantenido, siendo los fragmentos el hilo conector
entre Aguabuena y el mundo (Castellanos, 2012: 244).
Este tipo de investigaciones da cuenta de la relevancia de los datos
etnoarqueológicos, pues sugiere otras estrategias de producción cerámica

26
Saber hacer y tradición en La Chamba, Colombia: un estudio etnográfico de la selección de arcillas

que rompen los sesgos interpretativos en arqueología. Es precisamente lo que


se procura con este artículo, pues se busca entender la relación que tiene la
comunidad de alfareros de La Chamba, Tolima, con la arcilla, aspecto relevante
que podría no ser fácil de captar analizando solo la cultura material, y que,
además, abre nuevas perspectivas sobre las decisiones de producción inmersas en
la elaboración cerámica. Este acercamiento tiene como fin analizar a este grupo
alfarero actual a través de la etnografía, con el propósito de aportar información
pertinente para la creación de hipótesis y extender el alcance interpretativo de
los estudios de material arqueológico.

2. TRABAJO DE CAMPO

En La Chamba, la alfarería se aprende con la acción, por consiguiente, participar


de las actividades diarias es la vía de acceso para comprender la materialidad, la
gestualidad, las normativas y el fluir de los actos asociados a las acciones técnicas y
al saber hacer tradicional. Por lo tanto, a través de la participación y la entrevista se
busca «comprender los fenómenos sociales desde la perspectiva de sus miembros»
(Guber, 2011: 5).
Montero Fayad (2002) realizó su trabajo etnográfico en La Chamba; sin embargo,
esta investigadora realizó entrevistas tanto a los alfareros como a las personas que
trabajan en artesanías de Colomba S. A., sociedad de economía mixta del orden
nacional que tiene como objetivo incrementar la participación de los artesanos en
el sector productivo del país. Esto con el fin de observar y analizar los espacios en
los que la artesanía circula para definir cómo se construyen significados alrededor
de los objetos artesanales, situándolos en relación con los textos que anuncian,
difunden y promueven —mitos, revistas de decoración, propaganda, folletos
turísticos, entre otros—, en conexión con las prácticas de quienes los producen y
los venden, los miran o los compran (Montero Fayad, 2002: 5).
A mediados de la década de los noventa, Arturo Cifuentes ejecutó un trabajo
pionero en el sector, esta vez haciendo énfasis en el componente arqueológico.
Sin embargo, fue inviable para él proponer un análisis cerámico arqueológico sin
comprender las dinámicas alfareras que en su momento se observaban en ese lugar.
Realizó un recorrido histórico de la región, una serie de entrevistas informales y
registró fotográficamente las actividades relacionadas con las estrategias técnicas.
Con base en estos datos, describe y propone la existencia de una tradición
alfarera, puesto que se pueden asociar a los métodos de fabricación del pasado
prehispánico: tiras en rollo; pulimento y brillo con piedra; ausencia de torno;
selección de arcillas; quema a cielo abierto, así como en horno en forma de
colmena, los cuales fueron introducidos por los españoles; secado de la cerámica
a la sombra y al sol; fijada del color negro mediante ahumado; y la utilización de
cañas para dar contorno a las piezas (Cifuentes Toro, 1994: 64).
Para el caso puntual de esta investigación, la información se obtuvo a partir
de cinco visitas entre los años 2016 y 2019 a la vereda, con el fin de entablar

27
Angela María Cadena Muñoz

relaciones y conocer las pautas tecnológicas alfareras. La primera visita se efectuó


en la última semana del mes de septiembre del año 2016, con la intención de
conocer personalmente el lugar, a los habitantes, crear afinidades y definir sus
estrategias productivas. Del 14 al 17 de octubre del mismo año, el encuentro se
concibió con la finalidad de asistir al festival del barro y evidenciar las prácticas
asociadas a este evento. En 2017 y 2018, las visitas se realizaron, casualmente,
en el mes de mayo y en 2019, en junio. Cada uno de estos momentos tuvo
una duración de alrededor de dos semanas, en las que, cada vez, los lazos con
los/as alfareros/as fueron más cercanos, permitiendo conocer las prácticas y las
estrategias de la producción cerámica a través de la entrevista abierta.
Este tipo de entrevista se convierte, a su vez, en una observación que conlleva
a la participación de labores cotidianas con el grupo o con los individuos. Por lo
tanto, se tomó parte de las actividades alfareras buscando reconocer aspectos
relacionados con las estrategias de elección del material arcilloso, tales como
sitios de obtención del material (canteras), técnicas para la extracción de la
materia prima, características para escoger la arcilla, significado de la materia
prima, entre otros.
Si bien sería ideal trabajar con toda la población, el tiempo y el presupuesto
limitan esta posibilidad. Por lo tanto, se tomó la decisión de trabajar solo con
cinco personas, específicamente, con tres alfareras y dos alfareros, puesto que
reúnen características propias para el análisis de esta tradición.
Doña Carmen Prada es nativa de La Chamba y su fábrica lleva su nombre. Su
edad le ha permitido perfeccionar técnicas y conservar en su saber hacer pautas
que el tiempo ha dejado atrás, como, por ejemplo, la obtención del efecto de
brillo con piedras de río o la producción de formas específicas como las múcuras,
también la exigencia en el modelado.
Doña Eurimia Avilés (llamada «Muñeca»), también oriunda de La Chamba, es
una gran representante de las alfareras. Dedica la mayor parte de su tiempo al
modelado de las piezas y tiene claro que compartir su conocimiento es esencial
para preservar la tradición; disfruta enseñar y le gusta innovar en sus productos.
Don Idelfonso Avilés (también llamado «don Pacho»), es el hermano de «Muñeca».
Ambos conservan el legado de sus padres, la fábrica de artesanías Don Pacho - La
Muñeca. Don Idelfonso fue el primer contacto que se tuvo con La Chamba. «Don
Pacho» dedica el tiempo a la extracción de la arcilla, la cocción de las piezas, el
procesamiento de la pasta, y promociona los productos y la fábrica por internet.
Doña Yanire Álvarez no es nativa de la vereda; sin embargo, aprendió las técnicas.
Las primeras piezas que elaboró fueron platos; de ahí pasó a las cazuelas y
ajiceras, que son los productos que más vende junto con su compañero, don
Arcesio Prada. Él es originario de La Chamba y colabora en las actividades de
producción, tales como el brillado, la obtención de la arcilla, el procesamiento de
la pasta y la cocción.
No fue fácil tomar la decisión de seleccionar a los/as alfareros/as, puesto que a
medida que más cercanía se tiene con la población, mayores son las relaciones

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Saber hacer y tradición en La Chamba, Colombia: un estudio etnográfico de la selección de arcillas

que se crean y las opciones de trabajar con cada uno. Sin embargo, al acompañar
a estas cinco personas en sus labores, se pudo mantener cierto control en los
datos, tanto a nivel social como artefactual, lo cual permitió obtener mayores
detalles sobre las características particulares de los/as alfareros/as, y, por ende,
enriquecer el análisis de la cadena de producción.
En este sentido, estas personas compartieron su conocimiento, historias y acciones
técnicas, tales como extracción, preparación de las pastas, modelado, brillado
y cocción. La recopilación de sus historias y saberes permitió la comprensión e
interpretación de su tecnología, pues estas dan cuenta de la forma en que el grupo,
en general, se representa en relación con la materia prima, las herramientas y los
objetos elaborados.
Adicionalmente, las observaciones de campo se han fortalecido con la lectura
del paisaje y datos geológicos de la zona. Es relevante establecer la relación con
los lugares más adecuados (por ejemplo, proximidad, facilidad de extracción)
para la captación de la materia prima y compararlos con las decisiones reales
tomadas por los artesanos. La información geológica ha evidenciado importantes
diferencias entre los lugares de selección de la materia prima y aquellos que
podrían representar menos costos para su obtención.

3. RESULTADOS

Los suelos de La Chamba están conformados por arenisca gris-verdosa y limolitas


silíceas en una matriz arcillosa que alcanza espesores de 10 m, así como por
materiales que se derivan de arcillolitas rojas y grises (Cortolima, 2009: 20), los
cuales son particularmente favorables al uso alfarero. En este sentido, es factible
que este material pudiera extraerse de cualquier lugar del sector, como los
patios traseros de las casas, perfiles de suelo expuestos o minas. Sin embargo, la
comunidad ha definido ciertas estrategias para hacerlo.
Dichas estrategias permiten que se establezca la posibilidad de seleccionar una o
varias acciones entre muchas más elecciones a utilizar, por lo que la colectividad
tiene establecido el uso de tres minas, la de la arcilla lisa o greda, la arcilla arenosa
y la arcilla roja, donde obtienen el material que compone la pasta y el engobe.

3. 1. Las minas

3. 1. 1. Santelmo y Arenosa
La arcilla lisa o gredosa y la arcilla arenosa que componen la pasta de los
artefactos son captadas en minas comunitarias localizadas cada una a una
distancia promedio de 1,3 km del casco urbano de La Chamba (véase la fig. 4).
La arcilla lisa se halla en la mina Santelmo (véase la fig. 5) y la arenosa, en la mina
homónima (véase la fig. 6).

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Angela María Cadena Muñoz

Figura 4 – Mapa de distribución de las minas


Fuente: Elaboración propia

Figura 5 – Mina arcilla lisa o gredosa


© Angela María Cadena Muñoz

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Saber hacer y tradición en La Chamba, Colombia: un estudio etnográfico de la selección de arcillas

Figura 6 – Mina arcillo-arenosa


© Angela María Cadena Muñoz

Los hombres son quienes realizan el proceso de extracción de los dos tipos de
arcilla. Visitan las minas cuando el material escasea en el taller; normalmente, uno
o dos hombres ejecutan esta acción a través del método de explotación de minas
a cielo abierto, el cual consiste en excavar, con ayuda de picas y palas, un orificio
de aproximadamente 60 cm de diámetro y de 60 o 70 cm de profundidad. Se
dejan expuestos algunos de estos orificios para que otras personas tengan acceso
a la arcilla. Sin embargo, los informantes expresan que las perforaciones no deben
permanecer por mucho tiempo expuestas, puesto que el mineral debe regenerarse
debajo de la tierra, lo que evidencia la preocupación compartida por la mayoría
en torno al cuidado de la mina.
Una de las mayores precauciones de los hombres al escoger la arcilla, consiste
en detectar que el suelo contenga la menor proporción de lo que se denomina
«oropel», puesto que, según su conocimiento, este componente daña la
producción de la cerámica en el momento de su cocción.
Geológicamente, se puede interpretar el oropel como micas laminares y brillantes
denominadas «muscovitas», producto de las formaciones geológicas del lugar,
pues se encuentran principalmente en rocas volcánicas como el granito o en
rocas metamórficas como los esquistos (Varela Guarda, 2002: 228; Artesanías de
Colombia S. A., 2003: 15). Por tal razón, es posible hallar diferentes perforaciones
en la mina, en el momento de la búsqueda de la veta con condiciones idóneas
para el modelado.
Después de su extracción, la arcilla se deposita en lonas o costales de yute (Corchorus
olitorius) para ser transportada a los talleres por medio de motocicletas, bicicletas,
burros o por los mismos artesanos (al hombro). En los talleres, que se encuentran
normalmente en la parte posterior de las viviendas, las arcillas se extienden en
lonas y son secadas al sol, por lo menos, por tres días. Posteriormente, son llevadas
al molino mecánico. Allí, los artesanos pagan una suma de dinero para que cada
tipo de arcilla sea triturado y convertido en polvo fino.

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Angela María Cadena Muñoz

3. 1. 2. La mina roja
La arcilla roja es captada en el municipio vecino de Suárez (Tolima), precisamente
en la vereda Batatas, a 14 km al nororiente de La Chamba (véase la fig. 4). El
acceso a Suárez es por carretera, lo cual toma alrededor de veinte minutos en
automóvil desde el casco urbano de La Chamba. Sin embargo, no siempre fue así.
Antes de construir la vía al Espinal (alrededor de 1970), era necesario cruzar el río
Magdalena en canoa. El recorrido por el río duraba diez minutos y era necesario
caminar alrededor de una hora para llegar a la mina.
Al visitar la mina, fue posible observar ciertas condiciones geológicas del lugar:
la vereda Batatas tiene suelos de origen fluvial, marino o lacustre, denominados
«gleysoles». Estos se caracterizan por tener compuestos ferrosos en condiciones
reductoras, lo que significa que cuando el nivel freático baja, se exponen las capas
más superficiales y se precipitan los óxidos de hierro. Por ende, los colores son
rojizos y las capas inmediatamente inferiores muestran condiciones reductoras
por estar cubiertas de agua. La textura de este suelo es arcillosa, condición clara
para su uso como engobe (J. Martínez, comunicación personal, 29 de noviembre
de 2019).
Esta vereda ha sido, por muchos años, utilizada como sitio de captación de arcilla
roja; sin embargo, las minas no siempre han sido las mismas. En la memoria
colectiva de los pobladores de La Chamba, una de las minas antiguas estaba
ubicada en la finca Bocayana, aproximadamente a 5 km de distancia del predio
moderno. A pesar de recordar la utilización de esta mina, no se tiene claro el
motivo de su desuso.
En la actualidad, la mina se encuentra en la finca Pitiguay, lugar en el que se ha
explotado el mineral durante casi seis décadas. Hoy en día, el señor Luis Mejía,
dueño del predio, lo vende por «latas», es decir, costal o lona que contiene
alrededor de diez kilos de arcilla. El precio de estas depende de la manera como
se obtenga la arcilla. Los artesanos pueden ir personalmente a captarla, siempre
acompañados por el señor Luis, quien les indica el camino y el lugar en donde
se encuentra la mina apta para la captación, y se cerciora, además, de su buen
mantenimiento. Los hombres deben llevar sus herramientas y obtener la arcilla
por su cuenta. Deben asegurarse que, al frotar el mineral con los dedos, este deje
una marca de color intenso.
En la otra manera de obtener el mineral, el encargado del predio extrae el material,
lo empaca en las lonas y, finalmente, vende las latas en su casa. Este modo es un
poco más costoso. Los alfareros se ahorran el esfuerzo físico de ir a la mina y
confían en el conocimiento del encargado.
La explotación de esta mina también es a cielo abierto, pero a diferencia de las
otras dos, los orificios permanecen abiertos. Esto quiere decir que solo se explota
una veta y cuando esta se agota, se busca otra, normalmente cerca de los antiguos
orificios (véase la fig. 7).

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Saber hacer y tradición en La Chamba, Colombia: un estudio etnográfico de la selección de arcillas

Figura 7 – Mina arcilla roja


© Andrés Uribe Naranjo

3. 2. La pasta y el engobe

La pasta es una mezcla de arcilla y desgrasante empleada en la confección de


vasijas y objetos cerámicos (Heras y Martínez, 1992: 27). Las cualidades de la pasta
dependen de las decisiones de los/as alfareros/as quienes conocen perfectamente
los atributos de esta para trabajarla.
Para crear la combinación perfecta, los chambunos (gentilicio de los habitantes de
La Chamba) comienzan por cernir cada una de las arcillas para eliminar residuos
y remojarlas por separado.
La arcilla gredosa se sumerge en agua y se deja allí hasta que tome una consistencia
espesa. Luego se tamiza con un cedazo fino o una tela, con el fin de que la arcilla
quede completamente líquida y libre de impurezas. La arcilla arenosa también se
humedece y se criba, pero solo con la intención de disgregar el suelo y dejarlo
suave al tacto.
Después de que ambas arcillas se hallan acuosas, se mezclan, teniendo la arcilla
arenosa como base (aproximadamente el 60 %) y agregando pequeñas porciones
de arcilla gredosa (cerca del 40 %) hasta obtener una textura arenosa y ligeramente
pegajosa. Si bien existe un aproximado en el porcentaje de las arcillas, esta
decisión depende de las predilecciones de los/as alfareros/as.
Por otro lado, la arcilla roja, a la que se denomina «barniz» o «engobe» se
sumerge en agua; cuando se tiene una solución coloidal, se pasa por un cedazo
muy fino, normalmente una tela, hasta conformar una sustancia acuosa, pero
espesa, que será aplicada a las piezas. Este revestimiento de material arcilloso
se utiliza para taponar los poros, así como para impermeabilizar los objetos por
medio del agregado de planos densos en las superficies, lo cual, además, facilita
el desplazamiento del pulidor (véase la fig. 8).

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Angela María Cadena Muñoz

Figura 8 – Síntesis del procesamiento de las arcillas


Fuente: Elaboración propia

4. DISCUSIÓN

4. 1. El barro de La Chamba

No existe un/a alfarero/a de La Chamba que desconozca de dónde proviene la


arcilla, ya que la acción comunitaria de definir las minas y explotarlas se enmarca
dentro de un amplio conocimiento y aprovechamiento del medio. Por lo tanto,
existe una relación estrecha con este, puesto que al momento de escoger el
lugar de extracción de las arcillas y comenzar a operar con la materia prima,
esta recobra materialidad, emerge en la vida social, y, al entrar en contacto con
los agentes, crea una conexión entre sus atributos y el conocimiento que se ve
expresado en las manos de los artesanos. De tal forma que estos asumen la arcilla
como un componente cultural, como eje central de la vida económica de los
pobladores; la arcilla forma parte de la vida de los chambunos, ambos confluyen
y estos se apropian de ella.
Así pues, los/as alfareros/as indican que «si no tuviéramos las minas no seríamos
nada… el barro es todo, es nuestra vida, nos da todo», porque hasta el nombre
del poblado lo asocian a la actividad alfarera, como lo da a entender el alfarero
Idelfonso Avilés: «chamba significa hoyos o huecos que se excavan en el suelo,
las chambas que se forman al extraer la materia prima para elaborar las piezas
cerámicas, así como chamba significa trabajo, y eso es lo que nos caracteriza,
porque hacer un plato requiere de mucho esfuerzo» (comunicación personal,
abril de 2018).

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Saber hacer y tradición en La Chamba, Colombia: un estudio etnográfico de la selección de arcillas

4. 2. El papel del aprendizaje

¿Qué relación tiene exactamente la comunidad de alfareros de La Chamba con


el «barro»? Para responder esta pregunta, es importante exponer el aprendizaje
del oficio. Las mujeres, quienes en primacía manufacturan y bruñen las piezas,
adquieren el conocimiento de generación en generación.
Por consiguiente, estas comparten sus saberes con niñas, niños y otras mujeres
residentes de la comunidad, pero no nativas de ella. Estas últimas, interesadas
en formarse como alfareras, aprenden las labores a través del conocimiento
empírico, pues, en la mayoría de los casos, se instruyen viendo o imitando lo
que las alfareras realizan, intentando reproducir de forma idéntica las acciones
y gestualidades técnicas, esperando ser corregidas para perfeccionar su acción.
En el caso de los/as niños/as, la relación con la arcilla es natural; de manera
cotidiana tienen contacto con la materia prima, pues en las casas/talleres, las
arcillas, herramientas, moldes y pulidores son objetos corrientes con los que
conviven. En este sentido, el conocimiento técnico se trasmite a través de un
aprendizaje dentro del grupo familiar. Los/as niños/as tienen acceso al aprendizaje
de igual manera, pero en su adolescencia y/o adultez, las mujeres asumirán el
papel de alfareras, mientras que los hombres, por lo general, se dedicarán a otras
labores económicas.
Otra actividad representativa en la enseñanza y el aprendizaje está relacionada
con el reinado del barro. Cada dos años, a mediados de octubre, en el marco del
festival del barro, se desarrolla este certamen que tiene como fin condecorar a
la señorita que demuestre habilidades y conocimiento en las técnicas alfareras.
Pero para participar, las jóvenes deben prepararse. Para esto, consultan a expertas
alfareras que las «entrenan». Así, los saberes se transmiten de una manera rigurosa,
pues las jóvenes deben perfeccionar las técnicas para afrontar los retos del evento.
En el reinado, las candidatas hacen caravanas por la calle principal de La Chamba,
lucen vestidos típicos y objetos representativos de la región; los familiares y amigos
acompañan y animan con clamor a las señoritas. La intención es darse a conocer
entre el público (así ya sean conocidas) y ganar adeptos. La última noche del
festival, se realiza el evento de elección y coronación de la señorita del barro. En
un espacio abierto o en la cancha de fútbol arman una tarima en donde ocurren
los hechos. El jurado, normalmente compuesto por una maestra alfarera, una
exreina del barro y un invitado especial (un maestro alfarero, una figura política,
un profesor, etc.), está ubicado en un lugar estratégico de la tarima con el fin de
tener buena visibilidad. Su objetivo es calificar en las participantes tres aspectos:
el conocimiento general de la región, un baile típico (bambuco) y la elaboración
de una pieza de barro.
Aunque todas las actividades son importantes, la que más tensión causa en el
público y en las candidatas es la última prueba, puesto que tienen diez minutos
para manufacturar la pieza de su elección; ellas llevan la arcilla preparada y la
base de la pieza lista para empezar a modelar. Normalmente, realizan pocillos

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Angela María Cadena Muñoz

o platos que son los objetos de fácil elaboración. Pasados los diez minutos, los
miembros del jurado examinan el resultado y se toman un tiempo para debatir
entre ellos los puntajes de las candidatas y, finalmente, indicar la ganadora.
Ser reina del barro es un gran prestigio, no solo para la participante, sino también
para su familia, puesto que la señorita ganadora será la imagen de La Chamba
en distintos eventos municipales y, como tal, deberá demostrar su conocimiento
alfarero, representar a la comunidad y a su familia.
De manera que el proceso de enseñanza y aprendizaje es concebido en un nivel
social, es decir, «lo que se trasmite no es únicamente el saber hacer del maestro,
sino que engloba el conocimiento tecnológico que tiene el grupo. Por lo tanto,
no se trasmite un conocimiento tecnológico individual, sino el conocimiento
tecnológico social e identitario» (García Roselló, 2011: 70).

4. 3. La elección de los materiales

En consecuencia, al entrar en contacto con el agua y las manos de las alfareras, la


arcilla se desliza con facilidad entre los dedos y recobra significado y conocimiento
(véase la fig. 9). Así, de manera habilidosa, trabajan en conjunto arcilla y artesana, y
se levantan piezas a través de técnicas como el pellizcado o enrollado y modelado.
En este sentido, el barro emerge en la sociedad y junto con ella, configura redes
sociales, económicas y políticas que constituyen al pueblo; la arcilla se comporta
como un índice del cual se genera agencia, con cualidades significantes dentro
del grupo que se reflejan en saberes, dedicación y especialización de las técnicas.
En virtud de ello, Carmen Prada, alfarera de la zona, hace alusión a la arcilla de esta
manera: «el barro de aquí es el mejor, porque la arcilla sale en todos lados, pero el
barro… el barro sale en La Chamba» (comunicación personal, abril de 2018). En
estas palabras se encuentra inmerso el mundo de los/as alfareros/as de esta región.

Figura 9 – Elaboración de cerámica


© Andrés Uribe Naranjo

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Saber hacer y tradición en La Chamba, Colombia: un estudio etnográfico de la selección de arcillas

Si bien los agentes son conscientes de que existe un universo de opciones para
realizar una misma actividad, a través de su conocimiento, ellos son quienes
seleccionan las acciones tecnológicas pertinentes relacionadas con su saber hacer,
por lo cual asumen como opción idónea la materia prima de La Chamba, aquella
que al deslizarse suavemente por los dedos evidencia una textura arenosa fina.
En cuanto a la arcilla roja o barniz, la mina del municipio de Suárez es considerada
como el único lugar de extracción del material, puesto que el conocimiento
tradicional y el saber hacer de los/as alfareros/as ha determinado que las
características de la arcilla de este municipio son las apropiadas para el engobe.
En el sector El Olvido (de la vereda La Chamba), se halla un horizonte de suelo
con características similares a la de la mina de barniz, pero los/as artesanos/as no
hacen uso de este, ya que su consistencia es menos espesa, y, al momento de
aplicarla a la superficie, genera capas delgadas, por lo cual su uso requiere más
trabajo y material.
En general, los/as alfareros/as tienen claridad sobre las características del engobe,
esas que deben tenerse en cuenta desde el momento de su hallazgo, pasando por
su preparación y, finalmente, el uso como engobe. La mina en Suárez conjuga
todas las propiedades que ellas y ellos buscan para la manufactura cerámica, por
lo tanto, esta (la mina) se ha convertido en el sitio «social» de captación de la
materia prima.

5. CONCLUSIÓN

Los estudios etnoarqueológicos no siempre deben estar relacionados con modelos


para la aplicación arqueológica directa, sino como una manera de pensar
diferentemente los compromisos de las personas con el material y para probar y
desarrollar la teoría arqueológica en tiempo real (Lyons & Casey, 2016: 612). Por
tal razón, al analizar los componentes que caracterizan actualmente la tradición
cerámica de La Chamba, es posible proponer modos de interpretación para
identificar la variabilidad de decisiones sociales involucradas en el proceso alfarero.
La relación que tiene la comunidad con la arcilla es precisamente un componente
de especial interés en el momento de analizar la producción cerámica, la cual
no se halla necesariamente asociada con el principio de menor esfuerzo. Por el
contrario, se identifican elecciones realizadas por alfareros/as, tanto espacial como
tecnológicamente, para seleccionar los materiales. En el caso particular, se ilustra
la complejidad de los aspectos involucrados en la selección de la materia prima
con la determinación de usar el engobe rojo de una mina específica sin importar
la distancia y el costo.
En consecuencia, el análisis de las estrategias productivas en el presente es ideal
para llegar a un buen estudio de los procesos de fabricación cerámica, puesto que
«las prácticas materiales de las sociedades constituyen un medio a través del cual
se mantienen y refuerzan los comportamientos culturales, pero al mismo tiempo
ofrecen la estructura a partir de la cual operan los cambios o transformaciones»
(De la Fuente & Páez, 2007: 2).

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Angela María Cadena Muñoz

Claro está que no se busca crear una metodología específica para el análisis de la
cerámica arqueológica, puesto que las conclusiones etnográficas son complejas
de llevar directamente a la arqueología. Sin embargo, es importante tener en
cuenta todo el contexto en el que ocurren las elecciones y así comprender las
diferentes posiciones en torno a las decisiones humanas, abriendo las puertas de
análisis que permitan pensar desde otras perspectivas los materiales, los lugares y
los contextos (Gosselain & Livingstone Smith, 2005: 34). Por lo tanto, este estudio
evidencia correlatos materiales posibles de dichas elecciones y aporta ejemplos
adicionales al estudio de la tecnología cerámica en términos de prácticas sociales
de producción, aspectos fundamentales para el análisis de la cultura material que,
en la mayoría de casos, no son tomados en cuenta por los estudios arqueológicos,
mayormente fundamentados en producciones tipológicas y descriptivas.

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Caminando desechos. Reflexiones desde las superficies de Aguabuena
IFEA

Caminar desechos. Reflexiones desde las


superficies de Aguabuena
Daniela Castellanos*

Este artículo se centra en desechos que son fragmentos cerámicos y caminos que atraviesan la geografía
y emergen o se desvanecen gracias a la acción conjunta de fuerzas humanas y no humanas, o a la
falta de ella. Son detalles del mundo material que construyen y actualizan los alfareros de Aguabuena
(Andes colombianos) con sus prácticas. Además de formas, pueden ser vistos como un concepto
que nos invita a pensar nuestras categorías de conocimiento antropológico y arqueológico. En un
recorrido que involucra mi experiencia investigativa de dos décadas entre este grupo humano, intento
desarrollar una reflexión teórica sobre las superficies que son materia y método.

Palabras clave: alfareros, Aguabuena, desechos, superficie, Andes colombianos

Fouler les déchets. Réflexions à partir des surfaces d’Aguebuena


Cet article s’intéresse aux déchets, c’est-à-dire aux fragments de céramique et aux chemins qui
traversent la géographie et émergent ou s’évanouissent grâce à l’action conjointe des forces humaines et
non humaines, ou à son absence. Ce sont des détails du monde matériel que les potiers d’Aguabuena
(Andes colombiennes) construisent et actualisent grâce à leurs pratiques. En plus des formes, elles
peuvent être vues comme un concept qui nous invite à réfléchir sur nos catégories de connaissance
anthropologique et archéologique. Dans un parcours qui implique mon expérience de recherche de
deux décennies au sein de ce groupe humain, j’essaye de développer une réflexion théorique sur les
surfaces comme matière et méthode.

Mots-clés : potiers, Aguabuena, desechos, surfaces, Andes colombiennes

Walking waste. Some lessons from the surfaces of Aguabuena


This article explores waste —ceramic fragments and the paths that they follow crossing mountains,
emerging or disappearing through joint action of human and non-human forces (or its absence). They
are parts of the material world constructed and acted upon by Aguabuena potters in the Colombian
Andes. In addition to being thought of as forms, they can be seen as a concept that invites us to

* Departamento de Estudios Sociales. Universidad Icesi, Pance, Cali – Colombia. E-mail: Daniela
Castellanos [email protected]

41
Daniela Castellanos

reflect upon the construction of anthropological and archaeological knowledge. Journeying through
my own research experiences among the potters for over two decades, I attempt to develop theoretical
reflection concerning surfaces as matter and method.

Keywords: potters, Aguabuena, waste, surface, Colombian Andes

INTRODUCCIÓN

Este artículo conjuga, por un lado, aspectos de la experiencia de vida de los


alfareros de Aguabuena (Andes colombianos) y de lo que han significado alrededor
de dos décadas de investigación de campo de corte etnográfico con ellos1, y por
otro lado, detalles del mundo físico que este grupo habita y ayuda a construir, esto
es, de su materialidad. Específicamente, me centraré en desechos: fragmentos
cerámicos y caminos que atraviesan la geografía y emergen o se desvanecen
gracias a la acción conjunta de fuerzas humanas y no humanas, o a la falta de ella.
Mi intención es pensar a través de huellas del mundo alfarero para reconsiderar
nuestras formas de conocerlo. Me interesa retomar detalles del espacio cotidiano
y de los elementos materiales con los que los ceramistas crean y actualizan lazos,
con la intención de considerar cómo estas formas encierran en sí mismas otras
formas-ideas que desafían nuestros métodos y nuestra aproximación a la alfarería
y su registro. Para ello, me sitúo desde un contexto específico y reflexiono de
forma retrospectiva sobre mi propia experiencia investigativa y las formas en que
mis preguntas han ido cambiando.
Siguiendo desechos (algunos de los cuales son fragmentos cerámicos), planteo
una serie de reflexiones sobre la discontinuidad que invitan a repensar los sitios y
contextos arqueológicos más allá de unidades necesariamente cerradas y continuas,
en la memoria que no es ordenada y progresiva sino fragmentada y saltuaria, y en
esa medida en la revisión de las aproximaciones que suponen una relación directa
a nivel histórico entre prácticas y sujetos situados en el presente etnográfico y
aquellos del pasado colonial o prehispánico. También en los recorridos y tránsitos
por superficies que se interrumpen. Así, en lo que sigue, apuesto por derivar desde
los desechos, una lectura distanciada de una imagen coherente del oficio de
alfarero y del taller cerámico y predominantemente cimentada sobre la suposición
en la pervivencia de tradiciones de larga data y relaciones estáticas. Con esto no
sugiero un panorama en que todos los eventos son coyunturales y evanecentes,
sino que propongo considerar las acciones de los desechos en el mundo para
permitirnos aprender de superficies que si bien son discontinuas y cambiantes,
también tienen cierta profundidad temporal.

1 Inicié mi investigación en Aguabuena en 2001. Desde entonces he realizado varias temporadas de


campo de distinta duración, combinando metodologías y técnicas arqueológicas y etnográficas que
iré detallando a lo largo del texto.

42
Caminando desechos. Reflexiones desde las superficies de Aguabuena

Mi propuesta se alinea con otros trabajos que, 'pensando a través de las cosas'
ponen en el centro la materia para trazar puentes entre teoría y método desde
una aproximación etnográfica que deja que las cosas hablen (cf. Henare et al.,
2007). En este escenario, los objetos son más que vehículos o el telón de fondo
de eso que llamamos cultura. En cambio, éstos importan porque tienen un estatus
ontológico que es el punto de partida de nuestros cuestionamientos y marcan el
camino para explorar la realidad, desplegando una estrategia analítica. Más que
simples objetos o materia, son también conceptos (cf. Gordillo, 2014). Con esto
en mente, los desechos nos hablan desde su materialidad. Se trata entonces de
valorar sus formas para ser más que la base de clasificaciones tipólogicas, en el
caso de los desechos que son fragmentos cerámicos, o rasgos del paisaje, cuando
son desechos que son caminos. Reconocer sus efectos en el mundo desde sus
quiebres y fracturas, o su potencialidad para desaparecer o emerger, nos da la
posibilidad de vislumbrar otros asuntos relativos a las discontinuidades que
conectan, como su duración y las cualidades de su presencia en el espacio.
¿Qué nos enseñan los alfareros desde sus prácticas sobre las formas en que
nosotros los antropólogos conocemos? Y más allá, ¿a qué tipos de problemas
epistemológicos nos podrían enfrentar los desechos considerados como conceptos?
Propongo explorar estas preguntas en lo que sigue para aportar a la discusión
que convoca este dossier, esto es, el uso de la analogía etnográfica en estudios
sobre comunidades alfareras del pasado2. Concretamente, me referiré a dos
problemas que se derivan de mi observación sobre las acciones (y afectaciones)
que propician los desechos en ese mundo desde las (des)conexiones a través de
caminos y redes que se actualizan, emergen o desaparecen: primero, la unidad de
un espacio habitado-transitado (llámese sitio, taller, camino, comunidad) siempre
en fragmentación y segundo, el problema del contexto en un mundo en donde
muchas cosas están descontextualizadas.

1. ALFAREROS Y TEORÍA SOCIAL CONTEMPORÁNEA

Autores como Gosselain (1999) y Barley (1994) proponen que la producción


cerámica es un sistema de pensamiento que expresa prácticas sociales, culturales
y valores simbólicos que crean, reproducen y desafían el orden social. Así, el
oficio de transformar la cerámica cruda en cocida es más que una actividad
productiva. Representa un modelo de mundo (o un ‘modelo de mundo alfarero’,
como lo llamó Barley) que inscribe relaciones de género, parentesco, política,
ecología y cosmología; trasciende a aspectos relativos a la sexualidad, la identidad
y las emociones, e incluso informa nuestra relación con la materia. En suma,

2 Algunas de estas ideas fueron presentadas en el taller internacional ¿Qué es una Relación?
Perspectivas Etnográficas desde una Sudamérica Indígena en la Universidad Católica de Chile
(Santiago, 2017), en el Encuentro de Teoría Arqueológica en Ibarra (Ecuador, 2018) y en el XVII
Congreso de Antropología en Colombia realizado en la Universidad Icesi (Cali, 2019). Agradezco
a todos los expositores de estos encuentros, de quienes recibí preguntas y comentarios que
contribuyeron a refinar las reflexiones aquí planteadas.

43
Daniela Castellanos

la propuesta de los autores mencionados permite pensar el valor que tiene la


alfarería en sí misma como una experiencia de estar en el mundo que comparten
ciertos grupos humanos a través del tiempo.
En Colombia, y más específicamente en los Andes orientales, los estudios
sobre alfareros han enfatizado los aspectos estéticos y técnicos de sus prácticas
y generalmente han quedado como apéndices de trabajos arqueológicos o
etnoarqueológicos que sirven para demostrar la continuidad y correspondencia
entre las técnicas precoloniales y actuales (Broadbent, 1974; Falchetti, 1975;
Mora de Jaramillo, 1974; Therrien, 1991). Si bien otros estudios etnográficos
han incluido temas distintos a los económicos (por ejemplo, las interrelaciones
entre la organización social del trabajo productivo y las divisiones de género),
estos trabajos han reforzado una visión esencialista y estática de los alfareros del
presente al ponerlos como un espejo retrovisor para indagar sobre la producción
del pasado colonial y precolonial (cf. Duncan, 1998), sin aparente derecho al
cambio o la modernización (cf. Vasco, 1987).
Lo anterior puede contrastarse con un campo de estudio más nutrido en el que
a veces se incluye a los alfareros: el campo de los artesanos. Al respecto, es más
fácil encontrar trabajos preocupados por entender la incidencia de las prácticas de
los artesanos en el mundo contemporáneo (Cant, 2019; Herzfeld, 2004; Kondo,
1990; Koptiuch, 1999). El trabajo de Herzfeld entre aprendices de zapatero
en Creta es diciente en su intento por derivar reflexiones teóricas a partir de la
situación actual de los artesanos. Su tesis de la «jerarquía del valor global» analiza
la forma en que estos grupos se incorporan en y participan del mundo globalizado,
mostrando su marginalidad como parte de una tensión entre lo moderno y lo
tradicional, y su incidencia en la construcción de la imagen de estado-nación de
la Grecia contemporánea (Herzfeld, 2004). En esa misma línea, investigaciones
de Chaves & Nova (2014) brindan una lectura de las artesanías étnicas en
contextos colombianos disímiles como la Amazonía o la Guajira, analizando los
procesos de patrimonialización de ciertos objetos, junto con la activación del
turismo. Otros estudios más recientes, como el de Alana Cant entre talladores
de madera de México (2019), exploran el campo estético como una intersección
entre productores y consumidores de arte y los mutuos condicionamientos que
estos procesos imponen sobre el mundo social de los artesanos. En particular,
se interesa por cómo distintos actores que participan de «lo estético» definen su
pertenencia a dicho campo a partir de la competencia, o el establecimiento de
alianzas y comunidades políticas en disputa por el reconocimiento a la propiedad
intelectual y los derechos de autor.
Otro tema a propósito de los artesanos ha sido el del aprendizaje de técnicas desde
una lectura amplia de la tecnología como tekhne, o saber hacer (Ingold, 2000: 294),
y el interés por los aspectos sociales relacionados con el desarrollo de las habilidades
y las destrezas de quienes transforman la materia y, a su vez, son transformados
por esta. Aquí, el aprendizaje ha servido como teoría y método de trabajo para
captar, a través del propio cuerpo del investigador, aspectos del trabajo artesanal
que no se comunican por medios convencionales y que están relacionados con el

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Caminando desechos. Reflexiones desde las superficies de Aguabuena

conocimiento implícito que se adquiere a través de la experiencia (Coy, ed., 1989).


Así mismo, el aprendizaje se vuelve una ventana para captar las relaciones de
poder en las que se inscriben las relaciones maestro y aprendiz, además de otros
aspectos como las construcciones de género y subjetividades que se validan en
estrecha relación con un oficio. Por ejemplo, el trabajo de Trevor Marchand entre
constructores de adobe en África explora los modos en que el ejercicio de un oficio
marca una interrelación vital de los sujetos con el mundo que los rodea, enlazando
cuerpo, mente y entorno (Marchand, 2010).
Esa interrelación vital y reflexiva del artesano con el mundo ha sido explorada
en la obra de Richard Sennet El artesano (2008) —el primero de una trilogía
dedicada a la cultura material— desde su atención en el hacer. «¿Qué nos revela
el proceso de hacer cosas concretas sobre nosotros mismos?» (Sennet, 2008: 8),
se pregunta el autor como antesala a un recorrido histórico y filosófico interesado
en las cosas que se hacen, los procesos que organizan ese hacer, la participación
de los individuos y grupos en esto y sus implicaciones más sociológicas y políticas.
El oficio del artesano tiene que ver con la habilidad de «hacer las cosas bien»
(Sennet, 2008: 8), lo que involucra el desarrollo de una técnica vinculada a una
forma particular de ser y estar en el mundo: es, por lo tanto, un conocimiento
corporal y moral al tiempo. La obra de Sennett confiere al arreglo práctico del
hacer una dimensión existencial que reivindica la materia al ponerla en el mismo
plano que el pensamiento. Mi texto también reconoce este estatus que le da
Sennett a la materia, pero esta vez no solo conferido a las cosas completas que han
sido ‘bien hechas’, sino también a aquellas que, estando rotas, de alguna forma
son abortadas o rechazadas —y, sin embargo, no dejan de existir—. Precisamente
desde estos márgenes de lo abandonado, expulsado o simplemente no vuelto a
cuidar, también podemos seguir interrogándonos por quiénes somos.
En lo que sigue, quiero proponer una reflexión de los alfareros y su mundo
interesada en sus desechos. Más que pensar desde la alfarería como una actividad
social y económica inscrita en redes globales o situarme en la subjetividad de los
alfareros y sus formas diferenciadas de aprender el oficio, mi análisis se centrará
en rasgos de la materialidad de Aguabuena que reflejan detalles que los ceramistas
(des)hacen y con los que construyen, actualizan o van borrando su lugar en el
mundo.

2. ENCONTRANDO FRAGMENTOS QUE SON DESECHOS

Miles de fragmentos cerámicos de todos los tamaños y distintos períodos de


tiempo yacen en las superficies de Aguabuena, un sector rural en la falda de
un cerro comprendido entre dos veredas3, Candelaria Occidente y Pueblo Viejo,
en el municipio de Ráquira en la cordillera oriental de los Andes colombianos
(fig. 1). También, estos fragmentos se encuentran en los caminos que conectan

3 Vereda es el término usado en Colombia para referirse a la subdivisión de un territorio rural en el


mapa de organización política y administrativa de un municipio.

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Daniela Castellanos

Figura 1 – Localización geográfica del sector de Aguabuena en Ráquira (Boyacá, Colombia)


Los puntos GPS corresponden a la localización de talleres cerámicos activos en el año 2006
© D. Moncada Rasmussen (2010: 277).

Aguabuena con el resto de veredas y puntos en la geografía4. Su presencia es


tan ubicua que se vuelven un detalle que pasa a ser fácilmente desapercibido.
Se les puede encontrar apilados en montones y puestos en lugares discretos
dentro de los talleres cerámicos, o al lado de los caminos, algunas veces como
parte de improvisadas paredes que rompen el viento, o para ser reciclados como
materiales de construcción de casas campesinas de adobe. También sirven como
relleno de los huecos del pavimento de carreteras secundarias por donde transitan
carros, buses y motocicletas. Finalmente, están debajo de la tierra, como parte del
suelo. Pese a las inclemencias del clima, o las actividades humanas y animales, los
fragmentos persisten y permanecen, fragmentándose con el tiempo, esculpiendo
la superficie, añadiéndole textura y color a un paisaje montañoso y erosionado.
Allí, la basura cerámica permanece en la superficie, como puntos discretos en
el espacio, y a veces como una superficie en sí misma, como cuando construye
canales a través de los cuales se mueve y transita la vida (piénsese en los pies
de los alfareros que recorren a diario los caminos cimentados por sus propios

4 Estos caminos también pueden desconectar, como ocurre en las temporadas invernales, cuando a
causa de las fuertes lluvias se vuelven instransitables.

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Caminando desechos. Reflexiones desde las superficies de Aguabuena

fragmentos cerámicos).
Mi primer proyecto en Aguabuena en 2001 (con una duración en campo de 4
meses) me acercó a la multiplicidad de lugares en donde podían encontrarse y las
funciones que cumplían los fragmentos cerámicos. En ese entonces nos interesaba
documentar cómo un taller cerámico se convertía en registro arqueológico
(Castellanos, 2004). Para ello, realicé un mapeo de áreas de actividad de talleres
de producción cerámica doméstica de la actualidad, inventariando ubicación,
distribución y estado de los objetos cerámicos, enfatizando áreas de descarte.
Combiné estos registros con observaciones sobre el ciclo de vida de las vasijas
(desde manufactura hasta descarte) y datos de la organización y división del
trabajo en las unidades de producción. En ese estudio, consideré una muestra de
ocho talleres de producción de tipo doméstica.
Este interés cultivó mi atención hacia los objetos y formas en que eran descartados,
siempre pensando en qué de lo que observaba en el presente sería rastreable en
el futuro y cuáles serían sus registros o correlatos materiales. Mi caso empírico
daba cuenta de una vida dinámica de los objetos —incluso después de ser
descartados—, pues casi siempre eran reutilizados a pesar de estar rotos o
reducidos a fragmentos.
Así, un basurero cerámico en un camino, más que un área de actividad
especializada, circunscribía en un punto discreto, miles de fragmentos de distintos
talleres, dispuestos en distintos tiempos, y que a su vez cimentarían el camino.
Esto fue claro el día que acompañaba a Marina con su carretilla llena de tiestos.
Cuando ella arrojaba un buen número fragmentos sobre otros que yacían en la
superficie, yo le pedí que nos detuviéramos antes de llegar a su casa. Entonces
empezamos una conversación para mí reveladora.
Mientras inspeccionaba los materiales que estaban en el conjunto, tomé un asa
de una jarra, y le pregunté sobre esta. «Ésta oreja es de Teresa», afirmó. «Mire la
curva de la oreja y las dos líneas sobre la curva: son de la una de ella». Pese a
su explicación esforzada, puesto que no es común que los alfareros se refieran
verbalmente a cómo hacen las vasijas, no pude disimular mi cara de extrañamiento.
Interpretando mi gesto, continuó: «la oreja es gruesa y el hueco ancho porque
Teresa tiene dedos grandes y gruesos». Buscó otro fragmento, esta vez de ella,
y expuso las diferencias entre ambos pedazos, considerando la anatomía de sus
dedos y uñas y las improntas de sus formas corporales en la materia. Las palabras
de Marina desplegaron un nuevo universo ante mis ojos. Desde entonces empecé
a considerar la importancia de los detalles y la ‘vida posterior’ (el afterlife sensu
Gordillo, 2014: 20-21) de los fragmentos siempre en perpetua fragmentación y
que hacían de ese conjunto, muchos palimpsestos5.
Dentro de las posibilidades de la «vida posterior» de la materia, quisiera considerar

5 En su interés etnográfico y espacial por los escombros dispersos en una de las áreas de agroindustria
más importantes del norte de Argentina en el Gran Chaco, Gordillo introduce el problema de la
vida después de un objeto que, como los escombros, está más cercano a la destrucción que a la
creación. Tomando de Walter Benjamin la idea de «una vida posterior» (mi traducción) para pensar

47
Daniela Castellanos

la condición de los desechos en Aguabuena y su complicidad con el movimiento


o el tránsito de distintos actores en sus recorridos. Desechos, además de ser una
forma genérica de referirse a los residuos (por ejemplo, fragmentos cerámicos), se
refiere también a caminos que surcan superficies quebradas, siendo ellas mismas
superficies que surgen o desaparecen, dependiendo del tránsito a través de ellas.
Allí confluyen viento, lluvia, pies en movimiento, terreno, erosión, humedad,
pezuñas de animales de pastoreo, organismos y llantas de motocicletas. Todos
juntamente esculpen caminos que se convierten en formas directas de llegada
de un punto a otro a través de montañas. Despliegan una creación conjunta de
actores humanos y no humanos y su complicidad con la materia. A veces, también
desconectan, cuando se desvanecen, a falta de tránsito (fig. 2).
Otros caminos, para cruzar montañas y sin pavimentar, dependen de desechos
para continuar conectando. Es el caso de carreteras cuyos huecos se tapan con

Figura 2 – Desechos que atraviesan la geografía quebrada


© Daniella Castellanos

que la vida no se limita a lo que tiene una «corporalidad orgánica» sino a «todo aquello que tiene
una historia propia» (Benjamin, 1968: 71 en Gordillo, 2014: 20), el autor plantea la posibilidad
que tiene algo inanimado, como los escombros, de tener también una «historia propia» (Gordillo,
2014:). Por ser un concepto que refiere una discusión filosófica más profunda, he decidido alertar
al lector dejando el término en inglés y explicitando que debe entenderse desde el uso dado por el
autor referenciado.

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Caminando desechos. Reflexiones desde las superficies de Aguabuena

pavimento artesanal o tiestos, o de caminos sobre los que yacen millones de


fragmentos (fig. 3). Sobre esto último, cabe anotar que para recorrer las superficies
de Aguabuena tuve que aprender a moverme a través de fragmentos cerámicos.
Fue un reto pisar materiales desiguales, algunos con puntas filudas, otros de
superficies curvas y resbalosas, que siempre craqueaban al recibir el impacto del
peso de mi cuerpo sobre estos o tintineaban cuando por descuido los pateaba y
los hacía colisionar con otros fragmentos que estaban cerca. De esto me percaté
el día que acompañé a mi familia adoptiva a la procesión de Semana Santa, un
recorrido de algo más de 6 horas que me ocasionó dolores en piernas y espalda al
recorrer superficies desiguales (fig. 4). Los conductores de buses intermunicipales
o motos también eran conscientes de las propiedades de estos caminos, y les
evitaban en los meses de lluvia cuando se convertían en «pistas de jabón». Así,

Figura 3 – Vasijas rotas y fragmentos cerámicos al lado del camino


© Daniella Castellanos

moverse involucraba sincronía entre materiales y cuerpos.


3. AGUABUENA COMO PROBLEMA

Aguabuena es, a la vez, un lugar físico y un grupo humano. Geográficamente se


encuentra en la parte alta del municipio de Ráquira, sobre la falda de un cerro
que está en un sector fronterizo entre dos veredas. En 2009, había alrededor de

6 Actualmente, la población ha disminuido drásticamente por la muerte de los alfareros más viejos
y la migración de los más jóvenes a los centros urbanos. En una corta visita a finales de 2019, se
contabilizaron 12 talleres activos y una población de 25 alfareros.

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Daniela Castellanos

Figura 4 – Caminando desechos


© Daniella Castellanos

120 personas agrupadas en unos 30 talleres cerámicos y distribuidas a lo largo


de la montaña6. Desde muchos de los talleres se tiene una vista panorámica del
municipio, abajo en un valle, y se pueden observar las casas de los ceramistas de
los alrededores.
Pese a que para la gente de la región, Aguabuena representa un claro referente
espacial en la geografía del lugar, sus límites no son administrativos ni políticos (de
hecho, no aparece en los mapas políticos de Ráquira), sino de tipo social (fig. 5).
Originalmente, Aguabuena era un predio perteneciente a tres generaciones atrás
de los actuales alfareros que se fue fragmentando a medida que la familia se
fue ramificando. Los tatarabuelos heredaron a sus hijos y estos a los hijos de sus
hijos y así, una porción de un territorio que terminó dividido en múltiples puntos
representados en fincas de pocas hectáreas y cuya división aún no termina. Un
espacio tan fragmentado, sin embargo, no se correspondía con un escenario de
relaciones familiares divididas o lejanas. Al contrario, los lazos de parentesco
siguieron actualizándose a través de alianzas matrimoniales entre primos y de
lazos de compadrazgo. Esta cercanía incrementaba la competencia, al todos
tener la misma actividad económica, la alfarería, y todos explotar un territorio
con recursos limitados (escasez de agua, suelos poco fértiles para la agricultura).
Aguabuena es entonces un grupo social considerado como el mismo tipo de gente:
todos son alfareros, todos con la misma tecnología cerámica, todos parientes,
todos ocupando un mismo espacio.
En una visita en 2006, Arturo Bautista, a mi pregunta por los límites de Aguabuena,
respondió:
De largo va desde los Vergel (taller que está en la parte más arriba del cerro)
hasta donde Justa Bautista, y de ancho alcanza a coger lo que agarra el filo
de la carretera.
En general, todas las respuestas que recolecté en distintas temporadas de campo,
siempre me refirieron un territorio dinámico, de límites variables. Aguabuena se

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Caminando desechos. Reflexiones desde las superficies de Aguabuena

Figura 5 – «Vereda Aguabuena»


en la camiseta del equipo de
microfútbol de un joven alfarero
© Daniella Castellanos

contraía o expandía dependiendo de si sus alfareros migraban o retornaban, o de


las cuentas que incluían casas abandonadas o recién construidas.
Mi dificultad por fijar en un mapa una foto duradera de Aguabuena y sus
alfareros, fue otro camino que me llevó a considerar las fragmentaciones, esta vez
representada en cómo se (des)ocupa el espacio, cómo se mantiene (des)ocupado
y por esta vía, lo artificioso de construcciones espacio-temporales totalizantes,
cerradas y circunscritas. Además, a Aguabuena se llega, sale y recorre a través
de desechos. Luego lo fragmentario, también literalmente marca los tránsitos de,
hacia y dentro del lugar y las (des)conexiones de su gente.
A propósito de las ruinas de la provincia de Salta (Gran Chaco), Gordillo propone
concebirlas como nodos que forman constelaciones (2014: 20). Retomando
nuevamente a Benjamin y su concepto de constelación para pensar la Historia,
la define como una «imagen de pensamiento» que evoca «una conectividad no
casual definida por la multiplicidad, la ruptura, y la fragmentación» (2014: 20).
Su carácter multicentrado, plástico, elusivo (pues no tiene fronteras claramente
demarcadas), le permite considerar un mundo en el que los escombros, más que
las ruinas, configuran una materialidad que aunque disruptiva (y en ese sentido
con una connotación negativa), está cargada de afectos y es intrínseca a la vida de
ese lugar (y de muchos otros).
Las ideas de Gordillo resuenan para el caso de Aguabuena y su naturaleza de
fragmentos en fragmentación. ¿Cómo demarcar como una unidad, un sitio que

51
Daniela Castellanos

está desecho? en otras palabras, lo que está roto o por romperse emerge con
dinamismo y redefine los límites del grupo social entendido como comunidad, el
territorio que habita y su materialidad característica7. Esta necesidad de construir
bordes definidos para establecer lo que entendemos por «campo» en el trabajo
etnográfico ya ha sido cuestionada; en cambio, se ha propuesto entenderlo como
un constructo multiespacial y multitemporal, cuyas fronteras son sobretodo un
asunto de conveniencia metodológica (Candea, 2007). A este ejercicio se enfrentan
siempre los arqueólogos, al definir un sitio arqueológico que, de entrada, es un
compendio de rasgos, objetos, huellas, materiales, cuya disposición nos recuerda
la definición de constelación de Benjamin.

4. (DES)CONTEXTUALIZAR

En Ráquira, la alfarería fue el oficio principal de la población a la llegada de los


españoles (cf. Orbell, 1995; Therrien, 1991; Falchetti, 1975; Mora de Jaramillo,
1974; Hernández Rodriguez, 1978; Broadbent, 1974) y se extendió hasta «los
tiempos históricos recientes como ocupación de la capa rural baja al lado de la
actividad agrícola» (Mora de Jaramillo, 1974: 20). Tal importancia contrasta con
una falta de información histórica sobre el oficio a través de los siglos y la poca
evidencia de su presencia a gran escala antes de la conquista. Por ejemplo, las
crónicas y documentos oficiales de los visitadores, oidores y demás autoridades
españolas, no brindan muchos detalles sobre los alfareros o el tipo de producción
cerámica, y se limitan a hablarnos de «pueblos de olleros» en donde una población,
(por cierto no numerosa y pobre), estaba «reducida a trabajar la loza» como forma
de pagar el tributo que debían (Orbell, 1995: 20). Para compensar los pocos datos
ethnohistóricos, algunos trabajos arqueológicos han aportado información sobre
la posible antigüedad, escala y transformaciones en el tiempo de la producción
cerámica de la zona.
El trabajo más importante fue realizado en los años 70 por Ana María Falchetti a
través de una prospección intensiva y excavaciones arqueológicas que identificaron
cuatro sitios arqueológicos con una baja densidad de material cerámico en
Ráquira y sus alrededores (Falchetti, 1975). Los hallazgos contrastaban con la
expectativa de encontrar una alta densidad de material arqueológico precolonial

7 En The trouble with community (2002), Amit & Rapport problematizan la «comunidad» como
unidad analítica por excelencia de disciplinas como la antropología, mostrando cómo su centralidad
ha oscurecido experiencias de grupos e individuos que rebazan los límites fijos y cerrados que la
categoría impone. Para los autores, fenómenos como la globalización, la migración o los movimientos
sociales, entre otros, nos enfrentan teórica y metodológicamente a la fragmentación espacio-
temporal de este tipo de unidades cerradas. En ese mismo sentido, el «problema» de Aguabuena
también nos enfrenta a los límites de nuestros conceptos para dar cuenta de las disrupciones,
quiebres y transformaciones de nuestras unidades de análisis a partir de las dinámicas mismas de
la gente en el territorio (por ejemplo, sus movimientos migratorios) y de la materialidad de este
territorio.

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Caminando desechos. Reflexiones desde las superficies de Aguabuena

que permitiera documentar la antigüedad del oficio y sus desarrollos en la zona


antes y después de la conquista y colonización españolas.
Por otra parte, tanto Falchetti como Sylvia Broadbent (1974) documentaron las
técnicas de manufactura y quema que, por los años 70, seguían los alfareros
de la zona rural de Ráquira. Ambas autoras establecieron continuidades y
transformaciones en las técnicas y tecnología cerámicas descritas a partir de un
tipo de cerámica arqueológica del siglo X y XI d. C., reportada por Falchetti en
una de sus excavaciones en un municipio cercano a Ráquira (Falchetti, 1975:
199). Se trataba de un material de pasta dura con desgrasante de arena y una
superficie con ranuras paralelas producidas al arrastrar partículas del desgrasante
en el proceso de alisado de las vasijas, similar al tipo de cerámica «loza de arena»
producida por los alfareros por ellas estudiados (Broadbent, 1974: 232). En los
años 90, el trabajo de Therrien (1991) combinó la excavación de un basurero de
un taller cerámico colonial y el trabajo con alfareros actuales, reforzando la tesis
de la continuidad de las técnicas cerámicas entre el pasado colonial y el presente
etnográfico del siglo XX.
Desde lo anterior, la producción cerámica de Ráquira aparece como continua y
representativa a través del tiempo, así su registro arqueológico no lo sea. Distintos
observadores en el tiempo (cronistas, viajeros, etnógrafos, arqueólogos, alfareros),
han contribuido a construir esta continuidad, de la que en cambio no nos hablan
los depósitos arqueológicos explorados.
En su estudio sobre las construcciones temporales de los arquéologos, Simonetti se
refiere a una correlación entre la tendencia corporal de los arqueólogos de mirar
hacia abajo, una comprensión vertical de la cronología y la conceptualización
del tiempo como «profundidad». Así, los arqueólogos hacen presente lo que
está ausente mientras interactúan con materiales en movimiento. Esta capacidad
que él llama «sentir hacia adelante» es un ejercicio multisensorial que marca un
movimiento hacia el futuro y hacia el pasado que está enterrado, una habilidad
de proyectar los sentidos más allá de lo que es visible en la superficie (Simonetti,
2015: 70).
El criterio validador es la gravedad, bien sea a través de la estratigrafía como garante
del paso del tiempo en los depósitos arqueológicos o a través de la mirada que de la
superficie inspecciona hacia abajo cuando se enfrenta a esos depósitos o se mueve
de abajo hacia arriba para construir cronologías. Esta condición también garantiza
la presencia de un contexto crucial para interpretar el registro arqueológico y ha
reforzado la idea moderna del pasado separado y desvinculado del presente, pues
este está siempre escondido, enterrado y, por lo tanto, debe ser descubierto, para
traerlo nuevamente a la luz (cf. Lucas, 2004; Harrison, 2011).
Es posible que una mirada guiada por lo anterior no considere o le reste relevancia a
los materiales o prácticas en superficie porque escapan a la profundidad temporal.
De hecho, uno de los problemas de los registros arqueólogicos superficiales es que
pueden estar descontextualizados, pues pueden presentar alteraciones al no estar
cerrados o claramente delimitados, como aparentemente sí lo están aquellos que
se encuentran bajo tierra.

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Daniela Castellanos

Más que volver sobre la dicotomía profundo/superficial, dos de los tropos


fundamentales en el ejercicio arqueológico (González-Ruibal, 2011), me interesa
reexaminar el caso de la producción cerámica de Ráquira partiendo de una
consideración sobre la superficie y su profundidad, pero no desde una imagen
genérica o ideal, sino desde una superficie de desechos como la que transité
a diario con los alfareros de Aguabuena y que ellos ayudan a moldear. Esto me
permitirá tender puentes entre antropología y arqueología a partir de mi propia
experiencia investigativa.

5. SUPERFICIES PROFUNDAS

Tal vez como parte de mi entrenamiento como arqueóloga desarrollé una


disposición corporal de caminar siempre mirando hacia abajo. Este hábito
hizo que rápidamente me percatara de la cantidad de fragmentos cerámicos y
vasijas rotas presentes en las superficies de Aguabuena, una redundancia que los
convertía en elementos poco importantes. Esta irrelevancia era incrementada por
su condición de materiales del presente, como pude notar ante la mirada poco
interesada de mis colegas arqueólogos que me visitaron en el campo durante mi
primera temporada de trabajo, a comienzos de los años 2000.
Por ese entonces emprendí un trabajo etnoarqueológico para refinar metodologías
arqueológicas orientadas al estudio de contextos de producción cerámica, para
contribuir al poco conocimiento de estos registros en el pasado precolonial
y colonial. Como otros trabajos de los años 70, documenté las técnicas de
manufactura y quema de los alfareros con los que conviví, en parte para intentar
establecer criterios de correspondencia entre las técnicas descritas en las piezas
arqueológicas de la zona y las técnicas que habían sido descritas en el presente
etnográfico de investigaciones previas o de la mía propia (Castellanos, 2004). Esta
condición, pensaba, sería la base para poder lanzar comparaciones más robustas
entre ese pasado precolonial y colonial y el presente observado.
Pese a mis intenciones de establecer relaciones de continuidad, encontré sobre
todo desconexiones y fracturas. La minoría de alfareros continuaba haciendo la
«loza de suelo» descrita en trabajos anteriores, mientras que la gran mayoría hacía
cerámica decorativa, algunas con formas tradicionales, pero también con otras
más modernas. Más modernos también resultaron algunos de los procedimientos
de manufactura, por ejemplo, el empleo de molinos de tracción animal para
preparar la arcilla (mezclando barro, desgrasante y agua) en remplazo del proceso
conocido como «pisado del barro», o el horno con combustible de carbón mineral
a cambio del horno «tipo mediterráneo» de leña y de la quema a cielo abierto. Por
otra parte, los alfareros actuales no establecían vínculos con el pasado precolonial,
no pensaban tener ancestros indígenas alfareros, y para algunos era más aceptable
en cambio, que su tradición fuera de los monjes europeos Agustinos Recoletos
que construyeron el monasterio de Nuestra Señora de la Candelaria a finales de
1500, en el valle del río Candelaria donde se levanta el cerro que los alfareros
ocupan (Castellanos, 2004; 2007). En suma, la continuidad que otros autores

54
Caminando desechos. Reflexiones desde las superficies de Aguabuena

establecieron entre el pasado y el presente era difícil de sostener a partir de mis


propios datos.
Además, la gran cantidad de desechos cerámicos, todos en superficie, dispersos o,
a veces, concentrados densamente, pero casi nunca dispuestos en depósitos bajo
tierra, reforzaban la situación de descontextualización arqueológica. Este era el
caso de las huellas de unos «antiguos» que los alfareros nombraban a veces para
referirse a los precursores de la cerámica que actualmente hacían. Las ruinas de
talleres u hornos de leña, no distantes de los talleres actuales, eran frecuentemente
asociados a estos «antiguos», así como la cerámica delgada, con granos gruesos
de arena como desgrasante y hollín en la pasta por su uso para cocinar y que,
frecuentemente, estaba asociada a estas estructuras. Los alfareros podían a veces
nombrar a los antiguos refiriéndose a su relación de parentesco con ellos, o a
veces ignorar su historia. «Antiguos» era un término ambiguo, pero a la vez era
el referente más claro que había para nombrar a unos ancestros de un pasado
reciente cuyas huellas, todas en superficie, y siempre presentes en sus trayectos
cotidianos, parecían no interpelarlos8.
Esta situación contrastaba con los discursos oficiales promovidos por el gobierno
municipal y nacional (a través del Ministerio de Cultura y Artesanías de Colombia),
y reforzados por la imagen que los académicos contribuían a construir de un
grupo de artesanos cuya producción cerámica era una tradición transmitida
de generación en generación, como legado de un pasado prehispánico y un
patrimonio cultural de todos los colombianos (cf. Ministerio de Cultura, 2014).
Ya otros autores se han referido a la forma en que construimos a nuestros grupos
de estudio como unos ‘otros’ suspendidos en el tiempo, negándoles la posibilidad
de la contemporaneidad con respecto a un ‘nosotros’ quienes observamos
(Fabian, 1983). Aquí es también bienvenida una reflexión más reciente de
Gosselain (2016: 218-219) sobre la etnoarqueología y su mirada cómplice con el
evolucionismo, al instrumentalizar los grupos humanos del presente volviéndolos
fósiles del pasado. Lo que observaba por ese entonces y de manera más acelerada
cada vez que revisitaba Aguabuena, era un grupo de familias adaptando sus
modos de producción, de manera rudimentaria, a una modernidad con la que se
conectaban fragmentariamente a través de desechos.
Esa discontinuidad vista en la materialidad de Aguabuena, y también la memoria
histórica de sus alfareros, me hizo pensar que la contribución de ese primer
trabajo debería estar dirigida hacia la construcción de una analogía no del tipo
histórica directa, sino «general comparativa» (Gould & Watson, 1982: 357) e
«institucional» (Sillar & Ramón Joffré, 2016: 656), en tanto brindara un marco rico
en detalles para interpretar aspectos generales de formas de organización social
y económica del pasado, precisamente a través del contraste con las diferencias

8 Otros casos en los Andes, como el reportado por Lema & Pazzarelli (2018), refiere los antigales,
como casas o puestos abandonados y de interés arqueológico cuya importancia no era así
reconocida por la comunidad Huachichocana (Argentina), y quienes con dicho término hacían una
«manifestación genérica de “ancestralidad” hacia unos referentes materiales en el paisaje, que sin
embargo, desaparecían en sus relatos» (2018: 114).

55
Daniela Castellanos

que el presente podría representar con respecto al pasado precolonial y colonial


(Castellanos, 2004: 85-86).
A partir de la preocupación inicial de lo que es visible y cómo se fija en el registro
arqueológico de un taller cerámico, me adentré en la pregunta por las huellas
arqueológicas, tema que exploré en una segunda investigación en 2006. En ese
entonces y a través de un trabajo de campo etnográfico breve de un mes, centré
mi atención en la vida social de los alfareros y sus objetos, buscando identificar
referentes materiales (huellas) de sus comportamientos y prácticas cotidianas y
considerando su posible visibilidad arqueológica. Abordé aspectos rituales de
la quema cerámica, de construcciones de género y sexualidad de los alfareros
y cómo se manifiestan en las vasijas que hacen, y de experiencias de la vida
cotidiana como la envidia. Combiné observación participante, levantamiento de
historias de vida de alfareros (una muestra de 5 ceramistas, 2 hombres y 3 mujeres
de distintas edades) e historias de vida de algunos objetos (por ejemplo, vasijas
u hornos que, pese a estar rotas, se encontraban curadas, cumpliendo funciones
distintas a su función original), diagramas de parentesco, cartografía social de
Aguabuena, y un inventario fotográfico de vasijas producidas en talleres donde se
levantaron las historias de vida.
Un trabajo posterior sobre la envidia de los alfareros me puso como problema
el contexto, en tanto herramienta heurística para una teoría etnográfica sobre
esta experiencia (Castellanos, 2015). El ejercicio fue resultado de una temporada
de campo de un año (2009-2010), en el que exploré etnográficamente las
representaciones y experiencias de la envidia entre los alfareros, los agentes que
la experimentan y activan y sus manifestaciones materiales.
En Aguabuena, la envidia circulaba a través de redes de parentesco y de objetos
que eran a su vez una red. Por ejemplo, mangueras de caucho que transportaban
agua desde las fuentes hídricas hasta las casas a través de un sistema de acueducto
artesanal. Siempre en movimiento, las causas de la envidia no eran importantes,
sino sus manifestaciones y síntomas (Castellanos, 2015). Estos criterios de relevancia
hicieron que indagara por la forma en que mis interlocutores construían contexto,
lo que Dilley (2002: 439) ha llamado «la vida social de los contextos».
Mi propio aprendizaje de la alfarería, me permitió profundizar en la relación que
construyen los alfareros con las vasijas (sesiones que registré con una cámara de
video para complementar mis tradicionales notas de campo). Asumir el rol de
aprendiz, me dio una perspectiva fresca y novedosa, desde mi propio cuerpo
como instrumento de investigación, sobre aspectos verbalizados y no del oficio
cerámico, el rol del género, el paisaje sonoro de un taller, además de permitirme
renegociar mi estatus como investigadora en campo, esta vez dispuesta a dejar su
acostumbrado lugar de observadora con lápiz y libreta, para «embarrarse» partes
del cuerpo y su atuendo, tal como la mayoría de los demás.
A través de la envidia y sus canales de circulación, pude considerar conexiones

9 Carlo Ginzburg rastrea el origen de lo que él llama el «paradigma indiciario», un modelo


epistemológico central en las ciencias humanas de finales del s. XIX, a través del saber cinegético

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Caminando desechos. Reflexiones desde las superficies de Aguabuena

y desconexiones que hacían los alfareros en los referentes con los que daban
cuenta de su mundo. Su interés en indicios (cf. Ginzburg, 1989)9, encarnados en
detalles de la materia (correlatos materiales, como diría un arqueólogo), me hizo
considerar más seriamente la materialidad como materia prima (en sentido literal)
de mis propias reflexiones teóricas. Así, la superficie tomó relevancia en tanto
su textura y topología alteraban también el ritmo y dirección de la envidia. Esta
atención desplegó otros detalles, antes redundantes, pero ahora vueltos relevantes.
Considerar la importancia de las superficies tampoco es novedoso ni original.
En arqueología, por ejemplo, siempre han sido importantes como parte de
metodologías de terreno que complementan las excavaciones (Harrison, 2011)10.
Más allá de este hecho, podemos pensar como nos dice Ingold, en que:
«La superficie puede ser observada en diferentes escalas, desde cerca y
desde lejos, y cada una revelará diferentes texturas, granos y diseños (…)
[apareciendo] como igualmente arrugada, moteada y poliforma (Ingold,
2018: 71).
Lo anterior es solo el llamado a tomarnos en serio la experiencia de estar sobre el
suelo (cf. Ingold, 2018), lo que puede marcar para unos una mirada necesariamente
orientada en (re)ensamblar continuamente sus múltiples elementos constitutivos
como ejercicio metodológico (Harrison, 2011: 154-155).
Lo anterior y mi experiencia kinestética (Ingold, 2018: 71) recorriendo caminos
de desechos, han inspirado la necesidad de dar cuenta de un mundo en el que
los fragmentos son materia y también método. Son materia, porque existen
objetivamente en el mundo y lo ayudan a construir, y son método, porque son el
cómo transitamos ese mundo (fig. 6)11.

6. FINAL, MÁS DES-HECHOS

Los desechos son generalmente basura. Elementos que han sido descartados o

de los primeros cazadores que «tiene la capacidad de remontarse desde datos experimentales
aparentemente secundarios a una realidad compleja, no experimentada en forma directa» (Ginzburg,
1989: 144). Este origen lo extiende más allá, vinculando diferentes ramas del conocimiento. Por
ejemplo, emparenta el psicoanálisis de Freud, la literatura de Conan Doyle y la historia del arte
desde el método morelliano con la medicina, gracias a que lo marginal e incluso invisible adquiere
un aspecto revelador. En esta forma de conocimiento, los indicios son huellas o síntomas de algo
más grande y potente.
El paradigma que reconstruye Ginzburg está difundido «por todo el mundo, sin límites geográficos,
históricos, étnicos, sexuales o de clase» (1989: 164), y en su universalidad se incluyen formas de
conocimiento como las de los alfareros de Aguabuena.
10 Otras superficies a las que les prestan especial cuidado los arqueólogos son las de los artefactos y
objetos que analizan. Análisis traceológicos en artefactos líticos, o granulométricos en la cerámica,
son solo algunos ejemplos de cómo las superficies, esta vez a una escala más detallada, encierran
claves sobre lo que no está presente.
11 Reconocer que la materia, más que la composición objetiva del mundo, también es el cómo
nos movemos en el mundo, no representa un esfuerzo intelectual mayor si nos situamos desde
Aguabuena. Como he mostrado en el texto, esta conjunción entre materia y método literalmente
ocurre en la doble valencia de los desechos. Más allá de que esto resulte (o no) evidente desde el

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Daniela Castellanos

Figura 6 – Encontrando desechos


© Jan Grill

abandonados y que tienen una valencia negativa (por ejemplo, los escombros a
los que se refiere Gordillo, [2014]), en tanto materia cuya vida no es considerada
necesariamente útil y menos con una vida después de que han sido descartados.
Sin embargo, los arqueólogos sabemos que lo que se descarta siempre es útil,
tiene múltiples fines y una historia de vida que continúa.
Lo desecho contiene en su forma la acción del des-hacer, un movimiento progresivo
pero no hacia adelante, sino hacia atrás de un presente que marca el momento
cuando ese elemento es creado y existe como unidad objetiva. Cuando pienso
en caminar a través de desechos, esta reflexión me invita a des-hacer mis pasos
en una acción que trasciende horizontes temporales y no acaba. Eso posibilita
que mucho de ese des-hacer lo haya hecho retrospectivamente (por ejemplo,
desde el escritorio, mientras escribo estas líneas), objetivando mi participación
en el campo, como paso necesario para una reflexividad que es condición de la
objetividad científica (cf. Bourdieu, 2003). En ese recorrido hacia atrás, también
encontré vacíos, asuntos inacabados, quiebres que hacen de esa posible acción
del des-hacer un movimiento que, si bien idealmente es pensado como continuo
y prolongado, en la práctica también incluye ausencias y discontinuidades.
¿Cómo vincular el pasado con el presente?, es una pregunta irresuelta y que nos
desafía a muchos, en especial a aquellos que hacemos una etnografía interesada
en lo que queda y/o se desvanece, y por tanto en las improntas de la vida que

punto de vista empírico, su consideración es un ejercicio por hacer de ese estatuto ontológico de las
cosas, el verdadero punto de partida para interrogar la realidad que se nos presenta.

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Caminando desechos. Reflexiones desde las superficies de Aguabuena

transcurre en movimiento continuo, pero se fija en el tiempo a través de algo


que llamamos registro arqueológico. Yendo más allá de las discusiones y críticas
a las formas como el presente se aliena en arqueología (Harrison, 2011: 149),
creo entender que algunas respuestas podrían estar sugeridas en la materia
misma que investigamos. Por ejemplo, si lo hacemos desde desechos, podríamos
considerar relaciones discontinuas y en fragmentación como materia prima de
representaciones menos estáticas y totales sobre los fenómenos que queremos
entender (por ejemplo, la alfarería). El tener presente que los quiebres que vemos
en el presente, más que formas pueden llevarnos a considerar las relaciones
entre dos escenarios discontinuos (como lo son —incluso para los propios
alfareros desde su misma historia social— el pasado prehispánico, colonial y el
presente etnográfico de Aguabuena), nos permite incluir de manera importante
las ausencias y fragmentaciones. Y si imaginamos que el camino vinculante entre
pasado y presente fuera precisamente desechos, entonces nuestros compromisos
intelectuales también estarían obligados a considerar las desconexiones o
conexiones cuya duración es variable.
El coleccionismo de objetos y antigüedades ha acompañado desde siempre a la
arqueología como práctica, esto es, antes de que fuera una disciplina propiamente
institucionalizada (cf. Schnapp, 1996). Este protagonismo que desde siempre le
hemos conferido a las cosas y sus materiales es el que he querido revivir en estas
páginas. Sin embargo, mis aprendizajes con los alfareros estarían incompletos
sin incluir las experiencias que me llevaron a interesarme en su mundo y cómo,
en el proceso de irlo descubriendo, mis preguntas de investigación y formas de
explorarlo fueron cambiando. Después de todo, llegué a Aguabuena recorriendo
caminos mientras miraba hacia abajo, una disposición que me llevó a encontrar
los desechos, gracias también a un ojo entrenado para verlos. Pero luego, en
el campo, aprendí a transitar a través de ellos, comprendiendo cómo otros (los
alfareros de Aguabuena) los transitan.
Caminar desechos y a través de desechos, no solo hizo que mi cuerpo se
implicara en movimientos que iban apreciando el flujo incesante de la materia y
su desenvolvimiento (cf. Ingold, 2012), sino que también fuera transformándose
en estos recorridos. Si como he mostrado, los desechos son materia que también
es método, entonces el mundo de los alfareros de Aguabuena se nos despliega
como un escenario que, entre otras cosas, permite enriquecer nuestras propias
apuestas epistemológicas. Esta reflexión no habría sido posible sin detenerse en
cómo intervienen los desechos en vidas concretas. Hay razones de sobra en este
texto para constatar que los desechos no son materia pasiva o por fuera de una
relación; al contrario, siguen vigentes y actualizándose pese a ir fragmentándose
para renovarse o desaparecer.
Finalmente, es usual encontrar reflexiones sobre el papel de la etnografía en
arqueología. Este artículo es tal vez el testimonio de un recorrido a la inversa. Así,
el camino dibujado en estas líneas muestra cómo mi trabajo etnográfico ha estado
informado por una sensibilidad arqueológica, que me ha llevado, desde los inicios,
a cultivar un gusto por los detalles de las formas materiales, considerando además

59
Daniela Castellanos

su permanencia en el tiempo o su desaparición. Esta disposición, sin embargo,


fue potenciada por mi encuentro con los alfareros de Aguabuena, quienes me
han mostrado, a lo largo de este tiempo, otras posibilidades presentes en la
materialidad. En ese sentido, el texto es un reconocimiento a cómo su mundo
ha impactado el mío, al haberme permitido encontrar recursos que, además de
empíricos, son analíticos. Si bien los desechos existen en muchos contextos, en
Aguabuena tienen formas particulares. Pero su especificidad, más que un rasgo de
exotismo, es suceptible de convertirse en dispositivo para pensar a través de, por
ejemplo, lo más inmediato, como los caminos mismos de Aguabuena, o lo más
trascendente, como las cualidades de una memoria y un tiempo discontinuos y su
relación con las superficies en donde se manifiestan. En ambos casos, los desechos
han sido el método.

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Técnicas de producción cerámica de Imbabura
IFEA

Técnicas de producción cerámica de


Imbabura: una reflexión arqueológica y de
saberes locales en la Sierra Norte del Ecuador

Sthefano Serrano Ayala*

Resumen
Este artículo insiste en la importancia de la etnografía en las investigaciones arqueológicas de la
Sierra Norte del Ecuador. La discusión se enfoca en el proceso productivo de la cerámica en dos
localidades de alfareras de la provincia de Imbabura. A través del análisis de Difracción de Rayos X
(DRX) de arcillas provenientes de las fuentes, cerámica actual y arqueológica, así como del registro
de las técnicas de producción, se desarrolla la discusión en el campo de la cerámica arqueológica del
país Caranqui. En este sentido, se aprecia una continuidad entre la cerámica arqueológica y actual, la
similitud mineralógica entre las fuentes de arcilla y la cerámica de Imbabura, así como una serie de
herramientas y contextos etnográficos que son desestimados en el registro arqueológico.

Palabras clave: proceso productivo cerámico, alfareras, caranquis, Andes Septentrionales, Ecuador

Techniques de production de céramique à Imbabura : une réflexion


sur l’archéologie et les savoirs-faires locaux de la Sierra nord
équatorienne

Résumé
Cet article insiste sur l’importance de l’ethnographie dans les recherches archéologiques de la Sierra
nord équatorienne. La discussion se centre sur le processus de production de céramique dans deux
localités de potières de la province d’Imbabura. À partir de l’analyse par diffraction de rayons X
(DRX) d’argiles issues de mines, de céramiques actuelles et de céramiques archéologiques, ainsi que
d’un registre des techniques de production, nous développons la discussion autour de la céramique
archéologique de la zone Caranqui. Il en ressort une continuité entre la céramique archéologique

* Director del Museo Arqueológico de Perucho y presidente de Sacharxeos, Cia. Lda., Ecuador.
E-mail: [email protected].

63
Sthefano Serrano Ayala

et actuelle, une similitude minéralogique entre les mines d’argile et la céramique d’Imbabura, ainsi
qu’une série d’outils et de contextes ethnographiques peu valorisés en archéologie.

Mots-clés : processus de production céramique, potières, Caranquis, Andes Septentrionales, Équateur

Ceramic production techniques in Imbabura: archaeological


reflection and local knowledge in the northern highlands of Ecuador

Abstract
This article stresses the importance of ethnography in the archaeological investigations of northern
Andes of Ecuador. The discussion focuses on the production process of ceramics in two pottery-
producing localties in the province of Imbabura. Through the analysis of X-ray Diffraction (XRD)
of clays from source áreas as well as contemporary and archaeological ceramics, together with the
documentation of production techniques, a discussion of archaeological ceramics from the territory
of the Caranqui is presented. In this way, it is shown that there is continuity between archaeological
and contemporary ceramics, a mineralogical similarity between clay sources and Imbabura ceramics.
There is also a quantity of tools that judging from ethnographic contexts are used in ceramic production
but are often ignored in the archaeological record.

Keywords: ceramic production process, potters, Caranquis, northern Andes, Ecuador

INTRODUCCIÓN

Las técnicas actuales de producción cerámica de la Sierra Norte del Ecuador


son todavía escasamente utilizadas como fuentes para generar interpretaciones
alternas del pasado en la arqueología (véase Minc et al., 2016 como una
excepción). Aún más, el factor humano ha sido generalmente minimizado por
el registro arqueológico sin que las comunidades puedan aportar elementos
significativos para dar respuestas distintas al «sentido común» del arqueólogo.
Es así que, en este estudio, se ponen de manifiesto los saberes tradicionales de
las alfareras de Imbabura que comprenden los procesos de producción, desde
las fuentes de arcilla a través del uso de la geología y la Difracción de Rayos X
(DRX) para caracterizarlas hasta la manufactura de vasijas, herramientas y uso
del espacio en la secuencia operativa. Finalmente, se presenta una reflexión de
los saberes de las alfareras actuales desde la etnoarqueología a fin de generar
una discusión en la cerámica arqueológica de la Sierra Norte del Ecuador para el
Periodo de Integración Tardío. De este modo, no solo se consigue la articulación
de varias ciencias y disciplinas, sino también la posibilidad de que las sociedades
y sus saberes, construidos a lo largo de la historia, contribuyan con la producción
de conocimiento.

64
Técnicas de producción cerámica de Imbabura

1. ETNOARQUEOLOGÍA: EL PAPEL DE LA ETNOGRAFÍA EN LA


ARQUEOLOGÍA

Uno de los aspectos fundamentales que ofrece la etnografía a la arqueología es


la posibilidad de obtener datos de procesos productivos actuales que podrían
estar relacionados con los del pasado. En el caso de las alfareras actuales de
Imbabura, existiría la posibilidad de que los procesos de producción cerámica
guarden continuidad con los procesos productivos de la cerámica arqueológica
caranqui. En ese sentido, la etnografía obtenida en las localidades de Alabuela y
La Rinconada son un buen referente para empezar a reflexionar sobre este tema,
y para eso es importante conocer los alcances de la etnoarqueología.
La etnoarqueología comparte experiencias de dos disciplinas: la antropología y la
arqueología, en las que se ofrece la posibilidad de conocer personalmente a ese
«otro», de hacerle preguntas, de convivir con él, algo que todos los arqueólogos
soñamos para poder interpretar el pasado (González Ruibal, 2003: 9). Por ello, es
necesario cuestionarse sobre los puntos a favor y en contra de esta disciplina para
que el investigador pueda permitirse romper sus esquemas tradicionales.
Desde un inicio, no fue vista con buenos ojos, sobre todo por la creencia de que los
datos etnográficos eran el fiel análogo del pasado (Gould, 1980: 29; Wobst, 1978:
306). Otro punto que generó debate es que las sociedades indígenas actuales se ven
sometidas por el proceso de globalización, con lo que adquieren nuevos esquemas
de desarrollo y comportamientos de la cultura occidental (Burch & Ellanna,
1994: 3-4; Stahl, 1993: 237), por lo cual, se ha planteado que las sociedades
presentes no pueden servir de referentes análogos de las sociedades pasadas.
Entre los cuestionamientos, se resalta la incompatibilidad de la temporalidad de
las sociedades estudiadas, modelizando sociedades cazadoras del presente con
sociedades del Pleistoceno (Wobst, 1978: 307).
No obstante, la etnoarqueología opera bajo los principios de argumentación
analógica y, por lo tanto, los dos elementos de la analogía (la fuente y el sujeto) no
deben ser iguales, sino que deben tener ciertas condiciones de comparabilidad
(Politis, 2005: 9). Esto quiere decir que la etnoarqueología no reside en un punto
de igualdad de datos del presente y del pasado, más bien, su tesis atiende a la
estructura lógica de argumentar un comportamiento, tecnología o conocimiento
entre términos relacionales que dan sentido a un modelo.
Más tarde, las críticas se concentraron en la ética, tanto en el campo de la
antropología como en el de la arqueología, ya que se ha propuesto que utilizar
grupos vivos para pensar grupos muertos equivale a instrumentalizar al «otro»
(González Ruibal, 2003: 12) como un terreno óptimo para apropiarse de
conocimientos y tecnologías que ayuden a interpretar el registro arqueológico.
Es indudable que la antropología, la arqueología y la etnoarqueología tuvieron
un origen colonial y neocolonial, donde puede notarse una «inmoralidad» en
la no justificación del uso del presente de una sociedad para interpretar el
pasado de otra (Gosden, 1999: 9). No obstante, el reto está innegablemente

65
Sthefano Serrano Ayala

en el quehacer etnoarqueológico: en primer lugar, como una fuente de


argumentación en arqueología y, en segundo lugar, como una opción para hacer
oír otras voces y deconstruir los relatos de poder tejidos por Occidente (Bhabha,
1994: 94; Said, 1996: 117). La etnoarqueología, más que mostrar a un «otro»
exótico, debe mostrar la posibilidad de que otras sociedades existen (González
Ruibal, 2003: 13), la emergencia de comprender otros órdenes de pensamiento
y otras formas de identidad cultural (Hernando Gonzalo, 1995: 22-24), porque
seguir confiando en un «sentido común universal» no es suficiente (Pétrequin &
Pétrequin, 1992: 213).
Con virtudes y críticas, esta disciplina ha logrado posicionarse como uno de
los referentes en la interpretación arqueológica. Es así que, en este trabajo, la
etnoarqueología juega un papel importante en términos referenciales para la
discusión arqueológica en el pasado y de cultura material en el presente, con el
fin de visibilizar estructuras alternas de carácter tecnológico. Bajo estas premisas,
se ha decidido abordar la tecnología de producción cerámica de las alfareras de
Imbabura, entendiendo el proceso desde el presente, aunque también con una
implicancia en el registro arqueológico de la cerámica caranqui de la Sierra Norte
del Ecuador.

2. CULTURA MATERIAL CERÁMICA Y ETNOGRAFÍA: PERSPECTIVAS


SUDAMERICANAS

La cerámica es uno de los objetos más comunes que se encuentran en el registro


arqueológico y, a partir de esta, los arqueólogos pueden generar interpretaciones
del pasado. Muchas veces se definen estilos, composición de pastas y detalladas
tipologías. Sin embargo, en todos los aspectos anteriormente citados, el factor
humano queda invisible al no existir mayor detalle de los procesos de manufactura,
tecnologías, ideologías, innovaciones y un sinnúmero de relaciones sociales que
se corresponden con los objetos cerámicos.
Es por esto que arqueólogos, etnoarqueólogos y antropólogos han ido más allá
de los atributos visibles que ofrecen los objetos para proponer interpretaciones
y discusiones, tomando como referente el dato etnográfico. Por ejemplo, desde
esta perspectiva, han abordado la posibilidad de entender la materialidad de la
cerámica asociada a las relaciones sociales entre humanos, artefactos, materias
primas, entorno, tecnologías, economía, distribución, ideología y simbolismo.
Así, se hacen notar temáticas que no eran tratadas por la arqueología debido
a su aparente invisibilidad en el registro arqueológico. El dato etnográfico
avizora nuevas formas de interpretar el pasado y el presente. Cremonte (1989)
sugiere que la alfarería tradicional en Jujuy, Argentina, responde a aspectos de la
ecología, tecnología y cultura que deben ser analizados desde una perspectiva
material de la producción, modificación y disposición eventual de las cosas.
Por su lado, Sillar (2009: 117), en la línea de ecología cerámica, manifiesta que
las tecnologías cerámicas pueden sufrir variaciones de acuerdo a las materias

66
Técnicas de producción cerámica de Imbabura

primas disponibles en cada estación del año, modificando también el ritmo de


las relaciones de trabajo.
En cuanto a la distribución de la cerámica y de las técnicas, la movilidad es un
factor importante para explicar este fenómeno que, a veces, es difícil de entender
en el registro arqueológico. Arnold (1994: 497-498) evidencia que los alfareros del
poblado de Quinua, provincia de Huamanga, se han mudado a Lima e importan
materias primas y arcillas de sus comunidades de origen cercanas a Ayacucho
para continuar elaborando cerámica para el mercado artesanal. Asimismo, Ramón
Joffré (2011) registra a los alfareros golondrinos, quienes emigran hacia otros
lugares para producir vasijas. De esta manera, se explica la diversidad y movilidad
de estas tecnologías que permiten dotar a los arqueólogos de hipótesis alternas
para interpretar el registro arqueológico.
En cuanto a identidades y tecnologías, los estudios de cultura material cerámica
han podido establecer paralelismos entre el presente y el pasado, como es el
caso del trabajo de Lara (2017) en los Andes surorientales del Ecuador, desde
una perspectiva del enfoque tecnológico. También están los estudios de Sjöman
(1989; 1992) de las distintas técnicas alfareras del Ecuador.

3. ÁREA DE ESTUDIO

El estudio se centra en las localidades de La Rinconada y Alabuela, cantones Ibarra


y Cotacachi, respectivamente, provincia de Imbabura, Andes septentrionales del
Ecuador (fig. 1A). En estas dos localidades, se hicieron investigaciones etnográficas
con tres alfareras que se resisten a la pérdida y olvido de esta práctica. En general,
las alfareras son adultas, sus edades oscilan entre los 45 y 65 años, y este oficio
lo aprendieron de sus madres, de generación en generación. Se escogieron
estas dos localidades, ya que son dos de las últimas que aún conservan técnicas
tradicionales, pues no han introducido el torno ni hornos eléctricos y pertenecen
al grupo de indígenas quichuahablantes de Imbabura. Lamas (1985) y Sjöman
(1992) incluyeron estas localidades en su estudio, además de otras que, en la
actualidad, han desaparecido (a excepción de San Roque) o han innovado su
producción con herramientas modernas y arcillas foráneas. Se realizaron quince
visitas a las localidades mencionadas, entre los años 2014 y 2018, tanto a los
talleres cerámicos como a las fuentes de arcilla.
La Rinconada se encuentra próxima a la Cordillera Real (Oriental) y Alabuela,
cerca de los Andes occidentales de Imbabura. Ambos poblados se localizan en
el valle interandino ecuatoriano, a 2600 y 2900 m s. n. m., respectivamente, a
25 km de distancia el uno del otro. En general, el paisaje de Imbabura ha sufrido
grandes cambios generados por la actividad volcánica de ambas cordilleras: hacia
el este, por los depósitos volcánicos de Angochagua, asentados sobre formaciones
geológicas metamórficas que han modelado los pequeños valles de La Rinconada;
hacia el oeste, por los volcanes Imbabura, Cotacachi y Cuicocha que presentan
actividad volcánica reciente y que han delineado los valles, ríos, drenajes y
montañas de occidente.

67
68
Figura 1 – A: Mapa de ubicación del área de estudio; B: Mapa de ubicación de los principales cacicazgos del país Caranqui
Fuente: Elaboración propia
Sthefano Serrano Ayala
Técnicas de producción cerámica de Imbabura

4. ARQUEOLOGÍA DE LA SIERRA NORTE DEL PERIODO DE


INTEGRACIÓN (500-1500 d. C.)

La arqueología de la Sierra Norte es conocida por su homogeneidad en cuanto


a la elaboración de cerámica, principalmente entre las provincias de Pichincha
e Imbabura, dentro del Periodo de Integración (500-1500 d. C.). Sin embargo,
para el caso en cuestión, se han tomado como referencia las periodizaciones
propuestas por Oberem (1981) y Athens (1979), quienes sugieren la división en
una etapa temprana que va del 500 al 1250 d. C. y otra tardía que va del 1250
al 1500 d. C.
La etapa temprana se caracteriza por la presencia de montículos hemisféricos con
cámaras acampanadas, predomina la cerámica con pintura negativa y, sobre todo,
vasijas tipo zapato. Además, se reporta con mayor abundancia la presencia de
cerámica cosanga, originaria del este de la Cordillera Oriental y de las selvas altas
amazónicas del norte ecuatoriano.
Para la etapa tardía, esta área cultural se destaca por su arquitectura (montículos
hemisféricos y pirámides truncas) y formas cerámicas, como ánforas y vasijas
trípodes (véase la fig. 5 más adelante). Con base en estos elementos, se sugiere
la existencia de la etnia caranqui, un grupo cultural homogéneo y jerarquizado
(Espinosa Soriano, 1988), asentado en un territorio conocido como país Caranqui
(Espinosa Soriano, 1988; Bray, 2003) que, de acuerdo a la etnohistoria, estuvo
conformado por una serie de cacicazgos principales entre el río Mira, al norte
(Imbabura); el río Guayllabamba, al sur (Pichincha); y entre las dos cordilleras, al
este y oeste (Occidental y Oriental), los cuales son: Caranqui, Cotacachi, Otavalo,
Zuleta, Cayambe, Cochasquí y El Quinche (véase la fig. 1B).
Ahora bien, respecto a la cerámica caranqui, existen trabajos con descripciones
amplias (Athens, 1979; Echeverría Almeida & Uribe Alarcón, 1995; Jijón y
Caamaño, 1997; Montalvo Puente, 2011; Oberem, 1981; Bray, 1995a). Por lo
general, las preguntas de investigación de estos estudios definen, principalmente,
tipologías y técnicas decorativas y, muy poco, las tecnologías. Por esto, se cuenta
con escasa información detallada de las fuentes de arcilla, talleres, herramientas,
técnicas de manufactura y, especialmente, agencia humana en el proceso de
producción. Es por tal motivo que, en esta investigación, se tiene en cuenta
la tecnología cerámica desde la etnoarqueología, para poder contar con más
elementos interpretativos para la producción de cerámica arqueológica en la
Sierra Norte. En este sentido, las alfareras de Imbabura y, en específico, las de
La Rinconada y Alabuela ofrecen una información importante para entender las
tecnologías cerámicas del país Caranqui.

5. PRODUCCIÓN CERÁMICA EN IMBABURA, LA RINCONADA Y


ALABUELA

En este estudio se utilizó la etnografía, mediante registros fotográficos, videos,


entrevistas abiertas grabadas en audio y participación activa en el proceso de

69
Sthefano Serrano Ayala

extracción de arcillas y elaboración de vasijas. Además, se tomó como base el


trabajo de Parsons (1945), Lamas (1985) y Sjöman (1992), quienes realizaron un
estudio etnográfico con alfareras y alfareros de Imbabura. Los trabajos citados
describen el proceso técnico desde la perspectiva de un oficio en desaparición.
No obstante, no se han tomado estos datos para generar interpretaciones en
arqueología que permitan la discusión de estos con los datos de los pueblos
precolombinos del país Caranqui; a excepción del trabajo de Minc et al. (2016),
quienes, mediante Activación Neutrónica, analizan las fuentes de arcilla utilizadas
por alfareros actuales de Imbabura para comparar sus resultados con la cerámica
arqueológica caranqui.
En general, el oficio de la alfarería se está perdiendo debido a la poca remuneración
económica que genera y, principalmente, debido al incremento del uso de
recipientes plásticos, metálicos y de porcelana en el diario vivir de la gente de las
ciudades y comunidades indígenas. Solo la vasija tipo tiesto o tostador tiene una
mejor acogida en los mercados locales y en las ciudades, a veces como elemento
decorativo o como utensilio para la preparación de tortillas de maíz. Otras formas,
como ollas, jarros, platos y fuentes, se han perdido por la falta de demanda en
los mercados. No obstante, dos alfareras de La Rinconada y tres de Alabuela se
resisten a perder sus técnicas en la elaboración de ollas y jarros. Teniendo en
cuenta esto, se describe a continuación el proceso de elaboración cerámica, desde
la provisión de materias primas hasta la quema de las vasijas. El relato unifica el
proceso de ambas localidades que están emparentadas étnica y lingüísticamente.

5. 1. Fuente de arcilla

El estudio de las arcillas y sus fuentes en la cerámica de la Sierra Norte ha tenido


aproximaciones de carácter cuantitativo. En este sentido, los químicos han
liderado estas investigaciones en el establecimiento de minerales distintivos de la
cerámica arqueológica de la Sierra Norte y la cerámica foránea (Cosanga) (Bray,
1995b; Cisneros, 2008; Romero Bastidas & Molestina, 2010). Por otro lado, los
arqueólogos han tomado datos de las ciencias exactas para establecer diferencias
mineralógicas (Bray, 2003) y de elementos químicos (Yanchar, 2013; Minc et al.,
2016), a fin de proponer intercambios a larga distancia e interacción entre
poblados caranqui, a través de la movilización de vasijas locales y foráneas.
Por mi lado, he tratado de analizar todos estos datos desde una perspectiva
complementaria entre la etnografía, geología y química, específicamente desde
las fuentes de arcilla y su mineralogía, ya que, en los casos citados anteriormente,
se analizaba la cerámica arqueológica y fuentes de arcilla desde una perspectiva
cuantitativa y de elementos químicos con poco énfasis en el componente geológico
y estratigráfico. Además, no se comprendía la formación natural de las arcillas y
propiedades que el artesano selecciona. En este sentido, el medioambiente y el
conocimiento de este juegan un papel importante en la relación artesano-fuente
de arcilla.

70
Técnicas de producción cerámica de Imbabura

Existe el riesgo, en arqueología, de caer en una representación romántica de una


fuente de arcilla, que estaría cercana a un arroyo o en lo espeso de un bosque, y
es precisamente por esto que no se han investigado las fuentes, pensando que se
encuentran en sitios escondidos o a los que solo tiene acceso el alfarero. Lo cierto
es que todas las arcillas de la Sierra Norte se forman a partir de materiales de origen
volcánico y son suelos que evolucionan con la meteorización del material parental,
ya sea flujos de lava, cenizas volcánicas, depósitos de lahar, etc. Los minerales
constitutivos de estas arcillas son: albita, andesina, fayalita, olivino, magnetita, etc.,
minerales típicos de estos ambientes y que pueden datar desde el Pleistoceno
hasta el Holoceno (Instituto de Investigación Geológico Minero del Ecuador,
2017; 1973: 1).
Es por esto que dichas arcillas abundan en toda la región interandina de los Andes
septentrionales del Ecuador y se encuentran al alcance de todas las unidades
domésticas, sin que exista una exclusividad en el uso de una determinada fuente.
Sin embargo, de esta gran cantidad de fuentes, los artesanos han seleccionado las
que presentan cualidades óptimas para el trabajo, como los colores, la plasticidad,
el tamaño del grano, las inclusiones (desgrasante) y la proximidad a sus talleres
(Lamas, 1985; Minc et al., 2016).
En la figura 2, se pueden observar los ambientes de estas arcillas y su formación
en horizontes de suelo, denominados según sus características y nomenclatura
edafológica (United States Department of Agriculture [USDA], 1999) como A,
AC, AB, B, BT y C (figs. 2A y 2B), que se han desarrollado a partir de cenizas o
depósitos de lapilli (material parental de estratos en color gris). La meteorización
y los procesos de pedogénesis generan la adherencia del material parental a los
distintos horizontes de suelo y, junto con factores ambientales, se van compactando,
lavando y disgregando. Por ejemplo, los horizontes C tienen mayor cantidad de
arena, cenizas volcánicas retrabajadas y colores en tonalidades amarillentas-
claras, mientras que los horizontes de suelo B y BT son más evolucionados, tienen
menor cantidad de arenas, estructuras mucho más arcillosas, texturas tabulares,
una plasticidad alta y tonalidades que van desde las gamas del café al amarillo.
En cambio, los horizontes A y los transicionales AC y AB tienen mayor materia
orgánica, restos de carbón, tonalidades oscuras que van desde el café al negro y
se ubican en las partes superiores de los suelos y paleosuelos.
Las alfareras de Alabuela y La Rinconada seleccionan las propiedades de las
arcillas según sus necesidades, dependiendo de las formas que desean elaborar,
incluso mezclan varias arcillas de diferentes horizontes de suelo hasta obtener
la pasta óptima. Por lo general, ellas distinguen cuatro tipos de arcilla: colorada,
blanca, negra y roja. Estos colores corresponden a los distintos horizontes de los
perfiles estratigráficos de suelo que previamente han sido probados. Cabe recalcar
que estas arcillas pueden proceder de distintos suelos, paleosuelos, depósitos y
geoformas. Por ejemplo, para elaborar tiestos utilizan arcillas de los horizontes
B (coloradas) y C (blancas) y para ollas y jarros mezclan arcillas de los horizontes
B, BT (rojas) y C con arcillas de los horizontes A y AB (negras) que tienen mayor
contenido de agua, materia orgánica y carbones vegetales (figs. 2A y 2B). Esto

71
Sthefano Serrano Ayala

Figura 2 – Horizontes de suelo arcilloso y áreas fuente explotadas en Alabuela: A y B: dibujos


de cortes estratigráficos en la región interandina; C: fotografía de una fuente de arcilla en
Alabuela
© Sthefano Serrano

dependerá de la calidad y diversidad de las arcillas disponibles en cada localidad.


En este sentido, las arcillas de La Rinconada suelen ser más plásticas que las de
Alabuela.
Para la extracción de las arcillas, en ambas localidades, los hombres y niños hacen
cavidades, hoyos y huecos (fig. 2C) con barras, picos y palas. Todo el material se
pone en costales y los hombres junto con los niños trasladan la materia prima

72
Técnicas de producción cerámica de Imbabura

hasta los talleres, que suelen estar a 200-500 m de la fuente. A veces, se suelen
usar dos o tres fuentes distintas para elaborar la pasta, ya que las alfareras están
en una constante búsqueda de arcillas óptimas. Por lo general, las geoformas
preferidas para extraer arcillas en Alabuela son las quebradas, por donde se accede
a formaciones geológicas más profundas y antiguas. En cambio, en La Rinconada,
se obtienen arcillas del pie de las montañas, en perfiles de suelo menos profundos.
Con respecto a la mineralogía, se analizaron por DRX dos muestras de las fuentes
de arcilla, una de Alabuela y otra de La Rinconada, que son las pastas principales
para realizar todo tipo de vasija. La muestra de Alabuela se obtuvo de un
horizonte B sepultado por cenizas volcánicas y la muestra de la Rinconada, de un
horizonte B que por erosión aflora en su fuente. En cada caso, se trituró la muestra
en un mortero de cerámica independiente y se depositaron las muestras en fundas
plásticas para ser enviadas al laboratorio de Metalurgia de la Escuela Politécnica
Nacional del Ecuador (Quito).
De los resultados, se obtuvieron minerales distintivos del grupo de las plagioclasas,
como albita, andesina, anorita, en su fase cristalina principal, y pirofilita,
cordierita, hornblenda, hematita, cuarzo y moscovita, en las fases secundarias
de otros minerales (cuadro 1). Los resultados arrojaron datos muy similares a
los ya obtenidos por Cisneros (2008) y Romero Bastidas & Molestina (2010) en
sus análisis de DRX para la cerámica arqueológica de valles interandinos de la
Sierra Norte.

Cuadro 1 – Resultados cuantitativos de las fuentes de arcilla de Alabuela y La Rinconada

Alabuela La Rinconada
Mineral Fórmula contenido contenido
(%) (%)

Plagioclasas
(Na,Ca)Al(Si,Al)Si2O8 46 47
(albita, andesina, anorita)

Pirofilita Al2Si4O10(OH)2 15 17

Cordierita Mg2Al4Si5O18 13 8

Hornblenda (Ca,Na,K)2(Mg,Fe,Al)5(OH,F)2(Si,Al)2Si6,O22 8 7

Hematita Fe2O3 7 2

Cuarzo SiO2 6 10

Moscovita KAl2(AlSi3O10)(OH)2 3 7

Hedenbergita Ca(Fe,Mg)Si2O6 2 -

Magnetita Fe3O4 - 2

Fuente: Elaboración propia

73
Sthefano Serrano Ayala

Una de las diferencias entre ambas arcillas es el porcentaje ligeramente alto de


moscovita en las arcillas de La Rinconada, hacia las faldas de la Cordillera Oriental,
y menor porcentaje de moscovita en Alabuela, hacia la Cordillera Occidental.
La presencia de este mineral de origen metamórfico corresponde a inclusiones
pequeñas del material basal de la Cordillera Oriental. Estos minerales sobresalen
cuando existen eventos eruptivos de algunos volcanes de esta cordillera. En el caso
de los horizontes de suelo cercanos a la Cordillera Real, será común encontrar este
mineral en porcentajes más altos. Por otro lado, en Alabuela —que se encuentra
hacia la Cordillera Occidental—, la presencia de este mineral responde a la
existencia de espesas capas de ceniza de los volcanes del este que depositaron
sus piroclastos en el Pleistoceno. Esto es de esperarse, ya que las fuentes de arcilla
en Alabuela provienen de quebradas profundas con material volcánico antiguo y,
posiblemente, de eventos fuertes de los depósitos volcánicos del Angochagua de
la Cordillera Real.

5. 2. Procesamiento de la materia prima

Luego de obtener las arcillas en ambas localidades, estas son trasladadas en costales
hasta los talleres, donde se les disgrega sobre un plástico negro o en esteras de fibras
vegetales, según los reportes de Lamas (1985), y se les deja secar al sol durante
una semana (fig. 3A). Después, con un pisón (mortero cilíndrico de madera o
concreto) o piedras, se tritura la arcilla hasta hacerla polvo. Inmediatamente, se
le cierne para quitar minerales excesivamente grandes y se les pone en baldes
con agua a fin de decantar los minerales medianos que hayan podido pasar por
el cernidor. Más tarde, se saca la arcilla mojada de los baldes y se le prepara
adhiriendo otras arcillas (20 %) igualmente trituradas con materia orgánica de
horizontes A y AB, en el caso de La Rinconada, o, simplemente, se trabaja con
una pasta única como en Alabuela. Sobre un plástico o cuero de vaca, se pisotea
la pasta preparada durante toda una tarde y se le almacena cerca al taller.

5. 3. Elaboración de formas cerámicas

Las técnicas utilizadas para producir vasijas son similares a las que reportaron
Lamas (1985) y Sjöman (1992) para los talleres tradicionales. Además, las técnicas
dependen de la forma a elaborar, pudiendo ser a través de moldes, modelado,
cordeles o vaciado. En Alabuela y La Rinconada, se toma una porción (1 kg) de la
pasta ya preparada y se le comienza a golpear con una mano de piedra sobre otra
piedra laja rectangular o también llamada mesa o pataquir. Este proceso se repite
a partir de las 6 a. m., con el fin de mezclar bien la pasta y quitar posibles burbujas
de oxígeno que hayan quedado.

74
Técnicas de producción cerámica de Imbabura

Figura 3 – Proceso de elaboración de formas cerámicas en La Rinconada. Manufactura


de tiestos: A: procesamiento de la pasta; B: amasado de la pasta; C: golpeado para la
elaboración; D: secado sobre moldes; E: alisamiento con cuero de vaca y giro sobre tazín;
F: rotación de tiesto sobre tazín. Manufactura de ollas: G: elaboración sobre molde;
H: uso de cordeles; I: levantamiento de paredes, borde y cuello; J: cono de arcilla para la
elaboración de vasijas con base convexa; K: vaciado para manufactura de vasijas; L: vaciado
y levantamiento de paredes; M: secado en el patio principal
© Sthefano Serrano

5. 3. 1. Molde, modelado y cordeles


En ambas localidades, luego de tener la pasta óptima, para elaborar los tiestos
(comales o tostadores), se forma un cilindro grueso y achatado que es golpeado
con una piedra y, al mismo tiempo, se va girando la masa sobre la mesa (fig. 3B).
De a pocos, se adhiere polvo de arcilla fino, en el caso de que la pasta se encuentre
muy plástica, hasta obtener una circunferencia que es la base para lograr la forma
de los tiestos (fig. 3C). Enseguida, se le coloca sobre un tiesto ya quemado que
funciona como molde, se le alisa con agua y un fragmento cerámico, para más
tarde dejarla secar en la sombra (fig. 3D).

75
Sthefano Serrano Ayala

Después de dos horas, en ambas localidades se moldea mediante el alisado


con agua y un borde cerámico y, para acabados más finos, se usa un pedazo
de cuero (fig. 3E). Sobre una corona de tela o tazín, que funciona como falso
torno, se gira la forma tratando de regularizar las paredes interiores y exteriores
del tiesto (fig. 3F). En ocasiones, se suele adherir más polvo de arcilla para cubrir
superficies muy mojadas o plásticas y, con un cuchillo, se regularizan los bordes
hasta tener lados simétricos. Finalmente, se deja secar una tarde y, al siguiente
día, con pulidores de cuarzo y andesita circulares, se alisa el interior y exterior de
las paredes, dejándolas secar al sol por una mañana completa. De igual manera,
para otras formas, como platos y fuentes, se usa la misma técnica a partir de un
molde o de una forma ya elaborada previamente, con el fin de tener recipientes
más o menos estandarizados. Esto dependerá de cada unidad doméstica, ya
que los tamaños del molde no son similares en las localidades, varían en pocos
centímetros el diámetro y el alto de la vasija.
Para formas más elaboradas, como las ollas, el proceso se complementa con
cordeles. Es decir, para una vasija globular (fig. 3G), la base está hecha previamente
con un molde y las paredes superiores del cuerpo, cuello y bordes son levantados
con cordeles. En la figura 3H, se aprecia el molde con la base de una vasija
globular previamente trabajada. Luego, con un cuchillo o borde cerámico se
hacen incisiones en el borde de esta base, con el fin de que se pegue mejor el
cordel. Con 1 kg de pasta modelada, se realiza un cordel apoyándose sobre la
mesa. Más tarde, este se adhiere a la base ya lista y se modela presionándolo
con los dedos, a la vez que se alisa el borde cerámico. Poco a poco, se levantan
las paredes del cuerpo, y se le deja reposar sobre otra vasija ya quemada. Para el
cuello y borde, se obtiene un segundo cordel más pequeño (1 lb), se realizan las
mismas incisiones para pegar y, con el mismo borde y manos, se logra la forma
deseada (fig. 3I). Finalmente, se alisa con un cuero, se deja secar y se pule en seco
al siguiente día.

5. 3. 2. Vaciado y cordeles
En La Rinconada y Alabulela, esta técnica se utiliza para formas con base cónica.
En la localidad de Tunibamba, existía una variación: solía utilizarse el cono de la
base del penco (Agave americano) para introducir arcilla, para luego ir levantando
las paredes de la vasija (Lamas, 1985: 97). Hoy en día, no se utiliza el penco y,
más bien, se toman 2 kg de pasta arcillosa, se da el tratamiento de golpeado sobre
la mesa y se modela un cono macizo (fig. 3J). Luego de esto, con un cuchillo se
vacía arcilla del interior del cono y se modelan las paredes de la vasija, alisando
con un fragmento cerámico (fig. 3K). Finalmente, con dos cordeles (uno grueso
para terminar el cuerpo y otro más delgado y pequeño para el cuello y borde) se
modela el resto de la vasija (fig. 3L). Se alisa con fragmentos cerámicos y un resto
de cuero, se deja secar durante la tarde y la noche a la sombra y, al siguiente día,
se alisa con pulidores de piedra y se deja secar al sol (fig. 3M).

76
Técnicas de producción cerámica de Imbabura

5. 4. Quema

Para la quema, se utilizan combustibles que pueden ser paja de páramo


(Calamagrostis intermedia), ramas, césped y maderas de eucalipto o arbustos de
Polylepis, según la disponibilidad de recursos cercanos o lejanos ante la escasez.
Esta actividad la realizan las alfareras junto con los hombres de la familia, ya que
requiere caminatas y cargas de peso considerables. Luego de esto, en La Rinconada
se reúnen todas las vasijas ya terminadas, previamente secadas a la sombra por
una semana. Generalmente, un depósito o la habitación de la alfarera sirve como
almacén de secado a la sombra. En otros casos, como en Alabuela, se deja secar a
la sombra en el patio de visitas de las unidades domésticas.
En ambas localidades, en un segundo patio
o patio trasero de la vivienda doméstica
asociado a basurales o pequeños huertos, en
un espacio con una entrada de aire, se arma el
horno. Se van colocando los objetos: primero
las vasijas grandes en el centro, luego los
tiestos alrededor y las vasijas pequeñas entre
los espacios que quedan. En el interior, en
los espacios entre las vasijas, se colocan leños
grandes y al exterior de la acumulación de
vasijas, ramas delgadas. Luego se arma la base
del horno con tejas, tiestos quebrados y vasijas
rotas; se dejan pequeños canales de acceso de
aire en la base y se ponen ramas un poco más
gruesas (fig. 4A). Inmediatamente, se prende
el horno con un fósforo, iniciando el fuego en
el centro, con lo cual rápidamente las llamas se
propagan con intensidad. Cada diez minutos,
durante una hora, se alimenta el fuego con
más ramas hasta que las vasijas estén al rojo
vivo. Finalmente, se coloca césped, aserrín o
paja de páramo sobre el horno, con el fin de
elevar al máximo la temperatura, y se despejan
los canales de aire para que el fuego siga vivo
(fig. 4B). Se deja de alimentar el fuego y se
arroja césped o paja un tanto húmeda para
bajar la temperatura paulatinamente; se van
cerrando de a poco las cámaras de aire durante
media hora. Al siguiente día, después de dejar
el horno vivo por una noche completa, con
una vara de madera se mueven las ramas Figura 4 – Proceso de quema en Alabuela: A:
carbonizadas para ir sacando progresivamente armado del horno; B: quema; C: extracción
las vasijas (fig. 4C). de vasijas cocidas
© Sthefano Serrano

77
Sthefano Serrano Ayala

5. 5. Etnoarqueología: una reflexión de saberes del pasado y del


presente

La combinación de resultados etnográficos, geológicos y químicos


(arqueométricos) permite generar interpretaciones y reflexiones para la
arqueología, principalmente, a través de la formulación de preguntas como la
ubicación de las fuentes arcillosas, los procesos de manufactura y la asociación
de materias primas arqueológicas de la cerámica Caranqui y la cerámica
contemporánea de las alfareras de Imbabura.
En esta investigación, las fuentes de arcilla presentan una mineralogía similar,
ya que tienen una formación geológica típica de ambientes volcánicos. Los
resultados de DRX de las fuentes de arcilla contienen, en su mayoría, albita y
andesina, lo cual se relaciona estrechamente tanto con los análisis de DRX de
vasijas elaboradas por las alfareras como con los fragmentos arqueológicos del
país Caranqui. Para esto, se analizó un fragmento de un plato de La Rinconada,
otro más de un plato de Alabuela y un tercer fragmento de una olla de cerámica
arqueológica de La Rinconada en Imbabura. En el cuadro 2, se pueden apreciar
los resultados en cuanto a porcentajes de plagioclasas, cuarzo y hornblenda. A
nivel mineralógico, son los mismos resultados obtenidos por Cisneros (2008) y
Romero Bastidas & Molestina (2010) en la cerámica arqueológica de la Sierra
Norte. Esto sugiere que hay una correspondencia estrecha entre las fuentes de
arcilla, cerámica arqueológica y cerámica etnográfica.
En cuanto a la mineralogía, es posible que la cerámica arqueológica y la actual
provengan de fuentes similares por la presencia de los minerales ya mencionados.
Estos datos concuerdan con la hipótesis de Bray (2003) sobre una producción
cerámica a nivel doméstico y de consumo local, esencialmente, por la abundancia
de las fuentes y su cercanía a las unidades de vivienda. En este sentido, los
horizontes de suelo arcilloso de ambientes volcánicos que están en toda la zona
son potenciales fuentes cercanas a los sitios, ya que las formaciones geológicas de
origen ígneo en Imbabura y el país Caranqui son homogéneas y se encuentran,
principalmente, en quebradas y pie de montañas. En el plano arqueológico, los
resultados son similares: a través de análisis elementales de cerámica de distintas
formas que abarcan toda la vajilla de los principales sitios arqueológicos del país
Caranqui, Yanchar (2013) y Minc et al. (2016) demostraron que la cerámica era
elaborada con arcillas cercanas o próximas a los sitios arqueológicos. No se ha
podido establecer un grupo químico específico en la cerámica arqueológica que
denote especialización y control de la producción cerámica; más bien, las fuentes
son espacios abiertos a los pueblos.
Recientemente, los talleres de algunas alfareras han crecido debido al interés
de sectores turísticos, que han visto en esta actividad la oportunidad de generar
dinero con los saberes de las alfareras. En este sentido, un taller en Alabuela y otro
en La Rinconada tienen mayor concurrencia de turistas que compran los objetos
y aprenden el largo y duro proceso para la manufactura de vasijas. La producción
suele ser un tanto más grande, sin que esto implique que las alfareras desestimen

78
Cuadro 2 – Resultados cuantitativos de las fuentes de arcilla, cerámica actual y cerámica arqueológica

Cerámica Cerámica
Alabuela La Rinconada Cerámica
actual actual La
Mineral Fórmula contenido contenido arqueológica
Alabuela Rinconada
(%) (%) (%)
(%) (%)

Plagioclasas
(Na, Ca)Al(Si, Al)Si2O8 46 52 47 53 64
(albita, andesina, anorita)

Pirofilita Al2Si4O10(OH)2 15 5 17 5 -
Técnicas de producción cerámica de Imbabura

Cordierita Mg2Al4Si5O18 13 14 8 15 11

(Ca,Na,K)2(Mg,Fe,Al)5(OH,F)2
Hornblenda 8 12 7 13 10
(Si,Al)2Si6,O22

Hematita Fe2O3 7 2 2 2 1

Coesita SiO2 - 7 - - -

Cuarzo SiO2 6 6 10 10 9

Moscovita KAl2(AlSi3O10)(OH)2 3 - 7 - 2

Hedenbergita Ca(Fe,Mg)Si2O6 2 2 - 2 2

Magnetita Fe3O4 - - 2 - 1

Fuente: Elaboración propia

79
Sthefano Serrano Ayala

sus otras actividades domésticas. Quizá, esta producción llegue a ser especializada
cuando la demanda de turistas sea más amplia en la provincia.
Por otro lado, las herramientas de producción y los espacios del taller obligan
a los arqueólogos en Ecuador a repensar los contextos que están excavando.
Por ejemplo, las mesas rectangulares de piedra y las manos de piedra pueden
estar siendo confundidas con metates o manos de moler. Otros elementos
aparentemente descontextualizados, como bordes cerámicos, son fundamentales
en el alisado de las vasijas; asimismo, las láminas y lascas de piedra pudieron
funcionar en el corte y regularización de formas cerámicas. Herramientas como el
falso torno o tazín y alisadores de cuero son imprescindibles; sin embargo, no se
conservan en el registro arqueológico. Es así como la etnoarqueología evidencia
objetos relevantes en el proceso de manufactura.
En cuanto a los hornos, aparentemente podrían ser confundidos con pisos
quemados de viviendas o fogones. No obstante, pueden estar dando pistas sobre
la espacialidad de las unidades domésticas y las actividades que se realizan dentro
y fuera de una vivienda. El único reporte arqueológico de hornos a cielo abierto,
como los que se registran en este trabajo, proviene de las investigaciones de
Montalvo Puente & Dyrdahl (2014) en Ibarra-Imbabura, en un sitio del 800 a. C.,
donde se observa un rasgo que tiene características similares a las de los hornos
de las alfareras de Imbabura. Del mismo modo, los datos mineralógicos de la
pirofilita, tanto en cerámica arqueológica actual como de áreas fuente, permiten
ahondar en las temperaturas que pudieron alcanzar estos hornos. La pirofilita
comienza a disminuir a partir de una temperatura de 700 °C. En la cerámica
arqueológica, los porcentajes de pirofilita desaparecen y, en la cerámica actual,
disminuyen a más de la mitad del contenido inicial de las fuentes (de 17 a 5 %)
(véase el cuadro 2).
A partir de estos datos etnográficos y arqueológicos, se pueden repensar las
estrategias de excavación para dilucidar contextos más claros de las unidades
domésticas y sus áreas. En este sentido, la arqueología contextual, a través de la
etnoarqueología, puede dotarse de elementos para reconstruir viviendas y espacios
exteriores asociados. Es necesario que, como complemento de las perspectivas
tipológicas y el establecimiento de cronologías relativas, la cerámica de la Sierra
Norte sea mayormente contextualizada a la luz del proceso de producción
cerámica y otras actividades que puedan estar asociadas a lo doméstico.
En cuanto a las técnicas, hay una correspondencia importante entre algunas
vasijas actuales con formas arqueológicas del país Caranqui, sobre todo del
Periodo Tardío. En la figura 5, se puede observar que las formas de la cerámica
arqueológica Caranqui y las de la cerámica actual son similares; algunas huellas
de manufactura sugieren la aplicación de las mismas técnicas. Por ejemplo, las
ollas globulares, tanto arqueológicas como etnográficas, dan cuenta de que la
base de la vasija ha sido elaborada a través de un molde y el resto, a través
de cordeles. En las vasijas arqueológicas de este tipo es bastante evidente la
presencia de huellas de dedos para unir la base y los cordeles que conforman el
resto de la vasija. Los platos, fuentes y compoteras se obtienen a partir de moldes

80
Técnicas de producción cerámica de Imbabura

Figura 5 – Dibujos de formas cerámicas del país Caranqui (Meyers en Oberem, 1981) y
fotografías de formas cerámicas de manufacturación actual de Alabuela y La Rinconada
© Sthefano Serrano

o formas ya hechas, a excepción de los pedestales de las compoteras que son


elaborados a partir de cordeles.
Respecto a los jarros grandes con base cónica y ánforas, se puede apreciar el uso
de la técnica del vaciado y para el resto del cuerpo el levantado con cordeles. Otras
formas típicas del país Caranqui, como las ollas trípode, presentan variaciones
de técnicas, como el modelado y cordeles. Dicha forma ha desaparecido en la
alfarería actual, pero hay indicios de otras sobre las cuales se pudo trabajar el
acoplamiento de los podos, modificando la base y agregando estos elementos.

CONCLUSIONES

La descripción de las técnicas de producción cerámica de Imbabura da luces


para que los arqueólogos puedan reflexionar acerca de la cultura material, la
funcionalidad de los objetos, espacios y contextos. De este modo, se da paso
a que otras interpretaciones puedan existir en el proceso de investigación
arqueológica. Las alfareras de Imbabura y su conocimiento son un testimonio de
que la producción cerámica tiene una continuidad desde sus antepasados: los
caranquis. Dicho de otro modo, los caranquis aún viven y se resisten a perder una
tecnología de larga duración como la cerámica.
Como se aprecia, tanto en la parte arqueológica como etnográfica, existe una
relación y una continuidad. Pero también existen cambios profundos como la
pérdida de conocimientos por el desuso de objetos, la falta de demanda de los
objetos cerámicos o, simplemente, el desinterés por la sabiduría de estas artesanas.

81
Sthefano Serrano Ayala

Sin embargo, estos conocimientos deberían interesar más a los arqueólogos


y académicos no solo por la funcionalidad de los datos obtenidos para sus
investigaciones, sino porque son conocimientos que nos ayudan a dimensionar
otras formas de interpretar el registro arqueológico y la relación entre humanos,
objetos y entorno. Se ve la emergencia de incluir y resaltar los conocimientos
locales a través de la etnografía y la agencia humana en la arqueología de la
Sierra Norte del Ecuador, en complemento de las tipologías cerámicas que, por lo
general, han sido la principal fuente para conocer el pasado precolombino.
Por otro lado, en cuanto a las fuentes de arcillas utilizadas hoy en día, podrían
estar relacionadas con las del pasado. El análisis geológico y los resultados de DRX
de las fuentes de arcilla, vasijas actuales y fragmentos arqueológicos apuntan a
un mismo origen por la presencia distintiva de albita y andesina. Esto sugiere un
conocimiento pormenorizado de las alfareras respecto a su paisaje natural, las
distintas capas de suelo y sus propiedades para ubicar y obtener materias primas
para la manufactura cerámica. Bajo esta perspectiva, los análisis cuantitativos
se complementan con la información etnográfica que involucra a los agentes
humanos en el proceso de extracción de arcillas.
Finalmente, las autoridades gubernamentales e instituciones de patrimonio
cultural necesitan emprender esfuerzos para proteger, rescatar y difundir no solo
los objetos arqueológicos, sino los agentes de estas producciones que aún viven y
se resisten a morir con sus conocimientos.

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84
Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2020, 49 (1): 85-105 IFEA
Austro ecuatoriano: etnografía comparada de procesos de elaboración de cerámica en dos comunidades

La técnica del golpeado, etnografía comparada


de procesos de elaboración cerámica en dos
comunidades alfareras del austro ecuatoriano:
Jatumpamba y Las Nieves
Mario Brazzero*

Resumen

Los estudios arqueológicos sobre el austro ecuatoriano han sustentado su análisis en la forma y diseño
de la cerámica para constituir cronologías y relaciones interregionales, prestándoles poca atención a
los aspectos técnicos y a las herramientas utilizadas en los procesos de elaboración. Este estudio, de
carácter etnográfico, registra las técnicas empleadas en dos comunidades alfareras de la Sierra Sur del
país —Jatumpamba y Las Nieves— que comparten el uso de golpeadores o huactanas, herramientas de
posible origen prehispánico. Los resultados del análisis comparativo entre estas localidades pretenden
abonar al reconocimiento de la necesidad de generar líneas de investigación sobre la tecnología
cerámica, tanto en contextos arqueológicos como etnográficos.

Palabras clave: tecnología cerámica, Tacalshapa, Jatumpamba, Las Nieves

La technique du battage, ethnographie comparative des processus


d’élaboration de la céramique dans deux communautés potières de la
Sierra sud de l’Équateur : Jatumpamba et Las Nieves

Résumé

Les études archéologiques sur le sud de l’Équateur ont basé leurs analyses sur la forme et les décors des
céramiques pour constituer des chronologies et établir des interactions régionales, tout en accordant

*
Universidad del Azuay, docente-investigador. Master en Antropología Visual y
Documental Antropológico. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO-
Ecuador). E-mail: [email protected]

85
Mario Brazzero

peu d’attention aux aspects techniques et aux outils utilisés dans les processus de fabrication. Cette
étude ethnographique rend compte des techniques utilisées dans deux communautés de potiers de
la Sierra sud du pays — Jatumpamba et Las Nieves —, ont en commun l’utilisation de battoirs ou
huactanas, outils sans doute d’origine préhispanique. Les résultats de l’analyse comparative entre ces
sites montrent la nécessité de proposer des axes de recherche sur la technologie céramique, aussi bien
dans des contextes archéologiques qu’ethnographiques.

Mots-clés : technologie céramique, Tacalshapa, Jatumpamba, Las Nieves

The beating technique: comparative ethnography of ceramic


manufacturing processes in two potter communities of Southern
Ecuador: Jatumpamba and Las Nieves
Abstract
The archeological studies of ceramics in Southern Ecuador have based their analyses on shapes and
designs in order to generate chronologies and interregional relationships, paying less attention to the
technical aspects and the tools that have been used in the manufacturing process. This ethnographic
study registered the techniques used in two Southern highlands communities —Jatumpamba and Las
Nieves— which share the use of beaters or huactanas, tools of possible pre-hispanic origin. The results
of the comparative analysis of these two locations, demonstrates the need to generate new lines of
research on ceramic technology, both in archaeological and ethnographic contexts.

Keywords: Ceramic technology, Tacalshapa, Jatumpamba, Las Nieves

INTRODUCCIÓN

Este estudio es el resultado del proyecto denominado «Investigación del


Patrimonio Cultural Inmaterial vinculado a la alfarería con técnicas prehispánicas
de Jatumpamba y Las Nieves», localidades rurales de las provincias australes
del Cañar y Azuay respectivamente (fig. 1), realizado por iniciativa del Instituto
Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) Regional 6, en el año 2011. El objetivo
consistía en «investigar y registrar el Patrimonio Cultural Inmaterial asociado a la
alfarería tradicional de Jatumpamba y las Nieves», con la finalidad de realizar un
diagnóstico que proponga medidas para su salvaguarda.
Las huactanas o golpeadores son herramientas de barro cocido «conformadas por
un mango de prensión de forma cilíndrica, apegado a la parte activa, hemisférica»
(Lara, 2017: 98). Se las usa principalmente para formar y alisar las vasijas durante
su elaboración. En las zonas de estudio son de dos tipos: uno cóncavo para trabajar
las paredes externas, y otro convexo para trabajar el interior de la vasija (fig. 2). Sus
dimensiones pueden variar en función del porte del ceramio en preparación. Para
una huactana mediana, la altura se ubica en los rangos de 7 a 9 cm, con un mango
de entre 4 y 4,5 cm de diámetro y un disco de 7 a 10 cm de diámetro, siendo los
discos de los golpeadores cóncavos algo más grandes que los convexos; el peso
varía entre 350 y 450 gramos (las formas, dimensiones y peso están descritos
de manera más detallada en: Lara, 2017: anexo 7). El uso de estos artefactos es

86
Austro ecuatoriano: etnografía comparada de procesos de elaboración de cerámica en dos comunidades

Figura 1 – Ubicación de Jatumpamba y Las Nieves dentro del territorio que reporta la técnica
del golpeado
© M. Brazzero, 2020

Figura 2 – Golpeadores o huactanas de Jatumpamba


© M. Brazzero, 2011

reportado en varios sectores de la Sierra Sur del Ecuador, entre ellos Jatumpamba,
Olleros y Zhorzhán en la provincia del Cañar; Las Nieves, Santa Isabel, Oña y
Sígsig en Azuay; Saraguro y Taquil en Loja (fig. 1), lo que convierte la técnica del
golpeado con el uso de huactanas en una de las más importantes de esta región.

87
Mario Brazzero

La comunidad de Jatumpamba pertenece a la parroquia San Miguel de Porotos del


cantón Azogues. Está integrada por 3 parcialidades: Jatumpamba, Pacchapamba y
Chico Ingapirca (fig. 1: San Miguel de Porotos). Esta comunidad, creada en el año
1952, está localizada a 11 km al sur de Azogues, capital de la provincia del Cañar.
La parroquia Las Nieves pertenece al cantón Nabón de la provincia del Azuay
(fig. 1). La conforman 12 comunidades, con una población aproximada de 450
familias. Está localizada a 60 km al sur de Cuenca, en la vía que lleva a la provincia
de Loja.
El tiempo establecido por el INPC para la investigación fue de cuatro meses, por
lo que debía planificar una logística que me permita la revisión bibliográfica de la
arqueología local, con énfasis en investigaciones sobre las tecnologías cerámicas
y el trabajo de campo con los alfareros y alfareras de Jatumpamba y Las Nieves.

1. CONOCIMIENTOS ACTUALES SOBRE LA CERÁMICA


ARQUEOLÓGICA DE LA SIERRA SUR DEL ECUADOR

En los años 20 del siglo pasado, Max Uhle inició estudios en el sitio de Cerro Narrío,
ubicado en la actual ciudad de Cañar y correspondiente al periodo Formativo
medio y tardío (1500 - 500 a. C.). Basó su análisis en las «analogías estilísticas que
encontró en las producciones cerámicas e iconográficas de la América andina
(fig. 3a), apoyado por el estudio de ‘estratigrafía cultural’» (Gomis, 2019: 35).

a b c

Figura 3 – a: recipiente Narrío (1M2-2998-86). b: recipiente Tacalshapa (1M2-3748-86).


c: recipiente Cashaloma (1M2-6592-86)
© Museo Remigio Crespo Toral, Cuenca

Siguiendo el modelo de Uhle, se establecieron semejanzas que permitieron


hablar de un centro de contacto interregional desde tiempos muy tempranos
(Collier & Murra, 2007 [1943]: 72-93), o un complejo cerámico homogéneo que
correspondería a la fase tardía del Formativo de la Sierra Sur del Ecuador, con
relaciones y contactos tanto con las culturas de la costa y oriente ecuatorianos
como con las de los Andes Centrales, hoy Perú (Gomis, 2007).
Para el caso de Tacalshapa, Jaime Idrovo (2000: 52-58), identifica cronológicamente
3 periodos: Tacalshapa I (500 a. C.-200/100 a. C.), Tacalshapa II (200/100 a. C.-

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Austro ecuatoriano: etnografía comparada de procesos de elaboración de cerámica en dos comunidades

500 d. C.) y Tacalshapa III (500 d. C.-1100/1200 d. C.), lo que permite establecer
la existencia de probables relaciones interculturales entre Tacalshapa I y Narrío y
Chorrera (esta última ubicada en la costa ecuatoriana), entre Tacalshapa II (fig. 3b)
y Moche y Vicús (Costa Norte del Perú) y entre Tacalshapa III y la cerámica que se
produce en Jatumpamba (comunicación personal, 2011). El «engobe rojo simple»
concuerda con el de la cerámica etnográfica de Jatumpamba, pero la decoración
«con líneas rojas sobre color natural» estaría más cerca de la que se realiza en la
cerámica de Las Nieves, según pude constatar en el campo.
A diferencia de Idrovo, Albert Meyers (2011 [1998]: 172-195) propuso cuatro fases
cronológicas para Tacalshapa, y estableció elementos comunes entre las piezas
de su fase Tacalshapa II (que provienen de los valles de Cañar, Cuenca, Azogues
y Taday) y los estilos cerámicos Gallinazo y Puerto Moorin del norte del Perú, así
como entre las botellas de Tacalshapa IV y las últimas fases del estilo Moche.
El estilo Cashaloma (periodo de Integración: 1000 d. C. hasta la conquista inkaica),
se concentra mayoritariamente en el valle de Cañar (fig. 3c), con escasos reportes
en el valle de Cuenca-Azogues, donde es más frecuente el estilo Guapondelig.
Puede estar presente también en Jatumpamba, confundido con Tacalshapa III,
aunque con ciertas diferencias (Idrovo, comunicación personal, 2011).
De manera general, estos trabajos arqueológicos mantuvieron la comparación
de las características visuales de la cerámica como sello característico de su
producción intelectual y, en su mayoría, dejaron de lado las tecnologías cerámicas,
tanto arqueológicas como etnográficas.

2. EL GOLPEADO, ¿TÉCNICA PREHISPÁNICA?

De lo poco que existe en la literatura arqueológica ecuatoriana sobre las tecnologías


cerámicas en la zona de estudio, son de resaltar los trabajos de Holm, quien se
interesa en un grupo de golpeadores de una colección de «objetos de barro»
del Museo Salesiano de Cuenca, clasificados como moledores pero no descritos
anteriormente en la literatura arqueológica ni etnográfica, y sin asociación a
contextos arqueológicos específicos. Un aporte del trabajo de Holm radica en que,
durante sus visitas a las alfareras de Jatumpamba, no solo describió las tecnologías
cerámicas, sino que, en colaboración con especialistas en el ramo, sometió a
análisis químicos los fragmentos de cerámica, arcilla y desgrasante (Holm, 1961:
163). Al hablar de la temporalidad de la técnica, Holm concluye que:
Al aceptarse estas pruebas, muy insuficientes, por cierto, tendríamos la
profundidad temporal que requiere la presencia actual de esta técnica
alfarera en el Austro, pero tenemos que reconocer que nos faltaría por
completo la transición técnica entre la pre-historia y la actualidad, porque
la cerámica española constituye todavía una gran incógnita en los estudios
ecuatorianos (Holm, 1961: 201).
Sjöman (1991: 71) advierte la posibilidad del origen de esta técnica en los pueblos
cañaris asociados a la cerámica Tacalshapa, además de la inca, ambas presentes

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Mario Brazzero

en San Miguel de Porotos. Sin embargo, reconoce que esta información resulta
de «recolección en superficie» sobre la que no brinda mayor información, ya
que, según la autora, no han existido excavaciones científicas en la zona. Idrovo
establece que el origen y difusión de la técnica estaría asociado a la cultura material
cañari. Asegura que la técnica del golpeado y las huactanas se utilizaron en la
cerámica Tacalshapa, aunque no especifica los argumentos que lo llevan a esta
afirmación, siendo esta el resultado de «la revisión de numerosas piezas Tacalshapa
del Museo del Banco Central de Cuenca» (Idrovo, comunicación personal, 2011).
Sustenta además su hipótesis en el hallazgo de una huactana «de uso alfarero a
partir de Tacalshapa II», recuperada en una terraza de Pumapungo y asociada a un
horno de cerámica (Idrovo, 2000: 192). Si bien Sjöman (1991: 71) asegura que los
golpeadores se encuentran en diferentes contextos arqueológicos en la provincia
del Azuay, no especifica cuáles son estos, por lo que la huactana reportada por
Idrovo sería la única registrada en un contexto arqueológico, de lo que conozco.
Otra evidencia que podría reforzar la hipótesis sobre la antigüedad de la técnica
es, según Idrovo, el sistema de cocción, ya que, en su opinión, el tipo de hornos
que se encuentran en las inmediaciones de Jatumpamba coinciden exactamente
con el único horno encontrado en contexto arqueológico en Pumapungo
(comunicación personal, 2011).
Sin embargo, después de inspeccionar el posible horno de Pumapungo y los
hornos de la comunidad de Olleros, vecina de Jatumpamba, no encontré aquellas
coincidencias exactas de las que habla Idrovo. Estas están relacionadas con el
material de construcción de los dos hornos que es la piedra, la altura de las
paredes y, en menor medida, con su espacio interior, aunque aquel de los hornos
de Olleros sea más amplio. Pero existe una diferencia sustancial en su estructura:
el horno de Pumapungo no tiene las aberturas posteriores para el ingreso del
oxígeno que tienen los hornos de la comunidad de Olleros, indispensables para
la circulación del aire que incremente el calor interior, según me explicaron los
artesanos de la zona (figs. 4 y 5).

Figuras 4 y 5 – Posible horno reportado por Idrovo en Pumapungo (izquierda). Horno de la


comunidad de Olleros (derecha)
© M. Brazzero, 2011

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Austro ecuatoriano: etnografía comparada de procesos de elaboración de cerámica en dos comunidades

Catherine Lara (2019) dio un paso importante al aplicar el enfoque tecnológico


para identificar la cadena operativa (transformación de la arcilla en cerámica) de
117 objetos Tacalshapa y Cashaloma y 771 fragmentos excavados por la autora
en el valle del río Cuyes (provincia de Morona Santiago). Lara identificó, por
medio del análisis macro y microscópico de las muestras, un grupo técnico que
presentaba huellas de golpeado sobre la base y el cuerpo (Lara, 2019: 189). Este
grupo técnico estaría conformado por cerámica Tacalshapa II de la clasificación
de Idrovo, pero también por Tacalshapa I y, en menor medida, por cerámica
Cashaloma (Lara, 2019: 193). Este hallazgo científico probaría la continuidad del
uso de golpeadores hasta la actualidad (ver también Lara, este volumen).
En la Colonia, la región de Azogues fue reportada como productora de cerámica
por fray Gaspar de Gallegos, en la Relación Geográfica de Peleusí de Azogues de
1582, cuando escribe:
Hay en este pueblo muy buen barro para loza, y hácese respecto desto
mucha loza, así de tinajas, jarros y ollas y cántaros y otras vasijas para el
servicio de los españoles y naturales. Es una loza muy colorada que se tiene
en mucho, y así están los olleros aquí de muy antiguos tiempos, que desde
el tiempo del Inga hay muy buenos oficiales deste oficio, aunque no son
tan naturales, sino traspuestos aquí por respecto del buen aparejo que hay
para la dicha loza. Y hay mucho bolarménico con que estos indios hacen la
loza muy colorada con un matiz ques casi como de vidrio, que le dan con
el dicho bolarménico. Tiénese en mucho esta loza y es muy nombrada en
todo este distrito (Gallegos, 1897 [1582]: 28).
Esta cita ha sido interpretada por varios autores y con diferentes enfoques (Holm,
1961; Idrovo, 1990; Sjöman, 1992; Arteaga, 2000). Olaf Holm asegura que
Peleusí de Azogues incluye a los centros alfareros que aún existen en la parroquia
de San Miguel de Porotos (Jatumpamba, Zhorzhán y Olleros: figura 1), y que,
debido a que en aquella época la parroquia no había iniciado su vida eclesiástica
o civil, no había razón para que sea nombrada por el clérigo (Holm, 1961: 170).
Idrovo sostiene que la Relación se refiere a la zona de Jatumpamba, donde se
constata la existencia de áreas cubiertas de restos cerámicos de las distintas fases
cañaris, pero que, a partir de la dominación inka, «seguramente bajo la dirección
de maestros cuzqueños tendería a la reproducción de la vajilla incaica con
exclusividad» (Idrovo, 1990: 22); hipótesis que refuerza, con el planteamiento de
Gallegos, la idea de que los alfareros «no son tan naturales», sino «traspuestos»,
para incrementar la producción. Por lo que subsiste la duda en torno al uso de las
huactanas por parte de los alfareros mencionados en esta cita.
San Miguel de Porotos fue un sector que contaba con gran cantidad de arcilla y una
importante producción alfarera al momento de la colonización española. Incluso
en la actualidad todas las materias primas se obtienen de minas de la localidad.
Todos los artefactos mencionados por Gallegos se utilizaban en la época de la
Colonia, dato que corrobora Diego Arteaga al confrontar la Relación de Azogues
con el estudio de Jozef Buys, quien expone la tipología y utilidad de cerámica
presente en Cuenca en esta época: «tinajas de hacer chicha, platos, platoncillos

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Mario Brazzero

medianos, botijas para transporte de vino y aceite, ollas de barro verde» (Arteaga,
2000: 41). Exceptuando las ollas verdes vidriadas que se reportan en Chordeleg,
al Oriente de Cuenca, el resto todavía se produce en Jatumpamba. El documento
también habla de «loza colorada», lo que concuerda con la decoración que
realizan en Jatumpamba, untando una pasta rojiza sobre la superficie de las vasijas
antes de su cocción.
Gallegos menciona el pueblo de «olleros», lo que podría suponer que los
fabricantes de cerámica eran en su mayoría hombres, no mujeres, como sucede
en la actualidad. Ante esto, Sjöman (1992: 56) propone dos hipótesis: la
primera es que para el tiempo de los inkas «la producción estuviera a cargo de
especialistas hombres para luego pasar a manos de mujeres como consecuencia
de la migración y desmembramiento de la sociedad indígena que empezó con
la invasión española»; y la segunda, que Gallegos «simplemente pasa por alto
que eran mujeres las alfareras». Sin embargo, en el Perú tenemos el ejemplo de
varios pueblos llamados Olleros, como San Bartolomé en Piura y Santo Domingo
en Lima, y en ambos casos las alfareras son todas mujeres (Ramón, 1999; 2008;
2017). Durante el trabajo de campo en 2011, pude registrar el trabajo de uno de
los últimos hombres alfareros del sector, Francisco Inga en ese momento de 66
años, quien aprendió el oficio de su padre a temprana edad.

3. ETNOGRAFÍA DE LA ZONA DE ESTUDIO

En etnografía, el trabajo de campo es un recurso utilizado desde los antropólogos


clásicos. Permite obtener información directamente de los detentores del
conocimiento tradicional, en este caso los alfareros de las zonas de estudio. Sin
embargo, el investigador no puede irrumpir en los territorios ni actuar como
autoridad etnográfica (Clifford, 1988: 53-54); debe basar su trabajo en la ética
profesional. Es imprescindible establecer una relación basada en el respeto mutuo
con los actores locales, exponerles los objetivos de la investigación y el nivel de
colaboración que requiere para alcanzarlos. Debe comprometerse también a
entregar a la comunidad los resultados de la investigación.
Al hablar de los actores locales, no me refiero exclusivamente a los detentores de
los conocimientos tradicionales, sino que incluyo a las autoridades de los territorios,
en este caso, a los representantes de los Gobiernos Autónomos Descentralizados
de las comunidades de estudio. En coordinación con las autoridades locales
planificamos varias reuniones con alfareras y alfareros; coordinamos también las
fechas de las visitas a sus talleres para realizar el registro de los procesos y las
entrevistas.
En Jatumpamba trabajamos con la señora Margarita Fernández, por ser la alfarera
más activa de todo el sector y con el señor Francisco Inga, único hombre que
todavía trabaja en cerámica. En Las Nieves, nuestros informantes fueron dos
parejas de ceramistas: el señor Gregorio Morocho, su esposa Celia Ramón, Julio
Ramón —hermano de Celia— y su esposa Rosa Morocho, hermana de Gregorio.
Un hecho significativo, y no de poca importancia, es que en Las Nieves la actividad

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Austro ecuatoriano: etnografía comparada de procesos de elaboración de cerámica en dos comunidades

se realiza en pareja, lo que no sucede en Jatumpamba, donde es una actividad


personal, como se verá más adelante.
Ya en el campo, por la naturaleza de la investigación, dos fueron las técnicas
seleccionadas: la observación (participante y no participante) y la entrevista abierta
(sin cuestionarios previos), para ulteriormente analizar, con el soporte del método
comparativo, en los patrones de convergencia y divergencia de las tecnologías
cerámicas de las dos localidades. La observación participante era fundamental para
presenciar los procesos y actividades relacionadas con ellos. La entrevista, que
es «la técnica privilegiada del trabajo etnográfico, pues nos permite acercarnos
a las tramas de sentido, a los significados y significaciones de la acción social»
(Guerrero et al., 2016: 248), fue utilizada tanto para el registro como para poder
conocer y comprender el sentir de los alfareros frente a la actividad. Conforme los
alfareros trabajaban, las preguntas surgían de la observación, por lo que, en ningún
caso se aplicaron encuestas o entrevistas estructuradas. Para registrar las cadenas
operativas utilicé cámaras de video, fotográficas, libreta de campo y grabadora de
audio; y me acoplé a los tiempos que dedican los alfareros a cada actividad, por lo
que el horario de las visitas estaba marcado por el avance de los procesos.
El trabajo de campo se realizó durante dos meses de manera simultánea en las dos
localidades, entre mayo y julio de 2011. Para detectar las tramas de significado
que esta actividad tiene en las comunidades, las entrevistas abarcaron un espectro
más amplio de población. Así, en Jatumpamba se entrevistaron a doce personas y
en Las Nieves a seis, todos artesanos activos.

4. TECNOLOGÍA CERÁMICA EN JATUMPAMBA

A continuación, se detallará el proceso de elaboración de las ollas de Margarita


Fernández que, al igual que las otras alfareras de Jatumpamba, produce también
tiestos (igualmente conocidos como torteros, tostadoras o callanas), cántaros y
macetas que comercializa a intermediarios que acuden a su taller. Generalmente,
fabrica sus vasijas en grupos de diez o quince de manera simultánea.
Todas las materias primas —barro, arena y la tierra roja para decoración (quina)—
se obtienen en Jatumpamba, Pacchapamba y Chico Ingapirca y también en zonas
aledañas como San Cristóbal y Olleros. Los materiales son extraídos con palas,
picos y lampas, y transportados hacia los talleres y cargados sobre las espaldas de
las señoras en saquillos o canastos de mimbre.
De la mina al taller el barro llega troceado en pedazos grandes. Para poder
triturarlo, tiene que estar completamente seco,/; caso contrario, al momento de
hidratarlo, no absorbe el agua de manera uniforme. Margarita lo hace en una
acera de la casa (fig. 6a). La herramienta para triturar suele ser un mazo de madera
o un tubo metálico. Cuando los terrones han reducido su tamaño, los golpea
directamente en el piso hasta pulverizarlos.
Al tener la cantidad suficiente, recoge el barro en una cesta de mimbre y lo vierte
en un recipiente de plástico con capacidad de veinte kilogramos, al que agrega

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Mario Brazzero

agua hasta que rebose unos centímetros. En dos días el barro ya ha absorbido toda
el agua y está totalmente hidratado. La mezcla con el desgrasante se realiza en un
lugar cubierto y con piso de tierra. Margarita esparce homogéneamente la arena
para que el barro no se pegue al piso. Vierte el barro del recipiente sobre esta
base de arena y con sus manos forma un cúmulo en cuyo centro hace un pequeño
boquete sobre el que arroja arena con sus manos; a nuestro juicio, la proporción
es equivalente a un tercio de arena por dos tercios de barro.
Comienza a pisar y a formar la mezcla con su pie derecho (fig. 6b). Al poco
tiempo, con sus dos pies pisa la pasta hasta que se expanda hacia afuera. Después,
desde el centro, con sus manos junta la pasta hasta volver a tener un cúmulo con
el que inicia la labor nuevamente. Este proceso se repite varias veces. En ciertos
momentos agrega pequeñas cantidades de agua a la pasta. Margarita sabe que la
pasta está lista cuando «ya se envuelve nomás solita», lo que, en mi interpretación,
significa que la pasta es homogénea.
La alfarera separa la pasta en varias porciones a las que llama «bolitas», que se
transformarán, cada una, en una olla. Coloca una porción sobre la base de una
vieja tinaja de unos 70 cm de altura que se encuentra boca abajo en el patio de
su casa desde hace ya varios años, a la que previamente esparce arena como
antiadherente: «si no pongo arena entonces después no se levanta, se pega». Con

(a) Troceado y triturado del barro (b) Mezcla de barro con desgrasante

(c) Modelado
y decorado (d) Primer golpeado: formación y primer
del borde alisado del cuello

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Austro ecuatoriano: etnografía comparada de procesos de elaboración de cerámica en dos comunidades

(e) Segundo golpeado: creación del (f) Tercer golpeado: unificación de las
cuerpo globular paredes del cuerpo globular

(g) Alisado del cuerpo globular, creación (h) Engobe del borde y del cuello de la
de la base olla

Figura 6 – Cadena operativa de Jatumpamba


© M. Brazzero, 2011

(i) Cocción en estructura de quema a


cielo abierto

la base de la tinaja como soporte, modela la pasta con las manos húmedas hasta
formar un cilindro compacto. Introduce el puño de su mano derecha desde arriba
hasta la mitad del cilindro, mientras que con la otra sostiene las paredes desde
afuera. Con los dedos de la mano derecha, estira la reserva de pasta desde el
interior hacia arriba y hacia afuera mientras gira su cuerpo alrededor de la pieza
que va formando. Es acertada la apreciación de Sjöman (1992: 65) que dice que
las alfareras de Jatumpamba son «su propio torno» ya que, en el proceso, quien
gira es la alfarera, no la cerámica. Al llegar a la altura deseada comienza a formar
el borde de la olla (fig. 6c). Para esto se sirve de un pequeño cuero mojado que

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Mario Brazzero

sostiene con su mano derecha: el pulgar presiona desde adentro, y los otros dedos
actúan desde afuera mientras gira su cuerpo hacia su izquierda, alrededor de la
olla. Después, hace un movimiento similar, pero con sus dos manos: la izquierda
por dentro y la derecha por fuera del borde hasta adquirir una forma evertida.
Con el cuero doblado hace unas pequeñas impresiones verticales con su mano
derecha en el borde que llama «crespitas», girando esta vez hacia su derecha.
Estas impresiones y, en ocasiones una línea horizontal en todo el perímetro del
borde, más el engobe, constituyen la única decoración de las ollas. Terminado
el borde, retira la pieza de la tinaja y la pone a secar a la sombra hasta el día
siguiente para que adquiera firmeza.
Al día siguiente, Margarita coloca la olla sobre la base de la tinaja para formar
el cuello. Aquí, entran en escena las huactanas o golpeadores que, como
se dijo, son de dos tipos: una cóncava usada para golpear la olla por fuera, y
otra convexa para trabajar por dentro de la olla. Con la huactana convexa, que
funciona como yunque, sostiene con su mano derecha la pared interna, y con la
izquierda golpea la pared externa utilizando la huactana cóncava para dar forma
al cuello o huigsanchir (fig. 6d). Este tratamiento deja las paredes irregulares.
Para volverlas uniformes, la alfarera gira alrededor de la olla presionando de a
poco las paredes interna y externa, con las huactanas siempre humedecidas. Con
esta fricción, modela y alisa la parte superior, controlando su grosor y cubriendo
imperfecciones. Una vez que ha obtenido un cuello liso e inclinado hacia afuera
en la sección media de la olla, detiene el proceso y termina la jornada.
Para el siguiente paso la alfarera ya no utiliza la tinaja invertida, trabaja sentada en
el suelo sobre una estera, en el portal de su casa. A su derecha, ubica un recipiente
con agua y las huactanas. Entre sus piernas, pero asentado sobre la estera, elabora
un pedestal con el cuello invertido de una olla rota, sobre el que coloca telas viejas
para lograr una superficie blanda donde asienta la olla en posición inclinada. Inicia
el segundo golpeado humedeciendo las huactanas para trabajar el segmento de la
olla que Holm (1961) llama «cuerpo globular» y Margarita «pecho y cintura» que,
en este momento del proceso, es muy maleable. La alfarera sostiene el golpeador
convexo en el interior del cuerpo globular como yunque, mientras que, con el
cóncavo, golpea la pared exterior para extender el barro, consiguiendo una forma
ovoide todavía bastante rústica, pero respetando el borde y el cuello que fueron
terminados en la jornada anterior (fig. 6e).
De manera similar al paso anterior, a la mañana siguiente, la alfarera toma una
huactana en cada mano para terminar el cuerpo globular, pero esta vez logra una
forma redondeada, unificando el grosor de las paredes. Cuando obtiene la forma
adecuada, que responde a una altura superior a la línea media de la olla, la deja
secar por un lapso de 2 a 3 horas antes de iniciar el proceso de alisado (fig. 6f).
Con la huactana cóncava, siempre humedecida, alisa el exterior, y con la huactana
convexa el interior, girando la olla en el pedestal; después, la coloca boca abajo
directamente sobre el suelo, y, con movimientos circulares de la huactana convexa,
crea la base para que la olla pueda sostenerse sola al ponerla en pie (fig. 6g).

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Austro ecuatoriano: etnografía comparada de procesos de elaboración de cerámica en dos comunidades

Incluyendo los tiempos de secado, la elaboración de una serie de diez vasijas,


previo a la aplicación del engobe y a la cocción, tarda entre cinco a ocho días,
dependiendo de las condiciones del clima, en particular de la humedad ambiental.
El engobe, único efecto cromático, se realiza en la mañana del día de la cocción;
todas las ollas deben estar secas. Las dos ocasiones que estuve presente,
se quemaron 100 y 160 respectivamente. Margarita contrata a ayudantes,
generalmente mujeres de la comunidad, pues se necesita manos para el arduo
proceso. Una de las ayudantes prepara el engobe en un recipiente de aluminio
mezclando tierra roja (quina) y agua hasta obtener una consistencia pastosa.
Enseguida, con una tela aplica el engobe en el borde y cuello por fuera de la olla,
y por dentro solo lo aplica en el borde interno (fig. 6h). En ningún caso vi que
pintaran el cuerpo globular. Una vez aplicada, la quina está totalmente seca en
unas dos a tres horas, y la vasija se encuentra lista para la cocción.
El lugar elegido para la quema a cielo abierto es una explanada de tierra a pocos
metros de la casa de Margarita, frente a la capilla de Pacchapamba. Las condiciones
necesarias para iniciar la cocción son muy especiales: el día tiene que ser soleado
y ventoso para que se mantenga el fuego. Se inicia colocando las ollas grandes y
los cántaros en la base de lo que será la estructura de quema (localmente llamada
«horno»), asentadas de costado sobre pequeños fragmentos de ollas rotas.
Margarita ubica cien ollas y cántaros alternados en hileras de diez, adosados boca
con base, creando una plataforma cuadrada, sobre la cual tiende una capa de
leños de eucalipto. Sobre esta capa de leña coloca unas sesenta ollas medianas
siguiendo el mismo orden que para el primer grupo, pero dejando un perímetro
externo. Dispone nuevamente leños y termina con una última capa de tiestos y
ollas pequeñas, pero dispuestos boca abajo. La apariencia final de la estructura
de quema es de una pirámide escalonada de planta cuadrada. Finaliza poniendo
gran cantidad de leña de eucalipto y chamiza (leña menuda recolectada en los
cerros del sector) en tres de los costados de la estructura de quema, que sostiene
con ollas rotas o mal quemadas.
Para encender la estructura de quema, Margarita recoge brazas ardientes con un
fragmento de olla de una hoguera que encendió a pocos metros, y las desplaza
hacia la chamiza, por debajo de la leña. Una vez que se enciende el fuego, agrega
una y otra vez chamiza seca y ramas de eucalipto (fig. 6i).
Unos treinta minutos más tarde, las ollas —que se tornaron negras desde el inicio
de la quema—, poco a poco se van oxidando, y tomar el color rojo-anaranjado
característico de esta cerámica. Este es el momento de trasladar el fuego al otro
costado de la estructura de quema, que no estuvo en contacto directo con
la llama. Una vez consumido el fuego, y cuando las últimas vasijas cobran el
color esperado, se deja enfriar la estructura de quema; tres horas después, se la
desmantela, retirando primero las ollas rotas que sujetaron la chamiza. En total,
la quema tarda aproximadamente cinco horas. Con la ayuda de varas de madera,
los artefactos recién quemados se esparcen en el piso de tierra hasta que se hayan
enfriado. Ya entrada la tarde, se los guarda en una bodega para que esperen el día
de su viaje al mercado.

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Mario Brazzero

5. TECNOLOGÍA CERÁMICA EN LAS NIEVES

La parroquia Las Nieves tiene minas de dos tipos de barro, el negro y el blanco
(este último llamado suco), extraídos de la colina Jachapamba, ubicada a dos
horas de caminata de la cabecera parroquial. Estas denominaciones de «negro
y suco» se deben a la evidente diferencia de color de las tierras. El barro suco es
más arenoso, por lo que es utilizado como desgrasante. Los hombres extraen el
material con picos, palas y barretas y las mujeres lo llenan en saquillos que son
transportados hasta los talleres cargados por caballos de su propiedad. La mina de
quina se encuentra en la parroquia Cochapata del cantón Nabón, ubicada a unos
33 kilómetros de distancia. Trasladan la quina en camionetas (lo que les tarda unas
dos horas, entre ida y vuelta) o a caballo (alrededor de cuatro horas). Los tipos de
cerámica que se fabrican son: ollas, cántaros, tiestos, tinajas, maceteros.
Los talleres, en los casos registrados, están ubicados en la planta baja de las
viviendas, que son de dos plantas, y donde una habitación se destina únicamente
a actividades de alfarería. Celia y Julio, por separado, trituran la arcilla en el portal
de la casa. Extienden directamente el barro seco sobre un plástico y lo golpean
con un mazo de madera para después poder recogerlo fácilmente (fig. 7a). Celia
mezcla los dos tipos de arcilla, la negra y la suca, en proporciones de tres a dos
aproximadamente; luego, abre un boquete en el que vierte agua y, con los dos
pies, pisa la pasta extendiéndola sobre el plástico. Esta actividad se repite varias
veces hasta que la pasta deje de pegarse al plástico y se torne homogénea.
Finalmente, envuelve la pasta con el plástico para mantener la humedad (fig. 7b).
El proceso se realiza en pareja. Celia y Gregorio trabajan directamente sobre una mesa
en la habitación que funciona también como bodega de cerámica. Gregorio toma una
porción de pasta y la modela hasta conseguir una forma semiesférica que la mejora,
asentándola sobre la mesa. Monta la pasta modelada sobre un soporte que no es nada
más que el borde y cuello invertido de una olla descartada, de la cual se ha eliminado
previamente los excesos de cerámica con pequeños golpes de martillo (fig. 7c).
A continuación, Celia continúa la tarea iniciada por Gregorio. Sobre esta base, la
nueva olla va tomando forma al incorporar sucesivos cordeles gruesos de pasta
húmeda, alargados y cilíndricos, que se adhieren a las paredes desde el interior
(fig. 7d). Con una mano, Celia une el cordel a la base, lo aplana y extiende desde
el interior y hacia arriba, cuidando la forma exterior con la otra mano. Rectifica
las paredes incorporando trozos de pasta en aquellos lugares menos gruesos o
con imperfecciones. Conforme coloca nuevos cordeles crecen las paredes de la
olla hasta alcanzar unos 40 cm; entonces, con cordeles cada vez más cortos, va
disminuyendo el diámetro de la olla. Los últimos cordeles se agregan desde afuera
de las paredes. Es importante anotar que los alfareros trabajan de pie y giran el
pedestal de cerámica cocida durante todo el proceso, mientras construyen la vasija.
Seguidamente, Celia alisa las paredes, tanto por fuera como por dentro, y fabrica
el cuello y el borde; utiliza el golpeador convexo humedecido para evertir el
borde con movimientos circulares desde el interior, hasta lograr un cuello alisado
que termina en un borde de menor diámetro que el cuerpo (fig. 7e).

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Austro ecuatoriano: etnografía comparada de procesos de elaboración de cerámica en dos comunidades

(a) Troceado y triturado del barro (b) Mezcla de barro con desgrasante

(c) Formación de la base: (d) Formación de las paredes con cordeles


modelado y molde

(e) Golpeado del cuerpo de toda la olla (f) Primer alisado y formación de borde

(g) Segundo alisado

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Mario Brazzero

(h) Decoración (i) Cocción

Figura 7 – Cadena operativa de Las Nieves


© M. Brazzero, 2011

En la jornada siguiente, Celia utiliza los golpeadores para expandir la olla, haciendo
girar repetidamente el pedestal de barro cocido sobre la mesa de trabajo. Sin
tocar el cuello, golpea las paredes extendiendo su contorno en la zona media,
hasta lograr una forma relativamente esférica. A continuación, con el golpeador
convexo humedecido, alisa las paredes del cuello, cuidando de no deformarlo,
y crea el borde (fig. 7f). Celia finaliza colocando dos asas que llama «orejas» en
los lados opuestos de la olla, a la misma altura y en sentido horizontal, con dos
pequeños cordeles de barro, a los que da una curvatura en forma de herradura.
Los adhiere extendiendo los bordes con las manos humedecidas hasta perderlos
en las paredes de la olla (fig. 7g).
Al día siguiente, Celia retira la olla del soporte y la pasa a Gregorio. Sentado en el
portal de la casa, él la apoya invertida en sus piernas para alisar las imperfecciones
propias del contacto con el soporte y formar la base con el golpeador cóncavo
humedecido, para que pueda autosustentarse.
La elaboración de ocho vasijas y su secado, previo a la aplicación de la decoración
y la quema, varía entre cinco y siete días, tiempo que depende (al igual que en
Jatumpamba) de las condiciones del clima.
El día de la quema debe estar soleado y ventoso. Por la mañana, las mujeres
decoran las ollas que deben ya estar secas. Celia utiliza una tierra roja extraída
de minas ubicadas en la parroquia Cochapata. La humedece hasta lograr una
consistencia pastosa que aplica sobre las ollas con un palo pequeño que tiene una
tela envuelta en la punta, a manera de hisopo, con el que imprime líneas oblicuas
como única decoración (fig. 7h). A diferencia de Jatumpamba, en Las Nieves
solamente aplican el engobe para decorar con líneas las paredes y el borde.
La estructura de quema se fabrica con las ollas de las dos parejas de alfareros, en
un espacio abierto a pocos metros de sus casas, ya que, además de ser familiares,
son vecinos. Sobre una base de leña delgada que llaman «colchoncito», colocan
las ollas más grandes, unas junto a otras, formando una planta circular. Sobre ellas
van las ollas medianas que cubren con tiestos invertidos, formando una especie
de caparazón (fig. 7i).

100
Austro ecuatoriano: etnografía comparada de procesos de elaboración de cerámica en dos comunidades

Los hombres cubren esta estructura con tiestos dañados de quemas anteriores
desde el piso, de manera que apenas se puede ver hacia el interior. En los espacios
que quedan entre estos tiestos, introducen hojas de penco secas y leños delgados
de eucalipto, nogal, chilca y chahuarquero (palo mayor del penco). Leños gruesos
de eucalipto se colocan en la base, por todo el perímetro de la estructura de
quema, sobre los que acumulan leños pequeños adosados a las paredes exteriores.
La estructura de quema se enciende desde un orificio que se dejó en la base
y que alimentan con hojas secas de eucalipto hasta que prenda por completo.
Las dos parejas agregan hojas de penco y chamiza por encima y por los lados
de la estructura de quema de manera periódica. Los hombres utilizan horquetas
de madera para acomodar los leños y la chamiza. Ollas y tiestos están listos
cuando han cambiado su color, «ya no están negros, están amarillos»; el tiempo
transcurrido desde que inició la quema es de tres horas aproximadamente.
En un espacio abierto, a pocos pasos de la estructura de quema, Rosa prepara el
suelo barriendo el piso con un atado de ramas para eliminar cualquier hoja que
pueda encenderse con el calor de los objetos recién retirados de la estructura de
quema. Si se encienden estas hojas, «negrean y manchan las ollas».
Con la horqueta remojada en agua, Julio retira primero los restos de troncos y los
tiestos viejos. Después, los tiestos y ollas ya quemados se ubican en el espacio
preparado por Rosa. En esta estructura, se queman alrededor de sesenta artefactos.
Es mucho más pequeña que las de Jatumpamba, lo que hace que la labor no sea
tan agobiante.

CONCLUSIONES

De manera general, los pocos estudios arqueológicos existentes no toman en


cuenta la dimensión tecnológica de manera profundizada. No son concluyentes al
establecer el origen Tacalshapa de la técnica del golpeado; tampoco establecen con
rigurosidad una continuidad entre el uso prehispánico y actual de los golpeadores.
Los artefactos analizados por Holm pertenecían a museos y colecciones
particulares, pero no contaban con información del contexto arqueológico de
origen. La atribución de Sjöman e Idrovo a la fase Tacalshapa se sustenta en un
único golpeador reportado en el contexto Cañari-Inka del sitio Pumapungo, sobre
el que no dan mayores detalles; tampoco explican las tecnologías cerámicas
de la mencionada fase. Sin embargo, a nivel regional, trabajos más recientes
que abordan la tecnología cerámica aplicando la comparación entre los datos
etnográficos y el material arqueológico, realizados por Catherine Lara (2019),
demuestran el uso del golpeador desde Tacalshapa I hasta Cashaloma.
En este sentido, las investigaciones sobre el enfoque tecnológico, que identifica
las cadenas operativas, como los realizados por Lara (2014; 2017; 2019) son
imperativas. Conocer los materiales empleados, la pasta y desgrasante, las prácticas
sociales en torno a la producción y la comercialización, entre otros aspectos, nos
brindaría un mayor horizonte de análisis teórico. Para poder comprobar el uso de

101
Mario Brazzero

la huactana desde tiempos prehispánicos en Jatumpamba y en Las Nieves, habría


que aplicar métodos similares a materiales arqueológicos excavados en estas
localidades. De hecho, llama la atención que no existan excavaciones científicas
en zonas con presencia etnográfica de golpeadores, por ejemplo.
Si bien las cadenas operativas en las zonas de estudio tienen elementos comunes,
como el uso de los golpeadores y la quema a cielo abierto, difieren en ambos
casos (cuadro 1). Mientras que en Jatumpamba usan el modelado/golpeado, en
Las Nieves utilizan el moldeado/acordelado/golpeado. La constatación de estas
diferencias durante el trabajo de campo, me lleva a plantear las siguientes preguntas:
¿pudo darse una difusión de las herramientas de trabajo —los golpeadores— hacia
varios sectores de la Sierra Sur del Ecuador que, incorporándolos a su producción,
mantuvieron sin embargo sus tradiciones técnicas locales (Lara, 2019). Si a través
de contactos culturales se pudieron difundir los golpeadores, mas no las tradiciones
técnicas, ¿cuál fue el centro desde el cual se irradió el uso de estas herramientas y
bajo qué modalidad de contacto?
El registro etnográfico realizado por quien suscribe (Brazzero, 2011) en San Miguel
y Nabón; y por Lara (2017) en San Miguel, Sígsig, Nabón y Taquil (fig. 1) corrobora
las diferencias en las tradiciones técnicas locales y en el uso de los golpeadores,
pero la forma de difusión de estas herramientas, como de los antiguos circuitos de
comercio de los artefactos cerámicos dentro del territorio, son temas pendientes.
Sin embargo, se puede asegurar que la presencia de estas herramientas en distintas
áreas y contextos culturales de las provincias de Cañar, Azuay y Loja, no puede ser
fruto de la casualidad ni de paralelismos tecnológicos.
Poco a poco vemos que la alfarería con técnicas ancestrales se va perdiendo. Las
razones son varias. Los testimonios hablan de lo escasas que se vuelven la madera
y la chamiza para la cocción en los bosques colindantes. El precio de la leña no
representaría una inversión favorable con relación al costo de venta de las vasijas,
tomando en cuenta que, en los dos casos, se comercializan con intermediarios.
Ante la preferencia de utensilios de aluminio, de hierro o cerámica industrial en
los centros poblados, el turismo no representa una alternativa, debido al tamaño y
fragilidad de la cerámica que, difícilmente, la convierte en un souvenir. Las nuevas
generaciones no desean aprender el oficio debido a que los beneficios económicos
no compensan el esfuerzo de producción. Pero también hay una razón subjetiva:
los jóvenes tienen otras expectativas de vida y desvalorizan estas prácticas. Su
atención se centra en migrar fuera del país o salir a trabajar en ciudades como
Cuenca, Azogues o Guayaquil. «Ya no quieren ensuciarse las manos con el barro,
prefieren lucir como la gente de la ciudad», me comenta Carmen, joven habitante
de Jatumpamba, hija de Margarita.
El involucramiento de las universidades, museos e instituciones culturales es
fundamental. Pienso en varios aspectos: prospecciones arqueológicas en los lugares
que reportan cerámica etnográfica; trabajo interdisciplinario para desarrollar
proyectos etnoaqueológicos que contextualicen, describan las formas, técnicas
e instrumentos utilizados; implementación de laboratorios para realizar análisis
químicos de las piezas etnográficas y arqueológicas, proyectos de investigación
colaborativos que permitan generar protocolos de comparación de resultados.

102
Austro ecuatoriano: etnografía comparada de procesos de elaboración de cerámica en dos comunidades

Cuadro 1 – Cuadro comparativo de las cadenas operativas en las zonas de estudio

CADENA OPERATIVA EN JATUMPAMBA CADENA OPERATIVA EN LAS NIEVES


TIPOLOGÍA DE LA CERÁMICA
TIPOLOGÍA DE LA CERÁMICA
Ollas, vasijas, piñatas, tiestos, cántaros,
Ollas, cántaros, tiestos, tinajas, macetas
macetas
Recolección de materia prima Recolección de materia prima
Troceado y triturado del barro Troceado y triturado del barro
Mezcla de barro con desgrasante Mezcla de barro con desgrasante
Pisado para unificar la pasta Pisado para unificar la pasta
Modelado del borde y el cuello Formación de la base: modelado y molde
Primer golpeado: formación y primer
Formación de las paredes con cordeles
alisado (o «pulido») del cuello
Segundo golpeado: creación del cuerpo
Golpeado del cuerpo de toda la olla
globular
Tercer golpeado: unificación de las
Primer alisado y formación de borde
paredes del cuerpo globular
Alisado del cuerpo globular y creación de
Segundo alisado
la base
Engobe del borde y cuello de la olla Decoración
Cocción en estructura de quema a cielo Cocción en estructura de quema a cielo
abierto abierto

© Elaboración propia

En conjunto, estos campos de investigación pueden constituirse en aportes


científicos que, junto a los horizontes estilísticos, fortalezcan sustancialmente los
planteamientos sobre la arqueología regional; y que, como requiere este caso,
ratifiquen o descarten posibles contactos culturales y relaciones interregionales
entre las tecnologías cerámicas que perviven en zonas alfareras de la región cañari,
entre ellas la técnica del golpeado.

Referencias citadas

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103
Mario Brazzero

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Austro ecuatoriano: etnografía comparada de procesos de elaboración de cerámica en dos comunidades

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SJÖMAN, L., 1992 – Vasijas de Barro, la cerámica popular en el Ecuador, 404 pp.; Cuenca:
Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares (CIDAP).

105
Pedidos: IFEA, Casilla 18-1217, Lima 18 - Perú, telf. 243 60 Mario
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Edición: Instituto Francés de Estudios Andinos –


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para el Desarrollo-IRD

106
Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2020, 49 (1): 107-127 IFEA
Enfoque tecnológico, cerámica y supervivencia de prácticas precolombinas entre los cañari (Ecuador)

Enfoque tecnológico, cerámica y supervivencia


de prácticas precolombinas: el ejemplo cañari
(Ecuador)
Catherine Lara*

Resumen
La referencia a comunidades alfareras contemporáneas para interpretar contextos cerámicos
prehispánicos se ha vuelto común en la arqueología andina. Esta práctica trae asimismo a colación
los interrogantes de los fenómenos de continuidad o discontinuidad entre hábitos productivos
precolombinos y actuales, así como de las implicaciones de estos fenómenos para la comprensión
de la historia reciente de los grupos involucrados. La identificación e interpretación de persistencias
o rupturas requiere asimismo una metodología adecuada. A través del caso cañari (Sierra Sur del
Ecuador), se propone aquí uno de los enfoques de la antropología de las técnicas francófona como
alternativa posible.

Palabras clave: etnoarqueología, enfoque tecnológico, tecnología cerámica, cañaris

Technologie céramique et persistance de pratiques précolombiennes :


l’exemple cañari (Équateur)
Résumé
La référence aux communautés de potiers contemporaines pour interpréter des contextes céramiques
préhispaniques s’est répandue au sein de l’archéologie andine. Cette pratique met en avant les questions
des phénomènes de rupture ou de continuité entre les traditions productives précolombiennes et
actuelles, ainsi que des implications de ces phénomènes pour la compréhension de l’histoire récente
des groupes concernés. L’identification et l’interprétation de persistances ou de ruptures requiert
néanmoins une méthodologie adaptée. À travers le cas d’étude des Cañaris (Sierra sud de l’Équateur),
il est proposé ici que l’une des approches de l’anthropologie des techniques francophone est une
alternative possible.

Mots-clés : ethnoarchéologie, approche technologique, technologie céramique, Cañaris

* Investigadora principal, Instituto Francés de Estudios Andinos - IFEA (UMIFRE 17 MEAE / CNRS USR
3337 América Latina). E-mail: [email protected]

107
Catherine Lara

Ceramic technology and persistance of prehispanic practices: the


Cañari example (Ecuador)
Abstract
The reference to contemporary potters’ communities as a means to interpret prehispanic ceramic
contexts has become frequent in Andean archaeology. This practice raises the questions of the
phenomenon of a break or continuity between precolumbian and modern production habits, as well
as the topic of the implications of this phenomenon regarding the recent history of the groups under
consideration. The identification and interpretation of persistence or break requires an appropriate
methodology and I argue here that techné, one of the approaches popular in francophone anthropology,
is a promising alternative.

Keywords: ethnoarchaeology, technological approach, ceramic technology, Cañaris

1. TÉCNICAS PASADAS Y PRESENTES DE ELABORACIÓN CERÁMICA


EN LA ARQUEOLOGÍA ANDINA

Los primeros rastros del interés manifestado por arqueólogos hacia comunidades
de alfareros andinas contemporáneas parecen encontrarse desde finales del
siglo XIX (Ramón, 2008: 478). Desde aquel entonces, este tipo de estudios se
desarrolló y multiplicó en el área andina. En su conjunto, estos aportes están
encaminados a identificar la mayor variabilidad posible de factores que pueden
influir en la organización de la producción cerámica de manera general, es decir,
que permitirían potencialmente interpretar cualquier contexto arqueológico.
Se destacan asimismo los estudios que buscan explorar el papel de los factores
naturales en las prácticas alfareras (por ejemplo Arnold, 1975: 189; Cremonte,
1989-1990: 119; Druc, 2000: 171; Sillar, 2009: 112). El rol de las creencias
y representaciones sociocognitivas (Calvo Trias & García Rossselló, 2014: 8;
Cremonte, 1989: 126) o de los factores históricos y sociopolíticos (Ramón &
Bell, 2013: 596; Sillar, 2009: 21) ocupa asimismo un puesto representativo en la
literatura de la etnoarqueología cerámica regional.
La cultura material ligada a la producción cerámica es otro aspecto que ha
captado significativamente el interés de las etnografías de alfareros realizadas
por arqueólogos en los Andes. Lo ilustran, por ejemplo, los estudios de talleres
actuales, orientados a abordar la organización de espacios de producción antiguos,
y también a identificar el tipo de evidencia material que permitiría localizarlos en
el registro arqueológico (Castellanos Montes, 2004; Vargas, 2018: 1). Se considera
que las comunidades de ceramistas actuales —andinas o no—, constituyen
referencias posibles para identificar y entender técnicas pasadas (Gabelmann,
2014: 44; Mohr Chávez, 1984: 162; Solórzano Venegas, 2015: 90; Villanueva
Crisales, 2014: 22). Manuales de referencia como los de Balfet et al. (1989: 50),
García Rosselló & Calvo Trias (2013: 170) o Rice (2015: 148) integran ejemplos
andinos en sus referentes de huellas técnicas.

108
Enfoque tecnológico, cerámica y supervivencia de prácticas precolombinas entre los cañari (Ecuador)

Más allá de posibles aplicaciones teórico-metodológicas generales, la alfarería


andina actual plantea dos problemáticas ligadas a la historia y arqueología locales:
1) la existencia de fenómenos de continuidades o rupturas entre las prácticas
alfareras actuales y aquellas heredadas de la época precolombina, y 2) las
implicaciones de estos fenómenos en términos de identidad. Un sobrevuelo de
la bibliografía sobre este tema evidencia posicionamientos distintos al respecto.
Si bien escasos autores como Lanning (1963: 166) para Simbilá (costa norte
del Perú) o Tschopik (1950: 217) en el caso de la cerámica aimara de Bolivia,
afirman categóricamente la continuidad entre las técnicas antiguas y las actuales,
la mayoría de los investigadores prefiere —quizás prudentemente— suponer esta
continuidad: es el caso de García Rosselló (2007: 1938) con los mapuche en
Chile, de Sjöman (1992: 23) en el Ecuador en general, de Bankes (1985: 269),
de Shimada (1994: 298) o de Camino (in Sosa, 1984: 5) con los productores de
cerámica paleteada de la costa norte del Perú.
Al parecer, la tendencia más generalizada en la arqueología andina para sugerir la
existencia de continuidades entre técnicas pasadas y presentes en una localidad
determinada se basa esencialmente en analogías entre herramientas arqueológicas
y actuales (Druc, 2016: 3; Idrovo Urigüen, 2000: 61; Sabogal Wiesse, 1982: 36).
La petrografía es usada como otro indicador potencial (Serrano, este volumen), al
igual que la observación de fragmentos de cerámica arqueológica en comparación
con material moderno (Druc, 2016: 13). Algunos autores como Christensen
(1956: 187), Holm (1961: 185, 200) o Lanning (1963: 166) especifican los tipos
de huellas que les permiten afirmar la presencia de continuidades. Otros como
Reichel-Dolmatoff (1945: 430) en su estudio sobre los chamí de Colombia, son
mucho más generales al respecto, conformándose con señalar la existencia de
semejanzas entre la cerámica contemporánea y las vasijas arqueológicas.
Las posibles persistencias o rupturas entre prácticas técnicas pasadas y actuales
conllevan implicaciones significativas en el marco de los estudios sobre los
fenómenos de mezclas tecnológicas que pueden acompañar eventos de conquistas
como la inca y la española (Sjöman, 1992: 238). Las prácticas artesanales son
efectivamente reconocidas como vectores de expresión de identidad colectiva
(Álvarez, 1987: 108) y/o individual, artística (Sosa, 1984: 25). Sosa (1984: 14)
explica los casos de desaparición de técnicas alfareras prehispánicas en tanto que
estas eran percibidas como una «amenaza» por los conquistadores. Otras formas
cerámicas como las de Cuzco se equipararían, al contrario, a formas encubiertas
de una «identidad andina ‘denunciante’» (Sosa, 1984: 14). Para el altiplano
cundiboyacense (Colombia), Therrien (1996: 95) sugiere que la subsistencia de
prácticas alfareras precolombinas podría también explicarse por el alejamiento
de las comunidades de artesanos en relación con los núcleos de poder coloniales.
De manera general, pese a la relevancia y actualidad de sus implicaciones,
sobresale que la temática de las continuidades o rupturas entre técnicas alfareras
precolombinas y modernas ha sido relativamente poco estudiada todavía
(Shimada, 1994: 298; Sjöman, 1992: 23; Villanueva, 2014: 19). Argumentamos
que el enfoque de la tecnología cerámica propuesto por Valentine Roux (2019),

109
Catherine Lara

al que nos referiremos como «enfoque tecnológico» en las páginas siguientes,


proporciona un marco teórico y metodológico completo para abordar esta
temática1. A continuación, se explican las razones de esta afirmación, al detallar
los fundamentos teórico-metodológicos de esta herramienta, antes de exponer su
aplicación al caso de estudio cañari (Sierra sur del Ecuador).

2. EL ENFOQUE TECNOLÓGICO, UNA ALTERNATIVA POSIBLE

2. 1. Fundamentos

El enfoque tecnológico se basa en el concepto de cadena operativa, o «camino


técnico recorrido por un material desde su estado de materia prima hasta aquel
de producto finito» (Cresswell, 1996: 43)2. En el caso de la cerámica, este camino
técnico cuenta con 6 acciones: extracción y preparación de la materia prima,
manufactura (que comprende 2 etapas: esbozo3 y conformado4), acabado,
tratamiento de superficie, decorado y quema (García Rosselló & Calvo Trias,
2013: 52; Gosselain, 2000: 190)5.
El interés de las cadenas operativas radica en su potencial para evidenciar grupos
sociales —definidos de manera amplia, es decir, a partir de criterios tan distintos
como el género, la categoría étnica, social o la facción política, entre otros (Roux,
2007: 164)—. Así, para poder ejecutar cada una de las acciones de la cadena
operativa, existe una gran variedad de técnicas y herramientas posibles. Por
ejemplo, en el caso de la manufactura, se puede formar una vasija sobreponiendo
varios rollos o cordeles de arcilla, con un molde, e inclusive combinando varias
de estas técnicas que, tomadas de manera independiente, son universales. No
obstante, a partir de cuantiosos casos etnográficos, el enfoque tecnológico ha
observado que para cada acción de la cadena operativa, los alfareros de un
mismo grupo social tienden a usar los mismos conjuntos de técnicas, formando
combinaciones idiosincráticas (Gallay, 2011: 326). En otras palabras, cada grupo

1 Existen diferencias y, en ocasiones, desacuerdos acerca de diversos puntos tanto teóricos como
metodológicos de las distintas propuestas existentes en torno al enfoque tecnológico aplicado a
la cerámica. No abordaremos este tema aquí, por lo que nos concentramos únicamente en la
propuesta de Roux (2019).
2 Varios elementos de los fundamentos de este enfoque fueron evidenciados previamente por
distintos investigadores en diversas partes del mundo desde, al menos, el inicio del siglo XX. No
nos extenderemos sobre este punto; señalamos nada más que el aporte del enfoque tecnológico
consiste en haber sistematizado y enriquecido estas ideas previas en un marco teórico-metodológico
completo, encaminado a identificar e interpretar tradiciones arqueológicas.
3 Volumen de arcilla hueco desprovisto de las características geométricas finales del recipiente,
generalmente obtenido mediante operaciones destinadas a adelgazar las paredes (Courty & Roux,
1995: 20).
4 Recipiente manufacturado que presenta las características geométricas finales de un recipiente,
pero cuya superficie aún no ha sido sometida a acabado alguno (Courty & Roux, 1995: 20).
5 Entendiéndose por «técnica» toda modalidad física de transformación de la materia prima (Roux,
2007: 158).

110
Enfoque tecnológico, cerámica y supervivencia de prácticas precolombinas entre los cañari (Ecuador)

social (en su calidad de comunidad de práctica) posee, a menudo, sus propias


cadenas operativas características que las distinguen de los demás grupos y
constituyen su tradición o «firma» característica.
¿Cómo explicar esta equivalencia sumamente frecuente entre grupos sociales
y cadenas operativas? Esta regularidad se debería al proceso de aprendizaje y
transmisión propio a todo quehacer técnico. Las observaciones etnográficas
previamente citadas han recalcado que, en la gran mayoría de situaciones, el
aprendizaje se realiza a través de un tutor, quien pertenece al mismo grupo social
que el aprendiz (Bril, 2015: 111; Roux, 2007: 165). A través de mecanismos
cognitivos, el aprendiz asimila los gestos indicados por el tutor. Al cabo de este
aprendizaje, es muy difícil para el aprendiz considerar la puesta en práctica de
otros tipos de gestos, en especial para la manufactura (para las demás acciones,
que pueden ser aprendidas en un tiempo menor, el aprendiz podrá cambiar de
técnica con mayor facilidad [Gallay, 2011: 326; Gosselain, 2000: 193]). Este
proceso se repite de una generación a otra, lo cual contribuye a perpetuar las
prácticas del grupo, convirtiéndolas en tradiciones.
Siendo así, la persistencia de una cadena operativa en torno a las prácticas
de manufactura indica la perpetuación de una tradición asegurada dentro del
mismo grupo mediante los procesos de transmisión y aprendizaje. Las variaciones
que puedan surgir a lo largo del tiempo en torno a las formas y diseños o a los
tratamientos de superficie, por ejemplo, reflejan a su vez los diversos fenómenos
de contacto experimentados por un grupo (Coutet, 2014: 7; Huysecom & Mayor,
1993: 312). A la inversa, los casos en los que se observa el remplazo repentino
de una cadena operativa por otra totalmente distinta sugieren un fenómeno de
cambio demográfico (Roux, 2015: 80). Por lo que el estudio diacrónico de las
cadenas operativas de la producción cerámica de un lugar permite potencialmente
identificar fenómenos de ruptura o continuidad, y sentar las bases de una reflexión
sobre su significado.

2. 2. Componente etnográfico

Como se vio, el enfoque tecnológico conlleva un componente etnográfico


significativo, lo cual constituye un argumento adicional de su pertinencia dentro
de problemáticas diacrónicas. No obstante, el uso de datos etnográficos en
arqueología ha generado debate. A nuestro modo de ver, el enfoque tecnológico
proporciona respuestas pertinentes a tres críticas principales.
A nivel teórico, se ha advertido justificadamente sobre el riesgo de acudir a
analogías directas. Estas consisten en enfocarse en un fenómeno social actual,
caracterizarlo a través de los indicadores materiales que lo acompañan en
determinado contexto, y, al identificar estos mismos indicadores en contextos
arqueológicos, deducir que estos últimos reflejan el mencionado factor social.
La polisemia de los indicadores materiales en términos de factores sociales es, de
hecho, un fenómeno bien conocido (Perlès, 2016: 224; Testart, 2012: 193). Para
evitar este riesgo de analogía directa, el enfoque tecnológico optó por acudir a

111
Catherine Lara

una instancia intermedia. Esta consiste en centrarse en un fenómeno transcultural


(aprendizaje, transmisión, por ejemplo), el cual se va a buscar documentar con
la mayor diversidad posible de casos etnográficos, con el propósito de identificar
recurrencias o regularidades potencialmente útiles para entender contextos
arqueológicos (Gallay, 2011: 210). La asociación sumamente frecuente entre
cadena operativa y grupo social es una de ellas. La multiplicación de estudios
en diversos contextos culturales permite también limitar, de alguna forma, los
sesgos posibles acarreados por un trabajo llevado a cabo en un contexto cultural
específico.
Por su parte, las tendencias de corte relativista plantean que es imposible plantear
analogías entre sociedades distintas en el tiempo y el espacio, pues cada una
de ellas es única e incomparable (Gosselain, 2016: 220). Esta perspectiva es,
desde luego, incompatible con el enfoque tecnológico: si bien este reconoce que
efectivamente hay particularidades individuales, sociales, históricas, la compleja
simbiosis biológica y cultural propia del ser humano implica también la existencia
de fenómenos compartidos por la totalidad de la especie, independientemente de
la época o de la ubicación geográfica.
Desde una perspectiva deontológica, se ha criticado el trabajo con sociedades
llamadas «tradicionales», en tanto que aquello significaría asumir implícitamente
que se trata de grupos que no evolucionaron (Gosselain, 2016: 219; Lane, 2015:
22). En la medida en que el enfoque tecnológico se interesa en las modalidades
cognitivas del aprendizaje y la transmisión, incluye estudios realizados en contextos
occidentales de aprendizaje (adquisición de aptitudes deportivas, manejo de
instrumentos musicales —ver Bril, 2015: 109—, sociología de redes —Manzo et
al., 2018: 1116—).

2. 3. Protocolo metodológico

¿Cómo hacer desde el enfoque tecnológico para comparar técnicas alfareras


actuales con técnicas precolombinas? A continuación se resume el protocolo
correspondiente al análisis del material antiguo, y luego, aquel de las técnicas
actuales.

2. 3. 1. Cerámica arqueológica
Para identificar cadenas operativas a partir de cerámica arqueológica, el análisis
se hace idealmente en 3 etapas: clasificación de la muestra en grupos técnicos,
grupos petrográficos y grupos morfo-estilísticos (Roux, 2019; 2017).
La clasificación en grupos técnicos busca identificar las técnicas de manufactura,
acabado, tratamiento de superficie y quema empleadas para fabricar los recipientes
originales de la muestra estudiada. Cada una de estas técnicas deja conjuntos
específicos de huellas macro y microscópicas en la cerámica, cuya identificación
permite, a su vez, aquella de las técnicas empleadas por los artesanos antiguos para
cada acción de la cadena operativa. Estas huellas son conocidas gracias a referentes

112
Enfoque tecnológico, cerámica y supervivencia de prácticas precolombinas entre los cañari (Ecuador)

experimentales o etnográficos como aquellos mencionados en los manuales antes


citados, a los que se puede agregar Rye (1981), Shepard (1956), y para estudios
europeos más recientes y menos conocidos en la arqueología andina, Gelbert (2003:
75), Jeffra (2011: 115), Livingstone Smith (2007: 113), Martineau & Pétrequin
(2000: 337), Roux (2019: 158). Las huellas macroscópicas son perceptibles a simple
vista o con la ayuda de dispositivos de observación de bajo aumento (Desbat &
Schmitt, 2011: 323). Puede tratarse, por ejemplo, de la topografía y color de la
superficie de las vasijas o tiestos, así como de su modo de fractura (Roux, 2010: 8).
Las trazas microscópicas, en cambio, solo pueden ser detectadas con la ayuda
de una lupa binocular y/o una Dynolite. Se refieren a la microtopografía (tipo
de granularidad y de estriación) y a la porosidad o vacíos visibles en los perfiles
de los fragmentos (Desbat & Schmitt, 2011: 326). Cabe subrayar que el enfoque
tecnológico no hace diferencia alguna entre material diagnóstico y no-diagnóstico;
todo material es diagnóstico, en la medida en que contiene huellas de fabricación
macro y/o microscópicas potencialmente reveladoras.
La clasificación por grupos petrográficos se opera a partir de los grupos técnicos
identificados previamente. Esta clasificación comienza por una observación
preliminar de la pasta bajo la lupa binocular o la Dynolite, encaminada a describir
las inclusiones (color, contornos, tamaño, densidad, distribución en la pasta) y
las porosidades (forma, tamaño, densidad, distribución). De ser posible, estas
observaciones son profundizadas mediante la toma de láminas delgadas, cuyo
estudio permite, además, proporcionar indicaciones sobre la proveniencia de las
fuentes de arcilla (Desbat & Schmitt, 2011: 263).
Finalmente, dentro de cada grupo tecno-petrográfico identificado, se describen
las formas y los diseños observados (Cauliez [2011: 56] o Mayor [1994: 184]
proponen protocolos posibles, entre otros). Esta clasificación morfo-estilística
permite comprobar si la variabilidad de grupos técnicos o tecno-petrográficos
identificada se debe a factores culturales o funcionales (Roux, 2019: 226).

2. 3. 2. Cerámica actual
Para poder comparar las técnicas identificadas en el material arqueológico con
aquellas usadas por alfareros actuales, es preciso llevar a cabo un registro acucioso
de cada acción del proceso de fabricación moderno: preparación de la pasta,
manufactura, acabado, tratamientos de superficie, decorado y quema. La grilla
descriptiva propuesta por Roux (2019: 41 —traducción al español: Lara, 2017:
65—) es una base descriptiva posible. Cada acción de la cadena operativa describe
el método, las técnicas usadas (se toma en cuenta en especial el estado higrométrico
de la pasta), los gestos, el procedimiento y las herramientas utilizadas. Aquello es
posible mediante la observación directa del alfarero en el campo, complementada
por un extenso registro fílmico y fotográfico. Un cuestionario basado en la grilla
descriptiva permite asegurarse de haber integrado la mayor cantidad de parámetros
posibles, incluyendo un registro comprehensivo de las prácticas productivas y de
los contextos de aprendizaje. Es asimismo recomendable entrevistar al mayor
número posible de alfareros, observar la fabricación de varios tipos de formas y

113
Catherine Lara

para cada tipo de forma, idealmente, visualizar el mismo proceso varias veces.
Se procede luego a recuperar muestras de las vasijas, para crear un referente
experimental analizado en laboratorio, con el objetivo de registrar las huellas de
cada vasija y asociarlas a sus técnicas de fabricación respectivas observadas en el
campo.
Como se vio, la idea de comparar técnicas antiguas y actuales en torno a la
problemática de la persistencia de prácticas precolombinas no es de ninguna
manera novedosa en la arqueología andina. La tecnología cerámica presenta, no
obstante, algunas especificidades a la hora de abordar este tipo de comparación.
La relevancia otorgada a las analogías entre herramientas actuales y pasadas de
una misma localidad es una de ellas. En efecto, una misma herramienta puede
haber tenido usos distintos de una época a otra, o haber sido usada por grupos
socioculturales diferentes. Por lo que este tipo de evidencia requiere pruebas
adicionales para deducir la existencia de una continuidad técnica con un mayor
rango de probabilidad. El enfoque tecnológico opta por concentrarse justamente
en las huellas arqueométricas relacionadas con las técnicas de fabricación,
visibles en las paredes de los recipientes. Esta perspectiva se asemeja, de hecho,
a la propuesta de Roddick (2014: 286), encaminada a comparar huellas de
fabricación antiguas y modernas en ceramios originarios de la cuenca sur del
Titicaca (Bolivia). Desde luego, en todos los casos es preferible complementar la
evidencia tecnológica proporcionada por la cerámica, respaldándose en diversos
tipos de datos (otros componentes de la cultura material; de ser posible, datos
etnohistóricos o lingüísticos etc.).
Valga recalcar que una misma huella puede haber sido ocasionada por técnicas
distintas. No obstante, cada técnica se reconoce a través de un conjunto de huellas
macro y microscópicas que le es propio. El reconocimiento de estos conjuntos
requiere cierta capacitación y un entrenamiento continuo del ojo a partir de la
observación de materiales modernos y arqueológicos. Asimismo, argumentar la
puesta en práctica de determinada técnica a partir de material arqueológico exige
proporcionar el listado de huellas que permite sustentar el argumento en cuestión.
Una última particularidad del enfoque tecnológico radica en el papel otorgado a
la petrografía, la cual es considerada como parte del análisis tecnológico.

3. UNA APLICACIÓN ANDINA DE LA TECNOLOGÍA CERÁMICA: EL


CASO DE ESTUDIO CAÑARI

Los cañaris son un grupo étnico de aproximadamente 150 000 personas actualmente
asentado en la Sierra Sur del Ecuador (Quindi-Pichisaca, 2011: 33). Se identifican
como los descendientes del grupo homónimo que ocupó este espacio en épocas
precolombinas. En la ausencia de estudios genéticos diacrónicos comparativos,
esta reivindicación es cuestionada por hipótesis principalmente basadas en datos
etnohistóricos, las cuales argumentan que los cañaris precolombinos fueron
prácticamente diezmados luego de las conquistas sucesivas protagonizadas por
los incas y los españoles entre los siglos XV y XVI. Recordaremos primeramente

114
Enfoque tecnológico, cerámica y supervivencia de prácticas precolombinas entre los cañari (Ecuador)

los fundamentos de esta problemática, antes de explicar cómo se la trató desde el


enfoque tecnológico y resumir los resultados obtenidos en consecuencia.

Figura 1 – Contexto geográfico de la zona de estudio (adaptado de Lara, 2018: 67)


© Catherine Lara

3. 1. De los protocañaris a los cañaris actuales

Los cañaris precolombinos se asentaron principalmente en cuatro grandes valles


interandinos ubicados en el sur del Ecuador, en las provincias actuales de Cañar
y Azuay, y también en el sur de Chimborazo, el este de El Oro y Guayas, el oeste
de Morona Santiago y el norte de Loja (fig. 1). Los conocimientos arqueológicos
ligados a la génesis y desarrollo de la tradición cañari provienen esencialmente
de la clasificación de los tipos cerámicos de la Sierra Sur del Ecuador iniciada a
comienzos del siglo XX (Idrovo Urigüen, 2000: 53; Meyers, 1998: 172). Se asocia
la aparición de los denominados «proto cañaris» a aquella del tipo cerámico
llamado «Tacalshapa» (fig. 2), cuyos primeros rastros son reportados hacia el
primer siglo antes de nuestra era (Idrovo Urigüen, 2000: 54).
Hacia el año 1000 de nuestra era, la llegada a esta zona de una ola migratoria
proveniente de la Amazonia habría generado un desequilibrio social, y ocasionado
la aparición de múltiples estilos cerámicos (Idrovo Urigüen, 2000: 61), que se
desarrollaron paralelamente a Tacalshapa (ver también Lara, 2019: 194). Cashaloma
(1000 d. C. hasta la conquista inca en el siglo XV), es el más emblemático de ellos
(Fresco González, 1984: 185). A partir de esta ruptura del año 1000, se habla
ya de «cañaris» propiamente (Idrovo Urigüen & Gomis Santini, 2009: 40). En
términos generales, protocañaris y cañaris son asociados a sociedades sedentarias y

115
Catherine Lara

Figura 2 – Cerámica arqueológica cañari


A: vasija antropomorfa Tacalshapa (Museo Pumapungo C49.1.80); B:
recipiente Cashaloma (Pumapungo C104.1.04)
© Colección Nacional, Museo Pumapungo, EOD Museo y Parque
Arqueologógico Pumapungo, Ministerio de Cultura y Patrimonio
Foto: C. Lara
agrícolas de tipo cacical, con patrón de asentamiento disperso, especializadas más
particularmente en la producción alfarera y metalúrgica. Estos grupos mantenían
estrechos contactos con las sociedades vecinas costaneras, ubicadas entre el sur
del Ecuador y Norte/norte del Perú actuales (Idrovo Urigüen, 2000: 56).
La documentación colonial proporciona información de primera mano sobre
los cañaris «tardíos». Estos datos etnohistóricos presentan a los cañaris como un
grupo etnolingüístico dividido en varias unidades políticas (Hirschkind, 2013:
43). A pesar de compartir tradiciones comunes (mito de origen por ejemplo —
Cieza de León, 1986 [1554]: 142—), cada una de estas unidades estaba asentada
en su propio valle (u hoya), y encabezada por su propio dirigente (De Gauiria,
1965 [1582]: 282), lo cual habría contribuido a generar ciertas particularidades
locales (Chacón Zaphán, 1990: 37) visibles en la cultura material (De Gallegos,
1965 [1582]: 278). Estas unidades habrían estado en contacto permanente entre
ellas mediante intercambios (Hirschkind, 2013: 44) y conflictos (de Gallegos, 1965
[1582]: 275). Entre los documentos de esta época, se conoce una sola referencia
a la existencia de comunidades de alfareros (de Gallegos, 1965 [1582]: 277), la
cual no proporciona mayores informaciones sobre la identidad de sus artesanos o
la técnica o tipos de vasijas fabricados. Entre 1463 y 1490, el territorio cañari es
invadido por los incas, y, menos de un siglo más tarde (a partir de 1533), por los
españoles (Hirschkind, 2013: 42, 59).
Existen dos hipótesis distintas acerca del devenir de los cañaris luego de estas dos
conquistas.
La primera postula que los cañaris precolombinos fueron prácticamente erradicados
por los incas y los españoles, y que los grupos que se autoproclaman actualmente
cañaris provendrían más bien de los mestizajes sucesivos acontecidos entre

116
Enfoque tecnológico, cerámica y supervivencia de prácticas precolombinas entre los cañari (Ecuador)

grupos exógenos (Hirschkind, 2013: 59, ver también Burgos Guevara, 2003: 36).
Este postulado se basa en estimaciones demográficas extraídas de documentos
etnohistóricos, algunos de los cuales describen asimismo ampliamente los trastornos
demográficos generados por estas conquistas. Los siguientes elementos de las
tradiciones cañaris actuales demostrarían que estos no tendrían nada que ver con
los cañaris precolombinos: son católicos, su vestimenta se compone de elementos
derivados del traje español (Landívar, comunicación personal 2015, ver también
Wachtel, 2013: 224), sus mitos y leyendas corresponden a la mitología inca, hablan
español y quichua (un idioma derivado del quechua inca que remplazó a la lengua
cañari, durante la presencia inca pero más que nada la evangelización hispana —
Hirschkind, 2013: 57, 58; Quindi Pichisaca, 2011: 36—).
La segunda hipótesis (Salomon, 2013: 37) reconoce efectivamente que muchos
elementos de las tradiciones cañaris actuales se derivan de lo inca y lo español.
Sin embargo, advierte también sobre los sesgos de las fuentes etnohistóricas en
cuanto a lo que a datos demográficos se refiere. En algunos casos, por motivos
políticos, éstos podían ser, de hecho, manipulados (por indígenas y por españoles
—ver Poloni-Simard, 2006: 157—). Por otra parte, el uso frecuente de fuentes
de segunda mano podía inducir a errores. Por lo que los recuentos que reflejan
cataclismos demográficos deben ser manejados con precaución. Con base en
testimonios coloniales provenientes de la zona cañari y en fuentes de la misma
época encontradas en otros lugares del continente, se propone más bien que
los cañaris tomaron el partido de adoptar voluntariamente elementos culturales
incas y españoles, con el propósito de sobrevivir como colectivo frente a estas dos
fuerzas dominantes.

3. 2. Aplicación del enfoque tecnológico y resultados

Se optó por explorar la problemática de la persistencia o la desaparición de


los cañaris precolombinos desde la perspectiva del enfoque tecnológico y la
transmisión. Para ello, era preciso registrar, en primer lugar, las cadenas operativas
de las cerámicas cañaris arqueológicas y, en segundo lugar, aquellas de la cerámica
fabricada en la actualidad por los alfareros andinos del sur del Ecuador, para luego
compararlas entre sí.
Dos tipos de conjuntos cerámicos arqueológicos fueron examinados. El primero
corresponde a 117 objetos cañaris pertenecientes a las colecciones de 3 museos:
en Francia, el museo del quai Branly-Jacques Chirac (fondo Paul Rivet); en el
Ecuador, el museo Pumapungo de Cuenca y el museo municipal de Gualaquiza.
Se conoce la procedencia de 101 de estos objetos. En su mayoría, fueron hallados
en tumbas. El segundo conjunto corresponde a una muestra de 771 fragmentos
provenientes de las excavaciones realizadas por quien suscribe en el valle del
río Cuyes, en el extremo oriental del territorio cañari —sitios habitacionales y
defensivos en su mayoría (Lara, 2017: 199)—.
Respecto al material actual, se escogieron las cuatro comunidades de alfareros
más activas de la Sierra Sur del Ecuador (excluyendo los artesanos que usan el

117
Catherine Lara

torno, cuyo origen se asocia a la colonización española —Lara, 2015: 33—).


Dichas comunidades se distribuyen a lo largo de un segmento sur/norte de 160
kilómetros que abarca las comunidades de San Miguel de Porotos, Sígsig, Nabón
y Taquil (fig. 1). Estas fueron localizadas luego de una prospección de dos semanas
llevada a cabo por quien suscribe y una asistente en febrero de 2014. El trabajo
de campo como tal fue realizado luego en dos temporadas: de marzo a junio de
2014, y de mayo a junio de 2015, es decir, durante más de seis meses. En total,
29 alfareros fueron visitados: 8 en San Miguel de Porotos (sobre 12 artesanos
radicados en la comunidad), 4 en Sígsig (sobre 5), 1 en Nabón (sobre 4), y 16 en
Taquil (sobre 67).
El cuadro 1 presenta una comparación sintética entre las cadenas operativas
contemporáneas y precolombinas de los Andes del sur del Ecuador (para la
descripción detallada de las técnicas modernas, de las huellas de fabricación
registradas en el material actual y de aquellas identificadas en el material
arqueológico, ver respectivamente Lara, 2017: 89; 131; 151 y Brazzero, este
volumen para las técnicas actuales).
Siguiendo el orden de la cadena operativa, comenzando por la manufactura,
sobresale que tanto en la cerámica prehispánica como en la actual, el modelado6
Cuadro 1 – Comparación sintética de las cadenas operativas actuales y modernas de la Sierra
Sur del Ecuador

© Catherine Lara

6 Pueden existir diferencias entre los distintos países hispanos en torno a los términos usados para
nombrar las distintas técnicas, por lo que es mejor definirlas en caso de duda. Por modelado, se

118
Enfoque tecnológico, cerámica y supervivencia de prácticas precolombinas entre los cañari (Ecuador)

(fig. 3) interviene en el esbozo conjunto de la base y el cuerpo (salvo en Nabón


actualmente para el cuerpo).

Figura 3 – Depresiones características de la técnica del modelado


A: recipiente cañari arqueológico (Pumapungo C679.1.80); B: recipiente actual (Taquil)
© foto 3A: Colección Nacional, Museo Pumapungo, EOD Museo y Parque Arqueologógico
Pumapungo, Ministerio de Cultura y Patrimonio
Foto: C: Lara

La técnica del conformado por golpeado, en cambio, es empleada en el conjunto


de la Sierra Sur del Ecuador, independientemente de la época (fig. 4).

Figura 4 – Huellas características de la técnica del golpeado


A: recipiente cañari arqueológico (Pumapungo C25.1.80); B: recipiente actual (Sígsig)
© foto 4A: Colección Nacional, Museo Pumapungo, EOD Museo y Parque Arqueologógico
Pumapungo, Ministerio de Cultura y Patrimonio. Foto: C: Lara.
© foto 4B: C. Lara

entiende aquí aquella técnica de esbozo que se ejerce sobre un volumen elemental conformado por
una masa arcillosa homogénea, en el que —en este caso— se forma primeramente un hueco con el
puño, antes de estirar y adelgazar lo que vendrán a ser las paredes.

119
Catherine Lara

Se añadirá que los golpeadores encontrados en los contextos arqueológicos cañaris


son los mismos que aquellos usados por los alfareros modernos (fig. 5). De la
misma manera, el acordelado del cuello es omnipresente (fig. 6), salvo en Nabón
hoy en día. El bruñido es recurrente, salvo en las localidades actuales de Nabón y
Sígsig. Por su parte, los diseños presentan variaciones significativas en el sentido en
que, en la época prehispánica, los diseños en superficie eran predominantes (hoy
en día, solo se los encuentra en Nabón), mientras que actualmente, los motivos
en hueco son los más comunes.

Figura 5 – Golpeador externo


A: arqueológico (Pumapungo C4777.1.80); B: moderno (Taquil)
© foto 5A: Colección Nacional, Museo Pumapungo, EOD Museo y Parque Arqueologógico
Pumapungo, Ministerio de Cultura y Patrimonio
Foto: C. Lara

Figura 6 – Huellas características de acordelado


A: recipiente arqueológico (Pumapungo C782.1.80); B: recipiente actual (Taquil)
© foto 6A: Colección Nacional, Museo Pumapungo, EOD Museo y Parque
Arqueologógico Pumapungo, Ministerio de Cultura y Patrimonio
Foto: C. Lara

120
Enfoque tecnológico, cerámica y supervivencia de prácticas precolombinas entre los cañari (Ecuador)

Respecto a las formas, el repertorio morfológico evidencia una variabilidad


significativa diacrónica y sincrónicamente (fig. 7).

Figura 7 – Recipientes modernos de la Sierra sur del Ecuador


A: Sígsig; B: Taquil
© Catherine Lara

En resumen, la manufactura es la acción que más similitudes evidencia entre la


alfarería actual y antigua, seguida por el acabado y los tratamientos de superficie.
Por su parte, las formas y los diseños varían considerablemente en el tiempo y en
el espacio. Desde los fundamentos del enfoque tecnológico (transmisión de tutor a
aprendiz pertenecientes al mismo grupo social) y el fenómeno de estabilidad de las
cadenas operativas en torno a la manufactura, esta observación sugiere que hubo
efectivamente una transmisión entre alfareros cañaris precolombinos y actuales.
Las diferencias observadas entre las cerámicas modernas y pasadas —en particular
referente a las formas y los diseños y, en menor medida, a los tratamientos de
superficie y el esbozo—, serían a su vez el reflejo de los fenómenos endógenos y
exógenos vividos por los alfareros cañaris a lo largo de su historia (llegada de los
incas, de los españoles, migraciones y contactos subsiguientes correspondientes al
periodo republicano).
Desde luego, la alfarería es un aspecto puntual de la cultura y de la expresión
de identidad, más aún en un caso complejo como el cañari. Un fenómeno
similar al que describimos aquí para la cerámica ha sido resaltado por los trabajos
lingüísticos de Howard en la Sierra sur del Ecuador, los cuales «demuestran la
persistencia de un substrato cañari en el léxico quichua, con sus rasgos fonológicos
asociados, a lo largo del siglo XX y por lo menos hasta comienzos del siglo XXI»
(Howard, 2019: 199). Panorama que confirma el interés de multiplicar estudios

121
Catherine Lara

parecidos en otros ámbitos de los saberes tradicionales, como la metalurgia o el


trabajo textil, en donde se sospecha la supervivencia de prácticas precolombinas
(Martínez Borrero, 1993: 162).
El hecho de que la cadena operativa precolombina ligada al golpeado se haya
mantenido hasta hoy en la Sierra sur del Ecuador, sugiere que, al menos, algunos
alfareros cañaris tienen que haber sobrevivido lo suficiente como para transmitir
su conocimiento a una descendencia que, sin duda, pasó luego por un proceso
de mestizaje biológico, pero que siguió perpetuando la tradición. Lo cual nos
invitaría a matizar de alguna forma el escenario «radical» de una desaparición
total de los cañaris —al menos culturalmente—, y a seguir explorando más
bien la hipótesis de una transformación identitaria progresiva, en la que algunas
tradiciones se perdieron, y otras sobrevivieron, aunque con cambios (ver también
Polony-Simard [2006: 558] para un análisis etnohistórico profundizado de las
diversas estrategias sociales de adaptación identitaria de mestizos e indígenas en
el corregimiento de Cuenca durante la Colonia).

A MANERA DE CONCLUSIÓN

El caso cañari expuesto en la presente investigación confirma que el enfoque


tecnológico es una herramienta particularmente pertinente en el marco de
problemáticas relacionadas con la identificación de fenómenos de continuidad
y ruptura existentes desde la época precolombina hasta la actualidad. En primer
lugar, porque se trata de un método cuyas herramientas teóricas y metodológicas
se basan fuertemente en contextos y materiales etnográficos. En segundo lugar,
porque la tecnología cerámica presta especial atención al fenómeno diacrónico
de la transmisión. Contextualizados en el marco de otros tipos de información
existentes (en el caso cañari, datos etnohistóricos o lingüísticos por ejemplo), los
datos «en bruto» proporcionados por la comparación entre cerámica arqueológica
y actual, de acuerdo al enfoque tecnológico, permiten sentar las bases de una
reflexión en torno a los motivos posibles de los fenómenos de ruptura o persistencia
eventualmente identificados. Esta mirada tecnológica sobre la historia de los
colectivos, a través de su cultura material, ofrece perspectivas particularmente
enriquecedoras para el entendimiento de las identidades andinas contemporáneas.
Se percibe en ocasiones cierto temor dentro de las ciencias sociales al hablar
de la preservación de tradiciones ancestrales. En el tema de la continuidad de
prácticas abordado aquí, la identificación de un fenómeno de persistencia en
un ámbito determinado, de ninguna manera implica afirmar despectivamente
que el grupo considerado no cambió, sino que permite más bien orientar la
investigación hacia prácticas de adaptación frente a fenómenos como conquistas
o mestizajes (ver Politis [2015: 68] sobre el potencial «dinamizante» del trabajo
etnoarqueológico). En el caso cañari expuesto aquí, más allá de la simplificación
inducida por escenarios como la simple continuidad entre pasado y presente o
el etnocidio, se consolida la posibilidad de un grupo que también es actor de su
historia (ver Solari, 2015: 61).

122
Enfoque tecnológico, cerámica y supervivencia de prácticas precolombinas entre los cañari (Ecuador)

Agradecimientos
A Valentine Roux (proyecto ANR DIFFCERAM ANR-12-CULT-0001-01) y Stéphen Rostain,
directores de la tesis que originó este trabajo, realizada en la université Paris Nanterre (UMR
7055/ED395); a los alfareros de San Miguel, Sígsig, Nabón y Taquil; al Museo Pumapungo
(Colección Nacional, EOD Museo y Parque Arqueológico Pumapungo, Ministerio de
Cultura y Patrimonio) y al INPC.

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127
Pedidos: IFEA, Casilla 18-1217, Lima 18 - Perú, telf. 243 60 Catherine
90 Lara
E-mail: [email protected] - Web: http://www.ifea.org.pe

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Una vida en los Andes

Edición: Instituto Francés de Estudios Andinos –


IFEA, UMIFRE 17 MEAE/CNRS 3337 AMÉRICA LATINA - Universidad Nacional
Mayor de San Marcos-UNMSM

128
Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2020, 49 (1): 129-152
Producción alfarera itinerante en los Andes
IFEA

Producción alfarera itinerante en los Andes:


evidencia etnográfica, modelos interpretativos
y narración arqueológica precolonial

Gabriel Ramón Joffré*

Resumen
La cerámica es una evidencia clave para la narración del pasado precolonial andino. Sin embargo,
conocemos muy poco sobre los tipos de alfareros que produjeron ese testimonio. ¿Qué tipos de
alfareros existieron en el pasado precolonial? ¿Qué modelos tenemos a disposición? ¿Cómo se generan
estos tipos y/o modelos? ¿Cómo determinamos el tipo de alfarero que produjo la evidencia con la que
lidiamos? Este artículo se enfoca en un tipo de alfarero completamente soslayado en las explicaciones
del material arqueológico precolonial andino, pero abundante en la evidencia etnográfica de esta
misma región: el productor itinerante, es decir, el alfarero que sale de su pueblo base para producir en
otras localidades. En esta ocasión, exploraremos el caso de Cuzcudén (San Pablo, Cajamarca), centro
poblado que actualmente estamos investigando.

Palabras clave: producción itinerante, alfareros itinerantes, alfareros andinos, estilos técnicos,
Cuzcudén, Mangallpa

Production itinérante de poterie : données ethnographiques, modèles


d’interprétation et discours archéologique précolonial

Résumé
La céramique est un élément clé du discours sur le passé précolonial andin. Nous savons cependant
très peu de choses sur les types de potiers qui ont produit ce témoignage. Quels types de potiers y
avait-il à l’époque précoloniale ? De quels modèles disposons-nous ? Comment sont générés ces types
et/ou modèles ? Comment déterminons-nous le type de potier à l’origine du matériel auquel nous
avons affaire ? Cet article étudie un type de potier complètement ignoré des explications du matériel
archéologique précolonial andin, mais très présent dans les données ethnographiques de cette région :
le producteur itinérant, c’est-à-dire, le potier qui sort du village où se trouve sa résidence principale

* Profesor asociado, Departamento de Humanidades, Pontificia Universidad Católica del Perú


(PUCP), Lima. E-mail: [email protected].

129
Gabriel Ramón Joffré

pour produire dans d’autres localités. Nous explorerons le cas de Cuzcudén (San Pablo, Cajamarca),
où nous menons actuellement nos recherches.

Mots-clés : production itinérante, potiers itinérants, potiers andins, styles techniques, Cuzcudén,
Mangallpa

Itinerant pottery production in the Andes: ethnographic evidence,


interpretative models, and precolonial archaeological narrative

Abstract
Pottery is a key evidence to narrate the Andean pre-colonial past. However, we know very little about
the types of potters who produced that testimony. What types of potters existed in the pre-colonial
past? How do we determine the type of potter that produced the evidence we deal with? This article
addresses a type of potter completely ignored in the explanations of the Andean pre-colonial material
but abundant in the ethnographic evidence of this region. It is the itinerant producer, that is, the potter
who leaves his hometown to produce in other locations. On this occasion I will discuss several cases of
itinerant potters, focusing on the example of Cuzcudén, San Pablo, Cajamarca, which I am currently
investigating.

Keywords: itinerant production, itinerant potters, Andean potters, technical styles, Cuzcudén, Mangallpa

Tras haber presentado un panorama general de la producción alfarera itinerante


en los Andes peruanos (Ramón Joffré, 2011; 2013a), nuestro objetivo actual es
profundizar en esa vía discutiendo su importancia para la interpretación del pasado
precolonial. Con tal fin, empezaremos caracterizando a este tipo de alfareros que
constituye un «excepcional normal» (Grendi, 1977; Ginzburg, 1997) en etnografía
andina. Seguidamente, abordaremos en detalle un caso de los Andes norperuanos
para mostrar la complejidad interpretativa que implica. Finalmente, discutiremos
la importancia de los alfareros itinerantes en la narración arqueológica.
En cada región del mundo hay una relación particular entre el pasado remoto
y la evidencia etnográfica. En los Andes, el segundo elemento ha sido clave
para interpretar el primero (Ramón Joffré, 2008: 1-22; Sillar & Ramón Joffré,
2016; véase también la introducción a este número temático). Sin embargo, ha
habido diversos modos de procesar la evidencia etnográfica. Así, por ejemplo,
los productores itinerantes de alfarería son un fenómeno conocido en el registro
etnográfico andino, pero con baja visibilidad en la discusión arqueológica. Esta
curiosa situación no se debe necesariamente a la falta de evidencia, sino al modo
como la arqueología andina ha sido constituida históricamente, a como se ha
establecido en tanto disciplina académica. Tradicionalmente, en arqueología
andina se ha prestado poca atención a los productos elaborados por la gente
común debido al denominado «síndrome Sipán» (excesiva atención a los
descubrimientos grandiosos o monumentales). Por este énfasis selectivo, se han
ignorado aspectos como la itinerancia rutinaria de la gente común, subalterna. De

130
Producción alfarera itinerante en los Andes

este modo, se ha establecido una doble operación, se ha elitizado y sedentarizado


la narración del pasado precolonial andino1. Cabe indicar que, si son considerados
adecuadamente, los alfareros itinerantes pueden ayudar a cambiar toda nuestra
comprensión de la arqueología precolonial andina, obligando a interrogarnos
sobre la movilidad estacional en la producción alfarera, y más. La arqueología
andina ha estado marcada por una «metafísica sedentarista» (Malkki, 1999: 61)
que debemos superar. No se trata de documentar un fenómeno anómalo, por
su diferencia con lo supuestamente normal y cotidiano, sino de discutir algo que
permite modificar nuestra caracterización de lo normal andino, de reconsiderar la
itinerancia en la producción como una estrategia tan válida como la distribución
de productos acabados. El punto no es encontrar alfareros itinerantes en todos
los contextos arqueológicos, sino procurar que ese modelo no se descarte a
priori, como ha sucedido en arqueología andina, y que no se asuman modelos de
alfareros acríticamente. El caso de los alfareros itinerantes evidencia lo poco que
hemos avanzado en la discusión sobre modelos de alfareros en los Andes.

1. ALFARERÍA E INTERPRETACIÓN DEL PASADO

Los estudios alfareros son fundamentales en arqueología, también en los Andes.


A través del análisis estilístico, se proponen secuencias cerámicas empleadas,
al menos, en dos sentidos: diacrónicamente (como marcadores cronológicos) y
sincrónicamente (para establecer relaciones entre diferentes áreas). En los Andes,
las clasificaciones estilísticas propuestas para diversos materiales (arquitectura,
escultura lítica, mates, textiles, entre otros) son mínimas en comparación con
aquellas establecidas para cerámica y/o dependen de lo que ya ha sido propuesto
para esta. Así, cualquier discusión sobre clasificación estilística de cerámica
andina, incluyendo el debate sobre los modos de distribución del estilo decorativo
y/o el de manufactura, va a tener un impacto más allá de la alfarería2. Ya que la
cerámica es un elemento básico en la interpretación del pasado remoto, la falta
de rigurosidad al plantear modelos de alfareros afecta toda nuestra interpretación
de esa época.
Hace medio siglo, Rowe (O’Neale, 1976: 41) indicó que «mientras más
información tengamos sobre técnicas de manufactura alfarera en el Perú, mejor
podremos entender la cerámica antigua». En esa perspectiva, hoy podemos
afirmar que nuestra interpretación de la cerámica precolonial andina depende
de cuánto conozcamos de cerámica etnográfica de esa región. Y esto va más allá
de los Andes. Al menos desde Linné (1925) hasta nuestros días, los cambios en la

1 Como bien señala uno de los revisores anónimos, en tiempos relativamente recientes se está
prestando mayor atención a los grupos subalternos. Sin embargo, cabe anotar que son esfuerzos
aislados, sin mayor impacto en la interpretación del conjunto, salvo excepciones, como el trabajo de
Tschauner (2009) sobre el taller alfarero de Pampa de los Burros (Lambayeque) que le ha permitido
cuestionar el «Chan Chan-centrismo» de los estudios sobre la sociedad chimú.
2 Asumimos que incluso los atributos técnicos de la alfarería son estilísticos y distinguimos entre estilo
decorativo (externo) y de manufactura (interno).

131
Gabriel Ramón Joffré

interpretación alfarera en arqueología (particularmente aquellos vinculados con el


establecimiento de modelos) no vienen del gabinete o laboratorio (donde están los
microscopios o el reactor nuclear), sino de los estudios etnográficos sistemáticos.
El laboratorio permite dar respuestas concretas sobre la composición de pastas
o identificar huellas de manufactura, pero la creación de modelos de alfareros
es algo más complejo que se nutre tanto de la evidencia etnográfica como de la
histórica. Pese a los constantes reparos de algunos arqueólogos andinistas ante
el empleo de evidencia etnográfica para construir los modelos precoloniales, la
etnografía sigue teniendo un peso clave en las interpretaciones arqueológicas3. El
caso de los alfareros itinerantes andinos no es distinto, su mera existencia durante
la colonia o la república obliga a los arqueólogos a pensar en su potencial presencia
en el registro precolonial. Sin embargo, la arqueología histórico-cultural carece de
herramientas conceptuales para lidiar con los artesanos itinerantes (Van Oyen,
2017: 55), y las tendencias posteriores han aportado poco al respecto. Por ello,
ampliar la discusión sobre este tipo de alfarero permite cuestionar la mayor parte
de nuestras suposiciones acerca de la relación entre lugar de manufactura y lugar
de residencia, permite reformular lo local y lo foráneo.

2. DEFINICIONES Y MÉTODOS

Los golondrinos son alfareros itinerantes que salen estacionalmente de sus pueblos
base para producir vasijas en los pueblos destino (Ramón Joffré, 2013a: 49-55)4.
En el caso del territorio peruano podemos distinguir tres grandes regiones: costa,
sierra y selva. En adelante, nos referiremos principalmente a las dos primeras.
En la sierra hay dos estaciones principales, la seca y la lluviosa; la seca es ideal
para la producción alfarera intensiva y va aproximadamente de abril/mayo hasta
octubre/noviembre. Los alfareros golondrinos normalmente viajan para producir
durante la estación seca serrana. Hay varios tipos de golondrinos, pero la mayoría
abandona sus pueblos base justo después de la cosecha principal, de modo que
pueden llegar a sus pueblos destino cuando hay más cultivos disponibles para
intercambiar. En el último siglo, los alfareros andinos han usado las vasijas de
cerámica como unidades de medida: estos recipientes son intercambiados por la
cantidad de productos que pueden contener (o en relación con esa cantidad), por
ejemplo, por granos o tubérculos. Este sistema es llamado «a la llenada». Luego
de la cosecha principal, debido a la mayor disposición de productos agrícolas, los
alfareros obtienen más por sus ollas. Asimismo, los alfareros viajan después de
esta por encontrarse en plena estación seca, de modo que tanto el movimiento

3 Los mismos arqueólogos andinistas que se resisten a utilizar evidencia etnográfica andina para
establecer sus modelos acaban empleando evidencia etnográfica de otras latitudes debidamente
procesada como «teoría» arqueológica. Es decir, usan la analogía etnográfica crípticamente. Con
esto no queremos indicar que no hay que usar modelos extra-andinos, sino que hay que hacerlo
con todos los que estén disponibles, pero explícitamente, indicando su fuente.
4 El término «alfarero golondrino» fue originalmente propuesto por José Sabogal Wiesse en una
conferencia inédita sobre el tema (1977). Véase también Sabogal Wiesse (1987).

132
Producción alfarera itinerante en los Andes

entre pueblos como la producción de vasijas son menos complicados: las vasijas
se secan más rápido y la quema es posible casi cualquier día. Como veremos, a
causa de la amplitud de su área de desplazamiento, los alfareros itinerantes de
Cuzcudén en Cajamarca tienen un patrón ligeramente distinto.
Los estudios etnográficos en las Américas han prestado atención a la distribución
itinerante, es decir, la distribución luego de producir las vasijas de cerámica (por
ejemplo, Cremonte [1984], para el noroeste argentino), pero no a la producción
itinerante, pese a que los alfareros golondrinos han sido registrados por más de
un siglo desde que Brüning (1898) los describiera trabajando en el área desértica
de Olmos, entre los departamentos de Piura y Lambayeque, costa norte del
Perú. Mientras tanto, en arqueología precolonial andina, los golondrinos han sido
sistemáticamente ignorados (con raras excepciones como en Krzanowski & Tunia,
1986; MacIntyre, 1986: 8-9, 116; Prieto Burmester, 2008: 127-129; Rice, 1996:
798; Rozenberg & Picon, 1990: 12). En un manual clásico, y aún importante, sobre
alfarería para arqueólogos, los golondrinos prácticamente no tienen repercusión
alguna (Arnold, 1985). En la última década, se ha puesto cierta atención al tema de
la producción alfarera itinerante en los Andes, asumiéndola explícitamente como
posibilidad (Castillo & Cusicanqui, 2016: 94, n. 40; Castillo Luján, 2018: 55;
Gavhami, 2015: 131-132; Knappett, 2012: 234; Lau, 2011: 157). Sin embargo,
aún no ha sido posible plantear elementos diagnósticos para identificar alfareros
itinerantes en el pasado precolonial, pero tampoco para descartarlos.
Los alfareros itinerantes han sido identificados en muchas partes del planeta:
Bolivia, Chipre, Corea, Creta, Estados Unidos, Etiopía, Grecia, Pakistán, Santa
Lucía (Caribe), Tíbet, entre otros (Ramón Joffré, 2013a: 51-55). Por ejemplo, en
arqueología del Levante o del Imperio romano, asumir que la cerámica hallada en
contextos arqueológicos fue elaborada por alfareros itinerantes no sorprendería
a nadie, sería considerado una explicación normal. Sin embargo, en arqueología
andina, la simple mención de este tipo de alfareros causa serias discusiones: por
tradición, los arqueólogos andinistas aceptan implícitamente el modelo de alfarero
local para explicar las vasijas domésticas (Ramón & Bell, 2013: 595) o del que se
mueve con sus productos terminados, pero piden evidencias si se les sugiere la
posible existencia de golondrinos.
Hemos publicado una tipología de alfareros itinerantes andinos, con seis casos
(Ramón Joffré, 2013a: 60-97). Para distinguir entre ellos, usamos varios criterios,
como el número y la localización de los pueblos destino visitados, las características
del pueblo base, la distancia de los desplazamientos, la distribución de los pasos de
la cadena operativa, entre otros (véanse los comentarios de Gosselain [2016: 197-
199] a una versión previa; Ramón Joffré, 2011). Desde 2013, venimos trabajando
intensivamente en un solo pueblo con alfareros itinerantes de la sierra norte
del Perú (Ramón, 2013a: 83-87). Vamos a detenernos en ese caso para discutir
todo lo que hasta aquí hemos presentado, pero antes explicaremos brevemente
nuestra metodología.
En los últimos siete años, hemos realizado siete temporadas de campo en el pueblo
seleccionado que nos han permitido realizar más de sesenta entrevistas grabadas

133
Gabriel Ramón Joffré

detalladas con los alfareros y sus familiares, produciendo más de ochocientas


páginas de transcripciones5. Nuestros viajes fueron realizados principalmente en
mayo, julio y setiembre que coincidían con la estación seca. Nuestras estancias
en el centro poblado han ido de entre una a tres semanas cada vez. Además del
pueblo base hemos ido a los mercados de San Miguel y San Pablo a entrevistar
a los vendedores de alfarería. Como en ocasiones previas (Ramón Joffré, 2008;
2013a: 137; 2013b), nuestro método de trabajo busca documentar todo el
proceso alfarero (de la extracción de materias primas a la distribución) de tres
formas paralelas: primero, preguntando a los alfareros sobre cada uno de los pasos
del mentado proceso (documentación de cadenas operativas); segundo, viendo
todos los pasos del proceso y registrándolos por escrito; y tercero, documentando
el proceso fotográficamente. Hemos empleado un cuestionario detallado
(Ramón Joffré, 2008: 385-391), pero aplicado de forma abierta, y lo hemos ido
reformulando a medida que avanzaba el trabajo de campo. Mientras que para
la producción alfarera en el pueblo base hemos podido aplicar las tres formas
paralelas de documentación, para los viajes para producir en otros pueblos nos
hemos basado solo en la primera. Este texto es una selección preliminar de algunas
de esas entrevistas: no se presentan resultados cuantificados precisos, pero sí lo
hacemos con los testimonios más ilustrativos.

3. MANGALLPA O CUZCUDÉN

Administrativamente, Cuzcudén es un centro poblado de la provincia de San


Pablo, zona suroeste del departamento de Cajamarca. Considerando sus tres
caseríos y cinco anexos tiene dos mil habitantes, a diferencia de Cuzcudén
caserío donde viven aproximadamente ochocientas personas. Desde la ciudad de
San Pablo se puede ir en carro hasta Carrerapampa (un viaje de quince minutos
en el camino hacia la ciudad de Cajamarca) y luego a pie hasta Cuzcudén (por
cuarenta minutos). Otra opción es ir en el carro de los profesores de colegio que
va de lunes a viernes al centro poblado. Su nombre oficial es San Francisco del
Monte de Cuzcudén; sin embargo, el nombre tradicional, reconocido todavía
por los pobladores, es Mangallpa. Manga es la forma local del término quechua
manca, olla, y allpa, tierra: «tierra para ollas». En el Censo General de 1876, el
pueblo figura como Mangallpa (Perú. Dirección de Estadística, 1878, t. III: 525).
Pese a no hablar quechua, un alfarero de más de ochenta años nos indicó que
«[el nombre] Mangallpa lo han dado los mayores, así Mangallpa, porque ha sido
Magallpa por ollería, si por ollería, después se quedó de Cuzcudén, ahorita es

5 Este estudio es parte de un proyecto mayor dedicado a crear un atlas de técnicas alfareras en
los Andes, iniciado a principios de los años noventa. La presente discusión expande otras previas
(Ramón Joffré, 2008; 2011; 2013a; 2017; Ramón & Bell, 2013). En esos textos, también explicamos
nuestra aproximación a la relación entre etnografía y arqueología en los Andes (Ramón & Bell,
2013: 596-597). Los nuevos planteamientos e información etnográfica presentados aquí son
resultado del trabajo de campo realizado en el centro poblado de Cuzcudén (Cajamarca) (véanse
los agradecimientos).

134
Producción alfarera itinerante en los Andes

Cuzcudén San Francisco del Monte» (Espíritu Suárez). Esto es un primer indicio
sobre la antigüedad de la actividad alfarera en la zona6.
Cuzcudén está ubicado en un territorio escarpado, un valle estrecho, con un
minúsculo río en su base. Según los mangallpinos, es debido a esa configuración
que la agricultura de regadío y la ganadería son escasas, lo que se asociaría a la
necesidad de viajar constantemente a otras localidades por recursos. Consultado
sobre la razón de sus viajes para producir cerámica en otros pueblos, Catalino
Vélez aludió a ese detalle geográfico:
… sabe que, porque aquí la comunidad es muy pobre, muy corta, mire
no hay terreno, mire cómo no hay, hay amplio para que puedan criar su
ganado (….) borregas tienen unos tres, cuatrito, y eso no es suficiente
para que soporte, entonces, mire, entonces, de los mayores de todita
esta comunidad, esta de acá sitio donde yo vivo, todito, todito de aquí de
la quebrada para acá, todita esta parte arriba, para abajo [indicando en
detalle los límites físicos de la comunidad] y por eso ha sido la necesidad de
que han aprendido todos esa, ese trabajo entonces con eso han traído su
granito, su trigo, su cebada, sus alverjas, lo traían su arrocito, con eso han
vivido, con eso nos hemos criado, yo he hecho grandes a mis hijos, ocho
he tenido… (el énfasis es nuestro).
Desde lo alto de la carretera, se observa que las casas se reparten por el territorio
desde las zonas bajas próximas al río (2200 m s. n. m.) hasta la más elevada,
conocida como la Loma (2650 m s. n. m.). La mayor acumulación de viviendas
está a ambos lados de la vía principal en la sección de la Capilla. El punto
central de Cuzcudén, ubicado en el trayecto de esta vía, es una pequeña plaza
(2339 m s. n. m.), alrededor de la cual está la iglesia, la municipalidad y la escuela
primaria. Otra sección importante del pueblo es Capilla Paccha, una loma donde
solo se puede cultivar con lluvia. Finalmente, en el camino hacia Morocho y San
Miguel, se ubican las secciones de la Cruz (2317 m s. n. m.) y el Naranjo. Hay
una escuela secundaria, también en la zona central, a cinco minutos a pie de la
escuela primaria (fig. 1).
Respecto a las zonas ecológicas, hay una nomenclatura propia de la sierra norte
peruana que permite situar a Cuzcudén. Gregorio Tanta caracterizó la jalca como
«altura, más arriba… mucho frío bestial, te hielas te congelas». La zona de jalca
es más alta y la zona de playa o temple es más baja que Cuzcudén. Playa es
igual a temple «porque es caluroso» (Julio Toledo) (véase Burga Larrea, 1983:
1445). Aunque no hay consenso sobre cómo denominar la zona donde se ubica el
pueblo, los alfareros la llaman «alturita» y la reconocen como menos caliente que
la playa. Además, se identificó la costa, la zona más baja de todas, y la montaña
(o selva alta)7. La forma más usual de caracterizar estas diversas zonas es a partir

6 En adelante se utilizarán ambos términos (Cuzcudén/Mangallpa) indistintamente.


7 Por su localización latitudinal, al sur de Cajamarca, Mangallpa se halla en una zona de transición entre
los Andes de puna (al sur) y los Andes de páramo (al norte). Por ello, cuando los alfareros se refieren a
jalca se trataría de zonas cercanas y cuando hacen lo propio con puna se trataría de zonas distantes.

135
Gabriel Ramón Joffré

Figura 1 – Vista general de Cuzcudén


a. Plaza central en la Capilla; b. Capilla Paccha; c. La Cruz; d. Loma y Jancos Alto
© Gabriel Ramón

de sus productos agrícolas. Por ejemplo, en Mangallpa siembran alverja, cebada,


maíz y trigo. Sin embargo, los mangallpinos van a la jalca por oca, ollucos o papas,
y a la playa por caña, mango, plátano o yuca, pero especialmente por arroz; a la
costa, por el dinero.
En Cuzcudén, además de dedicarse a la agricultura, los hombres hacen vasijas de
cerámica y las mujeres textiles (Bolaños Cabanillas, 2013: 35-39). Como en buena
parte del departamento de Cajamarca, los textiles son principalmente elaborados
para uso local, mientras que la cerámica es comúnmente intercambiada por otros
productos fuera del pueblo (Andrade Ciudad & Ramón Joffré, 2014: 315). Para
producir vasijas se combinan dos materiales: tierra (también llamada arena) y mito
(también llamado greda). Las canteras de estos materiales se sitúan en la parte
alta del pueblo, principalmente en la Loma y Jancos Alto. En Jancos Alto hay dos
grandes canteras, una de mito y otra de tierra, ambas pertenecen a la comunidad
de Cuzcudén, aunque hay diversas versiones sobre cómo fueron obtenidas. En la
Loma hay canteras menores de tierra, generalmente de propiedad individual. En
Capilla Paccha, al otro lado del río, hay otra cantera de mito (fig. 2).
Respecto a la combinación de ambos materiales, Miguel Tanta explicó: «casi
igual, la tierra un poquito más». Por otro lado, Jaime Tanta precisó que cuando
es de Jancos Alto, se combina 40 % mito y 60 % tierra, pero cuando el mito
es de Capilla Paccha es 50 % de cada uno. Como es común en los diversos
pueblos con alfareros de los Andes peruanos (Ramón & Bell, 2013: 597-602),
todos los alfareros de Cuzcudén usan la misma técnica y un mismo conjunto de
herramientas. Seguramente, se pueden distinguir ligeras variantes o diversidad
de habilidades (por ejemplo, solo algunos pueden hacer vasijas grandes o ciertos
modelos poco comunes), pero claramente hay un estilo de manufactura local: una
vasija típica de Cuzcudén puede ser reconocida por las marcas dejadas por las
paletas incisas (véase Grillo Fernández et al., 1988: 20; Ramón Joffré, 2013a: 86).

136
Producción alfarera itinerante en los Andes

Figura 2 – Cantera de mito, Jancos Alto, y el alfarero Víctor Toledo


© Gabriel Ramón

Las herramientas alfareras son las paletas gruesas de madera (de tallo o zapote)
con rayas o cocos, llamadas raya; el mazo de madera (de lloque); la piedra o
yunque; un raspador, generalmente de metal; varios trapitos para alisar la vasija; y
un cuero de vaca usado como base para trabajar la arcilla8 (fig. 3).

Figura 3 – Herramientas de Amado Serna


a. Raspador; b. paleta; c. yunque
© Gabriel Ramón

Sobre la antigüedad del oficio de alfarero en Mangallpa no hay respuesta única. Las
informaciones censales más antiguas encontradas (Perú. Dirección de Estadística,
1878, t. III: 238, 539, 755, 856) nos permiten plantear que al menos hacia 1876
la absoluta mayoría de la población masculina de Mangallpa se dedicaba a la
alfarería. Una interrogante complementaria sería: ¿desde cuándo los alfareros
de Mangallpa viajan para producir vasijas en otros pueblos? Testimonios locales
informan que los viajes se remontan al menos ochenta años. Asimismo, para
mediados del siglo XX, existe un reporte sobre los alfareros mangallpinos (Espejo,
1951) que confirma la profundidad temporal de la producción itinerante. Un
testimonio interesante, pero que debe ser tratado adecuadamente, proviene de
una novela de un escritor de San Pablo. En ella se sostiene que los mangallpinos

8 Sabogal Wiesse (2016: 386) vio a los alfareros de Mangallpa trabajando en la costa y lista un
conjunto de herramientas semejante, con algunas variaciones menores.

137
Gabriel Ramón Joffré

se habrían hecho olleros por la presión de los grandes propietarios de tierras de


los alrededores y que, por la misma razón, habrían empezado a realizar sus viajes
distantes (Arribasplata, 1978: 136-137). La novela es un trabajo de ficción sin
marcadores cronológicos precisos sobre el indicado evento (apropiación de tierras
en Mangallpa por parte de los hacendados), pero plantea hipótesis sobre el origen
y difusión del oficio a ser exploradas en el futuro.
Sobre el aprendizaje, la mayoría de alfareros declara que aprendieron «viendo» o
practicando con algún familiar, generalmente el padre, el suegro o un tío. Jacinto
Tanta cuenta que aprendió «así, mirando a los mayores que hacen». Espíritu
Suárez, indica: «bueno, de chico aquí todos nos han enseñado nuestro papá, o
sea una familia, nos han enseñado a hacer las ollas, como este sitio es la ollería,
la ollería llamamos acá, […] hemos aprendido desde chicos con los mayores han
sido olleros, entonces ya nos enseñaban así, papá, a veces un tío, alguna familia
nos enseñaba de hacer ollas». Los viajes para producir ollas en pueblos distantes
también han sido parte del proceso de aprendizaje: los alfareros viajan con sus
maestros (padres, parientes) para ayudarlos e ir familiarizándose con la actividad.
Alfonso Toledo relata:
… mi papá más antes nos llevaba así cuando éramos chicos, nos llevaba
por ejemplo por Chimbote, a Trujillo nos llevaba, y entonces y pero
nosotros no hacíamos, nosotros de compañía nomás nos íbamos con él […]
y vendíamos las ollas, ahí ayudábamos a vender, él daba la propina, nos
daba él, entonces llegábamos para acá, así, así, así me gustó practicarlo…
La manufactura de las vasijas comprende varias etapas (Bolaños Cabanillas, 2013:
26-30; Druc, 2011: 319-320). Cabe indicar que siempre se trabajan varias vasijas en
conjunto, nunca hemos observado alfareros que produzcan vasijas individualmente.
Primero, luego de extraer los materiales, se procesa la tierra y el mito:
La tierra tenemos que varearlo bien y cernirlo bien como arena pue’, el
mito se saca en terrón y eso se moja así en depósitos» (Nelson Tanta).
Se les mezcla en las proporciones indicadas líneas atrás y se obtiene la masa para
hacer vasijas. Antes de usarla, se baila sobre la masa, colocada en el cuero de vaca.
Desde ese momento, todo el proceso de manufactura se realiza sentado. Para
comenzar, se hacen bolas a mano, de cada una saldrá una vasija (fig. 4). Con esas
bolas, a mano, se hacen tablas en forma de plato (fig. 5). Posteriormente, se hace el
asiento empleando el mazo y la piedra que sirve como yunque (fig. 6). Enseguida,
viene el alzado del cuerpo usando la raya, el mazo y la piedra, con intervención
de los pies (fig. 7). Luego de un tiempo de secado, se pone el gollete usando la
badana y el trapito (fig. 8). Después de golletear, las vasijas secan a la sombra y al
sol. Finalmente, se realiza la quema en el patio de la casa del alfarero (fig. 9).

4. DESPLAZARSE PARA PRODUCIR

Desde 1993, hemos visitado más de cincuenta pueblos con alfareros en los Andes,
incluyendo varios pueblos con alfareros que viajan para producir (Ramón Joffré,
2013a). Sin embargo, el caso de Cuzcudén es particularmente impresionante,

138
Producción alfarera itinerante en los Andes

Figura 4 – Óscar de la Cruz elaborando las bolas Figura 5 – Óscar de la Cruz elaborando las tablas
© Gabriel Ramón © Gabriel Ramón

Figura 6 – Óscar de la Cruz elaborando el asiento Figura 7 – Óscar de la Cruz elaborando el cuerpo
© Gabriel Ramón © Gabriel Ramón

Figura 8 – Víctor Pérez golleteando Figura 9 – Antonio Toledo preparando la quema


© Gabriel Ramón en Cuzcudén
© Gabriel Ramón

139
Gabriel Ramón Joffré

ya que los lugareños comentan que la mayoría de alfareros viajan o han viajado
para producir: no se trata de una estrategia ocasional usada por algunos de ellos,
como en otros pueblos, sino la estrategia principal para la distribución de los
productos alfareros.
¿Cómo planean sus viajes los alfareros de Mangallpa? Tienen una agenda abierta,
basada en algunas constantes y algunas variables. Los desplazamientos se realizan
según las necesidades que pueden cambiar anualmente; sin embargo, existe algo
así como una red de pueblos a los que saben que pueden llegar. Puede haber
modificaciones en el producto requerido y, por tanto, en el pueblo destino; puede
haber modificaciones en la ruta ya que no conviene, necesariamente, visitar los
mismos pueblos destino todos los años, pues se generaría una sobreoferta. En
principio, está el viaje con vasijas terminadas a zonas cercanas a Cuzcudén,
por ejemplo, al mercado de la ciudad de San Miguel por «la plata» (fig. 10) o
a los pueblos de jalca de Cajamarca, como Callanca, Cochán, Chiapón, Llapa
o Unanca, por papas. El intercambio se puede
hacer de diversas formas, una de las más usadas
es «a la llenada» (ya anteriormente definida). El
segundo tipo de viaje es con los sacos de material
mezclado (mito + tierra), las herramientas y
el cuero de vaca para producir ollas en otros
pueblos. La distancia a recorrer depende de lo
que busca el alfarero. William Romero observó:
«los que quieren comida se van cerca (…) los
que quieren dinero se van hasta lejos». Así, por
ejemplo, el distrito de Contumazá (provincia
Figura 10 – María Arribasplata vendiendo ollas de Contumazá, departamento de Cajamarca)
en el mercado dominical de San Miguel a 2780 m s. n. m. es un destino común para
© Gabriel Ramón obtener trigo.
En la sierra, los mangallpinos van a pueblos destino cercanos como Chilipampa
(2750 m s. n. m.) y Chetilla (2790 m s. n. m.), ambos en la provincia de Cajamarca.
Respecto a estos viajes en la sierra, dos detalles deben ser indicados. Primero, se
pueden identificar dos estrategias vinculadas a la distribución de materias primas.
Para Chilipampa, como para muchos pueblos destino, los alfareros de Mangallpa
suelen viajar con sus propias materias primas (Mires, 1994: 97). Sin embargo,
para algunos lugares como Chetilla, ellos ocasionalmente pueden usar arcilla
del pueblo destino (Grillo Fernández et al., 1988: 32). Las implicancias de esto
último para el producto final (y para los análisis de laboratorio) son claras: vasijas
hechas con el mismo estilo y por el mismo alfarero (o grupo de alfareros del
mismo pueblo base) pueden estar hechas con distinta materia prima9. Segundo,
hemos identificado el viaje por etapas en el que los alfareros de Mangallpa han

9 Al consultarle sobre el uso de canteras del pueblo destino, Catalino Vélez indicó que en Sorochuco
(provincia de Celendín, Cajamarca) encontraron canteras y que un compañero suyo hizo vasijas y le
salieron bien. Para casos similares de uso de materias primas del pueblo destino, véase Ramón Joffré
(2013a: cuadro 9).

140
Producción alfarera itinerante en los Andes

usado Chetilla como pueblo destino y también como pueblo intermedio donde
producen vasijas y luego las distribuyen a otros lugares más distantes. Cuando
son interrogados sobre los lugares a los que viajan para hacer vasijas en términos
altitudinales, los alfareros suelen indicar que no van a la jalca a producir, ya que es
muy fría y es difícil trabajar en esas condiciones. Sin embargo, algunos observaron
que hacían ollas en una zona próxima, un poco más baja, y luego, aplicando la
estrategia del viaje por etapas, distribuían sus productos en pueblos de jalca. En la
sierra, también los alfareros de Mangallpa visitan lugares distantes. Por ejemplo,
un alfarero de otro pueblo (Caulimalca, La Libertad) nos contó que había visto
olleros mangallpinos que llegaban con su materia prima a Santiago de Chuco (La
Libertad) para producir durante la fiesta patronal (25 de julio).
Los mangallpinos también viajan a la costa. El punto obligado en esa dirección,
una especie de puerto de tierra, ha sido el pueblo de Chilete (847 m s. n. m.),
provincia de Contumazá. Entre 1908 y 1967, hubo un ferrocarril que unía Chilete
y Pacasmayo (La Libertad) en la costa, y algunos alfareros mayores mencionan
haberlo utilizado en sus viajes para producir, bajando en determinadas estaciones
para quedarse a trabajar. Asimismo, otros alfareros indican haber ido a la costa
en burro. Hace varias décadas, la estrategia típica empleada por los alfareros en
estos viajes a lomo de bestia era enviar la arcilla por adelantado y hacer cerámica
in situ luego de llegar al pueblo, dependiendo de la demanda local (testimonio
de Yoshio Onuki en Shimada, 1994: 22). Los mangallpinos tienen pueblos destino
en la costa y en todo el camino hacia ella, en lugares entre la sierra y el litoral,
en la zona llamada cis-andina, precisamente entre Chilete y Pacasmayo. Un
mapa general sobre los pueblos visitados por los alfareros en la zona del valle de
Jequetepeque muestra los diversos lugares a los que viajan a producir (fig. 11)10.
Como se puede observar en el mapa, los principales objetivos de los alfareros de
Cuzcudén en esta zona han sido los pueblos arroceros, en las denominadas playas
donde se cultiva este grano, como Pay Pay (provincia de Contumazá, Cajamarca),
a 300 m s. n. m., donde ha ido a trabajar Víctor Toledo (figs. 12 y 13). En la
costa, los golondrinos van principalmente al extremo norte del departamento de
La Libertad (pueblos de Moche, Ascope, Paiján, San Pedro de Lloc, Pacasmayo,
Jequetepeque, Guadalupe, Chepén, entre otros). Guadalupe (75 km al oeste de
Cuzcudén) ha sido un conocido pueblo destino (fig. 11). Los alfareros llegaban
con su materia prima para la feria anual (el 8 de diciembre es la fiesta central),
produciendo in situ e intercambiando vasijas con productos locales en Guadalupe
y los pueblos vecinos (Sabogal Wiesse, 2016: 386-387). En las zonas bajas, también
se ha aplicado el viaje por etapas. Nilton Serna nos contó que casi todos los años
va en junio hasta Puente Ochape (distrito de Cascas, provincia de Gran Chimú,
departamento de La Libertad), 546 m s. n. m., y se queda un mes elaborando
vasijas con su material (fig. 12). Luego, sale de ese pueblo intermedio a repartir

10 Hemos mapeado los pueblos destino de todos los alfareros entrevistados (alrededor de cuarenta
personas) en todo el Perú, pero, por un tema de representación cartográfica, nos limitamos
ahora a mostrar información específica. Algunos mapas preliminares pueden verse en
https://www.researchgate.net/project/Alfareros-itinerantes-de-Cuzcuden-Mangallpa.

141
142
Figura 11 – Centros poblados visitados por los alfareros de Cuzcudén en el valle de Jequetepeque y alrededores
Los círculos son proporcionales a la presencia de alfareros en los pueblos destino
Gabriel Ramón Joffré
Producción alfarera itinerante en los Andes

Figura 12 – Centros poblados visitados por cuatro alfareros de Cuzcudén en el valle de Jequetepeque y alrededores

143
Gabriel Ramón Joffré

Figura 13 – Víctor Toledo preparando la


quema en Pay Pay
© Howard Tsai

sus productos a otros pueblos de los alrededores, como Punta Moreno (a veinte
minutos), Jolluco (a veinte minutos), Cascas (a una hora), Simbrón (a tres horas),
entre otros.
Además de la zona nuclear de desplazamiento (valle de Jequetepeque), los
alfareros van a diversos puntos del territorio peruano. Actualmente, el medio de
transporte principal son los camiones, que llevan sus materiales sin problemas y
a un precio accesible. Buena parte de los alfareros mencionó la costa de Áncash
como destino frecuente y también la periferia norte de la ciudad de Lima. Con
base en la información ya recopilada y cartografiada, es posible distinguir tipos
de alfareros de acuerdo con sus rutas. Algunos solo elaboran vasijas localmente y
salen con sus productos listos a los pueblos aledaños. Un segundo grupo frecuenta
las playas y otros pueblos del valle de Jequetepeque. Un tercer grupo trasciende
esos límites y va por el sur hasta Áncash, Lima e Ica y también hacia la montaña,
a zonas como Bagua Grande (Amazonas). Finalmente, hay un alfarero, Alfonso
Toledo, conocido por aventurarse a lugares distantes (fig. 14).
Los viajes para producir generalmente se realizan en grupos pequeños de dos o tres
alfareros, a veces más. Los alfareros nunca viajan con mujeres. Los viajes pueden
durar desde una semana hasta un mes, dependiendo de cuánto material llevan los
alfareros. Por ejemplo, Julio Toledo contó que, para llegar a Bagua Grande, iban
en grupos de dos o tres personas llevando «dos o tres saquitos [de material] cada
uno nomás, y demorábamos un promedio de 25 días». Sobre el calendario de
viajes, si bien se indicó anteriormente que la tendencia general de los golondrinos
es salir luego de la cosecha principal, en el caso de Cuzcudén hemos notado que
pueden salir de viaje todo el año, debido a que van a diversas regiones (costa,
sierra, selva) donde los calendarios agrícolas no precisamente coinciden y hay
presencia de recursos en diversas épocas del año.
Así, por ejemplo, Ramón Aguilar indicaba que se iba a la costa a hacer ollas «en
cualquier mes», «en enero, febrero, marzo, abril». Catalino Vélez agregaba:
… para la costa todos los meses de febrero, marzo, porque en la costa no
llueve, pero en la altura no se puede, en la altura hay que esperar desde el
mes de junio, julio para acá para Contumazá.

144
Producción alfarera itinerante en los Andes

Figura 14 – Centros poblados visitados por el alfarero Alfonso Toledo en el territorio peruano

145
Gabriel Ramón Joffré

Nombres de los centros poblados visitados por el alfarero Alfonso Toledo (véase la localización
precisa en la figura 14

Centro Centro Centro Centro


Número Número Número Número
poblado poblado poblado poblado

1 Ayabaca 27 Paiján 53 Macate 79 Tarma

2 Jaén 28 Chiclín 54 Lacramarca 80 La Oroya

3 Bagua 29 Chicama 55 Puente Santa 81 Huaral

4 Bagua Grande 30 Huanchaco 56 Santa 82 Chancay

5 Motupe 31 Cauday 57 Chimbote 83 Pasamayo

6 Incahuasi 32 Cajabamba 58 Pomabamba 84 Canta

7 Mochumí 33 San Alfonso 59 Piscobamba 85 Ventanilla

San Nicolás/
8 34 Chugay 60 Casma 86 Puente Piedra
Mendoza

9 Chongoyape 35 El Pallar 61 San Marcos 87 La Libertad

10 Bambamarca 36 Sausacocha 62 Llata 88 La Palmeras

Barrio Obrero
11 Llapa 37 Cochabamba 63 La Unión 89
Industrial

San Miguel de Santiago de


12 38 64 Huallanca 90 Chosica
Pallaques Chuco

13 El Prado 39 Llacuabamba 65 Cotaparaco 91 Vitarte

14 Agua Blanca 40 Chillia 66 Chiquián 92 Huarochirí

15 Molino Viejo 41 Buldibuyo 67 Gorgorillo 93 Chilca

16 Lamaspampa 42 Huaylillas 68 Ocros 94 Yauyos

17 Lives 43 Ongón 69 Copa 95 Mala

San Vicente
18 Chetilla 44 Tayabamba 70 Poquián 96
de Cañete

19 Quindén Bajo 45 Taurija 71 Cajatambo 97 Castrovirreyna

20 Chepén 46 Urpay 72 Yanahuanca 98 Chincha Alta

21 Guadalupe 47 Conchucos 73 Oyón 99 Huaytará

22 Pay Pay 48 Virú 74 Barranca 100 Pisco

23 Tembladera 49 Buenavista 75 Oxapampa 101 Guadalupe

24 San José 50 Chao 76 La Merced 102 Puquio

25 Pacasmayo 51 Cabana 77 San Ramón 103 Nasca

26 Contumazá 52 Tauca 78 Satipo 104 Coracora

146
Producción alfarera itinerante en los Andes

Jacinto Tanta anotaba:


A la costa nos íbamos todo el tiempo… cualquier mes vamos… también
cuando está lloviendo para acá… allá en la costa no llovía y hacíamos,
trabajar allá.
Estas declaraciones permiten pensar que, en algunos casos, los alfareros itinerantes
pueden superar las limitaciones climáticas de su pueblo base produciendo
cerámica en cualquier época del año, ya que su radio de acción comprende
diversas regiones. En ese sentido, significarían también una novedad respecto al
patrón tradicional del «especialista» estacional, ya que pueden hacer vasijas todo
el año debido a su capacidad de desplazarse para producir.
Sobre los vínculos con la gente de los pueblos destino, la situación es variable. Hay
lugares donde luego de múltiples visitas se establecen relaciones con los lugareños,
pero algunas veces los alfareros no conocen a la gente del pueblo destino y deben
convencerlos sobre la calidad y utilidad de su trabajo. Catalino Vélez comenta su
experiencia:
… no había primos [en el pueblo destino], solo había gente que mucho,
mucho nos estimaba allá por el trabajo que hacíamos, un trabajo bueno,
como dijo, ya éramos recomendados ya, al ver que llegábamos, ¡uy!, esa
gente que nos estimaba porque, porque ya nos conocía por el trabajo que
trabajábamos bien y como ese trabajo nunca había allá, nunca sabían ni
como se trabaja ni tampoco la calidad.
Sobre el mismo tema, Ramón Aguilar observaba que cuando llegaba con otros
olleros a un pueblo «… se alegraban, a veces, claro, como nunca han visto, no
han conocido de las ollas, compraban, compraban para que cocinen, para que
recojan agua…».
En el mismo Cuzcudén, los alfareros elaboran principalmente ollas (grandes,
medianas y pequeñas) y recipientes mayores conocidos como urpu11. Sobre
los productos elaborados en los pueblos destino, los alfareros tienen diversas
respuestas. Algunos dicen que llegan y hacen sus vasijas y la gente se va
acercando, y en otros casos indican que hacen a pedido, es decir, la gente del
pueblo destino se acerca antes de la quema y solicita lo que desea. Los alfareros
informaron que, generalmente, en los pueblos destino hacen las mismas formas
a las que están acostumbrados en su pueblo base, pero que a veces la gente de
esas localidades les pide formas distintas. En ocasiones, se trata de experimentos,
como el caso de un alfarero a quien le pidieron hacer una tapa para refrigerador,
pero en otras ocasiones se trata de formas tradicionales usadas en los pueblos
destino. Un caso destacable de este último tipo es el chilalo, una forma que
no se elabora en Cuzcudén, pero que los alfareros han aprendido a hacer para
satisfacer la demanda en los pueblos destino. El chilalo es el tipo de olla conocida
como canchero, callana o tiesto en otras partes del país, empleado para tostar

11 Aunque aquí no abordaremos la diversidad formal ni la diversidad de denominaciones, podría


entenderse urpu como un cántaro para líquidos.

147
Gabriel Ramón Joffré

maíz (Ramón Joffré, 2008: 435)12. El chilalo es un ejemplo de cómo la demanda


en los pueblos destino puede modificar el repertorio formal de los alfareros de
Cuzcudén, sin necesariamente afectar la vajilla típica del pueblo base. En 1982,
Sabogal Wiesse (2016: 387) registró lo producido por los alfareros mangallpinos
en Guadalupe: cántaros (de tres tamaños), maceteros (de tres tamaños), ollas
(de doce tamaños), paicas (de 1,5 a 8 latas; 1 lata = 19 litros), pitos, sartenes
(de tres tamaños), tiestos (de dos tamaños) y tinajas (de tres tamaños). Algo que
notaron varios alfareros es que los nombres de algunos recipientes cambian según
la localidad, por ejemplo, lo que denominan urpu en Cuzcudén es llamada huaco
en Chimbote, porrón en Chancay, mulo en la selva (Bagua Chica, Jaén) y paica en
la costa norte (Limoncarro, San José, Pacasmayo, Guadalupe). En todos los casos,
los alfareros mencionan que siempre han usado la misma técnica de manufactura,
es decir, como en casi todos los pueblos del Perú, están entrenados a usar un
mismo grupo de herramientas de una manera específica.

5. DISCUSIÓN

Hace una década, basándonos en la compilación de toda la información de


fuentes publicadas, elaboramos un mapa con los principales pueblos destino
(Ramón Joffré, 2008: 379; 2013a: 86). Luego de trabajar en Cuzcudén, el
número y el radio de localización de los pueblos destino se incrementaron
exponencialmente (confirmando y ampliando la propuesta de Villegas, 1978). Los
alfareros mangallpinos reportan haber viajado por el norte hasta Ecuador, por el
este hasta el límite entre la sierra y la Amazonía y por el sur hasta el departamento
de Arequipa (solo como referencia compárese con las rutas de Alfonso Toledo
[fig. 14]). Si nos basamos en estos testimonios contemporáneos, buena parte del
territorio norperuano ha sido visitado por los alfareros golondrinos de un pueblo
específico. Si tomamos en cuenta el caso de los alfareros itinerantes de Cuzcudén,
junto con otros casos registrados en los Andes (véase Ramón Joffré, 2013a),
podemos decir que las rutas de estos artesanos cubren buena parte de los Andes
peruanos. ¿Por qué han sido «invisibles» para muchos de los etnógrafos andinistas?
Y ¿por qué los arqueólogos andinistas han ignorado sistemáticamente este tipo de
alfarero, en sus modelos e interpretaciones?
Sobre la primera pregunta, cabe decir que, si se trabaja en un solo pueblo con
alfareros, es difícil entender las redes de intercambio regional; por ello, no es
casual que los primeros registros detallados de alfareros itinerantes fueran
realizados por Sabogal Wiesse (1977) y Sillar (2000), quienes trabajaron a escala
regional (Sillar trabajó con dieciséis pueblos con alfareros en el departamento
de Cuzco y en Bolivia). Como indicamos anteriormente, hemos trabajado con

12 Chilalo es el nombre de un ave típica del extremo norte peruano y sur ecuatoriano, Furnarius
cinnamomeus. La vasija toma su nombre del nido que elabora esta ave, que, en algunos pueblos,
como San Bartolomé de los Olleros (provincia de Ayabaca, departamento de Piura), es llamada
pájaro ollero.

148
Producción alfarera itinerante en los Andes

aproximadamente cincuenta pueblos con alfareros andinos, entrevistando a más


de mil personas sobre alfarería; por tanto, no sorprende que el fenómeno de
los alfareros itinerantes haya surgido casi naturalmente. La falta de visibilidad ha
partido de la propia etnografía enfocada en lo local, olvidando su interacción con
lo regional.
Sobre la segunda pregunta, los golondrinos han sido ignorados en arqueología
precolonial andina porque son teóricamente incómodos. Primero, dejan en claro
que artesanos no locales pueden producir las vasijas domésticas de un pueblo,
yendo contra uno de los dogmas de la arqueología andina que asume lo doméstico
como «marcador étnico» (Ramón & Bell, 2013: 605-608). Segundo, los golondrinos
muestran que la producción itinerante no es una estrategia usada para responder
a una crisis, sino un recurso normal que ayuda a los alfareros a incrementar su área
de producción y distribución y, por tanto, a sobrevivir. Tercero, evidencian que la
materia prima puede ser transportada a grandes distancias antes de ser usada. La
presencia de transporte motorizado influye en el radio de desplazamiento de los
alfareros, pero hay evidencia de que ellos ya se desplazaban antes de contar con
este tipo de medio. Cuarto, confirman la distinción entre estilo de manufactura y
estilo decorativo: los golondrinos (incluidos los mangallpinos) pueden adaptar la
decoración o la forma de sus vasijas a pedido, pero siempre mantienen sus estilos
de manufactura cuando viajan. Quinto, con su sola presencia, los golondrinos
complejizan el análisis cerámico al sugerir nuevas opciones interpretativas (pueblo
base, pueblo intermedio, pueblo destino, viaje por etapas, entre otras); nos obligan
a afinar las herramientas conceptuales disponibles y a jugar siempre con un rango
mayor de alternativas. En suma, casos como el de Cuzcudén permiten mostrar
cuán endebles son los presupuestos académicos tradicionales sobre los modelos
alfareros que cercenan la variabilidad para no afrontarla.
Cerramos con una observación general. Actualmente, en arqueología andina
(y más allá de los Andes), carecemos de un protocolo analítico preciso para
identificar los productos de los alfareros itinerantes en el laboratorio13. Esto no
debe considerarse como evidencia de las limitaciones en el estudio de este tipo de
alfarero, sino como una limitación en los estudios cerámicos en sentido amplio.
Actualmente en los Andes, incluso tras un detallado análisis de laboratorio, no
podemos determinar si alfareros locales, foráneos o itinerantes hicieron los millones
de fragmentos de vasijas domésticas que encontramos en contextos precoloniales.
Sin embargo, un primer paso para desarrollar modelos académicos realistas es
identificar, documentar, describir y caracterizar este tipo de alfareros en el registro
etnográfico. Solo con ese modelo en mente podremos buscar algo análogo o
descartarlo en el registro precolonial. Sin modelos previos que funcionen como
hipótesis, las excavaciones en busca de alfareros carecen de sentido, así como las
propuestas interpretativas basadas en material cerámico.

13 Discutimos este tema largamente con Lou Jacobs, alfarero especialista que trabaja en el Laboratorio
de Cultura Material en la Universidad de Leiden, donde fui profesor invitado (2013-2016).

149
Gabriel Ramón Joffré

Agradecimientos
Este artículo va dedicado a la memoria de los hermanos Jacinto y Miguel Tanta, quienes
desde nuestras primeras visitas a Cuzcudén/Mangallpa nos acogieron con mucho cariño.
En general, hemos sido muy afortunados por la paciencia y buena disposición de todos
los alfareros mangallpinos y sus familias. Algunos de ellos son mencionados en el presente
artículo. Asimismo, hemos recibido la constante colaboración de la directora de la escuela
primaria de Cuzcudén, Luz Estela Díaz, y de todos los profesores y alumnos. El trabajo de
campo en Cuzcudén fue financiado por la Beca Andina del Instituto Francés de Estudios
Andinos (2017-2018), un Proyecto de Investigación (2013) (conjuntamente obtenido
con Luis Andrade) y un FONCAI (Fondo No Concursable de Apoyo a la Investigación)
de la Dirección de Gestión de la Investigación de la PUCP (2018-2019). El trabajo de
campo fue posible gracias a la colaboración de Luis Andrade, Kristel Best, Daniel Dávila y,
especialmente, Rodolfo Monteverde. La cartografía fue posible gracias a Stephanie Orrego
y a la asesoría de Martha Bell. Agradezco a los tres lectores anónimos por sus comentarios
y a Howard Tsai por compartir sus fotos de Pay Pay.

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Etnografía, Arqueología y recursividad en la comunidad alfarera de Chipihuayco (Bolivia)

Etnografía, Arqueología y recursividad en la


comunidad alfarera de Chipihuayco (Modesto
Omiste, Bolivia)
Florencia Ávila*

Resumen

En este trabajo me propongo desarrollar una discusión general, desde un enfoque recursivo, acerca
de ideas y conceptos que considero importantes para ayudar a pensar cuestiones sobre el universo
de la producción cerámica, entendiéndola como una «práctica nuclear» de las comunidades andinas
con las que trabajo. Desde una etnografía arqueológica discuto la noción de comunidad en tanto
«ensamble» de agencias humanas y no humanas y de redes afectivas en tanto vías de «compromiso»
social. Utilizo el caso de la comunidad alfarera de Chipihuayco, ubicada en los valles del sur de Bolivia,
para ejemplificar los conceptos esgrimidos.

Palabras clave: etnografía arqueológica, recursividad, práctica nuclear, comunidad alfarera, sur de
Bolivia

Ethnographie, archéologie et récursivité dans la communauté de


potiers de Chipihuayco (Modesto Omiste, Bolivia)
Résumé
Dans cet article, j’entends développer une discussion générale à partir d’une approche récursive,
autour d’idées et de concepts que j’estime importants pour aider à réfléchir sur les questions relatives
à l’univers de la production de la céramique, vue comme une «pratique nucléaire» des communautés
andines avec lesquelles je travaille. À partir d’une ethnographie archéologique, je discute de la notion
de communauté en tant qu’«ensemble» d’agences humaines et non humaines, et des réseaux affectifs
comme moyen d’«engagement» social. Pour illustrer mon analyse, j’ai recours au cas de la communauté
de potiers de Chipihuayco, située dans les vallées du sud de la Bolivie.

* Investigadora Asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas


(CONICET). Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (INAPL). E-mail:
[email protected]

153
Florencia Ávila

Mots-clés : ethnographie archéologique, récursivité, pratique nucléaire, communauté de potiers, sud


de la Bolivia

Ethnography, Archaeology and Recursiveness in the pottery


community of Chipihuayco (Modesto Omiste, Bolivia)
Abstract
In this paper I present a general discussion, using a “recursive” approach, of ideas and concepts that I
consider important to improve the study of ceramic production by Andean communities. I understand
this as a “nuclear practice”. Based on archaeological ethnography, I discuss the notion of community
as an “assembly” of human and non-human agencies, and “affective networks” as a means of social
“commitment”. To exemplify my approach to analysis, I present the case of the pottery community of
Chipihayco, located in the valleys of southern Bolivia.

Key words: Archaeological ethnography, recursion, nuclear practice, pottery community, southern
Bolivia

INTRODUCCIÓN

Desde hace varios años mi trabajo arqueológico y mi esquema epistemológico


se han visto continuamente desafiados y «afectados» (Favret Saada, 1990) por el
contacto con comunidades campesinas del sur de Bolivia con las cuales trabajo.
Este contacto e interés me llevaron a desarrollar, desde una etnografía arqueológica
(González Ruibal, 2017), un estudio sobre el universo de la producción cerámica
de estos grupos. Durante el mismo, en diversos momentos, tuve que enfrentarme
a situaciones donde las explicaciones de la propia comunidad se contrastaban
con las mías. Esta situación me llevó a preguntarme: ¿cómo poder entender la
diferencia entre mi mundo y el de ellos? Y en relación a esto, ¿cómo escapar de la
obvia violencia epistémica1 del discurso arqueológico y etnográfico en sociedades
poscoloniales? ¿Cómo pensar en una etnografía arqueológica a partir del otro?
Coincido con algunas propuestas que sugieren que una posibilidad de
democratizar el relato del pasado y del presente es habilitar enfoques que
traten con paridad teorías antropológicas, filosofías occidentales y prácticas y
pensamientos de pueblos indígenas (Alberti & Marshall, 2009; Haber, 2013). Que
exista la posibilidad de «plurirrelatos» en los que se permita que las «alteridades»
narren sus propias historias (Minh-ha, 1989; Spivak, 2011). Partiendo de estas
ideas, más que construir modelos de investigación rígida, tomé como objetivo
generar ámbitos de experimentación mental, desde los cuales sobreponerme

1 Me refiero a violencia epistémica (Spivak, 2011) o a predación ontológica (Viveiros de Castro,


2013), cuando una subjetividad más poderosa domina y objetiva una más débil.

154
Etnografía, Arqueología y recursividad en la comunidad alfarera de Chipihuayco (Bolivia)

a las contradicciones2 que estancaban las descripciones iniciales de mi trabajo


(Holbraad, 2009), formulando así bases de datos y percepciones etnográficas
abiertas a desafíos ontológicos3 alternativos (Allen, 2017). De todas formas,
continúo preguntándome, ¿cómo trabajar con modalidades ontológicas diferentes?
¿Cómo abordar la diversidad de sentidos que encierran las prácticas y los objetos?
¿Cómo dar lugar a formas diferentes de organizar y narrar historias?
Viveiros de Castro (2013: 477) nos llama a «tomar en serio» otras explicaciones
válidas, otras formas de conocimiento de la realidad. Por «tomar en serio» al otro,
este autor se refiere a aceptar como verdadera su realidad. Un ejemplo clásico que
utiliza es la afirmación que realiza un grupo indígena amazónico: «los pecaríes son
humanos». Normalmente, la tarea antropológica convencional hubiese sido explicar
el sentido de esta enunciación «para ellos». Contrastando con esta posición, lo que
es de interés, afirma Viveiros de Castro, no es que pensemos que estos animales
son personas, sino «¿qué están diciendo los amerindios cuando afirman que los
pecaríes son humanos?» (Viveiros de Castro, 2013: 494). Así podemos pensar que
los abordajes ontológicos tratan de dar lugar y credibilidad a la posibilidad de «otros
mundos», no como un gesto relativizante, sino como estrategia de producción de
nuevos conceptos y materialidades (Viveiros de Castro 2013). Sin duda estas ideas
nos obligan a repensar nuestras posiciones como antropólogos/arqueólogos y la
brecha entre mundos de entendimientos, por lo que tratar de reflexionar sobre
nuevas maneras de pensar «la realidad» y los «compromisos ontológicos» que esto
conlleva se vuelve esencial (Alberti et al., 2011).
Estas ideas sobre el lugar y la importancia de «tomar en serio» la ontología del
otro, están asociadas a una línea que diversos arqueólogos vienen desarrollando
en los últimos tiempos. Entre ellas se encuentran las Arqueologías Relacionales de
Gnecco (2009), las Arqueologías Indisciplinadas de Haber (2013), la Arqueología
Recursiva de Alberti (Alberti & Marshall, 2009; Alberti, en prensa) o, más
recientemente, la Arqueología Indígena de Petry Cabral (2014).
A pesar de ser heterogéneos, el punto en común de estos acercamientos es la
propuesta de «tomar en serio» las ideas y las prácticas de personas y grupos
cualesquiera sean ellas. Es también reflexionar sobre otras formas de entender la
materialidad, sus relaciones y la composición de los mundos en nuestros estudios
sobre el pasado (y el presente). El arqueólogo Alberti propone un «enfoque
recursivo» que trabaja con lo material para maximizar el potencial para que la
diferencia ontológica pueda aflorar. Su modelo se preocupa por usar la diferencia
ontológica como una herramienta que permita teorizar el material arqueológico
y desafiar el significado de conceptos generales en casos particulares. En otras

2 Cuando me refiero a contradicciones, estoy pensando en la complejidad que significa el encuentro


con el otro, en las relaciones de poder que la ciencia impone, en la violencia epistémica y el
silenciamiento de ontologías diferentes. Todo este equipaje espistémico con el que, en general,
somos formados en la academia amplía las distancias con el «otro» y, por lo tanto, precisa ser
confrontado y cuestionado.
3 Me hago eco de las palabras de González Ruibal para pensar en la ontología como «la constitución
del ser en su dimensión profunda, temporal, espacial y subjetiva» (González Ruibal, com. pers.).

155
Florencia Ávila

palabras, busca reconocer y sentir el impacto de la alteridad latente en la


materialidad:
Para algunos arqueólogos y antropólogos, recurrir a la ontología es un
movimiento corrector destinado a describir una nueva metafísica, una
que se adapte mejor a la condición del mundo (por ejemplo, Alberti et
al., 2011; Ingold, 2013). Es decir, son nuevas teorías de realidad; nuevas
formas de describir lo real basado en un importante esfuerzo filosófico
y físico, que tiene como objetivo mejorar nuestros modelos ontológicos
(Alberti, en prensa: 6, traducción propia).
Alberti se apoya en los planteos del antropólogo Holbraad (2009) para sostener
que en lugar de solo usar nuestros conceptos analíticos para dar sentido a una
etnografía arqueológica determinada (explicación, interpretación), demos lugar a
la etnografía para pensar nuevos sentidos de nuestros propios conceptos. De esta
forma, el mérito del enfoque recursivo consiste en estar diseñado para permitir
que nuestras teorías y conceptos sean vulnerables a la transformación en nuestro
encuentro con la alteridad.
Para Alberti, entonces, una arqueología que se pregunte por dimensiones
ontológicas no está pensando en «la ontología de las personas X», ya que sería
tratarlo como «creencias o teorías sobre la realidad» de grupos específicos. Sería
afirmar que hay una única realidad. Por este motivo, Alberti propone un enfoque
ontológico4 con una metodología flexible, que cree dispositivos analíticos para que
afloren las diferencias ontológicas de modo de confrontar nuestros presupuestos
y conceptos. Quizás, el mayor desafío de una arqueología recursiva consiste
en que la propuesta de Holbraad de una «recursividad antropológica» no fue
pensada para contextos en los que el otro está representado solo por los restos
materiales de su cultura. Por tanto, ¿cómo extraer la ontología a partir de objetos
prehispánicos?5
A partir de las ideas mencionadas, en el marco de un trabajo que es más inicial
que conclusivo, me propongo discutir algunas cuestiones y conceptos que
considero pueden ser un punto de partida interesante para reflexionar sobre
formas alternativas de construcción de conocimiento «desde el otro» y no «sobre

4 «La “ontología” en general suele aparecer de forma poco clara en la literatura. (…) En arqueología,
“ontología” es a menudo sinónimo de la realidad misma, “lo que hay“ (Fowler, 2013: 61), y también
de lo que las personas afirman que es realidad, “un conjunto fundamental de conocimientos sobre
cómo el mundo es“ (Harris & Robb, 2012: 668). La diferencia básica entre ambas es esta: uno
conceptualiza la ontología como las “creencias sobre“ la realidad de un pueblo, el otro como la
única realidad de un pueblo, sus compromisos ontológicos reales. Estas posiciones son claramente
distintas. El primero es más que nada un tipo de construcción cultural de discursos y argumentos,
donde la idea de realidad se mantiene incuestionable, mientras que la segunda implica objetar e
investigar el terreno sobre el que nos apoyamos nosotros y nuestras teorías» (Alberti, 2016: 170,
traducción propia).
5 Podemos citar dos ejemplos en los que se trabajó, desde un enfoque recursivo, con material
precolonial. El primero de ellos fue realizado por el propio Alberti (2013) sobre el corpus
alfarero Candelaria del Noroeste Argentino; el segundo, sobre los «paquetes sagrados» mayas de
Mesoamérica trabajado por Grecco Pacheco (2019). A ambos me remito para mayor detalles.

156
Etnografía, Arqueología y recursividad en la comunidad alfarera de Chipihuayco (Bolivia)

el otro». Así, en primer lugar, voy a analizar la propuesta de una etnografía


arqueológica del presente propuesta por González Ruibal (2017) para ver los
puntos y contrapuntos con mi propia postura. Posteriormente, pienso discutir el
potencial de una «etnografía arqueológica recursiva», a través de un pequeño
ejemplo, sobre prácticas cerámicas en los valles alfareros del sur de Bolivia, en
particular en la comunidad de Chipihuayco. Es importante dejar claro que estoy
lejos de presentar un modelo de análisis cerrado, sino tan solo mostrar el potencial
que este tipo de abordajes tiene para convertirlos en herramientas de análisis con
capacidad argumentativa.

1. ETNOGRAFÍA ARQUEOLÓGICA Y OBJETOS NUCLEARES

En una de sus contribuciones, González Ruibal (2017) discute algunas cuestiones


centrales para pensar críticamente los objetivos y las limitaciones de la
etnoarqueología, de la etnografía arqueológica y de la Arqueología. Se realiza una
división en cuatro perspectivas:
a) La etnoarqueología clásica que, a partir de preguntas y metodologías
arqueológicas, busca generar puentes analógicos entre sociedades presentes y
pasadas, con el fin de testear teorías de rango medio (Schmidt, 2010) o el paso
de contextos sistémicos (vivos) a arqueológicos (Schiffer, 1972). El problema
que reviste este enfoque es el desinterés por las sociedades vivas per se, o la
negación de la contemporaneidad de las comunidades estudiadas.
b) La etnografía arqueológica como práctica autoreflexiva que critica el
distanciamiento generado por la ciencia hacia las sociedades actuales y
hacia la propia disciplina, sin comprometerse públicamente (Hamilakis &
Anagnostopoulos, 2009). El peligro sería de caer en una etnografía muy poco
arqueológica, con el riesgo de que la autocrítica recaiga en un ensimismamiento
disciplinario.
c) La etnoarqueología desde una perspectiva posprocesual, que propone efectuar,
como estrategia de análisis, descripciones densas (como la propuesta por
el antropólogo Geertz), con el objetivo de «develar» estructuras simbólicas,
restaurando el sentido de pensamientos y discursos (Tilley, 1997; Verhoeven,
1999). El problema para González Ruibal es que la etnografía no sería la mejor
manera de ofrecer descripciones de los mundos sociales, además que «no
encuentro entre la mayoría de etnógrafos/as un interés real en la materialidad»
(González Ruibal, 2017: 270).
d) La etnografía arqueológica que tiene en cuenta la materialidad, la
multitemporalidad y las experiencias alternativas de la historia y los lugares,
a partir de descripciones materialmente densas de sociedades presentes y
pasadas. Esta es la perspectiva adoptada por González Ruibal6, una etnografía

6 Si bien comparto gran parte de lo propuesto por González Ruibal, creo que para conocer una
comunidad en profundidad y establecer relaciones de confianza y afecto, es necesario que el

157
Florencia Ávila

arqueológica que no sea un puente entre el presente y el pasado, sino una


herramienta para discutir al otro cultural contemporáneo desde lo material.
De hecho, para González Ruibal, el lugar de la ontología en el trabajo etnográfico
es un elemento relevante que sustenta las diferencias en su clasificación de tipos
de etnoarqueologías, por lo que, retomando a Viveiros de Castro, plantea «tomar
en serio» la materialidad. Esto implica repensar algunas suposiciones que se
han dado por hecho en las ciencias sociales, como la centralidad absoluta de la
agencia humana. En esta nueva perspectiva, los papeles sociales se distribuyen
indistintamente entre actores humanos y no humanos (Hodder, 2012; Olsen et
al., 2012). Una aproximación ontológica a los objetos considera que las ecologías
de humanos y no humanos están entrelazadas en el mismo plano existencial
(Webmoor & Witmore, 2008). Sin embargo, estas ecologías son profundamente
diferentes en distintas sociedades. Precisamente, las aproximaciones ontológicas
recientes enfatizan esta diversidad (Alberti & Marshall, 2009; Alberti et al., 2011;
González Ruibal, 2017).
Otro concepto interesante, que retomaré más adelante, es el de «objeto nuclear»,
utilizado por González Ruibal para dar cuenta de particularidades ontológicas
desde la materialidad (Boesch Ernst, 1991: 333 in González Ruibal, 2017).
Estos core objects, son aquellos objetos que, por sus usos y conexiones rituales,
parecen ser vitales para la autodefinición de una determinada sociedad. Es decir,
existen objetos que poseen un papel ontológico central, cuya modificación,
transformación o desaparición afectaría la comunidad. Objetos que pueden ir
desde estructuras funerarias, vestimenta, armas y hasta pinturas. Este concepto
parece tener potencial para ayudarnos a reflexionar sobre la cerámica, en especial
asociación con las concepciones de comunidad y redes afectivas.

2. COMUNIDADES Y REDES AFECTIVAS

Las ideas que presentaré a continuación son parte de un proceso de aproximación


y reflexión etnográfica para pensar cuestiones sobre el universo andino de
producción cerámica. Este proceso viene siendo desarrollado con la comunidad
alfarera de Chipihuayco desde hace más de siete años, y se encuentra enmarcado
dentro de un proyecto más amplio de investigación arqueológica, histórica y
etnográfica de la producción alfarera en el valle de Talina7. Para seguir con la línea
argumentativa, voy a discutir, en primer lugar, los conceptos de comunidad y red
de afectos, para posteriormente traer un ejemplo acotado y simple relacionado
con un ritual propiciatorio para la producción alfarera.

investigador destine un tiempo cualitativo a la misma. Solo así será posible explorar nuevas formas
de entendimiento y construcción interepistémica. A mi parecer, es difícil ser «afectados» o entender
al otro «en sus propios términos» si no es a partir de este camino.
7 Este proyecto está financiado por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET, Argentina). Para el mismo se realizaron tareas de campo intensivas (entre 60 a 70 días
al año) entre 2012 y 2018. A nivel metodológico, se trabajó principalmente a partir de las notas
de campo, producto de conversaciones con diversos interlocutores. Estas charlas se formularon

158
Etnografía, Arqueología y recursividad en la comunidad alfarera de Chipihuayco (Bolivia)

Los estudios teóricos sobre la formación de comunidades sociales han tenido


como común denominador, siguiendo la línea de Bourdieu y Giddens, la práctica,
la agencia y la estructura social; poniendo así en relevancia el compromiso de las
personas con un mundo histórico y dinámicamente construido (Varien & Potter,
eds., 2008; Canuto & Yaeger, 2000). La comunidad no es algo preconcebido,
sino algo que emerge de un interjuego entre personas y prácticas. Si bien es
importante el espacio que ocupa, dado que se requiere una cercanía entre los
sujetos, no es requisito primordial. Es por ello que no pienso en corresidencia,
sino en copresencia. La comunidad es interacción cara a cara, pero también es
dinámica, transformadora y emergente en la práctica. La comunidad se construye
a través de compromisos emocionales con las cosas, siendo estas cualidades
sensibles las que crean las relaciones en la práctica. Por todo esto, una comunidad
no es lo que las personas tienen, es lo que las personas hacen.
Cuando me refiero a compromisos, pienso en acuerdos de responsabilidad mutua
entre actores. Y es, en esta relación, en donde las comunidades se crean y se
reproducen: en relación. Así es como los actores se comprometen nuevamente
formando redes afectivas y emotivas, «los campos afectivos son el resultado de
ensambles particulares» (Harris & SØrensen, 2010: 150). Es por eso que pienso
en la comunidad como ensambles dinámicos, donde se interrelacionan lugares,
memorias, agencias humanas y no humanas, alteridades e identidades, unidos
bajo compromisos afectivos, en prácticas situadas, copresenciales y reales (Harris,
2014; Harris & SØrensen, 2010; Webmoor & Witmore, 2008).

3. LA COMUNIDAD DE CHIPIHUAYCO

La comunidad de Chipihuayco (S 21°48’07’’ W 65°49’20’’, 3204 m s.n.m.) es


cabeza de cantón del municipio Villazón, en el noroeste de la provincia Modesto
Omiste, sur del departamento de Potosí, Bolivia (fig. 1). La comunidad tiene 200
habitantes (según el Censo Nacional de Población y Vivienda de 2012), nucleados
en 30 familias que hablan fluidamente, al igual que los pueblos circundantes,
el quechua y el castellano. Al ser una quebrada angosta, producto de la erosión
fluvial del Talina, la cantidad de espacio productivo se ve restringido y es usado
intensivamente. Por esta razón, el patrón de asentamiento de la comunidad se
configura como una suerte de salpicado de viviendas (entre 3 o 4 juntas) circundado
por chacras, en una distancia total de 8 km N-S y 2,5 km E-O. A su vez, en su
margen derecha, se encuentra el sitio arqueológico Maukallacta de Chipihuayco
que, por su gran tamaño (más de 60 ha), ocupa casi la mitad del poblado actual.
Las investigaciones realizadas muestran que se trataba de un asentamiento de

de modo de ser replicables, a partir de temas de interés entre cada una de las partes (ellos y yo)
y se transformaron en un puente de conexión intraontológico. Por su parte la cámara fotográfica
y la grabación audiovisual actuaron como plataformas para registrar actuaciones rituales (en las
ocasiones en las que fueron autorizadas) así como elementos de la cotidianeidad que se consideraron
importantes.

159
Florencia Ávila

Figura 1 – Ubicación de la comunidad de Chipihuayco en el área circumpuneña


© Florencia Ávila

gran complejidad estructural, con espacios públicos o plazas jerarquizadas, redes


de calles, sectores de edificación de distinto trazado y contornos bien definidos.
Cronológicamente se situaría entre los siglos XIII y XV, cuando fue parcialmente
quemado, tal vez como consecuencia de la ocupación incaica en el valle (Ávila,
2013).
Los límites políticoadministrativos de la región también operan como una
suerte de división entre pueblos alfareros y no alfareros. De Chipihuayco al sur
existen doce comunidades de artesanos ceramistas: Chipihuayco, Chaquicocha,
Esquiloma, Villa Rosario, Quesera, Churquipampa, Tica Cancha, Chagua, Berque,
Casira Grande, Casira Chica, Calahoyo. Todas ellas presentan características
rurales, con producción agrícola de cultivos microtérmicos (tubérculos y quínoa)
y mesotérmicos (maíz), cría de ganado (caprino, camélido), complementada por
la elaboración de piezas de alfarería. Es la región con mayor producción alfarera
del centro-sur de Bolivia. De hecho, tienen una suerte de marca personal de
calidad; «es olla de Talina» comentan en el mercado campesino de Villazón para
referirse a una pieza proveniente de cualquiera de estas comunidades. Podemos
encontrarlas en ferias campesinas y también son compradas al por mayor por
intermediarios para los mercados de Potosí y Tarija, en Bolivia, así como Jujuy,
Salta y Buenos Aires, en Argentina.
En el valle, utilizando materia prima local, se confeccionan ollas, cántaros, tinajas,
virques8 y vajilla de servicio (cuencos, fuentes, vasos, jarras). Se usa la técnica del
8 Vasijas de boca ancha utilizadas para hacer chicha (bebida alcohólica a base de maíz).

160
Etnografía, Arqueología y recursividad en la comunidad alfarera de Chipihuayco (Bolivia)

rollo, paleteado y/o mixta, y se utilizan herramientas de madera para el levantado


y de piedra para el alisado (fig. 2). La cocción se realiza en fogones a cielo abierto
o semiabierto empleando como combustible bosta de buey, de chivo, de llama
y vasijas rotas a modo de material refractario (fig. 3)9. En Chipihuayco, bajo una
economía de base agrícola, la alfarería es un «complemento» de la entrada de
capital per cápita fuera de la temporada de lluvias (abril a noviembre).
Más del 80 % de la población femenina adulta de la comunidad tiene este oficio.
Pero ¿cómo se convierte una persona en alfarera? El aprendizaje es muy variado,
puede estar mediado por relaciones de parentesco (madre, abuela, tía, madrina),

Figura 2 – Proceso de levantado de las piezas


© Florencia Ávila

Figura 3 – Proceso
de quema de las
vasijas
© Florencia Ávila

9 Más datos sobre la producción alfarera de la Quebrada se encuentra en el informe técnico realizado
por la secretaría de cultura de la Alcaldía de Tupiza (Gutiérrez, 2005) y en los volúmenes publicados
por Sapiencia de Zapata et al. (1997) y Ramírez Rivas (2014).

161
Florencia Ávila

de parentesco político (en algunos casos se ha aprendido de la suegra) o por


vecindad (se aprendió de una vecina). Lo cierto es que una puede denominarse
alfarera cuando constituye su propia unidad doméstica. Una vez que se contrae
matrimonio y se construye la vivienda familiar, la alfarera se apropia de su título
llevando a cabo ciertas acciones. Por un lado, establece en su casa cual será el
lugar del taller, de descanso del barro y del sector de la quema. Por otro, se
elige el kit de instrumentos y las materias primas que la acompañarán. Se crea así
una relación intersubjetiva con todos estos elementos que evocan otros seres: la
alfarera (Manka Llujta), el barro (Pacha-tierra) y el antiplástico (Apu-Cerro).
Anteriormente propuse pensar a las comunidades como ensambles. En este marco,
el ritual ofrecido al cerro pone de relieve esta relación intersubjetiva, haciéndola
situada, en presencia, y amalgamada por un espíritu afectivo. La fuerza de los
rituales deriva de su poder para reproducir y transformar identidades, contextos
de acción y significados comunitarios. Es por ello que considero que analizar un
ritual, en este caso asociado a las alfareras, desde lo que llamé una «etnografía
arqueológica recursiva», funciona como una especie de prisma multiconceptual
que permite un acceso a experiencias metaontológicas. En otras palabras, la
posibilidad de iniciar relaciones con el otro a partir de sus propios conceptos
y prácticas nos permite acceder a universos relacionales10 en donde coexisten
agencias humanas y no humanas.

4. RITUALES PROPICIATORIOS Y ACUERDOS SOCIALES

Mi relación con la comunidad comenzó años antes que la actual investigación en


curso. Me instalé ahí para estudiar el sitio arqueológico. Realicé en aquel lugar
no solo el trabajo de campo, sino también el de laboratorio (por disposición
ministerial todo material arqueológico queda al resguardo de la comunidad a la
que jurisdiccionalmente pertenece). Dado que estoy especializada en alfarería
prehispánica, analicé cada tiesto y remonté cada vasija a la vista de todos, lo que
suscitó las más diversas reacciones entre los comuneros. Cuando decidí comenzar
mi actual investigación, expresé mi deseo de aprender a hacer ollas para entender
el mundo cerámico de los antiguos y así me tomaron como aprendiz. Lorenza
Benavidez, Dora Benavidez y Alejandra Martínez fueron referentes especiales para
mi trabajo. Con ellas viví largos períodos en los que hice tareas de recolección de
materias primas (antiplástico, arcilla y bosta), preparé las mezclas, amasé, intenté
frustradamente levantar piezas, afiné, pulí, colaboré en las quemas así como
también en otras actividades domésticas que están inmersas en su vida diaria (por
ejemplo, el gerenciamiento de las tareas de cuidado de la casa y la familia). Las
entrevistas se realizaron siempre mientras se ejecutaba otra actividad. Si bien la
relación más profunda es con ellas tres, realicé numerosas visitas a otras familias
en las que realicé entrevistas a las alfareras, por lo general mientras colaboraba
con otra actividad, y a otros integrantes de la unidad doméstica.

10 Universos que, tradicionalmente, han sido silenciados a partir de los protocolos de trabajo de la
ciencia occidental.

162
Etnografía, Arqueología y recursividad en la comunidad alfarera de Chipihuayco (Bolivia)

La vida ritual en Chipihuayco, al igual que en otros sectores de la región surandina11,


es muy rica. Los calendarios festivos tienen actividad todos los meses y llama la
atención el rol central que tiene la alfarería en ellos. Mi primera pregunta fue para
saber si había, dentro de la agenda, algún ritual específico para la alfarería o para
las alfareras, pero las respuestas fueron esquivas. Con el correr del tiempo, se
comenzó a insinuar que había un ritual que se le hacía al cerro que traía suerte.
En efecto, no solo en Chipihuayco sino también en otras comunidades del valle
de Talina (en Villa Rosario, Chagua, Berque y Chaquicocha he podido confirmarlo
a través de distintas fuentes), se realizan rituales propiciatorios al pie de la veta del
antiplástico que extraen; no de la arcilla, sino del antiplástico12. En nuestro caso,
el ritual se realiza en donde se encuentra la veta del antiplástico o pirca Salle,
en la quebrada de Esquiloma, a 12 km a pie desde el centro de la comunidad
(fig. 4). Este ritual es central para permitir una fusión entre actores humanos y
no humanos, componentes indispensables en este caso para producir artesanas
ceramistas.

Figura 4 – Procedimiento de extracción de la pirca Salle cercana a Esquiloma


© Florencia Ávila

Si bien para la manufactura de las piezas se utilizan tres tipos de antiplásticos y un


tipo de arcilla o puca, el ritual solo se realiza a la vera de la veta de la pirca Salle.
Para indagar sobre el tema le pregunté no solo a las alfareras activas, sino también
a las ancianas, a las jóvenes que aún no se independizan y a los «maridos» de
las ceramistas sobre el «por qué» de la Salle. Las razones que me dieron fueron
múltiples pero difusas: es la más antigua, es en la que siempre se hizo, es la que
hace sonar a las piezas como campanas, es la que hace cocer rojo, entre otras. En
palabras de Alejandra Martínez:
Ahora somos todos flojos, haraganes, usamos a veces hasta cuatro pircas.
Antes era distinto. Solo usaban Salle. Seguro que antes todo campaneaba.
El ritual tiene lugar todos los 2 de agosto. Agosto es un mes especial en la región
dado que se da inicio al nuevo ciclo agrícola. Es el momento en que la madre
tierra, pachamama, se «abre» para recibir las ofrendas rituales que necesita para
recuperar su vigor y fortaleza una vez transcurrido el invierno (Fernández Juárez,

11 Con surandina me refiero a la región que comprende el sur de Bolivia, el norte de Chile y el
noroeste de Argentina.
12 En los Andes Centrales hay referencias a rituales pero en relación a la Sañu Mama (madre arcilla),
arcilla sin mezclar que tiene la capacidad de transferir el kamay o animu (una suerte de fuerza
potente y vital) en la transformación a piezas ya terminadas (La Riva González, 2005).

163
Florencia Ávila

1996). En agosto, las familias chipihuayqueñas realizan ofrendas ceremoniales en


las chacras de cultivo, en el cruce del río Chipihuayco con el Talina, en el manantial
de Santa Cruz, en los dos molinos, en la cisterna de agua y muchos otros, ocupando
prácticamente todo el mes. Para cada una de ellas se designa un alférez13, pasante
ese año, quien se encargará de la abundancia y calidad de las ofrendas, de la
elaboración correcta y específica de los platos rituales y del comportamiento de los
participantes. En cada uno de estos lugares hay un mojón, una boca abierta de la
tierra, que se reconoce por estar cubierto con un montículo de piedras blancas. Es
allí en donde se dispondrá de una «mesa ritual» característica de agosto (Martínez,
1987). Estas constan de hojas de coca, grasa de llama, «dulce mesa» que es un
conjunto de elementos dulces previamente seleccionados, plantas de coa para
sahumar, alcohol, confite y lana de diferentes colores. Todo se dispone en un orden
particular y se acompaña de libaciones (ch’alla). Terminado agosto y sus rituales, la
tierra, ya satisfecha de su apetito ceremonial, aparece simbólicamente preparada
para que comiencen las labores de la siembra (Fernández Juárez, 1996).
Es en este marco de celebraciones cuando se realiza el ritual a la pirca Salle.
Al mismo pueden concurrir cualquier miembro de la comunidad, aunque
mayoritariamente son alfareras (activas o jóvenes) y la concurrencia varía año a
año. Mi presencia allí fue casi de casualidad. Una vez que me enteré que se
realizaba este ritual, intenté ser invitada, pero para mi sorpresa (he participado
siempre en muchos rituales) se mostraron evasivas. Por lo que, cuando se dio la
oportunidad, en el año 2017, traté de pasar lo más desapercibida posible, sin
utilizar grabadores ni cámaras. La elección del alférez no tiene nada que ver con
su relación con la cerámica, al igual que en todos los rituales, su elección es
azarosa y varía anualmente. Es en el Thuro Orkhona14, en el sacadero de pirca,
donde se encuentra el mojón, señalado por una acumulación de piedras blancas,
que indican dónde está el pozo (o boca de la tierra) que se debe abrir. Es el alférez
y su familia los que harán siempre las primeras acciones, invitando luego al resto
de los concurrentes. Estas acciones están muy estudiadas, dado que su realización
errónea puede traer consecuencias graves para la comunidad. Particularmente
me mencionaron dos. La primera, es que la pirca salga contaminada, esto quiere
decir que salga mezclada con tierra lo que produce que se rajen las piezas en su
cocción. La segunda, es que se desmorone la veta. La pirca se extrae con pico de
forma lateral, formando pequeños socavones. Los rumores que se oyen nos dicen
que varias personas han fallecido producto del derrumbe del cerro, dejándolas
sepultadas. Las razones posibles es que no hayan presentado respeto al cerro, o
que los haya ganado la avaricia y sacaron más que lo que necesitaban15.

13 Persona, o familia, elegida anualmente, responsable de la realización del ritual.


14 Mis interlocutores definieron estas palabras quechuas como Thuro: barro, Orkhona: sacadero. No
he podido encontrar aún referencias escritas sobre estos términos.
15 Es interesante que esta situación tenga su eco en los Andes Centrales. Allí, en la región de Conchucos
(dpto. de Ancash, Perú), Ramón Joffré (2013) nos plantea una situación muy similar en las canteras
de shashal, un antiplástico de piedra pizarra. Los rituales allí circulan en torno a la figura de María
Jirai, una heroína quien, luego de construir la iglesia de los pueblos de Huari y Yacya se arroja a

164
Etnografía, Arqueología y recursividad en la comunidad alfarera de Chipihuayco (Bolivia)

Una vez abierto el mojón, se comienza a sacar el barro del pozo, allí numerosas
personas se acercan para ver cómo sale ese barro (el color y la densidad) y con
este salen piezas cerámicas en miniatura que fueron parte de la ofrenda del año
anterior (se limpian las piezas que se encuentran sanas y se reponen las dañadas).
A partir de lo que sale de la boca, por cómo se presenta el barro y el estado de las
vasijas ofrendadas, se evalúa, comentando en voz alta, cómo fue el año en torno
a la abundancia, a la prosperidad, a la suerte, a la protección; todos tienen voz,
aunque algunos se imponen más que otros. Mientras tanto el alférez ya prepara la
mesa ritual para que vuelva a entrar a la tierra. Al lado del mojón, se coloca una
manta (aguayo) donde se distribuyen las miniaturas de cerámica que volverán a
entrar (el alférez llevó nuevas miniaturas para reemplazar, por si alguna salía rota,
en este caso no las hizo una alfarera chipihuayqueña, sino que las compraron en
Casira, última comunidad de la quebrada que se dedican a hacer miniaturas). Doce
ollitas, doce cantaritos, doce llamas con mankitas (cantaritos) en su lomo. Todo es
«cargado», es decir, se llenan los contenedores de confites, romero, dulces, coca,
cigarro y se cargan a las llamas con bolsas diminutas de arroz, fideos, azúcar, maíz,
trigo, quinoa. Aparte se colocan dos llamas pequeñas que trajo el alférez, una
hecha de harina de maíz blanco y otra de harina de maíz kulli (color negro). Se
traen también dos figuras humanas (tatalito y mamalita) y un torito, todas hechas
con harina de trigo mezclada con tuctuca (grasa de llama que fue comprada en
Villazón dado que la comunidad tiene pocas llamas). Una vez todo dispuesto, y
bajo la mirada aprobatoria del grupo, el alférez sahúma todas las piezas con coa
(planta aromática), las «florea» con lanas de colores y se las ch’alla con alcohol.
Ya listo, se coloca todo nuevamente en el pozo, acompañado de comida, coca,
cigarrillos y alcohol. Luego el alférez invita a cada asistente para que comparta,
con la boca de la tierra, comida, bebida, coca y cigarros (momento en que se crea
un compromiso mutuo). Con la boca aún abierta, el alférez comparte con todos
comida y bebida, ya relajados, conversando, contando chismes, historias, riendo.
Es por la tarde que se procede a cerrar la boca. Las piedras blancas vuelven a
amontonarse. Lana de colores, serpentina y papel picado por encima de las
piedras darán por finalizado el ritual.
Respecto a la importancia de realizar el ritual, es interesante lo que cuenta Dora
Benavidez sobre esto. Cuando se casó con Emilio Vilca, decidió hacer ollas («ser
alfarera») y, si bien cumplió con las operaciones a realizar en la casa, la quema
no fue buena. Las piezas salían caldeadas (deformadas por el calor) o rajadas.
Lo cierto es que solo la práctica ritual en el cerro de Salle permitió su ingreso
al universo de los artesanos ceramistas. Dora Benavidez narra su experiencia a
partir de un diálogo con su madre: «No he podido, he revoleado barro por todos
lados», a lo que la madre (una eximia ceramista) le contestó «¿Cómo va a hacer
eso? Tiene que pedir permiso primero. Vamos el 2 de agosto a ch’allar. Vamos a la
pirca de Esquiloma». Una vez allí su mamá le dijo que se frotase las manos con la

la laguna de Chutacocha. «Hoy en día cuando alguien llega a estas fuentes de shashal “Tiene que
cariñarla [a María Jirai] con cigarro, alcohol, fruta” (A. Ramos)» (Ramón Joffré, 2013: 69).

165
Florencia Ávila

tierra que salía del pozo repitiendo «yo quiero aprender a hacer ollas». «Y de esa
vez en más he aprendido» señaló Dora.
Como dice Dora Benavidez «hay que ch’allar para hacer olla, hay que hacerse
conocer por el cerro». Las recientes alfareras, mediante libaciones y palabras,
invocan una relación con los tirakuna (seres-tierra) en la que ambos estarán
conectados en una relación de mutua responsabilidad. De hecho, la costumbre
de challar en la pirca de Salle se realiza desde hace mucho tiempo, operando
como mediador entre los seres de los cerros y las alfareras. Sin duda esta práctica
resulta un elemento estructurante de la identidad comunal.

5. ALFARERÍA, ENSAMBLES Y COMPROMISOS AFECTIVOS

Al observar la cadena operativa de producción cerámica, notamos que posee una


larga trayectoria que va mucho más allá de cuestiones técnicas. Como señala Allen
(1998: 20), «debemos aceptar la premisa que todas las cosas materiales (incluyendo
cosas que normalmente consideraríamos inanimadas) son agentes potencialmente
activos de asuntos humanos». Es en el proceso de elaboración y consumo de la
alfarería, donde los gestos, los modos de recorrer los itinerarios de producción,
las acciones, cargan la memoria social y contribuyen a la autoafirmación de la
comunidad en tanto colectivo.
Tomando en cuenta la propuesta de las arqueologías ontológicas (Petry Cabral,
2014; Alberti, en prensa) sobre la importancia de confrontar nuestros conceptos
explicativos frente a los sistemas de conocimiento del otro, así como la propia
experiencia etnográfica, decidí que en vez de objetos nucleares (González
Ruibal, 2017), un concepto más próximo a la realidad de la comunidad sería
pensar en prácticas nucleares. Esta idea refiere a universos de actividades que
construyen y ayudan a mantener una identidad comunal. Así la cerámica, en estas
comunidades campesinas del sur de Bolivia, trasciende el mero objeto. En efecto,
es la red de relaciones afectivas entre sujetos sociales asociada a la alfarería la
que deviene en una «práctica nuclear» la cual, dotada de capacidades afectivas,
refuerza identidades locales y amalgama al colectivo.
Si retomamos la pregunta que nos plantea Viveiros de Castro «¿qué están diciendo
los amerindios cuando afirman que los pecaríes son humanos?», en este caso
podemos preguntarnos: ¿qué está diciendo la comunidad de Chipihuayco cuando
da a entender que lo importante no es la pieza cerámica en sí sino sus redes
y ensambles? Desde una perspectiva que entiende a la comunidad como un
ensamble, las prácticas nucleares se cargan de un sentido dinámico que puede
variar en el tiempo. Recordemos que los ensambles siempre están «en un estado
en devenir (…) siempre en proceso, en flujo y fluyendo» (Harris, 2014: 90).
Si bien el proceso es fluctuante, son las redes afectivas las que dan estabilidad.
Los actores humanos y no humanos se encuentran aglomerados en redes de
afecto. No solo por relaciones de parentesco, compadrazgo, vecindad, oficio, sino
también por la memoria afectiva que los vincula, en el espacio y en el tiempo.

166
Etnografía, Arqueología y recursividad en la comunidad alfarera de Chipihuayco (Bolivia)

En el caso desarrollado con anterioridad, podemos ver cómo Dora Benavidez,


a través de su madre, logra una relación de compromiso afectivo mutuo con la
pirca, algo que perdurará por mucho tiempo, pero en renovación continua. Ésta
es la arena en donde se construye un compromiso entre los actores para dar
sustento a la comunidad desde las redes afectivas y emotivas (Harris & SØrensen,
2010). La cerámica como práctica nuclear es, entonces, una forma de activación
afectiva intencional que aglutina a los distintos agentes sociales.
Es en este contexto ontológico donde es posible entender el status y la importancia
central de las alfareras como constructoras y reproductoras de la identidad
comunal. Como mediadoras entre mundos y materialidades diversas. Siguiendo la
etnografía arqueológica propuesta, la agencia no es de la persona y de la cosa por
separado, si no que la agencia surge de la relación entre humano y no humano.
Emerge de la conexión (en tanto conector), en la que «los objetos han sido y
son elementos constituyentes e indispensables de la reproducción social» (Olsen,
2010: 37).
En síntesis, a partir de lo discutido, considero que «tomar en serio» el universo
cerámico de Chipihuayco consiste en buscar explicaciones que respeten los
propios términos y concepciones de la comunidad (Alberti, en prensa). En este
sentido un enfoque «relacional», que genera un colectivo entre actores humanos
y no humanos, contribuye a que afloren las diferencias ontológicas. Es en estos
espacios donde podemos impulsar encuentros interepistémicos lejos de la
violencia colonial. Por eso mismo precisamos dedicar tiempo a la comunidad con
la que trabajamos, para construir una investigación no «sobre», sino «cerca de»,
compartiendo los saberes de ambos.

6. PALABRAS FINALES

La investigación arqueológica, a pesar de que tradicionalmente haya funcionado


como un instrumento de reproducción colonial, viene trabajando en el desarrollo
de alternativas que le permitan escapar de la espiral de violencia epistémica.
Tal vez, un camino interesante a explorar sea partir del presupuesto de que no
es posible aproximarnos al otro si no es considerando sus propios términos (su
universo ontológico).
Dentro de una arqueología del presente, la etnografía arqueológica nos permite
un encuentro cotidiano con el otro y su universo, por lo que, como sostiene
González Ruibal (2017: 271), no podemos limitarnos a convertirla solo en una
fuente de observación de analogías. Tenemos la oportunidad de involucrarnos
con la alteridad, de ser afectados y transformados como personas y como
investigadores (Petry Cabral, 2014: 122). Es aquí donde emerge el potencial de
una etnografía arqueológica recursiva.
Es a partir de esta perspectiva que nuevos desafíos se manifiestan. Por ejemplo,
discutir otras prácticas nucleares en esa comunidad y su relación con el universo
cerámico, entender el lugar de las herramientas de la artesana como sujetos no

167
Florencia Ávila

humanos dentro de una compleja red de seres, reflexionar sobre la agencia de las
alfareras ya fallecidas o comparar los rituales en torno a las canteras de materias
primas a lo largo de la Quebrada. Nuevos caminos en los que sean «tomados en
serio» los contextos, las cosas, los sentidos y las personas.

Agradecimientos
Quisiera comenzar por agradecer a los editores Gabriel Ramón Joffré y Catherine Lara
quienes fueron los artífices de los encuentros en Ibarra y en Cali. Con gran generosidad
crearon espacios de discusión, reflexión e interacción de experiencias e ideas en el campo
de la etnografía arqueológica cerámica, del cual este artículo es producto. A mis colegas
que participaron de estos eventos porque vi reflejado y también discutida mi propia
investigación. Mi agradecimiento a Ben Alberti quien me brindó reflexiones y sugerencias
que me llevaron a repensar algunos conceptos operativos, principalmente los relacionados
con el campo de la recursividad. A Alfredo González Ruibal que me orientó hacia una
definición ontológica. A los revisores, puesto que gracias a sus comentarios se pudo
mejorar sustancialmente el escrito. A la comunidad de Chipihuayco y, en particular, a Dora
Benavidez, Lorenza Benavidez y Alejandra Martínez, por permitirme entrar en su mundo y
compartir la vida diaria. Esta investigación se encuentra financiada por el Consejo Nacional
de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET, Argentina).

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Altiplano de Carangas: estilo técnico cerámico del Intermedio tardío (ap. 1100-1450 d. C.)

Un modelo etnográfico para interpretar


el estilo técnico cerámico del Intermedio
tardío (ap. 1100-1450 d. C.) en el altiplano de
Carangas, Bolivia
Juan Villanueva Criales*

Resumen

Este texto discute la noción de la cerámica como símbolo de identidad étnica, clave en el modelo
interpretativo de «señoríos aymaras», que es el más aceptado por la arqueología precolonial para el
período Intermedio tardío (1100 - 1450 d. C.) en el altiplano boliviano. Proponemos una interpretación
alternativa con base en una «arqueología de los encuentros», que resalta el rol de la cerámica en la
construcción de comunidades imaginadas mediante prácticas comensalistas, y el enfoque de estilo
técnico, basado en la etnografía sobre alfarería andina. Los resultados de análisis petrográficos de
cerámica de cuatro regiones del altiplano de Carangas (Oruro - Bolivia) en comparación con patrones
morfológicos y decorativos, son discutidos en relación con el modelo etnográfico de los «alfareros
golondrinos». Este modelo permite repensar a los agentes involucrados en la producción y distribución
cerámica en el Intermedio tardío, y reflexionar sobre la relación entre cerámica, comunidad e
identidad.

Palabras clave: cerámica arqueológica, petrografía, período Intermedio tardío, Bolivia, Andes sur-
centrales, estilo técnico

*
Jefe de unidad de Investigación. Museo Nacional de Etnografía y Folklore, La Paz, Bolivia. E-mail:
[email protected]

171
Juan Villanueva Criales

Un modèle ethnographique pour interpréter le style technique de


la céramique de l’Intermédiaire récent (1100-1450 apr. J.-C.) de
l’altiplano de Carangas (Bolivie)

Résumé

Ce texte s’intéresse à la notion de céramique en tant qu’emblème de l’identité ethnique, clé dans le
modèle d’interprétation des señoríos aymaras, qui est la plus acceptée par l’archéologie précoloniale
pour la période de l’Intermédiaire récent (1100-1450 après J.-C.) dans les hautes terres boliviennes.
Nous proposons une lecture alternative sur une « archéologie des rencontres », en soulignant le rôle de
la céramique dans la construction de communautés imaginées à travers des pratiques commensales,
et l’approche du style technique, sur l’ethnographie de la poterie andine. Les résultats des analyses
pétrographiques céramiques de quatre régions du plateau de Carangas (Oruro - Bolivie), comparés à
des ensembles morphologiques et décoratifs, sont examinés à la lumière du modèle ethnographique
des potiers itinérants. Ce modèle nous permet de repenser les agents impliqués dans la production et
la distribution de la céramique à la fin de l’Intermédiaire récent, et de réfléchir sur la relation entre
céramique, communauté et identité.

Mots-clés : céramique archéologique, pétrographie, période Intermédiaire tardive, Bolivie, Andes du


centre-sud, style technique

An ethnographic model for interpreting the Late intermediate Period


(ca. 1100-1450 A. D.) technical style of pottery in the Carangas altiplano,
Bolivia
Abstract

This text discusses the notion of pottery as a symbol for ethnic identity. This is crucial for the
interpretative model of Señoríos Aymaras, which is widely accepted by pre-colonial archeology for
the Late Intermediate Period (1100-1450 AD) in the Bolivian highlands. We propose an alternative
interpretation based on an “archeology of encounters”. This highlights the role of ceramics in the
construction of imagined communities through commensal practices. A technical style approach
is utilized based on the ethnography of Andean pottery. The results of the petrographic analysis of
ceramics from four regions on the Carangas plateau (Oruro – Bolivia) was compared with an analysis
of morphologic and decorative patterns, and these are then discussed in relation to the ethnographic
model of “swallow potters”. This model makes it possible to rethink the agents involved in Late
Intermediate Period pottery production and its distribution, and to reflect on the relation between
pottery, community and identity.

Keywords: archaeological ceramics, petrography, Late Intermediate Period, south-central Bolivian


Andes, stylistic technique

El estilo cerámico ha sido una pieza fundamental para construir la narrativa de


«señoríos aymaras» que da cuenta del período intermedio tardío (1100-1450
d. C.) en las tierras altas bolivianas. Este texto discute la pertinencia del estilo
cerámico —en ocasiones reducido solo a variables morfológicas «no funcionales»
y decorativas, lo que en este texto denominamos estilo externo— como indicador
de identidad étnica y fronteras sociales. Argumentamos que la cerámica puede
ser entendida como un elemento de confluencia y encuentro en la construcción

172
Altiplano de Carangas: estilo técnico cerámico del Intermedio tardío (ap. 1100-1450 d. C.)

de comunidades imaginadas. Este concepto de Anderson (1983), aplicado a la


Arqueología, refiere a grupos humanos cuyos lazos comunitarios se reproducen
mediante dinámicas ajenas a la coresidencia (Isbell, 2000: 250). Esto implica
repensar el rol de los alfareros y sus mecanismos de producción e intercambio, así
como cambiar el enfoque analítico de la cerámica hacia las cadenas operatorias y
los estilos técnicos o tecnológicos basados en la idea de que las conductas y técnicas
son guiadas por elecciones humanas, cuya arbitrariedad genera variabilidad en
los patrones de cultura material (Stark, 1998: 6). Este cambio de enfoque tiene
implicancias para la arqueología de Carangas y del Intermedio tardío en general.
Comenzamos con un recuento de antecedentes y una crítica a la aplicación
del concepto de señorío al panorama preincaico del altiplano boliviano, con
base en sus orientaciones políticas subyacentes, problemas metodológicos
e inadecuaciones respecto de los datos arqueológicos. Luego, delineamos
un enfoque de arqueología de los encuentros, basado en la construcción de
comunidades imaginadas mediante el comensalismo. El comensalismo involucra
eventos de consumo comunitario de alimentos que difieren de las prácticas
cotidianas (Dietler, 1996: 89), donde la cerámica facilita la interacción en lugar
de la separación. Posteriormente, presentamos el espacio de Carangas (Oruro,
Bolivia) como fundamentalmente heterogéneo, de donde emergen los criterios
para la muestra y métodos empleados. A partir del estudio petrográfico de
pastas cerámicas de cuatro regiones prospectadas en el altiplano de Carangas,
analizamos su relación con formas cerámicas, distribución espacial y motivos
decorativos. Las relaciones detectadas nos impulsan a observar la cerámica
desde el punto de vista de estilo técnico, acudiendo a la etnografía andina sobre
producción e intercambio alfarero, y, concretamente, sobre el fenómeno de
alfareros golondrinos, como fuente de inspiración para reconsiderar la agencia de
los alfareros y de los consumidores en la producción cerámica precolonial.

1. EL INTERMEDIO TARDÍO ALTIPLÁNICO Y EL ESTILO CERÁMICO

Desde la década de 1970, el estudio arqueológico del Intermedio tardío en las


tierras altas bolivianas se basa en una idea dominante, que es la presencia de
un conjunto de señoríos étnico-territoriales diversos, frecuentemente enfrentados
(Ponce Sanginés, 1978: 18). Esta idea se implanta en Bolivia a partir de una
coincidencia entre dos factores que nombraremos brevemente, pues han sido
desarrollados en otra ocasión (Villanueva, 2017).
El primer factor es la implantación de una arqueología con objetivos nacionalistas.
Su narrativa central era el surgimiento del Imperio Tiwanaku (ap. 500-1100 d. C.),
cuyas características urbanas, expansivas y grandes logros arquitectónicos técnicos
(Ponce Sanginés, 1976), servirían como fuente de orgullo patrio para todos los
bolivianos, incluidas las élites urbanas. Sin embargo, esta narrativa contiene también
una forma de desligar este pasado brillante de aquellos bolivianos que debían
ser asimilados culturalmente y «modernizados» por las políticas nacionalistas:
los indígenas, especialmente aimaras. Las poblaciones del Intermedio tardío o

173
Juan Villanueva Criales

«post-Tiwanaku» son identificadas, entonces, como los antecesores culturales


de los aimaras: son «señoríos aimaras» luego incanizados e hispanizados. Son
caracterizados como bárbaros, en pugna constante y sin logros culturales de
relevancia (Ponce Sanginés, 1978: 18). Según esta narrativa, la decadencia cultural
en que se sume el mundo indígena desde entonces justificará su rescate por élites
urbanas, legitimadas por su origen Tiwanaku, pero a la vez capaces de transformar
a los indígenas en componentes del Estado nación moderno.
El segundo factor es la identificación de «señoríos aimaras» mediante documentos
históricos de los siglos XVI y XVII (Bouysse-Cassagne, 1987; Saignes, 1986). Estas
investigaciones entregan a los arqueólogos herramientas para buscar la profundidad
temporal de estas formaciones sociales, mediante la arqueología histórico-cultural.
Una característica de esta es su carácter cladístico, es decir su énfasis en clasificar
en categorías rígidas y cerradas, inspiradas en las clasificaciones filogenéticas de
la biología evolutiva (Bernardini, 2005: 31-32). Esta práctica genera taxonomías
donde las entidades culturales son percibidas como unidades internamente
coherentes, delimitadas espacialmente, y persistentes en el tiempo. En el caso del
altiplano boliviano, desde la década de 1980 se identifican culturas arqueológicas
y se mapean sus dispersiones territoriales, arribando a un mapa arqueológico del
Intermedio tardío isomorfo a los esquemas de origen etnohistórico desarrollados
previamente (fig. 1). En estas definiciones, el indicador material más empleado
para distinguir mutuamente a estas «culturas arqueológicas» fue la cerámica. Sin
embargo, la misma se consideró casi exclusivamente en términos de aquellos
aspectos morfológicos y decorativos «no funcionales», una aproximación
que denominaremos «estilo externo». No se incluyeron en estas definiciones
consideraciones relacionadas con los materiales, gestos y técnicas de manufactura.
Entre los problemas de la implantación del enfoque cladístico en la arqueología del
Intermedio tardío citamos la cuestionable agenda política presente en su origen;
el esencialismo y ahistoricidad, notorias al concebir trayectorias inmóviles de más
de dos siglos de duración; el asumir conceptos de territorialidad y de frontera de
corte occidental, ajenos a las dinámicas más segmentarias y fluidas propias de las
sociedades andinas; y el uso del estilo externo como marcador de distinciones y
fronteras sociales.
La cerámica del Intermedio tardío ha sido abundantemente identificada en el
altiplano (Albarracín-Jordán, 1996; Bennett, 1934; Michel, 2000; Rydén, 1947).
Tiene un repertorio morfológico limitado a ollas, cántaros, jarras y cuencos, los
tres últimos usualmente engobados en rojo o naranja y pintados con negro o
marrón oscuro. Especialmente en el caso de los cuencos, se identifican motivos
como círculos punteados o hachurados, puntos, espirales, siluetas de camélidos,
asteriscos, cruces, líneas onduladas verticales u horizontales, entre otros. Se ha
tendido a identificar a algunos de estos motivos como emblemáticos de uno u
otro señorío, pero estas hipótesis se basan en tendencias cuantitativas al interior
de conjuntos recolectados dentro de cada «territorio étnico» y sin trabajo
comparativo. Un primer estudio comparativo en el altiplano central permite ver
que los motivos decorativos no varían sustancialmente entre ambos lados de la

174
Altiplano de Carangas: estilo técnico cerámico del Intermedio tardío (ap. 1100-1450 d. C.)

Figura 1 – Mapa de señoríos definidos arqueológicamente para el


Intermedio tardío en el altiplano boliviano
© Juan Villanueva

«frontera» del río Mauri-Desaguadero, sugiriendo que un problema similar podría


estar ocurriendo en otras «fronteras étnicas» (Villanueva, 2015: 218).
Ante los problemas políticos, teóricos y de correspondencia con el registro que
plantea el esquema de señoríos altiplánicos y el uso del estilo externo como un
marcador de fronteras sociales, entre 2011 y 2014, el Proyecto Arqueológico
Altiplano Central (PAAC) estudió arqueológicamente el Intermedio tardío
al interior del supuesto territorio étnico del señorío Carangas. Su objetivo fue
evaluar indicadores de homogeneidad estilística y de centralización, criterios
tradicionalmente empleados para identificar un «señorío étnico» similar a los
documentados etnohistóricamente. Nuestro enfoque teórico se basó en una
«arqueología de los encuentros», desde un concepto de comunidad imaginada.
El mismo, inicialmente propuesto por Anderson (1983) para la consideración
antropológica de cualquier comunidad mayor a una aldea, supone que los lazos
entre miembros son creados e imaginados, y no se deben necesariamente al
permanente contacto presencial. Isbell (2000) aplica el concepto a la Arqueología,

175
Juan Villanueva Criales

distinguiéndolo de la comunidad natural, basada en la experiencia de compartir


el espacio residencial.
Algunos estudiosos del área centro-sur andina, emplean referencias etnohistóricas
y etnográficas para otorgar a las formaciones sociales prehispánicas un carácter
segmentario (Albarracín-Jordán, 2007) y corporativo (Nielsen, 2006). Nuestra idea
base es que, en un contexto semejante, territorialmente proclive a la discontinuidad
y a la movilidad, las instancias periódicas de confluencia comensalista y
ceremonial de segmentos sociales no co-residenciales serían importantes para
construir comunidades imaginadas. En el caso del Intermedio tardío altiplánico,
las torres funerarias o chullpares constituyen un rasgo notable en el paisaje (Gil
García, 2010; Kesseli & Pärssinen, 2005; Nielsen, 2008; Villanueva, 2015). En el
caso de Carangas, estas torres se agrupan en sitios de índole ceremonial-funeraria
(chullperíos), separadas de los asentamientos residenciales y, no obstante, cubiertos
de fragmentos de cerámica de servido.
Así, los chullperíos serían locus potenciales para ceremonias que relacionaban a los
seres humanos con los muertos, donde el festejo con abundante comida y bebida
permite negociar lazos comunitarios entre grupos humanos que no necesariamente
residen juntos. Este enfoque tuvo dos consecuencias en nuestra manera de pensar la
cerámica. La primera, dejar de considerarla un elemento de separación, para verla
como un material para la confluencia y el encuentro. La segunda, considerar que
la cerámica encontrada en contexto de uso, tuvo que haber sido obtenida de algún
segmento social productor. Esta idea implica visualizar a alfareros que entablan
lazos y afiliaciones comunitarias, al tiempo que insertan su cerámica en dinámicas
de intercambio y construcción de comunidades. Los trabajos etnográficos sobre
grupos especializados de alfareros que intercambian su producto principalmente
—aunque no exclusivamente— al interior del propio ayllu mayor (Cremonte,
1984: 256-257; Harris, 1986: 264-265), han inspirado esta noción.
Finalmente, esta idea nos llevó a atender a ciertas características de la cerámica
como resultados de decisiones técnicas, que los alfareros son más o menos
proclives a variar. Trabajos etnográficos enfocados en la alfarería andina y de otras
regiones del mundo (Druc, 2013: 493-494; Roux, 2011: 80-82; Stark et al., 2000:
304-306), sugieren que pasos como la elección de materiales, la preparación de la
pasta o la elaboración del ceramio, pueden ser menos variables para los alfareros
que la decoración o «estilo externo», que variaría de modo más fluido, y tal vez,
como veremos, con cierta agencia de los consumidores de cerámica.

2. EL ENTORNO CARANGAS Y EL PAAC

La meseta altiplánica se extiende por todo el occidente de Bolivia; se caracteriza


por la bifurcación de la cordillera de los Andes en dos segmentos que encierran
la meseta: la cordillera oriental la separa de los valles húmedos, yungas y llanuras
amazónicas. La cordillera occidental la separa de los valles secos y de la costa
del Pacífico. Tiene una altitud promedio de 4000 m s.n.m. y un clima frío, con
marcadas variaciones estacionales entre tiempos secos y húmedos. El altiplano

176
Altiplano de Carangas: estilo técnico cerámico del Intermedio tardío (ap. 1100-1450 d. C.)

se divide en tres grandes segmentos de norte a sur: el altiplano norte o cuenca


del Titicaca, el altiplano central y el altiplano sur o Lípez. La humedad en estos
segmentos decrece en dirección norte-sur; por tanto, el altiplano central es un
intermedio entre la húmeda cuenca del Titicaca, y la casi desértica región de Lípez.
En este trabajo nos concentramos en una porción del altiplano central denominada
altiplano de Carangas, por el señorío aimara que habitaba esta zona en tiempos
coloniales tempranos (Bouysse-Cassagne, 1987; Saignes, 1986). Carangas ha
sido estudiado desde la etnohistoria, (Medinacelli, 2008; 2010; Rivière, 1988),
y es descrito como una entidad territorial jerárquica, con varias cabeceras o
asentamientos mayores y una capital, Corquemarca/Choquecota, en el noreste
del territorio. Los límites de este señorío fueron empleados por Michel (2000) en
la primera síntesis arqueológica de la región, donde Carangas es delimitado por los
ríos Mauri y Desaguadero al norte; la falla de Corque y el lago Poopó al este; el río
Lakajahuira y el salar de Coipasa, al sur; y la cordillera occidental al oeste (fig. 2).
La etnohistoria y arqueología bolivianas tienden a considerar Carangas como un
paisaje altiplánico homogéneo, de donde derivan caracterizaciones económicas,
sociales y culturales. Medinacelli (2010) caracteriza a los carangas históricos como
poseedores de una economía y cultura fundamentalmente pastoril. Michel (2000:
84-85) extrapola esta noción de homogeneidad hacia el período inmediatamente
anterior a los incas, el Intermedio tardío (1100-1450 d. C.), cuando habría existido
en la región un señorío consolidado, definido por sus patrones de asentamiento
doméstico, con sitios fortificados de altura o pukaras y otros no fortificados; sus
patrones funerarios, entre los que destacan los sitios de chullpares; y un estilo
externo de cerámica, el estilo Carangas, indicando homogeneidad y demarcando
su extensión territorial.
Sin embargo, una mirada más detallada al altiplano de Carangas nos muestra
que no es homogéneo climáticamente, aunque debemos notar que no existen
aún estudios paleoclimáticos exhaustivos en la región, que podrían cambiar en
algo nuestras interpretaciones. Las zonas orientales de Carangas tienen clima de
estepa, más templado y húmedo por su cercanía con la cordillera oriental, hacia la
que suben los vientos amazónicos, en tanto las zonas occidentales tienen clima de
tundra (Montes de Oca, 2005). También existen diferencias latitudinales, siendo el
norte más húmedo por la presencia del lago Poopó, y el sur más seco, con lagos
desecados como el salar de Coipasa. En el noroeste, el deshielo de la cordillera
occidental genera pastizales húmedos (bofedales), ideales para la cría intensiva
de alpacas. En la franja oriental, los suelos salobres altiplánicos son reemplazados
por suelos de erosión de la falla montañosa de Corque que, a la vez, abriga del
viento, creando microclimas fértiles para la agricultura. Este rasgo es más agudo
en el noreste, donde la falla de Corque es más alta. En tanto, el sudeste se ubica
a orillas del lago Poopó, fuente de avifauna y pesca. Finalmente, el sudoeste de
Carangas, constituye la zona más seca. Mientras que las otras tres zonas se afilian
a la categoría ecológica de puna seca, el sudoeste es una puna desértica, con
vegetación de dunas (Montes de Oca, 2005). Subsisten pajonales con arbustos o
matorrales que alimentan las llamas, y la cercanía con el salar de Coipasa implica
acceso privilegiado a un recurso escaso en el resto de Carangas.

177
Juan Villanueva Criales

Figura 2 – Delimitación del altiplano de Carangas y de las zonas prospectadas para este estudio
© Juan Villanueva

Estos factores determinan distintos regímenes ecológicos en el altiplano de


carangas, lo que implica potenciales diferencias en la orientación económica
preponderante y concentración poblacional de sus habitantes. Por ello, el
planteamiento de investigación del PAAC incluyó prospecciones remotas y
pedestres, en cuatro regiones de Carangas que fuesen representativas de estas
diferencias. Esto permitió detectar diferencias en el patrón de asentamiento,
uso de recursos y funcionamiento de los chullperíos, detalladas en anteriores
publicaciones (Villanueva, 2015). El marco de arqueología de los encuentros
descrito líneas arriba nos llevó a enfatizar el rol del comensalismo en los chullperíos,
empleando la cerámica presente como resultado de estas prácticas para delinear
intensidades y direcciones de interacción.
El PAAC recorrió cuatro regiones distribuidas sobre el altiplano de carangas,
divididas en siete subregiones (fig. 2). Detectó 49 sitios del Intermedio tardío,
entre 16 asentamientos y 33 chullperíos. La recolección de cerámica fue de
cobertura total en los asentamientos menores a 5 ha y en los chullperíos, y por
muestreo en asentamientos mayores a 5 ha, lo que permitió obtener una muestra
de 2618 tiestos. El análisis cerámico duró cinco meses: tres para el análisis
macroscópico de forma, decoración, engobe, cocción, tratamiento de superficie
y pastas; y dos empleando microscopía petrográfica sobre secciones delgadas
en el Laboratorio de Análisis e Investigaciones Arqueométricas (LAIA) en Arica,
Chile, sobre una muestra de 100 fragmentos, con aumentos de 4x, 10x y 20x. El
análisis petrográfico fue cualitativo y con ponderaciones semicuantitativas sobre la
presencia de inclusiones en las secciones delgadas. La base de datos resultante fue

178
Altiplano de Carangas: estilo técnico cerámico del Intermedio tardío (ap. 1100-1450 d. C.)

analizada mediante IBM SPSS Statistics v.20., empleando la técnica de análisis de


agrupamientos (cluster analysis) jerárquico, técnica multivariable que agrupa los
casos según el orden e importancia de variables ordinales discretas.

3. LA CERÁMICA DEL INTERMEDIO TARDÍO EN CARANGAS

Dividimos este apartado en cuatro partes. Las dos primeras abordan la elección de
materias primas y preparación de la pasta, como pasos usualmente poco variables
del estilo técnico. Analizamos las inclusiones de las pastas y su distribución espacial
sobre el altiplano de carangas y las características de dureza y granulometría en
relación con las formas cerámicas. La tercera parte incide en la decoración que
la arqueología tradicional del Intermedio tardío ha empleado como indicador de
estilo externo y, por tanto, de identidad étnica, como mencionamos. Analizamos
los motivos pintados y su distribución espacial. La cuarta parte relaciona pastas y
motivos pintados.

3. 1. Definición de pastas por inclusiones y distribución espacial

El análisis petrográfico y el tratamiento estadístico permitieron generar un


dendrograma y distinguir seis pastas, que describimos en términos de matrices
e inclusiones (fig. 3; cuadro 1). Las inclusiones corresponden a los componentes
geológicos del entorno altiplánico (Mobarec & Murillo, 1996), y las diferencias
entre pastas parecen deberse a las fuentes de arcilla, a juzgar por el reducido
tamaño, redondez y buen ordenamiento de las inclusiones, con una excepción
que describimos en seguida.
Para describir las pastas seguiremos el orden evidenciado por el dendrograma. La
pasta 6 es la primera en distinguirse claramente por la ausencia de vidrio volcánico,
un atributo que podría implicar una fuente de arcilla geológicamente distinta.
Aunque existen estudios geológicos de la región (Mobarec & Murillo, 1996),
no tienen suficiente definición sobre fuentes de arcilla. Sin embargo, pensamos
que el vidrio volcánico podría ubicarse en las cercanías de antiguos volcanes. La
franja occidental es la única de Carangas cercana a los volcanes de la cordillera
occidental (fig. 4). Por tanto, planteamos como hipótesis que la fuente de arcilla
de esta pasta se situaría en la franja oriental. La pasta 6 tiene además abundante
biotita y feldespatos, así como cuarzo en mediana proporción.
En segundo lugar, se desprende la pasta 1. El rasgo más distintivo de esta pasta es
la presencia de cantidades altas a medias de inclusiones pumíceas. En ocasiones
anteriores (Villanueva, 2015), sugerimos que estas inclusiones serían microfósiles
de esponjas. Sin embargo, trabajos petrográficos recientes en la cuenca del Titicaca
han relacionado etnoarqueológicamente estas inclusiones con cenizas volcánicas
(Roddick, 2015: 141). El uso de este material llamado p’oke como antiplástico,
está documentado etnográficamente (Arnold, 2003; Sapiencia de Zapata et al.,
1997), y explicaría este rasgo de la pasta 1. Las otras inclusiones de esta pasta son

179
Juan Villanueva Criales

Figura 3 – Dendrograma de definición de pastas cerámicas y microfotografías de pastas


definidas
© Juan Villanueva

Figura 4 – Mapa del altiplano de Carangas ubicando a los


volcanes en relación con las subregiones prospectadas
© Juan Villanueva

180
Cuadro 1 – Descripción de matriz e inclusiones de las pastas definidas

MATRIZ PROPORCIÓN DE INCLUSIONES


GROSOR DE INCLUSIONES VIDRIO PLAGIOCLASA Y PIROXENO/
DENSIDAD POROSIDAD CUARZO BIOTITA Y MICAS
INCLUSIONES PUMÍCEAS VOLCÁNICO FELDESPATOS ANFÍBOL
PASTA 1 finas baja muy baja abundantes escaso escaso escasa a media escasa a media más piroxeno
PASTA 2 finas a medias media baja escasas alto abundante escasa media más anfíbol
PASTA 3 medias a gruesas media baja a media no escaso abundante escasa media ambos
escaso a abundante (también
PASTA 4 finas a medias media media no escaso a medio escasa a media más anfíbol
medio otros feldespatos)

abundante (también abundante (también


PASTA 5 medias a gruesas variable media a alta no medio escaso ambos
muscovita) otros feldespatos)
PASTA 6 finas media alta no medio no abundante abundante ambos
Altiplano de Carangas: estilo técnico cerámico del Intermedio tardío (ap. 1100-1450 d. C.)

181
Juan Villanueva Criales

proporciones bajas de cuarzo y vidrio volcánico así como medianas de biotita y


plagioclasa.
Posteriormente, el dendrograma separa las pastas 5 y 4, con base en la relativa
abundancia de alguna inclusión. La pasta 5 posee mayor proporción de micas,
tanto biotita como muscovita, cantidades moderadas de cuarzo y escasas de
vidrio volcánico. En la pasta 4 predominan variados feldespatos (plagioclasa,
sanidina, microclino), mientras que el vidrio, cuarzo y biotita son minoritarios. Las
inclusiones de feldespatos y de mica son redondeadas y de tamaño homogéneo,
y posiblemente se deban a la fuente de arcilla, aunque su uso como antiplástico
no puede descartarse.
Finalmente, el dendrograma separa las pastas 2 y 3. La principal diferencia entre
ambas es que la pasta 2 presenta abundante cuarzo y vidrio volcánico, mientras
que en la pasta 3 el vidrio es mayoritario y el cuarzo es menos abundante. Por lo
demás, ambas pastas son bastante similares, y tendemos a tratarlas conjuntamente.
Acerca de las proporciones cuantitativas de las pastas en nuestra muestra, existen
tres pastas mayoritarias: la 2-3 (42 %), la 1 (31 %) y la 6 (18 %) (fig. 5). Las pastas 4
y 5 se presentan de modo muy minoritario. Al desglosar esta distribución entre las
regiones estudiadas, se observa que las pastas no son exclusivas de cierta región, ni
se distribuyen entre regiones homogéneamente, existiendo más bien tendencias
cuantitativas. La pasta 1 circula por todas las regiones, aunque es preferida en el
noroeste, donde representa más de la mitad del total, y en el sudeste. Las pastas
2 y 3 también aparecen en todas las regiones, pero de modo más reducido en
el noreste. Precisamente el noreste se distingue por emplear abundante pasta
6, casi la mitad del total. Esta pasta circula minoritariamente por la franja sur de
Carangas, y casi no llega al noroeste. Finalmente, las pastas 4 y 5 se concentran
en el sudoeste; la pasta 5 no se encuentra fuera de dicha región, y la 4 circula
minoritariamente hacia el sudeste y el noroeste.

3. 2. Dureza, granulometría y relación con formas cerámicas

Se identificaron dos pastas duras: la pasta 1 (fina) y la pasta 2 (media). Las pastas
semiduras son la pasta 3 (gruesa) y la pasta 4 (media). Las pastas porosas son la
pasta 5 (gruesa) y la pasta 6 (fina). La relación entre formas y pastas (fig. 6) destaca
la ausencia de «especialización» de las pastas en la manufactura de las formas,
aunque existen tendencias cuantitativas. Las formas parecen vincularse un poco
a la dureza de la pasta, sobre todo en relación con el tamaño del ceramio, o tal
vez con algún aspecto funcional como resistencia térmica o mantenimiento de
temperatura. Los cántaros y ollas, de mayor tamaño, emplean más pastas blandas
como la 5 y la 6. La pasta 5 se usa casi exclusivamente para formas grandes,
mientras la 6, más fina, se usa también para jarras y cuencos. Las pastas semiduras
se distribuyen de modo menos claro; ambas se usan para ollas, aunque la pasta
3, más gruesa, es más empleada para cántaros y jarras, y la pasta 4, más fina, para
cuencos. Finalmente, las pastas duras se usan más para jarras y cuencos, aunque

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Altiplano de Carangas: estilo técnico cerámico del Intermedio tardío (ap. 1100-1450 d. C.)

Figura 5 – Gráfico de distribución de pastas según las regiones


© Juan Villanueva

también para formas grandes. Una vez más, los cántaros y jarras emplean más la
pasta 2, media, mientras que la versión más fina, la pasta 1, es usada más para
cuencos.

3. 3. Motivos pintados y su distribución

Analizamos los fragmentos de cuencos que presentan patrones de decoración


claros en la cara interna. Aunque los cántaros y jarras llevan decoración, sus
motivos se ordenan en composiciones más grandes, difíciles de estimar con base
en fragmentos. Por ello, se ha trabajado sobre una muestra de 945 tiestos. La casi
totalidad corresponde a formas y patrones decorativos del altiplano, con dos tiestos
procedentes, posiblemente, de la precordillera de Arica (estilo Charcollo, según
Muñoz & Chacama, 2006). En la cerámica altiplánica central, es común la pintura
interna (Michel, 2000; Pärssinen, 2005; Patiño & Villanueva, 2008). La mayor
parte de los motivos pintados de nuestra muestra se ubica en el interior, por lo que
consideramos solo estos registros, pero debe notarse que los escasos fragmentos
de cuencos decorados en ambas caras provienen de la región sudeste, cercana
al sur del Poopó y al Intersalar, donde esta característica es común (Arellano &
Berberian, 1981; Lecoq, 1999). Los motivos pintados dentro de los cuencos son
diversos, como señala la bibliografía sobre la cerámica Pacajes y Carangas (Michel,
2000; Pärssinen, 2005; Villanueva, 2015). Con fines de análisis, creamos algunas
categorías lo más abarcadoras posibles (fig. 7).

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Juan Villanueva Criales

Figura 6 – Gráfico de relación entre pastas y formas cerámicas


© Juan Villanueva

Figura 7 – Motivos decorativos en cerámica recolectada en el altiplano de Carangas


© Juan Villanueva

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Altiplano de Carangas: estilo técnico cerámico del Intermedio tardío (ap. 1100-1450 d. C.)

Ponderando las frecuencias de estos motivos (fig. 8), aquellos «típicos» del estilo
Carangas representan el 50 % de la muestra: las líneas onduladas 30 %, y las
espirales 20 %. Las guirnaldas y bandas verticales compuestas siguen con 6 %.
Enseguida, tenemos otros elementos verticales, como líneas delgadas y onduladas,
con 4 %, y otros motivos modulares como cruces y puntos, con 3 %. Es importante
observar la distribución por regiones. Si un motivo puede considerarse como
mayoritario en todas las regiones estudiadas, son las líneas onduladas horizontales
que forman parte del estilo Carangas (Michel, 2000), aunque se suelen afiliar más
al estilo Quillacas del sur del lago Poopó (Michel, 2008). Sin embargo, es cierto
que este motivo tiene más presencia en la franja sur de Carangas. El segundo
motivo mayoritario, la espiral, también se ha usado como un marcador del «estilo
Carangas» (Michel, 2000). Se distribuye de modo parecido, siendo más común en
la franja sur, aunque es especialmente escaso en la región noreste.
Si las espirales y ondulados horizontales son más comunes en el sur de Carangas, las
bandas verticales compuestas son mucho más usuales al norte, especialmente en la
región noreste, donde constituyen el segundo motivo mayoritario. Las guirnaldas,
el cuarto motivo más frecuente, aparecen en la franja oriental, mayormente en el
sudeste. Otro motivo vinculado a la mitad oriental son las bandas oscuras gruesas.
El noroeste de Carangas se distingue de las otras regiones por emplear variados
motivos verticales (aserrados, ondulados y líneas delgadas) y modulares como
puntos, círculos, asteriscos y llamas gruesas, que no aparecen en otras regiones.
En comparación, la región sudoeste es la más apegada al «típico» estilo Carangas,
incluyendo poca variedad aparte de las espirales y ondulados horizontales.

3. 4. Relacionando pastas y motivos pintados

La distribución de las pastas en relación con los motivos pintados fue estudiada
empleando aquellos cuencos decorados que habían sido sujetos a análisis
petrográfico de pastas (407 tiestos), lo que dio la gráfica siguiente (fig. 9).
La principal conclusión es que no hay un vínculo exclusivo entre alguna pasta
y algún motivo. La mayoría de las pastas fueron empleadas para hacer cuencos
decorados con variedad de motivos. Las excepciones son las minoritarias pastas
5 y 4. La pasta 5 se relaciona con el motivo espiral como todas las demás, pero
también con la banda horizontal simple, propia del oriente de Carangas. La pasta
4 aparece solamente con el motivo vertical aserrado, propio del noroeste. Esto
implica que, en cuencos hechos con pastas casi exclusivas de la región sudoeste,
se plasmaron motivos que son más comunes en regiones vecinas.
Las tres pastas mayoritarias (pasta 1, pasta 2-3 y pasta 6) se usaron para realizar
piezas con motivos variados. La pasta 6, que se concentra en la región noreste, no
se relaciona especialmente con ningún motivo. Se encuentra ausente de cuencos
con semicírculos, guirnaldas, bandas simples y motivos verticales delgados, que
interesantemente se asocian a la franja oriental de Carangas. En cambio, la pasta 1
exhibe correlaciones más fuertes con los puntos modulares, aserrados y verticales

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Juan Villanueva Criales

Figura 8 – Gráfico de distribución de motivos decorativos según la región


© Juan Villanueva

ramificados, propios de la franja occidental. La pasta 1 es también exclusiva del


motivo de guirnalda, asociado al sudeste y a la franja oriental. Esta relación es
llamativa, dado que la pasta 1 es mayoritaria en el noroeste de Carangas; por
lo mismo, es notable que no aparezcan en el análisis cuencos de pasta 1 con
asteriscos, que son motivos propios del noroeste.
La pasta 2-3 se distribuye entre ocho motivos, repartidos por todas las regiones
(ondulados horizontales y espirales), que tienden a ser plasmados en cuencos de
esta pasta, aunque la relación no es exclusiva. La pasta 2-3 se asocia también a
los semicírculos de borde, motivo minoritario pero distribuido homogéneamente,
y a motivos típicos del noroeste como verticales ondulados, bandas compuestas
y verticales delgados; una vez más, esto llama la atención porque el noroeste
tiene menor preferencia por la pasta 2-3. Esta pasta también es mayoritaria en los
cuencos con asteriscos, comunes en el noroeste.

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Altiplano de Carangas: estilo técnico cerámico del Intermedio tardío (ap. 1100-1450 d. C.)

Figura 9 – Gráfico de la relación entre los motivos decorativos y las pastas cerámicas
© Juan Villanueva

4. DISCUSIÓN EN RELACIÓN CON EL MODELO ETNOGRÁFICO DE


ALFAREROS GOLONDRINOS

Una problemática que motivó este trabajo fue el tratamiento dado tradicionalmente
a la cerámica del Intermedio tardío, con base en el concepto de estilo externo y
su postulada correspondencia con identidades étnicas. Este enfoque no solamente
procede de contextos y agendas políticas superadas, sino adolece de problemas
metodológicos, como el énfasis cladístico y la ahistoricidad. Además, no resiste
estudios comparativos entre los supuestos territorios de señoríos que deberían
ser representados por cada estilo. Considerar los modos de construcción de
comunidades imaginadas sobre la base de la confluencia ceremonial, implica
repensar el rol de la cerámica, desplazándola de un signo de diferencias y fronteras
a un agente que facilita la interacción entre segmentos.
Nuestro principal argumento para desarmar el andamiaje del señorío preincaico
de Carangas partió del examen detallado de cuatro regiones de su supuesto
territorio, mostrando la heterogeneidad interna a esta zona altiplánica. Más allá de
la diversidad climática, ecológica y de patrones de asentamiento, que no hemos
abordado en esta ocasión, resalta la diversidad de pastas y motivos cerámicos.
Así, se debilita la idea de un «estilo Carangas» homogéneo y compartido por los
habitantes de todo este territorio como emblema étnico, que es una de las bases
en que se sustenta la definición de este señorío para tiempos preincaicos (Michel,
2000: 85).
Ahora bien, si planteamos que en las instancias ceremoniales confluyen segmentos
sociales de diferentes lugares, quizá diferentes regiones de Carangas, ¿no sería una
posibilidad que cada segmento aporte su propio utillaje cerámico a la ceremonia?

187
Juan Villanueva Criales

Hemos observado una diversidad de pastas, algunas potencialmente indicadoras


de diferentes fuentes de materiales y, por tanto, de diferentes regiones del altiplano,
que fluyen sobre este espacio. Estos utillajes, entonces, ¿estarían representando
identidades étnicas internas a Carangas en las instancias ceremoniales? Preferimos
evitar esta interpretación, que reproduce el pensamiento cladístico a escala más
pequeña, por dos razones. Primero, no existe una correspondencia estricta entre
los motivos pintados y las pastas cerámicas. En el supuesto de que los motivos
representasen la identidad étnico-territorial de un segmento social, y este segmento
incluyese a alfareros que comparten esta identidad, se esperaría una coincidencia
entre el motivo decorativo y la pasta, un escenario que contradicen nuestros datos.
Asimismo, las características de diseño o decoración de un ceramio no responden
únicamente a la necesidad de representar identidad étnica. El diseño puede
entenderse como parte integral de un objeto, que funciona como herramienta
para afectar o co-crear el mundo en relación con diferentes entidades humanas
y no humanas que lo componen (Escobar, 2012: 18), más aún en contextos tan
significativos ritual e ideológicamente como los ceremoniales chullparios.
La segunda razón parte de la etnografía sobre alfarería centro-sur andina,
donde los alfareros constituyen o componen comunidades (Arnold et al., 1975;
Cremonte, 1984; Druc, 2013; Sillar, 2000), lo que implica preguntarnos la
manera en que se insertan en las redes de intercambio y en la construcción de
comunidades. La discrepancia entre pasta y motivo decorativo detectada llama la
atención sobre las diferentes agencias que operan sobre los pasos de la cadena
productiva cerámica. Desde los Andes peruanos, Druc (2013: 492) sugiere que los
materiales que constituyen la pasta cerámica pueden emplearse para definir qué
es una cerámica «local», aunque llama la atención sobre los efectos que tendría
el fenómeno de alfarería itinerante en la definición exacta de la cerámica «local»
cuando se la detecta en contextos de uso (Druc, 2013: 503). El hecho de que se
pinte la cerámica con motivos preferidos por cada región en cuencos realizados
con pastas provenientes de otras diversas regiones, resuena con el modelo de
un alfarero que transporta sus materiales para ejecutar formas y decorados «a
pedido» del consumidor, al interior del fenómeno de alfareros itinerantes o
alfareros golondrinos, en términos de Ramón (2013).
Dicha alfarería golondrina presenta una compleja variabilidad de modalidades.
Como sugiere Ramón (2013), no basta con detectar diversidad de pastas para
postular la existencia de alfareros golondrinos. Sin embargo, la fusión de estilos,
cuando se mantiene estable el estilo técnico de los alfareros, sí podría interpretarse
como un rasgo de esta práctica de producción e intercambio de alfarería (Ramón,
2013: 108). Nuestro análisis sobre la cerámica del Intermedio tardío en Carangas
podría reflejar este fenómeno: rasgos del ceramio como los motivos pintados,
que tienden a incorporarse al «estilo externo», responderían a las preferencias
de los usuarios de la cerámica. Mientras tanto, otros rasgos de estilo técnico
están en control del alfarero, concretamente las pastas cerámicas, que emplean
distintas fuentes de materiales o antiplásticos. Para comprobar esta hipótesis,
deberán hacerse más análisis sobre otras decisiones técnicas, como los procesos
de formación de la pieza, el tratamiento superficial o la cocción.

188
Altiplano de Carangas: estilo técnico cerámico del Intermedio tardío (ap. 1100-1450 d. C.)

La práctica de alfarería itinerante se suele encontrar, en la Etnografía, como un


medio para intercambiar ceramios grandes que, de otro modo, podrían romperse
en el transporte; tal es el caso del trabajo de Sillar (2000). Sin embargo, Ramón
(2013) encuentra que esta práctica no necesariamente se restringe a piezas de gran
tamaño, dependiendo de las condiciones del trayecto. Aunque nuestro análisis,
cruzando motivos decorativos y pasta, se centra en piezas pequeñas como los
cuencos, no detectamos una especialización de pastas en la producción de piezas
de ningún tamaño. Este dato podría apoyar el escenario de alfareros golondrinos,
que tendrían que preparar y transportar materias primas lo suficientemente
versátiles como para trabajar piezas de diferentes formas y tamaños. En todo caso,
esta idea requiere ser mejor trabajada en relación con la información etnográfica.
Siguiendo a Gosselain (2016: 224-225), es importante ligar evidencias etnográficas
y arqueológicas mediante un enfoque histórico directo, apuntando a realizar
una historia de las técnicas, como un antídoto al énfasis exotista de una práctica
etnoarqueológica transcultural. En ese sentido, se han documentado alfareros
itinerantes en Pumpuri, cerca del altiplano boliviano central (Sillar, 2000). Sin
embargo, tanto Pumpuri como otros casos de alfarería itinerante o distribución
itinerante de alfarería descritos en Bolivia, Perú y Argentina (Cremonte, 1984;
Druc, 2013; Harris, 1986; Ramón, 2013; Sillar, 2000), indican que estos alfareros
son productores de regiones altas que se trasladan a pisos ecológicos más bajos a
intercambiar cerámica por maíz u otros productos.
Autoras como Cremonte (1984: 256-257) se preguntan si esta conducta no sería
una consecuencia de la desestructuración de las grandes formaciones sociales
prehispánicas; de hecho, Harris (1986: 264-265) apunta que, en zonas como
el norte de Potosí, donde el esquema social precolonial de ayllus y markas no
fue fuertemente afectado, los alfareros intercambian su producto con otros
ayllus menores, al interior del ayllu mayor. En el caso del Carangas preincaico,
plantearíamos un escenario donde los materiales cerámicos se desplazan al
interior del altiplano de carangas, sin atravesar pisos ecológicos. Sin embargo,
como describimos, la franja oriental de Carangas tiene suelos, orografía y clima
que le otorgan una vocación agrícola, mientras que la franja occidental tiene un
carácter más fuertemente pastoril. Este factor no carece de importancia. Arnold et
al. (1975: 190-191) sugieren que la alfarería es una adaptación a tierras con pobre
agricultura, y Sillar (2000: 91-92) la relaciona con la propiedad sobre rebaños de
llamas, sobre todo para la práctica itinerante.
En todo caso, en nuestra prospección en Carangas detectamos poblaciones
importantes asentadas en entornos hostiles a la práctica agrícola, como la región
sudoeste, que precisamente alberga la mayor variedad de pastas cerámicas. Es
imposible demostrar, en el estado actual de la investigación, que la cerámica de
Carangas haya sido manufacturada por habitantes del sudoeste, pero al menos dos
pastas diferenciadas por peculiaridades en sus inclusiones —una muy micácea y la
otra feldespática— se distribuyen casi exclusivamente en dicha región. Otro rasgo
que resuena con algunas descripciones de alfareros itinerantes es la cercanía del
sudoeste a fuentes de sal, otro recurso para el intercambio caravanero.

189
Juan Villanueva Criales

Una consecuencia de este análisis es que la distribución mayor de cerámica y


su uso en dinámicas comensalistas de construcción de comunidades imaginadas
fue más intensa en el sudoeste más árido y pastoril, mientras que la capital
etnohistórica del señorío Carangas se ubica en las zonas más ricas en recursos
agrícolas del noreste, donde, en tiempos inka, se habría instalado un centro de
redistribución de recursos y bienes (Michel, 2000: 66). Una hipótesis es que el
señorío Carangas sea un fenómeno histórico incaico o posterior, y que no sea lo
más apropiado extrapolar su existencia al Intermedio tardío. En este último, más
que una entidad étnico-territorial jerarquizada y estable, tendríamos un escenario
sociopolítico más descentralizado y fluido, donde poblaciones pastoriles, móviles
y alfareros itinerantes ocuparían un rol destacado en constantes dinámicas de
negociación del poder y construcción de comunidades mediante el ceremonial
comensalista.
Más allá de nuestro caso de estudio, pensamos que considerar la cerámica como
una herramienta de confluencia más que como un símbolo de fronteras sociales
y divisiones, puede ser productivo para repensar el Intermedio tardío altiplánico
y parte de la arqueología centro-sur andina. En ese sentido, la interacción entre
arqueología y etnografía de las prácticas alfareras no persigue solamente el
«hallazgo» de alfareros itinerantes precoloniales, sino que nos impele a cuestionar
y relativizar supuestos arraigados en nuestros modelos arqueológicos tradicionales,
fundamentalmente el rol del estilo como reflejo de identidad. Aunque coincidimos
con la crítica de Gosselain (2016: 223) al carácter exotista de la etnoarqueología,
pensamos que se puede realizar una historia de las técnicas desde un enfoque
histórico directo, contextualizado. Desde este punto de vista, emplear a los
olleros para repensar críticamente los andamiajes arqueológicos tradicionales, e
incluir el estudio de los estilos técnicos en nuestros procedimientos analíticos, es
fundamental para plantear alternativas de interpretación.

Agradecimientos
Este trabajo se basa en mi proyecto de tesis doctoral al interior del Programa de Posgrado en
Antropología de la Universidad Católica del Norte-Universidad de Tarapacá en Arica, Chile.
Ese proyecto no hubiera sido posible sin el apoyo de Marcela Sepúlveda como Profesora
Guía. Agradezco asimismo a las autoridades nacionales, departamentales, municipales y
comunales que acogieron este proyecto, a todos los amigos que formaron parte del PAAC
en sus temporadas de campo y análisis, a Guillermo De la Fuente por la enseñanza de las
bases del análisis petrográfico, y a José Cárcamo y Sebastián Gutiérrez, de LAIA, por su
apoyo durante el análisis de materiales. Finalmente, a Catherine Lara y Gabriel Ramón por
la gentil invitación a formar parte de este volumen y por los útiles comentarios editoriales,
así como a los revisores anónimos cuyos apuntes enriquecieron mucho este texto.

190
Altiplano de Carangas: estilo técnico cerámico del Intermedio tardío (ap. 1100-1450 d. C.)

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193
Pedidos: IFEA, Casilla 18-1217, Lima 18 - Perú, telf. 243 60 90
E-mail: [email protected] - Web: http://www.ifea.org.pe

Edición: Instituto Francés de Estudios Andinos –


IFEA, UMIFRE 17 MEAE/CNRS 3337 AMÉRICA LATINA -
Universidad de los Andes
Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2020, 49 (1): 195-219
Tradición alfarera y chaîne opératoire de la cerámica Aguada Portezuelo
IFEA

Tradición alfarera y chaîne opératoire


de la cerámica Aguada Portezuelo, período
Agroalfarero medio, provincia de Catamarca,
Argentina: aportes al entendimiento de la
especialización artesanal

Guillermo A. De La Fuente*
Sergio D. Vera**
Marina Martínez Carricondo***
Domingo C. Nazar****

Resumen
La alfarería Aguada Portezuelo del noroeste argentino está caracterizada por su marcada policromía
y su amplio repertorio de técnicas de tratamiento de superficie de las vasijas. Estas vasijas tienen
motivos elaborados en positivo y negativo, destacándose la presencia de pintura pre- y poscocción.
En este trabajo, se presenta información detallada sobre las principales características tecnológicas
involucradas en su elaboración. El concepto de especialización artesanal se discute a la luz de los
modelos etnográficos y etnoarqueológicos elaborados principalmente en los Andes Centrales.

Palabras clave: tradición cerámica, chaîne opératoire, Aguada Portezuelo, Catamarca, Argentina

* Profesor titular, cátedra «Arte, Tecnología y Cultura Material». Escuela de Arqueología, Universidad
Nacional de Catamarca/Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET),
Centro de Investigación y Transferencia de Catamarca (CITCa), Argentina. E-mail: gfuente2004@
yahoo.com.ar
** Becario doctoral. CONICET-CITCa, Argentina. E-mail: [email protected]
*** Estudiante avanzada, licenciatura en Arqueología. Escuela de Arqueología, Universidad Nacional
de Catamarca/Dirección de Antropología, Gobierno de la Provincia de Catamarca, Argentina.
E-mail: [email protected]
**** Profesor titular, cátedra «Estudios del Patrimonio». Escuela de Arqueología, Universidad Nacional
de Catamarca/Dirección de Antropología, Gobierno de la Provincia de Catamarca, Argentina.
E-mail: [email protected]

195
Guillermo A. De La Fuente, Sergio D. Vera, Marina Martínez Carricondo, Domingo C. Nazar

Tradition céramique et chaîne opératoire de la céramique Aguada


Portezuelo, Période Intermédiaire (ca. 600-900 après J.-C.), province
de Catamarca, Argentine : contributions à la compréhension de la
spécialisation artisanale

Résumé
La poterie Aguada Portezuelo du nord-ouest de l’Argentine se caractérise par sa polychromie marquée
et son large éventail de techniques de finition utilisées principalement dans les traitements de surface
des poteries. Ces vases ont des motifs élaborés en positif et en négatif, soulignant la présence de peinture
pré et post cuisson. Cet article présente des informations détaillées sur les principales caractéristiques
technologiques impliquées dans leur élaboration. Le concept de spécialisation artisanale est discuté à
la lumière des modèles ethnographiques et ethnoarchéologiques développés principalement dans les
Andes centrales.

Mots-clés : tradition céramique, chaîne opératoire, Aguada Portezuelo, Catamarca, Argentina

Pottery tradition and chaîne opératoire of Aguada Portezuelo


pottery, Middle Period (ca. AD 600-AD 900), Province of Catamarca,
Argentina: contributions to the understanding of craft specialization

Abstract
Aguada Portezuelo pottery from northwestern Argentine region is characterized by its marked
polychromy and its broad repertoire of finishing techniques, mainly involving the surface treatments
and the decoration of the vessels. These vessels present positive and negative motives together with
the presence of pre- and post-firing painting. This paper presents detailed information on the main
technological features involved in their production. The concept of craft specialization is discussed and
revised in relation to the ethnographic and ethnoarchaeological models proposed in the central Andes.

Keywords: ceramic tradition, chaîne opératoire, Aguada Portezuelo, Catamarca, Argentina

INTRODUCCIÓN

El análisis físico-químico de las diferentes fases que componen los materiales


cerámicos arqueológicos provee una primera indicación acerca del origen de las
materias primas y la tecnología aplicada en su producción (Rice, 1987; Bishop
& Neff, 1989; Pernicka & Wagner, eds., 1991; Pollard & Heron, 1996; Jerem &
Biró, eds., 2002). En este contexto, los objetos cerámicos proporcionan un material
excelente para los estudios de interacción cultural, dado que ellos contienen
información multidimensional con respecto a la forma, estilo decorativo (por

196
Tradición alfarera y chaîne opératoire de la cerámica Aguada Portezuelo

ejemplo, inciso, pintado, grabado), pasta, materias primas utilizadas (arcillas e


inclusiones minerales), técnicas de manufactura empleadas (por ejemplo, rodetes,
adicionado, paleteado), tecnologías y temperaturas de cocción, etc. (Rye, 1981;
Sinopoli, 1991; Neff, 1992; Orton et al., 1997; Pollard & Heron, 1996; Jerem &
Biró, eds., 2002; Cremonte, 1994; De La Fuente, 2011).
La investigación de la tecnología cerámica prehispánica del noroeste argentino
(NOA), que estuvo basada usualmente en el análisis de las pastas cerámicas
(véase Cremonte, 1994), puede ser complementada a través del análisis de los
pigmentos y engobes utilizados para decorar las superficies (Jerem & Biró, eds.,
2002; Maravelaki-Kalaitzaki & Kallithrakas-Kontos, 2003).
Este trabajo presenta tres objetivos: por un lado, discutir el concepto de
especialización artesanal surgido a partir de los estudios etnográficos y
etnoarqueológicos, y su influencia al momento de interpretar este tipo de
producción alfarera en sociedades con características sociopolíticas similares a los
señoríos y/o cacicazgos; por otro lado, ofrecer una aproximación a la reconstrucción
de las principales etapas de la cadena operativa implicada en la elaboración de
la alfarería Aguada Portezuelo, enfatizando aspectos tecnológicos, morfológicos y
decorativos; y, finalmente, realizar un análisis reflexivo sobre el rol que jugó este
tipo de alfarería en el pasado y su vinculación con los sitios ceremoniales de la
cultura Aguada, especialmente los aleros con arte rupestre del área de La Tunita.

1. ANTECEDENTES DE INVESTIGACIÓN

El estilo Aguada Portezuelo fue dado a conocer por primera vez a través
de varios fragmentos de alfarería recolectados a comienzos del siglo XX por
Lafone Quevedo en las dunas del puesto Las Garrochas, cerca de la ciudad
de Andalgalá, Catamarca (Lafone Quevedo, 1892: 52-58). Serrano (1958: 95-
96) le dio el nombre de estilo «Huillapima fondo Crema». Más tarde, en los
sitios cercanos a la localidad de Portezuelo, Petek et al. (1972) llevaron a cabo
sondeos en varios asentamientos (Villa del Portezuelo, La Viñita, Tiro Federal),
recuperando un número importante de fragmentos Aguada Portezuelo. Por otro
lado, Barrionuevo (1972) había señalado la presencia de cerámica de este estilo
en la localidad de Nanahuasi, departamento de Ancasti. Haber (1992) también
encontró nuevos sitios arqueológicos en el valle de Catamarca con presencia de
fragmentos Aguada Portezuelo. Más recientemente, Kriscautzky & Togo (1996), a
partir de una prospección arqueológica sistemática llevada a cabo en el valle de
Catamarca, dieron a conocer varios sitios arqueológicos en los cuales encontraron
fragmentos asignables a este estilo cerámico. En 1997, en la localidad de Choya,
departamento de Capayán, al suroeste del valle de Catamarca, fue detectado un
sitio ceremonial perteneciente a esta fase cultural, consistente en un montículo
ceremonial de forma tronco-cónica con la cúspide plana y una base circular de
aproximadamente unos 25 metros de diámetro (González, 1998: 34-36, 212-
217) (fig. 1).

197
Guillermo A. De La Fuente, Sergio D. Vera, Marina Martínez Carricondo, Domingo C. Nazar

Figura 1 – Área de estudios con la localización geográfica de los sitios mencionados en el texto
Elaboración: Guillermo A. De La Fuente, 2019

Este grupo de estudios ha permitido conocer la distribución geográfica del estilo


cerámico Aguada Portezuelo, el cual está muy bien definido dentro del valle de
Catamarca, con manifestaciones materiales en el este de las serranías de Ancasti
y en el norte de la provincia de La Rioja (fig. 1). Su casi total ausencia en el
occidente de la sierra de Ambato resulta más que evidente, y los hallazgos de
alfarería de este estilo en las proximidades de Andalgalá han sido escasos desde
un punto de vista estadístico (González, 1998: 75-87).
Los aspectos relacionados con la manufactura de estas cerámicas no han sido
investigados todavía en profundidad (Nazar & De La Fuente, 2016), aunque
las observaciones micro- y macroscópicas realizadas permiten establecer
preliminarmente que estos fragmentos presentan una pasta cerámica de
granulometría muy fina y compacta, destacándose la buena calidad obtenida,
a través del proceso de manufactura cerámica, en el producto final (De La
Fuente et al., 2005).
En referencia a la decoración, una de las características más sobresalientes de
estas vasijas es su policromía. Los motivos son elaborados en negativo y positivo
y los colores utilizados oscilan desde el rojo púrpura (o borravino), rojizo, blanco,
hasta el crema, negro y amarillo; siendo este último único en las cerámicas
arqueológicas del NOA (González, 1998: 212-217; Nazar & De La Fuente, 2016)
(fig. 2). Algunas veces, los colores no han sido muy bien fijados por la cocción y
aparecen como suavizados y sin brillo; estas cerámicas presentan también pintura

198
Tradición alfarera y chaîne opératoire de la cerámica Aguada Portezuelo

Figura 2 – (a) Puco Aguada Portezuelo. Pieza correspondiente al grupo 1A, Colección Petek
(El Chiflón, dpto. Paclín); (b) puco Aguada Portezuelo. Pieza correspondiente al grupo 1B
(La Viñita, dpto. Capital); (c) puco Aguada Portezuelo. Pieza correspondiente al grupo 1B
(Villa Gadilla, dpto. Capital); (d) olla Aguada Portezuelo. Pieza correspondiente al grupo 2A
(Puesto La Bebida, Sierra de Ancasti)
© Guillermo A. De La Fuente, 2019

pre- y poscocción. Otro de los aspectos técnicos, muy poco estudiado para esta
cerámica, es la existencia de pintura negativa resistente (González, 1998: 77).
Adicionalmente, un atributo técnico de particular importancia es el tratamiento
de superficie. La superficie interna de las vasijas a veces presenta un color negro
intenso producto de la acción del pulido y otras, aparentemente, de un proceso
de ahumado, algunas veces llamado «grafitado» (figs. 2a y 2b), el cual produce un
efecto visual muy característico (De La Fuente & Pérez Martínez, 2008; 2019).

199
Guillermo A. De La Fuente, Sergio D. Vera, Marina Martínez Carricondo, Domingo C. Nazar

Otros fragmentos cerámicos presentan en su superficie externa engobes y/o


pintura de color blanco y crema, mientras que la superficie interna está decorada
con motivos pintados de color negro o púrpura sobre un fondo pulido con pintura
de color rojo, muy similar a aquellos encontrados en el estilo Aguada Hualfín
pintado (Nazar & De La Fuente, 2016).

2. HACIA UNA REFORMULACIÓN DEL CONCEPTO DE


ESPECIALIZACIÓN ARTESANAL

El concepto de especialización artesanal ha sido definido, en primera instancia,


en términos económicos y, en segundo lugar, en relación con diferentes aspectos
de la economía política en las sociedades jerarquizadas (Costin, 1991). La
especialización artesanal es una característica de todos los Estados y sociedades
jerárquicas conocidas y es considerada por la mayoría de los arqueólogos como
un factor clave en la economía política de las sociedades complejas (Flannery,
1972; Clark & Parry, 1990; Earle, 1997). Sin embargo, la definición del término
«especialización», sus orígenes y la identificación arqueológica de esta forma de
organización de la producción siguen siendo el foco de un importante debate
(Rice, 1981; 1984; 1987; 1989; 1991; Feinman et al., 1984; Brumfiel & Earle,
1987; Costin, 1991; Arnold, 2000; 2005).
Tradicionalmente, los arqueólogos han utilizado la cerámica para formular
cronologías, para trazar y construir relaciones políticas y económicas y para
reconstruir las formas de vida antiguas, pero, como bien plantea Arnold (1993: 1),
las cerámicas no hablan por sí solas, sino que deben ser interpretadas. El estudio
de la producción cerámica contemporánea, principalmente en sociedades andinas
no industriales, se ha vuelto en los últimos años un instrumento importante para
interpretar las cerámicas arqueológicas y los arqueólogos han reconocido la
utilidad de usar datos etnoarqueológicos para entender diversos aspectos de la
producción cerámica en el pasado (Arnold, 1985; 1993; 2000; Arnold, 1991;
Shimada et al., 1990; Shimada, 1994; Costin & Hagstrum, 1995; Sillar, 1996;
2000a; 2000b).
Los datos etnográficos y etnológicos revelan que la ubicación de comunidades
con alfareros generalmente está pautada por una serie de factores físicos, de los
cuales la proximidad a los recursos y a los mercados, las interrelaciones ecológicas
y la disponibilidad de materias primas cerámicas adecuadas son tal vez los más
importantes (Nicklin, 1971; Arnold, 1985; 1993; 2000; Arnold, 1991). De
cualquier manera, no puede darse primacía absoluta a ninguno de estos, ya que
la percepción del alfarero acerca de la calidad de las arcillas y de su utilización
puede estar pautada por otros factores culturales, tales como consideraciones
sociopolíticas, alianzas comerciales, percepciones culturales diferentes sobre el
valor de uso o funcional y/o estético, cuestiones identitarias y cosmogónicas, más
que por la realidad geofísica del ambiente (Peacock, 1982; Lemonnier, 1992;
Druc, 1996; 2001; 2009; 2011; Gosselain, 1999; 2000; Sillar, 2000a; Sillar &

200
Tradición alfarera y chaîne opératoire de la cerámica Aguada Portezuelo

Ramón Joffré, 2016). Una aproximación interesante dentro de esta vía de análisis
es, por un lado, el estudio de los alfareros golondrinos o itinerantes (Ramón Joffré,
2013a; 2013b) y, por otro lado, el estudio de las relaciones entre la identidad
étnica y las tradiciones alfareras (Druc, 1996; 2009).
Sin embargo, como señala Gosselain (2016: 223-224), muy frecuentemente
los modelos de producción alfareros derivados de las observaciones
etnoarqueológicas son esencialistas y ahistóricos. Más aún, no poseen un marco
teórico antropológico adecuado cuando se utilizan para explicar diferentes
situaciones en el pasado. Muchas de estas cuestiones pueden reflejarse, por
ejemplo, en el modelo de «las distancias umbrales» propuesto por Arnold (1985:
35-57) para los Andes. El mismo fue sistemáticamente reelaborado por este autor
a la luz de los datos etnográficos recolectados desde esa fecha hasta la actualidad,
debido principalmente a que no se contemplaron los factores históricos (geología
del ambiente, percepciones individuales sobre las materias primas, la evolución
de los patrones de asentamiento y la tenencia de la tierra, el uso esperado de
las vasijas y las técnicas utilizadas e involucradas en las restantes etapas del
proceso de manufactura) intervinientes en las prácticas de elaboración de la
alfarería (véase Arnold, 2005). El concepto clásico de especialización conlleva
una definición por oposición, lo artesanal como opuesto a lo industrial, y cientos
de textos arqueológicos están plagados de estas definiciones economicistas y en
última instancia funcionalistas forjadas en las tipologías culturales y evolucionistas
originales basadas principalmente en los estudios etnográficos intercomparativos
(Sahlins, 1974; Service, 1984).
Aquí pretendemos esbozar y discutir algunas ideas procedentes de otros campos
del saber que pueden ayudarnos a ejercer otra mirada sobre la alfarería en tanto
materialidad sujeto/objeto con diferentes grados de agencia (Latour, 2007; 2008;
Ingold, 2007; Gell, 2016). Para ello, debemos reflexionar sobre la idea de que los
materiales y los procesos por los cuales aquellos se vuelven objetos, toman forma y
sentido, remitiendo hacia atrás las viejas dicotomías mente/materia, pensamiento/
cosas, etc. Es interesante un concepto como el de «momento material», entendido
como el encuentro con el pasado y la forma en que esta relación entre el individuo
y la materia nos afecta por primera vez y nos influencia a través de nuestra vida,
manteniéndose en continua reformulación a través del tiempo que vive un
individuo (Stahl Brower, 2010: 153). Este giro material (material turn), como lo
ha planteado la historiadora del arte Ann-Sophie Lehmann, fue iniciado por los
antropólogos, arqueólogos y sociólogos, quienes llamaron la atención sobre el
simple hecho de que las cosas, los objetos y el ambiente —y no solamente la
gente, el lenguaje y las imágenes— deben ser considerados como elementos
activos en la construcción de la cultura y el significado social (Ingold, 2007; Hicks,
2010; Pickering, 2010; Stahl Brower, 2010; Lehmann, 2016).
De esta forma, pensamos que la relación del artesano con la materia debe ser no
solo en términos estrictamente económicos, sino más bien sociales, culturales e
históricos: la visión del artista que describe la relación entre los pensamientos, las
cosas y los materiales a través del tiempo (Sennett, 2009; Morphy, 2010).

201
Guillermo A. De La Fuente, Sergio D. Vera, Marina Martínez Carricondo, Domingo C. Nazar

El registro arqueológico de la producción alfarera posee características


multidimensionales, dado que está compuesto por un número de etapas técnicas
que, en su conjunto, conforman un sistema de producción (Rice, 1989; 1991)
o sistema técnico (Lemonnier, 1992). Esta producción puede ser caracterizada
como un sistema que comprende seis componentes interconectados: 1) artesanos,
2) medios de producción (materias primas y tecnología), 3) principios —o
ideas— sobre la organización espacial y social, 4) bienes u objetos terminados,
5) principios o mecanismos de distribución y 6) consumidores (Costin, 2000:
377-378). La articulación de todos estos componentes responde, básicamente,
al conjunto de ideas compartidas por los miembros de un grupo social dado,
es decir, a las representaciones sociales de la tecnología, en este caso particular,
del sistema tecnológico de producción cerámica y sus diferentes etapas técnicas
(Lemonnier, 1992: 4-7).
En este sentido, y siguiendo a Lemonnier (1992: 79-85), el término «representación»
ha sido utilizado dentro de la antropología de la tecnología, por lo menos, en tres
contextos diferentes:
1) Cualquier acción tecnológica implica la existencia de «operaciones mentales
totalmente inconcientes», es decir, representaciones o esquemas mentales de
los procedimientos técnicos (por ejemplo, modelado de una vasija), lo cual se
traduce en la materialización y transmisión del conocimiento tecnológico.
2) Una segunda categoría de las representaciones tecnológicas son aquellas
que forman parte de un «conocimiento tecnológico específico», es decir,
modelos mentales que ordenan y gobiernan la articulación de los elementos
tecnológicos (materia, instrumentos y gestos) durante una operación dada
(Lemonnier, 1992: 80). Estas representaciones particulares son parte de otras
representaciones sociales más amplias, las cuales pueden no tener mucho que
ver con las acciones tecnológicas, pero afectan definitivamente la elección
de elementos tecnológicos, así como también la elección de tecnologías
enteras por parte de una sociedad. Estas representaciones particulares se
traducen en «comportamientos técnicos» que reflejan el orden social (las
formas de hacer las cosas) y, en última instancia, la estructura social de un
grupo. Más interesante aún, es que la lógica de las elecciones tecnológicas
y las clasificaciones observadas en una acción física sobre la materia pueden
participar también en los sistemas de significado y referencia (Lemonnier,
1992: 81; véanse también Barley, 1989: 153-204; 1994: 9-20, 85-115;
Gosselain, 1999).
3) La tercera categoría de representaciones concierne al «contenido informativo
inmediato» de las acciones tecnológicas, lo que lleva a que muchas de estas
representaciones sean consideradas como «símbolos».
Como plantea Lemonnier (1992: 79-85), indudablemente estas tres categorías
de representaciones están interconectadas en una sociedad en diferentes grados
de profundidad y se refieren a lo que él define como «tecnologías embebidas»
(véase también Sillar, 2000b: 43-44, 48-51, 57-58). Por otro lado, el estudio de la

202
Tradición alfarera y chaîne opératoire de la cerámica Aguada Portezuelo

chaîne opératoire —cadena operativa— a nivel arqueológico, que incluye todas


las etapas del sistema de producción cerámica, permite aproximarse no solo a la
definición de las características de cada una de estas etapas, sino también a los
«comportamientos técnicos» involucrados en el proceso por el cual una vasija
cerámica es concebida, modelada, cocida y utilizada. Estos comportamientos
técnicos se describirán en las próximas secciones cuando presentemos la cadena
operativa para la elaboración de la alfarería Aguada Portezuelo.

3. MATERIALES Y MÉTODOS

La muestra analizada en este trabajo está compuesta por materiales cerámicos


provenientes mayoritariamente del sitio La Viñita (LV) (n = 898 fragmentos
cerámicos), localizado geográficamente en el valle de Catamarca, el cual
fue investigado a través de un rescate arqueológico realizado en el año 1983
y subsecuentes excavaciones estratigráficas en los años 2007 y 2008 (Nazar,
2012) (fig. 1). Adicionalmente, fueron analizadas ocho vasijas remontadas de las
colecciones Marengo-Petek, Polti-Tejada y del Museo Arqueológico Adán Quiroga,
localizado en la ciudad de San Fernando del valle de Catamarca.
Los agrupamientos cerámicos propuestos fueron definidos según las
características internas y externas del material analizado, atendiendo
principalmente a los tratamientos de superficies (Shepard, 1956: 65-68, 186-
193), para luego seleccionar aquellos fragmentos con mayor potencial para
inferir la forma original de la vasija a la cual pertenecen (bordes, cuellos, cuerpos,
bases, asas) (véanse Nazar, 2012; Nazar & De La Fuente, 2016). Los estudios
morfológicos se realizaron teniendo en cuenta variables como la altura total de
la pieza, el diámetro de la boca y el diámetro de la base, prestándose especial
atención a los puntos de inflexión que definen el contorno de la pieza (Nazar
& De La Fuente, 2016) (fig. 2). Se utilizaron las categorías formales propuestas
por Shepard (1956: 224-248). Los bordes fueron motivo de especial atención,
adoptándose como condición que su arco represente por lo menos un 5 % de la
boca (Orton et al., 1997: 195-197).
Por su parte, los análisis tecnológicos fueron realizados a través de observaciones
submacroscópicas (microscopio estereoscópico, Kyoto 20X-40X) y microscópicas
(microscopio polarizador, Leitz Ortholux 40X-100X) (para detalles, véase De
La Fuente, 2011: 240-241). Las superficies pictóricas de esta alfarería fueron
analizadas a lo largo de varios años aplicando diferentes técnicas analíticas de
caracterización química, como Microscopía Electrónica de Barrido-Energía
Dispersiva (MEB-EDS), Difracción de Rayos X (DRX) y Microespectroscopía Raman
(MSR) (véanse De La Fuente et al., 2005; De La Fuente & Pérez Martínez, 2008;
2019; De La Fuente et al., 2020).

203
Guillermo A. De La Fuente, Sergio D. Vera, Marina Martínez Carricondo, Domingo C. Nazar

4. TENDENCIAS TECNOLÓGICAS OBSERVADAS

Las observaciones y análisis realizados sobre este conjunto de alfarería y su


comparación con colecciones de museos permitieron delinear las siguientes
tendencias tecnológicas:

4. 1. Análisis de pastas cerámicas

1) Los fragmentos analizados presentan una composición mineralógica muy


homogénea caracterizada por pastas finas a muy finas compactas compuestas
principalmente por materiales félsicos, como inclusiones de cuarzo
monocristalino, biotitas y, en menor cantidad, inclusiones de muscovitas
(figs. 3a-3d y 4a-4b).
2) Se observaron cantidades menores de inclusiones de fragmentos de rocas
ígneas plutónicas (básicamente granitos y granitoides) en tamaño medio,
calcita primaria y secundaria y fragmentos de rocas arcillosas (figs. 3d y 4b).
3) Algunas veces aparecen combinados con materiales máficos, como anfíboles
(hornblenda parda) y piroxenos/clinopiroxenos de granulometría fina (fig. 4b).
4) El cuarzo monocristalino es, en muchos casos, típico de las arenas cuarzosas
redondeadas características de ambientes fluviales. El cuarzo policristalino
también está presente en algunos fragmentos (figs. 4a y 4b).
5) Todos los fragmentos presentan una matriz micácea de granulometría fina y
ultra fina, caracterizada principalmente por biotita y, en menor extensión, por
muscovita (fig. 4b).
6) Adicionalmente, en la mayoría de los fragmentos analizados, se observaron
inclusiones opacas con una distribución heterogénea en las secciones delgadas.
7) Entre los feldespatos plagioclasa identificados, algunos de ellos presentan
evidencias de alteraciones a sericita.
En resumen, se observan pastas cerámicas compactas caracterizadas por
presentar un antiplástico de arenas cuarzosas con una granulometría muy fina
a fina (figs. 3a-3d). La existencia de distribuciones modales de las inclusiones
minerales indicaría que las mismas pueden haber estado naturalmente en las
arcillas o quizás —debido a la compactación de las pastas— se podría pensar en
la levigación de las mismas (Rice, 1987: 54-78).

4. 2. Técnicas decorativas, pigmentos y tratamientos de superficie

Los estudios a través de una técnica analítica no destructiva como la


Microespectroscopía de Raman (MSR) permitieron abordar los diferentes tipos
de pigmentos utilizados en la decoración de las vasijas cerámicas Aguada
Portezuelo. Particularmente, se estudió la naturaleza química de los pigmentos

204
Tradición alfarera y chaîne opératoire de la cerámica Aguada Portezuelo

Figura 3 – (a) Corte fresco, fragmento LCC1 001, cuarzos blancos, 20X. Escala 4 mm; (b) corte
fresco, fragmento Port. 0001, cuarzos cristalinos y blanco lechoso, 20X. Escala 4 mm;
(c) corte fresco, fragmento Port. 0004, cuarzos cristalinos redondeados, en el que se
observa la diferencia de colores debido a las variaciones en la atmósfera de cocción, 20X.
Escala 4 mm; (d) corte fresco, fragmento Port. 0002, cuarzos cristalinos y fragmentos de
roca ígnea, en el que se observa la cocción reductora y el engobe oxidante, 20X. Escala
4 mm; (e) fragmento TFS 750, en el que se observa la pintura negra y amarilla poscocción
sobre el engobe blanco precocción, detalle del motivo felínico parcialmente descascarado
y desleído (izquierda) (escala 8 mm) y detalle del elemento del motivo pintado en amarillo
parcialmente degradado y con una efloración de carbonatos sobre su superficie (derecha)
(escala 2 mm)
© Guillermo A. De La Fuente, 2019

205
Guillermo A. De La Fuente, Sergio D. Vera, Marina Martínez Carricondo, Domingo C. Nazar

Figura 4 – (a) Cortes transversales de pucos Aguada Portezuelo, pulidos y escaneados a alta
resolución (4200 ppp); (b) cortes petrográficos de la alfarería Aguada Portezuleo, en los que
se observan las inclusiones minerales (cuarzo, plagioclasas, biotitas y muscovitas) y el engobe
de biotita (derecha); (c) sección transversal en MEB, en la que se observa el engobe blanco y
su diferencia con la matriz cerámica; diferentes magnificaciones 10X (izquierda), 37X (medio) y
520X (derecha)
© Guillermo A. De La Fuente, 2019

206
Tradición alfarera y chaîne opératoire de la cerámica Aguada Portezuelo

de color rojo, negro y ocre (amarillo), todos ellos utilizados en la decoración de


las superficies externas de estos ceramios, y que presentan una característica
singular: son pinturas aplicadas poscocción, o «fugitivas» como también se les ha
denominado, debido al ulterior descascaramiento y exfoliación que se produce
en las mismas (figs. 3e, 5a y 5c). Adicionalmente, se estudió la naturaleza química
de un engobe de color blanquecino precocción aplicado sobre las superficies
externas de las vasijas, que sirve de soporte a las pinturas poscocción y que define
en Aguada Portezuelo, junto con estas, su marcada policromía, incluso en lo que
se refiere a las pinturas en negativo jugando un rol importante en los diseños
pintados por los alfareros Portezuelo (figs. 3e y 5). Otro aspecto estudiado por
MSR fue la estructura molecular de las superficies internas negras plomizas de
los pucos (bowls) Aguada Portezuelo, clásicamente denominadas «grafitadas» en
la literatura arqueológica tradicional (figs. 2a-2b y 5e). Se sospechaba que, para
lograr este efecto visual, los alfareros antiguos podrían haber utilizado pigmentos
elaborados con precursores orgánicos. Complementariamente, los resultados
alcanzados con MSR fueron comparados básicamente con aquellos obtenidos
por MEB-EDS:
1) Los resultados alcanzados por MSR permiten establecer que, para las pinturas
rojas poscocción, el principal pigmento utilizado fue la hematita (α-Fe2O3),
un óxido de hierro con amplia distribución y presencia en la naturaleza
(fig. 5c). La presencia de hematita como fuente original de las pinturas rojas
fue determinada por MSR a través de dos espectrómetros diferentes: FTR
(transformada de Fourier) y DSR (Raman dispersivo) (para una revisión de la
aplicación de MSR en alfarerías, véase De La Fuente & Pérez Martínez, 2008;
2019). Esto confirma los resultados obtenidos por DRX y a través de los análisis
composicionales por EDS (De La Fuente & Pérez Martínez, 2008: 176, fig. 2;
178, fig. 5b).
2) En el estudio de las pinturas negras poscocción, los altos contenidos elementales
de Fe y Mn detectados por EDS en diferentes muestras fueron confirmados
a través del análisis por MSR (figs. 5a y 5b). Las pinturas negras analizadas
produjeron información sobre la naturaleza química de los pigmentos y sobre
las probables fuentes primarias a partir de la cuales se habrían obtenido. Los
análisis por MSR determinaron la presencia de óxido de manganeso (MnO2)
en una muestra y de dióxido de manganeso (MnO2) en otra, conjuntamente
con la presencia de hematita (α-Fe2O3), planteándose con altas probabilidades
la utilización del mineral pirolusita (Mn+4O2) como fuente primaria de este
pigmento. La presencia alternativa de hematita en algunas de las muestras, en
forma conjunta con el MnO2, plantea la posibilidad de que la hematita forme
parte importante del coloide (mineral arcilloso) utilizado como vehículo del
pigmento que origina el color negro.
3) El análisis de las pinturas ocres (amarillas) produjo información sorprendente
en relación con el tipo de pigmento utilizado para obtener este color (fig. 3e).
Se determinó por MSR la presencia de un óxido de wolframio hidratado,
tungstita (WO3.H2O), el cual se encuentra presente en la naturaleza y su color

207
Guillermo A. De La Fuente, Sergio D. Vera, Marina Martínez Carricondo, Domingo C. Nazar

Figura 5 – (a) Pintura negra poscocción sobre engobe blanco, 20X. Escala 1 cm; (b) pintura negra
poscocción sobre engobe marrón, 20X. Escala 1 cm; (c) pintura negra poscocción sobre engobe
blanco, 20X. Escala 1 cm; (d) pintura negra poscocción sobre engobe marrón, 20X. Escala 1 cm;
(e) espectro Raman dispersivo de las superficies internas color negro plomizo de los pucos Aguada
Portezuelo, mostrando los picos correspondientes al grafito desordenado, carbón (derecha);
fotografías de las manchas de carbón de las superficies (izquierda)
© Guillermo A. De La Fuente, 2019

208
Tradición alfarera y chaîne opératoire de la cerámica Aguada Portezuelo

es amarillento (De La Fuente & Pérez Martínez, 2008). Hasta la actualidad se


desconoce la fuente de procedencia de este pigmento.
4) El estudio del engobe blanco precocción reveló la presencia de calcita (CaCO3)
y aunque estos resultados estén confirmados por las altas concentraciones
de Ca obtenidas por EDS (figs. 2, 3e y 5), como se planteó anteriormente,
este engobe es el que presenta la mayor variabilidad en su composición
mineralógica (calcita/hidroxiapatita/dióxido de titanio, yeso), lo que implica
que los alfareros antiguos utilizaron diferentes recetas en su elaboración (De
La Fuente et al., 2005; Baldini et al., 2005; De La Fuente & Pérez Martínez,
2008; 2019; Bertolino et al., 2009; De La Fuente et al., 2020).
5) Los resultados obtenidos por MSR sobre las superficies internas negras plomizas
de los pucos Aguada Portezuelo permiten afirmar que en la decoración de
las mismas se habría utilizado un precursor biogénico —orgánico—, como,
por ejemplo, plantas (fig. 5e). La identificación de las estructuras de grafito
desordenado o carbón grafítico son las primeras evidencias espectroscópicas
directas para la cerámica del NOA y son consistentes con la utilización de una
sustancia compuesta por restos vegetales (plantas) quemados (De La Fuente &
Pérez Martínez, 2008; 2019; De La Fuente et al., 2020; véase también van der
Weerd et al., 2004).
Estos resultados nos han permitido discriminar con una base científica analítica
para el NOA los pigmentos inorgánicos versus los orgánicos, complementando
los estudios que se vienen realizando en esta área de investigación (Cremonte
& Ratto, eds., 2007; Acevedo et al., 2012; Bugliani et al., 2012; Puente et al.,
2017; Puente et al., 2019, entre otros); aunque, como han planteado van der
Weerd et al. (2004), esta diferenciación no sería del todo apropiada para los
pigmentos que dan color a las pinturas precocción. Un alcance de los resultados
obtenidos a través de la aplicación de MEB-EDS, DRX y micro-Raman en la
alfarería Portezuelo puede ser consultado en De La Fuente et al. (2020).

5. CHAÎNE OPÉRATOIRE, TRADICIÓN Y PROCESO TÉCNICO DE


ELABORACIÓN DE LA ALFARERÍA

Los resultados combinados obtenidos en los estudios mencionados anteriormente


básicamente son comparables con aquellos obtenidos por Cremonte et al. (2003:
10-12) en fragmentos Aguada Portezuelo. Esto confirma la utilización de materias
primas cerámicas de origen fluvial, principalmente arenas cuarzosas redondeadas,
para la confección de este tipo de alfarería en su estudio de materiales cerámicos
Aguada Portezuelo del sitio Choya 68. Sin embargo, algunas diferencias en la
utilización de fragmentos de roca fueron observadas en nuestro estudio, como, por
ejemplo, la utilización solo de fragmentos de rocas ígneas plutónicas —granito—
en contraste con la presencia de fragmentos de rocas metamórficas en el estudio
realizado por Cremonte et al. (2003). La figura 6 presenta la cadena operativa

209
Guillermo A. De La Fuente, Sergio D. Vera, Marina Martínez Carricondo, Domingo C. Nazar

Figura 6 – Cadena operativa tendencial propuesta para la alfarería Aguada Portezuelo


Elaboración: Guillermo A. De La Fuente, 2019

tendencial propuesta para la alfarería Aguada Portezuelo y se describe en los


próximos párrafos.
Los estudios de petrografía cerámica fueron exitosos en la determinación de
diferentes etapas técnicas en el proceso de manufactura de estas vasijas cerámicas,
involucrando una compleja «cadena operativa» caracterizada por la presencia de
vasijas con engobes conformados por gran cantidad de biotita como inclusión
mineral, de aproximadamente 0,35 a 0,60 mm de espesor, con una orientación
diferencial de las inclusiones y cocción oxidante sobre pastas cuya cocción se
realizó en atmósferas reductoras (figs. 4c y 6).
Esto indicaría que los alfareros estaban utilizando, por lo menos, dos etapas
técnicas: 1) elaboración de la forma base geométrica de la vasija (puco —bowl—
y vasijas globulares) y cocción en atmósferas reductoras y 2) aplicación de un
engobe (coloide rico en biotitas y moscovitas) o baño de hasta 1 mm de espesor y
una segunda cocción para lograr su fijación en condiciones atmosféricas oxidantes
(fig. 6). Esta segunda cocción probablemente haya sido de menor temperatura y
menor duración en el tiempo (fig. 6).

210
Tradición alfarera y chaîne opératoire de la cerámica Aguada Portezuelo

La existencia de bicocción en esta compleja cadena operativa implica un alto


grado de especialización artesanal y una conciencia material bien desarrollada
(sensu Sennett, 2009: 150-152) para la elaboración de estas vasijas cerámicas,
sumado a un conocimiento tecnológico acumulado importante de la utilización
de diferentes tipos de pigmentos y su fijación a diferentes temperaturas (De La
Fuente et al., 2005).
Esta complejidad técnica observada tanto en el levantado y modelado de las
vasijas como en el proceso decorativo de las mismas (motivos en positivo y
negativo, pintura pre- y poscocción, diversidad plástica en la representación de
los motivos) nos indica que los alfareros Aguada Portezuelo adquirieron un nivel
de experticia técnica muy alto. Según Sennett (2009: 150-180), podríamos hablar
de que el alfarero Portezuelo no solo desarrolló una conciencia material acabada
sobre el modo de hacer las vasijas, sino que transitó el proceso de «metamorfosis»
a través del cual esta alfarería presenta una «huella» (o «presencia») específica
y única: la huella del artesano Portezuelo. Debemos resaltar, además, que la
existencia de un sistema técnico complejo involucrado en la elaboración de las
vasijas sumado a una decoración compleja en la alfarería Portezuelo (véase, por
ejemplo, González, 1998: 163-248) nos remite a un sistema de significados y
referencias en el que el artesano atraviesa el tercer tipo de conciencia material:
la antropomorfosis (Sennett, 2009: 170-180). Esta relación humano-objeto y la
aparición de la metáfora en la que los objetos no humanos adquieren rasgos
humanos (la humanización de los materiales) juegan un rol específico en la
constitución e identificación de las personas a nivel histórico (Sennett, 2009: 180).
Esta idea también ha sido resaltada por Sillar en su estudio sobre el animismo y
la concepción andina sobre los lugares, plantas, animales y las cosas materiales
(Sillar, 2009: 367-370).
La cronología prehispánica establecida para el valle de Catamarca indica claramente
que el período Agroalfarero medio se extiende probablemente desde comienzos
del primer milenio de la era cristiana hasta bien entrado el siglo XIV d. C., lo
cual indicaría la existencia y desarrollo de una «tradición» (sensu Gosselain &
Livingstone Smith, 2005: 72-82) en las formas de hacer las vasijas de cerámica
durante por lo menos 1400 años (Kriscautzky & Togo, 1996; Baldini et al., 2002).
Este alto grado de desarrollo artesanal en la manufactura de las vasijas Aguada
Portezuelo, conjuntamente con la distribución casi única de este tipo cerámico
mayoritariamente en los sitios del este y suroeste del valle de Catamarca
(Portezuelo, La Viñita, Club Banco, La Carrera, Choya 68, etc.) y en sitios
localizados geográficamente en los faldeos orientales de la sierra de Ancasti (por
ejemplo, Babiano, Sischas, Escalante, Anquincila, El Chorro, etc.) y la similitud
iconográfica de los motivos de esta alfarería con aquellos representados en el arte
rupestre del sector sur del faldeo oriental de la sierra de Ancasti, en el Paraje de
La Tunita (Nazar, 2012; Nazar et al., 2014), nos hacen pensar en la vinculación
de este tipo de alfarería con las prácticas rituales y de ceremonialismo asociadas
al consumo selectivo y tráfico de sustancias psicoactivas de carácter alucinógeno,
como el cebil (Anadenanthera sp.), desde el centro ceremonial ideológico-religioso

211
Guillermo A. De La Fuente, Sergio D. Vera, Marina Martínez Carricondo, Domingo C. Nazar

de La Tunita. Este rol de la alfarería Aguada Portezuelo, en tanto objeto agenciado,


estaría dado, por un lado, a través de la alta inversión de trabajo artesanal en la
elaboración de este tipo de vasijas (objeto único y preciado) y, por otro lado, en
el capital simbólico acumulado a través del tiempo por el objeto en sí mismo
(material histories), en tanto materialidad participante en contextos de carácter
ritual y ceremonial (redes interactuantes); lo cual habría influido y agenciado a su
poseedor (chamán). Sin embargo, coincidimos con Villanueva Criales (2015) en
que la agencia de una materialidad específica (por ejemplo, objetos cerámicos)
y las prácticas culturales en las que intervienen deben ser estudiadas, por un
lado, en sus relaciones contextuales arqueológicas y, por otro lado, en el caso
etnográfico en relación con una matriz ontológica de referencia (lingüística). La
idea de que el animismo en los Andes presupone que las personas poseen una
relación social interdependiente con el mundo material y que, en última instancia,
como plantea Allen (1982), el mundo material es sensible y puede incorporarse a
las relaciones sociales nos habla de la relacionalidad multidireccional que existe
entre las personas y las cosas. Entonces, no es extraño pensar que la alfarería
Aguada Portezuelo no debería ser la excepción a la regla.

6. A MODO DE CONCLUSIÓN

Creemos que la Antropología de la Tecnología es un marco adecuado para


empezar a pensar en la reformulación del concepto de especialización artesanal
en relación con las prácticas alfareras prehispánicas y actuales en los Andes (por
ejemplo, Sillar, 1996; 2000a; 2000b; 2009; Druc, 1996; 2001; 2009; 2011; véase
también Ramón Joffré, 2013a; Sillar & Ramón Joffré, 2016). Esta reformulación,
con ayuda de la etnografía, no implica una linealidad en la articulación de los
pensamientos para llegar a una definición conceptual inequívoca, sino más bien
abre una pléyade de visiones y oportunidades en las que, a nuestro juicio, deberían
considerarse, por lo menos, algunos elementos en su análisis: 1) la relación entre
el artesano y la materia prima (arcillas) dentro de los sistemas de referencia y
significado; 2) el contexto de elaboración de la alfarería; 3) la conciencia material
(sensu Sennett, 2009: 150-162) o la forma en que el artesano se relaciona con los
materiales; 4) la virtud de los materiales (sensu Sennett, 2009: 170-180); 5) los
diálogos que se establecen entre los artesanos y los objetos en sus diferentes
etapas de elaboración y 6) los sistemas de autoreferenciamiento del cuerpo (la
corporeidad) dentro de una sociedad y su acción física sobre la materia (Mauss,
1934; Sennett, 2009: 185-220).
Desde el punto de vista etnográfico —y quizás también etnoarqueológico—, esto
implica generar un diseño de trabajo totalmente diferente, prestando atención al
«giro material» anteriormente mencionado con la finalidad de poder visualizar
el rol de los objetos y su posición dentro de la sociedad en tanto portadores de
agencia y su relación con los agentes humanos y no humanos en los diferentes
contextos sociales en donde se establecen las relaciones (para los Andes, véanse
Sillar, 1996; 2000a; 2000b; 2009; Druc, 1996; 2001; 2009; 2011; Villanueva

212
Tradición alfarera y chaîne opératoire de la cerámica Aguada Portezuelo

Criales, 2011; 2015; Ramón Joffré, 2013a; Arnold et al., 2014; Sillar & Ramón
Joffré, 2016; para África, véanse, por ejemlo, Gosselain, 1999; 2000; Gosselain
& Livingstone Smith, 2005; Barley, 1989; 1994). Finalmente, un objetivo más
ambicioso debería contemplar el desarrollo de los elementos para una teoría de
la percepción andina, en tanto que los objetos y las materialidades también pasan
por diferentes etapas de socialización y sus categorías son construidas, significadas
y resignificadas a través de la vida de un individuo y su comunidad (véanse,
por ejemplo, Sillar, 2009; Villanueva Criales, 2011; 2015). Quizás el trabajo
de Arnold et al. (2014) con los textiles en los Andes sea uno de los ejemplos
más claramente desarrollados sobre ontología andina, de cómo la materia, los
pensamientos y los individuos están tan interconectados que es imposible hablar
de «unos» sin hacer referencia a los «otros». Su trabajo nos habla de las interfases
inexistentes entre individuos y cosas que como arqueólogos constantemente
construimos.

Agradecimientos
Este trabajo fue financiado parcialmente por el Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET). Por su parte, la Escuela de Arqueología (UNCa) proveyó
las instalaciones para la realización de los cortes petrográficos a través del Laboratorio
de Petrología y Conservación Cerámica. Agradecemos al profesor Juan Manuel Peréz
Martínez, dpto. Química-Física, Universidad de Alicante, por su constante apoyo en la
realización de los análisis por microespectroscopía Raman; a los doctores Gabriel Ramón
Joffré y Catherine Lara, organizadores del simposio «Técnicas alfareras pasadas y presentes
en Suramérica: nuevos enfoques y perspectivas», IX Reunión de Teoría Arqueológica de
América del Sur (TAAS), Ibarra, Ecuador (2018), por habernos invitado gentilmente a
participar de este evento; y, finalmente, a los evaluadores, cuyos comentarios ayudaron
a mejorar sustancialmente el manuscrito.

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219
Pedidos: IFEA, Casilla 18-1217, Lima 18 - Perú, telf. 243 60 90
E-mail: [email protected] - Web: http://www.ifea.org.pe

Edición: Instituto Francés de Estudios Andinos –


IFEA, UMIFRE 17 MEAE/CNRS 3337 AMÉRICA LATINA - PLURAL Editores
AvAnces de
InvestIgAcIón
Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2020, 49 (1): 223-229 IFEA
Análisis composicional de metales de tiempos inkas en La Huerta, Quebrada de Humahuaca, Jujuy, Argentina

Análisis composicional de metales de tiempos


inkas en La Huerta, Quebrada de Humahuaca,
Jujuy, Argentina

Iván Leibowicz*
Cristian Jacob**

INTRODUCCIÓN

En este trabajo se presentan los resultados de los análisis efectuados por medio de
SEM-EDAX (Dispersión de Energía de Rayos X), con un equipo Jeol JSM - 6460 LV,
a dos objetos metálicos, un tumi y una lámina, hallados en contextos inkaicos en el
sitio La Huerta, Quebrada de Humahuaca, Jujuy, Argentina. Este estudio posibilitó
conocer la composición química elemental de los objetos. Por un lado, el tumi
fue confeccionado en bronce estannífero, mientras que la lámina fue producto
de una aleación de oro y plata. Esta lámina, en la que predomina la presencia de
oro, representaría, de acuerdo a los antecedentes regionales, el primer elemento
confeccionado en este metal conocido para tiempos inkas en la Quebrada de
Humahuaca.

1. EL CONTEXTO DEL HALLAZGO

El sitio La Huerta se encuentra a 3 km hacia el este de la confluencia de las


quebradas de Humahuaca y La Huerta, a los 23°27’26.55’’S y 65°19’24.19’’O.
Está situado a 2800 m s. n. m. y a una altura entre 10 y 50 metros sobre el curso
de agua de la quebrada de La Huerta (Palma, 1998; Raffino & Alvis, 1993).

*
Instituto Multidisciplinario de Historia y Ciencias Humanas, Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina. E-mail: [email protected]
**
Colegios Provinciales 728 y 789, Puerto Madryn, Chubut, Argentina. E-mail: [email protected]

223
Iván Leibowicz, Cristian Jacob

Este gran asentamiento fue objeto de trabajos arqueológicos desde comienzos del
siglo XX, con las excavaciones realizadas por Debenedetti (1918).
Ocupa una superficie aproximada de 8 ha y cuenta con 614 estructuras en
superficie y 69 subterráneas (Raffino & Alvis, 1993) (fig. 1). El sitio (ubicado en
un tinkuy o confluencia de dos cursos de agua) fue ocupado desde el Período
Intermedio Tardío (1000-1430 d. C.), cuando alcanzó una superficie de 2 ha.
Posteriormente, bajo la dominación inkaica (1430-1535 d. C.), sufrió una
importante remodelación arquitectónica que lo habría transformado en una
cabecera administrativa del Tawantinsuyu y en un centro especializado en la
producción textil, alcanzando el tamaño actual (Leibowicz, 2007; 2012; Raffino
& Alvis, 1993; Raffino & Palma, 1993). Este crecimiento habría contado con el
aporte de mitimaes chichas provenientes del sur de Bolivia (Raffino, 1993) y de
gente de la región, posiblemente de sitios despoblados por los inkas, como Los
Amarillos o Juella.

Figura 1 – Ubicación de la Quebrada de Humahuaca y de los principales sitios de la región.


Plano de La Huerta con la ubicación del recinto 204 (R 204)
Figura elaborada por Iván Leibowicz. El plano de La Huerta fue modificado de Palma (1998)

224
Análisis composicional de metales de tiempos inkas en La Huerta, Quebrada de Humahuaca, Jujuy, Argentina

Los objetos metálicos que son analizados


en este trabajo fueron hallados en el
recinto 204 del poblado (fig. 2). Situado
sobre una de las laderas del asentamiento,
y prácticamente asomando al vacío,
este recinto fue construido con muros
dobles conformados por piedras
excelentemente canteadas. Constituye
uno de los más claros exponentes de la
arquitectura inkaica en La Huerta. Se
encuentra ubicado en el Sector A del
sitio que fue erigido tras la llegada de
los inkas a la región y donde no existen
rastros de ocupaciones más tempranas.
Uno de los rasgos más salientes que
ofreció su excavación fue el hallazgo,
en la esquina sureste y a la altura
del piso de ocupación, de una cista
subrectangular de paredes de piedra. Se
trata de una estructura con una calidad
arquitectónica notable, con medidas
de 1,21 m por 1,18 m por lado y una Figura 2 – R 204 y detalle de la tumba
profundidad máxima de 1,50 m, en la Fotografía: Iván Leibowicz
cual se hallaron los restos de, al menos,
seis individuos (Leibowicz et al., 2011). Esta tumba habría sido tapada con grandes
lajas, las cuales, producto del derrumbe, se encontraban colapsadas.
Este derrumbe, además de la gran acumulación de tierra que generaron las
excavaciones realizadas en las otras tres esquinas del recinto, permitió que tanto
la tumba como sus inmediaciones se encontrasen a salvo del huaqueo. Esta
circunstancia posibilitó el hallazgo de gran cantidad de materiales.
Además del tumi y la lámina dorada (fig. 3) se hallaron un par de aros,
aparentemente de bronce. Todos estos elementos metálicos se encontraron
fuera de la tumba. También se encontraron fragmentos de aríbalos y platos con
dos apéndices de estilo Inka Provincial, recipientes elaborados con calabazas
(Lagenaria sp) pintados de rojo y con ajíes (Capsicum sp) en su interior, maníes
(Arachis hypogaea) quemados, restos de yareta (Azorella compacta) quemada
usada como sahumador, gran cantidad de artefactos de madera (Prosopis sp en su
mayoría) utilizados en la producción de textiles, torteros o muyunas (de madera,
calabaza y hueso) decorados con pigmentos rojizos, agujas confeccionadas en
espinas de cardón y madera, fragmentos de cordelería, campanas de madera
pintadas con pigmento rojizo, una pala, una cuchara y un astil de madera, dos
grandes palos retorcidos pintados de rojo, un plato de madera con apéndices,
placas del caparazón de una mulita (Euphractus sp), un caracol proveniente del
Atlántico Sur (Urosalpinx rushi) y el cráneo y los anillos traqueales de un ave
(posiblemente un pato) (Leibowicz et al., 2011).

225
Iván Leibowicz, Cristian Jacob

Figura 3 – Tumi de bronce estannífero y lámina de oro y plata


Fotografía: Cristian Jacob

2. RESULTADOS DEL ANÁLISIS COMPOSICIONAL

En cuanto al tamaño de los objetos, el tumi mide 73 mm de largo máximo por


35 mm en su parte más ancha. Cuenta con un espesor que varía entre 2 mm en
la base y 1 mm en la parte superior.
Por su parte, la lámina tiene 23 mm en su parte más larga y 15 mm como ancho
máximo. El espesor es menor a 1 mm. A continuación, se presentan los resultados
del análisis composicional (cuadro 1).

Cuadro 1 – Composición química elemental de los objetos analizados (% en peso)

Au Ag Cu Zn Sn Si Al

Lámina 58,32 35,00 - - - 4,39 2,29

Tumi - - 88,78 0,79 4,31 4,35 1,77

3. DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES

La obtención de estos resultados nos permitió compararlos con los obtenidos


previamente por otros investigadores e incorporarlos a una discusión regional
más amplia.
Angiorama (2011) destaca que en Los Amarillos no se ha hallado ningún objeto
de oro de época inkaica. A su vez, afirma que en la literatura arqueológica no
encontró ninguna pieza de oro de tiempos inkaicos en toda la Quebrada de
Humahuaca. No obstante, Raffino et al. (1993) dan cuenta de algunos objetos

226
Análisis composicional de metales de tiempos inkas en La Huerta, Quebrada de Humahuaca, Jujuy, Argentina

de oro hallados en tumbas excavadas por Debenedetti (1918) ubicadas en el


Edificio 2 de La Huerta (Sector A o Inka). Se trata de tres canutillos de oro, que
fueron parte de un collar que incluía cuentas venecianas, hallados en la tumba 90,
ubicada en el R 196, y dos alfileres de oro localizados en la tumba 94, ubicada
en el R 198 (Raffino et al., 1993). No creemos que este dato haya sido pasado
por alto por Angiorama, por lo cual suponemos que la presencia de materiales de
procedencia europea, en los contextos donde se hallaron estas piezas de oro, hizo
que este autor no considere adscribirlos a la época de ocupación inka.
Si bien a lo largo de los años, en las investigaciones arqueológicas realizadas
en la Quebrada de Humahuaca, se recuperaron una gran cantidad de objetos
confeccionados en metal, son pocos los análisis composicionales efectuados a
piezas atribuibles a tiempos del Tawantinsuyu (Angiorama, 2013). Hasta este
momento, y a partir del trabajo de Angiorama (2013) —en el que se analizan
diez objetos metálicos procedentes del sitio Esquina de Huajra—, se conocía la
composición de trece piezas pertenecientes a contextos inkaicos: diez objetos de
bronce estannífero (ocho de Esquina de Huajra, uno de Ciénaga Grande, uno de
Putuquito), uno de plata con cobre (Esquina de Huajra), uno de cobre (Esquina
de Huajra) y uno de cobre con oro (Los Amarillos). Como puede observarse, no
hay registros de piezas en las que el componente principal sea el oro. A su vez,
cabe destacar que si bien la aleación de oro y plata es conocida a nivel regional
(nueve piezas en Los Amarillos; véase Angiorama, 2006), siempre fue hallada en
contextos preinkaicos.
De acuerdo con Patterson (1971: 301-302), el oro nativo siempre contiene algo
de plata, con una presencia que va del 1,8 % al 30 %, con un promedio del 9 %.
Por ello, es importante el análisis composicional al momento de determinar si
la aleación entre estos metales se dio de modo natural o si, por el contrario, fue
algo intencional (Angiorama, 2001). Así, aleaciones con más del 30 % de plata
indicarían que aquellas personas que confeccionaron estos objetos metálicos en
el pasado combinaron deliberadamente estos dos metales.
De este modo, la lámina hallada en el R 204 de La Huerta con un 58,32 % de
oro y un 35 % de plata podría considerarse como el producto de una acción
intencionada y sería el primer objeto confeccionado en esta aleación reconocido
en contextos inkas de la región. Por otra parte, se puede señalar que esta
composición es similar a la de los objetos 6 y 7 hallados en contextos funerarios
preinkaicos en Los Amarillos (Angiorama, 2004). Por ello, si bien no es posible
asegurar la temporalidad del objeto en cuanto a su producción, el contexto del
hallazgo (R 204 en el Sector A) es indiscutiblemente inkaico.
Esta misma duda podría surgir al momento de asignarle una temporalidad a la
elaboración del tumi de bronce estannífero. Su composición, con 88,78 % de
cobre y 4,31 % de estaño, es similar a la de gran cantidad de objetos hallados tanto
en la región humahuaqueña, en particular, como en el Noroeste Argentino, en
general, donde existe una larga tradición en la elaboración de bronces estanníferos
desde tiempos anteriores a la conquista del Tawantinsuyu (González, 2008). Sin
embargo, es importante tener en cuenta que, además del contexto en que se le

227
Iván Leibowicz, Cristian Jacob

encontró, se trata de una forma habitualmente asociada con la ocupación inka del
Noroeste Argentino (González, 2002: 65).
De esta manera, este trabajo presentó el primer objeto de oro y plata registrado
para la época inka en la Quebrada de Humahuaca, al tiempo que intentó ser un
aporte al conocimiento de la metalurgia prehispánica en el Noroeste Argentino,
acrecentando el corpus de materiales analizados mediante SED-EDAX.

Agradecimientos
Agradecemos a Jaime Groizard y a ALUAR Aluminio Argentino S.A.I.C. por los análisis. Este
artículo está dedicado a la memoria del Dr. Jorge Palma.

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228
Análisis composicional de metales de tiempos inkas en La Huerta, Quebrada de Humahuaca, Jujuy, Argentina

LEIBOWICZ, I., 2007 – Espacios de poder en La Huerta, Quebrada de Humahuaca.


Estudios Atacameños. Arqueología y Antropología Surandinas, 34: 51-70 69.
LEIBOWICZ, I., 2012 – Ideología y Espacio: Conquista Inka en la Quebrada de Humahuaca,
Jujuy, Argentina. Revista Chilena de Antropología, 25: 65-91.
LEIBOWICZ, I., ARANDA C. & JACOB, C., 2011 – Materialidad en una tumba inka de los
Andes del Sur. El caso de La Huerta, Quebrada de Humahuaca, Jujuy-Argentina.
Revista Haucaypata. Investigaciones Arqueológicas del Tahuantinsuyo, 1: 56-67.
PALMA, J. R., 1998 – Curacas y señores. Una visión de la sociedad política prehispánica en
la Quebrada de Humahuaca, 67 pp.; Tilcara: Instituto Interdisciplinario Tilcara (IIT),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
PATTERSON, C. C., 1971 – Native Copper, Silver, and Gold Accessible to Early Metallurgists.
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RAFFINO, R. A., 1993 – Al Este del Paraíso. In: Inka. Arqueología, historia y urbanismo del
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RAFFINO, R. A. & ALVIS, R. J., 1993 – Las ciudades Inka en Argentina. Arqueología de
La Huerta de Humahuaca. Primera Parte. El sistema de poblamiento. In: Inka.
Arqueología, historia y urbanismo del Altiplano Andino (R. A. Raffino, ed.): 37-76;
Buenos Aires: Ediciones Corregidor.
RAFFINO, R. A. & PALMA, J., 1993 – Los artefactos. In: Inka. Arqueología, historia y
urbanismo del Altiplano Andino (R. A. Raffino, ed.): 93-129; Buenos Aires: Ediciones
Corregidor.
RAFFINO, R. A., GARCÍA MONTES, V. & MANSO, A., 1993 – Las ciudades Inka en
Argentina. Arqueología de La Huerta de Humahuaca. Segunda Parte. La funebria
de La Huerta. In: Inka. Arqueología, historia y urbanismo del Altiplano Andino
(R. A. Raffino, ed.): 77-92; Buenos Aires: Ediciones Corregidor.

229
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Editores - FESCOL
Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines / 2020, 49 (1): 231-236
Comptes rendus d’ouvrages
IFEA

Reseñas*

Daniel Rojas. Diario de un interno de medicina. Aproximaciones a la educación


médica y al sistema de salud en Lima. Lima, IEP, 2018, 169 pp.

Publicado en 2018 y reeditado en 2019, se puede apostar que el Diario de un


interno de medicina de Daniel Rojas seguirá despertando interés en los meses
y años venideros. Si la situación sanitaria da un eco muy particular a esta
descripción de la vida diaria en los hospitales de Lima, el libro, a su vez, arroja
una luz valiosa sobre el colapso que se está produciendo en algunas partes del
sistema de salud peruano tras la erupción de la actual pandemia. La «paradoja»
peruana —combinando medidas preventivas tempranas, un control relativo de
los contagios en primera instancia, y luego el fracaso de la contención sanitaria—
se considera desde una perspectiva a más largo plazo, que destaca la dimensión
estructural de la crisis que le esperaba al país.
Sin recurrir al método histórico, este diario, con un prólogo de la antropóloga
Carmen Yon Leau, utiliza herramientas de las ciencias sociales y proporciona
observaciones de campo que no dejan de poner de relieve la profundidad histórica
de los problemas que va enfrentando el país. Como estudiante de medicina en la
universidad pública de San Marcos en Lima, Daniel Rojas describe su internado, es
decir el año de pasantía que precede a la obtención del título de médico-cirujano
después de seis años de estudio, y que luego puede seguir una especialización.
Compuesto por cuatro rotaciones en los departamentos de ginecología, medicina
interna, pediatría y cirugía, este último año antes de la consagración institucional
del estudiante le proporciona una valiosa ventana de observación etnográfica.

1. A CONTRACORRIENTE DEL RETRATO HEGEMÓNICO DEL


MUNDO MEDICAL

Tales observaciones rompen con el silencio que caracteriza los códigos vigentes
en esta profesión y ofrecen al lector un vistazo a la vida cotidiana de una

* El Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines no se responsabiliza por las opiniones vertidas
en esta sección.

231
Reseñas

profesión paradójicamente poco conocida. Paradójicamente, porque el silencio


de la profesión contrasta con su presencia televisiva ficticia en los espacios
occidentales y extremo occidentales, una saturación imaginaria de la que son
ejemplos las numerosas telenovelas peruanas (Clave uno: médicos en alerta,
Corazón de fuego, Golpe al corazón), mexicanas (Médicos, línea de vida, A corazón
abierto) o brasileñas (Hospital, Amor a vida). Mientras tales representaciones
hegemónicas privilegian un enfoque en los altos niveles de la jerarquía médica,
este Diario ofrece un contrapunto al hablar desde el punto de vista de un médico
en formación, lo suficientemente externo para no ser plenamente parte todavía
de la profesión, lo suficientemente interno para ofrecer una perspectiva crítica
basada en material fáctico.
A veces tomando notas después de días agotadores, a veces aprovechando
momentos menos intensos para apuntar algún comentario, el aprendiz de médico
menciona las deficiencias materiales del sistema de salud peruano: escasez de
medicinas, equipos malogrados, manejo burocrático de las historias clínicas
propenso a errores, insuficiencia de horas de descanso que socava la recuperación
del recurso humano. Aunque ya documentadas, estas taras alcanzan una valiosa
dimensión concreta a lo largo del texto. Una entrada del diario, por ejemplo, se
refiere a la falta de camas disponibles y a sus consecuencias en los pacientes con
apendicitis aguda, cuyas complicaciones el lector observa con ansiedad en la sala
de espera mientras pasan las horas. Además de estas disfunciones, el diario destaca
una serie de problemas culturales, menos conocidos, que afectan a la fluidez
y serenidad de los internos: un autoritarismo que hace las veces de estrategia
educativa por parte de algunos médicos jefes, casos de acoso sexual de baja y/o
alta intensidad a las estudiantes, discriminación y/o desprecio hacia pacientes
que hablan lenguas indígenas. Por ejemplo, una enfermedad cerebro-vascular,
sospechada en un paciente con disfasia aparente, es invalidada tras la observación
de que esta persona en realidad… no habla español. El diario concluye, dejando
vislumbrar cierta consternación tras un tono lacónico: «El paciente no tenía
disfasia. El paciente hablaba quechua».
Así pues el Diario documenta cierto abandono de los pacientes: poblaciones
andinas desacreditadas, pero también mujeres jóvenes sin anticonceptivos a las
que se les sermonea respecto a su supuesta falta de control sobre su fertilidad, o
habitantes de los barrios desfavorecidos que sufren una violencia endémica contra
la que se hace evidente que la profesión médica no da abasto.
Pero más allá del punto de vista del paciente, el diario da a conocer la posición de
un estudiante. Destaca cómo se va constituyendo un «hábito médico autoritario»,
una herramienta conceptual movilizada por Carmen Yon en sus muy útiles
observaciones preliminares, es decir, cómo los jóvenes médicos pasan bajo las
horcas caudinas de una cultura profesional destinada a «convertirlos» en actores
legítimos de una corporación. Así pues Daniel Rojas describe una ceremonia de
graduación. Poco antes del evento, él echa un vistazo a los estudiantes que lo
siguen, los compara con sus compañeros de clase y los describe con palabras que
recuerdan algunas de Pierre Bourdieu:

232
Comptes rendus d’ouvrages

Esos eran los externos. (...) Se les veía como si fueran inocentes, ingenuos,
a veces niños. Observé a mis compañeros. Había malicia en sus miradas,
tal vez astucia, también cansancio y desdén; pero también bastante
autosuficiencia y seguridad. Un año puede cambiar mucho a una persona
(p. 168).

2. ¿DONDE ESTÁ LO INTIMO DEL DIARIO?

La elección de la forma narrativa del diario, porque suele contravenir al imperativo


de modestia que rige los escritos académicos, podría haber dado paso a cierta
forma de storytelling. Sin embargo, este texto no contiene ningún relato de la vida
personal del autor. Si bien tales elementos no son necesariamente irrelevantes,
tal omisión sí parece contribuir al rigor de la exposición. El texto ofrece pues otro
contrapunto a las representaciones televisivas hegemónicas, en el sentido de que
propone comentarios que se limitan al estricto marco intrahospitalario. Esto no
impide que dé cabida a los sentimientos y a la consideración de la corporalidad
de las experiencias profesionales: el llanto, el aburrimiento, la falta de tiempo para
comer o ir al baño entre dos consultas, las ideas suicidas y los deseos de venganza
interpersonal son todos elementos que van desmitificando una experiencia
estudiantil que se imagina, a priori, como enriquecedora.
Lo personal, lo íntimo, el ser interior sí están por descubrir en el Diario, pero de
modos menos esperados. En el curso de las descripciones y de las reflexiones
personales, se va perfilando un camino deontológico, desde los primeros cursos
de ética tomados a la ligera, marginados en beneficio de los conocimientos
técnicos que quedan por acumular (pág. 88 «¿Para qué la bioética?»), hasta las
primeras dudas planteadas por casos clínicos, es decir, humanos. Poco a poco
las ciencias humanas y sociales y las humanidades —filosofía, literatura— se
abren paso hacia una conciencia ansiosa por entender su creciente malestar.
Las observaciones descriptivas dan paso a reflexiones que van construyendo una
crítica del sistema hospitalario (pág. 73: «El pronóstico no dependió del individuo,
sino del hospital»; pág. 122 «¿Entonces a quién servimos?»; pág. 152 «¿Somos
técnicos de la enfermedad, burócratas de hospital?») y, a partir de ahí, a reflexiones
de índole sindical y quizás hasta político sobre la validez de la desobediencia
en una situación de abuso de poder. Así pues, el diario busca ocurrencias de
episodios de huelga en la historia reciente de los internos, que podrían constituir
un precedente útil para una praxis laboral. A falta de un horizonte emancipador
inmediato, su relato cuenta a modo de consuelo una anécdota magistral: una
escena de carnaval (pág. 86, «El interno payaso») en la que un show de payasos,
dirigido a jóvenes pacientes y realizado por internos, se va sutilmente desviando
por los internos que logran burlarse de sus superiores, obligándolos a cantar y
bailar. La mascarada, por ser efímera, permite un breve incumplimiento de los
códigos de buena conducta y cuestiona, sin excesivo costo para los autores de
semejante subversión simbólica, el fundamento de una jerarquía ya despreciada.

233
Reseñas

¿Hay motivos para esperar que la actual crisis sanitaria lleve a un cuestionamiento
más duradero de semejantes modalidades de formación? El tiempo lo dirá; mientras
tanto, el autor prosigue esta labor de documentación reuniendo los testimonios
de profesionales médico/as, paramédico/as y extramédico/as (interno/as, pero
también enfermero/as, bombero/as, partero/as, policías, trabajadores de limpieza
y de funerarias) en el contexto de la crisis sanitaria1. Mientras tanto también, la
lectura de este Diario ya proporciona valiosas herramientas para pensar uno de los
pilares de las sociedades contemporáneas, sus sistemas de salud.

Irène Favier
UGA/LARHRA/IFEA

Olivia Angé. Barter and Social Regeneration in the Argentinean Andes. Oxford,
Berghahn Books, 2018, 236 pp.

Este primer libro de la antropóloga belga Olivia Angé examina las formas en
que un determinado tipo de transacción económica, como el trueque, crea
ciertas relaciones sociales y ciertos valores económicos en el noroeste argentino
contemporáneo (p. 90). Ahora bien, entre las diversas formas locales que
adquiere el intercambio en las ferias llevadas a cabo en esta región, tales como la
«invitación» —en la que circulan alimentos preparados que deben ser devueltos
según la «voluntad» del receptor (p. 141)—, o la «yapa» —también llamada
«aumento», suerte de mecanismo productor de un desbalance que, al requerir
intercambios ulteriores, abre el espacio para la manifestación de la confianza y
la creación de un vínculo social—; esta etnografía se concentra sobre todo en
aquella localmente llamada «cambio».
En este «cambio», no interviene el dinero (aunque tenga una fuerte dimensión
utilitaria) (p. 148) ni se busca mucha precisión en la medición de las proporciones,
apenas equiparadas según los volúmenes de los productos (pp. 125-126). El
acento parece puesto más bien en la calidad de los productos intercambiados,
que, según describe la autora, ilustraría la vitalidad invertida en su producción.
Por tanto, la calidad de la carne de las tierras altas o la del maíz de las tierras
bajas, por ejemplo, operarían como íconos de las virtudes propias de aquellos
que los producen y consumen: puneños y quebradeños, respectivamente
(p. 14). Así, los valores afirmados por medio de la circulación de estos productos
en las ferias, abarcarían colectividades enteras (p. 15) manifestando aquello que
la autora llama «una identidad étnica implícita» (p. 13).

1 Ver la sección En primera línea de la plataforma digital de periodismo colaborativo dedicada a la


salud pública en América Latina, Salud con Lupa: https://saludconlupa.com/series/en-primera-linea/

234
Comptes rendus d’ouvrages

Al mismo tiempo, además de marca identitaria, estos intercambios de productos


útiles, por medio de ceremonias y negociaciones, constituirían también un desafío
para la distinción entre trueque ceremonial y «comercio puro y simple» (p. 3). En
efecto, la participación de este «cambio» del noroeste argentino en la constitución
de relaciones concebidas en términos de parentesco (p. 11), resaltaría la «dimensión
trascendental de transacciones económicas esencialmente instrumentales»
(p. 4). Las descripciones de Angé sugerirían, pues, que la oposición entre interés
económico y abnegación religiosa no sería relevante para la comprensión de la
moralidad y las prácticas económicas en el contexto andino. Esta propuesta (quizá
la más importante, pero no la única valiosa) resulta, a nuestro parecer, más que
saludable para una antropología económica andinista a veces tan marcada por
la distinción tajante entre lo utilitario y lo metafísico —al menos en la forma en
que ésta se aplicara en regiones andinas ampliamente estudiadas, tales como, por
ejemplo, el valle del Chancay (Vivanco, 2012)—.
Ahora bien, valdría la pena destacar un detalle importante de este particular
entrelazamiento de lo económico y lo religioso en las ferias del noroeste argentino.
En el aspecto metafísico, encontramos un predominio tácito de la ofrenda y la
reverencia en las relaciones entre humanos y no humanos —un predominio quiza
excesivo y análogo, en las tierras bajas, al de la depredación (cf. Nahum-Claudel,
2017: 19) o al de la convivialidad (cf. Costa, 2016: 6). Las perspectivas del libro
sobre la figura mítica de la Pachamama podrían ayudarnos a ilustrar este punto.
De hecho, la Pachamama aparece, en esta etnografía, como un protagonista activo
en las transacciones económicas que se dan en las ferias, pues su participación
es vital para el éxito de aquellas. Sabiendo que los intercambios están sujetos a
la influencia de esta entidad no humana, los vendedores, al instalar sus tiendas,
la alimentan con hojas de coca y bebidas alcohólicas que depositan en hoyos
cavados expresamente (p. 142). La Pachamama, pues, encarnaría, en el paisaje,
a unos ancestros a los que se ofrecerían alimentos (compuestos de los mismos
ingredientes que se usan en la dieta diaria de los humanos) (p. 122). Este énfasis
en las ofrendas a una entidad más bien cercana a los humanos, se complementa
con aquel otro, igualmente usual, de la fertilidad. Así, en la región estudiada
por la autora, cada familia atesora una serie de piedras llamadas Pachamama o
«Tierra», que decoran y a las que hacen ofrendas periódicas de modo que, llegado
el momento de la siembra, hagan fértiles las semillas (pp. 41-42). En términos
más generales, leemos que los participantes en las ferias experimentarían su
relación con las plantas y animales que los rodean en el marco de una normativa
de responsabilidad y cuidado mutuos, lo que incrementaría el poder fertilizador
de la Pachamama (p. 31). En suma, tres elementos —ofrendas en busca de un
poder fertilizador, parentesco o proximidad entre los humanos y no humanos,
y responsabilidad y cuidado por el entorno— parecen predominar en esta
descripción de la Pachamama.
Ahora bien, estas tres características aparecen también resaltadas en algunos de los
discursos más frecuentes en torno a esta figura que, como lo muestra la etnografía
de otras regiones rurales como la sierra de Lima o las montañas de Lambayeque

235
Reseñas

(si nos fijamos solo en el Perú), está en realidad lejos de ser «homenajeada» «a
lo largo de los Andes» (p. 59). Y este predominio del cuidado, la proximidad y
la ofrenda pareciera, además, corresponderle una relativa omisión de entidades
agresivas, lejanas y contendoras, que, sin embargo, sí están presentes en varias
regiones andinas (Rivera Andía, en prensa), tales como, por ejemplo, aquellas
usualmente denominadas «gentiles» (Rivera Andía, 2000; 2006) —cuyos relatos
evocan precisamente aquella conceptualización indígena, encontrada por Angé,
de «la renuencia a intercambiar» como «una causa de desgracia» (p. 67).
Evidentemente, esta posible combinación de predominios o ausencias
configurando una forma exagerada de domesticación de la alteridad (sensu Gose,
2018) no menoscaba ni la empatía ni el detalle a que está abocada esta etnografía
de las ferias y sus más sutiles intercambios en el noroeste argentino. Barter and
Social Regeneration in the Argentinean Andes sigue siendo, pues, una lectura
enriquecedora para cualquier estudioso interesado en los entrelazamientos
económicos y religiosos de los Andes.

Referencias citadas

COSTA, L., 2016 – The Owners of Kinship: Asymmetrical Relations in Indigenous Amazonia,
304 pp.; Chicago: Hau Books.
GOSE, P., 2018 – The semi-social mountain. Metapersonhood and political ontology in the
Andes. HAU: Journal of Ethnographic Theory, 8 (3): 488-505.
NAHUM-CLAUDEL, C., 2017 – Vital diplomacy. The Ritual Everyday on a Dammed River in
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RIVERA ANDÍA, J., 2000 – Los Gentiles de Llampa. Anthropologica, 18 (18): 271-280.
RIVERA ANDÍA, J., 2006 – Mitología en los Andes. In: Mitologías amerindias (A. Ortiz
Rescaniere, ed.): 129-176; Madrid: Trotta.
RIVERA ANDÍA, J., En prensa – Contiendas y apropiaciones en el tratamiento ritual de
animales. Una mirada extra-andina de la herranza. In: Humanos y otros Animales
(P. Dransart, F. Pazzarelli & L. Bugallo, eds); Jujuy: Antropofagia.

Juan Javier Rivera Andía

236
i

Recomendaciones a los autores


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Libros
SÁNCHEZ PATZY, M., 2017 – La ópera chola. Música popular en Bolivia y pugnas
por la identidad social, 454 pp.; La Paz: Instituto Francés de Estudios Andinos
(IFEA), Plural editores.
Publicaciones periódicas
ITIER, C., 2016 – La formación del quechua ayacuchano, un proceso inca y
colonial. Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines, 45 (2): 269-360.
Obras colectivas
GIERZ, M. & PRZADKA-GIERZ, P., 2016 – Fronteras flexibles, territorios
permeables: dinámicas territoriales en las fronteras meridionales de Moche
y Chimú. In: Las sociedades andinas frente a los cambios pasados y actuales.
Dinámicas territoriales, crisis, fronteras y movilidades (N. Goepfer, S. Vásquez,
C. Clément & A. Christol, eds.): 89-115; Lima: Instituto Francés de Estudios
Andinos (IFEA), Laboratoire d’Excellence Dynamiques Territoriales et Spatiales.

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página citada. A partir de 3 autores se menciona el primer autor + et al.).
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colonial. Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines, 45 (2): 269-360.
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GIERZ, M. & PRZADKA-GIERZ, P., 2016 – Fronteras flexibles, territorios permeables:
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instance, même après évaluation favorable des 2 évaluateurs en cas de problème
avéré (publication parallèlle sur un autre support, plagiat, etc.).

L’IFEA n’envoie plus de tirés-à-part papier aux auteurs qui recevront une version
.pdf. Tout manuscrit ne respectant pas ces instructions (longueur, illustrations non
conformes à la qualité requise par le Bulletin de l’IFEA…) sera renvoyé aux auteurs
pour remise en forme sans avoir été évalué.
v

Recommendations to the Authors

The Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines is published three times a year.
The Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines is a multidisciplinary journal
that features previously unpublished articles spanning the social sciences and
humanities in the Andean region, mainly Bolivia, Colombia, Ecuador and Peru. It
is intended for a specialised readership but also aims to attract a larger audience
that is curious about the Andean area.

THE SECTIONS OF THE IFEA BULLETIN


Apart from the main articles (please find the instructions to authors below), the
Bulletin publishes book reviews that must not exceed 10,000 characters and
research advances, short texts that must not exceed 12,000 characters, including
illustrations (4 pages maximum). This section includes information regarding
discoveries, interpretations, approaches and new techniques on one hand and on
the other hand structured notes from the researchers themselves concerning their
results. The research advances are evaluated by a specialist named by the IFEA’s
Bulletin editorial committee.
INSTRUCTIONS TO AUTHORS
The manuscripts must to be sent in digital format to the person responsible for the
Bulletin at the IFEA by mail or by e-mail ([email protected]):
1. The Manuscript: The submitted articles must be unpublished texts in line with
our editorial guidelines, display sound science, should not have been presented to
other journals or publishing houses at the same time and must also focus on one
or more countries of the Andean geographical area
The articles can be written in French, Spanish or English. They must not exceed
50,000 characters with spacing (including abstracts in three languages, kewwords,
bibliography and notes). Footnotes must be grouped at the end of the manuscript. The
manuscripts must be accompanied by the first name, last name, professional position,
institutional address and e-mail of the author or authors; a summary of around 7,00
characters each in French, English and Spanish; a maximum of six key words in all
three languages; and a translation of the article’s title in all three languages.
2. Illustrations (maps, figures, photos, etc.) All of the illustrations, numbered and
referenced in the text, must be sent in black and white separately in digital format
with an indication of the software used (map and figures in vectorial format). Each
illustration must be identified with a number and referenced with the name of
the author, the title, the source and an explanatory legend of not more than 150
characters. All photos must be scanned in high resolution or sent on high quality
paper (format 15 cm x 10 cm). Slides will not be accepted. The maps, architectural
plans and diagrams must be accompanied with a scale, a north arrow and a legend.
Illustrations that are not the property of the authors of the articles must be
authorized to be reproduced in BIFEA, granted in writing by the persons and
vi

/ or entities that have the rights of authorship. If necessary, you must also have
the authorization of the photographer. These authorizations can be sent to the
magazine through an email.
3. Bibliography: The bibliography must contain only the references cited in the
article and no more. The references must be listed at the end of the manuscript
in alphabetical order. The titles of the journals and the names of the organisations
must be indicated in full words; acronyms are not accepted.
The references should be presented according to the conventions illustrated
below:
Books
SÁNCHEZ PATZY, M., 2017 – La ópera chola. Música popular en Bolivia y pugnas
por la identidad social, 454 pp.; La Paz: Instituto Francés de Estudios Andinos
(IFEA), Plural editores.
Journal Articles
ITIER, C., 2016 – La formación del quechua ayacuchano, un proceso inca y
colonial. Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines, 45 (2): 269-360.
Edited volumes
GIERZ, M. & PRZADKA-GIERZ, P., 2016 – Fronteras flexibles, territorios permeables:
dinámicas territoriales en las fronteras meridionales de Moche y Chimú. In: Las
sociedades andinas frente a los cambios pasados y actuales. Dinámicas territoriales,
crisis, fronteras y movilidades (N. Goepfer, S. Vásquez, C. Clément & A. Christol,
eds.): 89-115; Lima: Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA), Laboratoire
d’Excellence Dynamiques Territoriales et Spatiales.
4. Citations in the text: Please follow these instructions: (Author[s], date: page
indication. When more than 3 authors: the first author + et al.).
5. Evaluation: The articles submitted are evaluated with the double-blind reviewing
method. The scientific committee designates two independent evaluators who use
a pre-established form.
The texts can be accepted or rejected for their publication in the BIFEA, with or
without modifications. If the modifications required are significant, the manuscript
will be sent back to the evaluators for a final validation. In the event of any
disagreement on the recommendations emitted, the authors must justify their
position by writing, in order to facilitate the dialogue with the evaluators.

IMPORTANT: If a problem was to be found (some publication in another support,


plagiarism, etc.), the Bulletin reserves its right to refuse an article even if has been
accepted by the two reviewers.
The IFEA will not send a paper version of the final article. The final version of
the article will be sent to authors in pdf format for a limited distribution. Any
manuscript that does not respect all these instructions (length, illustrations, graphic
resolution of the quality required by the Bulletin de l’IFEA) will be sent back to the
author for modification without being evaluated.
vii

Código de deontología editorial del


Instituto Francés de Estudios Andinos

En calidad de actor de la producción científica en ciencias sociales en los Andes,


el IFEA es particularmente sensible a la evolución de los diversos componentes
de la investigación, así como a las exigencias de sus contribuidores y del público.
El presente documento fue redactado con este propósito. Constituye una guía de
ética y buenas prácticas que se aplica al conjunto de sus publicaciones (Bulletin,
Travaux, Actes et Mémoires, Biblioteca Andina de Bolsillo), en complemento de
sus normas editoriales. Inspirado en los principios fundamentales de la propiedad
intelectual, de los derechos de autor y los derechos de la persona, se dirige a los
miembros del polo editorial del IFEA (director o directora del instituto, responsable
y asistente de edición, comité editorial del Boletín), así como a los autores, autoras,
evaluadores y evaluadoras.

Derechos y responsabilidades del polo editorial del IFEA


La búsqueda de la calidad científica es el motor principal de nuestra producción
editorial, que es independiente de cualquier ideología o grupo de presión.
El polo editorial del IFEA rechaza firmemente toda forma de atentado contra la
dignidad humana, ejercida hacia un individuo o grupo de individuos, debido
especialmente a sus opiniones políticas, su origen real o supuesto, su religión,
sexo, identidad de género u orientación sexual.
Por ello, le corresponde al IFEA asegurarse de que el conjunto de sus actividades
editoriales y las producciones derivadas de estas respeten los derechos de la
persona. El instituto se reserva así el derecho de excluir de sus actividades a
toda persona reconocida como culpable por una instancia penal o disciplinaria
competente, de delitos de discriminación, incitación al odio y acoso moral o
sexual.
Es el deber del IFEA escoger a los evaluadores más competentes en cada ámbito
correspondiente y asegurarse de que el proceso de evaluación sea llevado a cabo
de la manera más justa e imparcial posible. Salvo excepción, los evaluadores
deben poseer un doctorado o un diploma de nivel equivalente.
Durante el proceso de edición, el polo editorial del IFEA se compromete a no
divulgar los manuscritos y a respetar los principios de confidencialidad relativos a
los autores y a los evaluadores estipulados en las normas editoriales.
La decisión final de la publicación de un manuscrito le corresponde al director o
directora del IFEA, quien debe ser capaz de comunicarla a los autores de manera
argumentada.

Derechos y responsabilidades de los autores


Las personas que aparecen como los autores de un texto certifican haber
participado de manera activa en la elaboración, recuperación, procesamiento,
interpretación y redacción de los datos e ideas. En el caso de un trabajo colectivo,
viii

el orden de los nombres es alfabético si las implicaciones son similares; de no ser


así, el orden corresponde al grado de implicación de cada quien.
Los autores son responsables de los datos e ideas registrados en sus manuscritos,
así como de la exactitud de las informaciones transmitidas. El contenido de las
publicaciones del IFEA no compromete, de ninguna manera, la responsabilidad
jurídica del instituto a nivel editorial.
A excepción de las reediciones, un manuscrito enviado al polo editorial del IFEA
no debe haber sido publicado o presentado a otro editor, ni siquiera en otro
idioma.
Al referirse a ideas o datos pertenecientes a terceros, los contribuidores deben
especificar sus fuentes de acuerdo a los formatos de citas y de presentación de
la bibliografía precisados en las normas editoriales. De la misma manera, es su
responsabilidad proporcionar las autorizaciones necesarias para la reproducción
de cualquier documento que no sea de su autoría.
Luego de la presentación de un manuscrito, los autores se comprometen a aceptar
someterlo a un proceso de evaluación y a tener en cuenta las recomendaciones
propuestas por los evaluadores y los editores científicos. Cualquier impugnación
de estas recomendaciones debe ser adecuadamente argumentada. Si un autor
desea excluir a un evaluador potencial, puede señalarlo al polo editorial, que
tomará en cuenta la solicitud, basándose en su argumentación.
Responsabilidad de los evaluadores
Los evaluadores deben informar al polo editorial en caso de conflicto de interés
con los autores o en relación con el contenido de los manuscritos.
Los manuscritos son remitidos a los evaluadores de forma confidencial. Estos no
deben de ninguna manera divulgarlos fuera del círculo del proceso de evaluación.
Los evaluadores se comprometen a utilizar sus competencias para examinar
el fondo y la forma de los manuscritos mediante una lectura crítica, honesta,
constructiva y lo más objetiva posible. Para ello, deben completar la hoja de
evaluación proporcionada por el polo editorial y, a su vez, argumentar su decisión
final de aceptar o rechazar un manuscrito.
En caso de identificar formas de plagio o autoplagio en un manuscrito, el evaluador
o evaluadora tiene la obligación de informar al polo editorial del IFEA. Asimismo,
el evaluador o evaluadora deberá hacer lo propio ante cualquier situación relativa
a los atentados contra la dignidad de la persona mencionados líneas atrás, de la
cual tenga un conocimiento comprobado. La decisión final de excluir un texto
recae sobre el polo editorial del IFEA.
Los evaluadores se comprometen a respetar los plazos de lectura notificados por
el polo editorial o caso contrario, a informar a este último cuanto antes.
ix

Charte déontologique du pôle éditorial de


l’Institut Français d’Études Andines

En tant qu’acteur de la production scientifique en sciences sociales dans les Andes,


l’IFEA est particulièrement sensible à l’évolution des diverses composantes de la
recherche ainsi qu’aux exigences de ses contributeurs et du public. Ce document
a été rédigé à cet effet. Il constitue un guide d’éthique et de bonnes pratiques
s’appliquant à l’ensemble de ses publications (Bulletin, Travaux, Actes et Mémoires,
Biblioteca Andina de Bolsillo), dont il complète les normes éditoriales. Inspiré
des principes fondamentaux de la propriété intellectuelle, des droits d’auteur et
des droits de la personne, il concerne les membres du pôle éditorial de l’IFEA
(directrice ou directeur de l’IFEA, responsable et assistant ou assistante d’édition,
comité éditorial du BIFEA) ainsi que les auteur-e-s et évaluateurs/évaluatrices.
Droits et responsabilités du pôle éditorial de l’IFEA
La quête de la qualité scientifique est le moteur principal de la production éditoriale
de l’IFEA, qui est indépendant de toute idéologie ou groupe de pression.
Le pôle éditorial de l’IFEA rejette fermement toute forme d’atteinte à la dignité
humaine, s’exerçant envers un individu ou un groupe d’individus, à raison
notamment de leurs opinions politiques, leur origine vraie ou supposée, leur
religion, leur sexe, leur identité de genre ou leur orientation sexuelle.
À ce titre, il revient à l’IFEA de veiller à ce que l’ensemble de ses activités éditoriales
et les productions en découlant respectent les droits de la personne. L’institut se
réserve ainsi le droit d’exclure de ces activités toute personne ayant été reconnue
coupable des délits de discrimination, d’incitation à la haine, de harcèlement
moral ou sexuel par une instance pénale ou disciplinaire compétente.
Il est dans le devoir de l’IFEA de choisir les évaluateurs les plus compétents dans
chaque domaine concerné, et de s’assurer que le processus d’évaluation soit
mené à bien de la manière la plus juste et impartiale possible. Sauf exception,
les évaluateurs doivent être titulaires d’un doctorat ou d’un diplôme de niveau
équivalent.
Au cours du processus d’édition, le pôle éditorial de l’IFEA s’engage à ne pas
divulguer les manuscrits, et à respecter les principes de confidentialité concernant
les auteurs et les évaluateurs qui sont stipulés dans les normes éditoriales.
La décision finale de la publication d’un manuscrit revient au directeur ou
directrice de l’IFEA, qui doit être en mesure d’en faire part aux auteurs de manière
argumentée.
Droits et responsabilités des auteurs
Les personnes figurant comme les auteurs d’un texte certifient avoir participé de
manière active à l’élaboration, la récupération, le traitement, l’interprétation et la
rédaction des données et des idées. Dans le cas d’un travail collectif, l’ordre des
noms est alphabétique si les implications sont similaires et fonction de l’implication
de chacun dans le cas contraire.
Les auteurs sont responsables des données et des idées consignées dans leurs
manuscrits, ainsi que de l’exactitude des informations retransmises. Le contenu
x

des publications de l’IFEA n’engage en aucun cas la responsabilité juridique de


l’institut sur le plan éditorial.
A l’exception des rééditions, un manuscrit envoyé au pôle éditorial de l’IFEA ne
doit pas avoir été publié ou présenté à un autre éditeur, y compris dans une autre
langue.
Lorsqu’ils font référence à des idées ou des données appartenant à des tiers, les
contributeurs sont tenus de spécifier leurs sources en accord avec le format de
citations et de présentation de la bibliographie précisé dans les normes éditoriales.
De la même manière, il leur revient de fournir les autorisations nécessaires à la
reproduction de tout support dont ils ne sont pas les auteurs.
Suite à la présentation d’un manuscrit, les auteurs s’engagent à accepter de le
soumettre à un processus d’évaluation, et à tenir compte des recommandations
proposées en conséquence par les évaluateurs et les éditeurs. Toute contestation
de ces recommandations doit être dûment argumentée. Si un auteur souhaite
exclure un relecteur potentiel, il peut le signaler au pôle éditorial, qui en tiendra
compte en fonction du bien-fondé de la demande.
Responsabilités des évaluateurs
Les évaluateurs sont tenus d’informer le pôle éditorial en cas de conflit d’intérêt
avec les auteurs ou concernant le contenu des manuscrits.
Les manuscrits sont confiés aux relecteurs à titre confidentiel. Ces derniers ne
doivent en aucun cas les divulguer en dehors du cercle du processus d’évaluation.
Les évaluateurs s’engagent à user de leurs compétences afin d’examiner le fond et
la forme des manuscrits par le biais d’une relecture critique, honnête, constructive
et la plus objective possible. Ils s’appuient pour ce faire sur la grille transmise par le
pôle éditorial, conçue pour les guider à argumenter leur décision finale d’accepter
ou refuser un manuscrit.
S’il identifie des formes de plagiat ou d’auto-plagiat sur un manuscrit, l’évaluateur
ou évaluatrice a l’obligation d’en informer le pôle éditorial de l’IFEA. De même,
l’évaluateur ou évaluatrice a l’obligation d’informer le pôle éditorial de l’IFEA de
toute situation relevant des atteintes à la dignité de la personne mentionnées ci-
dessus, dont il ou elle aurait une connaissance avérée. La décision finale d’exclusion
d’un texte reviendra au pôle éditorial de l’IFEA.
Les évaluateurs s’engagent à respecter les délais de relecture notifiés par le pôle
éditorial, ou à défaut, d’en informer celui-ci au plus vite.
xi

French Institute of Andean Studies: Code of Conduct

As a contributor to the production of works in Social Sciences in the Andes, the


French Institute of Andean Studies is particularly interested in the development
of different areas of research, as well as the demands of the contributors and the
public. This document has been written with this purpose in mind. It articulates the
ethical guidelines and that of good practice that apply to the institute’s publications
(Bulletin, Travaux, Actes et Mémoires, Biblioteca de Bolsillo), in addition to its
editorial standards. Inspired by the basic principles of intellectual property,
copyright and human rights, this code of conduct is written for the members of
the editorial division (director of the institute, head and editorial assistant, BIFEA
editorial committee), as well as for authors and the assessors.
Rights and Responsibilities of the IFEA’s Editorial Division
It is the pursuit of scientific quality, independent of any ideology and lobby group,
which drives our editorial production.
The IFEA’s editorial division firmly rejects all forms of violation against the human
dignity of any individual or group of individuals, especially because of their
political opinions, background, religion, sex, gender identity or sexual orientation.
Therefore, it is the IFEA’s responsibility to ensure that all of its editorial work and
all of its derived products respect human rights. The Institute reserves the right
to exclude from its works anyone deemed guilty by a criminal or responsible
disciplinary institution of offenses such as discrimination, incitement to hate, and
moral or sexual harassment.
It is the IFEA’s duty to choose the most competent assessors in each of the
corresponding domains and ensure that the process of evaluation is undertaken
in the most impartial and fair manner. Other than a few exceptions, the assessors
must have a PhD or the equivalent level of education.
Throughout the editorial process, the IFEA’s editorial division is committed to not
disclosing the manuscripts to those outside the review process and to respecting
the principles of confidentiality regarding the authors and assessors, as mentioned
in the editorial standards.
The director has the authority to make the final decision in publishing a manuscript.
This basis of this decision must be communicated the author or authors.
Rights and Obligations of the Authors
People that appear as authors of a text certify having participated actively in the
elaboration, recovery, processing, interpretation and formatting of the data and
ideas. In the case of a collective task, the names of the authors either will be listed
alphabetically or be done according to the level of participation of each person.
The authors are responsible for the data and ideas stated in the manuscripts, as
well as the exactitude of the information transmitted. The content of the IFEA’s
publications does not imply in any way the juridical responsibility of the institute
on an editorial level.
xii

With the exception of a reprinted article, a manuscript sent to the IFEA’s editorial
division must not have already been published or presented to another editor
even in another language.
If data and ideas come from a third party, the contributors must state their sources
according to the IFEA’s editorial standards for quotes and bibliographies. It is also
their responsibility to present the necessary authorizations in order to reproduce
any unpublished document that is not of their doing.
After having presented a manuscript, the authors commit to undertaking a process
of evaluation and also accept taking into account the recommendations suggested
by the reviewers and the scientific editors. Any rejection of these recommendations
must be adequately explained. If an author wishes to exclude a potential evaluator,
he can inform the editorial division who will take into consideration the request.
The Reviewers Responsibility
The reviewers must inform the editorial division in any case of conflict of interest
regarding the authors or the content of the manuscripts.
The manuscripts are submitted to the assessors in strict confidentiality. The
manuscripts must not be disclosed in any way outside of the circle of individuals
involved in the process of evaluation.
The reviewers are committed to using their expertise in order to examine the
content and the form of the manuscripts through a critical, fair, constructive and
objective reading. To do so, the reviewers must complete the evaluation form
submitted by the IFEA’s editorial division and also explain their final decision in
accepting or rejecting a manuscript.
In the case of plagiarism or auto-plagiarism in a manuscript, the assessors have
the obligation to inform the IFEA’s editorial division. The assessors must also take
corrective action if they know of any confirmed attempt against human dignity,
as detailed earlier. The responsibility for taking the final decision of excluding a
manuscript falls on the IFEA’s editorial division.
The reviewers commit to respecting the deadlines set by the editorial division; if
they are unable to do so, they must inform the editorial division in a timely fashion.
Se terminó de imprimir en los talleres gráficos de
T AREA A SOCIACIÓN G RÁFICA E DUCATIVA
Pasaje María Auxiliadora 156 - Breña
Correo e.: [email protected]
Página web: www.tareagrafica.com
Teléfs. 332-3229 / 424-8104 / 424-3411
Junio 2021 Lima - Perú
Gabriel Ramón, Catherine Lara
Dialogar con los alfareros e interpretar la cerámica precolonial
andina 1
Angela María Cadena Muñoz
Saber hacer y tradición en La Chamba, Colombia:
un estudio etnográfico de la selección de arcillas 19
Daniela Castellanos
Caminar desechos. Reflexiones desde las superficies de
Aguabuena 41
Sthefano Serrano Ayala
Técnicas de producción cerámica de Imbabura: una reflexión
arqueológica y de saberes locales en la Sierra Norte del Ecuador 63
Mario Brazzero
La técnica del golpeado, etnografía comparada de procesos de
elaboración cerámica en dos comunidades alfareras del austro
ecuatoriano: Jatumpamba y Las Nieves 85
Catherine Lara
Enfoque tecnológico, cerámica y supervivencia de prácticas
precolombinas: el ejemplo cañari, Ecuador 107
Gabriel Ramón Joffré
Producción alfarera itinerante en los Andes: evidencia etnográfica,
modelos interpretativos y narración arqueológica precolonial 129

Florencia Ávila
Etnografía, Arqueología y recursividad en la comunidad alfarera
de Chipihuayco (Modesto Omiste, Bolivia) 153
Juan Villanueva Criales
Un modelo etnográfico para interpretar el estilo técnico cerámico
del Intermedio tardío (ap. 1100-1450 d. C.) en el altiplano de
Carangas, Bolivia 171

Guillermo A. De la Fuente, Sergio D. Vera, Marina Martínez


Carricondo, Domingo C. Nazar
Tradición alfarera y chaîne opératoire de la cerámica Aguada
Portezuelo, período Agroalfarero medio, provincia de Catamarca,
Argentina: aportes al entendimiento de la especialización artesanal 195

Avances de investigación
Iván Leibowicz, Cristian Jacob
Análisis composicional de metales de tiempos inkas en la Huerta,
Quebrada de Humahuaca, Jujuy, Argentina 223

Reseñas 231

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