Afrodescendientes Del Cauca

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Arqueología e historia de africanos y

afrodescendientes en el Cauca, Colombia


Archaeology and History of Africans and
Afro-descendants in Cauca, Colombia

Diógenes Patiño Castaño*1


Martha C. Hernández**2
Universidad del Cauca, Colombia

DOI: 10.22380/2539472X.967

RESUMEN ABSTRACT
Este artículo de arqueología histórica analiza This historical archaeology article analyzes evi-
evidencias del pasado e historia de los africanos dence of the past and history of enslaved Africans
esclavizados y sus descendientes en Popayán y and their descendants in Popayán and north of
norte del Cauca, durante los siglos XVIII y XIX. Cauca, during the 18th and 19th centuries. Using
Utilizando datos de archivo, investigación de archival data, investigation of archaeological sites,
sitios arqueológicos, cultura material y oralidad, material culture and orality, it explores the social
el estudio explora las relaciones sociales entre relations between masters and slaves and provides
amos y esclavos para dar cuenta de sus asen- an account of their settlements, areas of domestic
tamientos, áreas de labores domésticas, agríco- work, agriculture, and mining in the countryside.
las y mineras en el campo. Los datos conducen The data gathered contributes to the analysis of
al análisis de la cotidianidad, la servidumbre, everyday life, servitude, ancestry, resistance, and
la an­­cestralidad, la resistencia y la emancipación Afro-Colombian emancipation, topics scarcely
afrocolombianas, todos temas escasamente investigated in Colombia, especially in the south-
in­vestigados en Colombia, especialmente en western region. By offering an initial overview of
la región suroccidental. Al ofrecer un panora- these issues, this research strengthens Afro-dias-
ma inicial sobre estos asuntos, la investigación poric studies through the history, memories, tradi-
amplía y fortalece los estudios afrodiaspóricos tions, and heritages within Colombia´s multi-eth-
a través de la historia, las memorias, las tradicio- nic society.
nes y los patrimonios en nuestra sociedad plu-
Keywords: historical archaeology, slavery,
riétnica colombiana.
afro-descendants, Cauca.
Palabras clave: arqueología histórica, escla-
vitud, afrodescendientes, Cauca.

* [email protected] / https://orcid.org/0000-0002-0110-0017

** [email protected] / https://orcid.org/0000-0003-1751-158X

revista colombiana de antropología Vol. 57, N. 0 1 pp. 125-162


RECIBIDO: 16/10/2019 125
E-ISSN: 2539-472x ENE.-JUN. DEl 2021 Aprobado: 16/09/2020
Diógenes Patiño Castaño, Martha C. Hernández

Estudios de arqueología
histórica afro en Colombia
Los estudios de arqueología histórica en Colombia iniciaron en la década de los
ochenta con trabajos esporádicos en centros históricos y lugares patrimoniales.
En las últimas dos décadas, estas investigaciones ampliaron su campo de interés
a través de análisis sociales, económicos y políticos coloniales, y ahondaron en
estudios de arquitectura, industrias y cultura material, temáticas que conducen
a repensar las dinámicas y cambios sociales de las épocas colonial y republi­
cana en nuestro país (D. Patiño 2012; Therrien et al. 2002); en el suroccidente,
la arqueología histórica es aún más reciente. Algunos estudios se han llevado a
cabo en Popayán (época colonial): por ejemplo, las excavaciones en la Casa de la
Moneda y el convento de San Francisco (Patiño y Zarankin 2010) o los trabajos
de grado de antropología (Universidad del Cauca) en las haciendas esclavistas de
Calibío y Coconuco o sobre el contacto cultural en Popayán, que tienen en cuenta
la materialidad arqueológica y los documentos históricos (Buitrago 2010; Caice­
do 2006; Méndez 2007; Londoño 2011).
Sin embargo, el estudio de los africanos esclavizados y libres no se ex­
plicitó en ninguno de estos trabajos. Investigaciones en arqueología histórica
específicamente sobre los esclavos africanos y afrodescendientes no existen, y
las que se relacionan con este tema lo hacen de modo muy general. Ejemplo de
ello son las tesis mencionadas, otra en las haciendas Bateas y Tune con escla­
vos en las vecindades de Neiva (Huila) (Suaza 2006, 2007) y aquella realizada
sobre una comunidad negra que inicialmente explotó sal en la región páez (Esco­
bar 2019). Quizás el trabajo más destacado por su carácter interdisciplinar es el
realiza­do en la hacienda Cañasgordas (Valle del Cauca), que aún continúa sien­
do analizado (López 2014); por otro lado, estos sitios andinos se conectaban con
aquellos de los reales de minas del Chocó, como Nóvita y San Juan (López 2007).
En el norte del país, el sitio Palenque de San Basilio está mejor estudiado desde
la historia (Colmenares 1979; Navarrete 2008, 2012a, 2012b; Zuluaga y Romero
2011) y la antropología (Escalante 1964; Friedemann 1974, 1992; Friedemann y
Arocha 1986), pero escasamente desde la arqueología (Mantilla 2010, 2013).
En esta región del país, las comunidades afrodescendientes se asentaron
principalmente en la costa pacífica, valle del Patía, norte del Cauca y Valle del
Cauca. Sus orígenes se ubican principalmente en el oeste de África (Guinea,
Senegal, Nigeria, Congo y Angola) y su inserción en el continente fue parte de
un largo proceso de coloniaje europeo (Maya 1998). El aporte cultural afro, la

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materialidad, los asentamientos, la resistencia, el cimarronaje con palenques o


quilombos, la vida cotidiana y sus relaciones sociales son temas que aún esperan
ser estudiados desde la arqueología histórica. Los trabajos más destacados en
este sentido se encuentran en Brasil (Quilombo Palmares y Mato Grosso) (Funari
1998); las islas de Cuba, Barbados, Dominica y Jamaica, entre otras con múltiples
sitios arqueológicos e históricos de plantaciones de caña de azúcar, algodón y
tabaco (Deagan 1987; Orton y Hirton 2005); y el sureste de los Estados Unidos, con
sus puertos de entrada en Charleston (Carolina del Sur) y sus plantaciones agríco­
las; en todos se observa como principal fuente laboral la presencia de hombres
y mujeres africanos esclavizados (Singleton 1999). En la actualidad, las comu­
nidades afro hacen uso de diferentes estudios, entre ellos los arqueológicos e
históricos, para combatir el racismo y la discriminación y reivindicar su pasado,
sus tradiciones y su memoria colectiva (Balanzátegui 2018; Mantilla 2016; Maya
2015; Ogundiran y Falola 2007).

Enfoque teórico y metodológico


Los estudios en arqueología histórica son relevantes en cuanto relacionan las
culturas o los grupos étnicos y la multivocalidad. Esta área del conocimiento
busca —junto con otras disciplinas similares, como la etnografía o la etnohisto­
ria— interpretar la historia y la cultura de una comunidad. Para ello, combina
en sus métodos fuentes históricas (documentos) y datos arqueológicos (estudios
arqueológicos de contextos culturales). Aborda temas como la reconstrucción de
la cultura y la memoria ancestral de los pueblos desde un pasado histórico y ar­
queológico (Funari y Zarankin 2004; Patiño y Zarankin 2010; Schávelzon 2001)1.
Desde hace más de una década, en Latinoamérica se han investigado con
las comunidades afrodescendientes procesos especialmente referidos a la diás­
pora africana2. Esto posibilitó pensar más en estudios de campo antropológicos

1 En cierto sentido, la arqueología histórica se aleja de los asuntos tradicionales de la historia


que, más encaminada a los análisis estadísticos y economicistas, olvida a sus propios ac-
tores en el diario vivir. Contrario a esto, varios autores han trabajado dichos tópicos desde
una arqueología crítica social y posprocesualista, especialmente derivados de los enfoques
de Hodder, Miller, Shanks y Tilley, siguiendo a su vez los parámetros de la teoría crítica de
Foucault, Bourdieu y Giddens (Shanks 1992; Whitley 1998).

2 Este concepto se refiere a la dispersión y el éxodo de las gentes africanas y sus descendientes
como consecuencia de la esclavitud y la migración forzada desde África hacia otras partes
del mundo (Singleton y Souza 2009, 9).

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y arqueológicos que estuvieran en relación directa con las comunidades, que


son las más interesadas en los resultados de las investigaciones sobre su pasado
arqueológico y ancestral. Para lograrlo, también han sido importantes las ar­
queologías y antropologías colaborativas y la acción de los investigadores com­
prometidos, puesto que sus resultados sirven a la comunidad y a la academia
(Colwell-Chanthaphonh y Ferguson 2008)3. Así, los estudios en arqueología de­
ben encaminarse hacia el análisis de los elementos materiales e inmateriales
que sirvan para entender las dinámicas culturales, en beneficio del conocimien­
to y la resistencia de estas sociedades (Mosquera, Pardo y Hoffmann 2002; OTE
2012; D. Patiño 2012; Patiño y Zarankin 2010; Restrepo 1997).

Área de estudio y trabajo de campo


Con el interés de estudiar la diáspora africana en el sur del país, el Grupo de
Arqueología de la Universidad del Cauca seleccionó dos regiones destacadas por
la presencia afro en el Cauca. Una corresponde a la ciudad de Popayán y las ha­
ciendas cercanas conocidas como Yambitará, Calibío, Pisojé y Coconuco. En la
ciudad se destacan los sitios Casa de la Moneda, Casa Sánchez y los conventos
El Carmen, La Encarnación y el Colegio de Misiones de los Jesuitas, todos con
presencia de mano de obra esclava. La segunda región corresponde al norte del
Cauca, una zona destacada por el desarrollo de los reales de minas (oro aluvial)
con asentamientos de cuadrillas de esclavos africanos. Los sitios estudiados co­
rresponden a Santa María, Dominguillo, Japio y La Bolsa (Villa Rica) en la región
de Quilichao y Caloto, una zona en que los dueños de las haciendas —europeos
y comerciantes— no escatimaron en la compra de esclavos africanos (figura 1)4.

3 No se trata de decir qué es arqueología y qué no lo es, sino de aunar esfuerzos entre académi-
cos y comunidades para comprender las diversas formas de identidad a través del estudio del
pasado y la memoria, con el fin de superar formas de exclusión, dominación y subordinación.

4 Los materiales relacionados en este artículo provienen de varias fuentes (etnográficas, ar-
queológicas y registros fotográficos). Los sitios arqueológicos seleccionados corresponden a
estudios previos autorizados por el ICANH y sus materiales reposan en la Universidad del
Cauca; otros materiales fueron registrados en los sitios visitados.

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Figura 1. Sitios con presencia afro en Popayán y norte del Cauca

Fuente: mapa elaborado por Juan Cely, 2020.

Con este estudio analizamos la presencia afro desde el pasado arqueoló­


gico e histórico durante el dominio colonial español en los siglos XVIII y XIX.
Tres aspectos metodológicos fueron importantes: los datos de archivo, la inves­
tigación arqueológica y las fuentes orales. Los datos de archivo contienen una
rica documentación que, aunque no esté escrita por africanos, revela aspectos
críticos de las relaciones sociales (amos/esclavos), económicas y políticas usadas
en muchos estudios históricos, pero en pocos arqueológicos. Las fuentes prima­
rias provienen del Archivo Central del Cauca (ACC), del Archivo General de la
Nación (AGN) y del Archivo General de Indias (AGI, Sevilla, España) y se hizo uso
de bibliografía especializada como fuente secundaria. Para el estudio, se selec­
cionaron documentos sobre esclavos africanos y manumisos de la región, desde

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el siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX. De otra parte, el trabajo de campo
arqueológico se enfocó en la visita de sitios dentro de la ciudad: Casa de la Mone­
da, conventos religiosos y casonas de familias esclavistas, todos muy activos en
el periodo estudiado. Para las zonas rurales, se seleccionaron varias haciendas
y algunos reales de minas en las vecindades de Popayán y el norte del Cauca.
Se adelantaron prospecciones arqueológicas al azar en las visitas a sitios don­
de hubo presencia negra africana, en especial aquellos con áreas de servicios
(cocina, huerta, capilla, cementerio, vivienda y áreas anexas). La información
se contrastó con algunas excavaciones de arqueología histórica realizadas pre­
viamente por el Grupo de Arqueología. Por último, personas de las comunidades
afrodescendientes ofrecieron sus aportes a través de la oralidad (narrativas) y
sus materialidades en los sitios visitados. Esta metodología de investigación et­
nográfica y colaborativa otorga a los resultados un valor cultural y social, no solo
para las ciencias sociales, sino también para las propias comunidades, en virtud
de la reconstrucción de su pasado, memoria e historia.

Migración forzosa de
esclavos africanos a América
La trata de africanos esclavos duró más de 250 años desde 1600. Durante esos
siglos, barcos de traficantes y piratas asolaron las costas de África Occidental,
quienes penetraron además en Senegal, Guinea Bissau, Zambia, Sierra Leona,
Costa de Marfil, Ghana, Nigeria, Congo y Angola, cuyas poblaciones estaban
organizadas en amplios reinados compuestos por tribus étnicas tradicionales.
Pueblos enteros que habitaban a lo largo de los ríos y en las sabanas que hacían
parte de los grandes imperios (Malí, Jolof, Songhai, Akan, Benin, Congo, entre
otros) fueron diezmados por ingleses, españoles, portugueses, franceses y ho­
landeses, quienes comerciaban y se articulaban al tráfico de esclavos de los mis­
mos reinos africanos. El comercio de seres humanos involucró fundamental­
mente a gentes ashantis, minas, balantas, fautis, yorubas, ibos, popos, ararats,
lucumíes, yolofos, walofs, fulanis o mandingos, traídas a tierras desconocidas
(Maya 2015; Uribe 2014).
Las rutas del comercio de esclavos hacia América durante el siglo XVI has­
ta mediados del XIX iban de África Occidental al Caribe y Norteamérica y otras
se dirigían de África a Brasil; ambas triangulaban con puertos en Inglaterra
(Londres, Liverpool y Bristol), Portugal (Lisboa), Francia (Bordeaux) y España

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(Cádiz y Sevilla). En los últimos siglos de la Colonia también existían rutas direc­
tas entre África y América, lo que indica el aumento de la trata de esclavos para
suplir la demanda de mano de obra en las haciendas, minas, plantaciones y de­
más empresas de la economía colonial europea. Cuando lograban sobreponerse
a la travesía del Atlántico, los negros eran vendidos en los principales puertos de
América: La Habana, Santo Domingo, Panamá o Cartagena de Indias, Charleston,
Baltimore, Savannah y Nueva Orleáns (Walvin 2011; Williams 1994).

Africanos esclavos en Popayán


Como mencionábamos, la arqueología histórica de la diáspora africana es re­
ciente en los trabajos de campo en Colombia, y más abordada por la historio­
grafía y la antropología con base en los documentos coloniales, etnografías y
estudios socioculturales en la costa del Pacífico y el interior andino (Friedemann
1992, 1993; Mosquera, Pardo y Hoffmann 2002). También es cierto que poco se
conoce desde la perspectiva de los asentamientos, la vida cotidiana, la resisten­
cia y la emancipación de los negros y su descendencia en el país y en el resto de
Latinoamérica. Sabemos que cada región tuvo sus propios desarrollos culturales
a partir de la influencia española, indígena americana y africana, no solo en lo
cultural, sino en el campo sociorracial de la época (Bonilla 2010).
La presencia negra mayoritaria en el suroccidente de Colombia se percibe
en las regiones del valle del Patía, el norte del Cauca y la costa pacífica (figura 1).
Popayán y su gobernación constituyeron una de las regiones coloniales más im­
portantes de la Nueva Granada. Durante los siglos XVII y XVIII, la ciudad fue
pujante gracias a la mano de obra esclava negra e indígena que explotó las minas
de oro y las haciendas. Germán Colmenares (1979) acertó en llamarla ciudad de
esclavistas: en épocas coloniales, las piezas de esclavos eran compradas, vendidas
o heredadas entre familias españolas y criollas de Popayán.
En todos estos sitios hubo presencia de personas esclavizadas que traba­
jaban en diferentes oficios dentro de instituciones laicas y religiosas, casonas de
familias adineradas y en las haciendas cercanas. Las manzanas o las cuadras
próximas a la plaza central eran distribuidas entre los gobernantes españoles,
personas que se desempeñaban como administradores, militares y religiosos;
más alejados de estos círculos se hallaban la clase de comerciantes y los grupos
menos favorecidos, que ocupaban zonas periféricas y desarrollaban activida­
des en varios oficios (artesanos, arrieros, agricultores, joyeros, entre otros). Los

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grupos sociales más pobres se ubicaron en el sur y occidente de la ciudad; sus


casas, aunque ocupaban lotes, no poseían elementos suntuarios o de elaborada
arquitectura, pero sí tenían solares para la huerta y los animales domésticos. No
existe en la ciudad un espacio que haya sido exclusivamente ocupado por negros
libres, aunque se cree que algunas familias vivieron en el barrio Bolívar. Los es­
clavizados trabajaban para sus amos y eran importantes por su valor comercial
—hasta 500 patacones— y su servicio en las casonas de la urbe, las haciendas y
las minas. Los indígenas, en su gran mayoría, fueron dados en encomienda a los
españoles, quienes los explotaron casi sin límites (Pérez 2018).
En los estudios de arqueología histórica en la ciudad los materiales cultu­
rales más recurrentes son las producciones alfareras locales e importadas. Los
sitios donde se perciben desperdicios corresponden a las áreas de servicios y
patios. En estas zonas, es notoria la mezcla de cerámicas de tradición europea
con la cerámica de producción local —conocida como criolla— y de tradición
indígena; así mismo, recientemente se identificaron materiales alfareros con ca­
racterísticas y técnicas africanas. En trabajos anteriores sobre Popayán (Caicedo
2006; Méndez 2007; Londoño 2011) es recurrente encontrar afirmaciones acerca
de que la producción alfarera en la ciudad colonial solo era obra de indígenas y
criollos españoles —además de objetos importados de América y Europa (lozas,
mayólicas, porcelanas, etc.)—. Igualmente, sostienen que estos materiales y sus
usos también diferenciaban claramente los grupos sociales de la urbe entre la
élite payanesa y las gentes del común. Sin embargo, sorprende que en las cla­
sificaciones cerámicas tradicionales de elaboración local los autores de dichos
estudios no distingan aquellas cerámicas con características africanas; en el
análisis de sus cerámicas no aparecen los materiales culturales que atestiguan la
presencia de esclavos y manumisos en la ciudad y otros espacios coloniales. Está
documentado que la importación de esclavos negros africanos —a través de los
puertos de Cartagena de Indias, Honda o Buenaventura— trajo consigo las ideas
y técnicas de culturas y etnias africanas. Estos conocimientos fueron reconfigu­
rados y recontextualizados en América bajo el sistema de esclavización colonial.
Trabajos como este abren la discusión sobre un nuevo panorama desde la
arqueología histórica para el estudio de la presencia negra en la Colonia y sus
aportes culturales a la sociedad, que no solo se reflejan en las técnicas y manu­
facturas alfareras, sino también en las prácticas gastronómicas con que deleita­
ban a sus amos y que, mezcladas con aquellas indígenas y españolas, produjeron
extraordinarias combinaciones en las mesas coloniales (G. Patiño 2012). De otro
lado, la cultura material alfarera refleja elementos simbólicos de resistencia (cru­
ces, equis, líneas incisas, etc.) que se asocian al sincretismo religioso o a marcas

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africanas de carácter étnico o clánico. Algunos autores afirman que el uso de


estos símbolos tiene relación con el ejercicio ritual de una expresión religiosa,
en este caso, una ancestral africana realizada de manera privada o colectiva,
que puede asociar actividades de magia, brujería, adivinación, conjuro y vudú,
entre otras prácticas (Fennell 2003, 11; González-Wippler 2008, 117-122). Estas
decoraciones presentes en la alfarería afro5 de la época colonial y republicana en
Popayán también se pueden interpretar como elementos de la resistencia social
y cultural de aquellos grupos humanos esclavizados durante la servidumbre en
propiedades de aristócratas, eclesiásticos, militares, hacendados y mineros. Ce­
rámicas similares se han encontrado en otras latitudes, por ejemplo, en sitios de
plantaciones en Estados Unidos, asociadas con materiales indígenas que se han
clasificado como cerámicas colonoware de uso doméstico, con marcas y decora­
ciones similares en pastas de baja cocción; así mismo, en el Caribe y Brasil hay
similares materiales (Agostini 2013; Singleton 1999)6.
A continuación, nos referiremos a cinco sitios con presencia afro en la re­
gión de Popayán: Casa Sánchez (lote Bicentenario), conventos La Encarnación y
El Carmen, hacienda Yambitará y hacienda Coconuco.

Casa Sánchez
En la ciudad, a pocas cuadras de la plaza central, se localiza esta casona que
perteneció a la familia del general José María Sánchez hasta finales del siglo
XIX. El general era adinerado y entre sus propiedades figuraban otras casas, lo­
tes, un tejar llamado La Curtiembre, un molino con casa de teja en Chiribío y,
además, era dueño de la hacienda Antón Moreno en el sur de la ciudad. En la
casona estudiada era de esperarse que los objetos excavados fueran de gentes de
la élite social y sus sirvientes, entre ellos, esclavos dedicados a los trabajos de la
residencia. En el año 2018 se realizaron excavaciones arqueológicas en la casa,
en las que se intervinieron las áreas de la cocina, los cuartos y los patios. En el
sitio se halló abundante material alfarero producido localmente; algunos de los
materiales son de clara procedencia afro, lo que indicó la presencia de esclavos o
libres negros en la casona (figura 2).

5 El uso de los términos alfarería afro o cerámicas afro en este trabajo refiere a los materiales
cerámicos hallados en espacios ocupados por grupos negros durante los siglos XVIII y XIX,
aunque se prevé la continuidad de las formas y técnicas en el siglo XX. También es previsible
encontrar en ocasiones técnicas combinadas, ya que estos grupos laboraban con indígenas
y españoles criollos, especialmente en la ciudad.

6 Estos temas y otros de la cultura material afro serán de interés en futuros estudios interdis-
ciplinarios en arqueología histórica.

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Figura 2. Casa Sánchez: excavaciones arqueológicas en las cocinas y el patio interior

Fuente: fotografía de los autores, 2017.

El grupo de cerámicas afro hallado procede del área de la cocina y el patio


de la casona. Pesó en total 17.620 gramos, lo cual representa el 15 % de los mate­
riales alfareros, entre los que se encontraron cerámicas de tradición indígena y
de producción local con técnicas europeas (vidriados, mayólicas y criollas), ade­
más de vajillas importadas (lozas y mayólicas). En este trabajo únicamente nos
referiremos a las cerámicas afro que fueron de uso exclusivo en la cocina y en
las que predominaron las formas de cántaros para líquidos, vasijas globulares,
cayanas con asas horizontales, platos y cuencos con rastros de hollín de los fogo­
nes. La manufactura usada fue el modelado con superficies alisadas y algo bru­
ñidas, con brillo y ahumado en la superficie externa por la cocción de alimentos
en cocinas de carbón. Las pastas son oscuras, rosáceas o grises. La decoración es
escasa; en algunas vasijas se observan líneas incisas, presión digital, impresión
triangular, punteado y aplicación de tiras adornadas con triángulos. La presen­
cia de esta cerámica en el sitio fue más evidente en los rellenos 3 y 4 del área de
basuras domésticas (Tr-21) (figura 3). La cronología de los materiales arqueológi­
cos se constató mediante muestras radiocarbónicas de los rellenos oscuros (R3 y
R4), los cuales arrojaron fechas de 1830 ± 30 BP (Beta 493048) y 1850 ± 30 BP (Beta
493049), lo que permite determinar una temporalidad de mediados del siglo XIX
(Hernández 2018). La alfarería en mención no presenta ningún tipo de pintura y
se diferencia notablemente de aquellas europeas que introdujeron el torno y el

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vidriado como técnicas principales, así como de aquellas de tradición indígena,


caracterizadas por pasta café a rojiza friable con decoraciones de patrones de
líneas y uso de pinturas o engobes (Hernández 2018).

Figura 3. Casa Sánchez (lote Bicentenario). Arriba: estratigrafía Tr-21; rellenos R3 y R4: mayor
concentración de materiales cerámicos afro, mezclados con alfarerías de tradición indígena, producción
local (vidriados) y producción foránea (lozas, mayólicas, porcelanas). Abajo: tabla con el peso del
material alfarero afro en Casa Sánchez

PERFIL OESTE TRINCHERA 21

R1: Color munsell 10 YR 4 / 1. Comprendía placas


de asfalto, escombro y raíces
R2: Color 10 YR 4 / 2. Presencia de escombro, al
parecer del sismo de 1983, asociado a material
cultural. También se puede ver parte de un piso
Piso en
cemento de cemento
R3: Color 10 YR 2 / 2. Se presenta escombro que al
parecer pertenece al sismo anterior al de 1983.
También se encontró material cultural asociado
R4: Color 10 YR 3 7 6. Presenta material cultural
asociado. Baja densidad de escombro
R4:1A: Color 10 YR 2/1. Lentícula con material
cultural asociado
R5: Color 10 YR 5 / 8. Ventana que se abrió. Suelo
estéril sin material cultural
Lentícula

Escala: 1:10
0 50 cm Altura: 1.757 m s. n. m.

Convenciones
LOTE BICENTENARIO
UNIVERSIDAD DEL CAUCA Dibujo: Juan Manuel Cely
Escombro Cerámica

PRESENCIA DE CERÁMICAS AFRO POR PESO Y


RELLENO, CASA SÁNCHEZ
20.000 17.690
PESO EN GRAMOS

13.975
15.000

10.000

5.000
2.815
30 800
0
Influencias afro rellenos

Recolección superficie Relleno 1 Relleno 2 Relleno 3 Relleno 4 Totales

Fuente: figuras elaboradas por Juan Cely, con base en Hernández (2018).

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La decoración de las cerámicas afro es escasa. Contiene pequeñas incisio­


nes que simulan patrones étnicos de escarificación, consistente en líneas cortas o
puntos seguidos que recuerdan los cortes en la piel de caras y cuerpos africanos.
Tres líneas incisas en el borde de un cuenco evocan las líneas de escarificación
facial que indican la filiación clánica de un individuo. Otro fragmento de cerá­
mica contiene un patrón curvilíneo grabado (exciso) que se asemeja a ciertas
decoraciones de cuencos rituales en África Occidental (Nigeria) para la toma de
bebidas y comidas sagradas (fufú, cuenco-ñame o vino de palma). Otros patrones
como marcas en equis (X) o en cruz (+) corresponden al símbolo de la cosmogra­
fía bakongo7 y la filosofía muntu del África; también son evidentes letras o signos
en ciertas cerámicas afro (figuras 4 y 5). Estas decoraciones están relacionadas
con la resistencia cultural y social de grupos esclavizados frente al régimen de
explotación en la economía colonial y la evangelización cristiana (Agostini 2013;
Arocha et al. 2008; Hernández 2015; Pereira 2013; Souza 2013).
La presencia de pipas en arcilla es otra característica particular de la
alfarería afro. Estos elementos usados para fumar tabaco están decorados con
incisiones y puntos en la parte superior del vaso. Como se dijo, las pipas y cerá­
micas afro aparecen en los depósitos arqueológicos mezcladas con alfarerías de
tradición indígena, foránea, botellas de vidrio y otras basuras históricas que con­
tienen restos óseos que indican el consumo de vacunos, caprinos y porcinos, lo
que en la Casa Sánchez refleja principalmente una dieta proteica. Los materiales
mencionados evidencian que las familias prestantes de Popayán se caracteriza­
ban por consumir ciertos elementos suntuarios que los distinguían del resto de
la escala social colonial. Su riqueza económica estaba basada en el auge de la
minería, el comercio de mercancías y el trabajo de esclavos en toda la región del
Virreinato de la Nueva Granada.

7 El cosmograma bakongo africano se representa con una equis (X) o cuatro cuadrantes en
cruz (+) que simbolizan los ciclos del sol; a su vez, representan el mundo de los vivos (sol) y
el mundo de los espíritus (luna, tinieblas) o la transición entre el mundo de los vivos y los
muertos, separados por el agua o kalunga (Fennell 2003, 4-8; Ferguson 1992, 116; Matthews
2010, 183-185; Silva 2013, 226-227; Souza y Pereira 2009, 539).

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Arqueología e historia de africanos y afrodescendientes en el Cauca, Colombia

Figura 4. Arriba izq.: olla. Arriba der.: cuenco con diseño curvilíneo. Centro: pipas en cerámica
(una con símbolo africano bakongo X). Abajo izq.: cuenco con impresión digital. Abajo der.: cuenco
con el símbolo X.

Fuente: fotografías de los autores, 2019.

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Conventos La Encarnación y El Carmen


La mayoría de los conventos y monasterios de Popayán tuvieron esclavos africa­
nos que eran comprados, vendidos o prestados según los vaivenes de la economía
colonial. Sobre el tema poco se ha analizado, pero en los archivos históricos exis­
ten cientos de documentos eclesiásticos que refieren en detalle las transacciones
con esclavos por parte de religiosos. Muchos negros tuvieron a clérigos como
amos cuando trabajaban en los grandes monasterios y templos de la ciudad,
como también en las haciendas y minas de oro de propiedad de la Iglesia o a títu­
lo personal, localizadas en el norte del Cauca, el valle del Patía y la costa pacífica.
En la ciudad, igualmente, eran solicitados los africanos por sus dotes culinarias
para servir en la cocina y la mesa de los conventos (ACC, sig. 19959, 2150, 8550).
Algunas comunidades religiosas como los jesuitas, los carmelitas, los agustinos y,
en menor proporción, los camilos, los franciscanos y los dominicos constituyeron
en la Colonia verdaderos emporios económicos con entradas en dinero, dotes,
haciendas y minas de oro, con lo cual se mantenían las grandes edificaciones y
templos de Popayán. Uno de los casos más conocidos es el de la Compañía de Je­
sús (misiones jesuitas) y sus grandes haciendas agrícolas con esclavizados en el
Virreinato de la Nueva Granada durante los siglos XVII-XVIII.
En la escasa arqueología de los conventos de La Encarnación y El Carmen,
en el centro de Popayán, los esclavos que convivieron con las religiosas deja­
ron elementos de la cultura material que constatan su presencia e importancia
en estos lugares. Se han reportado elementos de la cultura material a través de
alfarería europea, local criolla y afro, presente en espacios de cuartos y áreas
domésticas de las enormes edificaciones religiosas. Los materiales hallados co­
rresponden a cerámicas de cocina con técnicas afro, dedicadas en su mayor par­
te a cocer y servir los alimentos: se trata de vasijas oscurecidas por el hollín de
los fogones a leña; su pasta contrasta de café a oscura, con superficies alisadas y
algo bruñidas por el carbón. La decoración de estas es simple pero reveladora,
especialmente porque en algunas aparecen marcas excisas (grabadas) de letras
como RF, T y Carm; otras están representadas con el signo de la cruz, que puede
indicar elementos religiosos o sincréticos africanos; por su parte, las marcas con
letras podrían remitir al alfarero que las manufacturó; además, la decoración
con puntos e incisiones cortas recuerda las escarificaciones faciales o corporales
africanas (figura 5) (Agostini 2013; Pereira 2013; Souza 2013).

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Figura 5. Cerámicas afro. Arriba: marcas de letras inscritas en poscocción, conventos El Carmen y La
Encarnación, Popayán. Mitad: cerámicas con incisiones (escarificación). Abajo izq.: cerámica con incisio-
nes seguidas que simulan escarificación. Abajo der.: cerámica con tres incisiones en cuenco, similares a
estatuilla con escarificación yoruba, Nigeria, marca étnica.

Fuentes: fotografías de los autores, 2019.

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Hacienda Yambitará, Popayán


Esta propiedad, ubicada al nororiente de la ciudad, fue levantada por Fernando
de Belalcázar a comienzos del siglo XVIII, quien aparece en 1789 como propie­
tario de varias haciendas, casas y minas, además de registrar en estos sitios los
nombres y edades de unos noventa esclavos bozales y criollos. En las relaciones
se anotan los nombres de castas8 africanas congo, conga, carabalí y mina, siendo
el primero el que más se repite en las listas de las haciendas de Mojibío, Guam­
bía y La Estancia (Yambitará) (figura 6). Hacia 1800 la propiedad fue de Pedro
Borrero; posteriormente fue residencia del obispo Salvador Jiménez de Enciso
(1816-1841) y, en la época de la Independencia, albergó a Simón Bolívar y John P.
Hamilton, entre otros.

Figura 6. Hacienda Yambitará. Izq.: área posterior, patios. Der.: área de cocina y huerto

Fuente: fotografías de los autores, 2018.

Normalmente, las personas esclavizadas en estas haciendas de tierra fría


vivían en ranchos de paja cerca de la casona; mientras los hombres trabajaban
en actividades ganaderas, quema de teja y ladrillo en hornos, algunas mujeres
estaban al servicio de los amos. En el registro arqueológico, se halló material cul­
tural colonial y republicano en los alrededores de la cocina y el huerto de la caso­
na. Los basureros alcanzaban el metro y medio de profundidad con rellenos que

8 Las castas registradas por los escribanos en testamentarias, avalúos e inventarios hacen
referencia a la región o etnias originales en África. Con el tiempo, estos nombres pasaron
a ser apellidos entre las familias de afrodescendientes que no obtuvieron el apellido de sus
amos.

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contenían cerámicas importadas y locales, botellas de vidrio, metales, vainillas


de armas, cuentas de collar, botones, peines de carey, entre otros. Igualmente, se
hallan restos óseos de animales, en particular de ganado vacuno. Las cerámicas
afro fueron escasas y de uso en la cocina, similares en pasta y manufactura a
aquellas vistas en sitios de Popayán. Entre los elementos recuperados llama la
atención un talismán o amuleto en metal con símbolos relacionados con el amor,
la fertilidad, la suerte y la salud. Este tipo de objetos fue usado en la Colonia por
blancos, criollos y negros y servían como protección, aunque en algunos sitios
afro, como São Paulo y el puerto de Valongo en Río de Janeiro en Brasil, están
asociados a brazaletes, cuentas y fibras de animales típicos de las religiones afri­
canas (Agostini 2013, 86-88; Guran et al. 2017, 251). El otro objeto se encontró al
norte de la hacienda, cerca al viejo puente del río Cauca: se trata de una escultura
en piedra de cantera cuyos rasgos o estilo son claramente africanos. El artista
esculpió en la roca volcánica un conjunto de cinco personas cuyos cuerpos se
hallan entrelazados en una posición de danzantes o como si participaran de una
ceremonia especial. Este tipo de escenas se asemejan a las representadas en el
África Occidental, especialmente en las estatuillas nigerianas nok-ifé, esculpidas
en piedra o madera (figura 7).

Figura 7. Arriba izq. y der.: escultura en piedra (55 cm) (detalle superior y vista completa).
Abajo der.: talismán en metal.

Fuente: de las esculturas, Hernández (2015); del talismán: fotografía tomada por los autores, 2020.

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Los reducidos materiales afro registrados en la hacienda indican proba­


blemente que los esclavos negros no fueron numerosos. Más bien, destacamos
que los españoles, desde comienzos de la Colonia, aprovecharon las comunidades
indígenas de la región para someterlas en encomiendas, por lo que estas tribu­
taban y trabajaban como mano de obra en las haciendas agrícolas y ganaderas
(Díaz 1994).

Esclavos en la hacienda Coconuco


Las tierras de la hacienda se ubican a 23 km de Popayán en una región montañosa
y fría en las faldas del volcán Puracé en la cordillera Central. El territorio fue ocu­
pado por los indígenas coconucos, sometidos en encomienda y entregados a Pedro
de Velasco y sus herederos en 1706. Posteriormente, estas tierras entraron en pro­
piedad de Dionisia Manrique, viuda del alférez real Diego Velasco. Hacia 1708 el
alférez contaba con innumerables propiedades. Coconuco para entonces no repor­
ta esclavos; muy probablemente, el trabajo recaía en los indígenas encomendados,
quienes atendían la agricultura del trigo y los ganados de la hacienda (Marzahl
1978, 21). Documentos de 1736 afirman que en Coconuco ya había esclavos: uno de
ellos fue su mayordomo, llamado Sebastián Velasco, a quien se le siguió juicio por
haber azotado y llevado al cepo al indio Agustín Cabezas (ACC, sig. 7665). Final­
mente, la marquesa Dionisia, sin herederos a la vista, otorgó la hacienda a los je­
suitas mediante testamento fechado en 1744 (Velásquez, Díaz y Morales 2010, 91).
Los jesuitas en Coconuco, como en el resto de las haciendas que poseían, fue­
ron buenos administradores de su economía colonial agrícola-ganadera-minera
y, aunque tenían muchos esclavos en otras latitudes, allí no se nombran registros
de negros esclavos, lo que hace suponer que su trabajo era catequizar indígenas
y usarlos como mano de obra en el campo. La hacienda fue confiscada a estos
misioneros en 1767 y pasó a manos de la Junta de Temporalidades, que la remató
en 15.000 patacones a Francisco A. de Arboleda; este, a su vez, la dejó en heredad
al religioso Manuel M. Arboleda para luego pasarla a José María de Mosquera en
1819. La hacienda continuó con el desarrollo de la ganadería y los cultivos y se
destacó por la producción de harina de trigo con molino hidráulico, además de
contar con una curtiembre para procesar los cueros de ganado y de obtener pro­
ductos lácteos. Para entonces, había allí 38 esclavos negros que vivían en núcleos
familiares, cuya procedencia no es segura, pero probablemente venían de áreas
cercanas de otras haciendas y minas de los Mosquera (Ahumada 2010, 269).
Para 1827, la hacienda quedó en manos de Tomás C. de Mosquera. Contaba
con José María Agredo como mayordomo, la persona que administraba los 33

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esclavos existentes, 16 hombres y 17 mujeres, incluyendo a sus hijos e hijas. Los


apellidos y oficios que aparecen listados en las cartas de la época son Mandinga,
Lucumí, Carball (sic) (capitán) y Tapia (curtidor) (Helguera 1970). Básicamente,
esta fue una propiedad que funcionó con mano de obra indígena y una minoría
negra, que se desempeñaron en labores de servicio doméstico o como curtidores,
molineros y queseros en casas construidas para tales fines. Los esclavos, al pare­
cer separados de los indígenas, comenzaban sus faenas temprano, rezaban en el
oratorio y tomaban alimentos en el trabajo, cuyas jornadas alcanzaban las doce
horas, incluyendo sus descansos (Helguera 1970, 199-202).
La amplia casona de la hacienda fue construida de una planta baja y su
esquina occidental, de dos plantas. Al igual que en las otras haciendas, la disposi­
ción de su arquitectura en escuadra (L) dividía claramente los espacios ocupados
por amos, mayordomo y sirvientes. No se sabe con certeza si había cabañas para
los demás esclavos fuera del perímetro de la casona.
Mediante estudios de arqueología histórica, se pudo comprobar la presen­
cia de elementos africanos en las áreas de servicios de cocina y cuartos donde
vivían y laboraban esclavas y esclavos. Un basurero de 90 cm de profundidad,
situado cerca de la cocina, arrojó datos de interés sobre la cultura material de
la casona. Allí se obtuvieron materiales alfareros con recurrencia de cerámicas
locales de influencia indígena, criolla (vidriada), afro y de vajillas importadas
(lozas y porcelanas), que indicaron claramente diferencias entre los ocupantes
de la hacienda: amos, mayordomo, indígenas y esclavos. También se observó en
el sitio la mezcla de huesos de animales domésticos, de bovinos y caprinos. Otros
elementos corresponden a la construcción de la casona, como ladrillos, tejas, cla­
vos de forja, entre otros, objetos típicos de un basurero de las épocas colonial y
republicana (Patiño y Monsalve 2019).
Las cerámicas afro se relacionan con el oficio desarrollado en la cocina,
la preparación de alimentos. Las pastas son de color café a oscuro con superficie
alisada y muy poca decoración; tienen forma de cuencos, cayanas y ollas subglo­
bulares; en algunos casos, se notan técnicas alfareras indígenas y criollas loca­
les, como el estilo cerámico crespo (Therrien et al. 2002). En el lugar también se
aprecian algunos rastros de elementos afro, como la cabeza esculpida en piedra
por donde sale el agua del chorro o pileta, o los ojos, nariz y boca que resaltan en
la figura humana, con rasgos negroides inconfundibles. También se encontraron
marcas dejadas en las puertas de la cocina, donde aparece la figura del corazón,
además de letras grabadas en la dura madera. Las marcas en hierro se usaban
durante la Colonia para determinar la propiedad de esclavos y ganados. En los
escritos del general Mosquera se consignan cuatro marcas a mano alzada con
la letra T, probablemente en alusión al nombre de Tomás, pegadas a la figura

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del círculo y el triángulo; similares marcas se usaron para esclavos (Navarrete


2012b, 122; Patiño y Monsalve 2019) (figura 8).

Figura 8. Hacienda Coconuco. Elementos africanos en el área de servicios. Arriba izq.: fachada de la
hacienda. Arriba der.: escultura afro en el chorro de la hacienda. Abajo izq.: detalle escultura afro en el
chorro. Abajo centro y der.: marcas de símbolos en puertas de madera de la cocina.

Fuente: fotografías de los autores, 2019.

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Esclavos en haciendas
y minas del norte del Cauca
Esta región geográfica fue ampliamente ocupada por africanos esclavizados en
épocas coloniales, entre cuyas áreas se destacan las de Santander de Quilichao
y Villa Rica. Para estos territorios, también existe una abundante documenta­
ción histórica en archivos que incluye diferentes aspectos de la vida cotidia­
na de africanos comprados y esclavizados para las haciendas y minas de esta
región. Se exploraron las haciendas y reales de minas de Dominguillo, Santa
María, La Bolsa, Japio, Caicedo, Villa Rica y Quintero. En estos sitios se llevaron
a cabo prospecciones arqueológicas en áreas ocupadas por esclavos mineros y
de haciendas agroganaderas. La información colectada en archivos y en los si­
tios fue de interés para analizar la cotidianidad, la materialidad de la cultura
negra, las condiciones de trabajo, los asentamientos y otros aspectos culturales
de su pasado. Los sitios son una muestra arqueológica que corrobora el pasado
en condiciones de esclavitud y cómo estas comunidades, a través de su cultura,
creencias, ancestralidad y cimarronaje, resistieron la opresión que se mantenía
desde tiempos coloniales.

Esclavos en el Real de Minas de Santa María


En este sitio se fundó el primer pueblo para la explotación de oro, denominado
Quilichao. Allí se construyó un caserío que contó con plaza de mercado, casas,
calles empedradas, iglesia, cementerio y ranchos de esclavos que laboraban en
las minas (Herrera 2009) (figura 9).
En una amplia área se establecieron varias minas de extracción de oro
fluvial. Entre las más destacadas estaban Cerrogordo, Dominguillo, Agua Blan­
ca, Cimarronas, San Bernabé, Ahumadas, Vetica y Convento, cuyos propietarios
eran vecinos adinerados de Popayán. Entre los dueños de estas minas figuraban
familias como los Arboleda, los Prieto, los Salazar, los Valencia y otros; varias
de ellas pertenecían a la Iglesia, mediante los conventos de las Carmelitas y La
Encarnación de Popayán (Herrera 2009, 182-183).
Para la explotación de las minas coloniales era indispensable la adquisi­
ción de esclavos negros. Por la cantidad de estas y los intereses de los propieta­
rios payaneses, se percibe un gran y activo comercio de esclavos que, una vez
adquiridos, podían ser trasladados de un sitio a otro, incluso hacia las haciendas
para el laboreo de la caña de azúcar y la administración de ganados; así mismo,

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Figura 9. Sitio Real de Minas de Santa María, Quilichao

Fuente: fotografía de los autores, 2019.

se trasladaban entre zonas mineras de los Andes a la costa pacífica. En las minas
de Juana del Campo Salazar, en 1743 y 1744, figura un listado de treinta escla­
vos, entre bozales, mulatos y criollos, cuyas familias eran de castas congo, conga
y mina (ACC, sig. 9908). En esta zona también se registran casos de resistencia
afro, como aquel que se reporta en 1734 por la fuga del negro Pedro Gualimvio
(sic) con “una calza de hierro en un pie”, quien huyó de las minas de Quinamayó
(ACC, sig. 8575).
En la visita al sitio de Santa María se observaron las ruinas del poblado.
Allí se localizó el área de la iglesia, pero su estructura ya no existe y algunas
partes de la muralla en piedra aún se perciben formando un rectángulo con dos
entradas visibles en una loma alta al oeste del sitio. Por los relatos orales de la co­
munidad, se cree que la plaza de mercado estaba ubicada donde se hallan cuatro
grandes palmeras en medio del sitio. Sobre el cementerio, los moradores creen
que se ubicó al norte, en otra loma. Ruinas de piedras y ladrillos se encuentran
diseminadas en un área de aproximadamente cuatro hectáreas en un terreno
ondulado; estas han sido removidas y han servido como cimientos de casas, ran­
chos y caminos actuales (figura 10).

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Figura 10. Sitio Real de Minas de Santa María. Der.: área de la capilla y ruinas de murallas en piedra del
real de minas. Izq.: ladrillos y ruinas de la capilla

Fuente: fotografías de Diógenes Patiño, 2019.

Los materiales culturales recolectados en la superficie arrojaron fragmen­


tos de antiguas vasijas cerámicas, pasta rojiza a café, con poca decoración. La
cerámica se elaboró por modelado o rollos y se quemó en atmósfera oxidante;
sus formas comunes fueron ollas globulares, cuencos y platos. La decoración es
escasa, con diseños aplicados, incisos y digitales, especialmente en los bordes.
También, tal como en otros sitios arqueológicos afro, aparece el símbolo de la X
en una vasija, lo que indica su relación con el cosmograma bakongo africano. Se
trata de cerámicas elaboradas por esclavos que vivían y trabajaban en el real de
minas y en lugares vecinos lavando oro para sus amos y cultivando los platanales
para su sostenimiento. Estos materiales alfareros están asociados a pedazos de
barro de paredes, ladrillo, rocas y piedras que alguna vez sirvieron de cimien­
tos en la construcción de las casas familiares. Algunos documentos se refieren a
los ran­c hos o a las barracas que se usaban para alojar a los esclavos en hacien­
das y minas alejados de las edificaciones principales (ACC, sig. 11286, 11495). Las
alfarerías foráneas europeas fueron pocas, pero existen vidriadas, mayólicas
locales y lozas, así como vidrio, dientes de animales, metates y piedras de moler.

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En la visita al sitio vecino El Palmar, ubicado en la margen izquierda del


río Quinamayó, encontramos en abandono la antigua capilla doctrinera y el ce­
menterio de negros esclavos, que fue usado hasta el siglo pasado. La mayoría
de las tumbas estaban marcadas con el símbolo de la cruz cristiana, pero dos
enterramientos afro presentaron el símbolo africano del cosmograma bakongo9.
Una marca fabricada en hierro tiene 50 cm de alto; sus lados forman una cruceta
con cuatro espacios, tres de ellos rematan en pequeños círculos y en el centro
contiene una estrella de seis puntas que representa de alguna manera el sincre­
tismo religioso vivido por estas poblaciones negras. La segunda marca fúnebre
representa otra vez el cuadrángulo, pero esta vez doble, uno hecho por dos ba­
rras de hierro horizontal y vertical que rematan en tres círculos abiertos y el
otro, un cuadrángulo romboidal hecho por las barras más pequeñas dispuestas
de manera oblicua, todo cerrado en un semicírculo en hierro puesto en la parte
superior; a ello hay que agregar otro cuadrángulo dibujado en el muro de ce­
mento en forma de X. En todos los esquemas dibujados se percibe el cosmograma
bakongo10 como símbolo de las creencias y espiritualidad africanas, también lle­
gadas a América (figura 11). Los artistas afros fabricantes de estas “cruces” del
siglo pasado representaron el simbolismo, la religiosidad y la espiritualidad de
la diáspora africana, aún presentes en los miembros de esta comunidad; a pesar
de la imposición del cristianismo en la región, lograron esconder sus deidades
africanas en santos católicos (Arocha et al. 2008; Friedemann y Arocha 1986;
Serrano 1998). De otro lado, en tiempos modernos, el símbolo sincrético de la
estrella de David (mundo judeocristiano) se relaciona con la cultura rastafari de
Etiopía, cuyos practicantes creen que su rey liberaría a toda la población negra
de América y los llevaría a la tierra prometida (Faúndez 2011, 190).

9 En este caso de contextos fúnebres, el símbolo del cosmograma bakongo se interpreta como
el paso del mundo material de los vivos al mundo espiritual de los muertos (Matthews 2010,
184-185). En el Cauca, los muertos se despiden con cantos (alabaos, jugas) al son de tambores,
cununos y guasaes (Arocha et al. 2008).

10 En el Pacífico, el velorio de los muertos se toca con tambores y se canta el lumbalú, lo que
recuerda el pensamiento de las gentes del Congo (bantú y la filosofía muntu). Allí, kalunga
se relaciona con el agua, sitio de los espíritus de los muertos que, a su vez, se representa
con una línea horizontal que separa la vida y la muerte en el cosmograma bakongo (Arocha
2009, 91; Arocha y Lleras 2008; Friedemann 1993, 98).

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Figura 11. El Palmar, cementerio afro. Arriba izq.: marca en la tumba en tierra de F. R. V., 1952. Der.:
marca en la tumba en tierra de María Obdulia González, 1975. Abajo izq.: cosmograma bakongo usado
para representar el ciclo de la vida y la muerte.

Fuente: fotografías de los autores, 2019; figura del cosmograma bakongo elaborada por Juan Cely con base en Matthews (2010, 184).

Minas y esclavos en Santa Bárbara de Dominguillo


Cerca de Santander de Quilichao aún existe la capilla doctrinera de los esclavos
que laboraban en las minas de oro explotadas por las religiosas de la comunidad
de las carmelitas y otras minas. En un documento de 1739, cuando las minas
eran del presbítero Ignacio de la Concha, se afirma que las raciones de carne
fresca y sal para los esclavos se daban cada quince días, además de un almud
de maíz y plátano cada ocho días. Tenía como capitán al negro Bernardo Condá
(ACC, sig. 8175). En un inventario de 1750, las minas de Dominguillo listaban en
sus familias castas como mina, chamba, congo, arará, setré, longu, conga, cara­
balí, luango y combo. Además, registraban herramientas, ganados, rancherías y
platanares (ACC, sig. 8244).

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En los terrenos de los hermanos Rosa, Eulalia y José Fabio Angola se regis­
tró una cantidad notable de materiales cerámicos afro, algo de vidrio, loza y una
ficha de juego. Al igual que en Santa María, en un fragmento de cuenco aparece
la incisión de una X que representa el cosmograma bakongo, presente en varios
sitios. También se registró en superficie una pipa en cerámica con decoración
punteada e incisa y la figura de una serpiente estilizada, otro símbolo mítico
africano de poder y fertilidad (figura 12). Juan Mina, vecino del área, afirma
que las vasijas de barro eran hechas desde hacía mucho tiempo por las mujeres
alfareras, quienes las quemaban en asaderos (atmósfera oxidante) en tierra. Hoy
esta práctica está casi desaparecida y solo se encuentra como oficio en la comuni­
dad negra de Santa Rita en Caloto.

Figura 12. Izq.: cerámica con marca de X (cosmograma bakongo), Santa María. Centro: cerámica con
borde impreso. Der.: pipa en cerámica con símbolo de serpiente, hallada en el sitio Dominguillo.

Fuente: fotografías de los autores, 2019.

En el área de Dominguillo se registraron los rastros de la minería de alu­


vión dejados por las cuadrillas de esclavos negros. Estos consisten en largas hile­
ras de piedra apilada por sectores de 10, 15 y 20 metros de largo, a lado y lado del
río Páez-Quinamayó y sus afluentes. Hombres y mujeres esclavizados utilizaban
esta técnica para abrir las acequias o canalones y depurar con agua las arenas
auríferas (tambar) con herramientas de hierro (almocafres y barras) y bateas de
madera (mazamorreo). Se observa que algunos de estos canales desviaban las
aguas de la quebrada —por ejemplo, en la quebrada Ratón— y se hacían peque­
ñas obras de ingeniería, como puentes en piedra, que permitían el paso de un
lado a otro. Estos procesos y técnicas continúan entre las comunidades negras
actuales y en la explotación del oro de manera artesanal.
Los sitios visitados corresponden al sector de la quebrada Ratón, cerca del
cementerio, en las fincas de Damaris Campo y Walter Lasso. En esta última, ade­
más de las pilas de piedras acumuladas en la quebrada, se halló un empedrado
que conforma un corral rectangular de 11 x 9 metros y un muro de alrededor de
1,20 metros de altura, con entrada en la esquina suroeste (figura 13). Por la poca
altura de los muros, podría tratarse de un sitio para el encierro de animales.

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Las familias de esclavos vivieron en el área cerca de sus animales domésticos,


rocerías, platanales y lugares de trabajo, elementos que son correlacionados en
documentos históricos sobre la región.

Figura 13. Minas de Dominguillo, quebrada Ratón: corral en piedra

Fuente: fotografía de los autores, 2019.

Esclavos en la hacienda de Japio


Este sitio, que se encuentra en la jurisdicción de Caloto, fue una de las haciendas
más importantes de la época colonial y republicana. Al parecer, Japio nació en
1588 como lugar de estancia para los fundadores militares de Caloto. Posterior­
mente, se convirtió en una de las grandes posesiones de los jesuitas (Compañía de
Jesús, Colegio de Misiones de Popayán) en el Nuevo Reino de Granada hacia 1722.
Parte de la economía agrícola colonial se movía en manos de esta institución reli­
giosa y empresarial capitalista. A mediados del siglo XVII, los religiosos adquirie­
ron tierras en Quilichao y las de Japio y ya habían comprado las minas de Jélima
en 1651. Con el tiempo, la hacienda incluyó ganados, caña de azúcar y muchos es­
clavos; funcionaba como bisagra entre Popayán, el Alto Cauca (Jélima y Coconuco)

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y el Valle del Cauca (hacienda Llanogrande, Sepulturas y Zabaletas). Hacia 1787,


cuando ya había sido expropiada a los jesuitas y era de la administración de Tem­
poralidades, Japio pasó a manos de la familia Arboleda, esclavistas payaneses con
recuerdos encontrados entre las comunidades negras del norte del Cauca. En el
siguiente siglo, la visitó varias veces Simón Bolívar en sus gestas y campañas li­
bertarias (Castrillón 2007; Colmenares 1979; Llanos 1979; Sendoya 1975).
En los documentos históricos aparecen las minas de San Nicolás asocia­
das a Japio. Allí laboraron los esclavos negros haciendo acequias, cerca de sus
rozas y ranchos. Cuando los jesuitas fueron expulsados, los esclavos listados en
el inventario de 1776-1777 sumaban 139, con nombres de castas como congo (ca­
pitán), mina, carabalí, mulato, guaguí, forí, guereche, maragoto (oficial de car­
pintería) y guasambo (ACC, sig. 11495, Junta Municipal de las Temporalidades).
El documento también deja ver que se trasladaban esclavos a otras minas. Por
ejemplo, el negro Manuel fue llevado a las minas de Jélima; otros llegaban de
Pasto o Popayán. Por otro lado, se especifican sus costos y edades, se anotan sus
enfermedades o traumas y, en el lado izquierdo del listado, se marcó una cruz (+)
para indicar que el esclavo o la esclava habían fallecido. También se listan todas
las herramientas para el trabajo agrícola y en las minas; aparece la cocina con
techo de paja y puerta de madera, así como el trapiche con sus massas de madera,
hornilla y fondos, hormas azucareras en cerámica y canoas meleras.
En la hacienda Matarredonda, que también era de los jesuitas, vivían 97
esclavos bajo las órdenes del negro capitán general Manuel de Jesús, que perte­
necían a castas africanas como mandinga, mina, forí, vilongo, sundé, braba y ca­
rabalí. En el mismo legajo documental se describen veinte ranchos de paja de los
negros, descritos según su condición como “buenos” y “malos”, con mangas y co­
rrales donde estaban sus animales. Cerca de estos estaban los platanares y caña­
duzales. También existía un horno para la quema de ladrillo y teja. En la hacienda
igualmente había cientos de cabezas de ganado vacuno y caballar que atender.
Los documentos indican que en la región de Jélima, Quilichao y Caloto se
presentaron varios casos de resistencia de negros y negras que huyeron para
formar palenques (quilombos) lejos de las haciendas y las minas. Una de estas
áreas parece haberse establecido en el río Cauca —antes selvático e inhóspito— y
en las riberas del río Palo (el cucho de Angola, río Cauca y los montes de Cocoró,
Puerto Tejada), tal como lo registra la oralidad afro (Zuluaga y Romero 2011, 274).
La casona de la hacienda de Japio sufrió transformaciones a lo largo de los
siglos hasta encontrar lo que hoy existe: una edificación reconstruida de estilo
colonial, salones espaciosos en la planta baja, cuartos en la parte alta y capilla
doctrinera. El área de servicio (cocinas) se encontraba por fuera de la casa, en
otra edificación; tenía un trapiche para la molienda de la caña de azúcar con la

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cual se obtenían mieles y aguardiente, muy apetecidos en los mercados de pue­


blos y ciudades. Había ranchos donde habitaban los esclavos negros, pero rastros
de estas edificaciones no se observan en el lugar, debido a los trabajos agrícolas
modernos. En la casa de la hacienda se conserva una olla subglobular de estilo
africano con decoración incisa (escarificación) por debajo del cuello (figura 14).

Figura 14. Vasija con características alfareras afro

Fuentes: fotografía de Diógenes Patiño, 2019.

El sitio Caicedo en Japio formaba parte de las tierras de la hacienda que, al


diluirse en la República, pasaron a ser fincas pequeñas de los negros libres que
habían trabajado para la hacienda. Según la comunidad de esta vereda, Caicedo
inició con pocas casas de bahareque y paja. Algunos elementos cerámicos se con­
servan, como las ollas para guardar agua fresca o tinajas globulares de cuello
estrecho y tapa.

Hacienda esclavista La Bolsa en Villa Rica


Se trata de un sitio cercano al río Cauca, con zonas planas monocultivadas con
caña de azúcar para los ingenios industriales del Valle del Cauca y Cauca. La his­
toria de Villa Rica y su asentamiento negro está estrechamente ligada a la hacien­
da colonial La Bolsa, que fue propiedad de los jesuitas hasta su destierro en el
siglo XVIII. Luego pasó a manos de Francisco y Julio Arboleda, quienes también
poseían minas de oro en Quinamayó y Quilichao. La Bolsa además se relaciona­
ba con las haciendas Quintero, Pílamo y Perico Negro (Puerto Tejada), localiza­
das en la zona plana del valle del río Cauca y reconocidas por la ganadería y la
producción de mieles a partir de la caña de azúcar.

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Según los relatos orales negros, Villa Rica se fundó por primera vez en un
caserío denominado La Cecilia, conformado por negras y negros libres después de
la abolición de la esclavitud en 1851. Posteriormente, se trasladó al sitio conocido
como El Chorro, donde se establecieron casas de bahareque con techo de paja y
se trabajaron las tierras en las primeras fincas de pancoger (plátano, yuca, cacao,
maíz) y ganados. Así mismo, en la oralidad se guardan elementos de la resistencia
afro: se menciona un sitio de negros huidos de La Bolsa y otras partes y probable­
mente un palenque conocido como El Cucho de Angola, cuya ubicación quedaba
a orillas de la quebrada San Jorge, cerca del río Cauca. Hoy Villa Rica se asienta
en antiguos terrenos de La Bolsa, por donde pasaba el camino real que venía de
Jamundí, sitio conocido como Llanos del Terronal, adonde se trasladó debido a las
inundaciones de 1932 (Alfredo Viveros, 2018, comunicación personal).
La casona de la hacienda consta de planta baja con tres cuartos amplios,
zona de servicio con cocina y una planta alta con cuatro cuartos espaciosos (figu­
ra 15). En la memoria oral afro se cree que en la planta baja existía el cuarto de
castigo, donde eran azotados los esclavos cuando no cumplían con sus labores o
eran presos al huir (Luis G. Ramos, 2014, comunicación personal). En el costado
occidental se erigió la capilla doctrinera, que tenía cimientos en piedra, paredes
de ladrillo, adobe y techo de teja (Viveros 2019). En el estudio de arqueología
histórica se constatan las ruinas de la capilla con algunos materiales culturales.

Figura 15. Hacienda esclavista La Bolsa, en Villa Rica

Fuente: fotografía de los autores, 2019.

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Las evidencias arqueológicas de los esclavos africanos en Villa Rica se en­


cuentran en la casona de la hacienda, la capilla doctrinera y el cementerio de los
esclavos. Las muestras, aunque no muy abundantes, consistieron en cerámicas
culinarias, asociadas a lozas, metales y vidrio, y metates para molienda en la co­
cina. También se registró el camino en piedra que unía la casona con la capilla.
Uno de los espacios más llamativos y que ha perdurado en la memoria oral de Vi­
lla Rica es el cementerio de los esclavos (figura 16), donde reposan los ancestros
más antiguos y aquellos de siglos posteriores, y que se utilizó hasta su traslado al
nuevo cementerio al noroccidente del pueblo:
Allá era el cementerio donde enterraban a los esclavos, sino que después
de que pasó ese tiempo tan triste, eso quedó siempre de cementerio de
la comunidad, y allá hay mucha gente que no fue esclava y quedó ente­
rrada allí; después la comunidad compró el terreno por allá en la época,
no sé, los sesenta, se compró un terreno para hacer el actual cementerio.
Las tumbas antiguas de esclavos deben estar allí y eran sepultados en
tierra y esterillas en fosas, que luego de taparlas se les colocaba una
cruz en madera; es por eso por lo que no se ven a simple vista. (Alfredo
Viveros, 2018, comunicación personal)

Figura 16. Hacienda La Bolsa. Arriba: cementerio de los esclavos.


Abajo: cementerio y sus ceibas ancestrales.

CEMENTERIO ANTIGUO DE VILLA RICA


Cementerio donde fueron enterrados esclavos de la hacienda La Bolsa

Convenciones

Mausoleos

Pedestales

Escombros

Área de estudio
Área de estudio

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Fuente: mapa elaborado por Juan Cely; fotografía de los autores, 2019.

Palabras finales: arqueología histórica


afro y procesos libertarios
La arqueología histórica se preocupa por analizar las relaciones sociales de gru­
pos subalternos en procesos históricos modernos asociados a la formación de
los Estados nación. En Colombia, los estudios arqueológicos de la diáspora y la
participación del negro en el Estado son limitados. Con los trabajos que surgen se
abre para el Cauca y el resto del país la posibilidad de investigar sitios urbanos
y rurales que exploren los procesos emancipatorios de esclavos unidos a pobla­
dores libres, con fines de alcanzar la libertad y nuevas formas de vida social,
económica y política del negro en Colombia.
En el Cauca, los sitios destacados para estos fines se encuentran en Popa­
yán y sus haciendas vecinas, así como en las zonas de las haciendas del norte, las
minas de Caloto, Santander de Quilichao y Quinamayó, importante región que
conectaba el Cauca con el valle del río Cauca y Chocó. Los esclavos y los manu­
misos entraron a formar parte de las guerras independentistas de Bolívar, Ta­
cón, Obando y López, o de quien quiera que hablase el lenguaje abolicionista
de la libertad. En la hacienda Japio, como sitio de importancia arqueológica e

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Arqueología e historia de africanos y afrodescendientes en el Cauca, Colombia

histórica, se tejieron los pormenores de las guerras de independencia del sur.


El lugar permaneció por décadas (1840-1870) ocupado, embargado y saqueado
por los caudillos de turno que tomaban como botín sus espaciosos salones y los
trapiches con el aguardiente de la destilería (Burgos 2008). Las guerras en el sur
entre españoles, criollos y esclavos fueron cruentas y, aunque la independencia
se alcanzó en 1810, el proceso de emancipación duró varias décadas más, pa­
sando por la ley de libertad de vientres (1821), para consolidarse en 1851 bajo el
gobierno de José Hilario López.
Hoy, las haciendas coloniales son un símbolo de poder y en sus tierras in­
dustrializadas se desarrolla el monocultivo de la caña de azúcar. En sus márgenes
se asientan pueblos descendientes de esclavos negros que a menudo enfrentan la
exclusión, el racismo y las violencias tanto estatales como paraestatales. Conocer
el pasado histórico de estas comunidades, sus legados y reivindicaciones es aún
una materia pendiente a la que la arqueología histórica, la documentación en
archivos y la oralidad ancestral afro tienen mucho que aportar.

Agradecimientos
Este estudio fue posible gracias a la Vicerrectoría Académica de la Universidad
del Cauca, al Departamento de Antropología y al Consejo Comunitario de la Cuen­
ca del Río Paéz-Quinamayó (Curpaq, Santander de Quilichao). A todas las perso­
nas que intervinieron, ¡muchas gracias!

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ENE.-JUN. DEl 2021 E-ISSN: 2539-472x

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