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Volumen

28-1
ene-jun
2023
e-ISSN:
2539-4711

Bogotá,
Colombia

Los protectores de indios:


oficio, mecanismos legales y poder social
R e v ista de H istor i a Col on i a l L at i noa m er ica na

Volumen e-ISSN: 2539-4711

28-1
ENE-JUN Bogotá, Colombia
2023
Fronteras de la Historia
Editora
Diana Bonnett Vélez
Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH)

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Contenido

9 Presentación

Artículos

Sección especial:
Los protectores de indios: oficio, mecanismos legales y poder social
15 Pobres, esclavos, indígenas y personas miserables: reflexiones en torno a sus
abogados en el Consejo de Indias y en la Audiencia de México, siglo XVI
Caroline Cunill

39 Entre el servicio y el beneficio. Desempeño y prácticas habituales entre los


capitanes protectores de la Sierra Gorda novohispana, 1590-1680
David Alejandro Sánchez Muñoz
Gerardo Lara Cisneros

63 Gobernadores, capitanes de presidio y misioneros jesuitas en las puertas del


septentrión novohispano. La presencia del protector de indios en el territorio
del Gran Nayar (siglo XVIII)
Ismael Jiménez Gómez

89 Defensores, coadjutores, tenientes partidarios. Denominaciones, prácticas y


lugar institucional de los protectores de indios. Chile, 1700-1821
María Eugenia Albornoz Vásquez

117 La Real Cédula de 1781 y la disputa por el control de los protectores


partidarios en la Intendencia de Trujillo
Carlos Zegarra Moretti

139 El fiscal protector de indios durante el colapso de Nueva España (1811-1821):


notas en torno a los estertores de una institución colonial
Francisco Miguel Martín Blázquez
Sección general
161 El arribo de los curas beneficiados a los pueblos de indios. Política y
conflictividad en Oapan, arzobispado de México
Rodolfo Aguirre Salvador

189 La frontera oriental de Mendoza en el siglo XVIII: el caso de la posta de


Corocorto entre Chile y el Río de la Plata
Luciana Fernández

211 ¿Rumor o verdad? La “peste” en Cartagena de Indias en 1696


Lireida José Sánchez

237 Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva Granada,


1739-1800
Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez

271 Variación sobre un tema: patrones demográficos de la misión de Nuestra


Señora de los Reyes Yapeyú (Corrientes, Argentina)
Robert H. Jackson

Reseñas

311 Reseña sobre Jorge Iván Marín Taborda. Vivir en policía y a son de campana. El
establecimiento de la república de indios en la provincia de Santafé, 1550-1604
Isabel Castro Olañeta

315 Reseña sobre Mihoko Oka. The Namban Trade. Merchants and Missionaries
in 16th and 17th Century Japan
Marina López López

321 Reseña sobre Nuria Hinarejos Martín. El sistema de defensas de Puerto Rico
(1493-1898)
Pedro Luengo

325 Reseña sobre Guillermo Sosa Abella. Iglesia sin rey. El clero en la
independencia neogranadina, 1810-1820
Viviana Arce Escobar

329 Reseña sobre Héctor Cuevas Arenas. Tras el amparo del rey. Pueblos indios y
cultura política en el valle del río Cauca, 1680-1810
Julian Andrei Velasco Pedraza

335 Normas para el envío de manuscritos


Content

9 Presentation

Articles

Special Section:
Los protectores de indios: oficio, mecanismos legales y poder social
15 Poor People, Indigenous People, Enslaved People and Personae Miserabilis:
a Reflection on Their Lawyers in the Council of The Indies and the Audience
of Mexico in the Sixteenth Century
Caroline Cunill

39 Between the Service and the Profit. Performance and Usual Practice among
Capitanes Protectores of the Sierra Gorda, in New Spain. 1590-1680
David Alejandro Sánchez Muñoz
Gerardo Lara Cisneros

63 Governors, Presidio Captains and Jesuit Missionaries at the Gates of the


Novo-Hispanic North. The Presence of the Protector of Indians in the
Territory of Gran Nayar (18th Century)
Ismael Jiménez Gómez

89 Defensores, Coadjutores, Tenientes Partidarios. Names, Practices and


Institutional Place of the Protectors of Indians. Chile, 1700-1821
María Eugenia Albornoz Vásquez

117 The Royal Decree of 1781 and the Dispute over the Control of the protectores
partidarios in the Intendancy of Trujillo
Carlos Zegarra Moretti

139 Fiscal Protector de Indios during New Spain’s Collapse (1811-1821): Some
Notes Regarding the End of a Colonial Institution
Francisco Miguel Martín Blázquez
General Section
161 The Arrival of the Benefited Parish Priests to the Indian Towns. Politics and
Conflict in Oapan, Archbishopric of Mexico
Rodolfo Aguirre Salvador

189 The Eastern Frontier of Mendoza in the Eighteenth Century: The Case of
Corocorto’s Post between Chile and Rio de la Plata
Luciana Fernández

211 Rumor or Truth? The Peste in Cartagena de Indias in 1696


Lireida José Sánchez

237 Epidemics and their Impact on Mortality in Santafé, New Granada, 1739-1800
Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez

271 Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes


Yapeyú Mission (Corrientes, Argentina)
Robert H. Jackson

Reviews

311 Review about Jorge Iván Marín Taborda. Vivir en policía y a son de campana. El
establecimiento de la república de indios en la provincia de Santafé, 1550-1604
Isabel Castro Olañeta

315 Review about Mihoko Oka. The Namban Trade. Merchants and Missionaries in
16th and 17th Century Japan
Marina López López

321 Review about Nuria Hinarejos Martín. El sistema de defensas de Puerto Rico
(1493-1898)
Pedro Luengo

325 Review about Guillermo Sosa Abella. Iglesia sin rey. El clero en la
independencia neogranadina, 1810-1820
Viviana Arce Escobar

329 Review about Héctor Cuevas Arenas. Tras el amparo del rey. Pueblos indios y
cultura política en el valle del río Cauca, 1680-1810
Julian Andrei Velasco Pedraza

335 Standards on Submitting Manuscripts


Presentación

DOI: 10.22380/20274688.2514

Carlos Gustavo Hinestroza González


Universidad Nacional Autónoma de México
[email protected] • https://orcid.org/0000-0002-1732-3645

Julian Andrei Velasco Pedraza


Universidad del Norte
[email protected][email protected] • https://orcid.org/0000-0001-5563-1895

Nada más gratificante para nosotros, queridas y queridos lectores de esta revis-
ta, que ofrecerles este dosier, al que hemos titulado Los protectores de indios: ofi-
cio, mecanismos legales y poder social. Reconocemos que no es un tema nuevo:
la investigación pionera está ad portas de cumplir ochenta años de ser publicada
(Bayle) y ha sido un tópico de especial interés para historiadoras e historiadores de
América y Europa desde finales de la década de 1980. Por fortuna, hoy la comuni-
dad académica cuenta con un sesudo balance historiográfico sobre la institución
de la protectoría, obra de la historiadora Caroline Cunill, quien a manera de des-
tripe nos acompaña en esta publicación (Cunill 478-495).
Sin duda, debemos reconocer que sus observaciones sobre los alcances de
la literatura especializada y las sugerencias para nuevos abordajes de la institu-
ción fungieron como catalizadores para iniciar esta empresa. Bien diríamos que
los seis artículos aquí conjugados se han construido bajo sus paradigmas, osten-
tando el ejercicio del oficio en diversos momentos (siglos XVI al XIX) y espacios
de la América hispana, y aun en la metrópoli. Gracias a ello, vemos lo cambiante de
sus denominaciones y atribuciones, sumado a la multiplicidad de personajes que
detentaron el cargo.
La sección temática se ha organizado en orden cronológico, iniciando en el
siglo XVI. Asimismo, ha sido la versión secular del oficio la que ha primado en este
dosier. De hecho, vale la pena recordar que el cargo tuvo una fase eclesiástica que
se dio entre 1527 y 1560, y que fue ejercido las más de las veces por los obispos
de las nacientes diócesis indianas. Del mismo modo, también es prudente señalar
que alrededor de 1550 comenzó la transición hacia tal versión secular como parte

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 • pp. 9-12 9


Presentación

del aparato de gobierno de la monarquía. Por lo demás, que sea esta una opor-
tunidad para llamar la atención de las y los investigadores para ahondar sobre
la mencionada etapa eclesiástica, la cual todavía no termina de conocerse, en
particular por lo poco que se ha tratado el ejercicio concreto del oficio por parte
de los hombres de la Iglesia.
Abre este dosier el texto de Caroline Cunill. En este, la autora plantea la cons-
trucción normativa de la tarea de protección a los indios, por parte de los primeros
abogados y procuradores de pobres, en clave comparativa para la Audiencia de
México y el Consejo de Indias en el siglo XVI. No solo explora la normatividad regia
formulada con el correr del tiempo, también observa la práctica de la representa-
ción que hicieron los abogados de naturales. Resulta interesante comprobar que
la categoría de pobre pasó de un sentido socioeconómico a uno étnico para cobijar
a los indios, como también la manera en que se delineó un oficio cuyo fundamento
estaba en el ideal cristiano de asistencia a los menesterosos.
La necesidad, la funcionalidad y el papel desempeñado por los protectores
pueden apreciarse también en contextos de frontera. Dos trabajos sobre dos ex-
tremos del septentrión novohispano lo ejemplifican. David Sánchez y Gerardo Lara
remarcan el papel de los capitanes protectores en la Sierra Gorda, entre 1590 y 1715,
conforme bajaba de intensidad la llamada guerra Chichimeca y se construía el or-
den hispánico y cristiano por una vía pacífica y estable. Frente al marcado interés
por la figura de Miguel Caldera y la de sus sucesores como justicias mayores en
esa nueva etapa, los autores proponen estudiar a sus subordinados, los capitanes
protectores, con el fin de observar el desempeño local de la pretensión del amparo
de los indios. Asimismo, analizan una compleja triangulación entre los mandatos
virreinales para la protección, las necesidades y las tareas militares, y los intereses
económicos de los protectores, los hacendados y los mineros de la región.
Por su parte, Ismael Jiménez encara circunstancias similares para el Gran
Nayar entre 1709 y 1769. Resalta la figura de los capitanes protectores, cuyas
funciones, formadas paulatinamente, implicaron también la administración
de milicias de presidio, liderar campañas militares contra los indios, establecer
pactos de paz con ellos y participar de la extirpación de idolatrías junto con los
misioneros. Para la tarea de pacificación de aquella región y el desempeño de
su oficio fueron vitales las relaciones con los indios y los misioneros jesuitas. En
este entramado, el título de protector fue aparejándose al de capitán de guerra,
existente al menos desde la década de 1590. Así, los capitanes protectores no
solo defendieron a los naturales, sino que fungieron como garantes de su evan-
gelización y vasallaje a la Corona.

10 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Carlos Gustavo Hinestroza González y Julian Andrei Velasco Pedraza

El siglo XVIII chileno es abordado por María Eugenia Albornoz mediante pleitos
por injurias que involucraron a indios. Su trabajo deja ver la multiplicidad de deno-
minaciones que se usaron para referirse a los encargados de la protectoría en San-
tiago y en otras ciudades y regiones. Aparte de proporcionar datos acerca de los
ocupantes y las características del cargo desde el siglo XVI, la autora señala algunas
ideas sobre su lugar institucional, el cual, en el siglo XVIII constituyó una extensión
de los fiscales protectores, en comparación con lo que había ocurrido antes de 1713.
Los ajustes institucionales nunca dejaron de darse; el oficio no fue una vía predilec-
ta para alcanzar prestigio y reconocimiento político, sino que se concibió como un
servicio y cooperación con la justicia.
En otro sentido, Carlos Zegarra analiza las luchas por controlar la protectoría
partidaria, a finales del siglo XVIII, en la intendencia de Trujillo. Una cédula de 1781
cambió su funcionamiento, y le otorgó a los fiscales protectores de Lima mayor au-
tonomía en el nombramiento de protectores de partido, lo cual movilizó las alian-
zas y los conflictos con los poderes locales que involucraban a los subdelegados,
los cabildos indios y los comerciantes españoles. De tal manera, la operatividad de
dicha protectoría implicaba un entramado de relaciones sociales que comprome-
tía los intereses de tales bandos.
Finalmente, terminamos con un trabajo sobre el fiscal protector de indios en
la Audiencia de México, en el ocaso del régimen hispánico (1810-1821). Francisco
Martínez utiliza información prosopográfica y judicial para abordar su labor como
protector en el control y la defensa de las comunidades indígenas, en una época
de extrema convulsión. Describe la situación como una paradoja operativa: si bien
las instituciones regias estaban a punto de extinguirse, los ocupantes del cargo
continuaron ejerciéndolo, incluso cuando su existencia no cabía en ciertos marcos
jurídicos y en medio de debates a favor del absolutismo o del constitucionalismo.
Los casos explorados por Martínez constituyen apenas una muestra de los pleitos
susceptibles de analizarse.
Para cerrar esta sección especial, deseamos que esta publicación sea un ho-
menaje al fallecido Kinich García, abogado y etnohistoriador mexicano, quien se
había sumado a este proyecto desde su inicio.
En la sección general la revista ofrece temas muy sugerentes: iniciamos con
el artículo de Rodolfo Aguirre Salvador que analiza a partir de un estudio de caso
en el pueblo de Oapan las consecuencias del establecimiento de los “curas bene-
ficiados y como, con el tiempo, van adquiriendo un fuerte poder frente a los frai-
les doctrineros”. A continuación, el artículo de Luciana Fernández propone, para
el siglo XVIII, nuevos límites de la frontera oriental de Mendoza, tomando como

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 11


Presentación

particularidad el caso de la posta de Corocorto. La autora parte de la hipótesis de


que el espacio fronterizo, bajo jurisdicción de Mendoza, se extendió hacia el sur y
hacia el este, llegando a la delimitación natural brindada por el río Desaguadero.
En el caso del Nuevo Reino de Granada, contamos con dos artículos sobre pes-
tes y epidemias. Lireida Sánchez se pregunta sobre la “peste” en Cartagena de
Indias en 1696, para lo cual rastrea, a través de los testimonios de la época, el rol
que desempeñaban el rumor y el miedo en estas situaciones. La autora, además,
busca reconstruir las rutas de contagio entre Cartagena y Bogotá. Por su parte,
Cristhian Fabián Bejarano incursiona en el impacto de las epidemias en la morta-
lidad en Santafé, en el periodo entre 1739 y 1800. Con este fin establece, emplean-
do el método conocido como factor multiplicador, la intensidad de esos eventos
entre adultos y párvulos. Por último, la revista cierra con el articulo “Variation on
a Theme: Demographic Patterns on Los Reyes Magos Yapeyú Mission (Corrientes,
Argentina)”, del profesor Robert Jackson, quien explica las particularidades de-
mográficas de esta misión, pues fue la única entre las comunidades vecinas que no
sufrió una mortalidad epidémica catastrófica, como sí lo hicieron las otras.

Bibliografía

Bayle, Constantino. El protector de indios. Sevilla: Universidad de Sevilla, 1945.


Cunill, Caroline. “La protectoría de indios en América: avances y perspectivas entre his-
toria e historiografía”. Colonial Latin American Review, vol. 28, n.° 4, 2019, pp. 478-495,
doi: 10.1080/10609164.2019.1681142.

12 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Artículos

Sección especial:
Los protectores de indios:
oficio, mecanismos legales y poder social
Pobres, esclavos, indígenas y personas
miserables: reflexiones en torno
a sus abogados en el Consejo de Indias
y en la Audiencia de México, siglo XVI1
Poor People, Indigenous People, Enslaved People and Personae
Miserabilis: a Reflection on Their Lawyers in the Consejo de Indias
and the Audiencia de México in the Sixteenth Century

DOI: 10.22380/20274688.2388
Recibido: 28 de febrero del 2022 • Aprobado: 22 de junio del 2022

Caroline Cunill2
École des hautes études en sciences sociales, París, Francia
[email protected] • https://orcid.org/0000-0003-3391-9550

Resumen
El presente artículo analiza a los abogados que representaron a pobres, esclavos e
indios en los pleitos ventilados ante el Consejo de Indias y la Audiencia de la Nueva
España en el siglo XVI. Se esclarece el contexto histórico, las motivaciones políticas y
los argumentos que pueden explicar por qué la Corona española decidió nombrar a
oficiales encargados de representar a determinados sectores de la población en sus
tribunales. También se pone de manifiesto cómo los elementos teóricos y las expe-
riencias circularon y dieron lugar a procesos paralelos de nombramiento de aboga-
dos de pobres, esclavos e indios en el Consejo de Indias y la Audiencia de México. El
estudio se fundamenta en la normativa real, los nombramientos, las cartas de pago
otorgadas a los abogados y las probanzas de méritos elaboradas por los titulares.
Se toman en cuenta, asimismo, varios pleitos en que intervinieron para comprender
cómo aquellos actores se repartían los negocios americanos.
Palabras clave: justicia, representación, abogados, pobres, población indígena

1 Agradezco a los lectores anónimos de Fronteras de la Historia por sus valiosos comentarios. No obs-
tante, me hago responsable de cualquier error susceptible de aparecer en el texto.
2 Profesora en la École des hautes études en sciences sociales. Sus investigaciones se enfocan en la
adaptación del sistema de justicia a la población autóctona en el Imperio hispánico. Es autora de
Los defensores de indios de Yucatán y el acceso de los mayas a la justicia colonial y coeditora del libro
colectivo Las lenguas indígenas en los tribunales de América Latina.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 • pp. 15-37 15


Pobres, esclavos, indígenas y personas miserables

Abstract
This article analyzes the lawyers who represented the poor, the slaves, and the In-
digenous people in their lawsuits at the Consejo de Indias and the Audiencia de la
Nueva España in the sixteenth century. We will highlight the historical context, the
political motivations, as well as the theoretical arguments that help explain why
the Spanish crown appointed lawyers in charge of representing specific social groups
in its higher courts of justice. One of the main objectives is to show how theoretical
considerations and experiences circulated on both sides of the Atlantic and led to par-
allel processes of appointments in the Council of the Indies and the court of Mexico.
The article builds on royal normative, appointments, orders of payments, and rela-
tions of services and deeds written by the officeholders during the sixteenth century.
Diverse lawsuits are also analyzed to highlight how affairs were dispatched among the
lawyers of the Council of the Indies and the Audiencia de México.
Keywords: justice, representation, lawyers, Indigenous people

Introducción

La cuestión de la abogacía de pobres se sitúa en el cruce de dos problemáticas:


los costos que generaban, por un lado, la representación de las partes en los tribu-
nales, y, por el otro, la constitución de grupos de personas cuyos rasgos comunes
justificaran que se beneficiaran de medidas especiales para su protección. En la
península ibérica la idea según la cual las personas más pobres corrían el riesgo
de no poder acceder a la justicia real por carencia de recursos económicos o de
relaciones sociales fue expresada desde la Baja Edad Media. Inés Pedraz rastrea re-
ferencias al concepto de justicia gratuita en varios ordenamientos legales, como las
Leyes de los Adelantados Mayores, las Siete Partidas, las Leyes de Estilo, las Cortes
de Zamora de 1274, las ordenanzas reales que se dieron a raíz de las Cortes de Va-
lladolid de 1312, y en la Nueva Recopilación de Leyes de Castilla de 1567 (176-180)3.
Para remediar el problema de la representación de las viudas, los huérfanos y
las personas “muy cuitadas”, se experimentaron diversas soluciones, las cuales in-
cluso llegaron a coexistir. Por un lado, se pidió a los abogados que, “por el amor de
Dios”, no cobraran emolumentos “si aquel ha de dar salario no ha bienes de que lo
pague” (Pedraz 178). Por otro lado, se requirió que el promotor fiscal representara
a las viudas, los huérfanos y los pobres en sus pleitos. Una tercera opción consistió

3 Sobre los antecedentes romanos de esta idea, véase Brown. Sobre su aplicación en la península
ibérica y en otros espacios, véase Bermúdez (“La abogacía”); Kagan; Garriga. Sobre Francia e Italia en
la época tardomedieval y moderna, véase Aladjidi; Ricci; Cerutti.

16 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Caroline Cunill

en nombrar abogados de pobres que, a cambio de un salario, representarían a las


personas más necesitadas de amparo en los tribunales del rey4. Así, podía leerse
lo siguiente en las Siete Partidas:

Biuda, é huerfano, é otras personas cuytadas, han de seguir a las veces en juy-
zio sus pleitos. E porque aquellos con quien han de contender son poderosos,
acaesce que non puedan fallar Abogado, que se atreua a razonar por ellos. Onde
dezimos, que los Judgadores deuen dar Abogado, a cualquier de las personas so-
bredichas que gelo pidiere. E el Abogado, a quien el Juez lo mandare, deue razo-
nar por ella por mesurado salario. E si por auentura fuesse tan cuytada persona,
que non ouiesse de que lo pagar, deuele mandar el Juez que lo faga por amor de
Dios, el Abogado es tenudo de lo facer. (Siete Partidas, cit. en Pedraz 180)

Más que la pobreza en sí misma eran, por tanto, la asimetría en las relaciones
de poder y la dificultad de ser correctamente representados derivada de ella las
que justificaban que el abogado cobrara un salario “mesurado” o que representa-
ra gratuitamente a sus defendidos en caso de que estos no pudieran pagar.
Cabe preguntarse cómo aquel marco teórico y sus aplicaciones institucionales
se manifestaron en la normativa con la que se pretendió regular las condiciones de
acceso de las poblaciones americanas a la justicia real en el siglo XVI. Bien es cierto
que, en las últimas décadas, el papel que abogados y procuradores desempeña-
ron en los tribunales del Imperio hispánico ha llamado la atención de varios histo-
riadores que los estudiaron desde la perspectiva del gobierno a distancia, de las
prácticas legales y de la noción de representación (Gayol; Puente Brunke; Honores;
Gaudin). Se ha distinguido a los abogados y procuradores del número (también lla-
mados ad litem), que actuaban en el Consejo de Indias y en las audiencias ameri-
canas bajo la autoridad real de los procuradores (o gestores) de negocios, quienes
representaron a particulares o a corporaciones en el marco de misiones puntuales
para defender los intereses particulares o colectivos (Cunill y Quijano), especial-
mente los de los cabildos seculares o eclesiásticos (Mazín). También se ha desa-
rrollado una amplia literatura sobre los defensores de indios (Borah; Ruigómez;
Bonnett; Novoa; Cunill, “La protectoría”).

4 Bermúdez señala la presencia institucionalizada de abogados de pobres en varios consejos muni-


cipales (Sevilla, Toledo, Murcia) desde el siglo XIV (“La abogacía”). Para un estudio de este tipo de
abogados de pobres en los cabildos del Río de la Plata, véase Rebagliati.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 17


Pobres, esclavos, indígenas y personas miserables

Este trabajo se inserta en dicha renovación historiográfica, ya que busca es-


clarecer los procesos que condujeron a crear oficios de abogados y procuradores
de pobres, esclavos e indios en la Audiencia de México, creada en 1527, y el Con-
sejo de Indias, donde los pleitos llegaban en grado de apelación desde 15245. Se
pone de manifiesto el carácter simultáneo de los nombramientos de estos oficiales
en ambos foros de justicia en el siglo XVI, y también se muestra que en un primer
momento fue la condición de personas pobres, que varios indígenas compartían
con algunos españoles, la que sirvió para delinear al grupo susceptible de recibir
un tratamiento jurídico específico. No obstante, con el paso del tiempo, el criterio
socioeconómico fue sustituido por otro étnico. Aun cuando la normativa real ofre-
ce datos de primer orden sobre las ideas y las decisiones de la Corona en torno a
la representación de las personas pobres, estas fuentes no reflejan los complejos
mecanismos que condujeron a la creación de abogados y procuradores de pobres,
esclavos e indios. Para ello, es necesario recurrir a los nombramientos y las cartas
de pago que recibieron los titulares de los cargos, así como a las probanzas de mé-
ritos y servicios que estos redactaron para obtener mercedes reales. El examen de
algunos pleitos ventilados por aquellos agentes es, asimismo, fundamental para
entender sus funciones y la forma en que se repartían los negocios.

Los procuradores de pobres

A partir de la Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento y de las


Tablas cronológicas de León Pinelo, Schäfer señala que Ramiro de Soto y Sebastián
Rodríguez fueron nombrados abogado y procurador de pobres en el Consejo de
Indias en la década de 1530 (Schäfer 1: 75). El nombramiento de Sebastián Rodrí-
guez lleva la fecha de 1534 y estipula:

Por cuanto en Nuestro Consejo de las Indias se ofrecen algunas veces pleitos y ne-
gocios de pobres que no tienen con qué seguirlos y hasta ahora no se ha proveído
persona que entienda en los pobres, por ende, acatando la habilidad de vos, Sebas-
tián Rodríguez, a que bien y diligentemente entenderéis en los dichos negocios y
pleitos, por la presente vos nombramos por procurador de los dichos pobres y vos
damos licencia y facultad para que, como tal procurador de ellos, podáis solicitar y

5 Sobre las audiencias americanas, véanse Schäfer; Ruiz Medrano (Gobierno y sociedad); Martiré; Herzog.

18 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Caroline Cunill

procurar de los dichos negocios y pleitos de pobres que, en el dicho Nuestro Con-
sejo de las Indias, de aquí adelante ocurrieren y entendáis en ellos.6

Así, hasta aquel momento no se había nombrado a nadie en el Consejo de


Indias para que siguiera los pleitos de las personas pobres de América (sin es-
pecificar su condición étnica). No obstante, es posible que algunos abogados o
procuradores del número del Consejo de Castilla o del Consejo de Indias se hubie-
ran encargado de este tipo de negocios gratuitamente, “por amor de Dios”7.
Los nombramientos y las cartas de pago que fueron entregados a los recep-
tores muestran que los licenciados Ramiro de Soto, Luis Hurtado (1560-1570),
Benito Juárez de Luján (1570-1589) y Medina (desde 1589) se sucedieron en el car-
go de abogado de pobres del Consejo de Indias8 . El oficio de procurador de pobres
fue ocupado por Sebastián Rodríguez (hasta 1565), Juan Gómez de Argumedo
(1565-1566), Juan de la Peña (1566-1576), Domingo de Orive (1576-1587), Baltasar
Romero (1587-1593) y Diego Ruiz Osorio (a partir de 1593)9. Schäfer (1: 75-76) apun-
ta que el abogado de pobres cobró 5 000 maravedís anuales hasta 1554, fecha en

6 “Real Cédula nombrando a Sebastián Rodríguez procurador de pobres en el Consejo de Indias, 28 de


septiembre de 1534” (AGI, IG, 422, libro 16, f. 135 r.). Énfasis con cursiva añadido.
7 Una fuente susceptible de esclarecer este punto son las tablas cronológicas elaboradas por los
consejos de la monarquía, en las cuales se mencionaban a los abogados y los procuradores de
pobres que recibían una cantidad sobre las quitaciones de los ministros (Gan Giménez).
8 “Nombramiento del Licenciado Hurtado como abogado de pobres, 1560” (AGI, C, 5784, libro 1, f. 129);
“Real Cédula a Antonio de Cartagena receptor para que paguen a los herederos del licenciado Luis
Hurtado el salario correspondiente a su oficio de abogado de pobres del año 1570 hasta la fecha de su
muerte, 1571” (AGI, IG, 426, libro 25, f. 99); “Nombramiento de Benito Juárez de Luján como abogado
de pobres, 1570” (AGI, C, 5784, libro 1, f. 167); “Nombramiento del licenciado Medina como abogado de
pobres, 1589” (AGI, C, 5784, libro 3, f. 57).
9 “Carta acordada del Consejo a Ochoa de Luyando dándole orden de pago de 4 000 maravedís para
Juan Gómez de Argumedo, procurador de pobres, 1565” (AGI, IG, 425, libro 24, f. 267); “Pago de sa-
lario a Juan de la Peña como procurador de pobres, 1566” (AGI, C, 5784, libro 1, f. 155); “Real Cédula
a Antonio de Cartagena, receptor, dándole orden de pago de 6 000 maravedís de salario a Domingo
de Orive, que ha sido nombrado procurador de pobres en lugar y por renuncia de Juan de la Peña,
1576” (AGI, IG, 426, libro 26, ff. 242-243); “Nombramiento de Baltasar Romero como procurador de
pobres, 1587” (AGI, C, 5784, libro 3, f. 49); “Real Cédula al presidente y oficiales de la Contratación
y a Diego Ruiz Osorio, para que paguen anualmente 6 000 maravedís a Gaspar de Esquinas que ha
sido nombrado procurador de pobres del Consejo en lugar de Baltasar Romero, 1593” (AGI, IG, 426,
libro 28, ff. 176-177).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 19


Pobres, esclavos, indígenas y personas miserables

la que su salario fue acrecentado a 7 500 maravedís10. Un examen de las cartas de


pago indica que fue en 1570 cuando el salario de los abogados de pobres subió
a 7 500 maravedís anuales, fecha en la que el licenciado Benito Juárez de Luján
recibió el título de letrado de pobres11. El caso de este último, no obstante, de-
bió ser especial, puesto que llegó a cobrar 10 000 maravedís en 1576. Además, en
1586 se barajó concederle un regimiento en Tunja, propuesta que rechazó el mo-
narca por considerar que dicho oficio “algunas veces vale más que lo que dicen”.
Así, su sucesor volvió a cobrar 7 500 maravedís anuales a partir de 158912 .
El salario de los procuradores de pobres pasó de 2 000 a 4 000 maravedís anuales
en 1554, dado que el Consejo ordenó que Sebastián Rodríguez recibiera 4 000 mara-
vedís procedentes de las penas de estrado “como aumento del salario de 2000 que
ya tiene por el dicho cargo”. Los siguientes procuradores de pobres del Consejo co-
brarían la misma cantidad hasta 1576, fecha en la que su salario alcanzaría los 6 000
maravedís anuales13. Estas sumas, procedentes del Real Erario, permitían compen-
sar el hecho de que a aquellos abogados y procuradores les era prohibido cobrar
emolumentos a los pobres. Sin embargo, como señala Schäfer, también atendían
una “gran cantidad de negocios judiciales más provechosos” como “la confección

10 “Pago de salario a Ramiro de Soto, abogado de pobres, 1536” (AGI, C, 5784, libro 1, ff. 64-65); “Real
Cédula a los oficiales de la casa de la contratación para que paguen 5 000 maravedís de salario al
licenciado Ramiro de Soto como abogado de pobres, 1536” (AGI, IG, 1962, libro 4, f. 84).
11 “Real Cédula a Benito Juárez de Luján, abogado de corte concediéndole el título de letrado de
pobres con 7 500 maravedís de salario anual sucediendo en dicho oficio al difunto Luis Hurtado,
1570” (AGI, IG, 426, libro 25, f. 79); “Carta acordada al receptor Antonio de Cartagena disponiendo la
libranza de 10 000 maravedís a favor de Benito Juárez de Luján abogado de los pleitos de pobres en
concepto de salario anual, 1576” (AGI, IG, 426, libro 25, f. 345).
12 “Consulta del Consejo de Indias, 1586 (AGI, SF, 1, n.° 77); “Real Cédula al presidente y oficiales de la
Contratación para que paguen anualmente 7 500 maravedís de salario al licenciado Medina al que
nombra abogado de pobres, 1589” (AGI, IG, 426, libro 28, f. 22).
13 “Real Cédula a Ochoa de Luyando para que de los maravedís de penas de estrados entregue 4 000
maravedís a Sebastián Rodríguez procurador de pobres, 1554” (AGI, IG, 425, libro 23, f. 85); “Cartas
acordadas al receptor Antonio de Cartagena disponiendo la libranza de 4 000 maravedís a favor de
Juan de la Peña, procurador de pobres, como salario de dicho oficio en los años de 1567, 1571-1575”
(AGI, IG, 426, libro 25, ff. 146-147); “Real Cédula a Antonio de Cartagena, receptor, dándole orden de
pago de 6 000 maravedís de salario a Domingo de Orive, que ha sido nombrado procurador de po-
bres en lugar y por renuncia de Juan de la Peña, 1576” (AGI, IG, 426, libro 26, ff. 242-243); “Real Cédula
a Antonio de Cartagena, receptor, para que paguen anualmente 6 000 maravedís a Baltasar Romero
en quien Domingo de Orive ha renunciado su oficio de procurador de pobres, 1587” (AGI, IG, 426,
libro 27, ff. 171-172).

20 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Caroline Cunill

de las escrituras propiamente jurídicas” para los abogados y “las representaciones


formales en los procesos” para los procuradores (Schäfer 1: 75-76).
En las Ordenanzas para la Audiencia de México de 1528 se estipuló:

después de fenecido pleito, el presidente y oidores se informe por juramento de


las partes […] qué es lo que ha dado cada uno a su abogado y procurado y consi-
derada la calidad de la causa y la calidad de las personas pleiteantes y el trabajo
que tomaren tasen y moderen el salario según aquella moderación sean pagados
los abogados y procuradores. (Puga 31)

También cabe recordar que a partir de 1527 la Corona entregó títulos de pro-
tectores de indios a los obispos americanos para que pudieran juzgar las causas
en las cuales estaba involucrada la población indígena. En la Nueva España el car-
go recayó en la persona de fray Juan de Zumárraga en 1528 (Dussel; Carreño 97).
No obstante, pronto se dieron fuertes conflictos entre el protector de indios y
los oidores en torno al ejercicio de la jurisdicción sobre la población indígena, de
tal manera que en 1530 el Consejo de Indias decidió limitar las prerrogativas de los
protectores de indios (Puga 64-65)14. No es ninguna casualidad que en la misma
fecha en la Audiencia de México se emitieran órdenes más precisas acerca de la
ventilación de los “pleitos que hubiere entre las personas particulares de los in-
dios”, para los cuales se había de proceder “de palabra sin haber escrito ni proce-
so”; en cambio, “si fuere entre consejos [de cabildos indígenas] haced justicia en
vía ordinaria, con aquella brevedad que la calidad del negocio requiere porque es
nuestra voluntad que sean relevados al presente de les llevar derechos ni costas”
(Puga 55-56). Se dio, asimismo, una de las primeras normas relativas al ejercicio
de los intérpretes de las lenguas indígenas que servían en la Audiencia de México
(Puga 41). Además, para que los indios “comenzasen a entender nuestra manera
de vivir así en su gobernación, como la policía y cosas de la república”, en 1530 se
dispuso que “hubiese personas de ellos que juntamente con los regidores españo-
les que están proveídos entrasen en el regimiento y tuviesen voto en él” (Puga 40).
En estas condiciones no sorprende que el primer nombramiento de un procu-
rador de pobres en la Audiencia de México coincidiera con el ocaso de la protec-
toría eclesiástica, puesto que fray Juan de Zumárraga fue relevado de este cargo
en 1534, y que el titular sintiera un compromiso especial para representar a los
españoles y a los indígenas más desprovistos de recursos. El primer procurador

14 Sobre el conflicto véase Ruiz Medrano, Gobierno y sociedad 32-38.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 21


Pobres, esclavos, indígenas y personas miserables

de pobres fue nombrado hacia 1535 y el cargo recayó en la persona de Vicen-


cio de Riberol, según la información contenida en la probanza de méritos y ser-
vicios elaborada por su hijo, Juan de Riberol en 1565. Uno de los testigos declaró
que “habrá 30 años poco más o menos que el dicho Vicencio de Riberol usó en
esta Real Audiencia el dicho oficio de procurador de pobres en el cual falleció”15 .
Juan Riberol también explicó que su padre “liberó muchos esclavos indios y asi-
mismo tuvo en su casa enfermería y hospital de indios pobres […] y sirvió en los
tianguis y mercados de esta ciudad por alguacil amparando a los naturales para
que no se les hiciese agravio ninguno por ninguna persona”16 .
Se puede argüir que en aquella época las categorías jurídicas de pobres y de
indios fueron versátiles y sirvieron para definir las funciones de los protectores
eclesiásticos de indios y de los abogados de pobres. Los indígenas pudientes y
los caciques —quienes recibían el apoyo financiero de sus comunidades para los
gastos de justicia— solían recurrir a abogados y procuradores de las audiencias
americanas y, eventualmente, del Consejo de Indias para que gestionaran sus ne-
gocios en aquellos foros de justicia17. A diferencia de lo que ocurrió con Vicencio
de Riberol, solo hemos encontrado un expediente de 1549 en el que el procu-
rador de pobres Sebastián Rodríguez asumió la defensa de un indígena por ser
“persona pobre y miserable”18 . Esta diferencia hundía sus raíces en las particula-
ridades de las sociedades locales en las que trabajaron aquellos procuradores, ya
que el número de indios que se encontraban en la península ibérica en la primera
mitad del siglo XVI era notablemente inferior al de la Nueva España y, además,
la mayoría de ellos eran esclavos (Mira).

Los procuradores de los esclavos indígenas

La promulgación de las Leyes Nuevas entre 1542 y 1543, y las necesidades relacio-
nadas con la liberación de los esclavos indígenas en los territorios tanto peninsula-
res como americanos marcaron el inicio de una nueva fase en la representación de

15 “Declaración de Juan de Alvarado en la probanza de Juan de Riberol, intérprete, 1565” (AGI, M, 208, n.° 3).
16 “Declaración de Juan de Riberol en la probanza de Juan de Riberol, intérprete, 1565” (AGI, M, 208, n.° 3).
17 Sobre la representación de los indígenas en las audiencias americanas, véase Lohmann, y sobre la
representación de los indígenas en la Corte española, véase Cunill (“Fray Bartolomé”).
18 “Querella de Juan, indio, seguida por Sebastián Rodríguez” (AGI, J, 757, n.° 31), mencionada por Van
Deusen (119).

22 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Caroline Cunill

los indios en ambos lados del Atlántico (Zavala; Van Deusen). En aquellos años fray
Bartolomé de las Casas y fray Rodrigo de Andrada pidieron el nombramiento de
un “general procurador y defensor de todas aquellas naciones [indias]” en el Con-
sejo de Indias; lamentaban que los indígenas “siempre hasta ahora han carecido
de defensor y, sin ser llamadas ni oídas ni defendidas, se ha tratado de su estado y
libertad y determinado muchas y diversas veces en su muy grande e irrecuperable
daño y perjuicio, oyendo solamente a sus enemigos” (Las Casas, Opúsculos 157). Y
es que, si bien están documentados los viajes que emprendieron varios procura-
dores indígenas para presentar sus casos en la Corte, así como el hecho de que la
población autóctona se apropió con rapidez de la cultura jurídica hispana, es cierto
que los indios se encontraban en una situación de desventaja en relación con los
españoles a la hora representar sus casos, ya que los segundos contaban con me-
dios financieros más importantes y con redes sociales más extensas en el ámbito
cortesano (Glave; Rojas y Gutiérrez; Yannakakis; Dueñas; Puente Luna).
En el mismo memorial, Las Casas y Andrada insistieron en la necesidad de que
en cada audiencia americana hubiera una persona “que procure particular y gene-
ralmente por la defensa, pro y utilidad de los indios en todas las cosas que fueren
convenientes o necesarias, pues la defensa les compete de derecho natural” (Las
Casas, Opúsculos 137). Los religiosos fundamentaban su petición en la incapaci-
dad momentánea por parte de los indígenas de defenderse por sí mismos en los
pleitos en los que se oponían a españoles debido a motivos políticos, socioeconó-
micos y culturales, así como en la obligación del rey conforme al derecho natural
de garantizar el acceso a la justicia a cualquier ser humano. En 1544, Las Casas
volvió a centrarse más directamente en la cuestión de la liberación de los esclavos
indígenas asentados en la península y pidió al príncipe don Felipe que se nombra-
ra en la Casa de la Contratación a un procurador “de todos los indios que hubiere
en todos estos reinos” de Castilla, arguyendo que los indios eran “personas muy
necesitadas y más que miserables, porque ellos no saben pedir su justicia” (Las
Casas, Obras completas 13: 208). En 1545, Las Casas consideró que la condición de
persona miserable debía aplicarse a todos los indígenas y justificaba que se nom-
braran procuradores de indios en los tribunales americanos y metropolitanos.
En realidad, el dominico estaba dando una forma explícita a una serie de ideas
que, desde la década de 1530, habían sido movilizadas en el gobierno de América y
habían dado lugar a la promulgación de varias medidas relativas a las condiciones
de acceso de la población indígena a la justicia real. Como se ha visto, esta nor-
mativa estaba construida sobre la experiencia castellana que, desde la Baja Edad
Media, se había acumulado en torno a la representación de las personas pobres

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 23


Pobres, esclavos, indígenas y personas miserables

en los tribunales. Hasta aquel momento se habían privilegiado tres opciones para
remediar el impacto que pudieran tener las asimetrías de poder en la impartición
de la justicia: la vía sumaria y el reconocimiento de los usos y las costumbres in-
dígenas como fuente de derecho para minimizar los costos del proceso y acortar
los plazos en que se administraba la justicia; la limitación de los emolumentos que
recibían los abogados y los procuradores según la “calidad” y los recursos de las
partes; y el nombramiento de abogados o procuradores pagados por la Corona y
encargados de representar gratuitamente a los litigantes pobres, ya fueran indí-
genas o españoles.
El carácter novedoso de la propuesta lascasiana consistía en transformar a los
abogados y a los procuradores de pobres en abogados o procuradores de indios,
con base en la extensión de la calidad de pobreza o de persona miserable al con-
junto de la población indígena. En otras palabras, el criterio operativo en la defi-
nición del grupo social que aquellos oficiales iban a representar en los tribunales
pasaría de ser la condición de pobres a la de indígenas. En este sentido, el nombra-
miento de procuradores de esclavos indios marcó un momento clave en la histo-
ria de la representación indígena en los tribunales metropolitanos y americanos,
dado que, si bien todavía prevalecía la condición de “esclavos” en la definición del
grupo de personas que dichos oficiales tenían que representar, aquellos esclavos
eran indígenas.
En efecto, cuando se le encargó a Hernán Pérez de la Fuente la visita de la
Casa de la Contratación en 1549, se le dio facultad para nombrar a un procurador
de indios que se encargara de asesorar gratuitamente a los litigantes indígenas
que solicitaran su libertad19. El cargo recayó en la persona de Diego Pantoja, quien
había sido portero de la Casa de Contratación20. En 1558 Francisco Sarmiento lo
sustituyó21. Los expedientes indican que Sarmiento fue procurador o defensor de

19 “Real Cédula al doctor Hernán Pérez para que se pongan en libertad los indios libres que estuvieren
sirviendo como esclavos, 1549” (AGI, IG, 1964, libro 11, f. 226); “Instrucciones de Carlos I a Hernán Pérez,
1549” (Van Deusen 118 y 259). Con anterioridad, entre 1543 y 1544, Gregorio López había hecho una
visita, en la cual había liberado a varios esclavos indígenas asentados en Castilla (Van Deusen 116-118).
20 “Carta Real al doctor Hernán Pérez sobre la liberación de los indios del arzobispado de Sevilla y sobre
que el fiscal de la Casa o un tal Diego Pantoja actúe como solicitador de aquéllos, 1549” (AGI, IG, 1964,
libro 11, ff. 263-266).
21 “Real Cédula para nombrar a Francisco Sarmiento procurador de indios, 1558” (AGI, IG, 1965, libro 13,
ff. 515-516); “Nombramiento de Francisco Sarmiento como procurador de indios de la Casa de la
Contratación, 1558” (AGI, C, 5784, libro 1, f. 117).

24 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Caroline Cunill

indios —ambos títulos aparecen en las fuentes indistintamente— hasta 157322 . Los
procuradores fueron apoyados por los solicitadores de pleitos fiscales Cristóbal
de San Martín, Jerónimo de Ulloa y Diego Venegas cuando los pleitos llegaban al
Consejo de Indias en grado de apelación23.
En América se siguió un proceso similar, ya que el monarca ordenó que se
nombrara a un procurador de esclavos en la Audiencia de México en 1550. El rey la-
mentaba que los esclavos indígenas no lograban ser liberados, “por falta de haber
una persona que en nombre de los dichos indios e indias pida su libertad y lo que
cerca de ella les conviene, pues ellos para este efecto carecen de libertad y sabi-
duría para poderla pedir y seguir en derecho” (Encinas 4: 375-376). El texto insistía
asimismo en la necesidad de difundir esta información, “para que los indios pue-
dan tener y tengan noticia y sabiduría de lo que así tenemos proveído y mandado”
(Encinas 4: 375-376). En 1551 el doctor Bartolomé Melgarejo fue elegido para el
cargo (AGI, P, 231, n.° 4, ramo 4). Melgarejo había sido abogado en la Audiencia de
México y había dado su parecer en la junta reunida en 1544 para reflexionar acerca
de la aplicación de las Leyes Nuevas (Zavala 120-125).

Los procuradores y los defensores de indios

El nombramiento de procuradores de esclavos indios creó un precedente para la


posterior institucionalización de los cargos de procurador o defensor de indios en
las audiencias americanas. Se observa que, a partir de la década de 1550, algunos
oidores tomaron la decisión de nombrar a procuradores o defensores de indios en
varios tribunales americanos. Fue el caso del oidor Tomás López Medel que confió
este cargo a Hernando Muñoz Zapata en la gobernación de Yucatán en 1553 y a

22 “Francisco Sarmiento, defensor de indios, en nombre de Catalina Hernández y sus hermanas, escla-
vas indias hijas de Beatriz Hernández y el fiscal apelan al Consejo la sentencia dictada por los jueces
de la Audiencia de la Contratación en el pleito contra Juan Cansino, vecino y regidor de Carmona,
1558” (AGI, J, 908, n.° 1); “El fiscal Diego Venegas y Diego indio y su defensor Francisco Sarmiento, de-
mandan ante el Consejo de Indias a Rodrigo Alonso vecino de Sevilla por la libertad del indio Diego,
1573” (AGI, J, 928, n.° 8).
23 “Real Cédula para que de los maravedís de penas de cámara o estrados entregue 6 000 a Cristóbal de
San Martín, solicitador de pleitos fiscales del Consejo, por lo que trabaja en los asuntos de libertad
de indios, 1555” (AGI, IG, 425, libro 23, f. 215); “El licenciado Ulloa fiscal apela ante el Consejo la sen-
tencia dictada por los jueces de la Audiencia de la Contratación en el pleito que han seguido Bárbola,
esclava india y Francisco Sarmiento, defensor de indios en su nombre contra Silvestre de Monsalve
sobre la libertad de dicha esclava, 1559” (AGI, J, 783, n.° 3).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 25


Pobres, esclavos, indígenas y personas miserables

Martín de Agurto y Mendieta en la Audiencia del Nuevo Reino de Granada en 1557


(Cunill, Los defensores 50-61). Estos oficiales solo representarían a litigantes indí-
genas y, al igual que los procuradores de pobres o de esclavos, estarían remune-
rados por la Corona y no podrían cobrar ningún emolumento a sus clientes. En la
misma época circularon además varios escritos que hacían hincapié en la nece-
sidad de nombrar a procuradores de indios en los tribunales americanos que no
contaran con ellos.
En 1552, el visitador Diego Ramírez advirtió al monarca sobre la mala re-
presentación que sufrían los indígenas en la Audiencia de México, recurriendo a
argumentos similares a los que aparecían en las Siete Partidas para justificar el
nombramiento de abogados de pobres. Según Ramírez, eran pocos los españo-
les que “libremente les osen ayudar y si algún letrado o procurador lo hace es a
mucha costa de los indios y, aún con todo, lo hacen de mala gana porque más se
pretende en esa Nueva España contentar a un encomendero próspero que a diez
mil indios pobres” (AGI, M, 97, ramo 1). En otra carta el visitador lamentaba que “la
principal diligencia que tienen en la Audiencia los letrados es ver si en los procesos
hay nulidad de parte de los indios” (Paso y Troncoso 7: 64).
Pese a que se multiplicaron los textos favorables al nombramiento de defen-
sores de indios, la situación de aquellos profesionales distaba de ser homogénea.
En efecto, una cédula de 1550 reiteró una de las disposiciones de las Leyes Nuevas
por la cual se prohibía que “en los pleitos de entre indios o con ellos” se hicieran
procesos ordinarios, “sino que sumariamente [fueran] determinados, guardando
sus usos y costumbres, no siendo claramente injustos”24. Además, las ordenanzas
de 1563 dejaron claro que los fiscales de las audiencias tenían la obligación de
encargarse de los pleitos en los que estaban involucrados los indígenas pobres, y
una cédula de 1575 ordenó que los fiscales tuvieran “cargo de alegar por ellos [los
indios] en sus pleitos y negocios civiles y criminales”25.
Sin embargo, la reacción del fiscal de la Audiencia del Nuevo Reino de Grana-
da, el licenciado García de Valverde, pone de manifiesto el desfase entre las prác-
ticas locales y la normativa real. Cuando recibió la orden de hacerse cargo de los
pleitos de los indios, el fiscal presentó una petición ante el Consejo de Indias (por

24 “Provisión que manda particularmente la orden que las audiencias y otras justicias de las Indias han
de guardar en hacer y fulminar los pleitos de indios, 1550” (Encinas 2: 166).
25 “Ordenanzas de las ultimas hechas por las audiencias de las Indias, que manda que los fiscales ten-
gan cuidado de ayudar a los indios pobres en sus pleitos y mirar por ellos, 1563” (Encinas 2: 268);
“Cédula que manda a los fiscales de las audiencias de las Indias que ayuden a los indios en todos sus
pleitos, 1575” (Encinas 2: 269).

26 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Caroline Cunill

mediación del procurador Juan de la Peña) alegando que tal medida “era en per-
juicio y daño suyo y de su oficio, por querer usar con él de costumbre y cosa nueva,
y que no lo han hecho ni hacer otros ningunos de nuestros fiscales, sino que para
estos casos hay un solicitador y defensor de los dichos indios” (Encinas 2: 268)26 . La
petición de García de Valverde sugiere que, para 1560, procuradores, defensores
o solicitadores de indios brindaban sus servicios en varias audiencias americanas.
La probanza de méritos elaborada en 1560 por el procurador de la Audiencia
de México Álvaro Ruiz corrobora las aseveraciones del fiscal del Nuevo Reino de
Granada. En efecto, en la quinta pregunta del interrogatorio, Álvaro Ruiz declaró:

[…] siendo hombre honrado y buen cristiano y de buena vida y fama y diligente
y de toda confianza, los señores presidentes y oidores de esta Real Audiencia [de
México] lo nombraron por procurador para que cuidase a los indios naturales de esta
Nueva España en sus pleitos y negocios y el dicho Álvaro Ruiz en todo el tiempo que
tuvo el dicho cargo, hasta que los dichos señores presidente y oidores mandaron
que todos los procuradores de esta Real Audiencia pudiesen hacerlo, ayudó y favo-
reció a los dichos indios muy bien e diligentemente e con todo cuidado.27

El testigo Sancho López de Agurto el Mozo se refirió explícitamente al “nom-


bramiento que se hizo de letrados y procuradores de indios en esta Nueva España”
y precisó que “fue uno de ellos el dicho Álvaro Ruiz el cual tuvo el dicho cargo más
tiempo de dos años”28 . Es probable que aquellos años se situaran a principios de
la década de 1550, por los motivos mencionados anteriormente.
Para aquellas fechas algunas autoridades americanas decidieron recurrir
a procuradores o defensores de indios a quienes encargaron la representación
de los indígenas en los tribunales29. En territorios como la gobernación de Yucatán,
los nombramientos de procuradores o defensores de indios se sucedieron de for-
ma casi continua hasta 1582 (Cunill, Los defensores). No obstante, en otros casos,
entre 1550 y 1582 la situación resultó más incierta y requiere, por ende, estudios

26 Énfasis con cursiva añadido.


27 “Interrogatorio presentado en la probanza de méritos y servicios de Álvaro Ruiz, 1568” (AGI, M, 206,
n.° 21). Énfasis con cursiva añadido. “Información de Álvaro Ruiz, procurador del número de la Real
Audiencia, pide se le haga merced para dar su oficio a su nieto, 1580” (AGI, M, 215, n.° 26).
28 “Respuesta de Sancho López de Agurto el Mozo al interrogatorio de Álvaro Ruiz, 1560” (AGI, M, 206, n.° 21).
29 En los juzgados episcopales, en fechas similares, se nombraron provisores especializados en la re-
presentación de los indígenas (Traslosheros).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 27


Pobres, esclavos, indígenas y personas miserables

pormenorizados capaces de dar cuenta de las peculiaridades locales30. En la Audien-


cia de México los negocios indígenas fueron repartidos entre varios procuradores;
Cristóbal Pérez y Toribio González, por ejemplo, fueron muy activos en la defensa
de los intereses indígenas entre 1555 y 1570 (Kellogg 13-14). No obstante, Álvaro
Ruiz manejó la mayoría de los pleitos indígenas que se ventilaron en la Audiencia. En
1555, representó a los naturales de Zacatlán y de Metlatepeque en litigios contra sus
encomenderos, cuyo procurador fue Francisco Ramírez31. En 1558, defendió a los
indios de Meztitlán en contra de su cacique don Alonso Colcho32.
Álvaro Ruiz también tuvo clientes españoles, ya que fue el procurador de los frai-
les agustinos del convento de Tazazalca en un caso de incendio, como también de
Martín Cortés y sus aliados en el juicio por rebelión de 1566. No obstante, es cierto
que los religiosos eran cercanos a la población indígena, con la que compartían lu-
chas e intereses comunes (Ruiz, “Fighting Destiny” 55). Es interesante observar que,
entre 1556 y 1559, Ruiz fue procurador de la parte indígena en la disputa sobre el co-
bro del diezmo que pretendía imponer el arzobispo Montufar en contra de la opinión
de las ordenes mendicantes (Ruiz, “Poder e Iglesia” 847). En 1566 defendió al alcalde
indio Pablo Ocelotl contra la comunidad indígena de Malacatepec, que fue repre-
sentada por el procurador de pobres Agustín Pinto (Ruiz, Mexico’s Indigenous 54-55).
Pinto había sido nombrado procurador de pobres por muerte de Vivencio
Riberol en 156433. Hasta aquella fecha, había sido escribano y tenía por consi-
guiente un profundo conocimiento del funcionamiento de la audiencia34 . Así, se
encargó de una decena de casos relacionados con indígenas entre 1565 y 158835.

30 Para un análisis de otros contextos regionales en los que el proceso de institucionalización del cargo
de defensor de indios fue atravesado por las peculiaridades locales, véanse los demás artículos del
presente dossier.
31 “Sentencias del visitador Diego Ramírez y su acompañado el licenciado Antonio de Monroy en la
visita del pueblo de Zacatlán, Zacatlán, 18 de febrero de 1555” (Paso y Troncoso 8: 7); “Testimonio de
las sentencias que se pronunciaron en el pleito entre los indios de Metlatepeque y su encomendero
Pedro de Fuentes, México, 6 de mayo de 1556” (Paso y Troncoso 8: 69).
32 “Poder de los indios de Metlatepeque en Álvaro Ruiz, procurador en la Audiencia de México, Mezti‑
tlán, 1554” (AGI, J, 153, n.° 5); “Contradicción y testimonio de la sentencia que se dieron contra don
Alonso Colcho y su mujer, Meztitlán, 1558” (AGI, M, 1841, ramo 6, ff. 466-469).
33 “Nombramiento de Agustín Pinto en lugar de Vivencio de Riberol, México, 1564” (AGNM, RCD, 1, exp. 56).
34 “Confirmación de oficio de escribano para Agustín Pinto, 1553” (AGI, M, 169, n.° 22); “Nombramiento
de escribano para Agustín Pinto en la Real Audiencia de México, 1554” (AGNM, RCD, 1, exp. 251).
35 “Agustín Pinto en nombre de los indios del pueblo de Teçayuca contra los principales de Otumba,
1569” (AGI, M, 99, ramo 3); “Agustín Pinto en nombre del gobernador consejo y universidad del pue-
blo de Tecamachalco, 1576” (AGNM, IV, 6453, exp. 62); “Agustín Pinto en nombre de los indios de

28 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Caroline Cunill

Se puede mencionar, por ejemplo, su intervención en 1574 a favor de los indios de


Yucatán en el juicio contra los encomenderos de Mérida para que dejaran de car-
garlos para el transporte de tributos y otras mercancías36 . Así, se puede argüir que
algunos procuradores de la Audiencia de México, si bien no ostentaban el cargo
de procuradores o defensores de indios, tendieron a especializarse en la repre-
sentación de los indígenas. Cuando las dos partes eran indígenas, intervenía el
procurador de pobres.
Es legítimo preguntarse qué ocurrió en el Consejo de Indias en el mismo mo-
mento, dado que allí llegaban los pleitos en grado de apelación y que la presencia
de procuradores del número o solicitadores también era requerida para que las
partes americanas fuesen representadas en la más alta instancia de justicia de la
monarquía. A pesar de las mencionadas presiones que ejercieron Las Casas y sus
aliados, la Corona se negó a crear oficios de procuradores de indios en el Consejo
de Indias. Por consiguiente, en esta instancia de gobierno la representación de
los indígenas, al igual que la de los españoles, descansó en los procuradores del
número o, eventualmente, en el abogado o el procurador de pobres.
En 1581, los “procuradores del número de esta corte” presentaron una peti-
ción ante los “señores del Consejo Real de las Indias […] acerca de la guarda y
observancia de los títulos y cédulas de Su Majestad en su favor libradas”. A raíz
de ello, los consejeros mandaron que “los escribanos de cámara del Consejo no
reciban petición alguna en ningún negocio en que se presentaren papeles así de
gracia como de justicia sino fuere firmada de la misma parte o de procurador del
dicho número que tuviere título de Su Majestad” (AGI, IG, 739, n.° 348). Este texto
pone de manifiesto las tensiones que se daban en la Corte en torno a la gestión de

Epaçoyuca, 1578 (AGNM, IV, 1662, exp. 5); “Agustín Pinto en nombre de los 4 indios del pueblo de
Ticayuca sujeto a Otumba presos en la cárcel de México”, s. f. (AGNM, IV, 2272, exp. 2); “Agustín Pinto
en nombre de don Domingo Mejía, gobernador del pueblo de Tlacamama en la costa, y don Melchor
de Paz alcalde”, s. f. (AGNM, IV, 2560, exp. 9); “Agustín Pinto en nombre del gobernador, consejo y
universidad del pueblo de Chila, 1580 (AGNM, IV, 6479, exp. 58); “Agustín Pinto en nombre de los
indios del pueblo de Tlacuchavaya cerca de Oaxaca”, s. f. (AGNM, IV, 6609, exp. 124); “Agustín Pinto,
en nombre del pueblo de Atoyaqui, 1580” (AGNM, IV, 3526, exp. 13); “Agustín Pinto en nombre de los
indios del pueblo de Ygoala que esta en la corona real, 1588” (AGNM, IV, 3713, exp. 9); “Agustín Pinto
en nombre de los alcaldes y naturales de Santiago Tecalli, 1588” (AGNM, IV, 5920, exp. 61). Sobre otras
gestiones de Agustín Pinto, véase también Ruiz Medrano, Mexico’s Indigenous, 48-61.
36 “Provisión de la Audiencia de México dirigida al gobernador de Yucatán para que no se carguen los
indios, México, 17 de septiembre de 1574, en Pleito de Francisco Palomino, defensor de indios, con la
ciudad de Mérida y encomenderos sobre que no se carguen los indios” (AGI, J, 1016, n.° 10, ff. 920-926).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 29


Pobres, esclavos, indígenas y personas miserables

los negocios americanos y la voluntad, por parte de los procuradores, de conser-


var sus preminencias al respecto37.
Dado que en el marco del presente trabajo es imposible realizar un estudio de
la totalidad de los casos que involucraron a indígenas y que fueron ventilados en el
Consejo de Indias en la segunda mitad del siglo XVI, el escrito se centra en los que
procedieron de la gobernación de Yucatán. Cuando en 1574 el cacique don Pablo
Paxbolón presentó una probanza de méritos ante el gobernador de Yucatán, su ex-
pediente fue gestionado localmente por el defensor de indios Francisco Palomino.
No obstante, puesto que el documento debía tramitarse en el Consejo de Indias,
Palomino otorgó, en nombre de don Pablo, un poder a “Juan de la Peña, Sebastián
de Santander y cualquier de ellos para que […] puedan intimarlos dichos servicios
y de ellos pedir le sean hechas mercedes y sobre ello presentar autos, testimonios,
probanzas y escrituras y despachar las provisiones y cédulas que sobre ello se li-
braren” (AGI, M, 97, ramo 4, f. 10).
Sebastián de Santander redactó, en 1580, la petición que encabezaría la
probanza de méritos del maya Gaspar Antonio Chi38 . En 1576, asumió la defensa
de los intereses de los indios mexicanos que habían participado en la conquista de
Yucatán y se habían asentado en la ciudad de Mérida39. Colaboró, asimismo, con
el defensor de indios Francisco Palomino, quien en 1576 le confió la representa-
ción de los indígenas en el pleito contra el cabildo de Mérida y los encomenderos
sobre el uso de los tamemes para el transporte del tributo 40. Cuando dos años
más tarde Francisco Palomino llegó a Madrid para seguir su juicio de residencia,
otorgó su poder a Sebastián de Santander, quien lo representó en el pleito que le
había interpuesto el cabildo de Mérida por escribir una carta al rey “en deshonor
de dichas provincias”.

37 Sobre los oficiales de pluma del Consejo de Indias, véase Gómez.


38 “Carta poder de Gaspar Antonio Chi a fray Gaspar de Nájera y a Francisco Pacheco, 1580”; “Carta
poder de Gaspar de Nájera en nombre de Gaspar Antonio Chi a Francisco Palomino, Juan Aldas y
Sebastián de Santander, Sevilla, 1580”; “Petición de Sebastián de Santander en nombre de Gaspar
Antonio, 1580” (Quezada y Torres 39-41).
39 “Sebastián de Santander en nombre de los indios mexicanos y de otras provincias que están
poblados en Yucatán en los pueblos de San Cristóbal y Santiago, en la probanza de los indios mexi-
canos de Yucatán, 1576 (AGI, M, 100, ramo 4, f. 1).
40 “Petición de Francisco Palomino presentada ante el rey y su Consejo por el procurador del Consejo
de Indias, Sebastián de Santander, 1576” (AGI, M, 1842, ramo 4, ff. 454-458).

30 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Caroline Cunill

En los mencionados juicios, el procurador Alonso de Herrera defendió los in-


tereses de los encomenderos y del cabildo de Mérida41. En los mismos años, este
procurador también recibió poderes del conquistador Diego de Córdoba (1568),
del gobernador de Yucatán don Diego de Santillán (1571), del conquistador y en-
comendero Francisco de Bracamonte (1573) y de los cabildos de Mérida y de Sala-
manca de Bacalar (1569, 1573 y 1574)42 . En resumidas cuentas, observamos que la
mayoría de los asuntos relacionados con la población indígena de Yucatán fueron
gestionados por Sebastián de Santander, mientras que Alonso de Herrera se en-
cargó de representar los intereses de la población española43. Domingo de Orive,
procurador de pobres en el Consejo de Indias entre 1576 y 1587, recibió poderes
de los españoles Alonso Rodríguez, Francisco Pacheco y Bartolomé García, todos
ellos vecinos de Yucatán, en 1580, así como de la ciudad de Mérida en 1582. Es-
tos datos sugieren que, pese al carácter abierto de los poderes que se otorgaron
desde América y al rechazo oficial de crear cargos de procuradores de indios en
el Consejo de Indias, hubo cierta estabilidad en los vínculos que algunos oficiales
tejieron con sus clientes americanos. Sin embargo, también conviene insistir en la
fluidez que se dio en el tratamiento de las causas, ya que algunos procuradores
representaron indistintamente a indígenas, conquistadores, encomenderos y ca-
bildos de diversas partes de América44.

41 “Francisco Palomino, protector de indios, con la ciudad de Mérida y encomenderos sobre que no se
carguen los indios, 1579” (AGI, J, 1016, n.° 10, ff. 873-876); “Carlos Arellano, en nombre y como procura-
dor de Mérida, con Francisco Palomino, defensor de indios, sobre la carta que escribió a Su Majestad
en deshonor de dichas provincias, 1579” (AGI, J, 1016, n.° 11, ff. 1128-1139).
42 Solís y Bracamonte 208, 235, 247, 273, 277, 280; “Alonso de Herrera en nombre de los vecinos de Mé-
rida, 1569” (AGI, M, 98, ramo 3); “Alonso de Herrera en nombre de la villa de Salamanca de Yucatán,
1573” (AGI, M, 99, ramo 3).
43 Sebastián de Santander representó al cacique mestizo don Diego de Torres en su pleito contra el
presidente y oidores de la Audiencia de Santafé en los mismos años (Rojas 413), agradezco a Carlos
Gustavo Hinestroza González por llamar mi atención sobre este hecho.
44 Entre 1561 y 1564 Alonso de Herrera fue procurador del arzobispo del Perú fray Jerónimo de Loaiza y
de Juan de Montaño, antiguo oidor la Audiencia de Santafé, en el pleito contra Álvaro y Diego Salcedo,
quienes fueron representados por el procurador de pobres Sebastián Rodríguez. Domingo de Orive
presentó peticiones en nombre del cabildo de Manila en Filipinas y de la ciudad de Ibagué en el Nuevo
Reino de Granada entre 1585 y 1586 (Schäfer 2: 87; Solís y Bracamonte 235, 277, 280, 345, 372, 374, 384,
407, 412; “Domingo de Oribe en nombre de Francisco Pacheco vecino de la ciudad de Mérida, 1580”
(AGI, M, 107, f. 82); “Expediente de la ciudad de Ibagué, por su procurador Domingo de Orive, en que
solicita se le permita la pacificación de las provincias de Coyaima, 1586” (AGI, SF, 65, n.° 47).

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Pobres, esclavos, indígenas y personas miserables

Conclusiones

En el siglo XVI se barajaron varias opciones para aportar soluciones al problema del
acceso de los indígenas a la justicia real. La mayoría de ellas estaba relacionada con
la condición de personas pobres y hundía sus raíces en experiencias peninsulares
tardomedievales. Así, se buscó reducir los costos judiciales gracias a los procesos su-
marios, al reconocimiento del valor legal de los usos y costumbres indígenas (cuan-
do no fuesen contrarios a los preceptos de la religión cristiana) y a la limitación de
los emolumentos que cobraban los abogados. Se nombraron, además, abogados
y procuradores de pobres, tanto en el Consejo de Indias como en la Audiencia de
México, a partir de 1534, fecha que en América coincidió con el ocaso de la fase ecle-
siástica de la protectoría indígena. Si bien, en un primer momento, los abogados de
pobres representaron gratuitamente a clientes tanto españoles como indígenas, la
promulgación de las Leyes Nuevas y la liberación de los esclavos indios marcó una
nueva etapa en la historia de la representación de los pueblos autóctonos.
La categoría jurídica de las personas pobres empezó a extenderse al conjunto de
la población indígena, por un lado, y se nombraron procuradores de esclavos indí-
genas en las audiencias americanas y en la Casa de la Contratación, por otro. En este
contexto, a partir de 1550 algunos oidores nombraron defensores de indios en los
tribunales americanos. No obstante, la situación de aquellos oficiales distaba de ser
estable, debido a la normativa real que seguía insistiendo en la necesidad de hacer
procesos sumarios a los indígenas y la obligación de los fiscales de hacerse cargo de
la defensa de la población indígena, pero cuando se analizan los casos tratados por
los procuradores de la Audiencia de México y del Consejo de Indias se observa que
algunos oficiales representaron mayormente a clientes indígenas. Aquellos agentes
fueron determinantes en el funcionamiento del imperio hispánico, dado que su co-
nocimiento de los negocios americanos aportó, sin duda alguna, una perspectiva
global en la gestión de unos territorios tan distantes como diversos.

32 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


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Gorda novohispana, 1590-1680
Between the Service and the Profit. Performance and Usual Practice among
Capitanes Protectores of the Sierra Gorda, in New Spain, 1590-1680

DOI: 10.22380/20274688.2384
Recibido: 28 de febrero del 2022 • Aprobado: 5 de julio del 2022

David Alejandro Sánchez Muñoz1


Universidad Nacional Autónoma de México
FES Acatlán, Naucalpan de Juárez, México
[email protected] • https://orcid.org/0000-0002-2642-5643

Gerardo Lara Cisneros2


Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas, Ciudad de México, CDMX, México
[email protected] • https://orcid.org/0000-0002-8107-0427

Resumen
La expansión hispana hacia los territorios septentrionales de América causó una larga
y hostil confrontación con las sociedades nativas que ahí habitaban. Estos conflic-
tos, conocidos como guerra Chichimeca, cesaron mayormente en la década de 1590.
Para alcanzar y mantener la pacificación de estas zonas, fue decisivo el papel de los
capitanes protectores, responsables de que los indios permanecieran asentados,

1 Licenciado en Arqueología por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y doctor en Historia


por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En la actualidad es docente en la Facultad
de Estudios Superiores Acatlán, de esa misma universidad. Participa en varios proyectos enfocados
en la minería y los pueblos indios, dentro del ámbito de los mundos ibéricos de los siglos XVI-XVIII.
2 Doctor en Historia por la UNAM, investigador titular del Instituto de Investigaciones Históricas (IIH)
de esa misma universidad, donde se desempeña como profesor de licenciatura y posgrado, ade-
más de tutor de diversos programas de posgrado. Es miembro del Sistema Nacional de Investiga-
dores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT), y autor de varios libros y artículos
sobre la religión indígena y la Iglesia católica en Nueva España.

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Entre el servicio y el beneficio

recibiendo justicia y suministros para su manutención, mientras asimilaban las for-


mas civiles y cristianas. Este artículo pretende mostrar, de manera general, el origen
de este cargo en el norte de Nueva España y en particular en la zona de la Sierra Gorda,
hasta 1680, destacando los continuos ajustes por los que atravesó, hasta un momento
en que su desempeño cayó en cierta decadencia. Mediante ello, quedará manifiesta
una creciente brecha entre las obligaciones propias del oficio y su práctica.
Palabras clave: Sierra Gorda, capitán protector, siglo XVII, chichimecas.

Abstract
The Hispanic expansion into the northern territories of America caused a long and
hostile confrontation with the native societies that lived there. These conflicts, known
as the Chichimeca War, ceased mostly in the 1590s. To achieve and maintain the paci-
fication of these areas, the role of the “capitanes protectores” was decisive. They were
responsible for the Indians remaining settled, receiving justice and supplies for their
maintenance while assimilating civil and Christian forms. This article aims to show
the origin of this duty in the north of New Spain in general, and the Sierra Gorda in
particular, until 1680, highlighting the continuous adjustments this job went through.
This way, it will be clear that a growing gap took place, between the duties of this office
and their performances.
Keywords: Sierra Gorda, protector captain, 17th century, chichimecas

Introducción

Si algo ha mostrado el estudio de la implantación y el desarrollo de las institucio-


nes hispanas en América es que su validez, apropiación y eventual legitimación
dependieron, en buena medida, de que estos organismos hayan estado sujetos a
periódicas adecuaciones para así responder mejor a su realidad social. Estas adap-
taciones resultaban muy convenientes cuando coincidían las necesidades, tanto
de la Corona como de una porción significativa de sus súbditos, y no solamente
para que algún grupo privilegiado consiguiera beneficios discrecionales exclusi-
vos. Sin embargo, cuando esto último sucedía, la inoperancia de los organismos y
el declive de sus funciones marcaban la pauta para que pudieran darse importan-
tes cambios sociales y políticos.
Debido a estos continuos ajustes y a las diversas condiciones regionales en
las Indias, el funcionamiento y los propósitos originales de numerosas institucio-
nes terminaban por alterarse; por ello, su seguimiento y comprensión a menudo
han sido complejos y demorados. Un buen ejemplo de ello es la protectoría de
indios, que comenzó a ser estudiada desde finales de la década de 1920, pero solo
hasta 1945 se distinguió más claramente entre protectores legos y eclesiásticos;

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David Alejandro Sánchez Muñoz y Gerardo Lara Cisneros

para 1988 estaba claro que la adjudicación del cargo había pasado de los prela-
dos a los ministros reales, aunque aún no se entendían bien los motivos para ello
(Cunill 33-34). Hoy existe una visión más completa de estos cambios, pero se si-
gue explorando el impacto social y político de la implantación de los protectores
y las consecuencias que tuvo a largo plazo esta defensa entre los pueblos nativos
(Baeza; J. Torre; Owensby; Güereca).
Por lo señalado en los acápites precedentes, este artículo busca, por un lado,
esclarecer el origen de la figura del capitán protector en la frontera septentrional
novohispana, así como entender si estuvo vinculada directamente al desarrollo
de la protectoría de indios o a otra prioridad del gobierno virreinal. Además, sirve
para mostrar cómo la naturaleza de este cargo asumió características distintivas
a lo largo de los años, particularmente en el área de la Sierra Gorda, de tal manera
que se abrió una brecha cada vez mayor entre las responsabilidades propias del
cargo y su desempeño cotidiano.

Cambios y ajustes en la protectoría


de indios del siglo XVI

Es bien conocido que los religiosos fueron los primeros en asumir la protección de
los naturales en las Indias, en principio por el desempeño propio de su ministerio
y luego por encargos dados mediante cédulas reales u ordenanzas. De hecho, los
conocidos sermones de fray Antón de Montesinos, en La Española, propiciaron la
formulación y puesta en vigor de las Leyes de Burgos (1512) y luego las de Valladolid
(1513), con las que se buscó limitar los abusos a los que eran sometidos los nativos.
Durante aquellos años el otro gran ejemplo de esta actividad fue el envío que
la Corona hizo, en 1517, de tres frailes jerónimos a la isla La Española para impartir
justicia y procurar la conservación de los indios. Entre las disposiciones entrega-
das a los religiosos resulta de especial interés aquella en que debía nombrarse un
administrador español en cada pueblo, a fin de que colaborara estrechamente con
estos religiosos, de manera que se integrara a los naturales a la cristiandad y a las
formas civiles; este ayudante se vería supeditado a las decisiones tomadas por
las justicias reales (Cunill 37).
Fue a partir de 1527 que a los obispos se les nombró protectores de indios, por
medio de cédula real. Inicialmente sus facultades fueron muy amplias, incluso lle-
garon al plano legislativo; pero debido a las disputas jurisdiccionales que provoca-
ron, muchas de estas atribuciones les fueron limitadas desde 1531, con el objeto

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Entre el servicio y el beneficio

de que no ejercieran una superioridad sobre los ministros reales. En este periodo
se destaca la actividad de Las Casas, quien aprovechó el derecho canónico a favor
de los indios y formuló el concepto jurídico de miserable, para atraer sus asuntos a
la jurisdicción eclesiástica. Su objetivo no se logró, pero esta noción fue aceptada
y retomada gradualmente por las autoridades civiles (Cunill 40, 47).
En Nueva España, fray Juan de Zumárraga también obtuvo la designación
como protector de indios en 1527, pero, debido a varias acusaciones por exceder
su jurisdicción, este cargo le fue retirado en 1534 y asignado al fiscal de la Real
Audiencia de México. Entre 1554 y 1563 este mismo ajuste se aplicó en los otros
territorios americanos, con el propósito de imponer un control más estricto sobre
las actividades de la Iglesia. Fue así cómo durante la segunda mitad del siglo XVI, la
Corona ya consideraba la práctica de la protectoría como una atribución del go-
bierno civil (Cunill 49-50).
Conforme se establecieron las audiencias como organismos para la adminis-
tración de la justicia, una de sus responsabilidades más significativas fue la de
favorecer el buen trato para los indios y tener especial cuidado en castigar los ex-
cesos cometidos contra ellos. En este sentido, los oidores debían servir como su
“tutela y amparo” (E. Torre 95), además, los recordatorios para que estas disposi-
ciones se cumplieran fueron frecuentes, sobre todo a partir del establecimiento
de las Leyes Nuevas, en 1542. Al poco tiempo, esta política favoreció el inicio de
numerosas causas judiciales, así como la aparición de procuradores privados que
decían ayudar a los naturales, pero en la mayoría de las ocasiones solo los defrau-
daban (Borah, El Juzgado 65; Cunill 62-65).
Adicionalmente, la Corona buscó agilizar el otorgamiento de justicia y la asimi-
lación del sistema de gobierno castellano entre los indios. Para lograrlo, dispuso
varias medidas, como respetar las costumbres prehispánicas que no se opusieran
a las normas cristianas, realizar juicios sumarios para simplificar los procesos y re-
ducir sus costos. En Nueva España, el virrey Antonio de Mendoza aplicó está lógica
y pudo organizar un sistema en el cual atendía una buena parte de los asuntos de
indios. Inicialmente, Mendoza podía disponer si un caso era turnado a la Audiencia
o determinado por él mismo en su calidad de gobernador; para esto último se apo-
yaba en informantes, comisionados y otros jueces que le ayudaban a tomar resolu-
ciones al respecto. Este sistema tuvo continuidad en el gobierno de Luis de Velasco,
pero nuevas disputas jurisdiccionales hicieron que su eficacia disminuyera, sobre
todo durante las décadas de 1570 y 1580 (Borah, El Juzgado 76, 89; Cunill 70-72).
En esta segunda mitad del siglo XVI hubo momentos en los que las respon-
sabilidades propias del protector resultaron ambiguas y sin delimitación precisa,

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incluso en ocasiones se suprimieron estas designaciones, tratando con ello de en-


contrar una solución más eficaz para impartir justicia. A pesar de esta indefinición,
durante estas décadas el fiscal de la Real Audiencia siguió siendo responsable de
representar a los naturales en sus pleitos y negocios; eventualmente, esta labor se
reafirmaba por medio de cédulas reales, como sucedió en 1554, 1563 y 1575, sin
embargo, los abusos a los indios seguían. Dos situaciones muy comunes eran los
elevados cobros de honorarios y costos jurídicos, así como las exigencias de con-
tribuciones indebidas en los pueblos por parte de los corregidores españoles en-
cargados de su gobierno (Encinas 268-269; Borah, El Juzgado 89, 97; Cunill 67, 80).
Finalmente, en 1589 se reestableció definitivamente la actividad protectora
de manera general en Las Indias mediante un sistema dual donde el fiscal conti-
nuaría protegiendo y representando a los indios, además de una serie de procura-
dores —o defensores— especializados en este tipo de causas. En la Nueva España,
el virrey Luis de Velasco el Mozo (1590-1595) tuvo el mérito de gestionar la jurisdic-
ción especial para tratar estos asuntos; el nuevo tribunal se aprobó en 1590 y se
organizó y ajustó a lo largo de todo el año siguiente. En este se incluía al fiscal que
aconsejaría al virrey en las determinaciones que debía tomar sobre estos casos;
este oidor era reconocido comúnmente como protector. También se contempló
al procurador o abogado, aunque con el tiempo se conformó todo un sistema de
asesores jurídicos asalariados (Borah, El Juzgado 107, 123; Cunill 84).
Este último punto resulta importante, porque las repúblicas de indios podían ini-
ciar sus causas mediante los jueces locales, o por medio de algún abogado procurador
adscrito a la Audiencia. Esta segunda opción era la que correspondía propiamente a
la institución protectora del Juzgado General de Indios, en cambio, los gobernadores
provinciales, como los alcaldes mayores o corregidores, eran delegados regios que
tenían varias atribuciones, entre ellas la de impartir la justicia en su demarcación,
pero era muy habitual que actuaran por medio de extorsiones y excesos, además de
responder más a los intereses de los vecinos españoles (Huerta 25).
Si se considera todo lo anterior, el surgimiento de personajes designados
como capitanes protectores durante la última década del siglo XVI resulta un tan-
to contradictoria. Por un lado, estos sujetos ejercieron funciones de gobierno
entre los nativos chichimecas que estaban siendo pacificados en la franja fron-
teriza del norte novohispano, pero además, al ser protectores debían defender
a los indios de agravios que comúnmente eran cometidos por autoridades como
ellos. Por si fuera poco, no parece que hayan tenido vínculos, ni adscripción al
juzgado de los naturales. Su reconocimiento como protectores no parece haber
seguido la misma lógica que con los oidores y los abogados de la Audiencia, por

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Entre el servicio y el beneficio

ello se hace necesaria una revisión del asunto, para así aclarar el origen y las res-
ponsabilidades de este empleo.

El sistema de pacificación para los chichimecas


en la última década del siglo XVI

Al iniciar la década de 1580, el territorio septentrional de la Nueva España atra-


vesaba por una creciente ola de violencia, especialmente en el amplio corredor
que se forma entre la Sierra Madre Oriental y la Occidental. Los antecedentes de
este conflicto se remontan hasta 1530, con las expediciones de Nuño de Guzmán
por el territorio que posteriormente formaría la Nueva Galicia, las cuales dejaron
un rastro de enorme devastación; y luego, con la guerra del Mixtón de 1540-1541,
en la que se esclavizó a un gran número de indios alzados y rebelados contra los
conquistadores hispanos (Assadourian 29, 39; Reséndez 76).
Hacia 1550, el problema adquirió nuevas dimensiones, luego de ciertos asal-
tos y ataques llevados a cabo por guachichiles y zacatecos contra arrieros y co-
merciantes que transitaban por el Camino Real hacia el importante centro minero
de Zacatecas. Estas acciones llevaron a las autoridades hispanas a desarrollar una
respuesta militar desmedida, capturando, asesinando y esclavizando a nativos de
muy diversos linajes, reconocidos genéricamente como chichimecas, sin importar
si estos eran culpables o no.
Dichos grupos solían sustentarse mediante la apropiación de recursos regio-
nales, por medio de caza, pesca y recolección, de manera cíclica y estacional, pero
muy pronto limitaron su estadía en los parajes llanos y buscaron refugio en las se-
rranías y sitios de difícil acceso, se dispersaron aún más en cuadrillas y conjuntos
pequeños y establecieron alianzas para enfrentar a los españoles y sus aliados in-
dios. En el curso de las siguientes décadas, sus agresiones a poblados, caravanas,
haciendas y estancias se volvieron cada vez más violentas y desestabilizaron la
región, lo que dificultó la continuidad de las nuevas empresas y negocios hispanos
(Carrillo, El debate 618, 692).
Durante años, el gobierno virreinal favoreció la confrontación abierta con es-
tos alzados al apoyar el establecimiento de presidios, pagando soldados y permi-
tiendo que muchos capitanes desarrollaran un lucrativo negocio por medio del
apresamiento y la esclavización ilegítima de los chichimecas. El fracaso continuo
y el gasto excesivo ocasionado por estas políticas, así como la cada vez mayor
urgencia por explotar las vetas mineras, que continuamente aparecían a lo largo

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David Alejandro Sánchez Muñoz y Gerardo Lara Cisneros

de estos territorios, urgía a las autoridades a encontrar una vía definitiva para la
pacificación (Ruiz, “Capitán” 31).
En este conflictivo contexto, hubo al menos dos acontecimientos que influye-
ron claramente en las resoluciones tomadas por el gobierno virreinal. En primer
lugar, destacan las propuestas surgidas del Tercer Concilio Provincial Mexicano,
de 1585. En esta reunión de prelados, teólogos y provinciales religiosos se declaró
ilícita la guerra a sangre y fuego, que validaba la esclavización de los chichimecas3,
además, las autoridades eclesiásticas sugirieron la fundación de nuevas poblacio-
nes, con la participación de indios mexicanos y tlaxcaltecas, que orillaran a estos
grupos a asentarse de manera definitiva y llevar adelante su conversión al cristia-
nismo (Carrillo, “El poblamiento” 595). Por otro lado, resultó muy llamativa una
experiencia exitosa de mediación, realizada por un grupo de capitanes de fronte-
ra, que se ganaron la confianza de varios líderes chichimecas. Entre estos mandos
militares destacaba la figura del mestizo Miguel Caldera.
Desde 1582 Caldera tuvo a su cargo una milicia de treinta soldados, a la que
posteriormente se añadió un grupo de flecheros cazcanes como aliados. En el cur-
so de los siguientes años, este capitán pudo llegar a acuerdos con varios líderes
guachichiles haciendo uso del recurso conocido como paz por compra, que consis-
tía en proporcionarles textiles, vestido, comida y algunas herramientas a quienes
aceptaran la paz con los españoles. Estos beneficiarios debían asentarse de manera
definitiva en lugares donde pudieran trabajar para obtener su sustento, organizarse
políticamente y ser doctrinados en la cristiandad, tal como sucedía en las repúblicas
de indios del centro de la Nueva España. La estrategia comenzó a rendir frutos entre
1586 y 1588, periodo en el cual Caldera llevó a varios de estos cabecillas ante el vi-
rrey para formalizar la paz (Powell, La Guerra 226; Ruiz, “Capitán” 51-52).
Para 1589, el virrey marqués de Villamanrique redujo drásticamente la pre-
sencia de soldados españoles en las regiones norteñas, basándose para ello en
los resultados positivos de esta práctica de negociación; además, concedió cier-
tas atribuciones a los capitanes mediadores para cumplir con las demandas de
los chichimecas que estaban siendo asentados. En estas condiciones, es posible
entender que se hayan otorgado a Miguel Caldera los cargos de alcalde mayor en
Jerez y corregidor en Tlaltenango, de modo que se le permitió gobernar y admi-
nistrar justicia de manera itinerante mientras continuaba sus negociaciones en

3 Esta denominación permitía que los soldados españoles pudieran capturar, esclavizar o incluso matar
a sus enemigos, comúnmente por oponerse a la enseñanza y la consolidación de la fe cristiana; duran-
te el reinado de Felipe II este recurso seguía empleándose en Andalucía (Bravo 320; Reséndez 95).

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Entre el servicio y el beneficio

diversas zonas de la frontera. Al año siguiente, el virrey Velasco le otorgó el nom-


bramiento de “justicia mayor de todas las nuevas poblaciones de chichimecas y
tlaxcaltecas”, con la obligación de amparar y defender a los indios recién esta-
blecidos en una amplia franja del septentrión de Nueva España y Nueva Galicia
(Powell, Capitán 177; Assadourian 138, 547; Ruiz, “Capitán” 53).
Con la designación de justicia mayor4, la principal responsabilidad de Caldera
se centraba en el ámbito judicial de estos indios que habían aceptado la paz con
el rey, así como de aquellos que se habían trasladado hasta esos lugares como co-
lonos y auxiliares en el proceso pacificador. No era gratuito que su nombramiento
señalara que debía defenderlos de cualquier agravio y vejación y que podía pro-
ceder y castigar a aquellas personas que ocasionaran alzamientos y rebeliones
(Powell, Capitán 177). Es lógico que para el desempeño de estos oficios haya nece-
sitado de algún asesor letrado, pero no hay evidencia de ello.
Más allá de la función que cumplió Caldera, o del papel que desempeñaron
sus dos sucesores en este cargo5, la historiografía ha atendido menos a otros par-
ticipantes del sistema de pacificación. Como ejemplo están los colaboradores y
subordinados directos de Caldera, muchos de los cuales eran parte de su familia
extendida o de su círculo más cercano: entre ellos estuvieron Hernán González,
Juan de la Torre y Francisco Gómez, a quienes se dio comisión o nombramien-
to de caudillos y protectores de los indios de Colotlán, valle de San Francisco o
Chalchihuites, respectivamente, con un salario de 500 pesos anuales (Powell,
Capitán 178); además, estaban otros ayudantes que cumplían con funciones de
labradores, encargados de los almacenes o de la distribución de los bienes.
Quienes resultan de mayor interés son estos capitanes protectores, a los que
continuamente se les han atribuido ciertas obligaciones: a) la protección y la de-
fensa de los pueblos pacificados, b) el aprovisionamiento de bienes para la ma-
nutención de los indios, c) el apoyo y la instrucción para el cultivo de sus tierras y

4 La definición del empleo de justicia mayor ha tenido interpretaciones diversas: en ocasiones ha sido
considerado como aquel que detenta el ejercicio de la justicia ordinaria en las provincias novohis-
panas (Jiménez 60-61); como un cargo jerárquicamente superior a los alcaldes mayores, con los que
colaboraba estrechamente (López 242); o como un oficial que atendía lo meramente judicial, en
lugar del gobernador provincial (Borah, “Los auxiliares” 62).
5 Luego de Caldera, hubo solo dos capitanes más con el nombramiento de justicia mayor de las pobla-
ciones chichimecas: Gabriel Ortiz de Fuenmayor, entre 1597 y 1617 (Urquiola, Documentos), y Pedro
Arizmendi Gogorrón, de 1617 a 1622 (AGI, P, 87, n.° 3, ramo 1). Posteriormente, el empleo de justicia
mayor continuó, pero no con una jurisdicción territorial tan amplia.

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David Alejandro Sánchez Muñoz y Gerardo Lara Cisneros

d) los vínculos de cooperación con los religiosos doctrineros o misioneros (Powell,


Capitán 182).
El señalamiento de estos capitanes como protectores ha favorecido que la his-
toriografía los vea inmutablemente dentro del mismo desarrollo de la institución
regia que brindaba asesoría legal y defensa jurídica a los indios (Suñe 735-737;
Baeza 210; Ríos 181-182), pero esto no parece haber sido así. Inicialmente, estos
capitanes fueron comisionados, operadores de la política de pacificación: la pro-
tección que brindaban radicó más en preservar y sostener las condiciones mate-
riales suficientes para dar continuidad a los asentamientos indios; en cambio, los
asuntos concernientes al ámbito judicial eran resueltos —como ya se dijo— por el
justicia mayor. Lo anterior explica el que durante la inspección realizada en estas
poblaciones por el juez visitador de los gastos y fronteras, Diego Infante del Águi-
la, en 1603, sus pesquisas se enfocaran solo en determinar si estos capitanes ha-
bían entregado el sustento y los suministros acordados a los indios, sin hacer uso
indebido de todas estas mercancías, ni cometido fraude contra la Real Hacienda
(AGI, C, 851). Al visitador no le importó averiguar si los protectores, subordinados
de Caldera, impartían justicia o no, porque eso no les competía.
Otra situación que ha contribuido a los malentendidos sobre la naturaleza de
este cargo es que se ha dado por sentado que la instalación de este empleo en
diversas provincias norteñas conllevaba las mismas atribuciones, cuando no ne-
cesariamente esto funcionaba así. Como ejemplo se encuentra que en el Nuevo
Reino de León el cargo se creó en 1714 con la intención de que tuviera facultades
judiciales, pretendiendo que los indios quedaran desde entonces fuera de la juris-
dicción del gobernador y de cualquier otra justicia; este protector, además, debía
actuar como procurador y abogado de los naturales, y así defenderlos en todas
sus causas civiles y criminales (Baeza 214). En cambio, en el norte de Sonora, a
comienzos del siglo XIX, los protectores de los indios ópatas y pimas debían cir-
cunscribirse a sus funciones como representantes legales, sin desempeñar ningu-
na facultad judicial (J. Torre 197).
Debido a estas diferencias locales, es necesario ir a fondo en cada caso para
entender mejor el desempeño de estos personajes, las características de su cargo
y cómo sus funciones adquirieron gradualmente matices distintivos. Por ello, en
las siguientes líneas se busca resaltar varios de los cambios acontecidos en el ejer-
cicio de los capitanes protectores en la región de la Sierra Gorda, desde la última
década del siglo XVI hasta la reorganización del aparato militar promovida por los
Borbones en el siglo XVIII, en lo que se evidencia una brecha cada vez más amplia
entre las obligaciones del empleo y su práctica cotidiana.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 47


Entre el servicio y el beneficio

Los capitanes encargados de los chichimecas


en la Sierra Gorda occidental

La Sierra Gorda es una porción de la Sierra Madre Oriental, situada a unos 150 km
al noroeste de la Ciudad de México, caracterizada por un relieve sumamente
abrupto, con gran diversidad de climas y recursos bióticos (Piña y Nieto). Desde las
primeras incursiones hispanas, este espacio sirvió como zona de refugio para dis-
tintos grupos chichimecas, entre los que se hallaban pames, mascorros, coyotes
y samúes. Dado que esta región es sumamente heterogénea, puede decirse que
su identidad se basa, sobre todo, en un sustrato cultural y un desarrollo histórico
común (García 114-116).
Esta zona serrana fue escenario constante de conflicto con los chichimecas,
pero debido a sus colindancias con los valles queretanos y las planicies del Bajío
(véase figura 1), que fueron zonas donde muy tempranamente se desarrollaron
asentamientos y negocios hispanos, puede decirse que su proceso pacificador
antecedió ligeramente al del Altiplano potosino, donde actuó el capitán Miguel
Caldera. Por ejemplo, la paz por compra se registra en el pueblo de Xichú de In-
dios, al menos desde 1584 (AGN, M, 13, f. 121 r.-v.), mientras que en San Luis de
la Paz comienza una misión que atiende a guachichiles y guajabanes en 1590, y
el año siguiente ya se les entregan rejas para asar, telas y ropa (AGN, AHH, 1513,
ff. 68 v.-69 r.; FS, SLPZ-B, 1). En cambio, fue en 1591 cuando un grupo de más de
novecientos tlaxcaltecas partió hacia la frontera septentrional para poblar los si-
tios señalados por Caldera, uno de los cuales daría lugar al establecimiento de San
Luis Potosí (Serrano 139).
A diferencia de lo que sucedió en los territorios de frontera que fueron parte
de la jurisdicción de Miguel Caldera, la política de pacificación en la Sierra Gorda
no tuvo la presencia inicial de los caudillos y protectores. En lugares como Xichú
de Indios y San Pedro Tolimán resultó muy común que los alimentos, los vesti-
dos y las herramientas se entregaran directamente a los guardias de los conven-
tos franciscanos locales, forma de proceder que se mantuvo al menos hasta 1605
(AGN, M, 13, f. 121 r.-v.; Powell, La Guerra 290). Para otros asentamientos chichime-
cas, distribuidos en los partidos de Xichú, San Luis de la Paz y Querétaro, sí existió
un responsable de la distribución de mercancías y ayudas, al menos hasta 1606,
pero a lo largo de este periodo su empleo es mencionado solamente como capitán
encargado (AGI, C, 851, f. 834 r.; AGN, AHH, 1513, f. 125 r.).

48 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


David Alejandro Sánchez Muñoz y Gerardo Lara Cisneros

Figura 1. Delimitación hipotética para la Sierra Gorda a mediados del siglo XVII
Fuente: elaboración propia a partir de Lara 38.

Este último resulta de interés especial por las actividades que desarrollaba,
pues se involucraba directamente en tres de los cinco aspectos en los que se di-
vidía el aparato gubernamental español: la administración civil (el gobierno), lo
judicial y lo militar, asumiendo un papel muy similar al que desempeñaba Caldera
como justicia mayor. Los dos primeros capitanes encargados en esta región fueron
Diego Peguero (al menos desde 1591 y hasta 1598) y Diego de Vargas (1598-1604),
a quienes se asignó un salario anual de 800 pesos de oro común. Solo se conoce
el nombramiento de este último, pero su contenido esencial resulta ser el mismo
que el del sucesor inmediato de Caldera (AGN, IV, 5517, exp. 29, ff. 4 r.-5 v.; Urquiola,
Documentos 54), por lo que puede suponerse un cargo equivalente, aunque en un
territorio mucho más acotado. Revisemos algunas de las actividades en los que
estos personajes se involucraron.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 49


Entre el servicio y el beneficio

En primer lugar, para lograr que los chichimecas aceptaran asentarse en un


poblado resultaba común que este acuerdo solo se lograra mediante la acción
conjunta de religiosos y capitanes que gozaran de la confianza de los nativos. Así
lo había propuesto desde 1582 Juan Alonso Velázquez, clérigo beneficiado de la vi-
lla de San Miguel, al sugerir la cooperación con una figura reconocida, como la del
capitán Diego Peguero (Assadourian 483). No resulta extraño que poco después,
como capitán encargado de los indios pacificados, Peguero haya sido parte funda-
mental para la consolidación de una misión jesuita en San Luis de la Paz, durante
casi toda la década de 1590.
Hacia 1599, el método seguía siendo el mismo: el sucesor de Peguero, Diego de
Vargas, hacía entradas a territorio serrano en compañía del jesuita Diego de Mon-
zalve (Zubillaga VII: 245). Algo muy similar sucedió en 1617, cuando el alcalde ma-
yor de las minas de Xichú, Juan de Porras y Ulloa, acompañó a fray Juan Bautista
Mollinedo a hacer la fundación del convento y conversión franciscana de Río Verde
(Urquiola, El Cerro 14). La lógica consistía en que se procuraba la participación con-
junta de autoridades civiles y religiosas y se esperaba que los naturales aceptaran
su condición de nuevos súbditos del rey y de neófitos en la cristiandad.
Una vez consolidado el asentamiento, la asimilación de la vida política al modo
hispano debió de ser un proceso cotidiano, por lo que es difícil encontrarlo en tes-
timonios; pero una de las manifestaciones públicas más elocuentes podría ser la
realización de un viaje y eventual presentación de los indios ante el virrey y besar su
mano en la Ciudad de México. Con este acto, los chichimecas se reafirmaban como
súbditos de Su Majestad y de paso como nuevos cristianos. Los misioneros jesuitas
de San Luis de la Paz dan cuenta de este traslado y de la participación de los indios,
a instancias del capitán que se encargaba de ellos en 1597 (Zubillaga V: 434).
A partir del nombramiento de capitán encargado de los chichimecas, otorga-
do a Diego de Vargas en 1598, es posible conocer varias de sus obligaciones. Esta
persona debía asegurarse de que todos los naturales, tanto chichimecas como
tlaxcaltecas avecindados con ellos, prepararan sus tierras y las dedicaran al culti-
vo; además, que se dispusiera y mantuviera en orden un almacén para el resguar-
do de todos los implementos necesarios y lo que recibían de parte del Gobierno
(AGN, IV, 5517, exp. 29, ff. 4 v.-5 r.). De hecho, Vargas intentó mejorar el sistema de
abasto de carne, pues esta se entregaba a destiempo al partido de San Luis de la
Paz, lo que generaba descontento. Es muy posible que esta zona no representara
un gran interés comercial para los ganaderos, ya que hacia el norte podían hallarse
otros lugares con mejores condiciones para pastar. Así, su propuesta de nombrar

50 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


David Alejandro Sánchez Muñoz y Gerardo Lara Cisneros

a un gestor que se encargara del problema fue puesta a discusión por el Gobierno
virreinal (AGN, J, IV, 56, exp. 13; Ocampo 35).
En cuanto a la administración de justicia, el capitán debía conocer las causas
y los negocios efectuados entre los indios, así como los que se llevaban a cabo
con los españoles. En este sentido, pudo ser muy común que interviniera cuando
algún natural decidía trabajar en las minas del cercano Real del Palmar de Vega,
a escasos 8 km de distancia, pues esto comenzó a ocurrir al menos desde 1595
(AGN, IV, 5517, exp. 29, ff. 4 r.-5 v.; FS, SLPZ-B, 1).
Con respecto a la defensa de los naturales, el nombramiento de 1598 presenta
el mismo texto que el del justicia mayor Miguel Caldera, y los amparaba

[…] de cualesquier agravios e vejaciones que se les pretendan hacer por cualesquie-
ra personas, procediendo contra los cuales y contra los que fueren causa de que se
vuelvan a alzar y revelar, castigándolos breve y sumariamente como caso de corte y
usanza de guerra […] (AGN, IV, 5517, exp. 29, f. 4 v.; Powell, Capitán 177)

En este sentido, Diego Peguero tomaba muy en serio su papel, pues en 1594
consideró que no debería hacerse merced al minero Cristóbal de Oñate para fun-
dar una venta en los alrededores del pueblo de Xichú de Indios, pues esto provo-
caría “[…] quitarles el sustento de sus personas y casas y ocasiones, cosa que no
puedan vivir y conservarse en su natural” (AGN, I, 6, 1.ª pte., exp. 710). Lo anterior
sugiere una defensa activa de los intereses de los indios, porque generalmente
los alcaldes o corregidores solían dar una opinión favorable a los españoles que
pedían tierras, con tal de recibir más pagos por la realización de diligencias. Ade-
más, este no fue un caso aislado: Peguero negó el otorgamiento de mercedes, al
menos en tres ocasiones más (AGN, I, 6, 1.ª pte., exp. 66 y 1009; AGN, I, 6, 2.ª pte.,
exp. 1084).
Por último, debe señalarse que la vertiente defensora de estos capitanes co-
bró una importancia especial en la transición al siglo XVII, pues en aquellos años se
volvió a experimentar una notable inestabilidad en buena parte de la Sierra Gor-
da. Los principales blancos, atacados por grupos de chichimecas alzados, fueron
los reales mineros y las haciendas de beneficio, muy posiblemente por los abusos
y los trabajos forzados que pudieron imponerse a los indios. Tanto Diego Peguero
como Diego de Vargas recibieron instrucciones, en varias ocasiones, para capturar
a grupos de salteadores, sobre todo provenientes del Cerro Gordo; debían levan-
tarles causas por sus excesos cometidos y remitirlos a la ciudad de México, donde

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 51


Entre el servicio y el beneficio

se determinarían sus condenas (AGN, I, 6, 1.ª pte., exp. 932; AGN, IV, 5517, exp. 29,
f. 5 v.-6 r.; AGN, GP, 6, exp. 527).
El tercero y último de estos capitanes encargados, Juan de Vergara Osorio,
también tuvo una activa participación en las persecuciones de chichimecas alza-
dos, pero sobre todo con los que acostumbraban actuar entre San Luis de la Paz y
la zona de Río Verde. Su desempeño se sitúa entre 1604 y al menos 1615, cuando
ya quedó registrado como capitán protector y justicia mayor, y sus atribuciones
quedaron nominalmente más claras que en el caso de sus antecesores, aunque
con un sueldo más bajo: 600 pesos anuales (AGN, IV, 3036, exp. 9; AGN, IV, 3538,
exp. 40, f. 6 r.; AGN, IV, 3840, exp. 45; AGN, M, 30, ff. 141 r.-142 r.; AGI, M, 230, n.° 4).

Los cambios posteriores: capitanes protectores

Ya se ha señalado que, a pesar de las soluciones que podían aportar a la proble-


mática chichimeca, ni el cargo de capitán encargado ni el de capitán protector
tuvieron una presencia generalizada. En la zona de Río Verde, por ejemplo, el esta-
blecimiento de varias conversiones franciscanas se consolidó desde 1617, entonces
pasaron a conformar una custodia en 1621, fecha desde la cual parece haber un
capitán protector para amparo y gobierno de los indios (Carrillo, Michoacán 529).
En la porción central y sureste de la sierra, donde se encontraba el Cerro Gor-
do, que le dio nombre a toda la región, hubo un primer intento para su instalación
en 1614. En ese entonces, Juan Paes, un minero de la zona, hizo una petición al vi-
rrey para desempeñar la responsabilidad de capitán protector; al parecer esta fue
la primera ocasión en que se hizo alusión a su presencia en esta área. La respuesta
dependía de la información que el alcalde mayor de Escanela remitiera sobre este
asunto particular, por lo que no es seguro que la solicitud se haya concedido en
aquel momento (AGN, IV, 6668, exp. 18).
Al parecer fue hasta el comienzo de la década de 1640 cuando el empleo de
capitán protector de los indios del Cerro Gordo sí se autorizó y se otorgó de mane-
ra efectiva, cuando fue asignado a Lázaro Sánchez, un vecino de la recién fundada
villa de Cadereyta, situada en la falda sur de la serranía. No resulta claro cuán-
to tiempo ejerció sus obligaciones este capitán, pero en determinado momento
suplicó al virrey que se nombrara alguien más para el puesto, pues reconocía
muchos inconvenientes, ya que

52 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


David Alejandro Sánchez Muñoz y Gerardo Lara Cisneros

[…] el que usare el dicho oficio de capitán conviene no sea vecino de dicha provin-
cia, ni que tenga dependencia de nadie, ni hacienda de ganados en dicha Sierra
Gorda, para que pueda atender a la quietud de dichos indios y ejecutar libremente
los medios que para ello viere que conviene. (AGN, IV, 5783, exp. 9)

Con su declaración, Lázaro reconocía que era necesario no estar influido por
intereses personales inmediatos para desempeñar adecuadamente el cargo y
por tanto renunciaba. Este caso contrasta totalmente con el del protector Gaspar
de los Reyes y Fernández de Acuña, que entre 1683 y 1692 arrendó tierras y adqui-
rió propiedades en las cercanías de Tula y la misión de Alaquines, al norte del Río
Verde, cuya posición le permitía dar el visto bueno para la obtención de nuevas es-
tancias, señalando que no existían poblaciones que resultaran afectadas, aunque
hubiera chichimecas en esos sitios (Rangel 96).
Lo anterior resulta muy sintomático de lo que fue la principal inclinación y des-
vío de los protectores a lo largo de todo el siglo XVII: obtener un beneficio perso-
nal, aun a costa de sus propios protegidos. Sin duda, la gran dificultad para que
los capitanes pudieran preservar de manera efectiva las condiciones de subsis-
tencia de los chichimecas consistía en ir en contra del círculo social del que ellos
formaban parte. Por ejemplo, en los pueblos de San Luis de la Paz, Tierra Blanca y
Xichú de Indios hubo capitanes protectores, como Juan Frías Valenzuela (al menos
entre 1617 y 1620) y Gonzalo de Ugarte (1617-1622), que también se desempeñaron
como mineros en el real del Palmar de Vega durante la década de 1620. Esta du-
plicidad de actividades les facilitaba poder completar su plantilla de trabajadores,
de manera más fácil que otros mineros, pues podían persuadir o coaccionar fácil-
mente a los indios (AGN, IV, 3538, exp. 40; FS, SPP-B, 1).
Otro factor que debió incidir en la actuación de los capitanes fue el salario que
percibían. Ya se ha mostrado que el sueldo de los capitanes en el occidente serrano
bajó, de 800 a 600 pesos anuales, en un lapso de casi veinticinco años. Se puede si-
tuar esta percepción entre los 500 asignados al capitán de la villa de Saltillo en 1643
y los 700 pesos del protector de Nuevo León en 1720, pero, adicionalmente, debe
considerarse que estos pagos tardaban en ser devengados y, en varias ocasiones,
estos hombres ya habían desembolsado cantidades similares en gastos propios de
sus cargos (AGN, IV, 5517, exp. 29, f. 5 r.; AGN, RCOD, D49, exp. 322; Baeza 217). Tam-
bién es posible que la fuente de financiación para los sueldos haya cambiado con
el tiempo, pues en 1620 el alcalde mayor de las Minas de Xichú solicitaba que le
dieran la jurisdicción de los pueblos administrados por el protector, pues en ellos
su capitán solía cobrar tributos. Es muy posible que las percepciones de ambas

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 53


Entre el servicio y el beneficio

autoridades hubieran disminuido considerablemente, pues se trataba de jurisdic-


ciones con poca población (AGN, RCOD, D16, exp. 251; Sánchez 37).
Acerca de este mismo punto, vale la pena regresar a los protectores Gonzalo
de Ugarte, de San Luis de la Paz, y Juan de Frías Valenzuela, para Tierra Blanca. En
ambos casos, sus nombramientos (1619 y 1622) muestran pocas diferencias con
respecto a las atribuciones de los primeros capitanes encargados, excepto en los
casos que tuvieran relación con las haciendas de minas, en los cuales los protecto-
res ya no debían tener injerencia, de modo que pasaron a ser vistos por el alcalde
mayor en turno. Además, a estos dos protectores ya no se les señaló sueldo alguno,
situación que se mantuvo así para sus sucesores (AGN, IV, 3538, exp. 40, f. 6 r.-v.). Esto
último ya es una diferencia notable en relación con varias provincias de Nueva Viz-
caya y Nueva Galicia, donde el cargo se mantuvo con salario, al menos durante el
siglo XVII y buena parte del XVIII (AGN, T, 2941, exp. 142; AGN, RCOD, 16, exp. 425;
AGN, RCOD, 18, exp. 379, 479 y 522; AGN, RCOD, 48, exp. 86 y 119).
De conformidad con estos cambios, al menos en el occidente de la Sierra Gor-
da, parece que los capitanes protectores quedaron gradualmente relegados en su
importancia y que en la práctica asumieron un papel cada vez más cercano al de
los tenientes de alcalde mayor; este es el caso de Juan Núñez de Esquivel, quien
en 1634 participó en una diligencia para informar la pertinencia de una merced de
tierras a un minero local (Ramírez 210-212), un procedimiento rutinario en el cual
ya no solía ponerse objeción alguna. Así, se abría una brecha, cada vez más grande
con respecto a las decisiones que solían tomar capitanes encargados. Adicional-
mente, si la jurisdicción mantuvo una baja población durante estos años, como
lo sugieren varias fuentes, esto pudo servir de justificación al virrey y a la Real
Hacienda para eliminar el pago de este oficial de justicia, lo que inevitablemente
los hizo más vulnerables.
Para aquellos momentos, tampoco resulta extraño que los capitanes protec-
tores aparecieran cada vez más vinculados con los grupos de poder locales; por
ejemplo, en 1645 el minero y criador de ganados Juan de Frías Valenzuela le otorgó
un poder especial al protector de Tierra Blanca, Luis de Tovar y Torres, para que en
su nombre pudiera representarlo en sus negocios, solicitar créditos y liquidarlos
(AHQ, FU, 2, p. 638).
Solo fue cuestión de tiempo para que los cargos de mayor importancia, dentro
del mismo distrito, se reunieran en una misma persona. En 1676, Agustín de San
Cristóbal Palacios fue nombrado alcalde mayor del partido de las Minas de Xichú,
con atribuciones adicionales de “capitán a guerra y protector del dicho partido
y sus rancherías” (AGI, I, 127, n.° 94). Al estar aún más involucrado con el sector

54 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


David Alejandro Sánchez Muñoz y Gerardo Lara Cisneros

hispano de la región y quizá con sus actividades productivas, la defensa de los


indios quedaba todavía más en entredicho.
En cuanto a la porción central y sur de la sierra, el otorgamiento del puesto de
protector también adquirió matices particulares. En el último tercio del siglo XVII
aún permanecían varios grupos de chichimecas, algunos identificados como masco-
rros, jimpeces o jonaces, que acostumbraban trabajar ocasionalmente en carbone-
ras, matanzas de ganado menor o hasta en haciendas de minas, en poblaciones de
españoles como Zimapán o Cadereyta. No obstante, muchos de ellos se negaban a
asentarse de manera definitiva y eventualmente tenían problemas con los diversos
hacendados y mineros de estos partidos por los abusos que recibían de ellos. De
esta problemática derivaban, con frecuencia, asaltos, alzamientos y ataques a las
unidades productivas y a sus medios de transporte, que paralizaban las actividades
y generaban un desabastecimiento generalizado (AGN, C, 502, 3.ª pte., ff. 288-315).
En este estado de las cosas, el desempeño del capitán protector del Cerro Gordo
era fundamental para mediar y mantener la paz en la región, no solo al favorecer
los asentamientos de los indios, sino al garantizar que estos pudieran integrarse al
resto de la sociedad a través de las vías que ellos ya habían elegido: el comercio y
el trabajo por temporadas. Del mismo modo que en la porción serrana occidental,
estos capitanes tampoco gozaban de sueldo; el cargo era honorífico y los gastos que
se desprendieran de su ejercicio corrían por cuenta propia. Bajo ese tenor, los úni-
cos con el suficiente caudal para tomar una responsabilidad de ese tamaño eran los
hacendados, mineros y criadores de las jurisdicciones comprendidas en la sierra.
El ejemplo más claro de los perjuicios que causaba esta situación fue la actua-
ción como protector de Jerónimo de Labra el Viejo, quien provenía de una familia
de mineros y ganaderos de la zona de Zimapán y con frecuencia participaba en
las entradas punitivas organizadas por los vecinos del real, a manera de venganza
contra los chichimecos serranos, luego de que estos hicieran algún atraco en las
cercanías. Estas acciones de “pacificación” eran interpretadas como una defensa
de la tierra y el honor, pero a su vez eran servicios que se prestaban a Dios y al rey,
por tanto, se hallaban plenamente justificadas (Ruiz, “A su costa” 107).
En una de estas acciones, hacia 1665, Labra descubrió varias vetas en el Cerro
Gordo y puso su empeño en trabajarlas, abrir camino hacia ellas y beneficiar sus
metales. También consintió que varias cuadrillas de chichimecas se establecieran
en las cercanías. Para garantizar el orden mantuvo de su bolsa un agrupamien-
to de veinticinco soldados. El virrey le otorgó como merced el título de capitán
protector de Sierra Gorda durante el año 1670 (BNM, AF, caja 45, n.° 1044.2; AGN,
T, 2972, exp. 136).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 55


Entre el servicio y el beneficio

En su nombramiento de capitán protector sigue percibiéndose —como en


los de sus antecesores— una preocupación de las autoridades virreinales por de-
fender los asentamientos chichimecas, pero en esta ocasión con cierto énfasis
en el uso de los recursos militares que anteriormente no se destacaban:

[…] mando que como tal capitán, en las facciones que se ofrecieren contra los
indios enemigos del Cerro Gordo, podáis salir y salgáis con la gente que os pare-
ciere y de ella nombraréis en las dichas ocasiones, cavos de cuadrillas, señalan-
do puestos y poner postas y vigías, dándoles las órdenes que os pareciere […].
(AGN, T, 2972, exp. 136, f. 3 v.)

En cambio, se omiten otras responsabilidades que podrían parecer esenciales


y darían mayor cohesión a los indios y su encargado: no se señala ya el conocer de
los negocios entre ellos, ni instruirles en la vida política.
En los años siguientes, Labra se dedicó a acrecentar sus haciendas de minas,
aprovechando a los trabajadores chichimecas, ya que fácilmente podía retenerlos,
coaccionarlos o reprimirlos, de ser necesario. Su ejemplo fue seguido a lo largo de
los siguientes cuarenta años, no solo por sus hijos, sino por diversos mineros de la
región que combinaron con eficacia el poder político, su posición hegemónica y el
clientelismo para poder acaparar la poca y disputada mano de obra disponible en
la región (Sánchez 133-138, 172-174).
Finalmente, para contrastar esta situación, vale la pena mencionar lo aconte-
cido por esos años en la colindancia norteña de la Sierra Gorda. Hacia 1681, en una
información remitida al obispo de Michoacán por los religiosos franciscanos asis-
tentes de la Custodia de Río Verde, se dio cuenta de la inutilidad total del empleo
de capitán protector en esos pueblos de doctrina. Los frailes reconocían que inicial-
mente fue provechosa la existencia de esta autoridad, cuando los nativos estaban
recién asentados y era necesario ampararlos de ataques y hostilidades; sin embar-
go, explicaban que al menos desde 1650 las generaciones de chichimecos, tanto
pacíficos como alzados, prácticamente se acabaron. Algunos habitantes de estas
localidades aún eran indios, pero su presencia ya no justificaba el gasto de 500 pe-
sos que cada año se daba como sueldo a este encargado (Carrillo, Michoacán 529).

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David Alejandro Sánchez Muñoz y Gerardo Lara Cisneros

Conclusiones

En este artículo se ha buscado resaltar en todo momento las múltiples vías por
las cuales las instituciones se transforman, se trasladan de lugar y tratan de res-
ponder a una realidad social que aparenta salirse de control. Estas soluciones co-
braban más sentido cuando se atendía a una parte significativa de la sociedad y
asimismo podían satisfacer las expectativas de la Corona. Borah lo expresa clara-
mente cuando apunta que el pensamiento español pasó de debatir cómo conser-
var el modo de vida de los indios a aplicar una protección jurídica y social que ya se
hallaba establecida en Europa para los miserables (Borah, El Juzgado 94). Si bien
esta política protectora sirvió para imponer límites claros a la voracidad de los en-
comenderos, también pudo favorecer que tanto indios como nuevas generaciones
de hispanos pudieran incorporarse menos dolorosamente a la nueva sociedad en
formación.
Con respecto a la naturaleza y la caracterización inicial del empleo de capitán
protector en las fronteras septentrionales novohispanas de finales del siglo XVI,
queda claro ahora que este oficio no guardó un vínculo tan directo con la institu-
ción protectora que el Gobierno virreinal ejecutaba mediante el Juzgado General
de Indios; más bien, se hallaba en la misma lógica del sistema de gobierno provin-
cial, que por ese entonces también atravesaba por sus propios ajustes.
El capitán protector surgió entonces como parte del sistema de pacificación
que mediaba y negociaba con los chichimecas, pero como un garante de la vali-
dez de esos acuerdos, en tanto que el ámbito de la administración de justicia fue
atribución exclusiva de las justicias mayores, manteniéndose así en numerosos
casos. Sin embargo, las condiciones sociales y políticas tan diversas, presentes en
los diferentes distritos norteños, pudieron dar lugar a numerosas variaciones en la
concepción de este empleo y sus facultades. Muchos de estos casos apenas están
siendo abordados por los investigadores.
En el ámbito de la Sierra Gorda hubo dos sucesos principales que afectaron
notablemente la eficacia, los métodos y los objetivos de los capitanes protectores.
El primero es la pérdida de su goce de sueldo hacia 1617; el segundo, el aprovecha-
miento discrecional de los indios como mano de obra para empresas y negocios
personales. Este último fenómeno pudo suceder casi desde los primeros años de
la pacificación, pero se manifestó de manera más evidente y problemática a partir
de la década de 1620 en la porción occidental serrana; de 1650 en el Río Verde y
por lo menos desde 1665 en las inmediaciones del Cerro Gordo.

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Entre el servicio y el beneficio

Sin duda, las condiciones sociales de cada espacio influyeron notablemente en


la utilidad u obsolescencia del oficio de capitán protector conforme pasaron los
años. Más allá de ello, los ajustes que este cargo más requería consistían en solven-
tar, de manera efectiva, los conflictos de interés con los grupos de poder locales,
pero esto sucedió de manera muy parcial hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando
los nombramientos quedaron sometidos a la autoridad del teniente de capitán ge-
neral José de Escandón, quien puso en marcha una reorganización de las milicias
en toda la región.

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Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 61


Gobernadores, capitanes de presidio
y misioneros jesuitas en las puertas
del septentrión novohispano.
La presencia del protector de indios
en el territorio del Gran Nayar (siglo XVIII)
Governors, Presidio Captains and Jesuit Missionaries
at the Gates of the Novo-Hispanic North. The Presence of the
Protector of Indians in the Territory of Gran Nayar (18th Century)

DOI: 10.22380/20274688.2361
Recibido: 29 de enero del 2022 • Aprobado: 31 de mayo del 2022

Ismael Jiménez Gómez1


Universidad Nacional Autónoma de México
[email protected] • https://orcid.org/0000-0003-0900-9311

Resumen
El presente artículo tiene el objetivo de analizar la funcionalidad que tuvieron los ca-
pitanes y los protectores de indios en el proceso de conquista y pacificación del terri-
torio conocido como el Gran Nayar, ubicado en el septentrión novohispano, durante
el siglo XVIII, y las relaciones que establecieron con ciertos actores eclesiásticos, en
especial con misioneros jesuitas. Se busca resaltar aquellos factores geográficos e
históricos, las necesidades y los intereses de las autoridades locales que definieron la
labor ejercida por estos funcionarios jurídicos en un territorio de frontera. Un aspecto
determinante se centra en las funciones que podían ejercer estos individuos como
gobernadores, protectores y capitanes de presidio. Para lograr el objetivo de este es-
crito se desarrollan cuatro apartados: ubicación geográfica y jurisdicción del Nayar,
la figura del capitán protector de indios en el norte novohispano, la conformación de la
protectoría de indios y las relaciones establecidas entre indios, misioneros jesuitas,
capitanes protectores y de presidio.
Palabras clave: protectores, jesuitas, indios, Gran Nayar, norte novohispano

1 Licenciado en Estudios Latinoamericanos y maestro en Historia de la Universidad Nacional Autó-


noma de México, en la actualidad cursa el programa de Doctorado en Historia en la Universidad
Nacional Autónoma de México, donde realiza un estudio comparativo sobre la labor misionera de la
Compañía de Jesús en el proceso de extirpación de idolatrías y supersticiones en la sierra del Nayar
y Maynas, durante el siglo XVIII.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 • pp. 63-88 63


Gobernadores, capitanes de presidio y misioneros jesuitas en las puertas del septentrión novohispano

Abstract
The purpose of this article is to analyze the functionality of the captains and protectors
of Indians in the process of conquest and pacification of the territory known as Gran
Nayar, located in the Novo-Hispanic Septentrion, during the eighteenth century, and the
relationships they established with certain ecclesiastical actors, especially with Jesuit
missionaries. We seek to highlight those geographical and historical factors, needs, and
interests of the local authorities that determined the work performed by these juridical
officials in frontier territory. A key aspect focuses on the functions that these individuals
could exercise: as governors, protectors, and presidio captains. To achieve our task, four
sections are developed: geographical location and jurisdiction of the Nayar, the figure
of the captain protector of Indians in the novohispanic north, the conformation of the
protectoria of Indians, and the relationships established between Indians, Jesuit mis-
sionaries, protector and presidio captains.
Keywords: protectors, jesuits, indians, Gran Nayar, Novo-Hispanic north

A la memoria del Mtro. Kinich Emiliano García Flores,


especialista de la historia jurídica indiana

Introducción

El 9 de mayo de 1767 Andrés Cavo Franco, misionero jesuita de la provincia de San


Joseph del Gran Nayar, escribía una carta dirigida al visitador Bartolomé Wolff en
la que recogía una serie de denuncias en contra del capitán protector de indios
Manuel Antonio de Oca, responsable de la administración del presidio de San
Francisco Xavier de Valero. Las quejas eran variadas: incitaba a los indios a rebe-
larse en contra del sistema misional establecido por los “hijos de Loyola”, dejaba
en libertad a aquellos “cabecillas” que transgredían el orden civil y religioso, des-
cuidaba a los soldados que habitaban en el presidio y establecía precios excesivos
a los productos de primera necesidad para su sustento (AHPM, C, 40, 1610). En
síntesis, el misionero lo tachaba de soberbio.
El caso citado representa un ejemplo de los constantes conflictos en las re-
laciones forjadas entre misioneros, indios y capitanes protectores en la sierra
nayarita. Sin embargo, esto no fue siempre así. Desde las últimas décadas del siglo
XVII y primeras del XVIII las autoridades del Virreinato de Nueva España considera-
ron necesaria la consolidación de una figura jurídica que hiciera posible lo que en
años anteriores había sido negado: la conquista definitiva del territorio conocido
como el Gran Nayar, ubicado en los límites jurisdiccionales del Nuevo Reino de

64 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Ismael Jiménez Gómez

Galicia y habitado por parcialidades de indios coras, huicholes y tecualmes. Ante


el fracaso de la vía armada, se intentó establecer una política de pactos, por medio
de un sistema endeble de encomiendas y el establecimiento de misiones francis-
canas, administradas por las provincias de Santiago de Xalisco y San Francisco de
Zacatecas, y jesuitas, dirigidas por la provincia mexicana de la Compañía de Jesús.
Sin embargo, un aspecto determinante que se ha estudiado poco en esta región
es la figura y la participación del protector de indios en el proceso de pacificación de
la sierra nayarita.
Al igual que en otras regiones del norte novohispano, esta institución jurídica
manifestó ciertas peculiaridades derivadas de la casuística y las necesidades que
iban surgiendo. Las funciones de los capitanes protectores pueden resumirse de
la siguiente manera: la administración de los cuerpos de milicia en presidios, el
establecimiento de pactos de paz con los indios, la participación en el proceso de
extirpación de los cultos idolátricos en compañía de los misioneros y el uso de la
fuerza armada para apaciguar a los indios.
Las siguientes páginas tienen el objetivo de analizar las particularidades y las
funciones ejercidas por el protector de indios en la sierra del Nayar, haciendo énfa-
sis en algunas décadas del siglo XVIII, derivado de la disponibilidad de las fuentes
con las que se cuenta: 1720, periodo caracterizado por la participación de cuerpos
de milicia en la conquista militar del territorio serrano; 1730-1740, etapa de una
relativa consolidación de las misiones jesuíticas y caracterizada por la participa-
ción de los capitanes protectores en breves campañas de extirpación de idolatría,
y 1760, decenio en el que se acentuaron los mayores conflictos entre los jesuitas y
los capitanes de presidio.

Ubicación geográfica y jurisdicción del Gran Nayar

El Gran Nayar se encuentra enclavado en la Sierra Madre Occidental en el interior


de un espacio serrano ubicado al oriente de Jalisco y al occidente de los actuales
estados de Durango y Zacatecas. Entre los años de 1524 y 1531 tuvieron lugar las pri-
meras expediciones españolas en territorios adyacentes a la sierra, las cuales tenían
el objetivo de iniciar el poblamiento más allá de las fronteras conocidas. Una de las
fundaciones más importantes fue la villa de Compostela, establecida por Nuño de
Guzmán, la cual se conformó como la primera capital del Nuevo Reino de Galicia.
Las primeras descripciones que dan cuenta de la existencia del Nayar fueron
realizadas por el conquistador Guzmán y sus huestes, quienes la calificaron como

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 65


Gobernadores, capitanes de presidio y misioneros jesuitas en las puertas del septentrión novohispano

una región “áspera”, compuesta por barrancas y despeñaderos, de “mal comer


y de malos caminos”, no aptas para el tránsito con caballos y pobladas por unos
pocos indios rebeldes y gentiles; en síntesis, era una tierra que ofrecía pocas rique-
zas y atractivos a los colonos españoles (Güereca, “Misionar” 285). El historiador
Matías de la Mota Padilla mencionaba en su Historia de la Conquista de la Nueva
Galicia ([1742] 1870) que:

Desde el año de 1542, que el señor virrey D. Antonio de Mendoza ilustró el reino de
la Nueva Galicia con su persona, bajando de los cerros de Coynan, Nochistlán y Mix-
tón, los indios que sublevados hostilizaban la tierra, se retiraron muchos rebeldes
a la sierra del Nayarit, que está en el centro de dicho reino de la Galicia. Es áspera
por la profundidad de sus barrancos y por lo intrincado de sus riscos, tanto que en
dos siglos se ha dificultado su allanamiento, y ha sido albergue de la gentilidad y
refugio de los malvados apóstatas, que son los que han impedido la reducción de
los gentiles. (458)

Para el siglo XVIII, este territorio sería reconocido bajo tres nombres distintos:
provincia del Nayarit, San Joseph del Gran Nayar o Nuevo Reino de Toledo (Gutié-
rrez 23). En términos jurídicos, los responsables de administrar los recursos y las
fuerzas militares presentes en la provincia asumirían el título de “gobernador, pro-
tector y teniente de capitán general del Nuevo Reino de Toledo”, otorgado por el
virrey de México (Gerhard 145). Por las características peculiares de este territorio,
la figura del protector de indios gozaría de gran relevancia, derivado de la necesi-
dad de mantener el orden civil en una región diversa. Sin embargo, la preponde-
rancia que tendría dicho cargo se vería reflejada sobre todo en los primeros años
posteriores al proceso de conquista militar, como se verá más adelante.

Las funciones jurídicas del protector


de indios en el norte novohispano

Desde la segunda mitad del siglo XX los estudios historiográficos que abordan la
figura del protector de indios o naturales lo han hecho de forma casi periférica, es
decir, no representan el actor principal de análisis. El historiador peruano Javier
Saravia destaca dos enfoques de investigación desde los cuales se han articula-
do los trabajos más reconocidos: el político, centrado en la revisión de su funcio-
namiento demandado por las instituciones coloniales, y el social, que aborda la

66 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Ismael Jiménez Gómez

figura del protector a partir de las distintas variantes que conformaban su actua-
ción derivada de la casuística y las circunstancias particulares (1).
Sobre el origen de esta institución jurídica, los especialistas se han limitado
al contenido del capítulo noventa de la Historia de las Indias, donde el dominico
Bartolomé de las Casas afirmaba ser el “protector universal de todos los indios
de las Indias” (Cunill). Esta es la razón principal por la cual el obispo de Chiapas
fue considerado por la historiografía “el primer defensor de indios en la historia
de América”. La palabra defensor suele referirse a una supuesta actitud benevo-
lente de los religiosos hacia los indios. Así, la designación de defensores civiles
representó una forma de actualizar el vínculo entre los indios y el rey, y creó un
contrapeso entre el poder eclesiástico y el civil (Cunill). De acuerdo con Constan-
tino Bayle, al protector se le identificaba como abogado total o como un “cauce
de correcciones y vigilancia del complejo aparato institucional indiano” (66). Po-
dían ser sustitutos directos de los encomenderos, pues eran los responsables de
supervisar la reducción y la educación de los neófitos. Enfatizando el carácter
jurídico, la razón principal de la implementación de la Protectoría de Naturales
en el Nuevo Mundo estuvo cifrada en la concepción paternalista que el rey tenía
sobre sus súbditos, en su categoría de “miserable” (Bonnett 17).
En el caso del que se ocupa este escrito, el cargo de protector iba adjunto al
de capitán de guerra, por lo que usualmente eran conocidos como capitanes pro-
tectores. Para explicar el origen y el sentido que tuvo esta institución jurídica en
el norte novohispano debe señalarse que la Corona española no pudo impedir la
formación y el ascenso de una clase gobernante novohispana, relativamente in-
dependiente, como consecuencia del escaso control civil que se hacía sobre la re-
gión. De este modo, la autoridad real declinó sus funciones de forma paulatina, y el
poder político sobre la provincia pasó cada vez más a las manos de las oligarquías
regionales, representadas por hacendados, comerciantes y mineros (Shadow 42).
De igual manera, Carlos Ruiz Medrano, entiende el concepto de frontera como:

[…] un ribazo territorial con un estatus jurídico particular […] concebido como
un espacio de ruptura y de cambio social con zonas de convergencia y transición
propicias para la resistencia, la violencia y la coerción sobre los grupos étnicos,
e instituciones de gobierno delineadas bajo características militares. (Ruiz 201)

Esta propuesta ayuda a comprender las razones por las cuales la figura jurídi-
ca del capitán protector se consolidó en el septentrión novohispano.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 67


Gobernadores, capitanes de presidio y misioneros jesuitas en las puertas del septentrión novohispano

Los orígenes del establecimiento del capitán protector en los territorios nor-
teños se remontan a los últimos decenios del siglo XVI, en el contexto de la política
de pacificación implementada por el virrey Luis de Velasco el Mozo para poner fin
al famoso conflicto conocido como la guerra Chichimeca. En la década de 1590 se
nombraron “capitanes amparadores de indios”, a quienes les competía la defensa
de los naturales en los procedimientos criminales, vigilar que no se les dañaran sus
privilegios sobre tierras y derechos de aguas, así como abastecerlos con alimen-
tos, ropas y herramientas (Güereca, “Sin vulnerar” 62). Beatriz Suñe Blanco acuña
el término de capitanes protectores de frontera, pues representaban la autoridad
máxima por medio de la figura de un militar con jurisdicción especial sobre los in-
dios y en cooperación estrecha con los religiosos encargados de la evangelización
(Saravia 59).
A fines del siglo XVI se instituyó el cargo de protector de indios en las fronteras
de San Luis Potosí, Saltillo y Colotlán. Esto representó uno de los mecanismos idea-
dos por la Corona para afianzar la pacificación de los territorios norteños, en con-
junto con el traslado de indios tlaxcaltecas del centro de México que colaboraran en
la pacificación de los indios chichimecas. De igual manera, con estos asentamien-
tos se buscaba fomentar la economía regional, establecer un sistema de defensa
contra los indios “bárbaros” y ayudar en el proceso de cristianización de los que
se encontraban reducidos. El objetivo principal era que el protector se consolidara
como “una figura competente, encargada de administrar bienes y alimentos a cam-
bio de mantener la armonía, pero también capaz de brindarles garantías en cuan-
to a amparo y protección” (Ríos 174). En términos generales, el cargo jurídico era
reiterado de forma anual o bienal, según las necesidades locales y la relación que
la Corona mantenía con los solicitantes; la asignación de su salario anual oscilaba
entre 300 y 500 pesos de oro común (Ríos 176).
Uno de los personajes más destacados en recibir el título de protector fue el
capitán mestizo Miguel Caldera, quien tenía larga experiencia y relaciones con los
diversos grupos indígenas en la región de Nueva Galicia. En 1582, en el contexto de
las presiones estancieras para aumentar el número de los soldados en la frontera
norte, Caldera obtuvo del virrey Conde de la Coruña el nombramiento de capitán
con cargo a la Real Hacienda a razón de 600 pesos de oro común al año. Su nom-
bramiento marcó un antecedente en la región septentrional del virreinato novo-
hispano, ya que, a partir del siglo XVII, el delegado del virrey empezó a ser llamado
“capitán protector y justicia mayor de las fronteras de San Luis Colotlán y sierra
de Tepeque”, además de que detentaba el título adicional de “teniente de capitán
general” (Güereca, “Sin vulnerar” 63).

68 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Ismael Jiménez Gómez

Establecido a finales de la década de 1580, el gobierno de Colotlán, ubicado


entre las villas de Jerez y Tlaltenango, poseía como funciones principales la pro-
tección de los asentamientos españoles y los caminos de plata de las incursiones
de los indios bárbaros, principalmente los que habitaban en la sierra del Nayar, y
la administración de los indios sedentarios de la región (Shadow 42). Cabe men-
cionar que, a pesar de que el presidente de la Real Audiencia de la Nueva Galicia
reconoció la autoridad plena del virrey sobre esta jurisdicción, no dejó de conside-
rar al territorio como parte de su jurisdicción (Stangl, “‘¿Provincias?’” 170).
Durante el siglo XVIII todos los pueblos de indios sujetos al “capitán protector,
justicia mayor y amparados de los indios de la frontera de San Luis Colotlán, Sie-
rra de Tepeque, Huejuquilla, Tesompa y San Andrés de Teúl”, entre los que se en-
contraba la región del Nayar, gozaban de un estatus especial: estaban exentos del
pago de tributo, el cual se conmutó por servicio militar. Sus causas, tanto civiles
como criminales, eran juzgadas en primera instancia por el capitán protector y en
segunda por el virrey de México (Güereca, “Sin vulnerar” 64). Puede concluirse que
la creación de la jurisdicción de Colotlán surgió como una estrategia de estable-
cer pueblos de indios responsables de contener las entradas invasoras de los in-
dios serranos y proporcionar auxilio a algunos ataques que padecían los pueblos y
caminos hacia Zacatecas. En lugar de contribuir con tributo en especie, lo hacían
mediante el servicio de las armas; se conformaron cuerpos milicianos de indios
flecheros que vigilaban los caminos, patrullaban los pueblos en las noches y apo-
yaban las entradas de pacificación (Güereca, “La tenencia” 116). El nombramiento
de capitán protector recayó en militares españoles de bajo rango designados por
el virrey, quienes además de encargarse de hacer llegar los bastimentos y las pro-
visiones con que se apoyaba a las congregaciones de reciente creación, tenían a su
cargo “el amparo, conservación y defensa de los indios congregados y reducidos
de paz” en los pueblos de la frontera de Colotlán, así como de los que en adelante
se formaran (Güereca, “La tenencia” 113).

Las funciones del protector de indios


en el proceso de conquista del Gran Nayar

El establecimiento de misiones franciscanas, la presencia militar organizada en


los presidios, la conformación de milicias más profesionales y el paulatino creci-
miento de la población española y mestiza se conformaron como aspectos funda-
mentales del proceso de transformación de los territorios nativos del Septentrión

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 69


Gobernadores, capitanes de presidio y misioneros jesuitas en las puertas del septentrión novohispano

novohispano, principalmente en espacios de vida sedentaria (Sheridan 20). En


relación con el asunto de la organización militar, la existencia de un capitán pro-
tector en las fronteras de Colotlán permite argumentar que en las inmediaciones
del Nayar la figura de dicha autoridad era ampliamente conocida (Güereca, “Sin
vulnerar” 62). Tanto militares como hacendados se ofrecerían a ejecutar la con-
quista con la intención de recibir cargos y méritos propios. Algunos ellos tenían
una relación cercana con los indios serranos, aspecto que era vital para el desa-
rrollo fructífero de la empresa.
En 1701, la Audiencia de Guadalajara ordenó la conquista de la sierra al español
Francisco de Bracamonte, quien había recibido el título de capitán protector del
Gran Nayar. Cabe precisar que este personaje había sido nombrado con dicho car-
go en la jurisdicción de Atonalisco, cinco años antes (ARANG, C, 298, E 15), no obs-
tante, su labor fue efímera, pues murió en una emboscada perpetrada por indios
tecualmes, en compañía de algunos de sus soldados (Ortega 35-43). Como conse-
cuencia de este hecho, el cargo de capitán protector desaparecería por un tiempo
en el territorio serrano. Con el paso de algunos años, la falta de esta figura jurídica
se notó en la presencia de nuevas dificultades e inconvenientes padecidos por los
indios que habitaban en las inmediaciones de la sierra nayarita. Por ejemplo, en
el año de 1708, un cacique de nombre Pedro, acompañado de otros indios princi-
pales del pueblo de Guaximic, acusaba al alcalde de la jurisdicción de obligarlos a
trabajar en contra de su voluntad, además de que destacaba algunos estragos que
sufrían como consecuencia de las constantes invasiones de indios no reducidos,
principalmente coras que provenían del Nayar (ARANG, C, 21, exp. 3, f. 1 r.).
Otro antecedente relevante sobre la figura del protector se encuentra en la la-
bor pastoral del misionero Antonio Margil de Jesús, fraile que había sido solicitado
por los funcionarios de la Real Audiencia de Guadalajara para que fuera el respon-
sable de adoctrinar y reducir a los nayaritas de forma definitiva. Tenía una larga
experiencia en dicha materia, pues había establecido colegios de Propaganda Fide
en Querétaro, Zacatecas y Guatemala, destinados a la formación de misioneros ex-
perimentados. En 1711 se trasladó a la sierra en compañía de algunos indios alia-
dos para lograr el objetivo encomendado, y al no obtener los resultados deseados,
aconsejó a las autoridades virreinales la entrada de cuerpos militares que lograran
la pacificación definitiva de la sierra.
Durante su estancia en el Nayar, Margil consideraba la posibilidad de que a los
indios se les nombrara un alcalde, acompañado de un protector, pues esa había
sido la estrategia utilizada en otras regiones que no habían sido pacificadas, como
California o Texas, y que mostraba un efecto positivo. Asimismo, recomendaba

70 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Ismael Jiménez Gómez

favorecer a los indios aliados que habían participado en la empresa de conquista, re-
tribuyéndolos económicamente y exentándolos de los pagos de tributo en especie:

También convendrá ofrecerles a los indios, que se redujeren y estuvieren como


buenos cristianos sujetos a la doctrina, y buenas costumbres, que no se les pon-
drá alcalde mayor, ni otra justicia española, sino que el pueblo que se formaré
con su iglesia tendrá su alcalde indio de ellos mismos, dirigiéndoles los padres
misioneros en lo que convenga para su gobierno político, puesto que en Califor-
nia se ha ejecutado con solo un capitán, que nombraron los padres conversores,
y ha tenido hasta hoy buen efecto; que si quisieren se les nombrara un protector,
el que ellos quisieren y les pareciere más favorable a sus causas, o inclinacio-
nes, que no se permitirá entren a sus pueblos negros, mulatos, mestizos, sino
los que a los misioneros les pareciere ser conveniente; que a los indios cristianos
circunvecinos de la comarca, que nos acompañaren o asistieren, ayudándonos a
la empresa y pacificación, se les ofrezca, tenerles esta Real Audiencia presentes,
para favorecerles en cuanto se pueda. (Ortega 55)

Posteriormente a la empresa llevada a cabo por Margil, la autoridad virreinal


mostró mayor interés en obtener la conquista definitiva del Nayar. La inquietud prin-
cipal se desprendió de la posibilidad de explotar yacimientos mineros ubicados en
las inmediaciones del territorio serrano. La posibilidad de encontrarlos en el inte-
rior de la sierra originó un interés más genuino por conocer el número de indígenas
asentados en la sierra, su organización, la distribución de sus rancherías y las distin-
tas vías de comunicación que podían llegar a consolidarse. Por otro lado, la razón
oficial que guio y justificó la reducción de los indios nayaritas fue la de la pervivencia
de sus antiguas prácticas y creencias, calificadas como idolátricas. Como se mencio-
nó anteriormente, el conocimiento de estas prácticas no era algo novedoso. Desde
el siglo XVII, algunos documentos eclesiásticos ofrecían noticias acerca de la presen-
cia de idolatrías entre los grupos coras y la ubicación de un adoratorio principal en la
Mesa del Nayar. Ejemplo de este conocimiento lo ofrece el franciscano Antonio Tello
en la Crónica miscelánea de la Santa Provincia de Xalisco:

El ídolo a quien hoy adoran los más está en una parte de la sierra que llaman del
Nayarit, a donde tienen una capilla muy adornada, porque, dice el indio de quien
hube esta relación, que antes que se conquistase la tierra y entrasen los espa-
ñoles, había en ella mucho oro y plata, y que después acá los mismos indios de
dicha sierra la han ido sacando y hurtando para vestirse, no siendo bastantes a

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 71


Gobernadores, capitanes de presidio y misioneros jesuitas en las puertas del septentrión novohispano

resistir unas indias viejas que guardan y cuidan de la capilla; y dice que los que
la han despojado han sido los que adoran el sol, arco y flechas, y que estos tales
blasfeman contra el dios que los otros adoran, el cual es un indio muerto y enjuto,
el cual fue un rey que tuvieron en su antigüedad, dentro por el cual habla el demo-
nio; y que antiguamente había mucha devoción, y los sacrificios que se le hacían,
era cada mes degollar cinco doncellas de las más hermosas, a las cuales quitaban
la vida encima de una peña, delante del templo, y que luego les sacaban el co-
razón y las colgaban por fuera del templo, y que luego les sacaban el corazón y
las colgaban por fuera del templo o ermita para que allí se secasen, guardándolas
para la fiesta que hacían general, en la cual cocían los corazones, y moliéndolos
y deshaciéndolos en la sangre de muchas doncellas y mancebos que en aquel día
se sacrificaban, se los daban a beber revueltos en atoles a las madres de dichas
doncellas, para que con ellas viviesen mucho en agradecimiento de que habían
dado sus hijas para que se sacrificasen, y lo mismo hacían con los padres de
las dichas doncellas. (30)

Según William Taylor (74), durante el siglo XVIII, las comunidades indígenas
de la arquidiócesis de México y la diócesis de Guadalajara daban cada vez menos
muestras de idolatría, a pesar de que persistían algunas prácticas supersticiosas.
Puede saltar a la vista el hecho de que fenómenos como la pervivencia de cul-
tos calificados como “idolátricos” siguiera manifestándose en el Gran Nayar. De
acuerdo con el discurso de las autoridades civiles y eclesiásticas, el cristianismo
no se había manifestado entre sus habitantes. Es probable que la razón más im-
portante de la persecución de la idolatría en este siglo se encontrara relacionada
con la política borbónica, que impulsó un cambio en la actitud que la Iglesia man-
tuvo frente a los delitos de fe entre la población indígena: menos tolerancia y ma-
yor vigilancia ante la expresión de las creencias populares y, en particular, contra
las heterodoxias religiosas (Lara 34).
El nombramiento del capitán protector se reanudó en el año de 1715, cuan-
do la Audiencia encargó una nueva expedición de pacificación al capitán Gregorio
Matías de Mendiola, hacendado del valle de Xuchil en la Nueva Vizcaya, lugar al
que concurrían con frecuencia algunos coras para trabajar sus tierras de forma
temporal. Si bien el presidente de la Audiencia se refería a él solo como “teniente
general de las fronteras de Colotlán”, Mendiola entró a la sierra nayarita entre los
meses de diciembre de 1715 y enero de 1716, acompañado del jesuita Tomás de
Solchaga, encargado del proceso de adoctrinamiento cristiano, con treinta solda-
dos españoles y cien indios aliados provenientes de la sierra de Tepic (Magriñá 12).

72 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Ismael Jiménez Gómez

El mismo Mendiola se refería a sí mismo como “teniente de capitán general y pro-


tector de los indios sublevados de San Andrés de Teúl […] y de los indios gentiles
del Nayarit” (AGI, Guadalajara, 102, f. 106). Algunas versiones señalan que Mendio-
la logró acceder a un paraje cercano a la Mesa del Nayar el 14 de enero de 1716; en
dicho lugar, algunos líderes coras ofrecieron su obediencia al monarca, pero sin
aceptar su reducción y el adoctrinamiento cristiano (Decorme 546).
En febrero de 1720, el español Juan de la Torre Valdés y Gamboa, hacendado de
la villa de Xeréz, fue designado como nuevo capitán protector de la sierra del Nayar
por el virrey Baltasar de Zúñiga, por medio de la gestión realizada por el corregidor
de la ciudad de Zacatecas, don Martín Verdugo de Haro. Se determinó que Valdés
era el más idóneo para ocupar dicho cargo, pues mantenía relaciones de comercio
y amistad con algunos coras que lo visitaban en su hacienda con el objetivo comer-
ciar distintos productos. Sumado a esto, entendía muy bien la lengua mexicana,
mediante la cual se comunicaba con uno de los indios principales, de nombre Pablo
Felipe. De este modo, las autoridades aprovecharon a individuos como Juan de la
Torre para acercarse a los indios de la sierra (Dávila 452). El jesuita José de Ortega
ofrecía pistas acerca de la personalidad de este individuo y sobre su nombramiento
como capitán protector, función por la que recibía un sueldo específico:

Era Don Juan de la Torre el más idóneo, para dar luz en la conferencia, y aún para
encargarse de ejecutar, lo que se resolviese en la junta; porque por su buen cora-
zón y amabilidad, a que añadía la liberalidad, que le permitía su caudal y el hablar
con expedición, y entender la lengua mexicana, arrastraba los afectos, no solo de
los indios fronterizos, que habían de ayudar a la conquista, sino de los mismos
nayeritas, que siempre dieron especiales muestras de amor a los de esta familia,
y más que a otros a ese tan amable caballero, con quien siempre comunicaban,
cuando salían a comerciar, y le escribían varias veces, cuando tenían algún em-
barazo […] Aceptó tan valiente y cristiana resolución, y para empezarle a premiar
sus heroicidades, se le remitió el título de capitán protector, asignándole por en-
tonces el sueldo de cuatrocientos cincuenta pesos, y encargándole con suavidad,
que le dictase su discreción, procurase mover a algunos de los indios nayeritas a
que pasasen a México. (76-77)

El capitán Valdés hizo una propuesta formal al “tonatí”, gobernante principal


de los coras, de realizar una visita oficial al virrey Zúñiga en la ciudad de México,
con el objetivo de solucionar algunos problemas que persistían en la sierra, como
el bloqueo de caminos puesto en práctica por algunos grupos de la costa y que

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 73


Gobernadores, capitanes de presidio y misioneros jesuitas en las puertas del septentrión novohispano

interrumpía el comercio de la sal ejercido por los serranos. A cambio de que se re-
solviera este inconveniente, los nayaritas debían aceptar su conversión al cristia-
nismo y manifestar su condición de vasallaje al monarca. De acuerdo con algunas
fuentes eclesiásticas, los principales motivos por los cuales los nayaritas se mos-
traron interesados en establecer una interlocución con el virrey fueron exclusiva-
mente de tipo comercial. Muchos de ellos sufrían asaltos y robos de sus productos
cuando salían a comerciar en las fronteras de la sierra, y a pesar del apoyo ofrecido
por la Audiencia de Guadalajara para arrestar a los perpetradores de aquellas ac-
ciones, no se terminaba de resolver el problema (Ortega 75). Las penalidades sufri-
das por los coras pueden ayudar a explicar la funcionalidad que les podía brindar
una figura como el protector de indios, siendo su representante legal y su enlace
directo con las autoridades más relevantes. Existe un documento en el Archivo
General de Indias de Sevilla, estudiado por Raquel Güereca, que permite defender
esta hipótesis. En la cuarta cláusula del “Memorial de los indios nayaritas al virrey
de México”, se menciona que estos pedían “que no ha de conocer de nosotros ni de
nuestro capitán protector otra justicia que vuestra excelencia y su asesor”; en la
quinta se indicaba que “no se nos ha de poner ahora ni adelante alcaldes mayores
sino capitán protector”; finalmente, en la séptima solicitaban:

que no nos han de quitar a nuestro protector don Juan de la Torre por haber ex-
perimentado siempre en sus antepasados y en él mucho amor y amparo todos los
hijos, de que nos confesamos agradecidos y a este queremos por nuestro protec-
tor y lo es después de vuestra excelencia. (Güereca, “Sin vulnerar” 60)

Fue así como el virrey ratificó el nombramiento de Juan de la Torre como su


protector, situación que convenía a los propios intereses de los indios y podía me-
jorar su situación económica.
Durante la audiencia en el palacio virreinal, el marqués de Valero les ha-
bía asegurado a los nayaritas la protección real y la solución de sus problemas
relacionados con el bloqueo comercial impuesto por otros grupos de la región.
Posteriormente a la reunión, el tonati y los coras fueron trasladados al palacio ar-
zobispal para ser presentados ante el prelado Joseph Lanciego y Eguilaz, quien
comenzó a gestionar con el provincial de los jesuitas, Alejandro Romano, la ad-
ministración espiritual de los indios serranos. Se determinó que los jesuitas Juan
Téllez Girón, residente en la ciudad de México, y Antonio Arias de Ibarra, misionero
con una experiencia previa en el trabajo misional en el territorio de Nueva Vizcaya,
serían los encargados de comenzar las tareas de reducción en la sierra del Nayar.

74 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Ismael Jiménez Gómez

Ambos fueron designados por el provincial Romano, posteriormente a un convite


que se realizó en el Colegio Seminario de San Gregorio de Indios (Ortega 90).
El jesuita Ortega menciona que, al regreso de la comitiva a Zacatecas, el tona-
ti manifestó algunas dudas sobre la aceptación del bautismo y su reducción, por
lo que comenzó a presentar excusas relacionadas con el conflicto que podrían
mostrar algunos líderes para aceptar la entrada de los padres jesuitas y los mili-
tares en la sierra. Es verdad que, desde un inicio, algunos individuos se mostraron
reacios a aceptar la entrada de sujetos ajenos a sus parcialidades, e incluso le
reclamaban al tonati el pacto que había establecido con el virrey en la ciudad de
México. Ante la negativa del gobernante para cumplir los acuerdos establecidos,
el capitán de la Torre gestionó el apoyo de sujetos que conformaran un cuerpo
militar de mayor tamaño para emprender la conquista definitiva de la sierra. Fue
así como se preparó desde Zacatecas un contingente militar que tendría la fun-
ción de tomar la Mesa del Nayar por la vía armada. En octubre de 1722 la tropa se
instaló en el poblado de Huejuquilla, y posteriormente en el paraje de Peyotán,
que se convirtió en el “centro de operaciones” desde donde se planeó la empresa
militar. En su función como protector de naturales, el capitán de la Torre gestionó
el envío de embajadores indígenas con el encargo de solicitar a los líderes coras
de las rancherías ubicadas en los alrededores de la Mesa que acudieran a recibir
a la tropa, y así no recurrir al uso de las armas. Después de estas diligencias, un
grupo de coras citó al capitán protector en otro paraje, llamado Coaxata, para de-
mostrar obediencia y aceptar su reducción. Sin embargo, antes de llegar, la tropa
española fue emboscada en un barranco a los pies del cerro de Teaurite. Después
del enfrentamiento con los invasores, algunos rebeldes huyeron hacia la Mesa del
Tonati y otros se redujeron voluntariamente, y con ellos se fundó el primer pueblo
en Peyotán bajo la advocación de Santa Rita de Casia (Magriñá 14).
Las fuentes conocidas indican que, posteriormente a estos hechos, el capitán
de la Torre fue reportado con problemas mentales y de locura por sus huestes, tal
vez debido al fracaso que representó su expedición. Por este motivo, el 11 de no-
viembre de 1721 el virrey expidió el título de capitán y protector del Nayarit a Juan
Flores de San Pedro, cuarto nieto de Hernando Flores, militar que participó en la
conquista de la Nueva Galicia y encargado de la hacienda de San José de Tahuaya
(AGI, Guadalajara, 162, f. 524; Magriñá 15). El nuevo capitán protector, hablante de
náhuatl al igual que su antecesor, salió rumbo al Nayarit el día 19 de diciembre del
mismo año.
Cuando las compañías militares arribaron a la sierra, comenzaron la subida
por la cumbre principal de la Mesa. Después de una cruenta batalla, la mayoría de

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 75


Gobernadores, capitanes de presidio y misioneros jesuitas en las puertas del septentrión novohispano

los indios que habitaban en este lugar huyeron, y otros más fueron apresados por
el contingente militar. Los militares hicieron un registro de los principales templos,
centros ceremoniales y objetos de culto idolátrico preservados por los coras, entre
los cuales destacaba la famosa osamenta del rey Nayarit, que sería trasladada a la
ciudad de México, donde se dictaminaría un proceso judicial en su contra por ido-
latría. El capitán Flores de San Pedro y el jesuita Antonio Arias destruyeron algu-
nos templos, entre los cuales destacaba el de Tzacaimuta o Casa del Sol. Este era
el lugar donde se encontraba la osamenta del Gran Dios, junto con otros objetos
de culto que serían remitidos a la ciudad de México:

Subieron el padre [Arias] y el señor gobernador [Flores] con cuatro soldados que
les acompañaban, el mismo día a registrar los inmediatos templos, e infames ado-
ratorios de los ídolos que estaban en un cerro tan cercano y casi contiguo a la
Mesa, que les sirve esta como de basa. […] más arriba estaba el gran Templo del
Sol; y por ignorarse entonces que los idólatras hubiesen sacado de ahí a su tan
venerada deidad, que llamaban el Gran Dios, para que aún en caso de quedar pa-
dres y soldados, pudieran en lugar oculto fabricarle algún templo, creyó aquel ce-
loso jesuita que adoraban a una piedra jaspeada, que se halló allí, en que se veía
esculpida la imagen de aquel luminoso astro; con esta persuasión la sacaron con
dos picheles, uno de plata, y otro de estaño, en que le ofrecían sangre de venados,
o de los guainamotecos que mataban para remitirlo a México con los huesos del
Nayerit; metieron fuego así a su templo como al del sol. (Ortega 168)

Luego de la quema del templo, Flores de San Pedro encargó a los sargentos
Álvaro Sánchez Serrada y Alonso de Reina que pasaran a la ciudad de México a
dar noticia al marqués de Valero sobre la toma definitiva de la Mesa del Nayar,
y le hicieran la entrega formal del alfanje del tahuitole, indio principal que había
participado en la ofensiva de los coras y que había perecido en el enfrentamiento,
una piedra tallada que se encontraba en el adoratorio del sol, y la osamenta del
Nayar compuesta por algunos adornos. También se remitieron siete indios reos
acusados por el delito de la idolatría. Una vez recibidos, el virrey determinó que los
despojos se entregaran al doctor don Juan Ignacio de Castorena y Ursúa, califica-
dor del Santo Oficio y provisor general de indios del arzobispado de México (AGN,
Provincias Internas, V 85, exp. 1, f. 1 r.; AGN, Regio Patronato Indiano, V 1267, exp. 5).
El 9 de abril de 1723 el marqués de Valero daba cuenta a la Corona sobre la
conquista y pacificación definitiva del Gran Nayar, realizada por Flores de San Pe-
dro, a quien se le añadiría el nombramiento de “gobernador y capitán protector

76 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Ismael Jiménez Gómez

de la Provincia del Nuevo Reino de Toledo”. La labor del capitán no terminaría con
la toma de la Mesa del Nayar. La empresa de reducción y el establecimiento de
misiones entre algunos grupos quedaría pendiente. Destacaría su participación
en la congregación de los indios huaynamotecos, gracias a la obtención de ciertos
recursos financieros ofrecidos por algunos vecinos de la ciudad de Guadalajara.
En los autos formados por la audiencia de dicha ciudad sobre la conquista del
Nayar, las autoridades de la audiencia mencionaban que:

para el logro de esta expedición y que sean menos gravosos a mi real hacienda
habiendo conseguido que los vecinos y comerciantes de su jurisdicción hubieren
servido para este fin con mil cuatrocientos noventa y un pesos en reales, ciento cua-
renta y siete caballos, doscientas dieciséis fanegas de maíz y otros mantenimientos
que también habían concurrido algunos eclesiásticos a influencias y exhortaciones
de V. arzobispo de aquella ciudad como todo. (ARANG, C, 40, exp. 1, f. 7 r.)

Otra gestión llevada a cabo por Flores fue el reconocimiento de los indios de la
villa de Guaximic como vasallos del rey, con su respectiva exención de tributo en
especie, como también aquellos que habitaban en el poblado de Tonalisco, sujetos
al alcalde mayor de Tepic, y los que habitaban en las misiones franciscanas de San
Juan Cuyutlán y San Diego; estos últimos habían presentado sus servicios como in-
dios flecheros y arcabuceros al mando del capitán español Luis de Ahumada. Fue así
como, gracias su participación en la conquista del Nayar, numerosos pueblos reci-
bieron como recompensa a sus servicios la confirmación de su calidad de soldados
fronterizos y la exención tributaria (Güereca, Milicias 103-104). Por el lado contrario,
algunos grupos “rebeldes” que estaban en contra del proceso de reducción fueron
desarmados y se les prohibió de forma expresa poseer armas en el futuro.
En sus funciones como gobernador y capitán protector, Flores de San Pedro
realizó una segunda entrada a territorio serrano, dos años después de la toma de
la Mesa, en 1724, con el objetivo de concluir la pacificación de los coras “rebel-
des” e intentar reducir a la nación tecualme, considerada una de las más “ague-
rridas” de la región y la principal incitadora para transgredir el orden establecido.
Para lograr esta empresa, uno de los oidores de la audiencia de Guadalajara, Juan
Picado Pacheco, solicitó al virrey que mandara “librar despacho para que todos
los tenientes de capitán general, el de Durango y Acaponeta y demás capitanes
protectores y militares de aquellas cercanías y alcaldes mayores estén a la dispo-
sición y órdenes del referido gobernador don Flores de San Pedro en lo militar y
aún en lo político” (Magriñá 19). De igual manera, el capitán solicitó ser socorrido

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 77


Gobernadores, capitanes de presidio y misioneros jesuitas en las puertas del septentrión novohispano

con 6 000 pesos para gastos extraordinarios y para la paga de soldados. En un


aparte de los autos, redactados por él mismo, certifica haber llegado a la misión
jesuita de Jesús María y José el 29 de mayo de 1724, con varios objetivos: afianzar
la reducción de los grupos coras, llevar bastimentos suficientes para la protección
y conservación de las nuevas reducciones, pacificar a la nación tecualme y corregir
aquellos excesos o “desviaciones” de los naturales ya reducidos. No obstante, la
reducción de este grupo sería una empresa que quedaría pendiente para la pos-
teridad, pues muchos de estos se refugiaron en el pueblo de Atonalisco, donde
serían reducidos por el fraile franciscano Francisco Navarro, a cambio de que en-
torpeciera las tareas del protector (Magriñá 22).
En el ámbito eclesiástico, los jesuitas Téllez y Arias comenzaron a planear el
establecimiento de las primeras misiones jesuitas en la sierra, entre las que desta-
caron Santísima Trinidad —establecida justamente en la Mesa del Nayar—, Santa
Teresa Quaimaruzi, Jesús María y José, Santa Rita o San Juan Peyotán, San Igna-
cio Guainamota, San Pedro Ixcatán, Nuestra Señora de Dolores y Santa Gertrudis.
Fue así como la Nueva Provincia de Toledo se consolidó como el único territorio
donde los jesuitas tuvieron oportunidad de gozar de un crecimiento misionero du-
rante los primeros decenios del siglo XVIII. Al igual que en otras regiones del norte
novohispano, la misión se consolidó como la institución preponderante, aunque
tuvo que compartir el control de las poblaciones locales con los otros asentamien-
tos españoles: los presidios militares y los reales mineros.

Conflictos entre capitanes protectores,


indios y misioneros en el Nayar (1730-1760)

La figura del capitán de presidio en el Nuevo Reino de Toledo se mantuvo durante


los 45 años que duró la empresa misionera jesuítica en la sierra nayarita. Sin em-
bargo, es pertinente señalar que, a partir de la década de 1730, la documentación
oficial hace referencia al nombramiento de este personaje solo como capitán de
presidio y no como protector de indios. Este fenómeno puede explicarse por dos
razones: la relativa pacificación de los nayaritas serranos después del proceso de
conquista militar hizo posible que no fuera necesaria la presencia directa de un
protector de indios, al encontrarse bajo el cuidado de los misioneros, y la juris-
dicción que el capitán protector de Colotlán ejercía sobre el territorio del Nayar.
Por otro lado, no todos los militares que ejercían la función de administrar presi-
dios podían ocupar el cargo de protector. De acuerdo con el argumento de Walter

78 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Ismael Jiménez Gómez

Stangl, “mientras que era usual que el sucesor de un cargo heredara las mismas
facultades, no era necesariamente así, por ejemplo si no era ‘letrado’ en asuntos
de justicia o ‘de capa y espada’ en asuntos militares” (“¿Provincias?” 162). De esta
manera, debía contar con conocimientos jurídicos suficientes para poder ejercer
la labor que requería la enmienda.
Sin embargo, la presencia de los capitanes de presidio se justificaba por tres
situaciones concretas: la correcta administración de los presidios, la garantía de
seguridad de los indios coras y el compromiso de extirpar la presencia de cultos
idolátricos en su vida cotidiana. Con respecto a este último punto, el trabajo con-
junto entre capitán protector y misioneros se reflejó de manera clara en la década
de 1730. En este periodo se registraron distintos adoratorios ubicados en algunas
barrancas cercanas a los pueblos de misión, los cuales se componían de osamen-
tas humanas, cabezas de venado, mantas, flechas, banderas, cuentas y plumas
de ave. El capitán Joseph Carranza y Guzmán, acompañado del misionero Urbano
Covarrubias, gestionó la empresa de destrucción y quema de veintinueve santua-
rios adyacentes a las misiones de Santa Teresa, Nuestra Señora de Dolores y San
Pedro Ixcatán (Alegre 226). Uno de estos adoratorios se ubicaba:

[A] tres leguas inmediatas al pueblo y misión de Santa Teresa, con la cual se da
principio al profundo barranco y río que llaman de Santiago, en cuyos transpa-
rentes cristales, debiendo según razón, advertirse la sombra obscura de sus ido-
latrías, sucede al contrario que pervertido el orden por diabólica industria, se
forma allí mismo el teatro y universidad de sus gentílicos errores, pues allí anti-
guamente acostumbraban ayunar sin sal, supersticiosamente señal cierta de la
gracia que carecían, absteniéndose juntamente de sus propias mujeres el tiempo
que el demonio les asignaba para salir impasibles entre las enfermedades y las
armas de los cristianos. (“Cosas particulares” 59)

El capitán Carranza y Guzmán redactó una carta en la cual explica la manera en


que se organizó la empresa de búsqueda y extirpación de ídolos en otras misiones,
como Nuestra Señora de Dolores y San Pedro Ixcatán. En dicho documento destaca
el acontecimiento de una emboscada perpetrada por los indios tecualmes:

Destruí en las barrancas de sus contornos [del Nayarit] los adoratorios. De allí
pase a el de los Dolores […] donde destruí cinco idolos falsos, de allí pasamos […]
pueblo que llaman de Iscatán […] Habiendo salido conmigo escuadra del presidio
de aquel partido el día treinta de noviembre […] como a media noche destinados

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 79


Gobernadores, capitanes de presidio y misioneros jesuitas en las puertas del septentrión novohispano

para quemar los últimos adoratorios distantes del presidio como ocho leguas a
dar nuestra vuelta como media legua antes de llegar del presidio y pueblo nos sa-
lieron en una emboscada más de ciento y tantos indios de guerra de la nación de
los tecualmes indios belicosos soberbios. (AGN, Provincias Internas, V 85, exp. 9,
ff. 157 r.-158 v.)

A pesar de los frutos obtenidos y ensalzados en el discurso, tanto por el jesuita


como por el capitán protector, es importante señalar que la empresa de extirpa-
ción tuvo momentos de tensión entre ambos personajes. En una carta dirigida al
provincial de México, Antonio de Oviedo, el misionero Joseph de Ortega señalaba
las discordancias entre Carranza y los misioneros jesuitas con respecto a las for-
mas o métodos en que se debía proceder para lograr la reducción de los indios.
A pesar de que el capitán no ejercía el cargo de protector, el jesuita mencionaba
que cuando sus compañeros amonestaban a los indios luego de cometer algún
delito de fe, el capitán los protegía dándoles asilo y resguardo en el presidio (AGN,
Provincias Internas, V 85, exp. 5, ff. 134 r.-135 v.). Además, lo acusaba directamente
de abrir la correspondencia que iba dirigida exclusivamente al provincial, y de no
asignar la cantidad suficiente de soldados para la protección individual de los hijos
de Loyola. Carranza no se quedó callado ante tales acusaciones, pues respondió
que había asignado dos militares para la atención individual de cada misionero, a
pesar de que había sufrido ciertas bajas causadas por la supresión de diez plazas
militares, y que el jesuita había aprovechado dicha coyuntura como pretexto para
solicitar a las autoridades virreinales la llegada de nuevos cuerpos de milicia.
Por otro lado, solían presentarse conflictos entre los jesuitas y los indios re-
ducidos en los que se veía inmiscuida la figura del capitán protector. En el año
de 1743, los líderes locales de la misión de Jesús, María y José, y sus respectivos
pueblos de visita, de nombres don Pedro Canarí, Nicolás Solís, Fernando Marcos
Canarí, Marcelino de Rivera y Tadeo González Canarí, solicitaron en una carta al
marqués de Altamira, oidor y auditor de Guerra y Hacienda en la Real Audiencia de
México, la remoción del padre José de Ortega de su cargo de administrador prin-
cipal de la misión, como también del capitán del presidio de San Francisco Xavier
de Valero, Antonio Serratos, por su exceso y fuerza desmedida en la ejecución de
castigos físicos, cuando los indios no asistían a la impartición de la doctrina cris-
tiana (AGN, Indiferente Virreinal, exp. 6, ff. 2 r.-9 v.).
En el documento se menciona que ambos individuos permitían la presencia
de personas ajenas a la reducción, como algunas mujeres, además de que obli-
gaban a los coras a trabajar en la siembra del maíz sin recibir paga, les impedían

80 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Ismael Jiménez Gómez

controlar el comercio de ciertos productos como la sal y gozaban de servidumbre


personal. Como posible solución, los miembros del cabildo solicitaban que el pro-
vincial designara un nuevo misionero y que pidiera al virrey la restitución del capi-
tán Carranza y Guzmán como nuevo capitán del presidio de San Francisco Xavier,
e implícitamente como su protector, pues ya lo conocían de antaño y siempre los
había protegido. A pesar de la insistencia de los indios, ambas solicitudes serían
rechazadas.
Durante las décadas posteriores del siglo XVIII, la información sobre las rela-
ciones establecidas entre misioneros y capitanes protectores es algo escueta. Sin
embargo, en el Archivo Histórico de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús
existe documentación suelta, fechada en la década de 1760, que sigue mostrando
las constantes tensiones entre ambos sectores, principalmente en el tema de la
administración de las misiones, y que con el correr de los años iban en aumento.
He aquí algunos de los testimonios.
El 26 de febrero de 1760, el misionero jesuita Antonio Polo redactaba una mi-
siva al provincial de México, Agustín Carta, ofreciéndole algunas noticias sobre la
participación del capitán protector de las fronteras del Nayarit, Juan Antonio Ro-
mualdo Fernández de Córdoba, en cierta campaña punitiva que tenía el objetivo
de sofocar una rebelión de indios, la cual se estaba extendiendo por todas las mi-
siones del Nayar. Cabe señalar que se tiene registro de que este personaje había
sido capitán protector de las fronteras de San Luis Colotlán por más de veinte años
(AGN, Provincias Internas, V 129). Estos grupos tenían la intención de huir a la al-
caldía mayor de San Luis Colotlán por los malos tratos que recibían de parte de su
capitán protector. De igual manera, acusaba que otro de los soldados asentados
en el presidio de San Francisco Xavier de Valero, Antonio Serratos, intentaba per-
suadir a Fernández de Córdoba de restituir a los indios a sus respectivos pueblos a
través de la fuerza (AHPM, C, 35, 1415).
La acusación del jesuita Cavo puede representar una denuncia que daba cuenta
del ejercicio erróneo que el capitán del presidio estaba realizando, al provocar un
problema de inestabilidad de mayor envergadura para el aparente ordenamiento
del complejo misionero, y al mismo tiempo violaba algunos de los estatutos esta-
blecidos en su función de protector. Las gestiones realizadas por el provincial ante
las autoridades virreinales tendrían su efecto, ya que el 8 de noviembre de 1763 el
capitán protector Joseph de la Cueva Villaseñor, en la alcaldía de San Luis Colotlán,
prestaba sus servicios al jesuita procurador Joseph Hidalgo, presentándose como
nuevo “capitán protector, justicia mayor y teniente de capitán general” del presidio

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 81


Gobernadores, capitanes de presidio y misioneros jesuitas en las puertas del septentrión novohispano

del Nuevo Reino de Toledo. En su discurso de presentación se muestra cierta cor-


dialidad y afinidad con los misioneros de la Compañía de Jesús, al señalar que:

en la inteligencia de que apetece mi gratitud remunerar en algún modo la obli-


gación en que estoy constituido, viviendo satisfecho en que sois hijo y uno de los
más apasionados de la Sagrada Compañía de Jesús. Por lo que deseo se propor-
cionen ocasiones de que yo le pueda servir y manifestar con obras lo mucho que
lo estimo. (AHPM, C 24, 971)

Los conflictos volvieron a aparecer cuatro años después, con la presencia de


un nuevo capitán protector. El 5 de mayo de 1764, el misionero Cavo denunció al
visitador de la provincia, Bartolomé Wolff, una serie de extorsiones cometidas por
el capitán Manuel Antonio de Oca, en compañía de su teniente y brazo derecho
Manuel Ibáñez y Lesala, hacia los indios que habitaban en la misión de Santísima
Trinidad de la Mesa. El problema principal se resumía de la siguiente manera:

Desde que estos caballeros llegaron a esta provincia han sido molestísimos a es-
tos indios, ocupando sus caballos y mulas sin pagarles el precio debido, que con
sumo trabajo merecen pues la paga a demás que se les retarda hasta que llegue el
aviso, se les da en reales como era razón sino en géneros, y géneros bien malos y
a precios muy subidos. […] estos señores le decían que eran unos malcriados que
habían de llevar lo que se les daba. (AHPM, C 40, 1609)

Cabe señalar la participación de otros soldados del presidio, de nombres Casi-


miro López y Marcos Sánchez, quienes eran los responsables de buscar a los anima-
les de carga. El misionero denunciaba que, después de quedarse con las mejores
bestias y llevarlas a la plaza del presidio, los militares no otorgaban ningún pago o
recompensa en especie a los indios, y que solo se les prometía que en cuanto reci-
bieran nuevos avíos se les ofrecerían. Como lo había hecho años antes, Cavo solici-
taba la ayuda del padre visitador para que pudiera atender los pesares que sufrían
los indios ante tales vejaciones, actuando como intermediario ante el virrey, y que
se destituyera al capitán Oca de su cargo. Para fortalecer su solicitud, el misionero
indicaba que las disposiciones tomadas por el protector no estaban dirigidas sola-
mente a los indios de las misiones, sino también al resto de soldados que habitaban
en el presidio, pues entre los meses de agosto y diciembre de 1766 habían recibi-
do alimentos en mal estado para su propio sustento, y el dinero que se suponía
debía ser utilizado para dicha cuestión había sido empleado por el protector para

82 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Ismael Jiménez Gómez

comerciar otro tipo de productos, principalmente tabaco. En este mismo sentido,


se mencionaba que los precios de algunos productos de primera necesidad, como
el maíz, el chile, los paños de algodón y la ropa eran impuestos por este personaje y
su teniente. El jesuita manifestaba su queja principal del siguiente modo:

Cómo se puede ver en los papeles de cuentas que tienen varios soldados guarda-
dos, y se infiere también de que muchos o los más de los soldados, aun los que tan
solos están hechos pedazos, y sin una camisa que mudarse, que es posible que solo
en maíz, higos, chile, que es lo que comen, y que a veces se les ha retardado la na-
ción contra todo decreto, obligándolos a que mendiguen, como sucedió el día de
la Santa Cruz, es posible que en esto y en 2 pares de camisas, 1 par de calzones,
1 capote, 1 chupa, 1 medias, 1 sombrero, y en 2 o 3 o 6 pares de zapatos, 1 naguas
medias y camisas para sus mujeres se les consumen 315 pesos que el Rey N.S. les
da? Bien es que […] se ha quitado a los soldados los 15 pesos y de 2 años a este
parte […] se le quita a cada uno 30 pesos, con que solo quedan 29, no sé con qué fin!
(AHPM, C 40, 1610)

Sumado a estos inconvenientes, se señalaba que la mayor parte de los soldados


no recibía su sueldo en tiempo y forma. En 1767, durante un periodo de ausencia del
capitán Oca con motivo de una diligencia realizada en la ciudad de Guadalajara,
el teniente Ibáñez y Lesala quedaría a cargo del presidio, en compañía de un alférez
llamado Paulín Canales. Al igual que sus colegas, dicho individuo cometía distin-
tas vejaciones contra los indios y contra los soldados del presidio, a quienes les
quitaba los caballos y las mulas de carga para que no pudieran transportarse con
libertad, les ordenaba hacer tareas que tenían el objetivo de satisfacer sus intere-
ses personales y enviaba mercancías personales que comerciaba en otras regiones.
Para terminar su testimonio y denuncia, Cavo menciona que el militar ordenaba
a los indios de la misión de Huaynamota dedicarse a cultivar algunos productos,
como el camote, el cual se destinaba a su consumo personal, y no les ofrecía un
salario justo, pues siempre regateaba los precios.
Ante la falta de información de primera mano que dé cuenta de alguna res-
puesta en la cual el capitán de presidio se defendiera ante las acusaciones, solo
fue posible hallar otra carta redactada por el mismo Andrés Cavo, fechada cuatro
días después de la citada, en la cual enumera una serie de quejas manifestadas por
algunos indios, quienes en apariencia defendían al capitán protector y acusaban a
los jesuitas de proferir falsos testimonios en contra de él. Para defenderse de tales
acusaciones, el jesuita alude a que se trataba de indios gentiles, específicamente

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 83


Gobernadores, capitanes de presidio y misioneros jesuitas en las puertas del septentrión novohispano

idólatras, quienes mantenían tratos comerciales con el capitán protector. Desta-


caba el nombre de Manuel Ignacio Doye, indio principal de cabildo de la misión
de Santa Teresa, quien era el responsable principal de persuadir a los indios de
la misión de Jesús, María y José para acusar y calumniar a los misioneros. Este
documento puede representar un testimonio que ejemplifica la forma en que los
indios serranos aprovechaban la función principal de la protectoría de indios para
su beneficio personal. Cabe señalar que, para la administración del norte novo-
hispano, la iniciativa de contar con estos representantes estaba impulsada por la
comandancia general de las Provincias Internas (Torre 186), la cual buscaba re-
formar el manejo de los bienes comunales y el control que los misioneros tenían
sobre la mano de obra indígena, principalmente durante los últimos decenios del
siglo XVIII.

Conclusión

El presente artículo ha tenido la intención de contribuir a la discusión historio-


gráfica sobre la relevancia que tuvo la figura del protector de indios en la América
virreinal y su funcionalidad en contextos y circunstancias particulares. A pesar de
que su rol principal se reflejaba en la defensa y la protección de las sociedades
locales ante las arbitrariedades cometidas por distintos sectores, su participación
en otros ámbitos es notable. Esta era determinada por algunos factores, tanto de
interés personal como de su relación con las autoridades civiles y eclesiásticas.
Hemos seleccionado un estudio de caso particular que permita mostrar dichas va-
riantes, gracias a la revisión de los hechos determinados por la necesidad política
de afianzar el proceso de conquista y reducción de los indios que habitaban en el
Gran Nayar durante el siglo XVIII.
Es posible argumentar que la relación establecida entre indios, capitanes
de presidio y protectores se conformó como un mecanismo efectivo que facilitó
una nueva organización ante el proceso de conquista y pacificación de la sierra, y
que permitió a los indios enfrentar una nueva realidad, diferente a la que estaban
acostumbrados. Fue así como la búsqueda de representantes poderosos se cons-
tituyó como una estrategia clave para la misma supervivencia de sus pobladores.
A pesar de que no todos los capitanes de presidio recibieron el título de pro-
tector, las dignidades recibidas pueden ayudar a explicar su participación en
actos violentos, como lo fue la conquista militar, y que parecieran ser contradic-
torios a su esencia jurídica. Se puede establecer que sus tareas iban más allá de la

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Ismael Jiménez Gómez

participación exclusiva de los indios en procesos de litigio, ya que le correspondía


afianzar el proceso de reducción de un territorio complejo, de poco control y difí-
cil acceso. En segundo lugar, es necesario destacar la participación de esta figura
jurídica en las campañas de extirpación idolátrica, en compañía de los misioneros
jesuitas. En mayor relación con el ámbito judicial y recurriendo al uso de cierta
violencia simbólica, los capitanes se conformaban como los garantes de la evan-
gelización y el adoctrinamiento cristiano efectivo entre los indios serranos, me-
diante la destrucción de las antiguas cosmovisiones locales, lo que se relacionaba
también con el mantenimiento de la condición de vasallaje que los indios serranos
le manifestaban al virrey y al monarca mismo.
Un tercer punto de reflexión sería el siguiente: la presencia de capitanes que en
apariencia se alejaron de su razón de ser al descuidar y maltratar a las poblaciones
locales para satisfacer sus necesidades personales. No obstante, en una mirada
crítica a la documentación emanada de los misioneros se deben tener en cuenta
distintos factores políticos y sociales que explican la postura de estos protectores,
más allá de sus intereses personales. Algunos de estos son, la búsqueda de cierta
preponderancia en su autoridad frente al poder eclesiástico, las carencias produc-
tivas y materiales que padecía la región serrana, la legitimación de la obra pastoral
realizada por los jesuitas y el relativo aislamiento físico en el que se encontraban
con respecto a otras autoridades. Solo así es posible explicar la libertad con la que
se manejaban estos personajes en el territorio serrano.
Para concluir, vale la pena retomar el argumento del historiador peruanista
Bernard Lavallé, quien propone que el protector de indios cumplió con una fun-
ción de válvula de escape sobre la insatisfacción de los naturales contra los abusos
perpetrados por encomenderos, hacendados y otras autoridades virreinales. Así,
el mecanismo jurídico se convirtió en un receptor de descontento y reclamo de las
masas locales, además de que cumplió con un papel funcional para los propios in-
tereses administrativos de la Corona española. Esta situación se puede visualizar
en el Gran Nayar, pues ahí se logró establecer relaciones estrechas entre indios y
protectores. A pesar de toda la serie de desavenencias manifestadas en la retórica
oficial, los indios serranos mostraron afinidad a esta autoridad jurídica, pues en
distintos períodos buscaron instaurar alianzas y pactos para mejorar su situación
económica e, incluso, solicitaban la restitución de algunos de ellos. De esta mane-
ra, la funcionalidad del protector de naturales justificó su permanencia en la sierra
nayarita hasta los últimos decenios del denominado siglo de las luces.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 85


Gobernadores, capitanes de presidio y misioneros jesuitas en las puertas del septentrión novohispano

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Defensores, coadjutores, tenientes
partidarios. Denominaciones, prácticas
y lugar institucional de los protectores
de indios. Chile, 1700-1821
Defensores, coadjutores, tenientes partidarios. Names, Practices
and Institutional Place of the Protectors of Indians. Chile, 1700-1821

DOI: 10.22380/20274688.2382
Recibido: 28 de febrero del 2022 • Aprobado: 22 de junio del 2022

María Eugenia Albornoz Vásquez1


Centro de Estudios Históricos, Universidad Bernardo O'Higgins / Departamento
de Historia y Facultad de Derecho, Universidad Alberto Hurtado, Santiago, Chile
[email protected]

Resumen
En este escrito se estudia la presencia, el lugar institucional y social y la diversi-
dad de los protectores de indios o naturales en el largo siglo XVIII (1700-1821) chi-
leno, examinando diversas actuaciones judiciales en pleitos por injurias y en otros
tipos de causas. Se distingue la historia del oficio, conociendo sus particularidades,
dependencias, jerarquías y denominaciones. Por último, se visibilizan numerosos
nombres de los sujetos que se responsabilizaron de la representación y la defensa
de los indios en distintos foros de justicia chilenos entre 1700 y 1821. Este estudio
ofrece un panorama inicial para reflexionar sobre la existencia y la trayectoria de
esta función mal conocida de la justicia colonial chilena.
Palabras clave: protectores de indios, Chile, siglo XVIII, historia de la justicia, Chile
colonial

1 Historiadora y editora. Investiga la historia de las injurias, la historia de las mujeres, la historia del
quehacer de las justicias y la historia de los sentimientos en Chile entre los siglos XVII y XX. Es pro-
fesora colaboradora en el Departamento de Historia y en la Facultad de Derecho de la Universidad
Alberto Hurtado, así como en la Escuela de Historia de la Universidad Andrés Bello, ambas en San-
tiago de Chile. Integra el equipo editorial de la publicación electrónica Revista Historia y Justicia y
es socia de la editorial Acto Editores. Sus últimas publicaciones tratan sobre los agrimensores de
Chile colonial y republicano (2019), sobre el primer parricidio de una esposa que en el Chile de 1936
recibió pena de muerte (2020) y sobre los sentires de esclavas y esclavos acusados por injurias en la
segunda mitad del siglo XVIII chileno (2022).

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Defensores, coadjutores, tenientes partidarios

Abstract
The presence, institutional and social place, and diversity of the Protectors of Indians
or Natives in the long eighteenth century (1700-1821) of Chile is studied through vari-
ous judicial proceedings in lawsuits for insults and other types of cases. It distinguish-
es the history of the trade, knowing its particularities, dependencies, hierarchies, and
denominations. Finally, there are many names of the subjects who took responsibility
for the representation and defense of the Indians in different Chilean justice forums
between 1700 and 1821. This study offers an initial panorama to reflect on the exis-
tence and trajectory of this poorly known function of Chilean colonial justice.
Keywords: Protectors of Indians, Chile, XVIth Century, history of the justice, colonial
Chile

Introducción

En América hispanocolonial la presencia de alguien que ayude a los súbditos a


existir jurídicamente (Argouse; Palacios, “Abogados”; Palacios, “Primeros”) y a liti-
gar en alguna justicia colonial (C. González), especialmente a los indios, es tempra-
na y diversa (Cunill; Borah; Ruigómez; Bonnett; Saravia)2, pero el estudio de esos
auxiliares en Chile colonial escasea.
Entiendo por auxiliares de la justicia la definición de Claire Dolan, que alude a los
hombres que colaboraban con la justicia confeccionando sumarias, reuniendo testi-
monios, pruebas y elementos probatorios, esto es, que ejecutan lo necesario para que
los jueces puedan conocer, estudiar, discernir y sancionar (Dolan). Como la variedad
de auxiliares es grande, ella propone dos categorías para reflexionar sobre esta mul-
titud de personas que trabajan con y para la justicia, aunque resultan —debido a la
especialización de la compiladora— más asociados a la justicia judicial (Lorente): por
un lado, los auxiliares de la justicia, que incluye a todos los subalternos de los foros, y,
por otro, los auxiliares para la justicia, entre los que cabrían los expertos que asesoran
y orientan con sus consejos y veredictos (Dolan 15-32). Aunque la compilación citada
recoge, entre la Edad Media y el siglo XX, 46 estudios sobre diversas realidades histó-
rico-culturales, ninguna ahonda ni en la sociedad colonial hispanocatólica ni en esta
figura, lo que empuja a reflexionar.

2 Una versión preliminar fue leída en las IV Jornadas Nacionales de Historia Social La Falda, Argentina,
2013. Agradezco los aportes de Alejandra Rico y Lucas Rebagliati, la ayuda de Aude Argouse y Brenda
Escobar y las tres evaluaciones de los árbitros de Fronteras de la Historia.

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María Eugenia Albornoz Vásquez

Esta ausencia historiográfica, dolorosa en tierra de frontera y de guerra con


los mapuche, también se explica porque es difícil separar la figura y actuación de
un protector de indios del protagonismo que ocupan los indios como sujetos opri-
midos. Esta es la tendencia: la mayoría de los textos indica la presencia de este
individuo, el protector de indios, en los temas fiscales y religiosos, de defensa de
hombres y mujeres frente a la presión de rendir tributo, entregar productos, ser
maltratados o desatendidos los deberes y sacramentos católicos, o abusados y
esclavizados. El aspecto judicial de su actuación, de su posición en los sistemas
de justicia, no ha sido problematizado, y hace poco que se les explora, pero para
Chile republicano (Pavez et al.; Pavez y Payas; Montecinos, “Eulojio”; Montecinos,
“Los protectores”).
Más allá de los estudios sobre la situación desmedrada de los indios de Chile
colonial (Silva; Cerpa; Labbé; León), destacan cuatro entradas: las noticias que le-
vanta Javier Barrientos sobre los hombres de la Real Audiencia de Chile, el artículo
de María Isabel González Pomés sobre la encomienda chilena en el siglo XVIII, el
texto de Armando De Ramón sobre el último protector de Chile colonial y el estu-
dio de Jaime Valenzuela sobre cinco indias esclavizadas que litigan por su libertad
entre 1653 y 1680.
Por otra parte, los oficios y los tratos y usos sociales que se derivan de ellos y de
su reconocimiento social por la población que los solicita, en el Antiguo Régimen,
como lo es Chile en el siglo XVIII colonial hispanocatólico, están claramente codi-
ficados (Cosandey 9-44, 169-190). Siguiendo lógicas de uso, respeto y prestigio en
el entramado social de los oficios institucionalizados y reconocidos por la Corona
española, la categoría, el estatus y el rango social del oficio de protector de indios
dentro del sistema judicial, en sus distintos niveles, debiera estar significado, entre
otras maneras, por los usos escriturales que lo nombran, como ocurre en todo el
orbe que reconoce la cultura del manuscrito como espacio de significación y de
poder. Por tanto, los gestos escriturales que disminuyen la extensión del oficio, o
que lo trocan por otro, lo abrevian u omiten, no son gestos casuales en lo que dicen
de la no consideración que comportan al titular del cargo en cuestión. Lo anterior
guía el análisis de la presencia de los protectores de indios en los expedientes.
Así, el texto se organiza en tres partes. La primera rastrea a los protectores de
indios en los dos primeros siglos coloniales de Chile, la segunda explica su existen-
cia entre 1760 y 1821, en tanto que la tercera analiza los lugares institucionales y
sociales, según nominaciones operativas y actuaciones en los expedientes judicia-
les. Por último, se entregan consideraciones iniciales para motivar la investigación
de un tema todavía desconocido.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 91


Defensores, coadjutores, tenientes partidarios

Los protectores de indios en los dos primeros


siglos coloniales, circa 1540-1760

La defensa explícita de la suerte de los indios fue asumida por primera vez por
el dominico fray Gil González de San Nicolás, asesor de los gobernadores Hurtado
de Mendoza y Villagra a fines de la década de 1550, pero su labor no implicaba
desempeños jurídicos ni judiciales, sino el discurso a favor de su no esclavización
(Ramírez). La Audiencia de Concepción emitió una real provisión en 1558 que man-
daba al protector de los naturales de la ciudad de Concepción, Diego Jufré, respal-
dar los conciertos entre españoles e indios, dotándolo así de responsabilidades
jurídicas (Jara y Pinto, Fuentes 1: 216). Las Ordenanzas de 1563, en las cuales el
gobernador Villagra recoge las propuestas del licenciado Santillán, definen requi-
sitos, el pago y la fiscalización de la protectoría de los indios:

Que el dicho protector que se nombrase sea la persona de más cristiandad que le
pareciese al Gobernador de este reino, solicitud y buen celo, o que en cada una
de las dichas ciudades, por ser tanta la distancia que hay de unas a otras, haya un
protector […] [que] el dicho protector haya y lleve el salario que le fuere señalado
por el gobernador de este reino para ayuda de los gastos y costas del tiempo que
se ocupare del dicho oficio, el cual se le pague de por medias a costa de los dichos
naturales y encomenderos, con tanto que de todas las penas en que fueran con-
denados los culpados, conforme a estas ordenanzas, se saque la cantidad que
bastare para el dicho salario […] porque de esta manera se animarán a servir el
dicho oficio de buena voluntad y con cuidado […] Que en cada un año se le tome
cuenta y residencia al tal protector cómo usa de su oficio y con qué limpieza, dili-
gencia y cuidado lo ejerce, y con todo rigor se castigue la remisión, negligencia y
descuido que en él tuviere. (Jara y Pinto, Fuentes 1: 52)

Sin embargo, no siempre se cumplió con lo mandado. En 1568, ante la Real Au-
diencia de Concepción, Pedro Serrano, el Viejo, se quejó de “la negligencia y poco
cuidado” de un anónimo protector designado y consiguió desde Santiago permiso
para ejercer una protectoría de indios. Ese mismo año, la Audiencia emitió otra
real provisión en la que repetía la instrucción sobre la presencia del protector de
indios en los conciertos, ahora realizados en la ciudad capital y ante Juan Jufré,
“Protector de la ciudad de Santiago y sus términos”. Por otra real provisión, emiti-
da el mismo día, sabemos que Diego Jufré continuaba siendo el protector de natu-
rales de Concepción (Jara y Pinto, Fuentes 1: 220-221, 223-225).

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María Eugenia Albornoz Vásquez

Ignoro si existía parentesco entre los dos Jufré, o si era la misma persona. En
septiembre de 1581 una real cédula exigió explicaciones al gobernador sobre los
agravios cometidos por los protectores a los indios de Chile, que se quedaban con
los réditos de los censos, y mandó retirar “los protectores que hay en todas esas
provincias y no consentiréis que en adelante los haya” (Jara y Pinto, Fuentes 1:
231-232). Por otra parte, las actas del Cabildo de Santiago consignan las nomina-
ciones de dos protectores de indios para la ciudad y su jurisdicción: Martín de Za-
mora en abril de 1589 y Lesmes de Agurto en marzo de 1593 (Jara y Pinto, Fuentes 2:
124-126, 127-131).
Una real cédula de 1591 dispuso que en todas las ciudades audienciales, como
Santiago, se nombrara “un letrado y procurador que siga los pleitos y causas de
los indios, y los defiendan” (Valenzuela 340). En febrero de 1593 el gobernador
García Oñez dictó una instrucción y ordenanza para los protectores de indios que
aborda veintiocho temas, siete de los cuales tienen que ver con las labores jurídi-
co-judiciales del oficio: visitar la cárcel para averiguar si había indios presos; asistir
especialmente a los indios presos pobres; defender la libertad de los indios; prote-
ger a los indios de los abusos ilegales cometidos por los encomenderos; denunciar
a estos últimos; asistir al menos una vez por semana a las audiencias públicas para
enterarse de litigios de indios; vigilar “la manera en que el letrado y procurador
hacen sus oficios” de justicia y, en caso de litigio entre partes con algún indio im-
plicado, “vea el derecho que tiene el tal indio a su libertad y haga que el letrado
y procurador salgan a la defensa […] y el gobernador como protector general de
ellos haga lo que más le convenga” (Jara y Pinto, Fuentes 1: 76), dado que el gober-
nador de Chile es el representante del rey en su jurisdicción, y como tal, su primer
deber es defender y consolar a los indios naturales.
En mayo de 1603, ante el Cabildo de Santiago, el capitán Gregorio Sánchez,
juez visitador general de los indios, es nombrado por el gobernador Ribera
como juez de cuentas de los protectores para residenciar a varios protectores de
indios que fueron removidos: José de Junco, Domingo de Erazo, nombrado por el
gobernador Oñez en 1593 (Valenzuela, 343) y Tomás de Olavarría; también debía
ser investigado Francisco de Buiza, ayudante o coadjutor del primero. En reempla-
zo de todos ellos, el gobernador Ribera nombró protector de naturales a Luis de la
Torre Mimenza (Jara y Pinto, Fuentes 2: 131-133). En 1608, según otra ordenanza,
Juan Venegas ejercía como protector de los naturales de Santiago (Jara y Pinto,
Fuentes 1: 80-84), y en 1637 Francisco de Erazo, hijo de Domingo ya citado, fue
nombrado protector general de los indios del Obispado de Santiago, y nuevamen-
te en 1661 (Valenzuela 343). No obstante, las malas prácticas de los protectores en

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 93


Defensores, coadjutores, tenientes partidarios

sus gestiones contables continuaron durante la primera mitad del siglo XVII, como
detalla la Ordenanza Real para Censos de 1647 (Jara y Pinto, Fuentes 1: 156-172).
Con respecto a la presencia de protectores en otras ciudades de Chile, la Tasa de
Esquilache, de marzo 1620, precisaba que debía haber uno en cada ciudad principal
—La Serena, Santiago, Chillán y Concepción—, dos para Castro y las islas de Chiloé, y
tres para las ciudades allende los Andes —Mendoza, San Juan y San Luis de Loyola—
(Jara y Pinto, Fuentes 2: 90). Esta distribución territorial se reiteraría en las ordenan-
zas de 1622 (Jara y Pinto, Fuentes 2: 111-112) y en las Leyes de Indias de 1680 (libro VI,
título 16, leyes 13 y 14). Además, la Tasa de 1620 y la Ordenanza de 1622 insisten en
que el protector de naturales “no resida en Santiago, pena de que no se le dé salario
alguno, sino en las dichas ciudades, asistiendo al corregidor cuando las visitare para
amparar a los indios” (Jara y Pinto, Fuentes 2: 90). Quizá con respecto a esa norma
influyó un hecho contradictorio: en 1614 fue nombrado, en Santiago, un “protector
de los indios naturales de la provincia de Cuyo” (Valenzuela 341).
Con todo, el oficio de protector de naturales del reino de Chile, designado por el
rey y su Consejo, según postulación o solicitud, y que se ejercía en Santiago, junto
a la Real Audiencia y al gobernador, habría sido llenado con “bastante regularidad”
desde fines de la década de 1560 (De Ramón). Entre otros, fueron protectores de
naturales del reino de Chile: Miguel de Amesquita, nombrado por el gobernador en
1614 y hasta 1618 (Cerpa 24; Valenzuela 356); Pedro de Erazo, que ejerció entre 1618
y 1646 (Labbé 88); Antonio Ramírez de Laguna, en los periodos de 1642 a 1646 y de
1649 a 1652 (De Ramón 278; Barrientos 427; Labbé 89); Alonso Bernal del Mercado,
entre 1667 y 1669 (Valenzuela 351); y Bartolomé Jorquera, que ejerció en la década
de 1670 (Barrientos 428). Por otra parte, mediante real cédula de febrero de 1683 el
rey rechaza nombrar al licenciado Juan de la Cerda como protector de los indios,
como pedían conjuntamente el oidor Juan de la Peña Salazar y el obispo Bernardo
Carrasco en carta del 28 de febrero de 1681 (Jara y Pinto, Fuentes 1: 346).
Destaca Ramírez de Laguna, quien obtuvo el título de “Fiscal Protector y admi-
nistrador de los censos y rentas de los indios de Santiago, Concepción, Coquimbo y
demás ciudades”, redactó un informe económico y censal elaborado antes de 1645
y protagonizó un ensayo que vinculaba al virrey del Perú con la designación de los
protectores de naturales de Chile, como fiscal protector, con facultad de reempla-
zar al fiscal titular en su ausencia y derecho a ser tratado con similares honores.
Sin embargo, siguiendo lo ocurrido en las audiencias de Charcas y Quito, en agosto
1648 la Corona decidió regresar a usos anteriores y, como resalta y retoma en otra
real cédula de febrero 1657, reafirma su voluntad de “que el oficio se provea en la
forma antigua”, acabe el protector fiscal, se regrese al protector de los indios y se

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María Eugenia Albornoz Vásquez

cuide que recaiga “en personas de satisfacción que procedan con desinterés” (Jara
y Pinto, Fuentes 1: 287-290; De Ramón 278; Barrientos 427). Ramírez de Laguna, se-
gún la real cédula de 1657, debía ser compensado con la devolución de los dineros
entregados por la compra de su oficio, como último fiscal protector de los indios de
la Audiencia de Chile, sin embargo, renunció a esa devolución como devoto servi-
dor del rey.
En diciembre 1673 otra real cédula detalló una experiencia ocurrida en la Au-
diencia de Santafé y denunciada por su fiscal:

los presidentes de ella nombraban ordinariamente a sus criados para que les sir-
viesen [como Protectores de Indios] siendo personas legas y de poca experiencia
y menos autoridad con que la defensa de los Indios estaba muy descaecida[sic] y
algunos pleitos por mal defendidos se habían perdido. (Jara y Pinto, Fuentes 1: 319)

El rey mandó que la designación del protector general de naturales la hicieran


los gobernadores y los presidentes de las audiencias, pero “que haya de ser en
personas de letras, ciencia y conciencia y las demás partes que se requieren para
este Ministerio”, y con obligación de que el nominado gestionara la confirmación
del oficio por el Consejo de Indias (Jara y Pinto, Fuentes 1: 319). Dicho cambio se
aplicó en Chile en 1681 (De Ramón).
Así, ejercieron como protectores generales de naturales del reino, entre 1681
y 1757, los licenciados en derecho Pedro de Recalde y Briseño; José González Man-
rique; Alonso Romero de Saavedra (Silva 136); Juan del Corral Calvo de la Torre
—nombrado por el gobernador Marín de Poveda—; Francisco Ruiz de Berecedo,
protector fiscal de indios confirmado por el Consejo de Indias3; Juan de Rosales;
Pedro Felipe de Azúa Iturgoyen, que recibió honores y derechos de fiscal de la
Audiencia de Chile en 1733 (Barrientos 429), pero luego se consagró a la carrera
eclesiástica (Medina 103-104; Amunátegui); Juan de Rosales, por segunda vez; To-
más de Azúa Iturgoyen, quien compró su título en España, desde donde regresó en
1746, y lo ejerció hasta su muerte en 1757 (Amunátegui); y Santiago de Tordesillas
(Amunátegui).

3 Oriundo de Concepción, Chile, trató de obtener un puesto titular de oidor en la Real Audiencia, pero
no lo consiguió “por su impedimento de patricio”: no ser español peninsular y haber estudiado en
Santiago y Lima. Desde España le ofrecieron ser protector fiscal de los naturales de la Audiencia
de Santafé en 1720 y protector fiscal de naturales de la Audiencia de Lima en 1728, pero declinó.
En 1728 consiguió una “plaza de oidor honorario”, siendo el primer abogado en obtenerla. En 1748
quiso demostrar por qué merecía igual trato que los demás oidores (Barrientos 428, 736-738).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 95


Defensores, coadjutores, tenientes partidarios

Algunos, además de recibir sueldos anuales pagados de la Real Hacienda (Ba-


rrientos 429-430), habrían sido estrechos colaboradores de autoridades políticas
locales, como Juan del Corral Calvo de la Torre —quien era oidor de la Real Audien-
cia y, en un sonado juicio entre 1707 y 1710 frente a Francisco Ruiz, perdió la pro-
longación de su cargo por no validarlo ante el rey (Silva 136-144; Barrientos 428,
731-734 y 737)—, o Tomás Marín de Poveda, primer rector de la Real Universidad de
San Felipe, casado con su sobrina, la hija de los marqueses de la Cañada Hermosa
(Amunátegui; M. I. González 55).
De Ramón señala que “junto con estos Protectores Generales, se acostum-
bró designar representantes en los partidos o corregimientos, siendo conocidos
sus titulares con el nombre de Protectores Partidarios o Coadjutores”, y que exis-
tían también anónimos protectores de naturales “en diversas ciudades del país”
(De Ramón 278-279). La definición para coadjutor es “persona que ayuda y acom-
paña a otra en algún empleo, cargo u oficio para el cumplimiento de sus obliga-
ciones y cargas” (RAE), y su apoyo a los protectores de indios en Chile comenzó
en el siglo XVII; existen registros en 1647 y 1680 (Jara y Pinto, Fuentes 1: 167, 339).
Por otra parte, una real cédula de junio de 1713 autorizó a los protectores a nom-
brarlos (Valenzuela 341). En su informe de 1748 al rey, Tomás de Azúa indicaba
que los coadjutores no eran letrados ni se hallaban fácilmente, y que entonces él
asumía en primera instancia, cumpliendo con la “real confianza” que se le hacía
(M. I. González 56). En la jurisdicción de Colchagua, en la doctrina y hacienda de Ta-
gua Tagua, en 1682 ejerció como protector de indios Francisco García (Quilaqueo
137), pero no está claro si ese protector era un religioso o un civil.
Estos datos fueron completados con información disponible en el Archivo Na-
cional Histórico de Chile, a partir de la exploración de 245 expedientes judiciales
relativos a indios que litigan por diversos motivos, fechados entre 1673 y 1823 y
conservados en volúmenes de los fondos Real Audiencia y Capitanía General.
Así, fueron protectores en jurisdicciones locales al menos diez hombres entre
1704 y 1772: Dionisio Álvarez y Tobar en Serena (1704), Francisco Gutiérrez en Con-
cepción (1719), Francisco Bernal en Concepción (1719-1756), Ramón González en
Chillán (1721), Julio Cornelio de Baeza en Concepción (1741), Teodoro Martínez de
Saavedra en Concepción (1757-1762), José Muñoz de Alderete en Chiloé (1764), Die-
go Carrasco en Concepción (1771-1772) (ANHCh, CG, 57, 508, 522, 695, 721; ANHCh,
RA, 2544, 2013).
Por otra parte, según los expedientes, existe una diferencia entre el coadjutor
general y el coadjutor de algún partido. Así, se encuentran dieciocho individuos
que se autodesignaron coadjutores generales del reino entre 1679 y 1777: Gaspar

96 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


María Eugenia Albornoz Vásquez

Valdés (1679-1680), Miguel de Salvatierra (1696-1698), Juan de Alvarado Moraga


(1703-1722), Luis Rojas (1706), Juan de Rosales (1715-1745), Miguel Lazardo (1730),
Francisco Valdés (1732), Pedro de Araya (1741), Manuel José García (1741), Cristobal
Zamudio y Torrez (1741), Vicente de Morales (1745), Juan Antonio Rodríguez Can-
dia (1749), Eduardo José de la Cerda (1756), Juan Felipe Cañol (1748-1762), Xavier
de Ravanal (1767), Manuel de Saldivar (1768), Claudio Mena (1776), Esteban Elgue-
ta (1777) (ANHCh, RA, 2544, 1834, 1727, 1834, 1221, 2544, 2013, 1346, 1106, 2965,
1697, 1212, 2066; ANHCh, CG, 8, 57, 83, 105, 163, 240, 287, 302, 393, 491, 508, 511,
512, 532, 548, 594, 721).
Además, se encuentran otros trece hombres que se denominaron coadjuto-
res de esta jurisdicción/ciudad/villa/partido entre 1695 y 1774: uno anónimo en
Serena (1695), Francisco Montes de Oca en Concepción (1703), Pedro de Araya
en Copiapó (1741), Carlos Lagos en Chillán (1741), Luis de Rojas en Maule (1743),
José de Santander en Copiapó (1745), Juan Nieto de Silva en Maule (1753), Juan
Felipe Cañol en Chiloé (1755), Silvestre de Silva en Maule (1756), Juan de Elgueta en
Curicó (1757), Santiago Fernández de Peñas en Serena (1761), Juan José Rodríguez
Cañol en Melipilla (1765) y Bernardo de Artazgos en Aconcagua (1774) (ANHCh, CG,
302, 491, 504, 508, 512, 522, 530 y 564; ANHCh, RA, 1346, 1697, 1779, 2013).
El uso oficial y autoapropiado del vocablo coadjutor desapareció en Chile a
fines de la década de 1770, aunque una real cédula de septiembre de 1779 autorizó
a los de América a dirigir escritos al rey y al Consejo de Indias, especialmente si se
hallaban “distantes de las Audiencias” (Jara y Pinto, Fuentes 1: 97-98). Según los
expedientes revisados, entre 1740 y 1770 era frecuente que los protectores genera-
les se refirieran a ellos como mi coadjutor, como también que varias de las actua-
ciones de estos últimos se realizaran en representación de o junto con el protector
general. De hecho, concuerdo con lo observado sobre la ambigüedad de la activi-
dad judicial y representación jurídico-judicial de estos individuos en la litigación
para el siglo XVII en Chile, Perú y otras latitudes (Valenzuela 341-342).

Las últimas décadas coloniales


de la protectoría de indios, circa 1760-1821

Varios cambios comienzan con la Real Cédula del 22 de octubre de 1761, que eli-
minó el cargo de protector de indios y ordenó que la función de proteger y asistir
a los indios fuera ejercida por el fiscal de la Audiencia, con el título de protector
fiscal del reino y sin sueldo adicional (ANHCh, CG, 724 II, 757). Así, este funcionario

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 97


Defensores, coadjutores, tenientes partidarios

real concentró asuntos criminales, civiles y de indios, además de otros temas de


justicia y administración.
En 1776, junto con la creación del regente, se estableció que los nuevos fiscales
del crimen de las audiencias, como protectores generales, asumieran las funcio-
nes de protectores de pobres y de protectores de naturales, cosa que no tocaba al
también nuevo fiscal de lo civil. En Chile, el primer encargado fue Ambrosio Zerdán
de Landa y Simón Pontero, quien pronto subrayó ante la Real Audiencia de Santia-
go los inconvenientes de acumular tantas responsabilidades y tareas (Barrientos
65-66, 754-757). Su observación fue escuchada: una real cédula de 1778 solucio-
nó la ocasional doble competencia en las audiencias de América del fiscal del rey
en lo criminal como protector de naturales: las acusaciones contra los naturales
serían responsabilidad del fiscal de lo civil.
Desde 1761 fueron protectores fiscales o protectores generales del reino de
Chile, como funcionarios de la Real Audiencia: Melchor Santiago Concha (1761-
1775) (Barrientos, 288), Ambrosio Zerdán de Landa y Simón Pontero (1777-1779)
(Barrientos 753-757), Joaquín Pérez de Uriondo y Martierena (1780-1797) (Barrien-
tos 758-759), Francisco Manuel de Herrera (1798-1804) (Barrientos 759-760), José
Antonio de Moxó de Francoli, Barón de Juras Reales (1803 y hasta su muerte en
1810) y José Rodríguez Aldea (1815-1817) (De Ramón). Destaca Pérez de Uriondo,
fundamental en la reunificación de pueblos de indios, algunos de los cuales visi-
tó y diagnosticó (Silva); además, entre 1786 y 1793 nombró protectores subalter-
nos para la jurisdicción de la ciudad de Santiago: Pascual de Silva Bórquez, Juan
Agustín Fernández, Juan José del Campo, Manuel Fernández e Ignacio de Godoy
(ANHCh, RA, 609, 2389; ANHCh, CG, 49, 564, 810).
Otra cédula de 1781 afirma que solo los fiscales del crimen y los protectores de
naturales tenían facultad de nombrar representantes auxiliares de los protectores
generales en las jurisdicciones locales: los protectores partidarios de naturales,
lo cual apartaba a gobernadores, presidentes y regentes de la designación. Algu-
nos protectores partidarios —confirmados todos los años y no siempre residentes
donde aseguraban sus funciones—, que ejercían en las cabeceras de partidos, fue-
ron: Francisco Gilabert en Talca (1781), José de Mecinas en Curicó (1781), Francisco
Raimundo de Otaolaurruchi en Serena (1783), Martín José de Munita y Baqueda-
no en Colchagua (1783), Juan Gutiérrez de Palacios en Concepción (1785), Pedro
de Reina y Molina en Rancagua (1789-1790), José Sánchez en Serena (1789-1790),
Juan José Marín en Colchagua (1790), José Antonio Mercado en Copiapó (1790),
Baltazar Abaiz en Colchagua (1791), Mateo de Argomedo en Colchagua (1792), Bal-
tasar Ramírez de Arellano en Rancagua (1797-1811), Juan Fernández de Leiva en

98 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


María Eugenia Albornoz Vásquez

Curicó (1797), José Urrutia en Copiapó (1801 y 1806) (Sayago 213, 230), Diego Roco
en La Ligua y Melipilla (1806), Gabriel González en Huasco (1807), Juan Garras en
Rancagua (1809), Ramón Gorostiaga en Illapel (1810) y José Antonio Ugalde en Me-
lipilla (1816) (De Ramón 283) (ANHCh, RA, 663, 2137, 2417; ANHCh, CG, 504, 508,
522, 530, 542, 564, 803, 809, 921, 986, 994). También había protectores partidarios
en pleitos por injurias: en 1792, en la villa de San Fernando, Mateo de Argomedo,
de veintinueve años, testigo en una sumaria sobre pasquines, se definía como pro-
tector de naturales del partido (ANHCh, RA, 2156). En 1805, en la ciudad de Talca,
el injuriado querellante era Juan Manuel Gómez del Villar, capitán de caballería,
fiel ejecutor y protector de naturales (ANHCh, CG, 19). Ninguno intercalaba parti-
dario entre protector y naturales.
Por último, estaban los abogados de indios. En 1768, para asegurar la defensa
profesional de los indios acusados de faltas, delitos o crímenes, se mandó designar
un abogado especial, puesto que el fiscal no podría defenderlos, ya que solo se ocu-
paba de ellos como víctimas. Este funcionario, con salario anual proveído por la Ha-
cienda Real, recibió el título de abogado protector de indios. El primero en ejercer
en Chile fue Alonso de Guzmán, nombrado en febrero 1769 (Barrientos 65, 430). En
1792 otra cédula real recordó el privilegio de atención que recibían los indios de
América de parte del monarca, debido a su “ancestral y natural” condición de mi-
serables: la Real Audiencia debía proporcionar, sin costo, un abogado especial para
los indios acusados, un abogado de naturales o de indios, ahora también llamado
procurador de indios (ANHCh, CG, 768). Ignacio de Godoy, Juan José del Campo,
Lorenzo José de Villalón y Manuel Fernández de Burgos ejercieron como tales entre
1793 y 1795 (ANHCh, CG, 548, 564).

¿Qué lugar institucional y social tenían


los protectores de naturales?

Según Barrientos —quien cita las Leyes Nuevas, las Leyes de Indias y reales cédu-
las—, las actuaciones de los fiscales del crimen, cuando ejercían de protectores
generales de los naturales del reino, eran seis:

(1) Velar por la observancia de las disposiciones sobre el buen tratamiento de


los naturales; (2) ayudar y favorecer a los indios pobres; (3) suplir y coadyuvar
a los protectores de naturales; (4) reclamar ante las audiencias por la libertad de

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 99


Defensores, coadjutores, tenientes partidarios

los indios; (5) velar porque las mercedes de tierras no perjudiquen a los indios;
(6) ejercer como protector de indios. (Barrientos 425-426)

Un informe del fiscal protector Tomás de Azúa, de marzo de 1748, indica que
su muy esforzada labor de defensa implicaba velar también por sus caudales o
censos, las tierras de sus pueblos y su libertad (M. I. González 55); es decir, en estos
asuntos eran vigilantes y asesores sin capacidad de decisión ni de sentencia.
Por otro lado, la función de protector de naturales de toda audiencia se ubica
bien abajo en la lista de escalones de la carrera profesional que podían ejercer los
abogados: solo estaban sobre los relatores de la Audiencia de Lima y de “cualquier
otro sujeto, con conocimiento del derecho” que desee postular a algún cargo ofre-
cido por la Corona para integrar la institucionalidad de justicia (Barrientos 503). Se
encuentran muy alejados, en la misma lista, de las plazas más importantes exis-
tentes en suelo hispanoamericano: oidores o alcaldes del crimen de las audiencias
de México o Lima (Barrientos 504).
Algunos protectores fiscales trataron de obtener honores y rangos cercanos a
los oidores. Mediante una real cédula, Francisco Ruiz consiguió, junto con la con-
firmación real de su oficio de protector fiscal adjudicado por el gobernador Ibáñez
en 1708, ser distinguido en junio de 1713 como superior a los ministros inferiores
de la Real Audiencia (relatores y procuradores de número) y premiado con el pri-
mer lugar en el banco de abogados (Jara y Pinto, Fuentes 2: 50-51). Barrientos se-
ñala que el Consejo de Indias autorizó al doctor Tomás Azúa a vestir el mismo traje
que el fiscal de la Audiencia y destaca su sueldo anual de 3 000 pesos pagado por
la Hacienda Real (Barrientos 429).
Sin embargo, parece que esos reconocimientos no pasaron a los usos sociales
ni a la proyección y memoria institucional de ese cargo: los expedientes analiza-
dos dejan ver un tratamiento disparejo con respecto a la categoría a la que ellos
aspiraban. Se puede explicar, a partir de la práctica de la cultura jurídica de nom-
brar funciones y cargos en los escritos que conforman los expedientes —por mano
de escribanos, jueces locales y autoridades santiaguinas—, que las variedades
o duplicidades en el modo de mencionarlos conllevan ambigüedades y compleji-
dades no casuales. Por lo demás, aunque en 1785, por petición del Fiscal Pérez de
Uriondo hecha en 1781, se consiguió una real cédula que reservaba un asiento en
todos los cabildos del país para los protectores partidarios —lo que contribuyó a
su respeto, escurridizo, por parte de los notables locales—, hubo abierta resisten-
cia a aceptarlos (ANHCh, CG, 734, 765, 766; ANHCh, RA, 614).

100 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


María Eugenia Albornoz Vásquez

Distinciones nominales confusas


para diversos niveles de operatividad

Habiendo consignado estos datos, planteo dos factores que contribuyen a la opa-
cidad observada con respecto a estos auxiliares de la justicia. Por una parte, las
clasificaciones y las categorías de archivo. Cuando se consultan los catálogos de
los fondos Real Audiencia y Capitanía General, se hallan mezcladas sin distinción
denominaciones muy diversas: usos de fines del siglo XIX o del XX aplicados al siglo
XVII o XVIII, como plantear un “protector de indígenas” para Miguel de Amesquita,
que ejerció en la primera mitad del siglo XVII (ANHCh, RA, 2496, 2623, 2648, 2729),
o simplificaciones aleatorias que oscurecen informaciones (consignar un escueto
protector o defensor que oculta un coadjutor o un partidario o un abogado de in-
dios). Por otra parte, y sobre ello ahondaré, están los usos de los propios hombres
de la justicia, expertos o legos en derecho, que simplifican cargos o confunden
hombres con funciones. Lo más frecuente es el uso alternativo de protector/coad-
jutor, y de protector general con fiscal protector.
La confusión entre protector general de naturales, cargo en Santiago, y coad-
jutor de naturales, teóricamente sito en provincia, y la actuación del defensor de
naturales, abogacía ejercida en la Real Audiencia luego de aceptada la querella
en la que participa un indio como demandante o como acusado, repercute en los
usos de una historiografía institucional: en su obra sobre los pueblos de indios, Sil-
va menciona 37 veces a los protectores —sin cuestionar que algunos sean genera-
les, fiscales, partidarios (no aparece coadjutor)— y solo en trece ocasiones precisa
sus nombres: protector de indios Antonio Díaz (1678); protector de naturales de
Santiago, capitán Tomás de Olavarría (1597); protector general de indios Francisco
Erazo (1628); protector general de indios Alonso Jimeno de Zúñiga (1628); protec-
tor general licenciado Alonso Romero de Saavedra (1690); protector general licen-
ciado Juan del Corral Calvo de la Torre (1698, 1703); protector general de los indios
licenciado Ignacio de Morales (1727); protector de naturales doctor Tomás de Azúa
(1756); protector general de Indios Alonso de Guzmán (1771); protector fiscal doc-
tor Joaquín Pérez de Uriondo (1783 a 1797); fiscal protector de los naturales José
Antonio Rodríguez Aldea (1813). Además, informa, sin dar los nombres, de cargos
para ciertos años: en 1694 hubo un protector del pueblo de Pomaire; en 1740 hubo
un protector de indios del pueblo de Huasco; en 1746 hubo un protector de indios
del pueblo de Codigua; en 1789 hubo, a) un protector partidario de la villa de San
José de Logroño, al que también llama protector de indios de San José de Logroño

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 101


Defensores, coadjutores, tenientes partidarios

y protector partidario de Melipilla y b) un juez subalterno de indios para el pueblo


de Limarí; y en 1797 actuó un defensor de indios del pueblo de Tagua Tagua.
Algunos ejemplos en pleitos de la primera mitad del siglo XVIII permiten mos-
trarlo.
En 1700, la india María del Rosario, casada con el indio Domingo de Covarru-
bias, acusó criminalmente por malos tratos a Nicolás Bastidas, mayordomo de la
estancia de Pomaire, administrada por el cura y vicario de Valparaíso Juan Velás-
quez de Covarrubias. María fue representada ante la Real Audiencia por el “Pro-
tector General de los Indios de este Reino”, doctor Juan del Corral, que expuso
cinco escritos. El escribano de la Real Audiencia Gaspar Valdés le llama “el Señor
Protector”. También aparece el coadjutor general de los indios de este reino, Julio
de Alvarado, quien comenzó sus escritos con ese título y actuó en seis ocasiones
y de manera intercalada con el anterior, pero el escribano Gaspar Valdés, en las
notificaciones, lo llama solo “Coadjutor de los Indios” (ANHCh, RA, 2375).
En 1722 hubo un juicio entre Melchor de Mira, vecino de Santiago, y Matías,
indio, quien solicitó salir de la estancia de Tormentuelo, propiedad de la esposa
de Mira. En su alegación ante la Real Audiencia, el acusado habla siempre de un
“coadjutor” que había asumido la defensa de Matías. Por otro lado, el historia-
dor que estudia este caso refiere alternadamente, sin precisar, que “el defensor
de naturales” o “el protector general” alegaba que Matías no debía ser reducido a
encomienda (Quinteros 166-167; ANHCh, RA, 2544).
En 1729 Francisca Guerrero, india viuda del partido del Maule, acusó criminal-
mente al capitán José Vélez. El historiador que estudia este caso habla del pro-
tector general de naturales, pero el escrito presentado ante la Real Audiencia,
redactado por el funcionario en cuestión e incluido en anexo del estudio, comien-
za con “El Coadjutor General de los Naturales de este Reino” (Quinteros 180; AN-
HCh, RA, 2921).
En 1740 el indio Juan, natural de La Imperial, enfermó de chavalongo mien-
tras estaba en prisión, a donde fue enviado por presunto homicidio. El protector
general de los indios del reino elevó una petición de libertad para que Juan pu-
diera salir de la prisión a curarse a un hospital: el documento está firmado por el
licenciado Rosales. El escribano de gobierno, Miguel de Cuadros, en la notificación
que le hace de un decreto, registra: “don Juan de Rosales, Abogado de esta Real
Audiencia y Protector General de los Indios” (ANHCh, RA, 2115). El caso específico
de los expedientes por injurias, universo en que me muevo con más familiaridad,
arroja varios ejemplos y consolida las realidades esbozadas.

102 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


María Eugenia Albornoz Vásquez

Funcionarios para indios litigantes:


presencias erráticas y opacidades múltiples

Los pleitos que abordo para este trabajo no refieren a delitos endilgados por espa-
ñoles o mestizos a indios (robo de animales, raptos de mujeres y niños, ataques a la
propiedad, tributos impagos). Tampoco remiten a las faltas que suelen denunciar
los indios (disputas por cacicazgos, usurpación de tierras, irrespeto de derechos de
agua, abuso o incumplimiento de deberes de encomenderos o de patrones, dife-
rencias en montos de censos, contravenciones a contratos de trabajo).
Estos ejemplos demuestran que los indios del reino de Chile sí tuvieron acceso
efectivo a la justicia, además de esgrimir —como muchos de sus congéneres ame-
ricanos, y esto desde la llegada misma de los españoles— una tendencia litigosa
que exasperaba en demasía a las autoridades, a los religiosos, a los militares, y que
los cronistas destacaron, como Polo de Ondegardo (Honores, “La asistencia”; Ho-
nores, “Imágenes”; Honores, “Una sociedad”; Honores, “Pleytos”). Con la interme-
diación de funcionarios de las instancias de justicia, civiles o eclesiásticas, incluso
militares como los capitanes de amigos, y también mediante la acción concreta de
varios indios avezados que aprendieron pronto usos y prácticas, se hallaban tam-
bién familiarizados con la cultura jurídica y judicial imperante, en plena sintonía
con la mirada jurisdiccional, saliendo de la ignorancia y pasividad en que no solo
muchos de sus contemporáneos, sino también una cierta historiografía chilena,
los ha querido mantener.
Los expedientes analizados aquí corresponden a pleitos por injurias de obra o
de palabra, figura jurídica que uso como sinónimo de violencias. En general, son
litigios menospreciados por las autoridades de justicia, archiveros y la historiogra-
fía, y han sido por ello denominados “pleitos menores”. Sin embargo, los pleitos
por injuria cubren una amplia gama de actos y motivos, de consecuencias varia-
das, y debido al impacto que generan estas últimas, son presentados siempre por
los litigantes como de gran importancia (Albornoz, “Seguir un delito”; Albornoz,
“Sufrimientos”; Albornoz, “Umbrales”; Albornoz,“Claves”).
El conjunto de solo veinte pleitos por injurias con participación protagónica
de indios —como querellante y demandante, o como acusado de haber injuriado a
alguien— ocurridos entre 1708 y 1821 en Chile central revela complejidades: según
las Leyes de Indias (libro V, título X, leyes X y XIII), los pleitos de indios no podían
litigarse bajo la figura de injurias, y los que trataran de otros temas debían despa-
charse rápidamente; además, se privilegiaba la litigación colectiva, a diferencia de

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 103


Defensores, coadjutores, tenientes partidarios

la litigación preferentemente unipersonal para los súbditos españoles; es decir,


yo no debiera haber encontrado en los archivos los registros judiciales de estos
conflictos. De hecho, en otras jurisdicciones, como el virreinato de Nueva España
o el de Lima, existieron juzgados consagrados especiales para dirimir asuntos en
que los indios pleiteaban, y en ellos había defensor de los indios, fiscal protector,
procurador general de los indios y protector de indios (Borah 439-445).
Por otra parte, en la exploración archivística realizada para este estudio en
particular, que buscó litigios diversos con protagonismo indio, hallé otras diez
causas judiciales, incoadas entre 1743 y 1821, en las que se trata sobre injurias,
aunque no de manera exclusiva como las anteriores, puesto que se mezclan con
abusos, maltratos, golpes, heridas y perjuicios diversos, y en que los injuriados
son indios e indias del reino (ANHCh, CG, 8, 287, 302, 491, 504 (dos), 530, 806;
ANHCh, RA, 1779, 2965). ¿Es acaso solo la extrema gravedad de las situaciones que
conciernen a algún indio o india cuando se encuentra enfrentado a alguien “no in-
dio” en el reino de Chile lo que origina un expediente manuscrito solo por injurias
con un encargado de representarlos?
El análisis de esos pleitos sucedidos en Chile central permite identificar no-
minalmente a estos auxiliares y sus actos en los expedientes, y atisbar cómo se
desempeñaron ellos en las instancias locales y superiores de la justicia colonial.
Por otra parte, este corpus permite situar sus roles y sus lugares institucionales y
sociales en los diferentes momentos políticos del largo siglo XVIII, ya que facilita
la reconstrucción tanto de sus prácticas judiciales como de la cultura jurídica que
los movilizaba. Aparece así un primer conjunto de auxiliares que actuaron en los
últimos 120 años del periodo colonial, grupo que no recibió consideración unáni-
me por parte de sus propios contemporáneos en las tareas judiciales. ¿Puede ello
leerse como una falta de legitimidad de estos representantes de indios en la justi-
cia colonial del reino de Chile, puesto que fueron tratados como actores judiciales
“menores” de la institucionalidad?
La apreciación general arroja que se litigaron once pleitos ante la Real Audien-
cia, entre ellos, el primero (1708) y el último (1821, que excede el periodo colonial
pero que dejo aquí para realzar, por contraste, lo que se analizará en las siguientes
páginas), seis se litigaron ante la Capitanía General (1752-1815) y los otros tres ante
justicias locales (entre 1777 y 1790). Solo cinco presentan a un indio como acusado
por haber injuriado a alguien (cuatro hombres: Agustín de Aguilar en 1708, Grego-
rio en 1720, Andrés Molinero en 1728, el cacique don Tiburcio Aillacura en 1774; y
una mujer, la cacica viuda doña Josefa Rapilauquén, en 1819). Tres de los cuatro

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María Eugenia Albornoz Vásquez

indios acusados no registran presencia de algún protector de naturales, esto es,


los indios no aparecen respaldados ni representados ni aconsejados por un auxi-
liar de justicia consagrado a ellos. Los dos primeros casos transcurren en Santia-
go, y los dos indios acusados tienen características particulares, que explicarían
tal vez la ausencia de protector de naturales junto a ellos: el primero es un indio
cusco, esto es, originario del Perú (ANHCh, RA, 1432), y el segundo no se define a sí
mismo como indio, a pesar de que su acusadora sí lo hace (ANHCh, RA, 2156). Por
su parte, la única india acusada de injuriar es demandada por otro indio, Miguel
Millaloán, también cacique del pueblo de Rapel: la disputa y el pleito derivado su-
ceden en la jurisdicción de San Fernando. En el expediente se menciona la presen-
cia de un protector general de naturales en la republicana Cámara de Apelaciones
de Santiago, pero no aparece su actuación (ANHCh, RA, 2221).
De entre los otros quince expedientes en que los indios son querellantes por
injurias solo uno aparece litigando en solitario, sin la representación ni el consejo
de un protector de naturales: Francisco González, indio natural de Aconcagua, de-
mandante en 1796 por injurias contra Fermín Caballero (ANHCh, CG, 806).
Aparece un devenir oscilante y complejo para esta función de cooperación,
asesoría y representación de indios ante la justicia del rey. En 1741, ante la Real
Audiencia en Santiago, se presenta el protector general de indios del reino por el
cacique del pueblo de indios de Maquegua, Andrés Riquelme de la Barrera, quien
fue injuriado por Manuel de Oyarzún (ANHCh, RA, 2823). Este cargo lo llena Cris-
tóbal Zamudio de Torres, quien no siempre firma sus escritos dirigidos a los oido-
res: varios comienzan con el título señalado y están firmados en la zona izquierda
por un “licenciado Rosales”, que seguramente es el abogado Juan de Rosales
ya citado. El escribano Miguel Cuadros nombra en sus notificaciones a Cristóbal
Zamudio de Torres como coadjutor de los indios. Este caso queda suspenso a los
pocos meses de iniciado y se retoma en agosto de 1744. Entonces, Vicente Morales
se autodenomina protector general de los indios del reino, pero su escrito lo firma
siempre el “licenciado Rosales”, y el escribano Cuadros llama a Morales coadjutor
de los indios.
En 1749 tuvo lugar el primer pleito por injurias que dejó constancia de la actua-
ción en dos niveles de justicia, la local y la superior, de individuos que asumieron
la protección en justicia civil de los indios. Carlos Lagos encabezó sus peticiones
como “El Protector de los Indios de la Ciudad de San Bartolomé de Chillán y su juris-
dicción”, y firmó sus escritos en representación de Tomás Lebipichún, indio, quien
se querelló criminalmente por injurias contra José de Ayala (ANHCh, RA, 2201).

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Defensores, coadjutores, tenientes partidarios

Se litigó ante el alcalde de segundo voto de la ciudad de Chillán, Juan José de


Salamanca, y ante el corregidor del partido de Chillán, Agustín de Soto y Aguila.
No obstante, el alcalde y el corregidor en sus mandatos y decretos llaman a Lagos
coadjutor de los indios. Debido a las contundentes alegaciones de José de Ayala,
que acusó al indio Tomás de desacato a la justicia, la causa fue remitida a Santiago
ante la justicia del gobernador. En sus alegaciones, José de Ayala y su abogado
mencionaron al doctor Tomás de Azúa como el protector fiscal que aconsejaba y
defendía al indio Tomás; esa denominación fue retomada por el gobernador subal-
terno (reemplazante del titular), función que fungía el nuevo corregidor de Chillán,
general Lecaros, cuando dictó una sentencia que favoreció a Ayala. Sin embargo,
el escribano de la oficina del gobernador, Alejo de Hinostroza, se refirió al doctor
Azúa como coadjutor de los indios de este reino. El protector fiscal apeló la sen-
tencia ante la Real Audiencia, y allí el escribano Cuadros sí respetó el título que el
doctor Azúa ostentaba, y en sus registros lo llama protector fiscal.
Otro pleito por injurias, de 1755, permite conocer dos niveles de justicia. En
este caso los oficios se mantienen pero los nombres de los individuos que los
llenan varían. Ante la justicia del corregidor de Colchagua se presentó el coadjutor
de naturales en representación de Andrés Curibilo, indio, quien acusó criminal-
mente por injurias, en nombre de su mujer, Agustina Maqueguala, india, a Pru-
dencio Valderrama (ANHCh, RA, 2218). En marzo de 1756 ejerció de coadjutor de
naturales de Colchagua José Cortinas, y en octubre del mismo año lo hizo Juan
Felipe Cañol. Este pleito fue seguido luego ante el gobernador y después ante la
Real Audiencia. En ambas alegó por los indios Andrés y Agustina, el fiscal protec-
tor, que en junio de 1756 era el doctor Azúa, y un mes después, en octubre, era el
doctor Marín.
Durante 1761 —año de cambios de fondo y de forma en la justicia santiaguina—
tuvo lugar el pleito que más interrogantes genera. Los caciques de Chiloé, don Juan
Llancapague y don Martín Inaipel, acompañados de otros siete indios, viajaron en
piragua hasta Valparaíso y luego a pie hasta Santiago, donde pernoctaron en casa
de una sobrina, también india, que estaba casada con un mestizo. Los vecinos de
ella, un matrimonio mestizo que se decía de mejor posición social, desconfiaron
de los nueve indios llegados del sur. Instigados por las sospechas y decires de un
mulato esclavo de su servicio, el matrimonio y sus domésticos los atacaron, y se
generó una pelea que atrajo a la justicia capitular y gatilló tres demandas parale-
las: los caciques acusaron por un lado, la sobrina india, casada, dueña de su casa
y moradora de Santiago, por otro, y el vecino agresor, Tomás Cabrales, por el suyo
(ANHCh, CG, 652).

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María Eugenia Albornoz Vásquez

En estas tres querellas simultáneas, que luego quedaron reunidas en la jus-


ticia del gobernador, solamente actuó un protector de naturales, el doctor Díaz,
quien se autodenominó así en sus dos únicos escritos. Sorprende la variedad de
títulos que recibe, consignados en el expediente. El gobernador lo llama en sus
decretos de dos maneras: el 21 de abril es coadjutor de los indios; el 28 de abril y
el 7 de julio es protector de los indios. Por su parte, los dos escribanos que ejer-
cían en la gobernación también cambian sus usos: el escribano Sandoval lo llama
coadjutor de los indios, el 22 de abril, y coadjutor de los naturales, el 4 de mayo.
Finalmente, el escribano Araus lo llama en todos sus escritos protector de los na-
turales, retomando las palabras empleadas por el propio doctor Díaz.
Entre 1773 y 1776 tuvo lugar un pleito por injurias complejo y delicado. Domin-
go, José, Eusebio, Andrés, Juan José y Tomás, seis indios del pueblo de indios de
Pomaire, acusaron criminalmente por injurias a Alonso Velásquez Covarrubias y a
sus hijos (ANHCh, RA, 1154). Las violencias recibidas eran graves y brutales, y por
ello caminaron hasta Santiago, donde consiguieron que el protector general de los
indios de este reino, como se autodenominaba el doctor Guzmán, los representara
ante la Real Audiencia.
Por su parte, y porque este caso se paseó de la Gobernación a la Real Audiencia,
los cuatro emisores que debían vincularse con él lo llamaban de modo distinto: el
escribano de la Real Audiencia, Pascual de Silva Bórquez (que luego sería protec-
tor de naturales), lo llamó, en mayo de 1773, el protector, pero meses después lo
denominó el protector de los naturales de este reino. El gobernador Agustín de
Jáuregui lo nombró en sus decretos de dos maneras: protector general de los na-
turales de este reino, entre mayo de 1773 y mayo de 1775; y en abril de 1775, pro-
tector general. El acusado y su abogado lo llaman siempre igual: protector general
de los naturales del reino. Finalmente, en septiembre de 1775, en sus decretos y
sentencias, los oidores de la Real Audiencia lo llamaron protector de los naturales.
Además, en este pleito apareció también cooperando con la causa de los indios
de Pomaire el abogado Claudio Mena, uno de los procuradores de número de la
Real Audiencia, quien se presentó en julio de 1773 ante los oidores con el título
de coadjutor de los naturales. El escribano de la Real Audiencia, Hilario Cisternas,
lo llamó por su nombre, o como se autodefinía Claudio Mena en agosto de 1775,
coadjutor de naturales.
Los dos siguientes ejemplos provienen de la jurisdicción del partido de Colcha-
gua. Ante la justicia del subdelegado y por los cuatro indios Rosauro Rivera, María
Josefa González, Francisca Carvajal y José Córdoba, se presentó entre diciembre de
1787 y enero de 1789, Martín José de Munita, quien acusó criminalmente por injurias

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Defensores, coadjutores, tenientes partidarios

a Simón Salgado (ANHCh, FJP, SFdo, leg. 184). Se autodenominó teniente del señor
fiscal de Su Majestad como juez de protector partidario de indios naturales de esta
provincia de Colchagua, o bien teniente protector partidario de naturales. Este plei-
to detalló violencias feroces e implicó su prolongación y el requerimiento de infor-
mación desde Santiago por el fiscal del crimen y protector general del reino, Pérez
de Uriondo, ante quién se quejaron los indios debido a que, en Colchagua, Munita
no hizo valer sus derechos en presencia del subdelegado, favorable a Salgado. Ante
el protector general del reino se reportó e informó Munita; y a partir de julio de 1790
Juan José Marín, quien se autodenominó teniente protector de naturales interino,
ya que Munita estaba impedido de realizar sus funciones (se ignora por qué).
En 1790, mediante el expediente que siguió Josefa Carrisal, india, querellan-
te criminal por injurias contra Leonardo Bustamante, aparece junto al regente,
y también junto a la Real Audiencia, un protector de naturales del reino, que sin
embargo se ausentó y fue reemplazado por un protector subalterno de naturales
del reino, que en este pleito es el ya citado Juan Agustín Fernández (ANHCh, FJP,
SFdo, leg. 185).
El último pleito por injurias data de 1821: la república se creó en 1818, y en este
caso el querellante fue Nicolás Calderón, indio del pueblo de Loriala, que acusó
criminalmente al alcalde provincial de Rancagua y a su celador, quienes lo apre-
saron, azotaron y violentaron (ANHCh, RA, 2409). Junto a Nicolás actuó primero
Cruz Ulzurrún (desde el inicio ante la Cámara de Justicia, luego ante el alcalde
de Santiago, en seguida ante la Cámara de Apelaciones); después actuó Juan José
Salfate (ante la Cámara de Apelaciones). Las últimas actuaciones correspondieron
nuevamente a Cruz Ulzurrún. Nadie los denominó de otro modo, no existe confu-
sión sobre sus actuaciones ni lugares institucionales.
Tanto Ulzurrún como Salfate, que eran procuradores de número de los tribu-
nales y aparecen pleiteando en otros casos por injurias, firmaron y se autodeno-
minaron protectores de pobres, ya que Nicolás se acogió al privilegio de pobreza
para litigar (Albornoz, “Casos”). Con ese gesto, que solicitaba y declaraba la propia
pobreza para acceder a gratuidad, se igualaba a todos los pobres, miserables y des-
validos que desde hacía siglos litigaban sus causas sin pagar abogado ni trámites
procesales. Tal como estableciera por decreto Bernardo O’Higgins en junio de 1818
(Anguita), en la república se acabarían las diferencias entre indios y españoles, y
todos se denominarían chilenos. Los indios, desde siempre asimilados a los más
desprotegidos, quedaron entre los que necesitaban el apoyo de los abogados gra-
tuitos que proporcionaría la justicia republicana, los procuradores de pobres.

108 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


María Eugenia Albornoz Vásquez

Consideraciones finales: notas para plantear


un objeto-sujeto historiográfico

Este ha sido un primer rastreo de auxiliares poco conocidos de la justicia colonial


chilena, los encargados de representar y defender a los indios ante la justicia no
eclesiástica, dependiente de la Real Audiencia de Santiago. Luego de este recorri-
do, y de la experiencia de lectura de cientos de expedientes por injurias y varias
decenas de peticiones y litigios protagonizados por indios e indias, pueden aven-
turarse algunas hipótesis acerca de los protectores de indios que, por supuesto,
deben ser refrendadas y verificadas por otros estudios más amplios y profundos.
Los pleitos por injurias conllevaban subjetividad por parte de los querellan-
tes. Los jueces legos y pedáneos, y muchas veces los letrados, los eludían porque
implicaban el desarrollo de largos interrogatorios destinados a probar la buena o
mala reputación y las intenciones de los litigantes y, sobre todo, dar espacio a ale-
gaciones que no siempre se circunscribían a la materia acusada. Se tratataba de
pleitos en que la escucha y los tiempos otorgados a los querellantes eran impor-
tantes, y en los cuales la sanción y el término no siempre eran fáciles, ni rápidos,
ni eficaces. Para quienes debían juzgar, la delimitación de la pérdida, del perjuicio
y del daño del que se declaraba injuriado no era fácil, y la imposición de una sen-
tencia que calmara los ánimos, castigando o compensando, para cada ocasión,
tampoco. La actuación simultánea de justicias también era posible, y solía haber
distintas magistraturas enfrentadas, más que cooperando, para resolver estas
quejas y demandas. La apelación, la recusación y las mañas para evadir o “dejar
morir” los procesos también existían.
Sin mencionar todavía la presencia de indios en los pleitos por injurias, he en-
contrado que, en general, cuando las causas eran seguidas, o por alguna razón
llegaban a manos del gobernador —representante del rey que actuaba asesorado
por un abogado y pocas veces remitía los procesos en consultoría al fiscal— los
tiempos y las soluciones se aceleraban —movidos por la impaciencia o quizá por
otros intereses— y los procesos judiciales discurrían más veloces que en los meca-
nismos y tiempos procesales de la Real Audiencia, a la cual, sin embargo, también
llegaban en primera instancia, en apelación, o bien eran causas retenidas debido
al poder discrecional de decisión de esta entidad.
En estos pleitos por injurias con participación de indios, en los cuales los re-
clamos eran brutales —aquí los golpes y sus consecuencias, muchas irreversi-
bles, eran elevados con respecto a muchos otros que he conocido—, al parecer la
vía gubernativa —corregidores y subdelegados— agilizaba procesos que la Real

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 109


Defensores, coadjutores, tenientes partidarios

Audiencia desarrollaba con calma, lo que no quiere decir menor urgencia. Y en ese
ritmo en paralelo, los escribanos de gobierno, y los gobernadores, así como las
autoridades políticas distritales, tenían menos cuidado, o deferencia, que los oi-
dores y escribanos de la Real Audiencia para denominar y situar a los protectores
de indios en el entramado del aparato de justicia que entre todos levantan.
¿Tiene eso que ver con una diferente apreciación, con respecto a los otros súb-
ditos del rey, de los indios? Los discursos que pronunciaban los protectores ante la
justicia subrayaban la fragilidad, la ignorancia, la inocencia, la pobreza y el mise-
rabilismo, hablando también reiteradamente del temor, el cansancio, la fatiga, el
abatimiento, la angustia, la desesperación y la opresión experimentados por los
indios e indias que habían sido agredidos, abusados y engañados. No solo el pro-
tector —fuera cual fuese su nombre; y cuando ejercía su oficio plenamente y no lle-
no de excusas, como hacían los tenientes partidarios de Colchagua en la década de
1790—, sino también los oidores y algunos gobernadores, como Ambrosio Higgins,
se hacían cargo de esos rasgos, anteponiendo una actitud de cuidado y defensa
que se traducía en duda y recelo con respecto a los argumentos avanzados por la
contraparte, que en estos pleitos, en que los indios y las indias demandaban, eran
todos acusados de violencias graves.
Por su parte, los discursos y las alegaciones para exculpar esas acusaciones
criminales por injurias trazaban perfiles muy negativos de los mismos indios y de
las indias, a quienes se acusaba de exagerar y retener innecesariamente la aten-
ción de los jueces: borrachos, insolentes, ladrones, ladinos, mentirosos, lascivos,
ociosos, vagabundos, no se podía confiar en ellos y tampoco en lo que sus defen-
sores dijeran, porque, o no tenía importancia, o era falso, falaz, malicioso o incluso
siniestro. Transparenta esa reticencia y desconfianza el antiguo y arraigado pre-
juicio que tiñe sus alegaciones, prejuicio que, parece, se vierte sobre los escritos
que se registran desde la Gobernación, y que se usa para registrar el cómo se les
denomina. También influye el lugar incierto que estos funcionarios menores de la
justicia local y de última instancia ocupaban o podían ocupar. Excepto dos doc-
tores de personalidad fuerte e ideales declarados —Tomás de Azúa y Joaquín Pé-
rez de Uriondo—, la lectura de las fojas de estos expedientes muestra que actuar
como defensor de indios ante la justicia no era glorioso, fácil ni bien remunerado.
Además, los escasos datos sobre los pocos protectores de naturales bien po-
sicionados en las élites locales informan sobre la capitalización social de un cargo
que se concebía como de servicio y cooperación en la justicia y pervivencia de los
derechos de los súbditos más desvalidos, antes que como medio preferente para
alcanzar prestigio y reconocimiento político. Es cierto que algunos escribanos

110 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


María Eugenia Albornoz Vásquez

ejercieron también o posteriormente como protectores o coadjutores de indios


—Gaspar Valdés, Alonso Bernal del Mercado, Pascual de Silva Bórquez—, pero en
Chile en aquellos siglos no se asociaba el ulterior acceso a los más altos puestos de
gobierno con la previa notoria experiencia en la protectoría. Este oficio se inscribía
más bien en un primer escalón de la capitalización de la carrera administrativa
local, que se recorría al amparo de la monarquía, como ocurría con la secuencia de
oficios vendibles —como escribano o alguacil mayor—, para luego intentar el ac-
ceso a cargos electivos, como los alcaldes en los cabildos, y finalmente, aspirar
a puestos de autoridad jurisdiccional territorial, como corregidores o subdelega-
dos, a los cuales se postulaba (Albornoz, “El Archivo”; Albornoz, “Las prácticas”).
Ocuparse de la protectoría de indios del reino de Chile, junto con ser una
función secundaria de la justicia en territorio en guerra y con frontera laxa de
reputación temible, parecía no implicar un lugar social interesante, o al menos
uno que tuviera un peso tal que mereciera detenerse y “decirlo”/“escribirlo” con
todas las palabras y el tiempo que requería. Este cuidado no lo tenían siquiera,
como se vio, todos los titulares que ocupaban dicha función. Este aspecto puede
ayudar a entender la opacidad en la que todavía se encontraban estos hombres
dentro del aparato de justicia —que era de gobierno y de administración, en es-
tos tiempos coloniales— dentro de la historiografía que piensa los modos de ser
sociedad colonial y dentro de la especialidad de la historia de la justicia, que
tiene todavía tanto por recorrer.
Si se retoma la propuesta de estudiar las prácticas de justicia de los llamados
actores menores de las instituciones, inmersos en culturas jurídicas y judiciales
que todavía unimos poco con lo político y lo social, pero que ofrecen felices re-
sultados en México, Argentina y Perú (Gayol, Laberintos; Gayol, “Los procurado-
res”; Gayol, “El régimen”; Barriera, Historia; Barriera, Justicias; Barriera, La justicia;
Honores, “La asistencia”; Honores, “Imágenes”; Honores, “Pleytos” ; Honores,
“Una sociedad”), es de desear que en Chile florezca la atención y la dedicación
necesarias para pesquisar y revelar la presencia, la subjetividad y la actividad de
estos numerosos hombres consagrados teóricamente a representar ante la justi-
cia a los indios de Chile colonial.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 111


Defensores, coadjutores, tenientes partidarios

Bibliografía

I. Fuentes primarias

A. Archivos

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240, 287, 302, 387, 393, 491, 492, 504, 508, 511, 512, 522, 523, 530, 532, 542, 546, 548,
564, 594, 612, 652, 691, 692, 695, 721, 724 II, 731, 734, 741, 754 III, 757, 765, 766, 768,
803, 806, 809, 810, 921, 986, 994.
Fondo Real Audiencia (RA), 482, 609, 614, 663, 1106, 1143, 1154, 1190, 1212, 1221, 1346,
1432, 1697, 1727, 1763, 1779, 1794, 1834, 2007, 2013, 2066, 2115, 2137, 2156, 2201, 2218,
2221, 2254, 2375, 2389, 2409, 2417, 2496, 2544, 2623, 2648, 2729, 2823, 2839, 2921,
2965, 3197.
Fondo Judicial de Provincia (FJP), San Fernando (SFdo), Legajo (leg.) 184 y 185.

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Legislación, 1546-1810. Tomo 1. Santiago: Editorial Andrés Bello, 1982.
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Sayago, Carlos María. Historia de Copiapó. 1874. Buenos Aires: Editorial Francisco de Agui-
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112 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


María Eugenia Albornoz Vásquez

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La Real Cédula de 1781 y la disputa por
el control de los protectores partidarios
en la Intendencia de Trujillo
The Royal Decree of 1781 and the Dispute over the Control
of the protectores partidarios in the Intendancy of Trujillo

DOI: 10.22380/20274688.2374
Recibido: 28 de febrero del 2022 • Aprobado: 26 de mayo del 2022

Carlos Zegarra Moretti1


Universidad de Bonn, Alemania
[email protected] • https://orcid.org/0000-0003-4641-1940

Resumen
El artículo analiza las luchas por controlar la protectoría partidaria en las últimas
décadas del periodo virreinal. En estas disputas la Real Cédula del 11 de marzo de
1781, que otorgó a los fiscales protectores la exclusividad de nombrar a los protec-
tores de partidos, ocupa un lugar de interés, ya que cambió el funcionamiento de
esta institución en aspectos formales y en su rol de mediación en la sociedad. En
algunos casos, grupos de poder local expresaron una aparente conformidad con los
nombramientos, mientras que en otros plantearon una férrea oposición. El estudio
de estas alianzas, que podían ser integradas por subdelegados, cabildos de naturales
y comerciantes españoles, revela, en el caso de la Intendencia de Trujillo (Perú), que
la protectoría partidaria podía quedar fuertemente limitada.
Palabras clave: Virreinato del Perú, Real Cédula de 1781, protectores de naturales,
cabildo de naturales, José Pareja y Cortés

Abstract
This article provides an analysis of the struggles to control the protectoría partidaria
in the last decades of the colonial period. In these disputes, the royal decree of March
11, 1781, which granted the fiscales protectores the exclusivity of appointing protec-
tores partidarios, plays an important role in changing the functioning of this local

1 Historiador y gestor cultural, Universidad de Piura, Perú. En la actualidad lleva a cabo su tesis docto-
ral en la Universidad de Bonn, Alemania, sobre la figura del procurador general de naturales en la Au-
diencia de Cusco. Ha publicado libros y artículos académicos sobre historia virreinal desde enfoques
de historia eclesiástica, derecho, historia del libro y etnohistoria. Desde el 2019 es editor de la revista
Allpanchis y administrador del blog Red de Archivos y Bibliotecas Históricas del Perú.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 • pp. 117-138 117
La Real Cédula de 1781 y la disputa por el control de los protectores partidarios...

institution in formal aspects and the function that it could have in the local society.
The appointments of protectores partidarios could generate apparent support by local
sectors, but also strong opposition. The study of these alliances, which could include
sub-delegates, native councils, and Spanish entrepreneurs, reveals, in the case of the
Intendancy of Trujillo (Peru), that the protectoría partidaria could be severely limited.
Keywords: Viceroyalty of Peru, Royal decree of 1781, protectores de naturales, native
council, José Pareja y Cortés

Introducción

En los últimos años se ha registrado un aumento de las publicaciones dedicadas


a la protectoría de indios. Con enfoque en diferentes regiones, especialistas han
mostrado que el protector de naturales no era una mera figura formal en la litiga-
ción indígena y que no fue ajeno a las redes de intereses de las altas esferas. Así,
fue un actor que se entremezcló en las campañas que peleaban por imponerse
en la sociedad (para un balance, véase Cunill, “La protectoría”). A pesar de estos
avances, dos puntos no han merecido suficiente atención: la aproximación desde
lo local y los cambios sucedidos en las últimas décadas del siglo XVIII.
En efecto, en la historiografía reciente es posible notar el gran interés por la
gestación y las experiencias iniciales de la protectoría (por ejemplo, Cunill, Los
defensores, para Yucatán; y Novoa para la Audiencia de Lima). No obstante, la ri-
queza de esta institución no se agota en su periodo de formación, puesto que en
el transcurrir de las centurias fue adquiriendo particularidades regionales. Sin-
gularmente, en ese sentido son valiosos los cambios acontecidos en las últimas
décadas del siglo XVIII que alteraron el funcionamiento de la protectoría. Estos
se sucedieron en parte por las reales cédulas emitidas en 1776 y 1781. El estudio
de su aplicación permite conocer las complejas alianzas y disputas que tuvieron
lugar para controlar la protectoría y la litigación en una etapa de mayor visibilidad
de los intelectuales indígenas (Ramos y Yannakakis) en el campo judicial (Dueñas,
Indians and Mestizos).
Asimismo, el estudio de los protectores que actuaban en espacios locales,
a quienes en el siglo XVIII se llamaba protectores partidarios, ha pasado —salvo
excepciones (Lavallé para el partido de Cajamarca)— desatendido2 . En efecto, la

2 Si bien es cierto que en diferentes monografías es posible encontrar apuntes sobre protectores parti-
darios de esta época (entre otras, Echeverri; Premo 186-188; Ramírez, Provincial Patriarchs 251-253),
se trata de aproximaciones puntuales.

118 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Carlos Zegarra Moretti

producción sobre la protectoría de naturales en la región andina de los últimos


años suele enfocarse en el protector general radicado en las capitales de las au-
diencias (Novoa; Puente; Saravia, para Lima; y Bonnett para Quito). Por su parte,
la protectoría partidaria puede servir para testar la vigencia del sistema de inter-
mediación —que se caracterizaba por ser impuesta a los querellantes indígenas—
en tiempos en que la población nativa iba ganando cada vez más libertad en los
mecanismos de representación legal. Piénsese en la llamada cédula de honores
de fines del siglo XVII, que llevó a partir de 1763 a la designación de indígenas en
el puesto de procurador general de naturales en las audiencias de Lima, y desde
1808 de Cusco (Carrillo; Dueñas, Indians and Mestizos 151-166, “The Lima Indian
Letrados”; Zegarra, “Los procuradores”).
De este rápido balance resalta que la protectoría partidaria en la etapa borbó-
nica tardía es un terreno aún por explorar. Su investigación puede destacar nue-
vas dimensiones sobre la litigación indígena, por ejemplo, la estrecha interacción
e interdependencia de los protectores de partidos con las audiencias, el interés de
intendentes y subdelegados en el funcionamiento de la protectoría partidaria, el
papel de esta institución en los planes de autonomía que defendían los cabildos
de naturales, así como la mezcla de intereses de todos estos actores para confir-
mar o deponer a los protectores locales. Lo anterior evidencia la trascendencia de
este oficio y las luchas de los grupos virreinales por controlarlo.
En este escrito se defiende la hipótesis de que el funcionamiento de la pro-
tectoría partidaria podía estar supeditado a las siempre cambiantes alianzas for-
madas por los sectores de poder local. Esta afirmación se pretende explicar con
ocasión de la aplicación de la Real Cédula emitida en 1781, por la cual el rey otorgó
al fiscal protector general la prerrogativa exclusiva de nombrar a los protectores
de los partidos bajo su jurisdicción, lo cual provocó una serie de conflictos que se
busca explicar con detalle. La actual investigación se centra en el Virreinato del
Perú, específicamente en los partidos de la Intendencia de Trujillo, en el norte de
la jurisdicción de la Audiencia de Lima. Para desarrollar estas ideas, el texto se
estructura en las siguientes secciones: cambios y ambigüedades producidos por
la Real Cédula de 1781, las tensiones de su aplicación y el estudio del caso de la
renovación del protector Manuel Mazarredo.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 119


La Real Cédula de 1781 y la disputa por el control de los protectores partidarios...

Cambios y vacíos en el funcionamiento


de los protectores partidarios

Detrás de la Real Cédula de 1781 se encuentra el pedido elevado al rey por don
Isidro Peralta, gobernador y capitán general de la isla Española y Santo Domingo,
el 24 de febrero de 17793. El gobernador pedía que se le extendiera la prerrogativa
de nombrar protectores partidarios de la que había gozado su antecesor, don José
Solano (1771-1778). La petición —que, bien argüía Peralta, se legitimaba por la ley
1 del título 6 del libro 6 de la Recopilación de Leyes de Indias—4 llevó al rey a consul-
tar al Consejo de Indias, tras lo cual recibió el informe del fiscal y una consulta del
18 de agosto de 1780. Contrariamente a lo que aguardaba Peralta, el 11 de marzo
de 1781 Carlos III firmó en El Pardo la Real Cédula que determinó que, a partir de
entonces, la facultad de elegir a los protectores de naturales ubicados en los parti-
dos de los territorios ultramarinos de la Corona española fuera un privilegio exclu-
sivo de los fiscales del crimen de las audiencias, quienes en ese entonces, y como
se verá más adelante, fungían de protectores generales5.
La decisión real de 1781 alteró una práctica establecida desde finales del
siglo XVI. Ya no serían los virreyes, los presidentes de las audiencias o los gobernado-
res los responsables de designar a los defensores de los indígenas en las provincias6,
sino el fiscal del crimen. La trascendencia de este documento aumenta puesto que
decretó, asimismo, que el oficio de protector partidario dejara de ser asalariado.
Al respecto, reza el mandato regio: “he venido en declarar, que los expresados Pro-
tectores Partidarios no deben gozar salario alguno por razón de sus empleos”7.

3 Además del tratamiento que recibe en la real cédula, el nombramiento del peninsular don Isidro Pe-
ralta y Rojas conllevaba el cargo de presidente de la Audiencia de Santo Domingo (AGI, C, 5524, n.° 1,
ramo 43). La redacción de su petición al rey se dio a pocos meses de su toma de posesión en agosto
de 1778. Falleció en septiembre de 1785 (Torres 176, 539).
4 Esta ley, promulgada por Felipe II el 10 de enero de 1589 y titulada “Que sin embargo de la reforma-
ción de los Protectores, y Defensores de Indios, los pueda haber”, establecía que los protectores y
los defensores fueran nombrados por los virreyes y los presidentes gobernadores, quienes además
debían dar las respectivas instrucciones y ordenanzas para su labor (Recopilación 242).
5 La Real Cédula de 1781 se encuentra reproducida en Ayala (88-89), Beleña (193) y recientemente en
Zegarra (“Expediente promovido” 248-249). Las citas textuales provienen de la última referencia.
6 El nombramiento de protectores por otra autoridad menor a las indicadas podía incluso suponer la
anulación de dicho acto, como sucedió en 1720 en el Nuevo Reino de León (Baeza 218).
7 Esta disposición conoció una notable excepción. El protector de Potosí siguió recibiendo su salario
de 1 000 pesos, e incluso uno de los titulares, Juan José de la Rúa, solicitó en 1798 un aumento hasta
los 1 875 pesos (Thibaud 47).

120 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Carlos Zegarra Moretti

De tal manera, quedaban alteradas las características de la protectoría de los par-


tidos según se venía desarrollando desde el siglo XVI.
La indotación generaría numerosos inconvenientes en la litigación, al afectar
directamente la economía de los titulares y el funcionamiento cotidiano de este
cargo. Suárez (293) solamente considera que la ausencia de remuneración supuso
que los defensores reclamaran un trato privilegiado en eventos públicos, empero,
el asunto no se limitó a este pedido puntual. De manera práctica, un desempe-
ño no remunerado se convertía en una preocupación mayor para el beneficiado,
por lo que definir la duración del oficio —usualmente bianual— estaba anexo a
la supresión salarial, así como lo empujaba a buscar otras fuentes de ingresos,
no siempre dentro de la legalidad. Para el fiscal protector general la tarea de en-
contrar un candidato interesado en asumir el cargo en esas condiciones debió
volverse muy dificultosa, y posiblemente tuvo que llegar a otros acuerdos con los
potenciales defensores locales8 . Asimismo, la Cédula de 1781 tenía unos vacíos.
Por ejemplo, si bien explícitamente estableció la responsabilidad exclusiva en el
nombramiento de protectores locales, no hizo mención alguna sobre a quién co-
rrespondía la tarea de su destitución. El trámite había recaído hasta entonces en
los virreyes (Ayala 85), pero ahora estaba en entredicho. Este no fue un tema in-
significante, considerando los varios pedidos de remoción de protectores prove-
nientes de las autoridades de los partidos, como se tendrá ocasión de comprobar.
En lo que la real cédula sí fue expresa fue en el nombramiento de protectores
en aquellos distritos que no contaban con defensor. A este respecto, la Real Cédu-
la de 1781 detalló que la designación de protectores partidarios debía realizarse
únicamente “en los partidos donde hasta ahora haya sido costumbre haberlos”.
En caso de que hubiera “urgente necesidad de establecerlos de nuevo”, esto debía
llevarse a cabo “indispensablemente por el Presidente, Regente, y Oidores de la
Audiencia á quien corresponda” (Zegarra, “Expediente promovido” 248). Si, tras
ello, se autorizara la creación de una nueva plaza de protector partidario, la elec-
ción y el nombramiento subsiguientes recaerían, como ya se ha mencionado, en el
fiscal protector general. Lo anterior queda reflejado en el siguiente ejemplo.
En enero de 1809, el procurador general de la Audiencia de Lima, Isidro Vilca,
cursó un pedido a dicho tribunal superior para instaurar la protectoría en el par-
tido de Pataz, en la Intendencia de Trujillo (AGN, DI, leg. 36, cuad. 728). En este

8 La búsqueda del protector partidario idóneo a los ojos del fiscal protector general podía demorar
incluso varios años, por lo que chocaba así con los pedidos de nombramiento por parte de los parti-
dos, como sucedió en Piura en la década de 1790 (AGN, GO-BI-BI1, leg. 41, exp. 478).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 121


La Real Cédula de 1781 y la disputa por el control de los protectores partidarios...

expediente se puede encontrar el escrito de los líderes nativos en el que justifica-


ban la solicitud en el peligroso aumento de la presencia de españoles, mestizos y
“otras castas” en el pueblo, lo que encendía fuertes conflictos. El expediente fue
acompañado por informes de las autoridades locales que avalaron la propuesta.
En una de ellas, el teniente de cura de Tayabamba resaltó la existencia de leyes
que autorizaban el nombramiento de protectores y que por la falta de ellos los
indígenas se encontraban “subyugados y con grandes cargos” al ser “imperitos e
incultos en todo asunto” (AGN, DI, leg. 36, cuad. 728, f. 13 v.). El interesante proceso
administrativo, que permite conocer los argumentos para establecer el cargo de
protector en un nuevo partido, se completó con dictámenes del fiscal protector
general Eyzaguirre y del fiscal de lo civil Pareja. Finalmente, el 16 de septiembre
de 1811, el real acuerdo de la Audiencia de Lima dictaminó que “se proceda por
el señor fiscal protector en conformidad a lo prevenido en la real cédula de once
de marzo de ochocientos uno [sic: debe decir 1781] al nombramiento de protector
partidario del partido de Pataz” (AGN, DI, leg. 36, cuad. 728, f. 19 v.).
En los asuntos arriba mencionados, el fiscal protector general asumía una
mayor jurisdicción en la litigación indígena. Este fortalecimiento de la protecto-
ría general se confirma en otras medidas regias. En efecto, la Corona decidió, en
1776, suprimir el puesto independiente de protector general. Sin embargo, antes
de suponer la eliminación efectiva de las tareas empezadas dos siglos atrás, incor-
poró la función de la protección en causas y asuntos indígenas al fiscal del crimen,
tras lo cual este cargo se convirtió en el máximo agente de la protección indígena.
Si bien, según muestra Novoa, los protectores generales llevaban el título de fis-
cales, este era únicamente de manera honorífica. A partir de la medida de 1776, el
protector general perteneció al círculo de los ministros mayores de las audiencias,
disposición confirmada por la ya mencionada Real Cédula de 1781. En esta última,
el rey enfatizó que las funciones de los protectores generales “se hallan en el día
refundidas en los fiscales criminales, a consecuencia del nuevo método de gobier-
no que tuve a bien establecer en ellas, por mi real decreto expedido en el Pardo en
11 de marzo de 1776”9 (Zegarra, “Expediente promovido” 248).
Ambas cédulas intentaban restringir la injerencia de los virreyes en el funcio-
namiento de los intermediarios de la litigación indígena. No obstante, esto no sig-
nificó que en la práctica estos supremos gobernadores dejaran de tener influencia
en la elección de protectores partidarios, puesto que debían validar de cierta ma-
nera los nombramientos hechos por los fiscales protectores de manera interina.

9 En Gayol (166) se encuentra una necesaria discusión sobre el sustento legal de esta medida.

122 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Carlos Zegarra Moretti

Vale indicar igualmente que, si bien las potestades de los fiscales protectores ge-
nerales aumentaron, se vieron condicionadas por los funcionarios característicos
de las reformas borbónicas en la administración indiana. En efecto, los intenden-
tes y los subdelegados podían tenazmente obstaculizar las decisiones del fiscal
protector al no aceptar los títulos o cuestionarlos ante los virreyes. A continuación
se presentan algunos ejemplos concretos de esto último.

Las tensiones por la aplicación


de la Real Cédula de 1781

Si algún virrey llegó a manifestar su rechazo a las autoridades en España por lo


resuelto en el mandato regio de 1781, no logró evitar su aplicación. De tal modo,
muestras de nombramientos de protectores partidarios por fiscales protectores
generales se encuentran por doquier10, lo cual no estuvo libre de largas disputas.
Una primera muestra proviene de Cajamarca, en la serranía de la Intendencia
de Trujillo. Durante su estadía en Lima a finales de julio de 1798, Antonio Cusquisi-
ban y Agustín Pilco, autopresentados como “diputados” por el pueblo de San Pa-
blo de Chalaques y los anexos de San Luis y San Bernardino, elevaron una petición
al virrey en la que se oponían al próximo nombramiento de Juan Martín Sánchez
como protector partidario de Cajamarca, que el fiscal protector había decidido11.
Los suplicantes consideraron a Sánchez parcial y estrechado “con los principales
colitigantes del común, y con los que más se interesan en que [al común] le falte

10 Además de los casos que se exponen seguidamente, se puede agregar la ejecución de la Cédula Real
de 1781 en la Audiencia de Cusco, donde fue cumplida desde su fundación en 1787. El fiscal Antonio
Suárez Rodríguez, haciendo uso de la potestad manifestada en la Real Cédula de 1781, nombró en
1788 en el cargo de protector partidario de Paucartambo al licenciado Lorenzo Gárate, abogado de
las audiencias de Lima, La Plata y Cusco (ARC, RA, leg. 182, exp. 1). De igual manera actuó el oidor
fiscal protector José Fuentes Bustillos, al designar protectores partidarios en Cusco en 1796 (ARC, RA,
leg. 156, exp. 24) y en Chucuito en 1797 (ARP, I, caja 2, exp. 16). Una referencia precisa que catorce me-
ses después de su promulgación la Cédula de marzo de 1781 era ya conocida en los salones virreinales
limeños. En efecto, el 16 de mayo de 1782, por superior decreto “se mandó tomar razón [de la citada
real cédula] en los Libros de la Escribanía de Gobierno” (AGN, GO-BI-BI1, leg. 41, exp. 478, f. 11 r.).
11 No está de más señalar que la identificación como diputados no era nueva entre los indígenas del nor-
te peruano. El egregio Vicente Morachimo, oriundo de esta región y que viajó a Madrid para defender
causas indígenas, se presentaba en las primeras décadas del siglo XVIII como “diputado de los caci-
ques mas principales” (Mathis 201). En años similares, don Pedro Nieto de Vargas fue otro “diputado
de los indios de este Reino” (AGN, GO-RE, leg. 13, exp. 234, f. 25 v.).

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La Real Cédula de 1781 y la disputa por el control de los protectores partidarios...

quien lo ampare y sostenga” (AGN, DI, leg. 28, cuad. 542, f. 3 r.). El escrito le da
relevancia a denunciar el incumplimiento de la labor defensiva del recién nom-
brado protector local y su confabulación con hacendados y autoridades locales.
Igualmente, resalta debido a que los indígenas firmantes manifestaron una pos-
tura clara sobre los protectores locales, por lo cual se dirigieron al virrey para que
pusiera reparo al asunto. Con ello esperaban se guardara y cumpliera “la ley del
reino que coloca privativamente en esta Superioridad la nominación de semejan-
tes protectores particulares” (AGN, DI, leg. 28, cuad. 542, ff. 1 r., 3 r.-3 v.). Es decir,
en su consideración los peticionarios otorgaron intencionalmente al virrey la pre-
rrogativa exclusiva sobre los nombramientos de protectores partidarios; de esta
manera, resaltaron la predominancia del corpus dado en tiempos de la casa de
los Habsburgo, a la vez que dejaron de lado la Real Cédula de 1781 que ponía esta
potestad en las manos de los protectores fiscales generales.
El punto anterior es justamente sobre el que hizo hincapié el fiscal protector
general José Pareja y Cortés (1789-1804)12 en su informe, en el que consideró la
solicitud de los de Cajamarca “irregular” y “extraordinaria”, puesto que promovía
una disputa por “las facultades que para el efecto tiene la protectoría general por
reales órdenes y cédulas expedidas por SM” (AGN, DI, leg. 28, cuad. 542, f. 4 r.).
El cuestionamiento de los naturales del pueblo de San Pablo al nombramiento
hecho por Pareja hizo necesario que el fiscal fundamentara su decisión: “su mi-
nisterio por los informes reservados que ha tomado está cerciorado de la honra-
dez e inteligencia y facultades del citado Sánchez, cuyas calidades son difíciles
de encontrarse en los partidos” (AGN, DI, leg. 28, cuad. 542, f. 4 v.). Con el mismo
fin incluyó la carta del subdelegado de Cajamarca, José Eduardo Pimentel, en la
cual valoró favorablemente la designación del protector Sánchez y le informó de
la “complacencia del público y en particular de la nación índica” (AGN, DI, leg. 28,
cuad. 542, f. 6 r.).

12 José Pareja y Cortés (1750-1825) nació en Cádiz. Luego de ser oidor de Buenos Aires, ocupó la fiscalía
del crimen en Lima, tras lo cual ascendió a fiscal de lo civil del mismo tribunal, cargo del que tomó
posesión en 1804 (Burkholder y Chandler 255). En su desempeño como fiscal protector no solamente
lidió con cuestionamientos provenientes de la Intendencia de Trujillo sobre su designación de pro-
tectores partidarios, sino también de otros puntos. El intendente de Huamanga Demetrio O’Higgins
consideró, en su informe dirigido al ministro de Indias Miguel Cayetano Soler en 1804, que el nom-
bramiento del protector partidario hecho por Pareja había sido “impropio”, ya que se había nombra-
do a un “europeo que ignora absolutamente la lengua índica”, rasgo considerado indispensable para
el gobernador ayacuchano (O’Higgins 671).

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Carlos Zegarra Moretti

Para evitarse futuros reclamos de los litigantes provenientes de San Pablo, el


fiscal protector general solicitó al virrey que “de ningún modo se les admita escrito
ni representación”, puesto que para ello “está encargado el procurador García”,
además de demandar que “salgan inmediatamente de esta capital restituyéndose
a su propia reducción y domicilio, como lo encargan las leyes”, con amenaza de
que si no lo realizaran “dentro del término que V. Exa. les prefijare, se remitirán en
calidad de presos” (AGN, DI, leg. 28, cuad. 542, f. 4 v.). Si bien con esta medida el
ministro Pareja intentaba acallar las demandas de los naturales frente al protector
local, estas no dejaron de producirse y fortalecerse, mezclándose además con las
de otros sectores de la sociedad local.
Pasados unos años, en concreto el 23 de octubre de 1802, el mencionado mi-
nistro Pareja comunicó a don Manuel Fernando Soriano que había sido nombrado
protector partidario de Cajamarca en reemplazo del arriba citado Sánchez (AGN,
GO-BI-BI1, leg. 51, cuad. 858)13. El subdelegado Pimentel, que años atrás saludó
la decisión del fiscal protector, consideró que la nueva designación era una deci-
sión desacertada, por lo que se rehusó a oficializar el título de protector partida-
rio; empero, fue el único que desaprobó la medida. Las autoridades étnicas de los
pueblos de San Pablo, San Bernardo y San Luis y de la villa de Cajamarca, así como
el cura de San Pablo, despacharon al fiscal protector cartas de agradecimiento por
la designación de Soriano. En estos escritos alabaron las virtudes del nombrado
protector partidario y denunciaron la confabulación de Sánchez con el subdele-
gado Pimentel y otros hacendados españoles. En ese sentido, la desaprobación
del protector Sánchez fue una forma de denunciar las actuaciones ilegales y abu-
sivas de Pimentel, como la entrega de indios a estancieros para su explotación,
la imposición de nuevas contribuciones y, principalmente, el nombramiento de
recaudadores españoles, usurpando la función de los alcaldes de naturales, según
“lo prevenido en la Real Ordenanza de Intendentes” (AGN, GO-BI-BI1, leg. 51, cuad.
858, f. 13 v.). El último punto, resaltado por los alcaldes y procuradores de los pue-
blos de naturales, irrogaba serios daños y perjuicios a los ediles e indios del común
y, a la vez, generaba una serie de beneficios al subdelegado, al protector Sánchez y
a los hacendados.
Por el motivo anterior, el subdelegado Pimentel, “a fuerza de los influjos de los
hacendados y sus cohechos, valiéndose de frívolos pretextos, no ha querido dar
pase al título del protector nombrado don Manuel Fernando Soriano”, e intentó
incluso que “se suspenda del empleo y se nombre otro adicto a ellos, en perjuicio

13 Sobre este personaje y la protectoría de naturales en Cajamarca, véase Lavallé.

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La Real Cédula de 1781 y la disputa por el control de los protectores partidarios...

de toda la indiada” (AGN, GO-BI-BI1, leg. 51, cuad. 858, f. 13 r.). Con ello queda cla-
ro el fuerte interés que podían tener corrompidos subdelegados en controlar la
protectoría partidaria, no dudando incluso en cuestionar y obstaculizar los nom-
bramientos si eran hechos por una autoridad del rango de un fiscal. Sin embargo,
como se ha visto, los subdelegados no fueron los únicos interesados en conseguir
el nombramiento de protectores partidarios de su interés.
El caso de Cajamarca puede dar la imagen de una postura en bloque de la
población indígena frente a la labor de Soriano, quien años atrás ya había ejer-
cido de protector en el mismo partido. No obstante, no fue del todo así. Según
Soriano, el mencionado Suárez, el procurador Fernando Chugnitas y el intérpre-
te Juan José Carhuaguatay “han hecho un Cuachinderato [sic: ¿cuadriunvirato?]
para desollar y destruir la república” (AGN, GO-BI-BI1, leg. 51, cuad. 858, f. 3 r.).
La actuación de los mencionados habría estimulado que “hayan más pleitos”
beneficiándose de los derechos cobrados por su intervención, la cual Soriano
consideró innecesaria14 . El subdelegado, al parecer, también intentó vincularse
con estos indígenas, sobre todo con Chugnitas, quien habría enviado una queja
a Lima advirtiendo de la “impericia” de Soriano en el cargo y otra al intendente
de Trujillo acusando al párroco de San José, Manuel de la Puerta. Al ser dicho
párroco familiar y apoderado de Soriano, este debía quedar inhabilitado de ser
nombrado protector. Por su parte, el apoyo de Chugnitas al cuestionado subde-
legado respondía, siguiendo el descargo del cura Puerta, “para conseguir la pro-
curación de un año y la alcaldía de otro, y usar en estos ministerios su reprobada
genialidad y detestable odio que profesa a los españoles, y a los indios que no se
le avasallan” (AGN, GO-BI-BI1, leg. 51, cuad. 858, f. 24 r.)15 .
La información de la que se dispone en este momento, en torno a las comple-
jas relaciones alrededor de los actores de la litigación andina en Cajamarca, im-
pide revelar con suficiente precisión el substrato de las disputas para controlar el
puesto de protector partidario. El caso de Lambayeque será de ayuda para tal fin.

14 Soriano precisó en su representación al fiscal protector general Pareja que “me parece no necesario
tal intérprete”, puesto que el protector Suárez conocía la lengua nativa. Asimismo, sobre el procura-
dor indicó “me parece ocioso” (AGN, GO-BI-BI1, leg. 51, cuad. 858, f. 3 r.).
15 Una referencia archivística, en la que se lee la queja puesta por el cura Agapito Torres “contra el indio
Fernando Chugnitas, indio alcalde de segundo voto por su conducta” (Restrepo 246), confirma los
planes de Chugnitas en puestos ediles.

126 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


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El caso de la continuidad
del protector Manuel Mazarredo

Con poco menos de treinta años, el peninsular Mazarredo fue nombrado protector
de naturales de Lambayeque en la Intendencia de Trujillo16 . El 4 de julio de 1792 el
fiscal protector general José Pareja firmó el nombramiento en condición de inte-
rino (AGI, L, 725, n.° 47, f. 746 v.). El protector Mazarredo no demoró en ejercer el
cargo recibido17.
Pasado el habitual periodo bianual a cargo de la protectoría partidaria, las au-
toridades locales y limeñas discutieron acaloradamente, en los primeros meses
de 1795, sobre la continuidad de Mazarredo en el oficio. Estas discusiones revelan,
como se verá seguidamente, las complejas alianzas interétnicas formadas para
limitar la actuación de la protectoría partidaria en las últimas décadas del siglo
XVIII, momento en el que los cambios ordenados por la Real Cédula de 1781 no
estuvieron ausentes.
Uno de los líderes del bando opositor a la permanencia de Mazarredo fue el
capitán Pedro Rafael Castillo, subdelegado de Lambayeque18 . En su escrito, Cas-
tillo intentó restringir las potestades dadas al fiscal protector por la Real Cédula
de 1781, la cual, por cierto, consideró una de tantas “cuyo cumplimiento ha sido
impracticable, o ha tenido muchos inconvenientes”. Por ejemplo, manifestó que
el título despachado desde Lima no había sido remitido en primer lugar al inten-
dente de Trujillo, quien debía aprobarlo y, tras ello, pasarlo al subdelegado para el
mismo fin. Sin estos pasos, la medida del fiscal protector no tendría efecto. Justifi-
có este requisito indicando que el intendente, así como el virrey, tienen “la obliga-
ción de que se mantengan los territorios en paz y justicia”, por lo cual “deben tener
puntual noticia de los sujetos que se ocupan en cualesquiera incumbencias públi-
cas, y de su conducta y demás proporciones de aptitud, desinterés y desempeño”

16 Manuel Julián Mazarredo nació en Santa María de Mercadillo en Sopuerta (reino de Vizcaya, España),
el 3 de septiembre de 1762, fruto del matrimonio de don Manuel de Mazarredo y doña María Antonia
Barvieto (AGI, L, 725, n.° 47, ff. 748 r.-748 v.). A pesar de que la fecha exacta de su presencia en el litoral
peruano no se conoce, hacia 1785-1786 ya se encontraba en la costa lambayecana.
17 Una actuación del protector Mazarredo que se ha podido hallar, aunque no debió de ser la primera,
se dio en octubre de 1792 al “reproducir” el escrito presentado por Lorenzo Suibate, indio tributario
de Ferreñafe contra el alcalde de dicho pueblo, don Juan Inocente (ARL, J, P, Cr, caja 5).
18 Pedro Rafael Castillo, descendiente de un noble linaje, nació en Lerín (reino de Navarra, España),
aproximadamente en 1754-1755, y hacia inicios de 1776 se trasladó a las Indias (AGI, L, 703, n.° 124).

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La Real Cédula de 1781 y la disputa por el control de los protectores partidarios...

(AGN, DI, leg. 27, exp. 504, ff. 8 r.-8 v.). Con ello, intentaba supeditar las potestades
del fiscal protector general a las autoridades locales.
Otro de los motivos argumentados por Castillo para rechazar el nombramien-
to fue que, si bien la Real Cédula de 1781 cedía a los fiscales protectores generales
la función de nombrar protectores locales, no le quitaba al virrey la facultad supe-
rior de destituir a aquellos que no cumplieran su labor. Con ello, Castillo respondió
directamente a un escrito firmado por el ya aludido fiscal protector José Pareja y
Cortés, en el que este último indicó que la cuestionada cédula también autoriza-
ba a los fiscales protectores a remover a “los [protectores] nombrados siempre
que fuere preciso, y eligiendo de nuevo donde se necesitasen” (AGN, DI, leg. 27,
cuad. 504, f. 1 r.). Aunque el mandato en cuestión, como se ha visto, no dictaminó
sobre este punto, la potestad de los virreyes defendida por Castillo se puede en-
tender como una interpretación intencionada de dicho subdelegado.
La postura de Castillo, que defendía las regalías de los virreyes19, se enmar-
ca en la preocupación de este funcionario peninsular por mantener una buena
relación con el supremo gobernador del Perú. Antes de obtener la subdelegación
lambayecana fue subdelegado de Piura, partido colindante por el norte de su ac-
tual destino. Previamente a estos destinos obtuvo del virrey Manuel de Guirior
(1776-1789) —nacido en un poblado de Navarra (Aoyz), como Castillo— el puesto
de archivero de la Secretaría de Cámara del Virreinato peruano —cargo que jura-
mentó el 31 de julio de 1776— y, un mes después, el grado de capitán de la cuarta
compañía de regimiento de caballería de milicias de españoles de Luyaychillaos,
en Trujillo. Posteriormente, del superintendente José Antonio de Areche recibió,
en mayo de 1782, el puesto de tesorero oficial de las reales cajas de Trujillo (AGI,
L, 703, n.° 124). Su carrera pública no terminó en Lambayeque, aunque no siguió
creciendo. En julio de 1805 fue designado contador de las reales cajas de Puno
en el altiplano del sur peruano y, tras ello, en enero de 1809, comandante inte-
rino de los reales resguardos del puerto de Callao por el virrey Abascal (AGI, L,
738, n.° 34, f. 465 v.). En todas estas estancias, los distintos virreyes desempeña-
ron un papel decisivo en el destino de Castillo. Por ello, defender las preeminen-
cias de los visorreyes frente a los fiscales, como dictaba la Real Cédula de 1781,

19 Esta misma postura se puede detectar en el informe del contador general de tributos Juan Joseph de
Leuro, consultado por su parecer sobre el mecanismo de elección de los protectores partidarios. En su
escrito, a pesar de estar lamentablemente incompleto, se puede notar una actitud contraria a la Real
Cédula de 1781. En este sentido, relegó la atribución del fiscal protector a que “proponga a V.E. tres
personas de las calidades y requisitos necesarios al desempeño del cargo para que recayendo en el
que fuere de la Superior aprobación” (AGN, DI, leg. 27, cuad. 504, f. 36 r.).

128 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


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puede explicarse como una estrategia de Castillo para cuidar su futuro burocrá-
tico en suelo americano.
En sus escritos, Castillo incluyó otro comentario considerando, como lo orde-
nó la Cédula de 1781, que los protectores partidarios “no deben tomar derechos
por el cargo”. Debido a lo no remunerado del puesto, los elegidos debían ser, su-
gería el subdelegado, “unos vecinos honrados, prudentes, de inteligencia y [tener]
algún modo de subsistir”. Según él, estos rasgos no se encontrarían en Mazarre-
do “de quien por sus principios y destinos, que se probarán cuáles han sido, no
puede esperarse cosa buena, ni fin útil en el ejercicio del cargo de protectoría”.
El descrédito que hace la autoridad gubernativa del defensor lo llevó a poner en
duda sus conocimientos forenses al señalar que necesitaba el apoyo constante
de un papelista (AGN, DI, leg. 27, cuad. 504, f. 9 r.). Con esta afirmación, el subde-
legado posiblemente quiso indicar que la necesidad de un ayudante aumentaba
la presión sobre Mazarredo para encontrar fuentes de ingreso que sufragaran sus
gastos. Estas presiones se mantendrían mientras el protector se desempeñara du-
rante un periodo indefinido, como se estipulaba en el título del protector (AGN, DI,
leg. 27, cuad. 504, f. 9 v.).
Estas mismas ideas se expresaron en otro escrito con fecha de 25 de mayo de
1795, que además de la firma de Castillo incluía las de miembros del cabildo de es-
pañoles. En este oficio, dirigido al virrey Gil de Taboada, se presentaron con mayor
claridad los problemas ocasionados por la falta de salario y la duración indetermi-
nada de los protectores partidarios, que anteriormente solía ser “por solo el tiempo
de dos años”. Así, aseveraron:

Cuyo trabajo e indotación les han de obligar a renunciar el desinterés y la pu-


reza, y cuyos enlaces, y conexiones con el largo ejercicio y ocupación, les han
de proporcionar inclinaciones y afectos particulares, más perniciosos mientras
los indios sean más rústicos, cobardes, débiles y sumergidos. (AGN, DI, leg. 27,
cuad. 504, f. 15 r.)

Los problemas identificados, que eran consecuencia de la aplicación de la cé-


dula de 1781, terminaban repercutiendo negativamente en los indígenas.
A diferencia de lo sucedido en Cajamarca, miembros de las comunidades nati-
vas compartieron el rechazo del subdelegado. Efectivamente, representantes de
los cabildos de naturales sostuvieron que Mazarredo incitaba al pleitismo a gran
escala, en lugar de preocuparse por mantener la cohesión y la tranquilidad socia-
les, como también la productividad indígena. Así, Reymundo Niquén, procurador

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 129


La Real Cédula de 1781 y la disputa por el control de los protectores partidarios...

del cabildo de una parcialidad de Lambayeque, acusó a Mazarredo de ser el “prin-


cipal motor de las inquietudes de los miserables indios”, y que en lugar de “pro-
tegerlos y ampararlos, manteniéndolos en paz, como es justo, los conmueve a
pleitos, y disensiones, y de que dimanan varios recursos en la Superioridad”. Ello
impedía, continuó Niquén, que los “infelices” puedan dedicar su tiempo a traba-
jar y obtener “el sustento para sus familias”; en lugar de ello, Mazarredo los hacía
“impender gastos en viajes a Trujillo y a Lima”. Niquén no dudó en considerar a
Mazarredo “no solo […] enemigo capital de la nación índica, sino también de todo
el género humano, pues […] anda en los ranchos y campos de ellos, para moverlos
a sus pretensiones y siniestros recursos”. Finalmente, ponderó que dicho litigio
“demuestra que el protector no lo es de esta pobre comunidad” (AGN, DI, leg. 27,
cuad. 504, ff. 4 r.-4 v.)20. Por estas referencias, notamos que el procurador preten-
día presentar una imagen a las autoridades limeñas de una comunidad de natura-
les en contra del fuerte uso del sistema judicial ocasionado por el defensor.
Por su parte, el cabildo de naturales de Ferreñafe, que también denunció
el afán pleitista de Mazarredo21, consideró que la presencia de un protector en el
partido conllevaba su predominio absoluto en la litigación: “que haga y deshaga
lo que se le antoje, mandando a nuestro subdelegado, a los alcaldes y cabildos y
que los indios ya no pueden disponer de sus cosas ni presentar un escrito ni dar
poder, sino que han de estar sujetos a su voluntad” (AGN, DI, leg. 27, cuad. 504,
f. 22 v.)22 . De acuerdo con este ayuntamiento, el protector se presentaba ante “to-
dos los comunes” expresando que “le ha venido título de su Excelencia para que
sea protector mientras quiera” (AGN, DI, leg. 27, cuad. 504, f. 22 r.). Esta afirmación

20 Premo (188) también ha estudiado la oposición de la renovación de Mazarredo por las autoridades
locales, aunque al parecer utilizando otra fuente.
21 El cabildo de indios de Ferreñafe sostuvo al respecto: “todos los Comunes están temerosos de este
Sujeto porque les puede causar más perjuicios con estas facultades y con su genio pleitista y cavilo-
so” (AGN, DI, leg. 27, cuad. 504, f. 22 v.).
22 La protectoría de naturales de Lambayeque era particularmente poderosa porque, como también
sucedió con otras protectorías costeras como la de Ica, se solía encargar la judicatura de aguas, que
permitía administrar y repartir este trascendental recurso en un ecosistema desértico. Mazarredo de-
claró que fue nombrado juez de aguas de Lambayeque el 12 de agosto de 1796, siendo aún protector
partidario. Ejerció este encargo, que permitía recibir “derechos y emolumentos” y que obtuvo del
virrey O´Higgins, durante seis años hasta que el oficio se integró al subdelegado (AGI, L, 725, n.° 47,
ff. 17 r., 749 v.). A pesar de ello, al parecer Mazarredo ya desempeñaba estas funciones a inicios de la
década de 1790, puesto que el cabildo de Ferreñafe lo acusó “de encender la bulla que hicieron los
zambos de este pueblo por la limpia del río, viniendo a él armado y con gente, pues hasta disparó un
pistoletaso” (AGN, DI, leg. 27, cuad. 504, ff. 24 r.-24 v.).

130 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Carlos Zegarra Moretti

puede esconder un interés en común del cabildo de Ferreñafe y del subdelega-


do. Castillo —a quien el representante de Mazarredo en Lima, don José Agudo,
calificó como su “enemigo capital” (AGN, DI, leg. 27, cuad. 504, f. 19 r.)— propuso
que en aquellas causas en que ambas partes fueran indígenas, el protector solo
debería actuar en calidad de informante: “Y solo deberá tener dicho empleo el
dictamen informativo en las causas de indios con indios, pues que lo demás pa-
rece imposible”. La escasa intervención que se quería para el protector en litigios
entre nativos puede responder a la imposibilidad de defender ambas partes. No
solo eso, cuestionó incluso la presencia de un protector en la localidad: “cuando
por ahora no hubiese a ello lugar [nombrar protector]” (AGN, DI, leg. 27, cuad. 504,
f. 9 v.)23. Con ello, puede entenderse un ataque al protector desde dos frentes:
el del subdelegado, criticando la real cédula, y el del cabildo de indios de Ferreña-
fe, defendiendo su autonomía en trámites judiciales24.
Si bien los cabildantes de Ferreñafe apoyaron al subdelegado para no renovar
a Mazarredo en el cargo de protector partidario, esto no significa que el total de los
grupos indígenas en Lambayeque lo hicieran. En el escrito de este ayuntamiento
se puede leer que en su primer ejercicio bianual Mazarredo “solo ha defendido
a los indios que son de su pandilla y en lo que tiene algún interés, o aquellos a
que favorece el indio don Pedro Faisso que a fuerza quiere ser cacique de nuestro
pueblo” (AGN, DI, leg. 27, cuad. 504, f. 22 v.)25. En el caso concreto de Ferreñafe,
sostuvieron que Mazarredo tenía interés compartido con el indígena Francisco Xa-
vier Aldana: “juntamente un indio revoltoso […] a quien ampara, y por cuya mano
ha pretendido que no se haga la tina de este pueblo” (AGN, DI, leg. 27, cuad. 504,
f. 22 v.). El mismo ayuntamiento añadió la vinculación de Mazarredo con “otros in-
dios de Lambayeque con que está ligado”, entre los que destacó a Clemente Anto
y a Antonio Limo, además de su nexo con el procurador general de los naturales
de Lima. Los mencionados, y otros “quieren mandar y gobernar a todos estos pue-
blos haciendo su gusto y amparando al que les parece, aunque no tenga justicia
y de aquí se sigue que todos estamos sujetos a su voluntad en nuestras causas

23 Es posible que este apoyo compartido por el subdelegado —que buscaba evitar intromisiones del
protector nombrado por el fiscal protector— y el cabildo de naturales —que buscaba independencia
en sus gestiones— sea parte de una historia más compleja que alcanzó las instancias en España. En
1798 la Corona recibió solicitud del subdelegado de Lambayeque para eliminar la protectoría en su
distrito (Premo 188).
24 Sobre las respuestas de los cabildos de naturales a los esfuerzos borbónicos por controlar estas ins-
tancias, véase Dueñas, “Cabildos de naturales”.
25 Para el linaje Faizo, véase Sala i Vila.

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La Real Cédula de 1781 y la disputa por el control de los protectores partidarios...

y pleitos” (AGN, DI, leg. 27, cuad. 504, f. 22 v.). De la misma manera, el cabildo de
indios de Chiclayo señaló un caso en el cual el protector partidario Mazarredo fa-
voreció a sus cómplices, siendo uno de ellos “el indio Morropano Meliton” (AGN, DI,
leg. 27, cuad. 504, ff. 24 r.-24 v.). La colaboración activa de Mazarredo con nativos
de diferentes puntos del partido que se encontraban fuera de los cabildos hace
pensar que estas instancias tenían fuertes contrincantes, que vieron en el protec-
tor un aliado valioso.
Estos convenios de Mazarredo con algunos líderes nativos muestran claramen-
te una red de actores locales indígenas cercanos al protector, la cual alcanzaba la
capital virreinal por medio del procurador general de naturales y, seguramente,
del fiscal protector Pareja. Estos colaboradores locales no son desconocidos y
destacan por su extensa actividad judicial 26 . Una década antes de los sucesos es-
tudiados, Antonio Limo y Clemente Anto habían defendido el nombramiento de
Teodoro Daza como protector partidario de Lambayeque. A su vez, Anto tuvo un
enfrentamiento con Pedro de Estella, un personaje que llegó a ocupar un lugar
clave en los aspectos comercial, político y social de Lambayeque 27 y quien, para
el procurador general Vilca, sería uno de los principales cabecillas de la renova-
ción de Mazarredo (AGN, DI, leg. 27, cuad. 504, f. 20 r.). Aquí es necesario precisar
que Estella fue uno de los que confirmaron el texto de Castillo del 25 de mayo de
1795. En sus múltiples actividades, Estella tuvo ocasión de conocer de cerca el
fuerte activismo que podía sucederse en los litigios indígenas. En sus planes de
crecimiento empresarial, en 1790 el comerciante proyectaba construir una tina
de jabón. Esto despertó una oposición expresada por el mencionado Anto, que
en 1784 y 1785 había ocupado el cargo de procurador del cabildo de naturales. Sin
embargo, no era una postura compartida por los líderes nativos, ya que Temoche,
cacique de Lambayeque, se manifestó a favor de Estella y consideró “injustas” las
acusaciones de Anto (Ramírez, “Don Clemente Anto” 837-838).

26 Además de lo que se menciona seguidamente, el llamado “indio morropano Meliton” puede ser José
Antonio Meliton Coronado Yufuc Corñan, quien en 1797 recibió un poder de representación otorga-
do por la nativa Manuela Adán (ARL, J, P, Cr, caja 7).
27 En 1790, Pedro de Estella era ayudante mayor de milicias, juez diputado del tribunal de consulado de
comercio, además de ser un comerciante exitoso en el rubro de tinas de jabón (Ramírez, “Don Cle-
mente Anto” 837). En 1812 era, además de coronel de infantería y teniente coronel de ejército, regidor
del cabildo de españoles de Lambayeque y dueño de la tina llamada Nuestra Señora del Rosario
(ARL, N, Casanova, leg. 1, “Fianza del señor coronel don Pedro de Estella para el oficio de registros y
real hacienda de este Lambayeque a favor de don Josef Domingo Casanova”).

132 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


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El apoyo que brindó Temoche a la empresa de Estella de construir una tina para
la producción de jabón coincide con el interés que años después manifestó, como
se ha señalado, el cabildo de Ferreñafe y que desató uno de los conflictos con Ma-
zarredo. Este puede ser un interés adicional compartido por algunas autoridades
étnicas y los empresarios españoles, que llevó a formar un bando en contra del pro-
tector partidario y sus aliados. Asimismo, los opositores de Mazarredo se quejaron
de la intromisión del protector en la posesión de tierras comunales. Por ejemplo,
el ya aludido procurador Niquén exigió la abstención del protector en el manejo de
estos terrenos: “tengo pedido muy de antemano se deslinde su pertenencia, para
que se reconozcan las tierras vacantes y realengas, que pide se repartan inconti-
nenti a mi comunidad [de Esquén] dándoseles posesión de ellas” (AGN, DI, leg. 27,
cuad. 504, f. 4 v.). En esa misma línea, el cabildo de naturales de Ferreñafe mencio-
nó el conflicto por las tierras “que nos ha dado el rey y los remensuradores según
nuestros títulos” (AGN, DI, leg. 27, cuad. 504, f. 24 r.). Se puede especular que la au-
sencia de un activo protector con fama de ser litigioso podría entorpecer posibles
negocios entre cabildos con acceso a tierras, ambiciosos hacendados españoles y
un subdelegado que podía controlar la mano de obra indígena.
Por lo esbozado, se cuenta con un panorama más claro de las posibles razo-
nes detrás de la renuencia en bloque a la renovación de Mazarredo. Si bien las ra-
zones de su oposición giraron en torno a los vacíos de la Real Cédula de 1781 y al
carácter pleitista, es necesario considerar que Mazarredo debió de tener intere-
ses propios y compartidos. Él mismo se dedicó al comercio de “algunos efectos”
entre Lima y Lambayeque, para lo que contaba con tienda pública (AGI, L, 725,
N. 47, ff. 738 r., 739 r.-740 r.). Igualmente, por su cargo podía influir en las comu-
nidades indígenas, como él mismo lo declaró. En efecto, durante las guerras de
la Corona contra Francia e Inglaterra, Mazarredo “los ha conducido a personarse
a que fuesen ocupados en lo que se les considerase útil al real servicio”. Pero
no solo eso: “mediante al influjo del suplicante erogaron donativos voluntarios
que por su mano se han exhibido en las cajas reales de esta capital” (AGI, L, 725,
n.° 47, ff. 749 v.-750 r.). Más allá de este manejo de los súbditos en beneficio de
la Corona, Mazarredo pudo servir de brazo local de los posibles planes, aún no
identificados, del fiscal protector Pareja, a quien consideró “su inmediato jefe” y
“con quien a menudo consultaba las defensas de aquellos naturales” (AGI, L, 725,
n.° 47, f. 750 r.).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 133


La Real Cédula de 1781 y la disputa por el control de los protectores partidarios...

Conclusiones

El presente artículo ha mostrado la lucha por el control de los protectores par-


tidarios al final del periodo virreinal. El decisivo rol que podía desempeñar este
oficial en los asuntos locales llevó a la formación de bloques interétnicos que
podían agrupar bandos de los diferentes sectores de la sociedad virreinal. En los
casos mencionados, provenientes de la Intendencia de Trujillo, la imagen que
tenemos de los protectores partidarios es que su ejercicio estuvo cuestionado
por estas complejas dinámicas. Un fuerte bloque, compuesto por los miembros
de los cabildos de indios, subdelegados y estancieros españoles, no dudó en
cuestionar la actuación del protector ante las autoridades superiores. Esta red
de apoyo no solamente se expresó en lo discursivo, sino que tenía motivaciones
económicas, como la fabricación de tinas de jabón y la administración de tierras
comunales.
La Real Cédula de 1781 otorgó al fiscal protector general mayor autoridad para
controlar asuntos locales por medio de los protectores partidarios. Posiblemente,
el temor de la intromisión del fiscal protector de Lima en los negocios locales sus-
citó la alianza de los actores previamente aludidos. Una forma de contrarrestarlo
fue cuestionar la validez de dicho mandato tanto en sus precisiones como en sus
ambigüedades. En ese sentido, el ministro Pareja se enfrentó a múltiples trabas
para aplicar su nueva potestad, por lo que tuvo que lidiar con reclamos que podían
alcanzar al virrey. La oposición a esta cédula se sumó a una batería de cuestiona-
mientos sobre la actuación del protector partidario28 .
Los últimos veinte años del siglo XVIII se presentan de gran interés para el es-
tudio de la protectoría partidaria. Las complejas alianzas interétnicas formadas
para cuestionar su nombramiento y funciones revelan la amplia trascendencia, a
la vez que la fragilidad, de este personaje en la sociedad y las distintas motivacio-
nes y formas de interacción de los grupos de poder.

28 Además de las acusaciones del excesivo rasgo pleitista de los protectores partidarios, se pueden
mencionar las discusiones sobre su “calidad”. Sobre esto último, en el mismo Lambayeque, Teodoro
Daza, un antecesor de Mazarredo en la protectoría, fue acusado de ser “mestizo” (Ramírez, Provin-
cial Patriarchs 251-253). Caso similar se produjo en el intento de las élites locales de deslegitimar
al protector Juan Díaz Gallardo señalando que era “hombre oscuro”, de “origen humilde” y mestizo
(Echeverri 127).

134 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Carlos Zegarra Moretti

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El fiscal protector de indios durante
el colapso de Nueva España (1811-1821):
notas en torno a los estertores
de una institución colonial
Fiscal Protector de Indios during New Spain’s Collapse (1811-1821):
Some Notes Regarding the End of a Colonial Institution

DOI: 10.22380/20274688.2385
Recibido: 5 de marzo del 2022 • Aprobado: 30 de junio del 2022

Francisco Miguel Martín Blázquez1


Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma
de México, Ciudad de México, CDMX, México
[email protected] • https://orcid.org/0000-0003-2605-4464

Resumen
Este artículo ofrece algunos avances en el conocimiento de la figura del fiscal pro-
tector de indios durante el final de la época novohispana, ya en la segunda década
del siglo XIX. Mediante un acercamiento a la figura de los últimos ocupantes de este
cargo, los fiscales del crimen de la Real Audiencia de México, y sus posicionamientos
sociales y políticos, así como el estudio de causas localizadas en el AGN mexicano, se
analizan algunos pormenores sobre esta institución de eminente carácter colonial,
alrededor de una década que sufrió fuertes tensiones sociales y cambios normativos.
De esta forma, se arroja luz sobre su papel en la gestión y el control de los pueblos de
indios, la defensa de sus intereses frente a la tesitura bélica o su colaboración con el
régimen virreinal.
Palabras clave: protector de indios, independencia de México, Nueva España,
colonialismo, historia social de la administración

1 Licenciado en Historia por la Universidad de Granada, España; máster en Historia y Antropología


de América por la Universidad Complutense de Madrid, España; doctor en Humanidades y Cien-
cias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España. En la actualidad es becario
posdoctoral en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de
México (UNAM). Experto en gestión de la documentación y en genealogía y archivos; especialista en
las magistraturas indianas, con especial atención en el final del periodo de dominación española.

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El fiscal protector de indios durante el colapso de Nueva España (1811-1821)

Abstract
In this paper, we will offer some advances in the knowledge around the fiscal protector
de Indios during the end of the colonial period in Mexico, through the second decade
of the 19th Century. Approaching the figure of the last occupants of this position, the
prosecutors of crime of the Real Audiencia of Mexico, and their social and political
positions, as well as the study of cases located in the Mexican National Archive, we
will analyse some details about this institution of eminent colonial character around
a decade that suffered strong social tensions and normative changes. In this way, we
will shed light on their role in the management and control of pueblos de indios, the
defense of their interests during wartime circumstances, or their collaboration with
the viceregal regime.
Keywords: protector de Indios, Mexican War of Independence, New Spain,
colonialism, social history of administration.

Introducción: hacia el final


de un régimen y sus singularidades

El 11 de enero de 1821 las Cortes españolas del Trienio Constitucional, tras una con-
sulta del fiscal de la Audiencia de Caracas, emitieron un decreto para abolir la figura
del protector de indios en sus provincias ultramarinas, ante su innecesaria presen-
cia, tras haberse garantizado la igualdad de todos los ciudadanos de la nación espa-
ñola (AGN, RCO, 226, 1). En el caso de Nueva España, tal disposición, si bien llegó a
promulgarse, no se llevó a efecto, puesto que el cargo quedó suprimido solo tras la
consecución de la independencia del país, poco antes de octubre de ese año (Clave-
ro 945-946). Casos similares se dieron en otros antiguos territorios bajo soberanía
de la Corona española en América que ya se habían emancipado, como ocurrió en
Chile, que demostró en 1819 su irrelevancia dentro de su ordenamiento jurídico2.
Este históricamente controvertido cargo, u honor dependiendo del momento, había
quedado anexo a las fiscalías del crimen tras la promulgación de la instrucción de
regentes para Audiencias indianas en 1776, y recibió potestades posteriores para
nombrar y elegir a otros, denominados partidarios, que actuarían en espacios más
alejados del distrito inmediato de aquellos tribunales (Miranda 168; Suárez 292-293).

2 El Congreso chileno no atendió la solicitud del protector de naturales en la causa relativa a dos hijos
únicos, de finales de febrero de 1819, a la hora de movilizarlos para realizar el servicio militar. Los
organismos apelaron a la supresión de la onerosa diferenciación y los privilegios que conllevaba
ser considerados otra comunidad diferente a la del resto de habitantes del país, por lo que debieron
servirlo con las exigencias que se les pedía (Letelier 302-303 y 309). Agradezco a Gabriel Cid por faci-
litarme el dato y su referencia.

140 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Francisco Miguel Martín Blázquez

En la erección de Audiencias posteriores a dicha disposición, como la refundada en


Buenos Aires por cédula de 14 de abril de 1783, esto ya quedaba explicitado en sus
ordenanzas (Acevedo 32).
Así, quedaron significados como fiscales o jueces protectores de naturales o in-
dios, también llamados generales, en el marco de los ministros que integraban la
planta de los tribunales reales en las Indias. Es con dicho marco que se llega hasta el
estallido de la crisis de la Monarquía española el año de 1808, tras la invasión france-
sa y las abdicaciones de Bayona de los monarcas borbones en el emperador francés
Napoleón. Ante el vacío de poder regio y la situación bélica, se organizó toda una
serie de movimientos juntistas de diverso carácter que acabaron desembocando en
una regencia que convocó unas cortes generales extraordinarias en Cádiz en 1810.
Poco después se promulgó un texto constitucional para el mundo hispánico que es-
tuvo vigente durante dos periodos a lo largo de la década siguiente, de 1812 a 1814
y de 1820 a 1823 (Chust).
Este artículo ofrece algunas observaciones sobre el cargo del fiscal protector de
naturales para este periodo de reestructuración jurídica y administrativa. Como se
verá, su cometido pivotaba entre el control de pueblos de indios mediante acciones
tutelares en materia judicial, pero también hacía que los designados en el cargo ve-
laran por sus distintos intereses de facción en el juego político del momento. Nues-
tro objeto de estudio es parte de una serie de investigaciones previas sobre quienes
fungieron como tales en Nueva España mientras desempeñaban el puesto de fiscal
del crimen, así como verter algunas consideraciones en torno a las funciones que
tenían vinculadas durante los últimos años del virreinato, coincidentes con los de
la guerra insurgente (de 1810 a 1821, aproximadamente). Para ello, nos acercamos
al perfil de estos últimos togados de la Real Audiencia de México y atendemos tan-
to a su situación como a algunas de sus actuaciones en esos momentos. Nuestro
planteamiento muestra, a partir de un acercamiento desde la historia social de la
administración y del actuar político de este cargo, cómo incidía en la gestión guber-
nativa del régimen virreinal durante la etapa de descomposición imperial, lo cual
arroja nueva luz, gracias a la información recogida de diferentes testimonios sobre
su desempeño. Con esto pretendemos poner en valor una judicatura singular du-
rante una época de intensas alteraciones normativas, mientras se mantenía dentro
de un sistema colonial en pleno —y aparente— proceso de desestructuración.
Si bien la protectoría de naturales, en general, y las atribuciones del fiscal, en
particular, se hallaban al borde de la extinción en esta etapa, continuaron operan-
do de manera activa incluso cuando su existencia no tenía cabida dentro del marco
jurídico vigente. Eso lo convertía en una paradoja operativa que nos hace plantear

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 141


El fiscal protector de indios durante el colapso de Nueva España (1811-1821)

algunas cuestiones, como el alcance real de los postulados constitucionales o la


continuidad de dinámicas existentes a pesar de las transformaciones legales e insti-
tucionales que pregonaban los tiempos de cambio. Todo esto se veía afectado ade-
más por los vaivenes propios de la tesitura bélica y de las tensiones gubernativas
entre partidarios del absolutismo y el constitucionalismo. Tales cuestiones eran un
claro síntoma de la continuidad de una realidad de marcado carácter colonial que,
a pesar de los cambios operados, mantuvo elocuentes permanencias para evitar,
en especial por las aciagas circunstancias del momento, el desmantelamiento del
orden social imperante.

Algunos elementos previos: el fiscal protector


de indios desde la monarquía dieciochesca

Antes de nada, comenzaremos con una breve contextualización para comprender


tanto la política detrás del cargo como nuestras posiciones analíticas al respecto.
Como íbamos indicando, la figura del protector de naturales en las Indias hispáni-
cas no solo fue controvertida, sino también definitoria del sistema colonial hispano
en sus territorios extraeuropeos. La condición a la que eran relegados los nativos,
insertos en el sistema por medio de comunidades avasalladas, hizo que gozaran
de un estatus jurídico propio de tutelaje, que los consideraba menores de edad,
rústicos o miserables (Oliveros; Castañeda). Este paternalismo institucionalizado
significaba la necesidad de dotar de instrumentos para negociar con dichos grupos
e incluirlos dentro del organigrama estamental que se les impuso, de modo que
con ello se creó una realidad característicamente indiana. La falta de referencias
equivalentes en el mundo conocido previo al contacto con el continente america-
no, de raíz euroasiática, supuso la implantación de regímenes nuevos y específicos
para la gobernación de aquellos territorios. De esa forma, la situación de los indíge-
nas dentro de la Monarquía española nacía de un gran vacío que implicó la necesi-
dad de legislar sobre su condición, basándose en la mentalidad del momento y en
la consideración de que los testimonios producidos por colonos y conquistadores
compartían una cosmovisión con los imaginarios de los legisladores.
Con estos propósitos, la Corona promulgó una serie de disposiciones que am-
pararían a este colectivo de manera genérica para todos los territorios, además,
fomentó la implantación de instituciones que se ocuparían de velar por sus inte-
reses. Así, fueron apareciendo una serie de figuras como la de los corregidores de

142 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Francisco Miguel Martín Blázquez

indios, los protectores de naturales (Bayle) o los operarios del Juzgado General de
Indios (Borah), cuyas atribuciones y características fueron modificándose de acuer-
do con los cambios que se iban implementando en la gestión del gobierno indiano.
Todos estos eran oficiales reales y ministros a los que se acudía en primera instan-
cia y, en caso de apelación, los autos se trasladaban a las audiencias reales, bien,
al principio, por intervención directa de su presidente —que era virrey o capitán
general, donde mediaba habitualmente un intérprete de las lenguas nativas—, o
bien uno de los ministros integrantes quedaba asignado como asesor del Juzgado
General o como fiscal o juez protector general de naturales (Miranda 172). Para la
época que nos ocupa, estas instancias se habían visto bastante perjudicadas por
el programa reformista precedente, que iba en pro de una mayor racionalización
administrativa. No obstante, la fuerte raigambre de las costumbres parejas a estos
elementos constituyentes del universo colonial entre estas corporaciones dificultó
su desmantelamiento, pese a los intentos que se hacían desde las autoridades me-
tropolitanas, en especial a partir de la visita general a Nueva España (1765-1772) y el
secretariado en Marina e Indias (1778-1787) del letrado malagueño José de Gálvez.
¿Fomentó acaso todo ello una sensación de desamparo o desestabilización?
Es este el contexto en el que la protectoría de naturales se implantó y desarro-
lló como una función bajo el rubro de la administración regia. Su evolución varió en
función de los espacios, las dinámicas de interacción propias de cada región y las
condiciones coyunturales que atravesaron las relaciones entre los representantes
del rey y los pueblos (Ruigómez; Bonnett; Solís; Cutter). Los roles de este cargo va-
riaron mucho en función de quiénes lo desempeñaron, de manera tal que a lo largo
de su existencia se encuentran casuísticas de lo más extremas, desde fervientes
partidarios de las culturas autóctonas hasta sus más acérrimos enemigos, pasando
por quienes pretendían aprovecharse del cargo para diversos fines.
Con respecto al funcionamiento de los pueblos, se mantuvo más o menos es-
table, al menos hasta la implantación de todas aquellas reformas dieciochescas
promovidas desde la Corte (Menegus). Sus formas de participación política y de so-
ciabilidad, que a su vez comenzaron a sufrir alteraciones impuestas por las nuevas
circunstancias derivadas de la crisis imperial, se adaptaban a los ritmos de trans-
formación que sufría la Monarquía española (Guarisco, Los indios). A pesar de todo,
la consideración oficial hacia estos grupos continuó basándose en esas formas
proteccionistas de tutelaje, pues las propias corporaciones las tenían desde ha-
cía tiempo asimiladas; más, si cabe, debido al impulso de un mejor conocimien-
to de los territorios ocasionado por las iniciativas ilustradas: la secularización de

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 143


El fiscal protector de indios durante el colapso de Nueva España (1811-1821)

doctrinas, la elaboración de censos y la optimización tributaria, que incidieron de


forma directa en asuntos como los repartimientos. Asimismo, el interés de ese ca-
rácter protocientifista por definir la calidad de las personas, es decir, una especie
de clasificación étnica, incidió a su manera en la búsqueda de nuevas expresiones
para integrar a estos sectores dentro del colectivo ciudadano, al equipararlos con
otros súbditos (Annino, “Cadiz”; Guarisco, “La Constitución”). Tales objetivos no
podían lograrse de la noche a la mañana, sobre todo por las reticencias de asimila-
ción por parte del grueso de la sociedad, imbuidas del espíritu veterorregimental,
y las autoridades hispanoindianas, que fueron las mayores trabas a su implanta-
ción. El orden preexistente a duras penas conseguía alterarse.
Los nuevos oficiales nombrados a este efecto estaban vinculados a alguna ins-
titución dependiente de la gestión gubernativa, o bien a la administración de justi-
cia, aun cuando en ciertas regiones periféricas podían ser militares (Miranda 168).
Para el siglo XVIII, hacía ya tiempo que el clero había quedado relegado de esta
dignidad, en especial tras todas las medidas de corte secularizador y regalista que
incentivó durante aquella centuria la nueva dinastía reinante. De hecho, se bus-
caban ante todo perfiles con experiencia dentro de los aparatos políticos y de las
lógicas racionalizadoras que imperaban entre los asesores del monarca, que se
orientaban siempre hacia una eficacia optimizada. Si bien los eclesiásticos man-
tenían un contacto más estrecho con los pueblos, al final se priorizó a los civiles,
justamente por esas ínfulas regalistas y de eficiencia administrativa.
Vistos estos elementos cabe apreciar otro no menos importante: ¿qué le suce-
dió al cargo con el advenimiento del régimen de Cádiz? A priori, tal como las dispo-
siciones de las Cortes y el propio articulado de la Carta gaditana indicaban, al igual
que ocurrió con el Juzgado General de Indios, se suprimiría en pro de convertir a
todos los súbditos del rey en ciudadanos de la nación con iguales derechos. Sin
embargo, al parecer los fiscales del crimen mantuvieron esta ocupación en activo
durante los periodos de vigencia constitucional, probablemente por las exigencias
de la coyuntura. La realidad es que todas aquellas disposiciones albergaban una
contradicción con respecto al trato sobre los naturales como colectivo homogé-
neo, pues se mantenía de forma fáctica la división entre españoles e indios, y el
tratamiento hacia estos últimos continuó siendo el paternalista dado hasta en-
tonces (Clavero 983). Esto podemos observarlo tanto por los testimonios que nos
han dejado ciertos protagonistas como por la documentación que generaron las
instituciones. Lo veremos a partir de algunos casos.

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Francisco Miguel Martín Blázquez

Los últimos fiscales protectores de indios


en Nueva España: breves semblanzas personales

A mediados del mes de enero de 1811, procedente de Gran Canaria, llegó al con-
tinente americano junto con su familia el letrado navarro Juan Ramón Osés del
Arce, nuevo fiscal del crimen de la corte virreinal (Osés 1-49). Recibía este encargo
en sustitución del recién ascendido a fiscal de lo civil, el antequerano Francisco
Robledo de Alburquerque. Este jurista se había formado a finales de la centuria
anterior como legista en la entonces efervescente Universidad de Salamanca,
había adquirido notable reputación desempeñando algunos cargos municipales
menores en la capital del Tormes hasta 1803 y luego la fiscalía de la Real Audiencia
de Canarias. La Regencia le había destinado a México por decreto a mediados de
1810 y tomó posesión de dicha dignidad poco después de instalarse en la Ciudad
de México, el 23 de febrero del año siguiente.
La labor de Osés como fiscal del crimen y protector comenzó de inmediato,
pues en los primeros meses ya estaba trabajando con las primeras causas que le
fueron asignadas (AGN, C, 5752, 75). Según él, en los aproximadamente cinco años
y medio —de febrero de 1811 a julio de 1816— que desempeñó ambos puestos
despachó un total de 5 526 causas entre fiscalía y protectoría (AGI, M, 1644). Si bien
cumplió con creces en sus funciones como ministro, de intachables facultades, su
carrera peligró ante su pública y notoria toma de partido a favor de la Constitución
gaditana. No solo fueron las labores que se le encomendaron de cara al gobierno
de la provincia mexicana —fue miembro de una comisión para establecer la divi-
sión de poderes y de otra para revisar un borrador de ordenanzas elaborado por
dos oidores para ajustar la Audiencia a la nueva Ley de Arreglo de Tribunales (Mar-
tín, “Aires”)—, sino su apoyo a toda una serie de medidas que iban en contra de la
opinión mayoritaria de los miembros del tribunal. Apoyó la supresión del Tribunal
del Santo Oficio o de la Junta de Seguridad y Buen Orden, cuyos principios eran
ajenos al espíritu constitucional, así como la implantación del régimen de diputa-
ciones provinciales y ayuntamientos o la celebración de elecciones municipales
(AGI, M, 1664).
Esa alineación le valió ganarse la enemistad directa del entonces jefe políti-
co superior-virrey, el curtido militar de carrera y destacado contrarrevolucionario
Félix María Calleja, quien durante todo su mandato trató de apartar a Osés de su
cargo y expulsarle de la ciudad, a poder ser degradándolo. Así, aprovechó para
acelerar el mandato de las Cortes del 26 de junio de 1813 para trasladarle hasta
la fiscalía de Guatemala tras adaptarse la nueva planta de la Audiencia territorial

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 145


El fiscal protector de indios durante el colapso de Nueva España (1811-1821)

—donde permanecerían los otros dos fiscales, con más antigüedad que él— y así
consumar su destierro (AGN, RCO, 212, 136; CIND-IV-JRO, 216 y 228), a lo que el
afectado se opuso con vehemencia. Para evitarlo, alegó lo costoso del traslado,
la alta peligrosidad en los caminos por todos los sentimientos de venganza entre
bandidos e insurrectos a los que había perseguido y juzgado, la mala salud de su
esposa Juana y, además, que contaba con el apoyo que le brindaron entre 1814 y
1815 numerosas corporaciones, entre las que se encontraban las repúblicas indias
de San Juan y Santiago (AGI, M, 1643). Con todo eso, logró mantenerle el pulso a
Calleja y permanecer en México hasta el cese del virrey en marzo de 1816 y su pos-
terior promoción a alcalde del crimen en la correspondiente sala de la Audiencia
en octubre de aquel mismo año (CIND-IV-JRO, 230). Por ese asunto, además, debió
exigir que se le pagaran los sueldos respectivos al continuar actuando como fiscal
protector de naturales, extraído de los sobrantes de las cajas de las parcialidades
(AGN, RA, 788, 13; CIND-IV-JRO, 210 y 211).
Ante todo, y a pesar de ir contracorriente con respecto a la posición de la
mayoría de los ministros de la Audiencia en cuanto a la instauración del régimen
constitucional en la ciudad de México y el virreinato, pudo contar con dos aliados
dentro del tribunal: el fiscal de Hacienda Ambrosio de Sagarzurieta, otro vasco en
la administración, y Manuel de la Bodega y Mollinedo, oidor de origen limeño e
ínfulas liberales. Con ambos entabló una cordial relación de amistad que se per-
petuó durante su estancia mexicana, fuera in situ o ya desde la distancia3. Asimis-
mo, contaba en la ciudad con otro antiguo compañero de las aulas salmantinas y
paisano, el letrado Juan Martín de Juanmartiñena, quien fuera abogado de promi-
nentes vizcaínos, como el acaudalado comerciante Gabriel de Yermo.
El sucesor en el cargo de Juan Ramón Osés fue el caraqueño José Hipólito
Odoardo y Grandpré, destinado a México para servir esa plaza por orden del 16 de
noviembre de 1815. Lo habían nombrado diputado en Bayona a finales de mayo
de 1808, pero acabó huyendo del bando francés y se refugió en Sevilla y Cádiz al
finalizar ese año, tras lo cual desempeñó algunos cargos menores en la Regencia.
Su carrera en la fiscalía del crimen fue breve, pues pronto ascendió a la de lo civil
en el mismo tribunal (Martín, “Un borbonista” 498-499). Poco debió hacer, pues
pronto, por haber ascendido a su nuevo puesto, le sustituyó José Ignacio Bera-
sueta, un jurista novohispano que había estudiado en universidades castellanas

3 Manuel de la Bodega se trasladó a la península en 1814 por su nombramiento en el Consejo de In-


dias (Vallejo 1429-1432) y desde Madrid se estuvo carteando con Osés, especialmente a causa de su
intento de traslado a Guatemala.

146 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Francisco Miguel Martín Blázquez

y hecho carrera como asesor letrado en Puebla e interino de la sala del crimen de
la Real Audiencia, mientras actuaba como confidente de la Junta de Seguridad y
Buen Orden (Burkholder y Chandler 44). Ambos trabajaron ya a las órdenes del
nuevo virrey, Juan Ruiz de Apodaca, quien a su vez nombró a Osés miembro de la
comisión de indultos para la ciudad en 1817 (CIND-IV-JRO, 237).
Al producirse la escisión de México de la Monarquía española, Osés regresó a
España junto a su familia (Arnold 129), mientras que Odoardo y Berasueta optaron
por permanecer en el país. El primero dio el paso de cara a iniciar su carrera polí-
tica en el Congreso constituyente como su presidente, pero quedó truncada por
el hostigamiento que sufrió por parte de los partidarios de Agustín de Iturbide,
con lo cual debió huir del país hacia Cuba (Martín, “Un borbonista” 503-506). El
segundo se mantuvo tratando de ascender en los remanentes de la Audiencia ca-
pitalina y sus sucesivas reinstauraciones hasta constituirse esta en Suprema Corte
de Justicia (Arnold 129).

Las labores del fiscal protector:


algunos casos de estudio

Como se ha podido apreciar, los fiscales del crimen continuaron desempeñando


el cargo de protector general de naturales en el distrito de la Corte novohispana,
aunque, como veremos, los otros fiscales, de lo Civil y de Hacienda, se inmiscuían
de igual manera en determinados asuntos cuando rozaban sus competencias.
Por medio de las cuantificaciones de Osés vemos con claridad que, a pesar de la
presente tesitura bélica, la cotidianeidad de la vida continuaba y debían despa-
charse todo tipo de causas en defensa del colectivo. Los datos que ofrece en su
memorial merecen algo de detenimiento. Como puede observarse en la tabla 1
(AGI, M, 1644), las causas relativas a la apelación del Juzgado General de Indios so-
lían ser muy inferiores a las criminales. Llama la atención, claro está, el descenso
que sufre a partir de 1812, una vez establecido el régimen constitucional a finales
de septiembre de aquel año, por lo que quedó así abolida la jurisdicción especial
(Lira, “Extinción” 195-196), aunque continuaron llegando causas motivadas para
el fiscal protector. Estas sufrieron un repunte tras la restitución del absolutismo en
mayo de 1814 y la promulgación del edicto en Nueva España el 4 de diciembre de
1814, de manera que repercutieron con un salto de más de cuatrocientos casos en-
tre ese año y el siguiente, seguramente muchas de ellas acumuladas, en espera de
asignarse a esa parcela judicial, o bien transferidas al protector por su condición.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 147


El fiscal protector de indios durante el colapso de Nueva España (1811-1821)

También podía deberse al reclamo de derechos de los pueblos tras la supresión


del régimen municipal gaditano, con el que adquirieron numerosas prerrogativas
que perdieron al volver al modelo anterior. Lamentablemente, no hemos logrado
localizar informaciones similares para los momentos en los que sus inmediatos
antecesores o sucesores se encontraban desempeñando el cargo para contrastar
la cantidad de causas que solían manejarse durante esta etapa al año.

Tabla 1. Número de causas despachadas por Juan Ramón Osés en la fiscalía


del crimen y como protector de naturales (1811-1816)

Año Fiscal del crimen Fiscal protector Total Porcentaje


1811 643 194 837 15,1 %
1812 853 322 1 175 21,3 %
1813 688 140 828 15 %
1814 790 15 805 14,6 %
1815 965 425 1 390 25,1 %
1816 368 123 491 8,9 %
Suma 4 307 1 219 5 526 100 %
Fuente: elaboración propia a partir del anexo n.º 2 del Memorial de Osés (AGI, M, 1644)

Pasemos ahora a sopesar una muestra de algunos encausamientos en los que


el fiscal del crimen fungió como protector general de naturales. Hemos realizado
este barrido a través de distintos casos localizados por diferentes secciones den-
tro del ramo “Instituciones coloniales” del Archivo General de la Nación mexicano
que han aparecido a partir de ciertas búsquedas efectuadas a través de su Guía
General4. Creemos que la muestra utilizada es significativa para darnos algunas
pistas sobre la labor que efectuaban estos fiscales en cuanto jueces protectores.
Uno de los aspectos en los que quizás más incidían era la gestión de los inte-
reses de las corporaciones. Los cambios en el aparataje político y, por ende, de

4 Queremos dejar constancia de que los expedientes concernientes a las labores desempeñadas
por el protector general de indios relativos al distrito de la Real Audiencia de México se encuentran
dispersos por las secciones que integran el ramo de “Instituciones coloniales” del archivo nacional
mexicano, pues no existe ningún fondo ni instrumento concreto donde encontrarlas clasificadas.
Tampoco existe mayor catalogación, más allá de las descripciones de los documentos que puedan
ofrecer más pistas que tengan que ver con el tema que aquí nos ocupa, lo cual limita la muestra de
ejemplos localizados.

148 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Francisco Miguel Martín Blázquez

sociabilidad que impuso la tesitura bélica, en especial todo lo relacionado con el


conflicto insurgente o las transformaciones que acarreó la adopción de la Cons-
titución gaditana, afectaron a los casos por los cuales podía intervenir el fiscal en
calidad de protector. Así, sus intervenciones se atestiguan en documentos relativos
a la implantación del régimen de ayuntamientos constitucionales en los pueblos de
indios. Por ejemplo, ante las preguntas elevadas por el subdelegado de Tulancingo
en febrero de 1813, Sagarzuieta y Osés incidieron en su parecer que se ajustaran al
articulado de las disposiciones presentes en la normativa: la propia Constitución
para la organización institucional, la Ley de Arreglo de Tribunales para lo relativo
a la justicia, o las referidas a asuntos contenciosos o de su hacienda. Asimismo,
Osés también actuó en calidad de comisionado —junto con Manuel de la Bodega,
José Galilea y José María Alcocer— para la implantación del régimen constitucio-
nal en el virreinato, atendiendo algunas quejas o rogativas que enviaron ciertos
pueblos, como San Juan Tianguismanalco, de la intendencia de Puebla, ante la
pasividad del subdelegado de Atlixco por reconocerles la implantación de sus al-
caldías (AGN, A, 129). Otro caso reseñable fue el relativo a la composición del ayunta-
miento de San Juan Teotihuacán, parcialidad de la capital. Actuando de nuevo Osés
como comisionado, daba cabida a la cuestión que hacía el subdelegado sobre la
elevada cantidad de regidores y síndicos que la parcialidad había designado tras
las elecciones, pues doblaba casi el número: de seis permitidos por un bando de
gobierno a once que eligieron en total. La parcialidad aducía, aun conociendo lo
indicado en las disposiciones, la gran cuantía de habitantes que albergaba el con-
junto de localidades que la integraban, además de apelar a dicha unidad para evi-
tar que sus vecindarios se adhirieran al levantamiento general del reino. Aun con
todo, el parecer final de los comisionados fue tajante al respecto y motivó que se
atuvieran al reglamento (AGN, A, 141, 4). También los tres fiscales Sagarzurieta, Ro-
bledo y Osés tomaron partido por la participación de las parcialidades de San Juan
y Santiago de la ciudad de México en el paseo del pendón, en contra de la tradición,
tal como indicaban los miembros del Cabildo, y a favor de lo aceptado en 1810 por
el arzobispo-virrey Lizana y Beaumont. Alegaban para ello los méritos patrióticos
de estas corporaciones por sus cuantiosos donativos de guerra o el apoyo brindado
a la causa de la Corona contra los insurgentes, puesto que no se unieron a la re-
belión y colaboraron con el resguardo de prisioneros sediciosos (AGN, A, 136). A
grandes rasgos, los fiscales velaban por la inclusión de los pueblos de indios para
que asimilasen las nuevas formas de gobierno, de manera que se cumpliese con los
mandatos constitucionales en cuanto a la erección de ayuntamientos y provincias.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 149


El fiscal protector de indios durante el colapso de Nueva España (1811-1821)

Si bien la actuación en la organización política y la asistencia tutelar para que


las poblaciones indias operasen conforme a las leyes establecidas era uno de los
elementos que definían el oficio del protector, sin duda el sustantivo que da nom-
bre al cargo era lo que más lo hacía. Así lo encontramos en sus aportaciones a la
monumental causa generada por el desvío de caudales de las cajas generales de
las parcialidades de San Juan y Santiago que acometió el administrador de sus
rentas, el licenciado José Francisco Villanueva Cáceres-Ovando (Lira, Comunida-
des 42-43; Bribiesca; AGN, P, 2). Esta causa dependió del Juzgado General de Na-
turales, por vía de su asesor, el entonces oidor José Isidro Yáñez, quien se encargó
de la investigación para la deposición de Villanueva, que al parecer había desfal-
cado unos 7 000 pesos de aquellas cajas hacia agosto de 1815, cuando se reveló el
primer descubierto causado por las dudas que sembró entre los pueblos el pro-
pio administrador con la gestión durante el periodo constitucional. Sin embargo,
el encausado mandó iniciar una recusación del ministro debido a que facilitó el
nombramiento en la vacante que dejó al hijo de un conocido suyo, José Joaquín
Romanos. Por ello, el asunto llegó a la Real Audiencia, que desde su denuncia ini-
ció un largo proceso para ver a quién se daba la razón. En un principio, se destinó
a los dos fiscales, Sagarzurieta y Osés, quienes a inicios de 1816 desestimaron las
acusaciones del denunciante al ser “frívolas e inadmisibles”, por lo que tal asunto
no debió prosperar. No obstante, ese mismo verano Villanueva volvió a apelar y
la votación de los oidores más antiguos la aceptó para su tramitación a finales de
octubre, lo que dio lugar a que el caso se alargara en el tiempo. Las consecuen-
cias se hicieron notar al asignar un acompañante a Yáñez en el seguimiento del
encausamiento, esta vez junto al alcalde del crimen Felipe Martínez de Aragón,
agregación que había dispuesto previamente el protector. Posteriormente, todo
ello recayó primero en Odoardo y después, durante el año 1818, en manos de Be-
rasueta, quien consideraba estas malversaciones hurto, por lo que le denegó al
acusado que pudiera acogerse al indulto que pedía (AGN, P, 1). En el proceso se
ven una serie de dinámicas corporativas por parte de los fiscales a favor del asesor
del Juzgado frente a la posición de los oidores de mayor antigüedad, que puede
referir incluso a un cierto grado de diferencias internas entre estos cuerpos por
mucho que se atuvieran al derecho en sus respectivas resoluciones.
Otro elemento para resaltar es el de la defensa de los pueblos ante los abusos
que acometían otras autoridades, como pudiera ser en el caso de los intendentes o
sus subordinados, los subdelegados. Protagonistas indiscutibles de las reformas
administrativas borbónicas en la Nueva España, estas autoridades subdividían el

150 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Francisco Miguel Martín Blázquez

territorio en intendencias. Los subalternos sustituyeron a corregidores y alcaldes


mayores, habitualmente corruptos en su gestión. A raíz también de la conflicti-
vidad social fruto de la guerra, estas autoridades amedrentaban a pueblos y co-
munidades para escarmentar la actitud de los indígenas que pudieran mostrar
posibles simpatías por el movimiento rebelde, incluso si esto resultaba en una
simple confusión o malentendido por parte de los oficiales reales, puesto que la
tesitura solía impelerles a tomar medidas drásticas ante el más mínimo indicio de
infidencia. En este sentido, nos encontramos con que, en marzo de 1812, el sub-
delegado de Tepeaca prendió a unos indios del pueblo de San Francisco Mixtla,
en Puebla, acusados de adhesión a la causa insurgente. El caso llegó hasta el in-
tendente, García Dávila, quien abogó por la redención de la pena máxima que se
les iba a imponer, siguiendo con ello las solicitudes de clemencia que hiciera el
obispo de la diócesis Manuel González del Campillo (AGN, S, 8, 10). En esta ocasión,
nos encontramos con un conflicto que otras autoridades gestionaron sin necesi-
dad de la intervención de un protector, pues el prelado actuó en defensa de los
indios condenados, y en todo caso la última palabra quedó para el intendente.
Parece con esto entenderse que ciertos ministros de lo sagrado continuaban ejer-
ciendo también como valedores, en apariencia oficiosos, de la defensa de natura-
les bajo su jurisdicción espiritual.
Existe otro caso registrado a comienzos de 1811 en la intendencia de Veracruz,
cuando llegaron noticias sobre el asalto de un contingente insurgente al fuerte
de Perote que originaron conmoción y tensiones en la región. La cuestión fue que
llegaron quejas de los indios de Tehuaitlán y Teuzitlán contra la actuación despro-
porcionada del subdelegado del partido, José Fernández de la Arada, quien les
acusaba de infidentes tras alborotarse por la circulación de algunos rumores. Sus
acciones pretendían ser ejemplarizantes, puesto que movilizó a tropas y actuó con
contundencia un domingo, persiguiendo a los integrantes de esas corporaciones
y aplicándoles severos castigos como encerrarles en calabozos o cortarles el pelo
(AGN, S, 50, 4). Al principio intervino ante los alegatos el fiscal de lo civil, Francisco
Robledo de Alburquerque, recientemente ascendido desde la fiscalía del crimen
del tribunal, ergo aún podría fungir como protector general antes de la llegada
y toma de posesión de Osés a finales de febrero de aquel año, como una causa
rezagada. Luego actuaría de oficio en esta el titular de la protectoría, a favor de lo
dispuesto por el subdelegado.
Ante estos abusos que denunciaban los pueblos, los fiscales se encaminaron a
buscar una resolución. El 8 de abril de 1811, con el visto bueno del virrey, Robledo

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 151


El fiscal protector de indios durante el colapso de Nueva España (1811-1821)

decretó ante la solicitud de resarcir los agravios padecidos por el subdelegado Fer-
nández de Arada que no se revisara la causa, puesto que él había perecido tras un
ataque insurgente el 20 de marzo. Juan Ramón Osés contestó al escrito enviado el
28 de marzo y esta vez dejó su parecer, donde definió ante la consulta tres puntos
para dirimir: un primero sobre el altercado producido por el pasquín que se colocó
en la casa de un notable del pueblo y la algarada que conllevó, el segundo sobre
la restitución del honor de la comunidad acusada de apoyar a la insurgencia, y un
tercero sobre la liberación de Luis Ortiz, un vecino de la población cuya familia
reclamaba poner en libertad por pura necesidad. Ante todo esto, Osés remitió lo
primero para consultar a la Junta de Seguridad y Buen Orden, encargada de dicha
causa, mientras que para las otras dos planteaba los mismos términos que el fiscal
de lo civil, es decir, declarar a Fernández de Arada “por un juez recto y zeloso” y
solicitar al nuevo oficial del partido que resolviera el asunto como mejor le pare-
ciera, enviando luego las resultas al fiscal protector para su cotejo (AGN, S, 50, 4).
Un aspecto más para valorar sería el relativo al tratamiento de brotes epidé-
micos y otras enfermedades en el seno de las poblaciones. La última palabra en
gestión de la salud pública de pueblos indios recaía también sobre los fiscales pro-
tectores, aunque fuese sencillamente para ordenar el pago de hospitales o para los
facultativos que desempeñaban su labor con los fondos comunitarios. Así ocurrió
en los pueblos de Ticoman y Zitlaltepec, en las respectivas jurisdicciones de Tacuba
y Zumpango, que en los meses estivales de 1815 necesitaron de servicios médicos
adicionales ante una serie de brotes que saturaron sus hospicios. La labor del pro-
tector general en esta ocasión fue simplemente aprobar la formalización del de-
sembolso de hasta 200 pesos extraídos de las cajas de comunidad para pagar a los
facultativos por el ejercicio de sus funciones asistenciales (AGN, E, 8, 10).
Más casos en los que se inmiscuían los otros fiscales en lugar del protector eran
los referentes al tráfico de las llamadas bebidas prohibidas, cuestión que recaía en
el de Hacienda por verse procesado este tipo de asuntos por los agentes destina-
dos en aduanas y garitas de acceso al recinto urbano. La participación de pueblos
y vecindades indígenas en la aprehensión de estos productos ilícitos quedaba re-
gistrada en la documentación, pero realmente eran las autoridades quienes actua-
ban de oficio en estos casos, en particular los oficiales destinados en los lugares
donde se efectuaban las requisas. Así, hemos podido atestiguar un caso en el que
Ambrosio de Sagarzurieta finalmente destinaba la aplicación de derechos de sisa a
dos barriles de aguardiente de caña requisados. Estos se abandonaron la noche del
4 de junio de 1811 en la ciénaga y los camellones junto al barrio de La Resurrección

152 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Francisco Miguel Martín Blázquez

y los recogieron los vecinos, quienes los entregaron a las autoridades competentes
(AGN, PE, 36, 4 y 5).
En último lugar, ajeno ya a la documentación localizada en los fondos del ar-
chivo general mexicano, podemos referirnos a una serie de documentos conser-
vados en el acervo particular de Juan Ramón Osés. Son expedientes en los que
se abordan solicitudes de indios movilizados para que se suspendiera el cobro de
determinados tributos, es decir, los de real y medio de ministros u otras presta-
ciones (CIND-IV-Mss, 54, 130, 146 y 150). La mayoría de estas peticiones eran des-
estimadas, puesto que aún se exigía un esfuerzo extraordinario para mantener
tropas, casi más a modo de donativos de apoyo —y muestra de lealtad por parte
de los pueblos para evitar engrosar, fuera cierto o no, las fuerzas insurgentes—
que como tributos, suprimidos por órdenes virreinales o de la Regencia española.
Entre estos papeles también nos topamos con otro asunto relevante, el de la peti-
ción y obtención por parte de partidas de indios armados, llamados patriotas, del
beneficio del fuero militar. Este asunto también trajo de cabeza a las autoridades,
pues estos regimientos pretendían con ello justificar algunos de los abusos contra
la población que solían cometer a causa de la situación del conflicto desatado,
ante lo cual se optó por delimitar en qué situaciones se recurriría a ese derecho
privativo (CIND-IV-Mss, 139). Aun en época de vigencia constitucional, el fuero mi-
litar, junto al eclesiástico, continuaba siendo uno de los derechos exclusivos de
corporaciones que podían mantener un estatus de cierto privilegio frente al resto
de la ciudadanía, de ahí el anhelo de ciertos colectivos por obtenerlo y mantenerlo
como prerrogativa.
En definitiva, si bien el fiscal protector era el encargado oficial de velar por
la buena conducta, ordenación y protección de las comunidades indias, interfe-
rían en ello diversas instancias. La sociedad corporativa novohispana, organiza-
da como estaba en función de la cosmovisión propia del Antiguo Régimen, seguía
postulando que los estamentos superiores velaran por los inferiores. En este sen-
tido, las autoridades de la república de españoles, fuesen ya civiles o eclesiásticas,
tenían que salvaguardar la integridad de este otro órgano ante los excesos de su
propio cuerpo o de los vicios que se le achacaba al otro. De ahí que el tutelaje
permaneciera casi inamovible ante la visión de pretendida igualdad postulada por
los partidarios del constitucialismo. Esta forma de ordenar la sociedad sería muy
complicada de desmantelar, tanto legal como política y socialmente, ante una pre-
tendida paridad entre ciudadanos, todavía demasiado precaria.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 153


El fiscal protector de indios durante el colapso de Nueva España (1811-1821)

Consideraciones finales

A modo de recapitulación, a lo largo de estas páginas hemos podido apreciar una


serie de factores llamativos sobre el fiscal protector de naturales al final de la época
virreinal novohispana. En primer lugar, ante lo que hemos podido revisar, porque
entendemos que es una institución colonial, altamente compatible con las tenden-
cias generales de aquella tesitura. El gran temor a la rebelión de un estrato mar-
ginado dentro del orden social imperante hasta las transformaciones legales de la
Constitución de Cádiz, incluso durante estas, como era el de los nativos, requería
que sus demandas continuaran siendo atendidas como hasta el momento para evi-
tar mayores altercados. Esto sucedía a causa del tenso ambiente y los desconciertos
propios que generaba el temor a los alzamientos, más si cabe a raíz de los progra-
mas reformistas impulsados durante los reinados anteriores, lo cual provocaba que
las autoridades españolas cometieran abusos contra estas corporaciones con una
mayor frecuencia. Hemos presentado algunas situaciones que lo atestiguan.
También este cargo servía para continuar manteniendo al margen de la vida
pública, en la medida de lo posible, a estas repúblicas ajenas al gobierno de los
españoles, en cierto sentido desplazadas por el conflicto o mediatizadas por el
control de las instituciones gubernativas entre europeos y americanos que se
intensificó al desatarse la crisis de la Monarquía española en 1808. No obstante,
cabe resaltar que la inclusión constitucional de los pueblos y su transmutación en
municipios les hizo partícipes de la vida política al dotarles de derechos efectivos
de los que no gozaron con anterioridad, como los de elegir a sus representantes o
electores. Igualmente, es clara la toma de partido de los defensores de naturales,
en general por la causa de la Corona, la cual reivindicaban frecuentemente para
hacer valer su adhesión. Las numerosas causas atendidas por los fiscales, no solo
ya por el protector, hacen pensar que, a pesar de todas las medidas impulsadas
para equiparar a las repúblicas de indios con las de los españoles, las autoridades y
el grueso de la alta sociedad continuaban considerándoles en estado de tutelaje.
Por ello, consideramos que su funcionalidad continuaba respondiendo a un orden
colonial de la gestión indiana, yendo incluso en contra de las disposiciones nor-
mativas que apelaban lo contrario, aun con todas sus ambigüedades y silencios.
En segundo lugar, debemos referirnos a la gestión de causas mediante esta
dignidad. Para eso, partimos del ejemplo que nos ha ofrecido Juan Ramón Osés,
de quien hemos logrado localizar la más copiosa cantidad de información y que
tiene en su haber notables contradicciones, como tantas otras personalidades
del momento. La más evidente quizás sea la de su perfil, haciendo gala de un

154 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Francisco Miguel Martín Blázquez

apasionado espíritu doceañista, que encarna el ambiente secular del momento,


pero a la vez también las limitaciones del constitucionalismo gaditano y de la
actitud propia de los actores imperiales que protagonizaron aquella coyuntura
histórica en la América española. A pesar de su militancia a favor de los cambios
normativos, Osés continuó desempeñando un cargo en teoría incompatible con
las nuevas disposiciones esgrimidas en la carta magna promulgada en 1812. No
es tampoco de extrañar que un europeo, destinado al poco tiempo de estallar la
insurrección al virreinato novohispano, mantuviera posturas acordes con la nor-
mativa más estricta preexistente. El desconocimiento de base tanto de la gestión
de estas instancias como de la propia realidad americana obstaculizaba, más
allá de sus horizontes ideológicos, la comprensión de las lógicas que imperaban
en dichos territorios. Aun con las posibles recomendaciones de sus colegas en las
otras salas del tribunal, con larga experiencia en la administración indiana, y el
tiempo transcurrido ejerciendo este cargo, la perspectiva de Osés continuó siendo
la de un peninsular al servicio de la Corona ante una tesitura bélica y una intensa
alteración política y social.
Si este fue el caso de un notable partidario del constitucionalismo, pueden
apreciarse actitudes también distintas en los demás fiscales, tanto quienes ejer-
cieron como protectores de naturales como de lo Civil o de Hacienda. La complici-
dad de estos cargos con el mantenimiento del orden social corporativo favoreció
para conservar ese mismo statu quo que, poco a poco, iba resquebrajándose.
En tercer lugar, cabe incidir en una prospectiva de trabajo sobre el ejercicio del
cargo y sus atribuciones. Son aún cuantiosas las causas, de las que hemos ofrecido
una somera muestra, que pueden hallarse en archivos tanto generales como mu-
nicipales. Cientos de ellas aguardan aún su respectivo cotejo y análisis, tratando
temas de la más diversa índole sobre esta época de claras alteraciones de lo que
hasta el momento se venía dando, pero todo desde un todavía muy reseñable filtro
tradicional. Para el caso de México, es menester continuar ahondando en la sec-
ción de “Instituciones coloniales”, así como en muchos otros ramos presentes en el
Indiferente virreinal —“Ayuntamientos”, “Criminal”, “Infidencias”, “Real Audiencia”,
entre otros— o en los acervos de parcialidades sitos en el Archivo Histórico de la
Ciudad de México. Con esos nuevos materiales, podrán ofrecerse nuevas conside-
raciones o ampliarse las aquí vertidas a la luz de una muestra tan reducida como la
que acabamos de presentar. Estas, pues, han de tomarse como una introducción
e invitación a continuar abordando el tema, sobre el cual aún hay mucha luz que
arrojar, pero que da también pistas sobre posicionamientos, manejos y utilizacio-
nes en una época convulsa y de gran conflictividad.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 155


El fiscal protector de indios durante el colapso de Nueva España (1811-1821)

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158 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Artículos

Sección general
El arribo de los curas beneficiados a los
pueblos de indios. Política y conflictividad
en Oapan, arzobispado de México1
The Arrival of the Benefited Parish Priests to the Indian Towns.
Politics and Conflict in Oapan, Archbishopric of Mexico

DOI: 10.22380/20274688.2398
Recibido: 14 de abril del 2022 • Aprobado: 29 de junio del 2022

Rodolfo Aguirre Salvador2


Universidad Nacional Autónoma de México
[email protected] • https://orcid.org/0000-0003-1698-1264

Resumen
Este artículo estudia algunas consecuencias de la presencia de los curas beneficiados en
los pueblos de indios del arzobispado de México. El régimen de curas beneficiados fue
establecido a partir de la Cédula del Real Patronato de 1574 y de los decretos del Tercer
Concilio Mexicano de 1585. La investigación se enfoca en un estudio de caso: la pa-
rroquia de Oapan, fundada en 1604. Sobre esta hay un amplio documento que aporta
valiosa información de su funcionamiento a principios del siglo XVII. Igualmente, re-
gistra los acontecimientos de un violento enfrentamiento entre el párroco Francisco
Gudiño y los indios que muestra la importancia de la política como reguladora clave de
la vida parroquial. Durante el conflicto se rompió el equilibrio que había con los indios
de república. Estos se convirtieron en los principales adversarios del párroco.
Palabras clave: párrocos beneficiados, pueblos de indios, parroquia de Oapan,
arzobispado de México

Abstract
This article studies some consequences of the presence of benefited parish priests in
the Indian towns of the archbishopric of Mexico. The system of benefited parish priests
was established from the decree of the royal patronage of 1574 and the decrees of the

1 Este trabajo es parte del proyecto “El clero indígena y mestizo en la América española: formación,
políticas y debates en el viejo y el nuevo mundo”, PAPIIT IN400420.
2 Investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México, dirige seminarios en los posgrados
de Historia y Pedagogía de dicha institución. Asimismo, tiene a su cargo la dirección del proyecto “El
clero indígena y mestizo en Hispanoamérica colonial”.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 • pp. 161-188 161
El arribo de los curas beneficiados a los pueblos de indios

third Mexican council of 1585. The investigation focuses on a case study: the parish of
Oapan, founded in 1604. An extensive document provides valuable information about
its operation at the beginning of the 17th century. Likewise, it records the events of
a violent confrontation between the parish priest Francisco Gudiño and the Indians,
showing the importance of politics as a key regulator of parish life. During the conflict,
the balance that existed with the Indians of the republic was broken. These became the
main adversaries of the parish priest.
Keywords: parish priests benefited, Indians towns, Oapan parish, archbishopric of
Mexico

La conversión al cristianismo de los indios de Nueva España fue un proceso lar-


go, heterogéneo, desigual, con diversas problemáticas y contradicciones. En este,
las parroquias desempeñaron un papel central como espacios de organización y
difusión permanente del culto y la nueva religión. Si bien las doctrinas de indios
administradas por los frailes iniciaron la evangelización en las principales pobla-
ciones, desde mediados del siglo XVI las parroquias seculares se sumaron también
a la empresa. Aunque los orígenes de estas últimas datan de la alta Edad Media
europea, para los indios del XVI significaron una novedad, tal y como lo fueron los
conventos de los frailes.
En el arzobispado de México hubo dos etapas del régimen parroquial en aquel
siglo. En la primera, de 1524 a 1574, los curas seculares fueron nombrados a discre-
ción de los arzobispos, con poca autoridad, en un contexto social muy inestable y
con una incierta renta parroquial. En 1574 inició la segunda etapa, cuando se pro-
veyeron beneficiados curados3 por oposición y elección final del virrey, en su cali-
dad de vicepatrón, según la real cédula conocida como del patronato (Schwaller).
Estos nombramientos se consideraron por tiempo indefinido a voluntad de las au-
toridades, y se evitó declararlos perpetuos, aunque en la práctica los titulares y,
muy posiblemente, los obispos los entendieron como vitalicios 4. Los beneficiados
tenían derecho a recibir obvenciones y pagos de su feligresía. En cuanto a las
doctrinas de los frailes, sus titulares quedaron sujetos también a la elección del
virrey, aunque no se les impuso concurso de oposición (Morales; Tudini). Con todo

3 Los curas beneficiados eran presentados por el rey e instituidos canónicamente por los obispos de
forma vitalicia y con derecho a una congrua o sustento, anexo a su oficio pastoral. Al respecto véase
Aguirre, “Parroquias”.
4 A este respecto, el beneficiado de Oapan, Francisco Gudiño, declaró que la parroquia era suya y que
ni el rey ni el arzobispo podrían quitársela (AGN, BN, 443, exp. 1).

162 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Rodolfo Aguirre Salvador

lo anterior, se inició la formación de una nueva jerarquía eclesiástica conformada


por los curas beneficiados, quienes, a medida que transcurrió el tiempo, tuvieron
un papel más protagónico y cambiaron el equilibrio de poder con respecto al sec-
tor de los frailes doctrineros. En este marco, la Iglesia arzobispal de México avanzó
en fortalecer las parroquias bajo el nuevo esquema de curas beneficiados, celosos
de su autoridad y con una concepción patrimonialista del cargo. Así, la docena de
curatos que había a mediados del siglo XVI aumentó a setenta a fines de esa cen-
turia, de modo que rebasaron el porcentaje de crecimiento de las doctrinas de
cualquier orden religiosa.
La figura de los beneficiados, antigua en el Viejo Mundo pero nueva en Amé-
rica, marcó el inicio de otra fase en la vida parroquial de los indios, coyuntura de
la que se sabe muy poco aún. Esta cuestión ha sido pasada por alto en la histo-
riografía sobre Nueva España injustificadamente, pues con los curas beneficia-
dos se inició otro régimen eclesiástico, no solo por el aumento de las parroquias,
sino porque se estableció un modelo que subsistió por el resto de la era colonial.
Cuando mucho, algunas obras han destacado el establecimiento de los curas o
párrocos por concurso de oposición según la Cédula de 1574, que representó una
novedad significativa, pero no se ha estudiado su desempeño pastoral ante los
indios, salvo en algunos trabajos, en los que constituye una temática secundaria
(Gibson 101-138; García Castro, Indios 148-153; Lockhart 294-314; Mentz 104-110).
La parroquia de indios como organización social y política ha sido mucho menos
estudiada que como comunidad de fieles. Cabe destacar el reciente libro de Cano
en el que dedica un amplio capítulo a los curas beneficiados (511-614). Dos obras
sugerentes sobre las relaciones de los curas con los feligreses son la de Lundberg
para la primera mitad del siglo XVII y la de Taylor para el XVIII. Recientemente, una
obra colectiva abordó también el asunto de la feligresía (Cervantes y Martínez).
En tal sentido, este artículo analiza algunas de las implicaciones que tuvo la
instauración de curas beneficiados en los pueblos de indios de Nueva España a
partir de 1574. Y tiene dos objetivos: el primero es exponer el establecimiento del
régimen de curas beneficiados en el arzobispado de México, a raíz de la Cédula
del Real Patronato y de los decretos del Tercer Concilio Mexicano de 1585; el se-
gundo es analizar el arribo de los beneficiados a los pueblos de indios mediante un
estudio de caso: la parroquia de Oapan, creada en 1604, sobre la cual se conserva
un grueso expediente que aporta suficientes elementos para entender su funcio-
namiento a principios del siglo XVII. Esta etapa se caracterizó por fuertes reajustes
sociales y políticos, tales como las congregaciones de indios, la consolidación de
las repúblicas de indios y el desplazamiento de los caciques del gobierno de los

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 163


El arribo de los curas beneficiados a los pueblos de indios

pueblos, o bien, su integración a los cabildos de indios, como sucedió en el caso


aquí estudiado.
Este documento registra también las vicisitudes de un cruento enfrentamien-
to entre el cura y los indios que muestra las relaciones políticas como un regula-
dor clave en la marcha de la vida parroquial. Durante ese conflicto se rompió el
equilibrio que hasta 1609 había funcionado. Así, se analizan las relaciones entre
el cura y los indios, sus conflictos, especialmente con los caciques y los indios de
república, vínculos que se complicaron a tal grado que el primero decidió emplear
procedimientos extraordinarios para hacerse obedecer.

Un nuevo régimen parroquial en Nueva España:


los beneficios curados

Aunque los frailes evangelizadores del centro de Nueva España manifestaron a pro-
pios y a extraños el éxito de sus doctrinas de indios, después de tres décadas de la
conquista de México de 1521 este avance se circunscribió sobre todo a las poblacio-
nes más importantes del altiplano central (Rubial). Estaba pendiente la conversión
religiosa de diversas regiones del territorio novohispano, a la cual se avocaron am-
bos cleros desde mediados del siglo XVI. Por entonces, Felipe II ascendió al trono
y acentuó decididamente el control de la Iglesia bajo las reglas del Real Patronato
(García-Abasolo 267-297), lo cual tuvo implicaciones también para las parroquias
de indios. No obstante, el avance del régimen parroquial se obstaculizó por en-
tonces debido a las graves epidemias que devastaron a los indios y que pusieron
en jaque el régimen hispánico en ciernes, incluyendo la conversión religiosa de la
población nativa. En apoyo a esta meta, los virreyes impulsaron la congregación
de los indios en pueblos concentrados para facilitar las tareas parroquiales y una
mayor cohesión social, según los parámetros hispánicos (Aguirre, “El clero”).
Las parroquias, también llamadas curatos, además de ser centros de adminis-
tración espiritual, fungieron como formas de organización para facilitar la recau-
dación tributaria y el servicio personal de los indios para las empresas españolas.
La opción no fue ya apoyar más doctrinas de frailes, quienes, escudados en los pri-
vilegios papales, rechazaban subordinarse tanto a la Corona como a los obispos
(Morales). De ahí que Felipe II decidiera fortalecer a la Iglesia episcopal y su red de
parroquias. Para ello, decretó una de las cédulas más importantes de su reinado,
en 1574, que reafirmó categóricamente a la Corona como poseedora única del Real
Patronato de la Iglesia en las Indias y enunció las nuevas reglas para la provisión de

164 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Rodolfo Aguirre Salvador

todos los beneficios eclesiásticos. En este importante documento se instituyeron


los beneficios curados que sustituyeron a los curatos mercenarios, establecidos
desde la conquista de las Antillas y que también se proveyeron en las primeras dé-
cadas de Nueva España (Aguirre, “La cuestión”). Los curas mercenarios, nombrados
a discreción por los obispos, se mostraron poco comprometidos con la administra-
ción espiritual en el siglo XVI5. En comparación, los beneficiados serían nombrados
por el rey o por quien este designara para tal función, mientras que los obispos los
instituirían canónicamente, de forma vitalicia y con derecho a una congrua o renta
anexa al nombramiento (García-Abasolo 267-297). Las autoridades se avocaron a
convertir los beneficios curados en comunidades de fieles apegadas y obedientes
a sus ministros espirituales y a la Corona. Además, los obispos tuvieron la opción
de nombrar a los beneficiados también como jueces eclesiásticos, prerrogativa que
les otorgaba el derecho canónico. Recordemos que los mitrados eran los jueces
superiores de su jurisdicción, con capacidad para delegar la impartición de justicia
en otros clérigos, siempre subordinados a ellos (Traslosheros 20).
En México, el arzobispo Pedro Moya de Contreras se aprestó a cumplir el nom-
bramiento de los nuevos beneficiados y en 1575 convocó a los clérigos a opositar
por ocho de ellos (ENE XI: 258). Algunos opositores fueron los mismos curas mer-
cenarios que estaban en funciones (ENE XII: 6). En noviembre de 1576 Moya opinó
que la nueva forma de provisión de beneficios era una realidad y que los obispos
la obedecerían, confiando en que así habría más clérigos calificados (ENE XII: 20).
Por esas fechas ya se había nombrado 43 beneficios. En marzo de 1577, el prelado
informó a Felipe II que faltaban pocas parroquias por proveer y eran aquellas con
escasa renta, las cuales no interesaban a los clérigos (ENE XII: 28-29). Moya no espe-
cifica cuáles parroquias eran, pero es claro que por entonces, ante la inexistencia de
un régimen de derechos parroquiales consolidado, los partidos con pocos fieles e
inestabilidad social, tenían serios problemas para mantener a sus curas. Para 1584
ya solo faltaba nombrar a diez beneficiados (Cano 530). En 1586, el arzobispo instaló
a dos beneficiados en las minas de Sultepec, uno en Tequisquiac y dos en Acapulco
(ENE XII: 165). En 1587, dos años antes de la partida de Moya a España, ascendieron a
63 los beneficiados elegidos para igual número de parroquias. En comparación, ha-
bía 36 doctrinas franciscanas, 38 agustinas y 18 dominicas en el territorio arzobispal.

5 En noviembre de 1537, los obispos de México, Oaxaca y Guatemala informaron al rey que muchos clé-
rigos eran mercenarios y buscadores de oro, como cualquier conquistador y aventurero (J. García 92).
No fue raro que los curas mercenarios tendieran más a la independencia que al compromiso con un
proyecto diocesano. En Ocuituco, el cura secular Diego Díaz se hizo célebre por su vida mundana y de
escándalos, y no por su celo pastoral (Corcuera 186-200).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 165


El arribo de los curas beneficiados a los pueblos de indios

En otros obispados, el aumento de las parroquias diocesanas era considerable: en


Puebla aumentó en 66, en Oaxaca en 52 y en Michoacán en 44 (AGI, M, 287).
La nueva provisión de curas beneficiados por el Real Patronato fue comple-
mentada con los decretos del Concilio de Trento, aceptados por Felipe II en 1562
(Terricabras 113). Con respecto al Tercer Concilio Provincial mexicano de 1585,
que asimiló e instrumentó los decretos tridentinos de acuerdo con la realidad no-
vohispana, aunque fue promulgado en la catedral, el rey vetó su aplicación hasta
que lo revisara y autorizara su publicación, lo cual ocurrió en 1622 (Terricabras
158-159). Sin embargo, es difícil pensar que solo hasta ese año comenzara a eje-
cutarse. Los obispos novohispanos, reforzados sustancialmente en esos concilios,
necesitaban instrumentar y concretar sus instancias de gobierno y supervisión de
las parroquias lo más pronto posible. Una hipótesis es que, bajo el manto de la nor-
mativa tridentina aplicada también comenzaron a ejercer los decretos del concilio
mexicano que les interesaban. Solo una investigación en los archivos diocesanos y
parroquiales podría dar luz al respecto. Un buen ejemplo es la exigencia de residir
en las parroquias (Aguirre, “Parroquias”). En el arzobispado, la mitra amonestó y
multó a curas que se ausentaban sin licencia, como veremos más adelante.
Otra necesidad que se discutió en el Tercer Concilio Mexicano fueron los dere-
chos parroquiales. En consecuencia, resultaron diferentes decretos que permitieron
a los curas cobrar o recibir pagos y limosnas por concepto de primicias, misas, ali-
mentos (Aguirre, “El tercer”). Este nuevo régimen de obvenciones comenzó a fun-
cionar en el arzobispado antes de la publicación de ese concilio, como se expone
páginas adelante.
Los concilios tridentino y mexicanos exigieron también que los curas estuvie-
ran más atentos a los fieles para lograr su vida cristiana y la salvación de sus almas.
Sin embargo, estas metas fueron difíciles de cumplir debido a la complejidad y
heterogeneidad de los pueblos de indios, por un lado, y porque no fue fácil hallar
ministros aptos y comprometidos con ellas, por el otro.
Las normas conciliares y las del Real Patronato establecieron con claridad las
obligaciones de los beneficiados, quienes debían residir en su parroquia y ejercer
personalmente su ministerio; solo podían ausentarse por dos meses, dejando a
un ayudante capaz y con renta asignada; debían vivir en casas cercanas a la igle-
sia y sin compañía de mujeres. Tenían que enseñar el catecismo, administrar los
sacramentos y celebrar las misas dominicales, así como las fiestas obligatorias.
Igualmente, era su responsabilidad cumplir con las misas ordenadas en testa-
mentos o por limosnas, y que el culto se hiciera con el mayor esplendor y ornato.
En las confesiones, los ministros debían ser benignos con los indios para ganar su

166 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Rodolfo Aguirre Salvador

confianza e instruirlos sobre el beneficio espiritual de la eucaristía. También era


su tarea exhortar a sus fieles a confesarse durante la cuaresma, y podían aten-
derlos incluso fuera de la parroquia. Otra obligación de los curas era remediar los
pecados públicos y reprender a los implicados con prudencia y caridad, aunque sí
debían excomulgar a quienes despreciaran la confesión y separarlos de la comuni-
dad (Aguirre, “Parroquias”).
Otras normas regulaban la conducta personal de los párrocos. Para cuidar la
dignidad sacerdotal, estos no podían castigar personalmente a los indios, sino por
mano de fiscales y otros ministros de justicia, pero esto no tuvo consenso pues
hubo curas que sí los azotaban por propia mano, como veremos más adelante. A
mediados del siglo XVII el destacado jurista Juan de Solórzano y Pereyra seguía
apoyando que se permitiera a los curas azotar personalmente a indios muy re-
beldes (lib. IV, cap. 15: 131). Los castigos impuestos no podían ser por venganza o
ira. Los obispos debían vigilar que los curas vivieran honestamente y cumplieran
sus responsabilidades, que portaran un hábito clerical honesto y se apartaran del
lujo, los bailes, los juegos, las mujeres y los negocios seculares. Solórzano insistió
en que en los ministros debía prevalecer el interés por sus fieles antes que el pro-
pio. En este sentido, los párrocos tenían prohibidos los negocios lucrativos. Los
obispos no podían permitirles hacer contratos seculares o juegos de apuestas en
las iglesias, mientras que los fieles tenían la obligación de denunciarlos si ocurrían.
Los curas tampoco podían vender mercancías a los indios ni usarlos como carga-
dores o hilanderos. Igualmente, les era ilícito comprarles mercancías y negociar
con sus obvenciones o su trabajo para la explotación de haciendas.
La apuesta de la iglesia arzobispal de México fue hacer cumplir este conjunto
de reglas, pero no fue fácil, dadas las características del clero parroquial, por un
lado, y las condiciones peculiares en que se formaron los pueblos de indios luego
de la convulsa época de epidemias y congregaciones, por el otro. Los sucesos de
1609 a 1612 en la parroquia de Oapan así lo muestran.

Oapan: un nuevo beneficio curado


de principios del siglo XVII

Oapan está a 236 km al sur de la ciudad de México, rumbo al puerto de Acapulco.


La principal lengua de los indios fue el náhuatl y solo una minoría hablaba el tus-
teco. Luego de la conquista de México en 1521, los pueblos de esa región fueron
repartidos a encomenderos y comenzaron a ser evangelizados por los agustinos

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 167


El arribo de los curas beneficiados a los pueblos de indios

del convento de Chilapa, aunque no fundaron doctrinas. En la segunda mitad del


siglo XVI se fundó la vicaría de Tasmalaca, administrada por el clero secular, a la
cual se integró Oapan y sus seis pueblos sujetos (L. García 107-108). En 1579, el
corregidor de Iguala refirió que, como sucedía en toda la región, la población en
Oapan había disminuido por la gran epidemia de 1576. Con respecto a su vida pa-
rroquial y la disposición de los fieles, fue bien valorada por el corregidor:

devota al culto divino, y ofician una misa, y todas las horas, mejor q[ue] todos
los de provincia, bien entonadas de voces y ministriles. Tiene [el pueblo] una
muy buena iglesia de tres naves, con su altar mayor en alto, y coro, y muy bue-
nos ornamentos […]. (Estrada 350)

La fiesta de san Agustín, el santo titular, era muy animada e incluso se permi-
tían a los indios formas festivas de origen prehispánico, como las danzas. Si bien el
corregidor no señaló algo particular sobre la relación del vicario con los indios, se
puede pensar que la buena marcha del culto y la edificación de iglesias reflejaban
un buen entendimiento.
Oapan era parte de la encomienda del hijo del primer virrey Luis de Velasco.
Por entonces también vivía un cacique menor de edad, descendiente de los se-
ñores prehispánicos, que asumiría el gobierno al crecer (Estrada 352). Estas dos
figuras, encomenderos y caciques, desempeñaron un papel importante en la vida
de esa parroquia, como veremos más adelante.
Una nueva época comenzó para los indios de Nueva España con su reducción
en pueblos concentrados, entre 1598 y 1610. Aunque en la época del primer virrey
Velasco, entre 1550-1564, hubo una campaña importante de congregaciones, no
todas se conservaron y muchos indios continuaron viviendo dispersos. La justifi-
cación de la Corona para ello fue mejorar la vida religiosa y civil de los naturales.
En la Real Provisión del 19 de noviembre de 1601 se expresó al respecto que “el
principal intento que he tenido y tengo de la reducción general [...] es de más de
la comodidad de su vivienda en policía y otros efectos útiles a su aumento y con-
servación que estén doctrinados y más cómodamente enseñados” (AGI, M, 337).
A las congregaciones siguió la reorganización de muchas parroquias. Oapan
se convirtió en nueva cabecera parroquial en 1604, una vez concentrada su pobla-
ción en barrios circundantes de la iglesia principal. La creación de una parroquia
de indios fue el primer paso de un proceso de instauración de prácticas, saberes y
rituales alrededor del culto cristiano, en el que los fieles debían acostumbrarse a
escuchar, entender y obedecer a sus beneficiados. Para estos fue un gran desafío

168 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Rodolfo Aguirre Salvador

lograr la cohesión religiosa y social de su feligresía, forzada a vivir ahora en pue-


blos condensados. García Castro (“Los pueblos” 153) ha señalado que fue después
de esas reducciones que los símbolos de identidad parroquial, tales como los tem-
plos o las formas de culto a los santos, se consolidaron.
El ascenso de Oapan a cabecera parroquial implicó una reorganización y nue-
vos convenios de los beneficiados con la feligresía y su gobierno. Hubo un cambio
en la jerarquía eclesiástica pues ahora cuatro pueblos, Ozumatlán, Tequiziapan,
Tetelzingo y Oztotipan, se convirtieron en visitas de quien antes tenía su mismo
estatus. Los cinco poblados compartieron un mismo calendario litúrgico anual,
conformado por las fiestas titulares de cada uno, misas, procesiones y la adminis-
tración de sacramentos centrada en la iglesia parroquial. Las principales celebra-
ciones del año debían realizarse en esta, a donde tenían que asistir los indios de
todo el partido obligatoriamente. También cambió el calendario litúrgico, hacién-
dose más nutrido, de acuerdo con los preceptos conciliares. En estos se reguló el
número de fiestas que debían celebrar los indios cada año, sustancialmente en
menor número que los españoles, aunque se dejó la posibilidad de aumentarlas
según su devoción6 . Esto fue la puerta para que en cada parroquia se hicieran
cuantas celebraciones acordaran el cura y los fieles. Con ello hubo nuevas necesi-
dades para el culto.
La infraestructura de la parroquia también se modificó. La antigua iglesia de
Oapan se convirtió en la “mayor” y por tanto tuvo que ser mejor ornamentada.
Además, se construyeron las casas para alojar al beneficiado, las cuales se convir-
tieron en otro espacio importante para la vida parroquial.
Otro recurso para consolidar a la nueva parroquia lo constituyeron los servi-
cios de “indios de iglesia” (Lockhart 300-314). En Oapan había fiscales y alguaciles,
encargados de hacer ejecutar las órdenes del cura (AGN, BN, 443, exp. 1). En el caso
de los fiscales, se sabe que al menos uno era nombrado por la mitra, lo cual podía
incomodar a los curas, pues normalmente ellos deseaban nombrarlos, como su-
cedió en la parroquia aquí estudiada. La fuente consultada no especifica si unos
fiscales los nombraba el arzobispo y otros el cura. También había cantores y mú-
sicos para las funciones litúrgicas. Todos ellos recibían un estipendio. Todos esos

6 III Concilio y Directorio (libro II, título III, parágrafo IX): “Explícase cuáles son los días festivos que
obligan a los indios. La observancia de los demás días de fiesta se deja a la voluntaria devoción de
los indios, pero para que los españoles por sí o por sus criados no trabajen en obras serviles en los
días de fiesta, tomando ocasión de que los indios no cesan en estos trabajos, se ordena que estos no
se ocupen en estos días festivos en alguna obra servil en las haciendas u otras propiedades de los
españoles, si no es con licencia del ordinario”.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 169


El arribo de los curas beneficiados a los pueblos de indios

cargos dieron notabilidad a quienes los ocuparon y contribuyeron a una mayor


estratificación social entre los indios.
Un aspecto vital fue el régimen de pagos y servicios personales para el sus-
tento de los curas, de las funciones religiosas y para el mantenimiento y ornato de
las iglesias. Aunque no se conocen todos los detalles de los derechos parroquiales
y las prestaciones de trabajo para la parroquia de Oapan, sí es posible afirmar que
los indios daban al cura raciones semanales de comida, limosnas por concepto de
misas, en especie o en dinero. No sabemos aún si por entonces ya pagaban por
la administración de sacramentos. Con respecto a servicios personales, el cura
recibía la ayuda permanente de cocineras y sirvientas para su casa, así como in-
dios que le ayudaban para diferentes tareas, tales como acarreo de semillas, ador-
nos florales o cuidado de aves y cerdos. Todo lo anterior era complementado por
un salario que se recibía del encomendero de Oapan (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 60).
Este último ingreso era previo al Tercer Concilio Mexicano, cuando se establecie-
ron las encomiendas, y no fue derogado por la Corona a pesar de la instauración
de los beneficios curados. Este régimen de derechos y servicios debía ser consen-
suado por las partes y estaba sujeto a un frágil equilibrio porque varios factores
podían afectarlo sin dificultad y con ello crear tensiones o hasta conflictos en la
parroquia. No hay indicios de que a principios del siglo XVII ya hubiera un arancel
de obvenciones para el arzobispado. Lo más probable es que por entonces hubie-
se solo convenios locales entre los curas y los fieles.
Finalmente, estaba el aspecto más dinámico y complejo: la relación política
entre los curas y los gobernantes indígenas, garantes de que todo lo anterior se
cumpliera. Las leyes reales estipularon que las repúblicas de indios, representa-
das por los gobernadores y los cabildos, tenían la obligación de cuidar de la doc-
trina, del cumplimiento cristiano de los fieles, del mantenimiento de las iglesias
y de la casa del cura, así como de la recolección de las limosnas y de los dere-
chos parroquiales (Gibson 181-190; Lockhart 65; Lenkersdorf 115-122). El Cabildo
de Oapan adquirió más importancia en la época aquí tratada, pues si antes sus
obligaciones con los curas eran limitadas por ser un pueblo de visita, ahora debía
interactuar de forma directa y cotidiana con el beneficiado. Los indios de repúbli-
ca fueron también intermediarios cruciales entre la población y los beneficiados
pues las quejas y las necesidades de los fieles pasaban por sus manos. Además, en
sus manos recayó la obligación de cohesionar a la población, evitar su desarraigo,
recaudar tributos y obvenciones, las obras públicas y la vigilancia del orden. Todo
ello en provecho de la estabilidad parroquial.

170 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Rodolfo Aguirre Salvador

Otro sector indígena ligado al gobierno local y que podía tener también un
estrecho contacto con los curas fue el de los caciques y sus familias. Como herede-
ros de los antiguos señoríos prehispánicos, estos personajes siguieron detentando
poder y autoridad en Nueva España, como claramente se aprecia en la parroquia
estudiada, en la cual el beneficiado les dio un trato especial y fueron sus aliados.
Sin duda, las relaciones políticas y sociales entre los beneficiados y los fieles fue-
ron un factor clave de estabilidad o de falta de ella. Esto se reflejó claramente en
un grave conflicto en Oapan, cuando se rompió el equilibrio que hasta 1609 había
funcionado, por lo que hubo desacuerdos y discusiones, primero, y castigos físi-
cos, después. Llegado a este punto, hubo un quiebre entre el cura y la élite indíge-
na que hizo necesaria la intervención de la mitra.

El beneficiado Gudiño: poder eclesiástico


y atropello de las normas parroquiales

El presbítero y bachiller Francisco Gudiño perteneció a la segunda generación de


beneficiados del arzobispado de México, caracterizada por apoyar la lucha de los
obispos para equilibrar la presencia del clero secular con el de las órdenes religio-
sas, en torno a la cristianización de los indios, máxima bandera de legitimación de
ambos cleros. Esta generación clerical buscó también alcanzar alguno de los esca-
sos beneficios eclesiásticos que se iban creando, en comparación con su abundan-
cia en España (García-Villoslada 168, 188). Al respecto, Gudiño presentó sus méritos
ante la Real Audiencia de México en 1692, con el fin de ser recomendado al rey para
obtener una dignidad o canonjía eclesiástica (O’Gorman 302-303). Los motivos eran
muy fuertes pues no solo accedían a una renta eclesiástica segura, sino también
ganaban prestigio, autoridad, recursos para sus familias y la posibilidad de ascen-
der al alto clero. Todo ello en una etapa de recomposición social de la población
española, en la cual se estaban formando más estratos sociales de acuerdo con la
riqueza, los cargos públicos y el origen social detentados (Pastor 197-234).
Este contexto ayuda a explicar por qué Gudiño se caracterizó por reafirmar
recurrentemente en Oapan su rango de beneficiado, que él entendió como ser
poseedor de toda autoridad para disciplinar, corregir, regañar, castigar e incluso
azotar personalmente a los indios de Oapan que, desde su punto de vista, infrin-
gían las leyes de la Iglesia. Derivado de esta concepción, el párroco deseó mostrar
que él era la máxima autoridad del partido y exigió el tratamiento correspon-
diente. Además, cumplió la exigencia canónica de residencia permanente en la

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 171


El arribo de los curas beneficiados a los pueblos de indios

parroquia y no tuvo un ayudante o teniente, por lo que él mismo visitaba a todos


los pueblos de su jurisdicción, lo que le dio un conocimiento de toda su feligresía.
Autoridad, obediencia y presencia fueron las tres directrices bajo las que Gu-
diño se desempeñó. Por ejemplo, acudía periódicamente a las casas del cabildo
de indios (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 45) y tuvo una comunicación constante con el
gobernador, los regidores y los alcaldes, tanto de la cabecera como de los pueblos
de visita. Ahí ordenaba y discutía diferentes asuntos, así como organizaba las ce-
lebraciones religiosas, la administración de sacramentos, las misas en los pueblos
de visita, el pago de las obvenciones y los servicios que los indios debían prestarle.
También en la plaza principal y las casas curales hubo encuentros entre el benefi-
ciado y los indios de república. En la fuente consultada no se registra que el bene-
ficiado usara de intérprete para comunicarse en náhuatl, aunque sí se sabe que no
hablaba el tusteco. Gudiño deseó imponer un orden estricto en la vida parroquial
y no admitió faltas o laxitudes en la asistencia a las misas, los sacramentos o las
fiestas. Igualmente, exigió el pago puntual de sus derechos parroquiales, así como
la prestación de servicios personales a la iglesia y el buen desempeño de los indios
auxiliares. Esta actitud en ocasiones conllevó tensiones, las cuales salieron a relu-
cir cuando hubo un problema sobre derechos parroquiales.
En efecto, un pleito que fue de menos a más, entre los indios y el beneficiado,
acarreó un grueso expediente de averiguaciones por parte de la mitra7. Tratán-
dose de un litigio, debe tenerse cuidado con las exageraciones y las tergiversa-
ciones de los adversarios. Si se considera esto y se cotejan las denuncias con las
respuestas que dio el cura, así como las coincidencias entre denunciantes de va-
rios pueblos del partido eclesiástico, se pueden conocer acciones del párroco que
borraron la frontera entre la corrección permitida en las leyes y la denostación,
humillación y afrenta pública infligida a los fieles, especialmente a quienes tenían
cargos de gobierno.
Varios testimonios de los indios coinciden en que el conflicto se inició en 1609
por la interrupción del salario al cura por parte del encomendero de Oapan, Luis de
Velasco, marqués de Salinas y antiguo virrey de Nueva España. No conocemos la ra-
zón de esta decisión, pero sí que el sacerdote expresó varias veces que Velasco le de-
bía 1 200 pesos, lo cual le había causado gran inconformidad. El cura buscó entonces
compensar su pérdida con más obvenciones y servicios personales, lo que ocasionó

7 Se trata del expediente intitulado “1612 El gobernador y naturales del pueblo de Oapa contra el ba-
chiller Francisco Gudiño su beneficiado en razón de capítulos. Juez: el señor don Juan de Salaman-
ca” (AGN, BN, 443, exp. 1).

172 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


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fricciones y descontento entre la feligresía. La tirantez creciente desembocó en ac-


ciones extraordinarias, a tal grado que la denostación pública tomó un papel cen-
tral en la estrategia del cura para intimidar a sus detractores, tratando por igual a
gobernantes y a tributarios en una época en que españoles e indios compartían un
respeto por las jerarquías establecidas. El beneficiado pasó de los reclamos a las hu-
millaciones públicas, en vista de la resistencia que percibió. Los insultos públicos del
sacerdote a los indios tenían la intención de rebajar su dignidad (Lipsett-Rivera 475).
Lejos de conciliar, el cura intensificó la intimidación al saber que iban a denunciarlo
ante la mitra.
Aunque los ataques más fuertes fueron contra los indios del gobierno, el cura
también intimidó a los fieles comunes. Según varios testigos, durante los ser-
mones Gudiño los insultaba y los retaba a esforzarse en el pleito, advirtiéndoles
de que si no lo echaban del pueblo él bailaría, que ya estaba “casado” con su pa-
rroquia y que ni el rey, ni el virrey ni el arzobispo podían quitársela, pues Dios lo
había enviado allí (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 92). El cura llegó incluso a trasgredir
reglas canónicas al revelar secretos de confesión, algo que le fue sancionado por
la mitra (AGN, BN, 443, exp. 1, ff. 93, 98 v., 102).
También hubo castigos físicos, combinados con insultos. Después de misa, el
cura acostumbraba a contar a los asistentes pero, en ocasiones, varios indios se
retiraron antes del recuento, sobre todo mujeres que iban a resolver cuestiones
domésticas. Esto enfurecía al ministro, a tal grado de ordenar castigos: “[…] las
hace volver a llamar y traídas a la iglesia los riñe y azota y en especial señaló este
testigo una vieja porque dice se desmayó cuando la volvieron a traer por ser tan
vieja parece que el miedo la desmayó […]” (AGN, BN, 443, exp. 1, ff. 65 r.-65 v.). Otro
testigo añadió que “[…] algunas veces azota a los mandones por ello lo cual sos-
pechan todo es por malos consejos que le da la dicha cacica […]” (AGN, BN, 443,
exp. 1, f. 101 v.). Este testimonio se refería a la estrecha relación que había entre el
cura y la esposa del cacique de Oapan, Sebastiana, a la que nos referiremos con
más detalle al final del trabajo. Una acusación más, negada por el cura, fue que en
la iglesia maltrató al pintor de jícaras Gaspar Morales, un día de fiesta, pegándole
incluso con unas rosas que traía en la mano y señalándolo como borracho y flojo.
Otro grave incidente fue con los indios tustecos, a quienes el cura no confesó
en cuaresma debido a que se ausentó para atender negocios particulares. A pesar
de esto, los mandó a azotar al percatarse que no sabían persignarse, lo cual pro-
vocó que estos huyeran del pueblo (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 101 v.). Un indio decla-
ró que también los regañó porque no enseñaban náhuatl a sus mujeres, y criticó
que los curas antecesores no les hubieran enseñado a confesarse (AGN, BN, 443,

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 173


El arribo de los curas beneficiados a los pueblos de indios

exp. 1, ff. 43 r.-43 v.). Diego Martínez, vecino de Tetelzingo, detalló que cuando el
cura los visitaba e intentaba confesar a las indias tustecas “[…] las aflige y espanta
porque como no saben rezar algunas ni persignarse el dicho beneficiado se enoja
con demasía y las riñe y a veces las azota. Ellas, con este miedo, no quieren acudir
a confesarse más, antes se han huido algunas […]” (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 58 v.)
Hubo también desencuentros en las casas del beneficiado, donde regañó y
golpeó a otro pintor de jícaras contratado por el primero, por considerar que no
hacía el trabajo encomendado con prontitud (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 12). A las in-
dias que le cocinaban y a los alguaciles que le llevaban los alimentos también los
ofendía. El testigo de esto, Agustín García, exalguacil mayor de la iglesia, fue uno
de los maltratados: “[…] el dicho beneficiado ha reñido con palabras oprobiosas
a las indias que le hacen de comer y a los alguaciles que le sirven diciéndoles de
perros caballos otomites […]” (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 34). El clérigo los comparaba
con animales e indios salvajes, insulto popular en esa época (Lipsett-Rivera 489).
Es posible advertir cómo entre los miembros del clero secular permanecía la cos-
tumbre de considerar que los indios eran salvajes y bárbaros.

La humillación a la élite indígena

La inconformidad contra el beneficiado se extendió a todos los pueblos de la pa-


rroquia, lo cual ocasionó que los alcaldes, los regidores, los mandones, los algua-
ciles y los fiscales lo denunciaran dos veces ante la mitra. Gudiño fue avisado del
hecho por su amiga y aliada, la cacica Sebastiana, quien le habría recomenda-
do tener cuidado al considerar que eran indios aguerridos. No obstante, el cura
aumentó su animadversión y decidió encararlos y humillarlos públicamente. Es
evidente que su intención fue exponerlos ante la comunidad y acabar con su au-
toridad. El ambiente de la parroquia empeoró: en la fiesta de la Ascensión declaró
ante la feligresía que sus acusadores morirían y él los enterraría, como había su-
cedido con otros antes (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 11). Al respecto, Francisco Sánchez
denunció que durante las misas el cura les dijo a los indios principales que eran
viles, que temían azotar a los indios infractores (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 23) y que
los enviaría a trabajos forzosos.
El cura se molestaba también cuando un indio principal defendía a los mace-
huales, como aconteció cuando unas indias salieron de la iglesia antes de terminar
la misa. En aquella ocasión, el alcalde Pedro Marcos le explicó que fueron a hacer

174 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Rodolfo Aguirre Salvador

“sus necesidades”; sin embargo, Gudiño se quitó el hábito de misa, se ausentó, y


solamente regresó cuando el alcalde se fue (AGN, BN, 443, exp. 1, ff. 38 v.-39 r.).
A este mismo alcalde lo calificó de ruin y plebeyo, de no ser principal e incluso lo
amenazó con echarlo del pueblo. Estas acusaciones coinciden con otros testimo-
nios: acostumbraba a regañar a indios de república, incluso antes de misa, advir-
tiéndoles de que enojado podía incluso golpearlos. El testigo Juan Marcos, por su
parte, señaló que el beneficiado los acusó de no ser cristianos, por incumplir sus
deberes con la parroquia y por denunciarlo.
Gudiño cuestionó también el poder de las autoridades que intentaran sancio-
narlo, y declaró que la parroquia era de él, y ni el virrey ni el arzobispo podían
quitársela (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 27). Otra acusación fue que desconoció el nom-
bramiento de fiscal de Baltazar Ximenez, hecho por la mitra, pues incluso rompió
el papel que así lo designaba: “[…] todo porque no ve mucha ofrenda y cada ma-
cehual da medio real y el que no lo da le azota […]” (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 12).
El beneficiado intimidó también a los indios principales de los pueblos de vi-
sita, como a Gaspar Diego, de Tetelzingo, firmante de las acusaciones, durante la
fiesta del santísimo sacramento (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 67). Igualmente, en una
misa dominical de Tequiziapan regañó al fiscal y a otros indios que habían sido
comisionados por el sacerdote para cuidar de sus cabras, puercos y gallinas, esto
por considerar que no lo hacían bien (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 45). En Ostotipan, en
las celebraciones de Todos Santos, insultó al fiscal Baltazar Jiménez porque, a su
parecer, no había recibido la limosna debida (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 62 v.), y en
Ozumatlán humilló a Gaspar Diego tachándolo de bellaco y expresándole que la
noble era su mujer, a quien le debía su rango (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 62). A Nicolás
Lucas, regidor de Ozumatlán, lo insultó en presencia de otros principales, debido
a que no le dio dos gallinas en una misa dominical. A los regidores les pedía más
aves para sus huéspedes y las pagaba a menor precio del común, o incluso no las
pagaba (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 62). Los denunciantes explicaron que el exceso de
comida se debía a que el cura daba de comer guajolotes, gallinas y pescado a va-
rios españoles que lo visitaban (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 12).
En las casas parroquiales hubo más agravios: algunos regidores tuvieron que
soportar que Gudiño les lanzara el pescado que le daban, pues le parecía insufi-
ciente, y también les reñía si no le daban con prontitud carne y huevos. Lo mis-
mo sucedía con los indios de iglesia, a quienes regañaba y gritaba “como arriero”
(AGN, BN, 443, exp. 1, ff. 22 r.-22 v.) por no hacerle su comida pronto o no cocinarla
de acuerdo con sus deseos.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 175


El arribo de los curas beneficiados a los pueblos de indios

Más agresiones se derivaron de la afectación a los intereses económicos del


cura. Este exigía trabajo personal a los fieles, como sucedió cuando le enviaron
aves y maíz de la parroquia vecina de Tepecuacuilco, y ordenó al alcalde Pedro
Marcos transportar el grano a la troje de su amigo, el gobernador indio. El alcal-
de quiso postergar el encargo porque se hallaba reuniendo los alimentos para los
soldados del rey que iban al puerto de Acapulco. Esta respuesta ocasionó el enojo
de Gudiño, quien rompió la vara al alcalde y lo obligó a cargar también el maíz
(AGN, BN, 443, exp. 1, f. 104 v.). El ataque a las varas de justicia, símbolo de autori-
dad de los indios de república, fue otra estrategia del beneficiado. En Ozumatlán
“[…] a don Juan Evangelista, alcalde, públicamente, delante de muchos, le arras-
tró, haciéndole pedazos la manta arrojándole el sombrero en el suelo llamándole
de puto y que le había de quitar la vara […]” (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 11 v.). Gudi-
ño rompió mantas y varas de otros indios de república, acto que los degradaba
como autoridades del pueblo y como personas. Este tipo de acciones tampoco era
raro en la época (Lipsett-Rivera 483).
Otra estrategia del cura para socavar la autoridad de los indios principales fue
exhortar a los fieles a no entregarles el tributo del encomendero y del rey, argu-
yendo que hacían mal uso de ese dinero. También les avisó que habiendo fallecido
el gobernador y ser los alcaldes ignorantes, él los gobernaría (AGN, BN, 443, exp. 1,
ff. 96 v., 104). Un desencuentro más se dio cuando llegó a Oapan el juez de la mitra
para interrogar a testigos sobre el conflicto. Algunos principales fueron con Gudi-
ño para avisarle, pero este los detuvo antes de que llegaran a su casa, les prohibió
ir a su morada en el futuro y los amenazó con venderlos en un obraje de México
si persistían en ello (AGN, BN, 443, exp. 1, ff. 116 r.-116 v.). También desestimó el
poder del juez de México, al preguntar a los indios “[…] que qué le había de hacer
[…]” (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 118).
Sin embargo, Gudiño no obtuvo los resultados esperados y, al contrario, hubo
un mayor enojo de los indios gobernantes, quienes formularon nuevos capítulos,
luego de que los intimidó en un sermón al expresar que en el altar él era Dios y no
podía morir, que los ornamentos eran de él y podía venderlos sin que nadie pudie-
ra impedirlo. Según indios de Tecuiziapan, el cura manifestó que cuando se eno-
jaba era como el diablo y querría matar indios, que estos eran como perros y que
su señor, el encomendero Velasco, ya había muerto (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 93 v.).

176 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


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El clímax del conflicto: los castigos físicos


a los indios de república

A pesar de sus esfuerzos, el beneficiado no consiguió la rendición de sus acusado-


res, decididos a lograr su castigo. Ante ello, su reacción fue extrema: ordenó en-
carcelamientos e incluso administró castigos físicos por su propia mano, algo que
no era raro por entonces en Nueva España (Lipsett-Rivera 474, 479). Las ocasiones
para ello siguieron siendo las celebraciones religiosas. Durante el recuento de los
indios en la iglesia, Gudiño reñía a los indios principales que lo acusaban, en espe-
cial al cuñado de la cacica Sebastiana, Francisco de Ircio, por haberlo espiado cuan-
do el clérigo iba a la casa de ella. Ircio y otro principal fueron encarcelados por ese
motivo (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 98). En otra ocasión, un jueves de Semana Santa, en
Oapan, un fiscal se ausentó por un tiempo de la guardia del monumento dedicado
al santísimo sacramento en la iglesia y, al regresar, el cura lo regañó y le preguntó
por qué se había ido. El fiscal le explicó que por una necesidad, pero el cura lo califi-
có de “bellaco borracho” y luego ordenó que lo azotaran diez veces y le quitaran el
cargo de fiscal (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 72 v.). Otros indios de república de Tetelzingo
denunciaron acciones similares: “Que el dicho beneficiado azota a los alcaldes, fis-
cal y regidores públicamente afrentándolos” (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 17).
Al alcalde Pedro Marcos lo arrastró de las barbas y lo sacó de la iglesia ma-
yor, un domingo de misa. Podemos imaginar la impresión causada entre los fieles
al presenciar este evento (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 11). Según la denuncia, el cura
actuó así porque Pedro lo interpeló por no confesar como debía, por reclamar a
los indios que no sabían rezar y por “aporrear” a las indias sin razón (AGN, BN,
443, exp. 1, f. 130). Jalar los cabellos a los indios era muy humillante, tomando en
cuenta que para ellos el pelo largo y las balcarrotas o guedejas eran un símbolo de
su herencia (Lipsett-Rivera 477). A otro principal de Oapan lo azotó, e igualmente
al regidor Diego Juan, en el pueblo de Teteltzingo, por salir del templo a vigilar la
comida del cura. Gudiño notó su ausencia, lo hizo llamar y lo flageló frente a todos
(AGN, BN, 443, exp. 1, f. 60). En el caso de Diego de la Cruz, fiscal de Ozumatlán, le
rompió sus mantas y lo golpeó cuando el primero le pidió pagar el salario a los can-
tores; incluso lo calificó de “puto diablo” y lo amenazó con no volver a ser fiscal,
aun siendo nombrado por la mitra. A un fiscal más, Miguel Moisés, lo abofeteó en
un jueves santo, lo azotó, lo pateó y le destrozó su manta, en presencia de cofra-
des (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 12). En otro jueves santo, insultó y abofeteó a los al-
caldes de Teziquiapan, y al fiscal le hizo dar azotes, en presencia de fieles (AGN, BN,
443, exp. 1, f. 13). En Ozumatlán insultó, rompió la manta y desabrochó el jubón a

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 177


El arribo de los curas beneficiados a los pueblos de indios

un alcalde, enojado porque no se había quitado el sombrero. Todo esto cuando se


contaba a los fieles: “[…] diciéndole palabras de oprobio le dijo que le haría que no
fuese alcalde […]” (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 62 v.).
Una manera más que Gudiño empleó para atemorizar y avergonzar a los prin-
cipales por su ignorancia fue preguntarles la doctrina, como sucedió en la fiesta
de la Asunción. Sin embargo, no todos aceptaron, como Francisco Sánchez, quien
cuestionó el examen y preguntó si era por orden del arzobispo u otro superior.
El cura lo sujetó de los cabellos, le reclamó no quererse poner de rodillas y le dio
algunos empujones: “[…] y así lo dejó […] lo cual sucedió después de misa […]”
(AGN, BN, 443, exp. 1, ff. 96 y 100 r.-100 v.) Otro testigo del mismo evento añadió
que a Sánchez “[…] le asió de los cabellos arrastrándoles con mucho enojo porque
se quejan del ante el señor arzobispo y provisor amedrentándolos porque no le
sigan” (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 92). Un testigo más opinó que el cura lo hacía por
pura venganza. Todos estos testimonios fueron del conocimiento de la mitra, que
tomó cartas en el asunto, como se expone más adelante.
Cualquier comisión a los indios de república sirvió como pretexto al benefi-
ciado para atemorizarlos, como cuando los principales de Tecuiziapan tardaron
en llevarle unos arreglos florales. Gudiño los insultó y a Miguel Baltasar le quitó su
vara, con la que le pegó hasta romperla. El agredido le reclamó y le advirtió que
se quejaría con el juez comisionado, a lo cual el cura respondió con más insultos y
golpes: “[…] y dándole contra una pared le lastimó mucho el ojo derecho y el ros-
tro dejándolo acardenalado […]” (AGN, BN, 443, exp. 1, ff. 116 v.-117). Únicamente
se detuvo cuando intervino el fiscal, si bien el cura advirtió que no le importaba
que muriera. Otro testigo añadió que el alcalde Miguel Baltasar habría reclamado
a Gudiño el ofender a un ministro del rey, es decir, un alcalde del pueblo, a lo que
el cura argumentó que no era representante del rey sino solo un indio (AGN, BN,
443, exp. 1, ff. 118 v.-119). Esteban de Gaona, mandón de barrio y capitulante, fue
golpeado, pateado e incluso mordido en el cuello por el cura, según un testigo, con
el pretexto de no haber entregado oportunamente pescado: “[…] los trata muy
mal porque piden contra él […]” (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 92 v.).

La vía judicial de la élite indígena


e intervención de la mitra

Los indios de república de Oapan eran un grupo social poderoso que, ante las recu-
rrentes ofensas del cura, se unieron para hacerle frente común. Si bien los cabildos

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Rodolfo Aguirre Salvador

indígenas eran una institución que recién se generalizaron en la segunda mitad del
siglo XVI, su consolidación fue rápida por el interés de la nobleza indígena por re-
cuperar el poder perdido de los antiguos señoríos prehispánicos (Gibson 168-195;
Lockhart 47-71; Menegus; González 157-175). Los indios gobernantes buscaron
privilegios y un estatus social distinguido, de acuerdo con los nuevos parámetros
hispánicos. Sin importar si eran familiares de los caciques o no, esos dirigentes
adquirieron prestigio, cierta riqueza y prerrogativas sociales que defendieron en
adelante. No era raro que alcaldes y regidores fueran parientes de caciques y lina-
jes ricos, y aunque no lo fueran, disfrutaban de honores especiales: no tributaban,
encabezaban las celebraciones y fiestas religiosas, ocupaban un lugar preferen-
te en las iglesias durante las misas (Cruz 148), detentaban los cargos de gobierno
de cofradías y hermandades y al fallecer podían ser sepultados en el interior de las
iglesias. Por lo regular, todos ellos usaban el apelativo de don para distinguirse de
los tributarios (Alberro 77 y 139; Lockhart 59, 192). Esta concepción de un mayor
rango fue expuesta por un exgobernador de la doctrina franciscana de Xilotepec,
Pablo Ignacio González de la Cruz, quien rehusó ocupar después el cargo de regi-
dor, alegando que “[…] no sería justo ni conforme a su reputación, que habiendo
ocupado el oficio más superior de ella, baje a otro tan inferior como el de regidor”
(Cruz 143).
La elite de Oapan, a pesar de que aceptó la autoridad eclesiástica de Gudiño,
también supo que ello no era sinónimo de una subordinación incondicional. Eran
conscientes de que el cura debía dar cuentas ante la mitra. La conmoción cau-
sada en la parroquia prueba que el clérigo supo herir sensibilidades, jerarquías
y el honor del mundo indígena. Los ofendidos buscaron restaurar todo lo que el
cura dañó, en la ciudad de México y ante el juzgado eclesiástico del provisorato.
Su estrategia fue poner en evidencia, además de las acusaciones ya expuestas,
otras conductas impropias de la investidura sacerdotal del cura, tales como: tener
amistad ilícita con la cacica viuda Sebastiana, cortejar a otra mujer de un pueblo
de visita, hacer fiestas en la casa parroquial, tañer la guitarra, cantar y bailar, estar
semidesnudo en su casa, acompañar a soldados y sus mujeres en su tránsito hacia
Acapulco y convivir con su amante en la iglesia mayor. El asunto de la cacica fue el
más expuesto ante la mitra debido a que esta mujer noble, viuda del último gober-
nador, fue una buena aliada del cura durante el conflicto que se estudia. Aunque
este negó tener una amistad ilícita con ella, los testimonios ofrecieron diversos de-
talles que, mínimamente, muestran un vínculo diferente del primero con respecto
al resto de las mujeres de la parroquia. En opinión de los indios, esa relación los
perjudicaba, pues la india noble aconsejaba al cura sobre cómo actuar en contra

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El arribo de los curas beneficiados a los pueblos de indios

de ellos: “tratan los dos contra ellos y en saliendo de allí viene muy enojado a la
Iglesia a contarlos y a examinarlos y a poco más o menos como loco los azota y
arrastra” (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 93).
Diversos pormenores de esa relación con la cacica fueron develados cuando el
cura fue a Teteltzingo, a la celebración del santísimo sacramento, y pidió un trato
especial para ella:

dijo a voces que diesen primero que a ninguno rosas y guirnaldas y candela a su
amiga y porque no se lo dieron tan presto […] le quitó la candela al alcalde en
grandísimo desacato y vergüenza lo cual pasó en presencia de Dios. (AGN, BN, 443,
exp. 1, f. 93)

El sentirse descubierto y vigilado ocasionó que Gudiño profiriera más insul-


tos en la iglesia, particularmente contra el cacique Francisco de Ircio, hermano
del gobernador fallecido Miguel de Santiago y cuñado de la cacica. Ircio ya había
expresado al gobernador que sospechaba de la relación del cura con su esposa
(AGN, BN, 443, exp. 1, f. 101 v.).
El regidor Miguel García atestiguó otro pasaje de la relación amorosa: en la
fiesta del santísimo sacramento de Tecuiziapan el cura hospedó a Sebastiana en
casa del indio principal Toribio García. La murmuración comenzó cuando el sacer-
dote envió de comer, de sus propias viandas, a la cacica. García divulgó además
que una noche el cura fue a casa de la cacica. Esto molestó mucho al clérigo y, en
consecuencia, mandó encarcelar al delator, reclamándole:

que porqué decía que el ir a Oapa […] no era a confesar enfermos sino a ver a su
amiga y diciendo esto lo asió de los cabezones y torciéndole al pescuezo la manta
que tenía el dicho don Toribio García al cuello lo trujo a estirones de acá para allá
y luego lo mandó llevar a la cárcel. (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 135)

Sin embargo, al haber otros testigos de la visita nocturna, Gudiño envió a dos
regidores a Oapan a levantar testimonios sobre el suceso. Alcaldes, regidores, al-
guaciles mayores y guardias confirmaron que el sacerdote fue a visitar a una en-
ferma, pero también declararon haberlo visto “disfrazado y entrar en casa de la
dicha doña Sebastiana y después de madrugada volverse a este pueblo de San
Miguel y siempre a pie” (AGN, BN, 443, exp. 1, ff. 117 v.-118). Al ser interrogado de
lo anterior, en México, Gudiño respondió que no era inusual enviar comida a la
cacica pues lo hacía con otras mujeres de los principales, como una deferencia a

180 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


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su jerarquía. Reafirmó que fue a Oapan a confesar a una india, pero negó haber
visto a la cacica, lo cual era una calumnia, aceptó haber recriminado y maltratado
a García, calificándolo de borracho, así como haber ordenado su encarcelamiento
(AGN, BN, 443, exp. 1, ff. 142-143).
Con respecto a las demás acusaciones de los fieles, el cura negó casi todas,
las consideró “disparates de borrachos”, y solo aceptó algunas, que justificó por
“la desobediencia” de los indios: “riñó y maltrató a los alcaldes y principales del
dicho partido y les dio de puñetes, coscorrones, rempujones y puntillazos y azota-
zos con una disciplina porque habiéndoles mandado que guardasen el santísimo
sacramento se habían ido” (AGN, BN, 443, exp. 1, ff. 135 r.-135 v.). Añadió que los
regañaba porque ni en las misas dominicales ni en las fiestas acudían todos, pues
de ochocientos tributarios faltaban seiscientos o más y, en las confesiones, entre
doscientos y trescientos indios no las hacían, con el pretexto de trabajar para re-
unir su tributo. El cura aceptó haber dicho que el rey prefería la salvación de sus
almas que el tributo y que la recaudación extra de dinero, hecha por los principa-
les entre los tributarios no era para cubrir el costo del pleito judicial sino para sus
borracheras (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 139).
No obstante, Gudiño no pudo disimular ante la mitra su animadversión contra
los principales; en una carta dirigida al provisor, solicitando permiso para buscar
testigos a su favor, los calificó de belicosos, borrachos y calumniadores, a quie-
nes debía obligarse a ir a misa y demás celebraciones: “solo por esta causa los
dichos indios están mal conmigo y no por agravio ninguno que yo les haya hecho,
habiendo de ser yo premiado por lo susodicho y ellos castigados” (AGN, BN, 443,
exp. 1, f. 148). Los consideraba enemigos de la fe e idólatras, acusaciones graves
que ameritaban un juicio específico de la mitra de tipo inquisitorial, pero no su-
cedió así pues, hasta donde sabemos, los indios señalados por el beneficiado no
fueron llevados a tribunales eclesiásticos. Gudiño añadió que el corregidor y su
teniente, a quienes pidió intervenir para corregirlos, se abstuvieron a causa de la
agresividad de sus capitulantes, quienes habían actuado así antes con otros be-
neficiados (AGN, BN, 443, exp. 1, f. 148). Por su parte, el procurador de los indios
en México pidió que no se permitiera a Gudiño regresar a Oapan por temor a que
pudiera vengarse de los naturales.
Al dar por terminadas las averiguaciones, el provisor de México, Juan de Sa-
lamanca, halló culpable al cura de malos tratamientos a varios indios, de hacer
negocios lucrativos, de pedir servicios personales para ellos, de exigir géneros y
mercancías ilegalmente, así como de revelar secretos de confesión públicamen-
te. En cambio, fue absuelto de no confesar en cuaresma, de amenazarlos con

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El arribo de los curas beneficiados a los pueblos de indios

vengarse, de maltratarlos en misa, de azotar a macehuales e indios de repúbli-


ca, de hacerlos atender por dos meses a una mujer española que lo acompañaba
y de tener relaciones ilícitas con la cacica (AGN, BN, exp. 1, ff. 11-13 v.). Con base en
todo esto, Gudiño fue sentenciado a pagar una multa y los costos del juicio. Cabe
apuntar que entre 1611 y 1612, cuando sucedió el conflicto estudiado, gobernaba
el arzobispado fray García Guerra, quien murió en febrero del último año. Cuando
se dictó sentencia, ya gobernaba el cabildo en sede vacante. ¿Favoreció ese con-
texto una sentencia menor y la permanencia del cura en Oapan? Posiblemente.
Al final, Gudiño solicitó al provisor licencia para regresar a su beneficio, luego de
pagar las multas y costo del juicio. El provisor no tuvo inconveniente (AGN, BN,
443, exp. 1, f. 171).

Algunas reflexiones finales

La consolidación de las instituciones eclesiásticas en Nueva España en su primer


siglo de existencia fue un proceso complejo y ello se reflejó también en el devenir
del régimen parroquial en los pueblos de indios. Obispos y frailes coincidieron en
que las parroquias eran vitales para la cristianización de las futuras generaciones.
De ahí que hicieron grandes esfuerzos por fortalecerlas, a pesar de la crisis demo-
gráfica indígena, las congregaciones, la falta de recursos y de ministros idóneos.
En el arzobispado de México, cabeza de Nueva España, se puede verificar esa em-
presa, sobre todo a partir de la instauración de los beneficiados, cuando hubo
cambios significativos: se reajustaron y detallaron los derechos y las obligaciones
entre curas e indios, ahora los primeros eran investidos por el rey; se estableció un
régimen contractual entre ambas partes impulsado por la Corona y el Tercer Con-
cilio Mexicano, según el cual a cada parte se le asignaron derechos y obligaciones
que debían respetarse y que serían garantizados por las autoridades superiores.
Aún más, ese concilio estableció un conjunto de obvenciones y derechos parro-
quiales que gravaron de manera más puntual los excedentes económicos de los
pueblos a favor del clero parroquial. A juzgar por los indicios aquí expuestos, el
Tercer Concilio comenzó a aplicarse parcialmente antes de su publicación en 1622.
Este nuevo escenario fue un cambio sustancial, pues los beneficiados gozaron de
una mayor autoridad en comparación con los curas asalariados previos; algunos
pudieron entender esto como poder total, lo que despertó reticencias y hasta con-
flictos con los pueblos, como sucedió en el caso aquí estudiado.

182 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Rodolfo Aguirre Salvador

Cada parroquia era un proyecto por sí mismo, con avances y retrocesos debi-
do a la combinación de varios factores. Uno de ellos, y no el menos importante,
fue la interacción cura-fieles, que es el que ha interesado analizar aquí. Por su-
puesto, las autoridades podían usar la coacción, pero siempre se corría el riesgo
de ocasionar reacciones inesperadas de la feligresía. De ahí que, comúnmente, los
curas buscaran una relación más amigable. El factor político es fundamental para
entender la vida parroquial en los pueblos de indios de principios del siglo XVII,
cuando hubo importantes reacomodos en ellos. Uno de estos, y no el menor, fue
el reforzamiento de los cabildos de indios luego de las congregaciones. Los indios
de república se reafirmaron como los máximos representantes de sus pueblos para
resolver conflictos, echando mano de aquellos recursos que el régimen hispánico
ponía a su alcance, como la petición de justicia en los tribunales eclesiásticos.
El conflicto de Oapan muestra que las relaciones políticas fueron cruciales
pues todo precepto canónico, orden de la mitra, disposición de la Corona o man-
dato de los curas, para cumplirse, debía contar con una buena disposición de los
fieles. En esa parroquia, el elemento político acabó pesando más que el religioso
o el corporativo. En el conflicto, salió a relucir la defensa de las jerarquías, fuertes
prejuicios sobre la condición de los indios y todo un conjunto de formas de insulto
y humillación públicas usadas en la época.
Aunque la población de Oapan tenía pocos años de constituir una parroquia
independiente cuando inició el enfrentamiento con el cura Gudiño, algunas déca-
das antes había iniciado su proceso de conversión religiosa. Esto significa que los
indios ya estaban familiarizados con ciertas rutinas parroquiales cuando Gudiño
arribó a su beneficio. Los fieles y el cabildo indígena acordaron con el clérigo un
régimen de obvenciones y servicios personales conveniente para ambas partes.
Sin embargo, todo indica que las relaciones contractuales entre el beneficiado
y los indios de Oapan guardaban un frágil equilibrio, resultado de convenios de
organización, compromiso parroquial y pago de obvenciones negociados cuida-
dosamente. Cualquier cambio o imposición unilateral podría derivar en enojos,
reclamos y escalar hasta un sonado pleito en los juzgados eclesiásticos.
Francisco Gudiño entendió su título como sinónimo de una amplia autoridad
para imponer sus mandatos, que consideraba superior a la detentada por la re-
pública de indios. Esa concepción puede explicar por qué cuando dejó de recibir
el salario del encomendero, lejos de negociar amigablemente una compensación
con los fieles, decidió unilateralmente aumentar obvenciones y servicios perso-
nales. Esta decisión fue el inicio del gran conflicto. La inconformidad y el enojo de
los indios escaló a una tensión cada vez más fuerte que el cura no supo o no quiso

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 183


El arribo de los curas beneficiados a los pueblos de indios

aminorar; en cambio, resolvió utilizar más fuerza, tratando de hacer prevalecer su


autoridad. A la política contractual siguió la menos conveniente para la estabili-
dad parroquial: la confrontación.
El pleito parroquial aquí estudiado no fue el primero ni sería el último, ni en el
arzobispado ni en otros obispados. Lo que hizo singular este caso fue que Gudiño
traspasó los límites de su papel de pastor de almas, de aquella corrección mode-
rada a los fieles que permitían las normas eclesiásticas. Ignorando esto, el cura
empleó todo un arsenal verbal y de escarmientos en público que muestra hasta
dónde un español, olvidándose de su papel de pastor de almas, podía llegar a da-
ñar a los indios, sus instituciones, sus bienes, sus familias y su integridad física.
Es claro que el cura Gudiño quiso erigirse por encima de la república de in-
dios y subordinarla a sus dictados. En la percepción del beneficiado, su autoridad
acabaría imponiéndose, desestimando la unión de todos los indios de república.
En principio, estos optaron por obedecer, pero los excesos del cura los orillaron,
primero a expresar su inconformidad en el ámbito parroquial, pero, ante la infle-
xibilidad del sacerdote, llegaron a consensar una solución más radical: llevarlo a
juicio ante la mitra. Esto fue un logro importante para los indios pues en el palacio
arzobispal sí fue amonestado y hallado culpable de varios excesos, aunque no de
todos. Fue obligado también a pagar los costos del juicio y seguramente espera-
ban que la mitra lo quitara de la administración de la parroquia, lo cual habría sido
todo un triunfo para el cabildo de Oapan.
Sin embargo, el fallecimiento del arzobispo y el comienzo de la sede vacante,
periodo que normalmente servía para que los miembros del cabildo eclesiástico
favorecieran a sus allegados, probablemente ayudó al beneficiado Gudiño para
poder regresar a la parroquia. Lo que sucedió luego de este retorno aún no lo sabe-
mos, pero es evidente que la república de indios aprendió a defender su autoridad
y su honor, asunto muy apreciado en la Nueva España del siglo XVII. El presente
estudio no ha pretendido ofrecer conclusiones generales sobre la problemática
planteada, sino mostrar elementos de análisis que sirvan para ampliar la discusión
e inviten a nuevas investigaciones al respecto.

184 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


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La frontera oriental de Mendoza
en el siglo XVIII: el caso de la posta de
Corocorto entre Chile y el Río de la Plata1
The Eastern Frontier of Mendoza in the Eighteenth Century:
The Case of Corocorto’s Post between Chile and Río de la Plata

DOI: 10.22380/20274688.2363
Recibido: 1 de febrero del 2022 • Aprobado: 25 de abril del 2022

Luciana Fernández2
CIS – Conicet / IDES, Buenos Aires, Argentina
[email protected] • https://orcid.org/0000-0002-4334-6955

Resumen
En este artículo se indaga sobre la frontera oriental de Mendoza en el siglo XVIII. Se par-
te de la hipótesis de que el espacio fronterizo bajo jurisdicción de esa ciudad se exten-
dió hacia el sur, con lo cual se implicó una porción de la llamada gran frontera sur, pero
también hacia el este, en las cercanías del río Tunuyán, y llegó a la delimitación natural
brindada por el río Desaguadero; además, que las autoridades coloniales estuvieron
alerta ante inminentes ataques desde aquel punto y, en pro de mantener controlados
a los grupos indígenas insumisos, idearon e implementaron diversas medidas como
la instalación de reducciones y fortificaciones defensivas. Se analiza la posta de Coro-
corto y se da cuenta de sus particularidades dentro de esa frontera oriental, así como
su intervención en la política fronteriza. Para ello, se utiliza bibliografía específica,

1 Esta investigación fue realizada en el marco del PICT 2017-0662, denominado “Construcción de iden-
tidades, mestizajes culturales y estrategias políticas en las fronteras coloniales del sur de América”,
financiado por la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y
la Innovación (Agencia I+D+i). Agradezco a los evaluadores externos por su lectura, comentarios
y sugerencias enriquecedoras.
2 Profesora en Historia por la Universidad Nacional de Luján (Buenos Aires, Argentina); doctoranda de
Antropología de la Facultad de Filosofía y Letras (Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Argenti-
na) y en la actualidad becaria de nivel inicial de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación,
el Desarrollo Tecnológico y la Innovación. Ha participado en varios proyectos de investigación de la
Universidad Nacional de Luján y es miembro de Periplos de la Frontera (CIS-IDES/Conicet) y del Pro-
grama de Estudios Históricos y Antropológicos Americanos (Proehaa, Universidad Nacional de Luján).

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La frontera oriental de Mendoza en el siglo XVIII

fuentes documentales inéditas albergadas en el Archivo Histórico de la Provincia de


Mendoza y fuentes disponibles en la página web Family Search.
Palabras clave: Mendoza, frontera oriental, pueblos indígenas, Corocorto.

Abstract
In this article, we will investigate the eastern frontier of Mendoza in the eighteenth
century. We begin with the hypothesis that the frontier space under the jurisdiction of
that city extended towards the south, involving a portion of the so-called gran frontera
sur, but also towards the east, in the surroundings of Tunuyan River and reaching the
natural boundary given by Desaguadero River; in addition, those colonial authorities
were alert about imminent attacks from that spot and in the pursuit of maintaining the
unsubordinated indigenous groups controlled, they devised and implemented diverse
measures such as the installation of reductions and defensive fortifications. We will
analyze Corocorto’s post and we will give account of its particularities in the eastern
frontier as well as its intervention in the frontier policy. To that end, we will use specific
bibliography; unpublished documentary sources housed in the Archivo Histórico de la
Provincia de Mendoza and sources available on the Family Search website.
Keywords: Mendoza, eastern frontier, indigenous people, Corocorto.

Introducción

Hacia el siglo XVI, la Gobernación del Tucumán y la Capitanía General de Chile (de-
nominada por ese entonces reino de Chile), se disputaron la región de Cuyo por
el derecho de apropiarse de grupos nativos (denominados huarpe3) en calidad de
encomiendas sin residencia. La Corona dirimió el conflicto a favor de la Capitanía
y dictaminó que Cuyo sería su corregimiento, aunque esto no evitó que Córdoba
continuase extrayendo indígenas de esa jurisdicción (Gascón, Periferias). Así, desde
la ciudad de Santiago se emprendió el proceso de fundación de ciudades hacia el
este de la cordillera de los Andes, de esta manera quedaron establecidas Mendoza
(1561), San Juan (1562) y San Luis (1594).
Como indica Michieli (La fundación de villas 22), las dos primeras fueron funda-
das “por la imperiosa necesidad de mano de obra indígena que tenían los habitan-
tes de las ciudades chilenas de Santiago y La Serena para seguir subsistiendo”, en
tanto que la fundación de San Luis se debió al interés de comunicar a Chile con el

3 Se trata de grupos con estructura tribal asentados en las áreas más favorables de Cuyo, los cuales ha-
cia el siglo XV controlaron tres sistemas ecológicos: el complejo lagunar, la precordillera de los Andes
y el piedemonte (véase Prieto, “Formación”; Escolar, “Jueces”; Escolar, Los dones).

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puerto de Buenos Aires, favoreciendo de este modo el comercio de vinos, aguar-


dientes y vacunos (Michieli, La fundación de villas 23). No obstante, con la creación
del Virreinato del Río de la Plata en 1776 y la aplicación de la Real Ordenanza de
Intendentes en 1783, Cuyo sufriría un gran cambio: pasó a la jurisdicción del nuevo
virreinato como parte de la Intendencia de Córdoba del Tucumán4, aunque ello no
implicó cortar los variados vínculos que tenía con el reino de Chile.
Las investigaciones que se han realizado sobre los espacios fronterizos del rei-
no de Chile y del virreinato del Río de la Plata los conciben como áreas porosas
y permeables donde se dieron interacciones, intercambios pacíficos o violentos,
procesos de aculturación y de mestizaje cultural, social, político y económico, en-
tre otros fenómenos5. A partir de ese enfoque, en el presente artículo se propo-
ne un análisis del espacio fronterizo bajo jurisdicción de la ciudad de Mendoza.
Los estudios existentes sobre este espacio han hecho aportes con respecto a su
configuración (Semadeni; Michieli, La fundación de las ciudades; Michieli, La fun-
dación de villas; Palacios; Gascón, “Recursos”; Gascón, Periferias; Prieto, “La fron-
tera”; Prieto, “Formación”) y avance de la frontera desde el río Mendoza hasta el
Diamante, así como las relaciones interétnicas 6 entabladas allí (AHPM, La frontera;
AHPM, El fuerte; Roulet, “De cautivos”; Roulet, Huincas). A pesar de ello, el foco
generalmente estuvo puesto en el avance hacia el sur de la ciudad7, en esa porción
de una vasta extensión territorial que aquí se concibe como gran frontera sur8 .

4 Esta comprendía las jurisdicciones de Mendoza, San Juan, San Luis y La Rioja y tenía como capital a
la ciudad de Córdoba.
5 Este enfoque se corresponde con el implementado por investigadores como Villalobos, Bechis, Man-
drini, Mayo y Latrubesse, Pinto, Crivelli, Michieli (La fundación de las ciudades; La fundación de villas),
Prieto (“La frontera meridional”; “Formación”), Roulet (Huincas), Nacuzzi y Néspolo, entre otros, quie-
nes evidenciaron la complejidad de los espacios fronterizos y, sobre todo, de las relaciones interét-
nicas que allí tuvieron lugar, de modo que se opusieron a la concepción tradicional de entender a la
frontera como límite o separación por medio de un frente militar de dos espacios y sociedades, tal
como indica Quijada.
6 Concepto propuesto por Foerster y Vergara para analizar las relaciones entre indígenas y criollos, ya
que la noción de relaciones fronterizas supone la existencia física de una frontera e implica la incor-
poración progresiva de los indígenas a la sociedad hispano-criolla.
7 Muy recientemente Escolar (“Tierras indígenas”) se refirió a las estrategias implementadas por los in-
dígenas asentados en Corocorto y las lagunas de Guanacache para obtener y mantener su liderazgo
y acceso a la tierra.
8 Este es un aporte de las autoras Tamagnini y Pérez, quienes a partir de la propuesta pionera de Be-
chis de analizar las relaciones interétnicas desde un enfoque de totalidad y contemplando el área pa-
naraucana, sumaron la Banda Oriental al análisis. De tal modo, cuando mencionan la gran frontera
sur están refiriéndose a la extensa línea militar entre el río Biobío en Chile al Yí en Uruguay, pasando

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La frontera oriental de Mendoza en el siglo XVIII

En esta oportunidad se centra la atención en la conformación de la frontera orien-


tal de Mendoza hacia el siglo XVIII, partiendo de la hipótesis de que el espacio fron-
terizo de aquella ciudad se extendió hacia el sur pero también hacia el este, en las
cercanías del río Tunuyán y llegando a la delimitación natural brindada por el río
Desaguadero. Además, en dicho espacio se dieron tensiones y amenazas laten-
tes que llevaron a las autoridades coloniales a ocuparse también de ese sector de
la frontera, así implementaron los mismos recursos que para el sur —tales como
instalación de reducciones y fortificaciones defensivas, entre otros— con el afán
de mantener controlados a los grupos indígenas no sometidos. En este escrito se
analiza la evolución de las estrategias defensivas implementadas para el paraje
de Corocorto, con el objetivo de poner en perspectiva su rol dentro de ese espa-
cio fronterizo. Se utiliza bibliografía específica y fuentes documentales inéditas
albergadas en el Archivo Histórico de la Provincia de Mendoza (AHPM) y fuentes
publicadas en la página web Family Search (FS).

Mendoza y su relevancia en el territorio virreinal

Durante el periodo colonial temprano, las ciudades de Cuyo 9 —Mendoza, San Luis
y San Juan— fueron áreas marginales dentro del reino de Chile (Prieto, “Forma-
ción”; Gascón, Periferias). Sin embargo, a fines del siglo XVI, la ciudad de Mendoza
se articuló a la frontera de Arauco10 y consecuentemente al espacio imperial por
medio del aprovisionamiento de recursos materiales (ganado vacuno, caballar,
cobre, trigo y vino, entre otros) y humanos (extracción de indígenas huarpes me-
diante las encomiendas sin residencia) a través de la ruta que conectaba Buenos
Aires con Santiago de Chile vía San Luis (Gascón, Periferias).
Entonces, a pesar de que la colonia periférica de Mendoza no estaba ubicada
en la frontera estrictamente geográfica y militar, devino en una frontera interétnica

—a fines del siglo XVIII— por el río Salado bonaerense, el sur de Córdoba, y las ciudades de San Luis
y Mendoza.
9 Véase el análisis de Semadeni sobre las particularidades de Cuyo como espacio social integrado y el
proceso de diferenciación de las ciudades.
10 Tras la exitosa campaña del inglés Francis Drake en el estrecho de Magallanes y la rebelión arauca-
na, la Corona debió modificar su estrategia defensiva en el mar del Sur y militarizar la frontera a la
altura del río Biobío. De este modo, la Araucanía se incorporó al espacio imperial y cobró relevancia
dentro del esquema defensivo continental, particularmente en lo relativo a la defensa del Virreinato
del Perú y el frente del océano Pacífico (Gascón, Periferias).

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y adquirió la dinámica de sociedad de frontera, porque allí confluyeron dos so-


ciedades distintas —la indígena y la europea— con sus similitudes, diferencias e
interacciones (Gascón, “Recursos”; Gascón, Periferias). Asimismo, se erigió como
punto estratégico en los ámbitos comunicacional, logístico, defensivo y comercial.
En efecto, constituía un resguardo de las plazas de Santiago de Chile y Valparaíso
(Semadeni) y paso directo hacia ese lado de la cordillera, una verdadera bisagra
entre territorios que conectaba las ciudades más importantes del virreinato.
Las fuentes documentales dan cuenta expresa de la relevancia de la ciudad de
Mendoza y su pertenencia al espacio imperial: en 1608, la audiencia de Chile deta-
lla que Mendoza es “la escala de lo que entra y sale en esas provincias [San Juan de
la Frontera y San Luis] y donde se reparan los socorros de la gente que se envía
de estos reinos” (Jara y Pinto 257). Asimismo, señalan la importancia de esa fron-
tera, la necesidad de atenderla y defenderla por el bienestar de otros emplaza-
mientos fronterizos, así como la retroalimentación entre esos puntos. Así, en 1798,
José Francisco de Amigorena escribía en carta al virrey Rafael de Sobremonte “[…]
lo que importa la atencion de esta Frontera como punto donde concurre el buen, ó
mal exito de las otras de avajo, y aun de las de Chile” (AHPM, EC, SGI, C30, doc. 44,
19 de julio de 1798). Además:

[…] cuias novedades [la de los ataques indígenas] nunca llegan á saberse tan
pronto ni tan bien en aquellas [las fronteras de Buenos Aires y de Chile] como en
este punto, ni ninguna otra Frontera puede producir los necesarios fines de cubrir
a las demas con todo el giro del comercio de Chile á Buenos Aires tan bien como
esta [la de Mendoza], por su local situacion para adquirir noticias de las dhas na-
ciones [pehuenches, huilliches, ranquelches y pampas], por lo que ella misma le
facilita para trasladarlos á las otras á fin de que las halle el enemigo apercibidas.
(AHPM, EC, SGI, C30, doc. 44, 19 de julio de 1798)

Por último, enfatiza el rol persuasivo de las fuerzas milicianas y fronterizas


“y por que aun con solo hacer de esta un movimiento que los amenace y persiga
por cualquiera rumbo, es suficiente para que se contengan” (AHPM, EC, SGI, C30,
doc. 44, 19 de julio de 1798).
De acuerdo con su acta fundacional, la ciudad de Mendoza tenía como límites
de su jurisdicción: al norte las lagunas de Guanacache, al sur el valle del río Dia-
mante, al oeste la cordillera de los Andes y al este el cerro junto a la tierra de Cayo
Canta (Zinny). Coincidimos con Palacios, quien plantea que las ciudades indianas
eran verdaderas ciudades-territorios en los cuales debe considerarse no solo la

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La frontera oriental de Mendoza en el siglo XVIII

parte netamente urbana sino también sus alrededores, que pueden llegar a impli-
car cientos de kilómetros a la redonda. En relación con ese planteo, consideramos
que las delimitaciones detalladas en el acta fundacional se corresponden con una
formulación ideal, a la que seguirían medidas puntuales para avanzar y ampliar el
espacio bajo jurisdicción de la ciudad, para alcanzar esos puntos preestablecidos.
Con respecto al límite norte, tal como afirma Palacios, este puede indicar que
la Corona preveía un futuro avance con la fundación de la ciudad de San Juan, cuyo
límite sur llegaría —a su vez— hasta el valle de Guanacache. Esto último puede ser
corroborado si se repara en el acta fundacional de la ciudad de San Juan de la Fron-
tera: “á la cual doy por término y jurisdicción […] hácia la banda del sur hasta el
valle de Guanacache” (Zinny 120). A pesar de ello, tal como comprueba Michieli (La
fundación de villas), las lagunas de Guanacache fueron conjuntamente explotadas
por San Juan y Mendoza.
En cuanto al sur, si bien desde la fundación de la ciudad —y hasta 1660/1668
aproximadamente— entre el río Tunuyán y el Diamante hubo ocupación hispa-
no-criolla efectiva, en los años siguientes se produjeron algunos retrocesos, por lo
que se puede establecer que esa delimitación recién se afianzó con la instalación
del fuerte de San Carlos en 1770 y más claramente con el de San Rafael en 1805.
Sobre el límite este, Levillier (citado en Palacios) sostiene que el cerro junto a la
tierra de Cayo Canta se correspondería con la actual sierra del Gigante en la provin-
cia de San Luis (305). Por su parte, Palacios aporta que la referencia a este límite se
toma dado que se preveía “la fundación de la ciudad de Benavente, cuyo término
oeste llegaría hasta las actuales sierras occidentales de San Luis” (305). Esa ciudad
nunca se fundó, aunque sí se estableció San Luis, cuyo “término oeste [llegó] hasta
el río Desaguadero (adyacente a las sierras occidentales de San Luis)” (305).
No obstante, los límites continuaron generando disputas, por ejemplo, en
torno a la sujeción de los indígenas que habitaban la depresión central que corre
en paralelo al río Desaguadero, hacia el este de dicho cuerpo de agua (Palacios
1031). Así, para dirimir los desacuerdos entre Mendoza y San Luis y los reclamos
de los vecinos y encomenderos puntanos, el 5 de septiembre de 1603, desde San-
tiago de Chile, el gobernador Alonso de Rivera resolvió que el límite oeste de la
ciudad de San Luis sería hasta el río Desaguadero (coincidiendo con lo establecido
en el acta fundacional de la ciudad). A pesar de ello, consideramos que a Mendoza
continuaron incumbiéndole cuestiones acontecidas más allá del Desaguadero y
vinculadas con los pueblos indígenas —sometidos o insumisos—, aunque ello ex-
cediera sus límites jurisdiccionales declarados. Como consecuencia de ello, las au-
toridades mendocinas debieron diagramar diferentes estrategias para colaborar

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con San Luis y al mismo tiempo evitar ser afectadas en demasía e incurrir en gas-
tos excesivos o ser foco de ataques indígenas. Este punto se trata más adelante.

De posta a pueblo de indios y villa

En torno a las ciudades hispanas se crearon redes de villas y pueblos que concen-
traron organizadamente a los pobladores y permitieron afianzar el control de la
ciudad sobre los territorios circundantes. En relación con ello, este apartado se
enfoca en el acontecer histórico de la posta de Corocorto.
En su afán por dominar a la población indígena que se mantenía insumisa al
poder español, la Corona implementó múltiples estrategias: construcción de fuer-
tes, reducción y catequización indígena, tratados de paz y vinculación con grupos
nativos en calidad de indios amigos (Nacuzzi). A pesar de su localización periférica
con respecto a la ciudad de Mendoza, Corocorto fue contemplado por las autori-
dades coloniales como lugar propicio para implementar algunas de esas estrate-
gias, entre ellas: instalar allí una reducción, construir una fortificación defensiva y
mantener una guarnición miliciana. En relación con ello, se parte de la considera-
ción de que Corocorto da cuenta del modo en que se dio el avance colonizador de
los hispanocriollos hacia el este de la ciudad.
El paraje de Corocorto tenía una relevancia destacada en la época colonial,
tanto por sus recursos naturales (contaba con tierra fértil y madera) como por ser
paso obligado y posta11 estratégica en el camino real —de la Travesía o del Medio—
que unía el océano Atlántico con el Pacífico, pasando por las ciudades de Buenos
Aires, Córdoba, San Luis y Mendoza para luego cruzar la cordillera de los Andes,
adentrarse en Chile y desde allí dirigirse al Perú (Prieto et al.). En el camino de carre-
tas desde Mendoza hasta el litoral rioplatense, a la altura de Corocorto “se abrían
dos rutas, una hacia las lagunas, al norte, y otra hacia el este, que atravesaba el río
Desaguadero y se dirigía a San Luis y desde allí a Buenos Aires” (Sanjurjo 243). Se
esperaba que esta posta protegiese a los comerciantes que se dirigían a Buenos
Aires con sus vinos y aguardientes, entre otros productos regionales.
Por otra parte, fue tierra de encomiendas12 . Durante su etapa colonial tem-
prana Cuyo sirvió de proveedora de mano de obra indígena huarpe al reino de

11 La posta es un lugar de relevo de la caballada en las rutas de tránsito que se erige como esencial para
el sistema de comunicación de la época colonial (Bosé).
12 Para más detalle sobre el desarrollo de las encomiendas en Cuyo, véase Prieto (“Formación”) y Palacios.

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La frontera oriental de Mendoza en el siglo XVIII

Chile y muchos de sus habitantes nativos fueron repartidos entre los vecinos del
otro lado de la cordillera. A pesar de que tras la fundación de las ciudades cuya-
nas se instaló el régimen de encomiendas allí, los vecinos de Santiago siguieron
extrayendo huarpes. Entre 1610 y 1670 se incrementó notablemente la demanda
de mano de obra indígena desde y hacia Chile, lo cual devino en una marcada dis-
minución de la población nativa13 que afectó a los encomenderos de ambos lados
de los Andes. Debido a ello extendieron su radio de interés y acción hacia el norte
y el este de la ciudad de Mendoza, hacia el complejo lagunar y el río Desaguadero
(entre ellos, el paraje de Corocorto), e incorporaron a nuevos grupos indígenas
(Prieto, “Formación”)14 .
Así, Corocorto quedó incluida en el sector en el que funcionaba una franja
de amortiguación que, como indica Prieto (“La frontera”; “Formación”), estaba
conformada por algunas tolderías de indios amigos puelches chiquillanes15 y se
ubicaba entre el río Tunuyán y el Diamante, y de oeste a este, entre los valles inter-
cordilleranos y el río Desaguadero.
Hacia mediados del siglo XVIII, enmarcada en el afán de las autoridades vi-
rreinales por llevar a cabo una colonización planificada y racional del territorio,
cobró relevancia la Junta de Poblaciones de Santiago16 . Esta asumió la labor de
instalar pueblos de indios en Cuyo para reducir a los indígenas que se encontraban
dispersos. Mediante la implementación de este dispositivo de control se pretendía
garantizar la sedentarización de esos individuos, sondear sus movimientos, así
como limitar su circulación, asegurar su productividad, además de frenar los ata-
ques de indígenas enemigos y someter a la población concentrada en un mismo

13 Sobre la narrativa de la extinción huarpe y las contrapruebas a ello, véase Escolar (“Jueces”; Los dones).
14 En 1658 el gobernador de Chile, don Pedro Porter Casanate, otorgó a Antonio Moyano Cornejo y Agui-
lar la encomienda de Corocorto con el cacique Juan y 34 indios y el cacique Bartolomé con nueve in-
dios (Espejo 200-201). Tras el fallecimiento de Antonio, la encomienda fue dada a Melchor Moyano. En
1663, luego del fallecimiento de Antonio de Gelves de Castañeda, el canónigo Pedro Moyano Cornejo
solicitó —y consiguió— para su hermano el maestre de campo don Juan Moyano Aguilar los indios de
Castañeda en Corocorto que constaban de seis individuos, entre ellos, cinco tributarios. Tras la muerte
del Maestre en 1679, le fue otorgada la encomienda a su hijo, Antonio Moyano Flores (Espejo 225).
15 Prieto (“La frontera”) los caracteriza como pequeñas bandas de cazadores nómades con varios li-
najes (morcollames, oscollames, chiquillanes y goicos) que habitaron a ambos lados de los Andes y
sobre la vertiente oriental en las lagunas de Guanacache, el río Diamante y las planicies hasta el río
Chadileuvu.
16 Organismo creado en 1709 para reorganizar la población y reordenar el territorio mediante la funda-
ción de nuevos centros poblacionales en las zonas más favorables y habitadas (Michieli, La fundación
de villas; Katzer).

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emplazamiento a la justicia real e instrucción religiosa17 (Sanjurjo; Katzer). De este


modo, quedaron instalados poblados en los valles de Uco, Corocorto y lagunas de
Guanacache18 (Sanjurjo).
Durante la gestión del corregidor y justicia mayor de Cuyo, Eusebio de Lima y
Melo, se llevó a cabo en Corocorto la matrícula de habitantes, con un resultado
total de 270 personas, en su mayoría indígenas. Allí se ideó instalar un pueblo de
españoles y otro de indios. No obstante, lo primero no prosperó porque los espa-
ñoles eran pocos en el lugar y aunque se intentó atraer extranjeros residentes en la
jurisdicción de Mendoza —mayoritariamente portugueses— argumentaron que no
podían abandonar sus bienes y actividades para radicarse en el lugar, ya que
allí podían ser atacados “por las irrupciones de los indios enemigos, no habiendo
presidio ni fortaleza que los defienda”, además de las “perniciosas consecuencias
para sus familias” (Sanjurjo 245). Con respecto al pueblo de indios19, fue delineado
con la visita del oidor real don Gregorio Blanco de Laysequilla y fundado en 1756,
tras lo cual se repartieron solares y tierras a los indígenas matriculados, además de
destinar otros para futuras construcciones como la iglesia parroquial, el hogar del
clérigo, la cárcel, entre otras.
Según Escolar (“Jueces”), la negociación durante el proceso de fundación del
pueblo en Corocorto fue favorable a las parcialidades indígenas (a causa de su for-
taleza territorial o debilidad del control colonial) que al reducirse pudieron pro-
teger sus tierras y además mantener su modo de vida y ocupación del territorio
en patrón disperso. Esto era evidente cuando en 1785 el capitán Pedro Chacón
convocó a sus fuerzas milicianas y advirtió a las autoridades que “Para juntarse
esta Compañía se necesitan tres dias por hallarse dispersos” (AHPM, EC, CCM, C74,
doc. 13, 8 de mayo de 1785).

17 Para más información sobre la labor cristianizadora en las zonas del valle de Uco, Las Lagunas y
Corocorto, así como el proceso de creación de doctrinas, véase Acevedo y Pérez Stocco.
18 Para un análisis pormenorizado de Las Lagunas, véanse los estudios de Sanjurjo, Michieli (La funda-
ción de villas) y Escolar (“Jueces”; “Tierras indígenas”).
19 Unidad territorial y poblacional en la que se agrupaba coercitivamente en un mismo emplazamiento
a la dispersa población indígena (Michieli, La fundación de villas; González). Farberman y Boixadós
lo caracterizan por la presencia de algún tipo de estructura urbana organizada en torno a la capilla;
una comunidad de creyentes que participaban de los oficios, religiosos así como tierras inalienables,
autoridades políticas y la identificación étnica. Por su parte, Kazter señala que tenía un superinten-
dente —gobernante español— y estaba a cargo de un alcalde de indios.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 197


La frontera oriental de Mendoza en el siglo XVIII

Figura 1. Mendoza a fines del siglo XVIII e inicios del XIX


Fuente: elaboración de Carlos Maximiliano Ortiz con base en las ideas de la autora y de Bosé, Sanjurjo, Prieto
et al. y Prieto (“La frontera meridional”).

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En 1791, el estatus de Corocorto cambiaría notablemente. El comandante


José Francisco de Amigorena20, comisionado por el intendente de Córdoba del Tu-
cumán, el marqués Rafael de Sobremonte, para ocuparse del poblamiento de la
campaña, refundó Corocorto, que pasó a llamarse villa de San José de Corocorto
(hoy Villa Antigua, departamento de la Paz, Mendoza, Argentina)21.

Corocorto y su participación en la política fronteriza

El paraje de Corocorto puede considerarse un sitio estratégico dentro de la políti-


ca fronteriza. Fue posible identificar diversos aspectos en esa estrategia, como los
meramente defensivos —que buscaban instalar fuertes—, los de control y reduc-
ción de los grupos nativos insumisos y las acciones para sobrellevar la carencia de
pobladores y milicianos en la frontera de Mendoza.
El 3 de julio de 1773, desde Santiago de Chile, el gobernador Agustín de Jáure-
gui dio indicaciones al Cabildo de Mendoza para construir un fuerte en Corocorto
con el objetivo de salvaguardar:

el Camino de Buenos Aires, sirviendo tambien de maior seguridad a los transe-


quentes por que estando en el promedio de la Ciudad de San Luis Dela Punta y
esa, se les fazilita la provision de viveres, para seguir su marcha, y otros ausilios
que franquean los Pobladores. (AHPM, EC, CCM, C40, doc. 123, 3 de julio de 1773)

No es sorprendente la elección del paraje, en virtud de su localización: “ympo-


sibilita o hase dificil la ynternazion delos Ynfieles hasta ese paraje y los que siguen
a esa Ciudad[…]” (AHPM, EC, CCM, C40, doc. 123, 3 de julio de 1773) y por ser el
lugar intermedio entre San Luis de la Punta y Buenos Aires donde podían proveer-
se de víveres para continuar con la marcha, así como por su pasado reduccional.
Con respecto a esto último, el mismo gobernador resaltó la importancia de con-
gregar a los individuos dispersos en el terreno en villas y pueblos y someterlos a

20 Designado capitán de la compañía de caballería y milicias de Mendoza en 1771. En 1778 asumió


como maestre de campo de milicias de las jurisdicciones de Mendoza y San Juan. A partir de 1793 se
desempeñó como comandante de frontera y armas, con mando también sobre las milicias de San
Luis (Sanjurjo; Comando General del Ejército). Véase Rustán y Roulet (“Guerra”) para más informa-
ción sobre su accionar dentro de la diplomacia fronteriza.
21 Sobre el proceso previo de despoblamiento y la labor de repoblarlo, véase Escolar (“Tierras indígenas”).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 199


La frontera oriental de Mendoza en el siglo XVIII

la religión cristiana, tal como aconteció en Corocorto, y al emplazarse un nuevo


fuerte allí, se podría abrigar a muchas familias. Como se desprende de la citada
fuente, el plan era que el fuerte de Corocorto sirviera de apoyo al de San Carlos22
para así, conjuntamente, frenar las incursiones de los indios insumisos, aunque:

[…] el Cortto numero que guarneze el fuerte de San Carlos, no puede servir para
que contrarestte la fuerza de los Barbaros, sino solo para dar aviso al Correjidor a
fin de que se congreguen las Milicias, y salgan al oposito tema practicadas algunas
diligencias. (AHPM, EC, CCM, C40, doc. 123, 3 de julio de 1773)

No obstante, tal como la documentación muestra recurrentemente, la falta


de hombres y fondos para la defensa de la frontera de Mendoza continuó siendo
un dilema23. Por ello, se infiere que el fuerte de Corocorto finalmente no fue cons-
truido. Ante la necesidad de encarar esa defensa, aún frente a la falta de fondos y
hombres, las autoridades coloniales diagramaron diferentes estrategias para lo-
grarla de la mejor forma posible. En tal sentido, Corocorto participó en la política
fronteriza y formó parte de la estrategia de los funcionarios mendocinos en múl-
tiples ocasiones.
En primer término, el lugar sirvió como reserva de hombres en armas que fue-
ron convocados a salir en expediciones punitivas tras los indígenas insumisos24. Se
cuenta con documentos que muestran la existencia de una compañía de milicias
en Corocorto y su situación de revista para 177925, 178226, 178427, 178528 , 179029,

22 Primera fortificación en la jurisdicción de Mendoza instalada hacia 1770, a 30 leguas de la ciudad, al


sur del río Tunuyán.
23 AHPM, EC, CCM, C40, doc. 123, 3 de julio de 1773; AHPM, EC, SGI, C29, doc. 32, 17 de julio de 1787;
AHPM, EC, SGI, C30, doc. 44, 19 de julio de 1798; AHPM, EC, CEM, C49, doc. 14, 6 de agosto de 1782. Ex-
cede a este artículo analizar dicho aspecto. Sobre la estructura tributaria de la Caja Real de Mendoza
a fines del periodo colonial, así como los ingresos y los gastos desempeñados en esa etapa, véase
Galarza.
24 Para Escolar (“Tierras indígenas”) la participación de sujetos indígenas de Corocorto en la defensa de
la frontera es lo que les permite mantener la tenencia de la tierra en aquel lugar.
25 AHPM, EC, SM, LMM, C74, doc. 3, 1779.
26 AHPM, EC, SM, LMM, C74, doc. 4, 12 de diciembre de 1782.
27 AHPM, EC, CCVA, C54, doc. 25, 3 de julio de 1784.
28 AHPM, EC, SM, LMM, C74, doc. 13, 8 de mayo de 1785.
29 AHPM, EC, SM, LMM, C74, doc. 28, 29 de noviembre de 1790.

200 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Luciana Fernández

179130, 179531, 179732 y 179833. La actuación de esa compañía se enmarcó en un


contexto que se inició hacia fines de 1770 con el empadronamiento de los vecinos
de la jurisdicción de Mendoza para llevar a cabo una expedición que reprendiera
a los grupos indígenas que asaltaban la frontera (Pastor). En los años subsiguien-
tes, el comandante Francisco de Amigorena encaró múltiples expediciones puni-
tivas y negociaciones diplomáticas con las parcialidades indígenas al sur del río
Diamante. Como resultado de ello, se instaló un enclave de pehuenches fronteri-
zos en las inmediaciones del fuerte de San Carlos, quienes asumieron los costos
humanos y materiales de la guerra de fronteras34 .
En ese contexto, ante la llegada de alarmas de posible invasión indígena, se
convocaron partidas conformadas por fuerzas diversas35, entre ellas milicianos e
indios amigos que partieron de las fortificaciones activas en Mendoza y San Luis y
recorrieron el territorio (Pastor). Una de las compañías que se apersonaron fue la
de Corocorto, que corría “el Campo por la frontera de su Partido, siempre que ay
sospecha del enemigo, y concurren a todas las salidas que se hazen a tierra adentro
contra el enemigo con mucha prontitud y obediencia […]” (AHPM, EC, SM, LMM, C74,
doc. 13, 8 de mayo de 1785). Además, estaba incluido en su servicio el “auxiliar alas
Justicias; conducir los Presos que se remiten ala ciudad […] y en conducir y llebar
Pliegos del Real Servicio alos diferentes destinos que ocurren” (AHPM, EC, SM, LMM,
C74, doc. 28, 29 de noviembre de 1790). En 1784, Amigorena convocó a esa com-
pañía a raíz de una expedición contra los indios enemigos. Luego, el comandante
envió al cabildo el informe de la expedición, en el cual se detallaba que participaron
solo siete hombres del fuerte de San Carlos mientras que los restantes pertenecían
a las compañías de Corocorto, Barrancas, Valle de Uco, San Juan y lagunas de Gua-
nacache, además de miembros de la justicia ordinaria de la ciudad de Mendoza. El
comandante hace evidente su malestar con respecto a lo difícil que era conseguir
hombres para la conformación de cuerpos armados: “por como se halle esparcido

30 AHPM, EC, SM, LMM, C74, doc. 38, 24 de diciembre de 1791.


31 AHPM, EC, SM, LMM, C74, doc. 38, 21 de septiembre de 1795.
32 AHPM, EC, SM, LMM, C74, doc. 40, 1797.
33 AHPM, EC, SM, LMM, C74, doc. 41, 30 de julio de 1798.
34 Sobre el enclave pehuenche fronterizo, véase Roulet (“De cautivos”).
35 Desde fines del siglo XVI hasta mediados del XVIII la defensa de las colonias americanas recaía en
el ejército de dotación (cuerpos veteranos fijos en una locación), el ejército de refuerzo (unidades
peninsulares convocadas temporalmente de refuerzo) y las milicias (unidad de reserva formada por
los vecinos de entre 15 y 45 años) (Marchena). Sobre el ejército colonial español en América, véase
Marchena y Fradkin.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 201


La frontera oriental de Mendoza en el siglo XVIII

en sus Chacaras este Vasto Vecindario, espreciso esperar en el Fuerte tres ó quatro
dias, quando menos, aquese junte la Gente, pues dela Plaza apenas salen dos ó tres
cientos hombres al tiro del Cañon”. Asimismo, menciona que generalmente con-
seguía solo seiscientos hombres entre la ciudad y la campaña, lo que se evidencia
como insuficiente (AHPM, EC, CCVA, C54, doc. 25, 3 de julio de 1784).
En segundo término, Corocorto fue foco de extracción de familias para ser en-
viadas a San Carlos. Hacia fines del siglo XVIII, dada la falta de población por la
insuficiencia de recursos para subsistir y una seguidilla de ataques indígenas, se
emprendió el repoblamiento de la villa de San Carlos mediante el traslado forza-
do de familias que se encontraban dispersas por el valle de Uco y familias huarpes
desde las lagunas de Guanacache (AHPM, El fuerte 34 y 35). Se ha podido constatar
que ese también fue el caso de Francisco Porollan, habitante de Corocorto, quien
aparece en las listas de la Compañía de Corocorto en 177936 y 178537, y en la del fuer-
te de San Carlos en junio de 179738 . Una fuente de Family Search39 detalla que en
1807 falleció y que era “indio, natural de Corocorto; casado segun orden de nues-
troa Santa Madre la iglesia con Clemencia Bustos, india, tambien de Corocorto, fun-
dadores desta dha Villa de San Carlos”40. Por otra parte, se han encontrado otros
indicios sobre el traslado de hombres desde el poblado —y la compañía— de Coro-
corto hacia la villa de San Carlos, que pasaron a engrosar la guarnición del fuerte.
Por ejemplo, Diego y Juan Miguel Domínguez figuran como soldados en el parte de
Corocorto de 1791, y junto a sus nombres el comentario: “En el fuerte” (AHPM, EC,
SM, LMM, C74, doc. 38, 24 de diciembre de 1791). Se infiere que se hace referencia
al fuerte de San Carlos, dado que es el único emplazamiento defensivo en pie den-
tro de la jurisdicción de la ciudad de Mendoza para la época. Tras entrecruzar las
revistas del fuerte de San Carlos, se advierte que ambos hombres se encuentran
presentes en las de noviembre y diciembre de 179541, mayo de 179742 y, en el caso de

36 AHPM, EC, SM, LMM, C74, doc. 3, 1779.


37 AHPM, EC, SM, LMM, C74, doc. 13, 8 de mayo de 1785.
38 AHPM, EC, SM, LMM, C74, doc. 40, 1797.
39 Se trata de un repositorio en línea, con fines genealógicos, creado por la Iglesia de Jesucristo de los
Santos de los Últimos Días, en el que pueden encontrarse registros civiles, registros parroquiales y
registros de sucesiones testamentarias, así como censos y documentación relativa a tierras, impues-
tos y ejército.
40 FS, RP, 1807. Disponible en https://www.familysearch.org/ark:/61903/1:1:Q243-56WX
41 AHPM, EC, SM, LMM, C74, doc. 40, 1797.
42 AHPM, EC, SM, LMM, C74, doc. 40, 1797.

202 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Luciana Fernández

Juan Miguel durante todo el año de 180443. De este modo, se contradice la afirmación
de que la guarnición de San Carlos fue apoyada solo por los milicianos de la Com-
pañía del Valle de Uco y de las milicias urbanas de la villa (AHPM, El fuerte 34 y 35),
y se puede observar el auxilio brindado por otras alejadas del fuerte y pertenecien-
tes a la periferia de la ciudad, entre ellas la de Corocorto44.
Por último, Corocorto fue contemplado como posible emplazamiento para
“moldear” a indígenas insumisos y civilizarlos. Hacia marzo de 1798, en el marco
de un pedido de reducción por parte de caciques pampas infieles de la jurisdic-
ción de San Luis 45 —Juan Gregorio Olguin y Nicolas Yturrilla junto a otras quince
familias—, el comandante Amigorena manifestó que, dado que eran individuos
tendientes al ocio, la inacción, el robo, la rapiña y los vicios, esos comportamien-
tos solo podían ser desterrados por medio de la continua opresión y el castigo, de
forma que proponía forzarlos a reducirse, pero aclaraba que no seguiría las formas
implementadas previamente en Mendoza46 (AHPM, EC, CEM, C49, doc. 40, 3 de abril
de 1798). Consideramos que desestimaba hacerlo de ese modo ya que las parcia-
lidades mantuvieron su patrón de asentamiento tradicional en toldos, lo cual les
posibilitó relocalizar sus tolderías en caso de precisarlo, y así ocurrió con algu-
nos caciques que reinstalaron sus toldos en su emplazamiento original lejos de
la fortificación colonial. Entonces, en esta nueva coyuntura que implicaba a estos
grupos insumisos, se quería evitar que ello volviera a ocurrir, y consideraba que la
situación “requiere un establecimiento que há de conservarse con la más posible
seguridad y combeniencia de los naturales” (AHPM, EC, CEM, C49, doc. 40, 3 de

43 AHPM, EC, SM, LMM, C74, doc. 51, de enero a diciembre de 1804.
44 Excede a los objetivos de este artículo el hacer un análisis pormenorizado con respecto a la confor-
mación de la guarnición de San Carlos.
45 Si bien en la jurisdicción de San Luis existían dos fuertes (El Chañar y el Bebedero), en este contex-
to se encontraban en ruinas, por lo que el territorio quedaba desprotegido. En relación con ello,
concebimos que Mendoza estuvo al tanto e intervino activamente en lo ocurrido a un lado y al otro
del Desaguadero porque la presencia de grupos nativos no sometidos en las márgenes este del
Desaguadero era un riesgo para los mismos emplazamientos hispano-criollos al oeste de dicho río
y dependientes de Mendoza. Por otra parte, porque como explica Semadeni, San Juan y San Luis
debieron remitirse a Mendoza por ser sede del comandante de armas y frontera, quien centralizaba
todas las decisiones concernientes a temas fronterizos y distribuía información, recursos humanos y
materiales.
46 Se refiere a la reducción de algunas tolderías de puelches chiquillanes y pampas en el valle de Jaurúa
para que contuviesen los ataques de indígenas enemigos de sus aliados hispano-criollos en la pri-
mera mitad del siglo XVIII, así como la reducción de algunos caciques pehuenches de Malargüe e
indios pampas en las cercanías del fuerte y la villa de San Carlos hacia la década de 1780.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 203


La frontera oriental de Mendoza en el siglo XVIII

abril de 1798). Por ello, mandó a pedir información sobre la forma de estableci-
miento de las reducciones en la frontera de Santa Fe47 y propuso que la reducción
fuera instalada en la villa de San Carlos o en la de Corocorto. En este último caso:

[…] (tanto tiempo hace premeditada) recogiendo todos aquellos naturales á vivir
con menos libertad y más probecho; pero allí tendrá mucho mas costo, por care-
cer del que ya está echo en San Carlos, más siempre combendría establecer allí
otra reducción, como se pensó muchos años hace por el Gobierno de Santiago de
Chile. (AHPM, EC, SGI, C30, doc. 44, 19 de julio de 1798)

Entonces, debido a su pasado reduccional, la cercanía con el Desaguadero


pero la relativa distancia con respecto a la ciudad y el fuerte, no era incoherente
considerar a Corocorto para civilizar a esa población insumisa.

Consideraciones finales

Los estudios existentes sobre la frontera de Mendoza constituyen valiosos aportes


con respecto al proceso de avance de la frontera hacia el sur de la ciudad, desde
el río Mendoza hasta el Diamante, así como las relaciones interétnicas entabladas
allí. No obstante, no suelen ahondar en el este, en las cercanías al Desaguadero.
Por ello, en este artículo se buscó indagar sobre la frontera oriental de Mendoza
en el siglo XVIII, partiendo de la hipótesis de que el espacio fronterizo bajo jurisdic-
ción de esa ciudad se extendió hacia el sur e implicó un sector de la llamada gran
frontera sur, pero también hacia el este, en las cercanías del río Tunuyán, y llegó a
la delimitación natural brindada por el río Desaguadero. Además, las autoridades
coloniales estuvieron alertas ante inminentes ataques desde aquel punto, en pro
de mantener controlados a los grupos indígenas insumisos y sobrellevar ciertas di-
ficultades propias del espacio, idearon e implementaron diversas medidas, entre
ellas la instalación de reducciones y fortificaciones defensivas y otras vinculadas
con el aprovisionamiento de hombres en armas y pobladores en general.
A partir de bibliografía específica, fuentes inéditas y otras disponibles en línea,
se analizó la posta de Corocorto y se reparó en sus particularidades y su devenir
histórico en carácter de tierra de encomiendas, posta comercial, pueblo de indios

47 Inferimos que se refiere a las reducciones de San Javier de mocovíes (fundada en 1743) y San Jeróni-
mo de abipones (en 1747). Sobre ambas, véase Lucaioli.

204 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Luciana Fernández

y, finalmente, villa. En virtud de su localización estratégica y su pasado reduccio-


nal, Corocorto se contempló como lugar propicio para construir un fuerte y re-
ducir a indios insumisos provenientes de San Luis. Si bien se infiere que ambos
proyectos fracasaron, el mero hecho de haber sido Corocorto contemplado para
esos fines da cuenta de la significancia del paraje para la época. Por otra parte,
se ha constatado que Corocorto ocupó dentro de la política fronteriza el lugar de
reserva de hombres en armas, lo que se cristaliza en la existencia de una compañía
miliciana con probada participación en expediciones punitivas, así como fuente
de abastecimiento de milicianos y familias destinados a engrosar las filas del fuer-
te de San Carlos y la villa homónima, respectivamente.
Un análisis de este tipo, lejos de estar terminado, se corresponde con una pri-
mera aproximación que permitirá seguir indagando sobre lo acontecido en aque-
llos parajes periféricos con respecto a los centros urbanos, aunque funcionaban
como emplazamientos defensivos vinculados a ellos. Con esa particularidad, tu-
vieron participación propia dentro de la política fronteriza de la Corona española.

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¿Rumor o verdad? La “peste”
en Cartagena de Indias en 1696
Rumor or Truth? The Peste in Cartagena de Indias in 1696

DOI: 10.22380/20274688.2369
Recibido: 16 de febrero del 2022 • Aprobado: 5 de julio del 2022

Lireida José Sánchez1


El Colegio de México
[email protected] • https://orcid.org/0000-0001-8806-7354

Resumen
El presente artículo analiza una supuesta “peste” que tuvo lugar en Cartagena en
1696, a partir de un expediente que da cuenta del suceso y la conmoción que causó
en ese puerto y en la capital del virreinato. Si bien no existe consenso sobre el tipo
de enfermedad y el impacto mortal que tuvo en la sociedad cartagenera, este trabajo
indaga acerca de varias posibilidades y se presenta como una incipiente veta de aná-
lisis para futuras investigaciones. En este sentido, el trabajo plantea aportes sobre el
estudio de las epidemias en el virreinato de la Nueva Granada, específicamente en
Cartagena de Indias, algunas de las cuales no se encuentran bien documentadas o
estudiadas por la historiografía. Asimismo, por medio de los testimonios de la época,
se intenta adentrarse en el rol que desempeñaban el rumor y el miedo en estas situa-
ciones, a la vez que se rastrean las rutas de contagio entre Cartagena y Santafé.
Palabras clave: peste, epidemia, rumor, Cartagena, Santafé

Abstract
This article analyzes a supposed “infestation” that took place in Cartagena in 1696,
based on a file that describes the event and the commotion that it caused in that port
and in the capital of the viceroyalty. Although there is no consensus on the type of
disease and the fatal impact that it had on Cartagena’s society, this paper investigates
some possibilities and presents an incipient vein of analysis for future research. In
this sense, this work raises contributions to the study of epidemics in the viceroyal-
ty of New Granada, specifically in Cartagena de Indias, some of which are not well

1 Licenciada en Historia por la Universidad Central de Venezuela, maestra en Historia de América del
Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, en la
actualidad cursa estudios de doctorado en Historia en el Colegio de México. Ha desarrollado diversas
investigaciones dedicadas al periodo colonial, entre las que destaca el estudio de la Inquisición.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 • pp. 211-236 211
¿Rumor o verdad? La “peste” en Cartagena de Indias en 1696

documented or studied by historiography. Likewise, through the testimonies of the


time, we try to delve into the role played by rumor and fear in these situations, while
we trace the contagion routes between Cartagena and Santafé.
Keywords: infestation, epidemic, rumor, Cartagena, Santafé

A modo introductorio

En las sociedades del Antiguo Régimen la propagación de enfermedades con pro-


porciones endémicas o epidémicas como la viruela, el tifo o tabardillo, la influen-
za, el sarampión, entre otras, era un asunto recurrente y alarmante tanto para
las autoridades como para la sociedad en general, pues a su paso dejaban, entre
otras consecuencias, muertes, miseria, dolor y sufrimiento. Por ello, el asomo de
cualquier escenario que pudiera indicar la proliferación de alguna de estas cau-
saba revuelo social y daba lugar al esparcimiento de rumores o noticias que se
caracterizaban por contener una gran carga de miedo. El caso que se presenta
a continuación es una muestra de ello, pues la noticia del arribo de los galeones
del conde de Saucedilla en 1696 a Cartagena y el posterior deceso de algunos de
sus viajeros y vecinos del puerto desató el miedo de sus habitantes y con este una
ola de rumores sobre “la peste” que se había instalado en la ciudad y el peligro que
suponía para todo el virreinato.
Lo expuesto conduce a tratar de esclarecer los conceptos de peste, rumor y
miedo que se emplean en el trabajo. La peste, stricto sensu, es una enfermedad
cuyo germen patógeno es la Pastereulla pestis, descubierta por Yersin en 1984. El
vector de este es una pulga, la Xenopsylla cheopis, que se adapta a un huésped,
la rata. Ante la muerte de la rata, la pulga busca otro huésped, que puede ser el
hombre, y por medio de la picadura transmite el germen, lo cual ocasiona la enfer-
medad, que puede manifestarse en tres formas: bubónica (aparición de ganglios,
bubas grandes y dolorosas en ganglios, axilas o cuello, con un periodo de incuba-
ción de dos a seis días), septicémica (deterioro de las condiciones generales, he-
morragias, muerte fulminante antes del segundo día) y pulmonar (graves lesiones
en las vías respiratorias, la muerte sobrevenía entre el segundo y el tercer día) (Mo-
lina, La Nueva España 69-70). En este sentido, la peste implicaba una mortalidad
catastrófica, sin embargo, no siempre se trataba de esta, por lo que en muchas
ocasiones estamos frente al abuso de dicha denominación genérica en la literatu-
ra de la época (Pérez 67). En este trabajo nos encontramos ante esta encrucijada,
pues la terminología resulta confusa al no haber consenso sobre las causas, los
síntomas y las manifestaciones de la enfermedad en cuestión.

212 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Lireida José Sánchez

Por otra parte, los conceptos de rumor y miedo se toman de la obra de Jean
Delumeau, El miedo en Occidente. El primero, según este,

puede adoptar el aspecto de una alegría irracional y de una esperanza loca […].
Pero la mayoría de las veces se convierte en espera de una desgracia. [...]. El rumor
aparece entonces como la confesión y la explicitación de una angustia generali-
zada y, al mismo tiempo, como el primer estadio del proceso de liberación que
provisionalmente va a liberar a la multitud de su miedo. Es identificación de una
amenaza y clarificación de una situación que se ha vuelto insoportable. (213-214)

Mientras que,

el miedo es ambiguo. Inherente a nuestra naturaleza, es una muralla esencial,


una garantía contra los peligros, un reflejo indispensable que permite al organis-
mo escapar provisionalmente a la muerte. [...] Pero si sobrepasa una dosis sopor-
table, se vuelve patológico y crea bloqueos. Se puede morir de miedo, o al menos
ser paralizado por él. (16)

Ahora bien, para el autor, dentro de los miedos que perturban la tranquilidad
de los humanos se puede mencionar el miedo a las epidemias: “Sobre el telón de
fondo constituido por los miedos cotidianos [...] se destacaban, con intervalos más
o menos próximos, episodios de pánico colectivo, especialmente cuando una epi-
demia se abatía sobre una ciudad o una región” (119).
El presente artículo, teniendo esto en consideración, se basa en un documento
localizado en el Archivo General de la Nación (AGN), cuya descripción nos permi-
tirá acercarnos a las maneras en las que circulaban las noticias sobre fenómenos
de gran impacto como eran las enfermedades, las medidas que se tomaban en la
Nueva Granada ante ciertos brotes epidémicos o endémicos y las distintas versio-
nes que se podían dar sobre un mismo tema. Asimismo, es importante destacar
que tratamos de abordar y responder cuestiones como las siguientes: ¿de qué se
trató la “peste” de 1696, es decir, fue un rumor o realmente consistió en una en-
fermedad endémica o epidémica?, ¿qué causaba este tipo de noticias en los habi-
tantes de esa sociedad?, ¿cómo actuaron la sociedad y las autoridades ante ella?
Esta tarea no necesariamente es exitosa, pues existen diversos vacíos tanto en el
documento como en la historiografía, los cuales se ven favorecidos por la falta de
una revisión exhaustiva en los archivos locales cartageneros sobre las defuncio-
nes o cambios demográficos en ese año.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 213


¿Rumor o verdad? La “peste” en Cartagena de Indias en 1696

Para finalizar, el trabajo se compone de una breve introducción, un sucinto es-


bozo historiográfico sobre las epidemias o “pestes” en las regiones de Cartagena y
Santafé, seguido de un corto contexto del puerto. A continuación, se muestran las
primeras noticias de la enfermedad, para luego desarrollar las medidas que se to-
maron desde Santafé para frenar su propagación. Posteriormente, nos centramos
en los testimonios de viajeros sobre lo que acontecía en Cartagena, donde además
se presentan algunas hipótesis de lo que pudo suceder. Las reflexiones finales re-
toman algunas ideas sobre el rumor y el miedo ante esta supuesta peste de 1696.

Breve balance historiográfico

Antes de adentrarnos en nuestro caso de estudio, parece pertinente presentar un


breve esbozo sobre la historiografía centrada en las epidemias que azotaron al
Nuevo Reino de Granada, especialmente a Cartagena de Indias y Santafé, que son
las áreas implicadas en nuestro expediente. Es importante destacar que en esta re-
visión historiográfica sobresale con claridad el estudio de las pestes de viruelas en
el periodo colonial. Las propuestas de investigación sobre esta enfermedad se han
realizado principalmente desde enfoques de la historia social y cultural. En este
grupo se encuentra el trabajo pionero de Renán Silva, publicado en 1992, que se
titula Las epidemias de viruela de 1782 y 1802 en la Nueva Granada: contribución a
un análisis histórico de los procesos de apropiación de modelos culturales, en el cual
el autor aborda “[…] el conjunto de comportamientos, actitudes, sentimientos y
representaciones asumidas por la población y las autoridades frente al hecho de la
epidemia” (Tovar 123). Unos años después de esta publicación surgieron múltiples
investigaciones sobre el tema. Tal es el caso del trabajo de Juan Villamarín y Judith
Villamarín, “Epidemias y despoblación en la Sabana de Bogotá, 1536-1810”, publi-
cado en 1999, en el que los autores presentan un listado básico sobre las epidemias
que padeció la capital del virreinato durante la Colonia, pero que puede servir de
referencia para emprender estudios sobre el tema, mientras que, desde un enfo-
que regional, Andrea Gutiérrez en el 2013 presentó su análisis “Las epidemias de
viruela en la Ciudad de Tunja, 1780-1805”.
Por otra parte, la facultad de Historia de la Universidad de los Andes es uno
de los centros académicos que más han producido investigaciones sobre dicha
enfermedad en Colombia. De esta manera, en el 2013 se presentó la tesis de
Ana María Jiménez Guevara, intitulada “La prevención y la confrontación de la
viruela en Santafé: discursos científicos y prácticas médicas sobre el cuerpo en

214 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Lireida José Sánchez

el tránsito del siglo XVIII al XIX”. Ese mismo año, Sandra Marcela Durán presentó
la tesis de magíster “Las epidemias en Nueva Granada: castigo de Dios y conjuras
de los santos 1782-1850. Una aproximación al imaginario religioso”. Finalmente,
César Aguirre en el año 2016, también desde una perspectiva de lo social, se in-
teresó por las dos epidemias de viruelas que afectaron a Santafé en 1782 y 1802.
Resulta interesante el hecho de que otras epidemias importantes, como las de
tabardillo o tifo, no se hayan analizado lo suficiente. Sabemos que en una obra
de Andrés Soriano Lleras2 se describe la que tuvo lugar entre 1630 y 1633 en San-
tafé y que se extendió a otras regiones como Cartagena. Esta fue denominada lo-
calmente como peste de Santos Gil, nombre del procurador de causas de la Real
Hacienda, a favor de quien testaron muchas personas afectadas en vista de que no
tenían herederos (Peña 39). Sin embargo, no hay investigaciones recientes.
En el caso de Cartagena, un trabajo pionero en cuanto a los discursos médicos
en el siglo XVII parece ser el publicado por Jairo Solano Alonso en 1998, intitulado
Salud, cultura y sociedad en Cartagena de Indias siglos XVI y XVII. Asimismo, el autor
publicó en el 2007 el artículo “Juan Méndez Nieto y Pedro López de León: el arte de
curar en la Cartagena del siglo XVII”. Otra investigación publicada en el año 2007 es
la de Camilo Díaz Pardo, “Las epidemias en la Cartagena de Indias del siglo XVI-XVII:
una aproximación a los discursos de la salud y el impacto de las epidemias y los
matices ideológicos subyacentes en la sociedad colonial”, en la que el autor hace un
recuento de las epidemias que sufrió Cartagena entre 1525 y 1804. Un trabajo que
también se puede mencionar es el de Moisés Munive, del 2004, “Por el buen orden:
el diario vivir en Cartagena y Mompox colonial”, que hasta el momento es el único
artículo que menciona la peste de 1696, aunque sin ahondar en detalles.
Por otra parte, es preciso mencionar los análisis del médico Emilio Quevedo,
quien en diversas oportunidades ha escrito sobre la historia de la medicina en Co-
lombia3. Por cuestiones de espacio e interés, en este escrito solo se hace referen-
cia a su artículo “El modelo higienista en el ‘Nuevo Reino de Granada’ durante los
siglos XVI y XVII”, en el cual se explora la idea del surgimiento del protomedicato
del virreinato y se mencionan las medidas higiénicas tomadas por las autoridades
locales de la Nueva Granada en tiempos de epidemias. Igualmente, estas prácticas
se vinculan con las implementadas en Europa en tiempos de crisis sanitaria.

2 Esta obra aparece citada en diversos estudios tanto para Santafé como para Cartagena (Soriano).
3 Otros de los trabajos de Emilio Quevedo son: “Los tiempos del cólera”, “Cuando la higiene se volvió
pública”, y una obra monumental de cinco volúmenes titulada La historia de la medicina en Colombia,
cuyos dos primeros volúmenes están dedicados al periodo del Virreinato y una parte de la República.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 215


¿Rumor o verdad? La “peste” en Cartagena de Indias en 1696

Finalmente, resulta interesante mencionar que sobre el periodo colonial


también se encuentran otras publicaciones que analizan el tema de las pestes o
epidemias en un sentido genérico, es decir, que no se avocan a caracterizarlas,
tipificarlas o hacer un diagnóstico de ellas de acuerdo con la sintomatología de
los enfermos. Dentro de estos enfoques vale la pena mencionar el trabajo de Juan
Friede, “Las minas de Muzo”. Para el autor, la documentación de la época no seña-
la a la peste como causante de la debacle demográfica, por lo cual pone en duda la
existencia de algunas pestes que registran los cronistas y admite que cuando las
hubo no fueron iguales en todos los espacios americanos. Su estudio es de tipo
demográfico y cuantitativo, sin detenerse en el aspecto médico y sociocultural.
Además, en Colombia se ha dado una discusión sobre la proliferación o no
de la peste bubónica en la región de la Costa Caribe entre 1913 y 1914, debido
a la aparición de una neumonía infecciosa altamente mortal en los departamen-
tos portuarios de Cartagena, Santa Marta y Barranquilla. En esta discusión han
participado tanto historiadores como médicos. Dentro de los primeros podemos
señalar a Jorge Valderrama, quien en un estudio que se inscribe en la historia so-
cial, “¿Rumores, miedo o epidemia? La peste de 1913 y 1914 en la costa atlántica
de Colombia”, apunta la hipótesis de que las deficientes condiciones sanitarias de
los puertos y el tráfico tanto legal como ilegal con otros puertos americanos en los
que sí se había confirmado la peste pueden ser indicio de que en Colombia hubo
brotes de esta. Por otra parte, los médicos Álvaro Faccini y Hugo Sotomayor siguen
el recorrido de la peste en Sudamérica. Sobre Colombia destacan la escasez de in-
formación y señalan la negación de las instituciones sanitarias colombianas sobre
los casos de peste bubónica.

Contexto histórico de Cartagena de Indias:


una ciudad portuaria

El siglo XVII fue de gran importancia para Cartagena de Indias, fundada en 1533.
Esto, según Calvo y Meisel (“Prólogo”), se debió al hecho de que durante dicha cen-
turia la ciudad afirmó su papel de puerto comercial activo y opulento, de protec-
tora de Panamá, Perú y Nueva Granada, a la vez que experimentó un crecimiento
de población, de fortalezas militares y se estableció como base principal para las
flotas comerciales y de guerras que transitaban entre el Caribe y España (10).
Ahora bien, en cuanto a la población que se encontraba asentada allí, se tiene
información de un censo de 1661, según el cual había 7 354 habitantes, de los que

216 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Lireida José Sánchez

3 686 eran blancos, es decir, el 50,12 %, en tanto que 3 668 eran negros y mulatos,
lo que corresponde al 49,87 % de la población —de estos, 1 667 fueron califica-
dos como esclavos—. Resulta interesante que en este censo no se mencionara a
la población indígena (Ruiz 357)4. Otros autores señalan que en 1687 había 1 952
esclavos en la ciudad de Cartagena, mientras que la población indígena disminuyó
de 3 191 en 1610 a 2 258 en 1675 (Garrido 457-458).
Algunos investigadores han establecido que a mediados del siglo XVII Carta-
gena había experimentado un retroceso demográfico. Un factor esencial para ex-
plicar esto fueron las epidemias. Según Vidal, Cartagena fue sinónimo de “vómito
negro”, ya que nunca fue una ciudad salubre, pero durante el siglo XVII las epide-
mias impactaron gravemente la ciudad, diezmando a gran parte de su población,
tanto blanca como negra e india. La lepra, al parecer, fue endémica. Las langostas
devoraron sembradíos de maíz, por lo cual “un cierto halo de leyenda sobre lo que
en Cartagena esperaba a los viajeros, lugar de cita de la riqueza y la muerte, se ex-
tendió por toda América Colonial y aun por muchos puertos europeos” (104-105).
Como se ha señalado en acápites precedentes, la condición portuaria de Car-
tagena propiciaba el tránsito de muchas personas, así como la introducción de di-
versas enfermedades ajenas a estos ámbitos americanos5. Por tal motivo, desde
su fundación se implementaron medidas que buscaban frenar posibles brotes epi-
démicos y mantener un control sanitario, entre las cuales se puede mencionar la
construcción de tres hospitales: el de San Sebastián, que atendía a enfermos con
dolores y bubas; el del Espíritu Santo, para incurables, enfermos crónicos y convale-
cientes; y el de San Lázaro, para leprosos y llagados (Romero 25). No obstante, esto
no fue suficiente para frenar los estragos de las epidemias en Cartagena, ya que:

Su calidad de puerto de entrada a Suramérica y al Perú la hacía el cuello de bo-


tella donde se podía controlar el flujo de inmigrantes, esclavos, comerciantes y
gentes de todas las parcelas de la sociedad, muchas de las cuales venían de re-
giones donde las enfermedades infecciosas solo esperaban un incauto pasajero

4 El autor destaca que probablemente hubo más población esclava que no fue incluida en el conteo.
También indica que en un censo posterior, de 1799, solo se registraron 88 indios, pero no explica los
motivos de su baja densidad demográfica.
5 La catástrofe demográfica postulada por la escuela de Berkeley, según la cual entre 1519 y 1625 la
población de México central perdió 25 millones de habitantes a causa de las enfermedades infecto-
contagiosas que trajeron los conquistadores y colonizadores europeos, también ha sido empleada
para explicar otras realidades latinoamericanas. Sobre esta teoría existen interesantes discusiones
(véase Rabell 18-35; Livi 31-48; Sánchez 9-18).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 217


¿Rumor o verdad? La “peste” en Cartagena de Indias en 1696

para hacer un viaje que traería al Nuevo Mundo los horrores que habían causado
en el Viejo. (Díaz 11)

A ello habría que agregar las condiciones ambientales de la ciudad, pues Car-
tagena tenía un clima húmedo y cálido, con muchos vientos, tempestades, agua-
ceros y polvaredas que inundaban las casas con un agua insalubre. Todo esto
amenazaba la salud de los habitantes, quienes estaban expuestos a picaduras de
mosquitos, fiebres, disentería y epidemias (Garrido 488). Un ejemplo de la intro-
ducción y expansión de enfermedades lo constituye la supuesta y temida “peste”
que azotó a Cartagena en 1696 y que causó gran alarma incluso en la capital del
virreinato, Santafé.
Es importante destacar que todavía a finales del siglo XVIII, cuando se empezó
a implementar una serie de cambios en las ciudades vinculados a las reformas
borbónicas y que apelaban a las ideas de orden y limpieza, varias disposiciones
mostraban inquietud por la suciedad en la ciudad, la cual producía fetidez y daño
a la salud pública. Incluso el 18 de abril de 1790 el rey, mediante una real cédula,
ordenó la limpieza, el empedramiento y el mantenimiento de calles, conventos y
obras pías de la ciudad. Un aspecto importante de esta deficiente higiene fue la
falta de recursos públicos que afectó la inversión para su saneamiento, aun cuan-
do Cartagena era un enclave mercantil de gran relevancia. La respuesta a esto se
encuentra justamente en su función de plaza fuerte del reino, lo que implicó que
las grandes cantidades de dinero que llegaban al puerto se emplearan en gastos
militares y muy poco en gasto civil (Alzate 89-90).
De hecho, estas condiciones todavía seguían siendo comunes a inicios del
siglo XX con la aparente llegada de la peste bubónica, pues según señalaban
algunos medios “Cartagena era una ciudad desaseada donde las basuras y los
cadáveres de animales se arrojaban en cualquier parte y en la cual no existía ser-
vicio público de agua potable. La ciudad pestilente podía ser presa fácil de cual-
quier epidemia” (Valderrama 139).

La supuesta y desconocida
“peste” de Cartagena de 1696

El 28 de febrero de 1696 el procurador general de la ciudad de Santafé, Juan Anto-


nio Durán de Castro, escribía al gobernador de esta para notificarle con gran alar-
ma el lastimoso achaque que padecían los habitantes de la ciudad de Cartagena,

218 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Lireida José Sánchez

el cual aparentemente era una especie de “peste”. Según los detalles que había
recibido el procurador por cartas provenientes de Cartagena6 y de la villa de
Mompox7, hasta aquella fecha habían muerto más de 1 300 personas, tanto de la
armada del conde de Saucedilla —que fue la supuesta responsable de la introduc-
ción de la enfermedad— como de vecinos de la ciudad. También se señalaba que
esta “peste” era tan “violenta” que aquellos que la padecían morían en un lapso
de veinticuatro horas a cinco días. Estos indicios hacían suponer a los moradores
que se trataba de peste formal y no de la vulgar, a la que el vulgo solía llamar cha-
petonada (AGN, SC, P, t. 47, leg. 11, doc. 10, f. 212)8 .
La notificación de Durán de Castro encendió las alarmas entre las autoridades
de la ciudad de Santafé, lo cual es comprensible, ya que en ese siglo siete epide-
mias habían hecho estragos en la sabana de Santafé: entre 1617 y 1618 el saram-
pión mató a más de un quinto de los indios y afectó a otros grupos, excepto a los
españoles nacidos en España; en 1621 la viruela atacó con gran fuerza a la pobla-
ción indígena; entre 1630 y 1633 el tifo o tabardillo causó la muerte de un tercio de
los indios de Santafé y Tunja, además de generar gran mortandad entre los otros
grupos sociales; igualmente, en 1651 y de 1667 a 1668 una gran cantidad de indios
murieron a causa de la viruela. Finalmente, las últimas epidemias registradas para
ese siglo fueron la de sarampión en 1692 y la de viruela de 1693, que juntas dis-
minuyeron en un 30 % la población tributaria, mientras que el sarampión afectó
mucho a los españoles y a otros grupos (Villamarín y Villamarín 142-143).
En el caso de Cartagena, también se registraron siete epidemias durante el
siglo XVII. Primero, el tifo exantemático en 1629, que tuvo una duración de cuatro
años y diezmó a cuatro quintas partes de la población aborigen. Esta misma en-
fermedad se volvió a presentar en 1639, mientras que en 1650 y 1651 se manifestó

6 La carta fue escrita por el padre fray Francisco de Ovalle, guardián de San Diego, y enviada a Santafé
al padre fray Diego Barroso de la orden seráfica, dando cuenta del “achaque pestilencial” que se vivía
en Cartagena (AGNC, P, SC.47, 11, D. 10, f. 227 v.).
7 Escrita por el capitán Cristóbal de Pantoja a Esteban de Esqueda (AGNC, P, SC. 47, 11, D. 10, ff. 235 r.-v.).
8 En este punto es importante precisar algunos apuntes sobre la terminología que nos ofrece el ex-
pediente, en específico los referidos a peste formal y peste chapetonada. En primer lugar, podemos
señalar que chapetón era el nombre con el cual los locales llamaban a los españoles que arribaban a
la Nueva Granada. De manera que, las pestes chapetonadas eran aquellas que llegaban en los barcos
que atracaban en la costa norte del reino, especialmente en Cartagena, y que después se disem-
inaban al continente con los viajeros, en tanto que las pestes formales aludían a aquellas que tenían
un origen local. Al parecer las chapetonadas no eran graves, por lo cual las que causaban mayor
preocupación a las autoridades eran las formales. Así, al confirmarse que estas “habían picado a los
naturales”, se tomaban las medidas necesarias (Quevedo, “El modelo” 51).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 219


¿Rumor o verdad? La “peste” en Cartagena de Indias en 1696

la fiebre amarilla; se sabe que en el último año esta tuvo una duración de cuarenta
días y afectó a toda la población, incluyendo a nueve jesuitas y a san Pedro Claver,
quienes murieron. En 1688 reapareció el tifo, mientras que entre 1692 y 1693, al
igual que en Santafé, el sarampión y la viruela fueron los protagonistas (Díaz 12).
Si se considera lo señalado, al parecer, a primera vista no hubo ninguna “pes-
te” en Cartagena en 1696, y tampoco alcanzó a llegar a la capital, sobre todo, si
se recuerda que la única referencia historiográfica sobre el asunto es una mención
realizada por Munive, quien afirma que en 1696 “se contaron en Cartagena 1 700
muertos por causa de una fuerte peste”, y agrega que “se concluyó la investiga-
ción argumentando que había sido transmitida a través de algunas mercancías”
(181). Esta casi nula información sobre el asunto genera muchas interrogantes.
Si se retoma la pronta respuesta del procurador general, esta también nos si-
túa frente al lugar del miedo a las epidemias: ¿a qué se debía? Para Delumeau, la
respuesta está en que la peste trastocaba la vida cotidiana, es decir, detenía las
actividades familiares, ocasionaba silencio en la ciudad, llevaba a experimentar
la enfermedad en soledad, sufrir una muerte en anonimato y abolía los ritos co-
lectivos de alegría y de tristeza. A esto se sumaba la imposibilidad personal para
concebir proyectos hacia el futuro (141-142). Igualmente, para Miriam García Apo-
lonio las pestes de viruela en las misiones jesuitas del Paraguay pueden entender-
se como fenómenos de subversión cotidiana que generaron “preocupación, dolor,
angustia, desolación, incertidumbre, pérdida y muerte”, a la vez que provocaron
temores colectivos hacia la autoridad celestial y la terrenal (10).
Asimismo, América Molina del Villar constata el miedo ante las epidemias en el
México colonial a través de los actos religiosos que buscaban paliar ese sentimien-
to, pero también encontró una forma particular y novedosa durante la epidemia
del Matlazahuatl de 1737: el uso de la hechicería para sanar o incluso provocar la
enfermedad por parte de una mujer, lo que ocasionó diversos niveles de miedo,
pues no solo se temía a la peste, sino a la hechicera e incluso a la autoridad in-
quisitorial, la cual se encargó del asunto (“Entre el miedo” 95). De esta manera, la
vivencia previa de determinadas endemias y epidemias conformaba el caldo de
cultivo para que esta sociedad estuviese prevenida ante posibles brotes y surgiera
el miedo que daba rienda suelta a los rumores alarmantes.

220 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Lireida José Sánchez

Medidas preventivas

El mismo día que el procurador Durán escribió al gobernador de Santafé para ad-
vertir de la situación en la ciudad portuaria de Cartagena le solicitó que tomara
algunas medidas para prevenir la llegada de la “peste” a la capital. Entre dichas
solicitudes se encontraban: poner degredos y guardas a unas 10 leguas de distan-
cia de Santafé, con la finalidad de detener el paso de ropa y personas enfermas
provenientes de Cartagena y la villa de Mompox. En dicho lugar deberían aguar-
dar hasta que se considerara que no había peligro de enfermedad y de “infición”
para la ciudad. Después de ese lapso, las personas debían obtener una licencia de
tránsito. Todo ello “para el bien común de esta ciudad y salud de sus habitadores
imponiendo a los que contra viniesen la pena que a vuestra señoría le pareciere”
(AGN, SC, P, t. 47, leg. 11, doc. 10, ff. 212 r.-v.).
Estas recomendaciones ponen en evidencia la manera de proceder ante la po-
sibilidad de una enfermedad que podía adoptar características endémicas o epi-
démicas. En este sentido, Emilio Quevedo destaca que desde los comienzos de la
Colonia hasta las postrimerías del siglo XVII y primeros años del XVIII, en la América
española se adoptaron las mismas medidas de higiene pública que se empleaban
en Europa medieval en tiempos de pandemia. Estas eran: los “degredos”, es decir,
lugares de aislamiento que generalmente se situaban en espacios despoblados y
atravesados por vientos continuos, en otras palabras, equivalían a las cuarentenas
europeas; la purificación de la ropa y los enseres de los viajeros retenidos en los
“degredos”; los castigos para los infractores de la cuarentena, así como la realiza-
ción de interrogatorios con la finalidad de recabar información sobre el origen de
la enfermedad. En caso de epidemias, se creaban juntas de sanidad provisional. El
autor también señala que era muy probable que en América este tipo de prácticas
se mezclaran con otras medidas higiénicas indígenas, de origen local, y negras, de
origen africano (Quevedo, “El modelo higienista” 51-52).
Efectivamente, en el expediente que aquí se analiza se puede constatar esta
especie de protocolo sanitario heredado de la tradición europea para prevenir la
dispersión de la desconocida enfermedad proveniente de la ciudad de Cartagena,
como se verá a continuación. La primera medida estipulada por el gobernador fue
notificar al cabildo de la ciudad de la situación, para que este a su vez informara en
los parajes indicados las previsiones necesarias. Por su parte, el fiscal, con la cele-
ridad que se ameritaba, dispuso el 29 de febrero que se instalara el mencionado
“degredo” para el cumplimiento de la cuarentena; asimismo, que se desinfectase
y purificase la ropa en una tienda hecha al aire libre para tal fin; que las cartas

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 221


¿Rumor o verdad? La “peste” en Cartagena de Indias en 1696

remitidas de dicha ciudad se pasaran por vinagre, y en caso de que se enviara pla-
ta se procediese de la misma manera; también se disponía que para la seguridad
y tranquilidad de la ciudad se debía poner centinelas de íntegra satisfacción en el
puerto de Opón, en el río de Sogamoso, en la villa de Ocaña, en el puerto de Hon-
da y en el presidio de Carare, que eran los parajes por donde se podían introducir
personas y ropa; al igual que un ministro togado en la boca del Monte, un regidor
de esta ciudad en la venta de Sopó, y otras personas de esa calidad en los demás
sitios que se considerasen convenientes.
Por otra parte, al fiscal le parecía prudente que se notificara a son de cajas
en la ciudad de Santafé y en todas las del reino que las personas que desearan
trasladarse de una a otra o hacia la capital debían llevar certificación, bien fuera del
escribano del pueblo, de las justicias, del corregidor, o del cura con testigos —según
la autoridad que hubiese en cada lugar—. Dicha certificación debía incluir las carac-
terísticas físicas de cada persona, es decir, estatura, cabello, ojos y demás señales
de su fisonomía, al igual que la cantidad y la calidad de las cargas que llevaba, así
como la fecha de partida del viajero. También se señalaba que en las ciudades por
donde este pasara se debía guardar el degredo. Tal era la rigurosidad del caso que
la pena recomendada para aquellos que osaran contravenir la orden o quebrantar
el degredo era la muerte misma (AGN, SC, P, t. 47, leg. 11, doc. 10, ff. 226 v.-227 r.).
Este elocuente pasaje proporciona datos interesantes sobre aspectos como
la desinfección de objetos, las rutas por las cuales se podía trasladar la enferme-
dad desde Cartagena, hasta la manera de demostrar que se estaba a salvo de esta
para poder transitar por el virreinato, así como la severidad de los castigos para
quienes no cumplieran con las medidas impuestas. Esto último lleva a plantearse
una interrogante, que no necesariamente se podrá responder: ¿cuál era la razón
de este castigo tan severo?, es decir, ¿solo buscaba atemorizar a los viajeros para
que cumplieran a cabalidad el ordenamiento?, ¿la disposición de las autoridades
era la respuesta a la falta de cumplimiento de las medidas de prevención?, o ¿tan-
to era el miedo a las epidemias que se actuaba con mucha rigurosidad?
En cuanto a las rutas de posible contagio se puede agregar unas líneas: “Como
era conocido desde el siglo XVI, los contagios llegaban en los galeones y seguían su
curso con los comerciantes y mercaderes por los caminos y rutas que conducían a
la región central del territorio neogranadino” (Gutiérrez 4). La comunicación entre
Cartagena y Santafé era de gran importancia para el reino de Nueva Granada, por
la función que cumplía cada uno en la sociedad: la primera, por ser la llave del
virreinato y la segunda por ser la capital. En este sentido, se trazó una ruta que
combinaba el transporte fluvial con el terrestre, compuesta de varios trayectos.

222 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Lireida José Sánchez

Figura 1. Ruta de contagio y puestos de control


Fuente: elaborado por Gonzalo Silvestre Zepeda Ferrer, basado en Ogilby, John, “Terra Firme et Novum
Regnum Granatense et Popayan”, 1671, H219, Banco de la República, Biblioteca Virtual.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 223


¿Rumor o verdad? La “peste” en Cartagena de Indias en 1696

La primera parte se hacía desde Cartagena hasta el puerto de Honda, a tra-


vés del río Magdalena, y podía demorar entre veinte días y tres meses, dependien-
do de las condiciones climáticas. Este tramo, a su vez, estaba compuesto de tres
etapas: Cartagena-Barrancas (4 días aprox.), Barrancas-Mompox (4 días aprox.) y
Mompox-Honda (20 días aprox.). La segunda parte del recorrido lo constituía el
famoso camino Honda-Santafé, el cual era uno de los más transitados de la Nueva
Granada, pero también uno de los más peligrosos y difíciles de recorrer, ya que
presentaba muchos barriales, rocas y piedras. De Honda a Santafé había una dis-
tancia de 23 o 24 leguas, que se podían recorrer entre cuatro y seis días en época
de verano y hasta el doble en invierno. En este trayecto había diferentes parajes:
Mariquita, la villa de Guaduas, El Raizal, Chinauta, Villeta, Facatativá y finalmente
Santafé (M. Jiménez 119-120)9.
La relevancia de Honda como punto estratégico de enlace entre Santafé y Car-
tagena explica el hecho de que el 3 de marzo se enviaran indicaciones específicas al
poblado para que allí se examinara a las personas que llegaran de Cartagena y, en
caso de ser cierto el contagio, en el puerto se estableciera allí el degredo menciona-
do anteriormente. Asimismo, el fiscal don Gil de Cabrera y Dávalos ordenaba que las
justicias de Honda procedieran a cumplir las indicaciones con todo el rigor y que
ninguna justicia o persona estorbara la comisión, so pena de 200 pesos de buen oro
para la cámara de su majestad (AGN, SC, P, t. 47, leg. 11, doc. 10, ff. 228-229).
Estas, sin embargo, no fueron las únicas disposiciones enviadas desde la ca-
pital. Otra fue de especial importancia, pues tenía que ver con la indagación de
lo que sucedía en Cartagena, por medio de los testimonios de los mercaderes
y transeúntes provenientes del puerto. Debido a que esta es una parte decisiva y
extensa del expediente, se le dedica un apartado.

¿El esparcimiento de un rumor


o el desconocimiento de una enfermedad?

Como se anunció al inicio, para Jean Delumeau “un rumor nace [...] sobre un fondo
previo de inquietudes acumuladas y es el resultado de una preparación mental
creada por la convergencia de varias amenazas o de diversas desgracias que su-
man sus efectos” (213). Los interrogatorios que se realizaron a mercaderes y ve-
cinos de Cartagena, Santafé y las regiones aledañas resultan de sumo interés, ya

9 Al respecto, véase la figura 1.

224 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Lireida José Sánchez

que encierran entre líneas el temor a la recién llegada “peste”, a la vez que revelan
detalles sobre la etiología y sintomatología de esta, pero no solo eso, sino que
también llegan a poner en duda su existencia (véase la tabla 1).
El 13 de marzo de 1696, don Vicente Landaverde, alcalde ordinario y juez de
puertos de Honda, notificaba al fiscal el arribo de embarcaciones con mercade-
res, por lo cual se disponía a hacer las averiguaciones correspondientes. Así, el
14 de marzo comenzaron los interrogatorios a las siguientes personas: Francisco
Luis de Lara, Adam José de Mesa, Tomás de León y Cervantes, Juan González de
Estrada, Pedro Moscoso, Juan Antina Moreno, Manuel Martínez del Real, Francis-
co de Escoto, Juan José de Figueroa, un sujeto de apellido González y una copia
de la carta del capitán Cristóbal de Pantoja. Así, el alférez Francisco Luis de Lara,
mercader español, que había llegado en la armada al ser preguntado sobre la
supuesta “peste” dijo:

[…] sabe por haberlo visto que muchísima gente de la presente armada ha muerto
en la ciudad de Cartagena después de llegados galeones y pocos o ninguno de
los que estaban en estas partes en que se ha reconocido que los que han muerto
son chapetones de este primer viaje y que la formalidad de su fallecimiento ha
sido según se ha experimentado de tres días para arriba sin que se haya sabido ni
reconocido ser la calidad de su accidente por los médicos de la dicha ciudad de
Cartagena y que las dichas muertes se han experimentado así en los de buen trato
como en los pobres. (AGN, Sc, P, t. 47, leg. 11, doc. 10, ff. 229 v.-230 r.)

Ese mismo día, el mercader Adam José de Mesa dijo haber permanecido en la
ciudad de Cartagena veinticuatro días, desde la llegada de la armada, y haber visto
y oído decir que fallecieron cien o más personas tanto de las “de buen trato como
pobres”, y que todos los muertos habían llegado por primera vez a las Indias. Agregó
que “las formalidades de su fallecimiento eran en tres o cuatro o seis días para arriba
sin que por los médicos de la dicha ciudad se hubiese reconocido el achaque de qué
morían”. Y añadió que “lo que se ha reconocido por la gente de la dicha armada ha
sido que los más que mueren ha sido de cometer excesos en las bebidas de que pro-
viene resfríos y luego los sangran” (AGN, SC, P, t. 47, leg. 11, doc. 10, ff. 230 r. -230 v.).
Por su parte, el mercader Tomás de León y Cervantes, vecino de Cartagena,
señaló que estuvo en dicha ciudad en los cuarenta días posteriores al arribo de
la armada, que fue testigo de algunas muertes y escuchó que el número llegó a
quinientas personas. También ratificó lo testificado por Adam José de Mesa sobre
las “formalidades” y las causas de muerte (AGN, SC, P, t. 47, leg. 11, doc. 10, ff. 231

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 225


¿Rumor o verdad? La “peste” en Cartagena de Indias en 1696

r.-231 v.). Igualmente, el mercader español Juan González Estrada, quien llegó en
la armada, repitió esta versión (AGN, SC, P, t. 47, leg. 11, doc. 10, ff. 229 v.-230 r.),
mientras que Pedro Moscoso, vecino de Santafé, quien recién venía de Cartagena,
señaló que el número de personas presuntamente muertas era de ochocientas,
todos de la armada, y agregó que se presumía que la causa era por los bochornos
tan prolongados que padecían en la embarcación (AGN, SC, P, t. 47, leg. 11, doc. 10,
ff. 231 v.-232 r.).
Uno de los testigos que proveyeron más información fue el mercader y capitán
don Juan Antina Moreno, quien el 15 de marzo indicó que estuvo diez meses en
Cartagena aguardando la llegada de la armada y que luego de que esto ocurrió
se quedó allí por un periodo de dos meses, cuando oyó decir que murieron ocho-
cientas personas de todas las calidades. Igualmente, declaró que muchos de sus
amigos provenientes de España en dicha embarcación habían enfermado y que
habiéndolos visitado se percató de que padecían diferentes enfermedades: unos
tabardillo y otros flaquezas de estómago, así como el mal gobierno y desórdenes en
su alimentación. Para Antina, no se trataba de ningún achaque contagioso, pues
los vecinos de Cartagena asistían a los enfermos en todo lo que necesitaban sin
haber peligrado ninguna persona de allí, y en caso de morir solo lo era por causas
naturales (AGN, SC, P, t. 47, leg. 11, doc. 10, ff. 232 r.-232 v.).
También ese mismo día el mercader Manuel Martínez del Real proporcionó
información que descartaba cualquier enfermedad contagiosa, pues dijo que du-
rante el tiempo que estuvo en Cartagena se había hospedado en la casa de un
médico y que por ello sabía que los enfermos atendidos por este no corrían ningún
tipo de riesgo y que, si bien supo que morían muchas personas de la armada, des-
conocía el número y el tipo de achaque (AGN, SC, P, t. 47, leg. 11, doc. 10, f. 233).
El 16 de marzo, Francisco de Escoto, también recién llegado en la armada, dijo
que en un periodo de dos meses vio morir en la ciudad de Cartagena hasta 150
hombres, y que posteriormente, mientras se encontraba en Barrancas, unos quin-
ce días antes de declarar, escuchó que el número había subido a novecientos, y
que luego en Mompox tuvo noticia de que la mortandad había ascendido a 1 800.
Según Escoto, los que había visto morir formaban parte del grupo que viajaba por
primera vez a estas tierras y que la causa era el exceso en comidas y bebidas (AGN,
SC, P, t. 47, leg. 11, doc. 10, f. 233 v.).
Tanto el español Joseph Juan de Figueroa, como el testigo González, vecino
de la villa de Mompox, repitieron las noticias sobre la mortandad de personas lle-
gadas en la armada, en tanto que el capitán Cristóbal de Pantoja tenía una carta
escrita desde la villa de Mompox el 17 de febrero por don Esteban de Esqueda, en

226 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Lireida José Sánchez

la cual se daba noticia de las más de mil muertes ocurridas en Cartagena (AGN, SC,
P, t. 47, leg. 11, doc. 10, ff. 234 r.-235 v.).
Las indagaciones, sin embargo, no terminaron allí, pues en Santafé también
se hizo lo propio. Así, el 1.o de mayo, Francisco de Ledesma declaró que solo había
estado en Cartagena ocho días después del arribo de la armada y que ni en ese
tiempo, ni por noticias había tenido información sobre contagio alguno en aquella
ciudad. Por su parte, los españoles Francisco de Espinosa, Francisco Gutiérrez y
José Flores, residentes de Santafé, quienes habían estado en Cartagena cuando
llegaron los galeones, declararon que un mes después de su atraco en el puerto,
la ciudad estaba enferma “como sucede en todas las ocasiones de armada”, que
el número de muertos hasta ese momento era de hasta 150 personas, tanto de
la armada como de tierra y que los médicos decían que el achaque correspondía
a “calenturas ardientes”, seguidas de delirios, pero que no todos peligraban, ya
que algunos mejoraban, mientras que los que morían lo hacían en tres, cuatro,
seis u ocho días. Igualmente, destacaron que no se le dio el nombre de contagio a
estas muertes, y que más bien se atribuía a falta de “bastimentos y particularmen-
te del pan” (AGN, SC, P, t. 47, leg. 11, doc. 10, ff. 218 r. -220 v.).

Tabla 1. Declarantes

Estancia en Periodo de
Número
Cartagena desarrollo Enfermedad /
Declarante de
desde la llegada de la síntomas
muertos
de la armada enfermedad10
Francisco
- - Desde 3 días No reconocida
Luis de Lara
No reconocida /
síntomas: resfríos
Adam José
24 días 100 3, 4 y 6 días y sangrados por
Mesa
excesos en las
bebidas
Tomás No reconocida /
de León y 40 días 500 Desde 3 días causas: excesos en
Cervantes bebidas y comidas

10 En el documento se usa la expresión formalidad. En este caso se refiere específicamente al tiempo


que transcurría entre el contagio y la muerte de los más afectados.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 227


¿Rumor o verdad? La “peste” en Cartagena de Indias en 1696

Estancia en Periodo de
Número
Cartagena desarrollo Enfermedad /
Declarante de
desde la llegada de la síntomas
muertos
de la armada enfermedad10
Juan No reconocida /
González 40 días - Desde 3 días causas: excesos en
de Estrada bebidas y comidas
No reconocida /
Pedro bochornos
¿1 mes? 800 Desde 3 días
Moscoso prolongados en la
embarcación
Tabardillo, flaquezas
Juan Antina
2 meses 800 - de estómago, excesos
Moreno
No contagioso
Manuel No hubo
Martínez 9 días - muerte No reconocida
del Real repentina
Francisco 150, 900, Excesos de comidas y
2 meses -
de Escoto 1 800 bebidas
Juan José No hubo
Joseph de 1 mes - muerte -
Figueroa acelerada
González - - - Diferentes achaques
Cristóbal de 1 100 y
- - -
Pantoja más
Francisco No supo
8 días - -
de Ledesma nada
Francisco Calenturas ardientes,
1 mes 150 3, 5 y 8 días
de Espinoza delirios
No contagioso
Francisco Calenturas, desvaríos
1 mes 150 3, 4, 6 y 8 días
Gutiérrez Causas: falta de
bastimentos (pan)
No contagioso
Calenturas con
José Flores 1 mes 150 3, 4, 6 y 8 días desvaríos
Causas: falta de
bastimentos (pan)
Fuente: elaboración propia.

228 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Lireida José Sánchez

El expediente se queda en los testimonios, sin haber alguna conclusión sobre


el asunto. En todo caso, es obvio que las diferentes noticias, rumores y opiniones
sobre lo que acontecía en Cartagena a comienzos de 1696, no deben llevar a pen-
sar que se trataba de una noticia sin importancia o de “un chisme” desafortunado.
Como se puede observar, no hay uniformidad de opiniones sobre la cantidad de
muertes, la etiología de la enfermedad o los síntomas; no obstante, casi todos los
testigos consideraban que no se trataba de ninguna enfermedad contagiosa y que
los más afectados eran los recién llegados de la armada, sin distinción de nivel
socioeconómico.
En este punto, conviene retomar los planteamientos de Jean Delumeau (132)
sobre el comportamiento de las autoridades, especialmente las sanitarias, ante
las pestes en la Europa del Antiguo Régimen. Para el autor, dichas autoridades por
lo general mostraban una actitud negligente, lo cual se fundamentaba en que no
se quería sembrar pánico en la sociedad, o bien para no afectar de manera nega-
tiva las transacciones económicas con el exterior, y, lo más importante, para no
generar miedo. Este aspecto en particular conducía a las autoridades y a los médi-
cos a retrasar la aceptación de las pestes, e incluso a plantear diagnósticos menos
graves y señalar que se trataba de un “mal común, fiebres tercianas y dobles, dif-
teria, fiebres persistentes, punzadas en el costado, catarros, gotas y otros pade-
cimientos semejantes”; en otras palabras, las autoridades sanitarias “buscaban,
pues, cegarse a sí mismos para no darse cuenta de la ola ascendente del peligro, y
la masa de gentes se comportaba igual” (Delumeau 133). De esta manera, aunque
las acciones de investigación fueran rápidas, como se vio en el apartado anterior,
es posible que la admisión de la epidemia fuera retrasada.
¿Acaso sucedió esto en Cartagena?, es decir, ¿las diferentes formas de nom-
brar la enfermedad por los médicos constituían una negación de esta? o, ¿verda-
deramente se trataba de un falso rumor de peste? Nuevamente, no tenemos la
respuesta, pero lo que también se puede señalar es que ante un fenómeno natural
o social que trastornaba la seguridad y la cotidianeidad social era frecuente que se
generaran rumores, lo que podría conllevar mayor zozobra en la sociedad (Molina,
“Entre el miedo” 107).
Por otra parte, se puede señalar la posibilidad de que durante el periodo en
cuestión se hubiesen presentado de manera simultánea una serie de enfermeda-
des que alarmaron a algunos pobladores, de modo tal que se enviaron cartas dan-
do cuenta de ello. Como se desprende de una de las declaraciones, al parecer, al
arribo de los galeones era común el brote de alguna enfermedad, aunque no ne-
cesariamente de proporciones epidémicas o pandémicas. Aunque también podría

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 229


¿Rumor o verdad? La “peste” en Cartagena de Indias en 1696

plantearse que la enfermedad estaba afectando solo a los recién llegados por las
condiciones que se enfrentaban en viajes como aquellos, es decir, que duraban
no menos de seis semanas y proliferaban las enfermedades (Segovia 158), quizá a
causa de las condiciones de insalubridad de las embarcaciones, además de que la
alimentación no era la mejor.
En este sentido, se pudo tratar de tifo, si se considera que esta enfermedad se
vinculaba con el estado de alimentación de una población y su higiene. El tifo tenía
un periodo de incubación de catorce a veintiún días (Pérez 71-72). Si se recuerdan
las declaraciones de tres a ocho días como lapso en que se presentaba la muerte
una vez se manifestaban los síntomas, queda la hipótesis de que algunas de estas
personas ya venían enfermas antes de llegar a la ciudad, lo cual cobra sentido si se
toma como veraz el testimonio del mercader Adam José de Mesa, de más de 150
muertos en veinticuatro días. No obstante, esta hipótesis se tambalea cuando se
pregunta por qué los habitantes de Cartagena no se habían contagiado en un lap-
so de dos meses, que es el periodo más extendido de los testimonios.
Esta situación era similar a la de la peste bubónica pues, aunque esta se trans-
portaba en mercancías —como supuestamente ocurrió con la “peste” de 1696—,
al parecer no se presentó en los puertos colombianos sino hasta comienzos del
siglo XX11. Por otra parte, la opción de la fiebre amarilla o vómito negro podría
ser una posibilidad, si se tiene en cuenta que esta arribó a Cartagena en 1651 y
mantuvo una presencia en la región Caribe en oleadas epidémicas esporádicas
hasta 1830, cuando se expandió a otras zonas del país gracias a la navegación a
vapor (Hernández et al. 56), y que muchos de los testimonios aluden a flaquezas de
estómago y calenturas, síntomas de esta enfermedad. Igualmente, es importante
recordar que la fiebre amarilla tiene como agente un virus septicémico transmiti-
do por un mosquito, el cual vive en ambientes climáticos de altas temperaturas,
como lo es el caso de Cartagena (Pérez 77).
Aunque no hay certeza de lo que sucedía en el puerto, lo que sí se puede reiterar
es que la ciudad presentaba las condiciones para que pulularan las enfermedades.
En ese sentido, algunas de las más comunes eran las bubas, la sífilis, la lepra (consi-
derada endémica en la región), la disentería, las fiebres (tercianas, cuartanas, recias
o ardientes y lentas o flemáticas), y también eran recurrentes las apostemas exter-
nas e internas, las enfermedades urinarias, hernias, dolores de costado, problemas
pulmonares, afecciones gástricas, hidropesía, jaquecas, hemorragias, entre otras.

11 De hecho, la presencia de la peste bubónica en Colombia todavía se pone en duda (véase Valderra-
ma 133-171).

230 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Lireida José Sánchez

La viruela, por su parte, era una enfermedad que causaba gran preocupación por
sus efectos catastróficos (Munive 181). También el tifo fue recurrente en la ciudad,
como se ha apuntado al inicio de este escrito. Esta situación se puede constatar en
la saturación de los centros asistenciales. Margarita Garrido ha señalado:

Los hospitales de San Lázaro y de San Sebastián, administrados por religiosos,


permanecían llenos de enfermos. Los informes sobre la situación de pobreza
e insuficiencia de los hospitales se repiten en las cartas de los obispos al Rey,
en los discursos de Méndez Nieto y en los testimonios sobre San Pedro Claver [...].
Los padres de San Juan de Dios se veían agobiados por el número de soldados que
regresaban de excursiones militares en la provincia, muy especialmente al arribar
la flota que traía hasta 300 enfermos de los viajes, y por la inexistencia de una
enfermería para las mujeres, lo que dificultaba su atención. (489)

Si se considera lo expresado anteriormente, sobre todo lo relativo a la canti-


dad de enfermos que llegaban en los galeones, no resulta descabellado el número
que dan algunos testigos de 100 o 150 muertos de la armada del conde de Sauce-
dilla. Podría decirse, entonces, que es comprensible que la sociedad cartagenera
sintiera temor ante este tipo de situaciones y esparciera rápidamente el rumor
de la peste. La misma autora expresó también que los mayores miedos de los ha-
bitantes de Cartagena en el siglo XVII estaban relacionados con la pérdida de los
grandes bienes del individuo, y estos eran: la salud, la familia, la comunidad, la
riqueza, ser servido y la vida eterna, así como con las enfermedades, la muerte, las
pestes, el diablo, las tempestades, las plagas, entre otros (Garrido 456).
En una sociedad en la cual la religión tenía un papel fundamental, la población
muchas veces creyó que se trataba de un castigo divino, a la vez que consideraba
que una manera exitosa de enfrentar estas amenazas era implorando la ayuda di-
vina. Por ello, se acudía a Dios, a la virgen y a los santos para invocar su protección.
También se celebraban procesiones con las imágenes de los santos o se levanta-
ban templos, como el que se terminó de construir en la ciudad en 1674, por orden
del cabildo, en el barrio Getsemaní, en honor de un santo por la epidemia de fiebre
amarilla (Durán 62).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 231


¿Rumor o verdad? La “peste” en Cartagena de Indias en 1696

Algunas consideraciones finales

Gracias a este caso de la supuesta “peste formal” de 1696, fue posible acercarse a
las epidemias que padecieron los pobladores de Cartagena durante el siglo XVII. De
esta manera, se hizo notorio el hecho de que este tema no se encuentra bien do-
cumentado. Aunque hay algunas investigaciones al respecto, lo cierto es que falta
mucho por hacer, hay más preguntas que respuestas y es posible que si se hurga en
los archivos salgan a la luz nuevos casos de “pestes” que ni siquiera se han podido
categorizar o identificar. En este orden de ideas, no puede concluirse este trabajo
afirmando si existió o no la “peste formal” de1696, o de qué tipo de enfermedad se
trató, pues el expediente que se consultó está inconcluso y hay muchas versiones
encontradas. Esto se vio dificultado, además, por la imposibilidad de revisar otro
tipo de fuentes, como registros de defunción o de hospitales de Cartagena, que
quizá permitan dar otras explicaciones a lo sucedido.
Empero, en este pueden presentarse algunas reflexiones finales. En el caso
de la sociedad que se estudia, es evidente que la amenaza de las enfermedades, de
las epidemias y de la muerte siempre estaba acechando, sobre todo si se recuerda
que las condiciones sanitarias, especialmente en el puerto de Cartagena no eran
óptimas, que el arribo de flotas con personas enfermas era un hecho constante, y
no había tratamientos médicos eficaces para algunos padecimientos, entre otras
dificultades. Todo esto, seguramente abrió el camino para que ante la más mínima
duda de una epidemia el rumor se convirtiera en una realidad amenazante. Asi-
mismo, al parecer, la incertidumbre provocada por esta situación se puede palpar
entre líneas en el documento que se analizó, pues la inmediatez de los degredos,
las desinfecciones de objetos, los funcionarios apostados en los puntos designa-
dos, la notificación de los acontecimientos a son de cajas en todo el reino, las pes-
quisas que se realizaban a los testigos, las medidas coercitivas y las otras acciones
mencionadas reflejan el temor a que la aparente “peste” se esparciera.
De esta manera, se puede enfatizar que en el caso que se viene estudiando, se-
guramente la sociedad involucrada sintió temor de sufrir los embates de la enfer-
medad, morir a manos de ella, perder a sus familiares, quedarse solos, en fin, las
múltiples situaciones de vulnerabilidad que ocasiona una epidemia. También,
las autoridades debieron preocuparse por el pánico social y el malestar económi-
co que podía incitar esta, sobre todo si se tiene en cuenta que las ciudades más
afectadas eran centros claves del funcionamiento colonial, por lo que también pa-
rece que se tomaban en serio las investigaciones sobre el tema. Ahora bien, que
se aceptara con la misma inmediatez la realidad de la enfermedad es otro asunto.

232 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Lireida José Sánchez

Bibliografía

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Sección Colonia (SC).
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Epidemias y su impacto sobre
la mortalidad en Santafé,
Nueva Granada, 1739-1800
Epidemics and their Impact on Mortality in Santafé,
New Granada, 1739-1800

DOI: 10.22380/20274688.2390
Recibido: 13 de marzo del 2022 • Aprobado: 12 de abril del 2022

Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez1


Investigador independiente
[email protected] • https://orcid.org/0000-0001-8522-991X

Resumen
El objetivo de este artículo es analizar las epidemias que afectaron a la población de
la ciudad de Santafé, capital de la Nueva Granada, entre los años de 1739 y 1800, pe-
riodo en el que se presentaron cinco importantes sobremortalidades ocasionadas por
epidemias: 1744-1745, 1756-1757, 1764, 1782-1783 y 1793-1796. Desde la demografía
histórica, y con ayuda del método conocido como factor multiplicador, se tratará de
calcular la intensidad de dichos eventos discriminando entre adultos y párvulos.
Palabras clave: historia demográfica, registros parroquiales, entierros, viruela,
sarampión

Abstract
The subject of this article is to analyze the epidemics that affected the population of
Santafé, capital of Nueva Granada, between the years of 1739-1810, a period in which
there were five important excess mortality rates caused by epidemics: 1744-45, 1756-
57, 1764, 1782-83 y 1793-96. From the historical demography, and with the help of the
method known as the multiplier factor, we try to measure the intensity of these events,
emphasizing the age groups of adults and infants.
Keywords: demographic history, parish records, burials, smallpox, measles

1 Economista de la Universidad La Gran Colombia, Bogotá, Colombia; maestro en Historia de la Uni-


versidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 • pp. 237-270 237
Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva Granada, 1739-1800

Introducción2

Desde el momento en el que los europeos conquistaron el territorio americano,


las enfermedades infecciosas fueron responsables de importantes crisis demo-
gráficas, en particular entre la población nativa. Las epidemias fueron aliadas in-
visibles de los invasores. Es bien sabido que un contagio generalizado de viruela
entre los mexicas facilitó la caída de la gran Tenochtitlán en 1521 y la posterior
conquista de México. Hay investigaciones que sugieren que dicha enfermedad ya
había sido la responsable del desplome demográfico entre la población tahína de
la isla La Española tras el segundo viaje de Cristóbal Colón en 1493 (D. Cook, “¿Una
primera”). En adelante, la recurrencia de otras enfermedades contagiosas, como
el sarampión, el tifo exantemático —tabardillo—, la tos ferina, entre otras, afectó
gravemente, no solo a las poblaciones indígenas americanas —que no contaban
con el paquete inmunológico que les permitiera resistir aquellas enfermedades—,
sino también a las cohortes de edad que no las sufrieron3. Por esta razón, aún du-
rante el siglo XIX las mencionadas enfermedades podían seguir siendo las respon-
sables de importantes sobremortalidades.
El análisis de los libros parroquiales de entierros de las cuatro parroquias an-
tiguas de Santafé —La Catedral, Las Nieves, Santa Bárbara y San Victorino— nos
ha permitido dar cuenta de que entre 1739 y 1800 la ciudad padeció cinco impor-
tantes sobremortalidades: de 1744 a 1745, de 1756 a 1757, 1764, de 1782 a 1783 y de
1793 a 1796. Para medir la intensidad de estas crisis se hizo uso del factor multipli-
cador (en adelante FM), método que calcula por cuánto se multiplicó la mortalidad
en el año de la crisis en relación con la mortalidad —que debe ser normal— de
unos pocos años previos o únicamente el año previo (Torres y Cramaussel 26). En
este trabajo se lleva a cabo dicho ejercicio con cada una de las crisis analizadas,
para lo cual se contrasta la mortalidad de ese año con la de los dos años previos,
excepto en el caso del evento de 1764. El FM de este año se calculó únicamente
en relación con el año previo, pues la mortalidad de 1762 es especialmente alta,

2 Este artículo deriva de una investigación más amplia sobre las epidemias en Santafé. Véase Bejarano
Rodríguez (“Epidemias”).
3 La despoblación indígena en México central fue un tema ampliamente estudiado por la que se cono-
ció como la Escuela de Berkeley. Una breve introducción a sus fuentes y métodos puede consultarse
en Borah y S. Cook. Sobre la despoblación peruana véase D. Cook (La catástrofe), autor que elabora
un estupendo trabajo de síntesis sobre la despoblación en el Nuevo Mundo (La conquista). Para el
caso colombiano, véase Colmenares (Historia económica, t. I); Tovar; Francis.

238 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez

y considerarla alteraría el resultado del índice4. Empleando el mismo método se


identificó que las principales víctimas de aquellos eventos fueron los párvulos5, y
con el apoyo de las fuentes de archivo y de las secundarias se pudo confirmar que
las responsables de las crisis epidémicas fueron dos enfermedades de carácter
infantil recurrentes durante el periodo colonial6: la viruela7 y, probablemente, el
sarampión8 , ambas catalogadas como enfermedades infantiles por la epidemiolo-
gía descriptiva (Lozano 76).

4 Un uso idéntico del mismo método fue llevado a cabo por Aguilera (69-70), quien analizó el impacto
de una epidemia de sarampión en la parroquia de Tlacochahuaya, Nueva España.
5 Se consideraba párvulo a quien no había alcanzado el “uso de razón”, alrededor de los seis o siete
años, edad en la que ya podía realizar la primera comunión y recibir la extremaunción (Vejarano 18).
6 En Europa muchas pestes desencadenaron y estuvieron acompañadas de hambrunas, como fue el
caso de la provincia de Aragón durante la peste bubónica de 1564 (Alfaro 46). En la sabana de Bogotá
algunas de las crisis epidémicas acá analizadas estuvieron acompañadas de sequías (1744-1745) e
incluso de sequías y hambrunas (1782-1783). Durante este último evento, la producción agropecua-
ria se vio afectada por la epidemia, es de suponer, por la escasez de mano de obra (Mora 71-77). Aun-
que no se cuenta con información que permita ver la repercusión directa de dichos fenómenos en la
ciudad de Santafé, sí se dispone de documentación que señala que durante coyunturas epidémicas
como la de 1802 se cuidaba no solo del abasto de productos básicos para los vecinos y los lazaretos,
sino que había una vigilancia constante de los precios (AGN, M 3, ff. 319 r.-319 v.).
7 La viruela es una enfermedad con un periodo de incubación que varía entre siete y diecisiete días.
Ocasionada por el virus variola, se transmite de persona a persona mediante contacto estrecho, por
la inhalación de gotas emanadas de las vías respiratorias de los enfermos que contienen virus des-
prendidos en lesiones en la mucosa bucofaríngea. También puede transmitirse por el contacto físico
con una persona infectada o cualquier objeto contaminado con el virus, como sábanas o ropa. La
mortalidad de la viruela fluctúa entre el 20 y el 50 %, con una media del 30 % (Valdés 29-30). Hay dos
clasificaciones clínicas de la enfermedad: viruela mayor (más grave y común) y viruela menor (no
es mortal y es menos común). La primera clasificación se subdivide en: ordinaria, modificada, lisa o
plana y hemorrágica, donde las dos últimas son mortales (Franco-Paredes et al. 301-303).
8 Enfermedad causada por un virus de RNA perteneciente a la familia Paramyxoviridae y al género
morbillivirus. El ser humano es el único reservorio de este agente etiológico. El virus infecta y se re-
plica en las células del aparato respiratorio, para diseminarse posteriormente hacia los linfonodos
regionales. Luego de su periodo de incubación, de alrededor de diez días, se presenta el pródromo,
caracterizado por fiebre (39° a 40°), coriza, conjuntivitis y las lesiones de Köplik, que se intensifican
hasta dar paso a la aparición del exantema en el día catorce. Se considera que los pacientes son in-
fectantes desde los cuatro días previos hasta los cuatro días posteriores a la aparición del exantema.
Algunas de las complicaciones que pueden acompañar a esta enfermedad son otitis media aguda,
neumonía, laringitis y diarrea aguda. En la actualidad es una enfermedad que puede prevenirse con
la vacuna (Delpiano et al. 417-420).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 239


Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva Granada, 1739-1800

La historiografía nacional ya había identificado y estudiado los eventos


epidémicos de 1782-1783 y 18029, pero se ignoraba casi por completo el paso de las
demás epidemias por la provincia de Santafé y la capital neogranadina10. Sin em-
bargo, aquellas investigaciones se desarrollaron desde la perspectiva de los proce-
sos culturales, o bien desde la historia de la medicina, pero no desde un enfoque
cuantitativo11, lo cual les impedía tener una dimensión siquiera cercana sobre su
impacto e intensidad sobre la mortalidad, la frecuencia y la estacionalidad.
Este vacío es precisamente el que nos ha motivado a abordar, desde la demo-
grafía histórica, las epidemias en el siglo XVIII a partir de fuentes cuantitativas. Así,
también nos proponemos ubicar a las epidemias en el tiempo preciso en el que
ocurrieron y determinar su frecuencia; algo que nos interesa más que presentar
cifras sobre las víctimas exactas de aquellos eventos, lo cual no podemos ofrecer
debido a las deficiencias que presentan las fuentes por causa del subregistro,
como se verá más adelante. Otra de nuestras motivaciones es de carácter coyun-
tural, y tiene que ver con la actual pandemia por la covid-19, la cual le ha dado una
inesperada y lamentable actualidad al estudio de las epidemias, las pandemias y
las endemias, algo que muchos creíamos era cosa del pasado.
Junto a estas consideraciones, el artículo está organizado en cuatro partes: en
la primera se presenta una breve descripción demográfica de Santafé y sus parro-
quias; en la segunda se hace una exposición de las fuentes, poniendo el énfasis en
los registros parroquiales de entierros; en la tercera, que constituye el eje del tex-
to, se desarrolla el análisis cuantitativo de la mortalidad de cada una de las crisis
epidémicas; finalmente, se presentan unas sucintas conclusiones.

Las parroquias y la población de Santafé

Durante la mayor parte del periodo colonial, la ciudad de Santafé estuvo dividida
eclesiásticamente en cuatro parroquias (figura 1). En 1564 se erigió la primera de
ellas, La Catedral, en la cual se asentaron la mayor parte de los inmigrantes espa-
ñoles y se ubicaron las principales instituciones coloniales —Audiencia, Cabildo,
Casa de Moneda, cárcel, entre otras— administradas por la población originaria de

9 Véanse Silva; Frías; Quevedo; Villamarín y Villamarín.


10 Aunque Villamarín y Villamarín sí señalaron que entre 1756 y 1757 la provincia de Santafé padeció
una epidemia de viruela (149).
11 Con excepción del trabajo sobre la epidemia de disentería de 1809-1810 en Cali de Luz Amparo Vélez.

240 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez

España (Castillo 188). El crecimiento demográfico de la ciudad obligó a la erección


de las parroquias de Las Nieves y Santa Bárbara en 1585 (Mejía 259). La primera
acogió fundamentalmente población mestiza e indígena (Castillo 188), mientras
que a la parroquia de Santa Bárbara fueron adscritos los indios de Teusaquillo
(Mejía 259). Finalmente, en 1598 se estableció la parroquia de San Victorino, lugar
en el que residieron principalmente artesanos y comerciantes (Castillo 188). Los
comerciantes en su mayoría eran de origen español (Colmenares, Historia econó-
mica, I: 269), mientras que los oficios artesanales eran ejercidos, por lo menos en el
ámbito urbano, por los mestizos (Colmenares, Historia económica, I: 430), aunque
al parecer, también por los indios (Turbay 56).
A pesar de que la segregación racial por parroquias pudo haber sido rígida
hasta finales del siglo XVII, durante la segunda mitad del siglo XVIII la población
santafereña era fundamentalmente mestiza y blanca, como consecuencia de la
profundización del mestizaje en dicho periodo. Así parecen confirmarlo los censos
de población realizados en la ciudad durante el último cuarto del siglo XVIII, los
cuales fueron los primeros en ofrecer datos precisos sobre el total y la composi-
ción demográfica de Santafé. El primer censo se efectuó en 1778. Para ese año la
urbe era habitada por 16 002 almas, de las cuales, los blancos (españoles) compo-
nían el 46,9 % del total, los libres de varios colores12 el 34,9 %, los indios el 9,5 %,
los esclavos de varios colores el 4,4 % y el estado eclesiástico el 4,2 % (Tovar; Tovar
y Tovar 286-289). En 1779 se llevó a cabo un nuevo censo. Los porcentajes entre las
diferentes calidades se mantienen constantes, excepto en el caso de los blancos
y los libres de varios colores, en cuyo caso se invierten, pues los primeros ahora
agrupan el 35,8 % de la población, mientras que los segundos componen el 45,2%
(Tovar; Tovar y Tovar 290-293). El censo de 1793 indicaba que la población era de
18 174 habitantes, y el de 1800 arrojaba 21 464 habitantes (Vargas 13).
La información reunida en la tabla 1 muestra dos pautas de crecimiento demo-
gráfico entre 1778 y 1800: la primera entre 1779 y 1793, en la cual la tasa anual de
crecimiento fue de 0,7 %, y la segunda, entre 1793 y 1800, cuando dicha variación
fue de 2,4 %. Sin duda alguna, la diferencia entre ambos guarismos tiene que ver
con la epidemia de viruela, que alteró la dinámica demográfica de Santafé desde
1783, evento sobre el que se profundizará en los posteriores acápites13.

12 Categoría dentro de la que estaban incluidos los mestizos.


13 Las epidemias más mortíferas en el Antiguo Régimen solían tener graves consecuencias en el tama-
ño de la población y en las tasas de crecimiento urbano, con profundas repercusiones económicas.
Al respecto, véase Alfani y Percoco.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 241


Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva Granada, 1739-1800

Tabla 1. Población de Santafé, 1778-1800

Año N.° de habitantes Crecimiento anual (%) Índice


1778 16 002 100
1779 16 420 2,6 102,6
1793 18 174 0,7 113,6
1800 21 464 2,4 134,1
Fuente: Vargas 13.

Finalmente, aunque no se cuenta con datos precisos sobre el tamaño de la


población por parroquias durante el periodo estudiado, Vargas sostiene que, se-
gún el censo de 1793, La Catedral era la parroquia más habitada, ya que agrupaba
el 40 % (7 270 habitantes) del total de la población, seguida por Las Nieves con el
30 % (5 452 habitantes), mientras que San Victorino y Santa Bárbara se distribuían
equitativamente el restante 30 % (2 726 habitantes cada una) (13). Hasta el mo-
mento no se dispone de una fuente que invite a pensar que dicha proporción hu-
biera sido diferente en años previos o posteriores a la realización del censo.

Las fuentes

Los registros parroquiales han sido la fuente que ha permitido la relación entre
la historia y la demografía, en la medida que han permitido superar el obstáculo
que impedía reconstruir los movimientos de las poblaciones en las épocas en
las que no existían los censos (Morin 389-390). Para la construcción de series de los
movimientos demográficos en el Antiguo Régimen, los registros parroquiales se
han constituido como una fuente de referencia obligatoria, dado que en ellos es-
tán inscritos los bautismos —que el investigador hace equivaler con los nacimien-
tos—, los matrimonios o nupcialidades, y los entierros, que se hacen corresponder
con las defunciones (Henry 61).
Los registros parroquiales existen desde que concluyó el Concilio de Tren-
to (1563), cuando se ordenó a las parroquias católicas hacerlos para tener se-
guimiento de los bautismos, los matrimonios y los entierros, pero fue con las
Ordenanzas e Instrucciones Reales de 1573 que la Corona española impartió la
orden a curas y ministros en sus colonias de abrir libros de bautismos, matrimo-
nios y entierros, y se dictó la forma en que debían ser llevados (Arretx, et al. 45).

242 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez

Figura 1. Santafé y sus parroquias (1791)


Fuente: elaborado por Daniela Carrasco Orellana con base en Esquiaqui y Stangl.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 243


Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva Granada, 1739-1800

Es importante tener claro que esta documentación no se encuentra organizada


con un propósito histórico, sino como resultado de una institución administrativa
que “no era consciente de la utilidad que podía tener entintar el papel” (Morin 397).
Estos registros servían a las parroquias “para verificar las listas de tributarios me-
diante la inscripción de los recién nacidos, futuros contribuyentes, y la eliminación
de los difuntos al anotarlos en los libros de bautismos y entierros respectivamen-
te”, pero también servían como libros de cuentas, pues en ellos “los escribanos
anotaban los bautizos y entierros de ‘limosna’, así como las sumas que se debían”
(Morin 392).
En el caso particular de este trabajo, en el que interesa dar cuenta del impac-
to de las epidemias sobre la mortalidad, los libros de entierros son las fuentes
esenciales. Lamentablemente, cuando se trabaja con este tipo de documentación
hay que tener presente que, con respecto a los de nupcialidad y bautismos, los
de entierros son los libros más descuidados e incompletos (Arretx, et al. 49). Por
esta razón, es un imperativo lidiar con el subregistro, situación que se acentúa en
el caso de los párvulos o durante coyunturas de sobremortalidad, en las cuales
los párrocos no daban abasto anotando la totalidad de los óbitos (Henry 63). Las
omisiones también podían ocurrir cuando los padres consideraban innecesario
declarar la muerte de un vástago recién nacido (Henry 62), entre otras razones por
la necesidad de escapar del pago del estipendio, que podía llegar a ser oneroso
(Vejarano 20).
Se consideró necesario estudiar el impacto de las epidemias sobre la mortali-
dad de las cuatro parroquias de la ciudad, decisión que puede considerarse acer-
tada tras los resultados obtenidos, ya que en cada uno de los eventos estudiados
hubo parroquias más afectadas que otras. Ahora bien, debe considerarse que en
dichas variaciones incidieron tanto la calidad de los registros como el tamaño de
la población de cada parroquia. Se usaron en total 12 902 registros de entierros,
y en correspondencia con el tamaño de su población, los libros de entierros de La
Catedral aportaron una mayor cantidad de registros para nuestro análisis: 5 969
(46,3 %); de los libros de Las Nieves se usaron un total de 3 156 (24,5 %); de Santa
Bárbara 1 923 (14,9 %) y de San Victorino 1 854 (14,4 %).
Los libros de La Catedral no presentan omisiones evidentes, fueron cuidado-
samente llevados por los párrocos a lo largo del periodo analizado, situación que
difiere con respecto a los libros de las demás parroquias. En el caso de Las Nieves,
no se cuenta con registros para los años de 1740, 1742, 1743, de enero a septiem-
bre de 1744, 1746, 1747 y el primer semestre de 1748, además de ser evidente el
subregistro de óbitos durante la epidemia de 1782 y 1783. En los libros de Santa

244 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez

Bárbara no se anotaron registros desde diciembre de 1751 y hasta junio de 1753, y


es notorio el subregistro de entierros desde 1763 hasta 1765, lo cual impide ver el
impacto de la epidemia de 1764 en esta parroquia. En el caso de San Victorino, los
vacíos que se presentan recaen sobre el registro de párvulos, en particular entre
1746 y 1760, pero esta situación se remedia en 1762 cuando la parroquia abre un
libro dedicado exclusivamente a anotar los sepelios de los párvulos. En definitiva,
el correcto manejo de los libros parroquiales dependía casi exclusivamente de la
voluntad del párroco, aun cuando los obispos los vigilaban periódicamente14.

Figura 2. Entierros de Santafé, 1739-1810


Fuente: elaborado por el autor con base en AHCPB, PLC, Libro 1 de entierros 1 (1742-1755), Libro 2 de
entierros (1756-1826); ICANH-DPB, PNSN, Libro 1 de defunciones, t. I y II, 1683-1807, Libro cuarto de entierros
(1808), Entierros (1737-1754), Bautismos de negros y mulatos (1776-1804); ICANH-DPB, PSB Partidas de
entierros 1732, Partidas de entierros, 1788; AHAB, PSV, Libro 1 de entierros (1726-1775), Libro 2 de entierros
(1775-1814), Libro único entierros de párvulos (1762-1824).

Con base en la información proporcionada por estos registros parroquiales,


se construyeron curvas de entierros para un periodo secular que permitió descu-
brir las crisis demográficas de 1744-1745, 1756-1757, 1764, 1782-1783 y 1793-1796
(figura 2). En los registros de entierros generalmente no se consigna la causa de

14 Comunicación personal con Chantal Cramaussel, profesora del Centro de Estudios Históricos del
Colegio de Michoacán.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 245


Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva Granada, 1739-1800

la muerte, lo cual limita al investigador para, por un lado, determinar la causa de


estas crisis, y por otro, determinar la morbilidad15. Aunque esta última situación es
insalvable, la primera no lo es, ya que con el apoyo de fuentes de archivo y secun-
darias se ha podido determinar que las responsables de aquellas sobremortalida-
des fueron epidemias ocasionadas por la viruela y probablemente el sarampión16 .

El impacto de las epidemias

La epidemia de 1744-1745

Los registros parroquiales son la fuente idónea para estudiar la dinámica demo-
gráfica durante el periodo colonial y el siglo XIX, por lo menos hasta el momento
en que se instituyó el registro civil17, sin embargo, la riqueza de su información
es aún más valiosa cuando se complementa con otra documentación de archivo.
Es mediante esta concatenación de fuentes que se puede dar cuenta de la epide-
mia de 1744 y 1745. En una comunicación del oidor Verdugo y Oquendo y Joaquín
Aróstegui dirigida al virrey Eslava —fechada el 23 de septiembre de 1745—, se in-
formaba de las medidas ejecutadas por el Tribunal de Justicia18 para enfrentar la
epidemia de viruela que había asolado a la ciudad en los primeros meses de aquel
año (AGN, M 2, ff. 930 r.- 931 v.). Aunque este evento epidémico tuvo su clímax en
enero de 1745 —cuando se registraron sesenta entierros—, en realidad empezó a
atacar a la población santafereña desde septiembre de 1744 y se prolongó hasta
marzo de 1745, es decir, se trató de una enfermedad que se estacionó por alrede-
dor de siete meses en la ciudad (figura 3).

15 Se refiere a la proporción de enfermedad en una población (Instituto Nacional del Cáncer).


16 Aunque es importante no perder de vista que la información que pudieran proporcionar estas fuen-
tes cualitativas no es totalmente fiable, pues ambas enfermedades solían confundirse (Cramaussel,
“Las últimas” 82).
17 En Colombia se inauguró en 1865.
18 Hasta el momento no hemos logrado identificar en qué consistían dichas medidas.

246 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez

Figura 3. Entierros totales y por grupos de edad, 1744-1745


Fuente: elaborado por el autor con base en AHCPB, PLC, Libro 1 de entierros (1742-1755); ICANH-DPB, PNSN,
Libro 1 de defunciones, t. I y II 1683-1807, Entierros (1737-1754), Bautismos de negros y mulatos (1776-1804);
ICANH-DPB, PSB , Partidas de entierros, 1732; AHAB, PSV, Libro 1 de entierros (1726-1775).

La prolongada estacionalidad de la epidemia crea un manto de duda en torno


a si en realidad la viruela fue la enfermedad que hizo presencia en la ciudad des-
de los últimos meses de 1744. Gustavo González ha tratado de demostrar que, de
acuerdo con el agente infeccioso, las epidemias tenían una incidencia diferente
sobre adultos y párvulos. En este sentido, si los adultos resultaban más afecta-
dos que los párvulos, probablemente fuese una enfermedad como el tabardillo,
común en este grupo de edad19; mientras que si los más damnificados eran los
párvulos probablemente se trataba de enfermedades de tipo infantil, como la vi-
ruela y el sarampión. Ahora bien, continúa González, el problema que surge es
cómo distinguir estas dos enfermedades. La evidencia empírica parece demostrar
que la estacionalidad de ambas epidemias era diferente: el sarampión solía es-
tacionarse durante periodos prolongados, de cinco, seis o incluso más meses; la
viruela, por el contrario, solía estacionarse en periodos no mayores a tres meses,
además, era más letal (58-59). Este comportamiento fue precisamente con el que
nos encontramos durante la epidemia de 1782 y 1783, sobre la que sabemos con
plena certeza que fue viruela.

19 Enfermedad que en humanos adultos podía alcanzar una letalidad de hasta el 70 % (Canales 12).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 247


Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva Granada, 1739-1800

Por mucho tiempo se consideró que la viruela era una forma más grave de
sarampión, de hecho el virus de esta última fue descubierto hasta 1911, antes
de esta fecha se desconocía su modo de transmisión (Cramaussel, “Las últimas”
82). Por ello, ambas se confundían con frecuencia, solo hasta que “Koplick descu-
brió a finales del siglo XIX que las manchas que se formaban en la boca en la fase
temprana de la enfermedad permitían identificar el sarampión” (Cramaussel,
“Las últimas” 82).
Dado que esta epidemia se hizo sentir en la ciudad desde septiembre de 1744 y
hasta marzo de 1745, el cálculo del FM no podía realizarse con base en el año calen-
dario (tabla 2). Por esta razón, el año de la crisis se calculó a partir de los entierros
registrados entre septiembre de 1744 y agosto de 1745 (columna 3 de la tabla 2).
La misma modificación al calendario aplica para el cálculo del promedio de en-
tierros de los veinticuatro meses anteriores a la crisis (desde septiembre de 1742
hasta agosto de 1744), que se toman como referencia para el cálculo del FM (co-
lumna 2 de la tabla 2). Los resultados del cálculo de la intensidad de la epidemia se
recogen en la columna 4 de la tabla 2. De la columnas 5 a la 7 se consignan los re-
sultados de la intensidad de la crisis discriminando por grupos de edad (adultos y
párvulos). En la columna 5 se reúne el promedio de entierros por grupo de edad de
los veinticuatro meses previos a la crisis; en la columna 6, los entierros en el año
del evento, mientras que en la 7 se muestran los resultados del cálculo del FM20.
En este sentido, en el año de la crisis los entierros se multiplicaron por 1,9 con
relación al promedio de entierros de los dos años anteriores, es decir, que prácti-
camente se duplicaron, pero, al poner nuestra atención en la intensidad según el
grupo de edad, es claro que, aun si en cifras brutas los entierros de los adultos son
superiores a los de los párvulos, los entierros de este último grupo se multiplica-
ron en una magnitud mayor, de lo que se puede deducir que se trató de una en-
fermedad infantil. Los párvulos fueron los más perjudicados por la epidemia, que
creemos pudo haber sido sarampión, pues mientras la mortalidad de los adultos
se multiplicó por 1,7, la de los párvulos lo hizo por 2,521.

20 Este mismo procedimiento se aplicó también para la epidemia de 1756 y 1757, cuya estacionalidad
se presenta entre los meses de noviembre de 1756 y febrero de 1757, y la epidemia de 1782 y 1783,
que comenzó en diciembre de 1782 y culminó en marzo de 1783.
21 A través del FM, Aguilera (71-72) encuentra que en varios pueblos y lugares de la parroquia del valle
de Tlacolula (Nueva España), víctimas de dos epidemias en sarampión en 1727 a 1728 y en 1768, con
raras excepciones, los párvulos fueron más vulnerables a la enfermedad que los adultos.

248 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez

Tabla 2. Intensidad de la epidemia de 1744 y 1745

Prom. Sep. Prom. Sep. Sep.


Sep. 1744- FM 1742 -ago 1744-ago FM (7)
Lugar (1) 1744 (5) 1745 (6)
1742 -ago ago 1745 (4)
1744 (2) (3) A P A P A P
Santafé 163 306 1,9 127,5 35,5 219 87 1,7 2,5
La Catedral 100 225 2,3 85,5 14,5 165 60 1,9 4,1
Las Nieves
Sta. Bárbara 43,5 41 0,9 13,5 21,5 31 10 2,3 0,5
San Victorino 19,5 40 2,1 14 5,5 23 17 1,6 3,1
A= adultos; P = párvulos; FM = factor multiplicador.
Fuente: elaborado por el autor con base en AHCPB, PLC, Libro de entierros 1 (1742-1755); ICANH-DPB, PNSN,
Libro 1 de defunciones, t. I y II, 1683-1807, Entierros (1737-1754), Bautismos de negros y mulatos (1776-1804);
ICANH-DPB, PSB , Partidas de entierros, 1732; AHAB, PSV, Libro 1 de entierros (1726-1775).

Los resultados que se obtuvieron al calcular la intensidad de la epidemia por


parroquias corroboran el resultado obtenido para la ciudad22 . Con respecto al pro-
medio de los dos años previos, los entierros de La Catedral se multiplicaron por
2,3, pero los párvulos fueron los más afectados por la enfermedad, pues para este
grupo de edad se obtuvo un factor multiplicador de 4,1, frente al 1,9 de los adultos.
Un comportamiento idéntico se presentó en San Victorino, parroquia en la que los
entierros de párvulos se multiplicaron por 3,1, mientras que los de los adultos lo
hicieron por 1,6.

Epidemia de 1756-1757

Villamarín y Villamarín afirman que en 1756 se presentó una epidemia de viruela


que afectó a la sabana de Bogotá y probablemente a otras regiones del virreina-
to. Su fuente es un testimonio del virrey Solís en el que declara que a causa de la
epidemia de viruela se había ayudado a los indígenas de la sabana con dinero y se
suspendió el pago de los tributos por algunos periodos (149).
La figura 4 confirma un aumento de la mortalidad entre noviembre de 1756
y febrero de 1757. El momento más álgido de la crisis se presentó en el mes de

22 Lamentablemente, a causa del subregistro, no se obtuvieron los datos necesarios para calcular el FM
para las parroquias de Santa Bárbara y Las Nieves.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 249


Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva Granada, 1739-1800

noviembre, cuando se registró un total de 78 entierros, cifra que cobra relevancia


si se considera que el promedio de entierros durante los doce meses previos a la
crisis fue de 15,2. Durante los cuatro meses de la epidemia, el promedio mensual
de muertes fue de 32,8 en los adultos y 21,6 en párvulos, mientras que durante los
doce meses previos el promedio mensual de entierros en ambos grupos de edad
fue de 12,9 y 2,3, respectivamente.

Figura 4. Entierros totales de Santafé, 1755-1757


Fuente: elaborado por el autor con base en AHCPB, PLC, Libro 1 de entierros (1742-1755), Libro 2 de entierros
(1756-1826); ICANH-DPB, PNSN, Libro 1 de defunciones, t. I y II 1683-1807; ICANH-DPB, PSB , Partidas de
Entierros, 1732; AHAB, PSV, Libro 1 de entierros (1726-1775).

Llama la atención que la mortalidad de los adultos aumenta súbitamente du-


rante el mes de noviembre, aunque disminuye en forma progresiva hasta norma-
lizarse en febrero, sin embargo, entre los párvulos se mantiene elevada durante
los mismos cuatro meses (figura 5). Tal comportamiento puede explicarse porque
quizá el impacto de la viruela fue especialmente crudo entre los adultos no inmu-
nizados que pudieron verse sorprendidos por la letalidad de la enfermedad. Un
contagio inesperado de viruela pudo haber hecho que no se tomaran las preven-
ciones necesarias para enfrentarla23. A diferencia de los adultos, todos los párvulos
de la ciudad eran vulnerables a la enfermedad, lo cual explica que la mortalidad

23 Por ejemplo, guardando cuarentena o evitando asistir a espacios de sociabilidad como chicherías,
iglesias o plazas de mercado.

250 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez

de este grupo de edad se mantuviera constante durante el tiempo que la viruela


se estacionó en la ciudad.

Figura 5. Entierros de adultos y párvulos, 1756-1757


Fuente: elaborado por el autor con base en AHCPB, PLC, Libro 1 de entierros (1742-1755), Libro 2 de entierros
(1756-1826); ICANH-DPB, PNSN, Libro 1 de defunciones, t. I y II 1683-1807; ICANH-DPB, PSB, Partidas de
entierros, 1732; AHAB, PSV, Libro 1 de entierros (1726-1775).

Al parecer, esta epidemia tuvo origen en las provincias del norte del virreinato
y se propagó por diversas regiones del Nuevo Reino. Un vecino de Ocaña recor-
daba que el paso devastador de la epidemia de viruela en aquella ciudad y su
propagación por el virreinato entre 1755 y 1757 obedecieron al hecho de no haber
cerrado a tiempo el puerto de Cartagena (AGN, M 2, f. 837 r.). Este testimonio es
respaldado por el del padre Velásquez, párroco de Girón por aquellos días, quien
señalaba que una epidemia de viruela había llegado a dicha ciudad entre 1756
y 1757, cuando un mestizo proveniente de Santafé contagió a su familia y que
luego murió junto con su esposa a causa de dicha enfermedad (Silva 74-75). Algo
particularmente valioso de este testimonio es que el mismo Velásquez, al reco-
nocer la viruela en el cuerpo de una mujer, procedió a inocular24 con celeridad a

24 La inoculación fue hasta el descubrimiento de la vacuna, el único método para prevenir la viruela. Se-
gún Rafael Valdés, al parecer, tuvo origen en China e India hace alrededor de 2 000 años. Los antiguos
chinos e indios la practicaban adhiriendo costras variolosas a la mucosa nasal de personas sanas. En
Europa se impuso la inoculación a la turca, llevada en 1721 por Lady Wortley-Montague, en la cual

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 251


Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva Granada, 1739-1800

la población de la ciudad, y lo es porque este método fue rechazado en Santafé


hasta la epidemia de 1783; cuando José Celestino Mutis lo propuso, al parecer en
1764, se encontró con una férrea oposición de parte de la población de la ciudad
(Hernández de Alba, Archivo 97).
Ahora bien, aunque en cifras brutas, al parecer, los adultos fueron el grupo
de edad más golpeado por la epidemia, el cálculo del FM confirma que se trató de
una enfermedad de carácter infantil. Así, con respecto al promedio de entierros
de los dos años previos, durante el año de la crisis (de septiembre de 1756 a agos-
to de 1757) los entierros en la ciudad se multiplicaron por 2,4, siendo claramente
más afectados los párvulos, cuyos entierros se multiplicaron por 4,4 (tabla 3). Con
excepción de San Victorino, donde se presentó un evidente subregistro, en todas
las parroquias de la ciudad los entierros por lo menos se duplicaron, y en todas los
párvulos fueron el grupo de edad más afectado por la epidemia, sobre todo en
Las Nieves, en la que sus entierros se septuplicaron.

Tabla 3. Intensidad de la epidemia de 1756 y 1757

Prom. Sep. Prom. Sep. Sep.


Sep. 1754 1756- FM 1754 -ago 1756-ago FM (7)
Lugar (1) 1756 (5) 1757 (6)
-ago 1756 ago 1757 (4)
(2) (3) A P A P A P
Santafé 166 394 2,4 141 25 283 111 2,0 4,4
La Catedral 78,5 176 2,2 65 13,5 133 43 2,0 3,2
Las Nieves 47,5 138 2,9 40 7,5 83 55 2,1 7,3
Sta. Bárbara 20,5 56 2,7 17 3,5 43 13 2,5 3,7
San Victorino 19,5 24 1,2 19 0,5 24 0 1,3 0
A = adultos, P = párvulos, FM = factor multiplicador.
Fuente: elaborado por el autor con base en AHCPB, PLC, Libro 1 de entierros (1742-1755), Libro 2 de entierros
(1756-1826); ICANH-DPB, PNSN, Libro 1 de defunciones, t. I y II (1683-1807); ICANH-DPB, PSB, Partidas de
entierros, 1732; AHAB, PSV, Libro 1 de entierros (1726-1775).

El paso de la epidemia por la ciudad no significó que los niveles de morta-


lidad se normalizaran en los años posteriores, por el contrario, los entierros se

se empleaban “depósitos de costuras secas sobre incisiones en trayectos venosos”; este método fue
el que se extendió por las posesiones portuguesas, inglesas, españolas, francesas y holandesas en
Ultramar (33).

252 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez

mantuvieron relativamente elevados durante los siguientes ocho años (figura 2).
Entre 1759 y 1760, por ejemplo, la población santafereña padeció una serie de en-
fermedades infecciosas a las que se les llamó fiebres del Levante, tifo de Oriente
y peste de Japón (Ramírez 206). Según Camilo Díaz, se trató de peste bubónica,
pero se le bautizó como peste de Japón porque provenía de ese lugar (12). Sin em-
bargo, la afirmación de Díaz debe ser descartada, pues como señala Canales, era
imposible que durante el periodo colonial hubiera cundido una epidemia de aque-
lla enfermedad, ya que a diferencia de la viruela y del tifo humano, que llegaron
con la conquista europea, la peste bubónica solo llegó a América hasta el siglo
XX, cuando la velocidad de los viajes posibilitó la pervivencia transoceánica del
microorganismo en los huéspedes portadores (13)25. No obstante, la mayor cala-
midad ocurrió en 1764, cuando la población santafereña se vio afectada por una
nueva epidemia.

La epidemia de 1764

Aunque se mencionó que es poco común que en los libros parroquiales de Bogotá
informen sobre la causa de muerte de los óbitos, cuando Domingo de la Parra asu-
mió como párroco de La Catedral en octubre de 175926, se empezaron a anotar las
causas de muerte de sus fieles. Durante 1764 se consignó que la viruela fue la res-
ponsable de la muerte del 46,8 % de los feligreses de la parroquia, seguida por la
hidropesía con el 9,1 %, el tabardillo y la disentería con el 3,8 % cada una, y el dolor
de estómago con el 2,2 %. Un alto porcentaje lo componen otras causas (30,6 %),
categoría que reúne la muerte por apostema, el apuñalamiento, la calentura, los

25 Siguiendo a Jean Noël Biraben, Canales argumenta que “la rata no es organismo reservorio sino ac-
cidental, y lo mismo podría decirse si la pulga de la rata u otro ectoparásito muere al mismo tiempo
que se convierte en vector entre el reservorio natural que sería un roedor salvaje —con el que tuviera
contacto eventual por circunstancias climáticas, por ejemplo— y por el cual se infectara. Así, Yersinia
pestis mata a todas las ratas huésped en menos de una semana, por lo que necesita que haya univer-
so, densidad y ritmos altos de reproducción entre ellas. Esto explica que no se hayan dado las condi-
ciones para que la peste llegara a América antes del siglo XX: habrían muerto las ratas infectadas en
el camino, antes, incluso, de vehicular la infección y la muerte a casi todos los viajeros, quienes, una
vez contagiados, habrían muerto, en el 60-90 % de los casos, como las ratas en siete u ocho días. A
la dificultad anterior podría sumarse el conjunto de condiciones climáticas (temperatura humedad)
muy restrictivas de reproducción de las pulgas que transmiten la peste de las ratas infectadas con
Yersinia pestis” (13-14).
26 Fue párroco hasta junio de 1766, cuando asumió como párroco el Dr. don Joseph Gregorio Quijano
(AHCPB, PLC, Libro 2 de entierros, f. 115 v.).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 253


Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva Granada, 1739-1800

vómitos, la hética, la ictericia, el mal de ojo, las hinchazones, los tumores, la pul-
monía, las evacuaciones, el reumatismo, el dolor de costado o los calambres, en-
tre otras (figura 6).
Como se puede ver, algunas de las causas de muerte consignadas en los libros de
entierros hoy equivalen a síntomas y poco aportan para conocer las enfermedades
mortales en la sociedad colonial. La terminología patológica de la época puede ser
confusa, lo cual representa problemas para el investigador, más cuando la natura-
leza y las consecuencias de las enfermedades infecciosas dependen de un agente
específico. Sin embargo, dada la vaguedad de las denominaciones médicas, se hace
difícil interactuar adecuadamente con la documentación histórica, navegar por la
literatura científica y popular y, en general, entender los fenómenos (Alfani y Murphy
314; Colmenares Historia económica II: 94). Muchas de las causas de muerte anota-
das tuvieron que ver más con la cultura popular que con la medicina, y solo hasta
finales del siglo XIX se advierten cambios en las causas de muerte basadas en cono-
cimientos médicos más cercanos a los actuales (Cramaussel y Arenas 14-15).

Figura 6. Causas de muerte en La Catedral, 1764


Fuente: AHCPB, PLC, Libro 2 de entierros (1756-1826).

Desde el mes de mayo se registró un aumento de la mortalidad que se man-


tuvo hasta alrededor del mes de noviembre y alcanzó su momento clímax en julio
(figura 7). Aparentemente, el grupo de edad más afectado fue el de los adultos,
pues a lo largo de los siete meses en los que se estacionó la epidemia —de mayo
a noviembre— se registraron en total 282 entierros, de los cuales el 57,5 % corres-
pondió a población adulta y el 42,5 % restante a los párvulos.

254 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez

Aunque en los registros de La Catedral se señale que un importante número


de personas fallecieron a causa de la viruela, el hecho de que la mortalidad se
hubiera mantenido elevada por alrededor de siete meses abre la posibilidad de
que la verdadera enfermedad responsable del alza en la mortalidad en 1764, tal y
como sucedió en el evento de 1744-1745, hubiera sido el sarampión y no la viruela.
Como se puede apreciar en la figura 7, la epidemia de 1764 estuvo precedida de
un aumento apreciable de la mortalidad durante el segundo semestre de 1761 y el
primer semestre de 1762, que pudo explicarse por un brote de sarampión que afec-
tó a poblaciones cercanas a Santafé, como Chipaque (AGN, M 3, ff. 1029 r.-1032 v.).
Por esta razón, si no se quiere alterar el resultado del FM, lo más acertado era
calcular la intensidad de la epidemia en relación con la mortalidad registrada du-
rante el año previo a la crisis, la cual se puede considerar normal. Por ello, nos limi-
tamos a contrastar la mortalidad de 1764 únicamente con respecto a los entierros
registrados en 1763.

Figura 7. Entierros totales de Santafé, 1761-1764


Fuente: elaborado por el autor con base en AHCPB, PLC, Libro 2 de Entierros (1756-1826); ICANH-DPB, PNSN,
Libro 1 de defunciones, t. I y II 1683-1807; ICANH-DPB, PSB , Partidas de Entierros, 1732; AHAB, PSV, Libro 1 de
entierros (1726-1775), Libro único entierros de párvulos (1762-1824).

En cifras brutas es claro que, al igual que en los anteriores eventos reseñados,
el de los adultos parece haber sido el grupo de edad que padeció con mayor rigor
los embates de la epidemia (figura 8). Sin embargo, al calcular la intensidad de la
epidemia es evidente que los párvulos resultaron más lastimados, dado que sus

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 255


Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva Granada, 1739-1800

entierros en la ciudad se triplicaron, mientras que los adultos arrojaron un FM de


2,2 (tabla 4). Las Nieves fue la parroquia en la cual los entierros se multiplicaron
más con respecto a 1763, con un FM de 5,8, y fue allí también donde los párvulos se
vieron más perjudicados, pues sus entierros se multiplicaron por 7,7.
Aunque, en general, los párvulos se vieron terriblemente afectados por la epi-
demia de viruela en todas las parroquias —con excepción de Santa Bárbara, don-
de el subregistro impidió calcular la intensidad—, también es significativo el FM
entre los adultos. En Las Nieves y en San Victorino sus entierros se multiplican por
5,4 y 2,1, respectivamente. Es probable que ello se deba a que un importante nú-
mero de adultos en la ciudad no estuvieran inmunizados contra la epidemia que,
creemos pero no podemos asegurar, fue ocasionada por sarampión. Si se pasa por
alto el evento de 1744 y 1745, las últimas epidemias de dicha enfermedad ocurrie-
ron en 1692 y 1729 (Villamarín y Villamarín 143).

Figura 8. Entierros de adultos y párvulos, 1761-1764


Fuente: elaborado por el autor con base en AHCPB, PLC, Libro 2 de entierros (1756-1826); ICANH-DPB, PNSN
Libro 1 de defunciones, t. I y II (1683-1807); ICANH-DPB, PSB , Partidas de entierros, 1732; AHAB, PSV, Libro 1
de entierros (1726-1775), Libro único entierros de párvulos (1762-1824).

256 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez

Tabla 4. Intensidad de la epidemia de 1764

Entierros Entierros
Entierros Entierros FM FM (7)
Lugar (1) 1763 (5) 1764 (6)
1763 (2) 1764 (3) (4)
A P A P A P
Santafé 148 361 2,4 111 37 248 113 2,2 3,1
La Catedral 95 186 2 74 21 132 54 1,8 2,6
Las Nieves 17 98 5,8 14 3 75 23 5,4 7,7
Sta. Bárbara 11 16 1,5 11 0 16 0 1,5 0
San Victorino 25 61 2,4 12 13 25 36 2,1 3
A = Adultos; P= Párvulos; FM= Factor multiplicador.
Fuente: elaborado por el autor con base en AHCPB, PLC, Libro 2 de entierros (1756-1826); ICANH-DPB, PNSN,
Libro 1 de defunciones, t. I y II, 1683-1807; ICANH-DPB, PSB , Partidas de entierros, 1732; AHAB, PSV, Libro 1 de
Entierros (1726-1775), Libro único entierros de párvulos (1762-1824).

La gran epidemia de 1782-1783

La epidemia de viruela que atacó a la población de Santafé entre diciembre de 1782


y marzo de 1783 fue la crisis demográfica más catastrófica durante el periodo del
virreinato neogranadino (figura 9). Tuvo origen en la costa este de los actuales Es-
tados Unidos en 1775 y en el marco de la guerra de independencia adquirió propor-
ciones epidémicas, al propagarse a través de las rutas marítimas por buena parte
del continente americano (Cramaussel, “Introducción” 14)27. Su letalidad fue tan
alta en América que Sherbune Cook la describió como la epidemia más devastado-
ra de la que se haya tenido memoria (“La epidemia” 298).
En su pastoral del 20 de noviembre de 1782, Antonio Caballero y Góngora, por
entonces arzobispo y virrey de la Nueva Granada, anunciaba con ánimo preventivo
a los diocesanos de Santafé sobre la epidemia de viruela que se aproximaba des-
de las provincias de Cartagena y Santa Marta, en las que había causado estragos

27 Es probable que la propagación de la enfermedad por el continente se haya visto favorecida por la
reforma económica de Carlos III y su reglamento de libre comercio de 1778, en el marco del conflicto
bélico entre España e Inglaterra, la cual daba una libertad sin precedentes a la actividad comercial
entre las colonias del imperio (McFarlane 197-204).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 257


Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva Granada, 1739-1800

funestos (AGN, M 2, f. 811 v.)28 . Para hacer un primer acercamiento al impacto so-
bre la mortalidad basta con advertir que durante los cuatro meses en los que se
estacionó la epidemia se registraron en promedio 152,8 entierros al mes, mientras
que el promedio durante los cuatro meses previos a la crisis fue de 20,3.

Figura 9. Entierros totales de Santafé, 1781-1783


Fuente: elaborado por el autor con base en AHCPB, PLC, Libro 2 de entierros (1756-1826); ICANH-DPB, PNSN,
Libro 1 de defunciones, t. I y II (1683-1807); ICANH-DPB, PSB, Partidas de entierros, 1732; AHAB, PSV, Libro 2
de entierros (1775-1814), Libro único entierros de párvulos (1762-1824).

El paso de esta epidemia por Santafé fue letal. Cuatro meses fueron suficien-
tes para ocasionar una mortalidad, hasta donde se tiene información cuantitativa,
sin precedentes en la ciudad. Es probable que la gravedad de esta epidemia se de-
biera a un tipo de cepa más agresiva de la viruela, como la plana o la hemorrágica,
ambas usualmente fatales.
El virrey Caballero y Góngora en sus informes reservados a la Corte señalaba
que las víctimas mortales en la ciudad fueron alrededor de 3 000 (Silva 47); José
María Caballero afirmaba que fallecieron alrededor de 5 000 personas (34), mien-
tras que José Rivas y José Ugarte señalaban simplemente que las víctimas se

28 En el mismo documento el virrey sostiene que la enfermedad era un castigo divino propiciado por el
levantamiento comunero de 1781. Luego lo reafirma en el informe enviado al ministro José Gálvez
el 30 de enero de 1783, donde apunta que la epidemia fue producto de “las pasadas revoluciones y
escándalos” (Hernández de Alba, Escritos 202).

258 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez

contaban por miles (AGN, M, t. 46, f. 738 v.). Durante los cuatro meses en que se
estacionó la epidemia se registraron un total de 611 entierros29, de los cuales los
adultos representaron el 63 % del total y los párvulos el 37 % restante. El abis-
mo que hay entre las cifras de la época y las que ofrecen los libros parroquiales
tiene que ver, por un lado, con el subregistro de las fuentes eclesiásticas30, y por
otro, con una probable exageración en la cantidad —aunque no necesariamente
descabellada— de víctimas reportadas por los personajes citados.

Figura 10. Entierros de adultos y párvulos, 1781-1783


Fuente: elaborado por el autor con base en AHCPB, PLC, Libro 2 de entierros (1756-1826); ICANH-DPB, PNSN,
Libro 1 de defunciones, t. I y II (1683-1807); ICANH-DPB, PSB , Partidas de entierros, 1732; AHAB, PSV, Libro 2
de entierros (1775-1814), Libro único entierros de párvulos (1762-1824).

En cifras brutas, la población adulta de la ciudad fue la más lastimada por la


viruela (figura 10), pero la realidad es que en la ciudad los párvulos se vieron más
afectados que los adultos, pues mientras los entierros de este último grupo de
edad se multiplicaron por 3,7 con respecto al promedio de entierros de los dos

29 Cifra que corresponde a quienes murieron o no por causa de la epidemia.


30 Piensen el lector y la lectora en las extenuantes jornadas de los curas durante estas coyunturas, en
las que además de desempeñarse en sus oficios religiosos y sacramentales, debían registrar a diario
un importante número de óbitos. Esto explica la nota del párroco de Las Nieves —parroquia en la se
presentó un enorme subregistro—, Diego Díaz de Arcaya en abril de 1783, quien anota que el “nume-
ro de los que se les dio en esta yglesia sepultura pudo llegar a trescientos” (ICANH-DPB, PNSN, Libro 1
de defunciones, t. I y II [1683-1807], f. 40 v.).

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 259


Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva Granada, 1739-1800

años anteriores (diciembre de 1780 a noviembre de 1782), los de los párvulos se


multiplicaron por 4,9 (tabla 5). Sin tener en cuenta la parroquia de Las Nieves, los
habitantes de todas las parroquias de la ciudad estuvieron inmersos en una verda-
dera tragedia. En La Catedral los entierros se cuadruplicaron, en Santa Bárbara se
quintuplicaron y en San Victorino se sextuplicaron. Santa Bárbara fue la parroquia
en la que los párvulos se vieron más sacudidos, pues sus entierros se multiplicaron
por nueve31.

Tabla 5. Intensidad de la epidemia de 1782 y 1783

Prom. Dic. Prom. Dic. Dic. 1782 -


Dic. 1780 1782 FM 1780 - Nov. Nov. 1783 FM (7)
Lugar (1) 1782 (5) (6)
- Nov. - Nov. (4)
1782 (2) 1783 (3) A P A P A P
Santafé 193 760 3,9 149 44 545 215 3,7 4,9
La Catedral 82,5 352 4,3 67,5 15 299 53 4,4 3,5
Las Nieves 56,5 85 1,5 49,5 7 75 10 1,5 1,4
Sta. Bárbara 24 135 5,6 17 7 71 64 4,2 9,1
San Victorino 30 188 6,3 15 15 100 88 6,7 5,9
A= adultos; P= párvulos; FM= factor multiplicador.
Fuente: elaborado por el autor con base en AHCPB, PLC, Libro 2 de entierros (1756-1826); ICANH-DPB, PNSN,
Libro 1 de defunciones, t. I y II (1683-1807); ICANH-DPB, PSB , Partidas de entierros, 1732; AHAB, PSV, Libro 2
de entierros (1775-1814), Libro único entierros de párvulos (1762-1824).

Un fenómeno particular de esta crisis es que, a pesar de que se trata de una


epidemia de carácter infantil, en las parroquias de La Catedral y San Victorino los
adultos fueron el grupo de edad más damnificado. En la primera parroquia, para
los entierros de adultos se obtuvo un FM de 4,4, frente al de 3,5 de los párvulos; en
San Victorino dichos promedios fueron de 6,7 y 5,9, respectivamente. La hipótesis
que se defiende para explicar estos resultados es que los espacios de sociabili-
dad —chicherías, plazas de mercado, iglesias—, en el caso de La Catedral, tuvieron
un papel fundamental en la dispersión de la epidemia. La Plaza Mayor, ubicada
en dicha parroquia era el lugar más concurrido en días de mercado —viernes y

31 Para un análisis sobre el impacto e intensidad de esta epidemia por grupos de edad, género y calidad
en la ciudad de Santafé, véase Bejarano Rodríguez (“La epidemia”).

260 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez

sábados—, y a su alrededor se localizaba un importante número de chicherías


(Vargas 279).
En el caso de San Victorino, la explicación puede radicar en su ubicación geo-
gráfica. Esta parroquia era la puerta de entrada a la ciudad desde el puerto de
Honda, lugar donde cundía ya la epidemia y que conectaba a Santafé con Carta-
gena y Santa Marta, situación que hacía de San Victorino paso obligatorio de todo
comerciante y forastero contagiado con viruela que se dirigiera a Santafé. Una ra-
zón adicional es que habían transcurrido veintiséis años desde la última epidemia
de viruela en Santafé, el ya reseñado evento de 1756 y 1757, por lo cual todas las
personas nacidas en la ciudad luego de marzo de 1757 —adultos ya en 1782— de-
bían ser tan vulnerables como los párvulos a la viruela.

Sobremortalidad 1793-1796

Con referencia a la población de la Nueva Granada, el virrey Josef de Ezpeleta co-


mentaba en su relación de mando (1796) que apenas se habían “experimentado
[…] una o dos las viruelas, que pueden contarse entre las causas principales de
la despoblación del Reino, o a lo menos de estas Provincias altas”32 (Colmenares,
Relaciones 210). De hecho, el mismo virrey en respuesta a una ordenanza de di-
ciembre de 1793 había ordenado tomar las medidas más convenientes para evitar
un contagio de viruela en la ciudad de Vélez (AGN, H 3, ff. 643 r.-644 v.), y estuvo al
tanto de una serie de brotes de viruelas en las provincias de Santa Marta, Cartage-
na y Riohacha en 1794 (AGN, M 2, ff. 835 r.-845 v.).
No hay certeza de que aquellos brotes epidémicos en el norte o nororiente
del virreinato hubieran tenido relación con el comportamiento de la mortalidad
registrada en Santafé entre 1793 y 1796, pero es factible pensar que los aumen-
tos registrados a finales de 1793, en el segundo semestre de 1794 y, sobre todo,
en el primer semestre de 1796 (figura 11) estuvieran relacionados con enferme-
dades infecciosas. Tampoco puede descartarse que las sequías y las heladas que
golpearon a las provincias de Tunja y Santafé entre 1792 y 1794, con sus respec-
tivas pérdidas de cosechas y mortandad de ganados (Mora 77), hubieran tenido
alguna repercusión sobre la mortalidad de la capital neogranadina.
En cifras brutas, la mayor proporción de los entierros registrados en la ciudad
estuvo compuesta por el grupo de edad adulta, aunque en el pico de 1796 la rela-
ción se estrecha, lo cual invita a creer que la población de la capital neogranadina

32 Quizá haciendo referencia a la región hoy conocida como el altiplano cundiboyacense.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 261


Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva Granada, 1739-1800

se vio afectada por alguna enfermedad de tipo infantil (figura 12). Ante la ausencia
de fuentes de archivo, vale la pena preguntarse si la dinámica de la mortalidad en
Santafé durante la última década del siglo XVIII estuvo relacionada, al igual que el
evento de 1782-1783, con la epidemia de viruela que se dispersó por el territorio de
la Nueva España entre 1794 y 1798. Laura Machuca afirma que esta epidemia “tuvo
un carácter casi mundial” (59). Molina del Villar señala que dicha epidemia llegó a
la Nueva España desde Guatemala, “donde se encontraron algunos enfermos de
viruela procedentes de Perú” y que entre 1790 y 1798 se presentaron continuos
y violentos brotes de viruela en varios dominios del Imperio español tales como
La Habana, Guatemala, Perú y Nueva España (187). También habría que agregar a
la Nueva Granada, si se tienen presentes los testimonios existentes sobre los con-
tagios que ocurrieron de dicha enfermedad en la ciudad de Vélez en 1793 y en las
provincias del norte de la Nueva Granada.
Finalmente, es necesario advertir la imposibilidad de calcular el FM para este
evento. La mortalidad registrada en 1796, como vimos, estuvo precedida por varias
alzas importantes de la mortalidad desde 1793 que no sabemos aún si obedecie-
ron a una misma causa, como una versión endémica de la viruela o el sarampión.

Figura 11. Entierros totales en Santafé, 1792-1796


Fuente: elaborado por el autor con base en AHCPB, PLC, Libro 2 de entierros (1756-1826); ICANH-DPB, PNSN,
Libro 1 de defunciones, t. I y II (1683-1807); ICANH-DPB, PSB, Partidas de entierros, 1788; AHAB, PSV, Libro 2
de entierros (1775-1814), Libro único entierros de párvulos (1762-1824).

262 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez

Figura 12. Entierros de adultos y párvulos, 1792-1796


Fuente: elaborado por el autor con base en AHCPB, PLC, Libro 2 de entierros (1756-1826); ICANH-DPB, PNSN,
Libro 1 de defunciones, t. I y II (1683-1807); ICANH-DPB, PSB , Partidas de entierros, 1788; AHAB, PSV, Libro 2
de entierros (1775-1814), Libro único entierros de párvulos (1762-1824).

Conclusiones

Este artículo tuvo la intención de retomar el estudio sobre las epidemias en la


Nueva Granada, aunque esta vez desde la perspectiva de la historia demográfica.
Es con este propósito que se destaca la importancia de los registros parroquiales
de entierros como una fuente vital para estudiar la dinámica de la mortalidad en
la Bogotá colonial. Las epidemias, como se trató de probar, fueron las responsa-
bles de alterar dicha dinámica en 1744 y 1745, 1756 y 1757, 1764, 1782 y 1783 y en-
tre 1793 y 1796. Con la ayuda del FM fue posible determinar no solo la intensidad
de los primeros cuatro eventos, sino que el grupo de edad más perjudicado fue
el de los párvulos, con lo cual fue factible afirmar que fueron enfermedades de
tipo infantil —viruela y probablemente sarampión, dada la recurrencia de ambas
en el periodo colonial— las responsables de las epidemias.
La estacionalidad, el grupo de edad de las víctimas y una serie de fuentes de
archivo y secundarias coinciden en que las epidemias de 1756 y 1757 y de 1782 y
1783 fueron causadas por la viruela. Aún es necesario tratar de determinar qué en-
fermedades fueron las responsables de los eventos de 1744 y 1745 y de 1764, más
allá de que nuestra hipótesis sea que se trató de sarampión. La estacionalidad de

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 263


Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva Granada, 1739-1800

ambas epidemias —de alrededor de siete meses, común en esta enfermedad—


invita a contravenir las fuentes de archivo que señalan que ambos eventos fueron
propiciados por la viruela. Juega a favor de nuestra conjetura el hecho de que era
común que ambas enfermedades se confundieran, incluso que se considerara a la
viruela como una versión más fuerte del sarampión. Trabajos futuros versados en
la historia de la medicina y de la población podrían ayudar a confirmar o corregir
nuestras hipótesis.
Valga decir que las crisis demográficas como las acá estudiadas alteraban la
dinámica de la mortalidad, así como el comportamiento de la natalidad (Pescador
90-92). Tal situación se hizo mucho más evidente durante la cruenta epidemia de
1782 y 1783, cuando el nivel de entierros superó el nivel de bautismos. Lo que ex-
plica el desplome de esta última variable es que un alto porcentaje de la población
en edad de procrear pereció a causa de la viruela. La natalidad también presentó
un notable descenso en el año siguiente a las crisis de 1796, aunque esta vez la
curva de entierros no supero la de concepciones (figura 13)33.
Con toda seguridad, el subregistro que caracteriza a las fuentes eclesiásticas,
en particular a los libros de entierros, impidió reconstruir curvas de mortalidad
más cercanas a la realidad. Sin embargo, la riqueza de estas fuentes no radica en
su facultad para proporcionar cifras exactas, ya sea de defunciones o de concep-
ciones, sino en su capacidad de ofrecer información sobre el comportamiento
secular de dichas variables. Fue precisamente ese valor intrínseco de los libros
parroquiales el que permitió analizar eventos epidémicos hasta ahora desconoci-
dos por la historiografía colombiana, como las epidemias de 1744-1745 y de 1764.
Adicional a esto, logramos ubicar temporalmente los meses precisos en los que
ocurrieron estas epidemias en la capital neogranadina.
Finalmente, esperamos que este ejercicio demográfico anime a otros inves-
tigadores a llevar a cabo empresas mayores, en las que se incorporen nuevos
análisis desde disciplinas como la medicina y la epidemiología, así como sus im-
plicaciones sociales. Es importante que se emprendan estudios sobre las epide-
mias en otras regiones de Colombia durante la Colonia y el siglo XIX, no solo para
determinar su intensidad sobre la población (a través del FM), sino para determi-
nar sus rutas de propagación. La actual pandemia de covid-19 ha revivido el temor

33 De hecho, cuando no se cuentan con libros de entierros, pero sí con los de bautismos, estos últimos
pueden dar cuenta de la presencia de una crisis demográfica, cuando hay un descenso notable en el
nivel de bautismos. Un ejercicio de este tipo es puesto en práctica por Alfaro (46-47) para las parro-
quias aragonesas de N. S. del Pilar, de la Magdalena y de San Pablo al estudiar la peste de 1564.

264 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez

—particularmente en el mundo occidental— a los fenómenos epidémicos que


creíamos superados34, y ha revelado la deuda de historiografía colombiana con tan
trascendental tema, pues aún es escaso nuestro conocimiento acerca del impacto
de enfermedades como el tabardillo, el sarampión, la viruela, el cólera, entre otras,
en las sociedades del pasado.

Figura 13. Entierros y bautismos en Santafé, 1739-1800


Fuente: elaborado por el autor con base en AHCPB, PLC, Libro 1 de entierros (1742-1755) y Libro 2 de entierros
(1756-1826); Libros de bautismos de españoles 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17 y 18; Libros de bautismos de
indios y negros 12, 13, 14, 15, 16 y 17; ICANH- DPB, PNSN, Libro 1 de defunciones, t. I y II (1683-1807), Libro
cuarto de entierros (1808), Entierros (1737-1754), Bautismos de negros y mulatos (1776-1804); Libro de
bautismos de indios, negros y mulatos (1746-1769); Libros de bautismos: (1725-1745), (1767-1794), (1794), (1801-
1806), (1806-1812); Libros de bautismos de españoles (1766-1780), (1791-1797), (1797-1800); ICANH-DPB, PSB,
Partidas de entierros 1732, Partidas de entierros 1788, Índice de bautismos; AHAB, PSV, Libro 1 de entierros,
Libro 2 de entierros; Libro único entierros de párvulos (1762-1824); Libros de bautismos: 6, 7, 8, 9, 10 y 11.

34 Tema sugerentemente trabajado por autores como Delumeau (155-222) y Beltrán.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 265


Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva Granada, 1739-1800

Bibliografía

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Sección Archivo Anexo I.
Historia (H) 3.
Sección Colonia.
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Libro único entierros de párvulos (1762-1824).
Libros de bautismos: 6, 7, 8, 9, 10 y 11.
Archivo Histórico de la Catedral Primada de Bogotá (AHCPB).
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Libro 1 de Entierros (1742-1755).
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Libros de bautismos de españoles: 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17 y 18.
Libros de bautismo de indios y negros: 12, 13, 14, 15, 16 y 17.
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Bogotá (ICANH-DPB).
Parroquia Nuestra Señora de Las Nieves (PNSN).
Libro de bautismos indios, negros y mulatos (1746-1769).
Libros de bautismos: (1725-1745), (1767-1794), (1794), (1801-1806), (1806-1812).
Libros de bautismos de españoles (1766-1780), (1791-1797), (1797-1800).
Entierros (1737-1754), Bautizos de negros y mulatos (1776-1804).
Libro 1 de Defunciones, t. I y II (1683-1807).
Libro cuarto de Entierros (1808).
Parroquia Santa Bárbara (PSB).
Índice de bautismos.
Partidas de Entierros 1732.
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Variation on a Theme:
Demographic Patterns of Nuestra
Señora de los Reyes Yapeyú Mission
(Corrientes, Argentina)
Variación sobre un tema: patrones demográficos de la misión
de Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú (Corrientes, Argentina)

DOI: 10.22380/20274688.2204
Recibido: 16 de julio del 2021 • Aprobado: 12 de septiembre del 2021

Robert H. Jackson1
Investigador independiente
[email protected] • https://orcid.org/0000-0001-6619-4707

Abstract
Several generations of scholars have accepted general assumptions about indige-
nous demographic patterns in the Americas after 1492 suggested by scholars such
as Alfred Crosby and Henry Dobyns. According to this model, waves of epidemics
spread across the Americas in outbreaks that claimed the lives of millions of people,
but over time the indigenous populations built up immunities to pathogens such as
smallpox and recovered. The analysis of demographic patterns of the Jesuit missions
among the Guaraní challenges these assumptions. The mission populations experi-
enced catastrophic mortality, which in some cases was more than 50 percent of the
population of a given community several centuries following first sustained contact,
and epidemics occurred about once a generation after there was a large enough pool
of potentially susceptible hosts born since the previous outbreak. The case study of
Yapeyú mission highlights the reality of considerable variation in levels of epidemic
mortality between communities. For some 50 years, the mission did not suffer cata-
strophic epidemic mortality, as did neighboring mission communities.
Keywords: “Virgin soil” epidemic, Alfred Crosby, Henry Dobyns, Jesuits, Yapeyú
Mission, Demographic patterns, Smallpox

1 Earned his doctorate from the University of California, Berkeley in 1988 with a specialization in Latin
American history. He has authored, co-authored, edited, and co-edited 24 books and more than 70
journal articles and book chapters. He lives in Mexico City.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 • pp. 271-308 271
Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

Resumen
Varias generaciones de académicos han aceptado supuestos generales sobre los
patrones demográficos indígenas en las Américas después de 1492, sugeridos por
académicos como Alfred Crosby y Henry Dobyns. De acuerdo con este modelo, oleadas
de epidemias se extendieron por las Américas en brotes que se cobraron la vida de
millones de personas, pero con el tiempo las poblaciones indígenas acumularon
inmunidades a patógenos como la viruela y se recuperaron. El análisis de los patro-
nes demográficos de las misiones jesuitas entre los guaraníes desafía estos supues-
tos. Las poblaciones de la misión experimentaron una mortalidad catastrófica que en
algunos casos fue más del 50 % de la población de una comunidad dada varios siglos
después del primer contacto sostenido, y las epidemias ocurrieron aproximadamente
una vez por generación, tan pronto hubo un grupo suficientemente grande de hués-
pedes potencialmente susceptibles nacidos desde el brote anterior. El estudio de caso
de la misión Yapeyú destaca la realidad de una variación considerable en los niveles de
mortalidad epidémica entre comunidades. Durante unos cincuenta años la misión no
sufrió una mortalidad epidémica catastrófica, como sí ocurrió en las comunidades mi-
sioneras vecinas.
Palabras clave: epidemia de “suelo virgen”, Alfred Crosby, Henry Dobyns, jesuitas,
misión Yapeyú, patrones demográficos, viruela

Scholars have constructed models to explain demographic patterns among the


indigenous populations of the Americas following the establishment of sustained
contact with the Old World after 1492. Alfred Crosby hypothesized the model of
what he called “virgin soil” epidemics, the first epidemics that broke out in the
Americas, which he characterized as having had catastrophic mortality levels
in the range of more than 50 or 60 percent of a given population. However, ac-
cording to the model, indigenous populations that survived the initial epidemics
gradually built up immunities to old-world pathogens. There was an initial die-off
and reduction in populations but then, as indigenous peoples built up immuni-
ties, the population numbers grew again. Henry Dobyns took this interpretation
forward to argue that epidemics spread like miasmic waves across the Ameri-
cas, and that mortality rates were uniform across regions and populations (“An
appraisal of techniques”; Their number become thinned). However, the evidence
that Dobyns presented was more qualitative and descriptive. He did not consider
documented patterns of contemporary early modern European populations that
could be applied to interpretations of patterns in the Americas, such as the re-
bound or recovery of populations following epidemics through the formation of
new families and increased birth rates. Rather, Dobyns hypothesized a continuous
population decline. However, in a detailed study of Spanish Tucson in what today

272 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

is Arizona, Dobyns documented patterns that are distinct from his hypothesized
model (Spanish Colonial Tucson).
The Jesuit missions established after 1609 among groups known as the
Guaraní, in the Río de la Plata region of South America, provide a microcosm of
demographic patterns among the indigenous populations in the Americas in the
early modern period, and provide compelling evidence to challenge the contem-
porary wisdom propounded by Crosby, Dobyns, and others. Different scholars
have examined demographic patterns of the Jesuit missions among the Guaraní.
Ernesto Maeder was one of the first to compile population figures on the missions
and characterize demographic patterns (Livi-Bacci and Maeder, La población de
las misiones; La población guaraní de las misiones). Maeder later collaborated with
Italian historical demographer Massimo Livi-Bacci to present a new interpreta-
tion of trends in the Guaraní missions (Livi-Bacci and Maeder, “The Missions of
Paraguay”). While Livi-Bacci brought unique insights from his previous studies
of European historical demography, there were flaws in their interpretation and in
the methodology (Jackson, “The population”). Ignacio Telesca analyzes post-Je-
suit expulsion populations but focuses primarily on the province of Paraguay and
does not reconstruct the vital rates of the populations (“Tras los expulsos”). Some
scholars offer interpretations of what they believe to be demographic patterns
of the missions among the Guaraní based on the same assumptions regarding
post-1492 indigenous demographic patterns. There was considerable variation in
patterns between the individual missions, and presenting composite population
figures of all of the missions is meaningless in terms of understanding demograph-
ics (Sarreal 239). Demographic patterns of the Yapeyú mission, which is the subject
of this article, is a case in point of variations between missions. It is also more use-
ful to calculate the vital rates of populations over time, rather than to present pop-
ulation figures and calculate the percentage differences between those figures, as
Sarreal does (142).
Upon closer examination, the trend of demographic patterns of the missions
among the Guaraní challenges the assumptions made by several generations
of scholars regarding the indigenous populations of the Americas based on the
hypotheses of Crosby and Dobyns. These were high fertility and high mortality
populations, meaning that many died, but in non-epidemic years birth rates were
higher than death rates. Periodic epidemics spread about once a generation to
the missions from the urban centers of the Río de la Plata region such as Buenos
Aires, and in some instances caused catastrophic mortality that reached more
than 50 percent of the population of a given community, in the range of what has

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 273


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

been hypothesized for “virgin soil” epidemics. The methods available to combat
contagion were limited and included the practice of quarantine in temporary
plague hospitals located away from the main mission community. However, the
mission populations generally recovered following epidemic outbreaks. There
were an increased number of marriages, indicating the formation of new families,
and high birth rates. In the eighteenth century, smallpox was the most lethal kill-
er of Guaraní, and there were outbreaks of the contagion in 1718-1719, 1738-1740
(in conjunction with famine conditions), and 1763-1765 (Jackson, Demographic
Change and Ethnic Survival; Regional Conflict and Demographic Patterns).
Several factors contributed to the pattern of periodic catastrophic mortality
crises. One was the ease of communications on the river highways in the region,
particularly on the Paraná and Uruguay Rivers (see Figure 3). A second was the
pattern of regional conflict as Spain and Portugal contested control of the Rio de la
Plata borderlands during most of the seventeenth and eighteenth centuries, and
the mobilization of thousands of mission militiamen to participate in the conflict.
Armies on the move facilitated the spread of contagion. A third factor was the Je-
suit urban plan. The Jesuits congregated thousands of Guaraní in spatially com-
pact villages. They had rows of structures built with multiple small apartments to
house Guaraní families. Living as they did in close proximity to each other also fa-
cilitated the spread of contagion. The fully developed mission complex at Yapeyú
was typical of the mission urban plan.
The general pattern described above characterized the demographics of the
Jesuit missions among the Guaraní, but at the same time there was variation in
patterns of the individual missions. For example, some mission communities ex-
perienced catastrophic epidemic mortality during epidemic outbreaks, while
neighboring communities did not. For example, San Lorenzo mission, located east
of the Uruguay River, experienced a crude death rate of 557 per thousand popula-
tion during a particularly lethal smallpox epidemic in 1739, while the crude death
rate at neighboring San Miguel and Santo Ángel Custodio missions was only 32.2
and 52.4 per thousand population respectively. The populations of the two mis-
sions continued to grow during a period of catastrophic mortality in other commu-
nities. Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú mission offers an extreme example of
demographic patterns of the missions and is the subject of this article. During the
last half century of the Jesuit tenure on the missions, the population of Yapeyú did
not experience catastrophic mortality. Rather, between 1720 and 1771, the popu-
lation experienced robust growth rates and on the eve of the Jesuit expulsion in
1767, Yapeyú was the most populous of the 30 missions among the Guaraní.

274 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

Figure 1. A c. 1753 diagram of San Juan Bautista mission that shows a typical mission
urban plan. Title: Pueblo de San Juan que es uno de los del Uruguay que se intentan
entregar a Portugal.
Source: Bibliothèque Nationale de France, Paris.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 275


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

Figure 2. Detail of the diagram showing housing of the mission population.

276 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

Figure 3. Detail of a contemporary map showing the location of the Jesuit missions
and the Paraná and Uruguay Rivers.
Source: Plano corografico de los reconocimientos pertenecientes a la demarcacion del Art. 8o. del Trato.
Preliminar de Limites de 11 de octe. depracticados por las segundas subdivisiones española y portuguesa en
orden a desatar los dudas suscitadas entre sus respectivos comisarios: region of Panará River and Uruguay
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Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 277


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

Figure 4. Ruins of the Yapeyú mission church.


Source: Author’s photograph

The mission also had a fully developed urban complex similar to that of other
missions. An undated and unsigned document and diagram found in the Archivum
Romanum Societatis Iesu depicted the typical urban plan of the Jesuit Guaraní
missions, and the document also described the types of structures and construc-
tion materials of the different buildings (ARSI, Dibujo de un Pueblo)2 . The document
described the churches as being large structures that generally measured 70-80
varas (1 vara = .0864 meter)) in length, and 26-28 in width, and in some cases 90 x
30 varas. Most had three naves, whereas the church at Concepción had five naves
and was 86 x 40 varas. They were built of stone or a combination of stone and ado-
be with one to two varas of stone construction, as in the case of the San Juan Bau-
tista mission church. The monumental church dominated the mission complex
and fronted on the plaza or main square. The square was the center of communal
life, and the document reported that the plaza generally was 160 square varas.
The streets in the mission community reportedly were 16-18 varas in width. Other
architectural elements included the colegio complex with residences for the Jesuit

2 A notation on the diagram states that it dates to after the Mixed Boundary Commission of 1754.

278 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

missionaries, a kitchen, storerooms, and workshops. Adjoining the church there


was generally a free-standing bell tower and cemetery divided into four sections
for the burials of men, women, boys, and girls (ARSI, Dibujo de un Pueblo)
There was also the cabildo and housing for the Guaraní which usually consist-
ed of long barracks-like structures with multiple small apartments. The Jesuits
congregated thousands of Guaraní and the spatially compact mission villages
had a high population density. The same document described housing in general
terms, which was generally not built with the same quality as other structures in
the complexes. In some cases, as at Trinidad and San Ignacio Mini, housing was
built of stone. Others had stone walls to a height of about a vara, and the rest
adobe. They had stone or wooden columns to support the tile roofs with over-
hangs that protected the walls from rain and provided shade. The document re-
ported that the apartments were generally three varas wide. A comment below
the diagram suggests that the author may have based the diagram on information
from the Joint Boundary Commission of the late 1750s. (ARSI, Dibujo de un Pueblo).

Figure 5. Ruins of Guaraní housing at Yapeyú.


Source: Author’s photograph

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 279


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

A second document written by Jaime Oliver, S.J. at about or shortly after the
Jesuit expulsion described the Yapeyú mission church and provided general infor-
mation on the demographic patterns of the missions. At the time of the Jesuit ex-
pulsion, Oliver was at La Fe mission located today in what is southern Paraguay. He
was born in Palma (Mallorca) in 1733 and arrived at the Guaraní missions in about
1750. In 1755 he was in Montevideo, but then returned to the missions. He survived
the trip into exile, and died in Rome in 1813, one year before the restoration of the
Society of Jesus (Storni 203). Oliver merits attention because he wrote a descrip-
tion of the missions in about 1768 that recorded many details including numbers
related to the demographic patterns of the missions. He also wrote about high
infant mortality and offered an explanation of how an eighteenth-century cleric
came to grips with the deaths of many young children. Finally, he described the
Yapeyú mission church. He noted that, “La [iglesia] del Pueblo de Yapeyu es capaz
como p[ar]a 7974 almas q[u]e tiene el Pueblo/ The [church] that the Pueblo of Yap-
eyu has is adequate for the 7974 souls the Pueblo has.” The figure 7,974 was the
population in 1767 (Oliver, Breve Noticia).
Oliver apparently had access to internal documents. He reported that be-
tween 1610 and 1766, the Jesuits had baptized 702,786 natives, and in 1768 the
total population of the 30 Guaraní and two Tarima missions was 92,641. The Jesuit
also noted that in the 51 years between 1717 and 1768, 186,375 young children
classified as párvulos had died. He took solace in the belief that the baptized chil-
dren went to heaven. Oliver wrote, “From that said it can be inferred that if in 51
years 186,375 [young children] flew to Heaven with the grace of baptism, in the 105
previous years how many thousands of thousands of párvulos ascended to Glo-
ry” (Breve Noticia 207). The Guaraní mission populations suffered chronically high
infant mortality exacerbated by periodic catastrophic epidemic mortality. Never-
theless, despite the pattern of high infant mortality, the mission populations grew
because more children survived than died. Geography played an important role
in the spread of contagion, and the mission urban plan, with thousands of people
living in a restricted space, further facilitated the spread of contagion.
Sacramental registers of baptisms, marriages, and burials are useful in recon-
structing the vital rates of historic populations. However, these records on the mis-
sions among the Guaraní have largely disappeared because the region of the missions
became a war zone in the two decades following the beginning of the independence
movement in 1810, and marauding armies destroyed most of the missions. Neverthe-
less, other sources can be employed in the reconstruction of the vital rates of mission
populations such as censuses that summarized the number of baptisms, marriages,

280 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

and burials. During the eighteenth century, the missions among the Guaraní were
closed populations which meant that the Jesuits no longer congregated non-Chris-
tians on the missions, and the Jesuits distinguished between baptized infants and
the small number of non-Christians congregated on the missions.
In the second half of the seventeenth century and the eighteenth century, Je-
suit censuses and other records evolved, and by the 1720s took standardized form.
The Jesuits prepared an anua or report for each mission that was in turn sent to the
head of the missions who had a general report prepared. The most complete, con-
secutive record of these reports exists for Yapeyú, and are found in the Coleção
De Angelis, Biblioteca Nacional, Rio de Janeiro, Brazil. In the seventeenth centu-
ry, the missionaries did not always provide complete information in their reports,
such as the population or the number of sacraments administered. In 1678, for
example, the report on Yapeyú did not include the size of the mission population.
During most of the seventeenth century, the reports were prepared in a narrative
format and included demographic information. It was not until the 1690s that the
reports also included tables that summarized population data, and it did not be-
come standard practice until the early eighteenth century. In some instances, the
Jesuits prepared separate reports on the Paraná and Uruguay missions among
the Guaraní, and in some cases neither have survived. This occurred, for example,
in 1705, 1711, and for several years in the 1690s, such as 1695. Nevertheless, the
available sources allow for the reconstruction of the vital rates and demographic
patterns of Yapeyú. It was common during the early modern period for people to
try to avoid being enumerated in censuses prepared for tax purposes, or to identi-
fy men for military service, or to avoid paying clerical fees for the administration of
the sacraments, or to refuse to visit the official state-sanctioned church because
of religious dissent. None of these factors contributing to under-registration in
sacramental records or censuses were important in the Jesuit mission censuses.

Demographic Patterns of Nuestra Señora


de los Reyes Yapeyú Mission

The Jesuits established Nuestra Señora de los Reyes de Yapeyú on the banks
of the Uruguay River in 1627. During the course of the seventeenth century, the
population of the mission stagnated and experienced low growth rates. The Je-
suits initially congregated Guaraní speakers known as Charrúas, but in later years
resettled non-Christians from non-Guaraní groups. For example, in the years

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 281


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

1665–1666, the Jesuits congregated some 250 non-Christians at Yapeyú, and some
500 Yaros around 1701. In 1647, the population was 1,600 and this grew over the
next four decades to 2,477 in 1682. The numbers dropped to 1,865 in 1691, most
likely as a consequence of an epidemic. The mission population dropped follow-
ing a severe 1718-1719 smallpox epidemic. The mission population dropped from
2,873 in 1717 to 1,871 in 1719, a net decline of some 1,000. In the aftermath of the
epidemic, the Jesuits transferred the population from San Francisco Xavier mis-
sion to Yapeyú. The Jesuits relocated some 2,400 people, most likely in 1722 or
1723. The population of Yapeyú increased from 1,871 in 1719 and 1,856 in 1720 to
4,352 in 1723 and 4,360 in 1724. The population of San Francisco Xavier, on the oth-
er hand, suffered light mortality during the epidemic. It was 5,600 in 1717, dropped
to 5,352 in 1719, and 5,280 in 1720. It dropped further to 3,409 in 1724 following
the population transfer (Jackson, Demographic Change 90-91). The Guaraní from
San Francisco Xavier retained their separate identity in their own clans, which the
Jesuits enumerated separately from the clans of the original population of Yapeyú
(AGN, Yapeyú Tribute Census, c. 1759).

Figure 6. The Population of Yapeyú Mission.


Source: Made by the author

282 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

The population of the mission grew during the 1720s and 1730s, and did not
experience heavy epidemic mortality during the mortality crises of the 1730s and
particularly the 1737-1740 smallpox outbreak. Some 90,000 Guaraní died between
1733 and 1740 as a result of disease and famine conditions. The relative geographic
isolation of Yapeyú mission permitted the Jesuits to implement effective quaran-
tine measures, and thus isolate the mission from outside contact to prevent the
spread of contagion. While the populations of the other missions experienced pe-
riodic epidemic mortality, the population of Yapeyú grew over the next half centu-
ry, which was a distinct pattern from most of the other missions.

Figure 7. Baptisms and Burials Recorded at Yapeyú Mission.


Source: Made by the author

There is a continuous record of baptisms and burials between 1723 and 1754
showing that the Jesuits baptized 12,886 against 8,545 burials, a net difference of
4,341. The population grew from 4,352 in 1723 to 7,997 in 1756. In the eight years

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 283


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

between 1756 and 1767 for which there is a record, the Jesuits baptized another
3,421 against 3,124 burials, a net difference of 297. The population totaled 7,974
in 1767 and 8,510 in 1768 (see Table 1) (Jackson, Demographic Change 91). The
increased mortality during this period was most likely a consequence of troop
movements, the movement of people following the implementation of the Trea-
ty of Madrid, and the suppression of an uprising on the seven missions located
east of the Uruguay River, as well as troop movements during the ongoing conflict
for control of Rio Grande do Sul. However, the population of Yapeyú did not suffer
catastrophic mortality during the severe 1763-1765 smallpox outbreak.
Epidemics did occur at Yapeyú in the last half century of Jesuit tenure but did
not reach catastrophic levels as at the other missions. Royal officials mobilized
thousands of mission militiamen in the early 1730s, and an epidemic spread to
the missions in 1732-1733 from the militia camp located on the Tebicuarí River. In
1732, 476 died at Yapeyú (crude death rate of 84 per 1,000), and 733 in 1733 (crude
death rate of 128.5). In contrast, 1,192 died at San Ignacio Guazú (crude death rate
of 324.7), 2,678 at La Fe (crude death rate of 396.4), and 2,263 at Santa Rosa (crude
death rate of 414.6) (Jackson, “La población”). These were the missions located
closest to the militia camp. A second was the 1748-1749 measles epidemic on the
missions that first broke out on Santa Rosa mission which suggests transmission
from Asunción. It was also a milder epidemic when compared to the 1737-1740
smallpox outbreak. The Jesuits recorded 545 burials at Yapeyú in 1749 (crude
death rate of 81) and 249 burials at Santa Rosa in 1748 (crude death rate of 195.8).
The largest numbers of deaths were at Santiago where 1,003 died in 1749 (crude
death rate of 216.5), 657 at San Miguel (crude death rate of 95.2), 454 at La Cruz
(crude death rate of 176.3), and 430 at San Nicolás (crude death rate of 101.3). The
crude death rate also exceeded 100 per thousand population at Ytapúa, Trinidad,
and San Carlos (Jackson, “La población”).
At the point of the Jesuit expulsion in 1767-1768, Yapeyú was the most populous
Jesuit mission. The population was 7,974 in 1767 and 8,510 in 1768. However, it was
a population that was extremely vulnerable to contagion, and particularly to small-
pox. It had been two generations, or a total of 49 years since the last catastrophic
smallpox outbreak on the mission in 1718. Two generations had grown with little
or no exposure to the malady. The last measles epidemic had been a generation
before in 1749. The civil administration that replaced the Jesuits stressed the pro-
duction of income to cover the costs of administration, which also meant greater
contact with the larger region and less concern for protecting the population of the
mission from contagion. The implementation of the so-called “comercio libre,” or

284 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

freer trade within the Spanish trading system, created new opportunities for the
Río de la Plata region. One such opportunity was the export of hides and tallow
to Spain. Hide exports totaled 177,656 in the years 1768 to 1771 and increased to
1,258,008 in the years 1777 to 1784 (Jackson, Missions 155). Yapeyú was a major
producer of hides, and civil administrators had the mission herds culled for hides
and tallow. The large-scale slaughter of cattle was reflected in drops in the number
of animals reported in mission inventories. At the time of the Jesuit expulsion, Yap-
eyú counted 62,679 head of cattle, but this number decreased to 34,508 in 1778.
The number of cattle grew with the replenishment of the mission herds from the
large number of feral animals in the Banda Oriental. In January of 1779, for example,
the civil administrator of Yapeyú contracted Estevan Garcia de Zuñiga to round up
feral cattle for the mission, paying four reales for each animal (BN, García de Zuñiga
et al.). The mission counted 72,800 animals in 1783. As the export of hides grew in
the 1780s and 1790s, the civil administrators culled the Yapeyú herds. In April of
1790, the mission counted 70,436 head of cattle on three estancias and 76,000 in
September of the same year, which grew to 80,000 in 1794, and then dropped to
68,000 in 1796 on six estancias, 14,021 in 1800, and 4,273 in 1804 (BN, Lauro Nuñez;
BN Simón de León; Sarreal 210).
There were ongoing troop movements following the Jesuit expulsion as Spain
and Portugal contested control over Colonia do Sacramento and Rio Grande do
Sul, particularly in the 1770s up to the signing of the Treaty of San Ildefonso in
1777. The movement of troops helped spread contagion (see Figures 8 and 9). The
result was a particularly catastrophic epidemic in 1770-1772 that killed some 5,000
Guaraní and that had a crude death rate in excess of 600 per thousand population.
The mission population dropped from a reported 8,510 in 1768 to 3,322 four years
later (see Table 1). A detailed 1771 tribute census (see Table 2) documented the
profile of the population of Yapeyú during the lethal smallpox epidemic. In non-ep-
idemic years, the mission populations evidenced large families and large numbers
of families with more than two children. However, the 1771 census showed that
39 percent of the couples had no children and 46 percent only one or two chil-
dren which, if the pattern had persisted over time, would have resulted in merely
maintaining population levels or a slow decline. This profile indicates that many
children died during the outbreak. The number of orphans was also high: 442 male
and 398 female children. There was one other indicator of the consequences of
heavy smallpox mortality, which was the number of those widowed: 278 widow-
ers and 101 widows. This pattern was unusual because in non-epidemic years,
the number of widows outnumbered widowers, and men frequently remarried

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 285


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

following the loss of a spouse. The smaller number of female orphans and widows
also reflected higher mortality among women and girls which was a consequence
of the TH-2 immunological response. The immunological response of females to
diseases such as smallpox and measles is different than that of males and contrib-
utes to higher mortality among females. Higher mortality among girls and women
also led to shifts in the gender structure of the mission populations (Jackson, De-
mographic Change 82-83, 91-92).

Figure 8. A 1777 map of the central part of Laguna de los Patos showing settlements
and fortifications. This was the arena of conflict in the 1760s and 1770s.
Source: Barletta, Christobal. Plano del Rio Grande tllamado Sn. Pedro situado en la latitud del S. de 23 gs.
más en la costta septemtrional del Cauo de Sa. Maria, nuebamte. emmedado en el año de 71 y 72 en los que
se descubrio la barra del S. la que es bastantemte. ancha y tiene agua suficientte para embs. que calen 10″ o
12″ pies. [1777] Map. Retrieved from the Library of Congress, <www.loc.gov/item/90682594/>.
Call Number G5622.P3 1777. B3, Library of Congress Geography and Map Division, Washington, D. C. In the
public domain.

286 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

Figure 9. A contemporary Portuguese map of the attack of April 1, 1775 on Spanish


positions in the Laguna de los Patos region. Plano de accao practicada pellas
tropas Portuguezas de bayxo das ordens do General Bohm no día primeiro de abril
de 1775 em que foram expugnados, e evacuados os sete fortes que os Espanhoes
conservarao na margen meredional do Río Grande de S. Pedro. Retrieved from
Biblioteca Nacional de Uruguay, 1776.
Source: http://bibliotecadigital.bibna.gub.uy:8080/jspui/handle/123456789/5051

The population recovered following the epidemic and increased to a report-


ed 4,739 in 1784 and 5,170 in 1793. There is a record of a second epidemic during
the period of civil administration. Burials totaled 777 in 1797 (crude death rate of
172.3 per thousand people). This was the highest death rate on the ex-missions for
which there is a record (Jackson, Demographic Change 164-165). The population
dropped to 3,990 at the end of 1797, but then increased again to 4,095 in 1799, and
4,669 in 1802 (Jackson, Demographic Change 198). Large scale out-migration was
also a factor in population changes in the post-expulsion period.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 287


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

Gender Structure of the Mission Population

The general mission censuses provide data to calculate a gender structure in broad
terms of females as a percentage of the total population. Although there was vari-
ation between missions, most missions evidenced a pattern of more women and
girls than men and boys. Yapeyú mission provides a typical case study (see Table 3
and Figure 10). In a sample of 33 years, females constituted the majority, as high as
56 percent prior to the Jesuit expulsion and 58 percent following the expulsion and
the exodus of Guaraní from the missions. The survival of women and girls, even in
years of catastrophic mortality, ensured a large enough pool of potential brides,
and was an important factor in recovery following mortality crises and growth in
non-crisis years. The sex ratio of men to women became greater following the Je-
suit expulsion in 1767, and a pattern of migration from the mission in which more
men left than women.

Figure 10. Females as a Percentage of the Total Population of Yapeyú.


Source: Made by the author

288 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

Contemporary native populations living on missions on other frontiers of


Spanish America evidenced gender imbalances that were a significant factor in
population decline. This was particularly the case in populations of nomadic hunt-
ers and gatherers congregated on missions that proved to be demographically
fragile. Extreme cases can be seen in the missions of Baja and Alta California. In
some cases females constituted less than half of the total population, and as little
as a third of the population. At Santa Cruz mission in California, for example, the
Franciscan missionaries baptized 1,133 females between 1791 and 1832. In the lat-
ter year, only 87 women and girls survived on the mission out of a population of
284, or only 31 percent of the total. Mortality was particularly high among women
of childbearing age, and by the 1820s and 1830s there was a very small pool of
marriage partners, birth rates were low, and infant mortality rates were extremely
high. The gender imbalance was generalized throughout the Baja California and
California missions, particularly once the missionaries had largely completed the
resettlement of surrounding native populations to the missions that had replen-
ished their population during periods of active congregation (Jackson, Indian
Population 108-116). When the number of non-Christians brought to live on the
Baja California and California missions dropped, the inviable mission populations
declined in numbers. Although mortality rates were high among infants and chil-
dren living on the Paraguay missions, enough children survived to adulthood to
form their own families and have their own children. Moreover, children under age
ten constituted a relatively large percentage of the total population. In contrast,
native populations living on the Baja California and California missions evidenced
age imbalances, and few children survived to adulthood as high mortality wiped
out each succeeding generation. At Santa Rosalia de Mulegé mission in Baja Cal-
ifornia, for example, less than 10 percent of a sample of 143 children born on the
mission between 1771 and 1821 survived to age ten. Some 50 percent died before
reaching their first birthday, and another 33 percent of the total died between age
one and five (Jackson, “Demographic Patterns” 95).

Age Structure

The Jesuit mission censuses recorded broad age categories for the Guaraní mis-
sion populations. One category was párvulo which identified young children up to
the age of nine or ten. The censuses written in Latin used the terms pueri (boy) and
puella (girl), which corresponded to the term párvulo. The mission populations

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 289


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

were characterized by robust birth rates and large numbers of children. One way
of showing this is the number of pueri and puella as a percentage of the total pop-
ulation (see Figure 11)

Figure 11. Children as a Percentage of the Total Population of Yapeyú Mission.


Source: Made by the author

In non-crisis years, young children constituted a low of 28 percent to a high of


41 percent of the population of Yapeyú mission. The effects of epidemics on the
age structure can be documented. For example, large numbers of young children
died during the lethal 1718-1719 smallpox outbreak. In 1717, young children con-
stituted 33 percent of the population. This dropped to 17 percent in 1719 and 14
percent in 1720. In total numbers, this was a decline from 951 in 1717 to 308 in 1719,
and 261 in 1720. In the same years, the mission population dropped from 2,873 in
1717 to 1,871 in 1719, and 1,886 in 1720. The same occurred as a result of a measles
epidemic in 1748-1749. In 1747, young children numbered 2,678 or 40 percent of the
population. The total mission population dropped from 6,741 in the same year to
6,301 at the end of 1749. Measles mortality was heaviest among pueri and puella.
The number of young children declined to 1,760 in 1749 or 28 percent of the total

290 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

(see Table 4). Moreover, in most years burials of párvulos constituted the vast ma-
jority of total burials, and in a number of years were in excess of 80 percent of total
burials. In crisis years, burials of párvulos also accounted for as many as a quarter
of the total number of young children at the end of the previous year (see Table 5).
However, high birth rates in non-crisis years contributed to the rebound or recov-
ery of the population.

Figure 12. Burials of Párvulos and Total Burials Recorded at Yapeyú Mission.
Source: Made by the author

The pattern at Yapeyú stands in marked contrast to other populations such


as the missions of Baja and Alta California on the northwestern frontier of New
Spain (Mexico), which had a different demographic profile. The indigenous pop-
ulations of Baja California were hunters and gatherers who lived in small bands
that exploited food resources in a specific territory. The indigenous populations
of California did not practice agriculture as did the Guaraní but had a more stable

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 291


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

subsistence base from the exploitation of acorns as a staple, and well-developed


trade between groups that exploited different food resources. In the case of the
older Jesuit missions in Baja California, for example, populations were closed and
by the end of the eighteenth century had been greatly reduced in size. As noted
above, there was a pattern of chronic infant and child mortality rates, and young
children classified as párvulos constituted a small percentage of the mission pop-
ulations. Data for the years 1795-1798 shows that in the case of Loreto mission
(established in 1697) children constituted between 18 and 21 percent of the pop-
ulation, at San Francisco Xavier (established in 1699) between 26 and 22 percent,
and at Mulegé (established in 1705) 24 to 30 percent. The extreme case was Co-
mondú (established in 1708) with a range between five and nine percent of the
total population. More recently established missions such as San Fernando (es-
tablished in 1769) and Santo Domingo (established in 1775) showed different pat-
terns. By the late 1790s, San Fernando was already a closed population in decline,
and the percentage range of young children in relation to the total population was
between 18 and 24 percent. Santo Domingo still had an open population as the
Dominican missionaries continued to congregate non-Christians on the mission,
and young children constituted between 30 and 31 percent of the total population
(Jackson, Indian Population 112).
The Alta California missions passed through stages of active congregation of
non-Christians and the expansion of the size of the mission populations, as well as
periods of minimal or no resettlement of non-Christians and decline of the mission
populations. Data for the years 1789, 1796, 1810, and 1832 document the shifts in
patterns related to the number of children classified as párvulos in relation to the
total population, and in the context of high infant and child mortality. The first
example is San Carlos (established in 1770). Young children constituted 27, 21, 12,
and 12 percent of the total population respectively during those four years. In San
Luis Obispo (established in 1772), it was 26, 14, 11, and 6 percent, and in Santa
Barbara (established in 1786), 29, 14, 22, and 15 percent. Santa Cruz and Soledad,
both established in 1791, showed high percentages during the congregation of
non-Christians and a later decline. In the first instance, it was 30 percent in 1796,
8 in 1810, and 11 in 1832. For Soledad, it was 41, 16, and 17 percent respectively
(Jackson, Indian Population Decline 114).
When compared to that of Yapeyú and the other missions among the Guaraní,
the Baja and Alta California mission populations were demographically fragile
and unstable, and experienced chronically high infant and child mortality rates
that prevented the populations from reproducing themselves through natural

292 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

reproduction. These were populations that declined over time, although the pat-
tern of decline was far more complicated and with considerable variation between
missions than would have been allowed for under the interpretations of scholars
such as Crosby and Dobyns. A recent study of mortality among the indigenous
populations prior to and following the Spanish occupation of the region after 1769
concluded that, “A comparison of pre- and post-contact age-at-death records does
not support the long-standing circumstantial case for severe disease induced In-
digenous population decline in central California before AD 1770” (Jones, et al. 3).
In non-epidemic years, birth rates on Yapeyú were consistently higher than death
rates, and the population experienced growth (see Graph 6). In contrast, the in-
digenous populations congregated on the California missions experienced chron-
ically high death rates that were higher than birth rates. This can be seen in the
cases of the birth and death rates on three missions, San Francisco, Santa Cruz,
and San Miguel (see Graphs 7-9). This finding directly challenges the assumptions
made by Crosby and Dobyns. In contrast, the populations of Yapeyú and other Je-
suit missions among the Guaraní grew robustly in non-crisis years and rebounded
or recovered following epidemics and other mortality crises.

Figure 13. Crude Birth (CBR) and Death (CDR) Rates Per Thousand Population at
Yapeyú Mission.
Source: Made by the author

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 293


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

Figure 14. The Crude Birth (CBR) and Death (CDR) Rate Per Thousand Population at
San Francisco Mission.
Source: Made by the author

Figure 15. Crude Birth (CBR) and Death (CDR) Rate Per Thousand Population at Santa
Cruz Mission.
Source: Made by the author

294 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

Figure 16. Crude Birth (CBR) and Death (CDR) Rates Per Thousand Population at San
Miguel Mission.
Source: Made by the author

The Post-Jesuit Expulsion Diaspora

Following the Jesuit expulsion in 1767, royal officials created a civil administration
on the missions. The expectation was that the mission residents would contribute
to the generation of income to cover the costs of administration in line with the
Bourbon initiative to make administration more efficient and the missions self-suf-
ficient. However, the Jesuit expulsion also led to a diaspora, as many Guaraní vot-
ed with their feet to reject the new order and take advantage of new economic
opportunities in the region. However, the mission residents, according to Spanish
law, were still legally tied to the missions until such time as they might be legally
emancipated. As such, those who left were considered fugitives, and royal officials
attempted to have them returned. This is not to say that there weren’t instances of
fugitiveness prior to the Jesuit expulsion. In 1735, for example, during a famine that
followed crop failures, thousands of mission residents fled, and some organized a
community near Lake Iberá that paralleled the social-political organization of the

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 295


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

missions. A 1735 census of tributaries enumerated a total of 19,116 on the missions


of whom 3,094 were absent (Jackson, A Population History 45).
Post-expulsion censuses recorded the absence of mission residents, and in
some instances the places to which they had migrated. A series of detailed 1799
mission censuses enumerated the number of Guaraní present on the missions, and
those who had fled. The censuses of ten missions found 13,217 present and 8,301
absent. Corpus Christi mission was one that reported a large number of absent
Guaraní. The 1799 census reported 2,287 present and 1,671 absent. The census
also provided information to identify the profiles of those who left the mission. Of
those absent, 65.8 percent were men and boys. This was the general profile found
in all ten of the missions for which censuses exist. In other words, it was more com-
mon for men and older boys to leave, most likely to enter the labor force, and more
women and younger children to remain on the missions (Jackson, Demographic
Change 172-174)3. This, in turn, contributed to a greater gender imbalance in the
populations that remained on the missions.
A series of censuses for Yapeyú from the late 1790s document the flight of mis-
sion residents and efforts to return fugitives. The censuses listed two categories
of information. One was the number of mission residents who had fled during the
year, and the second the number of fugitives returned. Smallpox broke out at Yap-
eyú in 1797 and continued into the following year. It was not uncommon for indig-
enous folk to flee epidemic outbreaks, and this appears to be the case in 1797 and
1798 (see Table 6). In the first year, 82 men and 48 women left the mission, and
53 men and 43 women in 1798. The exodus continued in 1799. A smaller number
left that year, 28 men and 20 women. Officials attempted to get fugitives to return
to the mission, but generally with limited success. In 1799, 18 men and 10 wom-
en returned to the mission, but this was the only instance over the three years.
Fugitives from Yapeyú and the other missions went to different parts of the Río
de la Plata region. One 1790 document, for example, reported the number of fugi-
tive Guaraní in the jurisdictions of the Villa de Concepción de Uruguay, San José
de Gualeguayes, and San Antonio de Gualeguay. There were 32 fugitives from

3 Other scholars have documented the diaspora following the Jesuit expulsion. See, for example, Luiz
Rodolfo González Rissotto, “La importancia de las misiones jesuíticas em la formación de la sociedad
uruguaya,” Estudos Ibero-Americanos 15:1 (1989), 191-214; Jorge Gelman, Campesinos y estancieros.
Una región del Río de la Plata a fines de la época colonial (Buenos Aires: Los libros del riel, 1998);
Daniel Santilli, “Desde abajo y desde arriba. La construcción de un nuevo ordenamiento social entre
la colonia y el rosismo. Quilmes 1780-1840,” unpublished PhD dissertation, Universidad de Buenos
Aires, 2008.

296 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

Yapeyú (Jackson, A Population History 56). As González Rissotto argues, the


Guaraní who migrated or were forcibly relocated to the Banda Oriental in the peri-
od of warfare after 1810, and by extension to other areas in the region, formed part
of a growing rural labor force (“La importancia”).

Conclusions

The indigenous populations of the Americas experienced dramatic demographic


changes in the centuries following the establishment of first sustained contact with
the Old World in 1492. An analysis of demographic patterns of the Jesuit missions
among the Guaraní provides important clues to the nature of changes after 1492.
Established nearly a century following the arrival of the Spanish and Portuguese
in the region, the mission populations continued to experience catastrophic epi-
demic mortality. The pattern of mortality suggests that the Guaraní had not built
up immunities to old world pathogens. Rather, epidemics occurred about once a
generation or roughly every twenty years once there was a large enough pool of
potentially susceptible hosts born since the previous outbreak. Moreover, the mis-
sion populations were not large enough to sustain maladies such as smallpox in
endemic form, and epidemics spread to the missions from other communities
in the region. This occurred on the navigable rivers, but also through the move-
ment of soldiers on campaign.
The effects of epidemics and demographic patterns on the missions among
the Guaraní were complex, as evidenced by the case of Yapeyú mission. The pop-
ulation of Yapeyú was a high fertility and high mortality population, and manifest-
ed two characteristics in common with the other missions among the Guaraní. It
had robust birth rates and the population grew through natural reproduction. The
population also rebounded or recovered following epidemics. What was unique,
however, was that the population did not experience catastrophic epidemic mor-
tality during the last half century of the Jesuit tenure, as did neighboring com-
munities. The Jesuits were able to isolate the mission population, but this also
left the mission vulnerable to contagion following the expulsion of the Jesuits in
1767 and the implementation of a civil administration that promoted commerce.
A smallpox outbreak in 1771 culled the population, killing some 60 percent of the
mission residents.
Other frontier mission populations proved to be demographically fragile, such
as those in Baja and Alta California. They experienced gender and age imbalances,

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 297


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

something that did not occur on Yapeyú and other missions among the Guaraní.
Despite heavy epidemic mortality, the mission populations did not experience
gender or age imbalances. Patterns of the missions among the Guaraní provide
an important corrective to the generally accepted model of post-1492 indigenous
demographic patterns in the Americas regarding the effects of epidemic mortali-
ty, and particularly the pattern of catastrophic epidemic mortality more than 200
years following sustained contact with Europeans. The specific case of Yapeyú
also conclusively demonstrates variations on epidemic mortality between com-
munities that challenge the assumptions about the miasmic spread of pandemics
with uniform mortality rates.

Annexes

Table 1. The Population and Vital Rates of Los Reyes Yapeyú

Year Population Families Baptisms Burials CBR CDR AFS**


1678 560 161 103 76.7 49.1
1690 1736 507 105 67 61.8* 39.5* 3.4
1691 1865 469 167 86 96.2 49.5 4.0
1693 1969 520 139 86 72.6* 44.9* 3.8
1694 2031 524 157 85 79.7 43.2 3.9
1698 1856 506 165 62 94.1* 35.4* 3.7
1700 1959 549 197 132 104.0* 69.8* 3.6
1702 2206 547 175 69 83.3* 32.9* 4.0
1705 2450 562 149 64 63.0* 27.1* 4.4
1706 2410 583 236 104 96.3 42.5 4.1
1707 2434 536 174 150 72.2 62.2 4.5
1708 2570 538 159 142 65.3 58.3 4.8
1715 2822 597 172 124 61.7 44.4 4.7
1716 2868 619 196 120 69.9 42.8 4.6
1717 2873 611 161 155 56.1 54.0 4.7
1719 1871 346 191 92 107.8* 51.9* 5.4
1723 4352 994 266 162 62.6* 38.1* 5.4

298 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

Year Population Families Baptisms Burials CBR CDR AFS**


1724 4360 999 306 209 70.3 48.0 4.4
1725 4277 1027 332 89 70.2 20.4 4.2
1726 4531 1051 339 135 79.3 31.6 4.3
1727 4638 1103 322 152 70.1 33.6 4.2
1728 4775 185 362 162 78.1 34.9 4.1
1729 4921 1165 395 223 82.7 46.7 4.2
1730 5318 1354 389 212 79.0 43.1 3.9
1731 5666 1416 446 265 83.9 39.9 4.0
1732 5704 1438 444 476 78.4 84.0 4.0
1733 5374 1443 326 733 57.2 128.5 3.7
1734 5070 1213 498 271 92.7 50.4 4.2
1735 5150 1204 319 204 62.9 40.2 4.3
1736 5283 1218 430 207 83.5 40.2 4.3
1737 4862 1162 333 296 63.0 56.0 4.2
1738 5410 1281 400 187 82.3 38.5 4.2
1739 5713 1315 399 208 73.8 38.5 4.3
1740 5687 1324 393 214 68.8 37.5 4.3
1741 5748 1345 432 202 76.0 35.5 4.3
1742 5965 1358 467 304 81.2 52.9 4.4
1743 6211 1437 435 223 72.9 37.4 4.3
1744 6187 1482 449 309 72.3 49.8 4.2
1745 6147 1429 437 313 70.6 50.6 4.3
1746 6419 1516 481 309 78.3 50.3 4.2
1747 6741 1534 492 248 76.6 38.6 4.4
1748 6726 1550 448 301 66.5 44.7 4.3
1749 6301 1587 415 545 61.7 81.0 4.0
1750 6567 1607 477 255 74.5 39.8 4.1
1751 6926 1659 339 325 52.0 50.0 4.2
1752 7360 1717 459 291 66.3 42.0 4.3
1753 7040 1748 411 232 55.8 31.5 4.0

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 299


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

Year Population Families Baptisms Burials CBR CDR AFS**


1754 6910 1726 445 431 63.2 61.2 4.0
1756 7597 1797 376 527 52.5 73.5 4.2
1759 7418 1793 399 561 52.6* 74.0* 4.1
1762 7470 1564 423 275 57.8* 37.6* 4.8
1763 7458 1612 502 314 67.2 42.0 4.6
1764 7501 1649 474 415 63.6 55.7 4.6
1765 7715 1717 548 337 73.1 44.9 4.5
1766 7788 1719 331 293 42.9 38.0 4.5
1767 7974 1719 368 402 47.3 51.6 4.6
1793 5170 1097 244 158 48.0* 31.1* 4.7
1797 3990 1046 258 777 57.2* 172.3* 3.8
1798 4025 1048 197 127 49.4 31.8 3.8
1799 4095 1118 216 133 53.7 33.0 3.7
1802 4669 N/A 292 102 59.0 20.6 N/A
* Estimated.
** AFS –Average Family Size.
CBR-Crude Birth Rate.
CDR-Crude Death Rate.
Source: Robert H. Jackson, “La población y tasas vitales de las misiones jesuíticas de los Guaraní (Argentina,
Brasil, Paraguay),” IHS Antiguos Jesuitas en Iberoamérica 5: 2: 100-165; and the following sources: Carta Annua
de las D[octrin]as del Paraná y Uruguay de 1671, Coleção De Angelis, Biblioteca Nacional, Rio de Janeiro,
Brazil (hereinafter cited as CA); Carta Annua de las Doctrinas del Paraná y Uruguay de 1678, CA; Carta Annua
de las Doctrinas del Paraná y Uruguay de año mil seisciento i noventa, CA; Annua de las Doctrinas del Paraná
y Uruguay… del año de 1693, CA; Annua de las Doctrinas del Paraná y Uruguay… del año de 1694, CA; Annua
de las Doctrinas del Uruguay del año de 1698, CA; Anuas de las Misiones del Uruguay del año de 1700, CA;
Estado de las Doctrinas del Uruguay al fin del año de 1705, CA; Estado de las Doctrinas del Uruguay al fin
del año de 1706, CA; Estado de las Doctrinas del Uruguay del año de 1715, CA; Estado de las Doctrinas de
Paraguay del año de 1716, CA; Estado de las Doctrinas de Paraguay del año de 1717, CA.

Table 2. Structure of the Population of Nuestra Señora de los Reyes de Yapeyú, 1771.

Size of Number of Number of Male Female


Widowers Widows
Family Families Persons Orphans Orphans
2 236 472 442 398 278 101
3 170 510
4 109 436

300 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

Size of Number of Number of Male Female


Widowers Widows
Family Families Persons Orphans Orphans
5 51 255
6 17 102
7 17 119
8 8 64
Source: Padrón de Nuestra Señora de los Reyes de Yapeyú [1771], Archivo General de la Nación, Buenos
Aires, Sala 9-18-8-7.

Table 3. Females as a Percentage of the Total Population of Yapeyú Mission,


in Selected Years

Year Percentage Year Percentage


1717 52.0 1749 53.9
1719 56.3 1750 53.7
1720 55.8 1753 51.2
1724 53.8 1754 50.6
1728 53.8 1756 55.6
1729 51.6 1759 53.6
1733 52.4 1762 54.3
1735 53.5 1763 54.3
1736 53.7 1764 55.0
1739 53.1 1765 54.1
1740 54.3 1766 52.3
1741 52.5 1767 52.9
1744 53.4 1772 51.5
1745 51.6 1797 53.3
1746 54.1 1798 57.7
1747 52.9 1799 58.5
1748 52.1
Source: Robert H. Jackson, Demographic Change and Ethnic Survival Among The Sedentary Populations On
The Jesuit Mission Frontiers of Spanish South America, 1609-1803: The Formation and Persistence of Mission
Communities in a Comparative Context (Leiden: Brill Academic Publishers, 2015), 201-204; Catalogo de la
Numeración Annual de las Doctrinas del Rio Paraná/del Rio Uruguay, 1728, 1729, 1731, 1735, 1737, 1738, CA.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 301


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

Table 4. Children as a Percentage of the Total Population of Yapeyú Mission, in


Selected Years

Year Population Children Percent Year Population Children Percent


1710 2118 682 32 1741 5748 2121 37
1716 2868 892 31 1742 5965 2154 36
1717 2873 951 33 1743 6211 2515 41
1719 1871 308 17 1744 6187 2270 37
1720 1886 261 14 1745 6147 2421 39
1724 4360 1417 33 1746 6419 2312 36
1725 4277 1534 36 1747 6741 2678 40
1726 4531 1710 38 1749 6301 1760 28
1727 4638 1651 36 1750 6567 2219 34
1728 4775 1703 36 1751 6926 2375 34
1730 5318 1837 35 1752 7360 2568 35
1731 5666 2069 37 1753 7040 2280 32
1732 5704 2209 39 1754 6910 2216 32
1733 5387 1694 32 1755 7169 1993 28
1734 5070 2037 40 1756 7597 2122 28
1735 5150 2016 39 1757 7705 1782 23
1736 5293 2086 39 1760 7765 2220 29
1737 4862 1785 37 1762 7470 2487 33
1738 5410 1883 35 1764 7501 2536 34
1739 5713 2171 38 1765 7715 2697 35
1740 5687 2133 37

Source: Mission censuses found in the Archivo General de la Nación, Buenos Aires; Coleção De Angelis,
Biblioteca Nacional, Rio de Janeiro, Brazil; and the Archivum Romanum Societatis Iesu, Vatican City.

Table 5. Baptisms, Total Burials, and Burials of Párvulos at Los Reyes Yapeyú

Total Burials Párvulos/Total Burials % Total


Year Baptisms
Burials Párvulos Burials in % # Párvulos
1690 105 67 50 75.0
1691 167 86 58 67.4

302 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

Total Burials Párvulos/Total Burials % Total


Year Baptisms
Burials Párvulos Burials in % # Párvulos
1693 139 86 69 80.2
1694 157 85 58 68.2
1698 165 62 43 69.4
1700 197 132 52 39.4
1705 149 64 47 73.4
1706 236 104 83 79.8
1707 174 150 69 46.0
1708 159 142 105 73.9
1715 172 124 93 75.0
1716 196 120 117 97.5
1717 161 155 102 65.8 11.4
1719 191 92 73 79.3
1723 266 162 121 74.7
1724 306 209 188 90.0
1725 332 89 75 84.3 5.3
1726 339 135 119 88.1 7.8
1727 322 152 132 86.8 7.8
1728 362 162 145 89.5 8.8
1729 395 223 167 74.9 9.8
1730 389 212 153 72.2
1731 446 265 216 81.5 11.8
1732 444 476 354 74.4 17.1
1733 326 733 559 76.3 25.3
1734 498 271 214 79.0 12.6
1735 319 204 140 68.6 6.9
1736 430 207 169 81.6 8.4
1737 333 296 195 65.9 9.3
1738 400 187 156 83.4 8.7
1739 399 208 145 69.7 7.7

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 303


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

Total Burials Párvulos/Total Burials % Total


Year Baptisms
Burials Párvulos Burials in % # Párvulos
1740 393 214 162 75.7 7.5
1741 432 202 170 84.2 8.0
1742 467 304 259 85.2 12.2
1743 435 223 182 81.6 8.5
1744 449 309 280 90.6 11.1
1745 437 313 194 62.0 8.6
1746 481 309 263 85.1 10.9
1747 492 248 207 83.5 9.0
1748 448 301 225 74.8 8.4
1749 415 545 469 86.1
1750 477 255 226 88.6 12.8
1751 339 325 244 75.1 11.0
1752 459 291 216 74.2 9.1
1753 411 232 155 66.8 6.0
1754 445 431 225 52.2 9.9
1756 376 527 363 68.9 18.2
1759 399 561 315 56.2
1762 423 275 195 70.9
1763 502 314 223 71.0 9.0
1764 474 415 315 75.9
1765 548 337 279 82.8 11.0
1766 331 293 260 88.7 9.6
1767 368 402 208 51.7
Source: Robert H. Jackson, “La población y tasas vitales de las misiones jesuíticas de los Guaraní (Argentina,
Brasil, Paraguay),” IHS Antiguos Jesuitas en Iberoamérica 5:2: 100-165; and the following sources: Carta Annua
de las D[octrin]as del Paraná y Uruguay de 1671, Coleção De Angelis, Biblioteca Nacional, Rio de Janeiro,
Brazil (hereinafter cited as CA); Carta Annua de las Doctrinas del Paraná y Uruguay de 1678, CA; Carta Annua
de las Doctrinas del Paraná y Uruguay de año mil seisciento i noventa, CA; Annua de las Doctrinas del Paraná
y Uruguay…del año de 1693, CA; Annua de las Doctrinas del Paraná y Uruguay…del año de 1694, CA; Annua
de las Doctrinas del Uruguay del año de 1698, CA; Anuas de las Misiones del Uruguay del año de 1700, CA;;
Estado de las Doctrinas del Uruguay al fin del año de 1705, CA; Estado de las Doctrinas del Uruguay al fin
del año de 1706, CA; Estado de las Doctrinas del Uruguay del año de 1715, CA; Estado de las Doctrinas de
Paraguay del año de 1716, CA; Estado de las Doctrinas de Paraguay del año de 1717, CA.

304 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Robert H. Jackson

Table 6. Fugitives from Yapeyú Reported in 1797, 1798, and 1799

Year Men Women Total


1797 82 48 130
1798 53 43 96
1799 28 20 48
Total 163 111 274
Source: 1797 Yapeyú Census, Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Sala IX-18-6-5; 1798 Yapeyú Census,
AGN, Sala IX-18-2-4; 1799 Yapeyú Census, AGN, Sala IX-18-2-5.

Bibliography

Primary Sources

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S. Pedro, 1776 Retrieved from: http://bibliotecadigital.bibna.gub.uy:8080/jspui/han-
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Coleção De Angelis, Biblioteca Nacional de Brasil, Rio de Janeiro, Brazil (BN)
Carta Annua de las D[octrin]as del Paraná y Uruguay de 1671.
Carta Annua de las Doctrinas del Paraná y Uruguay de 1678.
Carta Annua de las Doctrinas del Paraná y Uruguay de año mil seisciento i noventa.
Annua de las Doctrinas del Paraná y Uruguay… del año de 1693.
Annua de las Doctrinas del Paraná y Uruguay… del año de 1694.
Annua de las Doctrinas del Uruguay del año de 1698.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 305


Variation on a Theme: Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission

Anuas de las Misiones del Uruguay del año de 1700.


Estado de las Doctrinas del Uruguay al fin del año de 1705.
Estado de las Doctrinas del Uruguay al fin del año de 1706.
Estado de las Doctrinas del Uruguay del año de 1715.
Estado de las Doctrinas de Paraguay del año de 1716.
Estado de las Doctrinas de Paraguay del año de 1717.
Garcia de Zuñiga, Esteván, et al., Yapeyú, January 18, 1779.
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308 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Reseñas
Vivir en policía y a son de campana.
El establecimiento de la república de indios
en la provincia de Santafé, 1550-1604
Jorge Iván Marín Taborda
Bogotá: INCAH • 2021 • ISBN 978-958-8852-93-5 • 420 pp.

DOI: 10.22380/20274688.2389

Isabel Castro Olañeta


Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
[email protected] • https://orcid.org/0000-0002-1733-9372

El título del libro, Vivir en policía y a son de campana. El establecimiento de la repú-


blica de indios en la provincia de Santafé, 1550-1604, adelanta de manera precisa el
objeto de la investigación desarrollada por Jorge Iván Marín Taborda: el proceso
de establecimiento de la república de indios como cuerpo político en la provincia de
Santafé, Audiencia del Nuevo Reino de Granada, durante la segunda mitad del siglo
XVI. El libro estudia específicamente la conflictiva participación en dicho proceso de
los actores e instituciones coloniales y eclesiásticas (la Corona, el Consejo de Indias,
la Audiencia, los visitadores, los vecinos encomenderos, las sociedades indígenas
y sus autoridades, el clero regular y secular, los obispos, entre otros), para lo cual
analiza un complejo mundo de relaciones sociales y políticas durante el proceso de
transición hacia la consolidación del sistema colonial en la región.
En ese marco, el autor se pregunta cómo la definición de la república de in-
dios —y de la república de españoles también— implicó marchas y contramarchas,
alianzas, enfrentamientos, debates y proyectos durante medio siglo. En tal sentido,
a lo largo de cinco capítulos propone un análisis pormenorizado del proceso de
organización institucional y administrativa —política pero también eclesiástica—
de la región, entendido como parte de un proyecto de gobierno impulsado por la
Corona que se enfrentó con prácticas que llevaron a crear situaciones locales de
“desgobierno”.
Si bien, como dice el autor en la introducción, la investigación busca “tratar
de vislumbrar los principios políticos e ideológicos que favorecieron la creación

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 • pp. 311-313 311
Vivir en policía y a son de campana • Jorge Iván Marín Taborda

de los pueblos y el establecimiento de la república de indios” (19), el libro va mos-


trando un proceso lleno de avances y retrocesos, enfrentamientos y dificultades
hasta la última década del siglo XVI, cuando al mismo tiempo que comenzaban a
organizarse los principios y las prácticas de la administración colonial en el Nuevo
Reino, se volvía posible y pensable un sistema burocrático sobre la territorialidad
indígena que permitiría la posterior articulación entre las repúblicas, sistema en el
cual la figura del corregidor de naturales se haría central.
El primer capítulo, “Hacia la configuración institucional de la provincia de San-
tafé”, se centra en las décadas de 1550-1570, en las cuales se destaca la actuación
del licenciado Tomás López Medel, defensor de los indios, quien propugnaba la ta-
sación de los tributos, la reducción en pueblos, la realización de visitas, haciendo
al mismo tiempo denuncias contra la corrupción de los funcionarios y los malos
tratamientos a los indios.
Estas décadas estuvieron marcadas por la instalación de la Audiencia, “no solo
como tribunal de justicia, sino también como órgano de gobierno y como represen-
tante de la potestad de la Corona en los diferentes territorios o distritos del Nuevo
Reino” (39), por la llegada de su primer presidente Venero de Leyva en 1564 en un
“ambiente social y político inestable” (35), del arzobispo Luis Zapata de Cárdenas
en 1573 y, finalmente, por la concesión del Real Patronato a Felipe II en 1574. En
tal coyuntura de transición, marcada por el desgobierno, predominaban las con-
frontaciones entre la Audiencia, el sector privado encomendero y el clero regular y
secular, considerando que la Iglesia local también se encontraba en un proceso de
institucionalización al cual el autor le dedica el segundo capítulo, titulado “El intrin-
cado proceso de institucionalización de la iglesia en el Nuevo Reino de Granada”.
Dicho capítulo aborda el periodo 1550-1590, en el que destaca el estudio reali-
zado por el autor sobre la campaña de extirpación de idolatría y los abusos come-
tidos entre 1577 y 1578.
El tercer capítulo, “La crisis de la real audiencia y sus desafíos en la construc-
ción del orden colonial en la provincia de Santafé en los años 1580”, vuelve a tener
como eje de análisis la institución de la Audiencia. Se estudia cómo el Consejo de In-
dias resolvió enviar con amplios poderes como juez visitador, primero al oidor de la
Audiencia de Lima, el licenciado Juan Bautista Monzón, quien ordenó la prisión de
oidores, encomenderos y otros actores de la sociedad de Santafé —terminaría apre-
sado él mismo—; y luego al licenciado Prieto de Orellana, lo que puede entenderse
como el corolario de una gran crisis política de la región, expuesta al Consejo en di-
ferentes denuncias. En esta coyuntura se destacan los intentos de abolir el servicio
personal y las acusaciones contra el cacique mestizo de Turmequé, Diego de Torres

312 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Isabel Castro Olañeta

y Moyachoque, quien elaboró relaciones y memoriales presentados ante el Consejo


de Indias cuyas denuncias se fueron entrelazando con la visita de Prieto de Orellana.
El cuarto capítulo, “El establecimiento de un nuevo orden colonial en el Nuevo
Reino de Granada y la creación de la república de indios a finales del siglo XVI”, se
centra en la coyuntura de 1590. La última década, iniciada con la llegada del pre-
sidente la Audiencia Antonio González (1590-1597), comenzaba a consolidar el ca-
mino a la institucionalidad colonial en el Nuevo Reino. “Vivir en policía y a son de
campana” pasa a ser el rótulo del proyecto político de la Corona que se imprimirá en
la república de indios, al mismo tiempo que se alejaban la conflictividad y la inesta-
bilidad de las décadas previas y se avanzaba sobre el poder del sector encomendero
con diferentes medidas como las composiciones, los resguardos y la implantación
de corregidores. Las reformas impuestas por González fueron transformando y per-
mitiendo la consolidación de la república de indios al avanzar sobre la encomienda
de servicios personales, las reducciones y los resguardos, la reorganización de la
doctrina, la erección de iglesias en los pueblos y el nombramiento de corregidores.
Finalmente, el quinto capítulo, “El asentamiento de los pueblos en la provincia
de Santafé”, tiene como eje la implantación de los corregidores de naturales como
“pieza clave en el proceso de organización del mundo indígena a la manera espa-
ñola” (273) y como agente central del gobierno y la administración de la república
de indios que se asentaba en el proceso de reducción a pueblos de indios, con
marchas y contramarchas desde las primeras intervenciones y proyectos de López
Medel, actor que el autor vuelve a recordar en este último capítulo. La organiza-
ción del territorio y de la república de indios en corregimientos con un corregidor
a la cabeza con atribuciones políticas y vara de justicia es otro de los procesos que
se analiza en detalle en este capítulo, junto con las ordenanzas de corregidores,
que permiten evaluar la especificidad de las funciones, así como sus similitudes
con la misma función ejercida en otros espacios del dominio hispánico. Al mismo
tiempo, se estudia el proceso por el cual las poblaciones muiscas se fueron po-
blando en los nuevos pueblos de indios alrededor de una iglesia y cuáles fueron las
consecuencias de dos visitas realizadas en 1592 y en 1602.
La nueva etapa, iniciada en la década de 1590, incluye restricciones al servicio
personal, el control del pago del tributo, el control de los encomenderos mediante
composiciones y otras medidas que buscaban impedir el acceso directo a la mano
de obra indígena, en paralelo a la composición de tierras para españoles y la crea-
ción de resguardos para los pueblos de indios.
Este libro ofrece al campo de estudios coloniales de la región un aporte signi-
ficativo que no dudamos será valorado por los colegas.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 313


The Namban Trade. Merchants and
Missionaries in 16th and 17th Century Japan
Mihoko Oka
Leiden-Boston: Brill, 2021 • ISBN 9789004463837 • 277 pp.

DOI: 10.22380/20274688.2368

Marina López López


Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México
[email protected] • https://orcid.org/0000-0002-6028-0855

El volumen 34 de la colección European Expansion and Indigenous Response, pu-


blicada por la editorial Brill, contiene el trabajo que Mihoko Oka publicó en japo-
nés en el 2010. La versión en inglés del 2021 es una excelente traducción, siempre
respetuosa de la diversidad de idiomas que aparecen en el texto multiligüe, deri-
vado del tema de la autora: el comercio Namban. Esa etapa de la construcción glo-
bal del mundo, en la cual se establecieron relaciones significativas en la historia
de Occidente, entre el lejano oriente, China y Japón, y diversas naciones europeas.
Ciertamente, los participantes más sobresalientes en la empresa han sido iden-
tificados como portugueses y japoneses, pero en realidad fueron varios agentes
los que mantuvieron activamente, modificando y desarrollando, los procesos de
intercambio comercial. El libro de Mihoko Oka no es pionero, pero sí novedoso en
el campo de los estudios de la era Namban. Varios son sus puntos destacables:
1. Abarca un momento de esplendor comercial entre las potencias de la expan-
sión europea del siglo XVI y la civilización japonesa, un periodo que va de la
segunda mitad del siglo XVI a las primeras cuatro décadas del XVII.
2. Propone que el estudio del comercio Namban ha de pasar por el conocimiento
de la historia de Japón, de las monarquías implicadas en la expansión europea
del siglo XVI (Portugal y España) y de la historia mundial de las relaciones co-
merciales, políticas, científicas, financieras y raciales.
3. Para fortalecer su análisis, la autora utiliza varios inventarios de los productos
del comercio Namban, sus precios, demandas y procedencias, resaltando la
compleja red de relaciones entre los agentes participantes.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 • pp. 315-320 315
The Namban Trade. Merchants and Missionaries in 16th and 17 th Century Japan • Mihoko Oka

4. Ofrece el análisis, la confrontación, el cotejo y su interpretación de fuentes


europeas y asiáticas. Sobre las primeras es significativa su búsqueda de do-
cumentos en España y no exclusivamente en Portugal. En las segundas es una
novedad encontrarlas unidas a los documentos depositados en archivos euro-
peos. Asimismo, la bibliografía está conformada por publicaciones en japonés
y las existentes en idiomas occidentales: portugués, español, italiano e inglés.

La mirada analítica de la autora avanza fragmento a fragmento por un fasci-


nante cuadro, animado por una diversidad de personas provenientes de distin-
tos puntos geográficos y estratégicos. Un cuadro que la autora anuncia así en la
página 22: “This book examines in detail the people and commodities involving
in Namban trading, taking account of the issues outlined above its point of de-
parture, and it attempts to recreate a picture of world composed of many diverse
elements”.
Si se toma como motivo central de esa imagen la escena del biombo que ilus-
tra la portada del libro, se tiene su contenido expresándose plenamente. Esa esce-
na es la llegada del barco Namban (nau do Trato, kurofune) a puerto, extraída del
biombo Namban que actualmente acoge el Museu Nacional de Arte Antiga de Lis-
boa, atribuido a Kano Naizen. Los biombos Namban forman parte del amplio con-
junto del llamado arte Namban que se creó a partir del encuentro de portugueses
y japoneses. La narrativa en torno a los biombos propone que en ellos se repre-
senta el desembarco de mercancías y su traslado en procesión hacia los templos
jesuitas en alguna población portuaria japonesa. Según esa narrativa, se muestra
el final de la travesía que une varias partes del mundo en los agentes europeos
acompañados por sus sirvientes hindúes, chinos, japoneses y africanos. Hay quien
considera que también aparecen individuos de la Nueva España. Esta es la visión
que se encuentra en los estudios occidentales al respecto, y quizás puede acep-
tarse como verdadera, expresada literalmente en la imagen de los biombos. Sin
embargo, se escapa el trasfondo, algo que no es ajeno a lo representado. Aparece
con toda su fuerza, solo es preciso saber mirarlo. Mihoko Oka indica el modo de
acercarnos a la literalidad de la representación.
Como la autora anuncia, se centra en los agentes y las mercancías, pero cabe
agregar otro elemento de análisis que aparece en los biombos y, de manera muy
sensible, en el libro de Mihoko Oka: las ciudades. El espacio de representación del
desembarco Namban no es abstracto, tiene una realidad geográfica, política y so-
cial específica, y la autora se encarga de describirlo. Se puede comenzar por este
último elemento, como se presenta a continuación.

316 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Marina López López

La diferencia sustancial entre el trabajo de Mihoko Oka y otros escritos sobre


el tema es que sitúa a los lectores no en Nagasaki, la ciudad portuaria fundada por
los jesuitas para cumplir su función misionera y comercial, sino en Macao, la ciu-
dad china que fue el centro operativo, político y financiero del comercio Namban
en varios sentidos. Macao, por la pluralidad de su población portuguesa, china,
japonesa, hindú y africana y sus características políticas, tuvo un autogobierno
compuesto por funcionarios de la Corona portuguesa que ahí se congregaban, los
grandes comerciantes privados, hombres casados con mujeres de origen chino y
otros más pertenecientes a la Compañía de Jesús. Muchos de ellos participaban
en el comercio Namban como embajadores, como prestamistas o como funciona-
rios de la Corona portuguesa. Macao fue también, debido a la presencia de mer-
caderes particulares, un espacio de florecimiento de la piratería practicada por
portugueses, japoneses y chinos, de manera separada pero también formando
conjuntos híbridos. Con estas características se puede adivinar la intensidad de
las relaciones sociales, políticas, económicas y financieras que mantenían en la
ciudad diversos agentes.
Debido a la pluralidad de los individuos y de las relaciones, en Macao se crea-
ron algunas instituciones determinantes. Una de ellas fue la Casa da Misericordia,
fundada por el obispo Belchior Barreto y dedicada a recoger donaciones de los
ricos para los pobres. Y también para prestar dinero destinado a adquirir mercan-
cías Namban. Esta Casa da Misericordia fue uno de los centros de transacciones
monetarias globales más importantes en las últimas décadas del siglo XVI. La
otra institución fue el Colegio de San Pablo. Su estructura de colegio y conven-
to, ubicado en un enclave montañoso protegido de posibles ataques, le confirió
el estatus de fortaleza y funcionó como centro de compra y venta de mercancías
Namban. Ambas instituciones fueron centros logísticos custodiados por los jesui-
tas, era ahí donde se daba educación occidental a los jóvenes orientales, y desde
donde se predicaba y funcionaba el comercio. Macao, antes que Nagasaki, es la
ciudad que puede adivinarse en los biombos Namban.
El otro aspecto destacado por la autora son las personas que participaron en
la red de intercambios, todas representadas en los biombos. Ahí se encuentran
dos grupos normalmente no identificados en los estudios sobre el tema: los con-
versos, o cristãos-novos, y los mercaderes genoveses que operaban desde Sevilla.
Pensar en los últimos no es descabellado si se considera el origen italiano del más
destacado visitador de la India, Alexandro Valignano, y se recuerda que la sede de
la Compañía de Jesús estaba en Roma. Más obvio resulta si se tiene en cuenta que
entre quienes iniciaron los viajes de exploración marítima estuvo Cristóbal Colón y

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 317


The Namban Trade. Merchants and Missionaries in 16th and 17 th Century Japan • Mihoko Oka

que los mercaderes genoveses operaban eficientemente con la Corona española.


Todo esto es evidente una vez que se lee en las páginas del libro de Mihoko Oka. La
autora los pone en el centro del intercambio comercial Namban, con las pruebas,
los nombres y los cargos que ocupaban. Uno de esos genoveses, Carlo Spinola,
formaba parte de la Compañía de Jesús y se desempeñó como procurador comer-
cial en Macao y en Nagasaki, implementó modos particulares de préstamos que
fueron uno de los elementos que ocasionaron la debacle final del comercio en el
siglo XVII, el descontento de los daimyos, el martirio de los misioneros —incluido
Spinola— y los edictos de expulsión. El caso no es, sin embargo, un suceso aislado,
forma parte de un entramado de acontecimientos que muestran la disparidad de
pareceres, el origen de los documentos, la importancia de embajadores y traduc-
tores, como João Rodrigues Tçuzu, que fueron los jesuitas como intermediarios en
el mundo japonés, por evangelizar, y el mundo europeo, en expansión.
La participación del grupo de los conversos no es evidente y mucho menos si
no se les mira como un segmento social representativo del momento. Su posición
social y política marginal les permitió llevar adelante transacciones y acuerdos
mediante préstamos. Mihoko Oka documenta la situación económica y financiera
de moros y judíos antes de la Reconquista española y su expulsión de la penínsu-
la ibérica. Las fuentes europeas, portuguesas y españolas muestran su influencia
y capacidad de financiación mediante préstamos prohibidos a los cristianos por
devoción. Estos conversos viajaron a Oriente y formaron parte importante de la
tripulación de los barcos Namban y en las sociedades portuguesas en el océano
Índico. Y, más aún, mantuvieron su estatus una vez que las coronas ibéricas se
unieron con Felipe II. Al igual que los genoveses, sostuvieron la economía monár-
quica mediante préstamos y donaciones significativas.
Resaltar estos dos grupos de agentes permite a Mihoko Oka desentrañar un
aspecto global en el comercio Namban no abordado en los estudios anteriores:
que las transacciones y los modos de intercambio que llevaron la empresa a su es-
plendor comercial no aparecieron como resultado del encuentro con Japón. Fue-
ron llevadas desde Europa, donde desde al menos el siglo XIII habían sido puestas
en práctica por genoveses, españoles y portugueses en toda la cuenca del Medi-
terráneo. Lo sorprendente fue que tuvieran éxito en el Japón donde no se tienen
pruebas de que existieran previamente prácticas parecidas.
Hay un tercer grupo de agentes determinantes en el proceso comercial Nam-
ban: las familias de chinos y japoneses dueñas de barcos. Esas familias eran, en
algunos casos, mestizas, otras enteramente orientales. Las primeras se derivaron
de las uniones de portugueses que se casaron con mujeres orientales en Macao

318 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Marina López López

y tenían unas condiciones sociales y políticas privilegiadas que heredaron a sus


descendientes. Buen número de esos descendientes de europeo y oriental no se
distinguen en las fuentes porque aparecen registrados con nombres europeos,
particularmente portugueses. Estos mestizos recibieron educación de los jesui-
tas, quienes representaban la moralidad europea ideal, y algunos se ordenaron
frailes. Las segundas eran familias de mercaderes o piratas totalmente orientales,
que muchas veces formaban grupos mixtos entre sí.
Las mercancías son el tercer tópico importante en el libro de Mihoko Oka. Al
igual que los agentes y las ciudades portuarias, aparecen representadas en los
biombos. En ellas se sintetizan la riqueza y la variedad de los bienes transporta-
dos por los barcos Namban desde distintos puntos. La novedad del libro de Mi-
hoko Oka es que contiene los inventarios de esas mercancías, sus procedencias
y los precios de cotización en los distintos mercados. El listado de los bienes in-
cluye objetos de lujo, como la plata, la seda y las pieles, que se comerciaban poco
pero se inventariaban, así como plantas y productos medicinales como el azúcar
que, señala la autora, tenía una gran demanda por ser un producto medicinal y
no alimenticio. Las mercancías, sus precios, demanda y procedencia permiten ver
el grado de importancia que tuvieron las diferentes regiones del océano Índico
durante el comercio Namban y valorar la red de relaciones que mantuvieron por-
tugueses (Namban, “bárbaros del sur”) y japoneses, y también los habitantes de
Oriente, sus productos y proveedores de mercancías europeas y novohispanas.
El barco Namban es otro elemento destacado en los biombos Namban. La au-
tora y los editores del libro no lo olvidan y seguramente debido a ello la mejor ilus-
tración para The Namban Trade. Merchants and Missionaries in 16th and 17th Century
Japan es la imagen de la nao do Trato. Valioso es que Mihoko Oka mencione los
nombres de algunos de los dueños más importantes de estos barcos, que no eran
propiedad de la Corona portuguesa, sino de mercaderes particulares, entre ellos
nobles portugueses, jesuitas, chinos y japoneses. Y apunta hacia el rastro de su
origen y construcción. Con respecto al origen de su representación, los especialis-
tas han argüido que es una fantasía derivada de las múltiples imágenes de barcos
extranjeros vistos por los artistas de la escuela Kano, la familia a la cual se atribuye
la manufactura de los biombos. Sin mencionar esta interpretación, Mihoko Oka
apunta que fueron construidos en la India portuguesa.
Ciudades, agentes y mercancías son los aspectos con los cuales Mihoko Oka
presenta su propia creación de los biombos Namban, la vida que los mantiene vi-
brantes e impide que la belleza con que fueron construidos deje de brillar. Los tres
tópicos son novedosos y constituyen el eje de estudio sobre el tema, enmarcado

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 319


The Namban Trade. Merchants and Missionaries in 16th and 17 th Century Japan • Mihoko Oka

en la historia mundial y no centrado en los dos aparentes bloques de participan-


tes en el comercio Namban, portugueses y japoneses. El punto de partida de Mi-
hoko Oka es aproximarse a la comprensión y situación de la historia del Japón
como parte de esa historia mundial, una posición que permite ver al archipiélago
como un centro de relaciones y no un país cerrado sobre sí mismo, pero, como
también señala la autora, esos estudios requieren atravesar los obstáculos inter-
puestos por las guerras mundiales del siglo XX. Lo mismo sucede con relación al
significado de muchos objetos y documentos del siglo XVI, entre ellos los biombos
Namban. Solo desde tiempos muy recientes los estudiosos y los eruditos se han
acercado a ellos como testimonios de un momento paradigmático de las relacio-
nes internacionales, políticas, comerciales y pluriculturales. El libro de Mihoko
Oka es una invitación fascinante a adentrarnos en la imagen que construyó y mirar
la complejidad y la amplitud de un variopinto trasfondo, brillando en la superficie
del papel que forma los paneles de los biombos. Está ahí expresándose en toda su
literalidad histórica.

320 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


El sistema de defensas
de Puerto Rico (1493-1898)
Nuria Hinarejos Martín
Madrid: Ministerio de Defensa, Colección Premios Defensa Investigación • 2020 •
ISBN 978-84-9091-479-3 • 77 ilustraciones • 500 pp.

DOI: 10.22380/20274688.2471

Pedro Luengo
Universidad de Sevilla, España
[email protected] • https://orcid.org/0000-0003-0462-4921

El estudio de la historia de la ingeniería militar tiene una larga trayectoria en Espa-


ña, aunque su estudio desde el campo de la historia del arte o de la arquitectura es
mucho más reciente. En este sentido, los trabajos de Alicia Cámara y su equipo re-
sultan claves y han definido líneas de trabajo aún activas. Mientras que estos auto-
res se han focalizado principalmente en el ámbito peninsular o mediterráneo, otros
investigadores como González Tascón o Capel y su equipo se han concentrado en
la relación de la ingeniería peninsular con la realizada en América durante la época
virreinal, ámbito que ha vivido una revitalización muy significativa en los últimos
años a ambos lados del Atlántico, siendo escasos ya los países caribeños que no
cuentan en las últimas dos décadas con al menos una monografía sobre el tema
escrita por autores nacionales y extranjeros. En este sentido, habría que destacar
los trabajos y la dirección académica de Miguel Ángel Castillo Oreja, tutor de la tesis
que sirve de base a la monografía que se reseña.
En este contexto de revitalización general se inserta el trabajo de Hinarejos,
distinguido por el Premio de Investigación otorgado por el Ministerio de Defensa
de España, que se focaliza en el desarrollo de estas obras de ingeniería en la isla de
Puerto Rico bajo administración hispana. Hasta este trabajo, las fortificaciones de la
isla habían sido abordadas por los estudios de Hostos, Negroni, y de forma más
amplia por Zapatero, principalmente. Ante tal situación, Hinarejos se ve obligada
a afrontar un marco cronológico realmente ambicioso desde los primeros pro-
yectos del siglo XVI hasta la independencia de la isla en 1898. Su interés radica en

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 • pp. 321-324 321
El sistema de defensas de Puerto Rico (1493-1898) • Nuria Hinarejos Martín

esclarecer la gestión imperial de las obras civiles y defensivas desde la metrópoli y


su puesta en práctica en la isla mediante los ingenieros militares, cuestión que ha-
bía recibido la atención parcial de algunos investigadores previos, pero que reque-
ría un análisis que equilibrara lo general con el detalle. Por ello, de este trabajo cabe
señalar algunas aportaciones generales significativas. En primer lugar, se basa en
un detenido conocimiento de las fuentes de archivo disponibles en el Archivo Gene-
ral Militar de Madrid. Sin duda, los esfuerzos de la institución por facilitar el acceso
y el conocimiento de sus fondos empiezan a dar sus frutos. Aunque resulta una co-
lección clave para estudiar estas obras, la mayor parte de los trabajos precedentes
utilizaron con mucha más asiduidad las colecciones del Archivo General de Indias,
o incluso del Archivo General de Simancas, por lo que las fuentes disponibles se han
multiplicado notablemente. Dentro de los esfuerzos de consulta de archivo cabría
destacar también el haber contado con la información de repositorios puertorri-
queños, que ofrecen una perspectiva local necesaria, por contrastante en algunas
ocasiones con la de la administración general del imperio.
En segundo lugar, el trabajo cuenta con el necesario trabajo de campo en la
isla, demostrando haber accedido a restos arquitectónicos o a localizaciones fun-
damentales para identificar correctamente muchas de las obras mencionadas. Sin
restar valor al trabajo de la autora, las facilidades ofrecidas por los gestores locales
deben servir de ejemplo a otros casos aún por estudiar. Por otro lado, el estudio
ha sabido trascender el campo específico de la arquitectura militar, resuelto con
claridad, y el de la historia de la construcción, para enlazar con la perspectiva de la
historia del arte. El caso puertorriqueño lo exigía especialmente, ya que su capital
generó una imagen trasladada a lienzos y grabados desde fecha muy temprana, lo
que requería una revisión desde el conocimiento del devenir constructivo.
Frente a estas aportaciones, cabe señalar el escaso espacio que ocupan en el
texto otras discusiones generales más candentes en la historiografía. Así, las res-
puestas particulares de las comunidades de la isla, desde la élite hasta aquellos
menos beneficiados, no ocupan un papel protagonista. Tampoco se aborda con
detalle la labor de los esclavos y los forzados, las mujeres o los artesanos locales,
aunque se provee información inédita sobre estas cuestiones. Algo similar puede
decirse del diálogo técnico o de las limitaciones sufridas por los conocimientos
europeos en un entorno muy exigente. Por último, el proceso de redacción para-
lelo de varios investigadores dedicados a otros territorios cercanos ha impedido
que se establecieran las deseables comparaciones con ámbitos similares como
Cuba, Colombia, México o incluso Filipinas, pero estos silencios, que podrían
parecer críticas significativas, están justificados en el texto precisamente por el

322 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Pedro Luengo

mencionado planteamiento general de la obra, ya que se trata de aspectos de los


que la administración se preocupaba de forma secundaria o simplemente obvia-
ba conscientemente. En general, la documentación no se preocupa por definir un
modelo para el ámbito caribeño, ni ofrece un control pormenorizado de las tareas
de artesanos, forzados, esclavos, de sus familiares, o de la percepción, positiva o
negativa, de las sociedades locales. Serán otros estudios futuros los que, desde
otras fuentes y lecturas, valoren estos silencios, a partir del marco previsto por
Hinarejos para la administración imperial.
Para el lector, semejante trabajo de campo, en las sombras de archivos poco
transitados y bajo la intensa luz caribeña, resulta una base fundamental para
permitir lecturas más ambiciosas, fruto de la comparación con otros territorios
vecinos o con otras manifestaciones culturales de la isla. De hecho, la propia or-
ganización cronológica de los casos, aunque pueda resultar tradicional, facilita la
utilización de la monografía para establecer conexiones con otros territorios, algo
que sería más complejo en un discurso más interesado en demostrar hipótesis de
partida que en ofrecer la documentación disponible. Se espera que la autora, y
con ella otros investigadores dedicados al ámbito caribeño, continúen esta línea
de trabajo en los próximos años.
La monografía que se reseña se inserta entre los encomiables esfuerzos
editoriales del Instituto de Cultura Militar del Ministerio de Defensa, labor limitada
por los medios disponibles pero que está permitiendo rescatar una parte central
del gobierno imperial hispánico y que había quedado relegada a una parcela mar-
ginal. Cabe agradecer que se trate de una publicación realizada plenamente en
color por un precio que resulta modesto en comparación con otras obras.

Bibliografía
Cámara, Alicia, coordinadora. Los ingenieros militares de la monarquía hispánica en los
siglos XVII y XVIII. Madrid: Ministerio de Defensa, 2005.
Capel, Horacio, Joan Eugeni Sánchez y Omar Moncada. De Palas a Minerva: la formación
científica y la estructura institucional de los ingenieros militares en el siglo XVIII. Barce-
lona; Madrid: Serbal; CSIC, 1988.
---. et al. Los ingenieros militares en España. Siglo XVIII. Repertorio biográfico e inventario de
su labor científica y espacial. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1983.
González Tascón, Ignacio. Ingeniería española en Ultramar. Siglos XVI-XIX. Madrid: Cehopu,
Cedex, MOPT, CICCP, 1992.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 323


El sistema de defensas de Puerto Rico (1493-1898) • Nuria Hinarejos Martín

Hostos, Adolfo de. Ciudad Murada (1521-1898). La Habana: Editorial Lex, 1948.
---. Crecimiento y desarrollo de la ciudad de San Juan. San Juan de Puerto Rico: Instituto de
Cultura Puertorriqueña, 1957.
Negroni, Héctor Andrés. Historia militar de Puerto Rico. Madrid: Sociedad Estatal Quinto
Centenario, 1992.
Zapatero, Juan Manuel. La guerra del Caribe en el siglo XVIII. Madrid: Servicio Histórico
Militar y Museo del Ejército, 1990.

324 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Iglesia sin rey. El clero en la
independencia neogranadina,
1810-1820
Guillermo Sosa Abella
Bogotá: ICANH - Colección: Año 200 • 2020 • ISBN: 978-958-8852-86-7 • 267 pp.

DOI: 10.22380/20274688.2453

Viviana Arce Escobar


Pontificia Universidad Javeriana, Colombia
[email protected]

El libro Iglesia sin rey. El clero en la independencia neogranadina, 1810-1820, de Gui-


llermo Sosa, amplía el espectro de los estudios del hecho religioso en Colombia,
al acercarse al sector clerical en el periodo de la Primera República (1810-1815)
y en el de Reconquista (1815-1819), protagonizado este último por el general pe-
ninsular Pablo Morillo. A diferencia de lo que se ha afirmado como verdad de a
puño, Sosa no comulga con la idea de que la revolución de independencia fuera
principalmente clerical. De la misma manera, se aparta de aquellos que han visto
en los cambios de opinión del clero una postura oportunista. Por el contrario, sos-
tiene que ante la coyuntura política los sacerdotes y los religiosos asumieron una
reivindicación corporativa que, más que estar a favor o en contra de la monarquía
o la república, centró su foco de interés en sus ingresos, cargos, tribunales, fueros
y preeminencias. De esta manera, el autor demuestra que los realistas y los pa-
triotas tenían una misma agenda política con respecto a la Iglesia, por lo que sus
miembros lograron acomodarse a las circunstancias sin presentarse como oposi-
ción de ninguno de los dos bandos en disputa. En ese sentido, la rebeldía de algu-
nos de sus integrantes más que ir en contravía de la monarquía o la república, se
concentró en atacar a las autoridades diocesanas, como lo venían haciendo desde
tiempo atrás cuando veían amenazados sus intereses corporativos.
Para demostrar esta hipótesis, Sosa divide su texto en seis capítulos. En el
primero de ellos presenta las condiciones económicas del clero tras la indepen-
dencia y demuestra que la crisis monárquica afectó el recaudo para el pago de

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Iglesia sin rey. El clero en la independencia neogranadina, 1810-1820 • Guillermo Sosa Abella

estipendios, los concursos para la asignación de beneficios y los sistemas de pro-


moción sacerdotal. En este punto, señala que tras la abolición del tributo indígena
en 1810 se perjudicó a los curatos que se beneficiaban de este. De ahí que el des-
acato a la norma fuera lo común.
En el segundo capítulo se presenta al cura párroco como un mediador entre
la feligresía y la política de turno. Aunque los sacerdotes afirmaban sin pudor que
gracias a ellos los feligreses elegían el camino político correcto, la realidad de-
muestra que fueron las circunstancias de cada congregación las que condiciona-
ron la participación del clero. Dicha acción política de la Iglesia es abordada en el
tercer capítulo, por medio de papeles públicos, participación en juntas, proclamas
y liturgias emitidas por los curas. Esta participación política pone en evidencia que
el clero fue todo menos una corporación homogénea, aspecto que se desarrolla
con profundidad en el cuarto capítulo, en el que se muestra que existían disputas
internas entre el clero secular y el regular, entre el mismo sacerdocio, entre los
curas y las autoridades civiles o religiosas y entre el clero y su propia feligresía.
De ahí que el quinto capítulo se concentre en analizar las reacciones de las au-
toridades eclesiásticas en relación con la crisis monárquica que dejó vacía la silla
papal en Roma. Las discusiones jurídicas, que no dejaron de estar marcadas por
discusiones teológicas, promovieron la idea de que, así como la soberanía retorna-
ba al pueblo ante la ausencia del rey, la erección de diócesis debía corresponder al
clero y al pueblo. Este debate no estuvo exento de la disputa acerca de sobre quién
recaía el derecho del patronato, aspecto que se desarrolla en el sexto y último
capítulo, en el que resulta evidente que los roces entre el clero y las autoridades
civiles se agudizaron al querer estas últimas intervenir en la jurisdicción eclesial.
La novedad de la investigación de Guillermo Sosa, en comparación con otros
estudios dedicados al hecho religioso en este periodo (Cortés, La batalla; Cortés,
“Estado-Iglesia”; Plata, Vida y muerte), consiste principalmente en el enfoque des-
de el cual se analiza a la Iglesia. Al apartarse de la historia cultural, que ha concen-
trado su foco de atención en el clero como difusor de ideas a favor o en contra de
la república, mediante la lectura de sermones, prensa y catecismos, Sosa retorna
a la historia social y económica para poner en evidencia que al estudiar a la Iglesia
católica en el periodo independentista es preciso comenzar por desentrañar las
jerarquías y los roces que existían en su interior.
Probablemente, uno de los aspectos más interesantes del libro es dejarnos ver
que la Iglesia no funcionaba como una corporación homogénea que de manera
conjunta asumió una postura clara y contundente alrededor de los hechos que
estaban ocurriendo, sino que, por el contrario, los intereses de las diócesis, los

326 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Viviana Arce Escobar

curatos y las parroquias tuvieron mucha más relevancia que la que se pudo tener
como institución. Si bien, no se pierde el aspecto corporativo cuando desde las
autoridades civiles se quiere atacar los beneficios de la Iglesia, lo cierto es que
las desavenencias entre los curas y las autoridades eclesiásticas o entre el clero
regular y el secular hacen que la toma de decisiones sea todo, menos homogénea
y consensuada.
Por otra parte, el hecho de que Sosa abarque también las posturas de los frai-
les pertenecientes a las distintas órdenes religiosas, permite develar una postura
distinta a la expresada por el profesor William Plata (“Un acercamiento”), quien ha
sostenido que la decisión de los curas de involucrarse en la contienda fue desigual
en número y grado de compromiso, implicándose a fondo solo aquellos que “no te-
nían mucho que perder” o compartían lazos familiares o regionales con alguno de
los líderes de la revolución (308). Más allá de esta hipótesis, el autor argumenta que
mientras las arcas de la Iglesia se mantuvieran intactas, los curas no veían mayores
contradicciones entre el modelo monárquico y el republicano. Las disputas inicia-
ban cuando los curatos y las parroquias veían diezmados sus beneficios.
En ese caso, no es extraña la desconfianza que despertaba el clero entre las au-
toridades civiles monárquicas o republicanas ante las vacilaciones de estos a la hora
de dar una opinión contundente a favor o en contra de alguna de las dos formas de
gobierno. Lo cierto es que las divisiones internas en el interior de la Iglesia demues-
tran la postura dubitativa que caracterizó a sus miembros. En últimas, se demuestra
que los temas álgidos de discusión, como sobre quién recaía el patronato, la educa-
ción, el control de la renta decimal, entre muchos otros, fueron los que permitieron
conocer el verdadero rostro de la Iglesia en un contexto en el cual en lo teórico se
hablaba del retorno de la soberanía al pueblo. Como concluye el propio autor, “La
Iglesia estuvo lejos de ser simplemente un peso muerto o un instrumento de recha-
zo absoluto a las reformas puestas en marcha por otros grupos” (245).
Estos hallazgos se deben principalmente a las fuentes utilizadas. Más que dis-
cursos oficiales de miembros de la Iglesia, Sosa se concentra en develar lo que
guarda el fondo de Asuntos Eclesiásticos del Archivo General de la Nación. En este
reposa una importante cantidad de documentos relacionados con las querellas
internas que sostenían los clérigos o los altercados existentes entre la Iglesia como
cuerpo y las autoridades civiles. Esta fragmentación entre curatos, parroquias y
diócesis da la posibilidad de conocer más a fondo lo que ocurría en el interior de la
corporación eclesial, sin entenderla como un todo compacto y homogéneo.
No obstante, el texto no supera el nivel descriptivo. Pasando de las dispu-
tas económicas a las judiciales, el libro se queda corto a la hora de ofrecer una

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 327


Iglesia sin rey. El clero en la independencia neogranadina, 1810-1820 • Guillermo Sosa Abella

interpretación sobre los hechos narrados. Si bien la bibliografía es amplia en auto-


res que han abarcado el tema contextual, es reducida en cuanto a pensadores que
hayan ofrecido interpretaciones teóricas y conceptuales alrededor de los asuntos
abordados. De ahí que se puede afirmar que la interpretación histórica sobre la
Iglesia católica en Colombia está aún por hacerse.
A pesar de estas carencias, Iglesia sin rey se convierte en una lectura obligatoria
para todos aquellos interesados en abordar al clero en el tránsito del mundo mo-
nárquico al republicano. Era más que necesario dar el giro a la mirada desde la cual
se ha estudiado el hecho religioso en el periodo independentista. Si bien la historia
cultural ha ofrecido importantes estudios para entender las representaciones y los
discursos que subyacen a las mentalidades de los clérigos, la historia social que
presenta Sosa ayuda a develar otros motivos por los cuales la Iglesia como cuerpo
tuvo razones contundentes para desconfiar y mostrarse esquiva a los cambios de
gobierno y las reformas que estos traían consigo.

Bibliografía
Cortés Guerrero, José David. “Estado-Iglesia en Colombia”. La República, 1819-1880, edi-
tado por Pablo Rodríguez Jiménez y Karim León Vargas. Bogotá: Universidad del Ro-
sario, 2019, pp. 111-120.
---. La batalla de los siglos. Estado, Iglesia y religión en Colombia en el siglo XIX. De la Inde-
pendencia a la Regeneración. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2016.
Plata, William Elvis. Vida y muerte de un convento. Dominicos y sociedad en Santafé de Bo-
gotá, Colombia, siglos XVI-XIX. Salamanca: Editorial San Esteban, 2012.
---. “Un acercamiento a la participación del clero en la lucha por la independencia de San-
tafé y la Nueva Granada: el caso de los dominicos (1750-1815)”. Fronteras de la Historia,
vol. 14, n.o 2, 2009, pp. 282-313, doi: https://doi.org/10.22380/20274688.432

328 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Tras el amparo del rey.
Pueblos indios y cultura política
en el valle del río Cauca, 1680-1810
Héctor Cuevas Arenas
Bogotá: Editorial Universidad del Rosario; Flacso Ecuador • 2020
• ISBN: 978-958-784-406-1 • xvi. 374 pp.

DOI: 10.22380/20274688.2502

Julian Andrei Velasco Pedraza


Universidad del Norte
[email protected][email protected] • https://orcid.org/0000-0001-5563-1895

La historiografía colonial colombiana y colombianista todavía requiere sendos


análisis sobre los indios, sus pueblos y comunidades, su composición social y cam-
bios demográficos, sus adaptaciones o resistencias al dominio de la monarquía, así
como las relaciones tejidas con distintos actores y grupos sociales. Por supuesto,
no se carece de estudios clásicos y recientes acerca de algunos de estos aspectos.
Sin embargo, es notable lo poco que sabemos sobre los indios y sus formas de vida
en las variadas regiones del Nuevo Reino de Granada a expensas de otros grupos
sociales. Precisamente, en esta apertura historiográfica podemos inscribir el libro
de Héctor Cuevas, quien ya ha dedicado libros y artículos a los pueblos de indios de
la ciudad de Cali en el siglo XVIII. En esta ocasión, como producto de su tesis doc-
toral, amplía la geografía para abarcar los pueblos de indios del valle del río Cauca
entre 1680 y 1810.
Para su análisis, el autor ensambla un aparato conceptual proveniente de va-
rias disciplinas. En términos de teoría social recurre primero a algunas nociones
de la antropología, como don, de Mauss, o capital social y habitus de la sociolo-
gía de Bourdieu. Segundo, teniendo en cuenta la cultura política “como marco
articulador de preguntas historiográficas” (332), la define como “la intersección
de discursos y prácticas que dan cuenta de los principios, experiencias y expecta-
tivas sobre los órdenes sociales y políticos de unos colectivos articulados entre sí”
(7). Por otro lado, aparte de incluir referentes de la historia social del derecho, se

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 • pp. 329-333 329
Tras el amparo del rey • Héctor Cuevas Arenas

acerca a la historia conceptual de Koselleck con las ideas de campos de experiencia


y horizonte de expectativa. Finalmente, considera su trabajo como un diálogo en-
tre la historia cultural y social de las poblaciones indígenas, secundando análisis
de los estudios etnohistóricos andinos.
En atención a un llamado de la historia conceptual, el autor establece algu-
nas nociones centrales de la cultura política de la época que resultan importantes
para su estudio. Detrás de lo que prefiere denominar palabras claves (inspirado
en Koselleck), subyace la idea de cuerpo político. Con ella se articularon discur-
sos políticos y sociales de una sociedad jerarquizada (e idealmente ordenada) con
los cuales los indios canalizaron sus reclamos alrededor del cobro de tributos, el
actuar de encomenderos, curas y corregidores; o los pleitos por las tierras de los
pueblos, cuando así lo estimaron conveniente. Una de las ideas centrales del libro
es que las posibilidades de reclamación ante la Corona y sus oficiales se funda-
mentaron en el pacto entre el rey y sus vasallos indios que significó el tributo. En
efecto, este es revalorizado, ya no como una mera exacción (como en la historio-
grafía tradicional), sino como un pacto tributario, en el que el pago por parte de los
indios era retribuido con el amparo real (4).
La escogencia de la delimitación espacial no es plenamente puntualizada por
el autor, aunque la encuadra como una historia regional. No obstante, del primer
capítulo y del resto del trabajo se puede inferir que los pueblos de indios del valle
del río Cauca son un ejemplo de comunidades muy dinámicas durante el periodo
monárquico. Es más, algunos de esos pueblos fueron creados en el siglo XVII gra-
cias a algunas visitas o procesos migratorios, situación que llevó a que hubiera
pueblos étnicamente heterogéneos y abiertos a miembros indígenas externos a
tales comunidades. Por su parte, el periodo de estudio (1680-1810) obedece al
comienzo del segundo ciclo de la minería del oro en la región, acompañado de
la decadencia y eliminación de las encomiendas. Su cierre es el año considerado
el inicio del proceso de disolución del dominio monárquico en la mayor parte de
América. Ese rango de tiempo es subdivido por el autor en tres etapas, a saber:
1680-1740, 1740-1780 y 1780-1810, periodos en que la vida de los pueblos tuvo su
propia impronta gracias a cambios políticos y económicos, como el fin de las en-
comiendas, la apertura económica hacia el Chocó y la movilidad de los indios, por
mencionar algunos factores destacados.
El primer capítulo se compone de una síntesis en clave política, social y eco-
nómica de algunos aspectos estudiados por Cuevas en otros trabajos. Mucho más
corto que los demás, este capítulo proporciona claves estructurales e históricas
para comprender cómo eran los indios y los pueblos objeto de estudio. Teje una

330 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Julian Andrei Velasco Pedraza

historia a partir de las encomiendas y las migraciones de los indios en medio de


las ciudades de Cali, Buga, Caloto, Cartago y Toro, cuya capital provincial fue
Popayán. Igualmente, realiza un retrato social en el que la vida de los indios era
de tipo campesina y su cercanía étnica y espacial con los mestizos no los hicieron
muy diferente a ellos. Así, se posibilita comprender mejor la cultura política que se
analiza minuciosamente en los tres capítulos restantes.
El segundo capítulo se decanta por un acercamiento a los discursos y las pa-
labras claves alrededor de la noción de indio, para lo cual desarrolla y articula las
palabras claves de vasallaje, memoria, costumbre y la condición de indios, ya que
constituyeron una “red de significados que estructuraron las ideas, valoraciones
y expectativas sobre el amparo de las autoridades, la justicia, la obediencia, las
libertades de los vasallos, el bien común, la religión, la moral y el pago de la obli-
gación tributaria” (47). De tal manera, a partir de ellas demuestra que los indios y
sus representantes, así como sus contrincantes, se expresaron en las arenas judi-
ciales para disputar la tierra, confrontar conceptos acerca de la calidad de indio
o lo que podía considerarse el bien común, y los lenguajes litigiosos acerca de los
tributos. Cada uno de esos ámbitos de enfrentamientos estuvo influido por valo-
res “tradicionales” como la caridad, la subsistencia y la calidad social, a los que
en las postrimerías dieciochescas se agregaron los de mejoramiento, educación y
autonomía local.
Las expresiones, los mecanismos y las acciones para enfrentar sus disputas
fuera de las esferas judiciales, son el eje central del tercer capítulo. La cultura polí-
tica se expresaba también por medio de clientelismos, padrinazgos o enemistades
y con redes de apoyo que fueron de carácter vertical y horizontal. Sin lugar a dudas,
uno de los contenidos más interesantes de esta parte del libro es la introducción
del análisis en clave de género. Con ello, se evidencia la participación de mujeres
indias en la política de los pueblos, en el marco de una dominación patriarcal que
era refrendada por ciertos preceptos jurídicos y culturales. Sin embargo, tanto en
medio de las reglas jurídicas como en las políticas fuera de los estrados, las indias
tuvieron papeles destacados y estratégicos en términos colectivos (en aquellos
clientelismos) o en solicitudes de corte individual.
En el último capítulo el autor lleva a cabo un análisis pormenorizado del tri-
buto, poniendo énfasis en los arreglos informales de los indios con otros actores.
Quizá esta sea una de las secciones que mejor nos presentan la complejidad de
relaciones sociales y estrategias políticas, jurídicas y económicas que elaboraron
los indios del valle del río Cauca. En efecto, Cuevas nos detalla la multiforme parti-
cipación de los corregidores, los curas, los encomenderos (hasta cierta etapa), las

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 331


Tras el amparo del rey • Héctor Cuevas Arenas

autoridades indígenas y los pueblos alrededor de la tasación, el empadronamien-


to, el cobro y la discusión en torno a los tributos. Cada uno de los partícipes actuó
no solo desde distintas posiciones de poder, sino de decisión, cambio de estrate-
gias y con acuerdos o desacuerdos con los indios, y todo ello dependió del pueblo
del que se tratara. Una de las tácticas más interesantes por parte de los indios se
dio al momento del conteo de los tributarios, en el cual por medio de convenios
colectivos (y de acuerdo con los curas), aquellos podían aumentar o disminuir su
cantidad con el fin de lograr alguna de sus peticiones.
La documentación que ha posibilitado estos análisis proviene de archivos
locales y regionales en Colombia, su Archivo General de la Nación, el Archivo
Nacional del Ecuador y el Archivo General de Indias. De este último se extrañan
referencias más amplias. En cuanto a los tipos documentales, el autor ha realizado
un rastreo intensivo de registro notariales (destacándose los testamentos indios),
las descripciones de los pueblos, las visitas, las cartas cuentas, los padrones de
tributarios y las actas de cabildo. No obstante tal riqueza heurística, el eje primor-
dial está constituido por los expedientes judiciales como fuente privilegiada para
ver las expresiones y las actuaciones de los indios en un marco institucional que
tenía a la justicia como valor fundamental de la cultura de Antiguo Régimen. En
este panorama documental se echa de menos una aclaración sobre la existencia
(o no) de libros parroquiales, los cuales pueden dar lugar a un amplio análisis o
profundización acerca la composición demográfica de los pueblos, los vínculos de
parentesco tejidos por los indios entre sí o con población mestiza, así como las ca-
tegorizaciones o identificaciones que pudieron asignarse ellos mismos o los curas
al momento de registrar sus nacimientos, matrimonio o defunciones.
En las conclusiones, Cuevas sintetiza analíticamente los resultados de su in-
vestigación. Contrastando estas y los capítulos del trabajo, pueden destacarse, en
primer lugar, el valor del análisis desde una perspectiva cultural para el estudio de
la historia de los pueblos de indios. En segundo lugar, la complejidad y la polisemia
de la categoría indio, ya que fue enunciada y usada como miserable, neófito, na-
tural, pobre, encomendado, tributario, forastero… en fin, un amplio vocabulario
que denotaba las formas jurídicas, políticas, económicas y sociales del ser indio
en tiempos monárquicos, pues “La agencia de los indios nunca fue homogénea ni
compacta. Entre ellos mismos, había diferencias entre criollos, forasteros, enco-
mendados e indios de la Corona, que configuraban centros y periferias comunales,
redes verticales u horizontales” (338). Es importante mencionar que, para cada
uno de los aspectos abordados, el autor se esfuerza por mostrarlos diacrónica-
mente en los tres subperiodos señalados arriba.

332 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Julian Andrei Velasco Pedraza

Cuevas reitera la importancia del pacto tributario como una ventana de aná-
lisis, como nudo en el que confluyeron los intereses de los curas, los indios, los
encomenderos y la Corona y sus autoridades. No solo por esto, sino que en tal
maraña se fueron estableciendo lazos sociales y políticos, los cuales siempre de-
pendieron de cada contexto e intereses de su momento. Las estrategias, formales
e informales, para concretar los cometidos indios fueron estructurando identida-
des basadas en diversas pertenencias (etnia, un pueblo, la categoría de indio y
por lo tanto vasallo del rey, una familia) y se transformaron con el tiempo. El au-
tor no cierra su libro sin plantear tres problemáticas interesantes para investigar.
Un análisis profundo del periodo de 1550-1680 y el papel del mercado regional
otorgarían más elementos de análisis para el periodo analizado. Este, 1680-1810,
requiere análisis comparativos de la misma problemática en otros espacios. Final-
mente, a propósito de la caída de la monarquía, se interroga por la forma en que
sobrellevaron o qué les ocurrió a los indios de la región con las reformas liberales
decimonónicas.

Bibliografía
Bourdieu, Pierre. “Le capital social. Notes provisoires”. Actes de la recherche en sciences
sociales, n.° 31, 1980, pp. 2-3.
---. El sentido práctico. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2007.
Cuevas Arenas, Héctor. Los indios en Cali, siglo XVIII. Cali: Universidad del Valle, Programa
Editorial, 2012.
Koselleck, Reinhart. Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Barce-
lona: Paidós, 1993.
---. “Historia de los conceptos y conceptos de historia”. Ayer, vol. 53, n.° 1, 2004, pp. 27-45.
Mauss, Marcel. Ensayo sobre el don. Forma y función del intercambio en sociedades arcai-
cas. 1925. Buenos Aires: Katz, 2009.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 333


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vo dentro del documento, se debe enviar una copia digital en formato JPG o TIFF,
con una resolución mínima de 300 DPI (pixeles por pulgada) y tamaño mínimo de
17 x 24 cm o 1200 x 750 píxeles. Las imagenes deben ser nítidas y, si son fotogra-
fías, deben estar enfocadas. Las imágenes que requieran ser escaneadas, deben
ser escaneadas en un escáner profesional. Se debe indicar con claridad la fuente
de donde proviene. Los derechos de reproducción de dichas imágenes, gráficas
y mapas tienen que ser gestionados por el autor. Si el texto contiene gráficas o
tablas, estas deben ser enviadas aparte en un archivo de Excel y hay que indicar
la fuente de los datos.
La revista Fronteras de la Historia sigue las normas de citación de la Modern
Language Association (MLA). Los autores deberán tenerlas en cuenta.

Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023 • pp. 335-336 335
NORMAS para el envío de manuscritos

La revista es una publicación semestral. El primer fascículo del año compren-


de el periodo entre enero y junio, y se publica el 1 de enero. El segundo fascículo
corresponde al periodo entre julio y diciembre, y se publica el 1 de julio. La convo-
catoria para artículos de la sección general permanece abierta todo el año, y cada
número de la revista cuenta con esa sección. La sección especial (nombrada como
dosier) se publica en enero de cada año y para ésta se reciben artículos hasta el
último día del mes de febrero del año inmediatamente anterior a la publicación. A
partir del número 26-2 la revista solo se publica de manera virtual.
Una vez recibidos, los borradores serán sometidos a evaluadores anónimos,
ajenos al comité editorial, quienes determinarán si el artículo cumple con los
requisitos para ser publicado en la revista. El resultado de este dictamen será
informado oportunamente a los autores. El texto puede ser aceptado sin modi-
ficaciones, aceptado condicionado a una serie de cambios o rechazado. En caso
de que el manuscrito sea aceptado con algunos cambios, las observaciones de
los evaluadores deberán ser atendidas por el autor, quien tendrá que hacer las
modificaciones necesarias en el plazo que le será indicado por el comité editorial.
Durante el proceso de edición, de ser necesario, los autores serán contactados por
el grupo editorial para aclarar dudas y rectificar datos.
Los artículos enviados a la revista no deben ser postulados para publicación
simultánea en otros medios. El envío de los manuscritos implica la aceptación de
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336 Fronteras de la historia • Vol. 28, N.° 1. ENERO-JUNIO de 2023


Fronteras de la Historia. Revista de Historia Colonial
Latinoamericana, es un publicación del Instituto Colombiano
de Antropología e Historia,
Bogotá, Colombia.
Volumen

28-1
ENE-JUN
2023

Los protectores de indios:


oficio, mecanismos legales y poder social

Artículos

Sección especial
Pobres, esclavos, indígenas y personas miserables: reflexiones en torno a sus abogados
en el Consejo de Indias y en la Audiencia de México, siglo XVI - Caroline Cunill • Entre
el servicio y el beneficio. Desempeño y prácticas habituales entre los capitanes
protectores de la Sierra Gorda novohispana, 1590-1680 - David Alejandro Sánchez
Muñoz y Gerardo Lara Cisneros • Gobernadores, capitanes de presidio y misioneros
jesuitas en las puertas del septentrión novohispano. La presencia del protector de
indios en el territorio del Gran Nayar (siglo XVIII) - Ismael Jiménez Gómez • Defensores,
coadjutores, tenientes partidarios. Denominaciones, prácticas y lugar institucional de los
protectores de indios. Chile, 1700-1821 - María Eugenia Albornoz Vásquez • La Real
Cédula de 1781 y la disputa por el control de los protectores partidarios en la Intendencia
de Trujillo - Carlos Zegarra Moretti • El fiscal protector de indios durante el colapso
de Nueva España (1811-1821): notas en torno a los estertores de una institución colonial -
Francisco Miguel Martín Blázquez

Sección general
El arribo de los curas beneficiados a los pueblos de indios. Política y conflictividad en
Oapan, arzobispado de México - Rodolfo Aguirre Salvador • La frontera oriental de
Mendoza en el siglo XVIII: el caso de la posta de Corocorto entre Chile y el Río de la Plata
- Luciana Fernández • ¿Rumor o verdad? La “peste” en Cartagena de Indias en 1696 -
Lireida José Sánchez • Epidemias y su impacto sobre la mortalidad en Santafé, Nueva
Granada, 1739-1800 - Cristhian Fabián Bejarano Rodríguez • Variation on a Theme:
Demographic Patterns of Nuestra Señora de los Reyes Yapeyú Mission
(Corrientes, Argentina) - Robert H. Jackson

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