Antiguo

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Presentación Transmisión de los documentos del Antiguo

Testamento (David Estrada)


Transmisión de los documentos del Nuevo Testamento (D
avid Estrada)
¿Nos podemos fiar del Nuevo Testamento? (David Burt) L
os descubrimientos del Qumran (Josep O’Callaghan)
Revelación, Inspiración y Canon de las Escrituras (José Gra
u)
La traducción Bíblica (Pedro Puigvert)
Las traducciones de la Biblia (Pablo E. Le More) La Lectio
Divina, hoy (Pedro Puigvert)
Cuando el creyente evangélico oye hablar, o se refiere a los documentos del Anti- guo Testamento,
de un modo inmediato y espontáneo su mente se dirige a la lista de 39 libros que aparecen
detallados en su Biblia, y que va desde el Génesis al pro- feta Malaquías. Cierto es, por otro lado,
que las recientes reediciones facsímiles de la traducción de las Escrituras de Casiodoro de Reina y
la posterior revisión de la misma hecha por Cipriano de Valera, suscitan en el creyente evangélico
una turba- dora pregunta: «¿Cómo es que en estas versiones de la Biblia se incluyen
también los llamados Libros Apócrifos?» ¹ En tanto que para los evangélicos la sola scriptura es la
única regla de fe y práctica en la Iglesia, el tema de los libros genuinos
del canon ² es de suma importancia. La exclusión de la Apócrifa en las ediciones poste- riores
protestantes de la Biblia se ha fundamentado en el hecho de que en el
canon judío del Antiguo Testamento ³ no se incluían los libros apócrifos. El argumento parece
sólido y convincente, pero no está exento de dificultades, ya que, conjun- tamente con la literatura
canónica, algunos libros llamados apócrifos gozaron de una valoración casi canónica entre los
judíos, y a partir de la segunda mitad del siglo III antes de Cristo fueron incluidos en el canon
bíblico por los traductores del Antiguo Testamento al griego y a otras lenguas. Esto se debió, se
dice, a que no fue hasta el concilio de Jamnia, alrededor del año 90 de nuesta era, que el canon
judío llegó a plasmarse en los clásicos 39 libros que contienen las versiones
protes- tantes. ⁴ Esta suposición no parece ser correcta, ya que los estudios recientes sobre el
Antiguo Testamento apuntan a la existencia de un canon cerrado a una edad mucho más
temprana. Lo que hemos avanzado sobre el canon del Antiguo Testamento pone de
re- lieve la estrecha relación existente entre el tema de la trasnmisión de los documentos vetotest
amentarios y la lista de libros inspirados que integran el canon. La trans- misión de los documentos
y el canon de libros sagrados son temas afines y pro- fundamente entrelazados. Los documentos
del Antiguo Testamento se
enmarcan en un grupo de libros que se contienen en el Pentateuco, o Torah –la Ley–, los Pro- feta
s, o Nebiim, y los Hagiógrafos, o Kethubim⁵ –«libros Sagrados»–. Esta triple division de los libros
del Antiguo Testamento es la propia de la Biblia hebrea y
es la que se presupone en el Talmud,⁶ en la Mishnah⁷ y en otros documentos judíos. La tarea de
fijar fechas aproximadas sobre la canonización de los textos
vetotesta- mentarios no es fácil, y ha sido y es tema de debate.⁸ De todos modos, y en palabras de
E.J. Young: «Los libros del Antiguo Testamento, habiendo sido dados por la
inmediata inspiración de Dios, fueron reconocidos como tales por su pueblo desde el pri- mer
momento de su aparición. El que hubiera habido dudas y diferencias meno- res de opinión sobre
los mismos no va en detrimento del hecho de su inspiración».⁹ Para establecer la autoridad y
canonicidad de los libros del Antiguo Testamento disponemos de las siguientes fuentes de
evidencia: 1) El testimonio de Jesús en los Evangelios. A los dos discípulos en el camino de Emaús,
Jesús dice: «Estas son las palabras que os hablé, estando aún con voso- tros: que era necesario que
se cumpliese todo lo que está escrito en la ley de Moi- sés, en los profetas y en los salmos» (Lc.
24:44). Tenemos aquí las tres divisiones del canon ya mencionadas: Pentateuco, Pro- fetas y
Hagiógrafa. A la tercera parte del canon Jesús se refiere bajo la designación de «los Salmos». Esto
se explica, no sólo por ser los Salmos el primer libro en la relación de «libros santos» de esta
tercera lista, sino, sobre todo, por la impor- tancia mesiánica que los Salmos encierran y que Jesús
pone de relieve al cumplirse en él dichas profecías. En otros contextos Jesús ya había hecho
referencia a otros libros de los Hagiógrafos, muy concretamente al libro de Daniel (Mt. 4:26;
4:17; 7:13; Mr. 14:62; 13:14; 8:29ss.). En Mateo 23:35 y Lucas 11:51 Jesús utiliza la
expre- sión «desde la sangre de Abel... hasta la sangre de Zacarías»; es decir, «desde el primer líbro
del Pentateuco, hasta el último libro de los Hagiógrafos –ya que la referencia a Zacarías es de 2
Crónicas 24:19-22, es decir, el último libro de los Li- bros Sagrados. «Todo nos hace creer, dice E.J.
Young, que el canon de Cristo y el de los ju- díos de su tiempo era idéntico. No hay evidencia de
discrepancia alguna entre Jesús y los judíos sobre la canonicidad de los libros del Antiguo
Testamento. Lo que Cristo cuestionaba no era el canon aceptado por los fariseos, sino la
tradi- ción oral que dejaba sin validez el canon».¹⁰ Con excepción de Rut, Cantar de los
Cantares y Ester, el Nuevo Testamento ratifica claramente la canonicidad de la Biblia hebraica.¹¹ La
triple división del canon del Antiguo Testamento hebreo se componía de estos
libros: 1. la LEY, que incluía los cinco libros del Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y
Deuteronomio; 2. la sección de los PROFETAS, que incluía Josué,* Jueces, Samuel,* Reyes, Jeremía
s,* Ezequiel, Isaías* y los Doce Profetas Menores; 3. los HAGIÓGRAFOS, que comprendía esta lista
de libros: Rut,* Salmos,* Job,* Proverbios, Eclesiastés,* Cantar de los Cantares,* Lamentaciones,
Daniel, Ester, Esdras-Nehemías* y Crónicas.¹² 2) El testimonio del libro de Eclesiástico –o de La Sa
biduría de Jesús Ben Sirá–. Este libro de instrucción y proverbios fue escrito en hebreo por un
maestro de Jerusalén alrededor de 180 a.C. El nieto de este instructor de jóvenes lo tradujo
al griego a eso de 132 a.C. Se trata, pues, de un escrito algo anterior a la revuelta macabea de 167-
64 a.C. Aunque no fue considerado canónico por los judóos, ni tampoco por un amplio sector de la
iglesia antigua y de la Reforma, aparece, sin embargo, en las ediciones católicas del Antiguo
Testamento. Es de resaltar
la importancia que el traductor del libro al griego concede en su prólogo a los escritos vetotestame
ntarios bajo la triple distinción de la Ley, los Profetas y «los restantes
libros paternos» (Eclesiástico, c-d). Así, pues, del testimonio histórico de Ecle- siástico se deduce q
ue dos siglos antes de Cristo ya existía un canon cerrado del Antiguo Testamento según la triple
división ya mencionada.

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