No Deberiamos ¿O Tal Vez Si? Vi Keeland
No Deberiamos ¿O Tal Vez Si? Vi Keeland
No Deberiamos ¿O Tal Vez Si? Vi Keeland
Esperamos
que disfrutes de la lectura.
Vi Keeland
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Epílogo
Agradecimientos
Sobre la autora
Página de créditos
No deberíamos
© Vi Keeland, 2019
© de la traducción, Iris Mogollón, 2024
© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2024
Todos los derechos reservados.
ISBN: 978-84-17972-87-5
THEMA: FRD
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Una novela adictiva de la autora best seller del New York Times y el
USA Today
Bennett
***
Annalise
«Vaya».
Era el chico atractivo del ascensor. Y yo que pensaba que entre
nosotros había saltado una pequeña chispa.
Bennett Fox sonrió como si ya lo hubieran nombrado mi jefe y me
tendió la mano.
—Bienvenida a Foster Burnett.
«Uf». No solo era guapo; también lo sabía.
—Más bien es Foster, Burnett y Wren desde hace unas semanas,
¿verdad? —Con una sonrisa, congelé el sutil recordatorio de que ahora este
era nuestro lugar de trabajo, y de repente agradecí que mis padres me
hubieran hecho llevar ortodoncia hasta casi los dieciséis años.
—Por supuesto. —Mi nueva némesis sonrió con la misma intensidad.
Por lo visto, sus padres también habían recurrido a la ortodoncia.
Bennett Fox era alto. Una vez leí un artículo que decía que la altura
media de un hombre en Estados Unidos es de un metro setenta y seis;
menos del 15 % de los hombres miden más de un metro ochenta. Sin
embargo, la altura media de más del 68 % de los directores ejecutivos de
Fortune 500 es superior a un metro ochenta. De forma inconsciente,
relacionamos el tamaño con el poder en otros aspectos, aparte de la fuerza
física.
Andrew medía casi uno noventa. Supongo que este tío medía más o
menos lo mismo.
Bennett sacó la silla de invitados que estaba a su lado.
—Por favor, toma asiento.
Alto y con modales de caballero. Ya me caía mal.
Durante los veinte minutos que duró la charla de Jonas Stern, en la que
intentó convencernos de que no estábamos compitiendo por el mismo
puesto, sino forjando el camino como líderes de la actual mayor agencia de
publicidad de los Estados Unidos, miré de reojo a Bennett Fox.
Zapatos: definitivamente caros. Conservadores, de estilo Oxford, pero
con un toque moderno de pespuntes. Apostaría a que eran unos Ferragamo.
«También tiene los pies grandes».
Traje: azul marino oscuro, confeccionado a medida para su cuerpo, alto
y ancho. El tipo de lujo discreto que confirmaba que tenía dinero, pero que
no necesitaba alardear de él para impresionarte.
Tenía una pierna larga cruzada con aire despreocupado sobre la otra
rodilla, como si estuviéramos hablando del tiempo en lugar de
informándonos de que todo por lo que habíamos trabajado durante doce
horas al día, seis días a la semana, corría el riesgo de haber sido en vano.
En un momento dado, Jonas había dicho algo con lo que ambos
estábamos de acuerdo, y nos miramos mientras asentíamos. Aproveché la
oportunidad para inspeccionarlo más de cerca y recorrí su apuesto rostro
con la mirada. Mandíbula fuerte, nariz atrevidamente recta y perfecta, el
tipo de estructura ósea que se transmitía de generación en generación y que
era mejor y más útil que cualquier herencia monetaria. Pero sus ojos eran lo
mejor: de un verde profundo y penetrante que resaltaba su piel suave y
bronceada. En ese momento, me miraban fijamente.
Aparté la vista y volví a prestar atención a Jonas.
—Entonces, ¿qué pasará al final del periodo de integración de noventa
días? ¿Habrá dos directores creativos de marketing de la costa oeste?
Jonas nos miró y suspiró.
—No. Pero nadie va a perder su trabajo. Estaba a punto de darle la
noticia a Bennett. Rob Gatts ha anunciado que se jubila en unos meses. Así
que habrá una vacante para un director creativo que lo sustituya.
No tenía ni idea de lo que eso significaba, pero parecía que Bennett sí.
—¿Así que a uno de nosotros lo enviaréis a Dallas para sustituir a Rob
en la región suroeste? —preguntó.
La cara de Jonas me indicó que Bennett no estaría contento con la idea
de ir a Texas.
—Sí.
Los tres nos tomamos un momento para asimilar la situación. Sin
embargo, la posibilidad de tener que trasladarme a Texas hizo que mi
mente volviera a ponerse en marcha.
—¿Quién tomará la decisión? —pregunté—. Porque es evidente que
has estado trabajando con Bennett…
Jonas sacudió la cabeza y descartó lo que mis palabras implicaban.
—En casos como este, en los que se fusionan dos puestos de alta
dirección en una sola oficina, la junta directiva supervisa y toma la decisión
final de quién es su primera elección.
Bennett estaba tan confundido como yo.
—Los miembros de la junta no trabajan con nosotros a diario.
—No, no lo hacen. Así que han ideado un método para tomar la
decisión.
—¿Cuál?
—Tomarán la decisión en base a unas presentaciones para tres clientes
importantes. Los dos crearéis unas campañas por vuestra cuenta y las
presentaréis. Los clientes elegirán la que más les guste.
Por primera vez, Bennett parecía nervioso. Su perfecta compostura y
seguridad en sí mismo se vieron afectadas cuando se inclinó hacia delante y
se pasó los dedos por el pelo.
—Tienes que estar de broma. ¿Llevo aquí más de diez años y mi
trabajo se reduce a unas cuantas presentaciones para unos clientes? He
conseguido quinientos millones de dólares en cuentas publicitarias para
esta empresa.
—Lo siento, Bennett. De verdad que lo lamento. Pero una de las
condiciones de la fusión con Wren era que se tuviera en cuenta a sus
empleados en los puestos que se pudieran eliminar por duplicidad. El
acuerdo estuvo a punto de no llevarse a cabo porque la señora Wren insistió
mucho en que no vendería la empresa de su marido para que la nueva
organización se deshiciera de todos los empleados de Wren que habían
trabajado muy duro.
Eso me hizo sonreír. El señor Wren se ocupaba de sus empleados
incluso después de haber muerto.
—Estoy preparada para el desafío. —Miré a Bennett, que estaba
claramente enfadado—. Que gane la mejor.
Él frunció el ceño.
—Querrás decir el mejor.
Seguimos reunidos otra hora, repasamos todas nuestras cuentas actuales
y discutimos cuáles se reasignarían para centrarnos en la integración de
nuestros equipos y en las presentaciones que decidirán nuestro destino.
Cuando llegamos a la cuenta de las Bodegas Bianchi, Bennett dijo:
—Es dentro de dos días. Estoy listo para esa presentación.
Sabía que había dos competidores, además de mí, que se candidaban
para llevar la cuenta. Mierda, fui yo quien sugirió que el trabajo saliera a
licitación para asegurarme de que recibían la mejor publicidad del
mercado. Pero no sabía que Foster Burnett era una de las otras empresas
involucradas. Y, por supuesto, la fusión lo había cambiado todo. Era
inadmisible que la nueva dirección pensara que podía perder una cuenta
nuestra.
—No creo que sea necesario que nos presentemos los dos. Hace años
que llevo las campañas publicitarias de Bianchi. De hecho, debido a mi
relación con ellos, fui yo quien sugirió…
El imbécil me interrumpió.
—La señora Bianchi estaba muy interesada en mis primeras ideas. No
tengo ninguna duda de que se quedará con uno de mis conceptos.
«Dios, qué tío más arrogante».
—Estoy segura de que tus ideas son geniales, pero iba a decir que tengo
relación con la bodega, y sé que trabajarán conmigo en exclusiva si se lo
sugiero porque…
Me interrumpió de nuevo.
—Si estás tan segura, ¿por qué no dejamos que el cliente decida? Creo
que tienes más miedo a un poco de competencia que seguridad ante esta
relación. —Bennett miró a Jonas—. El cliente debería vernos a los dos.
—Está bien —dijo Jonas—. Ahora somos una única empresa. Preferiría
que se realizara una sola presentación por cada cliente, pero como ambos
las habéis terminado, no veo nada de malo en mostrarles las dos. Mientras
seáis capaces de presentar un frente unido para Foster, Burnett y Wren,
deberíamos dejar que el cliente juzgue.
Una sonrisa odiosa se dibujó en la cara de Bennett.
—Me parece bien. No me asusta un poco de competencia…, a
diferencia de algunas personas.
—Ya no somos competencia. Tal vez, no se te haya metido en la cabeza
todavía. —Suspiré y murmuré en voz baja—: La información debe penetrar
una gran cantidad de gomina para llegar hasta tu cerebro.
Bennett se pasó los dedos por su frondosa melena.
—Te has fijado en mi precioso pelo, ¿eh?
Puse los ojos en blanco.
Jonas negó con la cabeza.
—Ya vale. Veo que no va a ser fácil. Y siento haceros esto. —Se volvió
hacia Bennett—. Hemos trabajado juntos mucho tiempo. Sé que debe de
escocer, pero eres un profesional, y estoy seguro de que harás todo lo
posible para superarlo. —Luego se giró hacia mí—. Y puede que nos
acabemos de conocer, Annalise, pero también he oído cosas maravillosas
de ti.
Después, Jonas pidió a Bennett que buscara un despacho libre para que
me instalara temporalmente. Al parecer, todavía estaban trasladando a la
gente, y mi despacho definitivo aún no estaba listo; bueno, todo lo
definitivo que pudiera ser, dadas las circunstancias. Comenté algunas de
mis cuentas con Jonas hasta primera hora de la tarde.
Cuando terminamos, me acompañó al despacho de Bennett. El espacio
de Foster Burnett resultaba mucho más agradable que el que tenía en Wren.
La oficina de Bennett me pareció elegante y moderna, por no hablar de que
era el doble de grande que la mía. Estaba hablando por teléfono, pero nos
hizo un gesto para que entráramos.
—Sí, puedo hacerlo. ¿Qué tal el viernes hacia las tres? —Bennett me
miró, pero no dejó de hablar por teléfono.
Mientras esperábamos a que terminara, sonó el teléfono de Jonas. Se
excusó y salió del despacho para responder. Regresó justo cuando Bennett
colgó.
—Tengo que subir a una reunión —dijo Jonas—. ¿Has encontrado un
lugar para Annalise?
—Tengo el sitio perfecto para ella.
Noté algo de sarcasmo en su forma de responder, pero no lo conocía
muy bien, y tampoco pareció molestarle a Jonas.
—Genial. Ha sido un día largo con mucho que asimilar para los dos.
No os quedéis hasta muy tarde esta noche.
—Gracias, Jonas —dije.
—Que pases una buena noche.
Lo vi marcharse y luego volví a prestar atención a Bennett. Ambos
esperábamos que el otro hablara primero.
Al final rompí el silencio.
—Bueno…, toda esta situación es algo incómoda.
Bennett salió de detrás de su escritorio.
—Jonas tiene razón. Ha sido un día largo. ¿Por qué no te enseño tu
nuevo espacio de trabajo? Creo que me marcharé a casa pronto, para variar.
—Eso sería genial. Gracias.
Lo seguí por el largo pasillo hasta que llegamos a una puerta cerrada.
Había un soporte para poner nombres, pero habían retirado la placa.
Bennett la señaló con la cabeza.
—Antes de irme esta noche, llamaré al departamento de compras para
que te encarguen una nueva placa para tu despacho.
Bueno, eso fue todo un detalle por su parte. Después de todo, tal vez no
sería tan incómodo.
—Gracias.
Sonrió y abrió la puerta antes de hacerse a un lado para que yo entrara
primero.
—No hay problema. Aquí tienes. Hogar, dulce hogar.
Di un paso adelante justo cuando Bennett encendió las luces.
«¿Qué narices es esto?».
La habitación tenía una mesa plegable y una silla, pero resultaba más
que evidente que no era un despacho. En el mejor de los casos, era un
pequeño armario de suministros, y ni siquiera de esos agradables con
estantes cromados en los que se almacena el material de oficina. Era el
armario de un conserje; el espacio olía a limpiador de baños y a humedad
del día anterior, seguramente por el cubo amarillo y la fregona húmeda que
había junto a mi nuevo e improvisado escritorio.
Me volví hacia Bennett.
—¿Esperas que trabaje aquí? ¿Así?
Un destello de diversión bailó en sus ojos.
—Bueno, también necesitarás papel, por supuesto.
Fruncí el ceño. «¿Está de broma?».
Se llevó la mano al bolsillo, se dirigió a la mesa plegable y colocó un
único papel en el centro. Al girarse para salir, se detuvo justo delante de mí
y me guiñó un ojo.
—Que pases una buena noche. Ahora voy a arreglar mi coche.
Aturdida, me quedé en pie justo dentro del armario cuando la puerta se
cerró de golpe tras él. El silbido del aire al cerrarse hizo que el papel que
había dejado volara por los aires. Flotó durante unos segundos y luego se
posó junto a mis pies.
Al principio, lo miré sin comprender.
Cuando entrecerré los ojos, me di cuenta de que había algo escrito en
él.
¿Me había dejado una nota? Me agaché y la recogí para verla más de
cerca.
¿Qué puñetas?
El papel que había dejado Bennett no era una nota, sino una multa de
aparcamiento.
Y no cualquier multa.
Mi multa de aparcamiento.
La misma que había dejado en el parabrisas de alguien esa misma
mañana.
Capítulo 3
Annalise
***
Bennett
Annalise
Intenté advertirle.
Incluso anoche, cuando terminamos de repasar nuestras cuentas juntos,
intenté mencionar la presentación de hoy para Bodegas Bianchi. Pero el
imbécil engreído me detuvo antes de que le explicara por qué sabía que no
tenía ninguna posibilidad de conseguir la cuenta.
Así que, a la mierda, espero que haya desperdiciado toda la mañana con
un numerito que era totalmente innecesario.
Murmuré para mis adentros mientras descendía por el camino de tierra
de medio kilómetro y aparcaba junto al gigantesco sauce llorón. Venir aquí
siempre me traía una oleada de paz. Me recibían hileras e hileras de vides
pulcramente plantadas, sauces que se balanceaban y barriles apilados que
permitían que la serenidad se filtrara a través de mis poros. Al salir del
coche, cerré los ojos, respiré profundamente y exhalé parte del estrés de la
semana. Paz.
O eso creía.
Hasta que abrí los ojos y vi que había un coche aparcado a la derecha,
junto al enorme viejo tractor verde. Y ese coche era casi idéntico al mío.
«Sigue aquí».
La cita de Bennett había sido a las diez de la mañana. Miré la hora en
mi reloj y me aseguré de que no había llegado horas antes. Pero no era así.
Eran casi las tres de la tarde. Supuse que ya se habría marchado para
cuando yo llegara. ¿De qué demonios habrían estado hablando durante
cinco horas?
Knox, el gerente del viñedo, salió de la pequeña tienda minorista
cargado con una caja de vino justo cuando terminé de sacar los archivos del
coche. Knox llevaba trabajando en la bodega desde antes de que se
sembraran las primeras semillas de uva.
—Hola, Annie —me saludó.
Cerré el maletero de golpe y me colgué el maletín de cuero sobre el
hombro.
—Hola, Knox. ¿Necesitas que vuelva a abrir el maletero para que
guardes mis botellas para el fin de semana? —bromeé.
—Seguro que podría esconder hasta la última botella en tu maletero y
al señor Bianchi no le importaría.
Sonreí. En cierto modo, tenía razón.
—¿Matteo está en la oficina o en la casa? Tengo una reunión de
negocios con él.
—La última vez que lo he visto, estaba recorriendo los campos con un
visitante. Pero es posible que ya estén en la bodega. Creo que le estaba
haciendo una visita completa.
—Gracias, Knox. No dejes que te hagan trabajar demasiado.
La puerta del despacho no estaba cerrada con llave, pero no había nadie
dentro. Así que dejé mis cosas para la presentación en el mostrador de la
recepción y fui a buscar dónde se escondían todos. La puerta de la tienda
estaba abierta, pero nadie respondió cuando llamé. Estaba a punto de darme
la vuelta e ir hacia la casa principal cuando oí el eco de unas voces al pasar
por la puerta que llevaba de la tienda a la bodega y la sala de catas.
—¿Hola? —Subí con cuidado la escalera de piedra con mis altos
tacones.
La voz de Matteo, hablando en italiano, retumbó en la distancia. Pero
cuando llegué al fondo, solo encontré a Bennett. Estaba sentado en una de
las mesas de degustación en un rincón, con las mangas de la camisa
remangadas, la corbata aflojada y una cata de copas de vino en la mesa
frente a él.
Tres de las cuatro copas estaban vacías.
—¿Bebiendo en el trabajo? —Arqueé una ceja.
Entrelazó los dedos detrás de la cabeza y se echó hacia atrás para
deleitarse con su petulancia.
—¿Qué puedo decir? Los dueños me adoran.
Contuve la risa.
—Ah, ¿sí? Entonces, ¿no les has dejado ver tu verdadero yo?
Bennett esbozó una sonrisa. Una preciosa. «Imbécil».
—Has desperdiciado un viaje hasta aquí, Texas. Intenté decírtelo, pero
no me escuchaste.
Suspiré.
—¿Dónde está Matteo?
—Acaba de recibir una llamada y ha entrado en la sala de
fermentación.
—¿Has visto a Margo?
—Ha salido corriendo hacia la bodega.
—De todos modos, ¿qué haces aquí todavía? ¿Has llegado tarde a la
presentación?
—Por supuesto que no. Matteo se ofreció a darme una vuelta para que
viera las nuevas viñas que han plantado este año, y luego Margo ha
insistido en que hiciera una cata completa. Ahora soy como uno más de la
familia. —Se inclinó hacia mí y bajó la voz—. Aunque estoy bastante
seguro de que a la señora Bianchi le gusto. Como he dicho, no tienes
ninguna posibilidad de ganar.
De alguna manera, me las arreglé para mantener el rostro serio.
—A Margo…, la señora Bianchi…, ¿le gustas? Sabes que Matteo es su
marido, ¿verdad?
—No he dicho que fuera a intentar nada. Solo digo lo que veo.
Sacudí la cabeza.
—Eres increíble.
El sonido de una puerta que se abría y se cerraba hizo que giráramos las
cabezas hacia el fondo de la sala de catas. Todos los sonidos aumentaban
aquí abajo, incluidos los pasos de Matteo mientras caminaba hacia
nosotros. Abrió los brazos y habló con su marcado acento italiano cuando
levantó la vista y me vio.
—Mi Annie. Ya estás aquí. No te he oído entrar.
Matteo me abrazó con cariño, luego me sostuvo la cara y me besó
ambas mejillas.
—Estaba hablando por teléfono con mi hermano. El hombre sigue
siendo un idiota, incluso después de todos estos años. Ha comprado cabras.
—Juntó los cinco dedos en el gesto universal italiano de: «Ma che fa!»—.
¡Cabras! El idiota ha comprado cabras que viven en sus terrenos de las
colinas. Y se sorprende cuando se comen la mitad de su cosecha. Qué
idiota. —Matteo negó con la cabeza—. Pero no importa. Te presento. —Se
volvió hacia Bennett—. Este caballero es el señor Fox. Trabaja en una de
las grandes empresas de publicidad a las que nos hiciste llamar.
—Umm… Sí. Ya nos conocemos. No he podido hablar con vosotros
porque las cosas han sido una locura en la oficina. Pero Bennett y yo…
trabajamos para la misma empresa ahora. Foster Burnett, la firma para la
que trabajaba cuando concertaste la cita con él hace unos meses, se ha
fusionado con la mía, Wren Media. Ahora es una gran agencia de
publicidad: Foster, Burnett y Wren. Así que, sí, Bennett y yo nos
conocemos. Trabajamos… juntos.
—Oh, bien. —Dio una palmada—. Porque tu amigo se unirá a nosotros
para cenar esta noche.
De golpe, miré a Bennett, que se regodeaba.
—¿Te quedas a cenar?
Bennett sonrió como el gato Cheshire y guiñó un ojo.
—La señora Bianchi me ha invitado.
Matteo no tenía ni idea de que la gran sonrisa tonta de Bennett era para
intentar sacarme de quicio, ya que el cabrón engreído creía que lo habían
invitado porque le gustaba a la señora.
La idea era divertidísima, la verdad. Porque yo conocía a Margo
Bianchi y, créeme, no había invitado a Bennett Fox a cenar porque le
gustara.
Y lo sabía, no porque adorara a su marido —lo cual era cierto—, sino
porque Margo Bianchi era una eterna casamentera. Solo había una razón
para que hubiera invitado a un joven a cenar: quería emparejarlo con su
hija.
—¿Oh? La señora Bianchi te ha invitado, ¿eh? —Qué ganas tenía de
borrar esa sonrisa de su cara.
Bennett tomó su vino y lo agitó un par de veces antes de llevárselo a los
labios sonrientes.
—Sí.
Exageré una sonrisa.
—Eso es genial. Creo que disfrutarás mucho de la cocina de mi madre.
Bennett estaba a medio sorbo. Vi cómo fruncía las cejas por la
confusión y luego las alzaba en señal de sorpresa, justo antes de
atragantarse con el vino.
***
***
***
Bennett
—Llegas tarde.
Miré el reloj.
—Son las doce y tres. Había un embotellamiento en la 405.
Fanny me señaló con un dedo torcido por la artritis.
—No lo traigas tarde porque no hayas llegado a tiempo.
Me mordí la lengua y retuve lo que de verdad quería decir.
—Sí, señora.
Ella me miró con los ojos entrecerrados, como si no estuviera segura de
si mi respuesta era condescendiente o si de verdad estaba siendo
respetuoso. Esto último era imposible, ya que es necesario sentir respeto
por una persona para mostrárselo.
Nos quedamos en el porche de la casita con la mirada clavada el uno en
el otro. Miré a su alrededor, hacia la ventana, pero las persianas estaban
cerradas.
—¿Está listo?
Extendió la mano, con la palma hacia arriba. Debería haberme dado
cuenta de que eso era lo que estaba esperando. Rebusqué en el bolsillo de
los vaqueros y saqué el cheque, la misma paga que le había dado cada
primer sábado de mes durante ocho años para que me dejara pasar tiempo
con mi ahijado.
Lo examinó como si fuera a intentar estafarla y luego se lo metió en el
sujetador. Me ardían los ojos por haber visto accidentalmente un escote
arrugado mientras la observaba.
Se hizo a un lado.
—Está en su habitación. Lleva castigado toda la mañana por grosero.
Será mejor que no haya aprendido ese lenguaje de ti.
«Sí. Es posible que lo aprenda de mí. Lo que le maleduca son las cinco
horas que paso con él cada dos semanas. No su cuarto o quinto marido
borracho, ya he perdido la cuenta, que grita “cierra la puta boca” al menos
dos veces durante los cinco minutos que tardo en llevármelo y traerlo».
Los ojos de Lucas se iluminaron cuando abrí la puerta de su habitación.
Saltó de la cama.
—¡Bennett! ¡Has venido!
—Por supuesto que he venido. No me perdería nuestra cita. Ya lo sabes.
—La abuela ha dicho que a lo mejor no querías pasar tiempo conmigo
porque soy horrible.
Eso hizo que me hirviera la sangre. Ella no tenía derecho a utilizar mis
visitas como una táctica intimidatoria.
Me senté en su cama para que estuviéramos frente a frente.
—Primero, no eres horrible. Segundo, nunca dejaré de venir. Por
ninguna razón, nunca.
Bajó la mirada.
—¿Lucas?
Esperé hasta que sus ojos se encontraron con los míos.
—Nunca. ¿De acuerdo, colega?
Asintió con la cabeza, cubierta por una melena cortada a la taza, pero
no estaba tan seguro de que me creyera.
—Venga. ¿Por qué no nos vamos de aquí? Tenemos un gran día
planeado.
Se le iluminaron los ojos.
—Espera. Tengo que hacer una cosa.
Metió la mano bajo la almohada, tomó unos cuantos libros y se dirigió
a su mochila. Imaginé que estaba guardando sus cosas del colegio hasta
que conseguí ver la portada del primer libro que tenía entre las manos.
Junté las cejas.
—¿Qué es ese libro?
Lucas lo levantó.
—Son los diarios de mi madre. La abuela los encontró en el desván y
me los dio después de leerlos.
Un recuerdo de Sophie sentada en la acera mientras escribía en esa cosa
pasó por mi cabeza. Me había olvidado por completo de esos diarios.
—Déjame verlos.
El primer libro era un diario encuadernado en cuero con una flor dorada
con relieve en la parte delantera, casi completamente desvaído. Sonreí
mientras hojeaba las páginas y sacudí la cabeza.
—Tu madre escribía en esta cosa el primer día de cada mes, nunca el
segundo, y siempre con bolígrafo rojo.
—Comienza la página con «Querida yo», como si no supiera que se
está escribiendo a sí misma. Y las termina con estos extraños poemas.
—Se llaman haiku.
—Ni siquiera riman.
Me reí y pensé en la primera vez que Soph me enseñó uno. Le había
dicho que se me daban mejor los poemas graciosos. ¿Cuál era el que recité?
Oh, espera… «Había una vez un hombre llamado Antón. Tenía dos bolas
gigantes hechas de latón. Y en tiempos de tormenta, se calentaban y un
rayo salía disparado de ese culón». Sí, muy bueno. Soph me había dicho
que me limitara a dibujar.
Una vez, en el instituto, se quedó dormida mientras estábamos juntos,
yo me hice con el diario y lo leí. Se enfadó cuando se despertó, pero me
pilló cuando casi lo había terminado.
Miré a Lucas.
—¿Tu abuela sabe que estás leyendo esto?
Frunció el ceño.
—Dijo que aprendiera todo sobre mi madre y luego hiciera lo contrario.
Dijo que me ayudaría a conocer mejor quién eres tú también.
Maldita Fanny. ¿Qué estaba tramando?
—No estoy seguro de que sea una buena idea que leas esto ahora
mismo. Quizá cuando seas un poco mayor.
Se encogió de hombros.
—Acabo de empezar. Ella habla mucho de ti. Tú le enseñaste a dejar de
lanzar como una niña.
Sonreí.
—Sí. Estábamos muy unidos.
No recordaba los detalles de lo que había leído hacía tanto tiempo, pero
estaba prácticamente seguro de que no era algo que un niño de once años
debería leer sobre su madre muerta.
—¿Qué te parece si te los guardo por un tiempo y escojo algunas partes
para que las leas? No creo que quieras saber cómo hablaba tu madre de
chicos y esas cosas, y eso es lo que suelen escribir las adolescentes en los
diarios.
Lucas frunció el ceño.
—Quédatelos. De todas formas, era un poco aburrido.
—Gracias, colega.
—¿Hoy vamos a pescar? —preguntó.
—¿Has hecho nuevos cebos?
Corrió hacia su cama y se metió debajo hasta que solo sobresalieron sus
pies. Tenía una sonrisa de oreja a oreja cuando volvió a salir con la caja de
madera que le había dado y la abrió.
—He hecho un woolly bugger, un bunny leech y una oreja de liebre con
ribete dorado.
No tenía ni idea de cómo narices era ninguno de ellos, pero sabía que,
si los buscaba en Google, sus cebos estarían hechos a la perfección. Lucas
estaba obsesionado con todo lo relacionado con la pesca con mosca.
Hacía aproximadamente un año que Lucas había empezado a ver un
programa de televisión sobre el tema y su entusiasmo no había disminuido.
Lo que significaba que yo tenía que descubrir cómo pescar con mosca.
Una vez vi un vídeo de YouTube sobre lagos del norte de California
donde pescar con mosca, y cuando le mencioné que estaba pensando en
llevarle a pasar el día fuera, empezó a recitar los mejores lugares para
pescar diferentes especies alrededor del lago. Al parecer, había visto el
mismo vídeo con el que yo había topado, pero unas cien veces.
Saqué los cebos de la caja y comprobé su trabajo. No parecían
diferentes de los que se compran en la tienda.
—Vaya. Buen trabajo. —Levanté uno—. Me pido usar primero el
woolly bugger.
Lucas se rio.
—Vale. Pero ese es el bunny leech.
—Ya lo sabía.
—Seguro que sí.
***
Querida yo:
¡Hoy hemos hecho un amigo! Aunque no ha empezado como si
fuéramos a ser amigos. Estaba practicando el lanzamiento de una pelota
de sóftbol en el terreno que los antiguos propietarios dejaron frente a
nuestra nueva casa, y un chico se detuvo en su bicicleta para observarme.
Dijo que lanzaba como una chica. Le di las gracias, aunque sabía que no
lo decía por ser amable. Bennett se bajó de la bicicleta y la dejó caer al
suelo, sin molestarse en utilizar la pata de cabra. Parecía que lo hacía a
menudo, porque la bici estaba bastante arañada.
De todos modos, se acercó, me quitó la pelota de la mano y me enseñó
a sujetarla para que no volviera a lanzar como una niña. Pasamos el resto
de la tarde jugando juntos. ¿Y sabes qué? Bennett y yo tendremos el mismo
profesor cuando comiencen las clases la semana que viene. Ah, y no le
gusta que le llamen Ben.
Iba a enseñarle la casa nueva cuando terminamos de jugar a la pelota,
pero Arnie, el nuevo novio de mamá, estaba allí. Trabaja por la noche, así
que se supone que no debo hacer ruido durante el día porque él duerme.
Por tanto, fuimos a casa de Bennett y su madre nos hizo galletas. Bennett
me mostró un cuaderno de cosas que había hecho. ¡Dibuja retratos muy
buenos de superhéroes! ¿Y sabes otra cosa? Le hablé de la poesía que
escribo, y no se rio. Así que hoy mi poema se lo dedico a él.
El verano es lluvia.
Una niña canta fuera.
Se ahoga en la música.
Annalise
***
Mi cita se alargó más de lo que había previsto, y la oficina estaba casi vacía
cuando volví. Marina, la asistente de Bennett —o más bien, nuestra
asistente— estaba recogiendo su escritorio.
—Hola, siento llegar tarde. ¿Le has dicho a Bennett que me he
retrasado?
Ella asintió mientras sacaba su bolso del cajón.
—¿Vas a pedir la cena? Porque mis Lean Cuisines1 están claramente
marcados con mi nombre en el congelador de la cocina de empleados.
—Umm. Sí. Bennett me ha dicho que pediría cena para los dos.
Frunció el ceño.
—También tengo dos latas de ginger-ale, cuatro palitos de queso
cheddar Sargento y una mermelada de uva Smucker exprimible a medio
usar.
—Vale. Bueno, no pensaba quitarle a nadie la comida de la nevera, pero
es bueno saberlo.
—Hay menús en el cajón superior derecho.
—Vale. Gracias. ¿Bennett está en su oficina?
—Ha salido a correr. Normalmente corre por la mañana, pero se ha
marchado hace unos cuarenta y cinco minutos, cuando le he dicho que ibas
a llegar tarde. —Marina miró la habitación, luego se inclinó más cerca y
bajó la voz—: Entre nosotras, es posible que quieras vigilar tus suministros
cerca de él.
—¿Suministros?
—Clips, libretas, grapadoras…, algunas personas de por aquí tienen las
manos largas, ya me entiendes.
—Lo… recordaré. Gracias por el aviso, Marina.
Veinte minutos después, Bennett asomó la cabeza en mi oficina. Tenía
el pelo mojado y peinado hacia atrás, y se había puesto una camiseta y unos
vaqueros. Llevaba una caja de pizza en una mano.
—¿Estás lista?
—¿Has pagado la pizza o se la has robado a Marina?
Dejó caer la cabeza.
—Ya te ha avisado.
Sonreí.
—Sí, pero tengo curiosidad por escuchar tu versión de la historia.
—Bueno, a menos que te guste la pizza fría, eso tendrá que esperar.
Porque explicar lo chiflada que está esa mujer me llevará un rato.
Me reí.
—Vale. ¿Dónde quieres trabajar? —Señalé con la cabeza la caja que
estaba sobre la silla de invitados al otro lado de mi escritorio—. He
preparado unas cosas por si querías ir a otro lugar.
Se dirigió hacia mi escritorio.
—Por supuesto que sí. ¿Quieres saber qué he hecho para prepararme?
—¿Qué?
—He cogido dos vasos de chupito en la tiendecita turística del final de
la calle, por si teníamos la necesidad de catar el producto. —Bennett puso
la caja de pizza encima de la mía y la levantó desde abajo. Inclinó la cabeza
hacia la puerta—. Venga. Vamos a ponernos cómodos en la sala. Creo que
todos los demás han terminado por hoy.
***
***
Bennett
***
Pasaron horas antes de que hiciéramos algún progreso real. Pero una vez
que empezamos, nos pusimos en marcha y comenzamos a compenetrarnos.
Yo decía una cosa, ella la aceptaba y pensaba en ella un rato. Eso hacía que
se me ocurriera alguna idea más y, en la última media hora, habíamos dado
con un nombre, esbozado una idea aproximada para un logotipo y apuntado
una docena de conceptos publicitarios que se complementaban.
Annalise bostezó.
Miré el reloj.
—Es casi medianoche. ¿Qué te parece si damos la jornada por
terminada? Vamos por buen camino. Por la mañana trabajaré en el logotipo
y dibujaré algo en el Mac. Tal vez podamos barajar algunas ideas más el
miércoles para concretar las que queremos presentarle a Jonas.
Se inclinó y se quitó los tacones.
—Suena bien. Estoy agotada. Y creo que empiezo a notar la resaca de
esos chupitos de antes, si es que es posible.
Inclinada de esa manera, se le abrió la blusa y tuve una visión clara de
su escote. Lo más caballeroso habría sido no mirar, pero ya se sabe que soy
un cabrón. Además…, llevaba un sujetador de encaje negro que, en
contraste con la piel pálida, era mi kriptonita. Dejé volar la imaginación
con una fantasía de cocinera en la cocina, zorra en el dormitorio.
Lo que me hizo pensar…
«Apuesto a que le quedaría muy bien un gorro de chef y unos zapatos
de tacón de aguja».
Era evidente que necesitaba echar un polvo. No era buena idea
fantasear con alguien del trabajo, y menos con una mujer de la que me
quería deshacer. La noticia de la fusión debería haber desinflado mi
perpetua erección, pero, al parecer, la señorita O’Neil me había sacado de
ese periodo de sequía. No era la primera vez que mi pene se animaba cerca
de ella.
Desvié la mirada justo a tiempo, medio segundo antes de que ella me
observara.
Su sonrisa era genuina.
—Nos ha ido bien esta noche. Admito que no estaba segura de que
pudiéramos trabajar juntos.
—Es fácil trabajar conmigo.
Puso los ojos en blanco, una respuesta habitual a mis tonterías, por lo
que había visto. Pero esta vez, era más en plan juguetón que de verdad.
Recogimos lo que habíamos traído a la sala y Annalise envolvió los
restos de pizza en papel de aluminio que encontró en un cajón.
—¿Me prestas el rotulador que estabas usando para dibujar antes?
Quiero etiquetarlo.
Busqué en el bolsillo y se lo di. En letras grandes y gruesas, escribió en
la parte delantera del papel de plata: NO ES DE MARINA.
—Va a pensar que lo he hecho yo.
Sonrió.
—Lo sé. Estoy de acuerdo en que es fácil trabajar contigo. No he dicho
que no fueras un cabrón. Te he visto mirando por debajo de mi camisa
antes.
Me quedé inmóvil, sin saber cómo reaccionar ante su comentario, y
cerré los ojos. El sonido de sus tacones en el suelo me indicó cuándo era
seguro abrirlos. A pocos pasos de la puerta, habló sin detenerse ni girarse.
Pero, por su voz, me di cuenta de que le divertía.
—Buenas noches, Bennett. Y deja de mirarme el culo.
Capítulo 10
Annalise
***
Bennett
Bennett:
Como sabe, la reciente fusión ha dejado a muchos empleados
preocupados por la situación a largo plazo de sus puestos en
Foster, Burnett y Wren. Debido a ello, los trabajadores pueden
interpretar las palabras de los directivos de una manera
inadecuada. Por ello, le pedimos a usted, así como a los demás
altos directivos, que respondan con sensibilidad a los empleados.
Le rogamos que se abstenga de criticar a un trabajador diciendo
que «da demasiada importancia a las cosas» y que «se aguante».
Aunque no se ha presentado ninguna queja formal, este tipo de
comentarios puede considerarse acoso y propiciar un ambiente de
trabajo difícil.
Gracias,
Mary Harmon
Sabía exactamente quién se había quejado. Finley Harper. ¿Verdad que
ese nombre grita «tengo un palo metido en el culo»? Todo por culpa de
Annalise. Finley era un empleado de Wren, por supuesto. Ningún miembro
de mi equipo había ido nunca a Recursos Humanos. Joder, la semana
pasada le había dicho a Jim Falcon que no me importaba si tenía que
chupársela al cliente, que le despediría si el CEO de Monroe Paint no salía
de la sala de conferencias sonriendo, como el maldito idiota que era,
cuando terminara nuestra reunión.
Negué con la cabeza. Annalise y su maldito código de colores y su
espíritu de equipo. Seguro que llora con la gente a la que tiene que
despedir. Y, ahora que lo pienso, ¿dónde narices se ha metido? No la había
visto desde ayer a la hora de la comida, cuando respondí a la llamada de su
patético ex.
Tal vez, a partir de ahora, debería empezar a decir y hacer lo contrario
de todo lo que pensaba acerca de la gente de Wren. La próxima vez que
Finley se pase media hora quejándose de que a un cliente no le gustan los
diseños hechos según sus especificaciones exactas, en lugar de decirle que
se aguante y vuelva al trabajo, me sentaré y le preguntaré cómo se siente
cuando un cliente no esté contento con su trabajo. Quizá incluso mientras
tomamos un té.
Y cuando Annalise me pregunte qué pienso de su supuesta ruptura, en
lugar de ser sincero y decirle que el capullo de su ex quiere que se la coma
alguien que no sea ella, le explicaré que es normal que los hombres
necesiten un periodo de separación de vez en cuando y que apostaría a que
vuelve como un hombre más feliz y equilibrado gracias a su comprensión.
«Despertad de una puñetera vez, gente».
Le di a responder y escribí a Mary de Recursos Humanos, pero luego lo
pensé mejor. En lugar de eso, fui a buscar a Miss Sunshine, que había
entregado la copia para nuestra reunión de mañana con Jonas.
La puerta de Annalise estaba abierta, pero tenía la cabeza metida en la
pantalla del ordenador. Llamé dos veces y entré.
—Antes de decir nada, ¿estás grabando esta conversación para llevarla
a Recursos Humanos? Si es así, déjame volver a mi despacho y ponerme
los calzoncillos rosas de llorica.
Levantó la vista y me sentí como si me hubieran dado con un mazo en
el pecho.
Estaba llorando.
Annalise estaba llorando. O lo había estado hacía poco. De forma
inconsciente, me froté un dolor sordo en el lado izquierdo del pecho.
Tenía el rostro enrojecido e hinchado, y un hilo de rímel le corría por la
mejilla.
Retrocedí unos pasos hacia la puerta y, por un segundo, me planteé no
detenerme. ¿Por qué estaría llorando? Lo más probable era que fuera por el
trabajo o por su ex. Yo era la persona menos indicada para darle consejos
sobre relaciones a nadie. ¿Y en el trabajo? Esta mujer era mi adversaria,
por el amor de Dios. Ayudarla a ella era ayudarme a mí mismo a perder mi
maldito trabajo.
Sin embargo, en lugar de volver a cruzar el umbral, me encontré
cerrando la puerta…, conmigo todavía dentro.
—¿Estás bien? —Mi voz era vacilante.
Las mujeres siempre son impredecibles, pero a una que llora hay que
tratarla como a un puma herido que yace en la llanura que intentas cruzar.
Podía seguir tumbada, dolorida, mientras se lamía en silencio las heridas
infligidas por otra persona, o en cualquier momento podía decidir desgarrar
a un transeúnte inocente y darse un festín con él.
Básicamente, estaba cagado de miedo porque una mujer lloraba.
Annalise se irguió en su asiento y revolvió los papeles que tenía en el
escritorio.
—Bien. Estoy terminando el texto para la reunión de Venus con Jonas
de mañana. Siento no habértelo entregado antes. He estado… ocupada.
Había abierto la puerta para darme la oportunidad de no hablar de nada
personal y, de nuevo, me negué a echarme atrás. ¿Qué narices me pasaba?
Me estaba agitando la tarjeta «Pasa por la casilla de salida (cobra 200
dólares)» en la cara. Sin embargo, extendí la mano y, en su lugar, tomé la
tarjeta «Ve directo a la cárcel» del montón.
Me senté en la silla para visitas que había frente a mí.
—¿Quieres hablar de ello?
«¿Qué narices?».
«¿Eso acaba de salir de mi boca?».
«¿Otra vez?».
Sabía que no debería haber visto El diario de Noa hacía unas semanas,
pero tenía demasiada resaca como para levantarme y buscar el mando a
distancia para cambiar de canal.
Annalise levantó la vista una vez más. Esta vez, nuestros ojos se
encontraron. Vi cómo intentaba fingir que no pasaba nada y entonces…, su
labio inferior empezó a temblar.
—He hablado… He hablado con Andrew hace un rato.
«El imbécil». Genial. Supongo que la había llamado por teléfono y
herido sus sentimientos mientras ella estaba en el trabajo. Para empezar,
cualquier tío que pronuncie las palabras «Deberíamos darnos un tiempo»
no tiene pelotas.
No tenía ni idea de qué responder, así que dije lo menos posible para no
meter la pata.
—Lo siento.
Se sorbió la nariz.
—He intentado no llamarlo, de verdad. Ayer, después de que
contestaras tú, me envió varios mensajes en los que decía que teníamos que
hablar. Pero verlos y no responder me estaba volviendo loca. —Rio entre
lágrimas—. Más loca de lo que me ha vuelto tener los iconos en las
carpetas equivocadas durante la última semana.
Sonreí.
—De nada. Es posible que haya añadido tres años a tu vida al ayudarte
a superar el demonio del control organizativo.
Annalise abrió el cajón y sacó un pañuelo de papel. Se secó los ojos y
dijo:
—¿Cuántos años me añades de nuevo si los arreglo a los cuatro días?
Asentí.
—Trabajaremos en ello. La semana que viene, me darás tu lista de
tareas pendientes de una página entera e intentaremos que pasen cinco días
sin que taches nada.
—¿Cómo sabes que tengo una lista de tareas pendientes de una página
entera?
La miré como diciendo: «¿Estás de broma, capitana obviedad?».
Ella suspiró.
—Apuesto a que Andrew también sabía que lo llamaría.
Yo tampoco lo dudaba. El tío era un imbécil porque sabía que podía
hacer lo que quisiera y que ella estaría ahí esperando hasta el final.
—Puede que sea la última persona que debería dar consejos sobre
relaciones, pero conozco a los hombres. Y cualquier tío que termina una
relación por teléfono es un imbécil y no se merece tus lágrimas.
—Oh. Andrew no ha cortado conmigo.
—¿Ah, no? ¿Entonces por qué lloras?
—Porque me ha pedido que nos veamos mañana después del trabajo
para cenar.
Fruncí el ceño.
—Me he perdido. ¿Por qué es algo malo?
—Porque Andrew es un buen hombre. No ha querido decirme que lo
nuestro se ha acabado por teléfono. —Se le llenaron los ojos de lágrimas
otra vez—. Me ha pedido que nos veamos después del trabajo en el Royal
Excelsior. Estoy segura de que es porque va a invitarme a una cena cara
antes de terminar la relación en persona.
—¿El Royal Excelsior? ¿No es el local del Hotel Royal que está en el
centro? Tengo un cliente a unas manzanas.
Ella asintió y se limpió la nariz.
Vale. Así que soy lo bastante hombre para admitir cuando me equivoco.
Y es evidente que me equivoqué al pensar que su ex era tan cabrón como
para cortar por teléfono. No me había dado cuenta de que el tío era un gran
cabrón y que iba a acostarse con ella antes de cortar.
—No deberías reunirte con él.
Annalise sonrió con tristeza.
—Gracias. Pero tengo que hacerlo.
Me debatía entre mis pensamientos. ¿Le explicaba que el tío no quería
romper, sino echar un polvo? Joder, si era listo —algo de lo que estaba casi
seguro, si tenemos en cuenta que se las había ingeniado para que la
hermosa mujer sentada frente a mí lo hubiera esperado durante meses—,
probablemente se las arreglaría para hacerle creer que el revolcón había
sido idea suya.
¿O me mantenía al margen? Después de todo, era una mujer adulta,
capaz de tomar sus propias decisiones. Y también era mi némesis.
«Pero parece muy vulnerable».
—Escucha. Ya te dije lo que pensaba sobre que este tío te dijera que
necesitaba tomarse un tiempo. Así que estoy bastante seguro de que no
querrás oír lo que pienso de esto…, pero ten cuidado.
—¿Tener cuidado con qué?
—Con los hombres. En general. Podemos parecer buenos tíos cuando
en realidad somos unos cabrones.
Parecía confundida.
—¿Por qué no dices lo que quieres, Bennett?
—¿No me culparás por ser sincero?
Me miró con los ojos entrecerrados. «Sí, me va a culpar por ser
sincero». Pero ahora había abierto la maldita boca y estaba atrapado, así
que a la mierda.
—Simplemente digo… que no dejes que se aproveche de ti. Te ha
pedido que os reunáis para cenar en un hotel por una razón. A menos que te
diga que ha cometido un gran error y que quiere que vuelvas, no te metas
en la cama con él. Escucha con atención las palabras que elige. Decir que te
echa de menos no es comprometerse a una mierda y puede que solo sea
para que bajes las defensas y levantarte la falda.
Annalise me miró fijamente. Tenía la cara manchada de llorar, pero el
rojo empezaba a rellenar las manchas blancas. «Está cabreada».
—No sabes de qué narices hablas.
Levanté las manos en señal de rendición.
—Solo me preocupaba por ti.
—Hazme un favor, no lo hagas. —Se levantó—. Tendré el texto en una
o dos horas. ¿Necesitas algo más?
Entendí la indirecta. Me levanté y me abotoné la chaqueta.
—En realidad, sí. Quizá puedas hablar con Finley para que se saque el
palo del culo y acuda a mí si tiene algún problema en lugar de ir a Recursos
Humanos. Ahora somos un equipo, estamos todos en el mismo bando.
Frunció los labios.
—De acuerdo.
Me acerqué a la puerta y puse la mano en el pomo antes de volverme.
Era incapaz de dejarlo estar.
—Además, preferiría tener el texto en una hora, en lugar de en dos.
Capítulo 12
Bennett
Jim: Soy demasiado tacaño para pagar once pavos por una cerveza
nacional.
Bennett: Ella no lo sabe, imbécil. Cúbreme si pregunta.
Jim: No, me refería a que quería ir a ese sitio y es demasiado caro para
mi presupuesto. Así que te va a costar tres copas allí la próxima vez que
salgamos. Tú pagas.
Negué con la cabeza.
Bennett: Bien. Qué buen amigo eres, me haces pagar para cubrirme las
espaldas.
Jim: Tienes suerte de que no hubiéramos quedado para cenar. La carne
y el marisco cuestan setenta y cinco pavos.
Annalise
***
Bennett
Annalise
***
Annalise
Hola, Annalise:
Ya está todo listo. Como tu vuelo aún no había despegado, me
han permitido anular la ida sin coste adicional debido al retraso.
Tu número de reserva es el mismo. Pero como el vuelo de
Bennett ya había despegado, su vuelta se ha cancelado
automáticamente. He tenido que reservarle otro billete de vuelta
y solicitar el reembolso del de ida. Tiene un nuevo número de
reserva: QJ5GRL
Espero que tu viaje mejore.
Marina
***
Bennett
***
Una hora no ayudó. Dos no hicieron más que provocarme dolor en los
brazos y las pantorrillas.
Ni siquiera una siesta de media hora y una ducha con agua caliente y un
masajeador me ayudaron a relajarme. Cada músculo de mi cuerpo seguía
tenso.
Por retorcido que fuera, no temía la cena. De hecho, la esperaba con
impaciencia. Me moría de ganas de ver cómo se comportaba Annalise
después de que le hubiera reprochado lo que fuera que estuviera pasando
con ese cabrón.
A las ocho menos cuarto, bajé al bar donde habíamos quedado en
quince minutos con el equipo de Star Studios. Me alegré de que
hubiéramos quedado para cenar en el restaurante del hotel, así no tendría
que conducir y podría tomarme una copa o dos. Dios sabía que lo
necesitaba.
El vicepresidente de producción y el jefe de guion ya estaban sentados
en la barra y me dieron una cordial bienvenida.
—¿Qué quieres tomar, Bennett?
Miré sus vasos, ambos llenos de un líquido ámbar.
—Tomaré un whisky escocés.
El vicepresidente me dio una palmadita en la espalda.
—Buena elección. —Se dio la vuelta, pidió otra copa de cualquier año
y marca que estuvieran bebiendo los dos y se giró hacia mí de nuevo—.
Nosotros ya hemos hablado bastante por hoy. Háblame un poco de ti.
—Muy bien. Llevo diez años en Foster Burnett, empecé como
diseñador gráfico y ascendí a director creativo. Paso demasiado tiempo en
la oficina, intento jugar un poco al golf los fines de semana y mi ayudante
me odia porque una vez me comí su bocadillo de mantequilla de cacahuete
y mermelada de la nevera cuando tenía un plazo de entrega y trabajaba a
medianoche.
La última parte les hizo reír. Era gracioso, y supuse que pensaban que
estaba exagerando. Lo que no tenía gracia era que me odiara de verdad.
—Diseñador gráfico, ¿eh? ¿Sigues dibujando?
—¿Cuenta hacer garabatos mientras hablo por teléfono con mi madre?
La voz de una mujer interrumpió las risas de los hombres.
—Bennett está siendo modesto. Es todo un artista. Deberíais ver
algunas de sus obras, sobre todo los dibujos que hace. Tiene una gran
imaginación.
Me giré y me encontré con Annalise con un vestido azul que se
ajustaba a su cuerpo y daba un aspecto fantástico a sus pechos, pero que, de
alguna manera, seguía siendo un atuendo de negocios apropiado. Estaba
guapísima. Casi me hizo olvidar la pequeña guerra que estábamos teniendo
y que acababa de intentar burlarse de mí por mis dibujos animados sexys.
Le di un sorbo a mi bebida.
—Hablando de modestia… Cuando le toque a Annalise contar algo
sobre sí misma, que no se le olvide mencionar su afición a los coches. Sabe
desmontar un coche como nadie. Joder, en su segundo día en la nueva
oficina, se ocupó de un problema con el limpiaparabrisas del que no me
había dado cuenta hasta el día anterior.
Annalise mantuvo su amplia sonrisa, pero capté las pequeñas dagas
brillantes que me lanzaba cuando entrecerró ligeramente los ojos. Le
devolví la sonrisa, pero mi diversión no era fingida. Disfrutaba
fastidiándola. Podría haber seguido así toda la noche, intercambiando
pullas disfrazadas de cumplidos. En dos minutos, me alivió más la tensión
que las horas de gimnasio y una ducha.
Después de unos cuantos intercambios más, en los que ella disfrazó un
comentario sobre mi vida sentimental como si estuviera dedicado a mi
trabajo, y yo se la devolví con uno sobre su ingenuidad disfrazada de mente
abierta, mi cuello se relajó por primera vez en todo el día.
Aunque el dolor volvió menos de cinco minutos después, cuando su
amiguito apareció.
—Has venido —le dije.
Vi cómo recorrió a Annalise rápido con la mirada antes de responder:
—Era demasiado importante como para no hacerlo.
«Sí, claro».
En pocos minutos, el resto del grupo se había unido a nosotros, incluido
el miembro de nuestra junta directiva, amigo del vicepresidente de Star,
que nos había conseguido la invitación para la presentación comercial.
Trasladamos nuestras conversaciones a una mesa durante la cena, y no me
sorprendió ver que, de algún modo, Annalise y Tobias se las habían
arreglado para sentarse uno al lado del otro de nuevo.
Aunque tuve la suerte de sentarme junto al miembro de la junta que
pronto decidiría dónde demonios viviría, no me concentré lo suficiente para
aprovechar la oportunidad de hablar con él. En lugar de eso, me encontré
escudriñando cada gesto de la feliz pareja sentada frente a mí.
La forma en que ella echaba la cabeza hacia atrás al reírse cuando él
decía algo que se suponía que era gracioso.
Cómo movía la boca al hablar y su lengua limpiaba los restos de vino
de la copa cada vez que daba un sorbo.
La forma femenina en que se limpiaba las comisuras de los labios con
la servilleta de tela.
La manera en que el cabrón le tocaba el brazo y chocaba los hombros
con ella.
Cuando llegamos al postre, empecé a tener problemas para encontrar
algo que decir y me quedé callado. La diversión que había sentido al
principio de la velada había desaparecido, y solo deseaba que la noche
terminara.
Cuando por fin lo hizo, nos quedamos en el vestíbulo del hotel para
despedirnos. Annalise dijo adiós por última vez con la mano a todo el
equipo de Star, y luego nos quedamos solos. Su sonrisa se transformó de
inmediato en una cara de enfado.
—¡Eres la persona menos profesional que he conocido!
—¿Yo? ¿Qué narices he hecho?
—Te has pasado toda la noche mirándome mal y fulminando a Tobias
con la mirada.
—¡Y una mierda! No he hecho eso.
Se detuvo un momento y me miró a la cara.
—No lo dices en serio, ¿verdad? Ni siquiera te has dado cuenta de lo
que estabas haciendo.
—No estaba haciendo una mierda.
A esta mujer se le había ido la cabeza. Tal vez había estado callado,
mucho menos sociable que normalmente, pero ella también se había
sentado frente a mí.
—Estabas en mi línea de visión. ¿Dónde narices esperabas que mirara?
—Ponías mala cara como…, como… Te has comportado como un
puñetero novio celoso.
—Estás loca.
—Es imposible trabajar contigo. —Se marchó antes de que pudiera
decir nada más y se dirigió al ascensor.
Me quedé allí un momento mientras trababa de averiguar de dónde
demonios había sacado que me hubiera comportado como un novio celoso.
Se me había disparado la adrenalina y sabía que no podría dormir, así que
decidí volver al bar del vestíbulo y tomar un poco de ayuda líquida.
***
«Te has comportado como un puñetero novio celoso». Sus palabras seguían
dando vueltas en mi cabeza, junto con copiosas cantidades de whisky
escocés de diez años.
Después de dos copas, estaba mucho más tranquilo, pero no conseguía
olvidar todo lo que había pasado esta noche. Las cosas habían empezado
bastante bien: el vestido azul, sus preciosos pechos. Estaba bastante
tranquilo a su llegada, incluso después de nuestra pelea en el coche esta
tarde, y después de haberla visto hablar y reír, y cómo el hombre sentado a
su lado se estiraba y apoyaba el brazo en el respaldo de su silla durante los
aperitivos. No le había visto la mano, pero lo había imaginado pasándole
un dedo por la espalda mientras pensaba que nadie se daría cuenta.
Excepto yo. Yo lo sabía.
Hice sonar el hielo en mi vaso y me tragué el resto de la bebida.
«Ese maldito dedo».
Quería rompérselo.
«¿Cómo se atrevía ese cabrón a tocarla?».
Lo siguiente que se me pasó por la cabeza medio borracha surgió de la
nada.
«Quita tus manos de mi chica».
¿Qué narices?
«¿Cómo?».
Me reí para mis adentros e intenté deshacerme de aquel ridículo
pensamiento. Hablaba el alcohol.
Tenía que serlo.
¿Verdad?
«O…».
«Jooooder».
Apoyé la cabeza en la parte superior del taburete y miré el techo
durante un minuto, absorto en mis pensamientos. Todo empezó a encajar a
gran velocidad.
Cerré los ojos.
«Mierda».
Esta noche me había comportado como un novio celoso.
Pero ¿por qué?
La respuesta debería haber sido obvia, incluso para alguien tan
testarudo como yo, pero necesité otras dos copas y que el bar comenzara a
cerrar para reflexionar un poco más.
Una vez que me di cuenta, decidí hacer algo estúpido…
Capítulo 18
Annalise
«Pum, pum».
Me di la vuelta y me tapé la cabeza con la sábana.
Unos minutos más tarde, el sonido volvió a sonar.
«Pum, pum».
Me destapé y suspiré. Joder, ¿qué hora era? ¿Y quién demonios estaba
dando golpes? No sonaba como alguien que estuviera llamando a la puerta.
Busqué el móvil en la mesilla, lo tomé y pulsé el botón de encendido.
Una luz brillante iluminó la oscura habitación del hotel e hizo que
entrecerrara los ojos somnolientos para ver la hora. Las dos y once de la
madrugada.
Suspiré. Debía de ser gente que venía por el pasillo tras el cierre de los
bares. Intenté darme la vuelta y volver a dormir, pero mi vejiga también se
había despertado. De camino al baño, me asomé por la mirilla y ojeé el
pasillo todo lo que pude. Parecía vacío.
Pero, en cuanto me metí de nuevo en la cama, empezó otra vez.
«Pum, pum».
¿Qué demonios pasaba? Retiré las sábanas y salí de la cama para volver
a echar un vistazo por la mirilla. Nada. Sin embargo, esta vez, mientras
estaba de puntillas asomada a la mirilla, los golpes se volvieron a oír y la
puerta vibró. Di un respingo.
—¿Hola?
Una voz grave dijo algo desde el otro lado de la puerta, pero no
distinguí las palabras. Volví a mirar, y esta vez solo bajé la vista a través
del visor. Pelo. Alguien estaba sentado contra la puerta. Se me aceleró el
corazón.
—¿Quién anda ahí?
Más murmullos.
Me puse a su altura y pegué la oreja a la puerta.
—¿Quién es?
Oí una risa.
¿Era eso?
Me acerqué a la mirilla y miré hacia abajo tanto como pude una vez
más. El pelo también se parecía al suyo, pero no podía estar segura. Así
que volví a comprobar el cierre de la cadena de seguridad antes de abrir la
puerta despacio.
—¿Bennett? ¿Eres tú?
—¿Qué narices? —Su voz gruñó más claro a través del espacio abierto.
Miré hacia abajo y lo encontré desplomado contra la puerta. La había usado
para mantenerse erguido, y se cayó hacia atrás cuando la entreabrí.
Los empujé a él y a la puerta hacia delante para desenganchar la cadena
de seguridad y abrirla de par en par.
Al hacerlo, Bennett, que tenía todo su peso apoyado contra la puerta,
quedó tendido en el suelo, con la mitad superior en mi habitación y las
piernas fuera, en el pasillo. Se echó a reír de forma histérica.
—¿Qué demonios haces? —le pregunté. Entonces caí en la cuenta de
que podía estar enfermo y necesitar atención médica—. Mierda. —Me
incliné hacia él asustada—. ¿Te encuentras bien? ¿Te duele algo?
El olor a alcohol respondió en ausencia de palabras.
Agité una mano delante de mi nariz.
—Estás borracho.
Mostró la sonrisa torcida más sexy.
—Y tú eres jodidamente guapa.
«No es exactamente lo que esperaba».
Rodeé su cuerpo sobre la alfombra y miré a ambos lados del pasillo. No
había nadie más.
Bennett me señaló con una sonrisa pícara.
—Veo debajo de tu vestido.
Llevaba una camiseta larga que apenas me llegaba a los muslos. Y me
estaba mirando la ropa interior. Tiré de la tela hasta el dobladillo y cerré las
piernas.
—¿Qué sucede? ¿Creías que esta era tu habitación o algo así? Estás dos
puertas más allá, en la habitación junto al ascensor, ¿recuerdas?
Levantó la mano y me rozó el muslo con los dedos.
—Vamos. Déjame verlas otra vez. Eran negras y de encaje. Mis
favoritas.
Una sensación cálida se extendió por mis piernas cuando sentí sus
dedos sobre mi piel, pero mi corazón era lo bastante inteligente como para
recordar lo que había hecho antes. Le aparté la mano. Eso le pareció
divertido.
—No te gusto, ¿verdad?
—Ahora mismo, no.
—Da igual. A mí me gustas.
—Bennett, ¿quieres algo o necesitas ayuda para volver a tu habitación?
—He venido a disculparme.
Eso me ablandó un poco. Pero estaba borracho, así que no podía estar
segura de que fuera consciente de por qué demonios se disculpaba.
—¿Disculparte por qué? —le pregunté.
—Por ser un capullo. Por actuar como un novio celoso.
Suspiré.
—¿Qué te ha pasado esta noche?
Una sonrisa tonta se dibujó en su rostro.
—Toby no debería haberte tocado. Me he enfadado. No tendría que
haberlo pagado contigo.
Bajé más la guardia.
—Está bien. Supongo que, en cierto sentido, aprecio tu caballerosidad
al querer dar la cara por mí.
Él también encontró divertido ese comentario.
—Caballerosidad. Eso es algo de lo que nunca me han acusado.
Bennett extendió la mano y la puso sobre mi pie descalzo. Trazó ochos
con un dedo. Dios, su tacto era agradable, incluso ahí.
Miró cómo su mano dibujaba mientras seguía hablando:
—Lo siento, Texas.
Por alguna estúpida razón, el uso de mi apodo me ablandó.
—No pasa nada, Bennett. No te preocupes. Pero que no vuelva a
ocurrir, ¿de acuerdo?
Dejó de dibujar y me cubrió la parte superior del pie con la palma de la
mano. Su pulgar subió y me acarició el tobillo. Lo sentí entre las piernas.
—Pero volverá a ocurrir —susurró—. Pasará de nuevo.
Mi cerebro se había distraído por la forma en que su simple contacto
irradiaba por todo mi cuerpo, así que no seguí lo que decía.
—¿Qué pasará?
—Volveré a actuar así. No puedo evitarlo. ¿Sabes por qué?
No estaba segura de que me importara mientras ese pulgar siguiera
acariciándome el tobillo.
—¿Mmmm?
—Porque estaba celoso.
Me quedé boquiabierta. Tenía que estar malinterpretando lo que decía.
—¿De qué estabas celoso?
Levantó la vista del suelo y nuestros ojos se encontraron.
—De que te tocara.
—¿Por qué?
—Porque quiero ser yo quien te toque.
De repente, me di cuenta de que solo llevaba una camiseta.
—Tengo que ponerme unos pantalones. —La puerta de mi habitación
seguía abierta, con la mitad de su cuerpo en el pasillo—. ¿Puedes meter las
piernas para que cierre la puerta y encuentre algo que ponerme?
Consiguió doblar las rodillas y levantarlas lo suficiente para que la
puerta se cerrara, pero no se levantó.
Tampoco me soltó el pie. La cerradura resonó con fuerza cuando se
cerró, y todo se quedó en silencio. Era muy consciente de que estaba medio
desnuda, Bennett me estaba tocando la pierna y los dos estábamos muy
solos en mi habitación del hotel.
Aparté el pie de su mano y me apresuré a buscar en la maleta los
pantalones que debería haberme puesto antes de abrir la puerta. Los saqué
y corrí al baño.
Madre mía. Me asusté al ver mi reflejo en el espejo. Llevaba el pelo
despeinado, el maquillaje corrido, tenía los ojos hinchados y cansados, con
ojeras: parecía una vagabunda. El rímel me corría por una mejilla, y me
incliné hacia delante para mirarme más de cerca: ¿era baba seca lo que
tenía a un lado de la cara?
Me pasé Dios sabe cuánto tiempo arreglándome. Me hice una coleta,
me lavé la cara, me cepillé los dientes, me eché desodorante y me puse los
pantalones de chándal. Luego tuve una larga conversación… conmigo
misma.
—Estás bien. Solo está borracho. No tiene ni idea de lo que dice. —
Respiré hondo—. No va a pasar nada ahí fuera. Solo vas a ayudarlo a
levantarse y a llevarlo a su habitación.
«Pero…, si empieza a frotarme el pie otra vez».
—No. Definitivamente no. Es estúpido. Sal ahí fuera, ya. De todos
modos, ¿cuánto tiempo has estado escondida aquí?
«La mejor pregunta es: ¿cuánto tiempo hace que no te acuestas con un
hombre?».
—Basta ya. Estás siendo ridícula. Es tu némesis, un hombre que ni
siquiera te gusta la mitad del tiempo.
«Esta noche no tiene por qué ser esa mitad del tiempo…».
Señalé al espejo con un dedo.
—Se acabó. —Me miré por última vez y me erguí antes de poner la
mano en el pomo de la puerta. «Así no vamos a ninguna parte».
Literalmente.
Porque abrí la puerta del baño de golpe y me encontré…
A Bennett roncando en el suelo.
***
No podía volver a dormir.
Y como el vuelo era a primera hora de la mañana, solo disponía de unas
horas hasta que tuviera que salir hacia el aeropuerto. Sin embargo, unas
horas no me parecían suficientes para recordar todo lo que Bennett había
hecho y dicho la noche anterior.
Intenté despertarlo al salir del baño, pero fue inútil. Se había quedado
profundamente dormido y estaba borracho. Así que lo cubrí con una manta
del armario, le puse una almohada bajo la cabeza y lo dejé durmiendo en el
suelo.
Incluso cuando me preparé por la mañana, ni siquiera el sonido de la
maleta al abrirla, el de la ducha ni el del desodorante cuando se me cayó al
suelo del cuarto de baño despertaron a Bennett. Tenía la sensación de que
podía quedarse así hasta la tarde, y tal vez lo necesitaba, pero entonces
perdería su vuelo. Por suerte, el suyo salía tres horas después del mío, así
que no tenía que levantarse hasta dentro de un rato.
Llamé a recepción y les pedí que llamaran a las nueve. Pero, como no
estaba segura de que el sonido del teléfono, que estaba al otro lado de la
habitación, lo despertara, decidí ponerle una alarma en el móvil. Sin
embargo, antes tenía que sacárselo del bolsillo.
Me agaché y examiné su cara para asegurarme de que seguía
profundamente dormido. Bennett era un hombre realmente muy guapo: su
rostro tenía un color natural, bronceado incluso en su estupor de borracho,
y sabía que, si hubiera abierto los ojos, serían sorprendentemente verdes en
contraste con su piel. ¿Y qué hombre tenía unos labios tan carnosos y
rosados? Por supuesto, a diferencia de mí, dormía dignamente. Tenía los
labios ligeramente abiertos, que mostraban un atisbo de sus dientes blancos
y perfectos, mientras que los míos estarían goteando baba en un charco en
el suelo. Casi no era justo lo guapo que era.
Pero yo debía subirme a un avión, y él también. Así que no podía
perder más tiempo admirándolo. Tenía que intentar sacarle el móvil del
bolsillo para poner una alarma.
Pero…
Cuando fui a meter la mano en el bolsillo de su pantalón, me fijé en un
bulto importante un poco a la izquierda. Dios mío. Bennett tenía una
erección mientras dormía.
«Guau. Tenía… un buen tamaño».
Pasé mirándolo un minuto o dos.
Me tomó otro minuto cerrar los ojos e imaginar cómo lo notaría entre
las manos, si le bajaba la cremallera de los pantalones y metía la mano
dentro.
Podría haberme preguntado si se daría cuenta si le desabrochaba la
cremallera.
O qué haría si se despertaba mientras mis manos rodeaban ese bulto.
«Este hombre me está haciendo perder el juicio».
Sacudí la cabeza y actué con racionalidad. Tenía que ponerme en
marcha y activar la maldita alarma del teléfono.
Me temblaba la mano cuando se la metí en el bolsillo. A cada
movimiento que hacía, comprobaba su cara para asegurarme de que no se
despertaba. Saqué el móvil muy despacio.
Cuando lo conseguí, suspiré y me di cuenta de que había estado
conteniendo la respiración. Aún me temblaban las manos cuando encendí
el teléfono. No había pensado en la posibilidad de que tuviera contraseña;
la mayoría de la gente la tenía. Pero cuando pulsé el botón de encendido,
no apareció ningún teclado. En su lugar, su pantalla de inicio apareció
directamente, y vi una imagen inesperada de un niño adorable. Era posible
que no tuviera más de diez u once años, con el pelo enmarañado de color
castaño claro y una sonrisa enorme. Llevaba unos pantalones cortos y unas
botas de lluvia amarillas de plástico, y estaba de pie sobre una roca en
medio de un arroyo mientras sostenía un pez gigante.
Miré la foto y luego al hombre que dormía a mi lado. ¿Bennett tendría
un hijo? Nunca lo había mencionado y me había dicho que su relación más
larga había durado menos de seis meses, aunque no es que hiciera falta
tener una relación. No obstante, parecía algo que ya habría surgido en
nuestras conversaciones. Alterné la mirada entre Bennett y la foto unas
cuantas veces más. No vi ningún parecido.
Habría supuesto que tendría unas cuantas fotos guarras de mujeres en el
móvil, pero no a un dulce niño de fondo de pantalla. El hombre era un
verdadero enigma.
Por suerte, mientras miraba al niño, vi la hora en el teléfono de Bennett.
«Mierda».
Necesitaba salir de ahí. Enseguida programé una alarma para que
sonara dos horas más tarde y entré en su configuración para subir el
volumen al máximo y asegurarme de que el móvil vibrara al mismo
tiempo. Luego lo puse en el suelo, justo al lado de su oreja. Si eso no lo
despertaba, nada lo haría.
Me levanté y tomé mi equipaje antes de dar un último repaso a la
habitación por si había olvidado algo. Luego rodeé al hombre dormido y
abrí la puerta con suavidad. Aún no se había movido.
Le eché un último vistazo al bulto de los pantalones.
«Bueno, Bennett Fox, ha sido, por decir algo, interesante. Estoy
impaciente por ver cuánto recuerdas mañana en la oficina».
Capítulo 19
Annalise
***
La relación tan voluble que tenía con Bennett dio un giro hacia la tundra a
mediados de semana. Solo que esta vez, fui yo la que lo instigó.
Jonas nos había asignado la segunda cuenta por la que la junta nos
juzgaría: Billings Media, y ambos estábamos trabajando en los primeros
borradores de nuestras campañas para Star por separado. Casi al final de la
reunión semanal, le comenté a Jonas que tenía una cita programada para la
semana siguiente con uno de los vicepresidentes de Star. Sabía que eso
haría enfadar a Bennett. Este me fulminó con la mirada, pero no dijo nada,
y yo lo ignoré y seguí hablando con el jefe.
Cuando Tobias se ofreció para ver los primeros diseños, supuse que
tanto Bennett como yo nos ocuparíamos de ello. Pero eso fue cuando yo era
una idiota que creía que el campo de juego debía ser justo para que ganara
el mejor.
Después de la tontería de Bennett en Los Ángeles y de escuchar lo que
de verdad sentía por mí, ya no tenía ninguna duda de que ganaría la mejor
persona: yo.
Regresé a mi despacho y cogí el teléfono para devolver algunas
llamadas, cuando Bennett irrumpió sin llamar.
—La puerta estaba cerrada porque estoy ocupada.
Echó un vistazo exagerado a mi pulcro despacho.
—A mí no me parece que lo estés.
Suspiré.
—Necesito hacer unas llamadas. ¿Qué quieres, Bennett?
—¿Vuelas a Los Ángeles para una comida? Déjame adivinar, ¿te vas a
reunir en un hotel?
—Que te jodan.
Me fulminó con la mirada.
—No, gracias. Te lo dije, no me gusta compartir. Y menos con Toby.
Me levanté.
—¿Has venido a mi despacho por alguna razón que no sea discutir?
—Tu amigo Tobias no contesta mis llamadas. ¿Es cosa tuya?
Tobias ni siquiera había mencionado que Bennett hubiera llamado.
—Por supuesto que no.
—El otro día vi a Marina reservar tus vuelos. Esa es la única razón por
la que sabía que habías decidido ir a ver a tu amigo. Buen trabajo en
equipo, por cierto. Casi me trago tu mentira de que «somos un equipo».
Cuando se extendió la invitación para que echaran un vistazo a nuestro
trabajo, supuse que era una invitación para la empresa…, no una invitación
personal de Annalise.
Apoyé las manos en el escritorio y esbocé una sonrisa dulce y
acaramelada.
—Yo también. Supongo que ambos hemos aprendido mucho el uno del
otro desde Los Ángeles.
Capítulo 20
Bennett
***
***
Querida yo:
Hasta ahora, octavo curso apesta. Soy más alta que casi todos los
chicos. Nadie me invitó al baile de Halloween, así que fui con Bennett. No
quería disfrazarse, pero le obligué a ser Clark Kent. Llevaba unas gafas de
empollón y una camisa de vestir con una camiseta de Superman debajo. Yo
fui de Wonder Woman. Todas mis amigas piensan que Bennett está bueno y
estaban celosas. Así que fue divertido.
Para mi cumpleaños, Bennett y su madre me llevaron al espectáculo de
los monster trucks. El nuevo novio de mamá, Kenny, vende cosas en los
puestos de comida, así que nos dieron perritos calientes y refrescos gratis.
El casero está intentando echarnos de casa otra vez. Mamá perdió su
trabajo en la cafetería y dice que probablemente tendremos que mudarnos.
Espero que no sea muy lejos.
Me encanta mi profesora de inglés, la señora Hoyt. Dice que mis
poemas tienen mucho potencial y quiere que los presente a un concurso,
pero la cuota de inscripción era de veinticinco pavos y mamá dijo que
necesitamos el dinero para otras cosas. La señora Hoyt me sorprendió y
me inscribió de todos modos. Dijo que la escuela tenía un fondo para
ayudar con estas cosas. Aun así, tengo la sensación de que la señora Hoyt
fue quién realmente lo pagó, por lo que le dedico este poema a usted,
señora Hoyt.
Las flores se marchitarán,
el amor florece bajo el cálido sol,
el frío llega demasiado pronto.
Anónimamente,
Sophie
Capítulo 22
Bennett
***
Annalise
***
***
Bennett
***
Annalise
«Menudo imbécil».
Mantuve mi cara falsa de felicidad mientras me despedía de Tobias.
Pero en cuanto atravesó la puerta giratoria, me di la vuelta, fruncí el ceño y
me dirigí al bar en busca de mi acosador. Me invadió una sensación de déjà
vu.
—Perdone —llamé al camarero—. ¿Busco al tipo que estaba sentado
en ese extremo de la barra hace unos minutos?
Asintió.
—¿Bebía Corona y parecía que alguien hubiera atropellado a su perro?
—Ese mismo.
—Ha pagado la cuenta y se ha marchado hace un minuto o dos. No
estoy seguro de si es un huésped, ya que ha pagado en efectivo. No he visto
por dónde se ha ido.
—Oh, sí que se hospeda aquí —murmuré, y me dirigí hacia la
recepción—. Apostaría mi vida.
En la recepción había dos empleados; ambos estaban ocupados con
clientes, así que me puse a la cola. Sin embargo, mientras esperaba, pensé
que tal vez no darían el número de habitación de otro huésped con tanta
facilidad. Así que volví al vestíbulo, saqué el móvil y busqué el número de
teléfono del hotel.
—Hola. Estoy intentando localizar a un huésped. En realidad, es mi
jefe. Me dio el número de teléfono directo de su habitación para una
conferencia a la que vamos a asistir, pero parece que lo he perdido.
—Puedo conectarla con la habitación. ¿Cómo se llama el huésped?
—Ummm… ¿Podría volver a decirme el número de teléfono? Me lo
dio porque llamaré a otras personas en una línea de conferencia y, por
motivos de privacidad, no le gusta compartir el nombre del hotel donde se
aloja. La operadora dice el nombre del hotel cuando contesta en el número
principal. Me va a matar por haberlo perdido.
—Claro. No hay problema. ¿Cómo se llama el huésped?
—Bennett Fox.
Cuando esta mañana le he dado mi número de teléfono directo a
Marina, me he dado cuenta de que el número de mi habitación era los
cuatro últimos dígitos. O se trataba de una gran coincidencia, o todos
funcionaban así.
La oí pulsar unas teclas antes de volver a la línea.
—Ese número directo sería el 213-555-7003.
—Muchas gracias.
—De nada. Buenas noches.
Deslicé para finalizar la llamada.
«Oh, tendré una buena noche en la que le gritaré al idiota de la
habitación 7003».
***
Annalise
Los dos estábamos en silencio, tumbados uno al lado del otro en la oscura
habitación.
Me pregunté si ya se había arrepentido.
—¿En qué piensas ahora mismo? —le pregunté.
Respiró hondo.
—¿Quieres la verdad?
—Por supuesto.
—Estaba pensando en cómo podría arreglármelas para activar la
grabadora del móvil sin que te dieras cuenta antes de comértelo. Necesito
capturar ese sonido que haces mientras te corres para usarlo como material
para masturbarme cuando me hayas mandado a la mierda en media hora.
Me reí y me giré hacia él.
—¿Qué sonido?
—Es una mezcla entre un gemido y un grito, pero es realmente gutural
y muy sexy.
—Yo no grito.
—Oh, sí que lo haces, nena.
Sinceramente, no tenía ni idea de lo que había salido de mi boca esta
noche. Había sido una especie de experiencia extracorpórea sobre la que no
tenía control.
—¿Y qué te hace pensar que voy a mandarte a tomar por culo en media
hora?
Bennett se volvió hacia mí y me apartó un mechón de pelo de la
mejilla.
—Porque eres inteligente.
No tenía ni idea de cómo se desarrollaría lo que acababa de ocurrir. A
diferencia de lo habitual en mí, no había pensado en las consecuencias de
mis actos. En su lugar, me dejé llevar por lo que me hacía sentir bien en el
momento. Y Dios sabe que resultó increíble. Así que seguí con esa
mentalidad, sin permitirme analizar nada en exceso todavía.
—A Andrew no… No le gustaba mucho el sexo oral. Así que creo que
el sonido que has escuchado podría haber sido el corcho saliendo de alguna
botella de champán muy apretada.
Bennett apoyó la cabeza en el codo.
—¿Qué puñetas significa eso? ¿De verdad que no le gustaba el sexo
oral? ¿Estás diciendo que se le daba de pena?
—No. Digo que no lo hacía a menudo. Bueno…, casi nunca.
—Pero ¿a ti gusta?
Me encogí de hombros.
—A él no.
—Y ahí radicaba el problema de vuestra relación, en pocas palabras.
Tampoco hablo solo de sexo. Cualquier hombre que no se esfuerce por
hacer algo que quizá no le guste para complacer a su mujer tiene un
problema que va más allá del sexo.
Por desgracia, Bennett tenía razón al cien por cien. Las cosas con
Andrew siempre tenían que ver con lo que Andrew quería y necesitaba.
Necesitaba tranquilidad para escribir su novela, así que aplazamos lo de
irnos a vivir juntos. A mí me gustaba un restaurante nuevo y a él no, así
que no volvíamos. Él necesitaba espacio y yo se lo di. Sin embargo, cuando
él quería ir a esquiar en vacaciones y yo quería ir a la playa, sacaba mi ropa
de invierno para hacerle feliz. Y lo peor —Dios, lo que me había perdido—
es que Bennett tenía razón: me gustaba el sexo oral.
Suspiré.
—Tienes razón.
La habitación estaba a oscuras, pero noté que sonreía.
—Siempre la tengo.
Bennett me acarició el brazo con dos dedos, del hombro a la mano. Lo
sentí hasta en los dedos de los pies, y me estremecí con un pequeño baile
de escalofríos.
—Tu cuerpo es muy sensible.
Extendí la mano y dejé que vagara por la dura superficie de sus
abdominales.
—Y el tuyo es muy… duro.
Se rio entre dientes, me tomó la muñeca con la mano y la arrastró unos
treinta centímetros hacia el sur.
—Oh. Guau. Estás….
—Duro en todas partes.
—Cierto. Eso no es mucho tiempo de inactividad, ¿sabes?
Bennett hizo un movimiento sigiloso, me levantó y rodó sobre su
espalda para que yo quedara encima.
—Hay que aprovechar el tiempo antes de que la sangre te vuelva al
cerebro y te lo pienses mejor. —Levantó las caderas y empujó hacia mi
entrada.
—Parece que la sangre tampoco ha vuelto a tu cerebro.
—¿Qué tal si hacemos un pacto? —Me recorrió la columna con el
dedo, más despacio, pero sin detenerse cuando llegó a la raja de mi trasero
—. Ninguno de los dos piensa en nada hasta que salga el sol mañana.
Le rocé los labios con los míos.
—Por fin, algo en lo que estamos de acuerdo.
***
Bennett
No era ella.
Volví a meterme el móvil en el bolsillo e intenté fingir que no estaba
decepcionado porque uno de mis amigos me había mandado un mensaje
para ver si me apetecía tomar algo esta noche.
Pero ahora no puedes engañarte a ti mismo, ¿verdad?
La tarde que volvimos de Los Ángeles, Annalise ya se había ido
cuando llegué a la oficina. El jueves, tuve una reunión fuera de la oficina y,
cuando llegué, ella tampoco estaba. Marina me dijo que le había surgido
una cita de última hora.
El viernes, a las siete menos diez de la mañana, vi que el mismo Audi
que yo conducía se alejaba de la entrada de nuestro edificio, así que le
envié un mensaje. Unas horas más tarde, me contestó diciendo que había
llegado pronto para ir a por unas fotos y que estaba trabajando desde casa.
No era raro que el personal trabajara desde casa uno o dos días a la
semana: teníamos un horario flexible y la sede estaba en otro sitio, pero
Annalise no lo había hecho hasta ahora, y yo empezaba a sospechar que me
estaba evitando.
El viernes por la tarde, comencé a preocuparme, así que le envié otro
mensaje para preguntarle si quería tomar algo. No respondió.
El sábado por la tarde, cada vez que sonaba el móvil lo miraba como
una adolescente.
Vi cómo Lucas comprobaba el precio de las deportivas a las que les
había echado el ojo y las devolvía a la estantería.
—¿Te gustan? —pregunté.
—Sí. —Se encogió de hombros—. Molan.
—¿Por qué no te las pruebas? Necesitas unas nuevas antes de nuestro
viaje a Disney en unas semanas.
—Es mucho dinero.
—¿Las vas a pagar tú?
—¿No?
—¿Entonces por qué demonios miras los precios?
Tomé la deportiva y le hice un gesto al chico con uniforme a rayas de
Foot Locker que no parecía mucho mayor que Lucas.
—¿Podemos verlas en una talla cuarenta?
—Claro que sí.
—Espera —le dije al chico—. ¿Hay algo más que te guste, colega?
Lucas no respondió.
—¿Lucas?
Como no respondía seguí su mirada hacia lo que había captado su
atención. Me reí entre dientes.
—De momento, solo eso, por favor —le dije al chico que esperaba.
La chica, rubia y muy guapa, a la que Lucas no quitaba los ojos de
encima levantó la vista y se dio cuenta de que la estaba mirando. Se puso
nerviosa y saludó torpemente con la mano antes de volverse en otra
dirección para mirar la pared de zapatos del otro lado de la tienda.
Me incliné hacia Lucas y le susurré:
—Es mona.
—Es Amelia Archer.
—¿Te gusta?
—Le gusta a todos los de sexto.
—¿Creía que al cambiar de estrategia solo te gustarían las feas?
—Es guapa y simpática, pero no quiere nada con ninguno de los chicos.
—Bueno, solo tiene doce años. Los niños y las niñas empiezan a fijarse
en los demás en diferentes momentos. Puede que ella aún no esté ahí.
—No, no es eso. Hace un mes, le dijo a Anthony Arknow que le
gustaba Matt Sanders, y Anthony difundió rumores sobre ella, porque
también está colado por ella. Ahora, Amelia ya no habla con ninguno de
los chicos.
Las maravillas del colegio.
—Ya cambiará de opinión. ¿Por qué no vas a saludarla? Enséñale las
deportivas y pregúntale si le gustan.
—¿Crees que debería?
Volví a sacar la deportiva de la estantería y se la tendí.
—Desde luego. Tienes que dar el paso. Las buenas no están solas
mucho tiempo. Sé su amigo. Tal vez necesite ver que no todos los chicos
son unos capullos. —Sonreí—. A ver, lo somos, pero de todos modos, haz
lo mejor que puedas.
Lucas me quitó la zapatilla de deporte de la mano y vaciló. Por un
momento me sentí un tío orgulloso cuando se decidió y se acercó. Vi cómo
la incomodidad inicial desaparecía y sus hombros se relajaban un poco. Al
cabo de uno o dos minutos, la hizo reír.
Volvió con una sonrisa de oreja a oreja.
—Es muy simpática,
—Parece que le ha gustado que te acercaras a hablar con ella.
Se encogió de hombros.
—Puede ser. Las chicas son confusas.
Este chico era mucho más inteligente que yo a esa edad. Creía que lo
tenía todo claro hasta que cumplí los dieciocho y me di cuenta de que no
sabía una mierda.
Asentí con la cabeza.
—Vaya si lo son.
Lucas acabó comprando las Nike de cien dólares. También nos
llevamos unas camisetas y algunos materiales para la clase de arte que,
según él, su abuela se negaba a comprar porque decía que el colegio debía
proporcionarlos. Luego me pidió un poco de gel para el pelo y desodorante
Axe.
Gel para el pelo y Axe: definitivamente, se había fijado en las chicas.
—¿Esperas una llamada? —preguntó Lucas mientras caminábamos por
el aparcamiento del centro comercial de camino al coche.
Miré el teléfono que tenía en la mano.
—No. ¿Por qué?
—Porque no dejas de mirarlo.
Volví a meterme el teléfono en el bolsillo.
—No me había dado cuenta.
El mierdecilla sonrió.
—Estás esperando que te llame una chica.
Me costó contener la sonrisa. Pulsé el botón de desbloqueo del coche y
pitó.
—Entra, Casanova.
—¿Quién?
—Sube.
Mi teléfono sonó justo cuando llegábamos a casa de Lucas. Sin
pensarlo, lo saqué del bolsillo y comprobé el nombre. Lucas debió leerme
la cara.
—Estás esperando que una chica te mande un mensaje. —Sonrió.
No tenía sentido mentir.
—Sí. Perdona si he estado distraído.
Se encogió de hombros.
—¿Por qué no la llamas?
—Es complicado, colega.
Lucas cogió las bolsas de la compra del asiento trasero y abrió la puerta
del coche. El año pasado me pidió que dejara de acompañarlo hasta la
puerta de casa, así que ahora me limitaba a quedarme sentado en el coche y
asegurarme de que entraba.
Salió del coche y asomó la cabeza al interior, con una mano en la parte
superior de la puerta.
—Tienes que dar el paso, tío. Las buenas no están solas mucho tiempo.
El mierdecilla me había devuelto mis propias palabras.
Capítulo 28
1 de mayo
Querida yo:
¡Lo logramos! Nuestro primer novio. Solo nos ha costado dieciséis
años. Pero Nick Adler es muy guapo. Siempre lleva una gorra de béisbol
hacia atrás, y su pelo desordenado sobresale por todas partes por debajo
de ella. Llevamos juntos dos semanas. Y…, ¡hemos dado el primer paso!
Bueno, en teoría, Bennett lo hizo por nosotros. No importa.
Normalmente, comemos con Bennett y otros chicos. Nick se sienta en la
mesa que hay frente a nosotros. Bennett no dejaba de decirnos que nos
sentáramos con él para dar el primer paso, pero éramos muy cobardes. Un
día, cuando mirábamos a Nick, Bennett gritó: «Eh, Adler. Soph se sentará
hoy con vosotros, ¿vale?». Nick se encogió de hombros y dijo que vale.
Queríamos matar a Bennett. Estábamos muy nerviosas cuando tuvimos que
caminar hasta allí, pero las cosas fueron bien. Incluso salimos con Bennett
y Skylar —su nueva novia— el fin de semana pasado. La novia de Bennett
ya va a la universidad y es muy guapa. Era simpática, supongo.
Ah…, y tuvimos que mudarnos otra vez. Mamá y Lorenzo rompieron.
Nuestro nuevo apartamento es realmente pequeño, pero al menos no está
muy lejos del anterior.
Hoy nuestro poema está dedicado a Nick.
Anónimamente,
Sophie
Capítulo 29
Bennett
«A la mierda».
Salí de la autopista en la siguiente salida.
Lo juro, me había duchado y vestido con toda la intención de quedar
con mis colegas para tomar algo en el centro, pero a mitad de camino hacia
el O’Malley’s, cambié de planes.
Y ahora que estaba más cerca, dudé de nuevo. Las Bodegas Bianchi no
era solo la casa de sus padres, también eran clientes.
Por otra parte, parecía normal. Annalise era la última persona a la que
debería perseguir. ¿Por qué no ir a buscarla a casa de un cliente? ¿Qué
podría salir mal?
Todo.
Cualquier cosa.
Pero…, a la mierda.
Me habían invitado. Annalise me había dicho que Margo me había
invitado. Al menos, no me colaría en la fiesta.
Bajé por el largo camino de tierra justo cuando el sol empezaba a
ponerse. Había una docena de coches aparcados delante de la bodega, entre
ellos el gemelo del mío. Aparqué y miré el móvil por última vez. Iba a ser
un desastre si ella había venido con alguien. Pero no imaginaba que fuera el
tipo de mujer que tendría una cita pocas noches después de haberse
acostado con otro tío.
Joder, yo era ese tipo de hombre, y no lo habría hecho después de la
noche que habíamos pasado juntos.
Entré en la tienda justo cuando Margo Bianchi subía de la bodega.
—¡Bennett! Me alegro mucho de que te encuentres mejor y hayas
decidido unirte a nosotros después de todo.
«¿Encontrarme mejor?». Le seguí la corriente.
—Resultó ser un virus de veinticuatro horas.
—Annalise y Madison están abajo. Voy a por otra bandeja de queso. Ve
con ellas. A todo el mundo le encanta la nueva cosecha.
—Déjame echarte una mano con la bandeja primero.
—Tonterías. Ve a disfrutar. Estoy seguro de que mi hija estará
encantada de verte.
«Yo no estaría tan seguro de eso».
—De acuerdo. Gracias.
La bodega tenía cuatro mesas a un lado y una larga barra de piedra al
otro. Escudriñé las mesas y vi caras que no conocía. Pero, desde luego,
reconocí la espalda expuesta de una mujer sentada en el penúltimo taburete
de la barra. De espaldas a mí, no había advertido mi presencia.
Respiré hondo y me acerqué a ella. La mujer que estaba a su lado me
vio y observó cómo me acercaba. Me llevé un dedo a los labios mientras
posaba la otra mano en la espalda de Annalise.
Me incliné para susurrarle cerca del oído:
—Me encuentro mejor, así que he pensado acompañarte después de
todo.
Se giró tan rápido que se tambaleó y casi se cae del asiento.
—¿Bennett?
La mujer que estaba a su lado alzó una ceja.
—¿Bennett? ¿El tío bueno de la oficina?
Le tendí la mano.
—El mismo. Bennett Fox. Encantado de conocerte. ¿Supongo que eres
Madison?
—Sí. —Madison alternó la mirada entre ella y yo—. Bueno, qué
agradable sorpresa. No sabía que Bennett nos acompañaría esta noche.
Annalise parecía agotada.
—Yo tampoco.
Madison sonrió satisfecha y me miró en busca de una respuesta. Le dije
la verdad.
—Lleva dos días evitándome. También tengo unas bragas en el bolsillo
que pensé que le gustaría recuperar.
Su amiga se rio y se inclinó para besar a Annalise en la mejilla.
—Me gusta. Voy a buscar a mi cita. Portaos bien.
Me deslicé en el asiento de Madison junto a Annalise y mantuve la
mano en su espalda.
—¿Así que hablas de lo bueno que estoy con tu amiga?
—No dejes que se te hinche el ego. Fue el único cumplido que te hice.
Me incliné hacia ella.
—¿En serio? ¿Incluso después de la otra noche?
Sus mejillas se sonrosaron. Dios, ¿por qué me gustaba tanto eso de
ella?
—Me gusta tu vestido.
—Ni siquiera sabes cómo es. Estoy sentada.
Le pasé los nudillos por la piel expuesta de la espalda.
—Me permite tocarte sin tener que meterte la mano por debajo de la
falda. Así que ya es uno de mis favoritos. Ver la parte delantera será solo la
guinda del pastel.
Sus mejillas se oscurecieron. Dios, quería follármela a plena luz del día
para poder ver todos los colores de su piel. Apuesto a que era mejor que el
follaje de otoño.
—¿Qué haces aquí, Bennett?
Tomé la copa de vino que ella tenía delante y bebí.
—Margo me invitó. Tú misma me lo dijiste el otro día en la comida,
¿recuerdas?
—Sí, pero no me dijiste que vendrías.
Le sostuve la mirada.
—Lo habría hecho, si me hubieras devuelto la llamada.
Apartó la mirada.
Matteo se fijó en mí por primera vez y me recibió con un gran
escándalo. Me sirvió una selección de vinos de la cosecha de este año y
hablamos un rato, hasta que Margo lo apartó con una gran sonrisa tras decir
que necesitaba su ayuda con la máquina de hielo de la planta de arriba.
Annalise trazó el borde de su copa con el dedo.
—Ni siquiera tenemos máquina de hielo.
Me reí entre dientes.
—Parece que no soy el único que piensa que necesitamos unos minutos
a solas para hablar. Tu amiga ha desaparecido en cuando he llegado, y tu
madre intenta darnos algo de intimidad.
Se llevó el vaso a los labios.
—A lo mejor es que tu presencia simplemente repele a la gente.
Sonreí.
—Puede ser. Pero ¿cómo te afecta a ti mi presencia?
Annalise giró el taburete hacia mí. Miró a su alrededor —supuse que
para ver cómo de privada sería nuestra conversación—, y luego se inclinó
más hacia mí:
—Me lo pasé muy bien la otra noche.
Había utilizado esa frase las veces suficientes para saber a dónde iba la
conversación.
—Pero… —dije por ella.
—Pero…, trabajamos juntos. O en realidad, somos prácticamente
competidores que trabajan en la misma empresa.
Me incliné para susurrarle al oído, aunque sabía que nadie nos
escuchaba. Solo quería tener la oportunidad de acercarme.
—¿Tienes miedo de que te saque tus secretos comerciales?
Ella imitó mi movimiento y se inclinó para susurrar en el mío.
—No. ¿Y tú?
Me reí entre dientes. Tal vez debería haber tenido miedo, porque estaba
bastante seguro de que le enseñaría lo que quisiera con tal de conseguir que
se viniera a casa conmigo esta noche.
—Mira, voy a poner todas mis cartas sobre la mesa. Llevo dos días
pensando en estar dentro de ti. Todavía estás superando lo del cabrón. No
busco nada serio. Tenemos una fecha de caducidad en nuestro futuro. Nos
guste o no, a uno de los dos lo enviarán a Texas. Podemos pasar el próximo
mes más o menos frustrados y haciéndonos enfadar el uno al otro en la
oficina, o podemos pasar ese tiempo cabreados con Foster, Burnett y Wren
por habernos puesto en esta situación y, al mismo tiempo, descargar
nuestras frustraciones el uno con el otro de una forma productiva por la
noche. Yo voto por lo segundo.
Se pasó la lengua por el labio inferior mientras se lo pensaba durante un
minuto.
—Así que, durante el día, si un cliente por el que ambos competimos
me diera alguna información privilegiada sobre la dirección que quiere
tomar, y luego descubrieras que no la he compartido contigo… ¿No te
enfadarías?
—Joder, claro que sí, me cabrearía. Pero eso es lo bueno de nuestra
situación. Me enfurecería que tuvieras ventaja sobre mí. Así que, a la
mañana siguiente, podrías tener un pequeño problema al tratar de alejarte
de mí y mi intento de descargar esa frustración contigo. Seamos realistas,
me darías una excusa para darle unos azotes a ese culo que he soñado con
azotar desde el primer día que te vi. Pero soy competitivo, no un cabrón.
Así que puedes apostar a que también lo haría por ti.
Annalise tragó saliva.
—¿Y si la situación fuera al revés? ¿Si descubro que algo que has
hecho me molesta?
—Entonces te lameré hasta que se te pase el enfado. Y probablemente
intentaría cabrearte de nuevo al día siguiente.
Se rio.
—Haces que esto parezca muy sencillo, pero es más complicado que
eso.
Tomé sus manos entre las mías.
—Bueno, hay un inconveniente.
—¿Cuál?
—Será difícil que no te enamores de mí.
—Dios, eres un imbécil.
Me incliné hacia ella.
—Un imbécil con el que tienes un montón de química, te guste o no.
¿Qué me dices? ¿De día luchamos como enemigos, de noche follamos
como guerreros?
Me miró a los ojos.
—De verdad espero no arrepentirme de esto.
Abrí los ojos por la sorpresa. No esperaba que aceptara, aunque estaba
dispuesto a lograrlo.
—Al final, solo nos arrepentimos de las cosas que no hacemos, así que
me aseguraré de que lo hagamos todo.
La amiga de Annalise se acercó de nuevo.
—Se os ve muy cómodos.
—¿Ahora vienes a interrumpir? ¿Dónde estabas hace cinco minutos
cuando he sufrido un lapsus temporal de cordura y he aceptado el
descabellado trato que este lunático acaba de proponerme?
Madison le sonrió.
—Necesitas una buena dosis de locura. Además, nos estamos quedando
sin cosas de las que hablar después de veinticinco años de amistad. Esto
nos dará material nuevo para nuestras cenas semanales.
Annalise se inclinó y le dio un beso en la mejilla a Madison.
—Desde luego que sí.
***
Había querido tener a Annalise solo para mí desde que había entrado. No es
que no me lo hubiera pasado bien, porque, para mi sorpresa, así había sido.
Su amiga, Madison, era una persona sincera, y su cita también era un tío
decente.
Pero ahora acababan de despedirse, y Annalise y yo estábamos fuera de
la bodega, solos, mientras se alejaban. La suciedad que levantaban los
neumáticos aún no se había asentado cuando tuve su cara entre mis manos.
Al principio, la besé con suavidad, pero no pude contenerme y el beso no
tardó mucho en volverse violento y acalorado.
Ella gimió en mi boca y me obligué a retirarme antes de que fuera
demasiado tarde, se la metiera contra un árbol y sus padres salieran y lo
vieran.
Le pasé el pulgar por los labios hinchados.
—Ven a casa conmigo.
—No puedo. —Frunció el ceño—. Le dije a mi madre que me quedaría
a dormir esta noche. Mañana por la mañana la acompañaré a entregar unas
botellas gratis de vino de la nueva temporada a algunos de sus clientes más
importantes. Matteo preparará un gran brunch y todos los recolectores y
trabajadores vendrás a comer. Empezamos a hacerlo el primer año que
compraron el lugar y se ha convertido en una tradición.
Eso sonaba bien, pero yo era egoísta, así que ni siquiera oculté mi
puchero.
—Ohhh… —Me acarició la mejilla—. Te pareces a mí en Navidad
cuando abría todos mis juguetes nuevos y luego mi madre me obligaba a
guardarlos porque teníamos visita.
Cerré las manos detrás de su espalda.
—Sin duda, quiero jugar con mi juguete nuevo.
—Creo que, de todos modos, deberíamos establecer algunas reglas
básicas —dijo.
—Oh, oh. Las reglas siempre me causan problemas.
Sonrió.
—Seguro que sí. Pero creo que necesitamos algunas.
—¿Cómo cuáles?
—Bueno, no creo que debamos hacer público en el trabajo que hay algo
entre nosotros. Ni siquiera a nuestros amigos.
Asentí.
—Tiene sentido.
—Y cuando estemos juntos fuera de la oficina, nada de hablar de
proyectos de trabajo por los que estemos compitiendo.
—De acuerdo.
—Vale. Bueno, pues ha sido fácil. No suele serlo estar de acuerdo
contigo.
—También tengo algunas reglas básicas propias que me gustaría
establecer.
Annalise enarcó una ceja.
—Ah, ¿sí?
—Sí.
—De acuerdo…
—A menos que uno de los dos rompa esto antes de la fecha de
vencimiento, somos monógamos.
—Supongo que eso era un hecho para mí. Pero bueno, me alegro de
que lo hayas dicho de todos modos. ¿Algo más?
—¿Tomas la píldora?
—Sí, la tomo.
—Entonces, nos desharemos de los condones. Me realicé mi examen
físico anual hace unas semanas. Estoy limpio como una patena. Si estar
dentro de ti es tan placentero con uno puesto, tengo que averiguar cómo es
hacerlo sin nada.
Se inclinó y apretó sus pechos contra mí antes de alzar la mirada.
—A pelo…, vale.
—¿A qué hora es el brunch mañana?
—Probablemente a las tres.
—Ven directa a mi casa después. Haré la cena y te comeré de postre.
Levantó la vista por debajo de esas largas pestañas y se pasó la lengua
por el labio superior.
—¿Y mi postre?
Gemí.
—Vas a acabar conmigo, Texas.
Capítulo 30
Annalise
***
Bennett
Me reí y pensé que era una broma, pero ahora me daba cuenta de que
estaba la hostia de distraído. ¿Me lo parecía a mí o hoy estaba mucho más
atractiva que de costumbre? ¿A qué distancia estaba el motel más cercano
de la oficina? Me pregunté si querría echar un polvo rápido durante la
comida.
Esa idea me rondaba la cabeza cuando Jonas pronunció el nombre de la
nueva cuenta: Mascota o algo así. Pero el cambio en el tono de Annalise
me sacó del mundo de las fantasías. Sonaba aprensiva.
—¿Productos para mascotas y más? ¿La empresa online con sede en
San José?
—Esa es —dijo Jonas—. ¿Los conoces?
Me miró de reojo y luego volvió a mirar a Jonas.
—Sí, los conozco.
Entrecerré los ojos.
—¿Has hecho alguna presentación para ellos antes?
Annalise negó con la cabeza y se dirigió a Jonas.
—Trent y Lauren Becker, ¿verdad?
Jonas asintió.
—Sí, son ellos. ¿Has trabajado con ellos antes?
Algo en la reacción de Annalise no encajaba. No parecía emocionada
por saber quiénes eran, cuando eso podría ser una clara ventaja.
—No. ¿Cómo llegó la solicitud de propuesta?
—Nuestro director general recibió una llamada del suyo.
—Oh. Vale. Puede que Lauren ni siquiera sepa que trabajo aquí con la
fusión y todo eso, pero puedo llamarla.
—¿Por qué tú? —«¿A qué está jugando?».
—Porque la conozco.
Me arreglé la corbata.
—Es evidente que no tan bien si no te llamó para hacer la solicitud de
propuesta. Y ni siquiera sabe que trabajas aquí.
—Yo haré la llamada, Bennett. No preocupes a tu bonita cabecita. No
evitaré que obtengas información, pero ambos sabemos que si uno de los
dos tiene relación con el cliente, es mejor que tome la iniciativa.
—Supongo que eso depende de quién sea más competente.
Annalise me miró mal y luego se dirigió a Jonas.
—He estado en bastantes funciones con Lauren y Trent.
—Si los conoces tan bien, ¿por qué no les has hecho una presentación
antes?
—Porque, en su momento, pensé que era mejor no mezclarlos con mi
trabajo.
¿Por qué narices actuaba de forma tan sospechosa?
—¿En su momento? ¿Y ahora te parece bien? ¿Qué pasa, Annalise?
Suspiró y me miró a los ojos antes de volverse hacia Jonas.
—Lauren es la hermana de mi ex. Los abuelos de Lauren fundaron la
empresa hace sesenta años, pero ahora la dirigen ella y su marido. Los
conozco bastante bien. Andrew y yo estuvimos juntos ocho años.
—Genial. Así que nos van a evaluar tres cuentas, en las que, en una, el
nuevo director creativo quiere acostarse con ella, y en otra, el hermano de
la dueña ya lo ha hecho.
—¡Bennett! —Jonas me regañó—. Estás pisando una línea muy fina.
Sé que este trabajo es importante para ti y, en un mundo perfecto, la única
ventaja para conseguir una cuenta sería que la presentación de alguien
fuera mejor. Así que te daré un respiro por estar enfadado, pero no me
quedaré aquí sentado mientras hablas así de Annalise.
Me levanté de golpe.
—De acuerdo. Entonces me iré. Parece que Annalise dirigirá esta
presentación con los Becker, de todos modos.
***
—¡Tienes que estar broma! —La puerta tembló al cerrarse de golpe tras
Annalise.
Me pasé las manos por la cara y gruñí.
—Vuelve a tu despacho. No estoy de humor para discutir y tengo
trabajo que hacer.
Se dirigió hacia mi mesa.
—Te comportas como un niño. Está claro que no tenía ni idea de que
esta empresa iba a pedir una presentación. No sé por qué estás tan
enfadado. He demostrado que juego limpio cuando se trata de clientes con
los que tengo una relación.
—Una relación, ¿eh? —me burlé—. Creía que ya no tenías esa
relación.
Annalise frunció el ceño y luego una expresión de comprensión cruzó
su rostro. Se acercó más a mí.
—¿De eso se trata? ¿De Andrew? Creía que estabas enfadado porque
tenía ventaja en el trabajo.
Unas sensaciones desconocidas me pusieron nervioso y me sentí como
un león enjaulado. Mi primer instinto fue atacar a la presa.
—A quién te tires no es asunto mío, a menos que estés acostándote
conmigo al mismo tiempo.
Parecía dolida.
—¿A quién me tiro no es asunto tuyo? Creía que habíamos decidido
que ninguno de los dos se acostaría con nadie más.
No quería sentirme mal. Estaba enfadado. Puto Andrew. Si ella no
estaba involucrada, ese cabrón estaba jugando a algo. Esto no era una
coincidencia.
—Puede que no se le dé bien el sexo oral, pero esta mañana me he
enterado de que eres toda una profesional con las mamadas. Estoy seguro
de que te sacrificarías por el equipo y te pondrías de rodillas para ayudar a
conseguir la cuenta.
Retrocedió e intentó darme una bofetada en la cara, pero la agarré antes
de que me la golpeara.
—Que te follen —gritó.
Hice alarde de una sonrisa de suficiencia.
—Ya lo han hecho.
Levantó la otra mano y quiso darme una bofetada con la izquierda. Esa
fue aún más fácil de atrapar.
—Eres un cabrón. —Me miró con el pecho agitado.
Bajé la mirada y noté que sus pezones apuntaban a través de la camisa.
Dejé que mis ojos se detuvieran para que se diera cuenta de lo que había
captado mi atención, y luego alcé la mirada para encontrarme con los
suyos.
—Entonces deben de gustarte los cabrones.
—Vete al infierno —siseó.
—Ya estoy en él, cariño.
Me miró a los ojos y una sonrisa perversa se dibujó en la comisura de
sus labios.
—Al menos, acostarme con Andrew conduciría a algo productivo. No
sé en qué estaba pensando cuando decidí perder el tiempo contigo.
Respiré hondo y me sentí como un toro que resoplaba por la nariz.
Annalise estaba agitando una capa roja en el maldito aire, como si me
retara. Ese pensamiento —el de la capa roja— me recordó lo que me había
dado esta mañana. Es más, lo que no llevaba puesto.
Me incliné hacia ella, y quedamos nariz con nariz.
—¿Te gusta acostarte conmigo? ¿Estás mojada por mí ahora mismo?
Sí. Me había vuelto loco. Se me puso dura y sentía la necesidad de
tocarla, no importaba lo loco que pareciera.
Puso los ojos como platos. Sin soltarle las muñecas, tiré de ellas y
levanté sus brazos en el aire. Luego pasé a sostener ambas muñecas con
una mano y deslicé la otra bajo su falda. Su sexo estaba caliente y suave. Si
discutir con ella era un infierno, esto era el paraíso.
No le daría la oportunidad de que pudiera pensar y detenerme. Así que,
sin previo aviso, me lancé. Deslicé dos dedos dentro de ella y jadeó. Mi
boca se estrelló contra la suya, y me tragué el final de un gemido mientras
la penetraba con la mano tres veces rápidas.
Cuando arqueó la espalda e hizo fuerza hacia mí, supuse que era seguro
soltarle las muñecas. La guie para que se apoyara en el borde del escritorio
y me arrodillé. Tenía muchas ganas de saborearla. No había pasado por alto
que acabábamos de discutir por su ex antioral y que yo había decidido
comérselo.
Me importaba una mierda lo que eso significara en ese momento, si es
que significaba algo. Lo único importante para mí ahora era que necesitaba
que se corriera. En. Mi. Boca.
Me lancé como una tormenta, lamí, chupé y enterré la nariz tan dentro
de ella que me cabalgó la cara. Algunos hombres dicen que lo más sexy que
puede hacer una mujer es decir guarradas o someterse a ellos, pero es
evidente que no les ha tirado del pelo ni les ha montado la cara una mujer
que ahora mismo les odia a muerte.
No. Había. Nada. Más. Sexy. En. El. Mundo.
Cuando volví a meterle dos dedos y le chupé el clítoris con fuerza,
gritó. Por suerte, uno de los dos se acordó de dónde estábamos —
obviamente, a mí me importaba una mierda, ya que le estaba practicando
sexo oral a una mujer en mi escritorio—, pero era lo bastante consciente
como para al menos utilizar mi otra mano para taparle la boca.
Cuando cedió, aminoré el ritmo, pero me quedé de rodillas para
disfrutar con toda tranquilidad de unos cuantos lengüetazos más de su
dulzura. Luego me levanté con brusquedad y me limpié la cara con el dorso
de la mano.
Annalise parpadeó un par de veces, como si volviera de otro lugar, pero
no intentó moverse. Estaba claro que no había oído el ruido la primera vez.
La puse en pie de un tirón y le bajé la falda con un movimiento rápido.
Parecía confusa…, hasta que oyó el segundo golpe en la puerta de mi
despacho.
Capítulo 32
Annalise
«¡Mierda!».
Bennett me había bajado la falda, enderezado la blusa y alisado el pelo
antes de que me diera cuenta de qué demonios pasaba. Pero había estado
tan ocupado arreglándome la ropa que no había reparado en su aspecto.
Presa del pánico, cuando la puerta empezó a abrirse con sigilo, tomé lo
más cercano que encontré y lo lancé contra la situación sin salida.
Solo que…, resultó ser un café grande.
Al chocar con mi objetivo, la tapa se desprendió y todo el contenido le
salpicó los pantalones justo cuando Jonas entraba.
—¿Qué narices? —gritó Bennett.
—Lo siento. Ha… Ha sido un accidente.
Jonas frunció el ceño y cerró la puerta tras de sí.
—Ya basta. Os oye toda la oficina. Parecéis dos gatos peleándose.
Bennett abrió el cajón superior, sacó un fajo de servilletas y se secó los
pantalones.
—No es lo que piensas —dije—. Al principio discutíamos, sí. Pero
luego…, hemos encontrado una forma mutuamente beneficiosa de
solucionarlo. Estábamos a punto de llamar juntos al cliente cuando le he
tirado el café encima al coger el teléfono del escritorio.
Jonas entornó los ojos. Parecía que no me creía. Entonces Bennett me
apoyó mientras se limpiaba la entrepierna empapada.
—Está todo arreglado, Jonas. Me he disculpado por las cosas que he
dicho en tu despacho, y… nos hemos besado y reconciliado. El café ha sido
un accidente.
Nos miró a uno y luego al otro; aún no parecía del todo convencido.
—Tal vez deberíais llevar esto fuera de la oficina. Ir a tomar algo o a
comer. Haceros amigos. Yo invito.
—Comer algo —asintió Bennett. Capté el tic en la comisura de su
labio, pero, por suerte, Jonas no.
—Gran idea. Gracias, Jonas.
Nuestro jefe refunfuñó algo sobre ser demasiado viejo para esta mierda
y volvió a dejarnos solos en el despacho de Bennett. Incluso cerró la puerta
tras de sí.
—¿Qué narices? —Bennett señaló los pantalones empapados.
—Tenías una mancha húmeda.
—¿Qué?
—Una mancha húmeda gigante. Ya sabes, la llovizna antes del
chaparrón. Y una erección.
—¿Así que tu respuesta ha sido lanzarme un café al pene en lugar de,
no sé, pasarme una carpeta para que me cubriera?
Me eché a reír.
—Me ha entrado el pánico. Lo siento.
—Supongo que debería alegrarme de que ya no estuviera caliente.
Me tapé la boca, pero no pude contener la sonrisa.
—Ha sido… una completa locura.
La sonrisa de Bennett era de suficiencia.
—Ha sido jodidamente sexy.
—No puede volver a pasar.
—Es evidente que volverá a suceder.
—Te has portado como un idiota.
—La próxima vez que nos peleemos, te empujaré al suelo y te daré de
comer el rabo de este idiota. Aquí mismo, en este despacho. Con la puerta
abierta.
Se me revolvió el estómago por los nervios. No tenía ninguna duda de
que lo haría y, aunque era una locura, la idea me excitaba. Pero no podía
permitírselo.
Me alisé la falda y di un paso atrás.
—Me debes una disculpa por lo que has dicho esta mañana.
Sonrió satisfecho.
—Creía que me acababa de disculpar, pero estoy dispuesto a hacerlo
otra vez.
—Lo digo en serio, Bennett. No puedes actuar como un novio celoso en
la oficina.
—No estaba celoso.
Parecía realmente confundido por mi comentario. ¿De verdad creía que
lo que acababa de ocurrir no era otra cosa que el comportamiento de un
macho alfa celoso?
—¿No estabas celoso? ¿Entonces por qué te enfadaste tanto?
Tiró las servilletas que había usado para limpiarse los pantalones a la
papelera.
—Era por el trabajo. El terreno de juego debería estar nivelado para los
dos.
Observé su rostro con atención. Dios, era cierto que no tenía ni idea.
—Claro.
El cajón de su escritorio seguía abierto desde que había sacado las
servilletas. Metí la mano y me serví.
—¿Nuevo superhéroe? —Arqueé una ceja.
—Dame eso. —Bennett intentó arrebatarme la libreta llena de
garabatos, pero la alejé de su alcance.
—Me resulta familiar. —Su última obra de arte mostraba una caricatura
femenina con el pelo largo y los pechos gigantes. Era idéntica a mí, con
una capa, claro.
Se acercó y me quitó la libreta de la mano.
—¿Sabes qué superpoder tiene?
—¿Cuál?
—El de volver loca a la gente.
Mostré una sonrisa tonta.
—¿Crees que soy una superheroína?
—Que no se te suba a la cabeza, Texas. Hago muchos dibujitos.
Señalé el dibujo de la superheroína apoyada en un escritorio, con las
piernas abiertas en posición de poder. Solo faltaba la cabeza de Bennett
entre ellas.
—Sí, pero no todas tus fantasías se hacen realidad.
***
Bennett
***
***
Intenté tranquilizarla.
Bennett: No lo has hecho. Solo estaba cansado. Este día tan largo me
ha afectado.
Querida yo:
Estamos tristes.
Han pasado dos meses desde que Bennett se fue. Está a solo unas horas
de distancia, en la UCLA, pero bien podría ser el otro lado del mundo. Le
echamos de menos. Mucho. Tiene una nueva novia. Otra vez. Dijo que esta
también estudia marketing, y salen todo el tiempo como hacíamos
nosotros.
Aún salimos con Ryan Langley, pero a veces, cuando lo besamos,
pensamos en Bennett. Es muy raro. Quiero decir, es Bennett, ¿verdad?
Nuestro mejor amigo, pero parece que no podemos evitarlo.
La universidad no es tan genial. Pensé que sería diferente. Sin
embargo, cuando vives en casa, sigue siendo como otro año de instituto,
pero sin Bennett. Hasta voy a clase con un montón de chicos que iban
conmigo al instituto RFK.
Todo sigue igual, pero diferente.
Conseguimos trabajo en una peluquería atendiendo el teléfono. La
gente es muy amable y pagan muy bien.
Esperamos ahorrar dinero y tener nuestra propia casa. Aaron, el nuevo
novio de mamá, es un capullo y siempre está en casa.
El poema de este mes no está dedicado a nadie.
Anónimamente,
Sophie
Capítulo 35
Bennett
FECHA: 6-1
HORA: 11:05
PARA: Annalise
LLAMANTE: Andrew Marks
TELÉFONO: 415-555-0028
MENSAJE: Te devuelve la llamada. Llama en cualquier momento.
***
***
—Lo siento. Imaginé que las dos necesitaban unos minutos a solas. A mi
mujer le gusta meterse donde no le llaman. Pero soy un hombre derrotado,
así que no me resisto. —Trent Becker levantó la copa y la inclinó hacia mí
—. Mi respuesta siempre es «Sí, querida». Y un buen whisky.
Alcé mi copa.
—A mí me parece bien. Ni siquiera importa cuál sea la pregunta.
Annalise y yo llegamos al restaurante desde la oficina al mismo tiempo.
Lauren y su marido entraron unos minutos más tarde. Como la camarera
había dicho que nuestra mesa aún no estaba lista, Trent me había pedido
que lo acompañara a la barra a por unas bebidas y las chicas se pusieron de
inmediato a hablar.
—Lauren y Annalise tienen una historia personal.
Tomé un sorbo y miré a Trent por encima del borde de la copa.
—Andrew. Lo sé.
Trent enarcó las cejas.
—Así que te lo ha contado.
—Sí.
Asintió.
—Tiene sentido. Sobre todo, porque fue él quien propició esta reunión.
Era una reunión de negocios. Tenía que guardarme mis opiniones, pero
con la puerta abierta para mirar dentro, no pude resistirme.
—Qué raro. Annalise lleva años trabajando en marketing. Sin embargo,
dijo que nunca habíais hablado sobre trabajar con ella.
Trent miró a su alrededor, luego se inclinó hacia mí.
—Lauren piensa que el sol sale y se pone en su hermano. Pero entre
nosotros, creo que es un capullo pomposo y egoísta.
Esta vez, alcé las cejas. Tal vez esta cena no sería tan mala después de
todo.
—Parece que tienes razón, por lo que Annalise me ha contado. Pero
como tú, me lo guardaré para mí. —Levanté mi copa—. Y me tragaré mis
pensamientos con este whisky.
Trent se rio entre dientes.
—Annalise es genial. Me alegro de que podamos hacer negocios con
ella. Solo espero que esto no ayude a mi querido cuñado a volver con ella.
Que se quede con la azafata sueca con la que se ha estado viendo a
escondidas los últimos años.
Mierda.
Me lo imaginaba.
Sabía que ese tío era un imbécil.
Ocho años y ningún compromiso indicaba que solo había hecho que
ella perdiera el tiempo, pero no sabía la razón. Qué cabrón.
El camarero trajo dos copas de vino y Trent y yo discutimos sobre
quién pagaba la cuenta. Cuando gané, llevamos las copas a las chicas, que
estaban sentadas hablando en un banco cerca del puesto de la camarera que
recibía a los clientes.
—Gracias. —Annalise se levantó para que le pasara la copa. Se inclinó
hacia mí con una sonrisa aprensiva—. ¿Todo bien?
La mía era genuina.
—Mejor que nunca.
La cena con Lauren y Trent resultó sorprendentemente agradable.
Hablamos mucho de su negocio, nos explicaron abiertamente los altibajos
que habían sufrido y parecían tener una idea clara del mercado al que
querían llegar. También nos contaron que habían asignado un presupuesto
considerable a la publicidad en Internet y en la televisión, lo que justificaba
que la junta recompensara la campaña que consiguiera la cuenta.
—¿Quién hace qué? —preguntó Lauren a ninguno de los dos en
particular—. ¿Uno se dedica a la página web y el otro a la televisión o algo
así?
Dejé que Annalise tomara la iniciativa. Que fuera ella quien decidiera
explicarlo.
—La verdad es que no. Tenemos miembros especializados en arte,
textos e investigación de mercado. Los utilizaremos para idear
conjuntamente dos campañas diferentes para presentároslas.
—Oh, vaya. Vale. —Lauren sonrió—. Estoy segura de que me
encantará lo que se te ocurra. Siempre hemos tenido gustos muy parecidos.
Una vez más, Annalise podría haberme fastidiado. Lo único que tenía
que hacer era mencionar que cada uno de nosotros haría una presentación
individual y que ellos elegirían la que más les gustara. Sin duda, eso le
daría a Lauren una buena preventa sobre cuál escoger. Pero el hecho de que
Annalise lo presentara como si fuera un trabajo en equipo igualaba mucho
las cosas.
La miré y me dirigió una dulce sonrisa.
Joder, era preciosa. Y esa mierda era contagiosa, porque le devolví la
sonrisa, y estoy muy seguro de que no soy alguien que sonríe a menudo.
Soy más bien una persona con cara de enfado, sobre todo porque la
mayoría de la gente me cabrea. De hecho, me atrevería a decir que las
comisuras de mis labios se han curvado más hacia arriba desde que conocí
a Annalise que en mis primeros treinta años de vida.
Desvié la mirada hacia ella para volver a observarla. Era muy buena y
tenía unos altos valores morales. Me daban ganas de hacer cosas inmorales
y volverla mala después.
Me limpié la boca con la servilleta y, sin querer, la dejé caer al suelo.
Me agaché para fingir que la recogía y deslicé la mano por el vestido de
Annalise bajo el mantel. Dio un respingo cuando mi pulgar acarició el
cálido centro entre sus piernas. Su reacción fue cerrar los muslos de golpe y
casi pierdo el equilibrio cuando atrapó mi brazo entre sus piernas de un
tirón. Tosí y liberé la mano en un intento por no reírme.
«¿Hay alguna forma de que le introduzca el dedo ahora mismo y vea
cómo intenta hablar de negocios con la hermana del cabrón al mismo
tiempo?».
Me lanzó una advertencia con los ojos.
—¿Estás bien, Bennett?
Me acomodé en la silla y dejé caer la servilleta sobre la mesa.
—Se me ha resbalado la servilleta.
Mi mano se deslizó con discreción unas cuantas veces más antes del
final de la noche, la última para apretarle el culo mientras caminábamos
hacia la puerta del restaurante detrás de nuestros posibles nuevos clientes.
Su coche llegó justo antes que el mío, así que nos despedimos y vimos
cómo se alejaban.
Si Lauren y Trent hubieran mirado por el retrovisor, probablemente aún
podrían habernos visto mientras tiraba de Annalise hacia mis brazos.
—Esta noche te has portado muy mal. —Apoyó las palmas de las
manos en mi pecho.
Yo le rocé los labios con los míos.
—No puedo evitarlo. Quiero hacerte cosas malas. Ven a casa conmigo.
Anoche te eché de menos en mi cama.
Sus ojos se suavizaron.
—Yo también te eché de menos.
No recordaba haber echado de menos a nadie, excepto a Sophie. Y eso
era totalmente diferente, porque ella se había ido de verdad. Sin embargo,
no le había mentido a Annalise: la había echado de menos de verdad.
Después de una noche separados. Y por mucho que la idea me asustara, no
tenerla en mi cama esta noche me asustaba un poco más. Así que ignoré las
campanas de alarma que me avisaban de que estaba yendo demasiado lejos.
El aparcacoches se detuvo con el coche de Annalise.
—Te seguiré —le dije.
—En realidad, ¿podríamos quedarnos en mi casa esta noche? Encargué
un sillón nuevo para el salón hace dos meses y me lo entregarán mañana
por la mañana.
—Sí. Por supuesto. —Le besé la frente—. Mientras me duerma y me
despierte dentro de ti, no importa dónde estemos.
Capítulo 36
Annalise
***
Bennett
Me sentía feliz.
Llevaba media hora tumbado intentando averiguar cuándo había sido la
última vez que había sentido algo así. Si alguien me hubiera preguntado
hace unos meses, habría dicho que cada vez que tenía relaciones sexuales
sentía esa relajación postorgásmica que se apodera de tu cuerpo. Pero me
habría equivocado.
Eso era quedar satisfecho. Hasta ahora no me había dado cuenta de que
había una diferencia entre sentirse satisfecho y feliz. Pero así es, y muy
grande. La satisfacción es esa sensación de plenitud que tienes después de
una buena comida cuando te mueres de hambre. O cuando estás muy
cachondo y consigues una liberación que te deja exhausto. Claro que estaba
agotado en este momento, no me malinterpretes. Y también me sentía
complacido. Pero no estaba satisfecho. La satisfacción calma un hambre
que siempre vuelve. La felicidad te hace sentir que no necesitas nada más.
Nunca más.
Y eso es un desastre.
Sin embargo, en ese momento, me importaba una mierda lo jodido que
era sentirme así. De hecho, hacía media hora que necesitaba ir al baño, pero
no había ido porque temía que cuando mis pies tocaran el suelo, esta
sensación desapareciera de nuevo.
Annalise apoyó la cabeza en mi pecho mientras yo le acariciaba el pelo.
Sus dedos trazaron un pequeño círculo alrededor de mi abdomen.
—¿Puedo preguntarte algo? —susurró.
—Sí. Puedo volver a hacerlo. Solo tienes que mover la mano un poco
más hacia el sur.
Soltó una risita y me dio un golpecito en el estómago.
—Eso no es lo que iba a decir. —Hizo una pausa y se puso seria—.
¿Pero de verdad podrías hacerlo otra vez? Ya lo hemos hecho dos veces
desde que he llegado.
Le tomé la mano y la llevé hasta mi pene, que seguía semierecto
después de la última vez.
—Ummm… Creo que podrías tener un problema. Se supone que se
relaja de vez en cuando, ya sabes.
—Bueno, ahora que estamos hablando de mi polla, ella lo sabe, y está
todavía incluso más despierta, así que, si tienes una pregunta de verdad,
será mejor que la hagas bastante rápido. Vas a tener la boca demasiado
llena para hablar en un minuto.
Annalise apoyó la cabeza en su puño, que descansaba sobre mi pecho.
—¿Qué crees que pasaría si no tuviéramos fecha de caducidad?
Me quedé paralizado.
—¿Qué quieres decir?
—¿Qué pasaría si solo trabajáramos juntos y uno de los dos no se
trasladara pronto? ¿Crees que seguiríamos haciendo esto dentro de un año?
No quería herir sus sentimientos, pero tenía que ser sincero. Las
palabras solían salir de mi cerebro, pero con estas noté que me arrancaban
y desgarraban el corazón.
—No.
Cerró los ojos y asintió.
—Vale.
Joder.
Giró la cabeza y volvió a apoyarla en mi pecho. Unos minutos después,
sentí la piel húmeda.
Joder. Joder.
Estaba llorando. Cerré los ojos y respiré hondo varias veces. Luego nos
hice rodar hasta que ella quedó bocarriba y le hable a la cara. Le sequé una
lágrima con el pulgar. Ella miró por encima de mi hombro en vez de a mí.
—Oye. Mírame.
Odié que sus ojos se llenaran de dolor cuando se encontraron con los
míos. Un dolor que yo había causado.
—La respuesta solo tiene que ver conmigo, y nada que ver contigo.
Eres…
Rara vez me quedaba sin palabras, pero no tenía ninguna para describir
con precisión lo que pensaba de ella. Sin embargo, sabía que era importante
que mi mensaje llegara. Acababa de salir de una relación larga de mierda, y
necesitaba saber lo que era para mí.
—Lo eres todo, Annalise. He conocido a dos tipos de mujeres en mi
vida: todas las mujeres que hay. Y a ti.
—Entonces no entiendo…
—Me has preguntado si las cosas serían diferentes, si estaríamos
haciendo esto en un año. Te soy sincero. No. Pero no quiero que pienses
que es porque no sería el hijo de puta más afortunado si consiguiera tenerte
en mi cama tanto tiempo. Porque lo sería. Pero algunas personas no están
hechas para las relaciones largas.
—¿Por qué no?
La verdad era porque no se lo merecen. Pero no podía decirle eso.
Pasaría hasta el último minuto del tiempo que nos quedaba juntos
intentando demostrarme lo contrario.
Aparté la mirada, porque no podía mirarla a los ojos y mentir.
—Porque me gusta estar soltero. Me gusta mi libertad y no tener que
responder ante nadie ni tener responsabilidades. Quieres velas y flores en
San Valentín, y te mereces tener lo que deseas.
Tragó saliva y asintió con la cabeza. Decidí que ya era hora de
responder a la llamada de la naturaleza.
—Voy al baño y a por algo de beber. ¿Quieres algo?
—No, gracias —susurró con tristeza.
Por desgracia, no me había equivocado. Para cuando mis pies tocaron
el suelo, hacía tiempo que mi sensación de felicidad había desaparecido.
***
***
***
—Hemos llegado.
La voz del conductor me despertó de golpe. Despatarrado en el asiento
trasero, debí de haberme quedado dormido durante el breve trayecto hasta
casa.
Asentí con la cabeza.
—Sí. Gracias, tío.
Me costó unos cuantos intentos, pero conseguí encontrar la manija y
abrir la maldita puerta. Incluso salí a trompicones sin caerme de bruces. El
conductor del Uber no debía de estar muy impresionado con lo bien que lo
había hecho, porque no se quedó a verme llegar a la puerta. Apretó el pie
del acelerador para largarse de allí antes de que yo terminara de
balancearme lo suficiente como para dar los tres pasos hasta la acera. Pero
de todos modos, le dije adiós con la mano.
De alguna manera, me abrí paso hasta la puerta del portal. Por suerte,
cuando más de noventa kilos se inclinan hacia delante a punto de caerse,
también propulsan un montón de impulso. Me pasé cinco minutos
intentando meter la llave en la cerradura, pero la maldita cosa no
funcionaba. Empezaba a pensar que alguien había venido a mi casa y había
cambiado la maldita cerradura.
Di un paso atrás y entorné los ojos hacia la puerta mientras intentaba
ver la cerradura. Pero entonces la puerta se abrió de golpe.
«¿Qué narices ha pasado?».
Me tambaleé hacia atrás y parpadeé varias veces.
—¿Qué demonios estás haciendo? —Fanny se ajustó la bata.
¿Me había equivocado de casa?
Joder.
Quizá no.
—No quería hacerle daño. —Me balanceé de un lado a otro—. No
sabía cómo se sentía.
—Es más de medianoche. Debería llamar a la maldita policía.
Bajé la mirada y me tragué el nudo que tenía en la garganta.
—Lo siento. Lo siento mucho, joder.
Había dicho esas palabras muchas veces hacía ocho años. No hicieron
nada por ninguno de nosotros por aquel entonces. ¿Pero qué esperaba? ¿El
perdón? El perdón no cambia el pasado.
—¿Quieres que te diga que está bien? No lo está. Lucas me contó lo de
la chica que llevaste a Disney. ¿Quieres que acepte tus disculpas para que
sigas adelante sin cargo de conciencia? ¿De eso se trata? Mi hija no puede
seguir adelante, ¿verdad?
«No, no puede». Negué con la cabeza.
—Lo siento.
—¿Sabes lo que hace sentirlo?
Levanté la vista y me encontré con sus ojos enfadados.
—¿Qué?
—Nada.
La puerta se cerró en mi cara antes de que pudiera decir otra palabra.
Capítulo 38
1 de diciembre
Querida yo:
Estamos embarazadas.
No es exactamente lo que habíamos planeado, ¿eh?
Es una larga historia, pero ocurrió cuando fuimos a Minnetonka con
mamá hace dos meses. ¿Recuerdas al chico guapo que conocimos en el bar
el día que nos escapamos después de que mamá se fuera a dormir?
Sí. Fue él.
Parecía un buen tío.
Hasta que fuimos a su casa a decirle que estábamos embarazadas hace
dos semanas, y…
… su mujer abrió la puerta.
¡Su mujer! ¡El imbécil había dicho que ni siquiera tenía novia!
Aún no se lo hemos dicho a mamá. No se va alegrar.
La única persona en el mundo que lo sabe es Bennett. Al día siguiente
de contárselo, vino a pasar el fin de semana a casa para asegurarse de que
estábamos bien. Fingimos estarlo. Pero, en realidad, no era así.
En secreto, desearía estar embarazada de Bennett. Sería muy bueno
con nosotros y muy buen padre. Le quiero de verdad, no como deberían
quererse los mejores amigos.
Este poema está dedicado a Lucas o Lilly.
Anónimamente,
Sophie
Capítulo 39
Bennett
Bennett
—Buena suerte.
Annalise tenía las manos ocupadas, así que abrí la puerta de la sala de
conferencias.
—Gracias. —Dejó el material para la presentación sobre la larga mesa
—. Aunque estoy segura de que no lo dices en serio.
Sonreí de verdad por primera vez en días. Lo decía en serio, aunque
deseaba no hacerlo. Sería mucho más fácil si no quisiera verla triunfar.
Acababa de terminar mi última presentación ante Star, y su equipo se
había tomado un descanso mientras yo recogía mis cosas y Annalise se
preparaba para su turno.
—¿Cómo te ha ido? —me preguntó.
Había sido todo un éxito, pero no quería ponerla nerviosa. En lugar de
regodearme como haría normalmente, me encogí de hombros.
—Supongo que bien.
Me miró con los ojos entrecerrados.
—¿Solo bien?
Miré el reloj.
—No van a volver hasta dentro de veinte minutos. ¿Quieres hacer un
simulacro conmigo?
—¿Te refieres a enseñarte mis conceptos?
—Claro. —Me encogí de hombros—. Mi turno ha terminado. No
podría robarte ninguna idea, aunque quisiera.
Annalise se mordió el labio inferior.
—Claro. ¿Por qué no? Normalmente no estoy tan nerviosa, pero por
alguna razón, esta me tiene un poco aterrada.
Preparó los carteles y me guio por la presentación. Me quedé
hipnotizado al ver lo nerviosa que empezaba y, sin embargo, se las
arreglaba para hacer una presentación estupenda. Mi instinto me decía que
sus conceptos no iban a gustar tanto como los míos, pero quería subirle el
ego, no destrozarlo, así que la felicité.
—Buen trabajo. Tus colores aportan la familiaridad de su empresa
matriz, pero has creado una identidad totalmente nueva para Star.
Se irguió un poco más. Así que continué:
—Y me gusta el eslogan. El juego de palabras también es inteligente.
—Gracias. —Annalise empezó a sospechar, así que reduje los halagos a
mi estilo habitual.
—Además, esa falda le queda fenomenal a tu culo.
Puso los ojos en blanco, pero capté la sonrisita que intentaba ocultar.
Había hecho mi trabajo. Su vacilante confianza se había fortalecido.
Jonas entró en la sala de conferencias.
—¿Estás lista, Annalise?
Con una sonrisa, me miró a mí y luego a Jonas.
—Por supuesto.
Al salir de la sala de conferencias, me incliné para susurrarle unas
reflexiones finales a mi némesis.
—¿Qué tal una pequeña apuesta? Si gano, te inclinarás sobre mi
escritorio más tarde. Si ganas tú, te pondrás de rodillas delante de mí.
—Caray, qué premio más bueno me toca.
Sonreí.
—Buena suerte, Texas.
***
Querida yo:
Es el momento.
Estos últimos meses, desde que Lucas y yo nos mudamos con Bennett,
he sido más feliz que en toda mi vida. Pero esta mañana, mientras veía a
Bennett reír y jugar con Lucas, por fin me he decidido. Ya éramos como
una familia en muchos sentidos. ¿Sería posible que él me quisiera como yo
a él?
Acaban de ascenderle en su nuevo trabajo, después de solo un año.
Ahora está más asentado. Al menos tengo que intentarlo. Decirle lo que
siento desde hace tanto tiempo. ¿Qué daño podría hacer?
No recuerdo la última vez que estuve tan emocionada. Espero que
cuando escriba el próximo mes, entre Bennett y yo haya ocurrido algo que
nos haya cambiado la vida.
Este poema está dedicado a Bennett:
Anónimamente,
Sophie
Capítulo 42
Bennett
***
A la mañana siguiente, estaba para el arrastre. Al menos era sábado, así que
no tenía que ir a la oficina. Aunque hubiera preferido eso a la idea de
hablar con Lucas hoy. Tenía que ser un sádico, o ¿un masoquista? Siempre
confundía ambos términos. Con independencia de cómo lo llamara, el
momento parecía una maldita coincidencia. Estaba a punto de herir a las
dos personas de mi vida que realmente me importaban algo.
Fanny me recibió en la puerta con el ceño fruncido. No podría haberme
puesto más contento cuando no dijo nada, me cerró la puerta en las narices
y gritó escaleras arriba con su habitual simpatía.
Lucas era el mismo de siempre, alegre y despreocupado. Salió y nos
dimos nuestro habitual apretón de manos.
Entonces, arrugó la nariz cuando me miró.
—¿Estás enfermo o algo así?
—No. ¿Por qué lo dices?
Bajó de un gran salto los dos escalones del porche.
—Tienes mala cara. Y el otro día te presentaste en casa en mitad de la
noche y no parecías estar muy bien.
—Sí. Lo siento. No quería despertarte.
Se encogió de hombros.
—La abuela me dijo que querías hablarme de algo.
Respiré hondo y lo solté:
—Sí. Hoy tenemos que hablar un rato.
Después de subirnos a mi coche y abrocharnos el cinturón, Lucas se
volvió para echar un vistazo al asiento trasero.
—¿No has traído las cañas de pescar?
Negué con la cabeza.
—Hoy no, colega. Quiero llevarte a un sitio.
Frunció el ceño.
—Vale.
Durante el trayecto hasta el puerto, intenté entablar conversación, pero
todo resultaba forzado. Me empezaron a sudar las manos mientras
aparcaba. Tal vez no fuera tan buena idea hablarle de su madre después de
todo. Aún era muy joven. Probablemente, Fanny tuviera un precio para
mantener la boca cerrada. Puede que me costara toda mi cuenta bancaria,
pero, por el momento, podría ser una buena inversión. «Posponerlo sería lo
mejor para Lucas, aún es demasiado pequeño».
Justo cuando ese pensamiento se me pasó por la mente, Lucas estiró los
brazos por encima de la cabeza en un bostezo gigante. Tenía las axilas
llenas de pelo.
«Sí. Buen intento». Era una conversación que merecía haber tenido
hace años, pero yo había sido demasiado egoísta.
Esperamos en el aparcamiento y Lucas miró por la ventanilla hacia la
bahía y el embarcadero cercano. Algunas personas pescaban en las rocas.
—¿Dónde estamos? —preguntó—. ¿Por qué no hemos traído una caña?
—Porque hoy se trata de escuchar. Vamos, quiero mostrarte un sitio.
Caminamos por el embarcadero. A medida que nos acercábamos a
nuestro destino, empecé a oír el ruido y sonreí.
—¿Oyes ese ruido? —pregunté.
—Sí. ¿Qué es?
—Se llama Wave Organ. Este era el lugar favorito de tu madre cuando
éramos adolescentes. Me arrastraba hasta aquí todo el tiempo.
Wave Organ era una escultura acústica activada por las olas situada a lo
largo de la bahía. Hecha en su mayor parte con los escombros de un
cementerio demolido, parecía más unas ruinas antiguas que una exposición
de arte y música. Veintitantos tubos de órgano de PVC y hormigón estaban
repartidos por las piezas de granito y mármol talladas y creaban un sonido
que procedía del movimiento del agua por debajo.
Lucas y yo nos sentamos en unas rocas y escuchamos los sutiles
sonidos.
—En realidad, no es música. —Frunció el ceño.
Sonreí.
—Es lo que le decía a tu madre. Pero ella me respondía que no
escuchaba lo bastante bien.
Lucas se concentró durante un minuto y trató de oír algo más que el
sonido que producía acercarse una concha al oído. Se encogió de hombros.
—Está bien. Sería mejor con una caña de pescar.
Estuve de acuerdo con su opinión.
Siempre había sido alguien que decía lo que pensaba, no encontraba la
manera de sumergirme en la conversación para la que lo había traído. Al
parecer, Lucas sabía que tenía algo en mente.
Tomó una pequeña piedra y la arrojó al agua.
—¿Vamos a tener la charla de mamá, papá y la semillita o algo así?
Me reí entre dientes.
—No pensaba hacerlo hoy. Pero si quieres, podemos.
—Tommy McKinley ya me ha contado todas esas cosas.
—¿Tommy es el chico con granos que huele a hámster al que llevamos
al cine hace unos meses? El que se ató los cordones de los zapatos y se
cayó.
Lucas se rio.
—Sí, ese Tommy.
Oh, sin duda necesitábamos tener esa charla.
—Supongo que la experiencia de Tommy con las chicas es más o
menos ninguna, así que por qué no tenemos esa charla la próxima semana.
Hoy quería hablar contigo sobre tu madre.
—¿Qué pasa con ella?
De repente, me sentí mareado. ¿Cómo le decía a este chico que adoraba
que le había arruinado la vida? Se me secó la boca.
—Sabes que tu madre era mi mejor amiga, ¿verdad?
—Sí. Aunque eso es raro. ¿Quién quiere ser el mejor amigo de una
chica cuando eres un niño?
Esbocé una sonrisa triste. No había una manera fácil de confesarle la
verdad a este niño. Preferiría que una ola gigante arrasara la roca en la que
estaba sentado y me llevara mar adentro que terminar esta conversación.
Pero miré a Lucas, que me miraba expectante.
Como un cobarde, bajé la mirada.
—Sabes que tu madre murió en un accidente de coche.
—Sí. —Asintió con la cabeza—. Aunque no lo recuerdo, la verdad.
Solo me acuerdo de que venía mucha gente a nuestra casa.
Asentí.
—Sí. Mucha gente quería mucho a tu mamá.
Cuando me callé de nuevo, preguntó:
—¿Es eso lo que querías decirme?
Levanté la vista y me encontré con los ojos de Lucas, llenos de
inocencia y confianza: la confianza que había depositado en mí durante
once años, esa que yo estaba a punto de destrozar.
—No, colega. Necesito contarte algo sobre el accidente.
Esperó.
No había forma de volver a poner el corcho en la botella después de
esto. Respiré hondo por última vez.
—Debería habértelo contado hace mucho tiempo, pero eras demasiado
pequeño, o yo tenía demasiado miedo de decírtelo, o quizá las dos cosas.
—Aparté la mirada y volví a fijarme en Lucas para asestarle el golpe—. Yo
era quien conducía el coche la noche del accidente. Tu madre y yo
acabábamos de tener una fuerte discusión y… había llovido mucho. Había
un gran árbol que se tenía que cortar, y cubría parcialmente una señal de
stop. No la vi hasta que estuvimos casi encima. Pisé el freno, pero el suelo
estaba mojado…
La expresión del rostro de Lucas cambió de inmediato. Tuve la
sensación de que tardó una eternidad en asimilar lo que le había dicho, en
asimilarlo del todo, pero cuando por fin lo hizo, se puso de pie.
—¿Por eso pasas tanto tiempo conmigo? —Su voz estaba llena de
dolor, y cuanto más hablaba, más fuerte se volvía—. ¿Te sientes culpable
por haber matado a mi madre? ¿Por eso vienes a visitarme cada dos
semanas y le pagas a mi abuela?
—No. No es eso en absoluto.
—¡Eres un mentiroso!
—Lucas…
—¡Déjame en paz! —Se fue corriendo por el muelle.
Lo llamé varias veces, pero cuando se detuvo en el camino para recoger
piedras y arrojarlas al agua, pensé que sería mejor dejarle un poco de
espacio. No se alteraba al hablar de su madre, pero lo que le había contado
era mucho que asimilar y posiblemente hubiera abierto muchas viejas
heridas, además de haber creado otras nuevas.
Lucas no me dirigió la palabra durante el resto de la tarde, pero
tampoco me pidió que lo llevara a casa temprano. Así que no lo hice. En
lugar de eso, me detuve en la tienda, compré una caña barata y algunos
aparejos y lo llevé a pescar a un lago. Si le preguntaba algo, gruñía una
respuesta de una sola palabra. Me reconfortaba saber que, incluso cuando
estaba enfadado y molesto, no me ignoraba por completo.
A medida que nos acercábamos a su casa, sabía que no me daría tiempo
para hablar con él cuando llegáramos. Saltaría fuera del coche en cuanto
me detuviera y daría un portazo tras él. Joder, yo habría hecho lo mismo a
su edad. Por eso reduje la velocidad y hablé durante los últimos cinco
minutos del trayecto.
—Entiendo que estés enfadado conmigo. Y no espero que me hables
ahora mismo. Pero necesito que sepas que el tiempo que he pasado contigo
no ha sido por la culpa. ¿Me siento culpable por lo que pasó y desearía que
hubiera sido diferente? Cada maldito día de mi vida. Pero ese no es el
motivo por el que vengo a verte. Lo hago porque quería a tu madre como si
fuera mi hermana. —Empecé a ahogarme y se me quebró la voz—. Y te
amo con todo mi corazón. Ódiame si quieres por lo que pasó. Me lo
merezco. Pero no hay nada más sincero en mi vida que lo que tengo
contigo, Lucas.
Nos detuvimos frente a su casa y giré la cabeza para intentar ocultar
que me secaba las lágrimas. Lucas me miró fijamente a los ojos durante
mucho rato. Luego se dio la vuelta y salió del coche sin decir una palabra.
Capítulo 43
Annalise
Annalise
***
Annalise
Releí por segunda vez la carta que había escrito a Jonas. Aún no estaba
preparada para entregársela, pero el hecho de haberla escrito ya me
acercaba un poco más. Me sentí bien, como cuando me pruebo unos
pantalones que hacía mucho tiempo que no me ponía y, de repente, la
cremallera se cierra. Hacía mucho tiempo que nada en mi vida me sentaba
bien de verdad.
Sonó el teléfono de mi escritorio, así que metí la carta en un sobre y la
guardé en el cajón. Supuse que era Bennett, que llamaba desde dos
despachos más abajo para gritarme que me diera prisa, porque hacía media
hora que había dicho que estaría lista en diez minutos.
—Annalise O’Neil. —Mi voz era casi cantarina.
Pero cuando levanté la vista, con el teléfono entre el hombro y la oreja,
Bennett estaba en mi puerta. Sonreí.
Hasta que la voz al otro lado de la línea sonó en el auricular:
—¿Anna? Hola. Imaginé que aún estarías en la oficina.
Andrew.
No sé por qué, pero me entró el pánico.
—Ummm… Sí. Todavía estoy aquí. Espera un minuto. —Apoyé el
teléfono contra el pecho y hablé con el hombre que me miraba desde la
puerta—. Es mi madre. Solo serán unos minutos.
Bennett asintió.
—Tómate tu tiempo. Dame las llaves. Llevaré tu coche delante para
cargar tus cosas para la presentación cuando hayas terminado.
Rebusqué en el bolso, con la esperanza de que no se diera cuenta del
rubor que me subía por la cara. Por suerte, no lo notó. Tomó las llaves y me
besó en la frente antes de salir de mi despacho. Esperé a que sus pasos se
desvanecieran en la distancia y a que la puerta principal de nuestras
oficinas se abriera y cerrara.
Volví a acercarme el teléfono a la oreja.
—Hola, ¿qué pasa? ¿Va todo bien?
—¿Te pillo en mal momento?
Me senté. ¿Había algún buen momento para que un ex llamara de la
nada?
—Me estoy preparando para irme. ¿Qué pasa?
—Veo que sigues trabajando hasta muy tarde —bromeó, pero yo no
estaba de humor para charlas triviales.
—En realidad, voy a salir a cenar. Así que tengo que hacer esto rápido,
Andrew. ¿Qué pasa?
—¿Cenar en plan cita?
Eso me hizo enfadar. Resoplé.
—De verdad que tengo que irme.
—Vale. Vale. Solo quería que supieras que iré con Lauren y Trent a
vuestra cena mañana por la noche.
—¿Por qué?
—Porque quiero verte.
—¿Para qué?
Andrew suspiró.
—Por favor, Annalise.
—Es una cena de negocios. Que yo sepa, no tenías ningún interés en el
negocio de tu familia.
—Aún soy accionista. Y he estado ayudándolos los últimos meses,
revisando el catálogo y esas cosas.
Sus padres siempre habían querido que participara en el negocio
familiar, pero Andrew puso el grito en el cielo cuando le sugirieron que
asumiera un papel que implicara escribir en su imperio. Todo lo que no
fuera literatura era indigno de él.
—De acuerdo. Como quieras. Tengo que irme.
—Estoy deseando verte.
El sentimiento no era mutuo.
—Adiós, Andrew.
***
***
—Tus ideas eran realmente geniales.
Dejé de mirar por el gran ventanal del salón de Lauren y Trent y vi que
Andrew caminaba hacia mí con una copa de vino en cada mano. Me tendió
una.
—No, gracias. Conduzco.
Sonrió.
—Más para mí, entonces. Mi coche está en el taller, así que Trent me ha
recogido de camino a casa desde la oficina.
Asentí.
Andrew había estado bastante callado mientras yo presentaba mis ideas
antes de la cena, y luego se había quedado en un segundo plano de nuestra
conversación mientras los cuatro compartíamos la comida. Me tomé un
minuto para mirarlo. Llevaba una camisa abotonada por fuera, unos
vaqueros oscuros y mocasines. Tenía una ligera barba, lo que me
sorprendió mucho. De hecho, todo su aspecto relajado me extrañó.
—Estás diferente —le dije.
Dio un sorbo de vino.
—¿Eso es bueno o malo?
Volví a mirarlo.
—Bueno. Pareces relajado. Creo que nunca te he visto con barba,
excepto cuando escribías sin parar durante días.
Asintió.
—Siempre dijiste que te gustaba con vello facial.
Era cierto. Siempre me había gustado con algo de barba. Pero a él no…,
así que nunca tuvo.
Miré por encima del hombro hacia la cocina. Lauren y Trent habían
insistido en fregar los platos y no me habían dejado ayudar, pero hacía rato
que se habían marchado.
Andrew bebió más vino mientras me miraba por encima del borde de la
copa.
—Les he pedido que nos den un poco de tiempo para hablar.
—Oh. —Asentí. De repente, me sentí incómoda, así que volví a
centrarme en el ventanal. Había diluviado toda la noche—. Está lloviendo
mucho.
Andrew no apartó la mirada de mí.
—No me había dado cuenta.
Se dirigió a una mesita y dejó el vino. Cuando volvió, se acercó un
poco más a mí.
—Estás preciosa esta noche.
Lo miré y nuestras miradas se cruzaron. La calidez de su sonrisa me
hizo recordar tiempos pasados. Solíamos ser felices. Aquella sonrisa me
había calentado por dentro, igual que ahora lo hacía la de Bennett. Pero la
sonrisa de Bennett tenía otros efectos en mí. Me provocaba calor y
emoción y, aunque no me daba nada que indicara más que una atracción
física por mí, me hacía sentir querida y cuidada.
Andrew alargó la mano y me apartó el pelo de la cara. Sus dedos me
rozaron la piel. La caricia era cálida y suave, pero solo era una sombra de
lo que sentía cuando estaba cerca de Bennett. Él podía pasarme un lápiz en
una reunión, y el roce accidental de nuestros dedos me encendía. El tacto
de Andrew era como el confort de una manta acogedora, algo familiar. No
recordaba la última vez que Andrew y yo habíamos ardido. ¿Lo habíamos
hecho alguna vez? ¿O simplemente me había acostumbrado a la seguridad
de lo que conocía?
Se inclinó un poco más hacia mí.
—Te echo de menos, Anna.
Lo miré fijamente. Sus labios estaban muy cerca y su aroma familiar
me envolvía. Sin embargo, no tenía ninguna intención de besarlo. Nada.
Una sonrisa se dibujó en la comisura de mis labios. Me emocionaba no
sentir nada y, en ese momento, me decidí. Iba a arriesgarme con Bennett.
Andrew malinterpretó lo que pasaba por mi mente y se inclinó para
besarme.
Moví las manos a toda prisa hacia su pecho y lo detuve justo antes de
que nuestros labios se encontraran.
—No. No puedo.
Lauren y Trent eligieron ese momento para salir de la cocina. Di un
paso atrás y puse distancia entre Andrew y yo antes de que se unieran a
nosotros en el salón.
—Ya está todo limpio. —Lauren sonrió—. Y Trent solo ha roto un
plato esta noche.
Trent le puso la mano en la espalda a su mujer.
—Sigo pensando que dejará de obligarme a lavar los platos si rompo
otro. Pero sigue comprando más y obligándome a ayudar.
Agradecí la interrupción. De repente también quise largarme de aquí y
sorprender a Bennett de camino a casa. Teníamos algo que celebrar esta
noche, aunque él no tuviera ni idea de lo que estaba a punto de ocurrir.
—Muchas gracias por la cena. Estaba deliciosa.
—Gracias a ti —dijo Lauren, que miró a su marido—. A los dos nos
han encantado tus ideas. Para ser sincera, ni siquiera creo que necesitemos
escuchar la otra presentación.
—Eso es muy amable. Pero quiero que tengas la campaña que más te
guste, así que mantén la mente abierta hasta después de ver lo que Bennett
os presentará cuando os reunáis con él el lunes.
«Además, si eliges mis ideas, tal vez te pida que me sigas a una nueva
empresa. Necesito al menos unos días para presentar mi currículum».
Trent asintió.
—Claro, por supuesto.
—Espero que no te importe, pero me voy. La lluvia se está
intensificando ahí fuera, y no quiero conducir con las calles inundadas.
—Oh. Por supuesto —dijo Lauren, que miró a su hermano y luego a
mí.
—¿Te importaría llevarme? —me preguntó Andrew—. Así Lauren y
Trent no tienen que salir con este tiempo.
—Ummm… —No podía negarme. La casa de Andrew estaba justo de
camino a la mía, y hacía muy mal tiempo fuera—. Claro. No hay problema.
Tal vez esto era bueno. Habíamos dejado la puerta abierta un
centímetro, y por fin había llegado el momento de cerrarla y despedirnos.
Por el camino, podría decirle que había conocido a alguien. Era lo correcto
después de ocho años. Y no necesitaba malos rollos entre Lauren y yo si
íbamos a trabajar juntas.
Los cuatro nos despedimos. Me resultaba extraño salir de su casa con
Andrew, porque habíamos cenado muchas veces en pareja. Juntos, Andrew
y yo corrimos hacia el coche, pero la lluvia caía de costado y los dos
estábamos empapados cuando cerramos las puertas tras nosotros.
—Mierda. —Andrew se sacudió los brazos—. Está lloviendo de
verdad.
Me quité el agua de la cara y arranqué el coche.
—Sí, es horrible.
—¿Quieres que conduzca?
Conducir con la que estaba cayendo era lo último que quería hacer,
pero eso no importaba.
—No, estoy bien. Gracias. —Miré por el retrovisor, respiré hondo y
antes de poner el coche en marcha, susurré—: Compruebo si vienen coches
en sentido contrario. Me aparto del bordillo.
—Esta es una de las cosas que más echaba de menos.
Oí la sonrisa en la voz de Andrew, pero seguí concentrada en la
carretera. Llovía a cántaros como nunca había visto, y las calles empezaban
a inundarse.
—No sé si es un cumplido o un insulto que esto sea lo que más echabas
de menos.
Apreté el volante con fuerza y me dirigí a la autopista. Los cristales
empezaban a empañarse y, cuando miré por el retrovisor para incorporarme
a la autopista, solo vi una mancha de luces a través de la ventanilla del
conductor. La visión por atrás no era mucho mejor debido a que la luna
trasera estaba empañada, así que pulsé el botón para bajar la ventanilla y
ver mejor. Pero justo cuando lo hacía, pasó un coche, que salpicó un
montón de agua a través de la ventanilla abierta y directamente sobre mi
cara.
Mi reacción innata fue pisar el freno. Pero eso me hizo patinar sobre el
agua en la incorporación. Agarré el volante y el coche perdió el control.
El coche se desplazó hacia la derecha, hacia el tráfico que circulaba por
la autopista, y eché el volante hacia la izquierda.
Todo sucedió a cámara lenta después de eso.
Empezamos a dar vueltas.
Perdí la noción de lo que era delante y atrás.
Las luces destellaban frente a mis ojos.
Y me di cuenta de que íbamos en dirección contraria.
En la incorporación de la autopista.
Empezó a sonar un claxon.
El coche que venía hacia nosotros se desvió a la derecha.
Pero no había espacio suficiente para los dos.
Me preparé para el impacto.
Nos golpearon.
Fue fuerte y estremecedor.
Mi cuerpo se sacudió a la izquierda y luego a la derecha.
Andrew gritó mi nombre.
Luego todo volvió a la calma.
Empecé a pensar que podríamos estar bien.
Y entonces…
Nos golpearon por segunda vez.
Capítulo 46
Bennett
***
Querido Jonas:
Por favor, acepta esto como mi carta de dimisión y preaviso de
dos semanas de que dejaré el puesto de directora creativa de
Foster, Burnett y Wren. Aunque he disfrutado trabajando para ti
y agradezco la oportunidad que me has brindado, he decidido
permanecer en San Francisco y buscar otras oportunidades.
Muchas gracias.
Annalise O’Neil
Le tendí el papel.
—¿Qué narices es esto?
—Me parece una dimisión.
—¿Cuándo te la dio? ¿Por qué iba a dimitir?
Jonas se llevó las manos a las caderas.
—Supongo que dimitió porque quiere quedarse en la zona de San
Francisco, como dice en su carta. Pero nadie, excepto nosotros dos, sabía
que la trasladarían a ella. Tuvo que enterarse de alguna manera.
—Bueno, no fue por mí. ¿Te la ha dado esta mañana?
—Lo he encontrado en su cajón cuando he entrado a buscar los
archivos que necesitaba para cubrir la reunión a la que no se ha presentado
hoy.
Algo no iba bien. Annalise no dimitiría. Aunque estuviera enfadada, no
se habría saltado una reunión programada con un cliente. Se enorgullecía
de la forma en que se manejaba, siempre justa y profesional. ¿Y por qué no
iba a hablar conmigo de algo así?
Releí la carta una vez más, la dejé caer sobre el escritorio y tomé la
chaqueta del respaldo de la silla.
—Tengo que irme.
Estaba en la puerta de mi despacho antes de que Jonas pudiera objetar.
—¿Adónde vas? —gritó tras de mí.
—A averiguar qué narices está pasando.
***
Bennett
***
Jonas se estaba preparando para irse cuando llamé a su puerta. Pero dejó el
maletín ya que, de todos modos, planté mi culo en una silla frente a él.
Se sentó, se quitó las gafas y se frotó los ojos.
—¿Qué pasa, Bennett?
Negué con la cabeza.
—La he cagado con Annalise.
Jonas resopló.
—¿Qué has hecho?
—No te preocupes. No es nada de lo que estás pensando. No saboteé su
presentación ni hice trampas de ninguna manera. Y no le hablé de la
decisión del traslado.
Asintió.
—Vale. ¿Y qué ha pasado?
—¿Sabes esa política de no confraternización que tenemos?
Jonas cerró los ojos y frunció el ceño. No necesitaba decir más.
—Así que has ganado el trabajo, pero has perdido a la chica.
—Lo he hecho mal.
—¿Cómo vas a arreglarlo?
Pensé que estaría nervioso, pero de repente me sentí tranquilo. Saqué el
sobre del interior de la chaqueta, me incliné hacia delante y lo dejé sobre el
escritorio de Jonas. Él lo miró y luego a mí. Sonrió con tristeza.
—Supongo que esta es tu dimisión.
Asentí con la cabeza.
—¿Has hablado con Annalise?
—No he podido hablar con ella.
—¿Y aun así me entregas esto ahora mismo? ¿Qué pasa si pierdes el
trabajo, pero aun así no recuperas a la chica?
Me puse de pie.
—Esa no es una opción.
Jonas abrió el cajón y sacó el sobre que contenía la dimisión de
Annalise. Me lo tendió.
—Cajón superior izquierdo de su escritorio. Colocado justo encima.
Nunca lo encontré.
Cambié mi carta por la suya.
—Gracias, Jonas.
—Espero que consigas a la chica.
—Ya somos dos, jefe. Ya somos dos.
***
Había llenado su buzón de voz. Ahora, cada vez que llamaba, sonaba un
mensaje que decía que el número de teléfono al que había llamado ya no
aceptaba mensajes. Dejé escapar un suspiro entrecortado y apoyé la frente
en el volante. Llevaba sentado frente a su casa desde las cuatro y media.
Eran casi las ocho y aún no había ni rastro de ella. Cada minuto que pasaba
me ponía más nervioso. Pero en algún momento tendría que volver a casa.
Esperé lo que me pareció una eternidad. Cada vez que una luz se
encendía en la carretera, me impacientaba por ver si era su coche. Pero
pasaban de largo. Hasta que, por fin, unos faros en el retrovisor frenaron y
se detuvieron en la plaza vacía que había detrás de mí. Pero me decepcioné
de nuevo, al ver un logotipo de Toyota en un todoterreno. No era ella.
Mis hombros se hundieron. Un minuto después, los faros se apagaron y
oí el ruido de una puerta que se abría y cerraba. Un hombre había salido del
todoterreno y se dirigía hacia la puerta del edificio de Annalise. Al
principio no le di importancia. Pero entonces, un perro ladró y el hombre
giró la cabeza, por lo que pude ver su perfil. Mi corazón latió con fuerza.
Se parecía muchísimo al padrastro de Annalise, Matteo.
Bajé la ventanilla del acompañante, me incliné y lo llamé por su
nombre:
—¿Matteo?
El hombre se giró. Tardó unos segundos en darse cuenta de quién era,
pero se acercó a mí cuando salí del coche.
—¿Bennett?
Asentí con la cabeza.
—¿Sabes dónde está Annalise?
—En el hospital. Su madre está con ella. Solo he venido a buscar
algunas de sus cosas.
—¿Hospital? —Me sentí mal—. ¿Qué ha pasado?
Matteo frunció el ceño.
—¿No lo sabes? Ha tenido un accidente de coche muy grave.
Capítulo 48
Annalise
Abrí los ojos conmocionada. Me pesaban mucho. Igual que los brazos y
las piernas.
Una alarma que oía a lo lejos empezó a sonar más fuerte. Una mujer
vestida de azul se acercó a mí, hizo algo, y el molesto sonido se silenció.
La oí hablar, pero sonaba amortiguada, como si yo estuviera bajo el agua y
ella no.
—Necesita descansar. Si la molestáis, haré que los de seguridad os
acompañen a la puerta.
Oí la voz de un hombre murmurar algo, o tal vez era la voz de más de
uno, no podía estar segura. «Si pudiera mover un poco los pies, podría
llegar a la superficie y oír mejor». Intenté moverlos, pero no conseguí
tomar suficiente impulso. La mujer de azul me puso las manos en las
piernas y detuvo el poco movimiento que había conseguido reunir.
—Shhh. Descanse, señorita Annalise. No deje que estos chicos la
alteren. Dios le ha dado a esta enfermera una boca y mucha espalda para
echar a las visitas cuando sea necesario, si molestan a los pacientes.
Una enfermera. Era una enfermera.
Intenté hablar, pero tenía la boca tapada. Levanté el brazo para agarrar
lo que me lo impedía, pero no conseguí levantarlo más de uno o dos
centímetros de la cama. La enfermera se acercó hasta quedar frente a mi
cara.
Tenía el pelo negro rizado, los ojos color chocolate oscuro y pintalabios
en el diente delantero cuando sonrió.
—Está en el hospital. —Me acarició el pelo—. Tiene una mascarilla en
la boca para respirar mejor y los medicamentos le dan sueño. ¿Lo entiende?
Asentí un poco.
Volvió a mostrarme los dientes y observé el pintalabios. «Alguien
debería decírselo».
—Tiene dos visitas, señorita Annalise. Sus padres y sus amigos
también están aquí. Están en la sala de espera. ¿Quiere que les diga a estos
chicos que la dejen descansar?
Desvié la mirada hacia el otro lado de la cama, y dos rostros se
inclinaron.
«¿Bennett?».
«¿Andrew?».
Volví a mirar a la mujer y negué con la cabeza.
—¿Qué tal si la visitan de uno en uno?
Asentí con la cabeza.
Se dirigió a los hombres y luego a mí.
—¿Quiere que Andrew la visite ahora mismo?
Moví los ojos para ver su cara, luego volví a mirar a la enfermera y
negué con la cabeza.
Ella sonrió.
—Bien. Porque parecía que el otro iba a arrancarme la cabeza si le
obligaba a irse.
Un minuto después, Bennett estaba a mi lado, con la cara justo donde
había estado la de la mujer. Tomó mi mano entre las suyas; eran muy
cálidas, y me apretó los dedos con fuerza.
—Hola. —Se inclinó y me besó en la frente. Lo miré a los ojos—. Ahí
está mi preciosa niña. ¿Te duele algo?
«¿Dolor?». No lo creía. Ni siquiera sentía los dedos de los pies. Negué
con la cabeza.
—He hablado con tu madre. Me ha dicho que te pondrás bien.
¿Recuerdas el accidente?
Negué con la cabeza.
—Tuviste un accidente de coche. Había una tormenta y llovía mucho, y
al incorporarte a la autopista tu coche planeó por el agua.
Los recuerdos empezaron a venir en destellos. Llovía mucho. El
frenazo. Las luces brillantes. Los faros. El fuerte golpe. Me sacudía de lado
a lado. Andrew.
Intenté levantar la mano para quitarme la mascarilla de la cara.
Bennett se dio cuenta de lo que intentaba hacer.
—Tienes que dejártela puesta por ahora.
Fruncí el ceño.
Se inclinó hacia nuestras manos unidas y besó la parte superior de la
mía.
—Lo sé. Mantener la boca cerrada es un reto para ti. —Sonrió
satisfecho—. Pero tengo un montón de cosas que decir y no sé cuánto
tiempo estaré a solas contigo, así que esto me viene bien. —Su rostro se
volvió serio y apartó la mirada un momento antes de respirar hondo—:
Mentí.
Volvió a mirarme a los ojos. No fueron necesarias más palabras para
que supiera mi pregunta.
Me apretó la mano y se acercó más.
—Cuando me preguntaste si estaríamos juntos dentro de un año si uno
de los dos no se trasladaba, te dije que no. Respondí que me gustaba estar
soltero y tener mi libertad, pero la verdad es que estaba aterrorizado. Me
daba miedo arruinar las cosas si seguíamos juntos. No mereces que te
vuelvan a hacer daño y…
Bennett hizo una pausa y vi cómo intentaba tragarse las emociones.
Cuando volvió a levantar la vista, tenía los ojos llenos de lágrimas.
—No mereces que te vuelvan a hacer daño y yo no merezco recibir
amor.
Me destrozó oírle decir esas palabras. Se merecía muchas cosas buenas
en su vida.
Bennett cerró los ojos y se tranquilizó para continuar:
—Pero ya me da igual lo que tú o yo merezcamos, porque soy lo
bastante egoísta como para que me importe una mierda no merecerte, y me
esforzaré cada día para convertirme en el hombre que mereces. —Sonrió y
me pasó la mano por la mejilla—. Te quiero. —Se le quebró la voz—. Te
quiero muchísimo, Annalise.
Nos interrumpió la enfermera con la bata azul. Se inclinó sobre mi cara
desde el otro lado de la cama, frente a Bennett.
—Voy a ponerle unos medicamentos en la vía. Puede que le dejen un
poco atontada.
«Bien. Alguien le había dicho lo del pintalabios en los dientes». La vi
introducir unos medicamentos en mi vía intravenosa. Me volví hacia
Bennett, pero me comenzaron a pesar los ojos. Muy pesados.
***
Bennett
—Se supone que deberías estar descansando. —Arrojé las llaves sobre
la encimera de la cocina y dejé una bolsa de la compra. Había ido a la
oficina unas horas mientras la madre de Annalise la llevaba al examen
médico después de que le hubieran dado el alta.
—Estoy bien, de verdad. El médico ha dicho que estoy muy bien. —
Annalise se agachó para sacar una olla del fondo del armario. La vista de
su culo era espectacular, pero no quería que se hiciera daño. Le rodeé la
cintura con los brazos y la aparté de mi camino.
—Déjame.
Suspiró cuando vacié el contenido del armario sobre la encimera para
que tomara lo que necesitaba.
—Sabes, tendré que empezar a valerme por mí misma de todos modos.
Deberías buscar un nuevo trabajo, y quizá yo tendría que volver a mi
apartamento. Llevo aquí casi dos semanas. Te vas a cansar de mí.
Le aparté un mechón de pelo de la cara.
—El médico ha dicho que tienes que ir despacio porque tu pulmón aún
no se ha recuperado. No estás preparada para subir tres tramos de escaleras.
Necesitas un ascensor.
Le pedí a Annalise que viniera a casa conmigo cuando le dieron el alta.
Había aceptado, porque no le había dado muchas opciones, pero cada día
estaba más fuerte y pronto estaría bien para volver a casa, aunque ese día
no era hoy. Yo la quería aquí.
—Podría quedarme con mi madre un tiempo. Tiene una habitación libre
en la primera planta.
Deslicé un dedo bajo su barbilla y la levanté para que nuestros ojos se
encontraran.
—¿Ya te has cansado de mí?
Me colocó las manos en las mejillas.
—Dios, no. ¿Cómo voy a estar harta de ti cuando te encargas de todas
mis necesidades y me lavas el pelo en la bañera para que no se me moje la
escayola?
—Entonces, ¿por qué quieres irte?
—No quiero, pero tampoco quiero quedarme demasiado tiempo,
Bennett. Ahora me siento con fuerzas para hacer cosas y, salvo por las
escaleras, no hay razón para que siga aquí.
Sacudí la cabeza.
—¿Ninguna? ¿Y si simplemente quieres estar aquí?
Se ablandó.
—Claro que quiero. Ya sabes lo que quiero decir.
La levanté y la coloqué sobre la encimera de la cocina para que
estuviéramos cara a cara.
—La verdad es que no. Así que hablemos. ¿Te gusta mi casa?
Se giró para mirar el salón y la vista que ofrecían las ventanas.
—Eh, hace que la mía parezca un agujero de mierda. Es deprimente
entrar en mi apartamento cuando salgo del tuyo.
—Así que te gusta el apartamento. ¿Y el compañero de piso?
Se inclinó hacia delante y presionó sus labios contra los míos.
—Me está mimando. Además, la vista cuando sale de la ducha solo con
una toalla hace palidecer la del Golden Gate desde el salón.
Enrollé su coleta alrededor de mi mano y mantuve su boca pegada a la
mía cuando intentó apartarse. La abrió y deslicé mi lengua entre esos labios
deliciosos. La besé largo y tendido, y mi corazón se sintió lleno de nuevo.
Las últimas semanas habían sido las más felices de mi vida. Sabía que
no quería que esto terminara. El beso era toda la seguridad que necesitaba.
—Bien. —Le di un ligero tirón a la coleta—. Entonces está decidido.
Te trasladarás aquí. Me encargaré de que una empresa de mudanzas vaya a
tu casa este fin de semana y empaquete tus cosas.
Annalise abrió los ojos como platos.
—¿Qué?
—Te gusta más mi apartamento que el tuyo. Te pone tu compañero de
piso. —Me encogí de hombros—. ¿Por qué te irías?
—¿Me estás… me estás pidiendo que venga a vivir contigo?
La miré a los ojos.
—Estoy diciendo que te quiero aquí cuando me levante por la mañana,
y te quiero aquí cuando me acueste por la noche. Quiero tus cuatro
periódicos diferentes esparcidos por nuestra cama, y que tu absurda
cantidad de zapatos llene nuestro armario. Quiero que te pongas mis
camisetas para prepararnos el desayuno cuando te sientas con ganas otra
vez, y te quiero debajo de mí, encima de mí, de rodillas en el suelo de
nuestro dormitorio y atada al cabecero mientras te como de postre. —Hice
una pausa—. ¿Ha quedado claro?
Se mordió el labio inferior.
—Hay algo que tengo que decirte primero.
Me tensé.
—¿Qué?
Frotó su nariz con la mía y me rodeó el cuello con los brazos.
—Te quiero, Bennett Fox.
Dejé caer la cabeza y solté una gran bocanada de aire.
—¿Intentas provocarme un infarto con ese «hay algo que tienes que
decirme»? He pensado…, ni siquiera sé qué he pensado. Pero, joder, no
sonaba bien.
Annalise se rio.
—Lo siento.
Entrecerré los ojos.
—Ya haré yo que lo sientas. ¿Por qué has tardado tanto en decírmelo?
Me has dejado colgado durante semanas.
Me agarró por la camiseta y tiró de mí hacia ella.
—Quería dejar los analgésicos y los medicamentos que me atontaban
para que no tuvieras dudas de que lo decía en serio.
Eché el cuello hacia atrás.
—¿Has dejado los medicamentos? ¿El médico te ha dado permiso?
Bajó la mirada y me pasó la uña por el brazo. Luego me miró por
debajo de las pestañas, con unos ojos de lo más sexys que decían
«tómame».
—También ha dicho que puedo reanudar todas mis actividades. Solo
tengo que ir con cuidado.
Se me había empezado a poner dura desde que había entrado por la
puerta y la había visto agachada. Necesitaba una confirmación antes de
hacerme ilusiones. Habían pasado tres semanas desde su accidente.
—¿Todas las actividades?
Movió las cejas.
—Todas.
La encimera de la cocina estaba a la altura perfecta, y no la aplastaría
en esta posición. Además, no perdería tiempo caminando hasta el
dormitorio. Llevé la mano a su trasero, la acerqué al borde de la encimera y
presioné mi creciente erección entre sus piernas. Sentí el calor de su sexo a
través de mis pantalones y gemí.
¿He mencionado que habían pasado tres semanas?
—Lo correcto sería hacerte el amor ahora mismo, pero hacértelo lento y
con delicadeza deberá esperar porque necesito empezar duro y rápido antes
de estar lo bastante calmado para ir despacio.
Me pasó la lengua por el labio inferior y luego lo mordió de forma
inesperada.
—Duro me parece bien.
Se quitó la ropa en dos segundos. Chupé sus preciosas tetas y las mordí
hasta que soltó un sonido que era una mezcla entre un gemido y un aullido.
Dios, la había echado de menos. Había echado de menos estar dentro de
ella y enterrarme tan profundo que mi semen no encontrara la salida. Era
surrealista lo mucho que deseaba a esta mujer. Necesitaba a esta mujer. La
ansiaba, incluso cuando no quería.
Tomé su boca y murmuré contra sus labios:
—Te quiero, joder.
Sentí la sonrisa, aunque no la viera en su cara.
—Yo también te quiero, joder.
Besé cada parte expuesta de su piel que pude alcanzar mientras me
bajaba la cremallera de los pantalones. Cuando mis bóxers se unieron a
ellos en el suelo, mi erección se balanceó contra mi abdomen.
Tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para frenarme.
Me levanté y la miré a los ojos.
—¿Estás bien? ¿Respiras bien?
Ella respondió y miró entre nosotros antes de pasar el pulgar por la
cabeza brillante de mi pene y llevarse el dedo a los labios para lamerlo.
—Mmmm… Todo bien. ¿Y tú?
Gemí y me la agarré para introducirla entre sus piernas y tantear el
terreno. Resultó estar gloriosamente húmeda. Sentí que estaba a punto de
explotar, incluso antes de empezar, la penetré con un golpe largo y fuerte y
la besé hasta que empecé a preocuparme por su respiración agitada.
Me sonrió entre jadeos, pero parecía estar perfectamente. Le devolví el
gesto y me moví despacio y con firmeza, sin dejar de mirarla mientras
entraba y salía de ella.
«Dios, esta mujer». Me había pasado media vida construyendo un
millón de obstáculos que poner en el camino del amor. Sin embargo,
cuando conocí a Annalise, todas las trabas no hicieron más que mostrarme
lo mucho que valía la pena saltar por encima de cada una de ellas.
Intenté contenerme y cerré los ojos con fuerza para no ver lo guapa que
era. Pero cuando susurró mi nombre como una plegaria, ¿cómo no iba a
mirar?
—Bennett. Oh, Dios. Por favor.
No había sonido más dulce que el de la mujer que amabas gimiendo tu
nombre. También era realmente sexy. Eso fue todo. Me vine abajo.
Aceleré mis embestidas y la penetré cada vez más fuerte. Cada músculo
de mi cuerpo se tensó y ella se apretó a mi alrededor. Me clavó las uñas en
la espalda cuando llegó el orgasmo. Ver mi polla entrar y salir de ella era
un espectáculo impresionante, pero saber que me quería lo hacía mucho
más dulce. Dios sabe por qué narices me había entregado su corazón, pero
yo no tenía intención de devolvérselo jamás.
Cuando su cuerpo empezó a relajarse, me bastaron unas pocas
embestidas para alcanzar mi propia liberación. La besé en los labios y la
estreché entre mis brazos, con cuidado de no presionar demasiado el pecho.
Apoyé la mejilla en la parte superior de su cabeza; me sentía casi
satisfecho. Casi. Solo me molestaba una pequeña cosa.
—Bueno, no he escuchado un sí definitivo como respuesta.
—¿Cuál era la pregunta?
—¿Te vienes a vivir conmigo?
Annalise echó la cabeza hacia atrás.
—Pero ¿qué haría yo entonces con ese bonito sombrero de vaquero que
me regalaste el segundo día que nos conocimos si me quedara aquí en
California?
—Hace meses que fantaseo con que lleves esa cosa y me montes. Te lo
pondrás mucho.
Soltó una risita, pero pronto se daría cuenta de que no estaba
bromeando. Me moría de ganas de verla jugar a ser la vaquera.
—Entonces, ¿eso es un sí?
—Sí. Vendré a vivir contigo. —Detuvo mi sonrisa cuando levantó el
índice—. Pero con una condición.
Levanté una ceja.
—¿Una condición?
Asintió.
—Yo pago la mitad de los gastos. Como soy la única que va a tener
trabajo muy pronto, quiero pagar la mitad, o más si puedo permitírmelo,
mientras tú buscas un nuevo empleo.
De ninguna manera iba a permitir que pagara nada, no en el sentido
tradicional.
—En realidad, no voy a buscar trabajo.
Arrugó la frente.
—¿Por qué no?
—Porque tengo algo mejor en mente.
—Vale…
—Y esperaba que tal vez tú también estuvieras interesada en un nuevo
puesto.
Ladeó la cabeza.
—¿Un nuevo puesto? Déjame adivinar… ¿de espaldas o a cuatro patas?
Sonreí y le di un golpecito en la nariz con el dedo.
—No estaba pensando en eso, pero me gusta cómo piensas, guarrilla.
—Estás siendo muy impreciso, Fox. Escúpelo. ¿Qué pasa?
—Voy a empezar mi propia agencia, y quiero que vengas a trabajar
conmigo.
Epílogo
Annalise
Vi Keeland es autora best seller del New York Times, el Wall Street
Journal, el Washington Post y el USA Today. Sus títulos se han traducido a
más de veinte idiomas. Vi reside en Nueva York con su marido y sus tres
hijos, donde vive su propio felices para siempre con el chico al que conoció
cuando solo tenía seis años.
Gracias por comprar este ebook. Esperamos
que hayas disfrutado de la lectura.
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USA Today
Cuando Arya Roth era una niña, se enamoró del hijo de la criada de su casa.
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