Inolvidable by Marley Valentine
Inolvidable by Marley Valentine
Inolvidable by Marley Valentine
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Sarina Bowen, nunca he escrito una novela completa con dos
meses y medio de antelación. Gracias por ayudarme a tachar un
elemento de la lista de deseos.
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Una noche con Reeve Hale no era suficiente. Lo supe cuando lo
besé, lo supe cuando me acosté con él y estaba seguro de ello
cuando salí de su habitación de motel al día siguiente.
Así que cuando el tímido y guapísimo hombre se presenta
como nuestro nuevo empleado en Vino & Veritas, no puedo evitar
conjurar todas las formas ridículas de convencerle de que repita
aquella noche inolvidable. Como pedirle que sea mi falso novio en
la próxima boda de mi hermana.
Sólo que no esperaba que dijera que sí.
Jugar a fingir no debería ser tan real. Especialmente cuando
Reeve está planeando dejar Vermont después del verano.
Acordamos una noche. Negociamos una relación falsa. Pero
fui yo quien rompió nuestros términos. No se suponía que yo me
enamorara y él no debía ser tan inolvidable.
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OZ
No estaba seguro de si aceptar venir al Speakeasy1 tan temprano
era una buena idea, pero con el olor a comida caliente y frita que
se respira en la sala, la música pop que suena de fondo y el lento
goteo de gente que entra, nunca he estado más agradecido que
ahora de estar superando esa prisa nocturna.
Sentado con una vista perfecta de todos los que entran,
espero ansioso y lo observo mientras me busca. Mi cuerpo vibra y
mi pierna rebota en el lugar, rebosando de energía y tensión que
estoy desesperado por quemar mientras lo asimilo todo.
Tiene el cabello castaño, corto por los lados y largo y
despeinado por arriba. Sus ojos son charcos de chocolate oscuro y
su cara, limpiamente afeitada, acentúa su mandíbula de ángulos
pronunciados. Es aún más atractivo en la vida real que en su foto
de perfil.
Pero es el resto de él lo que me hace mirar. Las partes de él
que la foto no muestra. Las partes de él que son exactamente lo
que estoy buscando esta noche.
Es alto. No tan alto como mi metro ochenta, pero sí
comparado con la mayoría de la gente. Es delgado, pero no flaco,
delgado, pero no larguirucho. Parece una mezcla de fuerza y
sumisión, y joder si eso no es mi kriptonita.
Lleva una camisa de color carbón y unos vaqueros negros
rasgados en las piernas, con lo que se podría pensar que se
mezclaría con la multitud. Pero incluso con su elección de colores
1 Bar clandestino. Los Speakeasy eran el refugio de aquellos quienes buscaban beber y disfrutar de una buena noche
de jazz, baile y en muchas ocasiones, ligue. El término speakeasy surgió en la década de los veinte durante la
Prohibición del licor en Estados Unidos. El licor era fabricado o contrabandeado por leyendas como Al Capone y
“Lucky” Luciano.
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apagados y discretos, mis ojos tienen dificultades para fijarse en
algo más que en él.
Echa un último vistazo a su móvil y se lo mete en el bolsillo
trasero. Observo cómo su cuerpo se eleva y desciende en una gran
exhalación mientras, en silencio, pero de forma muy evidente, se
da a sí mismo una charla de ánimo. El hombre despreocupado y
seguro de sí mismo de su perfil Blush2 no aparece por ningún lado
y, por alguna razón inexplicable, ese único cambio en él me golpea
de lleno en el pecho.
Conocer a alguien para tener sexo a través de una aplicación
no es del agrado de todo el mundo, pero parece que este chico
quiere desesperadamente que sea suyo.
Su mirada no tarda en encontrar la mía, y cuando lo hace,
levanto la barbilla y sonrío, con cuidado de no asustarlo. Parece
aliviado y nervioso a la vez, y me doy cuenta de que yo también
suelto un suspiro de alivio cuando por fin empieza a caminar en mi
dirección.
Como mi madre me enseñó modales, sin importar las
circunstancias, me pongo de pie para saludarlo. Conociéndonos
sólo por nuestros nombres de usuario de Blush, extiendo mi mano
y me presento. —Hola, soy Oz.
—Reeve —dice, deslizando su mano en la mía—. Encantado
de conocerte.
Sonriendo, le suelto la mano y veo cómo se sienta torpemente
en la silla perpendicular a la que yo ocupaba.
Pasando las manos por los muslos, es obvio que es tímido. Y
no sé por qué me sorprende o por qué lo encuentro tan entrañable,
2 >> Sonrojado >> Blush es una subsección de la aplicación First Spark que esta enfocada para ligar y está adaptada
al colectivo LGBTQIA.
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pero tomo asiento a su lado y siento que me aflojo en su presencia.
Siento que el día de mierda que me impulsó a buscar un ligue en
primer lugar, se desvanece en el fondo, y mi inclinación natural a
poner a otras personas a gusto sube a la superficie para este
desconocido.
—¿Qué quieres beber? —le pregunto.
—Beber —repite, como si le sorprendiera que se lo ofreciera.
—¿Qué? —Sonrío—. ¿Creías que íbamos a follar directamente
sobre la mesa? —Casi me arrepiento de mis burdas palabras, pero
cuando una sonora carcajada brota de su boca, sé que ha jugado
a mi favor.
—Lo siento. —Suspira—. Soy muy malo en esto.
Inclino la cabeza hacia un lado, haciéndome el tímido. —¿En
qué?
Hace un gesto entre nosotros. —Nunca he hecho esto antes.
Como siento que es necesario decirlo, y no quiero que piense
que sólo porque se presentó tiene que cumplir con algo, le
sostengo la mirada, mi tono un poco más serio. —No tienes que
hacer nada que no quieras. Ahora o después, una copa o diez. No
hay ninguna obligación.
—Gracias —dice—. Quiero decir, lo sé. Pero aun así agradezco
que lo digas en voz alta.
—¿Qué tal esos tragos? —Le ofrezco—. Creo que a los dos nos
vendría bien uno.
Asintiendo, busca su cartera, pero extiendo una mano para
detenerlo. —Puedes pagar las siguientes. ¿Alguna preferencia?
Se gira para mirar la selección de bebidas y grifos expuestos
y luego vuelve a mirarme. —Lo que esté bien.
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Caminando hacia la barra, me acuerdo de mi propio trabajo
en Vino & Veritas. Aunque hubiera sido más fácil y cercano a mi
apartamento que Reeve se reuniera conmigo allí, no me gusta dar
a un extraño acceso completo a mí, al menos no más allá de
nuestra noche juntos.
Cuando se trata de aventuras de una noche, tengo mis
propias reglas, y una de ellas es asegurarme de que estoy seguro
y cómodo, así como la persona con la que estoy. Sé que a algunas
personas les basta con reunirse en un hotel y ponerse manos a la
obra, pero yo no funciono así, y en este caso, creo que Reeve
tampoco.
El viaje de cuarenta minutos en Uber desde Burlington a
Colebury puede parecer un poco excesivo, pero Speakeasy es mi
hogar fuera de casa, y si no funciona con Reeve en el frente sexual,
al menos puedo convertirlo fácilmente en una noche pasada con
buena cerveza y buena comida.
—Oz —dice Matteo, el gerente, con una sonrisa de
bienvenida—. Hace mucho que no te veo. ¿Qué te trae por aquí
esta noche?
Inclino la cabeza en dirección a Reeve. —He quedado con
alguien.
—¿Cómo una cita?
—Algo un poco menos serio que una cita —digo crípticamente.
—Ah. —Me señala con un dedo cómplice—. ¿Qué puedo
ofrecerles a los dos? ¿Lo de siempre? En realidad...
Su voz se interrumpe mientras coge dos pintas y acerca una
al grifo de cerveza. —Acaban de entregar un lote de la Audrey hoy
mismo, y por algo la llaman la sidra que huele a sexo.
Arrugo la cara en señal de confusión. —¿Huele a sexo?
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—Sí. —Se ríe—. Todo el mundo la conoce, pero no la
almacenamos a menudo.
Abre el grifo y un chorro de líquido ámbar cae en el vaso.
Cuando llega a la mitad, Matteo cambia las pintas sin esfuerzo y
alterna entre las dos hasta que los vasos están llenos, el grifo se
cierra y ambos descansan en la barra. —Tal vez ayude a que las
cosas avancen para ustedes dos.
—¿Estás diciendo que necesito ayuda, Matteo? —Sonriendo,
me miro a mí mismo y vuelvo a mirarlo a él—. Me han dicho que
soy un buen espécimen de hombre.
Se ríe, y sus ojos pasan por mí y por Reeve, que está sentado
detrás de mí. —Puede que no necesites ayuda, pero creo que tu
cita sí.
Miro por encima de mi hombro y Reeve está sentado
retorciéndose las manos con nerviosismo. Esa sensación sin
nombre de antes vuelve a aparecer al verle esforzarse por salir de
su zona de confort.
Me vuelvo hacia Matteo, saco mi cartera del bolsillo, saco un
billete de cincuenta y lo pongo en la barra. —Pon lo que quede para
la siguiente.
Coge el dinero y me sonríe con cariño. —Buena suerte.
Con cuidado, recojo nuestras bebidas y me dirijo a Reeve.
Cuando me acerco a la mesa, levanta la cabeza y sus ojos recorren
lentamente mi cuerpo. El parpadeo de interés me da un impulso
de confianza que no suelo necesitar.
Dejo las bebidas sobre la mesa y me siento, acercando un
poco más la silla a él. —Espero que te guste la sidra.
—Creo que me he equivocado de lugar si no me gusta la sidra.
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Mis oídos se levantan con interés. —Oh, así que eres nuevo
aquí.
—Es una larga historia, pero soy originario de Connecticut.
No dice mucho más, y yo respeto el silencio lo suficiente como
para no entrometerme, pero no sé realmente hacia dónde llevar la
conversación a partir de aquí. Justo cuando estoy a punto de llenar
el silencio, Reeve interviene. —¿Y tú? ¿Eres de aquí?
—Soy de Vermont, sí —digo con indiferencia—. Nací y me crie.
—¿Alguna vez te fuiste?
La pregunta me toca demasiado de cerca. Demasiado cerca
de la pelea que tuve con mi padre esta mañana. —Sí, de vez en
cuando. Me encanta viajar por todo el país para asistir a diferentes
festivales de comida y música.
Cuando mi respuesta no recibe más que silencio de nuevo,
estoy casi seguro de que la noche ha terminado antes de que haya
empezado realmente.
—Lo siento —dice Reeve, y hago una mueca de dolor por la
frecuencia con la que siente la necesidad de decir esas dos
palabras.
Le pongo la mano en el antebrazo y lo detengo. —No hace
falta que te disculpes. Podemos terminar la noche si quieres.
Su cara cae y yo retrocedo inmediatamente, deseando que
esa mirada de decepción desaparezca.
Sin dudarlo, inclino mi cuerpo en su dirección y me inclino
hacia delante hasta que mi boca queda alineada justo al lado de su
oreja. Para que sepa exactamente a qué atenerse, decido otra
forma de salvar la noche. Ha venido aquí esta noche para tener
sexo, y tal vez eso es lo único en lo que tengo que centrarme.
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—Creo que no te das cuenta de que eres una magnífica mezcla
de sexy y adorable. —Su aliento se entrecorta y mi polla se agita
al oírlo—. Y tengo muchas ganas de terminar la noche follando
contigo. —Como no dice nada, añado: —¿Te parece bien?
—Sí. —La palabra es todo calor y aire, y no puedo evitar
inclinar la cabeza lo suficiente para que nuestros ojos se
encuentren. Mi mirada se dirige a la forma en que su nuez de Adán
se balancea en su garganta y vuelve a subir a tiempo para captar
su lengua deslizándose entre sus labios.
No es exactamente una invitación, pero hay algo en ese
pequeño movimiento que me hace mirarlo, mis ojos piden permiso.
Cuando vuelve a hacerlo, le agarro de la barbilla,
manteniéndolo en su sitio, y cubro su boca con la mía. Es mucho
más atrevido de lo que pretendía, pero parece ser el antídoto
exacto que necesitaba. Para los dos.
Es suave y sincero. Cuidadoso, pero deliberado. Un regalo de
comodidad. Un sabor de placer.
No dejo que se prolongue, y no tomo más que ese momento.
—¿Cómo estuvo eso? —Murmuro.
Él presiona sus labios contra los míos en respuesta,
profundizando el beso ligeramente. Devolviendo el sentimiento,
acepto su gratitud y agradezco su interés.
—Gracias —dice, su voz apenas por encima de un susurro. —
Realmente lo necesitaba.
No sé qué me lleva a hacerlo, pero le rozo la mandíbula con
los nudillos. Ni siquiera me molesto en luchar contra la necesidad
de tocarle y calmarle, sino que me guío por el instinto. Sus ojos se
abren lentamente, pero no se mueve, sólo espera y me observa.
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Suelto la mano, pongo distancia entre nosotros y cojo mi
bebida, dando un largo y refrescante sorbo. Cuando Reeve sigue
mirándome fijamente, me muerdo la bala y pregunto: —¿Acabo de
joder esto?
Sonríe y el ambiente cambia. Muestra sus dientes y aparecen
pequeñas líneas de expresión alrededor de sus ojos. Es la mirada
que quiero que lleve durante el resto de la noche.
—No —me tranquiliza—. El beso fue una sorpresa, eso es
todo.
—¿Una buena sorpresa?
Asiente, su sonrisa se amplía.
—Tengo más de donde vino eso —digo con un guiño.
Coge su vaso y bebe un sorbo de sidra, con la cara sonriente
y la mirada fija en la mía.
Traga su bebida, deja el vaso y se acomoda en el asiento, con
un lenguaje corporal mucho más relajado que antes. —Dime —
empieza—. ¿Qué te ha traído aquí esta noche?
—Sólo quería desahogarme —digo, con la voz ronca que da a
entender la implicación de mis palabras—. ¿Y tú?
Se muerde la comisura del labio. —Más o menos lo mismo.
Cuando vuelve la pausa en la conversación, vuelvo a tomar la
iniciativa y sugiero: —¿Qué tal si jugamos a un juego?
—Te escucho.
—¿Has jugado alguna vez a ‘Yo nunca he hecho’? —le
pregunto.
Él estrecha los ojos hacia mí, pensando claramente que he
perdido la cabeza. —Puedo recordar haber jugado algunas veces.
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—Perfecto. —Golpeo con la mano la mesa de madera—. Voy
a pedir unos chupitos para empezar, pero no muchos porque no es
el tipo de lío que tengo planeado para esta noche.
La cara de Reeve se sonroja ante la insinuación, y no puedo
evitar inclinarme y besar su mejilla rosada antes de levantarme y
dirigirme a la barra.
—¿Otra ronda de lo mismo? —pregunta Matteo.
Negando con la cabeza, miro el expositor de botellas que hay
detrás de él. —¿Podría tener seis tragos de cualquier cosa que sea
fácil de bajar y que no nos golpee demasiado después?
Inclina la barbilla hacia Reeve. —Mi turno está a punto de
terminar, así que por qué no vuelves a tu 'poco menos que una
cita' y te los traigo.
—¿Seguro?
—Por supuesto. Puedes devolverme el favor cuando esté en
tu zona.
—Gracias, amigo. —Dejo otros cincuenta en la barra y me
dirijo a Reeve.
—Creo que me tocaba pagar —dice mientras tomo asiento.
—Es mi loca idea —le digo—. Y la noche aún es joven, ¿no?
Matteo viene con la mercancía, poniendo una bandeja sobre
la mesa con ocho tragos de algo que se parece mucho al zumo de
naranja, y otras dos pintas de sidra.
—¿Qué llevan? —Pregunto.
—No puedo contarte todos mis secretos, Oz, pero te prometo
que son fáciles de bajar y que no te pegarán demasiado después.
—Listillo —murmuro.
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—Gracias —dice Reeve y le entrega a Matteo un billete
doblado—. Esto es para ti.
Matteo se quita el dinero de la mano y finge que se quita el
sombrero. —Que tengan una buena noche, caballeros. —Me pone
una mano en el hombro y me aprieta—. Espero verte pronto, Oz.
—¿Son todos aquí tan amables? —Reeve pregunta—. Todavía
no he tenido un encuentro horrible aquí.
—Bueno, no llamemos a la mala suerte —bromeo—. Supongo
que eso depende del tiempo que te quedes. Estoy seguro de que
alguien se comportará como un gilipollas en algún momento.
Sorprendiéndome, coge un vaso de chupito y se bebe el
alcohol, con la cara fruncida por el sabor.
—¿Malo? —Pregunto.
—No. —Mueve la cabeza—. Tiene el punto justo para que
juegue a este juego tuyo.
—¿Significa eso que puedo hacer la primera pregunta?
Asiente, y me pongo el dedo índice sobre los labios en señal
de concentración. Queriendo ser suave con él, y queriendo tomar
un trago por el equipo, digo: —Nunca he tenido una aventura de
una noche.
Los labios de Reeve se vuelven en una tímida sonrisa mientras
cojo un chupito y lo tiro rápidamente. Sea cual sea el brebaje,
ofrece un ligero ardor, pero el regusto es mucho más dulce.
—¿Vas a dejarme vivir eso?
—Es bonito —me burlo—. ¿Alguna razón específica?
Suspira con fuerza y casi espero que me haga callar, así que
me sorprende cuando dice: —Soy un tipo de relaciones. Al menos
estuve... en una relación.
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—Oh, ¿así que esta es la razón por la que te mudaste?
—Sí, sólo necesitaba algo de tiempo para mí. Un nuevo
comienzo. ¿Y tú?
—¿Qué hay de mí?
—Bueno, obviamente no eres nuevo en esto.
Una risa despectiva sale de mi boca. —No estoy ni mucho
menos preparado para una relación.
—Sí, yo también empiezo a pensar así de mí —dice abatido.
—Por mi experiencia, hay mucha diversión en la variedad de
aventuras de una noche.
Se inclina hacia atrás en la silla y me da una mirada
hambrienta. —Definitivamente pareces muy gracioso.
Arrastro los dientes por el labio inferior, sin querer nada más
que besarle. Más profundo. Más hambriento. Simplemente más. —
¿Cuánto tiempo más vamos a estar aquí?
Desliza la bandeja hacia mí. —Al menos hasta que
terminemos esto.
Extiendo la mano para tomar un trago, pero él coloca una
mano sobre la mía, deteniéndome. —¿Qué?
—Estamos jugando, Oz.
Bromeando, pongo los ojos en blanco y retiro la mano,
moviéndome incómodamente en mi silla, mi cuerpo claramente
opuesto a quedarse quieto, mi polla deseando nada más que salir
y acercarse a Reeve.
—Pregunta, entonces.
—Nunca he tenido una erección en público.
Miro mi regazo y vuelvo a mirarlo. —¿Lo has pillado?
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Los dos cogemos un vaso de chupito y seguimos mirándonos
fijamente. Una clara admisión de que los dos estamos aquí,
cachondos y con muchas ganas de irnos.
Coloca primero su vaso de chupito vacío y levanta una ceja
expectante, esperando la siguiente pregunta. Demasiado lejos, no
me contengo, y su confianza me hace querer llevar esto a alturas
inimaginables.
—Nunca he conocido a alguien y después fantaseado con
todas las formas en que quiero follarlo.
La aguda inhalación de su aliento me dice todo lo que necesito
saber, con otra ronda pasando y ambos tomando otro trago. Queda
un trago, y no me molesto en hacer otra pregunta. Se la doy.
—Bebe —le ordeno.
Ahora hay ocho vasos de chupito vacíos esparcidos por la
mesa, y Reeve y yo zumbamos con la misma necesidad y
curiosidad.
Sintiéndome suelto y relajado, me inclino hacia delante,
invadiendo su espacio. —¿Estás listo para salir de aquí?
Con valentía, roza sus labios sobre los míos. —Por favor.
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REEVE
Nos decidimos por mi habitación en un motel local porque está más
cerca. Es temporal hasta que me mude a Burlington en un par de
semanas, pero como ninguno de esos detalles es ni remotamente
relevante en este momento, no le digo ni una palabra a Oz, y él no
pregunta.
Cuando mis manos temblorosas dejan caer la vieja llave por
tercera vez, apoyo la frente en la puerta, reprendiéndome
internamente por ser un desastre.
Sin palabras, Oz la recoge del suelo y aprieta su frente contra
mi espalda. Su gran cuerpo envuelve el mío, su pecho es un
músculo sólido, su polla está dura. Estirando la mano a mi
alrededor, desliza sin esfuerzo la llave dentro de la cerradura y
pregunta: —¿Estás seguro de esto?
Colocando mi mano sobre la suya, abro la puerta y nos llevó
al interior. La habitación es pequeña y anticuada, pero tiene todo
lo que necesito para una estancia corta.
Agachando la cabeza y dándole la espalda a Oz, intento
ocultar que el subidón de adrenalina de antes está empezando a
desaparecer. Pero al igual que toda la noche, Oz me lee como un
libro abierto, tirando de mi mano, trayéndome de vuelta a él.
Cuando encuentro el valor para girarme y levantar la cabeza, mi
pecho se aprieta ante su suave sonrisa.
La paciencia y la persistencia de este desconocido para
hacerme sentir bien, me hace desear ser el hombre que desearía
ser.
Suave.
Espontáneo.
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Despreocupado.
Una gran mano acaricia mi mejilla, seguida del lento descenso
de sus labios sobre los míos. Mi cuerpo se relaja ante su contacto,
su boca ya es familiar, el silencio ya es cómodo.
Suelta la mano que sostiene y enrosca sus dedos alrededor
de mi cadera. Es sólo un sutil empujón, pero mi cuerpo no se
opone, mi pecho está ahora pegado al suyo.
Nos quedamos ahí, sin preocuparnos por nada, simplemente
besándonos y saboreándonos. Mis manos suben y bajan por sus
brazos, rodean su cintura y se posan en su trasero. Recuperando
la confianza, lo acerco a mí, con mi polla dura y cubierta de
vaqueros rozando la suya.
—Vamos a la cama —murmura.
Me toca a mí tomar la delantera, arrastrándolo hasta el salón
improvisado y la mesa de comedor desplegable. Rápidamente, me
quito los zapatos, enciendo la lámpara junto a la cama y dejo que
el suave resplandor amarillo llene la habitación.
Sin darme tiempo a sentirme cohibido por nuestro entorno,
Oz se quita los zapatos junto a los míos y se acerca a mí hasta que
la parte posterior de mis piernas choca con el borde del colchón y
no tengo más remedio que dejar caer mi cuerpo.
Está de pie sobre mí, y no puedo evitar catalogar cada
centímetro de él.
Con sus brillantes ojos azules, su estructura intimidante, sus
anchos hombros y sus músculos bien definidos, los hombres que
se parecen a Oz no suelen ser mi tipo. Lleva el cabello muy rapado
hasta la cabeza y su cara luce una barba de un día que podría
imaginarme raspando mi piel.
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No se puede negar que es precioso, pero la razón por la que
acepté esta noche fue porque es todo lo contrario a lo que estoy
acostumbrado. Tiene un aspecto rudo y es grande, y es el tipo de
hombre que esperas que te manosee en la cama con la fuerza
suficiente para que te olvides de que existe cualquier otra cosa en
el mundo.
Por encima de todo, Oz no me recuerda nada de lo que dejé
atrás, y sólo eso fue la única razón por la que me atrajo la idea de
pasar una noche con él.
Mis ojos bajan hasta donde él palmea su dura polla,
frotándose sobre sus pantalones mientras me mira fijamente. —
Podemos hacer esto de dos maneras —dice, con la voz ronca—.
Puedo llevar la voz cantante, o puedes hacerlo tú.
Hay algo que decir sobre un hombre que no se aprovecha del
poder que poseen su presencia y su personalidad. Un hombre que
va más allá para hacerte sentir importante, sin importar las
circunstancias.
Agradecido por la opción de elegir y por la forma en que no
asume, resisto el impulso de tocarme y le doy a Oz el permiso que
busca.
—Quiero que tú tomes las decisiones.
Las palabras me ofrecen una libertad que no sabía que estaba
buscando. Al igual que cuando sus labios tocaron los míos,
agradezco el silencio. Agradezco estar a su merced y dejar de
pensar en el hombre que me rompió el corazón, en el hombre que
intento ser, o en la vida que parece que no puedo arreglar.
Doy la bienvenida a ser una versión irreconocible de mí
mismo. Una que se sienta bien y que se sienta deseada. Agradezco
el subidón de la anticipación y el subidón de un orgasmo.
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En definitiva, doy la bienvenida a Oz.
Extiende su mano hacia mí, la tomo y me levanta de la cama.
Cambiamos de lugar, con Oz ahora sentado en el borde de la cama
y yo de pie entre sus piernas extendidas.
Engancha dos dedos en mi cintura y me acerca aún más.
Desabrochando hábilmente el botón, baja la cremallera hasta que
mis calzoncillos quedan al descubierto y mi erección sobresale
excitada contra el material.
Inclinando la cabeza, baja su boca hasta mi polla, enseñando
los dientes mientras los recorre lenta y repetidamente por mi
longitud cubierta de algodón. Cuando sustituye su boca por su
mano y me desprende de la ropa interior, mi respiración se
entrecorta.
Me acaricia el pene hasta que siento que estoy goteando y
entonces me cubre la coronilla con su boca.
—Joder —exhalo.
Chupa la punta con la evidente intención de volverme
absolutamente loco. Instintivamente, le pongo la mano en la nuca,
y no sé si le quiero o le odio por llevarme más adentro. Cuando
siento que llega a la parte posterior de su garganta, gimo. —Dios,
eres realmente bueno en eso.
El ritmo entre nosotros se acelera, y no puedo evitar quedar
hipnotizado por la visión de sus labios envolviéndome, mi polla
deslizándose dentro y fuera.
Oz arrastra su boca sobre mí una última vez antes de tirar de
mis pantalones y mi ropa interior más allá de mi culo y hasta mis
rodillas. Con acceso completo, entierra su cara en mi ingle mientras
sus manos buscan ansiosamente mis bolas, acariciando y
masajeando, burlándose de mi mancha que asoma ligeramente.
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—Me voy a correr si sigues haciendo eso —le advierto.
Mirándome, gruñe impaciente: —En mi boca.
Mi polla se estremece ante la petición, y apenas puedo evitar
el orgasmo ante la idea de que quiera tragarse mi semen.
La boca y la lengua de Oz son mágicas mientras me chupa las
pelotas, una a una, antes de volver a mi polla. Me envuelve un
calor húmedo mientras se intensifican las palpitaciones de mi polla.
Sus manos se posan en mi culo, frotando y apretando
repetidamente mi carne. Un dedo recorre mi pliegue, subiendo y
bajando, y la expectación no hace más que acercarme al límite.
—Tócame —le ruego descaradamente—. Por favor.
Con gran destreza, separa mis nalgas mientras su boca
mantiene el impulso, chupándome sin esfuerzo. Su dedo recorre
mi orificio sin descanso, y casi me resigno a la provocación cuando
la punta de su grueso dígito empuja bruscamente dentro de mí.
No lo mueve, pero la ligera brecha es suficiente para que mis
rodillas se debiliten y mi cuerpo se estremezca. Como si fuera el
regreso de un viejo amigo, sucumbo a la familiaridad mientras el
calor me lame la base de la columna vertebral y mis músculos se
tensan en preparación.
Dios, echaba de menos esta sensación.
—Mierda, Oz —gimo, empujándome más hacia su garganta.
Mirando hacia abajo, observo cómo le follo la boca y me rindo a la
forma en que mi orgasmo me atraviesa. Embelesados, nos
miramos el uno al otro mientras me vacío en su boca y él absorbe
cada gota de mi semen con un entusiasmo inigualable.
Su aspecto es precioso. La facilidad absoluta con la que
mueve su mano y su boca, la forma en que da y recibe. Es un
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pensamiento sencillo, pero que no esperaba tener sobre un hombre
que acabo de conocer.
Suelto las manos de su cabeza cuando se aparta de mí.
Inesperadamente, me baja los pantalones por las piernas y me
guía para que me los quite.
—¿Qué estás haciendo? —Le pregunto.
—Yo mando, ¿recuerdas?
Miro hacia abajo, hacia su polla en tensión. —¿Estás seguro?
—Sí —dice, con una voz gruesa y grave. Se levanta de la cama
y me agarra de la parte inferior de la camisa, levantándola por
encima de mi cabeza—. Todo esto es para ti, cariño.
Estoy aquí desnudo, frente a un hombre completamente
vestido, y en lugar de sentirme cohibido, lo único que pienso es
que no puedo recordar la última vez que fui una prioridad como
ésta. La última vez que el placer de otra persona se basó
exclusivamente en el mío.
Le rodeo el cuello con los brazos y me aprieto contra él. Sus
manos caen naturalmente a mi cintura mientras me acerca a él.
—¿Y si quiero chuparte la polla? —le digo con descaro.
Él sonríe. —Te diría que esperaras pacientemente.
Levanto una ceja. —¿De verdad?
—Los planes que tengo para ti incluyen una lenta y deliciosa
tortura —me informa—. Quiero arrancarte un orgasmo tras otro.
Sus palabras me hacen temblar y, antes de que pueda
detenerme y justificar la pregunta, le pregunto: —¿Haces esto con
todas tus aventuras de una noche? ¿Follarlas muy bien para que
no te olviden?
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La réplica sarcástica que esperaba no llega. De hecho, la
prolongada pausa me hace levantar la cabeza hacia atrás para
verlo mejor. Se muerde el labio, con una expresión de
incertidumbre en el rostro. Una expresión que parece estar casi
fuera de lugar.
—¿Qué? —Le pregunto.
—No. —Mueve la cabeza hacia mí, confundiéndome.
—No, ¿qué?
—No. No lo hago con todas mis aventuras de una noche.
La respuesta se asienta sobre nosotros como una manta,
envolviéndonos y bloqueando el resto del mundo.
Aprieto mis labios contra los suyos y me dejo llevar, sin querer
evaluar o examinar por qué siento esta inexplicable atracción por
un desconocido, o por qué esa simple afirmación parece haber
cambiado todo entre nosotros.
Me abraza con más fuerza y nos entregamos al beso. No se
me escapa que todavía sigo siendo el único desnudo, ni que su
polla se siente como una barra de acero contra mi estómago.
Mis manos recorren sus brazos, bajan por su espalda y luego
aprieto el dobladillo de su camisa y la levanto por encima de su
cabeza. Espero una reprimenda, o una broma sobre que él manda,
pero como no llega, le desabrocho el cinturón, le desabrocho el
botón y le bajo la cremallera.
—¿Seguro que no quieres esa mamada? —Me burlo.
—Ponte en la cama —exige—. Boca abajo, túmbate boca
abajo. Quiero ver bien ese precioso culo tuyo.
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Siento que mi piel se calienta y mis mejillas se ruborizan ante
su petición. No es que no me haya preparado para esta noche, pero
su atrevimiento seguirá dejándome sin palabras y con ganas.
Mi reacción no pasa desapercibida. —No mentía cuando dije
que te encuentro adorable y sexy. —Oz coloca una palma en un
lado de mi cara—. Me gustas así. —Su mirada se desplaza de mis
ojos a mis mejillas, baja a mi polla ahora semidura y vuelve a
subir—. Un poco avergonzado, pero todavía con muchas ganas.
Inclina la cabeza hacia la cama, y yo me subo sin palabras y
entierro la cabeza en un montón de almohadas, agradecido de que
Oz ya no pueda ver mi cara ardiente.
Cuando siento que la cama se hunde, no puedo evitar mirar
por encima del hombro. Cuando mis ojos se posan en su forma
desnuda, mi cuerpo se estremece con excitación.
—¿Ves algo que te gusta? —me pregunta.
—Tienes que saberlo —tartamudeo—. Tienes que saber que
tu cuerpo es como... es como la perfección, Oz.
No es tímido, pero me doy cuenta de que el cumplido lo
desconcierta un poco. Sin poder evitarlo, me doy la vuelta, me
pongo de rodillas y lo alcanzo.
Me observa mientras deslizo mis dedos por su torso. Trazo los
surcos de su abdomen. Uno. Dos. Tres. Y sigo. Asombrado. —
Esto es como un paquete de seis de la vida real.
Oz suelta una carcajada. Agarrando mi mano, la aparta
juguetonamente de su estómago y se lanza hacia mí. Los dos
sonreímos mientras nos maniobra, él ahora de espaldas, yo a
horcajadas sobre él.
El ambiente cambia y el aire cruje cuando nos damos cuenta
de que por fin estamos completamente desnudos.
25
La dura y brillante polla de Oz se estremece contra la mía, y
esta vez no pido permiso. Envolviendo mis dedos alrededor de él,
lo acaricio lánguidamente, disfrutando de la sensación de su gruesa
longitud en mi mano.
Es mucho más grande de lo que estoy acostumbrado, pero
con un cuerpo como el suyo, no es realmente una sorpresa que sea
proporcionado en todos los aspectos que importan.
Leyendo mi mente, me pregunta: —¿Crees que puedes
conmigo?
Siento que me estremezco ante la pregunta. No soy un culo
exclusivo, pero puede que haya especificado discretamente en mi
perfil de Blush que eso es lo que me apetece esta noche. Y la idea
de la gruesa polla de Oz dentro de mí sólo alimenta mi deseo.
—Si me trabajas muy bien, creo que puedo arreglármelas.
Soltando mi agarre de Oz, estiro mi brazo hacia la mesita de
noche, palpando ciegamente alrededor del cajón en busca del tubo
de lubricante y los condones.
Sin vacilación ni falta de comunicación, los saco y se los
entrego a Oz.
—¿Sigo llevando la voz cantante? —me pregunta, con los ojos
ardiendo de necesidad.
Asiento.
Me agarra por la cintura y me levanta lo suficiente como para
que mis rodillas aguanten mi peso y ya no esté a horcajadas sobre
él. Se desplaza por la cama hasta que su espalda se apoya en el
cabecero y se sienta en ángulo recto.
Me acerca a él, con mi polla a la altura de su cara, y sus manos
se agarran fácilmente a mi cintura. No hago preguntas, ni siquiera
intento averiguar cuál es su próximo movimiento.
26
En lugar de eso, espero con la respiración contenida que me
toque y que yo le toque a él.
Coge el lubricante, y siseo cuando aprieta una línea de la fría
sustancia gelatinosa sobre la longitud de mi polla. Me rodea con el
puño y empieza a masturbarme, extendiendo febrilmente el
lubricante.
Ya estaba a media asta sólo por estar desnudo a su lado, y
por segunda vez esta noche, estoy increíblemente duro y tan
jodidamente necesitado.
Miro la erección de Oz y me impresiona su nivel de
autocontrol. Su corona está goteando y las venas alrededor de su
eje están tensadas contra su piel. Pero, al igual que antes, sigue
entregado a mi placer, ignorando lo que sólo puedo imaginar como
un incómodo dolor entre sus piernas.
Sus manos resbaladizas bajan hasta mis pelotas antes de
sumergirse detrás de ellas y subir por mi culo, deteniéndose en la
abertura. Como antes, los dedos de Oz rodean mi agujero, pero
esta vez el movimiento es suave, y el ligero deslizamiento dentro
es fácil.
Cada parte de mí palpita con anticipación, su dedo entra y
sale de mí mientras su mano acaricia mi polla.
—Oz —gimo en señal de advertencia, esperando que su
nombre tenga el peso de lo mucho que quiero que me haga—. Por
favor.
—Date la vuelta —exige con brusquedad, dejando caer sus
manos lejos de mi cuerpo.
Siento la pérdida y me muevo tan rápido como puedo. Coloca
una mano en la parte baja de mi espalda, empujándome hacia
delante, haciendo su petición sin palabras.
27
Mi cuerpo se enrojece de vergüenza por lo que me pide, pero
lo hago de todos modos, doblándome por la cintura, con el culo en
su cara, las manos y las piernas sosteniéndome a cuatro patas.
Me da una palmada en una de mis nalgas y luego me abre, su
dedo vuelve a mi agujero, añadiendo un segundo poco después.
—¿Alguien te ha dicho que tienes un culo jodidamente bonito?
—elogia—. Podría ver cómo tu agujero chupa y aprieta mis dedos
todo el día.
Luchando por mantenerme en pie, dejo caer mi frente sobre
el colchón mientras Oz roza mi próstata, una y otra vez.
Inesperadamente, siento que me besa la carne, que me
pellizca y chupa la nalga con la suficiente fuerza como para
dejarme marcas en la piel.
—Sólo para asegurarme de que no olvides esta noche— dice,
sorprendiéndome.
Incluso sin la prueba física, estaba seguro de que no lo haría,
porque no recuerdo haberme derretido por alguien de esta manera.
Nunca me había sometido de esta manera durante el sexo, y
es adictivo. Dar a alguien todo el poder y no tener que adivinar
cada toque. Cada beso. Cada palabra.
Esta noche, podía ser quien quisiera, y en este momento, era
un hombre que estaba tan lleno. Lleno de lujuria. Lleno de
emociones irreconocibles y fuera de lugar. Tan lleno de los elogios
de Oz y tan lleno de sus dedos.
Pero quería más. Necesitaba más.
—Oz —repito, la necesidad imperiosa.
28
—¿Crees que estás preparado para mí? —pregunta.
—Sí.
—Vas a tener que hacerlo mejor que eso —se burla,
bombeando sus dedos dentro de mí peligrosamente rápido—.
¿Estás preparado para mí?
—Por favor, Oz —le ruego—. Por favor, fóllame.
29
OZ
Ser dominante y exigente en la cama no es inusual para mí.
Siempre ha sido la única cosa en mi vida que sentía que podía
controlar de todo corazón, pero la forma en que me siento ahora,
con Reeve, es algo que nunca antes había experimentado.
Me siento a la vez posesivo y debilitado por él, porque la
reacción de mi cuerpo ante este desconocido es mucho más de lo
que esperaba cuando caminó por las puertas del Speakeasy.
Levantándome de rodillas, abro el envoltorio del condón y me
lo pongo a una velocidad récord.
Al escuchar su impaciencia, le acaricio una vez más con mis
dedos.
—Oz —grita, y mi polla palpita en respuesta.
Dejo caer mi mano y lo separo mientras me deslizo
lentamente dentro de él.
—¿Estás bien? —La cabeza de mi polla es lo único que lo
penetra, pero a pesar de lo desesperado que estoy por sentirlo a
mi alrededor, no me doy prisa—. Sólo dime si...
—Oz —exhala con un suspiro—. Lo necesito. Lo necesito todo.
Te necesito.
Esas palabras se incrustan en mi piel, y sólo por esta noche,
las dejo reposar allí. Porque si hay una similitud obvia que he
notado entre Reeve y yo, es que ambos estamos huyendo y
buscando algo.
Los porqués y los qué no existen aquí, y nunca he estado más
agradecido de sentir esta conexión con alguien y no tener que
abrirme en canal para hacerlo.
30
Haciendo exactamente lo que me ha pedido, me empujo más
dentro de él, mi polla rígida lo estira y se desliza dentro de él
maravillosamente.
—Joder —gruño, mis manos se clavan en sus caderas
mientras empiezo a balancearme contra él—. Te sientes tan bien.
—Más, Oz —suplica—. Más.
La he tenido dura desde que nos besamos en el Speakeasy, y
siento que mi contención se disipa por completo cuando su cuerpo
se aprieta a mi alrededor. Con necesidad de más, me inclino hacia
delante, le rodeo el torso con el brazo y lo levanto hasta las rodillas.
En perfecta sintonía conmigo, inclina la cabeza por encima de
su hombro, y yo capto sus labios, agresivos y sin disculparse.
Nuestras lenguas bailan mientras yo empujo, más fuerte y más
rápido.
—Agarra tu polla —le exijo.
Reeve obedece e inmediatamente empieza a masturbarse a
un ritmo vertiginoso. Mis dedos encuentran sus pezones y los
retuerzo y pellizco, queriendo que cada centímetro de él zumbe de
placer, exactamente como yo.
—Voy a correrme —me dice—. Por favor, córrete conmigo.
Decepcionar a Reeve no parece ser una opción para mí esta
noche. Una y otra vez, me he encontrado queriendo satisfacer sus
necesidades más de lo que puedo recordar haber hecho por
cualquier otra persona, y esto no es diferente.
—Bésame, Reeve —exijo, inusualmente necesitado. Aplico mi
boca contra la suya mientras ambos nos movemos a un ritmo
frenético, deseando nada más que cada parte de él esté pegado a
mí.
31
Me obliga a hacerlo y me pierdo en él y en este momento,
sintiéndome abrumado y desesperado.
Beso. Empujar. Acariciar.
Golpe. Empuje. Beso.
—Termina en mi boca —dice, sorprendiéndome por completo.
—¿Estás seguro?
—Por favor.
—¿Estás cerca? —Jadeo.
—Muy cerca.
Se masturba, y yo alterno entre el placer de verlo y la
necesidad de apartar la vista para poder aguantar y tener su
deliciosa boca sobre mí.
Le ayudo a salir, envuelvo mis dedos en los suyos y nuestras
manos se mueven a la par. Sólo hacen falta unas pocas caricias
más y él se estremece contra mí, mientras un gemido que lo
acompaña resuena en la habitación y unas cálidas hileras de semen
cubren nuestras manos.
Consciente de mi urgencia, se aparta de mi polla y gira para
mirarme. Me meto los dedos pegajosos en la boca, lamiendo su
semen, y uso la otra mano para arrancarme el condón. Su sabor
en mi lengua es todo lo que necesito para llegar al límite.
Enroscando mis dedos en su cabello, le agarro la nuca y sus
labios rodean mi coronilla en el momento justo.
—Jooooder —gimo. Me descargo felizmente en su boca, y él
me chupa hasta dejarme seco, pareciendo un sueño viviente, con
mi polla perfectamente asentada entre sus brillantes labios.
32
Me guardo la vista en la memoria, absolutamente seguro de
que en el futuro me acariciaré hasta el orgasmo mientras repito
toda esta noche una y otra vez.
Sin dejar de abrazarme, se desprende de mí y nuestros
cuerpos suben y bajan en señal de gratificación y agotamiento. Nos
quedamos sin palabras y nos miramos fijamente, y estoy seguro
de que la felicidad total de su cara coincide con la mía.
Una sonrisa incontenible se dibuja en mi rostro, y me aferro
a su nuca para forzar su boca en la mía. Quiero saborear mi sabor
en él, quiero que él se saboree en mí. Aunque siento que mi cuerpo
es de gelatina, sé que la noche está lejos de terminar.
No puede ser. Necesito más de él, y no me da vergüenza
pedírselo.
—Reeve —empiezo, pero me corta.
—¿Quieres una ducha? —pregunta.
—¿Una ducha solo o una ducha contigo?
Ese precioso rubor vuelve a adornar sus mejillas, e incluso
antes de que las palabras salgan de su boca, sé que tampoco ha
terminado conmigo.
Cuando el sol por fin asoma entre las nubes de la noche y entra en
la habitación del motel, sé que he estado mirando al hombre
dormido durante demasiado tiempo.
Cuando le dije que lo dejaría seco, no bromeaba. Limpié cada
centímetro de él en la ducha, sólo para ensuciarlo una y otra vez.
Era como si estuviéramos juntos en un vórtice donde el resto del
33
mundo no existía, es decir, Reeve y yo no necesitábamos salir a
tomar aire.
Nos tocamos, lamimos, chupamos y follamos. Toda. La noche.
Y no fue sólo por el sexo. Los pequeños destellos que me
permitía entre medias me tenían intrigado. No sólo era tímido,
adorable e innegablemente sexy. Era inteligente y divertido, y
probablemente la persona más preparada que había conocido, lo
que hizo que su decisión de reunirse conmigo la noche anterior
fuera aún más increíble.
Era obvio que él era todo lo que yo no era, y esa era una razón
más para que yo necesitara levantarme y salir de su camino antes
de que se despierte y el arrepentimiento cubra sus rasgos. Ya era
bastante malo que me hubiera quedado a dormir —algo que nunca
había hecho— y ahora preocuparme por cómo me percibiría mi
pareja de una noche por la mañana era un territorio desconocido.
Anoche nos cuidamos de no ser demasiado personales y, por
suerte, nuestros cuerpos fueron los que hablaron más
íntimamente. Aunque sabía que Reeve no era de aquí, la idea de
que se quedara por aquí me hizo contemplar si debía o no ofrecerle
mi número. Pero el otro lado más racional y responsable de mí
sabía que no tenía que actuar de forma espontánea y temeraria
con alguien como Reeve.
Como a mi padre le gustaba recordarme, yo era un joven de
veinticinco años que no mostraba signos de madurez o estabilidad.
Según el viejo, si no sacaba la cabeza del culo, no iba a ninguna
parte. E incluso por una sola noche, sabía que Reeve lo era.
Para poner fin a mis pensamientos melancólicos, me
desprendo lentamente de las sábanas y busco mi ropa en la
habitación. Encuentro mi camisa, me la pongo y recupero mis
vaqueros de debajo de la cama.
34
Deslizando las piernas, me levanto de la cama y termino de
vestirme.
—Estoy seguro de que te lo dicen todo el tiempo, pero te ves
mejor sin ropa. —La voz inutilizada de Reeve me sobresalta.
Miro por encima de mi hombro su expresión somnolienta y
cómo se enreda en las sábanas. Sin previo aviso, una cálida sonrisa
se instala inmediatamente en mi rostro. —Siento haberte
despertado.
Traga saliva con fuerza, volviendo ese hombre torpe y
cohibido de la noche anterior. —¿Te vas?
Asiento. —He pensado en dejar de molestarte.
Instintivamente, se pasa una mano por sus ondas
despeinadas, y mi sonrisa regresa.
Es un espectáculo para la vista por la mañana.
Justo cuando abro la boca para despedirme, se levanta de
rodillas y deja caer la sábana. Mi polla se agita, y me hace falta la
última fuerza de voluntad que tengo para no volver a saltar a la
cama con él.
Se acerca a mi cuello y me atrae hacia él, plantando un beso
firme y cerrado en mis labios. —Gracias —susurra.
Quiero replicar con algo ligero como: ¿Por qué? ¿El mejor sexo
de tu vida? pero mi instinto me dice que no es eso lo que me está
agradeciendo.
Lo rodeo con mis brazos, lo abrazo fuerte y le susurro adiós
antes de dejarlo ir de mala gana.
Me doy la vuelta, busco mis zapatos y meto los pies dentro.
No miro atrás mientras camino por la habitación del motel, salgo
por la puerta y me alejo de su vida.
35
Al salir, mi móvil suena casi inmediatamente, devolviéndome
a la realidad. En la pantalla se lee Tanner.
—Hola, amigo —saludo.
—Oz, amigo, siento llamar en tu mañana libre, pero ¿crees
que puedes venir antes hoy?
Tanner es el encargado del bar en Vino & Veritas, un bar de
vinos y librería en Burlington, y esencialmente uno de mis jefes.
—¿A qué hora? —pregunto mientras me quito el móvil de la
oreja y miro la hora.
—Ahora —dice, con aprensión en la voz—. Siento hacer esto,
pero sabes que no te lo pediría si no fuera necesario.
—No pasa nada —le aseguro—. Estoy en Colebury y necesito
llegar a casa y ducharme primero, así que dame una hora y media.
—¿No estás en casa? —cuestiona—. No importa. No es de mi
incumbencia. Pero eso funciona perfectamente. Gracias, nos
vemos pronto.
Sin molestarse en despedirse, ambos colgamos y me meto en
la aplicación de Uber para que me lleven a casa.
Tal y como estaba previsto, camino por las puertas de Vino &
Veritas justo a tiempo.
Tanner levanta la cabeza cuando me acerco a él, con los ojos
entrecerrados por la curiosidad. —Sé que dije que no preguntaría,
pero hombre, ¿qué hiciste anoche?
Mirando a mi alrededor, me aseguro de que los clientes están
fuera del alcance del oído. —¿Qué? ¿Todavía tengo un poco de vino
en la cara? —bromeo.
36
Niega con la cabeza, riéndose. —Eso explica por qué pareces
tan cansado. Ve a la puerta de al lado a tomar un café y luego
reúnete conmigo en el almacén.
Tanner ya ha empezado a caminar en dirección contraria, así
que le digo: —¿Quieres algo?
—No, estoy bien —responde.
Entrar en la Fábrica de Arce es lo que supongo que sería el
cielo. Siempre hace calor y el olor a pan, pastelería y azúcar es
más que suficiente para incitarme a comprar algo cada vez que
cruzo el umbral.
Prueba de que soy un visitante frecuente, todo lo que tengo
que hacer es entrar —ni siquiera tengo que decir mi pedido— y el
barista de ese día ya está preparando mi café y empaquetando mi
pastelería.
Hoy es Bec, y lo combina con la especialidad del día, porque
todos saben que me gusta probar algo diferente cada día.
—Aquí tienes tu macchiato de caramelo grande con dos dosis
extras de espresso, tres bombas de sirope de vainilla sin azúcar,
espuma extra, dos por ciento extra de calor con llovizna de
caramelo extra en la taza.
Pongo los ojos en blanco, pero la sonrisa que se dibuja en mi
cara le hace saber que aprecio su humor. Es un chiste habitual que
el personal se burle de mí por mi pedido de café solo y sin azúcar.
—Seguramente volveré más tarde —digo, cogiendo mi bebida
y cualquier pastel que Bec haya puesto en la bolsa de papel
marrón—. Me estoy quedando sin energía y definitivamente
necesitaré un estímulo.
—Si vienes en el momento adecuado, podría conseguir que
probaras el especial del día de mañana.
37
—No hace falta que me retuerzas el brazo —digo mientras
camino hacia la salida—. Nos vemos luego. Que tengas un buen
día.
Al entrar en el almacén, los ojos se me salen de las órbitas al
ver la ridícula cantidad de cajas de vino alineadas contra la pared
del fondo.
—Acabo de descargar un pedido el otro día, ¿qué es esto? —
le pregunto a Tanner.
Me quita la bolsa de papel de la mano y echa un vistazo a lo
que hay dentro antes de sacar lo que parece ser un rollo de canela
de arce y darle un gran bocado.
—¿Era necesario? Te habría comprado uno.
Se encoge de hombros y me da el resto. Demasiado cansado
y demasiado hambriento para discutir sobre los gérmenes
asociados a compartir, doy otro mordisco y un sorbo a mi café
negro aún caliente.
—Así que —empieza—. Esta nueva bodega a la que pedimos
parece haber tenido un problema de procesamiento y
prácticamente ha cuadruplicado el pedido. Junto con nuestro
material habitual, y eso es...
—Un montón de puto vino —termino por él.
—Por suerte —continúa— alguien va a venir a recogerlos.
Mi cara se frunce de confusión. —Entonces, ¿por qué estoy
aquí?
—Murph pidió el día libre, lo cual está bien —responde—. Pero
no preveía que tuviera que ocuparme de la parte delantera y
ayudarles a cargar todo esto.
38
—De acuerdo —le respondo con comprensión—. ¿Cómo es
que nadie les dijo que el pedido estaba mal, en lugar de que
volvieran a recogerlos?
—En un inusual descuido, ni tú, ni Harrison, ni yo estábamos
aquí cuando aterrizó. Y nadie más sabría que era una entrega
inusualmente grande.
—Entendido. —Tomo otro sorbo de mi café y luego pregunto:
—Entonces, ¿cuántos de estos vamos a guardar?
—Diez. Descarga los diez y luego sube el resto a la parte
trasera de su camión. Deberían estar aquí en veinte o menos.
Me meto en la boca el último bocado del delicioso rollo de
canela y arce y le doy a Tanner un pulgar hacia arriba.
—Oye, Oz —dice, con la mano en el pomo de la puerta.
—¿Sí?
—¿Estás bien?
La pregunta me pilla desprevenido. —¿Por qué no iba a
estarlo?
—No estaba espiando intencionadamente, pero te oí discutir
con alguien por teléfono ayer después de tu turno.
Mis dientes se aprietan al recordar la discusión que tuve ayer
con mi padre. La razón principal por la que estaba tan decidido a
joder mis frustraciones. La misma razón que me hizo pasar la
noche en la cama de Reeve.
La tensión de mi cuerpo disminuye al pensar en él.
—Sí, estoy bien —le digo, lo cual no es una mentira completa,
porque después de lo de anoche, el enfado ha desaparecido lo
suficiente y ha vuelto ese sordo fastidio que siempre me persigue
39
cuando pienso en mis padres. —Sólo la misma mierda de siempre.
Nada nuevo.
Trabajar en Vino & Veritas fue un completo accidente. Me
tropecé con el cartel en el que Harrison, el propietario, contrataba
personal, y no sólo conseguí un trabajo, sino que también gané
una familia sustituta que no tenía ni idea de que estaba buscando.
Ayuda el hecho de que la premisa de Vino & Veritas sea un
establecimiento inclusivo, donde todas las letras del alfabeto son
bienvenidas. Sea cual sea la intención de Harrison, este lugar es el
hogar lejos del hogar para muchos miembros de la comunidad
LGBTQIA, e incluso sin quererlo, todos nos cuidamos unos a otros.
Al igual que la forma en que Tanner lo estaba haciendo ahora.
No era el único gay que trabajaba en Vino & Veritas, y no
estaba en el armario ni mucho menos. Mi familia nunca me hizo
sentir que ser gay era el problema que tenían con mi vida, pero en
algún momento se sintió como otra distinción obvia entre ellos y
yo.
—Ya lo entenderán —dice—. Sólo dales tiempo para que te
entiendan.
Resoplando con fuerza, me encojo de hombros, sin querer
hablar de ello. Tacha eso. Si sintiera que hay una solución a esta
pelea recurrente con mis padres, hablaría de ello. Pero no la hay,
y no ser capaz de encontrar esa solución significa que cada vez que
hablamos o nos vemos, como un reloj, nos peleamos.
Mi familia está muy unida, y aunque mis hermanos y yo nos
habíamos mudado de la casa de nuestra infancia, todos seguíamos
viviendo en Vermont y nos reuníamos en casa de mis padres
religiosamente una vez a la semana.
No había distancia cuando la necesitaba.
40
Yo era el hermano menor de cuatro hermanos, era el único
varón con tres hermanas mayores, y era el único niño sin un título
universitario, sin un trabajo —estable— y el único que no estaba
en una relación estable.
Aparentemente, esas cosas les importaban a mis padres. El
hecho de no tener esas cosas se traducía en que yo era una
persona voluble, desenfocada, inquieta y, en general, alguien de
quien no estaban muy orgullosos.
En el fondo, sé que todo es por amor. Ambos son médicos,
ambos han completado estudios superiores y ambos han trabajado
sin descanso para que sus hijos puedan tener lo mismo.
La idea de que uno de sus hijos no quiera esas cosas les
resulta completamente ajena. Y en lugar de tratar de entenderme,
son de alguna manera prepotentes y despectivos.
Parece tan infantil que me afecten tanto, pero a los veinticinco
años, se ha convertido en una llaga. Un tira y afloja para ver cuánto
tiempo van a obsesionarse con ello y cuánto tiempo voy a —jugar—
a esta cosa llamada vida.
—Voy a empezar con esto —le digo a Tanner, notando que no
se iba a ir hasta que pensara que yo estaba bien—. Estaré bien. De
verdad.
—En el peor de los casos, puedes repetir lo que sea que hiciste
anoche para que no estuvieras ya en casa cuando te llamé esta
mañana. —Sonríe con complicidad.
Sonriendo, le hago un gesto y veo cómo se retira del almacén.
Saco el móvil del bolsillo trasero y pulso la aplicación que usé
anoche. First Spark es más bien una aplicación de citas, pero hay
una subsección llamada Blush que es más bien una aplicación para
ligar y está adaptada al colectivo LGBTQIA. Me gusta porque
41
examina tu perfil, eliminando potencialmente a las personas que
utilizan la aplicación por razones equivocadas.
Voy a la sección de chat y leo mi intercambio con Reeve.
Ahora que puedo relacionar su personalidad con los mensajes, no
sé cómo no me di cuenta de lo nervioso que estaba.
Cuando mi mente se centra en la posibilidad de pedirle que
repita, pienso en lo bien que está Reeve y en el desastre que soy
yo.
Incluso casualmente, él no necesita eso en su vida.
Pasando por encima de mi perfil de Blush, finalmente hago
clic en el icono de configuración y pulso borrar.
No buscarlo puede ser la cosa más responsable que he hecho
nunca. Con poco humor, me rió para mis adentros. ¿Quizás debería
llamar a mi padre y contárselo para que esté orgulloso de mí?
42
REEVE
—Te has levantado tarde —afirma mi compañero de piso mientras
camina por la puerta principal.
Apartando mi mirada de la pantalla del portátil, me quito las
gafas y me encuentro con los ojos cansados de Murph. —No he
podido dormir, pero parece que tú sí.
Bosteza y se deja caer en el sofá a mi lado. —Bah, sólo otra
noche tardía para añadir a la semana. Pensé que podrías dormir
un poco mientras la casa estaba tranquila.
Mis ojos se entrecierran hacia él de forma incrédula. —¿Crees
que eres ruidoso?
Se encoge de hombros: —No has dormido mucho.
No es una pregunta, ni está equivocado. —¿Y pensabas que
era por tu culpa?
—Teniendo en cuenta que vives con un desconocido, sí, lo
pensé.
Riendo, cierro el ordenador y lo coloco en la mesa de centro
que tenemos delante. —No eres una extraño, Showgirl 3 —corrijo,
usando el apodo que sólo yo tengo para él. —Deja de ser tan
dramático. Somos amigos desde hace meses.
Cuando le había dicho a mi hermana que iba a hacer un desvío
a Vermont durante el verano antes de volver a casa, a Connecticut,
Ella insistió en que un amigo suyo podría ayudarme.
3 Es una chica que aparece en espectáculos de variedades, actuaciones en clubes nocturnos, etc., especialmente
como cantante o bailarina.
43
Escéptico, me sorprendí cuando me envió un número de
móvil, junto con un mensaje de texto que decía:
Lo he investigado para ti. Es gay. Está orgulloso de serlo. Ya
está en Vermont, pero está buscando un nuevo lugar y un nuevo
trabajo, espero que puedan buscar esas cosas juntos.
No era normal que me pusiera en contacto con un
desconocido, pero si había algo que podía superar mi torpeza, era
mi necesidad de salir de Seattle y tener un último verano para mí
antes de volver a casa.
Un mensaje de texto fue el comienzo de una inesperada, pero
muy apreciada, amistad. No importaba que fueran sólo unos meses
de mensajes y llamadas, Davey Murphy entró en mi vida en el
momento exacto cuando más lo necesitaba.
Éramos opuestos, pero de alguna manera, congeniamos. No
me importaba que él fuera ruidoso y bullicioso y estuviera tan lleno
de vida, y no le importaba que yo prefiriera mezclarme con la
multitud que destacar y hacerme notar. Encajábamos. Y después
de romper con mi novio de dos años, la personalidad efervescente
de Murph era exactamente lo que necesitaba para ayudarme a
superar un corazón magullado y maltrecho.
Juntos, buscamos sin cesar lugares para vivir y trabajar.
Hacer algo nuevo y por mi cuenta, me dio un subidón como
ningún otro. Mientras vivía en Seattle, asistiendo a la Universidad
de Washington, el hecho de que mis padres financiaran mi
alojamiento y mis estudios eliminaba el potencial de una verdadera
independencia.
Esto iba a ser diferente. Aunque mis padres nunca me habían
quitado el acceso a mi asignación mensual, estaba decidido a
olvidar que la tenía. Iba a valerme por mí mismo. Lo único que no
había previsto era lo difícil que sería hacerlo.
44
Desgraciadamente, cuando llegué a Vermont, el casero nos
dijo que no podíamos mudarnos inmediatamente a nuestro
apartamento. Esto significaba que Murph se quedaba
temporalmente con un amigo y yo me quedaba en un motel en
Colebury.
Le ofrecí a Murph que se quedara conmigo, pero se mostró
cauteloso con respecto a los costes y no quería que sus ahorros se
vieran afectados. Comprendía su deseo de independencia y
también sabía que, por mucho que lo odiara, podía pedir a mis
padres que cubrieran el coste. Ésa es la razón exacta por la que le
hablé del trabajo que había visto anunciado en la página web de
Vino & Veritas, en lugar de aceptarlo para mí.
No estaba falto de dinero, estaba desesperado por la
distancia, y esto último no era ni de lejos tan importante como
asegurarse de que Murph se sintiera seguro y protegido
económicamente.
Y, a decir verdad, si no hubiera estado solo en el motel
mientras Murph trabajaba, nunca habría dado el paso y me habría
encontrado con Oz.
Y perderme una noche de sexo con Oz habría sido una
absoluta tragedia.
—Perdona —grita Murph, impidiendo que mi mente se
desplace en dirección a pensamientos inapropiados—. ¿Me estás
escuchando siquiera?
—¿Qué? Sí —miento.
Pone los ojos en blanco con complicidad. —Entonces, ¿me has
oído decir que hay una vacante en Vino & Veritas?
—¿Qué? —Grito emocionado, prácticamente saltando del
sofá—. ¿Es una broma?
45
—Bueno, es sólo una entrevista —dice con cautela—. Pero le
dije a Harrison que sería directamente estúpido si no te contrataba.
—Dios —digo, un poco desinflado—. Espero que realmente no
hayas llamado estúpido al dueño.
Me hace un gesto con la mano. —Sinceramente, no me
acuerdo. Ya sabes lo rápido que salen las palabras de mi boca.
Riéndose, vuelvo a sentar el culo en el sofá. —Bien, ¿cuándo
es la entrevista?
—El viernes, a las diez de la mañana.
Incapaz de contener tanto mi emoción como mi gratitud, lo
rodeo con mis brazos, abrazando su pequeño cuerpo. —Muchas
gracias.
Él me devuelve el abrazo. —¿Para qué están los amigos?
46
biblioteca de la universidad mientras dura tu licenciatura consolida
bastante que eres la persona perfecta para nosotros aquí.
Me ajusto las gafas. —Esta es probablemente la primera vez
que el ambiente de nerd de libros ha funcionado para mí.
—Creo que descubrirás que el ambiente de nerd de libros es
más bien una tendencia aquí en Vino & Veritas.
Nos reímos mientras le sigo al primer piso. —Abrimos a las
once, así que los únicos que están aquí ahora mismo son mi jefe
de barra, Tanner, y nuestro fiel encargado del almacén, Oz.
Mis oídos escuchan el nombre, pero es mi cuerpo el que
reacciona ante él. Me detengo a mitad de camino y mis ojos se
mueven en círculos, buscando. ¿Qué posibilidades hay de que esté
hablando de mi Oz?
¿Mi Oz?
¿Desde cuándo una noche de sexo hace que alguien sea mío?
Me estremezco ante mi propia idiotez. Contrólate, Reeve. Nadie es
de nadie.
Esto es lo que siempre parezco hacer. Me apego a las cosas y
a la gente demasiado rápido. Este era el rasgo de personalidad
exacto del que estaba tratando de distanciarme cuando acepté una
aventura de una noche. ¿Por qué para todos los demás puede ser
la experiencia menos memorable, pero para mí, el sexo con Oz fue
un maldito cambio de vida?
Por suerte, el gran espacio que me rodea parece estar vacío,
así que le doy a Harrison una cálida sonrisa, necesitando salir de
allí antes de que sea demasiado tarde. —Creo que Murph puede
mostrarme el lugar y presentarme a todos, si es necesario —
sugiero despreocupadamente.
47
—Me parece una gran idea —acepta—. Organizaré la lista de
esta semana y luego me pondré en contacto contigo con los turnos
de la semana que viene.
Extendiendo mi brazo, Harrison toma mi mano y la estrecha.
—Ha sido un placer conocerte —le digo—. Estoy muy agradecido
por la entrevista y el trabajo.
—Es un placer. Me pondré en contacto pronto.
Sin mirar atrás, prácticamente corro hacia la salida. Cuando
estoy en la acera, saco mi teléfono y llamo a Murph.
—Hola —responde.
—¿Dónde estás? —Le pregunto.
—¿Has terminado? Estoy en El Guardarropa buscando la
prenda perfecta.
Con el pánico de toparme de alguna manera con Oz desde la
acera, empiezo a caminar en dirección a la tienda de segunda mano
favorita de Murph. —Nos vemos allí —digo apresuradamente.
—¿Estás bien? ¿No has conseguido el trabajo?
—Lo conseguí —digo, demasiado irritado—. Mierda. Lo siento.
Te lo explicaré todo cuando te vea.
Tardo dos minutos en llegar a Murph. Cuando empujo la
pesada puerta de cristal, suena un timbre que indica mi llegada, y
tanto Murph como el dependiente de la tienda levantan la vista en
mi dirección.
Me apresuro hacia él, pero continúa su búsqueda de nada en
particular y de todo lo que aparentemente ha querido.
—¿Qué es lo que tiene tus calzoncillos apretados? —me dice
con sorna.
48
—¿Trabajas con un tipo llamado Oz? —Le suelto.
—Sí, ¿el tipo con aspecto de vikingo? —Gimoteo, porque esa
es la descripción perfecta para él, lo que significa que mi Oz
también trabaja en V & V. Levanta la cabeza y estrecha los ojos
hacia mí—. Espera. ¿Por qué? ¿Lo conociste? ¿Fue grosero contigo?
Miro a mi alrededor para asegurarme de que nadie está
espiando y luego susurro: —Puede que me haya acostado con él
cuando me aloje en Colebury.
—Lo siento —dice con una fuerte carcajada—. Creía que
acababas de decir que te habías acostado con él, y sé que eso no
puede ser cierto, porque mi amigo Reeve no tiene relaciones de
una noche. —Suelta la ropa que lleva en la mano y cruza los brazos
sobre el pecho—. Y mi amigo Reeve tampoco me ocultaría cosas
así.
Frotándome una mano en la cara, exhalo una bocanada de
aire llena de cansancio. —¿Podemos sentarnos en algún lugar para
que pueda explicar esto? Preferiblemente en un lugar donde no me
encuentre con él.
—¿Esto requiere beber durante el día? —pregunta.
—¿Tal vez?
—¿Qué tal si nos vamos a casa y nos bebemos toda la cerveza
del refrigerador?
—La mejor idea que has tenido en todo el día.
—Siento que tal vez estás un poco fuera de tu elemento en
este momento. —Sonriendo, pone el dorso de su mano sobre mi
cabeza—. Nunca te he visto así, ¿estás excitado?
Le quito la mano de un manotazo. —Esto no es divertido.
¿Podemos irnos, por favor?
49
Suspirando dramáticamente, enlaza su brazo con el mío. —
Bien. Lidera el camino.
Tardamos diez minutos en volver a nuestro apartamento, lo
cual es una absoluta bendición ahora que voy a trabajar en Vino &
Veritas.
Murph se dirige al refrigerador mientras yo me dejo caer en
el sofá derrotado. Cuando vuelve ofreciéndome una cerveza
abierta, no pierdo tiempo en llevármela a los labios para darle un
largo tirón.
—Está bien, ahora que estás algo medicado —dice Murph con
sarcasmo—. Derrámalo.
—¿Recuerdas aquella noche que saliste con tu amigo de Las
Vegas que estaba de visita?
—Sí. —Chasquea los dedos emocionado—. ¿Acaso no te pedí
que vinieras con nosotros? ¿Por eso dijiste que no?
—Tal vez —admito—. Descargué First Spark cuando llegué a
Vermont. Me acordé de que habías hablado de que tenía una
subsección llamada Blush que era un poco menos desalentadora
que las aplicaciones habituales —explico—. Así que pensé que, si
alguna vez había que salir de mi zona de confort, un lugar nuevo
era un buen sitio para empezar.
—Espera —dice, con cara de confusión—. ¿Te has estado
enrollando con hombres guapos con regularidad y no me lo has
dicho?
—No —me burlo—. Oz fue, y será, el único.
—Entonces —dice—. ¿Quién golpeó a quién primero?
—¿En serio? —Me rió—. ¿Esa es tu pregunta?
50
—Esa es mi primera pregunta —aclara—. Tengo muchas más.
La siguiente es por qué no me lo has dicho.
—Si te hubiera dicho lo que tenía pensado hacer, no me
habrías dejado acobardarme —digo con sinceridad—. Y es más que
probable que me acobardara.
Él asiente en señal de comprensión, sabiendo que de ninguna
manera me habría dejado aflojar en mi misión de convertirme en
Reeve 2.0. Fueron momentos como la noche con Oz en los que
deseé ser más como Murph, que vive y ama tan libremente y sin
vergüenza. Donde toda la noche, desde el principio hasta el final,
no se sintió como algo tan grande.
—Al menos habría sido capaz de decirte que lo conocía antes
de que lo golpearas bien —se burla.
—Él golpeo muy bien —corrijo con indiferencia.
—Bueno, eso es una obviedad. Eres muy sexy. Pero lo que me
tiene perplejo —se pone un dedo sobre la boca como si estuviera
pensando profundamente— es qué te hizo decir que sí a él, porque
no es tu tipo. En absoluto.
Doy otro largo sorbo a mi cerveza antes de decir: —Esa era
la cuestión. Quería olvidarme de Micah.
El nombre de mi ex en mis labios siempre me dejaba un mal
sabor de boca y una sensación de dolor en el pecho, y esta vez no
era diferente.
—Quería ser otra persona esa noche y hacer algo
completamente fuera de lo normal —confieso.
Murph me pasa un brazo por encima del hombro y me aprieta
contra él en silencio para consolarme. Nos sentamos en silencio y
trato de no dejar que mi mente se pierda en los recuerdos de mi
desamor. Ya pasó y lo único que quiero es superarlo.
51
Al separarse de mí, Murph me sostiene la mirada. —¿Puedo
preguntar cómo fue?
Siento mi cara llenarse de calor, imágenes de nuestra noche
juntos pasan por mi mente, y vuelvo a caer dramáticamente en el
sofá, cubriendo mis mejillas con las manos. —Fue tan bueno,
Murph. Fue tan, tan bueno.
—Oh, Dios mío —chilla—. No puedo decir que esté ni
remotamente sorprendido. Ese hombre parece que sabe qué hacer
con ese cuerpo gigante que tiene. Apuesto a que su polla es
enorme también.
Le doy un revés a Murph en el pecho. —No hables de su polla.
—Dios mío, ¿te estás volviendo territorial? ¿Debería
preocuparme? —bromea, aunque no lo estaba—. Pero hablando en
serio, es un tipo realmente genial. Bueno, la versión que yo veo de
él. Siempre ha sido amable conmigo, es fácil hablar con él y parece
buena gente, ¿sabes?
Pequeños nudos de tensión abandonan mis hombros con cada
palabra agradable que Murph dice sobre Oz. Es un poco de alivio
saber que hubo verdad y sinceridad en la noche que compartimos
juntos.
—¿Y no lo has visto desde entonces? —pregunta Murph con
escepticismo.
Eso quisiera.
—No —gimoteo—. Se suponía que la aventura de una noche
iba a garantizar que no lo volvería a ver. Esto no puede estar
pasando. No puedo volver a verlo.
—Odio ser el portador de malas noticias, pero no tienes
elección —afirma Murph—. Necesitas este trabajo y, francamente,
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creo que lo estás pensando demasiado. Quiero decir, ¿qué es lo
peor que puede pasar?
Permanezco con los labios apretados, mi mente trabaja a toda
marcha reflexionando sobre la pregunta de Murph. No tengo una
respuesta, pero cada parte de mí siente que esto es una mala idea.
Cuando acepté la aventura de una noche, lo hice más bien porque
era un elemento de la lista de deseos. Lo hice porque parecía una
forma segura de estar con alguien y no encariñarse. Parecía la
forma más obvia de mantener mi corazón y mis sentimientos fuera
de la ecuación.
Pero no anticipé lo increíble que sería la noche. No me
imaginaba que una persona pudiera ser tan cariñosa y considerada
mientras me follaba sin sentido. No me imaginaba que seguiría
pensando una y otra vez cómo fue conmigo y cómo estuvimos
juntos.
No tenía ni idea de que una noche pudiera ser tan inolvidable.
—No puedo permitirme caer en los viejos hábitos —le digo.
—Esto no es lo mismo —me regaña Murph—. Tú no quieres
una relación con él, y no olvidemos que para él también fue algo
de una noche, lo que significa que tampoco busca nada serio.
No sé por qué esa última afirmación se siente como una
pequeña puñalada en el pecho. Es la verdad. El mismo Oz dijo que
no hacía relaciones. Y yo me estoy desintoxicando del compromiso.
—No estoy preparado para que me restrieguen en la cara mi
precipitada decisión todos los días.
—Ja —se burla—. La única persona que te va a echar mierda
todos los días soy yo. No puedo creer que hayas tenido tu primera
aventura de una noche y no me lo hayas dicho. Si te sirve de
consuelo, no me imagino a Oz haciéndote sentir incómodo por ello
53
en el trabajo. No parece ese tipo de hombre. Y si surge algo, los
dos son adultos. Simplemente háblenlo.
—¿Soy realmente un adulto, sin embargo? —Bromeo—. Antes
de Oz, sólo había tenido tres parejas sexuales y había salido con
cada una de ellas. Puede que me haya metido en lo más profundo
con esta.
—Para eso has venido aquí —me asegura—. Para estar libre
de compromisos y responsabilidades durante un tiempo más antes
de que tus padres te hagan crecer.
Sé que tiene razón, pero eso no hace que sea una píldora más
fácil de tragar.
—Puedes estar seguro de que no va a ser malo, horrible o
despectivo. Y déjame decirte, por experiencia, que eso está muy
por encima de la norma cuando se trata de aventuras de una noche
y citas.
Exhalo con fuerza, triste porque Murph sólo ha salido con
imbéciles, y triste porque todavía no he resuelto mi problema.
—Honestamente, todo el asunto es tan angustioso. Deberías
haberme visto. Fui un desastre absoluto durante la primera media
hora. No tengo ni idea de por qué la gente participa en algo tan
incómodo.
—Por la polla —dice Murph con naturalidad—. Todos hacemos
y decimos cosas estúpidas por la polla.
54
OZ
—Oz, mi amor —me llama la Sra. Fletcher por encima de la barra—
. Hay alguien que quiero presentarte.
Agachado frente a la fila de hieleras, le doy la espalda.
Deseando prestarle toda mi atención, coloco rápidamente las dos
últimas botellas de cerveza en el estante y me pongo de pie.
Cuando me doy la vuelta, me quedo atónito al ver a Reeve de pie
junto a ella.
Nuestros ojos se cruzan, los míos se abren de par en par por
la sorpresa. Los suyos están llenos de la misma tímida inquietud
de la noche en que nos conocimos, pero, sorprendentemente, su
rostro no muestra ningún signo de sorpresa por mi presencia.
¿Sabe que trabajo aquí?
—Este es nuestro nuevo librero, Reeve —explica ella—. He
pensado en darle una vuelta por el local antes de que abramos el
día, para que su turno empiece despacio.
La Sra. Fletcher es Harrison, la madre del propietario y la
gallina madre de Vino & Veritas. La parte de la librería del
establecimiento es su orgullo, así que no es de extrañar que sea
ella quien le ayude a instalarse esta mañana.
De pie a su lado, las manos de la señora Fletcher señalan la
sala mientras le explica algo. Pero no le presta atención. Sus
palabras son distantes y su presencia se ha desplazado a la
periferia mientras concentro toda mi atención en Reeve.
No puedo apartar los ojos de él.
Es prácticamente el mismo hombre que conocí hace tres
semanas, pero ahora con unas gafas de lectura de montura gruesa
55
que no tenía ni idea de que llevaba y una impecable camisa negra
en V, es una versión seria de sí mismo.
El hombre que está frente a mí es todo lo contrario al que
encajaba tan bien bajo mi cuerpo. Tiene la habitual postura
reservada que parece ser la suya por defecto, pero supongo que
no ha tenido en cuenta la forma en que se suma al aspecto de
bibliotecario sexy que luce actualmente.
Por la expresión de su cara, parece que la lujuria y nuestras
anteriores escapadas sexuales no están en su mente, así que me
deshago de la verdad y voy por lo casual. Es obvio que mencionar
que ya nos hemos conocido no es algo que le resulte cómodo
explicar a la gente con la que trabaja. Así que respeto sus deseos
tácitos.
Extiendo mi brazo por encima de la barra y le sonrío
cálidamente. —Hola, soy Oz. Bienvenido a Vino & Veritas.
Me coge la mano y la agarra con fuerza. —Soy Reeve.
Cuando ninguno de los dos nos soltamos, la señora Fletcher
nos interrumpe con una tos falsa.
Sorprendiendo a Reeve, se echa hacia atrás, e
inmediatamente echo de menos su contacto.
—Lo siento —murmura.
Ella agita una mano con indiferencia. —No serías la única
persona que se pone un poco soñador con nuestro Oz.
—Oh, eso no es... —Su cara se llena de calor y su voz se
interrumpe mientras niega con la cabeza con vehemencia.
Al notar su angustia, ella le da un codazo juguetón. —Sólo
estoy bromeando.
56
Su cuerpo se hunde en señal de alivio y mi sonrisa se
ensancha ante su forma aturdida. Es el adorable y sexy Reeve de
nuevo. Exactamente lo que me atrajo de él en primer lugar. Eso y
la completa inconsciencia que tiene de lo seductor que es en
realidad.
—Bien, pongamos en marcha este espectáculo y abramos la
tienda. —La Sra. Fletcher da una palmada—. Puedo enseñarte lo
básico hasta que llegue Briar y luego puedes hacerle todas o
cualquier pregunta que tengas.
Caminan juntos, la señora Fletcher sigue señalando y Reeve
asiente cortésmente. Tengo una extensa lista de cosas que tengo
que hacer, pero no tiene ningún peso frente a mi deseo de
limitarme a mirar su espalda.
Y eso es lo que hago. Sin ton ni son, apoyo los antebrazos en
la barra, observándole descaradamente, suplicándole
inconscientemente que se dé la vuelta.
En el momento en que me levanto de la superficie de madera,
sabiendo que no puedo seguir posponiendo las cosas, le sorprendo
dirigiendo por fin una mirada hacia mí, y la victoria se extiende por
mí como un reguero de pólvora.
Es algo pequeño y probablemente intrascendente, pero, por
alguna razón, tener su atención incluso durante esa fracción de
segundo me hace sonreír.
A medida que avanza el día, no soy tan productivo como de
costumbre, ya que no puedo evitar dejar que mis ojos se dirijan a
Reeve cada vez que puedo. Parece estar en casa en la librería,
hojeando un sinfín de páginas y reorganizando pilas de libros.
Incluso le sorprendo pasando los dedos por los lomos cada vez que
camina junto a una estantería.
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Es lo más cómodo que le he visto nunca, casi como ver a un
hombre totalmente distinto.
Pero al igual que el hombre que conocí en el Speakeasy, esta
versión de él me intriga sin medida.
Han pasado tres largas semanas, y mentiría si dijera que no
se me ha pasado por la cabeza pensar en él. Porque lo ha hecho.
Ha hecho algo más que cruzarla, él y la forma en que su cuerpo se
volvió flexible para mí vive allí libre de renta.
Cuando tropiezo con mis propios pies, casi dejando caer una
botella de vino de cien dólares, me regaño a mí mismo por
obsesionarme con él y hago lo posible por apartar los pensamientos
sobre Reeve y el sexo.
Ahora trabaja aquí, y la principal razón por la que nunca
conozco a los hombres con los que me enrollo en Vino & Veritas es
porque no cago donde como. Si te acuestas con un tipo y la cosa
se tuerce o se vuelve pegajoso y sabe dónde trabajas o vives, y las
formas de contactar contigo, eso es un desastre a punto de ocurrir.
Obviamente, no anticipé este giro de la trama, o lo atraído
que estoy por él. Pero tengo que seguir recordándome que se
aplican las mismas reglas.
Pase lo que pase.
Finalmente, mi día de trabajo llega a su fin y estoy un poco
desanimado por no haber podido despedirme de Reeve. Pero
rápidamente se sustituye por una sensación de vértigo, a pesar de
todos los límites mentales que me puse antes, al saber que trabajar
juntos significa que volveré a poner los ojos en él.
58
Al llegar a casa de mis padres, me sacudo esa sensación de
pesadez e intento esbozar una sonrisa falsa. Aunque mi familia y
yo no guardamos rencor, siempre me cuesta un poco más no
sentirme al límite cuando los veo después de una pelea. A decir
verdad, ya he faltado a nuestras cenas semanales, dos veces, y
faltar tres semanas seguidas no iba a ir bien.
Porque nos enseñaron que la familia es la familia, y aunque
me pongan de los nervios el ochenta por ciento de las veces,
mantenerse alejado no es una opción.
Al dirigirme a la puerta principal, me doy cuenta de que sólo
dos de mis tres hermanas están aquí y siento un poco de alivio por
no ser el único que llega tarde.
Si llego a tiempo, podré salir después de la cena y justo antes
de que empiece la inquisición. Cuando entro en la casa, mi sobrina
y mi sobrino corren hacia mí. Como soy enorme, los dos se acercan
a mis muslos y se agarran fuerte, abrazándome.
Me agacho, los cojo en brazos y les doy un beso en la mejilla.
—¿Y cómo están mis personas favoritas? —pregunto.
—Mamá dijo que podíamos luchar cuando llegaras —me
informa Tommy—. Y los abuelos dijeron que podíamos mover los
muebles como la última vez.
—De acuerdo, dejadme saludar a todos primero y luego
jugaremos. —Los dejo en el suelo y tomo sus manos entre las mías
mientras los tres nos abrimos paso por el resto de la casa.
Cuando llegamos a la sala de estar y a la cocina, toda mi
familia está dispersa, algunos en el sofá, otros en la barra de
desayuno. Como siempre, mi madre está cocinando y mi padre es
su incompetente, pero siempre presente ayudante de cocina.
Es bonito.
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Si el romance y las relaciones estuvieran en mis manos, mis
padres son el ejemplo perfecto de cómo debería ser. Como yo
querría que fuera.
—Oz —chilla mi hermana, Maddy, saltando del taburete. Corre
a mis brazos y la aprieto contra mí.
—Hola, tú. Cuánto tiempo sin verte.
Ella me besa la mejilla y luego desliza su brazo entre los míos,
negándose a soltarme, mientras saludo a todos los demás. Con
sólo tres años de diferencia entre Maddy y yo, tenemos la relación
más estrecha de todos nosotros.
Los demás seguimos siendo muy unidos, pero Maddy y yo
somos del tipo demasiada información, a cualquier hora de la
noche.
Del tipo le conté todo sobre Reeve y nuestra noche juntos.
Ella es mi roca. Y aunque todos estamos relativamente cerca
y en los asuntos de los demás, es la única persona, sin duda, que
siempre me cubre la espalda.
Abrazo a Kat y le doy a su esposo, Leon, un abrazo de hombre
antes de pasar a mi madre y a mi padre, y luego utilizo a los niños
y su intento de empujar los muebles hasta el borde de la sala de
estar como excusa para no quedarme a hablar con todos.
Tyler, el esposo de Maddy, me ayuda a mover la mesa de
centro y a asegurarme de que los sofás estén todos empujados
hacia los bordes de la sala. Hacemos esto cada vez que estamos
juntos, mis padres dejan que sus nietos se salgan con la suya con
cosas que mis hermanas o yo nunca podríamos.
—Bien, Tommy, ¿estás listo? ¿Crees que puedes vencerme?
—Sí —grita entusiasmado.
60
—Summer. —Miro a mi sobrina—. ¿Papá y tú están listos para
ser árbitros?
Ella asiente. —¿Y después puedo tener un turno?
—¿Crees que puedes ganarme?
Ella se sube la manga por encima del hombro y luego mueve
el brazo como si estuviera flexionando. —Mis músculos han crecido
desde la última vez que te vi.
Me acerco, fingiendo que los aprieto. —Dios mío, te estás
volviendo demasiado fuerte para mí.
Su cara se ilumina ante el cumplido y le hago un guiño. —
Vamos a ver si puedo vencer a Tommy y luego te toca a ti, ¿de
acuerdo?
Durante la siguiente media hora, dejo que mis sobrinos
salten, luchen y rueden por la alfombra, utilizando básicamente mi
cuerpo como saco de judías, saco de boxeo y trampolín. Es
agotador, pero el tiempo con ellos siempre merece la pena.
Cuando mi hermana mediana, Dixie, y su prometido, Archer,
llegan por fin, es nuestra señal para acomodarnos porque ahora
que estamos todos aquí significa que es la hora de la cena.
Nos sentamos todos alrededor de la mesa de comedor de doce
plazas, con mi padre y mi madre en los extremos. Y nunca hay un
momento de aburrimiento entre nosotros. Las bromas son fuertes
y las risas constantes.
—Así que tenemos noticias —anuncia Dixie—. Por fin hemos
conseguido fijar una fecha para la boda.
Un coro de emoción inunda la habitación. Dixie y Archer están
comprometidos desde hace tres años, pero como ambos son
cirujanos especializados, y están completamente obsesionados con
61
su carrera, encontrar tiempo en sus agendas no ha sido realmente
una prioridad.
—Es en nueve semanas —anuncia ella, y todos la miramos
fijamente.
—Has esperado tres años —dice mi padre—. ¿Por qué te
apresuras ahora? ¿Cómo vas a arreglar todo en nueve semanas?
—Es la única pausa en nuestra agenda —le informa—. Y no
quiero que parezca una boda de escopeta4.
Se hace el silencio mientras se asimilan sus palabras. De uno
en uno, todos estallamos en gritos y chillidos de emoción. Me
pongo de pie, espero mi turno y luego abrazo a Dixie.
Nos apretamos con fuerza. —Felicidades.
Nos separamos y se limpia las lágrimas de los ojos. Ella
bromea: —Otro niño más para la lista de luchadores.
—Es un placer —le digo con sinceridad—. Sabes que me
encanta ser tío. Cuantos más, mejor.
Le doy un rápido beso en la mejilla y luego me hago a un lado
para que alguien más haga ooh y ahhh sobre ella.
Cuando volvemos a estar sentados en torno a la mesa, se
habla de la boda y de los bebés y me permito disfrutar de la comida
y de la atención de los demás.
—Oz —dice mi madre, justo cuando me llevo a la boca un
tenedor con ensalada—. Una boda en otoño es tiempo suficiente
para que encuentres a alguien a quien traer como pareja, ¿no?
4 Es una frase informal acuñada en Estados Unidos que comúnmente se refiere a un matrimonio forzado a tener
lugar cuando una mujer queda embarazada fuera del matrimonio. El padre del bebé se ve obligado a casarse con
ella, por lo que no dará a luz sin el beneficio de un marido.
62
Asombrado de que, de alguna manera, mi madre haya
encontrado la forma de hacer que esto se refiera a mí, me vuelvo
hacia Dixie y Archer. —¿Es una pareja un requisito para poder
asistir a la boda?
La molestia en mi tono es imperceptible, y mi hermana hace
una mueca de dolor. Ella mira a mi madre y luego a mí. —Por
supuesto que no. Sólo quiero que estés allí porque quieres.
Tragando con fuerza, espero a que el repentino nudo en la
garganta desaparezca antes de responder. —La única razón por la
que me perdería tu boda es si estuviera muerto.
La conversación acaba por avanzar, superando el obstáculo
de que yo lleve una cita a la boda de Dixie, y deriva sin esfuerzo
hacia las historias y experiencias en el lugar de trabajo, lo que
indirectamente pone aún más de manifiesto la diferencia entre yo
y todos los demás en la mesa.
Mis tres hermanas y sus parejas trabajan en el campo de la
medicina. Es sorprendente y a la vez irritante que, de una forma u
otra, hayan seguido los pasos de mis padres. Mientras Dixie es
cirujana, Maddy es psiquiatra y Kat es dentista. Claro que hay
bromas sobre cuáles de ellos son médicos —de verdad— pero en
general, ellos están ayudando a la gente de nuestro país de una
manera u otra, y yo sólo estoy trabajando en un bar.
Y aunque estoy muy seguro de mi elección de ocupación y no
siento la más mínima vergüenza, no puedo evitar convertirme en
un gilipollas que se odia a sí mismo cada vez que voy de visita.
Objetivamente puedo ver la —diferencia— entre ellos y yo.
Puedo entender por qué mis padres quieren más, y sabiendo que
soy igual de inteligente y capaz de ser aceptado en casi cualquier
programa médico del país, no es un misterio para mí que mis
padres estén tan confundidos por mis decisiones.
63
Pero la medicina no es mi vocación. Nunca lo ha sido y nunca
lo será.
—¿Qué tal el trabajo? —Tardo unos largos segundos en darme
cuenta de que la pregunta de mi padre va dirigida a mí.
Sé que, si no lo pregunta, parece que no le interesa, pero
también sé que hablar de ello sólo es cavar un agujero más
profundo.
—Ha estado bien —respondo—. El público de verano siempre
es una locura, así que el local está cada vez más lleno cada noche.
Harrison ha dado en el clavo al abrir en Burlington.
—¿Qué te gusta tanto de ese trabajo? —Mi madre hace la
pregunta con nada más que tristeza en su voz, y me pone al borde
del abismo.
Apostando por la sinceridad, dejo los cubiertos, empujo mi
plato al centro de la mesa y respiro profundamente. —Me gusta no
tener que dar explicaciones allí. Soy quien soy y no hay condiciones
ni expectativas. No hay porqués en mi vida. Necesitaba un trabajo
y lo tengo. Sencillo.
Probablemente es la frase más larga que he conseguido
hilvanar en toda la noche, pero cuando mi madre baja la barbilla
hasta el pecho con cara de contrariedad, por fin siento que estoy
llegando a algo.
Tanto Kat como Maddy me aprietan las rodillas por debajo de
la mesa, y algo en su alianza conmigo me anima a seguir hablando.
—Sé que no lo ven, pero lo estoy intentando. Intento ser lo
que sea que quieran que sea, pero también intento ser fiel a mí
mismo en el proceso. Lo siento. —Me encojo de hombros—. Siento
no haberme dado cuenta tan rápido como los demás, pero por
favor. Por favor. ¿Puedes dejarme vivir mi vida?
64
—Tienes razón —dice mi padre, y esas dos palabras me dejan
sin aliento—. No hemos sido justos contigo últimamente.
Pienso en la noche en la que conocí a Reeve y en lo excitado
que estaba por todas las palabras vertidas entre mi padre y yo. La
desesperanza que sentí de que nunca llegaría a ser algo de lo que
ellos estuvieran orgullosos y la rabia de que ser yo no fuera
suficiente.
Odio que anhelara su aprobación. Fuera de estos muros, tenía
una confianza como ninguna otra. Era impulsivo, pero eso nunca
me había hecho equivocarme. Pero para mis padres, mis impulsos
no me llevaban a ninguna parte.
—Sólo queremos lo mejor para ti —continúa mi padre—. Eres
capaz de tanto, Oz. No queremos que tus habilidades se
desperdicien.
Y así como así, cualquier progreso que pensé que estábamos
haciendo se ha desvanecido.
Resignado, no le quito los ojos de encima y asiento. —No te
preocupes, papá. Te escucho alto y claro.
Empujo la silla hacia atrás y me levanto del asiento.
Recogiendo mi plato, lo llevo sin palabras a la cocina, me deshago
de los restos, lo enjuago y lo meto en el lavavajillas.
Con dificultad para estar cerca de cualquier persona mayor de
veinticinco años, centro mi atención en mi sobrina y mi sobrino.
—¿Han terminado de comer mis pequeños? —Desplazo mi
mirada hacia mi hermana—. ¿Puedo llevarlos al parque antes de
que se ponga el sol y tomemos el postre?
Maddy mira alrededor de la mesa y luego vuelve a mirarme.
—Solo si puedo ir contigo.
65
Le hago un gesto de agradecimiento y, juntos, los cuatro
salimos de casa y cruzamos la calle para ir al parque del barrio.
Cuando los dos niños están bien abrochados en un columpio
cada uno, Maddy me mira y me apoya una mano en el hombro. —
Siento que te echen tanta mierda.
Una risa sin humor se escapa de mi boca. —No sé por qué
todavía dejo que me afecten. Debería estar acostumbrado.
—No deberías estar acostumbrado —dice—. La presión
innecesaria que ejercen sobre ti para que seas algo que no eres es
ridícula, Oz.
Ella suelta la mano y los dos nos colocamos detrás de los
chicos y empezamos a empujarlos.
—¿Y si tienen razón? —Pregunto, la vulnerabilidad en mi voz
es inconfundible—. ¿Y si nunca voy a encontrar realmente mi
camino?
—No lo hagas —me regaña—. No te atrevas a empezar a
cuestionar tu vida. Eres feliz, Oz, y la felicidad es el destino. No se
supone que todos tengamos el mismo viaje, porque todos somos
diferentes. Todos somos únicos, en más de un sentido.
Exhalo fuertemente por la nariz. —¿Esta es otra sesión de
terapia para ti?
Ella levanta rápidamente las manos en señal de rendición
entre los balanceos. —Sólo estoy diciendo la verdad. Estás viviendo
la vida exacta que se supone que tienes que vivir en estos
momentos, sin importar lo que esa vida parezca a la gente de
fuera.
—No estoy intentando intencionadamente dejarlos fuera de
juego —le digo—. Esto no es una especie de etapa de rebeldía.
66
—Creo que lo saben, Oz, por eso están preocupados. Quieren
ayudar. Sabes que lo hacen. Sólo que no son muy buenos para
articularlo.
Me quedo en silencio, reflexionando sobre la última media
hora, porque realmente no hay mucho más que decir.
—¿Qué tal si hablamos de otra cosa? —sugiere ella—. Déjame
vivir a través de ti y de tus noches de sueño y sexo no programado
e ininterrumpido. —Ella deletrea la palabra mientras mira a sus dos
hijos y luego vuelve a mirarme—. Sé que no es una mala palabra,
pero no necesito que me pregunten por ella ni que la repitan fuera
de contexto.
Me rió entre dientes. —Tal vez estas sean todas las razones
que debería dar a mamá y papá cuando me pregunten por qué no
he sentado la cabeza.
—De verdad —dice—. Últimamente deletreo cada dos
palabras. Pero en serio. Dame algo, cualquier chisme de Oz Walker.
La hago esperar pacientemente antes de que una sonrisa
descarada se extienda por mi cara. —Bueno, ¿te acuerdas de
Reeve?
—¿Ese chico tímido con el que te acostaste?
—El único.
Ella asiente.
—Consiguió un trabajo en Vino & Veritas.
Sus ojos brillan con picardía.
—¿Por qué me miras así? —Le pregunto.
67
—Soy un maldito genio —se regodea.
—¿Quieres decirme de qué estás hablando?
Su sonrisa se amplía por momentos. —Deberías invitarlo a la
boda.
68
REEVE
Sentado al borde de la barra con un refresco en la mano, miro
alrededor de Vino & Veritas mientras espero a que termine el turno
de Murph. Es lo más cerca que ha estado nuestro horario en toda
la semana, así que se supone que lo celebraremos con una cena.
Sólo ha pasado poco más de una semana, pero trabajar con
Murph es una de las muchas razones por las que me encanta mi
trabajo en Vino & Veritas. Trabajar en la librería me ha hecho más
feliz de lo que había previsto. Sí, es agradable poder por fin
contribuir a las facturas y a la compra con mi dinero en lugar del
de mis padres, pero también es por la gente y, sobre todo, por los
libros.
Me siento cómodo aquí, acogido. Por primera vez en mucho
tiempo, la vida es lenta y sin complicaciones. Por primera vez en
mucho tiempo, me siento como yo.
Es exactamente lo que necesito antes de embarcarme en una
vida que es todo lo contrario al hombre que soy y a todo lo que
amo. Intento no centrarme en que mi tiempo aquí en Burlington,
y en V & V, es un recordatorio agridulce de que después del verano,
mi vida será muy diferente.
Intento engañarme a mí mismo pensando que esta pequeña
temporada de comer, rezar y amar me facilitará volver a
Connecticut y trabajar para una de las mayores empresas
financieras del país.
Me digo a mí mismo cada vez que puedo que la experiencia y
los recuerdos serán lo que me sostenga mientras trabajo a
regañadientes para mis padres.
69
También soy consciente de que me miento a mí mismo. Pero
por ahora, está funcionando, a diferencia de las mentiras que me
digo sobre Oz Walker.
Tenía el presentimiento de que sería algo incómodo verlo en
V & V, y debería haber sabido que sería yo quien lo haría incómodo,
pero sinceramente no sé cómo detenerme.
Cada vez que lo veo, pienso en sexo. Y cada vez que pienso
en sexo, mi cuerpo responde de forma demasiado inapropiada para
un entorno laboral, y parece que no puedo hacer que pare.
Lo más lógico es evitarlo, y lo estoy intentando, pero como si
él supiera el efecto que tiene en mí, lo está haciendo casi imposible.
Está en todas partes. Todo el tiempo. No importa que él
trabaje en el bar y yo en la librería. Conoce a todo el mundo y sabe
cómo hacer todo. Si hay un problema, alguien lo llama. Si no lo
hay, alguien lo llama. Es la columna vertebral de Vino & Veritas y
no importa que esté empleado para ser el músculo de este lugar,
porque es obvio que es mucho más.
Por mucho que intente ignorarle, o por muy maleducado que
se muestre, siempre se lo toma con calma. De alguna manera, se
las ha arreglado para respetar mis deseos, aunque nunca se los
haya hecho saber. Me da distancia sin dejar de ser el mismo
hombre educado y considerado que conocí en el Speakeasy.
Me sonríe cada vez que me ve. Me saluda, se despide. En el
mejor y en el peor de los sentidos, está bajo mi piel y me está
matando.
—Ya casi he terminado —dice Murph al mismo tiempo que
Tanner— ¿puedes quedarte una hora más?
70
Miro entre los dos y me siento momentáneamente desinflado
porque voy a cenar solo en lugar de con Murph como habíamos
planeado.
Murph me mira, con cara de culpabilidad. —¿Te importa?
Sabes que siempre me viene bien el dinero extra.
Sabiendo lo que significa ahorrar para él, le ofrezco una
sonrisa sincera. —Por supuesto que no me importa —apaciguo—.
Puedo prepararte la cena para que haya algo listo cuando llegues
a casa.
—¿O puedes cenar conmigo y comprarle algo de camino a
casa? —La voz de Oz me hace cosquillas en la espina dorsal,
haciendo que la piel se me ponga de gallina.
Lentamente, me giro para mirar por encima de mi hombro y
él está ahí mismo. Tan cerca. Tan increíblemente cerca.
—Hola —digo, con la voz un poco cortada. Trago saliva con
fuerza y me giro para mirar a un Murph con los ojos muy abiertos
antes de reunir el valor para volver a mirar a Oz.
—¿Puedo sentarme? —Asintiendo, le veo sacar un taburete de
debajo de la barra y sentarse a mi lado—. ¿Cómo has estado? —
pregunta.
—Bien —le digo con un chillido.
Se ríe suavemente, negando con la cabeza. —Nunca me han
ignorado a propósito después de una aventura de una noche.
Avergonzado, inmediatamente entierro mi cara entre las
manos, cubriendo mis gafas. Aunque no hay alcohol de por medio,
sé que está tratando de utilizar algo que nos resulta familiar a los
dos para transmitir su opinión.
—Lo siento —digo.
71
—No estoy pidiendo una disculpa —dice—. Sólo esperaba que
pudiéramos ser amigos.
—¿Amigos?
Se encoge de hombros con indiferencia. —Sé que te he visto
desnudo, pero estaba pensando que aún podríamos hacerlo
funcionar.
Esta vez, siento que mi cara se divide en una sonrisa, a pesar
del calor que llena mis mejillas.
—Ahí está esa sonrisa —dice con ternura—. Estaba
empezando a pensar que nuestra noche juntos te había dejado un
mal sabor de boca.
—No. —Le niego con la cabeza, porque nada podría estar más
lejos de la realidad. En lugar de intentar dar una explicación a
tientas, pruebo su enfoque para que me entienda—. Nunca he
pensado en el sexo cada vez que he visto a mi pareja de una noche
en el trabajo.
—Supongo que entonces estamos en la misma página —
admite, sorprendiéndome.
—¿Lo estamos? —pregunto estúpidamente.
—Fue una gran noche, Reeve. Y si no estuviera seguro de que
ambos queremos cosas diferentes, lo volvería a hacer.
Mi cuerpo se retuerce de anticipación ante la mera mención
de más, pero mi conciencia se siente aliviada de no ser el único
que siente que cruzar más líneas sería una mala idea.
Necesito una nueva relación como si necesitara un agujero en
la cabeza, y no importa cuántas veces me diga a mí mismo que
puedo ser genial y casual, no es mi estilo.
Extiendo mi brazo hacia Oz. —¿Amigos entonces?
72
Nos estrechamos y entonces él pregunta: —¿Somos lo
suficientemente amigos como para ir a cenar juntos?
—Oh. Lo decías en serio.
Inclina la cabeza hacia Murph. —No creo que termine pronto
y los dos hemos estado trabajando todo el día. —Cuando no
respondo, Oz se levanta del taburete y me pone una mano en el
hombro—. Piénsalo bien. De todas formas, tengo que hablar con
Tanner de algo antes de irme.
Se aleja y me cuesta apartar los ojos de su espalda. Va
vestido todo de negro: unos vaqueros que abrazan sus gruesos
muslos y su camiseta de Vino & Veritas que deja ver las obras de
arte que son sus bíceps.
—Aquí tienes una servilleta —dice Murph, acercándose a mi
lado de la barra—. Tienes un poco de baba en la barbilla.
Me giro para encontrar su mirada y le quito la mano de la cara
de un manotazo. —Cállate, no estaba babeando.
—¿Qué quería? —pregunta.
—Ir a cenar —le respondo—. ¿Como amigos?
—¿Por qué parece que estás cuestionando su amistad? ¿Me
estás preguntando si sois amigos?
—¿Qué? —Muevo la cabeza confundido—. Somos amigos.
—¿Lo son? Eres tú quien me lo pregunta. —Limpia la zona de
la barra que tiene delante—. ¿Cuándo vas a ir a cenar? ¿Esta
noche?
—No le he contestado —afirmo.
—Ve —implora Murph—. Estoy bastante seguro de que Tanner
quiere que me quede más de una hora, y de todos modos estaré
agotado para cuando llegue a casa.
73
—¿Estás seguro? —Pregunto con culpabilidad.
—Haz amigos, Reeve. Tú y yo podemos salir en otro
momento. —Me lanza la servilleta a la cara—. Pero mejor llévate
esto. Parece que lo vas a necesitar.
Esta vez, se la arrebato de la mano y levanto la vista justo a
tiempo para ver a Oz caminando hacia mí. Ha sustituido su
camiseta de trabajo por una camisa de manga corta de aspecto
fresco. Es un remolino de colores que se supone que deben parecer
horribles juntos, pero por alguna razón, contra su piel bronceada
funciona. Los tres primeros botones están desabrochados, lo que
me permite ver su pecho esculpido.
Sus pasos son amplios y sus ojos están pegados a mí. Camina
con orgullo y determinación, con una seguridad en sus andares que
no tiene parangón con ningún otro hombre que haya visto.
Podría observarlo todo el día.
Murph se inclina sobre la barra y me susurra al oído. —Quiero
todos los detalles por la mañana.
—Sólo es una cena —murmuro por un lado de la boca,
negándome a apartar los ojos de Oz.
Oz finalmente me alcanza. —¿Estás listo?
Es una pregunta casual, a una invitación casual, pero cuando
extiende su mano para que la coja, mi corazón da un vuelco.
Puede que su intención sea la de un gesto inocente, pero la
intimidad del mismo no se me escapa. Por una fracción de segundo
contemplo la posibilidad de rechazar su oferta. Me encuentro entre
la espada y la pared, queriendo salir, hacer amigos y vivir sin tener
que dudar de mí mismo. Pero también soy consciente de que hay
algo peligroso en la forma en que me siento cerca de Oz, algo que
no debería pero que quiero seguir sintiendo.
74
Como si pudiera oír la guerra que se libra en mi mente, baja
la mano y me sonríe pensativo. —Sólo amigos, Reeve. Te lo
prometo.
Quiero darme una patada por haberle dado demasiadas
vueltas a todo, sobre todo cuando los dos hemos dejado muy claro
que lo único que buscábamos era una noche.
Negando con la cabeza, me pongo de pie. —Por supuesto —
confirmo—. Sólo ignórame.
Se ríe, y juntos salimos de Vino & Veritas y nos dirigimos a la
calle Church. Con el sol a punto de ponerse, el mercado está lleno
de gente, tanto para cenar como para salir del trabajo, disfrutando
del clima cálido y de las comidas al aire libre que ofrece el verano.
—¿Algo en particular que te apetezca comer? —pregunta Oz.
Como soy una persona indecisa, le devuelvo la jugada. —Ya
que eres de aquí, ¿qué tal si decides por nosotros?
—¿Hay algo que no comas?
—Mientras pedir un plato sin chile sea una opción, como casi
todo.
Oz examina todas las opciones que tenemos delante y luego
me da una palmada en la espalda. —Lo tengo. Sígueme.
Así que lo hago.
Nos detenemos frente a un pequeño agujero en la pared, que
sin duda habría pasado por alto si estuviera caminando por la calle
por mi cuenta. La puerta azul pintada se abre a una estrecha y
empinada escalera de madera. Oz me hace un gesto para que
entre, y yo doy cada paso con cuidado, tratando de no
concentrarme en el pequeño espacio y en la presencia del gran
cuerpo de Oz detrás de mí.
75
Llegamos al rellano y hay un enorme cartel en la puerta que
dice —Empuje— sigo la instrucción y me encuentro con una
inesperada y cálida ráfaga de viento.
Mis pies se tambalean y siento el amplio pecho de Oz contra
mi espalda, sujetándome.
—¿Qué es esto? —Pregunto, completamente asombrado.
Delante de mí hay lo que parece ser un restaurante en la azotea,
decorado con mesas de diferentes formas y cadenas de luces de
hadas en lo alto.
—Es uno de los mejores restaurantes vegetarianos de
Burlington.
Me giro, mirando a Oz de arriba a abajo. —¿Eres vegetariano?
Él sigue mi mirada, mirándose a sí mismo, y vuelve a dirigir
sus ojos a mi cara. —¿Hay algo en mi aspecto que diga que no lo
soy?
—No —le digo—. Tal vez.
Se ríe. —¿Qué tal si buscamos una mesa y me lo explicas un
poco más?
—Oz —saluda con entusiasmo la pequeña camarera—. Me
alegro de verte. ¿Sólo ustedes dos?
—Sí, por favor, Aisha.
Aisha nos lleva a una mesa vacía y coloca dos menús en lados
opuestos. —Volveré con agua para la mesa —dice.
Oz y yo nos sentamos y, por costumbre, cojo el menú y
empiezo a hojearlo. No es un menú muy extenso, pero los platos
que aparecen son detallados y suenan sabrosos.
Todo el ambiente es cómodo y no tiene nada que ver con las
citas, lo que alivia un poco mis nervios de antes.
76
Pasando los ojos entre Oz y el menú, pregunto: —¿Cuánto
tiempo llevas siendo vegetariano?
—De vez en cuando, desde hace unos cuatro años. —Mi cara
debe parecer confusa porque continúa. —Empecé para apoyar a mi
hermana cuando tuvo un derrame cerebral, pero algunos días me
caigo del carro. A menudo.
—¿Tu hermana tuvo un derrame cerebral? —pregunto
incrédulo—. ¿Qué edad tenía?
—Veintitrés —dice con naturalidad.
—¡Ay! Dios mío. —Me tapo la boca con las manos,
sorprendido—. Eso es muy joven.
—Sí, lo era. Pero por suerte no estuvo fuera de combate
demasiado tiempo.
—Entonces, ¿ella está bien ahora? —le pregunto.
—Está medicada de por vida, pero está muy bien.
Antes de que pueda hacer otra pregunta sobre su familia,
Aisha vuelve con una jarra de agua, dos vasos grandes y su
expresión expectante. —¿Están listos para pedir?
Oz me mira con complicidad. —¿Quieres que elija yo?
Mis hombros se hunden con alivio. —Por favor.
Mira a Aisha. —¿Podemos pedir las batatas asadas, el risotto
de tomate y el sándwich de queso a la parrilla con cebolla francesa?
—¿Quieres que se sirvan todos juntos?
—Sí, por favor —dice Oz.
Aisha nos dedica una cálida sonrisa mientras termina de
garabatear en su bloc de papel. —No tardará mucho. ¿Quieren
alguna bebida con eso?
77
Señalo el agua. —Estoy bien por ahora, gracias. —Ella mira a
Oz y él asiente—. El agua también me viene bien.
Una vez que ella abandona la mesa, vuelvo a centrarme en
Oz y en la conversación. —Fue muy dulce de tu parte cambiar tu
dieta para que tu hermana no tuviera que hacerlo sola.
—Haces que suene mucho más caballeroso de lo que fue —
dice tímidamente—. Estoy seguro de que cualquier otra persona
haría lo mismo.
Pienso en mi relación con mi propia hermana, y aunque
estamos muy unidos, no puedo garantizar que si estuviéramos en
el lugar de Oz, ninguno de las dos hubiera pensado en hacer el
sacrificio.
—Entonces, ¿tienes más hermanos? —Alcanzo la jarra de
agua, llenando cada uno de nuestros vasos antes de dar un largo
y refrescante sorbo mientras espero su respuesta.
—Tengo tres hermanas mayores —me dice—. Dixie, Maddy y
Kat.
—¿Son todas de la misma edad?
—Bastante cerca. Kat tiene treinta y cinco años, Dixie treinta
y uno y Maddy veintiocho. Ella es la que tuvo la apoplejía, y la que
está más cerca de mí.
Asintiendo en señal de comprensión, añado: —¿Y tú tienes
veinticinco años?
—¿Has estado acechando mi perfil de Blush? —se burla.
—Tengo muy buena memoria —digo con una sonrisa de
satisfacción, sin admitir que realmente lo busqué después de
nuestra noche juntos.
—¿Y tú? ¿Hermanos?
78
—Yo también tengo una hermana mayor y soy el único varón.
Está cerca de tu edad. Cumple veinticinco años a finales de año.
—Y tú tienes veintitrés —interviene él—. Yo también tengo
buena memoria.
No puedo evitar seguir con una risa propia. —¿Qué más
recuerdas?
Es una pregunta precaria, pero se me escapa de la boca, no
obstante.
—¿Esto es una trampa? —Pregunta Oz—. Porque estoy
bastante seguro de que todo lo que recuerdo no es seguro para
una conversación pública.
Me rió. —Permíteme reformularlo. ¿Recuerdas algo seguro
para una conversación pública?
—Mencionaste que eras originario de Connecticut, como si
hubieras estado en otro lugar antes de venir aquí.
La pregunta pende de un hilo, y me lanzo, porque hablando
de uno mismo es como se hacen los amigos, y yo sí quiero que Oz
y yo seamos amigos.
—Fui a Seattle a la universidad —empiezo—. Me gradué en
negocios y finanzas.
La cara de Oz se contorsiona en una expresión innombrable,
y no puedo evitar reírme al verlo.
—¿Fuiste a la universidad en el área de negocios y finanzas?
—pregunta, su sorpresa es mucho más evidente ahora—. No puedo
decir que hubiera elegido eso.
—¿Cuál habría sido tu elección?
Me señala a mí. —Junto con esas gafas tan sexys que no sabía
que llevabas, habría adivinado algo relacionado con los libros, la
79
escritura, el periodismo. Cualquier cosa con palabras. —Una
mezcla de dolor y asombro me oprime el pecho ante la observación
de Oz. Un completo desconocido parece conocerme mejor de lo
que jamás lo hará mi familia—. He visto cómo se te ilumina la cara
cuando hablas de libros con los clientes. No eres un tipo de
negocios y finanzas.
Permanezco en silencio, una cuña de emoción me obstruye la
garganta, haciendo difícil encontrar las palabras para discrepar con
él y defender a mis padres, como suelo hacer.
—Lo siento. ¿He dicho algo malo? —se preocupa—. ¿Me he
excedido?
—No. No. En primer lugar —intento mantener un tono ligero—
. Soy hipermétrope. Lo que significa que me cuesta ver de cerca.
Prefiero llevar las gafas al trabajo y las lentillas sólo cuando salgo.
Y en segundo lugar. —Trago saliva, pensando en su observación
original—. Nadie me había llamado la atención sobre el tema de los
negocios y las finanzas.
—No era mi intención —señala—. Es que tengo un problema
para decir exactamente lo que siento o pienso en ese momento.
Sonrío, recordando. —Me gusta que hagas eso.
Nos miramos fijamente el uno al otro, en un cómodo silencio,
mientras mi cerebro trata de idear razones para no abrirse a Oz y
no encuentra nada. —Después del verano —empiezo— volveré a
Connecticut para trabajar en la empresa financiera de mi familia.
De ahí el título universitario terminado.
Ahora es él quien se queda callado, y por mi vida, no puedo
averiguar por qué.
—Oye, ¿estás bien? —le pregunto.
80
—Sí —contesta, con demasiada displicencia—. Entonces,
¿cuál es el plan? ¿Te irás de aquí y trabajarás para ellos?
Como la conversación era originalmente sobre mí y mi familia,
guardo su extraña reacción en mi banco de memoria para otra
ocasión antes de continuar explicando mis planes. —Llevo mucho
tiempo intentando distanciarme de ellos, por eso me fui a la
universidad a otro estado, y por eso estoy aquí ahora en vez de en
casa.
—¿Por qué tanta distancia?
—Quiero a mi familia —digo con sinceridad—. Pero aparte de
mi hermana, simplemente no me entienden. Es como su camino o
la carretera. Discutimos durante años. Sobre dónde iría a la
universidad y qué estudiaría y qué haría después —divago—. Y yo
soy el hijo que quiere complacerlos, así que siempre trato de llegar
a un acuerdo. Y eso es lo que era Seattle. Podía ir a cualquier parte
del país siempre que estudiara lo que querían y luego volviera a
casa a trabajar con ellos.
Oz me mira pensativo. —¿Y cómo te sientes ahora que ha
llegado el momento de trabajar con ellos?
Suspirando, apoyo el codo en la mesa y apoyo la mejilla en la
mano. —Como si hubiera cometido un gran error.
81
OZ
Escuchar a Reeve hablar de sus problemas con su familia es más
de lo que estaba preparado. Sí, es precioso y nuestra atracción
sexual es increíble. Pero no esperaba escuchar de su boca una
versión similar de mi vida y mi relación con mis padres.
¿Y por qué me molestó tanto que sólo concediera? Les estaba
dando lo que querían sin ningún tipo de lucha. ¿Debería hacer eso
con mis padres?
Nos imaginé hablando de cosas, coqueteando aquí y allá, pero
el tema pesado salió a la luz, y ahora me siento expuesto e
involucrado.
Aisha vuelve con una bandeja con toda la comida que he
pedido. Mientras coloca meticulosamente cada cosa en la mesa, la
conversación queda en pausa, su última admisión se interpone
entre nosotros.
Me mata pensar que él o cualquiera se apunte a una vida que
no quiere, pero ambos somos la prueba viviente de que estás
condenado si lo haces y condenado si no lo haces.
Cuando Aisha se va, me encargo de servir el plato de Reeve.
Le doy un poco más de todo, preocupado de que sea demasiado
tímido para pedir más si le gusta. Extiendo el brazo sobre la mesa,
colocando su comida delante de él y luego levanto los ojos para
encontrarme con los suyos.
Me mira fijamente. Los bordes de sus labios se inclinan
ligeramente hacia arriba, ofreciéndome una pequeña y cálida
sonrisa.
—¿Qué? —pregunto cohibido.
82
Niega con la cabeza. —Nada.
No insisto en el tema, sino que prefiero llenar mi propio plato.
—Si hay algo que no te gusta, dímelo y podemos pedir otra cosa.
—Me encantará —dice en voz baja, con la mirada fija en mí.
La adoración en su expresión ahora es imperdible.
No quiero que me mire así, pero me encanta que me mire así.
Nadie me ha mirado nunca como si mereciera la pena prestarme
toda su atención. No de la forma en que lo hace Reeve. No de la
forma en que lo hizo en la cama, y no de la forma en que lo hace
ahora. Y hace que mi pecho se sienta ligero y mi pulso se acelere
de un modo que desconozco por completo.
Se mete una cucharada de risotto en la boca y observo con
impaciencia el cambio en sus facciones mientras procesa los
diferentes sabores y texturas. Cuando finalmente traga, enarco
una ceja expectante.
—Está muy bueno —dice mientras se sirve otra porción—. No
soy un buen cocinero, así que la mayoría de las cosas saben mejor
de lo que puedo hacer yo mismo, pero esto es excepcional.
Empiezo a cortar mi porción de sándwich a la parrilla. —
Entonces, ¿no cocinas?
—Oh, no, sí lo hago. De hecho, lo disfruto mucho —dice entre
masticar y masticar—. Sólo que se me da muy mal.
Este dato me hace reír. —¿Cómo se te puede dar mal?
—Sinceramente, no tengo ni idea. Sigo las recetas y hago
toda la preparación y todos los pasos, y todo siempre sabe tan
poco.
—Tiene que haber algo que estés haciendo mal, porque eso
no tiene ningún sentido.
83
—Pregúntale a Murph —exclama—. Creo que se come todas
mis comidas por obligación. Probablemente estaba agradecido de
poder trabajar horas extras esta noche. ¿Y tú? ¿Cocinas?
Probablemente eres muy bueno en eso. ¿No es así?
Sonrío. —Se sabe que domino un plato o dos.
—Lo sabía. Eres ese tipo.
—¿Qué tipo?
Me señala a mí. —Ya sabes, el que es bueno en todo.
Una risa sin humor sale de mi boca. —Si preguntas a mis
padres, te dirán que no soy bueno en absolutamente nada.
Me paralizo en cuanto las palabras salen de mi boca. —Lo
siento —digo demasiado rápido—. No sé por qué he dicho eso.
La cara de Reeve se suaviza cuando suelta los cubiertos, se
acerca a la mesa y pone una mano sobre la mía. —Supongo que
tenemos eso en común, ¿no?
Su piel se siente tan bien contra la mía. En solidaridad. En
confort. Me aseguro de que mi mirada no caiga en nuestras manos,
sabiendo que se apartará en el momento en que lo haga. En lugar
de eso, al igual que hizo Reeve antes, respondo con sinceridad. —
Puede que sepa un par de cosas sobre padres decepcionados.
—¿Quieres hablar de ello?
Le doy un encogimiento de hombros sin compromiso. —No
hay mucho que decir. Tú vas a trabajar con tus padres y yo me
niego a escuchar a los míos.
—Ojalá pudiera hacerlo —afirma, sorprendiéndome.
—Podrías —señalo—. Pero también puedo entender que elijas
trabajar con ellos antes que lidiar con que se sientan
decepcionados contigo.
84
—Sigue siendo una elección que hice a costa de mi propia
felicidad —se burla—. Y, de hecho, creo que todavía están
decepcionados conmigo.
—¿Qué te haría feliz? —pregunto.
Reeve retira la mano y vuelve a juguetear con el tenedor. Baja
la cabeza, con los ojos bajos, y es obvio que he tocado un nervio.
Finalmente, levanta la vista hacia mí, con un aspecto mucho más
joven y vulnerable que antes. —¿Es raro decir que no tengo ni idea?
Su voz ha perdido la confianza, su habitual torpeza ha sido
sustituida por la incertidumbre y la vergüenza, y odio que algo o
alguien en el mundo pueda sacar este lado de él. Ahora comprendo
por qué su defecto es siempre rehuir, y por qué su primera reacción
es siempre disculparse o dudar de sí mismo.
Lo que también he llegado a comprender es que, por muy
diferentes que pensáramos que éramos Reeve y yo, esta similitud
que compartimos me hace sentir validado de una manera que
había anhelado pero que nunca esperé.
Ahora estamos en sintonía con el otro. Estamos en sintonía
de una manera que hace que nuestra conexión física pase a un
segundo plano y hace aflorar sentimientos, capas y complejidades
que no había previsto.
Esta conversación por sí sola tiró ferozmente de la creciente
atracción entre nosotros. Al no tener las palabras adecuadas, me
toca extender la mano para consolarlo. Observo cómo se mueve
su nuez de Adán mientras sus ojos se mueven entre mí y nuestras
manos que se tocan.
Reeve se aclara la garganta y finalmente mantiene su mirada
en la mía. —No te equivocabas cuando decías que me gustaban las
palabras. Me encanta leerlas y escribirlas —afirma—. Sólo que no
tengo ni idea de cómo convertir esa pasión en un trabajo digno de
85
la aprobación de mis padres. Y cuando no tienes un plan, ¿cómo
puedes convencer a tus padres de que inviertan metafóricamente
en ti?.
Era como escuchar una versión diferente de mi vida, en la que
los detalles del medio se retorcían y daban vueltas, pero el principio
y el final eran muy parecidos.
—¿No sería estupendo que pudieras hacer las maletas e irte y
encontrarte a ti mismo? ¿Tomarte tu tiempo y no apresurarte a
encontrar lo que hará que los demás te consideren exitoso? —
Contemplo en voz alta.
—Eso suena como un sueño. —Él suspira—. Un sueño
realmente lejano, inexistente y que nunca se convierte en realidad.
Ante eso, los dos nos reímos entre dientes, aunque la verdad
de su afirmación no tiene ninguna gracia.
—¿Es lo mismo para tu hermana? —pregunto con curiosidad.
Reeve mueve discretamente su mano de debajo de la mía y
la utiliza para levantar la jarra de agua y servirse otro trago.
—Eh, no— responde tras un largo sorbo. —Eso es otra cosa,
pero si escarbo lo suficiente en mi psique, probablemente podría
averiguar cómo su decepción con ella me hizo sentir que tenía que
ser yo quien compensara en exceso e intentara rectificar todo.
—Eso es mucha presión para ponerte a ti mismo —conjeturo—
. De todas formas, ¿qué es lo que hace ella?
—El problema es lo que hizo.
Inclino la cabeza en forma de pregunta, esperando que se
explaye.
86
—Callie se quedó embarazada justo antes de su segundo año
de universidad. Y —añade con dramatismo— también asistía a la
Universidad King.
Hago una mueca de empatía, conociendo el prestigio de King
y sabiendo ya que los padres de Reeve no parecen personas que
se hubieran tomado la noticia a la ligera.
—Ella no se arrepiente —continúa—. Pero mis padres no la
dejan vivir en paz.
—¿No se ablandaron un poco cuando llegó el bebé?
—Oh, adoran a mi sobrina, pero en lo que a ellos respecta,
pueden seguir enfadados y decepcionados por la acción, pero
agradecer la consecuencia.
Negando con la cabeza, me meto un trozo de boniato en la
boca, masticando pensativamente mientras escucho a Reeve
intentar explicar la complejidad de su dinámica familiar.
—Estoy convencido de que se inventan las reglas sobre la
marcha, cambiando lo que les molesta y lo que no, cuando les
conviene. —Deja escapar un suspiro derrotado, uno que dice me
resigno al hecho de que nunca entenderé a mi familia antes de
volver a dirigir las preguntas hacia mí—. ¿Y tú? ¿Qué tiene a tus
padres tan enfadados contigo?
—¿Estás preparado? —pregunto, golpeando con mis dos
dedos índices el borde de la mesa en un simulacro de redoble de
tambor—. Mis padres y mis tres hermanas trabajan en el campo
de la medicina.
Deja escapar un fuerte silbido. —Eso sí que es impresionante.
Echando la cabeza hacia atrás, le miro con curiosidad.
—Quería decir que eras impresionante, o supongo que tu
situación, al menos —corrige, notando mi confusión—. No es
87
frecuente que tenga a alguien que compita por el premio a todas
las formas de decepcionar a tus padres.
Una risa fuerte y odiosa sale de mi boca, y Reeve se une a mí.
Porque, aunque la situación es una mierda y descorazonadora y no
tiene ninguna gracia, es un gran alivio que alguien más lo entienda
por fin.
Cuando las risas disminuyen, doy un sorbo a mi agua y añado:
—Así que, como puedes imaginar, en comparación con ellos,
destaco.
Observo cómo los hombros de Reeve suben y bajan en un
profundo suspiro mientras se lame los labios y sus mejillas se
sonrojan maravillosamente. —Se me ocurren unas cuantas razones
diferentes, más importantes y más positivas por las que destacas.
El tono coqueto de su voz hace que mi piel se estremezca de
deseo. Apoyándome en los codos, me inclino hacia delante y Reeve
refleja inconscientemente mis movimientos. —No creo que a mis
padres les importe lo bien que pueda usar mi polla.
Espero que rehúya ante mi franqueza, que su piel se vuelva
de ese hermoso tono rosado o que tantee qué decir a continuación,
pero, en cambio, me sostiene la mirada con confianza. —Todo lo
que necesité fue una noche contigo para saber que hay mucho más
en ti que lo bien que puedes usar tu polla.
Luchando por mirarle, dejo caer la barbilla sobre mi pecho,
sintiendo que el calor llena la cavidad normalmente vacía y fría,
mientras él sigue diciendo cosas que no tiene por qué decir y que
yo no tengo por qué querer oír.
—Puede que no hayas marcado todas las casillas que tus
padres querían, pero eso no significa que valgas menos que
cualquier otro miembro de tu familia. No significa que no tengas
tanto que ofrecerles como la siguiente persona.
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A pesar del escozor que siento en el fondo de los ojos, le miro.
—¿Tú también crees eso de ti mismo?
Sus labios se aplanan en una línea dura mientras niega con la
cabeza. —No es lo mismo para mí. —Abro la boca para protestar,
pero él levanta una mano para detenerme—. Estoy casi seguro de
que la única razón por la que mis padres nos tuvieron a mi hermana
y a mí fue para cumplir con el estereotipo de todos los americanos.
Nos tuvieron, nos criaron otras personas, y creen que el dinero y
las cosas materialistas son suficientes. Ahora somos lo
suficientemente mayores como para mostrar nuestra gratitud
trabajando para ellos y asegurándonos de que sigan ganando una
cantidad ridícula de dinero. Algo me dice que no es lo mismo con
tu familia.
La falta de emoción en su explicación me dice que esto no es
nada nuevo y no es algo que le duela. Es algo que ha pensado y
aceptado desde hace tiempo, y eso me entristece. Porque tiene
razón, no es lo mismo en mi familia. Incluso con todos sus regaños
y decepciones, nunca he dejado de sentirme arropado y querido
por ellos.
—Podría besarte ahora mismo —le digo.
Esta vez reacciona exactamente como espero, riéndose y
enterrando la cara entre las manos para evitar mirarme.
—Lo siento —le digo, sintiéndome nada más que eso—.
Estabas diciendo todas esas cosas bonitas y, sinceramente, no
tengo las palabras adecuadas para decirte lo mucho que ha
significado escucharlas.
Él levanta la cabeza. —¿Pero crees que un beso podría
transmitir tu gratitud?
—Sin duda.
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Una amplia sonrisa le parte la cara en dos. —Aunque me
gustaría que me besaras, recuerdo que dijiste algo sobre que
fuéramos amigos.
—Bien —hago un mohín—. Nada de besos.
—¿Qué tal el postre? —pregunta, justo cuando Aisha vuelve a
limpiar la mesa.
—Podría tomar el postre.
Obviamente, tras haber escuchado nuestra conversación,
Aisha nos convence de que pidamos la bandeja de postres veganos
para compartir.
Mientras esperamos, Reeve me mira fijamente. —Si no
quieres dedicarte a la medicina como el resto de tu familia, ¿qué
es lo que quieres hacer?
Canalizando a Reeve, le repito sus propias palabras, porque
no es sólo una evasión a la dura pregunta, es la verdad absoluta.
—¿Es raro decir que no tengo ni idea? Tengo aficiones y gustos y
disgustos y todas las cosas que me hacen ser yo. Pero nada parece
permanente.
—Sí —exclama—. Nada se siente permanente. Eso es
exactamente, pero nunca he sido capaz de expresarlo con
palabras. Y creo que me aferro a las cosas, creyendo que me
arraigan, pero nunca lo hacen, no el tiempo suficiente para que
encuentre mis pies.
Cada frase encadenada entre nosotros revela verdades sobre
él y desentierra verdades sobre mí mismo, y mi pecho se expande,
tratando de atesorar una gran cantidad de empatía y emociones
irreconocibles que siento por el hombre que tengo delante.
—Realmente podría besarte ahora mismo —dice, pero hay un
peso en las palabras que no estaba ahí cuando las dije antes. Ahora
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es evidente la creciente alianza y amistad entre nosotros. Sus
palabras suenan casi como un agradecimiento aliviado, una
gratitud por haber sido finalmente escuchado y comprendido.
Por una fracción de segundo, me planteo inclinarme sobre la
mesa y besarle, pero por suerte llega el postre y me impide
cometer un gran error y desdibujar las líneas.
En su lugar, cambiamos la conversación seria por algo más
desenfadado, empezando por cómo Reeve y Murph se hicieron
amigos y cómo es el trabajo y la convivencia.
—Es mucho mejor de lo que esperaba —admite—. Sin sonar
como un completo perdedor, aparte de mi hermana, no he tenido
realmente a alguien con quien me lleve bien y pueda depender de
la manera en que puedo hacerlo con Murph.
—Me alegro de que tengas eso —le digo—. No es tan fácil
encontrar a tu gente, pero creo que por eso quiero tanto a V & V.
—¿Sí?
—Es que me encanta la facilidad con la que todo el mundo
encaja —le explico—. Realmente no importa de dónde vengas o si
estás de paso o si no tienes ni puta idea de lo que estás haciendo.
Es como un hogar lejos de casa.
—Se siente así, sin duda —está de acuerdo—. Murph me dijo
que has estado allí desde el principio, ¿es eso cierto?
Finjo no quedarme con el hecho de que él y Murph hayan
hablado de mí, reprimiendo el deseo de preguntarle qué fue
exactamente lo que se dijeron entre los dos.
—En realidad estaba trabajando en el garaje de mi amigo en
ese momento, y había visto cómo el espacio pasaba por las etapas
de estar en venta y luego ser acondicionado, y un día vi un cartel
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de que estaban contratando. Entré a comprobarlo y,
metafóricamente hablando, no volví a salir.
Ladea la cabeza y me mira pensativo. —¿Eres mecánico?
—No —respondo con una risa—. Aprendo rápido y soy
bastante bueno con las manos. Y voy saltando de trabajo en
trabajo, esperando que algo se pegue.
—Eso sí que suena divertido —dice, casi sorprendido—. Al
menos nunca haces nada que odies y puedes tachar las cosas que
no funcionan sin invertir realmente en ti.
—Algo así. Por ahora, paga las facturas y soy feliz y casi
siempre me divierto.
—Entonces, ¿cuál es tu trabajo favorito? —pregunta Reeve—
. ¿Qué es lo que ha estado cerca de ser perfecto?
Reconociendo que he compartido, y sigo compartiendo, cosas
con Reeve que no he contado a otra persona, cojo mi móvil, lo
desbloqueo y toco el icono de Instagram.
Nervioso, le doy el teléfono a Reeve y le muestro uno de mis
secretos mejor guardados.
Veo cómo sus ojos se abren de par en par mientras mira la
pantalla y sigue pasando el dedo, desplazándose por el feed.
—¿Esto es tuyo? —pregunta asombrado—. Tienes más de
veinte mil seguidores.
Cuando no respondo, levanta sus ojos para encontrarse con
los míos, pero los vuelve a bajar. Abre la boca y me sorprende
cuando empieza a leer en voz alta. —Comidas y Melodías. Sólo un
tipo que está descubriendo la música y la comida, un sabor y una
melodía a la vez. Envíame un mensaje por correo electrónico si
tienes alguna sugerencia o petición. —Me mira con asombro y, por
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primera vez, me siento orgulloso de poner esa mirada en la cara
de alguien—. ¿Sabe alguien que haces esto?
Me encojo de hombros. —Sólo mi hermana, Maddy.
Deja mi móvil en el suelo y coge el suyo, tecleando en la
pantalla.
—¿Qué estás haciendo? —Pregunto
—Seguirte, por supuesto.
—Eh, no hace falta que hagas eso.
—No seas estúpido. Cuando viajes por el mundo y seas rico y
famoso, le diré a todo el mundo que te conocí primero.
Enarco una ceja. —¿Que me conociste primero?
Me sonríe. —Podría decirle a todo el mundo que me acosté
contigo, eso sería un mejor reclamo para la fama.
Coloco una mano sobre su pantalla. —Nadie se va a hacer
famoso.
Reeve me quita el teléfono de debajo de la palma de la mano
y sigue tocando y deslizando la pantalla. —Puedes fingir que esto
no es gran cosa, pero es exactamente lo que estás buscando.
—¿De qué estás hablando?
—De esto. —Desliza mi móvil por la mesa—. Mira esto, Oz.
Este seguimiento que tienes. El tiempo y el esfuerzo que lleva tener
tus fotos y el diseño así. Esto es lo que tus padres necesitan ver.
La idea de que mis padres sepan algo de esta pequeña afición
mía hace que me dé urticaria. Niego con la cabeza y cojo el
teléfono, deslizándolo de nuevo en mi bolsillo.
—No es nada. Lo empecé por capricho y es sólo por diversión.
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—El trabajo puede ser divertido —argumenta Reeve—. De
hecho, debería serlo. ¿Cómo se dice? —Chasquea los dedos—. 'Haz
un trabajo que ames, y nunca trabajarás un día en tu vida'. Quiero
decir, esta es una idea genial, Oz. Emparejar canciones y bandas
con comida y bebidas. Has planeado toda una noche de fiesta en
un solo post de Instagram.
Le hago un gesto con la mano en señal de rechazo. —No es
nada.
—Oz —me reprende—. Deja de hacer eso. Sé que no es una
carrera de medicina ni una residencia de ocho años en uno de los
mejores hospitales del país, pero de todas formas no quieres esa
vida —me recuerda. Como si me conociera de toda la vida, algo en
la certeza de su voz me hace prestar atención.
—Esto —exclama—. Esto es esfuerzo. Dedicación. Esto es
pasión y compromiso. Oz, esto es todo lo que demuestra que tus
padres están equivocados. —Me describe con reverencia y
expectación y como el hombre que desearía que mi familia pudiera
ver—. Esto es perfectamente tú —termina, y yo me envanezco al
ser comprendido, reconocido y alabado. Me deleito en ser ese
hombre que tiene sueños y ambiciones y un futuro que es
diferente, pero tan perfectamente él.
Aunque sólo sea por esta noche, me permito ser yo sin
complejos.
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REEVE
Las dos semanas que siguieron a la cena que compartimos Oz y yo
han estado llenas de diversión, coqueteos y risas inocentes, y una
amistad floreciente para la que cada parte de mí está sin duda poco
preparado.
Oz Walker es el paquete perfecto. Y no hay un solo día en que
mi cuerpo y mi mente no lo reconozcan. Me sonríe, me envía
mensajes, charlamos sobre ideas para su blog. Poco a poco, me
está dejando entrar en su mundo, y yo no puedo evitar hacer lo
mismo. Hacemos planes de la misma manera que Murph y yo, pero
no se siente igual que lo que Murph y yo tenemos.
Si me permitiera pensarlo bien, reconocería que es todo lo
contrario. Lo que tenemos tiene campanas de alarma y señales de
advertencia escritas por todas partes. Es peligroso y da miedo,
pero a pesar del miedo y de la ansiedad, me he convertido en un
verdadero adicto.
Tal como predije que sería, me he vuelto adicto a él.
Estar cerca de él es como un soplo de aire fresco. Sea
intencionado o no, me ha mostrado todas sus facetas, a pesar de
las inseguridades. Se permite ser un libro abierto a mi alrededor,
y era exactamente lo que necesitaba para dejarme sentir así
también.
Es apasionado y considerado, y la verdad es que su sola
presencia me iluminó por dentro. Pero es la atención constante y
exclusiva que me presta lo que me hace sentir como un rey
absoluto.
Con Oz me siento seguro de mí mismo. Me siento sexy. Me
siento exactamente como el hombre que podría haber sido si no
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hubiera quedado atrapado en las expectativas de mis padres y en
una relación que no era la adecuada para mí.
Me siento cómodo en mi piel por primera vez en mucho
tiempo, y hago todo lo posible para no analizar si es por Oz o si es
por la propia mudanza. No se puede negar que su presencia en mi
vida me ha hecho más feliz, pero, en cualquier caso, sólo quiero
sentirme así -sin culpas- durante el mayor tiempo posible.
Al mirar la hora, me doy cuenta de que aún me quedan unos
quince minutos antes de que empiece mi turno. Eso me da la
oportunidad perfecta para llamar a mi hermana, así que me
entretengo en el estacionamiento de atrás y saco el móvil del
bolsillo, tocando su nombre en la pantalla.
—Hola —me dice.
—Hola, tú, ¿cómo van las cosas?
—Lo de siempre. —Ella suspira feliz—. Estamos al lado de la
piscina y Poppy5 me está hablando al oído y yo intento seguir la
conversación.
—¿Está contigo? Hazme un FaceTime —le digo—. Tengo poco
más de diez minutos antes de tener que ir al trabajo y la echo de
menos.
—¿Sólo a ella? —Puedo oír el ceño fruncido en su voz—.
¿Después de todo lo que hice por ti al crecer?
—Cállate —me burlo—. Pásamela.
Cambiamos la llamada a FaceTime y la cara de mi preciosa
sobrina llena la pantalla. Está sonriendo, le faltan los dos dientes
de arriba. —Hola, Poopy —saludo—. ¿Cómo van las cosas?
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Me levanta una ceja. —¿Eso es todo lo que me vas a decir?
¿Que es positivo?
—¿Qué? —Me rió—. Me encanta. Me encanta todo lo
relacionado con estar aquí. No quiero volver nunca a casa. ¿Es eso
lo que quieres oír?
Su cara se suaviza con simpatía. —Es la verdad, ¿no?
No digo nada, pero lo que sea que ella lea en mi cara debe
responder a la pregunta. —Me gustaría que te quedaras —me
dice—. No es por echar sal en la herida, pero pareces feliz. Más
feliz de lo que te he visto en mucho tiempo.
—Lo estoy —exhalo—. Me siento feliz. Me siento ligero y
diferente, y no quiero volver a casa y perder eso.
Nos miramos con tristeza y deseo, no por primera vez, que la
vida sea diferente para ambos.
—¿Qué tal si Poppy y yo vamos pronto y nos quedamos unas
cuantas noches?
Sonrío. —¿De verdad?
—Claro. No es un viaje demasiado largo y nos encantaría
verte y pasar el rato. Sobre todo, cuando te sientes tan bien —
añade, guiñándome un ojo.
—Me encantaría.
—Perfecto. —Chilla emocionada—. Dime cómo está tu agenda
de trabajo y fijaremos una fecha.
—De acuerdo. Lo enviaré tan pronto como la tenga.
—Te quiero, Reevey —canturrea.
—Te quiero. Dile a Poppy que me despido y que estoy
deseando verla.
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Si es posible, me siento aún más feliz después de colgar. La
idea de que mi hermana y mi sobrina vengan a visitarme me anima
aún más.
Justo cuando estoy a punto de entrar en Vino & Veritas, la
puerta trasera se abre de golpe y un Oz con aspecto enfadado
irrumpe por la puerta.
Por instinto, doy un paso atrás, sorprendido de ver esta cara
de él.
—Hola —saludo con cautela.
Sorprendido de verme, o de ver a alguien, intenta sonreír,
pero no lo consigue.
—¿Qué pasa? —le pregunto.
—Nada —dice bruscamente.
—Puedes decir simplemente que no quiero hablar de ello —
replico.
—Está bien. No quiero hablar de ello —me replica, para
retirarse rápidamente—. Mierda, Reeve. Lo siento mucho.
Levanto las dos manos en señal de rendición. —Está bien —
miento—. Tengo que entrar, voy a llegar tarde.
No le doy la oportunidad de decir nada más, y si lo intenta,
no lo escucho. Todos tenemos días malos, lo sé, y su tono cortante
no es lo que me desconcierta.
Hay algo en ver a Oz tan nervioso y desorientado que me hace
enojar por él y no contra él. Quiero abrazarlo y asegurarme de que
alguien tan feliz y lleno de vida no sea nunca más que feliz y lleno
de vida.
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Es una clara señal de que tal vez estoy demasiado metido,
porque no debería estar tan nervioso porque mi —amigo— esté
sufriendo.
Pero tiene tanto que ofrecer. Tanto que ofrecer a todo el
mundo. Me gustaría que lo supiera. Me gustaría que pudiera ver
eso en sí mismo. Y decírselo no es una opción, porque no voy a
abrir las puertas de los sentimientos que deben permanecer
cerradas.
Alejándome de él y atravesando Vino & Veritas, me dirijo a la
caja registradora de la librería y encuentro a Briar esperándome.
—Hola.
—Hola, ¿cómo te ha ido hoy?
—No muy ocupado —responde—. Lo cual quiero decir que es
algo malo, pero he estado leyendo a escondidas páginas del nuevo
libro de Sarina Bowen y no me arrepiento.
Extiendo las manos en un gesto de dámelo. —¿Por fin
tenemos esos libros de bolsillo? Me muero por leer el siguiente libro
de la serie.
—Es tan bueno —se regodea—. No quiero ni salir, porque
entonces tendré que parar para volver a casa.
Quiero sorprenderme, pero conozco esa sensación, y la
conozco bien. De la misma manera que me he quedado despierto
hasta altas horas de la madrugada, porque hacer cualquier otra
cosa que no fuera llegar al final de un libro no era una opción.
—¿Qué estás leyendo ahora? —me pregunta—. Puede que lo
empiece cuando termine esto.
—Madeline Miller —respondo.
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—Oh, no —dice—. Llorar no está en la agenda de esta
semana.
Suena el timbre que indica la entrada a la tienda y ambos
interrumpimos nuestra conversación y nos quedamos mirando
mientras el cliente entra.
—Voy a ver si necesitan ayuda —le digo—. Si hay algo urgente
que deba hacerse, asegúrate de anotarlo para mí antes de irte.
—Lo haré.
Como la mayoría de los ratones de biblioteca, el cliente quería
que lo dejaran en paz. Va en contra de todo lo que sé, interrumpir
a alguien mientras mira una librería, pero asegurarme de que hay
alguien ahí para ayudarles si lo necesitan es prácticamente el único
trabajo que tengo y no hay manera de que quiera joderlo.
Cuando vuelvo a la entrada de la tienda, veo a Oz apoyado en
el mostrador hablando con Briar. Considero la posibilidad de darme
la vuelta y evitarlo, pero cuando mira por encima de su hombro y
me descubre observándolo, sé que no hay ningún lugar al que
pueda ir.
Enderezando su cuerpo, mira alrededor de la tienda antes de
caminar hacia mí. —Lo siento —exhala—. No debería haber sido
tan gilipollas fuera.
—No pasa nada —digo con indiferencia—. La gente tiene días
malos.
—Sí, pero no necesito desquitarme con nadie. Y menos
contigo.
—No es para tanto, Oz —le tranquilizo.
Se pone serio. —No pongas excusas a mi comportamiento. No
pongas excusas por el comportamiento de mierda de nadie.
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Aunque su tono no da miedo, es contundente y lleno de
convicción. —La gente tiene que asumir la responsabilidad de sus
acciones de mierda. Y tú tienes que permitírselo. Tienes que
dejarme a mí.
Al ver lo molesto que está, asiento. Tiene razón, pero nunca
habría pensado que fuera algo tan importante. Tomando una hoja
de su libro, cruzo los brazos sobre el pecho y me apoyo en la
estantería más cercana. —¿Qué pasa?
—¿Quieres salir esta noche?
—Bueno, entonces nos desviamos —murmuro en voz baja,
ahora confundido—. ¿A dónde quieres ir?
—El Festival de Comida y Vino de Burlington está en marcha.
Es algo que ocurre una vez al año, y como eres nuevo y no te vas
a quedar mucho tiempo, he pensado que podría enseñarte el lugar.
—Como no respondo, continúa: —¿Y podemos volver aquí y ver a
Jon hacer el show y tomar unas copas?
Uno pensaría que, después de todo el tiempo que el personal
pasa trabajando aquí, querría ir a cualquier otro sitio cuando está
fuera de su turno, pero la verdad es que a la mayoría nos encanta
este lugar. Ya sea el punto de encuentro, el lugar de la noche o el
sitio en el que nos tomamos la última copa, casi siempre está en
la agenda. A todo el mundo le gusta Vino & Veritas.
Me encantaba la idea de que saliéramos juntos, no lo
habíamos hecho desde la noche en que pusimos la regla de que
sólo éramos amigos, y ahora sabiendo lo importante que eran para
él los festivales y la comida, verlo en su elemento no es algo que
quiera perderse.
Y quiero estar en su cabeza esta noche. Quiero saber por qué
estaba tan enfadado. Y, en contra de mi buen juicio, quiero ser
quien le ayude a solucionarlo.
102
—No salgo de aquí hasta las cinco, y todavía tengo que
prepararme.
—Mándame un mensaje con tu dirección y te recogeré a las
seis.
—De acuerdo— digo, sonando un poco más ansioso de lo
necesario. —Nos vemos entonces.
103
—Bueno, puede que necesites un poco más de tiempo para
arreglarte si es así.
—No lo tendré —bromeo a la defensiva. Mientras mi cerebro
procede a pensar, pero ¿estás seguro?—. Somos amigos,
¿recuerdas? Lo dejamos claro.
—Mmmm —tararea él—. Y los cerdos vuelan y todo ese
galimatías.
—No me confundas —le digo—. El sexo no está sobre la mesa.
Vuelve a colocarse los auriculares en la cabeza y procede a
ignorarme mientras me apresuro a prepararme en nuestro
apartamento.
A las seis, estoy esperando fuera cuando llega el auto de Oz.
Es un Subaru antiguo, lo suficientemente robusto como para ser
apto para la carretera, pero no lo suficientemente llamativo como
para ser una prioridad. Es perfecto para él, en realidad, pero
también es una prueba de que su pasión reside más en lo que el
auto puede llevarle que en el aspecto del propio vehículo.
Sonríe cuando se detiene en la acera y subo sin esperar una
invitación. Hay una fracción de segundo en la que casi me inclino
para besarlo. Tanto la idea como la ejecución son tan naturales.
—Hola —digo, casi chillando.
—Hola. Gracias por arreglarte tan rápido.
Me abrocho el cinturón de seguridad mientras él se aleja de
la acera. —No hay problema. Como no tuve que preocuparme de
que tuviéramos sexo, no tardé tanto. —Me tapo la boca con la
mano, con las mejillas encendidas.
—¿Es así? —Se ríe.
104
—Lo siento mucho. Murph dijo algunas cosas y se me
quedaron grabadas en la cabeza y no era mi intención soltarlas.
—¿Qué dijo Murph?
Negándome a hablar, niego con la cabeza, pero él sigue
mirándome, expectante.
Resoplando, levanto las manos en señal de resignación. —
Sólo me preguntó si pensaba tener sexo contigo, y le dije que no.
Porque dijimos que nada de sexo. Sólo amigos.
Cuando el silencio se alarga de forma incómoda, miro para
encontrar su mirada entre la carretera y yo, y la esquina de su
boca se convierte en una sonrisa. —¿Por qué me miras así?
—¿Quieres acostarte conmigo? —pregunta.
—¿Qué? —Desconcertado, me giro en el asiento, con la
espalda pegada a la puerta—. Creía que ya habíamos pasado por
esto.
—Lo hicimos, pero...
Frotándome las manos húmedas por los muslos, intento no
darme cuenta de cómo me late el corazón ante la ligera insinuación
de que las reglas han cambiado.
—Oz —advierto.
Él exhala un fuerte y dramático aliento mientras yo dejo de
respirar, sin saber qué esperar. —En realidad tengo una propuesta
para ti.
—¿La tienes?
—Realmente quería hacer esto cara a cara, tal vez con algo
de comida —reflexiona.
—¿Hacer qué?
105
—Necesito una pareja para la boda de mi hermana.
—¿Q-qué? —Tartamudeo, casi sin palabras.
—Mi hermana se casa dentro de siete semanas y necesito una
pareja.
—Oh. ¿Para la boda? De acuerdo. —Le devuelvo la mirada—.
¿Y quieres llevarme?
—En realidad, necesito que te hagas pasar por mi novio —
dice—. Mi novio al que mi familia quiere conocer antes de la boda.
—Espera. —Pongo mi mano entre nosotros—. ¿Qué me he
perdido? ¿Cómo hemos pasado de no tener sexo, a que yo piense
que quieres sexo, a los falsos novios?
—Antes —comienza— cuando estaba siendo un idiota en el
trabajo... Acababa de terminar una acalorada conversación con mi
madre en la que quizá le dije que tenía una cita para la boda de
Dixie, y entonces ella dijo algo así como 'si no es serio, no lo
traigas'. Y no pude evitarlo —exclama, casi en estado de shock—.
Lo siguiente que sé es que estoy soltando que tengo novio, y que
es nuevo, pero que somos felices y vamos en serio. Y ella me llama
la atención y dice que, si es así, quiere que lo lleve a la próxima
cena familiar.
—¿Y en este escenario —él— soy yo?
—Iba a invitarte a la boda de todos modos —revela.
—¿Lo ibas a hacer?
—Mis padres ya me habían insinuado lo bueno que sería que
llevara a alguien a la boda, y puede que Maddy haya plantado la
semilla de que debería invitarte.
—¿Maddy? Es la hermana a la que estás unida, ¿verdad? —
aclaro.
106
—Sí. Ya le había contado lo de nuestra noche juntos y luego
cómo apareciste en V & V. Y ella es realmente una romántica sin
remedio que intenta hacer de casamentera —divaga—. Entiendo
totalmente si no quieres hacerlo. Sé que es una idea descarrilada,
pero una vez que la pensé, no pude dejar de pensarla, ¿sabes?
Realmente está idea es un choque de trenes. Además de lo
obvio, que mentir es siempre una forma segura de que algo te
explote en la cara, esto significa pasar tiempo con Oz en un
ambiente que definitivamente cambiará todo para mí.
Ya sé lo que siento por él, y es mucho más de lo que debería.
Suma la mentira, suma la familia, y suma la libertad de tocarlo y
estar con él de todas las maneras que fácilmente podría imaginar
—si me lo permito— no sólo estoy jugando con fuego, estoy
pidiendo que me quemen.
—Pero como estás tan callado, creo que nos olvidaremos de
que he sacado el tema —dice, con la voz entrecortada, la
incertidumbre evidente—. Lo siento, no quería ponerte en una
situación incómoda.
—No. —Le pongo la mano en el antebrazo, consolándolo—.
Podemos hacerlo. —Y sabiendo que básicamente me estoy
preparando para caer en desgracia y que no habrá nadie más a
quien culpar que a mí, añado: —Puede que tengamos que
establecer algunas reglas, pero aparte de eso, yo lo haré contigo.
107
OZ
Dice que lo hará conmigo, en lugar de decir por mí, y mi mente se
engancha a esa diferencia y a lo que podría significar. ¿Significa
algo diferente?
Cuando mi familia me bombardeó con un montón de mensajes
en nuestro chat de grupo sobre bodas y acompañantes, no pude
evitar querer demostrar que estaban equivocados. Después de la
sugerencia inicial de Maddy, la idea se afianzó en mis
pensamientos, formando imágenes en mi mente de lo bueno que
sería hacer callar a mi familia, aunque sólo fuera por un día. Y si
soy sincero conmigo mismo, la idea de poder reclamar a Reeve de
esa manera, incluso en un escenario imaginario, también podría
haber jugado un papel en mi proceso de decisión.
Pero cuando se le da la mano a mi madre, ella toma todo el
brazo, y ahora le pido a Reeve que me acompañe a las cenas
familiares y mienta a mi familia.
—No te sientas obligado —le digo, queriendo estar
completamente seguro de que no se siente forzado—. Puedo
decirles que hemos roto de antemano o pedírselo a otra persona.
Las tres últimas palabras me dejan un feo sabor de boca, y
por la mirada agria de Reeve, tampoco parece gustarle esa idea.
—No hace falta que se lo pidas a nadie más. He dicho que lo
haré yo —dice con rotundidad—. No es que pasar tiempo, y mucho
menos tiempo extra, contigo sea una dificultad.
—¿Y mi familia?
Se encoge de hombros. —Haremos que funcione.
108
—Podemos tener reglas o límites o lo que sea —sugiero—. No
puedo decir que sepa cómo hacer esto. Real o falso. Pero es sólo
un par de horas a la semana hasta el día de la boda.
—¿Y cuándo es eso, de nuevo?
—Dentro de siete semanas.
—Suena bien.
Antes de que se haga el silencio entre nosotros, aprovecho el
momento para disculparme por haberle chillado antes en V & V. —
Siento la forma en que te he arrancado la cabeza hoy en el trabajo.
Dejé que mis padres se me metieran en mi piel, lo cual no es una
sorpresa, y lo pagué contigo.
—Lo entiendo. —Antes de que diga otra palabra, añade: —
Pero no vuelvas a hacerlo.
Sonrío ante su asertividad, me encanta que se mantenga
firme conmigo, que establezca los límites de lo que va a tolerar y
lo que no. Algo me dice que no es algo que haga a menudo, y no
siempre con la gente que debería.
—Así que, regla número uno de la relación —digo—. No seas
innecesariamente grosero con tu falso novio.
—¿Alguna otra regla que deba conocer? —dice con ironía.
Me pongo un poco sobrio. —En serio, ¿crees que necesitamos
reglas? ¿Deberíamos tenerlas?
No le da tiempo a responder, porque llegamos al recinto del
festival y la conversación se interrumpe mientras los dos
mantenemos los ojos abiertos para encontrar una plaza de
estacionamiento. Después de encontrar por fin uno, nos dirigimos
a la multitud y el ambiente es un poco forzado, pero me alegro de
tener a Reeve aquí para mostrar la parte de mí que normalmente
mantengo oculta a casi todo el mundo.
109
Desde la noche en el restaurante vegetariano, siento que no
sólo me he abierto a Reeve, sino que me he enfrentado a una parte
de mí que ni siquiera sabía que existía.
Me encanta compartir cosas con Reeve. Me encanta contarle
mi día y hacerle preguntas sobre el suyo. Me encanta hablar de
nada y de absolutamente todo con él, pero, sobre todo, me encanta
poder hablarle de mi amor por la comida y la música y disfrutar de
mis logros sin parecer engreído o tener que restarles importancia
porque me preocupa que no lo entienda.
Nada de eso es necesario con Reeve. De hecho, me entiende
más que nadie. Y lo más confuso es que ni siquiera sabía que quería
eso de otra persona. No sabía que tener a alguien, además de
Maddy, que simplemente escuchara, era algo que me faltaba en mi
vida.
—Entonces, ¿cómo se hace esto? —Reeve pregunta cuando
llegamos a la primera fila de puestos—. ¿Buscas algo en particular?
¿Cómo empezaste esto, de todos modos? Creo que aún no te lo he
preguntado.
—Bueno, no se puede saber ahora porque borré muchas de
las fotos originales, pero originalmente empecé la cuenta pensando
que iba a publicar sobre mi gimnasio y mi rutina de alimentación
sana y limpia.
—Pero —interrumpe—. ¿Te diste cuenta de que era aburrido?
Riendo, niego con la cabeza. —Fue un poco aburrido, pero
sentí que era como un predicador. ¿Es esa la palabra? De todos
modos, cuando la gente empezó a deslizarse en mis mensajes
directos preguntando sobre planes de alimentación o lo que
pensaba de las diferentes modas dietéticas y enviándome fotos de
sus cuerpos, me quedé un poco desconcertado.
—¿La gente te enviaba esas cosas?
110
—Sí. Era salvaje y era incómodo. Estaba publicando sobre mi
experiencia y, de repente, mi experiencia se convirtió en un
evangelio, así que dejé de hacerlo. No quería ser responsable de
otras personas de esa manera.
—Y luego pasaste a la comida y a la música —afirma.
—En realidad fue una casualidad. Fui a un festival de
langostas en Maine hace unos dieciocho meses con unos amigos.
—¿Has obtenido tantos seguidores en dieciocho meses? —
pregunta Reeve, con un tono a la vez incrédulo y orgulloso—. Eso
es jodidamente increíble.
—Supongo— digo con indiferencia. —Ya tenía unos dos mil
por las cosas del gimnasio y, aparte de un pequeño parón en el
periodo de cambio, no paraba de crecer y crecer, pero al principio
no estaba muy centrado en eso.
—Sí, al principio —exclama Reeve—. Lo siento, me desvío.
Mucho. Pero háblame del festival de la langosta.
—¿Seguro que quieres oír hablar de eso? —pregunto
cohibido—. No es tan emocionante.
—Además de que lo es —insiste—. Regla número dos de las
relaciones. Averigua todo lo que puedas sobre tu falso novio.
—¿Ahora estamos inventando reglas?
—Si con ello consigo lo que quiero.
—¿Y qué es lo que quieres?
—Quiero saber sobre el festival de la langosta —dice
suavemente—. Realmente me gusta oírte hablar.
Sus palabras resuenan porque yo siento lo mismo cerca de él.
Soy como un glotón de información sobre Reeve, deseando
cualquier trozo o astilla que esté dispuesto a compartir.
111
—Suelo hacer un plan de los puestos que quiero ver y luego
voy a comer frente a la banda en vivo. ¿Está bien si hacemos eso
primero y luego puedes preguntarme cualquier cosa cuando nos
sentemos?
—Eso funciona para mí.
112
—Está claro que todo esto tiene su ciencia —dice antes de
sonreír y dar un largo sorbo a la cerveza, terminando
esencialmente su bebida.
Sonriendo ante su descaro, agarro el vaso y se lo quito de la
boca. —¿Qué haces?
—Tenía sed —responde inocentemente.
—¿Y qué hay de la ciencia?
—Seguro que hay algunas reglas que podemos saltarnos.
Levanto una ceja cómplice. —¿Y qué sabes tú de saltarse las
normas?
—No mucho —dice con un poco menos de descaro—. Pero hay
algo en ti que saca ese lado de mí.
—En ese caso... —Levanto la slider vegetariano gourmet que
descansa en el plato, listo para darle un enorme y odioso
mordisco—. Vas a tener que sufrir las consecuencias.
Arranca una mini quiche del plato y se la lleva a la boca. —Si
tenías pensado hacer fotos para publicar esta noche, te advierto
que no va a quedar nada si seguimos jugando a este juego.
Amante de las idas y venidas entre nosotros, me inclino hacia
delante y le doy un mordisco a su comida, para luego regarla con
un poco de cerveza. —Come lo que quieras, puedo volver en
cualquier momento de la semana si encuentro algo que quiera
publicar en Instagram.
—¿Sin mí? —pregunta tímidamente.
—O contigo —ofrezco, sonriendo.
Reeve se acerca, coge mi vaso de plástico casi vacío y se
termina la cerveza. —¿Qué tal si traigo algo más de esto y tú sigues
113
probando la comida? A ver si hay algo por lo que merezca la pena
volver.
No espera a que le responda, simplemente se levanta y se
aleja, y yo le veo retirarse hasta perderse entre la multitud. El nivel
de comodidad entre nosotros esta noche es una sensación cada
vez mayor que disfruto mucho más de lo que debería. Nunca me
he sentido así con ninguna otra persona con la que me haya
acostado o por la que me haya sentido atraída. Es extraño, a pesar
de lo familiar que se está haciendo sentir Reeve.
Somos amigos. Puedo decir eso con total confianza, y disfruto
de su amistad, pero sería una absoluta mentira decir que eso es
todo lo que quiero de él.
Y eso es un pensamiento que da miedo.
Yo no soy ese tipo. Al menos, pensé que no lo era. Pero ahora,
al igual que Reeve me ha abierto los ojos sobre Comidas y
Melodías, me pregunto si mi costumbre de ver lo peor de mí mismo
me ha hecho pensar que no soy un tipo de relaciones, cuando en
realidad, no lo sé.
Nunca lo he intentado. Pero, a decir verdad, nunca he querido
hacerlo. Y parece que eso está empezando a cambiar.
El sol empieza a ponerse cuando Reeve vuelve a caminar en
mi dirección, riendo y hablando con alguien a su lado. No puedo
distinguir quién es, pero veo lo suficiente como para saber que es
un chico, y eso hace que se me revuelva el estómago. Me produce
una fea zozobra, llena de pavor y celos y una confusa sensación de
propiedad.
No es hasta que me doy cuenta de que es Jamie, el novio de
Briar, que todo mi cuerpo se hunde de alivio. Y cuando Reeve me
saluda con la mano, la culpa me atormenta. No tengo derecho ni
114
razón para sentirme así, y él tiene todo el derecho a reírse y hablar
con quien quiera.
Cuando por fin llegan a mí, me pongo de pie y tomo la mano
extendida de Jamie. —Hola, hombre —saluda—. Acabo de toparme
con Reeve cuando iba a encontrarme con Briar y mis amigos de la
universidad.
—Hola. ¿Acabas de llegar?
—Sí, pero el resto lleva aquí un rato. Tuve que ayudar a mi
padre con algo en la granja antes de venir. —Señala en la dirección
donde supongo que están Briar y sus amigos—. Si por casualidad
se aventuran por allí, vengan a vernos.
—Lo haré —responde Reeve justo cuando asiento.
Se aleja y Reeve levanta los brazos con una bandeja de
bebidas en cada mano y cuatro tazas en cada una.
Alcanzo una y se la quito de las manos. —¿Pensamos
emborracharnos esta noche?
—Estoy absorbiendo el verano —dice—. Esta banda tampoco
está mal.
Se sienta, entre los dos a horcajadas en el banco, y reparte
las bebidas entre nosotros. —¿Has tenido mucha suerte con la
comida?
—No he comido nada sin ti —admito—. Y probablemente esté
demasiado fría para disfrutarla ahora, de todos modos.
—¿Tenías algún plan para comer y publicar algo esta noche?
¿O sólo me has traído hasta aquí para engatusarme para la
conversación del falso novio?
115
Mi sonrisa se vuelve un poco petulante. —No pensé que sería
lo primero de lo que hablaríamos cuando te recogí, pero empezaste
a hablar de sexo y supuse que iría a por ello.
Negando con la cabeza, entierra la cara entre las manos. —
Todavía no puedo creer que te haya dicho eso —dice con un
gemido.
—¿Por qué? Siempre hemos sido sinceros. —Pienso en la
primera vez que conocí a Reeve y en cómo, incluso cuando las
palabras no hablaban, su cara y su cuerpo lo hacían por él. Ahora
que nos conocemos mejor, la verdad no tiene problemas para ser
dicha.
—Lo sé, pero todavía me sorprende lo fácil que es decirte
cualquier cosa. Incluso a mi costa.
—Eso me gusta —confieso—. Me gusta que no haya lugar a la
falta de comunicación, lo cual es un alivio, porque no creo que sea
muy bueno leyendo a la gente.
Reeve sacude la cabeza con vehemencia. —No es cierto.
Le miro de forma señalada, y sus mejillas se inflan, delatando
exactamente lo que está pensando. —¿Vas a decírmelo?
Traga con fuerza y se acerca un poco más a mí, nuestras
rodillas chocan. —¿Esa primera noche? —Su voz es baja y ronca, y
cada parte de mí se pone en guardia—. No tuve que decir nada, y
tú lo sabías. Sabías qué decir, qué hacer, lo qué era demasiado.
No le digo que era fácil de leer, porque no sería toda la verdad.
Esa noche hubo algo en cada movimiento que hizo que resonó
dentro de mí. Su forma de caminar. La forma en que se sentaba.
Los pequeños, ligeros y continuos golpes en su respiración.
Todo en él tenía sentido, y como en piloto automático, supe
qué hacer.
116
—¿Pueden los falsos novios besarse? —le pregunto, echando
de menos mis labios en los suyos, sintiendo que mi determinación
se desvanece rápidamente.
Una expresión de dolor cruza el rostro de Reeve, y estoy casi
seguro de que va a rechazar la idea, y debería hacerlo. Pero no
quiero que lo haga.
—Creo que pueden besarse si están siendo falsos novios.
—Esto no es eso, ¿verdad? —pregunto, abatido.
Colocando una mano a cada lado de mi cara, Reeve se inclina
hacia mí, hasta que sólo nos separa un suspiro. —No lo es. Pero
nunca he querido besar a alguien tanto como ahora.
Rodeo mis manos alrededor de las muñecas de Reeve para
mantenerlo en su sitio. —Creo que hemos estropeado este juego.
—No creo que importe si no hay nadie más que juegue junto
a ti y a mí, ¿verdad?
Riendo, muevo mis manos a su cara. Reflejo sus acciones y
acerco mi boca a su mejilla, besándola. Porque tengo que hacerlo.
Porque quiero hacerlo. Porque a estas alturas, no hay mucha
diferencia.
—Levantémonos y demos una vuelta antes de que pierda todo
mi autocontrol y sentido común —le digo, echando la cabeza hacia
atrás.
Tiene los ojos cerrados mientras dice: —Por desgracia, parece
una buena idea.
De pie, Reeve mira los platos a medio comer que hay entre
nosotros y luego vuelve a mirarme. —Me da pena que no hayamos
comido la comida y que no hayas podido hacer toda la experiencia
de Comidas y Melodías.
117
Agachándome, condenso la comida y recojo el plato. —No hay
nada por lo que debas sentirte mal. Y, de todas formas, ese no era
el propósito de la noche.
—Quería verte en acción —refunfuña.
—Haces que suene mucho más prestigioso e impresionante
de lo que realmente es.
Reeve me da un codazo en el hombro mientras pasamos por
una papelera y tiro nuestras sobras. Cuando tengo las manos
libres, me da un codazo en el hombro. —Es lo que yo digo que es.
—Estarás aquí todo el verano, ¿no?
Asiente y me encuentro con otra razón por la que cualquier
cosa entre Reeve y yo sólo puede ser temporal. Porque Vermont
no es permanente para él.
Es la mayor dosis de realidad, y ese empujón extra que
necesito para seguir alejándonos de la tentación constante de
besarnos, tocarnos y cruzar líneas que ambos no podemos
descruzar.
Pero mientras seguimos caminando uno al lado del otro, una
vocecita en el fondo de mi cabeza se aferra a la marcha de Reeve,
tomándola como la razón perfecta para tontear. Porque hay una
fecha de finalización. Hay una garantía de que no hay tiempo para
el compromiso y las complicaciones.
—Sí —suministra finalmente—. No he calculado la fecha
exacta en que me voy, pero preveo estar de vuelta en Connecticut
en septiembre.
—Bueno, habrá tiempo de sobra para encontrar el post
perfecto para Instagram. El verano está lleno de tantos mercados
y festivales, y honestamente, Vermont en su conjunto es
simplemente hermoso en esta época del año.
118
—Te encanta este lugar, ¿verdad?
—Así es —respondo, asintiendo—. No puedo compararlo con
nada en el extranjero, pero siempre que viajo a otro estado, echo
de menos mi hogar.
—Me encantaría tener eso, —dice con nostalgia—. Un lugar al
que llamar hogar.
—¿Connecticut no es un hogar? —Hago la pregunta, aunque
mi instinto me dice que el hogar del que habla Reeve tiene muchas
más capas y es más complejo que las líneas estatales y un techo
sobre la cabeza.
—No de la manera que yo quiero, —confirma.
Su tono es melancólico y me duele un poco el corazón por él,
deseando tener una forma de aliviar su tristeza. Sin poder evitarlo,
le paso un brazo por encima del hombro y lo atraigo hacia mí,
besando su sien. —Pronto encontrarás lo que buscas.
Gira la cabeza, la sorpresa grabada en sus rasgos no hace
nada para distraerme de la proximidad de sus labios a los míos. —
¿Eso crees? —pregunta en voz baja.
Aparto los ojos de él, para que no sepa lo mucho que me gusta
esta cercanía. —Lo sé.
Inesperadamente, un grueso peñasco de emoción se forma
en mi garganta, porque sé que lo que está buscando no seré yo.
119
REEVE
Esto es una locura.
Mi rodilla rebota cuando llegamos a la casa de los padres de
Oz. Hay algunos otros autos estacionados en la entrada, y para
cuando Oz se estaciona y apaga el auto, estoy casi seguro de que
voy a tener un ataque de pánico.
—Oye —dice Oz, poniendo su mano sobre mi muslo—. Todo
va a salir bien.
—Soy un terrible mentiroso —suelto—. No sé por qué pensé
que podía hacer esto.
Desenganchando su cinturón de seguridad, Oz se mueve en
su asiento y me mira. —No tenemos que hacer esto. Podemos irnos
y puedo enviarles un mensaje de texto con alguna excusa
improvisada.
—No. —Niego con la cabeza con vehemencia y cubro su mano
apoyada en mi muslo con la mía—. Sólo necesito salir de mi propia
cabeza. Ya sabes cómo me pongo.
Él sonríe. —Lo sé, pero sabes que nada cambia si no seguimos
adelante con esto.
—Lo sé —le aseguro—. Sólo siento un poco de presión. No
sólo soy tu nuevo novio, sino que soy tu primer novio. Eso es algo
importante.
—Yo soy el que debería estar nervioso —dice—. En realidad,
tú ya has sido novio de alguien.
Pienso en Micah y en nuestra relación y en su relación con su
propia madre, y esto no se parece en nada. Éramos más jóvenes
y no había muchas expectativas, excepto las que yo tenía para mí.
120
La presión que los padres de Oz ejercían sobre él era inexistente
para nosotros.
—¿Qué va a pasar cuando me pregunten a qué me dedico y
les diga que trabajo en la librería?
Oz frunce el ceño, e instintivamente me acerco y aliso la
arruga que se está formando entre sus cejas. Arrastra mi mano
hacia abajo y la pone en su regazo.
—En primer lugar, no hay nada malo en trabajar en una
librería. En segundo lugar, no eres su hijo, no van a estar
decepcionados contigo.
—Tampoco deberían estar decepcionados contigo —murmuro.
Levanta la mano hacia mi mejilla y roza sus nudillos por mi
mandíbula, el gesto es dulce y revelador. —Es sólo una cena. Tú
siendo tú, yo siendo yo, y luego nos iremos.
Exhalando un fuerte suspiro, me doy una palmada en los
muslos. —De acuerdo. Hagamos esto.
Saliendo del auto, Oz se apresura a reunirse conmigo. Desliza
su mano en la mía, y se siente perfecto. —¿Está bien? —pregunta.
—Sí —me atraganto, con emociones familiares, aunque
complicadas, que me dificultaban decir algo más.
Cogidos de la mano, con el corazón golpeando mi caja
torácica, nos dirigimos a la puerta principal. La casa es de dos
pisos, de ladrillo doble, con un porche envolvente que parece el
lugar perfecto para sentarse a leer un libro.
Cuando llegamos a la puerta, Oz gira despreocupadamente el
picaporte y nos conduce al interior. Entramos en el vestíbulo, que
sigue aislado del resto de la casa, y siento las piernas como si
fueran de plomo.
121
Incapaz de avanzar, tiro de su mano y él deja de caminar. —
¿Estás bien?
—Bésame.
Se endereza, con la cara de asombro y la boca abierta, pero
no me suelta la mano. —¿Qué?
—Como la primera noche que nos conocimos —me apresuro
a decir—. Para que me sienta menos nervioso.
—Pero. Amigos —tantea su explicación—. Dijimos que no lo
haríamos.
—Falsos novios —le recuerdo en un susurro, reconociendo mi
inexistente fuerza de voluntad—. Ahora mismo, somos falsos
novios.
La sonrisa que se extiende por su rostro le hace parecer aún
más llamativo que de costumbre. No me pregunta si estoy seguro
ni intenta convencerme de lo contrario. Si se siente como yo, él
también lo quiere. Y no quiere que cambie de opinión ni las nuevas
reglas.
Suelta mi mano, levanta ambas hacia mi cara y presiona sus
suaves y sedosos labios contra los míos.
A diferencia de la noche en que nos conocimos, no hay
preocupación ni inquietud. Su boca es más bien un bálsamo
tranquilizador, ya que su tacto regula los fuertes latidos de mi
corazón. Cada parte de mí suspira aliviada.
No puedo negar que, incluso después de una sola noche
juntos, lo echaba de menos.
Lo extrañaba.
Aparto toda la lógica y los restos de cordura que me quedan
y profundizo el beso. Si vamos a hacer esta cosa falsa, voy a
122
sumergirme en el momento y no voy a pensar en arrepentimientos,
en el dolor de mi corazón o en cualquiera de las otras razones por
las que sé que no debería estar haciendo esto.
—Mamá —un niño, que supongo que es la sobrina o el sobrino
de Oz, grita, deteniendo el beso y asustándome—. El tío Oz está
besando a alguien.
Mi cara no tarda en adquirir mi tono menos favorito, y tengo
que enterrar la cabeza en el hombro de Oz para intentar contener
mi vergüenza.
Él pone sus manos en mi cintura, y siento su cuerpo vibrar de
risa. —Yo también me alegro de verte, Tommy.
—¿Quién es ese? —pregunta el chico.
—Es el nuevo novio del tío Oz —responde una voz femenina,
y yo levanto lentamente la cabeza, encontrándome cara a cara con
una de sus hermanas.
—Dixie —saluda Oz—. Este es Reeve.
Me tiende la mano y la cojo. —Me gustaría decir que hemos
oído hablar mucho de ti, pero Oz nos ha soltado esto.
A pesar de sus palabras, su voz está llena de nada más que
humor bondadoso. —Gracias, Dixie, por hacerlo incómodo —dice
Oz, moviendo su mano a la parte baja de mi espalda—. Reeve, esta
es mi hermana que se va a casar en unas semanas. También es
cirujana y un completo dolor de cabeza.
—Es un placer conocerte —le digo.
Se acerca a mí y enlaza su brazo con el mío mientras Oz se
coloca al otro lado. —Déjame llevarte al pelotón de fusilamiento —
dice un poco demasiado emocionada.
—Dixie —advierte Oz.
123
—Estoy bromeando. —Ella levanta la vista hacia mí—. Sobre
todo. Mi madre a veces parece un pelotón de fusilamiento.
—De acuerdo —exhalo—. Estoy listo.
La familia de Oz está reunida en la cocina. Sus padres están
cocinando, y sus otras dos hermanas están sentadas en la isla.
—¿Dónde están sus otras mitades? —pregunta Oz.
—Están fuera montando algún artilugio que mamá y papá han
comprado a los niños. —Una versión más corta de Oz camina hacia
mí. Su pelo hasta los hombros es de un bonito color caramelo que
enmarca su cara en forma de corazón. Sus rasgos son similares a
los de su hermano -los ojos y los labios-, pero son mucho más
suaves.
—Soy Maddy. —Sorprendiéndome, me pone las manos sobre
los hombros, se levanta hasta la punta de los pies y me besa en la
mejilla—. Estamos muy contentos de tenerte aquí.
—Y yo soy Kat. —La última hermana Walker, que se parece
más a Dixie que a Oz y Maddy, sigue su ejemplo y me abraza como
si ya nos hubiéramos visto cientos de veces—. Es un placer
conocerte.
Lo siguiente que sé es que tres hombres y una chica joven
atraviesan la casa desde el patio y, uno a uno, el resto me saluda
con abrazos y apretones de manos y palmadas en la espalda.
Cuando el bullicio se ha asentado, por fin llega el momento
de saludar a los padres de Oz, y las palmas de mis manos empiezan
a sudar mientras me muerdo el interior de la mejilla con
nerviosismo. La madre de Oz es la primera, rodeándome con sus
brazos, dándome la bienvenida. —Es un placer conocerte, Reeve.
Perdónanos por ser un poco abrumadores. Oz nunca ha traído a
alguien a casa antes.
124
—Es un placer conocerla, señora...
—Nada de eso —me corta—. Llámame Bethany.
—Es un placer conocerte, Bethany. —Me deja ir y luego señala
a su marido—. Este es Oswald, pero puedes llamarlo Oz. Si no te
resulta raro —añade.
Mi cerebro se engancha a su nombre y me giro para mirar a
Oz. —¿Tu nombre completo es Oswald?
—Joder, no —brama.
—Oz —reprende Maddy—. Los niños.
Mira a su alrededor, pero por suerte no están prestando
atención y no le han oído.
—No quería que mi hijo tuviera que lidiar con el desafortunado
nombre, pero sí queríamos que se llamara como yo. Era nuestro
último hijo y nuestro único varón, así que acordamos Oz.
Estrecho la mano del señor Walker, luchando por pensar en él
como Oswald u Oz y luego vuelvo a centrar mi atención en mi falso
novio. —Creo que voy a llamarte Oswald a partir de ahora —
bromeo.
—Ni se te ocurra —me advierte con una sonrisa malvada en
la cara—. Las consecuencias no serán agradables.
Se me pone la piel de gallina ante su insinuación, y me
encanta el ingenioso intercambio de palabras entre nosotros.
—Me arriesgaré.
Hay un coro de risas mientras todos le echan mierda a Oz, y
un pequeño revoloteo de culpa en mi estómago se hace notar. No
esperaba que fueran horribles, pero tampoco esperaba la calidez.
125
Es obvio lo mucho que se quieren y lo importante que es esta
cita semanal para todos ellos.
La conversación es ligera, y el sarcasmo y las bromas
abundan mientras todos ayudan a poner la mesa. Oz me mantiene
cerca, asegurándose de que me sienta incluido, pero insistiendo en
que no necesito ayudar.
Finalmente, todos tomamos asiento y la mesa se llena de
comida. Aperitivos, platos principales y guarniciones. Oz y yo nos
sentamos uno al lado del otro, y me sorprende cuando arrastra la
silla, conmigo en ella, más cerca de él.
—¿Estás bien? —pregunta, con la voz baja.
Asiento. —¿Y tú?
—Estoy bien. —Estira su brazo sobre el respaldo de mi silla—
. Estoy muy bien.
Apartando la vista de él, me doy cuenta de que toda su familia
está en silencio y nos mira fijamente. —Mmmm.
—Lo siento —dice Kat, interrumpiendo el silencio—. Vamos a
tardar en acostumbrarnos a esto.
Oz pone los ojos en blanco. —¿Podemos comer ya? Estamos
hambrientos.
—Por supuesto. —El permiso de Bethany hace que todos
hinquen el diente, pero Oz coge mi plato vacío primero y pone un
poco de todo.
—Gracias —susurro cuando lo pone delante de mí.
Me besa la sien, y mi capacidad para distinguir entre el juego
que estamos jugando y mis verdaderos sentimientos se vuelve casi
imposible.
126
—Sólo voy a disculparme por adelantado —dice Archer, el
prometido de Dixie, mientras clava un tenedor en un gran trozo de
coliflor empanada—. Pero como he sido la incorporación más
reciente y he soportado la rutina de las veinte preguntas, creo que
es justo que empiece yo el interrogatorio familiar.
Oz me mira disculpándose, y yo coloco discretamente mi
mano en su rodilla y le doy un pequeño apretón.
—Pregúntame lo que sea —le desafío.
Él junta los dedos y los apoya contra su boca en señal de
concentración. —Empecemos con calma. —Se aclara la garganta—
. ¿Cómo se conocieron?
El cuchillo que estoy usando para cortar mi berenjena a la
parmesana se desliza entre mis dedos mientras me reprendo por
no haberme preparado para esta pregunta. Es tan obvio y
completamente descuidado de nuestra parte no haber planeado
qué decir.
—Nos conocimos en Blush —interviene Oz—. Coincidimos.
Tuvimos una cita y luego él consiguió un trabajo en la librería de
Vino & Veritas.
Es la versión para padres de lo que pasó exactamente, pero
me alivia que Oz sea un pensador rápido y que la historia no esté
llena de agujeros ni sea demasiado extravagante.
—¿Sabías que Oz trabajaba allí cuando aceptaste el trabajo?
—pregunta Maddy, pero la sonrisa traviesa de su cara me recuerda
que Oz se lo cuenta todo.
—No lo sabía —respondo—. Oz no lo había mencionado la
noche que nos conocimos, así que fue una gran sorpresa.
—Apuesto a que lo fue —murmura, y pillo a Oz dándole una
patada por debajo de la mesa.
127
—¿Eres de por aquí? —pregunta Bethany.
—No —le respondo—. En realidad, soy de Connecticut, pero
estuve en Seattle, en la universidad, antes de mudarme aquí.
No añado que voy a volver a Connecticut cuando termine el
verano, porque no sólo desacredita la autenticidad de nuestra
relación, sino que tampoco es algo en lo que quiera pensar.
Sus padres casi saltan de sus asientos ante la mención de la
universidad, y rezo para que esta no sea la parte en la que la cosa
se pone incómoda.
—¿Qué estudiaste en la universidad? —pregunta el padre de
Oz.
No respondo de inmediato, y sé que Oz se da cuenta de mi
vacilación. Por debajo de la mesa entrelaza sus dedos con los míos
y responde por mí. —Estudió negocios y finanzas. Al final va a
trabajar para sus padres.
—¿Son dueños de una empresa financiera? —pregunta Kat.
—Sí —confirmo—. Son dueños de Hale Finance.
—Oh, Dios mío. He oído hablar de ellos. —Bethany mira a Oz—
. Parece que tienes un buen partido.
Aunque es obvio que el comentario está destinado a ser
inofensivo, todavía me molesta. Y no porque yo sea mucho más
que el nombre y la marca de mis padres, sino porque se siente
como si lo hubieran dicho para medir mi valor con el suyo.
Pero Oz se lo toma con calma, sonriendo y guiñándome un
ojo. —Está bien.
No sé si la afirmación le ha molestado, pero sí sé que no
cambia nada entre nosotros. A él no le importa mi apellido ni su
128
valor. Falso o no, estoy seguro de que a Oz sólo le importo yo. La
persona. El hombre.
La conversación eventualmente se aleja de Oz y su nuevo y
brillante juguete. Todos empiezan a hablar del trabajo y de los
niños, y de cómo va el embarazo de Dixie.
Es agradable. Es normal. Y es muy diferente de las cenas que
teníamos Callie y yo, con un ama de llaves, una niñera o una
cocinera como única compañía. Es un milagro que ella y yo
hayamos conseguido formar una relación en un entorno tan frío.
Es evidente que los Walker han creado un hogar lleno de
amor, pasión y amistad. Es fácil ver cómo se fomentó la voluntad
de Oz de ayudar y cuidar a los demás, y por qué sus recientes
discusiones con sus padres le causan tanto dolor como le llenan de
frustración.
Los quiere. Mucho. E incluso a través de los desacuerdos, no
hay duda de lo mucho que lo quieren también.
Cuando Oz y sus hermanas se levantan y empiezan a recoger
la mesa, yo también me levanto y recojo mi plato. —Oz y yo
podemos limpiar —ofrezco—. Es lo menos que puedo hacer
después de que nos hayan acogido en su casa para cenar.
Todos se miran entre sí y luego a Oz y a mí. —De acuerdo,
nos escabulliremos —dice su madre, y pronto todos se dirigen a la
sala de estar, dejándonos a Oz y a mí solos.
Trabajamos en perfecta sincronía, limpiando la mesa,
apilando el lavavajillas y limpiando las superficies. Cuando
terminamos, Oz me quita el paño de cocina de la mano y lo deja
caer sobre la encimera. Me agarra de las caderas y rápidamente
miro a su familia para ver si nos están mirando. No lo hacen —
bueno, al menos no descaradamente— pero eso no hace nada para
129
expulsar el nerviosismo que corre por mis venas y la abundancia
de mariposas que revolotean en mi estómago.
Cuando estamos apretados el uno contra el otro, le rodeo el
cuello con los brazos. —Esto se siente peligroso —reflexiono.
—Tú fuiste quien empezó —replica él—. He echado de menos
besarte y tengo muchas ganas de volver a hacerlo.
—Lo siento —digo, sólo a medias—. Sé que teníamos reglas.
Se encoge de hombros. —Son nuestras reglas y podemos
hacerlas y romperlas cuando queramos.
—Eso parece peligroso —repito.
—Te quiero, Reeve. Así que, si eso significa que puedo tocarte
cada vez que hagamos esto —señala con la cabeza hacia su
familia— entonces eso es lo que voy a hacer.
—¿Y cuando la cena termine?
—La noche no lo será.
Ahora nos miramos fijamente, y el deseo en sus ojos es
imperdible, pero es la determinación en sus rasgos lo que me gana.
Porque este hermoso hombre me desea, y me encanta sentirme
deseado por él.
Desliza una mano hacia abajo para acariciar mi culo y le da
un rápido apretón. —¿Vienes a casa conmigo esta noche?
No tengo la oportunidad de responder porque Leon, el marido
de Kat, grita: —¿Van a dejar de tocarse alguna vez en la cocina?
Porque si no recuerdo mal, a Kat no se le permitía ni siquiera
cogerme la mano delante de tu padre.
Gimoteo. —Me haces ser imprudente —susurro.
130
—Me gustas así —dice y luego nos vamos al salón. Tomo
asiento en el sillón reclinable y Oz se sienta en el suelo entre mis
piernas. Como si siempre lo hubiera hecho.
—Eso es lo que pasa cuando no eres el mayor y tus padres
tienen tantas ganas de verte emparejado —le explica Oz a Leon—
. Ya no les importan las muestras de afecto en público, porque
simplemente están muy agradecidos de que su hijo ya no esté solo
y solitario.
Lo dice en broma, y aunque es muy cierto, todos se ríen,
haciéndolo pasar por hermanos que se echan mierda unos a otros.
—Estamos muy contentos de que estés aquí, Reeve —dice
Bethany con sinceridad—. No sé si mi hijo ha tenido novio alguna
vez, así que no puedo comparar, y no debería, pero parece más
feliz de lo que le he visto en mucho tiempo.
Mantengo mis manos sobre él mientras todos hablan, porque
estoy demasiado lejos para parar. Rastreando la concha de sus
orejas, patinando mis dedos por su cuello, deslizando mis manos
por debajo de su camisa. Y mientras me cuentan todas las razones
por las que están agradecidos de que Oz por fin haya sentado
cabeza, me siento allí disfrutando de su aceptación mientras, al
mismo tiempo, deseo haber conocido a Oz en otro momento de mi
vida y que todo esto fuera real.
Cuando la conversación se aleja de Oz, de mí y de nuestra
relación, me doy permiso para ser el hombre temerario que tanto
le gusta. Acerco mi boca a su oído y le susurro: —Iré a casa
contigo.
131
OZ
133
en todas las mejores formas y quiero montar ese sentimiento todo
el camino hasta mi cama.
—Tío Oz —dice Summer, y me doy cuenta de que me he
despistado totalmente mientras ella hablaba de reglas y detalles.
—Sí. Lo siento. —Aplaudo y dejo que mi voz retumbe en la
habitación—. ¿Estamos listos para mostrarles quién es el jefe?
Summer aplaude y Tommy abuchea y yo me preparo para
patear algunos culos y llevarme mi premio a casa.
134
—¿Cambiar algo cómo?
Aparta la mano y la echo de menos inmediatamente. Se
muerde nerviosamente la uña mientras me acerco a un bloque de
apartamentos.
Al apagar el motor, le cojo la mano y se la quito de la boca.
—Háblame, Reeve.
—No puedo tener una relación en estos momentos —dice, y
no es la primera vez—. Pero sería una tontería por mi parte negar
nuestra química. —Cuando no digo nada, continúa: —Sólo necesito
asegurarme de que no hay expectativas. Todo esto de tu familia y
luego el sexo. No puedo hacer más que eso.
Nada de esto es una sorpresa para mí. Él ha dicho todo esto
antes. En más de una ocasión. Sus experiencias pasadas significan
que no quiere encariñarse con nadie ni con nada, y puedo
respetarlo.
Pero ahora, al escuchar sus razones, no me siento igual.
Tengo una sensación de hundimiento en el estómago que no
reconozco, porque tampoco quiero apegos, pero sé que lo voy a
echar de menos cuando todo esto esté dicho y hecho.
Con la necesidad de encontrar mi proverbial equilibrio,
enderezo la columna vertebral y esparzo una sonrisa que en
realidad no siento. —No hay nada que temer —le digo—. Los novios
tienen sexo, y esta noche somos novios. Piensa en todo esto como
un pequeño juego de rol.
Sé que no era la respuesta que quería, pero es suficiente para
que salgamos del auto y entremos en mi apartamento.
Se abalanza sobre mí en cuanto cierro la puerta, y yo me
hundo contra la madera y dejo que me manosee. No es normal que
tome las riendas, pero está claro que ninguno de los dos quiere
perderse en su propia cabeza esta noche.
135
Cogiendo su culo, lo levanto y él rodea mi cintura con sus
piernas. En menos de cinco pasos, lo dejo caer sobre la cama y
busco la parte trasera de mi camiseta, tirando de ella por encima
de mi cabeza.
Los dos estamos impacientes y desnudos en poco tiempo.
Levantando una rodilla sobre el colchón, me apoyo sobre él, con
las manos a cada lado de su cabeza.
—¿Quién lleva la voz cantante? —le pregunto, como en
nuestra primera noche juntos.
—Tú —exhala—. Por favor. Siempre tú.
La súplica cae directamente sobre mi dura polla, haciéndola
palpitar con desesperación.
Bajo mi boca hacia la suya y él me recibe con un fervor que
no esperaba. Es nuevo y áspero, y como la primera vez, su cuerpo
me pide todo lo que sé que nunca pondría en palabras. Su deseo
está escrito claramente en cada uno de sus movimientos y
expresiones.
Deslizo mi mano entre nosotros y envuelvo su polla con mis
dedos, pasando el pulgar por su húmeda corona. —Estás tan
jodidamente hambriento —murmuro contra su boca.
Él gime, y yo sigo acariciando su pene mientras muevo mis
labios por su cuello y por la anchura de sus clavículas.
Le rodeo el pezón con la lengua. Una y otra vez. Una y otra
vez, mientras sus caderas se agitan con avidez.
—¿Quieres que te folle? Quizá te la chupe primero y no te deje
correrte.
Mis labios dejan un rastro por su cuerpo hasta que me bajo
de la cama y me arrodillo entre sus piernas extendidas.
—Siéntate —exijo, mi mano sigue subiendo y bajando por su
polla—. Haga lo que haga, no te corras hasta que yo te lo diga.
136
Su pecho sube y baja, su respiración pesada y ruidosa. —
Joder. No creo que...
Enderezando mi cuerpo, levanto la cabeza para que mi boca
se pose sobre la suya. —Puedes —murmuro—. Y lo harás.
Con un movimiento de muñeca, continúo masturbando su
polla, esparciendo el presemen a lo largo de su polla. Agarro uno
de sus pezones, haciéndolo rodar entre el índice y el pulgar, sin
querer nada más que aumentar la intensidad de su placer como
sea.
—Oz, —Reeve jadea—. No creo que haya firmado para esto.
—Dijiste que yo mandaba.
—Lo haces, pero pensé que ibas a follar conmigo.
—¿Y si quisiera que me follaras?
Las palabras nos sorprenden a ambos, pero no es una
mentira. No me opongo a tocar fondo, sólo que nunca lo he hecho
antes. La mayoría de las veces, los chicos con los que estoy quieren
que les folle el tipo grande y fornido. Y como suele ser una noche
de sexo, accedo.
Es con lo que estoy más familiarizado y, en su mayor parte,
con lo que disfruto.
Me encanta ser el que vuelve loco al hombre con el que estoy.
Me encanta tener el control de mi pareja y, al mismo tiempo,
ocuparme de él.
Pero de vez en cuando, fantaseo con cómo sería si los papeles
se invirtieran. Si fuera capaz de dejarle las riendas a otra persona
por un rato. Cómo sería permitirme ser vulnerable frente a otra
persona, y encontrar a alguien que no tenga problema en verme
así. Ver más allá de la fuerza y los músculos y mi tamaño.
En mi interior, sé que esa persona es Reeve.
137
No importa cómo intente minimizar la intensidad de la
conexión entre nosotros, es alguien a quien me entregaría. Sin
pensarlo dos veces. Sabiendo que no sería sólo otra forma de tener
sexo. Se tomaría la responsabilidad en serio. Dejaría que me
quitara todas mis capas, hasta la versión más honesta e íntima de
mí mismo, y se ocuparía de mí y de mi placer como si fuera un
privilegio.
Claramente aturdido, pero todavía muy excitado, se queda
quieto mientras su polla se engrosa en mi mano. Sus ojos llenos
de lujuria se abren un poco. —¿Es algo que quieres?
—Me estoy divirtiendo demasiado torturándote ahora mismo
—digo, sin romper el ritmo mientras sigo acariciando su polla—.
Pero sí... nunca diría que no a tenerte dentro de mí.
Obviamente satisfecho con mi revelación, Reeve baja la
cabeza hasta que su boca se encuentra con la mía.
—Sólo quiero que cada parte de ti me toque —murmura.
Siempre es muy sincero en la cama. Aunque dice que la pelota
está en mi tejado y que necesita un pequeño periodo de
calentamiento para superar su timidez, nunca duda en decirme lo
que quiere.
Seguimos besándonos mientras yo continúo acariciando, con
mi mano bajando hasta rodar y masajear sus pelotas.
—Hazte cargo.
Desconcertado, se inclina hacia atrás para mirarme: —¿Qué?
—Necesito conseguir lubricante y un condón, y quiero ver
cómo te tocas.
Obedece, y me alejo de él de mala gana mientras se deja caer
de nuevo en la cama, con los ojos cerrados y la mano trabajando
su polla.
138
Al volver al suelo, nota mi presencia y abre los ojos. Me
encuentro con su mirada y, sin romperla, engancho mi mano
detrás de sus rodillas, levanto sus piernas y las separo.
Al verme, tiene una mano en el pene y la otra apretando el
saco. Le rocío la polla y los dedos con lubricante, y él se cubre con
él diligentemente.
—Déjame ver cómo usas los dedos —exijo con brusquedad—
. Dame un espectáculo.
No vacila, demasiado lejos para discutir conmigo o sentirse
avergonzado. Mi propia polla palpita de necesidad, pero ni siquiera
me atrevo a tocarla.
Le agarro las nalgas y lo separo más, necesitando tocarlo,
necesitando estar más cerca.
Reeve desliza un dedo por su culo y observo con absoluto
embeleso cómo lo introduce en su culo sin dejar de acariciarse.
Gime cuando su dedo desaparece, y un tenso —Joder— se
escapa de mi boca.
—Otro —insisto—. Imagina que es mi polla.
—Oz —gime—. Por favor.
A pesar de sus protestas, le sigue el segundo, y acelera el
ritmo, follándose implacablemente con los dedos.
—No te detengas —le ordeno, con nuestros ojos aún clavados
en el otro.
Le suelto, y me lubrico los dedos. Rodeo su borde con la yema
del dedo, acercándome a su entrada. —¿Puedes soportar otro? —
le pregunto, aunque los dos sabemos que mi polla es más grande
y que él la ha tenido toda.
Con los labios fruncidos en señal de concentración, asiente, y
yo lo tomo como una señal.
139
Sus dedos se quedan quietos y yo añado los míos,
deslizándolos lentamente por ese apretado anillo de músculos.
Siento que se aprieta a nuestro alrededor, y espero, con la
intención de que me suplique que me mueva.
Todo mi cuerpo está enredado. Mi cabeza y mi corazón están
en completo desorden por este hombre, y aunque sea por un
momento, quiero que se sienta tan torturado y retorcido como él
me hace sentir.
Quiero que sepa que, por su culpa, no distingo la cabeza de
los pies. Ya no sé lo que está bien o mal. Y no puedo decir lo que
es demasiado o no es suficiente.
Todo lo que sé es que quiero que él también lo sienta.
Quiero que se sienta tan loco como yo.
—Más —exhala—. Necesito más.
—Muévete conmigo.
Empujando a la vez, meto la mano entre sus piernas y
envuelvo su polla.
—¿Te vas a correr así? —Me burlo—. Quiero que lo hagas.
Nuestros dedos le pinchan la próstata, una y otra vez,
mientras su polla se engrosa en mi mano.
—Vamos, Oz —suplica—. Fóllame.
—¿Cuál es la prisa? —Pregunto, moviendo tanto mi dedo
como mi mano resbaladiza sobre su polla cada vez más rápido.
—Tenemos toda la noche.
Y lo hicimos, porque no había manera de que lo dejara salir
de aquí después de esto. No iba a dejarle salir de mi cama hasta
que saliera el sol y el mundo real llamara a la puerta.
—No puedo —grita, dejando que sus dedos se desprendan,
llevándose los míos con él. Se deja caer de nuevo sobre el colchón,
140
dejando caer las piernas y cerrando los ojos—. No puedo
concentrarme en nada cuando me tocas.
—¿Tocarte cómo? —Ya sin mis manos sobre él, aprieto mis
labios en el interior de sus muslos, dejando caer repetidamente
pequeños y rápidos besos.
—Todo —confiesa—. Me tocas y es como... —Su voz se
interrumpe, dejando la frase colgando entre nosotros, y no
necesito que la termine para saber que se siente tan nuevo y
diferente para él como para mí.
—¿Cómo quieres que te folle? —pregunto, cogiendo el condón
de mi lado y poniéndome en pie.
—De cualquier manera —jadea él, sentándose. Me quita el
condón de la mano y lo pasa rápidamente por mi polla. Levanta los
ojos para mirarme—. Lo necesito duro y rápido. Quiero sentirte en
todas partes mañana.
Le empujo los hombros y se deja caer hacia atrás. Me cubro
de lubricante, grito al contacto y sé que no tardaré más que unos
minutos en perderme dentro de él.
—Mantén las piernas levantadas —le ordeno.
Mi tímido y reservado Reeve no se encuentra en ninguna
parte, ya que levanta las piernas por encima de su cabeza,
exponiendo su culo.
Alineo mi polla y me meto brutalmente dentro de él.
—Oz —grita—. Más.
Entre el apretado calor de su culo y la desesperación de su
voz cuando grita mi nombre, me siento desquiciado. El corazón me
retumba en el pecho cuando nuestras pieles se golpean entre sí.
Agarrándolo por las piernas, lo follo sin piedad, y la expresión de
felicidad de su rostro me estimula aún más.
141
Su cuerpo agradece cada una de las duras y castigadoras
caricias, y yo me encuentro luchando por parar. Lucho por
mantener cualquier sentido de la racionalidad mientras lo llevo al
límite.
Se lleva la mano a la polla y me oigo gritarle: —No lo hagas.
Ni siquiera discute. En cambio, sus manos se retiran y aprieta
la ropa de cama en sus puños.
Agresivo y desesperado, me abalanzo sobre él cada vez con
más fuerza. Me parece imposible frenar, y sé que cada parte de él
ha sido marcada por mis manos.
Los gruñidos y los gemidos llenan la habitación mientras
ambos subimos a la cima absoluta de nuestro placer.
Palabras ininteligibles salen de la boca de Reeve mientras me
consume la idea de tenerlo a mi merced.
Me siento como un animal desenfrenado cuando su cuerpo se
arquea sobre la cama, mi cuerpo arde de calor mientras veo cómo
su polla, con las manos libres, empieza a soltar chorros de semen.
Su culo palpita eufórico alrededor de mi polla, y yo exploto dentro
de él, preguntándome cómo sería follarlo sin condón.
Preguntándome cómo sería sentirlo y llenarlo con todas las
emociones desconocidas que se agitan dentro de mí.
Preguntándome peligrosamente cómo sería sentirme así para
siempre.
142
REEVE
¿Sabes qué es peor que las cosas sean raras entre Oz y yo después
de la noche que pasamos juntos? Que las cosas no sean raras.
Con él no hay esfuerzo, y me vuelve innecesariamente loco.
El hecho de que tenga una química perfecta e inigualable con
alguien a quien no tenía intención de volver a ver, me vuelve loco.
¿Sigo queriendo tocarlo y besarlo fuera de nuestro ámbito de
falso novio? Al cien por ciento.
¿Estoy mareado de emoción, esperando la próxima vez que
tengamos que jugar a fingir? Sin duda.
¿Deseo que dejemos caer la fachada y estemos juntos hasta
que me vaya? Lamentablemente, sí.
Tengo tantas ganas de caer en los viejos hábitos y envolverme
en su cuerpo grande y escultural y pedirle que sea mío hasta que
tenga que irme a Connecticut.
Pero no voy a hacer eso. No voy a hacer algo de lo que me
arrepienta y que arruine el tiempo que tenemos juntos y la
diversión que estamos teniendo. O dar un millón de pasos atrás en
el progreso que he hecho desde que dejé Seattle.
Hace mucho tiempo que no me sentía tan contento, y quiero
disfrutar de esta sensación, y no quiero hacer nada que la arruine.
Todavía en la cama, cojo el teléfono de la mesilla y veo un
mensaje de Callie esperándome.
7 O en su forma abreviada B&B, es un establecimiento hotelero que ofrece precios moderados. La expresión inglesa,
se traduce como 'cama y desayuno’.
148
Le entrego a Poppy a Callie. —Déjame buscar a Harrison o a
la señora Fletcher. Puedes elegir algunos libros, por mi cuenta,
mientras esperas.
En quince minutos, los tres estamos saliendo de Vino &
Veritas, y tanto Poppy como Callie llevan una bolsa de mano cada
una llena de libros. Nos subimos al BMW X6 de Callie y me acuerdo
de las diferencias entre la vida que intento llevar y la que lleva
Callie.
Estiro el cinturón de seguridad sobre mi cuerpo y lo abrocho.
—Uno pensaría que un auto tan caro se las ingeniaría para ponerte
el cinturón sin que tengas que usar las manos.
—No me odies, tacaño, es seguro. Para Poppy.
—Hola, Poppy. —Me muevo en mi asiento y me giro para mirar
a Poppy, que está sentada en su asiento infantil en el asiento
trasero—. ¿Son los asientos de cuero los que te hacen sentir más
segura en este auto?
Me mira como si me hubieran crecido dos cabezas antes de
volver a bajar la vista hacia los libros que hemos comprado, y mi
hermana me da un golpe en el pecho. —El dinero de mamá y papá
está ahí para que lo tengas tú también —afirma—. El hecho de que
quieras intentar salir adelante por tu cuenta no significa que
puedas juzgarme.
—No te estoy juzgando, pero ¿no sientes que te tienen
dominada?
—Solía hacerlo, pero dejó de importarme. —Ella inclina la
cabeza en dirección a Poppy—. Si eso significa que está a salvo y
que tiene todo lo que necesita, no me importa. Se merece que la
mimen, y si eso viene en forma de un auto que yo conduzca, que
así sea.
—¿No te importa seguir viviendo allí con ellos? —Esta es una
conversación que hemos tenido muchas veces mientras crecíamos,
149
pero con nuestras vidas tomando diferentes caminos, es una que
siempre evoluciona dependiendo de lo que ambos estamos
experimentando y sintiendo en ese momento.
Se burla mientras nos aleja de V & V. —Sabes que estarán en
Europa todo el verano —dice—. De todas formas, es como vivir
sola. Pero hablando en serio, no quiero sonar cliché y decir que no
lo entenderás hasta que tengas tus propios hijos, pero es la verdad.
No confundas el hecho de que yo viva allí y les permita ayudar a
mantener a mi hija con el hecho de que haya olvidado lo incómodo
y frío que fue crecer con ellos.
—Sólo los utilizo, porque no nos dan otra opción —dice con
naturalidad—. Y parece que siempre te olvidas de la herencia que
tenemos y que ellos no pueden tocar. Cumplo veinticinco años a
finales de este año, lo que significa que por fin tendré lo que
necesito. Así que, la respuesta a tu pregunta, cómo podría soportar
estar cerca de ellos, la respuesta es por el dinero.
—Pero por ahora lo que tenemos es conveniente. Hay gente
con la que crecimos en la que confío y quiero y que estén ahí para
Poppy, siempre. Está cerca de la casa de su padre, y después del
trastorno que supuso que intentáramos vivir juntos, quiero
estabilidad durante el mayor tiempo posible. Y realmente no tengo
una razón para mudarme.
—¿Supongo que eso significa que aún no has encontrado a tu
príncipe azul? —Bromeo, tratando de aligerar la conversación.
—Eso sería un no —ella suspira—. Abandonar la universidad,
ser madre soltera que aún vive con sus padres no grita realmente
un buen partido. ¿Y tú?
Dejo que cambie la conversación porque sé que es un tema
delicado para ella. Aunque ella y el padre de Poppy están en un
lugar mejor, sé que algo de lo que se niega a hablar pasó entre
ellos. Y pasará mucho tiempo antes de que mi hermana piense en
su felicidad como una prioridad sobre la de Poppy.
150
—Bueno, esa es una pregunta bastante complicada, hermana.
—Oh, Dios mío —chilla—. ¿Has conocido a alguien?
Como es mi hermana y no tengo que endulzar nada con ella,
presumo de Oz todo el camino hasta el bed and breakfast. Le
cuento cómo nos conocimos y lo guapo que es y cómo podría ver
que es algo más, pero cómo me he dicho a mí mismo, es algo que
no puede ser.
Ella no me da el discurso de —ten cuidado— que me dio
Murph, y no me hace sentir que todo es demasiado y muy rápido.
En lugar de eso, Callie, mi imprudente e impulsiva hermana
convertida en madre responsable a tiempo completo, me besa en
la mejilla y me dice: —Diviértete, Reeve. Te lo mereces. De hecho,
a ver si puede acompañarnos a cenar esta noche.
—¿Qué? —Me rió a medias—. No. Es nuestro tiempo juntos.
—Sólo hazlo —insiste ella—. Quiero conocerlo. Quiero conocer
a gente de tu vida aquí. No lo pienses demasiado. También quiero
conocer a Murph.
No hace falta mucho para que Callie me retuerza el brazo y,
sin dudarlo mucho, les envió un mensaje tanto a Murph como a Oz
para que se unan a nosotros para cenar esta noche. No es
frecuente que los tres tengamos la misma noche libre en el trabajo,
y aunque nada me gustaría más que empezar el fin de semana con
todas mis personas favoritas en la misma habitación, hago lo
posible por no dejar que mis esperanzas sean demasiado altas.
En lugar de obsesionarme con una respuesta tanto de Oz
como de Murph, guardo mi teléfono y paso la tarde creando nuevos
apodos con Poppy mientras Callie se echa una siesta.
—Así que explícame una vez más por qué no puedo llamarte
Poppy caca —le digo, irritándola a propósito. Estamos sentados en
el salón del bed and breakfast, cada uno con un bloc de notas
amarillo y algunos lápices y rotuladores.
151
—Si alguien te oye, lo repetirá, y no quiero que los niños del
colegio me llamen caca —explica.
—¿Pero sabes siquiera cómo has conseguido ese apodo?
Ella pone los ojos en blanco, claramente sin impresionarse. —
La primera vez que me abrazaste, me cagué en toda la ropa y en
ti.
—Exactamente. Significa algo. Ningún otro nombre significará
nada.
Se pone el lápiz contra los labios en señal de concentración
antes de que su cara se divida en una enorme sonrisa. —Lo tengo,
lo tengo.
Recoge el papel y me lo entrega junto con un rotulador. —No
puedo deletrearlo. Tienes que hacerlo tú.
Me rió. —Muy bien. ¿Qué voy a deletrear?
—Pretty Poppy —dice con orgullo y entusiasmo—. Y escribe
Princesa Amapola.
Hago lo que ella dice en enormes letras de molde a lo largo
de la página para que pueda verlas y quizá copiarlas después.
—¿Puedo añadir las que se me han ocurrido? —le pregunto.
Ella duda, porque está claro que el hombre al que se le ocurrió
Poopy Poppy no es de fiar. —Siempre que no haya caca.
—¿Qué tal Precious Poppy8? —sugiero.
Ella levanta las manos en el aire. —Sí, esa.
—Pero no has escuchado el resto.
8 Preciosa Amapola.
152
—No hace falta, tío Reeve. Puedes llamarme cualquiera de
esos tres nombres. Especialmente delante de mis nuevos amigos
del colegio.
Después de añadir el apodo más reciente al papel, levanto la
mano en el aire y Poppy me choca los cinco. —Gran trabajo en
equipo, Precious.
Mi móvil empieza a sonar y el nombre de Oz parpadea en la
pantalla. —¿Qué tal si te sientas y practicas el trazado de las
palabras para mí? —Le digo a Poppy—. Vuelvo en un segundo.
Nervioso, deslizo el dedo por la pantalla. —Hola.
—Hola.
—Hola —repito—. ¿Cómo estás?
—Bien. He recibido tu mensaje —exclama—. Pero pensaba
que ibas a pasar el fin de semana con tu hermana.
—Así es —confirmo—. Pero ella quería conocer a mis amigos,
así que pensé en invitarlos a ti y a Murph a cenar esta noche.
—Oh. —No parece sorprendido, pero tampoco parece
entusiasmado, así que doy marcha atrás.
—Está bien si no puedes venir. Entiendo que tengas otros
planes.
—No los tengo —interrumpe—. Me encantaría conocer a tu
hermana si es lo que quieres.
—Bueno, ya he conocido a tu familia. —Me acobardo ante mi
respuesta—. Quiero decir, no es que ver a Callie vaya a ser así. No
es necesario un falso novio.
—No te preocupes —se ríe—. Se lo que quieres decir.
—De acuerdo. En realidad, no pensé que estuvieras de
acuerdo, así que no tengo ningún plan concreto sobre lo que vamos
153
a hacer, pero déjame preguntarle a Callie si hay algo específico que
tenga en mente o que quiera ver y te lo comunico.
—Me parece bien. O simplemente manda un mensaje, lo que
sea más fácil.
—De acuerdo. Te veré esta noche, entonces.
—Nos vemos.
Una Callie aturdida es arrastrada fuera del dormitorio, justo
cuando cuelgo.
—Poppy —le digo—. Se suponía que ibas a dejar a mamá
dormir.
—Pero luego no podrá dormir —insiste, y me rió, sabiendo que
mi hermana le ha dicho exactamente esas palabras—. Y quería
contarle mis nuevos apodos.
—¿Quién estaba al teléfono? —pregunta Callie mientras se
deja caer en el sofá.
—Oz —respondo—. Dijo que le encantaría conocerte y cenar
con nosotros.
—Sí —dice ella a medio bostezar—. ¿Pero te importa si
pedimos pizza y nos quedamos aquí? Poppy no durmió bien anoche
y se negó a dormir la siesta en el auto, y sé que luego estará de
mal humor.
—Eso está perfectamente bien. Tengo todo el fin de semana
libre de todos modos, así que podemos empezar temprano. Incluso
puedo dormir aquí sí es más fácil.
Como si las palabras de Callie fueran un hechizo mágico,
Poppy se arrastra al regazo de mi hermana y empieza a bostezar.
—Oh, no, no lo harás, señorita. No vas a dormir a estas horas de
la tarde. Qué tal si vamos a dar un paseo y cuando volvamos, tal
vez sea la hora de la pizza.
—No quiero —se queja Poppy.
154
—Te traeré un helado —promete Callie—. Del sabor que
quieras.
—¿Y con chispas? —Poppy regatea.
—Y con chispas.
Para cuando volvemos de nuestro paseo, Poppy siente su
subidón de azúcar y Callie y yo estamos muy preparados para
cenar.
Finalmente, Murph responde que él también está dispuesto a
cenar con nosotros, diciendo que tiene que dar las gracias a la
mujer que me trajo a su vida.
Son las seis y media cuando llegan los dos, y después de una
tarde perfecta con mi hermana y mi sobrina, estoy de pie con la
mano sobre el corazón, absolutamente abrumado.
No hay una sola persona bajo este techo que no sea
importante para mí. Que no haya estado ahí para mí, ya sea un
hombro en el que apoyarme o un lugar seguro para ser yo mismo.
Tenerlos a mi alrededor después de seis meses duros no sólo
significa algo para mí... es una revelación.
Es una vida que quiero.
Son noches de viernes perezosas llenas de risas fáciles y
amor.
Es una vida feliz.
También es una a la que voy a tener que renunciar.
155
REEVE
Aunque tanto Oz como yo no trabajamos hasta esta noche,
acordamos reunirnos en V & V antes de ir de compras para la boda
de su hermana. Como no había ninguna razón para llevar un traje
a Vermont, acepto, después de una larga e informativa discusión
sobre los códigos de vestimenta con las hermanas de Oz, que
tendría que comprar uno. Y pronto.
Pero en lugar de ir con Oz o por mi cuenta, Kat, Dixie y Maddy
insistieron en que fuéramos todos juntos. Es ridículamente bonito,
pero también extremadamente innecesario.
Por mucho que se celebre la boda de Dixie y Archer y la
llegada de su bebé, es difícil no darse cuenta de lo contentas que
están todas con que su hermanito tenga novio.
Incluso Maddy, que en realidad está metida en todo el asunto,
aumenta su entusiasmo cuando está cerca de sus hermanas.
Es algo bonito, pero cien por ciento complicado.
Odio mentirles. Cuanto más cómodo estoy en su presencia,
más deseo que Oz y yo seamos reales. Lo adoran, y a su vez, cada
una de ellas ha hecho un esfuerzo concertado para incluirme en su
redil familiar.
Este viaje de compras es el ejemplo perfecto de ello. Y aunque
estaba preparado para pasar el día con ellos, no esperaba ver a
todas las mujeres de la familia Walker entrar en V & V con Oz.
Incluyendo a su madre.
—Hotcakes —susurra Murph a mi lado—. Sé que dijiste que
estabas jugando, pero esto parece alarmantemente real ahora.
Me levanto del taburete, me doy la vuelta, dándole la espalda
a Murph, una clara indicación de que no quiero escuchar su
156
acertada, aunque inoportuna, observación y me centro en los
cuatro.
Cada uno de ellos se ríe, como si alguien les hubiera contado
un gran chiste, y como niños pequeños, parecen no poder
controlarse. Es un testimonio de su relación, y otra razón por la
que me encanta estar cerca de ellos.
Oz capta mi mirada y me guiña un ojo mientras camina hacia
mí. Su andar es relajado y su expresión es despreocupada. Su
familia se queda unos metros atrás, sus risas disminuyen, pero sus
sonrisas permanecen, y cada una de ellas está dirigida a mí. Me
hace sentir tanto vértigo como nerviosismo por el día que se
avecina.
Cuando Oz llega hasta mí, se inclina, me besa en los labios y
luego saluda despreocupadamente a Murph, que debe estar
todavía detrás de mí. El gesto es tan dolorosamente perfecto, que
duele pensar que todo esto está llegando a su fin.
Aunque, después de tres fines de semana de pillarnos a Oz y
a mí en demostraciones públicas de afecto, esto parece —normal—
para su familia, puedo sentir los ojos de todo el personal de V & V
que nos rodea clavados en nosotros.
Murph deja escapar una tos falsa desde detrás de mí, y veo
cómo los ojos de Oz se mueven hacia el ruido y captan el momento
exacto en que reconoce lo que ha hecho y dónde lo ha hecho.
El más mínimo rubor sube por encima de su barba recortada
cuando su mirada vuelve a dirigirse a mí. Deseando sostener su
rostro entre mis manos y besarlo, lo saludo suavemente en su
lugar. —Hola.
—Creo que la he cagado —susurra—. No estaba pensando.
Me encanta eso. Me encanta que le haya resultado tan fácil,
como si fuera un hábito. Pero en lugar de confesar eso, apoyo la
157
palma de mi mano contra su pecho, sonriendo suavemente. —
Salgamos de aquí.
Cuando suelto la mano, me sorprende enhebrando sus dedos
entre los míos. Mi pecho se aprieta y, sin mediar palabra, dejo que
me lleve hasta su familia y luego fuera de V & V.
En cuanto salgo, mi teléfono vibra en mi bolsillo y sé que es
Murph haciendo cumplir las reglas que tanto me empeño en romper
con Oz.
Decidiendo no comprobarlo, observo cómo la señora Walker
se acerca al otro lado de Oz y enlaza su brazo con el de él.
—Parece un lugar maravilloso para trabajar —dice—. Ojalá
hubiera venido a verlo antes.
El agarre de Oz en mi mano se estrecha, y mis preocupaciones
sobre Murph se desvanecen en el fondo, porque sé lo importante
que es esto para Oz. —Puedes venir a ver el lugar cuando quieras,
mamá. Las bebidas —me mira— y los libros son de primera calidad.
El público también es muy amable.
—Unas cuantas personas que supongo que son tus colegas
parecían estar sorprendidas de que tú y Reeve estéis juntos —le
dice—. ¿No lo sabían?
—Estábamos tratando de mantenerlo en secreto —miente
Oz—. No había una política clara de 'citas en el lugar de trabajo',
así que Reeve y yo decidimos ir a lo seguro.
—Supongo que ahora todos lo saben —reflexiona.
No puedo decir si nos ha pillado o si tiene verdadera
curiosidad, así que intento cambiar la conversación lo antes
posible.
—¿Hay alguna tienda en particular que tengas en mente, o
vamos a echar un vistazo hasta que algo nos llame la atención? —
Mi voz es lo suficientemente alta como para que todas sus
158
hermanas puedan oírme, y la señora Walker, afortunadamente,
pone sobre la mesa su inquisición.
—Oz quería quedarse cerca del trabajo en caso de que alguno
de ustedes fuera llamado a trabajar temprano —explica Kat—. Así
que nos limitaremos a visitar las pocas boutiques de la zona y, si
es necesario, ya pensaremos en otro día en el que podamos
aventurarnos todos.
No es raro que a ninguno de los dos nos llamen para trabajar,
más a Oz que a mí, pero, aun así, le enarco una ceja. Él mira a su
madre, que sigue agarrada a él, y supongo que quiere decir que
no quiere dar explicaciones delante de ella.
La conversación fluye fácilmente entre los seis mientras
caminamos hacia la primera tienda, cada hermana insiste en
contarme historias embarazosas sobre Oz en su juventud.
Sorprendentemente, hay muchas, y cada hermana tiene la
misión de divulgar al menos los detalles de una cada vez que están
en mi presencia.
—¿Por qué tienes que hacer esto cada vez que ves a Reeve?
—Oz pregunta a sus hermanas—. Estoy seguro de que ni siquiera
le importa.
—Oye —interrumpo—. Me importa mucho. Esa historia de que
te cortaste el pelo fue adorable. Las fotos también fueron un buen
detalle.
La verdad es que muchos de los momentos embarazosos de
Oz se produjeron porque claramente intentaba quitarle el
protagonismo a otra persona. Y yo estaba seguro de que sus
hermanas sabían eso de él y que secretamente trataban de mostrar
una cualidad tan maravillosa de su hermano.
Me recordó nuestra primera noche juntos. Y, honestamente,
todo el tiempo que hemos pasado juntos desde entonces. Si hay
159
un momento en el que me siento nervioso o intranquilo, Oz siempre
es el primero que está ahí para mejorar las cosas.
Nunca vacila en su dedicación al cuidado de los demás. A
cuidar de mí. Incluso cuando no me conocía.
Cogiéndolo desprevenido, me estiro y le doy un beso en la
mejilla, a mitad de camino.
—¿Por qué fue eso? —pregunta.
—Como si el hombre necesitara una razón para besar a su
novio —se burla la señora Walker.
Oz y yo nos miramos, porque una cosa es decir que estamos
juntos. Y otra cosa es escuchar a su madre aceptarlo e implicarse
tanto.
Atrapados en el momento, Oz y yo nos acercamos, en silencio.
Su madre tenía razón, no necesitaba una razón para besar a Oz,
pero seguro que necesito encontrar una razón para dejar de
hacerlo.
Entramos en una tienda que es mucho más grande y
aparentemente más cara de lo que la fachada hace parecer. Pero
la ropa parece estar a la par con la onda que Dixie y Archer están
buscando, y eso es todo lo que me importa. Nadie quiere parecer
el raro, especialmente si asisto como el novio de Oz.
Por lo que sé, es una boda al aire libre en un viñedo en las
afueras de Burlington. Iremos en auto y nos quedaremos todo el
fin de semana.
Se siente como mucho más de lo que me apunté, o tal vez no
estaba preparado para la profundidad de mis sentimientos hacia la
familia de Oz. Porque ya me arrepiento de haberlos arrastrado a
esto. Y sé que despedirme de ellos será casi tan difícil como
despedirme de Oz.
—¿Cómo hacen esto? —Pregunto.
160
—Bueno, a mis hermanas les encanta vestirme. Lo cual pensé
que era bastante obvio por todas las fotos que insisten en
mostrarte.
Me rió recordando a Oz con vestidos, o con pinzas en el pelo
y llevando las uñas pintadas. Aunque era mucho más pequeño de
lo que yo hubiera imaginado, era un niño muy guapo. Y tomaba
todo lo que esas chicas le lanzaban y lo poseía.
Llegamos a una zona con dos otomanas individuales y
cuadradas y una larga y rectangular. Claramente un lugar para que
nos sentemos, Oz me guía hacia la más grande y ambos nos
sentamos a horcajadas en el mueble, con nuestros cuerpos frente
a frente.
—Pero estoy pensando que esta vez quizá pueda elegir algo
para mí.
Jadeando dramáticamente, me llevo la mano al pecho. —
¿Pero te dejarán?
Sonriéndome, se inclina más cerca, su voz ahora más
tranquila pero muy atrayente. —Y quizá me dejen vestirte.
Se me corta la respiración y la sonrisa de Oz se amplía. —
¿Quieres hacerlo?
—Por supuesto. —Se lame los labios—. ¿Te pones lo que elija
para ti, sólo para que pueda quitártelo después? Ya puedo sentir
cómo se me pone dura la polla.
—Oz —le regaño. Mis ojos recorren la habitación, pero por
suerte están demasiado concentrados en encontrar algo con lo que
torturar a Oz o posiblemente algo para el señor Walker—. ¿Y si tu
familia puede oírnos?
—¿Y si quiero que todos nos oigan? —Traga saliva con
fuerza—. Tengo una confesión que hacer.
—¿Nunca lo he hecho? —Pregunto.
161
Asiente. —Nunca he querido que todos sepan que eres mío
tanto como en V & V.
Quiero decir —no soy tuyo— pero la verdad es que, ahora
mismo, en este momento, tiene el agarre más fuerte que nadie ha
tenido sobre mí. —¿Así que me besaste a propósito?
—Te besé porque quería hacerlo. Porque me dejé llevar por el
momento con mis hermanas, y cuando ellas están cerca, eres mío.
Esa era la regla acordada, ¿no?
—Sí —exhalé. Agarrando su cara, traigo su boca a la mía—.
Nunca he disfrutado tanto besando a alguien como disfruto
besándote a ti.
Besándolo de la misma manera que lo haría si no hubiera
estado tan aturdido, y si él fuera realmente mío y yo fuera
realmente suyo, me entrego a él.
—Por Dios, son asquerosos, —comenta Maddy,
interrumpiéndonos—. Para ser dos personas que juegan a fingir os
estáis poniendo muy cómodos.
—Maddy —reprende Oz.
—No pasa nada. —Apoyo una mano en su hombro, tratando
de calmarlo mientras me siento igualmente avergonzado—. Ella
tiene razón. Probablemente deberíamos bajar el tono en público.
El dolor cruza su rostro y la culpa se instala bajo mi piel. Una
cosa es dejarse llevar cuando estamos en nuestra propia burbuja,
como en las noches en que cenamos en casa de sus padres.
Pero esto, con otras personas que lo presencian, me parece
irresponsable. Casi se siente como si los estuviera engañando tanto
como a mí mismo.
—Vamos a buscar algo que ponernos. —Me levanto y le hago
un gesto para que me siga. Lo hace, pero la confusión y la
expresión aplastada de su cara me corroen.
162
Sé que está más enfadado con Maddy que conmigo, pero me
siento como si acabara de recibir una dolorosa dosis de realidad, y
no sé dónde ni cómo canalizar mi desorientación.
Fingiendo que nos perdemos en la búsqueda de ropa, Oz y yo
nos mantenemos cerca, pero hago un sólido esfuerzo por reducir
el roce, que finalmente afecta a nuestras interacciones en
conjunto.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Y cómo es que no
podemos retroceder?
Oz y yo pasamos por el aro, mostrando diferentes camisas y
pantalones planchados, pero nada llama realmente nuestra
atención. Lo que sucede en cambio es que la distancia entre
nosotros sigue creciendo, y me resulta difícil volver exactamente a
donde estábamos sin lanzarme a sus brazos.
—Oye. —Alguien me tira del codo y me vuelvo para ver a
Maddy, con cara de extrema disculpa.
—Hey.
—Lo siento —suelta—. Ha sido muy insensible por mi parte.
No estoy en desacuerdo, pero añado: —También era la
verdad.
—No es asunto mío, Reeve. Y creo que por fin empiezo a
entenderlo.
—¿De qué hablas?
Mira a Oz, que hace lo posible por no mirarnos. Está lo
suficientemente lejos como para no oírlo, pero no dudo de que lo
esté intentando. —Puede que sea mi hermano pequeño, pero sigue
siendo una persona independiente. Y lo que haga contigo es entre
tú y él. No debería haber hecho una broma al respecto sólo porque
estaba al tanto de esa información.
163
Acepto sus disculpas, manteniendo la conversación lo más
breve posible, porque no es con ella con quien tengo que hablar o
dar explicaciones. El único problema es que tampoco puedo hablar
con Oz.
Cuando me empuja a los vestuarios unos instantes después,
me preparo para la ira o la pelea, pero no obtengo ninguna de las
dos cosas.
Me apoya contra la pared, con sus manos a ambos lados de
mi cabeza. Su rostro es tan afligido y solemne que me odio de
inmediato. —No hagas eso —dice, con la voz tensa—. No me
excluyas por lo que ha dicho. No le debemos nada a ella ni a nadie.
—Nos debemos a nosotros mismos él no quedar atrapados, —
argumento yo, tratando de ser la voz de la razón.
—¿Dónde está la diversión en eso?
Resoplando, cierro los ojos. —¿No estás preocupado?
—¿Sobre? —Siento sus labios presionando mi pulso e
inmediatamente suspiro resignada contra la pared.
—Oz —gimoteo.
—¿Sí? —Él roza su boca contra mi piel.
—No podemos. No aquí.
—Es el día del novio —protesta—. Déjame ser tu novio.
—¿Esto es lo que hacen los novios? ¿Bailar en el vestuario de
la tienda?
—No sé lo que hacen los otros novios —se burla de mí,
pasando su mano por mi polla semidura—. Pero el mío sí.
164
Después de que Oz y yo consiguiéramos separar nuestros labios
en el probador, decidimos tomarnos la compra de trajes un poco
más en serio y salimos con dos trajes completos.
A estas alturas, la familia de Oz estaba acostumbrada a Oz y
a mí y a lo unidos que estábamos a la cadera, pero Maddy era
ahora reservada y cautelosa, y yo me sentía mal por ello.
No pude evitar preguntarme si ella y Oz hablarían en
profundidad cuando estuvieran a solas sobre lo que había dicho. Y
si ella le reiteraría su preocupación, o si haría caso a su propio
consejo y se reservaría su juicio.
No era de mi incumbencia, y a medida que el día avanzaba,
Oz y yo volvimos a caer en nuestras interacciones habituales, la
preocupación y la inquietud incapaces de sostener una vela al
innegable vínculo entre nosotros.
Por ahora, iba a disfrutar, sentándome a comer tarde con mi
—novio— y su familia, imaginándolo vestido de punta en blanco,
pareciendo más una comida completa que un aperitivo.
Pero como una bofetada en la cara, el universo se empeñó en
recordarme cómo y por qué todo este acuerdo iba a estallar de
forma espectacular.
—Así que, Reeve —empieza la señora Walker mientras todos
los demás miran el menú—. Recuerdo que mencionaste la
compañía financiera de tus padres. Y a Oz diciendo que
eventualmente trabajarías para ellos.
—Mmm, sí —respondo vacilante—. Así es.
—¿En Connecticut?
Su tono acusador hace que leer entre líneas sea fácil. Me
pregunta si me voy y, lo que es más importante, quiere saber
cuándo y qué significa eso para su hijo y para mí.
165
Es una pregunta válida —aunque ligeramente invasiva— y
algo que debería haber visto venir.
Siento los cinco pares de ojos clavados en mí, esperando mi
respuesta. Por primera vez desde que lo conozco, Oz no viene a
rescatarme, y cuando lo miro, la expresión de su cara me dice por
qué.
Sus labios están apretados y sus ojos son una mezcla de
curiosidad y nerviosismo. Como si mi respuesta supusiera alguna
diferencia respecto a la verdad de nuestra situación.
No me queda más remedio que mentir, porque decirle a su
familia que me voy y —romperle el corazón a su hijo— seguro que
me hace mucho menos simpático. Aunque no sea la verdad.
Hago un ademán de poner la mano en la rodilla de Oz
mientras mantengo el contacto visual con Bethany. —No he
decidido cuándo me voy —miento—. Y Oz y yo vamos a ver dónde
estamos cuando llegue ese momento. La larga distancia podría ser
algo que intentemos.
Sus ojos se dirigen a los de su hijo. —No te tomé por alguien
que tendría una relación a distancia.
Su espalda se pone rígida porque, si conozco a Oz, todo lo
que oye es un ataque en su tono. No puede ocultar su molestía, en
realidad, y por qué, no estoy seguro. Pero, al igual que yo, una
vida de inseguridades hace que defenderse sea su reacción por
defecto.
—Nunca he tenido una relación —dice con calma, pero la vena
palpitante de su cuello delata su frustración—. Así que no estoy
seguro de qué tipo de persona que tiene una relación crees que
soy.
La señora Walker es una mujer muy inteligente, y el tono de
voz de Oz no se le escapa. Sus ojos se dirigen entre él y yo, y veo
166
el momento en que va a contracorriente y elige no pelear con él
delante de mí, y mi cuerpo se desinfla de alivio.
—Sólo quería decir que, para ser algo tan nuevo, se les ve
muy felices juntos. —Me sonríe, y aunque físicamente me duele
oírla describirnos como realmente felices, me descongelo un poco,
por el bien de Oz, ante su sinceridad—. No me gustaría que algo
como la distancia lo arruinara.
Su sinceridad nos pilla a los dos desprevenidos, y Oz se vuelve
hacia mí, con sus ojos azules clavados en los míos. Parece tan
abatido como me siento yo.
Se supone que no debemos parecer realmente felices juntos.
Es falso.
Se supone que no debemos parecer realmente felices juntos.
Es una mentira.
Se supone que no debemos parecer realmente felices juntos.
Porque no estamos juntos.
—Sí —digo, respondiendo a la Sra. Walker, pero todavía
mirando solemnemente a Oz—. Yo también.
167
OZ
Que me jodan.
Mi familia está en racha esta tarde. Primero Maddy, y ahora
mi madre. De un extremo a otro, ambas han conseguido
recordarnos a Reeve y a mí que estamos destinados a terminar con
nuestra relación.
Y aunque es la verdad, he llegado a aceptar el hecho de que
desearía que no fuera así. Mi padre diría que no sopesar todos los
pros y los contras de una situación es una imprudencia, pero no
me importa demostrar que está equivocado.
No esta vez.
Ahora mismo, sólo me importa la mirada desconsolada de
Reeve que me hizo pensar, por una fracción de segundo, que
estaba reconsiderando nuestro acuerdo.
Sé cuáles son sus límites, y tal vez eso hace que todo lo que
estoy sintiendo y todo lo que quiero seguir sintiendo sea aún peor.
Debería querer hacer lo correcto por él, sus límites y cuidar de no
invadirlos, pero la idea de no tener nada de esto con él me hace
sentir que estoy perdiendo algo. Aunque sea algo que realmente
no tengo.
Terminamos de almorzar, y Reeve está mucho menos
hablador que de costumbre, y se me aprieta el pecho al pensar que
ambos vamos a trabajar con esta tensión tácita entre nosotros.
No tengo argumentos contra la verdad y los hechos, pero sé
que cuando estamos solos los dos, el resto del mundo se desvanece
lo suficiente como para que los dos podamos ponernos de acuerdo
y este miedo que me corroe, con suerte, desaparecerá.
Necesitando desesperadamente esa tranquilidad, me levanto
de la silla y le tiendo la mano a Reeve.
168
—Lo siento, chicas —anuncio despreocupadamente—. Pero
Reeve y yo tenemos que irnos.
Él me mira. —¿Tenemos?
Sutilmente, me muevo detrás de él y coloco mis manos sobre
sus hombros. —No tenemos mucho tiempo antes del trabajo y
quería enseñarte algo.
—Sí, tu polla —murmura Dixie.
—Dixie Walker —amonesta mi madre—. Al menos lo harán en
privado, no como tú y Archer aquella Navidad.
La mesa estalla en carcajadas ante el recuerdo, y Reeve
levanta la ceja en forma de pregunta.
—Eso fue en privado —gime ella—. Se supone que no debías
llegar a casa tan temprano.
—Hace unos años, Dixie y Archer se saltaron una cena de
Nochebuena en casa de uno de nuestros primos y volvimos a casa
temprano después de que mamá se sintiera mal —explico—.
Estaban haciéndolo en el sofá para que todo el mundo lo viera.
—Y el mundo entero lo vimos —añade Kat—. Cosas que ahora
no podemos dejar de ver.
Maddy levanta una mano en el aire. —Oh, espera, Kat, ¿nos
estamos olvidando de ti y de cuál es su cara después del baile?
No sé lo que es exactamente, pero siento la rigidez bajo mis
palmas dejar sus hombros mientras mis hermanas aprovechan el
viaje por el carril de la memoria para meterse la una con la otra,
como siempre hacen.
Bajo mi boca hasta su oído. —Están a punto de hablar sobre
quién tiene las historias sexuales más embarazosas, y no quiero
estar aquí para ello.
Gira la cabeza para que estemos frente a frente. —¿Alguna de
esas historias te involucra?
169
Niego con la cabeza, porque mi vida sexual es algo que
siempre he insistido en mantener lejos de mi familia. —Supongo
que podemos irnos, entonces.
Finalmente, conseguimos encontrar un hueco en la
conversación y nos despedimos. Al ver que nos alejamos de V & V,
deslizo mi mano entre las suyas y nos dirigimos de nuevo en esa
dirección.
—Me encanta tu familia —dice—. Me encanta que nada esté
fuera de los límites con ustedes. Esa apertura y transparencia.
Incluso con tu madre. —Me aprieta la mano—. Tienes suerte de
tener eso.
—Lo tienes con Callie y Poppy —digo tranquilizadolo,
pensando en cómo era él con su hermana y su sobrina. El tío
perfecto, cariñoso y el hermano menor protector, aunque
reservado.
Callie y Reeve se complementan, forjando un nuevo camino
para su familia, tratando de encontrar la felicidad y, al mismo
tiempo, tratando de mantener una relación sana y abierta con las
personas que les dan tanta pena.
Es admirable, en mi opinión, pero no dudo que todo el proceso
no haya sido agotador para ninguno de los dos, y el hecho de que
Reeve siga volviendo a casa para vivir una vida que no quiere es
la prueba de que su aceptación todavía le importa, y siempre le
importará.
No soy nadie para hablar, pero sé con certeza que mi familia
me quiere, y tengo que preguntarme si Reeve tiene esa misma
confianza con la suya.
—Estoy agradecido de que nos tengamos el uno al otro —
admite—. No sé si habría tenido el valor suficiente para
mantenerme firme, aunque sea un poco, si no fuera por Callie. Ella
siempre me ha dado confianza. Siempre cuidando de mí.
170
Se detiene a medio paso y me tira de la mano, así que yo
también me detengo. —¿Qué pasa?
—Es todo lo que hacía Maddy —dice—. Ser tu hermana mayor.
Y yo reaccioné de forma exagerada. Arruiné el día.
—No arruinaste nada —le aseguro—. Ella te hizo sentir
incómodo. Hay una diferencia.
—No fue intencionado —se defiende. En medio de la pasarela,
las manos de Reeve se deslizan por mi torso, sobre mis pectorales
y mis hombros, enlazando sus dedos detrás de mí cuello—. Y tenía
razón. No puedo quitarte las manos de encima.
—Si no recuerdo mal —rodeo su cintura con las manos y lo
atraigo hacia mí— no parecías muy contento con su observación.
—No me gusta mentirles, pero me gusta mucho hacer esto
contigo —aclara—. Y se me subió a la cabeza todo lo que hacemos.
La cosa es que a mí tampoco me gusta mentirles, pero todavía
no me siento culpable por ello. Siento que mi tiempo con Reeve
vale la pena la mentira. Sin duda vale la pena lo que pase cuando
vuelva a casa. Pero no se lo digo. En lugar de eso, utilizo la única
cosa que nos metió en esta situación en primer lugar como la
distracción que ambos necesitamos desesperadamente.
—¿Quieres volver a tu casa y tener un rapidito antes del
trabajo?
—Oswald. —Riendo, me da una palmada en el pecho—. Así
que si querías enseñarme tu polla.
Inclinando la cabeza, bajo mis labios a los suyos, besándolo.
—Si me llamas Oswald una vez más, no dejaré que la vuelvas a
ver.
Presiona su erección contra la mía. —Creo que eres un
mentiroso, Oswald.
171
Lo beso de nuevo. —¿De verdad vas a gritar el nombre de mi
padre cuando te folle?
—Oz —grita—. ¿Por qué dices eso? Ahora no puedo dejar de
ver la cara de tu padre en mi mente.
Sonriendo, me encojo de hombros. —Te dije que no me
llamaras así.
—Ahora sí que no puedo ver tu polla —se queja.
Le suelto, le paso un brazo por encima del hombro y le beso
la sien mientras seguimos caminando. —Te apuesto a que puedo
hacerte cambiar de opinión incluso antes de que crucemos tu
puerta.
—Me gustaría ver cómo lo intentas —me desafía.
—¿Qué gano si lo consigo?
—Supongo que el premio es que me desnude.
Gimoteo, porque mi polla está sólida como una roca y todavía
tengo que gestionar el viaje a casa.
—¿Y si quiero algo más?
Se vuelve hacia mí, sorprendido. —¿Estás diciendo que hay
algo mejor que yo desnudo?
—No es mejor, pero se acerca.
Me mira con curiosidad. —¿Qué es?
—¿Vienes a casa conmigo después del trabajo esta noche?
—¿Qué? ¿Por qué?
—Sabes que siempre estoy buscando resquicios para entrar
en ti —le digo, sólo medio en broma.
Sus hombros se levantan mientras inhala, y le oigo exhalar
con fuerza sólo unos instantes después. —Lo haré. Con una
condición.
172
—Cualquier cosa —digo con demasiada rapidez.
—No más sexo.
Casi tropiezo con mis propios pies. —Lo siento, ¿has dicho que
no habrá más sexo?
—Sí —responde, su tono ahora es mucho más serio—. No más
toqueteos de falso novio cuando tu familia no está cerca.
Sé la razón, pero hago la pregunta de todos modos. —¿Pero
por qué?
Niega con la cabeza. —Sólo confía en mí en esto.
Cada parte de mí quiere discutir con él, pero algo me dice que
sería inútil, y no quiero asustarlo ni poner en peligro lo que
tenemos y acordamos. De todos modos, sólo faltan unas semanas
para la boda. Y si soy sincero, probablemente sea mejor
desintoxicarse y demostrarnos a nosotros mismos que todavía
tenemos el control sobre nuestro acuerdo y nuestros sentimientos.
Demostrar que podemos pasar de novios a amigos sin problemas.
Pero cuando acepto y finalmente entramos en el apartamento
de Reeve, con los labios entrelazados, la ropa en el suelo y los
cuerpos pidiendo ser liberados, cedo: no tengo control sobre nada.
Y menos aún sobre lo rápido que me estoy enamorando de él.
173
Antes de conocerlo, estaba cómodo en mi propia piel. En mi
propia cabeza. En mi propio espacio.
Ahora, lo quiero en todos esos lugares.
Y más que nada, lo quiero en mi cama.
Quiero follar con él hasta la extenuación cada noche, y quiero
verle despertar, todo suelto y ágil para mí por la mañana.
Quiero decir que me sorprende mi creciente apego a él, pero,
en el fondo, lo sabía desde la primera noche.
Sentí el tirón. Sentí la atracción. Y ahora que he actuado sobre
todas esas cosas, sólo estoy disfrutando de la comodidad y el
placer absoluto de estar cerca de él.
Es la simple forma en que pasamos el tiempo juntos lo que
tiene a mi cuerpo en un estado constante de hiperconciencia. Y
aunque el contacto físico ha desaparecido, mi corazón y mi pulso
siguen latiendo a un ritmo frenético cuando él está cerca.
Me asusta y me crea adicción lo mucho que lo deseo y lo
mucho que me atrevo a hacer para estar cerca de él.
Sigo tratando de decirme a mí mismo que tengo que cuidarme
antes de que esto entre nosotros se convierta en algo más grande
y complicado de lo que cualquiera de los dos puede manejar, pero
cada parte de mí sabe que es demasiado tarde.
Quiero bajar el ritmo y tratar de mantenerlo casual, por el
bien de los límites, pero ¿hay realmente un punto cuando estamos
fingiendo frente a mi familia cada dos días?
¿Importa cuando ni siquiera necesito estar cerca de él para
pensar en él? ¿O que no necesito estar tocándolo para desearlo?
Como necesito ocupar mis pensamientos con algo que no sea
Reeve, y no tengo suerte en encontrar algo que quiera ver en
streaming, cojo mi teléfono de la mesita y toco el icono de
Instagram.
174
Compruebo mis notificaciones. Me gusta, comenta, sigue. Y
luego reviso el loco número de mensajes directos que he dejado
acumular.
Sin quererlo, la gran cantidad de interacciones que tengo en
mi cuenta me hace pensar en Reeve y en lo impresionado que
quedó cuando le enseñé por primera vez M y M. No para de
preguntarme sobre ello, de discutir ideas conmigo, de rogarme que
le lleve a una gira oficial de Comidas y Melodías.
Todo parece un poco excesivo, pero la verdad es que el hecho
de que una persona a la que conozco y aprecio muestre interés por
algo —aunque yo lo haya negado durante tanto tiempo— que
realmente significa mucho para mí, cambia las cosas.
Poder hablar de ello con Reeve ha hecho que lo sienta más
real. Más tangible. Ahora, cuando leo estos mensajes que he
recibido, me doy cuenta de que tal vez pueda manifestar esto en
una ocupación real. Algo que me llene de orgullo y me libere de
esa inseguridad que me produce verme sin éxito.
Sé que no es una carrera tradicional, o una que mis padres
puedan entender, pero en estos tiempos, la tecnología y las redes
sociales pueden usarse para absolutamente todo. Con la industria
de la comida vegetariana creciendo exponencialmente, recibo
solicitudes para reseñar pequeños negocios emergentes todo el
tiempo. Asociarse con camiones de comida, festivales de comida,
catering online y cafés, por nombrar algunos, es sólo la punta del
iceberg.
Si añadimos cosas como ser embajador de la marca, tener
publicaciones patrocinadas en las redes sociales, asistir a eventos
y ayudar a la creación de marcas de alimentos, no hay razón, si
me lo propongo, para que esto no pueda funcionar.
Podría ser algo increíble. Algo que finalmente podría compartir
con mi familia.
175
Antes de Reeve, sólo me tambaleaba en el borde. Fingiendo
que era un pasatiempo sin potencial. Diciéndome a mí mismo que
la única manera de hacer felices a mis padres es ser exactamente
como ellos, y aceptando al mismo tiempo el hecho de que eso
nunca sucedería.
Pero él ha cambiado eso. Ha cambiado mi forma de pensar y
ha cambiado mi forma de verme a mí mismo.
Me gusta esta versión de mí. Me gusta lo que soy cerca de él,
y me gusta la forma en que me ve.
Saber, tal vez, que podré mantener esta faceta de mí mismo
después de que él se vaya, pero saber que no puedo mantenerlo a
él, me ha hecho poner en marcha planes.
Quiero demostrarle lo mucho que significa para mí y, aunque
haya sido por poco tiempo, lo mucho que ha influido en mi visión
de la vida y de mí mismo.
Aunque ahora estamos en pleno verano, y el mes de julio está
en marcha, todavía queda un poco de tiempo antes de que tenga
que volver a casa. Y aunque estamos a punto de estar un poco
preocupados por los preparativos de la boda, me propongo
planificar varias salidas platónicas con Reeve.
Por mucho que me gustaría que fueran citas reales, y me
encantaría que él levantara nuestra regla de no tocarse, sigue sin
cambiar lo cargado que está mi cuerpo y mi corazón al saber que
voy a pasar tiempo con él.
Puede que estar cerca de él se haya convertido en una
obsesión insana, pero llámalo como quieras, me lo estoy pasando
como nunca, y no seré yo quien decida que las reglas y la lógica
tienen que aplicarse cuando se trata del acuerdo que tenemos.
Me quito los zapatos, me pongo cómodo en el sofá y le envió
un mensaje a Reeve preguntándole qué agenda tiene para las
próximas dos semanas.
176
Yo: Hola. ¿Cuándo es tu próximo día libre?
178
Esa simple afirmación me hace desear su compañía más de lo
que tengo derecho. Usando toda mi fuerza de voluntad para no
preguntarle qué está haciendo en este mismo momento, opto por
acortar y terminar la conversación con bastante rapidez.
Yo: ¿Ahora?
180
REEVE
Oz no bromeaba cuando decía que desde el amanecer hasta el
atardecer.
Estamos sentados en un muelle que se adentra en el lago,
observando el amanecer más perfecto que jamás haya visto. El
cielo es un espectacular remolino de tonos azules y anaranjados
que se reflejan exquisitamente en el lago, haciéndolo parecer
interminable.
Envuelto en los brazos de Oz, no sé qué es más memorable,
si la compañía o la vista.
Se supone que es un abrazo platónico, pero parece cualquier
cosa menos eso. Puede que hayamos acordado no besarnos y no
tener sexo, y aunque en casa de sus padres este último fin de
semana me obligué a ser tan reservado como siempre, estamos
luchando.
Sé lo mucho que Oz se esfuerza por respetar mis deseos, pero
a pesar de ello me siento pisando aguas peligrosas, hundiéndome
más y más cada vez que estoy en su presencia.
Cada vez que me toca, cada vez que me besa, cada vez que
le entrego mi cuerpo, caigo aún más fuerte. Entonces, me dije que,
si me detenía, sería capaz de salir del agujero, pero estaba muy
equivocado.
Porque no se trata sólo de tocar. No se trata de los besos. Ni
siquiera se trata del sexo.
Es sólo Oz.
Oz el hijo. Oz el tío. Oz el hermano. Oz el amigo. Oz el
amante.
En un mundo perfecto, es el hombre que estaría orgulloso de
tener en mi brazo. De llamarlo mío. De ser suyo.
181
Alejando ese pensamiento irreal, pero deseable, suspiro y
apoyo mi cabeza en su hombro. —Gracias por traerme aquí. Es
precioso.
—No lo hago tanto como debería, viendo que está tan cerca.
—¿Por qué me has traído aquí? —Pregunto, sabiendo que esto
no es algo que —sólo los amigos— suelen hacer.
Siento su cuerpo subir y bajar bajo mi cabeza. —Nunca he
tenido una cita antes —admite—. Nunca he llevado a nadie a una
y nadie me ha llevado a mí a una.
Agradeciendo que no pueda verme la cara, trago con fuerza y
espero a que continúe. Porque si abro la boca, voy a revelar mis
necesidades y deseos más profundos y no habrá vuelta atrás.
Para ninguno de los dos.
—¿Nunca lo he hecho? —Esta vez me está haciendo una
pregunta. Me pide permiso para ser sincero.
Inclino la cabeza para mirarle. —Siempre.
—No sé si alguna vez sentiré esto por alguien más o
encontraré otra persona con la que quiera compartir algo así.
Vuelvo a apoyarme en su hombro, sin sentirme lo
suficientemente valiente como para mirarle cuando pregunto: —
¿Cómo qué?
—Como una cita.
—¿Y tú sientes eso por mí?
—Creo que ya hemos dejado de mentir sobre nuestros
sentimientos por el otro. —Una pequeña risa sale de mi boca,
porque tiene razón, pero agacho la cabeza mientras él sigue
hablando. —Preparé esto pensando que quería que experimentaras
lugares de Vermont, pero me estaba mintiendo a mí mismo. Quería
experimentar Vermont contigo. Quería tener una cita. Quería hacer
algo que nunca había hecho antes.
182
Ambos hemos vivido vidas similares y a la vez muy diferentes,
pero nunca me he sentido tan en sintonía con alguien como ahora.
Lo entiendo. Lo entiendo.
Y con el fin que se avecina, es obvio que las líneas se están
desdibujando, y no soy el único que está atascado tratando de
hacer lo que es correcto por mí mismo, así como lo que es correcto
para él.
—Eres el único por el que he querido hacer esto, o con el que
he querido hacer esto juntos —admite—. Espero que pases un buen
día.
No le digo que estar con él es lo único que necesito para que
el día sea un éxito. En cambio, me entierro más en sus brazos y
me siento con él en un silencio contemplativo mientras vemos el
amanecer.
A medida que la mañana se hace más brillante, cada vez hay
más gente alrededor del lago. Tanto la vista como la naturaleza
tranquilizadora son un gran atractivo.
—¿Estás preparado para lo que viene? —pregunta Oz.
De pie, estiro los brazos y las piernas con entusiasmo, como
si estuviera calentando para una maratón. —¿Qué es lo siguiente?
—Estaba pensando que podríamos alquilar unas bicis y hacer
la ruta ciclista alrededor del lago.
Ah, mierda.
Se me cae la cara de vergüenza y Oz se pone inmediatamente
en pie. —¿Mala idea?
Nerviosamente, me muerdo el interior de la mejilla. —No sé
andar en bicicleta.
La sonrisa en su cara me hace pensar que piensa que estoy
bromeando, pero cuando el silencio se prolonga, deja caer la
sonrisa. —¿Hablas en serio?
183
—Desgraciadamente, sí —exhalo, sintiéndome un poco
cohibido—. Mi intención era vivir una vida en la que evitara tener
que contarle a alguien esa información sobre mí.
Se pasa una mano por la cabeza. —¿Por qué no pensé que
eso era una posibilidad?
—No te preocupes, la mayoría de la gente no lo hace. Sólo me
siento mal por arruinar tus planes.
—De ninguna manera. —Niega con la cabeza—. No has
arruinado nada.
Miro a mi alrededor, esperando que algo más que podamos
hacer me llame la atención. —Podemos encontrar algún sitio para
desayunar —sugiero.
Él chasquea los dedos y luego me señala. —Sólo voy a
enseñarte.
—¿Enseñarme a desayunar? —Pregunto con cautela,
esperando que no esté sugiriendo lo que yo creo.
—A andar en bicicleta —aclara con orgullo.
Me rió incómodamente. —Creo que estás loco.
—Bah. —Se encoge de hombros—. Me han llamado cosas
peores.
—Oz, —digo con severidad.
—Vamos. —Me coge de la mano y me lleva a un cobertizo
donde hay hileras e hileras de bicicletas aparcadas, claramente a
la espera de que la gente las alquile y luego las monte.
—¿Es esto realmente necesario? He vivido una gran vida sin
andar en una —le digo—. Y todo el mundo va a estar mirando.
Endereza su postura, asegurándose de que toda su estatura
y tamaño estén a la vista para nada más que la completa
intimidación. —Es temprano. Nadie va a verte.
184
No puedo evitar la sonrisa que se extiende por mi cara ante
su feroz protección, aunque no estoy del todo convencido de que
Oz pueda contener las miradas curiosas. Un chico de veintitantos
años que intenta aprender andar en bicicleta en público no es algo
que se vea todos los días.
—Bien. —Suspiro con resignación—. Lo intentaré.
Codo con codo, nos dirigimos a un estacionamiento de
bicicletas compartidas. Oz utiliza una aplicación en su teléfono para
desbloquear una bicicleta y un casco. —Ya cogeremos otra más
tarde, para mí.
—Eso es un poco ambicioso por tu parte —digo—. No creo que
vayamos a montar en bici juntos hoy.
—¿Me estás subestimando, Reevey?
Levanto un dedo para silenciarlo. —Ese no es mi nombre, no
importa que mi hermana te haya dicho que me llames así.
—Supongo que la venganza es una perra.
—Oswald —le advierto
Ignorándome, me agarra de la mano y me lleva hasta el
artilugio de dos ruedas. —Vamos a subirte a esta bici y luego
podemos discutir sobre quién llama a quién, ¿sí? ¡Súbete! —me
dice.
—Esto es una estupidez —refunfuño.
Con una mano se agarra al manillar y con la otra me acaricia
la mejilla. —Dame media hora —dice suavemente—. Si lo odias
absolutamente, pararemos.
Como decir que no a Oz no es nunca una opción, engancho
mi pierna en la mitad de la bici y me sitúo en el asiento. Mis pies
tocan cómodamente el suelo mientras envuelvo una mano
alrededor de cada manillar.
185
—Tienes mucho mejor equilibrio que si hubieras aprendido
cuando eras un niño, así que no te sorprendas si no es tan difícil
como crees —dice mientras levanta el casco hacia mi cabeza.
—¿De verdad crees que esto es necesario? —le pregunto
mientras me lo coloca con cuidado en la cabeza.
Su cara se arruga de concentración mientras ajusta la correa
bajo mi barbilla.
—No habrá heridos en mi turno —dice, sus ojos se encuentran
con los míos—. Aunque estoy casi seguro de que pondrás los pies
en el suelo instintivamente para frenar una posible caída, o usarás
los frenos, te necesito de una pieza.
La idea de que Oz me necesite para cualquier cosa me hace
sentir una descarga de adrenalina. Quiero hacerlo. No quiero
decepcionarlo.
No importa que la razón por la que nunca aprendí fue porque
no tenía a alguien que estuviera interesado en enseñarme. Mi
padre siempre esperaba cosas de mí, pero nunca fue él quien me
enseñó, y después de un tiempo, dejé de esperar que se formara
esa relación padre-hijo.
Lo que, por cierto, significó que me perdiera algo tan sencillo
como aprender andar en bicicleta. Con el tiempo, no me interesó y
no pude encontrar una razón para aprender.
Y mientras Oz está de pie detrás de mí, con sus manos listas
para atraparme si me caigo, agradezco no saberlo, porque nunca
habría experimentado esto con él.
Su cuidado.
Su tiempo.
Su atención.
No cambiaría este momento por nada del mundo.
186
Tomando la decisión consciente de no mirar a mi alrededor,
porque sé que voy a perder los nervios, pongo el pie en un pedal
de forma vacilante.
—Estoy sosteniendo el asiento. —Oz se inclina más cerca, su
boca a mi oído—. Sube los dos pies. Te tengo.
Se me pone la piel de gallina con esas tres simples palabras,
y no quiero otra cosa que hacerle sentir orgulloso. Quiero hacerlo
por él.
Con precaución, subo los pies a los pedales y siento que la
bicicleta se tambalea debajo de mí, obligándome a dejar caer un
pie al suelo.
—Inténtalo de nuevo —me anima—. Y mueve los pies en el
sentido de las agujas del reloj.
Oz se aferra con fuerza tanto a la bicicleta como a mi
confianza. Me siento muy querido en sus manos mientras hago lo
que me ha ordenado. Mi miedo y mi vergüenza desaparecen
mientras mis pies siguen girando.
La bici se mueve y, con las palabras de ánimo de Oz, me
detengo y arranco, una y otra vez.
—Muy bien, ahora te voy a soltar —anuncia con una confianza
que no siento en absoluto.
—¿Estás seguro? —tartamudeo, volviendo a poner los pies en
el suelo, ya vacilante ante la idea—. Creo que podríamos hacer
unos cuantos intentos más contigo todavía detrás de mí.
Oz camina alrededor de la bici para estar frente a mí. —
Aunque me encanta estar detrás de ti —dice y sonríe— confía en
mí en esto. Puedes hacerlo.
Lentamente, comienza a caminar hacia atrás. —Sólo ven
hacia mí.
187
—Me siento como un niño que aprende a caminar por primera
vez y sus padres están esperando al otro lado para gritar de
emoción —refunfuño—. ¿No puedes quedarte a mi lado mientras lo
hago?
—¿Qué? —Hace un gesto de arriba a abajo de su cuerpo—.
¿No es suficiente motivación para ti?
Me paso los dientes por el labio inferior de forma sugerente.
—¿Cuál es mi premio? —Le digo.
Se señala a sí mismo. —Pasar el día conmigo, obviamente.
Ahora deja de dar rodeos y monta.
Mis manos se tensan alrededor del manillar mientras bajo la
cabeza y respiro profundamente para calmarme. Levanto el pie
derecho sobre el pedal y lo vuelvo a bajar. Repito el movimiento
cinco o seis veces antes de notar que Oz se acerca a mí.
Con calma, se sitúa detrás de mí y se agarra al asiento. —No
tengas miedo —me dice con suavidad—. Estoy aquí.
Como tenerlo detrás de mí marca la diferencia, mis pies se
mueven por voluntad propia, cada parte de mí envuelta en la red
de seguridad de Oz.
Con la cabeza en alto, mis pies se mueven. Cada vez más
rápido, mi confianza se dispara a medida que aumenta la distancia
que cubro. Pero cuando noto que Oz trota a mi lado en mi visión
periférica en lugar de estar detrás de mí, flaqueo. Al perder el
equilibrio y la confianza, la bicicleta se inclina en dirección contraria
a Oz.
Mis habilidades de coordinación pasan a un segundo plano
mientras mi cerebro me grita que baje una pierna o que pise el
freno. Al no seguir ninguna de las dos instrucciones, la bici se
sacude debajo de mí mientras mi cuerpo rígido intenta, sin éxito,
dominarla.
188
Casi me rindo a dejarme caer cuando una mano grande y
firme presiona mi espalda y la bici se endereza milagrosamente.
—Te tengo —oigo repetir a Oz—. Estás bien. Te tengo. Ahora
pisa el freno.
Su voz es tranquilizadora y reconfortante y elimina el caos de
mi interior, permitiéndome por fin ser capaz de controlar los
movimientos de mi cuerpo.
Mi mano aprieta suavemente el freno y sin esfuerzo dejo caer
la pierna al suelo para estabilizarme.
¿Por qué no pude hacer eso antes?
—¿Quieres parar? —pregunta Oz, sorprendiéndome—. Te dije
media hora y no quiero que te hagas daño.
Miro por encima de mi hombro, y la mirada angustiada en su
cara hace que mi estómago se revuelva con excitada
determinación.
—Una vez más —le digo—. Pero ponte ahí para que pueda ir
hacia ti.
Sus ojos se dirigen a un punto detrás de mi cabeza y luego
vuelven a mirarme. —¿Estás seguro? No me importa si sabes andar
en bicicleta o no.
Fingiendo ofensa, jadeo. —¿Estás diciendo que no puedo
hacerlo?
—No —responde rápidamente—. Simplemente no quiero que
lo hagas a menos que quieras.
Estoy en ese punto en el que hay pocas cosas que no haría
por Oz, y después de llegar hasta aquí, ahora quiero tacharlo de
mi metafórica lista de deseos.
Sonriéndole, inclino la cabeza en dirección contraria. —Si no
llego allí después de esto, entonces nos detendremos.
189
Parece algo aliviado, y eso sólo hace que me reafirme en mi
necesidad de clavar esto. Le observo alejarse de mí,
distrayéndome fácilmente por la forma en que cada curva de su
cuerpo se mueve con cada paso que da.
A unos 30 metros de mí, se gira y extiende las manos a los
lados de su cuerpo. —Estoy listo —grita.
Sin darme la oportunidad de pensar demasiado en lo que
estoy haciendo, mantengo una mano sobre el freno, por si acaso,
y sitúo el pie en el pedal. Tragando con fuerza, cierro los ojos y
rezo a quienquiera que responda a las oraciones, para no acabar
de bruces en el camino de cemento, cubierto por un trozo de metal
destrozado.
Con un pie todavía en el suelo, me empujo. La bicicleta se
tambalea, pero mantengo la espalda recta y hago lo posible por
mantener el equilibrio mientras me animo a mover las piernas.
Sintiéndome valiente, miro a Oz, y esa expresión de orgullo
en su rostro me impulsa a mantener el rumbo y seguir pedaleando.
No es en absoluto rápido, ni siquiera elegante, pero voy de un
extremo a otro del camino, y eso me basta.
Una sonora carcajada sale de mi boca cuando paso junto a
Oz, y él grita: —Oye, ¿a dónde vas?
Al no confiar todavía en la dirección de la larga recta, aprieto
lentamente el freno y dejo que mi zapato se encuentre con el
camino. Rozando el hormigón hasta que las ruedas dejan de girar
y mis dos pies se posan en el suelo.
Oigo un golpeteo de pasos detrás de mí, y me giro para ver a
Oz corriendo hacia mí, con la sonrisa más amplia partiendo su cara.
Me bajo de la bici y bajo la base de pie para que la bici no se caiga,
justo a tiempo para que Oz me coja en sus grandes brazos.
—Te dije que podías hacerlo —me felicita.
190
Me dejo llevar, literalmente, y envuelvo mis brazos alrededor
del cuello de Oz, sonriendo de oreja a oreja. Mi cuerpo y mi mente
sienten una ingravidez, una levedad, que no recuerdo haber
sentido antes.
—No puedo creer que lo haya hecho —exclamo, deslizándome
por el cuerpo de Oz hasta que mis pies tocan el suelo—.
Probablemente no tendré nunca una razón para hacerlo de nuevo,
pero maldita sea si ese pequeño paseo no me hizo sentir que podía
lograr cualquier cosa.
—Puedes hacer todo lo que quieras —dice Oz, el peso de la
afirmación no se pierde en ninguno de los dos.
—Nunca aprendí andar en bici porque mi padre no tuvo
tiempo de enseñarme —le digo—. Y ahora me pregunto cuántas
cosas innecesarias hice porque ellos querían que lo hiciera y
cuántas cosas más me voy a perder por ello.
Podría tener toda una vida por delante, sintiéndome
exactamente así, sintiéndome inspirado y feliz, y no quiero
renunciar a ello sólo para sentir que ando con un yunque
aplastando mi felicidad.
No sé cómo un paseo en bicicleta se convirtió en mi epifanía,
pero no puedo volver a Connecticut sintiéndome así, sabiendo lo
que es ser realmente feliz, y dejar que esa sensación se me escape
de las manos.
¿Puedo?
Oz presiona sus dedos entre mis cejas, alisando las líneas de
expresión que deben haberse formado. —Deja de pensar tanto y
disfruta del día, ¿sí?
Suspirando, me agarro a su cara y giro su cabeza hacia un
lado, presionando mis labios contra su mejilla.
—Estoy disfrutando del día —le digo—. Gracias.
191
—Si sólo me das un beso en la mejilla, quizá no estés
disfrutando del día —bromea.
Riendo, le doy un golpe en el pecho. —Deja de intentar
meterte en mis pantalones, Oswald.
Baja su boca hasta mi oído y susurra seductoramente: —
Prepárate, porque sólo estoy empezando.
192
OZ
Reeve está caminando en el aire. Han pasado horas, y no sé si es
el paseo en bicicleta, el tiempo o simplemente que estamos juntos
pero quiero que se sienta así siempre.
La sonrisa en su cara es grande y hermosa y tan
condenadamente contagiosa. Y, no es la primera vez hoy que lo
veo, sin querer nada más que apretar mis labios contra los suyos
y dejarme consumir absolutamente por él.
Si creía que todas las veces anteriores en las que aplicamos
la regla de no tocarnos eran difíciles, estaba muy equivocado.
Porque estar en público, ver a Reeve tan feliz y no poder reclamarlo
como mío delante de todo el mundo es definitivamente una de las
cosas más difíciles que he tenido que hacer.
El único consuelo es que Reeve también está luchando. Y
aunque está sonriendo y feliz, la lujuria y el anhelo en sus ojos no
han pasado desapercibidos.
No estoy seguro de qué es peor, en realidad, desear o
negarse. Lo único que sé con certeza es que él no quiere ser el
primero en romper. Y esa es probablemente la razón por la que
estamos literalmente sentados a dos metros de distancia, con toda
una colección de bolsas de arpillera llenas entre nosotros.
Por fin nos sentamos después de haber visitado casi todos los
puestos instalados en el mercado de hoy, donde Reeve insistió en
probar y comprar casi todo lo que estaba a la vista.
—Estás aquí todo el verano —le digo—. Algunos de estos
vendedores son habituales, puedes volver en cualquier momento
para coger algunas de estas cosas.
193
Apoyándose en los codos, mira al cielo mientras el sol nos
ilumina. —No puedo evitarlo. A veces soy un comprador impulsivo.
No me juzgues, Oswald.
—¿Cuándo dejarás de llamarme así? —Me quejo.
—Bueno. —Hace una pausa y se gira para mirarme—. Cuando
lo digo, pienso en tu padre, y cuando pienso en tu padre, la
necesidad de tener sexo contigo se reduce a un nivel soportable.
Completamente desconcertado por su respuesta, una risa
incontenible surge desde lo más profundo de mi estómago. —¿Me
estás tomando el pelo ahora mismo? —pregunto.
Sonríe con conocimiento de causa. —En absoluto.
Finjo estar sumido en mis pensamientos mientras cuento con
los dedos. —Me has llamado Oswald al menos diez veces hoy.
Se encoge de hombros. —No voy a mentir, probablemente va
a pasar otras diez veces.
Su confesión se apodera de los dos mientras nos sentamos en
un cómodo silencio, observando a la gente que nos rodea.
—Así que, estaba pensando —comienza Reeve—.
¿Considerarías alguna vez mostrar productos locales en Comidas y
Melodías? ¿Expandirte más allá de los alimentos ya cocinados?
Su interés por M y M nunca ha disminuido, y es evidente que
quiere lo mejor para mí, y eso me hace estar aún más seguro de
que es la persona adecuada para abrirse a lo que sigue para
Comidas y Melodías.
—En realidad es curioso que lo menciones —digo nervioso—.
He estado pensando en formas de llevarlo al siguiente nivel. Tal
vez ganar dinero o hacer una carrera con ello.
Reeve se sienta, con la emoción escrita en su cara. —¿Hablas
en serio? ¿Algo que le dirías a tus padres?
194
Sólo él sabe que esta pregunta específica es la forma de
verificar lo serio que soy en realidad. Cuando respondo con un
movimiento de cabeza, prácticamente salta en el acto. Empuja la
barrera de bolsas que nos separa y se sube a mi regazo.
Con una mano a cada lado de mis mejillas, mantiene mi cara
en su sitio y me sujeta con fuerza. —Me alegro mucho por ti —
exclama con tanta sinceridad que me dan ganas de llorar.
Tomo con mis manos sus muñecas. —Ni siquiera sé si me irá
bien.
—Además del hecho de que funcionara —dice con seguridad—
. No se trata de eso. Te estás arriesgando. Estás dando la cara y
mostrando a todo el mundo que estás haciendo lo que quieres
hacer. Eso mismo es lo que hay que tomar, Oz.
—Esperaba poder compartir mis planes contigo. Realmente
eres la única persona con la que quiero compartir mis planes —
admito.
Su cara se suaviza. —Quiero escucharlo todo.
—La razón por la que te he traído aquí hoy, aunque sabía que
no era como los festivales gastronómicos habituales, es porque
quiero comprar y cocinar comidas con productos locales y luego
hacer fotos de lo que haga —le explico—. Después publicaría la foto
con una canción, como suelo hacer, y entonces es como la versión
hazlo tú mismo sin dejar de promocionar algo.
—Así, mientras que las fotos de los festivales promocionan
lugares donde los lugareños y los turistas pueden encontrar buena
comida y música, las fotos de las comidas que has cocinado tú
mismo venderán los ingredientes que has utilizado, además de
ofrecer una comida fácil de preparar para los caseros.
—Exactamente —estoy de acuerdo—. Y también me permite
tener contenido sin ir a ninguna parte.
195
Reeve chasquea la lengua. —¿Sabes que la gente va a querer
recetas de las cosas que cocinas? ¿Es algo que quieres?
—Pero, ¿y si resulta como lo del gimnasio, donde la gente me
manda mensajes sobre los ingredientes y si está bien usar la
versión de crema completa en lugar de leche de almendras porque
no son precisamente vegetarianos? —argumento
Se ríe de mis hipótesis, pero sobre todo le agradezco que
analice conmigo los pros y los contras. Que me desafíe sin dejar de
apoyarme. Y que sepa qué preguntas hacer.
Es la prueba de que escucha cuando hablo. Es la prueba de
que lo que digo y hago importa, y es exactamente lo que haría
alguien que se preocupa profundamente por ti.
Es lo que haría un novio.
Dejo caer mis manos a su cintura, y las suyas se deslizan
hacia abajo para apoyarse en mis hombros. —Estaba pensando que
podríamos volver a mi casa después de esto y que podría cocinar
para ti y crear unas cuantas comidas y enseñarte las cosas que se
me han ocurrido.
Me sonríe. —Volver a tu casa, ¿eh? Sigues intentando meterte
en mis pantalones.
Levanto las manos en señal de rendición. —Sólo es una cena.
Nada más. Lo prometo.
Me aprieta los hombros, y no se me escapa ni la decepción ni
la gratitud en su tacto.
—Así que —dice—. ¿Qué hay para cenar?
—Bueno, mientras estabas abasteciéndote en el
departamento de productos no perecederos —miro hacia su
almacén de compras— me topé con algunas cosas que serían
perfectas. Estoy pensando en una tabla de quesos para empezar,
champiñones rellenos como plato principal y aún estoy decidiendo
196
el postre. No quería cargar con ellos al sol y pensé en coger los
ingredientes justo antes de salir.
Como si acabara de darse cuenta de que ha estado sentado
sobre mí durante los últimos diez minutos, se arrastra torpemente
de mi regazo y se pone en pie. —¿Quieres ir a buscar esas cosas
ahora?
Miro hacia abajo donde estaba sentado y vuelvo a levantarme.
—No tenía ninguna prisa por irme.
Sonriendo suavemente, me da un codazo en la pierna con el
pie y me tiende la mano. —Vamos. Quiero que cocines para mí.
Tardamos otra hora en coger todo lo que necesito, y doy
gracias al universo de que algunas de las cosas aún estén
disponibles. La mayor parte de la comida se va a primera hora de
la mañana, porque las existencias son siempre muy limitadas y a
los amantes del mercado no les gusta hacer el viaje e irse con las
manos vacías.
Después de apilar con seguridad mi auto con todo lo que
hemos comprado, Reeve cierra el maletero y se desliza en el
asiento del copiloto. —¿Crees que podemos pasar por mi casa para
que no tenga que cargar con todo esto hasta tu casa y de vuelta?
—Por supuesto. Podemos cocinar en tu casa si te viene mejor
—le ofrezco.
Niega con la cabeza. —Yo no me arriesgaría. Nuestra cocina
es básica y nuestra despensa está escasa de productos básicos
para cocinar. No quiero que eso se interponga en esta obra
maestra.
Me rió. —Baja el listón —digo modestamente, sin querer
presumir—. Será lo suficientemente bueno como para comerlo y
sacarle fotos, pero no estoy seguro de que sea una obra maestra.
197
Reeve pone los ojos en blanco. —Eres el rey de subestimarse
a sí mismo, así que me niego a creer una palabra de lo que dices
hasta que lo pruebe por mí mismo.
Optando por no discutir, giro el auto y me dirijo en dirección
a la casa de Reeve. —¿Está Murph en casa? —Le pregunto.
Comprueba su teléfono. —Su último mensaje dice que sí.
—¿Crees que querrá venir a cenar con nosotros? He comprado
bastante.
Veo que Reeve frunce las cejas en señal de confusión, pero
en nombre de la amistad platónica no dice nada. En su lugar,
golpea obedientemente la pantalla unas cuantas veces y, cuando
suena el teléfono, me mira. —Me ha dicho que gracias por la
invitación, pero que tiene que rechazarla. Está trabajando.
—¿En V & V? —le pregunto.
—No, diseña páginas web para ganar dinero extra —explica
Reeve—. En realidad, es un adicto al trabajo. Intento decirle que
se lo tome con calma, pero cae en saco roto la mayoría de las
veces.
—A algunas personas les gusta mantenerse ocupadas —digo.
—Me hace sentir como un vago la mayor parte del tiempo,
pero luego recuerdo que él se queda aquí y yo tengo que volver a
casa, así que me siento menos culpable cuando estoy desfilando
por todo Burlington contigo.
—Oh. —Me animo—. ¿Es eso lo que estamos haciendo?
—En realidad, así lo llamó Tara el otro día en el trabajo— me
informa. —Dijo, y cito, 'ya que ahora son pareja y todo el mundo
en el trabajo lo sabe, ¿te vas a pasar el verano haciendo desfilar a
tu nuevo hombre por todo Burlington?
Gimoteo ante la mención del trabajo y de cómo está todo el
mundo desde mi pequeña muestra pública de afecto de la otra
198
semana. En su mayor parte, Reeve y yo no hemos ido al trabajo
los mismos días ni a las mismas horas. Lo que significa que, como
decirles que estaba mintiendo a mi familia no era una opción,
Reeve y yo hemos sido perdonados de tener que jugar a fingir
delante de nuestros colegas de trabajo.
—Lo siento —repito por lo que parece la centésima vez desde
que ocurrió. —En realidad, no lo siento— confieso. —Siento que
sea un lío, pero nunca me voy a disculpar por besarte.
—No quiero que lo hagas —dice con seriedad—. Tus besos son
los mejores que he recibido.
—No digas eso —le advierto—. Sólo me dan ganas de llevarte
a casa y hacer cosas que acordamos no hacer.
Se deja caer de nuevo en el asiento con un suspiro. —Lo sé.
Lo sé.
Nos sentamos en silencio hasta que aparco frente a su casa.
Sin palabras, los dos salimos del auto y le ayudo a descargar sus
cosas en su apartamento.
Se va a su habitación y me quedo con Murph, que está
sentado en la mesa del comedor con el portátil abierto, mirándome
fijamente. Casi como si estuviera decepcionado de mí.
—Mmm —digo con evasivas—. ¿He hecho algo mal?
Se gira para ver si viene Reeve y procede a levantarse de su
asiento. —Quiero advertirte que no rompas el corazón de mi amigo,
pero no creo que vaya a dejar Vermont sin hacerte daño a ti
también.
Está bien, esto no es lo que esperaba.
—¿Se supone que esto es una charla de ánimo? Porque me
falta un poco de ánimo —dije inteligentemente.
199
—Intenté decirle a Hotcakes que se estaba metiendo
demasiado contigo, pero ahora veo que es una cosa de dos, y no
sé si eso es peor.
Manteniendo mi rostro estoico, finjo no saber de qué está
hablando. Porque ¿quién necesita darle vueltas a algo que ninguno
de los dos puede controlar? ¿Y quién quiere convertir la inevitable
angustia en un deporte para espectadores?
Murph no da más detalles y Reeve sale de su habitación
mirando entre nosotros con desconfianza.
—Chico del espectáculo —le reprocha, casi con conocimiento
de causa—. —¿Qué has dicho?
—Nada que tu vikingo no te diga en el auto —responde con
seguridad—. Y nada que no sepas ya.
Reeve y yo nos quedamos de pie, mirándonos fijamente, sin
saber qué debemos decir o hacer, mientras Murph vuelve a su
asiento y a su trabajo, como si no acabara de echarnos un cubo de
agua helada encima.
—Deberíamos irnos —dice finalmente Reeve, señalando la
puerta—. No queremos que la comida del auto se estropee.
Asintiendo, le sigo fuera del apartamento y vuelvo al auto.
En cuanto se cierran las dos puertas del auto, Reeve se
abalanza. —¿Qué acaba de pasar?
—No estoy muy seguro —respondo con sinceridad—. Creo
que... no, —niego con la cabeza—. Sé que Murph está preocupado
por ti. Además, ¿me ha llamado tu vikingo?
—Caramba —murmura Reeve—. Ya le dije que todo estaba
bien.
—¿Pero lo está? —suelto, olvidando el apodo y sorprendiendo
a ambos con mi pregunta—. Me refiero a que hiciste cumplir la
regla de no tocar.
200
—¿Qué otra cosa esperas que haga? —grita, levantando las
manos en señal de frustración—. Hicimos un trato y yo no me
retracto de ellos. Así que estoy haciendo que funcione de la mejor
manera que sé. La boda está a menos de dos semanas, no tiene
sentido echarse atrás ahora.
Parece dolido y la culpa me invade. —Lo siento, Reeve.
—No lo sientas —dice con firmeza—. No lo siento.
Levanta sus ojos hacia los míos. —Estoy disfrutando de mi
tiempo contigo. Y no me arrepiento de ello.
Sin decir nada, busco su mejilla y rozo con mis nudillos su
mandíbula. —Yo también estoy disfrutando de mi tiempo contigo
—repito—. Y tampoco me arrepiento de ello.
Una débil sonrisa cambia la expresión de su rostro, su nuez
de Adán se balancea, mientras se da la vuelta, ocultando sus ojos
y a sí mismo de mí.
Luchando por encontrar las palabras para enmendar la
situación, nos dejó a los dos con nuestros pensamientos y
conduzco sin palabras hasta mi casa. Puede que no tenga las cosas
que decir para mejorar esto, pero si conozco a Reeve lo suficiente,
tal vez la comida pueda hacerlo.
Cuando llegamos a mi casa, no fuerzo la conversación entre
nosotros. No intento que hablemos de lo que ha dicho Murph ni
trato de convencer a ninguno de los dos de que es algo distinto a
la verdad.
Me muevo por la cocina, guardando la comida y preparando
las cosas para la cena, mientras Reeve coge cómodamente una
bebida de mi refrigerador y deja que sus ojos sigan todos mis
movimientos.
Cuando siento las manos en mi cintura y oigo su voz en mi
oído, mi cuerpo se ablanda de alivio. Esta era la parte que odiaba.
La tensión, lo desconocido y la incertidumbre.
201
Esto no era una pelea. Tampoco era algo que pudiéramos
resolver. Simplemente así era.
—Deja que te ayude —dice.
Sin estar seguro de tener fuerzas para mirarlo, señalo la única
cabeza de ajo que descansa en la encimera a mi lado. —Puedes
pelarlo y cortarlo en dados —le digo—. Los cuchillos están en el
bloque y...
—La tabla de cortar está aquí. —Me interrumpe, se dirige al
fregadero y coge el grueso cuadrado de madera del escurreplatos.
—¿Cuántos necesitas? ¿Toda la cabeza?
—Con tres dientes estaría bien.
La siguiente media hora transcurre y la tensión entre nosotros
se disipa con cada minuto que pasa. Mantenemos las manos
ocupadas preparando tanto los champiñones portobello como las
cebollas y el pan rallado para el relleno mientras mantenemos la
conversación segura, hablando de comida, cocina y de lo que nos
gusta comer y lo que no.
Cuando abro el refrigerador para coger las hojas de espinacas
y la salsa roja, veo los quesos que compré en el mercado colocados
en el primer estante. —Mierda —siseo.
—¿Qué? —Reeve se acerca por detrás de mí, intentando
averiguar qué pasa.
—He comprado queso para la tabla de quesos —digo con
dulzura—. Se suponía que íbamos a comerlo antes de que
empezara a cocinar.
—Eh. —Me empuja y empieza a coger todo el queso. Cierra la
puerta del refrigerador y se vuelve hacia mí—. No hay ninguna
regla que diga que no podemos comer todo al mismo tiempo.
Acaba con los champiñones. —Utiliza su cuerpo para dirigirme de
nuevo al horno—. Yo me encargo.
202
No le discuto, pero por una fracción de segundo, me siento un
poco desesperado. No suelo sentirme fuera de juego, y muy
raramente con otras personas.
—Vamos. —Reeve aparece de la nada, apretando mi bíceps—
. Es sólo queso.
La mirada suave de sus ojos me asegura que sabe que no es
por el queso, pero que no me va a llamar la atención.
Y se lo agradezco.
Lo suficiente como para sacarme la cabeza del culo y
permitirme disfrutar de la noche que me espera con Reeve, como
había planeado en un principio.
—Tienes razón —digo con un poco más de convicción—.
Déjame terminar estos champiñones.
Enciendo el horno, coloco los seis champiñones en la rejilla
del horno y los meto. Cierro la puerta, los pongo a gratinar y espero
a que los diferentes olores de todos los ingredientes recorran la
cocina.
Mientras los champiñones se cocinan, sofrío la cebolla, el ajo
y las hojas de espinaca, y luego añado la salsa roja para unirlo
todo.
—Esto huele delicioso —comenta Reeve—. Y es tan fácil de
hacer.
Intenta mojar un dedo en la salsa, pero se lo quito de un
manotazo. —Para. Está casi listo.
—Bien —resopla—. ¿Quieres que ponga la mesa?
—No hace falta. Sé dónde está todo, así que será más fácil si
lo hago yo.
Reeve me tapa la boca con la mano. —Ya me las apañaré.
Y lo hace.
203
Para cuando he llenado los champiñones con el relleno, he
añadido el pan rallado y el queso, mi mesa de comedor está
preparada con platos, cubiertos, copas de vino y una tabla de
quesos de aspecto perfecto, cortesía de Reeve. Pongo la bandeja
de champiñones en la tabla de corcho que espera en el centro de
la mesa y tomo asiento.
Mi mesa es cuadrada, así que Reeve se ha colocado de forma
que estamos uno al lado del otro en lugar de enfrente, y me
recuerda a nuestra primera noche juntos. Y al igual que aquella
noche, quiero inclinarme y besarle en la boca. Esta vez con fuerza.
Pero como esta noche él y yo somos sólo dos amigos,
cenando, le ayudo a emplatar su comida, le doy las gracias por el
increíble día que hemos pasado juntos y le doy un beso en la
mejilla.
204
REEVE
—Joder, Oz, estas fotos son preciosas —digo, hojeando las
diferentes fotos escenificadas que Oz hizo mientras cenábamos—.
Es increíble cómo salen, porque la comida no se ve así a simple
vista.
Se encoge de hombros. —No es nada.
—Oh, no —reprendo—. No habrá nada de eso. Estas tomas lo
son todo. Es como si la comida saliera literalmente de la pantalla.
Puedes imaginar el sabor casi inmediatamente.
—Eso es porque, de hecho, lo has probado.
Agarro un paño de cocina de la encimera, sujeto los dos
extremos y lo hago girar antes de lanzárselo al culo.
—Auch —sisea.
—¿Así es como se hacen los cumplidos?
—¿Qué?
—Actúas como si esto no fuera gran cosa. No te acobardes
ahora. Acabamos de hablar de cómo ibas a hacer que esto
funcionara de verdad. Eso significa aceptar cumplidos.
Cuando volvimos de mi casa, no creí que hubiera una
posibilidad en el infierno de que el resto de la noche fuera salvable,
pero después de esa deliciosa comida y una botella de vino entre
nosotros, todo está bien en el mundo.
En realidad, es más que correcto. Es perfecto.
No se puede negar que Oz y yo significamos algo el uno para
el otro. Puede que no sea oficial o permanente, pero no hay manera
de que mire hacia atrás en esta época de mi vida y piense en Oz
con nada más que asombro y adoración.
205
Y su decisión de abrirse a mí sobre sus deseos y esperanzas
para el futuro no hace más que consolidarlo.
El único problema que tengo al ser la caja de resonancia de
Oz es que no estaré para ver cómo se hace realidad. Los planes
que tiene para Comidas y Melodías son tanto creativos como
comerciales. En unas pocas semanas ha conseguido convencerse
de que esto ya no es un hobby y que está sentado sobre una mina
de oportunidades.
Porque lo es.
A la gente le gusta la comida, a la gente le gusta la música y
a la gente le gustan las redes sociales. Comidas y Melodías era una
ventanilla única. No tenías que hacer nada más que tocar la foto,
ver qué productos o lugares estaban etiquetados y seguirlos.
Oz ya estaba recibiendo una avalancha de peticiones de
reseñas y artículos, pero ahora que le entusiasmaba la idea de
trabajar con empresas más pequeñas y de asociarse
potencialmente con marcas de alimentos y con el marketing de
afiliación, no hay razón para que Comidas y Melodías no pueda
crecer y ser rentable para él.
Terminada la limpieza de la cena, ambos caemos en su sofá,
agotados, pero extremadamente satisfechos.
Sentado en el extremo opuesto, Oz me agarra por los tobillos
y me sube las piernas hasta que mis pies están en su regazo. He
aceptado el hecho de que no tocarnos es imposible para nosotros,
y nuestra versión de tocarnos platónicamente probablemente no
encaja con la norma general, pero está claro que no tocarse no
parece ser una opción.
—¿Cuándo vas a publicar esas fotos? —Pregunto.
—Ahora. Estoy revisando mis listas de reproducción para ver
con qué canción combinarlas —me dice—. No todos los puestos
206
tienen presencia en las redes sociales, así que también etiquetaré
el mercado.
—Dios mío. ¿Y si creas listas de reproducción que compartes
con la gente que te sigue? —Sugiero, sintiéndome absolutamente
involucrado en el éxito de Oz—. Y podemos pedirle a Murph que te
diseñe una página web. ¿Y puedes poner algunas de las recetas
allí, tal vez?
Sigue golpeando su teléfono en silencio, con la otra mano
jugueteando con las costuras sueltas de mis pantalones.
—Hola. Tierra a Oz.
Me mira, pero le cuesta encontrar mis ojos. —No sé... todavía
existe la posibilidad de que a nadie le importe una mierda, y que
todo esto me estalle en la cara. Y seré realmente la decepción que
mis padres creen que soy.
La vulnerabilidad de su voz me cala hondo.
Independientemente del éxito del blog, él nunca podría ser una
decepción. Y me gustaría que lo supiera.
Deslizo mis pies fuera de su regazo y llevo mis rodillas al
pecho.
—¿Por qué te has movido? —Me coge las piernas, pero le
aparto la mano.
—Escúchame —digo con seriedad—. ¿Qué es lo que te hace
pensar que la gente no quiere más de ti con veinte mil seguidores
y contando? ¿O que esto no va a despegar?
—Mira. —Tira el móvil a un lado, me agarra de la pierna y me
arrastra hacia él—. Eres muy sexy cuando hablas en serio. Tan
jodidamente sexy. Y lo entiendo, quieres lo mejor para mí. Lo cual,
para que conste, también es sexy. —Me acerca y me coloca a
horcajadas sobre él, sus manos se deslizan por mi camisa. Sus ojos
son un torbellino de deseo y reverencia—. Estoy muy agradecido
por ti.
207
Me froto una mano en el pecho dolorido. —No puedes mirarme
así.
—¿Así cómo? —pregunta con voz ronca.
Como si te estuvieras enamorando de mí.
—Seguimos terminando conmigo sentado encima de ti —digo,
tratando de bajarme de él—. Esto va en contra de nuestra regla de
no tocarse.
Oz se aferra a mi cintura, haciendo imposible que me mueva,
sus ojos siguen clavados en los míos. —Tu regla de no tocar —dice
con firmeza.
—¿Qué?
—Es tu regla de no tocar —repite—. Te tocaría todo el tiempo,
si me dejaras.
—Oz —exhalo—. No puedes decir cosas así.
—Vamos, Reeve —dice suavemente—. No estamos
engañando a nadie.
—Y por eso se supone que estamos... —Mis manos se agitan
entre nosotros—. No nos tocamos.
Decidido, empujo su pecho y me desenredo de su cuerpo,
poniéndome de pie y poniendo algo de distancia entre nosotros. —
Si no podemos mantener una relación amistosa me iré a casa.
Las palabras salen un poco duras y se parecen mucho a un
ultimátum. Uno que no tenía intención de dar, pero del que no me
retracto. Su cara palidece como si le hubiera abofeteado, y siento
su conmoción y su dolor rebotando en mi pecho.
—Puedes irte a casa si quieres. —El abatimiento en su voz es
imperceptible—. Si te sientes incómodo...
Intervengo. —Basta. No es eso. —Me paso la mano frustrado
por el cabello—. Sabes que eso está muy lejos de la verdad.
208
Con un fuerte suspiro, se adelanta y apoya los codos en las
rodillas. —¿Cuál es la verdad entonces?
Me meto las manos en los bolsillos de los vaqueros y me
balanceo sobre los talones. —Sólo intento hacer más fácil la
despedida.
—Que la despedida sea más fácil —repite—. ¿Y funciona? —
pregunta casi con conocimiento de causa.
—Al menos tengo que intentarlo.
Oz se levanta y da pequeñas zancadas hacia mí. Agarra mi
cara entre sus manos. —Lo entiendo. Pero no necesitas irte a casa.
No quiero que te vayas a casa. —Cuando no respondo, añade: —
Me comportaré. Lo prometo.
Después de un largo y silencioso minuto, concedo. —Bien.
Pero me quedo en el otro sofá.
Oz me guiña un ojo y me quita las manos de la cara. —Toma
asiento y busca algo para ver. Traeré bebidas y prepararé algo para
el postre.
—Puedo ayudar.
Niega con la cabeza. —Siéntate. Relájate. Yo me encargo.
Demasiado agotado para discutir, me quito los zapatos.
Después de haber estado aquí las suficientes veces como para
sentirse como un hogar lejos de casa, me pongo cómodo.
Después de dos viajes a la cocina, Oz prepara unos cuantos
cuencos con palomitas y patatas fritas, una bandeja cubierta de
diferentes dulces, y la botella de vino que queda de la cena y
nuestras copas.
—¿Qué has hecho, robar una confitería?
—Siempre me gusta tener cosas a mano por si Maddy y los
niños se pasan por aquí, pero a veces me dejo llevar. Además, no
sabía si preferías lo dulce o lo salado.
209
—No me gusta tomar decisiones innecesarias como esa. —
Agarro el bol de palomitas y luego abro los paquetes de Reese's
Pieces—. ¿Has probado esto alguna vez?
Vierto los dulces sobre las palomitas y luego agito el bol antes
de entregárselo a un Oz sentado. —Coge un poco —le digo.
Lo hace y lo observo mientras se lleva un puñado de la mezcla
a la boca y lo mastica pensativo. —Ya veo lo que pasa aquí —dice,
cogiendo un poco más.
—¿Ves? Así no tienes que elegir.
—Tommy y Summer van a perder la cabeza cuando les
enseñe esto.
—¿Dónde has estado? —Me burlo—. Todo el mundo sabe que
esto es especial.
—No lo saben, —argumenta él, continuando con mi pequeño
brebaje.
Levanto una ceja. —¿Estás compartiendo?
Sonriendo, me pasa el bol. —¿Has decidido qué ver?
—Sabes que no se me da bien tomar decisiones. —Cruzando
las piernas, me arrellano en la esquina del sofá y coloco el cuenco
en mi regazo—. Pero nunca diré que no a las reposiciones de
Anatomía de Grey.
212
Oz: Tendré que tenerte cerca para mantener mi ego bajo
control.
Me acobardo y no respondo, sino que envío unos cuantos
emojis de risa, con la esperanza de que sea algo ligero. Pero
debería haber sabido que Oz no se anda con rodeos. Nunca.
214
Murph deja su sándwich en el plato y mueve el plato al suelo.
Acercándose, toma mis manos entre las suyas. —Podrías quedarte,
Reeve. Vivir aquí. Trabajar aquí.
Estar con Oz.
Aprieta mis manos, implorando que le escuche. —No tienes
que volver. No tienes que ser infeliz.
Sabía que no tenía que ser infeliz, pero no era tan simple.
Lo de mi familia era un hecho, lo de Oz no lo era.
No podía volver a arriesgar mi corazón de esa manera,
aunque esta vez se sintiera diferente, no era lo suficientemente
fuerte como para dar el paso.
—¿Qué pasa con el contrato de alquiler? —dijo Murph,
probando un nuevo ángulo de persuasión—. No puedes largarte e
irte sin avisar. Necesito tiempo para encontrar a alguien que cubra
tu mitad del alquiler.
—Sabes que seguiré pagando el tiempo que haga falta —le
aseguro—. Soy como parcialmente independiente, y el dinero de
mi madre y mi padre salvará el día si es necesario.
Se ríe a medias. —Hotcakes, sabes que no se trata realmente
del dinero o del alquiler. —Veo cómo se le mueve la garganta—. Es
que no quiero que te vayas así.
Asiento con solemnidad. —Lo sé, pero no siento que tenga
otra opción.
215
OZ
—¿Reeve no está contigo? —me pregunta Maddy mientras saco mi
mochila del maletero del auto.
—Va a bajar más tarde —digo sombríamente—. Dijo que no
podía tomarse la tarde libre en el trabajo.
Cierro de golpe la puerta del maletero y me encuentro con
una Maddy de aspecto preocupado.
—¿Qué? —Digo con un poco de dureza.
Ella me pone una mano en el pecho, impidiéndome moverme.
—Antes de que entres y le comas la cabeza a todo el mundo con
esa actitud, ¿qué pasa?
Resoplando con fuerza, dejo caer mi bolsa al suelo y me apoyo
en la parte trasera del auto.
En realidad, no sabía qué pasaba. Todo lo que sabía era que
Reeve me estaba evitando, y nunca había odiado nada más en mi
vida.
—Todo iba tan bien —solté, sin darle a Maddy ningún
contexto—. Pasamos todo el día juntos y fue jodidamente increíble,
y ahora me está evitando.
—¿Cómo te evita? —Pregunta Maddy.
—¿Hay más formas que una? —Pregunto estúpidamente.
—Sólo digo que es posible que no aparezca hoy.
Lo considero durante un milisegundo y luego niego con la
cabeza. —Él no me haría eso. No le haría eso a Dixie.
Sé lo mucho que Reeve respeta y adora a mi familia y lo
agradecido que está por lo bien que le han hecho sentir estas
216
últimas semanas. No les echaría todo eso en cara, no importa lo
que pase entre nosotros.
—Oz —dice con cautela, apoyándose a mi lado en el auto—.
Le dije a Reeve que no interferiría…
La corto. —¿Cuándo le dijiste eso?
—El día que fuimos de compras —dice—. Después de que
hiciera ese comentario fuera de lugar y Reeve se asustara, me
disculpé. Pero también le dije que ambos eran adultos y que
respetaría sus decisiones.
—Bieeen —digo con sorna.
—Y lo mantengo, pero siento que señalar que no hay nada
falso en lo que tú y Reeve tienen, no es realmente decirte algo que
no sepas ya.
—Lo sé —admito con una exhalación—. Sólo que no sabía que
se sentiría así.
—¿Así cómo?
Maravilloso. Aterrador. Perfecto.
—Es que no esperaba que me gustara tanto —digo, restando
importancia a mis sentimientos—. Y ahora que me está evitando,
no tengo ni idea de si estamos en la misma página.
—Sólo habla con él, porque la única persona que puede
decirte cómo se siente Reeve, es Reeve.
Me paso repetidamente una mano por la cabeza en señal de
contemplación, sabiendo que tiene toda la razón. Pero cada parte
de mí sabe que no quiero tener la conversación.
Si conozco a Reeve, sé que lo que sea que haya pasado la
última vez que pasamos juntos lo asustó mucho. Incluso puedo
señalar el momento exacto en que sus pensamientos se
dispararon, y anticipé más estipulaciones platónicas a medida que
217
avanzaban los días, pero despertar a una cama vacía y encontrar
una nota impersonal fue como un puñetazo en las tripas.
Intenté hacerme el desentendido, pero con cada día que
pasaba y cada breve mensaje de texto, mi paciencia se convertía
en frustración, y ahora que había decidido pedirle prestado el auto
a Murph para venir a la bodega en lugar de venir conmigo como
habíamos planeado, mi frustración se había disipado y ahora sólo
estaba jodidamente dolido.
—Hablaré con él —le digo—. Pero después de este fin de
semana. No quiero arruinar la boda.
—Suena como un buen plan. —Maddy me aprieta el hombro—
. Pero tal vez descubras cómo sonreír de nuevo antes de entrar,
¿sí?
Mi teléfono vibra.
Estoy aquí. Caminando hacia el restaurante.
—¿Está Reeve finalmente aquí? —Kat dice mientras levanto la
cabeza de mi teléfono—. ¿Por fin vas a dejar de parecer un
cachorro enamorado sin él?
Está sonriendo, así que sé que está bromeando, pero eso no
significa que no sea exactamente como me he sentido desde que
llegué.
La cena de ensayo es más una formalidad que un propósito.
La fiesta de la boda en sí es sólo mi familia y algunos de los amigos
más cercanos de Dixie y Archer. Pero la casa del viñedo es como
un elaborado castillo de piedra, hecho para el romance y los
cuentos de hadas.
218
—Lo esta —respondo, poniéndome de pie—. Voy a reunirme
con él en la entrada y lo traeré aquí.
Justo cuando las palabras salen de mi boca, Reeve es
conducido a la mesa por el maître.
—Reevey —gritan mis hermanas, y las manzanas de las
mejillas de Reeve se sonrojan maravillosamente.
Dios, le he extrañado.
Mis pulmones se expanden cuando lo asimilo, como si
hubieran pasado años y no días desde la última vez que lo vi. Sus
ojos color chocolate encuentran los míos y una sonrisa lenta y
tentativa se extiende por su rostro.
Me recuerda tanto a la noche en que nos conocimos. A ese
hombre adorablemente nervioso y tan sexy que conocí. Sólo que
esta vez sé lo que hay debajo de su ropa y detrás de esos tímidos
ojos.
Ahora, sé cómo huele, cómo sabe, cómo se siente.
Sé cómo se ve cuando está feliz, cuando está triste, cuando
está excitado.
Sé cómo es cuando está asustado y preocupado, y eso es
exactamente como lo esta ahora.
La charla se desvanece en el fondo con cada paso que da.
Cuando está más cerca, le tiendo la mano con vacilación,
intentando salvar la distancia que nos separa. Pero me sorprende
cuando acorta la distancia y me coge la mejilla.
Sin palabras, sin pensar en nuestro público, inclina la cabeza
y presiona sus labios firmemente contra los míos. El alivio es
inmediato.
Como un arco iris después de la tormenta.
No hay confusión ni inquietud. Es una ofrenda de paz llena de
deseo y propósito, y la acepto ansiosamente. Su beso es el más
219
sincero que me ha dado en días, y me deleito en el hecho de que
su cuerpo nunca miente.
Con la necesidad de tocarlo, imito sus acciones y acuno su
rostro, profundizando el beso.
Te extrañé.
Odio esto.
Creo que me estoy enamorando de ti.
De mala gana, el beso termina y los ojos marrones de Reeve
no recorren la habitación como yo esperaba. Se limita a mirarme
fijamente y no me atrevo a apartar la mirada.
—¡Eh! —susurra.
—Hola.
—Está bien, ustedes dos, ya es suficiente —grita Dixie desde
el otro extremo de la mesa—. Este es mi fin de semana, y ese beso
ya tiene a todo el mundo hablando de otra cosa que no sea yo.
—Lo siento —dice Reeve, todavía sosteniendo mi mirada—.
Hace unos días que no nos vemos.
Deslizando mis dedos entre los suyos, le doy un ligero apretón
en la mano antes de tirar de él hacia abajo hasta que ambos
estamos sentados.
Pasan unos largos segundos antes de que la atención de todo
el mundo esté en otra parte y Reeve y yo volvamos a estar en
nuestra propia burbuja.
Inclinándome, le hablo directamente al oído. —Gracias por
venir.
—Por supuesto —me responde, con la voz baja. Gira la cabeza
y nos separa sólo un suspiro—. Sería el peor de los falsos novios si
me escapara de la boda de tu hermana.
220
Se me revuelve el estómago ante sus palabras, pero no
rehuyó hacer las preguntas difíciles. Aquellas de las que no quiero
saber las respuestas, pero sé que necesito saberlas.
—¿Sólo has venido por nuestro acuerdo? —Pregunto lo más
discretamente posible—. Eso fue... —Respiro profundamente—.
¿Fue todo por el espectáculo?
Una mano firme se posa en mi pierna y sus largos dedos se
deslizan posesivamente por la curva de mi muslo interior. —Sabes
muy bien que esto nunca ha sido sólo para aparentar.
Con la suficiente presión como para saber que estoy aquí, en
este momento, con él, y que estoy de acuerdo con cada una de las
palabras que acaba de decir, cubro su mano con la mía y las aprieto
contra mi muslo.
Nos quedamos sentados así durante el resto de la noche, las
cuerdas de tensión e incertidumbre entre nosotros se deshilachan
y se rompen con cada hora que pasa.
Cuando todo el mundo se separa y se despide, nos dirigimos
fuera del restaurante, con mi mano en la parte baja de su espalda.
—¿Necesitas sacar algo del auto? —Le pregunto.
—Sí. Sólo tengo el bolso y mi traje.
Caminamos en silencio hasta el auto de Murph, la
conversación es entrecortada mientras él recupera sus cosas.
Cuando entramos en nuestra habitación para el fin de semana, los
ojos de Reeve se abren de par en par.
En silencio, le suelto las manos y cojo su traje y su bolsa,
colocándolos junto a los míos. Gira en un lento círculo mientras
observa su entorno. —Dios mío, este lugar es precioso.
—No creí que ningún sitio fuera a salir adelante con tan poco
tiempo de antelación, pero este lugar es perfecto.
Reeve finalmente se vuelve para mirarme, y el aire entre
nosotros se espesa inmediatamente.
221
—Lo siento...
La disculpa ni siquiera tiene la oportunidad de aterrizar y ya
estoy fusionando mi boca con la suya. Nuestros dientes chocan
mientras nuestros labios encuentran un ritmo hambriento y
furioso. Me agarro a su cintura y la aprieto contra la mía,
necesitándolo cerca. Necesitándolo.
Me parece imposible contenerme y mis manos recorren su
cuerpo, tocando todas las partes que puedo. No hay delicadeza
cuando le guío hacia la cama, le desabrocho el cinturón y le
desabrocho los pantalones.
Apartando mis labios de los suyos, beso la curva de su
mandíbula, bajando por su cuello, y finalmente caigo de rodillas.
—Oz —dice sin aliento—. Deberíamos hablar.
Deberíamos, pero no quiero hacerlo. No ahora. No cuando me
duele la polla en los pantalones y he pasado la mayor parte de la
semana preguntándome si volvería a verlo, y mucho menos si
tendría la oportunidad de tocarlo.
Le bajo los pantalones, llevándome los calzoncillos, y él se los
quita obedientemente. A pesar de la vacilación de sus palabras, su
polla es gruesa y dura, con la punta brillante.
Me arriesgo y miro hacia arriba, aliviado al ver que sólo hay
deseo en sus ojos. La disculpa ha desaparecido y el remordimiento
ha sido sustituido por una sed de más.
Agarrando su cintura con las dos manos, le doy la vuelta para
que su apretado culo quede frente a mí. Agarrando sus dos nalgas,
me inclino hacia delante y muerdo suavemente la izquierda.
—Joder —grita.
Le lamo la piel enrojecida antes de volver a hacerlo un poco
más fuerte, dándole a su otra nalga una suave y contradictoria
caricia. Su cuerpo cae hacia delante con un gemido, sus manos se
aplastan contra el colchón, manteniéndolo firme.
222
De pie, le subo la camisa por la espalda y le beso las nalgas
de la columna vertebral. Un pequeño y casi imperceptible temblor
le recorre mientras desciendo por su cuerpo, con mi boca y mi
lengua saboreando y chupando su piel.
De nuevo de rodillas, separo sus piernas y bajo la cabeza. Le
doy suaves besos con la boca abierta en la parte posterior de las
piernas. Subo y bajo por la longitud de sus dos muslos antes de
separarlo y ofrecerme una hermosa vista de su perfecto culo.
—Oz —gime, volviendo a mirarme, con la cara roja por la
desesperación y la vergüenza.
—Todavía no te he tocado —digo, con una voz gruesa y
necesitada, y mis ojos se mueven entre él y su entrada—. Pero,
joder, no hay una sola parte de ti que no desee.
Me inclino hacia delante y deslizo mi lengua a lo largo de su
culo, disfrutando de la aceleración de su respiración. Lo hago una
y otra vez y luego cambio de marcha, rodeando continuamente su
borde hasta que lo único que oigo es cómo grita mi nombre.
Introduzco las manos entre sus piernas, haciendo rodar sus
pelotas en la palma de la mano mientras atravieso sin piedad su
culo con la punta de la lengua.
Sorprendentemente, los dedos rodean mi muñeca y él
arrastra mi mano hasta su polla rígida y necesitada.
—Haz que me corra —exhala—. Necesito que hagas que me
corra.
Juntos, subimos y bajamos, disfrutando de la forma en que
su precum cubre nuestras manos y la longitud de su polla.
—No te detengas —le ordeno, apartando a regañadientes mi
mano de su polla—. Pero no te corras.
Otro gemido resuena en las paredes, y mi polla se tensa
dolorosamente contra el algodón de mis calzoncillos. Intentando
ignorar el latido, me meto los dedos recubiertos de semen en la
223
boca y los froto lo mejor que puedo antes de deslizar dos de ellos
dentro de Reeve, uniéndolos a mi lengua.
Encuentro su próstata y la froto con precisión y propósito, sin
necesitar nada más que ver cómo se deshace en mis manos. Veo
cómo su brazo se mueve más rápido, y es la señal que necesito
para saber que está a punto de deshacerse.
Desordenada y maniática, mi lengua y mis dedos follan
implacablemente a Reeve, y agradezco todas las pequeñas señales
reveladoras de que está a punto de explotar.
—Mmmnnm —tararea Reeve, mientras su cuerpo se
estremece de euforia—. Joder —grita—. Mis piernas... joder.
Lentamente, le doy la vuelta, con su mano todavía alrededor
de su polla reblandecida, con el semen pintado por todos sus
dedos. Su voz se interrumpe cuando nos ponemos frente a frente.
Manteniendo su mirada en la mía, uso una mano para desabrochar
mis propios vaqueros y liberar mi dolorida polla, y la otra para
llevarme a la boca el desorden de Reeve.
Lamiendo y chupando, limpio su dedo mientras follo mi propio
puño hasta alcanzar un rápido y duro orgasmo.
Sintiéndome abrumadoramente saciado, vuelvo a caer sobre
mis caderas y Reeve se sienta sin fuerzas en el borde de la cama,
nuestra respiración es el único intercambio que queda entre
nosotros.
Dentro. Fuera. Dentro. Fuera.
Los minutos pasan, y veo el momento en que su neblina
postorgásmica se ha disipado y la realidad que tanto intentaba
ignorar se desliza de nuevo entre nosotros.
Verle evitar mi mirada es demasiado doloroso, así que me
concentro en la nuez de Adán que baila en su garganta cuando
anuncia: —Voy a limpiarme.
224
No hay invitación a unirse ni una segunda mirada hacia atrás,
simplemente tantea con sus pantalones en el suelo y se retira tan
rápido como puede.
Cuando oigo el cierre de la puerta, un furioso —joder— sale
de mi boca.
Estoy sentado cubierto de mi propio semen, sintiendo que he
arruinado por completo lo que quedaba de nosotros. Él no se opuso
exactamente, pero tal vez tocarse no fue la mejor decisión.
La puerta se abre unos minutos después y Reeve sale con la
cabeza gacha, sin más ropa que una toalla, sujetando su ropa
sucia.
Cuando por fin levanta la cabeza, me ofrece una sonrisa triste
y reconozco que no tengo ni idea de cómo mejorar la situación. Y
verle tan inquieto e inseguro no hace más que impedirme averiguar
cómo volver a encarrilarnos.
Después de una ducha rápida, me apoyo en el lavabo y me
miro en el espejo, dándome una muy necesaria charla de ánimo.
Maddy tenía razón. Reeve tenía razón. Tenemos que hablar.
El sexo no arregla nada. Por muy innegable que sea la química
entre nosotros, eso no anula que el resto de nosotros siga siendo
un desastre.
Salgo del baño decidido a hacerle hablar o a que me escuche,
pero verle en ropa interior me desconcierta.
—Lo siento —suelto, sin saber muy bien por qué me disculpo—
. Puedo esperar en el baño si todavía te estás preparando.
Derrotado, se sienta en la cama y entierra la cabeza entre las
manos. Se necesita una cantidad desmesurada de fuerza de
voluntad para no correr a consolarlo. Pero está sintiendo algo, y
voy a esperar hasta que se sienta lo suficientemente cómodo para
decírmelo.
225
—Me he olvidado el pijama —dice con un suspiro.
Está bien, no es lo que esperaba.
—Sé que —dice, exasperado— me has visto desnudo. Muchas
veces. Pero...
Su voz se interrumpe, y yo doy una puñalada en la oscuridad
y termino la frase, convirtiéndola en una pregunta. —¿Pero crees
que ya no deberíamos hacerlo?
—Yo no he dicho eso.
—No has dicho mucho, en realidad. Hace una semana que no
dices nada. —La ira y la hostilidad en mi voz nos cogen a los dos
desprevenidos.
—Lo siento —le digo.
—No. —Mueve negativamente la cabeza, poniéndose en pie—
. Tienes toda la razón. Debería haberlo hecho.
—Espera. —Levanto una mano en el aire—. Deja que me vista.
Tengo pantalones de salón de repuesto que puedes usar si quieres.
—Por favor.
Rebusco en mi bolso y saco mis boxers y dos pares de
pantalones.
Sin temor, dejo caer la toalla, me pongo los calzoncillos y
luego los pantalones, seguro de que puedo sentir los ojos de Reeve
sobre mí.
Cuando me doy la vuelta, ni siquiera evita mirarme,
simplemente arrastra su mirada por mi pecho desnudo y se
encuentra con mis ojos. —No importa lo mucho o lo poco que pase
el tiempo. Siempre te deseo. —Reeve se pasa una mano por el
cabello y le doy la ropa—. Quiero estar cerca de ti. Te echo de
menos cuando no lo estoy. Y sabes que no debía ser así. Quería
que no hubiera ataduras. No puedo permitirme ser ese tipo otra
vez, y contigo lo soy.
226
—¿Qué tipo? —Piqué, observando cómo se vestía—. ¿Qué
tiene de malo ser tú? ¿Qué tiene de malo tomar lo que quieres?
¿Hacer lo que quieres?
La única constante desde que conocí a Reeve es lo mucho que
se niega a sí mismo las cosas buenas. Ya sea en el trabajo, o con
su familia, y ahora en su vida personal. Cuestiona cada decisión
que toma basándose en una obligación que ni siquiera debería
existir.
—Pones muchas restricciones a tu felicidad —afirmo—. Y eso
nos incluye a ti y a mí.
227
REEVE
Odié que tuviera razón. Y odiaba que no cambiara nada.
Quería volver el tiempo atrás, donde él estaba de rodillas,
deseándome. Tocándome. Desesperado por mí. Quería que la
incomodidad entre nosotros se evaporara y que me llevara a la
cama y me envolviera en sus brazos hasta que saliera el sol.
No quería pelear y no quería hablar. Sólo quería estar con él.
Pero no podía librarme de la pesadez. De mi mente, o de mi
cuerpo.
Lo que Oz y yo teníamos estaba llegando a su fin. Me estaba
yendo. Lo supe en el momento en que le di vida a la idea y se lo
dije a Murph. No podía seguir en Vermont.
No podía quedarme otro mes, haciendo esto con él, y no podía
quedarme otro mes y estar sin él.
No sabía cómo decírselo.
—¿Podemos dejar de lado esta conversación? — dije, como el
cobarde que soy. —No quiero que sea una nube negra sobre
nosotros mientras intentas disfrutar de la boda de tu hermana.
Se pasa la mano por los labios en señal de contemplación y
sé que se está impidiendo discutir conmigo. —Entonces, ¿cómo
quieres jugar a esto? —me pregunta, la hostilidad en su voz es
inconfundible—. ¿Vamos a fingir fuera y aquí dentro es como si el
último mes no hubiera pasado? ¿O simplemente solo quieres seguir
como hasta ahora, solo para que desaparezcas de mí tan pronto
como termine el fin de semana?
El hecho de que su acusación sea justificada y precisa me hace
sentir náuseas de culpa. Nadie me conoce como este hombre, y yo
estoy aquí, intentando convencerle de que no me entiende en
absoluto.
228
—¿Qué quieres que te diga? —Me dejo caer en la cama y
entierro la cabeza entre las manos.
Oz cierra la brecha entre nosotros y se agacha frente a mí,
con sus manos en mis rodillas. —Sólo quiero que estemos bien. Y
para ello tienes que hablar conmigo, pero como no lo estamos
haciendo, no sé cómo avanzar.
Levanto la cabeza, y odio haber provocado la agonía que nada
en los ojos de Oz. —Si puedes —digo— seamos nosotros este fin
de semana. Olvida la semana que fue y olvida la semana que viene
y lo que será.
A pesar de la cautela y la preocupación escritas en su cara,
acaba asintiendo.
Le paso los dedos por la mandíbula y bajo la cabeza para
besar suavemente sus labios. —¿Podemos irnos a la cama? Estoy
muy cansado.
Perdidos en nuestros propios pensamientos, los dos nos
metemos en la gran cama California King en silencio. Nos
quedamos tumbados, uno al lado del otro, mirando al techo,
durante lo que parece una vida entera. Resoplando, Oz se gira,
dándome la espalda. Como no quiero quedarme dormido con la
tensión, lo sorprendo cuando aprieto mi frente contra él, mi brazo
se enrosca alrededor de su cintura.
—¿Está bien así? —Le susurro en el cuello.
Él cubre mi brazo con el suyo, haciendo presión contra su
estómago. —Perfecto.
Y por primera vez desde que salí del apartamento de Oz
aquella mañana de hace una semana, consigo dormir una noche
completa.
229
Me despierto con la cara salpicada de besos, el aire a mi alrededor
oliendo a jabón y desodorante y... ¿tocino? Al abrir los ojos, me
encuentro con un Oz de aspecto magnífico, agachado junto a la
cama, que claramente intenta despertarme.
—Buenos días —me saluda alegremente.
La tensión de la noche anterior se ha disuelto claramente,
quedándonos dormidos en los brazos del otro, la tirita que ambos
necesitábamos. Mis entrañas se despliegan con alivio y mi cara se
divide en una sonrisa. —¿Qué hora es?
—Te dejé dormir todo lo posible mientras yo me pasaba la
mañana echando mierda a mis hermanas mientras se peinaban y
maquillaban para hoy —se regodea—. Pero te he traído el
desayuno.
Mis ojos recorren la habitación, deteniéndose en un carrito
repleto de bollería, una jarra de zumo de naranja y lo que supongo
que es un plato de tocino.
—No tenías que traerme tocino —digo, incorporándome
lentamente—. Estoy perfectamente contento de ser vegetariano
cerca de ti y de tu familia.
—Lo sé, pero Dixie estaba sobrecargada de él y pensé en
salvarla de sentirse mal dentro de unas horas y traerlo aquí.
Me rió. —¿Cómo está ella?
—Está enloqueciendo por no caber en el vestido, pero también
por comer todo lo que está a la vista. —Oz se encoge de hombros
sin poder evitarlo—. Así que, realmente no estoy seguro.
Empujando las mantas, balanceo mis piernas sobre el borde
de la cama, y Oz se pone de pie a su altura.
—Tienes un aspecto fresco y animado esta mañana —digo.
—Es un cara o cruz entre que es la boda de mi hermana y el
gran sueño que tuve anoche.
230
Sonrío tímidamente, con las mejillas encendidas. —Yo
también he dormido muy bien.
Oz se acerca a zancadas al carro y lo empuja hacia mí. —Todo
esto es para ti. —Sirve dos vasos de zumo de naranja y me da
uno—. Después de esto, empezaremos a prepararnos, porque
tengo que hacer algunas fotos con mi familia antes de la
ceremonia, y te quiero allí.
—No tengo ningún problema en mirarte con tu traje. —Tomo
un sorbo de mi bebida—. Incluso te ayudaré a vestirte si quieres.
Acercándose, Oz se coloca entre mis piernas extendidas y me
quita el vaso de cristal de la mano. —Mi hermana me matará si
llegamos tarde porque estuvimos demasiado ocupados follando
antes de su boda, pero si te apresuras a desayunar, te la chuparé
con gusto.
Tiro de la cintura de su pantalón de deporte. —Creo que es mi
turno, y con gusto cambiaré el desayuno para tenerte en mi boca.
—No tienes que hacerlo —protestó débilmente. Su voz ronca,
su cuerpo ya responde a la idea—. Pero si quieres, nunca voy a
decir que no a tu boca alrededor de mi polla.
Me arrastro hasta el borde del colchón y le bajo los pantalones
a Oz.
Su gruesa polla golpea su estómago. —No puedo creer que ya
esté dura —digo.
—No hace falta nada para estar duro a tu lado.
Sabiendo que tenemos poco tiempo, y no encontrando
ninguna razón para esperar, envuelvo mis dedos alrededor de la
base de su polla y cubro su corona con mi boca. No hay ningún tipo
de avance o lenta provocación como de costumbre, mi único
propósito es conseguir que se corra en un tiempo récord.
231
La mano de Oz se posa en mi nuca, guiándome hacia arriba y
abajo de toda su polla, empujándose hasta llegar al fondo de mi
garganta.
Lentamente, me arrastro con un fuerte estallido y luego bajo
mi boca a su saco. Chupo cada una de sus pelotas mientras lo
masturbo.
—Abre la boca —me ordena con voz ronca.
Y lo hago.
Mis ojos se fijan en Oz, embelesado por la forma en que el
placer transforma su rostro. Deja caer la cabeza hacia atrás, con
los ojos cerrados, la columna de su garganta a la vista, mientras
su nuez de Adán se balancea con anticipación.
Abro la boca mientras continúo acariciándolo hasta la línea de
meta.
—Oh, Jooooder —gime, bajando la cabeza, y su mirada se
detiene en mi boca, que le espera, mientras salen chorros de su
semen que caen exactamente donde él quiere.
Oz me agarra la barbilla, manteniéndome en su sitio mientras
su cuerpo se estremece con su liberación. Antes de que pueda
tragar su sabor de mi lengua, presiona sus labios contra los míos,
deslizando su propia lengua entre la comisura de mi boca,
invadiendo cada rincón, desesperado por saborearse a sí mismo.
—¿Qué tal el desayuno? —Sonríe, levantando la cabeza
lentamente.
Persigo sus labios, besándole de nuevo rápidamente. —Lleno.
232
A pesar de todas las incógnitas entre Oz y yo, me siento
privilegiado por ser testigo del amor compartido entre Oz y su
familia.
No es sólo porque es la boda de Dixie, o porque acabo de ver
a todos ellos llorar mientras Dixie y Archer intercambiaban sus
votos.
Incluso cuando he estado en su casa para las cenas
semanales, hay una conexión sin esfuerzo entre todos ellos que
emana en la forma en que hablan, ríen y aman.
Y hoy me siento parte de ello.
—Reeve —dice Dixie—. Ven y entra en las fotos. Necesito una
con todos nosotros, y vas a querer una sólo de ti y Oz. Los dos
están muy guapos hoy.
Mis ojos encuentran a Oz, observando la forma en que su traje
se aferra a su poderoso cuerpo. La chaqueta lo abraza casi
indecentemente, mostrando la amplitud de sus hombros, la
anchura de sus bíceps, y la forma pecaminosa en que se estrecha
en su cintura donde se abotonó.
No discutí con Dixie, aunque cada célula de mi cuerpo me
dijera que no saliera en las fotos que colgarían en sus paredes y
que durarían más de lo que Oz y yo jamás lo haríamos.
Caminando hacia el fotógrafo, meto la mano en el bolsillo,
saco el móvil y se lo ofrezco. —¿Crees que puedes hacer algunas
fotos con mi teléfono también? —le pregunto—. Por favor. Me
encantaría tener mi propia copia.
El joven no se inmuta ante mi petición, sólo coge el móvil y
me hace una leve inclinación de cabeza.
Puede que sea una estupidez, pero incluso con el corazón
roto, sé que voy a querer una forma de conmemorar a Oz y este
día.
233
Cuando llego a él y a sus hermanas, extiende su brazo hacia
mí y me atrae para darme un beso relajado y cómodo.
—¿Qué fotos quieres primero? —grita el fotógrafo mientras
ajusta su cámara.
—Hagamos primero las de la familia y luego ellos pueden
hacer lo que quieran con sus manos errantes mientras tú les haces
una foto juntos —me indica Dixie.
La palabra familia hace que mi corazón se expanda
infinitamente dentro de mi pecho. Porque real o falsa, temporal o
permanente, hoy la familia de Oz se siente como la mía. Su
felicidad por su hermana y su hija se siente exactamente igual que
la que yo siento por Callie y Poppy.
El ayudante del fotógrafo se ocupa de cada uno de nosotros,
indicándonos que nos coloquemos de cualquier manera, mientras
los clics de la cámara continúan en el fondo.
Cuando nos toca hacernos la foto juntos, Oz tiene sus manos
en mi cintura y su boca cerca de mi oído, susurrando cosas dulces
y sucias.
—Estás tan jodidamente sexy —murmura—. En realidad se
está volviendo doloroso estar cerca de ti.
Presiona su erección cubierta en mi trasero y pronto me doy
cuenta de lo que quiere decir.
Miro por encima del hombro y le sonrío. —Nos vas a meter en
muchos problemas.
—Pero los problemas son muy divertidos. —Canta la última
palabra y luego me da un pequeño mordisco en la oreja.
—Oye —me rió, apartándolo con un manotazo—. ¿Qué te
pasa?
234
Su brazo se mueve sobre mi estómago, acercándome aún
más a él. —Me alegro mucho de que estés aquí —dice, su confesión
honesta y vulnerable envuelve mi corazón.
—Yo también —digo, con mis palabras llenas de emoción—.
Yo también.
El fotógrafo, cuyo nombre sé que es Clay, sigue haciéndonos
fotos, con su ayudante moviéndonos de un lado a otro demasiadas
veces. Cuando por fin podemos estar frente a frente, no nos
importa quién está alrededor, ni quién sigue haciendo fotos.
Sólo estamos nosotros, sonriendo, besándonos y hablando.
Dejándonos llevar completamente por el momento.
—Creo que los tenemos a todos —dice Clay—. Los veré a
todos de nuevo cuando sea la hora de la recepción.
Clay se acerca a Oz y a mí y me devuelve el móvil. —Ginny
tomó todas las que pudo —dice, refiriéndose a su asistente. Saca
lo que parece ser una tarjeta de visita de su bolsillo trasero y me
entrega una—. Ustedes dos hacen unas fotos preciosas. Asegúrate
de visitar mi página web para ver el resto de ellas después de la
boda.
Rápidamente, deslizo la tarjeta en mi chaqueta, con el
impulso de ojear las fotos en mi teléfono inmediatamente. Sólo hay
un puñado, pero no hay una sola que no capture la esencia misma
de lo que Oz y yo somos juntos.
Felices.
Está en cada foto, no importa la pose, no importa el ángulo.
Creo que nunca he sido tan feliz. Ni solo, ni con Micah, ni con nadie.
—Tiene razón —dice Oz, con voz ronca—. Nos vemos bien
juntos.
235
El resto de la boda transcurre en un espectacular desenfoque de
comida, bebida, baile y risas.
Cualquier preocupación o duda que tuviera sobre Oz y yo pasó
a un segundo plano temporalmente, y me permití disfrutar del día
con Oz Walker como novio.
Fue sin duda uno de los mejores días que he tenido.
Fue como un vistazo a lo que la vida podría ser para Oz y para
mí, y por un momento, con sus brazos rodeándome en la pista de
baile, balanceándose con la versión acústica de Sam Smith de la
canción —Latch— me permití creer que podíamos tenerlo.
Una vida en Vermont.
Una vida juntos.
—¿Quieres salir de aquí? —Oz me susurra al oído.
Lo miro por encima del hombro. —¿No hay una regla que diga
que tenemos que irnos después de los novios?
—No tengo ni idea —responde, dándose la vuelta para que
estemos cara a cara—. Pero, de todas formas, mañana los veremos
para desayunar antes de irnos todos, así que no es que no vayamos
a desearles lo mejor.
—En ese caso. —Le tiendo la mano—. Lidera el camino.
De la mano, prácticamente corremos hacia la habitación.
Cuando la cerradura por fin cede, entramos a trompicones en la
habitación oscura, con las manos y la boca tropezando sólo por
estar cerca.
Cierro la puerta de una patada con el pie y Oz me empuja
contra ella, apretando su cuerpo contra el mío.
Incluso con las capas de ropa entre nosotros puedo sentir su
excitación, larga y dura, rozando la mía. Pero ahora que estamos
236
entre estas cuatro paredes, sin ningún lugar en el que estar y sin
ningún lugar al que ir, Oz y yo hemos perdido la habitual
desesperación que acompaña a muchos de nuestros anteriores
momentos juntos.
El aire sigue siendo espeso y pesado con el deseo, pero es la
adoración entre nosotros la que se siente diferente.
Siempre cambiante, que se expande y se intensifica.
Oz se siente diferente. Hoy es el más ligero y el más feliz que
lo he visto, pero también el más honesto y vulnerable.
Pude leerlo. Sin siquiera darme cuenta, había llegado a
conocer a este hombre como la palma de mi mano. Sujetando su
cara entre las palmas de mis manos, lo beso profundamente.
Mi lengua se desliza entre sus labios, asegurándole que estoy
aquí y que sé lo que quiere de mí. Lo que vino después.
La comprensión, el acuerdo y la satisfacción pasan entre
nosotros. Y por primera vez, nuestras bocas se mueven en un beso
de absoluta satisfacción. Estamos en el momento sin prisa por salir
de él. Por primera vez, tocarlo y besarlo se siente como un
interludio para siempre y algo más.
Un anhelo.
237
OZ
—¿Seguro? —me pregunta, leyendo mi mente. La lujuria sigue
pesando en sus ojos, pero la ligereza que había entre nosotros hace
unos momentos se ha transformado en algo pesado y lleno de
expectativas—. Quieres que...
Le corto con un beso. Uno mucho más lento y sensual, uno
que muestra exactamente el tipo de intimidad que quiero con él.
—Nunca lo he hecho —susurro en la habitación vacía, dejando
el resto de mi confesión sin decir—. Lo quiero contigo.
La gravedad de mi petición no pasa desapercibida para
ninguno de los dos, pero siento que todo lo que hemos compartido
me ha llevado a este momento, y no sé de qué otra forma
demostrarle que tiene mi corazón. Sacado de mi pecho y acunado
entre sus manos. Él. Tiene. Mi. Corazón.
Lo que empezó como diversión, juegos y una forma de tener
sexo loco y caliente se ha convertido en algo que es mucho más
grande de lo que podría haber imaginado.
Son noches sin dormir, llenas de sexo y mañanas relajadas.
Son conversaciones profundas y risas incontrolables durante el
desayuno, la comida y la cena. Son lágrimas y sonrisas. Son
esperanzas y miedos. Es un futuro. Un futuro que quiero sólo con
él.
Pero no sé cómo decírselo ni cuándo. Así que, en lugar de eso,
uso nuestra química, la única constante entre nosotros, y se doy a
él.
Reeve aprieta su boca contra la mía y empieza a tirar de mi
corbata, aflojándola hasta que se deshace. Lentamente, unos
dedos ágiles empiezan a desabrocharme la camisa mientras me
conduce hacia la cama. Me empuja la camisa por encima de los
238
hombros y la tela crujiente cae al suelo, como el cierre de una
cortina. Sus labios no se separan de los míos mientras el beso se
hace más profundo y sus manos recorren mi estómago hasta llegar
al cinturón.
—Quiero que estés desnudo —murmura contra mi boca,
empujando bruscamente mis pantalones de vestir y mis
calzoncillos al suelo—. Quiero verte y sentirte entero.
—Yo también quiero eso —exhalo, quitándome la ropa—. Lo
quiero todo.
—Quítame el traje —me ordena, y mi polla palpita ante la idea
de que Reeve lleve la voz cantante—. Y luego túmbate en medio
de la cama.
Ahora me toca a mí desnudarlo, y no pierdo el tiempo,
admirando cada tramo de piel que queda a la vista.
Nunca voy a cansarme. Verlo desnudo, tocarlo. Estar desnudo
delante de él y que él me toque.
Podría hacerlo para siempre, creo. Quiero hacerlo para
siempre.
Acostado en la cama, observo cómo un Reeve desnudo y duro
coge lo que necesita del interior de su bolsa y luego vuelve hacia
mí, arrastrándose por mi cuerpo, hasta que sus manos están a
ambos lados de mi cabeza y su boca desciende hasta la mía.
El resto de él le sigue, mientras se tumba encima de mí. Un
manto de piel cubriéndome, una polla tan dura, presionando contra
la mía.
Gimo en su boca mientras mis manos encuentran su culo y
aprietan sus nalgas, empujándolo más dentro de mí.
Nos balanceamos el uno contra el otro, buscando la fricción,
besándonos hasta que mis labios se sienten magullados y mi polla
se desliza contra las resbaladizas crestas de la suya.
239
Quiero hacer esto para siempre.
Reeve baja su boca por mi mandíbula y me chupa y lame el
hueco del cuello. Coloca la palma de la mano sobre mi corazón
mientras susurra: —Deja que te cuide. Deja que te cuide de la
misma manera que tú siempre me cuidas a mí.
Sus labios me tocan por todas partes, rozando cada pezón y
lamiendo y besando mi estómago. Bajando hasta mi polla.
En lugar de llevarme a la boca como espero, se sitúa a cuatro
patas, pero esta vez su apretado culo está en mi cara, dándome
un asiento en primera fila de mi vista favorita.
—¿Se supone que debo tumbarme aquí y no tocarte? —
Pregunto bruscamente. Mis manos se acercan a él por sí solas.
Me mira por encima del hombro, con una sonrisa malvada en
la cara. —Si puedes concentrarte, puedes tocar.
Mi instinto natural de control y dominio me hace querer
aceptar el reto, tocarle por todas partes para que sea él quien no
pueda concentrarse.
Pero en lugar de eso, me siento y doy la bienvenida a lo
salvaje y loco, porque así es como me siento. Salvaje y loco por su
culpa. Para él. Con él.
Caliente y húmeda, su boca cubre mi polla, y mi sangre hierve
a fuego lento con la anticipación bajo mi piel.
Mis ojos no saben a dónde mirar, hipnotizados por su culo al
aire y la forma en que puedo ver justo entre sus piernas. Su dura
polla está a la vista, sus pelotas cuelgan llenas y pesadas, y su
boca sube y baja mi longitud como si no tuviera suficiente.
—Pareces un puto sueño —digo con voz ronca.
Mis manos agarran sus nalgas y acarician y masajean su
suave piel, separándolo de vez en cuando para poder ver su
precioso culo.
240
Reeve no vacila. Completamente decidido y concentrado, me
penetra y hace que todo mi ser se estremezca. El cuidado y la
atención de él son excesivos, pero de alguna manera son
suficientes.
Me acerco a su polla y la acaricio entre sus piernas,
disfrutando de la forma en que su resbaladiza excitación se
extiende por mis dedos.
Se aparta de mi polla, pero sigue moviendo la mano arriba y
abajo, y vuelve a mirarme. —¿Cuántas veces crees que puedes
correrte esta noche? —me pregunta, las palabras son un reto y no
una pregunta.
—¿Por qué? ¿Tienes planes? —Jadeo.
—Porque quiero arrancarte un orgasmo tras otro —dice,
repitiendo las mismas palabras que le dije en nuestra primera
noche juntos.
Vuelve a introducirme en su boca. Esta vez su necesidad de
llevarme al límite es evidente. Y mi agarre de su polla vacila.
Intento alcanzar su polla de nuevo, pero él mueve mi mano.
—Se trata de ti, ¿recuerdas? —dice entre chupadas—. Por favor.
Deja que me ocupe de ti.
Así que coloco mis manos en su culo, agarrándolo,
acariciándolo y amasándolo mientras Reeve me hace trabajar y mis
caderas empiezan a agitarse en su boca mientras ambos
encontramos un ritmo deliciosamente tortuoso.
—Joder, Reeve —suplico ronco—. Me voy a correr.
Una larga y dura succión es la única respuesta que obtengo
mientras me duelen las pelotas y el calor se enrosca en mi columna
vertebral.
—Joder —grito mientras mi cuerpo se estremece sin cesar, el
semen sale a borbotones de mí y entra en la boca de Reeve—. Eres
muy bueno en eso —digo entre respiraciones agitadas.
241
Reeve no se aparta de mí hasta que me ha chupado, lamido
y tragado hasta dejarme seco. Cuando termina, se mueve hasta
que sus piernas están a horcajadas sobre mí y presiona sus labios
húmedos e hinchados contra los míos, dejándome saborear en él.
—Ven aquí —gruño, profundizando el beso. Como lo quiero
más cerca, levanto una mano y la enrosco en su nuca, atrayéndolo
hacia mí, mientras la otra se apoya en su cintura y lo guía para que
se recueste sobre mí.
Se acomoda entre mis piernas, con la polla aún dura, y
dejamos que nuestras manos exploren lánguidamente, sintiéndose
todo un poco más monumental que todas las veces anteriores.
Intento deslizar una mano entre nosotros, pero él niega con
la cabeza. —Es mi noche soy el que manda —exclama—. Y quiero
guardarlo todo hasta que esté dentro de ti.
—Dices las cosas más dulces cuando estás al mando —digo
con una sonrisa antes de volver a besarlo.
Nos perdemos en la sencillez del beso. Duro y suave. Rápido
y casto. Largos y perezosos. Nos besamos en todos los sentidos,
nuestras lenguas bailan una melodía especial, nuestras bocas
hablan su propio lenguaje secreto.
Embriagado de besos, el cuerpo de Reeve reacciona
instintivamente, frotando sutilmente su dura longitud contra mí, y
yo no digo ni una sola palabra al respecto. Me deleito con los
movimientos, me encanta la forma en que su polla está haciendo
revivir la mía.
Lentamente, Reeve arrastra su cuerpo por el mío, dejando
besos húmedos a su paso. Sentado sobre sus rodillas, me abre las
piernas. Están dobladas por la rodilla y él parece ridículamente
cómodo entre ellas.
Sin preocuparse por sus propias necesidades, Reeve busca el
lubricante que trajo antes a la cama y se echa un poco en la mano.
242
Me sorprende cuando me agarra la polla, y siseo al sentir la
fría sustancia contra mi piel.
—¿Confías en mí? —me pregunta.
Asiento y continúa acariciando mi polla semidura, larga y
pausadamente.
Siento que me engroso cuando Reeve vuelve a aplicar el
lubricante en su mano y luego baja hasta mi saco. Me hace rodar
las pelotas, masajeándolas y apretándolas una y otra vez, antes
de recubrir sus dedos y pasar las puntas de dos de ellos por mi
entrepierna.
Repite la acción, arriba y abajo, ignorando mi agujero. Una y
otra vez, se burla de mí y noto que me aprieto con anticipación.
Ahora estoy innegablemente empalmado y deseoso, pero Reeve es
calculador e implacable.
Es una faceta suya que nunca había visto pero que me excita
mucho.
Empezando por arriba, Reeve aplica más lubricante y me
masturba. Jadeando, intento mover mis caderas, pero esto sólo
hace que vuelva a bajar a mis pelotas. Antes de que me dé cuenta,
se burla de mí, pasando sus dedos por mi culo y repitiéndolo de
nuevo como un ritual enloquecedor.
—Reeve —gimo—. Por favor.
No dice ni una sola palabra, pero se asegura de mantener su
mirada fija en la mía. Me observa con mucha concentración
mientras un dedo resbaladizo se desliza finalmente dentro de mí.
—Ah, joder —grito.
No me resulta extraño ni inoportuno, porque ya he
experimentado conmigo mismo antes, pero es el hecho de
compartirlo con Reeve lo que hace que todo esto sea diferente y
nuevo.
243
Sé lo importante que es para mí. El hecho de confiar a alguien
las partes más íntimas de mí no es algo que haya pensado nunca
que quisiera.
Reeve añade otro dedo, y la intrusión arde ligeramente.
Siento que me siento más cómodo con cada empuje, que cada
parte de mí quiere más.
—Te necesito —digo, con la respiración acelerada y agitada—
. Te necesito tanto, joder.
Levantándose, Reeve saca sus dedos y el vacío me golpea
inmediatamente. Veo cómo se enfunda su polla, necesitada y
desesperada, y cómo la unta generosamente con lubricante.
Abriendo más las piernas, se mueve para alinearse conmigo,
con la punta de su polla presionando mi entrada.
Sus ojos no se apartan de los míos mientras empuja
lentamente hacia dentro, con cada parpadeo de emoción que pasa
por ellos a la vista.
Esto es mucho más que sexo, mucho más que aquella primera
noche y que todas las demás.
Mi cuerpo se estira instintivamente hacia él. Le da la
bienvenida. Lo necesita.
Siento el ardor a medida que se adentra en mí, superando el
anillo muscular y deslizándose hasta el fondo.
—Joder, qué bien te sientes —dice Reeve—. Estás tan
apretado. Quiero vivir dentro de ti.
Yo ambién quiero eso.
—Muévete —le ruego—. Por favor. Muévete.
Sus manos se aferran a mis piernas, sus dedos se clavan en
mi piel mientras sus caderas se balancean, su polla se desliza
dentro y fuera de mí.
244
Como antes, Reeve me vuelve loco. Sus embestidas son duras
y rápidas, lentas y seductoras. Una y otra vez hasta que golpea mi
próstata y estoy seguro de que cada parte de mí está a punto de
explotar.
Baja su cuerpo sobre el mío, pegando su boca a la mía,
mientras mueve sus caderas sin piedad.
Mis manos alcanzan su culo y lo empujó hacia mí,
manteniéndolo allí, mientras nuestros labios se mueven en un
movimiento frenético alimentado por la gula y la desesperación.
Puedo sentir el maremoto de emociones entre nosotros en
cada empuje, beso y contacto.
Es mucho, pero sé que lo que tenemos ahora nunca será
suficiente.
Le necesito.
Lo necesito para siempre.
Compartir este tipo de intimidad sólo con él y siempre con él,
hace que mi polla gotee y mi pecho esté a punto de romperse.
—Eres tan hermoso —dice, apartando su boca de la mía y
sorprendiéndome con la guardia baja. Sus dedos recorren el lateral
de mi cara—. No sé si, entre tanto desgarro de ropa que hacemos,
te lo he dicho alguna vez.
Mi corazón se infla hasta ser casi demasiado grande para
caber dentro de mi cuerpo. Me han llamado sexy y caliente, pero
todo el sexo sin sentido de mi pasado no invita a que alguien te
llame hermoso.
De hecho, nunca lo he pensado dos veces. Nunca he usado
esa palabra para describirme a mí mismo ni espero que nadie lo
haga.
Pero cuando Reeve me la dice, ya no quiero pasar un día sin
escucharla.
245
Tragando la gruesa cuña de emociones que se me ha quedado
atascada en el fondo de la garganta, lo beso. Le beso porque las
palabras nunca harían justicia a este momento. Le beso porque no
sé cómo no hacerlo. Le beso para impedirme decir te amo.
Llenos de sentimientos, los labios de Reeve no se separan de
los míos mientras acelera su ritmo, y siento el comienzo de esa
subida en la base de mi columna vertebral.
Mi mano se desliza entre nosotros y aprieto mi polla. Al ritmo
de cada una de las embestidas de Reeve, mi cuerpo empieza a
temblar, necesitando liberarse.
—Córrete conmigo, —exige—. Necesito sentirlo contigo.
Necesito que te corras conmigo.
Sus palabras se hacen eco de nuestra conexión, se hacen eco
de las necesidades exactas que tengo rebotando en mi caja
torácica. Necesito a Reeve.
—Estoy ahí —jadeo—. Reeve, estoy ahí.
Los dos estamos frenéticos mientras cada uno de mis
músculos se contrae y se relaja, y cuerdas de semen se derraman
entre nosotros.
Reeve gime con total satisfacción mientras su cuerpo se
estremece sobre el mío. La felicidad y la euforia están escritas en
su cara antes de enterrar su cabeza en mi cuello.
Nuestras respiraciones son fuertes y pesadas mientras cada
uno de nuestros sentidos se adapta a las consecuencias. El aire se
queda quieto y ambos guardamos silencio, el momento es
demasiado grande, las sensaciones demasiado reales.
Reeve se desliza de mala gana fuera de mí, y la pérdida de su
cuerpo en el mío se siente demasiado consumidora, con la duda y
la realidad arrastrándose. ¿Cómo voy a dejar que se vaya después
de esto?
246
Sentado sobre sus rodillas, Reeve se quita el condón, lo ata y
lo tira en la papelera junto a la cama.
—Déjame coger algo para limpiarte.
Sintiéndome abrumadoramente crudo, veo cómo se retira al
baño y luego vuelve, limpiando cada centímetro de mí con nada
más que amor en sus acciones.
Se lleva la toalla al cuarto de baño, y yo me acerco a él en
cuanto vuelve. —Acuéstate conmigo.
Me subo a la cama y me sorprendo cuando se tumba encima
de mí y tira de la manta doblada sobre nosotros, como si bloqueara
el mundo.
—¿Cómo te sientes? —me dice en el cuello.
Le rodeo con los brazos, queriendo grabarme en su piel. Le
beso el hombro y le susurro la verdad al oído. —Me siento perfecto.
247
REEVE
—¿De verdad te vas? —pregunta Murph, de pie en mi puerta—.
¿Así de fácil?
Dejando caer una pila de camisetas dobladas en mi maleta
abierta, me concentro en reacomodar mi ropa para que me quede
bien en lugar de darme vuelta y hablar con Murph.
—¿Al menos vas a decírselo a Oz?
Por una fracción de segundo, egoísta, realmente había
contemplado no decirle que iba a volver a Connecticut. Pero ya me
odiaba a mí mismo por ser débil y marcharme. Ya sabía que estaba
rompiendo el corazón de ambos, y no necesitaba que él también
me odiara.
Me giro para mirar a Murph. —Por supuesto que se lo voy a
decir. Tengo que ir a V & V para ultimar algunas cosas con Harrison
y luego se lo diré.
—¿Se lo vas a decir en el trabajo? —La voz de Murph es
incrédula, y la decepción en sus ojos me dice que he jodido esto
desde todos los ángulos.
Pero no necesito la desaprobación de Murph para saber que
irme es una salida cobarde.
—No importa dónde se lo diga —argumento—. El resultado va
a seguir siendo el mismo. Además, si estamos en el trabajo, no
podemos besarnos ni tocarnos, y no me puede hacer cambiar de
opinión.
—Si estuvieras tomando la decisión correcta, Hotcakes, no te
preocuparía que tu mente pudiera hacerte cambiar tan fácilmente.
—Bien. —Lanzo las manos al aire—. Así que lo estoy haciendo
mal. Dime algo que no sepa.
248
Murph se acerca a mí y apoya su cabeza en mi hombro,
rodeando el mío con su brazo. —Lo amas —dice, con mucha más
suavidad de la que merezco—. Lo amas y tienes miedo, pero eso
no significa que tengas que huir.
—No puedo quedarme —admito con impotencia—. No puedo
amarlo y quedarme y que luego se acabe. Pensé que tenía el
corazón roto después de lo de Micah, pero... —Niego con la
cabeza—. Perder a Oz me matará absolutamente.
—Lo vas a perder de todos modos.
Tragándome el nudo en la garganta, ignoro su razonamiento
y sigo empacando. Cuanto antes llegue a V & V, antes podré volver
a casa y dejarme caer.
Sólo han pasado unos días desde la boda, y me he esforzado
a propósito, pasando por los movimientos, hablando y enviando
mensajes de texto con Oz cuando era necesario, pero nunca me he
sentido tan crudo y desgarrado en toda mi vida.
El fin de semana fue perfecto. Oz es perfecto. Y el sexo... y el
sexo.
Lo que hicimos no fue sólo sexo. Lo que compartimos... lo que
Oz me dio. No era sólo su cuerpo, era todo su ser.
Y lo tomé con avidez. Con ambas manos, me dio su corazón,
y ahora iba a arrojárselo todo a la cara.
Sé que estoy enamorado de él, pero no sé qué hacer con ese
amor.
Mi pasado me ha hecho tan inseguro y tan poco seguro. ¿Eran
mis necesidades y deseos demasiado? ¿Despertaría un día y
decidiría que ya no quería esto conmigo, como hizo Micah?
Peor aún, ¿iba a decepcionar a mis padres, otra vez, por algo
que no iba a durar?
No podría sobrevivir a eso. De hecho, sabía que no lo haría.
249
Todo esto era demasiado, demasiado rápido, y mi cabeza y
mi corazón daban vueltas. Necesitaba un terreno seguro y sólido,
y no lo encontraría aquí en Vermont.
Murph me deja para que termine de empacar todo lo que
pueda, y cuando le digo que me voy a V & V, ni siquiera se despide.
Cuando llego a V & V, me dirijo directamente al despacho de
Harrison, sin permitirme mirar a mi alrededor ni hacer contacto
visual con nadie, y por suerte, nadie se fija en mí.
Ya había hablado con él por teléfono el lunes por la mañana,
después de la boda. Sabía que venía a decirle que me iba, y sabía
que no estaba contento.
—Así que déjame entender esto —dice Harrison—. Te vas este
fin de semana y no puedes hacer el resto de tus turnos
programados.
Me encogí, sus palabras me hacían parecer poco fiable y
desconsiderado, dos cosas que no era. Pero el riesgo era
demasiado alto. La conversación de hoy con Oz iba a ser lo
suficientemente dura. No había manera de que fuera capaz de
verlo todos los días después.
—Lo sé, y lo siento. —Me levanto de la silla y camino,
nervioso—. Nunca podré agradecerte lo suficiente por dejarme
trabajar aquí. Este lugar ha sido mi hogar lejos del hogar —le
digo—. Pero es la hora, y necesito volver a casa.
Mi voz se quiebra, y veo que las facciones de Harrison se
suavizan inmediatamente. —Sabes, Reeve, si hay algo en lo que
pueda ayudarte, por favor sólo dilo.
Mi boca se abre antes de que tenga la oportunidad de pensar
en su oferta. —¿Crees que podrías enviar a Oz a un descanso y que
suba aquí para que pueda hablar con él?
Harrison asiente con una sonrisa suave y triste, y veo que las
piezas del rompecabezas encajan para él. Sus ojos están llenos de
250
nada más que empatía mientras sale de la habitación para
recuperar a Oz.
Lágrimas llenas de miedo y angustia me escuecen los ojos, y
Oz aún no está en la habitación. Me aprieto los ojos con los talones
de las manos, intentando recuperar la compostura.
—Reeve. —La voz de Oz llega a mis oídos, su preocupación es
prácticamente instantánea—. ¿Qué pasa?
Dejo caer los brazos y miro hacia la puerta. Lo veo acercarse
a mí a grandes zancadas, la preocupación en su rostro es tan
genuina y conmovedora que una lágrima se desliza casi de
inmediato.
Joder.
—Hey, Hey, hey —me dice Oz en voz baja. Ahora está de pie
frente a mí, sosteniendo mi cara, limpiando mis ojos que se niegan
a dejar de gotear—. ¿Qué pasa?
Giro la cabeza para librarme de su agarre, y al instante veo la
sorpresa y el dolor en sus ojos. Da un paso atrás, su espalda se
endereza, cada parte de él está en alerta.
—¿Qué pasa? —repite, el tono de su voz exige que le
responda.
Incapaz de pensar en otra forma de decir las palabras que sé
que le aplastarán, las suelto. —Me voy a casa.
—Te vas a casa —repite lentamente. Enfoca sus ojos hacia
mí—. ¿Te vas de Vermont?
—Sí —respondo—. Vuelvo a Connecticut.
—¿Cuándo?
—Este fin de semana, o antes si consigo reunir todo.
Mueve la cabeza, lento e incrédulo, y se adelanta a mí. —¿Por
qué?
251
Las náuseas se arremolinan en mi estómago. —No puedo...
—Muevo negativamente la cabeza—. Es demasiado. Tú y yo, es
demasiado.
—No —dice en voz demasiado alta—. No es demasiado.
Apenas es suficiente.
—No puedo hacer esto contigo y luego irme dentro de un mes
de todos modos —me apresuro a decir—. Me duele ahora y me
dolerá aún más después.
Oz extiende sus brazos y se acerca a mí. Me coge de la mano
y me arrastra hacia él, hasta que estamos cara a cara, sus ojos en
los míos, sus manos acunando suavemente mi cara. —Entonces
no te vayas —dice. Tres simples palabras, que tienen el mayor peso
que jamás se haya posado en mi corazón.
—No puedo —respondo débilmente—. Sabes que tengo que
irme.
Ignorándome, se repite. —Quédate. Quédate aquí conmigo.
Quédate conmigo.
De todos los escenarios posibles, nunca imaginé que Oz me
pediría que me quedara. Conozco la sinceridad de sus sentimientos
hacia mí y los he sentido hasta la médula de mis huesos, pero
esto... esto es inesperado.
Nunca nadie había luchado por mí. Normalmente soy yo el
que le recuerda a alguien mi relevancia, o el que hace cosas como
trabajar con mi familia, para que no me vea constantemente como
una decepción para ellos.
Pero desgraciadamente, por muy bonitas que sean las
palabras, no cambian nada.
—Te amo, Reeve. —Me pasa suavemente el pulgar por los
labios, su suave mirada sostiene la mía. Y todo lo que quiero hacer
es responderle.
252
Yo también te amo. Te amo jodidamente mucho.
253
como una enredadera que envuelve mi corazón, apretando hasta
que el dolor es insoportable.
—Tengo demasiado miedo —digo con sinceridad, con la voz
temblorosa—. Tengo demasiado miedo para quedarme.
—Así que es eso —dice, sus palabras tan abatidas, sus ojos
llenos de nada más que desolación.
Yo le hice eso.
—Sólo tienes demasiado miedo para quedarte —repite.
La excusa suena patética en sus labios, y la vergüenza por lo
consumido que estoy por este miedo me atraviesa.
—Lo siento —exhalo, dejando caer mis lágrimas.
Enjugándose los ojos, Oz se acerca a mí y presiona sus labios
contra mi frente. —Yo también.
254
OZ
—Oz —dice mi madre—. ¿Has terminado de comer?
Aturdido, levanto la vista de mi comida y me doy cuenta de
que los ojos de todos están puestos en mí. Me muevo incómodo en
mi silla. —Lo siento. ¿Qué has dicho?
—¿Has terminado de comer? —pregunta con ternura.
—Sí. Gracias. —De pie, recojo mi plato y camino en piloto
automático hacia el fregadero de la cocina. Sé que todo el mundo
está mirando y preocupado, y que al menos debería intentar fingir
que estoy bien, pero no sé cómo.
Me siento absolutamente sorprendido por la ausencia de
Reeve. Uno, porque no lo vi venir, y dos, no sabía que iba a doler
tanto.
Nunca nada me ha dolido tanto.
—Cariño. —La voz de mi madre suena desde detrás de mí,
con su mano apoyada en la mitad de mi espalda.
—¿Sí? —Me vuelvo para mirarla y veo a todos los demás
hombres de mi familia escabullirse al patio trasero con Tommy y
Summer, mientras mis hermanas se colocan detrás de ella, con
una mirada de preocupación en cada uno de sus rostros. Si sus
expresiones de angustia no fueran por mí, sería casi cómico.
—Estamos preocupados por ti, Oz. Habla con nosotros.
Una risa débil sale de mi boca. —¿Hablar con todas vosotras?
—¿Qué ha pasado? —Pregunta Kat con impaciencia—. Han
pasado tres semanas y no mejoras.
Apoyado en el fregadero, cruzo los tobillos y cruzo los brazos
sobre el pecho. —Se fue —digo rotundamente—. Se fue. Le dije
255
que lo amaba y que quería que se quedara. Y se fue de todos
modos.
Los ojos de Maddy encuentran los míos, y cuando capto su
barbilla temblando, su tristeza amenaza con partirme en dos.
No podía hablarle de Reeve. Ella sabía la verdad, y no
necesitaba que me recordara lo mal que me había explotado todo
en la cara.
—Creía que habíais acordado que intentaríais una relación a
distancia— dice mi madre inocentemente, recordando las mentiras
que Reeve y yo le habíamos contado hace sólo unas semanas. —
¿Por qué han cambiado de opinión los dos?
—No era real —suelta Maddy.
Todo el mundo se gira para mirarla, excepto mi madre. Me
mira fijamente, confundida, como si no tuviera ni idea de cómo mi
vida ha llegado a este punto.
—¿Qué quieres decir? —Me pregunta mamá.
Se me traba la lengua, se me pega al paladar, y me veo
incapaz de responderle. Cuando el silencio se prolonga, Maddy
interviene, salvando el día. —Su relación no era real. Oz le pidió a
Reeve que fuera su falso novio para que lo dejaras en paz con lo
de llevar una pareja la boda de Dixie.
La mirada de mamá se desvía entre Maddy y yo. —¿Es eso
cierto?
Miro a mi hermana, que me sonríe con tristeza. —Sé que
tienes el corazón roto por lo de Reeve, pero quizá sea el momento
adecuado para desahogarte.
—Oz. —Mi madre se acerca a mí—. ¿Es cierto lo que dice tu
hermana? ¿Qué es lo que necesitas desahogar?
Me paso una mano por la cara, inseguro de cómo hablar de
Reeve me ha llevado a una conversación atrasada con mi madre
256
que sólo va a hacer que me sienta aún más expuesto y desnudo
de lo que ya me siento.
Respirando hondo, vuelvo a la mesa del comedor y mi madre
y mis hermanas me siguen.
Me rasco las cutículas y empiezo la historia desde el principio.
—Nos conocimos en una aplicación, como dije —empiezo—.
Tuvimos un... —Mis palabras se interrumpen porque las que quiero
usar para describir nuestra noche juntos me hacen parecer un
tonto enamorado—. Pasamos una buena noche juntos y pensé que
no volvería a verlo. Pero unas semanas después empezó a trabajar
en V & V.
Miro a Dixie. —Fue el mismo día que anunciaste que tenías
una fecha para boda. En fin. —Suspiro—. Mamá estaba encima de
mí por una cita y papá me estaba molestando por trabajar en V &
V y Maddy me sugirió que lo invitara a la boda.
Nervioso, me giro para mirar a mi madre, sosteniendo su
mirada. —Me pareció un gran plan, y me sentí tan satisfecho
cuando pude decirte que iba a traer a alguien. Como si, por un
momento, no me estuvieras molestando por algo, o decepcionada
conmigo.
—Oz, no sabía...
Alcanzo su mano y le doy un apretón. —Lo sé, mamá, sólo te
estoy diciendo cómo son las cosas. No hay ninguna culpa aquí.
Definitivamente no te estoy culpando. Es sólo la secuencia de los
acontecimientos. Y cuando dije que tenía un novio, insististe en
que querías conocerlo, así que lo hice realidad.
—Y te enamoraste de él —afirma ella, cerrando el círculo con
la información.
—Y me enamoré de él —confirmo.
Mi madre pone su mano sobre las nuestras entrelazadas. —
No quise forzarte a algo así. No era consciente del daño que te
257
estaba haciendo. Sinceramente, el ochenta y cinco por ciento del
tiempo pareces no inmutarte por las cosas que decimos.
—Vamos —se burla Dixie—. No puedes decirme que tú y papá
no han tratado de desgastarlo.
Por primera vez desde que era una adolescente, veo como
cada una de mis hermanas sale en mi defensa.
—Sabemos que has querido lo mejor para todos nosotros —
dice Kat—. Pero tienes que dejar que Oz viva su propia vida. A su
manera. Tomando sus propias decisiones.
—Todos lo hacemos —interviene Maddy—. Es un chico grande
y es muy capaz de ganarse la vida y mantenerse a sí mismo y
resolver exactamente lo que le hace feliz. De hecho, tiene un
negocio muy exitoso.
—Maddy —advierto, arrastrando mis manos de debajo de las
de mamá, anticipando su próximo movimiento, antes de que lo
haga.
—No —insiste. Levantándose de la silla, se dirige a su bolso y
yo también me pongo de pie mientras considero luchar con ella por
el teléfono—. Es hora de que se lo digas. Que estén orgullosos de
ti, Oz.
Cuando saca el móvil, vuelvo a sentarme de mala gana. Tiene
razón, es ahora o nunca.
Antes de volver a la mesa, sale al patio trasero y llama a mi
padre. Acaba entrando, con la aprensión y la preocupación
marcando las líneas de expresión de su rostro. —¿Qué pasa?
—Ponte al lado de mamá —le dice ella—. Quiero enseñarte
algo.
Él hace lo que ella le dice, mirando a cada uno de sus hijos,
tratando de entender qué es lo que pasa exactamente.
258
Colocando el celular en la mesa frente a ellos, ella dice: —
Esto es Instagram.
—Por el amor de Dios, Maddy —resopla mi padre—. Sabemos
lo que es Instagram, somos mayores, no estamos despistados.
Todos estallamos en un coro de risas, y mis pulmones se
desinflan de alivio, pensando que tal vez ser más abierto sobre mí
mismo ayudará a nuestra relación.
—Esta es la página de Oz —explica—. Acaba de alcanzar los
veintiséis mil seguidores.
Mi madre levanta la cabeza y abre los ojos. —Oz, eso es
fantástico.
No puedo evitar reírme. —Ni siquiera sabes por qué me
siguen. Podría tener mi propio Onlyfans9, por lo que sabes.
—¿Qué es un Onlyfans? —pregunta mi padre mientras mis
hermanas ríen de fondo.
—Está claro que tiene algo que ver con la comida —dice mi
madre, ignorando nuestro comentario y volviendo a mirar a la
pantalla.
—Cada vez que Oz ha estado “paseándose por el país”, —dice
Maddy, citando a mis padres— ha ido a festivales de comida y
música.
Observo cada una de las expresiones faciales de mis padres
mientras Maddy les explica, a ellos y a mis hermanas, los entresijos
de Comidas y Melodías. Cómo empecé, y lo bien que han ido las
dos últimas semanas ahora que he puesto en marcha mi nuevo
plan de negocio.
9 Es un servicio de suscripción de contenido con sede en Londres. Los creadores de contenido pueden obtener
ingresos a partir de los usuarios suscritos a su perfil, denominados «fanes». Permite a los creadores recibir fondos
directamente de sus fanes con una suscripción mensual, pago único o pago por visión.
259
Me duele que M y M crezca y no tener a Reeve para
compartirlo, pero es aún más agridulce contárselo a mis padres y
no tenerlo a mi lado.
—¿Por qué no nos lo has dicho? —pregunta mi padre—. Has
tenido tantas oportunidades para decírnoslo. Tantas oportunidades
para permitirnos estar orgullosos de ti. ¿Por qué no lo has hecho?
Frotándome la nuca, me animo y lo pongo todo sobre la mesa.
—Los dos lo han hecho parecer condicional —explico—. Como si
sólo te sintieras orgulloso si lograba cosas que eran importantes
para ti. Como la universidad y las relaciones duraderas.
—No dijimos eso —argumenta mi madre.
—No has dicho eso. ¿Dónde está tu novio, Oz? ¿Cuándo vas a
sentar la cabeza, Oz? ¿Qué hay de la escuela de medicina, Oz?
Nunca es demasiado tarde para la universidad, Oz —imito cada una
de las cosas que me han dicho, y sus caras caen.
Ignoro la culpa, porque tengo toda la intención de arreglar
esto con mis padres, y para hacerlo, no puedo quedarme callado
porque me sienta culpable por decirles la verdad.
—De acuerdo —corrige mi madre—. Así que sí lo dijimos,
pero, cariño, no lo decíamos en serio. Siempre hemos querido que
uses todo tu potencial haciendo lo que sea que quieras hacer.
Señala el teléfono de Maddy. —Es una idea brillante, Oz. Y a
la gente le encanta.
—¿Y estás ganando dinero con ella? —pregunta incrédulo mi
padre.
—Lo he hecho —respondo—. Cantidades inconsistentes hasta
ahora, pero se perfila como algo grande, creo.
Mi padre rodea la mesa y toma asiento a mi lado. —Sé que
tenemos nuestras citas familiares para cenar cada semana, pero si
hay un momento en el que podamos ir a uno de estos festivales
contigo, me encantaría que todos fuéramos a apoyarte.
260
Lucho contra el impulso de decirle que no es necesario, o que
no es para tanto, de restarle importancia a mis logros como
siempre hago. Pero entonces pienso en Reeve y en su insistencia
en que me enorgullezca más de las cosas que hago, amo y quiero,
le asiento a mi padre. —Me encantaría.
—Ahora, ¿quién de ustedes me va a ayudar a abrir una cuenta
de Instagram para poder seguir a Oz?
Se me escapa una risa húmeda, llena tanto de gratitud como
de incredulidad por el hecho de que, incluso en mi momento más
bajo, todavía pueda sentirme abrumado por el calor, el amor y el
orgullo que mi familia tiene por mí en este momento.
—Yo también quiero una —dice mi madre—. De ninguna
manera voy a compartirlo con tu padre. Quiero poder verlo siempre
que quiera.
Sonrío por primera vez en semanas, sintiendo que tal vez,
incluso con el agujero abierto dentro de mi corazón, puedo seguir
adelante.
—Todos vamos a tener que seguirte ahora —dice Dixie, mis
hermanas vuelven a unirse a la conversación.
—No puedo creer que no se lo hayas dicho a nadie más que a
Maddy —añade Kat.
—Lo siento —les digo a ambas—. Realmente no pensé que
llegaría a ser tan grande cuando empecé.
Cada una se turna para besarme en la cabeza, Maddy incluida.
—Todo está perdonado, hermanito —dice Kat—. Todo está
perdonado.
Durante una buena media hora después, hay una ráfaga de
emoción mientras mis padres adquieren cada uno nuevas cuentas
de Instagram. Siguiendo con éxito a cuatro de sus hijos y a tres de
sus yernos.
261
Mis hermanas salen de la cocina, sentadas alrededor del
televisor con sus parejas, mientras mis padres me hacen preguntas
sobre casi todas las fotos.
Es un buen cambio. Un cambio bienvenido. Uno que no puedo
evitar desear que Reeve esté aquí.
—Bien —anuncia mi padre—. Creo que mi nieto está
esperando que le enseñe a jugar al ajedrez.
De pie, me mira y me hace un gesto para que me levante.
Hago lo que me dice y, en cuanto me pongo en pie, me abraza con
fuerza. —Estoy muy orgullosa de ti, Oz, y siento mucho, mucho,
que te hayamos hecho sentir lo contrario —dice con brusquedad.
Se aparta, y mi corazón se estruja al ver las lágrimas no
derramadas en los ojos de mi padre. —Te quiero, papá.
Inhalando profundamente, me aprieta el hombro. —Yo
también te quiero, hijo.
Me doy la vuelta para encontrar a mi madre limpiando sus
propias lágrimas mientras nos mira. —¿Tú también quieres un
abrazo? —le pregunto.
Ella tira de mi mano. —Todavía no. Quiero que te sientes
conmigo primero.
—Esto —alza su móvil— es increíble. Y estoy deseando ver
cómo lo haces crecer y cómo florece todo. Pero quiero hablarte de
Reeve.
Volviéndome a tumbar en la silla, suspiro. —No hay nada que
hablar, mamá. Yo estoy aquí y él no.
—Ese chico te ama, Oz.
Me duele el pecho ante sus palabras, porque cada parte de mí
sabe que lo hace. No había duda de lo que sentía entre nosotros,
especialmente después de la boda de Dixie. Pero no era suficiente.
Yo no fui suficiente.
262
Y como un niño perdido, que no sabe qué hacer a
continuación, entierro la cabeza entre las manos y lloro por primera
vez en mucho tiempo delante de mi madre.
Ella me pasa la mano por la espalda. —Está bien —me
tranquiliza—. Todo irá bien.
Cuando las lágrimas se calman, encuentro la fuerza para
levantar la cabeza y encontrarme con los ojos de mi madre. —No
esperaba que me doliera tanto —admito.
—Lo sé, cariño, pero, por desgracia, el dicho 'el amor es dolor'
a veces es cierto.
—No sé qué hacer —le digo con sinceridad—. No sé cómo
seguir adelante.
—Sólo tienes que poner un pie delante del otro, y los días se
hacen más fáciles —me aconseja—. Pero seguir adelante no es
necesario.
Mi cara se contorsiona en confusión. Debo haberla escuchado
mal. —¿Qué acabas de decir?
—He dicho que no es necesario pasar página —dice con
seguridad—. Dale tiempo, pero te juro que ese chico volverá a ti.
Desearía, aquí y ahora, ser realmente el niño de mi juventud
que creía todo lo que su madre decía, porque quiero creer que tiene
razón. Creer que no tengo que vivir una vida sin él, creer que, en
un futuro no muy lejano, volverá a mí.
—No lo sé, mamá. No creo que vaya a volver.
—Puede que los dos piensen que es falso, Oz, pero la forma
en que te miraba siempre fue real. —Se inclina y me da un beso
en la mejilla—. Y tú, mi hermoso hijo, vales la pena para que
regrese.
263
REEVE
—¿Así que eso es lo que vamos a hacer ahora? —pregunta Callie,
entrando en mi habitación—. ¿Sólo dormir todo el día?
Giro la cabeza para mirarla, apartando mi mirada del techo
que he estado mirando durante las últimas tres horas.
—No estoy durmiendo —digo secamente.
—En realidad no estás haciendo mucho de nada —reflexiona
ella.
Si es una indirecta hacia mí, apenas la siento. No siento
mucho estos días, excepto estar entumecido. Estúpido, con el
corazón roto y adormecido.
—Hablé con Murph antes. —Se acerca a mi cama, sentándose
en un lado, y dejo que mis ojos vuelvan a dirigirse al techo—. Dice
que ha estado enviando mensajes de texto y que tú no has
respondido.
—Realmente no hay mucho que decir.
—Al menos podrías decirle que estás bien. Está preocupado
por ti.
—Pero no estoy bien —digo entre dientes.
Debe ser la tristeza en mi voz lo que hace que mi hermana
retire las mantas y se acurruque a mi lado. No es que mi dolor no
esté a la vista de todos, pero decir las palabras en voz alta consigue
abrirme aún más.
Esas palabras son la verdad y duelen, pero me siento tan
impotente para cambiarlo. Tan confundido. Tan inseguro.
Aunque fue mi decisión alejarme, por razones que tenían
sentido para mí, ahora que estoy en casa, sufriendo las
consecuencias de estar sin Oz, ya no siento que tengan sentido.
264
—Creo que deberías volver —sugiere Callie—. Creo que
deberías volver a Oz.
No es la primera vez que considero la opción. —¿Y qué le diría
yo? 'acéptame de nuevo. Fui un estúpido'.
Callie se sienta. Apoyándose en el codo, me mira. —Sería un
gran comienzo.
Me burlo. —¿Así de fácil?
—¿Por qué no, Reeve? No estás haciendo nada aquí —dice con
frustración—. No sales de la habitación, no has deshecho la maleta,
no comes ni hablas conmigo ni con Poppy, y ni siquiera estás
trabajando. Una de las principales excusas que usaste para venir.
No. Ni siquiera. Trabajando.
La vergüenza me invade y me tapo la cabeza con las mantas
para ocultar el escozor de mis ojos.
—Reeve —dice Callie con firmeza.
Como no respondo ni me muevo, se desliza dentro de mi
capullo, en lugar de arrancarme las mantas del cuerpo, y lo
agradezco.
—Reevey —me dice suavemente—. Háblame.
—Tengo miedo —le digo, repitiendo las mismas palabras que
le dije a Oz—. Tengo miedo de hacer cambios permanentes sólo
para que Oz y yo terminemos como lo hicimos Micah y yo.
—Pero no estás tomando esas decisiones por Oz, y Oz no es
Micah —afirma ella—. No quieres trabajar aquí y no tienes ningún
problema en vivir lejos de aquí, lo has hecho durante mucho
tiempo. Elegir Vermont puede ser por Oz, pero eso no cambia lo
que sientes por estar aquí.
—¿Qué haría yo? —pregunto petulantemente.
Callie mueve lentamente la cubierta sobre y fuera de nuestras
caras y luego se vuelve hacia mí. —Lo que quieras hacer. Trabajar
265
en V & V, volver a la escuela, viajar por el mundo... realmente no
importa mientras hagas algo que quieras hacer.
—¿Y mamá y papá?
—Habla con ellos, Reeve. Sólo diles la verdad —sugiere ella—
. Lo van a odiar, pero es tu vida.
—No quiero esperar otro mes hasta que vuelvan de Europa —
le digo.
—Entonces, no lo hagas —dice con naturalidad—. Siguen
pensando que debes estar en Vermont, ¿no? Eso significa que tu
asignación sigue intacta durante al menos otras seis semanas. Y
entonces les dices que no vas a volver a trabajar en Hale Finance.
Tu herencia llega en dos años, pero eres el chico de veintitrés años
más autosuficiente que conozco. Así que no creo que sea un
problema, pero si lo es... —Me coge la mano y entrelaza sus dedos
con los míos—. Pero si lo es. Tú... tú me tienes a mí.
Callie lo hace parecer tan sencillo, y no sé por qué eso me
hace sentir aún más estúpido por todos los años que he pasado
retrasando este momento. ¿Realmente podía alejarme de Hale
Finance tan fácilmente? ¿Era yo el único que hacía un gran esfuerzo
por volver a casa y trabajar para mis padres?
—He vivido toda mi vida sabiendo que algún día trabajaré
para mamá y papá. Lo he temido durante mucho tiempo, y ahora
me dices que puedo marcharme sin ni siquiera discutir.
Qué anticlimático.
—Ellos no usan palabras, Reeve —me recuerda Callie—. Son
gente de acción. Te dan regalos por ser perfecto y te los quitan
todos cuando no lo eres. Pero tú nunca quisiste los regalos —
explica—. Siempre quisiste los elogios. Querías que estuvieran
orgullosos de ti. Y por el camino intentaste encontrar la manera de
conseguir ambas cosas.
266
Pienso en el compromiso que hice para ir a Seattle. Y luego el
compromiso que hice para ir a Vermont. Si no sintiera la necesidad
de recibir constantemente su aprobación, habría estudiado lo que
quería en Seattle, y no habría dejado Vermont.
O, como mínimo, no lo habría utilizado como excusa para
dejar Oz.
—Al final uno tiene que ceder —dice con tristeza—. Y es tu
elección decidir cuál.
—Mami —llama una vocecita desde la puerta.
—Oh, hola, cariño —dice Callie, sentándose y volviéndose
hacia Poppy—. ¿Quieres saltar dentro?
Poppy corre hacia la cama con entusiasmo y Callie la aplasta
en sus brazos.
—Tío Reeve, ¿vas a salir hoy de tu habitación? —pregunta
inocentemente.
Miro a Callie y ella me mira de forma señalada. —Sí —
respondo—. Estaba pensando en deshacer la maleta y limpiar la
habitación. ¿Quieres ayudar?
Mira a su madre y Callie asiente. —Me parece una gran idea
y luego, si el tío Reeve limpia su habitación lo suficientemente
rápido, podemos llevarle a cenar hamburguesas.
—Me encantan las hamburguesas —reflexiona Poppy para sí
misma.
—Será mejor que limpiemos este desastre —anuncio,
refiriéndome a mí mismo.
Bajando de la cama, rebusco algo de ropa limpia. —
Empezaremos a limpiar cuando vuelva a salir —le digo a Poppy y
me dirijo rápidamente al baño.
Tras afeitarme y ducharme rápidamente, me pongo un
chándal y una camiseta y vuelvo a entrar en mi habitación.
267
Sorprendentemente, Poppy y Callie ya no están allí, pero la
cama ha sido despojada de las sábanas y las ventanas de mi
habitación se han abierto para que entre la luz y el aire.
Recojo mi maleta y la bolsa de viaje que utilizaba para ir y
venir de Vermont, las coloco sobre la cama, las abro y empiezo a
ordenar la ropa sucia y la limpia.
Tiro toda la ropa sucia por el conducto de la lavandería y
empiezo a doblar la ropa limpia para guardarla.
Recuerdo que cuando me mudé por primera vez a Seattle, mis
padres intentaron convencerme de que sería mejor que ellos
pagaran el alquiler de una casa y que alguien viniera a cocinar y
limpiar para mí una vez a la semana.
Al negarme, me mudé a los dormitorios y aprendí a sobrevivir
por mí mismo, y hasta el día de hoy, cada vez que vuelvo a casa,
trato de no caer en ese estilo de vida con privilegios y de limpiar lo
que ensucio.
Cuando la ropa está guardada y el suelo de la habitación está
a la vista, me dirijo al armario de la ropa blanca que está abajo, en
el lavadero, pero me quedo momentáneamente atónito cuando veo
la bolsa con el traje que llevé a la boda colgada en la parte trasera
de la puerta de mi habitación.
Salí de Vermont tan desesperado que ni siquiera recuerdo
haberlo traído a casa o haberlo colgado.
Lo cojo, bajo la cremallera y lo pongo a la vista. Al recordar
la noche que pasamos juntos, me distraigo con la mirada,
recordando cómo nos tocamos. La forma en que se sentía. Lo
mucho que me duele echarle de menos.
Por instinto, busco en los bolsillos, asegurándome de que
están vacíos, y encuentro una pequeña tarjeta negra que recuerdo
que me entregó el fotógrafo.
268
—Hacen unas fotos preciosas juntos —me había dicho. Y las
fotos de mi teléfono lo demostraban. Pero como lo masoquista que
era, quería castigarme con más.
Me apresuro a volver a mi escritorio, abro mi portátil y me
conecto. Cuando puedo, abro mi navegador y escribo la página
web. Una Dixie y un Archer sonrientes llenan la pantalla, con un
botón que dice —ver fotos— justo debajo de ellos.
Sigo las instrucciones, tecleo el código y me preparo para
revivir uno de los mejores días de mi vida, y ni siquiera fue mi
boda.
Hojeo cada una de las fotos, recordando lo felices y hermosos
que estaban Oz y su familia ese día.
Las fotos se suben según la línea de tiempo del día, y cada
una en la que aparece Oz hace que mi corazón grite de agonía.
Cuando me acerco a las que busco, siento que estoy a punto de
salirme de mi propia piel.
El primer plano de la cara de Oz en mi pantalla, con la boca
abierta en una sonrisa, se siente como un cuchillo en el corazón.
Me está mirando fijamente. Con sus hermosos y honestos ojos
azules, me está mirando como uno miraría a alguien que ama.
Las fotos son un montaje de Oz y yo. Oz riendo y hablando y
riendo y besando. Sólo riendo.
Es el más feliz que he visto nunca. El más relajado. El más
contento.
Las preocupaciones que sabía que había en mi cabeza y en mi
corazón ese día no aparecen en estas fotos. Me detengo en una en
la que nos miramos a los ojos, sonriendo, con la mano de Oz
pasando casualmente por mi cabello.
En ese momento no había nada más que nosotros dos.
269
Era un contraste desgarradoramente doloroso con lo que
habíamos llegado a ser. En lo que nos habíamos convertido. Sólo
éramos dos hombres, a kilómetros de distancia, cuyos corazones
latían al mismo ritmo.
Nuestros corazones latían por el amor y la felicidad y un
futuro, que yo nos había robado a los dos.
¿Y para qué?
—Toc. Toc. —La voz de Callie interrumpe mis pensamientos.
Oigo sus pasos acercarse, y no me molesto en ocultar lo que estoy
mirando—. Reeve —dice ella, con voz dolida—. Esa foto...
No necesita terminar la frase, porque la foto dice mil palabras.
—Tenías razón —suelto, sin apartar los ojos de la pantalla—.
Oz no es Micah.
Siento que dos manos me presionan los hombros. —Lo que
tenemos, lo que siento, lo mucho que lo amo —digo, con la voz
temblorosa, la emoción espesa e insoportable en mi garganta—.
Unos meses con él fueron mucho más que todo lo que Micah y yo
tuvimos.
Ojeo más fotos, castigándome y absolviéndome al mismo
tiempo.
Nunca debí dejarlo ir.
—Le hice daño antes de que él pudiera hacerme daño —
confieso—. Le hacía pagar por errores que nunca cometió.
Callie se inclina y siento que me rodea el cuello con sus
brazos. —Discúlpate con él, Reeve. —Me besa la mejilla—. Todo el
mundo comete errores, Reeve. Ve a Vermont y haz que Oz te
perdone por los tuyos.
Haré esto bien.
270
REEVE
—Menos mal que aceptaste pagar tu mitad del alquiler por el resto
del contrato mientras no estuvieras aquí —dice Murph, abriendo la
puerta de nuestro apartamento para mí.
—¿Así es como saludas a tu mejor amigo? —pregunto,
entrando y dejando mi maleta en el suelo.
—Lo es cuando dicho amigo ha tardado tanto en
recomponerse. —Me abre los brazos—. Ven con mamá.
Sonriendo, abrazo a Murph, y siento que ese manto de
pesadez, angustia y culpa comienza a levantarse lentamente.
Incluso cuando estaba demasiado metido en mi propia cabeza,
Murph se quedó cerca. Es la personificación de la amistad
incondicional, y aunque no lo merezca, es el mejor amigo que he
tenido, y no tengo intención de que eso cambie nunca.
—Me alegro mucho de que estés aquí —dice cuando nos
separamos—. Ha estado todo tan tranquilo sin ti.
Me rió. —Casi nunca estábamos en casa a la misma hora.
—Pero tú ropa me hacía compañía. Sabía que siempre volvías
cuando tu ropa estaba aquí.
Poniendo los ojos en blanco, cojo mi bolsa y me dirijo a mi
habitación. —Ya que te gusta tanto mi ropa, deberías venir a
ayudarme a deshacer la maleta.
Murph procede a seguirme a mi habitación, pero el
desempaque nunca llega. Nos tumbamos juntos en mi cama y le
cuento todo lo que he estado haciendo durante las últimas cuatro
semanas. Y para su decepción, además de lidiar con un corazón
roto, no ha habido mucho más.
271
—Entonces, ¿cuál es exactamente tu plan? —Murph
pregunta, sentándose—. ¿Vas a decirle que estás aquí? ¿Que te
vas a quedar?
—Sólo quiero verlo —le digo a Murph—. Y si no parece que ha
terminado con mi mierda, le diré lo que debería haberle dicho antes
de irme.
—¿Y qué es eso?
—Que lo amo —lo digo de todo corazón—. Estoy muy
enamorado de él.
Murph se deja caer de nuevo en la cama con un suspiro
soñador. —Te va a llevar sobre su hombro y vas a navegar hacia
la puesta de sol, también conocida como su cama, y nunca te vas
a ir.
—¿Es así? —Digo con una risa y una ligereza en el pecho que
no he sentido en mucho tiempo.
Aunque no funcione con Oz y por la razón que sea no estemos
en la misma página después de hablar, esto ha sido un punto de
inflexión para mí.
Lo que pasó con Oz me ha recordado que debo priorizar la
felicidad, sin importar lo difícil que se sienta hacerla realidad.
—¿Cuándo vas a verlo? —Pregunta Murph.
Miro la hora en mi teléfono. —En unas horas —respondo—.
Deshago la maleta y me ducho y luego es hora de irse.
—¿Quieres venir conmigo al trabajo? —pregunta emocionado.
—Si puedes asegurarte de que Oz no está trabajando, sí, iré.
Tengo que rogarle a Harrison que me devuelva el trabajo.
272
Después de matar unas horas en V & V, donde todo el mundo se
alegró de verme, aunque un poco enfadados porque me fui sin
despedirme, Harrison me recibió con los brazos abiertos en mi
trabajo.
Con un punto tachado de mi lista de tareas, me preparo para
embarcarme en la más importante. De pie frente a la casa de los
padres de Oz, me froto las manos húmedas en los muslos y llamo
al timbre.
Es la noche de la cena familiar, y el Oz que conozco y amo no
se lo perdería.
La puerta se abre y una Bethany Walker de aspecto engreído
me sonríe casi con complicidad.
—¿Hay sitio para uno más en la mesa? —pregunto medio en
broma.
La Sra. Walker endereza su columna vertebral y me tiende la
mano. —Siempre hay espacio para ti en nuestra mesa, Reeve.
La familia de Oz es cercana, y no hay duda de que les ha
contado lo que ha pasado entre nosotros, y sería estúpido pensar
lo contrario. De hecho, es la principal razón por la que vine a
recuperarlo.
Porque su familia es parte de él, parte de la razón por la que
caímos el uno en el otro. Y tal vez, sólo tal vez, puedan ayudarme
a convencerlo de que me perdone.
Sigo a Bethany al interior de la casa y trato de calmar mi
frenético corazón. Aunque no hay ningún otro lugar en el que
prefiera estar ni ninguna otra persona ante la que prefiera estar en
este momento, eso no cambia que todas las terminaciones
nerviosas de mi cuerpo estén en alerta máxima.
273
Al entrar a la vista de todos, me preparo para el rechazo o el
despido de Oz, pero no llega.
En cambio, cuando mis ojos se posan en él, sentado en la
mesa entre sus hermanas, tengo que luchar contra el impulso de
sonreír y llorar a la vez, porque estoy muy feliz de verlo.
Por fin está a mi alcance.
Parece el mismo pero diferente. Sigue siendo el mismo Oz,
con su presencia imponente y su implacable confianza, pero es la
mirada apagada de sus ojos la que me hace querer llorar.
Yo le hice eso. Y si me deja, pasaré el resto de mi vida
asegurándome de que nunca vuelvan a verse así.
Oz me observa.
Tímidamente, levanto una mano y echo un rápido vistazo a
cada miembro de su familia, volviendo a centrarme en Oz. —Hola.
—Hola —grazna él, claramente sorprendido. Nos miramos
fijamente, casi como si estuviéramos aliviados de estar en la
misma habitación, sus grandes ojos azules me toman,
asegurándose de que no desaparezco.
—Aquí, déjame mover a los niños —dice Maddy—. Yo también
traeré un plato para ti.
Uno por uno, veo a cada uno de ellos arrastrando los pies,
Summer y Tommy me miran fijamente, casi como si se
preguntaran dónde he estado.
Bajando la cabeza, me dirijo al asiento vacío y trato de ocultar
mi nerviosismo mientras me siento junto a Oz.
El aire no está frío entre nosotros, pero es imposible ignorar
que nuestra conexión ha sido alterada. Sin embargo, motivado por
mi objetivo, me sobrepongo al miedo y a la incomodidad que siento
al estar sentado con la familia de Oz en su mesa, esperando el
momento adecuado para hablar con Oz.
274
Maddy trae el plato vacío y lo coloca frente a mí, y mi
estómago se revuelve ante la idea de comer ahora mismo.
—Oz —dice su madre—. Llena el plato de Reeve por él.
Pasa un rato y Oz coge el plato, pero le pongo la mano en el
antebrazo, deteniéndolo. —No he venido a comer.
Lentamente, devuelve el plato a la mesa, y veo su garganta
subir y bajar antes de mirarme. —¿A qué has venido entonces?
Las palabras no son duras, pero la pregunta consigue herir de
todos modos.
—He venido a disculparme —respondo, dejando que mis ojos
recorran la mesa hacia cada persona—. Con todos ustedes. —Mi
mirada vuelve a Oz—. Especialmente contigo.
Su silencio me hace pedazos, pero me sobrepongo,
volviéndome hacia sus padres y luego avanzando hacia todos los
demás. —Quería darles las gracias por acogerme en su casa y en
su familia.
Exhalando, me siento más recto y lo pongo todo sobre la
mesa, porque no quiero perder a ninguna de estas personas de mi
vida, no si no es necesario.
—Mis padres están en Europa —digo rotundamente—. Han
estado allí todo el verano, y ni siquiera puedo decirte la última vez
que hablé con ellos de algo importante que estuviera pasando en
mi vida. No son malas personas, ni mucho menos —digo—. Sólo
son diferentes. Diferentes a la forma en que todos ustedes están
juntos. Diferentes a la forma en que todos ustedes están con Oz.
Me aclaro la garganta antes de continuar. —Tengo una
hermana y una sobrina a las que quiero mucho. Estar cerca de
ustedes me han recordado a ellas y hace que las eche más de
menos. Así que formar parte de su familia, aunque sea por poco
tiempo, significa algo para mí. Todos ustedes significan algo para
275
mí. Y quería... —Niego con la cabeza—. Necesitaba disculparme por
irme sin despedirme, por irme sin dar las gracias.
Con valentía, por debajo de la mesa, pongo una mano sobre
el muslo de Oz, y él se vuelve hacia mí. —Necesito disculparme por
irme y romper tu corazón.
Veo que los ojos de Oz se vuelven vidriosos, y siento la
ansiedad que lo atraviesa mientras su rodilla comienza a rebotar
incesantemente.
—¿Podemos hablar? —le pregunto. Le ofrezco a su familia una
suave sonrisa antes de añadir: —A solas.
Oz aparta su silla y mi mano se retira de su pierna. Se pone
en pie y se dirige directamente al patio trasero, y yo le sigo
obedientemente.
De pie, con las manos en los bolsillos, Oz se balancea sobre
sus talones, la multitud de emociones en sus ojos hace que su
expresión sea casi ilegible.
—¿Sabes de qué me di cuenta cuando volví a casa? —Doy un
paso hacia él y lo tomo como una señal prometedora cuando no se
aparta—. Tener miedo es en realidad algo bueno. Significa que lo
que te asusta es importante. Significa que es importante para ti.
Significa que tienes miedo de perderlo.
Me acerco un poco más. —Nunca he tenido tanto miedo de
perder algo como de perderte a ti. Lo sé, lo sé. —Me rió sin humor—
. Sucedió de todos modos. Pero estaba atascado en el pasado y
trataba de no cometer los mismos errores.
Asumo sutilmente los pequeños cambios en Oz, notando que
la tensión abandona su cuerpo poco a poco, y continúo hablando.
—Vine aquí tratando de ser alguien que no era, y traté de
endurecer mi corazón por todas las razones equivocadas y con
todas las personas equivocadas. Para ti.
276
—Sé que todavía hay muchas cosas de mí que debo cambiar.
— Antes de que pueda continuar, sorprendo a Oz negando con la
cabeza.
—Lo único que necesitas cambiar es conocer tu valor —dice,
acercándose a mí—. Conocer el valor de tu felicidad y de tus
decisiones.
Incluso en su propio dolor, este hombre sigue pensando en
mí. Me levanta y me pone en primer lugar. Es lo primero que noté
en él, lo primero que me enamoró.
En lugar de dedicarle palabras que sólo indican lo mucho que
intento hacer, le digo exactamente cómo.
—Nunca les había dicho a mis padres que no iba a trabajar
para ellos —empiezo. Sus ojos se abren de par en par, con un
orgullo no filtrado—. Nunca había tenido que suplicar a mi antiguo
jefe que me devolviera el trabajo.
—¿Lo hiciste? —exclama.
—Ahora vivo aquí —respondo—. Me he vuelto a mudar con
Murph.
—¿Por qué hiciste eso? —pregunta con cautela, con la voz
teñida de esperanza y miedo.
—Dejar el trabajo fue por mí —admito—. También lo fue
mudarme de casa.
Con una fuerte exhalación, cierro la brecha entre nosotros.
Apoyando mis manos en su pecho, me aseguro de que sus ojos no
se aparten de los míos. —Pero elegí Vermont por ti. —Las manos
de Oz cubren las mías—. Nunca he amado a nadie tanto como a ti,
Oz. Te amé cuando me dijiste que me amabas, y siempre
lamentaré no habértelo dicho. Pero te quiero tanto, tanto.
Levantando mis manos hacia sus labios, Oz se dedica a besar
cada uno de mis nudillos. —Te he echado tanto de menos —
confiesa—. Me dolía —dice, llevando nuestras manos de nuevo a
277
su corazón, presionándolas contra su pecho—. Me dolía tanto aquí,
y no quiero volver a sentir eso. No quiero volver a estar sin ti.
Con la necesidad de demostrarle lo mucho que le amo, lo
agarro de su camisa y le arrastro hacia mí, pegando mi boca a la
suya.
Hambrientos el uno del otro, Oz y yo nos besamos como si
quisiéramos marcarnos el uno al otro. Y tal vez lo estamos: mi
nombre en sus labios, su sabor en mi lengua, mi corazón latiendo
con el suyo.
—Te amo —susurro entre besos, sellando mi declaración con
mi boca, compensando el pasado y prometiendo un futuro que sólo
nosotros queremos. Nos besamos para alejar el dolor y dar la
bienvenida a la felicidad, viviendo y amando por nosotros mismos,
sin pedir disculpas.
—Yo también te amo —dice Oz, ambos luchando por
mantener las manos y las bocas alejadas el uno del otro—. Te amo
mucho.
Sus manos están a punto de deslizarse hacia abajo para
agarrar mi culo cuando Maddy grita: —Oh, Dios mío, ¿pueden dejar
de besarse para que podamos abrazarlos? —haciéndonos saber
que nos han estado observando, descaradamente, todo el tiempo.
Mis hombros tiemblan de risa, y la sonrisa que se extiende
por mi cara interrumpe nuestro beso, pero capta exactamente lo
feliz que soy ahora mismo.
—Voy a matarlos —dice Oz en voz baja, pero el brillo de sus
ojos y la sonrisa que le acompaña dicen lo contrario.
Me rió. —Eres un gigante grande y amistoso, no vas a matar
a nadie.
Los brazos y los vítores nos rodean, y las hermanas de Oz
saltan y gritan de emoción.
278
—Estamos muy contentas de que hayan vuelto —logra decir
Kat en mi oído a pesar de los chillidos.
Al notar que Oz la mira hablar conmigo, le ofrezco un guiño.
—Yo también.
Con nuestros dedos aún entrelazados, Oz y yo abrazamos a
cada una de sus hermanas, y luego nos dirigimos a su madre y a
su padre, que nunca han parecido más orgullosos de su hijo que
en este momento.
—Saben lo del blog —me dice Oz en voz baja mientras nos
acercamos.
Sorprendido, le doy un tirón de la mano y lo detengo. —¿Lo
saben? ¿Cómo ha ido?
—Muy bien. —Sonriendo, me besa en la frente—. Todo es
jodidamente bueno.
279
—De tus padres —dice con indiferencia.
Sentado, me giro para mirarlo. —¿Qué? ¿Por qué?
—Sólo quería saber cómo te fue cuando les dijiste que no
estabas trabajando para ellos. Y si te habías cuidado mientras
estabas fuera.
—Podrías haberme preguntado —digo, sintiéndome mucho
menos sorprendido. Me vuelvo a tumbar y me acomodo en su
brazo—. No iba a decírselo hasta que estuvieran de vuelta y
esperaran mi regreso de Vermont. Pero luego pensé, qué importa,
el resultado seguirá siendo el mismo. Al final, en mi afán por
intentar ser el buen hijo, me había complicado demasiado —
explico—. Y realmente no les importó. Y no del tipo 'te queremos,
Reeve, haz lo que quieras, siempre te apoyaremos'. Sino más bien
del tipo 'no pasa nada, se te cortará el subsidio y no estamos
seguros de lo útiles que seremos si alguna vez nos necesitas'.
Los dedos de Oz pasan suavemente por mi brazo, arriba y
abajo, siempre tocándome. —¿Te molesta eso?
—No —digo honestamente—. En el fondo, creo que quería que
se enfadaran, porque era la única forma de saber que les
importaba.
—Parece que estás bien por eso.
Me rió y me giro, con mi cuerpo ahora prácticamente encima
de él. —Estoy bien, no estoy mintiendo. Quitarme este peso de
encima y estar aquí contigo, saber que no tengo que irme y que
podemos estar juntos... —Me encojo de hombros—. Es una
obviedad, Oz.
—No porque crea que importe, pero ¿es suficiente con
trabajar en V & V? —pregunta.
—Soy feliz allí. Contigo y Murph. Y me da la libertad de decidir
lo que sigue, en mi tiempo. —Lo beso, porque no sé cómo estar en
su presencia y no hacerlo—. Como tú y el blog, ¿sabes?
280
—Múdate conmigo —suelta Oz.
—¿Qué?
—Múdate conmigo —repite, sentándose y llevándome con él.
—¿No crees que es demasiado pronto? —Le digo que no.
—Hemos pasado mucho tiempo fingiendo, y ahora quiero lo
de verdad.
—Trabajamos juntos —menciono—. ¿Y quieres que vivamos
juntos también?
—Siiiiii. —Suspira, echándose hacia atrás, molesto por mi
interrogatorio—. Nuestros turnos no son siempre a la misma hora
de todos modos, y te quiero en la cama conmigo todas las noches.
—Me pellizca el culo.
—¿Para tener sexo? —bromeo.
—Entre otras cosas. —Arrastrándome sobre él, mi cuerpo está
ahora al ras del suyo, piel desnuda contra piel desnuda—. Lo quiero
todo contigo, Reeve, y sé que tú lo quieres conmigo. —Se lame los
labios—. No quiero que seamos esa pareja que juega con las reglas
de los demás. De una forma u otra, ya hemos hecho bastante de
eso. —Nos besamos—. Ya no. ¿De acuerdo?
Asiento. —De acuerdo... pero le prometí a Murph, cuando
volviera, que no me movería de nuevo hasta que el contrato de
alquiler terminara.
Oz gime, como si le doliera de verdad. —Bien, pero tan pronto
como se termine, tú y tu trasero son míos.
—No podemos esperar.
Rozo mis labios sobre los suyos, besándolo lenta y
suavemente. —Gracias —murmuro contra su boca.
—¿Por qué?
281
—Por hacer que mi única aventura de una noche sea
inolvidable.
Sus manos agarran mis caderas y empezamos a balancearnos
el uno contra el otro. —Yo no hice eso —dice entre besos—. La
parte inolvidable siempre fuiste tú.
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