La Encomienda Indiana
La Encomienda Indiana
La Encomienda Indiana
A
ENCOMIENDA
INDIANA
Silvio Zavala
La encomienda indiana
ePub r1.0
Titivillus 05.12.2021
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Título original: La encomienda indiana
Silvio Zavala, 1935
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Índice
INTRODUCCIÓN
I. EL PERÍODO ANTILLANO
BIBLIOGRAFÍA
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INTRODUCCIÓN
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CAPÍTULO I
EL PERÍODO ANTILLANO
«porque nuestra merced e voluntad es, que los indios Nos paguen nuestros tributos e derechos que Nos han de
pagar como Nos los pagan nuestros súbditos vecinos de nuestros reinos e señoríos; pero porque la forma como acá
se pagan e cobran, a ellos según la calidad de la tierra; hablaréis de nuestra parte con los caciques e con las otras
personas particulares e los indios que viéredes son menester, e de su voluntad concordaréis con ellos lo que Nos
hayan de pagar cada uno, cada año, de tributos; e dichos de manera que ellos conozcan que no se les hace
injusticia; item, porque acá no se puede saber la forma que se ha de tener en el cobrar o recaudar nuestros diezmos
e primicias e tributos e derechos, daréis orden como nuestro Contador que allá va, cómo todo se haga como
convenga a utilidad e provecho de nuestras rentas».[5]
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En las instrucciones complementarias de Zaragoza para el mismo Ovando, de
fecha 20 de marzo de 1503, los Reyes hablaban de la reducción de los indios a
pueblos regidos por un administrador español y un capellán; el administrador debía
ser persona conocida que tuviera el lugar a nombre del rey, mantuviera a los vecinos
en justicia, defendiera sus personas y sus bienes y vigilara que los indios sirvieran en
las cosas cumplideras al servicio Real. El capellán debía enseñar a los naturales a
pagar el diezmo a la Iglesia y al rey: «los tributos que de derecho debieren como
vasallos»[6]. Los Reyes pedían a Ovando informes sobre los servicios personales de
los indios, a fin de determinar la mejor manera de utilizarlos en provecho propio y de
los particulares: que viera si convenía que el rey diera de comer a los indios de
servicio o que les pagara sueldo, por días o a otro plazo mayor; si debían enviarse los
indios a las minas por cuenta de la Corona, o era mejor que trabajaran libremente,
acudiendo al rey con una parte de lo que cogieran. Sobre los repartimientos en favor
de españoles particulares había la siguiente cláusula: «hemos sido informado que para
haber más provecho del dicho oro [de la Isla], convenía que los cristianos se sirviesen
en esto de los mismos indios; mandamos al gobernador y oficiales vean la forma que
se deba tener en lo susodicho, pero los indios no sean maltratados como hasta ahora,
e sean pagados de sus jornales, e esto se haga por su voluntad, y no de otra manera».
Nótese que persistían los tributos en favor del rey, comenzaba la idea de las
reducciones de indios como primer esbozo de la administración por medio de
corregimientos implantada más tarde en el Continente, y en cuanto a los servicios,
parecía percibir ya la Corona la diferencia entre los que eran a su favor (que podían
quedar amparados en la idea de tributo), y los que beneficiaban a colonos
particulares, que en la instrucción acabada de citar quedaban como contratos
corrientes de trabajo pactados voluntariamente y con pago de salarios.
El 20 de diciembre de 1503, recibidos los informes de Ovando, Isabel la Católica
dictó en Medina del Campo una cédula que consagró legalmente los repartimientos
de indios, aceptando, contra lo mandado en la instrucción anterior de marzo, el
trabajo forzoso de los indígenas, aunque se les debía pagar salario por ser hombres
libres, como se había declarado desde los primeros años de la colonización[7]. La
cédula de Medina del Campo explicaba, que habiéndose declarado la absoluta
libertad de los indios conforme a las primeras instrucciones dadas a Ovando, huían de
la comunicación de los cristianos y no querían trabajar ni con paga y que tampoco se
les podía doctrinar; que además, faltando a los cristianos de la Española quien les
trabajara en sus labranzas y en coger el oro, no podían sostenerse. Por estos motivos
se mandó al gobernador:
«en adelante, compeláis e apremiéis a los dichos indios, que traten e conversen con los cristianos de la dicha
Isla, e trabajen en sus edificios, e coger e sacar oro e otros metales, e en facer granjerías e mantenimientos para los
cristianos vecinos e moradores de la dicha Isla; e fagáis pagar a cada uno el día que trabajare, el jornal e
mantenimiento que según la calidad de la tierra e de la persona e del oficio, vos pareciere… Cada cacique acuda
con el número de indios que vos le señaláredes a la persona o personas que vos nombráredes, para que trabajen en
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lo que las tales personas le mandaren, pagándoles el jornal que por vos fuere tasado; lo cual fagan e cumplan
como personas libres, como lo son, e no como siervos; e faced que sean bien tratados los dichos indios»[8].
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perjuicio de los colonos y de la Corona: «por ende yo vos mando, que si los mesmos
[españoles] que agora tienen los indios, les quisiesen tornar a tener, por cuanto fuese
nuestra voluntad, pagando un castellano por cada cabeza, e con las condiciones que
agora los tienen, se los dejéis y consintáis tener, sin se los mudar». Que si había
personas meritorias sin indios, se les dieran de los nuevos traídos de las islas
comarcanas, pagando también el castellano por cabeza[12].
No explicaba Fernando el Católico la suerte del anterior principio de libertad que
había motivado su decisión de renovar las encomiendas cada dos o tres años. Quizá
pensaba ahora que era igual que distintos amos utilizaran los indios, o que uno solo
fuera el beneficiario, siempre que éste cumpliera la formalidad de renovar la cédula
del repartimiento cada cierto tiempo. El rey no parecía estimar infringido el principio
de libertad en tanto que las cédulas no especificaran de modo expreso que el indio
quedaba en manos del español por toda la vida. En realidad, se empezaba a percibir la
dificultad de compaginar la encomienda —entendida como compulsión para el
trabajo— con la libertad, teórica y legalmente concedida a los indios[13].
El rey escribió a Miguel de Pasamonte, tesorero general de las Indias, que cuidara
del cumplimiento de las disposiciones enviadas al Almirante sobre los
repartimientos[14]. En beneficio de los colonos concedió la Corona que durante el
primer año de tener éstos los indios repartidos no pagaran el impuesto[15]. El 23 de
febrero de 1512 fue señalado un límite de trescientos indios, del cual no debían
exceder los repartimientos[16].
La distribución efectuada por don Diego Colón suscitó las protestas habituales[17].
Era tiempo de banderías en la Isla y Miguel de Pasamonte dirigía a los enemigos del
Almirante.
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debían asistir al reparto, decir los nombres de los españoles que maltrataban a los
indios y opinar sobre la cantidad que les correspondía, de acuerdo con sus personas y
manera en que habían servido al rey.
Se concedieron 1430 indios al rey; a don Juan de Fonseca, que dirigía los
negocios de Indias en España, 244; a Lope de Conchillos, secretario influyente, 264;
a Hernando de la Vega, 745; a doña María de Toledo, 428; a Diego Colón, hermano
del primer Almirante, 250; a Fernando Colón, hijo bastardo de don Cristóbal, 266; a
Miguel de Pasamonte, tesorero, 251; al chambelán Juan Cabrero, 424; a Almansa,
secretario del rey, 238; a Lucas Vázquez de Aillón, 440; al repartidor Rodrigo de
Alburquerque, 270. En total comprendió el repartimiento 32000 indios. Los de
servicio, es decir, que no eran niños ni viejos, fueron 22.344.
En cuanto al carácter legal de estas encomiendas, del acta sólo resulta, tomando
un ejemplo cualquiera, que: «a Alonso de Porras, vecino e visitador, se le encomendó
el cacique Salamanca de Macorix, con 59 personas de servicio, 29 hombres y 23
mujeres. Encomendósele más en el dicho cacique 7 viejos que no son de servicio.
Encomendósele más en el dicho cacique 12 niños que no son de servicio».
Según LAS CASAS, a quien sigue ANTONIO DE HERRERA, las cédulas fueron en la
siguiente forma:
«Yo, Rodrigo de Alburquerque, repartidor de los caciques e indios en esta Isla Española por el Rey y la Reina,
nuestros señores: por virtud de los poderes Reales que de Sus Altezas he y tengo para hacer el repartimiento y
encomendar los dichos caciques e indios y naborias de casa a los vecinos y moradores de esta dicha isla, con
acuerdo y parecer, como lo mandan Sus Altezas, de Miguel de Pasamonte, tesorero general de estas Islas y Tierra
Firme por Sus Altezas; por la presente encomiendo a vos fulano, vecino de la villa de…, al cacique Andrés
Guaibona con un nitaino suyo, que se dice, Juan Banona, con 38 personas de servicio, hombres 22, mujeres 16.
Encomendándosele en el dicho cacique 7 viejos que no son de servicio y 5 niños que no son de servicio.
Encomendándosele asimismo 2 naborias de casa, los nombres de los cuales están declarados en el libro de la
visitación y manifestación que se hizo en la dicha villa ante los visitadores y alcaldes della; los cuales vos
encomiendo para que os sirváis dellos en vuestras haciendas y minas y granjerías, según y como Sus Altezas lo
mandan conforme a sus Ordenanzas, guardándolas en todo y por todo… Vos los encomiendo por vuestra vida y
por la vida de un heredero hijo o hija, si lo tuviereis; porque de otra manera Sus Altezas no vos los encomiendan;
con apercibimiento que vos hago que no guardando las dichas Ordenanzas, vos serán quitados los dichos indios, y
el cargo de la conciencia del tiempo que los tuviéredes y vos sirviéredes de ellos vaya sobre vuestra conciencia y
no sobre la de Sus Altezas, demás de las penas dichas y declaradas en las dichas Ordenanzas. Ciudad de la
Concepción a 7 de diciembre de 1514»[19].
Es importante la cita de LAS CASAS, porque según ella, desde el año de 1514
existían repartimientos por dos vidas y es probable su exactitud (a pesar de que en
1630 la contradecía ANTONIO DE LEÓN en su Tratado de Confirmaciones Reales,
cap. I), porque más tarde veremos que los colonos de la Española hicieron valer ante
los padres jerónimos que gobernaban en 1517, el derecho vitalicio y hereditario sobre
los repartimientos, concedido por el rey. Cierto que el acta de Alburquerque no
menciona la entrega por dos vidas, pero no es argumento concluyente contra el texto
de LAS CASAS, porque se trataba del acta general del repartimiento y no de las cédulas
especiales que se entregaban a cada encomendero. El acta menciona además unas
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instrucciones dadas por el rey a los repartidores para regir la distribución, que son
desconocidas.
Por dos vidas, o por entrega temporal de los indios, este repartimiento, por su
solemnidad y alcance, demuestra el grado de adelanto y de fijeza que habían
adquirido las encomiendas. Eran la base de la economía antillana, y por eso LAS
CASAS decía que el oficio de repartidor era: «lo que se ha estimado y temido por los
españoles en estas Indias»[20].
Después de Alburquerque fueron repartidores en la Española el lic. Ibarra, el lic.
Cristóbal Lebrón (1515) y el provincial franciscano fray Pedro Mejía[21].
Los repartimientos se extendieron por toda la zona de influencia de la Isla
Española. Pasaron a la Isla de San Juan con Ponce de León el año de 1510[22]; a
Jamaica con Juan de Esquivel el mismo año[23]; a Cuba con Diego Velázquez, a quien
se expidió nombramiento oficial de repartidor en Valladolid el 8 de mayo de 1513[24].
También hubo repartimientos en el Darién. El rey Fernando había ordenado a
Pedrarias Dávila en su instrucción de 4 de agosto de 1513[25] que cuidara de aplicar
las Ordenanzas (las de Burgos de 1512, que después mencionaremos) en favor de los
indios y que hiciera todo lo que de nuevo viera que convenía a la salud y conversión
de los naturales, teniendo presente que los indios de Tierra Firme eran poco afectos al
trabajo y que por encontrarse en la zona continental podían huir de los amos mejor
que los indios de las Islas; «por eso parece muy dudoso y dificultoso que los indios se
puedan encomendar a los cristianos a la manera que los tienen en la Española, y a
esta causa parece que sería mejor que por vía de paz e de concierto, aliviándolos lo
más que ser pudiese del trabajo [se hiciera] en esta manera: que los que quisieren
estar en la paz y concierto de los cristianos y a la obediencia de vasallos, diesen y nos
sirviesen con cierto número de personas y que no fuesen todos, sino una parte dellos,
como tercio o cuarto o quinto de los que hubiere en el pueblo, o de los que tuviere el
cacique principal, si allá están debajo de caciques como están en la Isla Española, y
que éstos anden un mes o dos y que se remuden y se vayan a holgar y vengan otros
tantos por otros dos meses, o el tiempo que allí os pareciere que serían mejor las
remudas». Que los naturales de Tierra Firme sirvieran primero en sacar oro de los
ríos, y cuando se acostumbraran a este trabajo, se les pusiera a cavar en las minas,
«porque ya estarán más habituados a servir». Que si ni por vía de encomienda ni de
concierto se lograba que sirvieran, «parece otra tercera cosa, que sería que cada
pueblo según la gente que en él hubiera, o cada cacique, según la gente que tuviere
cada uno, dé tantos pesos de oro cada mes, o cada luna, como ellos lo cuentan y que
dando esto serán seguros que no se les hará mal ni daño y tengan en sus pueblos
señales que sean para conocer que son pueblos que están a nuestra obediencia y
también traigan en sus personas señales como sean conocidos, como son nuestros
vasallos, porque no les haga mal nuestra gente, pagando su tributo como con ellos
fuere asentado y esto mirad que se asiente de manera que sea provechoso, y porque
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aquí no se puede señalar bien la cantidad, hacedlo lo más provechoso que os
pareciere que se puede bien facer».
Pedradas implantó los repartimientos al estilo de los de las Islas; el cronista
OVIEDO los censuró por desiguales y arbitrarios[26].
Nótese el florecimiento de la institución, a causa de su utilidad para los colonos y
la Corona. Mediante los indios repartidos prosperaban las labranzas, ganaderías,
casas y minas de los españoles. El rey cobraba impuestos, tenía a su vez indios
propios, y con repartimientos pagaba los sueldos de los principales jueces y oficiales
de las Indias y aun favorecía a personajes de España.
Los excesos de los colonos particulares, de los mayordomos que nombraban los
ausentes que tenían indios, y de los administradores de los repartimientos de la
Corona, originaron la protesta de los religiosos dominicos de la Isla Española.
El año de 1511 fray Antonio Montesinos predicó contra los encomenderos,
afirmando que tenían perdidas las conciencias por su crueldad y avaricia[27]. El
discurso de Montesinos se fundaba en un principio humanitario y en el concepto
filosófico cristiano sobre la naturaleza humana del indio, su condición de prójimo y
su derecho a la libertad, por lo cual su prédica no iba sólo contra los abusos de los
particulares, sino contra la institución autorizada por la Corona.
Las autoridades de España y de la Isla reaccionaron contra el predicador y contra
los demás dominicos que dirigidos por fray Pedro de Córdoba se solidarizaron con
Montesinos, negando la absolución a los encomenderos hasta que pusieran en libertad
a los indios.
El rey Fernando escribía a don Diego Colón el 20 de marzo de 1512:
«Vi el sermón que decís que hizo un fraile dominico que se llama fray Antón Montesinos, e aunque él siempre
hubo de predicar escandalosamente, me ha mucho maravillado en gran manera de decir lo que dijo, porque para
decirlo, ningún buen fundamento de Teología ni Cánones ni Leyes tendría, según dicen todos los letrados, e yo así
lo creo, porque cuando yo e la señora reina mi mujer que gloria haya, dimos una carta para que los indios
sirviesen a los cristianos como agora les sirven, mandamos juntar para ello todos los del nuestro consejo e muchos
otros letrados teólogos e canonistas, e vista la gracia e donación que nuestro muy santo padre Alejandro sexto nos
hizo de todas las Islas e Tierra firme descubiertas e por descubrir en estas partes, cuyo traslado autorizado irá con
la presente, e las otras causas escritas en derecho e conforme a razón para ello habrá, acordaron en presencia e con
parecer del arzobispo de Sevilla que agora es, que se debían de dar e que era conforme a derecho humano y
divino; pues por la razón que los legos pueden alcanzar, e vosotros vedes cuán necesario es que esté ordenado
como está en cuanto a la servidumbre que los indios facen a los cristianos; mucho más me ha maravillado de los
que no quisieron absolver a los que se fueron a confesar sin que primero pusiesen los indios en su libertad,
habiéndoseles dado por mi mandado, que si algún cargo de conciencia para ello podía haber —lo que no hay—
era para mí e para los que Nos aconsejaron, que se ordenase lo que está ordenado, e no de los que tienen los
indios; e por cierto que fuera razón que usáredes así con el que predicó, como con los que no quisieron absolver,
de algún rigor porque un yerro fué muy grande».[28]
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razonables, porque: «estas Islas las ha adquirido Su Alteza Jure Belli, y Su Santidad
ha hecho al rey nuestro señor donación dellas, por lo cual ha lugar y razón alguna de
servidumbre; pero dado caso que no fuese, aun así no hubierais de predicar ni
publicar tal doctrina sin consultarla primero acá con los del Consejo de Su Alteza y
Consejo del gobierno suyo que allá tiene, y con acuerdo de todos decir aquello que
más pacífico y provechoso fuese a todos, pues al fruto de la predicación se requiere
ganar y tener las voluntades de todos… Vos mando que ninguno sea osado predicar
más en esta materia, y pues tantos prelados de letras y conciencia y también nuestro
muy Santo Padre lo permiten, paréceme que debéis submittere intellectum vestrum.
Con el mayor y más principal. Si alguno tiene escrúpulo de no poder hacer otra cosa,
véngase, que, en su lugar yo proveeré de otro, porque no os traigan a todos so la
misma pena; no hablen en la materia a los que confesáredes»[29].
La protesta de los dominicos de América no cejó, y fray Antonio Montesinos fue
designado para defender en España sus razones. El franciscano fray Antonio del
Espinal debía sostener el punto de vista de los colonos. El debate se promovió en la
Corte; Montesinos presentó un memorial fundado principalmente en la cita de
Ezequiel, cap. XXXIV, que había leído en SANTO TOMÁS: «Vae pastoribus Israel qui
pascebant semet ipsos».
Para determinar el caso surgido se reunió la Junta de Burgos el año de 1512,
compuesta por el obispo de Palencia, el licenciado Santiago, el doctor Palacios
Rubios, el lic. Sosa, fray Tomas Durán, fray Pedro de Covarrubias, fray Matías de
Paz y el lic. Gregorio.
Sus conclusiones fueron las siguientes:
«Muy poderoso señor: V. Alteza nos mandó que entendiésemos en ver las cosas de Indias, sobre ciertas
informaciones que cerca dello a V. A. se habían dado por ciertos religiosos que habían estado en aquellas partes,
así de los dominicos como de los franciscos, y vistas aquéllas y oído todo lo que nos quisieron decir, y aun habida
más información de algunas personas que habían estado en las dichas Indias y sabían la disposición de la tierra y
la capacidad de las personas, lo que nos parece a los que aquí firmamos, es lo siguiente: Lo primero, que pues los
indios son libres y V. A. y la reina, nuestra señora que haya santa gloria, los mandaron tratar como a libres, que así
se haga. Lo segundo, que sean instruidos en la fe, como el Papa lo manda en su bula y vuestras altezas lo
mandaron por su Carta, y sobre esto debe V. A. mandar que se ponga toda la diligencia que fuere necesaria. Lo
tercero, que V. A. les puede mandar que trabajen, pero que el trabajo sea de tal manera que no sea impedimento a
la instrucción de la fe, y sea provechoso a ellos y a la república, y V. A. sea aprovechado y servido por razón del
señorío y servicio que le es debido por mantenerlos en las cosas de nuestra santa fe, y en justicia. Lo cuarto, que
este trabajo sea tal que ellos lo puedan sufrir, dándolos tiempo para recrearse, así en cada día como en todo el año,
en tiempos convenibles. Lo quinto, que tengan casas y hacienda propia, la que pareciere a los que gobiernan y
gobernaren de aquí adelante las Indias, y se les dé tiempo para que puedan labrar y conservar la dicha hacienda a
su manera. Lo sexto, que se dé orden como siempre tengan comunicación con los pobladores que allá van, porque
con esta comunicación serán mejor y más presto instruidos en las cosas de nuestra santa fe católica. Lo séptimo,
que por su trabajo se les dé salario conveniente, y esto no en dinero, sino en vestidos y en otras cosas para sus
casas»[30].
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idea del vasallaje (conclusión III); en la conclusión IV se advierte el propósito de
suavizar las condiciones del servicio de los indios; se reconocía su capacidad para ser
cristianos (conclusión II), pero el argumento de la fe servía también para establecer el
contacto obligatorio con los españoles (conclusión VI); la conclusión V era una
consecuencia natural del principio de la libertad de los indios, pues no siendo
esclavos en derecho podían tener bienes; la misma razón fundaba la conclusión VI.
Sobre estas bases se redactaron las Leyes de Burgos de 27 de diciembre de 1512,
que mantuvieron las encomiendas pero trataron de establecer con mayor rigor el
control del Estado en la relación de trabajo entre españoles e indios.
Alegando el fin de la conversión y el mejor cuidado temporal de los indios, las
Leyes dispusieron que éstos fueran trasladados a lugares cercanos a los pueblos de
españoles. Los encomenderos, por cada cincuenta indios que tuvieran de
repartimiento, debían construir cuatro bohíos o casas de paja en los nuevos asientos,
de treinta pies de largo y quince de ancho, y proporcionar cinco mil montones: tres
mil de yuca y dos mil de ajes, más doscientos cincuenta pies de axi y media hanega
de maíz y una docena de gallinas y un gallo. Debía el encomendero mandar construir
una casa de paja que sirviera de iglesia al nuevo pueblo, en la cual los indios rezarían
al anochecer y por las mañanas. El trabajo de los naturales debía durar cinco meses, y
después tendrían cuarenta días de holganza, pero en este tiempo habían de recoger la
cosecha de su pueblo. Durante estos cuarenta días los oficiales del rey fundían el oro
recogido en los cinco meses de trabajo y cobraban el quinto Real. Pasado el plazo del
descanso, volvían los indios a las minas por otros cinco meses. Sobre los alimentos
que recibirían los indios empleados en las labranzas y en las minas, dispuso la ley:
«todas las personas que tuvieren indios sean obligadas de les dar a los que estuvieren
en las estancias, pan, y ajes e axi, abasto, e a lo menos, los domingos e Pascuas e
fiestas les den sus ollas de carne… e a los indios que anduvieren en las minas les den
pan e axi, todo lo que hubieren menester, y les den una libra de carne cada día, y el
día que no fuere de carne, les den pescado o sardinas, o otras cosas con que sean bien
mantenidos». Los encomenderos podían enviar a las minas hasta un tercio o más del
total de los indios; si los repartimientos distaban mucho de las minas, podían utilizar
a los naturales en tejer hamacas. También se permitió a los amos que vivían lejos de
las minas que pudieran celebrar contratos de compañía o sociedad con otro español
que ofreciera los alimentos de los indios durante el camino, a fin de partir después las
ganancias. El jornal de los trabajadores debía ser de un peso de oro cada año para que
tuviesen con qué comprar vestidos. Las mujeres preñadas de más de cuatro meses, no
iban a las minas ni a labranzas, y servían en las estancias de los españoles en faenas,
como hacer pan, guisar, desherbar, etc. En cada lugar o pueblo de españoles debía
haber dos visitadores, que dos veces al año examinaran si las leyes eran guardadas y
si los indios recibían agravios. Estos visitadores podían, a su vez, tener indios de
repartimiento. A los caciques, antiguos señores de los indios, se les concedían para su
servicio dos indios cuando tenían cuarenta bajo su jurisdicción; tres, si tenían setenta;
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cuatro, si tenían cien, y seis indios si tenían ciento cincuenta, de los cuales seis nunca
podían exceder. Como los indios de cada cacique se distribuían entre diversos
encomenderos, el cacique y sus servidores particulares seguían al español a quien
correspondía el mayor número de los indios de la jurisdicción del cacique, pero el
encomendero no debía emplear al cacique y a sus servidores en los trabajos
ordinarios, sino en cosas ligeras. Las leyes prohibieron también los areitos o bailes de
los indios[31].
En la época de las Leyes de Burgos llegó a la Corte fray Pedro de Córdoba,
vicario de los dominicos de la Española, quien opuso ciertos reparos a aquéllas. El
rey las envió de nuevo a su Consejo, en el que opinaron dos teólogos más: fray
Tomás de Matienzo, confesor del rey, y fray Alonso de Bustillo, maestro en Teología.
De las nuevas opiniones surgió la declaración de Valladolid de 28 de julio de 1513,
que constaba de cuatro disposiciones: las mujeres indias casadas no debían ir a las
minas sino por su voluntad, pero se les podía compeler para los trabajos de las
haciendas de los españoles, a menos que estuvieran en estado de preñez; niños y
niñas menores de catorce años no debían trabajar, salvo en oficios propios de su edad;
las indias solteras trabajarían con sus padres; la duración del servicio en las minas
sería de nueve meses, y los tres restantes podían emplearlos los indios en trabajar en
sus haciendas, o en las de los españoles a jornal; había en la declaración este párrafo
importante: «este servicio que a V. M. es debido por los dichos indios de la manera
susodicha, V. A. puede hacer merced de ello a quien fuere servido, por vida o por el
tiempo que V. M. fuere servido de hacer de ello merced»[32].
Se recordará que en 1509 ya se había presentado la duda sobre la duración lícita
de las encomiendas, y que el principio de libertad hizo pensar al rey Fernando que no
era posible repartir los indios por toda una vida. El dictamen de 1513 autorizaba lo
que antes se había discutido.
La etapa de Burgos, en el terreno legal, no fue muy favorable para los indios.
Según hemos visto, las encomiendas continuaron como antes con el carácter de
servicios forzosos y sólo se obtuvo la limitación de jornadas, la vigilancia del pago de
los salarios y mantenimientos, y otras medidas de protección para el trabajador
indígena.
Pasando al terreno doctrinal hallamos, que la dificultad teórica de las
encomiendas en 1512 continuaba siendo su incompatibilidad con la condición legal
libre de los indios.
De acuerdo con la doctrina peripatética, predominante en los Consejos del rey, se
interpretaba la encomienda como una forma intermedia de gobierno, entre el político
o de gente libre y el heril o de los esclavos. El lic. Gregorio, por ejemplo, decía[33]
que según Santo Tomas (Regimine Principum, lib. III, cap. XI), hay un gobierno
político y otro despótico, y éste conviene, «donde por la malicia y bárbara disposición
del pueblo, se pueden y deben gobernar como siervos». Que según Aristóteles (lib. I
de Republica, tít. II, cap. II), es justa la gobernación dominical, «donde se hace en
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aquellos que naturalmente son siervos y bárbaros, como estos indios, que todos dicen
son animales que hablan». Que Escoto, en el lib. IV, dist. 35, art. I, acepta que el
príncipe que justamente es señor de alguna comunidad, «si conoce algunos así
viciosos que la libertad les daña, justamente les puede poner en servidumbre». Este
acercamiento de la encomienda a la teoría de la servidumbre natural del indio, que se
encuentra en muchos autores desde 1512, no era ajeno a la situación histórica, pues
hemos advertido que era semejante la situación del indio repartido a la del indio
esclavo; pero los autores partidarios de las encomiendas no podían identificar éstas
por completo con el gobierno heril o de esclavos, porque entonces violaban el
principio ya aceptado por la Corona de la libertad general de los indios de América.
Para resolver esta dificultad casi todos los autores recurrieron al gobierno medio entre
el político y el heril. El lic. Gregorio decía que no habían de considerarse los indios
como siervos sin derechos dominicales y que libremente se pudieran vender (las dos
notas jurídicas características de la esclavitud legal), sino sólo disponer que sirviesen
a los cristianos con «servidumbre cualificada», como era la encomienda, la cual era
útil a los mismos indios, porque la total libertad les dañaba. Agregaba que, como los
indios eran idólatras, se les podía castigar con ese modo de gobierno y también por
sus pecados contra natura; que debiendo tributos al rey como vasallos y no teniendo
sino sus personas, era justo que con ellas sirvieran, pero nombrándose visitadores
para que fueran bien tratados. Refiere LAS CASAS[34] que el lic. Gregorio, en cierta
ocasión, dijo a fray Antonio Montesinos: «yo os mostraré por vuestro SANTO TOMÁS,
que los indios han de ser regidos in virga ferrea y entonces cesarán vuestras
fantasías». En el parecer examinado se advierten con claridad dos notas importantes
de la primitiva encomendación: dar al amo cierto gobierno o jurisdicción sobre el
indio repartido, y afectar su persona con los servicios.
Fray Bernardo de Mesa, primer obispo electo de Cuba, que no llegó a tomar
posesión, dictaminó en 1512 en pro de las encomiendas, sosteniendo con la misma
base aristotélica: la servidumbre natural, el gobierno medio entre el libre y el servil,
que los indios debían tributar al rey con sus personas, que eran su única riqueza, y
que para evitar su ociosidad se les podía repartir a cristianos de buena conciencia y
costumbres, «los cuales allende de los ocupar, les enseñen las cosas de la fe y de las
otras virtudes». Que sólo se dieran encomiendas a personas calificadas y éstas
quedaran obligadas a dar suficiente mantenimiento y trabajo moderado a los indios,
todo lo cual se debía tasar, y que los indios tuvieran bienes como libres, a fin de que
«sientan que no son siervos, sino libres debajo del yugo de Jesucristo nuestro
Salvador»; pero no hacerlos libres del todo, porque no hay otra libertad verdadera
sino aquella servidumbre que estorba el pecado, el cual verdaderamente nos hace
siervos; añadía Mesa, que por eso se debía tener a los indios «en alguna manera de
servidumbre, para mejor disponerlos y para constreñirlos a la perseverancia, y esto es
conforme a la bondad de Dios». Concluía su parecer con este párrafo característico
sobre el gobierno medio: «los indios, como quiera que sea, no se pueden llamar
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siervos, aunque para su bien hayan de ser regidos con alguna manera de
servidumbre, la cual no ha de ser tanta que les pueda convenir el nombre de siervos,
ni tanta la libertad que les dañe»[35].
Quedaban afirmadas las ideas que más tarde desenvolvería GINES DE SEPÚLVEDA
con más elegancia, pero con los mismos fundamentos.
El repartimiento de Alburquerque de 1514, que hemos citado, se llevó a cabo
después de estar en vigor las Ordenanzas de Burgos, y a ellas se refería el repartidor
cuando hacía jurar a los encomenderos que tratarían bien a los indios. La duda sobre
la duración de las encomiendas en esa época parece aclarada por el debate teórico,
porque hemos citado la opinión del Consejo en la que se decía al rey que podía darlas
«por vida o por el tiempo que V. M. fuera servido». En la práctica los repartimientos
seguían siendo la principal solución del problema de la mano de obra en las Islas.
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en la de Montesinos, influían el motivo filantrópico y razones teóricas tomadas de la
filosofía tomista y en general de la doctrina cristiana. LAS CASAS sostenía que los
indios eran hombres libres, creados por Dios, con razón y voluntad y con los cuales
los cristianos tenían deberes de prójimos[42]. Según LAS CASAS, el Cardenal Cisneros
era partidario del principio de la libertad de los nativos[43].
El Cardenal Regente decidió llevar a la práctica la defensa de los naturales
americanos y designó tres frailes de la Orden de San Jerónimo para que fueran a la
Española con poderes, y consultando a los interesados y gentes entendidas,
resolvieran lo que fuera justo; se les dieron extensas instrucciones que apuntaban tres
soluciones, según el resultado de la información sobre la capacidad de los indios: 1,
tenerlos en pueblos en absoluta libertad, pagando el tributo al rey; 2, crear pueblos
intervenidos o reducciones artificiales de trescientos vecinos indios, regidos por un
administrador español o mayordomo y un clérigo, debiendo continuar los servicios
obligatorios: un tercio de los naturales permanecería siempre en las minas,
turnándose cada dos meses, y fuera de este tiempo podrían trabajar en sus haciendas,
pero dedicando también quince días de trabajo a sus caciques; 3, por último, si era lo
conveniente, podían los jerónimos conservar las encomiendas bajo las Leyes de
Burgos, o implantando las modificaciones favorables a los indios que estimaran
necesarias[44].
Llegados los frailes gobernadores a la Española, abrieron la información sobre la
capacidad de los naturales[45]. Entre sus preguntas se encuentran las siguientes, de
interés directo para el problema de las encomiendas: 3. «Si saben [los testigos], creen,
vieron u oyeron decir, que los tales indios, en especial desa Isla Española, así
hembras como varones, son de tal saber y capacidad, que sean para ponerlos en
libertad entera, e que cada uno de ellos podrá vivir políticamente, sabiendo adquirir
por sus manos de qué se mantengan (sacando oro, vendiendo pan, o trabajando como
jornalero), e que sepan guardar lo que así adquiriesen para lo gastar en sus
necesidades, conforme a la manera que lo haría un ome labrador de razonable saber,
de los que en Castilla viven». 4. Si convenía para la fe y trato de los indios traerlos a
pueblos más cercanos de los de españoles y si se había de hacer con su voluntad, o
por fuerza, y si esto último no traería que los indios huyeran o se rebelaran. 6. Si en
los pueblos actuales o en los que se formaran convenía tenerlos como libres, con un
gobernante español con salario, o si era mejor dejarlos encomendados, y en este caso
si era preciso reformar algo.
De este modo, los jerónimos trasladaban a los testigos seglares y religiosos las
cuestiones que el Cardenal Cisneros les había propuesto en su instrucción. Nótese que
se continuaba planteando la encomienda como un modo de gobierno entre los varios
aceptados por la doctrina aristotélica, en relación directa con la capacidad de los
indios para la vida política. Desde entonces aparecían contrapuestos el sistema de
pueblos libres, o con administrador español, y el sistema de encomiendas en
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particulares, como más tarde en el Continente se opondrían los corregimientos o
gobierno Real y las encomiendas, según veremos después.
Las respuestas de los colonos de la Española al interrogatorio de los jerónimos
fueron en favor de sus intereses; negaron la capacidad del indígena y pidieron la
continuación de las encomiendas y su perpetuidad, alegando que el cambio de amos
era perjudicial a los indios; por la codicia de los encomenderos que entraban de
nuevo y la prisa en explotar a sus sujetos durante el breve plazo en que se les dejaban.
Alguno decía que los indios, «cuando se van de las estancias de los castellanos van
como gordos, e cuando vuelven de sus asientos vienen flacos». Otro testigo opinaba
que se les debía alimentar como en Castilla a los trabajadores. Otro, que cumpliendo
las Ordenanzas de Burgos, debían mantenerse las encomiendas. Alguno afirmó que el
trabajo no era excesivo, que había dos fundiciones al año y el indio de cada seis
meses trabajaba cuatro y holgaba dos. En cuanto a poner a los indios en pueblos,
hubo discrepancias; un testigo temía que la mudanza fuera perjudicial a su salud, o
que se suicidarían. Otros opinaron que se les atrajera poco a poco. Otros deseaban
llanamente la medida. Pero casi todos rechazaron la idea de que ponerlos en pueblos
con mayordomos, significara la supresión de los repartimientos[46].
Aparte las opiniones de los colonos hubo algunas de religiosos. Los dominicos se
mostraron favorables a poner los indios en absoluta libertad, o en pueblos
administrados a nombre del rey, pero no en encomiendas, que les destruían los
cuerpos y las almas, porque con el excesivo trabajo los encomenderos no dejaban
tiempo a los indios para instruirse en la religión[47].
Fray Bernardo de Santo Domingo examinó si la encomienda era forma justa de
gobierno, si con las Leyes de Burgos se consiguió la justicia, o si manteniendo los
repartimientos con nuevas leyes podrían subsistir en conciencia. Resolvía que según
ARISTÓTELES y SANTO TOMÁS, el gobernante ha de tener por fin hacer a sus súbditos
hombres buenos, y más un gobernante cristiano; que un buen gobierno debe procurar
que los súbditos conozcan a Dios y sean instruidos en su culto, que tengan paz, que
guarden justicia unos con otros y que se procure la multiplicación de los hombres.
Que el modo de gobernar a los indios por repartimientos los destruía y era mal
gobierno, que ponía en pecado a los colonos y a los gobernantes que lo autorizaban;
que ni las Leyes de Burgos, ni otras ningunas, podían templar los inconvenientes del
sistema[48]. LAS CASAS refiere que todos los dominicos de la Española hicieron suyo
este parecer.
Con motivo de la misma información de los jerónimos opinó fray Pedro Mejía,
franciscano, en pro de los pueblos de indios, con trabajo obligatorio, pero no en
minas, sino en las haciendas de algodón[49].
Gil González Dávila, oficial de hacienda, en su memorial al obispo de Burgos
hacía referencia a la información de los jerónimos; opinaba que debían renovarse las
Ordenanzas de Burgos, que se formaran pueblos o reducciones, dejando vigentes las
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encomiendas, y que estando los indios en buenas personas se perpetuaran lo más
posible, porque los cambios de amos les perjudicaban[50].
En la práctica los jerónimos no mejoraron mucho la situación de los indios. El 20
de enero de 1517 escribían al Cardenal Cisneros[51], que habían abierto la
información sobre la capacidad y razón de los naturales a fin de saber si podían vivir
por sí en sus pueblos, o en caso contrario tutelados, y que no habían quitado los
indios a los jueces y oficiales del rey, como tenían instrucciones, porque aquéllos
gozaban los repartimientos como parte de sus salarios. El 22 de junio del mismo año
daban cuenta de las visitas que ellos y otros religiosos practicaban para controlar las
encomiendas y cuidar del buen tratamiento de los indios[52]. También informaron al
Cardenal desde la primera carta: «alguna alteración se ha recibido acá de algunas
cartas que se han escrito de Castilla, de las cuales los moradores de esta ciudad e de
la tierra son informados que venimos a dar libertad a los indios, e según se dice,
escríbenles que si en ellos nos pusiéremos, no nos lo consientan, e avísanles que para
hacer esto se pueden favorecer de un privilegio que públicamente se dice haberles
concedido el rey de gloriosa memoria en el repartimiento pasado, en el cual se
contiene que los indios se encomendaban por vida del padre e del hijo, e así se
encomendaban por dos vidas; e llegó el negocio a tanto, que se encomenzó a platicar
entre algunos principales de esta ciudad, e fuimos de ello avisados». Referían el
incidente que tuvieron por este motivo con el alcaide Gabriel de Tapia, quien fue
reducido a prisión por los jerónimos y después libertado[53].
Adviértase el dato sobre al encomendación por dos vidas, que he mencionado con
motivo del repartimiento de Alburquerque[54].
Los jerónimos decidieron quitar los indios a los ausentes y mantener las
encomiendas en favor de los colonos: «los indios que quitamos cuando luego aquí
vinimos, a los ausentes de Castilla, ha muchos días que se repartieron en la isla de
Cuba e Jamaica entre personas casadas, que se presume han de perseverar en la tierra,
e pocos días ha, enviamos a la isla de San Juan a los oficiales de V. M. para que
hiciesen otro tanto, visto que de acá no nos podíamos deshacer»[55].
La opinión personal de los frailes gobernadores era en pro de la perpetuidad de
los repartimientos: «una de las cosas que a estos tristes de indios ha destruido es
andar de mano en mano, e conocer ellos cada día amos nuevos»[56].
El 20 de septiembre de 1518 se les ordenó que «aplicaran con todo rigor las
Ordenanzas sobre el buen tratamiento de los indios[57], lo cual hicieron»[58].
Terminadas las consultas que los jerónimos habían abierto sobre la capacidad de
los indios, tomaron la decisión tardía de ponerlos en pueblos, para que no anduvieran
divididos por las minas y estancias de los castellanos, pero sin significar esta medida
la supresión de los repartimientos, cuya estabilidad apoyaban como hemos visto[59].
El licenciado Alonso de Zuazo, juez de residencia de la Española, escribía sobre
los pueblos el 22 de enero de 1518: «ahora entendemos en reducir los indios a
poblaciones para que no anden vagos, sino en policía, se casen, tengan sus haciendas,
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pesquerías, monterías, etc.». Que cuando los jerónimos llegaron, estaban los indios
«como enfermos deshauciados, con la candela en la mano, e todo por rencores e
parcialidades»[60].
La última carta de los jerónimos de 10 de enero de 1519 informa del resultado de
la experiencia: «escribimos a V. A. que habíamos hecho en esta Isla Española 30
pueblos, donde se recogiesen los pocos indios que habían quedado, en los cuales
dichos pueblos se había puesto mucha yuca, que es el pan de los indios, más de
ochocientos mil montones, provisión para más de siete mil personas en un año; e que
habíamos hecho traer ornamentos para las iglesias de los lugares de los dichos indios.
E lo que ahora ha acontecido es que ya que estaban para salir de las minas en el mes
de diciembre del año pasado e ir a sus pueblos, ha placido a Nuestro Señor de dar una
pestilencia de viruelas en los dichos indios que no cesa, e en la que se han muerto e
mueren hasta el presente casi la tercera parte de los dichos indios… S. M. mande
remediar cómo a estas partes pasen esclavos negros, e certificamos a V. M. que si la
dicha pestilencia dura dos meses más, el año presente no se sacará oro ninguno en
dicha Isla Española, e si algunos indios pocos quedasen, han de ser para guardar los
ganados e sostener las haciendas, e V. A. perderá en esta isla más de 53.000
castellanos, e se acabará de despoblar la tierra»[61].
Informando sobre su gestión, decía en la Corte fray Bernardino de Manzanedo,
uno de los tres frailes jerónimos, que los indios no tenían capacidad para regirse
según la manera y policía española, a menos de ser inducidos por los colonos y que
retornaban a sus ritos; pero que también se había visto que darlos a españoles que los
maltrataban, los disminuía; apuntaba varias maneras de resolver el problema: la
absoluta libertad de los indios, pero fundando poblados que permitieran la
intervención eficaz del dominio español y que los religiosos pudieran convertir y
pacificar a los naturales; hacer encomiendas, pero con mayor control para lograr el
buen tratamiento de los indios; que algunos pensaban que las minas los destruían y
que sólo debían trabajar en haciendas; que las mudanzas les habían sido perjudiciales,
por lo cual el rey debía meditar la solución y, adoptada, mantenerla, prohibiendo a los
religiosos, clérigos y seglares, que comentaran las medidas, porque era causa de
escándalo; que los repartimientos, en caso de mantenerse las encomiendas, fueran
perpetuos, dándolos de preferencia a hombres casados, sin exceder de ochenta indios,
quitándolos a jueces y oficiales, y que se nombraran visitadores sin jurisdicción y que
no tuvieran rentas de indios, sino salario; que los vecinos que se dedicaban a labores
manuales y los mercaderes no pudieran tener indios. Sobre los indios del rey decía
Manzanedo, que algunos pobladores opinaban que debían darse a los colonos, pero él
consideraba que eran útiles para ingenios y demás empresas de propiedad del rey; que
los eclesiásticos debían tener indios, porque era para bien de éstos, contra la opinión
de los pobladores; que las encomiendas no se concedieran desde España, sino por los
repartidores de Indias. Concluía con pesimismo: «temor tengo que si los indios han
de estar en manera de vivir concertada y dellos se ha de recibir algún servicio, que ni
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todo lo que se hiciere con ellos no ha de bastar para estorbar la disminución desta
gente»[62].
En el año de 1518 llegó Carlos V a España y comenzó el valimiento de los
caballeros flamencos que lo acompañaban; se inicia entonces una nueva etapa
importante para la encomienda. Esta vez la presión teórica en favor de los indios
consiguió una revisión más profunda de los principios que sustentaban los
repartimientos, logrando también mayor repercusión legal y práctica.
Bartolomé de las Casas, disgustado por la lenidad de los jerónimos, regresó a
España, y trató de acercarse a M. de Xevres, como antes al Cardenal Cisneros,
procurando, dice el mismo LAS CASAS, «mudar tan tiránico gobierno [de la
encomienda] en otra manera razonable y humana de regirlos [a los indios]»[63].
Estando la Corte en Barcelona tuvo lugar ante Carlos V una sesión, en la cual
informó el obispo de Darién fray Juan Quevedo, quien, según la versión bastante
confusa de LAS CASAS, repitió el principio de ARISTÓTELES de la servidumbre natural:
«vigentes ingenio naturaliter sunt vectores et domini aliorum, et deficientes a ratione
naturaliter sunt servi»[64]; pero también dijo que los indios debían ser bien tratados y
favorecidos[65]. LAS CASAS habló en la misma ocasión para condenar las guerras y los
repartimientos, sosteniendo que los indios eran capaces de fe, de virtud y buenas
costumbres, que de su naturaleza eran libres y que podían ser atraídos por razón y
doctrina; que ARISTÓTELES era filósofo gentil y ardía en los infiernos, y sólo se debía
usar su doctrina en cuanto conviniera con la religión cristiana; que ésta es igual y se
adapta a todas las naciones del mundo, y a todas igualmente recibe y a ninguna quita
su libertad ni sus señoríos, ni mete debajo de servidumbre so color ni achaques de
que son siervos a natura o libres»[66].
Conviene estudiar aquí por razón de sistema un documento atribuido a LAS CASAS
contra las encomiendas, en que pedía la suspensión, cuando menos temporal, de los
servicios de los indios y la sustitución del sistema de repartimientos por explotación
comunal de la tierra y de las minas, bajo la vigilancia de empleados del Estado a
sueldo. Decía: «Vuestra señoría mande hacer una comunidad en cada villa y ciudad
de los españoles, en que ningún vecino tenga indios conocidos ni señalados, sino que
todos los repartimientos estén juntos y que hagan labranzas juntos, y los que hubieren
de coger oro lo cojan juntos, y para esto que haya mayordomos los que fueren
menester y ministros necesarios para la dicha comunidad». Que los ministros tuvieran
salario y juraran no hacer sino lo que conviniera a la sustentación y conservación de
la república; que la comunidad tuviera recuas para acarrear las cargas y lo demás en
que las bestias solían trabajar, y hatos de vacas, de puercos, de ovejas y yeguas y de
toda manera de animales domésticos de que los hombres se suelen servir; que de las
labranzas y oro, pagado el quinto del rey y los gastos que en dicha comunidad se
hubieren hecho, así de salarios de los oficiales o ministros de ella, como de
herramientas u otra cosa que se hubiera de pagar, se diera a cada vecino español
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tanto, según los indios de que en la comunidad le hubiera hecho merced el rey, de
manera que si tuviera cien indios y la comunidad echó dos mil a minas, le tocaran en
proporción tantos castellanos y lo mismo en las labranzas; que con este régimen no se
cometerían «tantos y tan diversos y abominables pecados, porque no se dará lugar de
esta manera a que cada codicioso quiera henchirse en poco tiempo de muchos
dineros, menguando y matando los vasallos de Su Alteza, no mirando ni teniendo fin,
sino a su propio interés». Al parecer hablaba también de gratificaciones a los
trabajadores por cada hijo que tuvieran, cómo se habían de alimentar, curar y
doctrinar los indios, etc. Es decir, el autor interpretaba las encomiendas como
organización económica de explotación particular, que debía sustituirse por el
régimen comunal de trabajo, con división proporcional de los provechos entre los
españoles, e intervención preponderante, del Estado para controlar y sujetar los
apetitos particulares. También se propuso en este memorial el envío de labradores
españoles, los cuales trabajarían con cinco indios cada uno, y sacada la parte del rey,
lo otro «lo partan hermanablemente el tal labrador y los cinco indios… estos
labriegos compañeros de los indios serán como sus ayos; los inducirán al trabajo, y
los indios, viendo que los cristianos trabajan, tendrán mejor gana de hacer lo que
vieren… si el tiempo andando los indios fueren hábiles para vivir por sí y regirse y
para que a Su Alteza sirvan con lo que los vasallos los pueden servir, darles han su
facultad para ello»[67].
En 1519 los predicadores de Carlos V intervinieron cerca del Consejo de Indias.
Concurrieron[68] fray Miguel de Salamanca, dominico; el doctor Lafuente, de la
Universidad de Alcalá; los hermanos Coroneles (Luis y Antonio), doctores de la
Universidad de París; fray Alonso de León, teólogo franciscano; fray Alonso de
Medina, dominico, y algunos otros. Acordaron pedir al Consejo de Indias que
considerara de nuevo el caso de los naturales; pidieron las leyes hasta entonces
dictadas, y en vista de ellas redactaron un importante parecer contra la existencia de
las encomiendas, señalando como solución la reducción de los indios a pueblos con
un administrador asalariado que los vigilara y enseñara a vivir en policía: «antes de
mucho tiempo, instruidos y doctrinados por nosotros, vendrán a hacerse gente noble y
política… así se redujeron a policía y virtud los otros pueblos, como España y
Alemania e Inglaterra, que otros tiempos fueron, por ventura, tanto o más bárbaros
que éstos»[69].
Examinemos con detenimiento las razones de los predicadores contra la
institución de las encomiendas: 1. La encomienda es contra el bien de la república
indiana, porque, «según todos los que escribieron de república, ésta consiste en
diversidad de estados y de oficios, y allí todo se confunde y se resuelve en el más
bajo y más vil oficio de la república, que es cavar» (se referían a que, indios súbditos
y caciques o reyes, todos por igual, servían en los repartimientos). Agregaban:
«¿quién nunca vió toda una tan gran república cavadora?… ni hay militares, ni
filósofos o letrados, ni oficiales, ni labradores… aquellas ínsulas serán como las que
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los romanos tenían para desterrar los mártires y los malhechores». Afirmaban
también que la encomienda era contra la libertad del indio y por lo tanto contraria al
Derecho divino y humano, porque «liber est qui gratia sui est: si las vidas, si las
industrias, si los frutos que dellos proceden son para el encomendero, el indio no es
libre»; que si se argüía que se les daban alimentos y salarios, era la mitad de lo que en
España se daba a un esclavo, y finalmente: «¿cuál rey ni príncipe del mundo, ni justo
ni tirano, hizo ni pudo hacer de derecho que todo su pueblo trabajase más de los
nueve meses del año, para él y para los que él señalase?». «El rey de España y su
república serán castigados por tal pecado». 2. La encomienda es contra toda razón y
prudencia humana, porque es imposible controlar al encomendero quien tiene en su
mano servirse del indio y no bastan justicias, leyes ni visitadores; el indio nunca
declara los agravios por temor al amo. 3. La encomienda es contra el bien y servicio
del rey: «porque le quita lo que le hace gran señor, que es la muchedumbre del
pueblo, que en aquella dice la Escritura que consiste la gloria y potencia del rey… le
quita la opulencia y frutos de aquellas tierras que le harán rico a él y a todos sus
reinos… le quita el justo y verdadero título y dominio de aquellas tierras, que tenía y
tiene si esta dicha invención [de la encomienda] no interviniese: porque, por una de
estas tres maneras, el que no era señor de algún pueblo ni le pertenecía por herencia,
puede ser justo señor de él: la primera, si el superior del suyo o de aquel pueblo, en
justa pena de males cometidos, los pusiese so el señorío de la tal persona, privado de
los primeros señores con justa causa; la segunda, si el tal superior pusiese aquel
pueblo en sujeción del tal príncipe, para que con muy buenas obras, en
acrecentamiento temporal y espiritual de aquel pueblo, mereciese el señorío dél; la
tercera, por querer, sua sponte, y voluntariamente el tal pueblo someterse y sujetarse
al tal señor; y cualquiera Príncipe, que sin alguno destos títulos posee y usa del
dominio de alguna tierra no es rey ni verdadero señor, sino pésimo y tirano se puede
llamar, pues manifiestamente consta que el Sumo Pontífice no privó, por delitos, del
señorío a los señores de aquellas tierras, porque ni eran infestadores de la fe, ni
cismáticos, ni la sola infidelidad basta para privarlos de dominio, máxime en tierras
que nunca fueron sujetas a la Iglesia. Resta, pues, manifiestamente, que el dominio y
señorío del rey, nuestro señor, depende, o del bien y acrecentamiento que procura a
aquella república, como suena la concesión apostólica, o de la voluntad de aquellos
pueblos, y pues este medio de la encomienda destruye y deshace aquella república en
lo espiritual y temporal, y hace aquellos vasallos involuntarios, como por muchos
ejemplos ha constado, ergo, quítale todo el derecho que a aquéllas tiene, y donde se
piensa por aquel medio hacerle señor, le hacen tirano, quitándole el verdadero señorío
que tiene en ellas, lo cual vuestras señorías deberían mirar con mucho cuidado, pues a
vuestras cuestas carga todo este edificio que el rey, nuestro señor, con vosotros dará
buena cuenta a Dios; y en verdad que se hace más daño al rey, nuestro señor, en esto,
que si le tomasen las tierras por fuerza, porque entonces quitaríanle el uso pero no el
derecho, como está bien probado». 4. La encomienda es contra todas las reglas de
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Teología y Filosofía Moral; que quieren que el fin se anteponga a los medios y los
medios se pospongan para la consecución del fin, y como nuestro verdadero fin sea la
bienaventuranza celestial, y el medio propio para ella sean las virtudes, y para el
ejercicio de las virtudes meritorias sea necesaria la vida, y para la conservación de
aquélla los alimentos, y para comprar éstos como medio más remoto y más inútil y
menos necesario, sea la pecunia, si por este mísero medio se pospone la gloria del
cielo y las virtudes con que se alcanza, y la vida en que se ejercitan y los alimentos
para ella necesarios, y lo que peor es, no sólo en los indios se pierde la fe y virtudes
por el oro, pero en los mismos cristianos… luego se demuestra la proposición. Esta
crítica se apoyaba en el hecho de que las encomiendas de las Antillas se utilizaban
sobre todo para la labor minera. 5. La encomienda es contra Dios y contra su
intención y contra su Iglesia, porque ¿cómo podrán los predicadores instruir a los
indios derramados y fatigados de los trabajos?; los encomenderos además les dan
malos ejemplos, porque no son hombres virtuosos; los indios empleados en cavar
minerales no hacen fructificar la tierra, y con ello faltan los diezmos de la Iglesia.
Este era quizá el alegato más vigoroso que se había oído contra las encomiendas.
Diversas razones válidas en el siglo XVI convergían contra los principios que las
habían sostenido.
El proceso teórico contra ellas culminó en el año de 1520 en La Coruña, pocos
días antes de partir Carlos V para Flandes. Adriano, deán de Lovaina, preceptor de
Carlos V y después Papa, según refiere LAS CASAS[70], pronunció su famosa oración,
y «allí se determinó que los indios generalmente debían ser libres y tratados como
libres, y traídos a la fe por la vía que Cristo dejó establecida».
Examinemos ahora las repercusiones legales y prácticas de estos primeros años
del gobierno de Carlos V. La provisión de 9 de diciembre de 1518 dictada en
Zaragoza para el juez de residencia de la Isla Española, lic. Figueroa[71], mandó que
los indios que tuvieran habilidad vivieran por sí y se quitaran a los encomenderos y
cada indio de más de veinte años pagara al rey tres pesos y los demás un peso; los
caciques que desearan vivir en los pueblos libres, sin encomiendas de cristianos,
debían solicitarlo del juez y éste resolver lo procedente.
El 18 de mayo de 1520 Carlos V ordenó a Figueroa que por vía de experimento
pusiera algunos indios en pueblos libres, a fin de saber con seguridad si eran capaces
de conducirse[72]. El lic. Figueroa respondió, por carta de 6 de julio de 1520 a Carlos
V[73], que era menester disimular las encomiendas, porque de otra manera no podrían
sostenerse los vecinos y se despoblaría la Isla; agregaba: «trabajo mucho en su buen
tratamiento [de los indios], andando constantemente visitadores hombres de bien, que
antes eran tan flojos que ningunas penas se ejecutaban»; que con estos visitadores los
encomenderos estaban disgustados, pero que los sostendría, porque sin ellos en dos
años no habrían ni quinientos indios en la Isla; «no crea V. M. si algunos
[encomenderos] se quejan, que casi todos son muy crueles con los indios, e nada se
les daría que se acabasen con que ellos sacasen oro e partiesen a Castilla». En la
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misma carta informaba a Carlos V del resultado de los dos pueblos que estaban en
prueba de vida política y se mostraba pesimista, aunque también lo era si se
mantenían las encomiendas. Decía: «los dos pueblos de indios que tengo puestos en
probación de vida política, hacen perezosamente lo que han menester para comer e no
más; de esto arriba no han pasado hasta ahora, que han puesto en obra de entender en
sacar oro para dar a V. M. el servicio de los tres pesos por cabeza, e yo les he dado los
aparejos de herramientas e otras cosas… ya andan en ello aunque no hacen casi nada.
No creo tendrán capacidad de lo hacer como salga a luz, según el espacio se dan,
porque consejos no les aprovechan, aunque se les dice que estarán en libertad si lo
hacen…; en estarse así más tiempo ninguna cosa se pierde, pues no hay perjuicio de
terceros, pues que eran de V. M. e del Almirante. Aunque no se haga otra cosa sino
que estén así para más durar e multiplicar, algo se adelantará. Es cierto que los
puestos en la encomienda, todos acá confiesan que es imposible que no se acaben, e
presto, por buena guarda que haya: sino que quitarlos a los cristianos es despoblar de
cierto la Isla».
En esta época se decidió en La Coruña la libertad de los indios y se libraron
cédulas conforme a esta decisión. El juez Figueroa escribía al Emperador desde Santo
Domingo, el 13 de noviembre de 1520: «recibí la carta de V. M. de La Coruña en que
declara ser los indios libres, e que no se deben encomendar, e manda que los que yo
tenía puestos en población en pueblos para ver para cuánto eran, se estén, e se
multipliquen los pueblos e se pongan en ellos los que de aquí adelante se sacaren [de
encomiendas que vacaren] poniendo en ellos clérigos que los administren, e que se
pregonen ciertos capítulos de la dicha carta. Todo se cumplirá, aunque cierto si no se
encomiendan, por más visitadores e ordenanzas ellos se acabarán. Yo estoy mártir e
mal quisto por hacer penar a los que los maltratan, e lo mismo los visitadores. La
gente de la Isla ha sentido mucho el mandamiento de la libertad, porque esperaban
repartimientos en vacando algunos. Dicen que por ello se despoblará la tierra, pero
entretanto los ingenios se multiplican, etc.». «A los jueces no les había yo quitado sus
indios hasta que se formasen los oficios, según mi instrucción, ni ahora se los quito,
porque su provisión es que los usen hasta que se vea su residencia»[74].
Al lic. Antonio de la Gama, juez de residencia de la isla de San Juan, se le
escribió también que, «después de haberlo mucho mirado e platicado con mucho
estudio y diligencia, fué acordado e determinado que los dichos indios son libres e
por tales deben ser habidos y tenidos y tratados, y se les debe dar entera libertad, e
que Nos con buena conciencia no los podemos, ni debemos encomendar a nadie
como hasta aquí se ha hecho»; que «por cuanto sacarlos de golpe del poder de los
dichos cristianos, podría originar algunos inconvenientes, ha parecido se debe tener
en ello la orden siguiente: los indios de personas ausentes se pongan en libertad en los
pueblos con sus caciques, se haga lo mismo con los que en lo sucesivo vacaren; se
pongan y mezclen en los pueblos de indios algunos españoles para que conversen con
ellos; en cada pueblo se pongan uno o dos clérigos… a los indios encomendados se
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les dé buen tratamiento… finalmente, se consulte si [los indios] deben estar
encomendados como lugares de behetría de Castilla». Esta cédula se despachó el 12
de julio de 1520 en Valladolid[75]. Era una aplicación legal y práctica del principio de
libertad, pero por eso podía el Emperador indicar que se averiguara si convenía tener
a los indios en behetría, es decir, en una forma jurídica de patrocinio compatible con
la condición legal libre del patrocinado[76].
El lic. Figueroa ideó y puso en práctica la siguiente forma de encomendar:
«Yo, el lic. Rodrigo de Figueroa, oidor de la Audiencia Real de las apelaciones, etc. Por Esteban de
Pasamonte, vecino desta ciudad, me ha sido pedido que le dé licencia para que se pueda servir de los indios que
eran de Martín de Gamboa, difunto, que Dios haya, que están puestos en libertad, por cuanto diz que los dichos
indios, huelgan de le servir, lo cual, por mí visto, habiendo consideración a que si ellos quieren e han por bien de
servir al dicho Pasamonte, pagándoles en lo que sea justo por el servicio como a personas libres, ellos serán más
aprovechados que estando de otra manera; mandé dar e dí la presente, por la cual cometo e encargo a vos los
dichos alcaldes a cada uno e a cualquiera de vos, que vayáis adonde están los dichos indios, e sepáis e os
informéis de todos ellos, haciéndoles primeramente entender cómo son libres, que S. M. manda e quiere que no se
encomienden a persona alguna, sino que estén e vivan como los españoles, e que a ellos no se les ha de hacer
fuerza, sino que estén e vivan todos juntos, e lo que trabajaren que sea para ellos; e habiéndoles informado desto
que dicho es, decirles que si quieren venir e entrar con Esteban de Pasamonte, éste les pagará su servicio muy
bien, e siendo ellos contentos dello, vos los dichos alcaldes, e cualquiera de vos, como dicho es, les taséis en Dios
e buena conciencia lo que vos pareciere que es justo que se les pague en cada un año, para que aquello les dé el
dicho Pasamonte, por el tiempo que le sirvieren, e se asiente por ante escribano e de tal manera que aunque los
dichos indios, o algunos de ellos no sirvan todo el tiempo por entero, que se les pague el tiempo que sirvieron, e
no pierdan cosa de lo contenido, sobre todo lo cual vos encargo la conciencia. Santo Domingo 15 de julio de
1521»[77].
Esto era en realidad continuar el sistema de los servicios de los indios, aunque
cumpliendo la formalidad jurídica de exigir su voluntad expresa, en vez de usar la
fórmula compulsoria que hasta entonces había servido de base a los repartimientos.
Con bastante razón acusaban más tarde a Figueroa iba sus enemigos de haber
mantenido las encomiendas; añadían que las daba todas a parientes y criados[78].
El Emperador, desde Segovia, el 28 de septiembre de 1532[79] extendió a Cuba la
provisión relativa a los pueblos libres; sólo se exigía para efectuar el cambio de las
encomiendas a las poblaciones libres, que los caciques lo solicitaran y cada indio
casado pagara tres pesos de oro al año en concepto de tributo; los caciques quedaban
exentos de tributo, pero respondían por el de sus sujetos[80].
En las Leyes Nuevas de 1542 los indios antillanos recibieron un trato legal de
favor. Dispuso Carlos V: «es nuestra voluntad y mandamos, que los indios que al
presente son vivos en las islas de San Juan, y Cuba y la Española, por agora, y el
tiempo que fuere nuestra voluntad, no sean molestados con tributos, ni otros servicios
reales, ni personales, ni mixtos, más de como lo son los españoles que en las dichas
islas residen, y se dejen holgar, para que mejor puedan multiplicar y, ser instruidos en
las cosas de nuestra santa fe católica, para lo cual se les den personas religiosas,
cuales convengan para tal efecto». Esta medida se debió al triste estado a que habían
llegado los indios de las Islas; LAS CASAS sostenía que eran ya tan pocos, que si no se
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les dejaba en entera libertad para que procrearan como conejos, sin soportar carga
alguna, desaparecerían sin remedio.
La teoría y las leyes protectoras llegaron tarde para socorrer a los indios de las
Antillas. El choque de la raza española con la indígena aniquiló a ésta,
correspondiendo gran parte de la responsabilidad al régimen de los repartimientos,
pero también a las guerras, esclavitud y a razones de otro tipo, como las epidemias y
la debilidad natural de los indios de las Islas, los cuales preferían muchas veces
suicidarse a seguir en los trabajos que sobre ellos habían recaído. De este período de
la colonización quedaron la experiencia dolorosa y los principios teóricos y legales
alcanzados; todo ello sirvió para determinar el curso de las encomiendas en Nueva
España, donde la hueste de Hernán Cortés, reclutada en Cuba, extendió la institución.
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CAPÍTULO II
EL DESARROLLO CONTINENTAL
«después acá, vistos los muchos y continuos gastos de V. M. y que antes debíamos por todas vías acrecentar
sus rentas que dar causa a las gastar; y visto también el mucho tiempo que habemos andado en las guerras y las
necesidades y deudas en que a causa dellas estábamos puestos, y la dilación que había en lo que en aqueste caso
V. M. podía mandar, y sobre todo, la mucha importunación de los oficiales de V. M. y de todos los españoles, y
que ninguna manera me podía excusar, fueme casi forzado depositar los señores y naturales destas partes a los
españoles, considerando en ello las personas y los servicios que en estas partes a V. M. han hecho, para que en
tanto que otra cosa mande proveer, o confirmar esto, los dichos señores y naturales sirvan y den a cada español a
quien estuvieren depositados lo que hubieren menester para su sustentación. Y esta forma fué con parecer de
personas que tenían y tienen mucha inteligencia y experiencia de la tierra; y no se pudo ni se puede tener otra cosa
que sea mejor, que convenga más, así para la sustentación, de los españoles, como para la conservación y buen
tratamiento de los indios, según que de todo harán más larga relación a V. M. los procuradores que ahora van desta
Nueva España. Para las haciendas y granjerías de V, M. se señalaron las provincias y ciudades mejores y más
convenientes. Suplico a V. M. lo mande proveer, y responder lo que más fuere servido».
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Sobre el contenido del tributo de los indios encomendados y la vía para tasarlo y
exigirlo, ordenó:
«porque hasta aquí, los que han tenido e tienen indios de repartimientos, les han pedido oro, e sobresto se han
hecho algunas premias, e se ha sufrido así por la necesidad que los españoles tenían, por estar como estaban
endeudados y empeñados por las cosas que habían gastado en las guerras pasadas e conquista desta Nueva
España, e porque los naturales della tenían algunas joyas de oro de los tiempos pasados, e podían lo sufrir, pero
permitirlo de aquí adelante sería en mucho daño e perjuicio de los dichos naturales, porque ya no lo tienen, e si
alguno tienen no satisfacían a las voluntades de los que los tienen encomendados, e han muchas premicias que
ellos no pueden sufrir, mando: que ninguna persona de cualquier ley, estado o condición que sea, no apremie
pidiendo oro a los indios que tuviese encomendados, so pena que cualquier persona que apremiase los dichos
indios o les diese azotes, palo, etc., los pierda. Si los dichos indios no sirvieren a su encomendero como es razón,
parezca ante mí o ante mis tenientes e alcaldes mayores, a los cuales marido que habiendo consideración a los
indios que son, y en qué parte están poblados, y el que los tiene, les mande servir conveniblemente».
«como algunos, por temor que les han de ser quitados e removidos los indios que en estas partes tuvieren,
como ha sido hecho a los vednos de las Islas, están siempre como de camino, e no se arraigan ni heredan en la
tierra, de donde redunda no poblarse como convendría, ni los naturales ser tratados como era razón, e sí estobieren
ciertos que los tendrían como cosa propia que en ellos había de suceder sus herederos e sucesores, tendrían
especial cuidado de no sólo no los destruir ni disipar, mas aun de los conservar e multiplicar, por tanto yo, en
nombre de S. M. digo e prometo que a las personas que esta instrucción tuvieren, e quisieren permanecer en estas
partes, no les serán removidos ni quitados los dichos indios que por mí en nombre S. M. tuviesen señalados, para
en todos los días de su vida, por ninguna causa ni delito que cometa, si no fuere tal, que por él merezca perder los
bienes, e por mal tratamiento de los naturales, según dicho es, e que teniendo en estas partes legítimo heredero e
sucesor, sucederán en los dichos indios, e los tendrán para siempre de juro e de heredad como cosa suya propia, e
pronto he de lo enviar a suplicar así a S. M., que así lo conceda e faga por bien».
Todos los encomenderos debían tener casa poblada en los sitios de su vecindad
dentro de año y medio, bajo pena de perdimiento de los indios; los conquistadores
agraviados en los repartos debían parecer ante fray Juan de Toro y Alonso de Estrada,
«dando razón del tiempo que ha que están en estas partes e de lo que han servido, e
adónde, e de lo que tienen e han habido en la dicha tierra, porque por su información
yo me juntaré con ellos, e se proveerá de manera que todos queden satisfechos e
contentos según razón»[3].
Entre los motivos que Cortés alegó al dictar los preceptos anteriores se
encuentran varias veces la mención de la experiencia del período antillano; de esta
nacían por lo tanto muchos rasgos importantes de la encomienda del Continente. En
la citada legislación de Cortés, la encomienda ostentaba ya varias notas que
perduraron, como la obligación del encomendero de tener armas, la carga religiosa, la
mediación de las justicias en el cumplimiento de la relación entre encomenderos e
indios, la carga de residir y el propósito sucesorio.
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Además de las ordenanzas anteriores, Cortés dictó otras para el buen tratamiento
de los indios, en las cuales decía[4]:
«viendo que la principal cosa de donde resulta la perpetuación oblación deslatas partes, es la conservación e
buen tratamiento de los naturales deltas, e que para esto conviene que haya orden, queriéndolo proveer en la mejor
manera que a mí me parece que para efectuarse conviene, ordeno e mando que los españoles en quien fueren
depositados o señalados algunos de los dichos naturales para servirse dellos, se sirvan e aprovechen en la forma e
manera de yuso contenida, e que no excedan ni salgan de ella, so las penas contenidas en cada uno de los capítulos
dellas, los cuales son los que siguen: Cualquier español que tuviere indios depositados o señalados sea obligado a
les mostrar las cosas de nuestra santa fe, porque por este respeto el Sumo Pontífice concedió que nos pudiésemos
servir dellos; e aun para este efecto, se debe creer que Dios nuestro señor ha permitido que estas partes se
descubriesen, e nos ha dado tantas vitorias e tanto número de gente… Ningún encomendero vaya a sus pueblos sin
licencia del lugarteniente. Item: porque al presente los españoles tienen necesidad de bastimentos, e habiéndose de
proveer de los pueblos que tienen encomendados, sería a mucho trabajo e de los naturales, e los españoles no mían
proveídos, permito e mando que para remedio desto, los españoles que tuviesen depositados o señalados indios,
puedan con ellos hacer estancias de labranzas, así de yuca o axes, como maizales e otras cosas».
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una petición[7], que dio lugar al precepto que después fue ley 12, tít. 10, lib. V de la
Recopilación de Castilla, que prohibió hacer merced de indios a ninguna persona[8].
De acuerdo con estos antecedentes, la instrucción de Carlos V para el Marqués
del Valle, dictada en Valladolid el 26 de junio de 1523, decía[9]:
«Otrosí, por cuanto por larga experiencia habemos visto que de haberse hecho repartimientos de indios en la
Isla Española en las otras islas que hasta aquí están pobladas y haberse encomendado y tenido los españoles que
las han ido a poblar, han venido en grandísima disminución, por el mal tratamiento y demasiado trabajo que les
han dado, lo cual, atiende del grandísimo daño e pérdida que en la muerte e disminución de los dichos indios ha
habido e el gran deservicio que Nuestro Señor dello ha recibido, ha sido causa e estorbo para que los dichos indios
no viniesen en conocimiento de nuestra santa fe católica para que se salvasen, por lo cual, vistos los dichos daños
que del repartimiento de los dichos indios se siguen, queriendo proveer e remediar lo susodicho e en todo cumplir
principalmente con lo que debemos al servicio de Dios nuestro señor, de quien tantos bienes e mercedes habernos
recibido e recibimos cada día, e satisfacer a lo que por la Santa Sede Apostólica Nos es mandado e encomendado
por la bula de la donación e concesión, mandamos platicar sobre ello a codos los del nuestro Consejo juntamente
con los teólogos, religiosos y personas de muchas letras y de buena e santa vida que en nuestra corte se hallaron, e
pareció que Nos con buenas conciencias, pues Dios nuestro señor crió los dichos indios libres e no sujetos, no
podemos mandarlos encomendar ni hacer repartimiento dellos a los cristianos, e así es nuestra voluntad que se
cumpla, por ende yo vos mando que en esa dicha tierra no hagáis ni consintáis hacer repartimiento, ni depósito de
los indios della, sino que los dejéis vivir libremente, como nuestros vasallos viven en estos nuestros reinos de
Castilla, e si cuando ésta negase tuviéredes hecho algún repartimiento o encomendado algunos indios a algunos
cristianos, luego que la recibiéredes revocad cualquier repartimiento o encomienda de indios que hayáis hecho en
esta tierra a los cristianos españoles que en ella han ido e estuvieren, quitando los dichos indios de poder de
cualquier persona o personas que Los tengan repartidos o encomendados y los dejéis en entera libertad, e para que
vivan en ella, quitándolos e apartándolos de los vicios e abominaciones en que han vivido e están acostumbrados a
vivir como dicho es, e habéisles de dar a entender la merced que en esto les hacemos e la voluntad que cenemos a
que sean bien tratados e enseñados para que con mejor voluntad vengan en conocimiento de nuestra santa fe
católica e nos sirvan, y tengan con los españoles que a la dicha tierra fueren la amistad y contratación que es
razón. Y porque es cosa justa e razonable que los indios naturales de la dicha tierra Nos sirvan e den tributo en
reconocimiento del señorío y servicio que como nuestros súbditos y vasallos Nos deben, y somos informados que
ellos entre sí tenían costumbre de dar a sus tecles e señores principales cierto tributo ordinario, yo vos mando que
luego los dichos nuestros oficiales [de hacienda] llegaren, todos juntos vos informéis del tributo o servicio
ordinario que daban a los dichos sus tecles y si halláredes ques ansí que pagaban el dicho tributo, habéis de tener
forma y manera, juntamente con los dichos nuestros oficiales, de asentar con los dichos indios que Nos den y
paguen en cada un año otro tanto derecho y tributo como daban y pagaban hasta agora a los dichos sus tecles e
señores, e si halláredes que no tenían costumbre de pagar el dicho servicio e tributo, asentaréis con ellos que Nos
den e paguen en reconocimiento del vasallaje que Nos deben como a sus soberanos señores, ordinariamente, lo
que vos pareciere que buenamente podrán cumplir y pagar, y asimismo, vos informéis, demás de lo susodicho, en
qué otras cosas podemos ser servidos e tener renta en la dicha tierra, así como salinas, minas, mineros, pastos e
otras cosas que hubiere en la tierra».
«me manda Vuestra Grandeza que no reparta, ni encomiende, ni deposite por ninguna manera los naturales
desas partes en los españoles que en ella residen, diciendo no se poder hacer con conciencia, y que para ello
Vuestra Celsitud mandó juntar letrados teólogos, los cuales concluyeron, que pues Dios Nuestro Señor los había
hecho libres, no les podía quitar esa libertad».
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«en estas partes los españoles no tienen otros géneros de provechos, ni maneras de vivir ni sustentarse en ellas,
sino por el ayuda que de los naturales reciben, y faltándoles esto, no se podrían sostener, y forzado habían de
desamparar la tierra, de que no poco daño se seguiría así en lo que toca al servicio de Dios Nuestro Señor, cesando
la conversión destas gentes, como en disminución de las reales rentas de V. M., y perderse tan gran señorío como
en ellas V. A. tiene».
Creía que las encomiendas libraban a los indios del cautiverio en que los tenían
sus antiguos señores, quienes les tomaban toda su hacienda y sus hijos, hijas y
parientes, y a los indios mayores los sacrificaban a los ídolos. Continuaba su alegato
en estos términos:
«La manera y orden que yo he dado en el servicio destos indios a los españoles es tal, que por ella no se espera
que vendrán en disminución ni consumimiento, como han hecho los de las islas que hasta agora se han poblado en
estas partes; porque como ha veinte y tantos años que yo en ellas resido, y tengo experiencia de los daños que se
han hecho y de las causas dellos, tengo mucha vigilancia en guardarme de aquel camino y guiar las cosas por
otro muy contrario; porque se me figura que me sería a mí mayor culpa, conociendo aquellos yerros, seguirlos,
que no a los que primero los usaron, y por esto yo no permito que saquen oro con ellos, aunque muchas veces se
me ha requerido, y aun por algunos oficiales de V. M., porque conozco a gran daño que dello vendría, y que muy
presto se consumirían e acabarían; ni tampoco permito que los saquen fuera de sus casas a hacer labranzas, como
lo hacían en las otras islas, sino que dentro en sus tierras les señalan cierta parte donde labran para los españoles
que los tienen depositados, y de aquello se mantienen y no se les pide otra cosa… ésta antes me parece que es
libertad y manera de multiplicar e conservarse, que no de disminución…, y porque non in solo pan vivit homo,
para que los españoles se sustenten y puedan sacar oro para sus necesidades y las rentas de V. M. no se
disminuyan, antes se multipliquen, hay tal orden, que con la merced que V. M. fué servido que se hiciese a los
pobladores desas partes, de que pudiesen rescatar esclavos de los que los naturales tienen por sus esclavos y con
otros que se han de guerra, hay tanta copia de gentes para sacar oro, que si herramientas hubiese, como las habrá
presto placiendo a Nuestro Señor, se sacará más cantidad de oro en sola esta tierra, según las muchas minas que
por muchas partes están descubiertas, que en todas las islas juntas y en otras tantas… y desta manera se harán dos
cosas: la una, buena orden para conservación de los naturales, y la otra, provecho y sustentamiento de los
españoles; y de estas dos resultarán el servicio de Dios Nuestro Señor y el acrecentamiento de las rentas de
V. M.».
La afirmación de Cortés de que sólo se exigían a los indios labores en sus tierras,
no era cierta del todo, pues hemos visto en sus Ordenanzas del buen tratamiento de
los indios, que admitía algunos servicios personales fuera de los pueblos.
En otro párrafo de su carta Cortés informaba al Emperador acerca del contenido
del tributo de los indios encomendados: que daban maíz, algodón, pulque, hacían las
moradas y criaban los ganados.
Sobre la perpetuidad escribía:
«conviene mucho que mande V. M. que los naturales destas partes se den a los españoles que en ellas están y a
ellas vinieren, perpetuamente habiendo respecto a las personas y servicios de cada uno, quedando a V. A. la
suprema jurisdicción de todo; porque desta manera cada uno los miraría como cosa propia, y los cultivaría como
heredad que habrá de suceder en sus descendientes; y hacerse hía que el cuidado que yo solo agora tengo e ha de
tener la persona que V. M. fuere servido que gobierne estas partes, lo tuviesen todos y cada uno en particular en lo
que le tocase».
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debían como súbditos y vasallos y que en reconocimiento de esto se viera la forma de
que los indios dieran y contribuyeran alguna cantidad anual. Que el mismo capítulo
mandaba que Cortés lo comunicara con sus oficiales, y aun con los religiosos que en
Nueva España estuvieran: que lo había hecho y creía que todos los oficiales y algunos
religiosos escribían al rey sobre ello. Su opinión personal era contraria a estos
tributos, porque pensaba que si los indios tenían que contribuir al rey no habrían de
dar nada a los españoles, y éstos, no pudiendo sostenerse, dejarían la tierra. Afirmaba
también Cortés que las cosas que los indios daban no servían al rey; que se señalaron
ciertos pueblos para el rey administrados por el tesorero Alderete y casi se perdieron,
por lo cual tuvo que darlos en encomienda y así iban mejor; que si los españoles
despojados de sus encomiendas se marchaban, el rey perdería las provincias sin ser
suficiente para conservarlas tropas a sueldo: «eso no se piense en ninguna manera,
porque para sostener lo ganado, sin pensar en acrecentar más, eran menester, a lo
menos, mil de caballo y cuatro mil peones; éstos, ninguno de los de caballo se
podrían sufrir con que le diesen quinientos mil maravedís de partido, porque en un
caballo se va más de la mitad, y lo demás no basta ni para herraje y para vestirse
según valen las cosas»; que en total se gastarían quinientos cuentos en los de a
caballo, y en los peones, a razón de doscientos pesos de oro, ochocientos mil pesos.
Además, suprimidos los encomenderos, «era menester con cada fraile que fuese a
predicar a un pueblo, ir una guarnición, y ésta, con tres días que estuviese en el
pueblo, le dejaría asolado»[10].
En resumen: Cortés defendía las encomiendas por razones económicas, porque
consideraba que de ellas dependía el sustento de los españoles; por miras políticas,
porque eran un medio eficaz para mantener sujeta la tierra y obedientes a los indios; y
por ventajas religiosas, porque permitían mejor la instrucción de los naturales en la
fe. Hacía esfuerzos por distinguir sus encomiendas de las de las Islas, insistiendo en
que las suyas no implicaban servicios de minas, ni exterminaban a los indios;
abogaba por la perpetuidad de los repartimientos y era contrario a un régimen
tributario regalista, en el cual veía, no sin razón, una amenaza para los premios de los
conquistadores, puesto que esos tributos debían pagarlos también los indios.
La opinión de Hernán Cortés en favor de las encomiendas fue reforzada por el
parecer reunido de los religiosos dominicos y franciscanos de Nueva España[11],
quienes pensaban que la tierra debía repartirse perpetuamente, sucediendo en las
encomiendas únicamente los hijos o herederos legítimos; que debía tasarse lo que los
indios vasallos dieran a los señores españoles; que el tributo rió lo llevaran los indios
al lugar donde vivía el encomendero, a menos que se les pagara este trabajo y se les
diera de comer para el camino de ida y de vuelta y que no fuera en tiempo que
impidiera sus labranzas; que se nombraran tres o cuatro visitadores que entendieran
en el buen tratamiento de los naturales y en las cosas de Dios, «los cuales tengan
poder del Emperador y salario asignado»; que se debían dar encomiendas a los
muchachos indios nobles que se educaban en los monasterios; que los españoles
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casados con indias quedaran con repartimientos y fueran favorecidos; que después de
hechos los repartimientos, en ningún caso fueran quitados, salvo por las causas
porque los mayorazgos y haciendas se pierden y confiscan entre cristianos.
Fray Juan Suárez continuó en España las gestiones en pro de las encomiendas[12].
En contra de las opiniones ya examinadas, hubo quienes aconsejaron al
Emperador que estableciera inmediatamente la tributación en favor de la Corona, y
que si algunos opinaban que los indios no tendrían orden en esta forma ni
contribuirían, «V. M. crea [que] no le hacen verdadera relación y que lo harán por su
interés particular»[13].
En Nueva España, el problema de las encomiendas no consistió únicamente,
como en el período antillano, en compaginar la libertad de los indios con el principio
de la compulsión estatal para que prestaran sus servicios en favor de los particulares
españoles.
Se trataba también de la organización de una región vasta, densamente poblada de
indígenas, que debían convivir con 3 los dominadores bajo el poder del Estado. El
problema, en su substancia económica, continuaba siendo el mismo de la época de las
Antillas, puesto que se trataba de que los naturales, en alguna forma lícita en
Derecho, prestaran sus servicios y contribuyeran al sostenimiento de los colonos
españoles; pero también comenzaban a señalarse los matices políticos y fiscales del
problema: al Estado monárquico centralista y de tendencias modernas de la Casa de
los Austrias, no le era indiferente que la Nueva España quedara organizada
interiormente bajo un régimen pleno de señorío con delegaciones de jurisdicción y
cesión perpetua de las rentas de los nuevos vasallos indios, o que se implantara la
administración de tipo regalista (representada más tarde por los corregimientos),
mediante la cual el Estado tendría poder directo sobre los naturales, cobrando para sí
sus rentas.
El Emperador conocía ya las opiniones de los conquistadores, religiosos y
oficiales de Nueva España, cuando resolvió enviar a este reino al licenciado Luis
Ponce de León, como juez de residencia. En la instrucción que le dio el 4 de
noviembre de 1525 se encuentra un extenso capítulo sobre el problema de la
organización jurídica del nuevo reino[14]. Carlos V decía que por la experiencia de las
Islas envió instrucción a Hernán Cortés, en el sentido de que no encomendara los
indios de Nueva España y que solamente les impusiera los tributos debidos a la
Corona. Que Cortés no lo ejecutó, mantuvo secreta la orden y dio los indios a los
españoles para que los tuvieran en depósito, mientras se veía la relación que envió y
se proveía lo conveniente. Que los españoles «se sirven dellos [los indios] en cierta
forma, haciéndoles sus casas e trayéndoles cosas de comer, y otros del oro que tienen
y sacan de las minas, según la calidad de la tierra donde moran». Que acerca de los
tributos Reales, escribió Cortés que no convenía imponerlos, sino que el rey gozara
únicamente el quinto de todo el provecho de la tierra. Que otros eran de parecer que
podrían tributar los indios al rey, desde luego.
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En vista de esto, Ponce de León, al llegar a Nueva España, cuando comenzara a
entender en las cosas dé ella, debía ver:
«con dicho nuestro gobernador y con nuestros oficiales y otras personas que vos pareciere y principalmente de
los religiosos que allá están, la mejor manera que para la conversión de los dichos indios a nuestra santa fe
católica… se podría tener. Y en caso que os pareciere y viéredes que conviene que los indios estén encomendados
a los cristianos y que ésta es la mejor manera para que ellos vengan en conocimiento de nuestra santa fe católica y
Nos seamos servidos de la dicha tierra, platicaréis entre vosotros si será bien que queden encomendados de la
manera que agora lo están y sirven a los españoles, o sí será mejor que se diesen por vasallos, como los que
tienen los cavalleros destos reinos, o por vía de feudo pagando los derechos que pareciere que se les puede
imponer. Y si os pareciere y halláredes que es mejor, como algunos son de parecer, que no se encomienden los
indios a nadie, sino que solamente estén en sus tierras libremente y solamente sirvan a Nos y Nos paguen el
mismo servicio y tributo que pagaban a los señores que antes tenían o otro que allá parezca, qué manera se podría
tener con los españoles que allá residen o qué parte dellos se les podría dar para que estuviesen y residiesen en la
dicha tierra e no la desamparasen, y después de haberlo muy bien visto y platicado enviarme heis la relación
original que sobre ello recibiéredes juntamente con vuestro parecer, poniendo pro y contra que en cada cosa della
tuviéredes y en lo que os resolviéredes para que yo lo mande todo ver y proveer como más convenga al servicio
de Dios Nuestro Señor y ensalzamiento de Su santa fe católica y servicio Nuestro y bien de la tierra, y entre tanto
y hasta que Yo, vista vuestra relación envíe a mandar lo que en ello se haga, no innovéis ni alteréis cosa alguna en
ello de como agora está».
«Su Sacra Majestad los debe mandar (a los indios) dar por vasallos, mandando haber consideración a la
calidad de la persona de cada uno, y a lo que en la conquista y pacificación desta Nueva España oviere servido;
porque por esta manera serán más presto industriados en las cosas de nuestra santa fe y serán más conservados en
sus personas y haciendas». «La renta y servicio que S. M. llevare de los españoles vecinos de la dicha Nueva
España, sea el quinto del oro que los vasallos dieren, no siendo de minas, y de lo de minas el diezmo, sin les
mandar imponer a los dichos naturales de la tierra, otro tributo ni imposición alguna por la libertad de la tierra y
de los que en ella tan bien a Su Sacra Majestad han servido; porque dándose (los indios] así por vasallos, los
españoles que los tuvieren los tratarán como a sus propios hijos, sin los fatigar ni apremiar, demandándoles cosa
ninguna que no puedan cumplir ni de que reciban pena ni agravio, porque el mayor bien que el señor puede tener
es que su vasallo esté rico».
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Es decir, los autores de este parecer defendían la aspiración señorial de todos los
conquistadores de Nueva España[17].
Alonso del Castillo, otro vecino de México, opinaba que si se dejaba a los indios
en libertad, sus tributos durante diez años no bastarían para sustentar el salario de los
españoles indispensables en Nueva España para sojuzgar y cuidar la tierra, y que los
indios aprovecharían la libertad para idolatrar y sacrificar. Que no habría españoles
conformes en servir por salario. Proponía que se dieran perpetuos los repartimientos
«para que se hereden por vía de mayorazgo y que no se dividan en partes, sino que
sucedan en los hijos mayores o parientes más propincuos… Desta manera los
naturales serían mejor tratados como cosa propia e industriados en la fe, porque
teniéndoles los españoles amor y por suyos propios, han de trabajar su conversión
con mucha diligencia». Que las rentas del rey no disminuirían por las mercedes de
indios en favor de los españoles, porque éstos, con sus vasallos propios, se darían a
trabajar, descubrir minas, etc., y el rey llevaría una parte de los frutos[18].
Los franciscanos de Nueva España opinaron en esta consulta de 1526 en pro de
las encomiendas perpetuas: «la manera y el cómo, por evitar prolijidad dejamos a los
padres que enviamos para se platicar con V. M. y Consejo». Sobre si sería bien que
alguna ciudad quedase por el rey, sin encomendar, decían, «nos parece que todas se
deben de repartir y encomendar, porque todas han de tener y estar en nombre de V. M.
y ninguno tener como dicen, horca y cuchillo, salvo si no quisiese V. A. hacer merced
a alguno por sus grandes servicios desta jurisdicción civil y criminal…, la tierra toda
es de V. M., ponga en ella la imposición que le pluguiere, pero nada quede sin se
encomendar, si así a todos pareciere convenir»[19].
Esta opinión era menos favorable a los conquistadores, porque si bien les
concedía el aprovechamiento económico perpetuo de los indios, les restaba la
jurisdicción que, en el caso de aceptarse los señoríos de vasallos que solicitaban,
gozarían como los duques, marqueses y condes de España[20].
Al enviar Marcos de Aguilar a Carlos V el resultado de la información, expuso su
parecer propio:
«Digo muy Católico Señor, que a servicio de Dios y de V. M. y al bien de la tierra y a la conversión y
perpetuidad de los indios conviene que se den perpetuos o encomendados perpetuamente, como se hizo en la Isla
Española, o por vasallos, con tanto que: las personas a quien V. M. lidere dellos merced, respondan con el feudo o
servicio que V. M. sea servido que den, y este servicio hase de tasar y moderar según la calidad delas tierras y
provincias donde los indios viven, porque unos viven en tierras donde no alcanzan a coger oro, y tienen otras
granjerías, y otros están en tierras que hay oro y plata, y según esta consideración se debe mandar tasar la calidad
del servicio. Y si V. M. fuere servido de los dar por vasallos, inconveniente parece que haya tantos señores de
vasallos, y si así se acordare que se den, paréceme que no deben tener jurisdicción alguna; que la cosa más
dañosa destas partes, como se ha visto en días pasados en la Isla Española, es enajenar ni sacar de la corona real,
jurisdicción alguna, sino que toda esté debajo del cetro imperial de V. M.; y dándose o por vasallos o por
encomendados, en breve serán dotrinados en nuestra santa fe católica, y conservarse han y vivir han alegres,
porque la cosa que más pena les da es mudar cada día señores nuevos, y los españoles vivirán en paz y sosiego, y
entenderán en edificar, labrar y plantar la tierra, que es para ello muy aparejada; y si brevemente V. M. no lo
manda remediar, no habrá indio vivo, según lo mal y ásperamente que son tratados»[21].
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En la Corte hubo nuevas consultas antes de decidir el problema de las
encomiendas del Continente.
El bachiller Enciso, que había figurado antes en los negocios de Indias, dio un
parecer (1525 ?) afirmando la justicia de las conquistas, contra las cuales decía que
opinaba el presidente del Consejo de Indias, García de Loaysa; «[quien] alega un
dicho de un doctor que escribió que las tierras que poseían los infieles, en especial
aquellos a quienes nunca había ido a su noticia el nombre de Jesucristo, que no se las
podían tomar sin causa, porque el dominio e posesión de las tierras era de jure
gentium». Enciso replicaba que en 1513, cuando se disponía la expedición de
Pedrarias Dávila, el Rey Católico consultó a los frailes de San Pablo de Valladolid, y
estos determinaron que los indios estaban obligados a servir al rey como sus vasallos
y que «el rey podía hacer merced de este servicio a los que allí fuesen a ganar
aquella tierra y a poblarla». Es decir, Enciso justificaba la encomienda como cesión
del tributo que los indios sujetos debían al rey por ser su señor[22].
El movimiento en favor de los repartimientos continuó en la Corte en 1526,
aumentando la fuerza de las opiniones recogidas en Nueva España. En un parecer
para remediar las cosas del Mundo Nuevo, dado en esa época, leemos en el párrafo
cuarto: «si V. M. fuere servido de mandar dar indios a los españoles, sean por
vasallos perpetuos, con las condiciones que a V. M. pareciere»[23].
En otro parecer, dado en Granada en 1526, se sostuvo que los gobernadores, para
dar o quitar las encomiendas debían tomar consejo de los prelados o religiosos, que
personas celosas tasaran lo que cada provincia había de contribuir y no se exigiera
más en ninguna forma, que hubiera visitadores que fueran acompañados de personas
religiosas, que se mantuviera a los caciques en sus señoríos, que no se dieran
encomiendas a quien no había de permanecer en la tierra, que los indios no se
cargaran y no se emplearan en hacer edificios[24].
Pronto se notó en las leyes de la Corona el nuevo Curso de los debates teóricos:
en la provisión de Granada de 27 de noviembre de 1526, las encomiendas no fueron
prohibidas de modo absoluto; disponía un capítulo de la ley:
«los capitanes ni otros, no puedan apremiar a los indios a ir a las minas ni pesquerías de las perlas, ni otras
granjerías, so pena de perdimiento de sus oficios, pero si ellos voluntariamente quisieren ir como libres,
pagándoles sus jornales, lo pueden hacer con tal que tengan cuidado de instruirlos en la fe e buenas costumbres,
apartándolos de sus vicios, de la adoración de sus ídolos, del comer carne humana, del pecado nefando e otros».
«Item, pareciendo a los religiosos e clérigos que para que los indios olviden estos pecados, e su conversión haga
más fruto, convendrá que se encomienden a los cristianos para que les sirvan como personas libres, se puede esto
hacer como ellos lo ordenaren, teniendo siempre respeto al servicio de Dios e buen tratamiento de los indios, de
manera que nuestra real conciencia no sea cargada, cargando en esto la suya a los dichos religiosos e clérigos»[25].
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La Corona avanzó aun más en la aceptación de las encomiendas; en la importante
provisión para la Primera Audiencia de la Nueva España de fecha 5 de abril de 1528,
ordenaba que los guardianes de San Francisco y de Santo Domingo de México, con
tres religiosos de cada una de tales Ordenes, y con el presidente y oidores de la
Audiencia y obispos de Nueva España, se juntaran, a fin de averiguar los nombres de
las provincias, número de moradores indios y españoles, condiciones de fertilidad,
cuates fueron los conquistadores que entraron con Hernán Cortés para ganar la tierra
y los otros pobladores, qué repartimientos estaban hechos, con declaración de su
extensión en tierras y número de indios, qué provincias tenían minas de metales o
piedras finas o pesquerías y en qué condiciones se explotaban. Este informe
minucioso serviría para que los nombrados formaran un memorial y repartimiento de
los indios, según creyeran que debían darse a los españoles de la tierra, porque la
Corona, en vista de los pareceres de Cortés, de Marcos de Aguilar, de otras personas
y religiosos, había decidido conceder las encomiendas de Nueva España, y esto con
dos notas importantes: perpetuidad y cierta forma de jurisdicción. En efecto, decía
una de las cláusulas de la citada provisión:
«e por cuanto vistas las dichas informaciones y pareceres de los religiosos y nuestro gobernador Hernán
Cortés e otras muchas y diversas personas, con acuerdo de los del nuestro Consejo y por la voluntad que tenemos
de hacer merced a los conquistadores y pobladores de la dicha Nueva España, especialmente a los que tienen o
tuvieren intención e voluntad de permanecer en ella, tenemos acordado que se haga repartimiento perpetuo de los
dichos indios, tomando para Nos e para los reyes que después de Nos vinieren, las cabeceras y provincias y
pueblos que vosotros halláredes porta dicha información ser cumplideras a nuestro servicio, y a nuestro estado y
corona real, y del restante hagáis el memorial y repartimiento de los dichos indios y pueblos e tierras e provincias
dellos, entre los conquistadores y pobladores, habiendo respeto a la calidad de sus personas y servicios, e calidad
y cantidad de la dicha tierra e población e indios que así os parece que por Nos les deben ser dados e repartidos;
otrosí, en el dicho vuestro memorial y parecer declararéis qué cantidad de tributo os parece justo que se nos dé a
Nos e a los reyes nuestros sucesores, perpetuamente, por los poseedores de las dichas tierras, e por aquellos que
dellos tuvieren título o causa, habiendo respecto que, demás de la concesión que les entendemos de hacer en las
dichas tierras, es nuestra merced que las hayan de tener con señorío e jurisdicción, en cierta forma que Nos les
mandaremos señalar y declarar al tiempo que mandaremos efectuar el dicho repartimiento»[27].
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Mientras se disponía el orden definitivo sobre las encomiendas, Carlos V, el 4 de
diciembre de 1528, en Toledo, dictó unas Ordenanzas para el buen tratamiento de los
naturales[30]; mandaba que los encomenderos no emplearan a los indios en el
transporte de cargas, ni para que fueran a vender bastimentos a las minas; que no
tuvieran a las mujeres de los indios encomendados haciendo pan para los esclavos
que trabajaban en las minas, ni en otros servicios, sin darles salario; que no usaran a
sus indios para ayudar a los esclavos que trabajaban en las minas, ni en construir
casas para éstos; los indios de la encomienda sólo estaban obligados a fabricar la casa
particular del encomendero) no las que éste construyera… para vender; «entretanto
que en esto y en las otras cosas tocantes a los dichos indios se da orden, ninguna
persona tome ni pida de los dichos indios que tuvieren encomendados oro alguno
demás de aquello que ellos, de su voluntad, sin premia alguna, les quisieren dar, ni
otra cosa alguna, salvo aquellas tan solamente que en el lugar donde ellos moran
ovieren y esto sea en aquella cantidad que son obligados e no más». Adviértase la
indeterminación del tributo en 1528. Ordenaba por último el Emperador, que en la
época de las sementeras, los indios quedaran más descargados para Criar las suyas y
que no debían ser sacados nunca de Nueva España para ser empleados o vendidos en
otras regiones de América.
En resumen, el período comprendido entre el gobierno de Hernán Cortés y el de
la Primera Audiencia de Nueva España se caracterizó teóricamente por una ofensiva
clara en favor de las encomiendas; de acuerdo con ella se advierte la variación en la
actitud legal de la Corona, que llegó a prometer las concesiones definitivas, y
entretanto mantuvo la práctica de las encomiendas, dictando algunos preceptos que
debían regir durante este período provisional[31].
Los excesos de la Primera Audiencia al dar y quitar indios a los españoles y sus
pleitos ruidosos con el obispo Zumárraga, quien desde el mes de enero de 1528 había
sido nombrado protector de los indios, son muy conocidos[32].
Esta experiencia debió influir en la dirección posterior del problema de la
encomienda.
«parece que los indios, por todo derecho y razón son y deben ser libres enteramente y que no son obligados a
otro servicio personal más que las otras personas libres destos reinos, y que solamente deben pagar diezmos a
Dios, si no se les hiciere remisión dél por algunos tiempos, y a S. M. el tributo que pareciere que justamente les
deben imponer conforme a su posibilidad y a la calidad de las tierras, lo cual se debe remitir a los que
gobernaren». «Otrosi: parece que los indios no se encomienden de aquí adelante a ningunas personas y que todas
las encomiendas hechas se quiten luego y que los dichos indios no sean dados a los españoles so este ni otro título,
ni para que los sirvan ni posean por vía de repartimiento, ni en otra manera por la experiencia que se tiene de las
grandes crueldades y excesivos trabajos y falta de mantenimientos y mal tratamiento que les han hecho y hacen
sufrir siendo hombres libres, donde resulta acabamiento y consumación de los dichos indios y despoblación de la
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tierra como se ha hecho en la Isla Española». «Otrosí: parece que al presente hasta que los dichos indios se
instruyan más en la fe y vayan tomando más nuestras costumbres y algún entendimiento y uso de vivir en alguna
policía, S. M. no los debe dar por vasallos a otras y personas, perpetua ni temporalmente, porque se debe creer
que en efecto sena traerlos a la misma servidumbre y perdición que ahora padecen o a otra peor y no se debe hacer
fundamento en las ordenanzas, prohibiciones y penas que se hiciesen en favor de los dichos indios, pues la
experiencia nos muestra que las que hasta hoy están ordenadas, que son muy buenas, ninguna se ha guardado ni
bastan prohibimientos para excusar los dichos indios tratamientos, poniendo a los dichos indios debajo de la
sujeción de particulares que no sean del rey».
«ha parecido a todos que a los indios se debe dar entera libertad y quitarse todas las encomiendas que estén
hechas dellos, y porque quitarse de golpe parece traería inconvenientes y los españoles por esta causa podrían
desamparar la tierra, que se señale un tributo moderado que paguen los indios, y la mitad deste, el primer año, se
dé a las personas que agora los tienen encomendados, y después podrá V. M. dar vasallos a quien lo mereciere,
tomando para sí las cabeceras».
«Yo vos mando, que luego como llegáredes os informéis de los indios que han vacado, después que los dichos
Presidente y Oidores [de la Primera Audiencia], fueron proveídos, y ellos han proveído por vía de vacación, y ante
todas cosas, todas las encomiendas que los susodichos Presidente y Oidores ovieren hecho delos indios que han
vacado, las deis por ningunas, que Nos, por ja presente, las damos por tales; y vos mandamos, que luego los
quitéis a las personas a quien estuvieren encomendados, y pongáis los dichos indios en libertad, señalándoles los
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tributos que os pareciere, que pueden y deben pagar buenamente, con los cuales acudan a nuestros oficiales; y a
ellos les haced cargo de todo ello; y pondréis personas hábiles, que sean tenidos por de buena conciencia, para
que tengan en justicia los dichos indios, y les hagan industriar en las cosas de nuestra santa fe». «Y lo mismo
haréis de todos los que han vacado y vacaren en cualquier manera; hasta tanto que, vista vuestra relación. Nos vos
enviemos a mandar lo que a nuestro servicio, bien y población de la dicha tierra convenga. Las personas que así se
pusieren en los tales pueblos, se llamen corregidores, para que aun por el nombre conozcan los indios que no son
sus señores».
Nótese que el corregimiento nacía como medida transitoria que tenía por fin
limitar el sistema de administración de los indios por medio de encomiendas,
cumpliéndose así la segunda conclusión de la Junta de 1529. Más tarde, según
veremos, el corregimiento no fue un régimen incompatible con la encomienda, sino
uno de los medios de que el Estado se valió para controlar la relación catre el
encomendero y los indios[37].
Acerca de la conducta de la Segunda Audiencia al llevar a la práctica los
preceptos expuestos, existen algunos datos. El oidor Salmerón, en su carta al Consejo
de Indias de fecha 22 de enero de 1531, escribía[38]:
«en lo de la dirección de la tierra se entiende como a S. M. se escribe, y aunque los negocios que al presente
ocurre no daban lugar a ello, parecimos que había necesidad de tener lo comenzado para hacer la revocación y
provisión de las encomiendas de indios, por la forma que S. M. en lo secreto manda, la cual se ha de sentir mucho;
y no será por lo dificultoso de efectuar; y comenzarse ha a entender en ello luego, procurando de poner la más
miel que pudiéremos para que menos se sienta; y cuanto ésta no bastare, enójese quien quisiere, que lo mandado
por S. M. se ha de cumplir, y aunque sea en desabrimiento de los españoles que acá residen, no se puede negar que
deje de ser en favor y conservación de los indios, y, por tanto, santo y justo».
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de la organización jurídica y social del nuevo reino, en toda su dificultad; nuevas
consultas eran necesarias.
Probablemente a esta época corresponde un parecer sin fecha de fray Domingo de
Betanzos; ante las dos perspectivas principales de organización de la Nueva España
—las encomiendas y los corregimientos—, se decidía por la encomendación[41].
Sostenía que eran menester tres cosas: que el rey no tuviera pueblo alguno de
indios en su cabeza; que todos los pueblos se repartieran entre los españoles de modo
perpetuo; y que se designara un gobernador que mantuviera la tierra en justicia y la
tuviera en concierto, aplicando las leyes que se hicieran. Daba como razones: que con
los repartimientos perpetuos los españoles se aplicarían a plantar, sembrar, edificar,
etc., con lo cual la tierra se enriquecería y aumentarían las rentas del rey; que habría
más asiento por parte de los españoles; que cuidarían mejor de los indios y cuando
éstos fueran agraviados tendrían a quien recurrir para su defensa; que sacar a los
indios del poder de los cristianos, para ponerlos en cabeza del rey, era: «deshacer los
españoles por remediar los indios, y aun también porque por esta vía, que parece
piadosa y santa, les parecen que las rentas del rey son muy acrecentadas…, pero es
quitar todo el asiento y firmeza de la tierra, y despoblaría y deshacerla, y los indios
peor»; que no hubiera mudanzas de amos, «porque en quitando los indios a uno,
luego a la hora se pierde al remate toda la otra hacienda que tenía, así de ganados
como de labranzas e de cualesquiera otras granjerías»; creía mejor «dar agora un
asiento en el repartimiento de estos indios, el cual nunca más se mude». Atacaba el
sistema de corregimientos, porque los corregidores y los oficiales reales na se
ocupaban sino de explotar a los indios, no se compadecían de ellos, no les consentían
dilación alguna en la paga, no tenían los indios a quién quejarse ni a quién apelar,
eran mal doctrinados, se les exigía llevar los tributos a sitios muy lejanos, y en
resumen, servían a muchos señores: al corregidor, al alguacil, al escribano, todos los
cuales eran removidos cada dos años y entraban nuevos que «chupan hambrientos».
En el razonamiento se encuentra también este argumento señorial: «si todos los
indios se ponen en cabeza del rey, vienen a ser todos [los habitantes de Nueva
España], iguales y aun pobres en la república, lo cual es directamente contra todo
orden de buena policía, porque es necesario que en la república, para ser bien
ordenada y sustentada, haya en ella personas valerosas e poderosas e ricas, e
caballeros e nobles [que en el caso serían los encomenderos], porque éstos son los
huesos sobre que se sostiene la república; porque no puede ser república más
malaventurada e abatida que aquella donde todos son pobres e abatidos e necesitados,
porque los tales ni pueden favorecer la república, ni ayudarse unos a otros, lo cual
sería así si nadie tuviese pueblo ni señorío, lo cual es harto no conveniente, allende de
otros muchos [daños] que otros podrán decir en este propósito».
Nótese el concepto medieval jerárquico de la sociedad, tomado seguramente del
Regimiento de los Príncipes de Santo Tomas; el fraile dominico lo aplicaba a la
composición social de la Nueva España, de acuerdo con las aspiraciones de los
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conquistadores, quienes, según sabemos, después de la conquista deseaban ser los
señores del nuevo reino.
El planteamiento era bien claro en esta época. De una parte subsistían las
pretensiones señoriales que la Corona había alentado con sus promesas algún tiempo,
y de otra parte se encontraba la tendencia regalista que en Nueva España había dado
lugar, bajo el gobierno de la Segunda Audiencia, al esfuerzo práctico de la
implantación de los corregimientos para gobernar a los indios incorporados
directamente a la Corona.
La actitud media entre las tendencias extremas —señorial y Real—, no se hizo
esperar. En algunos pareceres ya citados, como el de Enciso, se había hablado de la
justificación de las encomiendas por medio de los tributos del rey, cedidos a los
encomenderos. Esta idea, unida a otras indicaciones dirigidas a satisfacer los anhelos
de los conquistadores y pobladores, sin olvidar la defensa del indio y los intereses
políticos y fiscales de la Corona, fue desarrollada con amplitud por Ramírez de
Fuenleal.
Opinaba que el rey nunca concediera vasallos ni jurisdicción a los colonos de
Nueva España, porque aparte el mal tratamiento que los indios recibían, tal concesión
era contraria a la Corona, cuya autoridad se debilitaba: «el señorío de las personas
debe quedar en la Corona de V. M., las personas y vidas de los indios son de los
españoles en tan poco tenidas, que diciendo verdad no se podrá creer por los que no
lo han visto». A juicio de Fuenleal, lo único, que el rey debía conceder a los
conquistadores y pobladores era lo siguiente: «mande V. M. hacerles merced de los
tributos, rentas y servicios personales que los pueblos dieren, ahora sea en mucho o
en poco, señalando a cada uno el pueblo o pueblos de do ha de llevar el tal tributo o
servicio, según la calidad de su persona… por este medio el indio entiende que es
vasallo o macehual de V. M., y que los españoles no tienen sino el tributo que V. M.
les manda dar… Dando V. M. solamente los tributos, no se hace agravio al señor
[cacique] que los indios tienen en aquel pueblo, al cual forte pertenece el señorío por
tiempo inmemorial, y lo han poseído sus mayores por derecha sucesión, o por aquella
vía de suceder que tenían de costumbre».
Consideraba Fuenleal que el tributo de los indios en favor del rey estaba fundado
en derecho, porque el rey de España era ahora el señor de los indios, por diversos
títulos que alegaba: concesión de la Iglesia, rebelión de los indios después de haber
dado la obediencia, su resistencia a la fe, sus pecados contra natura, la antropofagia,
los sacrificios humanos, y porque el rey de España, con grandes gastos y pérdidas de
muchos súbditos, había pacificado y reducido a la fe a los indios, se les enseñaba la
religión y las buenas costumbres, y eran defendidos y mantenidos en justicia.
Agregaba Fuenleal que los españoles sólo debían tener a lo sumo dos caballerías de
tierra en los pueblos que les tributaran. Con mucha extensión detalló las condiciones
con que se debían conceder los tributos: la renta debía ser perpetua, según un sistema
de sucesión que él explicaba detenidamente, y que seguramente sirvió más tarde para
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la ley de sucesión de las encomiendas que dictó la Corona; los tributos, rentas y
servicios personales que llevaran los encomenderos debían moderarse de tres en tres
años por la Audiencia, o por quien el rey mandara, y si alguno llevaba tributos fuera
de tasa, perdiera los indios; que el rey de todo lo que los encomenderos recogieran en
metálico por concepto de tributos, gozara el quinto, y de las demás cosas, el diezmo,
excepto de los servicios personajes, del cual diezmo quedarían exentos los
conquistadores que estuvieron en la toma de México; que al ser llamados los
encomenderos por pregón público, acudieran con sus armas, bajo pena de perder lo
concedido.
Fuenleal rebatía expresamente los otros sistemas que en el curso de las
discusiones se habían propuesto para resolver el difícil problema de las encomiendas.
El sistema de repartir todos los pueblos, sin dejar ninguno en la Corona, cobrando
únicamente el rey un tanto sobre ja renta de los encomenderos, le parecía medio
desmedido y especie de traición, porque dejaba: «tierras y provincias tan grandes y
do se espera que serán más que lo poblado de cristianos, fuera del vasallaje del rey»,
y sin que tuviera más que censos. El medio de una ocupación militar de Nueva
España con doscientos jinetes y cuatrocientos peones a sueldo del rey, tampoco le
parecía aceptable, porque dos intereses y rentas de esta tierra se han de haber
poblándola de españoles que descubran minas, críen ganados, planten, y para todo
esto, han de ser instrumento los naturales». En cuanto a ir retardando la concesión de
las encomiendas para que entretanto floreciera la colonización, pensaba que los
españoles, al perder la esperanza de los premios, robarían la tierra y se marcharían, y
que no podía dejarse sin gratificación a los conquistadores y pobladores casados. Un
cuarto remedio, consistente en dar vasallos y jurisdicción sólo a unos cuantos
españoles, le parecía que no bastaría para la seguridad de la tierra y que la elección
cíe los favorecidos no podía hacerse sin agraviar a muchos. El remedio de dar a los
españoles tierras, franquezas y oficios, pero dejando los tributos de los indios para el
rey, le parecía impracticable, porque no había tierras suficientes por tenerlas ocupadas
los indios, los españoles no trabajarían sin éstos, no cabían más libertades sobre las
que gozaban los colonos, y los oficios y provechos eran pocos.
Fuenleal aconsejaba al rey un plano de distribución de los españoles que gozarían
los tributos cedidos: 150 en México, 30 en Michoacán, 50 en Oaxaca, 20 en Veracruz,
etc. En total, 365 feudatarios. Decía que el repartimiento podía hacerse desde España,
porque ya había enviado el memorial con todos los datos necesarios[42].
Este parecer fue de gran importancia, porque desde el año de 1532 en que se dio,
las grandes dudas que a partir del descubrimiento de Nueva España se tenían sobre su
organización definitiva, se acercaban, bajo la guía segura del razonamiento de
Fuenleal, a una solución jurídica, capaz de armonizar los principios y los intereses
encontrados en torno a las encomiendas. El presidente de la da Audiencia percibía
que por medio del tributo del rey, que éste cediera a los españoles, se resolvían las
principales dificultades acerca de la razón jurídica de las exacciones impuestas a los
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indios, puesto que siendo éstos vasallos del rey, le debían tributos en reconocimiento
del señorío, y a su vez el rey podía disponer de sus rentas, haciendo cesión de ellas a
los españoles particulares; esta solución, como también notó Ramírez de Fuenleal,
respetaba el principio de la libertad del indio, pues pagando su tributo y sus servicios
pomo libre, no había mengua en su persona y tampoco los caciques o señores
naturales de los pueblos eran desposeídos. Las condiciones que Fuenleal exigía
respondían a fines claros: la sucesión en la renta satisfacía los intereses de los
españoles, con lo cual el autor del parecer no se dejaba llevar por la defensa de los
indios, hasta él grado de olvidar los intereses de la colonización; también las tasas,
sistema eficaz de control por el cual el Estado, y no el encomendero, fijaba el monto
de los tributos, venía a llenar una función importante que contribuía a disminuir los
abusos; Fuenleal era además un alto empleado de la Corona, y ya se habrá observado
en su opinión, que no olvidaba los intereses de ésta, por los impuestos que detraería
de las rentas concedidas, por los pueblos que tendría directamente asignados, que
serían los principales de Nueva España, y tampoco quedaban postergados los
derechos de soberanía al negarse toda concesión de jurisdicciones. Quizá no fue
inmediato el efecto de este parecer, pero, al seguir el sistema legal de la encomienda
en los años sucesivos y aun en la forma definitiva que tuvo en la Recopilación de
Indias de 1680, se podrá advertir que el tiempo fue dando la razón al sabio ministro
de Nueva España. Desde 1532 se puede fijar, cuando menos en la teoría, el amblo
fundamental en el problema de las encomiendas mal resuelto hasta entonces, porque
se había girado en torno a la afección de la persona del indio, y su compulsión para el
trabajo en beneficio de los españoles, en tanto que la idea del tributo cedido venía a
resolver las dificultades, con todas las ventajas señaladas[43].
En el parecer de Fuenleal sólo se encuentra un defecto: que toleraba los servicios
personales como parte de las encomiendas, pero seguramente los equiparaba a los que
prestaban los vasallos libres de España; también puede haberlos admitido, porque
sabía que sin el trabajo del indio no era posible el sustento y riqueza de la colonia.
En la misma época en que dio su parecer Fuenleal, opinó el doctor Ceynos (22 de
junio de 1532), oidor de la Audiencia de México. Pensaba, que como el remedio de
dar únicamente tierras a los españoles de Nueva España era insuficiente, porque eran
«gente puesta en hábito de honra», sólo quedaban dos caminos: o conceder las
encomiendas, o establecer un sistema regalista absoluto, cobrando el rey sus remas de
los indios y gobernándolos por medio de los corregidores, y sobre estos provechos,
señalar juros o acostamientos perpetuos en favor de los españoles que los merecieran.
Ceynos creía que esto último era inconveniente, porque la recaudación por conducto
del Estado era poco eficaz y más cara, y creía mejor conceder las encomiendas en
forma parecida a la que aconsejó Fuenleal. Decía: «V. M. haga merced perpetua con
la cláusula enriqueña [o sea de reversibilidad a la Corona por falta de sucesor
legítimo: véase la ley 11, tít. 7, lib. V de la Nueva Recop., y ley 10, tít. 17, lib. X de la
Novísima], a los conquistadores y pobladores que en ella residen, a cada uno según
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los servicios, méritos y calidad de su persona, de aquello que V. M. Puede haber y
tener y con lo que le deben servir los pueblos y Provincias desta Nueva España, hasta
en número de 400 personas, repartidas y puestas en las poblaciones que V. M. fuere
servido, poniendo en esta ciudad las 200 porque ésta es la fuerza principal de la tierra
y con esta cantidad estará segura de todo levantamiento que los naturales procuren;
no les dando a las tales personas jurisdicción alguna, más del provecho e interés que
de los tales pueblos V. M. pudiere y debiere haber, lo cual hayan y tengan por título
de mayorazgo, conque de lo que así se determinare que han de haber reconozcan a
V. M. en lugar de señorío y a los sucesores en la Corona de Castilla, con la décima
parte de lo que los tales pueblos les dieren, en cierta especie o cantidad, de lo cual
V. M. haga merced por sus vidas a los conquistadores, que son los que se hallaron en
ganar esta ciudad. Y con facultad que pueda V. M. cometer a quien fuere servido de
dos en dos años, la moderación de los tales tributos, que los pueblos han de dar».
Que quedaran en la Corona Real las cabeceras y algunos lugares más, y que al dar
los repartos se tuviera en cuenta la calidad, porque había sitios donde rendían más
cien indios, que en otros, doscientos. Para pobladores de menores méritos, el rey
debía establecer pensiones u otra clase de auxilios[44].
Ceynos, por lo tanto, resolvía el problema de las encomiendas por medio de los
derechos del rey, cedidos a los particulares con las condiciones que señalaba; tenía
también la idea de la sucesión especial en esta clase de bienes, aunque menos
determinada que la de Fuenleal, pues se limitaba a hablar de la merced con título de
mayorazgo y cláusula enriqueña; negaba también la jurisdicción al encomendero, y
apoyaba el sistema de tasas.
Entre las medidas legales correspondientes al período que hemos estudiado,
conviene señalar la cédula de 17 de agosto de 1529, que fundada en la libertad de los
indios, prohibió a los encomenderos que alquilaran o dieran prestados los que les
correspondían[45]. La Audiencia, con autorización de la Corona, puso en práctica la
tasación de las encomiendas, o sea, la determinación legal de lo que los indios debían
contribuir a sus respectivos encomenderos. La Corona, satisfecha del resultado,
extendió más tarde las tasaciones a todas las provincias indianas[46].
En 1532 declaró que el encomendero no tenía dominio directo sobre los indios de
su encomienda (puesto que correspondía al rey)[47]. En 1533 se establecieron las
visitas de oidores por la tierra para reprimir abusos[48]. El mismo año se mandó,
aunque la medida no arraigó de modo general, que se aumentaran los tributos de los
indios para que como parte de ellos quedaran incluidos los diezmos de la Iglesia y el
indio se acostumbrara a pagarlos, y entonces se haría la separación[49]. Nueva cédula
sobre las visitas se dictó en 1534[50]. Se ordenó además que los encomenderos
construyeran casas de piedra[51]. No debían echar sus indios a minas[52]. Las
tasaciones que la Audiencia hiciera en pueblos de la Corona, debían hacerse en
presencia de los oficiales de la hacienda del rey[53].
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En esta forma parcial se iban fijando los rasgos que formarían después el conjunto
de la institución.
«Ante todas cosas, después de bien informado de la cualidad y cantidad de la dicha llena e tributos della,
haréis un memorial en que pongáis así la dicha ciudad de México como las otras ciudades e villas e cabeceras de
provincias e otros lugares principales que a vos parezca que entera e perpetuamente deben quedar en nuestra
cabeza y de nuestra corona Real para que ni ahora ni en tiempo alguno se puedan enajenar ni apartar della
poniendo por memorial distinta e particularmente cada uno de los dichos lugares y la cualidad y número de
vecinos y cantidad de renta que cada uno dellos al presente oviere y si se espera que adelante habrá más y
enviarnos heis el dicho memorial para que después de visto proveamos lo que conviene».
«Item vos informad qué número de conquistadores hay vivos que residen en la Nueva España o están ausentes
della con nuestra licencia o de los dichos presidentes e oidores en nuestro nombre y de los que son muertos, cuyos
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herederos hay en esa Nueva España, e qué número de otros pobladores hay en ella, y de la calidad de las personas
de todos ellos y de lo que Nos han servido y de los aprovechamientos que han habido después que fueron a esa
tierra, así por merced que de Nos hayan recibido, como por encomienda o en otra cualquier manera».
«Y por cuanto nuestra voluntad ha siempre sido y es de gratificar honesta y moderadamente a los que Nos han
servido en la conquista y pacificación de la dicha tierra e hacer alguna merced a las personas que han ido y de
nuevo fueren a poblar y permanecer en ella, hecho lo de arriba haréis asimesmo memorial de lo que os parece que
del restante de la dicha provincia será bien y conveniente que Nos hagamos merced a cada uno de los dichos
conquistadores y pobladores en la dicha tierra y población, declarando en cada uno de los capítulos del dicho
memorial lo que así os parece que se le debe señalar por término propio y de que Nos le debamos hacer merced en
feudo o en otro titulo que más convenga y por Nos fuere declarado y ellos lo tengan con jurisdicción en primera
instancia con los modos y condiciones que serán puestos: y declararéis en cada capítulo qué renta e
aprovechamiento tendrá cada uno de los dichos conquistadores o pobladores en el dicho lugar e tierra que Nos les
hiciéremos merced presuponiendo que en remuneración de superioridad y señorío y como nuestros feudatarios de
toda la dicha renta e aprovechamiento del tal lugar habernos Nos de haber y llevar perpetuamente una cierta
parte, los cuales memoriales Nos enviaréis asimismo para que Nos los mandemos ver con toda aquella brevedad
que sea posible y proveer en ello lo que convenga para gratificación de los dichos conquistadores e población e
gratificación de la dicha tierra; y porque ha habido e hay diversos pareceres especialmente sobre el repartimiento
della enderezados en servicio de Dios e nuestro, de los cuales para vuestra instrucción se vos dará traslado, vos
encargo que después que hayáis entendido algo de la tierra veáis los dichos pareceres y comuniquéis la cosa con
los prelados y religiosos e otras personas honradas y me enviéis el parecer de todos juntamente con el vuestro,
para que con más acuerdo y deliberación se provea lo que convenga y pondréis en él dicho vuestro parecer la
cantidad que os parezca que debemos llevar por vía de feudo de las rentas o provechos de los lugares que se diere
a los dichos pobladores».
También se mandó a Mendoza (capítulo XII), que se informara de los tributos que
los caciques llevaban a sus indios comunes.
Debía igualmente (capitulo XV) informarse del número de corregidores existentes
en Nueva España, sus salarios, y el servicio que de ellos resultaba al rey y a la
república. Mendoza proveería entonces lo que más conviniera.
Se le mandó que examinara el problema de las rentas o diezmos que los indios
debían pagar para sustento de las iglesias.
El capitulo XXI ordenaba una información sobre materia de esclavos, e indios
tamemes, o sea aquellos destinados por los españoles al transporte de cargas[55].
Adviértase que este documento del año 1535 parece retraer la actitud de la
Corona a la situación del año 1528, cuando se envió a México la Primera Audiencia,
y Carlos V, influido por los pareceres de Cortés, de los religiosos y colonos, había
decidido conceder los premios señoriales. En relación con el periodo de 1529 y de la
Segunda Audiencia —en el cual la tendencia regalista contra las encomiendas, la
implantación de los corregimientos, y los pareceres contrarios a las concesiones
señoriales, habían sido las notas principales— este período que iniciaba la instrucción
de Mendoza, resultaba más favorable para los intereses de los conquistadores y
pobladores.
El 31 de mayo de 1535 se dictó una cédula para que los que tuvieran indios en
encomienda no llevaran más de lo que estuviera tasado, y que si les habían tomado
algunas tierras se les devolvieran[56].
Hubo otras leyes sobre encomiendas en los primeros años del gobierno de
Mendoza. En Madrid, el 13 de noviembre de 1535 se ordenó que en general, los
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vecinos de México, y en especial los encomenderos, tuvieran armas «por manera que
cuando fuese necesario puedan servir con ellos y sus personas como son
obligados»[57]. En la misma fecha se mandó que ningún encomendero saliera de
Nueva España sin licencia del rey, del virrey o gobernador de ella[58]. El 30 de marzo
de 1536 se dictó una cédula especial para el Perú, en el sentido de que no se quitaran
los repartimientos de indios a ninguna persona sin ser primero oída y vencida,
conforme a derecho[59]. Este precepto existía para Nueva España desde 1533[60].
Otra ley importante de este período, en favor de las encomiendas, fue la famosa
ley de la sucesión de fecha 26 de mayo de 1536, dirigida a la Audiencia de Nueva
Eseaña. En primer término mantuvo la práctica de las tasaciones:
«Nos somos informados que por haber estado todos los indios de esa tierra encomendados a diversas personas
y no estar tasados los tributos que los indios en cada pueblo han de pagar: los españoles que los han tenido
encomendados, les han llevado y llevan muchas cosas de más cantidad de lo que deben y buenamente pueden
pagar, de que se han seguido y siguen muchos inconvenientes en gran daño de los naturales de esa tierra: lo cual
cesaría si por nuestro mandado estuviese tasado y sabido los tributos que cada uno había de pagar, porque aquello
y no más se les llevase, así por nuestros oficiales en los pueblos que estuviesen en nuestro nombre, como los
españoles y personas particulares que los tuviesen en encomienda o en otra cualquier manera, porque por
experiencia ha parecido, después que los oidores de esa Audiencia entendieron en la tasación de los tributos de esa
tierra, haber cesado en gran parte los dichos daños e inconvenientes; y porque de aquí adelante cesen del todo,
platicado en el nuestro Consejo, fué acordado que debíamos mandar dar esta nuestra carta para vos en la dicha
razón, e Nos tuvímoslo por bien; por la cual vos encargamos y mandamos que si cuando esta veáis no estuviese
hecha la tasación de los tributos que los indios han de pagar, vos juntéis en esa ciudad de México [el virrey
Mendoza y el obispo Zumárraga], y ansí juntos ante todas cosas oirás una misa solemne del Espíritu Santo, que
alumbre vuestros entendimientos y os dé gracia para que bien, justa y derechamente hagáis lo que aquí por Nos os
será encargado y mandado; y oída la dicha misa, prometáis y juréis solemnemente ante el sacerdote que la hubiere
dicho, que bien y fielmente, sin odio ni afición veréis las cosas de suso contenidas, y así hecho el dicho juramento,
vosotros y las personas que para ello señaláredes que sean de confianza y temerosos de Dios, veréis
personalmente todos los pueblos que están de paz en esa tierra, y están ansí en nuestro nombre, como
encomendados a los pobladores y conquistadores della, y veréis el número de los naturales y pobladores de cada
pueblo y la calidad de la tierra donde viene. Informaros heis de lo que antiguamente solían pagar a los caciques y
a las otras personas que los señoreaban y gobernaban, y ansimismo de lo que agora pagan a Nos y a los dichos
encomenderos, y de lo que buenamente y sin vejación pueden y deben pagar agora y de aquí adelante a Nos y a
las personas que muestra merced y voluntad hiere que los tengan en encomienda o en otra cualquier manera, y
después de bien informados lo que a todos o a la mayor parte de vosotros pareciere que justa y cómodamente
pueden y deben pagar de tributo por razón del señorío, aquello declararéis, tasaréis y moderaréis según Dios y
vuestras conciencias, teniendo respeto que los tributos que ansi hubieren de pagar, sean de las cosas que ellos
tienen o crían o nacen en sus tierras y comarcas, por manera que no se les imponga cosa que habiéndola de pagar
sea causa de su perdición; y ansí declarado haréis una matrícula e inventario de los dichos pueblos y pobladores y
de los tributos que ansí señaláredes para que los dichos indios y naturales sepan que aquello es lo que han de
pagar a nuestros oficiales y a los dichos encomenderos y a las otras personas que por nuestro mandado agora y de
aquí adelante los tuvieren y los hubieren de llevar, apercibiéndoles de nuestra parte, y Nos desde agora los
apercibimos y mandamos, que agora y de aquí adelante ningún oficial nuestro ni otra persona particular no sea
osado pública ni secretamente, directo, ni indirecto, por sí ni por otra persona, de llevar ni lleven de los dichos
indios otra cosa alguna, salvo lo contenido en la dicha vuestra declaración, so pena que por la primera vez que
alguna cosa llevasen demás dello incurran en el cuatro tanto del valor que ansí hubieren llevado para nuestra
cámara y fisco, y por la segunda vez pierda la encomienda y otro cualquier derecho que tenga a los dichos tributos
y pierda más la mitad de sus bienes para nuestra Cámara, de la cual dicha tasación de tributos mandamos que
dejéis en cada pueblo lo que a él tocare, firmado de vuestros nombres, en poder del cacique o principal del tal
pueblo, y avisándole por lengua e intérprete de lo que en él se contiene y de las penas en que incurren los que
contra ello pasaren, y la copia dello daréis a la persona que hubiere de haber y cobrarlos dichos tributos porque
dello no puedan pretender ignorancia; y vos las dichas nuestras justicias que agora sois, y por tiempo fuéredes,
tendréis cuidado del cumplimiento y ejecución de lo contenido en esta nuestra carta y de enviar en los primeros
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navíos el traslado de la dicha tasación, con los autos que en razón dello hubiéredes hecho».
Nótese cómo la tasación venía a ser un elemento importante para el control que el
Estado trataba de imponer sobre las encomiendas. Era una de las notas más valiosas
que el período de Fuenleal había dejado a la institución indiana en el terreno práctico.
En la misma ley que exponemos venía la concesión de las dos vidas en los
siguientes términos:
«Y porque nuestra voluntad es que las personas que gozan y han de gozar del provecho de los dichos indios
tengan intención de permanecer en ella, lo cual parece que harían con mejor voluntad si saben que después de sus
días las mujeres e hijos que dellos fincaren, han de gozar de los tributos que ellos tuvieren en su vida, declaramos
y mandamos que habiendo cumplido y efectuado la tasación y moderación de los dichos tributos conforme a esta
nuestra carta en los pueblos que ansí estuviere hecha y declarada, guarden la orden siguiente: Que cuando algún
vecino de la dicha provincia muñere y hubiere tenido encomendados indios algunos, dejare en esa tierra hijo
legítimo y de legítimo matrimonio nacido, encomendarle heis los indios que su padre tenía para que los tenga e
industrie y enseñe en las cosas de nuestra santa fe católica, guardando como mandamos que se guarden las
ordenanzas que para el buen tratamiento de los dichos indios estuvieren hechas y se hicieren, y con cargo que
hasta tanto que sean de edad para tomar armas, tenga un escudero que Nos sirva en la guerra con la costa que su
padre sirvió y era obligado, y si el tal casado no tuviere hijo legítimo y de legítimo matrimonio nacido,
encomendaréis los dichos indios a su mujer viuda, y si ésta se casare y su segundo marido tuviere otros indios,
darle heis uno de los dichos repartimientos cual quisiere; y si no los tuviere encomendarle heis los dichos indios
que ansí la mujer viuda tuviere, la cual encomienda de los dichos indios mandamos que tenga por el tiempo que
nuestra merced y voluntad fuese según como agora los tienen y hasta que Nos mandemos dar la orden que
convenga para el bien de la tierra y conservación de los naturales delta y sustentación de los españoles pobladores
de esta tierra, y hacerlo heis apregonar así públicamente en las plazas y mercados y otros lugares acostumbrados
de esa dicha Audiencia de México, y de todas otras ciudades, villas y lugares de esa dicha provincia, por
pregonero y ante escribano público porque nadie dello pueda pretender ignorancia. Dada en la villa de Madrid, a
veinte y seis de mayo de mil y quinientos y treinta y seis años»[61].
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El virrey Mendoza trató de evitar esto, y aunque no prohibió totalmente que los
tributos se trocaran en servicios mineros, procuró controlar los cambios. En sus
Ordenanzas de 30 de junio de 1536 dispuso[65]:
«establezco y mando que agora ni de aquí adelante, persona alguna que tenga indios encomendados o en otra
cualquier manera, no sea osado, aunque sea de consentimiento de los tales indios, de conmutar los tributos y
servicios que los tales indios les dieren, por servicio personal para las dichas minas, so pena de perdimiento de los
tales indios, e doy por ninguna cualquier conmutación que hayan hecho por su autoridad, no les relevando, como
no les relevo, de la pena en que hayan caído e incurrido por lo haber hecho… En caso que por mi autoridad e
permisión expresa se conmute el servicio e tributos que los indios dan, en servicio personal para las minas, mando
que la persona o personas para cuyo beneficio e provecho trabajasen y sirvieren en las dichas minas, sean
obligados de dar de comer a los tales indios libres».
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solicitaban las encomiendas. Aunque a nombre del rey desempeñaran sus oficios,
ellos cuidaban de mirar por su interés particular, del mismo modo que los
encomenderos. Mendoza reflejó por eso cierto escepticismo en cuanto a la diferencia
entre la encomienda y el corregimiento.
Avisaba en su carta de 1537 que había dispuesto que cuando los encomenderos
cobraran sus tributos en metálico, se quintaran en favor de la Corona, y que ésta debía
gravar las demás encomiendas con un diezmo para auxiliar con este provecho a otros
españoles pobres que no tenían corregimientos ni encomiendas. En cierto modo
apuntaba Mendoza la necesidad que después vinieron a satisfacer las pensiones
impuestas sobre las rentas de tributos.
Por lo demás, del documento del virrey se desprende que el problema del régimen
jurídico de los indios no estaba entonces en un período de agitación y contraste, sino
de desarrollo habitual. Mendoza encomendaba los indios que vacaban[69], aprobaba
algunos cambios entre encomenderos[70], y también, como ya estaba en vigor la ley
de sucesión, señalaba las artimañas de los pobladores, por ejemplo, que si algún
encomendero muy viejo moría sin heredero, lo casaban en artículo de muerte con
alguna mujer, para que ésta heredara los indios. El virrey proponía que no sucedieran
los cónyuges si no tenían cuando menos unos meses de estar casados[71].
Consta también documentalmente que Mendoza procuró efectuar las tasaciones
de las encomiendas de acuerdo con el deseo de la Corona[72].
A veces, la Corte intervenía en favor de algún conquistador, y el virrey concedía
la encomienda, como en el caso de Sebastián de Moscoso[73].
Los enemigos del virrey, entre ellos Cortés, lo acusaron de parcialidad y manejos
en la materia de los indios. Por ejemplo, que dio a Francisco Vázquez de Coronado
las tres partes del pueblo de Tlapa, que antes pertenecía al rey[74]. Y también que
favoreció al tesorero Juan Alonso de Sosa[75].
Mendoza no fue partidario de promover congregaciones y escuchar pareceres
públicos sobre los problemas de su gobierno. Claramente lo decía en sus avisos a su
sucesor don Luis de Velasco[76]:
«Algunos dirán a V. S. que los indios son simples y humildes, que no reina la malicia ni soberbia en ellos, y
que no tienen codicia; otros al contrario, y que están muy ricos y que son vagabundos e que no quieren sembrar.
No crea a los unos ni a los otros, sino trátese con ellos como con cualquiera otra nación, sin hacer reglas
especiales, teniendo respecto a los medios de los terceros, porque pocos hay que en estas partes se muevan sin
algún interés, o ya sea de bienes temporales o espirituales, o pasión o ambición, ora sea vicio o virtud. Pocas
veces he visto tratarse las materias con libertad evangélica».
En otro párrafo refería que en todo había muchas opiniones, y el que gobernaba
más que seguirlas debía escucharlas y tomar las medidas con cautela. Quizá a esto se
debió que al principio de su gobierno, Mendoza, en vez de reunir juntas, se limitó a
estudiar los problemas de Nueva España, y a guiarlos por un camino administrativo y
jurídico, sin provocar innovaciones ni decidirse en favor de los indios ni de los
colonos.
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Tendremos ocasión de reanudar el estudio del gobierno de Mendoza en el capítulo
siguiente.
«porque soy informado que el gobernador don Francisco Pizarro ha hecho repartimientos de indios entre los
conquistadores y pobladores de la dicha provincia y a los principios suele haber en esto exceso, así en ser los
repartimientos tan excesivos como en el servirse de los dichos indios, por no tenerse a los principios entera noticia
y relación de las tierras y de su calidad y cantidad, y de esta causa quedan muchos de los conquistadores y otras
personas que después van a las dichas tierras a las poblar, sin parte en los repartimientos con qué se sustentar y
también porque como sabéis, los indios son libres y como tales ha sido y es siempre mi voluntad que sean
tratados, y que solamente sirvan en aquellas cosas y de la manera que nos sirven en estos nuestros reinos nuestros
vasallos, por ende, yo vos encargo que si halláredes que en el dicho repartimiento hay exceso o falta, platiquéis
con el dicho gobernador y ambos entendáis en ello con rectitud e igualdad».
Que enviara relación de los servicios y tributos que los indios daban al rey y a los
encomenderos, y que el encomendero que pidiera más de la tasa, perdiera los indios y
no los pudiera tener más[82].
En 1536 se dictaron otras disposiciones importantes para las encomiendas del
Perú. Que los encomenderos hicieran casas de piedra[83], que tuvieran clérigos a su
costa en sus pueblos[84], y que los indios, por ser libres, pudieran vivir donde
quisieran[85]. El 20 de noviembre del año citado se dictó una provisión sobre el buen
tratamiento que los encomenderos debían dar a sus indios, procurando sobre todo
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doctrinarlos[86]. El 7 de diciembre de 1537 se extendió al Perú el régimen de
tasaciones y de sucesión, que ya existía en las encomiendas de Nueva España[87].
Pizarro efectuó el repartimiento general del Perú en 1540[88].
En 1547 y 1548 consta que los repartimientos, los abusos y los intentos de orden
jurídico para controlarlos se habían presentado en forma semejante en Yucatán,
después de la conquista de Montejo[89].
Después de una práctica de cerca de dieciséis años y de haberse extendido las
encomiendas por todo el ámbito de los dominios españoles en las Indias, podía
creerse fallado el caso de los repartimientos y definitivamente implantados. En la
práctica era así; como pudo comprobarse poco después, pero en el ánimo de los
defensores de los indios y de algunos consejeros de la Corte, todavía se esperaba
librar la batalla definitiva contra las encomiendas.
Para concluir el presente capítulo notemos, que en el período antillano los rasgos
principales del problema fueron el principio cristiano de la libertad del indio, la
preocupación por el grado racial de éste, y en relación con ello la implantación de
alguna de las formas de gobierno medio, según la filosofía política que dominaba. Es
decir, comenzaban a descubrirse los primeros principios en torno al problema de los
indios. En la práctica predominaba el trabajo por compulsión y el empleo preferente
en las labores mineras.
En Nueva España y en las otras regiones descubiertas y conquistadas en el
segundo tiempo que hemos estudiado, el problema adquirió un carácter orgánico: se
discutieron las ventajas e inconvenientes de la administración particularista por
medio de señoríos o encomiendas, y del gobierno regalista o de corregimientos; en
otros términos, tratándose de establecer la organización social de las provincias
nuevas, se dudaba entre el régimen del medievo y el que aconsejaban las tendencias
modernas del Estado español. Además, en los debates no preocupaban ya de modo
preferente las nociones filosóficas del principio; se daba por aceptada la libertad del
indio y se procuraba hallar la fórmula jurídica que, sin desconocer esta premisa, fuera
capaz de satisfacer las necesidades económicas de los particulares españoles. Los
tributos cedidos, las tasas, la forma de heredar, venían a ser las primeras piezas de la
institución que se creaba con ese objeto.
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CAPITULO III
LAS LEYES NUEVAS
El pleito librado en el año de 1542 entre los defensores de los indios y los
partidarios de las encomiendas fue el último y más profundo de los habidos con
motivo de la implantación de esta institución; el período es sumamente instructivo
para desentrañar las bases conceptuales y económicas del problema; pero también
observaremos que la discusión y leyes de esta época tuvieron más importancia
externa que efectiva, porque después de los incidentes del alío 1542, la encomienda
siguió la senda jurídica esbozada por Ramírez de Fuenleal cuando presidía la
Segunda Audiencia de México.
En 1537, Paulo III dictó su breve en favor de ja libertad de los indios, declarando
que, aunque estuvieran hiera de la fe de Cristo, no estaban privados, ni debían serlo,
de su libertad ni del dominio de sus bienes, y que debían ser atraídos a la fe cristiana
por medio de la predicación de la palabra divina y el ejemplo de la buena vida[1].
En 1539, se encontraba de nuevo en España Bartolomé de las Casas. El asunto de
los indios volvió a preocupar en el ambiente de la Corte y se decidió convocar una
junta (1542) en la ciudad de Valladolid. Concurrieron García de Loaysa, presidente
del Consejo de Indias; Ramírez de Fuenleal, que ya era presidente de la Audiencia de
Valladolid; don Juan de Zúñiga, comendador de Castilla y ayo del príncipe don
Felipe; Francisco de los Cobos, comendador mayor de León; García Manrique, conde
de Osorno; el doctor Hernando de Guevara, del Consejo de Cámara; el doctor Juan de
Figueroa, del mismo Consejo; el licenciado Mercado, del Consejo Real de Castilla; el
doctor Jacobo González de Artiaga, del Consejo de Órdenes; el doctor Bernal, del de
Indias; el doctor Gregorio López, y los licenciados Velázquez y Salmerón[2].
A esta junta presentó LAS CASAS sus Remedios referentes a los problemas de
Indias. El Octavo trataba de las encomiendas[3].
El propio autor estimaba que éste era: «el más principal y sustancial, porque sin
éste, todos los otros valdrían nada, porque todos se ordenan y enderezan a éste como
medios a su propio fin».
En substancia su tesis era: «V. M. ordene y mande y constituya con la susodicha
majestad y solemnidad en solemnes Cortes por sus premáticas sanciones y leyes
reales, que todos los indios que hay en todas las Indias, así los ya sujetos como los
que de aquí adelante se sujetaren, se pongan y reduzcan e incorporen en la Corona
Real de Castilla y León, en cabeza de V. M. como súbditos y vasallos libres que son, y
ningunos estén encomendados a cristianos españoles, antes sea inviolable
constitución, determinación y ley real, que ni agora ni ningún tiempo jamás
perpetuamente, puedan ser sacados ni enajenados de la dicha Corona Real, ni dados a
nadie por vasallos ni encomendados, ni dados en feudo, ni en encomienda, ni en
depósito, ni por otro ningún título ni modo o manera de enajenamiento, o sacar de la
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dicha Corona Real por servicios que nadie haga, ni merecimientos que tenga, ni
necesidad que ocurra, ni causa o color alguna que se ofrezca o se pretenda, etc.».
LAS CASAS fundaba esta petición en veinte argumentos, que en resumen eran:
I. Que el fin y razón de la concesión de las Indias que la Sede Apostólica hizo a
los reyes españoles fue la conversión de los indios, y, por consiguiente, parecía haber
elegido «tácita y expresamente la dignidad e industria de las reales personas». «Por
tanto, los dichos señores reyes de Castilla no pueden abrir mano de la dicha real
industria, y cuidado y providencia, cometiendo y traspasando a ningún particular
jurisdicción alguna alta ni baja como Sus Altezas la tienen sobre aquellas naciones, ni
fiarías de ninguno, aunque sea sin jurisdicción, sacándolas ni desmembrándolas por
alguna vía o manera que ser pueda de la dicha Corona Real de Castilla y León, o no
sacándolas, así como encomendándolas para que alguno tenga dominio y señorío
inmediato por sí sobre ellas, aunque reserven para sí la jurisdicción y dominio
universal y supremo, y también la jurisdicción baja o inmediata. Porque cosa tan
grande y de tan gran importancia, y donde tanto se puede arriesgar… no es justo, ni
posible, que se fíe de otro que no sea rey».
Es decir, LAS CASAS, de la interpretación cristiana de la empresa de América y de
la bula papal deducía un regalismo necesario e indelegable, que le servía para
proscribir todo encargo o comisión que hicieran los reyes en favor de particulares
para convertir o administrar a los indios. La gestión de los reyes era, a su juicio,
intransferible, y por eso las encomiendas no podían justificarse como medios para el
fin religioso, ni para el amparo de los naturales.
II. Por la propia idea de la finalidad cristiana de la empresa de las Indias, LAS
CASAS afirmaba que los reyes debían quitar todos los impedimentos que pudieran
estorbar la consecución de ese fin, entre ellos, el más grave de las encomiendas,
porque los españoles a quienes se daban los indios sobreponían los propósitos
materiales al fin espiritual, y poco les interesaban las almas de sus indios.
III. Tampoco estimaba LAS CASAS que los españoles seglares fueran personas a
propósito para ser encargadas de la vigilancia de la conversión y cristiandad de los
indios. Esas ureas debían encargarse a los predicadores, que sabían la doctrina y
daban buen ejemplo con sus vidas. En cambio, los encomenderos sólo enseñaban a
los indios costumbres licenciosas y poco cristianas.
IV. Los indios recibían muchos agravios de sus encomenderos, y no tenían paz ni
tranquilidad para dedicarse a las cosas divinas y guardar los mandamientos y ley de
Dios. La convivencia con los cristianos les resultaba agobiadora y aborrecían al Dios
cristiano y al gobierno Real.
V. Cuando el Papa hizo la concesión de las Indias, entendió hacer un favor a los
indios, proporcionándoles el medio para ser evangelizados y que sus almas se
salvaran. Este privilegio no debía convertirse en su daño. EL rey debía establecer tal
gobierno sobre los indios, que éstos recibieran de él provecho y utilidad espiritual y
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temporal; pero la encomienda era todo lo contrario: un gobierno nocivo que no debía
subsistir, a causa del cual habían perecido doce millones de indios.
VI. LAS CASAS afirmaba que los españoles eran enemigos de los indios y éstos en
sus manos padecían peligro cierto de ser destruidos en cuerpos y almas, y, según el
Derecho, ningún pupilo ha de ser entregado a tutor o curador sospechoso. Además,
los indios no necesitaban tutores para vivir temporalmente; sólo necesitaban la
predicación de la fe y un gobierno justo, «cual debe ser para pueblos y gentes libres».
Que era pecado mortal poner a los prójimos en peligro de muerte corporal, y más en
el caso de las encomiendas, en que había también peligro espiritual.
VII. Según las leyes justas y racionales y la filosofía moral, nunca se debe
conceder el regimiento o gobierno a hombres pobres y codiciosos que sólo desean
salir de su pobreza. Todos los españoles que pasan a las Indias son pobres y
codiciosos; su único fin es la riqueza y son siervos de la avaricia. ¿Qué piedad
pueden tener con las vidas ajenas? Darles los indios es lo mismo que entregarlos a
bravos toros, lobos, leones y tigres hambrientos; y poco hacen al caso las leyes y
sanciones, pues si en España es difícil impedir los desmanes de un gobernador avaro,
en las Indias, tan distantes, lo es mucho más.
VIII. «Dando los indios a los españoles encomendados como los tienen, o
depositados, o en feudo, o por vasallos como los quieren, son gravados y fatigados
con muchas cargas, e servicios, e intolerables vejaciones y pesadumbres. La una es el
servicio y obediencia y tributo que deben a sus naturales señores, y éste es muy
privilegiado, porque es primario y natural. El otro es la obediencia y servicio que
deben a V. M. como a universal superior y señor, y éste también es muy privilegiado
secundariamente. Y no sólo es natural, habido el consentimiento dellos, pero es de
Derecho divino, porque se funda en la predicación y plantación de la santa fe, y
ambos a dos se computan y deben de ser habidos por uno. El otro y tercero es el que
les toman y fuerzan a dar a los españoles, que en ser insoportable y durísimo a todos
los tiránicos del mundo sobrepuja e iguala al de los demonios. Este es el violento,
innatural, tiránico y contra toda razón y natura, y no hay ley en el mundo que lo
pueda justificar, pues por una misma causa ser impuestos a los hombres y a tan flacos
y delicados y desnudos hombres, muchos señoríos, imposición es y carga es contra
toda justicia y caridad y toda razón de hombres. Póneseles a los indios además un
estanciero o calpisque, para que los tenga debajo de la mano y haga trabajar y hacer
todo lo que quiere el amo o comendero o ladrón principal… por manera que tienen
cuatro señores: a V. M. y a sus caciques, y al que están encomendados y al estanciero
que agora se acabó de decir que pesa más de cien torres».
IX. Los indios son libres. Esta libertad no la pierden (ni deben perderla) por
hacerse vasallos del rey de España. Las Casas citaba aquí las ocasiones anteriores en
que se había declarado oficialmente la condición legal libre de los indios: durante el
gobierno de Isabel, cuando las Leyes de Burgos, y en la junta de 1523. Que la libertad
era el bien más estimado por las criaturas racionales y amparado por todos los
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Derechos y por las leyes de la Iglesia. Aun según las leyes Reales de España, los
siervos, inquilinos y tributarios no se pueden traspasar a otros señores para evitarles
el mal tratamiento y perjuicios que esos cambios ocasionan, y menos se podrán
repartir hombres libres, como son los indios. Ni sus personas ni sus bienes pueden
serles tomados, ni entregados a particulares. LAS CASAS hacía aquí una calurosa
defensa de la administración regalista contra la señorial: «conocida está la diferencia
de la gobernación de los reyes a la de los señores inferiores, de la cual, naturalmente,
como de cosa nociva y empeciente todos los pueblos huyen y la aborrecen, y por el
contrario, aman y desean y siempre suspiran por la de los reyes. Y esta es la causa
porque justamente los pueblos suelen tener por agravio y dura servidumbre y gran
perjuicio y ponen resistencia ser privados del inmediato señorío y jurisdicción real y
sometidos a otros inferiores». Que por ley de Castilla, el rey no puede enajenar
ciudades, lugares, etc., sin ser llamados seis procuradores de las ciudades de la
provincia donde recae la donación; por eso los indios no pueden darse a señores
españoles sin su consentimiento. Además, siendo la encomienda contraria a la fe, ni
aun dando los indios tal consentimiento pueden ser encomendados.
X. Como los españoles han abusado del privilegio de las encomiendas,
suponiendo que en un principio se les pudieron dar, deben quitárseles; porque el
señor que trata mal a los súbditos pierde la jurisdicción: es un tirano.
XI. Los repartimientos de indios se han hecho siempre sin autoridad Real. El
primero en efectuarlos (con viso de legalidad) fue el comendador mayor de
Alcántara, Nicolás de Ovando, gobernador de la Española, y éste había llevado por
instrucción que los indios eran libres. Para socorrer a los españoles que llevó consigo
escribió a la Reina que la libertad de los indios impedía su conversión, y entonces
Isabel dictó su carta (la de Medina del Campo) permitiendo que los indios fueran
apremiados para los trabajos y tratos con los cristianos. Pero que esta ley la hizo por
el fin de la fe y repitiendo que los indios eran libres. Que Ovando abusó de la cédula;
que además, la Reina fue mal informada de lo que en realidad eran las encomiendas,
y lo mismo Fernando el Católico y Carlos V, porque de saberlo las hubieran
suprimido.
XII. Si las encomiendas no se quitan, todos los indios perecerán.
XIII. Las encomiendas son en perjuicio de la Corona y de España, porque el rey
pierde todos los vasallos que le matan, y sus rentas disminuyen; España, tan
necesitada ahora de auxilios, no recibe ninguno. Dios está ofendido por los pecados
de los españoles y España en peligro de perderse y ser robada por los turcos y moros.
Además, las noticias de la crueldad y desmanes de los españoles en las Indias llegan
ya a todo el mundo, con perjuicio de la fama española.
XIV. Los españoles, que son muy soberbios, al verse señores de los indios
faltarán a la lealtad que deben al rey. Éste no ha de conceder condado, marquesado, ni
ducado alguno.
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XV. Si las encomiendas en favor de los particulares subsisten, los ministros de
Indias volverán con el tiempo a solicitarlas y obtenerlas.
XVI. Como las Indias están tan lejanas, no se puede dirigir la materia de las
encomiendas por medio de prohibiciones y cédulas parciales; debe dictarse una orden
general, de la que resulte imposibilidad de pasar en contra de ella. (Adviértase la idea
de las Leyes Nuevas).
XVII. Si el rey efectúa la incorporación total en su Corona de los indios, éstos lo
amarán y servirán. El amor del súbdito es indicio de prosperidad del reino.
XVIII. Los indios volverán de los sitios donde se han refugiado, huyendo del mal
tratamiento de los encomenderos.
XIX. En 1523, el rey decidió que no hubiera encomiendas, y así lo escribió a
Hernán Cortés y al licenciado Ayllón, gobernador de la Florida. En Barcelona, en
1529, se acordó lo mismo, y fue también la opinión del obispo de Cuenca (Ramírez
de Fuenleal).
XX. Quitando las encomiendas, el rey salva a los españoles de Indias de cometer
grandes pecados; no vendrán a España ganancias robadas, las cuales crean problemas
de conciencia que afectan a todos los que participan en ellas.
En resumen: reduciendo el extenso alegato de LAS CASAS a proposiciones
concretas, hallamos: que la fe y el gobierno justo eran fines incompatibles con las
encomiendas; éstas, por demostración de la experiencia, eran nocivas; los indios,
como seres libres, merecían gobierno libre, no tutelado; su gobernación no había de
darse a hombres injustos; el vasallo no debe soportar muchos amos; es preferible la
administración regalista a la señorial; hay antecedentes legales en favor de la libertad
de los indios y contra el régimen de las encomiendas; Dios, España y la Corona, y
aun los propios españoles, pierden si se conserva este nocivo sistema
En la junta de 1542 opinaron también, en sentido favorable a los indios, fray Juan
de Torres, fray Matías de Paz y fray Pedro de Angulo[4]. El presidente del Consejo de
Indias, García de Loaysa, dio parecer individual; se oyó también al Consejo de
Estado cuando Carlos V se encontraba en Monzón[5].
La Corte se trasladó a Barcelona; continuaron las sesiones en casa del cardenal de
Sevilla, asistiendo monseñor de Granvela, el doctor Guevara, el doctor Figueroa, el
confesor de Carlos V y el Comendador mayor de León. Las opiniones en contra de
las encomiendas predominaron, pero hubo también algunas favorables a la
institución, como las del cardenal y obispo de Lugo don Juan Xuárez de Carvajal, del
Consejo de Indias, y de Francisco de los Cobos, comendador de León[6].
En realidad, las opiniones de 1542 no eran nuevas: el fin cristiano, la libertad de
los indios, la autoridad y rentas de la Corona, ya se habían mencionado antes en el
curso de las disputas. Pero en esta ocasión la decisión teórica pasaba a una detenida y
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radical legislación, que iba a intentar cortar la práctica y las concesiones legales que
habían dado lugar al desarrollo de las encomiendas.
En efecto, como resultado de las juntas de Valladolid y Barcelona, se dictaron las
famosas Leyes Nuevas del año 1542[7].
En el prólogo de ellas decía Carlos V:
«Sepades que habiendo muchos años ha tenido voluntad y determinación de Nos ocupar de espacio en las
cosas de las Indias por la grande importancia dellas: así en lo tocante al servicio de Dios nuestro señor, y aumento
de su santa fe católica, como en la conservación de los naturales de aquellas partes, y buen gobierno y
conservación de sus personas, aunque hemos procurado desembarazarnos para este efecto, no ha podido ser por
los muchos y continuos negocios que han ocurrido, de que Nos hemos podido excusar, y por las ausencias que
destos reinos yo el Rey he hecho por causas tan necesarias, como a todos es notorio: y dado que esta frecuencia de
ocupaciones no haya cesado este presente año, todavía hemos mandado juntar personas de todos estados, así
Prelados como Caballeros y Religiosos y algunos del nuestro Consejo para practicar y tratar las cosas de más
importancia, de que hemos tenido información que se debían mandar proveer: lo cual maduramente altercado y
conferido, y en presencia de mí el Rey diversas veces practicado y discurrido: y finalmente, habiéndome
consultado el parecer de todos me resolví en mandar proveer y ordenar las cosas que de yuso serán contenidas: las
cuales demás de las otras ordenanzas y provisiones que en diversos tiempos hemos mandado hacer, según por
ellas parecerá, mandamos que sean de aquí adelante guardadas por leyes inviolablemente».
El cuerpo de las Leyes comprendía preceptos muy diversos. Los veinte primeros
se referían a la organización del Consejo de Indias, audiencias, pleitos, etc. El
capitulo XXI ya se refería a la materia de los indios, previniendo que en adelante, por
ninguna vía se les hiciera esclavos. El capitulo XXII suprimió los servicios que se
exigían a los indios por vía de «tapia» y «naboria», y en general todo trabajo no
voluntario. El capítulo XXIII insistía en la libertad de los indios, ordenando que se
efectuara la revisión de todos los títulos de esclavitud existentes con anterioridad a la
ley. El capitulo XXIV se ocupaba del problema de los indios «tamemes» o sea,
aquellos empleados en el transporte de cargas; en general, se prohibía cargarlos, y
que si en algún caso era inexcusable, fuera la carga moderada, con voluntad del indio
y con paga. El capítulo XXV prohibió que los indios libres fueran llevados a la
pesquería de perlas contra su voluntad.
El capítulo XXVI ya se refería a las encomiendas. Ordenaba que se pusieran en la
Corona Real los indios que tenían encomendados virreyes, gobernadores, sus
tenientes, oficiales, prelados, monasterios, hospitales, casas de religión, de moneda, y
demás personas que los tuvieran por razón del oficio que desempeñaban. Es decir, se
mandaba el despojo general de la burocracia indiana, cortando la antigua práctica de
dotar los oficios con rentas de indios en vez de salarios. El capítulo XXVII ordenaba
quitar los indios a todas las personas que los gozaran sin título. El XXVIII, que se
redujeran algunos repartimientos excesivos: la ley mencionaba expresamente
algunos; los indios que se quitaran debían ponerse en la Corona, a fin de que con sus
tributos fueran socorridos los conquistadores pobres. El capítulo XXIX mandaba que
los encomenderos que se hubieran excedido con sus indios o los hubieran maltratado,
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fueran privados de ellos, En el Perú debían serlo también los culpables en las
desavenencias entre Pizarro y Almagro.
El espíritu general de la ley, contrario a las encomiendas, culminaba en el
capítulo XXX, que disponía literalmente:
«Otrosí: Ordenamos y mandamos, que de aquí adelante ningún virrey, gobernador, Audiencia, descubridor ni
otra persona alguna no pueda encomendar indios por nueva provisión, ni por renunciación, ni donación, venta ni
otra cualquiera forma, modo, ni por vacación ni herencia, sino que muriendo la persona que tuviere los dichos
indios, sean puestos en nuestra real Corona; y las Audiencias tengan cargo de se informar luego particularmente
de la persona que murió y de la calidad de ella y sus méritos y servicios y de cómo trató los dichos indios que
tenía, y si dejó mujer e hijos o qué otros herederos, y Nos envíen la relación, y de la calidad de los indios y de la
tierra, para que Nos mandemos proveer lo que sea nuestro servido, y hacer la merced que Nos pareciere a la mujer
y hijos del difunto. Y si entretanto pareciere a la Audiencia que hay necesidad de proveer a la tal mujer y hijos de
algún sustentamiento, lo puedan hacer de los tributos que pagaran los dichos indios: dándoles alguna moderada
cantidad, estando los indios en nuestra Corona, como dicho es».
«Demás de lo susodicho, mandamos a las dichas personas que por nuestro mandado están descubriendo, que
en jo descubierto hagan luego la tasación de los tributos y servicio que los indios deben dar como vasallos
nuestros, y el tal tributo sea moderado, de manera que lo puedan sufrir, teniendo atención a la conservación de los
dichos indios, y con el tal tributo se acuda al comendero donde lo hubiere, por manera que los españoles no
tengan mano ni entrada con los indios, ni Poder ni mando alguno, ni se sirvan de ellos por vía de naboria, ni en
otra trianera alguna, en poca ni en mucha cantidad, ni hayan más del gozar de su tributo, conforme a la orden que
el Audiencia o gobernador diere para la cobranza dél, y esto, entretanto que Nos, informados de la calidad de la
tierra mandemos proveer lo que convenga. Y esto se ponga entre las otras cosas en la capitulación de los dichos
descubridores».
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Esta disposición precisa la idea de la Corona: sabemos que los conquistadores
implantaban siempre las encomiendas en las tierras nuevas; para evitarlo se ordenaba
ahora la tributación general de los indios en favor del rey, y si bien se reconocía el
deber y la necesidad de premiar a los expedicionarios, se atendía a esto por medio de
cesiones del tributo Real en favor de los particulares: no permitiendo a éstos que
impusieran directamente las prestaciones y tuvieran bajo su mando a los indios, como
hasta entonces había sucedido bajo el régimen particularista de las encomiendas.
El 4 de junio de 1543, en Valladolid se dictó una declaración a fin de completar
las Leyes Nuevas[8]. Por ella se amplió a los hijos de los conquistadores el derecho de
ser preferidos en los corregimientos y oficios, porque en la forma anterior, si moría el
padre, los herederos no recibían premio por los servicios de éste. Se mandó también
que el encomendero residiera en la provincia donde tuviera los indios, bajo pena de
perderlos. El régimen de tasaciones, cuya significación conocernos desde la época de
la Segunda Audiencia de México, fue consagrado también en la declaración de
Valladolid; las Audiencias de Indias debían encargarse de efectuar las tasaciones de
los tributos para que los naturales no pagaran más de lo debido a la Corona ni a los
encomenderos; la tasa debía ser siempre menor que la de la época de su gentilidad:
«para que conozcan la voluntad que tenemos de los relevar y hacer merced».
Declarado oficialmente lo que debían pagar, las Audiencias abrirían un libro de los
pueblos, pobladores y tributos, para que los indios supieran por escrito lo que tenían
que entregar a los oficiales reales o a los encomenderos, y éstos nunca debían
excederse. De la tasación quedaba una copia firmada en poder del cacique, otra en
manos del cobrador, el libro original se conservaba en la Audiencia y un traslado iba
al Consejo de Indias. Para averiguar si los encomenderos se excedían de sus tasas, se
permitía la indagación sin forma de proceso, «a verdad sabida». El encomendero
podía comprar a sus indios mantenimientos fuera del tributo, pero pagándoles el justo
precio.
Nótese que en todo lo que no se refería a la decisión última de la Corona de
terminar con las encomiendas, poniendo los indios en realengo, seguían las ideas
jurídicas esbozadas en la época de la Segunda Audiencia de Nueva España,
entendiéndose que las encomiendas, hasta que se suprimieran del todo, y en los casos
de nuevos descubrimientos, serían simples cesiones de tributos, sujeta su cobranza al
sistema de tasas y al control directo de la administración del rey. Cuando las
incorporaciones se realizaran del todo, sólo habría pensiones sobre las Cajas Reales,
forma de aprovechamiento más precaria que la encomendación, y que llevaba a
término la idea de las Leyes Nuevas de quitar a los españoles todo poder sobre los
indios.
Pero este sistema regalista, que sujetaba los premios a la voluntad del rey y que
suprimía todo derecho hereditario sobre las rentas, no podía agradar a los
encomenderos. Según ANTONIO DE LEÓN, que sigue al PALENTINO, los capítulos
que más disgustaron a los colonos fueron: el XXIV, que prohibía cargar a los indios; el
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XXV, que impedía llevarlos a pesquerías; el XXVI, que despojó a virreyes,
gobernadores, casas de religión, etc.; el XXIX, contra los que habían participado en las
diferencias del Perú; el XXX, que suprimía toda nueva encomendación, y el XXXVIII,
que ordenó la tasación de los tributos y que de estas rentas del rey se acudiera al
encomendero, sin darle mando sobre los indios: «no quedaba español en todas las
Indias a quien no se quitasen indios en virtud de alguna de estas seis leyes». Que los
capítulos XXX y XXXVIII, «que generalmente prohibían las encomiendas, que era la
espectativa de los beneméritos, y el servicio personal que era el sustento y
comunicación de toda la tierra», contenían el motivo principal del disgusto de los
colonos[9].
Para ejecutar las leyes fueron designadas las siguientes personas: Blasco Núñez
vela para el Perú; Tello de Sandoval para Nueva España; para Tierra Firme,
incluyendo también a Santa Marta, Nuevo Reyno, Cartagena, Popayán y Río de San
Juan, el licenciado Miguel Díaz de Armendáriz; y para las islas de Barlovento y
provincias de Venezuela, la Margarita, Cubagua y Paria, la Audiencia de la Española
y el visitador licenciado Cerrato[10].
Como es sabido, la llegada de Núñez Vela al Perú coincidió con la sublevación de
Gonzalo Pizarro, hermano del Marqués, con el resultado de la derrota y muerte de
Núñez Vela en Añaquito. Para restablecer la autoridad del rey, se designó al
licenciado La Gasca, quien derrotó a Pizarro en Xaquixaguana y lo mandó degollar,
pero la revuelta había bastado para demostrar la imposibilidad de aplicar en el Perú
las Leyes Nuevas. La Gasca usó tanto de las armas como de ofrecimientos de indios
para ganar a los que seguían a Pizarro, y por eso una de sus primeras medidas fue
hacer el repartimiento general, dando 150 encomiendas, por valor de un millón
cuarenta mil pesos ensayados de renta, publicándose el reparto en el Cuzco el año de
1548[11]; poco después, efectuó La Gasca un segundo reparto por dos vidas, sin
hablarse más de incorporación a la Corona de los indios que vacaran. El virrey don
Antonio de Mendoza tuvo facultad de encomendar cuando ejerció el gobierno del
Perú, después de La Gasca[12], y lo mismo don Andrés Hurtado de Mendoza, marqués
de Cañete[13], don Diego López de Zúñiga y Velasco, conde de Nieva[14], el
licenciado Lope García de Castro, presidente de la Audiencia[15], y el virrey don
Francisco de Toledo[16].
En Nueva España, aunque no con la intensidad que en el Perú, hubo igual protesta
por parte de los colonos[17]. Tello de Sandoval pregonó las Leyes Nuevas, suspendió
las más rigurosas, y fue aplicando las demás. El obispo Zumárraga y el virrey don
Antonio de Mendoza contribuyeron a calmar el descontento de los colonos; para
pedir la revocación marcharon a España dos procuradores del Ayuntamiento de
México, Alonso de Villanueva y Gonzalo López, acompañados del provincial
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franciscano fray Francisco de Soto, del provincial dominico fray Domingo de la
Cruz, y del agustino fray Juan de San Román. Partieron el 17 de junio de 1544,
llevando entre otras recomendaciones cartas del virrey y un informe de veinticinco
capítulos de Tello de Sandoval, explicando los motivos que había para suspender las
Leyes Nuevas, y dando su opinión en el sentido de que no eran practicables.
Esta vez, no sólo los colonos defendían las encomiendas; los religiosos, el obispo,
las autoridades, todos estaban conformes en la dificultad de llevar a cabo la ley.
Sandoval escribía el 26 de mayo: «La tierra está alterada y triste, y no parece dinero a
cuya causa las contrataciones se han parado. Cada uno guarda lo que tiene y no se
vende cosa, ni hay quien dé por ellas un real…, dicen que se irán en estos navíos más
de seiscientas personas y muchos dellos casados, con sus mujeres e hijos»[18].
Entre las opiniones de los conquistadores en esta ocasión pueden consultarse: un
parecer de Hernán Cortés, que repetía sus antiguas ideas, que ya conocemos[19], y una
carta de Jerónimo López de 25 de febrero de 1545, en un párrafo de la cual decía:
«Ha crecido la insolencia de los indios después que los capítulos de las Leyes Nuevas
se han publicado y predicado y aclarado en los púlpitos en lugar de doctrina, y ellos
los tienen sacados en su lengua; les dicen ser tan libres que, aunque se alcen, V. M.
manda no sean esclavos. Todos los pueblos vienen a quejarse de sus encomenderos y
meter pleitos a los que antes miraban como a padres, y ahora como a enemigos.
Óyese de juntas entre los indios principales que osadamente dicen no tener para una
merienda con todos los españoles que aquí hay, especialmente estando derramados
por la tierra»[20].
Los sucesos anteriores dieron lugar a una nueva actividad teórica sobre el antiguo
tema de las encomiendas. Tello de Sandoval abrió información en Nueva España de
resultado favorable a la institución y contrario a las Leyes Nuevas. Preguntó: «1. Si
era cosa conveniente al servicio de Dios y de S. M., y aumento de esta tierra y
perpetuidad de ella, que haya pueblos de indios encomendados. 2. Si la Ley Nueva de
S. M., que en este caso habla, si fue necesaria o se pudiera excusar por el presente. 3.
Si por no haber indios encomendados habría muchos holgazanes, y qué
inconvenientes se podrían seguir de esto»[21].
Los dominicos de Nueva España[22] respondieron el 4 de mayo de 1544[23],
pronunciándose por completo en favor de las encomiendas; se apoyaban en la idea
jerárquica de la sociedad; hallaban también ventajas para el fin de la conversión de
los indios, y para tenerlos en paz y seguridad, y que al aumentar las riquezas de los
encomenderos crecerían las rentas reales más que poniendo a los indios en
corregimientos. Pedían la perpetuidad, por los servicios que habían prestado los
pobladores, y que aunque en general eran buenas las Leyes Nuevas debían revocarse,
al menos en Nueva España, donde los encomenderos no trataban mal a los indios y
había un buen virrey.
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Insistamos en algunos párrafos del parecer. El primero enlazaba las siguientes
afirmaciones: el rey tiene justo título a estas tierras; los indios no tienen constancia
para sustentar la fe recibida por sí mismos sin españoles; por eso la perpetuidad de los
indios en la fe depende de la perpetuidad de los españoles en la tierra; la perpetuidad
de los españoles en esta tierra depende de haber hombres ricos; y a hombres ricos sin
encomiendas, pues para minas, cultivo de seda, lanas, ganados, sementeras y
heredades, se necesitan los servicios de los indios; sólo los que tienen indios tratan y
granjean estas cosas. En otro párrafo decían: «en la república bien ordenada es
necesario que haya hombres ricos, para que puedan resistir a los enemigos y los
pobres de la tierra puedan vivir debajo de su amparo, como lo hay en todos los reinos
donde hay política y buen orden y estabilidad, así como lo hay en España y otros
reinos. Y si esta tierra se ha de perpetuar, error es grande pensar que han de ser todos
los pobladores iguales, como España no se conservaría ni otro algún reino, si en él no
hubiese señores y príncipes y ricos hombres; y en esta tierra no puede haber hombres
ricos ni poderosos, no teniendo pueblos encomendados, como dicho es, porque todas
las haciendas y granjerías se administran por los indios de los pueblos que están
encomendados a los españoles, y fuera de éstos no hay manera para otra granjería
alguna». Que los encomenderos servían para la seguridad de la tierra, porque cuando
había sublevación de indios eran los que sacaban más de cinco y seis hombres de a
caballo a su costa, y que ellos amparaban a los españoles de clase popular, los cuales,
de no tener este arrimo, tendrían que hacerse criados de los indios, lo «que sería gran
afrenta de la religión cristiana y nación española»; que los españoles nobles de Nueva
España al retirarles las mercedes, emigrarían, y el rey no podría poblar la tierra de
gente de tanto arraigo. Que los encomenderos contribuían a tener la tierra gobernada
en justicia, paz y cristiandad y que debían ser señores de los pueblos. Concluían
llamando la atención sobre el deber de los príncipes de agradecer y premiar los
servicios de los vasallos, más los de estos vasallos de Indias, que ganaron las tierras a
costa propia y con tan grandes trabajos, peligros y muertes.
En este documento se vuelve a encontrar en los religiosos de Nueva España la
visión medieval de la sociedad política, que advertimos en otro parecer anterior de
fray Domingo de Betanzos, uno de los frailes que firman el presente. Hallándose las
tierras nuevas ganadas por conquista, y los indios sujetos a los españoles, se pretendía
una organización similar a las que pudieron regir en el siglo XIII. El sistema de
señorío era el que más convenía a los intereses de los conquistadores, y puede decirse
que los dominicos únicamente elevaban al terreno teórico las manifestaciones
históricas de los años posteriores a la implantación del dominio español en el
Continente. Pero si los religiosos y los soldados españoles no habían evolucionado
hasta el mundo moderno de los estados monárquicos, centrales y fuertes, sí lo había
hecho según hemos visto, la Corte de los Austrias, la cual, impulsada además por los
defensores de los indios, no permitía la reproducción del mundo europeo medieval en
las tierras nuevas.
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Los franciscanos de Nueva España, en un parecer de razonamiento sencillo,
fechado el 15 de mayo de 1544[24], contestaron al interrogatorio de Sandoval,
haciendo resaltar la importancia del español seglar para la instrucción cristiana del
indio y para su sujeción a la Corona; que los encomenderos evitaban pagar una
milicia para este efecto, y añadían que el goce perpetuo de las encomiendas daría
estabilidad a la población de la Nueva España. Es decir, los argumentos: religioso,
militar y de colonización, con los cuales nos hemos familiarizado en el curso del
estudio. Decían sobre el argumento de la fe, que los españoles seglares fueron
enviados a las Indias por Dios, para que por su medio su nombre fuese ampliado:
«vinieron primero, para que por su industria y animosidad abriesen camino a la
predicación evangélica… y a nosotros trajo después dellos a sembrar su palabra:
juxta illud, boves aravant et asini pascebant iusta eos». «También habemos, señor,
conocido, visto y experimentado, que demás de ser ellos [los españoles] cristianos y
murallas de la fe, son menester en la tierra para la amparar y defender en lo que
conviene al patrimonio Real de Castilla, con tanto questa tierra la tengan y miren con
perpetuidad de raíces por propia y natural y no por venta o por monte para cortar
leña, porque desta manera ella recibe notable daño, pues todos están con gran
descontento por no ver estabilidad y firmeza en eso poco que tienen…; una de las
cosas que más alteración han dado en la tierra, ha sido el remover la cédula de
sucesión a los hijos e mujer, pues por ella les ha parecido cortarles la esperanza de
perpetuas mercedes. Para cuyo remedio tan necesario nos parece y entendemos
suplicar, que su Real Alteza se determine en dar de comer a los que necesariamente
ha de tener y sustentar en la tierra, no por el modo momentáneo y a tiempo que hasta
aquí se ha tenido con corregimientos pobres y mudables, en daño de los naturales y
sin provecho ni arraigamiento de los españoles, mas con perpetua estabilidad y
firmeza; pues los españoles, como está dicho y es notorio, son necesarios, y han de
estar así para el patrimonio de Jesucristo, como para el de la Corona Real de Castilla,
pues no teniendo de comer, para se poder amigar, se han de ir o han de robar». Que
los indios eran necesarios para los trabajos y oficios, porque «si el servicio hobiere de
ser de español a español, no hay quien lo haga, ni basta la hacienda para pagar la
soldada». Terminaban opinando que los asuntos de Indias se debían resolver en ellas
y no en España, donde faltaba la verdad y conocimiento de los hechos y decían: «Oh,
cuán bienaventurado será el Príncipe, y cuán dichosos los medios, e cuán
bienaventurado trabajo, por el cual y los cuales estas dos naciones [española e india]
fueren amasadas, para que vivan y se perpetúen… Pues son ellos, a nuestro juicio,
hueso y carne necesitados de un espíritu, que dé vida a este compuesto, el cual tuvo
Dios por bien de juntar»[25].
Estas repetidas razones religiosas y militares, no sólo sirvieron para defender la
existencia de la institución en momentos críticos de su desarrollo, sino que se
convirtieron después en cargas o finalidades legales de la encomienda de Indias; pero
como se advierte en el parecer anterior de los franciscanos, el problema tenía también
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un aspecto económico que le daba singular resistencia: los tributos de los indios eran
la base del sustento de los colonos.
Contra las Leyes Nuevas y en pro de la perpetuidad opinó el 1 de junio de 1544, el
obispo de Nueva Galicia, Gómez Maraver[26]; en favor de las encomiendas y contra
los corregimientos, el 30 de mayo de 1544, don Juan de Zárate, obispo de Oaxaca[27].
Fray Domingo de Betanzos, en la misma época envió un parecer individual al
obispo de Cuenca, Ramírez de Fuenleal, que residía entonces en Valladolid. Repetía
las ideas que ya conocemos en pro de los repartos y de la perpetuidad y contra el
sistema de pueblos en la Corona Real administrados por corregidores; decía que el
bien universal de Nueva España consistía en el buen tratamiento de los naturales,
asiento de los españoles y aumento de las rentas reales y que el camino era el que
señalaba, según había concluido por su experiencia de treinta años ea las Indias[28].
El memorial de los procuradores de México, Alonso de Villanueva y Gonzalo
López (junio de 1545) fue en el sentido de que se suspendieran las Nuevas Leyes y
que se concedieran las encomiendas perpetuas. Sostuvieron el punto de vista típico de
los colonos: los servicios prestados, los premios que merecían, la función que
desempeñaban en la vida colonial, en favor de la Corona, etc. Atacaban el sistema de
corregimientos, alegando que en el año de 1530, cuando el rey ordenó a la Segunda
Audiencia de México poner los indios en corregimientos, los precios de los alimentos
y demás mercaderías subieron mucho y que el país se hubiera despoblado si el rey no
hubiera dado la ley de sucesión[29].
Entre otros documentos de este período se encuentra también la opinión de
Hernán López, del Consejo de Indias, en pro de la perpetuidad de las encomiendas,
pero sin dar jurisdicción; que el indio maltratado por los señores tuviera derecho de
refugiarse en las villas del rey; pedía además ciertas garantías: que el encomendero
cumpliera con las cargas de la concesión, que el tributo se tasara de tiempo en
tiempo, que no hubiera servicios personales de indios salvo trabajos ligeros con
salario, que del tributo encomendado el rey gozara un vigésimo, que los oidores
visitaran las encomiendas y si notaban que los encomenderos faltaban a sus deberes
las incorporaran a la Corona[30]. Adviértase el firme poder del Estado sobre las
supuestas encomiendas perpetuas.
Fray Domingo de Betanzos, el 11 de septiembre de 1545, desde su convento de
Tepetlaoztoc, escribía a los padres provinciales y procuradores que estaban en la
Corte, que el Consejo de Indias no acertaba en las cosas de la tierra, que Dios tenía el
designio secreto de acabar con los indios y que se debía dejar correr todo sin hacer
mudanzas, porque éstas contribuían a la destrucción de los naturales; que él había
señalado los remedios humanos, pero que los del Consejo tenían cegados los
entendimientos[31]. Su predicción se basaba en la gran epidemia de viruelas que había
entre los indios en esa época.
La respuesta práctica y teórica que habían obtenido las Leyes Nuevas, bastó para
que Carlos V comprendiera su impracticabilidad, a causa del arraigo que las
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encomiendas tenían ya en América. Eran un cauce sólido para la relación de los
españoles con los indios y no podían suprimirse sin desorganizar la economía de las
colonias.
LAS CASAS comentaba con razón que el remedio se intentó tardíamente y que a
esto se debió que la encomienda «creciera y echara tantas y tan arraigadas raíces… en
tanto grado, que ya el rey con todo su poder no ha podido en algunos tiempos
extirparla»[32].
Sin embargo, después de la experiencia no faltaron algunas opiniones en favor de
las Leyes Nuevas, cuya derogación parecía inminente.
Consultado Ramírez de Fuenleal, obispo de Cuenca, contestó[33] que las
ordenanzas eran justas y que el escándalo que habían ocasionado se debía a causas y
personas particulares, y no nacía de la injusticia ni agravio de la ley respecto a los
españoles de las Indias; porque por la Ley Nueva no se les quitaban los indios que
poseían, ni quedaban despojados del todo sus herederos, puesto que el rey prometía
hacerles mercedes, después de ser informado de los méritos del español que había
tenido la encomienda. Fuenleal aconsejaba que el rey prometiera desde luego preferir
a los conquistadores y primeros pobladores, declarando su real voluntad en el sentido
de que muriendo algún conquistador encomendero, heredará el hijo mayor las dos
terceras partes de los tributos que los indios pagaran. Estas dos terceras partes debían
asignarse por vía de mayorazgo, para que los hijos y descendientes fueran llamados
por el orden que se fijara. Que esta merced debía ampliarse también en favor de los
pobladores beneméritos. Que de este modo quedaban a cargo de la Corona la doctrina
y conservación de los indios, y los colonos sólo gozarían los frutos e intereses, sin
tener manera de consumirlos, y no llevarían más que los tributos tasados.
Es decir, Fuenleal percibía bien la complejidad del problema; se necesitaba de
una parte proteger a los indios de los desmanes de los particulares españoles,
imponiendo el poder del Estado. Pero también había el problema económico del
sustento de los conquistadores y pobladores, para resolver el cual permitía Fuenleal el
goce y sucesión de los tributos, a modo de una renta asignada por la Corona y no
como poder directo del particular español sobre los indios encomendados.
BARTOLOMÉ DE LAS CASAS, en su carta al príncipe Felipe, de 25 de octubre de
1545, se quejaba de que los ministros del rey no cumplían las leyes, oprimían a los
indios y a los españoles, y que tenían sin libertad a la Iglesia: «parece que el diablo se
les reviste en las entrañas de ambición y codicia en saltando en estas tierra». «Para
que todo lo que S. M. manda se cumpla fielmente, y estas gentes no acaben de
perecer, la defensa y protección corporal de ellos, y la ejecución de las leyes y
ordenanzas y provisiones hechas y por hacer, se ha de encomendar y cometer a los
prelados; no a todos, sino a los que han dado o dieren muestras de no querer ser ricos,
sino hacer lo que deben a Dios y a su rey. Y no es mucho que se les encomienden los
cuerpos, pues que tienen sobre sí a cuestas encomendadas las ánimas.
Considere V. A. que los reyes de Castilla tienen estas tierras concedidas por la Santa
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Sede Apostólica, para fundar en ellas nueva iglesia y la religión cristiana y salvar
estas ánimas». LAS CASAS quería como remedio, que se quitaran los indios a los
españoles, especialmente a gobernadores y oficiales del rey, y que se pusieran en la
Corona Real, y que los eclesiásticos doctrinaran a esta población india libre. Añadía:
«españoles mayores y menores tienen tantas ánimas, siendo libres, por esclavos, y
llevándoles tributos insoportables, cargándolos como a bestias y finalmente
destruyéndolos y matándolos a todos… no obedeciendo ni cumpliendo las justicias ni
los particulares ley ninguna de Dios y de su rey, ni lo que la razón natural les
enseñan; y como a tales hemos mandado en nuestros obispados que ninguno los
absuelva, por no nos ir al infierno con ellos»[34].
«si alguno pretendiere derecho a algunos indios que otro posea, que parezca en la audiencia en cuyo distrito
estuvieren los tales indios, y ponga allí la demanda, y el presidente e oidores que son o fueren de la tal audiencia,
sin embargo de lo contenido en la dicha ley, vista la demanda, haga dos traslados della a la otra parte contra quien
se diere, e mande a las partes que dentro de tres meses dé cada una dellas la información de testigos que tuviere,
hasta doscientos y no más, y presenten sus títulos; y así dada, cumplidos los dichos tres meses, el dicho presidente
e oidores, cenado y sellado la envíen ante Nos al nuestro Consejo de las Indias, sin otra conclusión ni publicación
alguna, para que en él visto se provea lo que convenga y sea justicia»[36].
«sabed que los provinciales de las órdenes de Santo Domingo y agustinos, y Gregorio López, procurador desa
Nueva España, vinieron a Nos y Nos hicieron relación que aunque habían tenido por gran merced la que se les
hace en la revocación de la ley que habla sobre la sucesión de los indios, que no era aquello verdaderamente el
remedio general dessa tierra, sino el repartimiento perpetuo para que quedasen todos contentos e quietos, para lo
cual Nos dieron muchas razones que fueron justas; por tanto os mandamos que luego entendáis en hacer la
memoria de los pueblos e indios desa Nueva España y de las calidades dellos, y asimesmo la memoria de los
conquistadores que están vivos, y de las mujeres y hijos de los muertos, y la de los pobladores casados e otros, y
de las calidades dellos; y hecho esto, haréis el repartimiento de los indios como os pareciere que conviene, ni más
ni menos que lo haríades estando yo presente, señalando a cada uno lo que les conviene y está bien, teniendo
consideración a las calidades de las personas y servicios que Nos han hecho, dejándonos las cabeceras y puertos y
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otros pueblos principales, y la jurisdicción civil y criminal, y dejando asimismo otros pueblos para que podamos
hacer merced a los que de aquí adelante fueren, porque si ésta faltase no habría quien fuese, y seria gran
inconveniente; y fecho el tal repartimiento, enviarnos heis cerrado y sellado vuestro parecer, de la manera que lo
podamos entender, y con qué tributos y pensión, con toda la brevedad para que no se pierda tiempo, porque
nuestra merced y voluntad es que sean galardonados de sus servicios y que todos queden remunerados, contentos
y satisfechos». «E si por parte del Serenísimo príncipe, nuestro muy caro e muy amado hijo, otra cosa se os
mandare, cumplirla heis»[38].
Del estudio anterior parece desprenderse que el fin principal de las Leyes Nuevas,
en relación con las encomiendas, había sido nulificado bien pronto. ¿Pero tales
ordenanzas no produjeron ningún efecto? ¿Cómo quedaban las demás instituciones
referentes a los indios —esclavitud, servicios personales, cargas, etc.—, y aun las
propias encomiendas, en aquellos aspectos legales no comprendidos dentro de las
derogaciones examinadas?
En el capítulo siguiente estudiaré la suerte del repartimiento decretado en
Ratisbona, los matices de la encomendación en los años siguientes al de 1546, y
algunos datos relativos a otras instituciones, de interés para la situación jurídica de
los indios.
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CAPÍTULO IV
LA INTEGRACIÓN JURÍDICA
«Su Majestad y Vuestra Alteza me enviaron a mandar que hiciese el repartimiento de esta tierra, y así he
entendido en él, conforme a lo que se me mandó y yo he alcanzado, encaminándolo todo lo que ha sido a mí
posible, a que de lo que se efectuare resulte servicio de Dios y acrecentamiento de las rentas reales y buen
tratamiento de los naturales desas partes, y asiento y perpetuidad de los españoles. Y porque el negocio es de
calidad que por escrito se podrá mal dar a entender sin larga escritura y mucha prolijidad hame parecido que al
servicio de S. M. y de Vuestra Alteza conviene que yo vaya con él, para hacer relación y satisfacer a las dudas que
se ofrecieran»[2].
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establecido para la sucesión de las encomiendas, porque en ésta no había partición del
caudal, sino que heredaba el hijo mayor o los siguientes por orden de edad en su
defecto.
Del propio año de 1549 (22 de febrero), es una importante cédula sobre supresión
de los servicios personales como parte de las encomiendas. Su interés amerita la
transcripción.
«Presidente e oidores de la audiencia e cancillería real de la Nueva España: yo soy informado que de darse
lugar en esa tierra a que se den servicios personales de indios para echar a las minas e para otras cosas, por vía de
tasación e permutación en lugar de los tributos que les están tasados, se siguen grandes inconvenientes,
especialmente que como van muchos de los tales indios a servir fuera de su tierra y naturaleza cincuenta leguas, y
otros más y menos, donde están las minas, e ir cargados con sus comidas, mantas y camas, adolecen algunos
dellos y mueren algunos, de más que la doctrina cristiana que a los tales se había de dar se impide, y se cometen
otras ofensas contra el servicio de Dios Nuestro Señor, e se menoscaba la gente desa Nueva España, e se siguen
muchos daños e inconvenientes a la vida y salud de los dichos indios, y para su instrucción; y que demás de lo
susodicho hay muchos pueblos de indios, ansí los que están en nuestra cabeza, como los que están encomendados
a los pobladores, que están tasados en más de lo que buenamente pueden pagar; e queriendo proveer en todo ello,
como cosa importante al servicio de Dios y bien desa tierra y naturales della, visto y platicado por los del nuestro
Consejo de las Indias, fué acordado que debía mandar dar esta mi cédula para vos, y yo túvelo por bien, por que
yos mando que luego que ésta veáis, con todo cuidado e diligencia os informáis y sepáis en qué pueblos desa
Nueva España se dan servicios personales de indios para echara las minas, e para sus casas o otros servicios e
obras, proveáis cómo de aquí adelante no se den por vía de tasación o permutación, aunque sea de voluntad de
los caciques e indios de los tales pueblos, e que digan que hacen los dichos servicios personales en lugar de los
tributos que les están tasados, y que ellos lo quieren y piden así; e porque cesando las dichas conmutaciones de
servicios personales han de pagar los tributos de los frutos naturales e industriales, según la calidad e uso de cada
pueblo, conforme a lo que por Nos está cerca dello mandado, e somos informados que las tasas desa Nueva
España en algunos pueblos son muy excesivas, y que los vecinos dellos no las pueden buenamente cumplir al
pagar, por haberse disminuido los indios dellos, e no tener la posibilidad, que solían e por otras causas, veréis las
tasaciones que están hechas de los tributos que han de dar los pueblos de indios que en esta Nueva España hay, así
los que están en la Corona Real, como encomendados a personas paniculares, y quitaréis de las tasaciones todos
los servicios personales que hubiere en ellas ora sea por vía de tasación o conmutación, por cuanto, como dicho
es, nuestra merced y voluntad es que en la tasación de los dichos indios no se tase ningún servicio personal, ni se
conmute después de tasados, y tomaréis de nuevo a reveer las dichas tasaciones donde quitáredes las tales
tasaciones o conmutaciones de tributos personales, y haréis nueva tasa de lo que han de pagar, guardando en ello
el tenor e forma que está dada por una de las leyes por Nos fechas cerca de la tasación de los tributos que los
indios han de pagar». «Lo cual, así cumplid sin embargo de cualquier reclamación que dello hagan, así los
nuestros oficiales, como las personas que tuvieren los tales indios encomendados, e de otras cualesquier personas,
así indios como españoles, porque nuestra voluntad es que sean bien tratados y relevados, y que el servicio que
hubieren de hacer sea en aquellas cosas que ellos en sus tierras tienen y que buenamente, sin que sea
impedimento para su multiplicación, e conversión e instrucción en las cosas de nuestra santa fe católica, puedan
dar».
«en las cosas que fueren necesarios [los indios] en que viéredes que las dichas acémilas e bestias y carretas no
bastan, deis orden para que de los pueblos comarcanos adonde lo tal aconteciere se reparta por su tanda personas
que se alquilen para entender en lo susodicho, proveyendo que la carga que hubiere de llevar o el trabajo
personal en que se hubieren de ocupar sea muy moderado, e por tiempo breve, e acortadas distancias; e
proveyendo que las tales personas sean las que menos faltas hagan en sus casas e haciendas… e proveyendo
asimismo que lo que hubieren de haber por su trabajo entre particularmente en poder de cada uno de los que
trabajaren, e no de sus caciques, e porque soy informado que una de las causas porque los dichos indios no se
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vienen voluntariamente a alquilar es por no darles comúnmente por se alquilar más de ocho maravedís y medio
cada día, del cual han de comer, y esta parece tan poca paga que difiere de trabajar de balde, vos mando que de
aquí adelante en aquellos casos y cosas que sea necesario el dicho alquiler, como dicho es, tengáis muy particular
cuidado dé tasar los dichos indios que así se ocuparen en ellos un competente jornal de que puedan cómodamente
mantenerse y ahorrar para otras sus necesidades».
«teniendo entendido que una de las cosas en que más seré servido será en que siempre llevéis intento a que
estos servicios personales se vayan del todo quitando, porque entendemos que cumple mucho al servicio de Dios
nuestro señor e nuestro, y a la conservación e aumento de los naturales desa tierra. Fecha en la villa de
Valladolid… Maximiliano. La Reina»[5].
Nótese que esta ley, posterior a las de 1542, confirmaba el principio contenido en
ellas de la supresión de los trabajos personales como parte de las encomiendas.
Además continuaban vigentes las tasaciones.
El virrey Mendoza escribía a Carlos V, el 10 de junio de 1549, acerca del
repartimiento general de Nueva España, y la cédula anterior:
«Con fecha de Augusta, once de febrero me manda V. M. me dé priesa en hacer el repartimiento general. Las
condiciones y particularidades que V. M. me manda mirar son muchas y piden tiempo y he tenido poca salud.
Tengo al cabo y casi hecho el repartimiento… sólo falta por ver Oaxaca… Nos ha venido cédula de los
Gobernadores mandando que no se den servicios personales de indios para minas, casas ni otros, que los servicios
personales se quiten de las tasaciones y se conmuten en otra cosa. Será mucho estorbo y dilación. Deberá tornarse
a hacer lo hecho, y es dar una vuelta a toda la tierra y muy gran baja a las minas de plata, que andan muy
prósperas»[6].
Importa notar que Mendoza continuaba en 1549 los trabajos para el repartimiento
de Nueva España, los cuales decía tener casi terminados[7]; en cuanto a la supresión
de los servicios, era clara su opinión en contra de la medida última llegada de España.
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Adviértase esta nueva y categórica confirmación del espíritu de las leyes nuevas
en el ramo de cargas.
El virrey Mendoza, refiriéndose a esta cuestión y en general a la de los servicios
personales, escribió una amplia carta, en la cual se nota su disconformidad con las
últimas órdenes de la Corte y cierto resentimiento por el tono de reprensión que se
advertía en ellas. Decía que la prohibición de cargar a los indios se decretó en 1528, y
que se mandó revocar el 13 de septiembre de 1533. Que gobernaba ya Mendoza
cuando se le envió una provisión de 22 de abril de 1535 y otra de 16 de febrero del
mismo año, conforme a las cuales redactó los aranceles y ordenanzas que «fasta
agora se guardan». Que al traer el licenciado Sandoval las Leyes Nuevas, se vio que
una hablaba de los tamemes, «e platicado sobrello, pareció que estaba bien proveído,
e ni se añadió ni mudó cosa nueva en ello». Refería el virrey a continuación que él
prohibió del todo los servicios en tierras calientes como Soconusco, Tehuantepec,
Oaxaca, Guatulco, Colima, Zacatula y Pánuco; que en algunas provincias se
permitían aún, pero mediando voluntad del indio, no excediendo la carga de dos
arrobas, siendo la jornada menor de cinco o seis leguas, pagándoles el jornal y no
yendo de tierras frías a calientes o viceversa. En cuanto a la última cédula de 1549
relativa a los tamemes, decía el virrey que la Corte no había sido bien informada;
preguntaba si el propósito de suprimir de modo total las cargas iba a comprender
también a los religiosos y a los indios pudientes, porque no sólo los colonos
utilizaban a los tamemes; advertía que la supresión dejaría a la ciudad de México sin
materiales de construcción, que los españoles que carecieran de bestias no podrían
vender sus mercancías, que no habría modo de efectuar el transporte de artillería y
demás impedimenta militar en casos de rebelión, las personas no podrían viajar
porque no existían ventas y todas tenían que cargar sus bastimentos, camas,
equipajes, etc. Añadía Mendoza: «las provisiones que S. M. e los señores del Consejo
dan, santas e justas son, mas no se negará que con las Leyes Nuevas S. M. destruyó el
Perú, e con ellas si reformaron muchas cosas en esta Nueva España, con otras
provisiones que han venido de servicios e tamemes destruye a Guatemala; con estas
misma perfeccionará la Nueva España, si bien sabemos usar dellas, e aplicarlas como
es menester en su lugar e tiempo».
El virrey se manifestaba ofendido por los informes de los religiosos, a causa de
los cuales se creía en la Corte que en Nueva España no había justicia; hablaba con
acrimonia de: «leyes con que guardándolas al pie de la letra destruya sus rentas e sus
vasallos [el Rey] e les haga dejar la tierra [a los españoles], teniendo necesidad dellos
en ella».
La posición de Mendoza ante el problema nacía de consideraciones prácticas;
sabía que las modificaciones y reformas amenazaban la sustentación económica de
los colonos españoles, quienes por medio de las instituciones que se trataban de
reformar utilizaban los servicios diversos de los indios. Mendoza recordaba que la
institución de los tamemes era antigua en México y no creación de los españoles;
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opinaba que los servicios personales debían subsistir en algunos sitios como parte de
las tasaciones; que esto era preferible al nuevo sistema de que los indios se alquilaran
para servir con mediación de las justicias, pues antes, la tasación imponía un límite
general y justo, en tanto que ahora los servicios del indio quedaban a juicio del
corregidor, quien sancionaba el contrato y entregaba el jornalero al español; que
además, la medida de la supresión de los servicios en las encomiendas era más grave
en un momento en que se insistía en poner en libertad a los esclavos indios que
trabajaban en minas y granjerías de Nueva España. Los negros no bastaban para
remediar el problema del trabajo. Con perfecta claridad señalaba Mendoza la
repercusión económica de las medidas: «la guarda de todos los ganados que se quita,
las sementeras que se dejan de hacer, la seda que se dejará de criar, e todas las demás
granjerías que están comenzadas, que todas se han de perder; e si el remedio ha de ser
que los indios se alquilen, por fuerza yo doy cumplida la profecía de fray Domingo
de Betanzos [en el sentido de que los indios de Nueva España perecerían en breve por
juicio de Dios), e ninguna cosa se ha proveído más en su perjuicio que ésta»[9].
Es decir, el virrey sabía que la colonización española descansaba
económicamente sobre el trabajo de los indios. Si la Corona insistía en limitar el
contacto y en destruir las vías que los españoles utilizaban para valerse de los
naturales, la colonización no podía subsistir; se comprende la situación difícil del
gobernante indiano que en la tierra donde se aplicaban las medidas, veía
palpablemente desarrollarse los efectos.
Además, en el parecer de Mendoza hay otra observación de interés jurídico: la
relativa a la interdependencia existente entre las diversas instituciones que atendían al
problema económico de la colonización española. La esclavitud, que era una de estas
instituciones, estaba a punto de concluir por la intervención abolicionista del Estado.
Las cargas de los indios eran estrechamente controladas y reducidas a casos de
extrema necesidad. Los servicios personales eran suprimidos de las encomiendas, con
lo cual esta institución perdía su principal función económica. Pero por efecto de
estas limitaciones comenzaba a delinearse la institución del alquiler forzoso de los
indios, más tarde llamada del servicio personal o mitario, que venía a sustituir las
fuentes del aprovechamiento del trabajo del indio, que se recortaban o suprimían[10].
Mendoza no era partidario del nuevo conducto de la relación y prefería que la
institución de la encomienda, conteniendo servicios, sirviera para resolver el
problema de la mano de obra de las colonias.
El problema jurídico de la encomienda encubría, por lo tanto, un problema
económico primario de sustento de la vida de los españoles por medio de los trabajos
de los indios. Cuando las ideas morales iban contra la antigua institución de la
encomienda, quitándole su principal función, la misma Corona no podía menos de
autorizar otro cauce, o sea, la substancia económica del problema persistía, aunque
variara el conducto legal para el aprovechamiento.
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En este estado dejó Mendoza el gobierno de la Nueva España. En los avisos que
dejó a su sucesor[11], don Luis de Velasco, se refleja la experiencia que había
adquirido después de las duras pruebas de su virreinato, motivadas por las Leyes
Nuevas y por las cédulas que hemos examinado.
Le decía que S. M. había ordenado que se tasara la cantidad de los tributos que los
indios pagaban a los clérigos e iglesias y otros gastos. Que esta tasa no se había
podido fijar, porque no había estabilidad en los pueblos y todo había sido hacer y
deshacer edificios. Que los clérigos de Nueva España eran amigos de lucro y que si
no fuera por el bautismo que daban a los indios, se estaría mejor sin ellos[12].
Continuaba Mendoza advirtiendo a su sucesor, que tanto el rey como él habían
dado ordenanzas para el buen tratamiento de los indios. Que existían también ciertos
preceptos para la recaudación de los tributos a cargo de los alcaldes mayores y otras
justicias. Que también había ordenanzas sobre los indios libres y esclavos de las
minas: «y aunque con haber S. M. mandado quitar todos los servicios personales,
parece que son escusadas, pues que los indios como personas libres pueden hacer de
sí lo que les pareciere, V. S. debe mandar que se guarden todas las que fueren
posibles». «Los iridios se han de tratar como los hijos, que han de ser amados y
castigados en especial en cosas de desacato, porque en este caso no conviene ninguna
disimulación».
Que había tierras de distintos temples en Nueva España. Algunas frías, con
hombres más recios para el trabajo y propias para establecer tributos de tipo personal.
Pero que los tributos en cosas [tributos reales], podían servirlos mejor los indios de
tierra caliente, porque criaban con facilidad cacao, algodón, semillas, etc.: «la
ordenanza que S. M. hizo en que manda que los indios paguen los tributos en lo que
cogen en sus tierras [la de febrero de 1549], en parte es muy perjudicial, porque es
causa que los tributos de ropa se vayan quitando, diciendo [los indios de tierra fría)
que no cogen algodón para hacerla, siendo más gente y más recia para tejerla, de
donde se hacía la mayor cantidad, y agora carga el trabajo de sembrar el algodón, y
hacer la ropa sobre la gente más flaca, que es la de tierra caliente». Adviértase de
nuevo el sentido práctico y observador de Mendoza, y cómo anteponía los efectos
concretos al interés general de la legislación.
En otra parte del documento decía: «cuanto más se aprieta lo de los servicios
personales y el dar libertad a los indios, tanto más ha de crecer la falta [de
bastimentos]». «S. M. tiene proveído sobre lo que toca a los servicios personales y al
cargar de los indios. Lo que en esto está hecho verá V. S. por lo que yo tengo escrito».
Aconsejaba a Velasco que no resolviera de golpe, porque traería grandes daños.
Continuaba Mendoza diciendo, que al ocurrir en Nueva España las vacantes de
corregimientos había reservado los oficios algún tiempo sin proveer, para que de
estas rentas se ayudara a los pobladores pobres con acostamientos y pensiones.
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También trataba el punto de la regulación necesaria de los derechos de los caciques
sobre los indios comunes o macehuales.
«En lo que toca a la libertad de los indios esclavos, se ha hecho y hace lo que
S. M. tiene proveído e mandado al pie de la letra».
Por último, como dijimos en el cap. II, avisaba Mendoza a Velasco que en todos
los asuntos de Nueva España había muchas y diversas opiniones. Que el gobernante
había de ejecutar lo mínimo y no trastornar precipitadamente la tierra[13].
No se encuentra en el documento ningún párrafo especial acerca del problema de
la encomendación. Estaba pendiente el repartimiento general que Mendoza tenía casi
concluido, y entretanto seguía en vigor la ley de sucesión por dos vidas.
«en todo haréis justicia y lo proveeréis de manera que los indios queden desagraviados y los tributos muy
moderados, guardando y ejecutando en todo lo que las Leyes Nuevas que mandamos hacer para el buen gobierno
de las Indias disponen; y veréis una provisión real que mandamos dar cerca de los servicios personales de los
indios; hacerla heis guardar, cumplir y ejecutar, como en ella se contiene; e avisarnos heis de lo que cerca dello
hiciéredes; la cual se os manda dar».
Uno de los oidores de México debía andar siempre visitando la tierra. El virrey
debía mandar ver las minas, por los agravios que se hacían a los indios, así libres
como esclavos. Acerca de las tasas se mandó:
«porque en algunos pueblos de indios hay tasaciones confusas que no tienen número y cantidad cierta de lo
que los indios han de pagar, y así muchas veces los indios pagan más de lo que deben, daréis orden cómo luego se
aclaren y se haga tasación cierta y determinada, porque los indios sepan lo que han de pagar, con que sea
moderada como ya está dicho, e no sea causa de que paguen más de lo que deben».
El virrey debía reprimir los abusos que cometían los caciques con los indios
comunes. Que como los indios eran de naturaleza holgazana, cuidara de que los que
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tuvieran oficios los desempeñaran, y los labradores sembraran maíz y trigo; que los
mercaderes indios entendieran en sus tratos, y los indios que no fueran ni oficiales, ni
labradores, ni mercaderes:
«se alquilen pava trabajar en labores del campo y obras de ciudad; por manera que no estén ociosos». «Lo
susodicho se haga y efetúe por mano de la nuestra justicia y que los españoles no les puedan compeler a ella
aunque sea a los indios de sus encomiendas; y daréis orden cómo les paguen el jornal de su trabajo a los mismos
indios que trabajaren y no a sus principales ni a otras personas algunas, y que el trabajo sea moderado y que
sepan los que excedieren en esto que han de ser gravemente castigados».
«Tendréis mucha diligencia e cuidado de ver las dichas Nuevas Leyes que mandamos hacer para el buen
gobierno de las dichas Indias, y las Ordenanzas que mandamos dar para la dicha Audiencia Real de México, y
tendréis muy especial cuidado, en la guardia e observancia dellas, mandándolas guardar, cumplir y ejecutar según
e como en ellas se contiene, excepto lo que de las dichas Leyes Nuevas por Nos están revocadas, que se os darán
por memoria».
Velasco no debía permitir que las encomiendas se proveyeran por vía de traspaso
ni dejación o venta, lo cual equivalía a declarar que no podían ser objeto de
disposición[14]. Debía mirar por el cumplimiento de la cédula de 1539, que dispuso
que los encomenderos se casaran dentro de cierto plazo. Por último, que consultara si
convenía congregar a los indios en pueblos o reducciones[15].
Nótese que, con excepción de los puntos de las Nuevas Leyes expresamente
revocados, que se referían a la sucesión de las encomiendas y pleitos sobre ellas, y al
repartimiento general ofrecido, dichas leyes continuaban vigentes y el gobierno de
Velasco se iniciaba con una estrecha confirmación de su espíritu.
En la misma ciudad de Valladolid y en la propia fecha de 16 de abril de 1550, se
dictaron otras provisiones importantes para Nueva España.
Los corregidores, a causa de que malversaban los fondos que obtenían de los
indios por concepto de tributos de la Corona, quedaban desde ahora como simples
vigilantes de la recaudación, y ésta la efectuarían los oficiales de la hacienda del
rey[16].
También se mandó lo siguiente, que contribuye a aclarar el problema sucesorio de
las encomiendas de Nueva España, del cual hemos hablado ya en ocasión anterior.
«a nuestro servicio conviene que como en poder del nuestro Contador de la ciudad de México están por
memoria todos los pueblos y las tasaciones de los tributos dellos que pertenecen a Nos y a nuestra Corona Real,
de la misma manera esté la memoria de todos los pueblos que hubiere en la Nueva España que tienen personas
particulares, para que cuando muriere el que los tuviere sin dejar hijos legítimos o personas que los deban de
heredar, e por ello pertenezcan a Nos, haya cuenta e razón, para que se pongan en nuestra Real cabeza»[17].
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Es decir, cuando terminaba el goce concedido a los particulares, las encomiendas
revertían de modo forzoso a la Corona, y no quedaban en calidad de repartimientos
vacos para ser provistos en nuevos encomenderos.
Puede dudarse si esta incorporación se disponía por primera vez en la cédula de
1550 que hemos transcrito, o si ésta era continuación de una decisión anterior de la
Corona. Según la versión de ANTONIO DE HERRERA[18], cuando fueron revocadas las
Leyes Nuevas, se envió una cédula secreta al virrey Mendoza, ordenándole que no
proveyera ninguna encomienda por nuevo despacho, sino que gozadas las vidas
conforme a la ley de la sucesión, efectuara la incorporación en la Corona. ANTONIO DE
LEÓN estima que Mendoza nunca proveyó nuevas encomiendas[19], y que el no tener
facultad los virreyes de Nueva España para concederlas a nuevos beneficiarios, partía
de la época de la Segunda Audiencia (1530), no de la revocación de las Leyes
Nuevas. No se ha encontrado aún, que yo sepa, el texto secreto a que alude HERRERA,
y con respecto a la versión de LEÓN, hemos visto en capítulo anterior datos que
parecen comprobar que el virrey Mendoza ejercía normalmente la provisión de
nuevas encomiendas antes de 1542.
Por consiguiente, parece probable que la especialidad del derecho sucesorio de las
encomiendas de Nueva España date de la revocación de las Leyes Nuevas, y no de
fecha anterior. Ahora bien, ¿por qué en Perú se siguieron proveyendo las
encomiendas que vacaban, y en cambio en Nueva España, como ordena la cédula de
1550 transcrita, se efectuaba la incorporación en la Corona, sin tener el virrey
facultad para concederlas de nuevo a particulares?
Recuérdese que el licenciado La Gasca, cuando consiguió restablecer la autoridad
Real en Perú, efectuó en el año de 1548 el repartimiento general de las encomiendas.
En cambio en Nueva España, el repartimiento decretado en Ratisbona no se había
ejecutado. El virrey Mendoza tomó las medidas para llevarlo a cabo, pero en el año
1550 aún no lo había efectuado, quizá porque la cédula que prohibió incluir servicios
personales en la tasación anulaba en gran parte el memorial redactado por el virrey,
según hemos visto en su carta del año 1549.
En estas condiciones parece explicable que la Corona ordenara que las
encomiendas que vacaran no se dieran a particulares, sino que permanecieran en
calidad de incorporadas hasta que el repartimiento total se llevara a cabo. Un caso
semejante ocurrió en Perú cuando se trató de conceder la perpetuidad de las
encomiendas: el rey suspendió secretamente al Marqués de Cañete la facultad de
proveer las que vacaran (SOLÓRZANO, Política, II, 50).
En 1550 se mandó que, a causa de los daños que los calpisques o mayordomos de
los encomenderos causaban a los indios, necesitaran aprobación de la autoridad para
ser designados y entrar en funciones[20].
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La legislación del año 1551 dedicó atención especial al punto de las tasaciones.
Por cédula de Valladolid de 28 de febrero de dicho año, se repitió la cédula de febrero
de 1549 que excluía los servicios personales de las tasaciones; se mandaba que los
indios no dieran oro en polvo si no lo había normalmente en sus pueblos, y que
tampoco fueran compelidos a obras públicas[21].
El 8 de junio de 1551 se dictó una provisión general para todas las Audiencias de
Indias, confirmando el capítulo de las Leyes Nuevas, que dispuso la manera de
efectuar la tasación de los tributos de los indios[22]. La provisión de 1551 decía, que
esto se había ejecutado en Nueva España[23], pero no en Perú y otras regiones, en las
cuales debía procederse a cumplir la ley. Que el tributo de los indios fuera moderado,
de modo que siempre les quedara con qué poder casar y dotar y alimentar a sus hijas
e hijos y con qué poder tener reparo para curarse de las enfermedades, y que
enriquecieran y no empobrecieran, «porque no es razón, pues vinieron a nuestra
obediencia, que sean de peor condición que los otros nuestros súbditos de nuestros
reinos; y todas las tasaciones que contra esta nuestra declaración estuvieren hechas,
las enmendad y tornad a hacer de nuevo».
El mismo día 8 de junio de 1551 se avisó a la Audiencia del Perú el envío de la
provisión anterior, la cual debía cumplir, y avisar lo que hubiera hecho[24]. Se repitió
en julio de 1551 que los tributos no consistieran en oro en polvo, ni en servicios
personales, sino en aquellas cosas que la tierra de los indios buenamente
produjera[25].
El 4 de septiembre de 1551 se dispuso en Valladolid:
«si después de notificados los españoles que tienen encomiendas y repartimientos de indios, de las tasaciones
nuevamente hechas y que se hicieren… tuviéredes relación o queja que no las cumplen ni guardan [la cédula se
dirigía a todas las Audiencias de Indias] y que exceden de lo en ellas contenido, proveáis ejecutores de esa
Audiencia con días y salarios, a costa de los que excedieron y no cumplieron las dichas tasaciones, para que se las
hagan guardar y cumplir y ejecutar en ellos y en sus bienes las otras penas en que por ello hubiesen incurrido»[26].
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el de la edad, de modo que heredara el primogénito la encomienda, el segundo hijo si
el primero faltaba, etc., y después las hembras por el mismo orden[31]; un oidor debía
visitar la tierra en cinco leguas alrededor de la ciudad de México[32]. También se
dispuso que el heredero de la encomienda alimentara a su madre y hermanos mientras
no tuvieran otro modo de socorrerse[33]; se confirmó el capítulo de las Nuevas Leyes,
que ordenó que los conquistadores fueran preferidos en los corregimientos y
oficios[34]; sobre el modo de fijar el tributo se dispuso que la tasa no se estableciera
por concierto entre el encomendero y el cacique, como se había usado, sino que se
hiciera conforme al orden dispuesto en la Ley Nueva, porque los caciques indios no
siempre protegían a sus macehuales[35].
En las cédulas de 1552 se hallan también algunas importantes sobre la condición
general de las encomiendas de Nueva España. Hemos citado la disposición de 1550,
cuando Velasco comenzaba a gobernar, en el sentido de que incorporara a la Corona
las encomiendas en el momento en que terminaran las vidas de los herederos; por
virtud de esta orden, entretanto que el repartimiento general ofrecido en Ratisbona se
cumplía, las encomiendas que iban vacando en Nueva España se incorporaban al
grupo de los pueblos directamente dependientes del rey, siendo quizá la Nueva
España la provincia indiana que tenía mayor número de tributarios de realengo. Esta
tendencia —provisional o no— iba causando el efecto de la desaparición gradual de
las encomiendas, y aunque no de golpe, como en 1542, se conseguía el resultado
derogatorio.
En 1552 Velasco recibió nuevas órdenes, que insistían en que incorporara las
encomiendas vacantes; el 5 de abril de dicho año se le ordenó:
«de tal manera, que después de la vida del primer tenedor de los indios, no ha de haber más de una sucesión en
hijo, o hija, o mujer y no más. De suerte, que si alguna vez algún hijo, o hija sucediere en los indios, y se le hiciere
encomienda dellos, si aquel, o aquellos murieren o los dejaren, o por algún caso les perdieren, han de tornar los
dichos indios a nuestra Corona Real luego, y no se han de tornar a encomendar a otro hijo, ni hija del dicho
primer tenedor de los dichos indios, ni a su mujer»[36].
Este precepto tendía a prohibir el uso de la tercera vida, que ya apuntaba en las
encomiendas de Nueva España, pero al mismo tiempo insistía en la incorporación al
producirse la vacante.
En otra disposición de 11 de agosto de 1552, que alude a una carta del virrey
Velasco que después examinaremos, mandaba el príncipe Felipe:
«el memorial que nos enviastes de las personas que decís que tienen indios encomendados que están en
segunda y tercera vida se recibió: y en lo que decís que si a éstos se les quitase lo que tienen, no les quedaría con
qué vivir, ni mantenerse ellos ni sus hijos, y vendrían en muy gran necesidad y trabajo si se les quitase lo que
tienen, y que teméis pusiese la tierra en confusión, y suplicáis lo mandemos mirar y proveer brevemente lo que
fuéremos servido que se haga ea ello y en lo del repartimiento, porque vais viendo que es muy necesario y que de
la dilación podrían suceder grandes inconvenientes. Yo lo consultaré con S. M. [Carlos V], y de lo que fuere
servido que en ello se haga, se os dará aviso, entretanto vos ejecutaréis las provisiones que están dadas sobre lo
tocante a la dicha sucesión, y los indios que vacaren después de la segunda vida, ponerlos heis en cabeza de S. M.
como hasta aquí se ha hecho».
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Tanto sobre la concesión de la tercera vida de las encomiendas, como sobre el
repartimiento general de Nueva España, examinaremos después otros datos.
En 1553 tampoco faltan preceptos sobre encomiendas. Se confirmó el capitulo de
las Leyes Nuevas que ordenó ayudas de costa en favor de los conquistadores y sus
descendientes que no tuvieran corregimientos ni encomiendas[37]. En materia de
tributos se dictó una cédula muy importante, para que al hacer la tasación se tuvieran
en cuenta todas las exacciones que sobre los indios recaían, de suerte que el monto
del tributo no los agobiara[38].
Se prohibió que como parte de los tributos se dieran objetos de caza[39].
«Don Antonio de Mendoza, virrey del Perú, me escribió cómo enviaba a don Francisco de Mendoza su hijo a
besar los pies de V. M. y que llevaba el repartimiento de esta Nueva España, para que V. M. lo viese y proveyese
lo que fuere servido. Escripto he lo que siento como fiel criado cerca deste repartimiento y es que V. M. no le debe
diferir porque en los más españoles que tienen indios encomendados se vienen a acabar en una edad las dos vidas
porque tienen la merced, y siendo tantos y quedando desheredados y sin haciendas y en tierra nueva y dos mil
leguas de España, temo que la necesidad les dará ocasión a no guardar la lealtad que deben. Digo Sacra Majestad
que me parece de lo que he colegido de la gente española que tiene asiento en esta Nueva España, que si se les
quitan de golpe los indios, que han de aventurar las vidas por no perder las haciendas y que así por gratificarles lo
que han servido como por darse perpetuidad a la tierra y sosegaría, V. M. debe mandar que el repartimiento haya
efecto, con poner en su Real Cabeza lo más y mejor de la tierra como está y con las condiciones y modos quesean
necesarios para que nuestra santa fe se aumente y los naturales estén relevados y V. M. sea servido y aprovechada
su Real Hacienda, y el que excediere se pueda castigar sin que el castigo [toque] a todos como ha sido hasta aquí.
V. M. lo mande mirar y proveer».
Adviértase que Velasco, por razón del estado de las encomiendas de Nueva
España, predecía el pronto fin de la institución, y que, aunque con cierto retraso, las
Leyes Nuevas iban a causar su efecto en materia de encomiendas. Temía este suceso y
aconsejaba al rey que pusiera en práctica el repartimiento general.
En otros párrafos de la propia carta se adviene que el malestar por las medidas
reformadoras continuaba. Velasco escribía que los españoles se alegraban cuando los
indios se rebelaban, porque así las Nuevas Leyes no se cumplían. Decía sobre éstas:
«en lo que toca al cumplimiento y ejecución de las Nuevas Leyes y provisiones que V. M. ha mandado dar para
el buen gobierno de la tierra, se ha tenido todo cuidado y lo que particularmente a mí como a virrey se cometió
está efectuado, excepto algunas cosas que los oidores como Audiencia han revocado, de que sucede no se poder
efectuar todo lo proveído y pueden suceder mayores inconvenientes y venir a desobediencia notable y mala de
remediar si V. M. es servido que con presteza se acabe de ejecutar todo lo proveído en favor de los indios».
El sucesor de Mendoza, ante el mismo problema de gobierno que éste tuvo años
antes, llegaba a una opinión semejante. Aunque las leyes y la intención de la Corte
eran justas, en la práctica las medidas no podían ejecutarse de golpe, porque
desorganizaban de modo total la vida de los colonos sustentada por los indios.
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Velasco escribía en otra carta al Emperador el 4 de mayo de 1553:
«en los españoles hay gran descontento y mucha pobreza, y en los indios más soltura y regalo que sufre su
poca constancia. Con sospecha estoy que de parte de la una nación o de la otra han de suceder inconvenientes
malos de remediar, porque está la tierra tan llena de negros y mestizos, que exceden en gran cantidad a los
españoles, y todos desean comprar su libertad con las vidas de sus amos, y esta mala nación juntarse ha con los
que se rebelaren, ahora sean españoles o indios… Lo principal que V. M. debe mandar proveer es el repartimiento
que tiene ofrecido a los conquistadores y pobladores, con que la merced que V. M. les hiciere sea no dando
jurisdicción a ninguna manera de personas, y con que los tributos sean muy moderados, y con que den los
encomenderos la sexta o séptima parte dellos para la sustentación de las iglesias y monasterios, e religiosos y
sacerdotes a cuyo cargo ha de estar la administración de los sacramentos y doctrina de los naturales, encargándola
principalmente a los prelados y quitando este cargo a los encomenderos; con esto parece que V. M. descarga su
Real conciencia, y cumple con los que han servido, y perpetúa los españoles en la tierra y la asegura. Los que
informan a V. M. que se puede sostener sin españoles que sean defensores y que tengan con qué servir y qué
perder si desirviesen, y que con sólo los religiosos se sostendrá [ideas de Las Casas], a mi ver se engañan y no
tienen bien conocidos los naturales, porque no están tan fundados en nuestra santa fe, ni tan olvidados de la mala
que tenían en tiempo de su infidelidad, que se deba fiar de su virtud tan gran negocio». «V. M. mande que todos
los que tuvieren encomiendas vivan e residan en el Obispado donde tuvieren los indios, y tengan sus casas
pobladas en las principales ciudades y villas donde están asentadas las iglesias principales y residen los prelados,
porque se pueda tener cuenta y razón con todos».
«Las minas e todas las haciendas que en esta Nueva España tienen valor, van en gran disminución, a causa de
quitarse los servicios personales y tamemes, porque sin esto, no se pueden labrar ni proveer de bastimentos; lo
que se puede proveer con caballos y otras bestias de carga, es poco y no se ha de hacer caudal de lo que pueden
suplir españoles y negros y mestizos, porque ni saben labrar ni fundir; y sin indios, no hagan creer a V. M. que las
minas se puedan beneficiar, sino que en alzando ellos la mano de la labor, son acabadas, si los españoles por las
suyas no las labran; y dudo que lo hagan aunque se vean morir de hambre; y aunque lo quisiesen hacer, son pocos,
para la mucha gente que se ocupa: unos en sacar, metales debajo de la tierra, otros en labar y apartar, otros en
moler y fundir, otros en hacer carbón, que todos son oficios diferentes. V. M. mande ver lo que se sufrirá proveer
para que del todo las minas no se desamparen, porque acabados de libertar los esclavos, que será en breve, habrá
gran quiebra en la hacienda real y de particulares, porque no hay mina tan rica que sufra a labrarse con gente a
jornal, que no tenga dos tantos de costa con respecto del provecho».
«S. A., con acuerdo del Consejo de Indias, me envía a mandar que ejecute todo lo que está proveído e
mandado por las Nuevas Leyes y otras provisiones y así se va efectuando: hay gran sentimiento entre los
españoles, por tocar a todos en general. Entre otras cosas, ha declarado el Consejo ser servicio personal el traer los
indios a esta ciudad [México] los tributos de la Real Hacienda y los de particulares; y como la mayor parte deste
tributo sean bastimentos, y se ha quitado el traerlos, en esta ciudad hay gran necesidad, y no hallo medio cómo se
supla; porque si los indios no lo proveen, no basta industria ni diligencia mía ni de españoles a bastecer la ciudad
de sólo pan y agua y leña y yerba para los caballos, que es la fuerza que en esta tierra hay. Contado el número de
gente que de ordinario reside en la ciudad, hallo que entre españoles e indios, mestizos y negros y forasteros que
vienen a negocios, hay doscientas mil bocas de ordinario: considere V. M. de qué se mantendrán, no habiendo
entre estos mil labradores, y estando la ciudad cercada de una laguna, si no se trae de fuera: carretas ni bestias de
carga no bastan a suplido, y es harto que provea de leña y carbón, porque se ha quitado el traerlo a los indios, que
lo tenían por gran molestia. El demás bastimento de trigo e maíz, si con indios no se provee, esta ciudad y las
demás que hay en la tierra, de españoles, no se pueden bastecer… Con irse quitando los servicios personajes hay
tan grande necesidad como la suelen tener gente cercada»[41].
El propio virrey Velasco, en otra carta de 7 de febrero de 1554, decía que había
empezado a cumplir la orden Real de incorporar en la Corona todas las encomiendas
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que vacaran en segunda vida:
«por la ciudad y por personas particulares se ha suplicado de la provisión [la de Monzón de 11 de agosto de
1552], en cuanto se mandan poner los indios en cabeza de S. M., pasadas las dos vidas, y la suplicación se dió en
Audiencia…». [Las rentas reales y las de particulares han bajado en cantidad, y cada día vendrán a menos, a causa
de libertarse los indios que eran tenidos por esclavos y haberse quitado los servicios personales, y moderado los
tributos, y prohibido que los indios no se carguen, y que no saquen los tributos de los pueblos, sino que los den
puestos en las cabeceras, que no tendrán la mitad del valor que tenían traídos a México y beneficiados por los
oficiales][42].
Los datos legales expuestos y las cartas del virrey demuestran que derogado el
punto de encomiendas en las Leyes Nuevas siguió el ofrecimiento del repartimiento
general, se tomaron las medidas para él, pero en 1554 aún no se había ejecutado.
Además, la derogación de las Leyes Nuevas no había significado en Nueva España el
abandono de toda defensa del indio, puesto que ya en 1549 había recibido Mendoza
la orden de quitar los servicios personales como parte de las tasaciones. En las cartas
de Velasco se advierte claramente la realidad económica del problema indiano: la
república de los indios servía de apoyo a la de los españoles y los intentos del Estado
de regular los cauces de la relación —que eran las diversas instituciones de
encomiendas, esclavitud legal y servicios personales forzosos— repercutían
inmediatamente en la riqueza de los colonos y, en general, en toda la actividad
agrícola, minera y hasta de abastecimiento de las ciudades españolas. Aunque
Velasco posiblemente extremaba los efectos para influir en el ánimo del soberano, su
informe descubre bien la necesidad del trabajo de los naturales para la vida
económica colonial y la interdependencia existente entre las diversas instituciones
indianas; la encomienda no era ajena a la existencia de esclavos indios, porque
faltando éstos, los indios encomendados se hacían más necesarios para los trabajos de
minas; además, controlando las encomiendas y limitándolas al pago de los tributos,
hacía falta otra institución como la mita o los servicios personales forzosos, para
llenar las necesidades que la encomienda limitada no satisfacía.
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CAPÍTULO V
LA INTEGRACIÓN JURÍDICA
(CONTINUACIÓN)
Intento de basar los tributos de los indios en los de la época gentil.—En 1553, a
fin de obtener una información cabal sobre las tasaciones, ordenó la Corona una serie
de preguntas del tenor siguiente[1]:
I. «Vos el Presidente [de la Audiencia] con uno de los oidores, vos informaréis de indios viejos y antiguos, con
juramento que de ellos primero recibáis, Qué tributos eran los que en tiempo de su infidelidad pagaban los
pueblos y vecinos y naturales de esas tierras a Moctezuma, su señor, e a los señores que fueron antes de él o a otro
señor que tuviese el universal señorío, los que no tenían por señor a Moctezuma, que tantos eran y cuales, y de la
calidad y valor de ellos, y qué valdrían reducidos a pesos de oro, en cada un año». II. «También os informaréis qué
tributos y cuántos y qué valor tenían los que daban a los otros principales sus caciques, que eran sujetos al señor
universal; y qué valdrían en cada un año, demás de lo que daban a Moctezuma o al dicho señor universal». III. [La
información se haga por testigos, pinturas, tablas… y oyendo a los religiosos]. IV. «Otrosí os informaréis qué
géneros de personas eran los que pagaban los tales tributos, si eran sólo los labradores, que llaman ellos
macehuales, o si también pagaban en él los mercaderes o otra manera de gente, e si entre ellos había algún género
de hombres que fuesen libres de los tales tributos». V. «También os informaréis de los tiempos del año en que
pagaban estos tributos e de la orden que se tenía en el repartimiento y cobranza y paga de ellos». VI. «Si la paga
de estos tributos era por razón de las haciendas que poseían y labraban y cultivaban, o por razón alguna, o por
respeto de sus personas y si por cabezas». VII. «Cuyas eran las tierras y heredades y términos que los indios
poseían, y si los indios que pagaban el tributo eran solariegos, y como tales respondían con los tributos al señor de
las tierras; o si era la paga por razón del señorío universal, o particular de los señores». VIII. «También sabréis que
los tributos que ahora se reparten y pagan a sus caciques principales, cuáles y cuántos son; y si les acuden con los
mismos tributos que les acudían en tiempo de su infidelidad, y por aquella manera y orden, o si hay en ello alguna
novedad». IX. «Otrosí: averiguaréis cuáles señores destos caciques teman el señorío por sucesión de sangre, y
cuáles por elección de los súbditos; y qué es el poder o jurisdicción que estos caciques ejercitaban… y qué
provecho viene a los súbditos de este su señorío en su gobernación y policía». X. «Item: cuando los españoles
cristianos entraron y conquistaron esa tierra, si pusieron en los indios tributos nuevos, demás de los antiguos que
durante su infidelidad pagaban, y de qué manera se sirvieron de ellos, y si fué teniendo consideración a no les
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llevar otro tributo ni servicio, sino el mismo que pagaban a Moctezuma o a otro señor supremo universal, o si fué
imposición nueva que sobre los indios se echó, por razón de dar de comer a los españoles a quien encomendaban
los pueblos, y qué orden se tuvo en esto». XI. «También os informaréis de la orden que se tuvo después por los
que hicieron la tasa de tributos que habían de dar a los españoles encomenderos, cómo se hizo esto, y si se tuvo
consideración a que fuesen conforme a lo que pagaban a Moctezuma o a otro señor principal y entrando en cuenta
de ello, o si fué cosa de nuevo y más de lo que ansí pagaban a sus señores». XII. «Item: cómo se hizo esta
tasación, si se llamaron los pueblos para la hacer, e qué consideraciones tuvieron para la tasa, e si los pueblos
dieron su consentimiento a la tal tasa, e cómo juntaban los pueblos, y qué orden tenían en pedir consentimiento; e
si fué forzoso el consentimiento o de libre voluntad». XIII. «Si se tuvo consideración en esta tasa a que los indios
quedasen relevados, como pudiesen quedarles con que casasen sus hijos y los criasen y alimentasen a sí y a ellos,
y con que pudiesen tener con qué socorrerse en sus enfermedades e necesidades y poderse hacer ricos con su
trabajo y diligencia, o si fué la tasa sin respecto de esto, sino a que tenían posibilidad los indios de lo pagar». XIV.
«Os informaréis qué gente de gente de indios es el que paga estos tributos de los españoles: si son los labradores
solamente, o si lo pagan también los mercaderes y oficiales y otros géneros de gentes; y si los que los pagan son
hombres ricos y qué haciendas tienen los que los pagan, y qué posibilidad tienen para pagarlos». XV. «Hechas las
dichas averiguaciones, por si por ventura pareciese convenir al descargo de la real conciencia del Emperador…
dar otra orden cerca de estos tributos, os mando que todos vosotros enviéis vuestro parecer cerca de lo que en esto
os pareciere…». XVI. [Si el tributo ha de ser cierto y fijo y no incierto como ahora que se mide con la posibilidad
de los indios, y porque parece injusto que tributen todo cuanto pueden, que parece ser más de esclavos que de
hombres libres y contra la intención de S. M., que desea que los tributos de los indios sean más moderados que en
tiempo de la infidelidad]. XVII. [Si es cierto que algunos españoles por interés, no dejan descansar a los indios].
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regarse las tierras con sangre de los indios. Concluía afirmando que los indios habían
empeorado de condición en relación con la época de su gentilidad.
En el mismo sentido opinó fray Nicolás de Witte, agustino, residente en
Meztitlán[3]. Decía que en la Huasteca, donde él había estado doce años, no había en
la época de la gentilidad un solo señor universal, sino cada lugar se regia por si
«como las señorías de Italia». Que la codicia de los señores gentiles de los indios fue
finita y la de los encomenderos españoles infinita y que había destruido la tierra.
Refería los servicios usuales entre los indios en la época gentil: sólo los indios
labradores y mercaderes pagaban tributos, y había otros que equivalían a señores,
caballeros e hidalgos, exentos; que no tributaban por la tierra, sino todos por igual.
Que los caciques eran ahora mayordomos del encomendero, y al poner los españoles
sus tributos no respetaron la práctica antigua, ni pidieron consentimiento a los
pueblos, y no pensaron en relevar los indios, sino «sacar y tirar el cuero todo lo que
pudiesen»; que ahora todos los indios de los diversos estados sociales tributaban.
Creía conveniente fijar un tanto por cabeza, que el indio conociera y no diera nada
más. Que de lo pagado tomaran sus partes el rey español o el encomendero, el
cacique indio y la Iglesia.
Otro religioso, fray Domingo de la Anunciación, respondió desde
Chimalhuacán[4] que los indios de la provincia de Chalco servían a Moctezuma con la
labranza de dos hazadas de tierra de 400 medidas de largo y 80 de ancho, labor que
vigilaba un mayordomo; que pagaban ahora a los españoles 8.000 hanegas de maíz y
ciertos servicios para las obras de la ciudad de México; que a sus caciques servían
con casas, sementeras y trabajos domésticos; que todos los indios tributaban en la
actualidad: macehuales, oficiales y mercaderes; que los macehuales pagaban sus
tributos por las tierras que tenían y en proporción con éstas, y los que carecían de
tierras tributaban sobre lo que trataban y compraban y vendían. Decía también que
nunca en tiempo de la infidelidad tuvieron tan excesivos tributos como ahora que
eran cristianos; que Cortés les impuso 2.400 hanegas de maíz, que Nuño de Guzmán
elevó a ocho mil. Fray Domingo se decidía por el sistema del tributo por cabezas,
para evitar mudanzas, pero siempre que no se cargara el tributo de los que fallecieran
sobre los demás vecinos del pueblo, de modo que siendo 500 vecinos por ejemplo, se
les impusieran quinientas hanegas de maíz, y muertos doscientos, los restantes no
pagaran el total; porque los cobradores abusaban de los indios, consideraba mejor que
en la casa de la comunidad, delante del gobernador y alcaides del pueblo se cogieran
y asentaran los tributos. Opinaba que los indios no debían pagar diezmos.
En relación con este intento de basar los tributos en los de la época gentil, cabe
recordar el testamento de Hernán Cortés, en el cual decía: «yo puse la diligencia que
me fue posible a averiguar las dichas rentas y tributos y pechos, y derechos e
contribuciones que los señores naturales de las dichas tierras antiguamente solían
llevar, y puse toda diligencia para hacer los padrones antiguos por donde los dichos
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tributos y rentas se solían cobrar y pagar, y conforme a aquéllos he llevado las dichas
rentas y tributos hasta el día de hoy [en los pueblos de su Marquesado]»[5].
Acerca del antiguo régimen de los indios de Nueva España, puede consultarse
también el informe de Gabriel de Rojas[6].
El propósito de basar el régimen tributario español en el de la gentilidad de los
indios no tuvo efecto en la práctica. Era difícil hallar los antecedentes, y además, las
necesidades económicas del régimen español eran completamente distintas. Pero no
deja de tener importancia la atención que el Estado prestó a esta fuente para
determinar los tributos, porque revela el deseo de no proceder arbitrariamente, y
comprueba en un punto tan delicado como el de la imposición tributaria la tendencia
a no destruir el régimen propio de los indios, sino admitirlo con cierta autonomía
dentro del nuevo dominio español[7].
Entre diversas medidas de la época de Velasco se hallan en 1555 las siguientes
sobre encomiendas: que los corregidores y encomenderos no lleven «comida» de los
indios[8]. Se mantuvo la prohibición de la conducción de los tributos, a pesar de la
opinión contraria del virrey[9]. En cuanto a los indios mercaderes que llevaban a
vender víveres a México (que cuando no iban de grado eran compelidos a hacerlo,
porque Velasco estimaba que de otro modo la ciudad no podía abastecerse), el rey
dispuso que se tuviera templanza y que se les pagaran bien sus mercaderías[10]. El
virrey había informado también que en muchos casos los indios que cometían delitos
eran castigados con pena de servicios personales, porque no podían ser castigados
con pena pecuniaria según la ley, y en Nueva España tampoco existían penas de
galeras y otras propias del Derecho. El rey le mandó que consultara el caso y
proveyera lo conveniente[11]. Nótese la curiosa desviación del Derecho Penal: el
castigo, como fuente para atender al siempre angustioso problema de la mano de obra
de las nuevas colonias españolas.
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aquél». Refería también los incidente del otro visitador Diego Ramírez, el cual, en la
provincia de Meztitlán, Se disgustó con ciertos encomenderos, llegando a ser preso
por orden de la Audiencia; el virrey lo mandó liberar. Escribía que Ramírez era buen
cristiano y servía con diligencia y se le debía hacer merced y que no se dejó sobornar,
y por eso lo maltrataron los encomenderos desobedientes, «que sólo pretenden
conservar y aumentar sus haciendas».
En cuanto al resultado de la visita escribía:
«por excesos y malos tratamientos y por haber llevado tributos demasiados don Diego de Guevara y Alonso de
Mérida, como él dice que lo tiene bien averiguado, ha puesto los indios y las tres partes de la provincia que tenían
en cabeza de S. M. y aunque ha moderado los tributos, valdrán cada año las partes que don Diego y Mérida tenían
más de 25.000 pesos de tepuzque. El enviará relación de la visita, por donde V. A. verá la ocasión que le movió a
quitarles los indios y ponerlos en cabeza de S. M. Los encomenderos han apelado y alegan nulidades; no sé si el
Audiencia les volverá los indios, como ha hecho con otros. De lo que sucediera avisaré a V. A.».
Nótese el esfuerzo práctico para implantar el control con los incidentes naturales
entre los particulares y los funcionarios.
Los resultados de ambas visitas, de Quiñones y Ramírez, se conservan aunque
inéditos[15]; Examinemos algunos datos. El auto de la visita del primero lo dictó el
virrey Velasco el 27 de noviembre de 1553, señalando por sus nombres los pueblos y
explicando que el objeto de la comisión era:
«que los naturales de los dichos pueblos sean desagraviados de los agravios y malos tratamientos que hubieren
recibido e solamente den los tributos que buenamente e sin vejación puedan dar y tributen conforme a lo que está
proveído y mandado en esto y S. M. tiene encomendado que provea cómo dos oidores del reino anden siempre
visitando las partes que me pareciere en esta Nueva España y que esta dicha visita se guarden y ejecuten las
Nuevas Leyes y lo contenido en la instrucción que se les diese».
«informaros heis en cada lugar y pueblo de indios qué orden se tiene en su doctrina y quién se la administra y
quién les dice misa. Si tienen tasación de tributos. Si se excede della. Si las tasaciones son excesivas. Si están
tasados en servidos personales. Si reciben otros daños. En todo haréis justicia y lo proveeréis de manera que los
indios queden descargados y los tributos muy moderados y se cumpla la orden del rey sobre servicios [en el
sentido de quitarlos]».
La visita comprendía tanto los pueblos encomendados como los que estaban en la
Corona.
En el libro de tasaciones de Nueva España de esa época se hallan varias de indios
de México, Guaxocingo, Cholula, Chalco, Tlaxcala, Tezcoco, etc.[16] Examinando la
forma a que se ajustaban, resulta que el tributo se fijaba por auto especial; el relativo
a México, por ejemplo, decía:
«En la ciudad de México, a 18 de enero de 1564. Visto por los señores Presidente, visitador e oidores de la
Audiencia real desta Nueva España y oficiales de Real Hacienda, a lo pedido por el fiscal de S. M. acerca de que
se cuenten y tasen los indios de esta ciudad de la parte de México, en el tributo que han de ser obligados a dar
conforme a lo proveído por S. M, y la cuenta que se hizo de los indios della, atenta la cantidad de gente que hayen
la parte de México y sus barrios e sujetos, dijeron que de hoy en adelante han de tributar a S. M. y a sus oficiales
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en su Real nombre, en cada un año, 12.866 pesos de oro común: cada cuatro meses, 4.288 pesos y 5 tomines y 4
granos; y asimismo en cada un año 6.433 hanegas de maíz al tiempo de la cosecha, y para pagar el dicho tributo se
reparta a cada tributario casado en todo el año un peso de oro común y media hanega de maíz, y al viudo o viuda,
o soltero y soltera, la mitad, y en defecto de no pagar cada tributario la dicha media hanega de maíz, dé tres reales
de plata. [El fruto del tributo se gastaría en parte en obras públicas de la ciudad, y también saldrían de allí los
salarios del gobernador, alcalde, regidores, mayordomos y otros oficiales de la república de dicha parte de México
y sustentación de religiosos y ministros que tuvieran cargo de la doctrina, ornato del culto, etc. Los indios no den
servicio]. Y esto guarden por tasación y se asiente en el libro de las tasas, y en los libros de la real hacienda y se
dé un traslado a los indios».
«Sepa V. M. que los indios desta Nueva España están bien tratados y tienen menos pecho y tributo que los
labradores de la vieja España. Cada uno en su manera. Digo casi todos los indios, porque algunos pocos pueblos
hay, que su tasación se hizo antes de la gran pestilencia [viruelas], que no están modificados sus tributos. Estas
tasaciones ha de mandar V. M. que se tornen a hacer de nuevo; y el día de hoy los indios saben y entienden muy
bien su tasación, y no darán un tomín demás en ninguna manera, ni el encomendero les osará pedir un cacao más
de lo que tienen en su tasación, ni tampoco el confesor los absolverá si no lo restituyese, y la justicia le castigaría,
cuando lo supiese. Y no hay aquel descuido ni tiranía que el de Las Casas tantas veces dice, porque, gloria sea a
Dios, acá ha habido en lo espiritual mucho cuidado y celo en los predicadores y vigilancia en los confesores y en
los que administran justicia, obediencia para ejecutar lo que V. M. manda cerca del buen tratamiento y defensión
de estos naturales, y en realidad de verdad, pasa así esto que digo».
Sin duda Motolinía extremaba la realidad, pero en relación con el período libre de
las exacciones y servicios de los indios, el régimen estrecho y vigilado que ahora se
imponía significaba una indudable mejoría. Los conquistadores, sobre sus
aspiraciones señoriales y sobre las instituciones que para satisfacerlas habían creado y
sostenido en el curso de tantos debates, comenzaban a sentir el poder del Estado, el
cual por medio de sus ministros trataba de imponer orden donde había imperado la
voluntad de los particulares.
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Tasación de los tributos pertenecientes a caciques.—El sistema de las tasas se
amplió poco después (Toledo, 27 de noviembre de 1560) a los tributos y servicios que
los caciques llevaban de sus indios comunes o macehuales. La orden existía desde la
cédula de Toro de 18 de enero de 1552, pero ahora se confirmaba mandando que se
averiguara: «el servicio, tributo y vasallaje que llevan los dichos caciques a los dichos
indios, y por qué causa y razón se lo llevan, y si este tributo, servicio y vasallaje es de
antigüedad y que lo heredaron de sus pasados, y lo llevan con justo o derecho título o
si es impuesto tiránicamente contra razón y justicia». Que si lo llevaban con mal
título se proveyera lo que conviniera y fuera justo, y si con buen título, pero era
excesivo, se tasara y moderara[20].
Extensamente hablaba de este punto don Martín Cortés, segundo marqués del
Valle, a Felipe II, en una carta escrita desde Nueva España[21]; decía que los caciques
eran necesarios para el gobierno de los indios, porque no obedecerían de igual modo
a un español, ni éste los sabría mandar, pero que los indios principales abusaban, y
que se debía averiguar cuáles eran caciques legítimos y cuáles sus tierras y
patrimonios antiguos; que debían ser destituidos todos los que habían usurpado los
cacicazgos, aprovechando el cambio de la conquista española. Que los caciques
habían tomado tierras que no les correspondían y ponían en ellas indios renteros,
llamados maeques, los cuales les pagaban el tributo que se concertaba. Que les
cobraban sin regla: «unos pagan dos pesos, otros uno y medio y maíz y gallinas, y
éstas sin tasa. Y allende desto, se aprovechan dellos los principales para labrar sus
heredades, reparar sus casas y otros muchos servicios personales, sin pagarles nada».
Que las Audiencias, al hacer las tasas imponían igual tributo a estos maeques que a
¡OS indios de tierras que no pertenecían a caciques (un peso por cabeza y media
hanega de maíz), con lo cual resultaban más agraviados aquéllos, «porque pagan un
tributo a V. M. y otro a los principales cuyas tierras cultivan, y esto es excesivo». Los
remedios que proponía el Marqués eran, que pues los indios maeques no eran
súbditos del cacique sino por concepto de la tierra que le alquilaban («ser sus
terrazgueros»), fueran enviados tales indios a tierras de la Corona, las cuales se les
entregarían con el único gravamen de pagar sus tributos acostumbrados. Y que, para
las tierras que el cacique retuviera sin indios—sin los cuales no podía labrarlas—, se
ordenara algún repartimiento: «V. M. debe mandar que en cada lugar se alquilen
tantos indios cada semana por el precio que a los que acá gobiernan les pareciere, y
que éstos se repartan entre los principales, para que les beneficien y labren sus tierras,
pagándole como está dicho». Es decir, un repartimiento parecido al mitario, pero
aprovechado no por españoles, sino por indios ricos poseedores de tierras.
La limitación de los impuestos y servicios que gozaban los caciques se consiguió,
mas no por el sistema de la tasación especial de ellos, ni por el que proponía Martín
Cortés. Lo que se hizo, como se verá después, fue separar una parte del tributo total
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tasado para la «caja de comunidad» y de ésta se pagaban los gastos de propios del
pueblo indio, la parte que se asignaba al cacique y lo del culto.
«la orden que en esta real audiencia se ha tenido y tiene en las tasaciones que se hacen, es, que cuando algún
pueblo se viene a quejar del tributo que paga, por ser excesivo, se manda traer la tasación, y vista, si es antigua,
porque todas las antiguas son excesivas y por esta causa tiene V. M. mandado por su real cédula que se moderen,
se les da la acordada y se nombra una persona de quien se tiene confianza que lo hará bien, para que vaya al tal
pueblo y cuente la gente y haya información de lo que hay y de lo que tributan, para saber si se cobra demasiado,
y que asimismo la haya de la calidad de la tierra y de los frutos que cogen y aprovechamiento que tienen, y del
valor de cada cosa, y recibe información de ambas partes, y si el pueblo es de V. M. se cita al fiscal y oficiales de
la real hacienda para esto y para la cuenta, y nombran y dan poder a una persona para ello; y si es de
encomendero, se cita asimismo, y demás desas informaciones hechas por las partes, se le manda haga otra de
oficio, y con su parecer se trae a esta Real Audiencia, y si el pueblo es de V. M. se ven presentes los oficiales, y
ellos y los Oidores lo votan, y lo que la mayor parte vota se da y guarda por tasación. Si la tasación es moderna no
se admite lo que piden hasta que pasen ocho o diez años, porque V. M. tiene proveído que se hagan por este
tiempo, salvo si no alegaren caso fortuito, porque si lo hubiere, V. M. manda que se tome a tasar, y para esto se
manda que ante todas cosas la persona que se nombra para la tal visita haya información del caso fortuito, y que
habiéndolo, haga la visita y cuenta, y si no lo hay que no la haga, y por evitar costas y molestias a los indios y
porque casi todos los que esto piden son de lejos de esta ciudad, se da para todos una provisión y no se manda
traer primero la del caso fortuito, por no hacerlos ir y venir, y traída la visita se hace como está dicho, y en todas
hay vista y revista, porque siempre suplican ambas partes, por manera que lo que han de tributar queda por
sentencia determinado en contradictorio juicio». «Sabida la gente que hay en cada pueblo, y su posibilidad, y
vista la calidad y fertilidad de la tierra, se modera lo que cada tributario ha de pagar: en unas partes en un peso
(que son ocho reales) y media hanega de maíz, y en otras a una, y en algunas, demás desto a cada uno una gallina
de Castilla, y en otras se les manda dar trigo, o mantas si la tierra es para ello, y de lo que monta todo el tributo
junto se suma lo que son las tres partes, y aquello queda por tributo para V. M. o para el encomendero, y desto no
se quita a V. M. ni al encomendero cosa alguna, sino que lo cobra cada uno por entero, y lo que monta la otra
cuarta parte queda para la comunidad y sustentación de los ministros de la doctrina y para los salarios de los
clérigos, donde los hay, y para las tasaciones de los caciques y gobernadores y otros oficiales públicos, y para
otros gastos ordinarios que se les ofrecen, porque con esto cesan las derramas que primero para ello solían hacer
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los principales, que eran causa de grandes robos e gran vejación para los maceguales, porque ellas son las que los
lastan, y los principales se huelgan con que se ofrezca ocasión para ello, porque si es menester un peso, reparten
tantos como indios hay en el pueblo, y si una gallina, lo mismo, y así en todo lo demás». «A los caciques tiene
V. M. proveído que les guarden y cumplan sus tributos y aprovechamientos con que no sean tiránicamente
impuestos, y si lo fueren, que se les tasen de nuevo, y en cumplimiento desto el visorrey tasa lo que se les ha de
dar, y esto se paga de la comunidad para que es la cuarta que queda, y les tasa las sementeras que le han de hacer,
y si así no se hiciese no se cumpliría esto que V. M. manda si no fuese haciendo otra tasación para ello, y sería el
tributo doblado y ocasión para robar, como está dicho».
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por otro, y así nunca asientan en cosa que satisfaga a todos… y lo que uno aprueba, lo
reprueba el otro».
Señalaba como causa de esto, que los tasadores no tenían norma alguna para fijar
el tributo, sino su libre parecer: «de su albedrío nace el bien o el mal de la tierra y de
la confusión de diversos pareceres nacen los pleitos».
La idea de fijar los tributos de los indios por los padrones de la gentilidad le
parecía imposible en Perú: «no hay que tratar del tributo que estos indios daban a sus
señores naturales cuando eran behetrías, antes que los incas los tiranizasen, porque
esto no se puede averiguar» (no hay quipos tan antiguos), y que fijarse en el tributo
excesivo que les imponían los incas, tampoco era justo.
Indicaba Robles: «en tanto que esta cantidad de tributo no se fundare sobre cuenta
y razón conocida y sabida de todos los que lo hobiere de hacer, el negocio andará
como hasta aquí».
El tributo se fue reduciendo a la costumbre general de un peso por indio y media
hanega de maíz, al menos en Nueva España[28].
La prohibición de incluir servicios personales en las tasaciones se confirmó por
provisión general de Valladolid de 24 de noviembre de 1601[29]. Sin embargo, se
toleraron algunas excepciones en las gobernaciones de Tucumán, Río de la Plata,
Paraguay[30] y Chile[31].
Recapitulando lo estudiado hasta aquí, podemos afirmar, que la tasación era una
medida importante de garantía que daba al tributario la noción exacta de lo que había
de pagar, disminuía las probabilidades de abuso, y como era un procedimiento de
competencia estatal, permitía a la Corona intervenir en la determinación de las cargas
tributarias de los indios.
Como antecedentes remotos podrían citarse las cartas forales de los regímenes
europeos, especialmente de España. Sólo que en Europa la población llana alcanzó la
fijeza y garantía de los pechos por un proceso lento y directo; en cambio, en el caso
de los indios, aunque la función de la tasa fuera similar en su aspecto de garantía
escrita, no nacía del juego libre de las exigencias de los tributarios y concesiones de
los señores, sino por imperio del Estado, el cual, por espíritu de protección hacia los
vasallos indios y deseo de reducir el poder de los encomenderos, establecía la
tasación.
Las tasas y la supresión de los servicios personales fueron quizá los elementos
más importantes de la transformación operada en la encomienda, en la etapa de su
integración jurídica.
Otros pareceres sobre el régimen señorial controlado de las encomiendas se
pueden hallar, insistiendo en los diversos puntos ya conocidos[32]. No faltaron
tampoco ordenanzas generales para encomenderos[33] y para corregidores[34].
El esfuerzo regalista del período que estudiamos tuvo también otras
manifestaciones. Felipe II, en 1554, cuando siendo príncipe aún, dejó la gobernación
de las Indias a su hermana doña Juana, le dio por instrucción[35]; que no hiciera en las
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Indias merced ni donación de rentas, pechos y derechos, y no diera caballerías,
hidalguías, ni naturalezas, ni expectativas, «como S. M. e yo no las damos».
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patrimonio de los principales, y tierras tributarias (cathalis). Que de esto nacían
algunos abusos, porque a causa de las epidemias, los caciques o principales decían
que habían muerto tantos y tales indios y se apropiaban de las tierras de los muertos,
o las daban a los frailes por enajenación, donación, o costumbre de capellanías, o las
vendían a los españoles, todo lo cual era indebido, pues esas tierras debían ser
propiedad de la Corona, y de este modo disminuía en Nueva España su patrimonio
pasando las tierras a extraños. Que de averiguarse estas usurpaciones, el rey
recobraría bienes por valor de más de cincuenta mil ducados. Que el remedio era
fácil: empadronar las tierras tributarias de cada barrio y las de cada indio y las de
regadío o secano, porque los indios entre sí tenían padrones y pinturas de todo, y
aunque ocultaran los datos, se podrían verificar amojonándose y viéndose los
términos de cada lugar, y así se podía ir cargando el tributo conforme a las tierras que
cada indio tuviera, porque era de presumirse que todas estas suertes de tierras eran
iguales, aunque algunos indios tendrían una suerte, otros dos, otros tres y más, y otros
ninguna, no porque no hubiera, puesto que sobraban, sino porque ellos eran
haraganes o mercadercillos, o porque los mandones se aprovechaban de dichas tierras
beneficiándolas para ellos con el servicio de los mismos indios de su barrio, o
arrendándolas a españoles o mestizos o a otras gentes que les daban su provecho. Que
una vez empadronadas las tierras, se podrían entregar a los indios vecinos de cada
barrio en la cantidad que pudiesen o quisiesen beneficiar, tasándose de acuerdo con la
calidad de ellas lo que podrían tributar; y pagarían, el que tuviese una suerte, por una,
y así según las que tuviesen, de lo cual sería el provecho para el rey, y si faltaban
indios por enfermedad o porque huyeran, las tierras tributarias permanecerían en la
Corona y se darían a otros indios o españoles con la carga del tributo. Que nunca
faltarían colonos para las tierras y con ello los tributos serian perpetuos para el rey e
irían en aumento.
Que el Marqués (Hernán Cortés?), convencido de esta verdad, había puesto en
práctica el empadronamiento real en dos lugares de su estado: Toluca y Tepuztlán,
amojonando y señalando todas Fas tierras de los términos por barrios, enviando a la
averiguación de esto a Julián de Avila, contador mayor de su estado, y a don Hipólito
y Feliciano, indios principales de Tepuztlán y Cuernabal. Que con facilidad pusieron
los pueblos en orden, y si no hubiera sido por el viaje del Marqués a España, en poco
tiempo se hubiera hecho lo mismo en todo su estado. Que los frailes seguramente se
opondrían a la conversión del tributo personal en real, pues eran parte interesada
(recuérdese que en un párrafo anterior decía el autor del parecer que los caciques les
iban cediendo las tierras usurpadas al rey); que no se les debía decir nada hasta que se
hubiera hecho la experiencia, la cual demostraría por sí lo buena que era. Que la
persona que el rey mandara a esto pidiera el padrón de la villa de Toluca y se
informara particularmente de Julián de Avila de cómo se hizo, y mandara buscar
indios de experiencia gobernadores de otros pueblos y que no fueran de los
principales ni naturales del pueblo que se empadronara, ni muy vecinos a él, y
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comenzara a implantar el cambio en un pueblo no muy grande. Que se vería de este
modo cómo se pasaba adelante y la brevedad con que se hacía en todos los lugares de
Nueva España, mandando a los corregidores que cada uno asistiera en su distrito con
los indios que para esto se señalaran. Que el experimento se haría mejor si de España
fuese persona propia y de los del Consejo a ejecutar la medida, porque las personas
que estaban en Nueva España pondrían muchos inconvenientes. Que mientras esto se
hacía, debía el rey mandar en seguida al virrey que publicara en toda la tierra que
ningún indio principal ni macehual pudiera vender ni enajenar ninguna suerte ni
pedazo de tierra a ningún español, por venta o por donación o por otra cualquier vía,
sin dar noticia al virrey de la venta, a fin de que se averiguara si era del indio la
propiedad enajenada o pertenecía a los barrios en concepto de tierra tributaria, sin lo
cual la venta no sería válida, e impondríanse penas personales. Que si no constara que
la tierra era propia del vendedor, el virrey no consintiera la operación y que siempre
citara a los indios «tequitatos y macehuales» para que defendieran los derechos y
tierras de los barrios.
Que el rey mandara al virrey de Nueva España que enviara dos o tres personas a
visitar la tierra y averiguar las propiedades que los indios hubieran hasta entonces
enajenado a los españoles y a los frailes, y de las bien vendidas trajeran relación al
virrey para que las aprobara y confirmara, y todas las demás se restituyeran al rey, a
quien pertenecían, a menos que faltaran tierras en los barrios, en cuyo caso se debían
dar a los indios tributarios de ellos. Que las tierras que sobraran pudiera el virrey
mandarlas arrendar o dar «a tributo» a españoles, si los había, que no faltaban en
ninguna parte de Nueva España, los cuales, despojados de las tierras que hubieran
mal adquirido, tomarían seguramente las del rey con la carga de la tributación.
Continuaba el autor del parecer aconsejando al rey que ordenara el cumplimiento
de una cédula real, por la que se mando que los religiosos no pudieran tener tierras ni
heredades habidas de los indios por ningún título, porque poco a poco los frailes iban
adquiriendo lo mejor de la tierra, y puesto que el rey les daba lo necesario para su
sustentación, y tenían lo que les regalaban los indios, no les faltaba nada, y no era
justo que se ocuparan en haciendas, sino sólo en su vocación, que era la conversión y
doctrina de los indios, y que los indios no debían ver en los religiosos codicia ni
pretensiones de riqueza, porque era causa de escándalo.
Que también se mandara al virrey que concediera con más parsimonia las tierras y
estancias y sitios de molinos y otras cosas, y que cuando los diera fuera sin perjuicio
de los indios y con carga del tributo para el rey, por el tiempo que fuera la voluntad
de éste. Que enviara relación de la tierra con caballerías, estancias, sitios de molinos
y batanes que por merced de virreyes se hubieran concedido.
Concluía el autor del parecer pidiendo que el encargado de cumplir los acuerdos
que el rey tomara en este asunto de la tributación y tierras, fuera con suficiente poder
y libertad para obrar.
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Como en todos los casos en que se discutían medidas de importancia para las
colonias, esta vez hubo juntas y consultas especiales, y la reunión celebrada entre el
Consejo de Indias y Rodrigo Vázquez, por orden del rey, dio el resultado
siguiente[37]:
1. Se recogió por escrito todo lo relativo a la reducción de los tributos personales
a reales y cómo se había de hacer, para que se viese todo en la junta convocada. 2. Se
ordenó que los indios pagaran en adelante, por vía de diezmo, el gasto de los
religiosos y ministros de la doctrina que corrían a cargo del rey, lo cual se haría con
suavidad, imponiendo la costa de este diezmo a razón de dos reales a cada indio,
pagando esta cantidad al respecto de las tierras que se les repartiesen, y que con esto
sería aumentada la hacienda del rey en cien mil pesos más o menos, y que no se
opondrían los frailes que estaban en la Corte, enviados por sus compañeros de Indias.
3. Pareció conveniente remediar lo de las tierras de los frailes, de modo que en
adelante no se les dieran ni se les consintiera comprarlas, debiendo averiguarse las
que tuvieran y con qué títulos, para que fueran devueltas al rey, y «se entendió cuán
conveniente era para el buen gobierno de aquellas tierras y doctrina de naturales que
los ministros no tengan haciendas, ni en particular ni en común y se tornen a renovar
las cédulas sobre esto». En cuanto a las tierras de españoles se decidió que hubiera
moderación al darlas, hasta que se determinara lo que en esto se había de hacer, y en
cuanto a las dadas, se averiguaran los títulos, y cuando no fueran buenos, se diera
orden para que el rey impusiera sobre ellas pensión y tributo, perpetuándoselas a los
tenedores y dándoles nuevo titulo. 4. Se trató también de los servicios personales de
los indios, que se consideraron dañosos y causa de su disminución; que para suplir la
necesidad de mano de obra que tenían los españoles, era necesario que S. M. mandara
la entrada de hasta 4 o 5 mil negros; que el visitador viera por sí los daños del
servicio personal, y opinara sobre el remedio. 5. En cuanto a la perpetuidad se
mencionaron opiniones (quizá de Martín Cortés, que entonces se hallaba aún en
España disponiendo su viaje a México) en el sentido de que era muy conveniente;
que la tierra quedaría quieta y contentos los españoles, y aunque éstos tío tenían
posibilidad actual para hacer al rey un servicio por la merced, pues los más estaban
pobres, que se les podría poner una pensión sobre los repartimientos, del tercio,
cuarto o mitad, conforme a las vidas que cada uno tuviese por merced. De esta suerte
se acrecentaría la hacienda del rey de modo más inmediato que siguiendo la opinión
de quienes querían que terminada la tercera vida de las encomiendas se incorporaran
todas a la Corona.
Como se ve por los documentos estudiados, la visita de Valderrama debía abarcar
un campo muy amplio, y además tocaba puntos de suma importancia para la vida del
virreinato de Nueva España.
El 10 de octubre de 1563, el segundo marqués del Valle, don Martín Cortés,
escribió a Felipe II desde México un extenso informe sobre el antiguo estado de los
indios, y sobre si el servicio que pagaban era real (por concepto de la tierra que
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tuvieran) o era personal[38]. Reconocía que las tasaciones se hacían por número de
personas, de suene que si había seis mil indios tributarios pagaban seis mil pesos y
tres mil hanegas de maíz, pero sostenía que los indios entre sí, para pagar, no se
distribuían la suma por partes iguales, sino en proporción a la tierra que cada uno
tenía en el pueblo, por lo cual el tributo era en último término real o por la cosa, y no
personal. Además creía don Martín que eso debía ser así, de suerte que los indios
pagaran al rey su tributo por las heredades que se les dejaran para labrar y «como
terrazgueros y vasallos solariegos». Que el tributo se impusiera sobre la tierra y no
sobre el macehual. Que se diera al tributario «una cédula del virrey, en que diga que
en nombre de V. M. da aquella tierra a aquel indio, que se llama fulano, para él y sus
sucesores, pagando por ella tanto de tributo, y que no pagando se le puede quitar y
dar a otro»; «aunque parezca que V. M. enajena todas estas tierras, que son suyas, en
esto no se enajenan, pues están sujetas siempre a real tributo, y mientras los indios
duraren no puede V. M. tener mejor aprovechamiento dellas, que el tributo que los
indios pagaren; y si ellos se acabaren, ahí se quedan las tierras para los españoles y
para hacer lo que V. M. fuere servido».
No faltaron otras opiniones contrarias al intento de convertir en real el tributo.
Vasco de Puga escribía al rey[39] que el servicio era por persona y que ningún indio
debía eximirse, ni los cantores de monasterios, ni macehuales, ni caciques. Que los
religiosos inventaban que los indios sujetos como terrazgueros a caciques no debían
pagar tributo a S. M., pero él sostenía que sí, pues el tributo era personal. Que aunque
de doce años arriba todos los indios debían tributar, sin importar sexo, la Audiencia
no mandaba tributar sino a los casados y viudos; Puga creía que los solteros debían
pagar al cumplir veinte años. A una consulta del rey acerca de si el tributo de un peso
y media hanega de maíz por indio era general en Nueva España, respondía Puga que
no; que eso se cobraba en las tierras fértiles, en otras [por ejemplo la tierra caliente]
pagaban un peso y 5 reales y aun menos. En cuanto a algunos pueblos que pagaban
más de la tasa general, la razón era que primero se les tasó en mantas, que valían en
la época dos reales, y luego por subir el precio de la manta vinieron a valer un peso
cada una. Que los encomenderos sostenían que los indios debían pagar lo mismo que
antes, sin rebajar el aumento de valor, y a Puga le parecía: «que no están fuera de
razón», y que lo mismo se había de hacer en pueblos del rey. Sobre el pago de los
tributos en metal y no en especie o cosas, pensaba que los indios sólo ganarían lo
necesario para pagar su tributo y no harían más objetos ni frutos, con lo cual perdería
la república. Opinaba también sobre cierto aumento de tributos entre los indios de la
región de Guaxocingo, Cholula, Chalco, Tlaxcala, Xochimilco, Tezcoco y México,
que en total pagaban al rey diez y seis mil pesos, y que se pensaba que tasando bien a
todos sin exigir más del peso en metal y la media hanega de maíz, se elevaría la renta
del rey a doscientos mil pesos, lo cual aseguraba Puga. Que los encomenderos,
cuando se consideraban defraudados pedían a la Audiencia nueva cuenta de sus
indios, y lo mismo podía hacer el rey con los suyos[40].
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Habiendo llegado el visitador Valderrama a Nueva España, el virrey Velasco
consultó a diferentes personas[41] si convenía fijar los tributos de los indios por
pueblos o cantidad global, o en forma individual, la cual se consideraba más
beneficiosa para los tributarios, porque si algunos fallecían, sus tributos no los
pagaban los restantes vecinos del repartimiento. Se consultaba además si se podía
cobrar todo lo que los indios pudieran dar de acuerdo con sus posibilidades, o sólo un
máximo honesto.
La respuesta de los frailes dominicos de Nueva España (1564) menciona las
siguientes cuestiones: si debían cobrarse los tributos por pueblos o por individuos, si
cantidad lija en metal o en especie, si había de fijarse como obligación el cultivo en
común de una sementera que rindiera el valor equivalente[42]. Ya conocemos la causa
de la irritación de los frailes en esta época; su respuesta fue terminante. Fray Pablo de
Pravia, en nombre del provincial fray Cristóbal de la Cruz, opinó que debían
disminuir los tributos, respetarse los patrimonios de los indios, eximir a los caciques
de todo pecho, y en cuanto a las modalidades de la tribulación que se consultaban,
excusaba la contestación, porque consideraba excesivos y mal fundados los tributos,
y que el remedio era deshacerlos y dejar a los indios como antes estaban. Firmaron
también este parecer, que en cierto modo volvía a la primitiva posición de los
dominicos de la época de las Antillas, aunque no por motivos desinteresados, fray
Diego Osorio, fray Juan de Meneses, fray Hernando de Paz, fray Vicente de las
Casas, fray Domingo de la Anunciación.
En el mismo sentido respondieron los frailes franciscanos[43]: pensaban que los
indios estaban en gran pobreza; que no tenían más que sus «coas» para e la vida y que
no debían ser gravados con tributos. Que en los pueblos, por las cobranzas excesivas
y las enfermedades, no quedaba ni la quinta parte de los indios que había antes en
Nueva España, y se seguían acabando, por lo cual el rey debía mandar que lo perdido
se restaurase y los indios se conservasen, porque si el rey viera con sus propios ojos a
los indios y entendiera su excesiva pobreza y miseria, usara con ellos de piedad y
buscara medios para su alivio «y no para el último remate de su destrucción, como lo
es este nuevo acrecentamiento de tributos, y pues para el bien y reparo tiestos reinos
no somos parte, ni se da crédito a nuestro parecer, no es justo que lo demos para los
medios de su perdición».
Terminaban con el siguiente párrafo:
«Lo que haremos de nuestra parte será llorar en nuestros rincones los males que sentimos, poniéndolos en las
manos de nuestro señor Dios, y predicar paciencia a los afligidos, y mirando a la lealtad que debemos a nuestro
rey y señor no dejaremos de dar siempre aviso a S. M. de lo que entendemos que conviene al servicio de Dios y
suyo y al descargo de su Real conciencia y al bien de sus vasallos, porque aunque el Señor permita estas
tribulaciones por nuestros pecados, esperamos en su mucha bondad y misericordia, quia non in eternum irascetur
populo suo, neque extendet, iram suam a generatione in generationem».
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quejaban del poco crédito que gozaban con el rey; que cuando llegó a Nueva España
el visitador Valderrama avisaron la vejación que sufrían los indios con «la nueva
cuenta e imposición de tributos que entonces se comenzaron a introducir». Que esos
efectos continuaban en aumento: cal paso que llevan los negocios después que
nuestro Visitador vino, no puede durar muchos días la conservación de la Nueva
España». Avisaban que había ido a España fray Joan de Mansilla, que trataría con el
rey, y anunciaban también la muerte del virrey Velasco, la cual atribuían en buena
parte al disgusto que le había causado la visita de Valderrama[44].
En esta época, como había sucedido ya en ocasiones anteriores, la condición de
los indios y el régimen tributario no eran tratados con indiferencia por los
contendientes. Bien se advierte aquí la exactitud de la observación de Mendoza a su
sucesor Velasco, en el sentido de que en Nueva España los asuntos no eran tratados
con sinceridad y pureza, sino que colonos, frailes, burócratas, todos tenían intereses
materiales o de orgullo y procuraban que sus opiniones prevalecieran. La visita de
Valderrama dio lugar a una exacerbación de los antagonismos existentes en la
colonia; esta vez figuran el virrey, obispos y religiosos, el visitador, los oidores, los
oficiales del rey y los pobladores, sin excluir a don Martín Cortés, sucesor del
conquistador de México en el marquesado del Valle.
El cuadro polémico se encuentra reflejado con gran viveza en los documentos de
los frailes a que nos hemos referido y también en dos cartas del visitador a Felipe II,
que debemos estudiar con detenimiento. Valderrama se consideraba a sí mismo un
fiel criado del rey y entendía que su visita debía encaminarse hacia la finalidad
regalista; de aquí sus encuentros con la autoridad espiritual de Nueva España, con los
ministros de la hacienda del rey, que él estimaba desatendida y robada, y con el
propio virrey, a quien consideraba Bojo en materia de gobierno, no muy apto en la de
guerra, y además poco justiciero en materia de gracia, porque en todo mediaban sus
numerosos parientes y criados. Creía que los oidores estaban supeditados al virrey,
porque este tenía cargo de presidente de la Audiencia.
El propósito de Valderrama de modificar el régimen tributario de los indios y
sobre todo de aumentar los ingresos en beneficio del rey, halló una oposición casi
general. Escribía a Felipe II que los principales bienes que entonces demandaban y
esperaban los colonos eran: los «entretenimientos» o libranzas en la Caja Real que se
daban a los conquistadores y sus hijos (recuérdese la disposición relativa de las Leyes
Nuevas); los corregimientos y tenientazgos; las estancias y caballerías, y los
entretenimientos en quitas o vacaciones, o sea, mercedes sobre la renta de los
corregimientos por el tiempo en que estaban vacos. En todo creía que había
irregularidades. Acerca del ramo de tributos decía:
«pueblos muy grandes y en comarca de esta ciudad, que con el comercio que con ella tienen, están muy ricos,
no tributan casi nada, y los de México y Santiago ninguna cosa, so color de que sirven en las obras públicas no
las habiendo, como dije arriba. Y si lo que V. M. deja de llevar, de lo que le pertenece, se convirtiera en provecho
de los indios, parece que tuviera alguna escusa buena ni mala; es que V. M. ha perdido su Hacienda, y los
tributantes han pagado mucho más de lo que debían y podían, que cierto es cosa de gran lástima y parece
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increíble; lo cual mandará V. M. ver más particularmente por la memoria, que con ésta envío, de los pueblos que
se han tasado después que yo vine, en los cuales, con haberse crecido las rentas reales en tanta suma, es mucho lo
que se les ha bajado a los tributarios de lo que solían pagar; por manera, que de esta cuenta que se hace, resultará
que V. M. haga justicia a sus súbditos y los releve de lo que injustamente se les solía llevar, e que sus tributos sean
acrecentados en gran cantidad. Todo esto que la renta de V. M. crece y a los tributarios se les baja, se consumía en
comer y beber los principales indios [caciques], sin sacar al cabo del año cosa alguna dello, mas que las
borracheras que ellos llaman, y en lo que han gastado los frailes, que es cosa excesiva… en edificios, plata,
ornamentos y también algo en parientes y otras cosillas… Para hacer las casas e iglesias, y para las enfermerías,
para mercados y otras necesidades ellos han sentido mucho el contar, por ver que las cosas se van poniendo en
orden; y dicen en púlpitos que una enfermedad general, que agora anda en esta tierra… que la ha enviado Dios por
la cuenta de pueblos que se hace, como envió una gran pestilencia cuando el rey David mandó contar su pueblo;
que tan libres y desenvueltos son como esto». «Entre otras cosas hay una cosa notable, que hacen ordenanza que
los indios que labraren en tierras de otros, no tributen a V. M.; y ellos mesmos declaran que en un pueblo de tres
mil vecinos hay mil novecientos y tantos terrazgueros. También reservan los que sirven en las iglesias y
monasterios, y yo tengo memoria de una casa, no de las más principales, en que sirven ciento noventa y tantos
indios, y también reservan otros muchos por su autoridad. Orden cierto, para que en pocos años V. M. no tuviera
tributarios, que es lo que los frailes pretenden, porque aunque no osan decir que no le son debidos los tributos a
V. M., pero créenlo, porque no son letrados sino es cual o cual, y aunque hay buenos religiosos, pero están muchos
dellos en esta ignorancia, y así esconden los indios y hacen lo que tengo dicho, encaminado para quitar los
tributos». «Dicen que los Pontífices concedieron esta tierra para el bien espiritual della, y que pues éste viene por
su mano, solos ellos la pueden disfrutar y ansí lo han hecho… como no te jurisdicción y la caxa de la comunidad
nena, están muy descontentos, y esto nace de la gran mano que hasta aquí se les ha dado en todo».
«El primero día de Cuaresma dixo uno en su casa de Santo Domingo muchas cosas en esta materia de los
tributos que se piden a los indios. El fiscal dió una petición, diciendo que se había desacatado contra V. M. y sus
ministros y que le enviasen a España. Mandóse hacer información, ellos lo supieron y luego el día siguiente
jueves, vinieron a mí el obispo de Oaxaca, fraile de la misma orden y el Prior de la casa, para que no se hiciese
información. Y diciéndoles yo la soltura de sus frailes en hablar sobre si V. M. tiene con buen título este reino o
no, para enmendar el aviso me dixo el Prior: “S. M. no tiene aquí más de lo que el Papa le dió, y el Papa no le
pudo dar esta tierra sino para el bien espiritual de los indios, y el día que tuvieren gobierno y estuvieren instruidos
en las cosas de la fe, es obligado el rey a dejar estos reinos a sus naturales”… Todas estas cosas huelen mal y
saben a comunidad; y si hobiese sujeto en la tierra para que la hobiese, Dios me es testigo que creo que hobiese
quien la predicase de tan buena gana como lo hizo alguno de esta Orden en la comunidad de Castilla».
«He tenido gran contradición en el virrey para la cuenta, no sé si porque le tengan los frailes encajada su
opinión, o porque no salga a luz su descuido; también dice que todo se ha de perder. Cuando el doctor Vasco de
Puga, oidor, salió de aquí a contar pueblos, luego el virrey salió tras él, y dio vuelta por los lugares que había de
contar primero; y aunque dijo que iba a sosegarlos, no lo quedo yo de su ida…».
Añadía:
«Aquí no hay mucho contentamiento con mi venida a esta tierra, porque aunque han buscado caminos, no le
han hallado para extrañarme y así urden cosillas que escrebir. Yo sé que con verdad ninguna podrán decir que me
perjudique en un pelo; V. M. me conoce y sabe cómo le he servido»[45].
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prelado decía que con el nuevo sistema de tribulación que se trataba de implantar los
indios se rebelarían; que se estaba tratando en la Audiencia si los terrazgueros de los
caciques debían tributar al encomendero o al rey, problema que afectaba a los
intereses del marqués del Valle; que se despojaba a los caciques de sus patrimonios: a
esto último respondía Valderrama que no era así, puesto que únicamente se ordenó
que fuera de lo que los indios pagaban al rey, a la doctrina y a la comunidad, no
dieran nada más, y que si los caciques tenían algún derecho no se les quitaría; el
obispo objetaba también que con el nuevo sistema de tributos disminuía el
rendimiento de las cajas de comunidad; el visitador reconocía que esto era cierto,
pero escribía al rey que los indios no tenían mayores gastos y que lo único que
pasaría era que los frailes recibirían menos; el obispo sostenía que los tributos se
habían acrecentado: no lo negaba Valderrama, pero decía que esto no había de quedar
sujeto al parecer de los frailes, ni éstos debían disminuir la renta del rey; pensaba el
obispo que se imponían pagos en cantidad de dinero que los indios no podían cubrir;
Valderrama decía que antes pagaban los naturales una parte del tributo en servicio
personal, en traer leña y hierba, y que como todo esto se les había de pagar ahora, los
indios tendrían lo suficiente para cubrir sus tributos; afirmaba el obispo que el tributo
era desigual, porque pagaba lo mismo el tributario rico que el pobre: cierto, decía
Valderrama, pero no se ha hallado el remedio a pesar de haberse discutido mucho, y
si se cambia el orden del tributo fijo, los caciques impondrán a sus indios el pago
según su albedrío; Valderrama afirmaba también que él no reservaba o eximía de
tributo a los indios principales; decía no haber razón ni justicia para ello y que ni en
tiempo de su gentilidad habían gozado de esa exención; el obispo decía que no se
hicieran más tasaciones y que las hechas se moderaran; a Valderrama le parecía que
esta petición era absurda, pues de lo hecho resultaba el servicio de Dios y del rey y
aumento de su hacienda y «utilidad para los pobres»; sólo estaba conforme el
visitador con una petición del obispo: «que los ministros de la doctrina sean
proveídos bastantemente y a costa de V. M. y de los encomenderos, y sin que entre en
poder de los oficiales lo que se les hobiere de dar»; accedía a esto, porque reconocía
que el rey lo había ordenado en una cédula de julio o agosto del año de 1561[46].
El aumento de tributos proyectado por Valderrama se llevó a cabo[47]; no se
realizó en cambio la transformación dé los tributos personales en reales[48].
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razones teóricas, sino expresando la necesidad de cubrir los salarios de ministros y
oficiales[49].
También fueron agregados al patrimonio de la Corona muchos pueblos y
provincias que antes gozaban exención, o se aumentaron sus tasaciones[50].
Al mismo interés fiscal se debió el propósito de la Corona de vender las
encomiendas. En carta de 1567 informaba el clérigo Pedro de Logroño a Felipe II,
que Martín de Ircio ofreció al marqués de Mondéjar cincuenta mil ducados por el
pueblo de Xochimilco, y que el marqués dijo, que antes de hacer esas operaciones
deseaba el rey enterarse de lo que vendía. El clérigo opinaba: «al que a V. M. ha
servido en Italia, pagarle en Italia; al que en Castilla, en Castilla; al que en Indias, en
Indias. Al que sirvió y mereció indios, dárselos: al que no, vendérselos bien
vendidos, y con esto se desempeñará V. M.»[51].
En 1602 continuaba el proyecto, y el contador Martín de Irigoyen dio un
interesante informe[52]: se pensaba en la Corte que vendidos a 2.500 pesos el millar
de indios, se obtendrían 20 millones de pesos en toda América; las encomiendas
vendidas, acabada la tercera vida, que ya entonces se permitía, se prolongarían por
dos vidas más; Irigoyen informó que en Nueva España había en particulares, 140
pueblos[53] que daban (incluyendo maíz, mantas, etc.) trescientos mil pesos de oro
común de a ocho reales, y su venta dejaría al rey en 5 años, plazo del pago
(1.000.551?: cifra de lectura dudosa). Los indios vacos asignados para socorro de
hijos y nietos de conquistadores, según lo habían mandado las Nuevas Leyes, valdrían
hasta 30.000 pesos. Que los indios en la Corona real podían dar más si se vendían.
Pero el contador creía que no habría compradores, porque en Nueva España sólo
podían adquirir los mercaderes y oficiales, unos sin suficiente dinero, y otros que lo
empleaban en negocios, y si lo retiraban, sufrirían las provincias. Que como tampoco
se vendería la jurisdicción, pocos se animarían.
Nótese que el interés fiscal, con tal de obtener recursos, unas veces provocaba el
aumento del Realengo por medio de las incorporaciones, y otras inducía a prolongar
la vida de las encomiendas[54]. Sobre la intervención del propósito fiscal en el curso
teórico y legal de la encomienda indiana, hemos de volver después.
Por último, la Corona se preocupó también de organizar la recaudación de sus
tributos, disponiendo en 1550, según sabemos, que lo cobraran los oficiales de
Hacienda y no los corregidores, como hasta entonces[55]. Para las almonedas de los
tributos recaudados en especies, se llevarían libros especiales y no fe de escribano[56];
en otra ocasión se propuso que no fuera la Corona la que corriera con las ventas de lo
consignado a favor de particulares por mercedes sobre el renglón de indios vacos,
sino que se entregara la cantidad en especie al beneficiado y éste la convirtiera en
dinero: en las ventas sabía la Corona que siempre obtenía menor precio del que tenías
las cosas en el mercado ordinario[57]; finalmente se mantuvo el viejo cobro del
quinto, cuando los tributos de los encomenderos eran en metal[58].
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El período de reforma y ordenación de los tributos en Perú.—El esfuerzo de la
Corona para someter a un control efectivo las encomiendas de Indias, ha sido bien
recogido, en lo que respecta al Perú, en el estudio de TORRES SALDAMANDO[59].
Después de las diferencias entre Pizarro y Almagro llegó al virreinato el
licenciado Vaca de Castro, al cual se le había dado instrucción[60] en el sentido de que
castigara a los españoles que no trataban a los indios como cristianos y hombres
libres; que cuidara que se les devolviera a éstos todo lo que se les hubiera tomado y
se hiciera la tasación de los tributos con parecer del obispo y personas de experiencia;
también se le autorizó para reformar los repartimientos concedidos por Pizarro, y
éste, a quien la Corona suponía vivo aún, no había de proveer las vacantes sin
consultar al licenciado Castro. No parece haberse efectuado entonces la tasación
general del Perú.
Gobernaba ya el licenciado Pedro de la Gasea en el año de 1549, cuando fueron
nombrados fray Tomás de San Martín, fray Domingo de Santo Tomás y el licenciado
Hernando de Santillán, en calidad de comisarios encargados de cumplir las cédulas de
26 de octubre de 1541 y de 13 de septiembre de 1543, que ordenaron que los indios
fueran tasados y que no pagaran a los encomenderos más del tributo que se señalara.
Esta tasación parece haber disminuido los tributos en un tercio[61].
También durante el gobierno de La Gasea se repitió en Perú la prohibición de los
servicios personales, pero por sus muchos inconvenientes no fue aplicada
inmediatamente, el Presidente suspendió el cumplimiento hasta dar cuenta al rey[62].
Tanto la medida controladora de las tasas, como la de supresión cíe los servicios
como parte de las encomiendas, se encuentran en el período posterior de 1550 a 1555,
provocan do las mismas dificultades que hemos estudiado ya en Nueva España[63].
El esfuerzo controlador continúa durante el gobierno del marqués de Cañete
(1557 en adelante). Se nombran visitadores y se pone en práctica la tasación de todas
las encomiendas vacas, confirmándose la supresión de los servicios[64].
En 1568, al ser nombrado el virrey Toledo, se le ordenó una visita general y se
insistió en la supresión de los servicios[65].
En 1581, había efectuado la tasación general[66].
Toledo, a pesar de las prohibiciones existentes, mantuvo los servicios personales
en algunas encomiendas[67].
Prohibiciones posteriores relativas al servicio personal de las encomiendas se
encuentran en 1596, en 1601 gobernando el marqués de Salinas, y en 1633 siendo
virrey el marqués de Mancera; en este tiempo las encomiendas del distrito de la
Audiencia de Lima ya no contenían servicios, pero sí algunas de Charcas y Quito[68].
Otras tasaciones posteriores tuvieron lugar en Perú gobernando el virrey
Montesclaros, el duque de Palata y el conde de Superunda. La última del año 1776 la
realizó el visitador general don José Antonio de Areche[69].
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TORRES SALDAMANDO establece en su estudio la distinción necesaria entre el
propósito legal y lo que en la práctica se había logrado, y advierte que la magistratura
no funcionó con la eficacia necesaria.
Este problema del incumplimiento de las órdenes de la Corona, aunque de capital
importancia, puesto que nulificaba todo el esfuerzo controlador, no se debía en este
caso a defectos del sistema jurídico de la institución, sino más bien a la carencia de
los hombres necesarios para cumplir los fines que el Estado se proponía.
También deben considerarse las desviaciones a que ya hemos aludido, que la
misma Corona impuso al curso de la institución, por razones fiscales o por favorecer
a personajes de España[70].
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Ordenanzas de Felipe II de 1573.—Su interés para las encomiendas.—Para
concluir, conviene recordar la legislación general de Felipe II, contenida en sus
Ordenanzas de julio de 1573; abarcaba diversos temas indianos de descubrimientos,
pacificación, poblados, etc., y trató también el punto de encomiendas, consintiendo la
institución bajo la forma de cesión de tributos.
El cap. CXLV de las Ordenanzas[78] mandaba: «Estando la tierra pacífica y los
señores y naturales della reducidos a nuestra obediencia, el gobernador con su
consentimiento, trate de los repartir entre los pobladores, para que cada uno dellos se
encargue de los indios de su repartimiento, de los defender y amparar, y proveer de
ministros que los enseñe la doctrina cristiana, y administren los sacramentos: y les
enseñe a vivir en policía, y hagan con ellos todo lo demás que están obligados a hacer
los encomenderos con los indios de su repartimiento». El cap. CXLVI dispuso: «a los
indios que redujeren a nuestra obediencia y se les repartiere, se les persuada que en
reconocimiento de señorío y jurisdicción universal que tenemos sobre los indios, nos
acudan con tributo en moderada cantidad, de los frutos de la tierra, según y como se
dispone en el título de los tributos que desto trata. Y los tributos que así nos dieren,
queremos que los lleven los españoles a quien se encomendaren, porque cumplan con
las cargas a que están obligados, reservando para Nos los pueblos cabeceras y los
puertos de mar; y de los que se repartieren, la cantidad que fuere menester para pagar
los salarios a los que han de gobernar la tierra y defenderla, y administrar nuestra
hacienda». Por último, el cap. CXLIX decía: dos españoles a quien se encomendaren
los indios, soliciten con mucho cuidado que los indios que les fueren encomendados,
se reduzcan a los pueblos, y en ellos se edifiquen iglesias para que sean doctrinados y
vivan políticamente».
El propio rey dictó las normas generales sobre los premios de los conquistadores
de Indias; reconoció el deber del Estado de concederlos, y dictó reglas sobre las
mercedes, disponiendo que los conquistadores y sus descendientes fueran preferidos
en encomiendas, oficios y demás bienes indianos, y después de ellos, los pobladores
casados[79].
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la encomienda era uno de los cauces Principales. Las encomiendas quedaban sujetas
al régimen de tasaciones; se procuraba también encontrar un sistema justo para fijar
el monto de la prestación de los indios; se excluían en principio los servicios
personales como parte de las tasas, y la encomienda en la forma legal de 1573 ya no
era una exacción en favor de los particulares, sino un régimen tributario de realengo,
en el cual, había casos en que la Corona cedía al particular encomendero la renta,
pero ésta era siempre obtenida a través y por merced del Estado.
III. Después de los proyectos señoriales de la primera época de la encomienda del
continente, la solución jurídica de Ramírez de Fuenleal quedaba plenamente admitida
en la legislación. A pesar de las tendencias del principio, no se había implantado una
forma plena de señorío o vasallaje, sino un sistema de cesión de tributos de la
Corona, bajo las limitaciones que ésta imponía.
IV. No ha de creerse, sin embargo, que los abusos que tenían lugar en torno a las
encomiendas desaparecieran del todo. Pero en el terreno jurídico se había llegado a
una fórmula de suficiente vigor para atender a la complejidad del problema. También
conviene notar que la figura jurídica de la encomienda no nació por creación libre de
los legisladores, sino a consecuencia de las diversas necesidades e intereses
estudiados a lo largo del proceso de la institución.
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CAPÍTULO VI
EL PROBLEMA DE LA PERPETUIDAD
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necesitó establecer la condición del indio que se rendía sin guerra; porque a éste no se
le podía gobernar como a esclavo, pues no había mediado causa de derecho de gentes
para ello; tampoco aceptaba SEPÚLVEDA que se rigiera por un gobierno libre o
político, porque estimaba que los indios de América eran de condición bárbara y su
gobierno no podía ser igual al de los pueblos cultos.
Para resolver este problema, del mismo modo que algunos de los autores que
opinaron en 1512 cuando la Junta de Burgos, recurrió SEPÚLVEDA a la idea aristotélica
del gobierno medio o mixto, dando a esta tesis el amplio desarrollo que le permitía su
conocimiento directo de la filosofía de ARISTÓTELES.
Decía textualmente: «Por lo que toca a estos bárbaros, hay que hacer distinción
entre aquellos que resistieron con las armas a los españoles y fueron vencidos por
ellos, y aquellos otros que por prudencia o por temor se entregaron a merced y
potestad de los cristianos. Así como de la fortuna y libertad de aquéllos puede decidir
a su arbitrio el vencedor, así el reducir los otros a servidumbre y despojados de sus
bienes me parece acción injusta, por no decir impía y nefanda. Solamente es lícito
tenerlos como estipendiarios y tributarios según su naturaleza y condición… La varia
condición de los hombres produce varias formas de gobierno y diversas especies de
imperio justo a los hombres probos, humanos e inteligentes les conviene el imperio
civil, que es acomodado a hombres libres, o el poder regio, que imita al paterno; a los
bárbaros y a los que tienen poca discreción y humanidad les conviene el dominio
heril, y por eso no solamente los filósofos, sino también los teólogos más excelentes
no dudan en afirmar que hay algunas naciones a las cuales conviene el dominio heril
más bien que el regio o el civil; y esto lo fundan en dos razones: o en que son siervos
por naturaleza, como los que nacen en cimas regiones y climas del mundo, o en que
por la depravación de las costumbres o por otra causa, no pueden ser contenidos de
otro modo dentro de los términos del deber. Una y otra causa concurren en estos
bárbaros, todavía no bien pacificados. Tanta diferencia, pues, como la que hay entre
pueblos libres y pueblos que por naturaleza son esclavos, otra tanta debe mediar entre
el gobierno que se aplique a los españoles y el que se aplique a estos bárbaros… A los
españoles debe el rey óptimo y justo, gobernados con imperio casi paternal; y a los
bárbaros tratarlos como ministros o servidores, pero de condición libre, con cierto
imperio mixto y templado de heril y paternal, según su condición y según lo exijan
los tiempos. Y cuando el tiempo mismo los vaya haciendo más humanos y florezca
entre ellos la probidad de costumbres y la religión cristiana, se les deberá dar más
libertad y tratarlos más dulcemente. Pero como esclavos no se les debe tratar nunca, a
no ser a aquellos que por su maldad y perfidia, o por su crueldad y pertinacia en el
modo de hacer la guerra, se hayan hecho dignos de tal pena y calamidad. Por lo cual
no me parece contrario a la justicia ni a la religión cristiana el repartir algunos
dellos por las ciudades o por los campos a españoles honrados, justos y prudentes,
especialmente a aquellos que los han sometido a nuestra dominación, para que los
eduquen en costumbres rectas y humanas, y procuren iniciarlos e imbuidos en la
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religión cristiana, la cual no se transmite por la fuerza, sino por los ejemplos y la
persuasión, y en justo premio de esto se ayuden del trabajo de los indios para todos
los usos, así necesarios como liberales, de la vida»[1].
La tesis del famoso cronista de Carlos V obedecía claramente al enfoque antiguo
de las encomiendas cuando vimos que se pensaban como modo de gobierno que se
establecía en relación con la capacidad racional de los sujetos.
BARTOLOMÉ DE LAS CASAS, cuya opinión hemos examinado con detenimiento en
el capítulo III, llegaba a conclusiones totalmente contrarias a las de SEPÚLVEDA; ¿qué
efectos derivaron de esta oposición?
Al parecer, la disputa del año 1550 entre ambos autores no tuvo importancia
inmediata para el problema de la encomienda[2]. El tema que les había sido propuesto
era el de la forma de la penetración en las Indias, por guerra o por vía pacifica. Pero
los principios generales disputados sí influían en el problema de la justificación de la
encomienda, porque ellos eran los fundamentos filosóficos que habían servido hasta
allí de apoyo último a la institución. Bajo el primer planteamiento no era indiferente
que se admitiera el titulo de la fe, o el de la superioridad humana de los europeos, ni
tampoco que se consintiera o no la guerra como medio de penetración.
Aparte la influencia indirecta, por otras fuentes puede descubrirse que la sesión de
1550 tuvo un interés inmediato para el problema de la forma legal de la encomienda:
BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, que afirma haber asistido a las sesiones cuenta: «Por
el año de 1550 vino del Perú el licenciado de la Gasea y fue a la Corte, que en aquella
sazón estaba en Valladolid… Entonces se juntaron en la Corte don fray Bartolomé de
las Casas, obispo de Chiapa, y don Vasco de Quiroga, obispo de Michoacán, y otros
caballeros que vinieron por procuradores de la Nueva España y del Perú, y ciertos
hidalgos que venían a pleitos ante S. M… juntamente con ellos a mí me mandaron
llamar como a conquistador más antiguo de la Nueva España».
Refiere BERNAL que los procuradores del Perú traían mucho oro para el
Emperador, que se hallaba en Alemania con el príncipe Felipe y le pidieron el
repartimiento perpetuo que antes habían suplicado Gonzalo López y Alonso de
Villanueva, procuradores de Nueva España. Continúa: «volviendo a mi relación, lo
que proveyó S. M. sobre la perpetuidad de los repartimientos de los indios [fué que]
envió a mandar al marqués de Mondéjar, que era presidente en el Real Consejo de
Indias, y al licenciado Gutiérrez Velázquez y al licenciado Tello de Sandoval, y al
doctor Hernán Pérez de la Fuente, y al licenciado Gregorio López, y al doctor
Rivadeneira, y al licenciado Briviesca, que eran oidores del mismo Real Consejo de
Indias y a otros caballeros de otros Reales Consejos, que todos se juntasen e que
viesen y platicasen cómo y de qué manera se podría hacer el repartimiento de arte y
de manera que en todo fuese bien mirado el servicio de Dios y el real patrimonio no
viniese a menos; y desque todos estos prelados y caballeros estuvieron juntos en las
casas de Pero González de León, donde residía el Real Consejo de Indias, lo que se
dijo y platicó en aquella muy ilustrísima junta sobre que se diesen los indios
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perpetuos en la Nueva España y en el Perú: no me acuerdo bien si también en el
Nuevo Reyno de Granada… fue. Lo primero: que siendo perpetuos los indios serían
muy mejor tratados e industriados en nuestra santa fe, y que si algunos adoleciesen
los curarían como a hijos, y les quitarían parte de sus tributos, y los encomenderos se
preocuparían mucho más en poner heredades y viñas y sementeras, y criarían
ganados, y cesarían pleitos y contiendas sobre indios, y no habría menester de
visitadores en los pueblos, y habría paz y concordia entre los soldados, en saber que
ya no tienen poder los presidentes y gobernadores para en vacando indios se los dar
por vías de parentesco. Y con darles perpetuos a los que han servido a S. M.
descargaba su real conciencia… Todos los más procuradores con otros caballeros
dimos nuestros pareceres y votos que se hiciesen perpetuos los repartimientos. Hubo
votos contrarios: fue el primero el obispo de Chiapa, y lo ayudó su compañero fray
Rodrigo, dominico, y el licenciado Gasea y fray Tomas de San Martín, dominico, y
dos oidores… El marqués de Mondéjar no se quiso mostrar a una parte ni a otra, sino
que se estuvo a la mira a ver lo que decían y los que más votos tenían. Dijeron [Las
Casas y sus partidarios] que cómo habían de darse indios perpetuos, ni aun de otras
maneras… sino quitárselos a los que en aquella sazón los tenían. Que en el Perú
tenían indios quienes merecían ser hechos cuartos». Siguió un diálogo entre Gasea y
Quiroga sobre el caso del Perú. «Entonces dijimos nosotros que se diesen perpetuos
en la Nueva España a los verdaderos conquistadores que pasamos con Cortés, Pánfilo
de Narváez y Garay, pues habíamos quedado muy pocos… todos los más murieron en
las batallas. Y que con los demás [pretendientes de encomiendas] hubiese otra
moderación». Añade Bernal que algunos propusieron que cesara la plática hasta el
regreso a Castilla del Emperador y del príncipe Felipe, «para que en una cosa de tanto
peso y calidad se hallasen presentes». Vasco de Quiroga y los: de Nueva España
replicaron: «pues están dados los votos conformes, se den perpetuos los indios en
Nueva España… y los procuradores del Perú traten aparte». «Hubo muchas pláticas y
alegaciones… que mirasen los muchos y grandes servicios que hicimos a S. M. y a
toda la Cristiandad… Y no aprovechamos cosa ninguna en los señores del Real
consejo de Indias… Dijeron que en viniendo S. M. se proveería de manera que los
conquistadores serian muy contentos y ansí se quedó por hacer. Como se supo en la
ciudad de Méjico las cosas arriba dichas que pasaron en la Corte, concertaban los
conquistadores de enviar por si solos procuradores ante S. M… no se concertó la ida
por falta de pesos de oro. Lo que se tornó a concertar en Méjico fue que los
conquistadores, juntamente con toda la Comunidad, enviaron a Castilla procuradores,
pero nunca se negoció cosa que buena sea. Después desto, mandó el invictísimo
nuestro rey y señor don Felipe, en sus reales ordenanzas y provisiones, que a los
conquistadores y sus hijos en todo conozcamos mejoría, y luego los antiguos
pobladores casados, según sus reales cédulas»[3].
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La actividad de BARTOLOMÉ DE LAS CASAS, después de la Junta de 1550 continuó.
En su memorial para Felipe II, contra las conquistas y los repartimientos, decía que
eran: «dos especies de tiranía con que habemos asolado aquellas tan innumerables
repúblicas: la una en nuestra primera entrada, que llamaron conquista en aquellos
reinos no nuestros, sino ajenos, de los reyes y señores naturales en cuya pacífica
posesión los hallamos. La otra fue y es la tiránica gobernación, mucho más injusta y
más cruel que la con que el Faraón oprimió en Egipto a los judíos, a que pusieron por
nombre repartimientos o encomiendas, por la cual a los reyes naturales habemos
violentamente contra toda razón y justicia, despojado, a los señores y súbditos de su
libertad y de las vidas, como todo el mundo sabe». Que había mandado dos tratadillos
con sus conclusiones, que eran: «1. Todas la guerras que llamaron conquistas fueron
y son injustísimas y de propios tiranos. 2. Todos los reinos y señoríos de las Indias
tenemos usurpados. 3. Las encomiendas o repartimientos de indios son iniquísimos y
de per se malos, y así tiránicas, y la tal gobernación tiránica. 4. Todos los que las dan
pecan mortalmente y los que las tienen están siempre en pecado mortal, y si no las
dejan no se podrán salvar. 5. El rey nuestro señor, con todo cuanto poder Dios le dió
no puede justificar las guerras y robos hechos a estas gentes, ni los dichos
repartimientos o encomiendas, más que justificar las guerras y robos que hacen los
turcos al pueblo cristiano[4]. 6. Todo cuanto oro y plata, perlas y otras riquezas qué
han venido a España y en las Indias se trata entre nuestros españoles es todo robado.
7. Si no lo restituyen los que lo han robado y hoy roban por conquistas y por
repartimientos o encomiendas y los que dello participan, no podrán salvarse. 8. Las
gentes naturales de todas las partes y cualquiera dellas donde habemos entrado en las
Indias tienen derecho adquirido de hacernos guerra justísima y raemos de la haz de la
tierra, y este derecho les durará hasta el día del juicio»[5]. Que de declararse todo esto
por autoridad pública, los confesores estarían avisados y negarían la comunión a los
españoles y éstos, al fin cristianos, se arrepentirían, obteniéndose el bien de los
indios.
Fray Alonso de la Veracruz, fraile agustino que desempeñaba una cátedra en la
Universidad de México, presentó el memorial en el Consejo y anotó al margen que se
leyó en pleno en presencia de fray Hermando de Barrionuevo, comisario en Corte y
después obispo de Chile, y de fray Alonso Maldonado, franciscano, y del propio fray
Alonso: «los cuales metieron la dicha petición en nombre del señor obispo que estaba
malo… y a esto ninguna cosa proveyeron, sino dijeron que lo verían»[6].
Es de advertir que la posición de LAS CASAS, después de su fracaso de 1542 y
cuando Felipe II empezó a llevar el problema de las encomiendas por un conducto
menos decisivo que Carlos V (pues más que a los extremos de la contienda tendía a
hallar el justo medio jurídico que resolviera la oposición sin menoscabo de ninguna
de las partes), fue cada vez más decidida y enérgica; su antigua actitud de considerar
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las conquistas y las encomiendas como abusos de los españoles no podía continuar
cuando la Corona, conscientemente, apoyaba los repartimientos. Entonces LAS CASAS
empezó a abandonar su antiguo regalismo para entregarse a la defensa de su tesis, aun
frente a las decisiones legales del rey, valiéndose del apoyo teórico que hallaba en la
teoría tomista del Derecho natural. En el memorial anterior debe destacarse el párrafo
en que recuerda que el príncipe no puede hacer con sus leyes justo lo que por ley
natural es injusto. Ya observaremos la evolución de la tesis de LAS CASAS junto a la
general del problema de las encomiendas.
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del que compraba, y que la venta se hiciera a los que habían servido al rey en el
descubrimiento de las Indias, Además, que se ordenaran leyes en las cuales se
declarara el modo que habían de tener en sus gobernaciones los encomenderos, y que
bastaran para sofrenar los males y tiranías que entonces se decía que hacían[8].
Nótese que en favor de la perpetuidad no se alegaban únicamente razones de tipo
teórico sino también fiscales, porque la Corona veía en la venta de las encomiendas
de Indias un recurso nuevo para ayudar a su quebrantado tesoro.
Entre otros pareceres del año 1554 hubo un importante documento anónimo[9], en
el cual se concluía que el único título legítimo de los reyes de Castilla era la libre
sumisión de los indios, cuando la decidieran todos o la mayor parte de ellos, y que
siendo personas libres y sui juris y dueños de sus bienes, el rey, a quien se habían
sometido para que los gobernara, no podía darlos en vasallaje a ningún señor, porque
era poner encima de la persona y bienes de los indios un amo, que no era el rey a
quien habían dado la obediencia: «se sigue manifiestamente que con buena
conciencia no puede [el rey] hacer repartimiento de aquella tierra dándola a
caballeros y a señores haciéndoles vasallos dellos, porque la tierra es de los indios,
cuyo dominio tienen jure gentium y las personas son libres y ningún rey ni el papa les
puede hacer esclavos ni vasallos de algún caballero que los apremie, sin grande
injusticia, puesto que esto repugna cuanto puede». Además de proscribir la
organización señorial como consecuencia de la forma de sumisión libre del vasallo
indio, añadía el autor del parecer: «también es obligado S. M. a los quitar [los indios]
a aquellos que los tienen en encomienda, porque les fueron encomendados no para
los robar, como lo hacen, ni para se servir de ellos, sino para que les enseñasen la ley
de Dios, y pues ellos saben ya la ley de Dios, cesa la causa de las encomiendas, y
aunque no la supiesen deben ser quitados, porque de otros serán mejor enseñados,
pues tienen ya obispos y predicadores, a quien de ley evangélica incumbe enseñar y
lo harán mejor. Cuanto más que aun esta condición nunca ellos la cumplieron; antes
por sus obras, enseñan lo contrario, y por tanto, so color de ser ellos enseñados no los
deben robar, y S. M. es obligado a quitar esta tiranía». Desestimada la encomienda
como medio para el fin cristiano en la forma expuesta, añadía el autor este argumento
político de sentido regalista moderno, contrario al sentido medieval favorable a los
señoríos y encomiendas: «que no sean los indios distribuidos y repartidos, mucho
importa al estado real de S. M., porque en dándolos a señores, luego cada uno de
ellos se tendrá por rey, y como no aman al rey ni al aumento de la Corona real ¿le
España, sino el suyo propio y de su casa, con estar tan a trasmano, están dos dedos de
se levantar con la tierra, como la experiencia lo ha demostrado de pocos años acá, que
ni los señores ni los encomenderos aseguran la tierra, antes la ponen en ocasión de
se alzar, y con mil hombres de a pie y de a caballo que S. M. pusiese en la Nueva
España y otros tantos en el Perú, no habiendo señores ni comenderos, tendrían quieto
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y seguro de los indios todo aquel nuevo mundo, seguramente, sin que haya rebeliones
y alborotos; y aun por tener esta manera de gobernar y no dar a nadie ciudad, ni villa,
ni vasallo, el turco toda su tierra tiene sujeta y segura. Y poniendo gobernadores muy
bien salariados y que después de cierto breve tiempo hubiesen de hacer residencia en
España, y por otra parte, en lo espiritual, obispos siervos de Dios y amigos de paz,
tendría S. M. todo aquel nuevo orbe en paz y tranquilidad y en lo espiritual
suficientemente doctrinado». La invitación a la organización de tipo central era bien
clara; era lo que la evolución constitucional de aquel tiempo pedía.
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sobre si eran bien ganados los bienes adquiridos por los conquistadores y vecinos de
Indias[12]. Decía: «Los primeros conquistadores e descubridores, según verdadera
cristiandad y católica teología, se debe tener por averiguado que cuanto poseen e han
llevado por tributos de los dichos indios, que así descubrieron e conquistaron, son
mal llevados, e que no los pueden llevar, porque no guardaron las condiciones de
buena guerra, ni conquistaron guardando ley natural, ni divina, ni humana, ni
canónica, ni civil, por seguir su propio interés… tampoco guardaron lo que el rey les
mandó por instrucción, ni los daños que hicieron se pueden tasar, y sujetaron la tierra
y a los moradores hicieron tributarios». Pero esto, en la opinión de fray MATÍAS, no
perjudicaba al derecho de los reyes de Castilla, que eran legítimos señores de las
Indias, pues ellos dieron órdenes justas a sus enviados, teniendo por fin la conversión
y poner a los indios en orden político, y esta buena fe en la posesión, más el tiempo
transcurrido, les daba título legítimo de prescripción. De este derecho Real, fray
MATÍAS derivaba la existencia justa de las encomiendas: «a esta causa los que ahora
poseen, guardando las leyes e condiciones que el rey les pone en la cédula de
encomienda, paréceme que pueden llevar los tributos con buena conciencia tasados y
moderados, tratando bien a los indios, que así les fueren encomendados, y
doctrinándolos en policía natural e cristiana, y en aquello que faltaren serán obligados
a restitución». «De donde el discreto confesor podrá entender la diferencia que hay
entre el primer conquistador de indios y segundo sucesor, porque el primero procedió
exabrutamente y sin discreción y prudencia y temor de Dios en la conquista,
guiándole su propia codicia e interese. El segundo poblador y sucesor posee por
cédula Real de encomienda de su rey y señor natural y príncipe universal, el cual
posee aquellos reinos bona fide y descarga su real conciencia con cédula de
encomienda especial, a fulano o a fulano, Pedro, Juan o Martín, encomendándole tal
o tal repartimiento, con que tenga cuidado de los indios que se le encomendaren, en
charles en policía natural e cristiana, y ampararles y defenderles e mirar por ellos. Y
por este cuidado los tributos que el propio rey había de llevar, los traspasa por
cédula real e» el encomendero; e ansí, si el encomendero guardare las condiciones e
leyes de las cédulas de la encomienda Real, podrá llevar los tributos con buena
conciencia tasados y moderados, y si no, no. Porque, como es dicho, en aquello que
faltare será obligado a restitución». Es decir, en defensa de la encomienda volvía a
aparecer su interpretación como un tributo Real, cedido y controlado por el Estado.
Pero BARTOLOMÉ DE LAS CASAS respondía al obispo de Charcas, suprimiendo toda
distinción[13]: «los comenderos, que solamente son comenderos, y lo han sido hasta
agora y no conquistadores, no se engañe V. Sría. y téngalos por tiranos muy
averiguados. Y la razón es, porque sucedieron en la tiranía de los tiranos
conquistadores; y la razón desta razón fundamental es esta: porque aquellas gentes
son libres de ley y derecho natural, y no deben ni debieron cosa alguna a los
españoles ni a otra nación alguna y por guerras injustas fueron sojuzgadas cruel y
tiránicamente; y después de así sojuzgadas y tiranizadas, fueron puestas contra
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justicia natural y divina en la más extrema servidumbre que pudo ser imaginada,
como es el repartimiento y las encomiendas, que ni los diablos del infierno pudieran
otra tal inventar… Las cuales encomiendas de sí mismas son malas, pravas y de
intrínseca deformidad, discordantes de toda ley e razón. Porque dar o repartir
hombres libres contra su voluntad, ordenándolos para bien y utilidad, aunque fuera de
santos, como si fuesen hatajos de ganados, y no diez, ni cien, ni un lugar de veinte
vecinos, ni una ciudad de diez mil, ni una provincia, ni un reino solamente, sino cien
y doscientos reinos, y todo un orbe, mayor y mucho mayor que el de acá; y a vuelta
desto privarles a los reyes de sus reinos y a los príncipes y señores naturales de sus
señoríos, ¿qué mayor pravedad, deformidad, iniquidad, impiedad y tiranía infernal?».
A continuación LAS CASAS se hacía cargo de la dificultad del tema según se
presentaba bajo la nueva forma de cesión de tributos y control estatal de las
encomiendas. Para él, aun esta encomienda era ilícita. Expresamente decía: «son los
comenderos violentos, tiranos y poseedores de mala fe y obligados a los indios a
restitución, no digo de los tributos demasiados y sin tasa y de las exquisitas maneras
de robar y oprimir a los indios, como vuestra señoría dice y yo sé otras muchas más,
¿que destos quién podrá dudar?, sino de los tributos que estuviesen tasados y puestos
en razón, y que no llevasen más una blanca dellos; destos digo, que son obligados a
los restituir a los indios hasta el último cuadrante». ¿En qué se basaba LAS CASAS
para hacer esta afirmación?: «tum quoque primus ingressus hispanorum fuit tiranicus
violentissimus, tum etiam talis modus distribuendi homines liberos repugnans
omnium consenssum». Es decir, volvía al antiguo principio de la libertad de los
indios y al argumento de la conquista indebida; pero ¿por qué el rey podía llevar los
tributos y los encomenderos no, cuando en la última forma de la encomendación el
goce del encomendero era exactamente el tributo Real que la Corona cedía? LAS
CASAS contestaba: «lo que V. Sría. dice… que [si] no pueden llevar los tributos los
tales [encomenderos] es afirmar por la misma razón que el rey no puede tampoco
llevarlos, esto, señor, es muy errado paralogismo, porque non est eadem ratio de rege
u de hispani particularibus, qui contra jussa et leges ac instructiones regales, semper
omnia fecerunt, uno sine leges procul dubio semper vixerunt». Es decir, LAS CASAS,
reducido a los últimos extremos de la disputa, hallaba esta solución: aunque el tributo
que llevaban los encomenderos fuera el del rey, como los españoles siempre habían
obrado fuera de todo orden y legalidad, no podían llevarlos justificadamente, porque,
de acuerdo con las ideas de la ciencia política tradicional, el tributo que los súbditos
pagaban al monarca era debido como socorro al jefe del Estado, para que éste pudiera
cumplir las cargas propias de la jefatura de la nación, como sostener los ejércitos para
la defensa exterior, poner magistrados para la justicia, y en el Estado cristiano ayudar
también al culto. Si el tributo era un pago para obtener seguridad y justicia del
superior, ¿cómo darlo a encomenderos, siempre arbitrarios y violentos en la tesis de
LAS CASAS? Cobrado el tributo por ellos, se desnaturalizaba y cesaba su razón y su
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fin. Por eso podía distinguir LAS CASAS el caso en que llevaba el tributo el rey, y
aquel cu que era cedido a los particulares españoles. Que esta fuera la intención del
argumento de LAS CASAS, lo comprueba plenamente otro párrafo en que llevando a
último término el razonamiento, afirmaba que si el propio rey, en vez de gobernar
justamente, se convertía en tirano, también cesaba la razón del pago de los tributos de
los vasallos, pero templaba esta afirmación, concluyendo que aunque esto último
sucediera, no por eso carecía el rey de España de derecho a las Indias, «aun negando
que en caso y casos que el rey no les guardase justicia [a los indios] y no les librase
de la opresión y tiranía que padecen, que pueda llevar los tributos, no se sigue que se
niega tener justo título… sobre las India». Esto último, porque LAS CASAS pensaba
que el título provenía de que el Papa había escogido a los reyes de España entre los
príncipes cristianos, para fundar y favorecer la extensión de la Iglesia en América, o
según su propia expresión, como «apóstoles arquitectónicos de las Indias».
No era muy convincente, sin embargo, la última actitud de LAS CASAS. Dada la
nueva forma de la encomienda, al negar que los encomenderos pudieran llevar los
tributos que el rey les cedía, había de caer en alguno de estos dos extremos: o pe que
por la naturaleza religiosa especial del gobierno español era indelegable el cuidado
que correspondía a los reyes sobre los vasallos indios, y lo propio las parias o tributos
que éstos debieran en señal de ese señorío sui generis; o bien, sostener que siendo
una gobernación política normal la del rey español, los tributos que por tenerla le
pagaban los indios eran «incedibles». Pero contra lo primero encontraría LAS CASAS
que el Estado español se consideraba dueño de un gobierno temporal perfecto sobre
las Indias, y que las limitaciones originadas por el fin espiritual no llegaban al límite
que LAS CASAS pretendía, y en cuanto a la segunda idea del tributo «incedible»,
pesaba la larga tradición europea de las donaciones de lugares y rentas de la Corona.
LAS CASAS sostuvo también contra la última forma de las encomiendas, que el rey
(1542) había querido suprimirlas del todo y que ante los disturbios de América cedió,
pero porque se veía obligado a tolerarlo, no porque aprobara las encomiendas, y
siempre seguía en pie la injusticia intrínseca de la institución: «la permisión o
disimulación, que al presente hay por el rey [LAS CASAS no podía negar la evidencia
de que después de 1542 las encomiendas continuaban toleradas por la Corona] no
hace justo lo inicuo, porque quod permittimus, non approbamus, sed tolleramus
inviti, quia malas hominum voluntates coerxercere non possumus. Como dice el
Decreto 31, q. 1, c. hac ratione. Y así siempre están en pecado mortal; y porque sea ir
contra torrente, como vuestra señoría dice, decir que los tributos [son injustos], no
porque se calle o no se quite dejarán de ser tiranos y violentos, y muñendo en aquel
estado que viven, teniendo los indios y llevándoles los tributos sin hacer penitencia y
sin restituirlo, se irán a los infiernos, y los confesores con ellos que los absolvieren y
los obispos que los pusieren». «Y sepa más V. S. que, violentiae tirani semper est in
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fieri et in actu permanenti, y nunca se purga la tiranía, porque los opresos estén
quietos; porque si lo están, es por falta de fuerzas; lo que es manifiesto en los indios».
Nótese el desesperado esfuerzo de LAS CASAS para ir contra ese «torrente» de que
hablaba el obispo de Charcas. El religioso sólo hallaba como escudo último la teoría
radical justa de la ley natural en favor de los indios. Pero claramente su opinión, antes
divorciada de la realidad práctica y de las necesidades económicas de los colonos
españoles de las Indias, ahora se alejaba también de la decisión de la Corona, que
mantenía las encomiendas a través de la tributación, sometidas a un control estatal
riguroso. Para LAS CASAS, todo lo que no fuera seguir hasta el fin su posición de
conciencia, era dejar sin resolver la entrada moral del problema de las encomiendas;
además, aun suponía que el rey toleraba por necesidad la institución, no porque la
estimara justa en sí.
En carta posterior de LAS CASAS a fray Bartolomé de Miranda, de agosto de
1555[14], le decía: «ha sesenta años y uno más que se roban y tiranizan y asuelan
aquellas inocentes gentes, y cuarenta que reina el Emperador en Castilla, y nunca las
ha remediado sino a remiendos». Ante el nuevo proyecto de la Corona (que ya
mencionaba el parecer de fray ALONSO DE CASTRO, antes citado) de vender la
perpetuidad de las encomiendas de indios para alivio del fisco, contestaba LAS CASAS
indignado: «¿qué obligación tienen, Padre, los desdichados, opresos, tiranizados,
aniquilados, paupérrimos, los que nunca otros tan pobres de muebles y raíces jamás
en el universo mundo se vieron ni oyeron, ni fueron, vecinos de las Indias, para llorar
y suplir las necesidades de los reyes y desempeñar la Corona de Castilla?». El
regalismo de LAS CASAS parecía desvanecerse por completo cuando veía que el
interés material llevaba a la Corona a decidir un asunto de conciencia: «¿y que agora
traten de nuevo los reyes de dejarles [a los indios] en ellos [los repartimientos]
perpetuamente, para que no quede dellos memoria ni vestigio? ¿No habrá, Padre,
quien desengañase a estos nuestros católicos príncipes, y les hiciesen entender que no
tienen valor de un real en las Indias que puedan llevar con buena conciencia,
consintiendo, no digo permitiendo, sino consintiendo, consensu expreso non
interpretativo, padecer tan amarga y desesperada vi da en tan último cautiverio?».
LAS CASAS advertía el fracaso de sus últimos argumentos contra las encomiendas;
en el parecer respondiendo al obispo de Charcas atacó la segunda etapa jurídica de la
encomendaeión, pero aun opinaba que los reyes transigieron por no haber podido
lograr la supresión en 1542; pero ahora el rey no sólo consentía pasivamente la
encomienda, sino que tornaba partido activo cobrando para conceder la perpetuidad,
y con ello, eliminaba todo posible ataque que no fuera el de conciencia y ley natural;
por eso LAS CASAS se quejaba del príncipe (Felipe II) y lo creía engañado cuando
inició los tratos para conceder la perpetuidad por pago en la época de su viaje a
Inglaterra.
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Fray BARTOLOMÉ recordaba que el fin del gobierno de las Indias había de ser el
espiritual, «no para conseguir traer al rey millones de las Indias, y los españoles ser
allá todos reyes en servicio y en riquezas». Que ayer en las Islas y ahora en el
Continente, do mismo se asuela, lo mismo se destruye y tiraniza con este
repartimiento, y todo aquel orbe se va cundiendo y acaba, y no hay hombre viviente,
si no fuese mentecato, que ose negármelo ni que el contrario diga». Denunciaba
algunas ventas de heredades con inclusión de los indios que las servían: que las
justicias del rey no las ignoraban, y muchas veces tenían parte en el negocio. Que dar
el rey la perpetuidad por una suma, era un tráfico y «¿qué mayor afrenta se puede
hacer a Dios y a su ley por un príncipe cristiano, qué mayor ni más digno de temporal
y eternal punición, vituperio y escarnio?». Que si se alegaban los servicios de los
españoles de Indias, no habían hecho ninguno, sino daños. Que el asiento de las
Indias no vendría con la perpetuidad, sino con «sacar los indios del poderío del diablo
y ponerlos en su prístina libertad, y a sus reyes y señores naturales, restituirles sus
estados». Creía que la codicia de los españoles hacía imposible todo control.
Continuaba afirmando que la encomienda destruía la libertad del indio y que quitaba
su preeminencia a los caciques y señores naturales, los cuales quedaban bajo los
palos e injurias del español, y que éste les hacía trabajar como macehuales, cuando
tales reyes y señores indios «son tan príncipes e infantes como los de Castilla». Que
el encomendero resistía a los frailes y pagaba clérigos negociantes, con perjuicio de
la conversión. «Esto, Padre, es, y en esto consisten las encomiendas y repartimientos
de indios en aquellas tierras, muy diferentes de las encomiendas de Calatrava o
Alcántara, o Santiago». Que se había dicho que las encomiendas de Indias eran
lícitas, puesto que los caballeros de vasallos se toleraban en España; pero en Indias,
replicaba LAS CASAS, hay señores naturales indios, y sobrarían los señores españoles,
y aun el señorío del rey de España, si no fuera por la razón especial de predicarles la
fe. Quería que el rey, con todo su poder, se decidiera a dar la batalla definitiva por
libertar a los indios, y que si era preciso hacer la guerra a los tiranos y traidores
españoles de las Indias, la hiciera, porque si no ellos crecerían y echarían fuera al rey
en justo castigo. Que para mantener el dominio español hubiera algunos pueblos,
poniendo en México trescientos hombres de guarnición, pagándoles 200 y 300
ducados cada año, y en Perú 500 hombres bastaban; que los mantuviera el rey, de lo
que buenamente dieran por concepto de parias los reyes indios. Decía que la
revocación de las Nuevas Leyes y concesión por dos vidas de la encomienda, la
lograron los procuradores de Nueva España «quebrantando las leyes [de 1542], cuya
tinta no estaba aún enjuta».
LAS CASAS continuaba, por lo tanto su defensa, oponiendo a las decisiones
positivas la teoría de lo justo por ley divina, último argumento válido contra los
reyes.
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Al período que estudiamos corresponde también (10 de octubre de 1559) un
parecer del doctor Vázquez, dado en Valladolid. Comenzaba por una relación
imparcial del pro y el contra de las encomiendas, sostenido aquél por los pobladores y
éste por algunos religiosos, especialmente por LAS CASAS: «los dichos encomenderos,
pretendiendo que por el derecho que V. M. y sus gobernadores en su nombre le han
dado con las dichas encomiendas y repartimientos de indios, se podrían servir y
aprovechar dellos de la manera que hacían en tiempo de su gentilidad los que eran
reyes y señores dellos, los cuales, por las informaciones que hay, parece que aunque
había diferentes costumbres, lo más común y general era que se servían como querían
de las personas y haciendas de los indios que les eran sujetos»… dos dichos
religiosos han pretendido que la dicha pretensión de españoles era muy tiránica y
contra conciencia e impeditiva de la conversión conveniente de los indios. Y
escribiendo y clamando y viniendo sobresto, fray Bartolomé de las Casas, obispo de
Chiapa, fue causa que por la I. M., con orden y parecer de su Consejo de Indias,
proveyesen que se tasasen y moderasen los tributos que los indios daban a sus
encomenderos, de manera que los indios diesen menos de lo que daban a sus señores
en tiempo de su infidelidad, y entendiesen que por conocer a Dios y tener por señor a
V. M. eran más aliviados». Que también por esa campaña se quitaron los servicios
personales de las encomiendas, y se suprimieron los repartos de indios yanaconas (los
no sujetos a encomiendas); que se declararon libres todos los indios y ninguno
esclavo, y se dieron cédulas en favor del buen tratamiento de los indios: en resumen,
la etapa controlada o jurídica de la encomienda. «Y todo esto parece piadosa y
cristianamente hecho, pero esta opinión de religiosos y el favor que en el consejo ha
tenido el dicho obispo de Chiapa, que es hombre eficacísimo en persuadir, ha venido
en tan gran extremo, que ha pretendido y trabajado persuadir que ninguna cosa
pueden tener los españoles en aquella tierra, y que todo lo que tienen es usurpado y
robado, y que no los pueden absolver los confesores si no los restituyen, y han hecho
sobresto libros, confesionarios y otros difamatorios de los españoles. Y aunque
confiesan ser de V. M. el supremo señorío de aquellas partes, también dan a entender
por sus razones, que no puede tener nada en ella».
El doctor Vázquez encontraba en la defensa extrema de los indios estos
inconvenientes: los tributos han bajado por las retasas, hasta quedar en un cuarto o un
quinto de lo que eran, especialmente en Nueva España después de la visita de Diego
Ramírez, deudo de LAS CASAS; que por el temor de estas reducciones, ninguno de los
encomenderos querrá comprar al rey la perpetuidad; que si todo lo que pagan los
indios es tiránico, no se podrá sacar ningún arbitrio de ellos, ni se harán más
descubrimientos ni población de tierras, por lo cual ni la fe ni el dominio español
crecerán; que los españoles estrechados en lo ya descubierto se han alterado contra el
rey.
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Los remedios que juzgaba convenientes, en contestación a la consulta que el rey
le había hecho por conducto de Francisco de Eraso, eran: «1. Que los tributos a V. M.
y encomenderos sean ciertos y fijos como en España, imponiéndoles por cabezas o
por frutos, cantidad moderada, pero perpetua, porque aunque haberse dispuesto por
ley que los indios paguen lo que buena y alividamente puedan pagar, y en
cumplimiento della haberse mandado que se hagan tasas, haya sido muy
cristianamente hecho, pero de haberse entendido y usado hacer retasas se han seguido
los inconvenientes». Que las retasas excesivas como las de Nueva España se
corrigieran, y al fijar el tributo se oyera siempre, no sólo a los indios, sino también al
rey y a los encomenderos. 2. Que el rey continuara las conquistas, pues si los indios
se daban de paz, no les vendría perjuicio, y si resistían, «es suya la culpa y el daño
que dello se les siguiere». Que los medios de atraer los indios fundando pueblos
primero y luego ganando su amistad, sin guerra, o por medio de expediciones
pacíficas, que proponían los religiosos, eran ilusorios[15].
Este parecer revela bien la situación del problema en su época; se había superado
el período histórico de la gestación de la encomienda, caracterizado por los primeros
excesos de los colonos y la reacción ideal extrema de los religiosos, para pasar a la
etapa de la construcción jurídica, utilizando los hechos de la experiencia y los
principios ideales, a fin de llegar a un sistema que se considerara justo. Más que al
problema de la justicia de la institución, se atendía ahora a la regulación de su forma
jurídica, figurando entre los problemas propios de ésta, el importante de la
perpetuidad, que de darse con jurisdicción, podía conducir a la equiparación de las
encomiendas de Indias con los señoríos de vasallos de España.
«Presidente y los del Nuestro Consejo de las Indias: ya sabéis cómo desde Inglaterra escribí los días pasados la
determinación que tenía de mandar perpetuar los repartimientos del Perú y las causas que a ello me movieron y
que se platicase y mirase en la forma y manera que se debía hacer, y se nos enviasen los pareceres de las personas
que se habían de juntar, y se nos respondió que por entonces estando como estaban las cosas del Perú alteradas se
debía suspender y esperar a ver el fin que tomaban, y después vino a Nos don Antonio de Ribera con poderes de la
mayor parte de los consejos y pueblos de aquella provincia a Suplicarnos con grande instancia que se efectuase el
dicho repartimiento, poniendo delante muchas causas y razones que había para ello y los inconvenientes grandes
que del contrario podían suceder, según se había visto por experiencia, ofreciéndonos que de voluntad nos harían
un notable servicio para ayuda a nuestras necesidades. Y habiendo mirado y platicado en este negocio diversas
veces y tenido pareceres de muchas personas, aunque se hallaron algunas dificultades como las hay en todas las
otras cosas de tanta calidad e importancia como ésta, en fin se conformaron en que aquélla provincia no se podría
en ninguna manera sostener, conservarse y acrecentarse por el camino que hasta aquí ha ido si no se perpetuase, y
teniéndolo yo así por cierto por muchas causas y razones que para ello hay, estando como al presente está pacífica
y siendo el tiempo más conveniente que se podría ofrecer, me he resuelto en concederlo y mandarlo poner luego
en ejecución, sin que haya más dilación y también porque las necesidades son tan grandes y forzosas y mis reinos
y Estados están tan trabajados y consumidos y me quedan tantas obligaciones de sostenerlos y ampararlos y
excusar que mis enemigos no los ofendan ni molesten, como lo quieren hacer por tierra y mar, y siendo tan
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necesario quitarles a Argel y Bugía, para que no puedan tener armada formada, que seria de gran daño para esos
reinos y el comercio y contratación dellos de Poniente a Levante, y sobre todo no me pudiendo socorrer ni ayudar
de otra parte con cantidad suficiente para pagar lo mucho que se debe y desempeñar alguna parte de lo vendido en
esos Reinos y quedar con qué poderlos sostener, y teniendo como tengo la dicha determinación y no habiendo
para qué replicarme más sobrello, he mandado que se hagan acá los apuntamientos que veréis, de la forma y cómo
y con qué condiciones se deben dar en perpetuidad los dichos repartimientos y otorgar a los descubridores,
conquistadores, pobladores y otras personas que nos han servido en aquellas partes, otras gracias y mercedes:
mandamos que luego dejando todos los otros negocios que tuvierais, pues será por tan pocos días y juntándoos
sobre ello dos veces cada día lo veáis y platiquéis, llamando para ello al licenciado Vibriesca, de nuestro Consejo
y Cámara, que acá entendió en este negocio y sabe nuestra intención y solamente sobre lo contenido en los dichos
apuntamientos y como cosa que se ha de efectuar nos enviaréis vuestro parecer clara y distintamente, añadiendo o
moderando lo que vieredes convenir para él bien del negocio y enviándonos relación y memorial de las personas
que serían a propósito para irlo a tratar y efectuar y concertar la cantidad con que nos han de servir y socorrer
presuponiendo que han de ser cuatro, dos caballeros y un letrado y otro que tenga experiencia de hacienda que
vaya por secretario para que junta y solamente con el virrey entiendan en ello y ordenando las instrucciones,
poderes y comisiones y otros despachos generales y particulares que deben llevar, de manera que vaya todo
cumplida y bastantemente y previniendo en todos los casos que sean necesarios, según lo sabréis muy bien hacer y
enviarnos lo heis lo más presto que ser pueda con correo en diligencia, porque mi voluntad es que las dichas
personas partan a lo más largo por todo enero, y a la serenísima princesa, mi hermana, quiero que también manden
a los del Consejo de Estado vean este negocio y me envíen su parecer en cuanto toca a la forma, orden y
condiciones con que se debe hacer, que en lo demás como está dicho, ya quedarnos resoluto y determinado. A los
otros negocios que me habéis consultado desos responderé con el primero, que con la partida de Bruselas e ida de
S. M. y las cosas de Italia no se ha podido hasta agora hacer. De Gante a cinco de septiembre de 1556. Yo el
rey»[16].
Claramente se desprende del texto transcrito que la principal razón que movía el
ánimo del rey era la de las «necesidades» de sus reinos. Nótese cómo el interés fiscal
influía en la decisión de una materia que había sido objeto de tan apasionados debates
teóricos.
De acuerdo con la decisión anterior, el año de 1559 se dio comisión al virrey del
Perú, al licenciado Vibriesca de Muñatones, a Diego de Vargas de Carvajal y al
contador Ortega de Melgosa, para que trataran con los encomenderos del Perú el
servicio que podían hacer al rey, a fin de que éste les concediera la perpetuidad de las
encomiendas. Se les dio una instrucción pública y otra secreta, que ordenaba que no
ejecutaran nada de lo concertado hasta consultarlo con el rey. Los comisarios llegaron
al Perú y publicaron por las ciudades de españoles el encargo; acudieron los
procuradores y ofrecieron las cantidades que podían, en la inteligencia de que la
perpetuidad se daría con jurisdicción civil y criminal y la sucesión seria por vía de
mayorazgo. Los comisarios contradijeron el punto de jurisdicción, porque dijeron que
no tenían facultad para acordarlo hasta consultar al rey[17].
Los comisarios dieron cuenta también del encargo a los indios, diciéndoles que
opinaran sobre lo que les parecía, y que si por no querer quedar encomendados
preferían servir al rey con una suma, lo dijeran, puesto que ya habían ofrecido la suya
los españoles.
LAS CASAS y fray DOMINGO DE SANTO TOMÁS, en nombre de los indios redactaron
un memorial[18], en el sentido de que si con leyes y cédulas reales los encomenderos
trataban mal a los indios, «¿cuánto más los podrían peor tratar y acabar si tienen
título de haberlos comprado?». Que frente a los encomenderos perpetuados, el rey no
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tendría poder para imponer justicia en esas tierras y viéndose los españoles con
vasallos, y por consiguiente soberbios, presuntuosos y poderosos, tendrían cada hora
mil motivos y tentaciones para alzarse, como lo habían hecho. Que el rey no seria
soberano, sino de los caminos. Que los indios estaban dispuestos a pagar un servicio
igual al que ofrecieran los españoles, más cien mil ducados, y si no hubiere cifra de
los españoles, darían dos millones de ducados de Castilla en oro y plata en 4 años,
pero prometiendo y jurando el rey lo siguiente: 1. «Que después que se hubieren
acabado las vidas y tiempo que los comenderos que al presente tienen encomiendas
de indios han de gozar de ellos, agora ni en ningún tiempo dé ni consienta, ni permita
dar ni enajenar ningún repartimiento de cuantos hoy hay en todas aquellas provincias
del Perú, así de los que están en su corona real al presente, como de todos los que
están encomendados a los españoles, por ninguna manera de sujeción ni
enajenamiento que sea, como es vasallaje, o encomienda o en feudo, ni repartimiento,
ni en otra, si otra alguna hay, sino que siempre sean y estén inmediatamente en la
Corona de Castilla, como lo están las ciudades y pueblos realengos de estos reinos de
España». 2. Que para que los encomenderos no impidan a los indios pagar el servicio
que ofrecen al rey, se prohíba que ningún comendero entre por ninguna causa ni
razón en los pueblos de los indios que tienen encomendados, ni sus mujeres que son
las más crueles y perniciosas, ni negro, ni criado, ni otra persona suya, sino que los
tales pueblos de indios les pongan sus tributos en los lugares donde por las tasaciones
fuere determinado. 3. Que los pueblos de indios en cabeza del rey le tributen sólo la
mitad de lo que ahora pagan. 4. Que si el año es estéril o han disminuido los indios,
se retasen los tributos para aminorarlos, sean para el rey o para el encomendero. 5.
Que los repartimientos menores que vacaren se vayan uniendo a los mayores. 6. Que
cuando se hubieren de tratar los negocios generales tocantes al estado de las
repúblicas de los indios, se convoquen procuradores de sus pueblos y comunidades,
para que los entiendan y consientan si fueren cosas útiles, o den razón de lo contrario,
como lo solían hacer en tiempo de los reyes Ingas, y se acostumbra en las cortes de
España. 7. Que S. M. haga merced y dé privilegios a los señores indios más
principales de aquel reino como les corresponde por ley natural, para que sean libres
y francos, y no paguen pechos, ni sean obligados a otra servidumbre, del mismo
modo que los caballeros e hijosdalgo de España que de esta exención gozaban en
tiempo de sus reyes Ingas; que se les den sus armas e insignias, y de ellas gocen sus
herederos y mayorazgos, porque no se pierda su antigua generosidad. 8. Que no se
tome a los pueblos en común, ni a los vecinos indios en particular, sus tierras, aguas,
ni otras cosas, porque es contra razón y justicia natural.
Este ofrecimiento venía a ser un medio para comprar a la Corona los derechos
que en el terreno teórico había sostenido siempre LAS CASAS y que veía ahora muy
lejanos de su posible triunfo; las peticiones eran las mismas, pero obtenidas por pago
y no por justicia del rey y conciencia de sus deberes naturales con los indios, en la
forma extrema en que LAS CASAS los juzgaba.
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Los comisarios del Perú, con los ofrecimientos y pareceres recogidos dieron un
informe escrito al rey aconsejando que los repartimientos del Perú se dividieran en
tres partes: una para darla en perpetuidad a los que hubieren servido, pues ellos o sus
antepasados ayudaron a conquistar la tierra, y por ello derramaron su sangre; otra
integrada por encomiendas que el rey concedería por una vida exclusivamente para
que al morir cada beneficiario volvieran a la Corona y ésta hiciera nueva merced a
quienes le pareciera; y una tercera parte, de repartimientos que a medida que fuesen
vacando se incorporarían a la Corona, pero no para volverlos a encomendar, sino para
que quedaran definitivamente consignados en favor de la caja del rey[19].
Según el cronista HERRERA, el rey, visto el informe, mando que los comisarios
regresaran y que resolvería[20].
Algunos documentos posteriores comprueban que el asunto no había terminado.
El 7 de febrero de 1561, estando Felipe II en Toledo, dictó una cédula para el conde
de Nieva, virrey del Perú, diciéndole que el maestro fray Domingo de Santo Tomas,
provincial que fue de la orden dominica en el Perú, había venido a la Corte, y con
Bartolomé de Las Casas presentado el memorial a que antes hemos hecho referencia:
«suplicándonos en nombre de los caciques y naturales de esas provincias lo en él
contenido, cerca de lo que toca a la perpetuidad [que] se nos ha enviado a pedir por
los españoles que residen en ellas de los repartimientos de indios que tienen en
encomienda, diciendo los daños que desto resultaría y ofreciendo servirnos porque no
vengamos en ello con la cantidad que dicen en el dicho memorial». El rey remitía el
documento a Nieva y le encargaba que por ser el negocio de tanta importancia, oyera
a fray Domingo, que regresaba al Perú, y a los caciques y naturales, y que informado
de todo «con la destreza, consideración y secreto que convenga», enviara una
relación particular con su parecer[21].
Fray DOMINGO DE SANTO TOMÁS escribía a Felipe II desde Los Reyes (Perú), el 14
de marzo de 1562, que de hacerse la perpetuidad se perderían las ánimas de los indios
y el rey perdería sus vasallos. Acusaba a los enviados del rey de recibir joyas y
presentes de los encomenderos y que por tener muchos familiares eran parciales. Que
habían dado indios vacos, y sacado de la Corona repartimientos que desde muchos
años atrás estaban incorporados. Que derrochaban las rentas del rey, y que el
perjuicio causado importaba más de cien mil ducados. Que las tasas de los indios
habían sido acrecentadas. Que el rey debía cuidar la doctrina de los indios y poner un
solo gobernador cristiano de buen ejemplo y lo mismo para su hacienda, no muchos.
Que si el rey concedía la perpetuidad perdería la tierra, y era carga de conciencia.
Que se remitía a lo que como testigo de vista diría el oidor de la audiencia de los
Reyes, doctor Brabo de Saravia, y al obispo de Chiapa, a quien escribía para que
diera al rey verdadera relación[22].
Adviértase que la perpetuidad decretada en 1556 no se había cumplido aún, y que,
contra el propósito del rey, insistían en sus alegatos los religiosos defensores de los
Página 128
indios, empleando, entre otros, el argumento económico, mismo que utilizaban los
encomenderos para lograr la perpetuidad.
Pero no sólo de este campo partían los argumentos contra el propósito de
Felipe II. El virrey del Perú (posiblemente el mismo Nieva a quien se dirigía la
cédula de 1561), dirigió al rey un reposado memorial, en el que considerando las
dificultades propias de los dos extremos del problema: la perpetuidad en favor de los
españoles, y la incorporación total de los indios a la Corona con supresión de las
encomiendas, se decidía por el término medio, defendiendo la institución en su forma
jurídica limitada, creyendo que con ella se atendía mejor al problema, que con
cualquiera de las soluciones extremas.
Comenzaba enumerando los inconvenientes propios de la solución regalista
extrema.
Decía que los que trataban de poner todos los repartimientos del Perú en cabeza
del rey, porque de aquella manera los indios serían mejor tratados y el rey recibiría
gran aprovechamiento en su hacienda, se engañaban en ambas cosas, y aunque lo
decían por hacer bien, no entendían el estado en que los indios se habían puesto en el
Perú y su inclinación y la calidad de las gentes y aprovechamientos que el rey tenía
en aquella tierra y de dónde procedían.
Que en el Perú estaban encomendados los repartimientos de los iridios a los
españoles que descubrieron y pacificaron aquella tierra, o luego la habían mantenido
en orden contra los indios que habían intentado alzarse, o a los que habían servido
contra los españoles que se habían rebelado en aquella tierra, y que el virrey por su
mano nunca había proveído repartimiento en persona en que no concurriera alguna de
estas calidades.
Que se daba la encomienda por vida de los encomenderos, para que sacando de la
tasa lo de los religiosos que enseñaban a los indios, lo demás fuera para los
encomenderos, pidiéndolo ante la justicia de S. M. cuando los indios no lo daban, sin
poderlo tomar por su propia autoridad, porque en todo el Perú no había quien tuviera
vasallos ni jurisdicción sino el rey, y que en relación con los encomenderos, los
indios solamente eran renteros, para pagarles lo que estaba tasado, y todas las veces
que parecía a los indios que la tasa era crecida, o cuando no tenían frutos para pagar o
mediaba otra causa, no pagaban hasta que el encomendero lo pedía a la justicia, y que
con esto los indios tenían libertad y no temían a los encomenderos, no les
disimulaban nada malo que les quisieran hacer, acusándolos ante la justicia, como lo
haría un español contra otro. Que de esta manera, ninguna mano había quedado a los
encomenderos para hacer mal a los indios de sus repartimientos, después que
castigado Gonzalo Pizarro se puso en justicia la tierra y se tasaron los tributos que los
indios habían de dar.
Que antes usaban los encomenderos a los indios como esclavos, los mataban y
atormentaban, además de sacarles lo que tenían y lo que no tenían, Pero que los
indios encomendados a particulares, ahora vivían en más libertad que los que estiban
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en cabeza del rey, porque como los indios eran cobardes, no se quejaban de los
oficiales reales que cobraban por el rey; que esto lo decía el virrey por experiencia,
por haber tenido que animar a los indios que estaban en cabeza del rey a que se
quejaran al propio virrey cuando fueran ofendidos por los oficiales reales. Que por
esta razón, los que decían que se debían poner todos los indios en cabeza del rey,
porque serían mejor tratados, se engañaban, no sabían cómo estaban en el Perú las
cosas, creyendo que eran como en Nueva España, donde a lo que el virrey entendía
no había tan buena orden como el que ahora se tenía en las encomiendas del Perú.
Que las rentas y aprovechamientos que el rey tenía en el Perú eran de quintos de
oro y plata que los españoles de sus propias minas sacaban, y de los almojarifazgos
de mercancías que para el Perú se llevaban, y de la venta de los tributos de los
repartimientos del rey, porque de las minas que el rey tenía no se sacaba ningún
provecho ni se labraban; que la labor de minas era trabajosa y cara y los españoles,
aun teniendo repartimientos, se quejaban de que no podían pagar el quinto, y que si
no tuvieran los tributos para sustentar a los negros y españoles que tenían en las
minas, no podrían labrarlas, y que, aunque muchos españoles que no tenían
repartimientos labraban minas, se sustentaban con lo que les daban los encomenderos
de los tributos, porque eran sus hacedores en las minas, o deudos o amigos, y que si
no tuvieran los españoles repartimientos, cesaría la labor minera y los quintos del rey,
que eran el principal aprovechamiento de S. M., obtenido sin costa ni trabajo alguno.
Que no había de pensarse que cuando los españoles no labrasen las minas, el rey
las podría labrar, quedándose con los repartimientos, porque en las minas del rey no
se había sabido dar forma para el trabajo, y más difícil sería cuando tuviera mayor
número; que la labor se haría con negligencia y poca fidelidad, por estar los príncipes
tan lejanos, mientras que con el cuidado que cada cual ponía en su mina, resultaba
gran aprovechamiento a la hacienda y quintos del rey.
Que quitándose los repartimientos a los españoles, los almojarifazgos cesarían,
porque no teniendo hacienda los españoles ni pudiendo labrar las minas sin
repartimientos, no podrían pagar las mercancías de España, por lo cual cesaría el
comercio con el Perú.
Que perdería el rey lo que valían los tributos de sus repartimientos, no sólo el oro
y la plata, sino maíz, trigo y ropa, todo lo cual tenía precio por comprarlo los
españoles con el oro y plata que sacaban de sus minas, para gastarlo en sus españoles
y negros, porque los indios tenían de suyo para lo poco que gastaban.
Que sería gran daño para el rey poner a los indios en su cabeza; perdería todo lo
de la tierra, no la podría sustentar, los españoles se levantarían o abandonarían la
tierra y se verían los indios solos y poderosos y se rebelarían a su vez. Si el rey
maridaba soldados, costaban mucho, morirían en el camino y no podría tenerlos sin
aprovechamientos en la tierra, pues robarían y cometerían crueldades con los indios.
Que por todas esas razones, le parecía al virrey, que estaba ahora muy bien la
tierra con encomenderos y tasa, libertad para los indios y poca mano de los españoles
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y que había un ejército que no costaba y aun daba provechos al rey.
Que cierta persona proponía que se pusieran todos los indios en cabeza del rey y
que éste nombrara mayordomos para coger los tributos y entregarlos a los
encomenderos, porque así los indios serían mejor tratados; el virrey creía que esto no
convenía, porque siendo la tierra tan vasta y los repartimientos de tantas leguas, se
necesitaría un gran número de mayordomos, y como sus salarios habían de salir de
los propios tributos, resultaría que de donde antes vivía el encomendero, habían de
sustentarse dos personas, y si no se subía la tasa tendría menos posibilidades el
encomendero para trabajar sus minas y los quintos serían menores; los indios serían
peor tratados, porque ahora sólo vivían entre ellos los frailes que los doctrinaban, y al
darse entrada a los mayordomos robarían y vejarían a los naturales.
En cuanto a la tendencia en favor de la perpetuidad de los repartimientos, sostenía
el virrey que tampoco era razonable y no había de creerse que los indios serían mejor
tratados. Que esto hubiera sucedido cuando no había tasas, ni justicia, pero que si los
indios supieran ahora que iban a ser para siempre de los encomenderos, se asustarían
y no se quejarían de ellos como ahora lo hacían, por lo cual la perpetuidad redundaría
en su mal tratamiento.
El virrey citaba otros inconvenientes de la perpetuidad: se alteraría la tierra,
porque los que esperaban indios, que eran tantos como los que los tenían, matarían a
éstos, como se vio en las Charcas el año de 1553, y también en Potosí; que los de La
Paz y todo el Perú harían lo mismo, y se repartirían entre sí los indios de los
encomenderos; que de esta suerte los españoles que pedían la perpetuidad no sabían
que buscaban su peligro.
Que si esto no sucedía, los españoles que esperaban indios volverían a España, y
los que quedaran no serían suficientes para asegurar la tierra contra los
levantamientos de indios.
Que con la perpetuidad se quitaba la autoridad al virrey; éste daba los
repartimientos a los encomenderos, y por eso lo acataban y servían, y era temido de
vecinos y no vecinos, y quitando esta autoridad, en tierra donde sólo el interés se
atendía, tendría tan poca parte el virrey en la gente, que alguno de los vecinos gozaría
más autoridad por lo que podría aprovechar y dar a la gente suelta, lo cual sería gran
inconveniente en gobierno donde el que hace las veces del rey ha menester fuerzas
para tener sosiego y justicia en aquellas partes.
Que podría suceder que las encomiendas, al perpetuarse se dieran a personas sin
merecimientos, y quedarían sin gratificar otros beneméritos.
Que el rey no debía atarse las manos, ni atarías a sus virreyes; que los indios
dados en perpetuidad podían aficionarse a ser vasallos y también al aumentar el
asiento de los españoles, se impediría en el futuro la incorporación de los
repartimientos en favor de la Corona[23].
En resumen, el virrey del Perú, entre las dos tendencias extremas del problema de
las encomiendas—suprimir del todo los repartimientos o concederlos por merced
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perpetua—, escogía la solución media de mantener la encomienda en la forma
controlada en que existía, con goce temporal y no perpetuo de la renta, sin
jurisdicción, y mediando el poder público en el cumplimiento del pago de los tributos
tasados. Adviértase la importancia que el virrey concedía a los efectos económicos
que produciría cualquier solución radical del problema.
En 1572, según Herrera[24], el virrey del Perú, don Francisco de Toledo, volvió a
tratar el punto, insistiendo la ciudad del Cuzco en que la perpetuidad fuera con
jurisdicción. El negocio quedó sin resolver de modo definitivo.
Cuando se discutía la perpetuidad en el Perú, opinó también Diego de Robles en
contra de la concesión[25]; hacía valer el argumento regalista en estos términos: «en
las Indias, por ser tierras tan remotas de la persona real, no conviene se dé
perpetuidad a los vecinos delias, principalmente porque estando tan a partido, se
puede considerar y presumir ser notable yerro, y de grandísimo inconveniente, porque
si con solamente gozar de ser ricos, se ha visto tener los ánimos tan fuera de lo que
conviene, por pasiones particulares y ocasiones de poco momento para la autoridad
de alzarse, como lo han hecho e intentado muchas veces, muy mejor comodidad y
fácil cosa les seria hacerlo siendo poderosos, porque aunque agora gozan de ser ricos,
carecen de ser poderosos, como lo serían con la perpetuidad, y así es cosa llana que
no conviene que se haga, ni darles suelta ni larga, de manera que se puedan descuidar
del real servicio y espectativa a la merced que S. M. y sus gobernadores en su nombre
les hubieren de hacer, que será freno y remedio, para que con el celo que deben, estén
sujetos y con toda quietud».
Daba después Robles una minuciosa lista de razones para apoyar su opinión, sin
variar mucho de las que ya conocemos. En otro memorial añadía[26], que en caso de
darse la perpetuidad, convendría que se hiciese con pocos, avisando el virrey
secretamente cuáles serian los favorecidos, y que con eso los otros tendrían esperanza
de obtenerla, y entretanto irían vacando las encomiendas que todavía no se hubieran
perpetuado, y se darían a otros; que los repartimientos perpetuos se visitaran de
veinte en veinte años; que el encomendero no tuviera mayor jurisdicción que la
actual; y se tasara el repartimiento antes de perpetuarlo, pero sin que el encomendero
supiera que era para eso, porque entonces procuraría una tasa baja, a fin de tener que
pagar menor servido al rey en el momento de dársele la perpetuidad.
En 1619, Juan de Cervantes, procurador general de los encomenderos del Perú,
aún representaba en favor de la perpetuidad. Juzgaba que el estado del reino era más
a propósito para la concesión que en la época en que trataron el punto los comisarios.
La perpetuidad sería con jurisdicción[27].
El episodio se repitió en Nueva España[28]. Escribía el oidor Alonso de Zorita el
10 de febrero de 1564[29]; «tengo aviso que se han juntado esta semana en México los
encomenderos, con licencia del visitador [Valderrama], y que asiste a ello el marqués
del Valle, para ver con que podrá cada uno servir a V. M. porque les haga esta merced
[de la perpetuidad]; en el Perú se trató lo mismo, y los que fueron a ello por mandado
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de V. M. mandaron dar noticia dello a los indios, y que libremente diesen poder a
quien quisiesen, para que se tratase si lo querían consentir o contradecir, y qué
servicio podrían ellos hacer a V. M. porque se perpetuasen en su Real Corona de
Castilla, y si V. M. fuese servido de mandar que aquí se hiciese lo mismo, sería
grandísimo bien y merced para estos reinos, y que V. M. mandase enviar cédula para
que libremente se junten a tratar dello y a dar poder a quien quisieren». «La otra vez
que se dijo que acabado lo del Perú habían de venir los que allá estaban entendiendo
en este negocio a que se hiciese aquí lo mismo, se trató que los indios querían hacer a
V. M. el mismo servicio que sus encomenderos, porque no los enajenase de su Real
Corona y se trató conmigo por la afición y crédito que de mi tienen…». Zorita quería
que el rey lo llamara a España para informar.
En 1563 escribía el segundo marqués del Valle a Felipe II sobre la perpetuidad:
«tengo entendido quel visitador [Valderrama] traerá alguna claridad en estos
negocios; yo siempre diré a V. M. lo que le dije el día que le besé las manos para
venirme a esta tierra; queste negocio es tan necesario, así para los naturales como
para los españoles, que será imposible conservarse la tierra para adelante sin ello;
V. M. hará lo que más fuere servido»[30].
Sobre el mismo problema continuaban las opiniones en 1565. El oidor de la
audiencia de México, doctor Ceynos, escribió con este motivo una importante carta al
rey, en la cual hacía un breve resumen sobre el desarrollo de las encomiendas, dando
a continuación su parecer en pro de la perpetuidad, pero con ciertas reservas[31].
Refería en la parte histórica lo siguiente: «Del día que don Hernando Cortés,
marqués del Valle, entró en esta tierra, en los siete años poco más o menos que la
conquistó e gobernó, padecieron los naturales grandes muertes, y se les hicieron
grandes malos tratamientos, robos y fuerzas, aprovechándose de sus personas y
haciendas, sin orden, peso, ni medida; porque cada uno se aprovechaba a su voluntad
y como le parecía, y conforme a la orden que les daban, que era decir que se sirviesen
dellos en sus haciendas y granjerías sin limitación alguna: disminuyóse la gente en
gran cantidad, así por los excesivos tributos y malos tratamientos, como por
enfermedades y viruelas, de manera que en este tiempo faltó muy grande y notable
parte de la gente, y en especial en tierras calientes». «Vino la primera audiencia que
V. M. mandó proveer, fin del año de 27, y continuáronse los trabajos destos naturales
poco menos que al principio, y permitieron hacer gran cantidad de esclavos de los
naturales, y los servicios personales como de antes, que era una servidumbre
durísima, así en dar comidas y servicios como edificios suntuosos, poniendo los
materiales de sus casas y trayéndolos en sus hombros y espaldas, que con los trabajos
no tenían tiempo para ser instruidos, de lo cual había poco cuidado: gobernaron dos
años». «Al fin de ellos mandó V. M. removerlos y enviar el año de 30 otros oidores,
de los cuales fui yo el uno: llegados que fuimos, principio del año 31, mandamos
pregonar una provisión de V. M., que por ninguna vía se hiciesen esclavos, y dimos
por ningunas las encomiendas que los pasados habían hecho, que fueron más de
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doscientas, y fundamos corregimientos de los tales pueblos como hasta hoy están y
los que más vacaren, hasta que vino la merced de la sucesión de los hijos legítimos
[ley de 1536]». Sobre la labor de tasación que emprendió la segunda audiencia
refiere: «con toda la furia que pudimos comenzamos a atajar la ejecución de los
tributos que llevaban a los indios de plano y de prisa, y como estaban acostumbrados
[los encomenderos] a llevar los tributos conforme a su voluntad, fueron grandes los
trabajos que se pasaron en remediar y castigar los excesos; que tuviéramos por muy
bueno que todos los españoles nos dejaran solos [a los ministros reales], porque
teníamos entendido que tuviéramos los indios pacíficos como lo han estado y están».
Sobre esclavos y servicios personales informaba: «La gran cantidad de esclavos
naturales que se habían hecho, nos daba gran pena de verlos injustamente cautivos,
porque ni ellos se sabían quejar, ni nosotros osábamos hacerlo de hecho, porque todos
estaban herrados con autoridad de los gobernadores e oidores y so color de una
cédula real del Emperador, de gloriosa memoria; y tampoco nos entremetimos en
quitar los servicios personales, que eran el nervio con que se sustentaba toda la tierra,
y así lo llevamos poco a poco con la más templanza y rigor que convino, con parecer
de don Sebastián Ramírez, obispo de Santo Domingo, que vino después de nuestra
venida por presidente desta real audiencia; en que se gastaron cinco años poco
menos». «Vino al fin de ellos don Antonio de Mendoza por visorrey y presidente, y
con su prudencia se prosiguieron las tasaciones, restringiéndolas más; aunque la
contratación de los esclavos indios que hallamos hechos nos daban mucho cuidado.
En todas las cartas que a V. M. escribíamos, encarecíamos esta tiranía y la de los
servicios personales y cargarse los indios. Era entonces la furia de las minas, y por
sacar mucho interés ocurrieron muchos de los comenderos al visorrey que conmutase
los tributos en que les diesen los pueblos indios para servir en las minas… las cuates
conmutaciones hacía solamente él como gobernador, con la voluntad de los indios
principales [caciques] que gobernaban los pueblos, que no hacían ellos los servicios,
sino los pobres»; esto es, los macehuales. «Fué una traza muy dañosa para los
naturales y sus vidas: pasaron en este tiempo de diez arios con toda la más templanza
que se podía tener en el gobierno y cuidado de la doctrina cristiana y templos». «En
fin de este tiempo vino el licenciado Tello de Sandoval, presidente del real consejo de
Indias de V. M. y trajo las Nuevas Leyes por espíritu santo hechas, y con su prudencia
y buen seso del visorrey se pregonaron y ejecutaron con toda templanza, sin suceder
en poco ni en mucho lo sucedido en Perú. Continuáronse las tasaciones,
estrechándolas y poniéndolas más en orden con gran diligencia y cuidado, y en
alguna manera se procuraba remediar los excesos de los servicios personales y cargar
de indios, y se favorecía la doctrina cristiana y ministros de ella, en que pasaron
cuatro años poco más o menos, y se quitaron los servicios que tengo dicho que daban
a minas, que fué un notable beneficio de esta tierra». «Esto pasado, vino don Luis de
Velasco por visorrey, gobernador y presidente. Envióse provisión de V. M. en que se
dieron por libres todos los esclavos y se quitaron los servicios personales, que fué
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provisión divina, y se ejecutó al pie de la letra sin escándalo de hecho, que no fué
pequeña cordura hacerlo; porque fue quitar el estado y comida a los más españoles de
la tierra». «Apretáronse las tasaciones y se prohibió el cargar de los indios, y a puras
ejecuciones se moderó mucho… ha crecido el trato [comercio de mercaderías] de los
indios, [hay] muchos bastimentos aunque caros, procuróse doctrinar a los naturales y
favorecer a los ministros y casas de oración. Esto duró trece o catorce año». «Al fin
dellos vino el licenciado Valderrama, del Consejo de V. M., a visitar esta real
audiencia en Nueva España; estrecháronse más las tasaciones, visitando
particularmente y contando los pueblos, que ya en tiempo de don Luis se había
comenzado, y con estas visitas y cuentas se alcanzaron a conocer los trabajos y costas
que se hacían a los macehuales por sus principales e gobernadores [caciques indios],
e gastos de grandes edificios de monasterios, y sacristías suntuosas y otros servicios
excesivos a algunos religiosos y clérigo». «Hanse hecho y cada día se hacen nuevas
tasaciones con su cuenta y calidad de la tierra, con lo cual se va ordenando que
ninguna persona religiosa, ni seglar, ni indio, se sirva tiesta gente pobre sin paga
moderada conforme a su calidad y de la tierra, de manera que con dar su tributo son
libres de todo servicio y trabajo sin paga». «El tratamiento de los naturales por los
comenderos está muy enmendado y son las personas de todos estados de que menos
vejación reciben; porque con la merced que V. M. les ha hecho en lo de la sucesión
legítima, entienden que se les ha de continuar y tratan el negocio con mucha
templanza y amor; y así en esta real audiencia hay pocos pleitos de esta materia, que
en otros tiempos era lo más en que se entendía».
He seguido toda la descripción de Ceynos, porque además de su fidelidad
histórica, sirve para mostrar cómo los ministros reales se iban dando cuenta, y
procuraban el control de las encomiendas por la preponderancia del poder del Estado,
especialmente por medio del régimen de tasas, la eliminación de servicios y demás
medidas a que alude el oidor en su reseña. En 1565 ya daba por producidos los
efectos y advertía que se estaba plenamente dentro del período controlado de la
institución.
En cuanto a su parecer personal en la misma carta era el siguiente: «que la merced
que está hecha a los comenderos sea perpetua por sucesión legítima y derecho del
primer comendero, sin pasar a transversal ni extraño». «Que se le dé jurisdicción civil
y criminal en sus territorios contra españoles, mestizos, negros, indios extranjeros y
mulatos, hombres y mujeres, para que conozcan de todos los excesos y malos
tratamientos que a sus encomendados se hiciesen, determinando las causas conforme
a derecho, otorgando todas las apelaciones para esta real audiencia, dejándolos
condenados, vinculados y a buen recaudo hasta que por final determinación se
determine su negocio, para que do delinquió sea castigado, porque estando le los las
audiencias no pueden evitar los robos y fuerzas que esos vagabundos hacen a los
indios y a los bienes y familia de los encomenderos… y ni una legión de ángeles
bastaría contra los vagabundos, hambrientos y ocioso». Pero esta jurisdicción del
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encomendero, nótese que era sólo defensiva, y contra gentes de fuera de la
encomienda, porque sobre los indios encomendados no había de ejercerse, según el
parecer de Ceynos, porque a los naturales resultaba bien y favor «de que los
comenderos no tengan jurisdicción civil ni criminal de oficio ni a pedimento de parte
en sus indios encomendados, ni para cobrar sus tributos ni tomarles comidas ni
servicio por manera alguna, porque para todo lo que contra ellos quisieren, han de
ocurrir a esta real audiencia por el remedio, y han de entender los naturales que nadie
les puede mandar ni gobernar sino sólo V. M. y sus ministros, y tener sobre ellos
jurisdicción y mando el encomendero, es tenerlos por esclavos. Las jurisdicciones
dadas por V. M. sobre indios son en ofensa de Dios y cargosas a su real conciencia,
pues son impedimento a su salvación [del indio encomendado], y la Sede Apostólica
insungió a la Corona de Castilla carga de hacer doctrinar y enseñar a estos naturales
la doctrina cristiana para que vayan a gozar de Cristo que los redimió y mantenerte»»
en justicia por todas las vías posibles, sin tener por principal intento otro interés
alguno, y dar jurisdicción sobre ellos sería enajenación y su destrucción, de que dió
su palabra real el Emperador nuestro señor, que no enajenaría de la Corona de
Castilla esta tierra».
Añadía Ceynos que los encomenderos, por recibir poder contra las gentes
exteriores a la encomienda, no debían pagar servicio especial a la Corona, pues
bastaban sus cargas de culto y de guerra y tendrían que sustentar también a los
ministros para ejecutar su justicia. Ceynos quería también que en el nuevo tipo de
encomienda que proponía se diera a los encomenderos «título de señor de tal pueblo,
o barón o vizconde, o adelantado y otros de esta calidad, y personas ricas habrá y de
calidad, que suplicarán por títulos de condes, marqueses y duques, con que los unos
ni los otros no gocen las honras, preeminencias y ceremonias de estas mercedes, sino
sólo en las Indias descubiertas y por descubrir; la gente es tan codiciosa de se honrar,
que por ningún precio dejarán de lo hacer desde luego… y es decorar, ilustrar y
enriquecer este Nuevo Mundo». También citaba Ceynos la utilidad del ofrecimiento
de encomiendas para que la gente se alentara y emprendiera nuevos descubrimientos.
Por notas de don JUAN BAUTISTA MUÑOZ[32], sabemos que en 1588 disputaron
también sobre encomiendas el padre Alonso Sánchez, jesuita, y el padre Juan
Bolante, dominico[33]. En 1595 opinó sobre el mismo tema fray Juan Ramírez,
dominico, con aprobación de fray Tomas de Guzmán[34].
Como conclusión de la larga reseña posterior al año 1500, podemos observar, que
con ser entonces preeminente el problema de la perpetuidad, seguía sin resolver, a
causa de la resistencia de la Corona a conceder jurisdicciones y de la oposición de los
defensores de los indios; en esta época, la modificación de la estructura de la
encomienda había producido la correspondiente transformación en el planteamiento
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teórico. De allí el paralelismo entre los pareceres examinados en este capítulo y las
leyes y medidas prácticas estudiadas en los dos capítulos anteriores.
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CAPÍTULO VII
DOCTRINAS DE LOS JURISTAS
Fray PEDRO DE AGUADO, con exposición sencilla, decía[1]: «ha sido costumbre
muy usada en las Indias, que cualquier capitán que ha ido o va a descubrir tierras
nuevas, con poder Real o sin él, después de haber descubierto alguna rica provincia y
pacificado los naturales della, y poblado su pueblo, para que los que con él han
entrado en la tal jornada se puedan mejor sustentar, y permanezcan en la tierra, y la
conserven en amistad, señala a cada uno tanta cantidad de indios cuanta le parece que
bastarán a dalle sustento conforme a la calidad de la tierra y aun de la persona, y este
señalamiento unas veces es por persona diciendo: yo os doy e señalo tantos indios
casados, que se entiende con sus mujeres e hijos, y otras veces por casas e bohíos,
señalándole tantas casas pobladas de visitación, que se entiende que han de tener
moradores, porque hay en algunas partes indios que tienen a dos y a tres casas, y
todas son de un solo dueño, y éstas no se cuentan más de por una. Otras veces se da
por señores o principales, nombrando el principal o señor de tal parte con todos sus
sujetos y datarios; y otras veces por términos de tal parte a tal parte los indios que
hubiere, o al valle. Esto que este capitán hace, si no tiene poder Real para
encomendar, llámase solamente repartimiento y apuntamiento, de lo que a cada uno
señala; pero no tiene más fuerza de cuanto fuere la voluntad del rey, o de la persona a
quien el rey da poder para encomendar los indios; y por respecto de llamarse aquella
primera división de indios repartimiento, les ha quedado y queda después el nombre
de repartimiento a aquella población o suerte de indios que a cada vecino le cupo, y
así comúnmente a los indios que cada español tiene a su carga le llaman el
repartimiento de fulano. Este primer repartimiento o apuntamiento, hecho
generalmente de los naturales de la provincia nuevamente descubierta y poblada, es
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traído al presidente o gobernador, que sor los a quien el rey suele dar poder para que
encomienden, y estos superiores, si ven que el apuntamiento o repartimiento hecho
por el capitán está sin agravio ni perjuicio de los más españoles que con él fueron,
confírmalo, encomendando los indios en aquellas personas en quien antes estaban
señalados y apuntados, o remueve de unos en otros, como le parece que es justicia».
«Este nombre de encomienda es una merced hecha por ley antigua de los reyes de
Castilla a los que descubrieren, pacificaren y poblaren en las Indias, en que les hacen
merced de que aquellos indios que en su título o cédula se contienen, los tengan en
encomienda (que es tanto como decir a su cargo) todos los días de su vida, y después
de él su hijo, o hija mayor, y por defecto de hijos, su mujer no más; y estos tales son
llamados encomendadores, y es a su cargo el mirar por el bien espiritual y temporal
de los indios de su encomienda, y a darles doctrina, y los indios, supuestas las
condiciones de la encomienda, son, por respecto dellas, obligados a dar a sus
encomenderos, cada un año, cierta cantidad de oro, y otras cosas en que están tasados
por los jueces y visitadores, para el sustento de los encomenderos; y este tributo en
unas partes es llamado demora, como en la provincia del Nuevo Reino de Granada, y
Santa Marta, y Cartagena, y en el Perú, y en Nueva España; y estos tributos y
demoras han sido enmendados en mucha parte por los jueces que el rey ha enviado, y
leyes que cristianísimamente sobre ello ha hecho, como adelante más particularmente
lo diremos; porque antiguamente cada encomendero sacaba todo lo que podía a sus
indios, y les hacían que les proveyesen de muchas cosas que no podían sin excesivo
trabajo dar ni cumplir los indios, y metían en esta demora o tributo lo que llamaban y
llaman servicio personal, que era por vía de feudo, haber de dar a sus encomenderos
tanta cantidad de cargas de leña cada un año, cierta cantidad de cargas de hierba para
sus caballos, tanta cantidad de madera para hacer casas o bohíos. Todo lo cual habían
de traer a cuestas a casa del encomendero, con más todo el trigo, maíz y cebada y
otras cosas que en el repartimiento se consignen; que podrá ser adelante, donde
trataremos de la moderación que en todo se ha puesto, especificallas más
particularmente». «Estas encomiendas no pueden ser removidas ni quitadas a los que
justamente las tienen, si no es por traición, o por malos tratamientos de indios, o por
herejes, que en todos los otros casos aunque el primer encomendero cometa algún
delito, por donde merezca pena de muerte, no por eso se le quita a su sucesor el
derecho y merced que el rey le ha hecho y hace por la encomienda. Hay otro título
llamado depósito, y otro que se dice administración y es de poca fuerza, que cada y
cuando que el superior quiere removerlo, lo remueve, y lo mismo la administración; y
así se tendrá por avisado el lector, que dondequiera que nombraremos encomendero o
encomenderos, se entiende por aquellos a quien han sido repartidos y encomendados
los indios y que los tienen y poseen a su cargo».
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Esta explicación de AGUADO tiene un indudable valor didáctico; pero fue
mejorada por las doctrinas de otros juristas, que sobre el cuadro general de la
institución supieron ahondar en diversas direcciones, perfilando mejor el derecho de
las encomiendas.
JUAN DE MATIENZO, el conciso oidor de la Audiencia de Charcas, trató el
problema teórico de la justificación de la institución, el técnico jurídico de su
organización y control, y el de la perpetuidad[2].
Comenzaba su justificación de la encomienda afirmando, que las Indias fueron
justamente ganadas por los reyes de España, por diversos títulos: concesión del Sumo
Pontífice, ocupación de tierras deshabitadas, resistencia de los indios a la fe cristiana,
sus pecados contra natura, su infidelidad, y la tiranía de los reyes indios, la cual era
justa causa de guerra, porque a cualquiera mandó Dios que librase a su prójimo de
opresión[3].
Si el rey de España era verdadero señor de los indios, éstos le debían pagar
tributo, porque: «al rey se debe el tributo por sus vasallos por Derecho divino,
conforme a lo de SAN MATEO, “dad al César lo que es del César”». Y SAN PABLO:
«toda ánima está sujeta a los príncipes», y por estos tributos el rey [queda] obligado a
pagar las costas de la guerra y salarios de jueces; de aquí es que los encomenderos,
por razón de el tributo que llevan, están obligados a la defensa». Consideraba
MATIENZO en segundo lugar, que el rey y los encomenderos tenían derecho a los
tributos por la obligación que sobre ellos pesaba de enseñar la doctrina y religión
cristiana a los indios, y que por eso se había ordenado que durante el tiempo en que
los encomenderos no tuvieran clérigo ea las doctrinas de su encomienda, no gozaran
los tributos y se cobraran para la Caja Real. En tercer lugar, los indios debían pagar el
tributo por la protección que recibían de los encomenderos: protección más valiosa
que la prestación que por ella pagaban. Por último: «porque sin los tributos no se
podría conservar la tierra y volverían los indios a la infidelidad»[4].
Adviértase que MATIENZO interpretaba las encomiendas como tributos del rey
cedidos a los encomenderos. Y como no dudaba de la facultad del rey para hacer esta
cesión, el problema de la justicia de la encomienda venía a ser en último término el
problema general de la justicia de los tributos debidos al soberano, en favor de la cual
invocaba MATIENZO las razones tradicionales de la ciencia política de su época.
En cuanto al problema técnico del contenido y forma de la institución, comenzaba
MATIENZO por referir y condenar los desórdenes y excesos que hubo al principio en el
Perú; censuraba que las tasas se establecieran considerando lo que los indios podían
dar y no el trabajo y ocupación que tenían; «hase tenido otro desorden en la tasa que
hasta aquí se ha hecho, que visitado el repartimiento y sabido los indios que hay, y las
más veces sin visitarse, se ha mandado a bulto que todo el repartimiento dé tanto en
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plata, y tanto en ropas, sin repartir a cada indio lo que le cabe, que ha sido más
ocasión para hurtar los caciques, porque aunque le quepa al indio cinco, le hacen
entender que le caben diez, y así, aunque el indio trabaje todo el año, no acaba de
pagar la tasa y le hacen pagar ochenta». Es decir, MATIENZO era partidario de la
individualización del tributo, y contradictor del pago por pueblos. Proponía:
«convendría dar orden cómo cada indio sepa lo que ha de pagar para que no le roben
la tasa. Convendrá tener consideración, a que parte se dé en plata, y parte en otras
cosas que tienen en sus tierras, y el tributo parece que se debe tasar por las haciendas,
cada uno como tuviere, y éste es más justo tributo»[5].
En ocasiones anteriores hemos visto la preocupación oficial por establecer un
régimen tributario justo y con garantías suficientes MATIENZO recogía en su doctrina
las principales dificultades; como se ve en los párrafos expuestos, se manifestaba
partidario de que el tributario indio tuviera la noción precisa de lo que había de pagar,
que se ajustara el tributo a la diversidad de condiciones económicas de los tributarios,
y que se protegiera a éstos, no sólo de los españoles encomenderos, sino también de
los caciques indios.
Señaló además otro aspecto importante: como los indios generalmente carecían
de bienes, para reunir el dinero y especies que debían tributar, necesitaban trabajar
con sus personas: «de manera que la tasa que hasta aquí han dado ha sido en efecto
servicio personal, pues para darla trabajan y no tienen hacienda de donde darla, de
donde se sigue que no darán tasa ninguna si no sirven personalmente, y no la dando
es imposible que no se despueble el Perú de españoles, pues de ella se sustentan los
que en él habitan, y faltando ellos, los indios volverían a su infidelidad»[6]. Por esto
opinaba MATIENZO, que debían admitirse legalmente los servicios de los indios como
parte de los tributos, lo cual tendría la ventaja de que podrían señalarse los días del
año en que debían servir, en beneficio del encomendero, cacique, comunidad y cura:
«y se les declare en qué y cómo, y que fuera de aquellos días lo que trabajaren ha de
ser para ellos… servirá esto para que se aficionen al trabajo, y adquieran hacienda y
comiencen a salir de servidumbre y tiranía, y saber la libertad; para que después que
tengan haciendas se dé otra orden que más convenga»[7].
¿Pero hacer servir a los indios con sus personas, era lícito? MATIENZO respondía:
«cuando por falta de hacienda se da el servicio personal, no se prohíbe, antes se debe
en conciencia por las causas que están dicha»; «pero tampoco se niega que sería mal
llevado el servicio personal cuando no fuesen tasados los días que lo habían de hacer
y cuando se dejase en voluntad de los encomenderos o caciques emplearlos aquellos
días que ellos quisiesen, o si se permitiese, como antiguamente solía hacer, que los
encomenderos se sirvan de ellos como esclavos»[8].
Proponía MATIENZO que los indios dieran setenta días de trabajo al año: cuarenta
para el encomendero, ocho pata el cura, cuatro para la comunidad, diez para el
cacique y los ocho restantes para el rey, a fin de que hubiera para salarios de los
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corregidores. Que tributaran todos los indios de dieciocho a cincuenta años. Los
setenta días de trabajo habían de ser los primeros del año. Pedía también MATIENZO
como medida de control: «los visitadores no han de dejar a los encomenderos,
entrada ni salida con los indios, mas que cobrar su tasa, ni ha de ser a escoger del
encomendero los cuarenta días que les cabe del trabajo de los indios, en lo que él los
quiera emplear, ni a voluntad de los indios, antes él lo ha de dejar declarado. Dar
regla general en esto es imposible, porque en cada tierra se hace de diversa
manera»[9]. «La tasa se ha de cobrar por el tucuirico y por el cacique: lo que se
cobrare se eche en una caja de tres llaves, que ha de estar en casa del cacique, y la
una ha de tener el cacique, y otra el tucuirico y otra el corregidor que hubiere en el
repartimiento, y no le habiendo la tenga el clérigo de la doctrina. La tasa se ha de
pagar en dos pagas, una por Sanct Juan y otra por Navidad»[10].
Los corregidores, funcionarios reates, debían residir en los pueblos donde hubiere
cantidad de propios, es decir, bienes municipales[11]; tendrían cargo de amparar a los
indios y conocer los pleitos civiles y criminales, así contra españoles como contra
indios y caciques; el litigio entre indios debían fallarlo sin escritura; cuando
interviniera algún español, podían formar un proceso sumario, sin más trámites que la
demanda, respuesta, testigos y sentencia. En causas criminales en que la sentencia
fuera de muerte o mutilación de miembro «haya apelación para el Cabildo de la
ciudad próxima o para la Audiencia». El corregidor residente en pueblo de indios
debía tener, según la opinión de MATIENZO, por lo menos cuatro pueblos bajo su
jurisdicción, con un total de dos mil indios: que gozara salario de mil pesos anuales,
pagadero por mitad de lo que el rey llevara de la tasa y del producto del esquilmo del
ganado de la comunidad de los indios. Las visitas de los repartimientos debían
encomendarse a los oidores de las Audiencias o a sus delegados: recontarían los
indios, fijarían las tasas, impondrían penas, etc., sus salarios se pagarían de las
mismas penas que impusieran, o la mitad por el rey y la otra mitad por el
encomendero y los indios[12]. También defendía MATIENZO: «ningún indio se pueda
salir de su repartimiento sin licencia de la Audiencia, so pena de doscientos azotes
por las calles de sus pueblos, y que los trasquilen, y se den provisiones para sacarlos
dondequiera que estuvieren»[13].
Resumiendo los rasgos más característicos de la doctrina expuesta hallamos: la
justificación del sistema de la encomienda por cesión de los tributos Reales; la
preocupación por la justicia y garantía de los tributos tasados; la argumentación en
favor de los servicios personales, hasta que los indios tuvieran haciendas propias; el
control por medio de visitadores y corregidores; por último, un intento de adscripción
del indio a la zona encomendada.
No ha de concederse al análisis de MATIENZO más valor que el de una doctrina
personal; según veremos después, la legislación de la Corona se acercó en algunos
puntos a la opinión del oidor de Charcas, pero en otros se separó de modo claro,
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especialmente en la materia de servicios personales, que continuaron prohibidos de
modo general como parte de las encomiendas.
En cuanto al debatido punto de la perpetuidad, decía MATIENZO que era negocio
muy importante y que eran notorios los provechos que de concederla se seguirían[14]:
los indios serían mejor tratados y doctrinados, porque siendo vasallos perpetuos, el
encomendero los miraría como propios y heredables; la riqueza de la colonia
aumentaría y con ella las rentas reales; los encomenderos permanecerían más sumisos
al rey; los españoles que carecieran de encomiendas cesarían de estar ociosos, porque
al perder la esperanza de los repartimientos, se ocuparían en cosas de provecho; los
indios se reducirían a policía, y, en general, la economía de la colonia, a la cual
dedicaba MATIENZO especial atención, se fortalecería.
No era partidario de una organización regalista a base de guarniciones, porque si
los frutos y dinero producidos iban a salir directamente para España, sin más
descuento que los salarios de los guerreros, no habría riqueza en la colonia y se
despoblaría de españoles; las milicias no bastarían para someter a los indios, y todo se
perdería.
MATIENZO aconsejaba que la perpetuidad fuera sin jurisdicción[15]: «para que la
perpetuidad de los indios sea sin ningún perjuicio por ahora, no conviene que se de
con jurisdicción, porque es cosa perniciosa y aborrecible a los soldados», es decir, a
los vecinos españoles del Perú que no tenían indios. Que a los encomenderos
perpetuados no se les diese: «términos, ni otra cosa más de los indios como ahora los
tienen, que con esto los unos y los otros estarán contentos, y que se les diesen como
en feudo o mayorazgo de Castilla, que sucediesen en la encomienda los hijos y nietos
y otros descendientes legítimos, prefiriendo siempre el mayor al menor, y el varón a
la hembra, y a falta de descendientes los transversales, estuviesen como estuviesen al
tiempo de la muerte del tenedor».
La perpetuidad que este autor defendía no implicaba, por lo tanto, un cambio en
la naturaleza de las encomiendas; ro se convertían en señoríos de vasallos como los
de España, sino que seguían en su forma anterior, variando únicamente ja ley de la
sucesión, que no seria ya por dos vidas, de acuerdo con la ley de 1536, sino perpetua.
MATIENZO exigía también[16] que los encomenderos beneficiados con la
perpetuidad, dieran durante seis años la mitad de los tributos al rey, libres de gastos,
pagándolos en plata u oro, y que cada nuevo sucesor diera, durante los dos primeros
años, la mitad de la renta en reconocimiento del feudo. Que si el heredero vivía en
Castilla no se le pagara la renta hasta que se avecindara en el Perú, para lo cual se le
debía conceder un plazo, y pasado, perdiera su derecho en beneficio del sucesor
siguiente; en casos de igualdad de parentesco, debía preferirse al pariente que
residiera en el Perú, y no al que viviera en España. Era partidario MATIENZO de que al
concederse la perpetuidad se permitiera por una vez que heredaran los hijos naturales
de los encomenderos[17].
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También opinaba: «se pueden dar títulos de condes, marqueses y duques a
algunos encomenderos, dos o tres en cada ciudad, a los que tienen más gruesos
repartimientos, con justicia civil y criminal con que de su justicia se apele para el
corregidor de la ciudad, de que también se podrá sacar gran suma de ducados; los
encomenderos, después de perpetuados, se pueden llamar comendadores»[18]. Repetía
en un párrafo inmediato: «en cada ciudad del Perú haya dos o tres señores de salva,
tengan jurisdicción civil y criminal en todo el distrito de sus repartimientos, puedan
poner jueces de semana, conozcan en primera instancia y grado de apelación de lo
que hicieren los alcaldes de indios, y de estos jueces se pueda apelar para ante los
corregidores que estuvieren en las ciudades y para las Audiencias».
Adviértase cómo distinguía MATIENZO las encomiendas comunes de las figuras
señoriales puras con goce de jurisdicción.
El oidor de Charcas sostenía, por último, el deber de residencia de los
encomenderos, los cuales no debían apartarse de sus distritos sin licencia de las
Audiencias; que cuando tuvieran sesenta años o más, pudieran regresar a España
dejando escudero que sirviera en su lugar[19]. En cuanto al régimen eclesiástico de la
encomienda, opinaba[20]: «los encomenderos nombren uno o dos o más clérigos o
frailes, habiendo para ello dispensación del Sumo Pontífice, a los que les examine el
prelado, o por su impedimento el previsor con tres examinadores. Y al que hallare
más hábil le haga colación del beneficio».
MATIENZO, en su doctrina, utilizó el régimen señorial europeo como modelo, con
el cual comparaba la nueva institución, estableciendo semejanzas y diferencias.
Como oidor Real no olvidaba los intereses jurisdiccionales y económicos de la
Corona; de aquí que el régimen encomendaticio indiano, en su teoría, resultara más
limitado que los señoríos españoles; pero el contenido de los tributos, las épocas de
pago, la sucesión perpetua en la renta, y aun el régimen eclesiástico del repartimiento,
procedían sin duda, en la tesis de este autor, de la figura jurídica de los señoríos de
vasallos españoles del siglo XVI.
BARTOLOMÉ DE ALBORNOZ, otro jurista de la segunda mitad del siglo XVI, trató el
tema de la encomienda de Indias con propósitos de rectificación. Había residido en
Nueva España y se preciaba de tener un conocimiento directo de los hechos; por
haber estudiado Derecho, se consideraba también capacitado para la comprensión
teórica del tema. Decía[21]: «la materia [de la encomienda] es muy importante, y
aunque disputada de muchos, quizá de ninguno entendida, porque de los escritores
que la han tratado, los que tuvieron letras faltóles noticia de el hecho, los que
supieron el hecho, no tuvieron letras para disputarle, y otros ni supieron el hecho ni
letras». Añadía: «yo propondré el hecho con mucha verdad y brevedad, los
fundamentos de entrambas partes, de do constará el error que he dicho. Y tras esto
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mostraré el puncto (que los oradores llaman tesis) dónde está la dificultad de la
cuestión, y la ocasión que ha habido de tratarse».
Refería el comienzo de los repartimientos en las Antillas; que Colón sujetó los
indios a la Corona de Castilla, les quitó sus ídolos, los sacrificios, la antropofagia, el
pecado nefando y los trajo a la fe católica y al conocimiento de la ley de Dios; que
estos fines no se hubieran logrado sin el medio preño de la deposición de los reyes y
señores indios, pues éstos hubieran defendido su antigua creencia gentil y sus leyes
propias. Continuaba ALBORNOZ su razonamiento en estos términos: «para este efecto
de la conversión de aquellas gentes y conservación en el señorío nuevo, que no se
podía hacer sin la asistencia de los nuestros, se tomó por el medio más expediente, el
que en semejantes casos estatuyó el derecho de las gentes: repartir la tierra y gentes
della entre los propios que la descubrieron, conquistaron y conservaban, aplicando su
parte al rey por el soberano señorío, y lo demás a los otros particulares: y los unos y
los otros acudiesen a la Corona real con las cosas que el Derecho llama Regalía, que
es la justicia civil, y de sangre, moneda, quintos de los metales, y todo lo demás que a
los reyes solos es debido». Aviértase el enlace que el autor establecía entre el primer
fin espiritual, el medio de la dominación política española para lograrlo, y los
repartimientos de indios que servían para conservar esa dominación y facilitar la
propagación de la religión cristiana.
Continuaba ALBORNOZ: «de esta manera se hizo el que llamaron repartimiento,
que fué repartir a cada español, conforme a su calidad, las familias de indios que
llamaban cuadrillas, porque en las Islas no había pueblos formados…, el título que les
daba el gobernador de la tierra era: “Por la presente se encomienda en nombre de Su
Alteza en vos… fulano, el señor y naturales de tal parte (o tal cuadrilla de indios),
para que os sirváis dellos en vuestros aprovechamientos y granjerías, conforme a la
tasación que está hecha y se hiciere, y con que los industriéis en las cosas de nuestra
santa fe católica, con la cual descargo la conciencia de Su Alteza y mía en su real
nombre”»; «éste es el tenor de las encomiendas que entonces se daban, y el mismo se
queda en las que hoy se dan, aunque el efecto, como adelante veremos, es diferente».
Afirmaba ALBORNOZ que cada encomendero se servía de los indios de su
repartimiento como mejor le parecía, y que seguramente hubo abusos al principio,
pero que con el envío de los jerónimos y las visitas y tasaciones de los religiosos y
justicias, se moderaron los servicios, se fijó el tiempo que debía dejarse a los indios
para sus labores, la época de estancia en las minas, etc. Consideraba también este
autor, que los abusos no se debieron tanto a los conquistadores, como a los ausentes,
favoritos y oficiales que gozaban las rentas desde España y enviaban a las Islas
mayordomos crueles a gobernar sus indios.
Las afirmaciones de ALBORNOZ pueden contrastarse con los datos documentales
expuestos en el cap. I de esta obra; en parte se ajustaba a la verdad de los hechos, pero
sin duda presentaba las encomiendas antillanas en un grado de orden que no tuvieron
ni en la ley ni en la práctica.
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En relación con estas primeras encomiendas, trató también ALBORNOZ el delicado
problema de su parangón con la esclavitud. Él afirmaba que la diferencia era clara[22]:
«dije arriba que esta encomienda que se hacía, era de hombres libres, y que su
servicio era limitado. Sin este repartimiento había otro de esclavos, que no se hacía
por encomienda, sino que se daban en propiedad para perpetua servidumbre». Que
estos esclavos eran de dos maneras: los de guerra y los de rescate.
Siguiendo el curso de su estudio, llegaba el autor al momento de la extensión de
las encomiendas en Nueva España. Refería que Cortés y sus soldados, como vecinos
de las Islas, trasplantaron la institución: que el capitán expedía los títulos con carácter
provisional hasta que el rey aprobara el repartimiento. Advertía ALBORNOZ, que por
su residencia en México conocía bien el curso de la encomienda en esta región, y que
sólo quería hablar de lo que le constaba como testigo de vista. Refería[23]: «hecho el
repartimiento primero, se entendió luego en hacer la tasación de cada pueblo, con qué
había de acudir a su encomendero: para esto se hizo junta general de cada provincia;
y entendióse por las pinturas de los naturales (de que ellos usan como letras), con qué
acudían a sus principales, y qué daban al rey, señor general de todos, y en qué cosas,
y qué daban para sus ídolos, templos, sacerdotes y sacrificios; y conforme a la
cualidad de la tierra que habitaban y a la comodidad de las contrataciones y frutos
que tenían, hizose tasa, relevándoles del increíble tributo que antes tenían, y dejado a
los principales lo que habían de llevar conforme a lo antiguo, señalábanles [a los
macehuales] una pequeña parte (de lo que había de llevar el rey que tenían). Y porque
esto pertenecía al rey nuestro señor, ésta se aplicaba al encomendero por tasación, y
se escribía en un libro que de ello tenía el secretario del gobernador, y ahora tiene el
de el Visorrei, y al encomendero se le daba un traslado, y a los indios otro en su
lengua, y de palabra, y por pintura se les daba a entender lo que contenía; para que
entendiesen hasta dónde llegaba la obligación que se les imponía». De esta suerte
Albornoz interpretaba las encomiendas como tributos debidos por los indios al
soberano español, que por subrogación obtenían los encomenderos. Además, insistía
en que los pagos estaban sujetos a tasación.
«La exacción o cobranza de estos tributos nunca jamás se dió al encomendero, ni
él contrataba con los que la pagaban, sino con el gobernador de los indios: el cual y
los principales la cobraban de ellos, y acudían de su mano al encomendero; y eran
medio entre estos dos extremos de el encomendero y los encomendados: y cuando
(por muertes, o por otra causa) los indios venían a menos, éstos acudían al
gobernador de la tierra, o a la Audiencia, y pedían moderación, la cual se les daba
(citado el encomendero) y se sentaba al pie de la tasación antigua, por la orden que
está dicho. Y si el gobernador y principales (indios) no pagaban al encomendero lo
que cobraban, tampoco tiene exacción de ello, sino acudir a la Audiencia o Justicia
mayor que les mande que lo paguen. Mas la tasación que habían de cobrar el
gobernador y principales de los indios para sí, ellos mismos tenían la exacción, y lo
cobran de su mano, y de ella se pagan, cómo, cuándo y donde quieren». Nótese que
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en esta parte de su tratado, Albornoz tenía en cuenta el propósito existente desde la
época de Hernán Cortés, de establecer un sistema controlado para la cobranza de los
tributos, y también indicaba con justeza la existencia de una intervención estatal en la
relación entre el encomendero y los indios. Afirmaba también que los indios sufrían
mayores opresiones de sus propios caciques que de los encomenderos.
Después de describir el régimen tributario español en México, exponía ALBORNOZ
la organización política y fiscal de los indios de Nueva España en la época gentil. Su
visión no es muy exacta, pero tiene interés para nuestro estudio, porque aclara la idea
del autor con respecto a la sustitución jurídica, que por efecto de la conquista, tuvo
lugar en el señorío de México en favor del rey de España; era esta una base
importante para la argumentación relativa a la justicia de las encomiendas.
Decía ALBORNOZ[24]: «tres estados hay entre los indios. Maceguales, que es la
gente plebeya, labradores y oficiales y hombres que servían de carga, como entre
nosotros las bestias… Pilis (que quiere decir principales, y así los llamamos en
castellano); éstos son como los hidalgos entre nosotros, y entre los indios orientales
los Naires. Mas Pili no es nombre de estado propiamente, sino de oficio; el tercero es
Tlahtouani (que quiere decir como gran señor) y esto llamaban al gobernador que los
gobernaba. De todos los gobiernos que he leído (antiguos y modernos), ninguno hallo
que tan precisamente cuadre con el que los indios tenían (cuando llegaron los
castellanos a la Nueva España) como el que el Turco tiene en sus tierras, que es señor
absoluto de las personas y de los bienes de sus vasallos, tanto como le place, sin que
haya sucesión (en gobierno, ni en señorío, jurisdicción, ni otra cosa) de padre a hijos,
mas de su voluntad absoluta, excepto en los bienes particulares…». Que en México:
«sola su persona [de Moctezuma] se decía ser libre, los demás eran Tlacoti (que
quiere decir esclavo) de el gran señor, y como la tierra que vivía era de conquista y
ganada (como ahora lo es de los castellanos), el gobierno estaba en poder de
mexicanos, y a sus más queridos o más beneméritos daba un gobierno de provincia, o
frontera, o ciudad, o otro lugar particular, a cada uno según su cualidad, y a los
soldados mexicanos hacia Pilis, y les daba heredamientos con maceguales que se los
labrasen, como antiguamente eran en Castilla los solariegos, y entre los romanos los
censitos y adscripticios, mas los unos y los otros, y en suma todos, eran esclavos de el
rey, y no había limitación en lo que habían de tributar, sino todo lo que él enviase a
pedir, aquello daban, sin reparar que fuese poco ni mucho; cuando no tenía qué les
pedir ni cosa fructuosa en qué los ocupar, les mandaba pasar peñas o árboles muy
crecidos de una parte a otra; no pretendiendo más fruto de ellos, que la ocupación».
Poco después veremos en qué forma utilizó el autor esta descripción para fundar
su justificación de la encomienda española.
Reanudaba ALBORNOZ su estudio de ja encomienda con el relato de las campañas
de LAS CASAS. Refería el fracaso de éste en la expedición a Cubagua, que después
desamparó su obispado y que consiguió en la Corte que se dictaran las Leyes Nuevas.
Que siguieron a éstas los disturbios del Perú y protestas en otras regiones, hasta que
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fueron revocadas. En esta parte de su estudio ALBORNOZ trataba con odio y
menosprecio a LAS CASAS.
Decía, que acerca de la materia de los indios escribieron muchos autores: «y
tomaron por el principal punto si la guerra y conquista de los indios se puede hacer
con justicia». Citaba brevemente a VITORIA, SEPÚLVEDA, fray BERNARDINO DE
ARÉVALO, MATEO MALFERIT y fray VINCENCIO DE CURZOLA[25]. Citaba de nuevo a LAS
CASAS, censurando sus obras; decía que no conocía la realidad de las Indias, porque
aunque había estado en ellas, no había residido largo tiempo en Perú y Nueva España,
que eran los verdaderos centros de la colonización, y que en cuanto a sus letras, pocas
tenía, a juzgar por sus escritos. Que se decía «licenciado», pero no constaba que
hubiera estudiado en Salamanca ni en Valladolid; y aunque así fuera: dos bancos que
están en las escuelas de Salamanca, sin menearse de los Generales oyen todas las
lecciones que se leen, y al fin de el año saben tan poco como al principio»[26].
Estimaba ALBORNOZ que no tenía que repetir las ideas de LAS CASAS, porque
estaban en sus escritos. Y como juzgaba haber expuesto ya el hecho, y las opiniones,
pasaba a lo que él juzgaba punto capital de la cuestión: «quien de encomiendas trate,
sepa distinguir de indios encomendados a indios esclavos, y vea qué derecho temía
Moctezuma a la Nueva España, y así como sus encomenderos sucedían en su
derecho, así los de ahora en el de el rey nuestro señor; compárese lo uno con lo otro,
y verán cómo no está la cuestión donde ellos la buscan: si la guerra es justa o no. Y
de presente no se me pida más de esta materia».
Es decir, ALBORNOZ concluía su estudio admitiendo la solución que justificaba las
encomiendas como cesiones de tributos del rey en favor de los encomenderos. Tesis
que consideraba basada históricamente en el antiguo estado político y fiscal de los
mexicanos, sustituido por el régimen español por efecto de la conquista.
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fin de que los encomenderos se sirvieran de los indios en minas y granjerías,
aprovechándose en lo que quisiesen. Que después de las Leyes Nuevas, restablecida
la institución, se hicieron tasaciones justas y se prohibieron los servicios personales,
con lo cual se suprimió el daño circunstancial, quedando las encomiendas justamente
en vigor.
Respondía ANTONIO DE LEÓN con detenimiento[29] a los numerosos argumentos de
LAS CASAS contra las encomiendas, contenidos en las proposiciones XXVIII y XXIX de
sus Treinta proposiciones muy jurídicas y en su Octavo remedio.
¿Que las encomiendas eran injustas porque daban a particulares la autoridad que
la Santa Sede concedió privativamente a los reyes de Castilla sobre los indios? —No,
respondía ANTONIO DE LEÓN, porque en las encomiendas de Indias no se delega
jurisdicción; se ceden únicamente reatas o tributos del rey, pero no dominio, justicia,
ni siquiera facultad de cobrar los tributos, de todo lo cual se ocupan el rey y sus
ministros. Que en favor de las encomiendas debía considerarse el deber de los reyes
de premiar los servicios portentosos de los españoles de Indias, y esos premios y
encomiendas servían para mantener el dominio y la fe, y facilitaban nuevos
descubrimientos, por servir de aliciente a los soldados. Que las encomiendas en la
forma actual, no causaban daños y muertes, como sostenía LAS CASAS, porque
estaban vigiladas y se habían suprimido los servicios personales.
LAS CASAS afirmaba que las encomiendas impedían la conversión de los indios.—
LEÓN respondía, que ahora no: el encomendero no podía residir en su encomienda
sino un tiempo limitado y previa licencia; no había servicios, sino tributos tasados;
pagados en tiempo, el encomendero se desentendía de lo que hacían los indios; antes
el encomendero pagaba al cura del repartimiento, pero desde la cédula de 8 de
octubre de 1560[30] cobraba una parte de los tributos la caja de comunidad y de allí se
pagaba a los curas; los encomenderos no tenían intervención en su elección ni en su
sustento.
LAS CASAS afirmaba que el español era enemigo del indio y no se le debía
encomendar.—Respondía LEÓN que los males eran debidos a la codicia, no a
enemistad, y que habían cesado ya.
LAS CASAS decía que las encomiendas entregadas a soldados pobres eran causa de
abusos.—LEÓN contestaba que eso se remediaba ahora con tasar los tributos.
LAS CASAS argumentaba que con las encomiendas pagaba el indio tres tributos: el
que daba a sus caciques, el del rey y el del encomendero, sin contar los excesos de los
mayordomos y criados de los encomenderos.—LEÓN respondía: el tributo para los
caciques es justo por derecho natural, puesto que son los señores antiguos de los
indias; y el tributo del encomendero no es distinto, sino el mismo que el del rey, pues
la encomienda no es sino el tributo real cedido y traspasado a los encomenderos por
premio de sus servicios: «hoy no pagan los indios más de lo que tienen de tasa: desto
se saca la doctrina, luego el salario de los Corregidores que los gobiernan, y el tributo
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de los caciques y comunidades; y de lo que resta, se da lo que le pertenece al
encomendero o pensionario, todo en los mismos frutos que los indios tributan»[31].
Tampoco aceptaba LEÓN que la encomienda, en su forma actual, mermara la
libertad de los indios; decía, que si bien los privilegios, cuando se usan mal, pueden
quitarse, como opinaba LAS CASAS, no era el caso de las encomiendas reformadas,
que no causaban daños.
LAS CASAS afirmaba que las encomiendas nacieron sin autoridad de los reyes,
mediante informes falsos y nunca guardando la forma que la Corte ordenaba.—Hoy,
respondía LEÓN, las encomiendas tienen autoridad y forma. La práctica demostró ya
en tiempo de LAS CASAS, que las encomiendas no debían quitarse del todo, sino
pensar en su reformación, cualquiera que hubiera sido la justicia de su origen.
¿Que las encomiendas perjudicaban a la Corona, porque acababan con sus
vasallos indios, y que España pagana por esos pecados y se desacreditaba por cruel
ante los extranjeros?—LEÓN respondía con insistencia, que no cabía tal cosa en las
encomiendas reformadas, y en cuanto a la difamación de España, que la facilitó el
obispo de Chiapa con sus obras.
También afirmó LEÓN que los españoles de América perdieron la obediencia, no
cuando se les dieron las encomiendas, sino cuando se intentó quitárselas. Que los
ministros y gobernantes no podían ya solicitar encomiendas, que era otra fuente de
abusos.
La objeción de LAS CASAS de que «estando los reyes tan lejos y los encomenderos
tan cerca de los indios, que los tienen en sus casas, no cesará el mal trato ni podrá
llegar a noticia de quien lo remedie», le parecía a LEÓN poco sustanciosa contra las
encomiendas sin servicios personales.
LAS CASAS había dicho también que los indios sentían satisfacción por ser de la
Corona y no de particulares.—LEÓN creía que esta razón ya no era válida, porque
todos los indios estaban como en la Corona, y los tributos de los indios de realengo y
de los encomendados se pagaban y cobraban del mismo modo.
Nótese la continua referencia de ANTONIO DE LEÓN a la modificación y control de
las encomiendas: con tasas, sin servicios, con forma vigilada de recaudación. Era un
alegato, consumada la etapa jurídica de la institución, y por eso respondía con
facilidad a las objeciones de LAS CASAS, referidas más bien a la primera forma de la
encomienda. Entre lo que las encomiendas fueron y lo que ahora eran, sólo quedaba
de común el nombre: la institución había variado de modo notorio.
ANTONIO DE LEÓN dedicó largas páginas a la forma legal y problemas
administrativos de la encomienda de su tiempo.
Estudió especialmente la sucesión en estos bienes[32]. Resumía la ley de 26 de
mayo de 1536, o ley de la sucesión, en los siguientes términos:
«que cuando algún vecino muriese, que hubiese tenido indios, y dejase hijo legítimo y de legitimo matrimonio
nacido, se le encomendasen los indios que su padre tenía, guardando las ordenanzas y cédulas, que para su buen
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tratamiento estaban hechas y se hiciesen; y con cargo, que hasta tanto que el tal hijo fuese de edad para tomar
armas, tuviese escudero que sirviese al rey en la guerra, con la costa que su padre había servido y era obligado. Y
si el tal encomendero no tuviese hijo legitimo y nacido de legítimo matrimonio, se encomendasen los indios a su
mujer viuda; y si ésta casase, y su segundo marido tuviese otros indios, se le diese uno de los dos repartimientos,
cual quisiese; y si no los tuviese, se le encomendasen los de la viuda con quien casase, los cuales gozase por el
tiempo que fuese la merced y voluntad Real, como entonces los tenían; hasta que se diese la orden
conveniente»[33].
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grado, o al que en ella fuere llamado, y hubiere de suceder, sin que sea necesario que
preceda aceptación, inmixtión, o acto alguno positivo, y que se le adquiera, no sólo el
derecho sino la posesión misma, que los juristas llaman civilísima, en forma de
mayorazgo». Invocaba en apoyo de su tesis la cédula de Alcalá de 31 de mayo de
1562[42].
Explicaba a continuación, que el heredero de la encomienda tenía un plazo de
quince días si estaba en la provincia, y de treinta y cinco si estaba en otra de Indias,
para repudiar la encomienda; si lo hacía, pasaba el derecho al siguiente sucesor;
opinaba también LEÓN que si transcurría el plazo anterior sin presentarse la
repudiación, se debía considerar admitida la encomienda, y si el heredero fallecía,
aunque no se le hubiera despachado el titulo, se daba por transcurrida su vida.
También consideraba este autor, que el hijo podía repudiar la herencia del padre y
aceptar la encomienda. Trataba, finalmente, las distintas declaratorias de la ley de
Malinas, relativas a los pleitos sobre encomiendas[43].
No he de repetir aquí la distinción de LEÓN, que ya conocemos, entre los derechos
sucesorios de las encomiendas de Perú y Nueva España; he citado algunos datos en el
curso del trabajo que parecen contradecir su tesis; pero seguramente ésta debía ser
cierta en 1630, cuando LEÓN escribió su obra, y por estar penetrado del ambiente del
Consejo de Indias, conocería de modo directo la práctica en vigor[44].
Desde el capitulo vi de su obra, ANTONIO DE LEÓN estudiaba: «quién puede
encomendar indios, que es la facultad sin la cual, como por defecto de jurisdicción,
son nulas las encomiendas»; «a quién se pueden encomendar, porque no basta la
facultad en el que da, si en el que recibe hay para ello incapacidad o prohibición»;
«en qué forma se han de encomendar, pues si en ella se peca, si es sustancial, anula;
si accidental, induce pena»[45].
LEÓN creía que la facultad general de gobierno y el despacho de capitán general
no bastaban para que el ministro indiano tuviera poder para encomendar indios; de la
práctica que en las colonias se observaba deducía estas reglas: «los descubridores,
conquistadores y pacificadores de provincias, por capitulación expresa, o por
comisión tácita o expresa de quien la tenga del rey, para conceder nuevos
descubrimientos, han usado, y pueden usar, de la facultad de repartir y encomendar lo
que descubrieren y pacificaren, ellos y sus sucesores en los oficio»; citaba en apoyo
de esto las capitulaciones de descubrimientos, y después las Ordenanzas de Felipe II
de 1573; también tenía en cuenta la cédula del año 1607 (después ley 3 del tít. 5 del
lib. VI de la Recopilación de Indias), que ordenó que los indios que se redujeran de
su voluntad a la fe no se encomendaran hasta pasados diez años; conforme al capítulo
LVIII de las Ordenanzas citadas, el repartimiento en ciudades ya pobladas de
españoles sería por dos vidas, y en las de nueva población por tres. En segundo lugar
afirmaba LEÓN: «los gobernadores, cuyos antecesores tuvieron legítima facultad para
encomendar, la usan, y pueden usar, por costumbre bien introducida, mientras
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expresamente no se les prohibiere»; «el gobernador que de nuevo se criare en
provincia donde otro no tenga adquirida facultad de encomendar, de hecho o de
derecho, la podrá usar y ejercer, teniendo para ello lo que dice cualquiera de las dos
reglas propuestas»[46].
En el capítulo VII enumeraba los virreyes, presidentes y gobernadores que tenían
facultad para encomendar en las Indias, y los que carecían de ella. En esta parte de su
tratado aplicaba de nuevo la distinción entre el derecho del Perú y el de Nueva
España, estimando que el virrey de ésta no podía encomendar. Analizaba en un
capitulo posterior la facultad de encomendar de los ministros inferiores y la
consideraba prohibida.
En el capítulo X enumeraba las personas que no podían tener encomiendas: los del
Consejo sin licencia del rey, los ministros de Indias, excepto tenientes, corregidores y
alcaldes mayores; los familiares de los ministros dentro del cuarto grado, aunque la
prohibición no comprendía a los deudos de los ministros muertos, ni hijos, ni nietos
de conquistadores; los escribanos, personas y lugares eclesiásticos; los mulatos,
mestizos, extranjeros e hijos naturales. Creía que la prohibición no alcanzaba a los
legitimados por matrimonio subsequente o por el príncipe; estimaba también que los
hijos naturales, a falta de legítimos podían ser admitidos; además, tanto los naturales,
como los bastardos y espurios, por sí, podían tener los indios; finalmente, trataba la
prohibición de admitir las mujeres a las encomiendas, que fue pronto suspendida[47].
LEÓN consideraba a continuación las limitaciones impuestas al derecho de
disposición de los encomenderos: no se admitían permutas, traspasos, trueques,
donaciones de encomiendas, ni darse por título alguno que no fuera la merced del rey,
ni alquilar los indios, ni prestarlos, ni empeñarlos, ni darlos en prendas. La
encomienda distaba mucho, por lo tanto, de ser un bien patrimonial disponible. Que
se había admitido, sin embargo, que el padre pudiera daría en dote a su hija; pero
LEÓN creía que esto lo habían revocado las Leyes Nuevas. Citaba también la cédula
de 19 de junio de 1620, que prohibió desmembrar o dividir las encomiendas, y que
también estaba prohibido unirlas[48].
Para conceder las encomiendas se estableció un procedimiento especial de
oposición y examen (por cédulas de 15 de mayo de 1594, 28 de abril de 1602, 3 de
junio de 1620 y 28 de mayo de 1628), que debía sustituir al libre arbitrio de los
repartidores hasta entonces utilizado: «cuando se hubiese de proveer alguna
encomienda que vacase, el virrey, presidente o gobernador, pongan edictos, con
término de veinte o treinta días, para que acudan a oponerse los que de justicia la
pudiesen pretender; y examinados los méritos de todos los opuestos, se diese al más
digno, y que en los títulos de las encomiendas se declarase, cómo para proveerlas
habían precedido las dichas diligencias de edictos, concurso y examen»[49]. En el
título o despacho de la encomienda: «se ponga el número de los indios que se
encomendaren, y valor del repartimiento, conforme a las últimas tasas, por las cuales
se hubieren de cobrar los tributos o demoras, expresando por menor y con claridad,
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las cosas en que consisten y se cobran, reduciendo las tasas a dinero y no en especies;
averiguado todo con intervención del fiscal, donde le hubiere, sin lo cual no se dará la
confirmación»[50].
Según la real cédula de Madrid de 23 de julio de 1572, los oficiales de hacienda
de Nueva España debían tomar razón de todas las encomiendas. Más tarde se dispuso
que todos los virreyes, presidentes y gobernadores, remitieran una relación anual de
las encomiendas que hubieran vacado, las que habían concedido, en qué personas y
por qué servicios[51]. Estas disposiciones y otras que LEÓN no cita, dieron lugar a
numerosos documentos de valor estadístico, que en un capítulo posterior examinaré.
LEÓN no se limitó al derecho procesal de las provisiones de encomiendas. En los
capítulos XII al XV estudió las reglas substantivas, con arreglo a las cuales debían ser
elegidas las personas que habían de gozar los repartimientos. Señalaba la preferencia
que las leyes habían concedido siempre a los descubridores y conquistadores en las
encomiendas de las provincias que descubrían y pacificaban, con mayor razón
cuando eran casados; después seguían los pobladores, según sus calidades,
prefiriéndose también a los casados. En tercer lugar, debían ser premiados los que en
las rebeliones ayudaban a la pacificación; en algunos casos sus servicios eran tan
importantes, que merecían premio con antelación a los conquistadores, porque «no es
menor virtud conservar que adquirir». Debían igualmente ser premiados los que
servían en la guerra de Chile. León estimaba que los soldados de las flotas y armadas,
cuyos servicios por ley especial se consideraban prestados en Indias, no debían
admitirse a las encomiendas, sino sólo a cargos y otros oficios, y en caso que entraran
a la oposición de repartimientos, fuera con posterioridad a los antes nombrados. En
cuanto a los hijos y descendientes de conquistadores, que según las Leyes Nuevas y
su declaratoria de Valladolid debían ser favorecidos, LEÓN distinguía el caso en que el
padre benemérito hubiera quedado sin premio, en el cual, el hijo podía invocar los
servicios del padre para ser preferido en su mismo lugar; otro caso era, cuando
incorporado a la Corona el repartimiento del padre, Se concedía de los tributos de
esos indios algún entretenimiento a los hijos por derecho que también era preferente;
pero cuando el hijo mayor heredaba el repartimiento del padre y quedaban los hijos
segundos sin premio, León estimaba que no habían de preferirse en nuevas vacantes,
a menos que por sus personas adquirieran méritos propios, que unidos a su calidad de
descendientes, les hicieran merecer la provisión.
Trataba también este autor el problema de graduación suscitado por el lenguaje de
las cédulas reales, que unas veces hablaban de preferencia por razón de antigüedad,
otras veces por mayores servicios, o por calidad de la persona. Como podía suceder
que estas cualidades no concurrieran en el mismo individuo y que se opusieran
beneméritos antiguos, otros que alegaran grandes servicios, y otros que hicieran valer
la nobleza de su linaje, decidía LEÓN, que había de atenderse a la naturaleza del
premio, porque si bien en los oficios debía mirarse ante todo la condición de la
persona, en premios de encomiendas, situaciones y pensiones, los servicios hechos y
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la antigüedad tenían más valor. De esta suerte, si para pretender un gobierno
concurrían un caballero noble y de cualidades y un conquistador humilde y sin
capacidad, debía preferirse al caballero; pero si estos mismos pretendientes
concurrían a una oposición de encomienda, obtenía la preferencia el conquistador. Si
concurrían a pretender la encomienda un benemérito antiguo y otro de grandes
servicios, pero más moderno, LEÓN resolvía que debía preferirse al conquistador
antiguo, si era de los que primero habían sujetado la provincia, porque era un caso de
justicia conmutativa; en las demás ocasiones debía entenderse que la concesión se
regía por las reglas de la justicia distributiva, y entonces el benemérito de grandes
servicios podía ser preferido a otro de más antigüedad pero de menores servicios.
Trataba finalmente el autor la prelación entre los que servían en las Indias y fuera
de ellas. Consideraba que los premios debían ser para los que servían en las partes
donde se daban, y por consiguiente debía considerarse como un agravio premiar a
personas extrañas a las Indias. Reconocía que gozaban encomiendas muchas personas
ausentes y sin méritos[52].
En el capítulo XVI estudió el importante tema de las situaciones y mercedes sobre
tributos de indios vacos. Conviene tener presente que los repartimientos podían
encontrarse en alguno de estos tres casos: incorporados en la Corona, gozando ésta
directamente los tributos; encomendados en particulares; o ni incorporados ni
encomendados, sino en situación de repartimientos vacos, los cuales eran algunos que
antes estuvieron encomendados, pero que al extinguirse el derecho sucesorio, o al
privarse al encomendero de su derecho, por delito u otra causa, quedaban
administrados por la Corona, pero no definitivamente incorporados, sino en calidad
provisional, en tanto se volvían a encomendar. Como los indios del repartimiento
vaco pagaban normalmente la renta, cabía que ésta la aprovechara la Corona, o bien
que concediera situaciones y mercedes sobre ella.
En 1630, el estado de las cargas Sobre el renglón de vacos era el siguiente: había
tres tipos de situaciones: juros, limosnas y mercedes en cajas reales. Los juros se
habían vendido en Indias en el año de 1608, por valor de cien mil ducados, a veinte
mil el millar; explica LEÓN, que después se pensó que no convenía empeñar la
hacienda de Indias, porque era la única que quedaba libre al Estado español, y se
dispuso que al proveerse nueva encomienda se cobrara el tercio de la renta de un año,
que serviría para el desempeño de la renta real vendida. Las limosnas que obtenían
los conventos pobres para cera, aceite, vinos, dietas y medicinas de religiosos,
huéspedes y enfermos, ascendían en todas las Indias, según un cálculo aproximado, a
47.000 pesos; LEÓN afirmaba que importaban mucho más. Se pagaban, en último
lugar, las mercedes en cajas reales; es decir, concesiones que la Corona había hecho
sobre sus propias rentas y que después ordenó que se fueran trasladando al renglón de
vacos. Entre estas mercedes citaba León los entretenimientos acordados a los
conquistadores y sus hijos en las Nuevas Leyes, y un género de renta concedido en la
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caja real en ínterin, hasta que hubiera indios vacos; pero León afirmaba que esto ya
no se usaba y que se concedían las mercedes para cuando hubiera la vacante.
Además de las situaciones anteriores, había un grupo de mercedes, con o sin
antelación, directamente concedidas sobre el renglón de indios vacos. Como primero
debían pagarse las situaciones, y después estas mercedes en vacos, venía a quedar en
último lugar la posibilidad de que concurrieran beneméritos para obtener las
encomiendas. El número de situaciones era muy grande, por lo cual dice LEÓN que
empezó a usarse el descontar un tercio de todo repartimiento vaco para el desempeño
de las Cajas del rey, y los otros dos tercios quedaban para el cumplimiento de las
cédulas de mercedes. Que esto bastó para resolver el problema en Nueva España,
porque careciendo el virrey de facultad para proveer por si no tenía que atender más
que a las situaciones y a las mercedes. Pero en Perú subsistía la imposibilidad de
atender a los beneméritos, que sin merced, pretendían encomiendas vacas; es decir, la
antelación de las mercedes hacía imposible el premio directo de los pobladores de las
Indias. Propuesta la dificultad al Consejo, se resolvió el 19 de septiembre de 1568:
«que la voluntad e intención real, en el despacho de semejantes cédulas y mercedes,
no era perjudicar al derecho de los más antiguos en la tierra y que habiendo servido
en ella no estuviesen gratificados, y que los virreyes, como quien tenía la cosa
presente, viesen las calidades y servicios de todos, y prefiriesen a los que
verdaderamente fuesen más beneméritos, teniendo consideración a que, en igualdad,
se cumpliesen estas cédulas, y que de las cantidades que señalasen, pudiesen quitar, o
moderar, como les pareciese justo y conveniente». LEÓN informa que a pesar de esto,
en varios casos se reprehendió a los virreyes por no haber atendido las
recomendaciones de la Corona.
Adviértase que la práctica de la merced por recomendación venía en realidad a
centralizar casi de modo absoluto la concesión de las encomiendas, pues hasta los
virreyes y gobernadores que tuvieran facultad para concederlas, no se guiarían ya
únicamente por las reglas de elección de personas, sino que habían de atender a las
mercedes existentes. Esta práctica aclara la significación de una lista de Nueva
España que hemos insertado en un capítulo anterior, haciendo notar que los virreyes
únicamente «situaban» la renta concedida, pero que la concesión la hacia la Corona
desde España. Es fácil advertir también que la nueva forma de proveer desvirtuaba la
finalidad de las encomiendas: no eran ya los conquistadores y vecinos quienes
obtenían los repartimientos, sino las personas que gozaban mayor influencia en la
Corte.
Con posterioridad veremos curiosas confusiones entre las mercedes en renta Real
y las encomiendas, explicables por el nuevo estilo de concesión.
Finalmente, estudió ANTONIO DE LEÓN la confirmación de las encomiendas,
ordenada por cédula de Valladolid de 20 de septiembre de 1608[53]. Primero se
concedió un plazo de cuatro años para que el interesado presentara su despacho al
Consejo, y luego (1623-1629) se amplió el término a seis años para las Audiencias de
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Lima, La Plata, Chile y Filipinas y a cinco años para las demás regiones. La
confirmación no sólo se exigió en las encomiendas dadas por virreyes, sino en las
mercedes concedidas por la Corona y que aquéllos «situaran», porque de este modo
se tenía en España conocimiento de cuáles se habían cumplido y en qué términos.
La obra de ANTONIO DE LEÓN es de las más completas que existen sobre la
encomienda de Indias. Era una recopilación cuidadosa y ordenada de las cédulas
dictadas, y presentaba por primera vez en conjunto aspectos jurídicos,
administrativos, algo de la evolución histórica y capítulos sobre justificación de la
encomienda. La naturaleza de esta obra se explica leyendo el párrafo en que el propio
LEÓN dice, que don Lorenzo Ramírez de Prado, del Consejo de Indias, le mandó «que
en un memorial le propusiese lo que por leyes, cédulas y ordenanzas Reales está
dispuesto y se practica en aquellas provincias, en encomiendas y mercedes, ventas y
renunciaciones de oficios… y otros casos de que al Supremo Consejo acuden a sacar
confirmación»[54]. De allí el valor informativo del tratado.
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que no se les pudiese entregar ni encomendar a título de servicio personal, sino que se
señalase una cantidad cierta y moderada que cada uno de los indios pagase al rey por
vía de tributo, y que de lo que así se obtuviese, los gobernadores autorizados para ello
fuesen repartiendo entre los conquistadores y pobladores y otros beneméritos lo que
les pareciese, por dos vidas, conforme a la ley de la sucesión, y con cargo que
tuviesen cuenta de que los indios fuesen bien tratados y doctrinados y de acudir como
feudatarios al servicio del rey y defensa del reino en las ocasiones oportunas,
debiendo prestar juramento especial de fidelidad. Que las quejas de LAS CASAS
podían valer contra la antigua forma de la encomienda, pero no contra la reformada,
porque en ella el indio no quedaba por esclavo, ni por vasallo del español: consistía
únicamente en una delegación o subrogación en los tributos del rey, sin que el
encomendero tuviera poder sobre el indio, teniendo por el contrario obligación de
ampararlo, defenderlo, pagar al cura de la doctrina y a las justicias. Mencionaba
SOLÓRZANO los argumentos de LEÓN y de BARTOLOMÉ DE ALBORNOZ contra LAS
CASAS; en favor de la facultad de los reyes de ceder sus tributos a los encomenderos,
decía que SAN GREGORIO (lib. 3 De Regis, epíst. 23), INOCENCIO y CAMILO BORRELO,
permitían al rey ceder a sus barones y feudatarios el derecho que le competía de
cobrar tributos, y penas y multas de sus vasallos, y que hecha la cesión se subrogaban
en lugar del Príncipe. Que revocadas las Leyes Nuevas, «se asentó, permitió y
continuó la nueva forma de encomendar de que vamos tratando».
En el capítulo II estudió SOLÓRZANO las razones que mediaron en favor de la
implantación de las encomiendas: la religiosa, porque las encomiendas facilitaban la
conversión de los indios, siendo los encomenderos a modo de padrinos o susceptores,
como los hubo en los primeros tiempos de la Iglesia; la razón tutelar: el poderoso
amparaba al flaco y lo sacaba de la barbarie: como ejemplo, citaba la clientela de los
griegos, y en tiempos más modernos, los vasallos de servidumbre de Aragón; que
también existían patronos y clientes en Alemania (invocaba los escritos de MARTÍN
MAGUERO y COQUIER); que JOSÉ DE ACOSTA al hablar de la encomienda de los indios,
mencionó los contratos de clientela de griegos y romanos; que los encomenderos
debían llamarse patronos, como se usaba en los feudos. Citaba también SOLÓRZANO la
razón de colonización: las encomiendas permitían a los españoles tomar asiento en la
tierra; la razón militar: los romanos acostumbraron dar las tierras ganadas a sus
soldados para que las defendieran; por último, invocaba la razón del premio debido a
los soldados indianos: los reyes de España tenían el deber de premiar a tantos
capitanes y hombres beneméritos que en aquellas provincias sirvieron, gastando vidas
y haciendas sin paga alguna; era obligación natural del rey y consignada en la ley 57,
tít. 18, Partida III. Que del mismo tipo remuneratorio de la encomienda de Indias eran
los feudos de Alemania, Lombardía y Nápoles, y los señoríos de España, creados
durante la guerra contra los moros. (Citaba aquí a BOBADILLA, Política de
Corregidores, lib. II, cap. XVI, número 18; a CALIXTO RAMÍREZ, De Lege Regia, § 32;
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y a SALAZAR DE MENDOZA, De Orig. Dig. Hisp.). Que entre los autores indianos,
ACOSTA, LEÓN y MATIENZO, interpretaban las encomiendas como sombra de los
señoríos de España, utilizando los argumentos de los feudos y mayorazgos.
De acuerdo con las leyes de Indias, SOLÓRZANO definió las encomiendas
como[57]: «un derecho concedido por merced Real a los beneméritos de las Indias
para percibir y cobrar para si los tributos de los indios que se les encomendaren por
su vida y la de un heredero, conforme a la ley de la sucesión, con cargo de cuidar del
bien de los indios en lo espiritual y temporal, y de habitar y defender las provincias
donde fueren encomendados, y hacer de cumplir todo esto, con homenaje, o
juramento particular». Añadía que la encomienda, en su forma última controlada o
«nueva forma», no daba al español un derecho de propiedad sobre el indio, ni
siquiera el dominio directo sobre el tributo, sino sólo el útil[58], aunque reconocía que
la posesión del repartimiento se simbolizaba entregando la persona del cacique indio,
y que muchas leyes hablaban con falta de precisión, ya de propiedad de los tributos,
ya de propiedad de los indios. Al comparar la encomienda con los mayorazgos decía,
que si bien en éstos, según la opinión más general, el beneficiario tenía dominio
directo sobre los bienes, además del útil, en las encomiendas esta regla no podía
aplicarse, porque el rey expresamente se había reservado el dominio directo.
Consideraba SOLÓRZANO que la encomienda de Indias se asemejaba con más
propiedad al feudo: «en el origen de su introducción [servicios de guerra], en el modo
y derecho de gozar [dominio útil, sucesión especial, etc.], en la prohibición de no
enajenar, en la necesidad de restituir, y de acudir al servicio militar del señor del
directo dominio»[59]. Pero también reconocía, que por las limitaciones y cargas
especiales de la encomienda, era un feudo degenerante y no recto o propio. Por la
forma de atribución, consideraba que la encomienda era una donación o merced Real,
pero no donación gratuita, sino remuneratoria de los servicios prestados por el
vasallo, y tampoco absoluta, sino condicional o sub modo, por las diversas cargas que
se imponían al beneficiario. Que JOSÉ DE ACOSTA decía que los repartimientos de
indios fueron: «como jornal, estipendio, paga o galardón con que asalariaron y
alentaron nuestros reyes a los que les hubiesen servido y sirviesen en aquellas
partes»[60]. SOLÓRZANO se quejaba de que los reyes concedieran las encomiendas de
Indias a señores de España, en vez de darías a los beneméritos indianos[61]. Estimaba
que la repartición de feudos era una medida útil para la conservación de tierras
nuevas, porque los beneficiados al defender el reino defendían juntamente lo que se
les había repartido, y ponían en ello mayor esfuerzo.
Estudió SOLÓRZANO el derecho de las pensiones concedidas a cargo de las rentas
de los encomenderos. Con el objeto de no fraccionar las encomiendas, se concedían a
un solo titular, y siendo gruesa su renta, el rey consignaba pensiones sobre la misma,
de suene que el encomendero sólo recibiera el remanente[62]. Cuando se extinguía la
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pensión, se consolidaba con la encomienda, salvo provisión especial de que
permaneciera vaca para hacer nueva provisión.
Siguiendo a ANTONIO DE LEÓN enumeró luego SOLÓRZANO las autoridades que
podían conceder encomiendas. Le parecía correcta la lista de LEÓN, excepto en el
punto relativo a la facultad del virrey de México, pues SOLÓRZANO creía que éste
tenía poder para conceder encomiendas vacantes[63]. Sin embargo, reconocía que en
los últimos años se había modificado dicho poder, especialmente por una cédula de
marzo de 1607, que ordenó que las encomiendas que vacasen en aquella provincia se
aplicasen a la Corona; pero añadía SOLÓRZANO, «esto no le impide [al virrey] ir
nombrando y proveyendo en ellas a los que tenían cédulas para ser encomendados,
anteriores a este orden, y también a otros que las impetran de nuevo, para ser
proveídos en las que primero vacasen, con derogación de las contrarias».
Es decir, según la tesis de SOLÓRZANO, era falsa la doctrina de LEÓN de que los
gobernantes de México, desde la época de 1530 no tuvieran poder para encomendar;
no desconocía que la incorporación y especialidad de las encomiendas de Nueva
España existía en 1630, cuando León escribió su obra; pero templaba la afirmación,
advirtiendo que la incorporación no era absoluta y que el virrey tenía facultad para
«situar» las mercedes que el rey le ordenara y también crear nuevas encomiendas
cuando el monarca, en un caso especial lo autorizara, con derogación de la ley
general de incorporación[64].
SOLÓRZANO, continuando su estudio, enumeró las personas capaces de gozar
encomiendas y las excluidas por ley[65]. Consideraba entre los incapaces, a las
comunidades religiosas, clérigos, frailes, hijos ilegítimos, mestizos, mulatos,
extranjeros, ministros y sus allegados, el que ya tenía otra encomienda, y los
ausentes. Los menores y las mujeres podían tenerlas poniendo escudero[66].
Definió después lo que había de entenderse por vacante de encomienda: «se dirán
estar vacantes las encomiendas legítimamente, cuando se supiere que sus poseedores
han muerto natural, o civilmente, o han hecho libre, total y absoluta dejación y
renunciación de ellas, o dejado y desamparado sus residencias y vecindades, o las
demás cargas y condiciones que se les dieron, o cometido delitos tales, que merezcan
ser privados de ellas y que se den por vacantes»[67]. Creía que los virreyes no podían
conceder expectativas sobre las encomiendas, es decir, darlas a un nuevo beneficiario
antes de que vacaran. En cuanto a la facultad de los reyes para hacerlo, decía que
había algunas opiniones afirmativas, y en la práctica se usaba, pero él personalmente
se pronunciaba en contra, porque era una concesión de futuro que podía engendrar
inconvenientes: el rey no podía desear el mal del poseedor actual, pero sí podía nacer
de la codicia del nuevo designado, a quien favorecería la pronta muerte del tenedor de
la encomienda. SOLÓRZANO no ignoraba que muchas cédulas Reales habían prohibido
la renuncia o dejación de las encomiendas, pero sostenía que se dictaron para evitar
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fraudes y la prolongación indebida de las vidas de las encomiendas, y que por eso,
cuando la renuncia fuera absoluta y sin dolo debía valer[68].
En los capítulos VIII, IX y X examinó la materia de la provisión de encomiendas.
Refería que primero estuvo al arbitrio de los gobernadores, pero que el Consejo de
Indias ordenó que se celebraran oposiciones para la provisión, de lo cual protestó el
virrey del Perú, «considerando que desdecía de la confianza y representación de su
dignidad»[69]. Sin embargo, el orden legal se implantó, y SOLÓRZANO lo exponía en
términos parecidos a Antonio de LEÓN[70]; creía que debía existir cierta libertad de
elección en el repartidor; por ejemplo, para favorecer a un pretendiente muy viejo que
de no ser gratificado moriría sin premio; las órdenes, por apretadas que fuesen,
admitían cierta templanza en casos particulares.
Las cédulas especiales de merced o recomendación que la Corona acostumbró dar
para que los virreyes situaran las vacantes en favor de los designados, preocupó
también a SOLÓRZANO[71]. Refería el origen de estas cédulas: «porque muchos de los
que se tienen por beneméritos en las provincias de las Indias, no contentos con las
cédulas y mandatos generales que tienen en su favor, suelen impetrar otras
particulares de la Real persona, para que los virreyes y gobernadores les acomoden en
las encomiendas que estuvieren vacas, o que vacaren, unas veces señalando la
cantidad de renta en que han de ser encomendados, y otras sin señalarla, sino en la
que pareciere competente a sus personas, méritos y servicios»[72]. Que estas cédulas
las obtenían muchas personas que habían servido fuera de las Indias, y algunas por
favoritismo. El autor se proponía el problema del valor legal de tales cédulas.
Consideraba que si de modo expreso señalaba el rey la encomienda que debía darse al
recomendado, esta designación especial debía tener preferencia absoluta. Si
únicamente se decía que había de darse la encomienda que el favorecido señalara,
hecha por éste la designación, el virrey o gobernador tendría que concederle tal
encomienda. Si la recomendación era de tipo general, debía mirarse la fecha de la
más antigua y también examinar el monto, porque las concesiones de mayor cantidad
revelaban en el rey un deseo más acentuado de premiar. Este razonamiento era en
términos de derecho común, pero SOLÓRZANO advertía que conforme al municipal de
las Indias, los beneméritos debían ser preferidos, y que en instrucciones secretas se
había mandado a los virreyes que no postergaran a éstos, «de donde se saca que estas
cédulas son como unas canas excitativas o de recomendación, por las cuales no se
precisa su cumplimiento al que gobierna, ni se quita el derecho a quien mejor le
tuviere, y queda en su entera fuerza y vigor la obligación primitiva de guardársele a
todas, y remunerar según los méritos»[73].
En los casos en que la encomienda concedida resultaba después rebajada o
anulada, ¿cabía al encomendero derecho de evicción contra el príncipe, para pedir el
complemento u otro beneficio? En los feudos decía SOLÓRZANO que cabía la evicción;
no se admitía, en cambio, en las donaciones puras. La dificultad del caso de la
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encomienda provenía de que era una institución que podía considerarse en uno u otro
de los casos. SOLÓRZANO recordaba que él no admitió la teoría de que la encomienda
fuera una donación pura, sino cuasi-remuneratoria de los servicios del vasallo, y por
ser a modo de un pago, el vasallo tenía derecho a no ser engañado y obtener otro
beneficio. Acerca de la naturaleza del derecho del vasallo para exigir el premio del
príncipe, SOLÓRZANO citaba la opinión de ARIAS PINELO, en el sentido de que no cabía
acción judicial, pero nuestro autor insistía en el deber natural del rey de premiar: «los
príncipes dignos de serlo no hao de esperar petición en juicio, sino antes, desde la
cumbre de su grandeza, atalayar los que bien le sirven y prevenir los premios que por
ellos merecen, y temer y respetar más la ley y razón natural, que es la que induce y
requiere estas remuneraciones, más que ningún precepto o sentencia de juez»[74].
En el capítulo XIII examinó la prohibición de dividir las encomiendas, por los
daños que a los vasallos venían de tener varios señores. Decía que esto no se cumplía
siempre y que el príncipe que había dictado la prohibición tenía derecho de
suspenderla, dando a una persona la mitad de una encomienda y a otra el resto, o
reservándolo para sí. SOLÓRZANO distinguía el caso en que la división era con
distinción de partes, de aquel en que se hacía pro indiviso o in solidum. Tampoco
había de confundirse, según su doctrina, el caso en que el rey quería conceder una
verdadera cuota-parte, con aquel en que sólo deseaba la concesión de una pensión[75].
El derecho de acrecer no tenía lugar en los casos en que había partes divisorias, y sí
cuando se trataba de tenencia in solidum, porque esta regla regía en el usufructo y en
las donaciones[76]. En los casos de pensión, ésta se consolidaba con la encomienda al
vacar, salvo disposición en contrario.
Los elementos del derecho feudal sirvieron también a SOLÓRZANO para aclarar el
tema de la investidura o toma de posesión de la encomienda[77]; distinguía en los
feudos la investidura alusiva o ceremonial ante los pares de la Corte, y la propia o
material en que consistía la toma de posesión. Creía que en las encomiendas se
necesitaba título y además la aprehensión material. Que los virreyes fijaran plazo a
los proveídos: para ocurrir por el despacho de su título; para tomar posesión corporal,
que se daba en la persona de un indio o del cacique en representación de todo el
repartimiento; y para prestar el juramento de fidelidad[78].
Sobre el derecho de disposición de estos bienes, afirmaba SOLÓRZANO[79] que el
encomendero no podía ceder ni enajenar la encomienda, ni vender, alquilar o
traspasar sus indios; pero que podía obligar los frutos de la encomienda; esta
obligación no pasaba al sucesor del repartimiento. Que aunque se embargaran las
rentas de la encomienda por obligaciones del encomendero, éste debía velar por la
defensa de los indios. Que tampoco podía arrendar, prestar, ni pignorar la
encomienda. Que con permiso del superior podían permutar sus encomiendas dos
encomenderos. En cuanto al derecho de prescripción, contra el príncipe, eran
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necesarios cien años, y contra otro particular, bastaban diez o veinte, si el poseedor
tenía título.
MATIENZO, Antonio de León y otros autores, por el carácter semi-castrense de la
encomienda (por su carga militar), opinaban que el padre no debía gozar el usufructo
de la encomienda que heredara el hijo menor de edad, sino que los frutos debían ser
para éste. Pero SOLÓRZANO[80] sostuvo la opinión favorable al usufructo del padre, y
que si esto no se aceptaba, al menos se establecieran algunas distinciones.
Sobre el derecho sucesorio de las encomiendas, siguiendo en gran parte a
MATIENZO y LEÓN, afirmaba[81]; que la sucesión era por el primogénito como en los
mayorazgos; que era por dos vidas, salvo las disimulaciones; que no era sucesión
hereditaria, sino legal como en los feudos; que el sucesor por eso no necesitaba
institución, sino quedaba como poseedor ipso iure; que el poseedor de la encomienda
no podía en vida ni en muerte afectar el bien en perjuicio del sucesor; que el padre no
podía en su testamento heredar al hijo menor apartándose de la ley, y ni el príncipe
sin justa causa podía excluir al primogénito, puesto que la encomienda era la legítima
de éste; que no cabía testamento en feudos ni en encomiendas; que el llamado por ley
podía renunciar dentro de quince días si estaba presente y treinta y cinco si ausente;
que los primogénitos tenían deber de mantener a sus hermanos y madre; que el nieto
podía suceder a falta de hijos, y también las hijas, pero no los transversales; que para
suceder la mujer al marido encomendero, o al contrario, habían de vivir seis meses
casados; que muerto el marido que casó con mujer encomendera volviera la
encomienda a la mujer, y muerta ésta, siendo la encomienda en segunda vida, se
extinguiera.
Sin seguir al autor en esta dilatada materia, pasemos al estudio de las cargas
propias de los encomenderos[82]. Enumeraba: la militar, por razón de la cual
prestaban juramento y quedaban obligados a tener armas y caballos, y salir a la
defensa de la tierra y seguir el pendón real; la carga de cuidar del bien espiritual y
temporal de sus indios; la carga de residir en la provincia de la encomienda; el deber
de entregar al rey la tercera parte de las utilidades de la encomienda, medida fiscal en
vigor desde el año de 1615[83]; acudir por la confirmación del titulo al Consejo de
Indias, porque explicaba el autor: «aunque antes las encomiendas, con sola la
provisión y colación que de ellas hacían los virreyes y gobernadores, surtían pleno
efecto y daban derecho irrevocable a los encomenderos, después se mandó, que en las
que de nuevo se proveyese… se viniese a pedir confirmación de la merced de ellas a
Su Majestad en su real consejo de las Indias»; la razón, según SOLÓRZANO, era:
«quererse enterar el rey nuestro señor y su Real Consejo de las Indias, si se procedió
justificadamente en la distribución, y provisión de las dichas encomiendas y
pensiones… y si se atendieron y pesaron bien los servicios y méritos de los
competidores». Este requisito se exigía desde 1608[84], Como en los feudos, la
confirmación de las encomiendas era de dos clases: «infundente», si la provisión
primera resultaba nula, pero a pesar de ello la confirmaba el superior; y
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«transfundente», si siendo correcta la primera provisión, el superior se limitaba a
aprobarla.
En el capítulo XXIX estudió SOLÓRZANO la importante materia del término y
resolución de las encomiendas, o sea: «los modos y causas por donde suelen
extinguirse, acabarse y devolverse las encomiendas a la Corona Real, de donde
salieron». Es un hermoso capítulo, en el cual el jurista español consideró por encima
de la voluntad del príncipe, los derechos amparados en la ley natural, y por eso estas
mercedes dadas en pago de servicios no podían revocarse caprichosamente, sino sólo
por causa justa: «peca mortalmente el príncipe que sin culpa o causa revoca las
gracias y mercedes ya una vez hechas a sus vasallos»[85]. Además, da justa causa de
las revocaciones, no se ha de medir mirando y atendiendo a sola la utilidad y
comodidad del príncipe, sino a la pública y urgente necesidad del reino que pida
semejante mudanza, cuya salud prepondera a la de los particulares». El príncipe debe
respetar las mercedes hechas por sus antecesores: «no se debe tener por celador, sino
por destruidor de su Corona el que deshace o quita lo que hicieron o concedieron sus
antecesores, y puede temer que harán con él lo mismo los que le sucedieren». Por
último: «ni reyes ni papas, por más amplia que en ellos tengan su potestad, pueden
privar a los poseedores sin citación y sentencia declaratoria, no interviniendo causa
tan justa y grave que obligue a proceder exabrupto». Con estas afirmaciones templaba
SOLÓRZANO la teoría absolutista de otros autores, que interpretaban las mercedes
como actos de voluntad del soberano, y por lo tanto como Derecho positivo, sujeto a
la voluntad de su creador real, el cual podía libremente revocar o modificar tales
mercedes.
Rechazando de esta suerte la causa de supresión por voluntad arbitraria del
soberano, SOLÓRZANO estimaba como causas de extinción de las encomiendas: la
muerte del último poseedor, transcurrido el tiempo legal o vidas de la encomienda, la
renuncia, que el encomendero entrara en religión, o cometiera algún delito grave.
En los capítulos XXX y XXXI estudió los pleitos y litigios en torno a las
encomiendas, ya por causa de la propiedad, la posesión jurídica, o por detentación de
hecho o juicios de expolio. Que primero tuvieron competencia los gobernadores,
apelándose a las audiencias. En 1540 mandó Carlos V que conocieran las audiencias,
y en apelación el Consejo de Indias. Por la ley de Malinas de 1545 (20 de oct.) el
Emperador se avocó exclusivamente el conocimiento de los litigios, excluyendo a
audiencias y Consejo. Pero por ley declaratoria posterior mandó que el litigante:
«parezca en la audiencia en cuyo distrito estuvieren los tales indios, y ponga la
demanda, y el presidente y oidores de la tal audiencia den traslado a la otra parte, y
dentro de tres meses hagan la probanza e información que tuvieren, hasta doce
testigos no más, y se cierre con esto el proceso y se envíe cerrado al Consejo de
Indias, quien resuelve». En la cédula de septiembre de 1548, segunda declaratoria de
la de Malinas, se ordenó que al remitir los autos, la audiencia citara a las partes ante
el Consejo. En tanto se ventilaba este pleito sobre propiedad o posesión definitiva, las
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audiencias conocían de los despojos y detentaciones por medio de interdictos: esto
era para impedir los actos de fuerza y propia autoridad[86]. En 27 de abril de 1610,
Felipe III mandó que la ley de Malinas y sus declaratorias sólo se observaran en
encomiendas de más de mil ducados de renta, y en las otras conocieran las Reales
audiencias, hasta sentencia, yendo al Consejo por segunda suplicación, cuando cabía.
En el capítulo XXXII trató finalmente SOLÓRZANO el tema de la perpetuidad.
Estimaba que en el primer tiempo debió resolverse favorablemente, pero que en la
situación presente de las encomiendas, en que había pocos indios de repartimiento y
no se daban a beneméritos, sino a señores de España, era mejor dejar todo como
estaba y pensar que los inconvenientes de la institución se debían a pecados de las
personas que sólo Dios, corrigiendo la bondad humana podría evitar. SOLÓRZANO
expuso las razones en pro y en contra de la perpetuidad; no ocultaba su preferencia
medieval: lamentaba que en las Indias no se hubieran formado las casas nobles con
señoríos perpetuos y jurisdicción, como había en España. Decía[87]; «puede
justamente mover a compasión que estos conquistadores, que por sus grandes e
ilustres hazañas, superiores algunas veces a humanas fuerzas, eran dignos de haber
sido honrados, y decorados con títulos de duques, marqueses y condes, no sólo no
hayan dejado estos honores, remuneraciones y privilegios a sus hijos y descendientes,
sino antes una total desnudez y miseria, y tan extrema necesidad, que han de
mendigar de otros su propio sustento».
Las doctrinas expuestas representan el momento de plenitud de la encomienda.
Resuelto el delicado problema de la justificación, y en receso las peticiones de
perpetuidad, los autores pudieron estudiar la estructura de la institución, con la
amplitud y minuciosidad vistas.
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CAPÍTULO VIII
LA ENCOMIENDA EN LA RECOPILACIÓN DE 1680
«Porque es cosa justa y razonable, que los indios que se pacificasen y redujeren a nuestra obediencia y
vasallaje, Nos sirvan y den tributo en reconocimiento del señorío y servicio, que como nuestros súbditos y
vasallos deben, pues ellos también entre sí tenían costumbre de tributar a sus tecles y principales: Mandamos, que
se les persuada a que por esta razón Nos acudan con algún tributo en moderada cantidad de los frutos de la tierra,
cómo y en los tiempos que se dispone por las leyes de este titulo. Y es nuestra voluntad, que los españoles, a quien
por Nos o por quien nuestro poder hubieren, se encomendaren, lleven estos tributos, porque cumplan con las
cargas a que están obligados, reservando para Nos las cabeceras y puertos de mar, y las demás encomiendas y
pueblos incorporados, y que se incorporaren en nuestra real corona».
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servicios en la conquista de México[8]; los indias caciques y sus hijos mayores no
tributaban ni tenían obligación de acudir a las mitas, y tampoco las mujeres indias en
general[9]; el indio alcalde, en el año en que lo fuera, no pagaba tampoco tasa ni
servía[10]. Los indios que se sujetaban pacíficamente a la Corona gozaban exención
temporal por diez años de tributos y servicios[11].
Además de los tributos ordinarios la Corona impuso a los indios ciertos servicios
o pedidos extraordinarios, como el del «requinto» para los indios del Perú, Nuevo
Reino de Granada y Tierra Firme, y el servicio del «tostón» para los indios de Nueva
España, expresando como motivo das públicas necesidades que ocurrieron el año
presente de 1591»[12].
Las tasaciones.—Para fijar el monto de los tributos del pueblo indio realengo o
encomendado y declararlo legalmente, para los efectos posteriores del cobro, la
Recopilación aceptó el sistema de tasas. La forma ordenada por la ley 21, tít. 5, lib.
VI era: «porque no reciban agravio los indios en hacerles pagar más tributos de los
que buenamente pueden, y gocen de toda conveniencia: encargamos y mandamos a
nuestros virreyes, presidentes y audiencias, que cada uno en su distrito haga tasar los
tributos, y los comisarios que para esto fueren nombrados, guarden la orden y forma
siguiente»: oír la consabida misa, ver por sí los pueblos, .averiguar lo que pagaban los
indios en su gentilidad, qué podían justamente pagar ahora, dejándoles para dotar y
alimentar sus hijos, cubrir enfermedades, etc., fijando la tasa de modo que «antes
enriquezcan que lleguen a padecer pobreza», que no hubiera banquetes ni gastos de
los comisarios, porque eran a costa de los indios, que el tributo se pagara en los
mismos frutos que los indios cogieran, que no se incluyeran servicios personales de
ninguna clase, ni de minas, que hubiera una matricula de los pueblos y pobladores y
tributos para que los naturales supieran qué era lo que debían pagar, y los
encomenderos y oficiales lo que podían cobrar, que el encomendero que abusara
pagara cuatro tantos de lo que llevara de exceso, y la segunda vez perdiera la
encomienda, que se enviara un traslado de la tasación al Consejo de Indias, y el oidor
o juez que fuera a hacerla llevara instrucción, además de la disposición general de la
ley.
La ley 22 añadía:
«sean las tasas claras, distintas, y sin generalidades, especificando todo lo que han de tributar los indios y no
expresen los tasadores cosas menudas, disponiéndolo de forma que sólo tributen en cada pueblo dos o tres
especies de las que en a se cogieren y los indios tuvieren y no se ponga el gravamen de hacer y reparar las casas y
estancias de los españoles y asimismo dispongan, que donde hubieren de tributar en ropa, mantas y algodón, sea
todo de un género en un repartimiento y pueblo, y no de muchas diferencias de mantas, camisetas, manteles y
camas labradas, porque en esto solía haber grande exceso y agravio, dándoles cada día la muestra que querían los
encomenderos, y es necesario que haya peso y medida en las mantas, porque no se las puedan alargar, ni
ensanchar; y quítese la mala costumbre de algunos lugares, en que los caciques hacen juntar las mujeres en una
casa a tejer las mantas, donde cometen muchas ofensas de Dios nuestro señor; y ordénese que los indios hagan las
sementeras en sus pueblos, y no en las cabeceras y que de allí las haga llevar a su costa el encomendero; y si algún
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año no se cogiere pan por esterilidad o tempestad, no sean obligados los indios a pagarlo al encomendero por
entonces, ni después».
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documentos oficiales los pagos debidos por los indios.
En resumen, la Recopilación llevó a término de modo completo los esfuerzos que
desde tiempos anteriores hacia la Corona por someter a un régimen de control la
institución de las encomiendas. La precisión sobre los indios comprendidos en las
cargas de tributar, la existencia de tasas cuidadosas, revisables cuando la autoridad o
las partes lo creían conveniente, la determinación del contenido económico del
tributo, excluyendo los servicios personales como parte de las tasaciones, el orden
para efectuar los pagos y cobros, y la garantía procesal escrita, venían a ser los
medios de que el Estado se valía para lograr el control de la relación entre los indios y
los encomenderos[20].
«Luego que se haya hecho la pacificación y seamos naturales reducidos a nuestra obediencia, el adelantado,
gobernador, o pacificador, en quien esta facultad resida, reparta los indios entre los pobladores, para que cada uno
se encargue de los que fueren de su repartimiento, y los defienda y ampare, proveyendo ministro que les enseñe la
doctrina cristiana, y administre los sacramentos, guardando nuestro patronazgo, y enseñe a vivir en policía,
haciendo lo demás que están obligados los encomenderos en sus repartimientos, según se dispone en las leyes de
este libro».
«Mandamos que los indios que se pacificaren, sean encomendados a pobladores de la comarca, donde
residieren los indios».
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«El motivo y origen de las encomiendas, fué el bien espiritual y temporal de los indios, y su doctrina y
enseñanza en los artículos y preceptos de nuestra santa fe católica, y que las encomenderos los tuviesen a su cargo
y defendiesen a sus personas y haciendas, procurando que no reciban ningún agravio… y con esta calidad
inseparable les hacemos merced de se los encomendar de tal manera, que si no lo cumplieren, sean obligados a
restituir los frutos que han percibido y perciben, y es legítima causa para privarlos de las encomiendas».
«También hacernos merced a los encomenderos de las rentas que gozan en encomiendas para defensa de la
tierra, y a esta causa les mandamos tener armas y caballos, y en mayor número a los que las gozaren más
cuantiosas, y así es nuestra voluntad, y mandamos que cuando se ofrecieren casos de guerra, los virreyes,
audiencias y gobernadores los apremien a que salgan en defensa a su propia costa, repartiéndolo de forma que
unos no sean más gravados que otros, y todos sirvan en las ocasiones; y porque conviene que estén prevenidos y
ejercitados, les manden hacer alardes en los tiempos que les pareciere, y si los encomenderos no se apercibieren
para ellos o no quisieren salir a la defensa de la tierra cuando se ofreciere ocasión, les quiten los indios y ejecuten
las penas en que hubieren incurrido por faltar a su obligación».
Repetía la obligación militar la ley 44, tít. 8, lib. VI. La ley 8, tít. 9, lib. VI,
disponía con mayor detalle:
«dentro de cuatro meses primeros siguientes computados desde el día que recibieren los encomenderos la
cédula de encomienda, sean obligados a tener y tengan caballo, lama, espada, y las otras armas ofensivas y
defensivas que al gobernador de la tierra parecieren ser necesarias, según la calidad de los repartimientos y género
de guerra, de forma que para cualquiera ocasión estén apercibidos, pena de suspensión de los indios que tuvieren
encomendados».
La carga religiosa de los encomenderos, según la ley 3, tít. 9, lib. VI, era la
siguiente:
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ornamentos, vino y cera, al parecer y disposición del diocesano… y los oficiales de nuestra Real hacienda deben
proveer lo mismo en los que tributan y están en nuestra Real Corona».
Los encomenderos de pocos indios debían reunirse en número de dos o tres, para
pagar entre todos el culto.
Las cargas colonizadoras del encomendero fueron consignadas también en las
leyes recopiladas. Dispuso la ley 10, tít. 9, lib. VI: «es obligación de los
encomenderos tener casa poblada en la ciudad cabeza de su encomienda». En esta
misma ciudad[21] se le daban solares para edificar, y si el encomendero no fabricaba
la casa, «el gobernador provea que de los tributos de aquella encomienda se fabriquen
las casas, y hasta que estén hechas no se acuda al encomendero con los tributos». La
casa sería de piedra o de otro material durable; quedaba en propiedad absoluta del
encomendero y podía disponer de ella en vida o muerte. El encomendero tenía el
deber de residir en la provincia o isla de su encomienda, sin poderse ausentar[22]. Esta
obligación también alcanzaba a los que gozaban pensiones sobre encomiendas[23].
Cuando por causa justa el encomendero se ausentaba con licencia del gobernador,
debía nombrar escudero que cumpliera la vecindad[24]. Las prelados y gobernadores
debían «persuadir» a los encomenderos solteros a que se casaran dentro de tres
años[25].
Las cargas económicas que podían recaer sobre la renta de los encomenderos
eran, según la ley 50, tít. 8, lib. VI, la carga de doctrina, el salario del justicia del rey,
la alcabala, el diezmo, hospital, media anata, vino y aceite de limosna para los
conventos, pensiones y ayudas de costa concedidas por la Corona sobre la
encomienda, y los tercios que el rey se reservaba en ocasiones.
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cédula de encomienda, en el cual los virreyes y gobernadores debían poner «por
cabeza con mucha claridad y distinción, cómo vacó la encomienda, por muerte de
quién y en la forma que constó y desde qué día está vaca, cómo se pusieron edictos
para su provisión, con que término y en qué ciudades y lugares se fijaron, y qué
opositores hubo, con sus nombres y día en que se opusieron, si alegaron causa o
razón especial aparte la general de méritos y servicios, la relación de éstos y las
cargas de las encomienda». Además[27]: «en los títulos se exprese el número de
indios, valor y distrito de la encomienda; averiguado con el fiscal y los oficiales
reales den relación para que Nos tengamos bastante noticia dello y de la merced que
hacemos». El interesado podía tomar posesión de la encomienda, hasta seis meses
después de provista, y debía acudir al Consejo de Indias por la confirmación de su
título. Para este último objeto se le daban los despachos signados por escribano, y una
copia de los autos originales. El Consejo de Indias ponía la nota confirmatoria
devolviendo los títulos, lo cual a veces era sólo una formalidad, pero en otros casos
servia a modo de revisión, pudiendo negar la confirmación el Consejo[28].
Hubo también disposiciones sobre las normas de fondo que debía seguir el
repartidor para proveer[29]. La ley 11, tít. 8, lib. VI, refiriéndose a un caso particular,
dispuso: «el gobernador provea las encomiendas guardando lo dispuesto en personas
beneméritas, sin otro ningún respeto, que el servicio de Dios nuestro señor y nuestro,
bien de la causa pública y remuneración debida a los más beneméritos». Y la ley 5,
tít. 8, lib. VI, decía:
«habiendo llegado a entender que las gratificaciones destinadas por Nos a los beneméritos de las Indias, en
premio de sus servicios, no se han convertido, ni convierten, como es justo, en beneficio de los hijos y nietos de
descubridores, pacificadores y pobladores, y que por sus personas tienen méritos y partes para conseguirlas, y se
hallan olvidados, pobres y necesitados: Mandamos, y repetidamente encargamos a todos los que en las Indias
tienen facultad de encomendar, que en esto procedan con toda justificación, teniendo especial cuidado de preferir
a los que hubiere de mayores méritos y servicios y de éstos a los descendientes de primeros descubridores,
pacificadores, pobladores y vecinos más antiguos, que mejor y con más fidelidad hayan servido en las ocasiones
de nuestro real servicio, y que en todas nos avisen en carta aparte, con los despachos que enviaren de los
repartimientos encomendados, y lo que rentan, a qué personas los hubieren dado, y de sus calidades y méritos; y
les damos facultad para que puedan mejorar los que más nos hubieren servido y honrarlos en otras cosas, porque
así importa para animar a los otros y que no dejen de aventajarse en las ocasiones que se ofrecieren por
desconfianza de los premios».
La ley 18, tít. 8, lib. VI, mandaba que el repartidor no diera nuevas encomiendas a
quien ya las tenía, si había beneméritos que estaban sin ninguna, y la ley 20, tít. 8, lib.
VI, que para dar o reunir dos encomiendas en un solo beneficiario hubiera
información especial de causa.
Las leyes 12 a 15 del tít. 8, lib. VI, enumeraban las personas excluidas de la
facultad de gozar encomiendas: virreyes, gobernadores y otros ministros, prelados,
clérigos, monasterios, hospitales, casas de religión y de moneda y tesorerías; también
las mujeres, hijos e hijas de los ministros, los extranjeros y los ausentes.
La unidad legal para los repartimientos, o sea, el grupo de indios comprendido en
cada provisión, suscitó algunos problemas. La tendencia contra las encomiendas
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pequeñas fue manifiesta[30], porque se convertían fácilmente en casos de
servidumbre. Pero también se encuentran leyes contra las encomiendas excesivas[31],
y se prohibió dar muchas a una sola persona[32]; fijó la Corona un límite para los
repartimientos, de dos mil pesos de renta[33]. Puede afirmarse, por lo tanto, que se
tendía a una unidad de tipo medio. Pero era un término muy variable, según las
provincias, número de indios, cantidad de españoles, calidad de la tierra, etc. La
Recopilación ofrece varios ejemplos: fija el término medio para las encomiendas de
la gobernación del Paraguay en 80 indios; para Santa Fe y Río Bermejo (gobernación
del Río de la Plata), 30 indios; en la ciudad de Corrientes y en Buenos Aires, 12[34].
Las encomiendas de Nueva España eran mucho mayores. Además, la Corona, dentro
de cada provincia estimaba que los repartimientos no habían de ser iguales, pues no
lo eran los méritos de los pretendientes: «es justo que las haya [encomiendas
mayores] para personas de mayor mérito»[35]. La ley 24, tít. 8, lib. VI, adoptó como
criterio para fijar la unidad del repartimiento, que éste bastara para cubrir los gastos
de doctrina de los indios y el sustento del encomendero; que de no dar los frutos para
ambas cosas se prefiriera aplicar la renta a la doctrina: «porque es lo más principal…
por tocar al bien de las almas y cristiandad de los indios y lo que Nos deseamos».
También sirvió de guía[36] la reducción o pueblo de indios, tendiéndose en lo posible
a que la encomienda coincidiera con esta agrupación, pero también había casos en
que los indios de una sola reducción soportaban diversas encomiendas.
Sobre la relación entre el encomendero y los indios tributarios, uno de los puntos
más delicados de la institución; según sabemos, hallamos nuevas cédulas recopiladas.
EL encomendero, antes de entrar al goce de su repartimiento debía jurar cumplir la
ley del buen tratamiento de los indios[37]. «Pagando los indios a sus encomenderos el
tributo conforme a las tasas, no tienen obligación de hacer, ni hagan casas, edificios
ni otra obra»[38]; a fin de evitar los servicios, el encomendero no había de tener en el
término de su encomienda estancia, crianza u obraje[39]; se repetía la prohibición de
usar los indios en servicios personales[40]; tampoco podía echarlos a minas[41];
también se restringía el servicio doméstico de mujeres de la encomienda[42]; no había
de impedir el encomendero el libre casamiento de los naturales, ni aceptar
matrimonios forzados entre los indios de su encomienda[43]; no había de alquilar sus
indios, ni darlos en prenda[44]; la ley 14, tít. 9, lib. VI, detallaba como servicios
prohibidos: traer yerba al encomendero o frutas de lugares distantes, pescar, moler,
amasar trigo para su beneficio, ele. Nótese la minuciosidad para regular la relación
económica; se prohibía, en genera!, aquello en que el español encomendero podía
desvirtuarla tasación, única prestación permitida dentro del sistema Legal de la
encomienda, en 1680.
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Además, siempre, con el fin de evitar que los encomenderos tuvieran mano sobre
los indios, disponía la ley 11, tít. 9, lib. VI: «los encomenderos no han de poder hacer,
ni tener en los pueblos de sus encomiendas casa, ni bohío, aunque digan que no es
para su vivienda, sino para bodega o granjería, y que la darán después de sus días, o
desde luego a los indios, pena de perdimiento de lo fabricado… y no puedan dormir
en sus pueblos más de una noche, pena de 20 pesos». Las leyes 13 y 14 del tít. 9, lib.
VI, prohibían dar licencia a los encomenderos para residir en sus pueblos, y tampoco
podían hacerlo la familia ni sus criados, porque los naturales eran fatigados con
servicios. Los indios encomendados conforme a la ley 15, tít. 9, lib. VI, no habían de
tener comunicación con negros y mulatos, que eran viciosos y les causaban daños. Si
algún daño sobrevenía a los indios, el encomendero debía indemnizarlos[45].
Las instituciones de señorío, entre las cuales, aunque con restricciones
importantes, puede incluirse con propiedad la encomienda, no se limitaban a la
relación económica. Es sabido que la jurisdicción fue otra de sus características en la
Europa medieval. Pero también hemos visto en el curso de este trabajo, que el
regalismo y la necesidad de defender a los indios de sus propios patronos o
encomenderos, limitó ese renglón en la encomienda indiana. La ley de 1680 fue bien
explícita[46]:
«en ningún caso sean proveídos en corregimientos, alcaldías mayores, y otros oficios de administración de
justicia de las ciudades y pueblos de las Indias… los naturales y vecinos de ellos, ni los encomenderos en sus
naturalezas y vecindades y distritos de sus encomiendas, y a los que estuvieren proveídos se les quiten los oficios
y asimismo no lo puedan ser los que en aquel distrito tuvieren chacras, minas, ni otras haciendas».
«no se consienta a los calpizques traer vara de justicia entre los indios, aunque lo sean de pueblos de señorío,
y al que la trajere condene el gobierno de la provincia en la pena que arbitrare».
«cuando los encomenderos hubieren de poner en sus pueblos calpizques o mayordomos, elijan personas tales,
y de tanta satisfacción que no hagan daño ni agravio a los indios, y se presenten en la Audiencia, o ante el
gobernador del distrito, para que teniendo estas cualidades se les dé licencia, y de otra forma no se les permita
entrar ni administrar; y asimismo los encomenderos y calpizques, darán fianzas legas, llanas y abonadas, en la
cantidad que pareciere de que si algunos daños, o agravios hicieren los calpizques a los indios les pagarán y
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estarán a justicia con ellos, y otros cualesquier querellosos, y de todo se les dará instrucción para que sepan lo que
deben hacer y guardar, teniendo siempre cuidado de saber si la cumplen y castigar a los que excedieren en su
contenido».
En materia de pensiones hallamos que la ley 29 del tít. 8, lib. VI, mandaba que las
encomiendas no se gravaran con tantas que resultara ilusoria la renta del
encomendero. Para evitar dificultades entre éste y los pensionados, el tributo de las
encomiendas gravadas con pensiones, lo entregaba el cacique indio al corregidor y
éste hacía la distribución justa[48]. Sobre los tributos de indios vacos pueden
consultarse las leyes 40 y 41 del mismo tít. y libro; la Corona dispuso[49] que la
cantidad concedida se entendiera con los gastos, no útil o liquida.
Por último, no faltaron disposiciones sobre la naturaleza del derecho del
encomendero. Las leyes 16 y 17 del tít. 8, libro VI, ordenaban varias limitaciones en
cuanto al derecho de disposición. La renta de la encomienda no podía ser objeto de
donación, venta, renunciación, traspaso, permuta u otro contrato; las encomiendas
obtenidas por alguno de estos títulos se llamaban de título prohibido, y los virreyes y
gobernadores no podían proveerlas, aunque sí en casos especiales por concesión de la
Corona. Se prohibía alquilar la encomienda o darla en prenda o en garantía de deuda
a los acreedores del encomendero.
El derecho sucesorio, de acuerdo con la doctrina que conocemos, era también
especial. Si moría el primer titular dejando hijo legítimo, de legítimo matrimonio
nacido, y a falta de él, mujer viuda, el virrey o gobernador «le encomiende los indios
que su padre tenía para que goce sus demoras y los industrie y enseñe en las cosas de
nuestra santa fe católica, guardando las leyes y ordenanzas hechas para el buen
tratamiento de los indios, y hasta que sea de edad para tomar armas, tenga un
escudero que Nos sirva en la guerra, con la costa que su padre sirvió y era
obligado»[50]; si faltaba hijo varón primogénito sucedían por orden los demás hijos
varones, excluyendo el de más edad a los otros; si no había hijos varones, heredaban
las hijas en la misma forma, y en último término, la mujer viuda[51]; si recaía la
encomienda en alguna hija, se había de casar dentro de un año[52]; el paso de la
sucesión al nuevo titular, cuando moría el anterior, se verificaba ipso iure, y por eso si
no quería aceptar tenía que presentarse a repudiar dentro de los quince días
siguientes[53]; se autorizó que la encomienda fuera objeto del contrato de dote, pero
se consideraba transcurrida la vida del padre que la cedía[54]; el principio general de
la sucesión autorizaba dos vidas, pero la Recopilación recogió las disimulaciones, que
sabemos existían en varias provincias de Indias, especialmente en Nueva España,
donde había encomiendas por cuatro y cinco vidas[55].
Sobre la firmeza y estabilidad de las encomiendas (problema de la revocabilidad
de que hablaba SOLÓRZANO PEREIRA), dispuso la ley 45, tít. 8, lib. VI: «a ningún
encomendero sean quitados ni removidos los indios hasta ser oído y vencido
conforme a derecho; y los virreyes, audiencias y gobernadores así lo guarden y
cumplan, pena de nuestra merced y 1.000 maravedís que aplicamos a nuestra Real
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Cámara». La encomienda se perdía si el interesado cometía delito que, según las
leyes de Castilla, implicara perdimiento de bienes[56].
«viendo las estorsiones y molestias que le hacían a los indios, sobre que si se iban de un pueblo a otro, los
traían dél por fuerza y contra su voluntad, dende a poco tiempo que vine a esta tierra [Nueva España], mandé que
los indios, como personas libres y vasallos de S. M., viviesen donde quisiesen e por bien tuviesen, sin que se les
hiciese fuerza. Siendo informado desto S. M., mandó que así se guardase; después proveyó que los indios se
junten e vivan juntos; queriendo dar esta orden, estando ya el pueblo junto, ha acaecido amanecer sin ninguno, de
manera que lo uno contradice a lo otro. De tener los indios libertad que se vayan de un pueblo a otro, redunda
inconveniente, porque es muy ordinario entre ellos en cumpliéndose el tributo que deben o mandándoles que
entiendan en alguna obra pública o queriéndolos castigar por amancebados y que hagan vida con sus mujeres,
pasarse a otro pueblo. Esta es la vida que traen, y a los que por estas causas se iban, yo mandaba a las justicias que
siendo así, diesen orden cómo los tales indios se volviesen a sus pueblos. V. S. mire bien este negocio para que no
se provea en él de golpe, sino después de bien entendido poco a poco lo que le pareciere que conviene».
El problema había surgido bien pronto: la libertad absoluta del indio resultaba
incompatible con toda agregación artificial de población, bien fuera para utilidad del
encomendero, o para llevar a cabo la orden general de que los indios fueran
congregados en «reducciones» o pueblos.
En Perú el problema se presentó en términos especiales. Pizarro había encontrado
unos pueblos, llamados de «mitimaes», indios que desde la época de los Incas habían
sido sacados de sus pueblos y trasladados a otros sitios. Sucedía que hechos los
repartimientos en favor de los españoles, los mitimaes solicitaban volver a sus
pueblos de origen, lo cual convenía a los encomenderos de estos lugares y
perjudicaba a los dueños del pueblo en que residían los mitimaes cuando se hizo el
repartimiento. Pizarro advirtió que de tolerar el retorno, destruía la base de población
que había servido para asentar sus encomiendas y por eso prohibió el regreso.
Informada la Corona suspendió la orden de Pizarro y mandó que hasta que se viera el
caso: «si algunos destos que ansí viven fuera de sus pueblos se quisieren volver a sus
tierras, proveeréis cómo los dejen ir libremente y poblaren en las tierras que ellos
quisieren de manera que no se les haga mal tratamiento»[58]. Adviértase que no se
trataba de autorizar una libertad absoluta de movimiento, sino sólo de permitir el
reintegro de unos indios ausentes a sus pueblos naturales.
¿Qué se resolvió en definitiva en este caso? La ley 4, tít 5, lib. VI de la
Recopilación fue bien explicita en el sentido de fijar al indio mitimae en el sitio
actual y no en el de origen: «sean compelidos y apremiados a que juntamante con los
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caciques y principales, contribuyan en los pueblos donde habitan, lo que estuviere
tasado, a sus encomenderos, sin excusa». La decisión fue de Carlos V, en Madrid, a
18 de octubre de 1539.
Y en cuanto a la resolución general del problema que planteaba Mendoza, la ley
12, tít. 1, lib. IV de la Recopilación ordenó:
«si constare que los indios se han ido a vivir de unos lugares a otros de su voluntad, no los impidan las
justicias, ni ministros, y déjenlos vivir y morar allí, excepto donde por las reducciones que por nuestro mandado
estuvieren hechas, se haya dispuesto lo contrario, y no fueren perjudicados los encomenderos».
La cédula fue dictada el año de 1536. La ley 18, tít. 3, lib. VI, insistiendo en el
respeto a las reducciones, ordenó que ningún indio de un pueblo se fuera a vivir a
otro.
Por lo tanto, aunque en términos generales la legislación mantenía el principio de
la libertad, ello no impedía que para no destruir las reducciones de la Corona, y los
pueblos encomendados, se mantuviera vigente el principio forzoso de la residencia de
los indios, y en este sentido puede concluirse que el régimen encomendaticio indiano
contenía un principio de limitación del movimiento de los encomendados.
En el derecho familiar se advierten también reglas especiales. De acuerdo con los
principios canónicos, se decretó la libertad de matrimonio de los indios[59]; el
encomendero no debía obligar a sus indios a casarse, ni impedir la boda que ellos
libremente concertaran. Pero este principio, que mientras se tratara de indios de una
misma encomienda no parecía perjudicial al encomendero, sí lo era cuando se trataba
del matrimonio de una india de su repartimiento con indio de otro lugar, porque en
este caso la mujer había de seguir al marido y por lo tanto abandonar la encomienda.
Además, se presentaba el problema de los hijos: ¿a que repartimiento pertenecían, al
del padre o al de la madre? Téngase en cuenta que ellos serían los futuros tributarios,
y por lo tanto el encomendero tenía interés directo en la solución de este problema.
Las reglas de la Recopilación fueron:
«por el daño que se ha experimentado de admitir probanzas sobre filiaciones de indios, y ser conforme a
Derecho, declaramos que los indios, hijos de indias casadas, se tengan y reputen por del marido y no se pueda
admitir probanza en contrario, y como hijos de tal indio, hayan de seguir el pueblo del padre, aunque se diga que
son hijos de español [mestizos], y los hijos de indias solteras sigan el de la madre»[60].
«la india casada vaya al pueblo de su marido, y resida en él aunque el marido ande ausente o huido; y si
enviudare pueda quedarse en el mismo pueblo del marido, o volverse a su natural, como quisiere, con que deje los
hijos en el pueblo de su marido, habiéndolos criado por lo menos tres años»[61], «los indios solteros, que
estuvieren divididos de sus padres, mandamos que se reduzgan y junten a un pueblo o reducción»[62].
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bienes con la misma carga. En cuanto al dominio directo debe tenerse presente que si
los tributarios morían sin herederos, la tierra servia en parte para socorrer a la
comunidad, para el pago de tributos y otros gastos, y el sobrante se aplicaba al
patrimonio Real, no a los encomenderos[64]. Los indios en general podían criar
ganado[65], comerciar libremente[66], vender sus haciendas «con autoridad de
justicia»[67], hacer sus tiangues o mercados[68], y debían tener asimismo libertad en
sus disposiciones testamentarias[69].
Debe advertirse también, que junto a los indios encomendados existían los
yanaconas que, según la doctrina de algunos autores y Ordenanzas del virrey Toledo,
eran realmente adscripticios o siervos de la gleba[70]. Más tarde la Recopilación en las
leyes 2 y 11 del tít. 2, lib. VI, prohibió radicalmente la práctica de incluir a los indios
en las ventas de las heredades.
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jurisdicción y la perpetuidad que los encomenderos desearon siempre, contribuyó a
limitar la figura indiana en relación con los modelos señoriales de Europa.
Pasando de la comparación de las formas a la de la realidad, también puede
establecerse un paralelo de interés entre la situación social del medievo y primera
época de la edad moderna y la condición de los indios encomendados. En Europa, la
situación de las clases inferiores siguió un proceso de lenta evolución hacia la
libertad, impulsado por las condiciones históricas por que atravesaron entonces los
países de Occidente; este proceso llevaba ya varios siglos cuando la conquista puso
en el siglo XVI frente a la población indígena de América la masa dominadora
europea, que, acostumbrada a los regímenes de Occidente, trató de reproducirlos.
Pero como la evolución central y regalista del Estado se encontraba ya en un grado
avanzado, la Corona española, animada de un espíritu protector, trató de limitar los
abusos de los particulares españoles, en beneficio de los vasallos indios. El proceso se
caracterizó por la violenta lucha entre los intereses de los particulares y la legislación
protectora de los indios, uno de cuyos capítulos más importantes lo constituye el
proceso de las encomiendas, que he procurado seguir en su complejo desarrollo.
Ahora bien, no ha de olvidarse que el problema tenía también un fondo
económico y realista, y que el mismo Estado hubo de convencerse de que para la vida
de los colonos era necesario el trabajo de los indios, por lo cual las instituciones
creadas —entre ellas la encomienda— no pueden interpretarse como formas
protectoras sin finalidad económica. Cuando en las instituciones sociales de Indias se
logra vencer el aparato moral con que se recubren, para penetrar en su verdadera
médula legal, y se reduce a límites justos la afirmación de que las leyes indianas
fueron todas programas incumplidos, bajo los cuales se desarrolló libremente una
práctica abusiva y cruel, se encuentra un sistema legal de matiz medio, que resultó
precisamente del contraste de las dos corrientes —la teórica y la práctica— que
sirvieron para modelar los cauces jurídicos de la relación hispanoindia.
Conviene tener en cuenta también, que el Estado por su situación hacendaría,
tuvo necesidad de imprimir a la institución direcciones ajenas a las finalidades
puramente jurídicas, especialmente en la época última de la encomienda, que después
estudiaré. Además, el favoritismo y el desorden que reinaron en la Corte durante los
gobiernos de los últimos Austrias, necesariamente se reflejaron en la política e
instituciones de Indias.
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CAPITULO IX
DOCUMENTOS Y ESTADÍSTICA
«Vos mando hagáis información qué caciques e indios hay e obiere pacíficos en esa isla, para poder servir e
repartirse entre los vecinos e pobladores e estantes en ella; e así habida, hagáis el dicho repartimiento, como a vos
mejor visto fuere, habiendo respeto primero a los nuestros oficiales que en ella hay e obiere, e después a los
primeros pobladores e descubridores de esa isla, e después a los que hubieren cédulas de Nos para que se les den
indios en esa dicha isla, e después a los que a vos mejor pareciere e bien visto vos fuere que merecen los dichos
indios e que mejor los enseñarán en las cosas de nuestra santa fe católica y les harán mejor tratamiento para
conservación de sus vidas e salud… [los españoles], tengan e traten e se sirvan e aprovechen dellos [los indios],
según e por la forma e manera e con las condiciones que vos ordenáredes e mejor visto vos fueren… Para hacer el
dicho repartimiento e tomar los dichos indios e darlos a quien los repartiéredes, e para la ejecución e
cumplimiento dello, e para todas las otras cosas que menester sean, vos doy poder cumplido, por esta mi carta,
con todas sus incidencias».
«Os encomiendo al cacique tal con tantas personas de servicio… con tantos viejos… y niños… los cuales vos
encomienda, para que vos sirváis dellas en vuestras haciendas e minas y granjerías, según y como SS. AA. lo
mandan, conforme a sus Ordenanzas, guardándolas en todo y por todo… vos los encomiendo por vuestra vida y
por la vida de un heredero, hijo o hija… si lo tuviéredes…, con apercibimiento que vos hago, que no guardando
las dichas Ordenanzas, vos serán quitados los dichos indios y el cargo de la conciencia, del tiempo que vos
sirviéredes dellos, vaya sobre vuestra conciencia y no sobre la de SS. AA.»[2].
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Se conserva otro documento importante de esta época, que no se refiere a la
forma de encomendación corriente, sino a la constitución de un señorío sobre el
pueblo de Tacuba en favor de una hija del emperador Moctezuma, que Cortés tenía a
su cuidado, y a quien hizo la merced por concepto de dote cuando la casó con Alonso
de Grado[6]. El texto comenzaba por una relación de la muerte de Moctezuma, y que
éste encargó a Cortés el cuidado de sus hijas, especialmente de la mayor, doña Isabel;
continuaba:
«tuve por bien [Cortés] de aceptar su ruego y tener en mi casa a las dichas sus tres hijas y hacer, como he
hecho, que se les haga todo el mejor tratamiento y acogimiento que he podido, haciéndoles administrar y enseñar
los mandamientos de nuestra santa fe católica y las otras buenas costumbres de cristiano para que con mejor
voluntad y amor sirvan a Dios nuestro señor y conozcan a los artículos de ella y que los demás naturales tomen
ejemplo… Me pareció que según la calidad de la persona de la dicha doña Isabel que es la mayor y legítima
heredera del dicho señor Moctezuma, que más encargada me dejó, que su edad requería tener compañero… [que
debía darle] por marido y esposo una persona de honra, hijodalgo de mi compañía, contador, mi lugarteniente de
capitán y gobernador y ha dado de ellos [de los cargos] muy buena cuenta, y al presente (es) visitador general de
los indios de Nueva España, Alonso de Grado, natural de la villa de Alcántara…, a la cual dicha doña Isabel le
prometo y doy en dote y arras y a sus descendientes en nombre de S. M. y como su gobernador y capitán general
de estas partes, y porque de derecho le pertenece de su patrimonio y legítima, el señorío y naturales del pueblo de
Tacuba, que tiene 120 casas, Tetepeque, que es su estancia con 40 casas, Yesquiluca, otra estancia de 120 casas,
Chimalpau, otra estancia de 40 casas, Chapulmoloyán, de 40 casas, Yoescapuivaltengo, de 20 casas, Silofingo, de
40 casas, y otras estancias Deuyauteque, Caetepeque, Talasa, Guotasco, Duotepeque, Tasala, que podrán haber en
todas 1.240 casas, las cuales dichas estancias y pueblos son sujetos al pueblo de Tacuba y al señor della: lo cual,
como dicho es, doy en nombre de S. M. en dote y arras a la doña Isabel para que lo haya y tenga y goce por juro
de heredad para ahora y para siempre jamás, con título de señora de dicho pueblo y de los demás aquí contenidos,
lo cual le doy en nombre de S. M. por descargo de su Real Conciencia y la mía, en su real nombre, y por ésta digo
que no le será quitado ni removido por causa alguna en ningún tiempo, por alguna manera, y para más
saneamiento doy mi fe en nombre de S. M. que le haré relación de todo para que S. M. se sirva de confirmar esta
merced a la dicha doña Isabel y a los dichos sus herederos y sucesores».
A continuación, Cortés revocaba las cédulas de encomienda que antes había dado
sobre el pueblo de Tacuba, y ordenaba:
«a todas cualesquier personas, vecinos y moradores desta dicha Nueva España, estantes y habitantes en ella
[mando] que hayan y tengan a dicha doña Isabel por señora del dicho pueblo de Tamba con sus estancias, que no
le impidan ni estorben cosa alguna de ello, so pena de 500 pesos de oro para la cámara y fisco de S. M. Fecha 27
de junio de 1526».
En 1536 hallamos la siguiente acta general de repartimiento hecha por don Pedro
de Alvarado[7]:
«Yo, Gerónimo de San Martín, escribano de S. M. y su Notario Público en la su Corte y en todos los sus reinos
e señoríos, doy fe e verdadero testimonio a todos los señores que la presente vieren, cómo el muy magnífico señor
don Pedro de Alvarado, Adelantado de las provincias de Guatemala, e capitán general e justicia mayor en esta
gobernación de Higueras y Honduras y sus tierras e provincias por S. M., por ante mí, el dicho escribano, su
señoría hizo repartimiento general de los pueblos e indios naturales de la dicha provincia de Higueras, que su
señoría ha conquistado, de la jurisdicción de la ciudad de Gracias a Dios, que su señoría nuevamente ha fundado e
poblado en nombre de S. M., a los vecinos e conquistadores y pobladores della, el cual dicho repartimiento que su
señoría hizo, es este que se sigue: En la villa de San Pedro del Puerto de Caballos, 20 días del mes de julio, año
del nacimiento de Nuestro Salvador Jesucristo, de 1536 años, el muy magnífico señor don Pedro de Alvarado,
etc… en presencia de mí, Gerónimo de San Martín, escribano y notario dijo: que habiendo conquistado y
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pacificado esta provincia de Higueras, hacia la parte de las sierras, ha poblado para S. M. una ciudad que se llama
la ciudad de Gracias a Dios, para que esté poblada de españoles, y la tierra se ennoblezca, y los señores y naturales
de la dicha tierra, que están debajo de la obediencia de S. M., como los que de hoy en adelante vinieren, sirvan en
ella a los vecinos e pobladores conquistadores de la dicha tierra, conforme S. M. lo manda, por ende,
conformándose con la provisión de S. M., en que manda que los señores e naturales destas partes, sean repartidos
por los conquistadores e pobladores della, conforme a lo que en ella sirvieren e por su persona merecieren,
teniendo respeto a la calidad y persona de cada uno, hacía e hizo repartimiento general de todos los pueblos y
jurisdicción que tiene señalado a la dicha ciudad de Gracias a Dios, por los vecinos e pobladores della, en la forma
e manera siguiente: Señaló para sí, el dicho señor adelantado, Por su repartimiento, el pueblo de Tómala, con
todos sus barrios y estancias, sacado el barrio de Posta que su señoría dió a Hernando Dalmao, y los cuatro barrios
de Temoaques, el de Mayanlepata y de Lepachichi y de Congos, con el pueblo de Malán y el pueblo de Gire, que
son los dichos pueblos en la jurisdicción de la dicha ciudad, con todos sus señores, indios e naborias y barrios y
estancias e pueblos a ellas sujetos, según e de la manera que dichos pueblos se sirven. A Andrés de Cereceda,
contador de S. M. en esta gobernación, señaló y dió de repartimiento, el pueblo de… con los pueblos a él sujetos,
con todos sus señores e indios e barrios e estancias de los dichos pueblos, de que llevó cédula de repartimiento.
[Siguen otros pueblos dados en los mismos términos al tesorero, al alcalde mayor y capitán, a los dos alcaldes
ordinarios, a los seis regidores, al alguacil mayor y a los demás vecinos comunes: un ej. de párrafo sobre vecino
común era]: A Francisco del ojo, vecino de la dicha ciudad, dió e señaló su señoría de repartimiento, los pueblos
de Láyagua, y Gualmoaca y Carcata, con todos los señores e indios, barrios y estancias de los dichos pueblos, de
que llevó cédula. [En total se distribuyeron 100 repartimientos]. Y así acabado, su señoría lo firmó de su nombre
en el Registro».
Los ejemplos relativos al Perú son numerosos. En tiempo de Pizarro las cédulas
eran[8]:
«Por la presente se depositan en vos, fulano, tales y mes indios para que dellos os sirváis según y de la manera
que se sirven los otros vecinos del Cuzco de los indios que tienen depositados, y con el mismo cargo de
doctrinarlos y enseñarlos hasta tanto que yo provea otra cosa, o se hace el repartimiento general. Fecha en Xauxa,
agosto de 1534 años».
«[encomiendo] en vos, fulano, tal repartimiento, con tanto que dejéis al cacique principal y sus mujeres y
hijos, de los otros indios para sus servicios, como S. M. manda, y que habiendo religiosos que doctrinen los dichos
indios los traigáis ante ellos para que sean instruidos en las cosas de nuestra religión cristiana, de los cuales dichos
indios os habéis de servir conforme a los mandamientos reales, y con tanto que seáis obligado a los doctrinar y
enseñar en las cosas de nuestra santa fe católica y les hacer todo buen tratamiento como S. M. manda, y si así no
lo hiciéredes, cargue sobre vuestra conciencia y no sobre la de S. M. ni mía que en su Real nombre vos los
encomiendo…».
Nótese la semejanza con las cédulas que daba Hernán Cortés en Nueva España:
en la de Xauxa, se usa la misma expresión de «depósito», la finalidad es también la
misma «os sirváis dellos», y se repite también la carga de doctrina, aunque con poca
precisión, porque no se obliga al encomendero a mantener un clérigo o religioso para
sus indios, sino sólo a enseñarles la fe y llevarlos ante los religiosos, cuando los
hubiera. Pero hay un rasgo importante: el respeto, aunque bien corto, al antiguo
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derecho de los señores o caciques indios, pues el encomendero queda obligado a
dejarles indios comunes para su servicio.
El licenciado Vaca de Castro, año de 1543, usaba la siguiente forma:
«[encomiendo] en vos, fulano… tal repartimiento, para que de ellos [los indios] os sirváis conforme a los
mandamientos e ordenanzas reales de la forma y manera que el dicho don Diego de Almagro se sirvió. Con tanto
que seáis obligado a los enseñar en las cosas de nuestra santa fe católica y que habiendo religiosos en esta ciudad,
hagáis traer ante ellos los hijos de los caciques para que sean instruidos en las cosas de nuestra religión cristiana,
dejando a los caciques, sus mujeres y hijos y los otros indios de su servicio y les hagáis todo buen tratamiento
como S. M. lo manda, y si así no lo hiciéredes, cargue sobre vuestra conciencia y no sobre la de S. M. ni mía, que
en su real nombre os los encomiendo. En el Cuzco, a 26 de julio de 1543 años»[9].
«[encomiendo] en vos, fulano, tal repartimiento, para que os sirváis de todo él según y de la manera que le
tuvo y poseyó y le pertenecía [fulano, el antecesor] por virtud del título o títulos que del dicho repartimiento le
fueron dados por el gobernador Vaca de Castro, y para que os sirváis de todo él conforme a las ordenanzas reales y
con que dejéis a los caciques, sus mujeres, hijos e indios de su servicio, y con que los doctrinéis y hagáis doctrinar
en las cosas de nuestra santa fe católica como S. M. lo manda, y si no lo hiciéredes y cu ello hubiere algún
descuido cargue sobre vuestra conciencia y no sobre la de S. M. ni mía, que en su real nombre os lo encomiendo y
encargo y mando que a ellos y los demás indios los tratéis bien y procuréis su conservación pidiéndoles tributos
moderados tales, que buenamente los puedan dar, con apercibimiento que si en ello excediéredes allende de ser
penado, dellos [se] mandará tomar la demasía y parte de pago para lo que adelante hubieres de haber conforme a
la tasación que de los tales tributos que hubieren de dar los dichos indios se hiciere, y por ser cosa notoria que en
las guerras y alteraciones pasadas y habidas en estos reinos quedaron los naturales cansados y faltos de comida, y
si no fuesen sobrellevados y reservados del trabajo por el presente, dándoles tiempo para poder hacer sus
sementeras suficientes y dejándoles semilla para ella, está claro el daño que adelante se seguiría, así a los
españoles como a los dichos naturales, por tanto os encargo y mando que por el presente sobrellevéis los indios lo
más que pudiéredes para que tenga efecto este beneficio. En los Reyes, a doce de febrero de 1549 años»[10].
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encomendero designado en lugar del difunto Sahavedra] fuere pedida posesión del dicho repartimiento, se la den y
metido, le amparen de ella, y no consientan que della sea despojado sin primero ser oído y vencido por fuero y por
derecho, lo cual así hagan e cumplan, so pena de mil pesos de oro para la cámara de S. M. Los Reyes, 14 de junio
de 1559. El Marqués. Por mandado de Su Excelencia. Pedro de Avendaño».
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primera vez que se exceda devuelva lo cogido y pague cuatro tantos, y la segunda
vez, además de restituir, pierda la encomienda, y la mitad de sus bienes para el rey.
Para que el encomendero, y los caciques e indios no aleguen ignorancia y sepan lo
que han de recibir y dar, «mando que cada uno de vos tenga cu su poder este
proveimiento… reservándome como Presidente, facultad de añadir o quitar de la
dicha tasa, todas las veces que pareciere deberse añadir o quitar en ella, conforme a lo
que el tiempo e posibilidad de los dichos caciques e indios requiriere e pidiere. Los
Reyes, 9 de enero de 1550». Es decir, conforme lo anunció la cédula que insertamos
antes, ésta llevó a cabo la tasación, pero aún admitía servicios; el ejemplo es
importante, por ser uno de los primeros de tasación, y por su detalle acerca del
contenido de los tributos en esa época.
En Perú hallamos también un ejemplo interesante de acta de posesión de una
encomienda, de fecha 13 de octubre de 1553[13]. Daba la posesión el corregidor y
justicia mayor de la ciudad de Frontera de los Chachipoyas (Nueva Castilla), en favor
de Juan García Samanés, quien figuró representado por su apoderado Pedro Ruiz:
«el dicho Pedro Ruiz presentó ante el dicho señor Corregidor, al cacique de Golmal, llamado Antón, e a un
indio de Caxamalguilla, que se dice Diego, e dijo ser hijo del cacique Don Gómez o su subjeto, a los cuales el
dicho señor Corregidor tomó por la mano, e los dió e entregó al dicho Pedro Ruiz en el dicho nombre [de García
Samanés su poderdante], y en ellos dixo que le daba e dió posesión, según y de la manera que S. M. por su
provisión manda, e no más, ni allende e mando della, no fuesen despojados según la dicha provisión reza, sin
primero ser oídos e vencidos por fuerza e derecho; la cual dicha posesión dixo que le daba en el dicho cacique de
Golmal e indio de Caxamalguilla por ellos y en nombre de todos los demás en la dicha cédula y provisión
contenidos, siendo testigos… [fulano y fulano], vecinos y estantes en la ciudad. E el susodicho [Pedro Ruiz]
recibió la posesión según le fué dada, e lo pidieron por testimonio…».
«Vos mandamos [al virrey] que conforme al tenor y forma desta nuestra cédula, encomendéis y pongáis en
cabeza del dicho Antonio Vaca de Castro el dicho repartimiento y repartimientos de indios de los que estuvieren
vacos, o de los primeros que vacaren en esa tierra, luego, sin detenimiento alguno, según dicho es, y le metáis a él
o a quien su poder hubiere, en la posesión dellos…».
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primero hagáis la solemnidad, fidelidad y juramento que por Nos está ordenado y mandado que en al caso se haga,
y que do os sirváis de los dichos indios por vos ni por interpósitas personas de ningún servicio personal en vuestra
casa ni en otras haciendas ni granjerías ni obras que hubiereis, so las penas contenidas en las provisiones y cédulas
nuestras que sobre ello están dadas, y con que los tratéis bien, y procuréis su conservación, multiplicación, amparo
y defensa, y los hagáis doctrinar en la fe, ley natural y buena policía; y si en ello algún descuido tuviereis, cargue
sobre vuestra conciencia y no sobre la nuestra, y por la presente mandamos al nuestro corregidor de la dicha
ciudad del Cuzco, y a su lugarteniente del dicho oficio y a los alcaldes ordinarios y a cada uno y cualquier dellos,
que luego que por parte del dicho Martín Hurtado de Arbieto [nuevo encomendero] les fuere pedida posesión del
dicho repartimiento se la den y dada le amparen y defiendan en ella y no la dando siéndoles pedido y requerido,
mandarnos a cualquier Juez y justicias de los reinos, se la den y dada le amparen y defiendan en ella y no
consientan que della sea despojado sin primero ser oído e vencido por fuero y por derecho, la cual posesión
mandamos que le sea dada y la tome actualmente en la persona de los dichos indios que así le encomendamos en
el dicho repartimiento de indios y en la ciudad o villa del distrito donde cayere y no en otra manera, lo cual así
hagan y cumplan so pena de la nuestra merced y de 500 pesos de oro para la nuestra cámara y fisco. Los Reyes, a
3 de octubre de 1561. El Conde de Nieva, lic. Briviesca de Muñatones, Vargas de Carvajal, Ortega de Melgosa,
lic. Mingo de Gaonarra. Registrada Alonso de Valencia. Por Canciller el lic. Ramírez de Cartagena».
«Por cuanto el capitán Martín Ruiz de Marchena cuando los Contreras se alzaron en el Reino de Tierra Firme,
estando apoderados de la tierra y del tesoro que el presidente Gasea llevaba a S. M. yendo en su seguimiento para
les prender no habiendo Justicia en la ciudad de Panamá, la gente que allí había, celosa del servicio de S. M. le
nombró por General, con la cual y la demás que pudo juntar, Levantó batidera en su real servicio y fue en busca de
los dichos tiranos y los desbarató y a sus secuaces matando muchos dellos y haciendo justicia de los que quedaron
y que hizo a S. M. un muy importante servicio, por lo cual está mandado por sus Reales Cédulas que se le dé de
comer en esta tierra y aunque en cumplimiento de ellas se le han dado, le han salido inciertas las mercedes que se
le han hecho, e porque ahora está vaco en términos de la ciudad de Quito el repartimiento e indios de Tuza, por fin
y muerte de doña María de Quixos, y es justo que el dicho capitán Martín Ruiz de Marchena sea remunerado de
los dichos sus servicios, acordé de dar y dí la presente por la cual en nombre de S. M. y en virtud de los poderes y
comisiones que de su Persona Real tengo, que por su notoriedad no van aquí insertos: Encomiendo en el dicho
capitán Martín Ruiz de Marchena, en remuneración de los dichos sus servicios el dicho repartimiento e indios de
Tuza en términos de la dicha ciudad de Quito, que según dicho es está vaco por ña y muerte de la dicha doña
Mana de Quixos, con todos sus caciques principales, naturales y mitimaes, pueblos y estancias, al dicho
repartimiento anejos y pertenecientes, según y de la manera que la dicha doña Mana de Quixos los tuvo en
encomienda, para que haya, lleve, y goce y cobre los tributos dellos conforme a la tasa que está hecha o adelante
se hiciere y después de sus días suceda en ellos su hijo o hija mayor legítimos y de legítimo matrimonio nacidos, y
no los habiendo su legítima mujer, según y por la forma y orden contenida y declarada en las cédulas y
provisiones de S. M. que hablan sobre la sucesión de los indios y con que no se sirva dellos por sí ni por
interpósitas personas en su casa ni otras haciendas, granjerías ni obras que tiene o tuviere de ningún servicio
personal, so las penas contenidas en las provisiones y cédulas de S. M. que sobre ello disponen con apercibimiento
que si excediere de la tasa demás de caer e incurrir en las penas contenidas en las provisiones y cédulas que en la
dicha razón están dadas, se cobrará la tal demasía dél y de sus bienes y con que asimismo los trate bien y procure
su conservación, amparo y defensa y los haga doctrinar en las cosas de nuestra sana fe católica, ley natural y
buena policía y si en ello algún descuido tuviere, cargue sobre su conciencia y no sobre la de S. M. ni mía, que en
su real nombre se los encomiendo, atento a lo que dicho es. Con tanto que él susodicho por su persona o por su
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procurador con su poder bastante, haga el juramento y solemnidad que en tal caso está ordenado y mandado se
haga ante el oidor más antiguo de la Real Audiencia que reside en la ciudad de los Reyes, a quien para este efecto
se lo cometo y que por razón desta encomienda ha de ser obligado el dicho capitán Martín Ruiz de Marchena, o el
que después dél sucediere en ella, conforme a lo que dicho es, a residir en la dicha ciudad de Quito y hacer
vecindad personal en ella con su casa poblada, trayendo siempre armas y caballo y no ha de desamparar la dicha
ciudad por ningún caso que se ofrezca, procurando siempre juntarse con las Justicias y personas que tuvieren el
nombre de S. M. en ella para conservar en él la fidelidad y obediencia que a S. M. debe, y ayudar a defendería y
echar della a cualquier persona o personas que la quietan invadir y perturbar y pervertir de su real servicio y
obediencia, y que todas las veces que fuere llamado por S. M. y por los visorreyes y gobernadores y audiencias
que en su real nombre gobernaren esta tierra, para algún efecto que toque al servicio de S. M., así para la defensa
destos reinos como para otros efectos de acudir con sus armas y caballo y familia a su costa y misión y hacer lo
que por los dichos visorreyes y gobernadores y audiencia a cuyo cargo estuviere la gobernación le fuere ordenado
y mandado, so pena que si así no lo hiciere y dejare y desamparare la dicha ciudad de cualquier escándalo y
alboroto que allí haya, o no acudiendo a la justicia de S. M. que allí hubiere puesta como dicho es, haya perdido y
pierda esta encomienda con las demás mercedes que tuviere en su real nombre, y haya incurrido e incurra en las
penas en que caen e incurren los que no guardan la fidelidad que deben a sus reyes y señores naturales, con tanto
que acabadas las dichas dos vidas, ha de quedar y quede puesta, y por la presente mando que se ponga el dicho
repartimiento y tributos dél, en la Corona Real de S. M. e por esta mi carta y por su traslado, signado de escribano
público, mando a cualesquier Justicias de S. M., a cada uno en su jurisdicción, que siéndole pedido por parte del
dicho capitán Martín Ruiz de Marchena la posesión del dicho repartimiento e indios que así le encomiendo,
constándoles haber hecho el juramento de fidelidad que está mandado como dicho es, se la den y hagan dar
conforme a esta dicha encomienda, y dada, le amparen y defiendan en ella y no consientan ni den lugar que della
sea desposeído, sin ser primero oído y por fueros y derecho vencido y los unos y los otros no dejéis ni dejen de lo
así cumplir por alguna manera, so pena de cada mil pesos de oro para la Cámara de S. M. Fecha en el Cuzco a 1.º
de febrero de 1572. Don Francisco de Toledo. Por mandado de S. E. Alvaro Ruiz de Navamuel».
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muerte de Pedro de Larra Bonifaz y auto de vacante de 9 de abril de 1618, y edicto
para la ciudad de Mérida. Fe de filiación y otros edictos para la villa de Valladolid y
Campeche y auto de prorrogación de dichos edictos. (Fol. 8). Peticiones de diversas
personas que alegaron méritos para ser designados en esa encomienda (es el proceso
de oposición). (Fol. 698). Cuenta del Contador sobre el valor de la encomienda, que
era en la fecha 323 pesos y seis granos pagados los gastos y cargas. (Fol. 699). El
auto de merced del pueblo de Tekal en favor de la interesada doña María de Mena, de
fecha 7 de junio de 1698. (Fol. 706). Constancia del pago de la media anata. (Fol.
708). Se inserta finalmente el título de merced de la encomienda despachado por el
gobernador, que a su vez incluye y repite el auto de merced antes aludido.
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Número
Núm. de
Nombre de la ciudad o villa de indios
repartimientos
de servicio
La Concepción 2.924 70
Santiago 2.223 48
Puerto de Plata 587 20
Santo Domingo 5.983 196
Salvaleón de Higuey 1.198 45
Acua 813 25
Buenaventura 1.513 65
Ibonao 1.055 40
Puerto Real 839 34
Guahava 467 23
San Juan de la Maguana 1.529 45
Vera Paz 1.266 47
Salvatierra de la Sabana 900 22
Villa Nueva de Xaquimo 1.039 35
Estos indios habían desaparecido casi del todo en 1574, y por lo tanto en esa
época no había ya encomenderos en la Española, como tampoco en Cuba ni en Puerto
Rico[20].
Respecto a las encomiendas de Nueva España, los datos son más numerosos.
Los pueblos del marqués del Valle en 1536 rentaban 4.680 pesos de minas cada
año; estaban comprendidos en 13 corregimientos y eran los siguientes: Totolapa,
Tezcuco, Chalco, Soconusco, Otumba, Uchichila, Cimatlán y Tepecimatlán,
Tequiquilco, Talistaca, Mitla y Tacolula, Cacotal, Tamacula, Zapotlán y Trispa,
Amula y Taquesco[21].
Los pueblos del mismo Marquesado, según relación posterior de 10 de enero de
1570, eran: Coyoacán, que rentaba 1.271 pesos, 4 tomines de oro y 2.635 hanegas de
maíz; Toluca, que daba 1.467 pesos y 1.957 hanegas de maíz; Matalcingo, que daba
619 pesos y 380 hanegas de maíz; Guatepeque, 3.669 pesos y 1.839 hanegas;
Acapistla, 6.150 pesos y 3.077 hanegas; Yautepeque, 4.973 pesos y 2.487 hanegas;
Tepuztlán, 2.718 pesos y 1.927 hanegas; Tustla, 60 «naguas» de algodón y 530
hanegas de maíz; Cotastla, 10 «naguas» y 10 camisas de algodón; Rinconada, fue
eximida de tributos por el marqués, por tiempo de cincuenta años, a cambio de un
terreno; Cuernavaca, tributaba 181 cargas y 7 montones y tres piernas de ropa de
algodón y 3.727 pesos de oro común; en Tlaltenango había un ingenio de azúcar, y
una estancia de ganado en Macatepeque; Tehuantepec rentaba 1.527 pesos y 3.442
hanegas de maíz, pero el rey lo tomó para sí; Xalapa, rentaba 928 pesos y 1.238
hanegas de maíz; Oaxaca (la villa), 1.257 pesos y 628 hanegas de maíz; Cuilapa,
7.464 pesos y 3.732 hanegas; Etla, 2.439 hanegas de maíz y 1.218 de trigo;
Tecuylabacoia, 357 pesos, 6 tomines y 6 granos[22].
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Cuando el virrey Mendoza, derogadas las Nuevas Leyes, tomó sus medidas para
llevar a cabo el repartimiento general de Nueva España, halló en total 1.385
pobladores españoles, y de éstos, 577 eran encomenderos[23]. Estas cifras permiten
comprobar la importancia de las encomiendas en aquel tiempo, pues de ellas vivían
más de la mitad de los habitantes europeos de México, lo cual da un fondo de verdad
a las afirmaciones que vimos en capítulos anteriores, en el sentido de que la supresión
significaba la ruina de la colonia española.
A mediados del siglo XVI hallamos una de las estadísticas más completas sobre
encomiendas de Nueva España[24]. El libro comprende 910 pueblos, con expresión de
su situación, frutos y calidad de encomendados o de pertenecientes a la Corona Real.
Extractemos por vía de ejemplo los datos relativos al pueblo de Atotonilco (México).
Estaba encomendado en Pedro de Paz; tenía 5.803 indios; los tributos tasados
consistieron primero en 50 indios de minas y 4 indias; se conmutó esto por 600
hanegas de maíz cada año, sembrar 27 hanegas de frijoles y dar 25 enaguas y 25
camisas cada ochenta días; además daban 30 indios para guardar el ganado que tenía
el encomendero; al calpisque daban todos los días una gallina y huevos, 10 cargas de
hierba, tortillas, leña y otras menudencias; entregaban en México cada cinco días
(excepto en la Cuaresma) 13 gallinas y 13 codornices, y a más de las gallinas, los
viernes, sábados y vigilias y otros días de pescado, 50 peces y 30 huevos, y cada día
dos cargas y media de leña, 4 cargas de hierba, 2 indios de servicio, y tea, carbón y
otras menudencias de casa.
Otro ejemplo: el pueblo de Ayutla, junto a las minas de Companjo. Estaba
encomendado a los herederos de Pedro Lozano; tenía 120 tributarios; éstos daban
cada ochenta días 40 pesos de oro en polvo, dos mantas de dos brazas cada una, más
dos cotoníes grandes, 8 mantillas, 4 camisas, 4 enaguas y cada día una gallina, tres
indios de servicio en una huerta de cacao y todos juntos, cuando era menester, la
beneficiaban, Este pueblo tenía dos estancias: Tututepeque y Suchitonala. Los 107
tributarios de Tututepeque daban cada ochenta días, 50 pesos de oro en polvo, 5
enaguas, 8 mantillas, 5 mantas grandes, más 7 indios de servicio cada día y una
gallina al calpisque. Los 100 tributarios de la otra estancia daban cada ochenta días,
20 pesos de oro en polvo y 10 piezas de ropa. Añadía el autor de la relación de este
pueblo, que podía tener cacao, cañafístola y cañas dulces, algodón, frutas de Castilla;
que había mucho oro y tierras para ganado, trigo y maíz.
El libro repite estos datos en casi todos los pueblos, por lo cual da una idea
bastante completa de la realidad económica del régimen tributario de Nueva España
en 1550. En la imposibilidad de copiar todo el libro, remito al lector a su consulta
directa esperando que alguna vez pueda ser publicada pieza tan importante.
En cuanto a los totales que de esta fuente se deducen, resulta que había 503
pueblos en encomienda, también había 62 medios pueblos encomendados y 11
cuartos pueblos. En la Corona hallamos 278 pueblos enteros, 46 medios pueblos y 11
cuartos pueblos.
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De suerte, que dado el total de 841 unidades tributarias, la proporción en 1550 era
de 537 en encomenderos por 304 en la Corona.
En 1554, según datos aproximados proporcionados por fray Nicolás de Witte,
había en el distrito de México ochenta encomiendas; ea Michoacán, cuarenta, y en
Meztitlán, once[25].
Respecto al distrito de Meztitlán, puede encontrarse una estadística más detallada
en 1579. Las provincias de Molango y Malila eran de la Corona. Tlanchinolticpac
estaba la mitad en encomienda de don Alonso Ortiz de Zúñiga, y la otra mitad en don
Joan Maldonado. Ilamatlán y Atlihuetzián, en encomienda en favor de León de
Zervantes. Suchicoatlán, en la Corona. Tianguiztenco, en Francisco de Temindo.
Guazalindo, en Diego de Aguilera; e Iagualica, en la Corona[26].
En una lista del año 1573, relativa a los pueblos administrados en lo espiritual por
los religiosos agustinos, se encuentran datos importantes sobre encomiendas de
Nueva España[27]. En total resultan 40.675 tributarios de la Corona en dieciocho y un
cuarto pueblos. En encomenderos había 75.325 tributarios en treinta y un cuarto
pueblos. De modo que en total la lista comprende 116.000 tributarios.
Según la Geografía de LÓPEZ DE VELASCO[28], había en 1560 en Nueva España, en
total, 700 repartimientos que valían 500.000 pesos anuales. De éstos, apartando los
que correspondían al rey, había 480 en encomenderos, con una renta total de cerca de
400.000 pesos. Detallando más por regiones, resulta que en el arzobispado de
México[29] existían 186 repartimientos, que rentaban 230.000 pesos, de los cuales 126
eran de particulares, que rentaban 192.000 pesos. En el obispado de Tlaxcala[30]
había 127 repartimientos con valor de 112.000 pesos, de ellos 66 encomendados en
paniculares con renta de 74.000 pesos. En el obispado de Oaxaca[31] de 140 o 150
repartimientos con valor total de más de 54.000 pesos, correspondían 82 a
particulares con renta de 36.000. En el obispado de Michoacán[32] había 94
repartimientos que rentaban 52 o 53.000 pesos, los 25 en particulares con valor de
26.000 pesos. En Nueva Galicia[33] había 104 repartimientos, con un total de 20.000
indios tributarios la mitad en particulares. En Yucatán[34], sin contar la provincia de
Tabasco, existían 130 encomenderos, con un total de 60.000 indios tributarios,
incluyendo los de la Corona.
Del informe de Martín de Irigoyen, ya mencionado en un capítulo anterior, resulta
que en 1602 había en Nueva España 140 encomiendas, con una renta anual de
300.000 pesos[35]. Adviértase la importante reducción en comparación con las cifras
anteriores. Estos datos y los del acrecentamiento del realengo, que en seguida citaré,
demuestran que había tenido efecto en la práctica la política de la Corona, de
incorporarse los repartimientos de México.
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En 1528, según la instrucción para la Primera Audiencia de México, debieron
incorporarse en la Corona los siguientes lugares[36]; la ciudad de México, Tezcoco y
su tierra, Tamazula con sus minas y tierra, Zacatula y su tierra, Cempoala y su tierra
(útil para la construcción de navíos en el mar del Norte), Guautepeque, Totupeque en
la costa del Sur, Tlaxcala y su tierra, Uihtzilan en la provincia de Michoacán,
Acapulco (donde se construían navíos para el Pacífico), Cuilapan con sus minas y
tierra (provincia de Oaxaca), Soconusco, la cabecera de la provincia de Guatemala,
todos los lugares de mar, y en general los poblados de españoles.
Según la Relación del contador Juan de Burgos, de 17 de marzo de 1536, que ya
he citado antes, había en Nueva España en esa fecha en pueblos del rey, 101
corregimientos. Los pueblos que no pagaban tributo en oro, sino en ropa, maíz, etc.,
daban 21.783 pesos, de los cuales pagados 12.041 por salarios de corregidores,
alguaciles, etc., quedaban al rey 9.742 pesos anuales, o reducidos a pesos de minas,
6.285. Los pueblos que pagaban en oro daban 11.705 pesos, y sus gastos eran 6.744,
quedando para el rey 4.961. Además, por concepto de quinto sobre los tributos que
gozaban los encomenderos particulares quedaban al rey 1.539 pesos. De los pueblos
del marqués del Valle recibía el rey 987 pesos. En resumen, en una u otra forma, la
Corona percibía por concepto de tributos de indios un total de 13.762 pesos
anuales[37].
Ha de tenerse en cuenta que en esta época había tenido ya lugar el primer
acrecentamiento importante del realengo en Nueva España, debido a la labor de la
Segunda Audiencia.
Según ANTONIO DE LEÓN los pueblos de Nueva España afectados en 1542 por
efecto de las Nuevas Leyes fueron[38]; Totolapa, Ituta, Taualilpa, Cempoala y la mitad
de Guaspaltepeque, quitados al contador Rodrigo de Albornoz; Tenayuca,
Coatepeque y Tonalá, quitados al tesorero Juan Alonso de Sosa; Tepeaea y el pueblo
de Yacona, al veedor Peralmindo Chirinos; Istlavaca, a la Casa de la Moneda de
México; a Juan Infante debieron quitarse los pueblos de Sabina, Pomacoran, Naranja,
Cauianga, Uihicila y los barrios de la laguna de Michoacán: sólo se incorporaron los
dos últimos pueblos; Diego de Ordaz tenía Calpa y Chilapa, y aunque los mencionaba
la ley no se incorporaron; tampoco se incorporó el repartimiento que gozaba el
maestro Roa, también señalado en la ley; Francisco Vázquez Coronado, citado en la
ley, tenía la mitad del pueblo de Hueytenango en Michoacán y el de Cuzamala en el
distrito de México, también tenía el pueblo de Tlapa: no se le quitaron. Francisco
Maldonado tuvo diez pueblos: Achuitla, Tecomestlavaca, Niquitla, Ocotepeque,
Tlacaltepeque, Autaltaluta, Sultepeque, Atoyaque, Torapilla y Coquila: aunque
mencionados en la ley no se le quitaron. Bernardino Vázquez de Tapia tenía los
pueblos de Quainostitlán y Ochorobusco y la cuarta parte de llapa: no se le quitaron.
Juan Xaramillo de Salvatierra tenía la provincia de Xilotepeque, que se le conservó a
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pesar de estar también señalada en la ley. Martín Vázquez tenía Xilocingo, Tagiaco y
Chicaguatla, que se le mantuvieron. Gil González de Benavides, citado en la ley, no
consta qué indios tuviera. A fray Juan de Zumárraga, obispo de México, se le quitó el
pueblo de Ocuytuco, y al obispo de Michoacán, Vasco de Quiroga, el de Guaniqueo.
Al obispo de Oaxaca, don Juan López de Zárate, el de Taristaca. En resumen se
incorporaron quince pueblos y medio. Su valor era el siguiente[39]:
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Nombre del pueblo Tributos
Pesos Especie
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los indios, el 12 de noviembre de 1558, tasó el tributo anual en 8.250 pesos de oro
común y ocho mil hanegas. De estos tributos, seis mil pesos y seis mil hanegas serían
para el rey, y el resto para la comunidad de los indios (partida de donde salía lo del
cacique, la doctrina y también la parte del salario del corregidor). El maíz debía
pagarse al tiempo de la cosecha, y el oro, cada cuatro meses. El 6 de septiembre de
1560, los oidores acordaron, que a pesar de la suplicación de los indios contra el
acuerdo anterior, debía confirmarse la tasación.
Iguales variaciones y diversidad de tributos se encuentran en las tasaciones de
Cholula, Chalco, Tlaxcala, ele. Para no cansar, limitémonos a la de Tezcoco y luego a
la muy instructiva de Sochimilco.
Tezcoco fue tasado en un principio en 60 cargas de toldillos y 40 naguas, 40
camisas y 2.600 hanegas de maíz. Estas cantidades eran trimestrales. El 26 de
septiembre de 1544 se conmutó cada carga de toldillos por cinco pesos, dos tomines
de minas, y por las naguas y camisas, 26 pesos de minas. El 30 de agosto de 1547, el
virrey y los oficiales, a petición del gobernador indio del pueblo y del principal, les
consintieron pagar como en los tres años pasados. El 22 de septiembre de 1556, el
virrey don Luis de Velasco conmutó el tributo que pagaban en ocho mil hanegas de
maíz[43].
Sochimilco se puso en cabeza de S. M. por muerte de Pedro de Alvarado y de
doña Beatriz de la Cueva (su mujer), que falleció el 10 de septiembre de 1541.
Cuando se hizo la entrega, don Luis Delgado, que tenía los indios como escudero de
Alvarado, dijo que lo que tributaban hasta entonces era lo siguiente: cada 80 días,
cincuenta tejuelos de oro de diez quilates, que pesaba cada uno diez pesos de oro;
Ítem, otros diez tejuelos de 37 pesos; ítem, servicio de comida: cada día seis gallinas,
seis cargas de maíz, diez cargas de yerba, una braza de leña, veinte huevos, ocote, ají
y tomates; ítem, doce indios de servicio. Al hacerse la incorporación quedó el rey con
los frutos de la tierra, gallinas, huevos y maíz. Lo demás debía darse al corregidor,
además del salario. El 19 de mayo de 1556, a pedimento de los indios y con
consentimiento de los oficiales del rey, se mandó que por cada peso de oro de diez
quilates, dieran seis tomines de oro de tepuzque, que eran veinte maravedís. Se
conmutó la comida por 410 pesos y 5 tomines de oro común anuales, y lo que daban
al corregidor por 273 pesos y 6 tomines. (Esta conmutación en metálico se basaba en
la cédula del rey para don Luis de Velasco, de 26 de febrero de 1556, autorizándole
para hacer dichos cambios). El virrey Velasco, el 4 de noviembre de 1556, fijó los
tributos de Xochimilco en 5.000 hanegas de maíz y 273 pesos, seis tomines de oro
común. Más tarde, por las quejas de los naturales, el virrey fijó en un documento
minucioso todo lo que habían de dar y hacer estos indios, según sus calidades: el
principal debía pagar ocho pesos al año para salarios; los indios comunes quedaban
obligados a hacer labranzas de una braza de ancho y diez de largo (medidas
correspondientes a una hanega de maíz de fruto), trabajando la sementera del rey sin
paga, ya haciéndola en la tierra o en las chinampas (cultivos flotantes); las indias
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comunes pagarían medio tomín cada tres meses, o sea dos al año; las viudas que
tuvieran tierras o fueran ricas por tráfico mercantil, cuatro tomines al año; los
oficiales (es decir, obreros con oficio), pagarían con una semana de labor en su oficio,
no dando nada en dinero; los carpinteros, cuando iban a su semana debían hacer el
número de canoas que se les señalara, de acuerdo con las medidas dadas; estos
oficiales, después de la semana de servicio podían ejercer libremente su oficio y
podían enseñarlo a sus hijos; al gobernador indio se le debían dar cuatro indios y
cuatro indias, etc.
El 25 de julio de 1551, los oficiales reales de Yucatán, Juan de Paredes y Julián
Donzel, dieron la siguiente relación de pueblos pertenecientes a la Corona, y lo que
rentaban[44]; Champotón, cuya tasa no era conocida. Telchaque, daba 55 arrobas de
cera y 1.030 mantas. Maní, 970 mantas y 55 arrobas de cera. Ticul, 790 mantas y 48
arrobas de cera. Yascoquil, 60 mantas y 4 arrobas de cera. Cuzamá, 900 mantas y
exexanto de cera. Tenn o Tecó, 420 arrobas de cera. Zavanal, 250 mantas y 12
arrobas de cera. Vaca, 480 mantas y 17 arrobas. Yaxa, 240 mantas y 15 arrobas.
Tecón, 230 mantas y 12 arrobas (en este pueblo había 230 indios casados, lo cual
hace suponer que cada indio casado pagaba una manta, y haciendo el cálculo total
sobre los pueblos antes citados, se obtiene la cifra de 4.950 vecinos indios en esos
pueblos de la Corona). Añadían que en Valladolid había 300 indios en calidad de
vacos. En total, la renta de indios del reyen Yucatán era de 3.000 pesos de minas. Los
gastos de la Corona eran: 400 pesos para campanas de cinco monasterios, que
costaron a 80 pesos de minas; limosna de vino y aceite para los mismos monasterios,
185 pesos de minas; mil ducados al justicia mayor, que eran 833 pesos; mil pesos de
tepuzque para ayuda de costa del adelantado Montejo, que eran 602 pesos de minas;
cien mil maravedís, al mismo, como sueldo de capitán general, que eran 222 pesos, 4
tomines. A Hernando Dorado, escribano del cabildo y del juzgado, 80 pesos. Había
también ayudas de costa para conquistadores y familiares suyos: a Francisco de
Arzeo, ochenta pesos (era conquistador, tenía muchos hijos y mujer, tenía algunos
indios en encomienda); a Juan Vela, 80 pesos (era casado, tenía mujer e hijos y pocos
indios, era conquistador); a María de Aguirre, mujer de Diego de Villarreal, que
estaba ausente, por viuda le mandaba dar el rey 50 pesos; a Gaspar Ruiz, 50 pesos
(era vecino, tenía mujer e hijos y pocos indios); a Alonso Gallardo, 40 pesos (era
poblador de los viejos); a Bautista Genovés, 40, y lo mismo a Antonio Ponce, Diego
López y Toribio Sánchez; 50 a Antonio de Yelves y a Juan de la Cámara; a Juan
Gómez, 60; a Gonzalo Zea, 30; a Jorge Griego, 40, y a Diego de Riberos, 40[45].
En 1560 se encuentra una lista de algunas provincias y pueblos del virreinato, que
estaban en la Corona; no da más que los nombres, no menciona el número de
tributarios, ni el valor y calidad de los tributos[46].
Don Martín Cortés, en su carta a Felipe II, de 10 de octubre de 1563,
informaba[47]; «los indios que V. M. tiene en su Real cabeza, pasan de 440.000 en
toda esta Nueva España, y lo que V. M. tiene de provecho dellos, no llegan a 150.000
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pesos». Atribuía esto a la cantidad que se apartaba para los llamados gastos de
comunidad de los pueblos, llamados también «sobras de tributos», suma que contenía
gastos de propios, pago de Raíles y lo de los caciques indios[48].
El resultado de la visita del licenciado Valderrama (año de 1564) fue expuesto al
rey en un documento importante[49]. Antes de la visita, la ciudad de México y el
barrio de Santiago estaban exentos. Uchichilla y los barrios de la laguna daban 1.400
pesos; Ulula, ocho mil hanegas de maíz; Talmanalco, tres mil hanegas; Tenango, lo
mismo; Timaluacán, mil hanegas; Guatinchán, mil hanegas y además 325 pesos. Los
barrios de la ciudad de Puebla de los Angeles no tributaban. Sochimilco pagaba cinco
mil hanegas y 273 pesos seis tomines. En total, obtenía el rey de esos pueblos 21.000
hanegas de maíz y 1.998 pesos, seis tomines. Con la nueva tasación del visitador,
estos tributos subieron a 33.178 hanegas y 71.520 pesos, cifras obtenidas, porque
empezaron a pagar los indios, hasta entonces exentos, y se recontaron los pueblos que
ya estaban gravados antes de la visita.
Según el informe del cabildo eclesiástico de Guadalajara (Nueva España), había
en esa provincia 24.300 indios tributarios. Comentaba: «en uno de los medianos
pueblos de Tlaxcala o México hay más indios que en todo este reino [de Nueva
Galicia]»[50].
Según el informe general sobre los indios del realengo de Nueva España, dado
por Melchor de Legaspi, el año de 1571, había 359 pueblos tributarios de la
Corona[51].
La Geografía de LÓPEZ DE VELASCO da también datos importantes sobre indios
del rey. En 1560 tenía en Nueva España 320 pueblos, y recordemos que el total era de
700 repartimientos. Descontados los salarios de alcaldes mayores y de 220
corregidores, que se elevaban a cincuenta mil pesos anuales, quedaban al rey otros
cincuenta mil como fruto de tributos. En el arzobispado de México tenía 60
repartimientos por valor de 39.000 pesos. En Tlaxcala 61, con valor de 38.000. En
Oaxaca 68 repartimientos, con renta de 18.000 pesos. En Michoacán 69, con renta de
25.000 pesos. En Nueva Galicia 52, con renta no conocida. De Yucatán falta también
la lista de esta época.
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conquistadores, por ejemplo, de Bernardo Vázquez de Tapia dice: «conquistador de
los primeros, de setenta años y su mujer de setenta…»; Juan Gaitán, «aunque es
mozo, tiene los indios con su mujer, la cual es vieja y no tiene hijos», etc.[53]
El mismo año la Audiencia de México redactó una lista de los conquistadores de
Nueva España y descendientes suyos que gozaban pensiones sobre indios vacos.
Había 137 pensiones consignadas, algunas las gozaban varias personas al mismo
tiempo. El monto variaba entre cincuenta pesos y cuatrocientos. En total, se habían
concedido 25.537 pesos de oro y 16 tomines[54].
Con posterioridad hallamos otra lista importante de Nueva España, formada por
el contador Alonso de Salazar Barahona, relativa a pueblos que el 15 de octubre de
1603 estaban vacos y por encomendar, que valían en total 23.281 pesos, 6 tomines y
9 granos y daban 11.582 hanegas de maíz. Según esta certificación, dada en México
el 15 de noviembre de 1611, el rey había concedido por diversas mercedes 13.150
pesos de a ocho reales y 4.000 ducados, y por eso sólo quedaban como pueblos libres
para poderse encomendar, varios que el contador enumeraba, con renta de 11.147
pesos y dos tomines y 5,573 hanegas de maíz, que al precio de seis reales por hanega
valían 4.180 pesos, un tomín, 6 granos, de modo que en total quedaban como fruto de
los pueblos en disposición de vacos 15.327 pesos, 2 tomines y 6 granos[55].
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Personas Tributarios Valor
de todas edades de 16 a 50 años del tributo
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Tributo Quinto de Renta del
Indios
Provincias Encomiendas Anual S. M. encomendero.
tributarios
- Pesos - Pesos - Pesos
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N.º de
Distrito Valor
repartimientos
TOTALES 18 80.120
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N.º de
Distrito Valor
repartimientos
La Plata 8 67.000
La Paz 7 43.900
Cuzco 13 68.000
Guamanga 2 2.200
Los Reyes 6 7.900
Quito 3 4.750
Guayaquil 1 1.100
San Miguel 1 2.000
Truxillo 1 1.500
TOTALES 42 198.350
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Nombre de la encomienda Distrito Valor
TOTAL 14.600
Sobre estos tributos se habían concedido 8.500 pesos a distintas personas, y para
limosnas, ayudas de presos, maridos de viudas, etc.[65]
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Buenos Aires 354
Santa Fe 95
Corrientes 438
Córdoba 430
La Rioja 1.390
San Juan de la Ribera de Londres 1.117
Talavera de Madrid de Estero 10
Jujuy 1.515
Salta 1.984
Santiago del Estero 3.358
Tucumán 2.303
TOTAL 12.994
Publica el mismo autor las listas individuales de las encomiendas, con el nombre
del encomendero y número de los indios; éste varia de modo considerable: hay
algunas encomiendas que tienen dos indios y otras que alcanzan los quinientos.
Para terminar, mencionemos dos estadísticas de conjunto sobre las encomiendas
indianas.
Según los cálculos de LÓPEZ DE VELASCO había en América[70]; «en todo lo
descubierto y poblado hasta el año de 1574, cuando se acabó esta suma de recopilar,
doscientos pueblos de españoles, ciudades y villas, con algunos asientos de minas en
forma de pueblos, y en ellos, y en las estancias de ganados y otras granjerías, cerca de
treinta y dos mil casas de vecinos españoles; los tres mil y novecientos o cuatro mil
encomenderos, y los otros pobladores, mineros y tratantes y soldados; y ocho o nueve
mil poblaciones, naciones o parcialidades de indios que no se pueden bien sumar,
porque la mayor parte están por reducir a pueblos, en los que, y en todo lo que está de
paz, en cuanto buenamente se ha podido averiguar por las tasaciones, hay millón y
medio de indios tributarios, sin sus hijos y mujeres y sin los viejos y por casar y los
escondidos y los que no están pacíficos; los cuales todos están repartidos como en
tres mil y setecientos repartimientos de S. M. y de particulares, de quien son la mayor
parte, y como 40.000 negros esclavos, y mucho número en todas partes de mestizos y
mulatos». Es decir, de los pobladores españoles jefes de había como una octava me
que eran encomenderos, y en temí existían 3700 repartimientos; de éstos, separando
los de la Corona, quedaban los demás en particulares, pero no todos tenían una
encomienda entera, sino que había algunas gozadas por dos, tres o más
encomenderos, lo cual explica que el número de repartimientos sea menor que el de
encomenderos particulares.
Según estadística del año 1631, al parecer debida a ANTONIO DE LEÓN[71], el
tanteo de lo que rentaban las encomiendas de Indias, según sus tasas, era:
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Ducados
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CAPÍTULO X
LA SUPRESIÓN DE LAS ENCOMIENDAS
«Las encomiendas de las Indias no están situadas en la Hacienda Real; consiste la renta dellas en lo que
tributan los indios de aquel pueblo o pueblos que se adjudicaron desde el principio del descubrimiento… sin que
estos tributos hayan sido en tiempo alguno incorporados en la Real Hacienda, ni considerádose por parte de ella.
Generalmente se perciben en frutos de la tierra que cultivan los indios, como es algodón, maíz, cacao y otras
semillas, que con diligencia del encomendero se cobran sin que entre en las cajas reales ni se pague dellas lo que
esto importa».
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Adviértase que la etapa jurídica que convirtió la encomienda en el goce de un
tributo cedido por el rey, conducía, en el nuevo período centralista y fiscal, a una
asimilación peligrosa para los encomenderos, porque la Corona, no sin cierta razón,
empezaba a interpretar las encomiendas como mercedes comunes sobre rentas del
rey, gravables y aun revocables del todo cuando el interés de la monarquía lo
reclamara.
En esta ocasión, la oportuna advertencia del Consejo surtió efecto. El conde de
Lemos, virrey del Perú, declaró oficialmente, el 20 de agosto de 1671, que las
encomiendas no quedaban afectadas por el descuento general[4].
El 11 de julio de 1678, quizá con la misma finalidad de evitar la confusión entre
encomiendas y demás mercedes sobre rentas del rey, se presentó al Consejo un
circunstanciado informe, debido, al parecer, a JOSÉ LINAJE VEITIA[5], en el cual el
autor explicaba, de acuerdo con las ideas de LEÓN y SOLÓRZANO: «qué son
encomiendas, y su origen, la definición que puede dárseles, la introducción de
pensiones sobre ellas, quién puede proveerlas, así las encomiendas como las
pensiones, con qué reglas y preceptos deben dañas y a quién, qué calidades tiene la
ley de la sucesión y sus declaraciones, qué cargas y gravámenes tienen las
encomiendas y encomenderos».
Pero las medidas de la Corona continuaron. En 1674 el rey pidió al virrey del
Perú y gobernadores de las provincias, que remitiesen una relación de las
encomiendas situadas en sus respectivo distritos, renta de cada una, personas que las
tenían y por cuántas vidas[6]. El 21 de diciembre de 1678 el rey ordenó la revisión
total de los títulos de los encomenderos del Perú[7]. Se insistió en ello el 25 de
noviembre de 1679[8]. En 1687 las necesidades fiscales recayeron ya de modo firme
sobre las encomiendas, con distinción de los descuentos antes decretados sobre las
mercedes comunes en renta Real: el desfalco actual (despacho del 2 de septiembre)
sería de la mitad de las rentas de las encomiendas, durante cuatro años, a partir del
primero de enero de 1688; el objeto era obtener fondos «para mantener fuerzas
marítimas en Sur y Norte, con qué defender los puertos y costas de piratas que los
infestar». En 1691 se prorrogó el descuento hasta el primero de enero de 1695, fecha
en que debió terminar, según cédula expresa de 28 de abril de 1694[9].
El 30 de diciembre de 1690, ante el deseo de la Corona de «suspender las
encomiendas de indios» e incorporárselas, el fiscal del Consejo redactó un parecer en
dieciocho pliegos, sosteniendo que debía darse una ley general que confirmara la
derogada Ley Nueva de 1542, derogando a su vez la de sucesión de 1536 y las demás
que amparaban a los encomenderos. Que extinguidas de este modo todas las
encomiendas, sus rentas se incorporasen a la Corona y en ningún tiempo se pudiesen
volver a encomendar. Reproducía el fiscal algunos de los antiguos argumentos contra
las encomiendas, pero la principal razón que alegaba no era la que motivó la
legislación de 1542, época de la campaña de LAS CASAS y de los grandes debates
filosóficos y jurídicos en torno a la existencia de las encomiendas, sino el argumento
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de das necesidades de la monarquía»; añadía el fiscal que las encomiendas eran
mercedes a voluntad del príncipe, las cuales podía éste revocar[10].
El rey, en su consulta de agosto de 1694, planteaba al Consejo de Indias el
problema de la incorporación de las encomiendas en estos términos:
«Obligando la constitución presente y la suma falta de medios de la Real Hacienda, a pensar en algunos
extraordinarios, para poder acudir, en parte, a los grandes gastos de la futura campaña, ordeno y encargo al
Consejo de Indias, que teniendo a la vista estas consideraciones, discurra y me consulte luego, si absolutamente se
deberán suspender las encomiendas de que están hechas mercedes en aquellos reinos, excepto lo que se emplea en
culto divino, doctrina y otros fines de este privilegio»[11].
«considerando haber sido los principales fines de introducir las encomiendas en los reinos de las Indias desde
sus primeras reducciones y poblaciones el de la protección, doctrina y enseñanza de los indios y el de mantener y
alentar con el premio a los pobladores beneméritos de aquellas provincias para su conservación y defensa, y que
estos motivos faltan del todo en las encomiendas que se confieren a naturales de estos reinos [España] que con
ánimo permanente residen en ellos»[12].
«Por ahora no se haga novedad en las provistas en vasallos residentes en pueblos encomendados, ni en las
concedidas con perpetuidad por méritos de principales conquistadores, o en recompensa de otras mercedes hechas
con el goce en éstas».
Este párrafo era el que podía intranquilizar a los encomenderos de Indias, porque
el respeto a sus derechos parecía concedido únicamente a título provisional.
El 20 de mayo de 1701, la Corona envió al virrey del Perú, conde de la Monclova,
una lista de las encomiendas de ausentes comprendidas en el decreto anterior[13].
El 17 de abril de 1703, el rey mandó tomar para sí la media anata de todas las
encomiendas de Indias, durante dos años, exceptuando únicamente las encomiendas
perpetuas por causa de conquista, las obtenidas por título oneroso y las que no
excediesen de doscientos pesos de renta; fundaba esta decisión en que se temía que
pasaran ingleses y holandeses a conquistar América, y no había fondos para la
defensa[14].
Poco tiempo después, el 30 de octubre de 1704, se dictó otra medida fiscal, pero
de sentido contrario a la incorporación; se trataba ahora de vender una vida más, tanto
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a los encomenderos de Indias como a los residentes en España, pagando al contado el
importe de dos anatas, con plazo de tres años los de Indias, y de cuatro meses los de
España. El motivo era:
«La pública obligación de mantener los ejércitos que defienden estos reinos [de España] y recuperar la
importante plaza de Gibraltar, que desgraciadamente dió en manos de los enemigos, resguardar a Ceuta, sin
olvidar la asistencia de Milán y otras plazas… y no ser capaces los efectos de la Real Hacienda a sufragar los
empeños, etc.»[15].
Es decir, como en realidad las nuevas disposiciones tenían como objeto principal
socorrer al erario, unas veces se pensaba que el medio más conducente era la
extinción de las encomiendas, y otras, la prolongación a título oneroso de los
derechos de los encomenderos.
En 1707, renovando una antigua tendencia, la Corona ordenó la incorporación de
encomiendas muy cortas. Las menores de 25 indios debían unirse hasta formar
encomiendas mínimas de 50, y las que no pudieran elevarse a más de 25 indios,
debían tomarlas los virreyes, gobernadores y oficiales reales en administración,
acudiendo con el producto tasado al encomendero, deduciendo el sueldo del cura de
la doctrina[16]. En este caso, la intervención regalista no se inspiró en ningún
propósito fiscal. Porque aunque ésta haya sido la nota predominante del período que
estudiamos, no faltaron medidas debidas únicamente al afán político centralizador, o
al deseo de reprimir los abusos que los encomenderos seguían cometiendo[17].
En 1709, la Corona insistió en el antiguo requisito centralizador de la
confirmación de las encomiendas; ordenaba que las que no la obtuvieran dentro del
término legal, fueran declaradas vacas y se proveyeran de nuevo conforme a la
ley[18].
Esta facultad de confirmar, la reservó el rey para sí algún tiempo después, cuando
extinguió la Cámara de Indias[19]. En 1714, insistía la Corona en la confirmación
mandando guardar inviolablemente lo prevenido por las leyes:
«al tiempo de las vacantes pónganse edictos en cada distrito por él término prefinido, y los que se opongan
hayan de justificar sus méritos por los motivos que concurran, y demás prevenido para mes casos, sin que se
confieran sino al más benemérito, y bajo de la precisa calidad de que para ocurrir al Consejo por la confirmación
se inserten a la letra, así los edictos puestos, como los papeles que cada uno de los opositores hubiese presentado,
sin cuya circunstancia dicha confirmación se negará y procederá contra los ministros que la confiriesen»[20].
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gobernador de Yucatán listas de las encomiendas existentes y de las mercedes que
pagaban las cajas Reales. Esta orden originó que las provisiones de indios vacos en
favor de particulares se fueran restringiendo, porque los tributos quedaban afectos al
pago de las obligaciones propias de la Corona. Por todos los caminos se venía
preparando, aunque sin un plan preconcebido, la restricción de los derechos de los
particulares sobre los tributos de los indios, cada vez más absorbidos por las
necesidades del Estado.
En 1716, la cédula de Felipe V para el gobernador de la isla de la Trinidad y de la
Guayana, mantuvo con claridad el criterio opuesto a los derechos de los
encomenderos y de atención preferente al problema de las rentas reales. También se
mencionaban abusos de los que tenían encomiendas y que faltaban a sus cargas
militares, religiosas y de patrocinio[22].
No faltaron pareceres en pro de las encomiendas cu esta etapa tardía. El marqués
de Ribas, consejero de Indias, no era partidario de la supresión, y en un reposado
escrito hacía ver al rey que la incorporación de las rentas de los encomenderos
impondría a la Corona gastos militares, y mayores cuidados en cuanto al orden
interno y externo de las provincias de Indias, de modo que el ingreso fiscal nuevo no
compensaría los gastos. Además, aducía las antiguas razones de premios debidos,
eficiencia militar de los encomenderos, cuidado de la religión, pues ellos pagaban al
doctrinero, y también el salario de los ministros reales (corregidores, etc.), y que «es
mayor tesoro a la grandeza del rey el consuelo y conveniencia de sus vasallos, que el
crecer el erario con lágrimas de aquéllos»[23].
El interés fiscal se sobrepuso pronto a las razones en pro de las encomiendas, y
los decretos disponiendo la supresión total fueron promulgados por Felipe V. La
probabilidad de éxito del primer rey Borbón, en su finalidad derogatoria parecía
mayor que en el período de las Nuevas Leyes, cuando Carlos V, por razones
preferentemente teóricas, intentó la supresión. Los reinos indianos, en el primer tercio
del siglo XVIII, estaban suficientemente organizados y sujetos a la Corona, su riqueza
no consistía únicamente, ni en la mayor parte, en los tributos de los indios, pues
muchos españoles vivían bien sin ser encomenderos; además, los beneficiarios de las
encomiendas no eran ya los primeros conquistadores, que reclamaban sus premios a
raíz de duros trabajos de conquista, como en 1542, sino descendientes lejanos,
cuando no personas emanas ni residentes en Indias.
El primer decreto general de extinción se dictó el 23 de noviembre de 1718; su
estilo guardaba cierta semejanza con el ya citado de 1701, relativo a las encomiendas
de ausentes. La Corona disponía ahora que se incorporaran en su favor todas las
encomiendas, aun de residentes en Indias; el motivo era la necesidad fiscal, que el
decreto apoyaba en otros argumentos para dar mayor fuerza a esta decisión legislativa
que despojaba de sus rentas tradicionales a muchos súbditos, sin establecer
resarcimiento o indemnización alguna. Ordenaba el decreto:
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«Habiéndose experimentado que de muchos años a esta parte, es poco o ninguno el fruto que produce el
premio que mi real liberalidad señaló a los conquistadores de indios gentiles de la América y pobladores de
aquellas provincias en las encomiendas introducidas en ellas para remunerar los méritos de los que se dedicasen a
las reducciones, pues sin embargo del grande beneficio que han recibido los que por lo pasado las efectuaban y
sus descendientes en las encomiendas que han disfrutado por dilatado tiempo, no se ve les sirva de estímulo para
emprenderlas y antes bien las que se hacen de presente, ya sea con la fuerza de las armas, o por el suave medio de
las misiones, es a expensas de mi Real Hacienda, costeando ésta los gastos que ocasionan y el pasaje y
manutención de los misioneros empleados en instruir y doctrinar los indios en la fe, congregándolos en pueblos
donde tengan vida racional y política; y considerando que por estos motivos ha cesado el fin para que se
instituyeron las encomiendas, he resuelto: que todas las encomiendas de Indias que se hallaren vacas, o sin
confirmar, y las que en adelante vacaren, se incorporen a mi Real Hacienda, cediendo los tributos de que se
componen a beneficio de ella y entrando en las cajas Reales de sus distritos, para que pagándose las cargas
ordinarias y pensiones que estuviesen dadas sobre las mismas encomiendas, sirva el residuo a los gastos que
tuvieren sobre sí las cajas Reales, con advertencia de que las referidas pensiones sólo se han de satisfacer a los
que actualmente las poseen, pues anulo todas las gracias y mercedes de encomiendas y pensiones que se hallaren
concedidas por mi y por los virreyes, presidentes y gobernadores residentes en las Indias o en estos reinos, por
más vidas que las de los actuales poseedores, porque es mi voluntad que sólo éstos las gocen, y que en falleciendo
se incorporen a mi Real Hacienda. En cuya consecuencia, tampoco han de entrar las personas que tuvieren
mercedes de encomiendas por una o más vidas a la posesión de ellas no hallándose ya en posesión. Y siendo muy
posible que de algunas de las pensiones y encomiendas provistas por los virreyes, presidentes y gobernadores no
se hayan sacado hasta ahora sus confirmaciones, por no haber expirado el término que se les señaló para esto,
declaro, que aunque en conformidad de esta resolución debe negarse la confirmación, no se ha de obligar a los que
con la buena fe en que les constituía la esperanza de sacarla las hayan poseído, a que restituyan lo que de ellas
hubieren percibido, como no se haya acabado el término que se les concedió para sacarla, pues en este caso deberá
ejecutarse lo que para él está mandado, y se ha practicado en semejantes ocasiones; y es mi Real ánimo no se
innove en cosa alguna en lo respectivo a las encomiendas que se hallaren concedidas con perpetuidad por los
méritos y servicios de los principales conquistadores y pacificadores de aquellas provincias. Tendráse entendido
en mi Consejo de las Indias, y para su cumplimiento se expedirán luego las órdenes más estrechas a los virreyes,
audiencias, gobernadores y oficiales reales de la América e Islas Filipinas, haciéndose al mismo tiempo todas las
prevenciones que juzgare convenientes para la puma ejecución y cumplimiento de lo referido y recobro del
producto de las encomiendas vacantes, arreglándose a esta determinación. Y en cuanto a las encomiendas y
pensiones que estuvieren conferidas en recompensa de otras mercedes, o de créditos contra la Real Hacienda, de
las cuales no estén en posesión los interesados, ni las hayan disfrutado, me consultará el consejo lo que se le
ofreciere cuando los interesados acudan a representar su derecho, para que según el que las asistiere, resuelva Yo
lo que se ha de practicar en este asunto»[24].
Adviértase que el propósito derogatorio era tan radical como en 1542, pero ahora
tendría cumplimiento dentro de las condiciones en que se encontraban las
encomiendas de América en el siglo XVIII. Se hablaba de una finalidad que los
encomenderos no cumplían, lamentando el gasto que ocasionaban a la Hacienda; por
esta razón se extinguían sus derechos pasando la renta, a la muerte de los tenedores
actuales, a las cajas del rey. La medida cortaba de pronto, por un acto estatal del
antiguo régimen, los derechos individuales de los beneficiarios de las rentas de
encomiendas. Jurídicamente puede considerarse que se trataba de un caso de
expropiación, puesto que esos derechos habían sido autorizados por la Corona y
habían subsistido durante tanto tiempo. Salvo el goce del poseedor actual, no se halla
en la medida ningún principio de indemnización. Sólo se excluyen de la derogación
general las encomiendas perpetuadas, y el rey pide que se le consulte lo que ha de
hacerse en aquellas ofrecidas a título oneroso o a cambio de otras mercedes.
Sin embargo, tampoco puede negarse el derecho que asistía al Estado para
adoptar su radical actitud; las encomiendas, como rentas reales cedidas habían
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quedado sujetas a la voluntad del rey, y si en un momento dado quería éste
«recobrar» ese renglón fiscal concedido, no podía nacer de la institución misma razón
alguna de derecho para impedirlo. En el período de la integración jurídica, la fórmula
de cesión del tributo Real resolvió las dificultades planteadas en la primera época de
las encomiendas indianas; pero ahora, esa misma solución servía para fundar la
disposición Real que las aniquilaba.
El 12 de julio de 1720 la Corona dictó otro decreto estableciendo una extraña
excepción en favor de ciertas encomiendas de «servicio personal», que no debían
quedar comprendidas en la incorporación general decretada en noviembre de 1718;
estableció también un principio débil y un tanto arbitrario para la indemnización de
algunos afectados. El decreto incorporaba el anterior de 1718, y añadía:
«últimamente he resuelto sobre consulta del referido Consejo de Indias de 12 de abril del año próximo
antecedente, que se ejecute lo que viene expresado en cuanto a incorporar a mi Real Corona las encomiendas que
vacaren, a excepción de las que declarare aquí, sin que con ningún pretexto se depositen en persona particular ni
se admita súplica ni interposición de recursos a mi real persona, quedando la recaudación de estas encomiendas a
cargo de los Oficiales Reales, Corregidores y gobernadores de su distrito, para que éstos hagan la entrega de su
producto en las cajas Reales, pero ha de ser de la obligación de los Oficiales de mi Real Hacienda dar aviso de
ello al virrey y Tribunal de Cuentas que correspondiere, para que se hallen en su inteligencia al tiempo de dar sus
cuentas los corregidores, advirtiendo que las cargas con que se hallaren las encomiendas que vacaren y se
agregaren a mi Real Hacienda, según el cabimiento que tengan, y fueren para el culto divino, han dé pagarse en
adelante por los Oficiales Reales, según y como se ha practicado, sin que a los virreyes, audiencias y
gobernadores les quede facultad alguna para dar estas encomiendas; observándose por lo respectivo a las
concedidas con perpetuidad lo prevenido en el Real decreto, respecto de estar concedidas en fuerza de grandes
méritos de los conquistadores y por otros justos títulos; pero en las encomiendas que hubiere de servicio personal
no se ha de hacer novedad alguna y quedarán en el estado en que hoy se hallan por ser de corta entidad y por los
inconvenientes que de lo contrario podían seguirse al servicio de Dios y mío, guardándose en su provisión el
estilo de ponerse edictos para que concurran los que tuvieren mejor derecho a ellas, y se confieran en el que más
bien le probare; a que añado que en cuanto a las mercedes de encomiendas y pensiones en ellas, que estuviesen
concedidas o provistas por mi Real persona o por los ministros o gobernadores de las Indias, por una, dos o tres
vidas, de las cuales falte alguna o algunas que disfrutar, no podrán verificarse sin nuevo despacho mío, y deberán
los interesados acudir al dicho mi Consejo de las Indias a justificar el derecho con quejas obtuvieron, para que en
caso de ser legítimos herederos, por descender de los conquistadores o por otro justo motivo, haciéndomelo
presente el referido mi Consejo, les conceda yo en las cajas de los distritos de las encomiendas la cantidad que
fuere de mi real agrado. Advirtiendo asimismo por lo tocante a las encomiendas que se hallaren provistas, pero
sin confirmar, que en acudiendo los interesados a pedir la confirmación se ha de examinar y averiguar la razón que
asistiese a cada uno, y dárseme cuenta por el referido consejo, para que en su vista tome la resolución que tuviere
por conveniente. Por mandado del Rey D. Fco. de Arana»[25].
Nótese que la indemnización era la del «real agrado», pero siempre mejoraba los
términos del primer decreto de noviembre de 1718.
El Consejo de Indias, en la época de la incorporación, tuvo en general una
actuación bastante independiente, y procuró templar las medidas Reales en beneficio
de los vecinos indianos; sus consultas fueron muy numerosas; por la diferencia que se
descubre entre ellas y el texto de los decretos del rey se colige que éste no recibía
únicamente inspiraciones del Consejo, sino seguramente de ministros o personas de
autoridad hacendaria que habían señalado las rentas de Indias para reforzar el tesoro
en bancarrota de la Corona.
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En el concreto caso de las encomiendas de servicio personal, el Consejo
representó al monarca el 23 de septiembre de 1720, que conforme a las leyes de
Indias estaban prohibidos los servicios personales en las encomiendas, y que debía
declararse el alcance de la excepción decretada. En los primeros días de diciembre de
1720 el rey resolvió la dificultad en los siguientes términos:
«que las dichas encomiendas de servicio personal son y se deben entender las de cuyas tasas o tributos
perciban los encomenderos de los indios, en lugar de servicio personal, las cuales es mi voluntad subsistan en
adelante debajo de las reglas prevenidas en el citado despacho de 12 de julio de 1720; observándose lo que tan
justamente está dispuesto por las leyes, de que no se obligue a los indios sirvan personalmente, ni se use de esta
palabra servicio personal, pudiendo si quisieren de su voluntad servir los días que basten para pagar el tributo que
debieren, ajustándose el salario o jornal que les correspondiere, sin que tampoco en esto se les haga agravio»[26].
«se continúan las instancias para que se mantengan algunas de las encomiendas, que según lo que tengo
ordenado debían incorporarse en mi real hacienda… mando: que en adelante excuse mi Consejo de las Indias,
consultarme prorrogación ninguna de encomiendas, y que sólo siendo tan particular y especial el derecho que
puedan tener las personas en quien recaen por segundas y terceras vidas, que merecen especial atención, debería
proponérseme por él, el equivalente o merced que considerase correspondiente».
¿Los intentos del siglo XVIII contra las encomiendas fueron más eficaces en la
práctica que los de 1542? La oposición de los interesados, aunque viva, fue menor en
1720 que en el siglo XVI, y el poder de la Corona era sin duda más fuerte en esta
nueva ocasión. Pero como el propósito que inspiró la medida no fue un principio
Página 213
constante y moral, sino necesidades del fisco, y la propia Corona establecía
excepciones, el resultado no fue absoluto. Las encomiendas, aunque bajo una
inseguridad y amenaza constante prolongaron su existencia durante casi todo el siglo
XVIII.
Yucatán fue de las primeras provincias exceptuadas legalmente de la
incorporación[30]. El año de 1721 se restableció al gobernador la facultad de
encomendar que el rey había asumido por un decreto de 13 de noviembre de 1717: la
única variación en relación con el período anterior, sería, que el encomendero
designado no había de tomar posesión de la encomienda hasta ser consultado el rey.
Chile fue otra región ampliamente favorecida. El rey, en vista de informes sobre
los inconvenientes de poner en práctica la cédula de 12 de julio de 1720, exceptuó de
la incorporación las encomiendas de ese reino, por cédula de 4 de julio de 1724[31].
En Paraguay se encuentran todavía en el año de 1769 ejemplos de encomiendas
autorizadas por el rey[32].
Sin embargo, puede afirmarse de modo general que el régimen español extinguió
la institución de las encomiendas, porque en los escritos del movimiento de
independencia de las colonias en los primeros años del siglo XIX, se encuentran pocas
o ningunas alusiones a encomiendas, y en cambio muchas (como en los escritos de
Abad y Queipo en Nueva España) relativas al tributo personal que los indios pagaban
a la Corona, en el cual se habían refundido las antiguas rentas encomendadas. El
movimiento filosófico del siglo de las luces combatió el tributo de los indios, por
estimarlo un vestigio de instituciones de vasallaje, poco compatible con la dignidad
individual[33].
De esta suerte acabó la encomienda, sin problemas teóricos y sin brillo, mediante
la actividad del Fisco que se incorporaba las supuestas rentas concedidas. El giro que
los diversos principios le habían impuesto, la llevó a este final, sin que en América se
reprodujera la lucha que en las Cortes de Cádiz tuvieron que librar los diputados
liberales contra las organizaciones señoriales de España, que aun subsistían
jurídicamente.
Pero aunque sin el vigor de los regímenes europeos de señorío, las encomiendas
dejaron quizá alguna huella en la economía rural de las naciones hispanoamericanas.
Página 214
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Página 219
Notas
Página 220
[1] LAS CASAS, Historia de las Indias, lib. I, cap. CV. <<
Página 221
[2]Ibidem, lib. I, cap. CLXI «a estos que se avecindaban repartía el Almirante tierras en
los mismos términos y heredades de los indios y de las mismas heredades y labranzas
hechas y trabajadas por los indios, que tenían para sustentación suya y de sus mujeres
e hijos, repartía entre ellos a uno diez mil, a otro veinte mil, a otro más, a otro menos,
montones o matas, y este repartimiento de las labranzas y tierras dábalas el Almirante
por sus cédulas, diciendo que daba a fulano, en el cacique fulano, tantas mil matas o
montones, de donde comenzó la tiránica pestilencia del repartimiento, que después
llamaron encomiendas, que decía en la cédula que mandaba que aquel cacique fulano
e sus gentes le labrasen aquellas tierras, esto era, que acabadas aquellas matas y
montones de comer, le plantasen otras, sin separar número, ni cuento, ni medida. Esta
licencia dada por el Almirante, teníanse ellos cargo de gastar aquellas labranzas en las
minas, forzando a los indios a que fuesen a coger oro, puesto que no iban sin otra
licencia expresa del Almirante, dada por escrito». <<
Página 222
[3] Ibidem, lib. II, cap. I. <<
Página 223
[4]Consúltense diversos documentos de Fernando el Católico referentes a sus indios
en Colec. Docs. América, XXXI, y Colec. Docs. Ultramar, V. <<
Página 224
[5] Colec. Docs. América, XXXI, 13. <<
Página 225
[6] Ibidem, XXXI, 156. <<
Página 226
[7] Ibidem, XXX, 335. Véase también HERRERA, Década I, lib. IV, cap. VII. <<
Página 227
[8] Colec. Docs. América, XXXI, 209. <<
Página 228
[9] Ibidem, XXXI, 388-409. <<
Página 229
[10] Ibidem, XXXI, 449. <<
Página 230
[11] Ibidem, XXXI, 436. <<
Página 231
[12] Ibidem, XXXI, 470. <<
Página 232
[13]
Cons. mi estudio: Las instituciones jurídicas en la conquista de América, caps. IV
y XVI especialmente. <<
Página 233
[14] Colec. Docs. América, XXXI, 513. <<
Página 234
[15] Ibidem, XXXI, 502. <<
Página 235
[16]Serrano Sanz, Orígenes de la dominación española en América. (Nueva Bibl. de
Aut. esp., XXV, 383). <<
Página 236
[17] HERRERA, Década I, lib. VII, cap. X. <<
Página 237
[18] Colec. Docs. América, I, 50 236. <<
Página 238
[19] Historia de las Indias, lib. III, cap. XXXVI. <<
Página 239
[20] Ibidem, loc. cit. <<
Página 240
[21] Ibidem, lib. III, cap. XXXVIII. <<
Página 241
[22] Historia de las Indias, lib. II, cap. LI. <<
Página 242
[23] SACO, Historia de la esclavitud de los indios, II, 271. <<
Página 243
[24] Ibidem, II, 298. <<
Página 244
[25] SERRANO SANZ, Orígenes de la dominación española, página 279. <<
Página 245
[26]Memorial sobre la gobernación de Pedrarias Dávila (MUÑOZ, Colección, LXXVI,
103): «ha dado e da los indios a mujeres y a muchachos y a mercaderes y clérigos y
personas que no los han ganado ni conquistado ni los debían haber». <<
Página 246
[27] LAS CASAS, Historia de las Indias, lib. III, caps. III y IV. Véase mi estudio: Las
instituciones jurídicas en la conquista de América, cap. IV. <<
Página 247
[28] Colec. Docs. América, XXXII, 373-76. <<
Página 248
[29] SERRANO SANZ, Orígenes de la dominación española, página 348. <<
Página 249
[30] LAS CASAS, Historia de las Indias, lib. III, cap. VIII. <<
Página 250
[31] LAS CASAS, Historia de las Indias, lib. III, caps. XIII al XVI. <<
Página 251
[32] LAS CASAS, op. cit., lib III, págs. 442-445. <<
Página 252
[33] Ibidem, lib. III, cap. XII. <<
Página 253
[34] Ibidem, lib. III, pág. 413. <<
Página 254
[35] Ibidem, lib. III, pág. 391. <<
Página 255
[36] Colec. Docs. América, VII, 397, y Archivo de Indias, Patronato 170, ramo 22. <<
Página 256
[37]SACO, Historia de la esclavitud de los indios, II, págs. 328-329. Archivo de Indias,
Patronato 231, ramo 11, núm. 1. Y QUINTANA, Vida de Bartolomé de las Casas,
apéndice VI (Bibl. de Aut. Esp. XIX). <<
Página 257
[38] Véase parecer anónimo en Colec. Docs. América, I, 247. <<
Página 258
[39] MUÑOZ, Colección, LXXV. <<
Página 259
[40]
SACO, op. cit., II, 316 y 321. LAS CASAS, en el parecer sobre remedios, propone la
organización comunal que poco después estudiaremos. El Memorial sobre abusos
proviene del Archivo de Simancas, Pacronato Real, Indias, Legajo 8. <<
Página 260
[41] LAS CASAS, Historia de las Indias, lib. III, cap. LXXIX. <<
Página 261
[42] Véase mi estudio: Las instituciones jurídicas en la conquista de América; cap. IV.
<<
Página 262
[43]
Historia de las indias, lib. III, cap. LXXXVIII. Dato que cito en mi estudio ya
mencionado, cap. IV, al analizar el concepto del indio. <<
Página 263
[44] Colec. Docs. América, XI, 258. Colec. Docs. Ultramar, XI, 53-74. <<
Página 264
[45]
Colec. Docs. América, XXXIV, 201-229. Véanse también los tomos I, pág. 290 y
VII, pág. 393. <<
Página 265
[46] Ibidem, loc. cit. <<
Página 266
[47] Colec. Docs. América, XI, 211. <<
Página 267
[48] LAS CASAS, Historia de las Indias, lib. III, cap. XCIV. <<
Página 268
[49] Colec. Docs. América, XI, 147. <<
Página 269
[50] Ibidem, I, 290. <<
Página 270
[51] Ibidem, I, 264. <<
Página 271
[52] Ibidem, I, 282. <<
Página 272
[53] Ibidem, I, 267. <<
Página 273
[54]
Sobre la existencia del privilegio por dos vidas a que aluden los jerónimos, véase
LAS CASAS, Historia de las Indias, lib. II, cap. LII, pág. 263 y lib. III, cap. CXVIII,
pág. 467. Afirma que las encomiendas de Antillas se gozaron hasta por tres vidas;
cons. también SACO, Historia de la esclavitud de los indios, II, 318. <<
Página 274
[55] Colec. Docs. América, I, 352. <<
Página 275
[56] Ibidem, loc. cit. <<
Página 276
[57] Colec. Docs. Ultramar, IX, 89. <<
Página 277
[58]
REMESAL, Historia de la provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala de la
Orden de nuestro Santo Domingo, Madrid, 1619. <<
Página 278
[59]Los jerónimos explicaban al rey, como fundamento de su idea de las reducciones
(Colec, Docs. América. I, 298): «V. A. ha de saber que al tiempo que los castellanos
entraron en esta isla, había muchos millares e aun cientos de miles de indios en ella, e
por nuestros pecados dióse en ellos tanta prisa, que al tiempo que llegamos aquí, que
ha poco más de un año, los que hallamos eran tan pocos, cuanto es el redrojo que
queda en los árboles después de cogida la fruta. E éstos estaban tan derramados por
toda la isla. e tan pocos en cada asiento, por estar todos divididos por las minas e
estancias de los castellanos, e por otras sus granjerías, que en ninguna manera
hallamos que estaban en disposición para ser buenos cristianos, ellos ni sus sucesores
en ningún tiempo; ni menos para poder multiplicar en generación por la falta que en
unas partes había de hembras, siendo los más ombres, y en otras por lo contrario».
Referían las consultas que hicieron al Cardenal Cisneros, y que enviaron a la Corte a
su compañero fray Bernardino de Manzanedo; que no tenían aún resolución y habían
puesto en práctica el proyecto en la siguiente forma: «acordamos que toda esta gente,
caciques e otros indios, se redujese e pusiese en pueblos que fuesen de hasta
cuatrocientas o quinientas personas cada uno, contando viejos e niños, e que ahí se
hiciesen sus haciendas e tuviesen algunos ganados. E para que estos dichos pueblos
se hiciesen presto y con mucha diligencia, mandamos en nombre de vuestra Real
Alteza que en cada villa de las desta Isla, se juntasen todos los dichos caciques e
indios que a los moradores ella estaban encomendados, e así juntos se pusiesen en los
dichos pueblos; e elegimos personas que en cada villa tuviesen cargo de hacer la
obra; las cuales hablaron primero con todos los dichos caciques, e capitanes, para les
rogar de parte de V. A. que tuviesen por bien de dejar sus asientos e naturalezas, e se
pasar a los dichos pueblos que se habían de hacer, e que V. M. les mandaría hacer
muchas mercedes, mandándoles dar algunas libertades e ganados con que ellos
viviesen e tratasen, como lo hacían los otros castellanos sus vasallos. Lo cual oído
por ellos se tuvo en mucho, e de todas las partes nos escribieron las dichas personas a
quien dimos el cargo, que ellos holgaban de lo hacer, cumpliéndose lo que de parte de
V. A. se les prometía. Pues esto así concertado con los dichos caciques e indios,
enviamos a rogar a todas las comunidades, que todos tuviesen por bien de nos ayudar
en esta tan santa obra, e para ello nombrasen algunas personas sabias e de experiencia
de entre ellos para que se juntasen con las otras, a quien dimos el cargo principal de
la obra, e todos juntos, con los caciques, eligiesen lugares que fuesen más a propósito
para sus pesquerías e labranzas… e porque con más diligencia la obra se hiciese,
mandamos apregonar que antes de acabada la parte que a cada uno cabía de hacer, no
saliesen los tales indios a sacar oro ni hacer otras haciendas, con pena que lo que se
granjease fuese para la Cámara e fisco de V. A. E todos con este temor se dan toda la
prisa que pueden, e con la ayuda de Dios creemos que para el fin del mes de febrero
Página 279
todo estará acabado. Pero no se podrá pasar a los dichos pueblos hasta otro año, que
esté la hacienda criada e de comer, que antes deste tiempo no tiene sazón. Verdad es,
Señor, que en cinco o seis pueblos luego se pasarán. Creemos que se podrá hacer por
todos 25 ó 26 pueblos». <<
Página 280
[60] Colec. Docs. América, I, 292. <<
Página 281
[61] Ibidem, I, 366. <<
Página 282
[62] Ibidem, I, 298. <<
Página 283
[63] Historia de las Indias, lib. III, cap. XCIX. <<
Página 284
[64] Ibidem, lib. III, cap. CXLVIII. <<
Página 285
[65] Ibidem, lib. III, cap. CL. <<
Página 286
[66]Ibidem, lib. III, caps. CXLIX-CLI. Véase mi estudio ya citado: Las instituciones
jurídicas, cap. IV. <<
Página 287
[67] Colec. Docs. América, VII, 14. <<
Página 288
[68] LAS CASAS, Historia de las Indias, lib. III, cap. CXXXIII. <<
Página 289
[69] Ibidem, lib. III, cap. CXXXV. <<
Página 290
[70] Ibidem, lib. III, cap. CXLV. He citado este dato en el cap. IV de mi estudio: Las
instituciones jurídicas; aquí lo recuerdo por su importancia para la encomienda. <<
Página 291
[71] Colec. Docs. Ultramar, IX, 92; véase también ENCINAS, Cedulario, II, fol. 184.
<<
Página 292
[72]
SERRANO SANZ, Orígenes de la dominación española, páginas 605-607, y Colec.
Docs. América, I, 417. <<
Página 293
[73] Colec. Docs. América, I, 417. <<
Página 294
[74] Ibidem, I, 421. <<
Página 295
[75] Ibidem, VII, 413. <<
Página 296
[76]Recuérdese la definición de la ley 3, tít. 25, partida IV: «Et behetría tanto quiere
decir como heredamiento que es suyo quito de aquel que vive en él, et puede rescebir
en él por señor a quien quisiere que mejor le faga, etc.». <<
Página 297
[77] Colec. Docs. América, I, 436. <<
Página 298
[78] Ibidem, I, 377. <<
Página 299
[79] Colec. Docs. Ultramar, X, 143. <<
Página 300
[80]Sobre el intento de poner a los indios antillanos en pueblos libres, consúltese el
estudio reciente de CHACÓN y CALVO, titulado La experiencia del indio, con varios
documentos del Archivo de Indias. (Anuario de la Asociación Francisco de Vitoria,
V, 203). <<
Página 301
[1] Cons. ICAZBALCETA, Colección, II, XXXVIII. Véase también mi estudio: Los
intereses particulares en la Conquista de la Nueva España, Madrid, 1933. <<
Página 302
[2]Tercera Carta de Relación, de fecha 15 de mayo de 1522 (Bibl. de Aut. Esp., XXII,
95): «por una carta mía hice saber a V. M. cómo los naturales destas partes eran de
mucha más capacidad que no los de las otras Islas, que nos parecían de tanto
entendimiento y razón cuanto a uno medianamente basta para ser capaz: y que a esta
causa me parecía cosa grave por entonces compelerlos a que sirviesen a los
españoles de la manera que los de las otras Islas; y que también, cesando aquesto,
los conquistadores y pobladores destas partes no se podían sustentar… e que para no
constreñir por entonces a los indios, y que los españoles se remediasen, me parecía
que V. M. debía mandar que de las rentas que acá pertenecen a V. M. fuesen
socorridos para su gasto y sustentación, y que sobre ello V. M. mandase proveer lo
que fuese más servido, según que de todo hice más largamente a V. M. relación». <<
Página 303
[3] Colec. Docs. América, XXVI, págs. 135 y sigs. <<
Página 304
[4] Ibidem, XXXVI, 163 y sigs. <<
Página 305
[5] Carta de 15 de octubre de 1524, (ICAZBALCETA, Colección, I, 472). <<
Página 306
[6] HERRERA, Década II, lib. V, cap. I. <<
Página 307
[7] «Item: porque de las mercedes que se hacen de indios se recrecen muchos
inconvenientes y es contra justicia y derecho: que las fechas se revoquen y de aquí
adelante no se hagan: y que vuestra Majestad no dé licencia ni permita que los
extranjeros traten en las Indias. A esto vos respondemos: que así se hace y
mandaremos que así se haga de aquí adelante». (Petición XVI). <<
Página 308
[8] ANTONIO DE LEÓN, Tratado de Confirmaciones, cap. I. <<
Página 309
[9] Colec. Docs. América, XII, 213, y Colec. Docs. Ultramar, IX, 167. <<
Página 310
[10] ICAZBALCETA, Colección, I, 470 y sigs. <<
Página 311
[11]Firmaron el memorial fray Martín de Valencia, fray García de Cisneros, fray Luis
de Fuensalida, fray Francisco Ximénez, fray Miguel Ruiz, fray Pedro Zambrano, fray
Diego de Sotomayor, fray Gonzalo Luzero, fray Domingo de Betanzos.
(ICAZBALCETA, Colección, II, 549). <<
Página 312
[12] ICAZBALCETA, Colección, II, 552. <<
Página 313
[13]Parecer del contador del rey en Nueva España, Rodrigo de Albornoz, de fecha 15
de diciembre de 1525. (ICAZBALCETA, Colección, I, 490). <<
Página 314
[14] Colec. Docs. Ultramar, IX, 214. <<
Página 315
[15] ICAZBALCETA, Colección, II, 547. <<
Página 316
[16] Ibidem, II, 548. <<
Página 317
[17]Conviene recordar aquí la opinión de BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO acerca de las
encomiendas de Nueva España (Historia verdadera, II, 287): «Lo que había de hacer
(Cortés como repartidor) es: hacer cinco partes de la Nueva España; quinta parte de
las mejores ciudades y cabeceras de todo lo poblado dalla a S. M. de su real quinto, y
otra parte dejalla para repartir para que fuese la renta della para Iglesia y hospitales y
monasterios y para que si S. M. quisiese hacer algunas mercedes a caballeros que le
hayan servido, de allí pudiera haber para todos, y las tres partes que quedaban
repartillas en su persona de Cortés y en todos nosotros los verdaderos conquistadores,
según y de la calidad que sentía que era cada uno, y dalles perpetuos, porque en
aquella sazón S. M. lo tuviera por bien, porque como no había gastado cosa ninguna
en estas conquistas, ni sabía ni tenía noticias de estas tierras, estando como estaba en
aquella sazón en Flandes, lo tuviera por bien». <<
Página 318
[18] ICAZBALCETA, Colección, II, 202. <<
Página 319
[19] Ibidem, II, 155. <<
Página 320
[20] Cons. BOBADILLA, Política de corregidores y señores de vasallos, Madrid, 1775.
<<
Página 321
[21] ICAZBALCETA, Colección, II, 545. <<
Página 322
[22] Colec. Docs. América, I, 441. <<
Página 323
[23] Archivo de Indias, Patronato 170, ramo 27. <<
Página 324
[24] Ibidem, ramo 26. <<
Página 325
[25] Colec. Docs. América, I, 450. <<
Página 326
[26] ANTONIO DE LEÓN, Tratado de Confirmaciones, cap. VI, § 11, fol. 31, decía:
«Antiguamente todos los que capitulaban nuevos descubrimientos, expresaban que se
les había de dar facultad para repartir la tierra y sus naturales entre los conquistadores
y pobladores y dello se le daba cédula real. Pero este despacho ya no es necesario,
por haber decisión general (Ordenanza CXLIV de descubrimientos en provisión del
Bosque de Segovia a 13 de julio de 1573), que dispone, que los Adelantados,
gobernadores, Alcaldes Mayores y Corregidores, que pacificaren y poblaren
provincias o ciudades, estando la tierra de paz, y los señores y naturales della
reducidos a la obediencia de los reyes de Castilla, y no antes, los pueden repartir y
encomendar entre los conquistadores y pobladores, para que cada uno tenga a su
cargo, defienda, doctrine y ampare los que le cupieren, según por leyes y cédulas
reales estuviere ordenado». <<
Página 327
[27] PUGA, Cedulario, I, 47-53. <<
Página 328
[28] Ibidem, I, 54. <<
Página 329
[29] Colec. Docs. Ultramar, IX, 299. <<
Página 330
[30] Ibidem, IX, 386. <<
Página 331
[31]
Cons. la versión de BERNAL DÍAZ sobre la historia de la encomienda en Nueva
España hasta la Primera Audiencia. (Historia verdadera, II, 567). <<
Página 332
[32]Véase ICAZBALCETA, Don Fray Juan de Zumárraga, México, 1891, apéndice,
1-42. El obispo de México no era enemigo de las encomiendas; al contrario, deseaba
su perpetuidad, porque con ella se quitaba a la Audiencia la facultad de dar y remover
los indios encomendados a su antojo, a lo cual atribuía Zumárraga los principales
daños. <<
Página 333
[33]
Versión de B. DE LAS CASAS, Colección de Tratados, Octavo Remedio, razón XIX,
pág. 420. <<
Página 334
[34]
HELPS, The Spanish Conquest, III, 192. Toma el dato de MUÑOZ, Colección,
LXXVIII. <<
Página 335
[35] PUGA, Cedulario, I, 161-162. <<
Página 336
[36] ENCINAS, Cedulario, III, 7, <<
Página 337
[37]Véase más adelante el cap. IV. ANTONIO DE LEÓN, Tratado de confirmaciones, fol.
19 v. advirtió este cambio. <<
Página 338
[38]Colec. Docs. América, XIII, 156. En el cap. VII de esta obra pueden hallarse
datos sobre las encomiendas que se incorporaron a la Corona a partir de 1528. <<
Página 339
[39] SIMPSON, The encomienda in New Spain, pág. 115. <<
Página 340
[40] PUGA, Cedulario, I, 267. <<
Página 341
[41] ICAZBALCETA, Colección, II, 190. Betanzos había residido en las Antillas, y por
eso, aunque llegó a Nueva España en 1526, estaba familiarizado con el problema.
ICAZBALCETA considera que el parecer es anterior al año de 1541, y que Betanzos ya
había opinado en otra ocasión acerca de las encomiendas. <<
Página 342
[42] ICAZBALCETA, Colección, II, 165 <<
Página 343
[43]SOLÓRZANO PEREIRA, Política Indiana, II, 11, advirtió el cambio fundamental de
la encomienda: consideraba prohibida la primitiva forma de concesión de indios en
propiedad y vasallaje en favor de los particulares; pero admitía las encomiendas
cuando sólo representaban la concesión de los tributos; por eso aprobaba las
encomiendas reformadas, porque en éstas la propiedad de los indios y aun la de los
tributos, y todo el universal dominio, jurisdicción y vasallaje, y hacer leyes,
ordenanzas y tasas, quedaba en la Corona Real. <<
Página 344
[44] ICAZBALCETA, Colección, II, 158. <<
Página 345
[45] Colec. Docs. Ultramar IX, 425. <<
Página 346
[46] Colec. Docs. América, XVIII, 171. <<
Página 347
[47] SOLÓRZANO PEREIRA Política Indiana, II, 23. <<
Página 348
[48] PUGA, Cedulario, I, 291-302. <<
Página 349
[49] Ibidem, I, 309-311. <<
Página 350
[50] Colec. Docs. Ultramar, X, 190. <<
Página 351
[51] Ibidem, X, 210. <<
Página 352
[52] Ibidem, X, 232. <<
Página 353
[53] Ibidem, X, 235. <<
Página 354
[54] Colec. Docs. América, XII, 133-142. <<
Página 355
[55] Colec. Docs. Ultramar, X, 245-263, y Colec. Docs. América, XXIII, 426-445. <<
Página 356
[56] PUGA, Cedulario, I, 367-368. <<
Página 357
[57] Colec. Docs. Ultramar, X, 306. <<
Página 358
[58]
Ibidem, X, 307. Véase la misma medida aplicada a los corregidores, Ibidem, X,
321. <<
Página 359
[59] Ibidem, X, 321. <<
Página 360
[60] Ibidem, X, 181. <<
Página 361
[61]
Colec. Docs, Ultramar, X, 322-327; Colec. Docs. América, XLI, 198-204, y
PUGA, Cedulario, I, 368-370. <<
Página 362
[62] PUGA, Cedulario, I, 394. <<
Página 363
[63] Colec. Docs. América, XXIII, 455. <<
Página 364
[64] Ibidem, XXIII, 461. <<
Página 365
[65] CUEVAS, Documentos, México, 1914, pág. 52. <<
Página 366
[66] Colec. Docs. Ultramar, X, 405. <<
Página 367
[67]Ibidem, X, 360-364. El parecer era de una congregación convocada por la
Corona; lleva fecha del año 1536. <<
Página 368
[68] Colec. Docs. América, II, 109-211. <<
Página 369
[69] Ibidem, II, 190. <<
Página 370
[70] Ibidem, loc. cit. <<
Página 371
[71] Ibidem, loc. cit. <<
Página 372
[72]Véase C. PÉREZ BUSTAMANTE, Don Antonio de Mendoza, pág. 124. Toma el dato
del Archivo de Indias, 48-2-2/24. <<
Página 373
[73] PUGA, Cedulario, I, 390. <<
Página 374
[74] Véase C. PÉREZ BUSTAMANTE, op. cit., pág. 175. <<
Página 375
[75]Ibidem, pág. 176. Estos datos sobre el ejercicio del poder de encomendación del
virrey Mendoza, parecen destruir la tesis de ANTONIO DE LEÓN, expuesta en su
Tratado de Confirmaciones, fol. 20, en el sentido de que en Nueva España desde la
época de la Segunda Audiencia carecieron los gobernantes de la facultad de
encomendar y que Mendoza nunca la tuvo, a diferencia del Perú, en que normalmente
podía proveer el virrey las vacantes. Quizá la diferencia, como después veremos,
pueda fijarse en la época de la revocación de las Nuevas Leyes, y no antes. <<
Página 376
[76] Colec. Docs. América, VI, 484. <<
Página 377
[77] Colec. Docs. América, XVI, 530. <<
Página 378
[78] Colec. Docs. Ultramar, X, 400. <<
Página 379
[79] Ibidem, X, 465. <<
Página 380
[80]
Véase la capitulación que celebró Pizarro en 1529 en Toledo (Colec. Docs.
América, XXII, 278). <<
Página 381
[81] MUÑOZ, Colección, LXXIX. <<
Página 382
[82] Colec. Docs. América, XXIII, 446. <<
Página 383
[83] Colec. Docs. Ultramar, X, 347. <<
Página 384
[84] Ibidem, X, 340. <<
Página 385
[85] Ibidem, X, 351. <<
Página 386
[86] Ibidem, X, 353. <<
Página 387
[87] Colec. Docs. América, XVIII, 171 y Colec. Docs. Ultramar, X, 536. <<
Página 388
[88] Véase ANTONIO DE LEÓN, Tratado de Confirmaciones, capítulo III, fol. 12 v. <<
Página 389
[89] Cartas de Indias, Madrid, 1877, núms. XI y XII. <<
Página 390
[1]
CUEVAS, Documentos, pág; 84. Véase mi estudio: Las instituciones jurídicas en la
conquista de América, cap. IV. <<
Página 391
[2] ANTONIO DE LEÓN, Tratado de Confirmaciones, cap. II, fol. 6. <<
Página 392
[3] Colección de Tratados, edic. Buenos Aires, 1924, págs. 325 y sigs. <<
Página 393
[4] HERRERA, Década VII, lib. VI, cap. IV, pág. 110. <<
Página 394
[5] ANTONIO DE LEÓN, op. cit., cap. II, fol. 8. <<
Página 395
[6] Ibidem, fol. 9. <<
Página 396
[7]Publ. por ICAZBALCETA, Colección, II, págs. 204 y sigs. Hay una edición facsimilar,
por Henry Stevens and Fred. W. Lucas, Londres 1892. También puede consultarse
otra edición facsimilar de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires, 1923, hecha sobre la edición española del año 1603. Véase también la
Colec. Docs. América, XVI, 376-406. <<
Página 397
[8] ICAZBALCETA, loc. cit. <<
Página 398
[9] Tratado de Confirmaciones, cap. II, fol. 9 v. <<
Página 399
[10] ANTONIO DE LEÓN, loc. cit. <<
Página 400
[11]
«Cantidad que ningún príncipe del mundo, sin dar estados ni reinos, ha repartido
en premio de servicios en un día y por mano de un vasallo», comenta ANTONIO DE
LEÓN, op. cit., cap. III, fol. 14; sigue en esta parte al PALENTINO, Historia del Perú,
segunda parte, lib. I, cap. I. Véase también HERRERA, Década VIII, lib. IV, cap. XVII; y
TORRES SALDAMANDO, Cabildos de Lima, II, 103, 104 y 106. <<
Página 401
[12] Cédula de Valladolid de 29 de septiembre de 1550. Cit. por ANTONIO DE LEÓN, op.
cit., cap. III, fol. 14 V. <<
Página 402
[13] Cédula de Bruselas de 10 de marzo de 1555 (Ibidem, loc. cit.). <<
Página 403
[14] Cédula del año 1559. (Ibidem, loc. cit.). <<
Página 404
[15] Año 1563. (Ibidem, loc. cit.). <<
Página 405
[16] Cédula de Aranjuez de noviembre de 1568. (Ibidem, loc. cit.). <<
Página 406
[17] Estos sucesos han sido bien estudiados por ICAZBALCETA, Don Fray Juan de
Zumárraga, México, 1891, págs. 171 y sigs. y en fecha más reciente por C. PÉREZ
BUSTAMANTE, Don Antonio de Mendoza, Santiago de Compostela, 1928, págs. 93 y
sigs. <<
Página 407
[18] C. PÉREZ BUSTAMANTE, op. cit., pág. 94. <<
Página 408
[19] CUEVAS, Cartas y otros documentos de Hernán Cortés, número XXXVI. <<
Página 409
[20]
Publ. por C. PÉREZ BUSTAMANTE, op. cit., pág. 191; toma el documento de
MUÑOZ, Colección, LXXXIV, 71 y sigs. <<
Página 410
[21] Véase Colec. Docs. América, VII, 532. <<
Página 411
[22]Fray Diego de la Cruz, fray Domingo de Betanzos, fray Hernando de Oviedo,
fray Tomás de San Juan, fray Francisco Aguilar, fray Gonzalo de Santo Domingo,
fray Jordán de Bustillo, fray Alonso de Santiago, fray Juan de la Magdalena, fray
Juan Lupus y fray Domingo de la Anunciación. <<
Página 412
[23] Ibidem, loc. cit. <<
Página 413
[24] Colec. Docs. América, VII, 526. <<
Página 414
[25]Firmaron el parecer fray Martín de Hojacastro, fray Francisco de Soto, fray
Antonio de Ciudad Rodrigo, fray Joan de Rivas, fray. Francisco Ximénez, fray Diego
de Almote, fray Francisco de Vitoria (no el teólogo español, sino un homónimo), y
fray Alonso de Herrera. <<
Página 415
[26] Colec. Docs. América, VII, 159. <<
Página 416
[27] Ibidem, VII, 542. <<
Página 417
[28] Archivo de indias, Patronato 231, núm. 4, ramo 19. <<
Página 418
[29]BANDELIER, Historical Documents relating to New Mexico, Washington, 1923-36,
I, págs. 126-145. Cit. por LESLEY B. SIMPSON, The encomienda in New Spain,
Berkeley, 1929, pág. 178. <<
Página 419
[30] Ibidem, I, 150-155. <<
Página 420
[31] ICAZBALCETA, Colección, II, 198-201. <<
Página 421
[32] Historia de las Indias, lib. III, cap. CXXXVII. <<
Página 422
[33] Cartas de Indias, caja 2, núm. 13. Archivo Histórico Nacional, Madrid. <<
Página 423
[34] Cartas de Indias, Madrid, 1877, núm. IV. <<
Página 424
[35]PUGA, Cedulario, I, 472-475: «habemos acordado de revocar la dicha ley e dar
sobre ello esta nuestra carta en la dicha razón, por la cual revocamos e damos por
ninguna e de ningún valor y efeto el dicho capítulo y ley suso incorporada, y
reduzímoslo todo en el punto y estado en que estaba antes y al tiempo que la dicha
ley se hiciese». <<
Página 425
[36] Ibidem, I, 475-478. <<
Página 426
[37] Ibidem, I, 478-479. <<
Página 427
[38] Ibidem, I, 479-480. <<
Página 428
[39]
Véase ICAZBALCETA, Don Fray Juan de Zumárraga, página 186, y C. PÉREZ
BUSTAMANTE, Don Antonio de Mendoza, pág. 96. <<
Página 429
[1] C. PÉREZ BUSTAMANTE, Don Antonio de Mendoza, pág. 194. <<
Página 430
[2] Cartas de Indias, Madrid, 1877, núm. 46, pág. 256. <<
Página 431
[3] PUGA, Cedulario, II, 7. <<
Página 432
[4] Ibidem, II, 10. <<
Página 433
[5] PUGA, Cedulario, II, 14-18. <<
Página 434
[6] Cartas de Indias, Madrid, 1877, carta núm. 47. <<
Página 435
[7]Véanse los materiales publicados por ICAZA, Diccionario autobiográfico de
conquistadores y pobladores de Nueva España, Madrid, 1923, 2 vols. <<
Página 436
[8] PUGA, Cedulario, II, 20-24. <<
Página 437
[9]
Colec. Docs. América, XLI, 149. He citado la predicción de Betanzos en el cap. III,
pág. 108 de esta obra. <<
Página 438
[10]
La interdependencia señalada se encuentra también en la carta de 15 de febrero de
1552 que escribió fray Pedro de Gante al Emperador (Cartas de Indias, Madrid,
1877, núm. 18). Acusaba la aparición del alquiler con independencia de la
encomienda: «hacen a estos indios que se alquilen contra su voluntad». El mismo
proceso puede advertirse en el Perú bajo el gobierno del virrey Toledo: véase TORRES
SALDAMANDO, Cabildos de Lima, II, 112, y MEANS, Fall of the Inca Empire, New
York, 1932, pág. 164. <<
Página 439
[11]
He citado ya una parte de este documento en el cap. II, al hablar de la primera
época del gobierno de Mendoza. <<
Página 440
[12]«Es necesario que les tasen las comidas y se tenga en cuenta con lo que les dan
los indios, porque lo de los corregidores y ministros de justicia está muy apretado y
entre clérigos muy largo; en especial lo que toca el tratar y contratar con los indios
que están a su cargo». Mendoza, por lo tanto, no desconocía la carga económica que
para los indios significaba la educación cristiana; no todos los abusos venían de
encomenderos, colonos y justicias seglares. <<
Página 441
[13]
Colec. Docs. América, VI, 484. Véase también Bibl. Nac. de Madrid, Ms. núm.
2816, fol. 127. <<
Página 442
[14]«por un capítulo de las dichas leyes nuevas, está proveído e mandado que no haya
ni se consienta haber traspaso de pueblos de indios, ni por vía de venta ni compra, ni
por donación ni por otro título ni causa, ni debajo de cualquier color que sea, verlo
heis, e mandarle heis guardar, cumplir y ejecutar, como en ella se contiene, porque la
dicha ley nunca por Nos ha sido revocada, ni tal intención hemos tenido». <<
Página 443
[15] Colec. Docs. América, XXIII, 520 y sigs. <<
Página 444
[16] PUGA, Cedulario, II, 67. <<
Página 445
[17] Ibidem, II, 70. <<
Página 446
[18] Década VII, lib. X, cap. XIII, pág. 234. <<
Página 447
[19] «Lo que afirma HERRERA, aunque no he hallado decisión Real, que lo pruebe,
tengo por cierto», y que este virrey ni antes ni después de las nuevas leyes
encomendó indios» (Tratado de Confirmaciones Reales, fol. 16 v.). Rebate en este
mismo lugar un error del PALENTINO, quien confundía el despacho de Ratisbona con
la facultad de proveer encomiendas vacantes. <<
Página 448
[20] PUGA, Cedulario, II, 83. <<
Página 449
[21] Ibidem, II, 104. <<
Página 450
[22]Ibidem, II, 108, y Colec. Docs. América, XVIII, 476. En 1549 se había ordenado
la tasación del Nuevo Reino de Granada. (Biblioteca Nac. de Madrid, Ms. 3045 fol.
890). <<
Página 451
[23]Motolinía escribía en 1550 (CUEVAS, Documentos, pág. 161): «en esta Nueva
España los más de los pueblos están tasados. Algunos pueblos su tasación es
conforme a la intención de V. M., y otros no. La razón es que al principio hubo yerro,
porque fueron agraviados poniéndoles más de lo que podían buenamente dar, y otros,
aunque fueron bien tasados, por las muertes y pestilencias que han sucedido. Y
también los pueblos que fueron tasados en manta, que al principio eran pequeñas
cuando comenzaron a tributar y agora hácenselas dar tan grandes, que son más diez
que no veinte de las que daban al principio y aun en la anchura dellas han crecido
tanto, que las mujeres reciben notable daño y trabajo en tejerlas y hase hallado mal
parir por ello, y esta tasación se debería hacer por personas expertas y de conciencia,
puestas por ambas partes… y queden los indios sin pleito, porque aunque sean de
poco interese se los hacen ordinarios y se les siguen daño y costas». Motolinía pedía
que hubiera algunos indios caciques o principales exentos de tributo, al igual que en
España había ciertos caballeros e hidalgos exentos: «justo es que en la república haya
diferencias de personas y estados y no han de ser todos de una tijera». <<
Página 452
[24] Colec. Docs. América, XIX, 204. <<
Página 453
[25] PUGA, Cedulario, II, 120. <<
Página 454
[26] Colec. Docs. América, XVIII, 14. <<
Página 455
[27] PUGA, Cedulario, II, 138, <<
Página 456
[28] Ibidem, II, 146. <<
Página 457
[29] Ibidem, II, 149. <<
Página 458
[30] Ibidem, II, 150. <<
Página 459
[31] Ibidem, II, 152. <<
Página 460
[32] Ibidem, II, 168. <<
Página 461
[33] Ibidem, II, 183. <<
Página 462
[34] Ibidem, II, 185. <<
Página 463
[35] Ibidem, II, 195. <<
Página 464
[36] ENCINAS, Cedulario, II, 203. <<
Página 465
[37] PUGA, Cedulario, II, 204, <<
Página 466
[38] Ibidem, II, 213: «a Nos se ha hecho relación que los indios desa tierra reciben
grandes agravios en los pueblos donde no están tasados, así como es en la costa del
mar del sur, Colima y Pánuco y en otras artes, y que convenía que se tasasen para que
supiesen lo que habían de pagar y no se llevase más, y que las personas que fueren a
hacer las dichas tasaciones habían de tener cuenta de ver lo que puedan dar los tales
indios a sus encomenderos o a su majestad, con lo que ellos dan a sus caciques en
tomines o en mantas o sementeras o servicios personales, que dizque son en algunas
partes tanto que podría pasar por tributo, y que también se había de tasarlo que dan a
los gobernadores, porque dizque en esa ciudad de México dan a don Diego más de
tres mil pesos, e Tlatilulco e Xilotepeque más de mil e quinientos a cada uno, y que
con esto dan su tributo entero, e que asimismo se había de tener cuenta con lo que
dan a los alcaldes y a las otras justicias, y a los clérigos y religiosos que en sus
pueblos residen, y lo que trabajan en hacer sus monasterios e iglesias, y lo que dan
para ornamentos, y lo que les hace trabajar para que sean sus comunidades
acrecentadas, y lo que trabajan en las obras públicas, así de su pueblo como de
México; los que están en la ciudad o en su comarca, porque no solamente los hacen
servir con sus personas, pero han de poner de su casa todos los materiales y los han
de comprar y todas las herramientas, y que no dan los españoles para esto cosa
alguna, y que todas estas cosas se habían de sumar cuando se tasase algún pueblo,
porque teniendo cuenta con tantas cosas como se piden y cargan a los indios fuera de
tributo, se moderasen en la tasación dél, e porque conviene que luego se envíe
persona de confianza a tasar lo que no estuviere tasado, vos mando que con toda
brevedad enviéis una persona en quien tengáis satisfacción a las partes de suso
declaradas y a las otras donde supiéredes que no está tasado lo que los indios han de
dar, para que tase los tributos que hubieren de darlos dichos indios conforme a la ley
por su majestad hecha cerca de la dicha tasación… y tenga consideración en las
tasaciones que hiciere a lo arriba dicho y a que si con los dichos servicios reciben
algún agravio los dichos indios, se tase también…». Sobre las diversas cargas de tipo
económico que la colonización había impuesto a los indios conviene consultar la
Relación del arzobispo de México al Consejo de Indias de fecha 15 de mayo de 1556
(Colec. Docs. América, IV, 491): el documento revela la lucha entablada entre el
clero secular y los frailes con motivo de la imposición de diezmos a los indios; el
arzobispo, con gran precisión jurídica, establece la diferencia entre el diezmo y el
tributo; al mismo tiempo explica el origen de las cajas de comunidad en Nueva
España; institución que debía servir para los gastos públicos del lugar indio, pero que
el autor del parecer estimaba en su época desvirtuada, porque de tales fondos se
aprovechaban los religiosos y los caciques. Sobre la institución de las cajas de
Página 467
comunidad puede consultarse la Recopilación de Indias, tít. 4, lib. VI, que legisla
sobre ella con amplitud. <<
Página 468
[39] PUGA, Cedulario, II, 214. <<
Página 469
[40] Cartas de Indias, caja 2, núm. 81, Archivo Histórico Nacional, Madrid. <<
Página 470
[41] Cartas de Indias, Madrid, 1877, núm. 49, pág. 263. <<
Página 471
[42] CUEVAS, Documentos, pág. 203. <<
Página 472
[1] Colec. Docs. América, II, y PUGA, Cedulario, II, 229. <<
Página 473
[2]Titulada «Breve y Sumaria relación de los señores y maneras y diferencias que
había de ellos en La Nueva España y en otras provincias, sus comarcas, y de sus
leyes, usos y costumbres y la forma que tenían en tributar a sus vasallos en tiempo de
su gentilidad, y la que después de conquistadas se ha tenido y tiene en los tributos
que pagan a S. M. y a otros en su real nombre, y en el imponerlos y repartirlos, y de
la orden que se podrá tener para cumplir con el precepto de los diezmos…» (Colec.
Docs. América, II, 103-124). <<
Página 474
[3] CUEVAS, Documentos, pág. 221. <<
Página 475
[4] Ibidem, pág. 235. <<
Página 476
[5]ALAMÁN, Disertaciones, II, apéndice II. El testamento se encuentra publicado
también en la Colec. Docs, inéditos para la Historia de España, IV, 239. <<
Página 477
[6] MUÑOZ, Colección, XLII, fol. 35. <<
Página 478
[7] Sobre otras manifestaciones similares y su explicación, véase mi estudio: Las
instituciones jurídicas, cap. VI, págs. 82-87. <<
Página 479
[8] PUGA, Cedulario, II, 246. <<
Página 480
[9]Ibidem, II, 247: «quanto a lo que decís que en lo de los encomenderos os está
mandado que los tributos que los indios dieren sean de los frutos naturales e
industriales que tuvieren, y que lo que principalmente tienen de su cosecha es
bastimentos, e que en todos los pueblos de los españoles hay necesidad muy grande
dellos, y obligados los indios por tasación a ponerlos a su costa, era proveerlos con la
menos vejación e molestia que se entendía, porque de otra manera sena con mucha
dificultad e trabajo, aunque sea con mucho interese y aprovechamiento suyo, vienen
los indios a traer los bastimentos a los pueblos de los españoles; e que os parecía ser
conveniente y necesario que todo lo principal de las tasaciones fuesen bastimentos, y
que a su cosa los pusiesen en los pueblos de los españoles, y que demás de la
necesidad, que os movió a ello, lo que está proveído en este caso por un capítulo de
las ordenanzas reales dadas para esa Nueva España sobre el buen tratamiento de los
naturales della, fechas en Toledo a cuatro de diciembre de 1528 años, escritas en
pergamino de cuero, por el cual se manda que los indios pongan los tributos de sus
encomenderos en los lugares donde residieren, con que no exceda de las veinte leguas
de los pueblos y que hasta agora no se ha sabido que haya muerto ningún indio por
traer los tributos, ni se han ocupado en ello la cantidad de indios que se nos hizo
relación, ni otros indios, sino son los de las comarcas, que no están tan lejos como acá
se informó y que se hará como se os envió a maridar, aunque dello se entiende que se
han de seguir inconvenientes, especialmente de falta y carestía de bastimentos;
cumpliréis en esto lo que postreramente os está mandado, sin embargo de lo que
decís». <<
Página 481
[10] Ibidem, II, 249. <<
Página 482
[11] Ibidem, II, 251. Véase la ley 5, tít. 12, lib. V de la Recop. <<
Página 483
[12]Sobre la visita del primero se encuentran algunas disposiciones en el Cedulario
de PUGA, II, 155, 172, 215, 233 y 276. La última cédula informa que la Corona había
perdido cerca de ochenta mil pesos anuales por efecto de las tasaciones y reducción
de tributos efectuadas por Ramírez. <<
Página 484
[13] Archivo de Indias. Patronato 231 núm. 4, ramo 6. <<
Página 485
[14] Publ. por CUEVAS, Documentos, 183. <<
Página 486
[15] Archivo de Indias, México, 256. <<
Página 487
[16]Más adelante, en el cap. IX, examinaré el contenido económico de algunas de
estas tasaciones. <<
Página 488
[17]Este ejemplo era de tasación de tributos del rey, pero el sistema era el mismo en
los casos de tributos de encomiendas. Sobre los tributos de los indios de la ciudad de
México hemos de volver al estudiar la visita de Valderrama, en este mismo capítulo.
El expediente completo en Archivo de Indias, Patronato 182, r. 2. <<
Página 489
[18] Colec. Docs. América, VII, 250. <<
Página 490
[19] Ibidem, VII, 279. <<
Página 491
[20] Ibidem, XVIII 489. <<
Página 492
[21] Ibidem, IV, 449. <<
Página 493
[22] Archivo de Indias. Patronato 231, núm. 7, ramo 3. <<
Página 494
[23] Colec. Docs. América, XVIII, 553. <<
Página 495
[24] Carta de 10 de junio de 1560, SERRANO SANZ, Vida y escritos de Zorita, pág. 409.
<<
Página 496
[25] Colec. Docs. América, VII, 57. <<
Página 497
[26] Archivo de Indias, Patronato 231, núm. 7, ramo 14. <<
Página 498
[27] Colec. Docs. América, XI, 29. <<
Página 499
[28]Archivo de Indias, Relación de las tasaciones de los pueblos de la Corona en
Nueva España, hecha por MELCHOR DE LEGASPI, Patronato 182, ramo 40. Véase
también la carta del virrey Martín Enríquez de 23 de septiembre de 1575. (Cartas de
Indias, págs. 307-308. Sin embargo, una opinión del oidor Puga, que después citaré,
demuestra que esta norma de tributación no carecía de excepciones. <<
Página 500
[29] Colec. Docs. América, XIX, 151-179. <<
Página 501
[30] ANTONIO DE LEÓN, Tratado de Confirmaciones, fol. 111 v. <<
Página 502
[31] Ibidem, fol. 112. <<
Página 503
[32]
Véase Colec. Docs. América, XI, 186, capítulos por fray Francisco de Mena, y
Archivo de Indias, Patronato 231, n. 4, r. 17. <<
Página 504
[33]
Véase Ordenanzas, por Domingo Martínez de Irala, Asunción, 14 de marzo de
1556. (Bibl. Nac. de Madrid, ms. 20, 115). <<
Página 505
[34]
Instrucción dada en Méjico a los corregidores y alcaldes mayores sobre el modo
con que deben mandar, 1571, Archivo de Indias, Patronato 182, ramo 39. <<
Página 506
[35] Colec. Docs. América, XII, 521. <<
Página 507
[36] Bibl. Nac. Madrid, ms. núm. 8.553, fol. 70, y Colec. Docs. América, VI, 166-177.
<<
Página 508
[37] Bibl. Nac. Madrid, ms. núm 8.553, fol. 74. <<
Página 509
[38] Colec. Docs. América, IV, 440. <<
Página 510
[39] Archivo de Indias, Patronato 182, ramo 2. <<
Página 511
[40] Este intento de elevar los tributos fue uno de los puntos más delicados que
comprendió la visita de Valderrama. A continuación veremos algunas opiniones sobre
este aumento y el resultado final. <<
Página 512
[41] Archivo de Indias, Patronato 231, núm. 1, ramo 9. <<
Página 513
[42] Archivo de Indias, Patronato 231, núm. 4, ramo 11. <<
Página 514
[43] Bibl. Nac., ms. núm. 19692, fol. 255. Firmaron fray Alonso de Molina, fray
Diego de Olarte, ministro provincial, y Juan Focher, fray Miguel Navarro. Resumían
la consulta en estos términos:
«El orden que presente se tiene en las cuentas y tasaciones de pueblos de indios, es
nombrar persona que cuente los indios que hay en el tal pueblo y haga información de
la calidad de la tierra, y aprovechamiento della, y la envíe con su parecer de lo que
cada tributario podrá dar sin vexación. Vista en el Audiencia la dicha información y
parecer, tasan lo que cada tributario debe pagar al rey, o a su encomendero, y hacen
de todos los tributarios un número, diciendo pague tal pueblo en cada un año tanto, y
para pagar lo repartan a cada tributario tanto. Exemplo: pongamos que en el pueblo
que se tasa hay. 4000 vecinos tributarios enteros reduciendo los medios tributarios a
enteros, y que parece al Audiencia que cada uno debe pagar un peso y media hanega
de maíz para la doctrina y para el rey o encomendero, y tomín y medio para su
comunidad. Dicen en el auto: pague de aquí adelante tal pueblo 4000 pesos y 2000
hanegas de maíz a su encomendero en cada un año, y para pagar lo repartan a cada
indio casado un peso y media hanega de maíz, y el dicho tomín y medio y no otra
cosa alguna, y al viudo o soltero la mitad».
«Deséase saber si es buen orden este, o si sería mejor que sin contar los tributarios
que hay dijese el auto: cada indio casado de los que hay o oviere en tal pueblo, de
aquí adelante hasta que otra cosa se provea pague a S. M. o a su encomendero un
peso y media hanega de maíz, y a la comunidad el dicho tomín y medio, y el viudo o
soltero la mitad y no otra cosa alguna, so pena que el que más cobrare dellos pierda
los indios, etc. El ejemplo se pone aquí en peso y media hanega de maíz y en tomín y
medio. Lo mismo será en cualquiera otra cantidad o especie que al Audiencia
pareciere se debe mandar pagar a cada tributario del pueblo que se contare y tasare
según la calidad de la tierra y posibilidad de los indios».
«Item, se desea saber si en caso que al Audiencia le parezca que un pueblo puede dar
buenamente mil o dos mil hanegas de maíz, según el número de los vecinos y
fertilidad de la tierra, si va bien por el orden que ahora, mandando que cada tributario
pague tanto maíz, o si sería mejor que hiciesen de común una sementera, de donde se
cogiese aquella cantidad que han de dar todos, y si menos se cogiere della, se supla
de otra parte, y si más se cogiere quede para su comunidad».
«Item, se desea saber si lo que han de dar los indios para su comunidad es bien que
cada uno dé un tanto, como ahora se hace, dando un real o real y medio, o dos reales,
o si será mejor que hiciesen de común una sementera, de donde se coja tanto maíz,
Página 515
que vendido se saque dello otra tanta cantidad como montaría echándoles el tributo
en dinero».
«Item, en caso que parezca mejor orden que para su comunidad hagan sementeras de
común, se desea saber si será bien decir que sean las sementeras de donde se cojan
tantas hanegas de maíz y no más, o si será mejor decir que se hagan tantas sementeras
que por lo menos se cojan tantas hanegas, dejándoles en su libertad poderlas hacer
mayores, si quisieren, y que todo lo que se cogiere sea para la dicha comunidad». <<
Página 516
[44] Bibl. Nac. de Madrid, ms. núm. 19692, fol. 36. <<
Página 517
[45] Colec. Docs. América, IV, 355-372. <<
Página 518
[46] Ibidem, IV, 373-377. <<
Página 519
[47] Véase más adelante la referencia en el cap. IX. <<
Página 520
[48] Carta del virrey Martín Enríquez, Cartas de Indias, Madrid, 1877, págs. 307-308.
<<
Página 521
[49]
Bibl. Nac. de Madrid, ms. núm. 3045, fol. 175. Sobre las incorporaciones en Perú
cons. TORRES SALDAMANDO, Cabildos de Lima, II, 100, 109, 112. <<
Página 522
[50]Archivo de Indias, Patronato 182, ramo 2: indios de México, Cholula, Tescoco,
Chalco, Sochimilco, pueblos de la laguna de Michoacán, etc, Véase más adelante el
cap. IX. <<
Página 523
[51]Cartas de Indias, núm 44, pág. 249. La Corona llegó a vender algunas
encomiendas. En un capítulo posterior veremos que se hablaba de mercedes «a título
oneroso». Otra práctica contribuyó a desvirtuar la finalidad de las encomiendas, a
saber, el darlas a gentes de España con dispensa de residir en las Indias. La
importancia de esta desviación para las encomiendas del Perú ha sido estudiada por
T. SALDAMANDO, op. cit., II, 119. En una lista que después inserto, puede
comprobarse lo mismo en las encomiendas de Nueva España. <<
Página 524
[52] Bibl, Nac. de Madrid, ms. núm. 12179, fol. 56. <<
Página 525
[53]
Adviértase la importante reducción que habían sufrido las encomiendas. La
mayor parte de los repartimientos del virreinato eran ya de la Corona. En el cap. IX
ampliaré los datos estadísticos. <<
Página 526
[54]Véase, por ejemplo, la concesión de una vida más en encomiendas, mediante
composiciones del interesado con la Corona, cédula de 8 de abril de 1629, Bibl. Nac.
de Madrid, ms. 3047, folio 126. <<
Página 527
[55] PUGA, Cedulario, II, 67-68. <<
Página 528
[56] Colec. Docs. América, XVIII, 371: Real cédula, Madrid, 5 de marzo de 1565. <<
Página 529
[57]
Ibidem, XVIII, 61: Real cédula a la Audiencia de la Plata, Madrid, 18 de abril de
1566, <<
Página 530
[58]Ibidem, XVIII, 525: cédula para el Nuevo Reino de Granada, Popayán, Perú y
Chile, Madrid, 13 de julio de 1578. Sobre el cobro del quinto en Perú, véase TORRES
SALDAMANDO, Cabildos de Lima, II, 106. Cita una cédula del año 1550 como base de
esa práctica. <<
Página 531
[59] Cabildos de Lima, II, 99 y sigs. <<
Página 532
[60] Colec. Docs. América, XXIII, 468. <<
Página 533
[61]
TORRES SALDAMANDO, op. cit., II, 104. Las instrucciones que la Corona dio a La
Gasca se encuentran en la Colec. Docs. América, XXIII, 507, 516 y 563. <<
Página 534
[62] TORRES SALDAMANDO, op. cit., II, 105. <<
Página 535
[63] Ibidem, II, 105-106. <<
Página 536
[64]
Ibidem, II, 107. Véanse las instrucciones dadas a este virrey en Colec. Docs.
América, XXIII, 548. <<
Página 537
[65] TORRES SALDAMANDO, op. cit., II, 110. <<
Página 538
[66] Ibidem, II, 113. <<
Página 539
[67] Ibidem, II, 115. <<
Página 540
[68] Ibidem, loc. cit. <<
Página 541
[69] Ibidem, II, 117. <<
Página 542
[70] Ibidem, II, 119. <<
Página 543
[71]
ENCINAS, Cedulario, II, 210, carta de 3 de junio de 1555. Igual petición para el
Perú se halla en el escrito del licenciado Juan de Aguilar, apoyado por religiosos.
Véase TORRES SALDAMANDO, op. cit., II, 122. <<
Página 544
[72] Ibidem, cédula de 4 de marzo de 1607. <<
Página 545
[73]ANTONIO DE LEÓN, Tratado de Confirmaciones, cap. IV, in fine. ORS Y CAPDEQUÍ
en sus Instituciones sociales, pág. 87, advierte que este derecho a la quinta vida
resulta contrariado más tarde por una cédula del año 1659 (Archivo de Indias, Ind.
general 139-7-10, t. I, fol. 84) que ordenó que sólo se admitiera la composición en
encomiendas que estuvieran en primera y segunda vida. <<
Página 546
[74] Cartas de Indias, caja 3, núm. 52. Archivo Histórico Nac., Madrid. <<
Página 547
[75]OTS Y CAPDEQUÍ (Instituciones sociales, pág. 86), cita en este sentido las leyes 14
y 15 del tít. 11, lib. VI de la Recop. de Indias, y al final de dicho título y libro una
declaración del Consejo de Indias referente a encomiendas, «que se hubieren dado
[en Nueva España] del año 1607 a esta parte». Pero esto no aclara si tales
encomiendas las había concedido el virrey o directamente el rey; de modo que si bien
no cabe dudar de que hubo encomiendas nuevas en México entrado el siglo XVII, no
se comprueba que los virreyes ejercieran la facultad de proveerlas. Por otros
documentos de la época puede conocerse la práctica que regía en la provisión de
encomiendas de Nueva España, y resulta que el rey otorgaba las mercedes de
pensiones y encomiendas de indios, y en virtud de esto, cuando había indios vacos,
los virreyes y gobernadores «situaban» la encomienda, o sea hacían efectiva la
merced, poniendo al beneficiario en posesión de los frutos; aunque algo larga,
conviene incluir la siguiente relación sobre «personas que gozan renta en indios de la
Nueva España, y otras a quien se ha dado y no están situadas» (Bibl. Nac., Madrid,
ms. núm. 2939, fol. 122): adviértase que entre los favorecidos figura el jurista indiano
don Juan de Solórzano y Pereira: «1. Por cédula Real goza en estos reinos doña
Jusepa Bacan Castro la encomienda que heredó de su padre en la Nueva España, que
es la que se encomendó a don Antonio Velázquez de Bacan en virtud de cédula del
año 1585, en que S. M. le hizo merced de cinco mil pesos de minas de a cuatrocientos
cincuenta maravedís cada uno, en indios de Nueva España, conforme a la ley de la
sucesión, y la goza en estos reinos en virtud de cédula Real, y tiene facultad para en
caso de que no tenga hijos pueda disponer la una vida dellas porque hoy la tiene, y
esto se le concedió por cédula de 23 de octubre de 1640. 2. Por cédula de 18 de junio
de 1622 hizo S. M. merced al licenciado Luis de Salcedo, del Consejo y Cámara de
Castilla de dos mil pesos de renta en cada un año en indios de Nueva España,
conforme a la ley de la sucesión, poniéndose por su parte y de los sucesores en esta
renta, escudero… sin obligación de residencia ninguna de las personas que gozaren
della. Y por otra cédula de 31 de marzo de 1623, tuvo por bien que se mudase esta
renta a la provincia de Guatemala, para que allí se le situase. Por otra cédula de
primero de octubre de 1624 se le concedió que su vida y la de su mujer se reputare
por una, y después del último que dellos muriese, gozase desto uno de sus sobrinos,
hijos del capitán García de Muriel, su cuñado, el que él escogiese y nombrase. Por
otra cédula de 10 de marzo de 1625 confirmó S. M. los indios que el presidente de
Guatemala le encomendó en virtud de dicha cédula y para su cumplimiento, y le hizo
merced de 2.000 pesos de pensiones que tenían de carta los indios y le dió para que
los gozase con los demás. Por cédula de 10 de octubre de 1630 dió S. M. aprobación
del nombramiento que el dicho licenciado Luis de Salcedo, difunto, hizo en virtud de
la dicha cédula en don Luis Muriel Salcedo y Valdivieso, su sobrino, para gozar de
Página 548
estos 2.000 pesos de renta. 3. El señor don Luis de Paredes tiene 1.000 ducados de
renta por su vida en indios de Yucatán, por merced de 26 de febrero de 1629. 4. Por
cédula de 16 de febrero de 1635 hizo S. M. merced al señor don Lorenzo Ramírez de
Prado de 1.000 pesos de renta ensayados en indios de Nueva España conforme a la
ley de la sucesión situóselos el virrey y confirmóselos el Consejo en el año de 1636.
No dicen los despachos que los goce en estos reinos, y por cédula de 15 de marzo de
1639 le prorrogó S. M. esta merced por una vida más de las dos, porque la tiene con
calidad que pueda disponer de todas a falta de sucesión. 5. Por cédula del 7 de abril
de 1637, hizo S. M. merced al señor don Juan de Solórzano Pereira de 1.000 ducados
de renta en cada año por dos vidas, en indios de Guatemala en cabeza del señor don
Fernando de Solórzano, su hijo mayor, en quien han de empezar a correr. No se sabe
que esta renta esté situada, no dice el despacho que la goce en estos reinos. 6. Por
cédula del 12 de junio de 1636, S. M. hizo merced a don Francisco de Castillo
Alvarado, de su Consejo de Hacienda, de 1.500 ducados de renta por dos vidas, en
indios vacos de Guatemala o Yucatán, donde primero los hubiese vacos, sin
obligación de residirlos él y sus sucesores, poniendo escudero que cumpla con las
cargas de encomendero, sucedióle en la segunda vida doña Violante de Aragón y
Guzmán, su mujer, a quien se ha situado un pedazo de renta en Yucatán y este de
1640 se la ha prorrogado S. M. por una vida más. 7. Por otra cédula de 20 de mayo de
1637, S. M. hizo merced a don Fernando Enríquez de Toledo de la futura sucesión de
las dos encomiendas de indios que están en Nueva España en cuarta vida, y las
poseen don Jorge de Alvarado y don Juan de Samario, para que las goce por dos
vidas don García Alvarez de Toledo, su hijo mayor, hasta en cantidad de 2.000
ducados de renta. No consta haya entrado en el goce, ni dice el despacho que lo haya
en estos reinos, y en el ínterin que entra a gozar, mandó S. M. se le acudiese en un
cada año a don Fernando con 1.200 de efectos del Consejo y por orden de S. M. del
22 de enero de 1639 le ha hecho merced de prorrogarse la encomienda por una vida
más, y que desta y las otras dos pueda disponer, a falta de sucesión. 8. Por cédula del
2 de septiembre de 1638, S. M. hizo merced a don Francisco Antonio de Alarcón, del
Consejo y Cámara de Castilla, de 1.000 ducados de renta por dos vidas, en indios de
Guatemala y Yucatán, donde primero vacaren. No se sabe estén situados y las cédulas
no dicen las goce en estos reinos. 9. Por cédula del 25 de octubre de 1630, S. M. hizo
merced a doña Leonor de Luna, condesa de Salvatierra, de 3.000 ducados de renta en
indios vacos, mil en cabeza del conde de Salvatierra, su hijo, y 2.000 en la de don
Diego Sarmiento, y por cédula del 11 de agosto de 1637, S. M. hizo merced al dicho
don Diego, del pueblo de indios de Chiquimusa desta costa, que vacó en Guatemala
por muerte de don Jorge de Alvarado, para que en él se situase lo que faltaba, a
cumplimiento de 3.000 ducados, por haberle cedido su hermano los mil referidos
sobre lo que ya tenía en Cartagena y Popayan. Por dos vidas goza en estos reinos. 10.
A don Andrés Criado de Castilla se le hizo merced los años de 1616 de 2.300 ducados
de renta en indios de Guatemala, que casi le estaría acabado de situar, y en cédula del
Página 549
año de 1623 para gozarlos en estos reinos seis años, contados desde el día que se le
habían de efectuar en merced. A 24 de septiembre de 1640. 11. El año de 1643, por
junio, confirmó S. M. al dicho don Francisco Antonio los indios que le dió el
presidente de Guatemala para su cumplimiento mil ducados por dos vidas, y mandó
S. M. se le situaran de por sí para el diezmo, doctrinación, escudero y más cargas, y
se le prorrogó por una vida más y dió facultad para nombrar en segunda vida a la hija
que quisiere, y permitió que todos los sucesores lo gocen en estos reinos». Sobre el
estado de las encomiendas vacas en Nueva España a principios del siglo XVII
consúltese más adelante, en el capítulo IX, una certificación de Salazar de Barahona,
de fecha 15 de noviembre de 1611. <<
Página 550
[76] Mismas leyes de la Recop. citadas. <<
Página 551
[77] TORRES SALDAMANDO, op. cit., II, 120. <<
Página 552
[78] Colec. Docs. América, VIII, 484. <<
Página 553
[79]Cédula de El Pardo de 26 de septiembre de 1575; después, ley 7, tít. 6, lib. IV de
la Recop. de Indias. Y ley 14, tít. 3, lib. III de la misma Recop. Véase mi estudio: Las
instituciones jurídicas, cap. XVII. <<
Página 554
[1] Democrates Alter, pág. 359. <<
Página 555
[2]Del texto de la disputa, según la Colección de Tratados de LAS CASAS, no resulta
ningún párrafo especial sobre repartimientos. <<
Página 556
[3] Historia verdadera, II, págs. 570 y sigs., cap. CCXI. <<
Página 557
[4]
En este párrafo de LAS CASAS se advierte el antiguo concepto de la ley natural
como valor independiente y superior a los poderes temporales de los reyes. <<
Página 558
[5]
Otra aplicación que hacía LAS CASAS del Derecho natural en defensa de los indios.
<<
Página 559
[6] ICAZBALCETA, Colección, II, 595. <<
Página 560
[7]
Publ. en la edic. reciente del P. GETINO del Regimiento de los Príncipes de SANTO
TOMÁS, apartado V, pág. 254, vol. V de la Biblioteca de Tomistas Españoles,
Valencia. <<
Página 561
[8]Publ. en Anuario dé la Asoc. Francisco de Vitoria, IV, página 238. Sobre la venta
de las encomiendas recuérdese el memorial de Martín de Irigoyen, citado en el cap.
anterior. <<
Página 562
[9]Parecer razonado de un teólogo desconocido, publ. por CUEVAS, Documentos,
pág. 176. El documento proviene del Archivo de Indias, 60-2-16. <<
Página 563
[10] Colec. Docs. América, VII, 254. <<
Página 564
[11]LAS CASAS, como veremos poco después, no admitió la encomienda justificada
por medio del argumento de la cesión de los tributos del rey. Consideraba lícitos éstos
cuando el rey los cobraba para sí, pero ilícitos si los llevaban los encomenderos. <<
Página 565
[12] Colec. Docs. América, VII, 348. <<
Página 566
[13] Colec. Docs. América, VII, 362. <<
Página 567
[14] Colec. Docs. América, VII, 290. <<
Página 568
[15] Colec. Docs. América, IV, 141-146. <<
Página 569
[16] Cartas de Indias, caja 2, núm. 5, Archivo Histórico Nacional, Madrid. <<
Página 570
[17] Véase HERRERA, Década VIII, lib. X, cap. XXVIII, pág. 241. <<
Página 571
[18] ICAZBALCETA, Colección, II, 231. <<
Página 572
[19] HERRERA, loc. cit. <<
Página 573
[20] Loc. cit. <<
Página 574
[21] Cartas de Indias, caja 2, núm. 6, Archivo Histórico Nacional, Madrid. <<
Página 575
[22] Cartas de Indias, caja, 2, núm. 30, Archivo Histórico Nacional, Madrid. <<
Página 576
[23] Cartas de Indias, caja 1, núm. 36, Archivo Histórico Nacional, Madrid. <<
Página 577
[24]Loc. cit. TORRES SALDAMANDO, Cabildos de Lima, II, 123, cita un parecer del
virrey Toledo, en el cual se mostraba contrario a la concesión general de la
perpetuidad, pero aceptaba que hubiera algunas casas nobles y ricas, como en todo
reino organizado. <<
Página 578
[25] Colec. Docs. América, XI, 181. <<
Página 579
[26] Ibidem, XI, 37. <<
Página 580
[27]TORRES SALDAMANDO, Cabildos de Lima, II, 123. En relación con este problema
recuérdese la opinión de Hernando de Santillán, citada en el capitulo anterior. <<
Página 581
[28]Hemos visto que cuando se preparaba la visita de Valderrama el Consejo trató de
la perpetuidad entre otros temas. <<
Página 582
[29]Véase SERRANO SANZ, Vida y escritos de Zorita. Colec. de libros y documentos
referentes a la historia de América, IX, 86. Madrid, 1909. <<
Página 583
[30] Colec. Docs. América, IV, 446. <<
Página 584
[31] ICAZBALCETA, Colección, II, 237. <<
Página 585
[32] Colección, XLII, 5. <<
Página 586
[33]
CHIRINO, Historia [inédita], lib. I, cap. XX, en la propia Colección de MUÑOZ, y
COLIN, Labor Evangélica, lib. II. <<
Página 587
[34]Biblioteca de la Catedral de Sevilla, papeles varios I, Est. F. Tab. 36, núm. 9. En
el Archivo de Indias, Indiferente, 1624, existe un expediente muy completo sobre la
perpetuidad. Contiene, entre otros documentos importantes, la instrucción para los
Comisarios del Perú, cartas de éstos, otros documentos de Nueva España, etc. <<
Página 588
[1]Historia de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada, 1568, Edic. Acad. de la
Historia, Madrid, 1916, lib. I, cap. VIII, páginas 89-92. <<
Página 589
[2]
Gobierno del Perú (obra anterior al año de 1573). Edic, Buenos Aires, 1910, lib. I,
caps. I al XXXVII. <<
Página 590
[3] Op. cit., pág. 13. <<
Página 591
[4] Ibidem, págs. 28-29. <<
Página 592
[5] Ibidem, pág. 29. <<
Página 593
[6] Ibidem, pág. 30. <<
Página 594
[7] Ibidem, loc. cit. <<
Página 595
[8] Ibidem, loc. cit. <<
Página 596
[9] Ibidem, pág, 39. <<
Página 597
[10] Ibidem, pág. 41. <<
Página 598
[11] Ibidem, pág. 44. <<
Página 599
[12] Ibidem, pág. 46. <<
Página 600
[13] Ibidem, pág. 50. <<
Página 601
[14] Ibidem, pág. 52. <<
Página 602
[15] Ibidem, pág. 57. <<
Página 603
[16] Ibidem, págs. 57-58. <<
Página 604
[17] Ibidem, pág. 61. <<
Página 605
[18] Ibidem, loc. cit. <<
Página 606
[19] Ibidem, pág. 62. <<
Página 607
[20] Ibidem, pág. 64. <<
Página 608
[21] Arte de Contratos, Valencia, 1573, lib. III, tít. III, fols. 45 v.-48 v. ALBORNOZ se
intitula «estudiante de Talavera». Dedicó su estudio a don Diego Covarrubias de
Leiva, obispo de Segovia. <<
Página 609
[22] Ibidem, fol. 46 v. <<
Página 610
[23] Ibidem, fol. 47. <<
Página 611
[24] Ibidem, loc. cit. <<
Página 612
[25] Ibidem, fol. 48 v. <<
Página 613
[26] Ibidem, loc. cit. <<
Página 614
[27]
Edic. Madrid, 1630; hay edición facsimilar de la Facultad de Filosofía y Letras de
Buenos Aires, 1922. <<
Página 615
[28] Op. cit., parte I, cap. XVIII. <<
Página 616
[29] Ibidem, caps. XIX y XX. <<
Página 617
[30] ENCINAS, Cedulario, II, pág. 221. <<
Página 618
[31]
Citaba a ENCINAS, Cedulario, II, 156: Céd. de Valladolid, de 29 de septiembre de
1555. <<
Página 619
[32]Tratado de Confirmaciones Reales, caps. III (sucesión de las encomiendas del
Perú), IV (sucesión de las de Nueva España), y V (de la ley general de la sucesión y
sus declaraciones). <<
Página 620
[33] Ibidem, fol. 24. <<
Página 621
[34] ENCINAS, Cedulario, II, 203. <<
Página 622
[35] Ibidem, II, 204. <<
Página 623
[36] Ibidem, II, 207. <<
Página 624
[37] Ibidem, II, 208. <<
Página 625
[38] Ibidem, II, 205. <<
Página 626
[39] Ibidem, II, 207. <<
Página 627
[40] Ibidem, II, 213. <<
Página 628
[41] Tratado de Cofirmaciones, fol. 26. <<
Página 629
[42]ENCINAS, Cedulario, II, 209. Tiene interés también para el derecho sucesorio de
las encomiendas de Indias la carta del virrey Montesclaros de 7 de abril de 1612.
(Colec. Docs. América, VI, 286). <<
Página 630
[43] OTS Y CAPDEQUÍ, en sus Instituciones sociales de la América Española en el
Período Colonial, cap. IV, págs. 71-113, ha dedicado atención al derecho sucesorio de
las encomiendas indianas. <<
Página 631
[44]
En apoyo de la tesis de LEÓN, véase el parecer de Martín de Irigoyen, año 1602.
Bibl. Nac. de Madrid, ms. núm. 12179, fol. 56. <<
Página 632
[45] Op. cit., fol. 30. <<
Página 633
[46] Op. cit., cap. VI. <<
Página 634
[47] LEÓN, en esta parte sigue utilizando el Cedulario de ENCINAS, II, 226-230. <<
Página 635
[48] Cap. XI, fol. 61. <<
Página 636
[49] Fol. 62 v. <<
Página 637
[50] Fol. 63. <<
Página 638
[51] Fol. 63 v. <<
Página 639
[52] Op. cit., fol. 75. <<
Página 640
[53] Cap. XVII. <<
Página 641
[54] Dedicatoria, pág. 7. <<
Página 642
[55]Sigo la edición moderna de la C. I. A. P., Madrid, 1930. Es curioso el modo con
que LEÓN y SOLÓRZANO hablaron de sus tratados, casi simultáneos. León decía (fol.
27 V) que si hacia una segunda edición de sus Confirmaciones Reales, ampliaría
algunos puntos: «si antes no saliere libro que trate mejor la materia, como se espera
del que promete el Doctor Juan Pereira Solórzano, del Supremo Consejo de las
Indias, en el doctísimo tratado, que después ge escrito éste sacó a luz». Solórzano a
su vez decía (Política Indiana, II, 8) al hablar de la historia de la encomienda, que
entre los autores que habían tratado de ella lo hizo «con mayor distinción y diligencia
que todos el licenciado Antonio de León, a quien ya otras veces he citado y alabado
en estos escritos, en el docto y terso tratado que escribió de las Confirmaciones
Reales». Como es sabido, SOLÓRZANO compuso su Política en castellano (1648),
aprovechando parte de su obra latina De Indiarum Jure (1629): véase TORRE
REVELLO, Ensayo biográfico, Buenos Aires, 1929. <<
Página 643
[56] Cap. I. <<
Página 644
[57] Cap. III, 21-22. <<
Página 645
[58] Pág. 23. <<
Página 646
[59] Pág. 26. <<
Página 647
[60] Pág. 29. <<
Página 648
[61] Pág. 30. <<
Página 649
[62] Pág. 32. <<
Página 650
[63]Lib. III, cap. V, pág. 44, § II. «Con el cual [Lic. León] me conformo en todo lo que
cerca de esto dice, excepto en que no pone al virrey de México entre los que pueden
encomendar, siendo más cierto que se le daba especial poder para ello, como al del
Perú, según parece por el tenor del que se halla entre las cédulas impresas (II, 298)».
Esta referencia de SOLÓRZANO al Cedulario de ENCINAS no es exacta; seguramente se
trata de una equivocación de imprenta, porque no es de presumir que el autor faltara a
la verdad en una tan categórica e importante afirmación como la suya, más cuando
trataba de contradecir la tesis de León. Yo no he logrado encontrar el poder citado en
el Cedulario. <<
Página 651
[64]La opinión de SOLÓRZANO me parece bastante exace, a pesar del error en su cita;
con anterioridad indiqué las objeciones que parecían resultar de los hechos contra la
hipótesis de LEÓN. En apoyo de la incorporación vigente a principios del siglo XVII,
punto en que LEÓN y SOLÓRZANO coinciden, recuérdese que en el Carecer del
contador Martín de Irigoyen, del año 1602, se afirmaba expresamente que las
encomiendas del virreinato estaban afectas a la Corona, y en vacando se incorporaban
a ésta. En la lista que en ocasión anterior transcribí, que es de la época de los escritos
de LEÓN y SOLÓRZANO, se recordará que se habla de la creación de nuevas
encomiendas y la existencia de mercedes recientes en indios vacos que el virrey
situaba, pero este dato no contradice la tesis general de León de que entonces el
virrey carecía de facultad de concesión libre de las encomiendas vacas, puesto que
únicamente daba las que el rey le ordenaba y a las personas favorecidas directamente
por éste; pero esta lista también da la razón a SOLÓRZANO, en cuanto a que la
prohibición de nuevas encomiendas no era absoluta. Al citar la lista anterior
mencioné también algunas leyes de la Recopilación, que hablaban de nuevas
mercedes y encomiendas en 1637. Finalmente, por nota del licenciado VALENZUELA
al pasaje de SOLÓRZANO que antes he comentado, hallo en el torno II de la Recop.,
pág; 229, al final del tít. 8, libro VI, un auto (núm. 173) posterior a abril de 1652, por
el cual dispuso el rey que al proponerle la Cámara de Indias mercedes en
repartimientos vacos no expresara todas las provincias de Indias, sino una sola, para
que en ella recayera la gracia, «exceptuando al virrvey de Nueva España, pues las
encomiendas de aquella provincia están afectas a mi Caja Real». Es decir, varios
años después de los escritos de LEÓN y SOLÓRZANO, la orden de incorporación
existente en 1602, se mantenía. Después de esta fecha, según veremos en capítulos
posteriores, la centralización de la acuitad de encomendar y la incorporación de las
encomiendas de todas las regiones de Indias fue en aumento, de suerte que es de
creerse que las encomiendas de Nueva España hayan seguido absorbidas por los
gastos y necesidades de la Corona. A pesar de que en repetidas ocasiones me he
ocupado en el curso del trabajo del difícil problema del derecho de las encomiendas
de México, no creo haber llegado a definir de modo indudable sus variaciones en el
curso de los años. Para esto faltan nuevas cédulas más claras, o la consulta directa de
los expedientes de este virreinato. <<
Página 652
[65] Pág. 53. <<
Página 653
[66]
OTS Y CAPDEQUÍ, Instituciones Sociales, pág. 100, ha establecido con cuidado la
comparación entre las conclusiones de LEÓN y SOLÓRZANO en esta materia. <<
Página 654
[67] Pág. 72. <<
Página 655
[68] Pág. 79. <<
Página 656
[69] Pág. 90. <<
Página 657
[70]Pág. 94: «la provisión del año de 1528 y el capítulo de carta del de 1552 y otras,
que se hallan en el segundo torno de las Impresas, constituyen ciertos grados, o clases
de los beneméritos, entre quien se han de repartir estas encomiendas, y en primer
lugar llaman a los que se dicen conquistadores, a sus hijos y descendientes, y en
segundo a los pobladores, y en tercero a los pacificadores, que son los que en algunas
sediciones y disturbios que ha habido siguieron el pendón real, y a los que después, y
hoy en día hicieron, o hacen servicios dignos de tales premios contra enemigos
internos o externos, por mar y tierra, o en otra forma, o a los que han ganado cédulas
reales, para ser acomadados. Los que proveen vayan por estos pasos, mas con
advertencia de considerar entre los mismos opositores, ya la antigüedad, ya la calidad
de las personas, de sus méritos y servicios, y qué otras gratificaciones se les han
hecho por esta causa, a ellos o a sus pasados, y de no dar a una persona o a una
familia tantas rentas, que otras se queden sin nada, porque esto tendrá en si mucha
desigualdad… Las cédulas referidas mandan acudir a los conquistadores de tal suerte,
que no se olviden los pobladores, que siempre se han estimado mucho, por ser los
que llenan la tierra, y la conservan, defienden y ennoblecen… se remuneren los
servicios antiguos, en tal forma que no se menosprecien los que se hicieren de
nuevo… no se han de remunerar igualmente los plebeyos y los nobles, pues la calidad
y dignidad de sus personas los diferencia». <<
Página 658
[71] Cap. IX. <<
Página 659
[72] Pág. 102. <<
Página 660
[73] Pág. 105. Citaba en apoyo de esta tesis la cédula de 27 de octubre de 1535
dirigida al virrey Mendoza. (PUGA, I, fol. 109, edic. antigua). <<
Página 661
[74] Págs. 129-130. <<
Página 662
[75] Pág. 148. <<
Página 663
[76] Pág. 151. <<
Página 664
[77] Cap, XIV, pág. 155. <<
Página 665
[78] Pág. 159. <<
Página 666
[79] Cap. XV, pág. 166. <<
Página 667
[80] Cap. XVI. <<
Página 668
[81] Caps. XVII al XXIV. <<
Página 669
[82] Caps, XXV al XXVIII. <<
Página 670
[83] Pág. 330. <<
Página 671
[84] Véase ley 2, tít. 19, lib. VI de la Recop. de Indias. <<
Página 672
[85] Op. cit., pág, 351. <<
Página 673
[86]Tercera declaratoria de Malinas. Véase la ley 125, tít. 15, lib. II de la Recop. de
indias. <<
Página 674
[87] Op. cit., pág. 394. <<
Página 675
[1] Libro VI, tít. 2. <<
Página 676
[2] Libro VI, tít. 12. <<
Página 677
[3] Véase, por ej., la ley 4, tít. 5, lib. VI. <<
Página 678
[4] Ley 14, tít. 5, lib. VI. <<
Página 679
[5] Ley 10, tít. 5, lib. VI. <<
Página 680
[6] Ley 11, tít. 5, lib. VI. <<
Página 681
[7] Ley 5 tít. 5, lib. VI. <<
Página 682
[8] Ley 16, tít. 5, lib. VI. <<
Página 683
[9] Leyes 18 y 19, tít. 5, lib. VI. <<
Página 684
[10] Ley 20, tít. 5, lib. VI. <<
Página 685
[11] Ley 3, tít. 5, lib. VI. <<
Página 686
[12] Ley 16, tít. 5, lib. VI. <<
Página 687
[13] Ley 45, tít. 5, lib. VI. <<
Página 688
[14] Ley 26, tít. 5, lib. VI. <<
Página 689
[15] Ley 63, tít. 5, lib. VI. <<
Página 690
[16] Ley 36, tít. 5, lib. VI. <<
Página 691
[17] Ley 54 tít. 5, lib. VI. <<
Página 692
[18] Ley 59, tít. 5, lib. VI. <<
Página 693
[19] Ley 23, tít. 5, lib. VI. <<
Página 694
[20] Hubo otras disposiciones de restricción del derecho de los encomenderos, que
citaré más adelante. ALCALÁ ZAMORA, en sus Reflexiones sobre las leyes de Indias,
Madrid, 1935, pág. 28, define el régimen legal de la encomienda como: «una tutela a
su vez tutelada». <<
Página 695
[21] Ley 9, tít. 9 lib. VI. <<
Página 696
[22] Ley 25, tít. 9, lib. VI. <<
Página 697
[23] Ley 30, tít. 9, lib. VI. <<
Página 698
[24] Ley 6, tít. 9, lib. VI. <<
Página 699
[25] Ley 36, tít. 9, lib. VI. <<
Página 700
[26] Leyes 7 y 8, tít. 8, lib. VI. <<
Página 701
[27] Ley 49, tít. 8, lib. VI. <<
Página 702
[28] Véase el lib. VI, tít. 19 de la Recop. <<
Página 703
[29]Para ciertas dudas de interés, véase la carta del virrey Monteclaros, Lima, 7 de
abril de 1612. Colec. Docs. América, VI, 273. <<
Página 704
[30] Leyes 21 y 22, tít. 8, lib. VI. <<
Página 705
[31] Ley 26, tít. 8, lib. VI. <<
Página 706
[32] Misma ley. <<
Página 707
[33] Ley 30, tít. 8, lib. VI. <<
Página 708
[34] Ley 23, tít. 8, lib. VI. <<
Página 709
[35] Ibidem, loc. cit. <<
Página 710
[36] Ley 25, tít. 8, lib. VI. <<
Página 711
[37] Ley 37, tít. 9, lib. VI. <<
Página 712
[38] Ley 12, tít. 9, lib. VI. <<
Página 713
[39] Leyes 17, 18 y 19, tít. 9, lib. VI. <<
Página 714
[40] Ley 49, tít. 13, lib. VI. <<
Página 715
[41] Ley 22, tít. 9, lib. VI. <<
Página 716
[42] Ley 20, tít. 9, lib. VI. <<
Página 717
[43] Ley 21, tít. 9, lib. VI. <<
Página 718
[44] Ley 23, tít. 9, lib. VI. <<
Página 719
[45] Ley 16, tít. 9, lib. VI. <<
Página 720
[46] Ley 17, tít. 2, lib. III. <<
Página 721
[47] Ley 18, tít. 2, lib. III. <<
Página 722
[48] Ley 28, tít. 8, lib. VI. <<
Página 723
[49] Ley 42. <<
Página 724
[50] Ley 1, tít. 11, lib. VI. <<
Página 725
[51] Leyes 2 y 3, tít. 11, lib. VI. <<
Página 726
[52] Ley 4, tít. 11, lib. VI. <<
Página 727
[53] Ley 10, tít. 11, lib. VI. <<
Página 728
[54] Ley 13, tít. 11, lib. VI. <<
Página 729
[55]Véanse las leyes 14 y 15, del tít. 11, lib. VI. Como hemos advertido en ocasión
anterior, a principios del siglo XVII la Corona volvió a la regla general de las dos
vidas. <<
Página 730
[56] Ley 46, tít. 8, lib. VI. <<
Página 731
[57] Colec. Docs. América, VI, 505. <<
Página 732
[58] Colec. Doc. Ultramar, X, 351. <<
Página 733
[59] Leyes 2, tít. 1, lib. VI, y 21, tít. 9, lib. VI. <<
Página 734
[60] Ley 10, tít. 1, lib. VI. <<
Página 735
[61] Ley 7, tít. 1, lib. VI. <<
Página 736
[62] Ley 9, tít. 1 lib. VI. <<
Página 737
[63] Ley 22, tít. 8, lib. VI. <<
Página 738
[64] Ley 30, tít. 1, lib. VI. <<
Página 739
[65] Ley 22 tít. 1, lib. VI. <<
Página 740
[66] Leyes 24 y 25, tít. 1, lib. VI. <<
Página 741
[67] Ley 27, tít. 1, lib. VI. <<
Página 742
[68] Ley 28, tít. 1, lib. VI. <<
Página 743
[69] Ley 32, tít. 1, lib. VI. <<
Página 744
[70] OTS, Instituciones sociales, pág. 25. <<
Página 745
[1] Colec. Docs. América, XI, 331. He citado este documento en el cap. I. <<
Página 746
[2]
Texto, según la carta de BARTOLOMÉ DE LAS CASAS a fray Bartolomé de Miranda,
Colec. Docs. América, VII, 308. Nótese que el repartimiento era por dos vidas. Las
Ordenanzas aludidas son las de Burgos de 1512-13. <<
Página 747
[3] Colec. Docs. América, I, 50. <<
Página 748
[4] Ibidem, I, 436. <<
Página 749
[5] Texto según la carta citada de LAS CASAS, Colec. Docs. América, VII, 308. <<
Página 750
[6] MUÑOZ, Colección, XXX, fol. 180, <<
Página 751
[7]Colec. Docs. América, XV, págs. 5 y 20; otro ejemplo de repartimiento en la villa
de San Pedro de Honduras, en la misma Colección, XVI, 530. <<
Página 752
[8] Archivo de Indias, Patronato 231, núm. 7, ramo 1. Véase también MUÑOZ,
Colección, XLII, fol. 6. En un solo documento, de autor desconocido, se recopilaron
los diversos ejemplos de cédulas del Perú, que aquí transcribo. <<
Página 753
[9] Ibidem, loc. cit. <<
Página 754
[10] Ibidem, loc. cit. <<
Página 755
[11] Ibidem, loc. cit. <<
Página 756
[12] Colec. Docs. América, XXV, 5. <<
Página 757
[13] Colec. Docs. América, XXV, 36. <<
Página 758
[14] Ibidem, XVIII, 484. <<
Página 759
[15] MUÑOZ, Colección, XLII, 6. <<
Página 760
[16] Ibidem, loc. cit. <<
Página 761
[17] Ibidem, loc. cit. <<
Página 762
[18] Archivo de Indias, Méjico, 900. <<
Página 763
[19] Colec. Docs. América, I, 50. <<
Página 764
[20]LÓPEZ DE VELASCO, Geografía y descripción de las Indias, Madrid, 1894,
págs. 97, 110 y 126. <<
Página 765
[21]
Véase C. PÉREZ BUSTAMANTE, Don Antonio de Mendoza, apéndice, doc. núm.
XXXI. Informe de Juan de Burgos. <<
Página 766
[22] Archivo de Indias, Méjico, 256, doc. 37. <<
Página 767
[23]
Véase el Diccionario Autobiográfico de conquistadores y pobladores de Nueva
España, publ. por FRANCISCO A. DE ICAZA, según docs. del Archivo de Indias. <<
Página 768
[24]
Libro de visitas de los pueblos de la Nueva España, 1550. Bibl. Nac. Madrid, ms.
núm. 2.800. <<
Página 769
[25] CUEVAS, Documentos, 221. <<
Página 770
[26]
Relación por Gabriel de Chaves, alcalde mayor de la provincia. Colec. Docs.
América, IV, 531. <<
Página 771
[27]Los pueblos corresponden a las provincias de México, Michoacán, Huasteca y
Meztitlán, que eran aquellas donde la orden agustina se había extendido en Nueva
España. (Cons. el mapa de R. RICARD, La Conquête Spirituelle du Mexique, París,
1933). El documento que cito aquí proviene del Archivo de indias, Patronato 182,
ramo 44. Lo firma el provincial agustino. En algunos de los pueblos, además de la
administración espiritual, los monasterios agustinos parecen tener a su cargo la parte
administrativa y fiscal, quizá porque se trataba de pueblos apartados o por haber
cedido el rey la renta a los monasterios. <<
Página 772
[28] Edic. por Justo Zaragoza, Madrid, 1894. <<
Página 773
[29] Pág. 186. <<
Página 774
[30] Pág. 207. <<
Página 775
[31] Pág. 226. <<
Página 776
[32] Pág. 239. <<
Página 777
[33] Pág. 260. <<
Página 778
[34] Pág. 247. <<
Página 779
[35] Bibl. Nac. Madrid ms. núm. 12.179, fol. 56. <<
Página 780
[36] PUGA, Cedulario, I, 81. <<
Página 781
[37] Véase C. PÉREZ BUSTAMANTE, Don Antonio de Mendoza, doc. XXXI del apéndice.
<<
Página 782
[38]Confirmaciones Reales, fol. 82. La relación es de interés, no sólo por referirse a
uno de los acrecentamientos más importantes del realengo de Nueva España, sino
porque menciona los principales encomenderos que hubo después de la conquista,
pudiendo observarse él número de pueblos que habían obtenido algunos capitanes y
soldados de la hueste de Cortés. <<
Página 783
[39] Archivo de Indias, Méjico, 256, doc. 17. <<
Página 784
[40] Colec. Docs. América, XIV, 226. <<
Página 785
[41]Archivo de Indias, Méjico, 256, doc. 12. «Libro de varias tasaciones de tributos
de provincias y pueblos de Nueva España». Años 1550-70. <<
Página 786
[42] Ibidem, doc. 25. <<
Página 787
[43] Ibidem, doc. 27. <<
Página 788
[44] Ibidem, doc. cit. <<
Página 789
[45] Colec. Docs. América, XIV, 191. <<
Página 790
[46]
Publ. por G. LATORRE, Relaciones Geográficas de Indias, Sevilla, 1920.
Comprende el arzobispado de México y los obispados de Tlaxcala y Michoacán. <<
Página 791
[47] Colec. Docs. América, IV, 444. <<
Página 792
[48]Sobre esto véase la carta del oidor Zorita ya citada en este trabajo, cap. V,
págs. 152-154. <<
Página 793
[49] Archivo de Indias, Patronato 182, ramo 11. <<
Página 794
[50] Véase ICAZBALCETA, Colección, II, 503. El doc. es de fecha 20 de enero de 1570.
<<
Página 795
[51] Archivo de Indias, Patronato 182, ramo 40. Este es un documento de sumo interés
y de gran volumen, que seguramente merece un estudio especial la publicidad, pues
detalla la cantidad de tributos de cada pueblo, y es por lo tanto un plano completo de
los indios de la Corona en Nueva España en esa época. Estaba muy generalizado ya
el tributo de un peso de oro de minas, que eran ocho reales de plata, y media hanega
de maíz por cada tributario. <<
Página 796
[52] Colec. Docs. América, XIV, 226. <<
Página 797
[53] Ibidem, XIV, 220. <<
Página 798
[54] Ibidem, XIV, 201. <<
Página 799
[55] Biblioteca Nacional de Madrid ms. núm. 2.939, fol. 167. <<
Página 800
[56] MUÑOZ, Colección, LXV, fol. 46. <<
Página 801
[57] Cabildos de Lima, II, 114. <<
Página 802
[58]
II, 137 a 151. Las fuentes que utiliza TORRES SALDAMANDO son la Relación de
FIGUEROA, publicada en la Colec. Docs. América, VI, 46 y sigs., y los datos
publicados por LORENTE, Memorias de los Virreyes, II. <<
Página 803
[59] Colec. Docs. América, VI, 46. <<
Página 804
[60] Gobierno del Perú, pág. 55. <<
Página 805
[61] MUÑOZ, Colección, LXV, fol. 67. <<
Página 806
[62] Ibidem, fol. 79. <<
Página 807
[63] Ibidem, fol. 69. <<
Página 808
[64] Ibidem, fol. 72. <<
Página 809
[65]Colec. Docs. Inéditos pava la Historia de España, XCIV, 310-311. Sobre las
situaciones que el virrey Toledo pensaba hacer, consúltese en el mismo lugar un
extenso documento (311-314). <<
Página 810
[66]DÁVILA, Encomiendas, Tipografía Americana, Caracas, 1927. Anuncia un
segundo tomo, que ignoro si se ha publicado. <<
Página 811
[67] Las encomiendas de indígenas en Chile, 2 vols. <<
Página 812
[68]
BUENO, Descripción de algunas provincias de América. (Ms. Acad. de la Hist.
Madrid, fol. 30). Est. 27, gr. 3.ª. E. 92. <<
Página 813
[69]La población indígena de las regiones del Río de la Plata y Tucumán en la
segunda mitad del siglo XVII. XXVº Congreso Internacional de Americanistas, 1932.
Separata de las Actas, t. II. <<
Página 814
[70] Op. cit., pág. 2. <<
Página 815
[71] Biblioteca Nacional de Madrid, ms. núm. 3.048, fol. 163. <<
Página 816
[1]Archivo de Indias, Expediente sobre la incorporación de las encomiendas de indios
a la Real Corona, años 166-1750. Indiferente, 81. Antigua signatura: Est. 136, caj. 6,
leg. 16. <<
Página 817
[2] Ibidem. <<
Página 818
[3] Cuarto papel del expediente citado. <<
Página 819
[4] Mismo expediente. <<
Página 820
[5] Ibidem, cuaderno 9. <<
Página 821
[6]Cedulario Índico, VI, fol. 280, núm. 464. Archivo Histórico Nacional. Madrid.
Cita por el Diccionario de Gobierno y Legislación de Indias de don JOSÉ DE AYALA,
que se conserva manuscrito en el mismo Archivo, Códice, 224. De este Diccionario
se ha publicado un volumen con prólogo de R. ALTAMIRA: Colec. de Docs. inéditos
para la Historia de Ibero-América, IV, Madrid, 1929. <<
Página 822
[7] Ibidem, loc. cit. <<
Página 823
[8] Ibidem, VI, fol. 285, núm. 469. <<
Página 824
[9]Ibidem, XXIV, fol. 50 b, núm. 33. Véase también el tomo XXXVIII, fol. 61 b, núm.
5. <<
Página 825
[10] Archivo de Indias, Indiferente, 81. <<
Página 826
[11] Loc. cit. <<
Página 827
[12] Cedulario Índico, III, fol. 309, núm. 376. <<
Página 828
[13] Ibidem, VII, fol. 211, núm. 289. <<
Página 829
[14] Ibidem, XXXVIII, fol. 292 b, núm. 240. <<
Página 830
[15]
Ibidem, XXXVIII, fol. 302 b, núm. 251. Véase también el tomo III, fol. 274 b,
núm. 226. <<
Página 831
[16] Ibidem, III, fol. 277 b, núm. 233. <<
Página 832
[17] En comprobación, conviene citar la cédula siguiente (Ibidem, XXXVIII, fol.
243 b, núm. 208): «habiendo entendido la reina, que en contravención de las órdenes
y cédulas dadas sobre el buen tratamiento y enseñanza de los indios, se permitía a los
vecinos feudatarios de las provincias de Perú, y particularmente del Tucumán,
arrendar sus feudos poniendo mayordomos, teniendo casas, y viviendo en los pueblos
de ellos con sus mujeres y familias lo más del año, sirviéndose de los naturales sin
pagarles, castigándolos como a esclavos, y vendiendo el uso de ellos para sacar
cantidades de ganados y carretas a precio de más de 50 pesos por indio, de que
resultaba dejar desiertos sus pueblos, quedándose en el Perú, o muriéndose por el
destemple y mudanza de tierra, obligando a este tiempo a sus mujeres a que pagasen
y trabajasen todo el año por sus maridos, y también a las hijas y demás mujeres
solteras, acotándolas para ello, ocasionándolas malos partos y exponiéndolas con el
rigor del tratamiento a faltar a la honestidad debida, pues por no padecerles, huían y
usaban mal de sus personas: que los vecinos que tenían estancias sacaban los más y
mejores indios de los pueblos y los llevaban a ellas [a las estancias], por cuya
mudanza de temple morían y sus mujeres quedaban expuestas al mismo riesgo, por
falta de quien las sustentase, y no importando el entero de la tasa más de 5 pesos, y si
de miel una botijuela de la medida que son las de aceite en estos reinos, les toman un
cántaro mayor que los de aguadores, que solían vender los indios por diez o doce
pesos, quitándoles por fuerza y al mismo precio lo demás que llevaban sin pagárselo,
a título de fiado, por cuya razón [los indios] lo enterraban en los campos a peligro que
se lo comiesen, prohibiéndoles contratar con los españoles sus géneros y comprar lo
necesario para su vestuario, valiéndose de pretextos frívolos, para que éstos no
llegasen a los feudos. Que particularmente en el pueblo llamado de Onatara, donde
había tres encomiendas, la una agregada a la Corona Real, de que tenía la
administración uno de los encomenderos, y éste, a más de usar de los indios así en el
entero de la tasa del feudo, defraudaba en el número de ellos en gran parte… [mando]
al virrey y audiencias de Lima, Charcas, y gobernador de la provincia del Tucumán, y
ruego y encargo a los arzobispos, obispos de la provincia del Perú, que cada uno por
su parte cuiden mucho y velen sobre los procedimientos de los encomenderos,
procurando averiguar los que delinquieren en los malos tratamientos que padecen los
indios, en contravención a lo que con tanta especialidad está mandado… y
comprobando las culpas referidas en algunos, den cuenta de haberlos castigado según
las leyes». Es decir, a fines del siglo XVII, fecha de la orden, continuaban los abusos
del régimen semiseñorial de las encomiendas, y la actividad de la Corona,
seguramente urgida por denuncias de religiosos, para mantener la legalidad y el orden
establecido, como años antes en el período de la integración jurídica de la institución.
<<
Página 833
[18] Ibidem, III, fol. 287, núm. 240. <<
Página 834
[19] Ibidem, X, fol. 3506, núm. 603. <<
Página 835
[20] Ibidem, III, fol. 288 núm. 257. <<
Página 836
[21]
Ibidem, XVIII, fol. 220, núm. 265, y XXV, fol. 112, número 104. Cédulas de
1678 y 1710. <<
Página 837
[22] Bibl. Nac. de Madrid, ms. núm. 18.758. <<
Página 838
[23] Ibidem, ms. núm. 19.512, fol. 416. <<
Página 839
[24] Cedulario Índico, XXXIV, fol. 277, núm. 229. <<
Página 840
[25] Cedulario Índico, XXI, fol. 358, núm. 337. <<
Página 841
[26] Cedulario Índico, VI, fol. 168 b, núm. 267. <<
Página 842
[27]Esta prohibición, como sabemos, no carecía de excepciones; por ejemplo, en
Chile los indios de las encomiendas debían trabajar seis meses, tres para tributos
reales y tres para encomenderos. Véase AYALA, Diccionario, cuaderno 9. <<
Página 843
[28]Recuérdese la antigua proposición de MATIENZO, para que los indios tributarios
que carecieran de bienes pagaran el tributo con su trabajo personal, que se tasaría en
un número dado de días. <<
Página 844
[29] Cedulario Índico, III, fol. 44, núm. 27. <<
Página 845
[30] Cedulario Índico, XXIV, fol. 162, núm. 153. <<
Página 846
[31]Ibidem, VIII, fol. 70, núm. 705. Sobre esto véase AMUNÁTEGUI, Las encomiendas
de indígenas en Chile, II, 250 y 256. Afirma que la supresión se puso en práctica
parcialmente en 1781, reinando Carlos III, y se consumó en 1791, reinando en
España Carlos IV, y gobernando en Chile O’Higgins. <<
Página 847
[32] Ibidem, XVII, fol. 30, núm. 44. <<
Página 848
[33]
Véase el interesante decreto del presidente del Perú don Ramón Castilla, año de
1854, publ. por TORRES SALDAMANDO, Cabildos de Lima, II, 127. <<
Página 849