Estudio Bíblico DE Juan 8-32

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Estudio bíblico: Jesús, la luz del

mundo - Juan 8:12-30


Serie: El Evangelio de Juan
Autor: Luis de Miguel
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Jesús, la luz del mundo - Juan 8:12-30
(Jn 8:12-20) "Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la
luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino
que tendrá la luz de la vida. Entonces los fariseos le dijeron:
Tú das testimonio acerca de ti mismo; tu testimonio no es
verdadero. Respondió Jesús y les dijo: Aunque yo doy
testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es verdadero,
porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros
no sabéis de dónde vengo, ni a dónde voy. Vosotros juzgáis
según la carne; yo no juzgo a nadie. Y si yo juzgo, mi juicio
es verdadero; porque no soy yo solo, sino yo y el que me
envió, el Padre. Y en vuestra ley está escrito que el
testimonio de dos hombres es verdadero. Yo soy el que doy
testimonio de mí mismo, y el Padre que me envió da
testimonio de mí. Ellos le dijeron: ¿Dónde está tu Padre?
Respondió Jesús: Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí
me conocieseis, también a mi Padre conoceríais. Estas
palabras habló Jesús en el lugar de las ofrendas, enseñando
en el templo; y nadie le prendió, porque aún no había
llegado su hora."

"Otra vez Jesús les habló"


Aunque la fiesta de los tabernáculos había terminado, Jesús
se había quedado en Jerusalén y seguía enseñando en el
templo. No se desanimó por el hecho de que los judíos
cuestionaran una y otra vez su persona y autoridad. Y como
era de esperar, aquí volveremos a presenciar otra de las
muchas controversias de Jesús con los fariseos.

"Yo soy la luz del mundo"


Jesús comenzó haciendo una afirmación que incluía otro de
los grandes "yo soy" de este evangelio: "Yo soy la luz del
mundo".

Quizá la razón por la que en este momento hizo tal


afirmación debamos buscarla en lo que en los días anteriores
había ocurrido en el templo durante la fiesta de los
tabernáculos. Allí se habían encendido unos enormes
candeleros con los que intentaban recordar la columna de
fuego que guió a los hijos de Israel durante las noches a
través de su peregrinaje por el desierto (Ex 13:21). La
relación con esto no sería de extrañar, puesto que el Señor
ya se había referido a otros hechos de esa etapa del pueblo
de Dios, como el maná con que el pueblo había sido
sustentado en el desierto (Jn 6:31-35) o el agua de la roca
herida que sirvió para satisfacer su sed (Jn 7:37-39).

Así pues, de la misma forma en la que Dios había iluminado


a sus antepasados en el desierto, ahora era el mismo Hijo
encarnado quien les podía iluminar y dispersar las tinieblas
de sus corazones. Y no sólo a ellos, porque lo que Jesús
afirmó es que él es la luz "del mundo", indicando con esto la
misión universal de su ministerio. Cristo es la luz para todos
los hombres, en todo momento y lugar. Él es la luz en el
sentido absoluto. Cualquier otro hombre o movimiento
religioso no tiene punto de comparación con él.

Por supuesto, estas palabras implican que el mundo necesita


de su luz porque está sumido en las tinieblas morales y
espirituales. No olvidemos que el mundo está bajo el poder
del príncipe de las tinieblas y que sólo el Señor Jesucristo
puede cambiar esta situación.

Ahora bien, si algún hombre hablara de esta manera, todos


pensarían inmediatamente que está loco, pero la absoluta
pureza moral de Jesús y la profunda sabiduría con la que
hablaba, han llevado a muchas personas a creer que lo que
dijo era la verdad y que él realmente es la Luz del mundo.

Juan ya había anunciado esto al comenzar su evangelio:


"Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a
este mundo" (Jn 1:9). Y con su venida comenzó a cumplirse
lo que había anunciado el profeta:

(Mal 4:2) "Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá


el Sol de Justicia, y en sus alas traerá salvación..."

"El que me sigue, no andará en tinieblas"


Los judíos podían cuestionar la afirmación que Jesús acababa
de hacer, pero era muy fácil comprobar si lo que había dicho
era cierto o no. Para ello sólo tendrían que observar a
aquellos que le seguían y ver si andaban en tinieblas.

Pero ahora bien, antes de continuar debemos preguntarnos a


qué se refería por "andar en tinieblas". Y vemos que la
palabra "tinieblas" denota distinta cosas en el Nuevo
Testamento.
Se puede usar en un sentido físico para referirse a una persona
que está ciega (Hch 13:11), o al momento en que llega la noche
y la oscuridad (Mt 27:45), pero muchas más veces se emplea
en un sentido espiritual acerca de aquellos que no conocen a
Dios. El apóstol Pablo habló de ellos como quienes "andan en la
vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido,
ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por
la dureza de su corazón" (Ef 4:17-18).
Pero estas tinieblas no sólo se encuentran en la mente, también
conllevan una forma de vida alejada de los principios divinos.
Quienes así viven participan de "las obras de las tinieblas" (Ro
13:12) (Ef 5:11).
Además, estas personas se encuentran bajo el poder de
Satanás, quien debido a la desobediencia del hombre ha
conseguido establecer su gobierno en este mundo, que es
descrito en la Palabra como "la potestad de las tinieblas" (Lc
22:53), o la "potestad de Satanás" (Hch 26:18). Se trata de un
gobierno en constante oposición con el de Dios. Y el hecho de
que este mundo está bajo el poder de Satanás lo prueban sus
obras: espiritismo, ocultismo, magia, horóscopos,
supersticiones, idolatría, adulterio, fornicación, y todo tipo de
perversiones...
Finalmente, todos aquellos que han rehusado andar en la luz
con Jesús, no sólo viven en las tinieblas, sino que además
terminarán en "las tinieblas de afuera" (Mt 8:12). Para ellos
"está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas" (Jud
1:13).

De todo esto nos libra el seguir a Jesús. Él ilumina nuestras


mentes para que podamos conocer a Dios y nos conduce en
el camino de la vida. Como profetizó Zacarías, él venía "para
dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de
muerte; para encaminar nuestros pies por camino de
paz" (Lc 1:79). Nos libra "de la potestad de las tinieblas" y
nos lleva a su reino.

Ahora bien, volviendo al contexto de nuestro pasaje, cuando


el Señor dijo que el que le sigue no andaría en tinieblas, es
muy probable que todavía estuviera pensando en el caso de
la mujer adúltera a la que había ofrecido su perdón. Si ella
se había convertido de verdad en una seguidora suya,
entonces dejaría su vida de inmoralidad y no volvería a
practicar el pecado. Y el hecho de que había sido librada de
la potestad de las tinieblas y trasladada al reino del Hijo (Col
1:13) se evidenciaría por un cambio de vida. Esto sólo lo
puede hacer el Señor. Sólo él puede librarnos del pecado con
el que el diablo nos tiene esclavizados (Mr 3:27) (Is 49:24-
25).

Y no sólo nos libra del pecado, también nos guía en la vida.


Nos revela su voluntad para que la sigamos de la misma
manera en que guiaba a su pueblo por medio de la columna
de fuego durante su peregrinaje en el desierto. Y así
seguiremos eternamente "al Cordero por donde quiera que
va" (Ap 14:4).

Pero para poderle seguir será imprescindible darle el primer


lugar y estar cerca de él para saber por dónde quiere
dirigirnos. Además, no podremos seguirle en tanto que lo
dejemos todo, que nos neguemos a nosotros mismos, a
nuestros propios planes y preferencias, nuestras
predilecciones y fantasías. Será necesario morir a nosotros
mismos tomando la cruz (Mr 8:34-35). Sólo así veremos
cómo la niebla se levanta, las nubes se disipan y sabremos
cuáles son los pasos que debemos dar para agradarle. El que
de esta manera sigue a Cristo no andará en tinieblas, ni
quedará en su ignorancia. Verá despejado su horizonte y
seguirá el camino de la vida que conduce al cielo. Incluso
atravesando por el valle de sombra y de muerte no tendrá
temor porque el Señor estará con él (Sal 23:4).

Lamentablemente son pocos los hombres que quieren


seguirle de esta manera, porque la mayoría prefieren las
tinieblas (Jn 1:9-11). La razón para esta conducta la
encontramos explicada en este mismo evangelio:

(Jn 3:19) "Y esta es la condenación: que la luz vino al


mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz,
porque sus obras eran malas"

"Sino que tendrá la luz de la vida"


El Señor añadió otro detalle muy importante. La luz a la que
se refería no simplemente comunica iluminación externa,
sino que se convierte en una posesión interna que ilumina
nuestro espíritu. Va mucho más allá del conocimiento
intelectual, puesto que también nos da vida.

Una vez más los conceptos de "luz" y "vida" vuelven a


aparecer relacionados (Jn 1:4) con la intención de
mostrarnos que de la misma manera que las flores se
marchitan y mueren cuando les falta la luz, así ocurre con
todo aquel que no tiene a Cristo, quien es la luz que trae la
vida eterna.

¡Qué importante es tener la luz de la vida en un mundo que


está hundido en las tinieblas! Aunque esto también implica
una importante responsabilidad para cada creyente, que
debe ser "luz del mundo" (Mt 5:14). Pero para esto es
necesario andar en la luz de Cristo, viviendo en pureza moral
y reflejando su luz.

"Los fariseos le dijeron: Tú das testimonio de ti


mismo; tu testimonio no es verdadero"
Los fariseos entendieron perfectamente las implicaciones de
lo que Jesús dijo y no les gustó nada. Para ellos el término
"luz" estaba íntimamente ligado a Dios:

(Sal 27:1) "Jehová es mi luz y mi salvación"

(Is 60:19) "El sol nunca más te servirá de luz para el día, ni
el resplandor de la luna te alumbrará, sino que Jehová te
será por luz perpetua"

(Miq 7:8) "Aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz"

Ellos entendieron que una vez más Jesús se estaba


apropiando de atributos que son exclusivos de Dios, y como
era de esperar, reaccionaron de forma vigorosa. ¿Quién
podía ser la "luz del mundo" sino solo Dios? Desde su punto
de vista, Jesús era un pretencioso que hacía afirmaciones
que no podía demostrar. Y hay que decir que su lógica era
totalmente correcta. Sólo si Jesús es el Hijo de Dios podría
ser también la "luz del mundo". De otro modo, si únicamente
fuera un hombre, entonces, hacer una afirmación como esta
carecería de todo sentido. Y como ellos no creían que Jesús
fuera nada más que un hombre, entonces sus afirmaciones
les parecían blasfemas.

Por lo tanto, en los versículos que siguen vamos a asistir a


una nueva confrontación en la que los fariseos se van a
colocar en el papel de jueces y exigirán a Jesús que
demuestre sus afirmaciones por medio de algún testimonio
válido. Algo parecido ya lo habíamos visto en (Jn 5:30-47),
cuando Jesús había apelado a varios testigos para corroborar
sus afirmaciones ante una demanda similar de parte de los
judíos. En esa ocasión los testigos presentados por Cristo
habían sido: Juan el Bautista (Jn 5:33), sus obras
milagrosas (Jn 5:36), el Padre (Jn 5:37) y las Escrituras (Jn
5:39). Pero aunque el testimonio en cuanto a él era amplio,
ellos se negaron a aceptarlo y una vez más le pidieron
cuentas.

Ahora en esta ocasión no va a volver a repetir todo lo que ya


les había explicado anteriormente, sino que se va a centrar
en él mismo y en el Padre: "Yo soy el que doy testimonio de
mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de mí" (Jn
8:18). La ley exigía el testimonio de dos personas (Dt
19:15) y aquí se presenta él mismo y el Padre. Esto debería
haber sido suficiente.

Notemos que este principio se aplicaba sólo en casos


judiciales, por lo que queda claro que ellos estaban juzgando
a Jesús, que se había convertido en acusado debido a la
afirmación que había hecho de ser la luz del mundo.

"Mi testimonio es verdadero, porqué sé de


dónde he venido y a dónde voy"
Debemos entender que la situación planteada por los
fariseos era absurda. ¿Cómo podía un hombre juzgar a Dios?
Esto sí que era un atrevimiento blasfemo: "Mas antes, oh
hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios?" (Ro
9:20). Esta actitud de los fariseos implicaba un orgullo
desproporcionado.
Pero por otro lado, aunque pretendían juzgar a Jesús por la
afirmación que había hecho, era imposible que pudieran
hacerlo, porque ellos eran ignorantes de los hechos que
querían juzgar. Eran jueces incompetentes y el Señor se lo
dijo: "Vosotros no sabéis de dónde vengo, ni a dónde voy".
No habían sido capaces de reconocer al Hijo, a quien tenían
delante de ellos, y mucho menos al Padre, a quien no
conocían ni habían visto. Por todo eso, el testimonio de
Cristo acerca de sí mismo seguiría siendo válido aunque ellos
no lo apoyaran, porque él sí que era competente para darlo,
puesto que sabía de dónde procedía y a dónde iba, algo que
ellos ignoraban.

De hecho, a ese nivel al que ellos exigían testigos, sólo Dios


mismo podía testificar, porque ningún hombre podría ser
testigo de las decisiones tomadas por Dios en el seno de la
Trinidad. ¿Qué hombre, o incluso ángel, podría corroborar
tales cosas?

Pero en cualquier caso, la afirmación de Jesús de ser la luz


del mundo no requería de testigos, sino que quedaría
probada como cierta por su propia eficacia. Porque al igual
que el sol que cuando sale lo ilumina todo, del mismo modo,
cualquiera que se acerque a Cristo con fe verá en él la luz y
su vida será transformada.

"Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo


a nadie"
A pesar del absoluto desconocimiento del origen y el destino
de la misión de Jesús, ellos creían que eran jueces
competentes para juzgarle, pero estaban completamente
equivocados. Pretendían juzgar a Jesús como si fuera un
hombre más y por lo tanto le aplicaban pautas terrenales.
Estaban completamente equivocados cuando intentaban
juzgar al mismo Dios con los procedimientos que la ley de
Moisés había establecido para los juicios entre los hombres.
Era totalmente inadecuado aplicar los mismos criterios.
En contraste con ellos, Cristo, mientras estaba en la tierra,
no juzgaba a los hombres, pero si lo hiciera, su juicio sería
justo, porque él no actuaba solo, sino con el Padre: "Y si yo
juzgo, mi juicio es verdadero; porque no soy yo solo, sino yo
y el que me envió, el Padre". Con esto, lo que vino a decir es
que su forma de juzgar se ajustaría a lo que Moisés había
estipulado: "Y en vuestra ley está escrito que el testimonio
de dos hombres es verdadero". Si el testimonio de dos
hombres sería considerado válido, ¡cuánto más el del Padre
y el Hijo juntos!

Y a continuación vuelve a recalcar el acuerdo perfecto entre


su propio testimonio y el del Padre, no sólo en el juicio, sino
en su testimonio acerca del Hijo: "Yo soy el que doy
testimonio de mí mismo, y el Padre que me envió da
testimonio de mí".

"Ellos le dijeron: ¿dónde está tu Padre?"


Cuando Jesús hablaba de su Padre se refería a Dios, sin
embargo los fariseos le preguntaron por su padre terrenal.
Con esto vuelve a surgir nuevamente la cuestión del origen
de Jesús. Ellos desconocían la verdadera naturaleza de Jesús
y tampoco lograban comprender su inseparable unión con el
Padre: "Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí me
conocieseis, también a mi Padre conoceríais".

Es de suponer, por lo tanto, que estaban pidiéndole que


presentara a su padre humano para que diera testimonio a
favor de él. Sin embargo, es muy probable que ellos habían
entendido perfectamente que se estaba refiriendo a su Padre
celestial, pero preferían hablar de las "extrañas" condiciones
en las que ellos habían oído que había tenido lugar el
embarazo de su madre y su nacimiento, un tema al que
volvieron un poco después (Jn 8:41).

En cualquier caso, lo que pretendían era restar autoridad a


su afirmación con una burla sarcástica: "¿Dónde está tu
Padre?". Al fin y al cabo, aunque Jesús hablaba una y otra
vez de su Padre, ellos no lo veían allí, y el testimonio de un
testigo ausente no aprovechaba para nada.

Así que Jesús tiene que volver a un tema del que ya había
tratado anteriormente: la razón de su ignorancia se debía a
que no conocían al Padre ni tampoco quién era él. Si
conocieran a alguno de ellos, también conocerían al otro,
siendo los dos de la misma naturaleza.

A partir de aquí deberían ser ellos los responsables de


demostrar que sí que conocían al Padre. No era culpa del
Señor que ellos no conocieran al testigo que él citaba en su
favor.

"Estas palabras habló Jesús en el lugar de las


ofrendas"
Parece que en este punto hubo una interrupción en la
discusión y el evangelista la aprovecha para hacer notar que
él había estado enseñando públicamente en el templo,
concretamente "en el lugar de las ofrendas", un sitio
conocido y frecuentado por todos los judíos.

Por otro lado, se añade el comentario de que aunque estaba


"enseñando en el templo; nadie le prendió, porque aún no
había llegado su hora". Es probable que después de esta
conversación, los intentos criminales para librarse de Jesús
se hubieran intensificado, sin embargo, aunque para ellos
había llegado el momento de terminar con Jesús, la hora de
Dios todavía no había sonado. Esto demuestra que su
inmunidad se debía a que el Padre lo guardaba de todo mal.
A donde yo voy, vosotros no podéis venir
- Juan 8:21-30
(Jn 8:21-30) "Otra vez les dijo Jesús: Yo me voy, y me
buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis; a donde yo voy,
vosotros no podéis venir. Decían entonces los judíos: ¿Acaso
se matará a sí mismo, que dice: A donde yo voy, vosotros no
podéis venir? Y les dijo: Vosotros sois de abajo, yo soy de
arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este
mundo. Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados;
porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados
moriréis. Entonces le dijeron: ¿Tú quien eres? Entonces
Jesús les dijo: Lo que desde el principio os he dicho. Muchas
cosas tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el que me
envió es verdadero; y yo, lo que he oído de él, esto hablo al
mundo. Pero no entendieron que les hablaba del Padre. Les
dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del
Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago
por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así
hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha
dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le
agrada. Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él."

"Yo me voy, y me buscaréis, pero en vuestro


pecado moriréis"
A pesar del rechazo de los judíos, Jesús continuó
enseñándoles: "Otra vez les dijo Jesús". Esta frase es la
misma que encontramos en (Jn 8:12) y que ya vimos al
comenzar este estudio. Quizá se vuelve a repetir ahora para
indicarnos que lo que viene a continuación tuvo lugar en otro
momento diferente, pero sobre todo sirve para mostrarnos el
empeño y la constancia del Señor en predicar la Palabra.

La razón para esta persistencia estaba en el hecho de que él


iba a partir muy pronto de este mundo, y aquellos que no le
habían recibido quedarían en un estado mucho peor que en
el que se encontraban cuando él había venido. En sus
palabras hay cierto tono de urgencia, pero también de dolor
al ver la incredulidad de los judíos. El Señor había venido a
salvarlos, pero ellos le habían rechazado una y otra vez. Se
cumplió así lo dicho por el profeta:

(Ro 10:21) "Pero acerca de Israel dice: Todo el día extendí


mis manos a un pueblo rebelde y contradictor."

Ante este rechazo, el Señor vuelve a proclamar de forma


solemne su condenación: "en vuestro pecado moriréis", y lo
repetirá más adelante en (Jn 8:24). Se trataba de algo
extremadamente grave. Y además añade que aunque
después de su partida le buscarían, todos sus esfuerzos
serían vanos: "Yo me voy, y me buscaréis, pero en vuestro
pecado moriréis". Esto nos recuerda otra verdad solemne:
cuando se rechaza repetidas veces la Luz, la persona llega a
perder la sensibilidad y la capacidad de responder a la
revelación de Dios.

(Pr 1:28-31) "Entonces me llamarán, y no responderé; me


buscarán de mañana, y no me hallarán. Por cuanto
aborrecieron la sabiduría, y no escogieron el temor de
Jehová, ni quisieron el consejo, y menospreciaron toda
reprensión mía. Comerán el fruto de su camino, y serán
hastiados de sus propios consejos."

Y esta ha sido la experiencia de Israel desde entonces.


Continúan buscando y esperando a su Cristo, pero siguen
pereciendo sin tener vida eterna, porque no han reconocido
su pecado de rechazarle y matarle cuando vino a este
mundo para salvarlos. Así que ellos siguen buscando a un
mesías que se ajuste a sus propios deseos, pero al haber
rechazado al auténtico Mesías, lo único que van a encontrar
son impostores, ante los cuales están completamente
expuestos, tal como el Señor les anticipó: "Yo he venido en
nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su
propio nombre, a ése recibiréis" (Jn 5:43).

Notemos que el Señor se estaba refiriendo a lo que ocurriría


después de su partida: "Yo me voy, y me buscaréis". En
realidad, se trata de un anuncio repetido, puesto que ya les
había dicho lo mismo durante la fiesta de los
tabernáculos (Jn 7:33-34). Esta partida indicaba el fin de su
misión en este mundo, lo que le llevaría a morir en una cruz,
pero también a resucitar y ascender otra vez al trono del
Padre. Pero dada la persistente incredulidad de los judíos, su
partida también implicaría su alejamiento de ellos, lo que sin
duda entrañaba un juicio terrible: "A donde yo voy, vosotros
no podéis venir".
En este momento debemos preguntarnos cuál era el pecado
al que el Señor se refirió, ya que éste sería la causa de los
juicios que les estaba anunciando. Y tenemos que decir que
su pecado era la incredulidad. Este es el único pecado que
finalmente lleva al hombre a la condenación eterna. Y esto
es así, porque mientras que la fe en el sacrificio de Cristo
nos perdona de todos nuestros pecados, la incredulidad nos
aleja de ese único medio que el hombre tiene de encontrar el
perdón de Dios. Por eso el Señor dijo: "El que en él cree, no
es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado,
porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de
Dios" (Jn 3:18).

Muchas personas creen que estas palabras de condenación


son muy duras, pero no debemos olvidar que quien las dijo
fue el Salvador, aquel que entregó su vida por los hombres
en un acto de amor inigualable.

"¿Acaso se matará a sí mismo?"


Los judíos comenzaron entonces a burlarse de lo que Jesús
les acababa de decir. Evidentemente no les había gustado lo
que les dijo acerca de su estado de condenación, pero en
lugar de buscar una solución para sus pecados, optaron por
ridiculizarle: "¿Acaso se matará a sí mismo?". Los judíos dan
a entender así que Jesús iba a suicidarse, y por lo tanto,
según ellos creían, iría a lo más profundo del infierno, un
lugar en el que ellos no iban a encontrarse con él. En
realidad, era cierto que el Señor estaba hablando de su
muerte, pero no de un suicidio, sino de una vida entregada
por el rescate de los pecadores. Pero ellos se burlaban aun
de esto, haciendo una caricatura de su muerte. ¡Cuán a la
ligera tomaban los juicios de Dios! ¡Cuánta burla y desprecio
se escondían detrás de sus palabras!

En una ocasión anterior en que Jesús pronunció palabras


semejantes (Jn 7:35-36), habían propuesto otra
interpretación, también presentada con burla, "¿Se irá a los
dispersos entre los griegos, y enseñará a los griegos?". Esto
demuestra, una vez más, que la maldad no confesada se va
volviendo cada vez más perversa.

"Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba;


vosotros sois de este mundo, yo no soy de
este mundo"
A continuación el Señor corrigió a los judíos, diciéndoles que
la razón de esta separación se basaba en la diferencia de
origen y naturaleza que había entre ellos. Mientras que ellos
eran de abajo, él era de arriba; ellos eran de este mundo,
pero él no lo era. No había unión entre ellos o intereses
comunes, porque mientras que los judíos sólo estaba
preocupados en asuntos terrenales, el Señor por el contrario
había descendido del cielo y se ocupaba exclusivamente en
hacer la voluntad de su Padre. El contraste era tan grande
que no podía haber armonía entre ellos, como quedaba de
manifiesto por sus continuos enfrentamientos.

Detengámonos aquí un momento para recordar que también


el verdadero discípulo de Jesucristo debe buscar las cosas de
arriba y no vivir en los deseos y pasiones del mundo:

(Col 3:1-2) "Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad


las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de
Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la
tierra."

"Si no creéis que yo soy, en vuestros pecados


moriréis"
Otra vez les vuelve a repetir que si no creían en él morirían
en sus pecados; sin haber sido perdonados y sin estar
preparados para comparecer ante Dios.

Notemos nuevamente que el pecado al que se hace


referencia aquí es el de la incredulidad: "Si no creéis". Ahora
bien, aquí se añade exactamente qué era lo que debían
creer: "que yo soy".
¿Qué es lo quería decir el Señor con estas palabras? Al
tratarse de una frase sin predicado, podría significar que "yo
soy de arriba" (Jn 8:23), o que "yo soy la luz del mundo" (Jn
8:12). Pero es mucho más probable que se utilice en un
sentido absoluto, una forma que los judíos empleaban para
referirse a Jehová (Dt 32:39). Así recordaban cómo Dios se
presentó ante su pueblo cuando iba a rescatarlos de
Egipto (Ex 3:14). Por lo tanto, era una expresión de la
trascendencia suprema de Dios, y lo que el Señor Jesucristo
estaba dando a entender es que él era la manifestación
perfecta de Dios manifestado en carne, de ahí la gravedad
de no creer en él.

"Entonces le dijeron: ¿Tú quién eres?"


A los judíos les resultaba intolerable que el carpintero de
Nazaret pretendiese ser el "Yo soy" de la eternidad, así que
volvieron a preguntarle, quizá con cierto tono de burla, "¿Tú
quién eres?".

Pero sus preguntas sólo pretendían desviar la atención de su


propia incredulidad. No era necesario volver a preguntar lo
que el Señor ya había dicho muchas veces: "Lo que desde el
principio os he dicho". Además, toda su vida, obras y
palabras manifestaban perfectamente quién era él. Pero el
corazón incrédulo nunca tiene suficientes evidencias.

Y a continuación añade: "Muchas cosas tengo que decir y


juzgar de vosotros". En realidad, además de su pecado de
incredulidad, había otras muchas cosas que deberían ser
juzgadas de ellos, pero por el momento el Señor no había
venido a eso, sino que tenía que comunicar al mundo la
verdad que había oído de su Padre: "Lo que he oído de él,
esto hablo al mundo". Una vez más sus prejuicios les
impedían ver a Jesús como enviado de Dios, por eso "no
entendieron que les hablaba del Padre".

"Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre,


entonces conoceréis que yo soy"
Ellos no creían que Jesús fuera el Hijo de Dios, pero llegarían
a darse cuenta de que era verdad cuando le hubieran
"levantado". La referencia, sin duda, tiene que ver con la
cruz, tal como ya le había adelantado a Nicodemo: "Y como
Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario
que el Hijo del hombre sea levantado" (Jn 3:14), algo que
más tarde les explicó con toda claridad: "Y yo, si fuere
levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Y decía
esto dando a entender de qué muerte iba a morir" (Jn
12:32-33). No obstante, el término "levantar" incluye no
sólo la muerte, sino también su resurrección y exaltación a
la gloria.

El Señor estaba anticipando lo que más tarde ocurrió. Ellos


darían rienda suelta a su maldad y acabarían por crucificarle,
pero el Padre respondería vindicando a su Hijo por medio de
la resurrección y ascensión a la gloria. Este fue el contenido
del primer mensaje de Pedro a los judíos en el día de
Pentecostés:

(Hc 2:22-24) "Varones Israelitas, oíd estas palabras: Jesús


nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las
maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros
por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste,
entregado por el determinado consejo y anticipado
conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de
inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los
dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese
retenido por ella"

La vindicación del Padre después de la muerte de Jesús


pondría en evidencia que lo que tantas veces les había dicho
era verdad:
Que él no hablaba por sí mismo.
Que siempre hacía lo que agradaba al Padre.
Que el Padre que le envió siempre estaba con él; que no le
había dejado solo.

Nosotros admiramos al Señor Jesucristo por su deseo


inquebrantable de agradar en todo a su Padre sin importarle
el costo que esto implicaba. En este sentido debemos ser
imitadores de él, incluso cuando todo a nuestro alrededor se
vuelva contra nosotros, tal como le pasó a él. En esas
circunstancias comprobaremos que el Padre también estará
con nosotros y no nos dejará solos, y que a pesar de la
incomprensión, el menosprecio o el rechazo del mundo,
disfrutaremos de su presencia en nuestras vidas, lo que vale
más que cualquier otra cosa.

"Hablando él estas cosas, muchos creyeron en


él"
Estas palabras de Jesús llevaron a muchos a creer en él. Sin
embargo, viendo el contexto posterior, nos damos cuenta
que eso no implicaba un cambio de corazón o un verdadero
arrepentimiento. Esto nos recuerda a aquellos judíos que
fueron mencionados al comienzo del ministerio de Jesús:

(Jn 2:23-25) "Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua,


muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que
hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía
a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese
testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el
hombre."

Cuando analicemos los siguientes versículos notaremos que


tan pronto como Jesús les dio a entender que un mero
cambio de forma de pensar no era suficiente, sino que
debían rendirse a él en obediencia a sus enseñanzas para
poder ser librados de la esclavitud del pecado, se revelaron
con toda la furia de su orgullo y ya no creían en él en ningún
sentido. Esto nos demuestra que puede ser relativamente
fácil persuadir a una persona para que admita las
enseñanzas de Jesús y que sienta simpatía hacia su persona,
pero otra cosa completamente distinta y mucho más difícil es
que se entregue al Señor sin reservas y abandone su vida de
pecado. Pero eso lo veremos en el siguiente pasaje.

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