Tema 10
Tema 10
Tema 10
Desarrollo emocional
Índice
Esquema 3
Ideas clave 4
10.1. Introducción y objetivos 4
10.2. Las emociones 5
10.3. Bases neurobiológicas del procesamiento
emocional 6
10.4. Desarrollo emocional durante la infancia y
adolescencia 7
© Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
A fondo 23
Test 27
Esquema
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La evidencia empírica sobre las emociones ha ido ganando presencia, tanto a nivel
clínico como educativo, en los últimos años. Debido al papel fundamental que
desempeñan las emociones en el funcionamiento cotidiano, cada vez existe un mayor
interés por realizar estudios que permitan esclarecer las relaciones entre el
procesamiento emocional y los procesos cognitivos, así como de desarrollar
programas que potencien la gestión de los procesos emocionales. Por ello, a lo largo
de este tema profundizaremos en las emociones y las bases neurobiológicas que se
relacionan con el procesamiento emocional, el desarrollo emocional a lo largo de la
infancia y adolescencia, y en programas que se dirigen a potenciar las competencias
emocionales.
Los objetivos que se pretende que alcancen los alumnos con este tema son:
Las emociones no solo son una experiencia subjetiva interna, sino que también
tienen un gran valor como organizadoras y motivadoras de la conducta. Emociones
como la alegría o la cólera llevan a los seres humanos a actuar y otras como la tristeza
frenan la acción. Asimismo, juegan un papel fundamental, especialmente en la
infancia, como señales comunicativas (Carpena, 2018).
Así, algunos cambios en la vida emocional tienen que ver con el desarrollo motor,
otros con el desarrollo del lenguaje y otros con los procesos de apego. A su vez, el
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Ínsula.
Los autores señalan que, cuando se especifica la VmPFC, se incluyen además el córtex
medial orbitofrontal y la corteza cingulada anterior perigenual y subgenual.
Desde el nacimiento los bebés expresan emociones como sorpresa, interés, asco,
malestar, alegría, tristeza… aunque estas expresiones no siempre son contingentes a
determinados estímulos o situaciones, ya que necesitan de la maduración de
determinadas estructuras neurológicas (Gil, 2019). El miedo, por ejemplo, comenzará
a ser contingente a partir del quinto mes, aproximadamente.
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A partir del tercer mes, son capaces de asociar las expresiones faciales de sus
cuidadores y los tonos de voz con las emociones y comienzan a responder
coherentemente a ellas, aumenta su actividad motora ante la alegría y decrece ante
el miedo o el enfado.
Aproximadamente a los ocho-diez meses, cuando los niños miran a su cuidador ante
una situación en la que no saben bien cómo actuar y utilizan la expresión emocional
para estimar los riesgos, ejecutar, o no, la conducta, y, en definitiva, regularla. El
cuidador principal se convierte, así, en el principal referente social, pero también en
la principal fuente de apoyo, seguridad y confianza para iniciar sus conductas ante
situaciones novedosas. Al final del primer año, los bebés responden de una manera
adecuada y selectiva a las expresiones faciales de la madre (Purves et al., 2018).
Entre el octavo y el noveno mes se consolida la relación con la figura de apego, que
tiene un papel fundamental en la percepción que del bebé sobre su propio control
emocional. La respuesta moduladora materna a las emociones del niño aumenta la
sensación de control de las propias emociones. A través de las estrategias utilizadas
por el cuidador para relajarle, consolarle, divertirle… el niño aprende a autorregular
sus propios estados de ánimo. La experiencia emocional se organiza en torno a la
figura de apego, base de seguridad y refugio en los momentos de temor, tristeza o
inquietud y resulta fundamental para la iniciativa de las conductas de aprendizaje,
para la regulación emocional y para la empatía en etapas posteriores (Haines y
Mihailoff, 2019).
En el vídeo «Apego: situación extraña» del apartado A fondo, podrás ver los
resultados del experimento realizado por M. Ainsworth sobre la importancia de un
vínculo de apego seguro en el desarrollo emocional.
Hacia los diez meses, los niños comienzan a tener conductas prosociales, aunque no
se puede hablar de verdadera empatía. En este momento, confunden las expresiones
emocionales que captan en los otros con las que se generan en ellos mismos, con lo
cual, intenta solventar la situación con las mismas conductas que reducirían su
malestar o aumentarían su bienestar.
A partir del segundo año, comienzan a ser conscientes de que las emociones las
experimenta también la otra persona ante una situación determinada, pero piensan
que son las mismas que las que puede experimentar él, con lo cual intenta solventar
la situación con las mismas conductas que reducirían su malestar o aumentarían su
bienestar (Gil, 2019).
A partir de los dos años el niño hará uso del código simbólico, a través del lenguaje
y el juego, para comprender sus propias emociones y las de los demás y para
expresarlas. Poner nombre a los estados fisiológicos que se experimentan «estoy
triste», «estoy alegre», «tengo miedo», «no me gusta»… ayuda a conocerse a sí
mismo, autoevaluarse, autorregularse y regular la interacción con los otros. Este
sentido del desarrollo cognitivo permite la simbolización y ayuda al desarrollo
emocional (Ardilla, 2015).
En muchas ocasiones son los cuidadores quienes favorecen esta conciencia subjetiva
cuando de manera contingente a la manifestación emocional del niño emiten una
verbalización de esta: «hoy estás contento, ¿verdad que sí?», de esta manera el niño
aprende a detectar conscientemente las claves que le indican el estado emocional en
el que se encuentra, a etiquetarlas verbalmente y a interpretarlas (Roseth et al.,
2008).
Entre los tres y los cuatro años, asocian determinadas situaciones o acontecimientos
con las emociones que causan, por ejemplo, una fiesta de aniversario con alegría, un
juguete roto con tristeza… lo que les permite la comprensión de las reacciones
emocionales propias y ajenas. Sin embargo, ese conocimiento es limitado porque
está exclusivamente basado en su experiencia vivida, por ejemplo, que un aniversario
es un acontecimiento feliz para todos. Por lo que el niño ha de aprender a desvincular
la emoción del contexto para poder generalizarla a otras personas y circunstancias.
El niño ha de comprender que una emoción no depende del contexto, sino de cómo
lo interpreta cada persona, es decir, ha de distanciarse de lo que él siente en esas
situaciones y ha de realizar un esfuerzo por imaginar qué puede estar sintiendo la
otra persona desde su perspectiva y circunstancia (Montes, 2018).
Será a partir de los cuatro años cuando los niños serán capaces de adoptar la
perspectiva del otro y de evaluar los hechos en función de los deseos y metas propios
y ajenos. La capacidad para explicar una situación desde la perspectiva de la otra
persona se adquiere a partir de esta edad, esta capacidad sigue los principios de la
llamada teoría de la mente y es la base de la empatía (López y González, 2017).
En el vídeo «Empatía, el comienzo de la vida» del apartado A fondo, podrás ver los
resultados de las últimas investigaciones sobre las bases de empatía que muestran
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No es preciso que los niños comprendan sus emociones para que las puedan
experimentar, pero la comprensión de los propios estados y de los demás es
fundamental para la flexibilidad de la propia conducta emocional y para el
establecimiento de cualquier tipo de relación socioafectiva (Yeager et al., 2014).
Que las emociones muchas veces se producen por la interpretación que hacen las
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Por otra parte, aunque entre los tres y cinco años son capaces de esconder o fingir
ciertas emociones no son conscientes de ello, por lo tanto, no saben que la gente
puede fingir ciertos estados emocionales, será hacia los seis años cuando serán
conscientes de que los demás pueden interpretar sus emociones y que ellos pueden
modificarlas. Este autocontrol en las expresiones, es decir, ocultarlas o fingirlas, se
realiza principalmente por dos motivos: para protegerse a sí mismo y para proteger
a los otros (Mills et al., 2014).
Los estudios con neuroimágenes de los últimos años han revelado que la
adolescencia constituye un período en el que se produce una extraordinaria
reorganización cerebral, tanto a nivel funcional como estructural, comparable a la
que acontece en los tres primeros años de vida. Y es esta gran plasticidad cerebral la
que hace que la adolescencia sea un período de grandes oportunidades, pero
también de grandes riesgos. Así, por ejemplo, el adolescente puede progresar
rápidamente en su desarrollo cognitivo, emocional y social, pero también es más
vulnerable a conductas de riesgo o a trastornos psicológicos.
reorganización que mejora la comunicación entre las mismas. Estos cambios se dan,
principalmente, en la corteza prefrontal y en el sistema límbico o emocional.
En la actualidad, se cree que lo más determinante para explicar la conducta típica del
adolescente no es únicamente el desarrollo tardío de las funciones ejecutivas,
Competencia social: capacidad para mantener buenas relaciones con los demás.
Dentro de ella se encuentran habilidades como habilidades sociales básicas,
Una niña de trece años en el cuarto mes del segundo año de Secundaria vive en la
casa de sus dos padres, con un hermano más joven, y tiene una familia extendida
relativamente considerable que vive cerca de ella. A la mitad del año escolar, sus
maestros la describieron como «inquieta». Se preocupaba mucho por tener las tareas
a tiempo y en ocasiones expresaba preocupación por la salud y el bienestar de sus
familiares de mayor edad.
mucho después de los primeros días del segundo año escolar, perdió interés en la
escuela, tuvo problemas para dormir, perdió su apetito y bajó un poco de peso, y se
salió del equipo de atletismo. Sus amigos informaron que no hablaba mucho. Sus
maestros informan que no cumplía con tareas y sus padres afirman que permanecía
en su recámara después de la escuela y la mayor parte del fin de semana. Cuando los
Diagnóstico
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Aunque los criterios para los trastornos depresivos son similares en adultos y en
individuos más jóvenes, niños y adolescentes pueden presentar un estado de ánimo
irritable como el síntoma afectivo destacado (con o sin depresión del estado de
ánimo).
Por lo menos uno de los síntomas puede ser depresión o irritabilidad del estado de
ánimo o pérdida de interés o del placer (anhedonia). Los síntomas deben representar
un cambio con respecto al funcionamiento previo y ocasionar ansiedad clínicamente
significativa o alteración en las esferas social, laboral, escolar u otras importantes del
funcionamiento.
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La paciente en este caso tiene más de los cinco de los síntomas anteriores y los ha
presentado durante varios meses, por lo que cumple los criterios diagnósticos para
trastorno depresivo mayor.
Lenroot, R. K. y Giedd, J. N. (2010). Sex differences in the adolescent brain. Brain and
Cognition, 72(1), 46-55.
En este vídeo podrás ver los resultados de las últimas investigaciones sobre las bases
de empatía que muestran los niños desde una edad temprana.
En este vídeo podrás ver los resultados del experimento realizado por M. Ainsworth
sobre la importancia de un vínculo de apego seguro en el desarrollo emocional.
En este vídeo encontrarás una explicación científica sobre los cambios físicos,
cognitivos y emocionales que tienen lugar durante la adolescencia.
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6. El juego simbólico:
A. Pone en marcha mecanismos defensivos físicos.
B. Facilita el desarrollo emocional ayudando a los niños a acceder a
sentimientos inhibidos y a afrontar muchas de las ansiedades y miedos
presentes en la vida cotidiana.
C. Inhabilita el desarrollo emocional ayudando a los niños a acceder a
sentimientos inhibidos presentes en su memoria.
D. No está vinculado con el desarrollo emocional del niño.