Ponencia Blanca Vilchis

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LA INTEGRACIÓN DE “LOS OTROS PATRIMONIOS” EN EL

CONCEPTO DE PATRIMONIO CULTURAL


Blanca Vilchis Flores.

A Daniel Vilchis

Siendo temas de actualidad la multiculturalidad y la tolerancia, me parece que no


se debe dejar de lado la crisis por la que atraviesa, frente a la globalización, el concepto
de patrimonio cultural ya que, necesariamente, nos lleva a reflexionar sobre la
operatividad del mismo. Así, la presente exposición intenta ser una reflexión, desde la
antropología, sobre dicho concepto a la luz del pensamiento complejo ¿Por qué desde
una perspectiva compleja? Porque la incorporación y valoración de los conceptos
relacionados con este tema tales como imaginación, percepción, creatividad,
incertidumbre y azar, en el acto de conocer así como el nuevo rol del investigador como
parte del mundo que estudia, hacen que el paradigma de la complejidad sea, además
del paradigma de la tolerancia, una oportunidad de observar los fenómenos desde
todos los puntos de vista posibles.

He hecho mención del pensamiento complejo y a su favor Edgar Morin nos dice
que si bien todavía se encuentra en proceso de elaboración, “permite la emergencia, en
su propio campo, de aquello que había sido hasta ahora rechazado fuera de la ciencia:
el mundo y el sujeto”. Hoy podemos ver como, en las mismas ciencias que antes lo
ignoraron, el sujeto emerge al mismo tiempo que el mundo, sobre todo a partir de que la
autonomía, la individualidad, la complejidad, la incertidumbre y la ambigüedad se
vuelven caracteres propios del objeto (Morin, 2001: 63).

El sujeto y el objeto aparecen inseparables, lo cual es un fuerte contraste


comparado con la ciencia clásica que nos presenta una visión fundada en la eliminación
positivista del sujeto a partir de la idea de que los objetos, al existir independientemente
del sujeto, podían ser observados y explicados en cuanto tales. Sin embargo, hoy
reconocemos que “no hay objeto si no es con respecto a un sujeto, que observa, aísla,
define, piensa; y no hay sujeto si no es con respecto a un ambiente objetivo, que le
permite reconocerse, definirse, pensarse, etcétera, pero también existir” (Morin, 2001:
67). Se nos presenta entonces, la gran paradoja: sujeto y objeto son indisociables y a la
vez son constitutivos el uno del otro.

Así, con respecto al tema que nos compete podemos identificar dos grandes
tendencias, una que otorga mayor importancia a los bienes culturales, de donde deriva
el hecho de que la colección y conservación de los mismos sean los fines últimos y la
razón de ser de la investigación; y otra que parte de la crítica a las posiciones
esteticistas y asume el principio de que, para que los bienes culturales puedan decir
algo de sí mismos y de los hombres que los hicieron, deben acompañarse de sus
contextos históricos, políticos y culturales (Pérez-Ruiz, 1998: 96-97). Por lo tanto, los
bienes culturales y su problemática conceptual, se van a vincular con las
predeterminaciones y limitaciones que actúan sobre el público en lo que interpreta
respecto al patrimonio cultural que se le presenta.

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Por lo anterior, tenemos necesidad de pensar al patrimonio cultural como un
metaconcepto operativo y mucho más abarcativo que el que se tiene actualmente, pues
coincidiendo con Mónica Mercuri lo que está construido son diferentes alternativas de
patrimonio que han sido valoradas por distintas disciplinas científicas (de acuerdo a una
tipología del objeto) pero que no tienen una convalidación colectiva (Mercuri, 2002).

¿Qué es el patrimonio cultural? ¿Cómo se construye este patrimonio? ¿Quién o


quiénes lo definen como tal? ¿Qué debe ser conservado y por qué razones? ¿Hay algo
que impida que lo que hoy concebimos como patrimonio mañana deje de serlo?
Cuando hablamos de cultura, identidad, patrimonio ¿Tan seguros estamos de que
todos hablamos de lo mismo?

Hoy, lo que conocemos como patrimonio son millones de fragmentos dispersos y


administrados por diferentes políticas culturales, pues dado que el “patrimonio cultural
ha estado íntimamente relacionado con el surgimiento y la consolidación del Estado-
Nación […] junto a los proyectos territoriales, sociales, políticos y económicos se
construyó también un proyecto cultural y de identidad necesario para su legitimación”
(Pérez-Ruiz, 1998: 95). Este proyecto cultural buscó dar cabida a un pasado y a una
lengua “comunes” así como a una pretendida unidad e identidad transhistórica que
desde entonces han sido parte indisociable del concepto patrimonio cultural.

El concepto como tal, en el origen de su definición, nos muestra el interés de las


naciones por establecer una normatividad internacional que permita tanto la protección
como la recuperación de los bienes culturales y un creciente interés interno por hacer
compatibles las necesidades del desarrollo y la modernización con las de conservación
y protección de los bienes artísticos y culturales (Pérez-Ruiz, 1998: 95).

Es dentro de este marco que Guillermo Bonfil nos dice, con respecto al
patrimonio cultural, que “no ha sido otra cosa que la selección de ciertos bienes de
diversas culturas en función de criterios esencialmente occidentales” (1991: 131). Así
mismo nos dice que en México, no existió un principio de comprensión y aceptación que
hiciera posible la valoración positiva de la cultura del otro, es decir, al dotar de
significados negativos al patrimonio cultural ajeno, se impidió la constitución de un
patrimonio que se percibiera común. Por lo tanto, Bonfil hace énfasis en la necesidad
de abolir la desigualdad y legitimar la diferencia como vía para superar la visión
negativa que nos lleva a menospreciar otras formas de apropiación del patrimonio
cultural, “al que se le conferirá o no la calidad de bien preservable, en función de la
importancia que se les asigna a los bienes del patrimonio en la memoria colectiva, así
como en la integración y continuidad de la cultura presente” (Rosas Mantecón, 1998:
177-178).

Guillermo Bonfil también afirma que “una concepción de patrimonio cultural


impositivo, excluyente y pretendidamente común a todos, trae consigo dos tipos de
problemas: la imposibilidad de una política de protección que abarque la totalidad de
los objetos culturales que forman el patrimonio cultural y la imposibilidad de los diversos
pueblos y grupos sociales para identificarse con dichos bienes culturales
seleccionados” y, por ende, buscar su adecuada conservación y salvaguarda. La

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propuesta hoy es hacer de la cultura y del patrimonio cultural un campo de diálogo y
negociación, de intercambio de experiencias, de conocimiento y reconocimiento mutuo
entre grupos sociales y culturales diferentes (Pérez-Ruiz, 1998; Mercuri, 2002). Donde
diálogo implique el reconocer que vivimos en un mundo plural donde resulta imposible
encontrar una interpretación que supere y sintetice a todas las otras.

El patrimonio cultural no es un componente aislado, se construye al interior de


las sociedades en donde obtiene un significado. Hay entonces un proceso que lo
construye, lo define, lo integra, lo hace parte de su dinámica modificándolo o
rechazándolo. Es así como ahora se debe concebir al patrimonio cultural “ya no como
objetos sino como procesos que se objetivizan y es la búsqueda de ese proceso lo que
nos permitirá encontrar al hombre productor que es el que está ausente hoy de la
definición de patrimonio” (Mercuri, 2002).

Los significados adscritos, implícitos del patrimonio cultural no sólo los señala el
discurso del grupo en el poder ni el discurso de un grupo académico, pues el patrimonio
es una suma de visiones en donde se incluye la visión de un grupo social en su
conjunto. El patrimonio no es unívoco por lo que también debemos reconocer que
existen grupos que le otorgan un significado distinto al patrimonio (llamado de “de
todos” por el discurso hegemónico) y grupos para quienes ese patrimonio no significa
nada. Así se hace necesario ir ubicando diferentes niveles de integración y apropiación
del patrimonio cultural.

Hemos contemplado a las culturas desde fuera, como objeto “objeto de


inventario, de conservación, de investigación, de difusión, de legislación, de
reanimación, de defensa y salvaguarda, etcétera, pero al mismo tiempo se requiere
reconocer y activar el carácter de las culturas como sujeto agente” (Cruces, 1998: 79),
de este modo, al intervenir los procesos culturales, la ciencia y la subjetividad humana
en la producción del patrimonio se hace presente un principio importante en el
pensamiento complejo: el principio de recursividad.

Este principio rompe con la idea de la linealidad de los hechos, desde la


recursividad todas las cosas son causadas y causantes así, el hombre produce la
sociedad, la cultura, el patrimonio pero a su vez la sociedad, la cultura y el patrimonio
son productores del hombre. Por lo que “la construcción del patrimonio cultural puede
entenderse, más que como una fase terminal en la que se ofrecen los bienes culturales
como producto acabado, como un proceso de intercambio en el que una diversidad de
agentes negocia posiciones de valor e interés sobre lo que es o no es digno de
conservación y estudio” (Cruces, 1998: 80).

Las construcciones del patrimonio cultural permiten a las personas reconocerse


en ellas, pues “el patrimonio es un modo, entre otros muchos, de reflexividad de la
cultura, es decir, de auto-referencia ya que sistematiza, objetiva, legaliza y racionaliza
una auto-imagen preexistente en la sociedad de múltiples formas” (Cruces, 1998: 80).
La reflexividad es dialógica: implica también a los otros y “da cuenta de otro de los
rasgos más sobresalientes de la cultura humana que es su vinculación a un contexto

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local” (Cruces, 1998: 81) por ello es tan importante ubicar al objeto patrimonio cultural
dentro de un contexto socio-espacio-temporal.

La noción de cultura, planteada por Ribeiro, como una cosa que es


constantemente recreada y reutilizada, instrumento básico de toda acción humana, nos
da una perspectiva que puede ser muy rica si consideramos que inclusive los bienes
materiales más útiles están inmersos en una especie de capa de relaciones sociales,
elaboraciones estéticas y formas rituales de las que obtienen su significado. Desde esa
perspectiva, la definición de patrimonio cultural debiera hacerse también “en función del
significado que posee para la población local, reconociendo que el elemento básico en
la percepción del significado de un bien cultural reside en el uso que de él se haga por
parte de una sociedad” (Ribeiro, 1998: 134).

Así, se hace necesario integrar a “los otros patrimonios posibles” a favor de una
nueva construcción de este concepto y dejar de lado la idea de un patrimonio cultural
que nació de la nada como si fuera algo prefijado e indiscutible. Además, “dada la
universalización del concepto de patrimonio cultural en la figura de patrimonio de la
humanidad, el proceso de globalización obliga a cuestionar – desde dentro y desde
fuera – el concepto nacionalista estatal de patrimonio. Así mismo, “obliga al
reconocimiento de la pluralidad cultural existente en el interior de cada país, como un
patrimonio de diversos grupos culturales y comunitarios” (Machuca, 1998: 28).

Por lo anterior, debemos reflexionar sobre las variables no estáticas que


Florescano (1997: 15-18) señala para comprender las concepciones relacionadas con
el patrimonio cultural, entre las que menciona las siguientes: la manera en que cada
época rescata y selecciona los bienes que identifica como su patrimonio (entendiendo
al patrimonio como el reconocimiento contemporáneo de los valores del pasado); la
presencia de grupos sociales dominantes que realizan la selección bajo criterios
restrictivos y exclusivos, tomando en cuenta que en el caso de las naciones es el
Estado el que selecciona los bienes de acuerdo con su proyecto histórico; el hecho de
que el patrimonio de una nación no es un hecho dado, una entidad existente en sí
misma sino una construcción histórica, y la concepción del patrimonio cultural como
resultado del choque y la interacción entre distintos intereses sociales y políticos que
conforman a una nación, es decir, una visión del uso del patrimonio cultural en función
de las diferencias sociales que concurren en la sociedad nacional.

Finalmente, es importante señalar que para avanzar en la reconceptualización


del patrimonio cultural necesitan evidenciarse, de acuerdo con Vázquez Olvera (1998:
189), tres cambios sustanciales:

Primero, [el reconocimiento de que] el patrimonio no está constituido


solamente por testimonios del pasado, sino que incluye al “patrimonio vivo”, el de
las manifestaciones contemporáneas, tangibles e intangibles. Segundo, dentro
de los usos sociales actuales de los bienes producidos en el pasado, en su
conservación y administración, debe darse preferencia a cubrir las necesidades
de las mayorías y, tercero, tanto los bienes producidos por las clases

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hegemónicas como todos aquellos elaborados por los sectores subalternos son
patrimonio cultural.

En el primer punto es importante destacar que, en realidad, no hay ningún


patrimonio tangible que no tenga su contraparte intangible ya que detrás de cada objeto
hay un proceso que hace posible que ese objeto sea, pues al hablar del patrimonio
cultural se esta hablando de todo aquello sobre lo que se deposita el capital simbólico
de una generación, la trasciende y soporta la negociación de significados.

El futuro del concepto de patrimonio cultural, desde esta perspectiva es, creo yo,
su revaloración cómo un metaconcepto influyente y abarcativo, con la conciencia de
que dicho metaconcepto tampoco ha de llegar a ser definitivo sino operativo, a partir de
la reconcepción e integración del sujeto y del objeto como antagónicos e indisociables a
la vez, constitutivos el uno del otro. Así también, será importante el reconocimiento del
patrimonio cultural como construcción social y como el conjunto de bienes culturales de
una sociedad en tanto sean necesarios para la reproducción social y cultural del pueblo
que los sustenta como propios, fuera del discurso del Estado-Nación y dentro de una
visión integradora donde tengan cabida lo uno y lo múltiple, es decir, tanto el patrimonio
cultural de una etnia o de un grupo hasta ahora marginado, como también lo que
entendemos por patrimonio cultural de un país o de la humanidad entera; lo cual
significa erradicar visiones parciales y modelos excluyentes de la sociedad.

La correcta defensa del patrimonio cultural presenta la necesidad, urgente, de


una adecuada percepción y concepción de lo que hoy se considera como patrimonio
cultural, sin caer en el idealismo de querer conservar todo cuando en realidad muchas
veces no se preserva nada. La constatación del inevitable cambio de toda cultura, con
el paso del tiempo, así como de su patrimonio cultural, no debe significar renunciar a los
esfuerzos dirigidos a la preservación de éstos.

Resultará también necesario conocer mejor cómo perciben sus creadores y, por
lo tanto, usuarios del patrimonio cultural, los objetos y conocimientos del mismo, para lo
cual se podría recurrir, como bien propone Francisco Cruces, a ámbitos y canales de
comunicación más próximos a las realidades que se tratan de abordar en cada
momento de la negociación del patrimonio cultural con el fin de promover la
participación de los diversos sectores que inciden en la formación y transformación, así
como en la protección y manejo, del patrimonio cultural.

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BIBLIOGRAFÍA

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1998 “Cultura, patrimonio, preservación” en Alteridades,
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1998 “Pensar nuestros patrimonios. A propósito del libreo de
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UAM – Iztapalapa, México.

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1998 “El patrimonio sitiado. El punto de vista
de los trabajadores” en Alteridades,
año 8, número 16, Julio-Diciembre.
UAM – Iztapalapa, México.

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