Viveiros de Castro - La Mirada Del Jaguar
Viveiros de Castro - La Mirada Del Jaguar
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altamente respetable que resultó en trabajos extre-
madamente importantes. Pero este no era mi fuer-
te. Mi fuerte, o campo, o bosque, era la mal llamada
“sociedad primitiva”, mi foco eran las sociedades in-
dígenas, no “Brasil”: lo que me interesaba eran las
sociologías indígenas. Mi fuerte eran las antropolo-
gías de Lévi-Strauss, de Pierre Clastres, y también las
antropologías de Malinowski, de Evans-Pritchard...
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existiera como posibilidad de trabajo. En parte porque
estaba leyendo exclusivamente tesis y libros de mis
profesores y gente vinculada a ellos, que eran todos
sobre los grupos Jê, Bororo y demás. Todo mi traba-
jo posterior estuvo muy marcado por un “escribir en
contra” de la etnografía centro-brasileña; “en contra”
no en el sentido polémico o crítico, sino contra como
un “a partir de”, como figura que se dibuja contra, es
decir, sobre un fondo: contra el paisaje donde tuvo lu-
gar mi formación.
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dimensiones, mucho más compleja que lo que soña-
ban nuestros dualismos.
Me llamó singularmente la atención lo complejo de
la reclusión puberal en el Alto Xingu, donde los jóvenes
tienen el cuerpo literalmente fabricado, imaginado por
medio de remedios, de infusiones y de ciertas técnicas
todavía más “invasivas” como la escarificación. Resu-
miendo, todo aquello me parecía un signo de que no ha-
bía distinción entre lo corporal y lo social: lo corporal era
social y lo social era corporal. Por lo tanto, se trataba de
algo muy diferente de las oposiciones tan familiares en-
tre cultura y naturaleza, centro y periferia, interior y exte-
rior, ego y enemigo. Mi investigación con los Yawalapíti
fue una suerte de indagación sobre estas cuestiones,
pero se trató más de un precalentamiento etnológico
que de una investigación tal como tiene que ser.
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cualidades del mundo aprendidas en el cuerpo y/o por
el cuerpo: olores, gustos, colores, texturas, propieda-
des sensoriales y sensibles. Demostraba cómo a un
pensamiento le era posible articular proposiciones
complejas sobre la realidad a partir de categorías de la
experiencia concreta.
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desorientado, todavía está administrando la revolu-
ción social, cosmológica, y sobre todo la catástrofe
demográfica desencadenada por ese “contacto”. Eran
salvajes en serio: gente dramática y enigmática, al
mismo tiempo gentil y brusca, sutil y exuberante; eran
muy diferentes a los pueblos del Alto Xingu que me ha-
bían impresionado por las maneras, el refinamiento, la
compostura casi solemne.
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años antes del contacto oficial. Los Araweté son una de
esas sociedades que deben haber tenido varios encuen-
tros más o menos esporádicos con los blancos en los
últimos siglos, si es que no son remanentes de grupos
tupi que estuvieron en contacto directo con misiones
cristianas o algo por el estilo. Olvidaron muchas cosas,
pero no todo. Uno percibe que saben mucho más sobre
uno que lo que aparentan (o fingen) saber.
A ellos les interesaba mi investigación porque yo no
tenía una gran pregunta teórica que me guiara desde
el inicio. Seguí los intereses dialógicos de los Araweté,
tuve que ir acompañando lo que les interesaba a ellos y
lo que yo conseguía entender, es decir, fluctué al ritmo
de la corriente de nuestra interacción.
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escribir su tesis sobre los Juruna (hoy más conocidos
como Yudjá), la cual desembocaba en una extensa dis-
cusión sobre el relativismo yudjá. Fue el diálogo con
Tânia lo que me hizo volver a pensar en la idea del
perspectivismo (o a pensar en mis ideas en términos
de un concepto de perspectivismo). La tesis de Tânia
terminó siendo un trabajo espléndido, una de las etno-
grafías más originales del pensamiento indígena hasta
ahora producidas en nuestra disciplina.
En fin, allá por los años 1994-95, Tânia y yo pasa-
mos a conversar sistemáticamente sobre el material
que ella estaba analizando. Fue entonces cuando co-
menzamos a definir el complejo conceptual del pers-
pectivismo, la concepción indígena según la cual el
mundo está poblado de otros sujetos, agentes o per-
sonas, más allá de los seres humanos, y que perciben
la realidad de manera diferente a los seres humanos.
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ciertas especies de animales perciben el mundo de un
modo diferente al nuestro. Sea como sea, el fenómeno
que Tânia encontró entre los yudjá (sería más correc-
to decir: la fenomenología de los yudjá que Tânia supo
captar) era muy común en el Amazonas, aun cuando
la inmensa mayoría de los etnógrafos no hubiesen sa-
cado grandes consecuencias de este hecho.
Yo tenía la impresión de que se podía divisar un
vasto paisaje, no sólo amazónico, sino panamericano,
donde se asociaban el chamanismo y el perspectivimo.
Era posible, además, percibir que el tema mítico de la
separación entre humanos y no humanos, esto es, entre
“cultura” y “naturaleza”, para usar la jerga consagrada,
no significaba, en el caso indígena, lo mismo que en
nuestra mitología evolucionista. La proposición presen-
te en los mitos indígenas es: los animales eran huma-
nos y dejaron de serlo, la humanidad es el fondo común
de la humanidad y de la animalidad. En nuestra mito-
logía es lo contrario: los humanos éramos animales y
“dejamos” de serlo, con la emergencia de la cultura, etc.
Para nosotros, la condición genérica es la animalidad:
“todo el mundo” es animal, sólo que algunos (seres,
especies) son más animales que otros: nosotros los hu-
manos somos evidentemente los menos animales de
todos. Y “ese es el punto”, como se dice en inglés. En
las mitologías indígenas, muy por el contrario, todo el
mundo es humano, sólo que algunos de esos huma-
nos son menos humanos que los otros. Varios anima-
les están muy lejos de los humanos, pero son todos o
casi todos, en el origen, humanos o humanoides, an-
tropomórficos o, sobre todo, “antropológicos”, es decir,
se comunican con (y como) los humanos. Todo esto
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converge con la actitud que se acostumbra llamar “ani-
mismo”, la presuposición o intuición pre conceptual
(el plano de inmanencia, diría Deleuze) de que el fondo
universal de la realidad es el espíritu.
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diciendo que no era correcto lo que había escrito el pe-
riodista, y que los Kamayurá eran de verdad hechiceros.
Me parece fascinante esto de las acusaciones de
hechicería entre grupos indígenas del Xingu, ventila-
das en cartas a la redacción de Folha, diario fascina-
do con lo moderno. Pienso que este tipo de cambios,
de modernización, de posmodernización, de globali-
zación, no indican que los indios estén “volviéndose
blancos” o que no haya más discontinuidades entre
los mundos indígenas y el “mundo global” (que a lo
mejor por ahora sería mejor llamar “mundo de los
Estados Unidos”). Las diferencias no se terminaron,
lo que sucede ahora es que se volvieron mensurables,
porque cohabitan en un mismo espacio: la verdad
es que aumentaron su potencial diferenciante. En el
mismo diario puedes leer las perogrulladas de [José]
Sarney, la astucia de un megaempresario discurrien-
do sobre las propiedades milagrosas de la privatiza-
ción, un científico intentando explicar el Big Bang a las
masas... ¡Y a Megaron acusando a los Kamayurá de
hechiceros! Todo en el mismo plano, todo en la mis-
ma Folha. Bruno Latour, en su Nunca fuimos modernos,
insiste con mucha pertinencia sobre este fenómeno.
Entonces, Megaron argumentaba en su carta: “El
muchacho murió porque fue hechizado por los Kama-
yurá. Es verdad que él mató dos a personas antes de
morir, pero eso fue porque pensó que estaba matando
animales; los pajés kamayurá le dieron un cigarro y él
creyó que estaba matando animales. Cuando volvió en
sí, vio que eran humanos y se puso muy triste”. Esta
es una explicación que recurre al argumento perspec-
tivista, eso de ver una persona como animal. Puesto
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que si una persona comienza a ver a otros seres hu-
manos como no humanos, es porque en verdad ya no
es humana: esto significa que esta persona está muy
enferma, “volviéndose otra”, y necesita de tratamien-
to chamánico. Por su parte, Megaron dice: fueron los
chamanes kamayurá los que hechizaron al joven y lo
deshumanizaron, haciéndolo ver a los humanos como
animales, es decir, haciéndolo comportarse a él mis-
mo como a un animal feroz. Pues una de las “tesis”
del perspectivismo es que los animales no nos ven
como humanos y sí como animales. Y, por otro lado,
ellos no se ven como animales, sino como nosotros
nos vemos, es decir, como humanos.
Es así que puede verse que el perspectivismo no
sólo está bien vivo, sino que puede ser utilizado en
palpitantes argumentos políticos.
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animales y humanos eran una sola cosa (mejor dicho,
una “sola cosa” múltiple: continua y heterogénea a un
mismo tiempo), y que los animales son ex humanos,
no que los humanos son ex animales. Esta humanidad
pretérita de los animales nunca es olvidada porque
nunca fue totalmente disipada, permanece ahí como
un inquietante potencial, así como nuestra animalidad
“pasada” permanece pulsando bajo las capas de bar-
niz civilizador. Más allá de esto, no es necesario tener
chamanes para vivir en una cosmología chamánica.
(Recuerden que los Mentuktire estaban usando los
chamanes de los Kamayurá).
La idea de que los animales son personas, común a
muchas cosmologías indígenas (quizás no a todas, por
lo menos si la idea es planteada en estos términos sim-
plistas), no significa que estos indios estén afirmando
que los animales son personas como nosotros. Todo el
mundo en su sano juicio, y el de los indios es tan o
más sano que el nuestro, “sabe” que el animal es ani-
mal y que la persona es persona. Como dice en algún
lugar Derrida, hasta los animales lo saben. Pero bajo
ciertos puntos de vista, en determinados contextos,
para los indios tiene todo el sentido decir que algunos
animales son persona. ¿Qué significa esto? Cuando
encuentras en una etnografía una afirmación del tipo
“Los Fulanos dicen que los jaguares son personas”, es
necesario tener claro que la proposición “los jaguares
son personas” no es idéntica a una proposición trivial
o analítica del tipo “las pirañas son peces” (esto es:
“piraña” es el nombre de un tipo de pez). Los jaguares
son personas pero también son jaguares, mientras las
pirañas no son peces y también pirañas... Los jaguares
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son efectivamente jaguares, pero tienen un lado ocul-
to que es humano. Por el contrario, cuando decís “las
pirañas son peces” no estás diciendo que tienen un
lado oculto que es ser pez. Cuando los indios dicen
que “los jaguares son personas”, esto nos dice algo
sobre el concepto de jaguar y también sobre el concep-
to de “persona”. Los jaguares son personas porque, al
mismo tiempo, la jaguaridad es una potencialidad de
las personas, y en particular de las personas humanas.
Y, además, no nos tiene que extrañar tanto una idea
como “los animales son personas”. Hay varios contex-
tos importantes en nuestra cultura en los cuales la pro-
posición inversa, “los seres humanos son animales”, es
tomada como perfectamente evidente. ¿No es esto lo
que decimos o suponemos cuando hablamos desde el
punto de vista de la medicina, de la biología, de la zoolo-
gía, etc.? Y al mismo tiempo, considerar que los huma-
nos son animales no nos lleva necesariamente a tratar a
nuestro vecino o colega como trataríamos a un buey, un
abadejo, un buitre, un yacaré. Del mismo modo, consi-
derar que los jaguares son personas no significa que si
un indio encuentra un jaguar en la selva va necesaria-
mente a tratarlo como se trata a un cuñado humano.
Todo depende de cómo lo trate el jaguar... y al cuñado.
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y sí otra cosa diferente. El perspectivismo no es una
forma de relativismo. Sería un relativismo, por ejem-
plo, si lo indios dijeran (cosa que no hacen) que para
los cerdos todas las otras especies son en el fondo cer-
dos aún cuando parezcan humanos, jaguares, yacarés,
etcétera. No es esto lo que están diciendo lo indios.
Ellos dicen que los cerdos son en el fondo humanos;
los cerdos no consideran que en el fondo los humanos
son cerdos. Cuando digo que el punto de vista huma-
no es siempre el punto de vista de la referencia quiero
decir que todo animal, toda especie, todo sujeto que
esté ocupando el punto de vista de referencia se verá a
sí mismo como humano... incluso nosotros.
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modo de ver, la dimensión propia de la realidad del
objeto antropológico: una realidad colectiva (es decir,
relacional) y que posee una propensión a la estabili-
dad transcontextual de la forma (o que manifiesta la
transformabilidad continua de las relaciones, que es
lo mismo pero dicho más enroscado).Y eso me parece
que es una cosa que es necesario recuperar. Creo que
la antropología debe escapar de la división para reivin-
dicar con vehemencia su derecho indiviso al “mundo
del medio”, el mundo de las relaciones sociales.
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¿Cómo es posible para la antropología escapar del objeti-
vismo hegemónico en el pensamiento occidental, ese pen-
samiento domesticado?
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intenciones, más se está conociendo el comportamien-
to. O sea, cuanto yo más desanimizo el mundo, más lo
conozco. Conocer es desanimizar, retirar subjetividad
del mundo e, idealmente, hasta de mí mismo. A decir
verdad, para el materialismo científico oficial, nosotros
todavía somos animistas porque creemos que los se-
res humanos tienen alma. Ya no somos tan animistas
como los indios, que creen que los animales, las plan-
tas, hasta incluso las piedras, también tienen alma.
Pero si continuamos progresando, seremos capaces
de acceder a un mundo donde “no vamos a necesi-
tar más de esta hipótesis”, ni siquiera para los seres
humanos. Todo podrá ser descrito en el lenguaje de
la física y ya no más de la intención. Ésta es la ideolo-
gía corriente, que está en la universidad, que está en
el CNPQ (Consejo Nacional de Desarrollo Científico
y Tecnológico), que está en la vieja distinción entre
ciencias humanas y ciencias naturales, que está en la
distribución diferenciada de presupuesto y de presti-
gio. No estoy diciendo que éste sea el único modelo
vigente en nuestra sociedad. Está claro que no lo es.
Pero es el modelo dominante.
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nocimiento” es aquel capaz de interpretar todos los
eventos del mundo como si fuesen acciones, como
si fuesen resultados de algún tipo de intencionalidad.
(Tomemos nota: si todo hecho es una acción de al-
guien, todo objeto es un artefacto de alguien.) Para
nosotros, explicar es reducir la intencionalidad de lo
conocido. Para ellos, explicar es profundizar la inten-
cionalidad del que estoy conociendo, es decir, deter-
minar el “objeto” de conocimiento como un “sujeto”.
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sería científico. El ideal de subjetividad que pienso que
es constitutivo del chamanismo como epistemología
indígena, se encuentra, en nuestra civilización, encerra-
do en lo que Lévi-Strauss llamaba parte natural o reser-
va ecológica dentro de los dominios del pensamiento
domesticado: el arte. En Occidente es como si el pensa-
miento salvaje hubiese sido oficialmente confinado a la
prisión de lujo que es el mundo del arte. Fuera de ahí es
clandestino o “alternativo”. Para nosotros el arte es un
contexto de fantasía, en los múltiples (e incluso peyora-
tivos) sentidos que podría tener esta expresión: el artis-
ta, el inconsciente, el sueño, las emociones, la estética...
El arte es una “experiencia” sólo en el sentido metafóri-
co. Puede ser hasta emocionalmente superior, pero no
es epistemológicamente superior a nada, ni siquiera al
“sentido práctico” cotidiano. Epistemológicamente su-
perior es el conocimiento científico: es él quien manda.
El arte no es ciencia y está todo dicho. Es justamente
esta distinción la que parece no tener ningún sentido
en lo que estoy llamando epistemología chamánica, que
es una epistemología estética. O estético-política, en la
medida en que ella procede por atribución de subjetivi-
dad o “agencia” a las llamadas cosas. Quizás la metáfo-
ra material más evidente de este proceso de subjetiva-
ción del objeto sea una escultura. Lo que está haciendo
el chamán es más o menos eso: esculpiendo sujetos en
las piedras, esculpiendo conceptualmente una forma
humana, esto es, sustrayendo de la piedra todo aquello
que no deja ver la “forma” humana ahí contenida. Los
filósofos acostumbran usar la palabra “antropomorfis-
mo” como censura. Yo, por el contrario, encuentro al
antropomorfismo un gesto intelectual fascinante.
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¿Cómo ves en la actualidad los estudios en antropología
urbana?
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Esto no quiere decir que no debamos estudiar el
candomblé o el neochamanismo, ya que está claro que
sí debemos hacerlo. Lo que estoy diciendo es, simple-
mente, que una verdadera traducción de la antropolo-
gía de las sociedades de tradición no occidental a una
antropología de las sociedades occidentales, debería
preservar ciertas relaciones funcionales internas, y no
sólo, o principalmente, ciertas continuidades temáti-
cas e históricas. No estoy diciendo, insisto, que no se
deba estudiar parentesco, candomblé, chamanismo
urbano, pequeños grupos, interacciones cara a cara...
Lo que estoy diciendo es que una antropología urbana
que “hiciera lo mismo” que hace la etnografía indígena
(suponiendo que esto fuese algo deseable, lo cual no
es obvio) estaría (o está) estudiando los laboratorios
de física, las multinacionales del sector farmacéutico,
las nuevas tecnologías reproductivas, las grandes co-
rrientes de pensamiento en las universidades, la pro-
ducción del discurso jurídico, político, etc.
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hasta entonces era reserva cautiva de epistemólogos,
sociólogos, politólogos e historiadores de las ideas.
Nos contentábamos con lo marginal, con lo no oficial,
lo privado, lo familiar, lo doméstico, lo alternativo.
Se hacía antropología del candomblé, pero no había
una antropología seria del catolicismo. Está claro que
es más fácil –y fue absolutamente necesario–, en un
primer momento, transportar lo que aprendemos en
los estudios de religión africana a los estudios sobre
candomblé. Pero no estuvimos preservando las rela-
ciones, sólo los términos. El segundo momento, aho-
ra, es percatarse de que hay más cosas que hacer que
transportar términos. Puedes transportar relaciones, y
lo que vas a estar haciendo es crear conceptos, algo
que a la antropología de las sociedades complejas le
llevó algún tiempo hasta que estuvo en condiciones
de hacerlo. Hasta hace muy poco, la antropología es-
taba muy marcada por los conceptos producidos en
su contexto clásico: reciprocidad, hechicería, maná, in-
tercambio, tótem, tabú. Entonces los antropólogos de
las sociedades complejas buscaban el maná acá, el to-
temismo allá... Todo bien, pero me parece que da para
ir más lejos: de hecho estamos empezando a hacer
antropología simétrica, que es antropologizar el “cen-
tro” y no sólo la “periferia” de nuestra cultura. El cen-
tro de nuestra cultura es el estado constitucional, es la
ciencia, es el cristianismo. Ser capaz de estudiar estos
objetos es una conquista reciente de la antropología.
La antropología de las sociedades complejas tuvo el
inestimable mérito de mostrar que lo periférico y lo
marginal eran parte constitutiva de la realidad socio-
cultural del mundo urbano-moderno, desmontando
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así la auto-imagen de Occidente como imperio de la
razón y del estado, del derecho y del mercado. Pero
el paso siguiente es analizar esas realidades más o
menos imaginarias que, en un inicio, sólo nos pro-
pusimos deslegitimar. Ya no me parece tan necesario
(puedo estar muy equivocado en esto) deslegitimar, o
sólo deslegitimar esas máquinas de pesadillas; aho-
ra lo que es necesario es estudiar minuciosamente su
funcionamiento. Algo que quizás sólo se haya vuelto
posible en nuestra posmodernidad tardía cuando Ra-
zón, estado, derecho y mercado comienzan, justamen-
te, a dejar de funcionar tan bien, o por lo menos a no
convencer tan bien a tanta gente de que son objetos
universales eternos.
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ante los demás seres vivientes ya es bastante compli-
cado. Lo que no quiere decir que la conciencia de ser
brasileño no me movilice éticamente, no me interpele
políticamente, ni me haga experimentar la mixtura am-
bivalente de sentimientos y de disposiciones asociada
a cualquier pertenencia objetiva.
Me quedo pensando que a lo mejor es en eso que
consiste el sentimiento de pertenecer a una nación:
tener todos motivos propios para avergonzarse, tan
propios (o todavía más) que los siempre recordados
motivos de enorgullecerse. Eso cuando los referidos
“motivos” no son, como sospecho que casi siempre
son, los mismos motivos. Todo orgullo confiesa una
vergüenza. Y toda vergüenza reclama su pago. Y toda
vergüenza clama por ser (a)pagada.
Después de todo, soy brasileño y todo eso. Son raras
las veces en que pienso en esto; y cuando lo hago, al-
gunas veces lo encuentro hasta bueno. Como bien dijo
Tom Jobim, de regreso a Río después de años viviendo
en los Estados Unidos: “allá afuera está bueno, pero
es una mierda; acá es una mierda pero está bueno...”.
Gran verdad. De cualquier modo, como investigador
no creo estar obligado a tener como objeto la llamada
“realidad brasileña”, esa curiosa e intraducible noción.
No se exige eso a los matemáticos o a los físicos. Los
físicos brasileños no están estudiando la “realidad bra-
sileña”. Están estudiando, a no ser que me equivoque
(yo o ellos), sólo la realidad. ¿Por qué un cientista so-
cial brasileño no puede hacer lo mismo? Brasil es una
circunstancia para mí, no es un objeto. Entiendo que,
sobre todo para los pueblos que estudio, Brasil es una
circunstancia y no su condición fundante.
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¿Y el compromiso en relación a las sociedades indígenas
que estudiás?
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