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Finocchiaro, Alejandro
Ideas, poder y contexto : historia del pensamiento político en Occidente hasta la
modernidad / Alejandro Finocchiaro. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :
Eudeba, 2023.
Libro digital, EPUB - (Material de cátedra / Facultad de Derecho)
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-950-23-3370-0
1. Edad Media. 2. Política. 3. Democracia. I. Título.
CDD 306.2
Eudeba
Universidad de Buenos Aires
Agradecimientos
Prólogo
Introducción
Libro primero. Los orígenes
Preludio
Capítulo I. El camino hacia la humanidad
1. La revolución cognitiva
2. Desarrollo del Homo sapiens
3. Jefatura y poder en las primeras formas de organización humana. De
la fuerza a la magia
Capítulo II. El camino hacia la civilización
1. Revolución agrícola: primeras sociedades humanas. Surgimiento de
los proto-Estados y primeras nociones de gobierno. Organización
política y social
2. Aparición de lo divino como explicación del universo. La nueva
legitimación del poder
3. Sociedades matriarcales, inicio y decadencia
Libro segundo. Lo divino como manifestación de poder
Preludio
Capítulo III. La legitimidad divina del gobernante
1. El soberano es dios o su descendiente
2. El soberano como elegido de Dios
3. El soberano como delegado o intermediario de Dios
Capítulo IV. La delegación normativa divina
Libro tercero. Los griegos o la invención de la política
Preludio
Capítulo V. Los mitos
1. Un concepto confuso
2. Transmisión y lectura en contexto
3. Funciones del mito
Capítulo VI. Los primeros educadores
1. Homero
2. Hesíodo
Capítulo VII. El camino hacia la democracia
1. Polis, filosofía y moneda
2. Reformas y tiranos
3. Píndaro y la reacción aristocrática
Capítulo VIII. Dos modelos políticos: Esparta y Atenas
1. Esparta
2. Atenas
Capítulo IX. Los sofistas
1. Los sofistas y su época
2. La obra
3. El discurso democrático
Capítulo X. Platón
1. Platón y su época (428-347 a. e. c.)
2. El método
3. Contrasofistas
4. La dimensión utópica
5. República
6. El Político
7. Las leyes
Capítulo XI. Aristóteles
1. Aristóteles y su época (384-322 a. e. c.)
2. Crítica a Platón
3. Naturaleza humana, política y moral. Surgimiento del Estado
4. Ciudadano y Estado
5. Clasificación de las formas de gobierno y la mejor constitución
6. Teoría de las revoluciones
7. El concepto de justicia
8. La economía
Libro cuarto. Roma o la república
Preludio
Capítulo XII. Polibio
1. Polibio y su época (201-120 a. e. c.)
2. La Constitución romana en tiempos de la república
Capítulo XIII. Marco Tulio Cicerón
1. Cicerón y su época (106-43 e. c.)
2. Apología del régimen republicano
3. La virtud cívica
4. El derecho natural
Libro quinto. El cristianismo o una nueva moral política
Preludio
1. Raíces remotas de pueblos antiguos
2. La sociedad judía en la época de Jesús
3. La cuestión del Jesús histórico
Capítulo XIV. Del judeonazarenismo al cristianismo
1. Los primeros tiempos sin Jesús
2. El Concilio de Jerusalén del 50 y sus consecuencias inmediatas
3. El surgimiento del cristianismo
Capitulo XV. La Iglesia de los romanos y las herejías
Capítulo XVI. El triunfo de Roma y la iglesia universal
1. Constantino y Teodosio. De la tolerancia al poder
2. Valores y disvalores
Capítulo XVII. Agustín de Hipona
1. Agustín y su época (354-430 e. c.)
2. La cristianización de Platón
3. La filosofía de la historia agustiniana. La ciudad de Dios y la ciudad
terrenal
4. La sociedad total del cristianismo
5. Las primeras manifestaciones del agustinismo político
Libro sexto. La Edad Media o el reino de Dios en la Tierra
Preludio
1. Cronología. Continuidades y rupturas
2. La transición de un mundo a otro
3. Cultura y saber
Capítulo XVIII. El pensamiento en penumbras
1. Boecio (ca. 480-524)
2. Isidoro de Sevilla (ca. 560-636)
Interludio
Capítulo XIX. Hierocracia, feudalismo y poliarquía
1. Hierocracia
2. El feudalismo
3. Poliarquía
Posludio
Capítulo XX. Las cartas
Capítulo XXI. Tomás de Aquino
1. Tomás y su época (1225-1274 e. c.)
2. El regreso de Aristóteles
3. La fe y la razón
4. Origen y fin del Estado
5. Origen del poder y formas de gobierno
6. Las formas de gobierno
Capítulo XXII. Después de Tomás
1. Juan de París (1225-1306)
2. Dante (1265-1321)
3. Marsilio de Padua (1275-1342)
4. Guillermo de Occam (1270-1347)
Libro séptimo. El Renacimiento o un puente humano hacia la modernidad
Preludio
Capítulo XXIII. Nicolás Maquiavelo
1. Maquiavelo y su época (1469-1527)
2. Realismo político
3. El príncipe y los Discursos
4. El príncipe
5. El Estado y su razón
6. El patriotismo en Maquiavelo
Capítulo XXIV. Tomás Moro y Utopía
1. Tomás Moro y su época (1478-1535)
2. El nacimiento de las utopías
3. Utopía
Bibliografía
Agradecimientos
Hace cerca de 4500 millones de años surgió nuestro planeta y durante los
siguientes mil millones de años comenzarían a aparecer los primeros
organismos vivos en manifestaciones sumamente primitivas. Ca de dos
millones de años atrás puede situarse la aparición del Homo habilis, una
evolución del género Homo, así llamado porque podría haber
confeccionado instrumentos líticos y hacer uso de ellos. Si bien existen
indicios de la capacidad de iniciar fuego hace medio millón de años, su uso
cotidiano se generalizó hace 300.000 años. Un poco antes de esas
imprecisas fechas, el Homo había evolucionado hacia la especie neandertal
en Europa y el Cercano Oriente y posteriormente y también por evolución
aparece el Homo sapiens en África, que se expandió luego a otros
continentes hasta que, entre los años 35000 a 30000 a. e. c., quedaron como
únicos representantes de su género, ante la desaparición de los neandertales.
El Homo sapiens –es decir, nosotros, los seres humanos– se encuentra
viviendo en el período Cuaternario, que “ocupa tan solo el 0,046 por ciento
de la historia de la Tierra” (Benito, 2017: 40) y se divide en dos épocas: por
un lado, el Pleistoceno, que se inició con el Cuaternario y culminó hace
10.000 años y, por otro, el Holoceno, que comenzó entonces y es la época
en la que vivimos en la actualidad. Durante el Pleistoceno, se sucedieron
varias glaciaciones, es decir, episodios de fuertes enfriamientos en los
cuales la Tierra quedó a merced de enormes capas de hielo, la última de las
cuales, llamada glaciación Würm, comenzó hace más de 100.000 años y
que dio lugar al Holoceno.
Las distintas glaciaciones –que comenzaron alrededor del 600000 a. e.
c.– captaron agua de los océanos, que llegaron a descender casi cien metros
y se trasladaron a tierra firme, con lo cual aumentó el nivel de hielo y el
consecuente frío. El Homo tuvo entonces, a la fuerza, que adquirir nuevas
costumbres y hábitos. Por ejemplo, ya no podían, como sus antepasados,
pasar la noche arriba de los árboles, sino que debieron ingeniárselas para
construir viviendas con palos, piedras y pieles o, más seguramente, buscar
el abrigo y refugio de las cuevas. Así se fue generando la percepción del
hombre prehistórico como el hombre de las cavernas, con todo lo que ello
implicó desde todo punto de vista: biológico, su vida de relación, su visión
y comprensión del entorno que y, a medida que lentamente evolucionó, sus
primeras manifestaciones de índole cultural, social y espiritual.
El dominio del fuego, ya que no su descubrimiento, constituyó
posiblemente el avance más significativo del Homo en la prehistoria
remota, pues este recurso no solo le proveyó luz y calor, sino también la
posibilidad de cocer sus alimentos, lo cual, en algunos casos, como el de la
carne, los hacía más tiernos, y en otros, como los del trigo o el arroz, a
partir de entonces se volvieron ingeribles y digeribles, además de significar
la eliminación de bacterias y parásitos (Asimov, 2013).
Hasta ahora hemos hablado del género Homo como un ascendiente del
ser humano actual, el cual apareció en el planeta 2.500.000 años atrás, y
también hemos mencionado algunas de sus especies, sobre las que
volveremos más adelante. Sin embargo, estimamos que hacen falta algunas
precisiones antes de abocarnos al tema objeto de esta obra, que no es sino
cómo se fueron construyendo los distintos sistemas de poder político en la
historia humana y las ideas que los sustentaron. La primera de ellas tiene
que ver con los criterios usados por los paleontólogos para distinguir un
Homo de un antropoide y saber así que estábamos en presencia de uno de
nuestros antepasados. Con respecto a ello, Eiroa manifiesta que “La
respuesta se encuentra en los caracteres óseos que ponen de manifiesto
determinados detalles acerca de la estructura general del individuo: la
erección de la figura y los cambios que con ella se relacionan, la
construcción de la columna vertebral, de la pelvis y de los huesos largos de
las extremidades, las manos, los pies, que se adaptan a una determinada
forma para caminar erguidos o para aprehender con precisión” (2014: 150).
La segunda precisión imprescindible es que la evolución del género
Homo no se gestó en una línea de descendencia directa, es decir que no
hubo una evolución lineal en la cual una especie desaparecía para dar lugar
a la siguiente, sino que coexistieron en la Tierra varias especies humanas
(Harari, 2016) como, por ejemplo, los neandertales y los sapiens, de los que
tratará el primer capítulo de este libro.
Capítulo I
El camino hacia la humanidad
1. La revolución cognitiva
Una de las mayores paradojas de esta época radica, dentro del proceso de
lento pero enorme desarrollo que experimentaba el hombre al conseguir
dominar a la naturaleza y asegurarse así no solo su sustento, sino la
capacidad de orientar sus acciones hacia el futuro, en la pérdida la
confianza en sí mismo para mantener y acrecentar ese dominio.
Una nueva forma de explicar el mundo y de legitimar el poder más allá
del hombre se iría dando paso, conviviendo primero con, y suplantaría
después a la magia como explicación ordenadora del cosmos.
Efectivamente, entre la magia y la religión no existió una cesura abrupta,
sino un gradual y lento cambio de paradigma, teniendo en cuenta que
todavía en esta obra, y salvo precisas aclaraciones, el paso del tiempo se
estima en siglos o quizás en milenios, con lo cual la datación de un suceso
resulta en ocasiones sumamente vaga.
Por un lado, y a medida que la humanidad comenzaba a conocer
determinados procesos, como los ciclos de las cosechas y la periodicidad de
las lluvias o las propiedades que determinadas raíces y plantas podían tener
sobre algunas patologías, el área de influencia del mago o chamán se fue
estrechando al ser develado el velo que teñía de sobrenaturales sus
acciones. También la ineficacia reiterada de muchos de sus conjuros y
rituales convencieron a las comunidades de que ya no debía serles otorgada
la preeminencia que se le había dado en el pasado. Por supuesto, ello
mermó considerablemente los poderes políticos de los hechiceros, aunque
durante muchos siglos continuaron poseyendo algunos privilegios y
ascendiente en sus sociedades junto con los sacerdotes en la confusión que
entremezcló magia y religión durante un largo período. La magia es anterior
a la religión, pero, aunque sus lógicas son sumamente diferentes, la una es
antecedente de la otra. No debemos olvidar que una de las funciones de los
chamanes consistía en la invocación de determinados espíritus de la
naturaleza.
El hombre, que había logrado notables avances desde el punto de vista
material e incluso cultural, comenzó a sentirse solo y pequeño ante la
enormidad de la creación. Frente a aquellas fuerzas del universo que no
comprendía y mucho menos podía controlar, la magia ya no ofrecía
soluciones; ello implicó claramente “El reconocimiento de la impotencia
humana para influir en gran escala sobre el curso de la naturaleza” (Frazer
2003: 85).
Ahora bien, si a pesar de que ni magos ni hechiceros poseían los poderes
que otrora se les atribuían, pero determinados fenómenos –tanto
afortunados como aciagos– seguían sucediendo, ellos debían ser producidos
y controlados por otro tipo de seres sobrenaturales y poderosos, mucho más
poderosos que el hombre y a los que entonces habría que propiciar.
La construcción humana de lo divino, de lo sobrenatural, de aquello que
no puede percibirse sensorialmente pero que, sin embargo, tiene poder
sobre el universo entero puede explicarse por varios factores, además de la
caída en desgracia del discurso mágico. Por un lado, como ya se ha dicho,
entre las creencias animistas del ser humano del Paleolítico superior se
encontraban aquellas relativas a espíritus asociados a los animales, a las
plantas, las rocas y básicamente todo lo existente. Sin embargo, esos eran
espíritus a los que el hombre consideraba en un pie de igualdad consigo
mismo; los respetaba, pero, mediante determinados ritos o fórmulas, se
creía capaz de derrotarlos o de adquirir poder sobre ellos. La revolución
agrícola supuso además, para la humanidad, la absorción de muchísimos
fenómenos y un cambio de contexto y condiciones tan diferentes de la
época paleolítica que despertaron una gran espiritualidad, que “aportó a las
personas, un concepto completamente diferente de sí mismas y de su
mundo” (Armstrong, 2005: 47).
Otro factor también heredado del Paleolítico y no menos importante –de
hecho, podríamos decir esencial en la creación del concepto divino– es la
facultad de pensar en modo abstracto. Baring y Cashford (2005) entienden
que es posible que el hombre desarrollase la habilidad para hacerlo a partir
de la comprensión de las cuatro fases lunares, es decir cuando descubrió
que a las tres visibles debía agregarse una más, la luna nueva que, aunque
no visible, existía, posiblemente asociada a un fenómeno de regeneración.
También Childe (1992), al hablar de las pinturas en cuevas, manifiesta que
el ser humano podía entender la idea de un ciervo en forma abstracta y
simbolizarlo al dibujarlo de una forma más general sin tener presente al
animal. Lo trascendental de este paso dado por la humanidad, consistente en
el pensamiento abstracto, es la facultad de concebir la idea de aquello que
no es visible y que, en algunos casos, no ha visto nunca.
Un punto de vista menos sutil en su teoría de los “ordenes imaginados”
que permiten cohesionar a las sociedades es el de Harari, quien dice que
“Cuando la revolución agrícola abrió oportunidades para la creación de
ciudades atestadas e imperios poderosos, la gente inventó relatos acerca de
grandes dioses, patrias (…) para proporcionar los vínculos sociales
necesarios” (2016: 122).
La aparición del fenómeno divino no puede datarse en forma precisa,
salvo que tuvo lugar durante la revolución agrícola en el Neolítico. De
hecho, continúa siendo difícil explicar la similitud en las estructuras de sus
elementos y relatos primigenios, como, por ejemplo, aquellos que aluden a
la creación, a la fertilidad, al inframundo o a sus rituales en contextos
geográficos y culturas diferentes. A la teoría psicológica que
tempranamente expuso Frazer (2003), consistente en que ello se debe a que
en circunstancias similares los hombres tienden a pensar y actuar en
idéntica o parecida forma, Campbell contrapone una tesis consistente en
que “en determinados momentos y determinados lugares, históricamente
determinables, se habrían producido importantes transformaciones
culturales cuyos efectos se habrían difundido por todos los confines de la
tierra; y que junto con ellos se habrían transferido constelaciones de
motivos y sistemas mitológicos asociados” (2012: 97). (2)
En resumen, la humanidad, que protagonizaba en ese momento una de
las grandes revoluciones de su historia, elaboró un discurso para explicar el
universo circundante a partir de la existencia de seres sobrenaturales y
superiores a él mismo. Desde ese momento, el hombre comenzó a depender
absolutamente de lo divino y de sus manifestaciones concretas: los dioses a
quienes había que propiciar o apaciguar mediante diferentes ceremonias,
oraciones, rituales, sacrificios o acciones. A diferencia del discurso de la
fuerza o aún el de la magia, en los cuales la humanidad dominaba a las
fuerzas cósmicas, aquí resigna su destino a la noción de lo sobrehumano.
En la opinión de Frazer, “su antiguo comportamiento libre se transforma en
la más abyecta postración ante los misteriosos poderes invisibles y su más
apreciable virtud es someter a ellos su voluntad” (2003: 85).
Si una cosmovisión tiende a explicar todos los fenómenos y sucesos
universales, también lo hará con las formas de organización humana y
centralmente con el poder. Podríamos decir de esta manera que, al surgir la
noción de lo divino como cosmovisión, también habrá surgido el discurso
que, al desarrollarse en variadas manifestaciones a lo largo del tiempo,
legitimará el poder durante casi toda la historia humana.
1. Con Próximo Oriente nos referimos a las tierras septentrionales de Europa que bordean el
Mediterráneo oriental, el mar Caspio y el golfo Pérsico.
2. Vale resaltar que, en la obra citada, Campbell cita como ejemplo de esta teoría de la difusión el
caso de Mesopotamia a mediados del siglo IV a. e. c., es decir, en una época bastante posterior a la
que trata este capítulo.
3. Esta costumbre, muy lógica en la Antigüedad, seguramente tenía su razón de ser en que, en
sociedades donde la promiscuidad sexual era habitual, siempre existía la certeza acerca de la
identidad de la madre respecto de una persona, aunque no así del padre. En el caso de las jefaturas o
sucesión de reyes, esta recaía en el yerno del rey, es decir, en aquel sujeto que desposaba a su hija, y
no en su hijo varón, quien debía concertar un matrimonio de estas características para ocupar ese
rango. Esta costumbre subsistió en el tiempo aún después de la decadencia de estas sociedades
“matriarcales”. En la mitología griega posterior, por ejemplo, Menelao se convierte en rey de Esparta
al desposar a Helena, hija terrenal de Tindareo, su anterior rey. Por otra parte, algunos reyes de Roma
también accedieron a esa dignidad por esta vía.
Libro segundo
Lo divino como manifestación de poder
Preludio
Quizá sea esta la más funcional y terrenal de todas las maneras en que
hemos decidido clasificar las diferentes vías según las cuales el concepto de
lo divino legitimaba las relaciones de poder en las sociedades de la
Antigüedad temprana, aunque nos queda todavía por ver el excepcional
caso del pueblo judío.
Aquí ya no se trata de que gobierne dios, su descendiente o alguien
escogido por él, lo cual le otorga en todos los casos un estatus diferente y
por encima del hombre común. En este particular, la causa legitimante del
poder es la especial relación del gobernante con los dioses. En el caso del
intermediario como aquel que propicia a los dioses, en el caso del delegado
como aquel cuya función es hacer que se cumpla en la tierra la voluntad
divina. Es del caso hacer notar que muchas veces, quizás siempre, la
separación de estos roles eran bien difusos y constantemente se confundían,
incluso también con la lógica de la legitimación por elección que ya hemos
analizado.
En la Mesopotamia arcaica, cada una de las ciudades-Estado tenía su
propia organización política, administrativa y también con respecto a su
culto, el dios que representaba a la urbe y sus rituales y ceremonias. Sus
reyes, como ya se ha visto, tenían como funciones básicas el ordenamiento
de la economía local, sostener la infraestructura productiva, el sistema
redistributivo y la defensa exterior. Ya se han narrado los casos singulares
de las ciudades de Kish bajo la férula acadia, o el de Lagash con el rey
Gudea, aunque siempre hay que tener en cuenta que no solo existían
distintas ciudades, sino que estas fueron pasando por dominaciones de
diferentes pueblos.
Sin embargo, en líneas generales, y más allá de que a nosotros nos ha
llegado de forma imprecisa y quizá poco elaborada, ideológicamente, la
realeza mesopotámica fue legitimada de forma divina. El gobernante tenía
una condición de subordinación respecto de los dioses y todas sus acciones
eran manifestaciones de la voluntad divina. En realidad, y en el caso que
nos ocupa, la regla general de estas sociedades parece haber sido, como lo
describe Liverani, “El dios es el dueño de la propiedad y de sus habitantes,
y el rey su ‘administrador delegado’. Dicho en términos menos ideológicos,
el rey es el amo, siempre que respete las convenciones sociales y religiosas
que hacen que la población lo reconozca como legítimo” (2012: 157-158).
Parece ser, entonces, que este carácter de delegado o intermediario ante
los dioses era la pauta general en las ciudades de la civilización
mesopotámica, con las excepciones que se han observado. También es
verdad, a fuerza de repetirlo, que la información fragmentada, quizá poco
elaborada y confusa con la que contamos no permite adjudicarles a estos
gobernantes características tan marcadas que sí les hemos atribuido a la
civilización del Nilo. Podría darse el caso de que la percepción de la gente
común de aquella época fuese que el monarca poseía atributos divinos, que
fuera el elegido de los dioses, un delegado suyo que hacía cumplir su
voluntad o un intermediario que podría propiciarle bienaventuranza social.
podía propiciarlos para la bienaventuranza social.
1. Cabe aclarar que la Torá se refiere a lo que los cristianos llaman el Pentateuco, es decir, los
primeros cinco libros de la Biblia. Los judíos llaman a sus escrituras sagradas Tanakh, que se dividen
en tres partes: la Torah (la ley, los cinco libros de Moisés o el Pentateuco), Nevi´im (los profetas) y
Kethuvim (los escritos).
2. Nos referimos con esta denominación a la parte occidental de la fértil Media Luna y, aunque hoy
no podemos designarla con el nombre de un país moderno determinado, ocupaba partes de los
modernos Estados de Siria, Jordania, el Líbano e Israel.
3. Todas las referencias bíblicas serán tomadas de la edición que figura en la bibliografía, salvo
indicación expresa de otra obra. Así a los efectos de no interrumpir en forma continua la narración
con la debida referencia.
4. Las doce tribus de Israel descienden de los hijos que Jacob tuvo con Lía, Raquel, Bala y Zelfa, y
son las siguientes: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, Dan, Neftalí, Gad, Aser, José y
Benjamín.
5. Así surge de Génesis 15: 18: “Aquel día hizo el Señor una alianza con Abraham en estos términos:
a tu descendencia le daré esta tierra, desde el torrente de Egipto hasta el gran río, el Éufrates”.
6. Incluso la leyenda que rodea su nacimiento en el sentido de haber sido salvado por las aguas por
una princesa egipcia es un motivo muy común en las mitologías anteriores, como Sargón de Agade, o
de niños abandonados y salvados de forma providencial, como Rómulo y Remo, Perseo, etcétera.
7. En una inscripción realizada en el quinto año de su reinado (1207 a. e. c.), el faraón Merneptah
menciona por primera vez el término “Israel” fuera de la Biblia, en ocasión de una campaña egipcia
realizada en Canaán (Cline, 2015).
8. Una vez establecidos en la tierra de Canaán, el anticuado sistema de gobierno de las tribus
comenzó a transformarse, y surgió un nuevo tipo de dirigente para que mandase en determinadas
circunstancias, que fue investido del favor de Dios y con particulares habilidades militares y
políticas, al que se denominó “juez”.
9. A la muerte de Salomón, el reino se dividió en Israel, al norte, con diez de las doce tribus
gobernadas por Jeroboam, con Siquem como capital; y el reino de Judá, al sur, con Jerusalem como
capital. Israel existió hasta el 722 a. e. c., cuando fue destruido por Sargón II, y el reino de Judá,
hasta el 587 a. e. c., en que fue vencido por los babilonios.
10. Aun cuando los reyes a partir de Saúl fueron “ungidos” con óleo por voluntad de Dios, la suya
propia estuvo siempre limitada por la ley divina. Ello marcaba una clara diferencia respecto de
aquellos gobernantes cuya legitimación de poder venía dada por el hecho de ser elegidos, delegados o
intermediarios divinos, cuya voluntad en la Tierra no conocía más limitaciones que aquellas dadas
por el contexto y las circunstancias.
11. El autor “J” o el yahvista, llamado así en referencia a la forma de escribir Yahvé en alemán:
Jahweh.
12. Bloom llega a insinuar que pudo haber sido un miembro de la corte del rey Salomón en una época
de gran tolerancia religiosa. También, y siempre desde el punto de vista literario, aventura que podría
haber sido una mujer (1995).
13. Aunque dicha originalidad bien pudo haberse inspirado en el conocimiento que seguramente los
israelitas tenían de la reforma en Egipto de Akhenatón y su culto exclusivo al dios solar Atón, que ya
hemos examinado anteriormente en esta obra.
Libro tercero
Los griegos o la invención de la política
Preludio
A partir de una fecha que podría situarse en el año 2000 a. e. c., tribus
indoeuropeas procedentes del norte de Europa comenzaron una serie de
oleadas invasoras que se extenderían por algunos siglos sobre el territorio
que hoy conocemos como Grecia continental y sus islas, incluida Creta
(Finley, 1994). Algunos autores conjeturan que las primeras avanzadas
fueron más o menos pacíficas en comparación con las que llegarían más
adelante, y que estos primeros grupos se mezclaron con quienes habitaban
anteriormente y fusionaron una aristocracia militar y patriarcal con las
creencias matriarcales ya afincadas (Graves, 1996). Posteriormente llegaron
quienes desarrollarían la civilización que llamamos micénica, hombres de
rubios cabellos, guerreros, que dominaban perfectamente la técnica del
bronce y que tenían características patriarcales; a ellos los denominamos
aqueos, (1) y serían quienes, además, reemplazarían con el tiempo a la
civilización minoica cretense.
A su llegada, quienes más tarde terminarían por conformar el mundo
griego se encontraron con una cultura ya establecida en las islas del Egeo,
en las Cícladas y, en un grado más avanzado, en la isla de Creta, aquella que
supuso la primera civilización marítima de Occidente, a la que
denominamos minoica (Walker, 1999). Los cretenses habían alcanzado un
alto grado de progreso, aunque su desarrollo había comenzado más tarde
que el de los pueblos mesopotámicos. En líneas generales, los conocemos
por el refinamiento y la magnificencia de sus construcciones, cerámicas,
frescos, juegos y fiestas de su época palacial, (2) y por la referencia al
mítico rey Minos y la leyenda que conjuga al laberinto, el minotauro,
Ariadna y Teseo. Más allá de las características comunes que todos los
autores señalan, es necesario destacar dos de ellas que revisten particular
importancia para nosotros; por un lado, una total ausencia de racional
guerrero e instrumentos bélicos y aún defensivos, por el otro, un
significativo rol de la mujer y las deidades femeninas (Souviron, 2017). Tal
como acaba de ser descripta, esta civilización terminó hacia mediados del
siglo XV a. e. c., posiblemente a causa de algunos desastres naturales que
habían comenzado a erosionarla, y luego, definitivamente, con la llegada de
los invasores aqueos. (3)
Podríamos afirmar que el centro del poder en este área del Mediterráneo
se trasladó de Creta a Micenas, ciudad aquea que daría su nombre a este
período civilizatorio. Lo cierto es que, como ya se ha adelantado, la fusión
de los aqueos –que de ninguna manera eran racistas– con los primitivos
pelasgos conformó el pueblo griego. Haya sido esta unión más pacífica o
más violenta, no solo se mezclaron carnalmente sino que también
fusionaron sus creencias, costumbres e idiosincrasia; a modo de ejemplo,
podemos decir que aunque los aqueos tenían un panteón de dioses
masculinos, la antigua diosa de la civilización mediterránea sobrevivió con
distintos nombres y facetas en la mitología griega, y que muchos años
después de la llegada de los invasores del norte, en muchas ciudades
griegas, la herencia y el trono seguían la línea matrilineal. En cuanto a la
lengua, el griego pertenece a la familia de las lenguas indoeuropeas de la
misma forma que más tarde el latín, el céltico o el germánico, ya que
“fueron llevadas por migraciones desde algún lugar de Europa central hacia
el sudeste, hacia Persia y la India (…) hacia el sur, a las penínsulas
balcánica e itálica, y hacia el oeste hasta Irlanda” (Kitto, 1966: 16).
La geografía griega, montañosa y escarpada, sigue siendo aún hoy, en
algunos lugares, más fácil de transitar por agua que por tierra. Ello hizo
florecer un pueblo para el cual el mar era una vía natural tanto para el
comercio como para el desplazamiento. Por otra parte, ni durante la
civilización micénica ni más tarde, cuando se hubiesen establecido los
dorios, que completarían el mapa poblacional de la península, lograron
formar un Estado unificado. Durante toda su historia, los griegos
conformaron un conjunto de ciudades cuyas poblaciones estaban unidas por
similares y, en algunos casos, idénticas concepciones religiosas, sociales,
políticas, lingüísticas, étnicas, y por supuesto, un fuerte sentido de
pertenencia a un colectivo común, pero nunca hubo una Grecia, sino más
bien griegos, y así nos referiremos a ellos. De hecho, y durante más de mil
años, hubo ciudades que ostentaron la primacía alternadamente, que
lucharon entre ellas o que se unieron en federaciones o empresas ad hoc,
como la guerra de Troya o las guerras médicas, pero todas ellas de efímera
duración.
La vida en todos sus aspectos, política, económica, religiosa, militar y
social en estas ciudades se desarrollaba en torno del palacio. Según Vernant,
“el rey concentra y reúne en su persona todos los elementos del poder, todos
los aspectos de la soberanía” (2004: 36). El rey, denominado ánax, ejerce
autoridad sobre todos los aspectos de la existencia social ya enumerados,
pero además, sobre la vida religiosa. En esto, los griegos primigenios no se
apartaron de la lógica que legitimaba el poder a través de lo divino, la
imagen del ánax estaba asociada al mundo religioso, tenía funciones de esa
índole, dispensaba el tiempo y también la fertilidad, y todo lo concerniente
a los rituales y obligaciones del pueblo. Más tarde en el tiempo, como
pronto veremos, llevarían la legitimación divina del poder a un refinamiento
inusual en la Antigüedad.
Estos fueron los griegos de la guerra de Troya que cantó Homero,
aunque algún tiempo después llegaría a la Hélade la última oleada invasora,
los dorios dominadores del hierro, que se establecieron principalmente en la
región de Laconia, en el Peloponeso. Con ello, y tal como dijimos, no solo
terminaría por completarse el pueblo griego, sino que finalizaría el período
micénico (4) impeliendo a los aqueos, a quienes en adelante comenzaremos
a llamar jonios, a desplazarse hacia el sur y el Egeo, y más tarde, allende
este mar.
La diferencia fundamental respecto de las invasiones aqueas es que los
dorios eran un pueblo extremadamente racista, que hacía un culto de su
pureza racial, y por ello no se mezclaron con las poblaciones existentes allí
donde se establecieron y prácticamente los sojuzgaron. De allí que sus
ciudades mantuviesen siempre aspecto y condiciones de campamento
militar. A su debido tiempo veremos las particularidades de las dos grandes
ciudades paradigmáticas de dorios y jonios: Esparta y Atenas.
Los cuatro siglos que siguieron a estos hechos constituyen aquello que
los historiadores han denominado la “Edad Oscura”, con pobres
denominadores no solo en la calidad de vida de sus habitantes, sino también
en su cultura, economía e instituciones (Finley, 1987).
1. Existen referencias de época a ellos en tablillas hititas fechadas en el siglo XIV a.ec., donde se los
designaba como ahhiyawa, y en documentos egipcios del siglo XIII a. e. c. con el nombre de ekwesh,
de allí akhaiwoi, akhaioi, del que derivaría el término aqueos (Abulafia, 2013; Chamoux, 2000;
Durant, 1952).
2. Fue el inglés Arthur Evans quien descubrió al mundo la existencia de esta civilización a comienzos
del siglo XX, a partir de sus excavaciones del palacio del rey Minos.
3. Según Walker (1999) y otros autores, las lagunas existentes no permiten reconstruir fielmente la
historia, pero bien pudieron haberse conjugado desastres naturales (de índole similar a los acaecidos
en las islas de Tera y Santorín), nuevas invasiones desde el continente y/o una rebelión de la
población local contra sus invasores continentales. Lo cierto es que Cnosos, su capital, fue devastada,
y también sus principales ciudades.
4. Este hecho puede datarse en el siglo XII a. e. c. También es verdad que por la misma época,
además de la invasión doria ocurrieron en toda la cuenca mediterránea una serie de catástrofes de las
que no estuvo exenta la Grecia continental. Incendios en la ciudad de Pilos que destruyeron su área
palacial, Micenas tuvo dos grandes destrucciones entre 1250 y 1190 a. e. c., y posiblemente a pocos
kilómetros de ella, la ciudad de Tirinto habría sido destruida por un terremoto.
Capítulo V
Los mitos
1. Un concepto confuso
1. Homero
Canta, diosa, la cólera aciaga de Aquiles Pelida, (2)/ que a los hombres
de Acaya (3) causó innumerables desgracias/ y dio al Hades (4) las
almas de muchos intrépidos héroes/ cuyos cuerpos sirvieron de presa a
los perros y pájaros/ de los cielos; que así los designios de Zeus se
cumplieron/ desde que separáronse un día, tras una disputa,/ El Atrida,
(5) señor de los hombres y Aquiles divino (Homero, 1995).
De acuerdo con lo narrado y más allá de la carga emocional de los versos
homéricos de este conflicto con el que se inicia el poema, podemos deducir
no solo ya ciertas características de estos griegos, sino el germen de su
futura evolución. Ya habíamos dicho que cada ciudad griega era autónoma
y era gobernaba por un rey con el título de basileus que, a su vez, cumplía
funciones sacerdotales. Claramente vemos, por la respuesta dada a Crises,
que esas funciones religiosas que se adjudicaba el monarca lo situaban por
encima de los sacerdotes, pero además, que estos helenos no tenían un
temor reverencial por sus dioses, como hemos visto en otras sociedades. Es
necesario que Apolo envíe la peste para que los hombres reaccionen.
Por otra parte, observamos que la disputa se resuelve en una asamblea.
Homero no trata esta convocatoria como algo extraordinario o novedoso.
De ello podemos colegir que los basileus en sus respectivos reinos tenían la
costumbre de tratar los temas importantes en reuniones de este tipo: de
ancianos, de jefes de familia o, como en este caso, en una asamblea.
Siguiendo a Souvirón, podemos afirmar que es muy difícil saber cuáles son
los ciudadanos que en esa época tenían derecho a participar en reuniones de
este tipo, pero casi con seguridad se trataba de asambleas donde
participaban ciudadanos armados (2017), es decir, aquellos que podían
costear su propio equipo, los notables a quienes más tarde denominaremos
nobleza o aristocracia. Conceptualmente, podemos ya establecer que, aun
descendientes de dioses que legitimaban su autoridad, estos basileus no
eran reyes absolutos, debían consultar a los suyos y también, llegado el
caso, transigir como Agamenón para sostener su autoridad. Cierto es que en
estas asambleas no participaban todos quienes fueron a luchar, pero también
es verdad que la noción del poder real distaba mucho de la del Egipto
faraónico. Además, aun en ese ámbito restringido, ya era de suma
importancia la habilidad oratoria y argumental, como lo prueba el temor que
inspiraba la aguda lengua de Tersites o el ingenio persuasivo de Odiseo. Por
otra parte, el concilio fue convocado por Aquiles, quien, aunque basileus,
era un inferior a Agamenón en rango. Si reunimos todos los elementos,
entonces, podríamos decir que en los comienzos de la Ilíada se hallaría el
embrión de una rudimentaria democracia, aunque debemos enfatizar que
todavía este concepto demandaría una larga evolución y que era
absolutamente ajeno al pensamiento de quienes combatían en Troya.
También es singular y sería propia del igualitarismo ateniense
(Sanguinetti, 1986; Vidal-Naquet, 2006) la costumbre de echar a suertes
para tomar decisiones. En el caso de Atenas, cuando en el siglo V a. e. c.,
las tensiones se resolvieron a favor de constituir un régimen democrático,
existió un sistema de sorteo para la elección de magistrados o funcionarios,
aunque este debía realizarse entre quienes tuvieran la voluntad de someterse
a él; los candidatos, además, debían aprobar un examen que demostrara sus
calidades y antecedentes llamado dokimasia (Sanchez Viamonte, 1962).
Otra característica muy particular de la Ilíada es que, si bien las batallas
entre los ejércitos de ambos bandos son narradas, no constituyen momentos
de alto dramatismo poético. El personaje de la épica homérica en esta obra
es el héroe, quien pone en juego sus atributos en cada combate; la masa de
combatientes aporta simplemente la escena en la que se desenvuelve la
acción que verdaderamente importa. Como bien expresa Finley, “Hay
decenas de millares de soldados a la vista y, no obstante, el poeta fija su
mirada únicamente en Ayax, en Aquiles, en Héctor o en Eneas” (2014: 98).
Todo el poema se encuentra impregnado de la cultura de una sociedad de
guerreros y de su ética: quien lea superficialmente la Ilíada quizá no
advierta que cada guerrero es, en realidad, un rey, porque prima el atributo
de la valentía y el objetivo del honor en la lucha. A raíz de ello, la
relevancia estará dada por el combate singular o aristeia, allí donde un gran
campeón de un bando enfrentaba a otro poderoso guerrero enemigo. La
noción de aristeia, narración de este combate individual, está íntimamente
ligada a la lucha entre los mejores de cada lado, y mientras más reputada
fama tenga el desafiante más incentivo generará para que su reto sea
aceptado. A modo de ejemplo, podemos citar el canto VII del poema, donde
Héctor, el héroe troyano, desafía a pelear a los helenos y, luego de la arenga
del viejo Néstor, nueve guerreros griegos deben echar suertes para decidir
quién aceptará tamaño desafío.
A esta altura del análisis que realizamos, es momento para introducir un
concepto de vital importancia en la materia objeto de estudio y que, según
Jaeger, constituye “el tema esencial de la historia de la educación griega”
(2000), es decir, la noción de areté.
Esta noción, vinculada en forma estrecha al honor y a las más nobles
calidades, era aquello que se ponía en juego entre quienes combatían
singularmente. Por ello, mientras más grande la areté del adversario, mayor
el deseo de aceptar el convite: en caso de victoria, la areté era apropiada por
el vencedor, y en caso de derrota, nada más honorable que morir a manos de
quien se sabía superior. Ahora bien, ya hemos definido el concepto o noción
de areté, pero su significado intrínseco, su contenido, irá evolucionando a lo
largo de la historia helena, y esa evolución tendrá consecuencias en la
historia del pensamiento político griego. La areté constituía “el atributo
propio de la nobleza” (Jaeger, 2.000: 21), es decir que el hombre ordinario
no la poseía. Luego de la guerra de Troya –y ello se verá claramente cuando
estudiemos la sociedad jonia de la época en que vivió Homero–, la
legitimidad divina del poder incorporaría el concepto de areté como aquel
atributo del más alto ideal educativo que se transmitía de generación en
generación dentro de los límites de las estirpes divinas. La cuestión podría
resumirse en que, a partir del regreso de Troya, la nobleza jonia no tendrá el
mando o arké solamente por descender de los dioses, sino que justamente
por descender de ellos se poseía las más altas capacidades educativas a las
que se podía aspirar, y así se legitimaba su derecho al poder frente al resto
de los ciudadanos. A partir de la elaboración de este discurso más refinado
de la legitimación divina para gobernar –que ya no solo incluía al rey, sino a
todos los nobles que pelearon en Troya–, la construcción de genealogías
divinas fue considerada entonces un factor de poder, ya que “la fortuna de
un hombre o su ciudadanía podía depender de algún detalle de esa
genealogía” (Glover, 1993: 28). Para acceder al arké, entonces, era
necesario descender de los héroes de Troya, cuyos antepasados eran los
dioses, y así portar en la sangre la areté que hacía capaces a los hombres
para ejercer el gobierno.
En la Ilíada, es decir, para la nobleza aquea del siglo XII a. e. c., la areté
consistía en el valor y el heroísmo guerrero unidos a la conducta
caballeresca y cortesana. Ello resulta sumamente coherente con la
exaltación de la cultura de la guerra que corta horizontalmente toda la obra
y que en este sentido llega a su momento culminante en la aristeia entre
Aquiles y Héctor que comenzará a definir el destino de la contienda.
Ya hemos puesto de manifiesto anteriormente que, si bien la Odisea es el
relato del regreso o nostos de Odiseo a su patria Itaca luego de la caída de
Troya –es decir, literariamente una continuación del poema anterior–, la
descripción de la situación y las relaciones sociales y políticas corresponden
al mundo jónico del siglo VIII a. e. c. y no al del siglo XII, en que
transcurre la Ilíada. Política y culturalmente son dos sociedades con
grandes diferencias . Homero en la Odisea nos habla de su tiempo, no del
de Agamenón.
La trama principal de este poema relata el lento regreso a Itaca de
Odiseo, quien, luego de haber ofendido a Poseidón, tardará diez años en
volver, tantos como consumió en la batalla, mientras su esposa, Penélope, y
su hijo, Telémaco, intentan defender su trono y su hacienda de los nobles
que exigen a la reina que vuelva a tomar marido ya que suponen al héroe
muerto.
El contenido de la areté sigue centrándose en el valor guerrero, aunque
en menor medida que en la Ilíada, pero “se añade ahora la alta estimación
de las virtudes espirituales y sociales” (Jaeger, 2000: 36). Es decir, en una
sociedad que a lo largo de los siglos ha cambiado, a las virtudes guerreras
se le incorporan las políticas, aquellas que se adaptan a la nueva forma de
vida de la cultura jónica. Por otra parte, nos encontramos con una nobleza
que ya es consciente de su derecho a gobernar, que siente correr por sus
venas el privilegio de portar la areté, privilegio común a todos aquellos que
descienden de los guerreros de Troya y, consecuentemente, de los dioses.
La sociedad que nos describe la Odisea es la de una refinada cultura
aristocrática, con arraigo al suelo, mucho más sedentaria y menos
aventurera, y ya inscripta en sus propias tradiciones, que se transmiten de
padres a hijos. La educación es una prerrogativa de la nobleza, y sus
vástagos tienen plena conciencia del lugar que deberán ocupar en términos
sociales y políticos, y para ese fin son formados en base a los modelos que
sus propias genealogías guardan. Con respecto a aquellos que no
pertenecían a la aristocracia, la separación era muy marcada: había hombres
libres y esclavos, y tanto la economía basada en la posesión de la tierra
como el matrimonio, que se limitaba a los miembros de la misma clase,
hacían prácticamente imposible el ascenso social.
En el tiempo en que estamos situados casi no quedaban reyes en la
Hélade; la nobleza terrateniente había ido asumiendo cada vez más
funciones de gobierno, en principio como auxiliares del basileus y
finalmente, con la desaparición de estos por derecho propio. También
comenzaron a crearse instituciones que se adaptaban a los nuevos tiempos o
se les otorgó mayor preeminencia a aquellas que ya existían.
Era una sociedad que comenzaba a descubrir a la política como forma de
regular la convivencia humana; de hecho, aparecen varias asambleas y
puede apreciarse que sus resoluciones no eran meras formalidades y mucho
más en este caso, en ausencia del rey. Sin embargo, y aunque aún el
basileus tenía el derecho de decidir solo, tanto la costumbre como las
relaciones de poder establecidas con los nobles, que tenían el privilegio de
realizar proposiciones, y aún la aprobación o la desaprobación de los
ciudadanos pesaban en la conducta del monarca. Según Finley, comenzaba
a manifestarse aquí la fuerza del demos (2014), aunque nosotros
entendemos que en forma muy incipiente.
Luego de este análisis, seguramente podemos comprender con mayor
certeza la razón por la cual Homero fue considerado el gran educador de la
Hélade y los motivos por los cuales la Ilíada y la Odisea se transformaron
en las grandes obras educativas del pueblo griego, ya que condensando su
espíritu pudieron servir de modelo para el surgimiento del alto ideal
civilizatorio que habría de venir.
2. Hesíodo
1. La mayoría de los guerreros que aparecen con nombre propio en la Ilíada eran en realidad basileus
(reyes) de sus respectivas ciudades: Agamenón lo era de Micenas, la ciudad más poderosa de la
época entre los griegos, y por ello fue designado jefe de la expedición. Además, era hermano del
agraviado Menelao y descendiente de Zeus.
2. Aquiles era hijo de Peleo y la nereida Tetis, por eso el apelativo “divino” en el último verso.
3. Uno de los nombres que da Homero a Grecia, actualmente una división del territorio griego cuya
capital es Patras.
4. El inframundo, concepto que guarda relación con el infierno cristiano. Era el dominio del dios del
mismo nombre, hermano de Zeus.
5. Se refiere a Agamenón, hijo de Atreo.
Capítulo VII
El camino hacia la democracia
a) La polis
El nacimiento de la polis como tal puede situarse entre los siglos VIII a
VII a. e. c. Es necesario aclarar que no utilizaremos esta palabra en su
traducción corriente de “ciudad- Estado”, ya que, como se ha explicado con
respecto al término areté, dicha traducción no solo resulta mezquina, sino
que además ni siquiera acerca al lector a la comprensión de la verdadera
magnitud de lo que ella significó para los antiguos griegos. Solo
adelantaremos que dicho concepto no implicaba solamente una noción
institucional, urbanística o paisajística, sino una original, elaborada y
refinada construcción intelectual.
La polis fue una consecuencia del avance intelectual de los griegos y
sería condición necesaria para el desarrollo de las máximas potencialidades
de su civilización; era concebida como “un Estado territorial donde tiene
lugar toda la gran variedad de las actividades humanas –la agricultura, la
política, el comercio– que son las condiciones necesarias para la existencia
de cualquier cultura superior” (Giner, 1994: 5).
En efecto, el término polis no designaba un mero trazado de calles,
viviendas, familias, murallas e instituciones de gobierno, sino un complejo
entramado social, político, económico, religioso y artístico, donde se
conjugaban en perfecta armonía todas y cada una de las dimensiones
humanas en su plenitud. Es cierto que física o geográficamente, ellas
surgieron sobre las anteriores aglomeraciones o, para decirlo de otro modo,
“la ciudad se instaura a partir de la antigua organización social: la destruye,
pero al mismo tiempo conserva su esquema; trasplanta la organización
tribal a una forma que implica un pensamiento más positivo y más
abstracto” (Vernant, 2001: 355). Finalmente, y siguiendo al politólogo
italiano Giovanni Sartori, si tuviésemos que definir la polis con un
sinónimo de una sola palabra, sería más adecuado hacerlo con el término
“comunidad” que con el de “Estado” (2003).
Se tornaba absolutamente necesario realizar esta conceptualización, ya
que fue en este ámbito llamado polis donde adquirió preeminencia la
palabra sobre todos los demás factores de poder (Vernant, 2004). Este sería
ulteriormente uno de los condicionamientos más importantes para el
surgimiento de la mentalidad democrática, ya que la palabra sería asociada
en este caso a la libertad de expresión y no a fórmulas rituales; así, se la
vinculó al debate contradictorio y a la crítica.
Este nuevo sentido dado a la palabra posibilitó claramente que se forjara
el ideal de ciudadano y el nacimiento de la política en el sentido en que la
define Finley, citado por Da Silveira, como “el arte de arribar a decisiones
mediante la discusión pública y de obedecer después a tales decisiones
como necesaria condición para la existencia social de hombres civilizados”
(2000: 27).
Siguiendo esta línea de razonamiento y para poder desarrollar una
convivencia pacífica y ordenada que considerase el ámbito de la política
como forma de resolución de las cuestiones que a todos pertenecían, era
necesario también establecer un instrumento que permitiera que dos
ciudadanos se reconociesen como pares a la hora de la discusión. Esa
herramienta, que para los antiguos griegos constituyó una mera solución
instrumental y para los modernos constituye la base de nuestros Estados de
derecho, se llamó isonomía, es decir, igualdad ante la ley. Es interesante
destacar que, para ellos, este concepto fue una creación absolutamente
artificial que les permitió desarrollar la idea de política y posteriormente de
democracia, ya que para un griego de ese momento no era obvio que los
hombres nacían y permanecían iguales ante la ley por el solo hecho de ser
hombres. La humanidad debería trasuntar muchos siglos aún para arribar a
esa conclusión (Da Silveira, 2000).
La palabra permitió entonces que se ampliase notablemente el espacio de
discusión respecto de procedimientos y decisiones que otrora habían
permanecido bajo el dominio de unos pocos, que esas mismas decisiones se
divulgasen, y todo ello como condición necesaria para la existencia misma
de la polis o, como lo define Vernant: “Hasta se puede decir que la polis
existe únicamente en la medida en que se ha separado un dominio público
en los dos sentidos, diferentes pero solidarios del término: un sector de
interés común en contraposición a los asuntos privados; prácticas abiertas,
establecidas a plena luz del día, en contraposición a los procedimientos
secretos” (Vernant, 2004: 63).
b) El surgimiento de la filosofía
2. Reformas y tiranos
1. Los arcontes, en número de nueve, eran los más altos magistrados de Atenas. Sus funciones serán
estudiadas en el capítulo siguiente.
2. Gedeontes, argadeos, aigikoreos y hoplitas.
Capítulo VIII
Dos modelos políticos: Esparta y Atenas
a) Breve arqueología
2. Atenas
a) Breve arqueología
… pues tenemos una república que no sigue las leyes de las otras
ciudades vecinas y comarcanas, sino que da leyes y ejemplo a los otros,
y nuestro gobierno se llama Democracia, porque la administración de la
república no pertenece ni está en pocos sino en muchos. Por lo cual cada
uno de nosotros, de cualquier estado o condición que sea, si tiene algún
conocimiento de virtud, tan obligado está a procurar el bien y honra de la
ciudad como los otros y no será nombrado para ningún cargo ni honrado,
ni acatado por su linaje o solar, sino tan solo por su virtud y bondad. Que
por pobre o de bajo suelo que sea, con tal que pueda hacer bien y
provecho a la república. No será excluido de los cargos y dignidades
públicas (…) en lo que toca a la república y al bien común no
infringimos cosa alguna, no tanto por temor al juez, cuanto por obedecer
las leyes, sobre todo las hechas en favor de quienes son injuriados (…)
por la grandeza y nobleza de nuestra ciudad, traen a ella de todas las
tierras y regiones, mercaderías y cosas de todas clases (…) todos cuidan
de igual modo las cosas de la república que tocan al bien común, como
de las suyas propias; y ocupados en sus negocios particulares, procuran
estar enterados de los del común (…) En suma nuestra ciudad es
totalmente una escuela de doctrina, una regla para toda la Grecia, y un
cuerpo bastante y suficiente para administrar y dirigir bien a muchas
gentes en cualquier género de cosas (1998: 83-84-85).
c) Las instituciones de gobierno
1. Según otra mirada, el oráculo de Delfos habría dado sanción a las leyes que Licurgo llevó para ser
consultadas. También que las fue a buscar a Creta. Con respecto a la observancia de legislación tan
severa, Plutarco refiere que Licurgo, al disponerse a partir hacia Delfos, hizo prometer a los
espartanos que observarían sus leyes hasta su vuelta; obtenida esa promesa, se encerró en el oráculo
hasta perecer de hambre para que su pueblo siempre tuviese que respetar la legislación que él les
había otorgado (2017).
2. Refiere Tucídides (1998) en su Historia de la Guerra del Peloponeso que en un momento crucial
de la guerra que enfrentó a Esparta con Atenas en el siglo V a. e. c., los dorios, temiendo una
insurrección de los ilotas, convocaron a todos aquellos de estos que se considerasen merecedores de
la libertad se presentasen para reclamar su recompensa. De esta forma se logró que se presentasen
todos aquellos ilotas que más ansiaban la libertad y que eventualmente pudiesen ser líderes de una
rebelión. De todos los que acudieron, fueron elegidos dos mil, a quienes se coronó de flores junto a
los templos para agradecer a los dioses. Concluye el historiador que nunca más volvió a vérseles.
3. De hecho, el hombre tenía derecho a ver a su futura esposa desnuda para comprobar estos
extremos. En caso de que la mujer no pasase este examen, el espartiata podía igualmente celebrar
nupcias, aunque debía pagar una multa por ello.
4. En su relato sobre la vida en Licurgo, Plutarco cuenta que un niño espartano había robado una
zorra y, a punto de ser descubierto, dejó que el animal le royera el vientre y así murió, antes de tener
que soportar el castigo por ese delito.
5. Esta fue otra de las medidas de Licurgo para combatir el lujo; así organizó los llamados Sissítia,
para que todos los ciudadanos comieran en refectorios comunes donde se repartían raciones iguales,
en lugar de hacerlo en sus casas recostados en literas, en mesas lujosas, situación que echaba a perder
su temple y engordaba el cuerpo. De hecho, si algún ciudadano no comía por haberlo hecho ya en su
casa, era vigilado y denunciado (Plutarco, 2017).
6. Sibaris era una apoikia griega en el sur de Italia. Se hallaba ubicada sobre el mar Jónico, en el
golfo de Tarento. Sus habitantes eran famosos por su estilo de vida lujoso y refinado.
7. De hecho, los éforos no tenían la obligación de levantarse en presencia de los reyes y podían
convocarlos a su presencia, y ambos monarcas debían acudir al llamado.
8. Cuando Solón realizó su reforma censitaria, dividió a los ciudadanos de Atenas en cuatro clases
según su nivel de riquezas; la clase más elevada y que en la época de este legislador coincidía con la
aristocracia terrateniente la constituían los pentacosiomedimnos, la clase que le seguía en fortuna era
la de los caballeros, luego los zeugitas y la última, la de los thetes. Ya en el año 479 a. e. c., Arístides
había hecho elegibles para el arcontado a los caballeros.
9. Como ya se ha estudiado, en Atenas había cuatro tribus a las que se atribuía el carácter de
fundadoras, cada una de las cuales se hallaba dividida en tres fratrias. El demo era la división
administrativa instaurada por Clístenes con la que este logró romper el antiguo espíritu corporativo
tribal para que los ciudadanos comenzasen a identificarse con el territorio en que vivían.
10. Ellas consistían en el mantenimiento de alguna carga pública; a modo de ejemplo podemos citar
sostener económicamente alguna representación dramática o costear un barco de guerra. Aquel
meteco a quien se le hubiese impuesto esta carga podía desligarse de ella señalando a otro que
tuviese una mayor fortuna, y si este no aceptaba, debía cambiar su patrimonio por el suyo.
11. Tucídides había sido exilado por parte del régimen democrático ateniense, por lo tanto, no se
encontraba presente en el momento en que Pericles pronunció este discurso. De hecho, el mismo
historiador lo aclara al decir que los discursos insertos en su obra están redactados del modo en que
cada orador los hubiese dicho, manteniéndose lo más fiel posible al espíritu de cada cual. Nos parece,
al contrario de otros autores, que esta aclaración ni le resta mérito a la obra ni hace presuponer
falsedad alguna. Se trata de piezas que reproducen un espíritu de época y así deben ser entendidas,
más allá de las palabras exactas pronunciadas por los oradores.
12. Esta guerra fue la que enfrentó a Atenas y sus ciudades aliadas nucleadas en la Liga de Delos y
Esparta y sus aliadas de la Liga del Peloponeso. Transcurrió en forma intermitente entre el 432 y el
404 a. e. c. y culminó con la victoria espartana y la instauración en Atenas del breve régimen de los
treinta tiranos apoyado por las familias aristocráticas que veían en la democracia el origen de todos
los males, incluida la derrota militar. Este régimen no por breve resultó menos cruel y sangriento, de
tal forma que un año después fue restaurada la democracia, aunque notablemente herida.
13. Daba su nombre al año y entendía básicamente en cuestiones de lo que en la actualidad llamamos
derecho civil.
14. Entendía en asuntos religiosos.
15. Entendía en asuntos de la guerra. Era el jefe de las fuerzas militares y navales y siguió
conservando importancia de tipo militar aun con la posterior creación del cargo de estratega.
16. Es el caso de Pericles.
Capítulo IX
Los sofistas
2. La obra
3. El discurso democrático
1. En su tragedia Los Persas, Esquilo resume acabadamente este espíritu al narrar que los atenienses
alentaban a sus combatientes en la batalla naval de Salamina gritando “Id, hijos de los helenos,
libertad a la patria, libertad a los hijos, a las mujeres, a los santuarios de los dioses patrios y a las
tumbas de los antepasados; la lucha ahora es en defensa de todo esto”.
2. Según Eugenio Luján, “El nombre sofista quiere decir ‘profesional de la sabiduría’. Como se ve,
hay una diferencia fundamental respecto del término ‘filósofo’. Con este comparte la relación con la
sabiduría, pero lo que en este es afición o afecto es en aquel profesión u oficio” (2007: IX).
3. Esta “segunda sofística” tuvo una visión más pesimista respecto del hombre y de sus posibilidades
de desarrollarse. No deben olvidarse, en relación con esto, los diferentes contextos históricos en que
se desarrollaron ambos movimientos. La primera mitad del siglo V a. e. c. corresponde al optimismo
de una sociedad cuya victoria ante los persas había reafirmado los ideales defendidos en la contienda
y había solidificado la convicción en el derecho. La sociedad ateniense de fines de ese siglo es una
sociedad derrotada y extenuada por la guerra del Peloponeso, expuesta constantemente a la tentación
autoritaria, como la revuelta del 411 a. e. c. En definitiva, la Atenas de fines del siglo V a. e. c. había
perdido gran parte de la fe en sus propios valores.
4. Debe recordarse que los griegos no tenían una Iglesia ni un libro sagrado que pudiesen de alguna
manera marcar la ortodoxia religiosa, por ello, la noción de impiedad para este pueblo distaba mucho
de los conceptos establecidos por las grandes religiones dogmáticas abrahámicas, y sus procesos no
pueden compararse, por ejemplo, con los tribunales de la Inquisición establecidos por la Iglesia
cristiana en la Edad Media. Según los catedráticos de historia griega Bruit Zaidman y Schmitt Pantel,
“La impiedad, o asebeia, es la ausencia de respeto por las creencias y los rituales comunes de los
habitantes de una ciudad” (2002: 11). Protágoras compartió esta distinción con otros griegos
eminentes como Anaxágoras y Sócrates.
5. Según Popper, una sociedad abierta es “aquella en la que los individuos deben adoptar decisiones
personales en contraposición a la sociedad cerrada, a la que define como “mágica, tribal o
colectivista” (1992).
Capítulo X
Platón
2. El método
3. Contrasofistas
4. La dimensión utópica
5. República
a) El concepto de justicia
c) La sociedad perfecta
Ya hemos adelantado que los dos pilares básicos del modelo de sociedad
ideal platónica esbozado en La república son su noción de justicia y la
concepción del universo de las formas o ideas en estado puro.
Uno de los aspectos más revolucionarios de este diálogo es que en él
aparece por primera vez el concepto de división del trabajo, y lo hace de
forma tal que a través de él se sustenta la idea de sociedad en la cual, y para
hacer realidad el concepto de justicia, cada una de las partes debe cumplir el
cometido que le corresponde. Platón argumenta que las sociedades surgen
porque el hombre en soledad no es capaz de autoabastecer todas sus
necesidades, motivo por el cual en ellas las tareas se dividen en forma
complementaria. El Estado platónico es funcional y
... es por ello por lo que nuestra ciudad es la única en que el zapatero sea
exclusivamente zapatero, y no piloto al mismo tiempo que zapatero, y el
labrador, labrador, y no juez al mismo tiempo que labrador… (243).
Es decir, cada uno debe ocupar en la sociedad el lugar que, por sus
aptitudes, le corresponde, y ellas además serán el rasero que ubicará a cada
ciudadano en las diversas clases de este nuevo Estado. Pareciera entonces
que Platón imagina una polis en la cual cada uno, de acuerdo con sus
capacidades y méritos, pudiese situarse en la escala social más allá de la
fortuna de su nacimiento o linaje, cuestión que, como hemos estudiado, no
aparecía en ninguna ciudad griega.
Platón –y algo ya se ha adelantado– imagina el Estado perfecto en
analogía con el cuerpo humano; así como un hombre posee cabeza, pecho y
vientre, a quienes siguiendo el orden físico a su vez le corresponden
distintas habilidades del alma: razón, voluntad y deseo, a cada una de las
cuales le concernirá una virtud: sabiduría, valor y moderación. El ser
humano, entonces, se basta en lo que a necesidades físicas, protección y
gobierno de su cuerpo atañe; igual que al Estado, cuya cabeza/sabiduría
serán los gobernantes, cuyo pecho/valor estará en manos de los guerreros y
cuyas necesidades de subsistencia serán cubiertas por los productores,
quienes deberán mantener la debida moderación. Podríamos inferir
entonces que, de acuerdo con sus aptitudes y especialidades, los ciudadanos
se dividen en tres clases: gobernantes (o en singular, si hay uno solo, el
filósofo rey), guerreros y artesanos o productores; aunque en realidad, el
filósofo coloca a las dos primeras clases en el elevado rango de los
“guardianes”, es decir, aquellos más aptos para llevar adelante los asuntos
de la ciudad. De hecho, es claro que existe una tajante división entre los
guardianes y los productores, ya que unos tienen la capacidad de mandar y
los segundos deben obedecer; prosiguiendo con la analogía entre alma y
Estado, Platón lo define con claridad meridiana:
Finalmente, a cada clase social le corresponde un metal; así será oro para
los gobernantes, plata para los guerreros, hierro y bronce para los
productores. Recordemos que esta gradación metálica ya la habíamos
estudiado en Hesíodo, en su mito de las edades del mundo, que era muy
común entre los griegos. Platón recomienda no mezclar los metales, en
especial el bronce y el hierro con el oro y la plata, y lo hace con tanto
énfasis que prescribe que, si algún hijo de entre los guardianes tuviese
mezcla de hierro o bronce, debería sin piedad ser relegado a la condición de
artesano, aunque, por el contrario, si entre los productores surgiese un
vástago con mezcla de oro o de plata, debería ser elevado a la condición que
ese metal asigna. En otras palabras, la ciudad debe ser regida por hombres
de la raza del oro o de la plata, sin admitir degradación alguna.
Ahora bien, si la división del trabajo y el consecuente establecimiento de
clases que ella acarrea no se correspondía, como en la Grecia de entonces,
con el nacimiento ni alguna otra veleidad del destino, el interrogante que
pareciera surgir entonces se relaciona con la causa o circunstancia por la
cual una persona puede convertirse en guardián o en productor. La
educación es la respuesta a tal pregunta; ella desarrollará las potenciales
capacidades de cada persona para ocupar su lugar en la escala social.
También aquí el filósofo trasciende aquello que era pensable en su lugar y
época, pues imagina un sistema educativo bajo control estatal en donde los
niños fueran educados desde su más temprana edad en forma obligatoria.
Aquí volvemos nuevamente a las bases sobre las que se edifica la sociedad
platónica, si el sentido de lo justo hace que cada uno deba ocupar el lugar
que en la escala social le corresponda debido a sus aptitudes y ese orden
jerárquico se obtiene a través del conocimiento de las ideas perfectas
mediante el intelecto, entonces la educación es tan esencial al Estado como
su propia supervivencia. Por supuesto que este sistema educativo nada tiene
que ver nuestros valores en cuanto a pluralismo y libertad de cátedra, ya
que el Estado enseñaba solamente aquellas cosas que decidía como
necesarias para sus fines y descartaba todo otro conocimiento. (10) El
programa educativo de Platón comprendía dos fases. La primera parte o
elemental preparaba a las personas desde su niñez hasta llegados los veinte
años o el momento en que debían realizar el servicio militar. Un aspecto
muy importante en este sentido es que el plan de estudios comprendía a las
mujeres, ya que para el filósofo ellas tenían en potencia las mismas
capacidades que los hombres y por lo tanto podían dedicarse a las mismas
tareas; esto se relaciona también con la idea de familia y procreación, que
veremos un poco más adelante. Luego vendría el plan educativo superior,
que duraba hasta los treinta y cinco años, pero solamente para aquellas
personas selectas de ambos sexos que pudiesen finalmente formar parte de
la clase superior de los guardianes. Hasta aquí hemos explicado de forma
muy sucinta el modelo educativo elaborado en La república, sin embargo,
quedan algunas cuestiones por dilucidar: ¿comprendía la educación
platónica a los hijos de todas las clases sociales o solamente a la clase de los
guardianes? ¿Podía el hijo de un campesino llegar a ser filósofo rey gracias
a sus aptitudes? ¿Como se conjugaba la idea anterior si las razas no debían
mezclarse? Y si todas las respuestas anteriores fuesen restrictivas, ¿en qué
se basarían el Estado meritocrático, la división del trabajo y la movilidad
social ascendente si la oportunidad de educarse no alcanzaba a todos? La
realidad es que, en cuanto a estos interrogantes, las opiniones son disímiles.
Para Giner, “es una educación que alcanza a todos los ciudadanos por igual,
de modo que no se tiene en cuenta el origen social de ninguno de ellos. Los
futuros hombres maduros están en absoluta igualdad de condiciones y solo
la excelencia de su inteligencia y disposiciones decidirá su porvenir” (1994:
32). Muy por el contrario, García Gual parece sugerir que los hijos de los
productores estaban excluidos por lo menos de los estudios superiores: “de
ellos unos serán educados para filósofos gobernantes y otros para guerreros.
La distinción de estos dos estamentos dentro de la clase de los guardianes
los opone, en un mismo bloque, a los trabajadores encargados de procurar la
subsistencia. (La capacidad para el conocimiento superior distingue a los
filósofos, cuyo aprendizaje será especialmente largo y arduo.) Como ya
dijimos, Platón se preocupa solo de la educación de las clases superiores”
(2014: 129). Ambas opiniones representan a una multiplicidad de otras que
en orden a la brevedad no reproduciremos, sin embargo, es muy interesante
la opinión de Sabine, quien, refiriéndose al sistema social y a la posibilidad
de progreso –que, como vimos, debería estar signado por la educación de
los individuos–, dice: “No se explica cómo puede ser congruente esto (11)
con el ascenso de los rangos inferiores a los superiores. Pero la verdad es
que Platón no se toma la molestia de desarrollar su plan con mucho detalle”
(1992: 53). En este sentido, y si bien las dos primeras posiciones tienen su
fundamento en la lectura de La república, concordamos con Sabine en que
la cuestión de lo que hoy llamamos movilidad social ascendente queda
especialmente confusa en el diálogo.
Por otro lado, y para completar el esquema de su polis ideal, Platón
proponía para los guardianes una especie de comunismo de clase
aristocrática, de acuerdo con el cual no existía para ellos ninguna forma de
propiedad privada; todo era en comunidad, incluidos los lugares de vivienda
y alimentación en mesas comunes. Ello se basaba en la virtud concebida a
través del conocimiento, por la cual no necesitaban ningún tipo de
propiedad material para la plenitud de su vida en este mundo de
apariencias; así se prescribía que:
... es necesario que las mujeres y los hombres mejores tengan relaciones
asiduas y que, por lo contrario, estas relaciones sean poco frecuentes
entre los individuos inferiores de uno y otro sexo; es necesario, además,
criar a los hijos de los primeros y no de los segundos, si queremos que
nuestros ciudadanos sean de la mejor calidad posible… (350).
Ahora bien, para que fuese posible construir y sostener este modelo –
reflejo del molde de la polis perfecta yacente en el mundo de las ideas–,
debía poseer un sistema de gobierno que fuese congruente con los patrones
así establecidos, pues de otro modo comenzaría una degeneración sucesiva
de las formas de gobierno que tan solo reflejarían la degradación de la
misma ciudad.
6. El Político
7. Las leyes
... los hombres deben promulgarse leyes y vivir de acuerdo con ellas o
no se diferenciarán en nada de las fieras más salvajes. La causa de ello es
que no nace ninguna naturaleza humana capaz de conocer lo conveniente
para hombres en lo que atañe al orden político y, conociéndolo, no solo
poder sino también querer hacer lo óptimo (237).
Con lo expuesto hasta este momento podría pensarse que Platón, luego
de adquirir experiencia de su trato con los tiranos de Siracusa y con una
experiencia más afinada en los asuntos de los hombres en cuanto al
gobierno, escribe –decepcionado si se quiere– Las leyes con una percepción
realista de la política. Sin embargo, creemos que en el caso de este diálogo
existen por lo menos dos lecturas: una es, como dijimos, la que se relaciona
con la comprensión del filósofo acerca de la inviabilidad de su modelo de
La república y la sustitución de la sabiduría por el derecho; y otra, más
atenta, que puede colegirse a partir de algunos párrafos de la obra que nos
indicarían que, en realidad, Platón nunca abandonó sus ideales autocráticos.
En un pasaje del libro V se realiza una prelación entre los sistemas políticos
y Platón pone de manifiesto allí que el sistema propuesto en Las leyes en
realidad es el segundo mejor entre todos, pues el superior es el esbozado en
La república. De hecho, y regresando al libro IX, el filósofo será todavía
más explícito todavía; luego de aseverar que deben promulgarse leyes
puesto que no existe naturaleza humana capaz de anteponer lo común a lo
particular y que el poder de quien gobierna debe estar limitado por el
derecho, desliza una clara excepción en consonancia con la República:
Pero tened por seguro que, si alguna vez un hombre engendrado con esa
capacidad natural por un destino divino pudiera asumir el poder no
necesitaría en absoluto leyes que lo gobernaran (237-238).
2. Crítica a Platón
Resulta evidente, por lo tanto, que es mejor que las propiedades sean
privadas y que se hagan comunes por el uso; es tarea propia del
legislador encontrar de qué manera tales asuntos puedan llegar a ser de
ese modo (2015: 170).
4. Ciudadano y Estado
Cada Estado es distinto y tiene sus particularidades propias, entre ellas,
su régimen político, que es una determinada organización de los habitantes
de la polis. De hecho, cada régimen político tiene también una definición
distinta de ciudadano, así, por ejemplo, un trabajador manual es
prácticamente imposible que sea ciudadano en una oligarquía, aunque sí lo
es en una democracia. El estagirita entiende que, para definir correctamente
el Estado, debe partirse de un concepto anterior, cual es el de ciudadano.
Partiendo de esa premisa, Aristóteles en el libro III de la Política, ensaya
una serie de primeras definiciones comunes para demostrar luego que no
son las adecuadas, por lo menos de acuerdo con la concepción que él
mismo había trazado. Así por ejemplo, no puede considerarse a una persona
ciudadana por el hecho de habitar en un determinado lugar, ya que no lo son
los esclavos o los metecos. Tampoco la legitimación para participar en
procesos judiciales, ya que los metecos podían hacerlo e incluso llevar a los
estrados a ciudadanos no siéndolo ellos mismos. Incluso también la
acepción tan común que refiere al ciudadano como hijo de padre y madre
ciudadanos tiene sus inconvenientes, ya que un hombre podía perder sus
derechos cívicos merced a la atimia (6) o, por el contrario, un cambio de
régimen político hacer ciudadanos a aquellos que no lo eran. (7)
Finalmente, el estagirita se decanta por una definición funcional que
puede aplicarse a todo tipo de régimen político, la diferencia básica entre
uno y otro es que en algunos de ellos los ciudadanos serán mayor en
número, y en otros, su cantidad será menor. Entonces, será ciudadano, para
Aristóteles, aquel que participe en la actividad deliberativa y en la
administración judicial o, dicho de otro modo, aquel que tenga el derecho
de hacer las leyes y aplicarlas. En palabras del propio filósofo en la
Política:
Así aún cuando no necesiten de la ayuda mutua, no por eso los seres
humanos desean menos vivir juntos, sino que la utilidad común los
reúne, y cada uno participa de la vida buena en la medida en que le
corresponde. Así pues, la vida buena es principalmente el fin tanto en
común como separadamente (235).
Forma pura: gobierna para el Forma impura: gobierna para el ¿Cuántos gobiernan?
bien común interés particular
... por naturaleza existe cierta población apta para el dominio despótico,
otra apta para la realeza y otra apta para el gobierno de los ciudadanos; y
esto es tanto justo como conveniente. Pero no existe ninguna población
naturalmente apta para la tiranía, ni tampoco para aquellos regímenes
políticos que constituyen desviaciones pues surgen contra la naturaleza
(Política, 2015: 273).
En todas las ciudades hay sin duda tres partes propias de la ciudad-
Estado, los muy ricos, los muy pobres y en tercer lugar los intermedios
entre ambos. Entonces puesto que se acordó que lo moderado y lo
intermedio es lo mejor, es evidente que la posesión mesurada de los
bienes que dependen de la buena fortuna es la mejor de todas, pues está
bien dispuesta a someterse a la razón (309).
Será entonces la politéia, forma pura nacida de la confluencia de dos
formas corruptas, aquella que Aristóteles considerará la mejor forma de
gobierno, una constitución mixta que, en conclusión, tenderá a formar una
vigorosa clase media que se aleje de los peligrosos extremos de la
oligarquía y la “democracia”. Así lo expresa con claridad meridiana en el
libro IV de la Política:
7. El concepto de justicia
Como ya hemos estudiado en el capítulo tercero de este libro, la justicia
lo es por naturaleza; en efecto, si la ciudad-Estado existe por naturaleza,
entonces la justicia también, ya que es una parte componente de ella. Así en
la Política: “Y la justicia (dikaiosúne) es algo propio de la ciudad-Estado:
en efecto, el derecho (díke) es el orden de la comunidad política y el
discernimiento de lo justo” (125).
Ahora bien, el derecho que actúa como factor ordenador de la polis es,
para el estagirita, la razón sin el deseo. De hecho, si bien es verdad que el
elemento cualitativo que define y separa a las formas de gobierno puras de
las impuras es su dedicación o no al bien común: las puras se hallan bajo el
imperio de la ley y las impuras son aquellas donde uno, pocos o muchos se
han dejado llevar por sus deseos y pasiones personales.
Por supuesto que la justicia es una afección connatural al ser humano
con relación a otros seres humanos. Las acciones justas entonces serán
aquellas que provean de felicidad a la comunidad política y, por ende, en su
Ética a Nicómaco, Aristóteles escribe al respecto:
8. La economía
Así pues, existe una sola especie de técnica adquisitiva de propiedad que
es por naturaleza parte de la técnica de la administración doméstica, la
que se debe practicar o proveer a que se la practique para que sea posible
la acumulación de aquellos bienes necesarios para la vida y útiles para la
comunidad de la ciudad- Estado o de la casa (141).
1. Aunque de sangre griega, los macedonios situados al norte de la península eran considerados una
especie de semibárbaros por los demás griegos. Como en otros casos, esa caracterización se apoyaba
básicamente en un criterio cultural, ya que no solo jamás de ese pueblo había salido un poeta, un
escritor, un filósofo o un científico, sino que seguían manteniendo una vida considerada a esas alturas
históricas como primitiva de cazadores, pastores y guerreros. De hecho, su sistema de gobierno
consistía en una monarquía aristocrática en la cual el rey se mantenía en el trono en tanto y en cuanto
pudiese defenderlo y siguiera contando con el apoyo de los nobles. Filipo II advirtió esas carencias y
comenzó a llevar a cabo un proceso de modernización e ingreso a la cultura griega que supuso atraer
a hombres de la cultura y la ciencia a su país.
2. En la última fase del pensamiento platónico aparece el alma como intermediaria entre el universo
de las formas y nuestro propio universo (Armstrong 1993).
3. Mucho se ha discutido sobre la traducción correcta de este término que vulgarmente definimos
como “animal político”. Para algunos autores como García Gual, al adjetivo “político” debe
añadírsele también el término “cívico”, de resultas de lo cual hablaríamos de un “animal cívico y
político” (2014). Cordero sostiene que esta expresión hace alusión al hombre en tanto ser vivo (zoon)
que vive en el ámbito de una ciudad (politikón) (2008).
4. Para comprender esta aseveración debemos remitirnos al capítulo sobre los sofistas en su parte
pertinente.
5. Aristóteles también habla de otro tipo de relación, que es la vinculada a la actividad económica, la
que será tratada más adelante en este capítulo.
6. Degradación cívica de un ciudadano por haber cometido una falta grave. Acompañada
generalmente de la confiscación de sus bienes, era la manera de excluir a un individuo de la
comunidad cívica retirándole sus derechos políticos y sus privilegios religiosos y judiciales. Esta
sanción podía tener un carácter parcial o total, y aplicarse de manera temporal o a perpetuidad
(Gómez Espelosín, 2005: 37).
7. En el sentido de conceder la ciudadanía a quienes antes no la tenían merced a un cambio de
régimen político. Aristóteles cita como ejemplo las reformas llevadas a cabo por Clístenes luego de la
expulsión de los hijos del tirano Pisístrato en Atenas, ya que inscribió en las tribus a extranjeros,
metecos y esclavos (Política, 2015).
8. Como veremos, Aristóteles cambia el criterio cualitativo.
9. En algunas traducciones de la Política puede hallarse también como república.
10. Entendemos que el concepto de clases sociales resulta un anacronismo, pues no surgiría en la
historia hasta mucho tiempo después, sin embargo, lo usaremos a los fines didácticos de esta obra por
su fácil comprensión y su uso cotidiano.
11. Para ello, Aristóteles propone una combinación de ambas constituciones. A modo de ejemplo, si
en la “democracia” es común que los magistrados se designen por sorteo, y en la oligarquía, que sean
electivos entre quienes cuenten con una determinada renta, la confluencia entre ambos regímenes se
daría eligiendo a los magistrados por elección pero sin el requisito de poseer determinado peculio
(Política, 2015).
12. Para Salvador Giner: “La Política abunda más en el tema de la sedición (stásis) que en el de la
revolución propiamente dicha (metabolé) la revolución suele ser una sedición triunfante y, en su
estudio, debe incluirse el resultado de esa victoria” (1994: 47).
13. Los fundamentos de esta relación ya han sido expuestos en el capítulo tercero de este libro.
Libro cuarto
Roma o la república
Preludio
1. A modo de ejemplo, Cleopatra, reina de Egipto y quizás una de las mujeres más famosas de la
historia antigua, pertenecía la dinastía ptolemaica, es decir, la constituida por aquellos descendientes
de Ptolomeo, uno de los diadocos.
2. Tras décadas de cruentas y sangrientas batallas, la situación derivó en la constitución de tres
grandes reinos gobernados por los descendientes de los generales de Alejandro: Egipto para los
Ptolomeos, Asia para los descendientes de Seleuco y Macedonia para los descendientes de Antígono.
3. En la época de la fundación de Roma, Italia denominaba a una parte de la península que era
ocupada por un pueblo llamado brucios y que constituye aproximadamente lo que hoy denominamos
Calabria.
4. Es menester recordar que siempre nos referimos a Occidente.
5. Octavio, llamado Augusto, es considerado el primer emperador romano. Gobernó entre el 27 a. e.
c. y el 14 e. c.
6. El Ares griego.
7. Doncellas castas que se entregaban al culto de la diosa Vesta, aquella que los griegos llamaban
Hestia.
8. Como se puede ver, esta cuestión es recurrente en la mitología universal; Moisés constituye uno de
los tantos ejemplos. En este caso particular, la leyenda de la loba bien podría asociarse a la figura de
una prostituta, habida cuenta de que la palabra para designar a la loba en latín es lupa, término que
coloquialmente era usado para designar a las mujeres que ejercían ese comercio; de hecho, lupanare
era el término con el que se designaba a un burdel en la antigua Roma (Beard, 2016). Según la
versión del historiador romano Tito Livio (59 a. e. c./ 17 e. c.), si bien la loba existió, fue un pastor
llamado Fáustulo quien finalmente los recogió y lo llevó a su casa para ser criados por su esposa,
llamada Laurencia, una prostituta conocida a quien los demás pastores apodaban “La Loba” (1955).
9. La lista de los siete reyes de Roma es la siguiente: Rómulo, Numa Pompilio, Anco Marcio, Tulio
Ostilio, Tarquino I, Servio Tulio y Tarquino II. De estos reyes, los cuatro primeros pueden
considerarse como parte de los fundadores y primeros habitantes de Roma, y los últimos tres,
netamente etruscos.
10. Formada por todos los ciudadanos en condiciones de portar las armas. Se reunía en el campo de
Marte bajo la dirección de un cónsul, y si bien poseía grandes prerrogativas, que incluían la elección
de los grandes magistrados, decidir sobre la paz y la guerra y otras de similar importancia, sus
decisiones debían ser refrendadas por el Senado.
11. En la Roma republicana era esta una magistratura de carácter excepcional y por tiempo limitado
que se le confería a un ciudadano ante un grave peligro. Durante su ejercicio, cesaban todos los
demás poderes y desaparecida la causa que le había dado origen, tocaba a su fin.
12. Estas guerras enfrentaron durante algo más de cien años a Roma con Cartago, ciudad situada en
el norte de África (en el actual Túnez). La más importante de las tres guerras fue la segunda, cuando
el general cartaginés Aníbal Barca llevó la contienda a Italia, donde obtuvo resonantes triunfos y se
encontró muy cerca de tomar la misma Roma. Finalmente, traicionado por su gobierno, Aníbal fue
derrotado por el general romano Escipión en la batalla de Zama.
13. Roma alcanzó su máxima extensión durante el gobierno del emperador Trajano, en el siglo II e. c.
Trazando una diagonal, sus dominios se extendían desde las actuales Siria hasta Gran Bretaña, Medio
Oriente, norte de África y prácticamente toda Europa.
14. Según Ronald Syme, “Con los Gracos todas las consecuencias del Imperio –sociales, económicas
y políticas– rompieron amarras en el Estado romano, inaugurando un siglo de revolución (2010: 29).
Situamos a estas reformas entre el 133 y el 123 a. e. c.
15. En la época a la cual nos referimos Roma se encontraba dividida entre el partido de los populares
y el partido de los optimates que representaban básicamente a la aristocracia romana. En la primera
mitad del siglo I a. e. c. se suceden, en especial a partir del 88 a. e. c. una serie de guerras civiles que
terminan con la dictadura de Sila, su abdicación, un período de anarquía y luego los triunviratos, todo
ello producto de un proceso que terminaría liquidando la República (Piganiol, 1981).
16. Espartaco era un esclavo y gladiador proveniente de Tracia (aproximadamente la actual Bulgaria)
que durante los años 73 a 70 a. e. c. lideró una rebelión armada contra la República derrotando
legiones romanas y tomando ciudades y poblados. Finalmente Craso lo derrota y crucifica a seis mil
rebeldes en la carretera que unía Roma con Capua (Barry Strauss, 2010).
Capítulo XII
Polibio
a) El régimen mixto
Los más que escriben con método de política asignan tres especies de
gobierno: real, aristocrático y democrático (...) no toda monarquía es
reino sino aquella que se compone de vasallos voluntarios y que es
gobernada más por razón que por miedo y violencia; ni toda oligarquía
merece el nombre de aristocracia, sino aquella donde se escogen los más
justos y prudentes para que la manden. Igualmente no es democracia
aquella en que el populacho es árbitro de hacer cuanto quiera y se le
antoje, sino en la que prevalecen las patrias costumbres de venerar a los
dioses, respetar a los padres, reverenciar a los ancianos y obedecer a las
leyes: entre semejantes sociedades solo se debe llamar democracia donde
el sentimiento que prevalece es el de mayor número (343-344).
Puede observarse que Polibio sistematiza las formas de gobierno de la
misma manera que lo habían hecho los filósofos griegos ya estudiados; a
tres formas puras les corresponden tres formas impuras en cuanto al criterio
cuantitativo, estableciendo una doble distinción en razón del criterio
cualitativo: por un lado, distingue entre el gobierno basado en la fuerza
contra aquel que tiene su causa en la razón y el consentimiento; por otro
lado, separa a las formas de gobierno que respetan las leyes de aquellas que
no lo hacen. De esta manera:
Tabla 1.
Podemos observar aquí que, por un lado, aquello que para Aristóteles
constituía la politéia para el hombre de Megalópolis es democracia;
también, la inclusión del término oclocracia como gobierno del populacho
o muchedumbre.
Hasta aquí pareciera no haberse aportado nada o, si se quiere, muy poco
con respecto a Platón o Aristóteles. Sin embargo, aquello que Polibio
observa en la Constitución romana (1) que le ha permitido a este pueblo en
un período de medio siglo hacerse con el dominio del mundo conocido es
que en su Constitución se encuentran representadas las tres formas puras de
gobierno que, al contrapesarse entre sí, dan participación a todas las clases
sin que ninguna tenga primacía sobre las otras, lo cual asegura la estabilidad
política y el buen gobierno. Así, el elemento monárquico estará
representado por el Consulado; el aristocrático, por el Senado; y el popular,
por el Tribunado de la Plebe. Podemos ver que esta teoría que llamamos
régimen mixto no solo parte de una construcción institucional sino, y aún a
riesgo de caer en un evidente anacronismo, sociológica. Los tres elementos
se necesitan para gobernar y ninguno puede prescindir del otro. Así:
b) Anaciclosis
Ya hemos dicho que tanto Sobre la república como Las leyes constituyen
sendos diálogos al mejor estilo platónico. En el primero de ellos, la acción
transcurre durante las Fiestas Latinas del 129 a. e. c. en la casa de Escipión
el Africano, quien departe con ocho amigos, mientras que en Las leyes, al
igual que en la obra homónima de Platón, son tres los personajes que
intervienen, en este caso Atico, Quinto y el mismo Cicerón.
Como toda la filosofía política en general, la cuestión que intenta
dilucidar Cicerón es cuál de todas es la mejor forma de gobernar un Estado
(Strauss y Cropsey, 2004). En ese sentido, en el libro I de Sobre la
república, al comenzar a tratarse la cuestión atinente a la teoría política,
Escipión define la república como sigue:
3. La virtud cívica
... sin enredarse en dar respuestas, leer y escribir todo el día, para poder
administrar la república y, en cierto modo llevarla como un mayoral.
Que sea muy docto en el derecho fundamental, sin el cual nadie puede
llegar a ser justo, y no ignore el derecho civil, pero del mismo modo que
el timonel conoce los astros, y el médico la física: uno y otro usan de
esas ciencias para su profesión, pero sin impedimento para cumplir su
trabajo (119).
4. El derecho natural
1. En las elecciones del año 63 a. e. c. derrotó a Catilina. Más tarde, cuando este intentó dar un golpe
de Estado, Cicerón lo denunció en el Senado, donde el 8 de noviembre del 63 a. e. c. pronunció el
más célebre y recordado de sus discursos: En contra de Lucio Catilina, más conocido como
Catilinarias. El comienzo de tan magistral alocución que marcó quizá el momento cumbre de su vida
política es el siguiente: �¿Hasta cuándo ya, Catilina, seguirás abusando de nuestra paciencia? ¿Por
cuánto tiempo aún estará burlándosenos esa locura tuya?” (2007: 293).
2. Era aquello que en Roma se denominaba un Homo Novus.
3. Escuela filosófica fundada por Zenón de Citio alrededor del 301 a. e. c., debe su nombre a la stoa
pintada o columnata en Atenas, lugar en que dictaba sus enseñanzas este filósofo. Predicaba el
control de las pasiones y la consecución de la felicidad y la sabiduría con prescindencia de los bienes
materiales.
4. Desde una perspectiva literaria y refiriéndose a Sobre la república, Ernst Bickel en su obra
Historia de la literatura romana, considera que �Cicerón llega a poseer una conciencia tan clara del
fenómeno político de su época que el problema realmente consiste en saber si en esta obra hay una
especie de anticipo o augurio del principado augústeo” (2009: 223).
Desde una mirada eminentemente histórica y luego de la conmoción que había suscitado la presunta
intención de César de hacerse coronar rey, Octavio –llamado luego Augusto– se presentó como un
defensor a ultranza de las instituciones republicanas y de una vuelta a los valores del pasado. Sin
embargo, bajo la apariencia del respeto a la antigua constitución, fue construyendo una autocracia
que más tarde denominaríamos Imperio. Por delegación, fue asumiendo las funciones que otrora
correspondían a diversos magistrados, incluido el consulado con carácter vitalicio y finalmente, para
asegurar su sucesión, adoptó a Tiberio, a quien recordamos como el segundo emperador romano.
5. El verso en cuestión tomado de los Anales de Ennio dice: �La república romana se funda en la
moral tradicional de sus hombres”.
6. A diferencia de Platón en La república, donde se plantea una idea utópica de una ciudad ideal,
Cicerón discurre acerca del mejor modelo legal e institucional para el régimen mixto.
Libro quinto
El cristianismo o una nueva moral política
Preludio (1)
Por estas fechas vivió Jesús, un hombre sabio, si es que procede llamarlo
hombre. Pues fue autor de hechos extraordinarios y maestro de gentes
que gustaban de alcanzar la verdad. Y fueron numerosos los judíos e
igualmente numerosos los griegos que ganó para su causa. Este era el
Cristo. Y aunque Pilato lo condenó a morir en la cruz por denuncia
presentada por las autoridades de nuestro pueblo, las gentes que lo
habían amado anteriormente tampoco dejaron de hacerlo después, pues
se les apareció vivo de nuevo al tercer día, milagro este, así como otros
más en número infinito, que los divinos profetas habían predicho de él.
Y hasta el día de hoy todavía no ha desaparecido la raza de los
cristianos, así llamados en honor de él (2002: 1089).
Sobre este texto de Flavio Josefo existen discusiones en torno a su
autenticidad, aunque hoy se está conteste en que lo más posible es que sea
una interpolación tardía y no demasiado ingeniosa (Johnson, 1989).
Finalmente, en cuanto a las fuentes paganas, ellas tampoco aportan
demasiado. Plinio el Joven, cuando gobernaba Bitinia, escribió una carta en
el 112 e. c. dirigida a Trajano, la carta X, donde comentaba a su emperador
acerca de unas personas que molestaban al resto ya que se reunían muy
temprano a la mañana para entonar cánticos a Cristo como a un dios. La
cuestión del gobernante se advierte no muy favorable a los cristianos, pero
más por razones de orden público que religiosas. Por otra parte, hacia el 115
e. c., Tácito en sus Anales, refiere que Nerón, luego del incendio de Roma,
dio por culpables a aquellos que el vulgo aborrece y llama cristianos siendo
el origen de tal nombre un ajusticiado en tiempos de Tiberio llamado Cristo
(1910). Por último, Suetonio, historiador y archivista del emperador
Adriano, nos cuenta al narrar la vida del emperador Claudio, que expulsó de
Roma a unos judíos que provocaban disturbios instigados por un tal Cresto
(1963).
Sabemos entonces, a partir de este detallado análisis de las primeras
fuentes del Jesús histórico y el grupo nazareno, las dificultades que aún
subsisten en términos de dilucidar los primeros tiempos de aquello que
luego se convertiría en el cristianismo.
1. Mucho deben este Preludio y el Capítulo I de este libro a las teorías de Mario Saban que hemos
tomado en gran parte, más allá de la oportuna inclusión de sus obras en la bibliografía y la indicación
de citas tomadas en forma literal.
2. Ya habrá colegido el lector que en esta obra hemos preferido usar la más abarcadora y moderna
forma de datación referida como era común.
3. Región de la Antigüedad que se corresponde aproximadamente con los actuales territorios de
Israel, la Autoridad Nacional Palestina, el oeste de Jordania y partes del Líbano y Siria.
4. Sara apela a una antigua costumbre de la tierra de Canaán a los efectos de que su esposo pudiese
engendrar un sucesor para su tribu y hacienda.
5. Todo aquello que rodea a la esclavitud del pueblo hebreo en Egipto así como el posterior éxodo se
encuentra discutido en términos históricos. Existen registros acerca de un grupo humano llamado
apiru o habiru (cubierto de arena) de características seminómadas que en la época solía discurrir
entre Mesopotamia y Egipto y que bien podrían referirse a los hebreos. Por otra parte, Moisés no
aparece en ningún registro histórico salvo la Biblia o la Torá. Con respecto al éxodo, de haber
ocurrido, debería datarse alrededor de 1250, que es cuando está fechada la toma de Jericó por parte
de Josué, sucesor de Moisés.
6. Profeta bíblico del siglo VI a. e. c.
7. Profeta bíblico del siglo VIII a. e. c.
8. En el año 587 a. e. c., el rey de Babilonia, Nabucodonosor, tomó Jerusalén, la saqueó, destruyó su
templo y llevó cautiva a la élite judía. En el siglo siguiente, los descendientes de muchos de estos
“exiliados” volvieron a la ciudad y, a partir del liderazgo de Esdras, comenzó un renacimiento
religioso.
9. Algunos sectores extremistas amplían la prohibición a todo tipo de imágenes.
10. Los países que actualmente ocupan el territorio de esa región del mundo son Kazajistán,
Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán.
11. En Mesopotamia se hacía referencia a Tamuz y Dumuzi; en Egipto, a Osiris y Horus; en Grecia, a
Dionisio, Helio y Orfeo; en Roma, a Mitra (Baring y Cashford, 2005).
12. En el año 64 a. e. c., mientras el pueblo judío se encontraba envuelto en luchas dinásticas, el
general romano Pompeyo, que se hallaba en el este tras haber derrotado a la última expresión de los
Seléucidas, tomo Jerusalén y anexionó la región al Imperio bajo el nombre de provincia romana de
Siria.
13. Los idumeos, según los textos bíblicos, tienen su origen en Esaú o Edom, hermano mellizo de
Jacob, del cual descienden las doce tribus de Israel. Edom significa “rojo”, y tiene que ver con el
color del cabello de Esaú, a quien su hermano robó la primogenitura; de allí la presunta rivalidad
entre estos pueblos.
14. En el sentido de preferencia o toma de posición (en la Antigüedad, muchas veces se trataba de
una cuestión familiar, que de algún modo “se transmitía” al momento del nacimiento de una persona)
o pertenencia a un grupo determinado y no en cuanto partido político con el significado adquirido en
la modernidad.
15. Según Edouard Schure (1985), algunos puntos comunes entre la doctrina esenia y la posterior
doctrina cristiana estarían dados por el deber de amor al prójimo, la prohibición de jurar, el odio a la
mentira, la humildad y la institución del ritual de la cena similar a los ágapes esenios, aunque con el
nuevo sentido sacrificial.
16. El evangelio de Lucas es el único de los cuatro canónicos que refiere sobre la infancia de Jesús.
Al leerlo podemos observar que en 2, 41-52 se relata su primera Pascua en el templo a la edad de
doce años y su discusión con los doctos del templo, e inmediatamente después aparece Jesús adulto, a
sus treinta años.
17. Lengua de origen semita en la que se expresaban los sectores populares y comerciales en la época
de Jesús. Jesús hablaba arameo.
18. Según el texto de Mateo, Jesús nació cuando el rey de Judea era Herodes, que falleció
presumiblemente de cáncer en el año 4 a. e. c., lo mismo que Lucas. Por otra parte, este último
menciona el censo ordenado por Augusto que en la región llevó adelante Quirino, gobernador de
Siria, el cual según Flavio Josefo sucedió en el 6 o 7 a. e. c. Es decir que Jesús debió de nacer
aproximadamente entre el 4 y el 6 a. e. c. Si tomamos como cierta su muerte, a los 33 años, podemos
colegir que esta sucedió aproximadamente en el 28 e. c.
19. La Iglesia de Roma.
Capítulo XIV
Del judeonazarenismo al cristianismo
Habida cuenta de los pocos testimonios directos con los que contamos
acerca de esta primera época, los interrogantes que surgen desde el punto de
vista de las ciencias sociales y de nuestra obra son: ¿fue Jesús el creador del
cristianismo? ¿Cuándo surgió el cristianismo como una religión separada de
su religión madre, el judaísmo? ¿Hay un momento exacto en el que
podamos datar esa separación o fue el continuum de un proceso?
En los Hechos de los apóstoles, libro canónico escrito por Lucas,
discípulo de Pablo, (1) se narra que luego de la última aparición del
maestro, los discípulos siguieron unidos, viviendo en comunidad, donde
comartían sus bienes y pregonaban que entre ellos había vivido el mesías.
De hecho, el grupo crecía con aquellas personas que aceptaban el mensaje
de la salvación. Sin embargo, continuaban siendo judíos fariseos y
cumpliendo sus deberes rituales y religiosos como judíos; en verdad
acudían diariamente al templo (2, 46) y predicaban sobre la resurrección de
su rabí, aunque ello irritase a los saduceos. Para mejor comprender los
primeros pasos del grupo nazareno y la dimensión ética del futuro
cristianismo, es decir, cuando se transforme en una religión separada y
diferente del judaísmo, es necesario saber que “Jesús nació, vivió y murió
como judío. Jesús fue un judío observante, no conoció el domingo, sino el
descanso sabático. Practicó durante toda su vida las festividades del
judaísmo. Fue un rabino en el mayor sentido de la palabra, un gran
maestro” y “Que no existe ninguna enseñanza del rabino Jesús que no se
encuentre dentro de las enseñanzas bíblicas o en la tradición de otros
rabinos del judaísmo” (Sabán, 2012: 19). Vale decir entonces que, luego de
su muerte, el grupo que se había congregado a su alrededor no era más que
una comunidad de judíos mesiánicos que decían haber tenido como maestro
al mesías que había muerto y resucitado conforme a las creencias judeo-
fariseas.
Posteriormente comenzaron a sumarse a esta comunidad judíos
helenistas, es decir, personas que habían nacido fuera de Judea y dentro de
la esfera de influencia de la cultura griega. (2) Ello será capital para la
futura expansión del mensaje de Jesús, ya que estos judíos que conocían la
filosofía griega poseían una amplitud de miras y una capacidad de entender
la enorme potencialidad que el mensaje del nazareno podía tener en un
mundo de dioses viejos y anquilosados. Entre ellos se destacará Pablo o
Saulo (3) de Tarso, (4) judío y ciudadano romano que, según narra la
tradición, luego de perseguir a los nazarenos se convierte e ingresa al
mismo a raíz de un suceso milagroso. Pablo comprenderá perfectamente la
situación de aquellos judíos que vivían fuera de los límites de Judea, pero
también, al llevar su prédica al mundo romanizado, cuán hondo calaba en
muchos gentiles (5) un mensaje que hablaba de una vida nueva, de vida
después de la muerte y de resurrección, además de toda la ética que,
heredera del judaísmo, Jesús había transformado en asequible con un
discurso profundamente carismático. Todo ello en un mundo en donde la
inmensa mayoría de la gente solo practicaba una vida de supervivencia, sin
esperanzas de movilidad social y con religiones que no daban ningún tipo
de respuestas ni esperanzas.
Pablo comenzó a viajar por la cuenca mediterránea predicando el
mensaje nazareno en las comunidades judías de cada ciudad que visitaba y
mientras que algunos miembros de esas comunidades adherían a su
postulado otros muchos se mostraban reticentes a hacerlo. Lo que sí
descubrió es que esa nueva ética religiosa era vista con sumo agrado por un
gran número de gentiles. De hecho, en su prédica, Pablo no solo anunciaba
la llegada del mesías sino que este mesías era hijo de Dios, concepto
desarrollado por él mismo (Saban, 1994). No solo Dios había enviado a su
hijo único para salvar a la humanidad, sino que la divinidad que después
será plasmada en los evangelios es de características mucho más
espirituales y magnánimas que el Dios del Antiguo Testamento, mucho más
carnal y vengativo, que en su furia llegó a arrasar ciudades enteras.
Como consecuencia del trabajo de Pablo, comenzaron a integrarse al
grupo nazareno tanto judíos como gentiles y es allí donde principia el
meollo que derivará, luego de muchas circunstancias, en el nacimiento del
cristianismo. Los judíos, para ingresar al nazarenismo, no tenían más que
creer en aquellas cosas que Pablo o cualquiera de los apóstoles o miembros
predicaba, es decir, lo que llamamos profesión de fe. Distinto era el caso de
los gentiles, ya que como los nazarenos eran un grupo judío mesiánico,
primero debían convertirse al judaísmo como requisito indispensable para
su ingreso. En el caso de las mujeres, ello no suponía un problema, pero en
cuanto a los hombres se imponía como un problema la cuestión de la
circuncisión, lo cual afectaba directamente la posibilidad de crecimiento
nazareno. En el año 49 e. c., esta problemática suscitó una discusión en la
comunidad de Antioquía sobre la forma de salvación: para algunos de sus
miembros ello incluía la totalidad de la ley mosaica incluido el rito de la
circuncisión, mientras que otros judíos manifestaban que los gentiles podían
también ser salvos si cumplían con las leyes del patriarca Noé aun cuando
se mantuvieran gentiles. Estas distintas posiciones originaron una disputa
que condujo a una reunión en Jerusalén el año siguiente y que la historia ha
denominado como el primer concilio de la Iglesia. Allí, Pablo, con una
visión más aperturista, enfrentaría a aquellos que defendían una postura más
cerrada respecto de la admisión de nuevos prosélitos.
A partir de la década del 60 del primer siglo de la era común y hasta fin
de esa centuria, una serie de hechos aceleraron la constitución del
cristianismo como una religión separada de su religión madre, el judaísmo.
En el siglo II e. c., esa separación se hará más nítida y definitiva.
Como ya hemos descrito, las comunidades nazarenas se reunían
observando la ley judía y muchos de sus rituales, más allá de las
flexibilizaciones impulsadas por Pablo. A modo de ejemplo, seguían
congregándose en sinagogas, observando el shabbat y la pascua el día 14
del mes de nisan, como marcaba el calendario lunar hebreo (Saban, 2016).
Sin embargo, esa tensión que había comenzado a existir entre los
diversos componentes de estas comunidades y de ellas con el judaísmo
tradicional terminará por decantarse a raíz de diversos sucesos que actuaron
como aceleradores históricos.
En el año 62 e. c., era asesinado Santiago el menor, apóstol de Jesús y
jefe de la comunidad nazarena de Jerusalén, y entre el 66 y el 73 e. c., la
rebelión judía contra Roma y su posterior derrota, toma y destrucción de
Jerusalén incluida, inciden fuertemente sobre la influencia que el núcleo de
los ancianos más conservadores del movimiento ejercían. De hecho, luego
de la muerte de Santiago, esta comunidad se establecerá durante diez años
en Pella, en la Transjordania, y perdería el contacto con las congregaciones
paulinas, aún después de su regreso, en el año 72. Es decir que la
comunidad jerosolimitana ya nunca volvió a ejercer su ascendiente y
autoridad como antes, aunque una vez nacido el cristianismo, quizás por su
profundo significado, fue una de las sedes obispales más importantes.
Presumiblemente en el año 67 e. c. murieron en Roma Pedro y Pablo, los
jefes más importantes del nazarenismo. Ambos constituyeron la jefatura
política del movimiento, y a través de su palabra, prédica y epístolas, habían
sentado las bases teológicas de las comunidades, en especial el hombre de
Tarso. Algunas de las congregaciones del Asia Menor continuaron
dirigidas, durante algún tiempo, desde Efeso por Timoteo, discípulo de
Pablo, y otras comenzarían a transitar su desarrollo en soledad.
Todos estos acaeceres llevaron a la pérdida de una conducción política y
teológica centralizada que tendrá consecuencias a futuro en cuanto a la
divergencia de aspectos teológicos, doctrinarios y rituales, entre ellos.
Por otra parte, a fin de este primer siglo, los noeidas y seminoeidas
terminaron superando en número a los judíos e impusieron sus propios
puntos de vista, flexibilizando, de hecho, aún más la aceptación de personas
que no eran parte de la estructura ideológica legal del judaísmo. Es decir, en
los casos dudosos, como podría ser el matrimonio entre judíos y paganos,
por ejemplo, se terminaba optando por el ingreso y la consecuente
ampliación de las comunidades. De hecho, en pocas generaciones, en
muchos casos, cada vez eran más lejanos los ascendientes judíos de los
miembros de estos grupos.
También tuvo una fuerte incidencia la relevancia cada vez mayor que la
vida y las enseñanzas de Jesús alcanzarían en estos grupos por sobre el
Antiguo Testamento, que de ninguna manera fue desechado, aunque la
centralidad religiosa comenzará a basarse fundamentalmente en la figura de
Cristo y rituales propios como la comunión, mientras paulatinamente se
irían reduciendo preceptos propios de la Torá por ser propios de la historia
nacional del pueblo judío. Por otra parte, el mismo Pablo había manifestado
una cierta ambigüedad sobre un tema teológico central: para los judíos,
Pablo hablaba de un mesías, lo cual encuadraba perfectamente en sus
tradiciones; sin embargo, para los gentiles se sugería a veces más
firmemente, y otras no tanto, el concepto de divinidad, lo cual también
encuadraba en la lógica de pensamiento de personas cuyos emperadores
adquirían ese carácter. Esa distinción acerca de la naturaleza de Jesús
ocupará al cristianismo en los siglos siguientes y será objeto de enconadas
disensiones.
Finalmente, desde la comunidad de Roma y su esfera de influencia, se
crearía el canon de escritos que más tarde se llamaría Nuevo Testamento y
que, junto con el Antiguo Testamento, (11) conforman hoy la Biblia
cristiana. Este paso será muy importante en términos de dirimir la ortodoxia
de la nueva religión, es decir, qué es aquello verdadero y qué no lo es.
Anteriormente observamos que, con la pérdida de una autoridad
centralizada, muchas de estas comunidades fundadas por Pablo continuaron
su desarrollo teológico, doctrinal y ritual sin una guía común, aunque con
un centro de creencias generales basadas en la figura de Jesús. Ellas
también produjeron escritos doctrinales, muchos de los cuales
permanecieron ocultos hasta mediados del siglo XX, aunque algunas
noticias teníamos de ellos por documentos de la Antigüedad. En cualquier
grupo dogmático y más aún en los de carácter religioso, poseer la verdad
implica tener el poder. Como será expuesto en el capítulo siguiente,
nosotros conocemos el cristianismo triunfante, una forma de cristianismo
que se impuso a las demás a partir de su centralidad romana y una posterior
alianza con Roma a partir del siglo IV. Lo cierto es que sí sabemos que en el
año 177, Ireneo de Lyon estableció los cuatro evangelios canónicos, aunque
no será hasta mucho después, en el Concilio de Cartago en el 395 e. c.,
cuando quede definitivamente concluido el Nuevo Testamento. Por supuesto
que dicha canonización evangélica no supuso su inmediata difusión y
conocimiento, y menos su aceptación por las demás iglesias. Por otra parte,
también es cierto que cuando comenzaron las profundas diferencias
doctrinales de los siglos siguientes, muchos teólogos intentarían justificar
en las primeras escrituras desarrollos teológicos muy posteriores. Por
último, y más allá de consideraciones relativas a la fe, extrañas a esta obra,
es razonable que se incluyesen los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas,
con la misma lógica que el cristianismo primitivo pintó y esculpió
imágenes; se trataba de narrar una historia a personas con nula o escasa
instrucción, por lo general analfabetos, y exactamente eso es lo que hacen
los evangelios sinópticos: cuentan la vida de Jesús y sus enseñanzas de un
modo didáctico y claro. Resulta menos comprensible la inclusión del
Evangelio de Juan por las razones sobre las que ya hemos discurrido.
En conclusión, entre la segunda mitad del siglo I y la primera mitad del
siglo II, determinadas circunstancias históricas, externas e internas al
nazarenismo, derivarían en el nacimiento del cristianismo como religión
independiente y separada del judaísmo. Por supuesto que ello aconteció en
forma paulatina, aunque si fuese menester clavar un hito para delimitarlo,
podríamos establecerlo con el cambio de la fecha de la celebración pascual,
que pasó a regirse por el calendario solar en lugar del lunar. (12) Según
Saban, “Unidad en el Canon, aceptación de grupos intermedios, y
Cristología, llevaran al judaísmo nazareno a evolucionar hacia el
cristianismo y crear así finalmente una religión independiente” (1994: 171).
Gradualmente, y a medida que esta separación fue definiendo límites más
precisos, fue insertándose la idea del deicidio perpetrado por el pueblo judío
sin reparar ni en las raíces judías de la nueva religión ni en la figura del rabí
Jesús y sus seguidores también judíos. Podemos afirmar entonces que, al
finalizar el siglo II, ya existía claramente una religión llamada cristianismo,
que a partir de entonces comenzaría a discutir dentro de sí misma su perfil
definitivo.
1. Como ya se ha explicado, ni Pablo de Tarso ni Lucas conocieron a Jesús.
2. Es común llamar a estos judíos como judíos de la diáspora, es decir, de la dispersión. La historia
del pueblo judío se encuentra atravesada por ataques, destrucción, conquistas de su territorio y las
posteriores gestas de este pueblo para recuperarse. En el transcurso de tales avatares, muchos de ellos
tuvieron que huir o emigrar y asentarse con su familia en el territorio del mundo entonces conocido.
Algunos volvieron a su patria, pero muchos otros formaron comunidades en lugares como Roma,
Atenas, Antioquía, Alejandría, y allí se desarrollaron en la mayoría de sus casos por generaciones sin
perder su identidad.
3. Pablo era un judío perteneciente al grupo saduceo que conocía no solo perfectamente la filosofía
griega sino también el pensamiento de Filón de Alejandría, un judío egipcio que había sintetizado la
tensión entre la filosofía y la religión, y más concretamente, el sistema de pensamiento aristotélico
con el judaísmo.
4. Ciudad que se encuentra ubicada en el territorio de la actual Turquía.
5. No judíos.
6. Una de las características del fariseísmo era su apego profundo a la ley mosaica y el ritualismo que
ella prescribe.
7. Ello incluía, por supuesto, no comer carne de animales sacrificados como ofrendas a los dioses
paganos o ídolos.
8. Para Johnson en su Historia del cristianismo, Pablo fue derrotado en este concilio habida cuenta de
que la comunidad de Jerusalén se acercó más a la idea nacionalista judía (1989).
9. Denominación común para referirse a Pablo de Tarso.
10. “Acepten al que todavía está poco formado en la fe, sin entrar en discusiones sobre modos de
pensar. Hay algunos que piensan que se puede comer de todo, mientras que el poco formado en la fe
solo come vegetales. El que come de todo, que no menosprecie al que no come algunos alimentos; y
el que no come ciertas cosas, que no critique al que come de todo, ya que también este ha sido
aceptado por Dios” (Carta a los Romanos, 14 1-4: 1997).
11. Viene al caso aclarar que el Antiguo Testamento no coincide exactamente con la Torá.
12. Según Eusebio en su Historia eclesiástica (2010), esto sucedió en tiempos del papa Víctor (189-
198 e. c.) y en los últimos años del emperador Cómodo. Es relevante decir que esta controversia
había comenzado a suscitarse bajo el papado de Aniceto (155-166).
Capitulo XV
La Iglesia de los romanos y las herejías
... para dar, tanto a crisitianos como a todos en general, libre elección en
seguir la religión que quisieran (...) y que ahora cada uno de los que
sostienen la misma resolución de observar la religión de los cristianos, la
observe libre y simplemente, sin traba alguna (...) que nosotros hemos
dado a los cristianos libre y absoluta facultad de cultivar su propia
religión (...) Pero además, en atención a las personas de los cristianos,
hemos decidido también lo siguiente: que los lugares suyos en que tenían
por costumbre anteriormente reunirse y acerca de los cuales ya en carta
anterior enviada a su santidad había otra regla, delimitada para el tiempo
anterior, si apareciese que alguien los tiene comprados, bien a nuestro
tesoro público, bien a cualquier otro, que los restituya a los mismos
cristianos, sin reclamar dinero ni compensación alguna (Eusebio, 2010:
464-466).
2. Valores y disvalores
No quise leer más adelante, ni tampoco era menester, porque luego que
acabé de leer esta sentencia, como si se me hubiera infundido en el
corazón un rayo de luz clarísima, se disiparon enteramente todas las
tinieblas de mis dudas (1985: 208).
Notaron (9) aún más, que toda forma existente en cualquier ente
mudable con la que recibe su primitivo ser, de cualquier modo o
naturaleza que sea no puede ser sino dependiente de aquel ente superior
que realmente tiene ser y es inmutable (2007: 460).
Sin embargo, la parte más sustancial de esta obra, la que daría sustento al
agustinismo político, es aquella que refiere la lucha entre las dos ciudades:
la ciudad de Dios, simbolizada en la Jerusalén eterna, y la ciudad terrenal,
descendiente de la impía Babilonia. Un simple reduccionismo podría
llevarnos a colegir que la ciudad de Dios se identifica únicamente con la
Iglesia, y la ciudad de los hombres, con los Estados terrenales. Sin embargo,
la cuestión es bastante más compleja. Ambas ciudades se hallan
entrelazadas en la Tierra disputando entre ellas, pero aquello que las
distingue es su disposición hacia Dios. Los ciudadanos de la ciudad de Dios
viven peregrinos en la Tierra según los preceptos divinos y su fin es la paz
celestial. Por el contrario, los ciudadanos de la ciudad terrena viven según
el hombre, persiguen los apetitos de la carne, desprecian al Dios verdadero,
siguen los preceptos del demonio y su fin es el fuego eterno. Agustín
explica las estirpes de las cuales descienden ambas ciudades, que comienza
con la caída de los ángeles rebeldes, con Caín como padre de la ciudad de
los hombres y Abel, el de la urbe divina. En palabras del obispo de Hipona
respecto del linaje humano:
... al cual hemos distribuido en dos géneros: el uno de los que viven
según el hombre, y el otro, según Dios; y a esto llamamos también
místicamente dos ciudades, es decir, dos sociedades o congregaciones de
hombres, de las cuales la una está predestinada para reinar eternamente
con Dios, y la otra para padecer eterno tormento con el demonio (2007:
66).
La idea de una sociedad total del cristianismo planteada por Agustín fue
pensada siempre como una unidad, en el sentido de que en un reino
cristiano las autoridades civiles y eclesiásticas que gobernaban en los
asuntos espirituales y terrenales no podían escindirse, es decir, constituían
una entidad indisoluble y no una dualidad complementaria entre los
monarcas y la jerarquía eclesiástica. Sin embargo, en esta temprana etapa,
los emperadores entendían que esta unidad era el Imperio romano
cristianizado, mientras que el papa consideraba esta misma entidad como la
Iglesia que abarcaba al todo social. En definitiva, comenzó a plantearse un
conflicto entre los poderes terrenales y los espirituales, aunque no una
pugna entre Iglesia y Estado, ya que las diferencias se encontraban dentro
de una unidad constituida por la sociedad cristiana y no entre entidades
autónomas y separadas entre sí. El punto nodal de la cuestión estribaba en
las jurisdicciones y materias en las que cada institución tenía supremacía
sobre la otra.
En el 380, mediante el decreto de Tesalónica, los emperadores Teodosio
I, Valentiniano II y Graciano proclamaron al cristianismo surgido del
Concilio de Nicea como religión oficial del Imperio. Años más tarde, a
mediados del siglo siguiente, frente a una disputa que el papa León I (440-
461) sostuvo con un obispo galo, el emperador Valentiniano III emitió un
decreto que confirmaba la supremacía del obispo de Roma sobre toda la
Iglesia cristiana. Esta decisión imperial fue razonablemente bien recibida en
Occidente, pero resistida por los patriarcas de Antioquía, Jerusalén,
Alejandría y Constantinopla. Más allá de la importante decisión imperial, lo
cierto es que la Iglesia romana hacía tiempo que trabajaba sobre la
fundamentación de su preeminencia. La idea central procedía del Evangelio
de Mateo, que proclamaba al apóstol Pedro como la piedra sobre la que
Jesús edificaría su Iglesia y el otorgamiento al mismo discípulo de las llaves
de su reino con el poder consistente en que todo aquello que Pedro atare en
la Tierra se ataría en los cielos y todo aquello que desatare en la Tierra sería
desatado en los cielos. Como ya hemos visto, según la historiografía
cristiana, Pedro murió mártir en Roma, lo cual sentaba un importante
precedente, aunque insuficiente para justificar la superioridad romana. Hizo
falta un documento apócrifo (11) fechado a fines del siglo II en la forma de
una carta del papa Clemente al apóstol Santiago para que los argumentos en
este sentido adquiriesen solidez. En esta misiva, Clemente narraba a
Santiago que, al morir, Pedro le había transmitido frente a la comunidad
cristiana de Roma aquel poder de atar y desatar tanto a él como a sus
sucesores. León I, basado en estas nociones, elaboró una tesis que no solo
establecía la supremacía de la sede episcopal romana, sino que otorgaba al
papado características monárquicas; cada papa, al asumir heredaba
directamente de Pedro, no de su antecesor, los poderes y funciones que
Jesús había confiado al apóstol. Tampoco podía ser depuesto, ya que se
ubicaba en la cima de la Iglesia y desde allí ejercía su soberanía, que en esta
época hacía referencia a personas y no a Estados, como se la concibe
modernamente. Con semejante fundamentación de su poder, era
irremediable que el papado no tardara en tener desavenencias con el
emperador y que más tarde, la Edad Media tuviese como uno de sus ejes
centrales la disputa entre los poderes terrenales y los espirituales.
Sobre fines del siglo V, el papa Gelasio I (492-496), a través de una carta
al emperador Anastasio en Constantinopla y otra serie de escritos, definió
las esferas que le correspondían a cada poder y sus ámbitos de autoridad.
Según su punto de vista y dentro de una única comunidad cristiana, las
autoridades terrenales debían servirse de las eclesiásticas en los asuntos
referentes a la salvación; y, por el contrario, los clérigos debían atenerse a
aquello que los príncipes definían para los asuntos temporales. Una vez
realizada esta división, ambos poderes debían tener especial cuidado en no
inmiscuirse en los asuntos del otro y guardar la debida moderación. Hasta
aquí pareciese una solución salomónica, aunque difícil de aplicar en la
práctica, debido a los continuos conflictos que se suscitaban cuando, por
ejemplo, un emperador intentaba inmiscuirse en asuntos doctrinales
teológicos o nombrar determinados cargos sacerdotales. Empero, Gelasio
agrega que la responsabilidad de los ministros de Dios era más pesada que
la de las autoridades terrenas, habida cuenta de que, al ser los príncipes
miembros de la Iglesia, el día del juicio serían los sacerdotes los
responsables de responder por sus almas. De ello puede inferirse que al
tratarse el emperador de un cristiano como cualquier otro, se encontrase
bajo la jurisdicción papal y, según manifiesta Gelasio explícitamente, su
deber consistía en aprender y no en enseñar. El papa nunca olvida que no
puede haber dualidad en la conducción de la única entidad cristiana, y por
ello sostiene que el emperador debía someter sus normas a las autoridades
eclesiásticas en tanto y en cuanto esas disposiciones pudiesen llegar a
afectar el orden, la conformación y la continuidad de la comunidad. Según
Ullman, “Estas definiciones de Gelasio I equivalían a definir la superioritas
del papa, su soberanía, en toda materia referida fundamentalmente al
carácter cristiano de la sociedad y, en consecuencia, la inferioridad del
emperador, su sujeción a las leyes papales en tales materias” (2013: 42). En
resumen –y según esta doctrina perfeccionada por Gelasio pero que ya
había ido formándose desde la oficialización del cristianismo en el
Imperio–, la soberanía, es decir, el concepto romano de auctoritas, referido
a las materias trascendentales que pudiesen afectar a la estructura de la
comunidad cristiana, quedaban bajo jurisdicción del papa, y el emperador
mantenía su regia potestas, es decir, la atribución de ejecutar aquellas
decisiones del papa y, por supuesto, plenamente aquellas referidas
exclusivamente al mundo terrenal o carnal. De más está decir que, en una
sociedad regulada y codificada en todos sus aspectos por el cristianismo,
pocas cuestiones quedaban fuera del arbitrio eclesial.
La doctrina de Gelasio tuvo amplias repercusiones y reacciones durante
la Edad Media, y posiblemente fuera el papa Gregorio VII (1073-1085)
quien la llevaría a su extremo. Por otra parte y si bien, como reza el título
de este apartado, esta doctrina es conocida popularmente como “de las dos
espadas”, presumiblemente ese nombre o la difusión de esa denominación
correspondió a Bernardo de Claraval en el siglo XII. (12) Según este santo
de la Iglesia católica, Dios otorgaba al papa dos espadas: una, la del poder
espiritual, que el papa retenía, y otra, la del poder temporal, que el obispo
de Roma otorgaba en el ámbito secular. El corolario de ello es que aquel
que concede también puede quitar. Pensemos que en una sociedad en la cual
la fundamentación del poder era otorgada por Dios, la mera excomunión de
un príncipe, es decir, su apartamiento de la comunidad cristiana, hacía caer
de forma inmediata toda la legitimidad en que basaba su autoridad.
La reacción inmediata que esta doctrina encontró en Constantinopla fue
el cesaropapismo, expresada fundamentalmente por el emperador Justiniano
(527-565). Para Justiniano, y consecuentemente para sus sucesores, el
emperador era la más alta autoridad existente en el Imperio que él mismo
dirigía de acuerdo con los preceptos cristianos. Sus potestades abarcaban no
solo la estructura sacerdotal, sino también cualquier cuestión teológica,
incluidas aquellas referentes a la ortodoxia de la fe y las herejías. Esta
concepción, que consideraba al papa de Roma un cargo casi honorífico,
obtuvo su confirmación en el Concilio de Constantinopla en el 536, durante
el cual se estipuló que la Iglesia no debía realizar actos que atentasen contra
las órdenes y voluntad del emperador.
De una u otra manera, ambas concepciones se encontrarían imbricadas
en múltiples conflictos que, con distintas variantes e intensidad, fueron uno
de los rasgos característicos del medioevo.
b) Gregorio y la organización
3. Cultura y saber
1. Si bien Mahoma no pertenecía a su rama más importante, los Quraish eran una familia de
comerciantes muy antigua cuyos orígenes se remontaban a Ismael, el hijo que el patriarca Abraham
concibió con su esclava Agar. Administraban y custodiaban el templo de la Kaaba y tenían influencia
y supervisión sobre el gobierno de la Meca.
2. Allí se encuentra el templo de la Kaaba, con su altar en la Piedra Negra. En tiempos anteriores al
islam, en la Kaaba se adoraban diversos dioses, entre ellos Alá, probablemente el dios venerado por
la familia Quraish. De hecho, su antigüedad nos viene dada por la mención realizada por Heródoto
acerca de una deidad llamada al Lat, que revestía suma importancia para los pueblos que habitaban
Arabia.
3. La actual Medina en Arabia Saudita.
4. El Corán no fue escrito en vida de Mahoma, quien dictaba las revelaciones del arcángel Gabriel a
sus seguidores quienes los escribieron en diferentes soportes. En el año 633 el Califa Abu Bekr
ordenó recopilar todos esos fragmentos y reunirlos en un solo libro que, al carecer de vocales, dio pie
a diversas interpretaciones imprimiéndose textos que diferían entre sí. Más tarde, el Califa Otman
encargó a varios eruditos la revisión del texto y de allí surgió la versión que se conserva hasta
nuestros días.
5. La sucesión de Mahoma no fue pacífica y suscitó una serie de enfrentamientos entre sus sucesores.
Antes de morir, el profeta no había designado sucesor, aunque pidió a Abu Bekr que dirigiera la
última plegaria, y ello fue tomado como un signo de jefatura. Alí, sobrino y yerno de Mahoma,
disintió y así comenzaron las luchas por la sucesión. En resumen, de este conflicto surgen las hoy
principales divisiones del islam, entre sunnitas, que son aquellos que siguieron la línea de los califas
desde Abu Bekr, y los chiitas, que son aquellos que dicen descender directamente de Alí, sangre del
profeta.
6. Si bien las tropas islámicas llegan hasta la isla, esta recién le será arrebatada al Imperio bizantino
en el año 878 tras una épica defensa.
7. Desde el 737, Carlos Martel se transformó, sin la mediación de ningún merovingio, de hecho, en el
gobernante efectivo de los francos y fundador de la dinastía Carolingia (Bendriss, 2007).
8. Tradicionalmente, los españoles añaden a Poitiers la batalla de Covadonga en el 722, la cual según
la tradición ibérica, marcó el comienzo de la reconquista.
9. En verdad, esa tolerancia también era llevada muchas veces al terreno militar. Al sitiar una ciudad,
era común que el parlamentario musulmán invitara a los sitiados a rendirse con una fórmula
obligatoria para la ley coránica que establecía que, si la ciudad se rendía, se respetarían las vidas, las
confesiones y los lugares de culto de los pobladores que no quisiesen convertirse a la fe de Mahoma.
Caso contrario, los sitiados se exponían a un saqueo y pillaje de tres días si eran derrotados (Crowley
2015).
10. Es muy posible que cuando los árabes conquistaron Siria y Persia encontrasen allí gran parte del
tesoro que Damascio, como hemos visto ya, llevó a la corte persa de Cosroes.
11. Dinastía que gobernó el califato de Damasco desde el 661 hasta el 750.
12. Dinastía que sucedió a los omeyas, trasladó su capital a Bagdad y gobernó hasta 1258.
13. Si bien aquí utilizamos desde el comienzo el término Sacro Imperio Romano Germánico, lo
cierto es que Carlomagno fue coronado como emperador de los romanos. Luego del tratado de
Verdún en el 843, por el cual los nietos de Carlomagno se dividieron el Imperio carolingio
conquistado por su abuelo, la idea de imperio permaneció en los príncipes alemanes. La
denominación “sacro” aparece recién en el siglo XII, y el adjetivo germánico, en fecha tan tardía
como el siglo XV.
14. También algunos autores han creído descubrir un renacimiento en el siglo XII (Haskins, 2013).
15. La actual ciudad alemana de Aachen, en el distrito gubernamental de Colonia.
Capítulo XIX
Hierocracia, feudalismo y poliarquía
1. Hierocracia
2. El feudalismo
3. Poliarquía
1. Sobre el concepto de hierocracia en particular, recomendamos al lector las obras de Walter Ullman
Escritos sobre teoría política medieval e Historia del pensamiento político en la Edad Media, textos
citados en la presente obra.
2. El ungimiento sobre los reyes es un tema recurrente en el Antiguo Testamento y la Torá. A modo
de ejemplo, transcribimos la unción de Saúl, primero de los reyes de Israel, en Samuel 15: 1 “Samuel
dijo a Saúl: El Señor me envió para ungirte como rey de su pueblo Israel, escucha pues las palabras
del Señor”.
3. Fundamentado en la primera carta de Pablo a los Corintios: “Pero por la gracia de Dios soy lo que
soy” (15:10). y en Romanos 13:10 “Todos deben someterse a las autoridades constituidas. No hay
autoridad que no venga de Dios, y las que hay por Él han sido establecidas”.
4. Este conflicto suscitado entre el emperador y el papado fue el primer litigio a gran escala que puso
de manifiesto la profunda cuestión acerca del gobierno en Europa. Luego de los avatares suscitados
por la partición del Imperio carolingio y la formación de otras entidades, aquello que conoceríamos
como el Sacro Imperio Romano Germánico reconoce en la historia su acta fundacional con el
advenimiento de Otón I al trono a través de la dinastía sajona. En la década de 1070, el papa
Gregorio VII negó el derecho al emperador Enrique IV a consagrar obispos y las rentas que de ello se
obtenía, y así comenzó una confrontación que incluyó la excomunión de Enrique, la promoción de un
papa alternativo o antipapa por el emperador, el apoyo papal a los enemigos internos del emperador,
la guerra entre los partidarios de ambos, la humillación del emperador en la residencia papal de
Canosa y, en realidad, una lucha entre ambas concepciones de poder que, aunque pareció zanjada con
la firma del Concordato de Worms, en 1122 (varios papas habían sucedido ya a Gregorio VII), la
lucha entre ambos poderes prosiguió mucho tiempo aún. De hecho, y como consecuencia de este
conflicto, surgieron los bandos antagónicos de los güelfos, partidarios del papado, y los gibelinos,
quienes apoyaban al emperador, que mucha sangre le costaría a Europa.
Finalmente, y para mejor comprender los orígenes de este conflicto, más allá de la mera disputa de
poder entre el mundo secular y su contrapartida eclesiástica, es menester saber que los germanos
tenían una institución muy antigua llamada “Iglesia perteneciente”, en virtud de la cual, el señor de
un territorio podía construir allí una iglesia, la cual, al ser de su propiedad, le otorgaba el derecho a
designar al clérigo que debía ocuparla. Más tarde, en estas sociedades eminentemente agrarias, este
sistema se trasladó a las diócesis y archidiócesis, es decir que los germanos entendían la actitud del
papa como una intromisión en una costumbre en extremo arraigada. Por supuesto que de estas
primeras pequeñas iglesias a la consagración de obispos existía una diferencia notable en términos de
las rentas que los prelados percibían y las complicadas relaciones de vasallaje establecidas en el
sistema feudal objeto de este acápite.
5. Otro de los argumentos que el Imperio intentó consolidar se basaba en la antigua lex regia romana,
según la cual el pueblo poseía el poder y lo había traspasado al emperador. En lugar de ello,
finalmente la teoría que se impuso trocó al pueblo por los príncipes alemanes, quienes a partir de esta
construcción comenzaron a elegir o “dar su consentimiento” según las relaciones de poder existentes
en cada contexto, ya que la dignidad no se transmitía por herencia, a aquel que debía ocupar el trono
imperial. A partir de 1338, se aprobó la ley imperial mediante la cual la simple elección del rey
germano lo convertía en emperador, sin que fuese necesaria ningún tipo de aceptación por parte de la
Iglesia. Esta doctrina se consumó finalmente recién el 25 de diciembre de 1356 en la llamada Bula de
Oro, durante la Dieta de Metz. Los siete electores eran los arzobispos de Colonia, Tréveris y
Mayence, el rey de Bohemia, el conde palatino del Rin y los duques de Sajonia y de Brandenburgo.
6. En principio, entre los territorios situados entre el Loira y el Rhin.
7. Tan arraigada se hallaba en Alemania la cuestión de las autonomías locales que entre las primeras
medidas que tomó Hitler al asumir el poder fue abolir las dietas y gobiernos de los Estados alemanes,
y sus gobernadores comenzaron a ser designados por él mismo. Idéntica suerte sufrieron los
gobiernos locales que, merced a una serie de medidas tomadas entre 1933 y 1935, fueron privados de
su autonomía y sometidos a jurisdicción del Ministerio del Interior (Shirer, 2010).
Posludio
1. Este término, ciertamente discutido en cuanto al sustantivo “imperial”, se formó bajo la conjunción
de varias herencias en la figura del rey Enrique II (1133-1189) de la dinastía Plantagenet, que
gobernó Inglaterra desde 1154 hasta 1485. Comprendía Inglaterra y la región del norte francés
llamada Normandía, que había surgido de la conquista del normando Guillermo el Conquistador en
1066. A través de su padre, Godofredo V conde Anjou, de donde deriva el nombre angevino, le fue
legado el condado homónimo, Maine y Touraine, y en último lugar por su matrimonio con Leonor de
Aquitania, este ducado más Gascuña. También era señor de Irlanda, aunque fuese nominalmente
(Townson, 2012). Debemos recordar que los normandos invasores y sus descendientes tardaron algún
tiempo en mixturarse con los sajones y otros pueblos vencidos en Hastings; de hecho, los primeros
Plantagenet hablaban francés; el mismo Ricardo Corazón de León, hermano del rey Juan, solo
dominaba esa lengua y apenas pasó tiempo en Inglaterra durante su reinado. Durante mucho tiempo,
la derrotada nobleza sajona fue considerada una nobleza de segunda categoría, y consecuentemente
tratada. Por otra parte, y por sus dominios en Francia, los reyes ingleses –por lo menos en las
formas– eran considerados súbditos del rey de Francia y ocupaban su lugar entre los pares de ese
reino. El antecedente angevino serviría de excusa para la posterior Guerra de los Cien Años entre
ambos reinos.
2. Claramente, producto del enfrentamiento entre el papa Inocencio III y el rey Juan, en el que este
último había resultado perdidoso.
Capítulo XXI
Tomás de Aquino (1)
2. El regreso de Aristóteles
2. Dante (1265-1321)
“Digo, pues, que el reino temporal no recibe su ser del espiritual, ni sus
facultades, que son su autoridad, ni tampoco pura y simplemente su
operación; pero que sí recibe, para obrar mejor y más eficazmente, la luz
de la gracia, que en el cielo y en la tierra le infunde la bendición del
Sumo Pontífice” (2005: 120).
Posiblemente haya sido este filósofo y teólogo italiano, rector por breve
tiempo de la Universidad de París, quien haya aprovechado, llevándolo al
extremo, el renacimiento aristotélico y la síntesis que Tomás de Aquino
realizó entre fe y razón. Marsilio se transformó, a través de sus obras el
Defensor minor y el Defensor pacis, en un recalcitrante enemigo de la
hierocracia y la supremacía de la Iglesia. De hecho, y a diferencia de otros
pensadores que a partir de Tomás habían comenzado a construir un discurso
legitimador de poder para el mundo secular, Marsilio no pretende justificar
dos jurisdicciones en las que cada una de las partes tenga competencia o
sitios donde alguna de ellas tenga más incumbencia que la otra, sino
directamente otorgarle a la autoridad secular la plenitud del poder en la
Tierra. Lo que dimos en llamar sociedad total del cristianismo o, más
correctamente, hierocracia, pero a la inversa. Podríamos decir, en una
indagación superficial y descontextualizada, que Marsilio pergeñó la
simiente del Estado autoritario, aunque no llegaremos a tanto.
Para el paduano, era fundamental eliminar cualquier tipo de autoridad o
control del poder eclesiástico sobre el poder secular, y para ello la Iglesia
debía quedar bajo la jurisdicción del Estado. De hecho, en su Defensor
pacis, luego de introducir a Aristóteles y siguiendo la lógica del estagirita,
Marsilio concibe al Estado como un organismo compuesto de diversas
partes, todas las cuales deben permanecer en armonía para lograr el estado
de paz. Sin embargo, la Iglesia y su corporación eclesiástica, con su
pretensión de gobierno tanto en el cielo como en la Tierra, altera ese orden
aristotélico, ya que su finalidad celestial no puede ser comprendida por la
razón. Ello es de suma importancia, ya que Marsilio en toda su obra jamás
abandona la lógica racional a la hora de pensar la sociedad humana, el
Estado y su gobierno. Por ello y a los efectos de preservar el buen orden, la
Iglesia y el clero deben ser considerados apenas una parte más de la
sociedad, donde el Estado vela por la armonía del conjunto. La corporación
eclesiástica no debe tener ningún poder de coacción sobre el cuerpo de
ciudadanos, ya que apenas son los encargados de suministrar los servicios
religiosos; por ello deben atenerse a la regulación, normas y tribunales
como cualquier estamento seglar. Tampoco deben poseer propiedades, ya
que estas han consistido en una especie de subsidio público a los efectos de
que se pudiese practicar el culto y ellas, así como los cargos ocupados por
el clero, deben ser dispensados por la autoridad civil.
Sin embargo, y a pesar de todo lo dicho en el párrafo anterior, Marsilio
reconoce que la Iglesia debe poseer algún tipo de organización diferente de
la sociedad civil, aunque solamente para la satisfacción de fines
espirituales. Acérrimo opositor de la plenitudo potestatis o plenitud de
poderes papales y de que el papa tuviese algún tipo de autoridad basada en
la sucesión apostólica de Pedro, también tenía en baja estima a los
sacerdotes y sus funciones, respecto de lo cual aducía que en la mayoría de
los aspectos sacramentales lo importante es el poder de Dios y el
arrepentimiento; afirmación esta que de alguna manera presagia la Reforma
protestante. Siguiendo este desarrollo en cuanto a la infalibilidad del papa y
la estima de los eclesiásticos, para Marsilio, la institución que podía hablar
con autoridad en nombre de la Iglesia y erigirse en juez de disputas era el
concilio general, es decir, un organismo representativo cuyos representantes
sacerdotes, así como laicos versados en la ley divina, fuesen elegidos dentro
de las divisiones territoriales de la Iglesia. Este concilio debería resolver
todo tipo de cuestiones en materia de fe y de práctica sacramental, y sus
decisiones debían ser obligatorias. A ello se lo llamó conciliarismo, y
Guillermo de Occam lo llevaría a un mayor refinamiento, aunque a
diferencia del paduano, entendió que en cuestiones espirituales mucha gente
reunida no tenía por qué ser más infalible que una sola persona.
Finalmente, según este filósofo, la ley que rige a los hombres –diferente
de la ley de Dios, que es concebida como un mandato divino– es producto
de la deliberación de un pueblo, de la totalidad de sus ciudadanos o de la
parte de más valor de él, realizada por voluntad propia y a la que todos
deben obediencia. Por supuesto que, al referirse al pueblo, Marsilio alude a
la ficción que había creado el medioevo feudal y de las Cartas, en términos
de que toda autoridad debe considerarse como un acto del pueblo, aunque
en realidad estemos hablando de unos ciudadanos –los principales, según el
decir de la época– reunidos en parlamentos o cortes. También deja asentada
claramente su preferencia por la monarquía electiva frente a la hereditaria.
A partir del siglo XI, o del año 1000 si nos cautivan los hitos históricos,
el mundo se tornó cada vez más confuso. Prácticamente todas las
dimensiones de la vida humana estuvieron entrecruzadas alrededor del
conflicto que, con mayor o menor intensidad, según la época y
circunstancias, mantenían encarnizadamente la Iglesia y las autoridades
civiles, con sus luces y sus sombras en un universo de opuestos reactivos.
Así, mientras por un lado nacían las primeras universidades, generalmente
bajo la égida eclesial, sus muros no podían contener los nuevos debates y
disputas, que comenzaban a cuestionar los cánones del saber recibidos, por
lo cual estas divergencias se trasladaban hacia lugares menos formales pero
también menos académicos, como las fondas frecuentadas por los
estudiantes, quienes, por otra parte, comenzaban a gestar una cultura
subterránea muy particular, alejada de la rancia obediencia a Roma.
También, mientras nacía la Inquisición con toda la soberanía de su cruel
iniquidad para desterrar de la Tierra a los enemigos de la verdadera fe
católica, surgían en la Provenza francesa los versos del audaz amor cortés y
comenzaban a aparecer las lenguas vernáculas que terminarían condenando
al latín y harían más fácil la transmisión de las manifestaciones culturales
profanas. Finalmente, en esta breve y no exhaustiva síntesis de los
claroscuros de esta época, las cruzadas pronto perdieron su importancia
militar y religiosa para transformarse en la causa más o menos mediata de la
expansión económica europea a partir del renacido comercio con Oriente, la
apertura de sus caminos, ciudades y ferias, la aparición de la banca y los
seguros, de los gremios y la burguesía y todos los múltiples fenómenos que
se sucedieron alrededor de estas dimensiones y de muchas otras que
produjeron un cambio de mentalidad colectiva como no se veía en la
humanidad desde la revolución agrícola, más de diez mil años antes. De
hecho, ese cambio de mentalidad fue el puente que el hombre construyó
entre la Edad Media y la modernidad.
Como ya se ha explicado, estos cambios que aparecen
convencionalmente tipificados en los estudios históricos básicos con hitos
como la caída de Roma o el descubrimiento de América, en realidad forman
parte de un largo proceso de transformaciones que podemos comenzar a
datar, en el caso del Renacimiento, en el siglo XI, aunque con mucho más
consenso a partir del siglo XII (Jutglar y Florit, 1999). A fuer de verdad, el
término Renacimiento en realidad fue acuñado sobre mediados del siglo
XIX por el historiador francés Jules Michelet, aunque se popularizó a partir
de la obra casi contemporánea (1) del suizo Jakob Burckhardt La cultura
del Renacimiento en Italia, que describía como características de este
período el individualismo y la modernidad (Burke, 1999).
Este tránsito al que nos referimos tomó un fuerte impulso a partir de las
voces que comenzaron a abrir una separación cada vez más pronunciada
entre la fe y la razón. Pero también, es necesario hacer notar la irrupción de
algunos inventos o descubrimientos que, a diferencia de aquellos otros de
los que hablamos en el primer párrafo, no fueron ni tan graduales ni tan
cotidianos y produjeron un impacto brutalmente veloz en la configuración
de un nuevo mundo y la nueva forma en que comenzó a pensárselo. A
modo de ejemplo, la brújula, que permitió navegar más allá de la vista de
costa y desterrar el pánico hacia lo desconocido, que permitió, ni más ni
menos, que descubrir un nuevo continente; la pólvora, que otorgó
supremacía a Europa sobre los nuevos mundos descubiertos; y la imprenta,
(2) que permitió al hombre difundir sus ideas y pensamientos burlando en
los más de los casos, aunque fuese clandestinamente, las censuras
inquisitoriales. Sobre la imprenta puede decirse que significó en el contexto
del siglo XV algo muy similar a lo que Internet representa actualmente para
la humanidad.
Los nuevos descubrimientos, tanto los más sencillos como aquellos más
revolucionarios, y los efectos que producían en términos de
acrecentamiento de riquezas y capacidades, produjeron en el hombre una
nueva e inmensa fe en sí mismo, que en la Edad Media se veía reducida a la
insignificancia en su concepción teocentrista. De hecho, esta nueva creencia
en las capacidades humanas conducirá, hacia mediados del Renacimiento, a
la aparición del método científico y la consiguiente revolución del
conocimiento, que en los últimos 500 años modificó el mundo como nunca
antes había pasado. Por primera vez, el hombre admitió su ignorancia
(Harari, 2016) y dejó de pensar en conservar simplemente la herencia del
pasado para proyectarse hacia el futuro; se creó así la noción de progreso.
Por supuesto que no fue fácil abandonar el dogmatismo que había regido al
mundo durante casi mil años para pasar a un paradigma de observación
sensorial, donde todo puede ser criticado, objetado y rebatido, lo cual dio
lugar a un sistema científico ágil y dinámico que pudiese adaptarse cada vez
más a los cambios que ese mismo sistema produce. Sin embargo, el hombre
adquirió cada vez más poder sobre su entorno, y ello lo llevó a sobrepasar
límites que jamás pensó que podían cuestionarse, en todas y cada una de las
dimensiones de la vida humana. El intelecto había triunfado sobre la fuerza,
y el paradigma había mutado al antropocentrismo, es decir, al hombre como
centro del universo.
Pero la enorme cantidad de riqueza generada a partir del siglo XII no
solo se vio reflejada en los avances científicos que permitieron generar aún
más riquezas y un incipiente primer capitalismo, sino en la creciente
burguesía, emprendedores de toda clase de empresas, que, aprovechando los
aires innovadores de los nuevos tiempos, revitalizaron la vida urbana
desaparecida en la Edad Media y produjeron un fenómeno social y cultural
sin precedentes. Por supuesto, debieron tener necesariamente una
mentalidad vanguardista, ya que la ciudad medieval consistía generalmente
en urbes pequeñas, laicas o eclesiásticas que meramente administraban las
tierras que la rodeaban, de lo cual dependía toda su vida. De ahí que el
fenómeno de la burguesía comenzara generalmente fuera de los muros o
foris burgos. Es allí donde aparecen los burgueses, que no son nobles, ni
eclesiásticos, ni siervos, con sus almacenes, tiendas, talleres y luego,
cuando lo extramuros se confunde y se incorpora a la ciudad, también se
suman los bancos, los mercados, las compañías navieras y todo aquello que
constituyó el regreso de la civilización urbana.
Esta serie de acontecimientos y cambios que hemos descripto fueron
moldeando un nuevo ideal de hombre, individualista y urbano, que en su
desarrollo generó una ideología que suponía volver a creer que el ser
humano era dueño de su destino, que podía alcanzar la más alta excelencia
y virtud en su vida terrena pero que, fundamentalmente, volvía a instalar en
el centro el inmenso valor del ser humano en la relación con su entorno.
Esta ideología que nos lleva desde Tomás de Aquino a Maquiavelo es
conocida como humanismo, y consistió básicamente en un
redescubrimiento de la Antigüedad clásica y así “El tema de estudio propio
de la humanidad fue entonces el hombre, en toda la fuerza y belleza
potenciales de su cuerpo, en todo el gozo y dolor de sus sentidos y
sentimientos, en toda la frágil majestad de su razón; y en la más abundante
y perfecta revelación de todo ello, que se hallaba en la literatura y el arte de
la Grecia y la Roma antiguas” (Durant, 1958: 120). A diferencia de la Edad
Media, se exaltaba la gloria terrenal, la gloria humana. Mientras que, en
tiempos apenas pretéritos, catedrales, pinturas y poemas realzaban la gloria
de Dios, aquí se magnificaban las inmensas posibilidades humanas, que
parecían no tener límites. Casi como una paradoja, podría decirse que la
basílica de San Pedro, el templo más importante de la cristiandad católica,
cuya construcción abarcó más de dos siglos (3) y entre cuyos jefes de obra
podemos citar a Bramante, Rafael, Miguel Ángel y Bernini, fue construida,
más que para mayor gloria de Dios, para mayor gloria del hombre, que así
parecía demostrar haber traspasado los límites de su propia y mortal
humanidad.
Un hecho destacable es que el humanismo se desarrolló por fuera de las
universidades, como si estas no hubiesen podido contener el caudaloso
desborde de esta inmensa bacanal del intelecto humano. Por supuesto, ello
no quiere decir ni que algunas de las causas que originaron el humanismo
no hubiesen tenido su germen en las universidades, que sí lo tuvieron, ni
que estas no tuviesen participación en el proceso. Lo cierto es que se
originó una enorme marea humana financiada por las nuevas riquezas que
comenzaron a buscar y a encontrar profesores de griego, a realizar
traducciones de esa lengua a un latín más depurado, a buscar manuscritos y
libros de las antiguas Grecia y Roma, en lugares remotos y valuados a
precio de oro. Todo gran hombre (4) poseía su círculo de profesores,
gramáticos, eruditos e investigadores de la Antigüedad clásica. Muchos de
ellos, además, mandaban recorrer el mundo en nombre de sus señores para
buscar valiosas joyas literarias o documentales. (5) El rescate, investigación
y análisis de la Antigüedad clásica fundamentaba el nuevo discurso
antropocéntrico, no solo por el redescubrimiento de las posibilidades
humanas que la nueva ideología humanista propugnaba casi ilimitadas, sino
también porque el análisis de determinadas obras aportaba otros puntos de
vista con respecto a los sostenidos por la Iglesia, resultantes de traducciones
poco fidedignas o de falsificaciones, como el caso de la Donación de
Constantino realizada por eruditos como Lorenzo Valla o Nicolás de Cusa
(Burke, 2016). Todo ello comenzaba a erosionar por primera vez desde el
campo intelectual el discurso de poder que la Iglesia romana había
sostenido durante siglos; de hecho, sobre la Donación se había edificado
toda la doctrina de la plenitudo potestatis papal. Una característica esencial
de los humanistas fue su gran capacidad de transformarse en personas de
gran valía en los círculos cortesanos de los gobernantes o familias
poderosas de la época, a veces en forma estable, en otras de manera
itinerante, pero formaron una especie de fraternidad que se dedicaba a
propagar sus ideas allí donde lograba establecerse.
Ahora bien, si entendemos el Renacimiento como un puente entre la
Edad Media y la modernidad que implicó un cambio radical de mentalidad
colectiva, debemos asociarlo, más que a un período determinado de tiempo,
a un modo de vida y a un sistema de pensamiento que nació en el norte de
Italia y se expandió hacia Europa. En ese modo de vida, como ya se ha
dicho, el dinero fue un factor fundamental. Las nuevas fortunas de
mercaderes, aventureros o banqueros, como los Medici en Florencia, los
Visconti y Sforza en Milán o los de Este en Ferrara, comenzaron a
establecer relaciones de mecenazgo a partir de las cuales apadrinaban a los
grandes artistas de la época. Más allá del sincero interés artístico que
muchos de ellos pudieran tener, lo cierto es que la nueva riqueza competía
por el poder con las antiguas familias que, como los Orsini o Colonna
romanos, remontaban sus orígenes al viejo Imperio. El lujo, el ornato y la
posibilidad de contratar el arte de un Miguel Ángel, Rafael, Leonardo o
Botticelli agregaba refinamiento allí donde faltaba prosapia. Así, entre la
vieja y rancia aristocracia y las familias poseedoras de una nueva e inmensa
riqueza se establecieron duras pugnas por el gobierno de las ciudades
italianas y el papado como elementos de poder tangibles con los que poder
sostener sus pretensiones.
Más allá de los eruditos humanistas y su ideología, que sustentó
discursivamente este tránsito hacia la modernidad, y de los grandes literatos
como Petrarca, Bocaccio, Poliziano y muchos otros que con su pluma
iluminaron el advenimiento de los nuevos tiempos y desafiaron el orden
establecido, el Renacimiento se caracteriza por el inmenso brillo de las artes
visuales. La pintura, la escultura, la orfebrería y la arquitectura lograron
cotas que aún hoy en algunos aspectos parecen inalcanzables; el hombre se
elevó hasta el esplendor de la suprema excelencia para demostrar cuán
justificado estaba el cambio de paradigma que lo convertía en el centro del
universo. Las ricas familias de las grandes ciudades ya no se conformaron
con encargar determinados trabajos a un gremio específico, ya se tratase de
orfebrería, escultura o pintura; comenzaron a firmar contratos (6)
individuales con artistas determinados, pese a la férrea oposición de los
gremios, es decir, con aquellos hombres a los que consideraban maestros
entre sus pares. Estos contratos no solo aseguraban a quien encargaba el
trabajo cuestiones referidas al objeto de la tarea solicitada, así como plazos
y materiales, entre otros aspectos, sino que también –y mucho más– servía
al artista que, al comenzar a firmar sus obras y salir del anonimato
corporativo, añadía poderosos incentivos al estrictamente monetario: fama y
gloria perdurables en la Tierra. De hecho, la perspectiva, el retrato, el
redescubrimiento del maravilloso cuerpo humano desnudo y las soberbias
construcciones arquitectónicas son los grandes aportes que el Renacimiento
hará a las artes visuales. Artistas de la talla de Duccio di Buoninsegna,
Cimabue, Giotto, Brunelleschi, Ghiberti; Massaccio, Paolo, Uccello, Piero
della Francesca, Fra Angélico, Verrocchio, Botticelli, Leonardo, Miguel
Ángel, Rafael, Giorgione, Tiziano, apenas componen un mínimo mosaico
de lo que significó el Renacimiento para la humanidad en toda la imponente
gloria de su belleza terrenal.
Según Johnson (2005), el Renacimiento se dio en un marco de relajación
de la Iglesia, hecho con el que colaboró que varios papas desde Pío II
(1458-1464) hasta Clemente VII (1523-1534) o bien fueron humanistas o
bien sintieron una profunda simpatía hacia ellos. (7) De hecho, tanto papas
como hombres de la Iglesia en general actuaron como mecenas que
encargaron obras que glorificaban la antigüedad clásica y pagana. Por
supuesto que hubo reacciones a ello, decididamente fuertes en algunos
casos, como el del monje Savonarola, pero el espíritu de la época se veía
impregnado de una lánguida sensualidad de la que posiblemente Alejandro
VI, el segundo papa Borgia, sea el ejemplo más acabado. Sin embargo, la
Reforma protestante, que será estudiada más adelante, dividió a la Iglesia y
provocó un cimbronazo superior a los cismas anteriores, ya que este era
absolutamente europeo. La reacción católica o Contrarreforma juzgó que,
de alguna manera, ese relajamiento de la Iglesia y el espíritu crítico
propiciado por los humanistas habían facilitado el triunfo de la herejía, que
había sido combatida con éxito a sangre y fuego desde tiempos
inmemoriales. Por supuesto que la apertura en todos los aspectos que
significó el Renacimiento y el camino que nos condujo hacia él facilitaron
las condiciones de posibilidad para que la Reforma triunfase allí donde
tantos habían fracasado, pero también es verdad, como veremos, que gran
parte del éxito reformista se debió a sus propias virtudes intrínsecas y a su
interpretación epocal. El Concilio de Trento, que duró más de dos décadas
(1545-1563), le otorgó carácter institucional a la Contrarreforma, y con sus
medidas tendientes a restaurar el orden católico en Europa principió el final
del Renacimiento y los movimientos que lo habían impulsado. En términos
artísticos, algunos años después nacería el barroco con su gusto desmedido
por la prodigalidad en el ornato.
En definitiva, en el siglo que transcurre entre 1450 y 1571, el mundo,
que en los últimos mil años se había acostumbrado a las lentas
transformaciones de los paisajes políticos, económicos y sociales, cambiará
radicalmente. La invención de la imprenta, la caída de Constantinopla, el
descubrimiento de América, la expulsión del islam de Europa y la
consolidación de los Estados nacionales, la Reforma protestante y su
Contrarreforma, y finalmente, el triunfo de las huestes cristianas en
Lepanto, que alejó el peligro de los fieles de Alá del continente,
transformaron el mundo y la percepción que la humanidad tenía de él. La
palabra férreamente controlada y escondida comenzó a diseminarse, y con
ella, todo tipo de doctrinas; finalizó la prolongación del Imperio romano en
Oriente, y con él, su posición de escudo de la cristiandad. El mundo, que
desde siempre había sido llanamente mediterráneo, se convirtió en
Atlántico y global; España, Francia, Inglaterra y otras realidades nacionales
comenzaron a consolidarse como Estados, más allá de las familias que los
gobernaban, la Iglesia católica perdió la supremacía europea que había
ostentado durante más de mil años y reaccionó con dureza, y finalmente, la
Europa cristiana logró derrotar las aspiraciones islámicas de controlar el
Mediterráneo. Maquiavelo, Tomás Moro, Lutero, Calvino son hijos de ese
siglo portentoso y quienes forjaron las primeras ideas políticas de la
modernidad.
1. Michelet utilizó el término por primera vez en 1858; la obra de Burckhardt fue publicada en 1860.
2. Según Johnson (2005), la imprenta de tipos móviles fue el acontecimiento tecnológico más
importante de este período. Según los datos consignados en su obra, antes de esta invención, las
bibliotecas mejor provistas de Europa contaban a lo sumo con seiscientos ejemplares y el número
total en el continente se estimaba en unos cien mil volúmenes. Cuarenta y cinco años después de la
impresión del primer libro, ca. el año 1500, su cantidad en Europa podía estimarse en alrededor de
nueve millones.
3. La primera construcción comenzó en 1452, durante el papado de Nicolás V, con Bernardo
Rossellino como jefe de obra. Sus trabajos se dieron por terminados en 1667, encabezados por
Bernini, quien además diseñó la plaza y la magnífica columnata.
4. Un ejemplo claro de hombre renacentista en el sentido que le damos aquí fue Cosme de Medici, a
quien los florentinos denominaron Pater Patriae. No solo dedicó gran parte de su fortuna a la
adquisición y copiado de libros (aproximadamente 11.000 de ellos están alojados aún en la Biblioteca
Laurenciana Medicea de la Basílica de San Lorenzo, en Florencia, que fuera construida por el propio
Cosme), a la contratación de artistas y a la construcción de edificios, sino que fundó la Academia
Platónica florentina, un círculo donde se reunían eruditos y artistas que comulgaban con los Médicis
y cuyo ejemplo comenzó a ser imitado en muchas ciudades italianas, hasta constituir estos
importantes cenáculos de discusión intelectual. De hecho, el mismo Cosme se transformó en un gran
erudito versado en una gran cantidad de temas, quien solía además tener un trato muy llano y familiar
con la pléyade de sabios con quienes se relacionaba (Müntz, 1947).
5. De hecho, personajes de la talla de Boccaccio encontraron en Monte Casino gran cantidad de
manuscritos perdidos que se usaban para reescribirlos encima, o Poggio en el monasterio de Sankt
Gallen, en Suiza, halló las Instituciones de Quintiliano. Este último, además, rescató textos de
Lucrecio, Vitruvio, Plauto, Tertuliano, Petronio, Cicerón y otros grandes de la Antigüedad.
6. Un ejemplo de este tipo de contratos que ha llegado hasta nuestros días lo constituye el suscripto
entre Nicola Pisano y la ciudad de Siena el 29 de septiembre de 1265 con respecto al encargo de la
obra del púlpito de su catedral (Johnson, 2005).
7. Pocas cosas quizás grafiquen más lo aseverado que el pontificado del papa Julio II (1503-1513)
quien, entre otros encargos, contrató a Miguel Ángel para pintar el techo de la Capilla Sixtina, en
donde el esplendor del Renacimiento posiblemente haya llegado a su cenit; allí, además, la exaltación
del cuerpo humano aparece como una señal indubitable del nuevo paradigma antropocéntrico.
Capítulo XXIII
Nicolás Maquiavelo
2. Realismo político
De pocos autores, quizá más exactamente de ninguno, se ha hecho tanta
polémica sobre sus intenciones y sus fines como sobre Nicolás Maquiavelo.
De hecho, el adjetivo maquiavélico lleva intrínseca una carga emocional
negativa asociada a malas artes o prácticas de la política inmorales cuyo
andamiaje intelectual correspondería al pensador florentino.
Podemos afirmar que la gran divisoria de aguas que constituye la obra de
Maquiavelo en el pensamiento político occidental se encuentra vinculada a
una manera de pensar la actividad política tal cual es en la realidad,
despojada de cualquier tipo de idealismo, sea este del carácter que fuese.
Hasta ahora, nosotros hemos estudiado pensadores del “deber ser”: Platón,
Aristóteles, Agustín o Tomás, que, a modo de ejemplo, vinculaban y en
algunos casos subordinaban el ejercicio y la práctica de la política a la
consecución del bien común, a su apego a la ley o a determinados preceptos
y normativas religiosas, entre otras dimensiones. Maquiavelo, por primera
vez en la historia, hablará del “ser”, es decir, expondrá el accionar político
en toda su cruda materialidad, para mostrar aquello que es y no lo que
debiera ser. Todo su análisis se halla liberado de cualquier dogmatismo.
Maquiavelo propone una forma de pensar la política real para conseguir
resultados en el mundo real que él ha podido observar como protagonista,
además de sus amplios estudios sobre la antigüedad. En definitiva, el
realismo político, que inaugurará una escuela de innumerables
ramificaciones hasta nuestros días, fue la gran revolución maquiaveliana.
En verdad, es difícil imaginar que Maquiavelo no supiese o entendiese que
su pensamiento contrariaba toda la tradición precedente o, como lo define
Da Silveira, “A ojos de sus lectores, era algo así como una declaración de
guerra a la tradición clásica (...) estaba rechazando el supuesto de que los
propósitos deseables y los medios moralmente correctos conduzcan siempre
a buenos resultados. Y rechazar este supuesto implicaba admitir que las
enseñanzas de los antiguos se habían vuelto insuficientes para el manejo de
los asuntos políticos” (2000: 141-142).
Sin embargo, esa nueva forma de entender la política –diferente y
opuesta a todo lo que hasta entonces se había pensado– obedecía a un
modelo y poseía pretensiones científicas. Maquiavelo estudió el acto
político en su forma más pura y aséptica, desvinculado de cualquier
conexidad con otras disciplinas o dimensiones de la vida humana como el
derecho, la moral o la religión. Aisló la política y, al hacerlo, estudió las
leyes internas de su propia dinámica, sin ningún tipo de contaminación
interdisciplinar (Giner, 1994). Al pensador florentino le interesaba por sobre
todo conocer las diversas maneras en que se conquista, se mantiene o se
pierde el poder, al que considera el núcleo del acto político, y por ello
investiga el real y crudo impacto de cada decisión en orden a estas
vicisitudes, más allá de toda consideración ajena al mismo acto. De hecho,
el criterio con que será juzgada cada acción política tendrá que ver con el
éxito en la conservación o consecución del poder político; no hay ni puede
haber otro patrón, ya que, como dijimos, el poder constituye la esencia
fundamental de la política. Puede afirmarse entonces que en la concepción
inicial maquiaveliana no puede hablarse de inmoralidad sino, en todo caso,
de amoralidad, es decir, indiferencia al orden moral al tomar una decisión o
una vía de acción política. Tampoco de herejía o ateísmo en sus
consideraciones religiosas, ya que para esta nueva concepción, al contrario
de todo lo estudiado hasta ahora, todas las dimensiones se subordinan al
principal interés, que es el político. Maquiavelo trata a la política como una
ciencia, y “La esencia de su enseñanza era la promoción de un arte de
gobernar más científico” (Butterfield, 1965: 18). Por otra parte, y en cuanto
a las pretensiones de cientificidad en la obra maquiavélica, podríamos decir
que es verdad que está basada en un concienzudo estudio de la historia y
una profunda observación de la conducta humana, aunque también es cierto
que muchas veces los ejemplos históricos son “adaptados” a las necesidades
del autor. (2) Por supuesto, nada de ello obsta a que podamos considerar a
Maquiavelo y a la metodología de su obra como iniciadores de la tradición
que nos llevaría a nuestra moderna ciencia política, habida cuenta del
revolucionario enfoque con que el florentino estudió las complejidades
inherentes a la política tal cual es en la realidad. La autonomía de la política
como objeto de estudio, y de las leyes que componen su esencia y
dinamismo, nace a partir de este momento y por ello este pensador parte en
dos su historia; para la política existe un antes y un después de Nicolás
Maquiavelo.
En cuanto al tópico de la naturaleza humana, cuestión sobre la que
fundarán sus teorías todos los pensadores analizados en esta obra,
Maquiavelo no tiene una visión optimista. Entiende que el hombre está
dominado por su egoísmo en sustancia, y que tanto la maldad como la
propensión al bien se encuentran repartidas en forma desigual entre los
seres humanos, ya que los hay más virtuosos y otros más viciosos. También,
que esta naturaleza que lo define no se altera con el paso de la historia, ni
empeora ni mejora, sino que permanece inmutable en su esencia. Por
supuesto, al leer al florentino percibimos, sin ahondar demasiado, que este
se ocupa más de los vicios que de las virtudes, y esto fundamentalmente
porque Maquiavelo cree que toda institucionalización política se debe más a
los primeros que a las segundas, habida cuenta de que la organización
política actúa como contención de los vicios y permite desarrollar al
hombre la vida en sociedad o dentro de los límites del Estado, concepto
que, como veremos también, le debemos en su forma actual al autor de El
príncipe. Así, en los Discursos: “quien organiza una república debe dar por
sentado que todos los hombres son malos y pondrán en práctica sus malas
artes siempre que tengan ocasión” (2016: 79).
De hecho, en Inglaterra, en el siglo siguiente Thomas Hobbes utilizará
un argumento bastante parecido para justificar la existencia del Estado
Absolutista.
4. El príncipe
5. El Estado y su razón
6. El patriotismo en Maquiavelo
1. Maquiavelo asistió en 1503 a la elección como papa del cardenal della Rovere con el nombre de
Julio II.
2. Dice al respecto el catedrático Manuel M. de Artaza Montero en el estudio preliminar de los
Discursos sobre la primera década de Tito Livio aquí citada: “Finalmente, en correspondencia con su
propósito aleccionador y apologético, Maquiavelo no se preocupa demasiado por la fidelidad de los
hechos o por la precisión de las citas, incluidas las del propio Livio, ni tampoco cuestiona en ningún
momento la historicidad de los sucesos narrados por el historiador romano ni por los otros autores
clásicos que utiliza. Su objetivo es apoyar tesis políticas fruto de la comparación de su experiencia
personal con las enseñanzas del pasado y si hay que alterar algún dato lo hace” (2016: 39).
3. Un ejemplo de ello puede observarse en el segundo capítulo del primer libro de los Discursos, que
lleva por título De las clases de repúblicas y a cuál pertenecía la República romana. Allí, incluso,
más que inspiración o influencia podría decirse, siguiendo a Bobbio (2007), que existe una
traducción casi literal del libro VI de las Historias de Polibio.
4. Veremos que cuando Maquiavelo trata efectivamente de cada clase de principado, siempre está
atento a si en unos conviene ganarse a los nobles, al pueblo llano, o a cualquier otra clase de
personas. Su atención se centra no solo en el número, sino también en su posición relativa de poder
de acuerdo con el contexto y las características del principado.
5. Es indudable que, habiendo escrito Maquiavelo esta obra para congraciarse con los Médicis,
Maquiavelo pasase a considerar a Florencia un principado hereditario, y de allí la ligazón de la
familia medicea a través de la sangre con el principado. Por supuesto, a tenor de dos grandes
contradicciones: la primera, que él mismo había sido, durante más de una década, funcionario de la
República Florentina, que abominaba de los Médicis; la segunda, que Maquiavelo aborrecía en
materia política todo lo hereditario casi tanto como en materia militar aborrecía a los mercenarios.
6. Forma vulgar de designar al Imperio turco otomano.
7. Maquiavelo hablaba del arte dello Stato aunque, como veremos, definió perfectamente el
fenómeno de la razón de Estado. Recién en 1589 Giovanni Botero escribirá Della ragion di Stato,
donde le da al concepto sustancia y corpus doctrinario.
8. En algunos casos puede haber leves diferencias.
9. A modo de ejemplo, subsidió al rey protestante de Suecia Gustavo Adolfo e incluso realizó
alianzas con el Imperio otomano.
10. El 2 de enero de 1492 Boabdil, el último sultán nazarí, entregó Granada a los reyes católicos, lo
que marcó el fin de la reconquista cristiana de la península ibérica y la marcha de los musulmanes
que habían ingresado a ella en el siglo VIII.
11. La Guerra de las dos Rosas fue un conflicto que enfrentó entre 1455 y 1487 a las casas de
Lancaster y la casa de York y sus aliados. Como resultante de un conflicto extenso y cruel emergió la
casa de los Tudor, una rama colateral de los Lancaster. Enrique VII y luego su hijo, Enrique VIII
pudieron, frente a la casi extinción de la antigua nobleza, instaurar una monarquía fuerte y
centralizada.
Capítulo XXIV
Tomás Moro y Utopía
3. Utopía
Esta obra de Moro se publicó en latín en 1516 en Lovaina, y su título
original es de optimo rei publicae statu, que hace alusión al mejor grado de
desarrollo posible de un Estado. Un antecedente curioso es que el segundo
libro, es decir Utopía en realidad, se escribió antes que el primero.
Utopía es un libro de un poco más de cien páginas con un estilo directo y
carente de florituras, aunque pleno de ironías, empezando por los nombres
de todo aquello que existe en este lugar imaginario. La isla donde se
desarrolla la narración remite a algún punto cercano a Sudamérica, aunque
todos entendemos que Moro habla alegóricamente de su propia patria,
sirviéndose del gran impacto que en las mentes europeas había causado el
reciente descubrimiento de América y toda el aura mágica, mitológica y
legendaria que ya poseía.
El primero de los libros versa sobre el consejo a los príncipes, la
situación social de Inglaterra y, sobre el final, se realiza un exordio sobre
Utopía que conduce al segundo libro, donde se describe a la isla en sus
dimensiones políticas, sociales, económicas, culturales y en todo cuanto
hace a la persona humana. El primer libro constituye un diálogo entre el
autor, una persona llamada Peter Gilles y un personaje llamado Rafael
Hitlodeo, (9) quien, según él, había participado de la expedición de
Américo Vespucio, de quien luego se había separado junto con dos docenas
de hombres en una isla (10) para arribar posteriormente a Utopía. Hitlodeo
cautiva a sus interlocutores no solo con sus aventuras, sino también con sus
profundos conocimientos y cultura. En el segundo libro, esta singular figura
cuenta al público sobre Utopía.
En la isla prima una especie de comunismo ligero, a diferencia de los
propuestos por Platón en La república. En sus doscientas millas de
extensión se emplazan cincuenta y cuatro amplias ciudades, en cada una de
las cuales habitan seis mil familias; su capital es Amaurota, (11) y en cada
una de las ciudades, los terrenos agrícolas son trabajados por quienes viven
allí, quienes son enviados en forma rotativa a pasar dos años en el campo.
En la ciudad propiamente dicha, las casas se intercambian por sorteo cada
diez años y no existe propiedad privada, por cierto, todos visten una prenda
común donde solo se distingue el sexo y al celibato del matrimonio. No
existe la moneda y los metales preciosos carecen de todo valor. Además,
cada ciudadano, más allá de su trabajo rotativo en el campo, debe aprender
un oficio y trabajar en jornadas de seis horas; no hay lugar para la molicie,
aunque tampoco para el trabajo servil o, en palabras de Hitlodeo:
El principal cometido, y casi el único, de los sifograntes (12) estriba en
procurar y vigilar para que nadie esté ocioso, sino que todos se apliquen
a su oficio asiduamente, pero también para que no esté agobiado como
las bestias de carga… (2019: 130).
1. En 1509, año de la asunción de Enrique VIII solo la mitad de las familias de la alta nobleza inglesa
conservaban su título (Townson, 2012).
2. María Tudor reinó desde 1553 hasta su muerte en 1558. Durante su reinado intentó restablecer la
religión católica en Inglaterra al costo de crueles persecuciones y medidas represivas que le valieron
el mote de Bloody Mary o María la sangrienta.
3. En 1527 Carlos V tomó Roma e hizo prisionero al papa Medici Clemente VII en el Castillo de
Sant’Angelo durante varios meses. Ello como parte de un conflicto internacional mucho más amplio
en su geografía y extenso en el tiempo.
4. Debemos también admitir que el clima de época que en Europa se había gestado con la reforma
protestante añadido a ciertas señales sutiles del rey confundieron a una parte de la población que
entendió que los Tudor habían comenzado la reforma en Inglaterra, siendo luego severamente
reprimidos.
5. La Ley de Supremacía como se ha dicho constituyó el cenit de la construcción jurídica y política
de la iglesia anglicana y su ruptura con Roma. Antes, su camino había sido pavimentado con normas
tales como la ley de anatas que suprimió las remesas de dinero enviadas al papado, la ley de
apelaciones que limitaba las mismas a Roma en caso de divergencias canónicas o la ley de dispensas
que prohibía solicitarlas al Papa entre otras.
6. Utopía fue escrita entre 1515 y 1516.
7. Las guerras franco-españolas en Italia, iniciadas a fines del siglo XV, y luego la Reforma
protestante, la Contrarreforma y la sangrienta guerra de los Treinta Años.
8. A modo de ejemplo, el marxismo tuvo que distinguir entre socialismo utópico y científico.
9. Su nombre podría traducirse como aquel que reparte salud o que concede aquello que no tiene
sentido.
10. Esto es estrictamente real.
11. Significa oscuro o neblinoso, posiblemente una alusión a Londres.
12. Magistrado elegido anualmente cada treinta familias.
13. Recordemos una antigua costumbre espartana de características similares.
14. Según se trate de la antigua lengua o de la moderna.
Bibliografía