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Nuestras propias historias

Leyendas y
tradiciones
IV
Simbología
Categoría

Estudiante Docente Grupo


y personal familiar
administrativo

Región

Costa Sierra Amazonía Insular

ISBN: 978 9942 22 350 0


Presentación

L os libros de la colección “Nuestras propias


historias” son resultado del concurso
organizado por el Ministerio de Educación
en el marco de la campaña nacional de lectura. Esta convocatoria
invitó a la comunidad educativa a relatar anécdotas, recuerdos,
leyendas, costumbres y tradiciones de sus familias, barrios,
escuelas y más lugares. Permitió compartir los conocimientos
y saberes de abuelos y abuelas a través de los relatos de las
experiencias que han tenido a lo largo de su vida.
Hoy publicamos los trabajos ganadores e incluimos también
una Guía de mediación lectora dirigida a docentes que servirá para
el fomento de la lectura dentro y fuera de las aulas.
En los libros que tienen en sus manos encontrarán relatos
fantásticos, de amor y de terror; leyendas y descripciones de cómo
se viven las tradiciones de nuestro país y cuentos que transcurren
en la comunidad, la familia o la escuela. Son narraciones que han
sido contadas por nuestros abuelos, abuelas, madres, padres,
hermanas, hermanos, estudiantes, docentes y más gente que
trabaja en nuestras instituciones educativas.
Cada uno de los relatos que aquí se cuentan han sido
compartidos desde la palabra oral y la escritura entre toda la
comunidad educativa; al leerlos nos conoceremos y acercaremos
como comunidad para aprender los unos de los otros valorando la
diversidad de conocimientos.
Esperamos que disfruten de esta lectura y que también se
animen a contarnos sus propias historias.

LEYENDAS Y TRADICIONES 3
Prólogo

L a escritura de creación es un misterio. El


momento en que alguien toma un bolígrafo
y un papel, o está frente al teclado de un
computador, se abren las puertas de algo insospechado; nadie
sabe en realidad lo que puede ocurrir. La imaginación se pone
en marcha, las imágenes nos hacen un cerco, los recuerdos nos
caen como en una cascada para envolvernos. Estamos, en esos
momentos, en un estado interno mental y emocional en pleno
movimiento; una fuerza desconocida nos empuja para sacar a la
luz algo que nos pertenece, que nos exige que lo dejemos salir a
la claridad del día. Esa es la escritura de creación y la aventura de
escribir.
Hay quienes, en un momento de su existencia -desde la
adolescencia, en la época de las aulas escolares o más tarde-,
eligen ese camino con un entusiasmo singular, movidos por una
sensación interna que no puede ser descrita con facilidad. Lo
único que saben es que se trata de un impulso que les lleva a
escribir y crear un mundo que antes no existía ni en el papel ni en
la pantalla. Ese es el misterio de la escritura.
Con esto no solo me refiero al trabajo que hacen los “escritores
profesionales”, hombres y mujeres, que han creado literatura y
publicado libros como parte del oficio constante que tienen en
su vida. No. Me refiero a que la posibilidad y las ganas de escribir
están guardadas en cada uno de nosotros. Para muchos, la lectura
de libros es el gran estímulo para escribir también. Unos han
leído poco, y otros están intentando introducirse en el mundo
que describen los libros que están en sus manos. La literatura (los

LEYENDAS Y TRADICIONES 5
cuentos, las novelas, las tradiciones y leyendas escritas) no solo
está para ejercitar el razonamiento y comprender el contenido de
las narraciones, sino también para sentir con nuestro corazón lo
que otros nos cuentan; por ello a veces nos hacen reír, nos ponen
contentos, hacen que se nos escapen unas lágrimas (o al menos se
nos hace un nudo en la garganta), o nos dejan pensando un rato.
Siempre creí en las capacidades y las ganas de escribir que
tienen las personas que forman parte de la comunidad educativa:
estudiantes, docentes, y también madres y padres de familia. Solo
necesitaban una oportunidad, un empujoncito.
Al inicio, cuando en el Ministerio de Educación se planteó esta
propuesta, muchos dudaron que el programa “Nuestras propias
historias” pudiera dar resultados cuantitativos altos. En un
principio tal vez se lo veía como un proyecto un poco soñador, que
pretendía convocar a un gran desafío a la comunidad educativa
del país. Por ahí incluso escuché decir: “pero si la gente ni siquiera
lee, va a ser muy difícil que se ponga a escribir”.
Sin embargo, no ocurrió así. Esta propuesta ha revelado algo
que va más allá de la estadística o del cuadro de alcance de
metas cuantitativas. Esto es un resultado concreto en términos
educativos y culturales. Al interior de la comunidad educativa,
la cifra final de 3 729 participantes —entre estudiantes, docentes,
personal administrativo, madres, padres, abuelas y abuelos de
todo el Ecuador, en unas provincias más que en otras— nos
reveló que las personas tienen interés por narrar lo que les ha
sucedido, lo que han escuchado o lo que han inventado también.
De este gran total, para la publicación se seleccionaron más de
ochocientas narraciones que tratan una gran variedad de temas:
artes, oficios, profesiones y pasatiempos; leyendas y tradiciones;
realismo social; relatos de amor, de terror o fantásticos; o historias
de la comunidad, la familia o la escuela.

6 Nuestras propias historias


Este programa de escritura y lectura —originado en el sistema
educativo y que tuvo el total apoyo e impulso del ministro de
Educación Fander Falconí, durante su gestión— aportará al
reconocimiento de la historia, la cultura y la identidad de nuestros
pueblos, y será una fuente de investigación importante para
estudios académicos (antropológicos y sociológicos) sobre la
cultura e historia local y regional, de la población urbana y rural
de todo el país.
La amplia gama de narraciones publicadas en los libros
que conforman esta colección representa el primer fondo
editorial construido en el Ecuador por los propios miembros
de la comunidad educativa, que se convierten en creadores,
investigadores y difusores de la cultura local y regional. Cada
historia aparece con la información de cada autor, lo cual afirma
el reconocimiento concreto de su aporte personal a este programa
educativo de escritura, lectura e investigación.
Esta gran colección de narraciones se encuentra distribuida
en todo el sistema de bibliotecas educativas y comunitarias
a nivel nacional. Su entrega a los centros educativos estuvo
acompañada de una guía pedagógica que orienta, dentro del
aula, el uso metodológico de estos libros, ahora considerados una
fuente importante de lectura e investigación del país diverso que
tenemos. Esta diversidad está presente en cada una de “Nuestras
propias historias”.

Luis Zúñiga
Escritor y creador del Programa “Nuestras propias historias”.

LEYENDAS Y TRADICIONES 7
Índice
El pillallau 13
Gisela Verónica Buñay 

Mi amigo Moisés 16
Patricio Fernando Lara 

Martes de Carnaval y los demonios 20


Anaiz Cristina Suárez 

El llanto falso 24
Carlos Libardo Enríquez 

El hermano pobre y el rico 28


Wilmer Oswaldo Guairacaja 

El sirviente y el buey 31
Cledys Nayeli Puentestar 

Don Guaraca y la cueva 34


Luis Alberto Villa 

El hombre descarao 37
Ángel Argenis Goyes 

El cañaveral encantado del pueblo de Guapara 40


Nancy Jeanette Romero

La Virgen de Dolores 43
Janeth Guerra 

8 Nuestras propias historias


Chambullo y Yucapucha 49
Juan Tipantuña 

El ambicioso y el carbunco 52
Nancy Dolores Uvidia 

Ambición56
Dayana Michelle Espín 

El caballo del diablo 59


Escuela de Educación Básica Luz de América

El señor del Sinchaguasín 63


Mercedes Jeannethe NÚñez 

La cruz del diablo 65


Alexander Martín Simbaña 

El huahuancó 68
Megan Naomi Cáceres 

El colorado 71
Gonzalo Gabriel Zurita 

Los matacuras 75
Jennifer Maribel Pilamunga 

El niño de Isinche 78
Isabel Clemencia Chiguano 

LEYENDAS Y TRADICIONES 9
Una promesa de amigos 82
Martha Dolores Moya 

Taita Curita y su perro fiel 85


Willams Patricio Pilliza 

La vanidad de una mujer 88


Ana Marisol Toalombo 

La Virgencita de Piquil 90
Odalis Lizbeth Lescano 

De cipreses y chanchos 93
Pedro Pablo Gamboa 

Historias que se convierten en mitos y leyendas 96


Luis Salvador López 

El bautizo de los cuyes 99


Cristian Patricio Yucailla 

Un Carnaval en Guaranda 101


Analuisa Michael Chimbolema 

El matrimonio en la época de mis abuelitos 105


Carmen Guamán

El sawari de la comunidad de Gatazo 109


María Elena Morocho 

10 Nuestras propias historias


Supay huma 113
Melany Sarahí Guzmán 

Historia del danzante de Alpamálag 118


Elmer Stiven Criollo 

Costumbres y tradiciones de la
parroquia Guangaje 121
Jorge Humberto Guanotuña 

Esperando que llueva 125


Oliver Alberto Molina 

El animero 131
FÉlix Samuel Haro 

Las fiestas de San Pedro y San Pablo 134


José Lizandro Muentes 

Las fiestas de pueblo 136


Rosa Martínez 

Los gitanos 140


Berta Hidalla Arciniega 

Costumbres y tradiciones de mi recinto 145


Nancy Margot Rivera 

Una costumbre de mi cultura 149


Gina Evelin Cando 

LEYENDAS Y TRADICIONES 11
En busca de mis alforjas 152
Miguel Ángel Sevilla 

El ícono olvidado 154


Horacio René Jaramillo 

El santo milagroso 158


Maleny Rocío Morales 

Como si no hubiera un mañana 161


Geraldine Navieska Vinueza 

El Calicanto 164
Emma Beatriz Muñoz

Mi vida con la yumbada 168


Walter Reinaldo Loachamín 

Los fuegos artificiales no son un juego 173


Peter Ubidia 

Anécdota navideña 179


Nancy Patricia Acuña 

12 Nuestras propias historias


Gisela Verónica
Buñay
estudia en la Unidad
Educativa Santiago de
Quito.

El pillallau

L a historia cuenta que una vez existía una


familia pobre; en esa época, como no llegaba
la electricidad al campo, vivían solo con los
llamados candeleros.
Una noche, cuando la madre estaba cocinando la comida en la
leña —lo que se conoce como tushpa—, el niño empezó a ponerse
resabiado y no hizo los mandados. Ella lo dejó. Después, cuando
la comida estaba lista, ella lo llamó a servirse la merienda, pero el
niño no quería comer. Ella se sentó junto a la puerta y le rogó que

LEYENDAS Y TRADICIONES 13
comiera, pero el niño, necio, no lo hizo. La madre finalmente se
enfadó y le dijo que si no quería comer, el pillallau se lo comería.
Sin embargo, a él le dio lo mismo.
Ella salió de la cocina a dormir y apagó el candelero. El niño
se quedó en la cocina, y como estaba haciendo frío, se sentó
junto a la tushpa. Su madre le dijo que fuera a dormir y lo intentó
asustar con el pillallau, pero el niño no hizo caso y se puso a llorar.
Después de un rato, empezó a gritar:
—¡Mamá, mamá, el pillallau me está comiendo el pie!
Pero la madre pensó que era mentira, así que le dijo:
—Mikuy pillallau, mikuy, chay respondón wamprata.
Al momento, el niño gritó:

14 Nuestras propias historias


—¡Mamá, ya me está comiendo la mano! —Pero la madre le
respondió lo mismo.
Al final, el niño dijo:
—¡Mamita, mamita, ya no voy a ser malcriado! Te haré caso en
todo lo que tú me digas, pero por favor ayúdame que ya me está
comiendo el cuerpo.
La madre no le creyó y le repitió lo mismo que le había dicho.
Después de un tiempo el niño se calló, por lo que la mamá pensó
que se había dormido de tanto llorar. Salió del cuarto, prendió el
candelero y fue a verlo, pero se llevó una gran sorpresa: el niño no
había estado mintiendo, el pillallau se lo había comido y, después
de hacerlo, había dejado envueltas las tripas del niño en la parrilla.

LEYENDAS Y TRADICIONES 15
Patricio Fernando
Lara
nació en El Ángel,
Carchi, en 1963. Trabaja
en la Unidad Educativa
Libertad. Su actividad
favorita es ser docente.

Mi amigo Moisés

M i amigo Moisés era alto y casi no usaba


sombrero. Había tenido veinte hijos
con sus dos mujeres. Vivía junto al
nuevo puente Ayora y cultivaba la tierra con amor. Era bueno
y siempre compartía a sus amigos los frutos cultivados con sus
manos. Era fuerte porque decía que se había tomado el agua de
las raíces de cerote, eucalipto y chonta. Le gustaba salir los días
lunes de feria y pegarse los tragos.

16 Nuestras propias historias


Un día nublado de invierno, cuando por la noche regresaba a
su hogar por la Panamericana, chumadito, murió atropellado por
un vehículo que transitaba velozmente por ese lugar. Amigo, yo
sé que Dios te tendrá cultivando las más hermosas flores en el
paraíso.
Una de esas tardes soleadas de mi pueblo, sentados en una
banca envejecida de tiras de madera, en el corredor de tierra de su
casa campesina, me contó la siguiente historia.
Bajo el puente nuevo, existía una pequeña cocha de agua muy
caliente y cristalina que bajaba del Iguán. Siempre se iba a bañar
allí, y escuchaba unos gritos aterradores. El señor alcalde quiso
hacer turístico este lugar: contrató una máquina pesada para
que hiciera el sendero y luego, ya en la orilla del río, apilara con
su brazo mecánico las enormes piedras a manera de muro, para
que protegiera el balneario que había arreglado haciendo una
pequeña piscina con el agua termal que brotaba de debajo de una
piedra. Lamentablemente, el río creció y lo tapó completamente.
Cuenta la leyenda que era casi imposible construir el puente
y que el ingeniero contratista había hecho un pacto con el diablo
para terminarlo, pero con la condición de que llevara muchas
almas de personas jóvenes, tanto hombres como mujeres.
Muchas personas se han botado de ese lugar altísimo y se
han estrellado contra las piedras del río; además, ha ocurrido
infinidad de accidentes, como volcamientos de vehículos, motos
y otras muertes trágicas. Si usted viaja hacia Ibarra o Quito, podrá
constatar que, antes de llegar al puente, en el lado derecho, hay
varias cruces al filo de la carretera.
En una ocasión, la máquina estaba en la orilla del río, justo bajo
el puente. El propietario tenía temor de que le robaran el motor o

LEYENDAS Y TRADICIONES 17
le hicieran un grave daño a la maquinaria, pero nadie se atrevía a
cuidárselo por la noche, por el miedo. Entonces don Moisés aceptó
el trabajo y se fue acompañado de sus perros, Kaiser y Laica.
Mientras dormía en la cabina, se despertó asustado por
los aullidos desesperados de los perros, quienes huyeron
despavoridos, a eso de las doce de la noche. Entonces se sentó y vio,
a su lado, a un ser con terno negro que le sonreía diabólicamente.
Desesperado, quiso salir corriendo, pero no podía. Tampoco
podía gritar, solo acariciar el escapulario que tenía en su cuello.
Finalmente ese ser desapareció, pero a través del parabrisas vio
que iba por el río con un látigo en la mano, arriando a las almas
que exclamaban ayes lastimeros. De pronto se abrió un portal del

18 Nuestras propias historias


cual salía humo y llamas de fuego, e ingresaron en él con gritos
espantosos y desgarradores.
Don Moisés se bajó desesperado de la cabina, subió corriendo
el chaquiñán, llegó a la Panamericana, cruzó el puente y llegó a
su casa botando espuma por la boca y a punto de desfallecer. La
señora Nélida lo curó con oraciones, tabaco y agua bendita, y poco
a poco se fue recuperando. Después me conversó que esas almas
eran de las personas que se habían suicidado, y que solo Dios nos
da y nos quita la vida, cuando llega el día de partir.

LEYENDAS Y TRADICIONES 19
Anaiz Cristina
Suárez
nació en Moraspungo,
Cotopaxi, en 2002.
Estudia en primer año
de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Moraspungo. Su
actividad favorita es el
fútbol.

Martes de Carnaval
y los demonios

S egún cuenta la leyenda, en la parroquia La


Magdalena, de la provincia de Bolívar, vivía un
señor llamado Saúl Acurio. A él le encantaba
salir a la casa de sus amigos siempre acompañado de su guitarra
y su tambor.
El martes de la semana de Carnaval, la madre de Saúl, una
señora trabajadora, honesta y cariñosa, le pidió a su hijo que

20 Nuestras propias historias


respetara el día sagrado, porque en él los demonios salían a
celebrar. Saúl no creía que existieran, así que no le hizo caso.
Desobedeciendo a su madre, salió tranquilo de su casa con su
guitara y su tambor.
Mientras iba caminando, se le apareció un señor vestido con
un traje muy elegante, cautivador, con cadenas de oro y montado
en un caballo muy bien tratado y de pelaje brillante. Este señor le
preguntó:
—¿A dónde vas, Saúl?
—Me estoy yendo a la casa de un amigo a hacer el Carnaval.
—¡Vamos, te llevo! —le dijo el señor.
Saúl aceptó y subió al caballo. Mientras iban cabalgando, el
caballero le preguntó:
—¿Quieres ir a una fiesta donde hay mucha comida y mujeres
preciosas?
Saúl, impresionado por la invitación, cedió, pero este jinete
le dijo que cerrara los ojos. Saúl le hizo caso y, cuando los abrió,
estaban en una casa donde había todo lo que le había dicho. Muy
feliz, entró y se encontró con unas chicas hermosas vestidas con
muy poco; además, mucha comida y bebida.
Saúl empezó a tocar la guitarra mientras los demás bailaban.
Por su parte, su madre estaba muy preocupada en su casa, porque
Saúl no llegaba. Pensó que su hijo había muerto, por lo que empezó
a velar su ropa junto con sus vecinos y amigos, todos estremecidos
por la “noticia”.
En la fiesta donde Saúl estaba seguían bailando. Él, ya
preocupado, le dijo al caballero que tenía que irse a su casa, pero
él le respondió:
—¡Saúl, primero come un poco!

LEYENDAS Y TRADICIONES 21
A Saúl le sirvieron una bandeja con mote, gallina, fritada y
mucha ensalada. Ya no alcanzaba a comer, así que metió la comida
en la guitarra y pidió nuevamente que lo llevaran a su casa. El
señor montó en el caballo y le pidió otra vez que cerrara los ojos;
en un instante estaban donde se habían encontrado al inicio.
Su madre lo recibió con lágrimas en los ojos, y Saúl le dijo:
—Mami, no llore, que no me fui mucho tiempo. Solo fueron
tres horas.
En eso, la madre le respondió:
—No, hijo, te fuiste ocho días y pensé que te habías muerto.
Saúl, preocupado por lo que la madre decía, recordó que tenía
comida en su guitarra:

22 Nuestras propias historias


—Mami, mejor caliente las guanllas que está en la guitarra.
Cuando quería hacerlo, observó que el mote era caca de gallina,
las presas de pollo eran piernas de guaguas recién nacidos, la
fritada eran insectos y la ensalada, muchos gusanos.
Saúl se dio cuenta de que el caballero que lo había invitado
a la fiesta no era alguien común y corriente, sino el mismísimo
demonio. Desde ahí, Saúl prometió nunca más salir los martes de
Carnaval, y también dejó de tocar la guitarra.

LEYENDAS Y TRADICIONES 23
Carlos Libardo
EnrÍquez
nació en Huaca, Carchi,
en 1959. Trabaja en la
Unidad Educativa San
Isidro. Sus actividades
favoritas son escribir
cuentos, poesía y
canciones, y cantar.

El llanto falso

C omenzaba la docencia, allá por inicios


de los años ochenta, en una comunidad
llamada La Esperanza, ubicada al
noroccidente de la provincia del Carchi. En la hoy parroquia de
Chical, en ese entonces parroquia de Maldonado, en la escuelita
pluridocente Humberto Aristizábal.
El sector fronterizo gozaba de un clima cálido húmedo con
olor a guayaba, y allí se cultivaba gran variedad de frutas: piñas,

24 Nuestras propias historias


papayas, plátanos, limones, naranjas, guabas y otros. También
se cultivaba yuca y, lo que es más, caña de azúcar, de donde se
extraían la panela, la miel y el chancuco, aguardiente que se servía
en las innumerables fiestas que se solían celebrar.
La gente era muy cordial y alegre, llena de creencias y
costumbres sobrenaturales propias del lugar, que se contaban en
las tardes de lluvia en el fogón de la cocina, construida de caña
guadúa o de chonta, con cubierta de hoja de bijao o de palma de
chonta.
La alimentación era muy tradicional: aprovechaban los
productos del medio, como el verde o el maduro acompañado de
huevos o carne de algún animal silvestre que cazaban en el monte.

LEYENDAS Y TRADICIONES 25
Yo vivía con mi familia: mi esposa, Zoila Judith, que también
era docente en la misma escuela, y mi hijo, llamado Carlos, que
tenía apenas cuatro meses de nacido. Habitábamos en la escuela
antigua de madera que quedaba a continuación de la nuestra.
Un domingo a eso de las seis de la tarde, regresando de la loma,
que era el lugar de reunión de la comunidad, nos aprestábamos
a preparar la merienda y al niño pequeño lo habíamos
recostado en el dormitorio, cuando algo muy extraño ocurrió:
mientras preparábamos los alimentos, el pequeño lloraba con
desesperación, así que corrimos a socorrerlo. Sin embargo, lo
encontramos profundamente dormido. Regresamos a la cocina
y otra vez escuchamos el llanto desesperado; volvimos a la
habitación y lo encontramos muy dormido. Nos preocupamos, así
que fuimos a inspeccionar el camino por si acaso hubiera pasado
alguien con un niño pequeño, pero no había nadie.
Al siguiente día, contamos lo acontecido a los comuneros. Lo
que nos pudieron decir fue que eso ya era común, que pasadas
las seis de la tarde lloraba un niño llamado “el guagua auca”, pues
algunos años atrás una mujer había lanzado al pozo de agua un
feto de un niño.
Desde ese día, los ruidos continuaban en la escuela. Con decirles
que en la cocina danzaban los espíritus al son de un ritmo de
percusión; los utensilios caían al piso. Al otro día madrugábamos
para observar y todo se encontraba en orden, en su lugar.
Hasta que una noche, mientras llenaba las libretas de
calificaciones alumbrándome con una vela, se escuchó la voz de
una mujer cerca de la ventana:
—¡Don Carlos!
Me asusté. Desperté suavemente a mi mujer y le pregunté si
había escuchado; ella me contestó que sí. De la misma manera,

26 Nuestras propias historias


conversé al otro día con los comuneros y jocosamente se me
rieron. Me dijeron que debía contestar “¿Qué quieres: darme o te
doy?”, frase que no entendí.
Llegó el día de salir a nuestro lugar de residencia, San Isidro.
Allí aproveché para ir donde el cura de la parroquia a pedirle agua
bendita para llevar y regar por toda la escuela.
Al parecer, desde ese día todo cambió, porque de la Dirección
de Educación me llegó una comunicación: a mi esposa y a mí nos
removían del trabajo. Pensaba que entonces se acabaría todo,
pero lo que no les cuento es otro capítulo que yo no viví. Quien
tendría que contarlo es la profesora que me reemplazó…

LEYENDAS Y TRADICIONES 27
Wilmer Oswaldo
Guairacaja
nació en Columbe,
Chimborazo, en 2001.
Estudia en tercer año
de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Comunitaria
Intercultural Bilingüe
Abya Yala. Su actividad
favorita es leer.

El hermano
pobre y el rico

H
nombraron prioste.
abía una vez un hermano que era pobre y
otro que poseía muchos bienes. Un mes
hubo una fiesta y al hermano pobre lo

Cuando se enteró, se puso tan triste que no supo qué hacer:


solo tenía unas pocas cosas en la casa, que, se le ocurrió, podría
sacar para vender. Pero tenía que viajar muy lejos para llegar a la

28 Nuestras propias historias


feria y en medio camino se le hizo de noche. Justo encontró una
casa botada y entró en ella para poder descansar y continuar al
siguiente día.
Poco después entraron unas personas extrañas. Comenzaron a
conversar sobre los días de la semana, pero solo recordaban hasta
el sábado; se preguntaban cuál venía después y ninguno daba con
la respuesta. Entonces, el hombre que estaba escondido dijo con
miedo:
—¡Domingo!
Todos lo felicitaron y le preguntaron a dónde iba con aquellas
cosas. Él les respondió diciendo:
—Me nombraron prioste de una fiesta, pero soy pobre y no
tengo dinero para realizar esa actividad.

LEYENDAS Y TRADICIONES 29
—Nosotros te recompensaremos con mucho oro y plata por
ayudarnos a recordar el último día de la semana —dijeron ellos,
y así lo hicieron.
Con ese dinero hizo la fiesta más grande de esos tiempos. Su
hermano rico le preguntó:
—¿Cómo lo hiciste? ¡Salió la festividad más bonita que nunca
he visto!
Cuando el hermano pobre le contó cómo habían sido las cosas,
al otro le dio envidia y quiso hacer lo mismo: fue a la casa botada
a esperar a aquellos hombres extraños. Cuando llegaron, estos
fingieron que no recordaban los días de la semana y desde el lugar
que estaba el hombre gritó con mucha felicidad:
—¡Domingooo!
Pero ellos le dijeron:
—Tú estás aquí por envidioso.
Y no lo recompensaron. Es más, lo mandaron tras ponerle
cachos y cola, como a un demonio.

30 Nuestras propias historias


Cledys Nayeli
Puentestar
nació en San Isidro,
Carchi, en 2001. Estudia
en segundo año de
Bachillerato de la
Unidad Educativa San
Isidro. Su actividad
favorita es escuchar
música.

El sirviente
y el buey

E stuardo, de trece años de edad, salió desde


el sector de Hoja Blanca, lugar donde vivía
con sus padres, a la ciudad de El Ángel, con la
finalidad de hacer algunas compras. Puso el aparejo y las árguenas
sobre una yegua castaña pequeña y se marchó. Tras cumplir con
el mandado, regresó a su lugar de origen.
Al retorno desde el río Tuzcuaza, Estuardo distinguió una luz a
la altura del sitio conocido como El Cascote. El objeto extraño dio

LEYENDAS Y TRADICIONES 31
un salto y desapareció. Como el pequeño se encontraba a unos
cuantos kilómetros, no divisó con exactitud dónde había quedado.
Pasó un largo tiempo, Estuardo ya tenía dieciocho años de
edad, cuando en un grupo de amigos salió a flote la conversa
de las huacas. Algunos indicaban las características con que se
identificaba dónde existía alguna. Conforme fluía el diálogo, en la
cabeza de Estuardo se conjugaba el hecho que había visto hacía
tantos años cuando regresaba de la ciudad de El Ángel.
El joven estaba un poco temeroso, porque tal vez sus amigos
no se iban a convencer del relato que preparaba en su cabeza.
Finalmente se decidió por contar lo ocurrido cuando él era un
adolescente. Los acompañantes pusieron mucho interés en la
narración, hasta que Luis, uno de los jóvenes, el mayor del grupo,
que se encontraba entre los curiosos, exclamó:

32 Nuestras propias historias


—¡Eso es una huaca!
El grupo se quedó inmóvil, y decidió planificar una aventura
fijando el día y la hora.
Los aventureros llegaron con exactitud a la cita. Tomaron
rumbo hacia el lugar indicado y, con las herramientas necesarias,
fueron ubicando el sitio, hasta que las varillas cuadraron.
—Aquí es el lugar —dijo Luis.
Los exploradores se dividieron las tareas para el trabajo. Dos
cavaban y uno cuidaba que no llegara el dueño del terreno.
Estuardo fue escogido para la guardia. Pasado algún tiempo,
vio que a lo lejos un buey barroso, grande y de ojos brillantes,
se acercaba con furia al lugar. El animal arrastraba al sirviente
que lo acompañaba. Hombre y toro se acercaban más y
más, faltaban pocos metros para que llegaran al lugar de la
excavación. Entonces, Estuardo decidió avisar a los cavadores lo
que acontecía afuera:
—Vean, vean, viene don Frías. ¡Nos va a descubrir!
—Estemos quietos hasta que pase —sugirieron.
No sintieron ningún ruido. La aguja del reloj dio varias vueltas.
Los jóvenes observaron que había calma en el lugar y nuevamente
empezaron con los trabajos, pero esta vez el hueco quedó
endurecido, estaba cubierto de una gigante roca. El objetivo se
truncó, y los huaqueros regresaron apenados por el fracaso.
Los jóvenes, a día seguido, se encontraron nuevamente. Al
grupo se unió Ismael, una persona adulta. Empezaron a murmurar
sobre lo sucedido la noche anterior pero, inmediatamente, Ismael
interrumpió el diálogo:
—¡Qué brutos que son! Ya han estado cerca de coger la huaca.
El toro con el sirviente era solo una ilusión. Se apareció porque el
tesoro estaba envuelto en cuero de res.
Los jóvenes, luego de la recriminada, no atinaban qué decir.

LEYENDAS Y TRADICIONES 33
Luis Alberto Villa
nació en Chambo,
Chimborazo, en 1968.
Trabaja en la Unidad
Educativa Comunitaria
Intercultural Bilingüe
Daniel Evas Guaraca. Su
actividad favorita es la
música.

Don Guaraca
y la cueva

E n un lugar muy silencioso de mi Ecuador


maravilloso se encuentra una elevación
a la que se denomina la loma de Pushi,
cuyas entrañas todos los soñadores desean explorar, y en la cual
manifiestan que existe una ciudad encantada, que al parecer no
todos tienen el privilegio de visitar.
Comenta la gente de dicho lugar que aproximadamente hace
unos ochenta años existía un señor denominado don Guaraca,

34 Nuestras propias historias


cuya descendencia todavía existe. Un día como todos, don Guaraca
pastoreaba sus ovejas por las faldas de la loma de Pushi. En un
momento inesperado observó una cueva con unas moras muy
grandes y jugosas, y procedió a recogerlas. Más allá de la cueva
había una luz resplandeciente, hacia la cual caminó, y apareció
una ciudad en la que vivían personas que ya habían fallecido.
De pronto se acercó a él un amigo de la infancia que había
muerto y lo saludó muy atento. Con él dialogó, y al percatarse de
que habían pasado algunos minutos, decidió salir del lugar. El
amigo le ofreció que se llevara unas naranjas, un puñado de mote
blanco para que se comiera y un poco de mote negro para que se
lo botara a dos perros negros que encontraría a la salida.

LEYENDAS Y TRADICIONES 35
Al salir de aquella ciudad, las naranjas que llevaba se
pusieron duras. Cuando las observó, ¡se dio cuenta de que se
habían convertido en oro! El mote blanco, asimismo, se había
transformado en plata, y los motes negros que llevaba eran
escarabajos. Buscó a sus ovejas y, al no encontrarlas, retornó a
su casa.
Sus familiares los recibieron con mucha alegría, ante lo cual,
sorprendido, preguntó:
—¿Qué sucede?
—Hace ya un año que te ausentaste, y no había rastros de tu
presencia —le contestaron.
Asombrado, manifestó que solo había estado en aquella
montaña unos minutos, y les entregó las naranjas y los motes que
llevaba en una esquina del poncho.
La montaña existe, y dicha cueva ha sido tapada, ya que
manifiestan los que conocen del lugar que el ganado vacuno
desaparecía al ingresar allí.

36 Nuestras propias historias


Ángel Argenis
Goyes
nació en Esmeraldas,
Esmeraldas, en 1982.
Trabaja en la Escuela
de Educación Básica
Creciendo al Futuro. Sus
actividades favoritas
son leer y jugar
baloncesto.

El hombre descarao

H ace mucho tiempo nació un chiquillo, a


quien llamaremos Andrés, un niño muy
carismático pero sobre todo inteligente y
curioso. Cuando tenía apenas cuatro años, escuchaba muchas
historias contadas por su abuela.
Una noche, en la sala de su casa, a la luz de un mechero,
la abuelita empezó a narrar la historia de un hombre muy
extraño, cuyo rostro nadie había podido ver; por ello, lo llamaban
“el hombre descarao”. Acostumbraba a llevarse a los niños

LEYENDAS Y TRADICIONES 37
inteligentes y les sacaba el cerebro, los ponía en frascos con agua
y los coleccionaba; de esta forma no habría muchas personas
inteligentes en el pueblo.
En cierta ocasión, Andrés decidió salir a orinar al patio de su
casa a altas horas de la noche; al parecer, se olvidó del terror
del pueblo. De pronto escuchó unos susurros muy fuertes que
estremecían los huesos y hacían poner los pelos de gallina.
Al verse entre tanta tiniebla, corrió de prisa hacia la puerta de
la cocina, pero sin darse cuenta tropezó con el fogón, que
estaba atizado, y con un perol lleno de leche que recién había
terminado de hervir. La leche le cayó encima y el pobre niño se
quemó toda la espalda.

38 Nuestras propias historias


Enseguida toda la casa fue un solo llanto ante las heridas
de Andresito. Su querida abuela lo tomó y empezó a curar sus
heridas con muchos menjunjes y plantas que conocía. Tuvieron
que pasar cerca de cuatro meses para que estuviese recuperado
y corriendo por toda la casa. Pero Andrés no había dejado de
pensar en aquel hombre malo y terrorífico, así que decidió
enfrentarlo.
Una noche, lleno de valor y armado con una escoba y una
capucha, pero sobre todo con la mayor bendición de su mamita,
salió y se encontró con el hombre descarao. ¡Vaya sorpresa! Era
nada más y nada menos que su querido tío Willy, a quien le
encantaba cubrirse con andrajos y sombrero para asustar a los
niños que no hacían caso a sus padres.
Desde aquel día, Andresito se convirtió en una persona mucho
más servicial y solidaria. Además de ello, aprendió de su abuelita
mucho de la medicina tradicional, como a curar el mal de ojo,
el susto y el mal viento. Se rumora que ha ayudado a muchas
personas a sanarse de estos males.

LEYENDAS Y TRADICIONES 39
Nancy Jeanette
Romero
trabaja en la Unidad
Educativa Guapara.

El cañaveral
encantado del
pueblo de Guapara

H ace aproximadamente cincuenta años, en


el recinto de Guapara se contaba la historia
del cañaveral encantado del pueblo. En
fechas tradicionales como el Carnaval aparecía una linda doncella
con cabellera muy larga y negra, de silueta enmarcada y bellas

40 Nuestras propias historias


caderas. Vivía en medio del cañaveral, sentada en medio de una
piedra muy grande, y cada noche aparecía cepillando su hermosa
cabellera, esperando que algún borrachito pasara por allí. La
llamaban la Sacha Runa.
La gente del pueblo era muy carnavalera y bailaba al son de los
tambores, comía chigüiles y tomaba aguardiente, pero después
del festín tenía que regresar a casa y pasar obligadamente por el
cañaveral encantado. Para su sorpresa, se les aparecía la Sacha
Runa, que, además de lo ya dicho, tenía algo especial: sus pechos
eran tan pero tan largos que se los colocaba para atrás para no
arrastrarlos. Los borrachitos que pasaban por allí, al mirarla
bien, salían corriendo del susto, y de tanto que corrían se caían

LEYENDAS Y TRADICIONES 41
y se quedaban dormidos. La historia dice que la bella doncella
se los llevaba y, al empezar el día, los dejaba botados solos en el
cañaveral.
Cuando era muy pequeña, yo vivía en ese recinto y cada vez
que pasaba por el cañaveral me acordaba de la historia que me
contaba mi madre. Tenía curiosidad por conocer a la doncella,
pero era una historia de antaño, creada para los borrachitos de
ese entonces. La seguiré contando a mis hijos porque el cañaveral
encantado está ubicado en los terrenos de mis padres.

42 Nuestras propias historias


Janeth Guerra
nació en Urcuquí,
Imbabura, en 1969.
Trabaja en la Unidad
Educativa Urcuquí. Su
actividad favorita es
leer.

La Virgen de
Dolores

E n mi niñez, cuando Urcuquí tenía pocas


casas, no había alumbrado público y las calles
aún eran empedradas, los niños podíamos
caminar sin peligro. Llegábamos de la escuela y en la tarde, luego
de realizar las tareas, nos reuníamos con los vecinos del barrio a
jugar, claro, los tradicionales juegos de aquella época: el trompo,
las tortas, la perinola, la gallina con pollos, las quemadas, la gallina

LEYENDAS Y TRADICIONES 43
ciega, la rayuela y tantos más que hacían que las tardes estuvieran
llenas de alegría y diversión.
Al llegar cansada a mi humilde casa, me esperaba mi abuelita
Rosario, quien se encargaba de nuestro cuidado mientras mi
madre trabajaba. Tenía listo un rico tostado yanga o de tiesto,
el cual nos parecía una delicia porque en ese entonces no se
conocían el aceite ni la manteca vegetal, ingrediente que en la
actualidad se utiliza para este alimento nutritivo. Luego, para
llenar el estómago, nos hacía una agüita de cedrón con tortilla de
harina de trigo, sal y agua. Solo de pensar en ello mi paladar y mi
pensamiento se transportan a esos tiempos y deseo desde lo más
profundo de mi alma saborear aquellos manjares, que aunque sin
muchos ingredientes eran los más deliciosos del mundo.
Al llegar la noche, como aún no teníamos televisión, porque
nuestra situación económica no nos lo permitía, la abuelita
Rosario se sentaba en el umbral de la puerta y nos detenía a todos
con ella, para que no entráramos al único cuarto de dormitorio
que teníamos para los seis hermanos que ahí vivíamos. Nos
prohibía además prender la luz, porque decía que se gastaba
y no había para pagarla. Un poco enojados, nos quedábamos
con ella hasta que el sol se ocultara por el cerro Cotacachi. Para
distraernos nos decía:
—¿Quieren que les cuente una historia?
—Bueno —decían mis hermanos, un poco tristes.
Yo, por mi parte, me emocionaba mucho y con alegría esperaba
una historia nueva, que hacía que mi pensamiento se transportara
a otros lugares y tiempos; era la única que en verdad disfrutaba de
esos momentos inolvidables.
—¿Y ahora qué nos va a contar, abuelita? —preguntaba yo.
Y mi pobre abuelita, con una sonrisa en los labios, me decía:

44 Nuestras propias historias


—Como siempre, la impaciente no puede esperar. —Y luego
soltaba una carcajada hasta que, de pronto, de sus labios salían
las palabras mágicas—: Hoy les voy a contar cómo apareció
la Virgencita de Dolores, que cada año sale en el anda de la
procesión de Semana Santa.
Yo, llena de prisa, le dije:
—¡Cuéntenos, abuelita, cuéntenos!
—Espera, mija. Ten paciencia.
Por el año de 1820, Urcuquí no se encontraba asentada en este
lugar, sino en la Plaza Vieja, a cinco minutos de lo que hoy es el
centro. Fue ahí a donde llegó un burro cargado con un bulto. Los
pobladores, al ver al animal solo, empezaron a preocuparse, hasta
que uno de ellos decidió inspeccionar lo que llevaba. Varias horas
había estado parado el pobre animal, como deseando que alguien
se animara a mirar lo que traía.
El hombre que se había acercado al asno se sorprendió tanto
que empezó a gritar:
—¡Miren lo que hay! ¡Vengan todos a ver! Parece que Dios nos
ha enviado a alguien para que cuide de nosotros.
Uno a uno empezaron a acercarse y, ¡oh sorpresa!, dentro
de aquel bulto había una hermosa figura femenina, similar a la
Virgen María. Todos empezaron a rezar en agradecimiento por el
milagro, cogieron a la imagen y decidieron llevarla hasta la capilla
que tenían. Lo que había ocurrido se fue difundiendo en los
pueblos aledaños y varios lugareños querían conocer a la Virgen
de Dolores, como fue bautizada.
Pasó algún tiempo y de pronto, un 16 de agosto de 1868,
un terrible terremoto sacudió a la provincia de Imbabura. Se
destruyeron casas y templos. Las pocas viviendas del sector
quedaron en el suelo y la capilla también, pero el lugar en donde
estaba la Virgen permaneció intacto.

LEYENDAS Y TRADICIONES 45
Hubo algunos muertos, pero la mayoría de los pobladores se
salvó. Asustados, decidieron tomar la imagen que según ellos
había salvado sus vidas y buscarle un nuevo lugar donde vivir. No
quisieron permanecer en donde habían perdido todo, entonces
encontraron una planada en lo que hoy es la cabecera cantonal
de Urcuquí.
Años más tarde, por 1950, cuando Ibarra ya tenía alcalde, se
difundió esta historia de la Virgen de Dolores, y el jefe del cabildo
decidió que, como Urcuquí pertenecía a su cantón, le correspondía
también decidir la suerte de la imagen. Así, designó a varios de sus
funcionarios para que llegaran hasta el poblado y en caballos se
llevaran a la Virgen, que al parecer tenía mucho valor histórico.
Los funcionarios tomaron camino por la antigua carretera,
cruzaron el oscuro y temido túnel, el río Ambi, y llegaron a su

46 Nuestras propias historias


destino. Fueron donde el cura de la parroquia y le explicaron
que tenían la orden del edil de llevarse a la Virgen de Dolores.
El sacerdote, asustado, les manifestó que no podían hacer eso,
porque esa imagen era de los urcuquireños y tenía mucho valor
para ellos; por algo había aparecido en aquel bulto.
Los funcionarios indicaron al cura que ellos solo cumplían
órdenes y que lo mejor era que se la entregara. El sacerdote no
pudo hacer nada y dejó que los seis hombres sacaran a la Virgen
de la iglesia. Apurados, la tomaron en sus brazos, la subieron a
uno de los caballos y cogieron el camino de regreso a Ibarra, con
la satisfacción de haber cumplido con la encomienda.
Sin embargo, la felicidad les duró poco: al llegar al cementerio,
el caballo no podía dar un paso; se le doblaban las patas y no podía
avanzar. El jinete, preocupado, les pedía a todos que ayudaran a
poner la imagen en otro caballo, pero se puso tan pesada que ni
entre los seis hombres pudieron cargarla. Uno de ellos dijo:
—Con mucho respeto, compañeros, creo que la Virgen no
quiere abandonar este pueblo. Ella es su protectora. Solo eso
explica el hecho de que al sacarla de la iglesia estaba tan liviana y
ahora no podamos cargarla entre los seis.
—Devolvámosla—manifestó otro.
Todos fueron con fuerza para cargarla, pero esta vez solo
fue necesaria la de un hombre. Sorprendidos, los funcionarios
lloraron y pidieron perdón. Decidieron volver y contar a su jefe
lo que había sucedido, y todos desistieron de la idea de llevarla
a Ibarra.
Esta hermosa imagen ha hecho muchos milagros a sus
pobladores. En Semana Santa es el atractivo de los turistas, que
observan cómo camina por las calles de la ciudad de Urcuquí en
una hermosa anda que cargan los cucuruchos y los santos varones.

LEYENDAS Y TRADICIONES 47
Lo que más llama la atención es ver cómo la imagen llora en el
trayecto de la procesión e invita al arrepentimiento y a la reflexión
de todos los creyentes.
Empezó a oscurecer. Yo acababa de vivir muchos
acontecimientos: en mi pensamiento estaba el burrito llegando a
la Plaza Vieja, luego me transporté a los momentos de dolor de los
pobladores del antiguo Urcuquí, y finalmente me asustó pensar
que los hombres de la ciudad de Ibarra pudieran llevarse a la
Virgen de Dolores, que más que una imagen representa la fe viva
de todos los urcuquireños.
Mis hermanos, que en un principio estaban enojados,
empezaron a preguntar:
—Pero ¿por qué llora la virgen? ¿Cómo es que lo hace?
La abuelita Rosario, con mucha seguridad, nos dijo:
—Es porque es la madre de Dios y ella lo puede todo.
Luego de esa historia, cuando llegaba Semana Santa se me
venía a la mente la narración de la abuelita, y al mirar llorar a la
virgen mis ojos también se llenaban de lágrimas. Quería calmar
un poco el dolor que sentía María por la crucifixión de su hijo
Jesús, bendita inocencia de aquellos tiempos de creer que nuestra
madre celestial derramaba lágrimas por su amado hijo. Ya con
el pasar del tiempo, iba comprendiendo que quien hacía llorar a
la virgen era el señor Antonio Hormaza, que hace poco falleció,
pero que hasta sus últimos días estuvo pendiente de su querida y
venerada Virgen de Dolores.

48 Nuestras propias historias


Juan Tipantuña
trabaja en la Unidad
Educativa Comunitaria
Intercultural Bilingüe
Jatarishun.

Chambullo y
Yucapucha

E l páramo de Chambullo se encuentra


entre dos cordilleras que están dispuestas
frente a frente. Antes no existía la carretera
que une Sierra y Costa; para viajar a Zumbahua y a Macuche,
la única vía era un camino de herradura que pasaba cerca de
Chambullo. Muchas personas viajaban por allí: negociantes
de tragos y de panela, chasquis, gente que iba con sus mulas o

LEYENDAS Y TRADICIONES 49
caballos… Caminaban dos o tres días para llegar a su lugar de
destino. Salían desde Latacunga a Pujilí, pasaban por Isinche y
La Gloria, caminaban por Cachi Alto y por el páramo de Cachi
San Francisco.
Un día, un grupo de músicos salió a la madrugada a tocar en un
matrimonio en Angamarca. Al mediodía pasaban por el páramo
de Chambullo cuando una nube tapó el cielo. La oscuridad no
dejaba ver nada, así que se equivocaron de camino y cayeron
en un agujero profundo. Se los tragó el cerro; los doce músicos
desaparecieron.
Después de dos días salieron en su búsqueda sus familiares. El
día anterior se habían revelado en sueños a uno de ellos, pero no

50 Nuestras propias historias


pudo ir porque cuidaba a los toros bravos de su patrón y este no
lo dejó ir.
Desde entonces, se dice que los músicos tocan a las doce
en punto de la noche; a las doce del mediodía se los escucha al
frente, en la otra montaña. A veces canta un gallo, quiquiriquííí,
y enfrente suena una campana, tan, tan, tan, doce veces, porque
en el mismo agujero de Chambullo desapareció un cura con su
campana cuando iba a Angamarca a dar una misa.
Algunas veces dicen que también se aparecen doce toros
negros grandotes que toman agua en el cenagal. Tienen enormes
cachos en punta, de los que sale fuego y humo.
Por su parte, todos quienes pasan por el camino de Yucapucha
—lleno de piedras, lindero entre Tigua y el páramo de San
Francisco— se encuentran con que comienza a granizar, a tronar,
y grandes nubes tapan todo alrededor. Entonces, deben poner
comida junto con flores del páramo encima de las piedras. Con
ello hacen una cruz para pedir protección. Es una ofrenda para
chungar1 a Urku Mama, la cordillera.
Antiguamente, se decía que los páramos eran rebeldes
y bravucones con las personas desconocidas. Hoy son más
tranquilos, hasta se puede dormir en ellos.

1 Encerrar.

LEYENDAS Y TRADICIONES 51
Nancy Dolores
Uvidia
nació en San Andrés,
Chimborazo, en 1974.
Trabaja en la Unidad
Educativa Comunitaria
Intercultural Bilingüe
Nación Puruha. Su
actividad favorita es
leer.

El ambicioso y
el carbunco

H ace muchos años, en la parroquia de San


Andrés, vivía un matrimonio pobre de
mediana edad. Sus hijos ya eran jóvenes y
habían salido a trabajar a la ciudad. El hombre siempre decía que
quería tener mucho dinero y tierras, que no le gustaba ser pobre.
Una noche, como de costumbre, salió a rodear a sus pocos
animalitos. La oscuridad era profunda y tenebrosa. De regreso

52 Nuestras propias historias


a su dormitorio, escuchó un ruido y se acercó a ver qué era. De
pronto, sintió en sus piernas un calor muy fuerte. Con mucho
asombro vio a un perro enorme de color negro; de sus ojos salía
una especie de candela. Muy contento de haberse encontrado al
animal, se lo llevó, pensando que iba a cuidar sus posesiones. Le
puso una cadena y lo dejó amarrado y encerrado en un cuarto.
Muy contento, corrió a contarle del hallazgo a su esposa, a quien
le dio mucho miedo.
Al día siguiente, el hombre la llevó para que viera al animal y,
para su sorpresa, vio que había defecado por todo el lugar, pero en
vez de heces había muchas monedas de oro. El hombre saltó de la
felicidad, gritando que nunca más iba a sufrir por la pobreza. Su
esposa, sin embargo, le rogó que dejara libre al animal, pues era
maligno, un carbunco.
Pero el hombre no escuchó las súplicas: todos los días le llevaba
alimento y recogía el oro; luego, cambiaba el oro por billetes y
los guardaba en costales. Tenía tanto dinero que todos los fines
de semana lo sacaba a secar al sol para que no se dañara. Sus
vecinos lo veían y no sabían cómo se había hecho millonario de la
noche a la mañana. Pensaban que quizá había comprado tierras y
animales, y su alimento era muy bueno y variado.
Un día, como de costumbre, fue a alimentar al carbunco y a
recoger su “recompensa”, pero para su sorpresa no encontró
ni una sola moneda de oro. Muy disgustado, cogió un acial y le
pegó e insultó al animal hasta cansarse. Además del castigo, no
lo alimentó. La esposa le pidió que no lo maltratara, pues era el
carbunco y algo malo podía pasar, pero el esposo, muy enojado,
nuevamente hizo caso omiso a sus súplicas.
Al día siguiente, una vez más fue a ver al animal para recoger
el oro, pero, ¡oh sorpresa!, había desaparecido con todo y cadena.
A partir de ese momento, el hombre enfermó, tenía mucha fiebre.

LEYENDAS Y TRADICIONES 53
Su esposa lo llevó donde muchos doctores, pero no encontraban
qué tenía. Pasados unos quince días, el hombre falleció. La mujer,
con mucho dolor, llamó a sus hijos, quienes hicieron todos los
preparativos para su entierro.
El primer día del velorio transcurrió con normalidad. A la
madrugada quedaron solo los hijos, su esposa y dos vecinos.
Cansados, empezaron a quedarse dormidos. De pronto, un ruido
fuerte, como si vinieran corriendo muchos caballos, los despertó
de golpe; un viento fuerte apagó las velas y quedaron en una
oscuridad profunda.
Muy asustados, cuando pasó el ruido, volvieron a prender las
velas y, para su asombro, la caja estaba vacía: el cadáver había

54 Nuestras propias historias


desaparecido. Buscaron por todas partes y no encontraron nada.
Para evitar comentarios de los vecinos, llenaron de piedras la caja
y comunicaron que al siguiente día lo iban a enterrar, pues había
muerto con una enfermedad muy contagiosa. Además, la familia
dio dinero a los vecinos que estaban allí para que no dijeran nada.

LEYENDAS Y TRADICIONES 55
Dayana Michelle
Espín
estudia en segundo
año de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Honduras.

Ambición

E n la ciudad de Macas, exactamente en la


Quinta Cooperativa Luz de América, vivía un
hombre muy ambicioso. Tenía todo lo que
alguien desearía, pero la codicia siempre le ganaba.
Decían que había hecho un pacto con el diablo: él entregaba
su alma a cambio de riquezas para él y su familia. Cegado por la
ambición, el hombre aceptó sin percatarse de las consecuencias.
Desde entonces, su vida fue de lo más cómoda: no tenía
necesidades y su familia podía estar tranquila, ya que el dinero le
sobraba.

56 Nuestras propias historias


Pasaron los años y el hombre murió de edad avanzada. La gran
cantidad de riquezas que obtuvo no le sirvieron de nada, pues
murió solo.
En su velorio, lo colocaron en su ataúd y lo dejaron en la sala
de su enorme casa. Su cadáver reposaba intacto dentro del cajón.
A altas horas de la noche, pasó un borrachito que vivía cerca.
No distinguía lo que hacía; solo caminaba sin rumbo. Justo cuando
pasaba por la gran casa, observó a sus pies a un hombre vestido
completamente de negro, quien le pidió un favor: que cargara un
costal hasta cierto lugar; a cambio, le ofrecía unas monedas de
oro. El borrachín aceptó sin dudarlo.
Ambos caminaban entre los matorrales y poco a poco se
iban alejando de la comunidad. El borracho no sabía a dónde se

LEYENDAS Y TRADICIONES 57
dirigía ni tampoco qué contenía el costal. Luego de un tiempo
vio una entrada adornada con una gran cantidad de espinas; de
ella salía luz.
Los hombres detuvieron su paso frente al enorme agujero y
el borracho miró hacia el interior. Cuando vio, no lo podía creer:
en el fondo de aquel enorme agujero había llamas y lava, lo que
muchos conocen como el infierno. Además, aquel hombre vestido
de negro no era precisamente un hombre.
—¡Ten tu oro y vete! ¡No te atrevas a mirar atrás!
El borrachito, muy asustado, corrió lo más rápido posible. No
sabía lo que acababa de presenciar y mucho menos lo que acababa
de hacer. Había sido testigo de un robo, pero no cualquiera; este
era uno de alma, cuerpo y vida.
Cuando contó lo que había vivido esa noche, nadie le creyó.
Para muchos, el cuerpo del hombre lo habían robado otras
personas. Todo era posible, se inventaba de todo para justificar la
desaparición del cadáver.
Al fin y al cabo, a nadie le importó: la ambición lo había hecho
un hombre despreciable y nada amigable.

58 Nuestras propias historias


Esta historia se
escribió teniendo como
escenario lugares
importantes del
cantón Pallatanga,
Chimborazo. Fue
narrada por el personal
docente de la Escuela
de Educación Básica
Luz de América, del
barrio Pilchipamba,
que se basó en sus
propias experiencias y
los relatos de amigos y
familiares.

El caballo del diablo

L uis Torres, como todos los domingos, bajaba


al pueblo a realizar las compras de la semana.
Pero ese domingo fue diferente. Unos amigos
lo inquietaron para tomar unos tragos y poco le faltó para perder
la noción del tiempo. Dejando a un lado a sus amigos y al trago,
cogió la alforja de compras rumbo a su casa, más allá de Chalo. La
noche lo cogió en las vueltas de La Soledad. Como estaba un tanto
cansado, se sentó un rato al borde de la carretera.
Entre los miles de pensamientos que le pasaron por la mente,
uno salió a flote, y en un susurro dijo:

LEYENDAS Y TRADICIONES 59
—Me han dicho que los diablos dan caballo para llegar breve
a la casa.
Tan pronto como acababa de susurrar estas palabras, sintió a
su lado un caballo sudoroso y una voz que le decía:
—Luis, tú me has pedido un caballo. Aquí está el más grande y
veloz para llevarte como un rayo a tu casa.
Ante tal hecho insólito, Luis se levantó como un resorte y alargó
el paso camino arriba. El diablo le insistía que subiera al caballo.
Luis, molesto por tanta insistencia, le respondió:
—No quiero ningún caballo. No me molestes. Déjame en paz.
Frente a esta negativa, replicó el diablo:

60 Nuestras propias historias


—Luis, me has pedido un caballo y como yo soy tan bueno te he
traído el más hermoso, para llevarte a casa.
—Déjame en paz —le respondió Luis, una y otra vez.
Al cruzar la quebrada de la chorrera de San Rafael, oyó la voz
dulce de la Virgen, que le decía:
—Ánimo, Luis, no te dejes llevar por tentaciones del demonio.
Adelante, no desmayes.
En ese constante forcejeo llegó a una casa de Chalo en la que
se estaba velando a un muerto. Sin pensarlo dos veces, entró de
bruces a la improvisada sala de velación, ante la mirada atónita de
los acompañantes y familiares del difunto. Luego de reponerse del
tremendo susto, con la mirada hacia la puerta dijo, entre labios:
—Ahora que hay bastante gente y luz, quisiera que asome este
pendejo para conocerle.
Casi inmediatamente después de pronunciar estas palabras,
una figura diabólica, con una mano extendida, lo llamó para que
saliera. Este gesto cundió de miedo y pánico a Luis, que miraba
hacia la puerta. Para desahogar la pesadilla que estaba viviendo,
dio a conocer el particular a los acompañantes y familiares del
difunto, pero ellos no veían al supuesto diablo que lo llamaba.
Luis, presa del miedo, prefirió quedarse en el velorio antes de tener
un fatal encuentro. Al día siguiente, muy temprano, se dirigió a su
casa un tanto temeroso y pensativo por todo lo sucedido.
Al tercer día, creyendo que todo había pasado, Luis subió al
cerro a realizar algunas faenas agrícolas pendientes. Al concluir el
trabajo, expresó, entre labios:
—Ahora que es día claro quisiera que asome este pendejo para
pedirle un hermoso caballo negro y grande.

LEYENDAS Y TRADICIONES 61
Inmediatamente, presa del pánico, corrió despavorido a
refugiarse en su casa. Su mujer, ajena al drama que vivía su marido,
no le dio mucha importancia a su extraño proceder, pero cuando
vio que estaba tirado en la cama casi en coma y botando espuma
por la boca, lo arropó con unas cobijas y rezó a los mil santos para
eliminar el hechizo de su marido. Como las súplicas no daban
resultado, tuvo que recurrir a los secretos de don Melchor Naranjo
para que salvara el alma atormentada de Luis. Después de una
sesión de exorcismo, este quedó sano y salvo.
A partir de esa mala experiencia, Luis jamás pide caballo al
diablo, ni borracho y peor aún estando sano.

62 Nuestras propias historias


Mercedes
Jeannethe NÚñez
trabaja en la Unidad
Educativa del Milenio
Cacique Tumbala.

El señor del
Sinchaguasín

U n cierto día, Manuel Mateo salió a pastar


a sus vacas en el cerro Sinchaguasín.
Mientras lo hacía, también recogía leña.
Para su suerte, el día anterior había hecho un poco de viento
y de los árboles había caído cáscara, chamiza y palos secos. Sin
demorarse, formó una carga grande de leña y luego se sentó a
descansar; la fatiga era tanta que el sueño le ganó.

LEYENDAS Y TRADICIONES 63
Mientras reposaba, se transportó sin explicación a un sitio
hermoso y apacible, al que había ingresado por una puerta grande
y brillante. Allí se encontraba un señor muy alto y elegante,
barbado y bien perfumado, quien con voz gruesa le preguntó:
—¿Quién eres tú? ¿Qué haces en mi hogar?
Manuel Mateo, con voz temblorosa, le dijo el motivo de su
presencia. El extraño ser lo comprendió y lo invitó a servirse
mote con chicharrón acompañado de un ají muy picante;
de tomar, le dio un jarro de chaguarmishqui. Al terminar ese
delicioso banquete, el señor misterioso le hizo a Manuel Mateo
una advertencia: si volvía con sus vacas a comer sus barbitas, de
castigo se quedaría en su palacio para siempre, como su esclavo.
Manuel Mateo salió del lugar despavorido y se desmayó
junto a unas piedras en el bosque del Sinchaguasín. No supo
cuánto tiempo estuvo desorientado, pero sí que, al recobrar la
conciencia, cargó su leña, cogió sus vacas y sin mirar atrás corrió
a su casa. Desde aquel día, nunca más volvió a ingresar sin
permiso a ningún lugar.

64 Nuestras propias historias


Alexander Martín
Simbaña
nació en San Carlos
de Tipín, Chimborazo,
en 2002. Estudia
en segundo año de
Bachillerato de la
Unidad Educativa Los
Tipines. Su actividad
favorita es el fútbol.

La cruz del diablo

E n la comunidad San Carlos de Tipín vivía un


muchacho encantador, cuya cama las jóvenes
siempre estaban dispuestas a compartir. Al
final él las dejaba de lado sin ningún tipo de remordimiento, con
lo que mostraba su verdadera personalidad.
Un día llegó a la comunidad una bella forastera. Su hermosura
llamó la atención de todos quienes se cruzaban con ella; incluso
las mujeres se prendaban de sus finos rasgos y su caminar coqueto.
Su nombre era María y mientras pasaban los días su fama iba en

LEYENDAS Y TRADICIONES 65
aumento. De más está decir que el joven mujeriego también se fijó
en ella. Cautivado por los encantos de la chica más codiciada de la
comunidad, intentó entablar conversación.
María, por su parte, se dio cuenta de las intenciones del joven.
Por eso, rechazó todas las invitaciones que recibió de él, e ignoró
sin miramientos los halagos y las galanterías. Aun así, el muchacho
no se daba por vencido: cada día probaba nuevas técnicas de
conquista.
Una mañana, justamente la víspera de Todos los Santos, cuando
el joven ya no sabía qué hacer, recibió una carta de la mujer que
le quitaba el sueño; en ella lo citaba en la puerta de la ermita de
las angustias. La carta terminaba diciendo que en esa noche de
Difuntos sería suya.
No podría describir la emoción que tenía el joven: por fin su
desesperación y los tortuosos meses que había pasado iban a llegar
a su fin. Aunque esa noche comenzaron a escucharse truenos y la
lluvia empezó, fue rápidamente al lugar del encuentro.
Al llegar, vio a María esperándolo, vestida con hermosas
prendas que aumentaban su deseo. Llegó a ella y comenzó a
besarla en todos los lugares donde su blanca piel estaba expuesta.
Así, la lujuria fue en aumento, hasta que intentó arrancarle una
parte del vestido.
Los truenos se escuchaban más fuertes y fieros, mientras que
ellos solo tenían pensamientos para la lujuria. La mujer se levantó
la falda y el joven no pudo más que ir por ese camino, intentando
desabrochar los chapines altos. Pero en ese momento, en la
oscuridad un rayo iluminó todo el panorama, y el joven vio que
María, en vez de pies, tenía pezuñas. Elevó la mirada y vio que en
lugar de la hermosa mujer estaba ante él el mismo diablo, el cual
se carcajeaba de su expresión.

66 Nuestras propias historias


El muchacho se arrastró asustado lo más rápido que pudo,
intentando gritar y alejarse, hasta que alcanzó la cruz que había
en la puerta de la ermita. Se abrazó a ella esperando que su Dios lo
salvara de la bestia que lo había engañado. El diablo lo persiguió y,
justo en el momento en que el joven abrazaba la cruz, le propinó
un zarpazo que rozó su hombro y arañó parte de la piedra.
El joven sintió el dolor pero siguió aferrado. Lentamente,
fue abriendo los ojos para darse cuenta de que estaba solo; sin
embargo, en la piedra había quedado una marca. Aún pueden
verla quienes, en la actualidad, van a la ermita de la ciudad de
Cuenca y se acercan a la que se conoce como “la cruz del diablo”.

LEYENDAS Y TRADICIONES 67
Megan Naomi
Cáceres
estudia en segundo año
de Bachillerato de la
Unidad Educativa Mario
Cobo Barona.

El huahuancó

C
enviaba, nos decía:
uando era niña, en mi casa no había agua,
así que mi hermana mayor y yo debíamos
ir al pozo a traerla. Mi mamá, cuando nos

—Niñas, deben volver pronto, antes de que den las seis de la


tarde, porque si se quedan mucho tiempo anochecerá y podrían
encontrarse con el huahuancó.
El huahuancó es un bebé que al inicio se ve inofensivo pero,
si lo cargas, pronto podrás darte cuenta de que se trata de un
demonio horrible.

68 Nuestras propias historias


Mi hermana y yo no creíamos en ese relato hasta que un día nos
quedamos jugando hasta muy tarde. Mi hermana me dijo que era
mejor que nos fuéramos, así que cogimos el agua y nos dirigimos
a nuestra casa.
La noche se veía tranquila y ambas íbamos sin preocupaciones
hasta que de repente sentimos el ambiente algo pesado; a medida
que caminábamos se hacía más insoportable. Un tiempo después,
ya casi rendidas, empezamos a oír el llanto de un bebé, que
comenzó a espantarnos. Tratábamos de caminar más rápido, pero
el llanto no paraba, sino que se hacía más ronco y fuerte.

LEYENDAS Y TRADICIONES 69
De pronto, mi hermana y yo volteamos nuestras cabezas y
pudimos ver entre la niebla a una criatura horrible que tenía dos
ojos como de fuego. Casi pasmadas del susto, intentamos correr
con todas nuestras fuerzas. Por suerte, justo cruzó un hombre
en un caballo, que se ofreció a llevarnos. El engendro no paraba
de perseguirnos hasta que comenzamos a rezar; entonces,
desapareció.
Cuando llegamos a casa, el señor nos comentó que en
alguna ocasión ya le había pasado, y que se había salvado casi
por milagro. Desde entonces, mi hermana y yo no volvimos a
desobedecer las órdenes de nuestra madre.

70 Nuestras propias historias


Gonzalo Gabriel
Zurita
estudia en primer año
de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Angamarca.

El colorado

E n un lugar llamado El Chivo, situado al


noroeste de la parroquia Angamarca, cantón
Pujilí, provincia de Cotopaxi, había un
pueblo que constaba de una iglesia y viviendas de estilo antiguo.
En él vivía gente trabajadora que cultivaba productos para su
alimentación. Se dedicaban a la caza, a la carpintería y a las
artesanías. La educación de los niños se llevaba a cabo en el hogar
y su juego consistía en trabajar los cultivos.
Entre ellos había un niño llamado Juan. A él le gustaba correr
por todo el pueblo, y se relacionaba con sus habitantes de una

LEYENDAS Y TRADICIONES 71
manera amistosa; también le gustaba mucho trabajar en la
carpintería con su padre. Era el más alto y el más fuerte de todos
sus amigos. Amaba mucho a su familia y lo que más quería era ser
el cura de su pueblo.
Pasó el tiempo y Juan creció feliz junto a su familia y amigos.
Era muy inteligente. Su padre le había enseñado a respetar a las
demás personas. No tenía el cariño de una madre, pues la suya
había muerto cuando él era un bebé.
Un día, como siempre, salió a correr por todo el pueblo y se
encontró una piedra en forma de iglesia. Así pues, se le ocurrió
construir una. Todo el pueblo lo ayudó. Aunque parecía imposible,
después de mucho tiempo lograron terminarla, y Juan se convirtió
en su párroco. El joven siempre hablaba a los niños sobre Dios. Les

72 Nuestras propias historias


contaba parábolas que había escuchado de boca de su abuelito
cuando era niño.
Una mañana, regresaba de trabajar de las tierras de su padre
cuando vio una luz en una cascada. Se acercó y debajo de ella vio
un cristo de piedra. Juan lo tomó entre sus manos y lo llevó a su
casa, pero creyó que lo mejor sería llevarlo a la iglesia que todos
habían construido. Así lo hizo, lo mostró a todas las personas y les
dijo que aquel cristo era su dios y que no existía otro. Enseñó a
todos que el mejor camino hacia él era la bondad.
Pero Juan quería salir de su pueblo y conocer nuevos lugares;
entonces, se dirigió a un lugar llamado Angamarca la Vieja. En
el camino conoció nuevas especies de fauna y flora: algunas lo
asombraron y otras lo asustaron. Después de tanto caminar, llegó
a su destino. La gente de ese pueblo lo acogió como a uno de
los suyos, así que decidió quedarse allí un tiempo y ayudar a las
personas necesitadas. Como era un hombre robusto, trabajaba
mucho y bien.
Un día, apareció un colorado sabio venido del oriente
ecuatoriano. Empezó a cruzar por el pueblo y los habitantes
salieron furiosos a su encuentro. El colorado se enfureció de
igual manera, alzó una chonta que llevaba y el pueblo quedó
convertido en piedra.
Juan, que había ido a coger agua del pozo, observó todo desde
un escondite detrás de los árboles. En cuanto pudo, regresó
asustado a El Chivo y contó todo, pero nadie le creyó.
Juan no dejaba de pensar en Angamarca la Vieja; quería volver
pero le daba mucho miedo. Los días pasaban y no podía dormir,
tenía muchas pesadillas, hasta que un día muy temprano estaba
orando y escuchó el ladrido de los perros. Al salir, vio a una
persona: el colorado que había convertido al pueblo en piedra.

LEYENDAS Y TRADICIONES 73
Juan se asustó mucho, pero también se enfureció y le dijo que
no era bienvenido, que por favor se fuera y nunca volviera. El
colorado se encolerizó, alzó su chonta y convirtió al pueblo de El
Chivo en piedra.
Cuando salió de allí, el colorado llegó a un lugar llamado La
Cuchilla, donde encontró a un toro y una vaca bravos. Los animales
quisieron atacarlo y el colorado alzó nuevamente su chonta y los
convirtió en piedra. Así continuó caminando, transformando
pueblos y animales, hasta que llegó a Quito. Cuando entró allí,
desapareció y nadie volvió a saber de él.

74 Nuestras propias historias


Jennifer Maribel
Pilamunga
estudia en segundo año
de Bachillerato de la
Unidad Educativa Santa
Rosa.

Los matacuras

C uentan los abuelos que, en la década de los


cincuenta, en la parroquia de Santa Rosa,
estuvo de cura párroco un sacerdote al
que le gustaban la vida bohemia y el licor. El susodicho andaba
siempre de fiesta y en reuniones sociales. Dicen que celebraba las
misas en estado de embriaguez.
Cierto día, un grupo de personas cansadas por el mal
comportamiento del religioso se acercó al convento parroquial
donde habitaba y le pidió que abandonara el puesto, porque era

LEYENDAS Y TRADICIONES 75
un mal ejemplo para la comunidad. Ante este pedido, el sacerdote
amenazó con excomulgarlos.
Al ver ese proceder, indigno de un cura, decidieron expulsarlo
del pueblo por la fuerza. Lo llevaron a empellones y golpes por
el camino que une la parroquia con la ciudad de Ambato, el que
hoy es la Vía Ecológica. Lo soltaron donde actualmente se ubica
la planta de tratamiento de agua potable Casigana, no sin antes
advertirle que si volvía al pueblo, su vida correría peligro.
Entonces, el cura exclamó:
—Ustedes son unos matacuras, y por eso los maldigo en
nombre de Dios, para que siempre sufran con la falta de agua. —
Dicho esto, se fue y nunca más se supo de él.
Al parecer, esa maldición se cumplió, pues hasta la actualidad
hay escasez de agua en la parroquia, pese a las obras construidas

76 Nuestras propias historias


para tal efecto. Más aún, como el pueblo ha crecido mucho con la
llegada de migrantes de otras provincias, se han formado barrios
que directamente carecen del líquido vital.
Dicen que el obispo de ese entonces, en represalia, se negó
a enviar otro sacerdote a la parroquia durante un buen tiempo.
Entonces, los moradores debieron acudir a la diócesis de Ambato,
en varias ocasiones, a pedir perdón y solicitar el envío de un cura,
con la promesa de que le iban a dar un trato digno y respetuoso.

LEYENDAS Y TRADICIONES 77
Isabel Clemencia
Chiguano
estudia en primer año
de Bachillerato de la
Escuela de Educación
Básica para Personas
con Escolaridad
Inconclusa 14 de
Octubre.

El niño de Isinche

A ños atrás existía la hacienda de Isinche


Grande, ubicada a pocos kilómetros del
cantón Pujilí. Se caracterizaba por ser fuente
de acopio y elaboración de obrajes, así como por su gran número
de trabajadores, quienes transportaban costales de lana de lugares
cercanos y lejanos, como Angamarca. Según comentaban, el viaje
era largo y cansado. Los trabajadores, ya en la hacienda, sacaban
la lana de sus costales y la entregaban al dueño; a cambio de ello
recibían su paga completa. Todos los días era la misma rutina.

78 Nuestras propias historias


Pero el día menos pensado, de uno de los grandes montones
de lana, sorpresivamente cayó un muñeco. No le dieron mucha
importancia, y el trabajo se siguió desarrollando con total
normalidad. Al llegar la noche, sin embargo, un sueño reveló
a la dueña de la hacienda que no era un simple muñeco, sino
Emanuel Mesías.
Al día siguiente, la señora comentó dicha revelación a su
esposo. Este, incrédulo, no le dio tanta importancia y se integró
al trabajo rutinario del obraje. Llegada la noche, el muñeco volvió
a aparecer en el sueño de la dueña de la hacienda: repitió que su
nombre era Emanuel Mesías y que debían venerarlo y cuidarlo
como un santo.
La señora contó este nuevo sueño a su esposo y a los
trabajadores. Algunos, asombrados, se quedaron sin palabras;
otros manifestaron que no significaba nada. Sin embargo, desde
aquel día, la dueña solicitó que colocaran al muñeco en un
platito especial. A la larga, el muñeco terminó por convertirse en
un niño de verdad.
Un día, este niño salió a dar un paseo por la hacienda. Se
encontró con un jardín de frutas y, cuando se disponía a tomar
una, el capataz lo vio y acudió de inmediato a llamarle la atención.
La dueña pasó por alto la noticia, pero llamó su atención que el
niño iba creciendo, pues ya no cabía en el platito de inicio.
Con el pasar del tiempo, las salidas del niño se hicieron más
frecuentes. Solía estar con los pies sucios, al igual que la ropa. La
dueña lo cambiaba y le aconsejaba que tuviera cuidado, pero nada.
Entonces, por temor a que se perdiera, ordenó a los trabajadores
que le construyeran una urnita en la cual pudiera habitar. Desde
ese día, todos en la hacienda empezaron a venerarlo y a celebrar

LEYENDAS Y TRADICIONES 79
misas en su nombre. Hasta la actualidad se mantiene esta
tradición, y también se le ha construido un templo donde la gente
puede llegar a visitarlo.
Pasado un tiempo, la hacienda creció y tuvo una serie de
modificaciones: el dueño se vio obligado a venderla al señor
Alfonso Calero, quien desde entonces se convirtió en amo del
niñito. Después, don Alfonso tuvo que vender nuevamente
la hacienda, en este caso a manos del señor Bolívar León, el
propietario actual.
Desde días remotos, la gente comentaba que el niñito de Isinche
es milagroso, y que quien lo asiste con fe y devoción ve cualquier
pedido cumplido. Incluso había gente que padecía enfermedades
incurables y el niñito la sanaba completamente.

80 Nuestras propias historias


En un momento, se comentaba, el señor León intentó sacar
del país al niñito de Isinche, pero cuando lo subieron al avión
e intentaron volar, no encendió. Insistieron muchas veces, sin
resultado alguno. Así pues, don Bolívar decidió quedarse. La gente
tomó este evento como una demostración de la lealtad y el amor
del niñito hacia su pueblo y su gente.
Otro manifiesto del niñito de Isinche fue cuando llevaron a
cabo las tradicionales fiestas de Navidad, Año Nuevo y Reyes
Magos. La costumbre era que los días de misa se llevaran
alimentos a la hacienda; cada disfrazado entraba a la plazoleta
de Isinche a bailar y compartir su comida. Sin embargo, el
dueño, molesto por los daños que solían causar, impidió que se
mantuvieran esas actividades para años siguientes. A los pocos
días, su ganado empezó a morir poco a poco; además, el niñito
se le presentó en un sueño y le manifestó que si no permitía
seguir con esas costumbres, él terminaría con toda su hacienda.
Por supuesto, después de esa revelación, el dueño permitió que
todo continuara como antes.

LEYENDAS Y TRADICIONES 81
Martha Dolores
Moya
nació en Píllaro,
Tungurahua, en 1961.
Trabaja en la Unidad
Educativa Santa Rosa.
Su actividad favorita
es leer.

Una promesa de
amigos

E n la parroquia de San Miguelito, cantón


Píllaro, provincia de Tungurahua, vivía una
familia que se sustentaba con el trabajo de su
padre, Aníbal, chofer de transporte público. Durante su juventud,
Aníbal había tenido un amigo llamado Cayetano; su amistad era
tan profunda que juraron que, cuando el primero muriera, el otro
cargaría su ataúd.

82 Nuestras propias historias


La vida transcurría normalmente. Aníbal permanentemente
realizaba viajes con pasajeros de Píllaro a la ciudad de Quevedo,
hasta que cierto día, cuando se encontraba muy lejos de su
pueblo, recibió la noticia de que su mejor amigo había muerto.
Sin poder cumplir su promesa, lleno de tristeza y soledad, siguió
normalmente con sus labores, y encomendó a su esposa que
asistiera al funeral de Cayetano.
Cuando regresó a su hogar, tres días después de que hubiera sido
sepultado su confidente, se disponía a descansar junto a su esposa
cuando, a eso de la medianoche, su puerta se abrió violentamente.
Inmediatamente sospechó que era el espíritu de su amigo, que le
venía a reclamar por el incumplimiento de lo pactado. Con mucho
temor se levantó sin que lo sintiera su esposa, tomó su autobús
y se dirigió al camposanto por un camino oscuro y con muchos
obstáculos.
Luego de rezar una oración al pie de la tumba de su amigo,
supuso que la culpa había quedado saldada, pero regresó a
su vehículo y no encendió. En medio de la desesperación y la
oscuridad absoluta, exclamó:
—¡Cayetano! ¡Cayetano! ¿Quieres que te saque?
Trató de encender su carro en varias oportunidades, pero
no lo logró. Entonces, tomó la decisión de caminar en busca de
herramientas para excavar la tumba de su amigo. Los vecinos
del lugar se sorprendieron por la decisión tomada, y dos de ellos,
incrédulos de lo que ocurría, lo acompañaron, pensando que
Aníbal estaba ebrio y fuera de sus cabales.
En el trayecto trataron de hacerlo reflexionar; incluso,
consternados por el hecho, llegaron a agredirlo para evitar que
llegara al tenebroso lugar. Al entrar en el cementerio, vieron al

LEYENDAS Y TRADICIONES 83
autobús con las luces encendidas, lo que hizo que reinara el
pánico y la desesperación en todos ellos.
Aníbal, sin embargo, se dirigió a la tumba de su amigo y empezó
a cavar y cavar. Al llegar al ataúd, cruzó una ráfaga de viento y un
intenso rayo de luz iluminó todo el lugar; un aire frío aniquiló a los
presentes, que, casi sin poder articular palabras, presumieron que
la promesa se había cumplido:
—¡Regresemos pronto, hay que salir! —dijeron, y volvieron a
sus casas en el autobús, que encendió sin dificultad.

84 Nuestras propias historias


Willams Patricio
Pilliza
estudia en primer año
de Bachillerato de la
Escuela de Educación
Básica para Personas
con Escolaridad
Inconclusa 14 de
Octubre.

Taita Curita y su
perro fiel

T aita Curita salía desde su comunidad,


llamada Ambatillo, y caminaba por los
páramos Quishpicasha Grande, Ventana,
Manzanawaiku y Culebrilla hasta llegar a Angamarca. Viajaba
con un perrito que lo acompañaba siempre que iba a celebrar
una misa.

LEYENDAS Y TRADICIONES 85
Un día, el sacerdote decidió irse de cacería, acompañado de
su perrito. En el transcurso del viaje, observó un venado, lo siguió
hasta atraparlo y lo mató. Le sacó las tripas y las puso a cocinar con
el vapor del agua. Su perro seguía cazando conejos, patos, águilas
y perdices; en un punto, el cura tuvo tanta comida que le preocupó
cómo la iba a llevar.
De repente, escuchó un ruido y miró al cielo: ya era mediodía.
En ese momento empezó a orar desesperadamente por no poder
cumplir con su misión pastoral. Inmediatamente empezó a hacer
frío y a llover muy fuerte. Granizó, nevó y las ráfagas de viento iban
y venían. Taita Curita buscó un lugar para refugiarse y encontró
una roca, pero la lluvia era muy fuerte. Arrepentido, se quedó a
dormir allí.

86 Nuestras propias historias


Por quitar la vida a los animales, Dios castigó al sacerdote y
lo convirtió en un monumento de piedra, acompañado por su
perro fiel; dicha piedra existe hasta el día de hoy. Los indígenas
de la comunidad y los habitantes de la comunidad de Yacubamba,
cuando salen al páramo con sus animales, suelen contar que al
mediodía escuchan el repicar de las campanas: dicen que es Taita
Curita, que llama a misa.

LEYENDAS Y TRADICIONES 87
Ana Marisol
Toalombo
estudia en segundo
año de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Intercultural Bilingüe
Tamboloma.

La vanidad de
una mujer

C ierta noche, una familia acudió a una fiesta.


Cuando llegaron, la mamá le dijo a su hija,
que era muy hermosa:
—No saldrás a bailar con cualquier hombre, sino solo con uno
que tenga dentadura de oro y sea rico. Solo aceptarás que él te
saque a bailar.
La hija obedeció: esa noche, muchos quisieron danzar con ella,
pero ella se negó. Sin embargo, a eso de la medianoche llegaron a la

88 Nuestras propias historias


fiesta dos hombres de bonito aspecto y con brillantes dentaduras
de oro. Al mirarlos, la joven quedó impresionada. De repente, uno
se acercó a donde ella estaba y le dijo:
—¿Me permites esta pieza? —Al principio, la muchacha se
quedó sin palabras, pero luego aceptó.
Los demás invitados, no obstante, tuvieron un mal
presentimiento: los perros aullaban y la gente intranquila se
asustaba. De pronto, mientras bailaba con la señorita, miraron los
pies de los hombres y vieron patas como de vaca, así como un rabo
que les salía por detrás.
Un invitado de repente susurró:
—Hagan llorar a un bebé y ellos saldrán corriendo de aquí.
Así lo hicieron, y los hombres salieron corriendo como alma
que lleva el diablo. Se fueron gritando:
—Solo porque lloró el bebé se libraron; si no, los íbamos a llevar
a todos con nosotros.

LEYENDAS Y TRADICIONES 89
Odalis Lizbeth
Lescano
nació en Santiago de
Píllaro, Tungurahua,
en 2001. Estudia
en segundo año de
Bachillerato de la
Unidad Educativa
San José de Poaló. Su
actividad favorita es
jugar fútbol.

La Virgencita
de Piquil

H ace mucho tiempo, unos trabajadores


de la hidroeléctrica Inecel Pucará, de la
parroquia San José de Poaló, con la ayuda
de máquinas iban abriendo paso y botando piedras a un lado
para construir una carretera hasta Pisayambo. Sin embargo, se les
hizo imposible mover una de las rocas, no lo pudieron hacer con
ninguna de las herramientas que tenían.

90 Nuestras propias historias


Por la noche, una niña muy hermosa se le apareció en sueños a
uno de los trabajadores:
—No me hagan más daño —le dijo—. Déjenme, esa es mi casa.
¿Acaso no ven que yo vivo ahí?
Al día siguiente, el trabajador lo comentó con sus compañeros
y fueron a ver la piedra. Cuando la miraron fijamente se dieron
cuenta de que era verdad: a la roca estaba arrimada una niña muy
bonita, tal como la que había visto el hombre en sueños.
Desde entonces, empezaron a construir para ella una pequeña
capilla a la que más tarde llegaron cientos de visitantes y devotos
de todo lugar. Cuentan que después de hacer la capilla en su honor,
la niña se puso muy contenta. Era muy hermosa, con cabello café,
largo y rizado, un hermoso vestido y una capa blanca.

LEYENDAS Y TRADICIONES 91
Después de un tiempo se empezaron a celebrar, cada mes
de julio, festividades en honor a la piedrita, a la cual bautizaron
como la Virgencita de Piquil. Hoy está cubierta por una vitrina
de vidrio que donó un señor al que la Virgencita sanó después
de un accidente. Además, una devota donó una imagen a la cual
nombraron mayordoma de la Virgen de Piquil. A ella la bautizaron
como la Virgen del Carmen.

92 Nuestras propias historias


Pedro Pablo
Gamboa
nació en Píllaro
Huagrahuasi,
Tungurahua, en 1943.
Actualmente es
ganadero. Su nieta
Katherine Velasco
estudia en la Unidad
Educativa San José de
Poaló.

De cipreses y
chanchos

E n su juventud, mi abuelito, recién casado


—aunque guambra todavía—, estaba
cortando un ciprés cuando llegó a una parte
extremadamente dura del tronco. Sorprendido, se preguntó qué
sucedía, pues era la primera vez que le ocurría. Ese día lo dejó
pasar, pero un poco después volvió a intentarlo: el tronco ya se
había suavizado, y en su interior vio una luz muy brillante. ¡Era
oro puro!

LEYENDAS Y TRADICIONES 93
Se dirigió inmediatamente donde su esposa para contarle lo
ocurrido, pero al regresar se encontró con otra sorpresa: el oro ya
no estaba allí.
Desde ese entonces, mi abuelito empezó a tener muchos
sueños en los cuales le decían que si él tomaba ese oro sería muy
rico, pero, a cambio, el demonio se llevaría su alma. Al principio
pensaba que había hecho mal al no tomarlo, pero después de los
sueños dio gracias a Dios por no haberlo hecho.
Después de aquel suceso pasaron muchos años y le ocurrió
otro acontecimiento sobrenatural. Cuando por las tierras de
Huagrahuasi no había trabajo, él tenía que dirigirse a un barrio
llamado La Victoria, situado en Andahualo. Cuando volvía, los
fines de semana, le cogía la noche en el camino.

94 Nuestras propias historias


Una noche que venía por una acequia en medio de la completa
oscuridad, escuchó el chillido de un chancho. Mi abuelito se sintió
emocionado y quiso llevárselo a la casa, así que empezó a seguir
el sonido para poder atraparlo. De repente, se dio cuenta de que lo
dirigía hacia la quebrada. Asustado, volvió rápidamente a la casa.
En la noche, soñó que entraba a una quebrada buscando a un
chancho que no existía y que la cosa mala se lo llevaba.
Desde entonces siempre mantuvo que uno no debía dejarse
llevar por el dinero o los bienes materiales, porque siempre de por
medio va a estar lo sobrenatural.

LEYENDAS Y TRADICIONES 95
Luis Salvador López
nació en Manuel J. Calle,
Cañar, en 1966. Trabaja
en la Unidad Educativa
Fiscomisional Técnica
Pacífico Cembranos.
Sus actividades
favoritas son leer y
escribir.

Historias que se
convierten en
mitos y leyendas

C uenta mi madre que, en cierta ocasión,


hace aproximadamente cuarenta y cinco
años, caminaba junto a mi padre por una
carretera polvorienta y solitaria cerca de las doce de la noche.
De pronto, en medio de la oscuridad, vieron una especie de

96 Nuestras propias historias


fantasma como una cruz blanca que se movía de un lado a otro.
Sin intercambiar palabras, cada uno sumido en sus propios
pensamientos, caminaron unos cien metros. De repente, mi
madre le preguntó a mi padre:
—¿Viste al fantasma?
Mi padre, un tanto asustado, le dijo que sí, pero los dos
tenían sus dudas sobre lo que podría ser. Se armaron de valor
y decidieron volver a comprobarlo; entonces constataron que
nada más era un plástico blanco en la punta de un poste que se
movía de un lado para otro con el viento. Los dueños de la finca
lo habían puesto como una señal para que se ubicaran unos
familiares que venían desde Quito.

LEYENDAS Y TRADICIONES 97
Si mis padres no se hubieran armado de valor para salir de sus
dudas, habrían contado a los demás que allí había un fantasma
que pasada la medianoche asusta a la gente, y de esta forma tal vez
se hubiera creado la leyenda del fantasma de la cruz blanca. Por
el temor, que no permite comprobar la falsedad de ciertas cosas,
se forman los mitos y leyendas que se cuentan por millares en
nuestras comunidades y pueblos.

98 Nuestras propias historias


Cristian Patricio
Yucailla
nació en Llinllín,
Chimborazo, en 1987.
Trabaja en el Centro
Educativo Comunitario
Intercultural Bilingüe de
Educación Básica Otto
Arosemena Gómez. Su
actividad favorita es
entonar la guitarra.

El bautizo de
los cuyes

C uando tenía cinco años de edad hice varias


travesuras. Les voy a contar una de ellas. Un
día mis papás nos llevaron a un bautizo en
el río de Llinllín y Guagrabamba, donde observé cómo el pastor,
con el presidente de la Iglesia, bautizaban a los chicos que habían
recibido el curso y que eran mayores de quince años.
Una semana después, con mi hermano mayor, José David
Yucailla Caizaguano, llenamos una tina con agua y realizamos

LEYENDAS Y TRADICIONES 99
el bautizo de unos cuyes recién nacidos. Mi hermano mayor
era el pastor y yo era el presidente de la Iglesia. Pero después de
que mi hermano metió a los pobres cuyes en la tina de agua, se
cansaron de tanto nadar, ya no resistieron y se ahogaron. Entonces
escondimos los cuyes muertos debajo de la cama.
Esa misma tarde, cuando mi mamá estaba cocinando, uno de
los gatos que teníamos en la casa se acercó a comerse los cuyes y
mi mamá preguntó al David:
—¿Qué está comiendo el gato ahí adentro?
Mi hermano, asustado, respondió:
—¡No sé! Creo que ha cogido un ratón.
Yo, de inmediato, corrí hacia la cama y empecé a sacar todos
los cuyes muertos. Mi mamá, enojada, me pidió que le pasara un
balde con agua fría para bañar a mi hermano. Él me llamó por mi
apodo: “Pato tonto, pato malo”, y mientras se bañaba con agua fría
decía:
—Creo que voy a morir.

100 Nuestras propias historias


Analuisa Michael
Chimbolema
estudia en segundo
año de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Leopoldo Mercado.

Un Carnaval en
Guaranda

T odo comenzó un día del mes de febrero.


Llegué del colegio y escuché que mi padre
estaba hablando con mis tíos para planear el
viaje. Salimos en la tarde para llegar en la madrugada. Decidimos
llevar algunos víveres para mis abuelitos y, como yo tenía un poco
de ropa pequeña, la llevé para mi primo.

LEYENDAS Y TRADICIONES 101


Pasamos por ciudades como Salcedo y Ambato. En el camino
vi animales que no había tenido la oportunidad de conocer y los
paisajes eran hermosos, se podía ver los volcanes despejados,
hasta que llegó una neblina espesa, así que empezamos a ir
despacio. Más adelante vimos que, a consecuencia de la neblina,
unos carros se habían chocado.
Una vez en Ambato nos perdimos como una hora, hasta que,
finalmente, como a la media noche, llegamos a Guaranda, donde
mi abuelita, quien nos esperaba ansiosa por verme. Mis tíos ya se
encontraban ahí, con mi abuelito, que tocaba la guitarra y cantaba
la tradicional música del Carnaval. Como era de esperarse, mis
tíos ya estaban tomando el Pájaro Azul, y decidieron invitarle a
unirse a mi padre. A la mañana siguiente me desperté con ansias
de darles los regalos a mis primos, así que fui muy temprano
a visitarles. Me llevé una gran sorpresa al ver que mi tía y mis
primos estaban preparándose para bailar en las comparsas. De
regreso a la casa de mi abuelita, mis tíos ya se habían despertado,
entonces le conté a mi padre que mis primos iban a participar en
las fiestas. Inmediatamente decidimos ir a desayunar y, como era
de esperarse, mi abuelita nos dio mucha comida.
Fuimos a ver las comparsas del Carnaval de Guaranda;
efectivamente este es uno de los mejores carnavales. Entonces
llegó el momento de que mis primos salieran bailando, les lancé
carioca e incluso grabé un video de la danza.
Después regresamos a la casa de mi abuelita para almorzar,
donde el chancho ya había sido pelado y estaba colgado de un
poste. Mi abuelita estaba muy desesperada por el almuerzo así
que decidí ayudarle a cocinar. Me dijo que íbamos a preparar el
chancho, la chicha y los chigüiles. Fuimos a traer la materia prima
y ella me fue explicando todo el procedimiento: qué poner y qué
disminuir. Después del chancho hicimos la chicha que tanto me

102 Nuestras propias historias


gusta, porque es muy diferente a la que se hace en mi región, con
un sabor inimaginable.
Caía la tarde cuando mi abuelita me dijo: “Mijito, por favor
ayúdeme a hacer los chigüiles, para que todos los tíos lleven a la
casa un poco”. Yo acepté, me llevó a traer las hojas para prepararlos
y, nuevamente, me fue indicando cómo hacerlo. Desde entonces
me gusta cocinar.
Más tarde, todos empezaron a irse, nosotros fuimos los últimos
en despedirnos. En el trayecto de regreso pasamos otra vez por
las ciudades de Ambato y Salcedo. Le propuse a mi padre que
lleváramos algo para mamá, que no había querido venir en el
viaje porque tenía que trabajar, así que no pudo estar conmigo.
Al llegar a Tambillo había mucho tráfico, estuvimos ahí por un

LEYENDAS Y TRADICIONES 103


largo tiempo, hasta que se despejó la vía. Cerca de Cotogchoa,
un camión salió disparado y no vio que íbamos por ahí; entonces
sucedió una tragedia que no pensábamos que iba a pasar.
Nos chocaron el auto, en la parte de adelante, y el carro ya no
pudo caminar más, porque se había afectado una parte del motor.
Entonces decidí llamarle a mi madre y contarle lo que sucedió; ella
pensaba que había sido culpa de mi padre pero le expliqué que no
fue así, y mi madre tuvo que buscar una wincha. Afortunadamente
no nos ocurrió nada catastrófico.
Ya llegando a la casa de mi otra abuelita le llevé los regalos
de las ciudades visitadas y se alegró mucho. Como el Carnaval
no se había acabado, decidí jugar con mis tíos y después incluso
mojamos a todos los que cruzaban por la calle.
Desde ese tiempo me gusta cocinar y cada vez les preparo unas
comidas exquisitas a mis padres, le doy gracias a mi abuelita por
haberme enseñando a hacerlo. También, desde entonces me gusta
ir a Guaranda cada vez que puedo y llevar regalos a mis abuelitos.

104 Nuestras propias historias


Carmen Guamán
trabaja en la Unidad
Educativa Intercultural
Bilingüe Hualcopo
Duchicela.

El matrimonio en
la época de mis
abuelitos

C uentan nuestros abuelos que en su época


todos eran vecinos de tierra, porque en ese
entonces todavía no existían comunidades.
Los jóvenes no conocían lo que era estar enamorados, solo
existían matrimonios arreglados; los papás realizaban fiestas, se

LEYENDAS Y TRADICIONES 105


encontraban en las cantinas, bebían y hacían arreglos para hacer
casar a sus hijos, así de la nada, con cualquiera persona, sin que
los jóvenes se conocieran.
Luego de realizar el pacto entre padres, a la siguiente semana
realizaban el pedido de la mano y en ese momento conversaban
sobre qué día sería el matrimonio en el Registro Civil, y luego del
matrimonio se reunían en la casa del novio para comer lo que
habían preparado sus familiares, que tradicionalmente era arroz
de cebada, chapo y chicha de jora. Luego de servir los alimentos
en la casa del padrino, conversaban en qué día se iba a realizar el
matrimonio eclesiástico, ya que normalmente ocurría tres meses
después del civil. El matrimonio en la iglesia duraba seis días y
para eso se llevaban con quince días de antelación, al molino,

106 Nuestras propias historias


granos como cebada y trigo, porque en esas épocas no existían los
productos que hay en estos días.
Los padres del novio, cuando no tenían dinero, buscaban
padrinos de bodas a los que llamaban “washa padrinos”; ellos
eran quienes ayudaban con los gastos.
El día viernes antes del domingo del matrimonio hacían el
japitukuy o cuy shitay, que consistía en que el novio y sus familiares
iban a la casa de la novia llevando ochenta cuyes, panes y guineos.
El sábado pasaban haciendo preparativos para el domingo, y ese
día, a primera hora de la mañana, los washa padrinos hacían
bañar a los novios para luego llevarlos a la iglesia y celebrar el
matrimonio. El lunes se hacía el ashwa yakuy: la novia iba con sus
familiares a la casa del novio llevando un puñu grande de chicha
que repartían entre las dos familias; igualmente, participaban en
el banquete preparado por los familiares del novio.
Ese día, siguiendo las costumbres, los familiares del novio
realizaban el juego de taruga japi, que consistía en que entre
seis personas participaban disfrazándose: cinco se vestían de
perros (allku tukushka) y uno, de venado (taruga tukushka). La
familia del novio daba a cada uno de los participantes una oveja
para que la mataran y pelaran. Después, los allku tukushka y el
taruga tukushka llevaban la carne preparada a la casa de la novia
y la entregaban a la mamá; ese día, martes, la familia de la novia
realizaba preparativos para servir a los padrinos y novios con toda
clase de alimentos existentes en el sector.
La primera alimentación que se le servía a la pareja era una
batea con máchica y, junto a ella, comida de todo tipo, que debía
ser ingerida en su totalidad; cuando ya no podían comer más, los
novios la brindaban a los familiares que los acompañaban.

LEYENDAS Y TRADICIONES 107


El miércoles, el último día de festejo del matrimonio, los padres
del novio agradecían a los de la novia que les hubieran entregado
a su hija, y daban consejos a los recién casados para que vivieran
bien y sin problemas, en las buenas y en las malas.
Luego del largo festejo matrimonial, la vida continuaba para
los recién casados: a veces peleaban, no tenían nada que comer,
y aun así vivían juntos. En algunas ocasiones, los suegros eran
malos, los trataban mal, les mezquinaban las cosas, y aun así el
respeto nunca faltaba. De esta manera salían adelante en la lucha
diaria de sus vidas.
Después, como en todo matrimonio, llegaban los hijos, y lo que
más importaba era qué consejo darles a ellos y luego a sus nietos.

108 Nuestras propias historias


María Elena
Morocho
nació en Gatazo Grande,
Chimborazo, en 1980.
Trabaja en la Unidad
Educativa Comunitaria
Intercultural Bilingüe
Ing. Hermel Tayupanda.
Su actividad favorita es
la lectura.

El sawari de la
comunidad de
Gatazo

E l sawari de la comunidad indígena de Gatazo


se viene celebrando desde los tiempos
antiguos. Sus pobladores mantienen la
mayoría de sus costumbres y tradiciones, y las familias viven de la
agricultura y de la ganadería.

LEYENDAS Y TRADICIONES 109


Al amanecer, los esposos salían a visitar las chacras, mientras
que las esposas, junto con sus hijas, preparaban el alimento y
dialogaban de la vida real. Las mayores aconsejaban a las jóvenes
sobre el matrimonio.
Antiguamente se realizaba el maqui mañachi1 entre los vecinos
para ayudar en las chacras. En esa actividad los amigos iban
insinuando que entre los hijos podrían formar una nueva familia
para mantener la riqueza. Entonces, las hijas salían al pastoreo
de las ovejas, y los jóvenes se enamoraban y aprovechaban para
conquistar y realizar el quite de una prenda de vestir (bayeta,
sombrero, etc.) o el secuestro de la señorita junto con sus amigos.
Los matrimonios se celebraban con abundancia de bebidas
alcohólicas como chicha de jora, y también con platos típicos
1 Prestada de mano.

110 Nuestras propias historias


como papas con cuy, pollo y borrego. Todos esos obsequios se
los entregaba a los padres de la novia un día antes de celebrar
el matrimonio; en la iglesia esto se conocía como “pedido de la
mano de la novia”.
El día de la santa misa de celebración del matrimonio en la
iglesia, los padres del novio y de la novia se vestían con ropas
típicas del sector: camisa blanca, pantalón azul, poncho rojo,
sombrero negro pequeño y alpargatas blancas, signo de paz,
alegría y felicidad entre familiares. De igual forma, las madres
de ambas partes se ponían dos o tres polleras de varios colores,
chalinas adornadas con diferentes cintas y aretes de formas muy
diferentes, signo de fuerza de trabajo y de progreso familiar.
Al terminar la ceremonia, los novios agradecían a los padres
arrodillándose y pedían la bendición; de la misma manera
lo realizaban los familiares como agradecimiento por haber
acompañado la ceremonia y por el regalo entregado a los novios.
Después de estos actos religiosos muy importantes, el padre
del novio invitaba a los familiares de la novia y a los acompañantes
a que se sirvieran algunas bebidas como la chicha, el guarapo, el
ponche y el canelazo con licor, acompañadas de una palanqueta.
Inmediatamente, los padres del novio solicitaban a la banda de
músicos que entonara una melodía por la celebración e invitara a
todos los presentes a bailar hasta terminar de repartir las diferentes
bebidas a todos los invitados.
Al término de este acto social, el padrino y la madrina del novio
invitaban a la casa a servirse la comida: sopa con medio pollo del
campo, arroz con un poco de papas, lechuga, medio cuy y una
presa de chancho asado con un buen vaso grande de chicha de
jora. A esta comida nunca le faltaba el mote con habas y un fuerte
ají, en un plato de barro, molido en piedra de épocas antiguas. De
igual forma, los familiares del novio entregaban a la madre de la

LEYENDAS Y TRADICIONES 111


novia, para que lo repartiera, el makiuchu, que consistía en una
batea grande de madera con papas, cuy, queso y pollos enteros;
esto significaba la aceptación del novio dentro del seno familiar y
su consideración como un segundo hijo, conocido como masha.
Para terminar la ceremonia, la banda de músicos alegraba la fiesta
hasta altas horas de la noche. Todos se chumaban de alegría.
Al día siguiente, se invitaba a todos los presentes a que asistieran
a la casa del padrino para que se sirvieran el ponche, preparado de
los novios con ingredientes como chicha, pan diluido, una cubeta
de huevos de gallina, bicarbonato y dos litros de licor. Con esto
se pasaba el chuchaqui. Además, el ponche iba acompañado del
calentadito, que consistía en mote frito con huevo, cuy, queso,
pollo y borrego asado, con un buen ají.
Así se celebraba el sawari en la comunidad Gatazo. En la
actualidad se siguen manteniendo estas costumbres en un sesenta
por ciento, ya que algunas se han ido perdiendo por el cambio de
la sociedad y el incremento de la población.

112 Nuestras propias historias


Melany Sarahí
Guzmán
nació en Quito,
Pichincha, en 2002.
Estudia en segundo
año de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Hipatia Cárdenas
de Bustamante. Su
actividad favorita es
leer.

Supay huma

C uando Carlos oscilaba entre los tres y


cuatro años de edad, disfrutaba mucho de
las comparsas que desfilaban por el centro
del pueblo de Malchinguí, al norte del cantón Quito. Disfrutaba
tanto de estas alegorías, al punto de incluirse repentinamente
entre los danzantes que avanzaban alegremente por la entonces
vía principal, que era polvorienta y desnivelada en su trayecto.
Al cumplir los siete años, Carlos se convirtió oficialmente en
uno de los danzantes de las alegorías que desfilaban en el pueblo
de Malchinguí. Todo el pueblo disfrutaba con su presencia.

LEYENDAS Y TRADICIONES 113


A los quince, su mayor anhelo era ser el mejor supay huma1.
Para ello tuvo que aprender que ser un personaje tan importante
en las comparsas no era cuestión de una simple máscara y el
mejor zamarro: mejoró sus pasos dancísticos y adornó de forma
más llamativa su traje. Sin embargo, ni así consiguió su objetivo.
Cierta tarde, mientras descansaba en casa después de las
arduas y agotadoras faenas que el campo exige, decidió colocar
algunas almohadas contra el respaldar de su cama y pensar simple
y llanamente en su mayor anhelo.
Sus pensamientos se desbordaban permanentemente mientras
imaginaba cómo ser el supay huma poseedor de la mayor energía
en las comparsas. Estas realmente se realizaban solo en el pueblo,
pero adquirir fama entre los suyos sería una conquista, ya que
nadie es profeta en su propia tierra.
Cierta tarde, nunca supo si por somnolencia, escuchó música
alegre, la misma de las comparsas, pero esta vez la melodía estaba
en el patio de su casa. Ante la curiosidad, no pudo hacer otra cosa
que ir a indagar el origen de dicha melodía.
Para su juvenil asombro, la melodía era muy clara. Carlos se
despabiló de lo que él consideró un sueño: extrañamente se
encontraba en el patio que él creía fantasía. Su madre, que arribaba
de las faenas del campo, lo interrogó:
—¿Qué haces aquí, guambra mushpa? En vez de subir la leña
como mushpa mismo, mirando el patio, barré aunque sea, dejá de
ser vago.
Carlos, aún inquieto por lo que al parecer había sido una
alucinación, accedió y continuó con sus tareas cotidianas. Sus

1 También conocido como diablo huma. Personaje tradicional que danza en


calles y plazas durante las fiestas tradicionales de algunas localidades ecuatorianas.

114 Nuestras propias historias


hermanos, que eran varios, decidieron colaborar también con las
labores impuestas por sus padres.
Al siguiente día, a las siete de la noche, Carlos nuevamente
escuchó el ritmo característico de las comparsas, pero esta vez
parecía que lo esperaban en la parte trasera de la casa, exactamente
en el lindero entre esta y la de un vecino que poseía solo sembríos
de maíz.
Carlos, silenciosamente, decidió saciar su curiosidad y
abandonar su cama. La noche estaba con mucha neblina,
característica de esta zona en épocas de invierno. El viento
frío soplaba con fuerza, no se veía ninguna estrella y, peor,
algún morador del sector. Todas las casas, alumbradas por
velas o mecheros, agonizaban una a una como si estuviesen
sincronizadas.

LEYENDAS Y TRADICIONES 115


Aprovechando este paisaje, Carlos decidió seguir el sonido
musical de la comparsa, que poco a poco era más intenso.
Cruzó varios sembríos, así como calles polvorientas. El silencio
era rotundo, pero al parecer Carlos estaba hipnotizado por un
sonido imperceptible para los demás. Sin embargo, no sentía
miedo alguno.
Su larga caminata finalmente llegó a una de las quebradas más
profundas y temidas por todos los ciudadanos de Malchinguí.
Descendió por ella, se agarró de algunas plantas de espinos
y no sintió dolor alguno. El sonido, que en este punto ya era
estruendoso, al fin paró.
Carlos tomó conciencia del lugar donde se encontraba y se
preguntó: “¿Qué hago aquí?”. Y escuchó una voz que le decía:
—He escuchado tu anhelo, ¡ser el mejor danzante, el mejor
supay huma de todos en toda la región!
—¿Quién eres tú? —increpó Carlos.
Y escuchó como respuesta:
—Eso no interesa. Lo que importa aquí es que puedo cumplir
tus anhelos.
Carlos, muy interesado, dijo:
—¿Y cómo me puedes ayudar?
—Tú quieres mucha más energía para tus presentaciones,
¿verdad? Pues muy bien, yo cumplo tu deseo, así como una
juventud bastante extendida para que participes por muchos años
y que tu nombre trascienda en otros cantones. Así adquirirás fama
y fortuna, porque serás muy solicitado.
Carlos aceptó de inmediato, pero le faltaba escuchar las
exigencias de ese extraño espíritu con quien estaba realizando un
pacto.

116 Nuestras propias historias


Este manifestó:
—Yo a cambio quiero que me dediques cada danza, que siempre
te encomiendes a mí y que cada vez que muera un pariente tuyo
me ofrezcas su alma. —Y rio a carcajadas—. Este es el pacto que
tendremos desde hoy hasta el fin de tus días y de los de toda tu
descendencia.
Carlos, imprudente y sin razonarlo mayormente, aceptó el
trato. Una vez concluido el diálogo, un torbellino de neblina giró
y giró en la quebrada hasta que arrojó una máscara de supay
huma especialmente adornada. Carlos la tomó entre sus manos
y salió rápidamente de ahí. Al llegar a la vía principal, apareció
un pequeño niño que llevaba leña y que, bastante asustado,
observó cómo Carlos abandonaba la quebrada y su cara brillaba
extrañamente.
Así, Carlos se convirtió inexplicablemente en el mejor supay
huma de su región. Su nombre trascendió por la fama de una
extraña energía que lo invadía al danzar en las alegorías, sobre
todo cuando se colocaba su máscara. El extraño espíritu cumplió
su anhelo, pero también era tiempo de pagar el acuerdo. Fue así
cómo, al pasar el tiempo, murieron de manera extraña algunos de
sus parientes: una de sus nietas, la más pequeña, murió ahogada
en un tanque de agua de la casa; otro se suicidó; y otros fallecieron
en accidentes de tránsito realmente extraños y aterradores.
Actualmente, Carlos vive con el resto de su familia en el pueblo
de Malchinguí. Nunca se enferma —cosa muy extraña—. Realiza
otras actividades fuera de casa, pero continúa danzando con una
energía inexplicable y jamás cede su máscara, porque sabe que es
intransferible.

LEYENDAS Y TRADICIONES 117


Elmer Stiven
Criollo
estudia en tercer año
de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Miguel de Cervantes.

Historia del
danzante de
Alpamálag

En la década de los curenta, o quizás antes, en


donde hoy es Alpamálag de Ramospamba,
se celebraba cada año una fiesta tradicional
en agradecimiento a las cosechas recibidas. Su evento principal
era el baile del danzante, principalmente en las fiestas de
Corpus Christi.

118 Nuestras propias historias


Cada año, los moradores del lugar se preparaban para esta
presentación en donde hoy es Pujilí. A la cabeza del desfile
estaban mi abuelo Antonio Criollo y mi abuela Vicentina, quienes
cumplían con el cargo de alcalde y mama alcaldesa. Tras ellos
seguían los bailarines, quienes danzaban al son de la música que
tocaban cinco tamboneros. Su función era entonar el ritmo del
danzante autóctono de Alpamálag.
Era necesario ir acompañados por una banda de pueblo con los
siguientes instrumentos: trompeta, clarinete, bajo, caja, bombo
y platillos. En el transcurso de la danza entonaban infinidad de
canciones antiguas.
Para la presentación y el baile de los danzantes, tenían
que alquilar la ropa con anticipación; cada traje costaba entre
doscientos y trescientos sucres, que pagaban en billetes o en
monedas antiguas. Para ello acudían a la casa del señor Pedro
Padilla, tatarabuelo del actual presidente de la comunidad. Este
vecino Pedro era dueño de ocho paradas de ropa elaboradas
con sus propias manos, y en otros lugares compraba algunos
accesorios: por ejemplo, las plumas que llevaba el danzante en
la cabeza venían de otro país, y en esa época cada una costaba
cinco sucres. Después de la muerte del dueño de las vestimentas,
ningún hijo las heredó: fueron vendidas a la comunidad llamada
El Relleno, principalmente al señor Simón Chicaiza.
Antiguamente, los danzantes debían estar preparados para
bailar durante ocho días, que era el tiempo que duraba la fiesta. La
tradición era preparar en Angamarca la chicha en grandes barriles,
y traerla utilizando como medio de transporte a las mulas. Por
otro lado se preparaba la cala, que constaba de naranja, plátano,
ají, pan y tuna; era repartida a los acompañantes de los bailarines
y las mama danzas. Todos estos productos eran llevados en burros
desde Pujilí.

LEYENDAS Y TRADICIONES 119


Los danzantes, músicos y acompañantes iban a pie por la loma
de Isinche con los trajes puestos. En el largo trayecto de ida y vuelta
se quedaban a dormir en posadas: la primera estaba ubicada a la
entrada del Caillagua; la segunda, a un costado del cementerio
actual; y la tercera, enfrente de la que hoy es la plaza de papas.
Durante los días de fiesta se alimentaban con el cariucho, un
plato que preparaban en las posadas y que estaba compuesto de
papas, mote y colada de harina de maíz, acompañado de chicha.
Antes de que la fiesta terminara, la gente retornaba a sus hogares
y pasaba bailando por la casa de cada uno de los disfrazados. Para
ello, los vecinos colaboraban con ramas de eucalipto y palos,
que servían para elaborar los toldos en los que se reunían los
acompañantes. Finalmente, seleccionaban a los nuevos priostes
y les entregaban el bastón de mando, que iba acompañado por un
mediano (papas, cuy, chicha y mote).

120 Nuestras propias historias


Jorge Humberto
Guanotuña
estudia en tercer año
de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Leopoldo N. Chávez.

Costumbres y
tradiciones de la
parroquia Guangaje

C uenta mi abuelo Salvador Pastuña las


costumbres y tradiciones de la parroquia
Guangaje. Las tradiciones conservadas
por nuestros abuelos han venido desapareciendo y van siendo
reemplazadas por otros idiomas, costumbres, tradiciones, culturas,

LEYENDAS Y TRADICIONES 121


religiones, etnias, etc. Muchos indígenas han sido explotados y
discriminados por los mestizos. Por ejemplo, al hablar su idioma
oficial, el kichwa, y no poder expresarse en español, muchos
tenían miedo de salir a la ciudad. Pero sin importar la segregación,
nuestros abuelos han vivido muy felices junto a su familia.
Así, la mayor parte de los indígenas ha venido cambiando su
forma de vestir, sus valores, su cultura, sus creencias e incluso su
idioma, para combatir con los mestizos y no seguir excluidos por
ningún individuo. Por esta razón, al comparar la actualidad con
la vida antigua, se puede ver muchas diferencias y que mucho va
cambiando.
Enamoramiento
Mi abuelo cuenta que para enamorar a una chica los hombres
han sabido quitarle la chalina o cualquier objeto, entonces ella
tenía que seguir al hombre, para que le entregara su chalina. Ahí
él manifestaba sus sentimientos y así se enamoraban.
Matrimonio
La mayoría de los jóvenes se casaban por obligación de los
padres. Eran ellos quienes proponían a las novias, viendo a una
mujer trabajadora, educada y simpática. También influía cuando
se llevaban bien entre padres. Luego realizaban la fiesta con todos
los familiares de los novios en la casa del hombre y esta tenía una
duración de una semana. Los músicos que hacían bailar formaban
un grupo de cajas y flautas.
Vestimenta
La gente se vestía con la ropa de la parroquia Guanaje. Los
hombres usaban poncho rojo, pantalón largo de cualquier color,
sombrero negro o azul, alpargatas blancas y en algunos casos

122 Nuestras propias historias


andaban a pie descalzo. Y las mujeres llevaban blusa, anaco o falda
larga de color negro, debajero, sombrero y una vaitilla o chalina.
Fiesta
Había diferentes fiestas en la parroquia Guangaje, tales como:
Pascua, Sankus, Nochebuena, Corpus Christi y Año Viejo, y todas
ellas duraban casi una semana.
Educación
Los hombres tenían derecho a la educación hasta el tercer año
de básica; en cambio, las mujeres se preparaban para ser buenas
amas de casa.

LEYENDAS Y TRADICIONES 123


Agricultura
Los abuelos siempre han sabido salir a las 5h00 para cultivar el
campo. Después de terminar sus labores, rezaban y regresaban al
hogar. Entre todos quienes colaboraban en el cultivo de la Pacha
Mama realizaban una fiesta. Los abuelos y las demás personas
indígenas han sabido alimentarse con los productos del campo,
como: máchica, arroz de cebada, quinua, habas, mashua, papas,
melloco, entre otros. Por tal motivo gozan de una buena salud, ya
que la mayoría han muerto con más de noventa años de edad.
En la actualidad nada es igual, todo ha cambiado en la
parroquia Guangaje. Poco a poco los jóvenes van perdiendo las
costumbres y tradiciones de nuestros ancestros.

124 Nuestras propias historias


Oliver Alberto
Molina
nació en Cuenca, Azuay,
en 1980. Trabaja en
la Unidad Educativa
Carlos Rivadeneira. Sus
actividades favoritas
son la enseñanza, el
atletismo y la escritura.

Esperando que
llueva


T odos me dicen Beto, y ya cuento con cerca
de treinta años. Cada año, mi madre decía:
—Ojalá que llueva. —Y yo no entendía
por qué…
Recuerdo mi niñez, la aventura de sentir el frío de las
madrugadas quiteñas y el susurrar del viento en mis oídos. Cierro

LEYENDAS Y TRADICIONES 125


mis ojos y me transporto algunas décadas atrás, cuando escuché
una voz que me decía al oído:
—Beto, Beto, Beto….
Medio dormido y con los ojos entreabiertos vi la silueta de mi
madre, que murmuraba:
—Ya es hora, levántate. Hoy iremos a atrapar sueños.
“¡Atrapar sueños! Eso es lo que estoy haciendo cuando duermo”,
decía yo en mi mente. Todavía amodorrado, pregunté la hora.
—Las cuatro de la mañana —dijo mi madre.
“¡Mamá está loca! Todavía hay que dormir…”, pensé.
—Abrígate bien, ponte los guantes, que el resto lo llevo yo —
dijo mi madre.
Me levanté de mala gana e hice caso a mi madre. Unos pocos
minutos después, escuché fuera de casa el piii, piiiiii.
—Apúrate, que tu tío ya está afuera, nos está esperando.
Bajé con los brazos cruzados cual niño enojado, con el ceño
fruncido, y salimos. Para sorpresa mía, estaban mi tío Juan, su
esposa y mis dos primos, Javier y Fernando. Ellos, emocionados
al verme, y yo que echaba chispas… Imagínense salir en la
madrugada con la temperatura de Quito, en lugar de estar
durmiendo acostado en la cama y bien abrigado; pero bueno,
subimos al automóvil. Recuerdo claramente un carro rojo que
funcionaba de milagro. Con decirles que la llanta de emergencia
estaba en emergencia.
Mis tíos y mi madre estaban de lo más felices, al igual que
Fernando y Javier, que intentaban conversar conmigo. Yo no daba
marcha atrás, estaba que me llevaban los mil diablos. Me contaban
lo que íbamos a hacer, pero yo estaba tan molesto que me hacía el
que escuchaba mientras en realidad estaba en otro mundo.

126 Nuestras propias historias


Finalmente, el carro se detuvo en un lugar desolado. Bajé y
observé más personas, todas habían ido en automóvil, todas
vestidas como yo. Miré hacia atrás: pastizales. Miré a la derecha:
más pastizales. Era lo único que había, mirara donde mirara.
A las cinco de la mañana, todos empezaron a salir de sus autos.
Mi madre, mis tíos, mis primos y el resto de gente bajaba con
fundas en las manos.
Varias personas susurraban:
—Ayer llovió…
—La madrugada no esta tan fría…
—Entre las cinco y cinco y media salen…
Yo en mi mente me preguntaba: “¿Salen? ¿Quiénes salen?”. No
entendía, pero igual seguía caminando junto a mi madre, llevando
una funda. ¿Para qué? No sabía. Observaba que la gente buscaba
algo en el pastizal. Por un momento pensé que estaban buscando
los famosos hongos comestibles, pero me decía: “¿Para qué venir
en la madrugada si a esos se los encuentra durante el día?”.
Mis zapatos estaban completamente mojados; mis manos,
congeladas del frío, y no se diga mi nariz, roja como una manzana.
Cuando empezó a aclarar el día, la gente, decepcionada, decía:
—Vamos…
—Hay que ver qué pasa hoy…
—Ojalá que salga el sol y llueva en la tarde, y que no caiga
granizo…
Cada quien para su auto, con las manos vacías y congeladas.
Yo, más enfurecido que nunca: “Me trajeron para morirme de frío
y mojarme los zapatos. ¡Todo esto para nada!”.
Ya en el auto, decidí hablar y pregunté qué habíamos ido a
hacer. Para sorpresa mía, mi madre me dijo:

LEYENDAS Y TRADICIONES 127


—Vinimos de cacería.
—¿Cacería? —contesté yo—. ¿A quién vamos a cazar? ¿Y
por qué tantas personas vienen de cacería? ¿No saben que a los
animales silvestres no se los caza? —Mis tíos, mi madre y mis
primos soltaron una carcajada. Enfadado, les pregunté—: ¿De qué
se ríen?
Cuando pararon de reírse, me explicaron que íbamos a cazar
unos insectos, los famosos catzos blancos, que hoy entiendo que
pertenecen al orden de los coleópteros, de la familia Platycoelia
lutescens; lo particular de estos insectos es que solo salen en época
de Finados. Es una tradición del sur de Quito recolectarlos para
consumirlos con tostado, aunque previamente fritos con algunas
especias y manteca de chancho.
Al llegar a casa, alrededor de las seis y media de la mañana, lo
único que quería era ir a mi cama y seguir durmiendo, ¡pero nada!
Mi mamá me dijo:
—Ve, toma una ducha y cámbiate para desayunar, que nos toca
ir al cementerio de la Magdalena a visitar a la abuelita Josefina.
Cuando acabé, ¡oh, sorpresa!, me esperaba una deliciosa y
humeante colada morada, acompañada con una guagua de pan.
Esto me cambió el genio; ¡disfruté tanto de mi delicioso desayuno
que hasta pedí un poco más!
Así empezó la cacería de sueños, mi primera aventura. Durante
mucho tiempo estuvo en latencia en mi hogar, pero sin duda
recordar aquel momento me hace preguntarme por qué hizo esto
mi madre. Lo único que se me viene a la mente es que me quiso
enseñar que después de la tempestad algo tiene que florecer. Por
ello, después de tantos años he retomado esta tradición quiteña.
Hoy, mi madre y yo nos levantamos a la misma hora, en
la misma fecha de búsqueda de los sueños que no pudimos

128 Nuestras propias historias


conseguir años atrás. Hoy lo hicimos por cumplir el de mi hijo,
que es un fanático de esta extraña tradición. Tras treinta años de
levantarnos en la madrugada, morirnos de frío y correr con la
mala suerte de no cazar ni un solo catzo, ahora tenemos el afán de
llevar este delicioso manjar a mi hijo.
Al fin, luego de mucho tiempo, llovió en la tarde del 2 de
noviembre. Cuando llegué a la casa vi a mi madre sentada en la
sala. Nos quedamos viendo y tuvimos la misma idea:
—¡Mañana sí hay catzos, ya llovió! —Nos fuimos a dormir con la
esperanza de que en la madrugada no lloviera ni cayera la helada.
A las cuatro de la mañana esta vez fui yo quien se acercó al
dormitorio de mis padres.

LEYENDAS Y TRADICIONES 129


—Madre, ya es hora. Vamos —le susurré al oído.
Mi madre se levantó y salimos en nuestro auto con dirección
a Lloa, una pequeña población de la zona rural del sur de Quito,
cerca de la iglesia del Cinto. Allí nos esperaban nuestros sueños.
Llegamos con un frío que nos congelaba todo. Cuando dieron
las cinco de la mañana, todos los aventureros comenzaron a
salir de sus autos y a adentrarse en los pastizales. A lo lejos se
empezaron a escuchar los primeros gritos:
—¡Ayyyy!
—¡Por allá! ¡Corre, corre, cógele!
—¡Cuidado te caaaeees!
De repente escuché un tétrico “¡No, no, no, no, quítamelo,
quítamelo!”. Regresé a ver y era mi madre queriendo espantar
a estos insectos. Sorpresa para mí: después de tantos años de
cacería, no sabía que les tenía miedo. “¿Cómo se le ocurre venir
a coger estos insectos si les tiene miedo?”, pensé. Lo único que
se me ocurrió en ese instante fue que lo hacía por mí, para que
entendiera que después de la tempestad viene la calma, y que hay
que afrontar los miedos.
Absorto en estos pensamientos, seguía escuchando los gritos.
Cuando alcé la vista, vi a nuestro alrededor un enjambre de catzos.
Tomé la funda que tenía y comencé a meterlos en ella. Recordé
mi cara la primera vez que fui de cacería y pensé en lo que me
había perdido, la alegría que tienen las personas que se reúnen
en familia. Me sentí como debería haberse sentido el niño de siete
años cuando mi madre me llevó por primera vez.

130 Nuestras propias historias


FÉlix Samuel Haro
nació en Guayaquil,
Guayas, en 1935.
Actualmente está
jubilado. Su nieta Nicole
Haro estudia en la
Unidad Educativa del
Milenio Penipe.

El animero

E n el Día de los Fieles Difuntos, en el mes de


noviembre, las personas visitan las tumbas
de sus seres queridos, las adornan y les ponen
flores, costumbre que se mantiene hasta nuestros días. Asociada
a ella, en algunos pueblos se conserva la presencia del animero,
que aparece entre las once de la noche y las tres de la mañana,
recorriendo las calles de la población entona un lúgubre rezo por
las almas del purgatorio.
Pero ¿quién es el animero? Es un hombre generalmente alto,
fornido, con voz grave y, sobre todo, con los nervios bien puestos.

LEYENDAS Y TRADICIONES 131


Se pone una larga alba y una capucha de color blanco. En su mano
derecha lleva una sonora campanilla, y en la izquierda porta una
calavera y un crucifijo, que lo acompañan en su largo recorrido.
Su cintura está ceñida por un cordón también blanco que le sirve
para defenderse de los perros que lo incomoden en su caminata.
De su cuello pende un rosario de grandes cuentas.
Una vez vestido, procede a hacer repicar la campanilla que
porta e inicia su largo caminar hacia el cementerio. Luego de
santiguarse en el portón, en medio del camposanto, ante la cruz
mayor, reza una devota oración e inicia su tarea cantando en las
cuatro esquinas del cementerio. Luego, sale y comienza su labor
en las calles de la población: deteniéndose en cada esquina,
hace sonar la campanilla y con lúgubre y lastimero canto a plena
voz dice:

132 Nuestras propias historias


—Recordad, alma dormida en tu profundo sueño: rezarás
un padrenuestro y un avemaría por las benditas almas del
purgatorio, por el amor a Dios. —Luego, hace sonar nuevamente
su campanilla y prosigue. Quien escuche este pedido difícilmente
podrá olvidarlo.
Nadie puede caminar al lado del animero; hay que dejar una
cuadra de distancia, porque se dice que lo acompaña un tropel de
almas agradecidas que lo custodian.
Este oficio se transmite de generación en generación, de padres
a hijos o a algún familiar. No todos pueden hacerlo, porque no es
nada fácil y se necesita fortaleza física y anímica.
Su presencia es hoy una curiosidad que atrae a los turistas.
Ahora es muy fácil apreciar esta novedad: las calles asfaltadas
o adoquinadas, la luz eléctrica y las amplias calles y avenidas
lo facilitan. Los animeros de antaño tenían que ser fuertes y
valientes, pues las calles eran polvorientas y estaban llenas de
baches. Además, las noches eran oscuras; la gente se refugiaba
muy pronto en sus casas, ya que se alumbraban con mecheros y
candiles.
Esta tradición se ha hecho costumbre en el cantón Penipe,
de la provincia de Chimborazo, y subsiste desde hace más de
cuatrocientos años. Es un legado de los españoles que, como
otros, nuestro pueblo conserva y mantiene.

LEYENDAS Y TRADICIONES 133


José Lizandro
Muentes
nació en Portoviejo,
Manabí, en 1968.
Estudia en tercer año
de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Padre Jorge Ugalde. Su
actividad favorita es la
educación.

Las fiestas de San


Pedro y San Pablo

E ra un fin de semana en la ciudad de Manta,


en la época de las fiestas de San Pedro y San
Pablo. Como era costumbre, la gente salía a
ver los desfiles de los santos patronos, que iban acompañados de
bandas de pueblo.
El comercio también se preparaba para ofrecer a las mujeres
vistosos vestidos con mucha bisutería. Se adornaban como

134 Nuestras propias historias


arbolitos de Navidad para asistir al baile que amenizaban las
orquestas Don Medardo y sus Players y Puerto Azul, en la que yo
trabajaba de bajista.
Los desfiles empezaban aproximadamente a las nueve de la
mañana. Solía haber banderas con culebras, símbolos del poder
del mal aplastados por los santos.
Las bebidas alcohólicas y la comida se acababan rápidamente,
pero lo más importante era la fiesta que se hacía en la noche: las
orquestas afinaban sus instrumentos mientras la gente estaba a la
expectativa del baile. Yo veía cómo las pistas se llenaban de parejas
de enamorados, esposos y hasta de amantes que disimulaban.
Una de las cosas más bonitas que me sucedieron fue ver a tres
mil personas bailando a nuestro compás. Todos los músicos nos
inspirábamos y alegrábamos el ambiente.
Estas fiestas populares, que duraban una semana, se realizaban
en Jaramijó, San Mateo, Manta y otros pueblos a los que siempre
íbamos a tocar.

LEYENDAS Y TRADICIONES 135


Rosa Martínez
nació en Gatazo Chico,
Chimborazo, en 1969.
Trabaja en la Unidad
Educativa Santiago
de Quito. Su actividad
favorita es cantar.

Las fiestas de
pueblo

M uchas veces mi papá Manuel nos narró


historias acerca de su niñez. Nació en
el año 1943 y en ese entonces la gente
de su comunidad, Gatazo Chico, en la provincia de Chimborazo,
vivía celebrando fiestas en honor a ciertos santos. Entre los más
conocidos estaban san Pedro, san Isidro y la Virgen de la Nube.

136 Nuestras propias historias


En la misa, el sacerdote nombraba al nuevo prioste del santo
que correspondía a la fecha. La familia del prioste se preocupaba
y entristecía por la gran responsabilidad, debido a la falta de
recursos económicos; sin embargo, el sacerdote, los amigos,
parientes y líderes de la comunidad los obligaban a cumplir con
tal designación. En caso de incumplir, perdían el respeto y aprecio
de la gente; es más, estas personas manifestaban que el santo
podía castigarlos con la muerte, enfermedad u otra calamidad
en la familia, porque era un dios. Frente a esto, una vez aceptada
la designación, comenzaban a trabajar arduamente con toda la
familia. Muchas tenían que vender terrenos, animales y productos,
y también explotaban a sus hijos varones enviándolos con tiestos,
platos de barro, hilos, sogas, harneros, etc., para venderlos en las
comunidades de los lejanos cantones de Guamote, Chunchi y
Alausí, y hasta la provincia de Bolívar.
En aquel tiempo no había transporte público, así que debían
viajar caminando. Esta caminata duraba muchos días, durante
los cuales debían soportar cansancio, hambre, sed, calor y frío.
Dormían en el lugar donde les anochecía, ya fuera una quebrada,
un páramo o un camino, y a veces por suerte alcanzaban a
llegar a una casa, donde personas caritativas les daban posada.
Cuando llegaban al lugar de la venta, caminaban de casa en casa
ofreciendo los productos. Los compradores tampoco tenían
recursos económicos, pero realizaban trueques con gallinas, lana
y cuero de borrego, chivo y ganado. Para volver a sus hogares,
debían caminar de la misma manera en que habían llegado.
Las hijas tenían la tarea de pastar borregos, escarmenar e hilar
la lana de borrego para que sus padres pudieran tejer ponchos,
anacos, bayetas y cobijas para la familia.

LEYENDAS Y TRADICIONES 137


Cuando llegaba la fecha de la fiesta, el prioste tenía preparadas
comida, bebida, música y corridas de toros, que duraban una
semana. La comida básicamente consistía de máchica para hacer
el denominado chapo con agua de panela o con chicha, así como
coladas de harina de maíz, trigo, cebada o lenteja, acompañadas
con dos o tres papas y nabo. La bebida típica era la chicha de jora
fermentada, que debían tomarla todos los acompañantes.
La fiesta iniciaba el domingo con la misa en honor al santo,
luego de lo cual se trasladaban a la casa del prioste. Solo los padres
tenían el derecho de asistir a dichos eventos; los hijos se quedaban
en casa y cumplían con los quehaceres domésticos. El deber de los
padres era regresar con la denominada guanlla, esto es, la comida

138 Nuestras propias historias


brindada en la fiesta para los hijos. Algunos no regresaban sino
hasta después de una semana de acabada la fiesta, cargando las
guanllas en descomposición. Durante ese lapso de tiempo, los
hijos no tenían nada que comer y algunos recogían espigas de
cebada tierna que fregaban y comían; otros, en cambio, recogían
flores de nabo y las hervían para comerlas.
Es por esta triste realidad que mucha gente de aquel entonces
vivía en extrema pobreza, dedicada a la borrachera aun sin que
hubiera ocasiones especiales, porque en toda casa tenían chicha
fermentada. La mayoría no se preocupaba de sus hijos, y menos
pensaban en la educación. Los mismos padres discriminaban a
sus hijas diciéndoles que era pecado para ellas ir a la escuela, y
que solo servían para los quehaceres domésticos. Para los varones
era más común asistir a la escuela; aun así, pocos iban, debido a
que amigos y familiares los humillaban diciéndoles que allí solo
aprendían a ser vagos. Pocos pasaban más allá del segundo o
tercer grado.

LEYENDAS Y TRADICIONES 139


Berta Hidalla
Arciniega
nació en Pimampiro,
Imbabura, en 1966.
Trabaja en la Unidad
Educativa Jacinto
Collahuazo. Sus
actividades favoritas
son la lectura de
literatura y escribir
cuentos.

Los gitanos

R ecuerdo que hace muchos años, siendo aún


niña, miraba maravillada cómo llegaban
los gitanos a mi pueblito polvoriento en
época de vacaciones escolares. Llegaban en caravana, con
sus carretas, carrozas y carros llenos de muebles, objetos de
cocina, ropa, cables eléctricos, animales y carpas para montar
un circo que entretendría a la población. Sobre todo recuerdo
la presencia de bellas mujeres que, con su cartomancia, leían el
futuro de sus clientes.

140 Nuestras propias historias


Siempre rondó en mi cabeza la idea de que estos personajes
eran seres mágicos, llenos de sabiduría y misterio. Más tarde
comprendería que su historia viene de muchos siglos atrás. Se cree
que son originarios de Egipto o el noroeste de la India… Lo cierto
es que vinieron a América, seguramente junto a Colón, y de ahí
llegaron a todos los países del continente, incluyendo el nuestro.
Muchos niños curiosos nos acercábamos sigilosos a ver la
llegada de estos extraños seres de otro mundo. Luego, en un abrir
y cerrar de ojos, armaban sus “casas”, por así decirlo. Eran unas
enormes carpas coloridas y desgastadas que ponían un toque
pintoresco y de alegría en el pueblito.
Su dialecto era muy diferente al nuestro, hablaban lenguas
extrañas con acentos raros. Solo las mujeres que leían las cartas
y el tarot hablaban más fluido el castellano. Después supe que
su dialecto era venía del Romaní, su lengua originaria. Por su
condición de nómadas, estos personajes manejan una rica cultura
y saberes ancestrales de todos los lugares que van recorriendo.
Otra cosa que me fascinaba era su hermosa vestimenta y la
belleza de las mujeres, parecían artistas de cine de los cincuentas
o los sesentas, con sus faldas floreadas, las blusas adornadas con
encajes delicados y bellos, largos pendientes, pulseras, collares
y adornos en sus hermosas cabelleras. Sus sonrisas amplias y
cautivantes invitaban a consultar el destino por medio de sus
cartas. Los hombres también eran guapos, musculosos, con
profundos ojos negros, cabello ensortijado y vestimenta sencilla.
Generalmente usaban pantalones blancos con camisas sueltas, y
algunos llevaban una especie de turbante en sus cabezas. Se podía
ver familias completas con niños hermosos en sus brazos.
En los siguientes días un carrito viejo recorría las calles
anunciando por altoparlantes las funciones del circo. No recuerdo

LEYENDAS Y TRADICIONES 141


su nombre, pero promocionaban malabares con chivos, perros,
monos, equilibristas y trapecistas, el lanzamiento del hombre
bala y, por supuesto, pronosticaban el futuro referente al amor, al
dinero o a la salud.
A la salida de la escuelita formábamos grupos numerosos
para ir a curiosear al circo. Mirábamos entre sus carpas cómo
ensayaban los malabaristas, otros subían y bajaban obstáculos
con sus animales, algunas mujeres preparaban sus alimentos
en sus improvisadas cocinas, y en unas cuerdas secaban su ropa
multicolor.
Había un gitano que parecía el mayor de todos. Tenía una barba
descuidada y extremadamente larga, todos los días cocinaba

142 Nuestras propias historias


algo en una gran olla humeante; tal vez algún mineral, pues
emanaba un olor fuerte a metal y despedía un raro humo azulado.
Este hombre seguramente era una especie de Melquíades, el
alquimista, personaje que quería convertir los metales en oro en
el Macondo de García Márquez.
Los gitanos habían instalado dos tiendas adicionales al circo,
una para vender golosinas y otra era la sala de espera, donde las
bellas mujeres leían el tarot para ofrecer recetas de felicidad y
riqueza a los creyentes de la buena suerte. Las personas hacían
largas filas, todos eran adultos. Yo también sentía curiosidad ante
las maravillas que contaban los clientes, pero no tenía dinero,
además los niños no hacían colas para averiguar el futuro, se
suponía que nosotros sí éramos felices. De vez en cuando rondaba
una bella gitana sonriente que un día me dijo:
—Ven… te leo la mano. —Yo, nerviosa, le manifesté que no tenía
dinero, a lo que contestó—: No seas tonta, yo no te voy a cobrar
nada. Ven…
Extendió su mano buscando la mía y miró detenidamente mi
pequeña palma. De rato en rato me miraba y luego bajaba la vista
a mi mano nuevamente, hasta que finalmente dijo:
—Veo claramente que llevas dicha en tu corazón y eres capaz
de hacer feliz a las personas que están a tu lado. Eres muy fuerte
y luchadora, nunca te vas a rendir ante nada. Pasarás muchas
dificultades pero finalmente lograrás vencer. Veo que eres el
signo de la cabra y tu elemento es tierra, eso determina que eres
capaz de vencer todos los peligros de tu vida. —Hizo una pausa y
después de un momento siguió—: ¿Has visto a las cabras subir las
montañas más altas y peligrosas?

LEYENDAS Y TRADICIONES 143


Yo afirmé:
—Siempre veo chivos subidos en unos peñascos, buscando
algo de comida.
Y ella manifestó:
—Así es tu vida… ve con dios.
El circo permaneció como un mes distrayendo a toda la gente
y finalmente partió de la misma forma en que llegó: en caravana y
dejándonos ciertas directrices de vida.
Las palabras de la hermosa gitana se han quedado rondando en
mi mente. Sin duda, a medida que pasan los años, voy confirmando
su sentencia. Sigo venciendo obstáculos y esperando llegar a la
cima, como lo hacen los chivos.

144 Nuestras propias historias


Nancy Margot
Rivera
nació en Alausí,
Chimborazo, en 1966.
Trabaja en la Unidad
Educativa Cornelio
Dávalos Donoso. Su
actividad favorita
es escribir poemas y
relatos.

Costumbres y
tradiciones de mi
recinto

L os relatos sobre las costumbres y tradiciones


de un pueblo combinan la ficción con hechos
cotidianos, con la finalidad de ilustrar y divertir.

LEYENDAS Y TRADICIONES 145


La Victoria es mi patria, mi cuna. Al igual que otros lugares,
pueblos y ciudades, ella guarda celosamente su historia, la
misma que se va transmitiendo de generación en generación a
través de costumbres y tradiciones. Quizá no haya necesidad de
buscar o desempolvar libros para enterarnos de lo que el tiempo
se llevó. Los ancianos son la fuente de esta sabiduría, con un
suspiro alargado y fijando su mirada en el pasado sacan a relucir
sus recuerdos de antaño y cuentan las vivencias que marcan la
identidad de nuestro pueblo.
Entre el mito y la leyenda, relatan cómo era la caza de la
guanta. Cuando la luna aparecía en la noche, los cazadores
esperaban con ansia su mengua para salir en busca del preciado
animal, luchando contra el miedo a lo desconocido. En medio de

146 Nuestras propias historias


la noche y la montaña, el movimiento de las ramas y el sonido de
los animales silvestres se confundían. La mente divagaba entre
lo natural, lo sobrenatural, la emoción y el temor. De pronto el
bosque se estremecía y salía el presuntuoso animal. Lo cazaban
y este se convertía en un suculento guisado, preparado por la
señora de la casa.
Aprovechando lo que nos brindan los ríos Blanco, Chimbo y
Mayllaguán, los moradores realizan sus faenas de pesca. Con la
esperanza abierta como las redes que lanzan entusiasmados,
atrapan el fruto de las aguas: variados peces y, si la suerte los
acompaña, camarones y langostinos. Esta actividad se ha vuelto
costumbre, pues entretiene y alimenta a quienes la realizan.
Según el calendario, el Carnaval es una fiesta tradicional y de
reencuentro familiar. Al son de las coplas, los moradores danzan
alegremente, recorriendo el recinto y visitando los hogares. Van
acompañados por el Taita Carnaval, que brinda chigüiles, mote,
pan y chicha a cambio de fritada, caldo de salchicha y aguardiente
de pura caña, bebida propia de mi tierra.
Las fiestas patronales del recinto iniciaron con un sueño. La
señora Georgina Mera viajaba mes a mes a Durán, a la misa en el
Santuario del Divino Niño. Ella cuenta que una noche, en sueños,
el Divino Niño le pidió que levantara un santuario en la localidad,
al que pudieran acudir todos los fieles devotos. Movida por la fe
y el amor, Georgina Mera donó un lote de terreno e inició con la
construcción de la gruta. Luego, con la ayuda de los moradores
creyentes, adquirieron la imagen del Divino Niño y lo declararon
patrono del recinto. Todos los años, a mediados de diciembre,
los priostes organizan eventos en homenaje al patrono con la
colaboración del pueblo. La banda de música y los voladores
van de casa en casa despertando a todos los vecinos con su

LEYENDAS Y TRADICIONES 147


algarabía. El tradicional canelazo, el vino hervido y las mistelas
nunca deben faltar, a su salud se abriga la mañana. Empiezan los
juegos populares: el palo encebado y las ollas encantadas, donde
participan los niños y adolescentes. La emoción se acelera al
llegar la tarde, cuando inicia la corrida de toros. Los astados
salen al ruedo y se enfrentan a los jóvenes, que con la adrenalina
al máximo demuestran su pericia mientras la banda de música
alegra el espectáculo. En la noche, los aficionados a la música
acuden de diferentes lugares —Guayaquil, Quito, Ambato,
Guaranda y los alrededores— al festival de la canción nacional,
con la finalidad de ganar los premios que se ofrecen al primer,
segundo y tercer lugares.
La historia de un pueblo se conoce a través de sus costumbres y
tradiciones; aquí yo les he presentado las nuestras.

148 Nuestras propias historias


Gina Evelin Cando
nació en Otavalo,
Imbabura, en 1999.
Estudia en tercer año
de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Jacinto Collahuazo. Sus
actividades favoritas
son bordar, leer y
escribir.

Una costumbre de
mi cultura

O tavalo es un lugar de ensueños y vivencias,


donde cada historia se llena de vida y color,
engrandeciendo acontecimientos que
marcaron y marcan aún la historia que nos llena de risas y saber.
Iniciaré relatándoles una anécdota que ocurrió hace algún
tiempo atrás. Cuando yo tenía siete años y mi hermana mayor
tenía quince siempre nos quedábamos solas en casa, ya que mis

LEYENDAS Y TRADICIONES 149


padres salían a trabajar en otras ciudades. Ambas disfrutábamos
de la mutua compañía y de los juegos tradicionales que solíamos
jugar con los niños de la comunidad.
Cierta tarde, cansadas de estar fuera de casa, decidimos regresar
y reposar un poco. Una de las costumbres de mi cultura es ofrecer
un licor completamente puro en las festividades, compromisos o
festejos, así lo hacían en mi casa y por eso mis padres guardaban
este licor en una estantería que aún era grande para mí. La botella
había quedado de un compromiso realizado la semana anterior,
para ser exacta fue el bautizo de un niño. Entonces se me ocurrió
jugar con mi hermana a simular un bautismo, en el que ella sería
la madrina y yo la madre del niño bautizado. Decidimos recrear
la escena de la forma más real, por lo que le pedí a mi hermana
que trajera un vaso para brindarle agua, haciéndola pasar por licor
puro. Pero como siempre mis locuras sobrepasaban el límite, bajé
la botella de licor y no la del agua. Entre risas y risas y repitiendo
constantemente “¡Salud!”, ofrecí la primera copa a mi hermana y
ella se tomó todo de un bocado. Al principio su rostro se puso muy
gracioso, ya que el licor era muy fuerte, pero al parecer le gustó
porque me pidió otra copa. Yo, toda feliz, seguí brindando con ella,
hasta que luego de unos cuantos minutos quedó completamente
ebria y tirada en el piso.
Por mi edad no entendía claramente lo que estaba pasando,
lo primero que se me pasó por la mente fue que estaba muerta,
así que lloré y lloré sobre el cuerpo de mi hermana pensando que
todo era mi culpa.
Unas horas después, cuando ya estaba oscureciendo y
comenzaba a llover mis padres llegaron de trabajar y encontraron
una escena que me imagino era impactante. Yo seguía llorando
sobre mi hermana, que se encontraba tirada en el piso, junto a una
botella de licor puro vacía. Mis padres preguntaron qué estaba

150 Nuestras propias historias


pasando, pero por mi impotencia ante el supuesto fallecimiento
de mi hermana no pude decir nada.
Mi padre se acercó a mi hermana y lo primero en que se fijó
fue la botella. Sin emitir ni una sola palabra fue hacia la llave de
agua, tomó un vaso, lo llenó y se lo echó a la cara. En seguida mi
hermana despertó con signos de una resaca muy fuerte. Ante
este suceso empecé a narrar lo que había sucedido a mis padres,
quienes, entre risas y enojos, nos castigaron bajo la lluvia.
Y así fue la primera experiencia de mi hermana con la
costumbre de mi cultura de ofrecer un licor completamente puro
en las festividades, compromisos o festejos.

LEYENDAS Y TRADICIONES 151


Miguel Ángel
Sevilla
nació en Latacunga,
Cotopaxi, en 1978.
Trabaja en la Unidad
Educativa Guapara. Su
actividad favorita es la
docencia.

En busca de
mis alforjas

E n aquel tiempo de muchachito bullanguero


no había reconocido aún el verdadero
significado de ser un guagua negro en la
tradicional fiesta de la Mama Negra. Sí entendía que era una gran
fiesta y que participar en ella era lo mejor, ya fuera pintado de
negro, danzando, de capariche, de camisona…
Mi padre, como buen mascha, me decía:

152 Nuestras propias historias


—A ver, mijo, no me vayas a hacer quedar mal. Esta es mi
tradición. No hay que ser chagra, ni chiquillashca.
Entonces, tas, adentro de la alforja, una bolsa tejida con hilos
de cabuya que ocupaba tanto espacio que uno apenas entraba.
Luego, flan, encima de las ancas del caballo, colgados como
guayungas. Claro, éramos dos, uno a cada lado.
Yo debía levantarle la falda, para aventarle y que se sintiera
fresco, a un hombre disfrazado de mujer negra que iba cabalgando
toda la fiesta. Después de unas tres cuadras debía bajar a dar
unas plegarias a mamá Miche y soltar una paloma blanca con un
mensaje en su pata suplicando a la Virgen de las Mercedes que
la oración se cumpliera, tan sencillo como eso… Terminaba con
todo el cuerpo acalambrado y adolorido, pero ahora entiendo las
palabras de mi padre.

LEYENDAS Y TRADICIONES 153


Horacio René
Jaramillo
vive en El Corazón,
Cotopaxi. Está
vinculado con la Unidad
Educativa Fiscomisional
La Inmaculada.

El ícono olvidado

N uestra historia se remonta a finales


del siglo XIX y principios del XX. Todo
empieza en la franciscana ciudad de
Quito, en donde un joven, llevado por su creencia en Dios, su
vocación y don de servicio, llegó hasta las aulas del Seminario
Mayor, pese a la insistencia de sus padres para que buscara una
carrera, profesión u oficio mejor remunerado, más beneficioso.
Incluso, se pensaba que sería el sostén de su hogar, pero se
inclinó por el sacerdocio, se entregó por completo a él.

154 Nuestras propias historias


Este ícono que la historia olvidó emprendió su viaje en calidad
de sacerdote desde la ciudad de Quito hasta la parroquia de
Angamarca, cantón Pujilí, lugar por demás inhóspito, en el que
solo los más valientes aceptaban cumplir cualquier misión, más
aún en calidad de religiosos. Pero su misión evangelizadora no
se podía detener. Al poco tiempo de haber llegado a Angamarca,
fascinado por el paisaje de las yungas, continuó su viaje a la Costa
y llegó a un lugar denominado Pangua, por sus ríos y afluentes,
ya que, traducido, el nombre significa ‘fuente abundante de agua’.
Este fue su primer asentamiento: aquí acomodó un pequeño
púlpito y celebró una homilía con pocos moradores.
A los pocos días continuó su viaje y llegó a un lugar muy hermoso
lleno de una vegetación exuberante, Zurotambo. Su primer
asentamiento fue en lo que actualmente es el barrio Muligua,
apenas un anejo, en donde encontró a las primeras familias. La
belleza que deslumbró a nuestro ícono motivó que de inmediato
se trasladara a Quito con el propósito de dar a conocer este gran
hallazgo, ya que nuestro sector era completamente ignorado.
Es de mucha relevancia el espíritu misionero de nuestro
personaje, ya que se desprendió de todas las tierras y bienes que
poseía en su natal Píllaro. Con ese dinero adquirió, mediante
compra al hacendado latacungueño don Pablo Vásconez, una
hectárea de terreno en lo que actualmente es el parque central de
la ciudad Sagrado Corazón de Jesús, en aquella época provincia
de León, actual Cotopaxi. Su alma desprendida y filántropa lo
empujó a que lotizara y formara el pequeño pueblo de El Corazón
mediante donaciones que hiciera a sus primeros habitantes,
migrantes de la provincia de Tungurahua.
Hay que destacar que, con su propio esfuerzo y mediante
mingas, se propuso edificar la primera iglesia de nuestra ciudad,
que fue de madera. Me imagino el sacrificio entregado para realizar

LEYENDAS Y TRADICIONES 155


esta labor. En varias ocasiones emprendió largos y sacrificados
viajes a Guayaquil para adquirir el zinc que necesitaba el techo de
la iglesia. Se lo transportaba a lomo de mula y tenían que atravesar
bravos y peligrosos ríos, desde la Costa hasta nuestro sector. En
varias ocasiones enfermó de paludismo, el mal más típico de la
época. Una vez culminada su obra evangelizadora, hizo la gestión
para que nuestra ciudad fuera consagrada al Sagrado Corazón de
Jesús, y por eso hoy lleva dicho nombre.
Quienes hemos tenido el privilegio de ver crecer a nuestro
pequeño pueblo, con mucho esfuerzo, con las enseñanzas de
nuestros abuelos, con la minga como principal herramienta,
con unión, con desprendimiento, con filantropía, estamos
convencidos de que nuestro ícono se enamoró de su gran obra
y se quedó a vivir para siempre en este hermoso lugar, en donde

156 Nuestras propias historias


el aroma dulce de los cañaverales y del floripondio nos trae sus
recuerdos. Esta ciudad, con sus calles empedradas, con su luz
tenue y las casitas viejas de madera, nos transporta a aquella época
en donde el tiempo se quedó, como diciendo que es nuestro deber
dar cristiana sepultura al más grande ícono que ha tenido nuestro
pueblo, quien murió en la extrema pobreza, manifestando: “El
único delito que he cometido es desprenderme de mis bienes para
fundar la ciudad del Sagrado Corazón de Jesús”.
Sus restos mortales yacían olvidados en un lúgubre rincón de
su misma obra: la iglesia matriz de El Corazón. Actualmente, este
ícono de Pangua, el presbítero don Domingo Ramón Campaña,
el ícono que la historia olvidó, descansa en su gruta, dentro de la
iglesia que él mismo construyó.

LEYENDAS Y TRADICIONES 157


Maleny Rocío
Morales
nació en Salinas,
Imbabura, en 2000.
Estudia en tercer año
de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Salinas. Su actividad
favorita es bailar.

El santo milagroso

A quel 25 de diciembre que visité con mi


familia el santuario de la Virgen de las Lajas
fue un día muy lindo, porque compartimos
momentos de paz, armonía y especialmente unión, ya que la
familia está sobre todo y para todo. Observamos cada una de las
placas de agradecimiento colocadas en las paredes, donde las
personas agradecían los milagros que realizaba la Virgen.
Cuando nos dirigíamos a la iglesia nos abordó un señor sin
piernas; pedía que le colaboráramos económicamente con lo que

158 Nuestras propias historias


tuviéramos. Con gentileza, nos proclamó que la Virgen nos iba a
guiar en cualquier camino que recorriéramos. Después de darle
lo poco que teníamos, nos empezó a contar la triste y dolorosa
historia que había vivido:
“Yo era un niño de apenas siete años cuando en un accidente
de tránsito perdí mis dos piernas. Mi madre y mi padre fallecieron;
mi hermana, que tenía cinco años, perdió su brazo derecho; y
después de tremenda tragedia yo ingresé al Hospital Eugenio
Espejo, en la ciudad de Quito.
La medicina para mi tratamiento era muy cara, y no teníamos
ningún pariente cerca que nos pudiera ayudar. Mi hermana
decidió vender caramelos en las busetas, pero era muy poco lo que
conseguía: de ocho a diez sucres cada día. Esto no alcanzaba para

LEYENDAS Y TRADICIONES 159


toda la medicación; con lo que ganaba, apenas podía comprar
cinco de las pastillas que ayudaban a aliviar mi dolor por unas
pocas horas.
Personas de buen corazón ayudaban a mi hermana. Sin
embargo, otras que al parecer nunca perdieron a un ser querido se
burlaban de ella. Una tarde, en la calle García Moreno, le robaron
el poco dinero que tenía.
Fueron muchas operaciones las que debí sufrir, pero al final
el padre de una de las iglesias más grandes de Quito decidió
ayudarme, y así pasaron los años.
Cierto día, el padre me llevó al santuario de las Virgen de las
Lajas, en cuyo museo había muchos santos. Ahí se encontraba
aquel al que llamaban ‘el santo milagroso’. El padre me aconsejó
que comprara una vela, me limpiara el cuerpo y le pidiera con
toda la fe que me cuidara y aliviara mi dolor. Eso fue lo que hice,
y también le pedí que encontráramos a mi familia. Pasaron
aproximadamente tres meses y apareció una mujer que mencionó
que era mi tía por parte de padre. Todo fue un grato milagro.
A pesar de que no tengo mis dos piernas, soy una persona
feliz, porque gracias a este santo ya no tengo ningún dolor. Desde
entonces visito el santuario de la Virgen de las Lajas, porque fue
ahí donde conseguí paz y tranquilidad”.

160 Nuestras propias historias


Geraldine Navieska
Vinueza
nació en Quinindé,
Esmeraldas, en 2001.
Estudia en tercer año
de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Fiscomisional Juan
XXIII. Su actividad
favorita es el CrossFit.

Como si no hubiera
un mañana

H ay ciertos episodios de la vida que se


graban en nuestra mente. Mientras estaba
recostada en mi cama, pensaba por qué
pasan muchas cosas, por qué existimos, quién nos creó y cosas
así. Entonces recordé que de pequeña tuve una experiencia.
Hasta hoy celebramos algunas tradiciones, especialmente
homenajes a algunos santos, pero la que siempre me ha llamado

LEYENDAS Y TRADICIONES 161


la atención es la Semana Santa. Un día pregunté a mi bisabuelo
por qué celebraban a esos santos y daban de comer a personas
que no conocemos. Como saben, era pequeña, no sabía de esas
cosas. Con mucha risa me respondió: “No les damos de comer por
gusto, es para compartir; si te das cuenta, aquí hay gente pobre,
otra con dinero, algunas sin casa, pero en este momento no hay
valor social”.
No entendí su respuesta. Entonces él me relató una historia
que comenzó en Semana Santa. Como saben, en esta festividad
no se pueden hacer cosas malas, no te puedes bañar porque te
conviertes en pescado, no puedes bailar, no puedes correr y
peor aún puedes gritar y cosas así. Un día de dicha semana, mi
bisabuelo se fue de paseo con sus amigos a una finca. Todo era

162 Nuestras propias historias


bonito: bailaban, comían, disfrutaban como si no hubiera un
mañana, pero, de un momento a otro, de una palma cayó un coco
y comenzó a rodar, simuló bailar y gritó “¡Bailen conmigo, bailen!”.
La gente, asustada al ver el suceso, no supo qué hacer: unos
corrían, otros gritaban y lloraban. Trataron de agarrar el coco pero
este desapareció de repente. Estaban impactados por lo que había
pasado, confundidos; no sabían si era producto de la realidad o
simplemente de la imaginación, pero su única reacción fue rezar.
Desde ese momento mi bisabuelo celebra la Semana Santa de
una manera distinta a la de ese día. Hoy compartimos y disfrutamos
de una manera más moderada y se cuenta aquella historia a todas
aquellas personas que se interesan en escuchar.
Al principio no entendía nada, pero luego recordé que es el
único día que toda mi familia está en reuniones, conoce gente
diferente con distintas historias en sus vidas, gente humilde y
creyente. Mi bisabuelo nos acompaña siempre, se llama Alicio
Tenorio, de ochenta y ocho años; él recuerda esta historia con
una capacidad increíble; no se imaginan con cuánta emoción
suele relatarla.
Lo mejor de todo es que sigue la tradición y creo que va a seguir
por muchos años, porque mi bisabuelo ya no puede contribuir
económicamente, pero mi madre y mis tías se encargan de la
decoración y los alimentos. Todos aportan, es algo que seguirá
de generación en generación: de mi bisabuelo a mi abuela, de mi
abuela a mi mamá y de mi mamá a mí, yo seguiré y trataré de que
no desaparezca.

LEYENDAS Y TRADICIONES 163


Emma Beatriz
Muñoz
nació en Quito-
Chillogallo, Pichincha,
en 1967. Trabaja en la
Unidad Educativa San
Miguel de Los Bancos.
Su actividad favorita
es escribir poemas,
canciones y cuentos.

El Calicanto

D ebía tener diez años cuando iba a la


escuela con carril y jugando pepo1 con los
niños y niñas que vivíamos en el barrio La
Concordia de Chillogallo, un barrio con el camino empedrado,
casas de adobe y techos de teja. Allí existía un antiguo y grandioso
túnel llamado Calicanto, el cual estaba construido con grandes
piedras redondas y rojizas, colocadas arquitectónicamente por
antepasados que posiblemente vivieron en la época de la Colonia.

1 Canicas.

164 Nuestras propias historias


“Pero ¿qué tenía de especial este Calicanto?”, se preguntarán.
Pues sucede que en este túnel había espacios huecos entre las
piedras donde cientos de golondrinas hacían sus nidos. Tal era la
población de las copetudas que, al juntarse, formaban un espectro
multiforme con muchísimos ojos que se abrían y cerraban
misteriosamente. El agudo sonido que emitían sus picos, el aleteo
y su peculiar trinar provocaban un temor inexplicable que hizo de
este lugar un sitio solitario y tenebroso, a tal punto que nadie se
atrevía a cruzar solo por el túnel, mucho menos los niños, porque
podían morir de un mal aire.
Las supersticiones de los mayores no se hicieron esperar.
Aseguraban que esos ojos brillantes eran de los niños no
bautizados que morían al cruzar el Calicanto, y que el sonido

LEYENDAS Y TRADICIONES 165


emitido por las diminutas aves negras y blancas eran los lamentos
de aquellos desafortunados que desaparecían en los socavones.
El miedo invadió a la población. Las madres evitaban atravesar
aquel sitio con sus criaturas, ya que las abuelitas decían:
—El Calicanto es un sitio muy pesado. Si van a pasar por ahí,
tienen que santiguarse; si no, van a coger el mal aire, que causa
náuseas, dolor de cabeza y escalofríos.
Además, el túnel estaba precedido de una ciénaga cubierta de
totoras, pactas y muchísimos berros, unas plantitas que crecen en
las acequias de la Sierra y son muy apetecibles por su delicioso
sabor, sobre todo al ser preparadas con un locro de papa (que, por
cierto, mi madre nos daba para prevenir la anemia).
Un día, mis hermanos, José y Miguel, y yo estábamos
pastoreando unas vacas que, atraídas por la fresca hierba que
había alrededor del Calicanto y aprovechando nuestra siesta bajo
el árbol de eucalipto, se adentraron en el túnel. Al despertarnos,
divisamos con pavor que los animales habían entrado a ese lugar
tan temido.
Sin pensarlo dos veces, pegamos la carrera a casa y con un
llanto desesperado, casi sin poder articular palabras, avisamos
a mi padre lo sucedido. Entonces, armados de cruces, velas
y sahumerio bendito, mi papá y mis hermanos mayores se
dirigieron a rescatar a las tres vaquitas lecheras, que eran parte
del sustento de la familia.
Yo, por supuesto, no quería perderme la aventura, y aunque el
miedo carcomía mis huesos, me decidí a seguirlos. Una vez en la
entrada del Calicanto, todos nos santiguamos y, bajo el amparo
de los amuletos, entramos en el túnel perfecto que formaban las
piedras arqueadas. Mientras caminábamos, los zapatos de caucho
se llenaban del agua que corría en forma de riachuelo, y el calor

166 Nuestras propias historias


y humo que expedían las antorchas hizo que las atolondradas
golondrinas dejaran los nidos con sus pichones dentro.
Al pasar ese trayecto, de unos trescientos metros
aproximadamente, grande fue nuestra sorpresa al ver que al otro
lado había una playita cubierta de picuyi en forma de césped,
piedras como colocadas a propósito para sentarse, grandes
arbustos de mora silvestre, chímbalos, una que otra mata de uvillas
y blancos cartuchos que daban lugar a un ambiente apacible. Era
como un pequeño paraíso al final del túnel, al que nadie había
entrado por puro temor.
Al rescate se unieron vecinos y curiosos, quienes se
encargaron de regar la espectacular noticia. Esto hizo que las
cosas cambiaran en el barrio y en la escuela, que por cierto
quedaba a unas tres cuadras del Calicanto. Aunque el temor
permanecía, los profesores, con la autorización del director,
Hugo Martínez, nos llevaban todos los viernes a bañarnos en
las cristalinas aguas del riachuelo. Los chiquillos quedábamos
fascinados por el espectáculo que brindaban las golondrinas con
su trinar y con sus movimientos coordinados. La bautizamos “la
danza de las golondrinas del Calicanto”.
Desde ese día, el Calicanto se convirtió en un sitio privilegiado,
que trajo adelanto al barrio por la cantidad de visitantes, quienes,
por supuesto, antes de entrar seguían rezando y persignándose,
por si acaso.

LEYENDAS Y TRADICIONES 167


Walter Reinaldo
Loachamín
nació en Quito,
Pichincha, en 1973.
Trabaja en la Unidad
Educativa Mariano
Negrete. Sus
actividades favoritas
son la programación y la
lectura.

Mi vida con la
yumbada

“Solo quien puede imitar el sonido del pájaro


yumbo tiene en su alma la presencia de un
cerro”. Siempre escuchaba eso de los danzantes
antiguos, que soplaban sobre su mano y producían un silbido que
se mezclaba con el tambor, el pingullo, los cascabeles, los mates
y el aullido de los monos martines. No lo supe sino hasta que lo
intenté y sin pensarlo pude hacerlo, tenía diez años.

168 Nuestras propias historias


Provengo de una familia de yumbos radicados en Cotocollao,
un lugar lleno de costumbres y tradiciones que aún rondan en mi
alma, corazón y mente. Mi abuelito, Segundo Romero, parte de la
yumbada desde que tengo uso de razón, me motivó a ser parte
de este legado, muy ajeno a la realidad de un mundo globalizado.
Esta herencia, con el transcurso del tiempo, se ha ido perdiendo
debido a la situación económica y a la falta de jóvenes que acepten
el reto de ser parte de la cultura yumba.
Recuerdo que, cuando niño, esperaba con ansias las fiestas de
Corpus Christi, entre junio y julio, y las fiestas de san Sebastián de
Carretas, en noviembre. En esas fechas, los danzantes preparaban
sus hermosos trajes para lucirlos durante ocho días: cinco de ellos
eran para recoger a los yumbos (tambonero-pingullero, monos
martines, yumbas, aucas y mates), que vivían en las poblaciones
aledañas al norte de Quito, que ahora se conocen como La Bota,
Comité del Pueblo, Marianas, San Luis de Calderón, Ponciano,
Velasco, Santa Anita, Catzuquí y Cotocollao. El recorrido se hacía
a pie, cruzando los bosques, siguiendo chaquiñanes, o por la
carretera, en ese entonces de piedra. Se descansaba únicamente
en la casa del yumbo en la cual caía la noche.
Como era costumbre, el primero en salir era Mamaco, el
tambonero-pingullero, acompañado del cabecilla o guiador de la
yumbada y del mono mayor, llamado Martín, encargado de cuidar
a todos los guaguas danzantes y de contagiar con su alegría al
público.
El día sábado estaba destinado a celebrar las vísperas de la
fiesta, y empezaba con el antialbazo, después de que los yumbos
hubieran bailado toda la noche y la madrugada, hasta las cinco
y media de la mañana. Esos rayos de sol, de vitalidad y fuerza
movían a cada danzante con vigor.

LEYENDAS Y TRADICIONES 169


Transcurridos ya seis días de baile, el cabecilla entregaba
al prioste todos los guaguas que lo habían acompañado. En
ese momento, cada yumbo revelaba el nombre del cerro,
montaña o volcán que le había dado fuerza: Rucu Pichincha,
Guagua Pichincha, Antisana, Santa Elenita Tungurahua,
Por Siempre Corpus, Iliniza, Cayambe, Imbabura, Cotopaxi,
Corazón, Sincholagua, Rumiñahui… Entonces, el prioste daba
cordialmente la bienvenida y la banda de pueblo empezaba
a tocar el tradicional tema “La yumbita”. Terminado esto, era
el momento de traer de la casa del prioste la imagen de san
Sebastián, patrono de los yumbos, para que presidiera la
fiesta. La noche terminaba con la quema de la chamiza y de los
castillos, acompañada de una deliciosa pamba mesa en la casa
de los priostes, exactamente a las doce de la noche, que, según
los mayores, era la hora en que los cerros, montañas y volcanes
tomaban forma humana para salir de su letargo.
El domingo se convocaba a toda la yumbada a las ocho de la
mañana a tomar la plaza para iniciar el baile, esperar la santa misa
y la procesión por las calles aledañas, junto a Corpus Christi y San
Sebastián. Ya cerca del mediodía, todos los yumbos se preparaban
para compartir la pamba mesa, mezcla de alimentos —en la
cosmovisión, partes de la Pachamama— que hace a los asistentes
un solo cuerpo, un solo ser. Se terminaba con la “matanza del
yumbo” o “cuchi japi”, que simbolizaba sacar todo lo malo del
cuerpo y de la mente para tomar nuevas energías y revivir con todo
lo positivo en el shunko1. Finalmente, se despedía a la gente con el
baile del curiquingue —en el que se demostraba la habilidad del
yumbo para la danza—, junto al canto de coplas de despedida a
los priostes y al cabecilla, hasta el año siguiente.

1 Corazón.

170 Nuestras propias historias


Tengo 45 años, de los cuales 35 he pertenecido a la yumbada.
La conexión con los cerros ha sido y será fuerte; en ocasiones nos
ha dado el “mal aire” o dolores fuertes en todo el cuerpo, cuando
nos han “golpeado los cerros”. Inclusive, por extraño que parezca,
se han podido evidenciar los golpes en forma de látigo en las
piernas y espalda, sobre todo cuando salimos a bailar sin querer o
de mala gana.
El volcán que me da fuerza en la yumbada es el Corazón. Aun
sin conocer de su existencia me fue revelado a través de un sueño
a la edad de quince años, previo a una fiesta de San Sebastián en
la cual iba a danzar mi abuelito. Soñé que cuando me preguntaba
el nombre el cabecilla de ese entonces, don Pedro Morales, me
abrazaba y me decía:

LEYENDAS Y TRADICIONES 171


—Bienvenido, cerro Corazón. Tú eras el que faltaba. —Y de
repente una brisa helada me hizo levantar de mi cama cerca de las
doce de la noche.
Pasó el tiempo y tuve la oportunidad de conocer Machachi y el
cerro Corazón; pude dormir en sus faldas a la edad de dieciocho
años, mientras cumplía el servicio militar. Durante la guardia volví
a sentir fuertemente la brisa de años atrás, y pude observar a un
ser totalmente blanco que estaba a unos doce metros de distancia
de donde me encontraba. Fue algo inexplicable. En aquel tiempo
les dije a mis compañeros que no me gustaba el lugar donde nos
encontrábamos por el frío.
El destino, por querer mantenerme cerca del cerro, puso en mi
vida a mi linda esposa, Rosa Changoluisa, nacida en Machachi,
a quien tiempo después conocí en la universidad. Ahora, día
y noche veo a este hermoso cerro-volcán, a veces seco y cálido,
otras nevado y frío, y cada vez que bailo y me preguntan “¿Cómo
te llamas?”, con orgullo digo:
—Soy el Corazón.
Los cabecillas, a través del tiempo, me han ubicado en
primero y segundo lugar dentro del baile. Algunas veces he sido
“tras gobernadora” (segundo cabecilla) y otras, “gobernadora
grande” (cabecilla). Bailo de yumba porque me gusta y me
siento muy bien vestido con vistosos anacos y blusas, lleno de
plumas de colores, y porque la herencia de nuestros abuelos
tiene que estar siempre latente.
Los yumbos hemos vuelto a danzar porque es tiempo de
corazonar2, por el bien de todos. Además, estoy muy contento de
pertenecer a un patrimonio cultural inmaterial desde el año 2013,
y danzaré mientras Dios me siga bendiciendo con la salud, la vida,
el trabajo y el amor de mi familia.
2 Bailar con el corazón.

172 Nuestras propias historias


Peter Ubidia
nació en Cotacachi,
Imbabura, en 1969.
Actualmente es
comunicador social
y docente. Su hija
Micahela Ubidia estudia
en la Academia General
Carlos Machado Arroyo.

Los fuegos
artificiales no son
un juego

E cuador es un país de fiestas. Y como buenos


ecuatorianos, siempre intentamos poner ese
elemento de alegría, conjugando la algarabía
y el peligro, pues, equivocadamente, pensamos que ahí está la
atracción de toda fiesta. La Navidad no es la excepción.

LEYENDAS Y TRADICIONES 173


En Cotacachi, provincia de Imbabura, vive gente sencilla y
apegada a las tradiciones populares. La Pasada del Niño comienza
el 16 de diciembre, y los diferentes barrios están encargados de
realizar esta celebración previa al gran nacimiento del hijo de Dios.
En el barrio Cachipugro, en la calle Bolívar, habitamos
aproximadamente unas ochenta familias, mayoritariamente
católicas; la principal Pasada del Niño, la que se desarrolla la
noche del 24 de diciembre, es nuestra responsabilidad. Todos nos
preparamos para ello, y yo con más razón, pues como presidente
de la directiva, ayudo a afinar cada detalle para que el gran evento
salga tal como todos lo esperan: con banda de pueblo, con vecinos
que representan a cada personaje que formó parte del nacimiento
de Jesús y, claro, con juegos pirotécnicos de diversos estilos y
colores. Sin duda alguna, elevan el ánimo de la gente. A otros los
asusta, pero esa es la costumbre.
Una tradición local es que la noche anterior, es decir, la del 23
de diciembre, todos los vecinos acuden a la iglesia para asistir
a la misa del barrio 24 de Mayo y, al final, recibir al Niño Jesús
y trasladarlo a la casa de algún vecino, para que allí duerma en
medio de la fe y compañía de nuestra gente, especialmente de
los más pequeños. Con los miembros de la directiva estuvimos
allí cumplidamente, pero a la salida de la misa quien faltó fue la
persona encargada de reventar la pirotecnia, y por decisión de la
vecindad quien tenía que asumir esa función de emergencia era
el presidente.
De niño siempre tuve temor a este tipo de artefactos, pero
asumí el reto. Con un cigarrillo encendido acerqué la lumbre al
“trueno” o “papa trueno”, ubicado en la esquina de El Portal, sitio
emblemático de nuestra ciudad que adorna inigualablemente el
parque principal. Sin embargo, la mecha de diez centímetros no

174 Nuestras propias historias


prendía. Primer intento, nada. Segundo intento, tampoco. Soy
diestro; por lo tanto, lo hacía con mi mano derecha.
Al ver frustrado mi objetivo, descansé, fumé mi cigarrillo,
cómplice de esta barbarie, y decidí intentarlo de nuevo, pero
ahora con la mano izquierda. Hasta ahora no entiendo por qué
cambié de mano. No salía humo; es decir, teóricamente, no estaba
prendido, pero el destino me engañó. Cuando me incliné y puse la
lumbre en la mecha, el artefacto explotó.
Recuerdo un instante de luz intensa en mi mente. Cinco
segundos después me envolvió una tenebrosa obscuridad,
acompañada de un ruido suave al inicio y que luego, lentamente,
comenzó a volverse ensordecedor. Entonces recuperé la
conciencia. Vi gente a mi alrededor que me miraba con rostros
asustados y sin movimiento. Comencé a entender lo sucedido.
Giré lentamente para ver mi mano izquierda y no la encontré, pues
la explosión la había mutilado casi en su totalidad. Una verdadera
pila de sangre evidenciaba lo sucedido.
La gente se acercó. En ese momento estacionó un taxi y me
llevó al hospital. Mi pañuelo sirvió como vendaje de emergencia.
Los médicos determinaron que allí no había nada que hacer, pues
la gravedad ameritaba el traslado urgente a Ibarra. La ambulancia
estaba lista, todo ocurrió en minutos. El dolor por la quemadura
comenzó a decir “¡Aquí estoy!”; se volvía cada vez más intenso.
Recuerdo que mi madre se despidió al ingresar a la ambulancia.
Mis hermanos —Lenin, que ya no está y que tanta falta nos hace,
Tania, Danilo, Tayron y Jimmy— ya estaban allí.
Al llegar al hospital de Ibarra, el mismo cuento: “Ya no hay
nada que hacer, hay que trasladarlo a Quito”, pero la situación
se complicaba, pues el dolor actuaba y era necesario inyectar

LEYENDAS Y TRADICIONES 175


medicamento para controlar en algo el sufrimiento y también el
funcionamiento del corazón.
Camino a Quito, en la ambulancia, con el pensamiento en mis
hijos, mi esposa y mi familia entera, traté de soportar el terrible
resultado de la explosión. El médico y la enfermera tres o cuatro
veces me inyectaron para calmar el dolor y prevenir un infarto.
Mis hermanos Tania y Danilo me daban fuerza moral, pues no
había nada más que hacer. Los vendajes se tornaban rojos de tanta
sangre que corría. Parecía una eternidad, hasta que al fin llegamos
al Hospital Andrade Marín; allí el personal ya me esperaba. Mis
familiares quiteños también, entre ellos mi primo Eduardo.
El ingreso a Emergencias fue otra escena espeluznante, pero al
mismo tiempo reconfortante, pues en la sala había no menos de
diez personas recostadas en cada camilla, cada una con su historia
diferente. Junto a mí, un señor de aproximadamente treinta años
sufría por la explosión de un petardo en su estómago; estaba
destrozado, y yo también, con los dolores insoportables gritaba
incansablemente.
Finalmente se acercaron dos médicos bastante jóvenes y
me inyectaron un líquido salvador. Me quitaron el vendaje
ensangrentado, analizaron la situación y llegaron a un veredicto,
el que yo suponía, porque volví a ver la crudeza de mi accidente.
Con una actitud tranquilizadora y directa, el joven médico me dijo:
—¿Ves al señor de al lado? Él tiene pocas probabilidades de
vivir, pues perdió todo su estómago y una pierna. Tú no te morirás,
pero tienes dos alternativas: te dejamos el pulgar con una parte de
la palma, que fue lo que quedó, o te amputamos hasta la muñeca.
La idea es que con la primera no podrás utilizar prótesis, pero con
la segunda tienes esa alternativa. —En cuestión de segundos, la
decisión estuvo tomada.

176 Nuestras propias historias


Dos días después, la operación se cristalizó. Mientras tanto,
mi familia sufría otra desgracia que todos me ocultaban, pues
mi primo Eduardo, que había estado en el hospital para darme
fuerzas, murió de un infarto en Otavalo. Esa terrible noticia me
afectó posteriormente.
Luego de la operación, tuve a tres médicos al pie de mi
cama, acompañados de una psicóloga, una enfermera y una
nutricionista, listos para sacar el vendaje y prepararme para mi
primera impresión, la cual, según los entendidos, es la que te marca
el trauma para toda la vida. La recibí con valentía. La psicóloga no
tuvo trabajo que hacer, pues yo estaba preparado para ello; desde
el momento del accidente sabía que iba a perder la mano.

LEYENDAS Y TRADICIONES 177


El amor de mi familia y la solidaridad de tanta gente, a nivel
de toda la provincia, me ayudaron para viajar a Aguascalientes,
México, a obtener una prótesis electrónica. Posteriormente, el
Gobierno nacional y el IESS se hicieron presentes con una prótesis
manual.
Jamás olvidaré la noche del 23 de diciembre del 2010. Con la
ayuda de Dios, de mis compañeros de la Universidad de Otavalo,
de la UNP, de aquellos amigos y conocidos que de todas partes
se hicieron presentes y, obvio, de mi familia y de todos los que
me rodean, he salido adelante sin complejos, pensando que fui
aventajado al perder solamente la mano, y la izquierda, pues la
desgracia pudo ser mayor.

178 Nuestras propias historias


Nancy Patricia
Acuña
nació en Quito,
Pichincha, en 1969.
Trabaja en la Unidad
Educativa Juan
Montalvo. Su actividad
favorita es la docencia.

Anécdota navideña

C omenzar a escribir es algo muy


preocupante, porque al final no sabes el
resultado que tendrá tu relato. Las ideas
están como dentro de un volcán, fraguándose y disparándose,
y quieres que una de ellas escape fugazmente para atraparla
y, como una maraña de hilo, empezar a enrollarla dándole
forma y sentido.
La Navidad es la época en la que yo me sitúo, pues constituye
la fuente de mis mejores recuerdos y momentos de vida en

LEYENDAS Y TRADICIONES 179


familia. Siento el aroma de esta fecha a través de los deliciosísimos
quimbolitos que mi madre preparaba, con la ayuda —
lógicamente— de sus hijos e hijas.
Aquello siempre constituía una hazaña, desde el momento
en que junto a mi madre salíamos al mercado de San Francisco,
ubicado en las calles Cuenca y Rocafuerte, ahora un parque, frente
al convento y capilla de Santa Clara. El ingreso al mercado era un
tanto oscuro, puesto que las hierberas estaban ubicadas al final
y por allí no había ventana o tragaluz por el cual se filtrara una
chispa de claridad. El olor, todavía a naturaleza, era inconfundible,
al igual que los gritos de las vendedoras.
Nos acercábamos a comprar las hojas de achira y, una vez con
estas, nos dirigíamos más arriba, frente a la iglesia de San Roque, al
molino; era un local grande en el cual se vendía todo tipo de harina
y creo que también granos. Comprábamos la harina de Castilla y
de vuelta a casa, en pleno Centro Histórico. Comprenderán qué
difícil era atravesar aquellas cuadras entre tantos vendedores y los
artículos que ofrecían a los transeúntes.
Ya en nuestro hogar, mis hermanas, mis hermanos y yo nos
poníamos junto a mi madre para recibir las sabias instrucciones.
Mi hermana mayor ayudaba con la elaboración de la masa,
mi hermana menor y yo lavábamos las hojas, en tanto que
mis hermanos las secaban e iban limpiando el desorden que
dejábamos después de hacer lo que nos correspondía. Y mi
padre, ah, él se encargaba de motivarnos en la tarea culinaria y
publicitaba los manjares que mi madre preparaba al traer a sus
amistades para que los degustaran.
El alboroto familiar y afable se daba en la cocina, en el comedor
y en la sala, además de la ambientación musical con el disco

180 Nuestras propias historias


de los Pibes Trujillo: las melodías más agradables que hemos
escuchado a lo largo de nuestra infancia, en época navideña. Las
escuchábamos sin cansarnos, una y otra vez.
Ya sobre la hornilla de la cocina, puestos en la olla tamalera,
estaban los quimbolitos. Mientras se cocinaban al vapor,
nosotros continuábamos con la elaboración de los pristiños,
gracias al manual de cocina amigo de mi madre, denominado
Cocinemos con Kristy, reliquia invaluable, del que salían los platos
magistralmente realizados por mi madre y halagados por todos
quienes los probaban. Qué agradable era mirar la satisfacción
en el rostro de mis padres y el orgullo de presentar a quienes
estábamos detrás de tan exquisitos manjares.

LEYENDAS Y TRADICIONES 181


Mis padres, profesionales, también vivían entregados a sus
trabajos. Esto hacía que de lunes a viernes casi no los viéramos.
Tenían a todos sus hijos educándose en escuelas y colegios
particulares y religiosos, pues sentían la necesidad de que sus
valores, al igual que su credo, se fortalecieran.
Pero continuemos con la época más maravillosa de mi vida.
En la noche, se procedía en torno al pesebre o nacimiento
(sin exageración, era el nacimiento). Nos sentábamos todos
a rezar la novena de Navidad, con el infaltable disco de los
Pibes Trujillo, en tanto que el aroma de la miel de los pristiños
inundaba nuestro hogar.
Aprendí a leer muy rápido, creo que leí primero y después
hablé con claridad. Me gustaba que me dieran más turnos para
leer los textos de la novena, los misterios del rosario y las letanías,
situación que molestaba a mis hermanos, puesto que ellos
también querían leerlos. Al final de la novena nos entregaban las
famosísimas sorpresas, que cada vez se hacían más interesantes.
Las luces del nacimiento y del árbol de Navidad hacían que la casa
tuviera un brillo más espectacular que el de otras del barrio.
Mi madre con dulzura y mi padre con más fuerza y ternura
nos abrazaban, nos llenaban de besos y palabras cariñosas.
Dándonos la bendición, nos dejaban en nuestras habitaciones
hasta el día siguiente. El 24 a las doce de la noche acudíamos
a la Misa del Gallo en la iglesia de La Merced con la imagen de
nuestro Niño Jesús. Al salir de allí todos lanzábamos los pétalos
de las rosas a mi madre o hermanas, que traían la imagen, y
después nos servíamos la cena con platos diversos. Al término de
esta, proseguíamos con la entrega de regalos: muñecas, juegos
de té, sets de ollitas, cocinas, pelotas, carros, besos, abrazos,

182 Nuestras propias historias


respeto, fraternidad. Íbamos a los balcones y recogíamos los
zapatos en los que Papá Noel nos dejaba dinero para compartir
con los niños y niñas de bajos recursos económicos. Qué
tiempos más hermosos que viví, sin que interrumpiera nuestra
felicidad y convivencia ni rompiera aquellos momentos únicos y
enriquecedores ningún artefacto tecnológico.

LEYENDAS Y TRADICIONES 183

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