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LA METÁFORA : ENSAYOS TRANSDISCIPLINARES

Eduardo de Bustos
2

Para Th. Moro Simpson


Alejandro Rossi
y Luis Villoro
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PRÓLOGO

Este volumen recoge una serie de ensayos elaborados en los


últimos diez años. Como indica su título, constituyen una colección poco
respetuosa con las fronteras disciplinares. En realidad, se puede
considerar que abarcan la historia del pensamiento lingüístico, la propia
lingüística, la filosofía del lenguaje, la filosofía de la mente e, incluso,
siendo condescendientes, la inteligencia artificial. La razón de esta
aparente dispersión es doble: por una parte, es el resultado del talante o
carácter intelectual de su autor, más bien curioso y ecléctico y, por otro,
de la propia naturaleza de los tratado. Sobre lo primero, quizás sea mejor
no comentar nada, excepto quizás la necesaria, fatídica elección de sus
objetos. Entre éstos se había de encontrar, tarde o temprano, la metáfora
que, si se caracteriza por lago, es por su capacidad para aparecer, de un
modo u otro, en el centro de las reflexiones contemporáneas sobre el
lenguaje, sobre la mente, sobre la ciencia. La ubicuidad de la metáfora en
el pensamiento contemporáneo requiere por tanto una aproximación
flexible, no encastillada en una rígida tradición cultural o metodología
filosófica esotérica. En cierto sentido, se puede afirmar que una
consideración rica de la metáfora exige una falta de formación. Por
supuesto, me apresuro a decir, eso no implica una carencia de
conocimientos proporcionados por las diferentes disciplinas que, en una u
otra forma, se ocupan de los fenómenos metafóricos. Sencillamente
consiste en una falta de voluntad para atenerse a tales o cuales
conocimientos como la guía dogmática que proporcione la clave para la
comprensión definitiva de la metáfora. Y esta es una situación que,
seguramente, afecta no sólo a la metáfora, sino a muchos de los
problemas que se plantea el pensamiento filosófico contemporáneo. Su
complejidad requiere, por un lado, la integración de conocimientos de
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diferentes ámbitos y, por otro, la capacidad de reconocer en los diferentes


enfoques o metodologías implicadas la porción de verdad o, para ser
menos pomposo, de correción que les corresponde. Son dos
características, capacidad intergradora y distanciamiento epistémico, que
no sólo considero particularmente importantes a la hora de abordar
problemas generales sino que, además, se me antojan defiitorias de una
mentalidad humanista, si es que esto quiere decir algo en la actualidad.
En cualquier caso, son propiedades que he tratado de imitar, siquiera
pobremente, de los pensadores a que está dedicado este libro.
Una vez dicho esto, quisiera indicar también que espero que el libro
refleje, dentro de una unidad temática, un cierto desarrollo en la evolución
de mis consideraciones acerca de la metáfora. No tanto linealmente,
siguiendo el orden de los capítulos, como cualitativamente. Confío en que
quede claro que los enfoques cognitivos y, en particular, el propuesto por
la teoría contemporánea de la metáfora (G. Lakoff, M. Johnson, M.
Turner...), son los que a mi entender tienen en protagonismo de las
reflexiones actuales sobre la metáfora. Son estos enfoques los que
atinan, por un lado, con la naturaleza de la metáfora y los que, por otra,
aventuran explicaciones o generalizaciones sobre su papel en el
pensamiento y en el lenguaje. Los enfoque estrictamente lingüísticos,
entendiendo por tales no sólo los sintácticosa, sino también los
semánticos o pragmáticos, adolecen de una estrechez de miras que les
impide reconocer la generalidad de los procesos metafóricos y la
trascendencia de sus manifestaciones para la comprensión de la realidad
física, social e histórica. Lo mismo cabe decir de las aproximaciones que,
derivadas de las lingüísticas, hacen utilización de instrumentos formales
sofisticados para modelar los procesos de proyección metafórica. Aunque
desempeñen un importante papel en el esclarecimiento conceptual de
esos procesos y sirvan de base incipiente a la elaboración de productos
en inteligencia artificial, su virtualidad explicativa es escasa, porque
ignoran las generalizaciones pertinentes, las que sitúan a la metáfora en
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un lugar preeminente en los procesos de conceptualización. Tales


generalizaciones sólo son posibles cuando se reconoce, ante todo, que la
metáfora es un fenómeno mental, un instrumento para la asimilación y
categorización de la experiencia y para la constitución de los conceptos
abstractos.
Buena parte de los capítulos siguientes son versiones o están
basados en trabajos anteriormente publicados. Igualmente han servido de
base para la impartición de cursos en diferentes universidades españolas
y extranjeras cuyos alumnos soportaron pacientemente mis laboriosas
explicaciones; pocas recompensas hay tan gratas a un profesor como la
de sentir que está abriendo un mundo conceptual nuevo a un alumno. Yo
he sentido eso en muchas ocasiones cuando he hablado sobre la
metáfora, y ésa es en parte la razón de que haya decidido a compartir
estas páginas.
Desagradecido sería si no reconociera aquí, a mi vez, la deuda con
los que me introdujeron en el apasionante campo del análisis del
lenguaje. En primer lugar, mis profesores José Hierrro Sánchez-Pescador
y el malogrado Víctor Sánchez de Zavala, que contribuyeron de forma
decisiva a mi formación. Mis compañeros en la Universidad de Barcelona,
Daniel Quesada y Juan José Acero, continúan siendo para mí un modelo
en el ejercicio de la filosofía. Jesús Mosterín y Marcelo Dascal han sido
durante años, por su amplitud de miras, su capacidad de trabajo, su
libertad y claridad conceptuales, filósofos que yo hubiera querido ser de
mayor; si no lo he conseguido es tanto culpa suya como mías: de sus
excelencias, de mis limitaciones. Respecto a los tres filósofos a quienes
está decicado este libro, ¿qué puedo decir? La agudez y penetración de
Alejandro Rossi y la solidez intelectual de Luis Villoro son cualidades, casi
legendarias en la comunidad filosófica hispana, que siempre he envidiado
en ellos y que, pobremente, ha tratado de imitar. Pero, sobre todo, he
admirado la combinación de rigor y humanidad en Thomas Moro
Simpson, junto con su acendrado sentido de la modestia intelectual, tan
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raro como precioso en los ambientes académicos. Seguramente, el es el


máximo responsable de que aparezcan estas páginas, aunque,
desgraciadamente, no de su contenido.
Otra forma de mezquindad sería no agradecer el apoyo sentimental
y moral de mi familia, especialmente de Eulalia, mi mujer. E igualmente de
mis compañeros del Departamento de Lógica y filosofía de la ciencia de la
UNED, por crear un ambiente intelectual de apoyo y respeto mutuo, de
estímulo y de amistad.
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CAPÍTULO 1:
INTRODUCCIÓN: LA METÁFORA Y LA FILOSOFÍA
CONTEMPORÁNEA DEL LENGUAJE

1.1. El auge de la metáfora

La historia de las relaciones entre la filosofía y la metáfora es la


historia de una pasión atormentada y ambivalente, pero constante. Sin
embargo, aunque la metáfora ha constituido un motivo permanente de
reflexión teórica, la importancia que ha adquirido en las últimas décadas
es absolutamente espectacular. No sólo en cuanto a la extensión de
publicaciones sobre el particular (Shibles, 1971, J.P Van Noppen, 1985,
Van Noppen, 1990), sino en cuanto a la variedad de su procedencia. Si
hay algo que caracterice a la actual eclosión de estudios sobre la
metáfora es la pluralidad y heterogeneidad de enfoques bajo los cuales se
considera. Ambito acotado de las reflexiones de retóricos y filósofos en
siglos pasados, el estudio de la metáfora ha desbordado los límites
disciplinares para introducirse en materias tales como la psicología, la
sociología, la antropología, la teoría de la ciencia e incluso la inteligencia
artificial. Una de las últimas recopilaciones dedicadas al tema ha podido
hacer referencia a la ubicuidad de la metáfora (W. Paprotté & R. Dirven,
1985) , a su capacidad para aparecer en muy diferentes campos teóricos
y marcos conceptuales.

Entre las diversas razones que han concurrido para dotar a la


metáfora de su importancia actual. las hay de carácter sistemático y de
índole histórica. Entre éstas es preciso mencionar la pervivencia de
estudiosos del lenguaje que, más o menos conscientemente, son
herederos de la tradición romántica del siglo XIX, que tan decisivamente
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laboró por la rehabilitación filosófica y literaria de la metáfora. Entre ellos


el más destacable es sin duda M. Black, cuyos artículos sobre la metáfora
(1954, reimpreso en M. Black, 1962, y 1977, reimpreso en Ortony, ed.
1979), constituyen (especialmente el primero) obras seminales en la
reflexión sobre la materia. La obra de M. Black es, en este ámbito
concreto, heredera de la del gran estudioso de la retórica y teoría literaria
I.A. Richards (1936) y la de éste, a su vez, de la del poeta romántico
Coleridge. Aun cuando inscrita dentro de la filosofía analítica del lenguaje,
la obra de M. Black se puede considerar representativa de una reacción
antipositivista. Aunque más adelante se analiza más concretamente la
teoría de M. Black sobre la metáfora, es preciso indicar ante todo que su
sentido general fue la defensa de la autonomía e irreductibilidad del
sentido metafórico, así como su capacidad para ser depositaria de
conocimiento. Su análisis estaba centrado en el nivel propiamente
lingüístico, pero ha tenido una influencia evidente en las perspectivas que
han aportado otras disciplinas, como la teoría de la ciencia o la psicología
cognitiva.

En cuanto a la filosofía de la ciencia, dentro del mismo marco de


reacción contra el positivismo, diversos autores han destacado el papel de
los modelos y las metáforas en la progresión y trasmisión del
conocimiento científico. Una pionera en este sentido fue M. Hesse (1966,
1974) que, frente a la tesis positivista que equiparaba el significado
cognitivo de un enunciado con su método de verificación, puso de relieve
la importancia cognitiva de las metáforas científicas, tanto en el contexto
de descubrimiento (en cuanto instrumentos heurísticos) como en el de
justificación (predicción y constrastación). Por otro lado, las tesis de M.
Hesse sobre la metáfora tuvieron el mérito de suscitar un aspecto a
menudo olvidado en su tratamiento, la función social que tiene la
elaboración y comprensión de las metáforas.

Otro de los motivos que han influido en la actual proliferación del


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interés por la metáfora ha sido el advenimiento de la revolución cognitiva


en el campo de la psicología. Fruto ella misma de una reacción contra el
positivismo psicológico, el conductismo, el cognitivismo se ha convertido
en el paradigma dominante en la psicología científica de los últimos treinta
años, con su énfasis en la explicación funcional de los procesos de
pensamiento. Dentro de ese marco teórico, se ha visto en la metáfora el
instrumento psicológico central mediante el cual se amplia y estructura
nuestro conocimiento del mundo (M. Arbib y M. Hesse, 1986). Por tanto,
la captación de la esencia de la metáfora y su explicación psicológica se
han convertido en un asunto central dentro de esta disciplina y disciplinas
relacionadas, como la inteligencia artificial. Las obras más conocidas a
este respecto son las de G. Lakoff y M. Johnson (1980, 1999), en las que
pretendieron mostrar cómo buena parte de nuestra experiencia cotidiana
del mundo y de nuestras relaciones sociales están estructuradas
metafóricamente. Este énfasis puesto en la metáfora como instrumento
para conformar la conciencia individual enlaza por otra parte con
consideraciones procedentes de la filosofía continental (escuela de
Frankfurt, antropología y filosofía estructuralista...), haciendo converger
sobre ella la multitud de perspectivas y tradiciones intelectuales que
contribuyen a convertirla en un excitante objeto de reflexión.

1.2 Teorías sobre la metáfora

Antes de explorar la fisonomía conceptual del problema que


supone la metáfora para la actual filosofía del lenguaje, conviene resaltar
un grupo de ideas tradicionales y de alternativas teóricas corrientes
propuestas para su explicación.

1.2.1 Ideas heredadas


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Las principales ideas acerca de la metáfora que la tradición lingüística,


literaria y filosófica ha aportado a las actuales controversias se pueden
resumir del modo siguiente:

1) “la metáfora es la aplicación a una cosa de un nombre que es propio de


otra” (Aristóteles, Poética, cap. 21) . De acuerdo con esta tesis, la
metáfora es ante todo un fenómeno léxico, que se produce en el nivel
de la palabra y en su función nominativa. La transferencia de
significado, que se concibe básicamente como un desplazamiento de la
referencia, puede presentar diversas modalidades. En el caso de la
teoría aristotélica son consideradas principalmente las desviaciones
ontológicas o categoriales, entre ellas las que más tarde se clasificarán
como tropos diferentes a la metáfora (por ejemplo, la sinécdoque).
2) la elaboración y comprensión de (algunas) metáforas conlleva la
captación de similaridades ocultas: “la habilidad para utilizar la
metáfora entraña una percepción de las similaridades” (Aristóteles,
Poética, cap. 22). Así, Aristóteles consideró el símil, en cuanto
comparación explícita, como una figura muy próxima a la metáfora
(Retórica, III, 1406b), idea que radicalizaron Quintiliano y Cicerón: “la
metáfora es una forma abreviada de símil, condensada en una palabra”
(De oratore, III, 38). De este modo se introdujo la idea, recogida por
diversos autores a lo largo de la historia de la retórica, de que existe
una equivalencia subyacente entre el esquema propio de la metáfora, A
es B, y el del símil, A es como B. En esa traducción o equivalencia la
metáfora pierde su contenido cognitivo en beneficio de la literalidad del
enunciado comparativo.
3) la función (y el origen) del uso de la metáfora es la de proporcionar
placer estético al entendimiento. Aunque en Aristóteles esta función no
está desligada por completo de su valor como instrumento heurístico o
cognoscitivo, lo está en la obra de retóricos aristotélicos como
Quintiliano (Institutio oratoria) y en la tradición medieval.
4) la metáfora es una clase de abuso verbal que ha de suprimirse del
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discurso propio de la expresión del conocimiento. Es una idea


propiamente moderna: la dimensión retórica del discurso, su
virtualidad persuasiva, ha de residir no en la forma verbal, sino en su
sustancia lógica. Locke fue uno de los que la expresó con mayor
énfasis: “Si pretendemos hablar de las cosas como son, es preciso
admitir que todo el arte retórico, exceptuando el orden y la claridad,
todas las aplicaciones artificiosas y figuradas de las palabras que ha
inventado la elocuencia, no sirven sino para insinuar ideas
equivocadas, mover las pasiones y seducir así el juicio...”(Ensayo
sobre el entendimiento humano, III, cap. X, 34).
5) la metáfora constituye un elemento medular del lenguaje, su auténtica
esencia. Esta idea, que se puede rastrear al menos hasta G. Vico (La
nueva ciencia), tiene dos aspectos. La versión historicista o evolutiva
propia del marco filosófico del siglo XVIII afirma que el origen del
lenguaje se encuentra en la metáfora, el instrumento cognitivo
primigenio mediante el cual el hombre asimila la experiencia de la
realidad. El mito primitivo no es sino una forma de metáfora extendida
(Herder, Ensayo sobre el origen del lenguaje) y el hombre primitivo es
literalmente el auténtico poeta.

Precedentes de la versión romántica de la tesis de que la metáfora


es central en el lenguaje se pueden rastrear en realidad hasta Pascal
(Pensamientos). En ella se pone el énfasis en la autonomía e
irreductibilidad del significado metafórico. Autonomía en cuanto el
significado de la metáfora es independiente de las acepciones literales de
sus elementos componentes, e irreductibilidad en cuanto que el
significado metafórico es intraducible mediante paráfrasis literales. De
acuerdo con Pascal, el excedente expresivo de la metáfora la convierte en
el medio ideal para trasmitir lo inefable (en su caso el mensaje divino). De
acuerdo con los teóricos del romanticismo literario (Wordsworth,
Coleridge), la metáfora encarna la capacidad sintética de la imaginación
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(frente a la analítica de la razón), su poder para dar forma a la realidad.

Este puñado de ideas de la tradición lingüística y filosófica


resuenan en muchas concepciones vigentes sobre la metáfora. Algunas
de ellas se repiten, incluso literalmente. Otras en cambio han dejado un
huella más leve. Pero, como se puede advertir, se distribuyen en dos
tendencias contrapuestas por la importancia que atribuyen al fenómeno.
Para una, la metáfora es un accidente lingüístico marginal, con funciones
comunicativas especializadas y ajena al ámbito del conocimiento. Para la
otra, la metáfora encarna la auténtica naturaleza del lenguaje y del
pensamiento, y es el fenómeno central del que debe dar cuenta la teoría
semántica y literaria.

Como ha manifestado U. Eco (1984), cualquier teorización sobre la


metáfora ha de partir de una de estas dos posiciones, ha de surgir de
“una elección radical: o bien (a) el lenguaje es por naturaleza y
originariamente metafórico y el funcionamiento de la metáfora establece lo
que es la actividad lingüística, y por tanto toda regla o convención surge
con el fin de reducir (y empobrecer) el potencial metafórico que define al
hombre como animal simbólico; o bien (b) el lenguaje (y cualquier otro
sistema semiótico) es un mecanismo regido por reglas, una máquina
predictora que dice qué frases se pueden generar y cuáles no, y cuáles
de las que es posible generar son `buenas’ o `correctas’ , o provistas de
sentido; una máquina con respecto a la cual la metáfora constituye una
ruptura, una disfunción, un resultado inexplicable, pero al mismo tiempo el
impulso para la renovación del lenguaje” (U. Eco, 1984, pág. 88). Eco ve
en la tensión dialéctica de estas dos concepciones, a lo largo de la
historia, como una perpetua reencarnación de la contraposición clásica
entre phusis y nomos, entre la naturaleza y la ley, entre la concepción
lingüística que destaca la irregularidad, la excepción y lo extraordinario en
el lenguaje, esto es, lo que en él hay de anómalo, frente a la que insiste
en la regularidad, la homogeneidad y la generalidad o universalidad, es
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decir, lo que en las lenguas naturales hay de análogo, que se puede


subsumir en generalizaciones legales. Y aunque no pasa de ser una
observación más sugerente que exacta, como tantas otras de Eco,
tendremos ocasión de comprobar en qué medida un cierto aroma de esta
disputa histórica se reproduce en la moderna filosofía del lenguaje.

1.2.2. Teorías semánticas sobre la metáfora

La metáfora es un fenómeno que, ante todo, constituye un desafío


para la semántica. En primer lugar, porque de las concepciones
heredadas se sigue que es a esta disciplina a la que corresponde
proporcionar una explicación adecuada del fenómeno (aunque más
adelante se mencionan intentos de poner en cuestión este supuesto: v.
Capítulo 11). En segundo lugar, porque es un fenómeno que se resiste a
las generalizaciones referentes a la noción de significado. De hecho la
metáfora parece constituir una excepción a uno de los principios básicos
de la semántica moderna, el principio de composicionalidad del
significado, que establece que el significado total de una expresión
lingüística es una función del significado de sus componentes. De
acuerdo con el más conocido de los manuales modernos de semántica :
“los intentos actuales de formalizar la estructura semántica de los
sistemas lingüísticos y de generar todas y sólo las interpretaciones
posibles de las oraciones se basan en el supuesto de que, no sólo el
número de los lexemas, sino también el número de sentidos asociados
con cada lexema, es finito y enumerable. La metáfora constituye un
problema teórico muy serio para cualquier teoría de la semántica que se
base en tales supuestos” (J. Lyons, 1977,pág.550).

Las teorías que han tratado de avanzar explicaciones semánticas


sobre la metáfora puede ser clasificadas en dos grandes clases: las
sustitutivas y las interaccionistas. Ambos tipos de teorías pretenden
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proporcionar una explicación de cómo se interpretan las expresiones


metafóricas, pero algunas versiones de una y otra clase no encajan bien
en lo que constituiría una teoría semántica en sentido estricto, esto es,
una teoría que permite deducir, para cada oración perteneciente a la
lengua, un enunciado del tipo `O significa (que) P’, donde P se refiere a
un enunciado de la teoría semántica en cuestión (D. Davidson, 1967).

En el caso de las teorías de tipo sustitutorio, la estrategia es la de


probar (o argumentar) en primer lugar la equivalencia entre las estructuras
logico-gramaticales de las expresiones metafóricas y de otras literales.
Luego se remite la interpretación semántica a estas últimas. Por ejemplo,
si se mantiene que todas las metáforas se pueden parafrasear mediante
enunciados literales, entonces el problema queda desplazado o reducido
a la dimensión habitual de ese lenguaje literal (Ph. Turetzky, 1988).

Por contra, en el caso de las teorías interaccionistas, lo que


generalmente se hace es postular mecanismos semánticos especiales
que den cuenta de cómo el significado metafórico emerge de la
combinatoria lingüística.

Un caso especial de teoría sustitutoria es la teoría comparativa.


Pretende hacer justicia a la vieja idea de que los enunciados metafóricos
son comparaciones implícitas. En el marco de la teoría
generativo-transformatoria se intentó precisar esta idea postulando una
estructura profunda comparativa en los enunciados metafóricos, o una
estructura léxica interna que explicitara esa comparación en los
compuestos nominales interpretables metafóricamente (R.P. Botha, 1968,
analiza detalladamente esas propuestas). La idea fracasó pero, más que
por los sucesivos colapsos de la teoría gramatical generativa, por la
inadecuación de las consecuencias semánticas de la tesis. Desde muy
diferentes puntos de vista se ha criticado la idea de que las metáforas son
comparaciones implícitas y, hoy día, se puede considerar una propuesta
arrumbada, aunque perdura fosilizada en algunos diccionarios o glosarios
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del vocabulario de la retórica 1 . En esos diccionarios se sigue


considerando a las metáforas como expresión de relaciones analógicas,
pero una de las características que separa a la metáfora de las analogías
es que, en la medida en que constituyen símiles explícitos, dan lugar a
una relación semántica de carácter inverso a la establecida por la
metáfora. A ello se han referido diversos autores cuando han destacado el
carácter esencialmente abierto de la metáfora: “las metáforas quedan
empobrecidas cuando se reducen a símiles, porque los símiles se
mueven hacia la clausura de las relaciones entre significados
superpuestos en la metáfora. Decir `la vida es como un sueño’ indica que
una o más características que pueden ser comunes a las vidas y los
sueños son experiencias borrosas, por ejemplo. Por otro lado, `la vida es
un sueño’ abre la relación entre la vida y los sueños, porque se trata de
una identidad de totalidades, la vida como tal y ser un sueño como tal” (C.
Hausman, 1989, pág. 17). Dicho de otro modo, la metáfora es una
invitación a proseguir un juego que inicia el que propone la metáfora. El
movimiento de inicio del juego apela a algo específico, pero no determina
la continuación del juego, ni lo agota. En el caso de las metáforas ricas, el
juego se puede continuar casi indefinidamente. Nuevos aspectos o
dimensiones de la metáfora pueden ser sacados a la luz; nuevos hechos
históricos o nuevas experiencias pueden dotar de nuevos ámbitos
significativos a la metáfora. Esto es particularmente cierto en las
metáforas que, como afirma C. Hausman, hacen referencia a realidades o
experiencias globales, que se pueden descomponer incesantemente de
forma no unívoca. Así, metáforas como `la vida es un sueño’ o `la vida es

1 No obstante, existe la notable excepción de R. Fogelin (1988, 1994.), que constituye

una apreciable defensa de la tesis tradicional que equipara a las metáforas con los

símiles. La teoría de R. Fogelin no es reductivista. Para una crítica concluyente de su

posición v. L. Tirrell (1991): Tirrell mantiene que las comparaciones o símiles son un

subconjunto de las metáforas.


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un juego’ son más ricas, en el sentido mencionado que `la vida es una
pesadilla de la que uno jamás se despierta’ o `la vida es un juego de
suma cero’ , en que la apelación a propiedades o características
concretas acota la metáfora, aunque no llegue a agotarla.

En cualquier caso, las críticas clásicas a la idea de que las


metáforas son comparaciones implícitas están resumidas en M. Black
(1962 (1966)), en donde se destaca la imprecisión y vacuidad de la teoría.
Imprecisión por la imposibilidad de determinar un sentido definido de
comparación aplicable a las expresiones metafóricas, y vacuidad puesto
que la idea no explica por qué se utilizan las metáforas en vez de las
comparaciones literales correspondientes. D.E. Cooper (1986) ha
señalado que la escasa plausibilidad de la teoría comparativa se
desvanece si se consideran expresiones metafóricas sin la forma `A es B’
o cuando se advierte que ciertas comparaciones son, a su vez,
metafóricas.

Una concepción más interesante y adecuada a la complejidad de


los fenómenos metafóricos fue la defendida por el propio M. Black (1962)
recogiendo y reformulando las ideas de I.A. Richards (1936). Resumiendo
su análisis, paradigma de la concepción interaccionista, se pueden
distinguir las siguientes tesis (E.F. Kittay,1987) : 1) las unidades
metafóricas son las oraciones , no las palabras, 2) en esas unidades
metafóricas existen dos polos, 3) existe una tensión entre esos dos polos,
4) los dos polos han de ser concebidos como sistemas, 5) el significado
de la metáfora es un producto de la interrelación de los polos, 6) el
significado metafórico es irreductible y tiene contenido cognitivo. Así pues,
el significado metafórico es producto de la interacción semántica entre
dos polos, que denominó foco y marco de la metáfora. Tales polos no
son (o no tienen que ser) expresiones lingüísticas aisladas (nombres,
predicados, etc.), sino expresiones referenciales que remiten a (sistemas
de) cosas. La idea básica sobre el funcionamiento de la metáfora es que
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consiste en la aplicación al foco de un sistema de implicaciones ligado al


marco de la metáfora. Tales implicaciones no se basan en el contenido
semántico de la categoría léxica correspondiente, sino en un sistema de
tópicos (de mayor o menos generalidad) ligado a lo referido. La
comprensión de la metáfora no se fundamenta pues en la capacidad
lógico-semántica de inferencia, sino en la captación de relaciones de
implicación que conllevan la traslación del marco al foco, Así, para
entender `Emilio es un buitre’ no es necesario que se conozca el
significado normal de `buitre’ , ni que se sea sabedor del conocimiento
enciclopédico (zoológico) ligado a ese significado; lo único necesario es
que se domine el conjunto de tópicos compartidos por una comunidad
lingüística sobre el particular.

Más o menos por la misma época en que M. Black proponía este


análisis, la gramática generativa trataba de elaborar una alternativa
lingüística a los análisis filosóficos. Su enfoque del problema se basaba
fundamentalmente en los dos supuestos siguientes: 1) el lenguaje
figurado constituye una desviación respecto a la utilización normal del
lenguaje y 2) el mecanismo sintáctico semántico que permite captar esa
desviación es la violación de las reglas gramaticales. En particular, los
gramáticos generativos destacaron el papel desempeñado por la violación
de las reglas de restricción. De acuerdo con sus ideas (analizadas por J.L.
Tato, 1975), el enunciado metafórico se caracteriza por transgredir las
reglas que determinan las combinaciones permisibles de las categorías
lingüísticas. En el anterior ejemplo, la violación se produce cuando se
combina una expresión léxica marcada con el rasgo +Humano (`Emilio’)
con otra marcada por -Humano (`un buitre’). Se podría considerar que la
evolución de esta explicación ha constituido un intento de precisar la
teoría interaccionista de M. Black, pero es preciso reconocer que en
general ha tendido a destacar sus defectos y eliminar sus virtudes.
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1.2.3. Teorías pragmáticas

El principal problema que las expresiones metafóricas parecen


plantear a la teoría semántica es el de la impredictibilidad. Dada un
expresión lingüística, puede suceder que tal expresión sea interpretada
literalmente en un contexto y metafóricamente en otro. El mismo ejemplo
utilizado anteriormente sirve para ilustrar esa impredictibilidad : `Emilio’
puede ser el nombre propio de un ave o el de una persona, de tal modo
que `Emilio es un buitre’ puede ser empleado en sentido literal o
metafórico, dependiendo del contexto en que se emplee. La interpretación
metafórica de la oración no está determinada por el contenido léxico de
las expresiones componentes, de tal modo que parece estar al margen de
lo que debe explicar una teoría semántica.

Ejemplos como éste son los que han llevado a pensar que el
significado metafórico emerge en el nivel de la parole, en el uso
lingüístico, y que, por tanto, el problema de su explicación es algo que
debe competer a la pragmática. Dicho con las palabras de uno de los más
conocidos representantes de esta disciplina : “el problema de explicar
cómo funciona la metáfora es un caso particular del problema general de
explicar cómo divergen el significado del hablante y el significado
oracional o léxico” (J. Searle, 1978 (1979) pág. 76).

La idea fundamental, en la que se basa la separación entre las


disciplinas de la semántica y la pragmática, es que existe una separación
entre lo que es el significado lingüístico, en cuanto determinado por el
sistema de la lengua, y el significado comunicativo, en cuanto
determinado por el contexto en que se hace utilización de ese sistema y
por las reglas que permiten coordinar las acciones lingüísticas en el seno
de una sociedad. El primero queda determinado por las reglas de la
gramática y la semántica, y constituye un núcleo relativamente fijo de
convenciones lingüísticas. El segundo en cambio está limitado de una
forma menos rigurosa por un conjunto de principios que regulan la
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interacción comunicativa racional.

La noción central que examina la pragmática es la de significado


del hablante, el significado que el hablante confiere a sus expresiones
lingüísticas concretas en circunstancias particulares de uso. Tal
significado puede coincidir o no con el significado sistémico de sus
expresiones, con el significado convencional asignado por el sistema
lingüístico. En caso de que no, la pragmática debe proporcionar una
explicación de cómo tal significado puede, con todo, ser desentrañado por
una audiencia. Dicho de otro modo, la pragmática debe explicar la
relación que existe entre el significado de las expresiones lingüísticas y el
significado de la utilización de las expresiones lingüísticas.

Según J. Searle, el significado metafórico “es siempre significado


proferencial del hablante” , esto es, significado que adquieren sus
palabras cuando se utilizan en circunstancias concretas, significado no
convencional. Por tanto, la pragmática debe indicar los principios
mediante los cuales se efectúa esa adquisición. Parte de esa explicación
es general y parte particular. El aspecto general se refiere a los principios
que permiten a la audiencia comprender que el hablante quiere decir, y
dice, algo más, o algo diferente, de lo que sus palabras dicen. Esto vale
tanto para las expresiones metafóricas, como para las irónicas, los actos
de habla indirectos, etc. En general, forma parte de la explicación de por
qué y cómo el significado de las proferencias del hablante difiere de su
significado convencional o semántico. En cambio, la parte específica de la
explicación ha de referirse a los medios o estrategias particulares que
emplea el hablante/oyente para producir/interpretar las expresiones
metafóricas.

Las virtudes y debilidades de este tipo de explicaciones resaltan


cuando se consideran los principios de interpretación metafórica que J.
Searle propuso para explicar cómo un hablante que profiere una
expresión con el esquema `S es P’ significa, no obstante `S es R’, donde
20

P no significa léxicamente R. En primer lugar, la interpretación metafórica


se pone en marcha de acuerdo con la siguiente estrategia: “cuando la
proferencia es defectiva si se toma literalmente, búsquese un significado
proferencial que difiera del significado oracional” (J. Searle, op. cit. pág.
105). Lo que hace la audiencia pues es aplicar a la conducta lingüística
del hablante lo que se ha denominado principio de caridad
interpretativa, un principio que asigna a la conducta del hablante la
característica de ser comunicativamente racional. La audiencia intenta
encontrar un sentido comunicativo a las palabras del hablante, aunque
éstas incurran en falsedades manifiestas, absurdos, violaciones
categoriales, de las condiciones de los actos de habla, etc.

Para ello, y en el caso de la expresión `S es P’, trata de hallar los


valores posibles de R “buscando formas en que S puede ser como P y,
para hallar los aspectos en que S podría ser como P, considérense
rasgos distintivos, conocidos y perspícuos de las cosas P” (J. Searle, pág.
106). Como las cosas pueden parecerse, o considerarse parecidas, entre
sí de múltiples formas, el conjunto de valores de R puede ser demasiado
grande para determinar una interpretación viable. Por ello, la audiencia ha
de “volver al término S y considerar cuál de los múltiples candidatos de
los valores de R son probables o siquiera posibles propiedades de S”
(pag. 106). Dicho de otro modo, ha de considerar la naturaleza del
contexto comunicativo para asignar diversos valores de probabilidad a las
diferentes interpretaciones de la metáfora, eligiendo la que tenga el valor
más alto entre ellas.

Como se puede advertir, la explicación de la sustancia de la


interpretación metafórica va poco más allá de lo avanzado por las teorías
tradicionales, pero tiene el mérito de situar ese núcleo teórico en un
contexto dinámico, el de la comunicación lingüística. De hecho, las
explicaciones pragmáticas proporcionan una explicación más adecuada
de cuándo o por qué se interpreta metafóricamente una expresión, pero
21

no respecto al problema de en qué consiste tal interpretación.

1.3. Metáfora y filosofía

1.3.1 Metáfora y filosofía del lenguaje

Una de las concepciones predominantes en la actualidad en el


análisis filosófico del lenguaje mantiene que existe una estrecha conexión
entre los conceptos de significado y verdad. De acuerdo con esta
concepción, las exigencias formales de una teoría del significado y una
teoría de la verdad para una lengua natural son equivalentes, de tal modo
que, al formular ésta, proporcionamos aquélla: determinar las condiciones
de verdad de un enunciado equivale a dar una explicación de su
significado. Esta concepción, conocida como semántica de las
condiciones de verdad, se ha enfrentado a dos tipos de problemas,
externos e internos. En el primer caso, se ha criticado la imagen de
lenguaje natural endosada por esta concepción. El lenguaje natural,
según se indica, no es (sólo) un modelo de la realidad, con la que se
pueda comparar. El lenguaje natural es un instrumento de comunicación
de finalidades heterogéneas, que no son reducibles a la mera enunciación
de hechos o de creencias, enunciación a la que quepa aplicar con sentido
el predicado `es verdad’. Por otro lado, la noción de verdad no es menos
problemática ni cuestionable que la de significado. Según la teoría
corriente (A. Tarski, 1972), la noción de verdad implica una
correspondencia entre entidades lingüísticas (por ejemplo, teorías lógicas
o matemáticas) y sus modelo(s) (estructuras matemáticas, conjuntistas,
por ejemplo). Pero, cuando se pretende trasladar esta concepción a la
teoría semántica, ni el lenguaje natural, ni la “realidad” que se pretende
que represente son entidades teóricas tan precisas como en el caso de la
lógica o la matemática.
22

Aún aceptando esta imagen sumamente esquemática acerca de la


naturaleza de las lenguas humanas, se suscitan muchos problemas
respecto a su viabilidad o utilidad para constituir la base conceptual de
una teoría semántica efectiva. Buena parte de los trabajos de filosofía del
lenguaje se ha dedicado a remover esos problemas de”aplicación” de
una teoría de la verdad a las lenguas naturales. La importancia de la
metáfora, en este contexto, reside en que constituye una de las piedras
de toque de la semántica de las condiciones de verdad. Formulado
toscamente, el problema es el siguiente: la noción de verdad sólo tiene
sentido aplicada a enunciados literales, porque son los compuestos por
expresiones con una referencia `normal’. Así pues, una de dos, o los
enunciados metafóricos son reducibles a enunciados literales, o la noción
de verdad no se aplica correctamente a los enunciados metafóricos.

La primera alternativa es, por razones que se han apuntado,


insatisfactoria: los enunciados metafóricos se resisten a cualquier
reducción a comparaciones literales o paráfrasis sustitutorias. La segunda
alternativa, a su vez, abre dos posibilidades: o existe un sentido especial
de `verdad’ que se aplica específicamente a las metáforas, o la noción de
verdad no es aplicable en absoluto a tales enunciados.

La primera opción ha sido explorada por numerosos autores, pero


que no comparten precisamente el paradigma de teoría semántica
anteriormente mencionado (por ejemplo, P. Ricoeur,1975, ha propuesto
un concepto de verdad metafórica en términos de mímesis). Por razones
filosóficas de peso, los filósofos del lenguaje que atribuyen a la noción de
verdad un papel esencial en la constitución de la semántica, no ven con
buenos ojos la proliferación de acepciones de esta noción. Si la verdad es
una relación determinada entre lenguaje y realidad, la relación de
correspondencia, no cabe distinguir diversas formas en que se pueda dar
esta relación.
La segunda opción fue la seguida por D. Davidson (1978),. Su
23

propuesta viene a reducirse a la siguiente tesis: las expresiones


metafóricas no tienen significado diferente del significado literal. En
consecuencia, si no hay significado metafórico, tampoco hay verdad
metafórica. No obstante lo artificiosa que parezca esta tesis, ha sido
poderosamente argumentada por D. Davidson y su consideración y crítica
ha ocupado buena parte de importantes ensayos sobre la metáfora (D.E.
Cooper, 1986; E.F.Kittay, 1987).

1.3.2 Metáfora y filosofía de la ciencia

La cuestión del contenido cognitivo de la metáfora se puede


plantear en dos planos. Quienes han defendido que las metáforas poseen
tal contenido cognitivo (prácticamente todo el mundo, menos los teóricos
insertos en corrientes empiristas o positivistas radicales), han
argumentado o bien en el plano psicológico, individual, o bien en el plano
colectivo. En el plano individual, la psicología de orientación más o menos
cognitiva ha destacado la función de las metáforas en el progreso de la
capacidad para establecer inferencias o implicaciones, o para constituir
modelos de la realidad o de la experiencia (R.E. Davidson, 1976).
Formulado de un modo más general, la tesis común es que la metáfora es
un componente central en la inferencia y el razonamiento analógicos.

En el nivel epistemológico colectivo, las discusiones se han


centrado en el papel de las metáforas en la constitución de hipótesis
científicas o en la elaboración de nuevas teorías. Aunque algunos autores
confinan la discusión a lo que en teoría de la ciencia se denomina
`contexto de descubrimiento’ (procedimientos heurísticos utilizados en la
práctica científica), otros muchos (M. Hesse, 1966, R. Boyd, 1979, R.R.
Hoffman, 1980, han destacado la ubicuidad de la metáfora en toda la
actividad científica. Por ejemplo, según R.R. Hoffman (1985), la metáfora
se manifiesta en la teorización científica al menos en las siguientes
24

formas:

1) como `metáforas-raíz’ o metáforas básicas que conforman la


conceptualización de todo un ámbito de la realidad (el mundo como
mecanismo, la sociedad como organismo, etc.)

2) en la formulación de hipótesis o principios que constituyen


metáforas explícitas

3) como imágenes basadas en metáforas o `modelos mentales’


4) como modelos sustantivos basados en metáforas que generan
relaciones causales o funcionales (el modelo planetario de la estructura
del átomo)

5) como modelos matemáticos basados en metáforas

6) como analogías basadas en metáforas que ilustran relaciones


específicas.

Asimismo, la metáfora desempeña una cantidad enorme de


funciones, que van desde la predicción y descripción de nuevos
fenómenos a la elaboración de nuevos modelos, impregnando todo el
quehacer científico, desde la recogida de datos a la contrastación,
comparación y cambio de teorías.

1.3.3 Metáfora y metafísica

El `giro lingüístico’ (R. Rorty, 1967) que ha afectado, en mayor o


menor medida, a todas las escuelas filosóficas del siglo XX, ha
contribuido a impulsar las reflexiones sobre la metáfora. Como se sabe, el
sentido general de este giro ha sido el de desplazar el ámbito de los
tradicionales problemas filosóficos al estudio del lenguaje o discurso en
que se plantean. Las obras más ambiciosas sobre la metáfora tratan por
tanto no sólo de formular explicaciones lingüísticas sobre los orígenes y
25

naturaleza de los fenómenos metafóricos, sino también de determinar las


consecuencias de tales explicaciones en problemas tradicionales de la
epistemología u ontología. Así, por ejemplo, C. Hausman (1989) ha
tratado de avanzar una teoría general de la metáfora que abarque no
sólo las disciplinas de la filosofía y la ciencia sino tambíen el ámbito del
lenguaje común y sus utilizaciones especializadas en la literatura y en la
lírica. Y aún más, que subsuma tanto las formas de representación
tradicionalmente consideradas cognitivas (ciencia, filosofía) como las
artes visuales y no visuales, alcanzando de este modo un carácter
semiótico. Como tal fenómeno, tan generalmente caracterizado, la
metáfora se fundamenta en la inteligibilidad, según Hausman, esto es,
requiere como condición necesaria la captación, construcción o
reconstrucción de relaciones entre referentes o designata de los signos
utilizados metafóricamente. Esta es la razón última de que el estudio de la
metáfora trascienda el nivel estrictamente semiótico para constituir asunto
tanto de la epistemología como de la ontología: “Si hemos de comprender
cómo un fenómeno puede exhibir un significado inteligible con
articulaciones que se apartan de las pautas aceptadas de inteligibilidad,
entonces hemos de comprender un problema epistemológico. Despues de
todo, una teoría del conocimiento habría de ser relevante para las
aprehensiones de inteligibilidad allí donde ocurran, especialmente cuando
se producen en situaciones que incluyen algo que viola nuestras
expectativas de inteligibilidad. Tratar de comprender la estructura de la
metáfora es intentar comprender la estructura de algo que contribuye a la
inteligibilidad del mundo. De ello tuvo una cierta intuición I. A. Richards
cuando habló del `más profundo problema’ a que se dirigía su retórica “¿
Cuál es la conexión entre la mente y el mundo que hace que
acontecimientos en la mente se refieran a otros acontecimientos en el
mundo ? (1936, pág. 28). Estas cuestiones de epistemología y metafísica
amplian claramente el problema de la metáfora más allá del ámbito de la
estética” (C. Hausman, op. cit., pág. 9). A propósito de la metáfora, se
26

pueden plantear por tanto cuestiones tradicionales en teoría del


conocimiento, como la naturaleza de nuestro trato cognitivo con el mundo,
o problemas tradicionalmente ontológicos, como la naturaleza de la
estructura de lo real, naturaleza que parece posibilitar su comprensión
metafórica.

Aparte de estas consideraciones, que atañen en particular a la


filosofía en el ámbito anglosajón, particularmente receptiva al `giro
lingüístico’ , merece la pena hacer referencia al tratamiento que la
metáfora ha recibido en otras escuelas de pensamiento (en menor medida
afectadas por ese `giro’ ). Entre éstas, merece la pena destacar al menos
dos. En el contexto de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt la
metáfora ha sido examinada en cuanto recurso expresivo y `retórico’ (en
el sentido recto de `arte de la persuasión’) propio del discurso del poder.
Por tal, no hay que entender tanto la particular forma de producción
lingüística de las instituciones políticas como los diferentes instrumentos
lingüísticos mediante los cuales se perpetúa ese poder. En ese sentido,
adquieren una enorme importancia las instituciones profundamente
imbricadas en la vida cotidiana (la familia, la escuela, etc.) responsables
en buena medida de la constitución y conformación de la conciencia
individual. Estas instituciones desempeñan un papel fundamental en la
trasmisión de las formas de conceptualizar la vida social, entre otras
cosas. La metáfora ocupa un lugar central en esa conceptualización,
presentando los tamices cognitivos básicos a través de los cuales se
efectúa. Así, el modo en que se conciban las formas de relación social
dependerá en buena medida del sistema de implicaciones generado por
una metáfora básica. Por ejemplo, la concepción del trabajo como
mercancía, perteneciente a una gran familia de metáforas, las que
presentan fenómenos histórico-culturales en términos físico-naturales,
sitúa al individuo, dentro del sistema inferencial asociado, en el papel de
vendedor/comprador, orientando de este modo la propia auto-percepción
y el comportamiento social.
27

En un contexto teórico diferente, en un famoso artículo, J. Derrida


(1971) afirmaba que la metáfora es `la única tesis de la filosofía’. Con ello
pretendía indicar que toda la filosofía occidental se puede pensar como el
desarrollo de la metáfora de los `dos reinos’, de lo material y de lo
espiritual, de lo sensible y carnal, y de lo conceptual o inmaterial. En todas
las nociones filosóficas (ideas, conceptos, sustancias, esencias, etc.) se
puede rastrear un origen confusamente metafórico. Incluso la propia
noción de metáfora es metafórica, en cuanto parece implicar un
desplazamiento o un desvío, haciendo aparecer una relación abstracta, la
de la expresión y su significado, en términos espaciales. La metáfora
aparece pues inextricablemente unida al desarrollo del pensamiento,
como conformadora de la mitología propia de occidente, la metafísica. La
reflexión sobre la metáfora pone pues a la filosofía ante sí misma, ante su
naturaleza y ante su historia.
28

CAPÍTULO 2

Viejas y nuevas ideas sobre la metáfora

La delimitación y acotación del fenómeno o conjunto de hechos


que hay que explicar es uno de los primeros pasos que debe dar
cualquier investigación racional. Delimitar `la naturaleza de la bestia’, por
así decir. La historia y la filosofía de la ciencia nos han enseñado a
considerar que tal tarea preliminar está lejos de ser inocente. Los
fenómenos no están ahí, en un mundo ajeno e independiente de nuestras
creencias, deseos, necesidades o capacidades. Dependen crucialmente
de nuestros sistemas previos de creencias, de nuestras expectativas, de
nuestros fines.
En el caso de la investigación de los fenómenos metafóricos, como
en el de muchos otros, no nos queda más remedio que acudir al examen
de concepciones anteriores, al análisis de las teorías que sobre el
particular han mantenido los filósofos o los teóricos del lenguaje. Sin
embargo, no es nuestro propósito llevar a cabo un inventario exhaustivo
de todo lo que se ha dicho sobre la metáfora, ni siquiera de lo más
importante o sistemático. Ello nos conduciría demasiado lejos y, además,
nos apartaría del propósito principal de estos trabajos, introducir a la
investigación sistemática de un fenómeno que parece central en el
lenguaje humano. Por ello, nos vamos a limitar a insistir en algunas ideas
avanzadas por la tradición lingüística y filosófica, pero sólo en la medida
en que tales ideas resulten pertinentes para nuestra exposición posterior.
En particular, prestaremos nuestra atención tanto a tesis sustantivas
sobre la metáfora como a la tensión dialéctica entre diversas
29

consideraciones tradicionales, tensión que se refleja en las muy contrarias


valoraciones de que ha sido objeto el fenómeno a lo largo de la historia.
Tensión que, por otro lado, se sigue manifestando en la actualidad, en la
filosofía del lenguaje, como tendremos ocasión de comprobar.

2.1. Las concepciones clásicas

No escasean esas concepciones heredadas en cuanto a la


metáfora. Desde los mismos inicios de la reflexión filosófica sobre el
lenguaje, desde que el hombre empezó a pensar en las relaciones entre
el lenguaje, el pensamiento y la realidad, podemos encontrar afirmaciones
sobre el carácter de la metáfora y sobre los medios para identificarla. Por
ejemplo, ya en Isócrates 2 aparece la idea de que la metáfora es un
recurso expresivo propio de ciertos géneros: “Se permite que los poetas
utilicen muchos métodos para adornar su lenguaje, porque...aparte del
uso de las palabras corrientes pueden emplear también palabras
extranjeras, neologismos y metáforas...mientras que a los escritores en
prosa no se les permite nada de esto, sino que han de limitarse
estrictamente a los términos tal como los usan los ciudadanos y a los
argumentos que son directamente relevantes para la cuestión de que se
trate”. Constituye en realidad la primera formulación de una idea que se
repetirá con variaciones a lo largo de la historia: la metáfora es un artificio
que no es propio de la utilización normal, corriente, del lenguaje. La
metáfora es propia de una utilización lingüísticamente especializada y su
dominio constituye una tecne que han de aprender quienes se sirven de
esos usos especializados, fundamentalmente el literato. Asimismo, se
subraya en este texto el carácter excepcional de la metáfora. En efecto, el
fenómeno de la metáfora constituye un desafío para la comprensión

2 Isócrates, Evagoras, 190 D; citado W. Bedell Stanford (1936, pág. 3.)


30

cuando se concibe el lenguaje de forma intuitiva como una forma de


reflejar la realidad. Esta idea intuitiva que, de una forma u otra, con mayor
o menor elaboración, es rastreable a lo largo de toda la historia de la
reflexión filosófica sobre el lenguaje, concibe a éste como un calco de la
realidad. El lenguaje está constituido por térimnos (nombres,
paradigmáticamente) cuya función esencial es la de nominar realidades,
estar en lugar de ellas, sustituirlas. Averiguar o captar el significado de un
nombre es pues averiguar o captar la realidad en lugar de la cual figura.
Pero la metáfora erosiona esta concepción del lenguaje, puesto que
parece referirse a la realidad de forma indirecta y tortuosa, a través de
una denominación que no remite sin más a la realidad a que se pretende
aludir.

2.1.1. La teoría aristotélica

El mismo nombre del fenómeno parece ofrecer una pista sobre el


criterio de su acotación. Está relacionado con términos como
metonomachein, que significa “denominar a algo con un nuevo nombre", y
de donde se derivó, más adelante, la acepción especializada metonumía
(una clase particular de metáfora). En Platón aparece metaférein, con la
acepción corriente de “traducir” (llevar de una lengua a otra) 3 . Pero la
acepción precisa del término, y su definición aparecen en Aristóteles,
fundamentalmente en su Poética (Capítulos 21-25) y Retórica (Libro III)4.
Al imponer este nombre sobre el fenómeno, Aristóteles parecía pensar
que una expresión metafórica operaba una forma de traslado o
desplazamiento. Ese cambio era un cambio lingüístico, un cambio de

3 W. Bedell Stanford, op. cit. pág. 4.

4 Según W. Bedell Stanford, las observaciones de Aristóteles sobre el fenómeno

metafórico, dispersas y sobrevaloradas, no son sino ecos de un tratamiento más

sistemático que Aristóteles habría conducido en su obra perdida Sunagogé Tecnon.


31

denominación. Eso es lo que indica en griego la expresión meta-ferein,


llevar algo de un lugar a otro. La definición general que Aristóteles
proporciona en la Poética expresa esa idea : “la metáfora consiste en
aplicar a una cosa una palabra que es propia de otra”5 Esta definición y,
en general, toda la teoría aristotélica sobre la metáfora ha de entenderse
propiamente en el contexto más amplio de las teorías clásicas sobre el
origen y la naturaleza del lenguaje. El problema esencial pre-aristotélico
era si el lenguaje constituía un instrumento fiable para el conocimiento de
la realidad, esto es, si el análisis lingüístico podía llevar al descubrimiento
de la estructura íntima de lo existente. Ante este problema se esbozaron
dos posiciones esenciales: los teóricos naturalistas pensaron que el
lenguaje constituye una vía directa de acceso a la realidad porque entre
uno y otra se da una relación por naturaleza (fusei). El lenguaje, por su
origen, imita la realidad a que alude, la reproduce, de tal modo que, si se
es capaz de repasar la historia lingüística (a través de la etimología) 6, se
puede recrear el instante primigenio de la nominación, en el que al objeto
se le adscribe su nombre. En cambio, para el convencionalista, no existe
esa relación directa entre el lenguaje y la realidad, ni su examen puede
revelar nada sobre la naturaleza de la realidad. El nombre se impone en
virtud de una convención social (thesei), por lo que su análisis revela la
historia social y no la natural. En este contexto, la concepción aristotélica
de la metáfora se apoya en varios supuestos, que es preciso desentrañar.
En primer lugar, conviene señalar que la misma definición hace apelación
a una metáfora (espacial, en este caso) que se utiliza como medio para
acceder a la comprensión del fenómeno. Este es un hecho curioso, sobre
el que volveremos, que la misma especificación del fenómeno misterioso
de la metáfora haya de ser presentado en una forma no directa. En

5 Aristóteles, Poética, 21, 1457b


6 `Etimologia’ se deriva de etymos, verdadero, haciendo alusión a la función que tiene la

técnica que consiste en averiguar la auténtica naturaleza del nombre.


32

segundo lugar, la caracterización aristotélica sugiere que, en ese traslado


de denominación se efectúa una cierta desviación. Existen, por una parte,
las denominaciones propias de los elementos que componen la realidad
y, por otra, las denominaciones impropias, que no corresponden a la
realidad. No quiere esto decir que Aristóteles creyera que existen
denominaciones naturales de las cosas y que las expresiones metafóricas
violentaran la correspondencia directa entre el lenguaje y la realidad.
Antes bien, esa concepción cuadraría a Platón o a los partidarios de las
teorías naturalistas. Pero Aristóteles, siendo un representante acreditado
de las tesis convencionalistas sobre la naturaleza del lenguaje, prefirió
atenerse en su definición a ese contraste entre lo propio y lo impropio.
Con ello, seguramente no quiso significar lo natural versus lo
convencional, sino lo usual frente a lo infrecuente. En este sentido, su
afirmación de que un nombre es propio de una realidad ha de entenderse
como que tal relación es un uso social, una conducta homogénea. Luego,
ese nombre puede utilizarse para referirse a “otra” realidad, y en ese
sentido no le pertenece propiamente. Esta tesis se podría reinterpretar
como un naturalismo de segundo orden. Ese `naturalismo’ afirmaría que
existe una significación primaria de las expresiones y una significación (o
significaciones) secundaria(s). En su significación primaria, las
expresiones se aplican a las realidades con las que han sido asociadas
en un hipotético (e ideal) acto nominativo primigenio. Sin necesidad de
acudir a la mítica figura platónica del `dador de nombres’, el
convencionalista puede atribuir una importancia fundamental a la
`convención bautismal’, aquella por la que el nombre queda fijado
originariamente a una realidad. Todas las demás aplicaciones admitidas
del nombre han de derivarse de esa convención original, y en ese sentido
pueden concebirse como desviadas del sentido recto de la expresión.
También cabe considerar el proceso de expansión metafórica de acuerdo
con las dos posiciones clásicas, naturalista y convencionalista. De
acuerdo con los naturalistas, ese proceso de expansión sigue pautas
33

naturales, puesto que se atiene a las relaciones de similaridad y


regularidad que ordenan internamente el lenguaje. En este sentido, el
lenguaje se amplia y extiende de forma analógica. con arreglo a principios
de conservación de estructuras formales. Por otro lado, el
convencionalista tiende a destacar la falta de uniformidad, de lógica
interna, en ese proceso de extensión lingüística; se inclina a insistir en la
anomalía, en la ausencia de regularidad en los paradigmas lingüísticos 7.

En esa reinterpretación se encuentra en germen una concepción


de la metáfora que perduró, casi sin excepciones, hasta comienzos del
siglo XIX. La expresión metafórica es concebida como una especie de
alejamiento de la utilización directa del lenguaje, del uso en que las
palabras se corresponden llanamente con las realidades para las cuales
fueron imaginadas. Como veremos, ese alejamiento se concibió más
adelante en términos estéticos, como un artificio para causar asombro y
placer, y en términos morales, como recurso destinado al engaño, al
fraude o a la ocultación.

2.1.1.1 Análisis de la definición aristotélica

La definición aristotélica implica la propuesta de diversas tesis, de


suma importancia para el desarrollo de las teorías posteriores sobre la
metáfora. De hecho U. Eco ha considerado que en la teoría aristotélica
encontramos “los orígenes de todo lo que en siglos posteriores se ha
dicho sobre metáfora” (Eco, 1984, pág. 91)8. En primer lugar, la tesis que

7 Para un esbozo de la polémica analogista/anomalista en la antigüedad clásica, véase

H. Robins (1967; trad. esp. 1981).

8 Esta es una opinión que no compartió W.B. Stanford (1936, pág. 5): "mientras que en la

Lógica y en la Política o en sus muchas opiniones importantes Aristóteles es un

admirable pionero, en cuanto a la metáfora es lamentable advertir cuán ciegos fueron


34

se refiere a la unidad metafórica, al soporte lingüístico propio del


fenómeno: la metáfora es propia de la denominación. Hablar
metafóricamente consiste en denominar realidades por nombres de otras
realidades. La base categorial de esa denominación es el onoma, el
sustantivo en sentido amplio9. Aristóteles enumera las metáforas entre
las diferentes clases de denominaciones en la Poética: “todo nombre es o
bien un nombre usual (kurion), o un nombre insigne, o una metáfora, o un
nombre de ornato, o un nombre ideado por el autor, o un nombre
alargado, o acortado o modificado” (1457b, 1-3). Al situar Aristóteles la
metáfora en este nivel, determinó el sesgo de las posteriores
investigaciones, casi hasta el siglo XIX, centradas en la elaboración de
taxonomías del significado figurado más preocupadas por la
denominación que por la predicación o por otras posibles unidades de
significación, como la oración o el texto.

En segundo lugar, la metáfora se define como una especie de


desplazamiento o desviación (epiphora). Además, con el término
metaphora, Aristóteles pretende cubrir cualquier clase de desplazamiento
en la significación. Esto es, su propósito primario no es tanto distinguir

sus seguidores respecto a las inadecuaciones e imperfecciones de su tratamiento, en

qué medida donde las clasificaciones de Aristóteles son demasiado rígidas y abstractas,

asistemáticos y descuidados sus ejemplos, no obstante cada detalle de sus errores es

aplaudido por sus discípulos desde Demetrio a Cocondrio".

9 En realidad, la expresión onoma puede tener la acepción en griego de “signo” o término

lingüístico en general, por lo que, aunque Aristóteles seguramente pensaba en un tipo

especial de denominación, su teoría era reinterpretable como aplicable a cualquier

categoría de signos lingüísticos. Véase P. Henle (1965).


35

entre las diferentes clases de desviaciones del significado, como destacar


el hecho del desplazamiento mismo. En este sentido, Aristóteles inaugura
un enfoque que, como veremos, ha sido recuperado en la moderna
filosofía del lenguaje. Ese enfoque se caracteriza por un tratamiento
previo del problema externo de la delimitación de lo metafórico. La teoría
retórica posterior a Aristóteles y, en general, toda la reflexión filosófica
sobre el lenguaje hasta nuestro siglo, dio por supuesta la distinción entre
lo literal y lo figurado, orientándose hacia el análisis de la delimitación
interna de este tipo de significación (v. Capítulo 3)..

Aristóteles opone la metáfora a otras clases de nombres, entre los


que figura el kurion onoma, que se puede entender como la denominación
literal (normal, regular), aquella en que no se da la epiphora, el
desplazamiento del sentido recto o propio, del sentido originario de la
denominación.

En tercer lugar, ese desplazamiento se efectúa desde la


denominación regular de la expresión a su asignación a otra cosa
(allotriou). El desplazamiento entraña por tanto la presencia de dos
elementos, aunque no implique necesariamente una relación entre ellos.
Ese desplazamiento es ante todo un desplazamiento referencial. A
diferencia de las otras clases de denominación que Aristóteles distingue
junto a la metáfora, sólo ésta implica la aplicación lingüística del nombre
allotriou, a una realidad diferente. Ni en el empleo de nombres inusuales,
u ornamentales o inventados se produce ese cambio que consiste en
denominar una realidad con el nombre de otra10.

10 El tratamiento que Aristóteles inició padece la ambigüedad típica entre proceso y

producto. Es difícil distinguir cuándo está intentando caracterizar el proceso en

términos de propiedades adecuadas a esa categoría (desplazamiento, desviación,

etc.), y cuándo identifica un producto, una realidad lingüística plasmada en

expresiones.
36

Ahora bien, el problema central, desde el punto de vista moderno,


es si ese desplazamiento es un desplazamiento cuyo resultado es la
sustitución de una denominación por otra. La metáfora operaría entonces
por medio de una suplantación: sustituiría un nombre comúnmente usado
por otro inusual. Además, el proceso sería reversible: el nombre
metafórico podría ser sustituido a su vez, sin pérdida de valor referencial,
por el nombre usual11.

Hay que admitir que un examen de los textos aristotélicos da pie a


pensar que Aristóteles consideraba la sustitución al menos como un caso
paradigmático de desplazamiento metafórico. Por una parte, si
examinamos los ejemplos de metáfora que proporciona (Poética, 1457 b,
12-18), en ellos se ilustra ese tipo de relación entre el término usual y el
metafórico. Así, en uno de estos ejemplos, Homero dice que Odiseo ha
realizado `miles de buenas acciones’, donde el término que hubiera sido
normal emplear, y que `miles’ sustituye, es `muchas’ 12. La sustitución de
un término por el otro no ha de producir alteración en cuanto al valor
veritativo del enunciado; tampoco, en este caso, existe variación
cognitiva, en el sentido de modificación del contenido semántico de lo
dicho en el enunciado. Se trata sin más de una variación estilística, que
“da color” a la afirmación homérica, incrementando su cualidad poética.

Por otro lado, un argumento importante para adscribir a Aristóteles


una teoría de la metáfora como sustitución lo proporcionan sus
afirmaciones sobre las relaciones entre la metáfora y el símil o

11 Poética, 1458b 18: “Si se sustituyen los términos nobles, las metáforas, etc. por

términos corrientes, se verá que hablamos la verdad”.

12 El ejemplo, como otros que Aristóteles menciona, no es bueno ni para ilustrar lo que

quiere decir ni para poner de relieve el desplazamiento referencial característico de la

metáfora: la sustitución, en este caso, parece tener su fundamento en la eficacia

retórica de la hipérbole.
37

comparación. En la Retórica (1410 b 15-20), Aristóteles equipara la


metáfora al símil, afirmando que son lo mismo, excepto en que en la
comparación existe un “añadido”, lo que hace que ésta tenga menor
eficacia retórica y poética. Esta fue la tesis recogida por Quintiliano
(Instituto Oratoria, VIII, vi, 8), en el aforismo repetido por toda la tradición
retórica: “In totum autem metaphora brevior est similitudo”. De acuerdo
con la interpretación tradicional, la teoría aristotélica constituiría una
prefiguración, cuando no una formulación, de la tesis de que un
enunciado metafórico no es sino una comparación condensada, una
afirmación de la similaridad de dos realidades en la cual se ha suprimido
la partícula que hace explícita la comparación.

Ahora bien, como han señalado algunos comentaristas 13 , esta


adscripción es excesivamente simplista. Por una parte, es preciso
distinguir entre la teoría sustitucionista pura y la teoría comparatista. La
primera requiere que exista una equivalencia (referencial, cognitiva) entre
el término metafórico sustituyente y el usual sustituido, pero no exige un
fundamento específico para tal sustitución. En cambio, en la segunda, el
fundamento se encuentra en la similaridad o coparticipación de las
propiedades de una y otra realidad. Por tanto, es preciso cualificar en qué
medida Aristóteles propone ideas que pertenecen propiamente a una o a
otra.

En cuanto a la teoría sustitucionista, es preciso tener en cuenta que


implica que exista un término o expresión sustituida. Lo cual no encaja
con uno de los casos en que Aristóteles considera también justificado el
uso de una expresión metafórica: cuando no existe un término específico
para designar una realidad (Poética, 1457b). Al admitir que las
expresiones metafóricas pueden emplearse con fines no solamente

13 En particular, P. Ricoeur (1975), que es quien ofrece un análisis más completo de

las tesis aristotélicas. Véase también S. R. Levin (1982).


38

poéticos o retóricos, sino también para extender el léxico 14 , Aristóteles


desbordó el marco de la teoría sustitucionista pura que exige que, para
cada expresión metafórica, exista una expresión literal correspondiente.

Por lo que respecta a la versión comparatista, hay que reconocer


que, aunque Aristóteles destacó la función de la percepción de
similaridades en la ideación de las metáforas, no fue ese el único
fundamento que les reconoció. La función poética no siempre se basa en
la equiparación de propiedades, sino que pueden incidir otros factores,
como por ejemplo su apelación a los sentidos, su viveza, su claridad, etc.
La reivindicación de la teoría aristotélica como esencialmente cognitivista,
tal como sugiere M. Turner (1998), es ciertamente parcial. Es cierto que la
propia clasificación de Aristóteles apunta a un fundamento en las
relaciones metafóricas (v. Infra 2.1.1.2), pero tal fundamento puede ser
juzgado de una naturaleza más ontológica que epistemológica.

En resumen, en la medida en que la teoría comparatista puede


considerarse un caso especial de la sustitucionista y teniendo en cuenta
que la teoría de Aristóteles no encaja perfectamente en ésta, tampoco lo
hace en aquélla. Parece más bien que las observaciones de Aristóteles
tratan de dar cuenta, en diferentes lugares y contextos, de diferentes
aspectos de un fenómeno que, por su complejidad, desborda los límites
de una teoría excesivamente categórica15.

14 Lo que en la moderna teoría retórica se denomina catacresis

15 La cuestión se complica aún más si se consideran las relaciones (de coherencia o

consistencia) entre las declaraciones teóricas de Aristóteles - en el contexto de su teoría

lingüística o literaria- y su utilización efectiva - en el contexto de sus obras biológicas.

Para tener una idea más completa de estos problemas, es preciso consultar G. Lloyd

(1966) y, sobre todo, A. Marcos (1996, 1997).


39

2.1.1.2 Taxonomía aristotélica de la metáfora

Una vez establecida la naturaleza del desplazamiento metafórico


que, como se ha dicho, es referencial, Aristóteles identifica al menos
cuatro modalidades de ese desplazamiento. El pasaje pertinente se
encuentra en la Poética (1457b, 7) a continuación de la enumeración de
las diferentes clases de nombres: “la metáfora consiste en dar a una cosa
un nombre que también pertenece a otra; la transferencia puede ser de
género a especie, o de una especie a género, o de especie a especie, o
con fundamento en una analogía”. Se puede considerar que, en esta
clasificación, hay dos fundamentos de diferente nivel filosófico. En primer
lugar, parece que se propone un criterio ontológico, aplicable a las tres
primeras clases. La realidad está dividida en géneros y especies,
diferentes formas de ser de la realidad. El paso o salto de una especie a
otra, del género a la especie o de la especie al género es lo que
constituye el ‘salto’ metafórico. En cambio, parece que el desplazamiento
fundado en la analogía es más bien de tipo epistemológico, inferencial por
más señas. Si fuera así, Aristóteles, al menos a este respecto, sería un
claro precedente de teorías modernas, que ven en la metáfora un recurso
semántico y cognitivo de esta clase. Pero conviene tener en cuenta que,
aunque la analogía sea un procedimiento inferencial tiene, en este caso,
también un fundamento ontológico. Aristóteles, por tanto, empleó de
forma genérica el término metáfora, empleo recuperado en la moderna
filosofía del lenguaje, que incluye fenómenos que más adelante fueron
nominados como sinécdoque y metonimia. Es curioso observar que,
aunque la tradición retórica posterior modificó los términos de la
clasificación aristotélica, sustituyendo la ontología de géneros y especies
por una mereología (una teoría sobre las relaciones entre la parte y el
todo16), no abandonó el sustrato ontológico de la definición, esto es, siguió

16 Por ejemplo, en F. Lázaro Carreter (1984, 6ª reimpresión), que recoge de forma


40

haciendo residir el peso de la definición en las relaciones entre los


designata de las denominaciones corrientes y metafóricas. Buena parte
de los intentos de la tradición retórica por precisar y mejorar la
clasificación aristotélica se desarrollaron en el sentido de poner de relieve
nuevas o diferentes relaciones ontológicas que daban lugar a
designaciones metafóricas. Por ejemplo, en el caso de la metonimia, que
Aristóteles definió en su tercer tipo como un desplazamiento de especie a
especie, se incluyeron posteriormente otras relaciones entre los
referentes, como las existentes entre el continente y el contenido, la
causa y el efecto, la materia y el objeto, lo abstracto y lo concreto, etc.,
incluso relaciones no estrictamente referenciales como las existentes
entre el signo (el símbolo) y la cosa significada (simbolizada) (por
ejemplo, `traicionó sus colores´ por `traicionó a su equipo´). Ello tuvo dos
efectos que contribuyeron a desdibujar la teoría ontológica de la metáfora:
1) en primer lugar, hizo que se diluyeran las fronteras entre la sinécdoque
y la metonimia, ante la imposibilidad de distinguir rigurosamente entre las
relaciones parte/todo y parte/parte, y 2) en segundo lugar, amplió de tal
modo el ámbito de los fenómenos metonímicos que prácticamente eliminó
el contenido empírico de la definición aristotélica; de acuerdo con
Aristóteles, el desplazamiento nominativo de especie a especie se
encuentra justificado en la medida en que existe un genus superior que
abarque a ambos. Así, de acuerdo con el propio ejemplo de Aristóteles
(Poética, 1457b, 10-15), `arrancar’ y `cortar’ pueden ser utilizados de
forma intercambiablemente metonímica, pues existe un genus (en
términos lingüísticos modernos, un hiperónimo) de ambos predicados que
es `quitar’ . Se puede decir entonces `le arrancó la vida con la espada’ o

admirablemente sintética las definiciones retóricas tradicionales, se caracteriza la

sinécdoque como "el tropo que responde al esquema lógico pars pro toto o totum pro

parte" y a la metonimia como "el tropo que responde a la fórmula lógica pars pro parte".
41

`con la espada le cortó la vida’ , pues ambos predicados se encuentran


incluidos o dominados por `quitar’ o `extraer’. Pero cuando se amplian las
relaciones metonímicas de tal modo que el genus dominante no es
natural, sino estipulado por la misma denominación metonímica, la
relación se convierte en arbitraria y la definición en circular: es
metonímica cualquier denominación que se pueda concebir como tal, en
la que se pueda postular un rasgo común a la denominación metonímica y
a la literal o regular.

Algo de este jaez sucede también en la cuarta clase de metáfora


identificada por Aristóteles, la basada en la relación de analogía. Para que
se dé esta clase de metáforas es necesario que existan cuatro términos,
A,B, C y D, de tal modo que la relación de B a A sea proporcional o
análoga a la que existe entre D y C. La notación habitual es A : B :: C : D,
que indica esa proporcionalidad entre los términos (se lee`A es a B como
C es a D´). Según el ejemplo aristotélico (Poética, 1457b, 20), la copa es
a Dioniso lo que el escudo a Ares, de tal modo que tenemos Dioniso :
copa :: Ares : escudo. Las posibilidades de metaforización tienen
entonces dos direcciones según por dónde se empiece la lectura de la
fórmula: se puede denominar a la copa `el escudo de Dioniso’ o al
escudo `la copa de Ares’. O, para mencionar el otro ejemplo de Aristóteles
(día : atardecer :: vida : vejez) se puede llamar a la vejez `el atardecer de
la vida’ o al atardecer `la vejez del día’ .

La peculiar modalidad de metáfora que es la catacresis, cuando la


metáfora provee de una denominación donde existe un hueco léxico, la
ausencia de una palabra para nombrar una realidad, puede acomodarse a
este esquema, precisamente como un lugar vacío que es preciso llenar.
Por ejemplo, en el esquema montaña : x :: cuerpo : pie, donde no existe
una denominación específica para la parte baja de una montaña, aquella
sobre la cual se asienta y de la que emerge, el esquema nos provee de la
metáfora `el pie de la montaña’ para referirnos a esa parte en virtud de
42

una relación analógica con el cuerpo humano y sus extremidades


inferiores17.

Pero, siendo muy agudo este análisis de Aristóteles, no es


suficiente para aclarar en qué consisten los fenómenos metafóricos.
Porque, para ello, es preciso dotar de contenido a la relación denominada
analógica. ¿En qué consiste esa relación? Si nos limitamos a afirmar que
la relación analógica se da cuando denominamos metafóricamente una
realidad, nos encontraremos con una definición circular: la metáfora se
basará en una relación de analogía, pero ésta no será definible sino a
través de la existencia de una metáfora.

La solución aristotélica consistió en apelar a la similaridad : existe


una relación analógica entre dos objetos o hechos cuando existe alguna
propiedad con respecto a la cual se pueda decir que se parecen. Pero lo
característico de la metáfora es la naturaleza de las similaridades que
pone de relieve, que permite diferenciarla de la figura del símil. Como la

17 No obstante, existe un importante problema semántico acerca de la naturaleza

metafórica de las catacresis, como señaló E. Leisi (1973, citado por W. Noth, 1985,

pág. 7): "Se puede definir la palabra `pié´como `la parte inferior de una extremidad

animal o humana (sobre la que se eleva la criatura). En ese caso pié de la montaña

es una metáfora. Pero no es imposible definir pié desde un principio como `la parte

inferior sobre lo que se asienta algo o alguien´. En ese caso, pie de la montaña no

sería una metáfora. Dependiendo de la definición de significado normal de una

palabra, una determinada usanza aparecerá como incluida o no en él". E. Leisi

consideraba pues que los fenómenos metafóricos quedaban arbitrariamente

delimitados por la construcción del diccionario de una lengua, dejando al margen las

consideraciones históricas. Pero son precisamente esas consideraciones las

pertinentes para fijar el origen metafórico o no de (todas) las expresiones de una

lengua (v. infra Cap. 3).


43

teoría aristotélica ha sido generalmente considerada una teoría


reduccionista, este es un aspecto de la tesis aristotélicas que resulta de
gran interés. Sus puntos de vista se pueden reconstruir del siguiente
modo, modo que explica por qué, aun reconociendo la proximidad
conceptual entre el símil y la metáfora, Aristóteles no acabó de
identificarlas entre sí:

1) el símil consiste en la afirmación explícita de una similaridad entre dos


objetos o hechos, pero sin cualidad novedosa alguna (esto es, sin
cualidad poética). Es adecuado pues en los casos en que la afirmación
de tal similaridad es plausible, por la cercanía conceptual de los objetos
(términos) que se emplean.
2) En cambio, la metáfora consiste en la expresión de una similaridad
impensada, sorprendente, novedosa. Por ello tiene una cualidad
poética (si se añade la propiedad o buen gusto). No requiere la
formulación categórica de esa similaridad tanto por razones retóricas
(pérdida de efectividad expresiva, de virtualidad suasoria) como por
razones lógicas : Aristóteles considera las metáforas como apropiadas,
correctas, ingeniosas, motivadas, etc., pero se resiste a calificarlas de
verdaderas, quizás porque era consciente del núcleo paradójico de los
fenómenos metáforicos, expresar percepciones con contenido cognitivo
a través de manifiestas falsedades.
La tradición posterior suprimió la dimensión cognitiva irreductible de
la teoría aristotélica, contribuyendo por tanto a la histórica depreciación
de la metáfora. Aunque a veces se adscribe la responsabilidad histórica
de esa depreciación a Aristóteles, tal adscripción es injusta o poco
cuidadosa. El estagirita, en un texto citado profusamente, afirmaba que
“lo mejor del mundo, con mucho, es ser un maestro de la metáfora”
(Poética, 1459a, 5-7). La base de su consideración positiva era doble;
por una parte, el dominio de la metáfora “es lo único que no se puede
aprender de los demás, y es también la impronta del genio” (14459a),
porque no se basa en mecanismos que se puedan aplicar de forma
44

regular y precisa. En ese sentido, la metáfora no es `lógica’, sino que


implica el ejercicio de la imaginación y de la sensibilidad. Por otro lado,
“una buena metáfora encierra una percepción intuitiva de las
semejanza en las cosas que no son similares” (1459a): la imaginación
y la sensibilidad no se aplican en el vacío, no elaboran fantasmas
arbitrarios; constituyen un instrumento necesario en la adquisición de
conocimiento en la medida en que ayudan a penetrar la estructura de la
realidad. La metáfora se encuentra en la base de nuestras
abstracciones, posibilitando la elaboración de nuevos conceptos, que
abarcan nuevas realidades.

Aristóteles no sólo fue el primer teórico del lenguaje en aventurar


una definición de lo que es la metáfora, sino también el primer filósofo en
reconocer su importancia en la constitución y extensión del conocimiento.
Según él, el conocimiento progresa mediante la elaboración de conceptos
y leyes progresivamente generales, que cubren todo el espectro de la
realidad (v. S.R. Levin, 1982). En la expansión del conocimiento, la
metáfora desempeña una papel fundamental. Permite captar la estructura
de lo desconocido en virtud de lo ya conocido, manifestando la
homogeneidad oculta de la realidad. La metáfora no es sino un medio de
remitir la experiencia de lo ignoto a lo de lo ya sabido, posibilitando con
ello su captación e asimilación en el sistema cognitivo humano. La
metáfora es una integración, entre algo con lo que ya se está familiarizado
y algo que hasta entonces es extraño, pero que la metáfora nos lleva a
percibir como propio.

2.2. Ideas postaristotélicas sobre la metáfora

En la tradición retórica posterior a Aristóteles se manejan


esencialmente las ideas introducidas por él aunque, como hemos
observado, su aportación es más compleja de lo que parece a primera
45

vista (no es el único caso en que la tradición aristotélica empobreció, en


lugar de enriquecer, las teorías del estagirita).

La primera de estas ideas es una radicalización de la concepción


de las relaciones entre el símil, en cuanto comparación explícita, y la
metáfora. Ciceron, en De oratore, III, 38, proporciona una definición de
metáfora que expresa esa radicalización: “la metáfora es una forma
abreviada de símil, condensada en una palabra”. Esta idea es la fuente de
inspiración de numerosas teorías posteriores, e incluso subyace, como
veremos, a tratamientos lingüísticos modernos. El núcleo de esta idea es
que existe una equivalencia subyacente entre el esquema propio de los
enunciados metafóricos:

(1) A es B
y el del símil

(2) A es como B

La postulación de esta equivalencia no es inocua, puesto que


señala una reducción del contenido cognitivo de (1) a (2). Si (1) significa
lo mismo que (2), entonces, para propósitos cognitivos (de conocimiento
de la realidad, de conceptualización, de comprensión, etc.), se puede
sustituir (1) por (2), con la ventaja de la explicitud: lo que (1) esconde, en
cuanto enunciado metafórico, queda a la vista en (2), que a diferencia de
(1) es un enunciado literal, que enuncia que entre A y B se da literalmente
una relación (en general, de similaridad).

Nótese que el punto central es el valor cognitivo: si (2) puede


sustituir siempre a (1) sin pérdida de ese valor, entonces el enunciado
metafórico (la metáfora en general) no poseerá, o podrá reclamar para sí,
una función cognitiva autónoma, esto es, independiente del discurso
literal. La metáfora no constituiría un medio propio de acceder a la
realidad mediante el uso del lenguaje, aunque, como tal uso, podría tener
funciones no cognitivas diferentes de las que posee el lenguaje literal.
46

La segunda de las ideas que perduró en la tradición retórica


aristotélica (v. J. Murphy, 1986) atañe a la función no cognitiva de la
metáfora. Una vez que se excluya a ésta del campo de la teoría del
conocimiento o de la ciencia, es relegada al de la estética o el de la teoría
literaria. La función de la metáfora es procurar placer estético, constituir
un ornato que, manejado con competencia ha de representar un
ingrediente esencial en el discurso narrativo o poético. Esta
desvinculación de la metáfora del reino de lo cognoscitivo, y su
correspondiente destierro al ámbito de lo estético, corre paralela, a partir
de la era moderna, a la tajante separación entre ciencia y arte, entre
conocimiento y placer. Pero es una idea que ya se encuentra en germen,
a partir de la Institutio Oratoria de Quintiliano, en la filosofía medieval de
lenguaje.

La radical separación entre lenguaje del conocimiento/lenguaje del


arte propia de la Edad Moderna es la causa de que las incursiones o
manifestaciones de éste en aquél sean concebidas como auténticas
transgresiones, no sólo lingüísticas o conceptuales, sino también morales.
A este respecto se puede mencionar el Leviathan de Hobbes, pero su
manifestación más completa se puede encontrar en lo que es el primer
tratado de filosofía del lenguaje, cuya influencia se extendió a lo largo de
todo el siglo XVIII y conforma el programa de investigación de éste: el
Ensayo sobre el entendimiento humano de J. Locke, Libro III. El sentido
general de la obra de Locke es, como se sabe, el de la investigación
sistemática de las relaciones entre pensamiento y realidad. Y en esa
investigación desempeña un papel central la consideración del lenguaje,
aunque esa consideración sea introducida en medio de la investigación, al
reconocer la necesidad de analizar el instrumento fundamental mediante
el cual conformamos y comunicamos nuestro pensamiento, el lenguaje
natural. En ese contexto epistemológico, la imagen global del lenguaje
que Locke dibuja es la que lo retrata como un medio de representación.
Lo esencial del lenguaje es la capacidad de modelar nuestras ideas sobre
47

la realidad, de una forma tan estrecha que no es concebible analizar el


pensamiento sin analizar al mismo tiempo el medio en que se expresa.
Dada esta concepción global acerca de la naturaleza y función del
lenguaje, la representativa o pictórica, es natural valorar los usos
lingüísticos en la medida en que contribuyen a esa función figurativa: el
lenguaje se puede utilizar para pintar el pensamiento de una forma más o
menos explícita, más o menos detallada, más o menos fiel. La claridad, la
precisión y la fidelidad son las cualidades que Locke destaca en el uso
lingüístico, y son las cognitivamente pertinentes. Frente al uso lingüístico
poseedor de estas cualidades, existen otros que pueden contribuir a
perturbar la función cognitiva esencial de representación del pensamiento.
Entre ellos se destaca el uso retórico, que oscurece antes de aclarar, que
oculta en vez de descubrir, que vela en lugar de desvelar. Merece la pena
citar extensamente un texto de Locke a este respecto porque enuncia una
actitud paradigmática que, dada la influencia de su obra, tuvo una amplia
trascendencia en el racionalismo lingüístico del siglo XVIII (Ensayo, Libro
III, 234, pág. 503, ed. FCE): “Puesto que el ingenio y la fantasía
encuentran en el mundo mejor acogimiento que la seca verdad y el
conocimiento verdadero, las expresiones figuradas y las alusiones
verbales apenas podrán ser admitidas como imperfecciones o abusos del
lenguaje. Admito que en discursos donde más buscamos el halago y el
placer que no la información y la instrucción, semejantes adornos, que se
toman de prestado de las imágenes, no pueden pasar por faltas
verdaderas. Sin embargo, si pretendemos hablar de las cosas tal como
son, es preciso admitir que todo el arte retórico, exceptuando el orden y la
claridad, todas las aplicaciones artificiosas y figuradas de las palabras que
ha inventado la elocuencia, no sirven sino para insinuar ideas
equivocadas, mover las pasiones y para reducir así el juicio, de manera
que en verdad no es sino superchería. Y por lo tanto, por más laudables o
admisibles que puedan ser para la retórica en las arengas y discursos
populares, es evidente que deben ser evitadas en todos los discursos que
48

tengan la intención de informar e instruir; y cuando se trate de la verdad y


del conocimiento, no pueden menos de tenerse por gran falta, ya sea del
lenguaje, ya sea de la persona que los emplea”.

En este texto se expresa pues la tajante separación entre el ámbito


cognitivo (la seca verdad y el conocimiento verdadero) y el ámbito retórico
(a excepción de las cualidades epistemológicamente valiosas), y la
correspondiente distinción entre los usos lingüísticos que son propios a
cada uno de ellos: al reino del conocimiento le corresponde el lenguaje
literal, que por su carácter transparente permite captar de forma más
inmediata la conexión entre el pensamiento (las ideas) y la realidad (las
sustancias). Al reino de lo retórico pertenece todo uso lingüístico que
tiende a oscurecer esa relación; en particular, el uso figurado del lenguaje
tiene un lugar propio, no en el discurso científico, sino en aquel en que la
persuasión se fundamenta en el desencadenamiento de emociones antes
que en la movilización de las razones: en los discursos político, forense,
literario 18 . Esta tajante separación, con las valoraciones filosóficas que
lleva aparejada, iba a dominar la filosofía del lenguaje del siglo XVIII: la
metáfora iba a ser recluida en el ámbito de las figuras del discurso, iba a
considerarse como un recurso estilístico más, que era preciso situar bajo
la disciplina antropológica, el análisis de las diferentes modalidades en
que el lenguaje adquiere su cualidad retórica mediante el alejamiento de

18 S. Haack (1994) ha analizado, sin embargo, una inconsistencia típica no sólo en J.

Locke, sino también en muchos filósofos que pretenden excluir la metáfora del ámbito

del conocimiento. Se trata de una inconsistencia pragmática: al tiempo que se elimina

teóricamente la metáfora como instrumento de expresión de conocimiento, se hace un

uso profuso de ella para enunciar la epistemología misma. Piénsese, sin ir más lejos, en

las metáforas lockeanas sobre la mente humana como hoja de papel en blanco o como

virgen tablilla de cera en la cual se van imprimiendo los conocimientos basados en la

experiencia.
49

la relación directa con el pensamiento.

La filosofía racionalista-empirista dominó los siglos XVII y XVIII, y lo


mismo sucedió con sus análisis y valoraciones de la metáfora. Sin
embargo, incluso en estos siglos se pueden encontrar autores que
avanzaron ideas sobre la metáfora en abierta contradicción con la
concepción dominante, con el espíritu de la época.. Así, incluso en pleno
apogeo de la Razón, autores como B. Pascal llamaron la atención sobre
el error que suponía menospreciar un fenómeno tan extendido y tan
ligado a funciones comunicativas esenciales en el ser humano. Estas
ideas constituyen un acervo teórico sobre el que es preciso entender la
gran revolución que sobre la metáfora supuso el romanticismo.

Frente a la reductibilidad y dependencia del significado metafórico,


B. Pascal destacó la autonomía e irreductibilidad de la metáfora.
Autonomía porque el significado de la metáfora es independiente de las
acepciones literales de sus elementos componentes, e irreductibilidad
porque el significado metafórico es intraducible a paráfrasis literales.
Según B. Pascal, la metáfora posee un excedente expresivo que la hace
particularmente apta para acceder a hechos o realidades no
manifestables en el lenguaje literal. Pascal se ocupaba de la metáfora, y
del lenguaje figurativo en general, a propósito del lenguaje de la Biblia,
pero lo importante a retener en sus consideraciones es precisamente la
valoración positiva de la metáfora -frente al menosprecio racionalista -y el
hecho de que, como destacó D.E. Cooper (1986), se planteara algunos
problemas que no era usual abordar en un contexto filosófico dominado
por la teoría del conocimiento: en primer lugar, que se cuestionara el
problema de la identificación de la metáfora, poniendo de relieve que la
separación entre lo literal y lo metafórico no es tan directa , o no se puede
dar por supuesta, como lo pensaban los teóricos tradicionales. En
segundo lugar, que se preguntara por la causa de la existencia de las
metáforas, esto es, que tratara de dar una auténtica explicación a la
50

pregunta de por qué hablamos metafóricamente, un problema no fácil de


resolver, y que desde luego no se resuelve apelando al gusto humano por
el placer, por el juego o por la belleza19.

La filosofía romántica de la metáfora acentuó las ideas pascalianas


de irreductibilidad y autonomía del lenguaje, e incluso las radicalizó. La
médula de la concepción romántica es el resultado de una inversión de la
concepción racionalista: la metáfora no es un fenómeno marginal,
secundario y dependiente del lenguaje literal, sino que constituye la
esencia misma del lenguaje, la forma en que éste nos permite acceder al
mundo. Esta idea romántica se desarrolla en dos dimensiones: en su
aspecto historicista o evolutivo, se afirma la presencia de la metáfora en el
acto lingüístico creativo, esto es, en el (hipotético) momento primigenio de
la denominación. En este sentido, la metáfora está ligada al mito, porque

19 Este es un punto que ha merecido un comentario de un autor tan poco dado al

romanticismo como W.O. Quine, 1981, pág. 224 de la edición española): "Los

exégetas suceden a los exégetas, siempre interpretando metáforas con nuevas

metáforas. Hay aquí profundos misterios. Hay un misterio respecto del contenido

literal, si lo hay, que ese material metafórico pretende trasmitir. Y luego hay un

misterio de segundo orden: ¿por qué el rodeo? Si el mensaje es tan urgente

importante como se supone, ¿por qué no se nos comunica abiertamente desde el

principio?". La explicación de W.O. Quine es, como se puede suponer, que las

metáforas no tienen contenido (literal), sino fuerza retórica: pueden inducir

sentimientos. Indudablemente, esa posición influyó en consideraciones posteriores

sobre el carácter pragmático de las metáforas (v. infra Cap. 10.2).


51

el mito recoge la forma elemental en que una cultura idea la realidad en


términos lingüísticos (y no lingüísticos). El mito no es sino una metáfora
extendida, aplicada, global (Herder, Ensayo sobre el origen del lenguaje).
En su versión no historicista, el carácter metafórico del lenguaje podría
determinarse analizando el lenguaje mismo, en su estado actual, sin
recurrir a su evolución. En la esencia misma del lenguaje y en su
categorías fundamentales se puede advertir ese desplazamiento
metafórico -idea que es posible encontrar repetida por M. Heidegger, H.
Gadamer o J. Derrida-.

Un análisis de las concepciones románticas sobre la metáfora nos


llevaría demasiado lejos, pero quizás convenga mencionar una de las
culminaciones de tales concepciones en la filosofía moderna, la obra de
F. Nietzsche, en la medida en que marca un giro fundamental en la
historia de las teorías sobre la metáfora. En sus reflexiones sobre la
metáfora, Nietzsche suscitó una idea que, de diferente modos y en
diferentes contextos teóricos, se ha planteado en la filosofía
contemporánea sobre el lenguaje, en la psicología y en la lingüística: la
imposibilidad de trazar una frontera nítida entre lo literal y lo metafórico y
de construir esta noción sobre aquélla. Así, la relación que Nietzsche
planteaba entre el lenguaje literal y el `retórico’, no era una relación entre
usos radicalmente diferentes o especializados: si por `literal’ se entiende
la utilización corriente de la lengua, entonces nuestro uso `literal’ es tan
retórico, en su esencia, como el empleado por el poeta o el literato: “lo
que se denomina `retórico’, en cuanto artilugio de un arte consciente, se
encuentra presente, como mecanismo de un arte inconsciente, en el
lenguaje y en su desarrollo. Podemos afirmar incluso que la retórica no es
sino una extensión de los mecanismos insertos en el lenguaje...No existe
cosa tal como un lenguaje `natural’ , no retórico, que se pueda utilizar
como punto de referencia: el lenguaje mismo es el resultado de trucos y
artilugios retóricos...Los tropos no son algo que se añada o abstraiga del
52

lenguaje a voluntad, son su auténtica naturaleza”20. Por tanto, Nietzsche


cuestiona la idea moderna de que exista una separación tajante entre el
lenguaje científico-filosófico, el de la expresión del conocimiento, y el
lenguaje común, esencialmente impregnado de figuras retóricas. En
realidad, lo que ocurre es que los usos lingüísticos pueden ser situados
entre dos extremos o polos ideales, de naturaleza figurativa o literal. Pero
todo uso lingüístico real, por muy especializado que sea consiste en una
mezcla de ambos ingredientes. La escala que va de lo figurado a lo literal
es una escala histórica: el impulso creador que da origen a la metáfora
tiende a fijarse, a adquirir estabilidad y regularidad en el lenguaje. A
medida que la expresión metafórica adquiere carta de naturaleza y
difusión social, se fosiliza, se convierte progresivamente en expresión
literal. El proceso que convierte en literal la expresión metafórica, el
proceso de lexicalización, de asimilación al sistema de la lengua, es un
proceso en que la expresión pierde su novedad y, con ella, su energía
creadora, el impulso primigenio que la puso en circulación. Tras toda
expresión lingüística reposa una vieja metáfora: “No existe ninguna
expresión “real” y ningún conocimiento independiente de la metáfora...las
metáforas más corrientes, las usuales, pasan ahora por verdades y como
criterios para considerar las más raras. La única diferencia intrínseca
entonces es la diferencia entre la costumbre y la novedad, entre la
frecuencia y la rareza. Conocer no es sino trabajar con metáforas
21
favoritas, una imitación que ya no se experimenta como tal” .

Estas afirmaciones de Nietzsche, pertenecientes a la primera


época de su pensamiento, adquieren sentido cuando se las considera en
relación con su teoría del lenguaje. El lenguaje es esencialmente
metafórico porque ninguna denominación abarca toda la realidad que

20 G. Werke, 1922, vol. V, pág. 297 passim, citado en P. Cantor (1982, pág. 71)

21 Philosophenbuch, 1872, citado por P. Cantor (1982, pág. 72).


53

nombra, de tal modo que cuando se vierte tal realidad al lenguaje siempre
queda una parte de esa realidad por expresar, por captar. El carácter
esencialmente figurativo del lenguaje es el resultado de una de sus
imperfecciones, su limitación a la hora de representar la realidad, de tal
modo que toda enunciación o denominación es constitutivamente parcial,
metonímica.

Uno de los puntos más interesantes de la filosofía nietzscheana es


la aplicación de esta concepción a los análisis morales (en La genealogía
de la moral, por ejemplo). La esencia de tal análisis es que los conceptos
morales están estructurados metafóricamente, esto es, que sobre las
ruinas de sus acepciones literales se han edificado, mediante extensión
metafórica, las nuevas acepciones. Esto no sólo es característico de los
conceptos morales (recuérdese su análisis de la pureza moral en términos
de la limpieza corporal, o de la culpa a partir de la deuda pecuniaria, sino
que es propio de cualquier campo léxico que se extienda y amplie para
cubrir nuevas realidades, nuevos ámbitos de la experiencia. La metáfora
se convierte así en la manifestación lingüística del rasgo esencial del
hombre tal como lo concibe Nietzsche, su voluntad de dominio.

Pero, más allá de las resonancias morales o especulativas que tiene la


teoría nietzschiana de la metáfora, lo pertinente a nuestros propósitos, lo
que hay que retener, es el siguiente conjunto de ideas que, en contextos
muy diferentes, se podrán encontrar en la filosofía de nuestro siglo:
1) el lenguaje es esencialmente metafórico. En la construcción y
aplicación de términos participa una traslación, movimiento o
desplazamiento que convierte a tales términos en intrínsecamente
figurativos (v. M. Hesse, 1966, 1974).
2) la metáfora es un medio fundamental para la ampliación y extensión
de los sistemas léxicos. Tales sistemas ganan en complejidad y en
profundidad mediante la invención de nuevas aplicaciones de
términos ya existentes, perteneciente ya o no al sistema léxico que
54

evoluciona (v. E. Sweetser, 1990)


3) no es posible trazar una frontera nítida entre lo literal y lo figurativo,
porque el lenguaje está en permanente progreso de lo otro a lo uno,
de forma que lo que existe es un diferente grado de metaforicidad o
literalidad, dependiendo de lo próximo que se encuentra la
expresión a su origen figurativo (v. R Gibbs, 1994).

2.3. La teoría interaccionista de M. Black.

Un artículo de M. Black (1954), marcó un punto de inflexión


importante en la reflexión filosófica sobre el problema de la metáfora, y
sobre el lenguaje en general. En vez de apoyarse en las ideas
tradicionales de la retórica o en las tesis más comunes de la floreciente
filosofía analítica del lenguaje, M. Black se replanteó el análisis
conceptual de la metáfora a partir de ideas tradicionales de la teoría de la
literatura o de la crítica literaria, unida más o menos explícitamente a la
escuela romántica (Wordswoorth, Coleridge...). Con ello, inauguró en el
siglo XX una forma menos estrecha de hacer filosofía del lenguaje y,
desde luego, revitalizó la reflexión filosófica sobre la metáfora,
anquilosada durante un siglo, dando carta de naturaleza a su
investigación en el marco de la filosofía contemporánea del lenguaje.

a. La delimitación

M. Black comenzó por plantearse cuestiones cuya solución se


había dado por supuesta en la tradición retórica. Corresponden estas
cuestiones a la periferia conceptual del problema, al ámbito externo que
tan a la ligera había sido considerado como definitivamente trazado. Se
referían estas cuestiones a los problemas metodológicos o
epistemológicos de la identificación, detección o delimitación de lo
metafórico, como prólogo necesario a un tratamiento más sustantivo, que
55

intentara aclarar la naturaleza o función de las metáforas en el lenguaje


natural. La táctica de Black, para abordar este tipo de problemas, era muy
común en la metodología analítica (y no analítica): se trataba de
considerar una colección de ejemplos, en los que se pudiera considerar
que se trataba de eso, de ejemplares de metáforas, y tratar de averiguar
si tienen propiedades en común, esto es, si se pueden discriminar
criterios que sirvan de una forma general para la detección o identificación
del fenómeno. En (1954) M. Black manejó ejemplos que van desde
expresiones cotidianas a claramente literarias. Por ejemplo, mencionó la
frase `el presidente aguijó (espoleó) la discusión' como un caso de
metáfora cotidiana; `los pobres son los negros de Europa' como una
metáfora `académica', y `voces de papel secante' como una metáfora
literaria o poética. En un artículo posterior (M. Black, 1979), destacó la
importancia de una adecuada selección de ejemplos: subrayó la
tendencia de los investigadores que menosprecian la metáfora a utilizar
ejemplos manidos (`el hombre es un lobo' , `Julieta es el sol' ), que se
acomodan con mayor facilidad a las teorías tradicionales (comparatistas,
sustitucionistas), y la propensión de los que exaltan la metáfora a usar
metáforas literarias o poéticas, ejemplos sofisticados cuyo tratamiento
teórico es mucho más difícil. Black abogó por los ejemplos de tipo
intermedio, esto es, por las metáforas de un nivel teórico regular, que no
fueran impenetrables al tratamiento lingüístico ni fácilmente reducibles a
consideraciones triviales.

b. La terminología de M. Black.

Lo característico de los ejemplos que Black propuso (1954) es que


parece existir un contraste entre términos que se utilizan no
metafóricamente y términos que se utilizan en este sentido. Para fijar ese
contraste en una terminología, M. Black propuso el empleo de los
términos foco y marco: foco es el término o términos que se emplean
56

metafóricamente, y marco la colección de expresiones que no se emplean


metafóricamente, pero a las cuales se aplican la expresiones metafóricas.
Esta terminología se correspondía más o menos precisamente con la de
tenor y vehículo de I. A. Richards (1936). La identidad de la metáfora no
era considerada un asunto sólo del foco, sino de la relación entre éste y el
marco. Era de suponer que, aunque el foco fuera el mismo, esto es, que
el uso metafórica del término fuera similar, un cambio en el marco podría
determinar que el sentido fuera una metáfora distinta. Por ejemplo, si
consideramos el término `volar' en cuanto foco, eso es, usado
metafóricamente, no siempre que figure en ese sentido produciría la
misma metáfora:

(1) el tiempo vuela


(2) la flecha vuela
(3) el pájaro vuela

En cualquier caso, es un problema saber si una expresión se trata


de una metáfora, y un problema diferente si, ante dos expresiones
metafóricas, se trata de metáforas distintas o de la misma metáfora. El
primer problema es el externo, que es el que tiene mayor peso teórico, y
el otro interno, que supone la resolución del primero, de menor entidad y
resoluble quizás mediante "una decisión arbitraria" , como propuso Black,
que evalúe las diferencias y las similaridades existentes entre dos clases
de metáforas para juzgar si son o no la misma. Pero, para considerar
ampliamente estos problemas, es preciso que pasemos a un nuevo
capítulo.
57

CAPITULO 3:

IDENTIFICACION Y ALCANCE DE LA METAFORA

Un problema primario que toda reflexión sobre la metáfora ha de


resolver es el de su identificación ¿De qué se está hablando cuando se
emplean los términos `metáfora’, `significado o sentido metáforico’ ,
`fenómenos metafóricos’ , etc.? Y esta cuestión de la identificación se
puede abordar de dos formas: en primer lugar, de una manera directa, se
puede tratar de formular las condiciones necesarias y suficientes para
que, enfrentados a la calificación y clasificación de un determinado
fenómeno (quizás particularmente lingüístico o, en general, simbólico)
podamos afirmar, con razones, que ese fenómeno es metafórico. Esto es,
la forma directa de abordar el problema es la de intentar una definición
de lo que es metafórico, explicitando en qué consiste.

Por otro lado, una forma más indirecta de abordar el problema de la


identificación es convertir ésta en un problema de demarcación. Es
también un enfoque más modesto, puesto que, mientras la primera vía de
aproximación supone la existencia de un fenómeno (o conjunto de ellos)
unívoco, con notas o características sustanciales y definitorias, no sucede
lo mismo con el intento de acotar, de forma externa, un conjunto de
fenómenos a los que sea razonable incluir entre los metafóricos. Bajo este
enfoque, incluso se puede mantener que la frontera entre lo que es
metafórico y lo que no lo es, es una frontera difusa o borrosa, admitiendo
que se pueda dar una gradación en la calificación de esos fenómenos,
más o menos metafóricos (v. A. Engstrom, 1996).

Sin embargo, lo útil no es tanto discutir previamente las ventajas


58

filosóficas o, en general, teóricas, de uno u otro enfoque, sino de


examinar su rendimiento efectivo en la práctica, su viabilidad como
herramienta heurística para captar un fenómeno que, si no heterogéneo,
es sumamente complejo e incluso oscuro. Lo que importa, en todo caso,
es subrayar la primacía de la cuestión que se plantea, ya sea en términos
de definición o de demarcación mediante criterios. Primacía que, por una
parte, es preciso distinguir22 de la importancia que podamos adscribir a
uno u otro aspecto de la metáfora y que, por otro lado, no hay que
equiparar con independencia. Es posible que la misma respuesta a las
cuestiones de identificación entrañen ya una posición teórica con respecto
a la descripción y explicación de los fenómenos metafóricos. No obstante,
seguiría siendo cierto que, primero, esa posición teórica debería dar una
solución al problema de la identificación.

Por el momento adoptaremos una postura teórica prudente y liberal


al mismo tiempo. Con ello queremos decir que se trata de un posición que
no suscribe, ya desde el comienzo, un conjunto de tesis radicales sobre la
metáfora - por ejemplo, su irreductibilidad o inefabilidad -, ni excluye de
forma injustificada fenómenos en lo que comúnmente se habla de
metáfora. En este sentido, aunque en principio circunscribiremos la
discusión al ámbito lingüístico, no prescindiremos de hablar de conceptos,
hechos o procesos metafóricos. Incluso es posible que el análisis de uno
u otro tipo de realidades metafóricas, lingüísticas y no lingüísticas, tenga
una utilidad teórica, en el sentido de ser extrapolable o generalizable de
un ámbito al otro.

En cualquier caso, lo cierto es que no queda más remedio que


tomar una serie de decisiones terminológicas previas, para que la
elucidación tenga un mínimo de transparencia: siguiendo a D.E. Cooper 23,

22 Como hace D. E. Cooper, 1986, págs. 5-6

23 D.E. Cooper, op. cit. pág. 7


59

comenzaremos considerando lo metafórico como un subconjunto de lo no


literal. En ese sentido, lo metafórico se opondrá también a lo literal. Entre
otras ventajas, esta decisión preliminar parece recoger nuestras
intuiciones naturales sobre el sentido `literal’ o `figurado’ de las
expresiones, aunque la oposición literal/no literal resulte forzada cuando
se aplica a realidades no lingüísticas.

Como el propio Cooper observó, la utilización de esta oposición


como un medio para aclarar elementalmente el objeto de estudio no
presupone, por un lado, la admisión acrítica de dos tipos de significado ni,
por otro, ninguna tesis acerca de sus relaciones. Esto es, no fuerza a la
admisión de dos entidades teóricas heterogéneas, el significado literal y el
metafórico, ni a tesis sobre la reductibilidad o derivabilidad de uno a otro.
En cambio, parece obligar a formular una caracterización de las metáforas
que las distinga de otros casos de manifestación de lo no literal, es decir,
parece incitar a una labor taxonómica de las figuras del discurso que
exhiben esa no literalidad. Por tanto, pospondremos este problema
interno, limitándonos al tratamiento del externo, lo literal vs. lo no literal.

Otra distinción que conviene respetar escrupulosamente, o al


menos tener claramente presente, es la que separa a los fenómenos
simbólicos en general, y a los lingüísticos en particular, en tipos y
muestras o ejemplares (types/tokens). Esa distinción se suele
explicar24 indicando el carácter concreto de éstos y abstracto de aquéllos.
En realidad, se puede parafrasear diciendo que los ejemplares son
realizaciones materiales de los tipos, o que los tipos son abstracciones

24 Véase por ejemplo Acero, Bustos y Quesada, 1982, J. Lyons, 1986, etc.
60

operadas sobre los ejemplares, como se prefiera. Para que se pueda


entrever la importancia de esta distinción en lo que nos atañe considérese
la siguiente oración (las oraciones son siempre tipos, entidades teóricas
de la lingüística):

(1) la fruta está madura


Esta oración, considerada en cuanto a su dimensión abstracta, no es
adscribible ni a la clase de las entidades literales, ni a las metafóricas o,
para decirlo más intuitivamente, no tiene ni significado literal ni significado
metafórico. Tampoco es ambigua en el sentido de posibilitar dos
interpretaciones alternativas basadas en la estructura lógico-sintáctica o
en la polisemia de alguno de sus componentes. Pero en cambio se
pueden imaginar situaciones (contextos) en los que se utilice esa
oración para afirmar cosas diferentes, o expresar diferentes ideas, si así
se prefiere. En una situación concreta puede ser usada -proferida, se
dice técnicamente -para indicar el estado de una cosecha de
melocotones, por ejemplo. En otra situación, se puede utilizar para
observar que un determinado proceso, pongamos una negociación, ha
alcanzado una determinada etapa, una en la cual sea posible un acuerdo,
por ejemplo. La oración es en las dos ocasiones la misma, pero sus
utilizaciones son diferentes. En el primer caso se trata de un uso literal
y en el segundo de una utilización metafórica25.

En buena parte de lo que se ha escrito sobre metáfora - y se ha escrito

25 E.F. Kittay (1984, 1987) se enfrentó a esta dificultad postulando que los criterios de

identificación metafórica han de ser supra-oracionales, esto es, que han de tener en

consideración meta-reglas de adecuación textual. Si la oración (1) no resulta anormal en

principio desde el punto de vista semántico, puede que lo sea en el contexto de una

negociación. De acuerdo con E.F. Kittay, el criterio de identificación seguiría siendo

semántico, pero de segundo orden, esto es, especificando reglas de buena formación

discursiva.
61

mucho -, esta distinción se ignora o se obvia, y se habla libremente de


términos o enunciados metafóricos, cuando de lo que estrictamente
habría que hablar sería del uso metafórico de esos términos o
enunciados. Las razones de ello, sobre las que no nos vamos a extender,
tienen que ver con la necesidad de que la lingüística, tanto en su
disciplina semántica como en otras, formule generalizaciones que
trasciendan el análisis de los acontecimientos particulares, pero en
cualquier caso no habría que olvidar que esas generalizaciones son
explicativas en la medida en que atañen a los acontecimientos concretos
que constituyen las proferencias lingüísticas. Siempre que se tenga esto
en cuenta, y sus consecuencias en lo que respecta al estudio del
significado lingüístico, se puede permitir que se hable indiferentemente de
expresiones metafóricas o de usos metafóricos de expresiones.

3.1. Lo literal

Desde los primeros balbuceos conceptuales sobre la metáfora, ésta fue


concebida como una variedad específica del uso lingüístico, como una
forma especial de manejar el lenguaje. En las metáforas hay algo que
choca con la intuición inmediata de lo que es hablar, que sobresale a la
conciencia de la práctica comunicativa humana. Cuando se produce o
comprende una metáfora nueva, parece verse uno envuelto en una
actividad que exige un esfuerzo suplementario a nuestra competencia
comunicativa. Ese excedente de trabajo lingüístico resalta aparentemente
sobre un trasfondo de actividad lingüística normal, que discurre
fluidamente junto a nuestra conducta cotidiana.

Esta imagen tradicional de la metáfora está en realidad trazada por la


tradición lingüística. Se basa en una división artificiosa de los diversos
usos del lenguaje, y de los correspondientes recursos expresivos que
62

llevan aparejados. La retórica tradicional se basaba en la idea de que


cierta actividades están asociadas a comportamientos lingüísticos
particulares. Así, la profesión política o el quehacer forense requieren la
movilización de una capacidad para construir discursos con
características especiales. La creación literaria, articulada en géneros,
también fue concebida bajo este prisma. La habilidad del poeta, del
dramaturgo, hasta del historiador, no es tanto conceptual como lingüística:
el artista es ante todo un artesano del lenguaje, un experto en la
elaboración de objetos construidos con palabras.

Sobre esta imagen es sobre la que han trabajado, para perfilarla o


modificarla, los teóricos de la metáfora. El contraste fundamental que
ofrece es el que se da entre la utilización literal del lenguaje y su empleo
metafórico. En realidad, lo literal y lo metafórico se suelen definir por
contraposición. Es metafórico todo lo que no es literal, y literal todo lo que
no es metafórico. Metafórico viene a equivaler por tanto a figurado,
quizás en el doble sentido de producto de la imaginación y construcción
arbitraria. Lo figurado se opone a lo literal en su alejamiento de lo normal,
en su separación de nuestras intuiciones primarias sobre la lengua. En
esta pintura, el manejo de metáforas tiende a concebirse como un recurso
que es ajeno a la propia naturaleza de la lengua, o cuando menos
extraordinario. El uso metafórico parece quebrar la plácida relación entre
el lenguaje y la realidad, violentando nuestra construcción lingüística del
mundo.

El mismo par de expresiones, literal y figurado, encierra una metáfora


que ha dejado de ser percibida como tal. Lo literal, en nuestra intuición, es
lo inmediato, lo transparente, lo familiar, sustantivos que nos enganchan
en una nueva serie de metáforas. En español, la expresión metafórica al
pie de la letra refuerza esta imagen de lo literal como lo concreto
material, como aquello a lo que hay que atenerse sin más
consideraciones.
63

En cambio, lo metafórico supone un desplazamiento que hay que


retrazar. Lo figurado, en cuanto imaginado 26 , requiere el esfuerzo de
penetrar en la mente de los demás, de reconstruir sus procesos. Lo
figurado exige un trabajo suplementario, recorrer, por el camino correcto,
una distancia que no existe en la inmediatez que impone el lenguaje
literal.

Como en el caso de cualquier mito o imagen establecida, es difícil


luchar contra una concepción no articulada en tesis, ni establecida
mediante argumentaciones. Los únicos medios conocidos para ello son
dos. Por una parte, la exposición del mito como tal, en todas sus
ramificaciones, de modo que quede manifiesta la forma en que impone su
naturaleza sobre la realidad. Es un método comparable al psicoanalítico,
puesto que se espera que la misma conciencia del modo en que la
metáfora nos vela (y desvela) parte de nuestro mundo baste para
liberarnos de ella. Es un método que confía en la capacidad crítica del
intelecto humano, en su poder para desenredarse de las trabas que le
impiden acceder a una percepción más pura de la realidad. Es un método
optimista, moderno.

La otra alternativa, en cambio, se basa en la desconfianza en las


capacidades intelectuales humanas, en la duda de que puedan liberarse
definitivamente de los encantamientos lingüísticos, del embrujamiento de
nuestra mente por el lenguaje, como lo denominaba L. Wittgenstein. Lo
que este camino propone no es sino la elaboración de otros mitos, que
sirvan de antídoto a las viejas fórmulas. Lo que sugiere es que, puesto
que la percepción pura de la realidad no es sino una quimera, hay que ser
capaz de ver la realidad de otro modo, a través de nuevas y más
excitantes familias de metáforas. Lo que promete no es la liberación del
hechizo lingüístico, sino su exaltación a categoría cognitiva. Es una vía
pesimista, romántica.

26 Se hace figuraciones decimos en español de quien gusta de las quimeras


64

Buena parte de la reflexión filosófica y lingüística sobre lo metafórico


se ha apoyado en este tradicional contraste con lo literal. La idea general
subyacente a estas reflexiones, que se ha denominado hipótesis del
significado literal, es que las expresiones lingüísticas en general, y las
oraciones en particular, tienen un significado literal bien definido y que la
computación de ese significado es un paso necesario para la
comprensión de las proferencias de los hablantes. La teoría semántica
que fundamenta esta hipótesis se deriva en realidad de ideas de G. Frege
acerca la composicionalidad del significado: el significado literal de una
expresión lingüística es una función del significado literal de sus
componentes y de las reglas que combinan esas expresiones. La
determinación formal de ese significado permite por tanto que las
expresiones puedan ser comprendidas sin apelar a factores ajenos a la
estructura sintáctica y semántica de las expresiones mismas, esto es,
acudiendo únicamente a propiedades internas de las expresiones, sin
intervención de consideraciones sobre la situación, el contexto o el uso de
que son objeto. De acuerdo con esta hipótesis, el significado literal ha de
distinguirse de lo que el hablante significa al hacer uso de la expresión,
que puede no coincidir en absoluto con ese significado literal, quedando
ese significado literal determinado, al menos en las oraciones indicativas,
por el conjunto de condiciones que permiten asignar a esa expresión un
valor semántico veritativo.

Un error muy común en el tratamiento de la dicotomía entre


significado literal y no literal es el de hacer equivaler significado literal con
significado determinado por las condiciones de verdad de una expresión.
Es claro que este error se comete en el contexto del significado oracional
y no léxico, puesto que raras veces se utiliza la noción de literal para la
denominación misma, si no es en el seno de la expresión oracional.

El error procede en definitiva de la tendencia a privilegiar en la teoría


semántica el discurso declarativo, el enunciado, frente a otras
65

modalidades y a ignorar, dentro del mismo discurso declarativo, las


expresiones cuyo uso no es enunciativo, como sucede con muchos actos
de habla.

Cabe pues señalar que, en primer lugar, existen infinidad de


expresiones que, sin constituir enunciados, tienen un significado
perfectamente literal y, en segundo lugar, que muchas expresiones
enunciativas que tienen un significado literal no tienen condiciones de
verdad o, más precisamente, como mantuvo J.L. Austin en su momento,
que no s les aplican los valores aléticos. Así, `¿es Madrid la capital de
España ?´ puede tener un significado perfectamente literal sin poseer
condiciones de verdad y ` te apuesto que Madrid es la capital de España ´
lo mismo, a pesar de su forma aparentemente enunciativa.

La cuestión del significado literal/no literal es pues independiente


de la cuestión de la posesión o no de valores veritativos; son dicotomías
que no se corresponden. Y ser consciente de ello es importante porque
arruina un argumento frecuentemente usado para negar a la metáfora un
contenido cognitivo. El argumento reza así:

1) Tener valor cognitivo para una expresión lingüística significa


poseer condiciones de verdad.

2) Un expresión es literal si y sólo si posee condiciones de verdad

3) Las metáforas no son expresiones literales

Ergo: las metáforas carecen de valor cognitivo.

Por supuesto, la premisa 1) de este argumento es cuestionable,


pero este es un punto en el que aquí no entraremos. Lo esencial es que
2) es falsa e invalida el razonamiento. Razonamiento que parece haber
sido utilizado por D. Davidson (1978) o por A. Danto (1993) para negar
contenido cognitivo a las metáforas. Si además, como hizo D. Davidson
en su conocido ensayo, se hace apelación a una premisa más,
igualmente cuestionable:
66

4) Una expresión tiene significado si y sólo si posee condiciones de


verdad

entonces se está autorizado a concluir la famosa tesis de que las


expresiones metafóricas son asignificativas qua metafóricas y que, por ser
patentemente verdaderas o falsas, no tienen más contenido cognitivo que
el que tiene su interpretación literal (v. infra Capítulo 5).

Otra forma de exponer esta hipótesis del significado literal 27 es la


que afirma que el significado literal de una expresión es el significado de
esa expresión en un contexto vacío o nulo. Esto es, cuando del
significado global de la proferencia se extraen todos aquellos
componentes que tienen que ver con la naturaleza del contexto, se
obtiene el significado literal. J. Katz (1981) propuso que se comprendiera
esta tesis ilustrándola con el ejemplo de una carta anónima: ese conjunto
de expresiones, de las que se desconoce el autor y las circunstancias en
que éste las utiliza, tendrían únicamente un significado literal.

Contra esta hipótesis, sin embargo, se dirigieron críticas de diversa


índole. Entre ellas, destacaremos las de J. Searle, porque atañen
directamente a tesis sustantivas sobre la metáfora. De acuerdo con J.
Searle28, cualquier oración exige, para su interpretación, un conjunto de
supuestos previos relativos, por ejemplo, a nuestro conocimiento del
mundo o conocimiento enciclopédico - no lingüístico - que no pueden, ni
deben, formar parte de la representación semántica de esa oración. Para
ilustrar esta idea, J. Searle pidió que se consideraran las siguientes

27 Debida a J. Katz y J. Fodor (1963) y a J. Katz (1981)

28 J. Searle (1978), recogido en J. Searle (1979).


67

oraciones29

(1) Juan corta la hierba


(2) Juan corta el pastel

Searle afirmó que el contenido semántico del predicado `cortar’ ha


de ser en ambos casos el mismo, pero que las aportaciones de ese
contenido semántico a la determinación de las condiciones de verdad de
las dos oraciones son diferentes, puesto que describe actividades
diferentes. Así pues, aunque Searle distinguía entre significado literal y
significado del hablante, no admite que esa distinción pueda ser trazada
en términos de la apelación al contexto, como pretendían J. Katz y J.
Fodor. La determinación del significado literal también requiere la
consideración del conocimiento extralingüístico, a saber, el tipo de
supuestos básicos contra cuyo trasfondo se efectúa la comprensión del
lenguaje.

La concepción de Searle fue criticada a su vez por el propio J. Katz


(1981), que le acusó de confundir la teoría del significado oracional con la
teoría del uso oracional. Para J. Katz, el significado literal consiste en una
representación, determinada gramaticalmente, del contenido de la
expresión concebida abstractamente, como expresión tipo. Y no hay que
confundir esta representación con la resultante de aplicar el conocimiento
extralingüístico a la proferencia de esa expresión tipo, que es
propiamente el objeto de una teoría acerca del uso de las expresiones
lingüísticas. Aplicando estas consideraciones al propio ejemplo de J.
Searle: `cortar’ tiene la misma acepción en las dos oraciones, pero no es
necesario que, para cada contexto ( `- la hierba’ , `- el pastel’ ), el

29 El ejemplo es de su artículo "The background of meaning", 1980.


68

significado literal de `cortar’ determine las condiciones de verdad de la


oración.

Durante un cierto tiempo fue popular la idea de que los actos de


habla directos se habían de corresponder unívocamente con el significado
literal de las expresiones oracionales, es más, se consideraba que el
contenido semántico literal de una expresión determinaba el acto de
habla directo al que pertenecía la expresión (v. M.J. Powell, 1985).
Cualquier desviación entre el significado proferencial (el acto de habla
efectivamente realizado por el hablante) y el acto de habla literal al que
correspondía la expresión se explicaba en términos de la distinción entre
actos de habla directos y actos de habla indirectos. Aunque el acto de
habla directo determinado por el significado literal no era el que realmente
se efectuaba, constituía un medio para la realización del acto de habla
indirecto30. En términos epistémicos o psicológicos, la comprensión de la
proferencia (del acto de habla realizado con ella) se explicaba en términos
de la derivación de la interpretación correcta a partir de la computación
del significado literal y del acto de habla directo correspondiente. Algo
similar ha sucedido con respecto a la distinción entre literal y metafórico.
A lo largo de los años setenta, e incluso de los ochenta, se han propuesto
ideas sobre el proceso de derivación del significado metafórico a partir del
significado literal. Parte de esas ideas (recogidas en A. Ortony, ed. 1979)
se mantenía dentro de la semántica: trataban de especificar el proceso
que transformaba el significado literal en significado metafórico. Para
ello, se propusieron diversos mecanismos de incorporación o supresión
de rasgos léxicos en las representaciones de las expresiones

30 En este punto entraban las nociones de procedimiento y repertorio, de H.P. Grice,

véase J.Acero, E. Bustos y D. Quesada, 1982, M. J. Powell (1985) y R. Bertolet (1994)


69

componentes de las metáforas (tenor-vehículo, elemento primario-


secundario, etc.) El carácter parcial e insatisfactorio de estas propuestas
condujo progresivamente a la tesis de que el significado metafórico no era
un objeto apropiado para la semántica, sino de la pragmática. Dicho de
otro modo, la pragmática era la disciplina lingüística que había de explicar
en qué consistía la producción de significado metafórico a partir del literal:
éste era el único significado semántico que tenían las expresiones
metafórica 31 . En términos de lingüística continental, las metáforas eran
fenómenos de parole y no de langue. En términos de lingüística
anglosajona, el significado metafórico es significado del hablante y no
significado semántico, entendiendo por éste el significado literal, el
determinado por el sistema de la lengua, por las convenciones
lingüísticas, por las condiciones de verdad, etc. En el campo de la filosofía
del lenguaje, han mantenido este punto de vista autores como H.P. Grice,
J. Searle, M. Creswell, W. Alston y el mencionado D. Davidson, siendo de
éste y de J. Searle las exposiciones más agudas (v infra Capítulo 11.2.)

3.2. Las críticas a la noción ortodoxa de significado literal

La concepción ortodoxa (también denominada `derechista', (v. R.


Wilensky, 1987) del significado literal especifica las siguientes
propiedades para la noción:

31 En una forma más radical, esta es la postura que mantuvo D. Davidson, 1979. Véase

el Capítulo 10.2 para un análisis más detallado de sus ideas sobre la inexistencia de

significado metafórico.
70

1) el significado literal es compositivo, esto es, es una función del


significado de sus componentes y de las reglas que los combinan para
generar una expresión bien formada de una lengua,
2) el significado literal de una expresión determina un conjunto de
condiciones de verdad cuyo conocimiento (en la archisabida tesis de D.
Davidson) equivale al conocimiento de ese significado,
3) el significado literal de una expresión contrasta (en ocasiones) con el
significado de la proferencia (utterance meaning): mientras que el
significado literal es una propiedad del lenguaje, el significado proferencial
es una propiedad del uso del lenguaje. Existe algún tipo de relación
sistemática entre el significado literal y el significado proferencial
(relaciones lógicas o pragmáticas de inferencia),
4) por su carácter estrictamente lingüístico, el significado literal se puede
caracterizar como el significado de una expresión en contexto nulo o
vacío, mientras que la comprensión del significado proferencial requiere la
consideración del contexto; en ciertas versiones: es una función del
significado literal más el contexto.
Como hemos visto, J. Searle, en su crítica a la noción ortodoxa de
significado literal, puso en cuestión las tesis 2 y 4, pretendiendo dejar
inalteradas 1 y 3. En el caso de 2, Searle señaló que a) para que una
expresión oracional (enunciativa) determine un conjunto de condiciones
de verdad, es una condición necesaria que dicha expresión esté en modo
indicativo y b) la determinación de un conjunto de condiciones de verdad
requiere la consideración de aspectos contextuales, en particular de los
aspectos deícticos de la expresión. Si su argumentación fue concluyente,
Searle al menos demostró que, o bien se abandona la tesis de que el
significado literal es acontextual, o bien se abandona la tesis de que
equivale a las condiciones de verdad. De paso demostró, o pretendió
hacerlo, que saber las condiciones de verdad de un enunciado es algo
más que saber el significado literal de una expresión, aunque incluye
saber tal significado: el significado literal es una condición necesaria, pero
71

no suficiente, para asignar condiciones de verdad a una expresión,


mientras que saber las condiciones de verdad es una condición suficiente
para conocer el significado. En resumen, Searle no pretendió demostrar
que no existe el significado literal, sino únicamente especificar las
condiciones bajo las cuales se da, dejando inalteradas pues las tesis 1 y 3
de la concepción ortodoxa.
A propósito de las diferentes posiciones teóricas sobre el
significado literal, de las cuales la de J. Searle constituía una muestra
representativa, M. Dascal (1981) trató de clasificar esas posiciones,
distinguiendo entre un contextualismo moderado, del que él mismo se
consideraba representante y un contextualismo radical, del cual
consideraba representante a J. Searle. Lo característico del
contextualismo moderado es que, aún insistiendo en los factores
contextuales que contribuyen a la determinación del significado - incluso
excesivamente, no es reduccionista, sino complementarista: el
significado literal es una parte necesaria por uno u otro motivo del
significado final o total de la expresión. En cambio, para el contextualista
radical, no existe significado independiente de contexto, de tal modo que,
si existe el significado literal, su determinación requiere la intervención de
información contextual. Una tesis que se desprende de la concepción
radical es que no existe distinción en los fenómenos que estudian entre
la semántica y la pragmática. La crítica que hizo M. Dascal a J. Searle
tenía diversos puntos interesantes, pero, en esencia, iba en el sentido de
reprochar a Searle sus excesivas exigencias a la noción de significado
literal. En particular, reprochaba a Searle pedir que el significado literal
sea una condición suficiente para la comprensión del significado total, lo
cual, naturalmente, no es. Aunque M. Dascal atribuía a Searle el mérito
de haber demostrado que el significado literal no es una condición
suficiente para la determinación de las condiciones de verdad, mantuvo
que tendría que haber demostrado que el significado literal ni siquiera es
una condición necesaria para la determinación de las condiciones de
72

verdad, lo que no hizo. En cualquier caso, la crítica de Dascal admitía


implícitamente la imposibilidad de mantener las cuatro tesis de la
concepción ortodoxa, abogando por una noción más relajada de
significado literal, de tal modo que constituyera una clase de "entidades
incompletas, `esquemáticas', especificadoras de condiciones, de
principios guía y de otros medios mediante los cuales sus `huecos'
pudieran ser rellenados mediante información contextual" 32 La naturaleza
de su discrepancia con Searle no consistía pues en la incorrección de 2,
que admitía, sino en la de 4: Dascal deseaba seguir manteniendo que el
significado literal es independiente del contexto, una propiedad
estrictamente lingüística de la expresión.

3.3. El enfoque cognitivo de la noción de significado literal.

R. Gibbs (1984) sometió a consideración crítica la noción de


significado literal desde otro enfoque. No trató de contrastar la corrección
de la noción con argumentos lingüísticos o filosóficos, sino psicológicos.
Es decir, operó bajo un supuesto hoy corriente, que las teorías filosóficas
o lingüísticas están sometidas (o han de estarlo) a constricciones
psicológicas. Metodológicamente, esto significa que tales hipótesis están
sujetas a contrastación empírica por datos psicológicos referidos a los
procesos de producción o recepción correspondientes. En general, la
crítica de R. Gibbs se dirigía a la distinción entre significado directo
(literal) e indirecto. Esta distinción se ilustra al menos en dos casos: los
actos de habla indirectos y el habla figurada (singularmente la metáfora).
En el caso de los actos de habla indirectos, la teoría ortodoxa dice lo
siguiente:

32 M. Dascal, 1981. pág. 175.


73

1) el acto de habla directo está determinado por el significado literal de la


expresión. La naturaleza de este acto directo puede estar expresada
(codificada, convencionalizada) por indicadores explícitos (verbos o
partículas realizativas) o rasgos gramaticales de la expresión en cuanto
tipo (modo verbal, etc.)

2) el acto de habla indirecto se deriva, por mecanismos inferenciales


pragmáticos, del acto de habla directo. En consecuencia, la fuerza
ilocutiva es secundaria, esto es, derivada de la primaria más las
consideraciones contextuales pertinentes.
De acuerdo con las constricciones cognitivas habituales, esto
significa que se habría de poder trazar una distinción clara entre la
información procesada para la determinación de uno y otro tipo de acto,
una distinción, si J. Searle (1987) tenía razón, entre supuestos de base
(background assumptions) y contexto, en términos no tanto de la
naturaleza de la información como de su gestión (almacenamiento,
modificación, recuperación, etc.) Así, desde el punto de vista estático, los
supuestos de base deberían formar parte de la memoria a largo plazo,
mientras que la información contextual debería constituir una parte de la
memoria a corto plazo. Desde su dimensión dinámica, considerando su
función en los procesos de comprensión, la información en la memoria a
largo plazo debería ser procesada antes que la de corto plazo, si fuera
cierto lo que Searle postulaba, que los supuestos de base ayudan a
determinar el significado literal de una expresión y que este significado
literal es el punto de partida o desencadenador de las inferencias que
conducen al significado de la proferencia. Pero esto se contradice con
otras características de las dos clases de memoria: la memoria a corto
plazo es una memoria de fuerte activación, al contrario que la de largo
plazo que sólo es activada por emcima de un umbral. El proceso
postulado por J. Searle resultaba entonces poco plausible, puesto que
requería que, en el proceso cognitivo, la memoria activada fuera ignorada
74

para consultar directamente la memoria a largo plazo, determinar el


significado literal e inferir luego cualesquiera variedades de significado
indirecto. R. Gibbs 33 propuso más bien lo inverso: que la información
contextual activara, si fuera necesario para la comprensión, la memoria de
la información relativa a los supuestos de base. Esto implicaba que la
comprensión de la significación de una proferencia no (siempre) requería
la determinación y comprensión del significado literal, eliminando pues la
necesidad de tal noción y, en consecuencia, arruinando una forma
habitual de establecer la frontera entre la semántica y la pragmática. De
acuerdo con R. Gibbs (1984) y otros psicólogos (H. Clark & T. Carlson,
1981), la información contextual -en realidad, el conocimiento compartido
o base común - permite obviar la mayor parte de las interpretaciones
posibles de una proferencia, incluyendo las interpretaciones literales: de
acuerdo con los datos empíricos presentados por R. Gibbs (1984), esto es
lo que sucede aparentemente con el procesamiento de actos de habla
indirectos o de otros casos de significado indirecto, como metáforas,
expresiones idiomáticas, etc. En su trabajo de (1984), R. Gibbs
estableció una distinción entre el significado literal y el significado
convencional: mientras el significado literal es compositivo y relativamente
independiente del contexto (excepto de los supuestos de base), el
significado convencional no es compositivo y no es independiente del
contexto. El significado convencional puede coincidir por tanto con el
significado indirecto -o así considerado por la teoría ortodoxa- ya
corresponda a un acto de habla indirecto, a una expresión idiomática o
metafórica. En definitiva, la concepción de R. Gibbs, apoyada en su
trabajo experimental y en el de otros34 tenía el sentido general de 1) poner

33 R. Gibbs (1984, pág. 286)

34 D. Rumelhart, 1979; S. Glucksberg y otros, 1982.


75

en cuestión el modelo secuencial de procesamiento de significado, en


particular el modelo bottom-up (de abajo arriba), propuesto por J. Fodor y
otros en los años setenta 35 , y 2) poner en cuestión la arquitectura
modular de los procesos cognitivos implicados en dicho procesamiento,
con separaciones netas entre módulos lingüísticos y unidades centrales
de procesamiento (memoria enciclopédica, mecanismos inferenciales
generales o habilidades cognitivas básicas).
Desde el punto de vista de la lingüística y la filosofía del lenguaje,
tales críticas representaban una amenaza a la separación tajante entre
niveles de representación tal como se especificaban en los modelos
lingüísticos de N. Chomsky y, en última instancia, a la posibilidad de
distinguir mediante criterios externos (la naturaleza de los fenómenos a
explicar) entre diferentes disciplinas lingüísticas, como la semántica y la
pragmática.
En su posterior crítica a R. Gibbs (1984), M. Dascal (1987) no tuvo
más remedio que aproximar la noción de significado literal a la noción de
significado convencional. Esto es, de forma opuesta a la posición
ortodoxa, consideró que, efectivamente, el significado literal no puede ser
compositivo, pero sí estable, en el sentido de constituir una interpretación
convencional de la información trasmitida mediante la expresión. Por otro
lado, su propósito fue demostrar que el significado literal/convencional es
`psicológicamente real' , esto es, que desempeña un papel en el proceso
de producción y comprensión del significado. Siendo esto así, el principal
punto en litigio parecía consistir en la valoración de la importancia de ese
papel: para Gibbs, el significado convencional/literal no constituye una
etapa necesaria en el procesamiento del significado, mientras que para
Dascal ocupa una posición `básica' en dicho procesamiento. Gibbs no
negaba que el significado convencional/literal fuera psicológicamente real

35 V. J. Fodor (1983).
76

puesto que, según él, constituye un posible producto del proceso de


comprensión lingüística. Pero hay que distinguir cuidadosamente entre el
proceso de comprensión y sus (posibles) resultados. Que el significado
convencional sea un producto (posible) de la computación del significado
no le asegura el lugar privilegiado que, según Dascal, tiene en el proceso
de tal computación. En su réplica a R. Gibbs (1989), M. Dascal (1989)
mencionaba datos experimentales que parecían contradecir la tesis de
Gibbs acerca de la exclusión (en ciertos casos) de la consideración del
significado literal. Ahora bien, esos datos se referían al procesamiento del
significado léxico y, precisamente por su naturaleza acontextual, no
pueden ser aducidos, ni siquiera analógicamente, como falsadores de la
tesis de Gibbs. Es posiblemente cierto que, ante una pieza léxica,
considerada independientemente de un co-texto y de un contexto, el
individuo active todos sus significados o acepciones, pero resulta mucho
más difícil creer que esto suceda así cuando el elemento léxico se
presenta contextualizado. Bajo el supuesto de la compositividad del
significado literal, aunque éste sólo fuera un componente más del
significado convencional, esto significaría que el individuo se encuentra
con la necesidad de computar, y decidir, entre un cierto número de
significados literales (y convencionales), lo cual no parece ser coherente
con los datos de tiempos de reacción en los procesos de comprensión del
significado.
Ahora bien, para hacer compatible su tesis con dichos datos, M.
Dascal tuvo que abandonar el otro supuesto fundamental de la posición
ortodoxa sobre el significado literal, su carácter serial. De acuerdo con su
modelo (avanzado en M. Dascal, 1983), el procesamiento del significado
oracional, de la proferencia y del hablante se desarrolla simultáneamente,
en paralelo, y ello explica las escasas diferencias entre el procesamiento
del lenguaje literal y no literal. Bien pudiera ser así pero, si lo es, cabe
preguntarse en primer lugar qué queda de la posición ortodoxa acerca del
significado literal y, en segundo, si lo que queda tiene algún contenido
77

empírico o alguna significación metodológica o epistemológica. En efecto,


una vez descartado el significado literal estricto (compositivo) como
elemento significativo del proceso de comprensión, puesto que la
representación que siempre se procesa es la del significado convencional,
únicamente resta el carácter previo y necesario de tal computación. Si,
además, se elimina ese carácter previo, al postular un procesamiento en
paralelo de los diferentes tipos de significado, suceden dos cosas:
1) se elimina el carácter básico de la noción de significado convencional
puesto que, en este contexto, básico sólo puede querer decir necesario
para la computación de otros tipos de significado;
2) se abandona implícitamente la tesis fundamental de la posición
ortodoxa, a saber, que el significado proferencial se deriva, por
mecanismos inferenciales pragmáticos, del significado literal o
convencional 36 . Siendo esto así, lo único que queda es el carácter
necesario de la computación del significado literal. Y aquí necesario no
quiere decir necesario para (la comprensión del sigificado de la
proferencia), sino siempre presente en el proceso de computación del
significado. Para sostener este punto, Dascal (1989) se basó en datos
psicológicos sobre la rapidez de la recuperación del significado literal,
datos que en su opinión minusvaloraba Gibbs. En definitiva, la tesis de
Dascal en este punto es que el significado convencional/literal siempre se
encuentra en el proceso de comprensión, siquiera en la forma de
memoria en la sombra (shadow memory) y que, sólo mediante la
dinámica de interacción entre memoria activada (información contextual) y
memoria en la sombra (información `lingüística') puede entenderse el

36 Esta conclusión afecta también al intento de dividir transversalmente la distinción

literal/figurado mediante la dicotomía primario/real (R. Wilensky, 1989). No existe mayor

evidencia psicológica de que el significado real sea inferido a partir de un hipotético

significado primario (esencialmente una forma lógica) que de que el significado

proferencial o del hablante lo sea a partir del significado literal.


78

funcionamiento de la indirección u oblicuidad en el lenguaje natural, en


sus muchas manifestaciones, como la metáfora, la ironía, el humor (una
cierta clase de chistes), etc.
Contra la tesis de que el significado literal siempre está presente en
la computación del significado de una proferencia no literal, ha arremetido
también, recientemente, F. Recanati (1995), que recuerda que existe una
cantidad considerable de datos psicológicos acerca de la equivalencia de
los tiempos de procesamiento de significados lliterales y no literales en
contextos conversatorios. No obstante, esta aparente equivalencia no ha
sido considerada como una instancia refutadora del modelo estándar, que
sigue siendo considerado como `básicamente´ correcto quizás por algún
argumento filosófico trascendental o una argumentación filosófica
concluyente. Esto es, la comunidad de científicos cognitivos, y muy
especialmente la de los filósofos no han considerado tales datos como
suficientemente relevantes para descalificar el modelo estándar de
procesamiento del significado.
La argumentación filosófica pretendidamente concluyente, que se
puede encontrar expuesta explícitamente o asumida en varios lugares,
procedería del modo siguiente: el significado no literal de una expresión
es un significado inferido, esto es, producto de un proceso de extracción
de información a partir de otra información. Por tanto, el significado no
literal es literalmente derivado de otro tipo de información, que no puede
ser sino el propio significado literal de la expresión. La aparente
inconsistencia de la equivalencia de los tiempo de procesamiento se
explica por la sencilla razón de la convencionalización del significado no
literal, esto es, porque en las pruebas mencionadas (por ejemplo, las de
R. Gibbs, 1983, 1986) o bien se utilizan expresiones idiomáticas o actos
de habla indirectos convencionales. Esto es, tanto las expresiones
literales estrictas como estas dos últimas clases de expresiones, las
idiomáticas y las que permiten realizar actos de habla indirectos, son
79

variedades de significado convencional, y ello explica la aparente falta de


diferencias en su procesamiento.
Además, el modelo estándar está indirectamente sostenido por la
ausencia de alternativas teóricas. De acuerdo con sus defensores, dado
que no hay otro modelo que realice las funciones predictivas y
explicativas del modelo estándar, por muy aproximativas que sean, el
modelo sigue siendo válido en virtud del principio metodológico de
persistencia, que asegura la legitimidad de atenerse a los `mejores´
modelos disponibles en cada periodo de investigación.
F. Recanati (1995) ha propuesto poner en cuestión los dos
fundamentos para el mantenimiento del modelo estándar, la explicación
de las instancias refutadoras y la ausencia de modelos alternativos, con
argumentos que merece la pena considerar.
Lo primero que hay que observar, según F. Recanati, es que la
interpretación no literal es un caso más de interpretación contextual, esto
es, una modalidad entre otras de la interpretación consistente en la
asignación de valores (a elementos de la expresión o a la expresión
completa) diferentes de los valores literales. Por ejemplo, otras
variedades de interpretación contextual son la selección de sentido (entre
diferentes sentidos convencionales), la construcción de sentido (la
elaboración de un sentido convencional), la especificación o concreción
(la construcción del sentido específico de un término general) y la
80

asignación referencial (la indicidad o deixis) 37 .Cualquiera que sea el


modelo aceptado para el procesamiento del significado, ha de dar cuenta,
de ser posible, de todas las variedades de interpretación contextual,
incluyendo la interpretación no literal. Así, será preferible un modelo que,
en términos de alcance, sea más comprehensivo que otro, que dé cuenta
de más variedades de interpretación contextual.
Por otro lado, la investigación psico o neurolingüística de los
últimos años ha permitido, no sólo formular, siguiera en esbozo, una
alternativa global al modelo estándar o modelo serial, sino también
distinguir entre diferentes variedades del modelo serial. En general, en los
diferentes modelos disponibles, es preciso distinguir pues entre modelos
seriales y modelos paralelos o PDP (de procesamiento distribuido en
paralelo). La diferencia principal que separa a unos y otros en cuanto al
procesamiento del significado es que los modelos seriales acuerdan un
papel primordial en la interpretación a un determinado valor semántico,
mientras que en los modelos en paralelo se procesan simultáneamente
todas las posibilidades que superan un determinado valor, eligiendo la
que obtiene resultados más satisfactorios38.

37 Todas estas variedades de interpretación contextual se incluyen en el modelo de D.

Sperber y D. Wilson (1986) como elementos del proceso de enriquecimiento de la forma

lógica. De acuerdo con este modelo, que se considera complementario del modelo

gramatical generativo, el resultado de los procesos gramaticales de codificación es (en

un extremo) una forma lógica, que es semánticamente incompleta, esto es, que no

constituye una condición suficiente para la obtención de una interpretación, ni siquiera

literal. Para alcanzar tal interpretación el auditorio debe enriquecer la forma lógica hasta

convertirla en una forma proposicional , es decir, la forma interpretable de una

proferencia lingüística (Sperber y Wilson, op. cit. pág. 179 passsim).


38 F. Recanati (1995, pág. 211) mantiene que la posibilidad elegida es la primera que

obtiene esos resultados, pero no aporta datos que lo justifiquen. En última instancia se
81

Ahora bien, ambos tipos de modelos son plausiblemente aplicables


a fenómenos de interpretación contextual, al menos en principio. Por
ejemplo, un modelo serial procedería en el caso de la asignación
referencial del siguiente modo: asignaría el valor referencial a la
posibilidad más ampliamente puntuada y, en caso de disonancia
interpretativa, iría procediendo sucesivamente de mayor a menor valor.
En cambio, un modelo en paralelo consideraría todas las posibilidades de
asignación referencial por encima de un umbral. asignando el valor al
primero en satisfacer las condiciones contextuales (F. Recanati, op. cit.
pág. 212).
El modelo inferencial de interpretación del significado no literal es
en realidad incompatible con el modelo de procesamiento en paralelo. En
particular, la versión más elaborada del modelo serial, la teoría de la
relevancia de Sperber y Wilson (1986) parece implicar la incompatibilidad
con el modelo PDP, aunque de una forma más compleja que en el caso
de la teoría clásica de H. P. Grice (H.P. Grice, 1970). En efecto, mientras
que la teoría sobre la indirección de H.P. Grice presupone el modelo
serial, la computación previa del significado literal, la teoría de la
relevancia traslada ese modelo serial al ámbito del pensamiento. De
acuerdo con la teoría de la relevancia, toda proferencia (su forma
proposicional) es una interpretación de un pensamiento (del hablante) y
este pensamiento a su vez puede ser, o bien una descripción de un
estado de cosas o bien una interpretación de otro pensamiento. En el
caso del discurso no literal, la forma proposicional de la proferencia y del
pensamiento no coinciden puesto que este pensamiento remite a su vez a
otro pensamiento, que interpreta. Así, la interpretación del discurso no

trata de un problema empírico cuya solución ha de encajar con los datos conocidos

acerca del tiempo de procesamiento de expresiones idiomáticas, actos de habla

indirectos y metáforas.
82

literal es en principio más costosa, desde el punto de vista cognitivo, que


la del literal. Por decirlo así, en el discurso no literal se exige un esfuerzo
suplementario de interpretación al auditorio, puesto que éste ha de inferir
la forma proposicional del pensamiento final -el significado del hablante en
la terminología de H.P. Grice- a partir de la falta de coincidencia entre la
forma proposicional de la proferencia y del pensamiento que interpreta 39.
Pero lo que no queda claro en el modelo de la teoría de la relevancia es si
el proceso inferencial que lleva de una interpretación a otra, del lenguaje
al pensamiento y de ese pensamiento a otro que es lo que el hablante
pretende comunicar, es un proceso desencadenado por la falta de
identidad entre las formas proposicionales de la proferencia y el
pensamiento. Dicho de otro modo, si la computación del significado
metafórico supone de alguna forma la comprensión del literal. Aunque
Sperber y Wilson (op. cit. pág. 233) insisten en que “no hay ninguna razón
para pensar que la más literal sea la expresión interpretativa de un
pensamiento optimamente relevante”, parece que la búsqueda de la
interpretación más relevante esta causada por la irrelevancia de la
interpretación literal y, por tanto, por un principio de maximización de la
conducta del hablante.
Ahora bien, en la teoría de la relevancia el aumento del costo
cognitivo del procesamiento no repercute en la relevancia total de la
proferencia no literal, puesto que ese incremento en el esfuerzo procesual

39 Como Sperber y Wilson comparten la teoría de la mente de J. Fodor (1983) mantienen

que los pensamientos tienen una estructura lingüística, esto es, una forma lógico-

sintáctica y una forma proposicional. Esto es lo que les permite formular una noción

comparativa de similaridad en términos de la cual enunciar una explicación de los

diferentes grados de literalidad (v. infra cap. 7.1).


83

se ve compensado por un correspondiente aumento en los efectos


contextuales de la proferencia, es decir, por la cantidad de información
que permite inferir. Así, las proferencias indirectas, incluyendo las
metafóricas, pueden ser más relevantes que `equivalentes´proferencias
literales. Ello explica por otro lado, según Sperber y Wilson, el uso del
lenguaje indirecto en general y el metafórico en particular, puesto que la
idea nuclear de su modelo es que la comunicación se rige por un principio
general de relevancia: que los agentes maximizan su conducta
comunicativa en términos del equilibrio entre costos y rendimiento
cognitivos. Pero deja sin explicar la equivalencia básica en los tiempos de
procesamiento de las expresiones literales y no literales.
La conclusión de toda esta polémica acerca del significado literal
no puede ser que la razón cae de uno u otro lado. En realidad, los datos
empíricos mencionados por una y otra parte son inconcluyentes y,
además, referidos únicamente a dimensiones no evolutivas. Es de
esperar que datos referentes a la constitución y desarrollo de las
habilidades comunicativas lingüísticas sean relevantes para la valoración
de la función del significado convencional en la computación del
significado. Tales datos podrían suponer el peso decisivo que inclinara la
balanza en favor de una u otra posición. Pero es preciso advertir que la
distancia entre ellas es muy pequeña, aunque significativa. El
contextualismo de R. Gibbs viene a afirmar que el significado
convencional no siempre es computado en el proceso de comprensión del
significado; el literalismo moderado de M. Dascal afirma que siempre lo
es. Pero, más allá de esta divergencia, desde consideraciones más
generales, es más interesante indicar la convergencia producida en el
transcurso de la polémica, porque descarta con argumentos sólidos y
datos empíricos posiciones teóricas que, aún hoy día, puede encontrar
uno firmemente asentadas entre los estudiosos del lenguaje:
1) que el significado literal está en una relación sistemática (jerárquica o
de otro tipo) con las condiciones de verdad de una oración o proferencia
84

enunciativa. Sin embargo, a un mismo significado literal puede


corresponder diferentes condiciones de verdad -deicticidad, etc.;
2) que el significado literal equivale al significado de contexto vacío o nulo
o a algún presunto común denominador de los contexto de uso de la
expresión. La determinación del significado literal requiere la intervención
del significado contextual, siquiera en la forma sumamente general de
conocimiento de supuestos de base - no existen criterios claros
mediante los cuales se pueda diferenciar el conocimiento contextual del
conocimiento de supuestos básicos;
3) que el significado literal sea una noción psicológicamente real a menos
que se generalice en la noción de significado convencional. En sentido
estricto, la noción de significado literal es compositiva, pero no la noción
de significado convencional, única psicológicamente significativa;
4) el procesamiento del significado convencional no es un paso previo y
necesario para la computación del significado proferencial. Si tiene alguna
realidad psicológica, es porque el procesamiento del significado
convencional es un componente siempre presente en la dinámica del
procesamiento y porque constituye un producto fácilmente recuperable
del proceso de comprensión.
85

CAPÍTULO 4:
Vida y muerte de las metáforas

Literalmente, adv.: En sentido figurado. Por ejemplo: ‘el estanque


estaba literalmente lleno de peces’, ‘el campo estaba literalmente
lleno de víboras’, etc. (Ambrose Bierce, El diccionario del diablo)

¿Cuál es el alcance, la extensión o la difusión del fenómeno metafórico


en el lenguaje humano? Como hemos podido advertir en el breve repaso
inicial a la historia de las ideas sobre la metáfora, las respuestas oscilan
entre dos polos: una postura maximalista sostiene que la importancia del
fenómeno es esencial, incluso hasta el punto de que, si no lo entendemos
o explicamos, no podremos ni comprender ni explicar el propio lenguaje
humano en su conjunto. En cambio, para el minimalista, el fenómeno
metafórico es secundario, residual o reducible a otras funciones
semánticas que conectan más directamente, o así lo parece, el lenguaje y
la realidad.

Para sostener su posición, el maximalista puede adoptar dos


estrategias. La primera es la de tratar de probar que las funciones
semánticas esenciales, la denominación y la expresión, son de carácter
metafórico, en su mismo origen y por razones conceptuales
argumentables, mediante análisis o argumentación trascendental. Esta
fue la estrategia que siguió F. Nietzsche, teóricos del romanticismo como
F. Schiller, O. Paz, G. Steiner o, más recientemente, M. Arbib y M. Hesse
(1986) y P. Mühlhauser (1985).

La segunda línea de argumentación se basa en el intento de


86

demostrar la generalidad del fenómeno en el habla cotidiana, al margen


de que tal fenómeno sea patente a la conciencia del hablante 40. Esto es,
se trata de dar a la noción de metáfora un contenido teórico que no tiene
por qué coincidir con las intuiciones del hablante acerca de lo que es o no
es metafórico. Lo cual no implica, dicho sea de paso, que quienes sigan
esta línea de argumentación renuncien al objetivo metodológico de hacer
lingüística bajo constricciones cognitivas. En general, se puede considerar
que son G. Lakoff y M. Johnson (1980) los principales representantes de
esta forma de maximalismo acerca de lo metafórico.

Generalmente no se suele distinguir entre metáforas


muertas y convencionales. Sin embargo, teniendo en cuenta la magnitud
de la polémica suscitada acerca de la función de tales tipos en una teoría
general de lo metafórico, parece útil establecer una distinción clara. aun
reconociendo el carácter continuo de la gradación que va desde las
metáforas muertas a las metáforas creativas o poéticas41.

Un criterio pertinente que permite distinguir puntos teóricamente


relevantes en el continuo metafórico es el de la conciencia lingüístico-
comunicativa del hablante, la forma en que el hablante percibe las

40 R. Gibbs (1994, caps. 2 y 6) ofrece un buen resumen de las relaciones entre metáforas

convencionales e idiomaticidad. La idea general que R. Gibbs mantiene es que la

trascendencia cognitiva de la metáfora no se limita a las metáforas novedosas, sino que

atañe por igual a éstas, a las metáforas convencionales (fosilizadas, muertas o como se

quiera decir) y a las expresiones idiomáticas. Véase también M. Davies (1982/3) y E.

Romero y B. Soria (1994).

41 No obstante, muchos teóricos minimalistas consideran que tal gradación no abarca a

las metáforas cuando se convierten en expresiones convencionales. Para una defensa

reciente de este punto de vista, v. por ejemplo E. Romero (1990/1) y E. Romero y B.

Soria (1994).
87

proferencia en cuestión y es capaz de recuperar su significado42.

Desde este punto de vista, las metáforas muertas son aquéllas


cuya naturaleza metafórica es ajena a la conciencia del hablante. Esto es,
si se le pide al hablante que contraste su interpretación del sentido con
otro (posible), es incapaz de hacerlo, puesto que, para él, la interpretación
está unívocamente determinada. Esto sucede con casos en que el
carácter metafórico procede de una extensión léxica cuyo origen y
motivación puede perderse en el tiempo. Un ejemplo relevante, y que se
ha tratado con profusión en la bibliografía es el de las partículas
sincategoremáticas, como las preposiciones (C. Brugman, 1981; J.
Vanparys, 1984). Es posible, por ejemplo, que la preposición `sobre´
tuviera un sentido puramente espacial y que, desde ese núcleo
significativo, fuera ampliando metafóricamente sus acepciones. Pero de lo
que no cabe ninguna duda es de que nadie, en español, considera
metafórica la expresión

(a) el profesor habló sobre la metáfora


como una expresión desviada, en algún sentido, de un primigenio sentido
espacial.

Lo mismo cabe decir en el nivel de lo léxico: el origen de muchas


palabras esconde una extrapolación metafórica en sentido amplio
(metonímica, sinecdóquica...), pero tal origen es ajeno a la conciencia
lingüística de una comunidad de hablantes. En francés, E. Coseriu se
refirió al término grève (huelga) como un término cuyo significado
originalmente metafórico se ha perdido a la conciencia lingüística:

42 E.C. Traugott (1985) propuso considerar, aparte de este factor, dos factores más, el de

la conceptualización, esto es, en qué medida la metáfora contribuya a modificar nuestro

sistema conceptual y el de la distancia, esto es, en qué medida la metáfora es más o

menos central al sistema conceptual. Estos dos factores atañen pues a las funciones

cognitiva (v. infra 7.2.4) y poética (v. infra 10.4) de la metáfora.


88

procede de la costumbre de los obreros parisinos en paro de bajar a los


bancos de arena (grève) del Sena para reunirse. Pero ya nadie relaciona
esa palabra, en la acepción de huelga, con tal costumbre (v. también P.
Chamizo, 1998).

En un nivel supraléxico, las expresiones idiomáticas también se


pueden contar entre las metáforas muertas aunque, como veremos,
tienen otras características semánticas interesantes.

En cambio, en las metáforas convencionales, el carácter metafórico


aún no se ha perdido completamente para la conciencia de los hablantes,
esto es, los hablantes pueden recuperar un significado diferente del
metafórico, por muy implausible o absurdo que éste sea, con el cual
pueden contrastar el significado real de la proferencia. Esto no quiere
decir, por supuesto, que en el proceso de comprensión haya relaciones
jerárquicas de algún tipo (de precedencia, predominancia o cualquier otro
tipo) entre los dos tipos de significado. Precisamente por su carácter
absurdo, implausible o patentemente verdadero o falso, la interpretación
no metafórica ni siquiera es considerada como un candidato a su
procesamiento. Pero, desde el punto de vista de la recuperación del
significado y su posterior reutilización como fundamento de una
metaforización ampliada, ironía, sarcasmo, bromeo, etc., el hablante
puede acceder a otra interpretación diferente a la que corresponde al
significado proferencial del hablante.

Por eso, resultan falsas las características de las expresiones


metafóricas convencionales y novedosas en términos de sus relaciones
con presuntos significados literales. Por ejemplo, tal como define ese
contraste J. Searle (1979), las metáforas se caracterizan por

1) no coincidir su significado proferencial con su significado literal


2) ser el significado metafórico una derivación o consecuencia del
procesamiento previo del significado literal.
Sin embargo, 1) está sujeto a sospecha por las numerosas críticas
89

vertidas sobre la noción de significado literal y (2) por los datos


psicológicos existentes acerca del procesamiento de las expresiones
metafóricas, que apuntan o bien a un procesamiento simultáneo de
significados (convencionales o literales y metafóricos) o bien a la
exclusión simple y llana del significado literal en el proceso de
comprensión de las expresiones metafóricas (véase supra Cap. 3.2).

Teniendo en cuenta estas observaciones, conviene reconsiderar la


distinción entre metáforas muertas y convencionalizadas. De acuerdo con
J. Searle, las metáforas muertas no tienen sino un significado literal,
mientras que las metáforas convencionales se encuentran en camino de
convertirse en metáforas muertas y, por tanto, en enunciados literales.
Pero, si se prescinde, por sus problemas, de la noción de significado
literal, es preciso elaborar tal distinción en otros términos, por ejemplo, de
grado de convencionalidad de uno y otro tipo de expresiones. El grado de
convencionalidad no es sólo un concepto con trascendencia cognitiva,
aunque no implica la existencia y funcionamiento de diferentes procesos
cognitivos en el procesamiento de diferentes tipos de expresiones. El
grado de convencionalidad es también un concepto histórico y cultural y
hace referencia a la forma y la amplitud de fijación de los conocimientos
semántico-enciclopedicos de una comunidad. Cuanto mayor sea esa
fijación, esto es, cuanto mayor sea la incuestionabilidad de tales
conocimientos, o su irrevisabilidad, mayor será su convencionalidad. Los
conocimientos léxico-enciclopédicos de una comunidad tienen la
importante propiedad de ser relativa, históricamente estables, de constituir
la base firme de procedimientos convencionales para la expresión de
intenciones comunicativas. Pero ni son inamovibles ni, por supuesto,
forman parte de una presunta naturaleza humana, o competencia
lingüística en el sentido chomskiano.

El hecho de que los diferentes grados de convencionalidad no


impliquen diferentes procesos cognitivos no indica que esos diferentes
90

grados no puedan diferenciarse en términos cognitivos, esto es, apelando


a las intuiciones y conciencia de los hablantes. Así, para utilizar un
ejemplo aducido por el propio J. Searle (1979), si `Pepita es muy fría´ es
una metáfora convencionalizada, no lo es tanto que los hablantes del
español sean ajenos por completo a su carácter metafórico, y que no
puedan recuperar otros significados convencionales próximos al
significado metafórico (`Pepita es poco sensible´, `Pepita carece de
sentimientos´, `Pepita no es una mujer que se deje llevar por las
pasiones´, etc.) con los que contrastar el significado metafórico. Por eso,
a diferencia de lo que reclama J. Searle, `Pepita es muy fría´ no puede
considerarse una metáfora muerta, esto es, del máximo grado de
convencionalidad, que supone la opacidad de significados alternativos
para la conciencia lingüística del hablante. En este sentido, el diccionario
no supone una buena guía para distinguir entre unas expresiones y otras,
las metafóricas muertas y las simplemente convencionales. Aunque en él,
figure `carente de emociones´ como una de las acepciones de `frío´ , eso
no significa que el carácter metafórico de esa acepción sea impenetrable
para los hablantes del español. De hecho, en el Diccionario del uso del
español, tal acepción se enmarca dentro de las figuradas, lo cual indica
que su utilización no es una aplicación metafórica completamente muerta.
El diccionario es un índice del grado de convencionalización de los
significados, pero es la conciencia de los hablantes la última instancia que
determina su punto en el continuo que va desde las metáforas muertas a
las creativas o poéticas.

Como se ha visto, un lugar esencial para la dilucidación de estas


posturas maximalistas o minimalistas lo ocupa el problema de la
naturaleza y demarcación entre metáforas vivas y muertas. Aun
suponiendo resuelto este segundo problema, el de la demarcación,
subsistiría el problema de la metaforicidad. ¿Continua siendo metafórica
una metáfora muerta? ¿O pierde su condición en el trance de verse
incorporada a la convencionalidad lingüística? Es claro que una respuesta
91

afirmativa a la primera pregunta y negativa a la segunda ampliaría


enormemente la difusión o pervivencia de lo metafórico en el habla
cotidiana, y convertiría a la metáfora en el fenómeno semántico por
excelencia, el objetivo primario de cualquier teoría semántica. Y, a la
inversa, si se niega metaforicidad a las metáforas muertas y, al mismo
tiempo, se estrechan las condiciones que permiten asignar vida a las
metáforas, la metáfora se convierte en un fenómeno curioso, apto para
pragmáticos ociosos o para críticos literarios con continentales
ambiciones especulativas.

No obstante, el problema de la adscripción de metaforicidad a


expresiones lingüísticas supone una elucidación previa, al menos del
problema de la demarcación entre metáforas vivas y muertas. La tesis
más corriente a este respecto es la de la gradualidad de la asignación de
carácter metafórico. Lo metafórico no es un concepto de sí o no, sino de
grado. En términos formales, no constituye una función que, para cada
una de las expresiones del lenguaje, asigne un valor positivo o negativo
dependiendo de su metaforicidad. Existiría una escala en la que sólo
serían localizables cualitativamente ciertos puntos, y los extremos de esa
escala estarían ocupados por las expresiones metafóricas vivas o nuevas
y por las muertas o convencionalizadas. Por ejemplo, la escala de R.
Fowler reconoce los siguientes grados de metaforicidad: metáforas fósiles
(stone-dead), muertas, tres cuartos y medio muertas...vivas. Esta escala
depende de la conciencia del hablante de su función sustitutoria
respecto a expresiones literales, o usadas literalmente. D.E. Cooper la ha
denominado escala amnésica, frente a las escalas geriátricas, que
ponen el acento en la antigüedad o vejez de las expresiones. Ni uno ni
otro tipo de escalas funciona: el primero por basarse en el supuesto
erróneo de que las expresiones metafóricas son sustitutos de expresiones
literales; el segundo por confundir la antigüedad del uso de las
expresiones con su convencionalidad.
92

Un argumento importante en favor de la exclusión de las metáforas


completamente muertas del ámbito de la metaforicidad es hipotético
(D.E. Cooper, 1984, M. Hernández, 1990/91). Si las metáforas muertas no
se excluyeran de lo propiamente metafórico, ¿cómo se distinguiría entre
los cambios semánticos propiamente metafóricos y los que no lo son?
Dicho de otro modo, si las metáforas muertas continúan siendo metáforas,
¿ qué impide que cualquier cambio semántico pueda ser calificado como
metafórico ? Muchas expresiones adquieren nuevos sentidos, nuevas
aplicaciones, nuevos usos a lo largo de la historia de la lengua. Pero, ¿es
todo cambio semántico, sustentado por un `desplazamiento’ , metafórico?
Parece conveniente distinguir entre las distintas fuentes de los cambios
semánticos y entre los diversos medios por los cuales éstos se efectúan.
Uno de ellos es el metafórico, pero seguramente no es el único, aunque
quizás sea el más importante. En caso contrario, se corre el peligro de
ampliar el significado de metafórico de modo que incluya cualquier
desplazamiento de significado y, en consecuencia, ello conduciría a
emplear metafóricamente la expresión `cambio semántico metafórico’ .

Quizás el ejemplo más evidente de este abuso de la noción de


cambio semántico metafórico o extensión metafórica se da en la
consideración de las variaciones de uso y de sentido de partículas
sincategoremáticas, como las preposiciones. La calificación de tales
variaciones como metafóricas sólo tiene sentido si se considera que tales
variaciones contribuyen a la elaboración de metáforas localizadas en
expresiones lingüísticas más complejas, seguramente agrupadas de un
modo sistemático. Dicho de otro modo, no es que la preposición `en’
tenga un sentido locativo primigenio, como `en la mesa’ y adquiera luego,
por desplazamiento metafórico, un sentido temporal en la expresión `en
jueves’, por ejemplo. Lo que tiene sentido metafórico, en todo caso, es la
expresión completa, y la preposición `en’ contribuye a la construcción de
tal sentido, si se admite que la expresión `en jueves’ pertenece a la clase
de las metáforas procesuales, caracterizadas por G. Lakoff y M.
93

Johnson, lo cual negarían muchos autores, puesto que ampliaría hasta tal
punto el ámbito de lo metafórico que imposibilitaría el mismo proyecto de
proporcionar una explicación de tipo general.

Como se ha visto, tanto J. Searle como D. Davidson han


considerado que, aunque un sentido puede haberse derivado
metafóricamente de otro, la institucionalización del sentido nuevo lo
convierte en un sentido literal, fuera del ámbito a explicar por una teoría
de la metáfora. En este aspecto, es preciso considerar la relación entre
las metáforas y las expresiones idiomáticas (como por ejemplo: `véte a
freir espárragos’ ): aunque las expresiones idiomáticas comparten ciertas
características con las metáforas, como la de que existe una suspensión
de la función referencial, no son tampoco propiamente metafóricas, en
cuanto que su sentido no es el resultado compositivo de las expresiones
que las forman (M. Davies, 1982/3).

En términos psicológicos, cognitivos, se podría explicar la


diferencia entre metáforas y expresiones idiomáticas del siguiente modo:
mientras que en las expresiones metafóricas se da la mediación de una
representación mental entre la expresión proferida y el mensaje
intencional (lo que se quiere decir), en las expresiones idiomáticas existe
una conexión directa entre una y otro. Esquemáticamente, las
correspondientes relaciones se pueden representar del siguiente modo:

expresión metafórica

proferencia  representación mental semántica  mensaje intencional


expresión idiomática

proferencia  mensaje intencional


94

El proceso de idiomatización se puede describir entonces como


un proceso de supresión o desvanecimiento de la representación
semántica mental ligada al sentido metafórico. Supresión o
desvanecimiento que se deben a la existencia de una convención que
relaciona directamente la expresión lingüística y un significado
socialmente fijado. Por ello, si esta caracterización es correcta, los
insultos basados en la imaginería animal pueden considerarse como
expresiones altamente idiomatizadas, aunque en su caso, como en otros,
se dan gradaciones que tienen que ver con la medida de sistemización
(de asimilación al sistema de la lengua) de la convención en cuestión.

Adaptando un ejemplo de D.E. Cooper al español, se puede


advertir en qué consiste la naturaleza del tránsito de lo metafórico a lo
idiomático:

Expresión literal Expresión metafórica Expresión idiomática


morir faltar estirar la pata

fallecer irse hincar el pico

fenecer expirar liar el petate, palmar

Otra característica que permite distinguir a las expresiones


metafóricas de las idiomáticas es que la comprensión del sentido de una
expresión metafórica no requiere sino el conocimiento del significado de
las expresiones componentes, mientras que no sucede lo mismo con las
expresiones idiomáticas. Por decirlo de otro modo, el sentido de una
expresión metafórica se puede reconstruir basándose en el conocimiento
semántico léxico, aunque sea una metáfora nueva para un auditorio. Esto
no quiere decir que el conocimiento semántico asegure la comprensión de
la metáfora, puesto que para que se produzca tal comprensión es
necesario, además, que se sea capaz de reconstruir el proceso
(analógico) psicológico de inferencia que conduce a la elaboración de la
95

metáfora, que se esté capacitado por tanto para captar el fundamento de


la metáfora y no su mera encarnación o personificación lingüística.

La situación es diferente en las expresiones idiomáticas. Uno


puede conocer el significado de `estirar’ y de `la pata’ sin que se sea
capaz de reconstruir el sentido de la expresión `estirar la pata’ . Para la
comprensión de la expresión idiomática es preciso el conocimiento de la
conexión regular entre la expresión y su sentido, conexión directa en
función del grado de convencionalización de la expresión. M. Davies ha
afirmado correctamente que las expresiones idiomáticas se distinguen por
carecer de estructura semántica, comportándose, desde el punto de
vista de la comprensión, como primitivos semánticos. Se las entiende o
no de una vez, pero no se puede alcanzar su sentido a través de la
aplicación del principio de composicionalidad semántica. En cierto modo,
se trata de islas semánticas, puesto que en ellas las expresiones
componentes no están unidas estructuralmente a otras expresiones
pertenecientes al léxico, ni siquiera a otros ejemplares de las mismas
expresiones en diferentes contextos léxicos. Así, si nos atenemos al
ejemplo `estirar la pata’ , de nada sirve, para comprender que su
significado es /morir/, saber que `pata’ designa una parte corporal, y que
ese término está ligado estructuralmente a otros términos del mismo
campo léxico (`pierna’ , `pezuña’ , `extremidad’ , `miembro’ , etc. Tampoco
nos será de utilidad la consideración del significado de `pata’ , en `los
pulpos tienen ocho patas’ , `las mesas tienen patas’ , etc. El significado
de la expresión idiomática `estirar la pata’ se aprende como un bloque
inestructurado, mediante la equivalencia con el uso de `morir’ en
condiciones sociolingüísticas determinadas. Esto no excluye que el origen
de la expresión idiomática sea en realidad metafórico. La expresión
`estirar la pata’ es metonímica, pero ciertamente, cuando los hablantes
del español utilizan esa expresión, no tienen conciencia de que se esté
mencionando el efecto por la causa, o el signo (en el sentido de índice o
síntoma) por lo que lo provoca. Esto es más evidente aún en ejemplos en
96

los que el fundamento de la metáfora, metonimia o sinécdoque queda


sumido en la oscuridad de la historia de la lengua.

Otro aspecto que merece la pena destacar, en las relaciones que


unen a expresiones idiomáticas y metafóricas, es que comparten la
propiedad de ser susceptibles, in abstracto, de ser interpretadas
literalmente en algunos contextos de uso. Esto es, existen expresiones
idiomáticas y metafóricas que podrían ser consideradas indeterminadas,
en cuanto expresiones-tipo, entre una interpretación literal y otra no literal.
Por ejemplo, las expresiones (a) y (b)

(a) hay moros en la costa


(b) la fruta está madura
idiomática la primera y metafórica la segunda podrían tener una
interpretación literal, si se imaginan los contextos adecuados. Pero
igualmente en este caso se hace patente la diferencia que introduce el
grado de sistemización entre uno y otro tipo de expresiones. Mientras que
el sentido idiomático de (a) se encuentra desconectado de su (posible)
interpretación literal (composicional, referencialmente regular), el sentido
metafórico de (b) puede ser elucidado a partir de su (posible)
interpretación literal. Para lo cual, insistimos una vez más, no sólo es
necesaria la movilización del conocimiento semántico, sino también la
puesta en funcionamiento de otras posibilidades o capacidades
cognitivas, como la captación de analogías entre procesos.

No obstante, quizás merezca la pena señalar que esa posibilidad


de ser afectadas por la ambigüedad sólo se produce en el nivel abstracto
de la expresión-tipo. Si éste es el nivel que corresponde a la teoría
semántica, se puede afirmar que la indeterminación que hemos
mencionado es semántica, pero que no siempre perdura cuando las
expresiones se consideran en su dimensión pragmática, esto es, en
cuanto a su uso en circunstancias concretas, en cuanto ejemplares o
muestras de expresiones. Sólo perduraría tal ambigüedad si, en cuanto a
97

la muestra de la expresión, ambos tipos de interpretación fueran posibles.


Aunque no es un caso corriente, es necesario reconocer que tal
ambigüedad pragmática o real es un recurso retórico o literario bien
conocido por los hablantes de la lengua.
98

CAPÍTULO 5
METÁFORA, REFERENCIA Y VERDAD

5.1 Metáfora y referencia

El problema más general, y seguramente más profundamente


filosófico, que plantea la relación entre metáfora y referencia atañe a la
relación de nuestro lenguaje natural con la realidad, En la filosofía
contemporánea del lenguaje, la noción de referencia desempeña la
función de pivote sobre el que se articula esa relación. El lenguaje nos
pone en contacto con el mundo en la medida en que sus componentes
tienen referencia, esto es, remiten a una exterioridad lingüística, sea de
orden material o conceptual, sea su polo alternativo la propia realidad o el
pensamiento. Es la noción de referencia la que permite que la reflexión
lingüística trascienda el puro ámbito del lenguaje, para concebirlo contra
99

un marco no lingüístico43. La referencia se encuentra al extremo de los


dedos con los que tocamos el mundo.

Sin embargo, la metáfora turba esa prístina imagen del lenguaje


como espejo del mundo. Puesto que, si éste es algo fijo, permanente y
exterior al propio lenguaje, ¿cómo es que podemos aprehenderlo en
formas tan diversas? ¿cómo es que el mundo no impone su estructura
auténtica, su organización unívoca sobre nuestro trato lingüístico con él?
Si la realidad fuera tan completa, tan duraderamente conformada, ¿por
qué no ha reducido nuestra pluralidad de lenguas, y de formas de
utilizarlas, a una leibniziana mathesis universalis? La metáfora, y la
manera en que impregna el lenguaje, es uno de los lugares conceptuales
privilegiados desde el que podemos analizar nuestras relaciones con la
realidad, sea ésta física o conceptual, concreta o abstracta, social o
espiritual, moral o estética.

Como muestra de la variedad, y contraposición, de formas en que


se puede concebir la relación de la metáfora con la realidad, a través de
las nociones de referencia o verdad, expondremos algunas tesis
filosóficas corrientes sobre el particular. Se sitúan éstas en un arco que
presenta, en diferentes combinaciones, las siguientes tonalidades. En
primer lugar, podríamos distinguir dos gamas básicas, las teorías
reduccionistas y las no reduccionistas. En general, las teorías

43 El estructuralismo lingüístico puede considerarse como una escuela que renuncia a

esa forma de ver el lenguaje, que se niega a trascenderlo. Elprincipal efecto de la

influencia de la reflexión filosófica contemporánea sobre el lenguaje, en particular la de la

filosofía analítica, ha sido el de reintroducir esa concepción trascendentalista en la

lingüística contemporánea, de tal modo que hoy no se puede concebir la semántica sino

bajo el prisma de la exigencia de poner el lenguaje en relación con algo que está más

allá del propio lenguaje (al menos aparentemente).


100

reduccionistas se caracterizan por entender las nociones de referencia y


verdad metafóricas en términos de las correspondientes nociones
literales, como una extensión o derivación de éstas. En cambio, las
teorías no reduccionistas, o bien acuerdan una autonomía a la referencia
y verdad metafóricas que las hacen ajenas a sus contrapartidas literales,
o bien subsumen las nociones literales y metafóricas en una teoría
general de la referencia y de la verdad que pretenda dar cuenta global de
la conexión entre el lenguaje (o los sistemas simbólicos en general) y la
realidad. En general, las teorías reduccionistas se atienen a la noción
fregeana de referencia, mientras que las no reduccionistas, aún
reconociendo que la noción de referencia expresa nuestro contacto
lingüístico con el mundo, creen necesario concebir ésta de un modo más
amplio, o más generalmente filosófico, de lo propuesto por G. Frege.

Por otro lado, las tesis sobre la relación entre metáfora y mundo se
pueden dividir en realistas y no realistas. Son realistas todas aquellas
teorías que, reconociendo la aplicabilidad de la referencia a las metáforas,
entienden esta referencia como la relación que paradigmáticamente une
al lenguaje con una realidad extralingüística independiente de cualquier
descripción o marco conceptual. La trascendencia cognitiva de las
metáforas, en tales teorías y cuando se la reconoce, reside precisamente
en esa capacidad propia para poner de manifiesto realidades nuevas,
para determinar nuevos ámbitos aún no integrados en nuestros sistemas
de conocimiento, o para refinar nuestra conceptualización de los vigentes.

En cambio, las teorías no realistas 44 prefieren entender la


referencia en general, y la metafórica en particular, sin el importe
ontológico que tiene en el realismo filosófico. Las metáforas, más que

44 Con esta etiqueta, tratamos de englobar tanto las teorías idealistas, de las que las

nominalistas pueden considerarse una variedad, como las pragmatistas, realistas

“internas”, etc.
101

descubrir propiedades de lo real previamente existentes, nos sirven para


ver el mundo con arreglo a diferentes perspectivas, nos permiten abordar
su conceptualización de diferentes maneras. Al no reconocer una realidad
extralingüística pura como fundamento de nuestro conocimiento, ni por
tanto estar comprometidos con la hipótesis de la descripción final y
definitiva de la realidad, las teorías no realistas hacen residir la
virtualidad cognitiva de las metáforas en su capacidad para crear modos
de ver el mundo susceptibles de ser integrados en nuestras teorías
científicas o filosóficas.

5.1.1. La extensión metafórica: N. Goodman.

Todo simbolismo es referencial. Puede ser considerado y evaluado


a través de la noción de referencia. El símbolo está por la referencia, y
eso es lo que lo convierte en símbolo. Por ello, cualquier teoría de la
referencia mínimamente adecuada ha de dar cuenta no sólo de las
relaciones directas entre símbolo y referente, sino de cualquier relación
que constituya al símbolo como tal, por muy intrincada y remota que
parezca ser su conexión con el mundo. Cualquier teoría de la referencia
ha de ser una teoría general de la referencia.

No ha de extrañar por tanto que, a partir de esta concepción


general, N. Goodman (1968) haya propuesto una teoría extensional de
las expresiones metafóricas, porque en la medida en que éstas
constituyen símbolos lingüísticos, han de suponer un apartado o caso
particular de la teoría general de la referencia. Es más, la teoría de la
referencia metafórica no se detiene en los símbolos lingüísticos, sino que
ha de ser extrapolable a los símbolos metafóricos no lingüísticos, tanto a
un poema de M. Hernandez como a un cuadro de R. Magritte.

Pero, a diferencia de muchos filósofos contemporáneos del


lenguaje que asignan un lugar destacado a la noción de referencia, en la
102

obra de Goodman no tiene ésta una resonancia representacionista ni


realista, sino creativa y nominalista. El lenguaje, en cuanto sistema
simbólico, no se limita a reflejar el mundo: de hecho, ningún sistema
simbólico lo hace. Su relación es más compleja y dinámica, puesto que
cualquier representación es también una recreación de lo representado.
El carácter poético del símbolo reside en su propia naturaleza: si el
símbolo ha de ser símbolo de algo diferente de él, lo ha de ser en la
medida en que es otra cosa de lo que representa, pero que no obstante
nos presenta como real. Esa es la `recreación’ simbólica. Esa es la
relación paradigmática que tiene cualquier sistema de símbolos con la
realidad: nos la hace presente mediante otra realidad que nos permite
sentir aquella, acceder a ella como realidad representada.

En este contexto, se puede adivinar que las tesis de N. Goodman


sobre las aplicaciones literal y metafóricas de los términos no establecen
una distinción tajante en ellas. En particular, para N. Goodman resulta
absurdo afirmar que los términos (las “etiquetas” en su terminología
nominalista) se aplican literalmente cuando “en realidad” designan una
propiedad poseída por el objeto (o una descripción equivalente que se le
aplique). Los predicados literales se aplican a los objetos en el mismo
sentido que los metafóricos: los paisajes son tan “grises” como “tristes”, si
es que son ambas cosas. Desde el punto de vista de lo referido, los
atributos literales son tan poseídos por los elementos de sus extensiones
como los metafóricos. La aplicación, la posesión, la ejemplificación o la
instanciación son únicas, aunque se den en diferentes modalidades. Sólo
tiene sentido distinguir entre literal y metafórico en cuanto a esas
modalidades. Así, `alto’ puede tener una aplicación literal, como cuando
se afirma `el edificio es alto’ y una aplicación metafórica, como cuando se
profiere `cantó una nota alta’. En el primer caso, `alto’ tiene entre los
miembros de su extensión a edificios, en el segundo las notas musicales.
En resumen, los términos pueden tener una extensión literal y una
metafórica. La diferencia no hay que buscarla en un mecanismo diferente:
103

el hecho referencial es básicamente el mismo. La diferencia reside en la


novedad de clasificación que supone emplear la metáfora. La aplicación
metafórica es una aplicación transgresora, viola las organizaciones
existentes de la realidad. Pero el nominalismo de Goodman no reconoce
en esas clasificaciones vigentes, al uso, ninguna legitimidad esencialista.
la forma en que, hasta el momento de introducir una nueva metáfora,
organizamos la realidad que conocemos es, ante todo, un hecho histórico
contingente, que poco tiene que ver con la naturaleza esencial de las
`sustancias’ o clases `naturales´(sea esto lo que sea) clasificadas. Las
clasificaciones son fundamentalmente sistemas de etiquetación que
permiten resumir, aprender o transmitir nuestro conocimiento de la
realidad, pero que no son necesariamente la expresión de la estructura
íntima de la realidad. Por eso, la metáfora, que supone un sistema
diferente de rotulación del mundo, puede ser igualmente valiosa que la
aplicación convencional del sistema lingüístico. Su carácter transgresor no
procede de la violentación del mundo, sino de la resistencia social al
cambio. La metáfora no pone en cuestión la estructura del mundo, sino la
de nuestra relación con él. Nos impide asentarnos en una visión fija de la
realidad, cuya pretensión de legitimidad es esa propia fijeza. Su propia y
desbordante presencia constituye la prueba de la multiplicidad de
sistemas simbólicos posibles, de la variedad de formas de representación
del mundo.

Ahora bien, ¿cuáles son las relaciones entre las diferentes


modalidades del referir? En primer lugar, hay que insistir en el carácter
gradual y oscilante de la dicotomía literal/metafórico. Lo metafórico lo es
con respecto a lo literal, en la medida en que de lo literal se aparta, o lo
niega, o lo ignora. Pero, a su vez, lo literal puede que no sea sino lo
metafórico congelado o petrificado (dos metáforas corrientes para lo
literal), de tal modo que, en el fluir de la historia de la lengua, sea difícil
establecer el alcance de lo uno o lo otro.
104

Lo que es cierto es que tanto lo literal como lo metafórico se


producen en el vaivén histórico de los significados, en el baile de
transferencias que teje el desarrollo de los sistemas léxicos. La metáfora
es ante todo una aplicación novedosa de una etiqueta o conjunto de ellas
(un esquema, en la terminología de N. Goodman; un “campo léxico”, en la
terminología lingüística). La novedad de tal aplicación no consiste en que
de repente se adquiera la conciencia de que el término es adscribible a
una nueva realidad, pues esa novedad es propia tanto de la aplicación de
los términos literales como de los metafóricos 45 . Esa novedad es
compatible con el uso y la costumbre socialmente fijados; es
consustancial al propio aprendizaje de la lengua que se fundamenta en el
dominio de la habilidad de proyectar esas aplicaciones en casos dudosos,
o indecididos. Pero la novedad de la metáfora reside en la propia
negación del uso y las costumbres establecidas, en el rechazo de las
conductas regulares de denominación y calificación. Una aplicación sólo
adquiere la cualidad de metafórica cuando está `contraindicada’, como lo
expresa N. Goodman (1968). La metáfora se produce únicamente a
contrapelo de la lengua.

Si desde el punto de vista lingüístico la metáfora supone el traslado


de un esquema de etiquetas, desde el ontológico-referencial entraña una
variación de reinos. Un reino está constituido por la unión de las
extensiones de un esquema, agrupa a todos los objetos a los que es
aplicable el complejo denominativo. Por ejemplo, si consideramos el
esquema del color, con todas sus etiquetas estructuralmente
relacionadas (por relaciones de oposición, contraste, afinidad, etc.), el
reino correspondiente sería el de los objetos que tienen color. Ahora bien,
si trasladamos el sistema del color a un reino diferente, el de los sonidos

45 “No es la pura novedad lo que constituye la diferencia. Toda aplicación de un

predicado a un suceso nuevo o a un objeto recientemente hallado es nueva; pero esa

proyección rutinaria no constituye la metáfora” (N. Goodman, 1968 (1976, pág. 83.)).
105

por ejemplo, obtendremos aplicaciones metafóricas, en la expresión


`sonidos negros’ (en el cante flamenco). El traslado o la transferencia del
esquema puede no ser total, sino solamente fragmentaria, pero lo que es
importante retener es que, cualquiera que sea la amplitud del subsistema
transferido, la organización de ese subsistema persiste en su nueva
aplicación. Esto es importante porque permite utilizar las nociones de
corrección, o las aléticas, para calificar los usos metafóricos de las
expresiones. Así, del mismo modo que uno se puede equivocar o aplicar
inapropiadamente un término literal, también sucede lo mismo con los
usos metafóricos. Un cuadro es triste, o no, en el mismo sentido que es
gris, o no. Tanto los términos metafóricos como los literales están sujetos,
en su uso, a utilizaciones incorrectas, inapropiadas, revisables, etc. Lo
único que diferencia a la aplicación literal de la metafórica es su fijación
social, el hecho de haber sido admitida, y asumida, en la comunidad
lingüística de forma generalizada. Por otro lado, ese es el destino de toda
esquematización metafórica: una vez que alcanza la difusión y la
aceptación social, pierde vitalidad y muere. En cuanto alcanza el
reconocimiento, la metáfora es engullida en el sistema de la lengua. El
uso lingüístico y su generalización, a imagen de un Midas paralizante,
petrifica la savia viva del lenguaje que mana de la creación metafórica.

5.1.2. Metáfora, referencia y acceso epistémico

Para E. F. Kittay (1987), el significado metafórico es de segundo


orden: presupone la comprensión del significado literal y la comprensión de
los diferentes tipos de relaciones transferidas entre un dominio y otro46. La

46 Las tesis principales de E.F. Kittay (1987) se encuentran formalizadas en E. Steinhart

y E.F. Kittay (1994).


106

metáfora tiene contenido cognitivo en la medida en que la ordenación


conceptual que produce en el dominio metaforizado o dominio blanco de la
metáfora no sólo permite una comprensión de éste, sino también otro tipo
de relaciones cognitivamente significativas como la explicación, predicción o
prescripción. Ahora bien, la estructura transferida, en términos de lo que
E.F. Kittay pensaba, era una estructura lingüística, en particular una
estructura léxica, articulada mediante el concepto de campo léxico47.
La insustituibilidad de la metáfora, en cuanto recurso cognitivo, no
era concebida por E.F. Kittay por su necesidad en cuanto instrumento de
conceptualización de lo concreto o lo experiencial, sino en la carencia de
recursos lingüísticos que fueran funcionalmente equivalentes. E.F. Kittay
admitía que, en este punto, se dan variaciones interlingüísticas: ciertos
recursos lingüísticos existentes en una lengua pueden no darse en otra, de
tal modo que el sistema metafórico puede variar de una lengua a otra
(incluso en una misma lengua a lo largo de su historia, E. F. Kittay op.cit.
pág. 30) y, consecuentemente, el plano (scheme) conceptual de la(s)
lengua(s) en cuestión. En el caso de una misma lengua, E. F. Kittay parece
pensar no en una modificación de los principios estructuradores de las
metáforas de esa lengua, sino más bien en un enriquecimiento de las
metáforas en cuestión, bien para acomodarse a nuevas realidades
conocidas en una cultura o para profundizar en las ya conocidas. En este
sentido, E. F. Kittay comparte la concepción dinámica de la referencia de R.
Boyd (1979, v. infra 6.2), haciendo la referencia metafórica un caso
particular en que se manifiesta la historicidad del acto de referir. Del mismo
modo que la incorporación de nuevos conocimientos implica una
reconceptualización de la realidad sobre la que éstos versan, las nuevas

47 Esto significa, para teóricos prominentes de la teoría cognitiva de la metáfora (como G.

Lakoff o M. Johnson), una inversión de los términos en que se ha de concebir el

problema: no es la estructura léxica la que da forma al contenido cognitivo, sino al revés,

la estructura léxica es la plasmación lingüística de la forma cognitiva (v. infra 7.2.4).


107

metáforas suponen una nueva aprehensión de las realidades


metaforizadas.
Ahora bien, en la teoría de la referencia metafórica de E.F. Kittay se
pueden plantear las mismas cuestiones que en la de R. Boyd: ¿hasta qué
punto se puede mantener que lo referido, en lo literal y lo metafórico, en
diferentes momentos de tiempo, es lo mismo? ¿es la realidad referida
independiente del acceso epistémico, que es variable? Y, si es así, ¿cuál es
la función de la reconceptualización?
E. F. Kittay mantuvo una respuesta negativa a la segunda pregunta y,
por tanto, a la primera. En su obra (1987, pág. 302) afirmó que el proceso
de reconceptualización ligado a la metáfora “puede alterar los límites y la
forma de un referente, e incluso lo que puede contar como un referente”, de
tal modo que no es posible determinar criterios de identidad
transconceptual, por decirlo así, criterios que permitan afirmar que el
referente queda inalterado tras experimentar procesos de
reconceptualización. Pero, para captar en toda su justeza su posición
teórica, es preciso entender la forma en que concibe los procesos
referenciales en general y los metafóricos en particular.
En este punto, Kittay adoptó como marco la teoría de la referencia
esbozada por R. Brandom (1984), relacionada con la noción de cadena
anafórica de C. Chastain (1975). En realidad, la tesis que R. Brandom
quería mantener acerca de la naturaleza inter o intralingüística de la
referencia era más radical que la de la propia Kittay: R. Brandom sostenía
que no hay forma de explicar la conexión referencial que no suponga una
traducción inter o intralingüística, en un proceso inacabable, de tal modo
que los términos no están en una relación individual de correspondencia con
el mundo48. E. F. Kittay, en cambio, no deseaba pronunciarse sobre tesis
alguna acerca del anclaje del lenguaje en el mundo, sino que centraba su
atención en la forma en que la referencia metafórica se puede explicar,

48 R. Brandom desarrolló esta teoría en su magistral obre de (1994).


108

independientemente de lo que se quisiera mantener acerca de la relación


entre el discurso literal y el mundo.
Así pues, en principio, la posición en la que se situaba, implicaba dos
tesis: 1) las expresiones metafóricas no tienen una relación de referencia
directa con la realidad; su forma de referir es vicaria y subordinada a otras
formas de referencia, 2) la referencia de la que se deriva la referencia
metafórica es la referencia literal y ésta es la única que, por decirlo así,
permite tocar el mundo con las manos, la única que puede establecer cuál
es la relación entre el lenguaje y la realidad.
En cuanto al mecanismo que explica la referencia metafórica, E. F.
Kittay apeló a esas nociones de anáfora y cadena anafórica introducidas por
C. Chastain (1975) y R. Brandom (1984) para explicar la referencia. De
acuerdo con su concepción, existen dos casos en los que se puede
encontrar una expresión metafórica como, por ejemplo, `el camino de
Damasco´: a) puede que `el camino de Damasco´ se encuentre en un
contexto lingüístico en el cual refiera a lo que lliteralmente refiere otra
expresión literal, con la que se encuentra por tanto en una relación
anafórica. Así, `el chico no sabía que hacer, qué rumbo tomar. Así que
probó varias cosas. Al fin descubrió el cine: el camino de Damasco se abrió
ante él´. En este caso, la expresión metafórica `el camino de Damasco´
refiere metafóricamente a lo que refiere `el cine´ en virtud de esa relación
anafórica que les une. b) Puede que `el camino de Damasco´ no esté
inserto en un contexto lingüístico previo, sino que sea una expresión que
introduce una referencia (como suelen hacer muchas expresiones
indefinidas). Por ejemplo, supóngase que alguien, al inicio de una
conversación, profiere `el camino de Damasco es siempre difícil de
encontrar ´. En este caso ¿cuál es la relación anafórica? ¿qué nos permite
suponer que el hablante se está refiriendo a algo? ¿cómo averiguamos a
qué se está refiriendo? La respuesta de C. Chastain, y la de E.F. Kittay
estaba en considerar que el `texto´ pertinente para la interpretación no sólo
está constituido por las expresiones antecedentes o consiguientes sino
109

también por lo que el hablante piensa: el conjunto de creencias pertinentes


para la interpretación de su referencia se puede considerar como un texto
ampliado, esto es, como un conjunto de expresiones que, sin ser proferidas,
determinan el ámbito pragmático referencial en el cual se inscribe la
proferencia de la expresión `el camino de Damasco´. E.F. Kittay admitía
pues esa relación de anáfora ampliada como una forma correcta de
aproximación a la referencia metafórica: la referencia metafórica siempre es,
según ella, referencia anafórica, bien se produzca sobre un espacio
referencial explícito –previamente introducida en el texto- o implícita,
inducida por el conjunto relevante de creencias del hablante. En cualquier
caso lo determinante es que, para que refiera la expresión metafórica, es
preciso a) que exista una cadena anafórica de la cual la expresión en
cuestión forme parte, y b) que algún miembro ene l origen de esa cadena
refiera directamente (se entiende que ese miembro ha de ser una expresión
literal) a un elemento (objeto, asunto) extralingüístico. En lo que es
propiamente la explicación de la referencia metafórica, queda por tanto
fuera la elucidación de la relación entre el discurso literal y el mundo: el
punto de la explicación se halla en la relación (anafórica) entre el lenguaje
metafórico y el literal.
Un punto importante que es preciso señalar, y que aclara el sentido
de la explicación de E.F. Kittay, es que las expresiones literales con las que
se relacionan anafóricamente las metafóricas son expresiones referenciales,
en el sentido de usadas referencialmente, de tal modo que su contenido
descriptivo o predicativo sólo ha de considerarse en su sentido instrumental,
constituir una vía epistémica de acceso que conduzca al referente
pretendido. Y aunque en este punto E.F. Kittay se enredó en una prolija
discusión acerca de lo que las expresiones denotan y aquello a lo que
refieren cuando se usan (distinción establecida por J. Lyons, 1977), es
evidente el sesgo pragmático de su explicación: es posible que la expresión
`el camino de Damasco´ denote o haya denotado un objeto concreto y
particular (el camino de Damasco) y que, por ello, sea satisfecha, tal como
110

se suele decir en lógica. Pero lo que es relevante, lo que cuenta desde el


punto de vista de la comunicación, es que tal expresión sea usada
metafóricamente para referirse a otro objeto o evento, mediante la relación
anafórica con otra expresión literal, como `el cine´ en el ejemplo aducido. La
consideración de lo que las expresiones metafóricas denotan, suponiendo
que tenga sentido hablar así, es derivada de lo que esas expresiones
refieren, siempre en el sentido de ser usadas referencialmente por un
hablante o una comunidad de hablantes. Y, como en el caso de las
expresiones referenciales literales, se puede distinguir hasta cierto punto
entre su contenido atributivo y su función referencial. Del mismo modo que,
en el discurso literal, el contenido atributivo puede constituir una guía
adecuada para la fijación del referente, pero también puede darse que la
fijación referencial correcta (con éxito comunicativo) se produzca mediante
un contenido atributivo erróneo. El ejemplo anterior puede aclarar este
punto: supongamos que el contenido atributivo de `el camino de Damasco´
es algo así como `el camino de la salvación (de la redención, de la
iluminación, etc...) personal´, que eso es lo que la expresión denota (repito,
si es que tiene sentido hablar así) en virtud de convenciones sociales bien
establecidas. Y supongamos que dos hablantes A y B creen, erróneamente,
que la expresión en cuestión significa `el camino de perdición´. Puede darse
el caso de que entre estos dos hablantes, la expresión `el camino de
Damasco´ sea usada para referirse con éxito a una realidad, a la misma
realidad que otros hablantes con las creencias correctas, a pesar de que
esa realidad no satisfaga el contenido atributivo de la descripción. Con
todos los matices que cabe introducir, es preciso reconocer que, aún siendo
atributivamente incorrecta, las expresiones metafóricas pueden ser usadas
con éxito en la localización de referente. La cuestión es ¿cómo?49.

49 Una propuesta interesante a este respecto es la de E.M. Zemach (1983, 1994).


111

5.2 Metáfora y verdad

El motor de la investigación filosófica sobre el lenguaje no ha sido


nunca el interés por su naturaleza intrínseca, sino por su relación con el
pensamiento y la realidad50. De tal modo que, en cualquier tratamiento
filosófico de la metáfora, parece forzoso incorporar consideraciones sobre
cómo se relacionan las expresiones metafóricas con el mundo, aunque
éste sea `el mundo’ y no `el Mundo’51. Es más, estas consideraciones, en
la medida en que se desprendan de teorías semánticas puras sobre la
metáfora, pueden aclararlas y constituir un medio para su validación o
invalidación, por resultar congruentes o inaceptables con respecto a
posturas filosóficas básicas. Asimismo, no sólo pueden ayudar a la
adquisición de un conocimiento mejor sobre la relación del lenguaje con la
realidad, sino también a aclarar la propia naturaleza de la noción de
verdad. Tanto en su sentido semántico como propiamente ontológico. Por
decirlo de otro modo, las relaciones entre verdad y metáfora pueden
abordarse desde dos posiciones de partida radicalmente diferentes. En
primer lugar, se puede considerar incuestionada, o incuestionable, la
noción de verdad, como noción suficientemente aclarada por la
investigación filosófica. Entonces, la verdad será empleada como el polo
fijo de la evaluación de la metáfora. Cualquier duda filosófica que pueda
surgir en el análisis de la relación entre verdad y metáfora arrojará
sospechas sobre la metáfora y no sobre la verdad.

Por otro lado, el análisis de la metáfora puede emplearse


precisamente para cuestionar la noción de verdad. Desde este punto de
vista, la imposibilidad de aplicar la noción común (filosóficamente común,

50 En este sentido, la filosofía se diferencia de la semiótica: “en ningún momento, en

semiótica, se ocupa uno de la relación del signo con las cosas denotadas, ni de las

relaciones entre la lengua y el mundo” (E. Benveniste, 1967, pág. 35).

51 La distinción es de R. Rorty, 1979.


112

se entiende) de verdad a las expresiones metafóricas no arroja sospechas


sobre la noción de metáfora (o significado metafórico), sino sobre la
noción de verdad. Bajo este prisma, una teoría de la verdad que no
consiga dar cuenta de las relaciones entre el lenguaje metafórico y la
realidad no es una teoría restringida, sino una teoría incompleta, o
directamente falsa.

La posible relación entre la metáfora y la cognición constituye un


problema filosófico interesante en la medida en que no se suscriba una
teoría reduccionista de la metáfora. La razón es evidente: si se considera
que toda metáfora es reducible a una paráfrasis literal, las cuestiones
epistemológicas referentes a aquéllas serán igualmente planteables en
ésta y, de constituir un problema filosófico, se tratará de uno general que
puede afectar al discurso literal (común o específico - de la ciencia, del
arte, de la religión, del ideológico-político, etc). En cambio, el que no
suscribe una posición reduccionista en el ámbito de la pragmática, se
encuentra ante dos posibilidades: a) no adscribir a las metáforas un
contenido cognitivo propio, aunque puedan desempeñar un papel en la
constitución y transmisión del conocimiento; b) afirmar que las metáforas
tienen un contenido propio, expresión de un conocimiento que no es
reducible por tanto al de las posibles paráfrasis literales. Es este segundo
caso el que vamos a explorar conceptualmente, porque se ha convertido
en uno de los frentes de batalla de concepciones contrapuestas no sólo a
propósito de la metáfora, sino también a cuenta de la propia naturaleza
del conocimiento.

Una cuestión asociada a la acabada de mencionar, pero que es


preciso indicar, es la relación del problema del estatuto cognitivo de las
metáforas con el de la teoría de la verdad. La conexión es como sigue: es
una opinión corriente que todo enunciado con un contenido cognitivo ha
de poseer un valor de verdad o, dicho de otro modo, que una teoría de la
verdad quedaría incompleta si no se aplicara a todas las entidades
113

lingüísticas con un contenido cognitivo. Parece una condición necesaria


de una teoría semántica de la verdad que coincida en sus bordes con una
teoría del conocimiento, que recubra de una forma completa el terreno
batido por la epistemología. Si se es partidario de esta opinión tan común
(y tan natural, cabría añadir), quien asigne un contenido cognitivo a la
metáfora ha de propugnar igualmente una teoría de la verdad para los
enunciados metafóricos, siquiera en esbozo. Esa teoría de la verdad,
como es obligado, a) ha de implicar una teoría de la referencia o
extensión metafórica, y b) ha de conservar el carácter autónomo e
irreductible de la metáfora en sus aspectos cognitivos, esto es, no ha de
ser reduccionista en el nivel lingüístico cuando no lo es en el
epistemológico. Así pues, una posición no reduccionista acerca de la
metáfora conlleva generalmente una doble ampliación o extensión: a) en
el campo de la epistemología, en la medida en que extiende el ámbito del
conocimiento más allá del terreno de lo literal, y b) en el campo de la
teoría del lenguaje, en la medida en que incrementa la teoría de la verdad
(la semántica, si se quiere decir así).

Esta cuestión del contenido cognitivo se puede plantear además en


los tradicionales dos planos, y así se ha hecho habitualmente. En el plano
individual, los psicólogos (del lenguaje, evolutivos) se han planteado
esencialmente cuestiones referentes al tipo de operaciones mentales que
sustentan la metáfora y su enraizamiento en la estructura cognitiva
humana, así como cuestiones más puntuales, respecto al desarrollo de la
capacidad metafórica o figurativa. En general, el examen de la metáfora
ha constituido una vía de acceso al estudio del proceso, o conjunto de
procesos, rotulado como analogía, y a situar ese proceso en el conjunto
de las estrategias cognitivas etiquetadas, aún más ampliamente, como
inferenciales. Una derivación interesante de esta estrategia de
investigación ha sido, a partir de los años setenta, la desarrollada en el
campo de la Inteligencia artificial. Su objetivo ha sido proponer modelos
de gestión del conocimiento (representación, manipulación,
114

recuperación...) que cumplieran condiciones formales de completud y


corrección, que proporcionaran una descripción más o menos completa
de las intuiciones básicas acerca del funcionamiento de la producción y
comprensión metafóricas (v. B. Indurkhya, 1992).

Por otro lado, en el plano social o colectivo, las cuestiones


fundamentales relacionadas con la metáfora tienen que ver con la función
de la metáfora en las teorías científicas, el lugar que ocupan en la
constitución de conceptos y disciplinas científicas, no en las simples
funciones accesorias de transmisión o divulgación del conocimiento
científico. Esto da por supuesto que la ciencia, en cuanto sistema inductor
de creencias, es la forma en que se manifiesta la cognición en el plano
social o colectivo. Ello es cuestionable y ha sido cuestionado poniendo de
relieve el lugar que ocupa la metáfora en otros sistemas, como el arte o la
religión. No obstante, dejando de momento esta polémica, lo que se
puede admitir es que la ciencia es una de las formas privilegiadas en que
se manifiestan nuestras capacidades cognitivas.

5.2.1. Teorías sobre la verdad de la metáfora

La razón de que en la filosofía de inspiración analítica no se haya


incluido un tratamiento detenido de la verdad metafórica hay que buscarla
en su aparente obviedad. Al fin y al cabo, de las teorías sobre el
significado metafórico se pueden deducir sin más las tesis correctas
acerca de la naturaleza de la verdad metafórica. Por ejemplo, si la teoría
en cuestión no reconoce a las expresiones metafóricas otro sentido que el
literal, no les atribuirá otra verdad que el adjudicable a ese significado
literal: eso es lo que se desprendería del tratamiento que J. Searle (1979)
ha propugnado para las metáforas. Si se pone el énfasis en la inexistencia
de un significado metafórico y en su vacuidad cognitiva, como sucede en
115

el caso de las tesis propuestas por D. Davidson (1978), entonces la


cuestión de la verdad metafórica quedará fuera de lugar: no existe tal
cosa, la verdad es una propiedad que atañe únicamente al lenguaje literal.
Finalmente, si se destaca la capacidad de las expresiones metafóricas
para suscitar, sugerir o proponer ideas, aunque de forma indirecta, se
hace residir la verdad metafórica en la verdad literal de los pensamientos
a que ha llevado la expresión metafórica (v. I. Scheffler, 1979; R. Fogelin,
1988).

Como se puede advertir, hay un rasgo común a todas estas


posibilidades, exploradas más o menos sistemáticamente por la filosofía
analítica contemporánea, y es la subordinación de la verdad metafórica
a la verdad literal, incluyendo el caso en que se conciben como
excluyentes.

5.2.1.1. La subordinación de la verdad metafórica

El hecho de que la verdad metafórica se considere subordinada


equivale a incluirla entre las variedades de verdad indirecta. Esto es, un
enunciado es indirectamente verdadero (o falso) cuando es directamente
verdadero (o falso) un enunciado o conjunto de enunciados en términos
de los cuales se analiza el primero. Numerosos intentos de
fundamentalismo epistemológico nos han familiarizado con esta noción de
verdad indirecta. Por ejemplo, el positivismo lógico consideraba que la
verdad de los enunciados teóricos se les asignaba indirectamente,
mediante la adscripción de valores veritativos a enunciados
protocolares, en términos de los cuales se podían y debían analizar. Lo
mismo sucedía en las diferentes variedades fenomenalistas o fisicalistas:
existía una forma privilegiada de lenguaje en términos de la cual, por
diferentes procedimientos, se puede acceder a otros niveles lingüísticos
(de superior abstracción).
116

Junto a esta verdad epistemológicamente indirecta, es posible


distinguir una verdad lógico-semánticamente indirecta. En este caso, ya
no se trata de una reducción basada en la accesibilidad epistemológica,
sino en el análisis lógico-semántico del contenido de la expresión
lingüística. Piénsese, como ejemplos paradigmáticos, en el caso
russelliano de los enunciados con expresiones referenciales (la teoría de
las descripciones) o en el análisis kripkeano de los enunciados modales
(la teoría de los mundos posibles) o en el análisis paratáctico de D.
Davidson. En todos estos casos, se propone un análisis que revela la
auténtica forma lógica de las expresiones y que permite asignarles
condiciones de verdad en una forma que es congruente, por un lado, con
nuestras intuiciones semánticas y, por otro, con teorías semánticas bien
establecidas. En este caso, es preciso distinguir entre la forma
superficial de la expresión de que se trate y la forma profunda o
auténtica, que rige su funcionamiento lógico-semántico.

En principio, parece que se puede excluir que la variedad de


verdad indirecta que sería propia de las metáforas pertenezca a una de
las dos mencionadas, aunque quizás se puedan establecer similaridades.
Lo característico de las posturas que mantienen la subordinación de la
verdad metafórica es que postulan una relación mucho más relajada de lo
que son las relaciones reduccionistas de índole lógica o epistemológica,
excepto en el caso de las teorías sustitucionistas más estrictas 52 . Por

52 Evidentemente, si se mantiene una teoría de este tipo, ha de sostenerse la

equivalencia lógica entre enunciado metafórico y enunciado o enunciados literales;

con lo que constituiría una versión de la variedad lógico-semántica. El enunciado

metafórico tendría la misma relación con los equivalentes literales que tiene el

enunciado `necesariamente p’ con `p es verdadero en cualquier mundo posible

M(1)...M(n)’
117

ejemplo, en una de sus versiones menos estrictas, la relación se concibe


del modo siguiente: “Las oraciones en que aparecen metáforas son
verdaderas, o falsas, en la forma normal, literal, porque si las palabras
que las componen no tienen un significado especial, las oraciones no
tienen una verdad especial. Lo cual no significa negar que exista algo
como la verdad metafórica, sólo que se niega de las oraciones. La
metáfora nos lleva a advertir lo que podría no advertirse de otro modo y
no existe razón, supongo, para no afirmar que esas visiones,
pensamientos y sentimientos inspirados por las metáforas son verdaderos
o falsos” 53 . Por tanto, ni siquiera se trata de una relación entre
enunciados. Las expresiones metafóricas pueden `inspirar’ pensamientos
verdaderos, por ejemplo, pero la adscripción de valores veritativos a éstos
no depende de la correspondiente adscripción a enunciados que
expresen los pensamientos inspirados, por no hablar de la `verdad’ de las
`visiones’ o de los `sentimientos’. En este sentido, la noción de verdad
metafórica no tiene que ver con las relaciones entre el lenguaje y el
mundo, porque, como se advierte explícitamente, la verdad metafórica no
es una propiedad adscribible a entidades lingüísticas, ni definible en
términos de ellas.

La postura de D. Davidson es un caso extremo, radical, en el


sentido de que su concepción trata de excluir, del nivel lingüístico,

53 D. Davidson, op. cit., pág. 257. Esta es una línea de argumentación seguida

también por S. Blackburn (1984, pág. 179): “una buena metáfora en el nivel

creativo es expresada por una proferencia que no dice que sucede tal y cual, sino

que más bien expresa una invitación o sugerencia de que se ha de explorar una

cierta comparación”.
118

cualquier sentido de `verdad metafórica’, pero es característica de la


forma en que se conciben las relaciones entre verdad metafórica y literal
en las teorías que asignan a ésta una posición subordinada. Esas
relaciones no son de índole lógica, en el sentido de que establezcan un
nexo inferencial entre enunciado metafórico y enunciado literal, de tal
modo que la propiedad veritativa asignada a éste le sea también
indefectiblemente adscrita a aquél. Son de una naturaleza más flexible,
pero que es necesario precisar si se quiere dotar de sentido a la
concepción que subordine la verdad metafórica a la literal. De hecho, si
no se efectúa tal concreción, la tesis de la subordinación de la verdad
metafórica queda abierta a la siguiente objeción: “ Si una metáfora ha de
ser calificada de `verdadera’ porque `inspira’ creencias verdaderas,
entonces ¿por qué no llamamos `verdaderas’, con el mismo fundamento,
a todas las demás proferencias literales? Pero sería absurdo calificar a
una pregunta de verdadera, por ejemplo, sólo porque puede conducir al
oyente a pensamientos verdaderos; y sería absurdo considerar una
hipótesis científica comprobadamente falsa como verdadera, sólo porque
fue la inspiración de hipótesis verdaderas de científicos más perspicaces
que reaccionaron contra ella”54

La objeción tiene fundamento: si la conexión entre expresiones


metafóricas y los enunciados literales que suscitan es tan indeterminada,
entonces la presunta `verdad metafórica’ de dichas expresiones se diluye.
Las expresiones no constituirían entonces verdades metafóricas, sino que
serían `metafóricamente verdaderas’. Y este sentido de `verdad’ es
atribuible a cualquier clase de expresión lingüística, y no sólo a las
expresiones metafóricas.

Para tener una imagen más nítida del problema, conviene

54 D.E. Cooper, op. cit., pág. 207.


119

considerar las relaciones entre el concepto de `verdad metafórica’y el


resto de los valores semánticos, aparte del de `verdad’(literal), que se
pueden atribuir a las expresiones lingüísticas. Como se sabe, las teorías
semánticas filosóficas modernas pueden dividirse toscamente en dos
grandes grupos: las teorías monistas y las teorías pluralistas. Las
teorías monistas vienen a proponer, en resumidas cuentas, que la
semántica de una lengua natural ha de tener la forma de un conjunto de
reglas que asignen a las expresiones de esa lengua un valor semántico (o
su negación). En general, ese valor semántico privilegiado es el valor
alético, lo verdadero, o su negación, lo falso. Para tales teorías es un
supuesto metodológico básico la postulación de un elemento o
denominador común en las aparentes variedades de modalidad
lingüística. Es ese elemento el que posibilita la uniformidad en la
asignación de valores semánticos y también, en general, es la modalidad
indicativa55 la que, por diferentes razones, se considera como básica. El
análisis lógico-semántico consiste pues en la averiguación de ese
denominador común indicativo en las diferentes modalidades
superficiales, como la interrogativa o la imperativa. Cuando se efectúa la
reducción adecuada, mediante el análisis, los valores aléticos son
directamente aplicables a las expresiones de forma independiente de su
modalidad superficial. Esto quiere decir que, en el caso de la semántica
de condiciones de verdad entendida de esta forma monista, las preguntas

55 Evidentemente, no se trata de la modalidad indicativa entendida en sentido

morfológico-sintáctico, sino en sentido semántico, en que sería más preciso

denominarla `asertiva’. Las relaciones entre el nivel morfológico-sintáctico y el

semántico-pragmático son sumamente complejas, pero la simplificación en este

contexto está suficientemente justificada por el nivel de la discusión que sigue.


120

o las órdenes tienen valores de verdad literales56. Es de suponer que los


enunciados metafóricos, en esta concepción, también sean literalmente
verdaderos o falsos, una vez analizados correctamente, mediante el
análisis extensional de la metáfora o mediante la adecuada conexión con
enunciados literalmente verdaderos. En estas teorías, la expresión
`metafóricamente verdadero’ carece de sentido. En cambio, las teorías
pluralistas se caracterizan por reconocer la variedad y la autonomía de
diferentes valores semánticos. Cada modalidad lingüística, cuya
independencia respecto al modo indicativo se pueda fundamentar, tendrá
su valor semántico específico, y la sub-teoría semántica correspondiente
consistirá en el conjunto recursivo de reglas que permita asignar ese valor
(o su negación) a las expresiones de esa modalidad. Así, por ejemplo, las
expresiones interrogativas y las imperativas tendrán sus propios valores
independientes de los valores aléticos de verdad y falsedad.

Ahora bien, aún considerando la autonomía de los


correspondientes valores semánticos, se puede advertir inmediatamente
que las diferentes subteorías semánticas propias de cada modalidad son
funcionalmente análogas, esto es, que el papel que desempeñan los
valores semánticos es el mismo en cada una de ellas y que los
mecanismos mediante los cuales se asignan son estructuralmente
equivalentes. Ello es el fundamento para que se pueda calificar, por
ejemplo, a las preguntas o a las órdenes como `verdaderas’ o `falsas’.
Pero esta aplicación es una aplicación por extensión metafórica, basada
en esa analogía funcional. Las preguntas u órdenes pueden ser
consideradas metafóricamente verdaderas, aunque en modo alguno
sus valores semánticos característicos sean reducibles a los valores
aléticos `literales’.

56 Véase M. Platts (1979, Cap. II).


121

Teniendo en cuenta la naturaleza de estos dos grandes enfoques,


se puede pensar ahora dónde encajan más adecuadamente ciertas tesis
sobre la subordinación de la verdad metafórica. Si lo que se quiere decir,
cuando se afirma que la `verdad metafórica’ está subordinada a la verdad
sin más, es que las expresiones metafóricas dependen, en su calificación
alética, de la verdad o falsedad de expresiones literales, entonces se
estará manteniendo que aquéllas son literalmente verdaderas, por muy
subordinada que sea su verdad. La forma de ser verdadera una expresión
metafórica consistirá pues, no en una manera especial de relacionarse
directamente con la realidad, sino en su relación con otras expresiones, a
través de las cuales tomará contacto con la realidad. Lo característico de
las expresiones metafóricas, de acuerdo con esta concepción, es que 1)
son literalmente verdaderas (o falsas), y 2) lo son de una forma indirecta,
a través de otras expresiones literales.

Por otro lado, si, cuando se mantiene la subordinación de la


verdad metafórica, lo que se quiere indicar es que existe una forma
especial de relacionarse con la realidad, en virtud de la cual se puede
denominar `verdadera’ una expresión metafórica, entonces la
subordinación lo será con respecto a la noción de verdad y no a la de
metáfora. En este sentido, las expresiones metafóricas serían verdaderas
de forma similar a como lo son las preguntas o las órdenes: poseen un
valor semántico, por denominar, que, en el ámbito del discurso
metafórico, desempeña la misma función que el valor alético en el
indicativo-asertivo. Las metáforas serían metafóricamente verdaderas.

Tenemos pues diversas opciones para clasificar las teorías sobre la


verdad metafórica:

I. Teorías de la independencia, o no subordinación, o primacía de la


verdad metafórica.
122

I.1. Las expresiones metafóricas son literalmente verdaderas, de una


forma directa y corriente, del mismo modo que lo son las literales57.

Quizás la teoría más importante que se puede clasificar bajo este


apartado es la de M. Hesse (1984, 1988, 1995). De acuerdo con su
radical tesis de que todo lenguaje es esencialmente metafórico, y que el
lenguaje literal es un caso límite de convencionalización del lenguaje
metafórico, la verdad se aplica primordialmente al lenguaje metafórico. En
su teoría, el lenguaje metafórico tiene una relación con el mundo similar a
la que tiene una teoría o un modelo. Del mismo modo que no puede haber
una teoría o un modelo con una correspondencia unívoca con los datos o
la experiencia, el lenguaje no puede ser un reflejo directo del mundo. Ello
no impide que, al igual que el modelo, podamos calificar al lenguaje (a las
aserciones) como verdadero. Solo que nos tenemos que olvidar del
carácter único, absolutista o eterno de la verdad.

I.2. Tanto las expresiones metafóricas como las literales son verdaderas
en un sentido no literal o habitual, sino más amplio o diferente, Existe un
sentido metafórico primordial en la noción de verdad con respecto al cual
son verdaderas o falsas tanto las expresiones literales como las

57 Una posición original mantenida a este respecto es la de E. Zemach (1994). Para este

autor las metáforas son (o pueden ser) literalmente verdaderas dependiendo del éxito de

la nominación metafórica. Según él, toda metáfora esconde una propuesta de

renominación, o extensión nominativa, de una sustancia. Decir por ejemplo que `las

estrellas son frutos del cielo´ (M. Hernández) es, en realidad, una sugerencia para el uso

de la palabra `fruto´, que abarca como instancias particulares la sustancia naranja y la

sustancia estrella. Ambas aplicaciones pueden ser verdaderas en términos de los

intereses y valores del individuo o comunidad que realiza las predicaciones

correspondientes (v. también E. Zemach, 1983.)


123

metafóricas (D.E. Cooper, 1993).

II. Teorías de la subordinación (o carácter indirecto) de la verdad


metafórica.

II.1. Las expresiones metafóricas son metafóricamente verdaderas. El


valor de verdad se les adscribe en virtud de una analogía con las
expresiones literales.

II.2. Las expresiones metafóricas son literalmente verdaderas, pero lo


son de un modo indirecto, a través de expresiones literalmente
verdaderas con las cuales están relacionadas.

Evidentemente, todas las teorías que afirman que las metáforas


son comparaciones implícitas caen en este apartado. Las metáforas se
convierten en enunciados literales cuando se hacen explícitos los
elementos implícitos en ellas (los términos comparativos) y, en
consecuencia son verdaderas o falsas. Esto, desde un punto de vista
semántico. Desde el pragmático, pertenecerían a esta clase las teorías
que mantienen que las metáforas son verdaderas cuando lo son los
enunciados (las proposiciones) que constituyen su significado intencional,
esto es, lo que el hablante pretende comunicar con ellas. Pero también se
incluirían aquí las teorías que, aún sosteniendo que las metáforas no son
propiamente verdaderas o falsas, se las puede denominar así porque dan
lugar a teorías o afirmaciones verdaderas o falsas. Esta es por ejemplo la
posición de A. Danto (1993): aunque `el corazón es una bomba´ fue en
algún momento un enunciado metafórico - y aún puede serlo en ciertos
contextos de uso dio lugar a un proceso de investigación que finalmente
probó que el corazón es una bomba.

Para completar este cuadro, es preciso mencionar las diferentes


124

variedades en que se presenta la tesis de que las expresiones


metafóricas no son verdaderas, ni directa ni indirectamente.

III. Teorías sobre la carencia de valor de verdad de las expresiones


metafóricas.

III.1. Las metáforas no son verdaderas, puesto que carecen de


significado: no tienen otro sentido que el literal, y no existe ninguna
conexión lógica entre el valor semántico de ese sentido literal y su posible
valor en cuanto metáforas.

III.2. Las metáforas no tienen valor semántico. Sus valores propios


pertenecen a otro ámbito (cognitivo, artístico, literario, etc.), distinto del
propiamente lingüístico, de tal modo que sólo metafóricamente se
pueden denominar `verdaderas’ a las metáforas, en la medida en que
posean esos otros valores.

.
125

CAPÍTULO 6:
Las metáforas y la ciencia¡Error! No se encuentra el
origen de la referencia.

Ya hemos mencionado en anteriores ocasiones la naturaleza del


desafío que la metáfora supone para la concepción representacionista
del lenguaje humano. De acuerdo con esta concepción, al menos en su
versión realista, el lenguaje humano es un instrumento que, ante todo,
sirve para la figuración (por emplear un término wittgensteniano). En
particular, cuando se considera su utilización especializada en la
elaboración o expresión de teorías, el lenguaje es visto como el
instrumento que nos permite reproducir esa realidad, sus componentes,
su estructura causal, etc. En esa labor reproductora desempeñan un
papel central las nociones de referencia y verdad. El lenguaje figura el
mundo porque sus términos refieren a sus componentes, sean éstos
objetos o relaciones, y porque sus enunciados representan, verdadera o
falsamente, los estados de cosas, los hechos que constituyen la realidad.
En esta concepción, las nociones lingüísticas de referencia y de verdad
desempeñan una función explicativa en filosofía, más específicamente,
en teoría de la ciencia (y si uno es cientista, en teoría del conocimiento
126

en general) 58 . Son precisamente estas nociones las que figuran en la


explicación realista del éxito de la ciencia (del conocimiento):
precisamente porque las teorías científicas están expresadas en términos
que refieren y por enunciados con valor de verdad es por lo que estas
teorías aportan una mejor y más completa explicación de la realidad que,
a su vez, nos permite su mejor manipulación y control.

58 En una perspectiva más amplia, M. Hesse (1984) y J.M. Soskice (1985) han

argumentado en favor de la generalidad de las nociones de referencia y verdad en la

filosofía, desde la teoría de la ciencia a la filosofía del arte y de la religión. En

particular, en el caso de la primera, se manifiesta la tesis de que la filosofía

contemporánea está epistemológicamente sesgada, esto es, que se encuentra

excesivamente inclinada a la discusión de los tradicionales enigmas filosóficos en el

ámbito de las ciencias naturales y sociales. Una generalización del empleo de las

nociones de referencia y de verdad en otras disciplinas corregiría ese sesgo. Pero,

para ello, sería preciso una ampliación (extrapolación, según algunos) de las teorías

de la referencia y la verdad de forma que los enunciados metafóricos propios de esas

disciplinas (filosofía del arte, teología, etc.) poseyeran valores veritativos, o cognitivos

en sentido general. Esa ampliación pasaría por la propuesta de “mundos simbólicos

de carácter imaginativo que tuvieran una relación con la realidad diferente de la que

establecen nuestros intereses predictivos”, a los cuales se referirían los términos y

enunciados de “las utopías, las exposiciones de ficción, los aspectos morales del

mundo mediante la caricatura y otros medios, y toda clase de mitos simbólicos de

nuestra comprensión de la naturaleza, la sociedad y los dioses” (M. Hesse, op. cit.

pág. 39). Ni que decir tiene que no todo el mundo estaría de acuerdo con esta

generalización de las teorías de la referencia y la verdad, en particular los que

estuvieran adscritos a concepciones integristas del conocimiento humano, como

materialistas o ciertas especies de realistas, por no decir los post-positivistas.


127

Diversas teorías modernas de la ciencia han argumentado en


contra de una concepción lingüística de las teorías científicas (las teorías
como conjuntos de enunciados). Prefieren considerar la ciencia desde
otro punto de vista (como una actividad orientada a la resolución de
problemas, por ejemplo) o conceptualizar sus resultados de otro modo
(como la especificación de estructuras abstractas, que pueden ser
expresadas o no lingüísticamente). No obstante, sean lo que sean las
teorías científicas, lo cierto es que las nociones de referencia y verdad se
les aplican en la medida en que tales teorías se encuentran expresadas
lingüísticamente (no sólo en el lenguaje natural, por supuesto). Es más,
cualquier problema filosófico que se pueda plantear a su respecto,
incluyendo el problema central de su relación con la realidad, puede
discutirse y dilucidarse en términos lingüísticos: en eso reside la
trascendencia filosófica de la semántica en sentido general, de la
semántica considerada como la disciplina cuyas nociones fundamentales
son las de referencia y verdad.

Para el realista, la tesis que propone en términos lingüísticos (una


vez más en general) no es un enunciado metafísico, sino una hipótesis
empírica, de carácter metateórico. Una hipótesis que enuncia una
conexión causal que explica tanto la conducta del científico como el
progreso de la ciencia. En una formulación sintética, esta hipótesis se
basa en dos principios:

1) los términos de una ciencia madura refieren de una forma


paradigmática
2) las leyes de una teoría que pertenezca a una ciencia madura son
típicamente verdaderas de una forma aproximada.
Existen muchas formas de abordar la discusión de esta concepción de
la ciencia, y buena parte de ella ha sido explorada por la filosofía
contemporánea del lenguaje y de la ciencia. Pero, en lo que atañe a su
relación con la cuestión de la metáfora, el problema se puede
128

descomponer en los siguientes elementos:

1) ¿Figuran, o han de figurar, términos metafóricos en las teorías


científicas, incluso en su forma `madura’?
2) Si las teorías científicas incluyen (necesariamente) términos
metafóricos, ¿refieren éstos?
3) En consecuencia, si refieren los términos metafóricos, ¿de qué
modo son verdaderos los enunciados (las leyes, las
generalizaciones) que incluyen términos metafóricos? ¿lo son del
mismo modo que los enunciados literales?

6.1. La función de las metáforas en la ciencia

Durante mucho tiempo se consideró que las expresiones


metafóricas (y los sistemas en que se pueden organizar) desempeñaban
un papel secundario en la ciencia. Tal como lo expuso A. Ortony 59 ,
constituía un supuesto de nuestro sistema cultural que la ciencia “se
caracterizaba por la precisión y la ausencia de ambigüedad y, de forma
correspondiente, se concebía el lenguaje de la ciencia como preciso y no
ambiguo, en resumen, literal”. El ámbito de las expresiones metafóricas
era lo inexacto, lo desviado referencialmente, lo taxonómicamente
irregular; por tanto, las expresiones metafóricas constituían un defecto a
evitar en las formulaciones científicas, que se suponía representaban
literalmente la realidad y, de forma típica, se adscribían a formas
discursivas cuya finalidad comunicativa era diferente, como por ejemplo la
persuasión (en el campo de la retórica política o forense) o en la emoción
(artística). Este menosprecio de la metáfora fue cediendo a medida que
se constataba su omnipresencia en la expresión lingüística de la ciencia,
en la elaboración y formulación de teorías, pero sigue estando latente en

59 A. Ortony, ed. (1993 pág. 2 de la Introducción.)


129

la concepción de muchos científicos y filósofos de la ciencia, que siguen


considerando la metáfora un huésped incómodo. Una forma de reducir la
tensión que provoca, por una parte, la presencia innegable de la metáfora
en la actividad científica y la ideología que suelen profesar los que la
practican o estudian, es la restricción de los contextos en que sea
considerada como legítima. De forma simplificada, se puede considerar
que son dos las funciones “toleradas” del discurso metafórico en la
ciencia:

1) Ante todo, las metáforas pueden tener una función pedagógica, en la


transmisión del conocimiento expresado por las teorías científicas.
Como éstas, al menos en las ciencias `maduras’, suelen estar
expresadas en términos matemáticos, en ocasiones sumamente
sofisticados, es más práctico introducir en ellas a los nuevos
investigadores a través de metáforas que permiten captar de una forma
concreta las estructuras abstractas que esas formulaciones
matemáticas expresan. Por así decirlo, las metáforas permiten dar
colorido al lenguaje de la ciencia, posibilitando no solamente su
comprensión en ámbitos de especialistas, sino también su difusión
entre el gran público60.
2) En segundo lugar, las metáforas pueden tener un valor heurístico,
pueden servir para la ideación de nuevas hipótesis o teorías, o un

60 Por ejemplo: “emplearé la metáfora de los planos del arquitecto, mezclando

libremente el lenguaje de la metáfora con el lenguaje de lo real. `Volúmen’ será

empleado de modo intercambiable con el vocablo `cromosoma’. `Página’ se utilizará

provisionalmente como sinónimo del término `gen’, aun cuando la división entre los

genes no está tan bien definida como la división entre las páginas de un libro. Esta

metáfora nos servirá para avanzar un buen trecho. Cuando finalmente ya no nos

sirva, introduciré otras metáforas” (R. Dawkins, 1976 (1979, pág. 31)). Véase también

G. Holton (1995).
130

valor exegético, para ilustrar de una forma gráfica y sintética la


naturaleza de una teoría. El uso argumentativo de las metáforas
también se puede considerar incluido en este apartado. A veces la
utilización de una metáfora pone de relieve de una forma
particularmente evidente las conexiones o desconexiones existentes en
una línea de argumentación. Un ejemplo bien conocido de este uso 61
aparece en los Diálogos de Galileo. Allí, Salviati, que defiende la idea
de que la tierra se mueve, argumenta con Simplicio, que mantiene la
idea aristotélica de que la tierra se encuentra fija en el centro del
universo. El argumento de Simplicio es que si la tierra se moviera, un
objeto que se dejara caer desde una torre, por ejemplo, habría de caer
tras esa torre. En cambio, como la tierra no se mueve, el objeto que se
lanza cae siempre en el mismo sitio. Pero Salviati utiliza la metáfora la
tierra es (como) un barco para desarrollar su refutación. Primero hace
admitir a Simplicio que la metáfora es cogente, esto es, relevante para
la demostración. Si la tierra está quieta, también lo puede estar un
barco, y lo mismo si se mueve. Si se lanza un objeto desde el mástil
cuando el barco está quieto o en movimiento debería suceder algo
análogo a lo que pasaría si se lanzara un objeto desde lo alto de una
torre. Y Salviati razona “Dime ahora. Si la piedra lanzada desde lo alto
del mástil cuando el barco navega rápidamente cayera exactamente en
el mismo lugar en que caería si el barco estuviera en reposo, ¿qué uso
podría hacer de esa caída con respecto a saber si el barco estaba
quieto o en movimiento?
Simplicio.- Absolutamente ninguno
Salviati.- Cualquiera que haga el experimento encontrará que la piedra
cae siempre en el mismo lugar del barco, ya esté el barco quieto o en
movimiento a cualquier velocidad. Por tanto, como la causa es la misma
en el caso de la tierra que en el del barco, no se puede inferir nada sobre

61 v. D. Gentner, 1982. También en O. Gal (1994).


131

el movimiento de la tierra o su ausencia de la piedra que cae


perpendicularmente al pie de la torre.”

En este sentido el valor heurístico o argumentativo del lenguaje


metafórico se hace patente en los estadios “inmaduros” de una ciencia, en
particular cuando esa ciencia, o proto-ciencia, carece de un paradigma
que proporcione una guía compartida por la comunidad científica en su
actividad. Por ejemplo, la concepción que entiende la sociedad como si
fuera un organismo (la metáfora organicista), desempeñó esa función
heurística en la constitución de la sociología científica (v. S. Maassen y
otros, eds., 1995)
En cualquier caso, lo característico de esta concepción positivista
de la ciencia es considerar la metáfora como un instrumento o recurso
expresivo prescindible: en cuanto a sus funciones pedagógicas, cuando
el aprendiz está suficientemente versado, las expresiones metafóricas
pueden ser sustituidas por sofisticados enunciados literales, por
ecuaciones matemáticas en el mejor de los casos. En lo que respecta a
su función heurística, sólo afecta a los primeros periodos de la
constitución de una disciplina científica: cuando ésta alcanza la madurez
matematizada, la metáfora originaria adquiere los rasgos de un mito
amable y familiar, pero que ningún estudioso serio tomaría al pie de la
letra.

Por supuesto que, bajo esta concepción, ni los términos


metafóricos refieren ni los enunciados metafóricos tienen valor de verdad.
Como la escalera metafórica de L.Wittgenstein, son puros instrumentos
que uno puede desechar una vez que los ha utilizado: sirven para acceder
a las verdades y entidades reales de la ciencia, pero no hay que pensar
que tienen por ello la relación privilegiada que tiene con la realidad el
discurso explícito, preciso y literal característico de la ciencia.

Con todo, esa concepción ignora una de las funciones más


132

importantes del lenguaje metafórico en la ciencia, sobre el que


volveremos, cual es la introducción de nuevo vocabulario y,
consiguientemente, de nuevas afirmaciones. En muchas ocasiones, el
progreso del conocimiento exige la confrontación con nuevos fenómenos
o realidades anteriormente desconocidas. Y lo que es más importante,
puede que tales fenómenos o realidades estén más allá del ámbito de la
experiencia directa (como puede suceder en el caso de la astrofísica, la
mecánica cuántica o la neurofisiología). Son por tanto ocasiones en las
que la teoría positivista de la ciencia y del lenguaje se muestran
particularmente insatisfactorias, porque lo único que pueden ofrecer es lo
siguiente: en primer lugar, como teoría del significado, una incorrecta tesis
acerca de cómo funciona el lenguaje en general y el lenguaje científico en
particular. Porque, en la teoría positivista del lenguaje, los enunciados
sólo adquieren significado cuando se encuentran en relación con la
experiencia, a través de los denominados enunciados protocolares, o
cuando son reducibles a tales tipos de enunciados. En segundo lugar,
porque conceptualiza erróneamente los procesos de introducción de
nuevo vocabulario teórico y de cambio de ese vocabulario como un
proceso de reducción: o bien del viejo vocabulario al nuevo, o bien de
ambos a una terminología presuntamente básica y universal, el lenguaje
de la ciencia. Por eso, la teoría positivista de la ciencia era incapaz de dar
cuenta de las dos características más ampliamente reconocidas de la
metáfora en la ciencia: 1) su irreductibilidad al lenguaje literal y, por
ende, a un lenguaje universal, y 2) su importancia cognitiva, su
capacidad para expresar un conocimiento, especialmente en las
ocasiones en que la ciencia se ve proyectada a ámbitos que no están al
alcance de la experiencia humana.

Sin embargo, desde los primeros ensayos de la pionera M. Hesse


(1966, 1974), un creciente número de filósofos de la ciencia ha estado
llevando a cabo una revaloración del papel de la metáfora en la actividad
científica, llegando a conclusiones muy diferentes de las de la ideología
133

positivista (J.M. Soskice y R. Harré, 1995). En esta reconceptualización


del papel de la metáfora han tenido su influencia tanto la decadencia de
ese modelo positivista de ciencia, con su insistencia en dotarla de un
lenguaje privilegiado, literal en última instancia, como al surgimiento de
concepciones más o menos relativistas, o escépticas, o sencillamente
complejas, dentro de la propia filosofía de la ciencia y del lenguaje. En
este sentido, es preciso señalar la obra de T.S. Kuhn como el hito
fundamental que marca el cambio hacia una conceptualización de la
ciencia como hecho social, como realidad humana ajena a la abstracción
idealista del positivismo, realidad en la que la metáfora recobra su
importancia. Aunque no todos los filósofos de la ciencia comparten los
supuestos de la obra de T.S. Kuhn, es preciso reconocer que su obra y la
de otros teóricos afines ha forzado la reconsideración del papel de las
metáforas en todas las dimensiones de la empresa científica, desde la
formación de conceptos hasta la confrontación (comparación) y cambio de
teorías. Ello ha conllevado asimismo una correlativa revaloración de las
nociones de modelo y razonamiento analógico, relacionadas
estrechamente con la de metáfora, de tal forma que resulta frecuente
encontrar tratamientos simultáneos de las nociones mencionadas (M.
Hesse, 1988; D.H. Helman, ed. 1988; B. Indurkhya, 1987, D. Gentner,
1982, etc.).

La difusión del uso de las metáforas en las ciencias no respeta la


división positivista en ciencias duras y blandas, o la más moderada, que
las clasifica en maduras e inmaduras. Como R. Hoffman (1985) ha
testimoniado, numerosos autores han estudiado su presencia y función en
la física de partículas y en la mecánica clásica (M. Hesse, 1966, D.
Gentner, 1982), la teoría de la electricidad (D. Gentner y D.R. Gentner,
1983), la psicología cognitiva, las ciencias sociales, la biología, la
134

computología, la matemática e incluso la propia filosofía de la ciencia62.


La impregnación metafórica del discurso científico es tal que atañe
igualmente al que versa sobre la propia metáfora: muchas teorías del
significado y del significado metafórico son ellas mismas metafóricas, lo
que no es sino una concreción del carácter reflexivo que hemos
destacado en los fenómenos metafóricos. Esto se hace patente también
en la naturaleza metafórica de los conceptos metalingüísticos (Vanparys,
1995) Además, la metáfora puede presentarse en diferentes formas o
ámbitos de la actividad científica. El mencionado R. Hoffman (1985) ha
distinguido las siguientes:

1) como metáforas-raíz básicas o temas metafóricos. Su característica


más sobresaliente es que tienen la virtud de estructurar ámbitos
completos de nuestro conocimiento sobre la realidad o, desde el punto
de vista lingüístico, organizar campos léxicos completos. Se puede
considerar la filosofía mecanicista como un ejemplo de teoría
sumamente general que se basa en una metáfora radical de este tipo:
el mundo concebido como un inmenso mecanismo. También es
interesante observar que estas metáforas-raíz pueden tener relaciones
de simetría al cabo del tiempo con otras metáforas-raíz: así, por
ejemplo, el mundo social puede ser conceptualizado primero en
términos biológicos, pero al cabo del tiempo el organismo humano lo
puede ser en términos sociales (v. S. Maasen y otros, eds., 1995).

2) Hipótesis científicas que tienen carácter metafórico. Se trata de


hipótesis que, sobre un ámbito desconocido o inaccesible,
proyectan una estructura, una relación o una función ya conocida o
accesible, perteneciente al conocimiento común o a otras disciplinas
del conocimiento científico. La psicología, y las ciencias cognitivas

62 Una buena idea de la heterogeneidad de la presencia de lo metafórico en la ciencia lo

da la colección de trabajos reunidos por W.H. Newton-Smith y K. Wilkes, eds.(1988)


135

en general, proporcionan muchos ejemplos de esta segunda clase


de metáforas (R.J. Sternberg, 1990). Pero también se pueden
encontrar muchos ejemplos históricos de esta clase. Así, los
alquimistas entendieron los procesos químicos de licuefacción,
oxidación, etc. en términos biológicos, en términos de los procesos
que modifican las sustancias vivas, como la descomposición o la
putrefacción y, sobre la base de tal hipótesis metafórica
desarrollaron su práctica científica (R. Cavendish, 1967).

De igual modo que en el caso de las metáforas-raíz, determinadas


hipótesis metafóricas pueden interrelacionarse entre sí. Si, en un
principio, el ordenador fue concebido como una especie de cerebro, a la
inversa, el cerebro puede conceptualizarse como un ordenador, como un
dispositivo de almacenamiento y procesamiento de información (v. D.
West y L.E. Travis, 1991)

Las dos clases anteriores pueden considerarse metáforas


autónomas, en el sentido de no estar ligadas necesariamente a
representaciones mentales o no mentales específicas. Sobre ellas
centraremos la cuestión del realismo, puesto que su concreción lingüística
no está mediada por la existencia de esas representaciones.

No obstante, existen metáforas específicamente ligadas a


representaciones. El citado R. Hoffman menciona las siguientes: 1)
Imágenes basadas en metáforas, que pueden llegar a mediar en la
percepción y a determinar la naturaleza de los modelos mentales (P.N.
Johnson-Laird, 1983) elaborados. `Ver’ el tiempo como un fluido o el
universo como un plano curvado serían ejemplos de este tipo de
imágenes. Pero también algo mucho más concreto cuando, por ejemplo,
consideramos la electricidad como un fluido y hablamos del `chorro´ de
electrones o de la `corriente´ eléctrica. Estas imágenes metafóricas hacen
comprensible el fenómeno de la electricidad no solamente en cuanto
136

legos, sino también en cuanto expertos. Aunque los teóricos de la


electricidad comprendieron enseguida que la electricidad no se atiene a
las leyes hidrodinámicas, esto es, que no se comporta estrictamente
como un fluido, siguieron utilizando la metáfora en forma generalizada -
hasta el punto de hipotetizar `ondas´ eléctricas-. Tal utilización pasó a
formar parte del conocimiento común, a través de procesos de
vulgarización y divulgación científica, de tal modo que hoy día sería muy
difícil entender el fenómeno en otros términos. Este proceso, que parece
a primera vista un proceso puramente social, es decir, un proceso de
difusión del conocimiento y consiguiente modificación del lenguaje
cotidiano, tiene mucha más enjundia de lo que a primera vista parece.
Como se verá, no es sino el `reflejo´, a nivel social, de procesos
cognitivos básicos de constitución del conocimiento abstracto (v. infra cap.
7)

2) Modelos sustantivos basados en metáforas. En este caso, no se


trata de representaciones mentales, sino de modelos materiales que
el científico puede construir para representar(se) un fenómenos o
conjunto de fenómenos. Lo útil de estos modelos es que permiten
visualizar estructuras causales o funcionales, que se suponen
comunes al modelo y a lo modelado.
3) Modelos matemáticos abstractos basados en metáforas. Con
respecto a los modelos anteriores, lo que cambia es la forma de
descripción del modelo: mientras que 2) implica la construcción de
una representación material, los modelos matemáticos sólo entrañan
la formulación de ecuaciones matemáticas, que figuran las
relaciones causales o funcionales pertinentes, aunque puedan
ayudarse de representaciones gráficas, como diagramas, etc.

Lo común a estas últimas clases, es que se trata de representaciones,


mentales o no, basadas en metáforas. Esta es una observación importante
para advertir las diferencias que separan a las nociones de modelo y
137

metáfora. No todos los modelos son metafóricos, ni se pueden realizar


modelos de cualquier metáfora. Las representaciones a escala por todos
conocidas no son modelos metafóricos, sino modelos que pretenden
representar literalmente la realidad con la que se relacionan. Si se
diferencia entre modelos que entrañan representaciones físicas y
representaciones abstractas, como hace R. Harré (1988) al distinguir entre
modelos icónicos y modelos formales, lo que hay que retener es el hecho
de que ambas clases de modelos pueden estar basados en metáforas, pero
no lo están necesariamente. Todo modelo, por el hecho de serlo, está en
una determinada relación con aquello que modela. Esa relación ha tratado
de precisarse (M. Hesse, 1966, D. Gentner, 1983, R. Harré, 1988) en
términos de proyección: en principio se puede definir una función que, a
partir de los elementos y relaciones relevantes del modelo, nos lleve a los
elementos y relaciones relevantes de lo modelado. Pero lo problemático en
todos estos intentos es la determinación de lo que es relevante y lo que no
lo es, lo que, en terminología de R. Harré (1988) está dentro de las
analogías positiva, negativa y neutra. En el caso de los modelos no
metafóricos puede considerarse que tal determinación es sencilla: existe un
parecido físico (en el caso de los modelos icónicos) y formal (en el caso
de los modelos formales) entre el modelo y lo modelado. Dicho de otro
modo, al pretender representar literalmente la realidad, lo único que
tenemos que hacer es, por una parte, acudir a la realidad modelada y, por
otra, a la intención del constructor del modelo. Consideremos, por ejemplo,
un caso de modelo icónico, el de la molécula de ADN: en ese modelo, la
estructura de doble espiral, con sus átomos de oxígeno, carbono, fósforo,
etc. y sus enlaces de hidrógeno representa literalmente (o así lo pretende) la
realidad tal cual es. Aunque ese modelo les fuera sugerido a J. Watson y F.
Crick por la imagen metafórica de una escalera de caracol, el modelo
mismo pretendía representar directamente la estructura química de la
molécula, que efectivamente resultó tener la apariencia de una escalera de
caracol.
138

Todo modelo es abstracto. Esto quiere decir que todo modelo suprime o
ignora elementos y relaciones presentes en aquello que modela. Pero esa
abstracción (supresión) no es aleatoria o arbitraria: existen ciertas
propiedades que es preciso que el modelo preserve. Así, el conjunto de los
elementos y relaciones preservados en el modelo tienen la cualidad de
conservar lo considerado como relevante por el constructor del modelo (si
es un buen modelo). No existen modelos puros de la realidad, del mismo
modo que no existen mapas de escala 1:1. Un modelo es un instrumento
empleado por el científico con un propósito: visualizar aspectos interesantes
de una realidad, acceder conjeturalmente a la representación de una
realidad desconocida, simular las relaciones causales entre componentes
del modelo, representar su funcionamiento, etc. Pero, del mismo modo que
cualquier símbolo no es la realidad que representa, y por ello mismo es un
símbolo, un modelo no es lo modelado. Su naturaleza metafórica no hay
que buscarla pues en su carácter simbólico, sino en la relación que, como
tal símbolo, tiene con lo simbolizado. Lo que distingue a un modelo
metafórico es que está en una relación específica con la realidad
modelada, que no es la relación abstracta común a cualquier modelo. Esa
es la razón de que, en el caso de los modelos metafóricos, la proyección
que une al modelo y a lo modelado sea más compleja de determinar que en
el caso de los modelos no metafóricos. Consideremos, por ejemplo, el
modelo de E. Rutherford sobre el átomo de hidrógeno. E. Rutherford
imaginó que el sistema solar podría servir de modelo para explicar el
funcionamiento del átomo de hidrógeno. Evidentemente, seleccionó algunos
aspectos del sistema solar y suprimió otros. Por ejemplo, ignoró las
características o propiedades de los objetos componentes del sistema solar.
Ignoró por ejemplo que el sol tiene una determinada temperatura y que
aparece como un cuerpo brillante en el cielo. Ignoró también que el sol tiene
una masa de 1030 Kg., pero no el hecho de que tiene una masa. Porque
este hecho era relevante para explicar la estructura del átomo de hidrógeno.
En resumen, E. Rutherford ignoró todos aquellos hechos que no eran
139

directamente proyectables sobre el átomo de hidrógeno y conservó los que


consideró relevantes: en primer lugar, con la disposición de los
componentes, unos planetas girando alrededor de una estrella en órbitas,
en el caso del sistema solar, y unos electrones girando alrededor de un
núcleo, en el caso del átomo de hidrógeno. Y lo más importante, retuvo la
estructura relacional que ligaba a unos y otros componentes: el hecho de
que el sol atrae a los planetas como el núcleo a los electrones y que esa
atracción es proporcional a la masa del sol y del núcleo. Lo proyectado pues
no eran tanto las propiedades de los objetos componentes como las
relaciones que los unían, pero no cualesquiera relaciones, como las
existentes entre la temperatura del sol, la distancia a los planetas y la
temperatura de éstos, sino solamente las consideradas como relevantes.

6.2. Referencia y metáforas científicas

Tanto en los enunciados científicos metafóricos como en los


modelos metafóricos, se plantea el problema de la referencia de sus
términos o componentes. ¿Cómo refieren, y a qué, las expresiones
empleadas en una metáfora científica? ¿Cambian de sentido las
metáforas científicas? ¿Cambian de referencia? En suma, ¿cuál es la
relación de los enunciados o modelos metafóricos con la realidad?

Como se sabe, existen al menos dos tendencias fundamentales en la


teoría de la referencia. Para una, la referencia de un término (incluidos los
teóricos propios de una ciencia) está indisociablemente ligada al sentido de
ese término, especificado en la forma pertinente, de tal modo que es éste
quien determina la referencia. Esta es la teoría tradicional u ortodoxa de la
referencia de las expresiones denotativas. Por el contrario, otros teóricos,
como S. Kripke (1972) o H. Putnam (1975), sostienen que la referencia es
independiente del sentido, de forma que no está determinada por la
manera en que se especifique éste, ya sea por descripciones (aisladas o
140

constituyendo sistemas, “racimos”), por rasgos semánticos o por


características prototípicas de la referencia. La relación que estos teóricos
postulan entre una expresión denotativa y su referente es una relación
rígida, no sometida a la variabilidad o evolución histórica de nuestro
conocimiento sobre la realidad y, por tanto, sin depender de las
descripciones que podamos construir de ella. Por otro lado, como hemos
visto, existen diversas tesis sobre la referencia de los términos metafóricos,
desde la que no les asignan otro sentido - y referencia - que el literal a las
que mantienen que su referencia es una extensión de la referencia literal.
En cualquier caso, parece evidente que todas las teorías que
mantienen que las metáforas tienen un contenido cognitivo han de mantener
también, de una u otra forma, que los términos metafóricos refieren y que
los enunciados metafóricos tienen algún tipo de relación con la verdad. En
ese sentido, las teorías cognitivas de la metáfora no pueden ser
ontológicamente neutrales: han de decantarse por una forma u otra de
ontología, esto es, exigen que haya ciertas entidades -o ciertas formas de
acceso a esas entidades- a las que respondan las expresiones metafóricas.
En forma muy sintética, el dilema filosófico básico respecto a la
metáfora se puede formular así: si las metáforas tienen contenido cognitivo,
lo tienen 1) porque construyen, reorganizan, determinan una misma
realidad, o bien 2) porque descubren, revelan o desvelan nuevos elementos
o relaciones previamente existentes en la realidad. La oposición implícita en
este planteamiento es la que se da entre lo que generalmente se rotula
como constructivismo (en sus diferentes variedades, instrumentalismo,
idealismo, etc.) y realismo. Este dilema se plantea especialmente en los
casos en que las metáforas no ejercen la función de estructurar de forma
heterogénea un mismo campo de experiencia, sino cuando se trata de dotar
de estructura a un campo nuevo para el conocimiento, esto es, cuando las
metáforas son primordialmente creativas.
En la teoría interaccionista clásica de M. Black, que era una teoría
cognitiva de la metáfora (v. supra 2.3), esta función creafora de la metáfora
141

se explicaba del siguiente modo: las metáforas creativas tienen contenido


cognitivo porque constituyen nuevas perspectivas desde las que contemplar
el mundo. En la teoría interaccionista de M. Black las metáforas constituyen
un filtro que siempre oculta algunos aspectos de la realidad y destaca otros.
Ahora bien, si esto es así, ¿en qué consiste el contenido cognitivo de la
perspectiva metafórica? Para la posición epistemológica y ontológica de
Black, consiste en que la perspectiva no es sino la realidad misma, o la
realidad cognoscible. Dicho de otro modo, en el ámbito del conocimiento no
existen sino perspectivas: “el mundo es necesariamente un mundo bajo una
cierta descripción - o un mundo visto desde una cierta perspectiva. Algunas
metáforas pueden crear esas perspectivas” (M. Black, 1977 [1979]), pág.
39-40). El contenido cognitivo de la metáfora consiste pues en la
constitución de una perspectiva diferente de otras: en ese sentido, a las
perspectivas no les es aplicable literalmente la propiedad de verdad; no
existen estrictamente perspectivas verdaderas o falsas, sino que tienen
otros valores epistémicos. En este contexto, M. Black comparó las
metáforas con los modelos - entiéndase, modelos de todo tipo, como los
mapas, los planos, las reproducciones a escala, etc.). De los modelos
tampoco se puede decir estrictamente que sean verdaderos o falsos, sino,
en todo caso, que son más o menos apropiados, o correctos, o detallados o
fieles, etc. Como hemos dicho, en los modelos así concebidos, la propiedad
epistémica más destacable es la relevancia, puesto que los modelos son
objetos intencionales. Esto quiere decir que los modelos se construyen con
un determinado propósito, con un determinado objetivo, con una voluntad
concreta. Así, si dibujo un plano del accidente que he sufrido en mi coche,
trataré de representar la situación en los aspectos que interesan, esto es, no
me detendré en la representación del árbol que estaba a la izquierda si no
ha jugado ningún papel en el desarrollo de los acontecimientos. No
representaré sino aquellos aspectos que yo creo relevantes: la dirección de
los vehículos, los elementos contextuales influyentes, como semáforos,
señales en el piso o verticales, etc. Así pues, el modelo no es verdadero ni
142

falso, o por lo menos no lo es en términos absolutos, sino con relación a mis


intenciones y al marco convencional en que éstas se forman y satisfacen.
Será por tanto juzgado como fiel, si soy lo suficientemente hábil como para
representar lo que quiero; apropiado, si represento los factores que permiten
esclarecer lo que pasó; correcto, si represento esos factores en la medida
en que intervinieron en los hechos; completo, si doy cabida en el modelo a
todos los aspectos relevantes, etc. Esta falta de aplicabilidad directa del
valor epistémico por excelencia, la verdad, ha permitido comparar a las
metáforas con determinados actos de habla. Por ejemplo, con las
propuestas. Cuando se propone algo a alguien, no se está diciendo nada
verdadero ni falso, sino algo que cabe aceptar o rechazar en términos de los
propios deseos o intenciones. Del mismo modo han razonado los que han
seguido esta línea de argumentación (I. Loewenberg, 1975): las metáforas
pueden ser aceptadas o rechazadas, pero no cabe decir que sean
verdaderas o falsas, sino que se corresponden más o menos fielmente a las
intenciones y deseos de aquellos que las proponen. Por eso, se puede
considerar que esta concepción de las metáforas es en un cierto sentido
instrumentista: las metáforas son herramientas que cumplen, mejor o peor,
las funciones para las cuales han sido diseñadas.
Ciertamente, esta concepción de las metáforas no satisface a
quienes tienen una posición realista en filosofía de la ciencia o en teoría del
conocimiento en general. Por ejemplo, C. Hausman (1989) avanzó lo que
son las objeciones habituales de los epistemólogos realistas al
perspectivismo o instrumentismo de M. Black: “Black dice que las metáforas
pueden crear, si consideramos que lo que crean son perspectivas. Pero,
¿cuál es el objeto de una perspectiva? ¿a dónde está orientada una
perspectiva? A un mundo. Pero si sólo hay un mundo “bajo una cierta
descripción” o perspectiva, lo que las metáforas crean son perspectivas
sobre más perspectivas”63. La objeción fundamental se dirige pues a una

63 C. Hausman, op. cit. pág. 84


143

presunta regresión al infinito: si las perspectivas tienen contenido, esto es,


son perspectivas de algo; entonces, o bien ese algo es la realidad misma o
es otra perspectiva. Como el antirrealista niega que exista algo así como la
realidad misma, entonces ha de admitir que las perspectivas sólo tienen
como objeto otras perspectivas y éstas, a su vez, otras, en una progresión
indefinida.
Por otro lado, argumenta el realista, es posible que las metáforas no
sean ni verdaderas ni falsas, pero, si se admite que son susceptibles de
valores epistémicos (como la propiedad, la corrección o la fidelidad),
entonces es preciso que tengan una fundamentación. Si de un modelo
decimos que es fiel, lo decimos porque existe algo respecto a lo cual ese
modelo es fiel, es decir, algo con lo que comparar el modelo, algo que no es
el modelo, algo a lo cual el modelo refiere.
En sus términos más generales, las disputas entre las posiciones
realistas y no realistas se pueden plantear en términos de la noción de
referencia. Dicho de otro modo, las posiciones realistas y no realistas
implican teorías diferentes acerca de lo que es referir: si una clase u otra de
teoría resulta incorrecta -refutada por fenómenos lingüísticos, entonces
también quedaría descalificada la respectiva posición ontológica. De ahí la
importancia de la consideración de la metáfora desde una perspectiva
realista: porque permite mantener, al mismo tiempo, una teoría cognitiva de
la metáfora y una concepción realista del conocimiento.

R. Boyd (1993, versión revisada de 1979) abordó este problema de la


referencia en el contexto del análisis del cambio científico y de la
constitución de nuevas teorías. En concreto, R. Boyd se planteó el caso de
las metáforas que surgen precisamente para definir una nueva teoría o un
nuevo campo de investigación, esto es, el caso de las metáforas que caen
bajo el rótulo tradicional de catacresis, cuando la metáfora surge para llenar
un vacío léxico o conceptual. Como han señalado J. Martin y R. Harré
(1982, pág. 96), “las ciencias teóricas sufren crisis de vocabulario” en su
144

empresa de descubrir y explicar realidades o fenómenos que están más allá


de la experiencia corriente, incluso de aquellos que están más allá de
cualquier experiencia posible. Al ser esto así, se plantea el problema de las
condiciones en que es legítimo introducir un nuevo término y, lo que es más
importante, las condiciones que debe respetar tal introducción para que sea
inteligible para una comunidad de conocimiento, esto es, para que pueda
constituir un acto de referencia mediante el cual la comunidad identifique
regularmente un determinado fenómeno o realidad. Las reflexiones de R.
Boyd sobre la función de la metáfora en la ciencia hay que enmarcarlas en
su idea general acerca del lenguaje en la ciencia. Para él, la ciencia consiste
fundamentalmente en el esfuerzo de acomodación o ajuste entre el lenguaje
y la realidad; las leyes científicas, consideradas desde el punto de vista
lingüístico, no son sino un intento de reflejar la estructura causal del mundo,
del mismo modo que la categorización no es sino el intento de “cortar el
mundo por sus dobleces (joints)”. Según R. Boyd, la teoría causal de la
referencia (S. Kripke, 1972; H. Putnam, 1975) proporciona una explicación
de cómo los términos de clase natural refieren a la estructura esencial (no
nominal) de esas clases, de cómo el término `agua´, por ejemplo, refiere de
una forma fija, no contextual, a la sustancia definida como H2O. Y lo que
pretendió dicho autor fue complementar esa teoría de la referencia mediante
la inclusión de la metáfora como un “modo no definicional de fijación de la
referencia que se adecua especialmente bien a la introducción de términos
que se refieren a clases cuyas esencias reales consisten en propiedades
relacionales complejas, más que a propiedades internas constituyentes”64.
Veamos qué quiere decir esto. De acuerdo con la teoría causal de la
referencia, la fijación de la referencia de un término de clase natural - como
`agua´- o de un nombre propio - como `Sócrates- implica un procedimiento
ostensivo, esto es, un señalamiento, una designación en las circunstancias
contextuales adecuadas, de una sustancia o de un individuo. Dicho de otro

64 R. Boyd, op. cit. pág. 483.


145

modo, la ostensión es el medio epistémico utilizado para acceder a la


referencia del término en cuestión. Además ese acto de ostensión
constituye el eslabón inicial de una cadena causal que preserva la conexión
referencial entre el término `agua´ y la sustancia H2O, lo que los teóricos de
esta clase denominan como `acto bautismal´.
Lo que R. Boyd deseó mantener es que la metáfora constituye
también un medio epistémico de acceso a una referencia, esto es, un medio
que posibilita que una comunidad de conocimiento (una comunidad de
miembros que comparten conocimientos relevantes) se refiera de una forma
regular y coordinada a un determinado fenómeno o sustancia. En el caso de
las sustancias o clases naturales, se supone que su esencia está
constituida por su composición y estructura interna. Así, la esencia de la
sustancia agua consiste en estar compuesta por hidrógeno y oxígeno
combinado en la forma que especifica la expresión H2O. La representación
de este concepto consiste pues en la suma de las condiciones necesarias y
suficientes que rigen la aplicación del concepto: la ciencia especifica esas
condiciones necesarias y suficientes.
Pero no todos los conceptos científicos son de esta clase, de los que
definen clases naturales. Según R. Boyd, la insistencia de los filósofos de la
ciencia en el análisis de estos conceptos ha conducido a una falsa idea de
lo que es la ciencia, de su tarea de acomodación a la realidad y de la
función de la metáfora en ese empeño. Entre los conceptos científicos
destacan los que R. Boyd denomina `clases de propiedades arracimadas
homeostáticas´ (homeostatic property cluster kinds) cuya esencia real, para
decirlo en términos tradicionales, no se puede representar como un conjunto
de condiciones (o propiedades) necesarias y suficientes. Según R. Boyd, lo
característico de tales conceptos es que su estructura interna está
causalmente (homeostáticamente) conformada. Es decir que, a diferencia
de los términos de clase natural en que las propiedades constituyentes
están conceptualmente relacionadas, en estos conceptos las propiedades
146

aparecen en racimo en virtud de una estructura causal, que hace que co-
ocurran en una peculiar configuración (ejemplo, `soltero´ vs. `ìmantado´).
Una segunda diferencia entre uno y otro tipo de conceptos (naturales
y homeostáticamente arracimados para abreviar), es que estos últimos no
expresan condiciones necesarias y suficientes para la aplicación del
concepto, esto es, que son `imprecisos´ por naturaleza. Dado un
determinado fenómeno que exhiba la estructura relacional característica, no
siempre será cierto que el fenómeno sea adscribible al concepto en
cuestión.
Finalmente, otra diferencia importante entre una y otra clase de
conceptos reside en la forma de individuación. Mientras que en el caso de
los conceptos naturales se da una individuación extensional - a cada
concepto le corresponde una, y sólo una, extensión - en los conceptos
arracimados la extensión del concepto puede ser cambiante, porque son
sensibles a la dimensión temporal. Aún siendo una extensión fija desde el
punto de vista numérico, tal extensión puede cubrir diferentes conceptos
arracimados.
Las diferencias entre ambos tipos de conceptos se traducen también
en diferencias en los procedimientos para fijar su referencia. Ya hemos
dicho que R. Boyd consideraba básicamente correcta la teoría causal de la
referencia (H. Putnam, 1975) para los conceptos naturales: la referencia se
fija en un acto (idealizado) de ostensión que tiene efectos causales sobre
las futuras aplicaciones del concepto. Pero la fijación de la referencia de los
conceptos arracimados es una práctica mucho más compleja que la de la
ostensión. Y ahí es donde entra la metáfora. Según R. Boyd, la función de
las metáforas teóricamente constitutivas es precisamente la de fijar la
referencia de una forma no definitoria, esto es, en las ocasiones en que la
estructura interna de la sustancia o el fenómeno en cuestión es
desconocida.
El ejemplo favorito de R. Boyd para ilustrar su tesis es el de la
psicología cognitiva. La razón es que en psicología los conceptos teóricos
147

típicos son de naturaleza relacional, puesto que su identificación siempre


apela, no a su constitución neurológica interna, sino a su relación con otros
estados o procesos psicológicos. La metáfora constitutiva de la psicología
cognitiva es la mente es un computador, precisamente porque los estados y
procesos de un ordenador también son funcionales, no dependen de la
naturaleza de sus componentes internos, sino de las relaciones con otros
componentes. Pues bien, cuando se emplea la metáfora la mente es un
ordenador, los términos metafóricos empleados, por ejemplo cuando se dice
que la mente tiene un lenguaje, fijan la referencia de una realidad mental,
que aún es desconocida para el investigador. En realidad, la introducción de
la metáfora constituye una forma de hipotetizar la estructura y la naturaleza
de la realidad metaforizada: “el propósito de la introducción de esa
terminología es el de iniciar la investigación del asunto primario a la luz de
una conjetura ilustrada sobre sus propiedades” 65 Si la aplicación de la
metáfora no lleva muy lejos, porque choca con la propia estructura de la
realidad metaforizada, entonces la metáfora pierde valor y acaba por
extinguirse. En ese sentido, la metáfora no puede imponerse a la realidad
metaforizada: el lenguaje científico tiene que plegarse a la realidad
representada y no a la inversa. Las metáforas científicas, como en general
todos los conceptos, se adecuan en mayor o menos medida a la estructura
de la realidad, a sus `pliegues´, y no se pueden aplicar libérrimamente a la
realidad que representan.
Las metáforas científicas desempeñan pues el importante papel de
inaugurar tanto un nuevo campo de investigación como de constituir en sí
mismas un programa de investigación. La metáfora la mente es un
computador entraña por tanto la definición de un conjunto de problemas y
de posibles soluciones; impulsa a investigar la extensión de la metáfora,
esto es, el conjunto de similaridades y analogías que se dan entre la mente
y un computador. Puede que la metáfora siga sirviendo en un buen trecho

65 R. Boyd, op. cit. pág. 494.


148

de la historia de una disciplina y puede que, a la postre, acabe por ser


sustituida por una metáfora más fértil, más extensa. Pero, cuando se
introduce por vez primera, la metáfora tiene un carácter típicamente abierto;
el investigador desconoce hasta qué punto la metáfora le ayudará en la
investigación del nuevo campo. Por eso explorará sus implicaciones hasta
dibujar su fisonomía conceptual completa, comprobando en qué medida esa
fisonomía encaja en los fenómenos que (se) quiere representar.
Además de constituir formulaciones sintéticas de programas de
investigación, las metáforas científicas tienen la importante función de
permitir expresar actos de referencia a entidades cuya naturaleza es aún
desconocida. Así, posibilitan la introducción de un vocabulario teórico
necesario para expresar las afirmaciones más inmediatas o toscas de la
teoría en cuestión. Con el progreso de la investigación esos actos de
referencia se pueden refinar, distinguiendo entre diferentes especies de
fenómenos a los que en un principio la teoría se refería con una única
denominación metafórica. El ejemplo que R. Boyd utilizó (op. cit. pág. 495)
en el campo de teoría de la mente es el del concepto de conciencia. En
términos de la metáfora la mente es un computador, la conciencia está
conceptualizada como una forma de retroalimentación (feedback). Así, la
conciencia viene a explicarse porque el proceso de la información contiene
un bucle (loop) que introduce en el organismo procesador la información de
que está procesando. Según R. Boyd, este ejemplo pone de relieve la forma
en la que funcionan las metáforas constitutivas de teorías: 1) no es preciso
que el dominio fuente de la metáfora esté perfectamente claro (por ejemplo,
que no esté claro lo que literalmente significa retroalimentación) y 2) no se
excluye que la metáfora sea susceptible de precisión o concreción a medida
que avance la investigación (por ejemplo, distinguiendo entre diferentes
clases de retroalimentación).
Este funcionamiento típico de las metáforas científicas no es, sin
embargo, peculiar de ellas, una característica que las distinga de otras
utilizaciones de términos teóricos. Al fin y al cabo, éste es el proceso que se
149

sigue generalmente cuando se introduce por vez primera vocabulario


técnico o un nombre común. Por ejemplo, es de suponer que, en un
principio, el término `pez´ se aplicó a todo tipos de animales marinos y sólo
más tarde, con el progreso de la zoología, se descubrieron las condiciones
necesarias y suficientes para la aplicación del término. Tales condiciones no
constituyeron pues una precondición del uso del término, sino más bien el
punto final de un trabajoso proceso de investigación. La introducción de
`pez´ se puede imaginar entonces, como sucede en el vocabulario
metafórico, como una especie de hipótesis implícita, que inaugura, y no
clausura, una investigación acerca de los seres marinos y sus propiedades.
Lo importante que hay que destacar es que el uso del término no exige que
se conozca perfectamente la realidad a que se está aludiendo (su
definición). Dicho de otro modo, se puede utilizar un término para referirse
uno a algo de cuya definición carece (y se carece), se puede efectuar una
referencia imprecisa.
La imagen tradicional de la ciencia entraña no solamente una cierta
idea de la función de la precisión en la ciencia, sino también una cierta
concepción de la referencia al mundo mediante el lenguaje. Esta imagen
tradicional, heredera del empirismo filosófico, sostiene la idea de que el
lenguaje científico es paradigmáticamente preciso o que, si no lo es, debe
serlo, puesto que la precisión siempre es un objetivo alcanzable para el
conocimiento. Además, la referencia se produce entre términos lingüísticos
precisamente definidos y realidades unívocamente determinadas: en el caso
de los términos científicos teóricos en la medida en que los términos están
definidos mediante un conjunto de rasgos que representan unívocamente la
propiedades esenciales de la clase referida. Cuando no se dan tales
rigurosas condiciones, se considera que los términos teóricos no son
referenciales, sino que su función semántica es heurística o estipulativa.
Como tales condiciones para la referencia no se cumplen sino en muy
contadas ocasiones, sucede que la filosofía empirista de la ciencia suele
150

desembocar en posiciones instrumentalistas o convencionalistas que


soslayan el carácter referencial de los términos teóricos.
En resumen, lo que la metáfora viene a poner de manifiesto es de
mucha mayor trascendencia que la simple refutación de la teoría empirista y
positivista de la ciencia, puesto que se dirige más bien a los mecanismos
centrales de utilización del lenguaje y sus capacidades cognitivas
subyacentes. Lo que la metáfora pone de relieve es que nuestras formas de
conocer, y la ciencia en particular, son menos ideales, por decirlo así, de lo
que la teoría ortodoxa de la ciencia ha querido hacernos creer. Que en
nuestro conocimiento, en nuestra ciencia, siempre habrá un elemento
aventurado, que siempre, en última instancia, constituirá una exploración a
tientas de lo desconocido, exploración en que no nos encontraremos
absolutamente desvalidos, sino ayudados únicamente, pero no es poco, por
la capacidad inventiva, poética, de nuestras metáforas.

6.3. Metáforas y cambio tecnológico

En este apartado presentaremos un ejemplo acerca de cómo


ciertas metáforas contribuyen a la conceptualización de la tecnología
misma y orientan la política tecnológica, en particular modelan la forma en
que se conciben los cambios tecnológicos y, en consecuencia, ayudan a
formular o planificar la política tecnológica.
Utilizaré un ejemplo clásico, pero particularmente importante, como
es el de la política tecnológica de los Estados Unidos, tal como es
concebida por la Administración Clinton. El análisis de este ejemplo
permitirá advertir que las metáforas utilizadas en la formulación de esa
política tecnológica contribuyen de una forma esencial al diseño del futuro
tecnológico de los Estados Unidos y, por supuesto, de todo el mundo
occidental.
151

La motivación última de la presentación de estos ejemplos es,


como se puede suponer, la de extraer consecuencias de la aplicación de
la teoría contemporánea de la metáfora; mostrar en definitiva que, como
han mantenido en muchas ocasiones sus representantes más
conspicuos, las metáforas son constitutivas de la formulación de políticas
sociales y tecnológicas; y sugerir que el conocimiento de la teoría
contemporánea de la metáfora puede constituir un instrumento crítico
valioso a la hora de evaluar esas políticas.

6.3.1. El cambio tecnológico en la autopista de la información

Como se sabe, ha sido el Vicepresidente Al Gore el que ha


contribuido de una forma directa a formular la política tecnológica de los
Estados Unidos para el final de siglo en un conjunto de intervenciones
que han circulado profusamente a través de INTERNET e incluso se han
publicado en forma de libro. El leit-motiv o el hilo conductor de sus
razonamientos acerca de la evolución de la tecnología es una analogía:
del mismo modo que el gran crecimiento económico de los Estados
Unidos en los años 50 y 60 fue propiciado por la política federal de
comunicaciones terrestres, un similar crecimiento se produciría si la
administración central propulsara, a través de su política tecnológica, la
construcción de un sistema de comunicaciones telemáticas. Podemos
decir entonces que su razonamiento se basa en una proyección
metafórica, entre un dominio fuente, que es el del sistema de autopistas
interestatales en los Estados Unidos, y un dominio blanco o diana, que
es el sistema de comunicaciones telemáticas. Y, como hemos visto, tal
proyección no sólo está funcionalmente motivada por la necesidad de
captar la naturaleza de un fenómeno nuevo, como es la diseminación de
la información por medios electrónicos, sino también porque resulta
imperativo razonar acerca de ese nuevo ámbito. Esto es, la proyección
metafórica no sólo permite dotar de estructura al nuevo campo, sino
152

también establecer un conjunto de inferencias, que van a ayudar en


definitiva a diseñar el futuro tecnológico de nuestra sociedad.
Una metáfora central en las actuales tecnologías de la información
es, como se sabe, la de que INTERNET ES UNA AUTOPISTA.
Resultaría un poco absurdo acumular ejemplos de esta metáfora, puesto
que ya está tan asumida por nuestro conocimiento convencional que es
ubicua no sólo en las publicaciones especializadas, sino también en los
medios masivos de comunicación. Esta metáfora de tan enorme éxito
incide a su vez en la generación de dos sub-metáforas que
conceptualizan tanto la dinámica de la información -esto es, cómo se
mueve la información- como hacia dónde se dirige, esto es, cuál será el
panorama futuro de esas tecnologías de la información. Esta
subcategorización metafórica es un caso de dualidad que es sumamente
común, en particular cuando se conceptualizan unas dimensiones en
otras, como las temporales en espaciales.
La primera submetáfora es efectivamente espacial. La metáfora del
CIBERESPACIO, como ha sido denominada (T. Rohrer, 1995), concibe la
información como un objeto que está en un determinado lugar en un
determinado espacio, al cual se accede. Así, es posible visitar ciertos
lugares (sites) , que no son lugares físicos, sino, como se suele decir,
lugares virtuales,
Es posible encontrar esas ubicaciones, así como es posible
perderse, orientarse, llegar a callejones sin salida, etc. Prácticamente
cualquier conocimiento que se tenga sobre los caminos y las acciones
que en ellos tienen sentido es proyectable por la metáfora INTERNET ES
UNA AUTOPISTA. Existen atajos, carriles de aceleración, cruces, señales
de alto, etc. En la metáfora en cuestión la información es algo que se
despliega en dimensiones prototípicamente espaciales: algunas
ubicaciones (sites) están más lejos que otras, algunas están mejor
comunicadas (son más accesibles) que otras. algunos de estos lugares
son privados (tienen un acceso limitado), etc.
153

Pero está dimensión predominantemente espacial puede ser objeto


de una proyección metafórica, en virtud de la dualidad a la que nos hemos
referido, en la dimensión temporal. Así, la metáfora del CIBERESPACIO
se convierte en la metáfora del CIBERFUTURO. En esta metáfora,
algunos de los parámetros típicos de la dimensión espacial son
convertidos en parámetros temporales. Así, la lejanía de una ubicación
espacial es convertida en un futuro alejado del momento actual. Nuestra
orientación corporal primaria (primaria en términos de la experiencia de
nuestro cuerpo), con un delante y un detrás referidos al alcance de
nuestro campo visual, se convierten en un futuro y un pasado de
nuestros avances tecnológicos.
La metaforización doble, en términos espaciales y temporales, de
INTERNET ES UNA AUTOPISTA permite conceptualizar los
inconvenientes u obstáculos que se pueden encontrar en una dimensión,
la dimensión fuente, la espacial, en los de otra, la temporal. Así, las
dificultades tecnológicas que ahora se pueden encontrar en INTERNET,
como las que surgen, por ejemplo, de la propia naturaleza del hardware
(ausencia de estándares internacionales, de canales suficientes para la
gestión de la información, etc.) pueden ser el origen para la definición y el
tratamiento de futuras dificultades (la creciente demanda de una
regulación de INTERNET, las regulaciones nacionales sobre la
transmisión de información, etc.).
En la metáfora del CIBERESPACIO, la información es algo que se
desplaza a lo largo y ancho de un espacio virtual. Quiero decir que la
dimensiones de ese espacio son las correspondientes al espacio físico:
como cibernautas vamos de un sitio a otro a través de un espacio
imaginario. En cambio, en la metáfora del CIBERFUTURO nos
desplazamos hacia adelante en el tiempo. Como individuos reales o
metafóricos (recuérdese la metáfora EL ESTADO ES UN INDIVIDUO),
podemos sufrir los avatares típicos de ese tipo de desplazamientos:
podemos perdernos, llegar a callejones sin salida, tener que escoger
154

entre caminos alternativos, encontrarnos con obstáculos en nuestra


progresión hacia el objetivo, ir más o menos deprisa en nuestro camino,
etc. En particular, los impedimentos que podemos encontrar en el camino
hacia el futuro, como intentos de regular el tráfico de la información, las
intervenciones gubernamentales o las limitaciones impuestas por las
compañías productoras de hardware y software, son conceptualizadas
como los obstáculos propios de las vías espaciales de comunicación, esto
es, como baches, tapones o aglomeraciones de tráfico, carreteras
cortadas o restringidas al tráfico, peajes o impuestos sobre la circulación,
etc.
No obstante, como ha indicado T. Rohrer (1995) es necesario
advertir lo que, por otra parte, es parte constitutiva de la teoría
contemporánea de la metáfora: las proyecciones metafóricas no son
algoritmos matemáticos. La proyección de un dominio fuente a un dominio
diana ni es perfecta ni completa. No todo elemento del dominio fuente es
automáticamente proyectable en el dominio diana o, aún existiendo la
proyección, se da una correspondencia perfecta entre unos y otros
elementos o relaciones. Aunque podemos hablar ahora de una policía de
tráfico espacial, encargada de velar por la observancia de las reglas del
flujo de la comunicación viaria, no podemos proyectar ese elemento en el
flujo de la comunicación de información - y esperemos que nunca
podamos hacerlo. No obstante, los recientes intentos - todavía en un nivel
más ideológico que práctico- de implantar regulaciones (constricciones,
limitaciones e incluso penalizaciones) dentro de INTERNET se pueden
concebir como el esbozo de una futura creación de fuerzas del orden
telemático.
Como se afirma en la teoría contemporánea de la metáfora, una
parte esencial de las proyecciones tiene que ver con la topología cognitiva
del dominio fuente y su preservación en el dominio diana. Dicha topología
cognitiva no tiene que ver con la estructura lógica o proposicional en la
que se puede representar el conocimiento acerca del dominio fuente, sino
155

más bien con la "estructura de esquema imaginístico" de dicho dominio


fuente. Y esto con lo que tiene que ver es con la encarnación del
conocimiento correspondiente, esto es, con las pautas neurales (visuales
o motoras) asociadas a ese conocimiento. El término `imaginístico´ no
debe llamar a engaño: a la constitución de dichas pautas neurales no sólo
contribuye el sentido visual, sino todos los sentidos, aunque seguramente
no en la misma medida. Como ha observado T. Rohrer (1995), aunque los
autopistas de la información no se puedan literalmente ver, el esquema
imaginístico en la base de nuestro conocimiento es tan fuerte que
prácticamente sin esfuerzo podemos aplicar esa imaginería a vías
estratosféricas de comunicación, no tangibles ni visualizables.
Resumiendo, podemos representar gráficamente la metáfora del
CIBERESPACIO del siguiente modo:
156

Dominio fuente Dominio diana

AUTOPISTA INTERNET

autopista, carreteras. `vías´ de trasmisión de


caminos información (cables, bandas, etc)

capacidad de las carreteras capacidad de las `vías´


(`anchura' de banda...)

espacio físico espacio virtual (ciberespacio)

vehículos computadores

velocidad de los vehículos velocidad de procesamiento

mercancías transportadas información (textual, gráfica,


sonora...)
gasolina electricidad

conductores usuarios, cibernautas

destinos ubicaciones (sites)

viaje sesión

carga y descarga de carga y descarga de archivos


mercancías
157

mercado centro de difusión de información


(sitio FTP, BBS...)

obstáculos en la calzada dificultades técnicas

(adaptado de T. Rohrer, 1995)

Como se puede apreciar, no todos los elementos de las


autopistas o circulación vial en general, son proyectables o proyectadas
en el concepto de INTERNET. Por ejemplo, los peajes que se pagan en
algunas autopistas no tienen un claro correspondiente en la autopista de
la información. Se podría pensar que las contraseñas constituyen tales
contrapartes, pero la proyección se resentiría: al fin y al cabo la
contraseña no constituye un `costo´ , como en el caso de las autopistas,
sino que sencillamente permite acceder a la información. Quizás las
ubicaciones que requieren un pago, podrían ser un equivalente no
perfecto, puesto que son voluntarias y en cambio los pejes son
obligatorios...
En esta metáfora, el usuario `viaja´ de un lugar a otro en un
espacio imaginario, pero con las mismas dimensiones que el espacio
físico, o sus equivalentes. En cambio, en la metáfora del CIBERFUTURO
el usuario está ubicado en la dimensión temporal: camina hacia adelante,
dejando tras de sí el pasado. Hacia donde va el cibernauta es hacia el
futuro tecnológico, lo cual requiere variaciones en la proyección
metafórica:
158

Dominio fuente Dominio diana

AUTOPISTA INTERNET

carretera física `vías´ hacia el futuro

espacio físico tiempo

destino (¿utópico?) futuro tecnológico

viaje desarrollo

vehículos nuevas tecnologías

mercancías individuos, empresas, instituciones

gasolina información

conductores expertos, políticos, políticas

obstáculos en la calzada impedimentos para el desarrollo


(regulaciones, injerencias
gubernamentales, leyes de
propiedad intelectual....)

(adaptado de T. Rohrer, 1995)


159

Lo importante que hay que advertir en esta proyección metafórica


es que no son tanto los individuos concretos los que se desplazan como
entidades colectivas, que pueden `llegar ´ o no a futuro tecnológico, que,
como se suele decir, `se pueden quedar en el camino´.

6.3.2. El diseño de una política tecnológica de la información

El discurso de Al Gore, y su razonamiento esencial, estaban


orientado por estas dos metáforas, o por la dualidad de la metáfora
INTERNET ES UNA AUTOPISTA. Así, para establecer la premisa de su
argumentación, afirmaba que las naciones, a lo largo de la historia,
habían competido y triunfado o fracasado en esa competición
"dependiendo de la clase de infraestructura de transporte que tuvieran". Y
atribuía el desarrollo de la economía norteamericana en la posguerra a un
factor de este tipo: "Tras la segunda guerra mundial, cuando decenas de
millones de familias americanas compraron automóviles, resultó que
nuestra red de carreteras de dos carriles era completamente inadecuada.
Construimos un red de autopistas interestatales. Y ello contribuyó
enormemente a nuestro predominio económico en el mundo."
Seguidamente Gore introdujo el elemento clave de la proyección
metafórica espacial (el CIBERESPACIO): "Hoy día, el comercio no se
desarrolla en las autopistas de asfalto, sino en las de la información". La
primera conclusión, establecida a través de esta metáfora, es que
"decenas de millones de familias americanas usan ahora ordenadores y
encuentran que los canales bidireccionales del servicio telefónico ya no
son adecuados". Por tanto, sigue el razonamiento, es preciso esforzar en
la construcción de algo equivalente a sistema de autopistas interestatales:
"Pensemos en la Infraestructura Nacional de Información como en un red
de carreteras....Se trata de carreteras que transportan información en
lugar de personas o mercancías. Y no estoy hablando de una única
160

autopista de ocho carriles. Me estoy refiriendo a una colección de


carreteras interestatales y subsidiarias hechas de diferentes materiales,
de la misma manera que las carreteras pueden estar hechas de cemento,
gravilla o asfalto. Algunas carreteras estarán hechas de fibra óptica. Otras
de cables coaxiales o sin cables....Estas carreteras han de ser todo lo
amplias que permita la tecnología. Esto es importante, porque un
programa de televisión contiene más información que una conversación
telefónica, y con los nuevos usos que combinan el vídeo, la voz y los
computadores, cada vez más cantidad de información se moverá a
velocidades aún mayores. Serán los computadores equivalentes a los
grandes transportes. Necesitan carreteras amplias. Y esas carreteras han
de tener dos sentidos." Por tanto, Al Gore desarrolló la metáfora espacial
de la autopista de la información en combinación con la temporal: lo
importante de su argumentación es que las inferencias que resultan
naturales o válida en el dominio fuente trasladan aparentemente sus
propiedades epistémicas al dominio diana, del mismo modo que la
capacidad de transporte de una carretera es directamente proporcional a
su amplitud, lo mismo ha de suceder en la autopista de la información. Y
lo que es más importante: del mismo modo que constituyó una buena
política desarrollar la infraestructura vial estadounidense en los años 50,
también en este momento -en este tramo del camino hacia el futuro- la
opción correcta es la de construir una infraestructura adecuada para la
circulación de la información. Así pues, el traslado inferencial se realiza de
acuerdo con el siguiente esquema:
161

Dominio fuente Dominio diana

conocimiento sobre conocimiento proyectado sobre

el dominio fuente ==> el dominio diana

inferencias no metafóricas ==> inferencias metafóricas

La combinación de las dos metáforas produce un espacio mental


multidimensional, que en ciencia cognitiva es conocido ahora como fusión
conceptual (conceptual blending). (M. Turner y G. Fauconnier, 1995, G.
Fauconnier y M. Turner, 1996, G. Fauconnier, 1997). Lo característico de
este tipo de espacios mentales - los dominios conceptuales de la teoría
contemporánea de la metáfora- es que su estructura está extraída e
intercambiada entre el dominio fuente y el dominio diana, para constituir
una realidad cognitiva relativamente nueva que sustenta la categorización
y la inferencia.
Pero, volviendo al discurso de Al Gore, conviene insistir en un
punto de la estructura inferencial metafórica. Parte del razonamiento
sobre el dominio fuente - la estructura vial- implica que la construcción de
la estructura vial interestatal no fue posible sino por la intervención del
gobierno federal de los Estados Unidos. Sin grandes inversiones
económicas y una planificación centralizada, la red de autopistas no se
hubiera podido construir. En particular, si el Gobierno Federal no hubiera
tomado la iniciativa económica y legislativa para la constitución de la red,
ésta no hubiera sido posible. El Gobierno Federal `removió´ pues los
obstáculos que se oponían a la marcha del progreso comunicativo.
162

La implicación metafórica es clara, y fue uno de los aspectos más


criticados del discurso de A. Gore. Puesto que, si se traslada la inferencia,
ésta lleva a sancionar el derecho de los gobiernos a planear o diseñar las
autopistas de la información. Más en concreto, a establecer regulaciones
o legislación que enmarquen el flujo de la información en Internet, una
postura que choca frontalmente con el trasfondo liberal/anárquico de los
usuarios de la red. Estas regulaciones o legislaciones tienen la misma
función que las puestas en funcionamiento en el caso de la construcción
de la red vial interestatal: allanar el camino hacia el futuro. Subyacente
pues está la proyección de lo espacial en lo temporal, del
CIBERESPACIO en el CIBERFUTURO. Del mismo modo que en la
actualidad existen obstáculos para viajar de un sitio a otro en el
CIBERESPACIO, por dificultades técnicas, por posibles
incompatibilidades en las redes, en el software, etc., también existen
obstáculos en el `camino´ hacia el futuro: "Esto es lo que será el futuro, en
diez o quince años más o menos. Pero, ¿cómo vamos desde aquí hasta
allí? Esta es la cuestión central para el gobierno. Durante el período
transitorio es cuando se produce mayor complejidad y cuando la
implicación del gobierno ha de ser mayor". Los adverbios `aquí´ y `allí´
son adverbios temporales, no espaciales: designan puntos en una
imaginaria carre(te)ra de progreso hacia el futuro. Pero también designan
al mismo tiempo, y en virtud de esa fusión en el espacio conceptual, la
situación actual, caracterizada por la insuficiencia de las vías de
comunicación y la falta de una planificación y regulación centrales, y la
situación futura, concebida como una modificación radical de esa
insatisfactoria situación actual debida a la acción del gobierno.
La estructura inferencial basada en la fusión conceptual se puede
representar del siguiente modo (T. Rohrer, 1995):

DOMINIO FUENTE (DF)


1.Las naciones dependen para su éxito de su infraestructura viaria ==>
163

DOMINIO DIANA (DD)


1. Las naciones tendrán mayor o menor éxito dependiendo de su
infraestructura informática

2. DF. Las fuerzas sociales de la posguerra produjeron un fuerte demanda


de vehículos (en la tecnología del transporte) ==>
2. DD. Las actuales fuerzas sociales están produciendo una fuerte
demanda de computadores (en tecnología de la información) .

3. DF. La red viaria era insuficiente para soportar los resultados del
aumento del consumo ==>
3. DD. La red informática actual es inadecuada para el aumento actual y
futuro de productos informáticos

4. DF. Los Estados Unidos desarrollaron un política de transporte que


condujo a la creación de una red interestatal de carreteras ==>
4. DD. Los Estados Unidos han de diseñar la red (mundial) para el
transporte de la información.

5. DF. Cuando se estableció la política nacional de transporte, se optó por


seguir un camino determinado hacia el futuro ==>
5. DD. La opción de establecer una política informática y comunicativa
supone emprender un camino hacia el futuro

6. DF. La política de transporte adoptada supuso una transformación


radical de la situación existente ==>
6. DD. Una nueva política tecnológica en el campo de las
telecomunicaciones supondrá una transformación radical.

7. DF. Las carreteras construidas por la aplicación de la política de


transporte constituían también carreteras hacia el futuro ==>
164

7. DD. La construcción de las autopistas de la información son también


vías hacia el futuro.

Por tanto, la construcción del sistema vial condujo a los Estados


Unidos a una posición económica predominante en el mundo
Por tanto, si se quiere conservar esa posición predominante, se ha
de construir el sistema de autopistas de la información.

6.3.3. La información como propiedad

El sistema dual de metaforización CIBERESPACIO/CIBERFUTURO no


sólo tiene la propiedad de argumentar y justificar un determinada política
informática y comunicativa. También posibilita conceptualizar en manera
fusionada el marco moral y jurídico de las acciones de los individuos tanto
en la medida en que se desplazan en el CIBERESPACIO como hacia el
CIBERFUTURO.
Para entender esto, sólo hay que considerar la forma en que el
concepto de información ha sido metaforizado y las modificaciones que en
dicha metaforización han provocado las nuevas tecnologías de la
información. En el sistema convencional de transportes, los vehículos que
viajan en él transportan generalmente mercancías, que son al mismo
tiempo pertenencias, esto es propiedad de individuos o corporaciones de
individuos. En cuanto tales propiedades, pueden ser objeto de robo: los
vehículos en que viajan pueden ser asaltados, las mercancías extraídas y
utilizadas ilegítimamente, esto es, usadas sin derecho a ello. Las
mercancías son objetos tangibles, que suelen viajar en contenedores o
recipientes, como camiones, barcos, aviones, etc.
El concepto de propiedad intelectual , o más bien la metaforización
subyacente, supuso un cambio importante respecto a la situación
convencional. Dicho concepto supone la metáfora LA INFORMACIÓN ES
165

UN OBJETO que, en conjunción con el hecho de que los objetos pueden


ser poseídos, proporciona la consecuencia de que la información puede
ser poseída. Como tal objeto, la información no sólo se desplaza en
recipientes, sino que también puede ser usada ilegítimamente, sin
permiso de su propietario. El recipiente, en la situación tradicional, sigue
siendo tangible, y la información está dentro de él. Se puede decir, por
tanto, que la metáfora LA INFORMACIÓN ES UN OBJETO respeta la
topología cognitiva del dominio fuente, esto es, se atiene al principio de
invariancia (G. Lakoff, 1990). Del mismo modo que un objeto puede ser
extraído de un recipiente, la información puede ser obtenida de su
`vehículo. En esa metáfora tenemos pues las correspondencia

DOMINIO FUENTE DOMINIO DIANA

OBJETOS INFORMACIÓN
VEHÍCULOS CONTENEDORES

y la respectiva estructura inferencial

los objetos tienen límites definidos la información es definida

los objetos pueden ser poseídos la información puede ser poseída

los objetos viajan en contenedores la información se desplaza en


recipientes (vehículos) (libros, discos, cintas
magnetofónicas....)

los objetos pueden ser robados la información puede ser robada


166

Por supuesto, como se reconoce en la teoría de la metáfora, la


metáfora no indica una correspondencia perfecta entre uno y otro dominio
o espacio conceptual. En particular, aunque encaja la aplicación general
de propiedad y de robo, la metáfora no se puede prolongar en un nivel
más específico. Así, el robo de una propiedad convencional consiste en
su disfrute no autorizado, pero en el caso de la información tal concepto
se amplia a su reproducción no autorizada: sólo así tiene sentido el delito
de plagio. El plagio es un uso no autorizado de una propiedad, la
información, pero que, en cambio, es independiente de la utilización de su
concreción original. Cuando uno plagia un libro, o un objeto, para lo que
es el caso, lo que utiliza indebidamente es el derecho a reproducir la
información contenida en él. Ese es un concepto nuevo que no es
directamente asimilable por la metáfora.
En la metáfora del CIBERESPACIO, lo que viaja también es
información concebida de forma metafórica como objeto. Pero lo que
varía es la naturaleza de los contenedores que han perdido su
característica tangibilidad: un programa informático puede estar escrito en
un soporte físico -un disquete, pero también puede viajar sin necesidad de
ese soporte físico. La propiedad sigue consistiendo no en la posesión del
soporte físico, sino en la información contenida en él, pero las formas de
acceder a tal posesión han variado ligeramente. Se puede robar sin
necesidad de hacer uso de ningún soporte físico, por ejemplo accediendo
sin autorización a un programa. La facilidad y la versatilidad de la
reproducción informática hace cada vez más difícil atenerse a la metáfora
de que LA INFORMACIÓN ES UN OBJETO, porque los productos
informáticos tienen características que no son directamente proyectables
por los objetos del mundo común. Sin embargo, esa es la metáfora que
sigue siendo predominante en el diseño del trasfondo ético y jurídico del
intercambio de información en el CIBERESPACIO. Como en el sistema
convencional de transporte, también existe una piratería, con las mismas
características básicas: interrupción no autorizada del transporte,
167

extracción de las mercancías transportadas, uso ilegítimo de esas


mercancías, etc. Sin embargo, como bien saben los legisladores, esa
metáfora sólo funciona en un cierto nivel de generalidad (el de las
categorías supraordinales de los psicólogos), puesto que es mucho más
difícil determinar -esto es, recoger en un concepto- lo que constituye el
asalto o el uso ilegítimo de la información. Lo que es claro es que los
piratas de la información son concebidos como impedimentos en la
circulación de información en el CIBERESPACIO, como lo eran los piratas
convencionales en el sistema tradicional de transporte.
Y volviendo a la dualidad CIBERESPACIO/CIBERFUTURO hay
que advertir que esos piratas informáticos no sólo constituyen un
obstáculo para el desplazamiento espacial de la información, sino que
también constituyen un impedimento en la construcción del
CIBERFUTURO. De hecho, constituyen una parte del argumento de los
que, como Al Gore, piensan que es necesaria una legislación u
ordenamiento jurídico centralizado que impida o sancione -esto es,
`remueva´- a los que ponen dificultades en nuestro camino hacia el futuro.
168

CAPÍTULO 7

DOS TEORÍAS COGNITIVAS SOBRE LA METÁFORA

Con respecto a los tratamientos clásicos de la metáfora,


lingüísticos y filosóficos, la revolución cognitiva aportó un cambio de
perspectiva: la metáfora dejó de ser considerada un fenómeno lingüístico,
una figura del lenguaje, para pasar a ser concebida como un fenómeno
mental o, dicho de forma menos aparatosa, se pasó a pensar que los
mecanismos que permiten explicar el funcionamiento lingüístico de la
metáfora son de naturaleza psicológica, tienen que ver con la de los
procesos mediante los cuales aprehendemos y organizamos nuestro
conocimiento de la realidad.
Bajo la concepción general cognitiva, son diversas las
características que comparten las teorías cognitivas contemporáneas de
la metáfora:

1. Los fenómenos lingüísticos metafóricos no son sino la concreción


patente de fenómenos mentales subyacentes.

2. Dado el carácter mental de lo metafórico, la metáfora está mucho más


extendida de lo que la tradición lingüístico filosófica ha admitido, con las
excepciones ya mencionadas (v. supra Cap. 2)

3. En consecuencia, no existe una separación clara entre lo literal y lo


metafórico, en cuanto a los procesos cognitivos implicados, aunque tal
separación se puede establecer en términos sociales o históricos.
169

4. El énfasis de la explicación de la metáfora no se ha de situar pues en


los casos más alambicados de la metáfora, como la metáfora poética,
sino en la metáfora común, que se encuentra en la frontera con lo literal o,
según hemos visto, indistinguible de lo convencional. Las explicaciones
de la metáfora poética no pueden consistir sino en una aplicación o
extensión de la teoría cognitiva de la metáfora.

Establecidas estas comunes características generales, es preciso


distinguir a su vez entre las dos variedades más importantes de teorías
cognitivas sobre la metáfora, la teoría de la relevancia de D. Sperber y D.
Wilson (1986) y la teoría experiencialista de G. Lakoff y M. Johnson
(1987). La característica más general que las separa es que la teoría de
la relevancia pretende constituir una teoría sobre el procesamiento
cognitivo de la información y derivar, a partir de ella, una explicación
sobre la metáfora, mientras que la teoría experiencialista de M. Johnson y
G. Lakoff pretende más bien lo contrario, establecer un modelo general
cognitivo a partir de la teoría de la metáfora, puesto que constituye un
mecanismo central en la constitución del pensamiento abstracto.

Otro punto importante de discrepancia procede del hecho de que


ambas teorías aceptan marcos filosófico-lingüísticos muy diferentes, a
pesar de proceder ambas del paradigma generativo en lingüística:
mientras que D. Sperber y D. Wilson aceptan la teoría representatoria de
la mente (J. Fodor, 1981, 1987; K. Sterelny, 1994) y, en general, un
modelo de semántica como teoría de las condiciones de verdad (D.
Davidson, 1970, 1984; M. Platts, 1979), M. Johson y G. Lakoff rechazan
ambos fundamentos teóricos. Estas diferencias se traducen, por ejemplo,
en diferencias acerca del alcance de la dicotomía literal/metafórico. Para
D. Sperber y D. Wilson lo literal consiste en la identidad entre el
pensamiento y la forma proposicional: un hablante habla literalmente
cuando las proposiciones expresadas por sus proferencias coinciden con
170

las ideas que pretende trasmitir. Así, su tratamiento de la literalidad


considera a ésta como un caso límite de las relaciones de representación
que unen al lenguaje y el pensamiento. En cambio, para los teóricos
experiencialistas, la literalidad se da en el ámbito de las experiencias
físicas concretas y cualquier movimiento en la dirección de la abstracción
o la generalización se realiza a través de procesos metafóricos. Para
ellos, lo metafórico no es tanto fruto de un esfuerzo de representación y
organización de nuestro conocimiento de la realidad cuanto el producto de
la imaginación cognitiva (R. Gibbs, 1994), la facultad para establecer
relaciones no representativas entre diferentes ámbitos conceptuales. Esto
no quiere decir que no existan restricciones formales sobre tales
relaciones, sino sencillamente que tales relaciones no se despliegan en el
ámbito de la similaridad, como ocurre en la teoría de la relevancia.

7.1. ¿Es la teoría de la relevancia (también) una teoría de la


metáfora?

D. Sperber y D. Wilson (1986) partieron de una concepción


netamente representacionista del lenguaje. El lenguaje figura ante todo el
pensamiento de quien lo utiliza. Ahora bien, esa figuración es de una
determinada clase, puesto que el pensamiento ejerce la función de mediar
doblemente entre el lenguaje y la realidad. Por un lado, el lenguaje
interpreta el pensamiento y por otro informa de él en virtud de la relación
de similaridad. Lo que permite hablar a Sperber y Wilson de una
similaridad entre lo que representa y lo representado es la vieja idea de L.
Wittgenstein (1922) de que tanto el lenguaje como el pensamiento tienen
una forma proposicional66. La similaridad es una propiedad relacional de

66Aunque L. Wittgenstein hablaba de forma lógica y no de forma proposicional, por lo que

sigue se observará que no existen diferencias significativas entre su noción y la de

Sperber y Wilson.
171

las formas proposicionales del lenguaje y del pensamiento. Ahora bien, la


relación de representación, por decirlo en términos del Tractatus de L.
Wittgenstein, es compleja: el lenguaje (la proferencia enunciativa)
interpreta el pensamiento y éste, a su vez, puede representar la realidad
(el hecho) u otra representación, lingüística o no. En el primer caso, la
relación de representación es descriptiva: en el segundo interpretativa. La
teoría de la representación sostenida por la teoría de la relevancia queda
recogida pues en el siguiente esquema

el lenguaje
(discurso enunciativo)

representa  pensamiento  describe  hechos


(interpreta) (ideas)  interpreta  enunciados
 pensamientos

El hecho de que el pensamiento pueda mantener dos relaciones


distintas de representación es fruto de su flexibilidad y de su reflexibilidad,
esto es, de que no sólo pueda representar diferentes clases de objetos
(estados de cosas, enunciados, otros pensamientos...), sino de que
también pueda convertirse en su propio objeto, representando
pensamientos.
En general, una proferencia enunciativa comparte la forma
proposicional con el pensamiento que representa cuando el enunciado es
literal. Lo primero que hace el oyente ante una determinada proferencia
es recuperar su forma proposicional, tratando de que coincida con la
forma proposicional que el hablante ha querido transmitir.
172

La recuperación de la forma proposicional, incluso en el caso del


uso literal de una proferencia no es una tarea fácil ni automática. En ese
sentido, no es equiparable, según Sperber y Wilson, a la percepción de la
proferencia, puesto que implica un trabajo inferencial adicional (Sperber y
Wilson, 1986, pág. 179), consistente fundamentalmente en labores de
desambiguación o determinación y asignación referencial y
“enriquecimiento” de la forma lógica (incluyendo la deducción de la fuerza
ilocutiva, por ejemplo). La forma proposicional es por tanto mucho más
plena que la estricta forma lógica, aunque ésta sigue siendo el esqueleto
estructural de aquélla. La forma proposicional de una proferencia contiene
toda la información que el hablante comunica explícitamente mediante su
proferencia 67 , lo que Sperber y Wilson denominan la explicatura de la
proferencia. En el uso literal del lenguaje, la forma proposicional es una
explicatura de la proferencia.
La obtención de una forma proposicional por otro lado no es un
proceso que se rija únicamente por criterios internos, sino
fundamentalmente externos, esto es, contextuales. Así, el proceso de
desambiguación (estructural o léxica) ha de acudir a información
procedente del entorno o a información enciclopédica para la elección de
una interpretación u otra. Por ejemplo, si consideramos la expresión
(1) Mete el gato en el coche
de una forma abstracta, desligada de cualquier contexto, podemos optar
por una interpretación u otra dependiendo del significado que asignemos
a la expresión `gato´. Pero, si ampliamos un poco la información
contextual, insertando la oración en un discurso
(2) Ya he acabado de arreglar la rueda. Mete el gato en el coche.
es evidente que la interpretación favorecida será la que asigne a `gato´ el
significado `instrumento para elevar vehículos´. El conocimiento del
contexto previo de una proferencia ayuda pues a establecer cuál es la

67 D. Sperber y D. Wilson, op. cit., pág. 182


173

forma proposicional de una proferencia y, en consecuencia, orienta su


interpretación correcta. En realidad, todo el proceso está sujeto al
principio de relevancia establecido por Sperber y Wilson, que es el
principio que regula la comunicación en términos del costo y el
rendimiento cognitivos de una interpretación. La consideración de la
información contextual disminuye drásticamente el costo cognitivo de la
obtención de la forma proposicional y, en esa medida, hace aumentar su
relevancia. Las posibles formas proposicionales que no son consistentes
con el principio de relevancia quedan automáticamente descartadas en el
proceso de interpretación.
Por otro lado, las implicaturas de una proferencia no son parte de
su contenido explícito, en particular de su forma proposicional, sino que
expresan información que es inferida contextualmente con arreglo al
principio de relevancia. Si consideramos el siguiente intercambio
( 3) H.- ¿Vienes a dar un paseo?
O.- Hoy es miércoles
podemos advertir que la respuesta de O es aparentemente irrelevante. Es
preciso que imaginemos un contexto en que tal repuesta fuera relevante
para dar sentido a la conducta comunicativa de O. Por ejemplo, un
contexto en el que podrían figurar las siguientes creencias
(4) H no pasea los miércoles
(5) O no pasea los miércoles
(6) O no pasea con H los miércoles
etc...
Cada uno de estos enunciados constituiría una premisa implicada
que haría razonable la respuesta de O, puesto que permitiría al hablante
alcanzar la conclusión implicada:
(7) No, hoy no paseo (contigo)
De acuerdo con Sperber y Wilson, todas las implicaturas
pertenecen a una de dos clases, o son premisas implicadas o son
conclusiones implicadas. Las premisas implicadas permiten inferir una
174

conclusión que es consistente con el principio de relevancia, esto es,


permiten reconstituir el proceso interpretativo de tal modo que se siga una
conclusión implicada por tales premisas y por las explicaturas de las
proferencias utilizadas.
Sin embargo, aunque figuren en el proceso inferencial de
interpretación, Sperber y Wilson no mantienen que las implicaturas hayan
de constituir un conjunto bien acotado de proposiciones implicadas. Para
el proceso de interpretación sólo es preciso que algunas de esas
implicaturas sean definidas (a saber, las que permiten alcanzar una
conclusión relevante), pero es posible que otras implicaturas sean más
indeterminadas, alcanzando el nivel de puras sugerencias o asociaciones
de lo dicho por un interlocutor. Ese carácter difuso de las implicaturas es
parte de la explicación de Sperber y Wilson de la función de la
comunicación indirecta, por un lado, y de los aspectos retóricos (poéticos)
de determinadas proferencias, por otro. El sentido general de su
explicación es que la comunicación indirecta tiene más efectos
contextuales (permite inferir más información) que la directa en ciertos
contextos, sin incrementar el costo cognitivo de su procesamiento, dada la
información contextual presente, y por tanto maximiza su relevancia.
Por otro lado, en el caso de los efectos poéticos, estos se alcanzan
por la cantidad y variedad de implicaciones débiles que acompañan a la
proferencia que contiene una figura retórica. Aunque no contribuyen
sustancialmente al incremento de la base común de conocimiento de
hablante y auditorio (Bustos, 1986), crean “impresiones comunes”68 y por
tanto refuerzan el sentido de intimidad (véase infra cap.12) entre ellos.
Ahora bien, la diferencia esencial entre estos casos en que se
producen efectos poéticos y las proferencias con sentido figurado reside
en la diferente naturaleza de sus explicaturas. En las proferencias
figuradas, la explicatura (el contenido explícito) no está constituida por la

68 D. Sperber y D. Wilson, op. cit. pág. 224.


175

forma proposicional, esto es, su auténtica forma proposicional es otra muy


diferente de la que se podría obtener atendiendo exclusivamente al
sentido literal de la expresiones. En eso se parecen, según Sperber y
Wilson, a los actos de habla no enunciativos como “¿Viene Pedro a
comer?”, cuya forma proposicional no es “Pedro viene a comer”, sino algo
así como “el hablante pregunta si Pedro viene a comer”, en que se hace
explícito el agente y el acto que realiza. Para Sperber y Wilson, la teoría
de la relevancia puede dar un tratamiento unificado al discurso no
declarativo y al no literal basándose en esa propiedad común, que la
forma proposicional no coincide con la “normal” , o literal, o enunciativa.
En estos últimos casos, el pensamiento es una descripción de estados de
cosas, y no interpretación. La proferencia que interpreta ese pensamiento
puede compartir la forma proposicional con el pensamiento, en cuyo caso
nos encontramos en el extremo del espectro que corresponde a lo literal,
o puede compartir parte de su forma proposicional con el pensamiento, en
cuyo caso es menos que literal69. El hecho de que comparta parte de su
forma proposicional significa que comparte sus propiedades lógicas, esto
es, inferenciales. Pero puede suceder que, aún compartiendo esas
propiedades lógicas de lo literal sólo parcialmente, la proferencia `menos´
que literal sea más relevante que la propia proferencia literal. Esto puede
suceder porque, dada la definición de relevancia, el esfuerzo de
procesamiento de la proferencia literal no compense, es decir, que los
efectos contextuales sean los mismos que en el caso de la proferencia
menos que literal. Sperber y Wilson han analizado una clase de estos
casos (Sperber y Wilson, 1986b) que agrupan bajo el rótulo de `habla
inexacta´ , en el que la precisión o veracidad literal de la proferencia va en
detrimento de su relevancia. Así, si se le pregunta a alguien la hora y
responde “las 10 h., 27 m. y 33 seg.”, esta respuesta puede ser menos
relevante que la respuesta, inexacta, “las diez y media”, respuesta

69 D. Sperber y D. Wilson, op. cit. pág. 233.


176

estrictamente falsa. La relevancia de la respuesta, nótese, no sólo


depende de su costo cognitivo (el esfuerzo que requiere procesarla), sino
de la naturaleza de la situación en que se produce, en particular de la
disposición del auditorio a realizar el esfuerzo interpretativo
correspondiente; en definitiva de los efectos contextuales que se
produzcan. Pero, en general, se puede afirmar que, a igualdad de efectos
contextuales, un menor esfuerzo interpretativo incrementa la relevancia
de la proferencia no literal sobre la literal.
Esto es lo que explica, según Sperber y Wilson, la misma
existencia del discurso indirecto y del habla figurada, incluyendo la
metáfora. Para ellos, la única causa para no emplear el lenguaje literal es
que, en muchas ocasiones, tal lenguaje literal no es relevante, o
máximamente relevante. Mediante la utilización de actos de habla
indirectos, afirmaciones aproximadas y metáforas el hablante puede
aumentar los efectos contextuales de una forma que no menoscaba la
relevancia de su uso lingüístico, sino que la incrementa. En el caso
concreto de las metáforas son dos las características definitorias de su
teoría

 las metáforas interpretan un pensamiento del hablante, que puede ser


complejo y puede no ser parafraseable mediante una proferencia literal

 las metáforas se utilizan porque alcanzan mayores efectos contextuales


que las correspondientes proferencias literales cuando éstas son
precisables o determinables

La mayor cantidad de efectos contextuales de las metáforas se


debe a su capacidad para inducir implicaciones más o menos fuertes en
quienes las interpretan. En el caso de las metáforas muy
convencionalizadas, como
177

(8) Esta habitación es una pocilga

las implicaciones son fuertes, puesto que, de acuerdo con nuestro


conocimiento enciclopédico estereotipado, las pocilgas son lugares
insalubres o sucios. La implicación de que la habitación está
particularmente sucia es, por tanto, inmediata, junto con otras
implicaciones más débiles asociadas a `pocilga´ por nuestro
conocimiento. Quien afirma (8) quiere decir, y dice, algo más que la
habitación está sucia70 ya que, si no, habría empleado la correspondiente
expresión literal. Quizás quiera expresar no solamente el hecho en
cuestión, sino su actitud hacia él, o el grado en el que éste se da, en una
escala más o menos objetiva, etc....
Sperber y Wilson, además, tienen una explicación cognitiva para el
efecto poético de las metáforas. Esa explicación se basa en el carácter
gradual de las implicaciones desencadenadas por las metáforas. En el
caso de expresiones como (8), altamente convencionalizadas, las
implicaciones son fuertes y, por tanto, prácticamente equivalentes a
expresiones literales, su valor poético es mínimo. El esfuerzo de
interpretación del auditorio, y su libertad, se ve por tanto
considerablemente reducido. En cambio, si se progresa en la escala de la
fortaleza o peso de las implicaciones contextuales, aumenta la capacidad
de intervención del auditorio y su responsabilidad en su interpretación y,
paralelamente, se incrementa el valor poético de la metáfora. Considérese
el ejemplo71
(9) Roberto es una apisonadora
En este caso, la naturaleza del conocimiento estereotipado asociado a
`apisonadora´ no es tan estable como el asociado a `pocilga´; las
implicaciones contextuales de (9) son por tanto más débiles: pueden tener

70 D. Sperber y D. Wilson, op. cit., pág. 236.


71 De Sperber y Wilson, op. cit. pág. 236.
178

que ver con la capacidad de Roberto para remover obstáculos, para


abrirse paso ante las dificultades, para ignorar la naturaleza de los
problemas con los que se enfrenta, etc. El auditorio tiene pues que
seleccionar entre todas esas posibles implicaciones contextuales aquéllas
que hacen la conducta del hablante óptimamente relevante. Las
metáforas propiamente poéticas constituyen, según Sperber y Wilson, un
caso extremo, pero un caso más, de esta utilización cotidiana de
metáforas. En ellas, la responsabilidad y libertad del auditorio en la
interpretación de la metáfora es prácticamente total, pues el productor de
la metáfora se limita a `desencadenar´ esa búsqueda de implicaciones
contextuales, débiles, que van más allá del conocimiento estereotipado de
los conceptos utilizados, e incluso más allá de las intenciones
comunicativas del autor. Lo característico de la metáfora poética, desde el
punto de vista del intérprete es su `apertura´ que, según Sperber y
Wilson, tiene su origen en la posibilidad que tiene el auditorio o lector para
escoger, entre las múltiples implicaciones débiles, aquéllas que cuadren
con el principio de relevancia dado su entorno cognitivo.

En resumen, la teoría de la relevancia de D. Sperber y D. Wilson


(1986) mantiene que no existe discontinuidad alguna entre ciertos
fenómenos de no literalidad , como el habla relajada, inexacta o difusa, y
el habla figurada, incluyendo “los ejemplos más característicos de la
metáfora poética”72. Por supuesto ambos casos se parecen en que no hay
una identidad entre la forma proposicional de las proferencias y la del
pensamiento que supuestamente interpretan, pero por diferentes razones.
Aún admitiendo que las proposiciones o ideas tengan una estructura
lógico-proposicional (formen parte de un lenguaje mental, en el sentido
que ha propuesto J. Fodor, 1975), lo característico de lo figurado o
metafórico, especialmente en el caso de la metáfora poética, es que no

72 D. Sperber y D. Wilson, op. cit. pág. 235.


179

existe tal pensamiento que se quiere expresar. Es muy diferente mantener


que existe una falta de coincidencia entre
(10) estoy agotado
(11) estoy muy cansado
o entre
(12) gano 300.000 pta. al mes
(13) gano 298.725 pta. al mes
pero que no obstante se da una cierta similaridad entre las formas lógicas
de estas oraciones y sostener que una metáfora poética se parece, en
cualquier sentido lógicamente precisable, a la forma proposicional de la
idea que supuestamente interpreta.
El enfoque explicativo de la teoría de la relevancia de D. Sperber y
D. Wilson adolece por tanto de un defecto básico: da por supuesto que el
uso de las metáforas está dirigido a dar la interpretación de una idea o un
complejo de ideas que el hablante no puede comunicar eficientemente de
otra manera. Aunque no es necesariamente reduccionista, lo es por
implicación: su enfoque admite, incluso da por sentado, que, dada una
determinada metáfora, es posible ubicar la idea o el complejo de ideas
que presuntamente expresa, representa, interpreta o como se quiera
decir. Para Sperber y Wilson, las razones de la existencia de las
metáforas no residen en que presentan ideas autónomas y no reductibles
a las que se pueden expresar literalmente, sino en que las metáforas lo
hacen en forma acorde con el principio de relevancia, esto es, de una
forma cognitivamente eficiente.

Por otro lado, el enfoque cognitivo de D. Sperber y D. Wilson


adopta un sesgo igualmente criticable en su dimensión más general, a
saber, al incurrir en lo que se puede denominar el prejuicio
representacionista, de raíz claramente racionalista, el injustificado
supuesto de que el lenguaje es, ante todo y sobre todo, el medio de la
representación del pensamiento. Esto es evidente en el tratamiento que
180

propugna su teoría de la relevancia para fenómenos como la hipérbole o


la ironía. La exageración no se trata como un fenómeno estrictamente
retórico, esto es, pragmático, sino cognitivo. Esto quiere decir que la
diferencia entre (5) y (6)
(14) el retroceso de los movimientos progresistas es terrible
(15) el retroceso de los movimientos progresistas es muy importante
(negativo, perjudicial....)
no es formulada en términos de los efectos perlocutivos respectivos, sino
en términos de los pensamientos que representan. La tesis de D. Sperber
y D. Wilson es que (14) representa una idea del hablante que, por una
parte, no es cognitivamente reducible a (15), pues tienen diferentes
contenidos lógicos e implicaciones contextuales y, por otra, esa idea sólo
es eficientemente comunicable mediante (14). Sólo (14) permite al
auditorio procesar de acuerdo con el principio de relevancia la compleja e
inasible idea que (14) representa.
Su tratamiento de la metáfora es una aplicación más de este
enfoque de la indirección. La diferencia entre la metáfora poética o viva, la
metáfora muerta o convencionalizada y la hipérbole y la ironía es una
diferencia en el grado de fortaleza de las implicaturas correspondientes,
de la estabilidad con la que podemos extraer conclusiones a partir de un
conocimiento culturalmente compartido.
Y aunque D. Sperber y D. Wilson no lo afirman así, el efecto de la
condensación metafórica, al que numerosos autores se han referido, se
ha de concebir, en el marco de su teoría, como una proporción cuasi
mecánica entre la proferencia y el número y fortaleza de las implicaturas
que de ella se derivan. Así, cuanto más fuertes y escasas son esas
implicaturas, menos libertad tiene el auditorio en su interpretación de la
intención comunicativa del hablante y, por consiguiente, menos margen
en la asignación de significado proferencial: cuanto más cerca de lo literal
se halla la metáfora, más aprisionada por la esclerosis de la convención
lingüística. No hay lugar en su teoría para una evaluación de la cualidad
181

de las metáforas en términos no cognitivos, hagan éstos apelación a los


efectos retóricos no cognitivos (poder de convicción, por ejemplo) o a la
sensibilidad. Ciertamente es característico de las metáforas poéticas su
grado de apertura interpretativa, pero, en la teoría de la relevancia, esa
apertura no se concibe tanto como el fruto de la intención del productor de
la metáfora como el resultado ineluctable de su búsqueda de la relevancia
óptima, del mejor modo, en el sentido cognitivo, de producir efectos
contextuales con el mismo esfuerzo interpretativo o computatorio.

7.2. Metáforas con cuerpo: la teoría experiencial de la metáfora

El hecho de mencionar la metáfora en relación con una actividad


cognitiva (y da igual que se trate de la ciencia o de cualquier otra forma de
conceptualización de la experiencia) ya supone el carácter anormal,
inusual o excepcional con que viene revestida por siglos de reflexion
lingüística, retórica y filosófica. En efecto, la metáfora es lo anormal,
aparentemente, frente a la forma en que habitualmente hablamos, por no
decir el lenguaje en el que social o institucionalmente expresamos nuestro
conocimiento, la ciencia.
Esta presunta anormalidad del lenguaje metafórico se ha entendido
de dos formas diferentes aunque causalmente relacionadas:

- en primer lugar, en el sentido de falta de naturalidad, bajo el supuesto de


que el lenguaje directo, literal, es el adecuado para la representación de
nuestro conocimiento o de nuestras experiencias. En la medida en que el
lenguaje literario, y particularmente el poético, son concebidos como no
naturales, ha existido una identificación tradicional entre el lenguaje
poético y la utilización de la metáfora.

- en segundo lugar, lo anormal de la metáfora se ha entendido como falta


de frecuencia en su uso. La metáfora se ha caracterizado como una
182

utilización lingüística residual, frente a la omnipresencia del lenguaje


serio, literal.

A su vez, la relación causal postulada, o sobreentendida, entre


ambos sentidos de la anormalidad metafórica era la siguiente: como la
metáfora no es un recurso expresivo natural, sino que supone una
desviación (no siempre en sentido negativo) de la norma comunicativa, es
utilizada en raras ocasiones, en contextos comunicativos muy específicos,
como el lenguaje religioso o el poético.

Sin embargo, se puede decir que la razón de ese supuesto


heredado de la tradición lingüística, retórica y epistemológica es
sumamente cuestionable: que existen serias razones para creer que 1) la
metáfora no es menos natural a la hora de representar nuestro
conocimiento y experiencia que el lenguaje literal y que, por lo tanto, 2) no
ha de estar menos extendida que el lenguaje literal en los sistemas que
representan ese conocimiento, incluyendo, por supuesto, la ciencia.

7.2.1. La impregnación metafórica del lenguaje

Ante esta cuestión de la impregnación (algunos dirían


contaminación) metafórica del lenguaje, o de las actividades cognitivas,
se pueden mantener, y se han mantenido, diferentes posiciones,
dependiendo tanto del alcance que se asigna al fenómeno como de la
forma en que se conciben las relaciones entre diferentes ámbitos
cognitivos. Por el alcance de la metáfora me refiero a la cuestión de su
identificación o reconocimiento, esto es, a la amplitud o limitación de su
difusión en el lenguaje. Y en este punto juegan un papel esencial dos
consideraciones:
183

- la naturaleza lingüística o no lingüística de la metáfora. Para parte de la


tradición lingüística y retórica, la metáfora no es sino un artificio
lingüístico, esto es, una forma no natural de utilización del lenguaje, que
persigue fines comunicativos no siempre legítimos. En cambio, no se
reconoce como metáfora toda aquella utilización del lenguaje que no
resalta como no natural, esto es, que no llama la atención del hablante en
cuanto a la combinación de las expresiones o su relación con la realidad
que pretenden designar. En este punto es donde ha centrado la polémica
entre aquéllos que mantienen que la convencionalización de las
metáforas las despoja del carácter metafórico y los que sostienen, en
cambio, que la petrificación léxica de las metáforas no les resta un ápice
de su carácter metafórico. Esto es, entre aquéllos que desean minimizar
el alcance de la metáfora, asignándole un papel residual entre los usos
lingüísticos y aquéllos que desean maximizarla, reconocerle una función
omnipresente en el lenguaje (v. Cap. 4).

Por otro lado, es importante la forma en que se conciban las


relaciones entre los ámbitos cognitivos a que afecta la metáfora. En
particular, me refiero a la forma en que se teorice la relación entre el
conocimiento común (folk knowledge) y el conocimiento científico. Más
concretamente, si se entiende que existe una ruptura o cesura entre
ambos tipos de conocimiento, entonces se podrá admitir que la metáfora
afecta (o puede afectar) a uno pero no al otro. Esta ha sido una posición
muy corriente también en la tradición: mientras que la metáfora ejerce su
función retórica en el lenguaje y conocimiento comunes, no sucede así en
la ciencia, cuyo carácter especial consiste, en parte, en haberse
despojado de las mediaciones metafóricas a la hora de elaborar
representaciones correctas de la realidad (v. Cap. 6).

En cambio, si la relación entre el conocimiento común y el científico


se concibe en términos continuistas, esto es, si se piensa en éste como
184

en la concreción especializada de aquél, depurada a través de


mecanismos de control social, no quedará más remedio que reconocer
que la metáfora ha de contaminar o impregnar ambos ámbitos de
conocimiento.

La posición general de la teoría contemporánea o teoría


experiencialista de la metáfora, frente a estas dos cuestiones, es no
lingüística y continuista. De acuerdo con esta teoría, la consideración
rigurosamente cognitiva de la metáfora disuelve el presunto problema de
la demarcación de la metáfora, de si hay que considerar las metáforas
convencionales (muertas, lexicalizadas o idiomatizadas) entre las
metáforas genuinas. El caso es que la perspectiva cognitiva de la
metáfora la considera un mecanismo o recurso básico en los procesos de
conceptualización, categorización y teorización, mecanismo que no es
reducible o explicable en términos puramente lingüísticos, semánticos o
pragmáticos. Los fenómenos lingüísticos ligados a la metáfora no son sino
la concreción o manifestación de procesos cognitivos subyacentes. Como
en otros casos las manifestaciones lingüísticas constituyen una vía de
acceso privilegiada a la descripción de esos procesos, dado el carácter
interno de éstos, pero no existe una inmediata u obvia identificación entre
fenómenos lingüísticos y mecanismos cognitivos.

En cuanto a lo segundo, esto es, la relación entre nuestras teorías


comunes y la ciencia, la teoría cognitiva de la metáfora afirma una
posición continuista, al establecer que las teorizaciones lingüísticas no
están menos basadas en los recursos metafóricos que las teorías
comunes, esto es, que ambos tipos de producciones intelectuales no
pueden sino estar construidas sobre la base de las capacidades
psicológicas evolutivamente conformadas de los individuos. En este
sentido, conviene resaltar que la teoría cognitiva de la metáfora se
inscribe en el marco o la orientación de los diferentes proyectos de
185

naturalización de la epistemología y la filosofía de la mente, porque, de


acuerdo con sus tesis, la metáfora, en cuanto recurso cognitivo básico, ha
de ser explicada en términos evolutivos, en términos que apunten a las
ventajas adaptativas de una mejor organización de la información y
asimilación de una experiencia progresivamente más compleja.

Pero volviendo a la cuestión de la difusión de la metáfora en el


lenguaje natural, quisiera mencionar algunos intentos por `medir´, en una
u otra forma, la difusión de la utilización metafórica del lenguaje. Hay que
advertir que tales mediciones no parten de una definición clara o
establecida de lo que es literal o lo que es metafórico. Quiero decir que la
validez de tales resultados puede verse afectada por la posición teórica
de partida. Es un caso, como otros muchos, en que la teoría tiñe los datos
empíricos, haciéndolos interpretables en uno u otro sentido. Como hemos
explicado (v. Cap. 3), muchos teóricos del lenguaje y de la comunicación
consideran que las metáforas convencionales (del tipo “el tiempo vuela”)
no son sino lenguaje literal y que, por tanto, es ilegítimo contabilizarlas
como usos metafóricos de las palabras. Otros en cambio desligan la
cuestión del carácter convencional sincrónico de algunas metáforas de la
explicación del fenómeno en la dimensión en que lo consideran relevante,
esto es, de que, en algún momento histórico, la metáfora en cuestión
desempeñó una función cognitiva a la conformación de un sistema
conceptual y, en esa medida, no puede quedar excluida de una
explicación de la difusión de la metáfora en el lenguaje.
Por ejemplo, un estudio de este tipo diacrónico fue el emprendido
por Smith, Pollio y Pitts (1981) acerca el uso de metáforas en la literatura
inglesa (en prosa) entre 1675-1975, en el que no sólo constataron el
amplio uso de metáforas en el lenguaje literario de las diferentes épocas,
sino que creyeron ubicar ciertos ámbitos conceptuales de una preferencial
estructuración metafórica, esto es, conceptos lingüísticamente
representados en términos metafóricos. Se referían éstos a los ámbitos
186

conceptuales o campos léxicos relacionados con la naturaleza psicológica


del ser humano, en particular sus emociones, deseos, estados mentales
en general, etc 73 . Asimismo comprobaron la variabilidad histórica de
algunas metáforas, el paso de algunas de ellas a lenguaje convencional,
lo que puede ser considerado la medida del éxito de una metáfora.
Relacionado con esta presunta predominancia del uso metafórico
en la conceptualización de la experiencia vital, existe algún estudio (H.
Pollio, Barlow, Fine y M. Pollio, 1977) que intentó cuantificar la cantidad
de metáforas utilizadas en el contexto específico de los protocolos
psicoterapéuticos: sus estimaciones (tenidas por conservadoras por R.
Gibbs, 1994) eran de 1.8 metáforas novedosas u originales y 4.08
convencionales por minuto de conversación. Si se supone que una
persona conversa sobre sus creencias, sentimientos e impresiones un par
de horas al día (en la época de la televisión no es una estimación muy
conservadora), resulta que usaría sobre 4.7 millones de metáforas
originales y 21.4 convencionales al cabo de una vida de 60 años
(Glucksberg, 1989). Ya hemos dicho que se trata de metáforas en cuyos
términos conceptualizamos nuestra experiencia vital: si a ellas añadimos
las metáforas referentes a otros campos de nuestra experiencia, podemos
ser conscientes de la amplitud de la utilización metafórica de la lengua,
por muy toscos que sean los análisis empíricos mencionados. Y ello sin
tener en cuenta, como observó R. Gibbs (1994, pág. 124) que buena
parte del uso lingüístico que pasa por ser literal está metafóricamente
motivado.

7.2.2. Las teorías de la mente computatoria y corpórea

73B.McVeigh (1996), por ejemplo, contiene muy interesantes datos acerca de la


naturaleza metafórica del léxico que, en japonés, se refiere a la vida mental.
187

La teoría cognitiva de la metáfora constituye un elemento central en


la pugna que, en la filosofía contemporánea de la mente, se ha
establecido entre dos grandes modelos del funcionamiento cognitivo.
Estos dos grandes modelos son conocidos como teoría de la mente
computatoria y teoría de la mente corpórea o corporeizada (embodied). Y
es esencial captar las diferencias entre estos dos grandes modelos para
apreciar en toda su dimensión lo que supone la teoría contemporánea de
la metáfora.
Una primera diferencia es que, mientras que la teoría computatoria
trata de identificar diferentes sistemas o componentes de la mente,
distinguiendo esta tarea, al menos desde el punto de vista metodológico,
de la investigación neurológica del cerebro, la teoría de la mente corpórea
enfoca la investigación de una forma global, desde lo neurológico a lo
lingüístico. Esta diferencia de orientación se concreta en un conjunto de
rasgos que hacen más claras las diferencias entre los dos modelos de la
mente en diferentes niveles:

- la diferencia metodológico-conceptual más patente entre ambos tipos de


concepciones es que la teoría computatoria de la mente se fundamenta
en el funcionalismo. De acuerdo con esta concepción (Z. Pylyshyn, 1984:
R. Jackendoff, 1987), la investigación de la mente es independiente de la
del (los) sistemas(s) físico(s) en que se puede encontrar realizada, puesto
que tales caracteres físicos no se encuentran causalmente relacionados
con su organización y funcionamiento. En cambio, para la teoría de la
mente corpórea no se puede entender la naturaleza y constitución de la
mente sin acudir al funcionamiento y evolución cerebral. Dicho de otro
modo, la mente es una propiedad emergente de la auto-organización del
cerebro que no es independiente de su naturaleza material. La mente sólo
es concebible como un nivel de descripción de las actividades del
cerebro, no de otro sistema, físico o abstracto.
188

- la teoría computatoria es una teoría fundamentalmente no evolutiva, ni


ontogenética ni filogenéticamente, mientras que la corpórea es
esencialmente evolutiva. Más precisamente, la teoría computatoria
concibe el aprendizaje sobre todo como un proceso de activación de
estructuras mentales innatas, mientras que la corpórea, aún siendo
compatible con cierto innatismo, considera que las estructuras mentales
no están prefijadas, sino que son producto de los procesos de auto-
organización del cerebro que tienen su origen tanto en la experiencia
como en los mecanismos internos de maduración y auto-equilibrado.

- la teoría computatoria es objetivista, en la medida en que concibe el


conocimiento o la fijación de creencias como un proceso de
representación de una realidad externa y autónoma. La mente se concibe
fundamentalmente como un sistema de almacenamiento y gestión de
información procedente del entorno. En cambio, en la concepción
corpórea, la mente es característicamente dialógica (Ch. Taylor, 1991), en
el sentido de que su actividad es doblemente constitutiva, del sujeto y del
objeto. La dirección causal de las explicaciones es doble: de la
asimilación del objeto, a través de las categorías formales que tienen su
origen en la acción sobre él, a su acomodación en un sistema de
organización progresivamente más complejo.

- la teoría computatoria distingue dos aspectos en los procesos


cognitivos: la computación como tal es un mecanismo sintáctico,
consistente en la manipulación de símbolos de acuerdo con un sistema de
reglas. En su forma más conocida, tal manipulación se concibe como la
utilización de un lenguaje, el mentalés (J. Fodor, 1975),que permite
construir y modificar representaciones en términos de sus propiedades
formales o sintácticas. Por otro lado, la dimensión semántica, a través de
las nociones de referencia y relación de correspondencia, vinculan dichas
representaciones con la realidad objetiva. En la teoría de la mente
189

corpórea, ambas dimensiones, formal y sustantiva, se conciben como


emergentes de un nivel presimbólico -que puede ser innato- a través de la
evolución cognitiva. Las dimensiones sintáctica y semántica de los
procesos cognitivos no son sino el resultado del mecanismo evolutivo del
cerebro, que sigue el camino de una progresiva diferenciación.

- la teoría computatoria de la mente da primacía a la función


representadora sobre otras. La finalidad primordial de la cognición es la
representación adecuada o correcta de la realidad. A su vez, la dinámica
cognitiva es básicamente el mecanismo de generación de
representaciones cuyo funcionamiento interno es esencialmente lógico:
queda recogido en las teorías lógicas deductivas y, quizás, en otras no
deductivas (inductivas, abductivas..) En cambio, las funciones emotiva e
imaginativa quedan fuera del ámbito cognitivo, o son un subproducto de la
función inferencial.

Una de las muchas tensiones que aquejan a las diferentes


orientaciones en ciencia cognitiva tiene que ver con la dicotomía
individualista/social. Esta tensión se refleja, por ejemplo, en la diferente
orientación de las obras de J. Piaget y L.S. Vygotsky, que no se puede
reducir a una discrepancia en el énfasis de sus teorías, en lo individual la
de J. Piaget y en lo social la de L.S. Vygotsky. En definitiva, se trata de la
cuestión de la fuente del significado, el proceso mediante el cual se
constituye y el locus donde se debe analizar. Buena parte de la filosofía
contemporánea de la mente o de la ciencia cognitiva es, en este aspecto,
de tradición individualista, esto es, concibe el significado como, o en
relación con, un fenómeno mental individual. La comunicación a su vez se
conceptualiza como el traslado de representaciones mentales entre
individuos. Esta es básicamente la teoría de la comunicación lingüística
de J. Locke, contra cuya imagen se han dirigido críticas desde la
190

lingüística hasta la filosofía (R. Harris, 1981, T. Taylor, 1992, L.


Wittgenstein, 1952, R. Rorty, 1979, R. Nolan, 1994).

Sin embargo, no vamos a insistir en la crítica de esta tradición, sino


en los efectos que ha tenido en las escuelas continentales. El fracaso de
la hermenéutica y del estructuralismo en proporcionar una teoría
adecuada de la comunicación y de la interpretación tiene su raíz en la
aceptación del marco individualista. En el caso de la hermenéutica y de la
teoría computatoria de la mente, por aceptar el mito
agustiniano/cartesiano de la dualidad lenguaje interior/exterior. En el caso
de la teoría literaria estructuralista y postestructuralista por partir del
supuesto de que el significado es una propiedad textual, no relacional,
emergente de la propia forma que, según los deconstruccionistas, sólo
puede hacerse inteligible mediante otra estructura textual, en una
permanente dilación de la comprensión. En cambio, un enfoque
wittgensteniano, en sentido general, abogaría por el abandono de esta
perspectiva individualista, afirmando la naturaleza social del significado y
la comunicación, de acuerdo con sus acostumbrados pilares
conceptuales: el carácter no intrínseco del significado, el papel
constitutivo de la coordinación de las acciones, la función reguladora del
auditorio, la naturaleza fluida del significado, etc. Pero la utilidad de tal
enfoque, más que extraer conclusiones o formular sugerencias en esa
línea, sería la de mantener un equilibrio entre lo individual/social, esto es,
el punto de lo relacional, que es donde se aloja la fuente de la
estructuración de lo psicológico individual y lo social-lingüístico.

Una de las dicotomías que trataría de disolver un enfoque de este


tipo es la que distingue el significado objetivo/subjetivo. La mayor parte de
la semántica actual es objetivista en una u otra medida, en cuanto
considera el lenguaje como una especie de reflejo de una realidad
autónoma e independiente de las capacidades cognitivas de los
191

individuos. La alternativa a esta orientación general parece que ha de


caer en una u otra clase de relativismo: si la realidad no es lo que el
lenguaje refleja, sino lo que el lenguaje construye, entonces queda abierta
la puerta a la posibilidad de que la realidad se construya de diferente
maneras, incluso de formas incomparables o intraducibles entre sí. En
cambio, se puede considerar que la naturalización de la noción de
significado, su consideración bajo un prisma biológico y evolutivo,
disuelve ambos extremos de la dicotomía. Ni tiene sentido decir, desde el
punto de vista evolutivo, que los organismos se adaptan al medio, ni que
construyen su medio. El medio es esencialmente la fuente de presiones
selectivas bajo las cuales los organismos varían y, en algunos casos, se
perpetúan. El cerebro humano ha sido sometido a esas presiones
selectivas y ha alcanzado un grado de ajuste (fit) del cuerpo del que forma
parte al ambiente en que ha evolucionado. Parte de ese ajuste lo
constituyen discriminaciones perceptuales, elementales sistemas de
categorización. El hecho de que éstos sean compartidos tiene dos causas
simultáneas, a ninguna de las cuales se les puede atribuir predominancia:
por una parte, una común dotación genética que determina sistemas
neurobiológicos similares y, al mismo tiempo, un ámbito de experiencia
necesaria. La experiencia necesaria y la biología necesaria se
condicionan mutuamente: nuestra conformación biológica no es sino el
resultado de las formas de tratar la experiencia en un nivel evolutivo. En
este sentido, la intuición piagetiana de que la ontogénesis `recapitula´
hasta cierto punto la filogénesis sigue siendo válida.
Una de las ideas centrales, en su teoría del significado, de los
teóricos de esta orientación (por ejemplo, M. Turner (1991)) es que las
categorías mismas bajo las que se concibe la noción no son sino
proyecciones de categorías biológicas significativas, prolongaciones de
las formas básicas en que nuestro organismo discrimina el entorno. Así
sucede con la dicotomía significado objetivo/subjetivo, que surge de las
aplicaciones metafóricas de la distinción entre el interior y el exterior de
192

nuestro propio cuerpo: lo universal de tal distinción categórica no procede


causalmente de la existencia de una realidad autónoma, sino de la
común configuración biológica que hace que comprendamos la realidad
en tales términos. Lo mismo sucede con la separación conceptual entre
mente y cuerpo, estructurada ante todo por la metáfora cartesiana del
`fantasma en la máquina´, como si la mente y el cuerpo fueran dos
realidades aparte, una de las cuales está dentro de la otra, metáfora que,
en guisa moderna, equivale a la de concebir la mente como el programa
de manipulación de símbolos o representaciones de nuestro cuerpo
(cerebro). La teoría corpórea del significado que M. Turner (1991) y otros
autores (M. Johnson, 1987; G. Lakoff, 1987) favorecen trata de trascender
esta metáfora, en la raíz del funcionalismo mentalista, de que la mente es
incorpórea, una pura estructura sintáctica. Igualmente intenta superar
otras oposiciones tradicionales en filosofía de la mente, como la que
asigna un papel preponderante a uno de los términos en las dicotomías
cultural/biológico o adquirido/innato o genético/experiencial.
Sin embargo, y curiosamente, esta teoría de la mente y el
significado es generalmente silenciada en las clasificaciones de las
teorías semánticas. De acuerdo con estas clasificaciones, en general son
cuatro las familias de teorías semánticas vigentes en la actualidad:

1) la semántica veritativa (truth conditional semantics), en


sus diferentes versiones, que abarcan desde el verificacionismo
postpositivista de M. Dummett hasta la teoría de situaciones de J. Barwise
y J. Perry, pasando por la semántica tarskiana (D. Davidson) o la
semántica modal (D. Lewis)

2) la semántica funcional o basada en la noción de función


conceptual (conceptual rol), de acuerdo con la cual el significado de un
término/concepto reside en el conjunto de relaciónes que ligan ese
término/concepto con otros. En sus versiones más extremas, la teoría
193

desemboca en un coherentismo global, como el que es característico de


la obra de W.O. Quine, e incluso de D. Davidson. Tal familia de
concepciones se divide a su vez en dos grandes subfamilias dependiendo
de las relaciones que se consideren relevantes para la función
conceptual: a) la versión sintáctica sólo considera relaciones basadas en
la estructura formal de los términos/conceptos y
proposiciones/representaciones, mientras que la versión semántica
introduce una u otra forma de semántica veritativa, a través de las
nociones de referencia y verdad.

3) la semántica ecológica, denominada así porque pretende ubicar


la fuente causal del significado y es, por tanto, a diferencia de la teoría
computatoria de la mente, declaradamente externalista. Entre las
diferentes variedades mencionadas, merece la pena destacar el enfoque
informacional de F. Dretske, patentemente realista y objetivista; el
funcionalismo de R.G. Millikan, evolutivo, adaptativo y, por tanto, dotado
de una dimensión diacrónica no ortodoxa dentro del cognitivismo, pero
necesaria. Y sobre todo la teoría psicológica de J.J. Gibson (1979) y otras
parecidas más o menos inspiradas en la obra de J. Piaget. Para este
grupo de teorías, la fuente de significación procede de la acción del
individuo sobre su entorno, acción progresivamente interiorizada y
complejizada en diferentes etapas del desarrollo. En este grupo de teorías
(teorías senso-motoras de la mente) es donde cabe situar la teoría
corpórea del significado avanzada por M. Johnson y G. Lakoff.

4) Finalmente, las teorías intencionales del significado, ligadas a


una concepción pragmática de origen wittgensteniano, tal como se
sistematiza en la teoría de los actos de habla de J.L. Austin y J. Searle y
en la teoría de las implicaciones pragmáticas de H.P. Grice.
194

Todas estas teorías son, en principio, susceptibles de proporcionar,


o servir de base a, una teoría naturalista del significado. Aunque no todas
incorporan tesis directamente naturalistas, como por ejemplo el grupo 4),
pueden concebirse como complementarias o compatibles con tal enfoque.
Sin embargo, esta tarea, la de mostrar cómo una teoría del significado
puede efectivamente incardinarse en una teoría naturalista de la mente,
está por hacer.
No obstante, se puede resumir parte de lo conseguido en la
construcción de una semántica cognitiva, en la descripción de los
mecanismos en que se basa la construcción y el desarrollo del
conocimiento, aunque no directamente el origen de ese conocimiento,
onto o filogenético.

7.2.3. Las características básicas de la semántica cognitiva.

En primer lugar, la semántica cognitiva asegura un lugar


primigenio a los esquemas imaginísticos (image schemata),
protorrepresentaciones producto de la experiencia primigenia (según M.
Turner, necesaria) y de la estructura neurobiológica innata. Tienen que
ver con la percepción del espacio, la situación del propio cuerpo, los
movimientos y las fuerzas que operan en ese espacio, etc. Los esquemas
imaginativos no son auténticas representaciones al menos en dos
sentidos: a) no son detalladas ni discriminadas, sino que tienen un
carácter gestaltico; b) no implican autoconciencia por parte del organismo
que los construye.
En segundo lugar, la semántica cognitiva conjetura diversos
mecanismos mediante los cuales se amplían y desarrollan los esquemas
para constituir conceptos y familias de conceptos (sistemas
conceptuales). Una de las alternativas más exploradas es la que asigna
195

un papel central a la metáfora (G. Lakoff y M. Johnson, 1980; M. Johnson,


1987; G. Lakoff, 1987, 1993). De acuerdo con la tesis central de esta
orientación, los esquemas imaginativos son utilizados para estructurar
dominios abstractos, innacesibles a la experiencia del sujeto. La
proyección del dominio-fuente (esquema) en el dominio-diana (target
domain) está sujeta a restricciones estructurales: debe existir un cierto
ajuste (fit) entre los dos dominios para que la proyección sea viable. Esta
forma de proyección metafórica no sólo funciona en la conceptualización
de eventos, sino que está en la base de la creación de categorías de nivel
básico (como las que han estudiado C. Mervis y E. Rosch, 1981) y de
categorías genéricas. A su vez, las categorías genéricas se relacionan
metafóricamente entre sí para conceptualizar ideas abstractas o no
directamente experienciales.
Un punto crucial en que la semántica cognitiva se separa de la
teoría computatoria ortodoxa es en la forma en que se da cuenta de la
génesis, la naturaleza y la función de la estructura formal de los procesos
cognitivos mediante los cuales se gestiona y amplia el conocimiento, lo
que, en un sentido no técnico, se suele denominar `la lógica´ de los
procesos cognitivos. De acuerdo con la teoría computatoria ortodoxa
buena parte, si no toda, la estructura sintáctica de los procesos cognitivos
es básicamente innata, aunque activada (triggered) por acontecimientos
experienciales. En la teoría corpórea, en cambio, la estructura es el
producto de un proceso de construcción, a partir del núcleo significativo
proporcionado por los esquemas imaginativos. Esta tesis prolonga las
ideas de J. Piaget acerca del carácter operatorio de los conceptos lógicos,
tanto en lo que se refiere a la lógica categorial (las características
formales de los conceptos clasificatorios) como a la sintaxis lógica. Sin
embargo, esa dimensión evolutiva está por desarrollar. En las versiones
canónicas de la teoría se postulan dos momentos de ese proceso
evolutivo: el del recién nacido, dotado de una estructura neurobiológica
innata, que acota un rango de experiencia necesaria, y un estado adulto,
196

de modelos conceptuales ya acabados. La constitución de esos modelos


conceptuales a partir de los estados iniciales es conjeturada y apoyada
principalmente por datos lingüísticos (G. Lakoff, 1987). Pero es preciso
detallar el proceso evolutivo ontogenético de esos modelos conceptuales,
esto es, es preciso comprobar: 1) que el análisis lingüístico se encuentra
efectivamente respaldado por la investigación psicológica empírica; 2) que
el proceso evolutivo intermedio constituye una descripción adecuada de la
constitución de procesos cognitivos diferenciales, esto es, es preciso
poner en relación las modificaciones corporales (maduración del sistema
nervioso, fases de equilibración de las estructuras cognitivas) con los
procesos de constitución de modelos conceptuales progresivamente más
abstractos y complejos. Precisamente ése es el núcleo de la concepción
piagetiana, puesto que su distinción entre periodos cognitivos está
directamente correlacionada con etapas en la maduración del sistema
neurofisiológico. Es razonable suponer que, aunque en cierto sentido
primitivos, los esquemas imaginativos no son de la misma complejidad ni
emergen en un mismo nivel de desarrollo. De hecho la investigación
psicológica evolutiva apunta a la periodización de la construcción de
nociones tales como límite, totalidad, superficie, implicadas en la
construcción de los esquemas primarios. Del mismo modo, se puede
destacar la necesidad de distinguir, o bien entre diversos momentos en la
constitución del esquema, o bien entre diferentes períodos en la función
cognitiva del esquema. La característica esencial del esquema es que
proporciona el elemento primordial para la realización de inferencias.
Ahora bien, la investigación empírica ha demostrado que existen
diferencias evolutivas en la explotación inferencial de los esquemas:
ciertas inferencias basadas, por ejemplo, en el esquema del recipiente (un
objeto dentro de otro), son innacesibles para el niño de corta edad,
mientras que son automáticas en el adulto. Esto sugiere que, o bien el
esquema no acaba de adquirir una forma completa (con pleno
aprovechamiento de su virtualidad inferencial) hasta la edad adulta, o bien
197

esa virtualidad inferencial se concreta evolutivamente. Si la virtualidad


inferencial es lo que identifica un esquema imaginativo, entonces cabe
afirmar lo primero, mientras que, si existen criterios independientes de
caracterización de los esquemas, es más adecuado afirmar lo segundo.
Algunos psicólogos han puesto especial interés en subrayar este punto
por su escepticismo acerca de que la metáfora sea un procedimiento
cognitivo suficiente para explicar la conformación de los sistemas
conceptuales. Su análisis se ha centrado en la constitución de los
conceptos taxonómicos y en su presunto origen en el esquema del
recipiente. De acuerdo con la idea habitual (M. Johnson, 1987: G. Lakoff,
1987), el concepto de categoría está modelado sobre el concepto de
recipiente de acuerdo con la siguiente proyección analógica: del mismo
modo que un recipiente contiene objetos, una categoría contiene
elementos; una clase o conjunto es un recipiente metafórico de los
elementos que pertenecen a esa clase o conjunto. La proyección se
efectúa sobre la estructura formal del concepto de recipiente y no sobre
su substancia: un recipiente puede contener objetos muy dispares,
mientras que la sustancia del concepto de categoría es que contiene
elementos con alguna propiedad (imaginable) en común. Pero lo esencial,
lo que se proyecta, es la relación entre el recipiente y lo que contiene, y la
categoría y sus elementos.
La objeción de los psicólogos a este esbozo de la situación es que
los niños de un año o año y medio son incapaces de establecer
categorías taxonómicas a partir, únicamente, de la proyección del
esquema del recipiente. En cierto sentido tienen razón, puesto que una
distribución de objetos en diferentes recipientes no es, automáticamente,
una clasificación. Es preciso algo más que la proyección de la estructura
formal del esquema para alcanzar el concepto de categoría y de
clasificación. Pero su objeción es errónea si pretende negar que la
proyección esquemática sea una condición necesaria en la constitución
del concepto es cuestión. Si se quiere decir de este modo, el concepto de
198

agrupamiento, incluso aleatorio, es previo, operacionalmente hablando, al


concepto de agrupamiento en categorías homogéneas o clasificación.
En resumen, aunque escépticos respecto al papel central de la
metáfora y la analogía en la constitución del conocimiento abstracto, la
principal cuestión que algunos psicólogos han planteado es la necesidad
de dotar a la semántica cognitiva de una dimensión evolutiva real. De
acuerdo con su conjetura, y la naturaleza de ciertos datos iniciales, entre
los que se encuentran los aportados por las propias investigaciones de J.
Piaget, es preciso matizar ciertas tesis radicales de la semántica
cognitiva. Entre ellas, la de que la constitución de sistemas formales para
gestionar el conocimiento es una derivación de sistemas más básicos de
representación del significado, de su encarnación (embodiment) en
imágenes esquemáticas. Según sugieren, es más probable que los
sistemas formales de reglas se desarrollen y evolucionen al mismo tiempo
y de forma independiente de los esquemas imaginativos y que
desempeñen un papel importante en el almacenamiento, producción y
conservación del conocimiento, tal como postula la teoría computatoria
del significado.
Asimismo, se ha argüido que es preciso dotar de una dimensión
dinámica a los esquemas: es irreal suponer que son elementos fijos en la
generación de conocimiento, construidos de una vez por todas en los
primeros años de la existencia del individuo. Como otros componentes
cognitivos, han de experimentar las correspondientes transformaciones,
que tienen su origen tanto en las modificaciones orgánicas como en la
progresiva complejidad de la asimilación de experiencias por parte del
individuo. Si la teoría cognitiva es constructivista, ha de serlo con todas
las consecuencias, proporcionando una descripción de cómo se
constituyen, a lo largo del desarrollo cognitivo del individuo, los
esquemas imaginativos, de cómo adquieren fijación y coherencia para
constituir la base del desarrollo de sistemas conceptuales completos.
199

La concepción general de G. Lakoff acerca de lo que es un sistema


conceptual comienza con una inversión de este argumento: la
investigación evolutiva de la constitución de los sistemas conceptuales,
para tener sentido, ha de basarse en el supuesto de lo que es un sistema
conceptual en su forma completa o madura. De otro modo, sin saber, o
conjeturar, cuál es el resultado del proceso, resulta difícil establecer
etapas o fases hacia la consecución de ese estado final. En ese sentido,
cualquier cambio en la concepción de lo que es un sistema conceptual
tiene consecuencias inmediatas para la investigación evolutiva de esa
noción: reordena la evidencia acumulada, situándola bajo una nueva luz
y, al mismo tiempo, abre nuevas perspectivas y líneas de investigación.
De acuerdo con G. Lakoff, se ha producido un cambio radical en los
últimos quince años en la noción de sistema conceptual maduro, de la
mano de esta teoría de la mente alternativa a la teoría computatoria
ortodoxa, la teoría de la mente corpórea o corporerizada (M. Johnson,
1987; G. Lakoff, 1987; F. Varela, E. Thompson y E. Rosch, 1991), cambio
que ha forzado una reorganización de la investigación sobre la
constitución de los conceptos.

7.2.4. La metáfora y la constitución de los conceptos

Según G. Lakoff, la teoría cognitiva de la metáfora (G. Lakoff y M.


Johnson, 1980; G. Lakoff, 1987; E. Sweetser, 1990) constituye un
elemento esencial de la teoría de la mente corpórea porque explica cómo
el individuo es capaz de construir sistemas conceptuales abstractos a
partir de imágenes esquemáticas y conceptos directamente ligados a la
experiencia, Se puede decir que la teoría cognitiva de la metáfora sigue el
sesgo general de la concepción piagetiana, anclar las propiedades
formales de los conceptos en realidades experienciales concretas, pero
haciendo uso del arsenal teórico de la lingüística y la psicología
200

modernas. Así, para G. Lakoff, aunque los mecanismos metafóricos no


son propiamente lingüísticos, sino conceptuales, son accesibles mediante
el análisis lingüístico. Este análisis revela que las metáforas lingüísticas
no son sino la punta del iceberg de procesos cognitivos más básicos en la
constitución y funcionamiento de los conceptos abstractos. De hecho, el
análisis lingüístico permite descubrir la fisonomía de nuestros sistemas
conceptuales a través de las generalizaciones pertinentes en el nivel del
lenguaje. Las expresiones lingüísticas de carácter metafórico no son
fenómenos puntuales o aislados, sino que se encuentran inmersas en
redes de relaciónes fundamentalmente inferenciales, que permiten
conjeturar una rica estructura conceptual subyacente.
El mecanismo cognitivo básico de la metáfora es la proyección (en
un sentido similar al matemático): las metáforas conceptuales operan
proyectando sobre un dominio, el dominio diana (target domain), (parte
de) la estructura de otro dominio, el dominio fuente (source domain). Tal
proyección se efectúa generalmente en el nivel de las categorías
supraordinadas, esto es, en las categorías que agrupan las categorías de
nivel básico (por ejemplo, `animal´ respecto a `perro´, `gato´, `león´, etc.).
La razón tiene que ver con la productividad cognitiva: una misma metáfora
conceptual puede concretarse en múltiples formas, con una rica variedad
imaginativa.
La proyección metafórica, la estructuración de un dominio
conceptual en términos de otro, está sujeta al principio formal de
invariancia (G. Lakoff, 1990), que asegura la congruencia entre ambos
dominios conceptuales, de tal modo que la topología cognitiva del dominio
fuente se preserva en el dominio diana o blanco. Constituye pues una
condición restrictiva sobre las proyecciones metafóricas no tanto en el
sentido de condicionar qué dominios conceptuales pueden ser
transferidos a otros como en el de limitar el modo en que pueden ser
proyectados. Asimismo, el principio de invariancia permite la
estructuración múltiple de un dominio conceptual, generalmente en
201

términos de dualidad . La existencia de esta metaforización múltiple de


dominios conceptuales impide concebir la proyección metafórica como un
proceso computatorio ortodoxo (v. B. Indurkhya, 1992), serial, entre dos
dominios de significados literales.
El aspecto más importante de la proyección metafórica no es
estático -la capacidad para dotar de estructura -, sino dinámico, el
potencial inferencial de tal proyección. Se puede decir que ésa es la
motivación funcional de la metáfora, permite efectuar inferencias sobre
dominios abstractos y, así, dotar a esos dominios de estructura 74 . El
mismo proceso de razonamiento, su conceptualización, está estructurado
en términos metafóricos: la manipulación de representaciones se concibe
en términos de objetos y movimientos en el espacio; surge de la imagen
esquemática del razonamiento espacial para conceptualizar el
razonamiento abstracto mediante proyecciones metafóricas.
De acuerdo con G. Lakoff, las metáforas conceptuales no son
arbitrarias ni, en buena medida, culturalmente específicas. Se encuentran
enraizadas en la experiencia de individuos con recursos cognitivos
esencialmente similares. Las correspondencias formales de las
experiencias constituyen la base sobre la que se construyen las
proyecciones metafóricas. Aunque las experiencias como tales no son
deterministas -no permiten predecir la naturaleza de las metáforas que se
utilizarán en una cultura-, son explicativas en la medida en que acotan un
determinado ámbito de metaforicidad: permiten predecir, negativamente,
que ninguna metáfora violará la estructura experiencial básica. La
posición epistemológica general de G. Lakoff es no-objetivista: la
naturaleza de los mapas conceptuales no depende de, o está

74 Existen autores (G. Murphy, 1996) que pretenden restringir o reinterpretar esta
función cognitiva central de la metáfora. Para estos autores, la metáfora no ejerce la
función de dotar de estructura a un determinado concepto, siuno que consiste en la
proyección entre estructuras similares. Esta similaridad de estrcuturación conceptual es
la que posibilita la proyección metafórica. Ni que decir tiene que tal concepción ignora,
por una parte, los procesos de génesis conceptual (onto y filogenética) y se basa, por
202

determinada por, las características de una realidad autónoma de los


procesos cognitivos mediante los cuales se aprehende. Es fruto de una
determinación conjunta de cuerpo y realidad, a través de la noción de
experiencia. Por eso, G. Lakoff califica su orientación general de
experiencialista.

7.2.5. La posición experiencialista

Tal como la caracterizan G. Lakoff y M. Johnson (1999), la posición


experiencialista se sitúa en un punto intermedio entre el empirismo
tradicional y el innatismo o racionalismo. Admite que las estructuras
cognitivas innatas desempeñan un papel importante en la constitución de
los sistemas cognitivos, desempeñando la función de constricciones o
límites a la variabilidad de tales sistemas, pero reconoce, al mismo
tiempo, la función de la experiencia en la conformación y desarrollo de
esas estructuras cognitivas. Con ambas posiciones epistemológicas
comparte pues ciertos rasgos, aunque no es reducible a ninguna de
ambas posiciones, en ninguna de sus dimensiones (ontológica,
epistemológica, moral...). Así, con el racionalismo (y con el idealismo)
comparte la idea de la inmanencia de nuestros sistemas conceptuales, en
el sentido negativo de argumentar la imposibilidad de un punto de vista
exterior o neutral, al cual fueran traducibles o reducibles el resto de los
sistemas conceptuales empíricos. Dicho de otro modo, dado que el
enraizamiento de nuestro pensamiento en la naturaleza de nuestro cuerpo
y su relación con el entorno, es impensable un sistema puramente formal
de representación del mundo y de nuestra experiencia en él. Ahora bien,
esa fundamentación carnal del pensamiento significa al mismo tiempo la
existencia de límites a las formas que pueden adoptar nuestros sistemas
conceptuales, de tal modo que la variabilidad epistémica no desemboca

otra, en un objetivismo insostenible, en la medida en que mantiene que existe una


estructuración inmanente a cualesquiera conceptos.
203

en un relativismo radical: la verdad es local, en el sentido de que no existe


(ni puede existir) un sistema conceptual que abarque o englobe todos los
demás en una posición epistémicamente superior, pero no es relativa, en
el sentido de que no es arbitraria (acausal).
En la medida en que la posición experiencialista pretende estar
empíricamente justificada, esto es, ser realista desde un punto de vista
psicológico, sus propiedades más interesantes tienen que ver 1) con la
naturaleza de los conceptos y la forma en que se encuentran
incardinados; 2) con las consecuencias que ello tiene para el concepto de
razón.
En cuanto a lo primero, es preciso insistir en la función esencial
que desempeña la metáfora en esta posición: posibilita la misma
existencia del pensamiento abstracto, puesto que los conceptos y los
procesos que lo componen son constituidos por proyecciones metafóricas
que tienen su origen en la experiencia del propio cuerpo y su relación con
el entorno. Es necesario destacar, pues, que la posición experiencialista
no sostiene que el conjunto de nuestro pensamiento (o nuestro lenguaje)
es metafórico y, por ello, es preciso distinguirla, por una parte, del
idealismo clásico y, por otra, del constructivismo epistemológico, (M. Arbib
y M. Hesse, 1986). El pensamiento metafórico, abstracto, esta enraizado
en la experiencia concreta, física, y construido a partir de ella. Es
esencialmente pluralista, en el sentido de que una misma realidad puede
estar múltiplemente metaforizada, iluminando las diferentes metáforas
diferentes aspectos de la realidad en cuestión, lo cual se traduce en
posibles obstáculos para la comunicación. La variabilidad en los procesos
comunicativos se mueve entre el polo de la identidad (relativa) de las
experiencias y de las diferencias (relativas)entre las conceptualizaciones
de esas experiencias.
En cuanto a las consecuencias que este tipo de concepción tiene
para el propio concepto de razón, la característica más sobresaliente es
su integración de las dimensiones imaginativa y emocional en los
204

procesos cognitivos mismos. La metáfora es caracterizada como el


instrumento esencial de la mente poética (R. Gibbs, 1994), como la forma
en que asimilamos e integramos información que no está ligada
directamente a nuestras facultades perceptivas o a nuestras formas
elementales de trato con el mundo. En particular, la metáfora es el
recurso cognitivo que utilizamos para construir nuestro mundo moral (M.
Johnson, 1993) y nuestra vida social. Sin una adecuada teoría sobre la
metáfora, no solamente seremos incapaces de captar el núcleo generador
de los procesos cognitivos que nos permiten dominar el mundo natural,
tampoco podremos comprender la médula de nuestra vida moral, política
y social.
205

CAPITULO 8
Conceptos metaforizados: el caso de la argumentación

Así como el razonamiento (bajo sus múltiples formas


inferenciales) desempeña un papel central en nuestros sistemas
cognitivos, la argumentación lo juega en el concepto de razón. Por decirlo
así, la argumentación es una dimensión pública y comunicativa,
posiblemente no la única, de procesos cognitivos inferenciales propios de
la especie humana. Aunque los procesos cognitivos inferenciales en sí no
son exclusivos de los seres humanos, lo es en cambio su exteriorización
mediante la comunicación lingüística, su utilización en procesos sociales
de constitución y modificación de creencias y de conducta. Por ello, para
captar nuestro propio concepto de racionalidad, de utilización de la razón,
es importante una correcta descripción de nuestro concepto de
argumentación. Este capítulo explora la forma que tiene el concepto de
argumentación en la cultura occidental utilizando los instrumentos
provistos por recientes teorías cognitivas sobre la naturaleza de los
conceptos y sus consecuencias para el propio concepto de razón.

8.1. La naturaleza de los conceptos

Simplificando mucho, se puede decir que, en la filosofía actual, hay


dos familias de teorías diferentes sobre la naturaleza de los conceptos.
De acuerdo con la familia de teorías tradicionales o definicionales, un
concepto está formado por una intensión y una extensión, tal que aquélla

- es un conjunto de propiedades poseídas por los individuos que


pertenecen a una clase, que es la extensión del concepto
206

- las propiedades determinan el conjunto de condiciones necesarias y


suficientes para la aplicación del concepto, esto es, constituyen una
definición intensional del concepto

- las propiedades son equipolentes, en el sentido de contribuir en la


misma medida a la definición del concepto

- las propiedades son comunes a todos los miembros de la extensión


del concepto. Todos los miembros son igualmente representativos del
concepto.

El problema con esta concepción fregeana de los conceptos es que


carece de conexión con procesos cognitivos reales, en particular con los
que subyacen a la utilización del lenguaje. Dicho de otro modo, un
hablante de una lengua puede utilizar correctamente un término
conceptual de su idioma, y en ese sentido conocer su significado, sin
estar en posesión por ello del conocimiento de la intensión o de la
extensión del supuesto concepto correspondiente. Por eso ha sido una
teoría muy poco popular, en su forma estricta, entre psicólogos75, pero en
cambio sigue siendo un teoría casi dada por supuesta entre lingüistas y
filósofos, especialmente entre los de orientación formalista, no cognitiva.

Por otro lado, una familia de teorías más afín a realidades psicológicas
propugna una estructura conceptual mucho más laxa. Tal familia de

75 Aunque, por ejemplo, A.M.Collins y M.R. Quilliam (1969, 1970) desarrollaron un modelo de

estructura conceptual basada en esta concepción (v. M.V. Eysenk y M.T. Keane, 1990 para una

crítica de los modelos definicionales de los conceptos).


207

teorías es conocida como teorías del prototipo conceptual y tienen su


origen, en el campo de la psicología, en las investigaciones de E. Rosch
sobre categorización (E. Rosch, 1978; E. Rosch y C.B. Mervis, 1975). En
su dimensión crítica, las teorías del prototipo constituyen una negación
punto por punto de las teorías definicionales clásicas76:

- la información relativa a un concepto, relevante para su adquisición y


uso, no está simplemente organizada como un conjunto de propiedades o
rasgos, sino que puede estar representada en forma proposicional, o en
forma de esquemas (D. Rumelhardt, 1980) o parecidos sistemas de
representación.

- la información no constituye un conjunto de propiedades necesarias o


suficientes para la aplicación del concepto. Mucha de la información, o de
los rasgos conceptuales pertinentes, es contingente.

- la información asociada a un concepto no es equipolente. Cierta


información es primada sobre otra a la hora de gestionar esa información.
En particular, la información conceptual se distribuye a lo largo de una
escala de tipicidad, que expresa su proximidad a los miembros
prototípicos de la extensión del concepto

- no todos los miembros de la extensión del concepto poseen las


propiedades pertinentes, o les es aplicable la información conceptual.
Existen miembros atípicos.

76 Esta es una interpretación natural de la teoría del prototipo, pero al parecer ni es la correcta ni la

pretendida por E. Rosch (v. G. Lakoff, 1987, cap.9)


208

Como es de suponer, la dicotomía esbozada es demasiado radical. La


teoría definicional se puede modificar, y se ha modificado (v. Smith y
Medin, 1981) para dar cuenta de hechos experimentales, como los
efectos de tipicidad y predominancia (priming), y la teoría del prototipo
conceptual a veces ha resultado demasiado simple para dar cuenta de
procesos cognitivos más sutiles o para explicar aspectos evolutivos 77 .
Pero, en general, y en lo que atañe a las consecuencias filosóficas que se
pueden extraer de uno y otro tipo de familias de teorías, se puede afirmar
que la oposición sigue siendo válida (v. A. Goldman, 1993; G. Lakoff,
1994).

Buena parte de la investigación psicológica sobre los conceptos, y de


la reflexión filosófica, se ha centrado en los conceptos concretos (clases
naturales) pertenecientes a un nivel básico (Rosch y Mervis, 1975; G.
Lakoff, 1987). Sin embargo, comparativamente, pocas investigaciones se
han dedicado a los conceptos abstractos, a su estructuración y
aprendizaje. Una de las primeras observaciones hechas a su respecto
(J.A. Hampton, 1981), es que no parecen encajar en la teoría del
prototipo. Pero la razón no es que estos conceptos queden perfectamente
definidos por rasgos conceptuales; antes bien al contrario, se trata de
categorías con una extensión no bien definida (como las categorías de
regla o creencia, que se utilizan en el estudio mencionado) y, en ese
sentido, están menos estructurados que las categorías de nivel básico78.

77 Véase el mencionado manual de M.V. Eysenk y M.T. Keane (1990) y el de N.A. Stillings et alii

(1995) para una amplia panorámica de los logros y carencias de la teoría del prototipo conceptual.

78 No obstante, similares efectos prototípicos a los exhibidos por las categorías básicas se

han demostrado en categorías característicamente abstractos, como la de numero primo


209

Aunque existen diversas teorías sobre la estructura y adquisición de


estos conceptos abstractos (P.J. Schwanenflugel, 1991), la teoría de la
mente corpórea (embodied theory of mind) (G.Lakoff y M.Johnson, 1980,
M. Johnson, 1987, G. Lakoff, 1987), en la órbita de las teorías del
prototipo conceptual, ha proporcionado una alternativa sugerente y
elaborada a las teorías tradicionales, basadas bien en el teoría
definicional de los conceptos, bien en una separación injustificada entre lo
simbólico-formal y lo corpóreo-imaginativo79. La idea básica de la teoría
de la mente corpórea respecto a los conceptos abstractos es que

- los conceptos abstractos no son simplemente estructuras formales de


rasgos conceptuales igualmente abstractos

- están ligados a conceptos concretos o básicos mediante diferentes


recursos cognitivos. Tales conceptos concretos constituyen el ancla
corpórea del pensamiento abstracto, insuficientemente representado
en las teorías clásicas como manipulación de símbolos formales

- el proceso cognitivo central de la corporeización de los conceptos


abstractos es la metáfora.

- las metáforas dotan de estructura a los conceptos abstractos, dando


origen por tanto a los procesos inferenciales puestos en juego en el
razonamiento y la argumentación

(Armstrong, Gleitman y Gleitmant, 1983) o las propias categorías del análisis lingüístico -

sujeto, nombre...- (G. Lakoff, 1987).

79 Como en la teoría de la doble codificación de A. Paivio (1986).


210

8.2. La dimensión cognitiva del concepto de argumentación

A comienzos de los años ochenta, G. Lakoff y M. Johnson (1980),


iniciaron su estudio seminal sobre la metáfora refiriéndose a la metáfora la
argumentación es una guerra, que se convirtió en su ejemplo favorito en
esa obra. El sentido de sus observaciones iniciales fue poner de relieve
que la metáfora no es un asunto o problema estrictamente lingüístico, sino
conceptual. Desde ese momento, la idea central que han defendido en
diversas publicaciones (G. Lakoff, 1987, 1993, 1994; M. Johnson, 1987,
1994) es que la metáfora es el recurso central en la constitución de
nuestros sistemas conceptuales. Cuando se habla de una argumentación
en términos de una batalla en la que se gana o pierde, no se limita uno a
hablar, sino que la metáfora determina la forma en que comprendemos y
experimentamos el hecho social de la argumentación. Dicho en la
primigenia declaración sintética de G. Lakoff y M. Johnson80: "La esencia
de la metáfora es comprender y experimentar una clase de cosas en
términos de otra". La categorización, entendida en estos términos, no es
un proceso pasivo de registro y organización de una realidad exterior, sino
un proceso activo de estructuración cognitiva a partir de realidades
experienciales básicas. Por eso, si en otra cultura la argumentación fuera
concebida en una forma radicalmente diferente (por ejemplo, como un
proceso de colaboración o coordinación, sin ganadores ni perdedores,
como en un danza), nosotros ni siquiera seríamos capaces de
comprender esa conducta como argumentación, seríamos incapaces de
asimilarla a nuestra conducta argumentativa. La metáfora no sólo
estructura nuestro concepto de argumentación, sino que rige la forma en
que nos comportamos argumentativamente y la forma en que hablamos
de esa actividad central para nuestro concepto de razón..

80 G. Lakoff y M. Johnson, 1980, pág. 5.


211

G. Lakoff y M. Johnson propusieron que, para analizar la


estructuración metáforica de nuestros sistemas conceptuales, es un
medio metodológico válido el análisis lingüístico: aunque primariamente
conceptual, la metáfora despliega su sistematicidad en el plano
lingüístico: "Como las expresiones metafóricas en nuestra lengua están
unidas a los conceptos metafóricos de una forma sistemática, podemos
utilizar las expresiones lingüísticas metafóricas para estudiar la naturaleza
de los conceptos metafóricos y llegar a comprender la naturaleza
metafórica de nuestras actividades" 81 . No hay que considerar pues las
expresiones metafóricas como hechos lingüísticos aislados, sino como la
forma en que se manifiesta, en el lenguaje, la topología de nuestros
sistemas conceptuales. Como en toda topología, en las metáforas
conceptuales existe una serie de relaciones de congruencia: las
proyecciones metafóricas preservan (parcialmente) la estructura del
dominio fuente u origen de la metáfora (metaphorical source), el dominio
metaforizador, en el dominio blanco u objetivo (target domain) de la
metáfora, el dominio metaforizado. Las relaciones conceptuales formales,
a su vez, son preservadas en las correspondientes relaciones semánticas,
fundamentalmente inferenciales.

En (1980), Lakoff y Johnson clasificaron los diferentes tipos de


metáforas en estructurales, orientacionales y ontológicas, dependiendo de
la naturaleza de las proyecciones analógicas correspondientes. Pero el
hecho de que un concepto esté metaforizado por un determinado tipo de
metáforas no implica que no pueda estarlo por alguno de las otras, e
incluso que pueda estar conceptualizado, al mismo tiempo, por diversos
tipos de metáforas. En principio, el caso de la argumentación es una
guerra es un caso de metáfora estructural, pero, en la medida en que los

81 G. Lakoff y M. Johnson, op. cit, pág. 7.


212

eventos y las acciones son, a su vez, metaforizados ontológicamente


como objetos, el concepto de argumentación está sometido, al menos, a
dos tipos distintos de metáforas. En ese sentido, uno puede estar inmerso
en una argumentación, del mismo modo que uno puede abandonarla o
irse (por los cerros de Úbeda) de ella, superarla, ignorarla, etc. Además,
en la medida en que toda argumentación tiene una dimensión temporal,
esa dimensión puede ser metaforizada, orientacionalmente, en una
dimensión espacial, y en ese sentido se puede hablar del progreso o
retroceso de una argumentación, de su falta de dirección, de las
encrucijadas en que se pueden encontrar los que argumentan, etc.

Como las metáforas orientacionales y ontológicas, las metáforas


estructurales están ancladas en la experiencia. Sin embargo, a diferencia
de ellas, son mucho más productivas desde el punto de vista cognitivo,
porque no sólo permiten operaciones referenciales (individuación
conceptual, cuantificación...), sino porque tienen un efecto organizativo,
dotan de esqueleto formal a (parte de) un concepto abstracto.

Ahora bien, ¿cómo puede estar la metáfora la argumentación es una


guerra anclada en la experiencia? En principio, parecería que tal
experiencia, aunque concreta, no está presente en el aprendizaje
individual en general y que, por tanto, su actuación es vicaria o delegada
con respecto a otras experiencias `de primera mano´.

La respuesta de G. Lakoff y M. Johnson fue ciertamente ambivalente.


Por un lado, su concepto de `experiencia´ no equivalía al de `experiencia
física directa´ (op. cit. pág 57), esto es, no dependía únicamente de la
conformación neurobiológica de los individuos. De acuerdo con su
afirmación "cualquier experiencia tiene lugar contra un amplio trasfondo
213

de presuposiciones culturales" 82 , lo que no quiere decir que la cultura


constituya el marco interpretativo de las `experiencias biológicas´, sino un
componente esencial en su constitución. Todas las experiencias son
hasta cierto punto culturales, lo cual no impide que se puedan distinguir
en el grado en que lo son y, en ese sentido, hablar de `experiencias +
físicas´ vs. `experiencias + culturales´. La experiencia de la guerra caería
más bien de este lado, en la medida en que su determinación (como tal
concepto puede estar sometido a amplia variación transcultural) y
valoración son productos culturales, transmitidos al niño en el aprendizaje.

Sin embargo, por otro lado, G. Lakoff y M. Johnson también


mantuvieron83 que la experiencia, no de la guerra en cuanto institución,
sino en cuanto (una clase de) conflicto o enfrentamiento físico, está
directamente ligada a la experiencia humana, animal en general La
estructura del enfrentamiento físico, incluso individual, es la misma que la
de la guerra y por eso ese concepto es especialmente apto para
estructurar un enfrentamiento verbal, ritualizado, como el de la
argumentación. La argumentación, en cuanto institución, es por una parte
la recreación simbólica del enfrentamiento físico y, por otra, en cuanto
concepto, es el resultado de aplicar la estructura del enfrentamiento físico
al intercambio verbal - a una cierta clase de las interacciones verbales.

No obstante, Lakoff y Johnson observaron que es el concepto general


de argumentación o discusión el que resulta estructurado en términos
bélicos, concepto general que incluye la subespecie de argumentación
racional. En la argumentación en general se aduce una serie de `razones´
en apoyo de una conclusión teórica o práctica; la naturaleza de esas
razones es irrestricta y reproduce, en algunos casos, los ``movimientos´

82 G. Lakoff y M. Johnson, op. cit. pág. 57

83 G. Lakoff y M. Johnson, op. cit, pág 61 passim


214

tácticos o estratégicos de una guerra (intimidación, amenaza, insultos...)


Sin embargo, en la argumentación racional se supone que el tipo de
`razones´ que se aducen está restringido, se limita a la mención de datos
relevantes y a la extracción de conclusiones lógicas -o al menos
racionales- de esos datos que `apoyan´ o `socavan´ una determinada
conclusión, también teórica o práctica. Lo importante, sin embargo, es
que, aún siendo la violencia verbal un factor explícitamente excluido de la
argumentación racional, ésta sigue siendo concebida (comprendida,
asimilada, influyendo sobre la conducta) en términos bélicos. De hecho,
en forma más sofisticada, los componentes de `violencia´ verbal que se
presentan en la argumentación general, también son perceptibles en la
argumentación racional - por ejemplo, en forma de falacias. La razón es
que la metáfora la argumentación es una guerra "está construida en el
sistema conceptual de la cultura en la que se vive 84".

8.3. Metaforización múltiple del concepto de argumentación

Hemos indicado que la idea de que los conceptos están


metafóricamente estructurados por una única metáfora, de una forma
unívoca, es simplista. No hace justicia ni a la complejidad de las
relaciones lingüísticas que se establecen en un campo léxico, el
correspondiente al concepto, ni a la intrincada forma que tienen los
mecanismos cognitivos de organización del conocimiento conceptual, por
lo que de ellos sabemos. Esa imagen es por tanto insatisfactoria tanto
desde el punto de vista estrictamente lingüístico como desde el cognitivo.
Más corriente es que un concepto, o una estructura conceptual
completa esté diversamente estructurada por diferentes metáforas, que
pueden dotar de forma a diversos aspectos de la estructura conceptual, o
de diversas formas a un mismo aspecto de esa estructura. Un problema

84 G. Lakoff y M. Johnson, op. cit. pág. 64.


215

inmediato que se plantea es el de la función que tal metaforización


múltiple tiene en la organización cognitiva y si tal función explica por sí
sola esta heterogeneidad metafórica. En principio, se pueden adelantar
dos líneas de respuesta a estas cuestiones:

- la redundancia resultante de una múltiple y plausiblemente


heterogénea estructuración posibilita la organización plástica de la
información conceptual y, seguramente, facilita su gestión
(almacenamiento, recuperación, etc..)

- la naturaleza polifacética (manifold) de un concepto amplia el rango


del uso de ese concepto, posibilitando su adecuación a diversos
contextos. Así, el concepto gana en flexibilidad, pudiendo cubrir
diferentes necesidades cognitivas en diferentes ocasiones.

En última instancia, tanto como una como otra línea de explicación


tienen como consecuencia un beneficio para la economía de los recursos
cognitivos, siempre en búsqueda de un equilibrio entre recursos limitados
y necesidades de una fina estructuración conceptual del mundo, esto es,
de representaciones detalladas y, al tiempo, rápidamente disponibles.

En cierto modo, la descripción de la metaforización múltiple de un


concepto como el de argumentación equivale a una tarea wittgenteniana
de análisis conceptual. Como es bien sabido, L. Wittgenstein pretendió
sustituir la descripción de la estructura de un concepto, entendido en
sentido tradicional como una suma de condiciones necesarias y
suficientes para su aplicación, por la descripción de sus usos en
diferentes contextos. Y precisamente eso es lo que pretende o lo que
comporta la determinación de las diferentes metáforas que operan sobre
un concepto. En definitiva, acotan un conjunto heterogéneo de contextos
de uso, en que la introducción del concepto es apropiada, o correcta, al
216

tiempo que permite y explica la creatividad conceptual85 como ideación de


nuevas formas de metaforización de la realidad y, por tanto, de nuevas
maneras de introducir un concepto en un juego de lenguaje.

Resumiendo lo dicho hasta ahora, en la cultura occidental, se han


analizado al menos cuatro metáforas que se utilizan en la estructuración
del concepto de argumentación:

I. la argumentación es una guerra


o, equivalentemente, discutir es pelear. Esta es la metáfora general
que estructura el concepto de argumentación, según G. Lakoff y M.
Johnnson. De acuerdo con esta metáfora, la argumentación se
comprende a través del concepto de confrontación. Lo cual quiere
decir que, en cuanto concepto abstracto, la argumentación sólo se
puede comprender mediante la referencia a lo que es la concepción
mundana de una confrontación institucionalizada. En principio, no hay
nada corpóreo en tal metaforización. Pero es que, a pesar de lo que
pudiera pensarse en una descuidada evaluación de lo que la teoría
corpórea de la mente, no todo concepto metaforizado lo es en
términos de experiencias gestalticas primigenias. El concepto en
cuestión puede ser metaforizado a través de otros conceptos
igualmente abstractos o por lo menos igualmente desligados de la

85 La creatividad conceptual constituye un problema para un análisis conceptual puramente

wittgensteniano, puesto que la noción de forma de vida no es relacional. Dicho de otro modo, la

teoría carece de una explicación sobre cómo una forma de vida surge a partir de otra o cómo

pueden estar relacionadas entre sí diferentes formas de vida.


217

experiencia personal. Ello puede deberse a dos razones, que


mencionaré, pero cuyo análisis detallado requiere una mayor atención:

- la metaforización se apoya en conceptos que, a pesar de parecer más


próximos a la experiencia, en realidad son conceptos culturalmente
específicos, en el sentido de poseer propiedades prototípicas y
estereotípicas propias de la cultura en cuestión.

Por ejemplo, aunque cabe pensar que en cualquier cultura, una


guerra es una guerra, es indudable que tal concepto tiene modulaciones
culturales importantes (culturas que no consideran una batalla entre
fuerzas desiguales una batalla, o que excluyen del concepto
confrontaciones con culturas consideradas inferiores, etc.) Es de suponer
por tanto que la naturaleza de las proyecciones analógicas en una cultura
y otra variarán correspondientemente.

- Es posible que la metáfora se efectúe sobre un ámbito alejado de la


experiencia personal o individual concreta, pero que ese ámbito, a su
vez, se encuentre metaforizado en términos más próximos a la
experiencia individual.

Esta es una posibilidad que merece la pena considerar en el caso de


las confrontaciones bélicas (y los campos léxico-conceptuales que
estructuran), puesto que tales conceptos se pueden considerar
sometidos, a su vez, a metaforizaciones más básicas.

De esta posibilidad, que exploraremos, no hay que concluir que,


progresando en el nivel de abstracción, es posible hallar un conjunto de
metáforas radicales, en el sentido de que, mediante su composición, sea
posible generar en un modo u otro las metáforas típicas de una cultura.
Antes bien al contrario, si hay un conjunto de metáforas básicas, en cuyos
218

términos se pueden producir otras, es porque esas metáforas básicas


están más próximas a experiencias primigenias del individuo
(alternativamente, de su cultura), esto es, están más ligadas a las formas
elementales en que se percibe y conceptualiza el mundo perceptual
elemental.

A esta metáfora pertenecen expresiones como las siguientes,


cuando se refieren a momentos o estados en la argumentación:

conseguí debilitar su posición


mi línea defensiva era sólida, estaba ampliamente fortificada
ataqué sus premisas con toda la artillería de la que disponía en ese
momento
cedió terreno ante mi ataque
se encastilló en sus posiciones

II. los argumentos son edificios (construcciones)

Esta es una metáfora muy productiva porque estructura muy


diferentes campos léxicos. En el caso de la argumentación, permite
que ésta se conciba en términos de propiedades de las
construcciones, como el equilibrio, la solidez, e incluso en términos
estéticos. A esta metáfora conceptual pertenecen expresiones como

su argumentación era sólida


las premisas eran más débiles de lo que parecía
no era fácil echar abajo sus razonamientos
su argumentación adolecía de defectuosos fundamentos
los cimientos de su argumentación eran firmes
sus premisas eran livianas
219

el peso de su argumentación descansaba en una sola premisa


sus razonamientos eran equilibrados
la argumentación se vino abajo

III. los argumentos son recipientes

Al igual que la metáfora anterior, se trata de una metáfora muy


productiva. La metáfora del recipiente ha sido exhaustivamente
analizada desde el artículo seminal de M. Reddy (1979) y es quizás la
metáfora central en la comprensión de nuestra vida mental. En lo que
atañe a la argumentación, se pueden considerar pertenecientes a ella
expresiones como

su argumentación carecía de contenido


las premisas eran vacuas
el núcleo de su argumento era sólido
la conclusión contenía más información que las premisas

IV. la argumentación es un viaje

Asimismo, en cuanto acontecimiento temporal, en cuanto sucesión de


acciones, la argumentación es susceptible de ser conceptualizada en
términos espaciales, en términos de trayectorias, como en las
expresiones

su argumentación no iba a ninguna parte


la argumentación era tortuosa
las premisas estaban mal orientadas
se perdió tratando de encontrar el hilo de la argumentación
la conclusión apuntaba en dirección contraria a la de las premisas
había un largo camino desde las premisas a la conclusión
220

8.4. Estructura experiencial de la argumentación

Las argumentaciones suelen ser consideradas como un subconjunto


de los intercambios verbales comunicativos denominados en general
`conversaciones´ o `diálogos´(v. M. Dascal, ed. 1985) . En cuanto tal
subconjunto las argumentaciones comparten una estructura general
común con las conversaciones: existen unos participantes que asumen en
el intercambio los roles de hablante y auditorio, son actividades
complejas, compuestas por elementos que se pueden denominar
`intervenciones´, intervenciones que tienen un orden más o menos
seriado, etc. Siendo esto así, ¿qué es lo que distingue a las
argumentaciones de los intercambios verbales en general o de otro tipo
de interacciones comunicativas? La respuesta de Lakoff y Johnson86 fue
que estar inmerso en una argumentación es un tipo diferente de
experiencia que la de participar en una conversación. Un tipo de
experiencia en la que uno de los componentes esenciales es el de
sentirse envuelto en una confrontación, esto es, en un tipo de experiencia
culturalmente estructurado por el concepto de guerra o de enfrentamiento
físico.

En muchas conversaciones, el intercambio verbal carece de dirección,


esto es, no hay ningún fin comunicativo ni explícito ni compartido por los
participantes en la conversación. Eso sucede, por ejemplo, cuando tales
conversaciones tienen una función exclusivamente fática o cortés (más o
menos ritualizada). En otras, en cambio, existe una dirección
comunicativa, o bien compartida o bien explícitamente aceptada por los
participantes: se pueden discriminar unos fines comunicativos a los que

86 G. Lakoff y M. Johnson, op. cit. pág. 78 passim.


221

las intervenciones de los participantes apuntan. Voy a comprar el pan por


la mañana, le pido un tipo específico al dependiente, el dependiente me
advierte que aún no ha salido del horno, no está a la venta, le pido en su
lugar otro, me lo sirve, le pregunto cuánto cuesta, me lo dice, etc...
Aunque no explícitamente formulado, el objetivo de nuestra conversación
está implícitamente contenido en el escenario de nuestra interacción
verbal, culturalmente especificado: uno va a por pan a los hornos, puede
solicitar un tipo específico de pan en ellos, hay dependientes cuya misión
es atender las necesidades del cliente, informarle de la disponibilidad de
los productos, de su precio, etc...Nada hay en principio, en la situación
genérica, que convierta un intercambio verbal en una discusión o una
argumentación.

Sin embargo, puede que el dependiente no quiera o sepa informarme


de si existe a la venta un determinado producto, puede que se equivoque
al referirme su precio, puede que quiera convencerme de que adquiera
otro producto, o que quiera convencerme o engañarme con respecto a
otra cosa. Por mi parte, si no estoy dispuesto a plegarme a sus deseos,
intereses o intenciones, puedo argumentar o discutir con él, mencionando
mis propios intereses o intenciones en justificación de mi conducta,
haciendo valer su predominancia en cuanto cliente que adquiere un
producto, etc... Lo que convierte una conversación o intercambio verbal
en una argumentación o discusión es ante todo un cambio en la forma en
que conciben y experimentan los participantes en ese intercambio
comunicativo:

- en primer lugar, el intercambio de intervenciones, aunque pueda estar


regido por principios sociales retóricos (de cortesía...) más o menos
específicos, es experimentado como dotado de una dimensión
direccional. Esto es, no solamente es metaforizado en dimensiones
espaciales sino que además adopta un significado vectorial: las
222

intervenciones de los participantes se conciben, por cada uno de ellos


(y quizás también por un observador), como tendentes a un fin o
punto, cuya consecución es el fruto de la interacción de la fuerza o la
consistencia de cada una de esas intervenciones.

- además, la consecución de ese punto final, que no es necesariamente


un punto de equilibrio, es conceptualizada en términos polémicos.
Aunque la naturaleza de la metáfora polémica no excluye el equilibrio
de las fuerzas que entran en juego en la argumentación, lo habitual es
que los participantes conciban su propia posición, en el desarrollo del
debate y a su conclusión, en términos de `ganadores´ o `perdedores´.

Más precisamente formulado, se puede decir que lo que convierte una


conversación en una discusión o argumentación es una
reconceptualización de los papeles de los participantes, de sus
intervenciones y de la trayectoria o estructura lineal de la argumentación
verbal. En otro lugar (Bustos, 1986), he mantenido que, idealmente, la
dirección de un intercambio verbal se puede entender, en términos
contextuales, del siguiente modo:

- las intervenciones de los participantes en un intercambio verbal


tienden al incremento del conocimiento compartido, esto es, tienden a
aumentar la cantidad de creencias compartidas por los participantes
en el intercambio comunicativo87.

87 Esta es una forma dinámica de enunciar el principio de cooperación conversatoria (H.P. Grice,

1970)
223

- las intervenciones de los participantes en una conversación tienden a


incrementar la consistencia contextual, esto es, a eliminar las
creencias conflictivas en un contexto; por eso, muchas intervenciones
comunicativas están dirigidas a eliminar inconsistencias entre las
propias creencias del que interviene y las creencias que atribuye al
auditorio.

Es preciso insistir en que, siendo éste el marco general de la


interacción verbal, la argumentación o discusión no se produce sino con la
concurrencia de dos factores:

- los participantes en el intercambio conciben tal intercambio como


argumentación. Esto es, el criterio para definir la situación
comunicativa es puramente interno o, si se prefiere decir en estos
términos, cognitivo. La situación argumentativa depende de lo que los
participantes en ella conciban o experimenten respecto a ella. No
existen criterios externos primarios (lingüísticos, retóricos...) que
permitan definir o aislar ciertos intercambios comunicativos como
argumentaciones o discusiones.

- los participantes en el intercambio conciben la situación y su


participación en ella en términos primordialmente polémicos. En esta
concepción juega un papel importante la noción de posición, en el
sentido bélico, no puramente espacial. El conjunto de creencias
atribuidas por el hablante a su auditorio y, en particular, el subconjunto
de éstas en contradicción con las del propio hablante, configuran lo
que, de acuerdo con éste, es la posición del auditorio88. A su vez, lo

88 Esto no es estrictamente así, evidentemente. No todas las creencias del auditorio que

entran en contradicción con las del hablante son igualmente relevantes en cualquier
224

mismo sucede con el auditorio: éste también tiene una concepción de


lo que es la posición del hablante.

Por tanto, aún existiendo una identidad estructural entre la


conversación y la argumentación, se da una diferencia radical en la forma
en que, en ésta, conciben y experimentan los participantes sus
intervenciones: como una participación en una confrontación en la que
existen partes (adversarios), opiniones encontradas (posiciones), razones
para las creencias sostenidas (`defensas´ de las posiciones), razones
para no sostener las opiniones del contrario (`arsenal´ argumentativo)...

Esto sucede tanto con respecto a la `mecánica´ argumentativa como a


su `dinámica´: las intervenciones de los participantes ya no se conciben
como aportaciones más o menos explícitas al incremento del acuerdo
contextual, sino como movimientos o maniobras dirigidas o bien a
fortalecer la propia posición o a socavar o asaltar la del contrario. En las
argumentaciones es definitoria la existencia de lo que, en otro lugar
(Bustos, 1986) he denominado conducta comunicativa destructiva, esto
es, la conducta dirigida a la eliminación de inconsistencias contextuales,
contradicciones entre el conocimiento del hablante y el atribuido por éste
a su auditorio. Típicamente, la inconsistencia contextual se elimina, en la
argumentación, mediante lo que se concibe como una victoria o un
avance de las posiciones de uno de los participantes, quien ha sabido
defender mejor su posición o atacar la de sus adversarios.

8.5. Subcategorización y metaforización múltiples

momento del proceso argumentativo: sólo lo es un subconjunto de ellas, las relacionadas

(semánticamente, retóricamente...) con el asunto sujeto a argumentación


225

De acuerdo con G.Lakoff y M. Johnson 89 , el concepto de


argumentación es una subcategoría del de conversación. Tal
subcategorización preserva, como hemos vistos (parte de) la estructura
de la conversación y es homogénea con ella (constituye el mismo tipo de
actividad). Según su tesis, la relación entre ambos conceptos y las
experiencias que categorizan es la siguiente: la argumentación estructura
el concepto general de conversación a través de la proyección metafórica
la argumentación es una guerra. Sin embargo, hay dos puntos conflictivos
en esta tesis:

- en primer lugar, como ellos mismos reconocen, a veces es difícil


distinguir entre subcategorización estricta y la estructuración
metafórica: la argumentación puede considerarse una confrontación
simbólica y, en ese sentido, pertenecer como subcategoría al concepto
general de confrontación. Bajo este punto de vista, las confrontaciones
físicas y las argumentaciones constituirían un mismo tipo de actividad.
La diferencia no es tanto de grado, como mantienen Lakoff y Johnson
cuanto de perspectiva.

- en segundo lugar, en la concepción de Lakoff y Johnson, tanto la


conversación como la argumentación se conciben como totalidades
(Gestalts) experienciales: si ello quiere decir algo, es que se
presentan a la experiencia como entidades complejas dotadas de una
significación que no es reducible a la adición del significado de las
partes.

Esto parece evidente en el concepto de argumentación, precisamente


en virtud de su estructuración metafórica:

89 G.Lakoff y M. Johnson,1980, pág. 81 passim.


226

- el significado de los movimientos argumentativos no es expresable


sino en términos del conjunto de la argumentación. Esto quiere decir
que los componentes de la microestructura comunicativa de la
argumentación, por ejemplo los actos de habla que los participantes
realizan, no adquieren significado sino con relación al contexto
argumentativo global. Así, una afirmación o aserción, en una
argumentación, no tiene el simple significado de enunciar un hecho o
manifestar una creencia: es un acto de habla dirigido a un fin
argumentativo, a fortalecer o socavar una posición dialéctica90.

- la argumentación es una totalidad intencionalmente acotada. Por eso,


en ocasiones, se ha concebido como un macro-acto de habla, con sus
propias condiciones de realización. Metafóricamente, tal
intencionalidad se expresa en la noción de victoria o derrota
argumentativa, por no hablar de los avances o retiradas dialécticas.
La propia metáfora la argumentación es una guerra conduce a la
implicación de que las argumentaciones tienen una finalidad y,
plausiblemente, un fin reconocido por los que participan en ellas.

Sin embargo, en el concepto general de conversación, el elemento de


direccionalidad y, por tanto, de intencionalidad hacia la consecución de un
fin comunicativo puede estar ausente, por lo que resulta difícil entender
cómo constituye una Gestalt experiencial. La razón de Lakoff y Johnson
es que la conversación es una actividad comunicativa que tiene una
estructura `natural´, o que emerge naturalmente de la experiencia 91. Es
esa estructura natural la que da coherencia, según ellos, a la Gestalt

90 Esto es lo que pone de manifiesto, y generaliza, la semántica argumentativa de L. Anscombre y

O, Ducrot (1976).

91 G. Lakoff y M. Johnson, op. cit. pág. 85)


227

experiencial, de tal modo que el concepto conversación encaja (fit) en


esa estructura. La estructura `natural´ de la conversación dota de
significado a la interacción comunicativa y permite sintetizarla como
Gestalt experiencial.

En realidad, el debate acerca de la condición de intencionalidad para


la constitución de totalidades experienciales nos llevaría demasiado lejos.
Sea como sea, lo cierto es que la metáfora la argumentación es una
guerra permite estructurar en términos gestalticos parte del concepto de
conversación, corresponda éste o no a una Gestalt experiencial, o
simplemente a un conjunto de experiencias débilmente integradas entre
sí por una estructura general.

8.6. Coherencia y dimensiones metafóricas

En los conceptos múltiplemente estructurados, metafóricamente o no,


se plantea no sólo el problema de la función de esa heterogeneidad
estructural, sino también el de las condiciones formales de esa
multiplicidad. En primer lugar, ¿existen tales condiciones formales?, esto
es, ¿existen constricciones sobre cualquier estructuración de (parte de)
un concepto?. Una respuesta clásica expresa una intuición
wittgensteniana: no existen constricciones de principio sobre la
estructuración de los conceptos o sobre su agrupación en categorías. La
relación entre los conceptos o las realidades a que se aplica un mismo
concepto es tan tenue que sólo puede ser recogida por la expresión
(metafórica) `aire de familia´92. Pero esta es una postura insostenible si
se generaliza a todos los conceptos y si excluye la posibilidad de grados

92 En su forma más radical, ésta es la concepción defendida por M. Arbib y M. Hesse (1986)
228

en la estructuración conceptual, por no hablar de otros aspectos


insatisfactorios de esta concepción93.

Por su parte, la respuesta ortodoxa a la cuestión de la estructuración


formal de los conceptos es que éstos están organizados en conjuntos de
rasgos o caracteres, primitivos o no (R. Jackendoff, 1992, 1994),
jerárquicamente organizados por relaciones lógicas de implicación. La
desventaja de esta concepción es que, a diferencia de las teorías más o
menos inspiradas en la filosofía wittgensteniana, es incapaz de dar cuenta
de la flexibilidad conceptual, esto es, de que la aplicación de los
conceptos depende esencialmente, en la comunicación real, de las
condiciones contextuales de uso. En realidad, son estas condiciones
contextuales de uso (su frecuencia, convergencia, homogeneidad, etc.)
las que promueven o inducen (prompt) la estructuración parcial y
heterogénea de los conceptos, junto con beneficios cognitivos aún no bien
entendidos94. Teniendo en cuenta estos problemas, parece que es más
prometedora la alternativa propuesta por Lakoff y Johnson (1980): una
estructuración doblemente dimensional: en el eje vertical, una
subcategorización funcional de los conceptos, dependiente de las
condiciones contextuales de uso. Esas condiciones de uso explicarían la
flexibilidad conceptual, el hecho de que un mismo concepto sea aplicable
en diferentes situaciones comunicativas, mediante una adecuada
estructuración jerárquica. En el eje horizontal, un concepto podría estar
estructurado por diversas proyecciones analógicas, - típicamente, por
diferentes metáforas- con arreglo a ciertas constricciones formales, que

93 Como que carezca de una auténtica explicación de la función de los conceptos en la gestión de la

información y de su conexión con la acción.

94 A pesar del meritorio esfuerzo de D. Sperber y D. Wilson (1986) para integrar la

funcionalidad conceptual en una teoría cognitiva general


229

asegurarían la definición y unidad del concepto, problemáticas en las


concepciones wittgenstenianas radicales.
En el caso del concepto de argumentación, Lakoff y Johnson (1980)
distinguieron entre la subcategorización vertical, que permite discriminar
entre diferentes aspectos del concepto con arreglo al siguiente esquema

argumentación

racional no racional

monológica dialógica monológica dialógica


(deliberativa) (polilógica)

Esta subcategorización no es una subcategorización estricta porque


las distinciones entre las categorías no son nítidas: tanto porque a veces
se identifica la argumentación común, no racional, con la argumentación
en general, como porque la argumentación monológica suele ser
figuradamente dialógica; generalmente se argumenta con adversarios no
presentes, construidos o imaginarios o, en el caso de la deliberación
monológica, con las diversas escisiones del yo que delibera. En cualquier
caso, lo importante es que la subcategorización destaca ciertas
propiedades del concepto o, incluso, las crea. Por ejemplo, si en el
concepto de argumentación general está implícito que debe haber alguna
clase de conexión entre la conclusión de una argumentación y lo que se
ha aducido a su favor, en la especialización que constituye el concepto de
argumentación racional se supone que tal conexión ha de ser lógica - no
necesariamente deductiva, aunque sí formal, en el sentido de preservar,
de forma relevante, el valor epistémico de las premisas en la conclusión.
Por tanto, el concepto de argumentación racional concreta un aspecto
difuso en la noción general, precisa su dimensión estructural. Lo mismo
230

sucede con respecto a la situación inicial de la argumentación: en el


concepto general no se especifica que exista o deba existir algún tipo de
acuerdo o convergencia en la atribución de valores epistémicos a las
premisas (verdad, probabilidad...). En cambio, en el caso de la
argumentación racional, tal característica se da por supuesta, constituye
incluso, si se quiere decir así, una condición definitoria de tal
argumentación racional. Esto es aún más evidente en el caso de la
argumentación racional monológica, en que el acuerdo sobre el valor
epistémico de las premisas es prácticamente una condición estipulada en
tal tipo de argumentación.

El hecho de que ciertos aspectos de un concepto sólo queden


resaltados en la subcategorización funcional explica, según la idea de
Lakoff y Johnson, que tal concepto pueda estar múltiplemente
estructurado: las metáforas particulares permiten poner de relieve esas
propiedades del concepto diluidas en la noción general. Así, en el caso de
la argumentación, las metáforas un argumento es un viaje, un argumento
es un recipiente y un argumento es un edificio permiten estructurar
propiedades que son prominentes en el concepto de argumentación
racional, pero que quedan desvaídas en la estructuración metafórica
general un argumento es una guerra.

Como hemos visto, la argumentación es un viaje es un caso particular


de metáfora en que la dimensión temporal es proyectada en la espacial,
esto es, de metáfora orientacional. Esto no sólo se refleja en el nivel
categoremático del léxico (nominal, adjetivo, predicativo) sino, por
supuesto, en las partículas sincategoremáticas circunstanciales, las que
típicamente expresan una orientación espacial. Por ejemplo,

esta argumentación no va a ninguna parte


estamos en un punto muerto
231

en ese punto estoy contigo

Pero esta metáfora no sólo permite captar la dimensión temporal de la


argumentación, sino su aspecto más importante, como hemos destacado,
su orientación intencional. En la noción de viaje no sólo está
comprendida la estructura espacial (comienzo-salida, puntos intermedios-
paradas, altos...final-llegada), sino también el hecho de que el viajero
persigue un objetivo, que dirige sus pasos de una forma consciente e
intencional a un determinado fin. En realidad, la intencionalidad en la
metáfora la argumentación es un viaje es más importante que su
dimensión espacial. Es cierto que la metáfora permite producir
implicaciones basadas en los hechos de que los viajes definen
trayectorias y cubren regiones del espacio, de tal modo que la metáfora
se puede extender en expresiones como

no me sigues en lo que estoy indicando


me he perdido en un razonamiento tan complicado
yendo un poco más lejos , se puede afirmar...
volviendo hacia atrás, no estoy de acuerdo con el punto de partida
las premisas cubren un amplio número de casos

Tales expresiones no se relacionan sin embargo con lo que es


primordial en la argumentación racional, y lo que hace particularmente
apta la metáfora para estructurar el concepto, la direccionalidad de la
argumentación racional, el hecho de que tienda a un fin compartido,
aunque implícito. Por ejemplo, la expresión perderse sólo tiene sentido
de hecho en ese marco intencional. Sólo puede perderse quien pretende
seguir un camino correcto para llegar a un objetivo. De otro modo,
perderse sólo significa cambiar de trayectoria o salirse de la trayectoria
usual.
232

Por otro lado, la intencionalidad subyacente en la metáfora la


argumentación es un viaje resulta coherente con la intencionalidad de la
metáfora la argumentación es una guerra en la que, igualmente, se
presupone un objetivo (al menos para cada uno de los contendientes).
Una metáfora es coherente en un determinado dominio si se pueden
desplegar las implicaciones correspondientes en el dominio fuente para
obtener las implicaciones correspondientes en el dominio objetivo: si los
viajes definen trayectorias, las argumentaciones también han de hacerlo;
si los viajes son susceptibles de encontrar obstáculos o barreras, también
las argumentaciones. Pero, sobre todo, si los viajes pueden alcanzar su
objetivo o no, también las argumentaciones. El concepto de fracaso
argumentativo sólo tiene sentido en el marco metafórico definido por la
metáfora la argumentación es un viaje: se aplica cuando el objetivo
dialéctico (implícitamente perseguido por los argumentadores) no es
alcanzado. Lo mismo sucede con el concepto de progreso argumentativo
que, en general, se concibe como el trayecto entre dos puntos de la
trayectoria argumentativa, del punto posterior al punto anterior -en el
caso por defecto, a partir del punto que indica el comienzo de la
discusión.

La metáfora la argumentación es un viaje proyecta una sucesión de


acciones en una estructura espacial bidimensional. Como hemos
observado, destaca los aspectos lineales e intencionales del concepto de
argumentación. Pero la metáfora la argumentación es un recipiente, en
cambio, efectúa una proyección tridimensional que no destaca los
aspectos formales del concepto, sino su dimensión sustantiva. Bajo está
metáfora, la argumentación se estructura como un espacio tridimensional,
con una superficie exterior acotadora de un volumen interior con regiones
más o menos próximas a un centro geométrico. Pero la metáfora tampoco
es puramente orientacional, como si se limitara a proyectar simplemente
una dimensión en otra(s), sino también funcional: ese volumen debe ser
233

llenado en el curso de la argumentación: la finalidad (implícita) de la


argumentación es ocupar el volumen de tal modo que lo encerrado
(concebido generalmente en términos de líquido) no rebose o se filtre de
algún modo. En cuanto al primer aspecto, el sustantivo, la metáfora da
cuenta de expresiones como las siguientes

su argumentación era vacua


las premisas no tenían mucho contenido
el núcleo de su argumentación era ...
esa conclusión no entra en mis propósitos

En cuanto al segundo, el normativo o funcional, está relacionada


con expresiones como

su argumentación hacía agua en diversos puntos


las premisas desbordaban la conclusión
su argumentación era demasiado profunda

G. Lakoff y M. Johnson95 centraron la coherencia entre los dos tipos


de metáfora en la existencia de implicaciones compartidas. Según ellos,
estas implicaciones proceden del solapamiento entre las proyecciones
bidimensionales y tridimensionales: así como el argumento que progresa
define una superficie, también lo hace la estructura tridimensional. Lo que
es congruente entre las dos metáforas es el topos

+ camino recorrido  + superficie definida

+ volumen colmado  + superficie definida

95 G. Lakoff y M. Johnson, op. cit. pág. 133.


234

Sin embargo, desde nuestro punto de vista, es la dimensión funcional


la que otorga un tipo especial de coherencia a esas dos metáforas. Del
mismo modo que se puede determinar un punto final en un viaje, cuando
la argumentación llega a su objetivo, se puede caracterizar un término en
la metáfora tridimensional, cuando el espacio ha sido llenado y contenido
sin fisuras. La principal implicación compartida es que tanto una como
otra metáfora establecen un punto final, con una dimensión normativa. Así
como todo viaje debe ser llevado a un objetivo, y como todo recipiente
está ideado para ser colmado, la argumentación debe tener un objetivo,
el establecimiento de una convicción, en una creencia, en la realización
de una acción. No es casualidad que el término conclusión designe al
mismo tiempo la consecuencia de una argumentación y la finalización de
un conjunto de acciones
235

CAPÍTULO 9

LA ESTRUCTURA COGNITIVA DEL NACIONALISMO: METÁFORAS


DE LA IDENTIDAD COLECTIVA

Un punto central en el entramado conceptual del nacionalismo vasco –


en realidad de todos los nacionalismos- es la cuestión de la identidad.
Identidad que, en este caso, no sólo es una identidad concebida en
términos étnicos, sino también, y de forma muy importante, en términos
territoriales. Aunque no presente de forma inmediata en el actual proceso
negociador con el movimiento terrorista ETA, se trata de una cuestión que
subyace no sólo a la negociación con ese movimiento, sino con el
conjunto de los partidos nacionalistas en el País Vasco. Y ello es así
porque el entramado conceptual que alimenta la ideología nacionalista es
básicamente idéntico: en ella se da una vinculación identificatoria con una
historia (inventada o reconstruida), una cultura (definida a través de
estereotipos internos) y una lengua y un territorio (concebidos en términos
de integridad). Todas esas múltiples vías de identificación se plasman en
formulaciones lingüísticas que expresan un mismo sistema cognitivo
subyacente.
Con el instrumental teórico proporcionado por la teoría contemporánea
de la metáfora, es posible analizar esas formulaciones lingüísticas para
desvelar ese sistema cognitivo. En particular, el análisis se puede centrar
en dos cuestiones fundamentales: 1) el sistema metafórico que nutre la
identificación nacionalista con un territorio y su (posible) origen o anclaje
experiencial, en el sentido avanzado por G. Lakoff y M. Johnson (1982);
2) la forma en que tal sistema cognitivo contribuye a la definición de una
concepción nacionalista, violenta y no violenta, en el proceso de paz con
los poderes políticos centrales en España. En este caso, desarrollaremos
236

nuestro análisis en torno a la primera cuestión, dejando la segunda para


mejor ocasión96
La resolución de la primera cuestión contribuiría a proporcionar una
mejor comprensión del enigma de la ideología nacionalista (violenta o no
violenta). Para las concepciones racionalistas, tal enigma se puede
enunciar rápidamente como sigue: ¿cómo es posible que seres racionales
determinen su identidad a través de la identificación simbólica y
emocional con un territorio (historia, cultura, lengua…)? ¿Cómo es posible
que esa identificación sea inmune a la argumentación racional?
En cuanto a la segunda, es evidente que sólo la comprensión de la
posición nacionalista (con todos los componentes estratégicos y retóricos
que contribuyen a conformarla) puede constituir una base sólida para una
confrontación argumentativa racional, una confrontación que, en el terreno
de lo estrictamente político, está llamada a sustituir, esperémoslo, a
confrontaciones más sangrientas.

9.1. Nacionalismo y patología

No es extraño encontrar posiciones teóricas de acuerdo con las cuales


el nacionalismo resulta una especie de patología. Una de estas
posiciones es la que ha sugerido J. Juaristi en su archiconocido ensayo El
bucle melancólico. Allí, relaciona la concepción nacionalista con la noción
de melancolía y con el análisis freudiano de esta noción:
“La idea de melancolía a la que me refiero, por el contrario, está
estrechamente vinculada a la cultura: se transmite y se contagia a través
del discurso, con independencia de que los individuos que la contraen en
sus variedades más graves muestren con frecuencia una disposición
idiosincrática a otras formas particulares de abatimiento depresivo”97

96 Abordar la segunda cuestión requeriría un análisis textual de las exposiciones


paradigmáticas del pensamiento nacionalista en la actualidad, tanto moderado como
radical, cosa que queda fuera de nuestro alcance.
97 J. Juaristi, 1997, 31.
237

La idea de Juaristi es que el nacionalismo es una forma de dolencia


similar a la que, en el nivel de lo individual, ha analizado el psicoanálisis.
En términos más modernos, diríamos que se trata de una proyección de
una dolencia individual en una colectiva: esa proyección, metafórica al fin
y al cabo, puesto que se basa en la concepción de lo colectivo (la
sociedad, la nación, la patria...) en términos de lo individual, se hace
patente a través de las expresiones lingüísticas, se concreta en formas
discursivas y se reproduce mediante la asimilación cultural de esas
formas.
Pero, ¿qué pérdida individual es la que metaforiza el nacionalismo?
De acuerdo con J. Juaristi 98 , es una pérdida que se hace presente
particularmente en la adolescencia; es, ni más ni menos, que la pérdida
de la infancia, de una época feliz, idílica, pero de una felicidad imaginada
o reconstruida. Esa melancolía, corporalmente experimentada, fue la
descrita por Unamuno en términos sumamente materiales: “Porque ahora
comprendo que aquel luto que llevaba en mi corazón juvenil por las
aflicciones y desgracias de mi madre Euskalherria estaba muy
íntimamente relacionado con la estrechez y angustia de mi pecho de
entonces, y con el escaso aguante que tenía para la fatiga física. Así que
ensanché mi pecho y retemplé mis músculos y mis nervios...”99.
La concepción que añora la integridad o la autenticidad de la patria es
en realidad la transposición simbólica de un estado corporal, de una
forma de percibir y experimentar el propio cuerpo. A la pérdida del sentido
de la plenitud corporal infantil le corresponde el sentimiento de
decaimiento de una sociedad y de una cultura y, por tanto, de la añoranza
melancólica de una estado puro, originario, una especie de paraíso. En el
caso de Unamuno, esta transposición desembocó en su concepto de
intrahistoria y en la elaboración de un sujeto para esa intrahistoria, un

98J. Juaristi, op. cit., 68 passim.


99M. de Unamuno, “Rousseau en Iturigorri”, OC, VIII, 249, citado por J. Juaristi, op. cit.,
74. El nacionalismo no es una ideología, o un sentimiento, que se supere viajando, como
decía P. Baroja: es preciso hacer un poco de ejercicio.
238

pueblo no contaminado por los superficiales avatares políticos,


permanente, siempre idéntico a sí mismo, eterno. Pero esa es una de las
múltiples salidas al malestar físico del adolescente, al descontento o al
desconocimiento del propio cuerpo. ¿Qué tiene todo ello que ver con el
nacionalismo? Según J. Juaristi, se puede rastrear ese mismo tipo de
afección en el fundador del nacionalismo vasco, Sabino Arana Goiri, en su
peculiar temperamento y biografía. Pero, desde nuestro punto de vista, es
más importante captar la generalidad del proceso, que va más allá de las
peripecias biográficas de los creadores de la ideología nacionalista vasca.
Lo que resulta relevante, cuando se quiere captar la raíz o el
fundamento de estas construcciones ideológicas, es el mecanismo de
producción de un concepto, como el de nación, y de un conjunto de
relaciones cognitivas o afectivas entre ese concepto y los individuos para
los cuales tiene vida, esto es, dirige u orienta su conducta en diferentes
ámbitos, ya sean emocionales, comunicativos, sociales o políticos.
Ahora bien, disponemos en la actualidad de un marco teórico más
afinado, en mi opinión, de lo que puede ser la teoría psicoanalítica para
comprender los mecanismos cognitivos subyacentes a la ideología
nacionalista. Se trata de la lingüística cognitiva y, más concretamente, de
la teoría contemporánea de la metáfora (G. Lakoff y M. Johnson, 1982,
1998; G. Lakoff, 1987, 1993). Como se sabe, la posición epistemolóogica
de la teoría cognitivista – al menos en la versión de Lakoff y Johnson-
mantiene que, en general, los conceptos abstractos son construidos por
una serie de mecanismos cognitivos a partir de conceptos experienciales,
esto es, ligados primordialmente con la experiencia del propio cuerpo y de
sus acciones. Los mecanismos de construcción son varios (esquemas
imaginísticos, fusión conceptual, razonamiento figurado...), pero, entre
ellos, Lakoff y Johnson asignan una papel esencial a la metáfora. La
metáfora, en esta concepción, constituye el mecanismo principal de
acceso epistémico a realidades abstractas. Mediante las proyecciones
metafóricas entendemos y conceptualizamos realidades que no son
239

directamente experimentables, ajenas a los sentidos. Lakoff y Johnson


han dedicado un buen número de análisis a la descripción de la
constitución metafórica de conceptos abstractos, incluyendo el propio
concepto de argumentación (Lakoff y Johnson, 1982; E. Bustos, 199 ). En
su última obra (Lakoff y Johnson, 1999), los conceptos analizados son
conceptos filosóficamente relevantes y pertinentes para el asunto que nos
ocupa, la estructura cognitiva de la ideología nacionalista.

9.2 . Cuerpo y nación

Un elemento esencial de cualquier ideología nacionalista es el de la


identidad. Para el nacionalista, la nación es la que proporciona una
identidad a los individuos; los individuos pertenecen a esa identidad. Y
pertenecer a una determinada nación no sólo identifica sino que también,
y por eso mismo, distingue, permite conceptualizar a los demás como los
otros, los que no solamente no son idénticos a ti, sino que también
constituyen una amenaza potencial para la identidad propia.
Ahora bien, ¿cómo se constituye esa identidad? ¿cuál es su
naturaleza? Algunos analistas del nacionalismo100 han puesto en duda
que exista algo así como un estado psicológico, caracterizable como
`identidad´. Consecuentemente, han propuesto descomponer ese
aparente concepto de identidad en diversos componentes: “Una identidad
no es una cosa: es una abreviada descripción para formas de hablar
sobre el yo y la comunidad. Las formas de hablar, o los discursos
ideológicos, no se desarrollan en vacíos sociales, sino que se encuentran
relacionados con formas de vida. A este respecto, la `identidad´, si es que
hay que comprenderla como una forma de hablar, hay que comprenderla
también como una forma de vida” 101 . Esta aserción, de aroma
wittgensteiniano, puede ser vuelta del revés; las formas de vida, y sus

100 Por ejemplo, M. Billig, 1995, pag. 60 passim.


101 M. Billig, op. cit., 60.
240

correspondientes formas de hablar, no se desarrollan en un vacío


psicológico. Requieren la construcción de conceptos, o de
configuraciones cognitivas más complejas, que no surgen del vacío, sino
de las formas en que los individuos experimentan una realidad, la
categorizan y la incorporan –nunca mejor dicho- en sus creencias, incluso
en la forma de teoría. Como ha escrito M. Billig, “no hay nacionalismo sin
teoría. El nacionalismo entraña supuestos sobre lo que es una nación:
como tal es una teoría sobre la comunidad, una teoría sobre la división
`natural´ del mundo en comunidades de esa clase. No es necesario que la
teoría sea experimentada como tal. Los intelectuales han escrito
montones de volúmenes sobre la `nación´. Con el triunfo del
nacionalismo, y el establecimiento de naciones en todo el globo, las
teorías del nacionalismo se han transformado en puro sentido común”102.
Aunque es cierto es cierto que el surgimiento de tal teoría, de tal forma
de concebir el vínculo entre el individuo y la sociedad, no es universal ni
mucho menos ahistórica – como han probado J. Juaristi (1989, 1997) y J.
Aranzadi (1994) respecto al nacionalismo vasco, no es menos cierto que
tal teoría ha sido –y es- incorporada al sentido común con enorme
facilidad. La difusión del nacionalismo como ideología popular requiere
una explicación que vaya más allá, o más al fondo, de lo histórico-político.
Una explicación de por qué tal concepción –y las formas de habla o los
juegos de lenguaje que lleva incorporados- han impregnado tan
fácilmente la comunicación, hasta el punto de asimilarse al sentido
común.
Una explicación cognitiva, en términos de la teoría contemporánea de
la metáfora y de la teoría corpórea de la mente, tiene que partir de dos
supuestos, generales a las explicaciones de la constitución de los
conceptos:
- la `teoría´ ha de ser experimentada, `sentida´. Esto es, hay que
reconocer que la causa de la extrema difusión de la concepción

102 M. Billig, op. cit., 63.


241

nacionalista es el hecho de que está íntimamente unida a la forma en que


se sienten las relaciones entre el individuo y la nación. Dicho de otro
modo, tales relaciones no son simplemente una nueva articulación
conceptual o lógico-inferencial, una estructura abstracta en que vaciar la
estructura experiencial.

Quizás la insuficiencia de las teorías `racionalistas´ sobre el


nacionalismo tenga su origen en este punto: en entender que tal `teoría´
no consiste en una estructura conceptual abstracta, desligada de las
estructuras cognitivas emocionales que rigen efectivamente la conducta
de los individuos. Dicho de otro modo, más radical, la incapacidad del
racionalismo para `entender´ el nacionalismo tiene más que ver con una
concepción incompleta de lo que la mente humana es que con el simple
carácter `irracional´ del nacionalismo.

- Los conceptos no son elaboraciones cognitivas espontáneas, por así


decirlo. No surgen de la nada. Se asientan en conceptos y experiencias
ya elaboradas, que a veces pertenecen a un nivel preconceptual y que
están vinculadas en muchas ocasiones a esquemas imaginísticos y
senso-motores. En última instancia, a través de diversos mecanismos,
una elaboración cognitiva `abstracta´ se encuentra vinculada al ámbito de
la experiencia y corporeizada, esto es, asociada al despliegue de
emociones y otros mecanismos moduladores del procesamiento de
información (P. Ekman y R. Davidson,eds., 1994).
Partiendo de estos supuestos, ¿cuál es la hipótesis obvia para
entender los fundamentos cognitivos del nacionalismo y su despliegue
discursivo? Evidentemente, es preciso volver sobre el concepto de
identidad, pero en su dimensión individual. Parece sensato considerar que
el concepto de identidad nacional –y puede que de cualquier concepto de
identidad colectiva- esté causalmente relacionado con el de identidad
242

individual. En cualquier caso, se trata de una hipótesis empírica, que es


preciso contrastar, fundamentalmente por dos caminos:

- examinando la estructura interna del concepto de identidad individual,


por si ese concepto puede desempeñar la función de dominio fuente
(source domain) del concepto de identidad nacional
- examinando las diferentes formas discursivas (textuales) en que dicha
constitución se ha podido encarnar, esto es, encontrando si existen datos
que corroboren ese tipo de proyección. Datos que han de proceder tanto
de textos estereotípicos o representativos del nacionalismo (vasco) –
textos de los `ideólogos´ del nacionalismo – como datos que muestren su
incorporación al habla cotidiana, indicio de su conversión en sentido
común (folk theory).

El concepto de identidad individual, y conceptos relacionados como el


de vida interior, han sido analizados, en la teoría contemporánea de la
metáfora (Lakoff y Johnson, 1999), a través de su relación con las
nociones de sujeto y yo. Realmente, el yo es la ubicación de la identidad,
pero esa identidad sólo se puede entender en relación con la noción de
sujeto. De acuerdo con lo que postulan Lakoff y Johnson (1999) existe
una metáfora general que atañe a la relación entre el yo y el sujeto. En
esa relación metafórica, el sujeto es parte del dominio diana (target
domain), esto es, de los conceptos que se estructuran en términos
metafóricos. La proyección metafórica general es la siguiente:

Esquema general

el Sujeto tiene yo (uno o varios)

una persona > el sujeto


243

una persona o cosa > un yo


una relación (de pertenencia > la relación sujeto-yo
o inclusión)

Dentro de este marco general, existen diversas submetáforas que


contribuyen a dar estructura a los conceptos de sujeto y de yo. Entre
ellas, es preciso destacar, por su pertinencia para el asunto que nos
ocupa las siguientes:

el autocontrol es control de un objeto

una persona > el sujeto


un objeto físico > el yo
relación de control > el control del yo por el sujeto
ausencia de control > descontrol psicológico

Lo importante de esta metáfora es que se encuentra ligada a la


experiencia física de manipulación de objetos. Según Lakoff y Johnson
(1999, 270), ésta es una de las cinco metáforas fundamentales de la `vida
interior´. La experiencia del control es fundamentalmente una experiencia
del dominio del propio cuerpo, esto es, no sólo supone la conciencia del
cuerpo (la percepción de sus límites o contornos, de su peso, de las
formas en que reacciona al entorno...), sino también de la relación del
cuerpo con otros objetos.
Otras metáforas importantes hacen referencia a la orientación en el
espacio y a las experiencia ligadas a la sucesión temporal y, por tanto, a
la heterogeneidad de las identidades. Estas son las metáforas
244

I. el autocontrol como ubicación en un lugar

una persona > un sujeto


un lugar normal > el yo
estar en un lugar normal > estar bajo control
no estar en un lugar normal > no tener control

II. el yo múltiple

una persona > un sujeto


otras personas > otros sujetos
los roles sociales > los valores adscritos a los roles
estar en el mismo sitio > tener los mismos valores
estar en un sitio diferente > tener diferentes valores

La primera metáfora tiene que ver no sólo con el control del propio
cuerpo, o del yo, sino con su relación experiencial con un entorno. Desde
el punto de vista experiencial existen entornos `normales´, a los que se
encuentra habituado el yo, por costumbre, familiaridad o aprendizaje, y
entornos extraños o ajenos, en los que el yo se encuentra inseguro,
amenazado o proclive a perder el control. En ese sentido, se suele
constituir una teoría del sentido común acerca de la naturalidad de las
ubicaciones del yo: existen ciertos entornos `naturales´ para el individuo,
que son fundamentalmente aquellos en que se ha desarrollado y ha
alcanzado su ajuste respecto a las presiones ambientales. En cambio,
existen otros entornos en que el yo está fuera de sitio o, sencillamente,
fuera de sí, en que no sólo experimenta una sensación de extrañeza, sino
también la posibilidad de perder el control en su relación con el entorno.
245

Por lo que respecta a la metáfora del yo múltiple, supone una


interiorización de la vida social a través de la metáfora del yo social 103. En
su conceptualización de las relaciones entre el yo y el sujeto, el individuo
proyecta las relaciones sociales entre individuos, esto es, concibe
relaciones valorativas entre el yo y el sujeto como si fueran relaciones
sociales entre individuos; por ejemplo, puede pensar que se dan
relaciones de amistad o enemistad entre el yo y el sujeto (me estoy
ayudando a mí mismo, me estoy sacando de esta situación...). Cada una
de esas relaciones valorativas es proyectada, en la metáfora del yo
múltiple, en una identidad, de tal modo que la identidad de valores
equivale a una identidad espacial, estar en el mismo lugar; dicho de otro
modo, el espacio social se proyecta en el espacio valorativo o espiritual.
Finalmente, una metáfora que resulta particularmente importante es la
del yo esencial

Y (E)xterno
Y (I)nterno
Y (A)uténtico

Y (E)

Y (I)
Y(A)

103 G. Lakoff y M. Johnson, op. cit., 278.


246

el yo interno está dentro del yo externo o aparente


el yo real externo, el yo aparente, en oposición al yo oculto, que está
dentro y que, en ocasiones, pugna por salir
el yo auténtico, el yo imaginado, o imagen normativa del yo, el yo que
querríamos ser

De acuerdo con esta metáfora, existe una jerarquía de identidades,


con la estructura de un contenedor (M. Reddy, 1979). En primer lugar, de
acuerdo con la teoría del sentido común de las esencias, cada individuo
tiene una esencia, que es la que sostiene su identidad y la que, en
principio, debe determinar la conducta del sujeto. Pero existen ocasiones
en que el sujeto no se comporta de acuerdo con esa esencia: advierte
incompatibilidades o relaciones de inconsistencia entre lo que hace y su
esencia, tal como él la concibe. ¿Cómo maneja esa disonancia?: a través
del juego de los yóes. Existe un yo auténtico que coincide o es compatible
con la esencia imaginada. Se trata de un yo a veces oculto, que en
ocasiones es preciso buscar y encontrar. Frente a ese yo interno se
encuentra un yo real externo, que no es por completo el auténtico yo, sino
el yo que se muestra en la conducta del individuo, en su ser social y que
puede ser contradictorio con la propia esencia.
Existen diversas metáforas adicionales que permiten una
estructuración múltiple de la experiencia psicológica del sujeto acerca de
su propia identidad. Hemos señalado éstas porque nos parece que son
las metáforas más relevantes para la comprensión de la construcción de
los conceptos de nación y de identidad nacional, conceptos que son el
núcleo de las ideologías nacionalistas en general y de la vasca en
particular. Veamos ahora cómo se despliega esa construcción y los
efectos que tiene. La idea general es que las metáforas que dan
estructura al concepto de identidad individual o psicológica son también
las que se encuentran en la base de la construcción del concepto de
247

identidad nacional. Dicho de otro modo, el nacionalismo aprovecha los


recursos cognitivos utilizados en la construcción de la identidad individual
para proporcionar forma a una supuesta identidad nacional, para dotar de
sentido al propio concepto de nación. Con ello se consiguen dos objetivos
(efectos) estrechamente relacionados entre sí: 1) se hace comprensible
un concepto abstracto en términos de uno más concreto, aunque, como
hemos visto, éste se encuentra también metafóricamente estructurado, y
2) se impregna de corporeidad (embodiment) dicho concepto, al ligarlo, a
través de la identidad psicológica, a la experiencia del propio cuerpo y de
sus relaciones con el entorno. Este segundo efecto es extremadamente
importante, porque sin su concurso es prácticamente imposible entender
las dimensiones emocionales del nacionalismo.
El núcleo de la constitución metafórica de la identidad nacional es una
proyección de la metáfora esencial o general de la identidad individual,
que consiste en lo siguiente

sujeto > pueblo o etnia


yo > nación
relación sujeto - yo > relación pueblo - nación

De acuerdo con esta metáfora, del mismo modo que el sujeto tiene
una identidad asegurada por un yo, el pueblo o comunidad étnica tiene, o
ha de tener, una nación, que es la sede de la personalidad del pueblo, de
sus características distintivas respecto a otros pueblos o etnias. La
relación es concebida característicamente en términos de pertenencia: del
mismo modo que el sujeto tiene un yo, la nación pertenece a un pueblo. Y
se trata de una pertenencia que no es simplemente lógica o formal, sino
semántica. La nación ha de reunir, en su `esencia´, en su `personalidad´,
el conjunto de estereotipos a través de los cuales se autoperciben los
pertenecientes a la colectividad (tribu, etnia, pueblo...). En ocasiones, esa
248

esencia es fruto de la posesión de una lengua específica, como en el caso


del País Vasco. La lengua, entonces, puede ser concebida,
metonímicamente, como la expresión de esa identidad104. No es extraño
encontrar hoy en día afirmaciones que, haciéndose eco del relativismo
whorfiano más crudo, hacen residir en la lengua una forma específica,
nacional, de ver el mundo 105 . Es más, se propugna que esa forma
prototípica de ver la realidad que es la lengua se haga presente, impregne
todo el ámbito de la actuación, en un acto extendido de afirmación de la
identidad106. Pero, volviendo a la remetaforización que da origen a la
identidad nacional, veamos cómo se transfieren las relaciones de
pertenencia y de control:

La relación de control

sujeto > pueblo o etnia


yo > nación
relación de control > el pueblo o la etnia posee una nación
o dominio
descontrol > el pueblo no posee una nación

104 Pero véase J. Juaristi (1997) para un análisis de los avatares de la lengua vasca
como criterio de identidad dentro del movimiento nacionalista vasco.
105 “la función primera del lenguaje es la de analizar la realidad y así una lengua

dispondrá de cinco palabras para analizar los colores y otra lengua usará quince
palabras. Cada lengua supone una manera de analizar la realidad y para ello hará surgir
los símbolos que crea oportuno” , J. A. Artamendi, “Identidad Nacional Vasca”, en J.
Apalategui y X. Palacios, eds., Conciencia y espacialidad, 1994,Vitoria: Instituto de
Nacionalismos Comparados, 149.
106 “Necesitamos en consecuencia una manera de simbolizar vasca, para que nos

permita ser vascos y así poder enfrentarnos a la realidad a la manera vasca y hacer ser
a la realidad a la manera vasca”, J. A. Artamendi, op. cit., 151. Cfr. también “Que todo
cuanto vean nuestros ojos, oigan nuestros oídos, hable nuestra boca, escriban nuestras
manos, piensen nuestras inteligencias y sientan nuestros corazones sea vascongado”
(S. Arana Goiri, Preludio a “teatro Nacional”,Bizkaitarra)
249

El control como posesión de un objeto

sujeto > pueblo o etnia


yo > nación
control del yo > soberanía
pérdida del control > carencia de soberanía

Como es obvio, en estas metáforas se conceptualiza la relación


particular entre el pueblo y su nación. Del mismo modo que el sujeto ha
de poseer un yo, y ha de mantenerlo bajo control para asegurar su
identidad, el pueblo ha de tener control sobre la nación, esto es, ha de
ejercer su soberanía. La carencia de soberanía es experimentada
entonces, psíquicamente, como ausencia de control del yo. Desde este
punto de vista es indiferente que tal ausencia de control se conciba como
una pérdida, incluso como una pérdida de un objeto inexistente. De
hecho, la ausencia de control supone la posibilidad de ejercerlo o de que,
en algún momento –imaginado, narrado – se ejerció. Pero el punto
importante es que esa carencia de soberanía se experimente, ahora,
como ausencia de control sobre el yo.
Particularmente importante, como se puede sospechar, es la
proyección de la metáfora del yo espacializado:

El control como ubicación en un lugar

sujeto > pueblo


yo > nación
estar en un lugar normal > estar (poseer) un territorio soberano
250

Esta metáfora subyace, y hace comprensible, no sólo las aspiraciones


de territorialidad de las ideologías nacionalistas, sino que también permite
captar el sentido de la ideología de la tierra propia, de la tierra ancestral.
Del mismo modo que el yo experimenta la enajenación, el extrañamiento
cuando se percibe en una ubicación ajena, fuera de su lugar natural, así
el nacionalista sólo puede concebir su nación ligada a un determinado
lugar, una tierra, en la que su identidad no encuentra trabas107. Carente
de ubicación natural, el nacionalista vagará por el extranjero, en una
permanente búsqueda o recuperación de ese lugar. Quizás el mito bíblico
del Paraíso no sea sino una transposición simbólica de esa experiencia
psíquica y cognitiva de ubicación del yo...Pero, siendo general ese tipo de
proyección metafórica, lo importante que es preciso subrayar, en el caso
de la ideología nacionalista, es que la pretendida ubicación natural del
pueblo o de la etnia, es un territorio que ha de coincidir, en sus límites, en
sus contornos o fronteras, con el de la nación, esto es, con los del yo.
Muchas ideologías nacionalistas, incluyendo la vasca, no se pueden
entender si no se capta esa identificación entre nación y territorio, entre yo
y lugar natural del yo.

La metáfora cognitiva del yo múltiple permite aclarar otro aspecto de la


forma nacionalista de entender la identidad colectiva:

107 No sucede así en la ideología sabiniana, para la cual la ubicación natural de la nación
es un lugar espiritual : “Si crees que la patria es el suelo que pisas, no sabes lo que es la
patria. Pero si sabes que la patria es la gran familia o sociedad en que vives ten por
cierto que debes amar a tu patria antes que a las demás sociedades.
La integridad de la patria bizkaina no consiste en la integridad de su territorio, sino en la
integridad de su lema Jaungoikoa eta Lagizarra (Dios y la ley vieja).S. Arana Goiri,
“Areitz Orbelak”, Bizkaitarra,, 28, 16/06/1895, O.C. 614-615. La ideología sabiniana se
resuelve en una teologización de la política nacionalista, como ha puesto de relieve A.
Elorza, 1995.
251

El yo múltiple

sujeto > pueblo


otros sujetos > otros pueblos
valores de roles o estereotipos > valores o características étnicas
sociales
tener los mismos valores > pertenecer al mismo pueblo

La significación general de la metáfora es una etnización de los


valores y las relaciones sociales, una proyección del microcosmos social
en el macrocosmos de las relaciones entre colectividades étnicas. En
particular, la identidad social, alcanzada a través de la identidad de
valores asignados a un estereotipo social, se proyecta en una identidad
étnica. Los individuos se reconocen como idénticos y diferentes respecto
a los demás en términos de estereotipos nacionales. Así, en la ideología
nacionalista adquiere predominio el orden étnico sobre el orden social.
Evidentemente, esto crea múltiples contradicciones en la vida social,
respecto a la tradicional división ideológica entre partidos conservadores y
progresistas. Pero creemos que es particularmente claro en el
nacionalismo vasco ese predominio de los valores étnicos sobre los
valores sociales108. De ahí que exista un fundamento para la unidad, en
la orientación estratégica, entre los nacionalistas moderados del PNV y

108“Si realmente aspira [el obrero vasco] a destruir la tiranía burguesa y a reconquistar
sus derechos de hombres y de ciudadano. que hoy se le niegan o, cuando menos, se le
merman notablemente, ¿Dónde mejor que en realización del nacionalismo. que es la
doctrina de sus antepasados, la doctrina de su sangre, podrá conseguirlo. Y si aun del
partido nacionalista se recela, y se teme que en su seno haya diferencias entre
burgueses y proletarios, entre capitalistas y obreros, ¿por qué los obreros euskerianos
no se asocian entre sí separándose completamente de los maketos y excluyéndolos en
absoluto, para combatir contra esa despótica opresión burguesa de que tan justamente
se quejan? ¿No comprenden tal vez que, si odiosa es la dominación burguesa, es más
odiosa aún la dominación maketa?, S. Arana Goiri, “Las pasadas elecciones”,
Baseritarra, 5, 30/05/1897, O.C. 1288-1291.
252

los radicales de HB y ETA: en ambos movimientos se da ese mismo


orden de valores que ordena su concepción de la vida social. Lo esencial
es la identidad étnica, que constituye la precondición de cualquier relación
social interna a la colectividad nacionalista. El presunto carácter
progresista de HB o revolucionario de ETA ocupa un segundo plano,
cuando no queda completamente anulado, por la cuestión de la etnicidad.
Todo esto tiene que ver, finalmente, con la forma en que se
conceptualizan las relaciones entre el pueblo y la nación en su dimensión
diacrónica, histórica.

Del mismo modo que existe un yo interno dentro del yo real externo, el
yo de las apariencias sociales, así también existe una nación auténtica,
que coexiste, o está oculta detrás de la nación aparente, la nación en sus
circunstancias históricas concretas. La nación real es en general apócrifa,
nunca coincide perfectamente con la auténtica nación. Por ventura de los
avatares históricos, esa nación puede no ser pura, sino estar contaminada
por factores ajenos a los propiamente nacionales. Así, las invasiones, las
migraciones o la simple mezcla cultural son, desde el punto de vista
nacionalista, factores que contribuyen a desvirtuar la auténtica nación109.
Las frecuentes connotaciones racistas del movimiento nacionalista vasco
–desde el racismo de su fundador Sabino Arana Goiri a la xenofobia de
ETA, culpando a los `invasores´ de las lacras del sida o la droga – sólo se
pueden entender en este contexto. La nación, como el yo, puede sufrir un
proceso de degradación que es, por tanto, un proceso de pérdida de

109 “Dados los frecuentes y poderosos medios de perversión de nuestras costumbres, los
alicientes inmorales que incesantemente conspiran a destruir nuestro carácter y la
natural flaqueza o debilidad humana, nada aparece más lógico que el actual estado de
decadencia por que atraviesa el pueblo vasco, sometido cada día a la influencia
corruptora de una inmigración de gentes incultas, brutales y afeminadas [...] Es, por lo
tanto, evidente de toda evidencia que la salvación de la sociedad vasca, su regeneración
actual y su esperanza en lo porvenir, se cifran en el aislamiento más absoluto, en la
abstracción de todo elemento extraño, en la exclusión racional y práctica de todo cuanto
no lleve impreso con caracteres fijos e indelebles el sello de su procedencia netamente
vasca, desechando inexorablemente todo lo exótico, todo lo inmoral, todo lo dañino” (S.
Arana Goiri, El Correo Vasco, 67, 10/08/1899 (Obras Completas, 1760-1761)
253

identidad. Pero el yo interno, la nación pura, sólo es virtual, no es


histórica. Para actualizar ese concepto, hay que acudir a la ficción de la
nación esencial, esa entidad imaginada que puede coincidir parcialmente
con la nación virtual (y con la histórica):

N(H)

N( N (E)
V

N(H)=Nación histórica
N(V)=Nación virtual
N(E)=Nación esencial
254

El sentido de la acción política nacionalista será pues el de hacer


coincidir la nación interna, desprendiéndose o neutralizando, en la medida
de lo posible, los elementos que desvirtúan esa nación interna, con la
nación esencial. La comunidad imaginada, que constituye el ideal
regulativo del nacionalista, habrá de consistir, en un término ideal, en una
coincidencia perfecta entre nación interna, la propia de la colectividad
nacionalista110, y nación esencial, ese fruto literario de la poética política.
En la actualidad, las exhortaciones políticas a hacer o construir Euskadi
son comunes tanto a la izquierda como a la derecha nacionalista. Esa
tensión entre la nación histórica, real e imperfecta y la nación imaginada
es la que da sentido a la acción política nacionalista en el País Vasco y,
por ende, a su `posición´ negociadora con el Estado español.

110“Es necesario que sepan los bizcainos anticatólicos (pocos, por fortuna) que para ser
patriota es indispensable aceptar en todas sus partes el lema tradicional Jaungoikua eta
Lagizarra; que no hay nada en la política bizcaina que se parezca a los ateos principios
del racionalismo y naturalismo. Es necesario que se convenzan los bizcainos
españolistas todos que las políticas españolistas son exóticas en Bizkaya: que no hay
más que una política bizcaina, que es la nacionalista, contenida en su historia y sus
leyes; que Bizkaya es en la historia una nación aparte, y tiene por consiguiente su
doctrina política propia peculiar...”. S. Arana Goiri, “Efemérides infaustas”, Bizkaitarra,
12, 21/07/1894, O.C. 314-321.
255

CAPITULO 10
Metáfora e Inteligencia artificial: observaciones sobre el
procesamiento del significado metafórico

A pesar de que, a lo largo de la década de los ochenta, se difundió


ampliamente la idea de que el significado metafórico impregna una buena
parte de nuestra conducta lingüística, por no decir comunicativa en
general, los intentos por someterlo a un análisis por medios computatorios
fueron más bien escasos. Esa falta de interés se basaba quizás en la
siguiente razonable opinión: ya de por sí es bastante complicado el
análisis del significado literal, cuando se pretende que ese análisis sea
operativo en un proyecto de procesamiento del lenguaje natural (en la
comprensión textual, en la elaboración de interfaces en lenguaje natural,
en la traducción automática de alta calidad...), para plantearse objetivos
más ambiciosos, como el del reconocimiento y comprensión automáticos
de las expresiones metafóricas, por no hablar de su generación o
producción.

Aunque razonable y generalizada, esta opinión se basaba en dos


ideas erróneas acerca del análisis semántico de las expresiones
metafóricas, o del análisis semántico en general: 1) existen niveles de
complejidad en el análisis computatorio del significado que tienen que ver,
no con lo intrincado de los fenómenos semánticos a tratar, sino con la
clase a que pertenecen. Así, habría un nivel de literalidad, en el que el
problema central sería el de representación del contenido léxico, y otro
nivel, más difícil de tratar, de no literalidad, en el que se plantearía el
problema de la representación del sentido figurado; 2) los niveles de
complejidad estarían entre sí en una relación jerárquica. La resolución de
los problemas de representación y manipulación en el nivel del significado
literal constituirían una condición necesaria para la resolución de
256

problemas que atañen al sentido figurado. Por decirlo de otro modo, la


representación del significado metafórico se derivaría, de algún modo, de
la del significado literal.

Sin embargo, existen buenas razones para rechazar ambas tesis.


En el primer caso, basta mencionar que repetidos intentos para establecer
una distinción clara entre uno y otro tipo de significado han fracasado,
tanto en el nivel puramente conceptual como en el operativo 111 . En el
mejor de los casos, la frontera entre el significado literal y el metafórico es
una frontera movediza o borrosa cuyo trazado no se puede delinear con
exactitud: la metaforicidad tiñe en mayor o menor medida todo el sistema
semántico.

En el segundo caso, parece suficientemente probado que no existe


un procedimiento general de derivación del significado metafórico a partir
del significado literal o, dicho de otro modo, parece haberse demostrado
suficientemente la autonomía del significado metafórico. En este sentido,
cabe recordar que de lo que se trata no es del diseño de un mecanismo
de reconocimiento de las expresiones metafóricas, sino de un dispositivo
computatorio que permita reconstruir su(s) posible(s) sentido(s).

Por otro lado, los datos psicolingüísticos sustentan la necesidad de


prescindir de esta forma de concebir el análisis: para el hablante/oyente,

111
Para un análisis conceptual, véase D.E. Cooper (1986, op. cit. págs. 21 y ss.) que

considera la distinción como una de las muchas dicotomías disueltas por el análisis

filosófico contemporáneo, como las de analítico/sintético, a priori/a posteriori,

necesario/contingente, esquema/contenido, etc. Para una argumentación sobre la

irrelevancia psicológica de la noción de significado literal, véase el Cap.3


257

las expresiones metafóricas, o usadas metafóricamente, pueden resultar


tan `naturales’ como las literales. Lo cual quiere decir, ni más ni menos,
que su procesamiento no es más complejo, ni su integración en el
contexto más dificultosa112.

Las ideas del teórico de la IA, J. Carbonell 113 constituyeron una


excepción a la falta de interés general de los computólogos por el
fenómeno de la metaforicidad. En realidad, supusieron uno de los intentos
más agudos y sistemáticos de incorporar el análisis del significado
metafórico al procesamiento del lenguaje natural. Tuvo el mérito de
proponer un tratamiento unificado de las tareas de reconocimiento y
reconstrucción del significado metafórico, manteniéndose por tanto más
próximo a los procedimientos mentales efectivos de computación
lingüística (véase la nota 2). Sumariamente descrito, el modelo que
Carbonell propuso constaba de los siguientes elementos: 1) un
mecanismo de reconocimiento de las expresiones metafóricas, que es
capaz de identificarlas como casos especiales de metáforas generales o
tipos metafóricos; 2) una proyección básica, que determina el proceso de

112
Por ejemplo, las investigaciones presentadas por S. Glucksberg, P. Gildea y H.B. Bookin

(1982) destruyeron la idea de que el procesamiento metafórico fuera posterior al literal,

avalando más bien la idea de que las expresiones lingüísticas son interpretadas, al tiempo,

tanto literal como metafóricamente cuando ambas interpretaciones son viables por el

contexto. P. Gildea y S. Glucksberg (1983) presentaron datos sobre la integración de los

enunciados literales y metafóricos en el contexto, datos matizados por M. Shinjo y J.L.

Myers (1987), en el sentido de que no es posible trazar una diferencia entre uno y otro tipo

de enunciados en términos de relaciones de coherencia con el contexto. Véase el Cap. 3.

113
J. Carbonell, 1982, ampliado en J. Carbonell y S. Minton, 1983.
258

interpretación metafórica, indicando el resultado alcanzado; 3) un


componente de intención implícita, que incluiría “las razones por las que
un hablante o escritor escoge esa metáfora en particular 114 ; 4) una
proyección de transferencia, que incluiría toda la información adicional
que acompaña a la proyección básica y que está en el origen de las
inferencias a que dan lugar las expresiones metafóricas.

Los aspectos del modelo Carbonell que ofrecen más interés, desde
un punto de vista lingüístico, son los dos primeros, sobre los que
centraremos nuestro análisis, tratando de precisarlos y de apuntar ciertas
ideas para su desarrollo y plasmación efectivos en programas de
tratamiento automático del lenguaje natural.

En primer lugar, el modelo de J. Carbonell parte del supuesto de


que las expresiones metafóricas se encuentran divididas en clases, de tal
modo que una gran mayoría de ellas pueden ser adscritas a uno u otro
tipo de metáforas. Para justificar este supuesto, J. Carbonell se apoyó en
la conocida obra de M. Johnson y G. Lakoff (1980). Como las expresiones
metafóricas se pueden concebir, en su mayoría, como casos o instancias
de esquemas metafóricos generales (como arriba es más, abajo es
menos, etc), la interpretación o cálculo del sentido puede efectuarse
mediante un procedimiento inferencial, de hecho deductivo, de sustitución
de las variables o parámetros del esquema por expresiones lingüísticas
concretas (o por sus contenidos léxicos). Así, la tarea del reconocimiento
de una expresión como metafórica no consiste tanto en la detección de
anomalías semánticas como en la asignación de la expresión a una clase
de expresiones metafóricas, que ilustran todas un mismo esquema
general. Esa tarea de reconocimiento, en el modelo de J. Carbonell, es
efectuada por una red de discriminación sobre la que no se ofrecen
mayores precisiones, excepto la que ha de contener la suficiente
información como para poder decidir “si una proferencia lingüística es un

114 J. Carbonell, op. cit. pág. 417


259

caso o no de una metáfora general”. ¿ En qué podría consistir tal


información? En mi opinión, el funcionamiento efectivo de una red de este
tipo debería concretarse en dos etapas, que no representan pasos
efectivos de la comprensión del hablante/oyente: 1) reconocimiento de
una expresión como metafórica; 2) asignación de esa expresión
metafórica a una clase general de metáforas, a una metáfora básica o
fuente.

En el primer paso, en el modelo de Carbonell, la red de


reconocimiento funcionaría basándose en el principio de valor por defecto,
esto es, trataría de asignar una interpretación literal en primera instancia
y, al detectar algún tipo de anomalía, pasaría a las siguientes etapas de la
interpretación115. Pero, como se ha indicado, esto no sería coherente con
la realidad psicológica de los procedimientos de computación del
significado: es preciso que la interpretación, sea literal o metafórica, sea
conjunta y simultánea. Para ello, es preciso que la representación del
contexto sea lo suficientemente rica, como sucede usualmente en las
situaciones comunicativas reales, para determinar una u otra de un modo
automático. Además, cabe señalar, en este sentido que, en un dispositivo
realmente ambicioso de reconocimiento de expresiones metafóricas, las
anomalías que serían el desencadenante de una interpretación no literal
no se circunscribirían a los errores categoriales o, en términos
lingüísticos, a la violación de restricciones de selección, o a cualquier otro

115
"El proceso general de aplicación del conocimiento de la proyección metafórica es el

siguiente: 1) intentar analizar la proferencia input de una forma convencional, literal. Si esto

fracasa, y el fracaso está causado por una violación de una restricción semántica, váyase al

próximo paso, (En otro caso, el fracaso no se debe probablemente a la presencia de una

metáfora.)" (J. Carbonell, op. cit., pág. 418).


260

tipo de fallo en la combinatoria semántica. Una red de reconocimiento


realmente adecuada, y significativa desde el punto de vista cognitivo
debería ser capaz de detectar los usos metafóricos de las expresiones
lingüísticas. incluso en el caso de que tales usos no entrañaran la
violentación de la combinatoria léxica. ¿Cómo se podría hacer esto?
Incorporando, dentro de la red de reconocimiento, la información
necesaria para detectar anomalías discursivas, esto es, transgresiones
referentes a la coherencia textual o a los principios comunicativos
(máximas conversatorias, principio de relevancia, etc.) Ante una anomalía
de este tipo, el dispositivo seleccionaría automáticamente una
interpretación metafórica, dando cuenta así de un hecho que parece
fundamental en cualquier teoría del procesamiento automático del
lenguaje natural, que una expresión se puede utilizar en una ocasión con
un significado (literal, por ejemplo) y con otro (metafórico), en otra.

El siguiente componente mencionado consiste en el


reconocimiento de que la expresión metafórica es un caso de una
metáfora general o de una clase de ellas. Los principales obstáculos de
este aspecto del modelo de Carbonell (1982) son dos: en primer lugar,
son muy rudimentarias tanto las clasificaciones como los inventarios de
estas metáforas básicas o generales, aunque Carbonell considere, sin
mencionarlas, que existen unas 50 (en inglés). Respecto a las
taxonomías, tenemos poco más que la triple clasificación de Lakoff y
Johnson (1980) en orientativas, ontológicas y estructurales o procesuales,
pero es difícil imaginar cómo se puede plasmar esa clasificación en
términos de representaciones léxicas). Respecto a los inventarios, lo más
que tenemos son ejemplos concretos de una y otra clase, pero nada que
se aproxima a la exhaustividad, ni siquiera para el inglés. Sería un
aspecto deficitario de las actuales descripciones semánticas, tan
importante y seguramente mucho más productivo que la descripción de
los actos de habla, a remediar en el curso de la investigación futura.
261

El segundo aspecto problemàtico atañe a la forma en que se


concibe esa asignación. Según Carbonell, las reglas o proyecciones
básicas que controlarían esta asignación tendrían la forma `se usa X para
significar Y en el contexto Z’ , pero ¿a qué sustituyen realmente estas
variables? Carbonell concibió la proyección básica como la que “establece
los rasgos del input literal que son proyectables directamente en un
significado diferente por la metáfora” 116 . Esto sugeriría que existe una
modificación en los rasgos o componentes léxicos, similar al propugnado
por las teorías semánticas tradicionales sobre la metáfora (M.J. Reddy,
1969; S.R. Levin, 1977; L.J. Cohen, 1979). Esa transformación convertiría
X en Y, siendo ambas expresiones lingüísticas (rúbricas léxicas), en
presencia del contexto Z.

Ahora bien, este es el punto a partir del cual se desarrollaron ideas


más novedosas sobre el significado metafórico. En forma simplificada, se
puede afirmar que las teorías modernas han diferido en cuanto a la forma
y los objetos de esa proyección metafórica. Las teorías propiamente
lingüísticas conciben la proyección, o bien como una modificación de
representaciones léxicas, o como la aplicación de un conjunto de reglas
semánticas que posibilitan la interpretación metafórica, o como la
derivación de un significado de segundo orden 117 . Las teorías más
filosóficas o psicológicas, que han tratado de dar cuenta de los procesos
cognitivos implicados en la producción y comprensión de las metáforas,
han concebido esa proyección como una modificación sobre

116 J. Carbonell, op. cit., pág. 417


117
Por ejemplo, E.F. Kittay (1987) tomó esta última alternativa, explicando la proyección

metafórica, básicamente, como una traslación del campo semántico del vehículo al del

tenor.
262

representaciones del conocimiento. En general, se han basado en la


teoría interaccionista de M. Black, que venía a afirmar que la metáfora
pone en relación sistemas de (conocimientos sobre) cosas 118 . Por
ejemplo, las propuestas presentadas en los ochenta por R. Tourangeau y
R.J Sternberg (1982) pertenecen a esa forma de enfocar una teoría del
significado metafórico; los trabajos de D. Gentner (1982, 1983)
representaron un intento de aplicación de este enfoque a las analogías tal
como funcionan en la ciencia, y finalmente los de B. Indurkhya (1986,
1987, 1992) una propuesta de unificación teórica general basada en estos
supuestos.

En cualquier caso, se pueden evaluar esas propuestas teóricas


como referidas a niveles diferentes, pero sistemáticamente relacionados.
En ambos casos, las nociones y relaciones implicadas son similares.
Cuando se trata de una proyección entre sistemas de conocimientos
ligados a ámbitos de la realidad, es preciso definir la aptitud (aptness) o
propiedad (fitness) de la metáfora en términos de coherencia entre ambos
dominios 119 . Si se trata de una transformación efectuada mediante la
aplicación de reglas semánticas en uno o otro nivel, es preciso que el
conjunto de reglas que posibilitan esa transformación definan, cuando
menos implícitamente, una noción similar de coherencia metafórica. Por
otro lado, es de esperar que los logros alcanzados en uno u otro nivel del
tratamiento del problema influyan entre sí, como sucede en todos los
problemas característicos de las ciencias cognitivas. En particular, las

118 . M. Black (1954; 1962, se cita por la edición española de 1966): "1) el enunciado

metafórico tiene dos asuntos (subjects) distintos: uno `principal´ y otro `subsidiario´. 2) El

mejor modo de considerar tales asuntos es, confrecuencia, como `sistemas de cosas' y no

como `cosas' ".


119 Se ha propuesto que una manifestación de esa coherencia, en ciertos ámbitos, es la

preservación de la estructura causal, cfr. Gentner, 1982, 1983


263

investigaciones psicológicas sobre las constricciones estructurales de las


transformaciones entre sistemas de conocimientos pueden influir, y han
de hacerlo, sobre la naturaleza de los conjuntos de reglas postuladas para
dar cuenta de la producción e interpretación de metáforas.

Pero, volviendo a nuestro objetivo, la precisión de las ideas de


Carbonell, ¿cuál es la manera más conveniente de entender las
proyecciones `X se usa para significar Y en el contexto Z’? En el caso de
X e Y, se puede considerar que tienen como valores expresiones
lingüísticas (tipos o casos) de cualquier complejidad, o sus
correspondientes representaciones semánticas. Pero el caso de Z es más
complejo, puesto que Carbonell no da ninguna pista sobre cómo concibe
ese contexto Z que opera como una condición necesaria para la
proyección de X en Y.

Supongamos el caso más sencillo, en el que la interpretación


metafórica se basas en una inusual combinatoria semántica120. En este
caso el candidato más plausible a valor de Z es una descripción abstracta
del contexto léxico, que explicita la anomalía categorial o combinatoria.
Así, si se trata de dar cuenta del hecho de que el enunciado metafórico
`los precios suben’ significa `los precios aumentan’ , el esquema general
de la proyección ha de concretarse del siguiente modo

(i) `subir’ significa `aumentar’ en el contexto arg1 ( -FISICO)


que indica que cuando el sujeto (arg1) de `subir’ no es un objeto físico, el
predicado ha de entenderse como equivalente a `aumentar’,
`incrementar’, o cualquier otro predicado sinónimo.

120 Un caso más complejo sería el de los usos metafóricos de expresiones

semánticamente regulares. La detección y comprensión de este tipo de usos se habría

de basar en un tipo de conocimiento contextual mucho más rico, que incorporara, entre

otras cosas, alguna versión del principio comunicativo de relevancia lingüística.


264

Nótese que, entonces, la proyección no establecería relaciones


internas entre las representaciones léxicas de `subir’ y `aumentar’ , sino
que establece su equivalencia a la manera de los postulados de
significado. Dicho de otro modo, la interpretación metafórica no se
consigue sumando o restando rasgos léxicos a `subir’ , sino que resulta
posibilitada por una generalización sobre los contextos léxicos en que se
pueda distribuir. Esta sería una generalización importante con respecto al
tipo de información que deberían incluir las rúbricas léxicas. Estas no sólo
deberían contener información referente a la estructura conceptual
interna, a las posibilidades combinatorias sintácticas y semánticas
(subcategorización, restricciones selectivas), y plausiblemente algún
indicador del campo léxico (tal como postuló E.F. Kittay, 1987), sino
también incorporar reglas de equivalencia metafórica dependientes de
contextos léxicos.

Con ser una generalización importante y permitir resolver ciertos


casos de interpretación metafórica, ésta no es suficiente. Los análisis de
Lakoff y Johnson, en los que Carbonell se apoya, han sugerido que las
expresiones metafóricas se pueden tipificar en una lengua. Lo cual,
trasladado al nivel lingüístico, sugiere la posibilidad de establecer meta-
reglas semánticas que rijan la sistemática metafórica de esa lengua, que
enuncien explícitamente los esquemas metafóricos a los que se remiten
las proyecciones básicas de Carbonell.

Dado el carácter rudimentario de nuestras taxonomías metafóricas,


parece prematuro poner algún ejemplo de una meta-regla de esta clase.
Pero, no obstante, quizás merece la pena mencionar, entre otras, la
productividad de las metáforas orientativas en español y en otras lenguas.
I. Bosque (1985) ha estudiado someramente los usos figurados de
predicados que denotan dimensiones físicas en español, encontrando que
son absolutamente generales las traslaciones de lo espacial a lo temporal,
lo que nos permite hablar con toda naturalidad de un tiempo corto o largo,
265

de los cortos días del invierno o los largos del verano, de altas horas de la
noche, de la corta edad, etc. Este tipo de desplazamiento metafórico ha
de estar habilitado por una regla semántica general que permita aplicar en
español y en otras lenguas, a conceptos estructurados sobre el eje
temporal predicados propios del espacial. A través de este tipo de
generalizaciones, recogidas en las meta-reglas, es como son aplicables
los mecanismos de reconocimiento y asignación que postuló Carbonell en
su modelo, así es como se podría dotar de un contenido computatorio a
esos mecanismos. Los problemas que surgen en el diseño de un sistema
de meta-reglas de esta clase son muy importantes, pero es precisamente
lo que convierte la investigación en algo interesante.
266

CAPÍTULO 11

PRAGMÁTICA Y METÁFORA

En la actualidad, corren buenos tiempos para la pragmática, y para


los pragmáticos. De ser calificada de `cubo de basura’ de la lingüística (Y.
Bar-Hillel, 1971), en el cual se arrojaba todo fenómeno que no encontraba
fácil acomodo en las hormas estructuralistas o logicistas, la pragmática se
ha convertido en una disciplina respetable, con practicantes organizados
en sociedades (International Pragmatics Association) y órganos de
expresión consolidados (Journal of Pragmatics, Pragmatics & Cognition...)
Parte del auge actual de la disciplina se debe seguramente a un factor
externo, que, muy por encima, podemos caracterizar como agotamiento
del paradigma estructuralista, que ha dominado este siglo no sólo en
lingüística, sino en el entero ámbito de las ciencias simbólicas, como
ahora se suele agrupar a las diferentes disciplinas que se ocupan de las
acciones humanas que son significativas. Pero parte de la importancia
actual de la disciplina se debe a un factor interno, al haber sabido articular
un sistema de nociones y conceptos para analizar algunos de los
aspectos más escurridizos e intrigantes de la comunicación humana
mediante el lenguaje.

Y, sin embargo, con ser importante el arsenal de conceptos que la


pragmática ha puesto a disposición de los estudiosos de la comunicación
lingüística, interesa subrayar, para comenzar, lo que seguramente es su
aportación más valiosa, su perspectiva (J. Vershueren y J. Bertucelli-Papi,
eds., 1987). Existen muchas formas de caracterizar esa perspectiva, casi
tantas como definiciones de pragmática, pero utilizaremos una muy
general, que se remonta a la obra de un filósofo que pasa por ser el
267

primer tratado sistemático de filosofía del lenguaje. El filósofo es J. Locke


y la obra el Ensayo sobre el entendimiento humano. Allí, Locke introdujo
por vez primera el término semiótica para designar la disciplina que se
había de ocupar de los sistemas de signos (especialmente el lenguaje
natural) y de su relación con aquello de lo que eran signos - las ideas,
para Locke. El supuesto fundamental que Locke introdujo al diseñar la
semiótica es que el lenguaje es un sistema de representación y ésa es
una tesis que ha dominado la filosofía del lenguaje durante cuatro siglos y
la constitución de la propia lingüística. La tesis semiótica de Locke, la de
que el lenguaje codifica información, en cuanto representación de la idea,
llevó de forma natural a una creencia universalmente asumida por
generaciones de semánticos, la de que el significado es una propiedad
intrínseca del signo lingüístico. Y es este el supuesto básico que ha
venido a modificar o corregir la pragmática contemporánea.

He afirmado que existen muchas definiciones de la disciplina


pragmática, pero la más significativa es la que afirma que la pragmática
se ocupa de la forma en que adscribimos significado a nuestras acciones,
cuando las realizamos, o a las acciones de otros, cuando las
comprendemos. Así, tan abstractamente caracterizada, la pragmática
resulta ser una disciplina sumamente general que, por una parte, engloba
a la pragmática lingüística y, por otra, se ubica a sí misma como una
subdisciplina de la teoría de la acción humana. En cualquier caso, sea
ésta la caracterización más adecuada o no de la pragmática, lo que me
interesa subrayar es que la perspectiva pragmática ha inducido un
desplazamiento fundamental en el reino del significado

11.1. Explicaciones pragmáticas y modelo inferencial de la


comunicación

Las descripciones o explicaciones que se proponen desde la


perspectiva pragmática comparten todas un rasgo definitorio: consisten en
268

señalar cómo los elementos ajenos a los propiamente lingüísticos -sean


éstos los que fueren- determinan o influyen decisivamente en la
producción o comprensión de las acciones lingüísticas. O, dicho de otro
modo: las explicaciones pragmáticas especifican la función del contexto
en la producción y comprensión del significado.

Para entender esto cabalmente y poder empezar a comprender lo


que es una explicación pragmática de la metáfora, es preciso recordar el
modelo básico de producción y comprensión del significado que
promueve la pragmática, siquiera de una forma muy general y
macroscópica. Este modelo se suele calificar como inferencial, en
contraste con el modelo semiótico, basado en la noción de código. El
modelo inferencial de la comunicación lingüística aspira precisamente a la
sustitución del modelo semiótico. Pretende dar cuenta de la forma en que
los pertenecientes a una comunidad epistémicamente pertinente - que
comparte los conocimientos relevantes para la coordinación de sus
acciones, por ejemplo, la competencia lingüística, asignan significado a
sus acciones verbales, en cuanto agentes, y son capaces de interpretar
esas acciones, en cuanto destinatarios o receptores de dichas acciones.

Uno de los supuestos fundamentales en que se basa el modelo


inferencial es de carácter negativo o crítico: los procesos de codificación y
descodificación no desempeñan ningún papel significativo en la
descripción y explicación de la comunicación lingüística. Según D.
Sperber y D. Wilson, autores de una de las versiones más completas y
conocidas de este modelo, “los humanos no se comunican codificando y
descodificando pensamientos” 121 . Dicho de otro modo, los procesos
psicológicos que se desarrollan en la mente de los que participan en un

121 D. Sperber y D. Wilson (1986, pág. 32). Sin embargo, Sperber y Wilson reconocen un

cierto papel al modelo semiótico, en combinación con el modelo inferencial, del que sería

complementario
269

intercambio comunicativo, cuando producen o interpretan acciones, no


consisten en la aplicación de un código mental subyacente que permita la
expresión y comprensión de lo que las acciones significan. La operación
básica postulada es otra y el proceso es mucho más sutil y complejo. Lo
fundamental es la operación de inferencia, que consiste esencialmente en
la producción o captación de una información a partir de un conjunto de
informaciones antecedentes.

Descrito en una forma macroscópica, el modelo consiste


básicamente en lo siguiente: 1) un conjunto de premisas que expresan el
conocimiento que el agente/receptor pone en juego para la
producción/comprensión de la acción verbal, y 2) una conclusión, que
enuncia el contenido significativo de la acción verbal realizada; la
conclusión ha de representar el significado de la acción verbal, al menos
en la acepción de significado comunicativo, que es la que nos interesa (v.
Bustos, 1997).

El proceso postulado en el caso de la producción de una acción verbal


o proferencia significativa consta de lo siguiente - descrito también de una
forma muy general - : 1) el agente tiene como objetivo transmitir una cierta
información a un receptor o auditorio122, 2) para ello pone en juego su
conocimiento del conjunto de convenciones o procedimientos que,
compartidos por la comunidad comunicativa a que pertenecen tanto él
como el receptor, permiten expresar ese significado, 3) utiliza esos
procedimientos de forma relativa a una representación de la situación en
que va a realizar la acción; esa representación constituye básicamente lo
que se conoce como contexto de la acción verbal y, determina, al menos

122 Según Sperber y Wilson es preciso diferenciar entre esa intención puramente informativa

y la intención comunicativa propiamente dicha, que consiste en la intención en hacer

comprensible al auditorio la acción. La distinción es un tanto artificiosa, por lo que la

ignoraremos.
270

en parte, el significado de la acción llevada a cabo. La forma general que


tendría la inferencia llevada a cabo por el agente es pues la siguiente:

1) Si quiero decir (significar, transmitir, hacer saber...) x, entonces, dado


C, he de hacer z

donde x representa al objeto de la intención comunicativa del agente, es


decir, lo que se denomina el significado del hablante, C el contexto
pertinente para la expresión de esa intención y z la acción verbal que
constituye el medio apropiado tanto para su expresión como para su
comprensión.

Desde el punto de vista de la recepción, el proceso es básicamente


el inverso123, esto es, consiste esencialmente en la reconstrucción de la
intención comunicativa del agente:

(ii) Si A ha hecho z, entonces, dado C, ha querido decir x

Esto es, para la comprensión del significado de la acción verbal, el


auditorio ha de partir igualmente de una representación del contexto, que
puede coincidir o no con la del agente, y de su conocimiento de las
convenciones sociales y comunicativas que restringen el ámbito de las
posibles interpretaciones de z. Utilizando ambos tipos de conocimiento
como parte de la información movilizada en sus conjeturas sobre el
sentido de la acción de A, puede llegar a una conclusión sobre el objeto
de su intención comunicativa, esto es , acerca del significado de al acción
verbal.

123 Esta es una simplificación habitual, aunque abusiva. Como ha demostrado un sinfín de

investigaciones psicológicas, los procesos de producción y comprensión lingüísticas no son

simétricos (v. por ejemplo, H.H. Clark, 1996.)


271

11.2. Explicaciones pragmáticas de la emergencia del significado


metafórico

En el campo de la filosofía del lenguaje son dos las teorías más


citadas sobre la forma en que surge el significado metafórico, la de los
filósofos J. Searle y D. Davidson. En su análisis, J. Searle124 estimaba que
el problema que plantean las metáforas es un caso particular de “explicar
cómo el significado del hablante y el significado léxico u oracional se
separan. Es un caso especial de cómo es posible decir una cosa y
significar algo más...” De acuerdo con él, es erróneo plantear el problema
como si la oración (o el término) tuvieran dos interpretaciones o
acepciones diferentes, una literal y otra metafórica, y la semántica tuviera
que dar cuenta de ambas y de sus posibles relaciones. Sin embargo, de
acuerdo con Searle, los términos, y las oraciones “tienen el significado
que tienen” , esto es, son semánticamente unívocos - siempre que no
haya polisemia o ambigüedad -. Lo que ocurre es que se pueden usar de
(al menos) dos maneras: 1) para decir lo que estricta y semánticamente
significan, esto es, para transmitir la información contenida en su
representación semántica, o 2) para decir algo más, o algo diferente, de lo
que tal representación comporta: “Para distinguir brevemente lo que un
hablante significa al proferir palabras, oraciones y expresiones, por un
parte, y lo que las palabras, oraciones y expresiones significan, por otra,
denominaré a lo primero el significado proferencial del hablante y a lo
segundo el significado oracional o léxico. El significado metafórico
siempre es significado proferencial del hablante” 125 . Al distinguir de un
modo tan tajante los ámbitos propios del significado semántico y el
significado metafórico, se plantea el problema inmediato de su (posible)

124 J. Searle, 1979, pág. 76. Este análisis fue prolongado por D. Vanderveken (1991).

125 J. Searle, op. cit. pág. 77.


272

relación: o bien no existe relación en absoluto y el auditorio deriva la


interpretación metafórica de principios ajenos a la semántica, o bien existe
un procedimiento lingüísticamente especificable mediante el cual el
auditorio deriva esa interpretación, calculándola o computándola126. Ahora
bien, la concepción general de J. Searle sobre el comportamiento humano
en general, y el lingüístico en particular, es intencionalista (J. Searle,
1983). La interpretación de las proferencias de un hablante por parte de
un auditorio requiere la captación de las intenciones de ese hablante al
utilizar las expresiones. En un cierto sentido, esto viene a suponer la
primacía metodológica y epistemológica de la noción de significado del
hablante127, incluso en el caso de las proferencias literales, en las que
coinciden el significado proferencial y el semántico. Por tanto, el problema
de dar cuenta de los mecanismos que permiten acceder a la
interpretación metafórica se reduce al de explicar cuáles son los medios
que el hablante utiliza para dar a conocer sus intenciones a un auditorio,
de tal modo que éste sea capaz de reconocer el sentido metafórico de sus
proferencias. Según Searle, este problema general se puede dividir en
dos:”¿Cuáles son los principios que permiten a los hablantes formular, y
al auditorio comprender, las proferencias metafóricas? y ¿Cómo podemos
enunciar esos principios de una forma en que quede claro cómo difieren
las proferencias metafóricas de otras clases de proferencias en que el
significado del hablante no coincide con el significado literal?”128. El primer
problema es un problema externo y se refiere en realidad a la distinción
entre literal y no literal. El segundo es interno y atañe a la forma de

126 Para una aguda crítica de la posición de J. Searle sobre el carácter pragmático del

significado metafórico v. J.J. Acero (1989).


127 Como también mantuvo H.P. Grice, véase P. Suppes (1986)

128 J. Searle, op. cit., pág 78.


273

distinguir entre las diferentes manifestaciones de lo no literal. Dicho de


una forma muy sucinta, Searle concibe el significado literal de una oración
como lo que determina el conjunto de sus condiciones de verdad, junto
con ciertos supuestos básicos, de lo que, dado su carácter enciclopédico
antes mencionado, no se puede afirmar que formen parte del contenido
semántico de la oración. Así, cualquier oración que tenga un significado
literal tendrá un valor de verdad - “determinará la realidad en sí o en no”,
como decía L. Wittgenstein -, aunque ese significado literal no sea el
significado que trata de transmitir el hablante. De lo cual se deduce que, si
un enunciado metafórico tiene también un significado literal, sea cual sea
la relación que tenga éste con la interpretación metafórica, ha de poseer
condiciones de verdad.

La novedad del planteamiento de Searle consistió en rechazar que


la interpretación metafórica estuviera contenida, de algún modo
especificable, en la representación semántica del enunciado lingüístico.
Según Searle, los principios que permiten inferir la interpretación
metafórica son exteriores e independientes del sistema léxico de la
lengua.

La concepción de Searle supone en todo caso una tesis tradicional


que no se cuestiona: además del significado literal de una expresión (de
su proferencia) puede darse un significado metafórico. En algún sentido,
la comprensión del significado metafórico se realiza utilizando como
trampolín el significado literal, el significado especificado o asignado por la
teoría semántica. Esta tesis de la dualidad significativa de las expresiones
metafóricas es la que el filósofo D. Davidson puso en cuestión en un
274

conocido artículo129. En él D. Davidson sostuvo que las expresiones que


se usan metafóricamente no tienen otro significado que el significado
literal. Con ello se opuso a ideas tradicionales, como las del propio
Aristóteles. Y esa oposición tuvo una doble dimensión: por un lado, en su
aspecto semántico, Davidson mantuvo que no existe cosa tal como el
significado metafórico, derivado o no del literal, reducible o no a éste. Por
otro lado, en su aspecto cognitivo, Davidson sostuvo que, puesto que las
expresiones metafóricas no tienen ni referencia ni valor de verdad que no
sea el que es resultado de sus componentes considerados literalmente,
las metáforas no poseen importe cognitivo, esto es, no son instrumentos
para expresar o acceder a nuevos hechos o verdades, no guardan
relación - se entiende que de correspondencia - con el mundo, no
expresan ideas: “El concepto de metáfora como un vehículo que ante todo
transmite ideas, aunque inusuales, me parece tan erróneo como la idea
relacionada de que una metáfora tiene un significado especial. Estoy de
acuerdo con la opinión de que no se pueden parafrasear las metáforas,
pero no pienso que esto suceda porque las metáforas digan algo muy
novedoso con respecto a la expresión literal, sino porque no existe nada
que parafrasear"130. Sin embargo, la tesis de Davidson no es una tesis
que haya que adscribir a la concepción retórica tradicional: no supone que
las metáforas sean un mero adorno literario o poético, ni que su función
sea exclusivamente la de proporcionar placer mediante el lenguaje. Las
metáforas tienen un lugar propio en cualquier actividad lingüísticamente
mediada, incluso en la ciencia.

129 D. Davidson (1978). También en S. Sacks, ed (1979), edición por la que se cita. El

artículo se puede considerar un ataque a las tesis de M. Black. Véase la respuesta de M.

Black (1979) y Th. Leddy (1983).


130
D. Davidson, pág. 30.
275

Pero la tesis de Davidson parece tan radical como difícil de


mantener. Si las expresiones metafóricas tienen sólo un significado literal,
¿qué es lo que entienden los que las comprenden?. Si las metáforas no
transmiten ideas, ni son meros recursos estilísticos, ¿cuál es su función
en la comunicación? Si carecen de valor de verdad, ¿por qué se utilizan
en la ciencia o, en general, en los discursos cognitivamente orientados?
Sin embargo, si se analiza más de cerca, la tesis de Davidson no es tan
espectacular como parece.

D. Davidson partió de la conocida distinción entre lo que las


palabras significan y su utilización. De acuerdo con su tesis, las metáforas
pertenecen a este último ámbito, el del uso: las expresiones metafóricas
no son expresiones con una naturaleza semántica especial, sino
utilizaciones especiales de expresiones literales. Lo que la tradición ha
venido rotulando como significado metafórico o verdad metafórica no son
sino los efectos de la utilización metafórica y no su causa. Para expresarlo
de otro modo, la tradición lingüística y retórica explica que las metáforas
funcionan de determinada forma porque tienen la propiedad de poseer un
significado peculiar, el metafórico. La explicación de Davidson va en
sentido contrario, invierte los términos: las expresiones metafóricas tienen
ciertas propiedades (semántico-pragmáticas) porque funcionan (son
usadas) de formas especiales, con propósitos específicos.

Desde este punto de vista funcional, D. Davidson advierte una


estrecha relación entre la metáfora y el símil: ambos se utilizan con los
mismos fines, los de destacar o hacernos notar ciertos parecidos o
propiedades asignables a realidades o hechos distintos: ”es preciso que
las palabras hagan en la metáfora lo que las palabras hacen mediante el
significado literal en el símil. Una metáfora dirige la atención a la misma
clase de similitudes, si bien no a las mismas similitudes, que el
correspondiente símil...La metáfora y el símil no son sino dos de los
incontables mecanismos que nos sirven para alertarnos acerca de los
276

aspectos del mundo que nos invitan a realizar comparaciones”131

Pero, a diferencia del símil, que al fin y al cabo tiene un significado


literal, la metáfora no afirma nada. El símil afirma que se da una cierta
similitud o, al menos, que tal similitud es concebible entre dos objetos o
realidades literalmente referidas por las expresiones que figuran en el
símil. No así la metáfora. Como en la metáfora los términos sólo refieren
literalmente, la metáfora, en cuanto enunciado, suele ser literalmente falsa
- dicho sea de paso, casi siempre analíticamente falsa: “la diferencia
semántica más obvia entre el símil y la metáfora es que todos los símiles
son verdaderos y la mayoría de las metáforas falsas” 132 No obstante,
algunas metáforas son trivial o analíticamente verdaderas, como las que
enuncian autoidentidades (`los negocios son los negocios’, `los niños son
niños’ , etc.) o las que niegan la identidad entre objetos pertenecientes a
distintas categorías (`ningún hombre es una isla’). En realidad, el hecho
de que las expresiones utilizadas metafóricamente pertenezcan a
diferentes clases de enunciados literales prueba, para Davidson, que una
teoría sobre la metáfora no puede depender de una teoría de la verdad o
una teoría del significado (literal): “ninguna teoría del significado
metafórico o de la verdad metafórica puede ayudarnos a explicar cómo
funciona la metáfora. Lo que distingue a la metáfora no es el significado
sino el uso - en ello, es como asertar, dar pistas, mentir, prometer o
criticar. Y el uso especial con el que utilizamos la lengua no es , ni puede
ser, `decir algo’ especial, no importa cuán indirectamente”133 Por tanto, la
metáfora se encuentra en un nivel similar al de los actos ilocutivos o actos
de habla: del mismo modo que la promesa o la mentira, no está en las

131 D. Davidson, op. cit. pág. 38


132 D. Davidson, op. cit. pág. 39
133
D. Davidson, op. cit. pág. 41.
277

palabras que se profieren, sino en el uso que se hace de ellas (en la


intención de quien las profiere y en la convención a que se atienen), el
significado metafórico no se encuentra en las expresiones proferidas, sino
en aquello que se realiza mediante ellas.

Sin embargo, en este punto, las opiniones de Davidson


oscilan entre situar a lo metafórico en lo ilocutivo o en lo perlocutivo. A
veces se expresa como si la metáfora fuera ante todo un acto
dependiente de la intención del hablante y ligado a la proferencia de
ciertas expresiones: la compara con la mentira, en que da igual que lo
enunciado sea verdadero o falso, sólo basta con que sea contrario a lo
creído por el hablante y usado por éste con la intención de engañar. Sin
embargo, en otras ocasiones, habla de la metáfora como del efecto que
causan ciertas expresiones en un auditorio, no como del acto que
suponen esas mismas expresiones proferidas en un contexto
determinado. En particular, el efecto característicamente metafórico es el
de hacernos ver unas cosas como otras. La metáfora tiene éxito cuando,
a través de los significados literales de las palabras, ponemos en una
relación peculiar aquello a lo que literalmente refieren las palabras, la
relación de ver una cosa como otra. Según Davidson esto no tiene
contenido cognitivo alguno, porque ver una cosa como otra no es ver que
una cosa es otra. Dicho de otro modo, la metáfora no tiene contenido
cognitivo porque no nos dice cómo es la realidad, no afirma que la
realidad es tal o cual, sino que nos invita a ver una realidad en términos
de otra. De esta invitación se pueden decir muchas cosas: que es
estimulante, sugerente, original, creativa, poética, pero lo que no se
puede decir es que sea verdadera o falsa. Por eso, las teorías de la
metáfora que afirman que es parafraseable en términos literales erran,
porque no hay nada que parafrasear, nada que se pueda trasladar a
enunciados con valor de verdad, con contenido cognitivo. Por eso
también, aciertan quienes mantienen que las metáforas no son
parafraseables, aunque por una razón bien diferente de la que postulan.
278

No son parafraseables porque carecen de contenido que parafrasear. Lo


que la metáfora sugiere es abierto, indeterminado e inagotable en la
paráfrasis porque no es de naturaleza proposicional. No existe ninguna
idea oculta o especial que la metáfora exprese, porque su propósito no es
ése, sino el de incitar y suscitar en el intérprete nuevas visiones
previamente indeterminadas, o por lo menos no determinadas por el
sistema lingüístico.
En resumen, la posición de D. Davidson se puede resumir en las
siguientes tesis: 1) las expresiones lingüísticas sólo tienen una clase de
significado, el significado literal. Si son expresiones referenciales, tales
expresiones refieren literalmente incluso cuando se encuentran en el seno
de expresiones metafóricas. Si son expresiones enunciativas o
proposicionales, tales expresiones poseen un valor de verdad, el que les
corresponde con arreglo a su significado literal. 2) Las expresiones
metafóricas no refieren pues a otra cosa diferente de la que refieren
cuando se las considera literalmente, ni tienen un significado metafórico
junto al significado literal, ni enuncian verdades o falsedades de un tipo
particular. 3) Puesto que no tienen una referencia especial, ni un valor de
verdad específico, las metáforas carecen de contenido cognitivo. No
expresan verdades acerca del mundo, ni nos permiten acceder a éste de
una forma diferente a la del lenguaje literal. En particular, las metáforas no
se corresponden con ningún hecho. 4) Al carecer de contenido cognitivo,
no tiene sentido postular equivalencias con enunciados considerados
literalmente. Tal propuesta es radicalmente errónea, puesto que no hay
nada que se pueda reducir o parafrasear. 5) Las metáforas se conciben
mejor como usos peculiares de expresiones que como expresiones no
literales, esto es, pertenecientes a una clase diferente de la de las
expresiones normales. 6) Tal uso específicamente metafórico tiene una
función comunicativa, que no es la expresar o transmitir ideas, sino la de
hacer notar, indicar, invitar a un auditorio a ver una realidad en términos
de otra. El efecto metafórico se produce pues cuando tiene lugar esa
279

captación, que no tiene trascendencia epistemológica, puesto que la


captación no es una representación de propiedades o estructuras de
hechos componentes del mundo o de la realidad.
Tanto el análisis de J. Searle como el de D. Davidson
comparten, pese a su diferente orientación, el supuesto de que existe un
significado literal en el que las palabras refieren rectamente. Pero este
supuesto, común a muchas teorías filosóficas sobre el significado, no es
un supuesto incuestionado, tanto por los propios filósofos como por
lingüistas o psicólogos.

11.3. Pragmática y análisis textual de la metáfora

Tenemos pues al menos dos teorías, o esbozos de teorías,


pragmáticas. Pero ambas son igualmente insatisfactorias en la medida en
que no proporcionan mecanismo específico alguno de funcionamiento de
las metáforas y, por ende, no son utilizables en el análisis textual. La
teoría de Searle es excesivamente general, puesto que lo único específico
que afirma es que el significado metafórico emerge, de alguna forma, del
significado literal, pero sin concretar el procedimiento mediante el cual lo
hace, limitándose a apelar a los principios pragmáticos generales que
regulan la constitución del significado comunicativo. En cambio, la teoría
de D. Davidson afirma que no hay nada que explicar desde el punto de
vista semántico o pragmático, puesto que el mecanismo metafórico es de
naturaleza ajena a la lingüística.

Sin embargo, una explicación pragmática de la metáfora debería


proporcionar una descripción de los mecanismos mediante los cuales
opera la producción y comprensión de las metáforas y, precisamente por
su carácter pragmático, debería emplear en esa descripción elementos
que no son propiamente lingüísticos, sino históricos, sociológicos,
culturales o psicológicos.
280

Una dirección en la investigación que parece prometedora es la


reformulación de intuiciones de la teoría interacccionista de M. Black
(1954, 1977) en el molde de la teoría pragmática. Quizás por la influencia
de los tiempos que corrían, M. Black propuso sus ideas en clave
semántica llegando incluso a afirmar que “las reglas de la lengua
determinan lo que en esa lengua será una metáfora” (1954), opinión de la
que se desdijo veinte años más tarde (v. M. Black, 1977). Ello llevó a la
ilusión de que era posible elaborar una gramática de la metáfora y a los
fallidos intentos de explicar el mecanismo metafórico en términos de
movimiento de rasgos conceptuales o semas (adición, supresión,
proyección, etc.).

Sin embargo, ciertas intuiciones básicas de M. Black parecen


aprovechables como fundamentos de tratamientos con mayor rendimiento
analítico. Entre ellas, merece la pena destacar las siguientes:

1. La metáfora no es un asunto de pura predicación. Aunque la


estructura típica de la metáfora es `A es B’ , tal estructura no es una
estructura gramatical o una estructura reducible a una estructura
gramatical. A y B designan los asuntos de la metáfora, acerca de lo
que la metáfora versa. Tales asuntos se han denominado de
diversas maneras (primario/secundario, tenor/vehículo, polo/marco),
pero A y B no se han de identificar con los términos lingüísticos en
los que se pueden encarnar.
2. A y B designan sistemas y no realidades aisladas. Aunque Black
hablaba de sistemas de cosas, para todo lo que interesa, se puede
sustituir cosa por concepto o término lingüístico. Lo importante que
hay que retener es que A y B son entidades complejas, más o
menos laxamente estructuradas.
3. El mecanismo metafórico está centrado en la relación entre A y B,
esto es, A y B no constituyen por sí solas metáforas, sino que es la
relación entre ellos lo que proporciona la metáfora. El `sistema’
281

metaforizado A puede estar implícito.


4. A y B son sistemas no cerrados por la relación de inferencia o
implicación. Esto quiere decir dos cosas: a) A y B no son teorías en
el sentido estricto del término, aunque a veces se habla de ellas
como teorías del sentido común (folk theories); b) las implicaciones
que dan cohesión a A y B, en cuanto sistemas, no son
necesariamente lógicas, sino basadas en los mecanismos
inferenciales del razonamiento en el lenguaje natural, en muchas
ocasiones de índole pragmática y susceptibles de variación
transcultural, puesto que están basados en contenidos
estereotípicos, históricos y culturales.
5. La interacción entre A y B no los deja inalterados; el efecto típico de
esa interacción es la organización de un sistema en términos del otro
(sin excluir efectos mutuos). Lo que da un pista, dicho sea de paso,
para un correcto enfoque de la importancia cognitiva de las
metáforas y del hecho de que parezcan imprescindibles - y también
de su función poética, que no es sino una función cognitiva
`suspendida’ , desconectada de la práctica.

Con ser importantes estas ideas, quizás la más importante desde el


punto de vista del análisis cultural y textual haya sido la de que muchas
metáforas pueden agruparse en un alto nivel de abstracción en familias o,
como propuso el propio M. Black haciendo uso de la metáfora musical, en
temas. Esto es, mantuvo Black, que sean cuales sean los criterios que se
utilicen, si se llega a la conclusión de que una colección de metáforas son
lo suficientemente similares como para agruparlas, entonces nos
encontramos ante un tema metafórico, del cual los diferentes actos
lingüísticos específicos o las expresiones concretas utilizadas constituirían
variaciones (también en el sentido musical).

El tema es por tanto una noción abstracta elaborada a partir de las


entidades concretas que puedan ser los enunciados (las enunciaciones,
282

en la terminología francesa); en la definición de Black: “propongo


distinguir lo que se identifica meramente por una fórmula como `la
metáfora de que A es B’, sin más especificación de su uso contextual,
como un tema metafórico, considerado como una abstracción a partir de
los enunciados en que aparece o podría aparecer"134. Un análisis teórico
de la metáfora puede mantenerse en el nivel de abstracción que suponen
los temas metafóricos. En ese nivel se pueden establecer
generalizaciones acerca de los efectos cognitivos generales de las
metáforas de la una lengua, esto es, la medida en que contribuyen a la
constitución de los mapas conceptuales propios de esa lengua. También
se puede llegar a conclusiones interesantes acerca de los efectos
retóricos generales de la metáfora, esto es, a las funciones comunicativas
que sirven en el seno de una comunidad lingüística. Esto es precisamente
lo que ha hecho la lingüística cognitiva de G. Lakoff: mostrar cómo los
temas metafóricos contribuyen a la constitución de nuestro sistema
conceptual. En una bien conocida serie de análisis 135 , G. Lakoff y el
psicólogo M. Johnson han analizado y clasificado diferentes temas o topoi
metafóricos. Como hemos visto, las investigaciones que han llevado a
cabo eran primordialmente epistemológicas, en un sentido general, esto
es, estaban dirigidas a mostrar que la metáfora, también en un sentido
muy general, es el recurso creativo básico de nuestro entendimiento, el
medio esencial con el que aprehendemos, comprendemos y asimilamos
la información acerca del mundo. Pero, aún en ese nivel de generalidad,
sus reflexiones han probado ser útiles en el análisis textual de topoi
metafóricos más específicos, como los propios de las metáforas poéticas.
El propio G. Lakoff, en colaboración esta vez con un profesor de literatura,
M. Turner, escribió a finales de los ochenta 136 una `guía de campo’ de

134 M. Black, 1977, pág. 25.


135
Véase G. Lakoff (1987, 1992); G. Lakoff y M. Johnson (1980, 1981).

136 Véase G. Lakoff y M. Turner (1989).


283

metáforas poéticas, en las que utilizó las técnicas descriptivas de


metáforas convencionales para el análisis de textos poéticos.

El supuesto que guió a G. Lakoff, que es generalmente compartido por


psicólogos, filósofos del lenguaje y críticos literarios, es que, entre las
metáforas habituales de una cultura, desde las más fosilizadas o
convencionalizadas hasta las más frescas u originales de sus creaciones
colectivas (como por ejemplo las que se dan en la poesía popular), y las
metáforas poéticas de sus creadores individuales no existe sino un
continuo. Los mecanismos subyacentes básicos son los mismos, aunque
la forma en que tales mecanismos son utilizados y la habilidad con que se
usen puedan diferir grandemente: “Los grandes poetas, como los grandes
artesanos, usan básicamente las mismas herramientas que utilizamos; lo
que los hace diferentes es su talento para utilizar esas herramientas y su
habilidad en ello, que adquieren mediante una atención, estudio y práctica
perseverantes”137.

No obstante, ciertas ideas avanzadas por M. Black y elaboradas por la


psicología cognitiva han de ser acomodadas, o matizadas, cuando se
aborda el análisis de metáforas poéticas:

1. En primer lugar, es preciso tener en cuenta el sesgo epistemológico de


la teoría interaccionista, como teoría de origen filosófico que es. Su
objetivo principal es la descripción del carácter metafórico o
metaforizado de conceptos. Pero la poesía, tanto la popular como la
culta, no sólo desarrolla temas metafóricos, sino que también hace una
profusa utilización de imágenes metafóricas, de representaciones
sensitivas que entrañan nuevas formas de percibir una realidad, no de
conceptualizarla. Para decirlo con O. Paz: “El poeta nombra las cosas:
éstas son plumas, aquéllas son piedras. Y de pronto afirma: las piedras
son plumas, esto es aquello. Los elementos de la imagen no pierden su

137 G. Lakoff y M. Turner, 1989, xi.


284

carácter concreto y singular: las piedras siguen siendo piedras,


ásperas, duras, impenetrables, amarillas de sol o verdes de musgo:
piedras pesadas. Y las plumas, plumas: ligeras” 138 . En la imagen
poética, no se produce la proyección entre estructuras conceptuales,
sino entre imágenes mentales: de ahí que resulte necesario revisar
algunas de las características que postula la interacción metafórica:

1) las imágenes metafóricas no tienen la virtualidad o capacidad


inferencial que tienen las metáforas conceptuales. Frente a éstas, es
más difícil agruparlas en topoi, por su carácter fugaz y puntual. De
hecho, una de las cosas que permite distinguir, en un poema, las
imágenes y los conceptos metafóricos es la frecuencia y elaboración
de éstos. Por ejemplo, en M. Hernández hallamos versos como La
noche toda no: menos un gajo o ¿De qué cepas son las mejores
lunas? de los que nos podemos preguntar si son imágenes aisladas
o, en realidad, forman parte de un sistema más elaborado de
proyección metafórica conceptual. Como, en la poesía de un autor,
el conocimiento puesto en juego en las proyecciones metafóricas no
es necesariamente (pero a veces sí) un sistema estereotípico
culturalmente compartido, resulta difícil decidir si lo que en principio
parece una imagen aislada, la percepción de los astros como frutos
en este caso, forma en realidad parte de un topos metafórico
elaborado: los astros son frutos del cielo. En realidad, no existen
criterios conceptuales para decidir entre una alternativa y otra, sino
que tan sólo la práctica del análisis textual puede inclinar por una de
ellas. El problema reside en que las metáforas conceptuales están
asociadas o generan imágenes metafóricas, mientras que no todas
las imágenes metafóricas desembocan en metáforas conceptuales.
2) Otra dirección en la que es preciso modificar las intuiciones de la

138 O. Paz, 1956, pág. 99.


285

teoría interaccionista de la metáfora afecta a su dimensión


propiamente pragmática, la del conocimiento que movilizan para su
producción y comprensión. Tanto en el caso de las metáforas
convencionalizadas o, como metafóricamente se suele decir,
`muertas’, como también en el caso de las que, aún sin alcanzar el
estatuto de poéticas, son todavía percibidas como metafóricas por lo
hablantes, el conocimiento implicado en la producción/comprensión
es un conocimiento estereotípico. Me he referido brevemente a ello
en el punto anterior. La forma en que funcionan los topoi metafóricos
convencionales es poniendo en relación dos sistemas acerca de los
cuales una cultura mantiene creencias más o menos fijadas,
institucionalizadas. Por ejemplo, una metáfora convencional
sumamente convencionalizada es la mente es un recipiente, de
donde surgen expresiones como no me cabe en la cabeza, no me
entra en la cabeza, tiene una mente muy amplia/estrecha y muchas
otras. En este caso existe un conjunto de creencias históricamente
conformadas y culturalmente compartidas acerca de la mente y los
recipientes. Son esas creencias, que no forman parte
necesariamente de lo que significan `mente’ y `recipiente’ , las que
alimentan la metáfora, es decir, las que dan lugar a la
institucionalización de expresiones como las mencionadas. Por ello,
la comprensión de una metáfora de este tipo es practicamente
inmediata: en la conciencia lingüística se ha perdido su naturaleza
metafórica.

En cambio, en la metáfora poética, queda al arbitrio del autor la


naturaleza del conocimiento o la experiencia que sustenta la metáfora.
También de su voluntad comunicativa, de su deseo por mostrarse
transparente o hermético. En sus memorias, P. Neruda explica `por
primera y última vez’ lo que quería decir en un verso dedicado a
Federico García Lorca: por tí pintaron de azul los hospitales. Para él, el
286

color azul simbolizaba la tristeza (como para los annglosajones) y, por


eso, era el adecuado para expresar sus sentimientos ante la muerte del
poeta. Muchas metáforas pueden resultar incomprensibles
precisamente porque su captación requiere la reconstrucción no sólo
de las intenciones comunicativas del autor, como vimos
esquemáticamente en el proceso de comprensión lingüística, sino
también de las creencias o el conocimiento de su autor. En el caso de
la comprensión del lenguaje cotidiano, ese conocimiento o está
convencionalizado o forma parte del contexto comunicativo. En cambio,
en el caso del texto poético, la reconstitución puede ser imposible y,
por tanto, también la comprensión cabal del texto. Puede que hallamos
perdido acceso al conocimiento convencionalizado que alimenta las
metáforas del poema, como suele suceder en la poesía clásica, o en la
perteneciente a culturas muy alejadas de la nuestra. O puede que los
supuestos utilizados por el poeta nos sean innacesibles por otras
razones: porque el poeta haya decidido mantenerlos ocultos al lector,
incluso por mandato de su propia teoría estética. Esto ha sucedido
especialmente en algunos momentos de la historia de la poesía, como
en el caso de la poesía surrealista o en la poesía hermética. U. Eco
menciona un comentario jocoso del humorista Mosca a un poema
hermético de Ungaretti; dice el poema: era una noche sofocante y, de
pronto, vi colmillos violáceos en una axila que fingía calma. El
comentario de Mosca: esta comprobado que, en las noches
sofocantes, las axilas fingen calma. Entonces los incautos, que nada
saben de las axilares amenazas, se acercan confiados, van y las tocan,
y ¡zas! he aquí que vemos salir sus inconfundibles colmillos
violáceos...” La fuente de la ironía es la voluntaria y consciente
renuncia del autor a la transparencia comunicativa, la contradicción
subyacente en la elaboración del texto y en la simultánea negativa a
constituirlo como tal, esto es, como instrumento para la comunicación.
U. Eco observa inteligentemente que, en realidad, el comentario burlón
287

de Mosca suscita un problema más radical: el de que en ocasiones la


metáfora poética se mueve en los límites de lo intolerable para una
cultura, esto es, que explora las fronteras de lo que en esa cultura se
puede decir139.

Pero, recapitulando y dejando de lado los casos más extremados. la


metáfora poética difiere de la metáfora corriente al menos en estos dos
aspectos:

1) aún tomando como base una metáfora convencional, la metáfora


poética, amplia o extiende la proyección entre sus asuntos,
forzando los límites expresivos del lenguaje.
2) la metáfora poética puede fundamentarse en un conocimiento no
culturalmente convencionalizado, sino construido por el propio
poeta. Esto es, la metáfora poética puede constituir una
sugerencia de ver unas cosas como otras, como decía D.
Davidson. Y ello en virtud del conocimiento no lingüístico que
tenemos de las realidades que entran en juego en la metáfora.
Aunque sin una finalidad primordialmente cognitiva, la metáfora
poética puede tener una trascendencia cognitiva, en el sentido
muy laxo de ampliar nuestras fronteras convencionalizadas de la
percepción de la realidad natural o humana.

11.4. Dinámica de la metáfora y poema

Para finalizar, aduciremos unos cuantos ejemplos que ilustran,


siquiera mínimamente, estas formas en que la metáfora poética se aparta

139 Mucho habría que decir sobre esto: entre otras cosas porque, para encontrar algo

intolerable, es preciso reconocerle un estatuto comunicativo. Que la metáfora, para ser

insoportable, ha de ser reconocida como tal metáfora, lo cual implica un mínima

inteligibilidad. Pero todo ello nos llevaría demasiado lejos.


288

de la metáfora convencional, aunque es preciso insistir en que los


mecanismos de producción/comprensión de ambos tipos son
básicamente los mismos.

Consideremos en primer lugar, el clásico tema metafórico la muerte es


un viaje, sumamente convencionalizado y que da lugar a muchas
expresiones corrientes y veamos cómo utiliza F. de Quevedo ese tema
para dar a ese tema amplitud expresiva. El poema de Quevedo (Parnaso,
103 b) dice

Vivir es caminar breve jornada


y muerte viva es, Lico, nuestra vida,
ayer al frágil cuerpo amanecida,
cada instante en el cuerpo sepultada

Nada que, siendo, es poco, y será nada


en poco tiempo, que ambiciosa olvida;
pues, de la vanidad mal persuadida,
anhela duración, tierra animada.

Llevada de engañoso pensamiento


y de esperanza burladora y ciega
tropezará en el mismo monumento

Como el que, divertido, el mar navega


y, sin moverse, vuela con el viento
y antes que piense en acercarse, llega

El tema metafórico es enunciado en el primer verso, pero ya en él se


introduce el sentido general de la argumentación del soneto: la vida es un
viaje, pero breve. Uno de los extremos metafóricos de este viaje, la
partida, es a su vez remetaforizado como el amanecer (línea 2), a través
289

de otro tema metafórico convencional un viaje es un día, superposición de


metáforas que es habitual en el texto poético, en el que casi nunca se
encuentra un desarrollo lineal de una proyección metafórica. Pero donde
Quevedo fuerza la metáfora es en su consideración de que todo viaje
lleva en sí mismo, en cada momento de su desarrollo, su propia llegada,
porque la sensación de viaje sólo es posible cuando uno se olvida,
`llevado del engañoso pensamiento y la esperanza burladora y ciega’, de
su conclusión. Para sustanciar, para hacer presente ese juicio, de que
todo lo que tiene un final es ya final, Quevedo concreta el tema general la
vida es un viaje con la experiencia del que navega por mar y que,
inconsciente del movimiento que le traslada, se encuentra antes de darse
cuenta en el arribo.

El tema metafórico es sumamente general: la vida es un viaje. El tema


no especifica si el viaje es breve o largo, cómodo o incómodo,
acompañado o solitario...El tema metafórico proyecta el proceso viaje en
el proceso vida, pero no dice hasta qué punto alcanza esa proyección. Es
el talento del poeta el que se encarga de extender esa metáfora para
expresar lo que quiere decir, y para que se comprenda lo que quiere
decir.

En segundo lugar, quiero ilustrar el caso en que el poeta propone su


propio conocimiento o creencias como fundamento de la metáfora, que
puede no encontrarse relacionado, excepto en un nivel muy general, con
una metáfora convencionalizada. En Oda al invierno, P. Neruda escribe

Invierno/ para otros/ eres bruma/ en los malecones,/ clámide clamorosa,/


rosa blanca,/ corola de la nieve,/ para mí, Invierno/ eres/ un caballo/ niebla
te sube del hocico,/ gotas de lluvia caen/ de tu cola,/ electrizadas ráfagas/
son tus crines,/ galopas interminablemente/ salpicando de lodo/ al
traseúnte/ miramos/ y has pasado/ no te vemos la cara,/ no sabemos/ si
son agua de mar/ o cordillera/ tus ojos, has pasado/ como la cabellera de
un relámpago/ no quedo indemne un árbol,/ las hojas se reunieron/ en la
290

tierra,/ los nidos/ quedaron como harapos/ en la altura/ mientras tu


galopabas/ en la luz moribunda del planeta
Por supuesto, existe una familia de metáforas (englobadas
generalmente bajo el rótulo de personificación) que consisten en la
proyección de realidades animadas en realidades inanimadas. A esta
familia de metáforas se puede decir que corresponde la propuesta por
Neruda: el invierno es un caballo. Su originalidad está en su misma
propuesta, no tanto en su desarrollo. Al constituir realidades tan
aparentemente alejadas, la proyección de una sobre otra causa una
sensación de extrañeza, pero también de placer al observar cómo el
poeta desarrolla esa proyección: el vaho del hocico como la niebla
invernal, la lluvia como las gotas de la cola, las crines como ráfagas de
aires cargadas de electricidad, el galope como la violencia del invierno,
etc. Aristóteles decía que no hay nada comparable a ser un maestro de la
metáfora porque, aparte de ser un arte que no se aprende, ello entraña la
captación de ocultas afinidades; y, si variamos ligeramente su afirmación,
para que diga que no existe nada parecido a proponer similitudes y que
éstas sean comprendidas y aceptadas, podemos estar de acuerdo en que
es una buena descripción de la habilidad del poeta cuando usa una
metáfora.

La metáfora poética puede ser desarrollada simplemente, como en el


caso de Neruda, en que sólo hay una remetaforización (invertida), has
pasado como la cabellera de un relámpago, o puede ser enriquecida
mediante la incrustación de otras metáforas, sin alterar la riqueza y la
originalidad de la metáfora básica. Por ejemplo, consideremos el
desarrollo que hace J.R. Jiménez de la metáfora la memoria es un imán:

¡ Qué hierro el pensamiento !


¡ Cómo, imantado con la tarde dulce,
se trae a la cabeza, al corazón - ¡ al alma ! -
personas, cosas !
291

¡ Cómo arrastra, en un punto,


sin lastimarlos nada,
por montañas y simas
- ¡ tan tiernos ! -
los ojos adorados;
cómo sin trastornarles una hojilla,
en un instante, acerca
la frájil rosa de cristal de las palabras !
¡ Cómo, sin quebrantar el corazón
- tan suave en esta hora -
qué fuerte, qué valiente
le pone dentro mares, pueblos,
torres, montañas, vidas !

Aquí el desarrollo de la metáfora se ve enriquecido no sólo por


recursos estilísticos diferentes de la metáfora, sino también por sucesivas
remetaforizaciones que dan una densidad particular al poema. El imán de
la memoria trae, arrastra y, finalmente, pone sus objetos. Para hacerlo, es
impulsado por la dulce tarde, la carga eléctrica que hace funcionar la
memoria. Pero los objetos de la memoria son frágiles, esto es, pueden
desaparecer si se violentan. La memoria, no obstante, consigue hacerlos
presentes sin lastimarlos, sin trastornarles una hojilla y, por otro lado, sin
hacer violencia al centro mismo del ser, sobre el cual vacila el poeta, la
mente, el corazón, el alma. En la metáfora base se entrecruzan otras: los
recuerdos como objetos (frágiles), la memoria como un viaje (peligroso),
etc. Comprender el poema es algo más que captar esa metáfora base y
su desarrollo. Es también ser consciente de cómo el poeta han tejido
entre sí las metáforas. En la comprensión de estas metáforas y de las
formas en que pueden combinarse, no basta la consideración puramente
textual. Lo que la pragmática de la metáfora pone de relieve es que su
significado pleno sólo es accesible a través del conocimiento
292

extralingüístico, a través del conocimiento de las realidades que relaciona


entre sí. Dicho gráficamente, para comprender por qué el invierno es o
puede ser un caballo, es inútil ir al diccionario a consultar los significados
de `invierno’ y `caballo’ . Debemos apelar a nuestro conocimiento del
mundo o conocimiento enciclopédico para la comprensión de la metáfora.
Más generalmente, la pragmática no sólo ha contribuido a poner en
cuestión la distinción entre conocimiento lingüístico y conocimiento
enciclopédico: ha mostrado cómo éste es un elemento necesario en la
producción y en la comprensión lingüísticas, incluso en sus formas más
sofisticadas como en la metáfora poética. El significado no es una
propiedad que emane, por decirlo así, del propio texto, como han
mantenido, singularmente, las teorías literarias estructuralistas o
semióticas. De ahí que el cambio de perspectiva que supone la
pragmática haya tenido una profunda significación humanista, en la que
no se suele insistir. Por decirlo de una forma gráfica, la pragmática ha
rescatado el significado del lenguaje para devolverlo al hombre.
293

CAPÍTULO 12

La metáfora y el cultivo de la intimidad

“El lenguaje es una condición de la existencia del hombre y no un objeto,


un organismo o un sistema convencional de signos que podamos aceptar
o desechar” (O. Paz, El arco y la lira)

Una cuestión que se plantea inmediatamente cuando se pregunta


uno por la función que tienen las metáforas es la de si es posible enunciar
una respuesta única a la pregunta. ¿No sucederá que el recurso a la
metáfora sirva tal cantidad de funciones e intereses que no se pueda
designar uno en particular como el realmente explicativo ? La sospecha
de que esto es lo que sucede puede verse acrecentada por la variedad de
funciones que, a lo largo de la historia de la reflexión sobre el lenguaje
metafórico, se han destacado. Asimismo, la incertidumbre se ahonda
cuando se considera la variedad de niveles en que se puede reformular la
pregunta ¿de qué sirven las metáforas? Por ejemplo, se puede enunciar
esta pregunta en el nivel ontogenético o en el filogenético, como una
cuestión sobre su función en el desarrollo (de la competencia cognitiva)
del individuo, o sobre su papel histórico en el desarrollo de nuestro trato
epistemológico con el mundo. Puede considerarse como una exigencia de
información sobre cómo funcionan las metáforas en el contexto de la
construcción y puesta a prueba de teorías científicas o, más en general,
teorías sobre la realidad natural o social, tanto científicas como
pertenecientes al sentido común. Si restringimos el ámbito de sus
posibles respuestas a lo individual, en el nivel de la psicología del
individuo, se puede considerar la pregunta como una inquisición sobre el
papel de la metáfora en la elaboración y utilización de los conceptos con
294

los que se aprehende la realidad. Por su parte, si se atiende


exclusivamente a su dimensión lingüística, se puede entender como una
averiguación sobre el funcionamiento del mecanismo metafórico en la
totalidad de la lengua, por ejemplo, en su evolución léxica y gramatical. O
como una demanda sobre su función en utilizaciones especializadas del
lenguaje, como la literatura, la poesía o la filosofía misma.

Sin embargo, aunque un panorama tan confuso pueda resultar


descorazonador, siempre queda el rescoldo de la esperanza de que un
mayor nivel de abstracción en nuestras reflexiones nos pueda ayudar a
encontrar una respuesta satisfactoriamente general. En ese nivel superior
sólo existen dos tipos de respuestas que merezca la pena considerar. El
primero es el de las respuestas cognitivas, que acentúan el papel de la
metáfora en la constitución y difusión de las representaciones mentales
que median entre el lenguaje y la realidad. En sus versiones más
radicales, la metáfora no es considerada un asunto propiamente
lingüístico, aunque se pueda encarnar en la lengua. Se concibe más bien
como una cuestión mental, cuya resolución arroja luz sobre la forma en
que concebimos el mundo y nuestra relación con él. La metáfora, así
considerada, es una manifestación de un proceso psicológico de carácter
central y que se encuentra en la base de los procedimientos mediante los
cuales nuestro cerebro procesa la información procedente del entorno (v.
Cap. 7). Otro tipo de respuestas, aún en el nivel propiamente lingüístico,
ponen el énfasis en la función comunicativa y social que puedan tener las
metáforas. Esto es, en vez de considerar la relación de la metáfora con
los procesos individuales de intelección, buscan su esencia en la relación
del lenguaje con la sociedad, con las comunidades lingüísticas. Lo
importante, desde este punto de vista, son los efectos sociales que
produce la utilización metafórica del lenguaje, la forma en que contribuye
a la constitución de comunidades de comunicación, a la identidad de
grupos lingüísticos, desde el nivel interpersonal más reducido (hablante-
auditorio, autor-lector) al nivel lingüístico más general (cultural). En
295

general, los psicólogos y filósofos de la ciencia tienden a destacar los


aspectos cognitivos de la metáfora, mientras que los filósofos, sociólogos
y críticos literarios acentúan sus aspectos socio-comunicativos.

12.1. Metáfora e intimidad comunicativa

La mayor parte de los teóricos interesados en la metáfora, y que la


valoran positivamente en el contexto de sus investigaciones, están
orientados hacia el contenido e importe cognitivos de la metáfora. En
filosofía e historia de la ciencia, sus concepciones se centran en la función
y la importancia de metáforas y modelos en el surgimiento y desarrollo de
teorías científicas, en el papel que desempeñan en la provisión de nuevas
hipótesis y en su capacidad para penetrar ámbitos de la realidad remotos
o inaccesibles (v. Cap. 6). En psicología se sobresale su papel en la
formación de conceptos y su capacidad para organizarlos en sistemas,
esquemas o marcos. Asimismo, se indica la gran medida e importancia de
la difusión de los conceptos metafóricamente estructurados en nuestra
vida cotidiana, poniendo de relieve la forma en que concebimos y
orientamos nuestras acciones por su intermedio (v. Cap. 7).

Todo ello está muy bien, pero no es toda la historia. La metáfora no


se agota en su virtualidad cognitiva, y afirmarlo así no es sino una forma
más (moderna) de reducir un fenómeno esencialmente heterogéneo,
polifacético. Del mismo modo que parte de la tradición filosófica y literaria
relegó a la metáfora al limbo del ornato lingüístico, podría considerarse
que un sector de la investigación contemporánea la ha recluido en el cielo
cognitivo. ¿ No será esta glorificación epistemológica de la metáfora un
resabio del imperialismo ejercido en filosofía durante tanto tiempo por la
teoría del conocimiento? Los empiristas tradicionales menospreciaban la
metáfora porque no expresaba conocimiento alguno. Parece como si ello
hubiera inducido a pensar que, si la metáfora hubiera de tener algún valor,
296

ese valor debería ser precisamente el de contribuir a la deglución de la


manzana paradisíaca. La reflexión sobre la variopinta naturaleza de los
fenómenos metafóricos en el lenguaje natural permite, por lo pronto, no
sólo reivindicar su presencia, sino también corregir inconvenientes
sesgos en nuestra imagen filosófica del lenguaje. El lenguaje no es sólo el
medio por el cual adquirimos y expresamos nuestro conocimiento de la
realidad, ni esas funciones son la única fuente de su valor, ni las
monopolizadoras del marchamo de respetabilidad intelectual. Es también
el medio privilegiado en el que vivimos, el que nos da acceso a nuestra
identidad comunitaria y cultural.

Los filósofos modernos que han reflexionado sobre la metáfora


desde este último punto de partida, ciertamente minoritarios, han partido
del sentimiento de insatisfacción que suscita el tratamiento
predominantemente epistemológico en la filosofía contemporánea, al
menos desde el celebrado artículo de M. Black (1954). De acuerdo con
éste, la esencia funcional de la metáfora es que satisface nuestras
necesidades de comprensión y explicación allí donde el lenguaje literal no
puede hacerlo. Para Black, como es bien conocido, la metáfora constituye
un filtro a través del cual se puede aprehender la realidad objeto de
nuestras apetencias cognoscitivas. Tal filtro no es en realidad una sencilla
pantalla monocroma, sino una lente caleidoscópica, pero sistemática.
Constituye un complejo de inferencias que se traslada del objeto
secundario al primario mediante una proyección que oculta y destaca
rasgos de éste. Como D.E. Cooper (1986) ha señalado, la idea básica
tras la concepción de Black es la del modelo científico. Ciertamente los
ejemplos de metáforas paradigmáticas que Black considera no son sino la
crema lingüística de ciertos modelos científicos. Para Black, tras una
buena metáfora se encuentra un modelo que puede organizar un campo
de investigación, como el modelo hidráulico de la electricidad (la
electricidad como un líquido). En última instancia, el valor de una metáfora
reside en ser el germen fructífero de teorías e hipótesis, en constituir una
297

fuente sugerente de ideas allí donde la teorización directa es difícil, por la


novedad del objeto o la inmadurez de la disciplina. Pero en las metáforas
de la vida cotidiana, muchas de las tesis de Black resultan sencillamente
irrelevantes. En ellas no existen esos `complejos inferenciales’ que son
típicos de las metáforas científicas. Son más concretas, más puntuales,
más inmediatas. No se puede hablar de ellas relacionándolas con la
noción de modelo, por la sencilla razón que su propósito no es el de
modelar una realidad en términos de otra, a través de una transferencia
de ese complejo de implicaciones. Bien es cierto que se podría
argumentar que esa `modelización’ de las metáforas comunes conviene
más bien a las metáforas sistemáticas que han analizado G. Lakoff y M.
Johnson (1980), pero existen al menos dos objeciones para la aplicación
del análisis de estos autores (Cooper, 1986): ante todo, hay que tener en
cuenta que la concepción de M. Black no reconoce como auténticas
metáforas las expresiones lexicalizadas que, en algún momento anterior,
fueron efectivamente metafóricas, mientras que precisamente este tipo de
expresiones es el que preocupa a Lakoff y Johnson. Esta objeción se
podría salvar introduciendo la dimensión temporal, diacrónica: si bien
ahora no son metafóricas, en algún momento del desarrollo de la lengua
lo fueron, de tal modo que, si la función que les dio origen fue la de
conceptualizar un ámbito de la experiencia cotidiana, esa función
proporciona también una explicación de la existencia de la metáfora
lexicalizada140. La lexicalización no es sino el índice del éxito social de
una metáfora, pero ese éxito, aunque disipe la metaforicidad de la
expresión, no puede afectar a la naturaleza de la explicación de su
existencia. La cuestión es : ¿tienen las metáforas cotidianas, lexicalizadas
o no, la función que M. Black considera paradigmática de las metáforas

140
Este es un argumento desarrollado y expuesto supra, en el Capítulo 3.3.
298

científicas, la de modelar un ámbito de la experiencia ?

La segunda objeción a este tipo de enfoque apunta más


directamente al meollo de la cuestión. Para G. Lakoff y M. Johnson, la
explicación de las metáforas reside en que éstas proporcionan una
comprensión de experiencias que no se puede conseguir de ningún otro
modo, de tal forma que la propia percepción de la realidad resulta
afectada (modulada es el término de moda). Recuérdese lo que dicen a
este respecto: “la esencia de la metáfora es entender y experimentar un
tipo de cosa en términos de otra”141 Pero, si así fuera, se seguiría que las
metáforas determinarían unívocamente la comprensión: por ejemplo, no
podríamos comprender la noción de inflación sino a través de la metáfora
`la inflación es un enemigo’ . Pero esto no es cierto: en muchas ocasiones
la comprensión de un concepto excluye la utilización de tales metáforas.
Entender la inflación significa comprender un concepto económico, al cual
se puede acceder, entre otras maneras, de forma literal, estudiando la
economía de mercado, por ejemplo. De tal modo que “la metáfora del
enemigo no proporciona comprensión en el sentido relevante de
penetración teórica en el funcionamiento de la inflación, no en una forma
siquiera remotamente parecida a la que se podría afirmar de un modelo
económico de competencia perfecta, por ejemplo”142 La comprensión que
proporcionan las metáforas cotidianas no es por tanto la comprensión que
se desprende de las metáforas científicas, entre otras cosas porque
aquéllas están teñidas de sentimientos o actitudes culturales no
presentes, en principio, en éstas últimas.

Finalmente, se pueden suscitar dos tipos de problemas de orden


lingüístico que caen fuera del alcance de la concepción de M. Black: en
primer lugar, la concepción de Black se basa en las expresiones

141 Lakoff y Johnson, 1980, pág. 41, trad. esp.

142 D.E. Cooper, op. cit., pág. 147.


299

metafóricas en sentido estricto, dejando al margen todo tipo de


expresiones que, metonímicamente, son también rotuladas como
metafóricas en la filosofía contemporánea del lenguaje, como por ejemplo
la sinécdoque y la propia metonimia, con todas sus variedades. En el
caso de estas expresiones, es evidente que no tiene sentido plantearse la
modelización en la forma en que Black propuso. En segundo lugar, Black
se limita a considerar la forma canónica `A es B’, donde la metaforicidad
reside en el predicado `es B’ , “pero existen incontables proferencias
metafóricas que no tienen siquiera la forma apropiada para que la
pregunta tenga sentido”143 Por ejemplo, la afirmación (S. Dalí) “Yo soy la
Gioconda” no se puede analizar en términos de la concepción d M. Black
como si S. Dalí fuera el `filtro’ a través del cual vemos a la Gioconda, o a
la inversa. En general pocas metáforas poéticas pueden ser analizadas al
modo propuesto por M. Black, y resultaría abusivo suponer que las
metáforas poéticas, incluyendo las que se producen en la vida cotidiana,
son un subproducto o residuo de las metáforas `cognitivas’ , por decirlo
así. Cooper recuerda que la metáfora ha sido utilizada, en la literatura y el
arte modernos, con propósitos estrictamente opuestos a los cognitivos,
esto es, con la intención de diluir el sentido de realidad, para difuminar la
dualidad texto/mundo, como un medio para exorcizar la opacidad del
propio lenguaje.

La concepción de M. Black y todas las que, bajo su influencia,


pueden calificarse de “cognitivistas”, son valiosas, pero parciales. Al
destacar las utilizaciones cognitivas de una forma casi obsesiva,
descuidan o menosprecian otras que podrían iluminar la compleja
naturaleza de las expresiones metafóricas. En particular, descuidan “el
lugar del habla metafórica dentro de las relaciones personales y
sociales” 144 , cuyo análisis podría ayudar a conseguir una imagen más

143 D.E.Cooper, op. cit., pág. 148.


144 D.E. Cooper, op. cit., pág. 152.
300

completa y auténtica del fenómeno metafórico.

Dentro del ámbito de las relaciones humanas y personales, la


función `retórica’ de la metáfora que con más detenimiento se ha
analizado es la del cultivo de la intimidad. Intimidad en el sentido de
experiencia exclusivamente vivida, pero compartida; intimidad pues que
no afecta sólo al individuo, sino a su relación con otro u otros con los que
puede `formar sociedad’ para propósitos socio-comunicativos. ¿ En qué
consiste tal intimidad ? ¿ Cómo se alcanza mediante un instrumento
lingüístico, como la utilización de metáforas ?

Para responder a estas preguntas, hay que tener en cuenta ante


todo que de lo que se está hablando es de las metáforas `creativas’, esto
es, metáforas que son ideadas sobre la marcha, en el transcurso del
intercambio comunicativo, o de metáforas convencionales, pero
creativamente aplicadas. En cualquier caso no se trata de las metáforas
lexicalizadas en que basan sus opiniones G. Lakoff y M. Johnson, habla
convencional que es capaz de cultivar multitud de cosas, excepto la
intimidad en el sentido que nos interesa. Tampoco se trata de la intimidad
que se alcanza en los intercambios lingüísticos convencionales. Todo el
que sepa algo de sociolingüística tiene conciencia de que el uso del
lenguaje es un marcador social de primera importancia, el medio
fundamental por el que nos identificamos con nuestros iguales y nos
diferenciamos de otros semejantes. Mediante el lenguaje aprendemos a
conocer y reconocer los grupos a los que pertenecemos y a advertir
nuestras diferencias con respecto a otras comunidades de comunicación.
Nuestra conducta lingüística esta impregnada de indicaciones que
permiten nuestra identificación social y nuestra personalidad
comunicativa. La variación y las variedades lingüísticas manan de esa
fuente social, son las funciones que mueven la evolución de la lengua, los
dialectos, las jergas, etc.

En cualquier comportamiento lingüístico, por muy literal o


301

convencional que sea, son reconocibles los aspectos que desempeñan la


función de identificación social, desde los fonológicos a los pragmáticos.
Toda muestra de conducta tiene como resultado, si los guiños lingüísticos
funcionan correctamente, la consecución de un cierto tipo de intimidad, en
un sentido muy general. El oyente reconoce como parigual al hablante, o
no, y en ese sentido lo introduce en su propia comunidad comunicativa, o
lo excluye de ella. Pero la intimidad de que se habla cuando se hace
residir en ella una de las funciones comunicativas de la metáfora no es
tan general ni, en un cierto sentido, tan externa. Más bien parece
funcionar en el nivel interior a la propia comunidad comunicativa, siendo
por tanto más personal que social, más individual que colectiva. En
realidad, la comunidad comunicativa que puede ser pertinente para
considerar la metáfora bajo este prisma se puede reducir a dos personas,
hablante y oyente. La cuestión es que hablante y oyente alcancen ese
momento de intimidad a partir de una coordinación de sus actividades
lingüísticas (productivas, interpretativas) que va más allá de lo que
habitualmente se requiere. La metáfora puede verse así como una
especie de invitación por parte de quien la produce, una sugerencia tácita
para participar en un juego de agudeza y penetración que, como una
danza, requiere la armonía de los `movimientos’ de los participantes. Es
una propuesta para realizar un esfuerzo conjunto y extraordinario,
sobreañadido al que exige la comprensión del habla corriente, pero que
pide habilidades que no se encuentran mucho más allá de la competencia
media de los miembros de una comunidad: “El hablante figurativo está
inmerso en un proyecto social complejo. Está haciendo una demostración
de un nuevo lenguaje, reclutando hablantes y estableciendo una relación
vital con los correspondientes reclutas. La forma pertinente de relación
con el hablante es adoptar su metáfora, o extenderla en un sistema. Se
convierte uno en un `colega’ desarrollando el metaforés”145.

145 H. Skulsky, 1986.


302

De hecho, la competencia que es necesaria para participar en el


juego metafórico se reduce a dos componentes: 1) reconocer la expresión
como metafórica, y 2) desentrañar la metáfora, esto es, captar la relación
que permite referir a lo metaforizado con lo metaforizante. Se puede
pensar que esta competencia es extraordinaria en la medida en que va
más allá de las tareas interpretativas del auditorio: asignar referentes a las
expresiones que refieren (utilizando el conocimiento contextual), captar el
significado conceptual de los términos empleados, averiguar la fuerza
ilocutiva con la que son proferidos, etc. Pero es precisamente ese
carácter relativamente extraordinario el que constituye el cemento con
que se liga la intimidad hablante/auditorio. Si la interpretación de las
expresiones requiere siempre, en el contexto dinámico de la interacción,
la entrada en funcionamiento del conocimiento del contexto, esa
presencia parece aún más urgente en el caso de la interpretación
metafórica. En ciertos casos extremos, ni siquiera se puede reconocer
una expresión como metafórica a menos que la interpretación incluya
como premisas piezas de ese conocimiento contextual. Existen ciertos
mecanismos generales, relacionados con los principios comunicativos,
que guían al auditorio en el reconocimiento de una expresión como
metafórica, pero tales mecanismos no determinan la interpretación que,
en cada caso, es la correcta. Para ello se requiere conocimiento
contextual específico, al menos cuando se trata de metáforas con escaso
grado de convencionalidad (o alto de creatividad). Ese conocimiento
contextual requerido para la interpretación es, por supuesto, gradual con
respecto a la especificidad. En su extremo más general, puede consistir
en conocimientos de supuestos, creencias, valores, culturalmente
difundidos en una comunidad, de tal modo que la novedad del uso de
metáforas basados en él resida más en la aplicación que en la
elaboración. En tal caso, se podría decir que la metáfora empleada no
sólo sería reconocible como tal por hablante y auditorio en esa ocasión
particular, e interpretable correctamente en ella, sino que podría haber
303

sido empleada y comprendida por cualquier miembro de la comunidad


lingüística a la que pertenezcan hablante y oyente en la ocasión en
cuestión. En ese sentido, sería mínimo el carácter extraordinario del
proceso de elaboración y comprensión de la proferencia metafórica, y
mínima asimismo su incidencia en la cimentación de la intimidad
hablante/auditorio.

En cambio, en el otro extremo de la escala, se encontrarían las


metáforas para cuya comprensión sería necesario el acceso a un
conocimiento contextual que sólo hablante y auditorio poseen. En tal
caso, la proferencia metafórica es literalmente opaca para el resto de la
comunidad lingüística, porque carecería del instrumento necesario para
operar la interpretación correcta. En este extremo radical, la comunidad
lingüística pertinente, desde el punto de vista interpretativo y productivo,
es solamente la formada por el hablante y su auditorio.

La intimidad hablante/auditorio tiene, a lo largo de toda la escala,


una misma causa, la apelación a un conocimiento compartido. Es
inversamente proporcional a la especificidad de ese conocimiento: cuanto
más general sea el conocimiento, cuanto mayor la comunidad que a él
tiene acceso, será menor el efecto retórico de crear intimidad, se
asemejará más al lenguaje literal que, en principio, es susceptible de ser
comprendido por todos los hablante de una lengua. Y a la inversa: cuanto
más concreto y especial sea el conocimiento que nutre la metáfora,
cuanto más personal sea su naturaleza, tanto más contribuirá a reforzar
en hablante y auditorio el sentimiento de formar una comunidad exclusiva
y excluyente de comunicación.

Como bien saben los sociólogos en general, y los sociolingüístas


en particular, todo proceso de formación de una personalidad está
construido con dos materiales: identificación y exclusión. Si el uso del
lenguaje nos sirve para alcanzar una identidad (en realidad, muchas
identidades), debe incorporar esos dos aspectos: nos ha de servir para
304

identificar a nuestro grupo e identificarnos ante él, y nos ha de permitir


negar, aunque sea implícitamente, nuestra pertenencia a otros grupos. La
utilización de ciertas metáforas puede constituir en ese sentido una
contraseña social, que puede situarse en el mismo nivel, en cuanto a su
función, que el uso de una jerga. Del mismo modo que ésta aísla y
delimita un grupo social, el lenguaje metafórico puede remitir a las señas
de identidad lingüística y social, que han adquirido individualidad a costa
de otras.

De todos modos, es evidente que, por una parte, ni la metáfora es


el único medio para alcanzar identidad lingüística ni, por otra, es un
instrumento autónomo para conseguirla. La metáfora, desde este punto
de vista, forma parte de un repertorio de medios lingüísticos en general,
retóricos en particular, que incluye el empleo de la ironía, de las jergas,
del humor. En todos ellos se puede rastrear esa función de establecer
vínculos de complicidad entre hablante y auditorio, y en todos ellos opera
más o menos el mismo mecanismo: la remisión a un mundo común de
conocimientos, creencias, actitudes. Por lo demás, la metáfora no sería
efectiva en la realización de su función si el esfuerzo interpretativo
suplementario que exige fuera sólo eso, la entrada en juego de elementos
del conocimiento compartido por hablante y auditorio. Pero esa remisión
ni es puntual ni neutra: la sobreexigencia interpretativa es también la
invitación a entrar en un mundo de creencias y valores conjuntamente
contemplado. La interpretación de la metáfora desencadena así un efecto
de eco, que reverbera por los perfiles de nuestra fisonomía conceptual. La
proferencia de una metáfora es por tanto el recordatorio de que no sólo se
tiene en común esta o aquella migaja de conocimiento, sino todo un
mundo o forma de vivir compartida. Es al mismo tiempo una reverencia y
un convite, una leve inclinación de reconocimiento ante el que se presume
igual y la sugerencia de reafirmar esa igualdad en el juego del lenguaje.
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330

ÍNDICE

CAPÍTULO 1: La metáfora y la filosofía contemporánea del lenguaje....


1.1 El auge de la metáfora.......................................................................
1.2. Teorías sobre la metáfora................................................................
1.2.1 Ideas heredadas.............................................................................
1.2.2 Teorías semánticas sobre la metáfora..........................................
1.2.3 Teorías pragmáticas sobre la metáfora........................................
1.3. Metáfora y filosofía..........................................................................
1.3.1 Metáfora y filosofía del lenguaje................................................ ...
1.3.2 Metáfora y filosofía de la ciencia............................................... ...
1.3.3 Metáfora y metafísica................................................................. ..

CAPITULO 2: Viejas y nuevas ideas sobre la metáfora.......................


2.1 Las concepciones clásicas.............................................................
2.1.1 La teoría aristotélica.....................................................................
2.1.1.1 Análisis de la definición aristotélica...........................................
2.1.1.2 Taxonomía aristotélica de la metáfora.......................................
2.2. Ideas postaristotélicas sobre la metáfora......................................
2.3. La teoría interaccionista de M. Black.............................................

CAPITULO 3: Identificación y alcance de la metáfora: La polémica del


significado literal.....................................................................................
3.1 Lo literal.............................................................................................
3.2 Las críticas a la noción ortodoxa de significado literal......................
3.3 El enfoque cognitivo del significado literal.........................................

CAPITULO 4: Vida y muerte de las metáforas........................................

CAPITULO 5: Metáfora, referencia y verdad..........................................


5.1. Metáfora y referencia......................................................................
331

5.1.1 La extensión metafórica según N. Goodman..............................


5.1.2 Metáfora, referencia y acceso epistémico...................................
5.2. Metáfora y verdad...........................................................................
5.2.1. Teorías sobre la verdad de la metáfora.......................................

CAPITULO 6: Las metáforas y la ciencia..............................................


6.1 La función de las metáforas en la ciencia........................................
6.2 Referencia y metáforas científicas...................................................
6.3. Metáfora y cambio tecnológico........................................................
6.3.1. El cambio tecnológico en la autopista de la información..............
6.3.2. El diseño de una política tecnológica de la información...............
6.3.3. La información como propiedad....................................................

CAPITULO 7: Dos teorías cognitivas sobre la metáfora........................


7.1 ¿Es la teoría de la relevancia (también) una teoría de la
metáfora?................................................................................................
7.2 Metáforas con cuerpo: la teoría experiencial de la metáfora............
7.2.1 La impregnación metafórica del lenguaje......................................
7.2.2 Las teorías computatoria y corpórea de la mente.........................
7.2.3 Las características básicas de la semántica cognitiva...................
7.2.4 La metáfora y la constitución de los conceptos..............................
7.2.5 La posición experiencialista............................................................

CAPITULO 8: Conceptos metaforizados: el caso de la argumentación


8.1 La naturaleza de los conceptos.........................................................
8.2 La dimensión cognitiva del concepto de argumentación...................
8.3 Metaforización múltiple del concepto de argumentación...................
8.4 Estructura experiencial de la argumentación.....................................
8.5 Subcategorización y metaforización múltiple.....................................
8.6 Coherencia y dimensiones metafóricas...............................................
332

CAPÍTULO 9: La estructura cognitiva del nacionalismo: metáforas de la


identidad colectiva................................................................................
9.1. Nacionalismo y patología..............................................................
9.2 Cuerpo y nación.............................................................................

CAPITULO 10: Metáfora e inteligencia artificial....................................

CAPITULO 11: Pragmática y metáfora.................................................


11.1. Explicaciones pragmáticas y modelo inferencial de la
comunicación..........................................................................................
11.2 Explicaciones pragmáticas de la emergencia del significado
metafórico................................................................................................
11.3 Pragmática y análisis textual de la metáfora...................................
11.4. Dinámica de la metáfora y poema..................................................

CAPITULO 12: Metáfora e intimidad........................................................


12.1 La intimidad comunicativa.................................................................

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