10 Microrrelatos

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10 MICRORRELATOS

El dinosaurio, de Augusto Monterroso

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

Calidad y Cantidad , de Alejandro Jodorowsky

No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al alba, cuando su amada


era más larga

Un sueño, de Jorge Luis Borges

En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni
ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma de
círculo) hay una mesa de maderas y un banco. En esa celda circular, un hombre que
se parece a mi escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un
hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra
celda circular…El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros
escriben.

Amor 77, de Julio Cortázar

Y después de hacer todo lo que hacen se levantan, se bañan, se entalcan, se


perfuman, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.

La carta, de Luis Mateo Díez

Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el


portafolios y, antes de comenzar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta
donde, desde hace catorce años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio.

Toque de queda, de Omar Lara

—Quédate, le dije.

Y la toqué.

Cubo y pala, de Carmela Greciet

Con los soles de finales de marzo mamá se animó a bajar de los altillos las maletas
con ropa de verano. Sacó camisetas, gorras, shorts, sandalias…, y aferrado a su
cubo y su pala, también sacó a mi hermano pequeño, Jaime, que se nos había
olvidado.
Llovió todo abril y todo mayo.

Fantasma, de Patricia Esteban Erlés

El hombre que amé se ha convertido en fantasma. Me gusta ponerle mucho


suavizante, plancharlo al vapor y usarlo como sábana bajera las noches que tengo
una cita prometedora.

La dicha de vivir, de Leopoldo Lugones

Poco antes de la oración del huerto, un hombre tristísimo que había ido a ver a
Jesús conversaba con Felipe, mientras concluía de orar el Maestro.

–Yo soy el resucitado de Naim –dijo el hombre–. Antes de mi muerte, me regocijaba


con el vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y
me recreaba en la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan solo.
Ahora nada de eso puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?

–Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió
el Apóstol-. Es como si aquél volviera a nacer en la pureza del párvulo…

–Así lo creía y por eso vengo.

–¿Qué podrías pedirle, habiéndote devuelto la vida?

–Que me devuelva mis pecados –suspiró el hombre.

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