Tomo 13 - Vida en Comunidad - Capitulo 3

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 110

VIDA EN COMUNIDAD 1

2 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


Nuestras propias historias

Vida en
comunidad
III
Simbología
Categoría

Estudiante Docente Grupo


y personal familiar
administrativo

Región

Costa Sierra Amazonía Insular

ISBN: 978-9942-22-357-9
Presentación

L os libros de la colección “Nuestras propias


historias” son resultado del concurso
organizado por el Ministerio de Educación
en el marco de la campaña nacional de lectura. Esta convocatoria
invitó a la comunidad educativa a relatar anécdotas, recuerdos,
leyendas, costumbres y tradiciones de sus familias, barrios,
escuelas y más lugares. Permitió compartir los conocimientos
y saberes de abuelos y abuelas a través de los relatos de las
experiencias que han tenido a lo largo de su vida.
Hoy publicamos los trabajos ganadores e incluimos también
una Guía de mediación lectora dirigida a docentes que servirá para
el fomento de la lectura dentro y fuera de las aulas.
En los libros que tienen en sus manos encontrarán relatos
fantásticos, de amor y de terror; leyendas y descripciones de cómo
se viven las tradiciones de nuestro país y cuentos que transcurren
en la comunidad, la familia o la escuela. Son narraciones que han
sido contadas por nuestros abuelos, abuelas, madres, padres,
hermanas, hermanos, estudiantes, docentes y más gente que
trabaja en nuestras instituciones educativas.
Cada uno de los relatos que aquí se cuentan han sido
compartidos desde la palabra oral y la escritura entre toda la
comunidad educativa; al leerlos nos conoceremos y acercaremos
como comunidad para aprender los unos de los otros valorando la
diversidad de conocimientos.
Esperamos que disfruten de esta lectura y que también se
animen a contarnos sus propias historias.

VIDA EN COMUNIDAD 3
Prólogo

L a escritura de creación es un misterio. El


momento en que alguien toma un bolígrafo
y un papel, o está frente al teclado de un
computador, se abren las puertas de algo insospechado; nadie
sabe en realidad lo que puede ocurrir. La imaginación se pone
en marcha, las imágenes nos hacen un cerco, los recuerdos nos
caen como en una cascada para envolvernos. Estamos, en esos
momentos, en un estado interno mental y emocional en pleno
movimiento; una fuerza desconocida nos empuja para sacar a la
luz algo que nos pertenece, que nos exige que lo dejemos salir a
la claridad del día. Esa es la escritura de creación y la aventura de
escribir.
Hay quienes, en un momento de su existencia –desde la
adolescencia, en la época de las aulas escolares o más tarde−,
eligen ese camino con un entusiasmo singular, movidos por una
sensación interna que no puede ser descrita con facilidad. Lo
único que saben es que se trata de un impulso que les lleva a
escribir y crear un mundo que antes no existía ni en el papel ni en
la pantalla. Ese es el misterio de la escritura.
Con esto no solo me refiero al trabajo que hacen los “escritores
profesionales”, hombres y mujeres, que han creado literatura y
publicado libros como parte del oficio constante que tienen en
su vida. No. Me refiero a que la posibilidad y las ganas de escribir
están guardadas en cada uno de nosotros. Para muchos, la lectura
de libros es el gran estímulo para escribir también. Unos han
leído poco, y otros están intentando introducirse en el mundo
que describen los libros que están en sus manos. La literatura (los

VIDA EN COMUNIDAD 5
cuentos, las novelas, las tradiciones y leyendas escritas) no solo
está para ejercitar el razonamiento y comprender el contenido de
las narraciones, sino también para sentir con nuestro corazón lo
que otros nos cuentan; por ello a veces nos hacen reír, nos ponen
contentos, hacen que se nos escapen unas lágrimas (o al menos se
nos hace un nudo en la garganta), o nos dejan pensando un rato.
Siempre creí en las capacidades y las ganas de escribir que
tienen las personas que forman parte de la comunidad educativa:
estudiantes, docentes, y también madres y padres de familia. Solo
necesitaban una oportunidad, un empujoncito.
Al inicio, cuando en el Ministerio de Educación se planteó esta
propuesta, muchos dudaron que el programa “Nuestras propias
historias” pudiera dar resultados cuantitativos altos. En un
principio tal vez se lo veía como un proyecto un poco soñador, que
pretendía convocar a un gran desafío a la comunidad educativa
del país. Por ahí incluso escuché decir: “pero si la gente ni siquiera
lee, va a ser muy difícil que se ponga a escribir”.
Sin embargo, no ocurrió así. Esta propuesta ha revelado algo
que va más allá de la estadística o del cuadro de alcance de
metas cuantitativas. Esto es un resultado concreto en términos
educativos y culturales. Al interior de la comunidad educativa,
la cifra final de 3 729 participantes —entre estudiantes, docentes,
personal administrativo, madres, padres, abuelas y abuelos de
todo el Ecuador, en unas provincias más que en otras— nos
reveló que las personas tienen interés por narrar lo que les ha
sucedido, lo que han escuchado o lo que han inventado también.
De este gran total, para la publicación se seleccionaron más de
ochocientas narraciones que tratan una gran variedad de temas:
artes, oficios, profesiones y pasatiempos; leyendas y tradiciones;
realismo social; relatos de amor, de terror o fantásticos; o historias
de la comunidad, la familia o la escuela.

6 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


Este programa de escritura y lectura —originado en el sistema
educativo y que tuvo el total apoyo e impulso del ministro de
Educación Fander Falconí, durante su gestión— aportará al
reconocimiento de la historia, la cultura y la identidad de nuestros
pueblos, y será una fuente de investigación importante para
estudios académicos (antropológicos y sociológicos) sobre la
cultura e historia local y regional, de la población urbana y rural
de todo el país.
La amplia gama de narraciones publicadas en los libros
que conforman esta colección representa el primer fondo
editorial construido en el Ecuador por los propios miembros
de la comunidad educativa, que se convierten en creadores,
investigadores y difusores de la cultura local y regional. Cada
historia aparece con la información de cada autor, lo cual afirma
el reconocimiento concreto de su aporte personal a este programa
educativo de escritura, lectura e investigación.
Esta gran colección de narraciones se encuentra distribuida
en todo el sistema de bibliotecas educativas y comunitarias
a nivel nacional. Su entrega a los centros educativos estuvo
acompañada de una guía pedagógica que orienta, dentro del
aula, el uso metodológico de estos libros, ahora considerados una
fuente importante de lectura e investigación del país diverso que
tenemos. Esta diversidad está presente en cada una de “Nuestras
propias historias”.
LUIS ZÚÑIGA
Escritor y creador del Programa “Nuestras propias historias”.

VIDA EN COMUNIDAD 7
Contenido
Aquel calcinado paladín  11
SHINA DARINY PANAMÁ

El momento de las decisiones  14


MARIELA CLARIVEL SUAREZ

Mis ángeles guardianes  17


MARÍA ISABEL VALLEJO

El atropellamiento  20
ENRIQUE CORO

Los sueños gritan libertad  24


ROMMEL PAUL IGLESIAS

Perdidos en Sangolquí  30
JOSUÉ IVÁN RODRÍGUEZ

El cementerio y yo  34
LIGIA GEOVVANNA MORA

Vida en la época de mis padres y de mis


abuelos  38
ANA CECILIA MOLINA

Mirada de mujer  44
RUTH CECILIA TOGRA

El mundo según mi abuela  50


SONNIA CECILIA HERRERA

Cómo fue mi experiencia en el terremoto


del 16 de abril de 2016 56
DOLORES MAGDALENA ALCÍVAR
Soy sanmigueleña  61
MELANY SAMANTA CALLE

El regalo de Navidad  65
RICHARD ALAVA

A veces es difícil encontrar las palabras  68


CHRISTIAN JAVIER NAVARRETE

El susto de Gabriela  73
EDUARDO ANCHUNDIA

Perro callejero  77
KORAIMA TORRES

Oswaldo “el Viejito” Moreano  80


CÉSAR MARTÍN GARCÉS

La bicicleta de don Juanito  84


MÓNICA PATRICIA GALLEGOS

¡Mama Michi!  88
IRENE CABAY

Los centavos  92
RAIMUNDO GERMÁN CADENA

El zapato del malecón  96


DIEGO PICÓN

La Virgen de los Dolores  99


SONIA SILVANA SILVA

Ya no se siente la etnia indígena  103


JORDAN MARCELO VÁSQUEZ
SHINA DARINY
PANAMÁ
nació en Peguche,
Imbabura, en 2000.
Estudia en tercer año
de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Otavalo. Sus
actividades favoritas
son leer y jugar
básquet.

Aquel calcinado
paladín

M uchos miran o se imaginan a sus héroes


como los de las películas, con sus trajes
elegantes, con algún superpoder, alguna
habilidad especial o simplemente con el dinero suficiente para
hacer lo que sea, cuando sea y por quien sea. Para Innad, su héroe
era un caballero que siempre vestía ropa regalada y a veces muy
gastada, que usaba para ir al trabajo o a cualquier lugar.
Su superpoder, o mejor dicho su fuerza de voluntad, provenía
del amor a su familia. Tenía la habilidad de alzar muchos palos
de madera muy grandes y desalojar dos camiones de bloques en

VIDA EN COMUNIDAD 11
tan solo un día para poder construir futuros hogares, por lo que
era recompensado con miserables quejas y un miserable sueldo
que para él no era mucho, pero era necesario para poder seguir
manteniendo a su familia.
Así, Innad veía salir a su caballero paladín de casa para
seguir buscando la forma de mantener con vida a su pequeño
mundo, y esa era su tarea diaria, hasta que un día, en tan solo
unos minutos, todo cambió. Se encontraban en las fiestas de
la Virgencita de la comunidad, una fiesta religiosa a la cual
siempre Innad, su familia y el caballero acudían a ayudar en lo
que pudieran. Entonces Innad observó que un señor necesitaba
ayuda con los fuegos artificiales; el caballero inmediatamente
fue a ayudarlo: sostuvo los quince o veinte explosivos con
ambas manos, como abrazándolos, mientras que el señor los
encendía de cuatro en cuatro. Cuando ya los encendió, nadie

12 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


se percató de los giros que puede dar la vida y, peor aún, de los
giros que podían hacer esos explosivos.
Una vez prendidos, el señor se alejó y no alcanzó a ver que
uno de los explosivos se había desviado por el movimiento que
ocasionó el impulso de los anteriores. Este se dirigió al manojo
de explosivos del paladín, ocasionando que todos los cohetes que
él sostenía se encendieran. Uno por uno explotaron en su pecho,
mientras que solo se escuchaban gritos y se veía un gran alboroto.
Ahí, justo en ese momento, se marcó la gran duda de Innad:
¿cómo es que su paladín lograra sostener los cohetes y soportar
el dolor mientras todo le explotaba entre los brazos y el pecho, en
lugar de simplemente haber podido soltarlos? Ahora Innad se da
cuenta de que la respuesta era muy simple: su padre era su héroe
y también el de las muchas personas que allí se encontraban,
porque fácilmente pudieron haber sido alcanzadas por uno de los
fuegos artificiales. Un héroe anónimo que ahora no es más que un
paladín calcinado.

VIDA EN COMUNIDAD 13
MARIELA CLARIVEL
SUAREZ
nació en el recinto
Bocana de Abajo,
Guayas, en 1973.
Actualmente se dedica
a los quehaceres
domésticos. Su hijo
Josué David Morán
estudia en la Escuela
Rafael Morán Valverde.

El momento de las
decisiones

E ra Miércoles de Ceniza. Salí de mi casa a las


9h00, estuve trabajando y terminé temprano.
Luego del trabajo tenía que llegar a una misa,
pero aproximadamente a las tres de la tarde me encontré con unas
amigas y me quedé conversando con ellas. Se hizo hora de regresar
a casa, me despedí de ellas y caminé en busca de una tricimoto.
Mientras esperaba el transporte, me encontré con otra amiga, que
andaba en su moto y que me dijo:

14 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


—Acompáñame al colegio a ver a mi prima.
Le dije que no podía pues tenía que hacer compras y regresar
temprano, a un compromiso al que no podía faltar. Tan insistente
fue mi amiga que me dijo que se encargaría de regresarme hasta mi
casa, de modo que la acompañé hasta la institución y esperamos
a su prima.
—Vamos, dejamos a mi prima en su casa —dijo mi amiga—, y
luego te voy a dejar hasta la tuya.
Yo le dije que así no tendría tiempo para ir a la misa y que ya no
iría. Para colmo, a su prima le habían encargado comprar un pollo,
entonces nos dirigimos a comprarlo y luego nos fuimos.
En el transcurso del viaje íbamos jugando en la moto, entre
risas, exceso de velocidad y sin protección alguna. Sin darnos
cuenta, detrás de nosotros venía un Rutas Salitreñas, también con

VIDA EN COMUNIDAD 15
exceso de velocidad. En una curva cerrada, mi amiga trató de bajar
la velocidad de la moto pero fue imposible, ya que el bus pasó tan
cerca que nos asustamos. Fue entonces cuando mi amiga intentó
frenar, pero ya era muy tarde: habíamos caído y rodábamos sobre
la carretera, inconscientes las tres.
Despertamos en el hospital de Salitre. Apenas reaccioné,
no sabía qué hacer, a quién acudir ni cómo decirle a mi familia
lo que me había sucedido. Entonces se me ocurrió pedir ayuda
a una enfermera de turno, decirle que llamara a un familiar. Ella
llamó a mi mamá, sin obtener respuesta alguna, así que le rogué
que intentara con mi prima Lady. A ella le pedí que me ayudara
porque yo estaba en el centro asistencial por un accidente, y ella
no dudó en acudir.
Fue entonces cuando comprendí que la desobediencia no es
buena y que hay que tomar precauciones ante cualquier decisión.
No sabemos a todo lo que vamos a estar expuestos en cualquier
momento de nuestras vidas.

16 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


MARÍA ISABEL
VALLEJO
nació en Sangolquí,
Pichincha, en 1978.
Trabaja en la Unidad
Educativa Jacinto Jijón y
Caamaño. Su actividad
favorita es leer.

Mis ángeles
guardianes

T oda mi vida he pensado que los milagros sí


existen. También estoy segura de que tengo
un ángel guardián, aunque no lo he visto.
¡Ah, pero alguien me vio con mi ángel, y no era uno: eran tres!
Esto empieza así: mi madre siempre nos hacía orar antes de
salir de casa para que nada nos pasara. He llegado a confiar tanto
en Dios que no tengo la mínima duda de que Él me escucha si

VIDA EN COMUNIDAD 17
busco protección, Él me la ha dado siempre, por ello, como
muchos dicen, “Gracias a Dios no me ha pasado nada malo”.
Fue un sábado por la tarde. Había quedado con mi amiga,
una verdadera amiga, de esas que ya no hay muchas, por su
honestidad, sinceridad y, sobre todo, por su desinterés; una de
esas amigas con la que compartes una tarde completa y parte de
la noche y es como si hubiera pasado apenas una hora. Quedamos
en encontramos para tomar un café y así lo hicimos. Luego de tres
tazas, se hizo tarde, así que decidimos salir a pasear y cenar juntas.
El tiempo era corto para todo lo que debíamos conversar. Ya caída
la noche nos dirigimos a su casa y nuestra despedida, entre tema y
tema, duró hasta las once.
Como mi casa queda a una hora de viaje de la suya, dejamos
la conversación a medias y empecé a bajar al Valle. Entonces
¡recordé que no había pedido a Dios que me cuidara! En el primer

18 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


semáforo hice una oración: en esta ocasión le pedí a Dios que las
personas que me miraran notasen que estaba acompañada, que
no me vieran viajando sola. Al terminar, me sentí, como siempre,
muy segura y continué.
Luego de una hora llegué a mi casa, sana y salva. Para mí, eso
fue todo por ese día, pero lo más sorprendente estaba por suceder.
A la mañana siguiente, estuve en la casa de otra buena amiga,
Elizabeth. En medio de la conversación, me preguntó:
—¿Con quién bajaste ayer de Quito?
—Sola —le contesté. Y ella comentó:
—No me mientas: mi hermana y su esposo te vieron bajando
por la autopista a las doce de la noche y venías acompañada de tres
personas, eran hombres, incluso te pitaron pero tú no saludaste.
Con una sonrisa y un poco nerviosa, le argumenté que yo
estuve sola. No me creyó, y su hermana y cuñado aseguraron que
me vieron con otras personas. Ahí, en ese mismo instante, recordé
que Dios manda a sus ángeles para que nos protejan. Yo no los
veo, ¡pero otros sí, no sé cuántas veces!
Estoy totalmente convencida de que Dios contesta nuestras
oraciones según Su voluntad, no siempre con un sí, a veces con
un no o quizá con un “espera”. Estoy segura de que todos nosotros
tenemos ángeles a nuestro alrededor para cuidarnos.

VIDA EN COMUNIDAD 19
ENRIQUE CORO
nació en Palmira,
Chimborazo, en 1998.
Estudia en tercer año
de Bachillerato de la
Unidad Educativa José
Mejía Lequerica. Su
actividad favorita es el
ciclismo.

El atropellamiento

É rase una vez un pequeño muchacho —o sea


yo— que vivía alejado de su madre: por motivos
de trabajo, ella no podía estar con nosotros; por
eso mi hermano mayor me cuidaba: era él quien hacía el desayuno;
cocinaba feo porque se levantaba temprano y también tenía sueño,
por eso cocinaba lo que podía. A veces mi mamá venía a dejarnos
la colación y para hacer las compras, pues si nos daba la plata, nos
gastábamos en golosinas y no nos quedaba nada para la semana.
Ese fin de semana, mi mamá nos llamó y nos dijo que no podía
venir, así que me tocó ir a mí porque mi hermano no quiso. Me fui

20 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


y llegué bien. Ese fin de semana pasé con mis otros hermanos y
con mi mamá, pero el domingo ya me tocó regresar con la plata, y
así lo hice. Cuando solo me faltaba pasar la calle y dos cuadras más
para llegar a mi casa, me compré un helado. Lo estaba chupando,
no sé si estaba distraído, pero sí me acuerdo que regresé a ver si
asomaba algún carro. Estaba cruzando la calle, solo me faltaba
alzar una pierna del pavimento cuando, en ese instante tan corto,
un carro alcanzó a golpearme la pierna y tumbarme al piso.
Estaba asustado, veía todo borroso, me paré y quise caminar,
pero no pude, así que me volví a caer y quedé inconsciente
porque me golpeé la cabeza, y ya no me acuerdo lo que pasó
después. Desperté dentro de un taxi, con unas personas que me
preguntaban: dónde vives, cómo te llamas, dónde queda tu casa y
otras cosas más. Yo respondí algunas preguntas, aunque las volvía
a repetir a cada rato porque estaba mareado y no veía bien; quería
cerrar los ojos, pero los señores no me dejaban, me decían “No te
duermas, no cierres lo ojos”, pero no aguante así que los cerré.
Desperté en un hospital y me asusté mucho porque no me
gustan los hospitales. Me puse a llorar y pregunté por mi padre
porque, al parecer, cuando estaba inconsciente, parecía que
estaba conversando con él y por eso lo llamaba, pero luego me
acordé de que él ya estaba muerto. En ese momento solo quería
estar con él y gritaba su nombre muy fuerte; al mismo tiempo
lloraba desconsolado porque sabía que por más que le gritara, él
no iba a estar conmigo.
Los doctores me pedían que me calmara y me decían que no
pasaba nada, que ya no gritara más porque había más heridos
de mayor gravedad, pero yo no les hice caso; entonces me cansé
de gritar, me dolía la garganta, ahí me callé. De ese hospital,
que era solo para emergencias, me pasaron a otro donde pasé
hospitalizado dos largos meses, recuperándome. Al inicio todo

VIDA EN COMUNIDAD 21
era feo: los doctores, los gritos de las demás personas, todo; y yo no
podía dormir, eso sí me molestaba porque a mí me gusta dormir
mucho. Pero mientras pasaban los días, me fui acostumbrando, ya
me sentía mejor; además, mis familiares me consentían mucho,
en especial mi mamá. Yo les decía que me llevaran cuentos para
leer porque de pequeño me gustaba leer mucho; pero lo más
importante, que no se les olvide, era comprarme chocolates
porque me gustaban mucho y me siguen gustando.
Lo que me puso bien fue que algunos vecinos me visitaron:
ellos me conocían mucho porque algunos me fiaban alguna cosa
hasta que mi mamá les pagara; ellos también sabían que vivía
solo con mi hermano mayor. Que me visiten ellos sí me alegraba.
También me visitaban algunos amigos de la escuela.
Lo malo era que en el hospital había una doctora amargada que
casi siempre venía a ver cómo seguía y me hacía preguntas; me

22 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


levantaba la pierna y yo le decía que me dolía mucho y que ya me
soltara, y ella soltaba la pierna de una, yo gritaba y lloraba porque
sí me dolía. Cuando se iba, me sentía aliviado, pero cuando volvía,
yo siempre estaba temblando hasta que se retirara otra vez.
Luego de un tiempo me llevaron al quirófano para acomodarme
la pierna, pero eso no les cuento porque me sedaron y no me
acuerdo nada. Luego salí con un yeso en mi pierna, ya no me
dolía mucho, así que me sentía mejor. Siempre andaba por todo el
hospital conociendo lugares y todo lo que había ahí; una tarde me
metí en un cuarto donde había muchas mujeres con las piernas
abiertas, listas para dar a luz, y una enfermera me dijo que saliera,
que no debía estar ahí, yo le dije que me dejara porque quería ver
cómo nacen los niños, pero me sacaron.
Después de un tiempo me dieron de alta. A partir de ese
momento, todo cambió porque me dieron una silla de ruedas para
poder salir del cuarto: ahí había muchos heridos que gritaban y
lloraban de dolor y eso me ponía mal; uno de ellos era un niño
al que le había pateado una vaca y se le zafó la rodilla, otro era
un niño que se había lanzado del segundo piso con la capa de
Superman, entre otros.
Pasaba en mi casa. Los profesores me dijeron que podía seguir
estudiando, así que me iba a clases con unas muletas. Como me
seguía poniendo mejor, me sacaron el yeso y caminaba sin las
muletas, pero muy suavemente. Después de un tiempo, ya estaba
bien; lo malo es que ya no me consentían, pero me dio alegría
volver a caminar y a jugar, a mí que me gustan mucho los deportes.
Esta es mi anécdota del atropellamiento. Gracias a Dios estoy
bien, no me pasó nada grave y sigo haciendo deporte.

VIDA EN COMUNIDAD 23
ROMMEL PAUL
IGLESIAS
nació en Lago Agrio,
Sucumbíos, en 2001.
Estudia en segundo
año de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Fiscomisional Pacífico
Cembranos. Su
actividad favorita es
leer.

Los sueños gritan


libertad

E s inminente el final de una vida a la que


estamos acostumbrados. Los humanos
tenemos sueños que anhelamos con todo
nuestro ser, que pueden ser distintos, inusuales, divertidos o
vergonzosos. Existen sueños que no tienen que ver con la anomalía
de un juego o una rabieta de nuestro subconsciente, porque es
más que eso: es el anhelo de tener una esperanza que se convierta
en una realidad en la que estamos absortos. Tal vez te preguntes

24 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


por qué los sueños son tan importantes para mí. Pues de sueños
rescato la inaudible historia que relato.
Nací en un pueblo que tenía necesidad de bienes y dinero,
donde el único recurso necesario para desarrollar y crecer era
adaptarse a los cambios recurrentes de una zona selvática y
diversa, compuesta por lagos, ríos y caudales. Además, posee un
adjetivo que lo define como desapacible, que lo convierte en el
torrente donde nacieron mis tan apreciados sueños. Aquel espacio
de la más inimaginable belleza es Lago Agrio.
Con pasar de los días y años, el mundo que me rodeaba era
cada vez más diverso, pero siempre con personas con alegrías y
penas, cuyos sueños para mí han sido la inspiración para mi auge
emotivo. Cuando era un niño que todavía no desplegaba sus alas
al mundo, me gustaba admirar la biblioteca que mi padre me
dejó después de que partiera de este mundo: la imaginaba como
si fuera el monte Everest, sus libros como nieve que emanaban
palabras desconocidas, cada estante representaba un diferente
sentimiento por los diversos libros que me abrieron la puerta a
lo desconocido y a querer adquirir más conocimiento sobre el
mundo y sus misterios.
El lugar que marcó mi niñez fue una hermosa casa de cemento
y madera, con un patio lleno de flores, hierba, menta y una brisa
que despejaba mis pensamientos. Nunca me gustó jugar con
niños de la zona, no le encontraba el sentido a esos juegos, para mí
eran más exigentes que divertidos. Muchas personas notaron que
era extraño, ya que nunca jugaba o hablaba en público, mis únicos
amigos eran los juguetes de una gran canasta azul, que para mí se
distinguía de las demás por su inaudible atracción.
Un libro que había leído en uno de los estantes de mi padre
hablaba sobre mitología china y cómo los seres inertes —como
montañas, hojas, flores y objetos— tenían un espíritu inmortal.

VIDA EN COMUNIDAD 25
Me cuestionaba si era completamente creíble, pero a mi edad aún
no había comprendido las diferencias de la fantasía y la realidad.
Fue en la escuela, a los cinco años, cuando me separé de mi madre
y mi hogar. Fue un tormento. Fui muy tímido durante mis años de
aprendizaje, algunos de mis compañeros formaron el pilar de mi
camino que más adelante se volvería sorprendente e irreconocible.
Todo corría a su tiempo y las desventuras se acercaban. Fue un viernes
cuando mi madre me fue arrebatada por la justicia: unos hombres de
negro entraban y salían del hogar al que yo llamaba refugio, aquellos
seres me miraban de manera despreciable. Vi cómo estos personajes
agarraron a mi madre. En un segundo mi mundo se desmoronó, era
como si un puñal entrara en mi corazón. Caí al suelo y grité. No había
nada que hacer, para mí fue el final de todo.
¿Cuánto se necesita para destruir el alma de una persona? En
aquellos momentos de infinita tristeza y angustia, esa pregunta

26 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


invadía mis venas. Todo el rencor de las personas que se llevaron
a mi madre, ese rencor se quedó plasmado en mi corazón antes de
que conociera el perdón, aquel que me liberaría por completo. Mi
madre pasó por diferentes cárceles, en diferentes territorios, nuevas
amigas iban y venían, pero aquella es su historia, no la mía. Este
aconteciendo permitió que mi sueño se cumpliera más adelante.
La juventud fue una época llena de curiosidad, emociones,
conflictos y nuevos conocimientos. Conocí a tantas personas
maravillosas que cambiaron mi forma de ver al mundo: ya no
como un desperdicio, sino como una oportunidad para cambiar
sus imperfecciones. El colegio fue como mi segundo hogar: a sus
espacios, profesores y estudiantes los considero como parte de mi
familia. Aquellos momentos gratos que compartimos fueron la
enseñanza para apreciar cada minuto de mi vida.
Hubo una jovencita de carácter emotivo, angelical y carismático
llamada Aisha con la que comencé una muy buena amistad, hasta
el punto de convertirse en mi mejor amiga. El sentimiento de que
alguien me apreciaba por lo que era y de no ser rechazado por
aquellos que consideraban extrañas mis habilidades me hacía,
por primera vez, una persona especial. Con el paso de los años
la conexión creció más, conocí lo más profundo y doliente de su
alma. Esta amistad me hizo tener una gran conexión conmigo
mismo. Aquella muchacha, a la que creía libre de problemas, era
una rosa en medio de la tormenta. Por eso fue que empezó mi
admiración por las mujeres y lo que son capaces de hacer para
conseguir lo que más quieren. Recuerdo los mensajes alentadores
que me enviaba vía e-mail para que siguiera adelante. El destino
nos separó más tarde, en el bachillerato, cada quien tomó su
rumbo, a un camino diferente, pero nunca nos separamos del
todo hasta el día de hoy. Para mí ella es la representación de la
más pura honradez.

VIDA EN COMUNIDAD 27
Un sentimiento parecido desarrollé con mis nuevos
compañeros de curso, con quienes, por el destino, nos
encontramos en las paradojas de una nueva etapa con nuevas
aventuras. Es así como mis nuevos sentimientos retomaron mi
angustia desequilibrada y me dieron las agallas para enfrentar al
mundo que yo temía rechazar.
Mi curiosidad se abrió nuevos caminos. Sabía que mi destino
me llamaba a continuar en la búsqueda de mi ser: la encontré
en una biblioteca de mi localidad, cercana y olvidada pues en
esta época los estudiantes están invadidos por la tecnología. La
olvidaron, pero algunas personas aún se resistían a los cambios
y seguían asistiendo a este templo del saber. El día que llegué a
quel lugar desconocido fue una sorpresa porque encontré una
gran variedad de pinturas y libros en tres estantes parecidos a
mi biblioteca, pero con la diferencia de que esta era más amplia.
Norma, la bibliotecaria, me divisó al llegar. Fijó en sus ojos en
mí, me regaló una sonrisa y me dio la bienvenida, algo inusual
para alguien como yo. Fue entonces cuando mi amistad creció,
fue como una conexión entre ella y yo. Su mirada en la mía me
convertía en un literato. Ella mencionó que dos almas se conectan
mediante la mirada porque son personas con gustos plenos en la
literatura. Ella definía a la literatura como un conjunto de sueños
que las personas plasman con la magia de una pluma y un papel,
instrumentos donde no hay límite para nuestra imaginación; solo
cuando dejes de creer en la magia, aquella imaginación dejará de
existir.
Nos veíamos después de clases, cuando la ayudaba a ordenar
la biblioteca y recibir a las personas que la visitaban, que eran
muchos adolescentes. En muchas ocasiones les ayudaba a
encontrar el libro correcto para sus gustos. En una ocasión una
joven muy impetuosa me preguntó cuál sería el libro correcto para

28 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


definir al amor. Su pregunta muy directa me incomodó, pero se la
respondí claramente: un libro como este no existe por el simple
hecho de que el amor no tiene definición, y si la tuviera, todos
nos comprenderíamos. La joven solo me dio las gracias y quedó
pensativa en las nubes de su comprensión.
La respuesta para esta chica la aprendí de una joven admirable
de mi salón, que más que una simple compañera era la síntesis
de una gran amistad: su nombre es Heydi, como el personaje de
la pequeña niña de los Alpes que cautivó mi niñez. Al igual que
ella, tiene un alma inocente pero audaz; empezaba a sentir que
dentro de aquella alma delicada había un misil de liderazgo, ya
que siempre se oponía a la simpleza del amor. Me enseñó que
para amar a una persona debes amar su interior, porque aquello
que distingue a una persona son los sentimientos y la forma en
que los moldea en su entorno. Ella me entretuvo mucho. Es grato
decir que Heydi formó un lazo de amistad como el de los sueños
del más sabio pensador.
Te preguntarás qué tienen en común las personas con las que
ensamblé muchas conexiones: es hermoso decir que cada una me
regaló su tan apreciado sueño. Aisha demostró ser una líder entre
guerras de tristeza, Norma me enseñó que la literatura es más que
un simple ego y Heydi me demostró el poder de la amistad. Todas
tienen un sueño, pero a diferencia de otras personas, ellas son
increíbles, me gritan libertad en sus sueños.

VIDA EN COMUNIDAD 29
JOSUÉ IVÁN
RODRÍGUEZ
estudia en segundo
año de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Leopoldo Mercado.

Perdidos en
Sangolquí

E ra un día de escuela normal, como todos. Yo


tenía nueve años y mi hermano siete. Yo estaba
esperando salir de clases: cuando ya faltaban
diez minutos, a mi profesora se le ocurrió poner un trabajo para todos
y nadie podría salir sin acabar el deber. Mi hermano llegó a mi curso
y me esperó hasta que acabara el trabajo. Siempre he usado recorrido
del bus, no sabía ir en buses, mucho menos mi hermano. Nosotros
estábamos esperanzados en que el recorrido nos esperara.

30 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


Ya era la una de la tarde y nosotros salíamos normalmente a
las doce. Como recién acabé el trabajo a la 1:30 p. m., mi hermano
y yo estábamos preocupados porque no sabíamos si estaría el
bus del recorrido, así que salimos lo más rápido que pudimos y,
como era de esperar, no estaba. Lo buscamos por lugares cercanos
a la escuela y no lo encontramos. Nos empezamos a desesperar
un poco, no sabíamos qué hacer; lo único que se nos ocurrió fue
esperar dentro de la escuela por si alguien nos ayudaba o nuestra
madre llegaba.
Fuimos adonde la profesora a decirle lo que nos pasó y ella nos
dijo: “No puedo ayudarles, lo siento”. Y nosotros nos quedamos
pensando: “¿Y ahora qué hacemos?”. Pasó el tiempo, como una
hora y media, y llegó la madre de un compañero del curso y nos
preguntó:
—¿Qué hacen aquí todavía? —Y le contamos lo que nos pasó.
Ella nos quiso ayudar y buscó una solución.
—Vamos a hablar con la profesora para ver qué hacemos.
Estuvieron hablando y nos dijeron esto:
—¿Qué les parece si les damos diez centavos y se van a su casa?
Yo respondí:
—Sí, claro, está bien.
Nos llevó a la parada de los buses. Me preguntó dónde vivíamos.
Le dije la dirección. La madre de mi amigo nos dijo que debíamos
coger un bus para llegar a la casa, pero no me dijo que había dos
buses iguales que iban a diferentes destinos. Ella se fue. Con mi
hermano esperamos el bus. Cuando llegó, era el que nos dijo, pero
con nuestra suerte cogimos el bus que se iba a otro lado.
Mientras estábamos esperando a que el bus nos llevara a
nuestra casa, el señor de los pasajes me dijo que me faltaban diez

VIDA EN COMUNIDAD 31
centavos de mi hermano, y como no tenía, me tocó llevarle en las
piernas por un rato, porque pensé que nos bajarían del bus.
Ya íbamos cuarenta minutos en el bus. Estaba viendo por la
ventana por si algo se me hacía conocido, para ver si ya estábamos
cerca, pero como era el bus equivocado nada se me hacía conocido.
Pasó una hora de que subimos y el señor del bus gritó: “¡Última
parada!”. Ahí nos dimos cuenta de que el bus que cogimos era el
equivocado.
Nos quedamos sentados en el bus. Estábamos desesperados.
Empezamos a llorar. Una señora nos preguntó qué nos pasaba,
que por qué llorábamos. Le contamos lo que nos pasó. Ella se
sorprendió y nos dijo:
—Vengan conmigo, les llevaré a Sangolquí, luego les diré qué
bus coger para llegar a su casa. —Nosotros confiamos en ella.

32 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


Nos subimos a un bus y ella nos pagó el pasaje. Estuvimos
viajando como treinta minutos y entonces ella nos dijo que nos
bajáramos. Estábamos en el centro de Sangolquí. Pasó un rato.
Venía un bus, ella nos quedó viendo y dijo:
—Ese bus va a su casa, ya les pago el pasaje y suerte en todo.
—Nosotros estábamos muy agradecidos. Después de veinte
minutos, llegamos a nuestra casa.
Mi madre estaba desesperada. Nos dijo que fue a la escuela a
buscarnos y que ya se iba a un centro de policías a ver qué podía
hacer. Llegamos a las siete de la noche a la casa, pero sanos y salvos
gracias la señora que nos ayudó.

VIDA EN COMUNIDAD 33
LIGIA GEOVVANNA
MORA
nació en Pasa,
Tungurahua, en 1963.
Trabaja en la Unidad
Educativa Mario Cobo
Barona. Su actividad
favorita es enseñar.

El cementerio y yo

L a infancia más hermosa la viví en un lindo


pueblito serrano llamado Pasa. Allí pasé
mis primeros nueve años. Cuando nací, era
tan pequeñita que mi papi me puso el apodo de Pitinga. Podía
salir adonde yo quisiera, sin temor a nada ni nadie, todos nos
conocíamos y siempre los mayores estaban pendientes de los
niños, aunque no fueran sus hijos.
Me encantaba jugar a la tiendita: la mía era la más surtida,
tenía desde arroz de sopa hasta manteca de puerco, tenía todo;
por disparatada que fuera la necesidad del cliente, yo lo obtenía

34 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


todo del parque de enfrente de mi casa, bastaba con cruzar la calle
y recoger semillas, hojas, ramas, pétalos de flores y muchísimas
cosas más. Esa era la materia principal de mi tiendita.
En Pasa, mi papi tenía su propia tienda de abarrotes que, por
cierto, abastecía todas las necesidades de sus coterráneos, era
tan surtida como la mía, hasta tenía una mesa para jugar billar,
que era el juego favorito de todos los moradores. Mi papi también
tenía su propio trío de cantantes, tocaba el requinto y cantaba; y
no es porque fuera mi papi, pero en serio cantaba muy bonito, sus
amigos decían que él le hacía cantar al requinto.
Un fin de semana mi papi tenía una presentación con su trío,
por eso nos mandó a mi hermana mayor y a mí a que retirásemos
su terno, que lo había mandado a planchar donde el sastre del
pueblo. Ya eran como las seis de la tarde cuando partimos a
cumplir con el encargo. Debo indicar antes de continuar que la
hermana con la que mi padre me mandó no me quería mucho,
en casa le decían La Retobada; estaba celosa porque yo vine al
mundo a quitarle el trono porque antes de que yo naciera, ella
era la consentida. Desde que yo me acuerdo, buscaba cualquier
motivo para hacerme llorar, y esta vez no sería la excepción.
Salimos juntas de la casa, pero a mitad del camino y al ver que ya
estaba oscureciendo —¿por qué será que en los pueblos anochece
rápido?—, mi querida hermana empezó a tramar algo.
Cuando pasamos por detrás del cementerio, que es donde
vivía el sastre, ella ya sabía lo que iba a hacer conmigo. Entramos,
saludamos, explicamos el motivo de la visita al señor, recogimos el
terno y emprendimos el regreso a casa. Al llegar al cementerio, mi
hermana me dijo:
—Hagamos un concurso: veamos quién llega primero a la casa.
Tú te vas por ese camino y yo voy por este. —Y echó a correr sin
darme tiempo de decir nada. Yo me quedé parada, observando

VIDA EN COMUNIDAD 35
el camino por donde tenía que ir. En la oscuridad no pude ver
mucho, solo observé que una parte de la pared del cementerio
estaba caída. Eché a correr. Abría y cerraba los ojos de vez en
cuando, hasta que me golpeé duro con algo. Abrí los ojos y me di
cuenta de que estaba dentro del cementerio y era una puerta con
lo que me había golpeado.
Allí empezó mi tormento. Me aferré a la puerta con tanta fuerza
que ya no sentía mis dedos. Todo estaba oscuro. Sentía que detrás
de mí los muertos se levantaban para agarrarme y llevarme a sus
tumbas. Veía fantasmas en forma de nubes que paseaban a mi
alrededor. El miedo me paralizó tanto que hasta sentí el frío de la
muerte a mi lado. No podía gritar, me quedé paralizada.
Mientras tanto mi hermana ya había llegado a la casa. Mi mami
le preguntó dónde estaba yo, a lo que mi ñaña contestó que por allí
venía, que ella se apresuró por traer el terno.

36 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


Para mí, que estaba encerrada en el cementerio, el tiempo se
hacía una eternidad. De pronto, como un ángel caído del cielo,
pasó por allí un primo, iba a visitar a alguien y al verme dentro
del cementerio se apresuró a ayudarme. Lo más terrible fue que
haló las puertas y las abrió sin mayor dificultad, no tenían ningún
candado ni nada. El miedo hizo que yo no empujara la puerta ni
saliera por mis propios medios.
Esta experiencia hizo que yo le tuviera mucho miedo a la
oscuridad y a mi hermana le costó un buen castigo. Desde aquel
día no volví a acercarme al cementerio. Regresé cuando ya era
madre, con mis tres primeros hijos, cuando todavía eran niños:
ellos querían conocer el cementerio donde su madre, cuando era
niña, se había quedado encerrada. No les puedo mentir: me dio
un poco de miedito reconocer el lugar, pero lo logré.
Hoy, que soy abuelita, esta es una historia más para contarle
a mi nieta, que le encanta escucharme. También debo contarles
que, ahora que las dos somos madres y abuelitas, somos las
mejores amigas, y aunque crecí con sus bromas, la amo tanto que
ya decidimos que vamos a pasar nuestra vejez juntas, quieran o no
nuestros esposos.
Pese a mi encierro en el cementerio, sigo diciendo que no
hay mejor lugar para pasar la infancia que mi pueblito serrano,
llamado Pasa.

VIDA EN COMUNIDAD 37
ANA CECILIA MOLINA
nació en Sangolquí,
Pichincha, en 1967.
Trabaja en la Unidad
Educativa Ramón
González Artigas. Sus
actividades favoritas
son leer y escuchar
música clásica.

Vida en la época
de mis padres y de
mis abuelos

A na Cecilia Molina Narváez es mi nombre


y tengo cincuenta y un años de edad.
Pretendo, en este ensayo, fotografiar mi
vida, evaluar aquel tránsito ineludible de todo ser humano, que no
es fácil pero sí necesario en algún momento. La Madre Teresa de

38 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


Calcuta dijo: “La vida es una oportunidad, aprovéchala; la vida es
belleza, admírala; la vida es beatitud, saboréala; la vida es un sueño,
hazlo realidad; la vida es un reto, afróntalo; la vida es un juego,
juégalo; la vida es preciosa, cuídala; la vida es riqueza, consérvala;
la vida es un misterio, descúbrelo”. Una revisión de este trajinar
vivencial debe ser para alimentarnos, refrescar nuestros ánimos,
codificar y decodificar los aciertos y desaciertos, revitalizar desde
la intimidad, la esperanza y retroalimentar los sueños.
El amor y la vida social en época de mis abuelos son
experiencias y sensaciones que, como cinta cinematográfica,
pasan por mi mente. Con respecto al sexo y la sexualidad, estos
eran tabús en casa, nunca se hablaba de ello. La mayor parte del
tiempo salíamos a escondidas para poder vernos con un amigo
o enamorado, con el pretexto de consultar en la biblioteca. Más
que valores, era el temor a la paliza que recibíamos. Si por mala
suerte o el desconocimiento de métodos anticonceptivos había un
embarazo, se escondía a la chica hasta el nacimiento de su bebé,
quien, en muchos de los casos, era reconocido por su abuelo.
En la época de mis abuelitos, se tenían los hijos que “Dios
mande”: la esposa no podía cuidarse sin previa autorización del
marido y del cura de la comunidad, parroquia, recinto, etc. La
esposa debía mantenerse firme ante su esposo porque, como
decían, “marido es aunque pegue, aunque mate”, todo porque sin el
cónyuge, no había quién mantuviera el hogar, además del “qué dirán”.
Los hombres eran extremadamente machistas y procreadores
de hijos, ya que ellos nacen con la palanqueta bajo el brazo. Por
ellos no solo la esposa llevaba su parte, sino sus hijos también,
eran maltratados. Para salir un fin de semana, unas dos o tres
horas, a los hijos se les imponía trabajos en casa: “Si quieres irte
a la fiesta, haz las meriendas, almuerzos, el aseo, etc.”. Lo peor era
cuando ya listos y alborotados se les decía no.

VIDA EN COMUNIDAD 39
Los permisos eran muy restringidos. De niños y jóvenes
aprovechábamos las fiestas de los adultos porque, eso sí, eran
constantes: compromisos de santos, como San Ramón, Santa
Rosa, Santa María, San José y no faltaba el “santo pretexto”. Los
adultos bailaban y bebían, nosotros jugábamos a las cogidas,
escondidas, párame la mano, ollas encantadas, canicas y, por
qué no, teníamos una cita rápida con el enamorado, con el que,
por cierto, nos comunicábamos muy pocas veces y con citas
puntuales, caso contrario, perdíamos el contacto. En esos casos,
los varones eran muy respetuosos y galanes, aguardaban la hora
que llegábamos del colegio o salíamos de casa al colegio, etc. Algo
muy gracioso eran los silbos: las mujeres debíamos grabarnos el
ritmo para reconocerlos.
Para proceder al matrimonio, el novio visitaba a la novia en
su casa, llevando alimentos para el pedido de mano. Si entre las

40 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


familias llegaban a acuerdos, el matrimonio se efectuaba tras, más
o menos, un año de preparativos. La mayor parte de la fiesta la
pagaba la familia de la novia: primero el matrimonio civil y luego
el eclesiástico, en este día la fiesta era primero donde el novio y al
siguiente día donde la novia.
La cultura es el condimento esencial de la vida y de la
cotidianidad, pues ella se construye día a día. En casi todas las
familias había artistas que interpretaban música de la época. En
este aspecto cabe recalcar que había variación según la situación
económica, regiones, costumbres, etc.; por lo general, el pueblo
entonaba música triste y los instrumentos, hasta la época actual, son
el rondador, las dulzainas, la hoja, los pingullos y la guitarra. En otras
familias, los intérpretes se dejaban acompañar por el acordeón, el
requinto y otros. De la época de mis abuelitos, mi mamá recuerda
a Julio Jaramillo, Olimpo Cárdenas, las hermanas Mendoza Suasti,
el dúo Benítez y Valencia. En cuanto al teatro, se practicaba en
los colegios, seleccionando a estudiantes con esas aptitudes. Se
escuchaba en la radio a don Evaristo Corral y Chancleta, programa
humorístico y satírico en contra de los políticos; escuchábamos a
Tres Patines, que también era humorístico.
Las radionovelas eran “Porfirio Cadena”, “Kalimán”, “Drácula”,
“Rayo de Plata”, en las radios Caracol, Espejo y Tarqui. Se miraba
algún programa de televisión en blanco y negro, pero muy poco
y con horarios impuestos por los padres. Se escuchaba mucho la
radio, que también actuaba como reloj, como decía mi madre:
“Apúrense, ya empezó el Maestro Juanito, se van a atrasar, corran
a clases”. El mencionado programa era crítico e informativo,
también muy tradicional en la cuenta regresiva de los fines de
año. “La Hora Sabrosa” era un programa de entretenimiento: se
presentaban artistas de la época y cachistas1.
1 Cacho: Forma coloquial de referirse al chiste; cachistas son los que cuenta chistes.

VIDA EN COMUNIDAD 41
Mi madre me dijo que escuchaba música en discos de acetato
de cuarenta y cinco revoluciones, que era el disco pequeño:
una canción a un lado y otra al reverso. Los discos de treinta
y tres revoluciones contenían seis canciones, igual cantidad al
reverso.
Para la integración entre vecinos, familiares y amigos, se
organizaban las famosas humoradas, que eran bailes con
discomóvil, a partir de las 15h00 hasta las 19h00 como máximo,
y controlados por uno o dos adultos de confianza. Para calmar la
sed, era una delicia disfrutar de las colas (gaseosas) y muy poca
cerveza (uno o dos vasos pequeños).
En las instituciones educativas, los señores profesores
organizaban las fogatas bailables y las kermeses, con orquestas
de prestigio, como Don Medardo y sus Players, Los Fabulosos, Los
Duques, Los Graduados, Los Joker’s, Bocia Junior. También a los
jóvenes les gustaba la música romántica de Los Iracundos, Sandro,
Raphael, etc. Los adultos también disfrutaban de la mencionada
música: en las fiestas, además, ellos bailaban con bandas de
pueblo y orquestas.
En los momentos dolorosos como sepelios, todo el pueblo
acompañaba a los dolientes, llevando velas encendidas y
formando dos columnas. El féretro iba en el centro, con el cura
párroco caminando desde la iglesia al cementerio.
Sobre la vestimenta, una de las manifestaciones de la cultura
evidencia la tendencia de la época, que es lo que se llama la moda.
Los varones con pantalones cortos y tirantes hasta sus dieciocho
años y luego el pantalón largo; eso sí, bien peinados con brillantina,
pañuelo limpio y peinilla de cacho.
Para acudir a misa los domingos, que era una obligación, toda
la familia se vestía elegante; aunque el resto de la semana, sus

42 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


zapatos de casa eran alpargatas. A las mujeres no les podía faltar
su combinación y enaguas al interior de su vestido.
Una vida, un camino recorrido y también un futuro por
construir. Se dice que recordar es volver a vivir.

VIDA EN COMUNIDAD 43
RUTH CECILIA TOGRA
nació en Paute, Azuay,
en 1962. Trabaja en la
Unidad Educativa 26 de
Febrero. Su actividad
favorita es aprender.

Mirada de mujer

T umbada en la banqueta de la sala de


bambú, los recuerdos vienen a mí. Hay
uno que se desliza en mi pensamiento.
Fue en el año 93 del siglo que feneció. Una noche como todas, la
naturaleza enojada se manifestó.
—¡Hirvió la tierra! —decían.
—¡Se derrumbó el Tahual!
La noticia inquietó a todos. La conocida voz parlante, esta vez
llena de euforia, decía:

44 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


—¡Salgan! ¡Salgan todos a las laderas porque se ha tapado el
Tahual y, en pocos minutos, bajará el agua represada y arrasará
con todo! Repito otra vez…
Así, desde las once hasta la medianoche, la reacción fue
acelerada. En tinieblas y con impulso inconsciente, me coloqué
los zapatos y una chaqueta para el frío. Con toda la velocidad
posible fui a la otra casa a ver al abuelo, porque tenía varios meses
de estar postrado, pero al escuchar la alarma, con una habilidad
que solo él podría de explicar, se incorporó al instante y, cuando
nos dimos cuenta, ya había salido. Así, unos a la carrera, otros
con esfuerzo, optamos por refugiarnos en las lomas cercanas.
Con los ojos fijos en el río, las horas pasaban lentas. Diáfana,
la campana de la iglesia daba las horas del amanecer. Pensativos,
buscamos a quién culpar o quizá reflexionar. A eso de las siete de
la mañana supimos que no era el Tahual, sino que en La Josefina
se represó el agua de los ríos Cuenca y Jadán. ¡Una noticia de
impacto, el mayor desastre en el Austro!
Todos se organizaron al instante: las fuerzas vivas de Paute,
un hombre de la iglesia de al frente, el alcalde, los presidentes de
barrio, las religiosas oblatas, el director salesiano y las mujeres
pauteñas. Luego se sumaron los militares, todo un elenco para
llevar la logística a la zona del desastre.
Con el pasar del tiempo, la laguna crecía y dejaba destrucción
por doquier: se inundó la termoeléctrica, Guangarcucho y
Capulispamba; y por el otro lado, llegó hasta Chuquipata.
Mientras tanto en Paute se sesionaba todas las noches, se
tomaban decisiones, unas claras y otras confusas. Se organizaron
campamentos: el más grande, el de Zhunzhún; los más notorios,
los de Bulán, Plazapamba y Tutucán. Convivir era difícil.
Reuniones y reuniones con el sacerdote o con el comandante,
ambos ejercían poder: el uno por su ministerio eclesial y el otro

VIDA EN COMUNIDAD 45
representando la ley; cada uno, con su sequito, luchó por dar
bienestar a la población sumida en la triste desolación.
En ese ambiente perturbado, florecieron los comentarios
en las esquinas de las calles, en las casas comunales y en los
templos del lugar. Las habladurías se ensañaron por igual con
las mujeres del campo y con las de la ciudad: un derroche de
machismo en todo su esplendor. Se dijo que hubo romances,
se dijo que alguien robó colchones, mentirillas sin perdón, se
dijo que se robaron atunes a punto de caducar, se habló de un
uniformado a la sombra de cuya mirada las féminas se rendían,
se dijo que en unos meses habría un auge de recién nacidos.
Se dijo tanto que luego todo se silenció por completo, porque
nunca nada fue probado.
Se vivía de alerta en alerta: roja, verde y amarilla. La verdad
es que muchos indiferentes rehicieron su vida en Cuenca,

46 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


abandonaron su tierra a la que decían amar, pero quienes
creímos en Paute trabajamos sin descanso, con sol, agua y frío
para enfrentar el destino o quizá a la fraguada suerte.
Fue apreciable, por decir lo menor, la acción de las mujeres,
que aun a costa de su prestigio hicieron visible su compromiso
por las causas sociales, un trabajo que, aunque ignorado, no deja
de ser valioso. Se llevan un reconocimiento especial aquellas que
hacían manjares a pesar de la escasez y que atendían a enfermos
y malgeniudos. Poca gente se dio cuenta de que fuimos parte
esencial del equipo.
El 1 de mayo, cansada de dormir en carpas, escapé a mi casa
del centro. ¡Qué iba a imaginar que se daría el desfogue de las
aguas represadas! Al inicio bajó pausada, hubo tiempo de alertar
a los trabajadores de Malina y a uno que otro poblador que
ilícitamente pernoctaba en la ciudad, pero luego, súbitamente,
una ola de agua negra me arremolinó y sentí que me llegó el fin.
En mi interior dije “Dios mío”. Pero con una lucidez bajada del
cielo, un conductor maniobró y salió a gran velocidad por la calle
José Víctor Izquierdo. Fue un susto sin igual. Estoy segura de que
Dios me dio otra oportunidad.
Subimos rápidamente al campamento de Zhunzhún,
al mirador más amplio para ver el paso del agua. La gente,
atemorizada, se lamentaba sin cesar. Luego de recibir abrazos
de furia y de dolor de alguna gente con histeria general, sentí
declinar mi ánimo, mis ojos se llenaron de lágrimas y me alejé.
Me amparé bajo una vieja retama de tronco áspero y olorosas
florecillas. Ese agradable aroma amainó mi llanto. Cuando estuve
a punto de derrumbarme, sentí una mano sobre mi hombro y
entonces vi una gran sonrisa blanca y una dulce mirada, oí sus
palabras serenas que me animaron a continuar. Me apoyé en él y
salí a continuar mi faena.

VIDA EN COMUNIDAD 47
La furia de las aguas turbias inundó el hermoso valle, las
villas de la planada se levantaron como barquillos, las casas
patrimoniales de Luntur y Pancalle sucumbieron, una nube de
polvo se vio perderse en el aire, las playas de Yumacay eran un mar
de aguas oscuras, el templo de la Inmaculada desapareció en un
segundo. Pero de todo eso solo algo quedó: la torre de color azul,
símbolo de poder del Dios, de la vida y del amor.
El puente de Chicty se rompió, se levantó y cayó a un lado. El
locutor de la radio, al relatar esta tragedia, embriagado de temor,
llegó al punto de clamar “¡Misericordia, Señor de los cielos y de
la tierra!”. Luego el agua llegó hasta el parque central. El sombrío
espectáculo duró dos horas más.
Paute quedó incomunicado, la hidroeléctrica sin abastecimiento,
los pueblos del otro lado sin puentes ni vías alternas. Había que
cruzar el río, donde uno que otro bote lleno de gente se hundía. Los
entendidos dijeron que era urgente reconstruir el puente de Chicty.
En pocos días, con mucha alegría, vinieron el puentero Toni y el amigo
Walter para iniciar la gran tarea, con voluntarios llenos de anhelo.
Navegando sobre el río crecido, mi querida hermana y
yo asumimos la tarea de alimentar a Toni y a los demás. Al
puentero de bellos ojos y sonrisa angelical le gustaban los
chumales, la trucha, el chocolate, el jugo de mora y el mote
pillo; saboreaba la comida con la ternura de un pequeño y
agradecía devotamente como un anciano sabio. Trabajó día y
noche, sin descanso, hasta que concluyó la obra esperada: el
puente colgante de Toni tenía un injerto que llevaba la savia de
vida a las comunidades, de lado y lado. Toni, que era de pocas
palabras, conversaba de vez en cuando al concluir el día, a la
vera del camino y a la tenue luz de la luna. Contaba historias
bonitas de su misión y de su familia, sus sueños y utopías de
hombre naturalista.

48 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


Hasta aquí llega mi historia que tiene mirada de mujer. Todavía
hay mucho que aprender, por mi pueblo y por mi patria, para
visibilizar a la mujer en su acción y pasión por buscar equidad,
en las historias contadas y en la memoria social.

VIDA EN COMUNIDAD 49
SONNIA CECILIA
HERRERA
nació en Milagro,
Guayas, en 1962.
Trabaja en la Unidad
Educativa Gorky
Elizalde Medranda. Su
actividad favorita es
enseñar y aprender.

El mundo según mi
abuela

E ra mi abuela una montubia de piel canela,


de abundante y larga cabellera, que solía
peinarla en dos gruesas trenzas. Esta
centenaria mujer acostumbraba siempre a relatar sus memorias,
sus creencias e historias escalofriantes que causaban temor. Mi
abuelita nos contaba que era oriunda de Piñoelal, un lugar de
naturaleza virgen, donde había animales salvajes como el tigrillo,
las culebras equis y rabo hueso, venados, etc.

50 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


Este recinto pertenece al cantón Milagro. Nació y creció ahí, con
su madre, una hermana y dos hermanos. Era huérfana de padre.
Se alimentaban de la caza de venados, guatusas, cachicambos,
ardillas, tortugas y de la pesca. Cuando se les terminaba la carne del
animal que habían cazado, iban por otro. La carne y los pescados
los ponían a secar en cordeles por encima del fogón. Cultivaban
arroz, maíz, fréjol, plátano, frutas. Cuenta que su madre iba a
Milagro solamente a comprar sal, fideos, papas y azúcar porque lo
demás lo tenían de su propia producción.
Contrajo matrimonio con un serrano del cantón Biblián, que
había venido a tierras milagreñas cuando apenas tenía diecinueve
años. Sobrevivía trabajando de jornalero de los finqueros que
requerían de su mano de obra. Mi abuelo decía que se enamoró
de ella por su cabellera.
Se establecieron en el sector Banco de Arena, que para ese
entonces pertenecía a la hacienda San Miguel. Los terrenos
de esta hacienda poseían una espesa naturaleza, la cual fue
colonizada por gente serrana, quienes cogieron extensiones de
terrenos en calidad de arrendatarios y luego se convirtieron en
propietarios.
Allí, mis abuelos cogieron unas cuadras de terreno, donde
cultivaban piña, aguacate, guaba, mango, maíz, cacao y café.
Criaban gallinas, patos, pavos, cerdos, cuyes y hasta ganado.
Sacaban sus productos a caballo, al mercado, por la línea del
tren, que era la vía por la cual la gente se movilizaba para llegar
a la ciudad. Eran las décadas del treinta al cincuenta, todavía no
circulaban vehículos por el sector; la carretera que se ve hoy no
estaba bien establecida.
La tecnología era muy incipiente, la gente cocinaba
generalmente con leña o carbón en los fogones; aún utilizaban
la vitrola, no había luz eléctrica, se alumbraban con candiles que

VIDA EN COMUNIDAD 51
funcionaban con kerosene, hechos por ellos mismos, o con velas.
Los de más posibilidades tenían una Petromax1.
Ya en la década del sesenta, la vía a Naranjito era solamente
polvo. Había unos cuantos carros de carga en los que transportaban
los productos al mercado, en la madrugada de los martes y viernes,
que eran días de comercio de frutas; también comenzaron a rodar
los primeros carros de pasajeros, llamados ahora chivas.
En esta década, la radio ya se había hecho muy popular y
todos tenían una en sus casas. Escuchaban noticias, música,
programas como “Don Toribio y su caravana de la alegría” y
“Los huasos chilenos”; cantantes como Juan Álava, las hermanas
Mendoza Sangurima, los hermanos Montecel, el Dúo Ecuador,
etc. Las emisoras que más escuchaban mis abuelos eran: Radio

1 Marca de lámpara que funcionaba con parafina.

52 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


Cristal, Radio Sucre, Carrusel, Ondas del Pacífico; en esta última
transmitían radionovelas como “Renzo el gitano”, “Chucho el roto”,
“Una flor de tentación”, “De su misma sangre”, “Me acusa el pasado”,
etc., que oían mientras descansaban en hamacas, fumándose un
cigarrillo, después de la larga faena del día.
Las casas eran altas, de caña y madera, tapadas con bijao, paja de
zorro o toquilla. Todos los años, antes de iniciar el invierno, cambiaban
el techo. Acostumbraban a empapelar las paredes con periódicos,
que acumulaban todo el año, pegaban con almidón de yuca o con
engrudo, como lo llamaban ellos, hecho de harina de trigo.
La gente del vecindario eran, en su mayoría, compadres;
además, muy bien llevados y parranderos. Festejaban el carnaval
a lo grande, salían los sábados en la noche, se reunían en una de
las casas, allí jugaban y bailaban al son de las guitarras que ellos
mismos tocaban; no faltaba el aguado de gallina criolla o el cuy
asado que las señoras preparaban. Luego se dirigían a otra casa
cantando “Así se hace el carnaval”. De esta manera farreaban de
casa en casa hasta el día martes al anochecer, cuando regresaban
a sus casas a descansar, pues al siguiente día tenían que ir a misa
a recibir la ceniza.
Mi abuela tenía muchas creencias. Cuando escuchaba, en la
mañana, cantar al chaguis en el corredor de la casa o cuando la
candela del fogón sonaba como si le estuvieran venteando, ella
decía: “Hoy alguien va a venir”. Entonces cogía un poco de agua y la
echaba al fuego en forma de cruz, según ella para que no vinieran
vacíos2. Y sabía cómo era, nunca se equivocaba, siempre que pasaba
esto, ese día llegaban familiares o vecinos, y no venían vacíos.
Otras creencias tenían que ver con el cantar de la valdivia, el
aullar de los perros o cuando la gallina negra se caía del árbol en la
2 Venir vacío quiere decir llegar a un lugar, de visita, sin traer un regalo como
forma de cortesía.

VIDA EN COMUNIDAD 53
noche, eso significaba que alguien iba a morir, lo que efectivamente
sucedía. Cuando escuchaba cantar a la valdivia, echaba sal en
la candela para que les arda el trasero y se marcharan, decía, y
las aves alzaban el vuelo y se iban. También nos comentaba que
cuando muere una persona, se mueren dos más; así, en menos
de tres semanas, tres personas del sector fallecían por diversas
circunstancias.
Sabía muchas historias escalofriantes, que solía contarnos
acostada en su hamaca. Con miedo le escuchábamos hablar
acerca de las canillas del muerto, la canción del diablo, “Funde
que funde, funde nomas”, historias de duendes, la caja ronca, los
gagones, la aparición del samán.
Esta última me llamaba mucho la atención: nos contaba que un
compadre suyo había salido muy tarde al centro. Pasadas las siete
de la noche regresaba a casa caminando por la línea del tren, en
la oscuridad de la noche, pues no existía el alumbrado eléctrico,
la única luz que había era la de la luna y solo cuando se la veía.
Avanzaba presuroso, cuando comenzó a sentir un poco de temor.
No era la primera vez que regresaba a su casa por ahí, antes ya lo
había hecho varias veces, pero nunca había sentido miedo. Siguió
caminando, estaba cerca de un árbol de samán muy frondoso,
que daba sombra media cuadra a la redonda. De pronto, delante
de él vio una caja de muerto, cuya tapa se abría. Muy asustado
retrocedió de prisa, luego volteó la mirada y, a lo lejos, vio la luz
de un foco potente. Él creyó que era el tren que venía porque la
luz se acercaba más y más, pero se elevó hacia la copa del samán,
después descendió por las ramas y desapareció.
El hombre, contaba mi abuelita, con los pelos de punta,
santiguándose e invocando a Dios, apretó una veloz carrera por la
línea férrea, alejándose rápidamente del lugar. A ratos caminaba y
a ratos corría, veía unas luces, como de un foco, que desaparecían.

54 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


Al llegar cerca de la entrada del camino que conduce a la represa,
se levantaba un árbol de mango muy añoso; entonces sus ojos
vieron a un toro negro que, a gran velocidad, corría hacia el mango
y en su tronco desapareció. Entonces, él corrió hasta llegar al
camino que conducía a la carretera, luego llegó a su casa, con el
alma en la boca, a contar la odisea que vivió.
La caja del muerto, la luz del samán y el mango del toro no
solamente son historias que escuché de labios de mi abuela, sino
también de varias personas mayores, que por diversas razones
habían salido a la ciudad y al regresar pasaban por esta situación
de terror, pero siempre sucedía en la noche y cuando la persona
caminaba sola.
Esta montubia, a quien Dios bendijo con una larga vida, murió
a la edad de cien años. Ella, que sin saber leer ni escribir, sabía
muchas historias, solía dar sabios consejos y practicaba todos los
valores humanos. Siempre que estamos en familia la recordamos;
en el corazón de cada uno de los hijos y nietos que la conocimos
están presentes sus memorias inolvidables.

VIDA EN COMUNIDAD 55
DOLORES
MAGDALENA ALCÍVAR
nació en Portoviejo,
Manabí, en 1974.
Trabaja en la Unidad
Educativa María Piedad
Castillo de Leví. Su
actividad favorita es
enseñar.

Cómo fue mi
experiencia en el
terremoto del 16 de
abril de 2016

E l ser humano tiene la oportunidad de tener


conciencia de cada minuto de su vivir diario,
sin embargo, muchas veces no valoramos
esos instantes que pueden ser los últimos. Para mí, el terremoto
del 16 de abril de 2016 marcó un antes, un durante y un después
que trataré de describir.

56 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


Estábamos entusiasmados porque el 13 de abril fue mi
cumpleaños, pero habíamos quedado en reunirnos entre amigos
el sábado 16 para celebrar. Eran las 18h00. Mi esposo llegó
de su trabajo con una funda de pescado. Todos nos miramos
con una sonrisa irónica. Le pregunté si quería comer; él, muy
entusiasmado, me dijo que eso nos serviríamos por el “cumple”,
así que me dispuse a preparar los pescados. Se veían tan ricos.
Todos ayudamos a preparar la ensalada, los patacones, el rico jugo
de limón con hielo. Todo era tan perfecto: las risas iban y venían
porque estábamos celebrándome de esa forma.
Cuando todo estuvo listo en la mesa, recuerdo que, antes de poner
la primera cucharada en mi boca, le dije a mi esposo que nunca había
visto unas caritas tan grandes y frescas como estas. Y empezamos a
comer, pero no disfrutamos más de tres bocados porque todo empezó
a moverse sobre la mesa. Entonces mi esposo dijo:
—¡Salgamos todos, esto está feo!
Aquí empieza el “durante” de una experiencia que nunca
podré olvidar.
Nos pusimos en la puerta principal de la casa, como queriendo
salir. Teníamos una impotencia desesperante porque las llaves no
abrían, una y otra vez. La puerta se había trabado. Los movimientos
se hicieron más y más fuertes. Uno de mis hijos buscó la otra puerta
y de un solo un patazo la tiró al piso. No sé cómo pero salimos todos.
Afuera todo estaba feo, oscuro. Los vecinos gritaban, otros
corrían; los perros tenían un aullido diferente, era un llanto que
nunca podré describir. Todo continuaba moviéndose. Los niños
lloraban y nosotros, allí entre lágrimas, pensábamos en nuestras
familias que estaban lejos.
Creo que a todos nos pasó lo mismo: muchas sensaciones al
mismo tiempo que no permitían pensar sino actuar. Yo quería

VIDA EN COMUNIDAD 57
llamar a mi mami, a mis hermanos, a mis cuñadas y suegra,
amigos, pero no podía.
Cuando estábamos ya sin luz, empezamos a escuchar un
derrumbe. Entonces mi esposo me abrazó y yo le dije, muy triste:
—¡Javi, se cae nuestra casita!
Él me respondió con una voz de consuelo:
—¡No importa, mija!, eso se recupera.
Entonces escuchamos gritos de auxilio de algunas vecinas. No
sabíamos cómo y en qué ayudar porque todo estaba cubierto de
un polvo que inclusive impedía respirar. Valientemente mi esposo
sacó su moto, la prendió y empezó a alumbrar al lugar de donde
salían los llantos para pedir socorro. Nos dimos cuenta de que mi
amiga Betita estaba debajo de su escalera, en el balcón de su casa,
con su hijo en brazos, desesperada para que lo cogieran porque

58 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


él estaba desmayado o quizás golpeado. Hasta ese entonces no
sospechábamos que Irvin estaba muerto. Lo sacamos y lo llevaron
al hospital, donde confirmaron que había fallecido. La casa de mi
amiga Betita, o sea la mamá de Irvin, se cayó toda, sus tres pisos
terminaron en escombros.
A su regreso, el vecino que llevó a Irvin al hospital solo lloraba
y se acostó en el suelo diciendo:
—¡No se salvó, murió en el camino!, llegó muerto. ¡Hay muchos
cadáveres allá!
Nunca antes había tenido tantos sentimientos juntos. Consolar
a alguien resultaba difícil, también intentar llamar porque ya no
había señal. Nadie en mi sector logró quedarse quieto.
Lo primero que vino a nuestras mentes fue buscar espacios
abiertos para permanecer juntos, porque ninguno de nosotros
quería entrar a las casas nuevamente. Se nos ocurrió prestar
un patio, quedarnos allí hasta más tarde y tal vez esperar otros
movimientos: ese era nuestro gran temor en esos momentos.
El “después” vino: amaneció. Nadie del barrio había dormido.
Tratar de buscar una respuesta a esto era el objetivo de todos. Mi
familia y yo nos preocupamos por dar algún tipo de ayuda a mi
vecinita que lo había perdido todo. El solo hecho de verla fue muy
duro porque, como madre, no tenía palabras: ¡cómo le decía que
se tranquilizara si su hijito se le había muerto en sus brazos!
Cada uno de nosotros fuimos asimilando todo, con mucho
temor de salir. No había servicios básicos ni había tiendas abiertas.
Empezó la escasez de líquidos y comida. Ese 17 de abril fue un
despertar en una pesadilla terrible. Yo no lo entendía; hasta me
atreví a preguntarle a Dios y cuestionarlo. Sin embargo, poco
a poco empecé a entender y pedí perdón a mi Virgencita y a mi
Sagrado Corazón de Jesús.

VIDA EN COMUNIDAD 59
Puedo concluir dando gracias a Dios por todo lo que me ha
dado, por esta nueva oportunidad de vida que nos dio después
del terremoto del 16A. He aprendido a valorar más a mis seres
queridos, a mis vecinos y amigos que lo perdieron todo, y que
fueron, poco a poco, quedándose sin trabajo.
El terremoto despertó en nosotros, los manabitas, un
sentimiento de respeto a la vida, a la solidaridad, al amigo y, sobre
todo, a la familia. Espero que nunca más pase algo así, es mi deseo,
pero sabemos que la naturaleza es compleja y ella sabrá cuándo
despertar y levantar su voz de protesta, de alguna u otra forma nos
hará saber qué debemos hacer para ser mejores cada día.
Hay tanto que recomendar y quiero hacerlo de la mejor manera,
sin herir a nadie: a las autoridades municipales de Manabí les
pido que realicen eventos preventivos en todo el sentido de la
palabra, para que esto nos sirva para estar preparados como
ciudadanos. Quiero agradecerles también porque, a pesar de la
poca capacitación, dieron su aporte profesional en situaciones de
desastres.
Les pido a las familias que vivimos esta experiencia de la
naturaleza que valoremos más a quienes tenemos a nuestro lado.

60 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


MELANY SAMANTA
CALLE
nació en Pedro Vicente
Maldonado, Pichincha,
en 2000. Actualmente
es estudiante. Su
hermano Maik Asanza
estudia en la Escuela
de Educación Básica
Andoas.

Soy sanmigueleña

¡ Soy sanmigueleña! Yo vengo de la eternidad


de los tiempos. Llevo en mis raíces la heredad
milenaria de la cultura de los yumbos. Mucho
antes de que me bautizaran con un nombre que invita al
descanso, di cobijo a la sangre europea que, huyendo de los
horrores de la guerra, quiso encontrar otro rumbo en la paz de
mi comarca; las espinas de mis guaduales y lo intrincado de
mis chipaleros les retuvieron en este entorno, impidiendo que
se alejaran; sus huellas en mí son mínimas, pero existen y son
parte de mi historia.

VIDA EN COMUNIDAD 61
Fui concebida en los albores de la colonización del noroccidente
de Pichincha y adoptada como madre por ese hijo que nació antes
que yo. Él, mi hijo predilecto, ha dado lustre a mi nombre y juntos
nos hemos proyectado a nivel mundial; eso me ha permitido
ser una madre prolífera y crear otros hijos igualmente hermosos
y llenos de encanto, que me fortalecieron con el trabajo diario
basado en el tesón de la gente.
Poseo una naturaleza única y especial que me ha concedido la
gracia de crecer adornada por delicadas orquídeas, junto a singulares
bromelias, heliconias, helechos, musgos y líquenes; soy aromada
permanentemente por suaves efluvios que brotan de las multicolores
flores nacidas en la exuberancia de mi biodiversidad. Aún conservo
árboles primarios, escapados de la vorágine maderera que diezmó
mis bosques: ellos brindan acogedora sombra y protector cobijo a
la gran variedad de aves que cada amanecer me despiertan con sus

62 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


trinos, entre ellas se destacan el exótico gallo de la peña y el escurridizo
tucán; quetzales de cabeza dorada y palomas collajeras; mirlos
de oscuro plumaje e infinidad de candelitas, además de variadas
especies de inquietos colibríes, golosos incansables del néctar
almibarado de mis flores; delicada ambrosía disputada también por
las silenciosas mariposas que, en su vuelo, semejan coloridos pétalos
danzando cadenciosos de flor en flor.
Me he refrescado plácidamente en las aguas cristalinas de
mis ríos y cascadas, mundo líquido que, cual fuente de vida,
permite la crianza de peces de exquisita y apetecida carne,
especies que enriquecen la gastronomía de mi gente, en hosterías
y restaurantes. Mis aguas turbulentas y espumosas permiten la
práctica de deportes de aventura; son una constante invitación al
esparcimiento y constituyen un reto para los espíritus aventureros
de mi juventud o de los turistas que me visitan y se maravillan de
mi naturaleza.
Todo este encanto me ha tornado coqueta y voluptuosa, y es
así que ofrezco generosamente infinidad de parajes inolvidables,
espacios irrepetibles para que mi recuerdo permanezca indeleble
no solo en las fotografías que me toman, sino también en el
corazón y en la mente de los que me ven.
¡Soy sanmigueleña! ¡Sí, con orgullo! Soy la que con los troncos de
sus primeros árboles abatidos, ofreció descanso al caminante, futuro
poblador del noroccidente y pasé a ser conocida como Los Bancos.
¡Soy sanmigueleña!, a la que la bondad de un hombre
inolvidable, ejemplo de humildad y de fe, no solo llenó mi espíritu
de amor y temor de Dios, sino que me apadrinó y me llamó Miguel,
configurando mi nombre como San Miguel de los Bancos.
¡Soy sanmigueleña!, aquella que por la cordialidad de su gente,
adjetivaron y conocieron luego como El Cantón del Amor. ¡Esa

VIDA EN COMUNIDAD 63
soy yo! Sanmigueleña amada por todos los que llegan a mi seno,
fortalecida por los empresarios y emprendedores que creen en
mí, que me tienen confianza, que están convencidos de que soy
cobijo y abrigo presente para sus familias y futuro seguro para sus
descendientes.
Sanmigueleña con orgullo de tierra joven y milenaria, libre,
valiente y audaz. Sanmigueleña consciente de la responsabilidad
que significa heredar una historia enriquecida con trabajo,
sacrificio, constancia y amor; tomando cada una de esas fortalezas
como incentivos que nos permitan avanzar por caminos, no de
esperanzas sino de certezas, para alcanzar objetivos no utópicos
sino reales, porque debemos convencernos de que el progreso de
nuestro cantón debe ser un compromiso de todos, de que la unión
es necesaria porque juntos debemos buscar la transformación del
cantón para llegar más alto y más lejos.

64 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


RICHARD ALAVA
estudia en la Unidad
Educativa San Carlos.

El regalo de
Navidad

E l 25 de diciembre de 1981, en la ciudad de


Quito, capital de Ecuador, nació un joven
llamado Javier, hijo de padres muy corruptos
que lo obligaban, desde pequeño, a estafar a los demás como ellos
lo hacían, pero a él no le gustaba hacer eso porque le parecía malo.
Cuando llegó la víspera de Navidad, sus padres tenían planeado
hacer una estafa a los miembros de la ciudad: supuestamente

VIDA EN COMUNIDAD 65
iban a realizar un acto para los niños huérfanos para celebrar
la festividad. A tres días de la fiesta, los vecinos preguntaron en
qué podían ayudar y ellos respondieron pidiendo dinero para los
pobres niños que lo necesitaban de corazón.
La mañana del 25 de diciembre, el día tan esperado por
los vecinos, ya que se llevaría a cabo la fiestita para los pobres
huérfanos, Javier se levantó muy temprano porque ese día era su
cumpleaños.
—¿Adónde se van? —preguntó Javier a sus padres.
—Hijo, arregla tus cosas que saldremos de la ciudad con todo el
dinero recaudado —respondieron los padres.
El joven entró llorando a su habitación, sin saber qué hacer
para no irse de la ciudad; él sí quería de verdad realizar la fiestita
para los huérfanos. Por eso decidió contar a los vecinos todo lo

66 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


que estaba pasando. El joven desesperado les pidió que, por favor,
impidieran que sus padres hicieran tanta maldad.
Pedro, el presidente de la comunidad donde vivía Javier,
decidió llamar a las autoridades para que detuvieran a un par
de estafadores que intentaban huir de la ciudad con mucho
dinero que no les pertenecía. Las autoridades llegaron de manera
inmediata, y con testimonio de Javier detuvieron a los estafadores.
Con el dinero, Javier decidió unirse a los vecinos para realizar la
fiesta de Navidad, en la cual obsequiaron a los pobres ropa y dulces,
y además compartieron un bello momento, lo que demostró que
todo se puede hacer con unión, fuerza y sobre todo amor.

VIDA EN COMUNIDAD 67
CHRISTIAN JAVIER
NAVARRETE
nació en Quito,
Pichincha, en 1985.
Trabaja en la Unidad
Educativa Ambato. Su
actividad favorita es
leer y aprender.

A veces es difícil
encontrar las
palabras

H abía caminado por mucho tiempo sin


rumbo por la ciudad. Le gustaba observar
a las personas pasar y pensar qué era
lo que les movía o motivaba como sujetos, qué experiencias
rondaban por sus vidas. Sentado en el parque por un largo rato,

68 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


viendo pasar la vida de los demás, decidió levantarse y dirigirse
hacia una agencia bancaria. Eran las 14 horas de ese día. La fila
para alcanzar la ventanilla era interminable, la gente se quejaba
por la falta de consideración con el tiempo y por la ausencia de
personal bancario para contribuir con las necesidades de los
usuarios. Después de hacer fila por más de media hora, rebuscó
en sus bolsillos, encontró el poema que había transcrito de un
libro que le gustaba y pensó que eso era mejor que cualquier
cosa que pasaría en ese sitio lleno de dinero.
En la fila del banco, Elías se encontraba nervioso, sabía que
tenía que hacer lo que se proponía. Pensó en todo lo que podía
pasar. Creerán que es un ladrón y lo arrestarán, o lo golpearán y
acompañarán, violentamente, a la salida, pero las fichas estaban
jugadas: tenía que hacerlo a pesar de las circunstancias, para
eso fue a la agencia bancaria.
“Esto es mejor que colocar una bomba en este lugar, esto va
a mover conciencias”, se repetía en la cabeza mientras tomaba
coraje. Se puso a mirar, de un lugar a otro, todos los rincones de
la agencia; observaba al guardia que lo veía con cara de miseria;
las y los cajeros estaban ocupados atendiendo a todas esas
personas que se encontraban apuradas, llevándose y dejando
el dinero para ir a ningún lado.
La fila seguía del mismo tamaño desde hace quince minutos.
Elías seguía repasando ese trozo de papel. Las piernas le
temblaban y la vergüenza se le podía observar en su rostro. De
reojo miraba a la señora bajita que tenía en sus manos un fajo
importante de dinero que iba a ser depositado y que lo miraba
con desconfianza, como a todos los demás; al otro lado, un
jubilado se disponía a retirar dinero para sobrevivir un día más.
“La gente cree que el dinero es lo único que tiene. El dinero no
es nada. El dinero no permanece. No saben la suerte que tienen

VIDA EN COMUNIDAD 69
aquellas personas pobres, porque si le agradas a alguien siendo
pobre, el dinero pierde su poder”, pensó desde el silencio de su
mirada perdida en el papel que poseía como un pájaro enfermo en
su mano. Continuó pensando en las posibilidades de su maniobra.
Mientras la fila continuaba a baja velocidad, las personas se
acostumbraron a su posición de letargo. Elías pensó que ese era
el momento preciso para hacer lo que tenía que hacer. Ligero,
carraspeó para afinar la voz, se disponía a largar su participación,
pero en ese instante, cuando iba a salir la primera palabra de su
boca, se percató de que alguien lo observaba: parecía que sabía lo
que iba hacer.
Era una chica alta, de mirada desconfiada, con una cartera
roja, al igual que sus labios; tenía los ojos puestos en él, como
alentándole a que hiciera lo que quería hacer, sin embargo, aquello
frenó todo intento. La miró ocultando su plan, leyó otra vez su

70 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


papel arrugado y mojado por el sudor de sus manos. La muchacha
movía su cabello mientras las palabras se sumergían en la mente
de Elías, sus miradas nuevamente se cruzaron con desconfianza.
La escena se presentaba cotidiana, pero se coordinaban las
acciones con las palabras y en ese momento todo se convirtió en
ese verso.
Era la posibilidad perfecta para lanzar el plan. Cerró los ojos, quedó
en silencio por un minuto. La persona que se encontraba atrás de él,
lo empujaba para que siguiera y así sentirse más cerca de la ventanilla,
pero faltaba muchísimo para eso. Elías, inmóvil, sacó su voz seca y
ronca por todo lo alto. Todos lo miraron con asombro. Cada palabra
que pronunciaba con esa voz convincente iba haciendo mella en
todo el lugar. Los guardias no sabían qué hacer ni qué sucedía. Por un
momento las ventanillas de servicios dejaron de funcionar, las personas
guardaron su dinero por un reflejo condicionado de no poseer nada,
todas las miradas se las llevaba Elías: unas de desconfianza, otras de
asombro, otras simplemente de un vacío existencial. El silencio se
instaló por unos segundos en el recinto, todo era confusión, pero el
silencio reinaba, el más profundo y hermoso silencio que nunca nadie
había experimentado a lo largo de su vida.
Elías miró a la muchacha con vergüenza, agachó la mirada y
luego sus ojos vieron a todos los lados del banco. Se dio cuenta
de que estaba atrapado entre tanta gente. Sus únicas ganas eran
de correr. Después de segundos de estupefacción, la muchacha
empezó a aplaudir, seguida de muchos otros a los que no les
importó más que ese momento. Elías levantó el hilo de terciopelo
que lo aprisionaba en la fila, caminó con impaciencia, sin mirar
atrás mientras los aplausos se iban extinguiendo y la rutina
regresaba al día normal en la agencia bancaria.
“Ha terminado el mes y el hijo sin venir y mi hermano sin
volver. Ha terminado el mes y no te amé las piernas y no escribí

VIDA EN COMUNIDAD 71
ese poema del otoño en mi pueblo, y pienso, pienso, pienso, y se
fue otro mes y no hicimos la revolución todavía”. Esta frase aún se
escucha en aquella agencia bancaria cuando impera el silencio.

72 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


EDUARDO ANCHUNDIA
estudia en primer año
de Bachillerato de la
Unidad Educativa San
Carlos.

El susto de Gabriela

E n más de una ocasión se han escuchado


historias sorprendentes, pero la que voy a
contar la escuché una mañana de marzo,
cuando me acerqué a saludar a una amiga de unos setenta y cinco
años, más o menos. Para asombro de muchos, ella no usa lentes y
tiene una sonrisa amigable que llena de confianza a todos.
—Eduardo, a los tiempos que te dejas ver —expresó doña
Digna, como cariñosamente la llamo. Me invitó a compartir una
taza de chocolate caliente.

VIDA EN COMUNIDAD 73
—Fíjate que hoy amanecí acordándome del viejo alemán
Federico von Buch Fol. ¿Dónde lo habrán enterrado?
—Dicen que se fue a vivir a Salinas, otros comentan que regresó
a su Alemania. Don Federico fue el dueño de una gran hacienda que
estaba a las orillas del río Quevedo. ¡Era una hacienda hermosa!, con
una casa grande de dos pisos y un largo balcón —dijo doña Digna.
Lo describía todo como si hubiese visitado ayer la hacienda—. Un
buen día don Federico fue al banco a retirar dinero para pagar a
sus trabajadores. Él ni siquiera contó los billetes delante de la chica
que lo atendió. Al caer la tarde, empezó a pagar a cada uno de sus
trabajadores, según el orden de la lista. Ya te imaginarás la alegría
de los campesinos al recibir su semana de pago, así podrían volver
a sus casas, cargados de galletas, mortadela y otros víveres, para
calmar el hambre de sus familias; aunque algunos se iban a gastar
la plata en el salón JJ, que en esos tiempos quedaba en el malecón

74 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


—seguía contando mi apreciada amiga Digna. A propósito, al ver
sus ojos noté una leve nostalgia, en la cual no quise indagar para
no cortar el emocionante hilo de la conversación.
—Sucede que luego de pagar a todos y cerrar sus cuentas
—dijo Digna—, le sobraba dinero. Fue entonces que don
Federico comprendió que la chica de la ventanilla le había
entregado dinero de más.
—¿Y qué pasó? —pregunté presuroso.
—Espérate —me respondió doña Digna—. La chica del banco
había estado al borde de la locura. Ese día recién había entrado a
trabajar, estaba desesperada, no tenía idea de cómo decirle a su
jefe que le faltaba dinero y que a alguien le había pagado de más.
Desde luego, su poca experiencia la llevó a cometer tremendo
error. Contaban sus compañeros de trabajo que la chica sudaba
frío y estaba pálida —sentenció doña Digna.
—Usted exagera —dije.
—La chica era hija de un prestigioso contador guayaquileño.
Su más grande temor era que la despidieran del trabajo y regresar
a Guayaquil, con tremenda vergüenza. Gabriela se había ido
a estudiar a Guayaquil. Era una chica sencilla y muy guapa, se
parecía bastante a la mamá, doña Celeste Arévalo. Dicen que allá
dejó a un pretendiente que era marinero —dijo doña Digna sin
titubear en su relato—. Lo cierto es que se terminó la jornada de
trabajo en el banco. Entonces, de repente, antes de que el guardia
cerrara la puerta de acceso, ingresó la figura de un hombre
apuesto, alto y de ojos verdes. Ya quedaban escasos clientes en el
interior de la entidad bancaria, en la pequeña ciudad de Quevedo,
donde todos se conocían. Asombrados, todos saludaron a don
Federico von Buch Fol, a quien los lugareños decían Federico
Vonbúfalo, seguramente porque no sabían pronunciar bien su

VIDA EN COMUNIDAD 75
apellido extranjero. Don Federico no habló, buscó apresurado
con su mirada a la guapa chica de la ventanilla. Ella ni siquiera se
había percatado de la extraña presencia del cliente, pues estaba
concentrada en ajustar sus cuentas que, a esa hora, estaban todas
descuadradas.
—Señorita, buenas tardes. ¿Es usted Gabriela? —preguntó don
Federico. Ni siquiera la dejó responder, puesto que del maletín sacó
varios fajos de billetes, que puso junto al vidrio, y de inmediato le
dijo—: ¡Usted me pagó de más, este dinero no es mío!
La chica de la ventanilla se quedó muda, no podía expresar
palabra alguna, sus manos estaban temblorosas. Al rato, tomó las
manos de su salvador y le dijo:
—Muchas gracias, señor, usted sí es un hombre honrado.
Los sorprendidos clientes, al darse cuenta de lo ocurrido,
murmuraron entre sí, diciendo que don Vonbúfalo era un hombre
honesto. Ahora sí Gabriela podría cuadrar sus cuentas y poner en
orden su cabeza, que había estado perturbada todo el día.
—Fue el susto de mi vida —repetía a cada rato—. ¡Gracias a
Dios aún hay hombres honestos!
—Aprende —me dijo doña Digna—. No todo en la vida es
dinero. El mayor tesoro que tenemos las personas está en nuestras
buenas acciones, que enriquecen la personalidad del ser humano.
Así concluyó nuestro diálogo. De verdad que aprendí mucho
ese día. Y es que uno aprende de los ejemplos de otras personas.

76 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


KORAIMA TORRES
nació en Tabacundo,
Pichincha, en 2001.
Estudia en primer año
de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Tabacundo. Su actividad
favorita es nadar.

Perro callejero

C amino por veredas, calles y barrios


desolados, con mi estómago ávido por
el hambre y mi corazón incipiente ante
la crueldad e insensibilidad de los llamados humanos: ellos me
desprecian por mi aspecto, aun cuando alegre y atento muevo mi
cola con entusiasmo, esperando con alegría una muestra de afecto
y un trozo de pan escueto para calmar mi dolor y el hambre que
invade mi cuerpo.
Días de intenso dolor y sufrimiento se han apoderado de mi
existencia, lo que ha dejado mi cuerpo demacrado, con el pellejo

VIDA EN COMUNIDAD 77
pegado a las costillas, con mi estómago herido y hambriento.
Arriesgando mi vida recurro a diversos lugares, en muchos no soy
bienvenido, me miran con asco, miedo y desprecio; a veces no
bastan las miradas, recibo golpes y gritos. Ya cansado de maltratos
e indiferencias, decido emprender la búsqueda de nuevos lugares,
impulsado por la angustia y soledad, pero para llegar debo realizar
largos viajes bajo el intenso sol y buscando un poco de agua en
lugares desolados y desérticos para así calmar mi garganta seca.
Voy casi inconsciente, sin energía. Muchas veces, con la
esperanza de encontrar sombra para calmar el ardor que siento,
algunas personas que me miran también me ignoran; y aunque
no tengo voz, dentro de mi ser doy gritos desesperados a oídos
sordos, suplicando ayuda y piedad.
Sigo con mi camino. Cuando el ocaso cae, la luna despierta y
desesperados chorros de agua caen sobre mí, caminando a ciegas,

78 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


empapado y con frío, sintiendo temor de dar un paso en falso.
Entonces aparece una luz que me brinda tranquilidad y me hace
pensar que al fin he llegado a mi destino, y al tratar de acercarme
recibo un gran golpe que, con facilidad, lanza mi cuerpo por los
aires. Ahora no siento mis piernas y mis costillas están rotas, se
humedecen mis ojos y el llanto se apodera de mí, pido ayuda pero
nadie logra escucharme. Otra luz aparece, tenía esperanzas de que
sintieran piedad y me ofrecieran su ayuda, pero no fue así. Ahora
me he resignado y sé que cualquier cosa que me pase y adonde
quiera que vaya será mejor que esta miserable vida…
Soy un perro callejero y esta es mi historia.

VIDA EN COMUNIDAD 79
CÉSAR MARTÍN
GARCÉS
nació en Quito,
Pichincha, en 2001.
Estudia en segundo
año de Bachillerato de
la Academia General
Carlos Machado. Su
actividad favorita es el
tenis.

Oswaldo “el Viejito”


Moreano

E n Otavalo han sido varios los personajes


que, diariamente y durante toda su historia,
han compartido momentos y vivencias con
varias generaciones. Tengo la suerte de ser nieto de uno de esos
personajes: para mí es el abuelito Oswaldo, para Otavalo es “el
Viejito” Moreano.
Desde muy joven mi abuelito manifestó, para sus amigos y
familiares, una cualidad que a lo largo de su vida le abrió varias

80 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


puertas, un don único: la humildad. Tomó la decisión de buscar
días mejores en la capital del país. Trabajó y aprendió todos los
oficios posibles: desde auxiliar de ventas, pasando por electricista,
hasta ayudante de transporte. En cada uno de ellos demostró
dedicación y responsabilidad.
En uno de los viajes a su tierra, a visitar a la familia, conoció a Gladys
Acosta, mi abuelita, situación que cambió su vida radicalmente.
Dejó sus venturosos días en Quito para establecerse nuevamente
en Otavalo y aprendió su oficio más reconocido: el de carpintero,
de manos del maestro Pedro Pareja. Al tiempo que entregaba sus
obras, poco a poco y pensando en su futuro con Gladicita, tallaba los
muebles que luego formarían parte de su hogar.
Con muchas ilusiones y necesidades, decidió proponerle
matrimonio a la mujer de su vida. Así construyó un hogar que
tiene más de sesenta años y del cual nacieron tres hijos, ocho
nietos y tres bisnietos. Cada uno de los integrantes de esta bella
familia puede resaltar las cualidades de mi abuelito; por ejemplo:
su esposa ve en él a su eterno compañero, sus hijos ven su esfuerzo
por sacar adelante su hogar, sus nietos comparten día a día su
amor y sus bisnietos ven la experiencia de toda una vida.
Otavalo y varias de sus generaciones también han tenido la suerte
de recibir del Viejito su compañía, dedicación, amor y experiencia.
En su primer trabajo en Otavalo, en la empresa eléctrica, entregó la
energía que la ciudad necesitaba para cumplir con su cotidianidad;
luego, en el municipio y bajo las órdenes de otro gran otavaleño,
el señor Vicente Larrea, creó los carros alegóricos que engalanaban
las fiestas del Yamor, los mismos que por su belleza representaban
a la ciudad en desfiles en otras ciudades; instaló en la ciudad un
ícono de ese entonces: el Cascarón de la Alegría, donde los jóvenes
festejaban el Yamor; finalmente llegó al querido Colegio Nacional
Otavalo para impartir clases de carpintería y dibujo técnico.

VIDA EN COMUNIDAD 81
Dice mi papi que, de seguro y sin dudar, en varios hogares
otavaleños, desde las aulas del colegio, hay muebles de madera
hechos por las manos hábiles de mi abuelito que hasta hoy deben
dar servicio. Algo más que podemos recordar, y que vivieron cada
6 de enero, es el desfile de Día de Inocentes creado por mi abuelito;
yo no pude verlo directamente, pero las fotografías testimoniales
me indican que la fiesta se encendía; en las fotos puedo ver, en su
taller, las caretas y disfraces que utilizaban; además, tengo la suerte
de escuchar de sus labios las historias que año a año se creaban
en los desfiles, cuando escucho estas historias me doy cuenta del
amor y la pasión que entregaba a cada una de sus tareas asignadas.
Hoy, viviendo con los beneficios de la jubilación, volcó
todos sus esfuerzos a crear juguetes, muchos de los cuales hoy
colecciono con orgullo. Cómo olvidar sus nacimientos en la época
navideña, los mismos que, con la complicidad de la abuelita

82 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


Gladys, recreaban con detalles minuciosos los rincones más
emblemáticos de su querido Otavalo.
Como reconocimiento a su trabajo y dedicación, con mucha
humildad, ha recibido varios homenajes: el principal es el cariño
de toda una colectividad. Para nosotros, su familia, tenerlo como
el eje de nuestra unión es un orgullo y es una responsabilidad
seguir su ejemplo de trabajo y amor a su Otavalo.

VIDA EN COMUNIDAD 83
MÓNICA PATRICIA
GALLEGOS
nació en Cotacachi,
Imbabura, en 1972.
Trabaja en la Unidad
Educativa Eloy Proaño.
Su actividad favorita es
hacer deporte.

La bicicleta de don
Juanito

U rcuquí, cantón ubicado al noroeste de


Imbabura, tierra fecunda y rodeada de
gente amable, trabajadora y llena de
virtudes, vio nacer al señor Juan Patricio Chicaiza Ramos un
2 de junio de 1921; sus padres fueron José Manuel Chicaiza y
Rosita Ramos.
Vivió sus primeros años y parte de la niñez en el sector de San
Ignacio. A su corta edad asistió a la escuela de su tierra natal, donde

84 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


su primer profesor fue el señor Luis Humberto Benítez, oriundo
de Atuntaqui. Por cosas de la vida pasó a la escuela de Coñaquí,
donde su profesora fue la señorita Isabel Roma, nativa de Urcuquí.
Para tercer y cuarto grado pasó a la escuela de Imantag, Pedro
Fermín Cevallos.
Su padre, don José Chicaiza, decidió retirarlo de la escuela a la
edad de diez años, cuando aún era un niño deseoso de jugar; dejó
su pizarrita de lata, que en ese entonces se utilizaban las escuelas
fiscales. Automáticamente dejó de ser un niño y se transformó
en un peón de albañilería, ganaba tres reales diarios. Gracias a
su padre se fue formando como un joven responsable, honesto,
trabajador, honrado y, en general, con buenos valores.
En Cotacachi conoció a la señora María Francisca Cortés, con
quien contrajo matrimonio. Su hogar fue bendecido con cinco
hijos: Fabián, Laurita, Patricio, Rebeca y Paquita.
Don Juanito, en su juventud, trabajó como escribiente en
diferentes haciendas, entre ellas Tunibamaba, Peribuela, Los
Molinos y Colimbuela; posteriormente trabajó en el ingenio de
Tababuela. Un 22 de enero de 1965, a la edad de cuarenta y cinco
años, obtuvo el nombramiento de conserje en el Colegio Técnico
Superior Luis Ulpiano de la Torre; en ese entonces era rectora la
ya difunta señora María Inés Cevallos, con quien laboró algunos
años. Después asumió las funciones de rector el señor profesor
Gustavo Báez Tobar, quien vio la necesidad en el trabajo de
mensajería que realizaba don Juanito, y por consideración con él
decidió adquirir una bicicleta para que cumpliera sus labores. La
bicicleta, además de ser un instrumento laboral, se convirtió en
un compañero indispensable.
Don Juanito, junto a su bicicleta, vio pasar por el colegio a
muchas autoridades y varias generaciones de estudiantes. Don
Jhon, como cariñosamente solían decirle alumnos y docentes del

VIDA EN COMUNIDAD 85
establecimiento, fue testigo de cómo el colegio fue surgiendo y
adquiriendo un prestigio que le llenaba de orgullo y satisfacción.
Don Juanito y su bicicleta, siempre al servicio de la comunidad
educativa ulpianina, con mucho pesar tuvieron que ver partir a
grandes compañeros de trabajo, que por una u otra situación se
retiraban del colegio.
No solo en el colegio conocían a don Juanito, Cotacachi y toda
la ciudadanía fueron testigos de los recorridos que él realizaba
por las calles, cumpliendo con su trabajo de mensajería en su
indispensable bicicleta. Así pasó cuarenta y cinco largos años
como empleado público del Instituto Tecnológico Luis Ulpiano
de la Torre, hoy unidad educativa; él miró el derrumbamiento de
aulas y oficinas que, por largo tiempo, fueron su vivienda y, por
qué no decirlo, su propia casa. Estas se reemplazaron por grandes
estructuras, no obstante, a pesar de los cambios, siempre hubo

86 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


un rinconcito donde guardaba su bicicleta: este espacio fue muy
sagrado y al final de cada jornada de trabajo, ahí descansaban don
Juanito y su bicicleta como en su propia casa.
En 2010 don Juanito decidió, con mucho pesar, acogerse a
los beneficios de la jubilación, y pese a haber recibido el cese de
funciones, siguió visitando la institución, pero ahora la bicicleta
le acompañaba no como medio de transporte, sino como apoyo y
soporte para llegar, día a día, a su amado colegio, ya que sus noventa
años ya no le permitían utilizarla como años atrás. Sin embargo,
ella le acompañó hasta 2014, año en el que definitivamente la dejó
descansar.
Se debe recalcar que don Juanito siempre estaba pendiente
de darle mantenimiento a su bicicleta, porque él sabía lo valiosa
que era para poder cumplir, a carta cabal, con sus labores diarias.
Pese a los años transcurridos, la bicicleta sigue acompañándolo
como un recuerdo de todas las experiencias vividas al servicio de
la comunidad educativa.
Don Juanito es un personaje querido en Cotacachi por ser un
hombre lleno de virtudes, trabajador incansable, padre cariñoso y
bondadoso que transitó siempre en su bicicleta, su compañera de
toda la vida.
El gobierno autónomo descentralizado de Cotacachi, con
el señor Jomar Cevallos como alcalde, en la sesión solemne del
6 de julio de 2017, condecoró a don Juanito por la utilización
permanente de la bicicleta como un medio de transporte no
contaminante.

VIDA EN COMUNIDAD 87
IRENE CABAY
nació en Guayaquil,
Guayas, en 1967. Trabaja
en la Unidad Educativa
Particular Pdte. Carlos
Julio Arosemena Tola.
Su actividad favorita es
enseñar con alegría y
paciencia lo divertido de
la Literatura.

¡Mama Michi!

U na mañana fría de carnaval, caminaba


de la mano con mi abuela por la Primera
Constituyente; llevaba mi ponchito
triangular con rayas café y borlas en las puntas. De pronto,
escuchamos un grito a media calle:
—¡Mama Michi! ¡Mama Michi!
Alguien repetía insistentemente el nombre de mi abuela. Las
dos volteamos al mismo tiempo y una señora bajita, un tanto
gordita y de tez morena, más bien quemada por el sol, se acercaba.
La estrujó con un efusivo abrazo.

88 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


—Mama Michi, ¿cómo así por acá? Hace tiempo que no la
vemos. ¿Cómo la trata el manso Guayas?
Mi abuela, que apenas esbozaba una sonrisa, contestó:
—Aquí no más, mijita: viviendo.
—¿Y cómo está el tío Alonso? ¿El tío Alonsito? —replicaba la
señora.
—Bien, bien, por ahí visitando a la familia está.
—¿Y esta guagua?
—Es mi nietita, hija de Alonso, la mayor.
—¡Ah! ¡Qué grande está!, yo la conocí chiquita, solo tenía un añito.
Y yo no tenía ni idea de quién era la señora.
—Salude, hijita —me dijo la abuela, y yo rápidamente saludé
tal cual me había enseñado ella.
—Buenos días de Dios —dije y le extendí mi mano a la señora.
—Mama Michi, hay tanto que contarle. ¿Se acuerda de don
Tarquino, el viejo? Ya anda todo achacoso, con bastón, todo le
molesta, los ochenta y cinco años le han cogido de más, pero usted
está toda regia a sus noventa.
Mi abuela oronda le dijo:
—Así mismo es cuando se come bien: harto mote, chochos,
papitas…
—¿Y se acuerda del tío Bolo? Bueno, se enroló en la Marina, por
ahí anda, conociendo mundos. ¿Y de la Rosarito? Prontito se hizo
de marido, pero no le salió muy bueno que se diga, le hizo una
guagua y se perdió.
Mi abuela, con voz imponente, contestó:
—Estas guambras carishinas: aún ni saben cocinar bien y ya
andan buscando marido.

VIDA EN COMUNIDAD 89
—Cierto es, ojalá ya siente cabeza la guambra.
Y así pasaron como veinte minutos, quizás un poco más: mi
abuela escuchaba, sonreía y a ratos opinaba, pues la señora la
puso al tanto de todas las venturas y desventuras de la familia,
hasta que en un momento dijo:
—Bueno, Mama Michi, me despido: voy aquí nomás a La
Merced a comprar motecito. Qué gusto encontrarla y conversar un
ratito. No se pierda, vaya el martes de carnaval a la casa, que doña
Carmen mata el chancho que engordó, y usted sabe que un buen
hornado con cariucho y un canelazo no han de faltar.
—Mejor con chichita huevona —dijo mi abuela.
—También, también: ¡qué bandida, Mama Michi! Vaya para
bailar unos sanjuanitos hasta el amanecer.
—Bueno, hijita, ya le diré a Alonsito para ir, salude a la familia y
al viejo Tarquino de mi parte.

90 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


Y la señora volvió a abrazar fuertemente a mi abuela. Cada una
siguió su camino, en distintas direcciones, sin voltear, y yo con la
inquietud de saber quién era la señora que la saludó y conversó
tanto, que además me conocía. La curiosidad pudo más, así que a
la media cuadra le pregunté a mi abuela:
—Abuelita, ¿quién era la señora con la que conversabas tanto?
Y mi abuela, tan inesperadamente, me contestó:
—Qué sé yo, mijita: tanta familia que uno tiene, no me acuerdo;
y apura el paso que nos atrasamos a misa, guambra preguntona.
Así quedé yo, impávida con la respuesta, sin saber hasta hoy
quién era la señora que con tanto entusiasmo contó a mi abuela
los pormenores de la familia. Y ese martes de carnaval sí comimos
hornadito con cariucho y chicha huevona, pero no en la casa de
la desconocida señora, sino en La Condamine, pues mi abuela
nunca se acordó el nombre de ella.
Y es que en la Riobamba de ese tiempo, todo mundo conocía
a Mama Michi, pero Mama Michi no conocía a nadie o, más bien,
con sus noventa años a cuestas no se acordaba de nadie. Eso
sí: siempre recordaré a mi abuela por su fortaleza, una energía
incansable para trabajar, muy mal hablada, pero con un gran
corazón solidario y bondadoso.

VIDA EN COMUNIDAD 91
RAIMUNDO GERMÁN
CADENA
nació en Tulcán, Carchi,
en 1971. Actualmente es
docente. Su hijo Diego
Mauricio Cadena Ayala
estudia en la Unidad
Educativa Cristóbal
Colón.

Los centavos

C ada mañana, cuando empieza un nuevo día,


como siempre acostumbro persignarme y
agradecer al Todopoderoso por otra nueva
oportunidad de vida. Esta costumbre nació cuando era pequeño:
le veía a mi padre hacerlo cada vez que salía de la casa. Así se
hizo esta costumbre que, al mismo tiempo, quiero que mis hijos
también la realicen, para continuar la tradición, pues mi abuelo la
hacía también.
Tras las comunicaciones de las noches con los amigos, con los
que confirman, cuando empieza el día, emprendemos una nueva

92 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


aventura de correr o caminar por las calles de mi terruño. Salimos
a las cuatro y media de la mañana para poder cumplir un reto más:
alcanzar algunos kilómetros. Estos momentos tienen muchos
significados: mientras trotamos en grupo, siempre contamos
chistes para pasar momentos amenos y disfrutar del trayecto.
También es un desestresante que permite empezar un día más
de trabajo con ánimo y con ganas de darlo todo. Con esta terapia,
como yo le llamo, aprendemos mucho: noticias, acontecimientos
cosas de la vida y, lo mejor, las experiencias de todos, ya que
compartimos anécdotas y nos disipamos al ver un nuevo amanecer,
al ver paisajes que pocos tenemos la oportunidad de mirar. Cuando
nos dan las seis de la mañana, todos nos trasladamos a nuestros
hogares para poder alcanzar y llegar a tiempo al trabajo.
Pero la historia recién empieza aquí: hacer deporte me ha
hecho meditar mucho. Esto me ha permitido darme cuenta de las
cosas que he encontrado en las mañanas, al realizar la actividad
física, cosas que al parecer no valen y que dejamos en el suelo,
cosas a las que no les damos el interés necesario. Algunos de los
objetos encontrados son las moneditas de un centavo, que para
unos son despreciadas, pero muchos otros las conservan diciendo:
“De centavito en centavito se llena el chanchito”. Empecé a
recolectarlas y a ponerlas en un monedero de cuero. Veía que eran
muy importantes porque cuando tenía que pagar, por ejemplo,
cinco dólares con tres centavos, yo pagaba con mucha facilidad.
He escuchado a otros decir: “Cuando me dan esas monedas, las
boto lejos, ya que el bolsillo me lo rompen”, pero aquí cuánta falta
que hacen, esto se nota al pagar los servicios básicos.
Esto me llevó a prestar más atención. Observando los sucesos
diarios, sin perder de vista las coincidencias de la vida, entendí que
nosotros, las personas, tenemos una relación con los centavos en
la que, por momentos, somos casi iguales, pues muchos creemos

VIDA EN COMUNIDAD 93
que no somos indispensables, decimos “De esta agua no he de
beber” y la dejamos correr. Justo un día pasamos por un hospital
donde llegaban heridos que necesitaban donantes de sangre: no
importaba quien fuera —no se veía el estatus social, la religión o el
partido político a cual perteneciera, ni ninguna otra cosa—, lo que
importaba era salvar la vida del otro. ¡Qué importantes fuimos!
Nos desprendimos de toda vanidad y, como los centavos, como
yo denominaba a las personas que parecen no ser importantes,
salvamos vidas. Esa fue nuestra tarea de ese día: una nueva
oportunidad para enmendar nuestros errores y poder vivir mejor.
Nuestra misión se cumplió: pudimos colaborar con lo que
teníamos. Cuando salió una persona, no sabíamos qué reacción
tendría, pero, al final de cuentas, nos estrechó la mano y nos
agradeció. Nosotros no conocíamos a quiénes habíamos ayudado,
pero, a los pocos días, una mañana se acercó alguien desconocido,

94 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


con la intención de agradecernos por el gran gesto que tuvimos
ante él. Lo que él quería era demostrar su agradecimiento
personalmente y conocer de quién era la sangre que ahora corría
por su cuerpo, la sangre que le salvó la vida.
Por tal razón y de tal modo, las moneditas sirvieron, un centavo
es importante, como todos somos importantes en la vida de todos,
ya que, sin querer, nos necesitamos unos a otros. Somos grandes
y muchas veces no lo sabemos, hasta que nos sucede algo como
salir a correr con tus nuevos amigos.

VIDA EN COMUNIDAD 95
DIEGO PICÓN
nació en Tena, Napo,
en 2002. Estudia
en segundo año de
Bachillerato de la
Unidad Educativa San
Francisco Javier. Su
actividad favorita es
andar en la bicicleta.

El zapato del
malecón

E n una noche bien clara, con la luna


resplandeciente del oriente, nos topamos todo
el grupo de los Triple A —nos solíamos llamar
así porque nuestros nombres comenzaban con la letra A: Álex,
Airthon y Apdiel—. Esa noche quedamos en salir a medianoche
para ir al malecón que se había inaugurado recientemente. Al
grupo se había colado un amigo al que le decíamos Michu.

96 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


Entonces partimos: caminamos y caminamos. Eran más o
menos diez kilómetros los que debíamos andar. Mi amiga Apdiel
había invitado a otro amigo, al que le decíamos Pato. Seguimos
con nuestro camino hasta que llegamos. No había mucha gente
como la que solía haber.
Después de tomarnos algunas fotos, apareció la clásica persona
que da ideas alocadas, diciendo que nos subiéramos a los juegos
infantiles. Hicimos el típico juego de piedra, papel y tijera para
saber quién se subiría al caballo que va para adelante y para atrás.
No sé cómo pero perdí. El Álex y el Michu empezaron a empujarme
exageradamente.
Después de un rato escuchamos un pitazo, pero no le hicimos
caso. Seguimos jugando hasta que, de pronto, apareció un guardia
que tenía uno de esos aparatos que electrocutan. Nos persiguió.
Parecía que estaba cerquita porque el aparato sonaba durísimo,

VIDA EN COMUNIDAD 97
así que corrimos y corrimos, y el guardia nos siguió; no sé cómo
pero él resistía.
Para salir a la avenida principal tocaba pasar por una subida
bien alta. Eso hicimos. Cuando ya casi llegamos a la principal, se le
salió el zapato a nuestro amigo. Él pretendió regresar a recogerlo,
pero como el guardia estaba cerca de nosotros, mis amigos le
dijeron que no, y por el tremendo susto que teníamos, decidió
dejarlo ahí tirado. Y ya pues, ni modo, tuvo que regresar a su casa
chulla zapato.
Durante la bajada se nos ocurrió contar historias de terror,
justo a lo que pasábamos por una parte que es oscura. El miedo
que teníamos nos comía y justo comenzó a cantar un búho. Eso,
junto con la experiencia del malecón, nos mató del miedo, así que
decidimos pegarnos la carrera hasta nuestras casas. En mi casa me
metí en la cama y no salí hasta el siguiente día.

98 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


SONIA SILVANA SILVA
nació en Pujilí, Cotopaxi,
en 1963. Trabaja en la
Unidad Educativa Once
de Noviembre. Sus
actividades favoritas
son leer y escribir.

La Virgen de los
Dolores

E n el cantón Pujilí, perteneciente a la


provincia de Cotopaxi, vivían los señores
Luis Tapia y su esposa Dolores Zumárraga,
conocidos en el pueblo por su don de gentes y por ser personas
acomodadas, familiares de sacerdotes y monjas —la Iglesia exigía
que provinieran de este tipo de familias para poder servir a Dios,
dentro de la religión católica—.

VIDA EN COMUNIDAD 99
Ellos fueron mis bisabuelos. Yo adoraba visitar su casa: en ella
había tantas curiosidades y cosas bonitas traídas desde París,
pedidas expresamente por mi bisabuelo, a quien cariñosamente
decíamos Papá Lucho. Me gustaban sobre todo los perfumes que
tenía mi bisabuela Mamita Lola. Las bisnietas los visitábamos con
frecuencia para acompañarlos y disfrutar de las historias que él nos
contaba. Para que estuviésemos cómodas, él mandó a construir,
en la mitad de la sala, un graderío tipo cine, con una chimenea en
la mitad, que forma figuras con los ladrillos decorados de la casa.
A mí me gustaba escuchar la historia de la Virgen de los Dolores,
que ahora les voy a relatar de la mejor manera que mis recuerdos
me lo permiten. La Virgen de los Dolores, conocida en el pueblo
como La Lolita, había sido traída de París por pedido expreso
de Papá Lucho, junto con un Cristo crucificado. La Virgen tiene
una estatura aproximada de un metro cincuenta, quizá un metro

100 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


con sesenta. Su cara es de una perfección y diseño inigualables,
sus facciones fueron creadas con delicadeza, pero tiene una
particularidad: hay días en que se le forman unas ojeras enormes y
rojizas, que se interpretan como las lágrimas derramadas cuando
se pide algún favor por su hijo, como respuesta a las oraciones de
los fieles. Su cuerpo es de madera, diseñado como el de las mujeres
más bellas de la Tierra. Tiene una cuerda que le permite caminar.
Papá Lucho nos contaba que la Virgen era muy andariega,
por lo que tenían que ir a buscarla en sus propiedades, que se
llamaban El Cardón, Patoa y El Calvario. A la Virgen la adoraban
todos los habitantes del pueblo; hasta la actualidad son muy
devotos, lo que expresan con un dicho muy propio de la localidad:
“Hay que confiar en La Lolita: aunque nos hace sufrir, no se olvida
de nosotros’’.
Para la procesión del Viernes de Concilio, el párroco de la
iglesia le pidió prestada la Virgen de los Dolores a mi bisabuelo.
Él aceptó con la condición de que fuera devuelta a la capilla de
su casa. La Virgen salió a la procesión, pero cuando esta se acabó,
ella no fue devuelta. Mi bisabuelo reclamó, pero la señora Josefina
Riera no quiso entregarla a su dueño y se apropió de ella. Mamita
Lola sufrió demasiado y empezó a perder la razón. Entonces Papá
Lucho inició una demanda, primero al párroco y luego a la señora
Riera, pidiendo la devolución de la Virgen, pero las autoridades
indicaron que la Virgen era una riqueza religiosa de los ciudadanos
de Pujilí.
Papá Lucho y Mamita Lola lloraron desesperados y rezaron en
la capilla de la Virgen, pidiéndole que regresara a su casa. En una
de esas noches de dolor, soñaron con la Virgen: ella les dijo a mis
bisabuelos que no sufrieran porque no se iba a quedar allí, sino
que tenía que regresar a su casa. Una semana después, la hija de la
señora Josefina Riera sufrió una parálisis facial muy fuerte, que no

VIDA EN COMUNIDAD 101


se curaba con nada, y luego la misma señora empezó a adolecer
de una enfermedad que ningún médico pudo curar. Pocos
días después, se incendió la casa de la señora y la Virgen salió
caminando y regresó a su capilla, en la casa de mis bisabuelos.
A partir de ahí, la señora sufrió muchos percances en su vida.
Llena de arrepentimiento, fue a pedir perdón a Papá Lucho: solo
entonces volvió la tranquilidad a su familia.
La Virgen de los Dolores existe todavía hoy en Pujilí. Su dueña
es la señora Berthita Tapia, que es mi tía: ella heredó la Virgen
porque se quedó a vivir en la casa de los bisabuelos, cumpliendo
así las condiciones para heredarla.
Todos los Viernes de Concilio le cambian la ropa, le dan
cuerda y le hacen caminar antes de la procesión por las calles del
pueblo, acompañada de sus devotos. Los zapatos que le cambian
los heredan las mujeres de la familia en orden de edad y por sus
acciones. Espero heredar de nuevo los zapatos de mi Lolita.

102 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


JORDAN MARCELO
VÁSQUEZ
nació en San Rafael,
Imbabura, en 2000.
Estudia en tercer año
de Bachillerato de
la Unidad Educativa
Fiscomisional La
Inmaculada de Otavalo.
Su actividad favorita es
la escritura.

Ya no se siente la
etnia indígena

H an pasado ya noventa años desde que


nació un robusto indio, nueve décadas en
las que demostró firmeza, alegría y un gran
sentimiento profundo la herencia que le dejaron sus antepasados.
Awky fue el último de toda una nación indígena que no valoró y
dejó de existir con paso de los años, pues, aunque todavía existan
pocos, ya no tienen la misma vibra para sobrellevar, por muchos

VIDA EN COMUNIDAD 103


años más, la resistencia indígena frente a una sociedad que
desaparece en las entidades paganas.
Awky siempre tuvo sucesores, pero todos se rindieron y
fueron vencidos por el lujo de conocer la palabra moda, todos
se marcharon como aves a conocer nuevos lugares; fue un paso
donde el viento y el tiempo se llevaron todo. Su único discípulo,
Sairy, quien trató de ser fiel a su mandato, iba todas las mañanas
para saber sobre el honorable Awky. Ellos dialogaban sobre todas
las cosas que han cambiado en los últimos años y que se han vuelto
historias crónicas frente al saber sublime de la cultura indígena.
Ambos sabían que, por muchos años, fueron un pueblo que
miraba y adoraba al dios Inti, agradecidos por su resplandor que
daba vida a la Pachamama; sabían también que ahora los indígenas
han dejado de ser trabajadores, de honrar y de sacrificarse,
han dejado la costumbre de dar todas sus fuerzas, con el sudor

104 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS


penetrando en las chacras de la Pachamama para su subsistencia;
ambos comprenden que han dejado de caminar distancias para
saber algo sobre un familiar, porque ahora mujeres y niños, que
trabajaban en la confección de ropa y elaboración de artesanías,
ya no se dejan ver, pues todas las costumbres han quedado en el
olvido.
Todo esto pasaba por la mente de Awky, quien ya no sabía
qué hacer. Su cabeza alba demostraba la insuficiencia y pálida
peculiaridad. Así, en medio de la preocupación, Sairy tuvo que
irse. Se despidió del anciano de los montes, bajó pensativo por las
praderas, para visitar a algunos familiares que vivían en la ciudad.
Su recorrido por esas comarcas no es muy frecuente, por esto
siempre observaba nuevas cosas, aunque últimamente había
estado por esos sectores casi todos los días y su perspectiva de
ver el mundo había puesto en riesgo el ideal indígena. Sairy llegó
a la morada ajena, su visita no sería prolongada, así que habló
poco sobre temas familiares y, luego de un par de horas, decidió
regresar a casa.
Este joven de gala con su sombrero, su poncho, su pantalón
blanco y sus alpargatas fue caminando y observando muchas
vitrinas del mundo pagano, hasta que una le llamó la atención: en
ella miró fijamente los atuendos que usa la muchedumbre de su
edad. Su capricho se hizo más fuerte cuando un grupo de jóvenes
lo criticó por la ropa que usaba; en ese instante él entró en acción
y decidió comprar las prendas de “moda”. Sairy no se sentía nada
raro, lo tomó como algo natural del hombre, el hecho de estar
siempre al gusto de cada uno y sin el remordimiento de sentirse
culpable. Entonces decidió contar su experiencia al viejo Awky,
por lo que fue de nuevo hacia él.
Mientras tanto, Awky sintió un empujón leve y supo que su
etapa estaba por culminar. No le faltaba otra cosa más por hacer

VIDA EN COMUNIDAD 105


que admirar a la grandiosa Pachamama: mirar al lechero, sentir
la brisa que lo rodeaba, el murmullo del río y la laguna, escuchar
el cantar de las aves y sentir una vaga ilusión de esperanza en un
corazón ya desvanecido. Awky se acercó a la fuente de vida unida
a la Pachamama, remojó sus pies descalzos en una vertiente
proveniente del lago San Pablo y, luego de dar miradas profundas
al paisaje del majestuoso Imbabura, decidió regresar a su morada.
Sairy, con sus nuevos atuendos, llegó a la casa. Cuando entró al
patio, sintió un ambiente muy tenso, delante de sus ojos las flores
empezaron a marchitarse, de repente el día empezó a perder su
color. Simplemente él no sabía lo que ocurría. Entró a la casa y
observó a su ancestro agónico, acostado en una estera. El viejo
Awky había muerto.
Sairy, al sentirse culpable, empezó a bañarse en lágrimas, se
arrodilló y exclamó:
—¡Es mi culpa! ¡No lo valoré! ¡Es mi culpa! ¡Lo ilusioné! Perdí la
esencia en la ignorancia, la permanencia de esta cultura.
En medio de un ambiente acomplejado y desilusionante,
apareció una imagen brillante. En ese momento, Awky abrió los
ojos: era la Pachamama, quien le dijo:
—El rey Inti ha mandado, el taita Imbabura ha aceptado, viejo
de las nueve décadas, cargado de noventa espadas, con la brisa del
deseo más lejano, te hago saber que la hora ha llegado.
Awky ya estaba preparado, así que al cerrar sus ojos empezó el
sueño ancestral donde mira a sus valientes y recuerda la existencia
de una cultura fuerte.
Así desaparece la esencia de la etnia indígena.

106 NUESTRAS PROPIAS HISTORIAS

También podría gustarte