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RECERCA, REVISTA DE PENSAMENT I ANÀLISI, NÚM. 19. 2016. ISSN: 1130-6149 – pp.

113-135
doi: http://dx.doi.org/10.6035/Recerca.2016.19.6

Acomodo de la diversidad, reconocimiento


y justicia social

Accommodating diversity, recognition and social justice


Marta Gil Blasco
Universitat de València

Artículo recibido: 14 enero 2016


Solicitud de revisión: 21 enero 2016
Artículo aceptado: 18 julio 2016

Resumen

En primer lugar, expondremos el trasfondo común que comparten las propuestas


multiculturalistas y las intercultralistas, esto es, el particular énfasis que ponen en la nece-
sidad de reconocimiento para la conformación de la personalidad y en las patologías que
se derivan de la falta de reconocimiento. En segundo lugar, veremos algunos de los pro-
blemas que suscitan los planteamientos multiculturalistas: minorías dentro de las mino-
rías, esencialismo y ausencia de cohesión social. En este punto también expondremos
algunas de las propuestas del interculturalismo para superar estos obstáculos. Por último,
propondremos la noción de patriotismo constitucional como fórmula para la cohesión
social, puesto que éste, al requerir una adhesión de tipo cívico, puede ser abrazado desde
cualquier forma de vida particular, además de contemplar el importante papel de la so-
ciedad civil a la hora de dar forma a sus principios a través del Derecho.

Palabras clave: acomodo de la diversidad, justicia social, reconocimiento, multiculturalismo,


patriotismo constitucional.

Abstract

In the first place, we will deal with the common background that multiculturalism and
interclturalism share: the emphasis that they put in the necesity of recognition in the conforma-
tion of the personality and in the pathologies derived from the absence of recognition. In the
second place, we will explore some of the problems that multiculturalism entails: minorities
within minorities, essentialism and lack of social cohesion. At this point, we will explain some
of the solutions that interculturalism has proposed for these problems. To conclude, we will
propose the notion of constitutional patriotism as a means for achieving social cohesion.
Constitutional patriotism demands some sort of civic engagement, so it can be supported from
every particular cultural form of life. Besides, this proposal takes into account the important
role of civic society when it comes to shape its principles through Law.

Keywords: acommodation of diversity, social justice, recognition, multiculturalism, consti-


tutional patriotism.
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1. Introducción

Hace ya veinte años que Nancy Fraser (1996) señaló que un nuevo pa-
radigma de justicia social estaba ganando importancia respecto al paradig-
ma tradicional de justicia, basado en la redistribución: el paradigma del
reconocimiento. No obstante, Fraser observa con perspicacia que la con-
traposición entre un modelo de justicia y el otro es falaz, puesto que toda
sociedad que se pretenda justa no puede obviar ninguna de las dos dimen-
siones. El reconocimiento, por tanto, es un aspecto ineludible de la justicia.
Tanto los exponentes del multiculturalismo como los del interculturalismo
han incidido en la importancia del reconocimiento para la forja de nuestra
identidad y nuestro carácter. Por esta razón, dedicaremos gran parte del
presente trabajo a ver en detalle las características de este trasfondo co-
mún.
Ahora bien, como veremos, multicuralismo e interculturalismo difieren
en algunos aspectos, puesto que hay quien considera que la segunda co-
rriente teórica ha superado los escollos con los que ha topado la primera.
No obstante, es preciso ser cautelosos, ya que un exceso de énfasis en la
dimensión del reconocimiento puede incurrir en diversas formas de injus-
ticia. En el presente trabajo veremos tres derivas perniciosas que se acha-
can al multiculturalismo y que pueden desembocar en injusticias contra
los individuos y en otros problemas de convivencia. Veremos, además, algu-
nas de las propuestas sugeridas desde el interculturalismo para superar
estos problemas. Con todo, es preciso advertir que en la literatura sobre el
tema también hay quien sostiene que el interculturalismo no aporta ningu-
na novedad al multiculturalismo, sino que aquél simplemente subraya algu-
nos de los aspectos que ya están contenidos en este planteamiento teóri-
co.1 No obstante, para los propósitos del presente trabajo, que consisten en
explorar los vínculos entre justicia social y acomodo de la diversidad, esta
distinción resulta útil, aunque sólo sea para indagar en qué aspectos el
multiculturalismo puede llegar a propiciar situaciones injustas a las que es
preciso proponer soluciones.
Ahora bien, partiendo del hecho de que las sociedades y los países son
heterogéneos en lo que se refiere a religiones, culturas, hábitos de vida,
lenguas, etc., será preciso recurrir a algún elemento que tenga la capacidad
de cohesionar toda esta diversidad. Por esta razón, propondremos la no-

1 Se puede encontrar una discusión sobre esta cuestión en Meer y Modood (2012), Wieviorka (2012) y
Taylor (2012).
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ción de patriotismo constitucional como mecanismo para articular la di-


versidad con la necesaria cohesión social.

2. La cuestión de la inclusión y el acomodo


de la diversidad

Comenzaré la exposición haciendo referencia a uno de los tópicos más


extendidos de nuestro tiempo. La globalización se caracteriza por la am-
pliación de las interconexiones que están sufriendo las sociedades contem-
poráneas. Estos cambios se estarían dando en todos los aspectos de la vida,
incluyendo los aspectos culturales, financieros, la comunicación, la crimi-
nalidad o el medio ambiente. Una de las consecuencias más evidentes de
estos procesos es que las poblaciones cada vez se desplazan más: algunos
migran con la esperanza de alcanzar mayores cotas de prosperidad y bien-
estar; otros huyen de sus países de origen por causas relacionadas con la
violencia y la guerra. En este contexto, los gobiernos, y los propios ciuda-
danos, se ven abocados a gestionar los cambios que estos fenómenos pro-
vocan.
También los teóricos políticos tratan de dilucidar las cuestiones relacio-
nadas con la globalización, y de proponer modelos de gestión para la diver-
sidad social que ésta impulsa, tanto en el plano de las ideas políticas como
en el de las políticas públicas. El asunto tiene tal alcance, por cierto, que hay
quien habla ya de «super diversidad» o «hiper diversidad» (Cantle, 2012: 4).
Las propuestas para dar acomodo a esta diversidad contemplan numero-
sas opciones, que van desde las más intolerantes a las más inclusivas.2 En uno
de los extremos del espectro, encontraríamos la expulsión, que no entraña
el mínimo esfuerzo por parte de la sociedad receptora, amén de exacerbar
aversiones entre las partes. En segundo lugar, tendríamos la asimilación, que
permite al extranjero o miembro de un colectivo minoritario quedarse en un
lugar o formar parte de una sociedad, con la condición de que acepte y se
amolde la cultura dominante. Aquellos que no se adecuen a los criterios, va-
lores, normas o prácticas de la cultura dominante quedarían marginados. Esta
forma de exclusión sería propia del tercer modelo: la segregación.
Multiculturalismo e interculturalismo, en el extremo opuesto, serían formas
tolerantes e inclusivas de dar respuesta a la diversidad.

2 Esta clasificación es una elaboración propia a partir de Elósegui (1997), Cortina (2009) y Torrens
(2006).
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A pesar del «ismo», el multiculturalismo no es en sí mismo una ideología.


Más bien, se trata de una corriente de filosofía política o teoría política que
explora las diversas formas en que las sociedades pueden acomodar la di-
versidad cultural. Charles Taylor, Will Kimlicka, Bikhu Parekh o Tariq
Modood serían tan sólo algunos ejemplos de autores que se han dedicado
a pensar estos problemas. Pese a lo variado de sus ideas, podríamos decir
que el multiculturalismo lidia, a grandes rasgos, con las siguientes cuestio-
nes en materia de políticas públicas:

•• Lenguas oficiales y su uso en el espacio público.


•• Materiales públicos que tienen por finalidad proporcionar informa-
ción a la población sobre cuestiones de interés público –por ejem-
plo, en materia de sanidad, derecho a voto, escolarización, etc.
•• Reconocimiento público por parte de las instituciones para minorías
étnicas u otros colectivos tradicionalmente desaventajados.
•• Elaboración de directrices sensibles a las cuestiones relacionadas
con las minorías culturales en servicios públicos, tales como la sani-
dad, los juzgados o los cuerpos de seguridad.
•• Permisos especiales relacionados con los horarios de culto, los rituales
–funerarios, de transición a la vida adulta, etc.–, y el establecimiento de
lugares de culto.
•• Elaboración de currículos educativos que tengan en cuenta la cultura
o valores de colectivos minoritarios.
•• Excepciones de tipo legal –por ejemplo, no hacer jurar sobre una
Biblia a un miembro de otra religión.
•• Excepciones en lugares públicos relativos a la alimentación, los códi-
gos de vestimenta y otros usos y costumbres.
•• Imagen pública de los grupos minoritarios.
•• Elección de días festivos públicos.
•• Otras cuestiones relacionadas con la cohesión social y la ciudadanía
compartida.

El multiculturalismo, no obstante, no tiene que ver únicamente con las


políticas públicas, sino que tiene también una dimensión individual e ínti-
ma, por cuanto el tratamiento público que reciben las adscripciones cultu-
rales de una persona pueden afectar directamente a su autoestima y a la
imagen que tiene de sí misma. Por decirlo con rawlsiana expresión: el au-
torespeto tiene unas bases sociales, y además constituye uno de los más
importantes bienes primarios. Este sentido de la propia dignidad –pode-
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mos añadir– viene condicionado por el respeto con el que son tratados
determinados atributos de carácter cultural.
El interculturalismo, por su parte, se presentaría como una suerte de
«post-multiculturalismo» (Kymlicka, 2010) o superación del multiculturalis-
mo con capacidad para plantear una «convivencia en la diversidad», acep-
tando que «detrás de la diversidad cultural hay unos valores comunes»
(Elósegui, 1997: 25), y que las propias particularidades se pueden traspasar
en aras de la convivencia y la búsqueda de estos valores con cierto grado
de universalidad.

3. El trasfondo común del multiculturalismo


y el interculturalismo: la ética y la política
del reconocimiento

El multiculturalismo se encuentra estrechamente vinculado con la «éti-


ca del reconocimiento» (Taylor, 1994; Honneth, 1997), y con las denomina-
das «políticas del reconocimiento», las «políticas de la diferencia» y las
«políticas de la identidad» (Young, 1990; Taylor, 1994; Gutmann, 2003), va-
riantes de una corriente de pensamiento que subraya la importancia de los
otros en la construcción de nuestro yo o nuestra identidad. Por otra parte,
dado que el interculturalismo es una versión modificada del multicultura-
lismo, hunde sus raíces en el mismo sustrato filosófico.
No podemos proseguir la exposición sin hacer una breve mención a
Hegel, cuyo legado se encuentra presente en la corriente de pensamiento
referida. De acuerdo con Honneth, uno de los más destacados intérpretes
de Hegel, éste se basó, a su vez, en Fichte para reconstruir el desarrollo de
la moralidad humana. Fichte estaría convencido de que los sujetos sólo
pueden adquirir conciencia de su libertad desafiando a otros a ejercer su
autonomía y reconociendo a los otros –y también siendo reconocidos por
ellos–, como personas libres. Hegel recompondría esta idea para sostener
que «la autoconciencia humana depende de la experiencia interpersonal
de ser reconocido por otros seres humanos» (Honneth, 1998). Para Hegel,
además, la experiencia del reconocimiento sería una suerte de motor en el
desarrollo de la moralidad, puesto que el progreso moral tiene lugar en
diferentes estadios de reconocimiento. Estos estadios se alcanzarían me-
diante una lucha interpersonal en la que los sujetos se involucrarían para
reivindicar su identidad. La identidad, en definitiva, se fraguaría en nuestra
relación con los otros, en forma de lucha.
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El breve ensayo de Charles Taylor The Politics of Recognition es uno de


los textos fundacionales del multiculturalismo. En él, Taylor defiende que
hay un vínculo entre reconocimiento e identidad, entendiendo esta última
como la idea que las personas tienen de sí mismas, de quienes son y de las
características que les definen como seres humanos. Así pues,

La tesis es que nuestra identidad está parcialmente conformada por el reconocimiento o


su ausencia […], por lo que una persona o un grupo de personas pueden sufrir un daño
real, una distorsión real, si la gente o la sociedad que tiene a su alrededor les devuelve una
imagen limitada, degradada o despreciable de sí mismos. El mal reconocimiento o la falta
de reconocimiento pueden infligir un daño, puede ser una forma de opresión, encarce-
lando a alguien en un modo de ser falso, distorsionado y reducido (25).

De este modo, nuestra identidad individual no es, o por lo menos no es


solamente, una creación propia. Sólo a través de la interacción con los
otros, particularmente con aquellos que Taylor denomina «otros significati-
vos» –es decir, aquellas personas a quien otorgamos cierta relevancia en
nuestras vidas, como los familiares, los amigos o los compañeros de traba-
jo–, vamos ajustando y forjando nuestra identidad.3
En una línea similar, criticando algunas de las ideas más características
de la modernidad, Taylor desaprueba la idea de libertad como autodetermi-
nación, entendida como la capacidad de decidir por uno mismo prescin-
diendo de toda influencia externa. Esta idea de libertad, arguye Taylor, iría
más allá de la mera libertad negativa –que entraña ser libre para decidir sin
interferencia ajena. La modesta libertad negativa es, además, perfectamente
compatible con la aceptación de que la sociedad, sus normas de compor-
tamiento, y otros aspectos que tienen que ver con nuestra relación con los
otros influyen enormemente en la conformación de nuestras preferencias
y decisiones (Talyor, 1991). Las demandas externas o el influjo que pueda
tener el contexto en nosotros no es algo que se enfrente, como si de un
enemigo se tratara, con el yo, sino que el yo presupone esas demandas e
influjos (Talyor, 1991). El yo auténtico, por tanto, no se entiende fuera de
sus vínculos con los otros. Del mismo modo, no tiene sentido pensar el yo
desde un paradigma monológico, sino que sólo lo tiene hacerlo desde un
paradigma dialógico.
Estas ideas tienen una traducción política que toma la forma de una
propuesta de reivindicación de la diferencia.Taylor advierte que el concep-

3 Es preciso señalar que, como el propio autor afirma, el concepto de «otros significativos» se lo
debemos a George Herbert Mead, autor clave para comprender el paradigma dialógico, a cuyos
escritos también recurren Honneth y Habermas (Mead, 1934).
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to moderno de igual dignidad puede ocultar el problema de la falta de re-


conocimiento y, en consecuencia, de sentido de la propia dignidad y valor
de los grupos minoritarios. Estos grupos, en su afán de hacerse partícipes
de esta dignidad, tratarían de amoldarse a los valores de la cultura hegemó-
nica, renegando de sus particularidades. El «liberalismo de la igual digni-
dad» (Taylor, 1994: 43), según el autor, parece asumir que hay principios
universales, ciegos ante las diferencias. Pero estos principios no son neu-
trales, sino reflejo de una cultura, que, en las sociedades occidentales, es la
dominante. El liberalismo, por tanto, caería en una contradicción al creer
en tal neutralidad, puesto que no sería sino otro «particularismo enmasca-
rado de universalidad» (Taylor, 1994: 44).
Axel Honneth es otro de los teóricos del reconocimiento más destaca-
dos. Honneth piensa, al igual que Taylor, que el reconocimiento es absolu-
tamente esencial para que podamos sentirnos realizados. No obstante, lo
que más preocupa al pensador de la Escuela de Frankfurt es desgranar qué
clase de papel juega el reconocimiento en las reivindicaciones de los mo-
vimientos sociales.
Honneth, siguiendo a los ya mencionados Hegel y G. H. Mead, así como
a Jürgen Habermas y Donald Winnicott, señala que el proceso de individua-
ción, esto es, el proceso por el que una persona adquiere su identidad, no
puede ocurrir sino por vía de la socialización. Asimismo, afirma que existen
tres esferas de interacción, las cuales estarían conectadas con tres patrones
de reconocimiento. Para desarrollar una relación positiva con uno mismo,
sería necesario lograr reconocimiento en cada una de estas esferas.
De este modo, si según Hegel existían tres condiciones necesarias para
la libertad personal –familia, sociedad civil y estado–, Honneth defenderá
que existen tres tipos de reconocimiento que definen la identidad perso-
nal, y también tres tipos de actitudes morales –que juntas conformarían lo
que él denomina el ‘punto de vista moral’–: el amor o cuidado, el respeto
moral o reconocimiento jurídico, y la solidaridad. Cada una de estas dimen-
siones constituiría una forma de integración social: mediante el cuidado y
el amor establecemos lazos afectivos con los otros, y nos sentimos recono-
cidos en esa esfera íntima, puesto que adquirimos conciencia de que nues-
tras necesidades y anhelos son importantes para otras personas; mediante
el reconocimiento moral y jurídico, adquirimos conciencia de que somos
merecedores de un trato igual, e igualmente responsables por nuestras
acciones; mediante los vínculos de solidaridad somos reconocidos como
unos individuos cuyas acciones son valiosas, o están bien valoradas, por
una comunidad (Honneth, 1997).
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Para gozar de una identidad íntegra, no patológica, las personas, que


tenemos un fuerte sentido de la reciprocidad, necesitamos gozar de reco-
nocimiento, y éste debe verse satisfecho en tres dimensiones vinculadas a
las esferas que hemos descrito: autoconfianza, autorespeto y autoestima.
Ahora bien, del mismo modo en que existen formas paradigmáticas de
reconocimiento, también existen formas paradigmáticas de menosprecio:
el abuso físico y otros tipos de maltrato, la desposesión de derechos y la
exclusión social, y la denigración cultural o los agravios relacionados con
la vida buena. El modo más elemental de humillación personal se corres-
pondería con las situaciones en las que a una persona se le priva de su
disposición sobre el propio cuerpo. Así, «cualquier intento de apoderarse
del cuerpo de una persona contra su voluntad, sea cual sea el objetivo
buscado provoca […] humillación» (161). Aunque lo peor, advierte
Honneth, no sería ya tanto el dolor físico, como el sentimiento de estar
indefenso ante la voluntad de otra persona, y la subsiguiente pérdida de
confianza en los demás y en uno mismo.
La segunda forma de humillación tiene que ver con la negación de de-
rechos, entendiendo éstos como aquellas «pretensiones individuales, cuyo
cumplimiento social una persona puede legítimamente reclamar, ya que
como miembro plenamente valioso de una sociedad participa en su orde-
namiento institucional igualitariamente» (162). Esta modalidad de menos-
precio lleva aparejada la sensación de no ser reconocido como una perso-
na igualmente poseedora de valor y agencia moral, y constituye un
menoscabo al respeto de la persona.
Por último, la desvalorización de los modos de vida individuales o colec-
tivos, que atentan contra la dignidad, el honor o el estatus. Esta forma de
humillación «sustrae a los sujetos concernidos toda posibilidad de atribuir
un valor social a las propias capacidades» (163), o la imposibilidad de po-
der referirse a su modo de vivir «como algo a los que, dentro de la comu-
nidad, se le atribuye una significación positiva» (164). Esto conlleva de
forma irremisible una pérdida de la autoestima personal.
De acuerdo con Honneth, la negación de reconocimiento es aquello
que motiva, y, en cierta medida, también justifica, las luchas sociales. De
este modo, los sentimientos de vergüenza y humillación que los sujetos
experimentan cuando otros tienen determinadas actitudes hacia ellos les
hacen sentir que su reconocimiento social está siendo ilegítimamente ne-
gado. Con esto Honneth no quiere decir que allí donde un individuo expe-
rimenta vergüenza haya una injusticia, sino simplemente que estas reaccio-
nes emocionales nos ponen sobre la pista de una posible injusticia, y que
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éstas, además, constituyen una motivación para que los individuos o gru-
pos de individuos se lancen a luchar por su reconocimiento. Las reivindi-
caciones de reconocimiento, además, son uno de los motores fundamenta-
les que impulsan el cambio social y el progreso moral de las sociedades.
Multiculturalismo, interculturalismo y políticas del reconocimiento no
son lo mismo, desde luego. No obstante, sí que comparten ciertas caracte-
rísticas, principalmente porque las propuestas multiculturalistas se basan
en los presupuestos de la ética y la política del reconocimiento, y porque
el interculturalismo, a su vez, es una versión actualizada del multiculturalis-
mo, o que, por lo menos, trata de superar sus deficiencias. Los teóricos del
multiculturalismo toman como idea central la necesidad política de reco-
nocer la diferencia, respetarla y buscar formas para darle acomodo. El reco-
nocimiento de la identidad no sólo tendría una dimensión psicológica, sino
también política, por cuanto el respeto a la dignidad de la persona forma
parte de cualquier esquema de justicia.
No sorprende que la ética y la política del reconocimiento se encuen-
tren estrechamente vinculadas a la emergencia de movimientos sociales
relacionados con la lucha por los derechos civiles, el feminismo, y otras
formas de lucha por los derechos. Aunque es preciso señalar que no todos
los autores extraen las mismas consecuencias normativas de sus teorías.
Así, mientras que Honneth desarrolla una teoría meramente descriptiva,
pero que retrata con gran agudeza los resortes psicológicos que empujan
a las gentes a luchar por ser reconocidos, Taylor no se conforma con subra-
yar la importancia de los otros en la formación de nuestra identidad y en
la necesidad de sentir que nuestra dignidad es respetada. Taylor celebra la
diferencia y da el salto del «ser» al «deber ser», abogando por proteger esta
diferencia, principalmente otorgando derechos colectivos a las culturas
minoritarias, idea que suscitará no pocas críticas, como veremos a conti-
nuación.
En una línea de pensamiento similar a la de Taylor, Will Kymlicka defiende
que la mera tolerancia de los grupos minoritarios no es suficiente para que
sus miembros sean considerados como iguales, sino que la acomodación de
estos grupos requiere derechos colectivos o diferenciados (Kymlicka,
1995).   Para los teóricos del multiculturalismo el reconocimiento es una
cuestión de identidad y respeto, pero también un problema de desventaja
política en virtud de un estatus minoritario. Por lo tanto, las reivindicaciones
del multiculturalismo no tendrían que ver únicamente con la identidad, sino
con cómo la pertenencia a un colectivo minoritario puede conllevar desven-
tajas en el plano social, político e incluso económico.
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Estas reivindicaciones de la diferencia suelen tener dos dimensiones: una


individual y una grupal. De este modo, algunos derechos colectivos concier-
nen al individuo, por ejemplo, si le proporcionan una exención para normas
de aplicación general que conllevan violaciones de sus creencias religiosas.
Otros, sin embargo, tienen que ver principalmente con la colectividad, como
las reivindicaciones de los grupos indígenas o las nacionalidades minorita-
rias que reclaman un derecho de autodeterminación. En este último caso, se
produciría un deslizamiento que no entraña ya el mero reconocimiento de
una diferencia valiosa por la comunidad política, sino la ruptura con la co-
munidad política con la finalidad de formar otra nueva.

4. Algunos problemas del multiculturalismo


y las soluciones del interculturalismo

En el apartado anterior hemos visto que el reconocimiento es una di-


mensión fundamental de la justicia. Ahora bien, la satisfacción de las reivin-
dicaciones planteadas por el multiculturalismo no siempre tiene un desen-
lace positivo, sino que dicha satisfacción puede desembocar en situaciones
injustas para los individuos y en una ausencia de cohesión social que con-
lleve problemas de convivencia. A continuación, pasamos a enumerar tres
de las críticas más frecuentes que ha recibido el multiculturalismo, y algu-
nas de las propuestas del interculturalismo para superar estas dificultades.

4.1. Minorías dentro de minorías

Pese a que el multiculturalismo hace referencia a un amplio espectro de


reivindicaciones políticas llevadas a cabo por una gran variedad de grupos
desaventajados, se ha acusado a esta corriente de pensamiento de prestar
demasiada atención a las exigencias de algunos grupos, pero muy poca a
otras igualmente legítimas. Así, el multiculturalismo se ha centrado con
frecuencia en los inmigrantes, las minorías religiosas, y las minorías étnicas
o lingüísticas. Las demandas planteadas por los gays, los discapacitados o
las mujeres sólo habrían sido atendidas en un estadio ulterior, crítico con
los planteamientos reduccionistas. Charles Taylor, por ejemplo, ha sido
enormemente beligerante con las cuestiones relativas a los derechos colec-
tivos del Quebec, pero no ha defendido con el mismo denuedo los asuntos
que afectan a los discapacitados o a las mujeres. Esto conlleva problemas
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de diversa índole que pasamos a analizar con más detalle a continuación.


Estos problemas derivarían del hecho que las políticas llevadas a cabo para
garantizar los derechos de minorías religiosas, culturales o étnicas podrían
favorecer a unos miembros del grupo, pero resultar perjudiciales para
otros.
Una de las críticas más conocidas en este sentido es la de S. Okin, quien
sostiene que el respeto por la diversidad cultural no debe entrañar en
modo alguno prácticas discriminatorias hacia las mujeres, o algún tipo de
presión para que éstas dejen de reivindicar el reconocimiento de sus dere-
chos (Okin, 1999). La autora explica cómo en los años 80 era habitual que
los inmigrantes que llegaban a Francia practicaran la poligamia, cosa que
ha propiciado que este tipo de familias sigan existiendo –o por lo menos
lo siguieran haciendo en 1999, cuando la autora escribió el ensayo. Okin
desaprueba, asimismo, las opiniones que en aquel momento sostuvo la iz-
quierda, cuyas «demandas por la flexibilidad y el respeto por la diversidad,
acusando a los oponentes de racismo o de imperialismo cultural» (Okin,
1999: 9), a propósito del velo en las escuelas, no evitaron que no se presta-
ra atención al problema de la poligamia, mucho más grave y dañino para
numerosas mujeres y niños. Es decir, que la izquierda, pidiendo ser toleran-
te con los intolerantes, no acometió un problema de justicia básico. Al pa-
recer, pasaron años hasta que se supo que estas familias convivían hacina-
das en pequeños apartamentos, sin privacidad alguna, y, a menudo, con
problemas de hostilidades, resentimientos o incluso violencia entre las di-
ferentes esposas y los hijos de éstas.
Otros problemas todavía más graves, como la práctica de la ablación,
también podrían englobarse en el tipo de actividades que pueden resultar
beneficiosas para unos miembros del grupo –en principio, los hombres,
que ejercerían de este modo una forma de control sobre las mujeres–, pero
perjudiciales para otros. No obstante, es preciso señalar que es poco pro-
bable que este tipo de acusaciones puedan lanzarse contra el multicultura-
lismo en la actualidad, ya que los países de acogida, por lo menos en el caso
de Europa, están haciendo los mayores esfuerzos por erradicar estas prác-
ticas. Es decir, que no están abrazando las diferencias culturales sin más,
sino que, por lo menos en este tipo de casos, están haciendo un juicio de
valor acerca de las prácticas que merece la pena cultivar, y de las que es
preciso eliminar. A este respecto, hay una crítica que también es moneda
corriente entre los críticos del multiculturalismo: las culturas no pueden
intentar preservarse como si de especies en peligro de extinción se tratara
–retomaremos esta crítica más adelante. Si acaso, habrá que ver qué rasgos
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son verdaderamente importantes para los individuos que las componen, y


ver si son compatibles con los derechos fundamentales. En el caso de la
ablación, está claro que, ni estamos hablando de una práctica compatible
con la protección de dichos derechos, ni es una práctica tolerada en los
estados democráticos liberales, por más que se trate de una costumbre
arraigada en algunas culturas.
Otros casos de minorías internas vulnerables, no obstante, no se presen-
tan con la misma claridad que los ejemplos que hemos mencionado, y ge-
neran algunas paradojas. Por ejemplo, en Quebec ya han surgido minorías
anglófonas dentro de la minoría francófona, la cuales afirman que, si
Canadá puede dividirse en función de la lengua, también puede hacerlo
Quebec (Elósegui, 1997). En España, se da una paradoja similar con la in-
mersión lingüística en catalán en el sistema educativo. En principio, los
niños deberían poder recibir educación tanto en catalán como en castella-
no, pero, en la práctica, la lengua vehicular de la enseñanza es el catalán.
Esto ha suscitado numerosas críticas. Entre otras razones, porque los niños
cuya lengua materna es el castellano se ven impedidos para recibir una
educación en dicha lengua, y porque, además, tampoco se garantiza un
igual aprendizaje en las dos lenguas oficiales, dada la absoluta prevalencia
de una de ellas.4 De este modo, de forma similar a lo que ocurre en el
Quebec, una lengua minoritaria –el catalán– acaba conformando a otras
minorías –las de los bilingües y los castellanohablantes– que terminan sien-
do perjudicadas por las medidas puestas en marcha –inmersión lingüísti-
ca– por la que inicialmente era una minoría.
En una línea similar a las reivindicaciones del feminismo, encontramos
las de gays y otras minorías que han sufrido discriminación por razones de
orientación sexual. Pese a que este tipo de discriminación no se encuentra
sólo en las minorías culturales, sino que, con frecuencia, impregna gran
parte del tejido social, las minorías cuyas fuertes creencias religiosas rigen
aspectos de la vida cotidiana suelen marginar con mayor dureza a estos
individuos. Así, estos miembros minoritarios pueden sufrir acoso, agresio-
nes físicas y psicológicas, dificultades para ejercer su libertad sexual u
obstáculos para acceder a la participación política.

4 En este punto resulta de interés traer a colación la reciente sentencia 184/2015 de Tribunal Superior
de Justicia de Cataluña, que reconoce el derecho de un padre a que su hijo reciba, juntamente con
sus compañeros de clase, una enseñanza que incluya el castellano como lengua vehicular en una
proporción razonable.
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4.2. Esencialismo

Esta crítica iría encaminada a disentir de la opinión según la cual las


culturas serían una suerte de entidades homogéneas, congeladas en el
tiempo, perennes e inmutables. Las culturas no son impermeables al cam-
bio. A lo largo del tiempo, se da lo que J. Peña denomina una «hibridación
cultural» constante, que hace que las sociedades y las culturas se influyan
las unas a las otras continuamente (2010: 200). Los usos y las costumbres,
por tanto, son algo cambiante y dinámico, en perpetuo intercambio con
otros usos y costumbres.
Según S. Benhabib creer que existe algo así como «una pureza de las
culturas» es falaz, y también lo es tratar de «identificarlas como totalidades
significativas diferenciadas». De acuerdo con la autora, «las culturas son
prácticas humanas complejas de significación y representación, de organi-
zación y atribución, divididas internamente por relatos en conflicto. Las
culturas se crean a partir de diálogos complejos con otras culturas»
(Benhabib, 2006: 10).
De este modo, no sólo resulta enormemente difícil delimitar a qué nos
referimos cuando hablamos de la cultura ‘x’, sino que, además, no podemos
esperar que una persona se comporte de un modo determinado por su mera
pertenencia a una etnia, su procedencia geográfica o sus orígenes familiares.
Si el esencialismo difícilmente puede predicarse de una cultura, aún menos
puede predicarse de las personas que tienen algún vínculo con ella.
La crítica a la que hemos aludido en el punto anterior vuelve a ser váli-
da aquí: las culturas no pueden equipararse a especies naturales que deben
tratar de preservarse. En primer lugar, porque la tendencia natural de las
culturas las dirige hacia la hibridación constante y, en segundo lugar, por-
que, si para conservar una cultura es preciso atropellar los derechos de los
individuos que la conforman, entonces no tiene sentido preservarla, o, para
expresarlo con mayor precisión, no tiene sentido hacerlo en un estadio
que no sea compatible con las libertades individuales.

4.3. Aislamiento y ausencia de cohesión social

Otra de las objeciones más frecuentes al multiculturalismo es que fo-


menta que la gente de diferentes culturas y religiones se encierren en sus
propias prácticas. Esto conllevaría que las personas pertenecientes a las
minorías no se relacionaran con otros que no formaran parte de su propio
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grupo. Tampoco se insistiría, por tanto, en que se integraran o que estable-


cieran intercambios o lazos de algún tipo fuera con las personas externas
al grupo. Del mismo modo, el recurso al multiculturalismo animaría a las
minorías a concentrarse en aquellas cosas que les diferencian de los demás,
antes que a tener presentes aquellas que les unen, aumentando todavía
más las tensiones inherentes a la convivencia en diversidad (Vertovec y
Wessendorf, 2010).
En este punto también es preciso preguntarse si la asimilación debe tener
siempre una connotación negativa. Y la respuesta más prudente parece ser
que no siempre. Como hemos visto en el primer punto hay usos y costum-
bres, como la poligamia o la ablación, por mencionar dos casos extremos,
que son incompatibles con la integridad física y psicológica, y, por lo tanto,
el respeto por la dignidad de las personas. En consecuencia, resulta necesa-
rio demandar un amoldamiento en algunos aspectos irrenunciables, como el
respeto por los derechos humanos o por el estado de derecho, tal y como
defenderemos en el último apartado del presente trabajo.
Otras prácticas no serían tan extremas, aunque, sin ser enjuiciables desde
un punto de vista penal, sí que entrañarían dificultades para la convivencia
y la cohesión social.T. Kuran ha estudiado cómo un conjunto de actividades,
que normalmente no tienen significado étnico alguno, pueden llegar a con-
vertirse en auténticos rituales de identidad. Esto es lo que el autor denomina
fenómenos de etnización. En estos procesos, actividades cotidianas como
comer, leer o el ocio pasan a estar modulados por patrones preestablecidos
–y definidos en función de la pertenencia a una etnia. Kuran advierte que
estos cambios se suelen traducir en una participación en política también
guiada por la idea de etnia. El resultado es una transformación de las normas
sociales, los códigos de comportamiento, y, en consecuencia, de las conduc-
tas y actitudes de los individuos que desean lograr la aceptación social. Así,
el comportamiento de los individuos no pasaría ya por algún tipo de integra-
ción o convivencia armónica con otras identidades, sino por la exacerbación
de los rasgos diferenciales para lograr mayor aceptación dentro del grupo
minoritario, encerrándolo de este modo dentro de un rasgo de su identidad,
que totaliza a todos los demás (Kuran, 1998).

4.4. Las ventajas del interculturalismo

Pese a que la noción de «interculturalismo» no es nueva, hasta hace re-


lativamente poco tiempo no ha adquirido pujanza en la literatura académi-
Marta Gil Blasco Acomodo de la diversidad, reconocimiento y justicia social 127

ca, y esto ha sido debido, en parte, a la utilización del término por autores
como Bouchard (2011), Gagnon y Iacovino (2007) que lo han empleado
para hablar de la experiencia canadiense. En España, autores como Elósegui
(1997), Cortina (2009) o Conill (2002) llevan algunos años hablando de
interculturalismo. Por último, hay quien señala que la idea de diálogo inter-
cultural lleva presente también algún tiempo en las políticas públicas lle-
vadas a cabo por algunos gobiernos, como, por ejemplo, programas educa-
tivos en Alemania y Grecia, comisiones belgas sobre diversidad cultural, o
la celebración en 2008 del Año Europeo del Diálogo Intercultural (Meer y
Modood, 2012).
A grandes rasgos, las diversas concepciones del interculturalismo resu-
men las ventajas de su propuesta en cuatro aspectos básicos: 1) el intercul-
turalismo está basado en el diálogo, mientras que el multiculturalismo no
suele ir más allá de la defensa de una mera coexistencia; 2) el intercultura-
lismo tiene una menor tendencia a encerrar a los diferentes grupos en sí
mismos; 3) desde el interculturalismo es más sencillo comprometerse con
una idea de unidad, o de pertenencia a una comunidad más amplia, enca-
minada a fomentar la cohesión social; 4) mientras que el multiculturalismo
puede ser permisivo con prácticas iliberales, el interculturalismo propor-
ciona mejores herramientas para que los miembros de una cultura la exa-
minen de forma crítica, puesto que el diálogo intercultural les permite
romper el solipsismo grupal.5
No obstante, como hemos señalado al principio del texto, no todos los
autores consideran que el interculturalismo sea capaz realmente de ir más
allá del multiculturalismo. Taylor incluso afirma que en Europa existe una
suerte de «retórica anti-multiculturalista», porque los europeos asumimos
que «demasiado énfasis en el reconocimiento de las diferencias culturales
favorecerá un apartamiento en guetos, y un rechazo a la hora de aceptar la
ética política de la de la democracia liberal misma» (Taylor, 2012: 2). A lo
que el autor añade que la culpa de este tipo de fenómenos no es del mul-
ticulturalismo, sino de los fallos de la sociedad de acogida, al no promover
políticas de integración y erradicación de la discriminación. En cualquier
caso, la separación conceptual de una y otra propuesta permiten poner
sobre la mesa algunos de los problemas de la convivencia en las sociedades
contemporáneas, por lo que, aunque sólo sea como mera guía para ubicar
estas cuestiones, es una distinción que resulta útil.

5 Esta lista es una elaboración propia a partir de Meer y Modood (2012: 177).
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M. Elósegui también considera que, frente al asimilacionismo, que entra-


ña que una cultura se imponga sobre las otras, y el multiculturalismo, que
conlleva el peligro de la ignorancia recíproca, el interculturalismo tiene la
virtud de plantear una convivencia en la diversidad. El interculturalismo
entrañaría una actitud de apertura hacia el otro, o, en otras palabras, una
«voluntad de traspasar la propia particularidad» (Elósegui, 1997: 25). En
este sentido, el interculturalismo superaría el peligro de esencialismo al
que nos hemos referido, puesto que lo que se fomentaría es exponer la
propia cultura al intercambio.
Por otra parte, también se avanzaría hacia la cohesión social, puesto que,
de acuerdo con la autora, el interculturalismo defiende que «detrás de la
diversidad hay unos valores comunes», y que esto, además, «hace posible
compartir una legislación que consagre la universalidad de los derechos y
el pluralismo cultural» (25). Esto es, que desde cualesquiera doctrinas com-
prehensivas del bien, los ciudadanos podrían estar de acuerdo en unos
mínimos de justicia plasmados en la ley, ley que a su vez protegería la plu-
ralidad social siempre que ésta fuera respetuosa con los derechos indivi-
duales.
En La lucha por el reconocimiento en el estado democrático de dere-
cho, Habermas (1999) da cuenta de la siguiente paradoja: las luchas por el
reconocimiento son colectivas, puesto que son llevadas a cabo por actores
colectivos; asimismo, estas luchas persiguen fines que también son colecti-
vos, y, por último, los actores pelean por bienes que son colectivos. No
obstante, el discurso jurídico habla de derechos del individuo, porque con-
sidera que éste es realmente el auténtico titular de los mismos.6
Dada esta paradoja –actores, reivindicaciones, y bienes colectivos, pero
protegidos por un sistema en el que la titularidad de los derechos es indi-
vidual–, Habermas se pregunta cómo conciliar la teoría de los derechos y
las reivindicaciones que tienen que ver con la identidad colectiva. El autor,
al igual que otros pensadores a los que nos hemos referido con anteriori-
dad, como Taylor o Honneth, considera que la identidad tiene una dimen-
sión intersubjetiva. Las culturas y tradiciones conforman un mundo de la
vida que porporciona a las personas unas experiencias compartidas y, en
consecuencia, una autocomprensión también compartida. Ahora bien, la
salvaguardia de las tradiciones y de las formas de vida que dan forma a las

6 Hay quien, en contra de la opinión de Habermas, considera que existen los derechos colectivos, de
tal modo que éstos no sólo se ejercerían colectivamente, sino que sus titulares serían también entes
colectivos. Esta idea se ha ligado en los últimos años a los pueblos indígenas de América Latina y ha
pasado a ser moneda corriente en el vocabulario de las Naciones Unidas. Ver: http://unric.org/en/
indigenous-people/27309-individual-vs-collective-rights
Marta Gil Blasco Acomodo de la diversidad, reconocimiento y justicia social 129

identidades debe, en último término, estar al servicio del reconocimiento


de las personas. Es decir, que lo que las reivindicaciones colectivas tienen
por meta no es otra cosa que proporcionar un reconocimiento a los indi-
viduos que componen la colectividad. Habermas añade que esta forma de
atención «no tiene de ningún modo el sentido de una protección adminis-
trativa de las especies» (Habermas, 1999: 210). Así pues, no tiene sentido
tratar de preservar las formas de vida culturales como si de especies en
peligro de extinción se tratara, puesto que éstas se reproducen porque hay
gente dispuesta a abrazarlas y «grabarlas en sus estructuras de personali-
dad» (210). Las culturas no son formas de vida estáticas, sino que son los
individuos los que se adhieren a ellas y, en su proceso de apropiación las
van transformando.
Otro aspecto a tener en cuenta es que, de acuerdo con sus defensores,
el interculturalismo proporciona una ventaja clara respecto al multicultu-
ralismo, en el hecho de concebir a los individuos haciendo hincapié en su
capacidad de estar abiertos a interactuar con otras tradiciones y culturas,
y, en consecuencia, a ser críticos con su herencia. La identificación de los
individuos con una comunidad es compleja y se articula de diversas for-
mas. Es lógico que una persona pueda desear tomar distancia respecto a
sus propias adhesiones y ser crítica con ellas, o que pueda desear escoger
diferentes grados de compromiso con una identidad determinada. Por
ejemplo, una mujer puede ser musulmana, pero rechazar la poligamia o el
uso del velo. Por otra parte, una persona puede sentir un vínculo de unión
con otras personas con las que comparte raza o comunidad política, pero
este vínculo jamás debería ser instrumentalizado por terceros en su propio
beneficio (Cortina, 2009).
Por último, T. Cantle (2012) defiende las ventajas de la propuesta inter-
culturalista del siguiente modo:

El concepto de interculturalismo tiene que ver con la creación de una cultura de la apertura
que desafíe efectivamente la política de la identidad y el afianzamiento de la separación de
comunidades basadas en una noción de otredad.Al mismo tiempo, es un proceso dinámico
en el que habrá algunas tensiones y conflictos como parte necesaria de un cambio social en
el que […] la diversidad y la globalización sean reconocidas como características permanen-
tes de la sociedad que deben ser abrazadas, más que temidas (143).

Cantle, en consecuencia, también considera que el interculturalismo


contiene un conjunto de virtudes de las que carece el multiculturalismo.
Frente a la cerrazón de las políticas de la identidad, que acentuarían las
diferencias y, con ello, el desarrollo de actitudes negativas y prejuicios, la
perspectiva del interculturalismo buscaría tender puentes entre individuos
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y grupos. La interacción entre diferentes serviría para derribar estereoti-


pos, promover una tolerancia más allá de la mera coexistencia, y reforzar
los lazos de confianza y cohesión social. Esta interacción serviría, asimismo,
para solucionar conflictos o tensiones que pueden surgir entre las reivin-
dicaciones relacionadas con las identidades culturales y las reivindicacio-
nes individuales de otro tipo –por ejemplo, de las mujeres. En último lugar,
el interculturalismo tendría una especial preocupación por el presente y el
futuro, más que por los hechos acontecidos en el pasado, los cuales, pese
a tener una importancia indudable en la conformación de las culturas, no
pueden prevalecer sobre los hechos y necesidades del presente y el futu-
ro. Es decir, que no podemos incurrir en injusticias en el presente para
tratar de resarcir injusticias pasadas.

5. El patriotismo constitucional como fórmula


de cohesión social y el papel de la sociedad civil
en la conformación del Derecho

Como se ha señalado al principio del presente artículo, si bien el reco-


nocimiento, y, con él, el respeto por la diversidad son elementos esenciales
de toda sociedad que se pretenda justa, nos encontramos con que también
es preciso encontrar una fórmula para conciliar esta pluralidad con la co-
hesión social. En mi opinión, la noción de patriotismo constitucional es
una buena opción para lograr articular la diversidad con la unidad, ya que
prescinde de toda referencia a ideas étnicas, religiosas o culturales y lo que de-
manda de los ciudadanos es una razonable adhesión a unos «principios e
instituciones que instauran las condiciones de convivencia entre las dife-
rentes formas de vida» (Velasco, 2002: 35). A mi juicio, la dimensión del
reconocimiento se puede complementar con esta otra propuesta, para lo-
grar la necesaria unidad y cohesión que requiere toda sociedad.7
La expresión patriotismo constitucional fue acuñada por el jurista y
politólogo Dolf Sternberger, si bien debemos a Jürgen Habermas su poste-
rior difusión, cuya propuesta se sitúa en el contexto del debate académico
denominado «disputa de los historiadores», en el que se planteó en qué
medida los alemanes podían sentirse orgullosos de su propia tradición

7 Jean Werner Müller (2012) ha sostenido que, pese a que este no era el propósito inicial de Sternberger
y Habermas en los 70 y en los 80, hoy en día la noción de patriotismo constitucional resulta
particularmente relevante para lidiar con los desafíos derivados de la diversidad interna en los
estados-nación –que ha aumentado en los últimos años debido a las migraciones–, y con miras a
fomentar lealtades supranacionales, como ocurre con la Unión Europea.
Marta Gil Blasco Acomodo de la diversidad, reconocimiento y justicia social 131

nacional, dado que ésta había dado lugar al holocausto. La discusión versa-
ba, asimismo, sobre la forma en que los alemanes podían reconciliarse con
su historia reciente. Habermas reivindicó la idea de patriotismo constitu-
cional como posible solución al dilema.
Lo que el patriotismo constitucional requiere de los ciudadanos es una
modesta adhesión a la ley y al sistema político que posibilitan la libertad
civil, a diferencia de otras formas de patriotismo que demandan compartir
otros aspectos como la etnia, la cultura, o las creencias morales. Así pues,
existiría una nítida distinción «entre una concepción cívica y una concep-
ción étnico-cultural de la identidad colectiva» (Velasco, 2002: 34).
Según Habermas, el derecho es neutral, por lo menos en cierto sentido,
y por ello permite que todos los ciudadanos puedan compartir un respeto
y adhesión por él (Habermas, 1999). En las complejas sociedades actuales
es difícil que haya un consenso sobre los valores últimos. Aun así, lo que sí
que puede haber es un consenso acerca de lo que entendemos por un
procedimiento legislativo legítimo y por un ejercicio del poder legítimo.
Lo que existe, por tanto, es un universalismo de los principios jurídicos,
que se refleja en la cultura política de los ciudadanos de un estado demo-
crático. Tanto el sistema de derechos como los principios de estado de
derecho tienen, por tanto, cierto grado de universalidad y, por ello, se pue-
den suscribir desde cualquier cultura. Lo que propugna el patriotismo
constitucional, por tanto, es concebir la identidad común de una comuni-
dad política como identidad cívica.
De acuerdo con Habermas, además, esta cuestión es de particular rele-
vancia para pensar acerca de la inmigración y las sociedades multicultura-
les. Las migraciones hacen que la sociedad cambie su fisonomía no sólo en
un sentido físico, sino también ético-cultural. Dado que los inmigrantes no
pueden ser obligados a renunciar a sus formas de vida y concepciones del
mundo particulares, la presencia de estas tradiciones hace que el horizon-
te desde el que el conjunto de la ciudadanía interpreta los principios cons-
titucionales vaya cambiando. La ciudadanía, insistimos, se renueva constan-
temente en dos sentidos: uno físico, porque las migraciones y la llegada de
nuevas generaciones hacen que el demos vaya cambiando; y otro ético-
cultural, porque la comunidad política pasa a autocomprenderse de un
modo distinto, dada la reinterpretación de los principios constitucionales,
hecho que, a su vez propicia que el derecho vaya cambiando con arreglo a
estas interpretaciones. Así pues, la sociedad civil tiene un papel fundamen-
tal como impulsora de los cambios sociales haciendo que sus reivindica-
ciones se plasmen en el derecho. Eso sí, los límites que nunca podría llegar
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a traspasar en su impulso transformador son los que impone el estado de


derecho y el respeto por los derechos fundamentales. Un patriotismo de la
Constitución siempre tiene claro estos límites, puesto que entiendo que el
respeto por el estado de derecho y los derechos fundamentales son preci-
samente lo que propicia unas condiciones adecuadas de convivencia y
disfrute de las libertades.
Así pues, la principal virtud del patriotismo constitucional es su capaci-
dad integradora, puesto que los sujetos pueden mantener sus identificacio-
nes con formas de vida particulares, pero, al mismo tiempo, compartir una
identidad cívica común.

6. Conclusiones

Como hemos visto, pese a que no hay consenso respecto a si el inter-


culturalismo aporta alguna novedad al multiculturalismo, o si este último
ya contiene todas las soluciones que viene a proponer el primero, parece
claro que lo que los defensores del interculturalismo aseguran es que,
mientras que el multiculturalismo tiende a la preservación de la herencia
cultural, su propuesta se caracteriza por la apertura al cambio y a la circu-
lación de ideas, costumbres y perspectivas.
Por otra parte, mientras que los partidarios del multiculturalismo suelen
reclamar la necesidad de proteger la diferencia y los derechos colectivos,
el interculturalismo parece ser más proclive a insistir en la centralidad del
individuo, superando así no sólo las injusticias en las que incurre el multi-
culturalismo, sino también los obstáculos para la convivencia y la cohesión
social que pueden conllevar.
A lo largo del trabajo hemos hecho notar que la forja de la identidad y
la personalidad no pueden entenderse si no es en relación a nuestro entor-
no, a la herencia recibida y a la interacción con los otros significativos.
Ahora bien, la identidad individual puede realizarse en múltiples planos, y
es a cada individuo a quien compete decidir cuál es la importancia que
tienen sus adscripciones. No es tarea, por tanto, de otros decidir a qué cul-
tura pertenece una persona, sino que sólo ella misma debe decidir qué
aspectos de aquello que le ha sido transmitido merecen ser cultivados o
tienen un lugar privilegiado en sus afectos, y cuáles deben ser puestos a
revisión o quedar en un plano secundario. Cualquier pretensión de conce-
bir el reconocimiento como una dimensión esencial de la justicia social
Marta Gil Blasco Acomodo de la diversidad, reconocimiento y justicia social 133

debe tener en cuenta que esta forma de justicia también entraña respetar
la capacidad de elección del individuo.
Del mismo modo, un individuo no puede ser identificado en base a es-
tereotipos, puesto que es a él a quien le corresponde determinar si quiere
ser reconocido de una forma u otra. Hay identidades que no siempre son
prioritarias, o no son las únicas que cuentan. Una persona puede pertene-
cer a una minoría, pero preferir que los otros vean en él a un buen profe-
sional, una persona compasiva, o a un ser humano dotado de ingenio u
otras habilidades, por más que el hecho de pertenecer a ese grupo sea
también una parte de su identidad. No hay que olvidar que, en numerosas
ocasiones, como ya hemos visto, una pretendida visión compartida del
mundo finalmente resulta ser fruto de relaciones de poder antes que de
auténticas elecciones personales. Las identidades deben ser pensadas no
como algo singular, sino como algo múltiple y rico. Desenmascarar este
tipo de dinámicas perversas también es un elemento esencial de la justicia
social.
Desde aquí hemos propuesto la idea de patriotismo constitucional
como mecanismo para articular la identidad cívica y articular la diversidad
con la cohesión social. El papel que cumple aquí la sociedad civil, como
hemos visto, es fundamental: por una parte, porque participa en el proceso
de conformación del derecho, y de esta forma va reinterpretando los prin-
cipios constitucionales a la luz de los nuevo tiempos, y, por otra, porque en
sus manos está rechazar una identidad compartida con sus conciudadanos
basada principalmente en rasgos étnicos, religiosos o vinculados a una
forma cultural particular, y escoger una identidad fundada en la común
adhesión a los principios que protegen la seguridad y la capacidad de elec-
ción de todos.

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